La Mancha Indeleble Por Juan Bosch

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

BIBLIOTECA DIGITAL DE AQUILES JULIÁN 28

LA MANCHA INDELEBLE Y OTROS CUENTOS – JUAN BOSCH 12

La mancha indeleble

Todos los que habían cruzado la puerta antes que yo habían entregado sus
cabezas, y yo las veía colocadas en una larga hilera de vitrinas que estaban
adosadas a la pared de enfrente. Seguramente en esas vitrinas no entraba
aire contaminado, pues las cabezas se conservaban en forma admirable, casi
como si estuvieran vivas, aunque les faltaba el flujo de la sangre bajo la piel.
Debo confesar que el espectáculo me produjo un miedo súbito e intenso.
Durante cierto tiempo me sentí paralizado por el terror. Pero era el caso que
aún incapacitado para pensar y para actuar, yo estaba allí: había pasado el
umbral y tenía que entregar mi cabeza. Nadie podría evitarme esa macabra
experiencia.

La situación era en verdad aterradora. Parecía que no había distancia entre


la vida que había dejado atrás, del otro lado de la puerta, y la que iba a
iniciar en ese momento. Físicamente, la distancia sería de tres metros, tal
vez de cuatro.

Sin embargo lo que veía indicaba que la separación entre lo que fui y lo que
sería no podía medirse en términos humanos.

-Entregue su cabeza -dijo una voz suave.

-¿La mía? -pregunté, con tanto miedo que a duras penas me oía a mí
mismo.

-Claro -¿Cuál va a ser?

A pesar de que no era autoritaria, la voz llenaba todo el salón y resonaba


entre las paredes, que se cubrían con lujosos tapices. Yo no podía saber de
dónde salía. Tenía la impresión de que todo lo que veía estaba hablando a
un tiempo: el piso de mármol negro y blanco, la alfombra roja que iba de la
escalinata a la gran mesa del recibidor, y la alfombra similar que cruzaba a
todo lo largo por el centro; las grandes columnas de mayólica, las cornisas
de cubos dorados, las dos enormes lámparas colgantes de cristal de
Bohemia. Sólo sabía a ciencia cierta que ninguna de las innumerables
cabezas de las vitrinas había emitido el menor sonido.

Tal vez con el deseo inconsciente de ganar tiempo, pregunté.

-¿Y cómo me la quito?

-Sujétela fuertemente con las dos manos, apoyando los pulgares en las
curvas de la quijada; tire hacia arriba y verá con qué facilidad sale.
Colóquela después sobre la mesa.

Si se hubiera tratado de una pesadilla me habría explicado la orden y mi


situación. Pero no era una pesadilla. Eso estaba sucediéndome en pleno
estado de lucidez, mientras me hallaba de pie y solitario en medio de un
BIBLIOTECA DIGITAL DE AQUILES JULIÁN 28
LA MANCHA INDELEBLE Y OTROS CUENTOS – JUAN BOSCH 13
lujoso salón. No se veía una silla, y como temblaba de arriba abajo debido al
frío mortal que se había desatado en mis venas, necesitaba sentarme o
agarrarme de algo. Al fin apoyé las dos manos en la mesa.

-¿No ha oído o no ha comprendido? -dijo la voz.

Ya dije que la voz no era autoritaria sino suave. Tal vez por eso me parecía
tan terrible. Resulta aterrador oír la orden de quitarse la cabeza dicha con
tono normal, más bien tranquilo. Estaba seguro de que el dueño de esa voz
había repetido la orden tantas veces que ya no le daba la menor importancia
a lo que decía.

Al fin logré hablar.

-Sí, he oído y he comprendido -dije-. Pero no puedo despojarme de mi


cabeza así como así. Deme algún tiempo para pensarlo. Comprenda que ella
está llena de mis ideas, de mis recuerdos. Es el resumen de mi propia vida.
Además, si me quedo sin ella, ¿con qué voy a pensar?

La parrafada no me salió de golpe. Me ahogaba. Dos veces tuve que parar


para tomar aire. Callé, y me pareció que la voz emitía un ligero gruñido,
como de risa burlona.

-Aquí no tiene que pensar. Pensaremos por usted. En cuanto a sus


recuerdos, no va a necesitarlos más: va a empezar una nueva vida.

-¿Vida sin relación conmigo mismo, si mis ideas, sin emociones propias? -
pregunté.

Instintivamente miré hacia la puerta por donde había entrado. Estaba


cerrada. Volví los ojos a los dos extremos del gran salón. Había también
puertas en esos extremos, pero ninguna estaba abierta.

El espacio era largo y de techo alto, lo cual me hizo sentirme tan


desamparado como un niño perdido en una gran ciudad. No había la menor
señal de vida. Sólo yo me hallaba en ese salón imponente.

Peor aún: estábamos la voz y yo. Pero la voz no era humana, no podía
relacionarse con un ser de carne y hueso. Me hallaba bajo la impresión de
que miles de ojos malignos, también sin vida, estaban mirándome desde las
paredes, y de que millones de seres minúsculos e invisibles acechaban mi
pensamiento.

-Por favor, no nos haga perder tiempo, que hay otros en turno -dijo la voz.

No es fácil explicar lo que esas palabras significaron para mí. Sentí que
alguien iba a entrar, que ya no estaría más tiempo solo, y volví la cara hacia
la puerta. No me había equivocado; una mano sujetaba el borde de la gran
hoja de madera brillante y la empujaba hacia adentro, y un pie se posaba en
el umbral. Por la abertura de la puerta se advertía que afuera había poca luz.
BIBLIOTECA DIGITAL DE AQUILES JULIÁN 28
LA MANCHA INDELEBLE Y OTROS CUENTOS – JUAN BOSCH 14
Sin duda era la hora indecisa entre el día que muere y la que todavía no ha
cerrado.

En medio de mi terror actué como un autómata. Me lancé impetuosamente


hacia la puerta, empujé al que entraba y salté a la calle. Me di cuenta de que
alguna gente se alarmó al verme correr; tal vez pensaron que había robado o
había sido sorprendido en el momento de robar. Comprendía que llevaba el
rostro pálido y los ojos desorbitados, y de haber habido por allí un policía,
me hubiera perseguido. De todas maneras, no me importaba. Mi necesidad
de huir era imperiosa, y huía como loco.

Durante una semana no me atreví a salir de casa. Oía día y noche la voz y
veía en todas partes los millares de ojos sin vida y los centenares de cabezas
sin cuerpo. Pero en la octava noche, aliviado de mi miedo, me arriesgué a ir
a la esquina, a un cafetucho de mala muerte, visitado siempre por gente
extraña. Al lado de la mesa que ocupé había otra vacía. A poco, dos hombres
se sentaron en ella. Uno tenía los ojos sombríos; me miró con intensidad y
luego dijo al otro:

-Ese fue el que huyó después que estaba...

Yo tomaba en ese momento una taza de café. Me temblaron las manos con
tanta violencia que un poco de la bebida se me derramó en la camisa.

Mi mal es que no tengo otra camisa ni manera de adquirir una nueva.


Mientras me esfuerzo en hacer desaparecer la mancha oigo sin cesar las
últimas palabras del hombre de los ojos sombríos:

-Después que ya estaba inscrito.

El miedo me hace sudar frío. Y yo sé que no podré librarme de este miedo;


que lo sentiré ante cualquier desconocido. Pues en verdad ignoro si los dos
hombres eran miembros o eran enemigos del Partido.

Ahora estoy en casa, tratando de lavar la camisa. Para el caso, he usado


jabón, cepillo y un producto químico especial que hallé en el baño. La
mancha no se va. Está ahí, indeleble. Al contrario, me parece que a cada
esfuerzo por borrarla se destaca más.

También podría gustarte