La Mancha Indeleble Por Juan Bosch
La Mancha Indeleble Por Juan Bosch
La Mancha Indeleble Por Juan Bosch
La mancha indeleble
Todos los que habían cruzado la puerta antes que yo habían entregado sus
cabezas, y yo las veía colocadas en una larga hilera de vitrinas que estaban
adosadas a la pared de enfrente. Seguramente en esas vitrinas no entraba
aire contaminado, pues las cabezas se conservaban en forma admirable, casi
como si estuvieran vivas, aunque les faltaba el flujo de la sangre bajo la piel.
Debo confesar que el espectáculo me produjo un miedo súbito e intenso.
Durante cierto tiempo me sentí paralizado por el terror. Pero era el caso que
aún incapacitado para pensar y para actuar, yo estaba allí: había pasado el
umbral y tenía que entregar mi cabeza. Nadie podría evitarme esa macabra
experiencia.
Sin embargo lo que veía indicaba que la separación entre lo que fui y lo que
sería no podía medirse en términos humanos.
-¿La mía? -pregunté, con tanto miedo que a duras penas me oía a mí
mismo.
-Sujétela fuertemente con las dos manos, apoyando los pulgares en las
curvas de la quijada; tire hacia arriba y verá con qué facilidad sale.
Colóquela después sobre la mesa.
Ya dije que la voz no era autoritaria sino suave. Tal vez por eso me parecía
tan terrible. Resulta aterrador oír la orden de quitarse la cabeza dicha con
tono normal, más bien tranquilo. Estaba seguro de que el dueño de esa voz
había repetido la orden tantas veces que ya no le daba la menor importancia
a lo que decía.
-¿Vida sin relación conmigo mismo, si mis ideas, sin emociones propias? -
pregunté.
Peor aún: estábamos la voz y yo. Pero la voz no era humana, no podía
relacionarse con un ser de carne y hueso. Me hallaba bajo la impresión de
que miles de ojos malignos, también sin vida, estaban mirándome desde las
paredes, y de que millones de seres minúsculos e invisibles acechaban mi
pensamiento.
-Por favor, no nos haga perder tiempo, que hay otros en turno -dijo la voz.
No es fácil explicar lo que esas palabras significaron para mí. Sentí que
alguien iba a entrar, que ya no estaría más tiempo solo, y volví la cara hacia
la puerta. No me había equivocado; una mano sujetaba el borde de la gran
hoja de madera brillante y la empujaba hacia adentro, y un pie se posaba en
el umbral. Por la abertura de la puerta se advertía que afuera había poca luz.
BIBLIOTECA DIGITAL DE AQUILES JULIÁN 28
LA MANCHA INDELEBLE Y OTROS CUENTOS – JUAN BOSCH 14
Sin duda era la hora indecisa entre el día que muere y la que todavía no ha
cerrado.
Durante una semana no me atreví a salir de casa. Oía día y noche la voz y
veía en todas partes los millares de ojos sin vida y los centenares de cabezas
sin cuerpo. Pero en la octava noche, aliviado de mi miedo, me arriesgué a ir
a la esquina, a un cafetucho de mala muerte, visitado siempre por gente
extraña. Al lado de la mesa que ocupé había otra vacía. A poco, dos hombres
se sentaron en ella. Uno tenía los ojos sombríos; me miró con intensidad y
luego dijo al otro:
Yo tomaba en ese momento una taza de café. Me temblaron las manos con
tanta violencia que un poco de la bebida se me derramó en la camisa.