Tierra Mía PDF
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PU BLIC A C IO N ES DEL G O B IE R N O D EL E ST A D O
(ESCRITORES TABASQUEÑOS)
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R ^ I A E L D O M I N G U E Z
T I E R R A MIA
VILLAHERMOSA, TAB.
CIA. EDITORA TABASQUEÑA, S. A.
19 4 9
A mi hija
Ch aro María Domínguez
de Ro drí gue z
P R O E M I O
171345
Hace treinta y cinco años —en 1914— salí de Tabasco.
Desde entonces radico en esta muy noble y muy leal ciudad de
Veracruz, donde he gozado de una estimación general que
mucho agradezco.
Volví a Tabasco después de diecinueve años de ausencia
—én 1933'—, cuando todavía la amada ínsula hallábase bajo la
hegemonía del Lie. Tomás Garrido Canabal. Llegué allá cuando
se celebraba una de aquellas Exposiciones Regionales en que
tanto interés puso siempre el llamado Hombre del Sureste. Y.
en verdad, gocé de lo lindo durante los breves días que pasé
en mi tierra natal. Recorrí lugares inolvidables, visité a viejos
amigos, lloré como un niño al pisar los umbrales del viejo ins
tituto "Juárez”, en cuyas claras fuentes ha saciado su sed de
sabiduría desde 1879 la juventud Tabasqueña. Sentí, en su
ma, emociones hondísimas que me estrujaron el corazón, y vol
ví de allá entristecido, con sorda pesadumbre, como quien
vuelve del cementerio en que reposan sus mayores.
Las fuertes sensaciones que tuve entonces me hicieron es
cribir una serie de artículos que publiqué en la prensa de aquí
y de allá con el título general de Tabasco Actual.
Pasaron los años. Al tomar posesión del gobierno de Ta
basco el licenciado Francisco J. Santamaría el 19 de ene
ro de 1947, invitado por el, asistí con mi esposa y con mi
hermana Ninfa a tan solemne ceremonia. Entonces también
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tuve muy gratas emociones, si bien no tan fuertes como en
1933. Muchos amigos, muchos agasajos, muchos apretones de
manos. Y desde que volví de allá he venido rumiando la idea
de escribir algo del terruño; sólo que, como no tengo vena de
historiador, jamás he hecho apuntes ni he guardado periódi
cos, ni siquiera he puesto interés en conservar, en alguna for
ma, hechos y recuerdos, añoranzas y reminiscencias que tan
eficazmente me sirvieran hoy que, a pesar de todo, he resuelto
escribir algo de la dulce provincia.
¿Cómo, pues, realizar el propósito? Ni siquiera conozco
íntegramente el Estado de Tabasco. Fuera de Villahermosa,
donde crebí desde la edad de tres años, no conozco bien más
que Paraíso, Tacotalpa y Cárdenas, porque en ellos trabajé co
mo maestro de escuela y porque, además> Cárdenas es el lugar
de mi nacimiento. En Cunduacán, Macuspana, Montecristo,
Bálancán y Tenosique nunca estuve. Las demás poblaciones
del Estado sólo las conozco de paso. No podría, en consecuen
cia, hacer historia de Tabasco. Haré lo que he hecho en otras
ocasiones, como cuando escribí AÑORANZAS DEL INSTI
TUTO JUAREZ y VERACRUZ EN EL ENSUEÑO Y EL
RECUERDO. Hablaré sólo de lo que vi y sentí en la tierruca
desde que tuve conciencia de mi vida, aunque estas páginas es
tén consagradas casi por entero al Tabasco de ayer.
Mas el sólo hablar de ayer, cuando este\ayer está profunda
mente vinculado en la patria chica, es bastante para sentir en to
do el cuerpo los temblores de la emoción. El recuerdo de lo
que se fue para siempre deja una huella indeleble en el alma.
Y esto es precisamente lo que ansio grabar en estas páginas.
Hablar de todo lo que, aunque confusamente, se conserva
prendido en mi memoria. Hablar de la provincia, de su tradi
ción, de su vida íntima y dulce, de sus hombres, de su música,
de sus periódicos, de sus vibraciones, de la escandalosa PEA,
del CON TI perfumado, de la impaciencia desesperante y loca
del PUCUY, de la CHICHARRA de mayo, de la inintecrum-
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pida soledad de los largos caminos silenciosos, del gualda lin
do de sus maizales, del callado discurrir de sus ríos, de la es
meralda rica de sus platanares, de la ululante canción de sus
selvas, del oro divino de sus crepúsculos, de todo eso que no
podemos olvidar porque lo llevamos metido muy adentro; todo
eso que es la poesía y el encanto de la provincia; todo eso que
es —no podremos negarlo— parte íntima de nuestro propio
ser: ¡el pasado!
—¿Y qué es el pasado?— me pregunto. ¡Ah !— Es como
un libro que ha permanecido cerrado muchos años; el libro que
guarda las mejores páginás de nuestra vida; un libro de recuer
dos que el tiempo, cruel y despiadado, quisiera borrar. ¿Quie
res, lector mío, abrir conmigo ese libro sagrado? Hojeémoslo;
volvamos una a una sus amarillas páginas; en cada una de ellas
hallaremos una reminiscencia que nos llegue al alma; no pocas
de esas páginas nos harán llorar; abramos el libro, caro ami
go. El pasado es también como una cajita oriental de sándalo,
recamada de marfil y oro; algo así como un relicario donde he
mos ido depositando las joyas, los amuletos, los talismanes,
todo aquello que tiene alguna significación en nuestra asende
reada existencia. Abrámosla también: aquí está una sortija de
compromiso, de aquellas que llamábamos de media caña; acá,
unas flores marchitas —pensamientos, mariposas, violetas; allá
un manojo de cartas de todas las mujeres amadas; y luego un
bucle de oro, y un pañuelo de seda, y unos versos; todo con
una fragancia sutil de lo que ha muerto para siempre. El pasa
do, es por último, algo así como una película de cine, ipmensa,
evocadora, emocionante. Veámosla pasar por la pantalla de
estas líneas: nos veremos jugando en los parques de la ciudad,
o cariacontecidos en la escuela, o escribiendo la primera carta
de amor, o angustiados frente al primer desengaño; así vere
mos pasar, estremecidos, la película de nuestra vida: ¡inmen
sa, evocadora, emocionante!
Nada más de pensar en el recorrido que voy a hacer en to
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do ese pasado, acaso dando tumbos con la frágil memoria, desde
que tengo relativa conciencia de mí mismo, tiemblo de inquie
tud. Así temblé cuando en 1933 pasé por la casa número 93 de
la calle de Zaragoza en que crecí; fue tal mi emoción que no
me atreví a entrar en ella. Así temblaré muchas veces más, sin
poderlo remediar, en esta inspección retrospectiva de seres y
cosas de la provincia amada, sobre todo en cuanto se refiere a
Villahermosa, la antigua San Juan Bautista de mis amores.
Porque en verdad os digo que sus calles, sus casas, sus rubias,
sus rincones, sus pájaros, su cielo, sus carnavales, sus cancio
nes, sus chismes, sus enredos, todo tiene tal encanto cuando
se recuerda —más aún, cuando se recuerda en el silencio y la
soledad, desde lejos — que en no pocas veces habré de soltar
la pluma para respirar mejor o para contener una lágrima.
Quisiera que mis palabras tuviesen fluidez de manantial,
rumor de fronda, murmullo de fontana, majestad de mar. ¡Cuán
to ganarían asi estos pobres apuntes deshilvanados! Quisiera
ser como las aguas del sosegado río que para embellecerse y
aderezarse van recogiendo las fragancias, los gorjeos, los he
chizos de sus riberas floridas para convertirse en poema divi
no al llegar al mar océano. Quiero despojarme de todo el ba
rro vil del cuerpo para no ser más que diafanidad y transpa
rencia. Y cantarle así al terrón nativo, recordar sus bellezas,
evocar sus glorias, ser todo amor, todo ternura, sentirme con
alas impolutas para remontar alturas hasta perderme en las ex
celsitudes del alma y del pensamiento. Y recorrer, a ojos cerra
dos, los viejos rincones de mi niñez.
Esta será definitivamente la última obra de mi vida, pero
pondré en ella mi corazón entero. Pagaré con amor el amor
recibido de la tierruca amada; pagaré con ternura la ternura
inmensa con que me ha recibido siempre la patria chica. ¡Oh,
lejana provincia mía! En la soledad de mis noches calladas oigo
tu llamado amoroso y siento la suprema inquietud de tu leja
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nía, de tus selvas cerradas, de tus aguas sonoras, de tus llanu
ras verdegueantes.
La provincia tiene sabor de vino viejo. La provincia es
sinceridad, cordialidad, honestidad. La provincia, con su quie
tud de remanso, nos acaricia el alma. Estas páginas suaves, al
mibaradas, inofensivas, nacen al encendido recuerdo de la pro
vincia. ¿Cómo no he de temblar recordando a aquel Simón de
Dios, organizador de bailes o " escoletas" de barrio, a donde
concurrían tantos estudiantes de los cuales algunos viven toda
vía? ¿Cómo no he de temblar recordando a aquella gente alegre
—/a Cucarachita, Evarista, Chana —, pobres mujeres que nos
hicieron saborear las primeras gotas de miel de la vida? ¿Cómo
no he de temblar recordando el suave palpitar de aquellos días
en que al conjuro de mómo recorríamos las calles de San Juan
Bautista en jacarandosas Estudiantinas?
Vaciaré en estas páginas todos mis recuerdos, todo lo que
no han podido arrasar los huracanes d e la vida, todo lo que
—aunque empalidecidamente, como viejas brumas— lucha con
inquietud por mantenerse en los hondos arcones del corazón:
■pájaros, nubes, flores, trinos; amores y consejas; amarguras y
melancolías; cuentos y tradiciones: ensueños esfumados y es
peranzas maltrechas; todo ese cúmulo de cosas inolvidables,
todo ese conjunto abigarrado de recuerdos que viven, sin orden
ni concierto, en el fondo de mi alma y que, a la distancia, son
como el reclamo silencioso, constante, lejano, de la tierra mía.
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I
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do. Paso por la calle de Juárez; aquí me parece ver todavía la
Dirección General de Instrucción Pública y en ella como titu
lar a don Arcacio Zentella; la escuela “Manuel Romero Ru
bio”, dirigida por don Ramón Moctezuma, el sabio matemáti
co; el Juzgado de Distrito, el Casino de Tabasco, la Botica
Central, el Correo, el Banco Nacional y el de Tabasco, el Ci
ne Club, el teatro “Merino”. Paso por la primera avenida del
Grijalva, hoy Francisco I. Madero, y recuerdo la vieja casa
de comercio de con Juan Ferrer, la casa de don Páníilo Mal
donado, la estación de Tranvías, el colegio católico para ni
ñas El Verbo Encarnado. Paso por la calle de la Libertad, hoy
Venustiano Carranza, y pienso con emoción que en esta calle
vivió la que fue después, el 25 de abril de 1914, mi segunda
esposa: Amanea Zurita. Paso, por último, haciendo mil re
cuerdos, por las calles de Independencia, Ocampo, Doña Ma
rina, hoy Doña Fidenda, Sarlat, Méndez.
Y tras de mucho recordar, y tras de mucho pensar, qué-
dome como en éxtasis contemplando las siluetas de las casas
y de los árboles, y el cielo estrellado, este mismo cielo que con
templé tantas veces de niño, y me recojo dentro de la tristeza
c,e estos pensamientos evocadores, con una inquietud de espí
ritu que casi casi me hace llorar.
Y nuevamente, con el alma llena de inefable emoción,
después de un largo rato de silenciosa contemplación frente al
río —el viejo río de mis recuerdos— vuelvo a la calle de Za
ragoza, a la casa número 93, donde crecí, donde me hice hom
bre, donde sentí los primeros orgasmos c'e la vida, donde nació
mi hija, donde murió María, mi primera esposa, donde quedó
enterrada para siempre la más honda y fuerte raigambre de
mi existencia.
¡Ah! Y con qué ternura sueño despierto. Con cuánta emo
ción hago desfilar ante mis ojos cerrados las escenas de una
vida que ya no es. Y cuán empavorecidamente recójome dentro
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de mí mismo para seguir evocando en está silenciosa soledad
callejera, en esta hora suprema ce suprema inquietud, las som
bras del pasado, las sombras ce ayer, las sombras de mis ilu
siones, de mis cariños, de mis esperanzas, todo muerto, sepul
tado todo y todo perdido para siempre.
20
II
Santa María de la Victoria.— Fundación de la ca
pital.— Villahermosa.— San Juan Bautista.— Otra vez
Villahermosa.— El Escudo de armas de Tabasco.— Lo
que dijo el P. Gil y Sáenz.— Lo que dijo el P. Cárdenas.
Pero ya que he de tratar en esta breves páginas del T a
basco de ayer o acaso mejor ce San Juan Bautista, su vieja ca
pital, que es para mí el todo de estas narraciones, paréceme
oportuno decir algo relativo a esta ciudad, más bien de su fun
dación, en lo cual no andan muy de acuerdo los diversos his
toriadores que han hablado de este punto.
Parece que Cortés fundó en el propio sitio en que venció
a los aborígenes de Tabasco, a orillas del río Grijalva, el 25
de marzo de 1519, día de la Encarnación del Divino Verbo,
precisamente para celebrar el triunfo, la ciudad de Santa Ma
ría de la Victoria, de donde resulta que fué ésta, en realidad,
la primera ciudad que en la América fundó el Conquistador,
y fue en este sitio también donde se dijo la primera misa en la
cual ofició el Padre Fray Bartolomé de Olmedo.
Según el presbítero Lie. Manuel Gil y Sáenz, los habitan
tes de la Victoria, temerosos de las continuas irrupciones de
los piratas ingleses capitaneados por el astuto Drake, para
mejor defensa y seguridad, se trasladaron a un rancho de pes
cadores justamente el 24 de junio de 1596, donde hoy se asien
ta la capital tabasqueña. La nueva villa se llamó San Juan de la
Victoria, posiblemente para no perder por entero la primitiva
denominación de la ciudad fundada por Cortés y para conme
morar la fecha de la fundación de la nueva ciudad, que tuvo
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Estado si por medio de un decreto volviera a revivir aquellos
nombres!”
Esto lo dijeron en 1892 aquellos hombres, movidos por
un extraño anhelo que pudiéramos llamar profètico. Y veinti
cuatro años después, en 1916, un gobierno revolucionario ba
jo la encendida inspiración de Santamaría, el gobernante ac
tual que está dando cátedra de honradez y laboriosidad, rea
lizaba el anhelo.
Otro punto en el que tampoco andan muy de acuerdo los
historiadores vernáculos es el relativo a los blasones heráldicos
de Tabasco, más propiamente a su escudo de armas.
En primer lugar, no se sabe a ciencia cierta si el dicho
escudo corresponde a todo Tabasco o sólo a la ciudad de V i-
llahermosa, su capital. En segundo lugar, tampoco se sabe con
certeza cuál sea la descripción original del escudo, pues mien
tras el P. Gil y Sáenz da a conocer como tal la que figura en
la página 81 de la segunda edición de su Historia de Tabas
co, el P. Dr. don José Eduardo de Cárdenas y Romero, en su
célebre memoria presentada a las Cortes de Cádiz, a donde
concurrió como Diputado por la Provincia de Tabasco, propu
so otra de distinto tenor.
En efecto, la del P. Gil dice así: “Campo de gules y
cuatro cuarteles sobre tela carmesí, dos mundos de azul,
cargados de cruz, sobre las columnas laterales de Hércules,
y cuatro escudos enteros contrapuestos cada dos por diagonal,
que en campo ¿e plata representan de derecha a izquierda un
brazo armado de brazal y empuñando espada: y de izquierda
a derecha una india coronada y con los pechos descubiertos
y en las manos sendos ramilletes de flores. La india coronada
sin duda alude a la Malinche, tan íntimamente enlazada con
la historia de Tabasco”. Descripción que no corresponde al
escudo publicado en el citado libro de historia, por lo cual el
acuciosísimo Mestre Ghigliazza, en sus interesantes Documen
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tos y Datos para la Historia de Tabasco dice: “Ignoramos de
dónde tomó el editor de aquel libro el escudo que sirvió para
la lámina que allí aparece. Es sensible que nadie tenga noticias
de la cédula por la que Felipe II, según Gil y Sáenz, concedió
el título de Villahermosa a San Juan Bautista y el escudo de
armas a la Provincia de Tabasco”.
Por su parte, el P. Cárdenas propuso a las Cortes de
Cádiz un proyecto de escudo de armas en estos términos:
“Pártase el escudo que propongo perpendicular y horizontal
mente en cuatro cuarteles, y cistribúyanse así los esmaltes y
figurad: en el cuartel principal derecho, castillo de plata en
campo de oro: en el izquierdo opuesto al vértice, león ram-
paníe de oro y coronado en campo de gules: en el izquierdo
de arriba, brazo armado de brazal empuñando espada en cam
po de sinople; y en su opuesto derecho, incia coronada, con
los pechos descubiertos y un ramillete en cada mano en cam
po de plata: en el corazón figúrese un escudete o sobretodo
con una María coronada de oro o plata en campo ce sable,
como símbolo de la idolatría conculcada, y añádanse por late
rales las columnas de Hércules sin el non, sustentando cada
uno su mundo de azur cargado de cruz con los demás orna
tos que apunté arriba; y que por fin corone a este escudo
nuestra corona real”.
Frente a esta inmensa duda —la del escudo de armas—,
los tabasqueños de dentro y de fuera hemos adoptado el que
figura en la lámina publicada en la segunda edición de la
obra del P. Gil y Sáenz, página 81, porque —original o no
es para todos nosotros como un símbolo, y vemos, en él, en
vuelta en la bruma del pasado, la historia de la amada pro
vincia. Y dondequiera que nos encontramos con ese símbolo,
sobre toco si estamos fuera de la patria chica, sentimos un
estremecimiento interior, tan hondo, que nos adhiere a ella
y nos hace amarla cada vez con mayor ternura.
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III
El ciclón de 1888.— El antiguo sistema monetario.—
El sistema métrico decimal.— El día de San Juan.— Los
juegos callejeros.— La inauguración de la luz eléctrica.—
La azotaina de Pancho Ortiz.
¿Qué cosas o sucesos puedo recordar desde 1886 en que
llegué con mis padres a San Juan Bautista, a los tres años
de edad? Todo es bruma en mis recuerdos, todo borroso, todo
desdibujado. Con todo esto, apurando el recurso de cerrar los
ojos, paréceme que una cinta cinematográfica va pasando sua
ve, tenue, lenta, evocadora, mostrándome el pasado, ese em
palidecido pasado mío que, muy a mi pesar, se fue ya para
siempre.
Tenía yo cinco años. Llovía a torrentes. Soplaban rachas
huracanadas. En la alta noche, mis padres y yo estábamos
despiertos. Y el vecino don Plácido González hacíanos com
pañía. Había pavor en los rostros. De cuando en cuando, un
ruido estrepitoso nos aterrorizaba: era que de la iglesia cate
dral, a impulso del furioso huracán, caían las tejas del incli
nado techo. Mis padres y don Plácido hablaban de la seguri
dad y resistencia de las paredes de la casa. Y o los seguía
silenciosamente, pero empavorecido como ellos. Aquello fue
el ciclón del 88, el famoso e inolvidable ciclón que produjo
en Tabasco la inundación mayor de que se tiene memoria.
En aquella ocasión -—no sé si lo recuerdo porque lo vi o por
que me lo contaron o porque lo dice así la tradición—, las
aguas del Grijalva llegaron hasta la calle de Sáenz, hasta la
falda misma de la Loma de la Encarnación.
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Por aquel entonces la unidad de moneda en Méjico era
el peso de plata como ahora. Pero un peso que valía, cuando
menos, cinco veces más que el actual. Circulaban también en
tonces el tostón, la peseta, el real, el medio y la cuartilla, mo
nedas todas de plata, con excepción de la última que era ¿e
plomo y que equivalía a tres centavos de aquel sistema mo
netario. Había también unas contraseñas de a centavo que pa
ra facilitar el cambio emitían con su propio sello las tiendas de
comercio.
No tengo idea de la fecha ni de la época en que se co
menzó a usar en Tabasco el sistema métrico decimal. Pero
sí recuerdo que en el ya vetusto edificio de la Socedad de Ar
tesanos, ubicado en la calle de Hidalgo, los ayudantes de las
escuelas públicas, entre los cuales figuraba Eraclio Abalos
—lo tengo muy presente—, se encargaron de instruir a la ni
ñez sobre el particular. Allí aprendimos a convertir varas a
metros, libras a kilogramos, caballerías a hectaras, etc.
¡Con qué gusto pienso en aquellos días de San Juan en
que toda la chiquillería del barrio montábamos en caballos de
macera que comprábamos a medio —medio real— para re
correr las calles de la ciudad! ¡Qué jinetes aquellos! En gru
pos de diez o quince chiquillos entre seis y ocho años de
edad, montados en las dichas cabalgaduras de madera, reco
rríamos la ciudad para saludar a las personas de nombre
Juan y felicitarlas por su día onomástico. No deja de ser cu
riosa y extraña la forma de esta felicitación, y, en verdad,
vale la pena referirla. Nos colocábamos desde el centro de la
calle frente a la casa del Juan que quisiéramos saludar, en
actitud de correr, y a la indicación convenida del que hacía
de jefe o capitán de la comparsa, todos emprendíamos la ca
rrera que terminaba hasta el centro mismo de la casa, pero
pronunciando en coro y a gritos durante la carrera estas sa-
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cramentales palabras: “Que viva el señor San Juan y el se
ñor San Pedro y Santa Isabel en el pueblo”.
No pasaré por alto en este para mi grato encadenar de
recuerdos borrosos, pero —como quiera que sean— imborra
bles, aquella serie de juegos callejeros con que nos divertía
mos y pasábamos el tiempo. Hacían nuestra delicia el palmi
to, el pijije, el trompo, la canica, el papagayo (papalote), el
tángano, la pocita, el ganaterreno y algunos otros que de fijo
se escapan a mi memoria. Es claro que estos juegos no eran
simultáneos, sino que tenían sus épocas durante el año. En
la del trompo, verbigracia hacía su agosto don Carmen Cor
tázar que estaba reputado como el mejor trompero de la ciu
dad, porque zumbaban y se dormían, porque eran sedas, por
que tenían muy bella forma, y los hacía de palo de naranjo
o de guayabo. En algunas ocasiones exploté yo la industria
de los papagayos haciéndolos de colores vivísimos, de colas
muy hermosas, con muy buen frenillo y con mucha guiña.
También jugábamos al toro, a la guerra entre barrio y barrio,
a los acróbatas (vulgo cirqueros o maromeros). Pero hay que
decir que el ganaterreno que de seguro ya desapareció, fue
—cuando menos en Tabasco— el juego precursor de la pelota.
He de mencionar también en este amoroso hilvanar de
recuerdos un hecho que, a pesar de los años —los largos años
que de entonces acá han transcurrido— no he podido olvidar.
Fue esto durante el gobierno de don Simón Sarlat, allá por
los noventas. Iba a cambiarse el alumbrado público de los
marchitos y macilentos faroles por el de corriente eléctrica,
cuya inauguración se había anunciado para cierta noche. La
chiquillería de mi barrio estaba loca de curiosidad. Es claro
que sí. No sabíamos qué cosa era eso. Tanto se nos había
dicho de la luz eléctrica, que casi la imaginábamos cosa de
brujería. La planta de Gumbao se había instalado en la calle
de Aldama entre Lerdo y Zaragoza. Y el día de la inaugura
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ción, anunciada para las ocho de la noche, allá fuimos a dar
fe de aquella maravilla. Pero como nunca falta algún pelo en
la olla que venga a enturbiar el encanto de la comida, suce
dió que la planta no pudo funcionar sino hasta después de
las diez de la noche. De modo, que, entretenidos con aque
lla novedad que no podíamos entender ni explicarnos, se nos
pasó insensiblemente el tiempo y volvimos a nuestras casas
casi a la media noche. Y cuál no sería nuestro asombro al en
terarnos de que el padre de Pancho Ortiz, que lo esperaba
hecho un energúmeno por su tardanza, le dió tan tremenda
azotaina «—no menos de cincuenta latigazos—, que todo el
vecindario se alarmó. Acaso el mismo Pancho haya olvidado
la “cueriza”, pero yo, a través de más de medio siglo, la sigo
escuchando horrorizado, como la escuché, lleno de incom
prensión aquella noche inolvidable en que vi por primera vez
la luz eléctrica.
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La calle de Zaragoza.— Las indias de Atasta y Ta-
multé.— D. Felipe Abalos.— Don Julián Urrutia.— Los
aguadores.— Rafael y Eraclio Abalos.— D. Agustín
Hernández.— La Lucha.— El Gato.— Los tranvías de
Maldonado.— Los de Nieto.— La ceiba del camino de
Atasta.
Ahora me sitúo con los ojos de la imaginación en San
Juan Bautista. La loca de la casa tiene que entrar por mucho
en estas reminiscencias. Estoy en la escarpa de la que fue
mi casa solariega marcada entonces con el número 53 y que
hoy, convertida en lavandería —Las Pompas— tiene el nú
mero 93. ¿Mi edad? Ocho años, poco más o menos.
La noche anterior ha llovido. Ha llovido mucho, como
llueve en Tabasco. La calle de Zaragoza, casi toda de barro
colorado, es un lodazal. Está intransitable. El tránsito se hace
exclusivamente por las escarpas. Aquí en Veracruz decimos
por las banquetas.
Es temprano. Todavía no son las ocho de la mañana.
Mi madre me dice desde el fondo de la casa:
—Vete ya a la escuela.
Me hago sordo y sigo contemplando el heterogéneo pa
norama de la urbe en movimiento.
Pasan las indias de Atasta o de Tamulté vendiendo cho
colate, pinol, tortillas. Cuando van en parejas hablan su dia
lecto, una especie de maya corrompido. Pasa a su trabajo don
Felipe Abalos, que es el encargado o director de la imprenta
del gobierno. Pasa don Julián Urrutia que vuelve del merca
do con su tenate repleto. Al estilo campechano, don Julián
va todo los días a hacer la plaza. Es muy amigo de mi padre.
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Me saluda al pasar, sin detenerse y me dice:
»—¿Ya se fue tu papá a la oficina?
—Sí señor, ya se fue —le contesto.
Pasa ahora un aguador, pero no de los que llevan el
agua en latas colocadas en aguaderas de pino a lomo de mu»
las, sino de los que, convertidos en tales acémilas, la traen
de los pozos de la Pólvora o de Tierra Colorada en dos latas
que fueron de petróleo (gas se decia allá) que sujetan con
pedazos de lía de henequén a los extremos de un palo fuerte
de naranjo, guayabo o jagua, mismo que se colocan en uno
de los hombros, el derecho generalmente. Las dos latas de
agua valen medio real. Ahora pasan Rafael y Eraclio Abaloe
que van, me parece, al instituto “Juárez”. También me salu
dan, a tiempo que mi madre me vuelve a gritar desde el fondo
de la casa:
—¿Qué sucede? ¿A qué horas te vas a la escuela?
—Y a me voy —le contesto. Pero sigo viendo impertur
bable, el movimiento de la calle. Porque debo confesar que de
niño no fue mucho mi empeño por el estudio. Me distraía
todo. Mi pobre padre, que tanto me quiso, llegó a pensar, al
guna vez, que yo sería un fracasado. Y , en verdad, econó
micamente, lo he sido, pues consagrado casi por entero a los
románticos mirajes de la ilusión. no he tenido tiempo para
pensar ni siquiera en modestos ahorros, menos aún para bus
car la manera de despojar al prójimo.
Me distraía todo, digo: desde los venteros de dulces que
anunciaban su mercancía con estas sacramentales palabras
“Dulce, merengue y caramelos de goma”, hasta los que ven
dían de puerta en puerta, huevos, pollos, tamalitos de puerco
picado, nances, ciruelas, jonduras y mil cosas más.
Por fin, al tercer grito de mi madre, cojo mi bulto, meto
en él mis libros, pizarra, cuadernos y demás utensilios y me
voy a la escuela. ¿A cuál? Yo mismo lo ignoro. Creo que re
corrí todas las de la ciudad. Me hice gente formal, como es
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tudiante en la “Romero Rubio” cuando cursé el segundo año
de enseñanza superior, y eso gracias a la labor eminentemente
educativa del profesor José Ochoa Lobato cuya enorme fa
cultad de trasmitir el conocimiento me transformó la voluntad
y el alma.
Veo pasar, por último, a don Agustín Hernández, mi
vecino, que va a algunas de sus obras de albañilería, hombre
más que serio, adusto, padre de Tomás, de Juan, de Vicente,
de Ceferino, de Antonio.
Y emprendo el camino de la escuela. Al llegar a la es
quina de Zaragoza y Morelos, donde después estuvo la tienda
La lucha, me detengo para lanzar un grito agudo, porque
me divertía escuchar el eco de mi voz que parecía salir de las
ruinas de la casa de Sentmanat, ubicada en la calle de la
Constitución. No dejaba de ser curioso este fenómeno de fí
sica, porque mi voz salía de la loma de los Pérez y volandp
por sobre las calles de Iguala y Arteaga que están en la hon
donada, llegaba a las dichas ruinas que se hallaban en la
loma de Esquipulas para resonar en ellas con asombro mío.
Con este entrenimiento, simple por demás, pasábamos los chi
quillos del barrio, hechos unos tontos, largas horas.
Sigo adelante hasta llegar a la calle de Rayón, esquina
a Zaragoza, donde estuvo la tienda El gato, nombre que le
puso don Pedro A. Mateos al establecerla, pues a él mismo
le llamaban don Pedro el Gato. En la esquina siguiente con
Hidalgo está la tienda de don Esteban López, comerciante
simpático, padre del pianista Checo López, que cada vez que
me veía me decía en son de broma, Domínguez Zamudio,
tango para mí que porque mi apellido le recordaba una razón
social que antes hubo en el comercio de San Juan Bautista.
Doblo a la derecha y sigo por la calle de Hidalgo hasta
llegar a la de Iguala. Aquí me encuentro con la línea de los
tranvías de Maldonado. La circunstancia de no existir ya es
tos tranvías ni los de Nieto que se establecieron después, me
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inclina a explicar algo de estas líneas desaparecidas, ambas
de tracción animal. Interrumpo, pues, mi camino a la escuela,
ya que, en verdad, ni siquiera sé a cuál concurría en aquella
época, y porque, por otra parte, olvidé tantas veces el camino
de la escuela que nada tiene de particular que hoy lo olvide
una vez más.
Pues bien; vagamente recuerdo que la estación o punto
de partida de los tranvías de Maldonado estaba al final de
la primera Avenida del Grijaiva. ¡Cuánto más hermoso era
el nombre de esta calle que el de Madero que ahora lleva!
Llamábase así por la proximidad a nuestro río, al río “La
drón", como le llama Chema Gurría en uno de sus más lin
dos romances, porque, en efecto, va robando el nombre de
todos los lugares por donde pasa. En ese sitio, junto a la casa
donde estuvo después la escuela católica para niñas El verbo
encarnado, se hallaba la estación de estos tranvías. Y de aquí
salían por toda esa primera avenida del Grijalva hasta llegar
a la casa que fue de Ripoll, esquina de la Constitución; do
blando a la derecha, seguían por esta calle hasta la de Hidal
go, donde doblaban también a la derecha hasta la de Iguala;
aquí doblaban a la izquierda; al final de esta calle doblaban
a la izquierda también por la de Abasólo, hasta llegar al lugar
conocido con el nombre de la Cruz verde; aquí, doblando a
la derecha, volvían a tomar la calle de la Constitución que se
entronca con el camino de Atasta, terminal de los tranvías.
Por supuesto que casi después de pasar por el cemente
rio de la ciudad, ya en el camino de Atasta, frente a la quinta
que fue del Líe. José Miguel Sandoval, existía lo que llama
ban el cambio, porque allí, por medio de dobles vías se hacía
el cruce de los tranvías de los que iban para Atasta y los que
de allá volvían.
Debo aclarar que en un principio y por algún tiempo es
tos tranvías tuvieron su terminal en Tapijuluya, un poco más
allá de la famosa Ceiba que estaba y sigue estando a un lado
38
del camino como guardándolo y vigilándolo, ceiba secular que
cuando estuve en el año de 1933 en Tabasco me impresionó
tanto, de tal suerte me emocionó, que, días después, en uno
de los artículos que escribí con motivo de ese viaje, dije así:
“Al volver nos detenemos un momento a contemplar en
el camino, entre Atasta y Villahermosa, la Ceiba secular que
parece guardarlo. Allí está, como hace veinte, o treinta, o
cuarenta años, majestuoso y corpulento, el árbol legendario,
con su copa frondosa, con su enorme tronco, recordando las
mil leyendas de lloronas, de brujas, de aparecidos, que a su
sombra se han forjado. Allí está impasible y serena, la ceiba
de los cuentos dantescos con que de niños nos asustaban. Allí
está, con su bienhechora sombra guardando —imperturbable
centinela— el camino de Atasta. Medito un instante. Pienso
que pasarán los años; que se renovarán los seres y las cosas;
que el progreso material con su evolución incontenible trans
formará por entero, edificios y calles; que el propio espíritu
tabasqueño, hospitalario por naturaleza, con aquella hospita
lidad griega cantada por Homero, cediendo al ambiente de
egoísmo en que naufraga el mundo, tomará al fin nuevos de
rroteros, nuevos horizontes morales. Pero la ceiba del camino
de Atasta, esta ceiba de cuentos y leyendas, esta ceiba vetusta
que conserva la ingenua altanería de sus frondas inmensas,
permanecerá allí, inconmovible, como símbolo de eternidad,
por los siglos de los siglos.”
Los tranvías que se llamaron de Nieto y que después
pertenecieron a una empresa que regenteó mucho tiempo don
Alberto Correa, .denominada Compañía Industrial de Trans
portes, de via angosta, no de vía ancha como los otros, tenían
dos servicios: uno local o sea el del circuito que se recorría
dentro de la ciudad y otro interurbano que servía para comu
nicar a San Juan Bautista con Tamulté de las Barrancas.
El primero de estos servicios —circuito urbano— comen
zaba en la segunda avenida del Grijalva de norte a sur hasta
39
llegar a Zaragoza sur, donde doblaba a la derecha para llegar
así a la calle de Juárez y seguir por ella a la izquierda hasta
la antigua casa de don Juan Ruiz, que después fue de Berre-
teaga < —la del famoso habanero— para doblar a la derecha
hasta la calle o callejón que pasa por detrás de lo que fue
la cárcel pública '—edificio conocido hoy con el nombre de
la Tecnológica— ; seguía hasta por frente de un lugar que
lleva el nombre de Puerto Arturo y doblando a la derecha
se llegaba a la calle de Independencia; siguiendo esta calle por
la derecha se llegaba a Plaza de Armas; continuaba por la
derecha por el lado sur de la plaza hasta pasar, doblando a
la izquierda, por el frente de la misma cárcel pública; seguía
por esta calle que es la de Guerrero hasta pasar frente al
mercado Sarlat y seguía por la misma calle, sólo que desde
este lugar ya se llama de Aldama, hasta doblar a la izquierda
por Lerdo; seguía por esta calle hasta doblar a la derecha
por Sáenz, también una cuadra, para llegar a Zaragoza; do
blaba por esta calle, recorría una cuadra, entraba por Zara
goza norte, doblaba a la izquierda y seguía por toda Liber
tad, hoy Venustiano Carranza, en línea recta de sur a norte
hasta doblar a la derecha y llegar al punto de partida o sea
la segunda avenida del Grijalva.
Los tranvías de este circuito eran propiamente de paseo.
El servicio era de unos carros llamados jardineras. El paseo
era principalmente vespertino y nocturno y en los días de
carnaval incrementaban el espectáculo de los carros alegóricos
y de los combates de flores.
El servicio interurbano se hacía en esta forma: el punto
inicial estaba en la calle de Aldama, frente a la casa de G.
Benito y Compañía; se seguía hasta Lerdo, luego por Sáenz
hasta Zaragoza, donde doblando a la izquierda se subía con
lentitud desesperante la loma de los Pérez hasta doblar por
Abasólo a la izquierda para llegar luego a la calle de la Cons
titución, como los tranvías de Maldonado. Luego a Atasta y
40
después a Tamulté, también con su cambio a medio camino,
pues tanto éstos como los otros tranvías no tenían más que
una línea férrea para ir y volver.
Estos servicios, tanto los de una empresa como los de
la otra, eran muy importantes, pues diariamente hacían el
transporte de pasajeros que cada día iba intensificándose en
tre las tres poblaciones. Y ni qué decir durante las fiestas
titulares de Atasta y Tamulté, ya que entonces casi la tota
lidad de los habitantes de la capital se vaciaba sobre tales
pueblos.
Hoy no queda más que el recuerdo de ellos. Estamos
en la era del automóvil y el camión. Camiones y automóviles
lo han invadido y absorbido todo.
41
V
45
blé o de Candelario Timbiriche? Ambos derramaban en aque
llos días la sal y la gracia de su buen humor. Y como ellos
¡cuántos más que se han borrado de mi débil memoria!
En cuanto a comparsas las había de todo género. El an
tifaz y el dominó lucían por todas partes. La ciudad ardía en
entusiasmo. Por aquí un grupo de encapuchados; por allá otro
con vestidos de fantasía; éstos jugando al toro; aquéllos, a
los “maromeros”.
Todo esto acontecía en los domingos anteriores a los lla
mados “tres días”, que eran precisamente los de carnestolen
das; domingo, lunes y martes, durante los cuales la alegría
de Momo se convertía en frenesí, en arrebato, en locura. Du
rante estos tres días había que ver los carros alegóricos, en
los que se hacía derroche de arte y buen gusto, y las batallas
de flores, en las que se llegaba al delirio.
Durante estos mismos tres dias de carnestolendas, las
estudiantinas <—comparsas que recuerdan las de los estudian
tes de Salamanca— recorrían las calles de la población tocan
do una jota llamada “callejera”; los improvisados estudiantes
de la comparsa que no tocaba ningún instrumento de viento
o cuerda, seguían el compás de la música con “rascabuches”,
panderetas, triángulos o castañuelas. Iban entrando en las ca
sas de las personas más caracterizadas por su afición al car
naval y allí desarrollaban su programa literario-musical, can
tado, que constaba de diversos números: jaleo, brindis, danza,
tango, parte esta última que cantaba y bailaba una pareja de
negros que, por cierto, no eran auténticos. Por lo general en
cada casa eran regalados los estudiantes con dulces, refrescos,
licores y algunas otras golosinas, o bien con dinero efectivo,
pues hasta en esto trataban de emular a los salmantinos. Las
Estudiantinas salían durante los tres citados días de carnes
tolendas desde el alba hasta el atardecer. Casi siempre salían
tres Estudiantinas: una del barrio de Santa Cruz; otra del
barrio de Esquipulas, y otra del barrio de la Punta. A las ve
46
ces salía también alguna de niños, o de señoritas, o del Insti
tuto "Juárez", formada ésta por verdaderos estudiantes, pues
hay que advertir que las de los ya citados barrios estaban for
madas por artesanos.
¡Cómo me inquieta el recuerdo de estas Estudiantinas! Al
evocarlas, evoco también la memoria de los músicos que más
se distinguieron en sus arreglos, como Juan Jovito Pérez y mi
propio padre don Trinidad Domínguez, inspirados y modestos
rapsodas que pasaron por este valle de lágrimas cantando su
canción de amor y de esperanza, quemando el incienso de su
devoción en el altar del Arte y luciendo humildemente la au
reola de compositores con que la simpatía popular los consa
gró, por lo cual sus solos nombres eran título bastante para
recibir con agrado las Estudiantinas por ellos arregladas.
¿Quién no se acuerda de estos compositores provincianos?
¿Quién puede haber olvidado la flauta del primero o el cor
netín del segundo? Todavía viven muchos, por fortuna, que
conocieron personalmente a estos artistas populares, y no po
cos recordarán sin duda alguna de sus composiciones inolvi
dables.
Y para no ser demasiado nimio en los pormenores de la
fiesta de la alegría, pondré fin a este capítulo con el solo re
cuerdo de aquellos grandes bailes que se efectuaban en el Ca
sino de Tabasco, en los que damas y caballeros, lo mejor y lo
más selecto de la sociedad, lucian los encantos aristocráticos
de sus opulentos trajes, opulencia que consistía, más que en
su riqueza, en la sencillez de su elegancia. ¿Qué será hoy de
ese viejo Casino de Tabasco por cuyos salones, que ayer me
parecieron espléndidos y suntuosos, pasaron tantas generacio
nes de la sociedad de San Juan Bautista? Por allí pasaron
orgullosamente las más rancias familias de la ciudad: la fa
milia Mestre, la Becerra, la Pellicer, la Maldonado, la Casa-
sús, la Graham, la Payró. ¡Qué se yo cuántas más!
¡Oh, carnavales de hace más de cincuenta años! No os
47
habéis borrado totalmente de mi memoria. Persistís aún en la
retina de mis ojos entristecidos por el tiempo que no se cansa
de correr. Continuáis viviendo en esta pobre pantalla de mi
fantasía que, muy a mi pesar, se va diluyendo, se va descolo
rando, como esos lindos paisajes del crepúsculo que acaban
entre sombras al morir la tarde.
Pero mientras tenga vida, he de pensar en todo ese pa
sado que es luz, que es sueño, que es orgullo, que es gloria,
en el ya descuadernado libro de mi existencia.
48
VI
51
bre, dedicado a la medicina, por lo que todos le llamábamos el
Dr. Castaldi. Vivia en mi calle, es decir, en la de Zaragoza.
Posteriormente, el propio don Chente Castaldi construyó
un nuevo coliseo en 5 de Mayo. Este fue el segundo teatro
Castaldi. Por razones económicas hubo de encargarse de él
la vieja casa de Berreteaga y de aquí que recibiera por algún
tiempo este nombre: teatro Berreteaga, hasta que la indicada
casa lo vendió al español don Vicente García, cuyo nombre
llevó hasta su desaparición, en 1894.
Apenas si lo recuerdo como un sueño de mi niñez. Tengo
idea vaguísima de que en este teatro García vi actuar al circo
Orrin con su genial payaso Mister Bell, el clown inmenso de
imborrable memoria. Y nada más. No recuerdo ni su arquitec
tura ni los espectáculos que por él hayan pasado. Cuando el
coliseo desapareció, si esto fue en 1894, tenía yo once años,
edad suficiente para recordar muchas cosas, pero lo cierto es
que, a pesar de mis esfuerzos, no recuerdo nada. Todo es bru
ma, todo es sombra, todo es noche, en lo que al teatro García
se refiere.
En cambio, del teatro Merino que, según el propio Ama
ranto del Prado, abrió sus puertas al público en 1894, precisa
mente cuando cerró las suyas el Garcia, tengo mucho que de
cir. Otro insigne español, no comerciante ni industrial, sino
carpintero, fue su constructor y dueño: D. Froilán Merino,
cuyo taller de carpintería conocí en la calle de Doña Marina,
que hoy es de Doña Fidencia. Le puso su nombre, y por eso
se llamó teatro Merino, como los otros se llamaron teatro
Castaldi y teatro García.
El teatro Merino es de bellísima tradición artística para
los tabasqueños. En él actuaron compañías de dramas y come
dias, de zarzuelas y hasta de óperas, que nos dejaron recuerdos
imborrables. Leopoldo Burón, Luisa Martínez Casado, Barrera,
Vico, Sigaldi, Luján, Arcos, Mesmeris, María Luisa Villegas,
Llopis, Luisa Crespo, Carmen Leal, son nombres que no hemos
52
podido olvidar. Contribuyeron en la siempre amada provincia
a cimentar el arte, a abrir corrientes de cultura, a hacernos
soñar, a sentir en no pocos momentos la suprema delectación
de las cosas excelsas. En este coliseo, que durante mucho tiem
po fue el único centro de espectáculos de altura, escuchamos
con profundo arrobo Trovador, Travista, Aída, El barbero de
Sevilla, Marina, Tempestad, Anillo de hierro, La Verbena de
la paloma, cuya música vive aún en nuestro corazón, y allí
—en nuestro corazón— la escuchamos de tarde en tarde, sobre
todo cuando nos damos a la dulce tarea de vivir del pasado,
cuando en largas noches de insomnio, llenos los ojos de tinie
blas y llena la imaginación de las cosas que se fueron para
siempre, de lo que nunca más ha de volver, envueltos en el
profundo silencio del hogar en calma, sentimos muy adentro
el conjuro inquietante de aquellos días, de aquellas horas, de
aquellos momentos de gozo infinito, acaso más fuertemente es
tereotipados en el alma por la lejanía. En este coliseo le escu
chamos a la eminente María Luisa Villegas como a ninguna
otra le hemos oído declamar los versos de Amores y Amoríos:
53
tos más que'callo para no cansar con la enumeración. En este
coliseo presenciamos el estreno triunfal de A.mor vulgar, la
obra que consegró como autor dramático a Límbano Correa
Merino (1). ¿Quién ha podido olvidar la insólita y delirante
apoteosis de este ilustre conterráneo nuestro? ¿Quién podrá
olvidar a Evangelina Adams que fue la genial artista que con
todo cariño y buena voluntad contribuyó eficazmente a esta
apoteosis? En este coliseo toqué muchas veces la flauta en la
orquesta del queridísimo maestro don Guillermo Eskildsen, y
la toqué también, en compañía de Julián Urrutia, Leandro Ca
ballero, Manuel Granados, W alter Merino, Antonio Martínez
Chablé y muchos aficionados más (éramos cuarenta), en una
noche de gala en que beneficiándose don Manuel Herrera Mo
ro, maestro director de una compañía de zarzuelas, los aficio
nados de entonces ejecutamos la obertura Aída. En este coli
seo, finalmente, acariciamos nuestras primeras ilusiones, con
cebimos nuestras primeras esperanzas, sentimos los primeros
anhelos de la vida y dijimos al oido de la mujer amada pala
bras y ternezas de amor que fueron como el hilo sutil y deli
cado por donde fue exteriorizándose el divino tesoro de la
juventud. ¡Oh, teatro Merino de entonces, así como eras, así
como te seguimos viendo hasta hoy, vives y vivirás en el san
tuario de nuestro corazón!
En los albores de este siglo se inanuguró en la calle de
Juárez, junto a la cantina “La Vega de la Portilla”, el Cine
( i ) Por cierto que sucedió al autor lo que puede verse velada i discreta
mente referido por mí, en mi libro “ La poesía tabasqueña” , p. 108: “ Pero
Límbano, aunque hijo mimado de la clona, fue también un infortunado de la vida.
La noche mism’> de su apoteosis, en el estreno de su drama, le fue robado el pro
ducto de su re rcsentación: míseros trescientos pesos que, no obstante ser tan pocos
pesos, eran tantos para él, que estaba en la miseria. Falló en este delito el consenso
de la opinión pública en Tabasco y condenó al culpable, aun cuando el proceso se
guido ante los tribunales concluyera — como todo asunto en que interviene para en
redarlo la justicia— declarando “ que no había delito que perseguir” !
Desheredado de la fortuna Límbano Correa Merino, gloria limpísima de las le
tras, también la justicia de los hombres y la maldad humana le constituyeron en
desheredado de la esperanza.” (F. J. Santamaría.)
54
Club, un salón destinado -exclusivamente a la proyección de
películas de cinematógrafo. El espectáculo era mudo. Ame
nizábase con una orquesta en la que escuchábamos con de
leite la flauta de Everardo Araúz. Entiendo que este cine ya
desapareció, como desapareció también otro salón similar que
hubo después, con el nombre de Cine Anáhuac, en la primera
avenida del Grijalva.
El moderno Cine Tropical de Paco Sumohano, es lo me
jor con que cuenta en la actualidad la ciudad de Viflahermosa.
El teatro Merino, hoy El Principal, convertido en salón de ci
ne, no tiene más atractivo que su tradición. Su antiguo pór
tico, un tanto ridiculizado por el modernismo que lo quiso
poner al ritmo de estos tiempos, contempla silenciosamente el
bullir de la juventud actual en el parque Juárez, cuyas cuatro
palmas arrogantes, desplegando sus abanicos de esmeralda, si
guen siendo como cuatro centinelas impasibles e inalterables
del correr del tiempo.
55
VII
59
dor: en Tacotalpa, el 15 de agosto, la Asunción; en Atasta,
el 20 de enero, San Sebastián, y también el Cuarto Viernes;
en Tamulté de las Barrancas, el Tres Viernes y así sucesiva
mente en todas las poblaciones del Estado. En capítulo espe
cial daré a conocer las fiestas titulares de las cabeceras mu
nicipales y algunos otros tópicos no menos interesantes, como
son las etimologías de los nombres de tales poblaciones y los
apodos o sobrenombres de los nativos de cada uno de esos lu
gares, datos de sobra conocidos para la mayor parte de los
tabasqueños, pero que, como quiera que sea, no resultará
nimio ni ocioso consignarlos aquí.
Así también en San Juan Bautista teníamos tres templos:
el de Santa Cru?, el de la Punta o la Concepción y el de Es-
quipulas, que era la catedral. ¡Cuántas cosas podrían decirse
de estas iglesias si nuestra memoria nos ayudara! Pero han
pasado tantos años, han ocurrido tales acontecimientos, que
por muy buenos que sean mis deseos y por grande que sea
mi voluntad, tengo de incurrir en olvidos y omisiones. Como
quiera que sea, diré algo de lo que recuerde de estos templos
inolvidables.
El de Santa Cruz hallábase en el barrio de su nombre,
situado entre las calles de la Libertad, hoy Venustiano Carran
za, al frente; Doña Marina, al fondo, y a los costados Lino
Merino y Pedro Fuentes. En este templo hacíase una fiesta
popular y callejera el 3 de mayo, día de la Santa Cruz; era
propiamente una feria. En ella se pasaba el tiempo en diversos
juegos de apuesta. Se vendían comestibles, refrescos y muchas
golosinas. También había diversiones distintas, sobre todo pa
ra los niños, como caballitos (carrousel) y otros de este, gé
nero. La fiesta duraba cuando menos una semana y aquello
era una verdadera romería. Todos los habitantes de la ciudad
se descolgaban en caravanas nocturnas sobre la feria. Y esto
fue durante largos años. Insensiblemente se fue perdiendo la
costumbre que —¿por qué no decirlo?— era de mucha atrac-
60
cíón para la ciudad. Es claro que todo esto era por fuera del
templo; por dentro también el clero hacia su agosto con las
funciones religiosas.
Por lo que hace a la iglesia de la Concepción, ubicada a
espaldas del Palacio Municipal en la calle de la Independen
cia, también tuvo sus fiestas; pero éstas desaparecieron antes que
las de Santa Cruz. Casi no tengo memoria de ellas, aunque
han de haberse efectuado en diciembre, por el 8, día de la Con
cepción. A esta iglesia concurrió por algún tiempo la gente
que se consideraba de más distinción en la ciudad, la aristo
cracia sanjuanera. Y la juventud de entonces, estudiantes en
su mayor parte, aunque poco o nada tenía de creyente, con
curría también para ver a las muchachas cuando salían de misa.
Pero el templo que para mí tiene más recuerdos es el Es-
quipulas, la catedral, situado frente a la calle de la Constitu
ción, entre las de Rayón y José Víctor Jiménez. Venerábase
en esta iglesia al Señor de Esquipulas, un Cristo negro cruci
ficado de ignorada procedencia. Hubo aquí también sus ferias
in illo tempore. Sólo que duraron menos aún que en los otros.
Ninguno de estos templos se distinguió por su arquitectu
ra. Los tres eran de una sola nave y de una construcción no
diré churrigueresca, sino cursi. En Tabasco no hubo ningún
templo de importancia, fuera del de Jalpa que era de tres
naves y de cierta severidad. Pero, es claro, allá en mi niñez
impresionáronme profundamente los tres de la capital provin
ciana, sobre todo el de Esquipulas, acaso por ser el de mi
barrio.
No puedo olvidar la sonoridad de sus campanas. A través
clel tiempo y la distancia oigo el alegre repicar de las mañanas,
el de las doce, el de las tres de la tarde, el del toque de queda.
Es claro que para la humana fantasía todas las campanas son
alegres, dulces y sonoras, y no pocas veces sirven para evocar
el pasado y recordar acontecimientos que por determinadas cir
cunstancias se grabaron en el alma; pero quizás porque esas
61
campanas ya dejaron de sonar para siempre en aquel campa
nario lleno de golondrinas, quizás por esto las sigo escuchando
por dentro, alegres como entonces, dulces como entonces, so
noras siempre, quizás por esto también su sólo recuerdo me
entristece.
No puedo olvidar el ronco cencerro de las matracas en los
días de la Semana Mayor. En vez de las campanas oíamos
entonces ese ruido monótono, pesado, sordo, de las matracas,
grandes matracas, matracones que giraban y gritaban en el
atrio de la iglesia durante aquellos días inolvidables en que
con fe o sin ella rendíase culto al Nazareno. ¡Y cuántos de
nosotros, chiquillos de hasta diez años de edad, andábamos
atronando el espacio con matracas de mano!
No puedo olvidar aquellas misas de aguinaldo en que la
chiquillería inconsciente y traviesa, divertíase de lo lindo con
sus cantos mañaneros y sus pitos de agua. Durante esa breve
temporada de diciembre nos levantábamos muy temprano para
coger lugar en la iglesia y hacer el divino escándalo que toda
vía llevamos, vibrante y sonoro, en el corazón.
Los tres templos de San Juan Bautista, como casi todos
los del Estado, fueron derribados por la campaña desfanatiza-
dora de Garrido. El de Santa Cruz se demolió en su totalidad;
ni los escombros quedaron; en el terreno donde existió sólo
se vieron por mucho tiempo plantas rastreras; pero parece que
ya lo han levantado de nueva cuenta, lo mismo que el de la
Concepción. La fe religiosa, aunque tenue en Tabasco, sintióse
herida y excitada por aquella agresión, y fortalecida por otros
gobiernos tolerantes inició la obra de reconstrucción de los
templos demolidos. Cuanto a la catedral, la demolición no fue
completa, pero lo que del templo quedó se destinó a otras fun
ciones profanas: es ahora frontón, o qué se yo; lo cierto es
que dentro de las cuatro paredes que sobrevivieron a la des
trucción ya no hay santos, ya no hay ritos sagrados, ya no
hay liturgias de ninguna clase, ya no se siente el hálito de
Dios.
62
VIII
65
Es un cuadro tristísimo, que a medida que el tiempo pasa,
más profunda impresión hace en mi pecho.
* *
66
Nos colocamos en un lugar a propósito para la venta de
nuestros artículos.
Nuestros ojos se internaban entre el núcleo espeso, com
pacto, heterogéneo, de la muchedumbre, como buscando parro
quianos.
Pero nada, ninguno se acercaba a nuestro puesto.
Todos pasaban, dirigiéndonos, tan sólo, miradas de indi
ferencia.
Gritábamos con todas nuestras fuerzas anunciando nues
tros dulces, y apenas si nos miraban de soslayo.
Todos pasaban, pasaban.
Transcurrió un instante. ¡Cuánta tristeza embargaba a mi
espíritu!
Mi pobre imaginación se abismaba en las necesidades de
mi hogar, en las inenarrables ansias con que mi pobre madre
me estaría esperando.
¡Cuánta desdicha humana!
De pronto vi que se aproximaba hacia nosotros un “ca
ballero" de lentes claros como el cristal de los ríos y de faz
roja, notablemente sanguínea.
No podré olvidarlo jamás.
—¡Un comprador! —pensé. Y lo bendije desde el fondo
de mi alma. Iba yo a ofrecerle algo de nuestras golosinas
cuando, sin dejar que terminara, me dijo con voz áspera y
agria:
— ¡El derecho!
Aquello del derecho sonó en mis oídos como un rayo,
como una maldición terrible, y quedé abismado. Pero no tardé
en oir de nuevo el fatídico acento del cobrador, que me decía:
—•Vamos, chiquillo. ¡El derecho, el derecho!
—Señor —le dije entonces—, tenga usted la bondad de
esperarse un rato siquiera: no hemos vendido ni un centavo.
Y como para demostrar la veracidad de mis palabras,
67
saqué el cajoncillo de la mesa, negro y vacío, como su corazón
y como su alma.
•
—Bueno —me respondió, ya sabes que soh doce reales.
— Pero, señor —repuse—, ¿doce reales? ¡Si es tan poco
lo que tenemos de venta!
—No importa, tienes que pagar doce reales de derecho.
Doce reales, ya lo sabes.
Y se alejó, dejando grabado en mi cerebro, como con un
buril de luego, aquella frase ingrata: ¡Doce reales!
El tiempo fue pasando, y no dejaron de acercarse unos
cuantos compradores a nuestro puesto. Al fin comenzamos a
vender, pero ¡cuán tarde!
Dieron las diez.
V i acercarse de nuevo al caballero de los lentes claros y
de nuevo escuché también su acento aterrador:
—¡El derecho!
No pude más. Tenía que pagar el derecho. Saqué el pro
pio cajón de la mesita y comencé a contar centavo a centavo
aquella suma. Faltaba uno.
—Un centavo me falta —le dije.
—Bueno, pues búscalo y me pagas.
—Pero si no tengo más, si eso es todo lo que he logrado
vender y además ¡ Un centavo! ¿Qué vale un centavo?
—Pues un centavo es un centavo —me contestó fríamen
te—. Consíguelo y págame.
En esto apareció un compañero de escuela y tirándome un
centavo, me pidió dos caramelos.
Entonces vi brillar, al través de los lentes claros, los ojos
de aquel individuo, incapaz de clemencia ni bondad, tal cual
si un destello luminoso, el resplandor del oro, lo hubiese des
lumbrado.
¡Era el centavo! Y no tardé en depositarlo en sus manos.
De nuevo vi vacío el cajoncito de la mesa, y ya eran las
diez, hora en que acostumbraba dormirme. Pero esa noche no
68
me dormiría temprano como de costumbre. Tenía que sacrifi
carme. ¿No era mayor el sacrificio de mi madre?
Continué vendiendo.
¡Las once!
Una nueva intranquilidad vino a fatigarme. ¡Sentía ham
bre!
—¿Comeré una empanadita? —me pregunté en silencio—.
No, no la comeré. Serán dos centavos menos que llevaré a
mi madre. Comeré después, si queda.
Y no la comí.
La muchedumbre comenzaba a disminuir; todos se retira
ban a sus casas, después de haber gozado de los atractivos de
la feria. Sólo yo me quedaba, lleno de tristeza, viendo que aún
no terminaba de vender.
Sin embargo, era ya poco lo que me quedaba, y no des
mayé. No perdí la esperanza de acabar.
Ya eran las doce.
Por fin, unos trasnochadores se acercaron a mi puesto y
me compraron cuanto me quedaba. ¡Qué alegría!
Corrí, lleno de la más profunda satisfacción a mi casa,
sin pensar siquiera en los estertores del hambre.
Llegué.
Todos descansaban. Mi padre, aliviado un tanto de sus
males, dormía con la tranquilidad del que ignora los sacrifi
cios de su familia. Y mi padre los ignoraba en efecto.
Pero mi madre ¿dormía? . . . N o . . . M i madre velaba, me
esperaba intranquila, inquieta, temerosa de que me hubiese
sucedido algo.
Comenzó a contar el producto de la venta; yo la veía con
tento, alegre, satisfecho. Me consideraba un héroe. Ni le dije
del hambre.
De pronto acabó de contar y mirándome tristemente, me
dijo:
—Pero, hijo, aquí te falta . . .
69
—Sí, lo del derecho.
—¡Cómoj ¿Pues cuánto te cobraron?
■—Doce reales.
¡Doce reales! jAy, hijo mío, te han robado!
—¿Me han robado?
—Sí, hijito; te han robado las ganancias de la venta, lo
único con que contaba yo para comprar una medicina de tu
padre.
Y mi madre se echó a llorar a lágrima viva.
¡A h !. . . ¡Cuántas ilusiones desgajadas, cuántos anhelos
desvanecidos, cuántas esperanzas muertas, por aquel injusto
derecho!
Hoy, siempre que asisto a una fiesta como aquélla, que
nunca olvidaré, al contemplar a los chiquillos que se desespe
ran, que gritan, que agitan sus manos, ofreciendo a los pa
seantes sus encurtidos, sus dulces y refrescos, siento una tris
teza enorme, semejante a la del ave sin nido, estremecimien
tos glaciales que me hacen recordar aquella página fugitiva de
mi infancia.
Y al mismo tiempo me digo interiormente. ¡Cuántas ma
dres esperarán ansiosas a sus hijos para gozar de la inefable
dicha que proporcionan las ganancias de la venta!
Junio de 1906.
70
me hizo un buen amigo mío, de origen tabasqueño y que, por
venir a cuento, quiero trasladar al papel para conocimiento del
público lector.
Es Mecatepec un pueblecillo humilde y triste situado a
poca distancia de Huimanguillo, Tabasco. Duerme sosegada
mente á la orilla de un arroyuelo que corre rumoroso a sus
pies añorando viejas canciones aborígenes. Sus moradores, res
tos miserables de antigua raza indígena, pasan la vida entre
gados por entero a la molicie, sin preocupaciones de ningún
género, sin propósitos de mejoramiento, sin conocer aún la luz
divina de la civilización.
En épocas que no guarda la historia, algún fraile diegui-
no o alguna otra persona de esas que gustan de traficar con
la ignorancia humana, inventó la socorrida conseja de que en
Mecatepec había aparecido de la noche a la mañana un santo
milagroso que curaba todos los males físicos de este picaro
mundo, con sólo unos cuantos baños en el suave arroyuelo del
pueblo, otros tantos rosarios y algún pequeño auxilio econó
mico como es natural para los fieles y resignados varones guar
dadores del santo. Se instituyó como fiesta titular del pueblo
el llamado "Tres Viernes” y al Cristo aparecido en aquellas
ignoradas regiones de Tabasco se conoció desde entonces con
el nombre de “Señor de Mecatepec".
Con el transcurso de los años la fama de los milagros del
buen santo fue creciendo de punto. Año con año se vio el
pueblecillo de Mecatepec repleto de forasteros de todo T a
basco y hasta de Chiapas, Campeche y Veracruz. Aquellas
romerías, aunque sin las comodidades del ferrocarril, podían
compararse con las de Lourdes, si bien esta falta de como
didades inspiraba más piedad para los visitantes por la inter
minable cadena de penalidades que allá padecían. Pero, en
verdad, las mansas aguas del arroyuelo de Mecatepec recor
daban la Fuente Milagrosa de la pastora Bernadette.
Allí iban, ansiosos de salud, paralíticos, tuberculosos, pa
71
lúdicos, sarnosos, sifilíticos, reumáticos, tiñosos. Toda la ca
rroña humana de muchas leguas a la redonda desfilaba por
aquel ya histórico pueblecillo en enormes caravanas dantescas
que movían a piedad, exhibiendo su miseria en espectáculos
macabros que hoy los partidarios y colaboradores del iconoclasta
y tan discutido gobernante tabasqueño han querido evitar de
finitivamente, con lo cual han obligado al Señor de Mecatepec
a buscar seguro refugio en Puerto Méjico, donde, según infor
mes fidedignos, ha sido recibido y tratado, por la gente ca
tólica, a cuerpo de rey.
Pues bien; cuéntase que hace ya muchos años, cuando la
taumaturgia mecatepecana estaba en todo su apogeo, un hon
rado labriego padecía reumatismo. A sus oídos llegaron las
maravillas y los prodigios que se contaban de aquel lugar y
pensó en él como único punto de salvación. Acongojado y ado
lorido llegó paso ante paso, al pueblecillo de los milagros. Lle
no de esperanza, con toda esa dulce y sana fe de las almas
sencillas, postróse de hinojos ante el Señor de la Salud, nom
bre con que también se conocía al santo, y le pidió que lo
curase, ofreciéndole todo cuanto es capaz de ofrecer un en
fermo. Rezó devotamente sus oraciones, entregó el auxilio eco
nómico de rigor y fue sereno y confiado a hundir su cuerpo
en las aguas sosegadas y cantarínas del arroyuelo.
Por la noche, después del baño restaurador, los dolores
aumentaron; y, al día siguiente, se le declaró uña parálisis tan
intensa y terrible que le fue imposible continuar los baños.
Y lo más grave del caso fue que no podía regresar por sus
propios pies como había llegado.
Fue entonces cuando, pensando en su familia, en su ca
sita lejana, y presa de la más honda tribulación, desesperado
y afligido, desde su improvisado lecho de dolor, dirigió al
santo de la salud estas muy breves pero elocuentísimas pa
labras :
— ¡Señor: siquiera como vine!
72
IX
76
inusitada rudeza. Contábame Julián que para no sentir los la
tigazos protegíase las posaderas metiéndose colchones de vi
ruta entre carne y calzones hasta que se le descubrió el truco.
Después del viejo Basterrechea, fue director de la “Porfirio
Díaz" un profesor, acaso compañero de Peña, de apellido
Vásquez, quien valiéndose del violín que sabía tocar, ense
ñaba los coros escolares. No tengo idea de haber sido alguna
vez alumno de esta escuela, aunque me parece que sí, porque
algo recuerdo de don Pancho Camelo que fue ayudante de
la misma, la cual posteriormente fue dirigida por los profeso
res normalistas veracruzanos, José Ochoa Lobato, Luis Gil
Pérez y José Manuel Ramos, Crisóforo Mojica que era de la
escuela Laubscher, y después por Francisco J. Santamaría.
La escuela "Manuel Romero Rubio" era de enseñanza su
perior. Era, por decirlo así, la antesala del instituto "Juárez”.
El primer director de que tengo memoria fue don Pedro Co-
yula, normalista veracruzano, a quien sólo conocí de nombre,
pues yo ingresé en ella el año de 1895 cuando la dirigía don
Ramón Moctezuma. ¡Qué de cosas podría decir de las aulas
inolvidables de la Romero Rubio! Eran profesores ayudantes
Eusebio G. Castro P., Arturo F. Tapia, Adán Zentella, José
Asunción Llergo y el eminentísimo don José N. Rovirosa. De
los compañeros que tuve en esta escuela sólo recuerdo a Julián
Urrutia, Jesús Pompeyo Abalos, José Ibarra, Eduardo Pedre
ro, José Guadalupe Concha, Rafael y Alejandro Giorgana, Ciro
P. Morales, Gustavo Sosa, Francisco de la Guardia, Carmen
Sánchez Magallanes, Carlos Castillo, Antonio Hernández Fe-
rer, Félix F. Palavicini, Gregorio Castellanos, Gustavo y Vicente
L. Meló, Raúl Mendoza y Adolfo Payán, de los cuales unos per
tenecíamos al quinto y otros al sexto año. Poco duró en la di
rección de esta escuela don Ramón Moctezuma. Lo sustituyó
el profesor normalista veracruzano José Ochoa Lobato (año
de 1896) quien, a mi juicio, —lo he dicho ya en otras ocasio
nes— fue el más pedagogo de cuantos llegaron a Tabasco
77
procedentes de Veracruz. ¡Qué manera de enseñar! ¡Qué dic
ción tan clara la suya! ¡Qué recursos tan bonitos para la trans
misión del conocimiento! Nunca sabré expresar la inmensa
gratitud que siento aún y sentiré mientras viva por este mentor
incomparable. Ochoa se casó en Tabasco y murió hace algo
más de un año en la ciudad de Orizaba, poco tiempo después
de haber recibido una medalla de oro con que el Gobierno de
la República premió sus relevantes méritos de educador. Des
pués de Ochoa Lobato siguieron en la dirección de la escuela
“Romero Rubio” varios maestros de los que sólo recuerdo a
Santamaría. De esta escuela guardo también mis recuerdos.
Conservo todavía la Historia de Méjico, por don Julio Zárate,
el libro de Geografía por García Cubas, empastado por mí y
algo más interesante que cualquier libro; un cuaderno manus
crito cuya portada dice: “C U A D ERN O de Fisiología e Hi
giene. Propiedad de Rafael Domínguez. San Juan Bautista.—
Tabasco”. Esta portada fue mandada imprimir • —con excep
ción, es claro, del nombre en cada caso— por Gustavo Sosa
que era uno de los riquitos de la escuela. Se dió tono obse
quiándonos a todos con estas portadas para nuestros cuadernos
manuscritos. El pobre Gustavo murió hace muchos años.
De las escuelas oficiales para niñas no recuerdo sino la
que dirigía doña Delfina Grajales de Rodríguez que estuvo
mucho tiempo en la calle de Zaragoza, esquina a Rayón, y la
llamada Escuela Central que por algún tiempo dirigió doña
Asunción Merino de del Río, que, si mi memoria no falla, estu
vo en la calle de Juárez.
Por lo que hace a las escuelas religiosas —católicas to
das— recuerdo la de "E l Sagrado Corazón de Jesús”, donde
tanto yo como Julián Urrutia estuvimos una temporada, ubica
da en la bajada de Lerdo e Hidalgo, frente a la oficina de don
Polo Valenzuela; la de “Santa María de Guadalupe”, adon
de asistían los niños “bien” de la ciudad, ubicada en la calle
del 5 de Mayo, de cuyos alumnos sólo recuerdo a Salomón
78
Herrera, César y Tomás Casasús, Pepe y Carlos Hernández
Ponz, Manuel y Daniel Gurría Urgell, Femando López, Car
los A. Vidal, Juan Pizá Martínez, Federico Martínez de Esco
bar, Toñico Pomar y Juan Fernández Veraud. Fue director
de esta escuela el P. don Francisco Díaz. Y también hubo una
escuela de esta índole para niñas que se llamó de “El Verbo
Encarnado’’ situada en la primera avenida del Grijalva, casi
contigua a la casa de don Pánfilo Maldonado.
Finalmente, ya en los albores de este siglo, por decreto
de 21 de mayo de 1904, durante la administración de don
Abraham Bandala, y con la eficaz colaboración de don Arca
dio Zentella, Director General de Instrucción Pública, se fun
dó la Escuela de Enseñanza Superior y Normal para Profeso
ras, que se estableció en la calle del 5 de Mayo, en la casa que
entonces era de don Francisco Herrera. Fue directora funda
dora de esta gran escuela la profesora veracruzana María Ino
cencia Galván, más tarde esposa del profesor José Manuel Ra
mos; y entre las alumnas fundadoras recuerdo a Adelina Mar
tínez Chablé, María Dolores Pérez, Liboria. Payán, W ence y
Cecilia Reyes, Celerina Oropeza, María Urrutia, Concepción
Sarrate, Maria Granados, Ana Galguera y Rita Escobar. Y
Adelina, la inmensa Adelina Martínez Chablé, tan inteligen
te, tan agradable, de tanta, personalidad, fue quien sustituyó en
la dirección de la escuela a la señora Galván de Ramos. Por
desgracia en el año de 1919, según asienta Bernardo del Agui
la, desapareció este enorme centro de enseñanza que, con el
Instituto Juárez, esparcía la luz divina del saber por todo el Es
tado, puesto que de todo Tabasco llegaban señoritas, ansiosas
de luz, a nutrirse en sus brillantes aulas.
También hubo en los comienzos de este siglo, entre 1900
y 1901, dos centros escolares importantes fundados por el
Prof. Luis Gil Pérez, normalista veracruzano: el Instituto “Hi
dalgo” y el instituto “América”. En el primero se impartía en
señanza primaria hasta el sexto año, y era para varones; en el
79
segundo para niñas, impartíase también igual enseñanza, pero
además su fundador tuvo el propósito de que en él se impar«
tiera enseñanza normal pedagógica hasta llegar a obtener
las señoritas el título de profesoras. El instituto “Hidal
go” estuvo ubicado en la calle del Cinco de Mayo y fun
cionó, aún después de muerto el profesor Gil Pérez, bajo
la dirección del también normalista Gonzalo del Angel Cortés;
después desapareció. El instituto “América” se fundó en la
calle de la Libertad, hoy Venustiano Carranza. Fue de muy bre
ve duración, porque dejó de tener importancia desde la funda
ción la Escuela de Enseñanza Superior y Normal para pro
fesoras de qué he hablado ya. En el instituto “América” co
nocí como directoras, primero a doña Concepción Colina T e-
11o y después a Marina Cortina.
Hubo también una escuela de carácter laico fundada por
el cura Gurdiel de la que fue subdirector Alfonso Caparroso.
No recuerdo su nombre ni la fecha en que desapareció. (1)
80
X
83
Polo López, ( 1 ) Desde que lo conocí estaba picado de tuber
culosis pulmonar. Acaso por esta circunstancia su aspecto era
triste y macilento, si bien bonachón y atento con sus parro
quianos. Flaco, pálido, de poco cuerpo, caído de hombros y
curvado de espaldas. No tengo idea de la fecha en que murió.
No puedo olvidar a don Albino Notario ni me es dable
precisar el sitio en que estuvo su peluquería. (2) Recuerdo, si,
algo su figura: de mediano cuerpo, un poco gordo, color tri
gueño claro, pelo abundante y negro, espeso y negro el bigo
te. Ayudábase burocráticamente, pues con frecuencia lo vi ac
tuar como juez de paz. Como pasante de peluquero tenía a An-
tolin Briceño, a quien tanto Julián como yo le teníamos cierta
ligera envidia, no precisamente por sus aptitudes barberiles,
sino porque tenía especial competencia para tocar el bombo y
los platillos en la banda de Benito Corzo, en las corridas de toro.-.
Por cierto que doña Teresa, la madre de Julián, oyéndonos ha
blar del caso, nos decía con naturalidad y llaneza, ingènuamen
te, que cómo era posible eso si nosotros sabiamos música y An-
tolín no. Pequeñeces que no podemos olvidar. D. Albino No
tario ha mucho tiempo que pagó su tributo a la madre tierra.
Respecto a Antolín no sé si vive aún, ni si continúa tocan
do tan bien, como entonces, el bombo y los platillos. (3) Ten-
(i) De Polo López hai que recordar los “ bailezotes” que hacíamos, hasta en mí
tiempo (un poco posterior al de Rafael Domínguez), en su oasa de la calle de O cam
po, en “ La Punta” . Polo i sus dos rollizas i hermosotas hermanas, que no podemos ol
vidar los estudiantones de entonces, con jentileza mui de la ¿poca, con honesta largueza
i cortesía que nosotros nunca correspondimos con la bajeza que hoi suele estilarse entre
algunos del gremio, se sentían halagados i honrados con la asistencia i la presencia es
tudiantil en su casa i nos colmaban de dicha solamente al hartarnos hasta sacar la tripa
de mal año; pero sin que jamás por nuestra parte violásemos la confianza i la largueza
familiar de aquellas jentes humildes i honradas. (F. J. Santamaría.)
(a) . La peluquería del maestro Albino Notario estuvo en la plazuela de “ El Agui
ja**, dando frente a la bocacalle de Villahermosa. (F. J . Santamaría.)
(3) Vive Antolín Briceño (a) “ Venenito” , su vida discreta i callada. Con su
sombrero carrete, que fue blanco en los días en que don Alejandro Sartori, el fornido
i musculoso relojero italiano, l’arugó (a “ Venenito” ); su chaqueta que sigue la tra
dición de ese mismo blanco; i sus pantalones negros (queremos decir verdes), puede
vérsele sin falta noche a noche “ dar vueltas’ * en la Plaza de Armas, tomar su helado
84
go para mí que alguien me dijo que vive en la calle de Zara
goza.
Melquíades Rueda era otro barbero de aquella época, que
tenia su taller en la calle de Hidalgo, como Polo López. En
ocasiones fui su cliente, porque siempre me trató con especial
estimación. En el año 33, cuando volví a Tabasco después de
19 años de ausencia, todavía seguía su oficio de rapista. Lo
visité, entonces. Charlé con él un buen rato. Recordamos los
años mozos de nuestros buenos tiempos. Su barbería estaba
aún en la calle de Hidalgo. ¿Vivirá todavía? Creo que sí. (1)
En la calle de Reforma, entre las de Aldama y Juárez es
taba la barbería de Pancho Sáenz. Bueno. Es lo que me parece
sin poderlo asegurar. Lo cierto es que a esta barbería concu
rría lo más distinguido de la ciudad. Era, cuando menos, la más
cara. En todos los lugares de esta clase distínguese por lo ge
neral alguno de sus operarios, bien por su educación, bien por
su competencia, bien por su carácter. En esta peluquería dis
tinguíase no sé por qué circunstancia —sólo recuerdo que era
de guanábana i marcharse a casita mui al punto de las diez, juntamente con el tropel
de chicas que a esa hora corren a domicilio, al son de “ el andaré te” de la banda del
Estado. (L’ aruguc — lo arrugué— fue término que Sartori dijo en la Jefatura de Po
licía — 1904— cuando citado allí, “ Venenito” lo acusaba de haberle “ golpeado” .
Sartori, que por su musculatura “ convincente” i “ destruyeme” , había sido conminado
por el propio Jefe Político a no dar un golpe a nadie, sino en caso de peligro de
muerte, al escuchar la acusación de “ Venenito” , sonrió frente al Jefe i le dijo: “ Señor
¿cómo la voi a pegar a Venenito? ¡N o más l’arugué” I al arugarlo, achatándole la
estatura desmedrada por cierto, al sentarle la mano en la cabeza, por vengar una ofen
sa callejera, mui propia de aquellos tiempos, “ la trompetilla” , de .las cuales una le
disparaba “ Venenito” diariamente al italiano bonachón al pasar por la puerta de su
peluquería. (F. J. Santamaría.)
ii) Vive también Melquíades Rueda i tiene su barbería. Viejo ya, no ejercita las
tijeras del oficio, pero tal vez sí las del “ beneficio” . Soñando en “ redimir” a Nacajuca,
su pueblo; proyectando el desagüe t la desecación del municipio, es feliz en su risueña
vejez de nevada cabeza, aunque no olvida todavía ni deja de cobrarme, por cierto, la
“ pelada” o la “ rapada” que diz que le quedé debiendo desde aquellos días de la brujez
estudiantil. Melquíades pertenece al adorable escuadrón de los viejos i venerados arte
sanos que fueron espejo de virtudes i ejemplo de honor para los jóvenes de mi jen©-
ración del principio de siglo, i siguen por lo mismo siendo respetables para nosotros.
En el mismo lugar de la calle de Hidalgo está la vieja peluquería de Melquíades, dooda
no sabemos si nos tomó o le tomamos el p e lo ... con el fiado. (F. J. Santamaría.)
85
casi un buen mozo— Amando Méndez. Este era el que aba
rrotaba la clientela. Y o nunca asistí a la peluquería de Sáenz.
No sé si alguna vez lo traté. Recuerdo sólo la buena (ama de
que gozaban tanto él como Méndez. Tampoco sé si viven. No
en vano corre el tiempo sin detenerse, sin hacer escalas. Aun
que me parece que Amando es el único superviviente.
Pero, en verdad, el peluquero que no he podido olvidar,
a pesar de los años transcurridos desde aquellos lejanos días,
hasta hoy, es Tomás Hernández. Tenía entonces su barbería
en la calle de Constitución, entre las del 5 de Mayo e Hidalgo.
Mi estimación para Tomás venía de nuestra vecindad, pues
vivíamos ambos en la calle de Zaragoza, es decir, éramos com
pañeros del mismo barrio. Además, tocaba la flauta, como yo,
y tenía ribetes de compositor, sólo que, aún sabiendo música,
no podía escribirla. ¿Falta de disposición? ¿Falta de dedica
ción? Falta de solfeo? No acertaría a decirlo. La verdad es que
en aquellos días de mayor penuria para mí —era yo estudian
te del instituto “Juárez”— nos ayudábamos mutuamente. Yo le
escribía su música y él me cortaba el pelo, sin cobrarnos nada.
¡Qué tiempos aquellos que no se pueden olvidar! En el año 33
visité a Tomás, como tenía que ser. Su barbería se había tras
ladado a la primera avenida del Grijalva. Charlamos de lo lin
do. Recordamos con emoción aquellos días que, al menos pa
ra mi, se fueron para siempre. Me afeitó como antaño, sin co
brarme nada, aunque en esa ocasión yo no le escribí ninguna
de sus composiciones. En abril del año anterior (1948), en
viaje a Mérida, me detuve dos días en Villahermosa. No pude
ver a muchos amigos de mis mocedades, pero a Tomás, que ya
no tiene barbería, sino que trabaja como ambulante, según me
informaron, me lo encontré como flauta de la Banda del Es
tado.
Podrá no pelar, pero todavía toca el hombre. ¡Con qué
gusto lo estreché en mis brazos!
86
XI
89
Bautista. Hasta los famosos coletos de Chiapas asistían, con
sus huacales repletos de cajetas, confites, anisillos el llamado
"pan coleto” y aquella curiosa producción de su incipiente y
rudimentaria industria: zapatos, guitarritas, trepatemicos, jui-
chijuichis y qué sé yo cuántas cosas más que no recuerdo. Lo
cierto es que todos nos divertíamos con esta gente arribeña,
sobre todo con los chamulas que hacían de bestias de carga,
hombres fuertes, sin duda, indios de raza pura, semidesnudos,
ignorantes del idioma español, cubiertos apenas con una espe
cie de cuzma ordinaria y cochambrosa de lana o algodón. En
aquella época este pobre indio ganaba un real diario por todo
jornal y se alimentaba de alcohol, chile y maíz. Habia que ver
a estos infelices cómo después de deshacerse de la carga que
conducían a la espalda, tumbábanse en el mullido suelo al
fombrado de verde grama y colocados con la cara al cielo, sa
cudíanse, como se sacuden ni más ni menos las verdaderas
bestias, después de larga y dura jornada. La vida me ha ale
jado de aquellas fiestas, pero francamente me gustaría verlas
de nuevo y ver también si todavía concurren a ella los chamu
las, el indio irredimible por antonomasia.
Todavía han de vivir muchas personas de las que asis
tían a las mencionadas fiestas titulares de Atasta y Tamulté,
y es claro que no me dejarán mentir. Podré pecar por defecto,
nunca por exceso. Esto es, me quedaré corto en la narración,
por falta de memoria, pero no inventaré nada, no hablaré de
nada que no haya pasado por mis ojos ya tan empañados por
la incontenible acción del tiempo.
Lo que todavía sigo saboreando a través de los años
transcurridos, de entonces acá, es aquella "jondura" cocida
y saladita, tibia aún, que comíamos sobre todo en Atasta. Se
me hace agua la boca -de sólo pensar en ella. De fijo habrá
otras ciruelas de superior calidad, pero el delicioso sabor que
de niños sentimos al paladear la jondura de Atasta, ése, con
el correr del tiempo, se hace cada dia mejor, incomparable, in
90
superable. Esto es natural. Las cosas que se nos grabaron pro*
fundamente en nuestra niñez no se borran ni se olvidan nun
ca. No sólo esto, sino que nos parecen mejores que todo cuan
to después hemos visto y saboreado. Por algo dijo el inmenso
don Jorge que todo tiempo pasado fue mejor.
¿Y aquella conserva de Jalpa o Nacajuca? No la he vuel
to a comer. Estaba hecha de naranja, de toronja o de cidra,
en tajadas cubiertas de una masilla blanca azucarada delicio
sa. Había también el conocido dulce llamado de Torno Lar
go, pero de distinta calidad, con su poquillo de miel de pane
la y sus trocitos de coco.
Témanse tales dulces con pozol o chorote, cosas distin
tas, aunque ambas son bebidas comunes y corrientes en T a
basco. El pozol o pozole (también posol) es, según Santama
ría, “la bebida peculiar de la gente pobre y del trabajador cam
pesino y el indio; masa del nixtamal reventado, molida en
grueso, que se bate en agua fría en jicara; es desabrido, pero
refrescante y nutritivo: tómase también agrio o fermentado por
el calor natural, después de uno o más días con sal, pimienta
y aún chile”. Y en cuanto al chorote, según el mismo autor,
“es bebida preparada en frío con maíz cocido, cacao tostado y
molido, pudiendo llevar además azúcar; propiamente es el po
zol con cacao".
En las dichas fiestas vendian el pozol y el chorote ven
teros ambulantes, muchachos menores de hasta doce años, más
o menos, de edad, que llevaban una u otra bebida en jicaras o
cocos labrados, en yaguales de pié o de piernas, utensilios asi
llamados por estar aderezados con tres hilos o cordelitos como
de medio metro que se anudan en el extremo superior, preci
samente por donde los llevan suspendidos los vendedores. Ig
noro si todavía existen estos yaguales que entonces se usaban
por comodidad y para evitar que el sabroso liquido se derra
mara.
La feria propiamente se efectuaba fuera de la iglesia, a
91
sus lados y sobre todo enfrente de ella. Allí se vendían golo
sinas de todas clases: dulces, tamalitos, chicharrones, encurti
dos, refrescos varios como horchata y chía, además de las va
riadas ventas que llevaban los comerciantes de fuera del Es
tado, como los coletos de Chiapas. En estas fiestas no falta
ban los juegos de azar, como la ruleta, el chingolingo y otras
mil trampas del ingenio humano en que caíamos víctimas de
nuestra candidez infantil o pueblerina.
Estas fiestas de Atasta y Tamulté eran de un solo día.
Las de Tres Viernes y Cuarto Viernes que, como sus nombres
lo indican, eran cuaresmales, tenían además los cencerros de
las matracas y otras manifestaciones externas propias de su
naturaleza. Las funciones religiosas se solemnizaban con mú
sica sacra que ejecutaba alguna pequeña orquesta. Casi siem
pre mi padre tocó en ellas y aun escribió e instrumentó mi
sas y otras obras de este género.
Pero lo que nó puedo olvidar, a pesar de los años trans
curridos, es aquel perfume que sentíamos en las iglesias, pro
ducido por el guayapul o yaguapul que colgaban de las vigas
de las iglesias, perfume delicioso, exquisito, agradabilísimo que
se esparcía como una ola invisible por la única nave del tem
plo y trascendía hasta el exterior, de tal manera que, después
de algo más de media centuria, todavía me parece sentir de
tiempo en tiempo, sobre todo cuando llega la cuaresma, aque
lla fragancia embriagadora, inolvidable, inconfundible.
Mucha de la gente que concurría a estas fiestas regresa
ba a pie a la antigua San Juan Bautista. La distancia es tan
corta —tres o cuatro kilómetros— que no se hacía pesado el
camino, antes bien era agradable regresar comentando las dis
tintas peripecias del dia.
Hoy los indios tamultecos y atastecos, sobre todo estos
últimos, han desaparecido. La afluencia de la sociedad sanjua-
nense que se fue trasladando principalmente a Atasta, donde
construyó sus residencias o simples casas de asueto o de re
92
creo para pasar vacaciones, hizo que los indígenas de estos
lugares se fueran alejando poco a poco hasta desaparecer por
completo, a tal grado que ya no se encuentra a un C húa G as
par, por ejemplo, ni para remedio.
93
XII
Las hetairas de San Juan Bautista.— Jova, Lola, Na
talia, Herlinda, Chana, la Cucarachita, Amadita Mora
les, La Negra Evarista, Laura Concepción, Aurelia,
Flavia, Flora.— La calle de Rosales.
Sería verdaderamente injusto, injustísimo, pasar por alto
en estas páginas, tendientes a recordar lo que ya se fue para
siempre, algo que por haber contribuido a alegrar nuestra tris
te vida merece cuando menos un recuerdo piadoso. Me refiero
a aquellas pobres mujeres que nos hicieron sentir los primeros
orgasmos de la vida: Jova, Lola, Natalia, Herlinda, Chana,
la Cucarachita, Amadita Morales, La Negra Evarista, Laura
Concepción, Aurelia, Flavia, Flora.
Pobres mujeres alegres que, cumpliendo una misión en la
vida, pasan por ella casi siempre sin dejar un recuerdo, un
cariño, una historia, una huella, ¡nada! Pasan como un me
teoro de pobre y pálida luz. ¿Quién piensa en ellas? ¿Quién
las recuerda con un poquito de conmiseración siquiera? A du
ras penas pensarán de tiempo en tiempo en ellas, y esto con
cierto solapado rencor, los que por ignorancia o descuido han
sido después víctimas de dolores fulgurantes y quedaron mar
cados para siempre por la espiroqueta pálida. Justo es, pues,
dedicarles alguna página fugaz en estas remembranzas; unas
cuantas líneas; unas breves palabras; algo que sirva para per
petuar sus pobres nombres mancillados por la vida misma, y
para evitar que caigan para siempre en el negro pozo del ol
vido aquellas inquietantes caricias que, en nuestras lejanísi
mas mocedades, nos fingieron y nos vendieron.
En la pantalla de mi imaginación pasa, como cinta cine
97
matográfica, la calle de Rosales. ¿Tiene todavía este nombre?
No lo sé, pero ¿quién de mis contemporáneos habrá podido
olvidarla? El nombre del héroe no se habrá honrado mucho
que digamos con aquella calle destinada a las “mujeres ale*
gres”; pero, en cambio, de fijo, el de ningún otro prócer de
los anales patrios ha sido tan pronunciado, tan repetido, sobre
todo tan recordado con cierta nostalgia, con extraña triste-
dumbre, como el del general Rosales. Toda la juventud in
consciente, inexperta o loca de San Juan Bautista vació sus
liviandades libidinosas en aquella urbe sórdida, sombría, atra
yente, como las sirtes sonoras y espumadas de las sirenas.
Con todo esto, y aunque parezca extraño, de las mujeres
encasilladas en la calle de Rosales no me vienen a la memo
ria más que Jova, Lola, Natalia y Herlinda. Jova era trigueña;
sus veinte años floridos, su cuerpo oloroso a juventud, sus ojos
negros, su cuerpo todavaí no tan manoseado por las epilepsias
del vicio, hacíanla pasar por un tipo de primer orden en su
clase, por lo que se llama una buena moza; Lola era esbelta,
vibrante, acaso demasiado viciosa, pero simpática y alegre
como un cascabel: Natalia fue la predilecta de los estudiantes
por los años del 93 al 94, según dato que me da Ramón Be
cerra; Herlinda era blanca, sonrosada mejor dicho, de pelo
quebrado castaño, con un lunar en la mejilla derecha, de alma
bohemia y generosa, que también en esta pobre gente se halla
no pocas veces elevación espiritual.
Fuera de la calle de Rosales, destinada exclusivamente a
las profesionales, habia por aquí o por allá una que otra de
las que vendían su amor, como si dijéramos, a hurtadillas, no
precisamente con recato, que es prenda noble del espíritu,
sino más bien con cierta coquetería más o menos estudiada
que daba a sus caricias algo así como un sello de preferencia.
Entre las de esta clase recuerdo a Chana. Nunca le supe
el apellido. Por Chana la conocí siempre. Era de Atasta; una
india blanca. Bueno, casi blanca. Muy codiciada, eso sí. La
98
imaginación no acierta a dar con su casa. ¿Vivía precisamente
en Atasta? O bien, ¿residía en San Juan Bautista? E s esto lo
que no puedo deslindar en mis recuerdos. Pero era una india
blanca y hermosa. Asi la veo a través de los años.
La Cucarachita fué hija de un tipo popular de los que
olvidó en sus Tipos Tabasqaeños Pepe Bulnes, conocido con
el propio mote: Cucarachita. Su nombre era Magdalena y.
como esta bellísima castellana bíblica, amó mucho, de tal guisa
que tal vez ella también haya, sido redimida. No sé si vive
aún. El año de 1933 la saludé en una de las calles de Villa-
hermosa. Después, nunca más. ¡Nunca más!
Amadita Morales fue la más linda de todas; al menos de
las que conocí, de las que recuerdo. La fantasía me la pre
senta bella, joven, blanca, con óvalo griego, gentil, educada,
de buenas maneras, como que no era de clase inferior. Vivía
en la calle de Zaragoza. Su porte, en verdad, era distinguido.
¿Por qué cayó esta guapa mujer en el arroyo? Lo ignoro.
Acaso haya sido victima de la seducción, del engaño, de la
infamia, o bien •—¿quién lo sabe?— la obligada protagonista
de una historia vulgar, sin más trascendencia que la de haber
ofrecido a la juventud de entonces los adorables besos de una
mujer encantadora. De cierto, ya no ha de vivir. Pero vayan
estas líneas piadosas como un homenaje a su memoria.
La Negra Evarista es, en este género, de los tipos más
interesantes de San Juan Bautista. Era negra, en verdad; ne
gra de raza. Quizás un poco mezcladita, pero era más bien
negra que mulata. Su pelo era engrifado, casi una esponja.
Era gruesa, de cuerpo bien dado, fuerte, con la arrogancia de
la raza esclava. En suma, era una mujer vulgar. No tenía ni
siquiera el asomo de la belleza de su clase. ¿Qué misterio
había, pues, en esta mujer que, siendo así, ejerció tanta atrac
ción en los hombres de su tiempo? He aquí el secreto indes
cifrable. Pero no cabe duda que la Negra Evarista marcó
una época en la historia de las mujeres de la vida airada en
99
Tabasco. Todavía hay personas, de las que merecieron sus
favores, que la recuerdan con gusto, aunque también con cierto
raro asombro.
Laura Concepción fue la hetaira o cortesana más elegante
que por aquellos días conoció la juventud sanjuanense. Tengo
para mí que era oriunda de Huimanguillo. Mas salió de la
provincia y se bañó por algún tiempo en las fuentes impuras
pero embellecedoras de la capital de la República, y, así, trans
formada por el ambiente oropelesco de la metrópoli, volvió a
San Juan Bautista esparciendo perfumes y esplendores, bien
trajeada, de mucho sombrero —prenda entonces allá inusita
da— llamando la atención de todo el mundo por el [cu [cu
de sus sedas y el refulgir de sus chapines charolados. Todos
la contemplamos con asombro. No era propiamente bella. Tal
vez más gorda de la cuenta. Blanca. De cara ancha. Pero
era, sin disputa, lo que se llama una mujer elegante y vistosa.
Todos la veiamos con admiración. No pasó inadvertida. Los
que la conocieron de cerca y la trataron en la intimidad del
placer licencioso, de los que todavia quedan no pocos, la re
cuerdan con cierto morboso deleite.
Y hubo otras más: Flavia, que me recuerda al gran
Chupita; Flora, que me hace pensar en Pompeyo: Aurelia, que
era la debilidad de Bernardo Portas.
¿Y para qué citar más de estas pobres pecadoras? La
Mimí, la Mesalina, la Friné, vivieron en San Juan Bautista
de Tabasco, como en París, como en Roma, como en Atenas,
como en todo el mundo. Vayan estas breves lineas empapadas
de cariño y de sinceridad como el más piadoso y humano tri
buto a su memoria.
100
XIII
103
este parque fue, desde un principio, de mucho atractivo. L í
vecindad del teatro Merino, del Cine Club, de la cantina La
Vega de la Portilla y de algún otro lugar de atracción que
no recuerdo, hacía que nunca le faltara concurrencia, sobre
todo por las noches. Tenía y creo que sigue teniendo en el
centro un quiosco de carácter mercantil donde se vendían re
frescos, helados, cocos de agua, cerveza, cigarros, bombones
y algunos otros artículos propios del lugar. En aquellas no
ches tibias de San Juan Bautista, la suave brisa del Grijaba,
el río legendario de los aventureros españoles, llegaba a or;ar
la sudorosa frente de los paseantes, a encalmar la pasión tro
pical de no pocos deliquios de amor, a poner en suma ina
nota de sosiego en el ambiente a veces desesperante del aris
tocrático paseo. ¡Cuántas veces desde el parque Juárez e:cu-
chamos con delectación algunos números de las zarzuelas que
se cantaban en el teatro Merino! ¡Cuántos amores se inria-
ron en las bancas del parque Juárez en aquellas noches de
luna que nunca se borrarán del alma! ¡Cómo vibran aúnen
nuestros oídos los acordes de la banda de música que aluni
zaba las horas del paseo! ¡Cuántos recuerdos! Todo lo qu el
tiempo no ha podido llevarse. Todo lo que perdura, impasse,
a través de los años, como las cuatro palmas reales —gar-
dianes olímpicos— que se alzan en el parque para custodíelo
y que en noches calladas y sombrías son como cuatro esec-
tros gigantescos que se elevan con majestad para sacudir:on
sus verdes penachos las basuras del cielo.
Por lo que hace al parque de La Paz, según reza la pea
conmemorativa correspondiente, la primera piedra se coloo el
primero de enero de 1909 por el gobernador del Estado,ge
neral Abraham Bandala. En el primer peldaño de la estli-
nata que conduce a la parte superior del plano alto del cero
aparece la siguiente breve inscripción: “ 1910”. Lo que h:e
pensar, en primer lugar, que el parque fue dedicado al genal
Porfirio Díaz, conocido también por el Héroe de la Paz;',
104
en segundo lugar, que la obra se terminó en el año en que se
conmemoró el primer centenario de la independencia nacional.
Posteriormente a este parque se le dio el nombre de Ignacio
Gutiérrez para perpetuar la memoria de este caudillo de la re
volución en Tabasco, muerto en el primer combate que los
revolucionarios libraron con las fuerzas del gobierno en el pue
blo de Aldama. El parque de La Paz o Ignacio Gutiérrez está
situado frente a la iglesia de Santa Cruz, templo que también
fue destruido por el garridismo, pero que se ha levantado de
nuevo en el mismo lugar. Este parque, como el de Hidalgo,
nunca ha tenido concurrencia. No tiene historia. No tiene tra
dición. Casi casi la soledad es su única compañera.
En cambio, la vieja Plaza de Armas está llena de his
toria. Es el parque más antiguo de la ciudad. Hay que recor
darlo como estuvo a fines del siglo pasado y a principios del
actual. ¿Quién de los que sobreviven de aquella época no re
cuerda la Plaza de Armas? ¡Qué inmensa! ¿Verdad? Bueno.
Este es, cuando menos, el cocepto que de ella teníamos. Ocu
paba el espacio comprendido entre el palacio de gobierno, por
un lado; las casas de las familias Casasús, Mestre y Payró,
por otro; por el lado siguiente el palacio municipal y la casa
de la familia Gurría y, por el último lado del cuadro, la cárcel
pública, el claro que después se llenó con una construcción de
Bulnes y la casa de la familia Correa. La plaza toda tenía una
verja de hierro con varillas que parecían lanzas. En el centro
erguíase, esbelta y solitaria, una pirámide simbólicamente re
matada por un águila con las alas abiertas; y por dentro y
por fuera la resguardaba un verdadero bosque de laureles a
cuya sombra en días de excesivo calor, estudiábamos, soñá
bamos o pelábamos la pava. Todos los domingos y también
en aquellos días de gran gala -—5 de febrero, 27 de febfero,
2 de abril, 5 de mayo y 15 y 16 de septiembre— escuchába
mos la banda de música que dirigía el maestro don Guillermo
Eskildsen. La banda se situaba a un lado de la pirámide.
105
Años después se echó abajo la pirámide para levantar en su
lugar un quiosco donde tocaba la música. Creo que durante
el gobierno de Panchito Trujillo desapareció el quiosco para
dar sitio al monumento de la bandera, simbolismo éste que nun
ca he podido entender, porque para mi es inexplicable eso de
levantar un símbolo para perpetuar otro símbolo. El hecho es
que, desaparecido el quiosco, la música se instala a un lado,
en el mismo sitio en que se instalaba cuando existía la pirá
mide. En este sitio escuché por primera vez hace pocos meses,
la gran banda que se ha formado bajo los auspicios del go-
biemo del Lie. Francisco J. Santamaría. Pues bien; la Plaza
de Armas de aquellos años idos para siempre es de los sitios
inolvidables de San Juan Bautista. Allí estudiábamos bajo la
fresca sombra de los laureles; alli gozábamos hasta más no
poder en noches de "retreta”; alli hacíamos proyectos y forjá
bamos ilusiones. A pesar de lo grande de la plaza, ¡cómo se
llenaba de gente en las grandes fiestas patrias! Recuerdo que
una noche de gala —no sé con motivo de qué acontecimiento
de trascendencia— escuchamos alli la banda de música de
Cunduacán, dirigida por el bien querido Quico Quevedo, el
Chopin de Tabasco como dice Julián Urrutia Burelo, en ami
gable competencia con la de don Guillermito, el hombre bon
dadoso y honorable por excelencia. Desde allí contemplábamos
la iluminación que nos parecía feérica del palacio de gobierno.
Y en las frondas de los árboles vibraba el viento y cantaban
los pájaros. ¿Por qué el tiempo se va y con él nuestra pobre
vida? ¿Por qué Cronos no se ha detenido para que pudiéra
mos seguir viviendo aquella época de tantas emociones? Nada
de esto. El tiempo sigue su marcha, imperturbable. No mar
cha, sino corre. Más aún: vuela. Y ahora no nos queda sino
ver, como envuelto en densa bruma, todo lo que se fue. Pero
más que el tiempo, la mano del hombre se ha encargado de
cambiar lo de ayer. La verja de hierro de la Plaza de Armas
desapareció, como la pirámide. Y han desaparecido también las
106
bancas en que nos sentábamos a estudiar. Y hasta los laure
les. Sí. Aquella arboleda, que era un verdadero bosque, ya
no existe. Era tan linda la Plaza que no la podemos olvidar,
ni la olvidaremos jamás. Vive dentro de nuestro corazón. Los
poetas como Chema Gurría le dedican un poema, un romance,
un madrigal. Los que no sabemos cantar le dedicamos un re
cuerdo, un suspiro, una lágrima.
Ahora cuenta con un nuevo parque: el Parque Tabasco
que se halla en las afueras, cerca del campo aéreo de la Com
pañía Mexicana de Aviación, a orillas de la Laguna de las
Ilusiones, precisamente en el sitio donde Garrido celebraba
cada año las exposiciones regionales. Adornan este nuevo pa
seo tres monumentos levantados al sabio don José N. Roviro-
sa, al general Alyaro Obregón y al general Miguel Alemán,
y tiene tantas avenidas de norte a sur y de aete a oeste como
municipalidades el Estado, avenidas que llevan los nombres de
las dichas municipalidades: Balancán, Cárdenas, Centla, Cen
tro, Comalcalco, Cunduacán, Jalapa, Jalpa, Jonuta, Macuspa-
na, Montecristo, Nacajuca, Paraíso, Tacotalpa, Teapa y T e-
nosique. Este sitio es muy concurrido sobre todo los domingos
y días de fiesta por la mañana.
107
XIV
111
tista en la época del llamado Imperio de Maximiliano, hecho
que ocurrió precisamente el 27 de febrero de 1864, tres años
antes de que la nación entera se sacudiera la invasión francesa.
Lo cierto es que Tabasco fue uno de los Estados de la Fede
ración donde se combatió con verdadero patriotismo a los
francotraidores. Se organizaron fuerzas de combate en la Sie
rra comandadas por el coronel don Lino Merino; en Cárde
nas, por el coronel don Andrés Sánchez Magallanes, y en Co-
malcalco, por el coronel don Gregorio Méndez, quien a la
postre asumió el mando único de todas las fuerzas del Estado
hasta entrar triunfante en San Juan Bautista el 27 de febrero
de 1864. Esta fecha se ha celebrado siempre en Tabasco con
inusitado entusiasmo. Dentro y fuera de la provincia es la fies
ta de los tabasqueños. En aquellos tiempos que vengo recor
dando en estas reminiscencias se celebraba con paseo cívico,
con velada literaria y musical en el teatro Merino y con sere
nata o "retreta” en Plaza de Armas.
Tras el carnaval y estas fiestas cívicas llegaba la Semana
Mayor o Semaná Santa. Tabasco no ha sido nunca, menos
en quellos tiempos, esencialmente religioso, pero acaso por cos
tumbre, quizás por rutina o por mera tradición, conmemoraba
la pasión y muerte de Cristo. Y la conmemoraba solemnemente
observando todas las liturgias establecidas por la iglesia cató
lica: la prisión del Nazareno, el lavatorio, la crucifixión, las
siete palabras, la muerte del Redentor, el descendimiento, la
resurrección . . . Toda la vida del Mesías condensada en estos
días santos, durante los cuales se dejaba de escuchar el alegre
son de las campanas que eran sustituidas por ensordecedoras
matracas, hasta llegar el sábado de Gloria que era saludado
con frenesí por todas las campanas de la ciudad. Y decir sá
bado de Gloria es recordar otra costumbre que ignoro si ha
desaparecido ya; me refiero a los “judas" que se quemaban en
muchas esquinas de la vieja capital. Eran muñecos con figura
humana que a semejanza del Iscariote de la tan traída y lle
112
vada leyenda del beso delator, se izaban, en diversos sitios
y con grande algazara de la chiquillería inconsciente de la po
blación, para quemarlos hasta quedar totalmente reducidos a
cenizas. ¡Cómo recuerdo el “judas” que año tras año quemá
bamos en el crucero de las calles de Zaragoza y Morelos,
frente a la casa del popular zapatero don Chente Barrientos!
Otro judas interesante era el que se quemaba en la esquina
de la casa de don Juan Vidal Sánchez.
Pasada esta fiesta religiosa que no dejaba de tener sus
toques profanos y aun paganos a veces, teníamos el 5 de mayo
para conmemorar la derrota que nuestro general Zaragoza
infligió en Puebla en 1862 al ejército francés. Esta celebración
era también de discursos, de paseo cívico, de gran serenata
en Plaza de Armas. La banda de Guillermito tocaba siempre
en esta serenata la famosa marcha “Zaragoza” del doctor Or
tega. Esta bella marcha se ha dejado de tocar, porque ahora
se tocan otras cosas. Pero ¡qué bonita era! ¡Con qué gusto re
cuerdo su melodía! ¡Cómo quisiera volver a escucharla, allá
en Plaza de Armas, bajo la fronda augusta de sus laureles!
Después llegaban, cantarínas, casi siempre envueltas en
lluvias majaderas, las fiestas de septiembre. El 15, por ser
San Porfirio ■ — San Porfirio Díaz— era día de fiesta. Por la
noche, el Grito. El Grito de Dolores. La tradicional ceremonia
en la que el gobernador del Estado —entonces don Abraham
Bandala— victoriaba desde el balcón central del Palacio, a la
patria y a sus héroes. Muchos castillos, muchos fuegos artifi
ciales. Música en Plaza de Armas. Entusiasmo loco por las
calles. Gritos intemperantes contra los gachupines. En aquella
época los españoles tenían que esconderse, porque corrían pe
ligro frente a las turbamultas desenfrenadas. Existía aún cierto
rencor sordo contra los conquistadores, y la noche del 15 de
septiembre servía para desfogar ese rencor que hoy, por ven
tura, se ha ido diluyendo poco a poco, casi por entero, a fuer
za de persuación libresca y escolar. Las ceremonias del 16
113
—veladas, bailes, serenatas, juegos pirotécnicos, desfiles, etc.—
encalmaban los ánimos. A propósito de estas festividades, re
cuerdo algo que no he podido olvidar y que por mera curio
sidad quiero consignar en estas páginas. Entre los muchos
maestros proceres que de Veracruz fueron a Tabasco, es in
olvidable don Melitón Guzmán y Romero —tengo para mí
que no procedía de la escuela Rébsamen sino de la de Laubs
cher, de Orizaba, que vive todavía en esta ciudad industrial
trabajando en la noble y amarga tarea de enseñar. Era orador
de mucho arranque. Voz fuerte y vibrante. Poeta ardoroso.
Y a le habíamos escuchado con gusto en la Sociedad de Arte
sanos un discurso a la madre. Y después nos cautivó en un
16 de septiembre cuando nos dijo con gran ímpetu, temblo
roso, emocionado, elocuente, una oda inspirada y bella, de la
que apenas conservo en el arcén de la memoria estos versos
que recuerdan a Acuña:
114
diantina infantil, la primera que salió en San Juan Bautista,
organizada por mi parte para un carnaval; aquel Manuel Gon
zález, digo, que después de haber sido sastre, muy amigo mío,
se ordenó sacerdote. El padre Manuel, como le decía cariño
samente toda la sociedad, vive en mi recuerdo. Fue un buen
sujeto. Ha pocos años murió en México.
En esta misma época constituían motivo de diversión fa
miliar los Nacimientos, los simpáticos altarcillos levantados por
la fe o la costumbre en todos los hogares felices, los tradi
cionales altarcillos en que figuraban el divino pesebre, San
José y la Virgen, el Niño Dios, la muía y el buey, los magos
de Oriente, la estrella de cinco picos, y donde veíamos con de
licia algunos muñecos de movimiento y otras cosas por el
estilo. ¿Quién puede olvidar algunos de estos Nacimientos?
El de don Chente Barrientos era acaso de los más pobres, de
los más humildes, pero para mí es inolvidable, tanto como el
mismo popular zapatero, porque yo contribuía, año con año,
a su aderezamiento. En compañía de otro6 mocosos, como yo,
acarreaba el ciprés, el musgo, la “muralla”, el laurel, con que,
en un abrir y cerrar de ojos, quedaba listo el modesto retablo.
Pero, además de éste, son inolvidables el de “señá” Chica
Pérez, más allá del puente de Zaragoza, el aburguesado de
don Taño Cortázar, en la loma de Esquipulas, y el opulento
y aristocrático de don Enrique Gil Hinójar, aquel don Enrique
tan gentil, tan cortés, que fue Administrador Principal del Tim
bre, muy estimado de todo el mundo por su proverbial caba
llerosidad. Seguirán levantándose estos altarcillos, como se le
vantan en todas partes, pero es claro que ya no nos causan
la misma impresión que aquellos de nuestra niñez, precisa
mente por eso: porque ya no somos niños, porque la hiel de
la vida nos ha amargado el alma.
Y , por último, como' fiestas de esta época debo recordar
los bailes que se hacían tanto en las casas particulares como
en el Casino de Tabasco. En verdad poco hay que decir de
115
estos bailes, fuera de que aquellos que se efectuaban en las
casas de familia eran de cierta intimidad, en tanto que los del
Casino revestían positivo esplendor, como sin duda, ya no se
ven en la actualidad. Pero ya que hablo de bailes, no vendrá
mal dedicar unas breves palabras a los bailes que hacía en
su casa particular, ubicada en la calle de Moctezuma, el cé
lebre Simón de Dios. A estos bailes concurría la juventud
dorada de San Juan Bautista, por lo que hace al elemento va
ronil. El factor femenino estaba formado por muchachas de
la clase meramente popular y algunas de la llamada clase me
dia, pero honestas todas a carta cabal. Un grupo de ellas era
conocido por las cinco Victorias: Victoria Sastré, Victoria
Hernández, Victoria Barceló, Victoria Lázaro y Victoria de
la Cruz que era guapísima. Entre los jóvenes que a ellos con
currían, muchos estudiantes, hay que mencionar a Salomón
Herrera, Maleco Ferrer, Ramón Becerra, Alejandro Giorgana,
Aníbal Ocaña Payán, Carmen H. de la Fuente, Rodrigo
Pellicer Casasús, Mauricio Estrada, Eugenio Morales, Fran
cisco Calzada, Carlos Hernández Pons, El Chato Graham,
José Pérez Acosta (el Chepe de aquí de Veracruz), Manuel
Romano, Alcides Zentella, Pompeyo Abalos, Ramón Mocte
zuma, Vicente Hernández, Domingo Meló, Hilario Becerra,
Andrés Sosa Cámara, Pablo Amores, Carlos García Llanos
(Refresquito), José Pizá Magraner, Salvador Pedrero, Andrés
Granier y algunos más que se escapan a mi memoria. Los
bailes constituían un pingüe negocio para Simón de Dios, de
oficio carpintero, aunque muy relacionado con la juventud ta-
basqueña; él fijaba la “cota"; él prganizaba los bailes; él in
vitaba a las muchachas; él contrataba la música; él hacía la
propaganda y, como cosa muy importante, decía a todos: "N o
vayan a faltar esta noche, que las cuadrillas las va a dirigir
don Salomón”. Porque hay que tener presente que este don
Salomón, hoy el circunspecto y honorable Lie. Salomón He
rrera, fue, allá en sus lejanas mocedades, popularísimo, lo mis
116
mo entre hombres que entre mujeres; frecuentó todos los círcu
los sociales, los de arriba y los de abajo, pero nunca se en
fangó ni se depravó, antes supo conservar limpio el tesoro de
su sangre pura, con la pureza del hombre de bien y del ca
ballero ejemplar. Y Simón de Dios se hizo célebre. Su nombre
casi toca las fronteras de la inmortalidad. Nadie olvida la
‘‘cota" de sus bailes, como él decía. Por supuesto que en esto
de la cota, aunque nadie lo crea, el hombre era castizo y
clásico.
117
XV
121
Tardes de Tabasco, o bien el de las conocidas colombianas,
como las otras.
¿Por qué esta falta de personalidad en asuntos musica
les? Y esto no es de ahora. Siempre ha sido así. En los viejos
tiempos en que floreció el estro musical de Juan Jovito Pérez,
Trinidad Domínguez (mi padre), Manuel Ramos, Calixto Gó
mez, no hubo más que alguna que otra canción, esporádica
mente, de muy poca vida. Los citados músicos escribieron bo
nitas polcas, mazurcas, valses, danzas y danzones, pura música
de baile, pero nada serio, sino por excepción, nada clásico,
nada típico, a no ser los ya dichos zapateos, entre los cuales
ciertamente, hay algunos bellísimos, como El pío de Lucas de
Dios, La flor del maíz de Domingo Díaz y Soto, La tutupana
de Urrutia Burelo.
¿Por qué esta negación casi absoluta en el arte musical?
Intuición artística, en verdad, no ha faltado. Siempre han lla
mado la atención los "contrapuntistas” o improvisadores de las
famosas "bombas”, donde luce todas sus galas el ingenio po
pular. Vale recordar a este respecto una curiosa anécdota que
me refirió mi grande amigo Antonio Martínez Chablé, que más
que ingeniero era artista. Sucedió en Jalapa o en alguna de
sus rancherías. En un baile popular, precisamente baile de za
pateo, un majadero un poco enclenque, descolorido o jipato,
acaso tatuado por luéticas afecciones, dio en moler impertinen
temente a una de las bailadoras, lo que hizo que otra de ellas,
compañera suya, dijera en su oportunidad una copla o bomba
adecuadísima que, como es de suponer, dio el fruto deseado.
Pero más vale copiar íntegramente lo que con relación a esta
misma anécdota refiere en su Lírica popular tabasqueña el in
menso Francisco Quevedo. Dice así:
“Y hagamos lugar y demos la bienvenida a quien se acer
ca, que es una moza que trae en la tez huellas del sol y la
brisa de los campos donde vive, y en los labios el color de las
122
pitahayas que se ofrecen tentadoras en los cacaotales, al go
loso viandante que va por el camino real.
• “No quiere dar su nombre. Es zahareña y hasta medio
montaraz como las potrancas de los cercanos potreros, pero así
y todo es poetisa y cuando viene a pelo, y más si se trata de
decirle dos frescas a alguien que por sus malos o impertinen
tes galanteos se ha conquistado su malquerencia, improvisa bo
nitamente una cuarteta que le sirve para el caso, y que deja
corrido y mal parado a quien va dirigida, como saeta salida
de un carcaj.
“He aquí un caso:
“Se brinda a más y mejor en un fandango o baile de za
pateo. Ha llegado su turno a las bombas, y son las bailadoras
quienes las echan.
“Entre éstas, una mozuela bisoña pierde el compás a cada
momento, encogidilla y turbada, pues es la vez primera que va
a echar o recitar una bomba, y si a mano viene aun no ha
tenido ocasión de aprenderse ninguna de coro. Y ve venir su
turno con tanto mayor desasosiego, cuanto que su pareja es
un galán adventicio que durante el fandango se le ha pegado,
acosándola con toda suerte de chicoleos y requiebros que la
tienen atortolada y sin saber dónde meter la cara.
“Y la música se eslabonó tras una bomba anterior, y to
cados algunos compases volvió a pararse en seco para que la
bomba siguiente fuera echada, y era la mozuela a quien tocaba
esta vez echarla.
"E lla también se paró en seco sin hallar que decir, toda
confusa y buscando con los tímidos ojos una mano piadosa
que la sacara a flote de aquel naufragio, mientras su galan
teador, con el sombrero derrumbado sobre las narices, y las
manos entre los bolsillos, esperaba de pie frente a ella, son
riente de vanidad: pues, vecino de Villahermosa, de paso por
aquellos campos, sus habitantes habíanle otorgado la superio
123
ridad en la fiesta, y el beneficio de sus mejores y más cor
teses campesinas atenciones.
"E ra nuestro urbano, un enamorado de oficio, calaverón
de siete suelas, en cuya labor de muchos años, llevada a cabo
a diestro y siniestro con el vértigo torpe del vicio, como quien
corre desatentado y no ve en qué charca pone los pies o en
qué espinos deja jirones de la piel, había él ganado muchas
huellas y muchos estigmas que se manifestaban en la cara, en
el cuerpo y en la ausencia de media oreja, que no había más
que ver todo ello, para saber a qué atenerse respecto de su
vida, y qué era lo precedente para poner un poco de salud en
su cuerpo desvencijado.
"L a situación se hacía ya bien embarazosa, pues de todos
los corrillos salían frases excitativas a la asendereada jovenzue-
la, sin que ninguna de ellas acertara a hacer rebotar de sus tré
mulos labios la esperada copla, cuando la zahareña moza de
soleada tez surgió resuelta de entre un grupo de mujeres, sim
ples espectadoras de la fiesta; plantóse gallarda ante el galán
villahermosino, dejando a espaldas de ella a la acongojada bai
ladora en cuyo auxilio acudía, y le lanzó a él con voz firme y
sonora, la bomba siguiente:
124
Mucho podía decirse del ingenio popular tabasqueño que
se manifiesta espontáneamente en todas ocasiones. El canta
dor es oportuno y picaresco. Tiene gracia. Sabe improvisar.
Sabe sentir. Y este sentimiento, hondo, exquisito, obsérvase
hasta en los zapateos, como El pío, cuyo tono menor le imprime
cierto aire de profunda melancolía. Por dondequiera que bus
quemos la nota artística del pueblo de Tabasco, la hallamos
viva, fácil, alegre. Con todo esto, la amada provincia carece
de música propia.
Sin embargo de lo anterior, he de hablar algo en estas
páginas, si no de la música, cuando menos de los músicos de
Tabasco, de aquellos que nos dieron su canción de amor y de
esperanza hace medio siglo, y cuya labor, por modesta que
sea, no debemos olvidar.
Mencioné ya a Manuel Ramos. Este fue sobrino de Sa
lomé Taracena. El Negro Melenudo, de quien le venía el estro;
Manuel Ramos era artista en toda la extensión de la palabra;
lo era del sonido, del verbo y del color. En este último sobre
salió; fue un gran pintor. Pero también hacía sus versos de
tarde en tarde y tocaba la bandurria. ¡Cuántas veces, en el
manso silencio de alguna noche estival, le escuché de lejos
alguna mazurca suya! Era inspirado Manuel, sin duda alguna:
pero vivió relativamente poco. Murió tuberculoso.
Calixto Gómez, mencionado también, tocaba contrabajo
de cuerda y mandolina (el léxico académico registra bandolín).
Como contrabajista fue muy bueno, y fue también mandolinis
ta de mucha ejecución. Músico algunos versos ajenos, pero sus
canciones se han perdido, porque en Tabasco, sobre todo en
la época a que me refiero, no se imprimió nunca nada.
Juan Jovito Pérez fue flautista notable. Fue mi maestro.
No he escuchado a otro ejecutante igual en ninguna parte. Era
un admirable lector de música. Leía a primera vista. Se bebía
las notas. Tenía gran facilidad para el transporte. Conocía va
rios instrumentos, pero el suyo propio era la flauta. ¡Con qué
125
facilidad ejecutaba las cosas más difíciles! Ni siquiera apelaba
al tu-qus tu-que o doble golpe de lengua, recurso muy soco
rrido de los flautistas, para las notas picadas. Hay que recor
dar con qué claridad y limpieza ejecutaba aquella polca del
transformista Mesmeris, cuya tercera parte o trío arrancábase
en difíciles semicorcheas desde el do sobreagudo. El maestro
Agustín Pazos de Veracruz recuerda con elogio a Juan Jovito,
pues éste salió de Tabasco y vino a este puerto, donde fue
admirado como ejecutante. Además de ejecutante formidable
era compositor. Autor de música frivola, pero inspirada. Tam
bién era instrumentador. Recuerdo aún algunas de sus compo
siciones, de las cuales quiero mencionar su vals El siglo XX,
de cuyas notas no he olvidado ninguna. Juan Jovito fue discí
pulo del maestro Eskildsen.
No quisiera hablar de mi padre -—don Trinidad Domín
guez'—, por el interés personal mío que acaso me haga juzgarlo
con cierta parcialidad. Pero ni debo ser injusto con su memo
ria, pretiriéndola, ni tampoco debo cercenar estos apuntes por
un escrúpulo mal entendido. Fue autor de música frívola, toda
perdida y olvidada. Escribió, como Juan Jovito Pérez, muchas
Estudiantinas para los carnavales. ¡Cómo deploro no haber po
dido conservar nada de la producción musical de mi padre!
Apenas conservo en la memoria uno que otro vals, una que
otra danza, uno que otro zapateo. Lo único que guardo como
una reliquia es una especie de zarzuela u opereta que escribió
en Cárdenas, nuestra tierra natal, titulada Las cuatro estacio
nes. La letra de autor desconocido se la facilitó el Prof. Ma
cedonio Rivero que a la sazón era director de la escuela oficial
de niños de aquel lugar, y la obra se representó en las fiestas
del centenario de la independencia nacional. Mi padre fue mú
sico de corazón. Siempre llevaba en los labios algún estribillo
musical. Instrumentaba con gran facilidad para orquesta y pa
ra banda, no obstante que su instrumento —el cornetín— no
podía ayudarlo para armonizar. Era un verdadero intuitivo,
126
pues apenas estudió unas cuantas lecciones del método de sol
feo de don Hilarión Eslava. Nunca tuvo en sus manos un tra
tado de armonía ni de instrumentación.
El que sí salió de lo común y corriente fue Francisco Que-
vedo, el incomparable Quico, cuyas facultades como ejecutante
y como compositor no tienen precedente en Tabasco. Su cultura
literaria y musical fue amplísima y extraordinaria. Tocaba va
rios instrumentos, pero su especialidad fue la guitarra, en la
que hada prodigios. Compositor fecundísimo, lo mismo en mú
sica frívola, que en música seria. Admiraba el corte clásico de
suS mazurcas, de sus valses, de sus gavotas. Escribió serena
tas, minués, rondóes y aun sinfonías. Brilló, así en la provincia
propia (era de Cunduacán) como en la ajena. En efecto, en
Yucatán, donde fue grande amigo del esteta Cepeda Peraza,
lo estimaron muchísimo. Hasta se dice que el poeta Luis Ro
sado Vega, que también lo distinguió con su amistad, le dedicó
los siguientes versos:
OYENDO TU GUITARRA
127
Porque esa dulce guitarra
en sus dulces armonías
cuando está llorando narra
cosas que parecen mías;
anhelos que he padecido,
ensueños que el tiempo trunca
y amores que ya se han ido
y que no volverán nunca.
Esas cosas
dolorosas
que en el alma y en la mente
no dan entrada al olvido,
cuando apasionadamente
se ha querido.
128
Y mientras el aire vano
se lleva esas armonías,
yo hundo la faz en la mano
y recuerdo cosas mías.
EN UNA SERENATA
129
del alma soñadora a lo profundo:
tiene notas que pueden con su acento
hacer que llore de ternura el mundo.
Surgen de tu cordaje
rumor de besos, risas y gemidos
que se alejan en alas de las ondas,
y van cantando en la callada noche
tus embelesos y ternuras hondas.
130
Pero Quico Quevedo, que fue la más alta cumbre musical
en Tabasco, tan alta que hasta hoy no ha tenido igual ni si
quiera sospechamos cuándo pueda tenerlo, bajó a la tumba
llevándose, como todos los demás, el tesoro de su producción,
porque como los otros — ¡quién lo creyera!— tampoco publicó
nada. Toda su música se perdió. ¡Y era un manantial inagota
ble de poemas sonoros!
Por aquella época se hizo un gran artista del piano David
F. España. Vive aún en México. Escribió y todavía sigue es
cribiendo cosas bellísimas. También con gran cultura literaria,
llegó a ser un consumado maestro. Todavía vibra en nuestros
oídos aquel danzón suyo, No me olvides, que tanto se tocó en
San Juan Bautista, igual que en el Casino de Tabasco, en las
serenatas y en los bailes de barrio. La bella melodía vive pren
dida en nuestro corazón. Como tampoco olvidamos ni olvida
remos nunca su primorosa serenata Al pie de tu ventana, que
es un prodigio de inspiración y sentimiento. El maestro España
es el único que perdurará. Ha tenido la suerte y el tino de
editar gran parte de su música, y con esto tiene de sobra ga
rantizada la supervivencia de su nombre. Y lo merece por su
talento, por su cultura y porque siempre tiene abiertos para
todos los cordiales brazos de la amistad.
Anterior a todos los hasta aquí nombrados, vivió en San
Juan Bautista, procedente de Chiapas, como España, otro gran
maestro: don Gil María Espinosa. No llegué a conocerlo, pero
mi padre se expresaba muy bien de él y tocaba en la guitarra
una Estudiantina de carnaval encantadora, de Espinosa. Tam
bién de este artista escuché en la ya cuasi centenaria Sociedad
de Artesanos el Himno al obrero, inspirado, marcial y no me
nos encantador, con letra de don León Alejo Torres.
Entre los directores de banda, el primero que conocí, por
que yo también toqué los platillos en la suya y me dio clases
de flauta, después de Juan Jovito Pérez, fue don Guillermo
131
Eskildsen. Y , cosa curiosa, todavía vive este hombre ejemplar;
ejemplar, por su capacidad artística, pues tocaba magistral
mente violín, flauta y piano; ejemplar, por su cultura literaria
y musical, pues fue hombre de colegio, de estudio y de talen
to; ejemplar también, por su refinada educación y por su hi
dalga caballerosidad. Y hablo de tiempo pasado, porque, aun
que vive todavía, ya ha perdido todas sus facultades, menos
—por supuesto—- la de la hombría de bien. El maestro Eskild
sen fue un buen director de banda y de orquesta. No se de
dicó a la composición, mas cuando alguna vez compuso e ins
trumentó, ¡qué bien lo hizo! También de él se recuerdan cosas
muy bonitas. (1)
A propósito de lo que tan someramente digo del maestro
Eskildsen, no puedo resistir el impulso de decir también unas
cuantas palabras, tal vez fuera de sitio, de su sobrina y dis-
cípula Carmita Gutiérrez Eskildsen. Con él estudió piano, y
como ejecutante fue una verdadera maravilla. Pero, además,
tenía un oído finísimo y asombrosa facilidad para captar cual
quiera melodía y aun música selecta y clásica con sólo escu
charlas una vez. Cuéntase de ella, como cosa absolutamente
cierta, que en uno de sus viajes que hizo a San Juan Bautista
el maestro Carlos del Castillo durante su noviazgo con Jose-
fita Pellicer •
—después su esposa—, tocó en la casa de ésta
por primera vez —se entiende que antes de ser editada—■ su
bella Gavota de amor. Carmita Gutiérrez, que vivía enfrente
de la casa de la familia Pellicer. escuchó con todo su sentido
músico el artista metropolitano. Esto fue por la tarde. Y cuan
do el pianista volvió ese mismo día a su visita nocturna. Car-
mita en su piano tocó íntegramente y nota por nota la propia
Gavota de amor. El asombro de Carlos del Castillo fue enor
me, y aun se dice que en el fondo no le hizo mucha gracia
132
que digamos la rara habilidad de nuestra inolvidable conterrá
nea, desgraciadamente muerta desde hace varios años.
Al maestro Eshildsen lo sustituyó como director de la ban
da del Estado Manuel Soriano, de quien casi nada puedo de
cir, porque ni siquiera lo traté. Tocaba violín.
Y hubo otro director de un grupo que él mismo llamó
la Bandita. Este fue don Perfecto G. Pérez, también violinista,
aunque de menos alcances que los anteriores.
En la actualidad la banda del Estado cuenta con treinta
y seis filarmónicos bajo la hábil batuta del maestro don Juan
Sosa. Es cosa positivamente seria que da lustre al gobierno del
Lie. Santamaría y que demuestra que este probo funcionario
no sólo vela por los intereses materiales de Tabasco sino por
su elevación espiritual.
133
XVI
137
mente, con toda la brevedad que me sea posible, hablaré de
ellos.
Entre los periódicos de orientación política vagamente re
cuerdo los siguientes:
La Voz del Pueblo, que editó mi pariente Fernando Ga
llegos para postular al general Bandala en su primera reelec
ción.
El Estandarte, publicado por los abogados Pedro Ricoy
Esquivel y Arturo Aguilar con el mismo fin de reelegir a Ban
dala.
El Porvenir de Tabasco, publicado bajo la dirección de
don Felipito Serra, como representante del gobierno del Esta
do, para trabajar por la candidatura del general Díaz en una
de sus reelecciones. Y a sabemos que Serra fue diputado ad
perpetuara a la legislatura local de Tabasco.
Paz y Trabajo, dirigido también por don Felipito para
luchar por la reelección del general Bandala. Sólo se publica
ba en estas épocas de elecciones y reelecciones.
La Revista de Tabasco inició una era de convulsión polí
tica. El doctor Manuel Mestre Ghigliazza, en unión de los
abogados Lorenzo Casanova y Andrés Calcáneo Díaz, tres
brillantes plumas, sobre todo la primera, comenzó su formida
ble y admirable campaña contra el régimen de don Abraham
Bandala. Fue entonces cuando el doctor Mestre se dio a co
nocer como inmenso periodista de combate, lo que le costó
un largo carcelazo lo mismo que a sus compañeros ya citados
y a otros más (Juan Lara Severino, Pedro Lavalle Avilés, Fi
liberto Vargas, Domingo Borrego, etc.) por la acumulación
de varios procesos penales qqe se les formaron por el delito
de ultraje a funcionarios públicos. ¡Oh, tiempos aquellos en
que comenzó a sacudir su pereza habitual el pueblo tabasque-
ño! Y el doctor Mestre, hoy amargado por la vida y desen
138
cantado de sus luchas, fue el corifeo de aquel movimiento li
bertador.
El Reproductor Tabasqueño, fundado y dirigido por el
propio doctor Mestre fue el continuador de La. Revista de Ta
basco. Aquí fue donde este ilustre hombre de letras, historia
dor y gloria^ del terruño, continuó forjando su recia persona
lidad, si bien, en parte a fuerza de carcelazos.
El Correo de Tabasco, fue fundado por el cura apóstata
José Gurdiel Fernández; espíritu inquieto y demoníaco, abrió
campaña contra todo el mundo. "E n los días del principio de
la administración de Mestre, en 1911 -—dice Santamaría—
fundó también Gurdiel "La Revista de Tabasco” tomando el
nombre de la que antes dirigió aquél, i destinada exclusivamen
te a la campaña de oposición contra el Gobierno del propio
Dr. Mestre, campaña en que Gurdiel puso toda la ponzoña
de su alma, descendiendo a las más bajas formas de la injuria
i la diatriba, hasta parar en la cárcel, merced a una acusación
por injurias, difamación i calumnias. De allí salió para suble
varse, i sublevado i derrotado terminó su triste historia, como
se ha dicho antes. Por cuestiones literarias sostuvo polémica
periodística con "E l Tabasqueño” i los intelectuales redacto
res de "A lba”, en 1909; por cuestiones políticas, con "Jermi-
nal”, órgano semioficial del que respondía Antonio Martínez
Chablé; con otro periódico “El Tabasqueño”, también defen
sor oficioso cel gobierno de Mestre, que dirijió Manlio S.
Fuentes, i con “La Defensa Social”, órgano jenuinamente re
volucionario, dirijido por Fernando Aguirre Colorado, en el
cual varias buenas plumas, entre otras la de Pedro Lavalle
Avilés, Secretario de Redacción del periódico, hicieron la di
sección más completa del cura Gurdiel i de su personalidad
alarmante, sobre todo en unos “Esbozos biográficos” suyos,
que se publicaron en el número 5, correspondiente al 22 de
octubre de 1911”.
139
El Voto Libre, periódico de política, lo fundó el Lie. Ju
lián Urrutia Burelo, iniciándose en este género de actividades
para postular al coronel don Pedro Sánchez Magallanes (Pe
riquillo) como gobernador del Estado. Unos cuantos núme
ros y murió con la candidatura.
Juvenal fue periódico de combate fundado por el enton
ces diputado suplente Marcos J. Zapata exclusivamente para
atacar la administración mestrista. Fue también antimaderista,
pero con quien agotó las formas todas de la calumnia, de la
injuria y de la difamación fue con el doctor Mestre Ghigliazza,
el hombre que por su actuación revolucionaria y como perio
dista de oposición al viejo régimen, había llegado al poder con
una deslumbrante aureola de popularidad sin precedente. Sir
vió, sin embargo, este periódico para dar a conocer la brillan
tez de una pluma que había permanecido inactiva, arrumbada,
hundida en la pereza y la molicie de la desaparecida dictadu
ra. Me refiero al Lie. Tomás Hidalgo Estrada que fue fun
cionario del ramo judicial en el gobierno de Bandala. En efec
to, Hidalgo Estrada (muerto ya hace muchos años) nos llenó
de asombro por su talento literario, por su prosa vibrante y ta
jante, por su agilidad periodística. Con sus diarios artículos
nos recordaba la robustez de conceptos y la valentía profesio
nal de don Trinidad Sánchez Santos. Esto, es claro, sin dejar
de comprender la injusticia del ataque. Hidalgo Estrada y
Marcos Zapata terminaron en lo que necesariamente tenían
que terminar: procesados por la virulencia cruel de sus ata
ques, dieron con sus pobres cuerpos en la cárcel, de donde no
lograron salir sino después cel cuartelazo de Huerta y la
muerte de Madero. El periodismo de Juvenal como el de la
Revista de Tabasco de Gurdiel fue de encendido apasiona
miento, como no se había visto antes, como creo que no se ha
visto después en Tabasco. Pero, con todas sus lacras, con to
do el veneno de sus agravios, ¡cuánto bien hizo a la juventud
140
tabasqueña que, fuera de la hidalga labor del doctor Mestre
frente al régimen dictatorial de don Porfirio, no había presen
ciado más que la calma desesperante de una prensa servil. El
largo tiempq de una administración sistematizada en la indi
ferencia, en la resignación, en la conformidad, habia produci
do esa misma sistematización en el alma tabasqueña.
El defensor del pueblo, es el último periódico de filiación
política de que tengo memoria. Creo que su verdadero fun
dador fue el hoy general y grande amigo mío José Domingo
Ramírez Garrido por el año de 1913. Aunque había sido ma
derista por convicción, no conforme con el régimen institu
ido por el apóstol, lo atacó, y atacó también a Mestre. Pe
ro Ramírez Garrido es de los revolucionarios de buena fe. Ha
manejado fondos públicos, ha desempeñado puestos jugosos,
y no se ha enriquecido. Sigue siendo, a lo que parece, el mis
mo soñador de hace cuarenta años.
Seguiré hablando en el capitulo siguiente de los demás
periódicos de Tabasco, anodinos unos, literarios otros, pero
todos relativos a la época a que se refieren estas reminiscen
cias.
141
XVII
145
dad de su nombre. Pálido habría de resultar cuanto pudiera
decirse en esta breve nota en elogio de tan ameritado men
tor, oriundo de Cunduacán, doñee también prestó sus servi
cios por largos años.
Excelsior, fue el primer periódico de los estudiantes del
Instituto "Juárez”. Se fundó bajo la dirección de mi parien
te Diógenes López como presidente de la Sociedad Tabasque-
ña de Estudiantes. Entre el cuerpo administrativo y de re
dacción figuraban Francisco J. Santamaría, Manlio S. Fuen
tes, Justo A. Santa-Anna, Bernardo del Aguila, Eduardo Cas
tellanos y todos los miembros componentes de le Sociedad de
Estudiantes que fue su fundador. Este periódico llamóse des
pués La voz del estudiante bajo la dirección de Juan Correa
Nieto, y más tarde El estudiante, dirigido sucesivamente por
Régulo Torpey, Rodolfo Torres, Clotario Margalli, Francis
co Sumohano, José Jesús Rodríguez, Manuel Bartlett, Mario
Camelo Vega, Jaime N. Casanova y Sebastián Hernández.
De todos estos muchachos me parece que el único que falta
es Justito Santa-Anna, muerto de un vértigo cardíaco en la
ciudad de Méjico. De los demás figuran en distintos puntos
del país: como abogados, Correa Nieto, Del Aguila, Margalli,
Rodríguez, Hernández, Bartlett que es actualmente ministro
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Santamaría
Gobernador del Estado; como médicos, Castellanos, Torpey
Casanova y Camelo que es figura prominente en la ciudad de
Culiacán; Sumohano, dedicado a los negocios, ha hecho una
fortuna, y Torres, cuya trayectoria he perdido.
Tabasco gráfico es el último periódico de muchachos es
tudiantes de que puedo dar cuenta. Director, Justo A. Santa-
Anna; Jefe de Redacción, Bernardo del Aguila; editor y ad
ministrador Ernesto A. Trujillo, que ya también murió. Aquí
escribieron muchos jóvenes de entonces, lo que constituía por
aquellos días la intelectualidad tabasqueña, un grupo de ver
146
seros, soñadores y románticos, acaso también parnasianos y
uno que otro modernista: Lorenzo Calzada, David F. España,
César A. Villasana, Antonio Suárez Narváez, Quico Que-
vedo. etc. Pero el periódico, aun con maestros como el Ing.
Felipe Margalli y Marcos Becerra, reputábase escolar por
que estaba dirigido por estudiantes. (1)
Entre los periódicos que tengo por anodinos, en virtud
de no haber mostrado un perfil francamente definido, o porque
ya en la política, ya en la literatura, sus tonos siempre fueron
pálidos, debo mencionar los siguientes:
El monitor tabasqueño, semanario independiente de co
mercio, variedades, literatura, anuncios, que se publicó varios
años de 1901 a 1906. Fue su director y propietario don Fran
cisco Broissin, padre de Panchito —el del Ateneo Veracru-
zano— y de Ofelia la de la Ufia. En este periódico publi
qué algunos versos llorones y aquí mismo comenzó el doctor
Mestre su brillante compaña contra el régimen de Bandala.
El once, periódico multicolor, con literatura de brocha
gorda, con anuncios, con chascarrillos, todo de tipo corriente
tanto como su fundador y director José Natividad Rosario,
conocido popularmente lo mismo por el Vate Rosario que por
el Choco Nato, hombre verdaderamente pintoresco que na
die ha podido olvidar. A propósito del nombre del periódico
—El once— parece que el propio Rosario, según refiere San
tamaría, explicó que se lo inspiró el trágico suceso de Ta-
cubaya en que perecieron Mateos, Covarrubias y otros por
la orden chacalesca de Márquez el 11 de abril de 1859, por
donde se concluye que un deplorable acontecimiento histó
rico fue lo que dio motivo al nombre del periódico, por más
que en corrillos de cantina, entre amigos y compañeros del
Vate se daba como origen otra causa bien distinta, por cierto.
(i) Cronista literario y teatral semanario de este periódico fue Francisco J. San
tamaría.
H7
Decíase que la vieja costumbre de tomar la copa en San Juan
Bautista a las once de la mañana por una parte, y, por otra,
la costumbre también de que era para el dicho Vate de aguar
diente puro, o blanco, o zorro, vocablo que por mera coinciden
cia tiene once letras a g u a a r d i e n t e , fueron los indiscuti
bles antecedentes que le dieron nombre al periódico, lo que
nunca desmintió Rosario, antes lo corroboró con una carcajada
abierta cada y cuando le tocaban el punto sus camaradas.
El eco de Tabasco es, sin duda, uno de los periódicos
de más larga vida en el Estado. Por supuesto que me re
fiero a los periódicos no oficiales. No sé a punto fijo quien
haya sido su fundador. Pesde la época en ue comencé a
tener relaciones con él ya estaba dirigido por don Juan $.
Trujillo, hombre que gozó de la ayuda y los favores del go
bierno de Bandala. Su tamaño fue grande en pliego de dos
hojas. Navegó siempre entre dos aguas. Fue más bien go
biernista que independiente, pero con todo esto durante mu
cho tiempo sirvió de mucho a la actividad literaria tabas-
queña. En sus páginas vieron la luz pública versos de Lo
renzo Casanova, del Chato Calzada, de tantos más. En es
te periódico publiqué mi primer discurso; en él también pu
bliqué mi romance titulado El campesino de la Chontálpa,
dedicado por cierto al Lie. Horacio Jiménez. Y una cosa ex
traña, inexplicable: en este periódico se me negó la publi
cación de mi cuento Eva, por demasiado subido de color. Co
mo el trabajo es demasiado largo comenzó a publicarse en
forma de folletín; y cuando ya había salido en esta forma
parte del cuento en uno o dos números del dicho sema
nario, de pronto dejó de publicarse. Recibí entonces una tar
jeta postal de Felipe N. Aguilar, cajista de la imprenta —a
la sazón radicaba yo en Tacotalpa como maestro de escuela—
que dice: “El Director del “Eco” ha mandado suspender la
publicación de tu cuentecito, cuyo final juzgó demasiado "su
M8
bido de color”. Me encarga te diga que si lo "dulcificas” un
poco que lo mandes luego. Esta circunstacia no he podido
impedirla; y creo que bien puedes quitarle a la última parte
lo “crudo” que tiene a fin de hacerlo grato al director y qui
zá perfeccionarlo.
Me valí del Chato Calzada para lograr que la publica
ción se reanudara, y todo fue inútil, como lo revela su carta
cuya parte relativa dice así:
“Cumpliendo con tu encargo para don Juan S. Trujillo,
tanto yo como mi suegro, (su suegro era el secretario de
gobierno), nos acercamos a él; pero todos nuestros esfuer
zos se estrellaron ante la supina obsesión de tan inteligente
editor. Queda "Eva” en mi poder hasta tanto nos veamos,
temeroso de que se pierda en el correo".
Se quedó, pues, inédito el cuento hasta que el “El Dicta
men” de esta ciudad, cuyo director no es tan catoniano co
mo era, por lo que se ve, el de El eco de Tabasco, lo publi
có hasta con ilustraciones ad hoc hace varios años. Y es el
mismo cuento que figura como trabajo inicial en mi libro Pá
ginas sueltas publicado en 1946. Como quiera que sea, El
eco de Tabasco, dentro de sus normas estrictas, prestó gran
des servicios al Estado en relación de cultura literaria.
Nuevo régimen es, finalmente, el último semanario que
recuerdo de la prensa anodina. Fue el continuador del anterior,
pero ni con mucho puede comparársele. Su nombre mismo in
dica que no hizo sino acomodarse a la nueva situación política
creada a la caída del gobierno del general Bandala, pero acaso
porque su vida fue efímera —'apenas medio año— no tuvo
tiempo suficiente para desenvolverse hasta tomar en la lucha
del periodismo perfiles propios y definidos.
Y toca su turno ahora a los periódicos eminentemente li
terarios, entre los cuales recuerdo:
El horizonte, editado por mi pariente Fernando Gallegos,
149
en el cual escribían Pedro Alcalá, Fernando Duque de Estra
da, Carlos Ramos, Andrés Calcáneo Díaz, Marcos E. Bece
rra, Silvino Burelo, Juan Ramírez, Lorenzo Calzada y otros
que se escapan a mi memoria. Tenía yo entonces quince años
de edad y ya me deleitaba de tarde en tarde con la literatura
vernácula que domingo a domingo nos brindaba el grupo de
bohemios de El horizonte.
La bohemia tabasqueña que siguió después es la verdade
ra revista literaria. En ella se congregó lo más selecto de la
provincia: Lorenzo Calzada (E l Chato), Femando Duque de
Estrada (Ferdu D ’Essan), Pepe Calzada (Ramón C ), Pedro
Alcalá Hernández (Claro-Oscuro, Fray Gerundio o Lucas
Gómez), Carlos Ramos, Salomé Taracena (El Negro Mele
nudo), Dolores Puig de León, Andrés Calcáneo Díaz, Juan
Ramírez, lo mejor, la aristocracia de las letras tabasqueñas.
Esta revista tuvo dos épocas, y en la segunda, allá por los
años de 1902 a 1903 fue cuando escribí y publiqué en ella mis
primeros renglones cortos, gracias al estímulo constante y ge
neroso del Chato Calzada. No sabe todavía Tabasco cuánto
le debe a este hombre que, después de su inmensa labor lite
raria activa y pasiva, murió casi olvidado o ignorado en Tea-
pa, su tierra natal, en octubre del año de 1938. A él debemos
muchos de nosotros la afición literaria. Nos hizo creer que
podíamos y nos encarriló. Por él, pues, hemos llegado a va
ler algo en el mundo de las letras. ¡Qué entusiasmo el suyo
cuando nos hablaba de Rubén Darío, del Duque Job, de Al
fredo de Museet. A él le oí por vez primera aquellos versos
de Rubén:
150
Y estos otros que hicieron tanto ruido:
Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver. . .
151
gún libro de la obra literaria de Lorenzo Calzada! ¡Cuánto
más podría decirse de los que hacían la famosa revista! ¡Aque
llos artículos festivos de Lucas Gómez o de Ferdu D ’Essan!
¡Aquellas críticas musicales de Quico Quevedo y de David
España y de Antonio Martínez Chablé! ¡Aquellos poemas de
Juan Ramírez o de Carlos Ramos o de Calcáneo Díaz! ¡Aque
llos versos jocosos del Negro Melenudo! La Bohemia Tabas-
quena marcó una época de brillantez literaria en el Estado.
Toute proportion gardé, fue en San Juan Bautista, lo que la
Revista Azul, de Gutiérrez Nájera, en la capital de la Repú
blica.
Le siguieron después:
La revista ecléctica, de doña Asunción Merino viuda de
del Río, semanario de cuatro planas, donde doña Chonita daba
vuelo a la hilacha con graciosas ironías hasta para su propia
familia y con ditirambos y elogios hiperbólicos para sus amigos.
La pequeña bohemia, periódico de muy corta vida, suce
sor de La bohemia tabasqueña, redactado por Ruperto Jiménez
Mérito, Alfonso Ortiz Palma, César Villasana, Manlio S.
Fuentes y Raúl Mendoza, todos estudiantes entonces y todos
muertos hoy, con excepción de Manlio que reside en Méjico
dedicado a la quiropráctica.
La high Ufe, periódico de poca duración, redactado por
Manlio $. Fuentes, Alfredo Alcalá y César Villasana. Estuvo
en constante polémica con El sagitario por cuestiones literarias.
El sagitario, también de corta vida, lo redactaron José
María Gurría Urgell y Francisco Hidalgo Estrada.
Alfa, semanario de letras y arte, redactado por Manuel
F. Briseño, David F. España, Lorenzo Calzada, Carlos Ramos,
Leandro J. Duque de Estrada, Silvino Burelo, Manuel García
Jurado, Salvador Torres Berdón, Felipe A. Margalli, Arcadio
Zentella Sánchez, Ignacio Magaloni, Fernando Rivas Hernán
dez y otros; dos meses después cambia su nombre por el de
152
Alba, más suave y armonioso, y sigue las huellas luminosas
de La bohemia tabasqueña. Esta revista puede considerarse
como el último canto del ave literaria de Tabasco, antes de
la revolución que cambió moldes y trayectorias, situaciones y
principios, en todos los órdenes de la vida.
El renacimiento, en fin, es el último periódico de raigam
bre literaria que conocí en Tabasco. Fue su fundador, director
y mantenedor M. Guillermo Amezcua. Acaso pudiéramos con
siderarlo anodino, por su no definida filiación política, pero lo
he catalogado en este lugar, porque ciertamente su mayor ac
tividad fue literaria -—todavía recuerdo el comentario tan bri
llante que hizo de Santa, la bellísima novela de don Federico
Gamboa— y porque en este periódico publiqué cuanto produje
en aquella época, a tal grado que mi actitud movió —de buena
fe, por supuesto— los celos cariñosos de Lorenzo Calzada,
expresados en la carta a que ya me referí. Amezcua fue un
sujeto que supo cultivar el amor de la juventud. De aquí que
también la obra literaria de Santamaría, como la de otros más,
tuviese tan buena y generosa acogida en su periódico. Después
de cuarenta años, cuando ya casi nadie se acuerda de El Re
nacimiento ni de su fundador, bien merecen que se les consa
gre un sincero elogio, una palabra de cariño, la unción religio
sa de un recuerdo.
153
XVIII
157
En la misma piara de toros del Playón vimos torear des
pués a Colorín. Su arte era, sin dua, más fino que el de Che-
ché, a pesar de lo cual no logró impresionarnos tanto como éste.
No tengo memoria de más toreros ni de más corridas en
esta plaza, y eso que casi no faltaba a ninguna de ellas. Me
metía con los músicos, ayudando a cargar los ruidos, esto es,
el bombo y los platillos.
Otra plaza de que tengo un vago recuerdo es la de T a-
pijuluya que estuvo entre la Ceiba y Atasta. Allí creo haber
visto torear a Camaleño que era muy valiente. Del que no
tengo duda es del Zocato, diestro español que estuvo a punto
de ser cogido una tarde en que después de fuerte lluvia y con
el piso resbaloso tuvo que matar el último toro. Después de
herirlo de una certera estocada, salió limpio de la suerte, pero
no pudo correr y ponerse a salvo de la fiera, porque cayó en
la arena tendido cuan largo era. El toro, moribundo, lo siguió,
en un último impulso de vida y de rabia, entre los gritos de
horror de la multitud hasta darle alcance y caer a su lado,
muerto, enteramente, de tal forma que ni siquiera necesitó de
la clásica puntilla. El Zocato nació de nuevo esa tarde.
Hubo otra plaza de toros a la izquierda del camino de
Atasta, casi frente al cementerio general, que se llamó plaza
del Centenario. Tengo idea de que en esta plaza murió cogido
por un toro de mala ley un pobre novillero conocido con el
nombre de Carnicerito. Paréceme también que en esta plaza
fue donde conocimos a Samuel Solís y Cayetano González, dos
novilleros jóvenes que por su finura en el torear el primero y
por sus muchos riñones el segundo revivieron la afición por
los cuernos y llenaron el coso taurino de multitudes delirantes.
Decíase entonces de Samuel Solís que había sido condiscípulo
de Gaona, esto es, que fue parte del grupo de adolescentes
que tomaron lecciones de Ojitos. Y , en verdad, Solís era un
torero clásico cuando quería serlo, cuando estaba de humor.
\5S
cuando llegaba al ruedo con deseos de complacer; sólo que
muy pocas tardes se le veían estos propósitos. Por lo general
lo poseía una jindama que lo empequeñecía hasta los pozos
profundos de lo ridículo y de lo despreciable. Aquellas tardes
de inexcusables cobardías eran hasta peligrosas; armábanse
broncas terribles en los tendidos; volaban los cojines, vibraban
las injurias; los escándalos eran mayúsculos. Con todo esto,
Samuel Solís tenía sus simpatizadores, pues bastaba una sola
tarde buena para que le viéramos filigranas, lo mismo con la
capa que con las banderillas o la muleta. El toreo de Cayetano
González siempre fue igual, lleno de arrojo, de bravura, de te
meridad. No había en este novillero gran elegancia, pero siem
pre dio muestras inequívocas de mucha vergüenza; había en
él lo que se llama sangre torera. De aquí que la opinión se
mantuviera dividida entre gonzalistas y solisistas, y esta divi
sión era lo que precisamente daba más interés a las corridas.
¿Cuánto tiempo duró esta pugna popular en pro de tan dis
tintos diestros? No tengo idea ni recuerdo cómo terminó.
Lo que sí sé es que poco tiempo después se construyó
por el rumbo de Casa Blanca una nueva plaza de toros que
se llamó “Cayetano González”, lo que demuestra que, en fin
de cuentas, la simpatía taurina se inclinó en favor de la teme
ridad y que poco significó, para este balance final, el arte de
Samuel. Lo que, por otra parte, nada debe extrañar, pues es
regla general que la popularidad no la produce ni lo exquisito,
ni lo delicado, ni lo espiritual, sino la fuerza bruta, el valor
incontenible, las victorias estruendosas de los héroes. Por eso
las mujeres se chiflan por los militares, por los aviadores, por
los toreros mismos, por todo aquello que es símbolo de fuerza
y de arrojo.
En esta nueva plaza siguió toreando Cayetano el valiente.
Y toreó no sé por cuánto tiempo más, si bien ya sin Samuel que
desapareció de la escena. Ambos diestros han dejado en los
159
anales de la tauromaquia tabasqueña un hondo e imborrable
recuerdo. Todavía de tarde en tarde se habla con fruición de
la hombría inigualable de Cayetano y de la fina elegancia de
Samuel.
En esta misma plaza —la "Cayetano González”— suce
dió algo insólito que merece recordación. En uno de los ins
tantes de mayor alboroto o regocijo, -acaso después de uno de
esos lances de capa o espada que levantan el ánimo, levantóse
también desde uno de los palcos del coso taurino la voz po
tente y simpática del Chato Ongay anunciando los productos
de "La gran fábrica de cigarros La Paz, de Mérida”, palabras
más o menos textuales, al mismo tiempo que a manos llenas,
repartía a diestro y siniestro, cajetillas mil del producto anun
ciado. Y tras un breve momento se levantó un clamor de an
gustia, de espanto, de pena: "¡E l Chato ha muerto!” He aquí
el grito que salía de cuantos estaban cerca del simpático y
conocido viajante. Dado el carácter jocoso y jocundo del fa
moso Chato, nadie quería creer en su muerte, antes bien casi
todos creian que se trataba en esa ocasión de uno de sus tru
cos acostumbrados, de un chiste más de los muchos que vivía
haciendo en su labor comercial. Pero cuando acudieron los mé
dicos al palco del siniestro, cuando la multitud vio salir en
andas al formidable anunciador, cuando mil circunstancias de
mostraron elocuentemente la aterradora verdad, el público todo
se inclinó entristecido y murmuró y repitió, sin cansancio, en
silencio doloroso, estas solas dos palabras: "jPobre Chato!”
Una nube sombría cayó sobre la muchedumbre triste y cari
acontecida. Ni un grito más. Un silencio devoto. Un respeto
callado y sincero. Que también el público, por ineducado y
brusco que sea, sabe ser comedido, moderado, discreto, frente
a los grandes dolores humanos.
Finalmente, en el mismo Playón hubo otra plaza de toros
cuyo nombre no recuerdo. Ni siquiera recuerdo quiénes hayan
160
toreado en ella. La memoria es así: infiel y frágil. Recuerdo
cosas de cuando tenía tres, cuatro o cinco años de edad, y he
olvidado casi por entero hechos y sucedidos de cuando ya ha
bía pasado de los treinta. Lo que voy a referir me parece que
aconteció el año 13 de este siglo, precisamente cuando ya
había cumplido la tercera década de mi vida. Fue algo horrible
que nunca olvidaré.
Se anunció que un domingo por la mañana, en presencia
de cuantas personas quisieran asistir al espectáculo sería se
pultado un faquir en el coso taurino. Decíase que el dicho
faquir se produciría por sí solo el estado de catalepsia, y que
en este estado, con una lentísima pulsación que le permitiría
permanecer dentro de una caja de madera preparada ad hoc,
de lo cual darían fe algunos médicos de la localidad especial
mente invitados para ese efecto, sería sepultado dentro de la
referida caja y que así permanecería hasta después de la co
rrida de toros que se efectuaría en la tarde. Muchas personas
acudimos a presenciar el lúgubre espectáculo. Después de los
preparativos de rigor, después del sueño simulado o artificioso
del faquir, y de un disparo de pistola y del examen médico,
a los acordes de una marcha fúnebre, descendió lentamente a
la fosa hecha ex profeso el catafalco del faquir. Luego salimos
de la plaza de toros haciendo los obligados comentarios. Quién
aseguraba que el infeliz faquir se moriría asfixiado; quién de
cía que la pulsación de este pobre hombre era normal cuando
se inhumó; éste condenaba a los médicos por haber permitido
aquel suicidio; aquél argüía que cosa igual había hecho ya en
otros lugares como Mérida de Yucatán, con toda felicidad.
Llegó la hora de la corrida. Y o no asistí al espectáculo taurino.
Al caer la tarde me hallaba con un grupo de amigos sentado
frente a la cantina del teatro Merino, tomando refrescos, cuan
do empezó a pasar la gente que volvía de la fiesta brava, y
todos iban diciendo: ‘Se murió el faquir”. Oído lo cual nos
161
levantamos precipitadamente y nos encaminamos a la plaza de
toros, donde nos encontramos ya exhumado, sobre unas tablas
mal colocadas a guisa de mesa, el cuerpo todavía caliente del
faquir. Según los médicos, estaba cocido. Lo había cocido el
calor de la tierra, calentada, a su vez, por los rayos calcinado
res de aquel sol tropical.
Se expandió la noticia con la velocidad del relámpago.
Pasó las fronteras del Estado. Continuaron los comentarios
cada vez más duros. Se hicieron cargos admonitorios contra
los médicos. De la ciudad de Mérida se recibió un telegrama
en el que sugerian no enterrar el cuerpo del faquir, porque
acaso estuviera vivo aún bajo los efectos de la catalepsia por
él provocada. Se esperaron más de veinticuatro horas, después
de las cuales no hubo más remedio que inhumar el cadáver,
porque la putrefacción, que no tardó en hacerse sentir horri
blemente, fue la mejor demostración de que la vida había
huido para siempre de aquellas pobres carnes calcinadas.
162
XIX
165
meyes, los zapotes, los chicozapotes. A propósito del nance es
curioso el hecho de que sólo en Tabasco, a lo que creo, se
llama así esta fruta que se come cruda, en dulce y encurtida,
pues en Campeche se dice naneen y en el resto del país nan~
che. Y con relación al mamey y al zapote, bueno es advertir
que el primero es de la familia de las gutíferas, originario de
Santo Domingo, “casi redondo, de unos quince centímetros de
diámetro, de corteza verduzca, correosa y delgada que se quita
con facilidad, pulpa amarilla, aromática, sabrosa, y una o dos
semillas del tamaño y forma de un riñón de carnero”; y el
segundo es fruto propiamente mejicano, de la familia de las
zapotáceas, de forma “ovoide, de quince a veinte centímetros
de eje mayor, cáscara muy áspera, pulpa roja, dulce, muy
suave y una semilla elipsoidal (el piste o pistle), de cuatro a
cinco centímetros de largo, lisa, lustrosa, quebradiza, de color
de chocolate por fuera y blanca en lo interior”. A este último
se le llama efectivamente zapote en Tabasco y al primero ma
mey, como en Chiapas, en Guatemala y acaso en toda la Amé
rica Central, es decir, se les llama por sus nombres legítimos,
al revés de lo que acontece en el resto de Méjico, donde se
le dice zapote a la gutífera y mamey a la sapotácea. Valga
la digresión para continuar en nuestra descriptiva tarea (1).
¡Y lo que han cambiado los tiempos de entonces acá! En
aquellos días llenaba el tenate de la compra diaria con sólo
un peso. Hoy apenas alcanzan veinte para las más apremiantes
necesidades. El mercado Sarlat era muy surtido, como que por
mucho tiempo fue el único. Hicoteas, tortugas, cangrejos, ta
sajos de Macultepec, tamales, longaniza, morcilla, todo se po
día comprar -en este mercado, adonde tengo de ir aún, cual
quier día de éstos, a recoger mis pasos o mi -sombra.
166
Posteriormente se construyó un nuevo mercado entre el
río Grijalva y el parque Juárez que se llamó primero Porfirio
Díaz y después, al triunfo de la revolución maderista, Pino
Suárez. Parece que todos los sitios públicos que llevaban el
nombre del viejo dictador, tomaron el del vicepresidente már
tir, pues así aconteció aquí en Veracruz, con la avenida situada
entre las de Jiménez y Revillagigedo, por donde pasa el tran
vía que también lleva el nombre de Pino Suárez por la misma
razón. Este mercado ya no lo frecuenté. Sólo llegué a él de
tiempo en tiempo, acaso por seguir a la novia. ¡Qué sé yo!
No hubo en Tabasco por aquel entonces —y creo que en
la actualidad tampoco— ninguna quinta, en su verdadera acep
ción de casa de recreo. Menos áún como las famosas quintas
o huertas de Colima, por ejemplo, donde se producen las más
ricas frutas de la región. Quizá por esta circunstancia —la
de la ausencia de quintas— nos impresionó a muchos la quinta
de Dueñas, ubicada casi en las afueras de la ciudad, en la es
quina de las calles de Castillo y Méndez. Esta -quinta fue pro
piedad de don José Julián Dueñas que fue hasta cinco veces
gobernador del Estado. Hombre que viajó por el extranjero
este don Julián, supo fomentar su quinta hasta hacer de ella
un lugar pintoresco digno de admiración. Tenía sus fuentes
y otros adornos interesantes; rosales de muchas clases, árboles
frutales como mangos, guanábanas, guayabas, pomarrasas, etc.;
animales domésticos y domesticados, como perros, venados, ga
llinas, pájaros. Casi todo exportado y de razas finas. Don José
Julián Dueñas, dentro de su época, era un hombre civilizado,
y aun pienso que hoy lo sería también. Su quinta, por aque
llos lejanos días, fue una cosa de gusto. Los chiquillos que
llegábamos por sus colindancias, y que alguna vez logramos
entrar en ella, abríamos la boca a mil asombros. Quizás por
esta circunstancia los de mi tiempo no hemos podido olvidar
todavía esta famosa quinta, destruida ya por entero y con
167
vertida hoy, como el más duro agravio a la memoria de su
antiguo dueño, en casa non sancta.
Y como por asociación de ideas anfójaseme hablar en se
guida de las Ruinas de Sentmanat, ya que este exótico perso
naje, don Francisco de Sentmanat, fue quien sucedió en el go
bierno a don José Julián Dueñas. Estas ruinas, conocidas con
el nombre de Sentmanat, estaban en la esquina de la calle que
hoy lleva el nombre de Pedro C. Colorado y la de Constitu
ción; la esquina siguiente, por la misma acera, es la del hospital
civil. Ruinas eran de lo que había sido casa, residencia o pala
cio del coronel Sentmanat. Este militar que, como tantos otros
venidos de fuera del país, era extranjero, sentó sus reales en
Tabasco con el título de gobernador del mismo en dos ocasio
nes por el mandato personal del Presidente de la República
don Antonio López de Santa Anna. Caído en desgracia y con
vertido en filibustero fue derrotado y aprehendido por sus ene
migos en Jalpa y allí mismo fusilado. Su cuerpo fue conducido
en una bestia mular a San Juan Bautista. El historiador don
Manuel Gil y Sáenz, refiriéndose a este asunto tan desagra
dable, dice: ‘‘Aquí viene una escena terrible, y que es preciso
narrar. Las exaltadas pasiones indujeron a los enemigos del
vencido a cortar la cabeza del ya muerto Sentmanat, y sumer
giéndola entre aceite hirviendo, colocáronla en una especie de
jaula, la cual fue expuesta a la espectación pública. ¡Acto bár
baro que avergüenza, no a Tabasco, sino a sus autores, nin
gún© de los cuales era tabasqueño!” El triste y trágico fin de
Sentmanat hizo que la memoria de este audaz cubano —buen
mozo, por cierto— se convirtiera casi en legendaria, y de aquí
que las ruinas de su casa produjeran un extraño temor y die
ran causa a muchas consejas, sobresaltos y recelos, sobre todo
cuando pasábamos frente a ellas en noches oscuras y silencio
sas. Las ruinas de Sentmanat las contemplamos siempre con
cierto •raro pavor. Hoy han desaparecido. En el mismo sitio
168
se alza un edificio moderno donde tiene sus oficinas la Co
operativa de Transportes de Villahermosa.
¡Cómo me inquieta el sólo pensar en aquella laguna que
estaba al sur o sureste de la ciudad, conocida con el nombre
La Pólvora! ¡Cuántas veces nos bañamos en ella! ¡Cómo sur
cábamos sus tranquilas aguas a bordo de celosísimos cayucos!
Ya no existe, es verdad; la han rellenado, la han desecado.
Pero no puedo pensar én ella convertida en llanura de polvo.
La veo en mis recuerdos como entonces: con sus aguas túr
bidas y quietas, con sus orillas pobladas de amates en cuyas
frondas escuchábamos la ululante vocinglería de las aves; con
sus días encantadores de cielo azul y de sol tropical; con sus
noches tibias pobladas de estrellas cuyos fulgores caían román
ticamente sobre el apacible dorso de sus aguas; con sus em
barcaciones tripuladas, principalmente, por muchachos del ins
tituto “Juárez". Y me parece escuchar, lleno de emoción, an
gustiado por la pena de no poder volver a aquellas horas inol
vidables, como un clamor, como un reclamo hondo y lejano,
aquellas barcarolas con que muchas veces nos deleitó la deli
ciosa y afinada voz de Manuel Montellano. La laguna de La
Pólvora, en épocas de creciente, uníase a las aguas impetuosas
del Grijalva e invadía los terrenos más allá de la casa de señá
Chica Pérez, hasta Mayito, adonde llegábamos a descargar
aquellos ricos guayabales que eran nuestro encanto. ¡Oh, vie
ja laguna de mi niñez, no puedo olvidarte! No puedo volver
a ti mis ojos sin sentir en el alma la nostalgia de lo imposible.
Te veo como en mis años mozos. Me parece que voy sobre tus
aguas rumorosas, manejando el canalete.
¡Oh, lector querido, seguidme ahora hacia fuera de la
ciudad! Bajemos por la calle de Abasólo, como quien va con
rumbo a Tierra Colorada. Es una bajada casi siempre llena
de lodo. Pasamos por la casa de señá Petrona Carrasco, la
gran tamalera de San Juan Bautista, por de Tía Eligía, cuyos
169
tamales eran también de fama. Aquí en el patio de la casa de
la Carrasco había un árbol de cojinicuil que muchas veces,
favorecidos por las sombras nocturnas, descargamos a hurta
dillas. Y más adelante caminando sobre el mismo rumbo, a la
derecha, encontramos un sitio que bautizamos con el nombre
de Las nueve matas, por que en él existían precisamente nueve
matas de mango. Este lugar parecía no tener dueño, pues sin
cuidarnos de nadie, en comparsa llegábamos a cualquiera hora
del día, a cortar el exquisito fruto que comíamos verde o sazón
con sal o bien maduro, como caía. Lo echábamos abajo a ga
rrote limpio o subiéndonos y moviendo violentamente sus ta
mas. Este último procedimiento dio lugar a que cierta vez, Pe
dro González Aguilera, que era muy fuerte, subido hasta bien
arriba de una de las matas de mango, al sacudir uno de los
gajos que halló más cargado alborotó de tal suerte un avispero
que estaba en la rama, que, enfurecidas todas las avispas del
panal, rodeáronle en enjambre, cercenándole el cuerpo, princi
palmente la cara, el cogote, las manos, y obligándolo a bajar
en abreviado. A una altura de tres o cuatro metros resolvió des
prenderse de la última rama como medio de salvación y
así llegó a tierra casi moribundo. Lo ayudamos a matarle
las avispas que todavía llevan prendidas, operación de la
cual también nosotros, los que lo acompañábamos en aque
lla aventura, sacamos algunos lancetazos de los endiabla
dos himemópteros. Y el suceso fue de tal sensación que por
mucho tiempo lo estuvimos comentando sin volver, por supues
to a las nueve matas, no sólo sino que a través de medio siglo
Julián Urrutia y yo lo hemos recordado como uno de los acon
tecimientos más impresionantes de nuestra vida. De aquí que
aquellas nueve matas sin dueño que muchas veces saciaron
nuestra gula, vivan aún como nueve espectros fantásticos en
las reconditeces más profundas de nuestra memoria.
Siguiendo por el camino de Tierra Colorada llegamos a
170
otro sitio histórico, al menos para muchos de los que lo fre
cuentamos. El lugar era conocido con el nombre de Las pozbs,
porque efectivamente eran pozas formadas por la extracción
de tierra barrosa que se empleaba en la fabricación de tejas
y ladrillos. Estas pozas, con profundidad de más de dos me
tros algunas de ellas, se mantenían llenas de agua sobre todo
en la época de lluvias y a ellas llegábamos a bañarnos, mañana
y tarde, en vez de ir a la escuela. Muchos aprendimos a nadar
en ellas, como paso previo para echarnos en las aguas del
Grijalva. De fijo ya estas pozas no existen ni siquiera creo que
podría yo atinar con el sitio en que se hallaban. No en balde
la incontenible rueda de Cronos ha girado sin descansar desde
aquellos remotos días de mi niñez. Pero existen en mi memo
ria. Allí están y estarán estereotipadas con la indeleble tinta
de la emoción mientras yo aliente vida.
Y por último, llego al paso de Tierra Colorada. Hasta
este lugar se iba antes por vía férrea, en los carritos de trac
ción animal que regenteaba don Alberto Correa. Hoy ya no
existe este servicio. Es claro: estamos en la era del camión.
En el paso de Tierra Colorada se contempla la mansa corrien
te del río González. Tenía su encanto este lugar. Un poco
rústico, tal vez; pero precisamente su rusticidad le daba tal
encanto. Dentro de esa belleza natural alzábase el rancho del
coronel Sosa. No sé si ya dije antes que este coronel llegó
a ser general en las postrimerías del régimen de don Porfirio
pero ni yo ni nadie se acostumbró a llamarlo general. Creo
que ni él mismo. Para todo el mundo siguió siendo el coronel
Sosa, hasta su muerte acaecida en la ciudad de Mérida, des
pués del 14, año en que salió de Tabasco. En todo el camino
de Tierra Colorada, hasta llegar al paso, encontrábamos de
lado y lado pequeños ranchos agropecuarios. En muchos de
ellos nos metíamos furtivamente para cazar pajaritos o para
"pepenar” nances. Cada vez que al atardecer oigo pregonar
171
por las calles de Veracruz, el nanche de La Loma, viene a mi
mente el recuerdo del nance de Tierra Colorada, aquel nance
sabroso •—amarillo, castaverde, rojo— que pepenábamos fur
tivamente en los ranchos de aquel camino encarminado que tan
tas veces recorrimos en nuestras andanzas infantiles.
172
XX
175
un viaje encantador en el vapor "Elisa” que manejaba el nor
teamericano Samuel Van Horr por el río González, río que
desemboca en Chiltepec, pero que tiene un desprendimiento
que se conoce con el nombre de Arrastradero, que comunica
con la hermosísima laguna de Mecoacán,. tan extensa que for
ma horizonte, en cuyas orillas han medrado por siglos apreta
dísimos manglares y por la cual llegamos a Dos Bocas, desde
donde no sé, no puedo recordar, cómo continuamos el viaje a
Paraíso. Y me entregó la dirección de la escuela el poeta Leo-
vigildo Ferrer y Ferrer, cuyos versos ha publicado el gobier
no de Santamaría.
Era la primera vez que salía de San Juan Bautista para
residir por- largo tiempo en un pueblo, fuera de la capital. Es
taba un poco destanteado. La familia Abalos fue mi orientado
ra. Angela y Tula, hijas de don José Jesús Abalos, me relacio
naron con la sociedad. Así fue como conocí a Candita Pérez,
a Aurora Madrigal, a Estela Javier, a Siria Barillas, a Este
la Franyuti, a Carmela y Candita Figueroa.. Luego me relacio
né con don Teófanes García, don Hesiquio de la Cruz, don
Aurelio, don Saturnino y don Marcelo Javier, don Manuel H.
Hernández, el ingeniero don Epafroditó Hernández Carrillo,
don Agustín Franyuti, don Restituto Carrillo, don Diego Fi
ligrana, los médicos don Tobías Magaña y don Vicente Zeti-
na, don Manuel F. Franyuti, que era el Jefe Político, don
Anempodista García que fue mi ayudante en la escuela, y al
gunos muchachos como Jacinto Madrigal, Evelsaín Magaña,
Manuel y Juan Pérez, Hermógenes Guzmán, y ¡cuánto nombre
raro! Por supuesto que en esto no le van en zaga Jalapa ni
Teapa. En alguno de estos dos lugares sacaron el nombre Ade-
lor del de una razón social francesa, la cosa más original A de
t or; y de las palabras de nuestro himno nacional que dicen:
"mas si osare un extraño enemigo”, formaron el nombre más
raro aún: Masiosare. Y asi el nombre de aquel famoso compo-
176
neeor de huesos de Astapa —Clímaco—• lo han convertido en
Quilimaco. ¡Cosas de Tabasco!
Pues bien; en Paraíso comencé a vivir la vida de las le
tras. Me suscribí a La ilustración artística, de Barcelona, don
de leí tantas cosas de doña Emilia Pardo Bazán, de los Alva
res Quintero, de Jacinto Octavio Picón, de Alfonso Pérez Nie
va, de José Echegaray y de tantos proceres de la literatura es
pañola. Peer a México las Ingenuas, de Urbina; la novela
Clemencia, de Altamirano; la Pepita Jiménez, de Valera; la
Mireija, de Federico Mistral. ¡Vamos! hice mi pequeño mundo
bohemio en aquel delicioso lugar que guardo en mis recuerdos
como una de las páginas más hermosas de mi vida. En Paraí
so leí por primera vez El Quijote que después, por este afán
mió —tal vez estéril— de familiarizarme con el suave y armo
nioso romance español, casi lo he convertido en mi libro de ca
becera. En Paraíso pronuncié mi primer discurso; y, bajo el
aliento generoso del Chato Calzada, que de lejos me estimu
laba, escribí mis primeros versos que envié, para su publica
ción a La Bohemia Tabasqueña. Helos aquí:
BA JO UN LA U REL
177
Ella está triste, pálida, enferma,
y aún no regresa su amante fiel.
¿Por qué no vuelve? ¿Por qué no escucha
que ella muriendo le dice: "ven”?
¡Ay! porque el pobre murió en el viaje . . .
Ella muy triste murió también.
17S
cinco al veintiséis de octubre, la consecuencia del terremoto, •
sea la lluvia de ceniza qué al amanecer de uno de esos días, es
tando yo en el rancho de mi compadre Juan Santos, a po
ca distancia de Paraíso, nos sorprendió agradablemente, pues
el fenómeno daba la impresión de una nevada: los árboles, los
tejados de las casas, los campos, se veían cubiertos de una ce
niza blanca que parecía nieve. Esta ceniza hizo mucho daño en
los ríos, algunos de los cuales dejaron de ser navegables y, en
cambio, levantó el nivel de no pocos terrenos pantanosos.
Había enmedio de la gran plaza de Paraíso, entre los tem
plos católico y protestante, una glorieta donde se efectuaban las
serenatas dominicales. En este sistio escuché el maravilloso cla
rinete de un músico de apellido Alejandro, inolvidable. En es
te mismo sitio vi bailar zapateado con muchachas de la clase
humilde a don Abigail Bosada, a la sazón Jefe Político del pue
blo.
Don Aurelio y Marcelo Javier eran poetas. A veces nos
reuníamos para decir versos. Tengo para mí que don Aurelio
que era el mayor, todavía vive; y, lo que es admirable, todavía
escribe de cuando en cuando sus poemas.
Pero entre todos los recuerdos de aquellos dos años que
pasé en Paraíso, el más dulce, el más hondo, el más cordial,
el que no ha podido borrarse ni se borrará jamás de mi memo
ria, es el de Candila Figueroa, cuyo trato exquisito hizo que
la distinguiera yo con todas mis preferencias. Muchacha inte
ligente, llena de nobles aspiraciones, bondadosa, discreta, era
en una palabra, mujer capaz de llenar las mayores exigencias
humanas. La vida nos separó. Creo que al siguiente año de mi
salida de Paraíso, ella se fue a estudiar en la Escuela Nor
mal para señoritas de San Juan Bautista. Me casé yo. Se ca
só ella, después de recibida. Se fue a trabajar al Estado de
Chiapas, a un lugar conocido con el nombre de Valle de Cin-
talapa, cuna —según entiendo— de Rodulfo Figueroa. Volvió
179
a Tabasco, y fue a morir a Paraíso. Nunca más la ví. Pero
nunca la he olvidado. Cancita Figueroa vive en mis recuerdos.
El eco de su voz, su dulce mirar, la bondad de su alma, el
hondo cariño con que me trató, viven dentro de mí como en
ánfora triste e inviolable. Paraíso entero está simbolizado en
este nombre, en este recuerdo, en esta santa inquietud con que
pienso en ella.
Me cuentan que Paraíso es hoy verdadero emporio de
progreso. Dicen que es, en Tabasco, el lugar de más prosperi
dad. Es su presidente municipal un antiguo alumno mío: Au
gusto Hernández Olivé, muchacho talentoso, tanto como su
padre el Ing. Hernández Carrillo, que fue alumno fundador
del instituto “Juárez” y cuya inmensa cultura me sorprendió
cuando tuve ocasión de tratarlo.
Me parece que durante los meses de julio y agosto ce ca
da año nos divertíamos con las "corridas” de los cangrejos que
van a desovar al mar. La gente de por esos lugares es o al
menos era muy experta para cogerlos y amarrarlos hasta hacer
con el sabroso crustáneo grandes cargamentos que llevaban por
río a San Juan Bautista para su venta.
Muy cerca de Paraíso hallábase una ranchería o ribera
conocida con el nombre de Ceiba. A este lugar podía irse por
el llamado Río Seco que en este trayecto es perfectamente na
vegable. Mucho tiempo se creyó que este río era el descubier
to por Juan ce Grijalva; pero los eruditos han demostrado has
ta la saciedad que el río del aventurero español es el que des
emboca en Frontera. Pues bien; me cuentan también que Cei
ba, la ranchería ribereña de entonces, de apenas unas cuantas
casas humildes, es hoy punto de tal importancia que tal vez no
lo conociera si lo viese. Llámase ahora —dicen— Puerto Ceiba,
y tiene un movimiento urbano de mucha importancia; casas mo
dernas y bjen alineadas; actividad agrícola y comercial, algo,
en suma, de llamar la atención. A su falda corre, ya para mo
180
rir en el mar por la Barra de Dos Bocas, el agua tranquila y
silenciosa del Rio Seco.
Paraíso tenía, y aún creo que sigue teniendo, el hermoso
atractivo de su playa para los baños de mar. Gente de Comal-
calco, de toda la región cíe Río Seco hasta Cárdenas, y de San
Juan Bautista llegaba de temporada a los baños de Limón o
de Dos Bocas. Aquello era, en verdad, muy rudimentario to
davía, pues era necesario improvisarlo todo, hasta las casetas;
pero se pasaban allí horas y días verdaderamente encantadores
bajo el sol ardiente de la canícula, en la ancha playa coruscan
te y frente al inquieto mar en su eterna sinfonía con el viento.
Cuando salí de Paraíso, que fue la fragua de mis senti
mientos artísticos, sentí un gran pesar en el alma. Allí forjé mis
más caras ilusiones: allí empecé a soñar; allí escribí mis prime
ros versos; allí amé hondamente en silencio; allí nací a la vida
del arte y del pensamiento. Cuando salí de ese lugar, a donde
nunca más he podido volver, sentí un gran pesar en el alma.
Me sustituyó en la dirección de la escuela el hoy ciruja
no dentista Carlos Sala.
181
XXI
Tacotalpa.— El maestro Marcos.— Los cuatro
barbones.— La fiesta de “ San Antonio” .
De la de Paraíso pasé a la escuela de Tacotalpa, la ex
capital de Tabasco, la tierra de los Merino, de los Pintado, de
los Zurita, de los Bélchez, de los Marcín. Fui a trabajar como
maestro a donde había trabajado como tal don Marcos E. Be
cerra, quien a la sazón se había marchado a la metrópoli na
cional como secretario de don Alberto Correa, sustituto del
inmenso con Enrique C. Rébsamen, el sabio pedagogo suizo,
en la Dirección de la Escuela Normal.
No era, pues, fácil para mí llenar aquel vacío, pues aun
que antes que yo habia estado Carlos Sala, el vacío seguía lle
no de don Marcos. "Don Marcos hizo ésto” . . . "Don Mar
cos decia así” . . . “Don Marcos nos lo enseñó” . . . "Don Mar
cos . . . ” ¡Ah! el nombre de don Marcos lo llenaba todo. En
las mesas, en las bancas, en los pizarrones, en los mapas, en
todas partes, por dondequiera, veía y oía el nombre de don Mar
cos. Yo casi no conocía a este maestro, pero la aureola con
que me lo presentaban sus alumnos y amigos, la laboriosidad
que en él descubría a cada momento, el cariño con que se re
cordaba su actuación pedagógica, todo esto y muchos otros
singulares pormenores que por si solos revelaban su eficaz y
provechosa labor en la escuela y en el pueblo, hacían que
viera en él, como reproducida, la figura de Marcos Froment, el
185
personaje central ce Verdad, la obra inmortal de Zolá, muy en
boga entonces.
Con ser de suyo difícil para mí aquella situación, fui poco
a poco adaptándome a ella. Mis discursos y mis versos publi
cados ya en algunos periódicos de San Juan Bautista me da
ban cierta personalidad y, como la gente de Tacotalpa siem
pre tuvo señera afición por las letras, hallé cabida en la socie
dad tacotalpeña que me tendió, casi desde mi llegada, su ma
no protectora. Y el río Tacotalpa, que pasa por aquellas tie
rras de bendición, no pocas veces me adormeció con sus ru
mores cantadnos y susurrantes.
En Tacotalpa viví cuatro años, de 1904 a 1908. Durante
el año de 1905 a 1906 viví feliz al lado de María Pardo Acu
ña, mi primera esposa, madre de Charito. El 21 de marzo de
1906 celebramos con gran regocijo y con la mayor pompa po
sible el centenario del natalicio ce don Benito Juárez.
Fui amigo de los cuatro barbones del lugar: don Calixto
Merino, don José Encarnación Pintado, don Ruperto Caballero
y don Juan Bélchez, que eran como patriarcas, sobre todo el
primero, a quien veia yo diariamente luciendo al sol su vene
rable calva relumbrosa por todo el pueblo.
Allá, aparte mi labor escolar, hice mucha obra literaria.
Escribí varios cuentos, casi todos inéditos, menos Eva que fi
gura en primer término en mis Páginas sueltas. Y allá quedé
viudo por primera vez.
Sería prolijo en extremo referir cuanto vi, cuanto pensé
y cuanto sentí en aquella tierra por muchos conceptos inolvi
dable, asi por lo que en ella gocé como por lo que en ella pa
decí. Mas para poner contera a este articulo insertaré a conti
nuación mi cuento descriptivo titulado La fiesta de "San Anto
nio", escrito en el año de 1907 y dedicado a don Rafael M.
Bélchez, padre de Adelita, mi actual esposa.
186
Helo aquí:
Lectorcíta querida: aleja un rato tu tristeza habitual, de
ja de contemplar siquiera por un momento los brillantes cela
jes de oro incrustados en el fondo azul de un cielo inmacula
do, celajes que sólo saben producirte nostalgias, y ven conmigo
para que al calor de tus ojos divinos y al dulce acento de tu
voz sonora, pueda yo relatarte con mayor entusiasmo una his
toria vivida en el silencio imperturbable del campo, una histo
ria feliz, sentida y gozada en el retirado y estrecho dominio
de una finca rústica.
Es "San Antonio” una hacienda primorosa de la sierra.
Rodeada como se halla completamente de cerros grandes y pe
queños, pero todos altivos e inconmovibles, entre los cuales
descuella como titán soberbio el majestuoso Madrigal; rodea
da así, digo, por estas cordilleras gallardas, tiene la grandiosa
apariencia de un gran nido de águilas, en cuyo fondo, cu
bierto por espléndidas sementeras, corren inquietamente mur
muradores arroyuelos, a donde hablan de amor y se cuentan
sus penas las ondinas.
Allí las mañanas son frescas, claras y hermosas, son ma
ñanas que inspiran amor, que hacen cantar a las aves, murmu
rar a las aguas, susurrar a la brisa y en que al dulce cantar de
los campesinos, al hondo mujir de las vacas de dilatadas ubres,
al relincho voluptuoso de los caballos y al monótono balar de
las ovejas, se siente uno feliz, respirando ya el aire puro sa
turado de esencias del jardín, tan repleto de flores, ya el vaho
tibio y siempre sano del lugar de la ordeña.
El sol tarda en mostrarse, pero cuando al fin aparece y
asciende allá tras de la viva esmeralda de los montes, el fenó
meno que se observa es encantador. El rocío depositado en
forma de lágrimas en la grama, en las flores, en los arbustos
y en los árboles gigantescos, se va evaropando tènuemente
hasta formar una niebla espesa que sube poco a poco por las
187
laderas fértiles de los cerros, los cubre por completo y los
hace tomar el aspecto de inmensas tiendas de plata, que dijera
el inspirado autor de Previvida. Después la bruma continúa
elevándose lentamente, hasta que los rayos del sol, vivísimos,
triunfan y reaparecen brillantes y alentadores, alumbrando con
vigoroso entusiasmo los collados enhiestos; arriba, el cielo de
licioso y azul, y abajo, el campo verde, cultivado y feraz, don
de trisca el ganado y revolotean con giros caprichosos y rau
dos las libélulas rojas y las inquietas mariposas.
Las tardes y las noches son igualmente bellas. Al morir
el sol en el ocaso, los arreboles de terciopelo y oro hacen ver
dadero contraste con el verde mate de la sierra cercana. Y por
las noches, Selene, Con su plateado disco, se encarga de blan
quear las altas cumbres, las hondonadas abruptas, los valles
dilatados y las llanuras exuberantes, tomando todo, árboles y
cascadas, oteros y planicies, un tinte armónico, un tono triste
y silencioso que deleita y que embriaga.
Algunas veces la luz del sol al perforar la niebla trans
parente, produce el efecto físico de los colores, tendiendo su
arcoíris primoroso desde un monte hasta otro a manera de un
gran arco triunfal por donde hubieran de pasar mil héroes
después de una victoria. Y cuando la voz tonante de la tem
pestad ruge con furor y las detonaciones eléctricas atruenan
el espacio y hacen palpitar el infinito, la repercusión del so
nido imponente se generaliza en los bosques, en las cavernas,
en los llanos, en las laderas y en las culminaciones y produce
un efecto pavoroso y grave, con todo el carácter terrible de
una destrucción desapiadada y satánica. Dijérase que las mon
tañas altivas e inconmovibles, heridas por el rayo furioso, se
retuercen y gritan, y se derrumban desesperadamente, con ala
ridos de dolor supremo.
Y a todas horas cánticos y dichas. Por la mañana, trinar
de aves, brumas irisadas, alboradas radiosas, movimiento y tra-
188
bajo; por la tarde, panoramas soberbios, policromías esplén
didas, arrullos en las frondas y el cantar melancólico de la
gente que vuelve de los campos, y por la noche, estrellas, ru
mores misteriosos, el gemido cel viento que se queja y que se
pierde en las profundidades de los bosques, conversaciones
familiares, tranquilidad y sueño . . .
Esto es “San Antonio", la finca donde pasé una fiesta
de Reyes en una noche fría y húmeda como son por lo gene
ral todas las noches de enero en las regiones del trópico.
Ahora, escucha; voy a hablar de la fiesta.
Era el 6 de enero, el Día de Reyes, el bíblico día de los
regalos traídos a los niños buenos por los Magos de Oriente.
Y el amo daba un baile, un baile íntimo a su numerosa cua
drilla de trabajadores humildes que no cambiaban aquella fiesta
sencilla por todo el oro cel mundo.
Per la tarde de aquel día simpático estuve sumamente
distraído contemplando el constante ir y venir de aquellas gen
tes pobres que reían, que cantaban, que retozaban, que se di
vertían de mil modos, preparándose para el entusiasta zapa
teado, con el contento en el rostro y la satisfacción en el alma.
Las mujeres hacían otro tanto.
Quien más quien menos habíase comprado un sombrero,
un pantalón, un rebozo, unas enaguas ce colores vivísimos que
habían de estrenar por la noche.
Y ésta, la noche, llegó esplendorosa, soberbia, rumorosa,
ataviada de luces, de flores y armonías.
El salón de Terpsícore se fue llenando poco a poco de
mujeres, de bailadores y curiosos, y el espectáculo empezó.
Los camarazos, cuyo eco rugiente resonaba con estrépito
ensordecedor en las profundas oquedades de los montes; la
campana ululante de la finca, anunciadora siempre de la hora
de las faenas diarias y entonces alborozada tocando a fiesta;
las vibraciones quejumbrosas o alegres de los violines y gui
189
tarras agrestes y, por último, los gritos de íntimo regocijo de
los espectadores, fueron el preludio general del baile.
Los vítores de entusiasmo fueron más nutridos cuando las
notas arrobadoras de un zapateado vibraron en el espacio,
porque el zapateo es el baile cel pueblo, el aire verdadera
mente nacional. Las galas abundaron y cuando una voz pode
rosa surgió de entre la multitud gritando: bomba! ¡bombal
y la música, con un ritmo distinto indicó también aquel ca
pricho original del pueblo, todos se quedaron inmóviles, está
ticos, pensativos, contemplando cada quien a su dama, como
buscando en las luces de sus ojos la inspiración del verso
o el recuerdo de la bomba aprendida no ha mucho tiempo para
aplicarla en la ocasión primera. Aquel regordete con el som
brero en la mano izquierda, pásase la diestra por el cabello
indómito como queriendo dar con ésto fluidez a sus oscuros
pensamientos: éste, alto y enteco, estira a más no poder su pes
cuezo de garza por lo delgado (de ébano por la color); que
ya se desespera el uno por encontrar el fin que se propo
ne; que ya el otro se frota con inquietud las palmas de las
manos y, así, todos hacen algo como para dar tiempo al tiem
po, mientras que las buenas mozas que esperan, llenas de im
paciencia, se ponen a escarbar, mirada al suelo, el piso polvo
riento del salón con la uña del dedo grande de su pie bien
creado. Sólo un mocito joven, vivaracho e inteligente, al pare
cer, quédase firme, sin moverse ni desesperarse, bañándose en
la luz divina de los ojos negros y rasgados de su deliciosa
compañera. Y al fin, todos prorrumpen desasosegadamente en
una explosión de versos adulterados y de cantares más o me
nos chispeantes que producen la general hilaridad y el aplau
so unánime y espontáneo; en tanto que aquel mocito pensa
dor, tosiendo pará aclarar la voz o hacerla menos ruda, y pá
lido y tembloroso, exclama precipitadamente:
190
Sin las luces de tus ojos
me voy a morir de [rio . ...
Mírame, linda, de hinojos,
sólo porque tus enojos
se- disipen, amor mío.
191
y entonces gocé con un descubrimiento satisfactorio: Valen
tín estaba enamorado, pero enamorado de veras, de Rosaura,
la muchacha con quien ahora baila. Y a ve usted -que ésta con
esos ojazos negros y hermosos que tiene, esos labios rojos y
sensuales, esa barbita con hoyuelo que reclama el beso, ese
seno intocado, ese cuerpo nubil y hasta cierto punto gentil y
elegante que respira frescura y, en fin, con tantas seduccio
nes encantadoras, no es cosa que deje de valer la pena de
regenerarse por ella.
"Valentín está enamorado como un loco, y ella, que es
una muchacha inteligente, según he podido observar, ha pro
curado desdeñarlo —sin herirlo en su dignidad, por supuesto—
con lo cual ha conseguido acendrar más, mucho más, el amor
de aquél. Vea usted: en todas las clases sociales, hasta entre
la gentuza más despreciada, se encuentran inteligencias pers
picaces y sentimientos nobles.
“Valentín ahora, viviendo de ilusiones y de esperanzas,
es el muchacho más afanoso que tengo en el trabajo, y ella,
afanosa también, vive gozando de la inefable dicha de ser
amada y de la satisfacción consoladora de amar en silencio.
Sí, porque yo tengo la seguridad de que ya lo ama y que de
puro picara que es, continúa aún con sus desdenes. Muy pron
to tendremos casamiento.”
Díjome así el amo, como respetuosamente le llamaban to
dos, y luego nos separamos y nos confundimos entre la mu
chedumbre entusiasmada.
Pensé de nuevo en Valentín, y comprendí todo el caudal
de ternura que había en cada verso de su quintilla:
Sin las luces de tus ojos
me voy a morir de /río . . .
¡Ah, de veras!. . . al pobre mozo lo mataba la nostalgia
del amor, es decir, lo mataba el desdén de su adorada, y co
192
mo ésta le negaba la luz divina de sus ojos, los soles de su
vida, él, postrado de hinojos, se consumía de frío, pero amán
dola mucho, siempre amándola.
Había que ver al mozo, había que contemplar la patética
escena para caer en la cuenta de toda la verdad, la pureza y
la grandiosidad de la idea.
El baile continuó animado y en orden, y ya muy tarde
de la noche me fui a acostar, cuando en el aire repercutían
con estrépito las incoherencias alcohólicas, los gritos de rego
cijo, los vítores de entusiasmo y cuando al triste gemir de los
violines y al soñoliento zangarrear de las guitarras, alguna
voz chillona y destemplada entonaba aquel cantar sencillo del
Jarabe, tan intencionado y tan hermoso:
193
un templo. El verdadero amor es luz de cielo, rumor de brisa,
despertar de ave, canto de redención. ¿Has amado tú alguna
vez?
Valentín y Rosaura se aman con toda su alma; ellos no
saben por qué. Dicen tan sólo que los Magos de Oriente les
trajeron la felicidad y ahora, muy unidos, gozando de todas
las dichas del hogar y de todos los halagos de la luna de miel,
sueñan con algo que no saben cuándo llegará. ¿Los magos
orientales les traerán ese algo para el año entrante?
. . . Ahora, vuelve tú a la contemplación del crepúsculo, a
soñar con tu ideal. pero no olvides la historia que te he con
tado. Es una historia de amor vivida y gozada en el silencio
imperturbable del campo. No la olvides para que aprendas a
amar y, así, algún cía los magos de la leyenda te traigan la
dulce felicidad de tus sueños de oro.
194
XXII
197
Ni siquiera frecuenté la sociedad. Mis únicos amigos fue
ron don Salvador Noverola, el doctor Pedro L. Greene y don
Fernando del Río, este último sobre todo, pues con él departía
yo agradablemente durante una hora todas las noches. No era
hombre de mucha ilustración, pero como había viajado por el
extranjero su charla era amena, sabrosa y de cierto modo ins
tructiva. Como notara mi afición por los estudios astronómi
cos, me dio a leer Las tierras del cielo, de Flammarión, libro
que, más que leer, devoré con suprema delectación, de tal
suerte que al devolvérselo fueron tantos los elogios y los diti
rambos míos dedicados a la obra, que don Fernando no tuvo
más remedio que obsequiármela. Y desde entonces la guardo
como una de las más preciadas reliquias de mi biblioteca.
Cárdenas tenía dos iglesias de la religión católica, aunque
casi nunca había sacerdote en el pueblo. La primera, en la pla
za principal; la segunda, en la del Santuario. Ambos templos
fueron demolidos en la época garridista, y ninguno de ellos
se ha restaurado.
A un lado de la población corren con lentitud de hormi
ga — a veces ni corren, sino que están estancadas— las esca
sísimas aguas de Río Seco. Se construyó un puente que se
denominó “Abraham Bandala” para comunicarse con el otro
lado del río, y poco a poco se fue poblando esa parte que se
bautizó con el nombre de Pueblo Nuevo. Cuando estuve allá,
ese nuevo barrio se estaba aristocratizando; algunas de las
principales familias de la heroica villa habían construido en
él sus residencias. Me gustaba tanto el rumbo por su aislamien
to, por su soledad, por su callado vivir —he aquí el romanti
cismo que no se aparta de la pobre raza latina— que en más
de una ocasión pensé que yo también, después de recibido de
abogado, llegaría a plantar mi tienda, mejor aún, mi nido de
amor en aquel rincón de ensueño. ¡Quién me iba a decir en
198
tonces que las contingencias de la vida me alejarían para siem
pre de aquellos sitios inolvidables!
Nunca más he vuelto por allá, aunque tal vez esto haya
sido lo mejor, porque así, la cuna de mis padres, la cuna mía
también, sigue siendo en mi alma el mismo rincón de ensueño,
de ilusiones, de profundos anhelos, como en aquellos días le
janos y borrosos de mi vida. De este modo, si la población
ha descendido en el concierto de los pueblos de Tabasco, no
conozco su descenso, no sé de su pena, no llega hasta mí su
clamor, sino que sigo viéndola, como entonces, como cuando
la defraudé, con su misma alegría, con su mismo afán de su
peración, con su mismo gesto adorable de complacencia para
sus hijos, hasta para sus hijos ingratos como yo.
No he vuelto más por allá, pero -—en cambio— no puedo
olvidar aquellos sabrosísimos e inmensos chinines de la casa
de la comadre Aurelia Urrutia que tantas veces comí con po
sitivo deleite. Chinines como- aquéllos no los he visto ni los
he comido en ninguna otra parte, admirables en verdad, tanto
por su sabor como por su tamaño.
Los carnavales de Cárdenas eran de fama. La pugna entre
los barrios del Santuario y Santa Cruz encendía siempre el
entusiasmo popular. Algunos de esos carnavales fueron capi
taneados por los millonarios don Polo Valenzuela y don César
Sastré. Fácil es suponer hasta qué punto llegaría la eferves
cencia popular en tales casos. Aquellos bailes de zapateo en
las tradicionales enramadas del pueblo hacían vibrar de júbilo
a todo el mundo.
En el año de 1910, con ocasión de las fiestas del cente
nario de nuestra independencia, la villa de Cárdenas fue ele
vada a la categoría de ciudad. Yo ya estaba en San Juan
Bautista, donde en colaboración con varios amigos trabajé en
tal sentido.
Pasadas las fiestas del centenario, preparé y publiqué un
199
folleto relativo a las de Cárdenas que contenía un proemio
escrito por mí, la iniciativa del diputado don Salvador de la
Rosa para erigir la villa en ciudad, el dictamen que sobre el
mismo asunto presentó el también diputado Lie. Justo Cecilio
Santa-Anna, el decreto del Congreso del Estado y la reseña
que de las propias fiestas hizo la prensa. El folleto lo perdí,
pero daré a conocer cuando menos lo principal de él. Helo aquí:
DOS PA LABRA S
200
IN IC IA T IV A
H. Cámara: El suscrito tiene el honor de someter a vues
tra ilustrada deliberación, la siguiente iniciativa.
En la fecunda y rica región de la Chontalpa, y formando
parte del Partido Judicial de Occidente, se halla en la margen
derecha de Río Seco la hermosa y floreciente Villa de Cárde
nas, elevada a este rango el 2 de enero de 1851 y que fue
justamente titulada Heroica el 4 de Febrero de 1868 por de
creto de la H. Legislatura de aquella época “en premio de su
patriótico comportamiento en la defensa nacional hecha en el
Estado contra los francotraidores”, habiendo sido cuna de los
valientes defensores de la Patria, el Benemérito Coronel don
Andrés Sánchez Magallanes, Carmen Hernández Copó, An
tonio Reyes Hernández y Leandro Adriano, ya difuntos, y don
Policarpo Valenzuela, que aún vive. He dicho que es hermosa
aquella villa y no puede llamarse de otra manera a toda po
blación que, como Cárdenas, posee elegantes construcciones,
entre las que son de citarse el mercado público “Benito “Juá
rez”; el Palacio Municipal, que tiene una perspectiva semejan
te al del Poder Ejecutivo de esta capital; el puente “Abraham
Bandala”, que salvando el cauce del mencionado Río Seco,
ha hecho que la población se extienda a la margen opuesta
en donde habitan ya numerosas familias, formándose así un
nuevo barrio que por esta razón ha recibido el nombre de
“Pueblo Nuevo”; el hermoso parque cuya inauguración se
prepara, suntuosa, para el día en que la Patria, regocijada,
celebrará el primer Centenario de su Independencia, y por úl
timo, para no cansaros con una enumeración prolija, el tramo
de vía férrea, con seis kilómetros de extensión, que pone en
comunicación franca a la villa con el río Mezcalapa, habiendo
sido este ferrocarril el primero que se estableció en el Estado.
Dije también que es floreciente, y las pruebas son irre-
201
futables. La H. Villa de Cárdenas, en sus últimos años, ha
prosperado relativamente más que todas las demás del Estado.
Allí está la planta eléctrica, cuya luz por mucho tiempo se
consideró superior a la de esta capital; allí están los dos mo
linos que posee, uno movido a vapor y otro por tracción ani
mal, que ponen de manifiesto el movimiento indiscutible de la
población, y allí están, en suma, sus fábricas de hielo y aguas
gaseosas, últimamente establecidas.
He aquí por qué no he vacilado en conceder los epítetos
justos de hermosa y floreciente a la tan merecidamente llamada
Heroica Villa de Cárdenas.
Aparte de estas razones, cuya solidez es patente, réstame
hablar aún de la que se refiere al número de sus habitantes.
Desde el censo de 1895 la citada villa viene arrojando un nú
mero de almas mayor que el de algunas poblaciones que han
sido elevadas al rango de ciudades. Siguiendo la proporción
en que naturalmente debe haber ido aumentando la cifra de
sus vecinos, resulta que la municipalidad debe arrojar hoy una
población de 13,000 habitantes poco más o menos, y la Villa
Cabecera, más de 3,000, cantidad excesivamente mayor a las
que otras ciudades tenian cuando fueron elevadas a tal cate
goría.
Por otra parte, Cárdenas es importante por su comercio
y especialmente por su agricultura que constituye la base prin
cipal de su riqueza, pues posee grandes fincas de cacao y mu
chos ingenios de azúcar y aguardiente, entre los cuales me
parece oportuno citar el de Santa Rosalía, que es sin disputa
el mejor del Estado.
Por último. Cárdenas posee la envidiable y magnífica vía
de comunicaciones que le ofrece el anchuroso río Mezcalapa
y que la pone en contacto directo con esta capital, adonde
por ese conducto llegan todas sus numerosas producciones.
Tomando, pues, en consideración su importancia históri
202
ca, su actividad comercial, su prosperidad siempre creciente,
su actual florecimiento, el número considerable de sus habi
tantes y su magnífica posición topográfica, todo lo cual está
atestiguado por hechos perfectamente comprobados y reales,
me parece justísimo que después de 59 años de ser Villa, se
eleve a Cárdenas al rango de ciudad y que dicho acto se lleve
a efecto el día 16 de septiembre del presente año, fecha emi
nentemente memorable, fecha de imperecedero recuerdo, que
será motivo más que suficiente para que los cultos y laborio
sos hijos de aquella población celebren con mayor entusiasmo
el Primer Centenario de nuestra Independencia Nacional.
Por tanto, me permito proponer a vuestro ilustrado de
bate el siguiente proyecto de decreto, pidiendo la 'dispensa
del trámite de segunda lectura de esta iniciativa, p>or estar
próximo a cerrarse el actual período de sesiones:
“El X X I V Congreso Constitucional, decreta:
"Articulo único. Desde el 16 de septiembre próximo, la
H. Villa de Cárdenas quedará elevada al rango de Ciudad."
Salón de sesiones, San Juan Bautista, mayo 23 de 1910.
—Salvador de la Rosa.
DI CTA ME N
H. Cámara:
El Ciudadano Diputado c.on Salvador de la Rosa, en la
iniciativa por él presentada con fecha 23 del mes en curso,
propone que la H. Villa de Cárdenas sea elevada a la cate
goría de Ciudad, haciendo extensa exposición de los funda
mentos que al efecto le sirven de base.
Las principales razones en que se apoya el Diputado ini
ciador, consisten en el grado de prosperidad y cultura que ha
alcanzado aquella población en un período de tiempo relati
203
vamente corto, y en el papel importante que sus hijos han
desempeñado en sucesos históricos notables, principalmente
por haberse iniciado allí el movimiento insurreccional contra
el Gobierno intruso establecido en el Estado, en 1863, por
los invasores franceses y las fuerzas filibusteras comandadas
por Don Eduardo G. Arévalo.
En efecto, el movimiento mercantil de la Villa en par
ticular y en general la importancia agrícola del Municipio de
que es cabecera, se han duplicado en un período de años,
durante el cual otras localidades permanecieron casi estacio
narias, y muchas de las poblaciones que tienen la categoría
de ciudad en el Estado se hallan muy por abajo de Cárdenas
en cuanto a población y bellezas de sus edificios.
Cárdenas, además, fué el centro de la primera y más im
portante explotación de maderas preciosas que ha existido en
el Estado, y allí puede decirse que nació esa industria que
tan pingües rendimientos ha dejado, sirviendo de base a capi
tales que son hoy el fundamento de nuestro futuro engrande
cimiento económico, capitales entre los que puede contarse en
primer término, el del distinguido y laborioso patriota carde-
nense Don Policarpo Valenzuela, citado por el Diputado ini
ciador.
Por lo expuesto y no teniendo nada más que agregar a
los fundamentos de la iniciativa, la Comisión de Puntos Cons
titucionales y Gobernación que suscribe, somete a vuestra ilus
trada deliberación el siguiente acuerdo:
“UNICO. Con dispensa de cualquiera otro trámite regla
mentario, señálese día para la discusión del proyecto de de
creto a que este dictamen se refiere."
Sala de Comisiones.—San Juan Bautista, mayo 25 de
1910.—J. C. Santa-Anna.
204
D E C R E T O
T E L E G R A M A S
205
agradecido por esta distinción le da las gracias por mi con
ducto a esa H. Cámara a quien hará usted presente nuestro
agradecimiento. Me refiero a su telegrama de hoy.—El Pre
sidente Municipal.—Miguel del Río.”
206
XXIII
209
ga tristeza, algo así como la intensa hiel de un desengaño, de
una desilusión, de una esperanza que se va para siempre. Y
nos hace pensar en aquellos días en que, sacudido el poder
de la dictadura de tantos años, el pueblo todo cifraba sus más
caros anhelos en los hombres del nuevo régimen que le ofre
cían el ansiado hechizo de la libertad y de la democracia.
No pretendo colocarme, al hablar así, como partidario
ni simpatizador político de Casanova. Me incliné siempre del
lado de Mestre, porque en todo tiempo lo consideré la figura
central, más aún: el eje del movimiento de oposición contra
el bandalismo, el abanderado de aquella brillantísima cam
paña de prensa, sin par en los anales políticos del Estado, el
hombre más popular en aquellos cálidos días de pública in
quietud, la antorcha fulgurante que iluminó al pueblo de T a
basco en aquella época memorable de cívico resurgimiento.
Pero la redacción del folleto en cuestión lo hace infinitamente
interesante como documento histórico, porque nos obliga a
recordar, a los que vivimos aquella época, y les da a conocer,
a los que no la vivieron, sucesos palpitantes, páginas trascen
dentes, horas de enorme agitación pública, en que los nombres
de Borrego, Casanova y Mestre vibraron en el espacio como
símbolos de romántica hidalguía y de valerosa caballerosidad.
Y con ellos los de tantos otros soñadores que creyeron de bue
na fe en la salvación del Estado y de la Patria.
Ahora bien, ¿ésta insólita reacción de Casanova, después
de su fracaso electoral, fue consecuencia lógica del hecho de
sentirse víctima de la deslealtad de sus correligionarios o acaso
fue la primera manifestación de la locura que a poco c'.e aque
llos deplorables sucesos lo estranguló en sus garras y, final
mente, tras de luengos años de dolorosa inconsciencia, se lo
lievó a la tumba? ¡Misterio impenetrable! Mas, como quiera
210
que sea, resulta importante a todas luces la reproducción del
folleto.
Dice así:
F I NAL
de un
C O M P A Ñ E R I S M O
211
sus actos a la opinión pública para que ella sea la que en úl
timo análisis dicte su fallo absolviendo o condenando.
Como ese caso ha llegado ya, porque los elementos que
rodean al doctor Mestre Ghigliazza han pretendido manchar
mi reputación haciéndome aparecer ante el pueblo como trai
dor a la causa de que por ambiciones personales he defeccio
nado, sosteniendo mi candidatura para el Gobierno del Estado
frente a la de Mestre, voy a cumplir el compromiso contraído
con mis conciudadanos y especialmente con mis amigos, para
lo cual haciendo historia, espero se me conceda el derecho de
narrar la vida de la ‘ Liga Democrática Tabasqueña” desde
que en buena o mala hora, surgió en nuestro Estado, al calor
de la gloriosa revolución que hoy lleva inscripta en su bandera
los altos principios de libertad y de justicia.
No recuerdo con exactitud la fecha en que, reunidos en
la casa que habito, el doctor Mestre Ghigliazza, doctor Adolfo
Ferrer, licenciado Santiago Cruces Sastré, notario Pedro Pal
ma Alejandro y Antonio Hernández Ferrer, hablando del triste
estado por que atravesaba la República con motivo de la gue
rra civil encabezada por el hoy ilustre y Benemérito de la Pa
tria Don Francisco I. Madero, acordamos invitar a varios
amigos para discutir el asunto y proponerles la formación de
un partido que trabajara dentro del orden y de la ley, por el
triunfo de los principios proclamados por el maderismo, es de
cir, por la efectividad del sufragio y la no reelección.
Llevando a efecto nuestro propósito en la mañana del diez
de abril del año en curso, nos congregamos en la casa habi
tación del señor Domingo Borrego los siguientes ciudadanos:
Lie. Santiago Cruces Sastré, Ings. Francisco Lacroix y Anto
nio Martínez Chablé, Drs. Adolfo Ferrer, Héctor Graham
Casasús y Manuel Mestre Ghigliazza, Proís. José Gurdiel Fer
nández, Manuel Correa y David F. España, Notario Pedro
Palma Alejandro, Andrés y Pedro González Aguilera, José
212
María Ruiz, Trinidad M. Cuéllar, Ceferino Hernández Nota
rio, José Concepción Lezama, Domingo Rosales, Enrique de
la Rosa, Antonio Palma, Alfonso Ortiz Palma, Domingo Bo
rrego, Antonio Hernández Ferrer y el suscripto. En la sesión
que celebramos ese dia, después de las discusiones que eran
del caso, se acordó formar en el Estado un partido con el nom
bre de “Liga Democrática Tabasqueña”, encaminada a soste
ner y proclamar los principios liberales que informan la Carta
Fundamental de la República y especialmente, los que ya he
indicado: El Sufragio Efectivo y la No Reelección.
Debiendo redactarse el programa de la “Liga’1 fuimos de
signados para esta comisión los señores licenciado Santiago
Cruces Sastré, doctores Adolfo Ferrer, Manuel Mestre Ghi-
gliazza, profesor José Gurdiel Fernández y yo. Asimismo se
convino en que otra comisión formada por los señores doc
tores Maximiliano Dorantes y Héctor ■Graham Casasús, pro
fesores David F. España, Alfonso Ortiz Palma, Ceferino Her
nández Notario, Andrés González Aguilera e ingenieros Fran
cisco Lacroix y Antonio Martínez Chablé, invitara a las per
sonas simpatizadoras de la causa a una reunión popular que
debería celebrarse el domingo siguiente con el fin de nom
brar la junta directiva dél Partido.
Como los señores Lie. Santiago Cruces Sastré, doc
tor Adolfo Ferrer y profesor José Gurdiel Fernández se se
pararon de la comisión de programa, alegando: el primero,
que había entendido que la Liga se concretaría a la simple
enseñanza teórica de los principios democráticos: el segundo,
motivos particulares que no quiso revelar en ese momento, y
el-tercero, que su calidad de extranjero le prohibía tomar parte
en asuntos políticos, aunque ofreció naturalizarse en breve pa
ra secundar nuestros ideales: por esta razón, repito, el doctor
Manuel Mestre Ghigliazza y yo, citamos a nuestros correli
gionarios nuevamente al domicilio del señor Borrego para dar
213
les cuenta de lo sucedido y que se eligiera a las personas que
debían sustituirlos. Concurrieron al acto que tuvo lugar el
dieciséis del propio mes de abril, además de los citantes, los
ciudadanos Domingo Borrego, Ing. Antonio Martínez Cha-
blé, profesor Manuel Correa, Ing. Francisco Lacroix, No
tario Pedro Palma Alejandro, Trinidad M. Cuéllar, Fran
cisco Oteo, Ceferino Hernández Notario, Francisco Chablé,
doctor Adolfo Ferrer, piloto Jaime Mari Picornell y Antonio
Hernández Ferrer, habiéndose tomado los siguientes acuerdos:
Primero. Que ingresara a la comisión de programa el ciudada
no Borrego; Segundo. Que una vez que la comisión conclu
yera su trabajo y fuera aprobado en junta, se publicaría por
la prensa invitando a todas las personas que quisieran formar
parte de la Liga, para que suscribieran un libro de registro
que se abriría al efecto, y Tercero. Que se celebrara nueva
asamblea el domingo próximo.
Al día siguiente de la reunión, el doctor Mestre Ghigliaz-
za y yo (el señor Borrego no pudo intervenir en la redacción
del programa por sus muchas ocupaciones), empezamos el tra
bajo que se nos había encomendado y como viéramos que para
el objeto que perseguíamos, lo esencial era despertar en el pue
blo el deseo de tomar parte en los actos electorales, puesto
que el sufragio es la base sobre que descansa todo sistema
democrático, pensamos que la manera más sencilla de conse
guirlo, consistía en presentar este principio como el único pun
to de mira de la Liga, ya que no estando educado nuestro
pueblo para interpretar fielmente amplios programas de par
tido, sería más fácil conseguir su adhesión a la causa, sobre
algo concreto de que se daría cuenta inmediata y no teorizar
acerca de abstracciones que sólo con el tiempo y la práctica
puede llegar a comprender.
Una vez entendido en esto, procedimos a la redacción del
siguiente programa que fué aprobado y publicado.
214
AL PU E B L O TA B A SQ U E Ñ O
215
material. ¡Y a lo estamos viendo: nada sólido se ha edificado,
todo amenaza venir por tierra, hasta la misma nacionalidad
mejicana! ¡Que no olvide nunca el pueblo esta dolorosísima y
suprema lección!
La piedra angular del nuevo edificio que tratamos de cons
truir no puede ser otra que el sufragio. Mandatarios despóti
cos y teóricos de gabinete han procurado desprestigiar dicha
institución, insistiendo sobre la incapacidad de la inmensa ma
yoría de los ciudadanos para ejecutar con acierto lo que cons
tituye el acto primordial de la democracia, en la creencia de
justificar asi la conducta de quienes han venido arrogándose
exclusivamente la total dirección de la cosa pública. Los que
por tantos años hemos visto elevados hasta la alta categoría
de directores de la sociedad, en diversas esferas políticas, a
verdaderas nulidades, a individuos desprovistos de toda hon
radez, no podemos menos de despreciar la supuesta ciencia o
buena fe de déspotas y teorizantes, las que, por lo visto, son
tan falibles y perniciosas en sus resultados como podria serlo
la encarecida ignorancia de los cuerpos sufragantes. Sea lo
que fuere, haya o no acierto en los fallos del sufragio popular,
fuerza es acatarlos mientras los principios que hasta los mis
mos que los pisotean y escarnecen han tenido y tienen nece
sidad de invocarlos para detentar de algún modo el poder pú
blico.
La Nación entera asiste en estos momentos a la resu
rrección del común anhelo por el restablecimiento efectivo del
sufragio. Los mismos déspotas y teorizantes ante esa explosión
majestuosa enmudecen o proclaman, más o menos veladamente,
que nuestra Patria quiere ya manumitirse en definitiva, de toda
dase de ligaduras dictatoriales, de toda clase de consignas, de
toda clase de imposiciones contra la libre voluntad de los pue
blos. Por lo tanto, nuestra primera y más vehemente exhorta
ción a nuestros conciudadanos debe ser que jamás se absten
216
gan, por ningún concepto, de concurrir a los comicios. Toda
abstención a este respecto es un delito, todo apartamiento es
una arma puesta al servicio de los liberticidas; es un acto de
cobardía, de deserción cívica, que, como han visto, produce
tarde o temprano, dolorosísimos electos.
Os invitamos, pues, a llevar a la práctica esos principios,
formando un partido político bajo el nombre de “Liga Demo
crática Tabasqueña” que los proclame y sostenga en todas
las ocasiones en que lo requiera el supremo interés del pueblo.
C O N C I U D A D A N O S :
217
Prof. José M. Ferrer, Bernardo Hidalgo, Prof. Carmen H. de
la Fuente, Ramón Brown, Dr. Héctor Graham Casasús, Fe
derico Calcáneo, Dr. Carlos Orlaineta, Federico Jiménez Ca-
net, Prof. David F. España, Pedro Lavalle Avilés, Notario
Pedro Palma Alejandro, Teódulo Pérez, Lie. Aureliano de la
Rosa, Jaime de la Fuente, Lie. Manuel Castellanos Ayora, Ro
drigo Pellicer, Jesús Aguirre, Francisco Oteo, Ceferino Her
nández Notario, Jorge Pintado, C. Efraín A., G, Granados
Torralba, Antonio Compañ L., José Acuña Pardo, Rafael Me
dina, Octavio Pérez Calderón, Herlindo Hernández, Baltasar
García, Prof. Alfonso Caparroso, Juan F. Jiménez, Pablo Amo
res, Angel Gurría, José F. Cherizola, Pedro J. Cuevas, Notario
Francisco Soler Delgado, Pedro González Cano, Darío Cal
zada, Belisario Jiménez Borrego, Adolfo Payán, Cosme Ro
sado, Dámaso Jiménez Aguilar, José Julio Valdés, Máximo
Marín Torres, Antonio Palma, Trinidad M. Cuéllar, Ramón
N. Sánchez, Manuel Lezcano, Víctor H. Contreras, Alejandro
Menéndez, J. Concepción Lezama, Evaristo López Rosani,
Francisco Quevedo, Julio León, Crisóforo Vidal, Felipe N.
Aguilar, Manuel Villegas, Arcadio Sala, Salvador Payán, Juan
A. Sala, Martín Acosta, Calixto R. Díaz, Jesús Jiménez Ra
mos, Feliciano A. Caos, Antonio Loza, Santos Sosa, Fausto
Uscanga, Domingo Rosales, Diógenes Borrego, Eligió Mora
les, Donato Arturo Padrón G., Atírsipe Figueroa, Vicente
Sánchez, Manuel Payán, Rómulo Calzada, Pedro R. Gurría,
Pedro Bartilotti, Antonio Castellanos Ayora, Rodolfo Moguel,
Carmen Sánchez Magallanes, Carlos Franchesqui, Malaquías
Alvarez, Felipe Galicia, Emilio Guerrero, Eugenio Morales,
Manuel Romano León, Heriberto Bravata, Nicasio Zentella,
Prof. Salvador Torres Berdón, Vicente Lezama, Miguel Suá
rez, M. González, Tomás Vilaseca, Santiago Sánchez, Salva
dor Illán, Prof. Fidel Rosado, Tomás Hernández, Miguel Ca
sanova.
218
N O TA . Queda abierto desde hoy y por el término de
ocho días, un libro de registro, para que los simpatizadores
de las ideas contenidas en el precedente manifiesto, pasen a
inscribirse y tengan así derecho a votar en la Asamblea Ge
neral que se celebrará en fecha anunciada por la prensa opor
tunamente para la designación de la Junta Directiva de la
"Liga Democrática Tabasqueña”.
Según se ve de la nota del Manifiesto inserto, a los ocho
días de publicado debía celebrarse junta para nombrar la Di
rectiva ce la Liga; pero como por una parte, el temor que aun
abrigaban muchos individuos de que la dictadura del General
Díaz venciera la sagrada causa del pueblo, de que era caudillo
el gran patriota Don Francisco 1. Madero, y de otra las pérfi-:
das intrigas de los enemigos del nuevo régimen que prometía
inaugurar la revolución triunfante, hacía que el mayor núme
ro de las gentes se abstuviesen de secundar nuestra obra, con
vinimos en prorrogar la fecha del nombramiento de la Junta
Directiva, hasta que hubiera una cantidad si no muy crecida,
al menos respetable, de ciudadanos que tomaran parte en el
acto. El catorce de mayo,, adheridas ya a la Liga, ciento cin
cuenta y ocho personas, en esta Capital, se designó la Di
rectiva en la forma siguiente: Presidente, Dr. Manuel Mestre
Ghigliazza; Vicepresidente, Lie. Lorenzo Casanova; Vocales:
señores Pedro Lavalle Avilés, Carmen Sánchez Magallanes»
Ing. Antonio Martínez Chablé y Antonio Hernández Ferren
Secretarios: señores Domingo Borrego y Notario Pedro Palma
Alejandro, Tesorero, Alfonso Ortiz Palma.
Funcionando ya la "Liga Democrática Tabasqueña”, con
la anterior Junta Directiva y habiendo encontrado gran eco en
todo el Estado, pues desde principio de mayo empezaron a ne
garnos de las Municipalidades actas de adhesión de las juntas
locales que en ellas se formaban inspiradas en las mismas ideas
de nuestra agrupación central, llegó a conocimiento nuestro que
219
el Gobernador del Estado don Policarpo Valenzuela trataba
de pedir licencia al Congreso para dejar el puesto al Licenciado
Justo Cecilio Santa Anna. Esta noticia causó profunda alarma
en la sociedad y particularmente en el seno de la “Liga”, por
que siendo Santa-Anna primero un Bandalista de los más pu
jantes y después Director espiritual y niño mimado de Valen
zuela, cuya política encauzó con tan buen tino que cualquiera
diría que la enderezaba directamente al fracaso, no obstante
que surgió bajo los mejores auspicios, temíamos todos que la
era de los abusos y del desbarajuste gubernamental se acen
tuara aún con mayor fuerza en Tabasco, y que cansado el pue
blo de tantos sufrimientos y de una agonía tan larga, agotara
la poca prudencia que le quedaba al pueblo y sumando su
fuerza con la de los revolucionarios que ocupaban triunfalmen
te los poblados sin disparar un tiro y recogiendo a su paso las
estruendosas ovaciones, diera pábulo a la revuelta ya innece
saria aquí, porque aterrorizado el Dictador y sus lugartenien
tes con el levantamiento en masa de la Nación, que había des
pertado del enervante sueño de treinta y cinco años de dicta
dura, se preparaban con presteza para dejar el campo libre a
los adalides de la buena nueva que, a semejanza del Nazareno,
llegaban cón la fusta en la mano arrojando a los mercaderes
del Templo.
Tal fue la causa de que todos los miembros de la "Liga
Democrática Tabasqueña”, que reconocía como jefes, princi
pales al Doctor Mestre Ghigliazza, a Domingo Borrego y a
mí, apoyados por la opinión pública, contrarrestáramos por
todos los medios lícitos que tuvimos a nuestro alcance el nom
bramiento de Santa-Anna.
El gobernante señor Valenzuela, prescindió de su primi
tiva idea y todo quedó en tal estado, viéndose impotente para
apagar la chispa revolucionaria que había prendido en el Es
tado y que amenazaba trocarse en voraz incendio, optó por
220
presentar su renuncia, y de ello tuvimos también aviso inme
diato. Pasaron días y la noticia no se confirmaba. La revolu
ción seguía avanzando en todos los ámbitos del país y el telé
grafo nos traía los rumores de las negociaciones de paz. entre
el Jefe insurgente y el Gobierno Federal. Al fin, el 23 de ma
yo se comunicó oficialmente la firma de los tratados.
Entonces el señor Valenzuela llevó a cabo su renuncia.
Nuestros esfuerzos en ese momento se encaminaron a conse
guir que alguno de nuestro grupo se hiciera cargo del Gobier
no Provisional, pues contando como contábamos con el favor
de la opinión pública, que el Congreso debería consultar para
hacer el nombramiento, inspirándose en el Plan de San Luis
Potosí y en los tratados de Paz, creíamos que nadie, en ese
concepto, tenia mejor derecho. Nuestra actitud en este caso
coincidió con la del Jefe de la Revolución en el Estado, Co
ronel Domingo C. Magaña, que sabiendo la renuncia de V a
lenzuela, dirigió un telegrama al Congreso, manifestándole que
la Brigada de su mando vería con agrado que el Gobierno pro
visional lo ocupara nuestro correligionario Domingo Borrego,
quien, como es público y notorio, prestó importantes servicios
a las fuerzas insurgentes y estaba dispuesto a secundarlas, aun
con las armas, si así hubiera sido necesario.
En vista de la iniciativa de Magaña, convinimos que la
"Liga Democrática Tabasqueña" trabajara ostensiblemente
aployando a Borrego, y en asamblea general, celebrada el 3 de
junio anterior en el Teatro Merino, se acordó elevar al Con
greso un escrito uniendo nuestra petición a la de la Brigada,
lo que se hizo desde luego con las firmas de todos los miem
bros del Partido, residentes en esta capital.
Tal iniciativa, acompañada de los trabajos que antes ve
níamos haciendo, consistentes en preparar el ánimo del pueblo
para que no permitiera se le impusiesen candidatos de consig
na, produjo una verdadera revolución en la Cámara que, con
221
la plena conciencia de que los tabasqueños no estábamos ya
dispuestos a tolerar por más tiempo la burla de los que se titu
laban nuestros mandatarios, sintió temblar el edifiico de su po
derlo y temió que las masas se hicieran justicia con su propia
mano. En las manifestaciones populares que hicimos en esta
capital, y en alguna de las cuales hasta se inició un sisma en
tre los directores de la Liga por ciertos disidentes que temían
las consecuencias de un motín, el Congreso pudo convencer se
de esta verdad que era ya patente: el pueblo hará respetar sus
derechos.
Al siguiente día de presentado el escrito procuramos que
todos los correligionarios asistiesen a la sesión del Congreso,
para convencernos allí mismo si se le daba lectura y se le te
nía en cuenta. La Cámara no pudo pasarlo en silencio, pero
deseando siempre contrariarnos porque enarbolábamos la ban
dera del nuevo régimen contra ella que representaba a la dic
tadura vencida en los campos de batalla, opusieron tenaz re
sistencia a darle entrada, so pretexto de que entrañaba una
amenaza la afirmación que hacíamos en nuestra solicitud, de
que. de no cumplirse con los justos deseos del pueblo, que eran
que el ciut’adano Borrego se encargara del Gobierno Provi
sional. seria responsable de los excesos y desórdenes que pu
dieran suscitarse. No obstante, convencida de que esa afirma
ción. era de buena fe y no una simple baladronada para in
fundirle temor, usó de un nuevo subterfugio, y por boca de su
Presidente expuso como razón para negarse que ni la Liga De
mocrática de esta capital ni la Brigada revolucionaria consti
tuían el pueblo de Tabasco, por lo que aplazaba el nombra
miento hasta conocer mejor la opinión pública.
Como los antecedentes que ya teníamos de que el Con
greso. de acuerdo con el señor Valenzuela, buscaba el apoyo
del Presidente y del señor Madero (que no llegó a obtener)
para que el Gobierno Provisional recayera en persona que pu-
222
dieran manejar a su antojo o de la que acaso tuvieran prome
sas anticipadas, pues en nuestros oídos habían sonado distin
tos nombres de diversos temas; con esos antecedentes, repito,
tan pronto estuvimos fuera de la Cámara se convino en dirigir
mensajes a todos los pueblos del Estado para que secundaran
la petición nuestra a favor de Borrego y en seguir recogiendo
firmas en esta Capital con el mismo objeto.
Una lluvia de telegramas y de escritos signados por innu
merables personas cayó sobre el Congreso, abrumando a los
señores Diputados, que vieron con estupor que la voz del Es
tado, como la ce un solo hombre, respondía a nuestro llama
miento, apoyando con patriotismo hasta entonces no conocido,
la candidatura de la Liga Democrática Central, porque ella
constituía el más firme sostén de los derechos del pueblo; por
que en ella estaba encamada la efectividad del sufragio en las
futuras contiendas electorales, que habían de barrer, con la
fuerza de un huracán formidable, toda la escoria amontonada
en nuestro medio social, por el despotismo más odioso que re
gistra la historia de Méjico.
La Cámara no se dió por vencida, y continuando en su
afán de hacer preponderar sus ideas de plantar un gobernan
te de su hechura y de la del señor Valenzuela, buscó entre los
hombres que no habían tomado parte activa en la política del
Estado en los gobiernos anteriores, el que reuniera las mayores
probabilidades de no ser rechazado por el pueblo, y creyendo
que ese hombre era el Dr. Tomás G. Pellicer, persona alta
mente estimada por los directores de la “Liga" determinaron
de acuedo también con el gobernador Valenzuela, que ese fue
ra el candidato y que para contrabalancear la opinión públi
ca, los Jefes Políticos del Estado le buscaran adeptos, envián
doles la consigna que había de producir el maravilloso resulta
do. Muy pronto fue descubierto por nosotros este nuevo ma
quiavelismo, y como habíamos abjurado de complacencias, en
223
el acto nos dirigimos al Congreso y al gobernador Valenzuela
denunciando ese hecho atentatorio (de que aquellos mismos
eran autores), para demostrarles que seguíamos paso a paso
su maquinación diabólica, y que el procedimiento era demasia
do burdo para engañar a las masas. De varias municipalida
des recibimos mensajes en que nuestros correligionarios nos
comunicaban la presión que ejercían las autoridades recogien
do firmas a favor del Dr. Pellicer, y esos mensajes los co
noció el público por medio de la prensa.
Ante el ridículo a que estábamos orillando a la Cámara y
al Ejecutivo, porque todas sus intrigas les salían fallidas, y el
pueblo cada vez con más tesón aclamaba a Borrego, infundien
do a sus miembros el consiguiente pánico, los diputados hicie
ron circular la especie de que disolverían el Congreso si no
había otro candidato, aun de nuestro grupo, que se encargara
del Gobierno Provisional.
Y a en este camino, temerosos nosotros de que con la di
solución del Congreso cayera el poder en manos de persona
designada por el Centro, Mestre y yo estimamos conveniente
que cualquiera de los dos aceptara el cargo, para lo cual, con
anuencia de Borrego, a quien fui a ver a la casa de los señores
Ripoll hablamos con el Licenciado Justo Cecilio Santa-Anna,
Presidente de la Cámara, proponiéndole que él mismo designa
ra entre nosotros, lo que hizo desde luego señalando a Mestre
que, en este concepto, tomó en seguida posesión del gobierno.
Y ahora, antes de seguir adelante voy a hacer algunas
aclaraciones que juzgo pertinentes para que se comprenda con
claridad cuál era nuestro empeño en que Borrego se hiciera
cargo del Gobierno Provisional y por qué, al fin de cuentas,
accedimos a que lo tomara el Doctor Mestre Ghigliazza, dan
do, con esto, a primera vista, un triunfo al Congreso.
La intimidad y el afecto que recíprocamente nos hemos
profesado Mestre, Borrego y yo, desde el famoso 2 de abril de
224
1906, en que una manifestación de simpatía a los redactores de
"La Revista de Tabasco” sirvió de pretexto para desencadenar
sobre nosotros y nuestros compañeros de aquella época, todas
las furias del bandalismo, porque combatíamos a su jefe, habían
hecho que cada uno de nosotros gozara de la plena confianza
del otro y que en cuestiones políticas no tuviéramos otra mira
que arrancar de manos del despotismo a nuestro infeliz Esta
do, convertido en feudo de un grupo de mercaderes sin con
ciencia, capaces de todos los crímenes y de todas las infa
mias, si podían convertirlos en oro para calmar su insaciable
codicia.
Todos sabemos cómo cayó Bandala y todos saben por
qué Mestre y yo tomamos parte en la Administración de don
Policarpo Valenzuela. Este señor y su Secretario de Gobierno,
nos prometían una nueva era para Tabasco, nos prometían una
era de justicia y honradez. Pensando que esas promesas eran
de buena fe porque ellos se encontraban en posibilidad de cum
plirlas, respondimos a su llamamiento haciéndonos cargo, Mes
tre de un puesto en el Hospital y yo de uno de los Juzgados-
Penales, que cambié más tarde por el Segundo de lo Civil.
Desde el primer día, luchamos por eliminar los elementos
más nocivos del bandalismo y porque se arrancaran de raíz los-
abusos de la Administración. A los dos meses de esto, conven
cido yo de que era inútil nuestro afán en este respecto, y que.
había sufrido un engaño, porque los negocios lucrativos se
guían en los tribunales como en los tiempos de Bandala, renun
cié el cargo, dejando el campo libre a los Valenzuelistas páfá
que solos cosecharan el fruto de su obra. M E S T R E REN U N
CIO, AL E N C A R G A R SE D EL G O BIERN O P R O V ISIO
NAL.
¿Qué medio nos quedaba para conseguir nuestro objeto?
Uno solo: aliarnos con la revolución, es decir, con el pueblo
que la llevaba en lo más hondo del alma.
225
De allí nació la “Liga Democrática Tabasqueña" que nos
reconoció cómo Jefes. Los miembros de ella tenían la concien
cia plena de que nosotros perseguíamos desde hace muchos
años la misma causa que el señor Madero: librarnos del despo
tismo y de todas las calamidades que trae consigo.
Y ya que el pueblo estaba cierto de esta verdad, nada más
justo ni más lógico que aprovechar las circunstancias favora
bles que la ocasión nos brindaba. Pero para que tal cosa suce
diera era indispensable que uno de los tres ocupara el Gobierno
Provisional y que los otros quedáramos libres para el período
constitucional, ya que con razón o sin ella pensamos que el
pueblo, libremente, no votaría por candidatura alguna distin
ta de la nuestra que nos llevara a una derrota electoral. Lo
demás ya se sabe: se frustró en parte nuestro plan y Mestre
sustituyó a Borrego, quedando en consecuencia hábiles sola
mente en el grupo director de la “Liga” la candidatura de éste
y mía.
Sin embargo, queriendo sacar avantes nuestros deseos,
yo mismo indiqué al doctor Mestre que a mi juicio, renuncian
do en seguida el Gobierno Provisional y gestionando con los
elementos que ya teníamos en nuestras manos, la elevación de
Borrego, siempre de acuerdo con el Centro, quedaba viable su
candidatura y desbaratábamos de un golpe las aviesas inten
ciones de la Cámara, si lo que habia pretendido, como des
pués sospechamos, era inhabilitarlo, por ser a quien juzgaba el
único enemigo formidable por su popularidad para contrarres
tar la candidatura, cuyo triunfo acaso pretendería el partido
derrotado.
Mestre entonces, como consta a Borrego, al Profesor José
Gurdiel Fernández, al señor Juan Armada, a mí y a otras
muchas personas, según he sabido después, protestó no acep
tar su candidatura dando como razón que quería probar a to
dos “una vez más”, que no había luchado por ambiciones per
226
sonales, sino por el bien de TaBasco. Respetamos su delica
deza aplaudiéndola y esperamos que los acontecimientos se
desarrollaran por si mismos para proceder a los trabajos elec
torales, tomando en cuenta lo que las circunstancias exigen,
es decir, lo que la “Liga Democrática Tabasqueña” del Esta
do, resolviera con respecto a candidaturas para los puestos de
elección popular, pues era acuerdo entre nosotros que los can
didatos que alcanzaran mayoría de votos serían los que el par
tido proclamara y sostuviera.
Debo hacer notar como un paréntesis que, además de los
motivos enumerados para que el doctor Mestre conviniera en
que mi candidatura circulara al mismo tiempo que la de él, hu
bo uno particular que sólo revelaría provocado por su ulterior
conducta, a la de sus correligionarios.
Para encauzar desde luego el movimiento, la Junta Direc
tiva de la "Liga” propuso a la consideración del Partido las
candidaturas de los señores Francisco I. Madero y doctor
Francisco Vázquez Gómez, para la Presidencia y Vicepresi
dencia de la República, y citó a sus correligionarios de esta
Capital para discutirlas, así como también para proponer y dis
cutir candidatos al Gobierno Constitucional del Estado y a la
Legislatura del mismo.
De triste recordación debe ser para nosotros, los que for
mamos el Partido de la “Liga” con intentos nobles y generosos,
lo que pasó en la Asamblea General celebrada en el "Teatro
Merino” del dieciséis de junio último señalada para realizar
nuestros propósitos. En esa Asamblea, como dejo asentado al
principio de este escrito, los señores Alfonso Caparroso, Sal
vador Torres Berdón y Filiberto Vargas, en discursos poco
meditados y reveladores de un desconocimiento absoluto de las
prácticas democráticas de otros países (en nuestra Patria nun
ca hubo democracia), propusieron la candidatura del Dr.
Mestre Ghigliazza pára el Gobierno Constitucional del Esta-
227
¿o, fundándola no en la competencia de Mestre para desem
peñar el cargo, sino en sus luchas políticas contra la dictadu
ra, combatiendo al General Díaz y a uno de sus sicarios más
conspicuos, que dieron por resultado su encarcelamiento y las
vejaciones de que fue objeto, sin comprender que estos méri
tos tanto podía reclamarlos Mestre como Borrego, don Juan
Lara Severino, el Lie. Andrés Calcáneo y Díaz, don Pedro
Lavalle A., el propio Vargas, don Manuel Lezcano y otros
tantos que atendidos $u condición, profesión, estado, posición
social y otros mil detalles que seria prolijo enumerar, soporta
mos iguales o mayores sufrimientos que el Doctor Mestre Ghi-
gliazza, que siempre aun en la prisión tuvo el consuelo de per
manecer al lado de su familia, mientras que hubo algunos como
Calcáneo, que fué a comer el pan del ostracismo y otros que
ingresaron al Ejército, consignados por los instrumentos del
sátrapa de Tabasco, maniquí a su vez, de la Dictadura que
expusieron la vida sólo por ser partidarios de la causa, por sim
patizar con los redactores de “La Revista de Tabasco” que
combatíamos enérgicamente la reelección de Bandala y a quie
nes de preferencia correspondía, en ese concepto, ser los can
didatos para el Gobierno del Estado.
En esa misma sesión, el profesor Andrés Torruco Priego
abogó por mi candidatura sin hacer alarde de que yo hubiera
sido también, en unión de Mestre y los demás compañeros, hé
roe del 2 de abril (según la manera de pensar de los apologis
tas de M estre), y de la campaña contra el absolutismo en T a
basco, sino únicamente con razones (de menor peso si se quie
re) pero que al fin eran razones.
Como nadie más tomara la palabra en este sentido, si no
fuera el joven Juan Correa Nieto, alegando que Mestre no po
día ser Gobernador Constitucional porque a ello se oponía el
Plan de San Luis Potosí y los diversos escritos del Jefe de la
Revolución, señor Madero, que en su letra y en su espíritu en
228
cerraban la idea de que los gobernadores provisionales no po
drían ser candidatos al Gobierno Constitucional, para evi
tar toda presión (física o moral) sobre el pueblo; yo como V i
cepresidente de la "Liga”, hice uso de la palabra para indicar
a nuestros correligionarios que la discusión salía sobrando, toda
vez que el Doctor Mestre no aspiraba a la Primera Magistra
tura de' Tabasco, pues nos había manifestado, que bajo ningún
concepto admitiría su postulación, y que, el señor Correa Nie
to, por lo demás estaba en lo cierto, según mi modo de pensar.
Estas aclaraciones mías suscitaron hondo malestar en el
grupo que patrocinaba la candidatura de Mestre, como expre
sé anteriormente, y alguno hasta tuvo la osadía de dejar com
prender en sus frases, aunque veladamente, que yo intentaba
usurpar a Mestre un puesto que por derecho le correspondía.
Jamás he consentido situaciones ambiguas ni que se dude
de mi buena fe, y por ese motivo, con la conciencia siempre lim
pia, supliqué a varias personas para que fueran a buscar al
Doctor Mestre a fin de que allí mismo confirmara mi asevera
ción, para que allí mismo hiciera conocer que no aceptaba su
candidatura y externara su opinión Sobre si ésta era o no in
compatible con el Gobierno Provisional.
Todos fueron testigos esa noche de que Mestre no quiso
concurrir y de que me mandó un recado diciendo que después
se aclararía todo. Procedimos en consecuencia a la votación y,
predispuestos los ánimos en mi contra porque había dicho la
verdad y porque los amigos de Mestre infundían temor a mis
amigos haciéndoles prever males futuros, tal como si ya se tu
viera convenido de antemano que su candidato seria el Gober
nador y que se vengaría de los que no sufragaran por él, pro
cedimos a la votación obteniendo Mestre una abrumadora ma
yoría de adhesiones.
Di por buena la votación (aunque no votaron sólo miem
bros de la "Liga" sino también personas extrañas a ella), sólo
229
porque no se me tildara de egoista. Mas como no podia pasar
en silencio, ni la actitud de los amigos de Mestre, ni la de Mes
tre mismo, al día siguiente fui al Palacio de Gobierno con Cal
cáneo y Borrego a pedirle que nos explicara su conducta y la
de sus partidarios, y entonces se mostró sorprendido de que
yo hubiera dicho que no aceptaría el Gobierno Provisional y
que los principios de la revolución eran adversos a su candida
tura; cosa que, a nosotros, si nos causó alta extrañeza. Le re
convine irónicamente su mala memoria porque en ello veía un
principio de ambición y mucho de falta de franqueza. Tuvimos
después acalorada discusión en la que insistía en que sus ami
gos le intimaban.rendición (¡hermoso rasgo de modestia repu
blicana!) obligándolo a que se presentara candidato y,
al final de cuentas, no queriendo yo romper el vínculo
que nos unía, porque la causa de nuestro partido significaba
más, mucho más, que nuestras personas en esos momentos an
gustiosos, no tan sólo para Tabasco sino para la República
entera, convinimos en que nuestros amigos patrocinaran al mis
mo tiempo las tres candidaturas de la ‘'Liga”, es decir, la de
Mestre, la de Borrego y la mía, según el sentir de cada cual,
siempre bajo la condición que yo puse de que hiciesen saber
este arreglo a sus partidarios con el fin de evitar en lp futuro,
ulteriores motivos de fricción entre nosotros.
Yo, por mi parte, comuniqué el arreglo a mis amigos, que
empezaron desde luego a hacer los trabajos que estimaron con
ducentes al objeto, fijando cartelones en los lugares públicos
e invitando al pueblo, por medio de la prensa, para que apo
yara mi candidatura en las próximas elecciones. Iguales traba
jos emprendieron los simpatizadores de Mestre, aunque no con
la corrección debida. En su propaganda entraba ya la agresión
malévola y ruin de denigrarme y ridiculizarme. Principiaron
por arrancar los cartelones que fijaban mis amigos, y cuando
no podían arrancarlos, les ponían al pie letreros revelantes de
230
su grado de cultura y moralidad. Después, usando del arma de
la calumnia, esparcieron la especie de que yo traicionaba a
Mestre, al disputarle el Gobierno del Estado.
Como era natural, en vista de este procedimiento, pensé
que Mestre, o nada les había dicho de nuestro' convenio, o
estaba queriendo jugar conmigo a dos cartas, autorizando a
sus amigos para atacarme deslealmente. También supuse que
quizá no tuviera culpa ninguna y que los que se titulaban sus
partidarios no fueran otra cosa que individuos aconsejados o
pagados por enemigos comunes para sembrar la división entre
nosotros, pues algunos detalles que no han escapado a nuestra
observación, hicieron nacer en mi ánimo esa sospecha.
De cualquier modo, me creí con el derecho de interrogar
nuevamente a Mestre respecto a lo que estaba sucediendo y
en el deber de hacerle partícipe de mis dudas. Hablé con él,
en presencia de Calcáneo y Borrego y acordamos que para
alejar toda desconfianza en el pueblo, acerca de la buena ar
monía que reinaba entre nosotros, y cortar de raíz las murmu
raciones que circulaban en público, lanzaríamos un manifiesto,
firmado por Mestre, Borrego y yo, comprometiéndose el pri-
metro a redactarlo en los términos que juzgara más conve
nientes.
Pasaron días y el manifiesto no se hizo. Como yo tenía
que salir a las municipalidades del Estado, para explorar en
ellas la opinión con respecto a las personas que por sus an
tecedentes de honradez, de moralidad y de estimación pública,
gozaran de la confianza de los pueblos, al mismo tiempo que
pudieran también tenerla de parte del Gobernador, con el fin
de designarlas como autoridades que constituyesen una ga
rantía para implantar el nuevo régimen, que traía consigo la
revolución maderista, autoricé al Doctor Mestre para que en
mi ausencia hiciera el manifiesto, subscribiéndolo con mi firma.
Emprendí mi viaje rumbo a la sierra, visitando las pobla-
231
dones de Astapa, Jalapa, Tacotalpa, en las que redbí grandes
demostraciones de simpatía, de las que viviré siempre recono
cido. En cada uno de esos lugares, cuando se me interrogaba
por nuestros amigos acerca de candidaturas para el Gobierno
Constitucional, les daba a conocer el arreglo con Mestre y
Borrego, significándoles que cualquiera de los tres que obtu
viese el triunfo, quedaríamos plenamente satisfechos, porque
era el triunfo de nuestro partido y con él el de los principios
democráticos que veníamos pregonando desde hace muchos
años. En Jalapa y en Teapa. como consta a todos los vecinos
de esos pueblos, un grupo de nuestros correligionarios aclamó
mi candidatura en la forma más espontánea, sin que, por mi
parte, la aceptara o rechazara, porque mi viaje no era de pro
paganda sino, como he dicho antes, tenia por objeto desem
peñar una delicada misión oficial.
Por lo que hace a esta misión, queriendo cumplirla a
conciencia y sin otra mira que el bien público, propuse por
mensaje telefónico a los Sres. Leonte Evoli y Miguel Prats
para Jefes Politicos de Jalapa y Tacotalpa, respectivamente,
teniendo en cuenta que por sus antecedentes gozaban más que
nadie, de la simpatía y confianza de esas poblaciones, lo mis
mo entre las gentes de dinero que entre las clases humildes, a
quienes tuve el cuidado de consultar. Con respecto a Teapa
no hice lo mismo, porque encontrándose dividida la opinión
entre dos primos míos (Jaime Calzada y Gustavo Casanova),
antes de resolver nada quería discutir con Mestre y Borrego
sobre el caso, haciéndoles conocer que el primero de los nom
brados no deseaba desempeñar el puesto y que al segundo
le había prometido gestionar a su favor. Recogí además los
informes que juzgué necesarios para remover y sustituir a los
demás empleados que no merecían continuar en la nueva Ad
ministración.
A mi regreso a esta capital para dar cuenta de mi come
232
tido, me encontré con que la atmósfera de calumnia que ha
bían comenzado a levantar en mí contra los amigos íntimos
de Mestre antes de mi viaje, era mucho más densa y que,
debido a ella, Mestre por dar gusto a sus amigos o con in
tenciones sanas, cambió por completo el plan general de Go
bierno que acordáramos al tomar posesión del poder a nom
bre de la revolución. En vez de cumplir con ese acuerdo que
entrañaba el cambio completo de todos los elementos del an
tiguo régimen, inspirándose para substituirlos en la opinión pú
blica que era la única que debía señalar a las personas que
por sus antecedentes de honradez y patriotismo secundaran
con alteza de miras la obra de reconstrucción de nuestra Pa
tria, suspendió las remociones que yo había iniciado de con
formidad con el Plan General de Gobierno, a las cuales por
complacencias se opuso Mestre desde un principio y empezó
a nombrar Jefes Políticos entre sus amigos y recomendados,
designando para Jalapa al Sr. Domingo Villar, para Monte-
cristo a don Pedro Gurría, para Nacajuca a don Enrique de
la Rosa y para Paraíso a Dn. Raymundo Lara, etc. .etc. Ade
más hizo que regresara a la Jefatura de Tenosique el Sr. Agus
tín de la Fuente, a quien habíamos acordado remover porque
era persona no grata en aquella población. No discuto la per
sonalidad de estos caballeros, pero sí puedo afirmar que nin
guno de ellos goza de las simpatías de sus gobernados, como
lo han venido a confirmar hechos que están en la conciencia
pública.
Por otra parte, esos nombramientos, hechos a raja tabla,
sin mi conocimiento cuando yo era el único legalmenfe capa
citado para proponerlos, no sólo por mi cargo de Visitador
d e Administración, sino en virtud de la circular telegráfica
dirigida a las diversas municipalidades del Estado, y recaídos
en personas ajenas por completo a cada entidad gobernada,
no denunciarían por sí solos que dichos individuos son íntimos
233
del Dr. Mestre y como tales agentes avanzados, pero nada
tampoco nos prueba lo contrario si a este proceder, clandestino
puede decirse, no se da una explicación satisfactoria. Tanto
más cuanto que en mi gira por los pueblos tuve oportunidad
de ver en Jalapa y Teapa mensajes suscriptos por Mestre,
prometiendo renunciar el Gobierno Provisional, pero aceptan
do desde luego su candidatura y autorizando trabajos en este
sentido.
Como yo nunca he traicionado ni la amistad ni menos las
causas que patrocino, ni tolero que con mi silencio se traicio
nen estas últimas, al día siguiente de llegar a esta capital,
puse mi renuncia del cargo de Visitador y mandé recado al
Dr. Mestre con Calcáneo y Borrego, manifestándole mi reso
lución de separarme del grupo si no estaba dispuesto a seguir
sin vacilaciones el credo revolucionario y prescindir de amigos
advenedizos que, en mi concepto, estorbaban la buena marcha
de nuestra causa, y que no quería que más tarde constituye
ran una mancha para él, para mí o para nuestro partido.
Ni Calcáneo, ni Borrego, ni otros muchos amigos que
han intervenido pretendiendo un arreglo entre nosotros, han
logrado conseguir hasta hoy que Mestre entre en una vía
franca y abierta, de plena luz, para alejar toda duda en las
masas populares acerca de la conducta de cada cual, sino
que han querido echar un velo a lo pasado y que yo perdone
las que ellos llaman debilidades de Mestre y sea yo quien
cargue con el sambenito de la opinión pública.
Muy estrechos son, fraternales puede decirse, los lazos
que me han unido con Mestre, pero ante la reivindicación de
mi persona o el sacrificio de mis principios, no vacilo en rom
per esos lazos, porque deseo, antes que nada, conservar mi
honradez y mi lealtad que constituyen, acaso, mi único pa
trimonio.
Una vez que he dado las razones de mi separación de
234
Mestre y del partido la “Liga Democrática Tabas quena” que
lo elevó al poder, voy a permitirme hacer en resumen las re
flexiones que me sugiere la conducta de Mestre y que vienen
a confirmar la idea de que, desde los principios de nuestra
lucha, no ha sido, como algunos suponen, el hombre de con
vicciones graníticas.
I. Si Mestre no ambicionaba el Gobierno Constitucional
como lo aseguró a un grupo de sus íntimos, ¿qué fuerza irre
sistible lo indujo de manera tan violenta a variar de opinión
en unas cuantas horas y aceptar su candidatura en pleno des
empeño del Gobierno Provisional, contrariando por añadidura
el Plan Revolucionario, disposiciones de la Secretaría de Go
bernación y observaciones particulares del señor Madero?
II. Y si por el contrario en su pograma reservado es
taba la idea de aceptar su candidatura, ¿qué objeto pudo tener
una revelación opuesta hecha a ese mismo grupo de amigos?
III. ¿Por qué no ha querido desvanecer, publicando el
manifiesto que convinimos, las calumnias que sus amigos han
lanzado en mi contra desde la noche en que le mandé llamar
al Teatro Merino?
IV . ¿Por qué, en lugar de hacer esto, deja que preva
lezca la calumnia?
V . ¿Tiene, acaso, el Dr. Mestre, interés en que mi per
sonalidad salga manchada en esta campaña?
Dejo al público los comentarios; yo me limito a decir: a
Mestre lo engañan sus amigos (lobos tal vez disfrazados de
corderos) o él pretende engañar a sus amigos.
San Juan Bautista, julio 16 de 1911.
L oren zo C A SA N O V A .
235
XXIV
239
tas páginas, pues principalmente para los que fueron parte
activa en aquellas luchas políticas de imborrable memoria en
tre mestristas y casanovistas, la carta abierta de Caparroso
es de mucho interés.
Dice asi:
A CAZA
DE GA ZAPOS P O L IT IC O S
Leyendo "Final de
un compañerismo”.
240
hubo tal cosa, el tan zarandeado panfleto no pasó de ser un
“Parto de los Montes” que diria el famoso fabulista; pues, en
verdad, el tan temido folleto, como el caldito de tía Tula, de
todo tiene menos carne.
Efectivamente, para convencerse de lo inofensivos que re
sultan los ataques del licenciado Casanova, bástanos hacer
pequeño análisis de algunas de las aseveraciones, que, cual
verdades incontrovertibles, asienta el autor de “Final de un
compañerismo" y que, a guisa de historia de la “Liga Demo
crática Tabasqueña” ha brindado en las páginas de su poco
meditado escrito.
Abre sus fuegos nuestro impugnador contra algunos (¿no
serán muchos?) miembros de la Liga; usando para ello magis
tral tono, digno de un dómine de la edad media.
Tilda a esos “algunos” miembros de la Liga de ignaros
en trajines democráticos: acusándolos, a la vez, de provoca
dores de descontento y rivalidades entre él y nuestro candidato.
En presencia de tan rotundantes imputaciones, nos pr^.
guntamos: ¿Cuáles fueron esos hechos consumados, por algu
nos de Jos socios que provocaron descontento? (que dicho sear
de peso tan sólo existió en aquel entonces en la imaginación:
del Lie. Casanova). ¿Cuáles fueron los discursos prenunciados
en esta asamblea que Casanova tacha de inadecuados para los
fines allí perseguidos y que después utiliza para juzgar a los
partidarios de Mestre ignaros en las prácticas democráticas?
¿Será la sencilla pero sincera alocución mía, en la que, entre
otras razones aducidas para hacer la presentación de nuestro
candidato al Gobierno del Estado, figuraba la relación de los
méritos que, como periodista independiente, había conquista
do el doctor Mestre en los campos dé la democracia, atacando
con sus inexorables escritos la dictadura porfirista? Si este
es un medio inadecuado para poner de relieve ante los ojos
del pueblo, las cualidades que adornan a un candidato, cuya
241
postulación para llevar las riendas del gobierno se pone a la
consideración de sus conciudadanos, debo confesar que por
más que me he apretado el magín, pensando sobre el asunto,
no he encontrado lo inadecuado del procedimiento.
Por otra parte, el hecho de hacer resaltar las virtudes cí
vicas y las relevantes cualidades intelectuales y morales que
adornan al Dr. Mestre, que lo han elevado a la augusta ca
tegoría de candidato popular, para empuñar el bastón de
los gobernadores del Estado, ¿constituye como se dice en tér
minos jurídicos, el cuerpo del delito, que comprueba la bas
tarda intención habida para provocar rivalidades entre él y el
señor Lie. Casanova? No, mil veces no. Y ya que el autor
del folleto deja así traslucirlo, nos preguntamos: ¿Será posible
que semejante idea haya obscurecido la clara inteligencia de
nuestro impugnador? No replicamos; para suponer que en el
cerebro del conspicuo abogado, brillara tan torpe concepción,
es necesario considerarlo atormentado por el punzante aguijón
de la envidia y tal suposición sería aventurada y debemos ale
jarla de nosotros, pues conocedores de la probidad de espíritu
del Lie. Casanova no lo creemos capaz de abrigar tan mezqui
nos sentimientos, y por lo tanto, suponemos que semejantes
aseveraciones suyas, son hijas de la poca meditación que tuvo
para escribirlas; lamentando que su pluma, arrastrada por el
ardor del apasionamiento político; haya estampado semejantes
insinuaciones.
Afirma luego, en el párrafo siguiente, que los elementos
que rodean al Dr. Mestre, han pretendido lanzarle al rostro
el ignominioso estigma de traidor. Errado está en ello, el se
ñor Casanova. Yo, y conmigo muchos de mis correligionarios,
hemos juzgado al señor Lie. no como traidor, sino como in
consecuente así con la amistad que le había consagrado el Dr.
Mestre como con las bases (habladas no escritas) que nor
maban el régimen de la Liga entre las cuales había una que
242
prevenía que el candidato en cada Liga, de las ya establecidas
en el Estado, sería aquel que obtuviera mayor número de vo
tos al hacerse la elección y que, cada una de esas ligas tenía
precisa obligación de sostener al candidato triunfante.
Tales preceptos no fueron respetados por los parciales de
Lie. Casanova, pues al verificarse en esta capital la asamblea
en la que obtuvo mayoría abrumadora de votes el Dr. Mestre,
los partidarios de aquél autorizados por él, según tácita decla
ración que él mismo (Casanova) hizo a quien esto escribe,
emprendieron activa campaña en busca de adeptos para su
candidato y esto fuera de los socios componentes de la Liga
y valiéndose de medios que no juzgo correctos, lo que puedo
probar relatando hechos y citando nombres.
Tal proceder produjo en la mayoría de los socios de la
Liga profunda indignación; llegando el descontento a tal gra
do, que hasta varios de los.componentes de la Mesa Directiva
pensaron retirarse de la agrupación, contándose entre los dis
gustados, el Tesorero, señor Alfonso Ortiz P., persona de
reconocida cordura, y que puso su renuncia en estos términos.
“Teniendo conocimiento de que en el seno de la Liga
Tabasqueña se trabajaba en favor de otra candidatura, que
no es la elegida por "mayoría de votos en la sesión celebrada
el 16 de los corrientes en el Teatro Merino, candidatura que
debiera ser la que esta Liga Central proclamara en masa, su
puesto que la sesión citada se llevó a cabo para unificar la
opinión de los socios y no estando de acuerdo en esta clase
de trabajes que a mi juicio constituyen poderosas armas que
proporcionamos a nuestros enemigos politicos para que nos
desprestigien, he resuelto hacer formal renuncia del puesto
de Tesorero, como en el presente memorial lo hago, y sepa
rarme por completo de esa agrupación, suplicando a Uds., se
sirvan dar cuenta a quien corresponda y decirme a quién debo
243
entregar las cuentas y fondos de la Tesorería, con que fui
honrado”.
Como se ve, el estilo con que está escrita la anterior re
nuncia demuestra, a las claras, que la conducta de los par
ciales de Casanova, dieron lugar al cisma que desde ese día
apareció en el seno de la Liga.
Más abajo, en uno de los párrafos de su escrito dice el
señor Casanova lo siguiente:
"Sin embargo, queriendo sacar avantes nuestros deseos,
yo mismo indiqué al Doctor Mestre que a mi juicio renun
ciando en seguida el Gobierno Provisional y gestionando con
los elementos que ya teníamos en nuestras manos, la eleva
ción de Borrego, siempre de acuerdo con el Centro, quedaba
viable su candidatura y desbaratábamos de un golpe las avie
sas intenciones de la Cámara, si lo que había pretendido,
como después sospechamos era inhabilitarlo, por ser a quien
juzgaba el único enemigo formidable por su popularidad para
contrarrestar la candidatura, cuyo triunfo acaso pretendería, el
partido derrotado”.
Si como lo asienta en el párrafo antes copiado, a su juicio,
el Doctor Mestre no estaba imposibilitado para aceptar su can
didatura para Gobernador Constitucional (siendo interino), si
renunciaba en seguida, ¿por qué, cuando en la sesión de la
Liga, en que Mestre fué aclamado, él (Casanova) fué el pri
mero y único en manifestar al pueblo que aquél (Mestre)
estaba imposibilitado? La contradicción en que de manera de
plorable cae el Sr. Casanova, es manifiesta: hasta les ciegos
la ven.
De triste recordación llama nuestro impugnador, a la
asamblea, señalada para realizar los propósitos del partido
(el señor Casanova, se refiere a la asamblea en que Mestre
fue postulado). Por el contrario, yo y conmigo, casi todos ios
asociados, siempre recordaremos con verdadera fruición esa
2.44
memorable noche, en la que nuestras aspiraciones cristalizaron
en la personalidad del Dr. Mestre, postulado Gobernador
del Estado. Tan encontrados sentimientos, confirma aquel di
cho muy popular que dice: Cada cual habla de la fiesta según
le va en ella.
A renglón seguido, con lógica abstrusa, llega el Lie. Ca
sanova a esta conclusión: El, como Borrego, Vargas, Calcá
neo y otros que fueron consignados al Eiército, les correspon
de ser candidatos para el Gobierno del Estado.
Sin que me inspire la más leve intención de menoscabar
la personalidad del señor Casanova, en quien siempre he re
conocido probidad suma, buen criterio, sanas intenciones, buen
talento y cultura Suficiente, para ser un elemento aprovecha
ble, con gran éxito, en toda administración voime a tomar li
bertad de dar mi opinión que respecto a este particular me he
formado. Siempre he considerado al Doctor Mestre dotado de
mejores prendas personales que al Lie. Casanova para llegar
a la primera Magistratura del Estado, y mi convicción •es que
sin la inmensa sombra que sobre él (Casanova y demás com
pañeros) proyectaba la personalidad de Mestre, tal vez mu
chos de ellos, nunca se hubieran atrevido a enfrentarse con
la dictadura.
Y esa superioridad que yo reconozco en el Dr. Mestre
palpita en la conciencia popular y aun repercute en la de Ca
sanova y demás compañeros, pues para nadie es un secreto
que siempre le tuvieron como Jefe; deduciéndose, por lo tanto,
de estas apreciaciones, que es absurdo y hasta irracional es
tablecer, parangón alguno, entre Mestre, que fué el Jefe, y
sus amigos, que fueron sus subordinados.
Llego por fin al terrible dilema que el Lie. Casanova
plantea al Doctor Mestre y sus partidarios y que dice: O
Mestre lo engaña valiéndose de sus partidarios, o los llamados
amigos de Mestre traicionan a ambos.
245
De que Mestre no lo engañaba, queda probado con el
hecho de que habiendo obtenido la mayoría abrumadora de
votos de todas las Ligas, no se ve el objeto del engaño de
parte de nuestro candidato. En cuanto a que los partidarios de
Mestre pudieran ser, según suposiciones del Lie. Casanova,
emisarios pagados por el partido contrario, me permito hacerle
por las presentes líneas la más formal y enérgica conjuración,
para que concrete hechos, señale individuos y presente prue
bas de tal manera clara que sus dichos queden perfectamente
comprobados y para que esos detalles, que no han escapado a
su observación, no resulten los fantásticos gigantes que hicieron
arremeter, lanza en ristre, al caballero de triste figura contra
los molinos de viento.
En resumen, de la lectura del folleto se llega a esta con
clusión. El Lie. Casanova al escribirlo perseguía dos fines prin
cipalísimos: Demostrar al pueblo que el Dr. Mestre es un
hombre débil y poner de manifiesto sus ambiciones por llegar
al poder. ¿Qué fundamento tiene el señor Casanova para con
siderar débil al Dr. Mestre? ¿Será porque este señor, caballe
roso y correcto, muéstrase con todos afable y cortés? ¿Será
porque, teniendo un corazón bien puesto, donde los rencores
no han germinado jamás, ha sabido perdonar a sus enemigos
que cegados por las pasiones políticas agotaron todos los me
dios que estuvieron a su alcance para atacarlo? Contéstele por
mí al Lie. Casanova, el gran Lamartine cuando dice: El hom
bre, ser falible, debe en lo que le concierne, perdonar siempre
todo.
La magnanimidad es el golpe de Estado de los grandes.
En cuestiones de odio quiero morir insolvente.
Reflexionando sobre las ambiciones de mando, que el au
tor de “Final de un compañerismo” aparenta percatar en el
Doctor Mestre, nos preguntamos:
¿Qué pudo haber despertado en el Doctor Mestre la am
246
bición de llegar a la primera Magistratura del Estado? ¿La
idea de hacer dinero? No, porque a nadie se le escapa, que
siendo Casanova Gobernador, aquél (M estre) habría gozado
de sueldo no despreciable, y esto sin los disgustos y amargu
ras que en la actualidad trae más que nunca, aparejados el
Gobierno. ¿Será el deseo de satisfacer su vanidad? No, porque
con las innegables pruebas de simpatía, llevada hasta el deli
rio, que de todo el Estado y de todas las clases sociales tuvo
el Dr. Mestre unidas a las seguridades de gran estima y de
especial consideración que de conspicuas personalidades en la
política de la República ha recibido, son más que suficientes
para satisfacer la más grande vanidad del hombre más orgu
lloso.
En cuanto a la lluvia de injurias y ofensas que el Lie.
Casanova nos hace, llamándonos amigos advenedizos, emisarios
vendidos, calumniadores, lobos vestidos de corderos, etc., etc.,
tan sólo le contesto, con aquellas hermosas palabras de un
Santo Varón, de la Cristiandad, cuando, sentado en el potro
vergonzante del tormento dijo a sus verdugos: Id con cuidado,
señores, que podéis triturar nuestros huesos.
Alf. Caparroso.
247
XXV
251
cia del Usumacinta que invade nuestro territorio por una re
gión muy poco visitada, ha influido poderosamente para que
propios y extraños le hayan cantado en prosa y en verso en
todos los tonos habidos y por haber.
Para el alma señadora, el río Grijalva ha sido discretísi
mo testigo de más de un “romance", ha escuchado muchas
confidencias, ha reflejado en sus aguas las mejores policromías
del firmamento y ha ocultado en sus calladas ondas muchas
ternuras, muchas lágrimas y muchos pecados de amor.
A los que vivimos a sus orillas, a los que crecimos con
templando su engañoso correr, a los que de él recibimos honda
inspiración para forjar en la vida del ensueño los poemas que
dedicamos a la dulce amada, el rio Grijalva, como el Duero
caudaloso de Núñez de Arce es “la cinta de plata que refleja
en su corriente el sol de estío”.
La pujanza lírica de Santa Anna le ha cantado con extra
ordinaria inspiración, en clásico soneto que hace pensar, por
su severidad y su hermosura, en los del árcade Pagaza: Clear-
co Meomio; el sabio Rovirosa lo ha descrito con su prosa lla
na, profunda y erudita; y más aún: hasta bardos de la talla
de Peón Contreras y Manuel M. Flores —aquél, incitado por
el académico Sánchez Mármol, y éste, seducido por noble da
ma tabasqueña— le cantaron sin conocerlo.
No sería explicable, pues, ni menos perdonable que en
obra como ésta, consagrada a recordar y exaltar las cosas de
Tabasco, dejáramos de reproducir, entre tantos lirismos dedi
cados al memorable río, unos cuantos siquiera.
Sin orden de antemano meditado van aquí los siguientes:
EL G R I J A L V A
252
espíritu en alas del ángel de la adoración hasta el trono de
Dios; los que deseen un infinito de amor y de poesía, que ven
gan a mecerse en una débil barquilla en las ricas corrientes
del Qrijalva . . . Allí veréis unas márgenes bordadas por una
eterna primavera: la gentil palmera desafiando con su elevada
copa los furores del viento: los verdes naranjos, la flexible
caña doblando su tallo al soplo de la brisa de la tarde y reci
biendo en sus hojas el primer beso de las linfas, y luego una
casita, albergue de amor y de ventura: allí veréis una pareja
que sonríe mutuamente; el color bronceado, señalando al ha
bitante de los trópicos; su amable compañera deja ver dos hi
leras de perlas al sonreírle cariñosa, y más allá, un niño en
su rústica cuna duerme arrullado por el aura embalsamada del
azahar y de la rosa . . . ¡es el primer fruto de su casto amor!
Seguid la corriente del río de Tabasco: no veréis más
que márgenes cubiertas de un tapete verde: el sentido cántico
del ruiseñor herirá vuestros oidos con esos trinos preciosos
que sólo la cuerda del violín de Franz Coénen ha podido re
producir; allí oiréis el arrullo de la tórtola que gime en el sau
ce del río, tal vez por la mañana la bala del cazador hirió el
corazón de su amante; allí veréis a la garza peinando su plu
maje, blanco como el armiño, ajado tal vez por la corriente de
las aguas: es la coqueta que compone su tocado, descompuesto
por el soplo del viento.
El crepúsculo de la tarde ha concluido. . .
La señora de la noche viene a bañar su pálida faz en las
aguas del Grijalva, viéne a alumbrar una superficie de azul y
plata, viene a reproducirse en los espejos mil formados por
las pequeñas oleadas del Tabasco . . .
¡Si fuera dable sentir esas emociones al lado de la mujer
que se ama! Si la ausencia no pusiera barreras indestructibles,
entonces embriagados con el aliento del ángel de nuestros co
razones adormecidos por el dulce murmurio de las hojas del
253
bosque arrullados por el voluptuoso vaivén de la linfa del río,
el himno de nuestros corazones llegaría hasta el trono de Dios,
llegaría envuelto en esas nubes que se recuestan muellemente
sobre el río para beber sus aguas y después suben formando
esos celajes de topacio y oro que adorna la frente de la luna.
¡Grijaiva . . . ! En los momentos de entusiasmo de una al
ma joven, te he dedicado una página en el libro de mis recuer
dos: yo he respirado el aire purísimo que mece las palmeras
de tus fértiles y pintorescas orillas; yo me he adormecido al
movimiento de tus corrientes; tal vez otro día veré de nuevo
tus azuladas aguas y vivirá en mi imaginación el recuerdo pu
rísimo que se ha impreso en mi alma!
AL G R I J A L V A
254
los aires pueblan cuando te ven . . .
¡Oh, quién pudieiia todos los días,
Grijalva hermoso, verte correrl
255
A mí me cuentan que si te enojas,
que si te irritas,
sobre las playas fiero te arrojas
y al mar imitas,
y ¡guay del fuerte y altivo leño!
;guay del cayuco del pescador!
nada al piloto vale su empeño,
de nada sirven remo y valor.
256
El regio Citlatépetl
¿Le conocéis, señoraY
Yo vi cuando era-niño,
los velos de la aurora
tender sobre su frente
magnífico dosel,
bañarle en luz de rosa
por un instante , y luego,
diadema de los mundos
chispeante de pro y fuego
el sol ambicano,
alzarse sobre él,
Y en la serena tarde,
cuando con lento paso
bajaba a los abismos
remotos del ocaso
su frente en un sudario
de nubes a esconder,
entonces el destello,
ya tibio, de su lumbre,
iba a besar muriendo
la solitaria cumbre
de la montaña estrella.
como en adiós postrer.
Mas yo no he conocido,
señora, los sombríos
bosques de vuestra tierra,
allí donde los ríos
se aduermen al salvaje
susurro del manglar:
257
no he visto aquellas grutas
de musgo tapizadas
donde a la tibia sombra
que dan las enramadas
la falda de las selvas
convida a descansar.
No he visto, pensativo,
bajo el amante umbrío
los pálidos cristales
de vuestro patrio rio
que "pasan, pasan, posan"
y siempre pasarán.
No he visto cómo inclinan
las húmedas corolas
sobre el temblante espejo
de las movibles olas
las flores que bordando
sus márgenes están.
258
El férvido Grijalva,
espléndido monarca
del bosque y la llanura,
que cruza su comarca
tendiendo en él desierto
su manto de zafir,
su manto que retrata
celajes y arreboles,
y en cuyas ondas brilla,
como un collar de soles
entre un olán de espuma
la lumbre del zenit.
259
que pase entre los himnos
grandioso de la selva . . .
hasta qtxe, como al hombre,
la eternidad envuelva
el piélago insondable
su pródigo raudal.
G R I J A L V A
260
¡Oh! . . . Si pudiera yo cantar contigo
las dulces trovas del amor ardiente
de tus frescos tíntales al abrigo.
AL G R I J A L V A
261
EL RIO G R IJ A L V A
262
hace imposible la navegación. Continúa hacia el N. O. y con la
denominación de Río Grande de Chiapa atraviesa el depar
tamento de aquel nombre, donde recibe dos caudalosos tribu
tarios, el Suchiapa por la izquierda, y el Río Grande o Rio
Frío, que forma el desagüe del valle cerrado de San Cristó
bal las Casas, y que, después de un curso subterráneo de 20
kilómetros aproximadamente, aparece en el lado opuesto de la
elevada montaña Heitepec para unirse al río principal en la
municipalidad de Chiapilla. Más abajo es aumentada aquella
poderosa corriente de agua, por el río Osumacinta, por el
Chavarría o Río Chiquito que desemboca al O. del pueblo
de Chicoacán, por el río Copainalá y por el Tecpatán, y 'des
pués de pasar por Quechula recibe el mayor de sus afluentes
en Chiapas, el río de la Venta, formado por varias corrientes
que se desprenden de los Andeá situados entre los departa
mentos de Tonalá y Tuxtla, y de la elevada montaña de Ji
neta.
La confluencia del río Chiapa y el de la Venta, está si
tuada en el lugar donde comienza el raudal Malpaso, desde
cuyo punto, el Mezcalapa, según la denominación que allí to
ma, ofrece en el trayecto de 4 kilómetros una fuerte inclinación,
lo cual unido al choque de las corrientes en las rocas del cau
ce y a los raudales Tres Bocas y Tortuguero, hace peligrosí
sima la navegación. Salvado el Malpaso, toma el río la direc
ción del N.; forma los raudales Malpasito, Chote, Chimbac,
Vuelta del Gallo y Zayula; recibe por su izquierda el arroyo
Chimalapa, cuya confluencia queda al S. del cerro Mono Pe
lado, y por su derecha, el río Magdalena o Santa Mónica que
baja de las cumbres situadas entre Ocotepec y Tapalapa; el
Sunuapa o Platanar que tiene su origen a inmediaciones del
pueblo de Nicapa, y el Comoapa que, como el anterior, corre
en el departamento de Pichucalco. Después de bañar el Mez-
263
calapa los vecindarios rurales de Las Palmas, La Peña, La
Peñitá y El Paredón, toca á la villa de Huimanguillo, situada
sobre su margen izquierda, y se dirige al N E. En la Boca del
Plátano tompe los diques formados por sus propios aluviones,
dando origen a un laberinto de caños que riegan las munici
palidades de San Juan Bautista, Cunduacán, Jalapa, Nacajuca
y Frontera, siendo los más notables el rio González y Río
Nuevo o el Carrizal, que unidos desembocan en el seno Me
xicano por la barra de Chiltepec. El Mezcalapa continúa re
ducido a una insignificante corriente, en el verano, alimentada
por el pequeño río Limón que viene del Departamento de Pi-
chucalco, hasta su confluencia con el rio Ixtacomitán. cuyas
primeras fuentes están en el núcleo orogràfico donde encon
tramos las de Santa Mónica, es decir, en las montañas situadas
entre Tapalapa y Ocotepec.
En el lugar nombrado “Las Cruces", toma el nombre de
Grijalva. Allí también recibe por su derecha el tributo del río
de la Sierra, formado a su vez por el Ocsolotán y el Tapiju-
lapa, y engrosado en la Isla por otro río resultante de la con
fluencia del Teapa y el Puyacatengo. Todas estas corrientes
unidas contribuyen en la actualidad a conservar la anchura y
profundidad que ofrece el Grijalva al pasar por esta ciudad
de San Juan Bautista. Diez leguas abajo, lo engrosa el Chi-
lapilla y cuatro más al N. E. el Chilapa. que no son sino bra
zos del caudaloso Tepetitán, río formado por la confluencia
del Puscatán o Macuspana y el Tulijá. que tienen su origen
en el Estado de Chiapas. .
Desde la Boca de Chilapa, adquiere el Grijalva una an
chura y profundidad notables; continúa describiendo una cur
va al N. E. y va a encontrar al río de los Idolos, y en Tres
Brazos los caudalosos caños que forman parte del gran delta
264
del Usumacinta. Con aquel considerable volumen de agua,
procedente de las montañas de la Verapaz, y con los ríos T a-
basquillo y Trapiche que se le unen por la izquierda, pasa
majestuoso por el puerto de Frontera, situado bajo los 18°
30 08’’ lat. N. y 69 31’ 56” 29 long. E. de México. Frente a
esa población han venido formando los acarreos del río la
Isla del Buey Grande, y en consecuencia dos canales que se
confunden en uno solo antes de salir al mar, siendo más pro
fundo y espacioso el oriental, por donde hacen el tráfico las
embarcaciones.
El 15 de septiembre de 1882 se inauguró un faro diótrico
de 49 orden en la costa de sotavento de la desembocadura del
rio, y bajo las coordenadas 18? 31’ 43" lat. N. y 6^ 32’ 12’’ 64
long. E. de Méjico. El foco luminoso colocado sobre una torre
octagonal de hierro, a 23 m. 50 c. sobre la marea media, pro
duce ráfagas de luz blanca de 40 en 40 segundos, visibles a
13 Vi millas.
El movimiento mercantil, cada dia más importante, entre
los puertos del Golfo y Tabasco. así como el de importación
extranjera, dan vida al tráfico de los buques de vapor que re
montan el Grijalva desde Frontera hasta San Juan Bautista,
y es de esperarse que los benéficos resultados en favor de la
riqueza de este Estado y el de Chiapas, y oomo consecuencia
inmediata, de las rentas federales, sean poderoso motivo para
que se realicen las importantes obras de canalización que de
mandan la Barra Principal, el bajo de Acachapan y el trayecto
comprendido entre San Juan Bautista y el Paso de las Palmas
en Chiapas.
265
A L G R IJA L V A (1)
Campoamor.
(i) Me he permitido agregar este canto al Grijalva, del bardo duelista, ciranesco
y bohemio, mal político al fin por eso mismo, caído también i por igual razón en la
encrucijada del crimen, siendo Gobernador del Estado,, en aquel día de muertos de 1882.
(F. J. Santamaría.) ----
266
y aquel cuyos sentidos empobrecen
La abundancia, el amor y las orgias.
Siente cruzar con rapidez los dias
Que allí en ¡a eternidad desaparecen.
267
Sigamos, al impulso de la suerte.
De los deleites la espinosa senda,
Hasta que el barro misero descienda
Al abismo insondable de là muerte.
268
Sigue, sigue tu curso blandamente
M ientras que giro en tu apacible orilla.
R ecibiendo esta flo r triste y sencilla
Q ue cultivé para adornar tu frente.
Manuel FOUCHER.
269
XXVI
273
Naranjos, después San Antonio de Cárdenas, y por último,
Cárdenas a secas.
A los cardenenses los apodan muerde-oreja, porque en
alguna riña del tiempo de Mari-Castaña uno de los rijosos
resultó con las orejas mordidas.
El trece de junio, San Antonio, celébrase su fiesta titular.
Las familias principales son: Aguilera, Casanova, Casao,
Del Río, Estrada, Gamas, Greene. Marín, Noverola, Priego,
Rosique, Torruco.
Cárdenas, mi tierra natal, ha producido algunos profe
sionales. Pero la figura culminante que llena en absoluto la
historia entera de la heroica ciudad es el Lie. Horacio Jimé
nez —hijo del instituto ‘‘Juárez’’—, cuyo inmenso talento ju
rídico todavía se recuerda con admiración. De Cárdenas fue
también don Policarpo Valenzuela, a quien por mucho tiempo
se consideró el hombre más rico de Tabasco.
; C E N T L A .—“En el maizal”.—“San-tla” (de sentli, ma
jo rca ce maíz; y tía, colectivo).—Mexicano.
Antes de la revolución carrancista se llamó Frontera, y de
igual modo la cabecera municipal. La cabecera fue bautizada
con el exótico nombre de Alvaro Obregón, pero por fortuna
ya recobró su antigua denominación: Frontera.
En este puerto nació el Lie. don Joaquín D. Cascsús, y
como familias conocidas pueden citarse las siguientes: Abaún-
za, Bellizia, Bosch, Fojaco, Girard y Poch.
El apodo de los írontereños es come-arena.
Su fiesta titular es el 12 de diciembre, la Guadalupana,
como que Guadalupe de ia Frontera se llamó la ciudad ca
becera municipal.
C E N T R O .—Esta es la municipalidad más importante del
Estado, por ser su cabecera la capital del mismo, San Juan
274
Bautista, hoy Villahermosa. En capítulo aparte se habla so
meramente de la historia de esta ciudad.
Actualmente no se celebra en la capital ninguna fiesta re
ligiosa con carácter de titular, como en las demás poblaciones.
Las fiestas de este genero que antes hubo, se han olvidado,
A los sanjuanenses les llamaron siempre y aun creo que
les siguen llamando envoltorio-sucio.
C O M A LCA LC O .— “Casa de los comales”.—“Comal-
cal-co” (ce comali” comal, cierto utensilio de cocina; cali, casa;
y co, terminación toponímica).—Mejicano.
El sobrenombre de los habitantes de este lugar es come
arena.
Su fiesta titular es el 15 de mayo, San Isidro Labrador.
La ciudad de Comalcalco es de las poblaciones de Tabasco
que más han progresado durante los últimos años. Fue cuna
de mis compañeros de colegio Martín y Fernando Gonzalí,
Rafael Caso de la Fuente y Miguel Angel Gil.
CUN D U A CA N .—"Lugar que tiene ollas”.—“Com-ua-
can” (de comitl, olla; ua, posesivo; y can, terminación toponí
m ica).—Mejicano.
Las familias Andrade, Inurreta, Priego, Zentella y De
la Fuente pueden considerarse como las principales de este
lugar que antes fue el centro vigoroso de la Chontalpa.
Oriundos de este lugar fueron don José Eduardo de Cár
denas, don Manuel Sánchez Mármol y don Francisco Queve-
do, así como don Arcadio Zentella cuya gallarda personalidad
literaria y científica, de todos reconocida, nos hace recordarlo
siempre con respeto y cariño, amén de haber sido, por su es
píritu liberal y volteriano, más bien recalcitrante radical, uno
de los catedráticos más salientes del instituto Juárez y el aban
derado enérgico y valeroso en las abigarradas filas del libre
pensamiento. De Cunduacán es también el Lie. Manuel Andra-
275
de cuya actuación como notario público en la metrópoli nacio
nal ha sido, desde hace muchos años, destacada y brillante.
A los cunduacanecos les dicen por mal nombre pushcagua.
La fiesta titular de Cunduacán es el 2 de mayo, la Virgen
de la Natividad.
H U IM A N G U ILLO .—Diminutivo castellano de Huiman-
go, “Lugar de autoridades grandes”.—"Uei-man-co” (de uei,
grande; maní, los que gobiernan; y co terminación toponími
c a ).—Mejicano.
De este lugar son los Acuña, Aguirre, Colorado, Ficachi,
Herrera, Irys, Martínez de Escobar, Pardo, Sol, Urgell.
A los huimanguillanos les llaman mata-padre, porque en
su historia local hay sin duda alguna página relativa al ase
sinato de un cura. '
Su fiesta titular es el Cuarto Viernes, lo mismo que en
Atasta de Serra, la villa colindante con la capital.
Huimanguillo ha dado muchos profesionales de nota, co
mo los médicos José Maria Irys y Adfelfo Aguirre, y los abo
gados Aureliano Colorado, Rafael Martínez Escobar, Gonzalo
Acuña Pardo, sobre todo este último por su claro talento ju
rídico que lo hizo respetable y estimabilísimo en el foro ta-
basqueño y que lo llevó a desempeñar las funciones públicas
de mayor importancia, como juez de primera instancia, ma
gistrado, director del Instituto “Juárez”, fiscal del Tribunal y
gobernador del Estado.
JALAPA. — “Ribera de Arena”. — “Shal-apan” (de
shali, arena; y apan, sobre el agua).— Mejicano.
Jala-palo-con garabato apodan a los habitantes de este lu
gar, porque en las crecientes o fuertes avenidas del río, hacien
do uso del “garabato”, “jalan” la palotada que arrastra la co
rriente.
Su fiesta titular es el 25 de abril, San Marcos.
276
Los apellidos que más suenan en este lugar son: Andrade,
Ocaña, Oropeza, Pérez, Priego, Zurita.
Pertenece a esta jurisdicción el pueblo de Cacaos, cuna del
ministro protestante y doctor don Lisandro R. Cámara y acci
dentalmente del Lie. Don Límbano Correa y del Lie. Don Fran
cisco J. Santamaría. Y ya que de cacaos se trata conviene decir
que a sus habitantes les llaman los agachados, por la forma en
que permanecen varias horas en las puertas de sus casas.
JALPA. -— “Sobre la arena’’.— "Shal-pan” de shaíi, are
na; y pan, terminación toponímica).— Mejicano.
Los apellidos principales de esta región son Ruiz y Ferrer.
Los jalpanecos son llamados jicaritas, porque es en Jalpa
donde se venden muy bien labradas por cierto las mejores jica
ras del Estado, como se colige de aquella famosa y popular
cuarteta :
277
Tumba-pato es el curiosísimo alias de los macuspanecos.
La leyenda es, en verdad, curiosa. Dícese que en cierta oca
sión algunos habitantes de esta región trataban de cazar unos
patos posados en un árbol, pero acaso por no llevar armas
con que disparar contra los palmípedos, idearon tumbar el
árbol a hachazos para que, ya en el suelo, lúcrales fácil apre
sar los patos. El resultado no es difícil suponerlo. De aquí el
apodo que, por cierto, no les hace maldita la gracia.
La fiesta titular de Macuspana es el 15 de mayo, San
Isidro Labrador.
Los apellidos de más prez en este lugar son: Andrade,
Bates, Becerra, Caparroso, López cíe Llergo, Ponce, Rovirosa,
Santa-Anna, Santamaría.
Oriundos de este lugar son don José N. Rovirosa, don
Rómulo Becerra Fabre, don Santiago Caparroso, etc.
Y algo que vale la pena mencionar: Macuspana y Cacaos
se disputan el honor de ser la cuna del Lie. Francisco J. San
tamaría. Cacaos, porque en realidad de verdad, aunque haya
sido por accidente, allá le enterraron el ombligo; y Macuspa
na, porque lo vio crecer desde niño, y le dio su escuela para
aprender, y su9 campos para cazar, y sus lagunas para pescar,
y porque, en suma, de allí son sus mayores.
M O N T E C R IS T O .—La revolución dio a este lugar el
nombre ingrato de Emiliano Zapata, pero el pueblo todo está
ansioso de la restauración,.es decir, de que el gobierno le re
integre su viejo nombre, Montecristo, como aconteció con
Frontera. Ojalá que el cambio no se haga esperar.
La fiesta titular de Montecristo es el Rosario, y ■—cosa
rara— me informan que la feria no comienza el 7 de octubre
ni el primer domingo de octubre, como en otros lugares —en
Alvarado de Veracruz, por ejemplo—, sino el 20 de este mes
para terminar el 2 de noviembre, pues hay que advertir que
278
todas estas ferias tienen una duración de ocho días cuando
menos.
De las familias que privan en este lugar pueden citarse
la Jasso y la Ocampo.
El apodo de los cristomontanos es brinca-charquito.
N A CA JU C A .—“Lugar de las carnes pálidas o descolori
das”.—“Naca-shushu-can” (de nacatl, carne; shushuctic, des
colorido, pálido; y can, terminación toponímica) .—Mejicano.
Los Mier y Concha fueron los patriarcas de este lugar.
Es inolvidable aquel verborréico profesor José Guadalupe Con
cha, a quien cariñosamente se le llamó el sabio Concha.
A los de Nacajuca se Ies apoda quesos. Véase la estro-
filia citada al hablar de Jalpa.
La fiesta titular de los nacajuqueños es el primero de
septiembre, la Virgen de los Remedios.
P A R A ISO .—Débese -el nombre a que en el sitio donde
se fundó la población existía y existió por mucho tiempo un
árbol que en Tabasco lleva este nombre, de tal suerte que al
pueblo se le llamó por mucho tiempo no Paraíso, como ahora,
sino El Paraíso.
Paraíso es el lugar de los nombres raros; en él escuché
por primera vez los siguientes: Anempodista, Gamaliel, Teó-
fanes, Termestino, Evelsaín, Epafrodito y otros por el estilo.
Paraíso es la tierra de los Magaña, Franyutti, Méndez,
Filigrana, Santos, Javier, etc.
De Paraíso fue el talentoso ingeniero Epafrodito Hernán
dez Carrillo, alumno fundador del instituto “Juárez” y padre
del actual presidente municipal Tito Hernández Olivé, no me
nos talentoso que su progenitor, y también fue de este lugar
otra gloria del foro tabasqueño, el Lie. Manuel Antonio Ro
mero, cuyo hijo, abogado como él, inteligente como él y -que
lleva su propio nombre, es en la actualidad diputado al Con
greso de la Unión.
279
Celébrase en Paraíso, como fiesta titular, el 25 de abril,
San Marcos.
Y el apodo de los paraiseños es come-hueso.
T A C O T A L PA .— “Tierra de breñas".—“Tlaco-tlal-pan”
de tlacotl, breña; tlaíi, tierra; y pan, terminación toponímica).
—Mejicano.
Esta es la tierra de los Bélchez, Jiménez, Marcín, Merino,
Pintado, Zurita, etc. Es cuna del poeta Límbano Correa Merino
y su orgullo es haber sido un siglo ha la capital provisional,
del Estado.
La fiesta titular de los tacotalpanecos es el 15 de agosto,
la Asunción.
Y el apodo de los mismos es salta-charquito y bebe-lodo,
porque apenas llueve se anegan las calles y hay que transitar
las a saltos y porque en las, crecientes del río Tacotalpa o c e
la Sierra sus aguas se convierten verdaderamente en lodo, y
así hay que beberías.
T E A P A .—"Ribera de las piedras”. —“Te-apan” (de tetl,
piedra y apan, sobre el agua).—Mejicano.
Celébrase en Teapa, como fiesta titular, el 3 de mayo, la
Santa Cruz.
El alias de esta gente es por demás curioso; les llaman
amarra-seso-con-pita, probablemente por los continuos duelos
de sangre que se suceden en este lugar. Los teapanecos, en
efecto, tienen fama c.e carrascalosos. Nacen a caballo y con
la pistola al cinto. Los bailes terminan casi siempre a balazos.
Pero lo raro es que fuera de Teapa estos arrogantes pistoleros
se convierten en ovejas, casi casi en los hombres más pacíficos
del mundo.
Teapa, con Tecomajiaca, que es uno de sus barrios, y
antes pueblo, fue dada en encomienda a Bernal Díaz del Cas
tillo, el soldado historiador.
280
Los primitivos habitantes de Teapa, según dice don Mar
cos Becerra, fueron de origen tsoque y de índole levantisca.
La sociedad de Teapa, llamada también La Sultana de la
Sierra, es de las más distinguidas del Estado. Vale citar entre
las principales familias a los Balboa, Bastar, Beltrán, Brindis,
Calzada, Casanova, Castro, Conde, De la Flor, Del Aguila.
Duque de Estrada, Fernández Machado^ Galguera, González,
Gurría, Iduarte, Luque, Meló, Padrón, Paillet, Palavicini, Pe
drero, Prats, Quintero, Salas, Tellaeche.
Y es también el lugar que ha dado más profesionales y
hombres de letras: el poeta Carlos Ramos, Lies. Lorenzo, Jo
sé y Francisco Calzada, Lorenzo Casanova, médicos Alejan
dro Luque, Nicandro L. Meló, Rodrigo Padrón, Lorenzo y
Horacio Brindis, Ings. Pedro A. González que tanta obra es
crita dejó sobre asuntos de su profesión, como Los Ríos de
Tabasco y que tanto luchó por el ferrocarril, convertido hoy,
después de su muerte, en realidad tangible, y Joaquín Pedrero
Córdova, otro gran teapaneco que desde estudiante se distin
guió y después con sus obras profesionales demostró ser hom
bre de rara capacidad intelectual.
T E N O S IQ U E .—"Casa del deshilador o del hilandero”.—
“Tana-tsiic” (de tana, casa, habitación, morada; y tsiic, des-
hebrar, deshilar, contar hilos).— Maya.
Los tenosiqueños tienen como sobrehúsa come-paslum, que
quiere decir come barro, porque paslum es barro en maya.
La fiesta titular de esta ciudad es la de San Román, el 14
de septiembre.
De Tenosique es el Lie. Manuel Bartlett, actualmente Mi
nistro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y en este
lugar nació el Lie. José María Pino Suárez, quien en su ca
rácter de Vicepresidente de la República fue inmolado inicua
mente en unión del apóstol Madero cuando el odiosó cuarte
lazo de Huerta.
281
IIA X X
B E C ER R A FA B R E , ROM U LO
285
sus estudios primarios y preparatorios en la ciudad de Mérida,
y los profesionales en la Escuela Nacional de Jurisprudencia,
donde obtuvo el título de abogado. Graduado ya, volvió a
San Juan Bautista, donde ejerció noblemente su profesión, con
delicadeza, con discreción, con gran sentidlo de responsabili
dad. Su conducta en este sentido fue intachable.
También rompió lanzas en la política local, donde desem
peñó diversos cargos públicos de importancia, como secretario
general de varios gobiernos, diputado y aun fue senaator de
la República. Como político su trayectoria fue igualmente irre
prochable. Tuvo gestos de insólita dignidad personal.
Dedicóse asimismo a la enseñanza. Fue catedrático de De
recho Internacional y Economía Política en el Instituto "Juárez".
En compañía del Lie. Justo Cecilio Santa-Anna anotó la
Historia de Tabasco escrita por el presbítero don Manuel Gil
y Sáenz, obra por sí sola importantísima por haber sido la
primera que se escribió en el Estado, pero que con las notas
ele aquellos distinguidos letrados adquirió incontrastable valor,
porque no sólo amplió datos históricos sino que enmendó de
plorables errores.
Pero si como abogado, como político, como maestro y
como historiador tiene Becerra Fabre excelencias que lo elevan
del nivel común, como hombre fino y delicado, toca verdade
ramente las cumbres de la hidalguía. Don Rómulo fue, en
efecto, esclavo de la buena forma. Pulcro en el vestir, pulcro
en el hablar, pulcro en el proceder, aquel hombre que llamaba
la atención por la parvedad de su cuerpo, tenía especial interés
en no herir a nadie con un gesto desagradable, con una pala
bra importuna, con una acción vulgar. La corrección, la com
postura, la cortesía, el trato fino en general fueron sus inse
parables atributos. En este sentido don Rómulo Becerra Fabre
no tuvo par ni lo ha tenido hasta ahora que yo sepa. Nació
286
en Macuspana el 25 de octubre de 1850 y murió en San Juan
Bautista el 31 de diciembre de 1920.
BEC ERRA . M A RC O S E.
287
ingeniero Félix F. Palavicini, todo un libro de cerca de 300
páginas, titulado así: Palavicini. Desde allá abajo.
También escribió versos. ¿Por qué no? Los sonetos de su
Musa breve, folleto —que no libro— publicado allá por el año
de 1907, descubren en él no sólo al artífice sino la voluntad
férrea capaz de adaptarse a todas las ansiedades del espíritu.
Don Marcos perteneció a muchas sociedades literarias y
científicas de la República. Nació en Teapa, Tabasco, el 25
de abril de 1870 y murió en Méjico el 7 de enero de 1940.
CALZADA, LOREN ZO
288
como el que más, no escatimó nunca un halago para nadie.
No conoció el egoísmo. Antes fue dación perpetua. Fue todo
corazón para la juventud tabasqueña. Muchos de sus amigos,
compañeros y discípulos hemos llegado a ocupar un sitio, aun
que modesto, en el campo de las letras, gracias a su constante
estimulo. Para todos llevó siempre en los labios una frase de
aliento, un elogio, una loa sincera. ¿Por qué entonces no per
petuar también su amable memoria? Si murió triste y solo, en
la tristeza y soledad de Teapa, la Sultana de la Sierra, el poé
tico lugar de su nacimiento, casi aislado del resto del mundo,
convirtamos en realidad lo que fue el sueño perenne de su
vida: recojamos con piadoso cariño las flores de su inspiración,
algo siquiera de lo mucho que escribió en el decurso de su
azarosa vida, y trasmutémosla en un libro exquisito, noble, in
mortal, empapado de todas las fragancias de su amada cam
piña. V a aquí mi conjuro cordial al gobernante Santamaría.
Mi conjuro para que se haga el libro. Este será el mejor már
mol, el mejor bronce, el mejor monumento de Lorenzo Calzada.
C A SA SU S, JO A Q U IN D.
289
Pero sobre todas estas excelencias, que no son pocas ni
de escaso esplendor, está su amplísima cultura literaria. La
fuerte lucha en el ejercicio profesional y las inevitables inquie
tudes de la política no fueron óbice para que este hombre de
tan raros talentos consagrara no pocas horas de su agitada vi
da a los ocios excelsos y divinos del pensamiento. Su lira par
nasiana fue sonora; su numen, olímpico; su inspiración, clásica;
su verbo, castizo. Pero no sólo fue cincelador de belleza en
huerto propio, que también supo paladear las mieses del cer
cado ajeno. Sus ansias cíe consagrado esteta lo llevaron a
abrevar en las fuentes sagradas de Horacio, de Virgilio, de
Catulo, de Heredia, de Leconte de Lisie, de Copeé, de La
martine, de Longfellow, a quienes vertió con singular maestría
a la arpada lengua de Cervantes. Todas estas dotes extraordina
rias dieron ancha base para que, como Sánchez Mármol, ingre
sara también en la Academia Mejicana de la Lengua, institución
de la cual llegó a ser director.
En realidad de verdad, a Casasús todavía no se le ha
llegado a conocer en toda su grandeza. Su vena de artista lo
hace verdaderamente olímpico. Nació, más que para la po
lítica de altura, para las nobles alturas del alma. Pero el en
venenado atuendo de la cosa pública hizo invisibles las reful
gencias de su espíritu. Esa cosa pública es tan atrayente y
dominante que lo absorbió casi por entero, de tal forma que
Tabasco lo perdió para siempre. Nunca más volvió al puerto
de Frontera que en 23 de diciembre de 1858 lo vió nacer.
Nunca más gozó de las fragancias de la tierruca, sino que
pasó lo mejor y más jugoso de su existencia en la ciudad de
M éjico y fue a morir, al triunfo del carrancismo, en la es
truendosa ciudad de Nueva York el 25 de febrero ele 1916.
290
C O RREA , A L B E R T O
291
cuatro años antes que el instituto "Juárez”. Y su noble y pre
clara existencia se extingue como director^ de la Escuela de
Enseñanza Normal, en Méjico, puesto en el que fue a sus
tituir al inmenso Rébsamen.
Fue también, periodista y aun fundó varios periódicos:
La evolución económica. El escolar mejicano, etc., si bien su
labor literaria ele positiva hondura está condensada en La Re
seña económica del Estado de Tabasco, estudio profundo sobre
las riquezas de la provincia, y sus obras propiamente de ense
ñanza que por mucho tiempo se tuvieron como textos oficiales
en todo el país.
Entre estas últimas merecen citarse las siguientes: Cbr-
tilla de astronomía. Geometría infantil, Geografía de Méjico,
Nociones prácticas de moral. Nociones de geografía Universal
y algo más que no recuerdo.
Don Alberto Correa fue un autodidacto formidable. Ad
mira todo en él: su cultura, su gran espíritu de trabajo, su
tenacidad, sus dotes pedagógicas. Fue un sabio, en una pa
labra. Nacido en Teapa el 27 de diciembre de 1857, falleció
en Méjico el 10 de enero ed 1909, pues para honra de Tabas
co, pero también haciendo justicia al procer tabasqueño, a la
muerte del eminente pedagogo suizo don Enrique C. Réb
samen, fue el designado para sustituirlo en la dirección de la
Enseñanza normal.
C O RREA ZA PA TA , D O LO RES
292
eximia escritora en ateneos, cenáculos y círculos literarios eu
ropeos, tal vez ninguna otra mujer haya recibido del extranje
ro, sin salir de la Patria, tantos elogios como Dolores Correa
Zapata. Su nombre figura dignamente en antologías america
nas. Con ocasión de sus libros de enseñanza recibió calurosos
ditirambos de la prensa de Argentina, Chile, España y otros
lugares. El propio maestro Rébsamen la aplaudió con calor en
la prensa nacional. Entre las obras poéticas de esta insigne
mujer vale citar Estelas y Bosquejos y Mis liras; y entre las
pedagógicas, Nociones de Instrucción Cívica y Derecho Usual,
Economía Política, La Mujer en el hogar, Memorias de una
maestra y Estelas y Senderos. Lolita —así en este tono fami
liar se la llamó siempre— desempeñó puestos de importancia.
Casi toda su vida la pasó en Méjico. Recuerdo que a principios
de este siglo fue a Tabasco, más o menos veinte años antes
de morir; el ya desaparecido vapor Tabasqueño la condujo del
puerto de Veracruz al de Frontera; sorprendido el barco por
un temporal, estuvo a punto de zozobrar; por espacio de tres
días se ignoró su paradero; el pueblo todo de San Juan Bau
tista estuvo con este motivo también en zozobra; y cuando, al
fin, el buque entró en puerto y llegó sano y salvo a la capital
de Tabasco, la sociedad entera lo esperó en los muelles, llena
de emoción, para dar la bienvenida a la ilustre viajera. Sola
mente la recepción que se hizo aquí en Veracruz en marzo del
año de 1948 a María Enriqueta, procedente de Europa des
pués de treinta años de ausencia, puede compararse con la que
en aquella sazón se hizo en San Juan Bautista a nuestra máxi
ma poetisa.
GIL Y SAENZ, M AN U EL
293
es en verdad su obra: obra histórica. Laborioso en extremo,
investigador infatigable, con vasta cultura, pues fue dueño de
una de las más ricas bibliotecas del Estado, nos dio como obra
imperecedera la Historia de Tabasco, en forma de lecciones.
Es claro que el trabajo no es completo ni menos perfecto, pero
fue lo primero que se nos dio a conocer en Tabasco sobre esta
materia. Valiosas, valiosísimas son las notas que Becerra Fa
bre y Santa-Anna hicieron a la obra en la segunda edición
publicada en 1892, pero lo fundamental del esfuerzo está allí,
severo, augusto, inmutable, como un monumento. Y monu
mento es, en efecto, la obra del presbítero Gil y Sáenz. Su
nombre perdurará. Podrán venir otros historiadores, como han
venido ya (Mestre, Bernardo del Aguila, Diógenes López),
pero ninguno podrá arrebatarle el noble resplandor de gloria
que lo ilumina.
La figura de este hombre se agiganta cuando sabemos que
su vicia toda fue de trabajo constante, de modestia, más aún,
de humildad, en medio de las privaciones inherentes a estos
excelsos propósitos. Sin abandonar, por supuesto, sus obliga
ciones sacerdotales, aun siendo víctima de superiores jerárqui
cos que lo postergaron, fue abeja laboriosa, en las noches ca
lladas, en la soledad de su aislamiento, trabajando con tena
cidad no pocos años, hasta darnos el monumento de su historia.
Gil y Sáenz nació en San Juan Bautista el 31 de marzo
de 1829. Tuvo larga vida y murió en San Carlos, de la mu
nicipalidad de Macuspana, el 23 de abril de 1909.
M ARGALLI, F E L IP E A.
294
dosa. Lo veo, como entonces, con sus bigotes casi blancos y
su .pelo más blanco que gris. Vivió siempre pobremente, pero
era una abeja laboriosa. Su casa fue la colmena de muchas
otras abejas: Mestre, Calzada, Alcalá, García Jurado, Mo-
heno. Calcáneo, Romero. Tenía una gran biblioteca, siempre
a disposición de sus amigos y gozaba en dar a todos la miel
de su sabiduría.
Precisamente, en bellísima carta, inolvidable por su sa
brosa ironía llena de erudición dirigida a Mestre, le dice Mo-
heno para zaherir a Vasconcelos: “De seguro que tú como
yo no has olvidado al bueno de don Felipe Margalli. Y no
has podido olvidarlo, porque Margalli fue para ti, como para
mí y para toda nuestra reducida generación literaria, la raíz, el
origen, el germen de esa misma vida”. Cito estas palabras del
ironista parlamentario para demostrar que efectivamente Mar
galli fue, de cierto modo, el mecenas espiritual de aquella juven
tud que supo nutrirse hasta el engolosinamiento en las aguas
purísimas de los clásicos de todas las edades y de todos los
pueblos con que se enriquecía su biblioteca. ¿Qué autor clásico
podría desearse que no estuviera en ella? Lo mismo Homero
y Virgilio que Dante y Demóstenes; igual Eurípides y Tuci-
dides que Shakespeare y Horacio; tanto Hugo y Musset como
Cervantes y Menéndez Pelayo, todo estaba allí, en aquel re
manso acogedor, en aquel tabernáculo sagrado, en aquella bi
blioteca generosa de Margalli, cuyos anaqueles vencidos por
el peso de los libros recorríamos con la vista estupefacta.
¡Oh, tiempos aquellos en que la juventud inquieta y en
loquecida por el azul de sus ensoñaciones libaba de libro en
libro la miel de una ilusión, como liban las mariposas, de flor
en flor, la miel de la vida! Guardo entre mis libros, como rica
presea, un ejemplar empastado por mí, de Demóstenes y Es
quines, que contiene exclusivamente los famosos discursos 11a
295
mados dé la Corona, que le compré a don Felipe por la can
tidad de veinticinco centavos, edición de 1883, año de mi na
cimiento. Cada vez que lo tengo en mis manos pienso con
cariño en aquel tabasqueño ilustre e inolvidable.
Pero Margalli no es grande sólo por su paternal bondad
y por su riquísima biblioteca. No, señores. Margalli dejó obra
meramente literaria en prosa y en verso. Sus hijos publicaron
amorosamente en 1922 Flores agrestes, algo de su múltiple
producción poética. ¡Mas hay tanto inédito aún! Y también
quedaron inéditas muchas monografías sobre historia natural:
Misterios de la creación. El sauce, El eriodendrón occidental,
Cancroma codearía (Correa), Bufo vulgar (sapo), Ninfa ne
lumbo (flor de agua), Icterus baltimore (zanate). Los quelo-
nianos, El lagarto, La vegetación lacustre y quién sabe cuántas
cosas más que, salvo la obra piadosa de algún gobierno que
consciente de los verdaderos valores de esta producción quiera
exhumarlas y darlas a conocer, allí permanecerán por los si
glos de los siglos en el olvido o en el desconocimiento absoluto
de su existencia.
El ingeniero Margalli nació en San Juan Bautista el 23
de abril de 1855 y murió en la misma ciudad el 22 de julio de
1922. Su nombre no se extinguirá. Allí está su obra, como
lámpara votiva, para perpetuarlo.
M ELO, N ICA N D RO L.
296
bor de estos hombres no se pierda en la profunda noche del
olvido.
Como médico, aparte su competencia y su sabiduría, fue
noble y humanitario; y esta excelencia, de suyo recomendable,
basta por si misma para perpetuar su memoria. Todos cuantos
conocieron a este médico insigne lo recuerdan con cariño. ¿Qué
mejor galardón para la vida humana?
El doctor Meló fue de los hombres que más trabajaren
en su época por la agricultura de Tabasco; más aún, trabajó
siempre por el progreso y el bienestar del Estado en todos sus
aspectos.
Fue diputado al congreso del Estado. Fue también en dos
ocasiones, supliendo ausencias del general Bandala, gobernador
del mismo. Fue, por último, senador de la República. Y en
ninguna posición sintió este hombre el mareo de las alturas.
Siempre fue amable con todo el mundo. Su deseo de agradar,
su afán de servir, su anhelo vivo de hacer el bien, su admi
rable don de gentes lo hizo aqui, allá y en todas partes esti
mabilísimo.
Cuando por las contingencias de la vida hubo de salir de
Tabasco y plantó su tienda en tierra jarocha, aquí en este
puerto cuatro veces heroico, siguió su misma vida ejemplar,
continuó siendo el mismo hombre bueno de siempre, sin odios
ni rencores para nadie, un gran médico, un gran rotario, un
grande amigo. Desde aquí siguió laborando intensamente por
la tierruca amada en todas las formas posibles.
La sociedad veracruzana reconoció en el dotcor Nicandro
L. Meló sus relevantes cualidades; cuando el 25 de noviembre
de 1942 pagó su natural tributo a la madre naturaleza lo sin
tió intensamente, lo lloró con sinceridad, y su sepelio fue una
imponente manifestación de duelo.
297
PELLICER, FR A N C ISC O
Nació en San Juan Bautista. Hizo sus estudios primarios,
superiores y profesionales en el colegio de San Ildefonso de
Mérida, importante centro de enseñanza superior, adonde acu
día la juventud tabasqueña antes de la fundación del egregio
instituto "Juárez", pero su examen de abogado lo sustentó en
Méjico.
Pellicer fue un verdadero erudito en muchas ramas del
humano saber, un enciclopedista. Tal vez la hurañía de su ca
rácter fue parte principalisima para que muy pocos pudieran
aquilatar debidamente estas excelencias. Unos cuantos de sus
discípulos logramos llegar al secreto de su alma y pudimos,
así, gozar de su enorme sabiduría. Como abogado, lo mismo
hablaba de derecho romano que de derecho internacional o
de cualquiera otra rama jurídica.
Fue maestro de latín, de filosofía, de matemáticas, de cos
mografía, etc. En las ciencias exactas era, en verdad, potencia
de primer orden. Anda por allí, casi desconocido, como obra
de provincia, un hondo estudio suyo sobre Estenaritmia. La
insólita personalidad polifacética de Pellicer lo hace digno de
figurar entre los “grandes" de Tabasco. Y ya que en la vida
fue casi un inadvertido, pues no salió de la provincia, sino
para morir, sirvan estas lineas amorosas para perpetuar su
memoria.
Nació en San Juan Bautista el primero de septiembre de
1856 y murió en la capital de la República el 11 de abril de
1926.
QUEVEDO, FR A N C ISC O
298
cadisimo en la guitarra, que fue el instrumento de todas sus
predilecciones, se distinguió como ejecutante de fuerza y como
exquisito compositor. Asombra hasta más no poder la técnica
de Quevedo. Asombra de igual manera su maravillosa inspi
ración. Fue un autodidacto portentoso. Pero fue también un
enfermo, un desordenado, un bohemio incorregible. Muy poco
escribió de su enorme producción. ¡Cuántas veces nos delei
tó con sus gavotas. serenatas, minués y sinfonías completas!
¡Y pensar que nada de esto publicó! Muerto él, su inmensa
producción frivola y clásica se perdió para siempre, pues m«
dicen que, a su muerte, manos osadas e impías saquearon sus
papeles y se llevaron lo poco manuscrito que dejó.
Hay que perpetuar su nombre por medio de estas pági
nas. pues a no hacerlo así no quedaría de él ni la más pobre
memoria. Y es justo perpetuarla, pues Quevedo, el inolvidable
Quico Quevedo. valia mucho, no sólo como artista del sonido,
más también como literato de no poco momento, sobre todo en
asuntos folklóricos que trató con perseverancia y maestría,
como ningún otro lo ha hecho hasta hoy en la provincia, de
lo que puede citarse su Lírica popular tabasqueña. Escribió en
periódicos locales y nacionles, estimadísimo en todas partes, y
lo mismo como literato que como músico mereció loa y comen
tarios de gente de pro.
Quevedo murió en la ciudad de Méjico, casi olvidado, en
penosísimo aislamiento, víctima de cruel hemiplejía, en la ma
yor pobreza, el 4 de junio de 1939.
RO V IRO SA , JO S E N.
299
o por la hondura de esta labor poco apreciable y menos aqui-
latable para aquel medio, pues toda obra callada, como es,
por lo general, la científica, ni tiene estruendos llamativos ni
está al alcance del común de las gentes. Ha sido necesario
que hombres de pro, como los que figuran en esta galería,
señalaran con amor y respeto los luminosos perfiles de este
eximio investigador, para que muchos tabasqueños cayésemos
en la cuenta de los extraordinarios méritos de este honjbre,
más conocido ahora por el expresivo nombre de El Sabio Ro-
virosa.
Y sabio fue en toda la línea como el que más, de tal
forma que, fuera de Tabasco, su nombre fue y sigue siendo
familiar en toda clase de centros científicos y culturales. De
aquí que estas breves líneas sólo sirvan no tanto para darlo
a conocer como para hacerlo figurar con orgullo entre los
“grandes” de Tabasco, ya que, después de todo cuanto se ha di
cho de Rovirosa, cuyas son las obras de más prestancia y se
riedad en el Estado, nada nuevo hay en esencia que añadir.
Allá en nuestra niñez y hasta en nuestra primera juven
tud, ni siquiera sospechamos, ni yo mismo, con haber sido su
alumno de francés en la Romero Rubio, que en aquella exis
tencia sosegada e infatigablemente laboriosa gestábase ya un
nombre ilustre que en el decurso de los años habría de llegar
a la cumbre serena de la inmortalidad.
D. José N. Rovirosa, titulado ingeniero en la escuela de
Campeche, escribió una espléndida monografía titulada El par
tido de Macuspana; publicó también la Reseña geográfica de
Tabasco; Ensayo histórico del río Grijalva, Hidrografía del
sureste de México; escribió también en francés Souvenir d' une
ascensión a la montagne de Loma de Caballo, sin hacer hinca
pié en un sinnúmero de trabajos sobre botánica que es acaso
lo que más crédito ¿e hombre de ciencia le dió en el extran
300
jero, especialmente su Pteridografía que, a juzgar por los eru
ditos en la materia, es su obra maestra y definitiva..
Rovirosa nació en Acumba, Macuspana, el 9 de abril de
1848 y murió en Méjico el 24 de diciembre de 1901 cuando
todavía pudo producir mucho y bueno, pues estaba precisa
mente en esa edad en que la experiencia, como rumoroso re
manso, ha llegado a acumular mucho oro virgen que el artí
fice, como él, puede convertir en gemas preciosas.
Es justo consignar aquí que cuando Tabasco mismo do
había llegado a aquilatar el inmenso valer de este hombre'ex
traordinario, la Universidad de Leipzig, en Alemania, le eri
gía un busto para perpetuar su gloria.
Ido para siempre el maestro, no nos queda sino su recuer
do que lo hemos convertido en amor y en constante tributo de
veneración, sobre todo, los que tuvimos la honra —entonces
incomprendida.— de haber escuchado de sus propios labios el
áureo verbo de su sabiduría.
Conviértase esta pobre y débil palabra mía en el más fer
viente homenaje a su memoria.
301
lir de Yucatán cuando ya había terminado brillantemente todos
sus estudios preparatorios y profesionales.
Fue abogado de nota, ciertamente, y figuró mucho tiempo
como diputado al Congreso de la Unión; pero su consagración
como “grande” de Tabasco, se la debe, sin género de duda,
a su actividad en las castellanas letras. En discursos, ensayos
y colaboraciones periodísticas es acaso el escritor tabasqueño
de más relieve. También fue novelista: Pocahontas, La pálida
(conocida después con el nombre de Juanita Souza) Antón
Pérez y Previvida son obras que se leen con deleite.
Fuera de prólogos, cuentos y cientos de producciones más
que seria prolijo enumerar en este esbozo biográfico, cabe re
cordar su bellísimo canto épico ¡Ave Patria! dedicado al bene
mérito Juárez, de quien fue devoto, y su interesantísima mono
grafía Letras patrias que figura en la obra intitulada Méjico,
su revolución social.
Su prosa es clara, limpia, tersa, diáfana, pulidísima. M a
nejó el idioma con pureza admirable, con clásica sencillez, con
discreta elegancia. Su lectura nos da la sensación de un libro
de Valera o de Altamirano. A esta corrección le debió su in
greso en la Academia Mejicana de la Lengua.
Fue el director fundador del instituto “Juárez" ce Tabas
co, cuyas aulas se abrieron el primero de enero de 1879, Mu
rió siendo senador de la República en la ciudad de Méjico el
6 de marzo dé 1912. La biografía más completa de Sánchez
Mármol se la debemos a la ilustre pluma de don Francisco
Sosa. Estas breves líneas no son más que un pálido bosquejo
de su inmensa personalidad literaria.
SA N TA -A N N A . JU S T O C ECILIO
302
mayo de 1861. Fue alumno fundador del instituto “Juárez”,
donde obtuvo el título de abogado. Su profesión la ejerció con
gallardía y talento en el foro de la capital del Estado. Sólo
en los últimos años de su vida, obligado por los azares de la
política, hubo de pasar a la ciudad de Méjico, donde falleció
el 5 de diciembre de 1931.
Espíritu ecléctico el de Santa-Anna, fulguró y sobresalió
en todas las disciplinas de su cultivo. Fue abogado eminente;
vasta su cultura: acucioso historiador; literato de alto relieve,
y poeta —aunque parco— de grande inspiración, correcto, se
vero, clásico. Tanto su producción meramente literaria como sus
versos se publicaron en periódicos y revistas del país y del
extranjero, a pesar de la modestia y del aislamiento en que
vivió siempre. Santa-Anna es la más alta representación del
estro poético de Tabasco.
Colaboró en muchos periódicos; fundó y dirigió periódi
cos locales; colaboró también con el Lie. Becerra Fabre en las
importantes anotaciones hechas a la Historia de Tabasco del
P. Gil y Sáenz; publicó Tradiciones y leyendas tabasqueñas,
y, por último, un libro de poesías.
Las Tradiciones y leyendas tabasqueñas son encantadoras,
de sabor exquisito, de gran colorido regional; nos recuerdan,
por su estilo y por su miga, las de Ricardo Palma. Y los ver
sos, por su sonoridad, por su inspiración, por su clasicismo,
sirven de sobra para consagrarlo Como gran poeta. El canto
al Niágara, los sonetos a la Sabana del Tinto y el Grijalva,
sus impugnaciones a Núñez de Arce y a Sor Juana Inés de
la Cruz, son obras magistrales.
A propósito del canto Al Niágara, creo oportuno repro
ducir aquí lo que dijo La Revista Ilustrada de Nueva York.
fundada y dirigida por el insigne Bolet Peraza, al publicar en
sus páginas el poema de Santa-Anna. Dijo así:
"Otro cantor del Niágara.—Después del “Canto al Niá
303
gara” del gran poeta Heredia, parece temeraria osadía que
otro bardo cante esa estupenda maravilla de la naturleza. Por
eso, al recibir de Méjico,.hace poco, unos versos consagrados
a la sublime catarata de la que fue digno cantor aquel poeta
no menos sublime, cruzó por nuestra mente la idea de no leer
lo que de antemano había ya despertado nuestra desconfianza;
pero tomó puesto la curiosidad, y nuestra ligereza recibió el
correctivo de nuestro deber y educación, que nos manda oír
atentamente al que nos visita y habla. Y leimos los versos "A l
Niágara” del mejicano J. Cecilio Santa-Anna, quien con los
atractivos de su musa nos ha prendado, al punto de sentimos
con ganas ce tributarle nuestros aplausos y congratulaciones.
No conoce el poeta Santa-Anna la maravilla que ha arrancado
a su estro las estrofas que publicamos; pero en ellas se mani
fiesta el poder de su inspiración que tomando aliento, sin du
da, en la obra maestra de Heredia, le permite encumbrarse en
las alas de una fantasía que le descubre y revela las grandezas
y magnificencias de este Niágara estruendoso que está con
moviendo a la tierra y ensordeciendo a los siglos. No diremos
que es obra perfecta y acabada la producción poética de Santa-
Anna pero merece sitio en nuestras columnas, para que sobre
ella caigan los aplausos que ha menester el genio para abor
dar resueltamente la cumbre inaccesible y coronarse allá arriba
con los laureles de la victoria.”
Santa-Anna figuró mucho en la política local. Casi siem
pre fue diputado al Congreso del Estado. Fue también cate
drático de varias asignaturas en el instituto "Juárez”. Por su
pujanza intelectual es de las glorias más legítimas de Tabasco.
C O R R EA TO C A , JO S E N A TIV ID A D
304
de Teapa, el 25 de diciembre de 1889. Pensionado por el go
bierno de Tabasco. estudió en la Academia Nacional de San
Carlos, hoy Escuela de Artes Plásticas de la Universidad
Nacional, donde obtuvo el grado de Maestro en Artes Plás
ticas. Al terminar su carrera la escuela lo premió con medalla
de oro. Después fue pensionado por el gobierno federal para
hacer estudios de perfeccionamiento en los Estados Unidos
del Norte.
Entre los trabajos más importantes que ha ejecutado pue
den citarse: la escultura a Juan Ruiz de Alarcón, en Tasco:
"Lira Rota”, estatua simbólica en Torreón: un busto monumen
tal de Beethoven en el Conservatorio Nacional: "Libértate’’, es
tatua en bronce, galería particular de Acapulco: "Retrato de
M ujer", escultura en terracota, galería particular de Méjico;
"Un obrero”, escultura en bronce que donará a su Estado na
tal: "En el coso", escultura en bronce, alegoría que tiene el pro
pósito de combatir los sentimientos de la fiesta brava: busto
en bronce del general Pedro C. Colorado, destinado a Huiman-
guillo. Tabasco, de donde era oriundo el citado militar revolu
cionario; "Alerta", alegoría en terracota, galería particular de
Méjico: “Alerta", alegoría en terracota que simboliza la vigilan
cia que deben tener las naciones débiles contra las fuertes: pro
yecto de monumento a la solidaridad de las democracias del
Continente Americano: monumento en bronce al Apóstol del Ar
bol -íng. Miguel Angel de Quevedo- que se inauguró aquí en
Veracruz el 24 ce febrero de 1949; y muchas obras más que
seria prolijo enumerar.
Correa Toca ha llevado una vida intensa en la metrópoli
nacional, de tal suerte que desde que salió de Tabasco no ha
vuelto a su tierra más que una vez. Ha querido emular a Miguel
Angel —el inmenso florentino—. y se ha consagrado no sólo
a la escultura que es su especialidad, sino también al dibujo y
la pintura, disciplinas en que igualmente se ha distinguido.
305
Actualmente tiene los siguientes cargos: Profesor de Artes
Plásticas en la Escuela Nacional Preparatoria; Profesor y Jefe
de Clases de Dibujos en la Dirección General de Segunda En
señanza de la Secretaría de Educación Pública; Profesor de Ci
vismo de la Escuela Secundaria 4 “Moisés Sáenz”, y Maes
tro de Técnica de la Enseñanza en la Escuela Nacional ce
Artes Plásticas de la Universidad Nacional.
Ha sido objeto de Jas siguientes distinciones: Diploma de
la Secretaria de Educación Pública por su labor educativa; Di
ploma de la Academia de Educación Integral de la ciudad de
Méjico; Diploma de Tasco, por su labor artística; Diploma ce
la Sociedad de Cirujanos de Méjico, por la misma causa: Di
ploma de la ciudad de Sacramento, California (U . S. A .), en
una exposición de artes plásticas.
José Natividad Correa Toca es un hombre sobrio, sencillo
y modesto casi hasta la humildad; pero como artista vale mu
cho, a pesar de su callada labor; en el arte escultórico es de las
cumbres más enhiestas del territoio nacional.
IR IS, ESPER A N Z A
306
mayor'— decía con énfasis que el nombre de Esperanza era un
cheque en blanco. Su actuación artística, desde la famosa Com-
paSía infantil, en que comenzó su carrera, hasta las operetas
vienesas, donde tuvo su consagración, es algo que no tiene pre
cedente en la historia del teatro nacional.
Y después de tantos años de trabajo ímprobo, tesonero, in
fatigable, en todos los proscenios de aquí y ce allá, después
de haber deleitado hasta el embeleso y hasta la locura a los
públicos más exigentes, todavía podemos decir que hay sol en
sus bardas. Con tantos años como lleva sobre la noble frente
nimbada de gloria, aun puede mantener viva la atención de los
públicos, y entretenerlos y regocijarlos con su gracia infinita,
única, personalisima.
Esperanza nació en San Juan Bautista, el 30 de marzo de
1884, y acaso sea la única artista mejicana que ha podido con
servar el capital ganado en las tablas: allí está el teatro que
lleva su nombre en la capital de la República.
M ESTR E GHIGLIAZZA, M A N U EL
307
dala y aun contra el general Díaz. ¿Quién puede olvidar aquella
famosa hoja volante que en defensa de D. Francisco Bulnes,
después de la aparición de El verdadero Juárez, publicó allá por
el año de 1904 con el titulo de En nombre de Juárez en compa
ñía de los abogados Simón Pérez Nieto, Manuel Lacroix, Gre
gorio Castellanos, José del Carmen Sastré, Lorenzo Casanova
y Adolfo Alomia: el médico Felipe Cherizola y los ingenieros
Dorillán Meza. Francisco Lacroix, Felipe Margalli y Calixto
Merino Quintero? En este acto de supremo valor civil, puesto
que en el ataque se ponía en solfa el inmneso e inatacable pres
tigio del Dictador, fue donde comenzó a verse la pluma y el
coraje ce Mestre. Después siguió la tremenda campaña contra
el régimen de Bandala, lucha prolongadísima y agitadisima que
ocasionó un sinnúmero de procesos contra el jefe del movimien
to, que era Mestre, y contra algunos de sus correligionarios:
Domingo Borrego. Andrés Calcáneo Díaz. Lorenzo Casanova,
Pedro Lavalle Avilés, Filiberto Vargas y Juan Lara Severino.
Tras de aquel infatigable luchar en la política de la pro
vincia vino su elección para gobernador del Estado, sin haber
podit.o acabar su periodo constitucional, porque los aconteci
mientos trágicos de la Ciudadela que inmolaron a Madero y
Pino Suárez dieron al traste también, poco después, con el go
bierno de Tabasco. Pero como testigo que fui de aquellos tur
bulentos días, puedo decir que el gobierno de este viejo revo
lucionario se caracterizó por la más amplia libertad en los po-
c.eres públicos. Y debe decirse también en abono de este incan
sable luchador por la democracia que ningún gobernanté de los
demás Estados tuvo la hombría —muy ce tomarse en cuenta en
aquellos días de terror— de comentar, como él comentó en su
último informe ante el congreso local, con vigorosas frases de
condenación el asesinato vil de los mandatarios nacionales, lo
que ¿io pie a Huerta para echarlo del gobierno y sacarlo del
308
Estado. Desde entonces vive Mcstre modestísimamente en la
capital de la República.
Pero cón ser grandes los piéritos de este hombre singular
en el periodismo y en la política (nunca medró con el poder
ni abusó de él para cosas y actos vituperables, pues dondequie
ra y en todas partes ha sido el mismo soñador, el mismo bohe
mio, el mismo tipo renacentista de sus mocedades), con ser
grandes aquellos méritos, digo, lo que engrandece a Mestre, lo
que de manera esencial lo hace digno de figurar entre los “gran
des” de Tabasco es su inmensa labor literaria consagrada a la
historia c'.c la provincia.
Nadie, en efecto, ha escrito tanto como él, ni de tanta hon
dura, ni de tanta seriedad. Toda la vida de pobreza y aun de
olvido que ha pasado en la metrópoli nacional la ha dedicado
por entero al estudio e investigación de asuntos históricos, para
lo cual aprovechó ciertas oportunidades en que vivía a la som
bra de puestos medianísimos como Jefe de la Sección de Inves
tigaciones Históricas y búsqueda de documentos en el archivo
general y público de la nación, Oficial Mayor del propio ar
chivo, profesor conservador de historia en el Museo Nacional
de arqueología, historia y etnografía, director de la Biblioteca
Nacional y otras cosidas de menor momento, como son las que
ha venido rumiando en algunos diarios ce Méjico.
Dentro de esa situación de absoluta pobreza, Mestre Ghi-
gliazza ha publicado: Archivo histórico-geográfico de Tabasco
(1 tomo); Gobernantes de Tabasco (1 tomo); Documentos y
datos para la historia de Tabasco (5 tomos); y tiene por publi
car: Apuntes para la biografía de los gobernantes de Tabasco
desde 1821 hasta 1914 y Cronología de los gobernantes de Ta
basco desde 1821 hasta 1914.
Por supuesto que también, como él mismo dice, debía pa
gar su obligado tributo a Apolo. De aquí que le ofrendara dos
309
"coleccioncillas” (sic) de versos en edición privada para sus
amigos, la primera con el título de Flores de sombra, con su fir
ma, y la segunda titulada Cantos a Blanca, con el seudónimo
de Carlos Floreal, todo esto de cuando no tenía el vino triste,
al menos tanto como ahora.
Y triste y callada es su vida de hoy. Cuenta apenas con
una pensión de seiscientos pesos, gracias a la piadosa compren
sión e insólita largueza del gobernante Santamaría.
PA LA V IC IN I, F E L IX F.
310
Después de la asonada militar obregonista que dio al tras*
te con el gobierno y con la propia vida de don Venustiano,
Palavicini fue el hombre indicado para prestigiar al gobierno
nacido de aquella asonada, y lo fue porque con motivo de la
labor periodística que había hecho en El Universal en favor
de los aliados durante la primera guerra mundial, las múltiples
condecoraciones recibidas por esta labor lo convertían en el
hombre capaz de abrir todas las puertas, aun las más hermé
ticas, de las relaciones internacionales. Fue entonces cuando
publicó su bellísimo libro Lo que yo vi, que es una serie de
instantáneas del viejo mundo, recogidas durante cinco meses
de viaje por Inglaterra, Francia, Bélgica, España e Italia. Du
rante el gobierno del general Cárdenas representó a nuestro
país como embajador en la República Argentina, Por esos días
publicó Libertad y demagogia.
Pero, en verdad, donde ha culminado más la personalidad
de este infatigable obrero del pensamiento es en el periodismo.
Al salir del gabinete de Carranza fundó El Universal, cuyas
blancas alas volanderas llevaron por todas partes, dentro y
fuera del país, las palpitaciones diarias de la vida nacional.
“Ha sido el periodista más prominente tal vez en Méjico como
organizador, director y hombre de empresa”, dice Santamaría.
Su producción literaria ha sido profusa. Además de las
ya mencionadas, pueden citarse: El renacimiento y la reforma,
disertación al examinarse de historia general; Zonas fluviales,
tesis presentada en su examen'de grado; Pro-Patria, Las es
cuelas técnicas. Construcción económica de escuelas, Palabras
y acciones, La democracia victoriosa. Problemas de educación,
Un nuevo congreso constituyente, La patria por la escuela.
Parábolas exotéricas. Castigo (novela), Los irreden tos. Epis
tolario del amor. Democracias mestizas, Mi vida revolucionaria.
Los diputados (dos grandes volúmenes), El arte de amar y
ser amado. Historia de la Constitución de 1917 (dos grandes
311
volúmenes), Méjico, Historia de su evolución constructiva (en
colaboración con 44 escritores, cuatro tomos), Roosevelt el de
mócrata, La estética de la tragedia mejicana.
Ha recibido las siguientes distinciones:
Comendador ce la “Corona”, de Italia: Comendador de la
Orden del "Imperio Británico”: Comendador de la Orden de
"Leopoldo II” de Bélgica: Comendador de la Orden “Del Sol
Naciente” ¿el Japón: Comendador de la "Polonia Restituta”;
Comendador de la Orden "Al Mérito” de la República del
Ecuador: Gran Cruz de la "Espiga de Oro”, de la República
de China: "Caballero de la Legión de Honor”, de Francia:
Comendador de la Orden de “Carlos Manuel de Céspedes”,
de Cuba; Gran. Oficial de la Orden "Juan Pablo Duarte”, de
Santo Domingo: Comendador de la Orden "Al Mérito”, de
la República de Chile; Gran Oficial de la Orden "Al Cóndor
de los Anees”, de Bolivia; Gran Oficial de la Orden “Al Mé
rito”, de la República del Paraguay: Gran Oficial de la Or
den del Libertador ce la República de Venezuela: Medalla de
Primera Clase de "E l Mérito Militar”, de la República Meji
cana: Medalla de Veterano ¿e la Revolución Mejicana.
Palavicini es de los hombres más destacados de Tabasco.
Mucho seguirá dando todavía para gloria de la provincia y
de la patria. Nació en Teapa el 31 de marzo de 1881.
312
picos. Los conservadores o tradicionalistas como yo, fuerte
mente asidos a las clásicas forjas del pasado que muy a nues
tro pesar tiende a desaparecer, no hallan en su numen de
consumado maestro, forjador de rimas nuevas, ni la pujanza
ni la majestad que hallamos en el verso de Santa-Anna, por
ejemplo, porque este gallardo portalira nuestro ensayó su plec
tro de oro así en la lira clásica como en la finisecular de
Núñez de Arce, de Campoamor y aun de Espronceda, crestas
sin duda las más altas en las postrimerías del romanticismo
español; en tanto que Pellicer Cámara, con su genio creador,
nos ha conducido por sendas extrañas de figuras atrevidas, ¿e
imágenes sonoras, de metáforas luminosas, en un estupendo
fluir de fragancias sutiles que han llevado por todo el conti
nente americano las maravillas de una escuela nueva de la
que Pellicer es incomparable artífice.
Neruca en Chile y Pellicer en México llevan con gentil
arrogancia la antorcha del modernismo lírico cuyos fulgores
y bellezas no todos podemos aquilatar, precisamente por eso.
porque es cosa nueva, no al alcance de todos, sino de aquellos
que gozan del raro privilegio de volar por las cumbres excel
sas del ensueño. Así en la música y en la pintura el arte pre
senta rutas nuevas, inexploradas, quizás inexplorables para
muchos, pero que, contra todos los ataques y las incompren
siones, ha salido triunfante.
Carlos Pellicer Cámara es el abanderado nacional en este
género ce poesía. La crítica extraterritorial lo ha consagrado
así. Es, pues, una gloria de Méjico, y —por tanto— merece
figurar entre los "grandes” de Tabasco. No se parece a Díaz
Mirón; no se parece a Ñervo; no se parece a Urbina; dentro
del territorio nacional no se parece a nadie. Su erguida perso
nalidad es única. ¿Cómo entonces no hacerlo figurar en esta
galería?
313
Federico de Onis ha dicho de él que es “el poeta mayor
de la poesía mejicana actual”, es claro que en el modernismo
a que me vengo refiriendo. Y así Alfonso Reyes como la Mis
tral —lo que ya es mucho decir— han tenido grandes elogios
para este eximio tabasqueño.
Acaso no sea tiempo de que todos podamos aquilatar la
obra lírica de este “poeta del ensueño”. Rubén Darío fue muy
discutido cuando inició su inconmensurable labor reformadora
de la poética española. Y el divino Rubén es hoy — ¡quién lo
creyera entonces!— un coloso.
Pellicer Cámara nació en San Juan Bautista en el año
de 1898.
SA N TA M A RIA . FR A N C ISC O J.
314
1912, el mismo día y con el propio jurado que yo. Desde en
tonces el Lie. Francisco J. Santamaría se ha consagrado a
todas las disciplinas: abogado litigante, periodista, funcionario
público, investigador en asuntos geográficos, históricos y lin
güísticos. Como escritor ha sido fecundísimo. ¡Y lo que to
davía podría darnos, si no fuera la dura carga del gobierno
de Tabasco que se ha echado a cuestas!
Con lo que nos ha dado hasta hoy tiene bastante para
ser considerado como el más profuso polígrafo del Estado.
Hagamos, siquiera sea someramente, una enumeración de su
inmensa labor.
Desde sus años mozos, cuando trabajó como director de
algunas escuelas oficiales de San Juan Bautista, publicó sus
Apuntes de geografía general y sus Apuntes de geometría ele
mental y de dibujo lineal. Y a fuera del magisterio, escribió y
publicó su interesante Ascensión a la montaña del Madrigal,
en la cual describe la exploración que en compañía de algunos
más hizo a este cerro de Tacotalpa; De mi cosecha, que me
dedicó: Las ruinas occidentales del viejo imperio maya; luego
su monografía titulada El verdadero Grijalva; también sus No
ciones generales de educación cívica. Como consecuencia de su
exilio, por cuestiones políticas, escribió en Estados Unidos
Crónicas del destierro y luego en Méjico La tragedia de Cuer
navaca, obra en que narra en prosa castiza y elegante la ex
traña forma en que escapó de la muerte. Escribió después La
poesía tabasqueña, bella antología, formada con los mejores
poemas de nuestros poetas y La historia del periodismo en Ta
basco, intensa labor ce búsqueda en que da a conocer más de
450 periódicos de la provincia. También El movimiento cultu
ral en Tabasco (breviario histórico) y Semblanzas tabasque-
ñas. Y lo más importante en materia lingüística: El provincia
lismo tabasqueño; Americanismo y barbarismo; Ensayos crí
315
ticos de lenguaje que escribió con mi colaboración; Glosa lexi
cográfica, acepciones y expresiones castizas del período clásico
de la lengua, omitidas en el diccionario académico; su Biblio
grafía general de Tabasco, en tres tomos, y su obra monu
mental de largos y pacientes años de ímprobo esfuerzo: el Dic
cionario general de americanismos, con la cual obtuvo en la
feria del libro de 1943 en Méjico, un premio en efectivo que
por raras artes ¿e maquiavelismo literario nunca se le entregó.
He aquí la obra principal de este hombre. Acaso he olvi
dado mucho, pero con lo dicho hasta aquí basta y sobra para
tenerlo por uno de los más altos valores intelectuales de la
provincia.
Actualmente es gobernador del Estado, y mucho espera
de su idónea labor el tantas veces desilusionado pueblo de T a
basco.
Acaba de ser electo individuo de número de la Academia
Mejicana de la Lengua. Y con él va el tercer tabasqueño a
quien se distingue con tan alto honor.
TA RA C EN A , R O SEN D O
316
EPILOGO
Es la alta noche. Conticinio primaveral. Estoy contem
plando con éxtasis el panorama brumoso y callado de Villa-
hermosa desde antigua terraza que imagino enhiesto altozano,
escondida atalaya, que, como' apartado y sombrío mirador,
me brinda sitio adecuado para observarlo todo.
Hemos hojeado ya el libro del pasado: hemos abierto y
revisado la cajita oriental de sándalo, recamada de marfil y
oro; hemos visto pasar frente a nuestras asombradas pupilas
la película de nuestra propia vida, inmensa, evocadora, emo
cionante. ¿Y ahora?
Es la alta noche. La ciudad duerme tranquila y sosegada,
a orillas del Grijalva. La redonda luna pone su perlado barniz
sobre las casas, las cosas y los árboles. Este es el mismo cielo
que contemplé, aterido, hace sesenta años. Allí está Sirio, con
su luz cerúlea, más allá del cénit; Proción, la canina, está a
punto de darse un largo chapuzón en el oscuro mar del hori
zonte; las Pléyades y el Tauro van a la vanguardia de Orion,
el gigantesco cazador de los cielos. Allá arriba, todo igual,
como entonces. Pero aquí, abajo... Cierro los ojos y quiero,
de nueva cuenta, verlo todo: el susurrante rio, que en la quie
tud de la noche vernal se desliza, confiado, como una serpien
te; la vieja Plaza de Armas, con sus numerosos laureles; mi
nunca olvidada calle de Zaragoza; las cuatro erguidas palmas
321
reales del parque Juárez; el callejón de Puerto Escondido; la
ceiba secular del camino de Atasta con su cortejo de leyen
das . . .
Y pienso en Victor Hugo cuando desde La Esmeralda
trataba de revivir con la imaginación el viejo París, la ciudad
venerable del Renacimiento. Y pienso en Blasco Ibáñez en los
momentos mismos en que contemplaba los restos del circo
romano en la Ciudad Eterna. Y pienso en Gómez Carrillo,
cuando con profundo asombro veía la pugna profanadora de
los santos lugares, la vieja pugna en que viven los pueblos
que se dicen civilizados. Y pienso, por último, en Renán y me
parece verlo en el instante en que murmura su Priere sur l'
Acropole. la emocionante Oración del Acrópolis, la silenciosa
ciudadela de Palas, donde con sólo volver la vista y el pen
samiento veinte siglos atrás se siente en el alma la apoteosis
divina de aquella pobre columnata en ruinás de la Grecia In
mortal.
Treme el silencio de la callada noche sobre el inmenso
panorama de la ciudad dormida. Y hay como un desfile de
sombras augustas que van pasando frente a las pupilas del
alma: allá va con su andar parsimonioso, camino del Juzgado
de Distrito, don Próspero Rueda; más allá, Julio León, el em
pedernido célibe; por esta calle se adivina la magra figura
de don Pedro Sosa y Ortiz, el poeta de la undécima, con sus
cejas tan hirsutas y pobladas que. como dijo Lucas Gómez,
parecen dos alfileteros; por esta otra se distingue a Jerónimo
el Guaco con su violín bajo el siniestro brazo; y don Moncho
Moctezuma, el eminente matemático; y don Manuel Merino,
el genial versificador que se llamaba a sí mismo el.primer so
netista de América; y don Concho Díaz, el prefecto del insti
tuto “Juárez”; y doña Juana Trujillo, la dulcera de Esquipu-
Jas; y el ventrudo canónigo don Sebastián Guerrero. Van pa
322
sando, van pasando, como antaño, como en aquellos días le
janos y perdidos en la bruma del tiempo.
Y me parece oír en el Café Cantante o en el Salón de
Lumijá algún danzón de ritmo sicalíptico ce Juan Jovito Pé
rez, o al pie del romántico balcón de la bien amada la dulzura
inefable de la serenata inmortal del maestro España.
Todo, en apariencia, igual. Sólo en apariencia, porque
aquí en mi barrio desapareció la iglesia catedral cuyo solo
nombre me hace pensar en los pitos de agua de las misas
de aguinaldo; en la Plaza ce Armas cayó demolida por manos
profanas la esbelta pirámide con su águila caudal;,cayó tam
bién la verja de varillas de hierro lanceoladas: ya no existen
las ruinas de Sentmanat ni el Playón del Grijalva, y también
faltan los tranvías de Maldonado y los de Nieto que nos lle
vaban a Atasta, a Tamulté y a Tierra Colorada. Siento una
inmensa angustia frente- a lo inevitable, lo fatalmente inevi
table que lo transforma todo, que demuele, construye y modi
fica; que sin ver hacia atrás, sin respetar leyendas ni tradicio
nes. marcha siempre hacia adelante y pone en práctica el prin
cipio evolutivo de la constante renovación de los seres y las
cosas. El poeta aviador del Fiume lo dijo un día con arrogan
cia olímpica: renovarse o morir.
Y todo esto que la piqueta del progreso y la civilización
ha hechado abajo me produce un interno dolor indefinible,
como' si me hubieran arrancado algo del espíritu. Es la ley
material que Se cumple, pero que nos lastima las entrañas des
garrándolas. Es lo que tiene que ser aquí y dondequiera, y
lo que tenemos que aceptar necesariamente cual ley ineludible.
Asi, por esta ley fatal cayeron las murallas y casi todos los
baluartes coloniales de Veracruz; asi cayeron también casi to
das las maravillas del mundo; así-iremos cayendo, uno a uno.
sin poderlo impedir, en este rudo batallar de la vida.
323.
Es la alta noche. La luz fulgente del plenilunio cae, como
dulce caricia, sobre la ciudad que se duerme tranquila y con
fiada junto al viejo rio. Las constelaciones brillan con timidez
en el cielo infinito. Siento en torno mió un suave temblor de
silencio, un insólito murmurar de las cosas inanimadas, una
imperceptible ráfaga que es como la queja recóndita de nues
tros mayores; en la campana del reloj palaciego suena una
hora con lentitud de cábala: es el viejo Cronos que nos mar
ca, inexorable, el ritmo de esta vida que, muy a nuestro pesar,
se va extinguiendo. En esta hora solemne mis pobres labios
temblorosos musitan una oración inescuchable por lo de ayer,
por lo que se fue, por la ciudad amada, por todo esto que
sigue siendo mío y que sigue metido en lo más hondo del co
razón, y siento que mis ojos se humedecen de dolor y de amor,
como dos fuentes ignoradas, silenciosas, profundas.
Tras de esta crisis nerviosa, romántica, sentimental, con
suélame la convicción de que ?sta tierra mía, guiada por vo
luntad experta y juiciosa e inmaculada, marcha con fe hacia
su meta, adonde habrá de llegar irremisiblemente. Mi euforia
es seráfica. Me levantan el espíritu las obras oe cultura y pro
greso material que se están realizando: la Penitenciaría y el
Estadio; el Cine Tropical, que es como el más noble refugio a
nuestras impaciencias; el Café del Portal donde a manera de
piadoso remanso aquiétanse las turbulencias de la vida; la pa
vimentación de las calles que ya da a Villahermosa la carac
terística de ciudad alegre, limpia y moderna; el puente ce la
Majagua que, montado sobre el Grijalva, abre la carretera ha
cia Teapa; el alumbrado público que ya satisface todas las
necesidades de la ciudad; el hermosísimo bulevar en construc
ción, "Manuel Gil y Sáenz” que será uno de los timbres de
orgullo de Villahermosa; la frecuente y alentadora inaugura
ción de escuelas; la constante e ininterrumpida publicación de
324
Hbros, por medio de lo cual el gobierno está dando a conocer
los valores intelectuales de Tabasco, tanto tiempo ignorados,
o —cuando menos— ocultos en los insondables légamos del
olvido; y, sobre todo, y más que toco esto, si se quiere, el am
biente de libertad y de confianza, que se respira en todo el
Estado, la tranquilidad del pueblo tabasqueño, el afán de re
conquistar sus viejos laureles de pueblo laborioso y digno,
marchitados y entristecidos por la ingrata labor óe anteriores
gobernantes que, convirtiendo en feudo propio la infeliz pro
vincia, merecedora por todos conceptos de mejor suerte, la
aniquilaron y la envilecieron.
Frente al panorama de esta noche de plenilunio; bajo el
apenas perceptible cintilar de las estrellas; desde el altozano
que me sirve de oculto mirador para contemplar el encanto
maravilloso de la ciudad dormida; escuchando con filial de
voción la canción de tus selvas y de tus aguas, y el acompa
sado latir de tu corazón, yo te ofrezco —joh, tierra mía!—
estas líneas fervorosas, estas páginas sinceras de acendrado
amor, este libro de profunda ternura, el último de mi vida, en
el cual he puesto lo mejor de mi alma, porque es para ti y
porque está hecho con esencia tuya, que es tu recuerdo, el
recuerdo ce siempre, el dulce reclamo tuyo que oigo sin ce
sar, así por las mañanas alegres, cuando los pájaros saludan
al alba con sus musicales trinos, como por las noches apaci
bles, cuando me desvela, sin piedad, el persistente, impertur
bable y sonoro movimiento del mar.
F I N
N O TA FIN A L
325
Dedicatoria
Proemio ....
I
Recorrido de San Juan Bautista.—La calle de Zara
goza.—Las lomas de los Pérez, de Esquipulas y de la
Encarnación.—Los tres barrios.—Las calles de Iguala,
Constitución, Hidalgo, Cinco de Mayo, Sáenz, Aldama,
Juárez, Primera avenida del Grijalva, la Libertad, Inde
pendencia, Ocampo, Doña Marina, Sarlat, Méndez.—La
casa número 93 de Zaragoza ..................................................
II
Santa María de la Victoria.—Fundación de la capi
tal.—'Villahermosa.—San Juan Bautista.—Otra vez V i-
llahermosa.—El Escudo de armas de Tabasco.—Lo que
dijo el P. Gil y Sáenz.—Lo que dijo el P. Cárdenas ......
III
El ciclón de 1888.—El antiguo sistema monetario.—
E l sistema métrico decimal.—El día de San Juan.—Los
Págs.
juegos callejeros.—La inauguración de la luz eléctrica.—
La azotaina de Pancho Ortiz .................................................. 29
IV
VI
VII
IX
Las escuelas de Tabasco.—La "Simón Sarlat”.—La
"Porifrio Díaz”.—El truco de Julián.—-La "Manuel Ro
mero Rubio”.—Mis compañeros en esta escuela.—El
Prof. Ochoa.—Las escuelas de doña Delfina Grajales de
Rodríguez y de doña Asunción Merino de del Río.—La
de “El Sagrado Corazón de Jesús".—La de "Santa Ma
ría de Guadalupe".—La de “El Verbo Encarnado”.—La
Normal para profesoras.—El instituto "Hidalgo”.—El
instituto "América”.—La escuela de Gurdiel ................... 75
X
Los fígaros.— D. Eulacio Barrientos.—Polo Hernán
dez.^—D. Albino Notario.—Antolín Briceño.—Melquía
des Rueda.—Pancho Sáenz y Amando Méndez.—Tomás
Hernández ................................................................................... 83
XI
Las fiestas de Atasta y Tamulté.—Los coletos de
Chiapas.—La jondura cocida.—La conserva de Ja lp a .-E l
pozol y el chorote.—Chúa G aspar......................................... 89
XII
Las hetairas de San Juan Bautista.—Jova, Lola, Na
talia, Herlinda, Chana, la Cucarachita, Amadita Morales,
Págs.
La Negra Evarista, Laura Concepción, Aurelia, Flavia,
Flora.—La calle de Rosales .................................................... 97
XIII
El parque Hidalgo.—El parque Juárez.—El parque
la Paz.—La Plaza de Armas.—El parque Tabasco ........ 103
XIV
El carnaval.—El 5 .de febrero.—El 27 de febrero.—
La Semana Santa.—Los “Judas”.—El 5 de Mayo.—Las
fiestas septembrinas.—Fiestas de Navidad.—Los Naci
mientos.—Los bailes del Casino.—Los bailes de Simón
de Dios .......................................................................................... 111
XV
La música de Tabasco.—Lauro Aguilar Palma.—■
Chilo Cupido.—Pedro Gutiérrez Cortés.—Lucas de Dios.
—Domingo Díaz y Soto.—Urrutia Burelo.—Juan Jovito
Pérez.—Trinidad Domínguez.—Francisco Quevedo.—
David F. España.—Gil María Espinosa.—Guillermo Es-
kildsen.—Carmita Gutiérrez.—Manuel Soriano.—Per
fecto G. Pérez ............................................................................. 121
XVI
XVIII
La fiesta brava.—Cheché.—La Charrita Mejicana.
—Colorín.—Camal eño.—El Zocato. —•Camicerito.—Ca
yetano González y Samuel Solís.—El Chato Ongay.—La
muerte del fakir .......................................................................... 157
X IX
El mercado "Simón Sarlat”.—El "Porfirio Díaz”,
después "Pino Suárez”.—La quinta de Dueñas.—Las rui
nas de Sentmanat.—La laguna de la Pólvora.—Las ta
maleras.—Las nueve matas.—Las pozas.—Tierra cojo-,
rada ................................................................................................ 165
XX
Paraíso.—Nombres raros.—Mis primeros versos.—
Candita Figueroa.—Las corridas de cangrejos.—Ceiba.
—Limón.—Dos Bocas ............................................................... 175
XXI
Tacotalpa.—El maestro Marcos.—Los cuatro bar
bones.—La fiesta de "San Antonio" .................... ................ 185
Págs.
XXII
Cárdenas.—D. Salvador Noverola, El Dr. Grecne,
D. Fernando del Río.—Las dos iglesias.—Pueblo Nuevo.
—Los carnavales.—D. Polo y César Sastré.—Se eleva a
la categoría de ciudad.—Un folleto histórico ................... 197
XXIII
El Lie. Lorenzo Casanova.—El Dr. Manuel Mestre
Ghigliazza.—“Final de un compañerismo” ....................... 209
XXIV
Alfonso Caparroso.—“A caza de gazapos políticos”,
interesante contestación a Casanova ..................................... 234
XXV
El río Grijalva.—Quiénes le han cantado: Miguel
Huidobro González, José Peón y Contreras. Manuel M.
Flores, Xavier Santamaría, Justo Cecilio Santa-Anna, Jo
sé N. R ovirosa............................................................................ 251
XXV I
Las municipalidades.—sus etimologías.—Sus apodos.
—Sus fiestas titulares.—Sus principales apellidos............ 273
XXVII
Grandes de Tabasco.—Becerra Fabre, Rómulo.—
Becerra, Marcos E .—Calzada, Lorenzo.—Casasús, Joa
quín D .—Correa, Alberto.—Correa Zapata, Dolores.—
P ágs.
Gil y Sácnz, Manuel.— Margallí, Felipe A .—Meló, Ni
candro L .—'Pellicer, Francisco.—Quevedo, Francisco.—
Rovirosa, José N .— Sánchez Mármol, Manuel.—Santa-
Anna, Justo C .— Correa Toca, José Natividad.— Iris, Es
peranza.— Mestre Ghigliazza, Manuel.— Palavicini, Félix
F .— Pellicer Cámara, Carlos.— Santamaría Francisco J.—
00
O
«
Pi
‘■ F f* # # -