TERNURA Gabriela Mistra

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TERNURA.

LA CUENTA-MUNDO
Niño pequeño, aparecido,
que no viniste y que llegaste,
te contaré lo que tenemos
y tomarás de nuestra parte.

MECIENDO
El mar sus millares de olas
mece, divino.
Oyendo a los mares amantes,
mezo a mi niño.

El viento errabundo en la noche


mece los trigos.
Oyendo a los vientos amantes,
mezo a mi niño.

Dios Padre sus miles de mundos


mece sin ruido.
Sintiendo su mano en la sombra
mezo a mi niño.
¿EN DÓNDE TEJEMOS LA RONDA?
¿En dónde tejemos la ronda?
¿La haremos a orillas del mar?
El mar danzará con mil olas
haciendo una trenza de azahar.

¿La haremos al pie de los montes?


El monte nos va a contestar.
¡Será cual si todas quisiesen,
las piedras del mundo, cantar!

¿La haremos, mejor, en el bosque?


La voz y la voz va a trenzar,
y cantos de niños y de aves
se irán en el viento a besar.

¡Haremos la ronda infinita!


¡La iremos al bosque a trenzar,
la haremos al pie de los montes
y en todas las playas del mar!

DAME LA MANO*
A Tasso de Silveira.
Dame la mano y danzaremos;
dame la mano y me amarás.
Como una sola flor seremos,
como una flor, y nada más...

El mismo verso cantaremos,


al mismo paso bailarás.
Como una espiga ondularemos,
como una espiga, y nada más.

Te llamas Rosa y yo Esperanza;


pero tu nombre olvidarás,
porque seremos una danza
en la colina, y nada más...

LOS QUE NO DANZAN

Una niña que es inválida


dijo: -"¿Cómo danzo yo?"
Le dijimos que pusiera
a danzar su corazón...

Luego dijo la quebrada:


-"¿Cómo cantaría yo?"
Le dijimos que pusiera
a cantar su corazón...

Dijo el pobre cardo muerto:


-"¿Cómo danzaría yo?"
Le dijimos: -"Pon al viento
a volar tu corazón... "

Dijo Dios desde la altura:


-"¿Cómo bajo del azul?"
Le dijimos que bajara
a danzarnos en la luz.

Todo el valle está danzando


en un corro bajo el sol.
A quien falte se le vuelve
de ceniza el corazón...

EL PAPAGAYO

El papagayo verde y amarillo,


el papagayo verde y azafrán,
me dijo "fea" con su habla gangosa
y con su pico que es de Satanás.
Yo no soy fea, que si fuese fea,
fea es mi madre parecida al sol,
fea la luz en que mira mi madre
y feo el viento en que pone su voz,
y fea el agua en que cae su cuerpo
y feo el mundo y El que lo crió...

El papagayo verde y amarillo


el papagayo verde y tornasol,
me dijo "fea" porque no ha comido
y el pan con vino se lo llevo yo,
que ya me voy cansando de mirarlo
siempre colgado y siempre tornasol...

EL ARCO-IRIS

El puente del Arco-Iris


se endereza y te hace señas,
el carro de siete colores
que las almas acarrea
y que las sube, una a una,
por las astas de la sierra...
Estaba sumido el puente
y asoma para que vuelvas.
Te da el lomo, te da la mano,
como los puentes de cuerda,
y tú le bates los brazos
igual que peces en fiesta...

¡Ay, no mires lo que miras,


porque de golpe te acuerdas
y cogiéndote del Arco
-sauce que no se quiebra-
te vas a ir por el verde,
el amarillo, el violeta...

Ya mamaste nuestra leche,


niño de María y Eva;
juegas con la verdolaga
delante de nuestras puertas;
entraste en casa de hombres
y pides pan en mi lengua.

¡Vuélvele la cara al Puente;


deja que se rompa, deja,
que si subes me voy como loca,
y te sigo la Tierra entera!

CARRO DEL CIELO


Echa atrás la cara, hijo
y recibe las estrellas.
A la primera mirada,
todas te punzan y hielan,
y después el cielo mece
como cuna que balancean,
y tú te das perdidamente
como cosa que llevan y llevan...

Dios baja para tomarnos


en su vida polvareda;
cae en el cielo estrellado
como una cascada suelta.
Baja, baja en el Carro del Cielo;
va a llegar y nunca llega...

Él viene incesantemente
y a media marcha se refrena,
por amor y miedo de amor
de que nos rompe o que nos ciega.
Mientras viene somos felices
y lloramos cuando se aleja.

Y un día el carro no para,


ya desciende, ya se acerca,
y sientes que toca tu pecho
la rueda viva, la rueda fresca.
Entonces, sube sin miedo
de un solo salto a la rueda,
¡cantando y llorando del gozo
con que te toma y que te llevar!
LA MADRE GRANADA
(Plato de cerámica de Chapelle-aux-Pots.)
Contaré una historia en mayólica
rojo-púrpura y rojo-encarnada,
en mayólica mía, la historia
de Madre Granada.

Madre Granada estaba vieja,


requemada como un panecillo;
mas la consolaba su real corona,
larga codicia del membrillo.

Su profunda casa tenía partida


por delgadas lacas
en naves donde andan los hijos
vestidos de rojo-escarlata.

Con pasión de rojeces, les puso


la misma casulla encarnada.
Ni nombre les dio ni los cuenta nunca,
para no cansarse, la Madre Granada.

Dejó abierta la puerta,


la Congestionada,
soltó el puño ceñido,
de sostener las mansiones, cansada.

Y se fueron los hijos


de la Empurpurada.
Quedóse durmiendo y vacía
la Madre Granada...

Iban como las hormigas,


estirándose en ovillos,
iguales, iguales, iguales,
río escarlata de monaguillos.

A la Catedral solemne llegaron,


y abriendo la gran puerta herrada,
entraron como langostinos
los hijos de Madre Granada.

En la Catedral eran tantas naves


como cámaras en las granadas,
y los monaguillos iban y venían
en olas y olas encontradas...

Un cardenal rojo decía el oficio


con la espalda vuelta de los armadillos.
A una voz se inclinaba o se alzaba
el millón de monaguillos.

Los miraban los rojos vitrales,


desde lo alto, con viva mirada,
como treinta faisanes de roja
pechuga asombrada.

Las campanas se echaron a vuelo;


despertaron todo el vallecillo.
Sonaban en rojo y granate,
como cuando se quema el castillo.
Al escándalo de los bronces
fueron saliendo en desbandada
y en avenida bajaron la puerta
que parecía ensangrentada.

La ciudad se levanta tarde


y la pobre no sabe nada.
Van los hijos dejando las calles;
entran al campo a risotadas...

Llegan a su tronco, suben en silencio,


entran al estuche de Madre Granada,
y tan callados se quedan en ella
como la piedra de la Kaaba.

Madre Granada despertóse llena


de su millón rojo y sencillo;
se balanceó por estar segura;
pulsó su pesado bolsillo.

Y como iba contando y contando,


de incredulidad, la Madre Granada,
estallaron en risa los hijos
y ella se partió de la carcajada...
La granada partida en el huerto,
era toda una fiesta incendiada.
La cortamos guardando sus fueros
a la Coronada...

La sentamos en un plato blanco,


que asustó su rojez insensata.
Me ha contado su historia, que pongo
en rojo-escarlata...

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