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TIERRA MIA

PU BLIC A C IO N ES DEL G O B IE R N O D EL E ST A D O
(ESCRITORES TABASQUEÑOS)

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R ^ I A E L D O M I N G U E Z

T I E R R A MIA

VILLAHERMOSA, TAB.
CIA. EDITORA TABASQUEÑA, S. A.
19 4 9
A mi hija
Ch aro María Domínguez
de Ro drí gue z
P R O E M I O

171345
Hace treinta y cinco años —en 1914— salí de Tabasco.
Desde entonces radico en esta muy noble y muy leal ciudad de
Veracruz, donde he gozado de una estimación general que
mucho agradezco.
Volví a Tabasco después de diecinueve años de ausencia
—én 1933'—, cuando todavía la amada ínsula hallábase bajo la
hegemonía del Lie. Tomás Garrido Canabal. Llegué allá cuando
se celebraba una de aquellas Exposiciones Regionales en que
tanto interés puso siempre el llamado Hombre del Sureste. Y.
en verdad, gocé de lo lindo durante los breves días que pasé
en mi tierra natal. Recorrí lugares inolvidables, visité a viejos
amigos, lloré como un niño al pisar los umbrales del viejo ins­
tituto "Juárez”, en cuyas claras fuentes ha saciado su sed de
sabiduría desde 1879 la juventud Tabasqueña. Sentí, en su­
ma, emociones hondísimas que me estrujaron el corazón, y vol­
ví de allá entristecido, con sorda pesadumbre, como quien
vuelve del cementerio en que reposan sus mayores.
Las fuertes sensaciones que tuve entonces me hicieron es­
cribir una serie de artículos que publiqué en la prensa de aquí
y de allá con el título general de Tabasco Actual.
Pasaron los años. Al tomar posesión del gobierno de Ta­
basco el licenciado Francisco J. Santamaría el 19 de ene­
ro de 1947, invitado por el, asistí con mi esposa y con mi
hermana Ninfa a tan solemne ceremonia. Entonces también

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tuve muy gratas emociones, si bien no tan fuertes como en
1933. Muchos amigos, muchos agasajos, muchos apretones de
manos. Y desde que volví de allá he venido rumiando la idea
de escribir algo del terruño; sólo que, como no tengo vena de
historiador, jamás he hecho apuntes ni he guardado periódi­
cos, ni siquiera he puesto interés en conservar, en alguna for­
ma, hechos y recuerdos, añoranzas y reminiscencias que tan
eficazmente me sirvieran hoy que, a pesar de todo, he resuelto
escribir algo de la dulce provincia.
¿Cómo, pues, realizar el propósito? Ni siquiera conozco
íntegramente el Estado de Tabasco. Fuera de Villahermosa,
donde crebí desde la edad de tres años, no conozco bien más
que Paraíso, Tacotalpa y Cárdenas, porque en ellos trabajé co­
mo maestro de escuela y porque, además> Cárdenas es el lugar
de mi nacimiento. En Cunduacán, Macuspana, Montecristo,
Bálancán y Tenosique nunca estuve. Las demás poblaciones
del Estado sólo las conozco de paso. No podría, en consecuen­
cia, hacer historia de Tabasco. Haré lo que he hecho en otras
ocasiones, como cuando escribí AÑORANZAS DEL INSTI­
TUTO JUAREZ y VERACRUZ EN EL ENSUEÑO Y EL
RECUERDO. Hablaré sólo de lo que vi y sentí en la tierruca
desde que tuve conciencia de mi vida, aunque estas páginas es­
tén consagradas casi por entero al Tabasco de ayer.
Mas el sólo hablar de ayer, cuando este\ayer está profunda­
mente vinculado en la patria chica, es bastante para sentir en to­
do el cuerpo los temblores de la emoción. El recuerdo de lo
que se fue para siempre deja una huella indeleble en el alma.
Y esto es precisamente lo que ansio grabar en estas páginas.
Hablar de todo lo que, aunque confusamente, se conserva
prendido en mi memoria. Hablar de la provincia, de su tradi­
ción, de su vida íntima y dulce, de sus hombres, de su música,
de sus periódicos, de sus vibraciones, de la escandalosa PEA,
del CON TI perfumado, de la impaciencia desesperante y loca
del PUCUY, de la CHICHARRA de mayo, de la inintecrum-

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pida soledad de los largos caminos silenciosos, del gualda lin­
do de sus maizales, del callado discurrir de sus ríos, de la es­
meralda rica de sus platanares, de la ululante canción de sus
selvas, del oro divino de sus crepúsculos, de todo eso que no
podemos olvidar porque lo llevamos metido muy adentro; todo
eso que es la poesía y el encanto de la provincia; todo eso que
es —no podremos negarlo— parte íntima de nuestro propio
ser: ¡el pasado!
—¿Y qué es el pasado?— me pregunto. ¡Ah !— Es como
un libro que ha permanecido cerrado muchos años; el libro que
guarda las mejores páginás de nuestra vida; un libro de recuer­
dos que el tiempo, cruel y despiadado, quisiera borrar. ¿Quie­
res, lector mío, abrir conmigo ese libro sagrado? Hojeémoslo;
volvamos una a una sus amarillas páginas; en cada una de ellas
hallaremos una reminiscencia que nos llegue al alma; no pocas
de esas páginas nos harán llorar; abramos el libro, caro ami­
go. El pasado es también como una cajita oriental de sándalo,
recamada de marfil y oro; algo así como un relicario donde he­
mos ido depositando las joyas, los amuletos, los talismanes,
todo aquello que tiene alguna significación en nuestra asende­
reada existencia. Abrámosla también: aquí está una sortija de
compromiso, de aquellas que llamábamos de media caña; acá,
unas flores marchitas —pensamientos, mariposas, violetas; allá
un manojo de cartas de todas las mujeres amadas; y luego un
bucle de oro, y un pañuelo de seda, y unos versos; todo con
una fragancia sutil de lo que ha muerto para siempre. El pasa­
do, es por último, algo así como una película de cine, ipmensa,
evocadora, emocionante. Veámosla pasar por la pantalla de
estas líneas: nos veremos jugando en los parques de la ciudad,
o cariacontecidos en la escuela, o escribiendo la primera carta
de amor, o angustiados frente al primer desengaño; así vere­
mos pasar, estremecidos, la película de nuestra vida: ¡inmen­
sa, evocadora, emocionante!
Nada más de pensar en el recorrido que voy a hacer en to­

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do ese pasado, acaso dando tumbos con la frágil memoria, desde
que tengo relativa conciencia de mí mismo, tiemblo de inquie­
tud. Así temblé cuando en 1933 pasé por la casa número 93 de
la calle de Zaragoza en que crecí; fue tal mi emoción que no
me atreví a entrar en ella. Así temblaré muchas veces más, sin
poderlo remediar, en esta inspección retrospectiva de seres y
cosas de la provincia amada, sobre todo en cuanto se refiere a
Villahermosa, la antigua San Juan Bautista de mis amores.
Porque en verdad os digo que sus calles, sus casas, sus rubias,
sus rincones, sus pájaros, su cielo, sus carnavales, sus cancio­
nes, sus chismes, sus enredos, todo tiene tal encanto cuando
se recuerda —más aún, cuando se recuerda en el silencio y la
soledad, desde lejos — que en no pocas veces habré de soltar
la pluma para respirar mejor o para contener una lágrima.
Quisiera que mis palabras tuviesen fluidez de manantial,
rumor de fronda, murmullo de fontana, majestad de mar. ¡Cuán­
to ganarían asi estos pobres apuntes deshilvanados! Quisiera
ser como las aguas del sosegado río que para embellecerse y
aderezarse van recogiendo las fragancias, los gorjeos, los he­
chizos de sus riberas floridas para convertirse en poema divi­
no al llegar al mar océano. Quiero despojarme de todo el ba­
rro vil del cuerpo para no ser más que diafanidad y transpa­
rencia. Y cantarle así al terrón nativo, recordar sus bellezas,
evocar sus glorias, ser todo amor, todo ternura, sentirme con
alas impolutas para remontar alturas hasta perderme en las ex­
celsitudes del alma y del pensamiento. Y recorrer, a ojos cerra­
dos, los viejos rincones de mi niñez.
Esta será definitivamente la última obra de mi vida, pero
pondré en ella mi corazón entero. Pagaré con amor el amor
recibido de la tierruca amada; pagaré con ternura la ternura
inmensa con que me ha recibido siempre la patria chica. ¡Oh,
lejana provincia mía! En la soledad de mis noches calladas oigo
tu llamado amoroso y siento la suprema inquietud de tu leja­

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nía, de tus selvas cerradas, de tus aguas sonoras, de tus llanu­
ras verdegueantes.
La provincia tiene sabor de vino viejo. La provincia es
sinceridad, cordialidad, honestidad. La provincia, con su quie­
tud de remanso, nos acaricia el alma. Estas páginas suaves, al­
mibaradas, inofensivas, nacen al encendido recuerdo de la pro­
vincia. ¿Cómo no he de temblar recordando a aquel Simón de
Dios, organizador de bailes o " escoletas" de barrio, a donde
concurrían tantos estudiantes de los cuales algunos viven toda­
vía? ¿Cómo no he de temblar recordando a aquella gente alegre
—/a Cucarachita, Evarista, Chana —, pobres mujeres que nos
hicieron saborear las primeras gotas de miel de la vida? ¿Cómo
no he de temblar recordando el suave palpitar de aquellos días
en que al conjuro de mómo recorríamos las calles de San Juan
Bautista en jacarandosas Estudiantinas?
Vaciaré en estas páginas todos mis recuerdos, todo lo que
no han podido arrasar los huracanes d e la vida, todo lo que
—aunque empalidecidamente, como viejas brumas— lucha con
inquietud por mantenerse en los hondos arcones del corazón:
■pájaros, nubes, flores, trinos; amores y consejas; amarguras y
melancolías; cuentos y tradiciones: ensueños esfumados y es­
peranzas maltrechas; todo ese cúmulo de cosas inolvidables,
todo ese conjunto abigarrado de recuerdos que viven, sin orden
ni concierto, en el fondo de mi alma y que, a la distancia, son
como el reclamo silencioso, constante, lejano, de la tierra mía.

H. Veracruz. Ver. 1949.

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I

Recorrido de San Juan Bautista.— La calle de Za­


ragoza.— Las Lomas de los Pérez, de Esquipulas y de la
Encarnación.— Los tres barrios.— Las calles de Iguala,
Constitución, Hidalgo, Cinco de Mayo, Sáenz, Aldama,
Juárez, Primera avenida del Grijalva, la Libertad, Inde­
pendencia, Ocampo, Doña Marina, Sarlat, Méndez.—
La casa número 93 de Zaragoza.
Y recorro el centro de la ciucad y sus tres barrios: Es-
quipulas Concepción -—que llamábamos La Punta■ — y San­
ta Cruz. Camino con lentitud y cuidado, por temor de un tro­
pezón ó de una caída, porque las calles están casi a oscuras,
apenas alumbradas por la luz tenuísima de viejos y oxidados
faroles. Luz mortecina, tan triste y tan débil como la de mis
recuerdos.
Y después de la calle de Zaragoza, donde comienzo este
recorrido, paso por la de Iguala que antes se llamó de La
Yerbabuena, donde todavía me parece ver los rieles de los tran­
vías de Maldonado que llegaban a Atasta. Paso por la calle
de la Constitución, donde me encuentro con el Hospital Civil, la
ruina de Senmanat, la iglesia Catedral, la escuela “Simón Sar-
lat”, el Obispado, el instituto “Juárez”, la plazuela del Aguila,
la plaza del Mercado, la casa de G. Benito, la de Romano, la
de don Pepe Graham —aquel viejo avinagrado y gruñón que
tanto bien nos hizo con su gran librería—, la de Ripoll. Paso
por la calle de Hidalgo, donde veo la tienda de don Esteban
López, la de don Candelario Ramón, la casa de don Chucho
Jiménez, la de don Jesús Dueñas, la de don Simón Sarlat que
fue Gobernador de Tabasco, la escuela “Porfirio Díaz”. Paso
por la calle ¿el 5 de Mayo y recuerdo que en ella vivieron
Félix F. Palavicini, Romulito Becerra y Salomón Herrera. En
esta calle estuvo la Escuela Normal para Profesoras: en esta
misma calle estuvo el Liceo Tabasqueño fundado por don Gus­
tavo A. Susarte; aquí estuvo también el Instituto “Hidalgo”
de don Luis Gil Pérez: por último, en esta calle estuvo el tea­
tro “García” y está la casa del millonario don Polo Valenzue­
la. Paso por la calle de Sáenz, y recuerdo que aquí vivieron los
médicos don Tomás G. Pellicer, don Juan Graham Casasús y
don Erasmo Marín, así como los abogados don Francisco Pe­
llicer y don Justo Cecilio Santa-Anna. Paso por la calle de Al-,
dama, donde viví poco tiempo después de recibido de aboga­

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do. Paso por la calle de Juárez; aquí me parece ver todavía la
Dirección General de Instrucción Pública y en ella como titu­
lar a don Arcacio Zentella; la escuela “Manuel Romero Ru­
bio”, dirigida por don Ramón Moctezuma, el sabio matemáti­
co; el Juzgado de Distrito, el Casino de Tabasco, la Botica
Central, el Correo, el Banco Nacional y el de Tabasco, el Ci­
ne Club, el teatro “Merino”. Paso por la primera avenida del
Grijalva, hoy Francisco I. Madero, y recuerdo la vieja casa
de comercio de con Juan Ferrer, la casa de don Páníilo Mal­
donado, la estación de Tranvías, el colegio católico para ni­
ñas El Verbo Encarnado. Paso por la calle de la Libertad, hoy
Venustiano Carranza, y pienso con emoción que en esta calle
vivió la que fue después, el 25 de abril de 1914, mi segunda
esposa: Amanea Zurita. Paso, por último, haciendo mil re­
cuerdos, por las calles de Independencia, Ocampo, Doña Ma­
rina, hoy Doña Fidenda, Sarlat, Méndez.
Y tras de mucho recordar, y tras de mucho pensar, qué-
dome como en éxtasis contemplando las siluetas de las casas
y de los árboles, y el cielo estrellado, este mismo cielo que con­
templé tantas veces de niño, y me recojo dentro de la tristeza
c,e estos pensamientos evocadores, con una inquietud de espí­
ritu que casi casi me hace llorar.
Y nuevamente, con el alma llena de inefable emoción,
después de un largo rato de silenciosa contemplación frente al
río —el viejo río de mis recuerdos— vuelvo a la calle de Za­
ragoza, a la casa número 93, donde crecí, donde me hice hom­
bre, donde sentí los primeros orgasmos c'e la vida, donde nació
mi hija, donde murió María, mi primera esposa, donde quedó
enterrada para siempre la más honda y fuerte raigambre de
mi existencia.
¡Ah! Y con qué ternura sueño despierto. Con cuánta emo­
ción hago desfilar ante mis ojos cerrados las escenas de una
vida que ya no es. Y cuán empavorecidamente recójome dentro

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de mí mismo para seguir evocando en está silenciosa soledad
callejera, en esta hora suprema ce suprema inquietud, las som­
bras del pasado, las sombras ce ayer, las sombras de mis ilu­
siones, de mis cariños, de mis esperanzas, todo muerto, sepul­
tado todo y todo perdido para siempre.

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II
Santa María de la Victoria.— Fundación de la ca­
pital.— Villahermosa.— San Juan Bautista.— Otra vez
Villahermosa.— El Escudo de armas de Tabasco.— Lo
que dijo el P. Gil y Sáenz.— Lo que dijo el P. Cárdenas.
Pero ya que he de tratar en esta breves páginas del T a­
basco de ayer o acaso mejor ce San Juan Bautista, su vieja ca­
pital, que es para mí el todo de estas narraciones, paréceme
oportuno decir algo relativo a esta ciudad, más bien de su fun­
dación, en lo cual no andan muy de acuerdo los diversos his­
toriadores que han hablado de este punto.
Parece que Cortés fundó en el propio sitio en que venció
a los aborígenes de Tabasco, a orillas del río Grijalva, el 25
de marzo de 1519, día de la Encarnación del Divino Verbo,
precisamente para celebrar el triunfo, la ciudad de Santa Ma­
ría de la Victoria, de donde resulta que fué ésta, en realidad,
la primera ciudad que en la América fundó el Conquistador,
y fue en este sitio también donde se dijo la primera misa en la
cual ofició el Padre Fray Bartolomé de Olmedo.
Según el presbítero Lie. Manuel Gil y Sáenz, los habitan­
tes de la Victoria, temerosos de las continuas irrupciones de
los piratas ingleses capitaneados por el astuto Drake, para
mejor defensa y seguridad, se trasladaron a un rancho de pes­
cadores justamente el 24 de junio de 1596, donde hoy se asien­
ta la capital tabasqueña. La nueva villa se llamó San Juan de la
Victoria, posiblemente para no perder por entero la primitiva
denominación de la ciudad fundada por Cortés y para conme­
morar la fecha de la fundación de la nueva ciudad, que tuvo

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Estado si por medio de un decreto volviera a revivir aquellos
nombres!”
Esto lo dijeron en 1892 aquellos hombres, movidos por
un extraño anhelo que pudiéramos llamar profètico. Y veinti­
cuatro años después, en 1916, un gobierno revolucionario ba­
jo la encendida inspiración de Santamaría, el gobernante ac­
tual que está dando cátedra de honradez y laboriosidad, rea­
lizaba el anhelo.
Otro punto en el que tampoco andan muy de acuerdo los
historiadores vernáculos es el relativo a los blasones heráldicos
de Tabasco, más propiamente a su escudo de armas.
En primer lugar, no se sabe a ciencia cierta si el dicho
escudo corresponde a todo Tabasco o sólo a la ciudad de V i-
llahermosa, su capital. En segundo lugar, tampoco se sabe con
certeza cuál sea la descripción original del escudo, pues mien­
tras el P. Gil y Sáenz da a conocer como tal la que figura en
la página 81 de la segunda edición de su Historia de Tabas­
co, el P. Dr. don José Eduardo de Cárdenas y Romero, en su
célebre memoria presentada a las Cortes de Cádiz, a donde
concurrió como Diputado por la Provincia de Tabasco, propu­
so otra de distinto tenor.
En efecto, la del P. Gil dice así: “Campo de gules y
cuatro cuarteles sobre tela carmesí, dos mundos de azul,
cargados de cruz, sobre las columnas laterales de Hércules,
y cuatro escudos enteros contrapuestos cada dos por diagonal,
que en campo ¿e plata representan de derecha a izquierda un
brazo armado de brazal y empuñando espada: y de izquierda
a derecha una india coronada y con los pechos descubiertos
y en las manos sendos ramilletes de flores. La india coronada
sin duda alude a la Malinche, tan íntimamente enlazada con
la historia de Tabasco”. Descripción que no corresponde al
escudo publicado en el citado libro de historia, por lo cual el
acuciosísimo Mestre Ghigliazza, en sus interesantes Documen­

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tos y Datos para la Historia de Tabasco dice: “Ignoramos de
dónde tomó el editor de aquel libro el escudo que sirvió para
la lámina que allí aparece. Es sensible que nadie tenga noticias
de la cédula por la que Felipe II, según Gil y Sáenz, concedió
el título de Villahermosa a San Juan Bautista y el escudo de
armas a la Provincia de Tabasco”.
Por su parte, el P. Cárdenas propuso a las Cortes de
Cádiz un proyecto de escudo de armas en estos términos:
“Pártase el escudo que propongo perpendicular y horizontal­
mente en cuatro cuarteles, y cistribúyanse así los esmaltes y
figurad: en el cuartel principal derecho, castillo de plata en
campo de oro: en el izquierdo opuesto al vértice, león ram-
paníe de oro y coronado en campo de gules: en el izquierdo
de arriba, brazo armado de brazal empuñando espada en cam­
po de sinople; y en su opuesto derecho, incia coronada, con
los pechos descubiertos y un ramillete en cada mano en cam­
po de plata: en el corazón figúrese un escudete o sobretodo
con una María coronada de oro o plata en campo ce sable,
como símbolo de la idolatría conculcada, y añádanse por late­
rales las columnas de Hércules sin el non, sustentando cada
uno su mundo de azur cargado de cruz con los demás orna­
tos que apunté arriba; y que por fin corone a este escudo
nuestra corona real”.
Frente a esta inmensa duda —la del escudo de armas—,
los tabasqueños de dentro y de fuera hemos adoptado el que
figura en la lámina publicada en la segunda edición de la
obra del P. Gil y Sáenz, página 81, porque —original o no­
es para todos nosotros como un símbolo, y vemos, en él, en­
vuelta en la bruma del pasado, la historia de la amada pro­
vincia. Y dondequiera que nos encontramos con ese símbolo,
sobre toco si estamos fuera de la patria chica, sentimos un
estremecimiento interior, tan hondo, que nos adhiere a ella
y nos hace amarla cada vez con mayor ternura.

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III
El ciclón de 1888.— El antiguo sistema monetario.—
El sistema métrico decimal.— El día de San Juan.— Los
juegos callejeros.— La inauguración de la luz eléctrica.—
La azotaina de Pancho Ortiz.
¿Qué cosas o sucesos puedo recordar desde 1886 en que
llegué con mis padres a San Juan Bautista, a los tres años
de edad? Todo es bruma en mis recuerdos, todo borroso, todo
desdibujado. Con todo esto, apurando el recurso de cerrar los
ojos, paréceme que una cinta cinematográfica va pasando sua­
ve, tenue, lenta, evocadora, mostrándome el pasado, ese em­
palidecido pasado mío que, muy a mi pesar, se fue ya para
siempre.
Tenía yo cinco años. Llovía a torrentes. Soplaban rachas
huracanadas. En la alta noche, mis padres y yo estábamos
despiertos. Y el vecino don Plácido González hacíanos com­
pañía. Había pavor en los rostros. De cuando en cuando, un
ruido estrepitoso nos aterrorizaba: era que de la iglesia cate­
dral, a impulso del furioso huracán, caían las tejas del incli­
nado techo. Mis padres y don Plácido hablaban de la seguri­
dad y resistencia de las paredes de la casa. Y o los seguía
silenciosamente, pero empavorecido como ellos. Aquello fue
el ciclón del 88, el famoso e inolvidable ciclón que produjo
en Tabasco la inundación mayor de que se tiene memoria.
En aquella ocasión -—no sé si lo recuerdo porque lo vi o por­
que me lo contaron o porque lo dice así la tradición—, las
aguas del Grijalva llegaron hasta la calle de Sáenz, hasta la
falda misma de la Loma de la Encarnación.

29
Por aquel entonces la unidad de moneda en Méjico era
el peso de plata como ahora. Pero un peso que valía, cuando
menos, cinco veces más que el actual. Circulaban también en­
tonces el tostón, la peseta, el real, el medio y la cuartilla, mo­
nedas todas de plata, con excepción de la última que era ¿e
plomo y que equivalía a tres centavos de aquel sistema mo­
netario. Había también unas contraseñas de a centavo que pa­
ra facilitar el cambio emitían con su propio sello las tiendas de
comercio.
No tengo idea de la fecha ni de la época en que se co­
menzó a usar en Tabasco el sistema métrico decimal. Pero
sí recuerdo que en el ya vetusto edificio de la Socedad de Ar­
tesanos, ubicado en la calle de Hidalgo, los ayudantes de las
escuelas públicas, entre los cuales figuraba Eraclio Abalos
—lo tengo muy presente—, se encargaron de instruir a la ni­
ñez sobre el particular. Allí aprendimos a convertir varas a
metros, libras a kilogramos, caballerías a hectaras, etc.
¡Con qué gusto pienso en aquellos días de San Juan en
que toda la chiquillería del barrio montábamos en caballos de
macera que comprábamos a medio —medio real— para re­
correr las calles de la ciudad! ¡Qué jinetes aquellos! En gru­
pos de diez o quince chiquillos entre seis y ocho años de
edad, montados en las dichas cabalgaduras de madera, reco­
rríamos la ciudad para saludar a las personas de nombre
Juan y felicitarlas por su día onomástico. No deja de ser cu­
riosa y extraña la forma de esta felicitación, y, en verdad,
vale la pena referirla. Nos colocábamos desde el centro de la
calle frente a la casa del Juan que quisiéramos saludar, en
actitud de correr, y a la indicación convenida del que hacía
de jefe o capitán de la comparsa, todos emprendíamos la ca­
rrera que terminaba hasta el centro mismo de la casa, pero
pronunciando en coro y a gritos durante la carrera estas sa-

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cramentales palabras: “Que viva el señor San Juan y el se­
ñor San Pedro y Santa Isabel en el pueblo”.
No pasaré por alto en este para mi grato encadenar de
recuerdos borrosos, pero —como quiera que sean— imborra­
bles, aquella serie de juegos callejeros con que nos divertía­
mos y pasábamos el tiempo. Hacían nuestra delicia el palmi­
to, el pijije, el trompo, la canica, el papagayo (papalote), el
tángano, la pocita, el ganaterreno y algunos otros que de fijo
se escapan a mi memoria. Es claro que estos juegos no eran
simultáneos, sino que tenían sus épocas durante el año. En
la del trompo, verbigracia hacía su agosto don Carmen Cor­
tázar que estaba reputado como el mejor trompero de la ciu­
dad, porque zumbaban y se dormían, porque eran sedas, por­
que tenían muy bella forma, y los hacía de palo de naranjo
o de guayabo. En algunas ocasiones exploté yo la industria
de los papagayos haciéndolos de colores vivísimos, de colas
muy hermosas, con muy buen frenillo y con mucha guiña.
También jugábamos al toro, a la guerra entre barrio y barrio,
a los acróbatas (vulgo cirqueros o maromeros). Pero hay que
decir que el ganaterreno que de seguro ya desapareció, fue
—cuando menos en Tabasco— el juego precursor de la pelota.
He de mencionar también en este amoroso hilvanar de
recuerdos un hecho que, a pesar de los años —los largos años
que de entonces acá han transcurrido— no he podido olvidar.
Fue esto durante el gobierno de don Simón Sarlat, allá por
los noventas. Iba a cambiarse el alumbrado público de los
marchitos y macilentos faroles por el de corriente eléctrica,
cuya inauguración se había anunciado para cierta noche. La
chiquillería de mi barrio estaba loca de curiosidad. Es claro
que sí. No sabíamos qué cosa era eso. Tanto se nos había
dicho de la luz eléctrica, que casi la imaginábamos cosa de
brujería. La planta de Gumbao se había instalado en la calle
de Aldama entre Lerdo y Zaragoza. Y el día de la inaugura­

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ción, anunciada para las ocho de la noche, allá fuimos a dar
fe de aquella maravilla. Pero como nunca falta algún pelo en
la olla que venga a enturbiar el encanto de la comida, suce­
dió que la planta no pudo funcionar sino hasta después de
las diez de la noche. De modo, que, entretenidos con aque­
lla novedad que no podíamos entender ni explicarnos, se nos
pasó insensiblemente el tiempo y volvimos a nuestras casas
casi a la media noche. Y cuál no sería nuestro asombro al en­
terarnos de que el padre de Pancho Ortiz, que lo esperaba
hecho un energúmeno por su tardanza, le dió tan tremenda
azotaina «—no menos de cincuenta latigazos—, que todo el
vecindario se alarmó. Acaso el mismo Pancho haya olvidado
la “cueriza”, pero yo, a través de más de medio siglo, la sigo
escuchando horrorizado, como la escuché, lleno de incom­
prensión aquella noche inolvidable en que vi por primera vez
la luz eléctrica.

32
La calle de Zaragoza.— Las indias de Atasta y Ta-
multé.— D. Felipe Abalos.— Don Julián Urrutia.— Los
aguadores.— Rafael y Eraclio Abalos.— D. Agustín
Hernández.— La Lucha.— El Gato.— Los tranvías de
Maldonado.— Los de Nieto.— La ceiba del camino de
Atasta.
Ahora me sitúo con los ojos de la imaginación en San
Juan Bautista. La loca de la casa tiene que entrar por mucho
en estas reminiscencias. Estoy en la escarpa de la que fue
mi casa solariega marcada entonces con el número 53 y que
hoy, convertida en lavandería —Las Pompas— tiene el nú­
mero 93. ¿Mi edad? Ocho años, poco más o menos.
La noche anterior ha llovido. Ha llovido mucho, como
llueve en Tabasco. La calle de Zaragoza, casi toda de barro
colorado, es un lodazal. Está intransitable. El tránsito se hace
exclusivamente por las escarpas. Aquí en Veracruz decimos
por las banquetas.
Es temprano. Todavía no son las ocho de la mañana.
Mi madre me dice desde el fondo de la casa:
—Vete ya a la escuela.
Me hago sordo y sigo contemplando el heterogéneo pa­
norama de la urbe en movimiento.
Pasan las indias de Atasta o de Tamulté vendiendo cho­
colate, pinol, tortillas. Cuando van en parejas hablan su dia­
lecto, una especie de maya corrompido. Pasa a su trabajo don
Felipe Abalos, que es el encargado o director de la imprenta
del gobierno. Pasa don Julián Urrutia que vuelve del merca­
do con su tenate repleto. Al estilo campechano, don Julián
va todo los días a hacer la plaza. Es muy amigo de mi padre.

35
Me saluda al pasar, sin detenerse y me dice:
»—¿Ya se fue tu papá a la oficina?
—Sí señor, ya se fue —le contesto.
Pasa ahora un aguador, pero no de los que llevan el
agua en latas colocadas en aguaderas de pino a lomo de mu»
las, sino de los que, convertidos en tales acémilas, la traen
de los pozos de la Pólvora o de Tierra Colorada en dos latas
que fueron de petróleo (gas se decia allá) que sujetan con
pedazos de lía de henequén a los extremos de un palo fuerte
de naranjo, guayabo o jagua, mismo que se colocan en uno
de los hombros, el derecho generalmente. Las dos latas de
agua valen medio real. Ahora pasan Rafael y Eraclio Abaloe
que van, me parece, al instituto “Juárez”. También me salu­
dan, a tiempo que mi madre me vuelve a gritar desde el fondo
de la casa:
—¿Qué sucede? ¿A qué horas te vas a la escuela?
—Y a me voy —le contesto. Pero sigo viendo impertur­
bable, el movimiento de la calle. Porque debo confesar que de
niño no fue mucho mi empeño por el estudio. Me distraía
todo. Mi pobre padre, que tanto me quiso, llegó a pensar, al­
guna vez, que yo sería un fracasado. Y , en verdad, econó­
micamente, lo he sido, pues consagrado casi por entero a los
románticos mirajes de la ilusión. no he tenido tiempo para
pensar ni siquiera en modestos ahorros, menos aún para bus­
car la manera de despojar al prójimo.
Me distraía todo, digo: desde los venteros de dulces que
anunciaban su mercancía con estas sacramentales palabras
“Dulce, merengue y caramelos de goma”, hasta los que ven­
dían de puerta en puerta, huevos, pollos, tamalitos de puerco
picado, nances, ciruelas, jonduras y mil cosas más.
Por fin, al tercer grito de mi madre, cojo mi bulto, meto
en él mis libros, pizarra, cuadernos y demás utensilios y me
voy a la escuela. ¿A cuál? Yo mismo lo ignoro. Creo que re­
corrí todas las de la ciudad. Me hice gente formal, como es­

36
tudiante en la “Romero Rubio” cuando cursé el segundo año
de enseñanza superior, y eso gracias a la labor eminentemente
educativa del profesor José Ochoa Lobato cuya enorme fa­
cultad de trasmitir el conocimiento me transformó la voluntad
y el alma.
Veo pasar, por último, a don Agustín Hernández, mi
vecino, que va a algunas de sus obras de albañilería, hombre
más que serio, adusto, padre de Tomás, de Juan, de Vicente,
de Ceferino, de Antonio.
Y emprendo el camino de la escuela. Al llegar a la es­
quina de Zaragoza y Morelos, donde después estuvo la tienda
La lucha, me detengo para lanzar un grito agudo, porque
me divertía escuchar el eco de mi voz que parecía salir de las
ruinas de la casa de Sentmanat, ubicada en la calle de la
Constitución. No dejaba de ser curioso este fenómeno de fí­
sica, porque mi voz salía de la loma de los Pérez y volandp
por sobre las calles de Iguala y Arteaga que están en la hon­
donada, llegaba a las dichas ruinas que se hallaban en la
loma de Esquipulas para resonar en ellas con asombro mío.
Con este entrenimiento, simple por demás, pasábamos los chi­
quillos del barrio, hechos unos tontos, largas horas.
Sigo adelante hasta llegar a la calle de Rayón, esquina
a Zaragoza, donde estuvo la tienda El gato, nombre que le
puso don Pedro A. Mateos al establecerla, pues a él mismo
le llamaban don Pedro el Gato. En la esquina siguiente con
Hidalgo está la tienda de don Esteban López, comerciante
simpático, padre del pianista Checo López, que cada vez que
me veía me decía en son de broma, Domínguez Zamudio,
tango para mí que porque mi apellido le recordaba una razón
social que antes hubo en el comercio de San Juan Bautista.
Doblo a la derecha y sigo por la calle de Hidalgo hasta
llegar a la de Iguala. Aquí me encuentro con la línea de los
tranvías de Maldonado. La circunstancia de no existir ya es­
tos tranvías ni los de Nieto que se establecieron después, me

37
inclina a explicar algo de estas líneas desaparecidas, ambas
de tracción animal. Interrumpo, pues, mi camino a la escuela,
ya que, en verdad, ni siquiera sé a cuál concurría en aquella
época, y porque, por otra parte, olvidé tantas veces el camino
de la escuela que nada tiene de particular que hoy lo olvide
una vez más.
Pues bien; vagamente recuerdo que la estación o punto
de partida de los tranvías de Maldonado estaba al final de
la primera Avenida del Grijaiva. ¡Cuánto más hermoso era
el nombre de esta calle que el de Madero que ahora lleva!
Llamábase así por la proximidad a nuestro río, al río “La­
drón", como le llama Chema Gurría en uno de sus más lin­
dos romances, porque, en efecto, va robando el nombre de
todos los lugares por donde pasa. En ese sitio, junto a la casa
donde estuvo después la escuela católica para niñas El verbo
encarnado, se hallaba la estación de estos tranvías. Y de aquí
salían por toda esa primera avenida del Grijalva hasta llegar
a la casa que fue de Ripoll, esquina de la Constitución; do­
blando a la derecha, seguían por esta calle hasta la de Hidal­
go, donde doblaban también a la derecha hasta la de Iguala;
aquí doblaban a la izquierda; al final de esta calle doblaban
a la izquierda también por la de Abasólo, hasta llegar al lugar
conocido con el nombre de la Cruz verde; aquí, doblando a
la derecha, volvían a tomar la calle de la Constitución que se
entronca con el camino de Atasta, terminal de los tranvías.
Por supuesto que casi después de pasar por el cemente­
rio de la ciudad, ya en el camino de Atasta, frente a la quinta
que fue del Líe. José Miguel Sandoval, existía lo que llama­
ban el cambio, porque allí, por medio de dobles vías se hacía
el cruce de los tranvías de los que iban para Atasta y los que
de allá volvían.
Debo aclarar que en un principio y por algún tiempo es­
tos tranvías tuvieron su terminal en Tapijuluya, un poco más
allá de la famosa Ceiba que estaba y sigue estando a un lado

38
del camino como guardándolo y vigilándolo, ceiba secular que
cuando estuve en el año de 1933 en Tabasco me impresionó
tanto, de tal suerte me emocionó, que, días después, en uno
de los artículos que escribí con motivo de ese viaje, dije así:
“Al volver nos detenemos un momento a contemplar en
el camino, entre Atasta y Villahermosa, la Ceiba secular que
parece guardarlo. Allí está, como hace veinte, o treinta, o
cuarenta años, majestuoso y corpulento, el árbol legendario,
con su copa frondosa, con su enorme tronco, recordando las
mil leyendas de lloronas, de brujas, de aparecidos, que a su
sombra se han forjado. Allí está impasible y serena, la ceiba
de los cuentos dantescos con que de niños nos asustaban. Allí
está, con su bienhechora sombra guardando —imperturbable
centinela— el camino de Atasta. Medito un instante. Pienso
que pasarán los años; que se renovarán los seres y las cosas;
que el progreso material con su evolución incontenible trans­
formará por entero, edificios y calles; que el propio espíritu
tabasqueño, hospitalario por naturaleza, con aquella hospita­
lidad griega cantada por Homero, cediendo al ambiente de
egoísmo en que naufraga el mundo, tomará al fin nuevos de­
rroteros, nuevos horizontes morales. Pero la ceiba del camino
de Atasta, esta ceiba de cuentos y leyendas, esta ceiba vetusta
que conserva la ingenua altanería de sus frondas inmensas,
permanecerá allí, inconmovible, como símbolo de eternidad,
por los siglos de los siglos.”
Los tranvías que se llamaron de Nieto y que después
pertenecieron a una empresa que regenteó mucho tiempo don
Alberto Correa, .denominada Compañía Industrial de Trans­
portes, de via angosta, no de vía ancha como los otros, tenían
dos servicios: uno local o sea el del circuito que se recorría
dentro de la ciudad y otro interurbano que servía para comu­
nicar a San Juan Bautista con Tamulté de las Barrancas.
El primero de estos servicios —circuito urbano— comen­
zaba en la segunda avenida del Grijalva de norte a sur hasta

39
llegar a Zaragoza sur, donde doblaba a la derecha para llegar
así a la calle de Juárez y seguir por ella a la izquierda hasta
la antigua casa de don Juan Ruiz, que después fue de Berre-
teaga < —la del famoso habanero— para doblar a la derecha
hasta la calle o callejón que pasa por detrás de lo que fue
la cárcel pública '—edificio conocido hoy con el nombre de
la Tecnológica— ; seguía hasta por frente de un lugar que
lleva el nombre de Puerto Arturo y doblando a la derecha
se llegaba a la calle de Independencia; siguiendo esta calle por
la derecha se llegaba a Plaza de Armas; continuaba por la
derecha por el lado sur de la plaza hasta pasar, doblando a
la izquierda, por el frente de la misma cárcel pública; seguía
por esta calle que es la de Guerrero hasta pasar frente al
mercado Sarlat y seguía por la misma calle, sólo que desde
este lugar ya se llama de Aldama, hasta doblar a la izquierda
por Lerdo; seguía por esta calle hasta doblar a la derecha
por Sáenz, también una cuadra, para llegar a Zaragoza; do­
blaba por esta calle, recorría una cuadra, entraba por Zara­
goza norte, doblaba a la izquierda y seguía por toda Liber­
tad, hoy Venustiano Carranza, en línea recta de sur a norte
hasta doblar a la derecha y llegar al punto de partida o sea
la segunda avenida del Grijalva.
Los tranvías de este circuito eran propiamente de paseo.
El servicio era de unos carros llamados jardineras. El paseo
era principalmente vespertino y nocturno y en los días de
carnaval incrementaban el espectáculo de los carros alegóricos
y de los combates de flores.
El servicio interurbano se hacía en esta forma: el punto
inicial estaba en la calle de Aldama, frente a la casa de G.
Benito y Compañía; se seguía hasta Lerdo, luego por Sáenz
hasta Zaragoza, donde doblando a la izquierda se subía con
lentitud desesperante la loma de los Pérez hasta doblar por
Abasólo a la izquierda para llegar luego a la calle de la Cons­
titución, como los tranvías de Maldonado. Luego a Atasta y

40
después a Tamulté, también con su cambio a medio camino,
pues tanto éstos como los otros tranvías no tenían más que
una línea férrea para ir y volver.
Estos servicios, tanto los de una empresa como los de
la otra, eran muy importantes, pues diariamente hacían el
transporte de pasajeros que cada día iba intensificándose en­
tre las tres poblaciones. Y ni qué decir durante las fiestas
titulares de Atasta y Tamulté, ya que entonces casi la tota­
lidad de los habitantes de la capital se vaciaba sobre tales
pueblos.
Hoy no queda más que el recuerdo de ellos. Estamos
en la era del automóvil y el camión. Camiones y automóviles
lo han invadido y absorbido todo.

41
V

El carnaval.— El Negro Managua.— Gustavo Mar­


tínez.— Candelario Timbiriche.— Las Estudiantinas.—
Juan Jovito Pérez.— Trinidad Domínguez.— El Casino
de Tabasco.
i Cómo recuerdo aquellas lejanas carnestolendas de San
Juan Bautista! Ignoro por qué causa se han celebrado siempre
las fiestas de Momo en Tabasco desde el 20 de enero, día de
San Sebastián. Es tradición que jamás me he podido explicar.
Lo cierto es que de esta forma el carnaval de Tabasco se
prolonga, en ocasiones, hasta siete semanas, pues se cuenta
•desde la indicada fecha hasta los tres días propiamente de
carnestolendas. El carnaval más largo no pasa de siete do­
mingos y el más corto no baja de tres.
El viejo español don Juan Vidal Sánchez, a quien no
podemos dejar de mencionar cuando se trata de estas lindas
fiestas, fue siempre uno de los más entusiastas organizadores
del carnaval de Villahermosa. El, por decirlo así, era quien
prendía la chispa de la locura el día de San Sebastián. V a ­
liéndose del negro Managua, armaba el escándalo. Trajeábalo
con frac y chistera; hacíalo “blanco” a fuerza de harina, y
transfigurado- así el pobre negro que inconsciente, prestábase
a ser el hazmerreír de la alborotada sociedad sanjuanense,
recorría las calles de la ciudad seguido de una chiquillería
bulliciosa e insufrible que lo aturdía desenfrenadamente.
Domingo a domingo se sucedían en diversas forméis las
fiestas de carnaval. Abundaban los disfrazados, solos o en
comparsas. Algunos tenían verdadera gracia para jugar el car­
naval. ¿Quién no se acuerda aún de Gustavo Martínez Cha-

45
blé o de Candelario Timbiriche? Ambos derramaban en aque­
llos días la sal y la gracia de su buen humor. Y como ellos
¡cuántos más que se han borrado de mi débil memoria!
En cuanto a comparsas las había de todo género. El an­
tifaz y el dominó lucían por todas partes. La ciudad ardía en
entusiasmo. Por aquí un grupo de encapuchados; por allá otro
con vestidos de fantasía; éstos jugando al toro; aquéllos, a
los “maromeros”.
Todo esto acontecía en los domingos anteriores a los lla­
mados “tres días”, que eran precisamente los de carnestolen­
das; domingo, lunes y martes, durante los cuales la alegría
de Momo se convertía en frenesí, en arrebato, en locura. Du­
rante estos tres días había que ver los carros alegóricos, en
los que se hacía derroche de arte y buen gusto, y las batallas
de flores, en las que se llegaba al delirio.
Durante estos mismos tres dias de carnestolendas, las
estudiantinas <—comparsas que recuerdan las de los estudian­
tes de Salamanca— recorrían las calles de la población tocan­
do una jota llamada “callejera”; los improvisados estudiantes
de la comparsa que no tocaba ningún instrumento de viento
o cuerda, seguían el compás de la música con “rascabuches”,
panderetas, triángulos o castañuelas. Iban entrando en las ca­
sas de las personas más caracterizadas por su afición al car­
naval y allí desarrollaban su programa literario-musical, can­
tado, que constaba de diversos números: jaleo, brindis, danza,
tango, parte esta última que cantaba y bailaba una pareja de
negros que, por cierto, no eran auténticos. Por lo general en
cada casa eran regalados los estudiantes con dulces, refrescos,
licores y algunas otras golosinas, o bien con dinero efectivo,
pues hasta en esto trataban de emular a los salmantinos. Las
Estudiantinas salían durante los tres citados días de carnes­
tolendas desde el alba hasta el atardecer. Casi siempre salían
tres Estudiantinas: una del barrio de Santa Cruz; otra del
barrio de Esquipulas, y otra del barrio de la Punta. A las ve­

46
ces salía también alguna de niños, o de señoritas, o del Insti­
tuto "Juárez", formada ésta por verdaderos estudiantes, pues
hay que advertir que las de los ya citados barrios estaban for­
madas por artesanos.
¡Cómo me inquieta el recuerdo de estas Estudiantinas! Al
evocarlas, evoco también la memoria de los músicos que más
se distinguieron en sus arreglos, como Juan Jovito Pérez y mi
propio padre don Trinidad Domínguez, inspirados y modestos
rapsodas que pasaron por este valle de lágrimas cantando su
canción de amor y de esperanza, quemando el incienso de su
devoción en el altar del Arte y luciendo humildemente la au­
reola de compositores con que la simpatía popular los consa­
gró, por lo cual sus solos nombres eran título bastante para
recibir con agrado las Estudiantinas por ellos arregladas.
¿Quién no se acuerda de estos compositores provincianos?
¿Quién puede haber olvidado la flauta del primero o el cor­
netín del segundo? Todavía viven muchos, por fortuna, que
conocieron personalmente a estos artistas populares, y no po­
cos recordarán sin duda alguna de sus composiciones inolvi­
dables.
Y para no ser demasiado nimio en los pormenores de la
fiesta de la alegría, pondré fin a este capítulo con el solo re­
cuerdo de aquellos grandes bailes que se efectuaban en el Ca­
sino de Tabasco, en los que damas y caballeros, lo mejor y lo
más selecto de la sociedad, lucian los encantos aristocráticos
de sus opulentos trajes, opulencia que consistía, más que en
su riqueza, en la sencillez de su elegancia. ¿Qué será hoy de
ese viejo Casino de Tabasco por cuyos salones, que ayer me
parecieron espléndidos y suntuosos, pasaron tantas generacio­
nes de la sociedad de San Juan Bautista? Por allí pasaron
orgullosamente las más rancias familias de la ciudad: la fa­
milia Mestre, la Becerra, la Pellicer, la Maldonado, la Casa-
sús, la Graham, la Payró. ¡Qué se yo cuántas más!
¡Oh, carnavales de hace más de cincuenta años! No os

47
habéis borrado totalmente de mi memoria. Persistís aún en la
retina de mis ojos entristecidos por el tiempo que no se cansa
de correr. Continuáis viviendo en esta pobre pantalla de mi
fantasía que, muy a mi pesar, se va diluyendo, se va descolo­
rando, como esos lindos paisajes del crepúsculo que acaban
entre sombras al morir la tarde.
Pero mientras tenga vida, he de pensar en todo ese pa­
sado que es luz, que es sueño, que es orgullo, que es gloria,
en el ya descuadernado libro de mi existencia.

48
VI

Los teatros.— El Castaldi.— El Berreteaga, después


García.— El Merino.— Amor Vulgar.— El beneficio de
Herrera Moro.— El Cine Club.— El Cine Anáhuac.:—
El Cine Tropical.
La antigua San Juan- Bautista —bullanguera, sí, pero mo­
destísima en todo— no abundó en teatros. Apenas si puedo
ver en el cristal empañado de mis recuerdos e! teatro García
que estuvo en la calle del 5 de Mayo, entre las de Constitu­
ción —creo que hoy Martínez Escobar— y Lerdo.
Por mera tradición y por algo que he leído en la revista
Grijalva de Pepe Bulnes (trátase de un artículo de Amaranto
del Prado, seudónimo seguramente), sé que donde hoy se le­
vanta el Café del Portal de don José Alday, gentilísimo amigo
y gran señor, existió un teatro, acaso el primero de la ciudad.
El dicho articulista dice así: "Hurgando aquí y acullá,
con esta o la otra persona amiga longeva, me han ilustrado
nada menos de que el primer teatro, modesto, eso $5, modestí­
simo, o lo que es un conato o remedo de teatro en esta vieja
ciudad, existió hace tres cuartos de siglo corriditos, en el mis­
mísimo lugar donde hoy día está el Café del Portal. Era ese
teatro parte de mamposteria, parte de maderas y parte de
setos”.
Según parece, existió igualmente en la calle de Juárez,
que antes se llamó del Comercio o del Puente —el puente de
Ampudia— el teatro Castaldi, en el preciso lugar donde estuvo
la Jefatura de Hacienda y Correos y creo que también el Juz­
gado de Distrito. Dícese que este teatro fue construido por
don Presentación Castaldi, a quien todavía conocí, ya muy po­

51
bre, dedicado a la medicina, por lo que todos le llamábamos el
Dr. Castaldi. Vivia en mi calle, es decir, en la de Zaragoza.
Posteriormente, el propio don Chente Castaldi construyó
un nuevo coliseo en 5 de Mayo. Este fue el segundo teatro
Castaldi. Por razones económicas hubo de encargarse de él
la vieja casa de Berreteaga y de aquí que recibiera por algún
tiempo este nombre: teatro Berreteaga, hasta que la indicada
casa lo vendió al español don Vicente García, cuyo nombre
llevó hasta su desaparición, en 1894.
Apenas si lo recuerdo como un sueño de mi niñez. Tengo
idea vaguísima de que en este teatro García vi actuar al circo
Orrin con su genial payaso Mister Bell, el clown inmenso de
imborrable memoria. Y nada más. No recuerdo ni su arquitec­
tura ni los espectáculos que por él hayan pasado. Cuando el
coliseo desapareció, si esto fue en 1894, tenía yo once años,
edad suficiente para recordar muchas cosas, pero lo cierto es
que, a pesar de mis esfuerzos, no recuerdo nada. Todo es bru­
ma, todo es sombra, todo es noche, en lo que al teatro García
se refiere.
En cambio, del teatro Merino que, según el propio Ama­
ranto del Prado, abrió sus puertas al público en 1894, precisa­
mente cuando cerró las suyas el Garcia, tengo mucho que de­
cir. Otro insigne español, no comerciante ni industrial, sino
carpintero, fue su constructor y dueño: D. Froilán Merino,
cuyo taller de carpintería conocí en la calle de Doña Marina,
que hoy es de Doña Fidencia. Le puso su nombre, y por eso
se llamó teatro Merino, como los otros se llamaron teatro
Castaldi y teatro García.
El teatro Merino es de bellísima tradición artística para
los tabasqueños. En él actuaron compañías de dramas y come­
dias, de zarzuelas y hasta de óperas, que nos dejaron recuerdos
imborrables. Leopoldo Burón, Luisa Martínez Casado, Barrera,
Vico, Sigaldi, Luján, Arcos, Mesmeris, María Luisa Villegas,
Llopis, Luisa Crespo, Carmen Leal, son nombres que no hemos

52
podido olvidar. Contribuyeron en la siempre amada provincia
a cimentar el arte, a abrir corrientes de cultura, a hacernos
soñar, a sentir en no pocos momentos la suprema delectación
de las cosas excelsas. En este coliseo, que durante mucho tiem­
po fue el único centro de espectáculos de altura, escuchamos
con profundo arrobo Trovador, Travista, Aída, El barbero de
Sevilla, Marina, Tempestad, Anillo de hierro, La Verbena de
la paloma, cuya música vive aún en nuestro corazón, y allí
—en nuestro corazón— la escuchamos de tarde en tarde, sobre
todo cuando nos damos a la dulce tarea de vivir del pasado,
cuando en largas noches de insomnio, llenos los ojos de tinie­
blas y llena la imaginación de las cosas que se fueron para
siempre, de lo que nunca más ha de volver, envueltos en el
profundo silencio del hogar en calma, sentimos muy adentro
el conjuro inquietante de aquellos días, de aquellas horas, de
aquellos momentos de gozo infinito, acaso más fuertemente es­
tereotipados en el alma por la lejanía. En este coliseo le escu­
chamos a la eminente María Luisa Villegas como a ninguna
otra le hemos oído declamar los versos de Amores y Amoríos:

Era un jardín sonriente,


era una tranquila fuente
de cristal;
era a su borde asomada
una rosa inmaculada
de un rosal —

Todavía viven muchas personas de aquella época. Y na­


die osará decir que falto a la verdad cuando aseguro que el
poema de los Alvarez Quintero se escuchó en la nutrida sala
del teatro como un susurro, como un revuelo de aves, como
una canción maravillosa. En este coliseo vimos las represen­
taciones magistrales de las obras de Echegaray, de Martínez
Sierra, de Marquina, de Benavente, de Linares Rivas, de tan­

53
tos más que'callo para no cansar con la enumeración. En este
coliseo presenciamos el estreno triunfal de A.mor vulgar, la
obra que consegró como autor dramático a Límbano Correa
Merino (1). ¿Quién ha podido olvidar la insólita y delirante
apoteosis de este ilustre conterráneo nuestro? ¿Quién podrá
olvidar a Evangelina Adams que fue la genial artista que con
todo cariño y buena voluntad contribuyó eficazmente a esta
apoteosis? En este coliseo toqué muchas veces la flauta en la
orquesta del queridísimo maestro don Guillermo Eskildsen, y
la toqué también, en compañía de Julián Urrutia, Leandro Ca­
ballero, Manuel Granados, W alter Merino, Antonio Martínez
Chablé y muchos aficionados más (éramos cuarenta), en una
noche de gala en que beneficiándose don Manuel Herrera Mo­
ro, maestro director de una compañía de zarzuelas, los aficio­
nados de entonces ejecutamos la obertura Aída. En este coli­
seo, finalmente, acariciamos nuestras primeras ilusiones, con­
cebimos nuestras primeras esperanzas, sentimos los primeros
anhelos de la vida y dijimos al oido de la mujer amada pala­
bras y ternezas de amor que fueron como el hilo sutil y deli­
cado por donde fue exteriorizándose el divino tesoro de la
juventud. ¡Oh, teatro Merino de entonces, así como eras, así
como te seguimos viendo hasta hoy, vives y vivirás en el san­
tuario de nuestro corazón!
En los albores de este siglo se inanuguró en la calle de
Juárez, junto a la cantina “La Vega de la Portilla”, el Cine

( i ) Por cierto que sucedió al autor lo que puede verse velada i discreta­
mente referido por mí, en mi libro “ La poesía tabasqueña” , p. 108: “ Pero
Límbano, aunque hijo mimado de la clona, fue también un infortunado de la vida.
La noche mism’> de su apoteosis, en el estreno de su drama, le fue robado el pro­
ducto de su re rcsentación: míseros trescientos pesos que, no obstante ser tan pocos
pesos, eran tantos para él, que estaba en la miseria. Falló en este delito el consenso
de la opinión pública en Tabasco y condenó al culpable, aun cuando el proceso se­
guido ante los tribunales concluyera — como todo asunto en que interviene para en­
redarlo la justicia— declarando “ que no había delito que perseguir” !
Desheredado de la fortuna Límbano Correa Merino, gloria limpísima de las le­
tras, también la justicia de los hombres y la maldad humana le constituyeron en
desheredado de la esperanza.” (F. J. Santamaría.)

54
Club, un salón destinado -exclusivamente a la proyección de
películas de cinematógrafo. El espectáculo era mudo. Ame­
nizábase con una orquesta en la que escuchábamos con de­
leite la flauta de Everardo Araúz. Entiendo que este cine ya
desapareció, como desapareció también otro salón similar que
hubo después, con el nombre de Cine Anáhuac, en la primera
avenida del Grijalva.
El moderno Cine Tropical de Paco Sumohano, es lo me­
jor con que cuenta en la actualidad la ciudad de Viflahermosa.
El teatro Merino, hoy El Principal, convertido en salón de ci­
ne, no tiene más atractivo que su tradición. Su antiguo pór­
tico, un tanto ridiculizado por el modernismo que lo quiso
poner al ritmo de estos tiempos, contempla silenciosamente el
bullir de la juventud actual en el parque Juárez, cuyas cuatro
palmas arrogantes, desplegando sus abanicos de esmeralda, si­
guen siendo como cuatro centinelas impasibles e inalterables
del correr del tiempo.

55
VII

Los templos.— Los de San Cruz, Concepción y Es-


quipulas.— Las matracas de la Semana Mayor.— Las
misas de Aguinaldo.
Tabasco nunca se significó por su religiosidad, antes tuvo
fama de hereje. En muchos pueblos del Estado ni siquiera ha­
bía sacerdotes católicos ni ministros de otros cultos. Se dice
que a los oriundos de Huimanguillo los llaman mata-padres,
porque muchos años ha le dieron muerte a algún cura, y como
hecho histórico debe consignarse que los revolucionarios ca-
rrancistas dieron muerte en Cárdenas al padre Gudiño, quien
años antes había sido expulsado de Tacotalpa por no ser per­
sona grata a sus habitantes.
Con todo esto, en muchos lugares del Estado había una
o varias iglesias, pues cuando no hubiese verdadera pasión
religiosa en ellos, había y aún sigue habiendo, a lo que creo,
la costumbre de celebrar las llamadas fiestas titulares, con asis­
tencia de gentes de dentro y de fuera del Estado, especial­
mente de Chiapas. A algunas de estas fiestas llegaban desde
Michoacán arrieros de la tan recoleta y devota Cotija con sus
famosos "patachos” cargados de mercancías de aquella enti­
dad, sillas de montar y otros avíos o aperos de este género,
o sea la ancheta de que me habla en pintoresca y linda carta
José Rubén Romero. Además de la ancheta vendían algunas
acémilas y con las que les quedaban volvían a su tierra lle­
vando grandes cargamentos de cacao. En Cárdenas se cele­
braba el 13 de junio, San Antonio; en Huimanguillo, el Cuar­
to Viernes; en Macuspana, el 15 de mayo, San Isidro Labra­

59
dor: en Tacotalpa, el 15 de agosto, la Asunción; en Atasta,
el 20 de enero, San Sebastián, y también el Cuarto Viernes;
en Tamulté de las Barrancas, el Tres Viernes y así sucesiva­
mente en todas las poblaciones del Estado. En capítulo espe­
cial daré a conocer las fiestas titulares de las cabeceras mu­
nicipales y algunos otros tópicos no menos interesantes, como
son las etimologías de los nombres de tales poblaciones y los
apodos o sobrenombres de los nativos de cada uno de esos lu­
gares, datos de sobra conocidos para la mayor parte de los
tabasqueños, pero que, como quiera que sea, no resultará
nimio ni ocioso consignarlos aquí.
Así también en San Juan Bautista teníamos tres templos:
el de Santa Cru?, el de la Punta o la Concepción y el de Es-
quipulas, que era la catedral. ¡Cuántas cosas podrían decirse
de estas iglesias si nuestra memoria nos ayudara! Pero han
pasado tantos años, han ocurrido tales acontecimientos, que
por muy buenos que sean mis deseos y por grande que sea
mi voluntad, tengo de incurrir en olvidos y omisiones. Como
quiera que sea, diré algo de lo que recuerde de estos templos
inolvidables.
El de Santa Cruz hallábase en el barrio de su nombre,
situado entre las calles de la Libertad, hoy Venustiano Carran­
za, al frente; Doña Marina, al fondo, y a los costados Lino
Merino y Pedro Fuentes. En este templo hacíase una fiesta
popular y callejera el 3 de mayo, día de la Santa Cruz; era
propiamente una feria. En ella se pasaba el tiempo en diversos
juegos de apuesta. Se vendían comestibles, refrescos y muchas
golosinas. También había diversiones distintas, sobre todo pa­
ra los niños, como caballitos (carrousel) y otros de este, gé­
nero. La fiesta duraba cuando menos una semana y aquello
era una verdadera romería. Todos los habitantes de la ciudad
se descolgaban en caravanas nocturnas sobre la feria. Y esto
fue durante largos años. Insensiblemente se fue perdiendo la
costumbre que —¿por qué no decirlo?— era de mucha atrac-

60
cíón para la ciudad. Es claro que todo esto era por fuera del
templo; por dentro también el clero hacia su agosto con las
funciones religiosas.
Por lo que hace a la iglesia de la Concepción, ubicada a
espaldas del Palacio Municipal en la calle de la Independen­
cia, también tuvo sus fiestas; pero éstas desaparecieron antes que
las de Santa Cruz. Casi no tengo memoria de ellas, aunque
han de haberse efectuado en diciembre, por el 8, día de la Con­
cepción. A esta iglesia concurrió por algún tiempo la gente
que se consideraba de más distinción en la ciudad, la aristo­
cracia sanjuanera. Y la juventud de entonces, estudiantes en
su mayor parte, aunque poco o nada tenía de creyente, con­
curría también para ver a las muchachas cuando salían de misa.
Pero el templo que para mí tiene más recuerdos es el Es-
quipulas, la catedral, situado frente a la calle de la Constitu­
ción, entre las de Rayón y José Víctor Jiménez. Venerábase
en esta iglesia al Señor de Esquipulas, un Cristo negro cruci­
ficado de ignorada procedencia. Hubo aquí también sus ferias
in illo tempore. Sólo que duraron menos aún que en los otros.
Ninguno de estos templos se distinguió por su arquitectu­
ra. Los tres eran de una sola nave y de una construcción no
diré churrigueresca, sino cursi. En Tabasco no hubo ningún
templo de importancia, fuera del de Jalpa que era de tres
naves y de cierta severidad. Pero, es claro, allá en mi niñez
impresionáronme profundamente los tres de la capital provin­
ciana, sobre todo el de Esquipulas, acaso por ser el de mi
barrio.
No puedo olvidar la sonoridad de sus campanas. A través
clel tiempo y la distancia oigo el alegre repicar de las mañanas,
el de las doce, el de las tres de la tarde, el del toque de queda.
Es claro que para la humana fantasía todas las campanas son
alegres, dulces y sonoras, y no pocas veces sirven para evocar
el pasado y recordar acontecimientos que por determinadas cir­
cunstancias se grabaron en el alma; pero quizás porque esas

61
campanas ya dejaron de sonar para siempre en aquel campa­
nario lleno de golondrinas, quizás por esto las sigo escuchando
por dentro, alegres como entonces, dulces como entonces, so­
noras siempre, quizás por esto también su sólo recuerdo me
entristece.
No puedo olvidar el ronco cencerro de las matracas en los
días de la Semana Mayor. En vez de las campanas oíamos
entonces ese ruido monótono, pesado, sordo, de las matracas,
grandes matracas, matracones que giraban y gritaban en el
atrio de la iglesia durante aquellos días inolvidables en que
con fe o sin ella rendíase culto al Nazareno. ¡Y cuántos de
nosotros, chiquillos de hasta diez años de edad, andábamos
atronando el espacio con matracas de mano!
No puedo olvidar aquellas misas de aguinaldo en que la
chiquillería inconsciente y traviesa, divertíase de lo lindo con
sus cantos mañaneros y sus pitos de agua. Durante esa breve
temporada de diciembre nos levantábamos muy temprano para
coger lugar en la iglesia y hacer el divino escándalo que toda­
vía llevamos, vibrante y sonoro, en el corazón.
Los tres templos de San Juan Bautista, como casi todos
los del Estado, fueron derribados por la campaña desfanatiza-
dora de Garrido. El de Santa Cruz se demolió en su totalidad;
ni los escombros quedaron; en el terreno donde existió sólo
se vieron por mucho tiempo plantas rastreras; pero parece que
ya lo han levantado de nueva cuenta, lo mismo que el de la
Concepción. La fe religiosa, aunque tenue en Tabasco, sintióse
herida y excitada por aquella agresión, y fortalecida por otros
gobiernos tolerantes inició la obra de reconstrucción de los
templos demolidos. Cuanto a la catedral, la demolición no fue
completa, pero lo que del templo quedó se destinó a otras fun­
ciones profanas: es ahora frontón, o qué se yo; lo cierto es
que dentro de las cuatro paredes que sobrevivieron a la des­
trucción ya no hay santos, ya no hay ritos sagrados, ya no
hay liturgias de ninguna clase, ya no se siente el hálito de
Dios.
62
VIII

Algo más sobre el capítulo anterior.— Las ganan­


cias de la venta.— Siquiera como vine.
Insistiendo sobre el punto tratado en el capítulo anterior,
quiero referirme en éste a dos trabajos míos que escribí ha
mucho tiempo: uno, con el título de Las ganancias de la venta,
cuando estuve de maestro de escuela en Tacotalpa, y otro ti­
tulado Siquiera como vine, en esta ciudad de Veracruz. En
el primero hago una rememoración, en forma de cuento, de las
ferias de Santa Cruz en San Juan Bautista, y en el segundo
refiero simplemente una anécdota relacionada con las fiestas
similares que año con año, celebrábanse el tercer viernes de
cuaresma, en el pueblo de Mecatepec perteneciente a la mu­
nicipalidad de Huimanguillo, Tabasco.
El primero dice así:
Las ganancias de la venta.
¡Oh, fugitivas horas del pasado, encantos de mi niñez,
dulces momentos de inocencia! . . . Prestad a mi alma divina
inspiración para volar en alas del ensueño al majestuoso tem­
plo del recuerdo.
Hoy, que la tristeza embarga mi espíritu, esa enorme tris­
teza semejante a la del ave sin nido, quiero pasar al papel un
pasaje de mi vida, sombrío como el boscaje de las selvas, como
el suspiro de los huérfanos, como mis penas y como el propio
dolor de mi alma.

65
Es un cuadro tristísimo, que a medida que el tiempo pasa,
más profunda impresión hace en mi pecho.

* *

Tenía yo ya, si mi memoria no miente, diez años cum-


pflidos, pero era, en verdad, un chiquitín falto de viveza y poco
diligente. Mi padre, postrado en el lecho del dolor a causa
de terrible enfermedad, tenía cerca de dos meses que no podía
trabajar para alcanzar el sustento de la familia. Mi madre,
por consiguiente, se veía en la necesidad de trabajar material­
mente, agotando sus energías, sus esfuerzos todos, para pro­
porcionarse el alimento diario y las medicinas para el esposo
enfermo, pero todo ello con noble resignación.
¡Cuántas veces la hallé triste y llorosa, y al preguntarle
el motivo de su tristeza y de su llanto, me estrechó entre sus,
brazos y me cubrió silenciosamente de lágrimas y besos!
—-No es nada; querido, nada tengo, hijo mío —me decía.
Y me abrazaba cariñosamente.
—V e a ver a tu papá, sigue enfermo.
Así se separaba generalmente de mí la diosa de mi alma,
mi pobre madre, la que vive en mis recuerdos escondida.
Una noche —me parece que fue ayer—, noche de mayo
por cierto en que la entusiasmada romería de Santa Cruz (que
se celebra anualmente en el barrio de este nombre en San Juan
Bautista) estaba en su apogeo, mi madre me mandó a “poner
mesita” a la fiesta, para vender horchata, dulces, hojaldres,
empanaditas y muchas otras cosillas que había preparado para
el efecto.
Me acompañó esa noche Justo, un muchacho menor que
yo, que se había criado en mi casa y a quien yo trataba con
fraternal cariño.

66
Nos colocamos en un lugar a propósito para la venta de
nuestros artículos.
Nuestros ojos se internaban entre el núcleo espeso, com­
pacto, heterogéneo, de la muchedumbre, como buscando parro­
quianos.
Pero nada, ninguno se acercaba a nuestro puesto.
Todos pasaban, dirigiéndonos, tan sólo, miradas de indi­
ferencia.
Gritábamos con todas nuestras fuerzas anunciando nues­
tros dulces, y apenas si nos miraban de soslayo.
Todos pasaban, pasaban.
Transcurrió un instante. ¡Cuánta tristeza embargaba a mi
espíritu!
Mi pobre imaginación se abismaba en las necesidades de
mi hogar, en las inenarrables ansias con que mi pobre madre
me estaría esperando.
¡Cuánta desdicha humana!
De pronto vi que se aproximaba hacia nosotros un “ca­
ballero" de lentes claros como el cristal de los ríos y de faz
roja, notablemente sanguínea.
No podré olvidarlo jamás.
—¡Un comprador! —pensé. Y lo bendije desde el fondo
de mi alma. Iba yo a ofrecerle algo de nuestras golosinas
cuando, sin dejar que terminara, me dijo con voz áspera y
agria:
— ¡El derecho!
Aquello del derecho sonó en mis oídos como un rayo,
como una maldición terrible, y quedé abismado. Pero no tardé
en oir de nuevo el fatídico acento del cobrador, que me decía:
—•Vamos, chiquillo. ¡El derecho, el derecho!
—Señor —le dije entonces—, tenga usted la bondad de
esperarse un rato siquiera: no hemos vendido ni un centavo.
Y como para demostrar la veracidad de mis palabras,

67
saqué el cajoncillo de la mesa, negro y vacío, como su corazón
y como su alma.

—Bueno —me respondió, ya sabes que soh doce reales.
— Pero, señor —repuse—, ¿doce reales? ¡Si es tan poco
lo que tenemos de venta!
—No importa, tienes que pagar doce reales de derecho.
Doce reales, ya lo sabes.
Y se alejó, dejando grabado en mi cerebro, como con un
buril de luego, aquella frase ingrata: ¡Doce reales!
El tiempo fue pasando, y no dejaron de acercarse unos
cuantos compradores a nuestro puesto. Al fin comenzamos a
vender, pero ¡cuán tarde!
Dieron las diez.
V i acercarse de nuevo al caballero de los lentes claros y
de nuevo escuché también su acento aterrador:
—¡El derecho!
No pude más. Tenía que pagar el derecho. Saqué el pro­
pio cajón de la mesita y comencé a contar centavo a centavo
aquella suma. Faltaba uno.
—Un centavo me falta —le dije.
—Bueno, pues búscalo y me pagas.
—Pero si no tengo más, si eso es todo lo que he logrado
vender y además ¡ Un centavo! ¿Qué vale un centavo?
—Pues un centavo es un centavo —me contestó fríamen­
te—. Consíguelo y págame.
En esto apareció un compañero de escuela y tirándome un
centavo, me pidió dos caramelos.
Entonces vi brillar, al través de los lentes claros, los ojos
de aquel individuo, incapaz de clemencia ni bondad, tal cual
si un destello luminoso, el resplandor del oro, lo hubiese des­
lumbrado.
¡Era el centavo! Y no tardé en depositarlo en sus manos.
De nuevo vi vacío el cajoncito de la mesa, y ya eran las
diez, hora en que acostumbraba dormirme. Pero esa noche no

68
me dormiría temprano como de costumbre. Tenía que sacrifi­
carme. ¿No era mayor el sacrificio de mi madre?
Continué vendiendo.
¡Las once!
Una nueva intranquilidad vino a fatigarme. ¡Sentía ham­
bre!
—¿Comeré una empanadita? —me pregunté en silencio—.
No, no la comeré. Serán dos centavos menos que llevaré a
mi madre. Comeré después, si queda.
Y no la comí.
La muchedumbre comenzaba a disminuir; todos se retira­
ban a sus casas, después de haber gozado de los atractivos de
la feria. Sólo yo me quedaba, lleno de tristeza, viendo que aún
no terminaba de vender.
Sin embargo, era ya poco lo que me quedaba, y no des­
mayé. No perdí la esperanza de acabar.
Ya eran las doce.
Por fin, unos trasnochadores se acercaron a mi puesto y
me compraron cuanto me quedaba. ¡Qué alegría!
Corrí, lleno de la más profunda satisfacción a mi casa,
sin pensar siquiera en los estertores del hambre.
Llegué.
Todos descansaban. Mi padre, aliviado un tanto de sus
males, dormía con la tranquilidad del que ignora los sacrifi­
cios de su familia. Y mi padre los ignoraba en efecto.
Pero mi madre ¿dormía? . . . N o . . . M i madre velaba, me
esperaba intranquila, inquieta, temerosa de que me hubiese
sucedido algo.
Comenzó a contar el producto de la venta; yo la veía con­
tento, alegre, satisfecho. Me consideraba un héroe. Ni le dije
del hambre.
De pronto acabó de contar y mirándome tristemente, me
dijo:
—Pero, hijo, aquí te falta . . .

69
—Sí, lo del derecho.
—¡Cómoj ¿Pues cuánto te cobraron?
■—Doce reales.
¡Doce reales! jAy, hijo mío, te han robado!
—¿Me han robado?
—Sí, hijito; te han robado las ganancias de la venta, lo
único con que contaba yo para comprar una medicina de tu
padre.
Y mi madre se echó a llorar a lágrima viva.
¡A h !. . . ¡Cuántas ilusiones desgajadas, cuántos anhelos
desvanecidos, cuántas esperanzas muertas, por aquel injusto
derecho!
Hoy, siempre que asisto a una fiesta como aquélla, que
nunca olvidaré, al contemplar a los chiquillos que se desespe­
ran, que gritan, que agitan sus manos, ofreciendo a los pa­
seantes sus encurtidos, sus dulces y refrescos, siento una tris­
teza enorme, semejante a la del ave sin nido, estremecimien­
tos glaciales que me hacen recordar aquella página fugitiva de
mi infancia.
Y al mismo tiempo me digo interiormente. ¡Cuántas ma­
dres esperarán ansiosas a sus hijos para gozar de la inefable
dicha que proporcionan las ganancias de la venta!
Junio de 1906.

El otro, el que escribí y publiqué aquí en Veracruz allá


per el año del 30, más o menos, y que causó no poco revuelo
entre la clerecía, lo dediqué a la inteligente escritora Rebeca
Merach y dice así:
Siquiera como vine
La prensa local nos da cuenta de que el milagrosísimo
señor de Mecatepec llegó de arribada forzosa a Puerto Méxi­
co, huyendo de la iconofobia que impera en la bella ínsula de
don Tomás Garrido.
Este suceso ha traído a mi memoria un curioso relato que

70
me hizo un buen amigo mío, de origen tabasqueño y que, por
venir a cuento, quiero trasladar al papel para conocimiento del
público lector.
Es Mecatepec un pueblecillo humilde y triste situado a
poca distancia de Huimanguillo, Tabasco. Duerme sosegada­
mente á la orilla de un arroyuelo que corre rumoroso a sus
pies añorando viejas canciones aborígenes. Sus moradores, res­
tos miserables de antigua raza indígena, pasan la vida entre­
gados por entero a la molicie, sin preocupaciones de ningún
género, sin propósitos de mejoramiento, sin conocer aún la luz
divina de la civilización.
En épocas que no guarda la historia, algún fraile diegui-
no o alguna otra persona de esas que gustan de traficar con
la ignorancia humana, inventó la socorrida conseja de que en
Mecatepec había aparecido de la noche a la mañana un santo
milagroso que curaba todos los males físicos de este picaro
mundo, con sólo unos cuantos baños en el suave arroyuelo del
pueblo, otros tantos rosarios y algún pequeño auxilio econó­
mico como es natural para los fieles y resignados varones guar­
dadores del santo. Se instituyó como fiesta titular del pueblo
el llamado "Tres Viernes” y al Cristo aparecido en aquellas
ignoradas regiones de Tabasco se conoció desde entonces con
el nombre de “Señor de Mecatepec".
Con el transcurso de los años la fama de los milagros del
buen santo fue creciendo de punto. Año con año se vio el
pueblecillo de Mecatepec repleto de forasteros de todo T a­
basco y hasta de Chiapas, Campeche y Veracruz. Aquellas
romerías, aunque sin las comodidades del ferrocarril, podían
compararse con las de Lourdes, si bien esta falta de como­
didades inspiraba más piedad para los visitantes por la inter­
minable cadena de penalidades que allá padecían. Pero, en
verdad, las mansas aguas del arroyuelo de Mecatepec recor­
daban la Fuente Milagrosa de la pastora Bernadette.
Allí iban, ansiosos de salud, paralíticos, tuberculosos, pa­

71
lúdicos, sarnosos, sifilíticos, reumáticos, tiñosos. Toda la ca­
rroña humana de muchas leguas a la redonda desfilaba por
aquel ya histórico pueblecillo en enormes caravanas dantescas
que movían a piedad, exhibiendo su miseria en espectáculos
macabros que hoy los partidarios y colaboradores del iconoclasta
y tan discutido gobernante tabasqueño han querido evitar de­
finitivamente, con lo cual han obligado al Señor de Mecatepec
a buscar seguro refugio en Puerto Méjico, donde, según infor­
mes fidedignos, ha sido recibido y tratado, por la gente ca­
tólica, a cuerpo de rey.
Pues bien; cuéntase que hace ya muchos años, cuando la
taumaturgia mecatepecana estaba en todo su apogeo, un hon­
rado labriego padecía reumatismo. A sus oídos llegaron las
maravillas y los prodigios que se contaban de aquel lugar y
pensó en él como único punto de salvación. Acongojado y ado­
lorido llegó paso ante paso, al pueblecillo de los milagros. Lle­
no de esperanza, con toda esa dulce y sana fe de las almas
sencillas, postróse de hinojos ante el Señor de la Salud, nom­
bre con que también se conocía al santo, y le pidió que lo
curase, ofreciéndole todo cuanto es capaz de ofrecer un en­
fermo. Rezó devotamente sus oraciones, entregó el auxilio eco­
nómico de rigor y fue sereno y confiado a hundir su cuerpo
en las aguas sosegadas y cantarínas del arroyuelo.
Por la noche, después del baño restaurador, los dolores
aumentaron; y, al día siguiente, se le declaró uña parálisis tan
intensa y terrible que le fue imposible continuar los baños.
Y lo más grave del caso fue que no podía regresar por sus
propios pies como había llegado.
Fue entonces cuando, pensando en su familia, en su ca­
sita lejana, y presa de la más honda tribulación, desesperado
y afligido, desde su improvisado lecho de dolor, dirigió al
santo de la salud estas muy breves pero elocuentísimas pa­
labras :
— ¡Señor: siquiera como vine!

72
IX

Las escuelas de Tabasco.— La “ Simón Sarlat” .— La


“Porfirio Díaz” .— El truco de Julián.— La “ Manuel
Romero Rubio” .— Mis compañeros en esta escuela.—
El Prof. Ochoa.— Las escuelas de doña Delfina Graja-
les de Rodríguez y de doña Asunción Merino de del Río.
— La de “El Sagrado Corazón de Jesús” . — La de “ San­
ta María de Guadalupe” .— La de “El Verbo Encama­
do”.— La Normal para profesoras.— El Instituto “Hi­
dalgo” .— El Instituto “América” .— La escuela de Gur­
diel.
Voy a referirme en este capítulo a las escuelas de T a­
basco, más bien de San Juan Bautista, de que tengo memoria.
De fijo habré de incurrir en anacronismos, porque no es po­
sible conservar ciertos hechos por riguroso orden cronológico.
Pero es indispensable para mí hablar de este punto, ya que las
escuelas son guardadoras de muchas páginas de nuestras vidas.
La primera de estas escuelas es la “Simón Sarlat”. La
veo todavía en la esquina de las calles de Constitución y Ra­
yón, junto al Obispado. En ella hice casi toda mi primaria
elemental. No puedo olvidar el día de mi inscripción. Mi pa­
dre me había dicho que el director era don Elias, amigo suyo.
Pero cuando me presenté en la escuela y vi a un individuo
que a mí me pareció viejo y que sólo tendría cuarenta años
de edad, de grandes bigotes negros, barba poblada y calvo,
sentí ganas de salir corriendo. Yo estaba en la creencia de que
me iba a encontrar con don Elias Díaz, y por esta causa la
presencia del pobre director que era don Elias Aguilar, un
maestro empírico, desconocido para mí, me desconcertó. Como
quiera que sea, me quedé en la escuela y en ella estuve no sé
cuánto tiempo ni recuerdo a nadie de mis compañeros, a no
ser Fernando y Eduardo Rovirosa, hijos de El Sabio Rovirosa,
como llamábamos al insigne botánico tabasqueño, de los cua­
les el segundo, muchacho aún, murió .ahogado en el río Gri­
jalva, y el otro estudió medicina, aunque nunca llegó a obtener
75
el título. Recuerdo también a un compañero a quien llamába­
mos Roñinga, porque tenía el rostro marcado por las viruelas
y al cual, más tarde, ya hombre, lo vi como soldado en la
Guardia Nacional que comandó el llamado coronel don Ni­
colás Pizarro Suárez. Poco tiempo después fue director de esta
escuela el profesor veracruzano Enrique Peña que contrajo ma­
trimonio con Luisita Correa Merino hija del famoso abogado
don Límbano Correa. No sé cuánto tiempo habrá estado en
la dirección de la escuela el maestro Peña. Sólo recuerdo que
cuando yo había salido ya de ella fue director de la misma
don Ismael Christén, también profesor veracruzano de la Nor­
mal de Jalapa-Enríquez. Posteriormente a la muerte de Chris­
tén, ocurrida en el año de 1902, diversos maestros tabasqueños
ocuparon la dirección de esta escuela: Jesús Caraveo, Macedo­
nio Rivero y otros más. Guardo de esta escuela, como rica pre­
sea, un ejemplar del segundo libro de Mantilla. ¡Cuántas ve­
ces, en el silencio del hogar y a solas, he hojeado este libro
con profunda emoción! Casi todas sus ilustraciones están ilu­
minadas por mí. No pocas veces he repasado sus lecturas:
Las malas compañías, La onza de oro, La niña del vigía, Vol-
tamad y su caballo, El deber de perdonar. Todo ello, lindísi­
mo. ¡Qué inmenso poder de evocación tienen estas páginas!
En ocasiones siento como un temblor de lágrimas en las pes­
tañas.
La “Porfirio Díaz”, también de enseñanza primaria ele­
mental como la anterior, estaba ubicada en la calle de Hidalgo.
El primer director de quien guardo vaguísimo recuerdo es don
Francisco Basterrechea, empírico también, como don Elias,
pues en aquella época Tabasco carecía de maestros titulados.
Contábame Julián Urrutia’Burelo, hoy abogado insigne, alum­
no de aquella escuela, que Basterrechea era un maestro cha­
pado a la antigua, el verdadero dómine de la palmeta clásica,
terror de los chiquillos a quienes tenía siempre con el alma en
un hilo, porque por quítame allá esas pajas los castigaba con

76
inusitada rudeza. Contábame Julián que para no sentir los la­
tigazos protegíase las posaderas metiéndose colchones de vi­
ruta entre carne y calzones hasta que se le descubrió el truco.
Después del viejo Basterrechea, fue director de la “Porfirio
Díaz" un profesor, acaso compañero de Peña, de apellido
Vásquez, quien valiéndose del violín que sabía tocar, ense­
ñaba los coros escolares. No tengo idea de haber sido alguna
vez alumno de esta escuela, aunque me parece que sí, porque
algo recuerdo de don Pancho Camelo que fue ayudante de
la misma, la cual posteriormente fue dirigida por los profeso­
res normalistas veracruzanos, José Ochoa Lobato, Luis Gil
Pérez y José Manuel Ramos, Crisóforo Mojica que era de la
escuela Laubscher, y después por Francisco J. Santamaría.
La escuela "Manuel Romero Rubio" era de enseñanza su­
perior. Era, por decirlo así, la antesala del instituto "Juárez”.
El primer director de que tengo memoria fue don Pedro Co-
yula, normalista veracruzano, a quien sólo conocí de nombre,
pues yo ingresé en ella el año de 1895 cuando la dirigía don
Ramón Moctezuma. ¡Qué de cosas podría decir de las aulas
inolvidables de la Romero Rubio! Eran profesores ayudantes
Eusebio G. Castro P., Arturo F. Tapia, Adán Zentella, José
Asunción Llergo y el eminentísimo don José N. Rovirosa. De
los compañeros que tuve en esta escuela sólo recuerdo a Julián
Urrutia, Jesús Pompeyo Abalos, José Ibarra, Eduardo Pedre­
ro, José Guadalupe Concha, Rafael y Alejandro Giorgana, Ciro
P. Morales, Gustavo Sosa, Francisco de la Guardia, Carmen
Sánchez Magallanes, Carlos Castillo, Antonio Hernández Fe-
rer, Félix F. Palavicini, Gregorio Castellanos, Gustavo y Vicente
L. Meló, Raúl Mendoza y Adolfo Payán, de los cuales unos per­
tenecíamos al quinto y otros al sexto año. Poco duró en la di­
rección de esta escuela don Ramón Moctezuma. Lo sustituyó
el profesor normalista veracruzano José Ochoa Lobato (año
de 1896) quien, a mi juicio, —lo he dicho ya en otras ocasio­
nes— fue el más pedagogo de cuantos llegaron a Tabasco

77
procedentes de Veracruz. ¡Qué manera de enseñar! ¡Qué dic­
ción tan clara la suya! ¡Qué recursos tan bonitos para la trans­
misión del conocimiento! Nunca sabré expresar la inmensa
gratitud que siento aún y sentiré mientras viva por este mentor
incomparable. Ochoa se casó en Tabasco y murió hace algo
más de un año en la ciudad de Orizaba, poco tiempo después
de haber recibido una medalla de oro con que el Gobierno de
la República premió sus relevantes méritos de educador. Des­
pués de Ochoa Lobato siguieron en la dirección de la escuela
“Romero Rubio” varios maestros de los que sólo recuerdo a
Santamaría. De esta escuela guardo también mis recuerdos.
Conservo todavía la Historia de Méjico, por don Julio Zárate,
el libro de Geografía por García Cubas, empastado por mí y
algo más interesante que cualquier libro; un cuaderno manus­
crito cuya portada dice: “C U A D ERN O de Fisiología e Hi­
giene. Propiedad de Rafael Domínguez. San Juan Bautista.—
Tabasco”. Esta portada fue mandada imprimir • —con excep­
ción, es claro, del nombre en cada caso— por Gustavo Sosa
que era uno de los riquitos de la escuela. Se dió tono obse­
quiándonos a todos con estas portadas para nuestros cuadernos
manuscritos. El pobre Gustavo murió hace muchos años.
De las escuelas oficiales para niñas no recuerdo sino la
que dirigía doña Delfina Grajales de Rodríguez que estuvo
mucho tiempo en la calle de Zaragoza, esquina a Rayón, y la
llamada Escuela Central que por algún tiempo dirigió doña
Asunción Merino de del Río, que, si mi memoria no falla, estu­
vo en la calle de Juárez.
Por lo que hace a las escuelas religiosas —católicas to­
das— recuerdo la de "E l Sagrado Corazón de Jesús”, donde
tanto yo como Julián Urrutia estuvimos una temporada, ubica­
da en la bajada de Lerdo e Hidalgo, frente a la oficina de don
Polo Valenzuela; la de “Santa María de Guadalupe”, adon­
de asistían los niños “bien” de la ciudad, ubicada en la calle
del 5 de Mayo, de cuyos alumnos sólo recuerdo a Salomón

78
Herrera, César y Tomás Casasús, Pepe y Carlos Hernández
Ponz, Manuel y Daniel Gurría Urgell, Femando López, Car­
los A. Vidal, Juan Pizá Martínez, Federico Martínez de Esco­
bar, Toñico Pomar y Juan Fernández Veraud. Fue director
de esta escuela el P. don Francisco Díaz. Y también hubo una
escuela de esta índole para niñas que se llamó de “El Verbo
Encarnado’’ situada en la primera avenida del Grijalva, casi
contigua a la casa de don Pánfilo Maldonado.
Finalmente, ya en los albores de este siglo, por decreto
de 21 de mayo de 1904, durante la administración de don
Abraham Bandala, y con la eficaz colaboración de don Arca­
dio Zentella, Director General de Instrucción Pública, se fun­
dó la Escuela de Enseñanza Superior y Normal para Profeso­
ras, que se estableció en la calle del 5 de Mayo, en la casa que
entonces era de don Francisco Herrera. Fue directora funda­
dora de esta gran escuela la profesora veracruzana María Ino­
cencia Galván, más tarde esposa del profesor José Manuel Ra­
mos; y entre las alumnas fundadoras recuerdo a Adelina Mar­
tínez Chablé, María Dolores Pérez, Liboria. Payán, W ence y
Cecilia Reyes, Celerina Oropeza, María Urrutia, Concepción
Sarrate, Maria Granados, Ana Galguera y Rita Escobar. Y
Adelina, la inmensa Adelina Martínez Chablé, tan inteligen­
te, tan agradable, de tanta, personalidad, fue quien sustituyó en
la dirección de la escuela a la señora Galván de Ramos. Por
desgracia en el año de 1919, según asienta Bernardo del Agui­
la, desapareció este enorme centro de enseñanza que, con el
Instituto Juárez, esparcía la luz divina del saber por todo el Es­
tado, puesto que de todo Tabasco llegaban señoritas, ansiosas
de luz, a nutrirse en sus brillantes aulas.
También hubo en los comienzos de este siglo, entre 1900
y 1901, dos centros escolares importantes fundados por el
Prof. Luis Gil Pérez, normalista veracruzano: el Instituto “Hi­
dalgo” y el instituto “América”. En el primero se impartía en­
señanza primaria hasta el sexto año, y era para varones; en el

79
segundo para niñas, impartíase también igual enseñanza, pero
además su fundador tuvo el propósito de que en él se impar«
tiera enseñanza normal pedagógica hasta llegar a obtener
las señoritas el título de profesoras. El instituto “Hidal­
go” estuvo ubicado en la calle del Cinco de Mayo y fun­
cionó, aún después de muerto el profesor Gil Pérez, bajo
la dirección del también normalista Gonzalo del Angel Cortés;
después desapareció. El instituto “América” se fundó en la
calle de la Libertad, hoy Venustiano Carranza. Fue de muy bre­
ve duración, porque dejó de tener importancia desde la funda­
ción la Escuela de Enseñanza Superior y Normal para pro­
fesoras de qué he hablado ya. En el instituto “América” co­
nocí como directoras, primero a doña Concepción Colina T e-
11o y después a Marina Cortina.
Hubo también una escuela de carácter laico fundada por
el cura Gurdiel de la que fue subdirector Alfonso Caparroso.
No recuerdo su nombre ni la fecha en que desapareció. (1)

( i ) — Se llamó “ Instituto Híspano-Tabasqueño” . (Gurdiel, ex-sacerdotc jesuíta, re­


negado, era español). Lo vendió a Caparroso, que le cambió el nombre que tenía por
el de “ Instituto Tabasqueño” . Desapareció en 1913, cuando Caparroso tomó parte ac­
tiva en la Revolución Constitudonalista. (F . J . S .)

80
X

Los fígaros.— D. Eulacio Barrientos.— Polo Her­


nández.— D. Albino Notario.— Antolín Briceño.— Mel­
quíades Rueda.— Pancho Sáenz y Amando Méndez.—
Tomás Hernández.
No puedo dejar de hablar de un gremio asaz interesante
y simpático, lo mismo en San Juan Bautista que en todo el
mundo, gremio que se distingue por su tendencia al chiste, al
cuento, a la chismografía, si bien con sana intención y acaso
con el único fin de entretener al cliente mientras se halla bajo
la tremenda amenaza de sus tijeras o de su navaja. Me re­
fiero, claro está, a los fígaros, barberos, peluqueros o rapistas.
Por supuesto que no hablaré de todos los que hubo en mi
época ni de los que hubo después, porque no es posible recor­
darlos a todos. Pero mencionaré a los que fueron mis amigos o
conocidos, algunos de los cuales ya no existen.
Vagamente recuerdo a don Eulacio Barrientos como uno
de los fígaros más destacados de la ciudad. Hombre bien pa­
recido: blanco, ojos azules, de buen trato y correcto en el
vestir. Una congestión cerebral lo dejó hemipléjico para toda
la vida, con grave lisiadura no sólo corporal sino intelectual.
¡Cuántos años lo vimos vagar al infeliz por las calles de San
Juan Bautista arrastrando una pierna y apoyado en un bastón
de tagua, como le decía la gente en son de burla para eno­
jarlo!
Hubo en la calle de Hidalgo un rapista de estos, llamado

83
Polo López, ( 1 ) Desde que lo conocí estaba picado de tuber­
culosis pulmonar. Acaso por esta circunstancia su aspecto era
triste y macilento, si bien bonachón y atento con sus parro­
quianos. Flaco, pálido, de poco cuerpo, caído de hombros y
curvado de espaldas. No tengo idea de la fecha en que murió.
No puedo olvidar a don Albino Notario ni me es dable
precisar el sitio en que estuvo su peluquería. (2) Recuerdo, si,
algo su figura: de mediano cuerpo, un poco gordo, color tri­
gueño claro, pelo abundante y negro, espeso y negro el bigo­
te. Ayudábase burocráticamente, pues con frecuencia lo vi ac­
tuar como juez de paz. Como pasante de peluquero tenía a An-
tolin Briceño, a quien tanto Julián como yo le teníamos cierta
ligera envidia, no precisamente por sus aptitudes barberiles,
sino porque tenía especial competencia para tocar el bombo y
los platillos en la banda de Benito Corzo, en las corridas de toro.-.
Por cierto que doña Teresa, la madre de Julián, oyéndonos ha­
blar del caso, nos decía con naturalidad y llaneza, ingènuamen­
te, que cómo era posible eso si nosotros sabiamos música y An-
tolín no. Pequeñeces que no podemos olvidar. D. Albino No­
tario ha mucho tiempo que pagó su tributo a la madre tierra.
Respecto a Antolín no sé si vive aún, ni si continúa tocan­
do tan bien, como entonces, el bombo y los platillos. (3) Ten-

(i) De Polo López hai que recordar los “ bailezotes” que hacíamos, hasta en mí
tiempo (un poco posterior al de Rafael Domínguez), en su oasa de la calle de O cam­
po, en “ La Punta” . Polo i sus dos rollizas i hermosotas hermanas, que no podemos ol­
vidar los estudiantones de entonces, con jentileza mui de la ¿poca, con honesta largueza
i cortesía que nosotros nunca correspondimos con la bajeza que hoi suele estilarse entre
algunos del gremio, se sentían halagados i honrados con la asistencia i la presencia es­
tudiantil en su casa i nos colmaban de dicha solamente al hartarnos hasta sacar la tripa
de mal año; pero sin que jamás por nuestra parte violásemos la confianza i la largueza
familiar de aquellas jentes humildes i honradas. (F. J. Santamaría.)
(a) . La peluquería del maestro Albino Notario estuvo en la plazuela de “ El Agui­
ja**, dando frente a la bocacalle de Villahermosa. (F. J . Santamaría.)
(3) Vive Antolín Briceño (a) “ Venenito” , su vida discreta i callada. Con su
sombrero carrete, que fue blanco en los días en que don Alejandro Sartori, el fornido
i musculoso relojero italiano, l’arugó (a “ Venenito” ); su chaqueta que sigue la tra­
dición de ese mismo blanco; i sus pantalones negros (queremos decir verdes), puede
vérsele sin falta noche a noche “ dar vueltas’ * en la Plaza de Armas, tomar su helado

84
go para mí que alguien me dijo que vive en la calle de Zara­
goza.
Melquíades Rueda era otro barbero de aquella época, que
tenia su taller en la calle de Hidalgo, como Polo López. En
ocasiones fui su cliente, porque siempre me trató con especial
estimación. En el año 33, cuando volví a Tabasco después de
19 años de ausencia, todavía seguía su oficio de rapista. Lo
visité, entonces. Charlé con él un buen rato. Recordamos los
años mozos de nuestros buenos tiempos. Su barbería estaba
aún en la calle de Hidalgo. ¿Vivirá todavía? Creo que sí. (1)
En la calle de Reforma, entre las de Aldama y Juárez es­
taba la barbería de Pancho Sáenz. Bueno. Es lo que me parece
sin poderlo asegurar. Lo cierto es que a esta barbería concu­
rría lo más distinguido de la ciudad. Era, cuando menos, la más
cara. En todos los lugares de esta clase distínguese por lo ge­
neral alguno de sus operarios, bien por su educación, bien por
su competencia, bien por su carácter. En esta peluquería dis­
tinguíase no sé por qué circunstancia —sólo recuerdo que era

de guanábana i marcharse a casita mui al punto de las diez, juntamente con el tropel
de chicas que a esa hora corren a domicilio, al son de “ el andaré te” de la banda del
Estado. (L’ aruguc — lo arrugué— fue término que Sartori dijo en la Jefatura de Po­
licía — 1904— cuando citado allí, “ Venenito” lo acusaba de haberle “ golpeado” .
Sartori, que por su musculatura “ convincente” i “ destruyeme” , había sido conminado
por el propio Jefe Político a no dar un golpe a nadie, sino en caso de peligro de
muerte, al escuchar la acusación de “ Venenito” , sonrió frente al Jefe i le dijo: “ Señor
¿cómo la voi a pegar a Venenito? ¡N o más l’arugué” I al arugarlo, achatándole la
estatura desmedrada por cierto, al sentarle la mano en la cabeza, por vengar una ofen­
sa callejera, mui propia de aquellos tiempos, “ la trompetilla” , de .las cuales una le
disparaba “ Venenito” diariamente al italiano bonachón al pasar por la puerta de su
peluquería. (F. J. Santamaría.)
ii) Vive también Melquíades Rueda i tiene su barbería. Viejo ya, no ejercita las
tijeras del oficio, pero tal vez sí las del “ beneficio” . Soñando en “ redimir” a Nacajuca,
su pueblo; proyectando el desagüe t la desecación del municipio, es feliz en su risueña
vejez de nevada cabeza, aunque no olvida todavía ni deja de cobrarme, por cierto, la
“ pelada” o la “ rapada” que diz que le quedé debiendo desde aquellos días de la brujez
estudiantil. Melquíades pertenece al adorable escuadrón de los viejos i venerados arte­
sanos que fueron espejo de virtudes i ejemplo de honor para los jóvenes de mi jen©-
ración del principio de siglo, i siguen por lo mismo siendo respetables para nosotros.
En el mismo lugar de la calle de Hidalgo está la vieja peluquería de Melquíades, dooda
no sabemos si nos tomó o le tomamos el p e lo ... con el fiado. (F. J. Santamaría.)

85
casi un buen mozo— Amando Méndez. Este era el que aba­
rrotaba la clientela. Y o nunca asistí a la peluquería de Sáenz.
No sé si alguna vez lo traté. Recuerdo sólo la buena (ama de
que gozaban tanto él como Méndez. Tampoco sé si viven. No
en vano corre el tiempo sin detenerse, sin hacer escalas. Aun­
que me parece que Amando es el único superviviente.
Pero, en verdad, el peluquero que no he podido olvidar,
a pesar de los años transcurridos desde aquellos lejanos días,
hasta hoy, es Tomás Hernández. Tenía entonces su barbería
en la calle de Constitución, entre las del 5 de Mayo e Hidalgo.
Mi estimación para Tomás venía de nuestra vecindad, pues
vivíamos ambos en la calle de Zaragoza, es decir, éramos com­
pañeros del mismo barrio. Además, tocaba la flauta, como yo,
y tenía ribetes de compositor, sólo que, aún sabiendo música,
no podía escribirla. ¿Falta de disposición? ¿Falta de dedica­
ción? Falta de solfeo? No acertaría a decirlo. La verdad es que
en aquellos días de mayor penuria para mí —era yo estudian­
te del instituto “Juárez”— nos ayudábamos mutuamente. Yo le
escribía su música y él me cortaba el pelo, sin cobrarnos nada.
¡Qué tiempos aquellos que no se pueden olvidar! En el año 33
visité a Tomás, como tenía que ser. Su barbería se había tras­
ladado a la primera avenida del Grijalva. Charlamos de lo lin­
do. Recordamos con emoción aquellos días que, al menos pa­
ra mi, se fueron para siempre. Me afeitó como antaño, sin co­
brarme nada, aunque en esa ocasión yo no le escribí ninguna
de sus composiciones. En abril del año anterior (1948), en
viaje a Mérida, me detuve dos días en Villahermosa. No pude
ver a muchos amigos de mis mocedades, pero a Tomás, que ya
no tiene barbería, sino que trabaja como ambulante, según me
informaron, me lo encontré como flauta de la Banda del Es­
tado.
Podrá no pelar, pero todavía toca el hombre. ¡Con qué
gusto lo estreché en mis brazos!

86
XI

Las fiestas de Atasta y Tamulté.— Los coletos de


Chiapas.— La jondura cocida.— La conserva de Jalpa.—
El pozol y el chorote.— Chúa Gaspar.
¿Todavía se celebrarán aquellas fiestas tan animadas de
Atasta y Tamulté de las Barrancas? No lo sé ni he querido
indagarlo. Aquel 20 de enero (San Sebastián) y aquel Cuar­
to Viernes de Atasta, y aquel tres Viernes de Tamulté no pue­
den borrarse devmi memoria. A esas fiestas fui desde niño,
a pie en un principio, y en carritos de tracción animal, des­
pués, cuando se estableció este servicio. Como un sueño re­
cuerdo que los tranvías de Maldonado tuvieron primero su es­
tación en Tapijuluya, entre la Ceiba secular y Atasta, y po­
co tiempo después se prolongó la vía hasta este pueblo. Poste­
riormente tuvimos, además, la línea que llamamos de Nieto,
la Compañía Industrial de Transportes, que algún tiempo re­
genteó don Alberto Correa y que se extendió hasta Tamulté.
Pues bien, el 20 de enero, fecha en que en Tabasco se
inicia el carnaval, y el Cuarto Viernes celebrábanse en el pue­
blo de Atasta, que más tarde fue Villa Atasta de Serra para
honrar la memoria de don Felipe J. Serra, prohombre de T a ­
basco, celebrábanse, digo, las fiestas titulares de ese lugar, como
el Tres Viernes celebrábase en la de Tamulté de las Barran­
cas, dos poblaciones inmediatas a Villahermosa que, aunque
no prosperan mucho en realidad, por razón del incontenible
progreso material van uniéndose poco a poco a aquella ciudad.
Estas fiestas eran muy concurridas. Llegaban a ellas gen­
tes de todas partes, pero principalmente, es claro, de San Juan

89
Bautista. Hasta los famosos coletos de Chiapas asistían, con
sus huacales repletos de cajetas, confites, anisillos el llamado
"pan coleto” y aquella curiosa producción de su incipiente y
rudimentaria industria: zapatos, guitarritas, trepatemicos, jui-
chijuichis y qué sé yo cuántas cosas más que no recuerdo. Lo
cierto es que todos nos divertíamos con esta gente arribeña,
sobre todo con los chamulas que hacían de bestias de carga,
hombres fuertes, sin duda, indios de raza pura, semidesnudos,
ignorantes del idioma español, cubiertos apenas con una espe­
cie de cuzma ordinaria y cochambrosa de lana o algodón. En
aquella época este pobre indio ganaba un real diario por todo
jornal y se alimentaba de alcohol, chile y maíz. Habia que ver
a estos infelices cómo después de deshacerse de la carga que
conducían a la espalda, tumbábanse en el mullido suelo al­
fombrado de verde grama y colocados con la cara al cielo, sa­
cudíanse, como se sacuden ni más ni menos las verdaderas
bestias, después de larga y dura jornada. La vida me ha ale­
jado de aquellas fiestas, pero francamente me gustaría verlas
de nuevo y ver también si todavía concurren a ella los chamu­
las, el indio irredimible por antonomasia.
Todavía han de vivir muchas personas de las que asis­
tían a las mencionadas fiestas titulares de Atasta y Tamulté,
y es claro que no me dejarán mentir. Podré pecar por defecto,
nunca por exceso. Esto es, me quedaré corto en la narración,
por falta de memoria, pero no inventaré nada, no hablaré de
nada que no haya pasado por mis ojos ya tan empañados por
la incontenible acción del tiempo.
Lo que todavía sigo saboreando a través de los años
transcurridos, de entonces acá, es aquella "jondura" cocida
y saladita, tibia aún, que comíamos sobre todo en Atasta. Se
me hace agua la boca -de sólo pensar en ella. De fijo habrá
otras ciruelas de superior calidad, pero el delicioso sabor que
de niños sentimos al paladear la jondura de Atasta, ése, con
el correr del tiempo, se hace cada dia mejor, incomparable, in­

90
superable. Esto es natural. Las cosas que se nos grabaron pro*
fundamente en nuestra niñez no se borran ni se olvidan nun­
ca. No sólo esto, sino que nos parecen mejores que todo cuan­
to después hemos visto y saboreado. Por algo dijo el inmenso
don Jorge que todo tiempo pasado fue mejor.
¿Y aquella conserva de Jalpa o Nacajuca? No la he vuel­
to a comer. Estaba hecha de naranja, de toronja o de cidra,
en tajadas cubiertas de una masilla blanca azucarada delicio­
sa. Había también el conocido dulce llamado de Torno Lar­
go, pero de distinta calidad, con su poquillo de miel de pane­
la y sus trocitos de coco.
Témanse tales dulces con pozol o chorote, cosas distin­
tas, aunque ambas son bebidas comunes y corrientes en T a ­
basco. El pozol o pozole (también posol) es, según Santama­
ría, “la bebida peculiar de la gente pobre y del trabajador cam­
pesino y el indio; masa del nixtamal reventado, molida en
grueso, que se bate en agua fría en jicara; es desabrido, pero
refrescante y nutritivo: tómase también agrio o fermentado por
el calor natural, después de uno o más días con sal, pimienta
y aún chile”. Y en cuanto al chorote, según el mismo autor,
“es bebida preparada en frío con maíz cocido, cacao tostado y
molido, pudiendo llevar además azúcar; propiamente es el po­
zol con cacao".
En las dichas fiestas vendian el pozol y el chorote ven­
teros ambulantes, muchachos menores de hasta doce años, más
o menos, de edad, que llevaban una u otra bebida en jicaras o
cocos labrados, en yaguales de pié o de piernas, utensilios asi
llamados por estar aderezados con tres hilos o cordelitos como
de medio metro que se anudan en el extremo superior, preci­
samente por donde los llevan suspendidos los vendedores. Ig­
noro si todavía existen estos yaguales que entonces se usaban
por comodidad y para evitar que el sabroso liquido se derra­
mara.
La feria propiamente se efectuaba fuera de la iglesia, a

91
sus lados y sobre todo enfrente de ella. Allí se vendían golo­
sinas de todas clases: dulces, tamalitos, chicharrones, encurti­
dos, refrescos varios como horchata y chía, además de las va­
riadas ventas que llevaban los comerciantes de fuera del Es­
tado, como los coletos de Chiapas. En estas fiestas no falta­
ban los juegos de azar, como la ruleta, el chingolingo y otras
mil trampas del ingenio humano en que caíamos víctimas de
nuestra candidez infantil o pueblerina.
Estas fiestas de Atasta y Tamulté eran de un solo día.
Las de Tres Viernes y Cuarto Viernes que, como sus nombres
lo indican, eran cuaresmales, tenían además los cencerros de
las matracas y otras manifestaciones externas propias de su
naturaleza. Las funciones religiosas se solemnizaban con mú­
sica sacra que ejecutaba alguna pequeña orquesta. Casi siem­
pre mi padre tocó en ellas y aun escribió e instrumentó mi­
sas y otras obras de este género.
Pero lo que nó puedo olvidar, a pesar de los años trans­
curridos, es aquel perfume que sentíamos en las iglesias, pro­
ducido por el guayapul o yaguapul que colgaban de las vigas
de las iglesias, perfume delicioso, exquisito, agradabilísimo que
se esparcía como una ola invisible por la única nave del tem­
plo y trascendía hasta el exterior, de tal manera que, después
de algo más de media centuria, todavía me parece sentir de
tiempo en tiempo, sobre todo cuando llega la cuaresma, aque­
lla fragancia embriagadora, inolvidable, inconfundible.
Mucha de la gente que concurría a estas fiestas regresa­
ba a pie a la antigua San Juan Bautista. La distancia es tan
corta —tres o cuatro kilómetros— que no se hacía pesado el
camino, antes bien era agradable regresar comentando las dis­
tintas peripecias del dia.
Hoy los indios tamultecos y atastecos, sobre todo estos
últimos, han desaparecido. La afluencia de la sociedad sanjua-
nense que se fue trasladando principalmente a Atasta, donde
construyó sus residencias o simples casas de asueto o de re­

92
creo para pasar vacaciones, hizo que los indígenas de estos
lugares se fueran alejando poco a poco hasta desaparecer por
completo, a tal grado que ya no se encuentra a un C húa G as­
par, por ejemplo, ni para remedio.

93
XII
Las hetairas de San Juan Bautista.— Jova, Lola, Na­
talia, Herlinda, Chana, la Cucarachita, Amadita Mora­
les, La Negra Evarista, Laura Concepción, Aurelia,
Flavia, Flora.— La calle de Rosales.
Sería verdaderamente injusto, injustísimo, pasar por alto
en estas páginas, tendientes a recordar lo que ya se fue para
siempre, algo que por haber contribuido a alegrar nuestra tris­
te vida merece cuando menos un recuerdo piadoso. Me refiero
a aquellas pobres mujeres que nos hicieron sentir los primeros
orgasmos de la vida: Jova, Lola, Natalia, Herlinda, Chana,
la Cucarachita, Amadita Morales, La Negra Evarista, Laura
Concepción, Aurelia, Flavia, Flora.
Pobres mujeres alegres que, cumpliendo una misión en la
vida, pasan por ella casi siempre sin dejar un recuerdo, un
cariño, una historia, una huella, ¡nada! Pasan como un me­
teoro de pobre y pálida luz. ¿Quién piensa en ellas? ¿Quién
las recuerda con un poquito de conmiseración siquiera? A du­
ras penas pensarán de tiempo en tiempo en ellas, y esto con
cierto solapado rencor, los que por ignorancia o descuido han
sido después víctimas de dolores fulgurantes y quedaron mar­
cados para siempre por la espiroqueta pálida. Justo es, pues,
dedicarles alguna página fugaz en estas remembranzas; unas
cuantas líneas; unas breves palabras; algo que sirva para per­
petuar sus pobres nombres mancillados por la vida misma, y
para evitar que caigan para siempre en el negro pozo del ol­
vido aquellas inquietantes caricias que, en nuestras lejanísi­
mas mocedades, nos fingieron y nos vendieron.
En la pantalla de mi imaginación pasa, como cinta cine­

97
matográfica, la calle de Rosales. ¿Tiene todavía este nombre?
No lo sé, pero ¿quién de mis contemporáneos habrá podido
olvidarla? El nombre del héroe no se habrá honrado mucho
que digamos con aquella calle destinada a las “mujeres ale*
gres”; pero, en cambio, de fijo, el de ningún otro prócer de
los anales patrios ha sido tan pronunciado, tan repetido, sobre
todo tan recordado con cierta nostalgia, con extraña triste-
dumbre, como el del general Rosales. Toda la juventud in­
consciente, inexperta o loca de San Juan Bautista vació sus
liviandades libidinosas en aquella urbe sórdida, sombría, atra­
yente, como las sirtes sonoras y espumadas de las sirenas.
Con todo esto, y aunque parezca extraño, de las mujeres
encasilladas en la calle de Rosales no me vienen a la memo­
ria más que Jova, Lola, Natalia y Herlinda. Jova era trigueña;
sus veinte años floridos, su cuerpo oloroso a juventud, sus ojos
negros, su cuerpo todavaí no tan manoseado por las epilepsias
del vicio, hacíanla pasar por un tipo de primer orden en su
clase, por lo que se llama una buena moza; Lola era esbelta,
vibrante, acaso demasiado viciosa, pero simpática y alegre
como un cascabel: Natalia fue la predilecta de los estudiantes
por los años del 93 al 94, según dato que me da Ramón Be­
cerra; Herlinda era blanca, sonrosada mejor dicho, de pelo
quebrado castaño, con un lunar en la mejilla derecha, de alma
bohemia y generosa, que también en esta pobre gente se halla
no pocas veces elevación espiritual.
Fuera de la calle de Rosales, destinada exclusivamente a
las profesionales, habia por aquí o por allá una que otra de
las que vendían su amor, como si dijéramos, a hurtadillas, no
precisamente con recato, que es prenda noble del espíritu,
sino más bien con cierta coquetería más o menos estudiada
que daba a sus caricias algo así como un sello de preferencia.
Entre las de esta clase recuerdo a Chana. Nunca le supe
el apellido. Por Chana la conocí siempre. Era de Atasta; una
india blanca. Bueno, casi blanca. Muy codiciada, eso sí. La

98
imaginación no acierta a dar con su casa. ¿Vivía precisamente
en Atasta? O bien, ¿residía en San Juan Bautista? E s esto lo
que no puedo deslindar en mis recuerdos. Pero era una india
blanca y hermosa. Asi la veo a través de los años.
La Cucarachita fué hija de un tipo popular de los que
olvidó en sus Tipos Tabasqaeños Pepe Bulnes, conocido con
el propio mote: Cucarachita. Su nombre era Magdalena y.
como esta bellísima castellana bíblica, amó mucho, de tal guisa
que tal vez ella también haya, sido redimida. No sé si vive
aún. El año de 1933 la saludé en una de las calles de Villa-
hermosa. Después, nunca más. ¡Nunca más!
Amadita Morales fue la más linda de todas; al menos de
las que conocí, de las que recuerdo. La fantasía me la pre­
senta bella, joven, blanca, con óvalo griego, gentil, educada,
de buenas maneras, como que no era de clase inferior. Vivía
en la calle de Zaragoza. Su porte, en verdad, era distinguido.
¿Por qué cayó esta guapa mujer en el arroyo? Lo ignoro.
Acaso haya sido victima de la seducción, del engaño, de la
infamia, o bien •—¿quién lo sabe?— la obligada protagonista
de una historia vulgar, sin más trascendencia que la de haber
ofrecido a la juventud de entonces los adorables besos de una
mujer encantadora. De cierto, ya no ha de vivir. Pero vayan
estas líneas piadosas como un homenaje a su memoria.
La Negra Evarista es, en este género, de los tipos más
interesantes de San Juan Bautista. Era negra, en verdad; ne­
gra de raza. Quizás un poco mezcladita, pero era más bien
negra que mulata. Su pelo era engrifado, casi una esponja.
Era gruesa, de cuerpo bien dado, fuerte, con la arrogancia de
la raza esclava. En suma, era una mujer vulgar. No tenía ni
siquiera el asomo de la belleza de su clase. ¿Qué misterio
había, pues, en esta mujer que, siendo así, ejerció tanta atrac­
ción en los hombres de su tiempo? He aquí el secreto indes­
cifrable. Pero no cabe duda que la Negra Evarista marcó
una época en la historia de las mujeres de la vida airada en

99
Tabasco. Todavía hay personas, de las que merecieron sus
favores, que la recuerdan con gusto, aunque también con cierto
raro asombro.
Laura Concepción fue la hetaira o cortesana más elegante
que por aquellos días conoció la juventud sanjuanense. Tengo
para mí que era oriunda de Huimanguillo. Mas salió de la
provincia y se bañó por algún tiempo en las fuentes impuras
pero embellecedoras de la capital de la República, y, así, trans­
formada por el ambiente oropelesco de la metrópoli, volvió a
San Juan Bautista esparciendo perfumes y esplendores, bien
trajeada, de mucho sombrero —prenda entonces allá inusita­
da— llamando la atención de todo el mundo por el [cu [cu
de sus sedas y el refulgir de sus chapines charolados. Todos
la contemplamos con asombro. No era propiamente bella. Tal
vez más gorda de la cuenta. Blanca. De cara ancha. Pero
era, sin disputa, lo que se llama una mujer elegante y vistosa.
Todos la veiamos con admiración. No pasó inadvertida. Los
que la conocieron de cerca y la trataron en la intimidad del
placer licencioso, de los que todavia quedan no pocos, la re­
cuerdan con cierto morboso deleite.
Y hubo otras más: Flavia, que me recuerda al gran
Chupita; Flora, que me hace pensar en Pompeyo: Aurelia, que
era la debilidad de Bernardo Portas.
¿Y para qué citar más de estas pobres pecadoras? La
Mimí, la Mesalina, la Friné, vivieron en San Juan Bautista
de Tabasco, como en París, como en Roma, como en Atenas,
como en todo el mundo. Vayan estas breves lineas empapadas
de cariño y de sinceridad como el más piadoso y humano tri­
buto a su memoria.

100
XIII

E l parque H idalgo.— E l parque Ju árez.— E l p ar­


que de la P az.— L a Plaza de A rm as.— E l parque T a ­
basco.
No abundó en parques la ciudad de San Juan Bautista. A
deci: verdad, el único parque de aquellos mis primeros y ya
lejaios años infantiles es la vieja Plaza de Armas o Plaza de
la Constitución ubicada frente al palacio de gobierno. Poste-
riornente se construyó el parque Hidalgo, frente a la iglesia
de Isquipulas; el parque Juárez, frente al teatro Merino, y el
párate La Paz, frente a la iglesia de Santa Cruz.
El de Hidalgo es casi una miniatura. Más bien puede
comderarse como una simple glorieta. Siempre fue muy poco
frecentado por paseantes. Y , en verdad, carece de importan­
cia ; atractivo. Cuando existia la catedral, tenía, durante las
fiests religiosas, como Semana Santa o Navidad, alguna con­
currada; pero desde que desapareció por virtud de la tre-
mena y radical campaña desfanatizadora de Garrido Canabal,
ej p?que Hidalgo permanece solo, aislado, silencioso, añoran­
do oros tiempos, vigilando los restos del derruido templo con-
vertñ en frontón desde hace muchos años. Allí está en el cen­
tro e pobre monumento del buen cura Hidalgo, austero y mu­
do, ontemplando silenciosamente a cuantos pasan en el vér-
tigcde sus negocios por la gran urbe de la Constitución.
El parque Juárez se construyó me parece que después,
per de esto no estoy seguro. Durante largos años ha sido
—hiendo que sigue siendo aún— el paseo predilecto para la
llaada alta sociedad de la capital del Estado. En realidad

103
este parque fue, desde un principio, de mucho atractivo. L í
vecindad del teatro Merino, del Cine Club, de la cantina La
Vega de la Portilla y de algún otro lugar de atracción que
no recuerdo, hacía que nunca le faltara concurrencia, sobre
todo por las noches. Tenía y creo que sigue teniendo en el
centro un quiosco de carácter mercantil donde se vendían re­
frescos, helados, cocos de agua, cerveza, cigarros, bombones
y algunos otros artículos propios del lugar. En aquellas no­
ches tibias de San Juan Bautista, la suave brisa del Grijaba,
el río legendario de los aventureros españoles, llegaba a or;ar
la sudorosa frente de los paseantes, a encalmar la pasión tro­
pical de no pocos deliquios de amor, a poner en suma ina
nota de sosiego en el ambiente a veces desesperante del aris­
tocrático paseo. ¡Cuántas veces desde el parque Juárez e:cu-
chamos con delectación algunos números de las zarzuelas que
se cantaban en el teatro Merino! ¡Cuántos amores se inria-
ron en las bancas del parque Juárez en aquellas noches de
luna que nunca se borrarán del alma! ¡Cómo vibran aúnen
nuestros oídos los acordes de la banda de música que aluni­
zaba las horas del paseo! ¡Cuántos recuerdos! Todo lo qu el
tiempo no ha podido llevarse. Todo lo que perdura, impasse,
a través de los años, como las cuatro palmas reales —gar-
dianes olímpicos— que se alzan en el parque para custodíelo
y que en noches calladas y sombrías son como cuatro esec-
tros gigantescos que se elevan con majestad para sacudir:on
sus verdes penachos las basuras del cielo.
Por lo que hace al parque de La Paz, según reza la pea
conmemorativa correspondiente, la primera piedra se coloo el
primero de enero de 1909 por el gobernador del Estado,ge­
neral Abraham Bandala. En el primer peldaño de la estli-
nata que conduce a la parte superior del plano alto del cero
aparece la siguiente breve inscripción: “ 1910”. Lo que h:e
pensar, en primer lugar, que el parque fue dedicado al genal
Porfirio Díaz, conocido también por el Héroe de la Paz;',

104
en segundo lugar, que la obra se terminó en el año en que se
conmemoró el primer centenario de la independencia nacional.
Posteriormente a este parque se le dio el nombre de Ignacio
Gutiérrez para perpetuar la memoria de este caudillo de la re­
volución en Tabasco, muerto en el primer combate que los
revolucionarios libraron con las fuerzas del gobierno en el pue­
blo de Aldama. El parque de La Paz o Ignacio Gutiérrez está
situado frente a la iglesia de Santa Cruz, templo que también
fue destruido por el garridismo, pero que se ha levantado de
nuevo en el mismo lugar. Este parque, como el de Hidalgo,
nunca ha tenido concurrencia. No tiene historia. No tiene tra­
dición. Casi casi la soledad es su única compañera.
En cambio, la vieja Plaza de Armas está llena de his­
toria. Es el parque más antiguo de la ciudad. Hay que recor­
darlo como estuvo a fines del siglo pasado y a principios del
actual. ¿Quién de los que sobreviven de aquella época no re­
cuerda la Plaza de Armas? ¡Qué inmensa! ¿Verdad? Bueno.
Este es, cuando menos, el cocepto que de ella teníamos. Ocu­
paba el espacio comprendido entre el palacio de gobierno, por
un lado; las casas de las familias Casasús, Mestre y Payró,
por otro; por el lado siguiente el palacio municipal y la casa
de la familia Gurría y, por el último lado del cuadro, la cárcel
pública, el claro que después se llenó con una construcción de
Bulnes y la casa de la familia Correa. La plaza toda tenía una
verja de hierro con varillas que parecían lanzas. En el centro
erguíase, esbelta y solitaria, una pirámide simbólicamente re­
matada por un águila con las alas abiertas; y por dentro y
por fuera la resguardaba un verdadero bosque de laureles a
cuya sombra en días de excesivo calor, estudiábamos, soñá­
bamos o pelábamos la pava. Todos los domingos y también
en aquellos días de gran gala -—5 de febrero, 27 de febfero,
2 de abril, 5 de mayo y 15 y 16 de septiembre— escuchába­
mos la banda de música que dirigía el maestro don Guillermo
Eskildsen. La banda se situaba a un lado de la pirámide.

105
Años después se echó abajo la pirámide para levantar en su
lugar un quiosco donde tocaba la música. Creo que durante
el gobierno de Panchito Trujillo desapareció el quiosco para
dar sitio al monumento de la bandera, simbolismo éste que nun­
ca he podido entender, porque para mi es inexplicable eso de
levantar un símbolo para perpetuar otro símbolo. El hecho es
que, desaparecido el quiosco, la música se instala a un lado,
en el mismo sitio en que se instalaba cuando existía la pirá­
mide. En este sitio escuché por primera vez hace pocos meses,
la gran banda que se ha formado bajo los auspicios del go-
biemo del Lie. Francisco J. Santamaría. Pues bien; la Plaza
de Armas de aquellos años idos para siempre es de los sitios
inolvidables de San Juan Bautista. Allí estudiábamos bajo la
fresca sombra de los laureles; alli gozábamos hasta más no
poder en noches de "retreta”; alli hacíamos proyectos y forjá­
bamos ilusiones. A pesar de lo grande de la plaza, ¡cómo se
llenaba de gente en las grandes fiestas patrias! Recuerdo que
una noche de gala —no sé con motivo de qué acontecimiento
de trascendencia— escuchamos alli la banda de música de
Cunduacán, dirigida por el bien querido Quico Quevedo, el
Chopin de Tabasco como dice Julián Urrutia Burelo, en ami­
gable competencia con la de don Guillermito, el hombre bon­
dadoso y honorable por excelencia. Desde allí contemplábamos
la iluminación que nos parecía feérica del palacio de gobierno.
Y en las frondas de los árboles vibraba el viento y cantaban
los pájaros. ¿Por qué el tiempo se va y con él nuestra pobre
vida? ¿Por qué Cronos no se ha detenido para que pudiéra­
mos seguir viviendo aquella época de tantas emociones? Nada
de esto. El tiempo sigue su marcha, imperturbable. No mar­
cha, sino corre. Más aún: vuela. Y ahora no nos queda sino
ver, como envuelto en densa bruma, todo lo que se fue. Pero
más que el tiempo, la mano del hombre se ha encargado de
cambiar lo de ayer. La verja de hierro de la Plaza de Armas
desapareció, como la pirámide. Y han desaparecido también las

106
bancas en que nos sentábamos a estudiar. Y hasta los laure­
les. Sí. Aquella arboleda, que era un verdadero bosque, ya
no existe. Era tan linda la Plaza que no la podemos olvidar,
ni la olvidaremos jamás. Vive dentro de nuestro corazón. Los
poetas como Chema Gurría le dedican un poema, un romance,
un madrigal. Los que no sabemos cantar le dedicamos un re­
cuerdo, un suspiro, una lágrima.
Ahora cuenta con un nuevo parque: el Parque Tabasco
que se halla en las afueras, cerca del campo aéreo de la Com­
pañía Mexicana de Aviación, a orillas de la Laguna de las
Ilusiones, precisamente en el sitio donde Garrido celebraba
cada año las exposiciones regionales. Adornan este nuevo pa­
seo tres monumentos levantados al sabio don José N. Roviro-
sa, al general Alyaro Obregón y al general Miguel Alemán,
y tiene tantas avenidas de norte a sur y de aete a oeste como
municipalidades el Estado, avenidas que llevan los nombres de
las dichas municipalidades: Balancán, Cárdenas, Centla, Cen­
tro, Comalcalco, Cunduacán, Jalapa, Jalpa, Jonuta, Macuspa-
na, Montecristo, Nacajuca, Paraíso, Tacotalpa, Teapa y T e-
nosique. Este sitio es muy concurrido sobre todo los domingos
y días de fiesta por la mañana.

107
XIV

El carnaval.— El 5 de febrero.— El 27 de febrero.—


La Semana Santa.— Los “Judas” .— El 5 de Mayo.—
Las fiestas septembrinas.— Fiestas de Navidad.— Los
Nacimientos.— Los bailes del Casino.— Los bailes de
Simón de Dios.
Ocúrreseme hacer una breve reseña de las diversas fes­
tividades que se conmemoraban en San Juan Bautista hace me­
dia centuria, más o menos, Todp ello de enero a diciembre.
Para ser fiel en la enumeración debo comenzar por el car­
naval, aunque en otro sitio puntualizo esta fiesta que se inicia­
ba siempre el 20 de enero —día de San Sebastián— y termi­
naba con los tres días de carnestolendas. Fiesta pagana ésta
que se celebraba con entusiasmo verdaderamente tropical, en
la que intervenían todas las clases del pueblo. Ignoro cómo se
juegue hoy el carnaval en Tabasco, pero en aquellos días de
mi niñez o de mi juventud — ¡oh, juventud tan empalidecida
por el tiempo!—, la fiesta de Momo me parecía encantadora.
La fiesta cívica del 5 de febrero siempre coincidía con la
del carnaval. Se completaban por decirlo así. La promulgación
de la Constitución de 1857 por lo general se reducía a una
gran serenata en Plaza de Armas, donde oíamos, a veces re­
forzada la banda del Estado que dirigía el maestro Eskildsen.
Recuerdo que en días de mucha gala la Plaza de Armas se
adornaba con farolitos de papel, iluminados, que se colocaban
en las varillas a maneras de lanzas que formaban la verja de
la plaza. Aquello sería vulgar y pueblerino ,si se quiere, pero
entonces nos parecía de perlas.
El 27 de febrero corresponde a los fastos locales del Es­
tado. Conmemórase en esta fecha la toma de San Juan Bau­

111
tista en la época del llamado Imperio de Maximiliano, hecho
que ocurrió precisamente el 27 de febrero de 1864, tres años
antes de que la nación entera se sacudiera la invasión francesa.
Lo cierto es que Tabasco fue uno de los Estados de la Fede­
ración donde se combatió con verdadero patriotismo a los
francotraidores. Se organizaron fuerzas de combate en la Sie­
rra comandadas por el coronel don Lino Merino; en Cárde­
nas, por el coronel don Andrés Sánchez Magallanes, y en Co-
malcalco, por el coronel don Gregorio Méndez, quien a la
postre asumió el mando único de todas las fuerzas del Estado
hasta entrar triunfante en San Juan Bautista el 27 de febrero
de 1864. Esta fecha se ha celebrado siempre en Tabasco con
inusitado entusiasmo. Dentro y fuera de la provincia es la fies­
ta de los tabasqueños. En aquellos tiempos que vengo recor­
dando en estas reminiscencias se celebraba con paseo cívico,
con velada literaria y musical en el teatro Merino y con sere­
nata o "retreta” en Plaza de Armas.
Tras el carnaval y estas fiestas cívicas llegaba la Semana
Mayor o Semaná Santa. Tabasco no ha sido nunca, menos
en quellos tiempos, esencialmente religioso, pero acaso por cos­
tumbre, quizás por rutina o por mera tradición, conmemoraba
la pasión y muerte de Cristo. Y la conmemoraba solemnemente
observando todas las liturgias establecidas por la iglesia cató­
lica: la prisión del Nazareno, el lavatorio, la crucifixión, las
siete palabras, la muerte del Redentor, el descendimiento, la
resurrección . . . Toda la vida del Mesías condensada en estos
días santos, durante los cuales se dejaba de escuchar el alegre
son de las campanas que eran sustituidas por ensordecedoras
matracas, hasta llegar el sábado de Gloria que era saludado
con frenesí por todas las campanas de la ciudad. Y decir sá­
bado de Gloria es recordar otra costumbre que ignoro si ha
desaparecido ya; me refiero a los “judas" que se quemaban en
muchas esquinas de la vieja capital. Eran muñecos con figura
humana que a semejanza del Iscariote de la tan traída y lle­

112
vada leyenda del beso delator, se izaban, en diversos sitios
y con grande algazara de la chiquillería inconsciente de la po­
blación, para quemarlos hasta quedar totalmente reducidos a
cenizas. ¡Cómo recuerdo el “judas” que año tras año quemá­
bamos en el crucero de las calles de Zaragoza y Morelos,
frente a la casa del popular zapatero don Chente Barrientos!
Otro judas interesante era el que se quemaba en la esquina
de la casa de don Juan Vidal Sánchez.
Pasada esta fiesta religiosa que no dejaba de tener sus
toques profanos y aun paganos a veces, teníamos el 5 de mayo
para conmemorar la derrota que nuestro general Zaragoza
infligió en Puebla en 1862 al ejército francés. Esta celebración
era también de discursos, de paseo cívico, de gran serenata
en Plaza de Armas. La banda de Guillermito tocaba siempre
en esta serenata la famosa marcha “Zaragoza” del doctor Or­
tega. Esta bella marcha se ha dejado de tocar, porque ahora
se tocan otras cosas. Pero ¡qué bonita era! ¡Con qué gusto re­
cuerdo su melodía! ¡Cómo quisiera volver a escucharla, allá
en Plaza de Armas, bajo la fronda augusta de sus laureles!
Después llegaban, cantarínas, casi siempre envueltas en
lluvias majaderas, las fiestas de septiembre. El 15, por ser
San Porfirio ■ — San Porfirio Díaz— era día de fiesta. Por la
noche, el Grito. El Grito de Dolores. La tradicional ceremonia
en la que el gobernador del Estado —entonces don Abraham
Bandala— victoriaba desde el balcón central del Palacio, a la
patria y a sus héroes. Muchos castillos, muchos fuegos artifi­
ciales. Música en Plaza de Armas. Entusiasmo loco por las
calles. Gritos intemperantes contra los gachupines. En aquella
época los españoles tenían que esconderse, porque corrían pe­
ligro frente a las turbamultas desenfrenadas. Existía aún cierto
rencor sordo contra los conquistadores, y la noche del 15 de
septiembre servía para desfogar ese rencor que hoy, por ven­
tura, se ha ido diluyendo poco a poco, casi por entero, a fuer­
za de persuación libresca y escolar. Las ceremonias del 16

113
—veladas, bailes, serenatas, juegos pirotécnicos, desfiles, etc.—
encalmaban los ánimos. A propósito de estas festividades, re­
cuerdo algo que no he podido olvidar y que por mera curio­
sidad quiero consignar en estas páginas. Entre los muchos
maestros proceres que de Veracruz fueron a Tabasco, es in­
olvidable don Melitón Guzmán y Romero —tengo para mí
que no procedía de la escuela Rébsamen sino de la de Laubs­
cher, de Orizaba, que vive todavía en esta ciudad industrial
trabajando en la noble y amarga tarea de enseñar. Era orador
de mucho arranque. Voz fuerte y vibrante. Poeta ardoroso.
Y a le habíamos escuchado con gusto en la Sociedad de Arte­
sanos un discurso a la madre. Y después nos cautivó en un
16 de septiembre cuando nos dijo con gran ímpetu, temblo­
roso, emocionado, elocuente, una oda inspirada y bella, de la
que apenas conservo en el arcén de la memoria estos versos
que recuerdan a Acuña:

Yo te vengo a decir que es un dislate


la inhumana, beatífica creencia
de que es ley infalible, de conciencia,
que a hierro muera quien a hierro mate.

Al final del año teníamos las fiestas de navidad. Tanto


el 24 como el 31 de diciembre'celebrábanse esencialmente con
cenas hogareñas, en las cuales no podían faltar los sabrosos
tamales, los buñuelos, la cochinita horneada y otros platillos
exquisitos, deliciosos, típicos de la época y de la región. Es
claro que con anticipación nos divertíamos en las posadas y,
sobre todo, en las misas de aguinaldo, en las que una turba
de chiquillos de hasta diez años de edad soplábamos hasta el
cansancio, en la catedral, los pitos de agua, cuya figura he ol­
vidado por completo. Pero no puedo olvidar aquella misa del
gallo en la, que alguna vez vi oficiar al padre Manuel, nada
menos que Manuel González que fue bastonero en una Estu­

114
diantina infantil, la primera que salió en San Juan Bautista,
organizada por mi parte para un carnaval; aquel Manuel Gon­
zález, digo, que después de haber sido sastre, muy amigo mío,
se ordenó sacerdote. El padre Manuel, como le decía cariño­
samente toda la sociedad, vive en mi recuerdo. Fue un buen
sujeto. Ha pocos años murió en México.
En esta misma época constituían motivo de diversión fa­
miliar los Nacimientos, los simpáticos altarcillos levantados por
la fe o la costumbre en todos los hogares felices, los tradi­
cionales altarcillos en que figuraban el divino pesebre, San
José y la Virgen, el Niño Dios, la muía y el buey, los magos
de Oriente, la estrella de cinco picos, y donde veíamos con de­
licia algunos muñecos de movimiento y otras cosas por el
estilo. ¿Quién puede olvidar algunos de estos Nacimientos?
El de don Chente Barrientos era acaso de los más pobres, de
los más humildes, pero para mí es inolvidable, tanto como el
mismo popular zapatero, porque yo contribuía, año con año,
a su aderezamiento. En compañía de otro6 mocosos, como yo,
acarreaba el ciprés, el musgo, la “muralla”, el laurel, con que,
en un abrir y cerrar de ojos, quedaba listo el modesto retablo.
Pero, además de éste, son inolvidables el de “señá” Chica
Pérez, más allá del puente de Zaragoza, el aburguesado de
don Taño Cortázar, en la loma de Esquipulas, y el opulento
y aristocrático de don Enrique Gil Hinójar, aquel don Enrique
tan gentil, tan cortés, que fue Administrador Principal del Tim­
bre, muy estimado de todo el mundo por su proverbial caba­
llerosidad. Seguirán levantándose estos altarcillos, como se le­
vantan en todas partes, pero es claro que ya no nos causan
la misma impresión que aquellos de nuestra niñez, precisa­
mente por eso: porque ya no somos niños, porque la hiel de
la vida nos ha amargado el alma.
Y , por último, como' fiestas de esta época debo recordar
los bailes que se hacían tanto en las casas particulares como
en el Casino de Tabasco. En verdad poco hay que decir de

115
estos bailes, fuera de que aquellos que se efectuaban en las
casas de familia eran de cierta intimidad, en tanto que los del
Casino revestían positivo esplendor, como sin duda, ya no se
ven en la actualidad. Pero ya que hablo de bailes, no vendrá
mal dedicar unas breves palabras a los bailes que hacía en
su casa particular, ubicada en la calle de Moctezuma, el cé­
lebre Simón de Dios. A estos bailes concurría la juventud
dorada de San Juan Bautista, por lo que hace al elemento va­
ronil. El factor femenino estaba formado por muchachas de
la clase meramente popular y algunas de la llamada clase me­
dia, pero honestas todas a carta cabal. Un grupo de ellas era
conocido por las cinco Victorias: Victoria Sastré, Victoria
Hernández, Victoria Barceló, Victoria Lázaro y Victoria de
la Cruz que era guapísima. Entre los jóvenes que a ellos con­
currían, muchos estudiantes, hay que mencionar a Salomón
Herrera, Maleco Ferrer, Ramón Becerra, Alejandro Giorgana,
Aníbal Ocaña Payán, Carmen H. de la Fuente, Rodrigo
Pellicer Casasús, Mauricio Estrada, Eugenio Morales, Fran­
cisco Calzada, Carlos Hernández Pons, El Chato Graham,
José Pérez Acosta (el Chepe de aquí de Veracruz), Manuel
Romano, Alcides Zentella, Pompeyo Abalos, Ramón Mocte­
zuma, Vicente Hernández, Domingo Meló, Hilario Becerra,
Andrés Sosa Cámara, Pablo Amores, Carlos García Llanos
(Refresquito), José Pizá Magraner, Salvador Pedrero, Andrés
Granier y algunos más que se escapan a mi memoria. Los
bailes constituían un pingüe negocio para Simón de Dios, de
oficio carpintero, aunque muy relacionado con la juventud ta-
basqueña; él fijaba la “cota"; él prganizaba los bailes; él in­
vitaba a las muchachas; él contrataba la música; él hacía la
propaganda y, como cosa muy importante, decía a todos: "N o
vayan a faltar esta noche, que las cuadrillas las va a dirigir
don Salomón”. Porque hay que tener presente que este don
Salomón, hoy el circunspecto y honorable Lie. Salomón He­
rrera, fue, allá en sus lejanas mocedades, popularísimo, lo mis­

116
mo entre hombres que entre mujeres; frecuentó todos los círcu­
los sociales, los de arriba y los de abajo, pero nunca se en­
fangó ni se depravó, antes supo conservar limpio el tesoro de
su sangre pura, con la pureza del hombre de bien y del ca­
ballero ejemplar. Y Simón de Dios se hizo célebre. Su nombre
casi toca las fronteras de la inmortalidad. Nadie olvida la
‘‘cota" de sus bailes, como él decía. Por supuesto que en esto
de la cota, aunque nadie lo crea, el hombre era castizo y
clásico.

117
XV

La música de Tabasco.— Lauro Aguilar Palma.—


Chilo Cupido.— Pedro Gutiérrez Cortés.— Lucas de
Dios.— Domingo Díaz y Soto.— Urrutia Burelo.— Juan
Jovito Pérez.— Trinidad Domínguez.— Francisco Que-
vedo.— David F. España.— Gil María Espinosa.—
Guillermo Eskildsen.— Carmita Gutiérrez.— Manuel
Soriano. — Perfecto G. Pérez.
La música de Tabasco, la de hace medio siglo, la que yo
mismo toqué, así en bailes y "escoletas”, como en serenatas
al pie de los balcones de las bien amadas y a la luz de la luna,
todavía la recuerdo con delectación y en muchas ocasiones es
el estribillo que constantemente llevo en los labios.
Pero —¿por qué no decirlo?— Tabasco no tiene, no ha
tenido, música propia, como la tiere Yucatán, o Oajaca, o
Veracruz, o Jalisco, o Guanajuato. . . ¡Oh, la música linda
y honda del Bajío! Lo único que pudiera llamarse típico es el
zapateado o “zapateo” como se dice allá. Música de seis por
ocho que se parece al huapango de Veracruz y a la jarana
yucateca, si bien se distingue de éstos en el acompañamiento,
lo que la singulariza, por decirlo así. Música ésta esencial­
mente popular que se oye en las rancherías, en los pueblos de
poca importancia y que en la época de Garrido, que tanto im­
pulsó el arte musical, comenzó a tocarse y se llegó a tocar
mucho en la capital del Estado. Fuera de esta música, Tabas­
co no ha producido nada típico. Algunas composiciones como
Cabecita loca de Lauro Aguilar Palma, o Las blancas maripo­
sas de Chilo Cupido, o Tardes de Tabasco de Pedro Gutiérrez
Cortés, tuvieron alguna vida y aun traspusieron las fronteras
del Estado, casi triunfalmente en orquestas vivas o en discos
fonográficos. Pero nótese que sus ritmos no tienen nada de
original: o bien tienen el de los "blus” americanos, como las

121
Tardes de Tabasco, o bien el de las conocidas colombianas,
como las otras.
¿Por qué esta falta de personalidad en asuntos musica­
les? Y esto no es de ahora. Siempre ha sido así. En los viejos
tiempos en que floreció el estro musical de Juan Jovito Pérez,
Trinidad Domínguez (mi padre), Manuel Ramos, Calixto Gó­
mez, no hubo más que alguna que otra canción, esporádica­
mente, de muy poca vida. Los citados músicos escribieron bo­
nitas polcas, mazurcas, valses, danzas y danzones, pura música
de baile, pero nada serio, sino por excepción, nada clásico,
nada típico, a no ser los ya dichos zapateos, entre los cuales
ciertamente, hay algunos bellísimos, como El pío de Lucas de
Dios, La flor del maíz de Domingo Díaz y Soto, La tutupana
de Urrutia Burelo.
¿Por qué esta negación casi absoluta en el arte musical?
Intuición artística, en verdad, no ha faltado. Siempre han lla­
mado la atención los "contrapuntistas” o improvisadores de las
famosas "bombas”, donde luce todas sus galas el ingenio po­
pular. Vale recordar a este respecto una curiosa anécdota que
me refirió mi grande amigo Antonio Martínez Chablé, que más
que ingeniero era artista. Sucedió en Jalapa o en alguna de
sus rancherías. En un baile popular, precisamente baile de za­
pateo, un majadero un poco enclenque, descolorido o jipato,
acaso tatuado por luéticas afecciones, dio en moler impertinen­
temente a una de las bailadoras, lo que hizo que otra de ellas,
compañera suya, dijera en su oportunidad una copla o bomba
adecuadísima que, como es de suponer, dio el fruto deseado.
Pero más vale copiar íntegramente lo que con relación a esta
misma anécdota refiere en su Lírica popular tabasqueña el in­
menso Francisco Quevedo. Dice así:
“Y hagamos lugar y demos la bienvenida a quien se acer­
ca, que es una moza que trae en la tez huellas del sol y la
brisa de los campos donde vive, y en los labios el color de las

122
pitahayas que se ofrecen tentadoras en los cacaotales, al go­
loso viandante que va por el camino real.
• “No quiere dar su nombre. Es zahareña y hasta medio
montaraz como las potrancas de los cercanos potreros, pero así
y todo es poetisa y cuando viene a pelo, y más si se trata de
decirle dos frescas a alguien que por sus malos o impertinen­
tes galanteos se ha conquistado su malquerencia, improvisa bo­
nitamente una cuarteta que le sirve para el caso, y que deja
corrido y mal parado a quien va dirigida, como saeta salida
de un carcaj.
“He aquí un caso:
“Se brinda a más y mejor en un fandango o baile de za­
pateo. Ha llegado su turno a las bombas, y son las bailadoras
quienes las echan.
“Entre éstas, una mozuela bisoña pierde el compás a cada
momento, encogidilla y turbada, pues es la vez primera que va
a echar o recitar una bomba, y si a mano viene aun no ha
tenido ocasión de aprenderse ninguna de coro. Y ve venir su
turno con tanto mayor desasosiego, cuanto que su pareja es
un galán adventicio que durante el fandango se le ha pegado,
acosándola con toda suerte de chicoleos y requiebros que la
tienen atortolada y sin saber dónde meter la cara.
“Y la música se eslabonó tras una bomba anterior, y to­
cados algunos compases volvió a pararse en seco para que la
bomba siguiente fuera echada, y era la mozuela a quien tocaba
esta vez echarla.
"E lla también se paró en seco sin hallar que decir, toda
confusa y buscando con los tímidos ojos una mano piadosa
que la sacara a flote de aquel naufragio, mientras su galan­
teador, con el sombrero derrumbado sobre las narices, y las
manos entre los bolsillos, esperaba de pie frente a ella, son­
riente de vanidad: pues, vecino de Villahermosa, de paso por
aquellos campos, sus habitantes habíanle otorgado la superio­

123
ridad en la fiesta, y el beneficio de sus mejores y más cor­
teses campesinas atenciones.
"E ra nuestro urbano, un enamorado de oficio, calaverón
de siete suelas, en cuya labor de muchos años, llevada a cabo
a diestro y siniestro con el vértigo torpe del vicio, como quien
corre desatentado y no ve en qué charca pone los pies o en
qué espinos deja jirones de la piel, había él ganado muchas
huellas y muchos estigmas que se manifestaban en la cara, en
el cuerpo y en la ausencia de media oreja, que no había más
que ver todo ello, para saber a qué atenerse respecto de su
vida, y qué era lo precedente para poner un poco de salud en
su cuerpo desvencijado.
"L a situación se hacía ya bien embarazosa, pues de todos
los corrillos salían frases excitativas a la asendereada jovenzue-
la, sin que ninguna de ellas acertara a hacer rebotar de sus tré­
mulos labios la esperada copla, cuando la zahareña moza de
soleada tez surgió resuelta de entre un grupo de mujeres, sim­
ples espectadoras de la fiesta; plantóse gallarda ante el galán
villahermosino, dejando a espaldas de ella a la acongojada bai­
ladora en cuyo auxilio acudía, y le lanzó a él con voz firme y
sonora, la bomba siguiente:

Cuando la vida sencilla


te juatigue, de soltero,
cásate, pero primero
toma la zarzaparrilla.

“Con lo que le hendió de medio a medio, provocó la hi­


laridad en el concurso que rió a sus anchas, y dejó no poco
admirado a un ilustrado amigo mío (Antonio Martínez Cha-
blé), huésped en aquella sazón del poético pueblecillo, y que
¿n aquel mismo punto tomó nota de cuanto la donosa ribereña
sabía hacer en materia de bombas y cantares, y en particular
en esto de improvisaciones”.

124
Mucho podía decirse del ingenio popular tabasqueño que
se manifiesta espontáneamente en todas ocasiones. El canta­
dor es oportuno y picaresco. Tiene gracia. Sabe improvisar.
Sabe sentir. Y este sentimiento, hondo, exquisito, obsérvase
hasta en los zapateos, como El pío, cuyo tono menor le imprime
cierto aire de profunda melancolía. Por dondequiera que bus­
quemos la nota artística del pueblo de Tabasco, la hallamos
viva, fácil, alegre. Con todo esto, la amada provincia carece
de música propia.
Sin embargo de lo anterior, he de hablar algo en estas
páginas, si no de la música, cuando menos de los músicos de
Tabasco, de aquellos que nos dieron su canción de amor y de
esperanza hace medio siglo, y cuya labor, por modesta que
sea, no debemos olvidar.
Mencioné ya a Manuel Ramos. Este fue sobrino de Sa­
lomé Taracena. El Negro Melenudo, de quien le venía el estro;
Manuel Ramos era artista en toda la extensión de la palabra;
lo era del sonido, del verbo y del color. En este último sobre­
salió; fue un gran pintor. Pero también hacía sus versos de
tarde en tarde y tocaba la bandurria. ¡Cuántas veces, en el
manso silencio de alguna noche estival, le escuché de lejos
alguna mazurca suya! Era inspirado Manuel, sin duda alguna:
pero vivió relativamente poco. Murió tuberculoso.
Calixto Gómez, mencionado también, tocaba contrabajo
de cuerda y mandolina (el léxico académico registra bandolín).
Como contrabajista fue muy bueno, y fue también mandolinis­
ta de mucha ejecución. Músico algunos versos ajenos, pero sus
canciones se han perdido, porque en Tabasco, sobre todo en
la época a que me refiero, no se imprimió nunca nada.
Juan Jovito Pérez fue flautista notable. Fue mi maestro.
No he escuchado a otro ejecutante igual en ninguna parte. Era
un admirable lector de música. Leía a primera vista. Se bebía
las notas. Tenía gran facilidad para el transporte. Conocía va­
rios instrumentos, pero el suyo propio era la flauta. ¡Con qué

125
facilidad ejecutaba las cosas más difíciles! Ni siquiera apelaba
al tu-qus tu-que o doble golpe de lengua, recurso muy soco­
rrido de los flautistas, para las notas picadas. Hay que recor­
dar con qué claridad y limpieza ejecutaba aquella polca del
transformista Mesmeris, cuya tercera parte o trío arrancábase
en difíciles semicorcheas desde el do sobreagudo. El maestro
Agustín Pazos de Veracruz recuerda con elogio a Juan Jovito,
pues éste salió de Tabasco y vino a este puerto, donde fue
admirado como ejecutante. Además de ejecutante formidable
era compositor. Autor de música frivola, pero inspirada. Tam­
bién era instrumentador. Recuerdo aún algunas de sus compo­
siciones, de las cuales quiero mencionar su vals El siglo XX,
de cuyas notas no he olvidado ninguna. Juan Jovito fue discí­
pulo del maestro Eskildsen.
No quisiera hablar de mi padre -—don Trinidad Domín­
guez'—, por el interés personal mío que acaso me haga juzgarlo
con cierta parcialidad. Pero ni debo ser injusto con su memo­
ria, pretiriéndola, ni tampoco debo cercenar estos apuntes por
un escrúpulo mal entendido. Fue autor de música frívola, toda
perdida y olvidada. Escribió, como Juan Jovito Pérez, muchas
Estudiantinas para los carnavales. ¡Cómo deploro no haber po­
dido conservar nada de la producción musical de mi padre!
Apenas conservo en la memoria uno que otro vals, una que
otra danza, uno que otro zapateo. Lo único que guardo como
una reliquia es una especie de zarzuela u opereta que escribió
en Cárdenas, nuestra tierra natal, titulada Las cuatro estacio­
nes. La letra de autor desconocido se la facilitó el Prof. Ma­
cedonio Rivero que a la sazón era director de la escuela oficial
de niños de aquel lugar, y la obra se representó en las fiestas
del centenario de la independencia nacional. Mi padre fue mú­
sico de corazón. Siempre llevaba en los labios algún estribillo
musical. Instrumentaba con gran facilidad para orquesta y pa­
ra banda, no obstante que su instrumento —el cornetín— no
podía ayudarlo para armonizar. Era un verdadero intuitivo,

126
pues apenas estudió unas cuantas lecciones del método de sol­
feo de don Hilarión Eslava. Nunca tuvo en sus manos un tra­
tado de armonía ni de instrumentación.
El que sí salió de lo común y corriente fue Francisco Que-
vedo, el incomparable Quico, cuyas facultades como ejecutante
y como compositor no tienen precedente en Tabasco. Su cultura
literaria y musical fue amplísima y extraordinaria. Tocaba va­
rios instrumentos, pero su especialidad fue la guitarra, en la
que hada prodigios. Compositor fecundísimo, lo mismo en mú­
sica frívola, que en música seria. Admiraba el corte clásico de
suS mazurcas, de sus valses, de sus gavotas. Escribió serena­
tas, minués, rondóes y aun sinfonías. Brilló, así en la provincia
propia (era de Cunduacán) como en la ajena. En efecto, en
Yucatán, donde fue grande amigo del esteta Cepeda Peraza,
lo estimaron muchísimo. Hasta se dice que el poeta Luis Ro­
sado Vega, que también lo distinguió con su amistad, le dedicó
los siguientes versos:

OYENDO TU GUITARRA

¡Qué triste es esa sonata,


qué triste y qué lastimera
y qué románticamente
en la noche se dilata . . . /
Mejor fuera
que callase la doliente
serenata.

Porque en sus notas dolidas


nos habla de padeceres,
de cosas que ya murieron,
de ilusiones extinguidas,
de cariños de mujeres
que se fueron.

127
Porque esa dulce guitarra
en sus dulces armonías
cuando está llorando narra
cosas que parecen mías;
anhelos que he padecido,
ensueños que el tiempo trunca
y amores que ya se han ido
y que no volverán nunca.

Esas cosas
dolorosas
que en el alma y en la mente
no dan entrada al olvido,
cuando apasionadamente
se ha querido.

¡Qué triste, qué triste brota


en la apartada calleja
la melancólica nota . . . !
Es algo como una queja
llamando a quien no responde,
algo que llorando está . . .
que viene de no sé dónde
y no sé a dónde se va.

Duerme la ciudad . . . no hay nada


en la calleja apartada,
nada más la triste nota
cual si viniera temblando
de un secreto más allá
en el aire tibio y blando,
llora, gime, canta, flota
y sollozando se va.

128
Y mientras el aire vano
se lleva esas armonías,
yo hundo la faz en la mano
y recuerdo cosas mías.

Es la alta noche, y en una


lejana y antigua ermita
lentamente
da la una.

Yo siento un ansia infinita


¿de qué? No sé . . . ¡Solamente
sé que dulce y tenazmente
me está llamando la luna!

Quico Quevedo perteneció a la pléyade brillante de es­


critores de La bohemia tabasqueña. Figuraba como literato y
como músico. Escribió mucho sobre asuntos vernáculos. Segu­
ramente es el primer folklorista de Tabasco. Todos los de esa
época dorada se hacían lenguas de Quico: Lorenzo Calzada,
Pedro Alcalá, Fernando Duque de Estrada, Manuel Mestre
Ghigliazza, Juan Ramírez, con quienes alternaba como un ver­
dadero bohemio en toda clase de círculos y cenáculos artísti­
cos. Por cierto, que en una noche de luna, según decía el
Chato Calzada en bello artículo publicado precisamente en
aquella revista, cuando el dicho grupo literario seguía a Quico
en una serenata, Juan Ramírez improvisó los siguientes versos
que acaso sean los más inspirados que escribió en toda su vida
de poeta:

EN UNA SERENATA

Toca otra vez;


tu música me llega

129
del alma soñadora a lo profundo:
tiene notas que pueden con su acento
hacer que llore de ternura el mundo.

Toca otra vez.


que en tus arpegios oigo
el más sentido madrigal del poeta,
las vehementes palabras de Eleonora
y los tiernos suspiros de Julieta.

¡Qué regio modular!


¡Con cuánta pompa
el ruiseñor en tus preludios cantal
Es la primera novia que se acerca,
y el beso del amor que se levanta.

¿Qué hada misteriosa,


con su invisible magia,
te brinda inspiración nunca sentida?
¿Por qué al oírte siento por mis venas
los dulcidos halagos de la vida?

Surgen de tu cordaje
rumor de besos, risas y gemidos
que se alejan en alas de las ondas,
y van cantando en la callada noche
tus embelesos y ternuras hondas.

Toca otra vez;


tu música me encanta
y olvido mis tristísimas querellas;
toca otra vez. porque al oír tus notas
vuelven a mí mis ilusiones bellas.

130
Pero Quico Quevedo, que fue la más alta cumbre musical
en Tabasco, tan alta que hasta hoy no ha tenido igual ni si­
quiera sospechamos cuándo pueda tenerlo, bajó a la tumba
llevándose, como todos los demás, el tesoro de su producción,
porque como los otros — ¡quién lo creyera!— tampoco publicó
nada. Toda su música se perdió. ¡Y era un manantial inagota­
ble de poemas sonoros!
Por aquella época se hizo un gran artista del piano David
F. España. Vive aún en México. Escribió y todavía sigue es­
cribiendo cosas bellísimas. También con gran cultura literaria,
llegó a ser un consumado maestro. Todavía vibra en nuestros
oídos aquel danzón suyo, No me olvides, que tanto se tocó en
San Juan Bautista, igual que en el Casino de Tabasco, en las
serenatas y en los bailes de barrio. La bella melodía vive pren­
dida en nuestro corazón. Como tampoco olvidamos ni olvida­
remos nunca su primorosa serenata Al pie de tu ventana, que
es un prodigio de inspiración y sentimiento. El maestro España
es el único que perdurará. Ha tenido la suerte y el tino de
editar gran parte de su música, y con esto tiene de sobra ga­
rantizada la supervivencia de su nombre. Y lo merece por su
talento, por su cultura y porque siempre tiene abiertos para
todos los cordiales brazos de la amistad.
Anterior a todos los hasta aquí nombrados, vivió en San
Juan Bautista, procedente de Chiapas, como España, otro gran
maestro: don Gil María Espinosa. No llegué a conocerlo, pero
mi padre se expresaba muy bien de él y tocaba en la guitarra
una Estudiantina de carnaval encantadora, de Espinosa. Tam­
bién de este artista escuché en la ya cuasi centenaria Sociedad
de Artesanos el Himno al obrero, inspirado, marcial y no me­
nos encantador, con letra de don León Alejo Torres.
Entre los directores de banda, el primero que conocí, por­
que yo también toqué los platillos en la suya y me dio clases
de flauta, después de Juan Jovito Pérez, fue don Guillermo

131
Eskildsen. Y , cosa curiosa, todavía vive este hombre ejemplar;
ejemplar, por su capacidad artística, pues tocaba magistral­
mente violín, flauta y piano; ejemplar, por su cultura literaria
y musical, pues fue hombre de colegio, de estudio y de talen­
to; ejemplar también, por su refinada educación y por su hi­
dalga caballerosidad. Y hablo de tiempo pasado, porque, aun­
que vive todavía, ya ha perdido todas sus facultades, menos
—por supuesto—- la de la hombría de bien. El maestro Eskild­
sen fue un buen director de banda y de orquesta. No se de­
dicó a la composición, mas cuando alguna vez compuso e ins­
trumentó, ¡qué bien lo hizo! También de él se recuerdan cosas
muy bonitas. (1)
A propósito de lo que tan someramente digo del maestro
Eskildsen, no puedo resistir el impulso de decir también unas
cuantas palabras, tal vez fuera de sitio, de su sobrina y dis-
cípula Carmita Gutiérrez Eskildsen. Con él estudió piano, y
como ejecutante fue una verdadera maravilla. Pero, además,
tenía un oído finísimo y asombrosa facilidad para captar cual­
quiera melodía y aun música selecta y clásica con sólo escu­
charlas una vez. Cuéntase de ella, como cosa absolutamente
cierta, que en uno de sus viajes que hizo a San Juan Bautista
el maestro Carlos del Castillo durante su noviazgo con Jose-
fita Pellicer •
—después su esposa—, tocó en la casa de ésta
por primera vez —se entiende que antes de ser editada—■ su
bella Gavota de amor. Carmita Gutiérrez, que vivía enfrente
de la casa de la familia Pellicer. escuchó con todo su sentido
músico el artista metropolitano. Esto fue por la tarde. Y cuan­
do el pianista volvió ese mismo día a su visita nocturna. Car-
mita en su piano tocó íntegramente y nota por nota la propia
Gavota de amor. El asombro de Carlos del Castillo fue enor­
me, y aun se dice que en el fondo no le hizo mucha gracia

(i) El maestro Eskildsen bajó a la tumba en diciembre de 1948.

132
que digamos la rara habilidad de nuestra inolvidable conterrá­
nea, desgraciadamente muerta desde hace varios años.
Al maestro Eshildsen lo sustituyó como director de la ban­
da del Estado Manuel Soriano, de quien casi nada puedo de­
cir, porque ni siquiera lo traté. Tocaba violín.
Y hubo otro director de un grupo que él mismo llamó
la Bandita. Este fue don Perfecto G. Pérez, también violinista,
aunque de menos alcances que los anteriores.
En la actualidad la banda del Estado cuenta con treinta
y seis filarmónicos bajo la hábil batuta del maestro don Juan
Sosa. Es cosa positivamente seria que da lustre al gobierno del
Lie. Santamaría y que demuestra que este probo funcionario
no sólo vela por los intereses materiales de Tabasco sino por
su elevación espiritual.

133
XVI

El periodismo de Tabasco.— La voz del pueblo.—


El estandarte.— El Porvenir de Tabasco.— Paz y Tra­
bajo.— La revista de Tabasco.— El reproductor tabas-
queño.— El correo de Tabasco.— El voto libre.— Ju-
venai.— El defensor del pueblo.
Hablaré en este capítulo de los periódicos de mi tierra.
Es claro que no hablaré de todos los que se han publicado
hasta el día de hoy. La labor sería ociosa, puesto que ya Pan­
cho Santamaría, con la acuciosidad personal suya, con su te­
nacidad de trabajador infatigable, con su incomparable com­
petencia, emprendió esa labor y nos la dio a conocer desde
1936 en su apasionado y apasionante libro El periodismo en
Tabasco.
No. Yo hablaré solamente de los periódicos de una épo­
ca, de los que conocí, de los que leí. Con esto está dicho tam­
bién que no hablaré de todos los periódicos de esa época, sino
de aquellos que por alguna causa me impresionaron. Mejor
aún: de los que puedo recordar con más o menos fidelidad.
Tabasco ha tenido muchos periódicos, si bien casi todos
ellos de muy corta vida. La inquietud natural producida por
el alejamiento de la provincia con relación a los grandes cen­
tros culturales, comerciales e industriales del país y principal­
mente de nuestra metrópoli, ha sido parte principal y decisiva
para la existencia de tantos periódicos que han venido a ser,
en determinados momentos, como válvulas de escape de esa
inquietud. La mayor parte de estos periódicos han sido políti­
cos, unos, y literarios, otros. No faltaron, por supuesto, algu­
nos —muy pocos, por cierto— de divisa poco definida. Breve­

137
mente, con toda la brevedad que me sea posible, hablaré de
ellos.
Entre los periódicos de orientación política vagamente re­
cuerdo los siguientes:
La Voz del Pueblo, que editó mi pariente Fernando Ga­
llegos para postular al general Bandala en su primera reelec­
ción.
El Estandarte, publicado por los abogados Pedro Ricoy
Esquivel y Arturo Aguilar con el mismo fin de reelegir a Ban­
dala.
El Porvenir de Tabasco, publicado bajo la dirección de
don Felipito Serra, como representante del gobierno del Esta­
do, para trabajar por la candidatura del general Díaz en una
de sus reelecciones. Y a sabemos que Serra fue diputado ad
perpetuara a la legislatura local de Tabasco.
Paz y Trabajo, dirigido también por don Felipito para
luchar por la reelección del general Bandala. Sólo se publica­
ba en estas épocas de elecciones y reelecciones.
La Revista de Tabasco inició una era de convulsión polí­
tica. El doctor Manuel Mestre Ghigliazza, en unión de los
abogados Lorenzo Casanova y Andrés Calcáneo Díaz, tres
brillantes plumas, sobre todo la primera, comenzó su formida­
ble y admirable campaña contra el régimen de don Abraham
Bandala. Fue entonces cuando el doctor Mestre se dio a co­
nocer como inmenso periodista de combate, lo que le costó
un largo carcelazo lo mismo que a sus compañeros ya citados
y a otros más (Juan Lara Severino, Pedro Lavalle Avilés, Fi­
liberto Vargas, Domingo Borrego, etc.) por la acumulación
de varios procesos penales qqe se les formaron por el delito
de ultraje a funcionarios públicos. ¡Oh, tiempos aquellos en
que comenzó a sacudir su pereza habitual el pueblo tabasque-
ño! Y el doctor Mestre, hoy amargado por la vida y desen­

138
cantado de sus luchas, fue el corifeo de aquel movimiento li­
bertador.
El Reproductor Tabasqueño, fundado y dirigido por el
propio doctor Mestre fue el continuador de La. Revista de Ta­
basco. Aquí fue donde este ilustre hombre de letras, historia­
dor y gloria^ del terruño, continuó forjando su recia persona­
lidad, si bien, en parte a fuerza de carcelazos.
El Correo de Tabasco, fue fundado por el cura apóstata
José Gurdiel Fernández; espíritu inquieto y demoníaco, abrió
campaña contra todo el mundo. "E n los días del principio de
la administración de Mestre, en 1911 -—dice Santamaría—
fundó también Gurdiel "La Revista de Tabasco” tomando el
nombre de la que antes dirigió aquél, i destinada exclusivamen­
te a la campaña de oposición contra el Gobierno del propio
Dr. Mestre, campaña en que Gurdiel puso toda la ponzoña
de su alma, descendiendo a las más bajas formas de la injuria
i la diatriba, hasta parar en la cárcel, merced a una acusación
por injurias, difamación i calumnias. De allí salió para suble­
varse, i sublevado i derrotado terminó su triste historia, como
se ha dicho antes. Por cuestiones literarias sostuvo polémica
periodística con "E l Tabasqueño” i los intelectuales redacto­
res de "A lba”, en 1909; por cuestiones políticas, con "Jermi-
nal”, órgano semioficial del que respondía Antonio Martínez
Chablé; con otro periódico “El Tabasqueño”, también defen­
sor oficioso cel gobierno de Mestre, que dirijió Manlio S.
Fuentes, i con “La Defensa Social”, órgano jenuinamente re­
volucionario, dirijido por Fernando Aguirre Colorado, en el
cual varias buenas plumas, entre otras la de Pedro Lavalle
Avilés, Secretario de Redacción del periódico, hicieron la di­
sección más completa del cura Gurdiel i de su personalidad
alarmante, sobre todo en unos “Esbozos biográficos” suyos,
que se publicaron en el número 5, correspondiente al 22 de
octubre de 1911”.

139
El Voto Libre, periódico de política, lo fundó el Lie. Ju­
lián Urrutia Burelo, iniciándose en este género de actividades
para postular al coronel don Pedro Sánchez Magallanes (Pe­
riquillo) como gobernador del Estado. Unos cuantos núme­
ros y murió con la candidatura.
Juvenal fue periódico de combate fundado por el enton­
ces diputado suplente Marcos J. Zapata exclusivamente para
atacar la administración mestrista. Fue también antimaderista,
pero con quien agotó las formas todas de la calumnia, de la
injuria y de la difamación fue con el doctor Mestre Ghigliazza,
el hombre que por su actuación revolucionaria y como perio­
dista de oposición al viejo régimen, había llegado al poder con
una deslumbrante aureola de popularidad sin precedente. Sir­
vió, sin embargo, este periódico para dar a conocer la brillan­
tez de una pluma que había permanecido inactiva, arrumbada,
hundida en la pereza y la molicie de la desaparecida dictadu­
ra. Me refiero al Lie. Tomás Hidalgo Estrada que fue fun­
cionario del ramo judicial en el gobierno de Bandala. En efec­
to, Hidalgo Estrada (muerto ya hace muchos años) nos llenó
de asombro por su talento literario, por su prosa vibrante y ta­
jante, por su agilidad periodística. Con sus diarios artículos
nos recordaba la robustez de conceptos y la valentía profesio­
nal de don Trinidad Sánchez Santos. Esto, es claro, sin dejar
de comprender la injusticia del ataque. Hidalgo Estrada y
Marcos Zapata terminaron en lo que necesariamente tenían
que terminar: procesados por la virulencia cruel de sus ata­
ques, dieron con sus pobres cuerpos en la cárcel, de donde no
lograron salir sino después cel cuartelazo de Huerta y la
muerte de Madero. El periodismo de Juvenal como el de la
Revista de Tabasco de Gurdiel fue de encendido apasiona­
miento, como no se había visto antes, como creo que no se ha
visto después en Tabasco. Pero, con todas sus lacras, con to­
do el veneno de sus agravios, ¡cuánto bien hizo a la juventud

140
tabasqueña que, fuera de la hidalga labor del doctor Mestre
frente al régimen dictatorial de don Porfirio, no había presen­
ciado más que la calma desesperante de una prensa servil. El
largo tiempq de una administración sistematizada en la indi­
ferencia, en la resignación, en la conformidad, habia produci­
do esa misma sistematización en el alma tabasqueña.
El defensor del pueblo, es el último periódico de filiación
política de que tengo memoria. Creo que su verdadero fun­
dador fue el hoy general y grande amigo mío José Domingo
Ramírez Garrido por el año de 1913. Aunque había sido ma­
derista por convicción, no conforme con el régimen institu­
ido por el apóstol, lo atacó, y atacó también a Mestre. Pe­
ro Ramírez Garrido es de los revolucionarios de buena fe. Ha
manejado fondos públicos, ha desempeñado puestos jugosos,
y no se ha enriquecido. Sigue siendo, a lo que parece, el mis­
mo soñador de hace cuarenta años.
Seguiré hablando en el capitulo siguiente de los demás
periódicos de Tabasco, anodinos unos, literarios otros, pero
todos relativos a la época a que se refieren estas reminiscen­
cias.

141
XVII

Continuación del anterior.— El Recreo Escolar.—


Excélsior.— Tabasco Gráfico.— El Monitor Tabasque-
ño.— El Once.— El Eco de Tabasco.— Nuevo Régi­
men.— El Horizonte.— La Bohemia Tabasqu'eña.— La
Revista Ecléctica.— La Pequeña Bohemia.— La High
Life.— El Sagitario.— Alfa.— Alba.— El Renacimiento.
Digo en el capítulo anterior que todo aquel que desee una
información completa y ordenada de los periódicos de Tabas­
co, debe acudir a la obra de Santamaría —El Periodismo en
Tabasco—, fuente purísima, la mejor hasta hoy, para satis­
facer la sed más insaciable. Y o no me propongo hacer his­
toria del periodismo tabasqueño, ni siquiera de la época a que
estas reminiscencias se refieren. Mi propósito es hablar de aque­
llos periódicos que por alguna razón hirieron mi sensorio, pe­
ro sin orden cronológico, como vengan a mi memoria, apenas,
haciendo, como he hecho, una somera clasificación de las ac­
tividades de cada uno de ellos. Siguiendo este orden enu­
meraré a ' continuación los periódicos escolares, los que pu­
diéramos llamar anodinos y los eminentemente literarios.
Entre los primeros he de mencionar los siguientes:
El recreo escolar, fundado desde hace más de cuarenta
años por el profesor Rosendo Taracena, meritísimo maestro
que ha consagrado su vida entera a la enseñanza. De poca
importancia, cuando menos por su tamaño < —cuatro planas a
una o dos columnas, de veinte por trece centímetros— ha si­
do, eso sí, el vehiculo más simpático y eficaz para dar a co­
nocer la noble labor de Taracena, quien con más de ochenta
años encima sigue trabajando como en sus mejores años al
frente del Instituto “Comalcalco” por él fundado en la ciu­

145
dad de su nombre. Pálido habría de resultar cuanto pudiera
decirse en esta breve nota en elogio de tan ameritado men­
tor, oriundo de Cunduacán, doñee también prestó sus servi­
cios por largos años.
Excelsior, fue el primer periódico de los estudiantes del
Instituto "Juárez”. Se fundó bajo la dirección de mi parien­
te Diógenes López como presidente de la Sociedad Tabasque-
ña de Estudiantes. Entre el cuerpo administrativo y de re­
dacción figuraban Francisco J. Santamaría, Manlio S. Fuen­
tes, Justo A. Santa-Anna, Bernardo del Aguila, Eduardo Cas­
tellanos y todos los miembros componentes de le Sociedad de
Estudiantes que fue su fundador. Este periódico llamóse des­
pués La voz del estudiante bajo la dirección de Juan Correa
Nieto, y más tarde El estudiante, dirigido sucesivamente por
Régulo Torpey, Rodolfo Torres, Clotario Margalli, Francis­
co Sumohano, José Jesús Rodríguez, Manuel Bartlett, Mario
Camelo Vega, Jaime N. Casanova y Sebastián Hernández.
De todos estos muchachos me parece que el único que falta
es Justito Santa-Anna, muerto de un vértigo cardíaco en la
ciudad de Méjico. De los demás figuran en distintos puntos
del país: como abogados, Correa Nieto, Del Aguila, Margalli,
Rodríguez, Hernández, Bartlett que es actualmente ministro
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Santamaría
Gobernador del Estado; como médicos, Castellanos, Torpey
Casanova y Camelo que es figura prominente en la ciudad de
Culiacán; Sumohano, dedicado a los negocios, ha hecho una
fortuna, y Torres, cuya trayectoria he perdido.
Tabasco gráfico es el último periódico de muchachos es­
tudiantes de que puedo dar cuenta. Director, Justo A. Santa-
Anna; Jefe de Redacción, Bernardo del Aguila; editor y ad­
ministrador Ernesto A. Trujillo, que ya también murió. Aquí
escribieron muchos jóvenes de entonces, lo que constituía por
aquellos días la intelectualidad tabasqueña, un grupo de ver­

146
seros, soñadores y románticos, acaso también parnasianos y
uno que otro modernista: Lorenzo Calzada, David F. España,
César A. Villasana, Antonio Suárez Narváez, Quico Que-
vedo. etc. Pero el periódico, aun con maestros como el Ing.
Felipe Margalli y Marcos Becerra, reputábase escolar por­
que estaba dirigido por estudiantes. (1)
Entre los periódicos que tengo por anodinos, en virtud
de no haber mostrado un perfil francamente definido, o porque
ya en la política, ya en la literatura, sus tonos siempre fueron
pálidos, debo mencionar los siguientes:
El monitor tabasqueño, semanario independiente de co­
mercio, variedades, literatura, anuncios, que se publicó varios
años de 1901 a 1906. Fue su director y propietario don Fran­
cisco Broissin, padre de Panchito —el del Ateneo Veracru-
zano— y de Ofelia la de la Ufia. En este periódico publi­
qué algunos versos llorones y aquí mismo comenzó el doctor
Mestre su brillante compaña contra el régimen de Bandala.
El once, periódico multicolor, con literatura de brocha
gorda, con anuncios, con chascarrillos, todo de tipo corriente
tanto como su fundador y director José Natividad Rosario,
conocido popularmente lo mismo por el Vate Rosario que por
el Choco Nato, hombre verdaderamente pintoresco que na­
die ha podido olvidar. A propósito del nombre del periódico
—El once— parece que el propio Rosario, según refiere San­
tamaría, explicó que se lo inspiró el trágico suceso de Ta-
cubaya en que perecieron Mateos, Covarrubias y otros por
la orden chacalesca de Márquez el 11 de abril de 1859, por
donde se concluye que un deplorable acontecimiento histó­
rico fue lo que dio motivo al nombre del periódico, por más
que en corrillos de cantina, entre amigos y compañeros del
Vate se daba como origen otra causa bien distinta, por cierto.

(i) Cronista literario y teatral semanario de este periódico fue Francisco J. San­
tamaría.

H7
Decíase que la vieja costumbre de tomar la copa en San Juan
Bautista a las once de la mañana por una parte, y, por otra,
la costumbre también de que era para el dicho Vate de aguar­
diente puro, o blanco, o zorro, vocablo que por mera coinciden­
cia tiene once letras a g u a a r d i e n t e , fueron los indiscuti­
bles antecedentes que le dieron nombre al periódico, lo que
nunca desmintió Rosario, antes lo corroboró con una carcajada
abierta cada y cuando le tocaban el punto sus camaradas.
El eco de Tabasco es, sin duda, uno de los periódicos
de más larga vida en el Estado. Por supuesto que me re­
fiero a los periódicos no oficiales. No sé a punto fijo quien
haya sido su fundador. Pesde la época en ue comencé a
tener relaciones con él ya estaba dirigido por don Juan $.
Trujillo, hombre que gozó de la ayuda y los favores del go­
bierno de Bandala. Su tamaño fue grande en pliego de dos
hojas. Navegó siempre entre dos aguas. Fue más bien go­
biernista que independiente, pero con todo esto durante mu­
cho tiempo sirvió de mucho a la actividad literaria tabas-
queña. En sus páginas vieron la luz pública versos de Lo­
renzo Casanova, del Chato Calzada, de tantos más. En es­
te periódico publiqué mi primer discurso; en él también pu­
bliqué mi romance titulado El campesino de la Chontálpa,
dedicado por cierto al Lie. Horacio Jiménez. Y una cosa ex­
traña, inexplicable: en este periódico se me negó la publi­
cación de mi cuento Eva, por demasiado subido de color. Co­
mo el trabajo es demasiado largo comenzó a publicarse en
forma de folletín; y cuando ya había salido en esta forma
parte del cuento en uno o dos números del dicho sema­
nario, de pronto dejó de publicarse. Recibí entonces una tar­
jeta postal de Felipe N. Aguilar, cajista de la imprenta —a
la sazón radicaba yo en Tacotalpa como maestro de escuela—
que dice: “El Director del “Eco” ha mandado suspender la
publicación de tu cuentecito, cuyo final juzgó demasiado "su­

M8
bido de color”. Me encarga te diga que si lo "dulcificas” un
poco que lo mandes luego. Esta circunstacia no he podido
impedirla; y creo que bien puedes quitarle a la última parte
lo “crudo” que tiene a fin de hacerlo grato al director y qui­
zá perfeccionarlo.
Me valí del Chato Calzada para lograr que la publica­
ción se reanudara, y todo fue inútil, como lo revela su carta
cuya parte relativa dice así:
“Cumpliendo con tu encargo para don Juan S. Trujillo,
tanto yo como mi suegro, (su suegro era el secretario de
gobierno), nos acercamos a él; pero todos nuestros esfuer­
zos se estrellaron ante la supina obsesión de tan inteligente
editor. Queda "Eva” en mi poder hasta tanto nos veamos,
temeroso de que se pierda en el correo".
Se quedó, pues, inédito el cuento hasta que el “El Dicta­
men” de esta ciudad, cuyo director no es tan catoniano co­
mo era, por lo que se ve, el de El eco de Tabasco, lo publi­
có hasta con ilustraciones ad hoc hace varios años. Y es el
mismo cuento que figura como trabajo inicial en mi libro Pá­
ginas sueltas publicado en 1946. Como quiera que sea, El
eco de Tabasco, dentro de sus normas estrictas, prestó gran­
des servicios al Estado en relación de cultura literaria.
Nuevo régimen es, finalmente, el último semanario que
recuerdo de la prensa anodina. Fue el continuador del anterior,
pero ni con mucho puede comparársele. Su nombre mismo in­
dica que no hizo sino acomodarse a la nueva situación política
creada a la caída del gobierno del general Bandala, pero acaso
porque su vida fue efímera —'apenas medio año— no tuvo
tiempo suficiente para desenvolverse hasta tomar en la lucha
del periodismo perfiles propios y definidos.
Y toca su turno ahora a los periódicos eminentemente li­
terarios, entre los cuales recuerdo:
El horizonte, editado por mi pariente Fernando Gallegos,

149
en el cual escribían Pedro Alcalá, Fernando Duque de Estra­
da, Carlos Ramos, Andrés Calcáneo Díaz, Marcos E. Bece­
rra, Silvino Burelo, Juan Ramírez, Lorenzo Calzada y otros
que se escapan a mi memoria. Tenía yo entonces quince años
de edad y ya me deleitaba de tarde en tarde con la literatura
vernácula que domingo a domingo nos brindaba el grupo de
bohemios de El horizonte.
La bohemia tabasqueña que siguió después es la verdade­
ra revista literaria. En ella se congregó lo más selecto de la
provincia: Lorenzo Calzada (E l Chato), Femando Duque de
Estrada (Ferdu D ’Essan), Pepe Calzada (Ramón C ), Pedro
Alcalá Hernández (Claro-Oscuro, Fray Gerundio o Lucas
Gómez), Carlos Ramos, Salomé Taracena (El Negro Mele­
nudo), Dolores Puig de León, Andrés Calcáneo Díaz, Juan
Ramírez, lo mejor, la aristocracia de las letras tabasqueñas.
Esta revista tuvo dos épocas, y en la segunda, allá por los
años de 1902 a 1903 fue cuando escribí y publiqué en ella mis
primeros renglones cortos, gracias al estímulo constante y ge­
neroso del Chato Calzada. No sabe todavía Tabasco cuánto
le debe a este hombre que, después de su inmensa labor lite­
raria activa y pasiva, murió casi olvidado o ignorado en Tea-
pa, su tierra natal, en octubre del año de 1938. A él debemos
muchos de nosotros la afición literaria. Nos hizo creer que
podíamos y nos encarriló. Por él, pues, hemos llegado a va­
ler algo en el mundo de las letras. ¡Qué entusiasmo el suyo
cuando nos hablaba de Rubén Darío, del Duque Job, de Al­
fredo de Museet. A él le oí por vez primera aquellos versos
de Rubén:

Cuando la vio pasar el pobre mozo


y oyó que le dijeron es tu am ada . . .

150
Y estos otros que hicieron tanto ruido:
Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver. . .

No puedo resistir el impulso de copiar aquí parte de una


carta que me dirigió a Cárdenas, en 1909, porque en ella se
pinta el hombre de cuerpo entero “¿Por qué preferías “El Re­
nacimiento” para dar publicidad a tus elegantes producciones,
y al “Alba” no le mandabas nada? Al fundarse nuestro perió­
dico les dirigimos una tarjeta de invitación a todos los que
sabemos escriben, y entre ellos estabas tú; si no la recibiste,
estando yo en el periódico, debías saber que a mi lado, con
predilección, estabas tú y no debiste ni debes hacerte de rogar
para mandarnos número a número tus exquisitas y bien sen­
tidas producciones; no seas ingrato con quien sabes te estima
de corazón y te considera ocupando muy alto puesto en el pe­
queño resurgimiento de nuestro Estado a la vida del Arte. En
las épocas de calamidades públicas deben estar al frente los
hombres más valerosos; en las de paz, los intelectuales. Cum­
plamos con nuestro deber hasta donde nuestras fuerzas nos
lo permitan. Luchemos. Próximamente saldrá a luz un tomo
de versos de García Jurado, prepárase otro de Felipe Margalli,
así como uno de prosas de este tu amigo. ¿Qué, no podrías
disponer de setenta u ochenta pesos y hacer tú lo mismo? Creo
que ya es tiempo y que tienes material suficiente. Felipe N.
Aguilar nos ha dado el ejemplo, ¡pobre artesano tan merece­
dor de todo nuestro cariño y del respeto público! Anímate.”
Aguilar, en efecto, acababa de publicar sus Tanteos lite­
rarios.
Como el Chato Calzada, ninguno. A la muerte de Juan
Ramírez escribió en la Bohemia Tabasqueña un artículo senti­
dísimo. ¡Y pensar que todavía no se ha podido publicar nin-

151
gún libro de la obra literaria de Lorenzo Calzada! ¡Cuánto
más podría decirse de los que hacían la famosa revista! ¡Aque­
llos artículos festivos de Lucas Gómez o de Ferdu D ’Essan!
¡Aquellas críticas musicales de Quico Quevedo y de David
España y de Antonio Martínez Chablé! ¡Aquellos poemas de
Juan Ramírez o de Carlos Ramos o de Calcáneo Díaz! ¡Aque­
llos versos jocosos del Negro Melenudo! La Bohemia Tabas-
quena marcó una época de brillantez literaria en el Estado.
Toute proportion gardé, fue en San Juan Bautista, lo que la
Revista Azul, de Gutiérrez Nájera, en la capital de la Repú­
blica.
Le siguieron después:
La revista ecléctica, de doña Asunción Merino viuda de
del Río, semanario de cuatro planas, donde doña Chonita daba
vuelo a la hilacha con graciosas ironías hasta para su propia
familia y con ditirambos y elogios hiperbólicos para sus amigos.
La pequeña bohemia, periódico de muy corta vida, suce­
sor de La bohemia tabasqueña, redactado por Ruperto Jiménez
Mérito, Alfonso Ortiz Palma, César Villasana, Manlio S.
Fuentes y Raúl Mendoza, todos estudiantes entonces y todos
muertos hoy, con excepción de Manlio que reside en Méjico
dedicado a la quiropráctica.
La high Ufe, periódico de poca duración, redactado por
Manlio $. Fuentes, Alfredo Alcalá y César Villasana. Estuvo
en constante polémica con El sagitario por cuestiones literarias.
El sagitario, también de corta vida, lo redactaron José
María Gurría Urgell y Francisco Hidalgo Estrada.
Alfa, semanario de letras y arte, redactado por Manuel
F. Briseño, David F. España, Lorenzo Calzada, Carlos Ramos,
Leandro J. Duque de Estrada, Silvino Burelo, Manuel García
Jurado, Salvador Torres Berdón, Felipe A. Margalli, Arcadio
Zentella Sánchez, Ignacio Magaloni, Fernando Rivas Hernán­
dez y otros; dos meses después cambia su nombre por el de

152
Alba, más suave y armonioso, y sigue las huellas luminosas
de La bohemia tabasqueña. Esta revista puede considerarse
como el último canto del ave literaria de Tabasco, antes de
la revolución que cambió moldes y trayectorias, situaciones y
principios, en todos los órdenes de la vida.
El renacimiento, en fin, es el último periódico de raigam­
bre literaria que conocí en Tabasco. Fue su fundador, director
y mantenedor M. Guillermo Amezcua. Acaso pudiéramos con­
siderarlo anodino, por su no definida filiación política, pero lo
he catalogado en este lugar, porque ciertamente su mayor ac­
tividad fue literaria -—todavía recuerdo el comentario tan bri­
llante que hizo de Santa, la bellísima novela de don Federico
Gamboa— y porque en este periódico publiqué cuanto produje
en aquella época, a tal grado que mi actitud movió —de buena
fe, por supuesto— los celos cariñosos de Lorenzo Calzada,
expresados en la carta a que ya me referí. Amezcua fue un
sujeto que supo cultivar el amor de la juventud. De aquí que
también la obra literaria de Santamaría, como la de otros más,
tuviese tan buena y generosa acogida en su periódico. Después
de cuarenta años, cuando ya casi nadie se acuerda de El Re­
nacimiento ni de su fundador, bien merecen que se les consa­
gre un sincero elogio, una palabra de cariño, la unción religio­
sa de un recuerdo.

153
XVIII

La fiesta brava.— Cheché.— La Charrita Meji­


cana.— Colorín.— Camaleño.— El Zocato.— Camice-
rito.— Cayetano González y Samuel Solís.— El Chato
Ongay.— La muerte del faquir.
La fiesta brava es algo que me privó de niño y de joven.
¡Qué digo! Si hasta la fecha en que Gaona se cortó la coleta
asistí con devoción, siempre que estuvo en mi posibilidad, a
las corridas de toros, lo mismo en Veracruz, que en Méjico.
Muy vagamente recuerdo a José Marrero. Su nombre de
guerra era Cheché, lo que me hace presumir que era de por
estos rumbos de Veracruz, porque por aquí es muy frecuente
apodar familiarmente de este modo a todo José. Pues bien, este
Cheché toreó en una plaza de toros que había en el Playón.
Era un torero alegre, animoso, valiente, Gustó mucho al pú­
blico. No tengo ni la más ligera noción de su competencia en
el difícil arte de Cúchares, ni yo mismo podía tener entonces
capacidad para juzgarlo; sólo recuerdo que se conquistó la
simpatía del respetable. Lo que gustó mucho, tal vez más que
el toreo mismo de Cheché, fue la forma espectacular con que
banderilleaba, a caballo, la esposa de José Marrero,- conocida
con el nombre de La charríta mejicana. ¡Qué bien lo hacia!
¡Qué elegante! ¡Qué diestra! Montaba como mujer en un rijoso
caballo de aquel conocidísimo coronel Sosa que fue durante
toda la administración del general Bandala jefe de las armas
en Tabasco. La charrita mejicana jineteaba divinamente, con
asombro público la briosa cabalgadura. El lance era emocio­
nante. Por eso ha perdurado en nuestros recuerdos.

157
En la misma piara de toros del Playón vimos torear des­
pués a Colorín. Su arte era, sin dua, más fino que el de Che-
ché, a pesar de lo cual no logró impresionarnos tanto como éste.
No tengo memoria de más toreros ni de más corridas en
esta plaza, y eso que casi no faltaba a ninguna de ellas. Me
metía con los músicos, ayudando a cargar los ruidos, esto es,
el bombo y los platillos.
Otra plaza de que tengo un vago recuerdo es la de T a-
pijuluya que estuvo entre la Ceiba y Atasta. Allí creo haber
visto torear a Camaleño que era muy valiente. Del que no
tengo duda es del Zocato, diestro español que estuvo a punto
de ser cogido una tarde en que después de fuerte lluvia y con
el piso resbaloso tuvo que matar el último toro. Después de
herirlo de una certera estocada, salió limpio de la suerte, pero
no pudo correr y ponerse a salvo de la fiera, porque cayó en
la arena tendido cuan largo era. El toro, moribundo, lo siguió,
en un último impulso de vida y de rabia, entre los gritos de
horror de la multitud hasta darle alcance y caer a su lado,
muerto, enteramente, de tal forma que ni siquiera necesitó de
la clásica puntilla. El Zocato nació de nuevo esa tarde.
Hubo otra plaza de toros a la izquierda del camino de
Atasta, casi frente al cementerio general, que se llamó plaza
del Centenario. Tengo idea de que en esta plaza murió cogido
por un toro de mala ley un pobre novillero conocido con el
nombre de Carnicerito. Paréceme también que en esta plaza
fue donde conocimos a Samuel Solís y Cayetano González, dos
novilleros jóvenes que por su finura en el torear el primero y
por sus muchos riñones el segundo revivieron la afición por
los cuernos y llenaron el coso taurino de multitudes delirantes.
Decíase entonces de Samuel Solís que había sido condiscípulo
de Gaona, esto es, que fue parte del grupo de adolescentes
que tomaron lecciones de Ojitos. Y , en verdad, Solís era un
torero clásico cuando quería serlo, cuando estaba de humor.

\5S
cuando llegaba al ruedo con deseos de complacer; sólo que
muy pocas tardes se le veían estos propósitos. Por lo general
lo poseía una jindama que lo empequeñecía hasta los pozos
profundos de lo ridículo y de lo despreciable. Aquellas tardes
de inexcusables cobardías eran hasta peligrosas; armábanse
broncas terribles en los tendidos; volaban los cojines, vibraban
las injurias; los escándalos eran mayúsculos. Con todo esto,
Samuel Solís tenía sus simpatizadores, pues bastaba una sola
tarde buena para que le viéramos filigranas, lo mismo con la
capa que con las banderillas o la muleta. El toreo de Cayetano
González siempre fue igual, lleno de arrojo, de bravura, de te­
meridad. No había en este novillero gran elegancia, pero siem­
pre dio muestras inequívocas de mucha vergüenza; había en
él lo que se llama sangre torera. De aquí que la opinión se
mantuviera dividida entre gonzalistas y solisistas, y esta divi­
sión era lo que precisamente daba más interés a las corridas.
¿Cuánto tiempo duró esta pugna popular en pro de tan dis­
tintos diestros? No tengo idea ni recuerdo cómo terminó.
Lo que sí sé es que poco tiempo después se construyó
por el rumbo de Casa Blanca una nueva plaza de toros que
se llamó “Cayetano González”, lo que demuestra que, en fin
de cuentas, la simpatía taurina se inclinó en favor de la teme­
ridad y que poco significó, para este balance final, el arte de
Samuel. Lo que, por otra parte, nada debe extrañar, pues es
regla general que la popularidad no la produce ni lo exquisito,
ni lo delicado, ni lo espiritual, sino la fuerza bruta, el valor
incontenible, las victorias estruendosas de los héroes. Por eso
las mujeres se chiflan por los militares, por los aviadores, por
los toreros mismos, por todo aquello que es símbolo de fuerza
y de arrojo.
En esta nueva plaza siguió toreando Cayetano el valiente.
Y toreó no sé por cuánto tiempo más, si bien ya sin Samuel que
desapareció de la escena. Ambos diestros han dejado en los

159
anales de la tauromaquia tabasqueña un hondo e imborrable
recuerdo. Todavía de tarde en tarde se habla con fruición de
la hombría inigualable de Cayetano y de la fina elegancia de
Samuel.
En esta misma plaza —la "Cayetano González”— suce­
dió algo insólito que merece recordación. En uno de los ins­
tantes de mayor alboroto o regocijo, -acaso después de uno de
esos lances de capa o espada que levantan el ánimo, levantóse
también desde uno de los palcos del coso taurino la voz po­
tente y simpática del Chato Ongay anunciando los productos
de "La gran fábrica de cigarros La Paz, de Mérida”, palabras
más o menos textuales, al mismo tiempo que a manos llenas,
repartía a diestro y siniestro, cajetillas mil del producto anun­
ciado. Y tras un breve momento se levantó un clamor de an­
gustia, de espanto, de pena: "¡E l Chato ha muerto!” He aquí
el grito que salía de cuantos estaban cerca del simpático y
conocido viajante. Dado el carácter jocoso y jocundo del fa­
moso Chato, nadie quería creer en su muerte, antes bien casi
todos creian que se trataba en esa ocasión de uno de sus tru­
cos acostumbrados, de un chiste más de los muchos que vivía
haciendo en su labor comercial. Pero cuando acudieron los mé­
dicos al palco del siniestro, cuando la multitud vio salir en
andas al formidable anunciador, cuando mil circunstancias de­
mostraron elocuentemente la aterradora verdad, el público todo
se inclinó entristecido y murmuró y repitió, sin cansancio, en
silencio doloroso, estas solas dos palabras: "jPobre Chato!”
Una nube sombría cayó sobre la muchedumbre triste y cari­
acontecida. Ni un grito más. Un silencio devoto. Un respeto
callado y sincero. Que también el público, por ineducado y
brusco que sea, sabe ser comedido, moderado, discreto, frente
a los grandes dolores humanos.
Finalmente, en el mismo Playón hubo otra plaza de toros
cuyo nombre no recuerdo. Ni siquiera recuerdo quiénes hayan

160
toreado en ella. La memoria es así: infiel y frágil. Recuerdo
cosas de cuando tenía tres, cuatro o cinco años de edad, y he
olvidado casi por entero hechos y sucedidos de cuando ya ha­
bía pasado de los treinta. Lo que voy a referir me parece que
aconteció el año 13 de este siglo, precisamente cuando ya
había cumplido la tercera década de mi vida. Fue algo horrible
que nunca olvidaré.
Se anunció que un domingo por la mañana, en presencia
de cuantas personas quisieran asistir al espectáculo sería se­
pultado un faquir en el coso taurino. Decíase que el dicho
faquir se produciría por sí solo el estado de catalepsia, y que
en este estado, con una lentísima pulsación que le permitiría
permanecer dentro de una caja de madera preparada ad hoc,
de lo cual darían fe algunos médicos de la localidad especial­
mente invitados para ese efecto, sería sepultado dentro de la
referida caja y que así permanecería hasta después de la co­
rrida de toros que se efectuaría en la tarde. Muchas personas
acudimos a presenciar el lúgubre espectáculo. Después de los
preparativos de rigor, después del sueño simulado o artificioso
del faquir, y de un disparo de pistola y del examen médico,
a los acordes de una marcha fúnebre, descendió lentamente a
la fosa hecha ex profeso el catafalco del faquir. Luego salimos
de la plaza de toros haciendo los obligados comentarios. Quién
aseguraba que el infeliz faquir se moriría asfixiado; quién de­
cía que la pulsación de este pobre hombre era normal cuando
se inhumó; éste condenaba a los médicos por haber permitido
aquel suicidio; aquél argüía que cosa igual había hecho ya en
otros lugares como Mérida de Yucatán, con toda felicidad.
Llegó la hora de la corrida. Y o no asistí al espectáculo taurino.
Al caer la tarde me hallaba con un grupo de amigos sentado
frente a la cantina del teatro Merino, tomando refrescos, cuan­
do empezó a pasar la gente que volvía de la fiesta brava, y
todos iban diciendo: ‘Se murió el faquir”. Oído lo cual nos

161
levantamos precipitadamente y nos encaminamos a la plaza de
toros, donde nos encontramos ya exhumado, sobre unas tablas
mal colocadas a guisa de mesa, el cuerpo todavía caliente del
faquir. Según los médicos, estaba cocido. Lo había cocido el
calor de la tierra, calentada, a su vez, por los rayos calcinado­
res de aquel sol tropical.
Se expandió la noticia con la velocidad del relámpago.
Pasó las fronteras del Estado. Continuaron los comentarios
cada vez más duros. Se hicieron cargos admonitorios contra
los médicos. De la ciudad de Mérida se recibió un telegrama
en el que sugerian no enterrar el cuerpo del faquir, porque
acaso estuviera vivo aún bajo los efectos de la catalepsia por
él provocada. Se esperaron más de veinticuatro horas, después
de las cuales no hubo más remedio que inhumar el cadáver,
porque la putrefacción, que no tardó en hacerse sentir horri­
blemente, fue la mejor demostración de que la vida había
huido para siempre de aquellas pobres carnes calcinadas.

162
XIX

El mercado “ Simón Sarlat” .— El “Porfirio Díaz”,


después “ Pino Suárez” .— La quinta de Dueñas.— Las
ruinas de Senmanat.— La laguna de la Pólvora.— Las
tamaleras.— Las nueve matas.— Las pozas.— Tierra
colorada.
¿Podría dejar de hablar en estas páginas de ciertos sitios
para mí de imborrables recuerdos? En inguna manera. Claro
que la narración sería infinita si fuera a enumerar todos aque­
llos lugares por donde discurrió mi niñez, pero recorreré con
el alma llena de emoción los que tengan por esta o aquella
circunstancia algún interés vinculado en el propósito de estas
lucubraciones. ¿Por dónde comenzar?
No puedo evitarlo. Estoy en el viejo mercado “Simón
Sarlat”. Está situado entre las calles 27 de Febrero, Vicente
Guerrero, Constitución y un pasillo formado entre el propio
mercado y la antigua casa de Romano y Compañía. ¡Cómo y
cuándo llegué de niño a este lugar! Yo hacía la compra de mi
casa. Todavía recuerdo que la carne se la compraba a don
Chano Sánchez, mi vecino de la calle de Zaragoza; el puerco
y la manteca a don Manuel Ortiz, también mi vecino. Lo de­
más —verduras, arroz, frijol, pescado, huevos— a los más
barateros. Hacia la calle del 27 de Febrero se vendían los co­
cos de agua, el palmiche, etc. Hacia el fondo, sobre el pasillo
de Romano compraba algunas veces el famoso dulce de Torno
Largo y el pescado frito. En el centro, las frutas: los chinines,
los aguacates, los caimitos, las pinas, los mangos, las naran­
jas, las pitahayas, las guanábanas, las anonas, las chirimoyas,
el uspí, los jujos, las ciruelas, las guayas, los nances, los ma­

165
meyes, los zapotes, los chicozapotes. A propósito del nance es
curioso el hecho de que sólo en Tabasco, a lo que creo, se
llama así esta fruta que se come cruda, en dulce y encurtida,
pues en Campeche se dice naneen y en el resto del país nan~
che. Y con relación al mamey y al zapote, bueno es advertir
que el primero es de la familia de las gutíferas, originario de
Santo Domingo, “casi redondo, de unos quince centímetros de
diámetro, de corteza verduzca, correosa y delgada que se quita
con facilidad, pulpa amarilla, aromática, sabrosa, y una o dos
semillas del tamaño y forma de un riñón de carnero”; y el
segundo es fruto propiamente mejicano, de la familia de las
zapotáceas, de forma “ovoide, de quince a veinte centímetros
de eje mayor, cáscara muy áspera, pulpa roja, dulce, muy
suave y una semilla elipsoidal (el piste o pistle), de cuatro a
cinco centímetros de largo, lisa, lustrosa, quebradiza, de color
de chocolate por fuera y blanca en lo interior”. A este último
se le llama efectivamente zapote en Tabasco y al primero ma­
mey, como en Chiapas, en Guatemala y acaso en toda la Amé­
rica Central, es decir, se les llama por sus nombres legítimos,
al revés de lo que acontece en el resto de Méjico, donde se
le dice zapote a la gutífera y mamey a la sapotácea. Valga
la digresión para continuar en nuestra descriptiva tarea (1).
¡Y lo que han cambiado los tiempos de entonces acá! En
aquellos días llenaba el tenate de la compra diaria con sólo
un peso. Hoy apenas alcanzan veinte para las más apremiantes
necesidades. El mercado Sarlat era muy surtido, como que por
mucho tiempo fue el único. Hicoteas, tortugas, cangrejos, ta­
sajos de Macultepec, tamales, longaniza, morcilla, todo se po­
día comprar -en este mercado, adonde tengo de ir aún, cual­
quier día de éstos, a recoger mis pasos o mi -sombra.

(i) Santamaría, en su Diccionario de Americanismos, ha hecho la reivindicación


de estos dos americanismos ‘ ‘rapóte1* y “ mamey**, esclareciendo el uso apropiado de
cada uno de los vocablos, “ zapote** de origen azteca y “ mamey** de origen antillano.

166
Posteriormente se construyó un nuevo mercado entre el
río Grijalva y el parque Juárez que se llamó primero Porfirio
Díaz y después, al triunfo de la revolución maderista, Pino
Suárez. Parece que todos los sitios públicos que llevaban el
nombre del viejo dictador, tomaron el del vicepresidente már­
tir, pues así aconteció aquí en Veracruz, con la avenida situada
entre las de Jiménez y Revillagigedo, por donde pasa el tran­
vía que también lleva el nombre de Pino Suárez por la misma
razón. Este mercado ya no lo frecuenté. Sólo llegué a él de
tiempo en tiempo, acaso por seguir a la novia. ¡Qué sé yo!
No hubo en Tabasco por aquel entonces —y creo que en
la actualidad tampoco— ninguna quinta, en su verdadera acep­
ción de casa de recreo. Menos áún como las famosas quintas
o huertas de Colima, por ejemplo, donde se producen las más
ricas frutas de la región. Quizá por esta circunstancia —la
de la ausencia de quintas— nos impresionó a muchos la quinta
de Dueñas, ubicada casi en las afueras de la ciudad, en la es­
quina de las calles de Castillo y Méndez. Esta -quinta fue pro­
piedad de don José Julián Dueñas que fue hasta cinco veces
gobernador del Estado. Hombre que viajó por el extranjero
este don Julián, supo fomentar su quinta hasta hacer de ella
un lugar pintoresco digno de admiración. Tenía sus fuentes
y otros adornos interesantes; rosales de muchas clases, árboles
frutales como mangos, guanábanas, guayabas, pomarrasas, etc.;
animales domésticos y domesticados, como perros, venados, ga­
llinas, pájaros. Casi todo exportado y de razas finas. Don José
Julián Dueñas, dentro de su época, era un hombre civilizado,
y aun pienso que hoy lo sería también. Su quinta, por aque­
llos lejanos días, fue una cosa de gusto. Los chiquillos que
llegábamos por sus colindancias, y que alguna vez logramos
entrar en ella, abríamos la boca a mil asombros. Quizás por
esta circunstancia los de mi tiempo no hemos podido olvidar
todavía esta famosa quinta, destruida ya por entero y con­

167
vertida hoy, como el más duro agravio a la memoria de su
antiguo dueño, en casa non sancta.
Y como por asociación de ideas anfójaseme hablar en se­
guida de las Ruinas de Sentmanat, ya que este exótico perso­
naje, don Francisco de Sentmanat, fue quien sucedió en el go­
bierno a don José Julián Dueñas. Estas ruinas, conocidas con
el nombre de Sentmanat, estaban en la esquina de la calle que
hoy lleva el nombre de Pedro C. Colorado y la de Constitu­
ción; la esquina siguiente, por la misma acera, es la del hospital
civil. Ruinas eran de lo que había sido casa, residencia o pala­
cio del coronel Sentmanat. Este militar que, como tantos otros
venidos de fuera del país, era extranjero, sentó sus reales en
Tabasco con el título de gobernador del mismo en dos ocasio­
nes por el mandato personal del Presidente de la República
don Antonio López de Santa Anna. Caído en desgracia y con­
vertido en filibustero fue derrotado y aprehendido por sus ene­
migos en Jalpa y allí mismo fusilado. Su cuerpo fue conducido
en una bestia mular a San Juan Bautista. El historiador don
Manuel Gil y Sáenz, refiriéndose a este asunto tan desagra­
dable, dice: ‘‘Aquí viene una escena terrible, y que es preciso
narrar. Las exaltadas pasiones indujeron a los enemigos del
vencido a cortar la cabeza del ya muerto Sentmanat, y sumer­
giéndola entre aceite hirviendo, colocáronla en una especie de
jaula, la cual fue expuesta a la espectación pública. ¡Acto bár­
baro que avergüenza, no a Tabasco, sino a sus autores, nin­
gún© de los cuales era tabasqueño!” El triste y trágico fin de
Sentmanat hizo que la memoria de este audaz cubano —buen
mozo, por cierto— se convirtiera casi en legendaria, y de aquí
que las ruinas de su casa produjeran un extraño temor y die­
ran causa a muchas consejas, sobresaltos y recelos, sobre todo
cuando pasábamos frente a ellas en noches oscuras y silencio­
sas. Las ruinas de Sentmanat las contemplamos siempre con
cierto •raro pavor. Hoy han desaparecido. En el mismo sitio

168
se alza un edificio moderno donde tiene sus oficinas la Co­
operativa de Transportes de Villahermosa.
¡Cómo me inquieta el sólo pensar en aquella laguna que
estaba al sur o sureste de la ciudad, conocida con el nombre
La Pólvora! ¡Cuántas veces nos bañamos en ella! ¡Cómo sur­
cábamos sus tranquilas aguas a bordo de celosísimos cayucos!
Ya no existe, es verdad; la han rellenado, la han desecado.
Pero no puedo pensar én ella convertida en llanura de polvo.
La veo en mis recuerdos como entonces: con sus aguas túr­
bidas y quietas, con sus orillas pobladas de amates en cuyas
frondas escuchábamos la ululante vocinglería de las aves; con
sus días encantadores de cielo azul y de sol tropical; con sus
noches tibias pobladas de estrellas cuyos fulgores caían román­
ticamente sobre el apacible dorso de sus aguas; con sus em­
barcaciones tripuladas, principalmente, por muchachos del ins­
tituto “Juárez". Y me parece escuchar, lleno de emoción, an­
gustiado por la pena de no poder volver a aquellas horas inol­
vidables, como un clamor, como un reclamo hondo y lejano,
aquellas barcarolas con que muchas veces nos deleitó la deli­
ciosa y afinada voz de Manuel Montellano. La laguna de La
Pólvora, en épocas de creciente, uníase a las aguas impetuosas
del Grijalva e invadía los terrenos más allá de la casa de señá
Chica Pérez, hasta Mayito, adonde llegábamos a descargar
aquellos ricos guayabales que eran nuestro encanto. ¡Oh, vie­
ja laguna de mi niñez, no puedo olvidarte! No puedo volver
a ti mis ojos sin sentir en el alma la nostalgia de lo imposible.
Te veo como en mis años mozos. Me parece que voy sobre tus
aguas rumorosas, manejando el canalete.
¡Oh, lector querido, seguidme ahora hacia fuera de la
ciudad! Bajemos por la calle de Abasólo, como quien va con
rumbo a Tierra Colorada. Es una bajada casi siempre llena
de lodo. Pasamos por la casa de señá Petrona Carrasco, la
gran tamalera de San Juan Bautista, por de Tía Eligía, cuyos

169
tamales eran también de fama. Aquí en el patio de la casa de
la Carrasco había un árbol de cojinicuil que muchas veces,
favorecidos por las sombras nocturnas, descargamos a hurta­
dillas. Y más adelante caminando sobre el mismo rumbo, a la
derecha, encontramos un sitio que bautizamos con el nombre
de Las nueve matas, por que en él existían precisamente nueve
matas de mango. Este lugar parecía no tener dueño, pues sin
cuidarnos de nadie, en comparsa llegábamos a cualquiera hora
del día, a cortar el exquisito fruto que comíamos verde o sazón
con sal o bien maduro, como caía. Lo echábamos abajo a ga­
rrote limpio o subiéndonos y moviendo violentamente sus ta­
mas. Este último procedimiento dio lugar a que cierta vez, Pe­
dro González Aguilera, que era muy fuerte, subido hasta bien
arriba de una de las matas de mango, al sacudir uno de los
gajos que halló más cargado alborotó de tal suerte un avispero
que estaba en la rama, que, enfurecidas todas las avispas del
panal, rodeáronle en enjambre, cercenándole el cuerpo, princi­
palmente la cara, el cogote, las manos, y obligándolo a bajar
en abreviado. A una altura de tres o cuatro metros resolvió des­
prenderse de la última rama como medio de salvación y
así llegó a tierra casi moribundo. Lo ayudamos a matarle
las avispas que todavía llevan prendidas, operación de la
cual también nosotros, los que lo acompañábamos en aque­
lla aventura, sacamos algunos lancetazos de los endiabla­
dos himemópteros. Y el suceso fue de tal sensación que por
mucho tiempo lo estuvimos comentando sin volver, por supues­
to a las nueve matas, no sólo sino que a través de medio siglo
Julián Urrutia y yo lo hemos recordado como uno de los acon­
tecimientos más impresionantes de nuestra vida. De aquí que
aquellas nueve matas sin dueño que muchas veces saciaron
nuestra gula, vivan aún como nueve espectros fantásticos en
las reconditeces más profundas de nuestra memoria.
Siguiendo por el camino de Tierra Colorada llegamos a

170
otro sitio histórico, al menos para muchos de los que lo fre­
cuentamos. El lugar era conocido con el nombre de Las pozbs,
porque efectivamente eran pozas formadas por la extracción
de tierra barrosa que se empleaba en la fabricación de tejas
y ladrillos. Estas pozas, con profundidad de más de dos me­
tros algunas de ellas, se mantenían llenas de agua sobre todo
en la época de lluvias y a ellas llegábamos a bañarnos, mañana
y tarde, en vez de ir a la escuela. Muchos aprendimos a nadar
en ellas, como paso previo para echarnos en las aguas del
Grijalva. De fijo ya estas pozas no existen ni siquiera creo que
podría yo atinar con el sitio en que se hallaban. No en balde
la incontenible rueda de Cronos ha girado sin descansar desde
aquellos remotos días de mi niñez. Pero existen en mi memo­
ria. Allí están y estarán estereotipadas con la indeleble tinta
de la emoción mientras yo aliente vida.
Y por último, llego al paso de Tierra Colorada. Hasta
este lugar se iba antes por vía férrea, en los carritos de trac­
ción animal que regenteaba don Alberto Correa. Hoy ya no
existe este servicio. Es claro: estamos en la era del camión.
En el paso de Tierra Colorada se contempla la mansa corrien­
te del río González. Tenía su encanto este lugar. Un poco
rústico, tal vez; pero precisamente su rusticidad le daba tal
encanto. Dentro de esa belleza natural alzábase el rancho del
coronel Sosa. No sé si ya dije antes que este coronel llegó
a ser general en las postrimerías del régimen de don Porfirio
pero ni yo ni nadie se acostumbró a llamarlo general. Creo
que ni él mismo. Para todo el mundo siguió siendo el coronel
Sosa, hasta su muerte acaecida en la ciudad de Mérida, des­
pués del 14, año en que salió de Tabasco. En todo el camino
de Tierra Colorada, hasta llegar al paso, encontrábamos de
lado y lado pequeños ranchos agropecuarios. En muchos de
ellos nos metíamos furtivamente para cazar pajaritos o para
"pepenar” nances. Cada vez que al atardecer oigo pregonar

171
por las calles de Veracruz, el nanche de La Loma, viene a mi
mente el recuerdo del nance de Tierra Colorada, aquel nance
sabroso •—amarillo, castaverde, rojo— que pepenábamos fur­
tivamente en los ranchos de aquel camino encarminado que tan­
tas veces recorrimos en nuestras andanzas infantiles.

172
XX

Paraíso.— Nombres raros.— Mis primeros ver­


sos.— Candita Figueroa.— Las corridas de cangrejos.—
Ceiba.— Limón.— Dos Bocas.
Entre las poblaciones del Estado de Tabasco que conozco
bien debo mencionar a Paraíso, lugar meramente costeño, pe­
gado al mar, donde permanecí, como maestro de escuela, dos
años, de 1902 a 1904. Hace, pues, cerca de cuarenta y cinco
años que salí de esta población, donde pasé días de verdade­
ra felicidad que nunca olvidaré.
La villa de Paraíso era entonces un pueblo relativamente
moderno. No tengo idea de los habitantes con que contaría en
aquellos días, pero de fijo no pasarían de dos mil. Había pugna
abierta, aunque sin violencias de ningún género, entre católi­
cos y protestantes. Los templos de estos bandos estaban situa­
dos uno frente a otro. En el de los católicos recuerdo haber es­
cuchado la palabra fácil, fluida, armoniosa, del padre Carlos
Hernández, a quien le decián en tono cariñoso por su joroba
el padre Tronchatfito, aunque también se le decía familiarmen­
te el padre Carlitos. En el de los protestantes escuché en un con­
greso de ministros de esta religión a don Lisandro R. Cámara,
que era el titular del templo, a don Eligió Granados, a don Jo­
sé Coffin, a don Alfonso Herrera. Pugnas decentes aquellas
que honran a la sociedad paraiseña.
Abríanse las clases en el mes de septiembre. En este mes
llegué acompañado de don Arcadio Zentella, Director General
de Educación Pública en el Estado, después de haber hecho

175
un viaje encantador en el vapor "Elisa” que manejaba el nor­
teamericano Samuel Van Horr por el río González, río que
desemboca en Chiltepec, pero que tiene un desprendimiento
que se conoce con el nombre de Arrastradero, que comunica
con la hermosísima laguna de Mecoacán,. tan extensa que for­
ma horizonte, en cuyas orillas han medrado por siglos apreta­
dísimos manglares y por la cual llegamos a Dos Bocas, desde
donde no sé, no puedo recordar, cómo continuamos el viaje a
Paraíso. Y me entregó la dirección de la escuela el poeta Leo-
vigildo Ferrer y Ferrer, cuyos versos ha publicado el gobier­
no de Santamaría.
Era la primera vez que salía de San Juan Bautista para
residir por- largo tiempo en un pueblo, fuera de la capital. Es­
taba un poco destanteado. La familia Abalos fue mi orientado­
ra. Angela y Tula, hijas de don José Jesús Abalos, me relacio­
naron con la sociedad. Así fue como conocí a Candita Pérez,
a Aurora Madrigal, a Estela Javier, a Siria Barillas, a Este­
la Franyuti, a Carmela y Candita Figueroa.. Luego me relacio­
né con don Teófanes García, don Hesiquio de la Cruz, don
Aurelio, don Saturnino y don Marcelo Javier, don Manuel H.
Hernández, el ingeniero don Epafroditó Hernández Carrillo,
don Agustín Franyuti, don Restituto Carrillo, don Diego Fi­
ligrana, los médicos don Tobías Magaña y don Vicente Zeti-
na, don Manuel F. Franyuti, que era el Jefe Político, don
Anempodista García que fue mi ayudante en la escuela, y al­
gunos muchachos como Jacinto Madrigal, Evelsaín Magaña,
Manuel y Juan Pérez, Hermógenes Guzmán, y ¡cuánto nombre
raro! Por supuesto que en esto no le van en zaga Jalapa ni
Teapa. En alguno de estos dos lugares sacaron el nombre Ade-
lor del de una razón social francesa, la cosa más original A de
t or; y de las palabras de nuestro himno nacional que dicen:
"mas si osare un extraño enemigo”, formaron el nombre más
raro aún: Masiosare. Y asi el nombre de aquel famoso compo-

176
neeor de huesos de Astapa —Clímaco—• lo han convertido en
Quilimaco. ¡Cosas de Tabasco!
Pues bien; en Paraíso comencé a vivir la vida de las le­
tras. Me suscribí a La ilustración artística, de Barcelona, don­
de leí tantas cosas de doña Emilia Pardo Bazán, de los Alva­
res Quintero, de Jacinto Octavio Picón, de Alfonso Pérez Nie­
va, de José Echegaray y de tantos proceres de la literatura es­
pañola. Peer a México las Ingenuas, de Urbina; la novela
Clemencia, de Altamirano; la Pepita Jiménez, de Valera; la
Mireija, de Federico Mistral. ¡Vamos! hice mi pequeño mundo
bohemio en aquel delicioso lugar que guardo en mis recuerdos
como una de las páginas más hermosas de mi vida. En Paraí­
so leí por primera vez El Quijote que después, por este afán
mió —tal vez estéril— de familiarizarme con el suave y armo­
nioso romance español, casi lo he convertido en mi libro de ca­
becera. En Paraíso pronuncié mi primer discurso; y, bajo el
aliento generoso del Chato Calzada, que de lejos me estimu­
laba, escribí mis primeros versos que envié, para su publica­
ción a La Bohemia Tabasqueña. Helos aquí:

BA JO UN LA U REL

Bajo el ramaje verde y umbrío


que les ofrece viejo laurel
están dos seres que se idolatran:
ella es Marieta, él es Manuel.
iAdiós! •—se dicen —. Y al separarse
amor se juran con santa fe;
es ya muy tarde, pero en el cielo
la blanca luna rielar se ve.

Han transcurrido ya muchos años


desde la noche del cuadro aquel.

177
Ella está triste, pálida, enferma,
y aún no regresa su amante fiel.
¿Por qué no vuelve? ¿Por qué no escucha
que ella muriendo le dice: "ven”?
¡Ay! porque el pobre murió en el viaje . . .
Ella muy triste murió también.

Cuentan las gentes supersticiosas


que por las noches, bajo el laurel,
se ven dos sombras que son, sin duda,
las tristes almas de ella y Manuel.
Dicen que se hablan y que se besan,
y que se adoran, con santa fe,
allá muy tarde cuando en el cielo
la blanca luna rielar se ve.
«—Es un poema, un verdadero poema— me decía el Cha­
to. Y yo, a los veinte años .cuando la vida es sueño, no humo
como en lá vejez, tenía la ingenuidad de creerlo. Pero el Chato
era así: vivía alentándonos con toda la nobleza de su alma.
Asi alentó a César Villasana, a Ruperto Jiménez Mérito, a
Pancho Montellano, a Santamaría, a todos los muchachos de
aquella época.
Es claro que, andando el tiempo, convencido de mi inca­
pacidad para los renglones cortos y siguiendo el consejo iró­
nico de don Ricardo Palma, cejé de hacerlos.
Paraíso era entonces un lugar risueño, tranquilo, aparta­
do del mundo. Con todo esto, hasta allá nos llegó ¡a sacudida
violenta del volcán Santa María de Guatemala en la tercera de­
cena de septiembre de 1902 (1) y, un mes después, c'el veinti-
(x) Según noticia contenida en el "Eco de Tabasco” , periódico de aquella época,
en su número 73, del 36 de octubre de 1902, la erupción fue el día anterior, 23 de octu­
bre; i las cenizas comenzaron a caer en aquel mismo día 26, siguiente al de la erup­
ción.— F. J. S.

17S
cinco al veintiséis de octubre, la consecuencia del terremoto, •
sea la lluvia de ceniza qué al amanecer de uno de esos días, es­
tando yo en el rancho de mi compadre Juan Santos, a po­
ca distancia de Paraíso, nos sorprendió agradablemente, pues
el fenómeno daba la impresión de una nevada: los árboles, los
tejados de las casas, los campos, se veían cubiertos de una ce­
niza blanca que parecía nieve. Esta ceniza hizo mucho daño en
los ríos, algunos de los cuales dejaron de ser navegables y, en
cambio, levantó el nivel de no pocos terrenos pantanosos.
Había enmedio de la gran plaza de Paraíso, entre los tem­
plos católico y protestante, una glorieta donde se efectuaban las
serenatas dominicales. En este sistio escuché el maravilloso cla­
rinete de un músico de apellido Alejandro, inolvidable. En es­
te mismo sitio vi bailar zapateado con muchachas de la clase
humilde a don Abigail Bosada, a la sazón Jefe Político del pue­
blo.
Don Aurelio y Marcelo Javier eran poetas. A veces nos
reuníamos para decir versos. Tengo para mí que don Aurelio
que era el mayor, todavía vive; y, lo que es admirable, todavía
escribe de cuando en cuando sus poemas.
Pero entre todos los recuerdos de aquellos dos años que
pasé en Paraíso, el más dulce, el más hondo, el más cordial,
el que no ha podido borrarse ni se borrará jamás de mi memo­
ria, es el de Candila Figueroa, cuyo trato exquisito hizo que
la distinguiera yo con todas mis preferencias. Muchacha inte­
ligente, llena de nobles aspiraciones, bondadosa, discreta, era
en una palabra, mujer capaz de llenar las mayores exigencias
humanas. La vida nos separó. Creo que al siguiente año de mi
salida de Paraíso, ella se fue a estudiar en la Escuela Nor­
mal para señoritas de San Juan Bautista. Me casé yo. Se ca­
só ella, después de recibida. Se fue a trabajar al Estado de
Chiapas, a un lugar conocido con el nombre de Valle de Cin-
talapa, cuna —según entiendo— de Rodulfo Figueroa. Volvió

179
a Tabasco, y fue a morir a Paraíso. Nunca más la ví. Pero
nunca la he olvidado. Cancita Figueroa vive en mis recuerdos.
El eco de su voz, su dulce mirar, la bondad de su alma, el
hondo cariño con que me trató, viven dentro de mí como en
ánfora triste e inviolable. Paraíso entero está simbolizado en
este nombre, en este recuerdo, en esta santa inquietud con que
pienso en ella.
Me cuentan que Paraíso es hoy verdadero emporio de
progreso. Dicen que es, en Tabasco, el lugar de más prosperi­
dad. Es su presidente municipal un antiguo alumno mío: Au­
gusto Hernández Olivé, muchacho talentoso, tanto como su
padre el Ing. Hernández Carrillo, que fue alumno fundador
del instituto “Juárez” y cuya inmensa cultura me sorprendió
cuando tuve ocasión de tratarlo.
Me parece que durante los meses de julio y agosto ce ca­
da año nos divertíamos con las "corridas” de los cangrejos que
van a desovar al mar. La gente de por esos lugares es o al
menos era muy experta para cogerlos y amarrarlos hasta hacer
con el sabroso crustáneo grandes cargamentos que llevaban por
río a San Juan Bautista para su venta.
Muy cerca de Paraíso hallábase una ranchería o ribera
conocida con el nombre de Ceiba. A este lugar podía irse por
el llamado Río Seco que en este trayecto es perfectamente na­
vegable. Mucho tiempo se creyó que este río era el descubier­
to por Juan ce Grijalva; pero los eruditos han demostrado has­
ta la saciedad que el río del aventurero español es el que des­
emboca en Frontera. Pues bien; me cuentan también que Cei­
ba, la ranchería ribereña de entonces, de apenas unas cuantas
casas humildes, es hoy punto de tal importancia que tal vez no
lo conociera si lo viese. Llámase ahora —dicen— Puerto Ceiba,
y tiene un movimiento urbano de mucha importancia; casas mo­
dernas y bjen alineadas; actividad agrícola y comercial, algo,
en suma, de llamar la atención. A su falda corre, ya para mo­

180
rir en el mar por la Barra de Dos Bocas, el agua tranquila y
silenciosa del Rio Seco.
Paraíso tenía, y aún creo que sigue teniendo, el hermoso
atractivo de su playa para los baños de mar. Gente de Comal-
calco, de toda la región cíe Río Seco hasta Cárdenas, y de San
Juan Bautista llegaba de temporada a los baños de Limón o
de Dos Bocas. Aquello era, en verdad, muy rudimentario to­
davía, pues era necesario improvisarlo todo, hasta las casetas;
pero se pasaban allí horas y días verdaderamente encantadores
bajo el sol ardiente de la canícula, en la ancha playa coruscan­
te y frente al inquieto mar en su eterna sinfonía con el viento.
Cuando salí de Paraíso, que fue la fragua de mis senti­
mientos artísticos, sentí un gran pesar en el alma. Allí forjé mis
más caras ilusiones: allí empecé a soñar; allí escribí mis prime­
ros versos; allí amé hondamente en silencio; allí nací a la vida
del arte y del pensamiento. Cuando salí de ese lugar, a donde
nunca más he podido volver, sentí un gran pesar en el alma.
Me sustituyó en la dirección de la escuela el hoy ciruja­
no dentista Carlos Sala.

181
XXI
Tacotalpa.— El maestro Marcos.— Los cuatro
barbones.— La fiesta de “ San Antonio” .
De la de Paraíso pasé a la escuela de Tacotalpa, la ex­
capital de Tabasco, la tierra de los Merino, de los Pintado, de
los Zurita, de los Bélchez, de los Marcín. Fui a trabajar como
maestro a donde había trabajado como tal don Marcos E. Be­
cerra, quien a la sazón se había marchado a la metrópoli na­
cional como secretario de don Alberto Correa, sustituto del
inmenso con Enrique C. Rébsamen, el sabio pedagogo suizo,
en la Dirección de la Escuela Normal.
No era, pues, fácil para mí llenar aquel vacío, pues aun­
que antes que yo habia estado Carlos Sala, el vacío seguía lle­
no de don Marcos. "Don Marcos hizo ésto” . . . "Don Mar­
cos decia así” . . . “Don Marcos nos lo enseñó” . . . "Don Mar­
cos . . . ” ¡Ah! el nombre de don Marcos lo llenaba todo. En
las mesas, en las bancas, en los pizarrones, en los mapas, en
todas partes, por dondequiera, veía y oía el nombre de don Mar­
cos. Yo casi no conocía a este maestro, pero la aureola con
que me lo presentaban sus alumnos y amigos, la laboriosidad
que en él descubría a cada momento, el cariño con que se re­
cordaba su actuación pedagógica, todo esto y muchos otros
singulares pormenores que por si solos revelaban su eficaz y
provechosa labor en la escuela y en el pueblo, hacían que
viera en él, como reproducida, la figura de Marcos Froment, el

185
personaje central ce Verdad, la obra inmortal de Zolá, muy en
boga entonces.
Con ser de suyo difícil para mí aquella situación, fui poco
a poco adaptándome a ella. Mis discursos y mis versos publi­
cados ya en algunos periódicos de San Juan Bautista me da­
ban cierta personalidad y, como la gente de Tacotalpa siem­
pre tuvo señera afición por las letras, hallé cabida en la socie­
dad tacotalpeña que me tendió, casi desde mi llegada, su ma­
no protectora. Y el río Tacotalpa, que pasa por aquellas tie­
rras de bendición, no pocas veces me adormeció con sus ru­
mores cantadnos y susurrantes.
En Tacotalpa viví cuatro años, de 1904 a 1908. Durante
el año de 1905 a 1906 viví feliz al lado de María Pardo Acu­
ña, mi primera esposa, madre de Charito. El 21 de marzo de
1906 celebramos con gran regocijo y con la mayor pompa po­
sible el centenario del natalicio ce don Benito Juárez.
Fui amigo de los cuatro barbones del lugar: don Calixto
Merino, don José Encarnación Pintado, don Ruperto Caballero
y don Juan Bélchez, que eran como patriarcas, sobre todo el
primero, a quien veia yo diariamente luciendo al sol su vene­
rable calva relumbrosa por todo el pueblo.
Allá, aparte mi labor escolar, hice mucha obra literaria.
Escribí varios cuentos, casi todos inéditos, menos Eva que fi­
gura en primer término en mis Páginas sueltas. Y allá quedé
viudo por primera vez.
Sería prolijo en extremo referir cuanto vi, cuanto pensé
y cuanto sentí en aquella tierra por muchos conceptos inolvi­
dable, asi por lo que en ella gocé como por lo que en ella pa­
decí. Mas para poner contera a este articulo insertaré a conti­
nuación mi cuento descriptivo titulado La fiesta de "San Anto­
nio", escrito en el año de 1907 y dedicado a don Rafael M.
Bélchez, padre de Adelita, mi actual esposa.

186
Helo aquí:
Lectorcíta querida: aleja un rato tu tristeza habitual, de­
ja de contemplar siquiera por un momento los brillantes cela­
jes de oro incrustados en el fondo azul de un cielo inmacula­
do, celajes que sólo saben producirte nostalgias, y ven conmigo
para que al calor de tus ojos divinos y al dulce acento de tu
voz sonora, pueda yo relatarte con mayor entusiasmo una his­
toria vivida en el silencio imperturbable del campo, una histo­
ria feliz, sentida y gozada en el retirado y estrecho dominio
de una finca rústica.
Es "San Antonio” una hacienda primorosa de la sierra.
Rodeada como se halla completamente de cerros grandes y pe­
queños, pero todos altivos e inconmovibles, entre los cuales
descuella como titán soberbio el majestuoso Madrigal; rodea­
da así, digo, por estas cordilleras gallardas, tiene la grandiosa
apariencia de un gran nido de águilas, en cuyo fondo, cu­
bierto por espléndidas sementeras, corren inquietamente mur­
muradores arroyuelos, a donde hablan de amor y se cuentan
sus penas las ondinas.
Allí las mañanas son frescas, claras y hermosas, son ma­
ñanas que inspiran amor, que hacen cantar a las aves, murmu­
rar a las aguas, susurrar a la brisa y en que al dulce cantar de
los campesinos, al hondo mujir de las vacas de dilatadas ubres,
al relincho voluptuoso de los caballos y al monótono balar de
las ovejas, se siente uno feliz, respirando ya el aire puro sa­
turado de esencias del jardín, tan repleto de flores, ya el vaho
tibio y siempre sano del lugar de la ordeña.
El sol tarda en mostrarse, pero cuando al fin aparece y
asciende allá tras de la viva esmeralda de los montes, el fenó­
meno que se observa es encantador. El rocío depositado en
forma de lágrimas en la grama, en las flores, en los arbustos
y en los árboles gigantescos, se va evaropando tènuemente
hasta formar una niebla espesa que sube poco a poco por las

187
laderas fértiles de los cerros, los cubre por completo y los
hace tomar el aspecto de inmensas tiendas de plata, que dijera
el inspirado autor de Previvida. Después la bruma continúa
elevándose lentamente, hasta que los rayos del sol, vivísimos,
triunfan y reaparecen brillantes y alentadores, alumbrando con
vigoroso entusiasmo los collados enhiestos; arriba, el cielo de­
licioso y azul, y abajo, el campo verde, cultivado y feraz, don­
de trisca el ganado y revolotean con giros caprichosos y rau­
dos las libélulas rojas y las inquietas mariposas.
Las tardes y las noches son igualmente bellas. Al morir
el sol en el ocaso, los arreboles de terciopelo y oro hacen ver­
dadero contraste con el verde mate de la sierra cercana. Y por
las noches, Selene, Con su plateado disco, se encarga de blan­
quear las altas cumbres, las hondonadas abruptas, los valles
dilatados y las llanuras exuberantes, tomando todo, árboles y
cascadas, oteros y planicies, un tinte armónico, un tono triste
y silencioso que deleita y que embriaga.
Algunas veces la luz del sol al perforar la niebla trans­
parente, produce el efecto físico de los colores, tendiendo su
arcoíris primoroso desde un monte hasta otro a manera de un
gran arco triunfal por donde hubieran de pasar mil héroes
después de una victoria. Y cuando la voz tonante de la tem­
pestad ruge con furor y las detonaciones eléctricas atruenan
el espacio y hacen palpitar el infinito, la repercusión del so­
nido imponente se generaliza en los bosques, en las cavernas,
en los llanos, en las laderas y en las culminaciones y produce
un efecto pavoroso y grave, con todo el carácter terrible de
una destrucción desapiadada y satánica. Dijérase que las mon­
tañas altivas e inconmovibles, heridas por el rayo furioso, se
retuercen y gritan, y se derrumban desesperadamente, con ala­
ridos de dolor supremo.
Y a todas horas cánticos y dichas. Por la mañana, trinar
de aves, brumas irisadas, alboradas radiosas, movimiento y tra-

188
bajo; por la tarde, panoramas soberbios, policromías esplén­
didas, arrullos en las frondas y el cantar melancólico de la
gente que vuelve de los campos, y por la noche, estrellas, ru­
mores misteriosos, el gemido cel viento que se queja y que se
pierde en las profundidades de los bosques, conversaciones
familiares, tranquilidad y sueño . . .
Esto es “San Antonio", la finca donde pasé una fiesta
de Reyes en una noche fría y húmeda como son por lo gene­
ral todas las noches de enero en las regiones del trópico.
Ahora, escucha; voy a hablar de la fiesta.
Era el 6 de enero, el Día de Reyes, el bíblico día de los
regalos traídos a los niños buenos por los Magos de Oriente.
Y el amo daba un baile, un baile íntimo a su numerosa cua­
drilla de trabajadores humildes que no cambiaban aquella fiesta
sencilla por todo el oro cel mundo.
Per la tarde de aquel día simpático estuve sumamente
distraído contemplando el constante ir y venir de aquellas gen­
tes pobres que reían, que cantaban, que retozaban, que se di­
vertían de mil modos, preparándose para el entusiasta zapa­
teado, con el contento en el rostro y la satisfacción en el alma.
Las mujeres hacían otro tanto.
Quien más quien menos habíase comprado un sombrero,
un pantalón, un rebozo, unas enaguas ce colores vivísimos que
habían de estrenar por la noche.
Y ésta, la noche, llegó esplendorosa, soberbia, rumorosa,
ataviada de luces, de flores y armonías.
El salón de Terpsícore se fue llenando poco a poco de
mujeres, de bailadores y curiosos, y el espectáculo empezó.
Los camarazos, cuyo eco rugiente resonaba con estrépito
ensordecedor en las profundas oquedades de los montes; la
campana ululante de la finca, anunciadora siempre de la hora
de las faenas diarias y entonces alborozada tocando a fiesta;
las vibraciones quejumbrosas o alegres de los violines y gui­

189
tarras agrestes y, por último, los gritos de íntimo regocijo de
los espectadores, fueron el preludio general del baile.
Los vítores de entusiasmo fueron más nutridos cuando las
notas arrobadoras de un zapateado vibraron en el espacio,
porque el zapateo es el baile cel pueblo, el aire verdadera­
mente nacional. Las galas abundaron y cuando una voz pode­
rosa surgió de entre la multitud gritando: bomba! ¡bombal
y la música, con un ritmo distinto indicó también aquel ca­
pricho original del pueblo, todos se quedaron inmóviles, está­
ticos, pensativos, contemplando cada quien a su dama, como
buscando en las luces de sus ojos la inspiración del verso
o el recuerdo de la bomba aprendida no ha mucho tiempo para
aplicarla en la ocasión primera. Aquel regordete con el som­
brero en la mano izquierda, pásase la diestra por el cabello
indómito como queriendo dar con ésto fluidez a sus oscuros
pensamientos: éste, alto y enteco, estira a más no poder su pes­
cuezo de garza por lo delgado (de ébano por la color); que
ya se desespera el uno por encontrar el fin que se propo­
ne; que ya el otro se frota con inquietud las palmas de las
manos y, así, todos hacen algo como para dar tiempo al tiem­
po, mientras que las buenas mozas que esperan, llenas de im­
paciencia, se ponen a escarbar, mirada al suelo, el piso polvo­
riento del salón con la uña del dedo grande de su pie bien
creado. Sólo un mocito joven, vivaracho e inteligente, al pare­
cer, quédase firme, sin moverse ni desesperarse, bañándose en
la luz divina de los ojos negros y rasgados de su deliciosa
compañera. Y al fin, todos prorrumpen desasosegadamente en
una explosión de versos adulterados y de cantares más o me­
nos chispeantes que producen la general hilaridad y el aplau­
so unánime y espontáneo; en tanto que aquel mocito pensa­
dor, tosiendo pará aclarar la voz o hacerla menos ruda, y pá­
lido y tembloroso, exclama precipitadamente:

190
Sin las luces de tus ojos
me voy a morir de [rio . ...
Mírame, linda, de hinojos,
sólo porque tus enojos
se- disipen, amor mío.

Dijo, y su rodilla derecha tocó el suelo poniéndose en la


actitud indicada por el verso. Todos lo aplaudieron con sen­
tido entusiasmo, como que conocían las ansiedades infinitas
ce su espíritu, y la música continuó en su punto.
Yo entonces me acerqué al dueño de la finca y le pre­
gunté con interés por los nombres de aquella pareja joven y
simpática, y él, obsequiando mi curiosidad, me dijo:
"Esos muchachos tienen su historia, ya verá usted.
"E l amor es un sentimiento totalmente grandioso que hasta
en esta clase humilde y desheredada, en estas almas rústicas,
obra maravillosamente sus efectos sublimes enalteciéndolas y
glorificándolas.
"Valentín, este mozo fuerte y joven que acaba de llamar
su atención, era un bebedor constante antes de entrar en mi
servicio; tenía hasta fama de pendenciero, y cuando pagué por
él todos juzgaron, y no sin fundamento, que él sería el co­
rruptor de mi cuadrilla, el trastornador del orden de la finca.
Sin embargo, yo no hice caso ce cuantas cosas me dijeron y
pagué su adeudo.
"No hay mozo que al comenzar a servir no se maneje bien
durante los primeros días, y así lo hizo Valentín. Yo, por
tanto, vivía observándolo para irle a la mano en el primer
desliz que le notara. Pero, nada; muy formalote y muy tra­
bajador que se le veía siempre. ¿Aguardiente? . . . Ni olerlo.
"Extrañaba muchísimo aquel cambio tan repentino, y hasta
llegué a pensar en que tal vez las recomendaciones que me
hicieron fueran mal intencionadas. Observélo más de cerca,

191
y entonces gocé con un descubrimiento satisfactorio: Valen­
tín estaba enamorado, pero enamorado de veras, de Rosaura,
la muchacha con quien ahora baila. Y a ve usted -que ésta con
esos ojazos negros y hermosos que tiene, esos labios rojos y
sensuales, esa barbita con hoyuelo que reclama el beso, ese
seno intocado, ese cuerpo nubil y hasta cierto punto gentil y
elegante que respira frescura y, en fin, con tantas seduccio­
nes encantadoras, no es cosa que deje de valer la pena de
regenerarse por ella.
"Valentín está enamorado como un loco, y ella, que es
una muchacha inteligente, según he podido observar, ha pro­
curado desdeñarlo —sin herirlo en su dignidad, por supuesto—
con lo cual ha conseguido acendrar más, mucho más, el amor
de aquél. Vea usted: en todas las clases sociales, hasta entre
la gentuza más despreciada, se encuentran inteligencias pers­
picaces y sentimientos nobles.
“Valentín ahora, viviendo de ilusiones y de esperanzas,
es el muchacho más afanoso que tengo en el trabajo, y ella,
afanosa también, vive gozando de la inefable dicha de ser
amada y de la satisfacción consoladora de amar en silencio.
Sí, porque yo tengo la seguridad de que ya lo ama y que de
puro picara que es, continúa aún con sus desdenes. Muy pron­
to tendremos casamiento.”
Díjome así el amo, como respetuosamente le llamaban to­
dos, y luego nos separamos y nos confundimos entre la mu­
chedumbre entusiasmada.
Pensé de nuevo en Valentín, y comprendí todo el caudal
de ternura que había en cada verso de su quintilla:
Sin las luces de tus ojos
me voy a morir de /río . . .
¡Ah, de veras!. . . al pobre mozo lo mataba la nostalgia
del amor, es decir, lo mataba el desdén de su adorada, y co­

192
mo ésta le negaba la luz divina de sus ojos, los soles de su
vida, él, postrado de hinojos, se consumía de frío, pero amán­
dola mucho, siempre amándola.
Había que ver al mozo, había que contemplar la patética
escena para caer en la cuenta de toda la verdad, la pureza y
la grandiosidad de la idea.
El baile continuó animado y en orden, y ya muy tarde
de la noche me fui a acostar, cuando en el aire repercutían
con estrépito las incoherencias alcohólicas, los gritos de rego­
cijo, los vítores de entusiasmo y cuando al triste gemir de los
violines y al soñoliento zangarrear de las guitarras, alguna
voz chillona y destemplada entonaba aquel cantar sencillo del
Jarabe, tan intencionado y tan hermoso:

Dicen que me han de quitar


la vereda por onde ando:
la vereda quitarán,
pero la querencia, ¡cuándo!

Aquella noche me dormí pensando con placer en la histo­


ria' sublime de la pareja enamorada y recordando con cierta
tristeza a todos aquellos pobres seres que se pasan el año tra­
bajando para enriquecer al amo y sufriendo privaciones infi­
nitas y amargas, a trueque ce un día de alborozo y de una
noche de feria, y de aguardiente.
Lectcrcita querida: Valentín y Rosaura ya están casados'
y viven en su cabaña humilde, alegres y risueños, como dos
avecitas en su nido. Son dichosos, y mucho. ¿Y sabes tú por
qué? Porque se amaron con todas sus fuerzas y sus corazones
se entendieron. No todos los matrimonios son dichosos, por­
que no tocos se efectúan por amor. El amor verdadero y legí­
timo vive y se halia dondequiera, el caso es dar con él. Y no
necesita palacios para albergarse: del más pobre bohío forma

193
un templo. El verdadero amor es luz de cielo, rumor de brisa,
despertar de ave, canto de redención. ¿Has amado tú alguna
vez?
Valentín y Rosaura se aman con toda su alma; ellos no
saben por qué. Dicen tan sólo que los Magos de Oriente les
trajeron la felicidad y ahora, muy unidos, gozando de todas
las dichas del hogar y de todos los halagos de la luna de miel,
sueñan con algo que no saben cuándo llegará. ¿Los magos
orientales les traerán ese algo para el año entrante?
. . . Ahora, vuelve tú a la contemplación del crepúsculo, a
soñar con tu ideal. pero no olvides la historia que te he con­
tado. Es una historia de amor vivida y gozada en el silencio
imperturbable del campo. No la olvides para que aprendas a
amar y, así, algún cía los magos de la leyenda te traigan la
dulce felicidad de tus sueños de oro.

194
XXII

Cárdenas.— D. Salvador Noverola, El Dr. Greene,


D. Fernando del Río.— Las dos iglesias.— Pueblo Nue­
vo.— Los carnavales.— D. Polo y César Sastré.— Se
eleva a la categoría de ciudad.— Un folleto histórico.
Ahora estoy en Cárdenas, mi tierra natal. He venido tam­
bién a trabajar en la escuela. Digo a trabajar porque de algún
modo he de justificar mi permanencia durante un año en mi
pobre pueblo.. En verdad, no trabaje. El entusiasmo por la
enseñanza me había pasado. Volviendo sobre mis pasos, había
renovado mis estudios en ef instituto “Juárez” para adquirir
otra profesión menos ingrata. De suerte que cuantas horas li­
bres me quedaban y aun aquellas que hurtaba a las labores
escolares, las dedicaba a preparar las materias que me faltaban
aún para terminar la preparatoria general.
Todavía no puedo olvidar las horas positivamente deli­
ciosas que pasé estudiando Cosmografía. Contemplar el cielo,
conocer sus constelaciones, distinguir los planetas de las es­
trellas de primera magnitud, hundirme en la investigación de
los espacios estelares, era algo que me apasionaba y me dis­
traía en las altas horas de la noche. La historia del descubri­
miento del planeta de Leverrier me parecía imposible, como
cosa de magia, mucho más que el hallazgo del radio por los
esposos Curie.
De este modo pasó el año escolar 1908-1909, sin realizar
yo un trabajo provechoso, eficaz e elogio. Cumplí a
medias, y nada más. Cárdenas i be nada. Casi casi
lo defraudé.

197
Ni siquiera frecuenté la sociedad. Mis únicos amigos fue­
ron don Salvador Noverola, el doctor Pedro L. Greene y don
Fernando del Río, este último sobre todo, pues con él departía
yo agradablemente durante una hora todas las noches. No era
hombre de mucha ilustración, pero como había viajado por el
extranjero su charla era amena, sabrosa y de cierto modo ins­
tructiva. Como notara mi afición por los estudios astronómi­
cos, me dio a leer Las tierras del cielo, de Flammarión, libro
que, más que leer, devoré con suprema delectación, de tal
suerte que al devolvérselo fueron tantos los elogios y los diti­
rambos míos dedicados a la obra, que don Fernando no tuvo
más remedio que obsequiármela. Y desde entonces la guardo
como una de las más preciadas reliquias de mi biblioteca.
Cárdenas tenía dos iglesias de la religión católica, aunque
casi nunca había sacerdote en el pueblo. La primera, en la pla­
za principal; la segunda, en la del Santuario. Ambos templos
fueron demolidos en la época garridista, y ninguno de ellos
se ha restaurado.
A un lado de la población corren con lentitud de hormi­
ga — a veces ni corren, sino que están estancadas— las esca­
sísimas aguas de Río Seco. Se construyó un puente que se
denominó “Abraham Bandala” para comunicarse con el otro
lado del río, y poco a poco se fue poblando esa parte que se
bautizó con el nombre de Pueblo Nuevo. Cuando estuve allá,
ese nuevo barrio se estaba aristocratizando; algunas de las
principales familias de la heroica villa habían construido en
él sus residencias. Me gustaba tanto el rumbo por su aislamien­
to, por su soledad, por su callado vivir —he aquí el romanti­
cismo que no se aparta de la pobre raza latina— que en más
de una ocasión pensé que yo también, después de recibido de
abogado, llegaría a plantar mi tienda, mejor aún, mi nido de
amor en aquel rincón de ensueño. ¡Quién me iba a decir en­

198
tonces que las contingencias de la vida me alejarían para siem­
pre de aquellos sitios inolvidables!
Nunca más he vuelto por allá, aunque tal vez esto haya
sido lo mejor, porque así, la cuna de mis padres, la cuna mía
también, sigue siendo en mi alma el mismo rincón de ensueño,
de ilusiones, de profundos anhelos, como en aquellos días le­
janos y borrosos de mi vida. De este modo, si la población
ha descendido en el concierto de los pueblos de Tabasco, no
conozco su descenso, no sé de su pena, no llega hasta mí su
clamor, sino que sigo viéndola, como entonces, como cuando
la defraudé, con su misma alegría, con su mismo afán de su­
peración, con su mismo gesto adorable de complacencia para
sus hijos, hasta para sus hijos ingratos como yo.
No he vuelto más por allá, pero -—en cambio— no puedo
olvidar aquellos sabrosísimos e inmensos chinines de la casa
de la comadre Aurelia Urrutia que tantas veces comí con po­
sitivo deleite. Chinines como- aquéllos no los he visto ni los
he comido en ninguna otra parte, admirables en verdad, tanto
por su sabor como por su tamaño.
Los carnavales de Cárdenas eran de fama. La pugna entre
los barrios del Santuario y Santa Cruz encendía siempre el
entusiasmo popular. Algunos de esos carnavales fueron capi­
taneados por los millonarios don Polo Valenzuela y don César
Sastré. Fácil es suponer hasta qué punto llegaría la eferves­
cencia popular en tales casos. Aquellos bailes de zapateo en
las tradicionales enramadas del pueblo hacían vibrar de júbilo
a todo el mundo.
En el año de 1910, con ocasión de las fiestas del cente­
nario de nuestra independencia, la villa de Cárdenas fue ele­
vada a la categoría de ciudad. Yo ya estaba en San Juan
Bautista, donde en colaboración con varios amigos trabajé en
tal sentido.
Pasadas las fiestas del centenario, preparé y publiqué un

199
folleto relativo a las de Cárdenas que contenía un proemio
escrito por mí, la iniciativa del diputado don Salvador de la
Rosa para erigir la villa en ciudad, el dictamen que sobre el
mismo asunto presentó el también diputado Lie. Justo Cecilio
Santa-Anna, el decreto del Congreso del Estado y la reseña
que de las propias fiestas hizo la prensa. El folleto lo perdí,
pero daré a conocer cuando menos lo principal de él. Helo aquí:

DOS PA LABRA S

Con el justo deseo de perpetuar el recuerdo de la fecha


en que el H. Congreso del Estado tuvo a bien elevar al rango
de ciudad a la Heroica Villa de Cárdenas, me resolví a formar
el presente folleto que contiene la iniciativa, el dictamen, el
decreto respectivo y todo lo que la prensa regional y de la
República dijo con este motivo.
Creo de mi deber consignar los nombres de los señores
Dr. Erasmo Marín, Salvador de la Rosa, Policarpo Valenzue­
la, Elias Díaz y Carmen Sánchez Magallanes que, en mi hu­
milde compañía, contribuyeron tan eficazmente a la consuma­
ción de la obra de referencia, que si bien ella no constituye
un adelanto material para la población, al menos lo es en el
orden moral, porque es, sin duda, una distinción que con or­
gullo' cebemos aceptar todos los cardenenses.
Justo me parece también, felicitar al Sr. Diputado D. Sal­
vador de la Rosa, por el tino con que proponer supo en su
iniciativa la fecha desde que debería titularse Ciudad a dicha
Villa, pues ello encierra una idea patriótica, liberal, de mucha
trascendencia, toc.a vez que el día 16 de septiembre de 1910,
primer centenario de nuestra Independencia Nacional, debe im­
presionar hondamente a los corazones mejicanos, al recuerdo
gratísimo del día en que el verbo redentor de un anciano, ilu­
minó todas las conciencias con la dulce alborada de la Libertad.

200
IN IC IA T IV A
H. Cámara: El suscrito tiene el honor de someter a vues­
tra ilustrada deliberación, la siguiente iniciativa.
En la fecunda y rica región de la Chontalpa, y formando
parte del Partido Judicial de Occidente, se halla en la margen
derecha de Río Seco la hermosa y floreciente Villa de Cárde­
nas, elevada a este rango el 2 de enero de 1851 y que fue
justamente titulada Heroica el 4 de Febrero de 1868 por de­
creto de la H. Legislatura de aquella época “en premio de su
patriótico comportamiento en la defensa nacional hecha en el
Estado contra los francotraidores”, habiendo sido cuna de los
valientes defensores de la Patria, el Benemérito Coronel don
Andrés Sánchez Magallanes, Carmen Hernández Copó, An­
tonio Reyes Hernández y Leandro Adriano, ya difuntos, y don
Policarpo Valenzuela, que aún vive. He dicho que es hermosa
aquella villa y no puede llamarse de otra manera a toda po­
blación que, como Cárdenas, posee elegantes construcciones,
entre las que son de citarse el mercado público “Benito “Juá­
rez”; el Palacio Municipal, que tiene una perspectiva semejan­
te al del Poder Ejecutivo de esta capital; el puente “Abraham
Bandala”, que salvando el cauce del mencionado Río Seco,
ha hecho que la población se extienda a la margen opuesta
en donde habitan ya numerosas familias, formándose así un
nuevo barrio que por esta razón ha recibido el nombre de
“Pueblo Nuevo”; el hermoso parque cuya inauguración se
prepara, suntuosa, para el día en que la Patria, regocijada,
celebrará el primer Centenario de su Independencia, y por úl­
timo, para no cansaros con una enumeración prolija, el tramo
de vía férrea, con seis kilómetros de extensión, que pone en
comunicación franca a la villa con el río Mezcalapa, habiendo
sido este ferrocarril el primero que se estableció en el Estado.
Dije también que es floreciente, y las pruebas son irre-

201
futables. La H. Villa de Cárdenas, en sus últimos años, ha
prosperado relativamente más que todas las demás del Estado.
Allí está la planta eléctrica, cuya luz por mucho tiempo se
consideró superior a la de esta capital; allí están los dos mo­
linos que posee, uno movido a vapor y otro por tracción ani­
mal, que ponen de manifiesto el movimiento indiscutible de la
población, y allí están, en suma, sus fábricas de hielo y aguas
gaseosas, últimamente establecidas.
He aquí por qué no he vacilado en conceder los epítetos
justos de hermosa y floreciente a la tan merecidamente llamada
Heroica Villa de Cárdenas.
Aparte de estas razones, cuya solidez es patente, réstame
hablar aún de la que se refiere al número de sus habitantes.
Desde el censo de 1895 la citada villa viene arrojando un nú­
mero de almas mayor que el de algunas poblaciones que han
sido elevadas al rango de ciudades. Siguiendo la proporción
en que naturalmente debe haber ido aumentando la cifra de
sus vecinos, resulta que la municipalidad debe arrojar hoy una
población de 13,000 habitantes poco más o menos, y la Villa
Cabecera, más de 3,000, cantidad excesivamente mayor a las
que otras ciudades tenian cuando fueron elevadas a tal cate­
goría.
Por otra parte, Cárdenas es importante por su comercio
y especialmente por su agricultura que constituye la base prin­
cipal de su riqueza, pues posee grandes fincas de cacao y mu­
chos ingenios de azúcar y aguardiente, entre los cuales me
parece oportuno citar el de Santa Rosalía, que es sin disputa
el mejor del Estado.
Por último. Cárdenas posee la envidiable y magnífica vía
de comunicaciones que le ofrece el anchuroso río Mezcalapa
y que la pone en contacto directo con esta capital, adonde
por ese conducto llegan todas sus numerosas producciones.
Tomando, pues, en consideración su importancia históri­

202
ca, su actividad comercial, su prosperidad siempre creciente,
su actual florecimiento, el número considerable de sus habi­
tantes y su magnífica posición topográfica, todo lo cual está
atestiguado por hechos perfectamente comprobados y reales,
me parece justísimo que después de 59 años de ser Villa, se
eleve a Cárdenas al rango de ciudad y que dicho acto se lleve
a efecto el día 16 de septiembre del presente año, fecha emi­
nentemente memorable, fecha de imperecedero recuerdo, que
será motivo más que suficiente para que los cultos y laborio­
sos hijos de aquella población celebren con mayor entusiasmo
el Primer Centenario de nuestra Independencia Nacional.
Por tanto, me permito proponer a vuestro ilustrado de­
bate el siguiente proyecto de decreto, pidiendo la 'dispensa
del trámite de segunda lectura de esta iniciativa, p>or estar
próximo a cerrarse el actual período de sesiones:
“El X X I V Congreso Constitucional, decreta:
"Articulo único. Desde el 16 de septiembre próximo, la
H. Villa de Cárdenas quedará elevada al rango de Ciudad."
Salón de sesiones, San Juan Bautista, mayo 23 de 1910.
—Salvador de la Rosa.

DI CTA ME N

H. Cámara:
El Ciudadano Diputado c.on Salvador de la Rosa, en la
iniciativa por él presentada con fecha 23 del mes en curso,
propone que la H. Villa de Cárdenas sea elevada a la cate­
goría de Ciudad, haciendo extensa exposición de los funda­
mentos que al efecto le sirven de base.
Las principales razones en que se apoya el Diputado ini­
ciador, consisten en el grado de prosperidad y cultura que ha
alcanzado aquella población en un período de tiempo relati­

203
vamente corto, y en el papel importante que sus hijos han
desempeñado en sucesos históricos notables, principalmente
por haberse iniciado allí el movimiento insurreccional contra
el Gobierno intruso establecido en el Estado, en 1863, por
los invasores franceses y las fuerzas filibusteras comandadas
por Don Eduardo G. Arévalo.
En efecto, el movimiento mercantil de la Villa en par­
ticular y en general la importancia agrícola del Municipio de
que es cabecera, se han duplicado en un período de años,
durante el cual otras localidades permanecieron casi estacio­
narias, y muchas de las poblaciones que tienen la categoría
de ciudad en el Estado se hallan muy por abajo de Cárdenas
en cuanto a población y bellezas de sus edificios.
Cárdenas, además, fué el centro de la primera y más im­
portante explotación de maderas preciosas que ha existido en
el Estado, y allí puede decirse que nació esa industria que
tan pingües rendimientos ha dejado, sirviendo de base a capi­
tales que son hoy el fundamento de nuestro futuro engrande­
cimiento económico, capitales entre los que puede contarse en
primer término, el del distinguido y laborioso patriota carde-
nense Don Policarpo Valenzuela, citado por el Diputado ini­
ciador.
Por lo expuesto y no teniendo nada más que agregar a
los fundamentos de la iniciativa, la Comisión de Puntos Cons­
titucionales y Gobernación que suscribe, somete a vuestra ilus­
trada deliberación el siguiente acuerdo:
“UNICO. Con dispensa de cualquiera otro trámite regla­
mentario, señálese día para la discusión del proyecto de de­
creto a que este dictamen se refiere."
Sala de Comisiones.—San Juan Bautista, mayo 25 de
1910.—J. C. Santa-Anna.

204
D E C R E T O

Abraham Bandala, Gobernador Constitucional del Esta­


do Libre y Soberano de Tabasco, a sus habitantes sabed: Que
la H. X X I V Legislatura del mismo se ha servido dirigirme
el siguiente
“Decreto número 21.
"E l X X I V Congreso Constitucional del Estado Libre y
Soberano de Tabasco decreta:
. "Artículo único. La H. Villa de Cárdenas tendrá la ca­
tegoría de Ciudad desde el 16 de septiembre del presente año,
y, en ccnsecuencia, se denominará H. CIU DAD D E CAR­
DENAS.
“Palacio del Poder Legislativo. San Juan Bautista. Mayo
27 de 1910. J. C. Santa-Aúna, D. P., Felipe J. Serra, D. S.,
Dr. T . Salazar R., D. S.
“Por tanto, mando se imprima, publique'y circule para
que surta sus efectos. Palacio del Poder Ejecutivo, San Juan
Bautista, mayo 28 de 1910. Abraham Bandala.—Manuel D.
Prieto, O. M. E .”

T E L E G R A M A S

Del Presidente del Congreso al Presidente Municipal de


Cárdenas:
“Mayo 27 de 1910.—Para conocimiento cardenenses, par­
ticipo a usted con positiva satisfacción, que este Congreso
acaba de expedir decreto elevando al rango de ciudad a esa
heroica villa desde el 16 de septiembre próximo.—D. P. San-
ta-Anna.”
Del Presidente Municipal de Cárdenas al Presidente del
Congreso:
“Mayo 27 de 1910.—El Pueblo Cardenense, altamente

205
agradecido por esta distinción le da las gracias por mi con­
ducto a esa H. Cámara a quien hará usted presente nuestro
agradecimiento. Me refiero a su telegrama de hoy.—El Pre­
sidente Municipal.—Miguel del Río.”

A C TA LEV A N TA D A EL M ISM O DIA 27

"En la Heroica Villa de Cárdenas, Estado de Tabasco,


República Mejicana, a las diez de la mañana del día veinti­
siete del mes de mayo del año de 1910, reunidos los compo­
nentes del H. Ayuntamiento en el salón de sesiones los Re­
gidores Ciudadanos Gilberto Noverola, Filadelfo Gamas, An­
gel Casanova y Síndico Francisco Gamas A., bajo la presi­
dencia del Regidor lo. Propietario C. Miguel del Río quien
tomó la palabra manifestando: Señores Regidores, os he con­
vocado a esta sesión extraordinaria con el objeto de acordar
organizar esta noche una manifestación de regocijo con mo­
tivo de Ta noticia recibida por la vía telegráfica, dice lo si­
guiente: "Para conocimiento cardenenses, participo a usted con
positiva satisfacción que este Congreso acaba de expedir de­
creto elevando al rango de Ciudad a esa Heroica Villa desde
el 16 de septiembre próximo.” Aprobada la idea del señor
Presidente para el fin indicado, se acordó la reunión ce em­
pleados y particulares en el jardín “Independencia” a las ocho
de la noche para salir en paseo cívico con música por las
calles de esta población, así como también dirigir atento
mensaje al C. Presidente del Congreso del Estado, dándole
las gracias por su conducto a la H. Cámara. Con lo que se
dio por terminada la presente que firmamos para constancia
con el señor Jefe Político que preside. Miguel del Río, M. Fe­
rrer V ., Gilberto Noverola, Filadelfó Gamas, Angel Casano­
va C., Francisco Gamas A. El Secretario M. Torres. Rúbricas.

206
XXIII

El Lie. Lorenzo Casanova.— El Dr. Manuel Mes-


Ghigliazía.— “ Final de un compañerismo” .
Y a que estoy hurgando por aquí, por allá, por todas-par­
tes, todo aquello que constituye la tradición de la vieja pro­
vincia, creo oportuno dar a conocer aquel vibrante y de cierta
manera dolorido folleto del Lie. Lorenzo Casanova titulado
Final de un compañerismo, en el cual dio a conocer las causas
que tuvo para romper definitivamente con el doctor Manuel
Mestre Ghigliazza que había sido su compañero de luchas
políticas, su compañero de cárcel por esas mismas luchas ^
más que todo, su amigo íntimo.
Después de más de treinta y siete años de aquellos acón--
tecimientos que dieron lugar al folleto de que se trata; cuando"
todo aquel pasado tan movido por las incontenidas impacien--
cias de las muchedumbres alborotadas no sólo va perdiendo*
sus tonos encendidos y sus perfiles de tempestad, sino que
casi lo van olvidando los que lo presenciaron y constituye un
absoluto misterio para la gente nueva, es casi un deber inde­
clinable reproducir en estas reminiscencias documento de tan­
ta prestancia.
Campea en él cierto arrogante orgullo, en el que se des­
cubre la buena fe, como corresponde a su autor, cuyo porte
austero me parece contemplar todavía, a través de casi cuatro
décadas: serio, formal, sobrio, erguido, pulcro, honesto, como
un caballero medieval. Y su lectura deja en el alma una amar­

209
ga tristeza, algo así como la intensa hiel de un desengaño, de
una desilusión, de una esperanza que se va para siempre. Y
nos hace pensar en aquellos días en que, sacudido el poder
de la dictadura de tantos años, el pueblo todo cifraba sus más
caros anhelos en los hombres del nuevo régimen que le ofre­
cían el ansiado hechizo de la libertad y de la democracia.
No pretendo colocarme, al hablar así, como partidario
ni simpatizador político de Casanova. Me incliné siempre del
lado de Mestre, porque en todo tiempo lo consideré la figura
central, más aún: el eje del movimiento de oposición contra
el bandalismo, el abanderado de aquella brillantísima cam­
paña de prensa, sin par en los anales políticos del Estado, el
hombre más popular en aquellos cálidos días de pública in­
quietud, la antorcha fulgurante que iluminó al pueblo de T a ­
basco en aquella época memorable de cívico resurgimiento.
Pero la redacción del folleto en cuestión lo hace infinitamente
interesante como documento histórico, porque nos obliga a
recordar, a los que vivimos aquella época, y les da a conocer,
a los que no la vivieron, sucesos palpitantes, páginas trascen­
dentes, horas de enorme agitación pública, en que los nombres
de Borrego, Casanova y Mestre vibraron en el espacio como
símbolos de romántica hidalguía y de valerosa caballerosidad.
Y con ellos los de tantos otros soñadores que creyeron de bue­
na fe en la salvación del Estado y de la Patria.
Ahora bien, ¿ésta insólita reacción de Casanova, después
de su fracaso electoral, fue consecuencia lógica del hecho de
sentirse víctima de la deslealtad de sus correligionarios o acaso
fue la primera manifestación de la locura que a poco c'.e aque­
llos deplorables sucesos lo estranguló en sus garras y, final­
mente, tras de luengos años de dolorosa inconsciencia, se lo
lievó a la tumba? ¡Misterio impenetrable! Mas, como quiera

210
que sea, resulta importante a todas luces la reproducción del
folleto.

Dice así:
F I NAL
de un
C O M P A Ñ E R I S M O

(Por qué me separo del doctor Manuel Mestre Ghigliazza)

En- este folleto consigno mis impre­


siones políticas; empleo el lenguaje de
la franqueza por ser el más conforme
con mi carácter y sabiendo que la
verdad únicamente puede ofender a
los hipócritas, mentirosos y malvados.

Cuando algunos miembros de la “Liga Democrática T a-


basqueña”, en sesión celebrada en el Teatro Merino, para pro­
poner candidaturas a la Presidencia y Vice-Presidencia de la
República y al Gobierno Constitucional del Estado, provoca­
ron cierto malestar y descontento entre nuestros correligiona­
rios, no sólo por el poco tino que demostraron en ese acto
con discursos inadecuados y que indicaban un desconocimiento
absoluto de las prácticas democráticas, sino al mismo tiempo
con el deseo de establecer rivalidades entre el doctor Manuel
Mestre Ghigliazza y yo, entonces, digo, hice saber a las per­
sonas allí presentes que el día que por cualquiera circunstan­
cia, los directores del partido estuviésemos en desacuerdo (cosa
que no sucedía), sería el primero en hacerlo conocer al pueblo,
toda vez que tengo la íntima convicción de que todos los indi­
viduos que, con títulos o sin ellos se arrogan el principal papel
en las contiendas políticas, están en la obligación de someter

211
sus actos a la opinión pública para que ella sea la que en úl­
timo análisis dicte su fallo absolviendo o condenando.
Como ese caso ha llegado ya, porque los elementos que
rodean al doctor Mestre Ghigliazza han pretendido manchar
mi reputación haciéndome aparecer ante el pueblo como trai­
dor a la causa de que por ambiciones personales he defeccio­
nado, sosteniendo mi candidatura para el Gobierno del Estado
frente a la de Mestre, voy a cumplir el compromiso contraído
con mis conciudadanos y especialmente con mis amigos, para
lo cual haciendo historia, espero se me conceda el derecho de
narrar la vida de la ‘ Liga Democrática Tabasqueña” desde
que en buena o mala hora, surgió en nuestro Estado, al calor
de la gloriosa revolución que hoy lleva inscripta en su bandera
los altos principios de libertad y de justicia.
No recuerdo con exactitud la fecha en que, reunidos en
la casa que habito, el doctor Mestre Ghigliazza, doctor Adolfo
Ferrer, licenciado Santiago Cruces Sastré, notario Pedro Pal­
ma Alejandro y Antonio Hernández Ferrer, hablando del triste
estado por que atravesaba la República con motivo de la gue­
rra civil encabezada por el hoy ilustre y Benemérito de la Pa­
tria Don Francisco I. Madero, acordamos invitar a varios
amigos para discutir el asunto y proponerles la formación de
un partido que trabajara dentro del orden y de la ley, por el
triunfo de los principios proclamados por el maderismo, es de­
cir, por la efectividad del sufragio y la no reelección.
Llevando a efecto nuestro propósito en la mañana del diez
de abril del año en curso, nos congregamos en la casa habi­
tación del señor Domingo Borrego los siguientes ciudadanos:
Lie. Santiago Cruces Sastré, Ings. Francisco Lacroix y Anto­
nio Martínez Chablé, Drs. Adolfo Ferrer, Héctor Graham
Casasús y Manuel Mestre Ghigliazza, Proís. José Gurdiel Fer­
nández, Manuel Correa y David F. España, Notario Pedro
Palma Alejandro, Andrés y Pedro González Aguilera, José

212
María Ruiz, Trinidad M. Cuéllar, Ceferino Hernández Nota­
rio, José Concepción Lezama, Domingo Rosales, Enrique de
la Rosa, Antonio Palma, Alfonso Ortiz Palma, Domingo Bo­
rrego, Antonio Hernández Ferrer y el suscripto. En la sesión
que celebramos ese dia, después de las discusiones que eran
del caso, se acordó formar en el Estado un partido con el nom­
bre de “Liga Democrática Tabasqueña”, encaminada a soste­
ner y proclamar los principios liberales que informan la Carta
Fundamental de la República y especialmente, los que ya he
indicado: El Sufragio Efectivo y la No Reelección.
Debiendo redactarse el programa de la “Liga’1 fuimos de­
signados para esta comisión los señores licenciado Santiago
Cruces Sastré, doctores Adolfo Ferrer, Manuel Mestre Ghi-
gliazza, profesor José Gurdiel Fernández y yo. Asimismo se
convino en que otra comisión formada por los señores doc­
tores Maximiliano Dorantes y Héctor ■Graham Casasús, pro­
fesores David F. España, Alfonso Ortiz Palma, Ceferino Her­
nández Notario, Andrés González Aguilera e ingenieros Fran­
cisco Lacroix y Antonio Martínez Chablé, invitara a las per­
sonas simpatizadoras de la causa a una reunión popular que
debería celebrarse el domingo siguiente con el fin de nom­
brar la junta directiva dél Partido.
Como los señores Lie. Santiago Cruces Sastré, doc­
tor Adolfo Ferrer y profesor José Gurdiel Fernández se se­
pararon de la comisión de programa, alegando: el primero,
que había entendido que la Liga se concretaría a la simple
enseñanza teórica de los principios democráticos: el segundo,
motivos particulares que no quiso revelar en ese momento, y
el-tercero, que su calidad de extranjero le prohibía tomar parte
en asuntos políticos, aunque ofreció naturalizarse en breve pa­
ra secundar nuestros ideales: por esta razón, repito, el doctor
Manuel Mestre Ghigliazza y yo, citamos a nuestros correli­
gionarios nuevamente al domicilio del señor Borrego para dar­

213
les cuenta de lo sucedido y que se eligiera a las personas que
debían sustituirlos. Concurrieron al acto que tuvo lugar el
dieciséis del propio mes de abril, además de los citantes, los
ciudadanos Domingo Borrego, Ing. Antonio Martínez Cha-
blé, profesor Manuel Correa, Ing. Francisco Lacroix, No­
tario Pedro Palma Alejandro, Trinidad M. Cuéllar, Fran­
cisco Oteo, Ceferino Hernández Notario, Francisco Chablé,
doctor Adolfo Ferrer, piloto Jaime Mari Picornell y Antonio
Hernández Ferrer, habiéndose tomado los siguientes acuerdos:
Primero. Que ingresara a la comisión de programa el ciudada­
no Borrego; Segundo. Que una vez que la comisión conclu­
yera su trabajo y fuera aprobado en junta, se publicaría por
la prensa invitando a todas las personas que quisieran formar
parte de la Liga, para que suscribieran un libro de registro
que se abriría al efecto, y Tercero. Que se celebrara nueva
asamblea el domingo próximo.
Al día siguiente de la reunión, el doctor Mestre Ghigliaz-
za y yo (el señor Borrego no pudo intervenir en la redacción
del programa por sus muchas ocupaciones), empezamos el tra­
bajo que se nos había encomendado y como viéramos que para
el objeto que perseguíamos, lo esencial era despertar en el pue­
blo el deseo de tomar parte en los actos electorales, puesto
que el sufragio es la base sobre que descansa todo sistema
democrático, pensamos que la manera más sencilla de conse­
guirlo, consistía en presentar este principio como el único pun­
to de mira de la Liga, ya que no estando educado nuestro
pueblo para interpretar fielmente amplios programas de par­
tido, sería más fácil conseguir su adhesión a la causa, sobre
algo concreto de que se daría cuenta inmediata y no teorizar
acerca de abstracciones que sólo con el tiempo y la práctica
puede llegar a comprender.
Una vez entendido en esto, procedimos a la redacción del
siguiente programa que fué aprobado y publicado.

214
AL PU E B L O TA B A SQ U E Ñ O

En las circunstancias verdaderamente angustiosas por que


atraviesa nuestro país, en las que hasta el mismo Jefe de la
Nación pide, no sólo a los Poderes Públicos sino a la masa
sensata “la más viva solicitud y el propósito firme de aplicar
pronto, y cada cual en su esfera, los remedios que sean más
eficaces" (tales son sus palabras); circunstancias que ya eran
claramente previstas para un plazo más o menos lejano, por
los que, pensando en el porvenir de la Patria, veian con dolor
durante luengos años, el propósito francamente deliberado de
no dejar que se preparara el pueblo para tomar parte de modo
efectivo y libre en los asuntos públicos; ante esas circunstan­
cias creemos llegada la hora de excitar a los buenos ciudada­
nos a que no se siga contemplando con criminal egoísmo la
situación de la República, e invitarlos a unir ordenada y le­
galmente sus esfuerzos para que en lo sucesivo sea la ley, y
no el capricho de los gobernantes, la que presida y dirija en
sus menores detalles la marcha de la sociedad. Es visible la
montaña de obstáculos que tenemos que vencer para llevar
a la práctica, siquiera sea de modo imperfecto, nuestro patrió­
tico pensamiento. No importa: el pueblo que con su maravi­
llosa intuición se ha dado ya cuenta de qué lado están sus
verdaderos intereses, sabrá confundir a los eternos pesimistas
que surgen ante cualquiera idea generosa, a los egoístas de to­
dos los tiempos y ¿e todas las situaciones, a los desenfadados
censores de corrillo, y a los interesados en que de un modo u
otro se prolongue la anarquía, el envilecimiento de las masas
y su alejamiento sistemático del real ejercicio de sus derechos.
Sea el más firme apoyo de nuestros trabajos esta verdad ya
luminosa hasta para los ciegos: una sociedad no cimentada
de hecho en la Ley y, por consiguiente, en la Justicia, en vano
se enorgullecerá por mucho tiempo de sus progresos de orden

215
material. ¡Y a lo estamos viendo: nada sólido se ha edificado,
todo amenaza venir por tierra, hasta la misma nacionalidad
mejicana! ¡Que no olvide nunca el pueblo esta dolorosísima y
suprema lección!
La piedra angular del nuevo edificio que tratamos de cons­
truir no puede ser otra que el sufragio. Mandatarios despóti­
cos y teóricos de gabinete han procurado desprestigiar dicha
institución, insistiendo sobre la incapacidad de la inmensa ma­
yoría de los ciudadanos para ejecutar con acierto lo que cons­
tituye el acto primordial de la democracia, en la creencia de
justificar asi la conducta de quienes han venido arrogándose
exclusivamente la total dirección de la cosa pública. Los que
por tantos años hemos visto elevados hasta la alta categoría
de directores de la sociedad, en diversas esferas políticas, a
verdaderas nulidades, a individuos desprovistos de toda hon­
radez, no podemos menos de despreciar la supuesta ciencia o
buena fe de déspotas y teorizantes, las que, por lo visto, son
tan falibles y perniciosas en sus resultados como podria serlo
la encarecida ignorancia de los cuerpos sufragantes. Sea lo
que fuere, haya o no acierto en los fallos del sufragio popular,
fuerza es acatarlos mientras los principios que hasta los mis­
mos que los pisotean y escarnecen han tenido y tienen nece­
sidad de invocarlos para detentar de algún modo el poder pú­
blico.
La Nación entera asiste en estos momentos a la resu­
rrección del común anhelo por el restablecimiento efectivo del
sufragio. Los mismos déspotas y teorizantes ante esa explosión
majestuosa enmudecen o proclaman, más o menos veladamente,
que nuestra Patria quiere ya manumitirse en definitiva, de toda
dase de ligaduras dictatoriales, de toda clase de consignas, de
toda clase de imposiciones contra la libre voluntad de los pue­
blos. Por lo tanto, nuestra primera y más vehemente exhorta­
ción a nuestros conciudadanos debe ser que jamás se absten­

216
gan, por ningún concepto, de concurrir a los comicios. Toda
abstención a este respecto es un delito, todo apartamiento es
una arma puesta al servicio de los liberticidas; es un acto de
cobardía, de deserción cívica, que, como han visto, produce
tarde o temprano, dolorosísimos electos.
Os invitamos, pues, a llevar a la práctica esos principios,
formando un partido político bajo el nombre de “Liga Demo­
crática Tabasqueña” que los proclame y sostenga en todas
las ocasiones en que lo requiera el supremo interés del pueblo.

C O N C I U D A D A N O S :

La República entera se estremece de júbilo cual si asis­


tiera al glorioso despertar de un nuevo Ayutla, de una albo­
rada de sus libertades públicas que la enaltezca y dignifique
a sus propios ojos y a los del mundo civilizado. Tabascó, tie­
rra noble y generosa que tanto ha sufrido en esta larga noche
de absolutismo, es el que menos puede permanecer indiferente
ante la gran conmoción nacional. A vosotros toca, con vuestra
conducta resolver si, en efecto, fuimos víctimas de la más in­
justificada de las opresiones; si el Sol de la Libertad que ya
asoma dichosamente en el horizonte, alumbrará entre nosotros
frentes de esclavos envilecidos o de hombres libres que quieren
labrar con sus propias manos un noble y glorioso porvenir
para la tierra tabasqueña!
San Juan Bautista, abril 23 de 1911.
Lie. Lorenzo Casanóva, Domingo Borrego, Dr. Manuel
Mestre Ghigliazza, Alfonso Ortiz Palma, Ing. Francisco La­
croix, Joaquín Ferrer, Dr. Maximiliano Dorantes, José Jesús
Sánchez, Dr. Fernando Formento, Antonio Hernández Ferrer,
Enrique de la Rosa, Jaime Mari Picornell, Ing. Antonio Mar­
tínez Chablé, Manlio S. Fuentes, Dr. Oscar León Puig, Ra­
món Bastar Córdova, Prof. José M. Ferrer, Bernardo Hidalgo,

217
Prof. José M. Ferrer, Bernardo Hidalgo, Prof. Carmen H. de
la Fuente, Ramón Brown, Dr. Héctor Graham Casasús, Fe­
derico Calcáneo, Dr. Carlos Orlaineta, Federico Jiménez Ca-
net, Prof. David F. España, Pedro Lavalle Avilés, Notario
Pedro Palma Alejandro, Teódulo Pérez, Lie. Aureliano de la
Rosa, Jaime de la Fuente, Lie. Manuel Castellanos Ayora, Ro­
drigo Pellicer, Jesús Aguirre, Francisco Oteo, Ceferino Her­
nández Notario, Jorge Pintado, C. Efraín A., G, Granados
Torralba, Antonio Compañ L., José Acuña Pardo, Rafael Me­
dina, Octavio Pérez Calderón, Herlindo Hernández, Baltasar
García, Prof. Alfonso Caparroso, Juan F. Jiménez, Pablo Amo­
res, Angel Gurría, José F. Cherizola, Pedro J. Cuevas, Notario
Francisco Soler Delgado, Pedro González Cano, Darío Cal­
zada, Belisario Jiménez Borrego, Adolfo Payán, Cosme Ro­
sado, Dámaso Jiménez Aguilar, José Julio Valdés, Máximo
Marín Torres, Antonio Palma, Trinidad M. Cuéllar, Ramón
N. Sánchez, Manuel Lezcano, Víctor H. Contreras, Alejandro
Menéndez, J. Concepción Lezama, Evaristo López Rosani,
Francisco Quevedo, Julio León, Crisóforo Vidal, Felipe N.
Aguilar, Manuel Villegas, Arcadio Sala, Salvador Payán, Juan
A. Sala, Martín Acosta, Calixto R. Díaz, Jesús Jiménez Ra­
mos, Feliciano A. Caos, Antonio Loza, Santos Sosa, Fausto
Uscanga, Domingo Rosales, Diógenes Borrego, Eligió Mora­
les, Donato Arturo Padrón G., Atírsipe Figueroa, Vicente
Sánchez, Manuel Payán, Rómulo Calzada, Pedro R. Gurría,
Pedro Bartilotti, Antonio Castellanos Ayora, Rodolfo Moguel,
Carmen Sánchez Magallanes, Carlos Franchesqui, Malaquías
Alvarez, Felipe Galicia, Emilio Guerrero, Eugenio Morales,
Manuel Romano León, Heriberto Bravata, Nicasio Zentella,
Prof. Salvador Torres Berdón, Vicente Lezama, Miguel Suá­
rez, M. González, Tomás Vilaseca, Santiago Sánchez, Salva­
dor Illán, Prof. Fidel Rosado, Tomás Hernández, Miguel Ca­
sanova.

218
N O TA . Queda abierto desde hoy y por el término de
ocho días, un libro de registro, para que los simpatizadores
de las ideas contenidas en el precedente manifiesto, pasen a
inscribirse y tengan así derecho a votar en la Asamblea Ge­
neral que se celebrará en fecha anunciada por la prensa opor­
tunamente para la designación de la Junta Directiva de la
"Liga Democrática Tabasqueña”.
Según se ve de la nota del Manifiesto inserto, a los ocho
días de publicado debía celebrarse junta para nombrar la Di­
rectiva ce la Liga; pero como por una parte, el temor que aun
abrigaban muchos individuos de que la dictadura del General
Díaz venciera la sagrada causa del pueblo, de que era caudillo
el gran patriota Don Francisco 1. Madero, y de otra las pérfi-:
das intrigas de los enemigos del nuevo régimen que prometía
inaugurar la revolución triunfante, hacía que el mayor núme­
ro de las gentes se abstuviesen de secundar nuestra obra, con­
vinimos en prorrogar la fecha del nombramiento de la Junta
Directiva, hasta que hubiera una cantidad si no muy crecida,
al menos respetable, de ciudadanos que tomaran parte en el
acto. El catorce de mayo,, adheridas ya a la Liga, ciento cin­
cuenta y ocho personas, en esta Capital, se designó la Di­
rectiva en la forma siguiente: Presidente, Dr. Manuel Mestre
Ghigliazza; Vicepresidente, Lie. Lorenzo Casanova; Vocales:
señores Pedro Lavalle Avilés, Carmen Sánchez Magallanes»
Ing. Antonio Martínez Chablé y Antonio Hernández Ferren
Secretarios: señores Domingo Borrego y Notario Pedro Palma
Alejandro, Tesorero, Alfonso Ortiz Palma.
Funcionando ya la "Liga Democrática Tabasqueña”, con
la anterior Junta Directiva y habiendo encontrado gran eco en
todo el Estado, pues desde principio de mayo empezaron a ne­
garnos de las Municipalidades actas de adhesión de las juntas
locales que en ellas se formaban inspiradas en las mismas ideas
de nuestra agrupación central, llegó a conocimiento nuestro que

219
el Gobernador del Estado don Policarpo Valenzuela trataba
de pedir licencia al Congreso para dejar el puesto al Licenciado
Justo Cecilio Santa Anna. Esta noticia causó profunda alarma
en la sociedad y particularmente en el seno de la “Liga”, por­
que siendo Santa-Anna primero un Bandalista de los más pu­
jantes y después Director espiritual y niño mimado de Valen­
zuela, cuya política encauzó con tan buen tino que cualquiera
diría que la enderezaba directamente al fracaso, no obstante
que surgió bajo los mejores auspicios, temíamos todos que la
era de los abusos y del desbarajuste gubernamental se acen­
tuara aún con mayor fuerza en Tabasco, y que cansado el pue­
blo de tantos sufrimientos y de una agonía tan larga, agotara
la poca prudencia que le quedaba al pueblo y sumando su
fuerza con la de los revolucionarios que ocupaban triunfalmen­
te los poblados sin disparar un tiro y recogiendo a su paso las
estruendosas ovaciones, diera pábulo a la revuelta ya innece­
saria aquí, porque aterrorizado el Dictador y sus lugartenien­
tes con el levantamiento en masa de la Nación, que había des­
pertado del enervante sueño de treinta y cinco años de dicta­
dura, se preparaban con presteza para dejar el campo libre a
los adalides de la buena nueva que, a semejanza del Nazareno,
llegaban cón la fusta en la mano arrojando a los mercaderes
del Templo.
Tal fue la causa de que todos los miembros de la "Liga
Democrática Tabasqueña”, que reconocía como jefes, princi­
pales al Doctor Mestre Ghigliazza, a Domingo Borrego y a
mí, apoyados por la opinión pública, contrarrestáramos por
todos los medios lícitos que tuvimos a nuestro alcance el nom­
bramiento de Santa-Anna.
El gobernante señor Valenzuela, prescindió de su primi­
tiva idea y todo quedó en tal estado, viéndose impotente para
apagar la chispa revolucionaria que había prendido en el Es­
tado y que amenazaba trocarse en voraz incendio, optó por

220
presentar su renuncia, y de ello tuvimos también aviso inme­
diato. Pasaron días y la noticia no se confirmaba. La revolu­
ción seguía avanzando en todos los ámbitos del país y el telé­
grafo nos traía los rumores de las negociaciones de paz. entre
el Jefe insurgente y el Gobierno Federal. Al fin, el 23 de ma­
yo se comunicó oficialmente la firma de los tratados.
Entonces el señor Valenzuela llevó a cabo su renuncia.
Nuestros esfuerzos en ese momento se encaminaron a conse­
guir que alguno de nuestro grupo se hiciera cargo del Gobier­
no Provisional, pues contando como contábamos con el favor
de la opinión pública, que el Congreso debería consultar para
hacer el nombramiento, inspirándose en el Plan de San Luis
Potosí y en los tratados de Paz, creíamos que nadie, en ese
concepto, tenia mejor derecho. Nuestra actitud en este caso
coincidió con la del Jefe de la Revolución en el Estado, Co­
ronel Domingo C. Magaña, que sabiendo la renuncia de V a ­
lenzuela, dirigió un telegrama al Congreso, manifestándole que
la Brigada de su mando vería con agrado que el Gobierno pro­
visional lo ocupara nuestro correligionario Domingo Borrego,
quien, como es público y notorio, prestó importantes servicios
a las fuerzas insurgentes y estaba dispuesto a secundarlas, aun
con las armas, si así hubiera sido necesario.
En vista de la iniciativa de Magaña, convinimos que la
"Liga Democrática Tabasqueña" trabajara ostensiblemente
aployando a Borrego, y en asamblea general, celebrada el 3 de
junio anterior en el Teatro Merino, se acordó elevar al Con­
greso un escrito uniendo nuestra petición a la de la Brigada,
lo que se hizo desde luego con las firmas de todos los miem­
bros del Partido, residentes en esta capital.
Tal iniciativa, acompañada de los trabajos que antes ve­
níamos haciendo, consistentes en preparar el ánimo del pueblo
para que no permitiera se le impusiesen candidatos de consig­
na, produjo una verdadera revolución en la Cámara que, con

221
la plena conciencia de que los tabasqueños no estábamos ya
dispuestos a tolerar por más tiempo la burla de los que se titu­
laban nuestros mandatarios, sintió temblar el edifiico de su po­
derlo y temió que las masas se hicieran justicia con su propia
mano. En las manifestaciones populares que hicimos en esta
capital, y en alguna de las cuales hasta se inició un sisma en­
tre los directores de la Liga por ciertos disidentes que temían
las consecuencias de un motín, el Congreso pudo convencer se
de esta verdad que era ya patente: el pueblo hará respetar sus
derechos.
Al siguiente día de presentado el escrito procuramos que
todos los correligionarios asistiesen a la sesión del Congreso,
para convencernos allí mismo si se le daba lectura y se le te­
nía en cuenta. La Cámara no pudo pasarlo en silencio, pero
deseando siempre contrariarnos porque enarbolábamos la ban­
dera del nuevo régimen contra ella que representaba a la dic­
tadura vencida en los campos de batalla, opusieron tenaz re­
sistencia a darle entrada, so pretexto de que entrañaba una
amenaza la afirmación que hacíamos en nuestra solicitud, de
que. de no cumplirse con los justos deseos del pueblo, que eran
que el ciut’adano Borrego se encargara del Gobierno Provi­
sional. seria responsable de los excesos y desórdenes que pu­
dieran suscitarse. No obstante, convencida de que esa afirma­
ción. era de buena fe y no una simple baladronada para in­
fundirle temor, usó de un nuevo subterfugio, y por boca de su
Presidente expuso como razón para negarse que ni la Liga De­
mocrática de esta capital ni la Brigada revolucionaria consti­
tuían el pueblo de Tabasco, por lo que aplazaba el nombra­
miento hasta conocer mejor la opinión pública.
Como los antecedentes que ya teníamos de que el Con­
greso. de acuerdo con el señor Valenzuela, buscaba el apoyo
del Presidente y del señor Madero (que no llegó a obtener)
para que el Gobierno Provisional recayera en persona que pu-

222
dieran manejar a su antojo o de la que acaso tuvieran prome­
sas anticipadas, pues en nuestros oídos habían sonado distin­
tos nombres de diversos temas; con esos antecedentes, repito,
tan pronto estuvimos fuera de la Cámara se convino en dirigir
mensajes a todos los pueblos del Estado para que secundaran
la petición nuestra a favor de Borrego y en seguir recogiendo
firmas en esta Capital con el mismo objeto.
Una lluvia de telegramas y de escritos signados por innu­
merables personas cayó sobre el Congreso, abrumando a los
señores Diputados, que vieron con estupor que la voz del Es­
tado, como la ce un solo hombre, respondía a nuestro llama­
miento, apoyando con patriotismo hasta entonces no conocido,
la candidatura de la Liga Democrática Central, porque ella
constituía el más firme sostén de los derechos del pueblo; por­
que en ella estaba encamada la efectividad del sufragio en las
futuras contiendas electorales, que habían de barrer, con la
fuerza de un huracán formidable, toda la escoria amontonada
en nuestro medio social, por el despotismo más odioso que re­
gistra la historia de Méjico.
La Cámara no se dió por vencida, y continuando en su
afán de hacer preponderar sus ideas de plantar un gobernan­
te de su hechura y de la del señor Valenzuela, buscó entre los
hombres que no habían tomado parte activa en la política del
Estado en los gobiernos anteriores, el que reuniera las mayores
probabilidades de no ser rechazado por el pueblo, y creyendo
que ese hombre era el Dr. Tomás G. Pellicer, persona alta­
mente estimada por los directores de la “Liga" determinaron
de acuedo también con el gobernador Valenzuela, que ese fue­
ra el candidato y que para contrabalancear la opinión públi­
ca, los Jefes Políticos del Estado le buscaran adeptos, envián­
doles la consigna que había de producir el maravilloso resulta­
do. Muy pronto fue descubierto por nosotros este nuevo ma­
quiavelismo, y como habíamos abjurado de complacencias, en

223
el acto nos dirigimos al Congreso y al gobernador Valenzuela
denunciando ese hecho atentatorio (de que aquellos mismos
eran autores), para demostrarles que seguíamos paso a paso
su maquinación diabólica, y que el procedimiento era demasia­
do burdo para engañar a las masas. De varias municipalida­
des recibimos mensajes en que nuestros correligionarios nos
comunicaban la presión que ejercían las autoridades recogien­
do firmas a favor del Dr. Pellicer, y esos mensajes los co­
noció el público por medio de la prensa.
Ante el ridículo a que estábamos orillando a la Cámara y
al Ejecutivo, porque todas sus intrigas les salían fallidas, y el
pueblo cada vez con más tesón aclamaba a Borrego, infundien­
do a sus miembros el consiguiente pánico, los diputados hicie­
ron circular la especie de que disolverían el Congreso si no
había otro candidato, aun de nuestro grupo, que se encargara
del Gobierno Provisional.
Y a en este camino, temerosos nosotros de que con la di­
solución del Congreso cayera el poder en manos de persona
designada por el Centro, Mestre y yo estimamos conveniente
que cualquiera de los dos aceptara el cargo, para lo cual, con
anuencia de Borrego, a quien fui a ver a la casa de los señores
Ripoll hablamos con el Licenciado Justo Cecilio Santa-Anna,
Presidente de la Cámara, proponiéndole que él mismo designa­
ra entre nosotros, lo que hizo desde luego señalando a Mestre
que, en este concepto, tomó en seguida posesión del gobierno.
Y ahora, antes de seguir adelante voy a hacer algunas
aclaraciones que juzgo pertinentes para que se comprenda con
claridad cuál era nuestro empeño en que Borrego se hiciera
cargo del Gobierno Provisional y por qué, al fin de cuentas,
accedimos a que lo tomara el Doctor Mestre Ghigliazza, dan­
do, con esto, a primera vista, un triunfo al Congreso.
La intimidad y el afecto que recíprocamente nos hemos
profesado Mestre, Borrego y yo, desde el famoso 2 de abril de

224
1906, en que una manifestación de simpatía a los redactores de
"La Revista de Tabasco” sirvió de pretexto para desencadenar
sobre nosotros y nuestros compañeros de aquella época, todas
las furias del bandalismo, porque combatíamos a su jefe, habían
hecho que cada uno de nosotros gozara de la plena confianza
del otro y que en cuestiones políticas no tuviéramos otra mira
que arrancar de manos del despotismo a nuestro infeliz Esta­
do, convertido en feudo de un grupo de mercaderes sin con­
ciencia, capaces de todos los crímenes y de todas las infa­
mias, si podían convertirlos en oro para calmar su insaciable
codicia.
Todos sabemos cómo cayó Bandala y todos saben por
qué Mestre y yo tomamos parte en la Administración de don
Policarpo Valenzuela. Este señor y su Secretario de Gobierno,
nos prometían una nueva era para Tabasco, nos prometían una
era de justicia y honradez. Pensando que esas promesas eran
de buena fe porque ellos se encontraban en posibilidad de cum­
plirlas, respondimos a su llamamiento haciéndonos cargo, Mes­
tre de un puesto en el Hospital y yo de uno de los Juzgados-
Penales, que cambié más tarde por el Segundo de lo Civil.
Desde el primer día, luchamos por eliminar los elementos
más nocivos del bandalismo y porque se arrancaran de raíz los-
abusos de la Administración. A los dos meses de esto, conven­
cido yo de que era inútil nuestro afán en este respecto, y que.
había sufrido un engaño, porque los negocios lucrativos se­
guían en los tribunales como en los tiempos de Bandala, renun­
cié el cargo, dejando el campo libre a los Valenzuelistas páfá
que solos cosecharan el fruto de su obra. M E S T R E REN U N ­
CIO, AL E N C A R G A R SE D EL G O BIERN O P R O V ISIO ­
NAL.
¿Qué medio nos quedaba para conseguir nuestro objeto?
Uno solo: aliarnos con la revolución, es decir, con el pueblo
que la llevaba en lo más hondo del alma.

225
De allí nació la “Liga Democrática Tabasqueña" que nos
reconoció cómo Jefes. Los miembros de ella tenían la concien­
cia plena de que nosotros perseguíamos desde hace muchos
años la misma causa que el señor Madero: librarnos del despo­
tismo y de todas las calamidades que trae consigo.
Y ya que el pueblo estaba cierto de esta verdad, nada más
justo ni más lógico que aprovechar las circunstancias favora­
bles que la ocasión nos brindaba. Pero para que tal cosa suce­
diera era indispensable que uno de los tres ocupara el Gobierno
Provisional y que los otros quedáramos libres para el período
constitucional, ya que con razón o sin ella pensamos que el
pueblo, libremente, no votaría por candidatura alguna distin­
ta de la nuestra que nos llevara a una derrota electoral. Lo
demás ya se sabe: se frustró en parte nuestro plan y Mestre
sustituyó a Borrego, quedando en consecuencia hábiles sola­
mente en el grupo director de la “Liga” la candidatura de éste
y mía.
Sin embargo, queriendo sacar avantes nuestros deseos,
yo mismo indiqué al doctor Mestre que a mi juicio, renuncian­
do en seguida el Gobierno Provisional y gestionando con los
elementos que ya teníamos en nuestras manos, la elevación de
Borrego, siempre de acuerdo con el Centro, quedaba viable su
candidatura y desbaratábamos de un golpe las aviesas inten­
ciones de la Cámara, si lo que habia pretendido, como des­
pués sospechamos, era inhabilitarlo, por ser a quien juzgaba el
único enemigo formidable por su popularidad para contrarres­
tar la candidatura, cuyo triunfo acaso pretendería el partido
derrotado.
Mestre entonces, como consta a Borrego, al Profesor José
Gurdiel Fernández, al señor Juan Armada, a mí y a otras
muchas personas, según he sabido después, protestó no acep­
tar su candidatura dando como razón que quería probar a to­
dos “una vez más”, que no había luchado por ambiciones per­

226
sonales, sino por el bien de TaBasco. Respetamos su delica­
deza aplaudiéndola y esperamos que los acontecimientos se
desarrollaran por si mismos para proceder a los trabajos elec­
torales, tomando en cuenta lo que las circunstancias exigen,
es decir, lo que la “Liga Democrática Tabasqueña” del Esta­
do, resolviera con respecto a candidaturas para los puestos de
elección popular, pues era acuerdo entre nosotros que los can­
didatos que alcanzaran mayoría de votos serían los que el par­
tido proclamara y sostuviera.
Debo hacer notar como un paréntesis que, además de los
motivos enumerados para que el doctor Mestre conviniera en
que mi candidatura circulara al mismo tiempo que la de él, hu­
bo uno particular que sólo revelaría provocado por su ulterior
conducta, a la de sus correligionarios.
Para encauzar desde luego el movimiento, la Junta Direc­
tiva de la "Liga” propuso a la consideración del Partido las
candidaturas de los señores Francisco I. Madero y doctor
Francisco Vázquez Gómez, para la Presidencia y Vicepresi­
dencia de la República, y citó a sus correligionarios de esta
Capital para discutirlas, así como también para proponer y dis­
cutir candidatos al Gobierno Constitucional del Estado y a la
Legislatura del mismo.
De triste recordación debe ser para nosotros, los que for­
mamos el Partido de la “Liga” con intentos nobles y generosos,
lo que pasó en la Asamblea General celebrada en el "Teatro
Merino” del dieciséis de junio último señalada para realizar
nuestros propósitos. En esa Asamblea, como dejo asentado al
principio de este escrito, los señores Alfonso Caparroso, Sal­
vador Torres Berdón y Filiberto Vargas, en discursos poco
meditados y reveladores de un desconocimiento absoluto de las
prácticas democráticas de otros países (en nuestra Patria nun­
ca hubo democracia), propusieron la candidatura del Dr.
Mestre Ghigliazza pára el Gobierno Constitucional del Esta-

227
¿o, fundándola no en la competencia de Mestre para desem­
peñar el cargo, sino en sus luchas políticas contra la dictadu­
ra, combatiendo al General Díaz y a uno de sus sicarios más
conspicuos, que dieron por resultado su encarcelamiento y las
vejaciones de que fue objeto, sin comprender que estos méri­
tos tanto podía reclamarlos Mestre como Borrego, don Juan
Lara Severino, el Lie. Andrés Calcáneo y Díaz, don Pedro
Lavalle A., el propio Vargas, don Manuel Lezcano y otros
tantos que atendidos $u condición, profesión, estado, posición
social y otros mil detalles que seria prolijo enumerar, soporta­
mos iguales o mayores sufrimientos que el Doctor Mestre Ghi-
gliazza, que siempre aun en la prisión tuvo el consuelo de per­
manecer al lado de su familia, mientras que hubo algunos como
Calcáneo, que fué a comer el pan del ostracismo y otros que
ingresaron al Ejército, consignados por los instrumentos del
sátrapa de Tabasco, maniquí a su vez, de la Dictadura que
expusieron la vida sólo por ser partidarios de la causa, por sim­
patizar con los redactores de “La Revista de Tabasco” que
combatíamos enérgicamente la reelección de Bandala y a quie­
nes de preferencia correspondía, en ese concepto, ser los can­
didatos para el Gobierno del Estado.
En esa misma sesión, el profesor Andrés Torruco Priego
abogó por mi candidatura sin hacer alarde de que yo hubiera
sido también, en unión de Mestre y los demás compañeros, hé­
roe del 2 de abril (según la manera de pensar de los apologis­
tas de M estre), y de la campaña contra el absolutismo en T a ­
basco, sino únicamente con razones (de menor peso si se quie­
re) pero que al fin eran razones.
Como nadie más tomara la palabra en este sentido, si no
fuera el joven Juan Correa Nieto, alegando que Mestre no po­
día ser Gobernador Constitucional porque a ello se oponía el
Plan de San Luis Potosí y los diversos escritos del Jefe de la
Revolución, señor Madero, que en su letra y en su espíritu en­

228
cerraban la idea de que los gobernadores provisionales no po­
drían ser candidatos al Gobierno Constitucional, para evi­
tar toda presión (física o moral) sobre el pueblo; yo como V i­
cepresidente de la "Liga”, hice uso de la palabra para indicar
a nuestros correligionarios que la discusión salía sobrando, toda
vez que el Doctor Mestre no aspiraba a la Primera Magistra­
tura de' Tabasco, pues nos había manifestado, que bajo ningún
concepto admitiría su postulación, y que, el señor Correa Nie­
to, por lo demás estaba en lo cierto, según mi modo de pensar.
Estas aclaraciones mías suscitaron hondo malestar en el
grupo que patrocinaba la candidatura de Mestre, como expre­
sé anteriormente, y alguno hasta tuvo la osadía de dejar com­
prender en sus frases, aunque veladamente, que yo intentaba
usurpar a Mestre un puesto que por derecho le correspondía.
Jamás he consentido situaciones ambiguas ni que se dude
de mi buena fe, y por ese motivo, con la conciencia siempre lim­
pia, supliqué a varias personas para que fueran a buscar al
Doctor Mestre a fin de que allí mismo confirmara mi asevera­
ción, para que allí mismo hiciera conocer que no aceptaba su
candidatura y externara su opinión Sobre si ésta era o no in­
compatible con el Gobierno Provisional.
Todos fueron testigos esa noche de que Mestre no quiso
concurrir y de que me mandó un recado diciendo que después
se aclararía todo. Procedimos en consecuencia a la votación y,
predispuestos los ánimos en mi contra porque había dicho la
verdad y porque los amigos de Mestre infundían temor a mis
amigos haciéndoles prever males futuros, tal como si ya se tu­
viera convenido de antemano que su candidato seria el Gober­
nador y que se vengaría de los que no sufragaran por él, pro­
cedimos a la votación obteniendo Mestre una abrumadora ma­
yoría de adhesiones.
Di por buena la votación (aunque no votaron sólo miem­
bros de la "Liga" sino también personas extrañas a ella), sólo

229
porque no se me tildara de egoista. Mas como no podia pasar
en silencio, ni la actitud de los amigos de Mestre, ni la de Mes­
tre mismo, al día siguiente fui al Palacio de Gobierno con Cal­
cáneo y Borrego a pedirle que nos explicara su conducta y la
de sus partidarios, y entonces se mostró sorprendido de que
yo hubiera dicho que no aceptaría el Gobierno Provisional y
que los principios de la revolución eran adversos a su candida­
tura; cosa que, a nosotros, si nos causó alta extrañeza. Le re­
convine irónicamente su mala memoria porque en ello veía un
principio de ambición y mucho de falta de franqueza. Tuvimos
después acalorada discusión en la que insistía en que sus ami­
gos le intimaban.rendición (¡hermoso rasgo de modestia repu­
blicana!) obligándolo a que se presentara candidato y,
al final de cuentas, no queriendo yo romper el vínculo
que nos unía, porque la causa de nuestro partido significaba
más, mucho más, que nuestras personas en esos momentos an­
gustiosos, no tan sólo para Tabasco sino para la República
entera, convinimos en que nuestros amigos patrocinaran al mis­
mo tiempo las tres candidaturas de la ‘'Liga”, es decir, la de
Mestre, la de Borrego y la mía, según el sentir de cada cual,
siempre bajo la condición que yo puse de que hiciesen saber
este arreglo a sus partidarios con el fin de evitar en lp futuro,
ulteriores motivos de fricción entre nosotros.
Yo, por mi parte, comuniqué el arreglo a mis amigos, que
empezaron desde luego a hacer los trabajos que estimaron con­
ducentes al objeto, fijando cartelones en los lugares públicos
e invitando al pueblo, por medio de la prensa, para que apo­
yara mi candidatura en las próximas elecciones. Iguales traba­
jos emprendieron los simpatizadores de Mestre, aunque no con
la corrección debida. En su propaganda entraba ya la agresión
malévola y ruin de denigrarme y ridiculizarme. Principiaron
por arrancar los cartelones que fijaban mis amigos, y cuando
no podían arrancarlos, les ponían al pie letreros revelantes de

230
su grado de cultura y moralidad. Después, usando del arma de
la calumnia, esparcieron la especie de que yo traicionaba a
Mestre, al disputarle el Gobierno del Estado.
Como era natural, en vista de este procedimiento, pensé
que Mestre, o nada les había dicho de nuestro' convenio, o
estaba queriendo jugar conmigo a dos cartas, autorizando a
sus amigos para atacarme deslealmente. También supuse que
quizá no tuviera culpa ninguna y que los que se titulaban sus
partidarios no fueran otra cosa que individuos aconsejados o
pagados por enemigos comunes para sembrar la división entre
nosotros, pues algunos detalles que no han escapado a nuestra
observación, hicieron nacer en mi ánimo esa sospecha.
De cualquier modo, me creí con el derecho de interrogar
nuevamente a Mestre respecto a lo que estaba sucediendo y
en el deber de hacerle partícipe de mis dudas. Hablé con él,
en presencia de Calcáneo y Borrego y acordamos que para
alejar toda desconfianza en el pueblo, acerca de la buena ar­
monía que reinaba entre nosotros, y cortar de raíz las murmu­
raciones que circulaban en público, lanzaríamos un manifiesto,
firmado por Mestre, Borrego y yo, comprometiéndose el pri-
metro a redactarlo en los términos que juzgara más conve­
nientes.
Pasaron días y el manifiesto no se hizo. Como yo tenía
que salir a las municipalidades del Estado, para explorar en
ellas la opinión con respecto a las personas que por sus an­
tecedentes de honradez, de moralidad y de estimación pública,
gozaran de la confianza de los pueblos, al mismo tiempo que
pudieran también tenerla de parte del Gobernador, con el fin
de designarlas como autoridades que constituyesen una ga­
rantía para implantar el nuevo régimen, que traía consigo la
revolución maderista, autoricé al Doctor Mestre para que en
mi ausencia hiciera el manifiesto, subscribiéndolo con mi firma.
Emprendí mi viaje rumbo a la sierra, visitando las pobla-

231
dones de Astapa, Jalapa, Tacotalpa, en las que redbí grandes
demostraciones de simpatía, de las que viviré siempre recono­
cido. En cada uno de esos lugares, cuando se me interrogaba
por nuestros amigos acerca de candidaturas para el Gobierno
Constitucional, les daba a conocer el arreglo con Mestre y
Borrego, significándoles que cualquiera de los tres que obtu­
viese el triunfo, quedaríamos plenamente satisfechos, porque
era el triunfo de nuestro partido y con él el de los principios
democráticos que veníamos pregonando desde hace muchos
años. En Jalapa y en Teapa. como consta a todos los vecinos
de esos pueblos, un grupo de nuestros correligionarios aclamó
mi candidatura en la forma más espontánea, sin que, por mi
parte, la aceptara o rechazara, porque mi viaje no era de pro­
paganda sino, como he dicho antes, tenia por objeto desem­
peñar una delicada misión oficial.
Por lo que hace a esta misión, queriendo cumplirla a
conciencia y sin otra mira que el bien público, propuse por
mensaje telefónico a los Sres. Leonte Evoli y Miguel Prats
para Jefes Politicos de Jalapa y Tacotalpa, respectivamente,
teniendo en cuenta que por sus antecedentes gozaban más que
nadie, de la simpatía y confianza de esas poblaciones, lo mis­
mo entre las gentes de dinero que entre las clases humildes, a
quienes tuve el cuidado de consultar. Con respecto a Teapa
no hice lo mismo, porque encontrándose dividida la opinión
entre dos primos míos (Jaime Calzada y Gustavo Casanova),
antes de resolver nada quería discutir con Mestre y Borrego
sobre el caso, haciéndoles conocer que el primero de los nom­
brados no deseaba desempeñar el puesto y que al segundo
le había prometido gestionar a su favor. Recogí además los
informes que juzgué necesarios para remover y sustituir a los
demás empleados que no merecían continuar en la nueva Ad­
ministración.
A mi regreso a esta capital para dar cuenta de mi come­

232
tido, me encontré con que la atmósfera de calumnia que ha­
bían comenzado a levantar en mí contra los amigos íntimos
de Mestre antes de mi viaje, era mucho más densa y que,
debido a ella, Mestre por dar gusto a sus amigos o con in­
tenciones sanas, cambió por completo el plan general de Go­
bierno que acordáramos al tomar posesión del poder a nom­
bre de la revolución. En vez de cumplir con ese acuerdo que
entrañaba el cambio completo de todos los elementos del an­
tiguo régimen, inspirándose para substituirlos en la opinión pú­
blica que era la única que debía señalar a las personas que
por sus antecedentes de honradez y patriotismo secundaran
con alteza de miras la obra de reconstrucción de nuestra Pa­
tria, suspendió las remociones que yo había iniciado de con­
formidad con el Plan General de Gobierno, a las cuales por
complacencias se opuso Mestre desde un principio y empezó
a nombrar Jefes Políticos entre sus amigos y recomendados,
designando para Jalapa al Sr. Domingo Villar, para Monte-
cristo a don Pedro Gurría, para Nacajuca a don Enrique de
la Rosa y para Paraíso a Dn. Raymundo Lara, etc. .etc. Ade­
más hizo que regresara a la Jefatura de Tenosique el Sr. Agus­
tín de la Fuente, a quien habíamos acordado remover porque
era persona no grata en aquella población. No discuto la per­
sonalidad de estos caballeros, pero sí puedo afirmar que nin­
guno de ellos goza de las simpatías de sus gobernados, como
lo han venido a confirmar hechos que están en la conciencia
pública.
Por otra parte, esos nombramientos, hechos a raja tabla,
sin mi conocimiento cuando yo era el único legalmenfe capa­
citado para proponerlos, no sólo por mi cargo de Visitador
d e Administración, sino en virtud de la circular telegráfica
dirigida a las diversas municipalidades del Estado, y recaídos
en personas ajenas por completo a cada entidad gobernada,
no denunciarían por sí solos que dichos individuos son íntimos

233
del Dr. Mestre y como tales agentes avanzados, pero nada
tampoco nos prueba lo contrario si a este proceder, clandestino
puede decirse, no se da una explicación satisfactoria. Tanto
más cuanto que en mi gira por los pueblos tuve oportunidad
de ver en Jalapa y Teapa mensajes suscriptos por Mestre,
prometiendo renunciar el Gobierno Provisional, pero aceptan­
do desde luego su candidatura y autorizando trabajos en este
sentido.
Como yo nunca he traicionado ni la amistad ni menos las
causas que patrocino, ni tolero que con mi silencio se traicio­
nen estas últimas, al día siguiente de llegar a esta capital,
puse mi renuncia del cargo de Visitador y mandé recado al
Dr. Mestre con Calcáneo y Borrego, manifestándole mi reso­
lución de separarme del grupo si no estaba dispuesto a seguir
sin vacilaciones el credo revolucionario y prescindir de amigos
advenedizos que, en mi concepto, estorbaban la buena marcha
de nuestra causa, y que no quería que más tarde constituye­
ran una mancha para él, para mí o para nuestro partido.
Ni Calcáneo, ni Borrego, ni otros muchos amigos que
han intervenido pretendiendo un arreglo entre nosotros, han
logrado conseguir hasta hoy que Mestre entre en una vía
franca y abierta, de plena luz, para alejar toda duda en las
masas populares acerca de la conducta de cada cual, sino
que han querido echar un velo a lo pasado y que yo perdone
las que ellos llaman debilidades de Mestre y sea yo quien
cargue con el sambenito de la opinión pública.
Muy estrechos son, fraternales puede decirse, los lazos
que me han unido con Mestre, pero ante la reivindicación de
mi persona o el sacrificio de mis principios, no vacilo en rom­
per esos lazos, porque deseo, antes que nada, conservar mi
honradez y mi lealtad que constituyen, acaso, mi único pa­
trimonio.
Una vez que he dado las razones de mi separación de

234
Mestre y del partido la “Liga Democrática Tabas quena” que
lo elevó al poder, voy a permitirme hacer en resumen las re­
flexiones que me sugiere la conducta de Mestre y que vienen
a confirmar la idea de que, desde los principios de nuestra
lucha, no ha sido, como algunos suponen, el hombre de con­
vicciones graníticas.
I. Si Mestre no ambicionaba el Gobierno Constitucional
como lo aseguró a un grupo de sus íntimos, ¿qué fuerza irre­
sistible lo indujo de manera tan violenta a variar de opinión
en unas cuantas horas y aceptar su candidatura en pleno des­
empeño del Gobierno Provisional, contrariando por añadidura
el Plan Revolucionario, disposiciones de la Secretaría de Go­
bernación y observaciones particulares del señor Madero?
II. Y si por el contrario en su pograma reservado es­
taba la idea de aceptar su candidatura, ¿qué objeto pudo tener
una revelación opuesta hecha a ese mismo grupo de amigos?
III. ¿Por qué no ha querido desvanecer, publicando el
manifiesto que convinimos, las calumnias que sus amigos han
lanzado en mi contra desde la noche en que le mandé llamar
al Teatro Merino?
IV . ¿Por qué, en lugar de hacer esto, deja que preva­
lezca la calumnia?
V . ¿Tiene, acaso, el Dr. Mestre, interés en que mi per­
sonalidad salga manchada en esta campaña?
Dejo al público los comentarios; yo me limito a decir: a
Mestre lo engañan sus amigos (lobos tal vez disfrazados de
corderos) o él pretende engañar a sus amigos.
San Juan Bautista, julio 16 de 1911.

L oren zo C A SA N O V A .

235
XXIV

Alfonso Caparroso.— “A caza de gazapos politi'


interesante contestación a Casanova.
Reproducido el folleto del Lie. Lorenzo Casanova, es
casi ineludible la reproducción de la contestación que con el
titulo de A caza, de gazapos políticos, le dio el profesor Al­
fonso Caparroso, mestrista de hueso colorado que figuró mu­
cho en la cosa pública de Tabasco, después de la revolución
maderista.
Caparroso era hombre inteligente, de regular cultura, na­
tural de Macuspana, de donde era toda su familia. Trabajó
como maestro de escuela varios años y desempeñó puestos es­
colares muy importantes, tanto en el terreno oficial como en
el particular; pero llevaba en la sangre el virus de la política
y a ella se consagró activamente sobre todo desde el mestris-
mo. Desde esta época su vida fue de constante movimiento
hasta meterse de lleno en la revolución después del asesinato
de Madero y Pino Suárez.
Algún tiempo después del triunfo del carrancismo, Capa­
rroso salió de Tabasco y pasando por el puerto de Veracruz
—me parece que esto fue a mediados de 1915—•, fue a dar
a la ciudad de Méjico, donde pereció trágica y misteriosamente
en fecha que no recuerdo, acaso haya sido en 1916.
Su refutación a Casanova es importante desde el punto
de vista histórico. Por ningún concepto debe perderse. Me­
rece su reproducción. Y por esta causa la hago figurar en es­

239
tas páginas, pues principalmente para los que fueron parte
activa en aquellas luchas políticas de imborrable memoria en­
tre mestristas y casanovistas, la carta abierta de Caparroso
es de mucho interés.
Dice asi:

A CAZA
DE GA ZAPOS P O L IT IC O S

Leyendo "Final de
un compañerismo”.

Por fin, después de haber sido anunciado con gran apa­


rato de publicidad, circuló en esta capital el esperado folleto
del Lie. Casanova, que, con el rubro de “Final de un compa­
ñerismo”, nos había ofrecido, desde sus columnas, el “Prin­
cipio Revolucionario”, portavoz del partido casanovista.
Venía precedido el flamante folleto de tal aureola de vi­
rilidad y pureza, cuyas páginas, se decia, consignaban más
verdades que el Apocalipsis de las Sagradas Escrituras, que
todos, tirios y troyanos, creimos encontrar, en las revelaciones
hechas en él, formidables y abrumadoras acusaciones que cae­
rían sobre el doctor Mestre y sus partidarios cual inmensa
montaña que los reduciría a polvo bajo el peso de sus justas
y severas imputaciones. Sí; nuestra sociedad esperaba leer en
las líneas trazadas por el reposado y juicioso Lie. Casanova,
una especie de “yo acuso" del inmortal Zolá, que haría época
en los anales de nuestra historia política. Güelfos y gibelinos
esperábamos que el escrito del ilustrado abogado, a manera de
terrible simún, arrastraría, entre las potentes alas de su for­
midable lógica, la candidatura del doctor Mestre, hasta estre­
llarla, convertida en mil pedazos, contra las fuertes murallas
del desprestigio y el ridículo. Pero, Risum teneati amici, no

240
hubo tal cosa, el tan zarandeado panfleto no pasó de ser un
“Parto de los Montes” que diria el famoso fabulista; pues, en
verdad, el tan temido folleto, como el caldito de tía Tula, de
todo tiene menos carne.
Efectivamente, para convencerse de lo inofensivos que re­
sultan los ataques del licenciado Casanova, bástanos hacer
pequeño análisis de algunas de las aseveraciones, que, cual
verdades incontrovertibles, asienta el autor de “Final de un
compañerismo" y que, a guisa de historia de la “Liga Demo­
crática Tabasqueña” ha brindado en las páginas de su poco
meditado escrito.
Abre sus fuegos nuestro impugnador contra algunos (¿no
serán muchos?) miembros de la Liga; usando para ello magis­
tral tono, digno de un dómine de la edad media.
Tilda a esos “algunos” miembros de la Liga de ignaros
en trajines democráticos: acusándolos, a la vez, de provoca­
dores de descontento y rivalidades entre él y nuestro candidato.
En presencia de tan rotundantes imputaciones, nos pr^.
guntamos: ¿Cuáles fueron esos hechos consumados, por algu­
nos de Jos socios que provocaron descontento? (que dicho sear
de peso tan sólo existió en aquel entonces en la imaginación:
del Lie. Casanova). ¿Cuáles fueron los discursos prenunciados
en esta asamblea que Casanova tacha de inadecuados para los
fines allí perseguidos y que después utiliza para juzgar a los
partidarios de Mestre ignaros en las prácticas democráticas?
¿Será la sencilla pero sincera alocución mía, en la que, entre
otras razones aducidas para hacer la presentación de nuestro
candidato al Gobierno del Estado, figuraba la relación de los
méritos que, como periodista independiente, había conquista­
do el doctor Mestre en los campos dé la democracia, atacando
con sus inexorables escritos la dictadura porfirista? Si este
es un medio inadecuado para poner de relieve ante los ojos
del pueblo, las cualidades que adornan a un candidato, cuya

241
postulación para llevar las riendas del gobierno se pone a la
consideración de sus conciudadanos, debo confesar que por
más que me he apretado el magín, pensando sobre el asunto,
no he encontrado lo inadecuado del procedimiento.
Por otra parte, el hecho de hacer resaltar las virtudes cí­
vicas y las relevantes cualidades intelectuales y morales que
adornan al Dr. Mestre, que lo han elevado a la augusta ca­
tegoría de candidato popular, para empuñar el bastón de
los gobernadores del Estado, ¿constituye como se dice en tér­
minos jurídicos, el cuerpo del delito, que comprueba la bas­
tarda intención habida para provocar rivalidades entre él y el
señor Lie. Casanova? No, mil veces no. Y ya que el autor
del folleto deja así traslucirlo, nos preguntamos: ¿Será posible
que semejante idea haya obscurecido la clara inteligencia de
nuestro impugnador? No replicamos; para suponer que en el
cerebro del conspicuo abogado, brillara tan torpe concepción,
es necesario considerarlo atormentado por el punzante aguijón
de la envidia y tal suposición sería aventurada y debemos ale­
jarla de nosotros, pues conocedores de la probidad de espíritu
del Lie. Casanova no lo creemos capaz de abrigar tan mezqui­
nos sentimientos, y por lo tanto, suponemos que semejantes
aseveraciones suyas, son hijas de la poca meditación que tuvo
para escribirlas; lamentando que su pluma, arrastrada por el
ardor del apasionamiento político; haya estampado semejantes
insinuaciones.
Afirma luego, en el párrafo siguiente, que los elementos
que rodean al Dr. Mestre, han pretendido lanzarle al rostro
el ignominioso estigma de traidor. Errado está en ello, el se­
ñor Casanova. Yo, y conmigo muchos de mis correligionarios,
hemos juzgado al señor Lie. no como traidor, sino como in­
consecuente así con la amistad que le había consagrado el Dr.
Mestre como con las bases (habladas no escritas) que nor­
maban el régimen de la Liga entre las cuales había una que

242
prevenía que el candidato en cada Liga, de las ya establecidas
en el Estado, sería aquel que obtuviera mayor número de vo­
tos al hacerse la elección y que, cada una de esas ligas tenía
precisa obligación de sostener al candidato triunfante.
Tales preceptos no fueron respetados por los parciales de
Lie. Casanova, pues al verificarse en esta capital la asamblea
en la que obtuvo mayoría abrumadora de votes el Dr. Mestre,
los partidarios de aquél autorizados por él, según tácita decla­
ración que él mismo (Casanova) hizo a quien esto escribe,
emprendieron activa campaña en busca de adeptos para su
candidato y esto fuera de los socios componentes de la Liga
y valiéndose de medios que no juzgo correctos, lo que puedo
probar relatando hechos y citando nombres.
Tal proceder produjo en la mayoría de los socios de la
Liga profunda indignación; llegando el descontento a tal gra­
do, que hasta varios de los.componentes de la Mesa Directiva
pensaron retirarse de la agrupación, contándose entre los dis­
gustados, el Tesorero, señor Alfonso Ortiz P., persona de
reconocida cordura, y que puso su renuncia en estos términos.
“Teniendo conocimiento de que en el seno de la Liga
Tabasqueña se trabajaba en favor de otra candidatura, que
no es la elegida por "mayoría de votos en la sesión celebrada
el 16 de los corrientes en el Teatro Merino, candidatura que
debiera ser la que esta Liga Central proclamara en masa, su­
puesto que la sesión citada se llevó a cabo para unificar la
opinión de los socios y no estando de acuerdo en esta clase
de trabajes que a mi juicio constituyen poderosas armas que
proporcionamos a nuestros enemigos politicos para que nos
desprestigien, he resuelto hacer formal renuncia del puesto
de Tesorero, como en el presente memorial lo hago, y sepa­
rarme por completo de esa agrupación, suplicando a Uds., se
sirvan dar cuenta a quien corresponda y decirme a quién debo

243
entregar las cuentas y fondos de la Tesorería, con que fui
honrado”.
Como se ve, el estilo con que está escrita la anterior re­
nuncia demuestra, a las claras, que la conducta de los par­
ciales de Casanova, dieron lugar al cisma que desde ese día
apareció en el seno de la Liga.
Más abajo, en uno de los párrafos de su escrito dice el
señor Casanova lo siguiente:
"Sin embargo, queriendo sacar avantes nuestros deseos,
yo mismo indiqué al Doctor Mestre que a mi juicio renun­
ciando en seguida el Gobierno Provisional y gestionando con
los elementos que ya teníamos en nuestras manos, la eleva­
ción de Borrego, siempre de acuerdo con el Centro, quedaba
viable su candidatura y desbaratábamos de un golpe las avie­
sas intenciones de la Cámara, si lo que había pretendido,
como después sospechamos era inhabilitarlo, por ser a quien
juzgaba el único enemigo formidable por su popularidad para
contrarrestar la candidatura, cuyo triunfo acaso pretendería, el
partido derrotado”.
Si como lo asienta en el párrafo antes copiado, a su juicio,
el Doctor Mestre no estaba imposibilitado para aceptar su can­
didatura para Gobernador Constitucional (siendo interino), si
renunciaba en seguida, ¿por qué, cuando en la sesión de la
Liga, en que Mestre fué aclamado, él (Casanova) fué el pri­
mero y único en manifestar al pueblo que aquél (Mestre)
estaba imposibilitado? La contradicción en que de manera de­
plorable cae el Sr. Casanova, es manifiesta: hasta les ciegos
la ven.
De triste recordación llama nuestro impugnador, a la
asamblea, señalada para realizar los propósitos del partido
(el señor Casanova, se refiere a la asamblea en que Mestre
fue postulado). Por el contrario, yo y conmigo, casi todos ios
asociados, siempre recordaremos con verdadera fruición esa

2.44
memorable noche, en la que nuestras aspiraciones cristalizaron
en la personalidad del Dr. Mestre, postulado Gobernador
del Estado. Tan encontrados sentimientos, confirma aquel di­
cho muy popular que dice: Cada cual habla de la fiesta según
le va en ella.
A renglón seguido, con lógica abstrusa, llega el Lie. Ca­
sanova a esta conclusión: El, como Borrego, Vargas, Calcá­
neo y otros que fueron consignados al Eiército, les correspon­
de ser candidatos para el Gobierno del Estado.
Sin que me inspire la más leve intención de menoscabar
la personalidad del señor Casanova, en quien siempre he re­
conocido probidad suma, buen criterio, sanas intenciones, buen
talento y cultura Suficiente, para ser un elemento aprovecha­
ble, con gran éxito, en toda administración voime a tomar li­
bertad de dar mi opinión que respecto a este particular me he
formado. Siempre he considerado al Doctor Mestre dotado de
mejores prendas personales que al Lie. Casanova para llegar
a la primera Magistratura del Estado, y mi convicción •es que
sin la inmensa sombra que sobre él (Casanova y demás com­
pañeros) proyectaba la personalidad de Mestre, tal vez mu­
chos de ellos, nunca se hubieran atrevido a enfrentarse con
la dictadura.
Y esa superioridad que yo reconozco en el Dr. Mestre
palpita en la conciencia popular y aun repercute en la de Ca­
sanova y demás compañeros, pues para nadie es un secreto
que siempre le tuvieron como Jefe; deduciéndose, por lo tanto,
de estas apreciaciones, que es absurdo y hasta irracional es­
tablecer, parangón alguno, entre Mestre, que fué el Jefe, y
sus amigos, que fueron sus subordinados.
Llego por fin al terrible dilema que el Lie. Casanova
plantea al Doctor Mestre y sus partidarios y que dice: O
Mestre lo engaña valiéndose de sus partidarios, o los llamados
amigos de Mestre traicionan a ambos.

245
De que Mestre no lo engañaba, queda probado con el
hecho de que habiendo obtenido la mayoría abrumadora de
votos de todas las Ligas, no se ve el objeto del engaño de
parte de nuestro candidato. En cuanto a que los partidarios de
Mestre pudieran ser, según suposiciones del Lie. Casanova,
emisarios pagados por el partido contrario, me permito hacerle
por las presentes líneas la más formal y enérgica conjuración,
para que concrete hechos, señale individuos y presente prue­
bas de tal manera clara que sus dichos queden perfectamente
comprobados y para que esos detalles, que no han escapado a
su observación, no resulten los fantásticos gigantes que hicieron
arremeter, lanza en ristre, al caballero de triste figura contra
los molinos de viento.
En resumen, de la lectura del folleto se llega a esta con­
clusión. El Lie. Casanova al escribirlo perseguía dos fines prin­
cipalísimos: Demostrar al pueblo que el Dr. Mestre es un
hombre débil y poner de manifiesto sus ambiciones por llegar
al poder. ¿Qué fundamento tiene el señor Casanova para con­
siderar débil al Dr. Mestre? ¿Será porque este señor, caballe­
roso y correcto, muéstrase con todos afable y cortés? ¿Será
porque, teniendo un corazón bien puesto, donde los rencores
no han germinado jamás, ha sabido perdonar a sus enemigos
que cegados por las pasiones políticas agotaron todos los me­
dios que estuvieron a su alcance para atacarlo? Contéstele por
mí al Lie. Casanova, el gran Lamartine cuando dice: El hom­
bre, ser falible, debe en lo que le concierne, perdonar siempre
todo.
La magnanimidad es el golpe de Estado de los grandes.
En cuestiones de odio quiero morir insolvente.
Reflexionando sobre las ambiciones de mando, que el au­
tor de “Final de un compañerismo” aparenta percatar en el
Doctor Mestre, nos preguntamos:
¿Qué pudo haber despertado en el Doctor Mestre la am­

246
bición de llegar a la primera Magistratura del Estado? ¿La
idea de hacer dinero? No, porque a nadie se le escapa, que
siendo Casanova Gobernador, aquél (M estre) habría gozado
de sueldo no despreciable, y esto sin los disgustos y amargu­
ras que en la actualidad trae más que nunca, aparejados el
Gobierno. ¿Será el deseo de satisfacer su vanidad? No, porque
con las innegables pruebas de simpatía, llevada hasta el deli­
rio, que de todo el Estado y de todas las clases sociales tuvo
el Dr. Mestre unidas a las seguridades de gran estima y de
especial consideración que de conspicuas personalidades en la
política de la República ha recibido, son más que suficientes
para satisfacer la más grande vanidad del hombre más orgu­
lloso.
En cuanto a la lluvia de injurias y ofensas que el Lie.
Casanova nos hace, llamándonos amigos advenedizos, emisarios
vendidos, calumniadores, lobos vestidos de corderos, etc., etc.,
tan sólo le contesto, con aquellas hermosas palabras de un
Santo Varón, de la Cristiandad, cuando, sentado en el potro
vergonzante del tormento dijo a sus verdugos: Id con cuidado,
señores, que podéis triturar nuestros huesos.

Alf. Caparroso.

247
XXV

El río Grijalva.— Quiénes le han cantado: Miguel


Huidobro González, José Peón y Contreras, Manuel M.
Flores, Xavier Santamaría, Justo Cecilio Santa-Anna,
José N. Rovirosa.— Manuel Foucher.
Imposible para mí pasar en silencio el rio Grijalva en
estas páginas consagradas a regustar el sabor de la tierruca.
Por supuesto que no vamos a describir el armonioso serpentear
de su corriente desde Huehuetenango, el remontísimo jirón
guatemalteco donde tiene sus fuentes madres, porque para es­
to, como para el estudio y conocimiento de todas las corrientes
fluviales del Estado, nada mejor que engolosinarse con la im­
portantísima obra —Los ríos de Tabasco — del Ing. don Pedro
A. González, verdadera autoridad en la materia, cuya erudi­
ción, a este respecto, asombra y maravilla. No. No vamos a
hacer, en manera alguna, obra de estudio que se relacione con
este río cuya cuenca es en parte la base de la riqueza agrícola
tabasqueña.
Vamos tan sólo a dedicarle algunas frases meramente lí­
ricas, pues si fuésemos a hablar desde el punto de vista de
su grandeza, es decir, del caudal de sus aguas, dé su pujante
brío, de su navegabilidad, de su extensión y aún de su pano­
rámica belleza, acaso tendríamos que ceder toda preferencia
al hermoso Usumacinta, el legendario Padre-Río, que es más
majestuoso, más arrogante y de más proceres encantos que el
propio río del aventurero español.
Pero sucede que la circunstancia de pasar el Grijalva por
en medio del Estado y a orillas de la vieja capital, a diferen­

251
cia del Usumacinta que invade nuestro territorio por una re­
gión muy poco visitada, ha influido poderosamente para que
propios y extraños le hayan cantado en prosa y en verso en
todos los tonos habidos y por haber.
Para el alma señadora, el río Grijalva ha sido discretísi­
mo testigo de más de un “romance", ha escuchado muchas
confidencias, ha reflejado en sus aguas las mejores policromías
del firmamento y ha ocultado en sus calladas ondas muchas
ternuras, muchas lágrimas y muchos pecados de amor.
A los que vivimos a sus orillas, a los que crecimos con­
templando su engañoso correr, a los que de él recibimos honda
inspiración para forjar en la vida del ensueño los poemas que
dedicamos a la dulce amada, el rio Grijalva, como el Duero
caudaloso de Núñez de Arce es “la cinta de plata que refleja
en su corriente el sol de estío”.
La pujanza lírica de Santa Anna le ha cantado con extra­
ordinaria inspiración, en clásico soneto que hace pensar, por
su severidad y su hermosura, en los del árcade Pagaza: Clear-
co Meomio; el sabio Rovirosa lo ha descrito con su prosa lla­
na, profunda y erudita; y más aún: hasta bardos de la talla
de Peón Contreras y Manuel M. Flores —aquél, incitado por
el académico Sánchez Mármol, y éste, seducido por noble da­
ma tabasqueña— le cantaron sin conocerlo.
No sería explicable, pues, ni menos perdonable que en
obra como ésta, consagrada a recordar y exaltar las cosas de
Tabasco, dejáramos de reproducir, entre tantos lirismos dedi­
cados al memorable río, unos cuantos siquiera.
Sin orden de antemano meditado van aquí los siguientes:

EL G R I J A L V A

Las almas ávidas de emociones tiernas, las que desean


tener esas expansiones purísimas del corazón, que elevan al

252
espíritu en alas del ángel de la adoración hasta el trono de
Dios; los que deseen un infinito de amor y de poesía, que ven­
gan a mecerse en una débil barquilla en las ricas corrientes
del Qrijalva . . . Allí veréis unas márgenes bordadas por una
eterna primavera: la gentil palmera desafiando con su elevada
copa los furores del viento: los verdes naranjos, la flexible
caña doblando su tallo al soplo de la brisa de la tarde y reci­
biendo en sus hojas el primer beso de las linfas, y luego una
casita, albergue de amor y de ventura: allí veréis una pareja
que sonríe mutuamente; el color bronceado, señalando al ha­
bitante de los trópicos; su amable compañera deja ver dos hi­
leras de perlas al sonreírle cariñosa, y más allá, un niño en
su rústica cuna duerme arrullado por el aura embalsamada del
azahar y de la rosa . . . ¡es el primer fruto de su casto amor!
Seguid la corriente del río de Tabasco: no veréis más
que márgenes cubiertas de un tapete verde: el sentido cántico
del ruiseñor herirá vuestros oidos con esos trinos preciosos
que sólo la cuerda del violín de Franz Coénen ha podido re­
producir; allí oiréis el arrullo de la tórtola que gime en el sau­
ce del río, tal vez por la mañana la bala del cazador hirió el
corazón de su amante; allí veréis a la garza peinando su plu­
maje, blanco como el armiño, ajado tal vez por la corriente de
las aguas: es la coqueta que compone su tocado, descompuesto
por el soplo del viento.
El crepúsculo de la tarde ha concluido. . .
La señora de la noche viene a bañar su pálida faz en las
aguas del Grijalva, viéne a alumbrar una superficie de azul y
plata, viene a reproducirse en los espejos mil formados por
las pequeñas oleadas del Tabasco . . .
¡Si fuera dable sentir esas emociones al lado de la mujer
que se ama! Si la ausencia no pusiera barreras indestructibles,
entonces embriagados con el aliento del ángel de nuestros co­
razones adormecidos por el dulce murmurio de las hojas del

253
bosque arrullados por el voluptuoso vaivén de la linfa del río,
el himno de nuestros corazones llegaría hasta el trono de Dios,
llegaría envuelto en esas nubes que se recuestan muellemente
sobre el río para beber sus aguas y después suben formando
esos celajes de topacio y oro que adorna la frente de la luna.
¡Grijaiva . . . ! En los momentos de entusiasmo de una al­
ma joven, te he dedicado una página en el libro de mis recuer­
dos: yo he respirado el aire purísimo que mece las palmeras
de tus fértiles y pintorescas orillas; yo me he adormecido al
movimiento de tus corrientes; tal vez otro día veré de nuevo
tus azuladas aguas y vivirá en mi imaginación el recuerdo pu­
rísimo que se ha impreso en mi alma!

1854 Miguel Huidobro González.

AL G R I J A L V A

Dicen que tienes [uncos y [lores


en'tus orillas;
que en ellas cantan los ruiseñores
himnos de amores,
trovas sencillas;
y que en los médanos de tus arenas
reverberantes como el cristal,
doblan su [rente las azucenas
reproducidas en tu raudal.

Que las palomas a tus vergeles


llegan sedientas
y aroma aspiran y ricas mieles
liban contentas;
que sus arrullos, sus melodías

254
los aires pueblan cuando te ven . . .
¡Oh, quién pudieiia todos los días,
Grijalva hermoso, verte correrl

Dicen que un cielo tranquilo y puro


sin pardas brumas,
cubre tu limpio cristal obscuro
y el manso rizo de tus espumas;
y que en tus aguas en noches bellas
cuando florecen mayo y abril,
juega a la lumbre de las estrellas
una sirena blanca y gentil.
Que si esa tierra privilegiada
que vas cruzando, a
ardiente sangre tras lucha odiada
bebe angustiada
de \amor llorando,
esa sirena se desespera
y entre los aye's de su ansiedad
entona un canto por la ribera,
¡dicen que un canto de libertad!

Dicen que tienes bosques sombríos


que el sol colora,
que en los adustos inviernos fríos
allí se esconde pálida Flora,
y que sus. hondas melancolías
sólo se templan cuando te ven,
¡oh, quién pudiera todos los días,
Grijalva hermoso, verte correr!

255
A mí me cuentan que si te enojas,
que si te irritas,
sobre las playas fiero te arrojas
y al mar imitas,
y ¡guay del fuerte y altivo leño!
;guay del cayuco del pescador!
nada al piloto vale su empeño,
de nada sirven remo y valor.

Cuentan, por último, que en mil aciagas


noches se vieron
en tus orillas las sombras vagas
de tas que tuyas víctimas fueron;
que en coro cantan sus agonías
mientras tus ondas rodando van .. .
¡oh, quién pudiera todos los dias
Grijalva hermoso, verte correr!
1871 José Peón y Contreras.
EL G R I J A L V A

No soy de aquella tierra.


No tengo mis hogares
a la tranquila sombra
que dan los platanares
allá donde el Grijalva
dilata su raudal.
Mis campos paternales,
primaveral alfombra
de flores y esmeralda,
se tienden a la sombra
de una soberbia tienda
de zafir y cristal.

256
El regio Citlatépetl
¿Le conocéis, señoraY
Yo vi cuando era-niño,
los velos de la aurora
tender sobre su frente
magnífico dosel,
bañarle en luz de rosa
por un instante , y luego,
diadema de los mundos
chispeante de pro y fuego
el sol ambicano,
alzarse sobre él,

Y en la serena tarde,
cuando con lento paso
bajaba a los abismos
remotos del ocaso
su frente en un sudario
de nubes a esconder,
entonces el destello,
ya tibio, de su lumbre,
iba a besar muriendo
la solitaria cumbre
de la montaña estrella.
como en adiós postrer.

Mas yo no he conocido,
señora, los sombríos
bosques de vuestra tierra,
allí donde los ríos
se aduermen al salvaje
susurro del manglar:

257
no he visto aquellas grutas
de musgo tapizadas
donde a la tibia sombra
que dan las enramadas
la falda de las selvas
convida a descansar.

Allá en los florestales


tranquilos y desiertos
no oí cómo celebran
con dulcidos conciertos
los pájaros errantes
su agreste libertad.
No oí cómo a lo lejos
en el espacio vagón,
y en el rumor del bosque
suspiran y se apagan
los ruidos misteriosos
de la honda soledad.

No he visto, pensativo,
bajo el amante umbrío
los pálidos cristales
de vuestro patrio rio
que "pasan, pasan, posan"
y siempre pasarán.
No he visto cómo inclinan
las húmedas corolas
sobre el temblante espejo
de las movibles olas
las flores que bordando
sus márgenes están.

258
El férvido Grijalva,
espléndido monarca
del bosque y la llanura,
que cruza su comarca
tendiendo en él desierto
su manto de zafir,
su manto que retrata
celajes y arreboles,
y en cuyas ondas brilla,
como un collar de soles
entre un olán de espuma
la lumbre del zenit.

Allá, en la clara noche,


oyendo la armonía
solemne de sus aguas,
la virgen poesía
quizá plegó sus alas,
un cántico lanzó:
y su eco, del Grijalva-
flotando en los rumores
en la arpa melodiosa
que pulsan sus cantores
sus notas más hermosas
dulcísimas dejó.

Que pase el rey soberbio


del bosque y el desierto,
de trémulos follajes
por el dosel cubierto,
besado por las flores
que moja su cristal;

259
que pase entre los himnos
grandioso de la selva . . .
hasta qtxe, como al hombre,
la eternidad envuelva
el piélago insondable
su pródigo raudal.

Señora, cuando lejos


de Méjico la hécmoéa,
al lado del que os ama,
feliz y dulce esposa,
las aguas del Grijaiva
mirando estéis correr,
si de lejana tierra.
cabe del patrio río
os hablan los recuerdos . . .
oíd también el mío . . .
¡Quién sabe si ya nunca
tomémonos a ver! . . .

1872 Manuel M . Flores.

G R I J A L V A

¡Magnífico Grijaiva! En tus riberas


más aroma y color tienen las flores,
y gorjean mejor los ruiseñores
que viven anidando en tus palmeras.

Yo vi tus ondas resbalar ligeras


y creí que escuchaba en sus rumores
algo como una música de amores
con apacibles notas plañideras.

260
¡Oh! . . . Si pudiera yo cantar contigo
las dulces trovas del amor ardiente
de tus frescos tíntales al abrigo.

¡Cómo encendiera1inspiración mi frente!


Debe ser la mayor de las venturas
morir amando mientras tú murmuras.

1887 Xavier Santa María.

AL G R I J A L V A

Vienes desde remotas soledades


azotando, al pasar, montes y breñas,
y espumante y convulso te despeñas
con el fragor de roncas tempestades.

Contemplaron viejísintas edades


la lucha secular en que te empeñas,
y vieron cómo creces y te adueñas
del hondo cauce, y la llanura invades . . .

Se te escucha venir, retiembla el suelo


y tu corriente, al refrenar su brío,
refleja el esplendor de nuestro cielo.

Sus dominios vastísimos extiende,


y al fin.iallá, bajo el manglar sombrío
con perezosa lentitud se tiende.

1893 J. Cecilio Santa-Anna.

261
EL RIO G R IJ A L V A

La vía fluvial que r o s proponemos describir en este ar­


tículo, fue descubierta en 1518 por el capitán español D. Juan
de Grijalva, primer jefe expedicionario que visitó las costas
de Tabasco y de Veracruz. Su longitud aproximada desde su
nacimiento en la vecina república de Guatemala, hasta su des­
embocadura en el Golfo o Seno Mexicano, puede estimarse en
760 kilómetros. Su dirección general, a partir de su origen, es
de SE . a NO. en el Estado de Chiapas; después se dirige ha­
cia el N. hasta la villa de Huimanguillo, y finalmente al NE.
hasta la barra principal de Tabasco.
En la vertiente occidental de la sierra Cuchumatanes, que
recorre el departamento de Huehuetenango de la república de
Guatemala, nacen los ríos Chapapojá, San Gregorio, Lagar­
tero, Nenton, Aquezpala, Tapizalá o San Miguel, Motozintla
o Chicomucelo y Yayahuita, que unidos forman el caudaloso
Chejel, del departamento de Comitán, que, en el Paso San
Gregorio y durante el estío, mide una profundidad de 5 y una
anchura de 26 metros. De ese punto situado a 642 metros so­
bre el nivel del Océano toma el Chejel, o sea el Grijalva, la
dirección de N. O. pasando por las fincas Buenavista, San
Agustin, Cuajilote, San Gerónimo, San Jacinto, Santo Domingo,
Laguna Colorada, Santa Rosa, Huanacaxte, Los Horcones, y
en terrenos de La Pimienta, después de recorrer 40 kilómetros
en la dirección indicada, penetra al departamento de La Liber­
tad. Allí recibe por su margen izquierda las aguas de los ríos
Xaltenango, Las Salinas y San Pedro Buenavista, y por la
derecha las del Rio Blanco y San Diego; pero las vertientes
opuestas de su cuenca se estrechan tanto entre las haciendas
Cruzter y Santo Tomás, que las aguas se ven obligadas a
pasar en un encajonado con tal velocidad y fuerza, que se

262
hace imposible la navegación. Continúa hacia el N. O. y con la
denominación de Río Grande de Chiapa atraviesa el depar­
tamento de aquel nombre, donde recibe dos caudalosos tribu­
tarios, el Suchiapa por la izquierda, y el Río Grande o Rio
Frío, que forma el desagüe del valle cerrado de San Cristó­
bal las Casas, y que, después de un curso subterráneo de 20
kilómetros aproximadamente, aparece en el lado opuesto de la
elevada montaña Heitepec para unirse al río principal en la
municipalidad de Chiapilla. Más abajo es aumentada aquella
poderosa corriente de agua, por el río Osumacinta, por el
Chavarría o Río Chiquito que desemboca al O. del pueblo
de Chicoacán, por el río Copainalá y por el Tecpatán, y 'des­
pués de pasar por Quechula recibe el mayor de sus afluentes
en Chiapas, el río de la Venta, formado por varias corrientes
que se desprenden de los Andeá situados entre los departa­
mentos de Tonalá y Tuxtla, y de la elevada montaña de Ji­
neta.
La confluencia del río Chiapa y el de la Venta, está si­
tuada en el lugar donde comienza el raudal Malpaso, desde
cuyo punto, el Mezcalapa, según la denominación que allí to­
ma, ofrece en el trayecto de 4 kilómetros una fuerte inclinación,
lo cual unido al choque de las corrientes en las rocas del cau­
ce y a los raudales Tres Bocas y Tortuguero, hace peligrosí­
sima la navegación. Salvado el Malpaso, toma el río la direc­
ción del N.; forma los raudales Malpasito, Chote, Chimbac,
Vuelta del Gallo y Zayula; recibe por su izquierda el arroyo
Chimalapa, cuya confluencia queda al S. del cerro Mono Pe­
lado, y por su derecha, el río Magdalena o Santa Mónica que
baja de las cumbres situadas entre Ocotepec y Tapalapa; el
Sunuapa o Platanar que tiene su origen a inmediaciones del
pueblo de Nicapa, y el Comoapa que, como el anterior, corre
en el departamento de Pichucalco. Después de bañar el Mez-

263
calapa los vecindarios rurales de Las Palmas, La Peña, La
Peñitá y El Paredón, toca á la villa de Huimanguillo, situada
sobre su margen izquierda, y se dirige al N E. En la Boca del
Plátano tompe los diques formados por sus propios aluviones,
dando origen a un laberinto de caños que riegan las munici­
palidades de San Juan Bautista, Cunduacán, Jalapa, Nacajuca
y Frontera, siendo los más notables el rio González y Río
Nuevo o el Carrizal, que unidos desembocan en el seno Me­
xicano por la barra de Chiltepec. El Mezcalapa continúa re­
ducido a una insignificante corriente, en el verano, alimentada
por el pequeño río Limón que viene del Departamento de Pi-
chucalco, hasta su confluencia con el rio Ixtacomitán. cuyas
primeras fuentes están en el núcleo orogràfico donde encon­
tramos las de Santa Mónica, es decir, en las montañas situadas
entre Tapalapa y Ocotepec.
En el lugar nombrado “Las Cruces", toma el nombre de
Grijalva. Allí también recibe por su derecha el tributo del río
de la Sierra, formado a su vez por el Ocsolotán y el Tapiju-
lapa, y engrosado en la Isla por otro río resultante de la con­
fluencia del Teapa y el Puyacatengo. Todas estas corrientes
unidas contribuyen en la actualidad a conservar la anchura y
profundidad que ofrece el Grijalva al pasar por esta ciudad
de San Juan Bautista. Diez leguas abajo, lo engrosa el Chi-
lapilla y cuatro más al N. E. el Chilapa. que no son sino bra­
zos del caudaloso Tepetitán, río formado por la confluencia
del Puscatán o Macuspana y el Tulijá. que tienen su origen
en el Estado de Chiapas. .
Desde la Boca de Chilapa, adquiere el Grijalva una an­
chura y profundidad notables; continúa describiendo una cur­
va al N. E. y va a encontrar al río de los Idolos, y en Tres
Brazos los caudalosos caños que forman parte del gran delta

264
del Usumacinta. Con aquel considerable volumen de agua,
procedente de las montañas de la Verapaz, y con los ríos T a-
basquillo y Trapiche que se le unen por la izquierda, pasa
majestuoso por el puerto de Frontera, situado bajo los 18°
30 08’’ lat. N. y 69 31’ 56” 29 long. E. de México. Frente a
esa población han venido formando los acarreos del río la
Isla del Buey Grande, y en consecuencia dos canales que se
confunden en uno solo antes de salir al mar, siendo más pro­
fundo y espacioso el oriental, por donde hacen el tráfico las
embarcaciones.
El 15 de septiembre de 1882 se inauguró un faro diótrico
de 49 orden en la costa de sotavento de la desembocadura del
rio, y bajo las coordenadas 18? 31’ 43" lat. N. y 6^ 32’ 12’’ 64
long. E. de Méjico. El foco luminoso colocado sobre una torre
octagonal de hierro, a 23 m. 50 c. sobre la marea media, pro­
duce ráfagas de luz blanca de 40 en 40 segundos, visibles a
13 Vi millas.
El movimiento mercantil, cada dia más importante, entre
los puertos del Golfo y Tabasco. así como el de importación
extranjera, dan vida al tráfico de los buques de vapor que re­
montan el Grijalva desde Frontera hasta San Juan Bautista,
y es de esperarse que los benéficos resultados en favor de la
riqueza de este Estado y el de Chiapas, y oomo consecuencia
inmediata, de las rentas federales, sean poderoso motivo para
que se realicen las importantes obras de canalización que de­
mandan la Barra Principal, el bajo de Acachapan y el trayecto
comprendido entre San Juan Bautista y el Paso de las Palmas
en Chiapas.

Octubre 25 de 1893. José N. Rovirosa.

265
A L G R IJA L V A (1)

A mi amigo el Sr. Lie. D.


José Correa.

T ú el prim er can to d e mi am or oíate,


A l nacer tu saludo fu e e l prim ero.
Tú mi prim er vajido recogiste;
R ecog erás tam bién e l ¡ay ! postrero.

Campoamor.

Tierna quietud; con mi recuerdo a solas


En el silencio de la noche umbría
S.e adormece ¡oh Grijalval el alma mía
Al dulce son de tus rizadas olas.

¡Cuántas memorias a mi pecho llegan


Al ver tus linfas de cristal luciente,
Y el duelo y la aflicción sobre mi frente
Sus negras alas de crespón desplie0j.nl

Hay horas de dolor en que la vida


Yo deseara cruzase tan ligera
Como el meteoro que mostró en la esfera
Un segundo su ráfaga encendida.

Parece al hombre ¡triste peregrino!


Perpetuada en su pecho la dolencia.
Que detiene sus pasos la existencia
Esquivando el final de su destino.

(i) Me he permitido agregar este canto al Grijalva, del bardo duelista, ciranesco
y bohemio, mal político al fin por eso mismo, caído también i por igual razón en la
encrucijada del crimen, siendo Gobernador del Estado,, en aquel día de muertos de 1882.
(F. J. Santamaría.) ----

266
y aquel cuyos sentidos empobrecen
La abundancia, el amor y las orgias.
Siente cruzar con rapidez los dias
Que allí en ¡a eternidad desaparecen.

Yo quisiera vivir . . . pero olvidado


En un lejano y misterioso asilo.
Escuchando mi espíritu tranquilo
Sólo la voz del maternal cuidado.

Do a solas con la gran naturaleza


Henchido el pecho de piedad cristiana.
Viendo de Dios la obra soberana
Cantara su poder y su grandeza.

Entonces mis acentos los daría


A las selvas, montañas y arrogúelos,
¡A los astros radiantes, a los cielos!
Y nadie junto a mí murmurarial

Gocemos, si, recoja el alma ufana


Las tiernas flores que le ofrece el mundo.
Sin pensar que su cáliz, hoy fecundo.
El mundo ¡oh Dios! deshojará mañana.

Y envueltos en el raudo torbellino


Del mundo y sus maléficas pasiones
Apuremos las tiernas ilusiones
En mil deliquios de placer divino.

267
Sigamos, al impulso de la suerte.
De los deleites la espinosa senda,
Hasta que el barro misero descienda
Al abismo insondable de là muerte.

Así también, oh majestuoso río.


Sigue tu curso en plácido murmullo
A deponer tu majestad y orgullo
Del mar undoso ante el poder impío.

¿Viste al fulgor de la callada luna


El bello Edén por quien suspira el alma;
Mansión de paz y bienhechora calma,
Rico vergel do se meció mi cuna?

¿Me conduces acaso, río hermoso,


Entre tus ondas de cristal, perdida»
Una brillante lágrima nacida
De un amigo legal y cariñoso?

¡Cuántos lamentos de pensar vencidos


Y suspiros del vate enamorado,
A tu paso ¡oh Grijaiva, has escuchado.
Quedando entre tus alas confundidos!

Modo, insensible a mi dolor te alejas


Bordando perlas y mintiendo amores.
En tanto yo del hado a los rigores
Mi lloro vierto murmando quejas.

268
Sigue, sigue tu curso blandamente
M ientras que giro en tu apacible orilla.
R ecibiendo esta flo r triste y sencilla
Q ue cultivé para adornar tu frente.

Manuel FOUCHER.

269
XXVI

Las 17 municipalidades.— Sus etimologías.— Sus


apodos.— Sus fiestas titulares.— Sus principales apelli­
dos.
Enumero a continuación las diecisiete antiguas municipa­
lidades en que se dividió el Estado. Doy a conocer las etimo­
logías de algunos de estos lugares, tomadas del libro de don
Marcos Becerra: Nombres geográficos del Estado de Tabasco.
Y señalo una que otra de las características de las cabeceras
de estas municipalidades. Todo lo cual me parece importante
y de cierto modo curioso, digno de saberse. Casi todas estas
cosas son del más cabal conocimiento de los tabasqueños, pero
algunas de ?llas acaso se hayan olvidado de tanto saberse.
BA LA N CA N .—-“Lugar abandonado a causa del fuego”.
—“Balankan” (de balan, haberse huido; y k aan, apócope de
kakaan pp., del verbo arder, quemarse, incendiarse).—Maya.
Mata-cura llaman a los habitantes ele este lugar. Ignoro
la causa ni la he investigado, pero aca$o sea porque en su his­
toria se registre, como acontece con Huimanguillo, la muerte
de algún sacerdote.
En este lugar hay familias Abreu y López de Llergo.
La fiesta titular de los balancanenses es el 25 ce abril. San
Marcos.
C A R D E N A S.—Lleva este nombre por don José Eduardo
de Cárdenas y Romero, insigne presbítero que fue diputado a
Cortes en época de la Colonia, puesto en el cual se distinguió
sobre manera. Con anterioridad se llamó San Antonio de los

273
Naranjos, después San Antonio de Cárdenas, y por último,
Cárdenas a secas.
A los cardenenses los apodan muerde-oreja, porque en
alguna riña del tiempo de Mari-Castaña uno de los rijosos
resultó con las orejas mordidas.
El trece de junio, San Antonio, celébrase su fiesta titular.
Las familias principales son: Aguilera, Casanova, Casao,
Del Río, Estrada, Gamas, Greene. Marín, Noverola, Priego,
Rosique, Torruco.
Cárdenas, mi tierra natal, ha producido algunos profe­
sionales. Pero la figura culminante que llena en absoluto la
historia entera de la heroica ciudad es el Lie. Horacio Jimé­
nez —hijo del instituto ‘‘Juárez’’—, cuyo inmenso talento ju­
rídico todavía se recuerda con admiración. De Cárdenas fue
también don Policarpo Valenzuela, a quien por mucho tiempo
se consideró el hombre más rico de Tabasco.
; C E N T L A .—“En el maizal”.—“San-tla” (de sentli, ma­
jo rca ce maíz; y tía, colectivo).—Mexicano.
Antes de la revolución carrancista se llamó Frontera, y de
igual modo la cabecera municipal. La cabecera fue bautizada
con el exótico nombre de Alvaro Obregón, pero por fortuna
ya recobró su antigua denominación: Frontera.
En este puerto nació el Lie. don Joaquín D. Cascsús, y
como familias conocidas pueden citarse las siguientes: Abaún-
za, Bellizia, Bosch, Fojaco, Girard y Poch.
El apodo de los írontereños es come-arena.
Su fiesta titular es el 12 de diciembre, la Guadalupana,
como que Guadalupe de ia Frontera se llamó la ciudad ca­
becera municipal.
C E N T R O .—Esta es la municipalidad más importante del
Estado, por ser su cabecera la capital del mismo, San Juan

274
Bautista, hoy Villahermosa. En capítulo aparte se habla so­
meramente de la historia de esta ciudad.
Actualmente no se celebra en la capital ninguna fiesta re­
ligiosa con carácter de titular, como en las demás poblaciones.
Las fiestas de este genero que antes hubo, se han olvidado,
A los sanjuanenses les llamaron siempre y aun creo que
les siguen llamando envoltorio-sucio.
C O M A LCA LC O .— “Casa de los comales”.—“Comal-
cal-co” (ce comali” comal, cierto utensilio de cocina; cali, casa;
y co, terminación toponímica).—Mejicano.
El sobrenombre de los habitantes de este lugar es come­
arena.
Su fiesta titular es el 15 de mayo, San Isidro Labrador.
La ciudad de Comalcalco es de las poblaciones de Tabasco
que más han progresado durante los últimos años. Fue cuna
de mis compañeros de colegio Martín y Fernando Gonzalí,
Rafael Caso de la Fuente y Miguel Angel Gil.
CUN D U A CA N .—"Lugar que tiene ollas”.—“Com-ua-
can” (de comitl, olla; ua, posesivo; y can, terminación toponí­
m ica).—Mejicano.
Las familias Andrade, Inurreta, Priego, Zentella y De
la Fuente pueden considerarse como las principales de este
lugar que antes fue el centro vigoroso de la Chontalpa.
Oriundos de este lugar fueron don José Eduardo de Cár­
denas, don Manuel Sánchez Mármol y don Francisco Queve-
do, así como don Arcadio Zentella cuya gallarda personalidad
literaria y científica, de todos reconocida, nos hace recordarlo
siempre con respeto y cariño, amén de haber sido, por su es­
píritu liberal y volteriano, más bien recalcitrante radical, uno
de los catedráticos más salientes del instituto Juárez y el aban­
derado enérgico y valeroso en las abigarradas filas del libre
pensamiento. De Cunduacán es también el Lie. Manuel Andra-

275
de cuya actuación como notario público en la metrópoli nacio­
nal ha sido, desde hace muchos años, destacada y brillante.
A los cunduacanecos les dicen por mal nombre pushcagua.
La fiesta titular de Cunduacán es el 2 de mayo, la Virgen
de la Natividad.
H U IM A N G U ILLO .—Diminutivo castellano de Huiman-
go, “Lugar de autoridades grandes”.—"Uei-man-co” (de uei,
grande; maní, los que gobiernan; y co terminación toponími­
c a ).—Mejicano.
De este lugar son los Acuña, Aguirre, Colorado, Ficachi,
Herrera, Irys, Martínez de Escobar, Pardo, Sol, Urgell.
A los huimanguillanos les llaman mata-padre, porque en
su historia local hay sin duda alguna página relativa al ase­
sinato de un cura. '
Su fiesta titular es el Cuarto Viernes, lo mismo que en
Atasta de Serra, la villa colindante con la capital.
Huimanguillo ha dado muchos profesionales de nota, co­
mo los médicos José Maria Irys y Adfelfo Aguirre, y los abo­
gados Aureliano Colorado, Rafael Martínez Escobar, Gonzalo
Acuña Pardo, sobre todo este último por su claro talento ju­
rídico que lo hizo respetable y estimabilísimo en el foro ta-
basqueño y que lo llevó a desempeñar las funciones públicas
de mayor importancia, como juez de primera instancia, ma­
gistrado, director del Instituto “Juárez”, fiscal del Tribunal y
gobernador del Estado.
JALAPA. — “Ribera de Arena”. — “Shal-apan” (de
shali, arena; y apan, sobre el agua).— Mejicano.
Jala-palo-con garabato apodan a los habitantes de este lu­
gar, porque en las crecientes o fuertes avenidas del río, hacien­
do uso del “garabato”, “jalan” la palotada que arrastra la co­
rriente.
Su fiesta titular es el 25 de abril, San Marcos.

276
Los apellidos que más suenan en este lugar son: Andrade,
Ocaña, Oropeza, Pérez, Priego, Zurita.
Pertenece a esta jurisdicción el pueblo de Cacaos, cuna del
ministro protestante y doctor don Lisandro R. Cámara y acci­
dentalmente del Lie. Don Límbano Correa y del Lie. Don Fran­
cisco J. Santamaría. Y ya que de cacaos se trata conviene decir
que a sus habitantes les llaman los agachados, por la forma en
que permanecen varias horas en las puertas de sus casas.
JALPA. -— “Sobre la arena’’.— "Shal-pan” de shaíi, are­
na; y pan, terminación toponímica).— Mejicano.
Los apellidos principales de esta región son Ruiz y Ferrer.
Los jalpanecos son llamados jicaritas, porque es en Jalpa
donde se venden muy bien labradas por cierto las mejores jica­
ras del Estado, como se colige de aquella famosa y popular
cuarteta :

De Naca juca los quesos,


de Jalpa las jicaritas
y de Cunduacán los pesos
y las muchachas bonitas.

La fiesta titular de Jalpa es el 20 de mayo, la virgen María.


JO N U T A .—“En donde abundan los jonotes”.—“Shono-
-tla” (efe shonotli, jonote, cierta planta; y tía, colectivo).—Me­
jicano.
Los jonutecos tienen el sobrenombre de toloques, quién
sabe por qué causa, y entre sus principales familias figuran
Morfín, Lacroix y Rodríguez.
Y su fiesta titular la celebran el 16 de mayo, consagrada
al Señor de la Salud.
M A C U SPA N A .—“Lugar de las cinco barreduras o lim­
piezas”.—“Macui-chpana” (de macuili, cinco; y chpana, ba­
rrer, limpiar) .—Mejicano.

277
Tumba-pato es el curiosísimo alias de los macuspanecos.
La leyenda es, en verdad, curiosa. Dícese que en cierta oca­
sión algunos habitantes de esta región trataban de cazar unos
patos posados en un árbol, pero acaso por no llevar armas
con que disparar contra los palmípedos, idearon tumbar el
árbol a hachazos para que, ya en el suelo, lúcrales fácil apre­
sar los patos. El resultado no es difícil suponerlo. De aquí el
apodo que, por cierto, no les hace maldita la gracia.
La fiesta titular de Macuspana es el 15 de mayo, San
Isidro Labrador.
Los apellidos de más prez en este lugar son: Andrade,
Bates, Becerra, Caparroso, López cíe Llergo, Ponce, Rovirosa,
Santa-Anna, Santamaría.
Oriundos de este lugar son don José N. Rovirosa, don
Rómulo Becerra Fabre, don Santiago Caparroso, etc.
Y algo que vale la pena mencionar: Macuspana y Cacaos
se disputan el honor de ser la cuna del Lie. Francisco J. San­
tamaría. Cacaos, porque en realidad de verdad, aunque haya
sido por accidente, allá le enterraron el ombligo; y Macuspa­
na, porque lo vio crecer desde niño, y le dio su escuela para
aprender, y su9 campos para cazar, y sus lagunas para pescar,
y porque, en suma, de allí son sus mayores.
M O N T E C R IS T O .—La revolución dio a este lugar el
nombre ingrato de Emiliano Zapata, pero el pueblo todo está
ansioso de la restauración,.es decir, de que el gobierno le re­
integre su viejo nombre, Montecristo, como aconteció con
Frontera. Ojalá que el cambio no se haga esperar.
La fiesta titular de Montecristo es el Rosario, y ■—cosa
rara— me informan que la feria no comienza el 7 de octubre
ni el primer domingo de octubre, como en otros lugares —en
Alvarado de Veracruz, por ejemplo—, sino el 20 de este mes
para terminar el 2 de noviembre, pues hay que advertir que

278
todas estas ferias tienen una duración de ocho días cuando
menos.
De las familias que privan en este lugar pueden citarse
la Jasso y la Ocampo.
El apodo de los cristomontanos es brinca-charquito.
N A CA JU C A .—“Lugar de las carnes pálidas o descolori­
das”.—“Naca-shushu-can” (de nacatl, carne; shushuctic, des­
colorido, pálido; y can, terminación toponímica) .—Mejicano.
Los Mier y Concha fueron los patriarcas de este lugar.
Es inolvidable aquel verborréico profesor José Guadalupe Con­
cha, a quien cariñosamente se le llamó el sabio Concha.
A los de Nacajuca se Ies apoda quesos. Véase la estro-
filia citada al hablar de Jalpa.
La fiesta titular de los nacajuqueños es el primero de
septiembre, la Virgen de los Remedios.
P A R A ISO .—Débese -el nombre a que en el sitio donde
se fundó la población existía y existió por mucho tiempo un
árbol que en Tabasco lleva este nombre, de tal suerte que al
pueblo se le llamó por mucho tiempo no Paraíso, como ahora,
sino El Paraíso.
Paraíso es el lugar de los nombres raros; en él escuché
por primera vez los siguientes: Anempodista, Gamaliel, Teó-
fanes, Termestino, Evelsaín, Epafrodito y otros por el estilo.
Paraíso es la tierra de los Magaña, Franyutti, Méndez,
Filigrana, Santos, Javier, etc.
De Paraíso fue el talentoso ingeniero Epafrodito Hernán­
dez Carrillo, alumno fundador del instituto “Juárez” y padre
del actual presidente municipal Tito Hernández Olivé, no me­
nos talentoso que su progenitor, y también fue de este lugar
otra gloria del foro tabasqueño, el Lie. Manuel Antonio Ro­
mero, cuyo hijo, abogado como él, inteligente como él y -que
lleva su propio nombre, es en la actualidad diputado al Con­
greso de la Unión.

279
Celébrase en Paraíso, como fiesta titular, el 25 de abril,
San Marcos.
Y el apodo de los paraiseños es come-hueso.
T A C O T A L PA .— “Tierra de breñas".—“Tlaco-tlal-pan”
de tlacotl, breña; tlaíi, tierra; y pan, terminación toponímica).
—Mejicano.
Esta es la tierra de los Bélchez, Jiménez, Marcín, Merino,
Pintado, Zurita, etc. Es cuna del poeta Límbano Correa Merino
y su orgullo es haber sido un siglo ha la capital provisional,
del Estado.
La fiesta titular de los tacotalpanecos es el 15 de agosto,
la Asunción.
Y el apodo de los mismos es salta-charquito y bebe-lodo,
porque apenas llueve se anegan las calles y hay que transitar­
las a saltos y porque en las, crecientes del río Tacotalpa o c e
la Sierra sus aguas se convierten verdaderamente en lodo, y
así hay que beberías.
T E A P A .—"Ribera de las piedras”. —“Te-apan” (de tetl,
piedra y apan, sobre el agua).—Mejicano.
Celébrase en Teapa, como fiesta titular, el 3 de mayo, la
Santa Cruz.
El alias de esta gente es por demás curioso; les llaman
amarra-seso-con-pita, probablemente por los continuos duelos
de sangre que se suceden en este lugar. Los teapanecos, en
efecto, tienen fama c.e carrascalosos. Nacen a caballo y con
la pistola al cinto. Los bailes terminan casi siempre a balazos.
Pero lo raro es que fuera de Teapa estos arrogantes pistoleros
se convierten en ovejas, casi casi en los hombres más pacíficos
del mundo.
Teapa, con Tecomajiaca, que es uno de sus barrios, y
antes pueblo, fue dada en encomienda a Bernal Díaz del Cas­
tillo, el soldado historiador.

280
Los primitivos habitantes de Teapa, según dice don Mar­
cos Becerra, fueron de origen tsoque y de índole levantisca.
La sociedad de Teapa, llamada también La Sultana de la
Sierra, es de las más distinguidas del Estado. Vale citar entre
las principales familias a los Balboa, Bastar, Beltrán, Brindis,
Calzada, Casanova, Castro, Conde, De la Flor, Del Aguila.
Duque de Estrada, Fernández Machado^ Galguera, González,
Gurría, Iduarte, Luque, Meló, Padrón, Paillet, Palavicini, Pe­
drero, Prats, Quintero, Salas, Tellaeche.
Y es también el lugar que ha dado más profesionales y
hombres de letras: el poeta Carlos Ramos, Lies. Lorenzo, Jo­
sé y Francisco Calzada, Lorenzo Casanova, médicos Alejan­
dro Luque, Nicandro L. Meló, Rodrigo Padrón, Lorenzo y
Horacio Brindis, Ings. Pedro A. González que tanta obra es­
crita dejó sobre asuntos de su profesión, como Los Ríos de
Tabasco y que tanto luchó por el ferrocarril, convertido hoy,
después de su muerte, en realidad tangible, y Joaquín Pedrero
Córdova, otro gran teapaneco que desde estudiante se distin­
guió y después con sus obras profesionales demostró ser hom­
bre de rara capacidad intelectual.
T E N O S IQ U E .—"Casa del deshilador o del hilandero”.—
“Tana-tsiic” (de tana, casa, habitación, morada; y tsiic, des-
hebrar, deshilar, contar hilos).— Maya.
Los tenosiqueños tienen como sobrehúsa come-paslum, que
quiere decir come barro, porque paslum es barro en maya.
La fiesta titular de esta ciudad es la de San Román, el 14
de septiembre.
De Tenosique es el Lie. Manuel Bartlett, actualmente Mi­
nistro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y en este
lugar nació el Lie. José María Pino Suárez, quien en su ca­
rácter de Vicepresidente de la República fue inmolado inicua­
mente en unión del apóstol Madero cuando el odiosó cuarte­
lazo de Huerta.

281
IIA X X

Grandes de Tabasco.— Becerra Fabre, Rómulo.—


Becerra, Marcos E.— Calzada, Lorenzo.— Casasús, Joa­
quín D.— Correa, Alberto.— Correa Zapata, Dolores.—
Gil y Sáenz, Manuel.— Margalli, Felipe A.— Meló, Ni­
candro L.— Pellicer, Francisco.— Quevedo, Francisco.
— Rovirosa, José N.— Sánchez Mármol, Manuel.—
Santa-Anna, Justo G.— Correa Toca, José Natividad.
— Iris, Esperanza. — Mestre Ghigliazza, Manuel.—•Pa­
lavicini, Félix F.— Pellicer Cámara, Carlos.— Santama­
ría, Francisco J.— Taracena, Rosendo.
Quiero consagrar especial elogio, en este capítulo final,
a ciertos espíritus superiores que por su extraordinario talento
o por su provechosa laboriosidad o por su bondad infinita die­
ron y siguen dando lustre al Estado. Son los “grandes" de
Tabasco y merecen por esto señaladísima mención. Pero para
evitar suspicacias en línea de preferencias, los enumeraré por
orden alfabético y sólo haré la distinción de colocar primero
a los ya fallecidos y luego a los que viven aún.
Es claro que no voy a hacer biografía completa de cada
uno de ellos; sería imposible dentro de los escasos límites de
estas páginas. Seré, pues, muy parco. Una breve idea, cúando
más; un rápido bosquejo, unas cuantas pinceladas. Esto será
todo.

B E C ER R A FA B R E , ROM U LO

La cortesía y la caballerosidad son prendas humanas tan


exquisitas y tan raras que cuando se descubren en un indivi­
duo deben servir fundamentalmente para considerarlo procer
en cualquier lugar de la tierra. Estas prendas fueron las que
caracterizaron al señor Lie. don Rómulo Bacerra Fabre.
Don Rómulo, como tantos otros tabasqueños, antes de la
fundación del Instituto "Juárez” que es nuestro orgullo, hizo

285
sus estudios primarios y preparatorios en la ciudad de Mérida,
y los profesionales en la Escuela Nacional de Jurisprudencia,
donde obtuvo el título de abogado. Graduado ya, volvió a
San Juan Bautista, donde ejerció noblemente su profesión, con
delicadeza, con discreción, con gran sentidlo de responsabili­
dad. Su conducta en este sentido fue intachable.
También rompió lanzas en la política local, donde desem­
peñó diversos cargos públicos de importancia, como secretario
general de varios gobiernos, diputado y aun fue senaator de
la República. Como político su trayectoria fue igualmente irre­
prochable. Tuvo gestos de insólita dignidad personal.
Dedicóse asimismo a la enseñanza. Fue catedrático de De­
recho Internacional y Economía Política en el Instituto "Juárez".
En compañía del Lie. Justo Cecilio Santa-Anna anotó la
Historia de Tabasco escrita por el presbítero don Manuel Gil
y Sáenz, obra por sí sola importantísima por haber sido la
primera que se escribió en el Estado, pero que con las notas
ele aquellos distinguidos letrados adquirió incontrastable valor,
porque no sólo amplió datos históricos sino que enmendó de­
plorables errores.
Pero si como abogado, como político, como maestro y
como historiador tiene Becerra Fabre excelencias que lo elevan
del nivel común, como hombre fino y delicado, toca verdade­
ramente las cumbres de la hidalguía. Don Rómulo fue, en
efecto, esclavo de la buena forma. Pulcro en el vestir, pulcro
en el hablar, pulcro en el proceder, aquel hombre que llamaba
la atención por la parvedad de su cuerpo, tenía especial interés
en no herir a nadie con un gesto desagradable, con una pala­
bra importuna, con una acción vulgar. La corrección, la com­
postura, la cortesía, el trato fino en general fueron sus inse­
parables atributos. En este sentido don Rómulo Becerra Fabre
no tuvo par ni lo ha tenido hasta ahora que yo sepa. Nació

286
en Macuspana el 25 de octubre de 1850 y murió en San Juan
Bautista el 31 de diciembre de 1920.

BEC ERRA . M A RC O S E.

¡Que grande hombre fue, en efecto, Marcos E. Becerra!


Acaso sea de los que han dejado más honda huella en la patria
chica. Y eso que don Marcos no pasó nunca por aulas univer­
sitarias. Fue un verdadero autodidacto. ¡Un formidable auto­
didacto! Se formó solo. Y solo adquirió, sometiéndose a duras
disciplinas, la inmensa erudición de que dio muestras en lin­
güística, en ciencias naturales y en especulaciones de distintas
índoles, todas de profunda seriedad. No tiene más par en
Tabasco que el inmenso Rovirosa.
Don Marcos Becerra se dedicó a la enseñanza en su ju­
ventud. Ya dije antes que fue director de la escuela efe Ta-
cotalpa. Fue un maestro idóneo en todo sentido, con una ido­
neidad que no tuvimos muchos de los que salimos de las aulas
del instituto Juárez". Fuera del campo de la enseñanza logró
realizar trabajos de mucha trascendencia. Su bibliografía es, en
efecto, extensa. Desde la Guía del lenguaje usual que escribió
en Tacotalpa hasta Por la ruta de la Atlántida, ensayo de
identificación entre el nahoa y el maya y las lenguas antillanas
que escribió en la ciudad de Méjico y presentó en la Academia
Nacional de Ciencias "Antonio Alzate” en el primer cincuen­
tenario de su fundación, dió al público no menos de veinte
trabajos, entre los cuales merecen a mi juicio especial mención
los Nombres geográficos de Tabasco, Itinerario de Hernán
Cortés en Tabasco, Nombres geográficos de Chiapas, Breve
noticia sobre la lengua e indios tsoques, La planta del guapa-
que, Primer libro de lectura. La nueva gramática castellana,
etc. Escribió asimismo la mejor biografía que se conoce del

287
ingeniero Félix F. Palavicini, todo un libro de cerca de 300
páginas, titulado así: Palavicini. Desde allá abajo.
También escribió versos. ¿Por qué no? Los sonetos de su
Musa breve, folleto —que no libro— publicado allá por el año
de 1907, descubren en él no sólo al artífice sino la voluntad
férrea capaz de adaptarse a todas las ansiedades del espíritu.
Don Marcos perteneció a muchas sociedades literarias y
científicas de la República. Nació en Teapa, Tabasco, el 25
de abril de 1870 y murió en Méjico el 7 de enero de 1940.

CALZADA, LOREN ZO

¡Ah! El querido Chato, que nació en Teapa el 19 de oc­


tubre de 1874 y murió allí mismo el 4 ce octubre de 1938,
merece igualmente figurar con todo honor y justicia en esta
galería.
Su labor como literato fue varia y proficua; pero, inmer­
sa, casi perdida en el sinnúmero de periódicos en que colaboró
durante la época de mayor brillantez y esplendor del periodis­
mo provinciano, bien poco es lo que se ha podido rescatar y
seleccionar. De aquella época es La bola blanca, cuento exqui­
sito, original, tendencioso, que dio pie a Pancho Montellano
para escribir el Suyo tituladlo La bola negra. De aquella época
fue también la mejor revista que tuvimos: La bohemia tabas-
queña, de la que el Chato fue uno de sus más asiduos soste­
nedores.
Calzada fue también abogado, catedrático de gramática,
de geografía, de historia, y de algunas asignaturas de derecho
en el instituto "Juárez”, donde hizo sus estudios preparatorios
y profesionales; mas, aunque todo esto es muy digno de tomar­
se en consideración, en puridad de verdad, la grandeza de este
hombre está fundamentalmente en su obra espiritual. Generoso

288
como el que más, no escatimó nunca un halago para nadie.
No conoció el egoísmo. Antes fue dación perpetua. Fue todo
corazón para la juventud tabasqueña. Muchos de sus amigos,
compañeros y discípulos hemos llegado a ocupar un sitio, aun­
que modesto, en el campo de las letras, gracias a su constante
estimulo. Para todos llevó siempre en los labios una frase de
aliento, un elogio, una loa sincera. ¿Por qué entonces no per­
petuar también su amable memoria? Si murió triste y solo, en
la tristeza y soledad de Teapa, la Sultana de la Sierra, el poé­
tico lugar de su nacimiento, casi aislado del resto del mundo,
convirtamos en realidad lo que fue el sueño perenne de su
vida: recojamos con piadoso cariño las flores de su inspiración,
algo siquiera de lo mucho que escribió en el decurso de su
azarosa vida, y trasmutémosla en un libro exquisito, noble, in­
mortal, empapado de todas las fragancias de su amada cam­
piña. V a aquí mi conjuro cordial al gobernante Santamaría.
Mi conjuro para que se haga el libro. Este será el mejor már­
mol, el mejor bronce, el mejor monumento de Lorenzo Calzada.

C A SA SU S, JO A Q U IN D.

Espíritu raro el de este tabasqueño ilustre, cuyos estudios-


de derecho hizo en la ciudad de Mérida, Yucatán. Si grande
fue como abogado, como economista y como político, que a
todas estas disciplinas se consagró en el duro ajetreo del dia­
rio vivir, no lo fue menos como poeta y humanista. Como hom­
bre público fue figura ce primer orden en el panorama nacio­
nal. Su opinión pesó en los asuntos hacendarios del país. Y
su reputación como sujeto de vastas capacidades culminó, eií
las postrimerías del viejo dictador, con la representación di­
plomática que de este régimen tuvo como Embajador de Mé­
jico cerca del gobierno de la Unión Americana.

289
Pero sobre todas estas excelencias, que no son pocas ni
de escaso esplendor, está su amplísima cultura literaria. La
fuerte lucha en el ejercicio profesional y las inevitables inquie­
tudes de la política no fueron óbice para que este hombre de
tan raros talentos consagrara no pocas horas de su agitada vi­
da a los ocios excelsos y divinos del pensamiento. Su lira par­
nasiana fue sonora; su numen, olímpico; su inspiración, clásica;
su verbo, castizo. Pero no sólo fue cincelador de belleza en
huerto propio, que también supo paladear las mieses del cer­
cado ajeno. Sus ansias cíe consagrado esteta lo llevaron a
abrevar en las fuentes sagradas de Horacio, de Virgilio, de
Catulo, de Heredia, de Leconte de Lisie, de Copeé, de La­
martine, de Longfellow, a quienes vertió con singular maestría
a la arpada lengua de Cervantes. Todas estas dotes extraordina­
rias dieron ancha base para que, como Sánchez Mármol, ingre­
sara también en la Academia Mejicana de la Lengua, institución
de la cual llegó a ser director.
En realidad de verdad, a Casasús todavía no se le ha
llegado a conocer en toda su grandeza. Su vena de artista lo
hace verdaderamente olímpico. Nació, más que para la po­
lítica de altura, para las nobles alturas del alma. Pero el en­
venenado atuendo de la cosa pública hizo invisibles las reful­
gencias de su espíritu. Esa cosa pública es tan atrayente y
dominante que lo absorbió casi por entero, de tal forma que
Tabasco lo perdió para siempre. Nunca más volvió al puerto
de Frontera que en 23 de diciembre de 1858 lo vió nacer.
Nunca más gozó de las fragancias de la tierruca, sino que
pasó lo mejor y más jugoso de su existencia en la ciudad de
M éjico y fue a morir, al triunfo del carrancismo, en la es­
truendosa ciudad de Nueva York el 25 de febrero ele 1916.

290
C O RREA , A L B E R T O

Hombre de múltiples actividades este don Alberto, su nom­


bre estará siempre entre las figuras de alto relieve de Tabasco.
Su amplia visión para las cosas de la vida lo llevó por todos
los caminos de nobleza y prestancia.
Como diputado al congreso local se distinguió por su la­
bor legislativa en variadas materias, todo de grande utilidad
para el Estado. Como secretario de gobierno, sin hipérbole
puede decirse que no ha tenido igual en lo que atañe a rec­
titud, competencia e incansable laboriosidad. Como hombre de
empresa, su labor es inmensa: su memoria comparativa sobre
la explotación y exportación de maderas en la República: su
monografía sobre el plátano, cultivo y comercio —distribuida
en la segunda exposición regional tabasqueña de 1900— tra­
bajo en el cual se revela un verdadero vidente acerca de lo
que años después vendría a ser la enorme riqueza de este
producto: la linea de barcos que estableció para comunicar por
el Mezcalapa a Cárdenas y Huimanguillo. de los que recuerco
El Chontalpa y El Mezcalapa; la Compañía Industrial de
Transportes que por mucho tiempo regenteó con servicios de
tranvías dentro de la ciudad y hacia Atasta, Tamulté y Tierra
Colorada: todo esto y de fijo mucho más que se ha borrado
de la pantalla de mi memoria, son signos elocuentes e incon­
trastables del espíritu de empresa de este grande hombre de
Tabasco.
Y como si esto fuera poco, sobráronle energías para con­
sagrarse también a la enseñanza, aunque en verdad ésta fue
su actividad esencial y personalisima. Su vida ejemplar la ini­
cia como maestro de escuela, pues nadie ignora que fue el alma
y el nervio del instituto "Ocampo” que abrió sus aulas para
la instrucción secundaria y preparatoria en San Juan Bautista

291
cuatro años antes que el instituto "Juárez”. Y su noble y pre­
clara existencia se extingue como director^ de la Escuela de
Enseñanza Normal, en Méjico, puesto en el que fue a sus­
tituir al inmenso Rébsamen.
Fue también, periodista y aun fundó varios periódicos:
La evolución económica. El escolar mejicano, etc., si bien su
labor literaria ele positiva hondura está condensada en La Re­
seña económica del Estado de Tabasco, estudio profundo sobre
las riquezas de la provincia, y sus obras propiamente de ense­
ñanza que por mucho tiempo se tuvieron como textos oficiales
en todo el país.
Entre estas últimas merecen citarse las siguientes: Cbr-
tilla de astronomía. Geometría infantil, Geografía de Méjico,
Nociones prácticas de moral. Nociones de geografía Universal
y algo más que no recuerdo.
Don Alberto Correa fue un autodidacto formidable. Ad­
mira todo en él: su cultura, su gran espíritu de trabajo, su
tenacidad, sus dotes pedagógicas. Fue un sabio, en una pa­
labra. Nacido en Teapa el 27 de diciembre de 1857, falleció
en Méjico el 10 de enero ed 1909, pues para honra de Tabas­
co, pero también haciendo justicia al procer tabasqueño, a la
muerte del eminente pedagogo suizo don Enrique C. Réb­
samen, fue el designado para sustituirlo en la dirección de la
Enseñanza normal.

C O RREA ZA PA TA , D O LO RES

También la mujer tabasqueña tiene prominente lugar en­


tre los "grandes” del Estado. Dolores Correa Zapata es cum­
bre luminosa en la lírica y la enseñanza. Nació en Teapa, el
23 de febrero de 1853 y murió en Méjico el 24 de mayo de
1924. Después de María Enriqueta que tuvo la feliz oportu­
nidad de vivir en el Viejo Mundo y darse a conocer como

292
eximia escritora en ateneos, cenáculos y círculos literarios eu­
ropeos, tal vez ninguna otra mujer haya recibido del extranje­
ro, sin salir de la Patria, tantos elogios como Dolores Correa
Zapata. Su nombre figura dignamente en antologías america­
nas. Con ocasión de sus libros de enseñanza recibió calurosos
ditirambos de la prensa de Argentina, Chile, España y otros
lugares. El propio maestro Rébsamen la aplaudió con calor en
la prensa nacional. Entre las obras poéticas de esta insigne
mujer vale citar Estelas y Bosquejos y Mis liras; y entre las
pedagógicas, Nociones de Instrucción Cívica y Derecho Usual,
Economía Política, La Mujer en el hogar, Memorias de una
maestra y Estelas y Senderos. Lolita —así en este tono fami­
liar se la llamó siempre— desempeñó puestos de importancia.
Casi toda su vida la pasó en Méjico. Recuerdo que a principios
de este siglo fue a Tabasco, más o menos veinte años antes
de morir; el ya desaparecido vapor Tabasqueño la condujo del
puerto de Veracruz al de Frontera; sorprendido el barco por
un temporal, estuvo a punto de zozobrar; por espacio de tres
días se ignoró su paradero; el pueblo todo de San Juan Bau­
tista estuvo con este motivo también en zozobra; y cuando, al
fin, el buque entró en puerto y llegó sano y salvo a la capital
de Tabasco, la sociedad entera lo esperó en los muelles, llena
de emoción, para dar la bienvenida a la ilustre viajera. Sola­
mente la recepción que se hizo aquí en Veracruz en marzo del
año de 1948 a María Enriqueta, procedente de Europa des­
pués de treinta años de ausencia, puede compararse con la que
en aquella sazón se hizo en San Juan Bautista a nuestra máxi­
ma poetisa.

GIL Y SAENZ, M AN U EL

No podía faltar aquí el nombre de este sacerdote insigne.


No precisamente como sacerdote, sino como historiador. Esta

293
es en verdad su obra: obra histórica. Laborioso en extremo,
investigador infatigable, con vasta cultura, pues fue dueño de
una de las más ricas bibliotecas del Estado, nos dio como obra
imperecedera la Historia de Tabasco, en forma de lecciones.
Es claro que el trabajo no es completo ni menos perfecto, pero
fue lo primero que se nos dio a conocer en Tabasco sobre esta
materia. Valiosas, valiosísimas son las notas que Becerra Fa­
bre y Santa-Anna hicieron a la obra en la segunda edición
publicada en 1892, pero lo fundamental del esfuerzo está allí,
severo, augusto, inmutable, como un monumento. Y monu­
mento es, en efecto, la obra del presbítero Gil y Sáenz. Su
nombre perdurará. Podrán venir otros historiadores, como han
venido ya (Mestre, Bernardo del Aguila, Diógenes López),
pero ninguno podrá arrebatarle el noble resplandor de gloria
que lo ilumina.
La figura de este hombre se agiganta cuando sabemos que
su vicia toda fue de trabajo constante, de modestia, más aún,
de humildad, en medio de las privaciones inherentes a estos
excelsos propósitos. Sin abandonar, por supuesto, sus obliga­
ciones sacerdotales, aun siendo víctima de superiores jerárqui­
cos que lo postergaron, fue abeja laboriosa, en las noches ca­
lladas, en la soledad de su aislamiento, trabajando con tena­
cidad no pocos años, hasta darnos el monumento de su historia.
Gil y Sáenz nació en San Juan Bautista el 31 de marzo
de 1829. Tuvo larga vida y murió en San Carlos, de la mu­
nicipalidad de Macuspana, el 23 de abril de 1909.

M ARGALLI, F E L IP E A.

Lo recuerdo como lo vi hace más o menos cuarenta años,


cuando frecuenté su trato amigo, cuando me estrechó en sus
brazos cordiales, cuando me estimuló con su palabra bonda­

294
dosa. Lo veo, como entonces, con sus bigotes casi blancos y
su .pelo más blanco que gris. Vivió siempre pobremente, pero
era una abeja laboriosa. Su casa fue la colmena de muchas
otras abejas: Mestre, Calzada, Alcalá, García Jurado, Mo-
heno. Calcáneo, Romero. Tenía una gran biblioteca, siempre
a disposición de sus amigos y gozaba en dar a todos la miel
de su sabiduría.
Precisamente, en bellísima carta, inolvidable por su sa­
brosa ironía llena de erudición dirigida a Mestre, le dice Mo-
heno para zaherir a Vasconcelos: “De seguro que tú como
yo no has olvidado al bueno de don Felipe Margalli. Y no
has podido olvidarlo, porque Margalli fue para ti, como para
mí y para toda nuestra reducida generación literaria, la raíz, el
origen, el germen de esa misma vida”. Cito estas palabras del
ironista parlamentario para demostrar que efectivamente Mar­
galli fue, de cierto modo, el mecenas espiritual de aquella juven­
tud que supo nutrirse hasta el engolosinamiento en las aguas
purísimas de los clásicos de todas las edades y de todos los
pueblos con que se enriquecía su biblioteca. ¿Qué autor clásico
podría desearse que no estuviera en ella? Lo mismo Homero
y Virgilio que Dante y Demóstenes; igual Eurípides y Tuci-
dides que Shakespeare y Horacio; tanto Hugo y Musset como
Cervantes y Menéndez Pelayo, todo estaba allí, en aquel re­
manso acogedor, en aquel tabernáculo sagrado, en aquella bi­
blioteca generosa de Margalli, cuyos anaqueles vencidos por
el peso de los libros recorríamos con la vista estupefacta.
¡Oh, tiempos aquellos en que la juventud inquieta y en­
loquecida por el azul de sus ensoñaciones libaba de libro en
libro la miel de una ilusión, como liban las mariposas, de flor
en flor, la miel de la vida! Guardo entre mis libros, como rica
presea, un ejemplar empastado por mí, de Demóstenes y Es­
quines, que contiene exclusivamente los famosos discursos 11a­

295
mados dé la Corona, que le compré a don Felipe por la can­
tidad de veinticinco centavos, edición de 1883, año de mi na­
cimiento. Cada vez que lo tengo en mis manos pienso con
cariño en aquel tabasqueño ilustre e inolvidable.
Pero Margalli no es grande sólo por su paternal bondad
y por su riquísima biblioteca. No, señores. Margalli dejó obra
meramente literaria en prosa y en verso. Sus hijos publicaron
amorosamente en 1922 Flores agrestes, algo de su múltiple
producción poética. ¡Mas hay tanto inédito aún! Y también
quedaron inéditas muchas monografías sobre historia natural:
Misterios de la creación. El sauce, El eriodendrón occidental,
Cancroma codearía (Correa), Bufo vulgar (sapo), Ninfa ne­
lumbo (flor de agua), Icterus baltimore (zanate). Los quelo-
nianos, El lagarto, La vegetación lacustre y quién sabe cuántas
cosas más que, salvo la obra piadosa de algún gobierno que
consciente de los verdaderos valores de esta producción quiera
exhumarlas y darlas a conocer, allí permanecerán por los si­
glos de los siglos en el olvido o en el desconocimiento absoluto
de su existencia.
El ingeniero Margalli nació en San Juan Bautista el 23
de abril de 1855 y murió en la misma ciudad el 22 de julio de
1922. Su nombre no se extinguirá. Allí está su obra, como
lámpara votiva, para perpetuarlo.

M ELO, N ICA N D RO L.

El doctor Meló, nacido en Teapa el 14 c'e marzo de


1873 y muerto en esta ciudad de Veracruz el 25 de noviembre
de 1942, merece figurar entre los "grandes” de Tabasco. Que
yo sepa, no dejó obra impresa de importancia, pero su labor
en beneficio de la tierra natal fue tan intensa que su nombre
no puede verse pálido en esta galería de tabasqueños proceres.
Y es altísimo deber de justicia procurar que la importante la­

296
bor de estos hombres no se pierda en la profunda noche del
olvido.
Como médico, aparte su competencia y su sabiduría, fue
noble y humanitario; y esta excelencia, de suyo recomendable,
basta por si misma para perpetuar su memoria. Todos cuantos
conocieron a este médico insigne lo recuerdan con cariño. ¿Qué
mejor galardón para la vida humana?
El doctor Meló fue de los hombres que más trabajaren
en su época por la agricultura de Tabasco; más aún, trabajó
siempre por el progreso y el bienestar del Estado en todos sus
aspectos.
Fue diputado al congreso del Estado. Fue también en dos
ocasiones, supliendo ausencias del general Bandala, gobernador
del mismo. Fue, por último, senador de la República. Y en
ninguna posición sintió este hombre el mareo de las alturas.
Siempre fue amable con todo el mundo. Su deseo de agradar,
su afán de servir, su anhelo vivo de hacer el bien, su admi­
rable don de gentes lo hizo aqui, allá y en todas partes esti­
mabilísimo.
Cuando por las contingencias de la vida hubo de salir de
Tabasco y plantó su tienda en tierra jarocha, aquí en este
puerto cuatro veces heroico, siguió su misma vida ejemplar,
continuó siendo el mismo hombre bueno de siempre, sin odios
ni rencores para nadie, un gran médico, un gran rotario, un
grande amigo. Desde aquí siguió laborando intensamente por
la tierruca amada en todas las formas posibles.
La sociedad veracruzana reconoció en el dotcor Nicandro
L. Meló sus relevantes cualidades; cuando el 25 de noviembre
de 1942 pagó su natural tributo a la madre naturaleza lo sin­
tió intensamente, lo lloró con sinceridad, y su sepelio fue una
imponente manifestación de duelo.

297
PELLICER, FR A N C ISC O
Nació en San Juan Bautista. Hizo sus estudios primarios,
superiores y profesionales en el colegio de San Ildefonso de
Mérida, importante centro de enseñanza superior, adonde acu­
día la juventud tabasqueña antes de la fundación del egregio
instituto "Juárez", pero su examen de abogado lo sustentó en
Méjico.
Pellicer fue un verdadero erudito en muchas ramas del
humano saber, un enciclopedista. Tal vez la hurañía de su ca­
rácter fue parte principalisima para que muy pocos pudieran
aquilatar debidamente estas excelencias. Unos cuantos de sus
discípulos logramos llegar al secreto de su alma y pudimos,
así, gozar de su enorme sabiduría. Como abogado, lo mismo
hablaba de derecho romano que de derecho internacional o
de cualquiera otra rama jurídica.
Fue maestro de latín, de filosofía, de matemáticas, de cos­
mografía, etc. En las ciencias exactas era, en verdad, potencia
de primer orden. Anda por allí, casi desconocido, como obra
de provincia, un hondo estudio suyo sobre Estenaritmia. La
insólita personalidad polifacética de Pellicer lo hace digno de
figurar entre los “grandes" de Tabasco. Y ya que en la vida
fue casi un inadvertido, pues no salió de la provincia, sino
para morir, sirvan estas lineas amorosas para perpetuar su
memoria.
Nació en San Juan Bautista el primero de septiembre de
1856 y murió en la capital de la República el 11 de abril de
1926.

QUEVEDO, FR A N C ISC O

En el orden artístico debemos mencionar a Quevedo, na­


cido en Cunduacán, el 12 de diciembre de 1870. Artista deli-

298
cadisimo en la guitarra, que fue el instrumento de todas sus
predilecciones, se distinguió como ejecutante de fuerza y como
exquisito compositor. Asombra hasta más no poder la técnica
de Quevedo. Asombra de igual manera su maravillosa inspi­
ración. Fue un autodidacto portentoso. Pero fue también un
enfermo, un desordenado, un bohemio incorregible. Muy poco
escribió de su enorme producción. ¡Cuántas veces nos delei­
tó con sus gavotas. serenatas, minués y sinfonías completas!
¡Y pensar que nada de esto publicó! Muerto él, su inmensa
producción frivola y clásica se perdió para siempre, pues m«
dicen que, a su muerte, manos osadas e impías saquearon sus
papeles y se llevaron lo poco manuscrito que dejó.
Hay que perpetuar su nombre por medio de estas pági­
nas. pues a no hacerlo así no quedaría de él ni la más pobre
memoria. Y es justo perpetuarla, pues Quevedo, el inolvidable
Quico Quevedo. valia mucho, no sólo como artista del sonido,
más también como literato de no poco momento, sobre todo en
asuntos folklóricos que trató con perseverancia y maestría,
como ningún otro lo ha hecho hasta hoy en la provincia, de
lo que puede citarse su Lírica popular tabasqueña. Escribió en
periódicos locales y nacionles, estimadísimo en todas partes, y
lo mismo como literato que como músico mereció loa y comen­
tarios de gente de pro.
Quevedo murió en la ciudad de Méjico, casi olvidado, en
penosísimo aislamiento, víctima de cruel hemiplejía, en la ma­
yor pobreza, el 4 de junio de 1939.

RO V IRO SA , JO S E N.

Robusta personalidad la de este incansable especulador


científico. Es una de las más legitimas glorias de Tabasco. Por
mucho tiempo permaneció casi ignorado en la provincia, tal
vez por la forma silenciosa en que llevó a término su labor.

299
o por la hondura de esta labor poco apreciable y menos aqui-
latable para aquel medio, pues toda obra callada, como es,
por lo general, la científica, ni tiene estruendos llamativos ni
está al alcance del común de las gentes. Ha sido necesario
que hombres de pro, como los que figuran en esta galería,
señalaran con amor y respeto los luminosos perfiles de este
eximio investigador, para que muchos tabasqueños cayésemos
en la cuenta de los extraordinarios méritos de este honjbre,
más conocido ahora por el expresivo nombre de El Sabio Ro-
virosa.
Y sabio fue en toda la línea como el que más, de tal
forma que, fuera de Tabasco, su nombre fue y sigue siendo
familiar en toda clase de centros científicos y culturales. De
aquí que estas breves líneas sólo sirvan no tanto para darlo
a conocer como para hacerlo figurar con orgullo entre los
“grandes” de Tabasco, ya que, después de todo cuanto se ha di­
cho de Rovirosa, cuyas son las obras de más prestancia y se­
riedad en el Estado, nada nuevo hay en esencia que añadir.
Allá en nuestra niñez y hasta en nuestra primera juven­
tud, ni siquiera sospechamos, ni yo mismo, con haber sido su
alumno de francés en la Romero Rubio, que en aquella exis­
tencia sosegada e infatigablemente laboriosa gestábase ya un
nombre ilustre que en el decurso de los años habría de llegar
a la cumbre serena de la inmortalidad.
D. José N. Rovirosa, titulado ingeniero en la escuela de
Campeche, escribió una espléndida monografía titulada El par­
tido de Macuspana; publicó también la Reseña geográfica de
Tabasco; Ensayo histórico del río Grijalva, Hidrografía del
sureste de México; escribió también en francés Souvenir d' une
ascensión a la montagne de Loma de Caballo, sin hacer hinca­
pié en un sinnúmero de trabajos sobre botánica que es acaso
lo que más crédito ¿e hombre de ciencia le dió en el extran­

300
jero, especialmente su Pteridografía que, a juzgar por los eru­
ditos en la materia, es su obra maestra y definitiva..
Rovirosa nació en Acumba, Macuspana, el 9 de abril de
1848 y murió en Méjico el 24 de diciembre de 1901 cuando
todavía pudo producir mucho y bueno, pues estaba precisa­
mente en esa edad en que la experiencia, como rumoroso re­
manso, ha llegado a acumular mucho oro virgen que el artí­
fice, como él, puede convertir en gemas preciosas.
Es justo consignar aquí que cuando Tabasco mismo do
había llegado a aquilatar el inmenso valer de este hombre'ex­
traordinario, la Universidad de Leipzig, en Alemania, le eri­
gía un busto para perpetuar su gloria.
Ido para siempre el maestro, no nos queda sino su recuer­
do que lo hemos convertido en amor y en constante tributo de
veneración, sobre todo, los que tuvimos la honra —entonces
incomprendida.— de haber escuchado de sus propios labios el
áureo verbo de su sabiduría.
Conviértase esta pobre y débil palabra mía en el más fer­
viente homenaje a su memoria.

SA N CH EZ M ARM OL, MANUEL

Natural de Cunduacán, donde nació el 25 de mayo de


1839, es una de las figuras prominentes de la literatura nacio­
nal. Hizo sus estudios en el Seminario Conciliar de San Ilde­
fonso, en Mérida de Yucatán, que en aquella sazón si no era,
como dice don Francisco Sosa, “un plantel moderno que pu­
diera rivalizar con los establecimientos europeos, es preciso
concederle que en la capital de la República no se enseñaba
entonces más o mejor que en Mérida”. No obtuvo en esta es­
cuela su título profesional en la ciencia del derecho, sino en
la de Chiapas, pues circunstancias especiales obligáronlo a sa­

301
lir de Yucatán cuando ya había terminado brillantemente todos
sus estudios preparatorios y profesionales.
Fue abogado de nota, ciertamente, y figuró mucho tiempo
como diputado al Congreso de la Unión; pero su consagración
como “grande” de Tabasco, se la debe, sin género de duda,
a su actividad en las castellanas letras. En discursos, ensayos
y colaboraciones periodísticas es acaso el escritor tabasqueño
de más relieve. También fue novelista: Pocahontas, La pálida
(conocida después con el nombre de Juanita Souza) Antón
Pérez y Previvida son obras que se leen con deleite.
Fuera de prólogos, cuentos y cientos de producciones más
que seria prolijo enumerar en este esbozo biográfico, cabe re­
cordar su bellísimo canto épico ¡Ave Patria! dedicado al bene­
mérito Juárez, de quien fue devoto, y su interesantísima mono­
grafía Letras patrias que figura en la obra intitulada Méjico,
su revolución social.
Su prosa es clara, limpia, tersa, diáfana, pulidísima. M a­
nejó el idioma con pureza admirable, con clásica sencillez, con
discreta elegancia. Su lectura nos da la sensación de un libro
de Valera o de Altamirano. A esta corrección le debió su in­
greso en la Academia Mejicana de la Lengua.
Fue el director fundador del instituto “Juárez" ce Tabas­
co, cuyas aulas se abrieron el primero de enero de 1879, Mu­
rió siendo senador de la República en la ciudad de Méjico el
6 de marzo dé 1912. La biografía más completa de Sánchez
Mármol se la debemos a la ilustre pluma de don Francisco
Sosa. Estas breves líneas no son más que un pálido bosquejo
de su inmensa personalidad literaria.

SA N TA -A N N A . JU S T O C ECILIO

Aunque descendiente de viejas familias de Macuspana,


este ilustre tabasqueño nació en San Juan Bautista, el 31 de

302
mayo de 1861. Fue alumno fundador del instituto “Juárez”,
donde obtuvo el título de abogado. Su profesión la ejerció con
gallardía y talento en el foro de la capital del Estado. Sólo
en los últimos años de su vida, obligado por los azares de la
política, hubo de pasar a la ciudad de Méjico, donde falleció
el 5 de diciembre de 1931.
Espíritu ecléctico el de Santa-Anna, fulguró y sobresalió
en todas las disciplinas de su cultivo. Fue abogado eminente;
vasta su cultura: acucioso historiador; literato de alto relieve,
y poeta —aunque parco— de grande inspiración, correcto, se­
vero, clásico. Tanto su producción meramente literaria como sus
versos se publicaron en periódicos y revistas del país y del
extranjero, a pesar de la modestia y del aislamiento en que
vivió siempre. Santa-Anna es la más alta representación del
estro poético de Tabasco.
Colaboró en muchos periódicos; fundó y dirigió periódi­
cos locales; colaboró también con el Lie. Becerra Fabre en las
importantes anotaciones hechas a la Historia de Tabasco del
P. Gil y Sáenz; publicó Tradiciones y leyendas tabasqueñas,
y, por último, un libro de poesías.
Las Tradiciones y leyendas tabasqueñas son encantadoras,
de sabor exquisito, de gran colorido regional; nos recuerdan,
por su estilo y por su miga, las de Ricardo Palma. Y los ver­
sos, por su sonoridad, por su inspiración, por su clasicismo,
sirven de sobra para consagrarlo Como gran poeta. El canto
al Niágara, los sonetos a la Sabana del Tinto y el Grijalva,
sus impugnaciones a Núñez de Arce y a Sor Juana Inés de
la Cruz, son obras magistrales.
A propósito del canto Al Niágara, creo oportuno repro­
ducir aquí lo que dijo La Revista Ilustrada de Nueva York.
fundada y dirigida por el insigne Bolet Peraza, al publicar en
sus páginas el poema de Santa-Anna. Dijo así:
"Otro cantor del Niágara.—Después del “Canto al Niá­

303
gara” del gran poeta Heredia, parece temeraria osadía que
otro bardo cante esa estupenda maravilla de la naturleza. Por
eso, al recibir de Méjico,.hace poco, unos versos consagrados
a la sublime catarata de la que fue digno cantor aquel poeta
no menos sublime, cruzó por nuestra mente la idea de no leer
lo que de antemano había ya despertado nuestra desconfianza;
pero tomó puesto la curiosidad, y nuestra ligereza recibió el
correctivo de nuestro deber y educación, que nos manda oír
atentamente al que nos visita y habla. Y leimos los versos "A l
Niágara” del mejicano J. Cecilio Santa-Anna, quien con los
atractivos de su musa nos ha prendado, al punto de sentimos
con ganas ce tributarle nuestros aplausos y congratulaciones.
No conoce el poeta Santa-Anna la maravilla que ha arrancado
a su estro las estrofas que publicamos; pero en ellas se mani­
fiesta el poder de su inspiración que tomando aliento, sin du­
da, en la obra maestra de Heredia, le permite encumbrarse en
las alas de una fantasía que le descubre y revela las grandezas
y magnificencias de este Niágara estruendoso que está con­
moviendo a la tierra y ensordeciendo a los siglos. No diremos
que es obra perfecta y acabada la producción poética de Santa-
Anna pero merece sitio en nuestras columnas, para que sobre
ella caigan los aplausos que ha menester el genio para abor­
dar resueltamente la cumbre inaccesible y coronarse allá arriba
con los laureles de la victoria.”
Santa-Anna figuró mucho en la política local. Casi siem­
pre fue diputado al Congreso del Estado. Fue también cate­
drático de varias asignaturas en el instituto "Juárez”. Por su
pujanza intelectual es de las glorias más legítimas de Tabasco.

C O R R EA TO C A , JO S E N A TIV ID A D

En artes plásticas tenemos asimismo nuestro exponente.


Se llama José Natividad Correa Toca y nació en la ciudad

304
de Teapa, el 25 de diciembre de 1889. Pensionado por el go­
bierno de Tabasco. estudió en la Academia Nacional de San
Carlos, hoy Escuela de Artes Plásticas de la Universidad
Nacional, donde obtuvo el grado de Maestro en Artes Plás­
ticas. Al terminar su carrera la escuela lo premió con medalla
de oro. Después fue pensionado por el gobierno federal para
hacer estudios de perfeccionamiento en los Estados Unidos
del Norte.
Entre los trabajos más importantes que ha ejecutado pue­
den citarse: la escultura a Juan Ruiz de Alarcón, en Tasco:
"Lira Rota”, estatua simbólica en Torreón: un busto monumen­
tal de Beethoven en el Conservatorio Nacional: "Libértate’’, es­
tatua en bronce, galería particular de Acapulco: "Retrato de
M ujer", escultura en terracota, galería particular de Méjico;
"Un obrero”, escultura en bronce que donará a su Estado na­
tal: "En el coso", escultura en bronce, alegoría que tiene el pro­
pósito de combatir los sentimientos de la fiesta brava: busto
en bronce del general Pedro C. Colorado, destinado a Huiman-
guillo. Tabasco, de donde era oriundo el citado militar revolu­
cionario; "Alerta", alegoría en terracota, galería particular de
Méjico: “Alerta", alegoría en terracota que simboliza la vigilan­
cia que deben tener las naciones débiles contra las fuertes: pro­
yecto de monumento a la solidaridad de las democracias del
Continente Americano: monumento en bronce al Apóstol del Ar­
bol -íng. Miguel Angel de Quevedo- que se inauguró aquí en
Veracruz el 24 ce febrero de 1949; y muchas obras más que
seria prolijo enumerar.
Correa Toca ha llevado una vida intensa en la metrópoli
nacional, de tal suerte que desde que salió de Tabasco no ha
vuelto a su tierra más que una vez. Ha querido emular a Miguel
Angel —el inmenso florentino—. y se ha consagrado no sólo
a la escultura que es su especialidad, sino también al dibujo y
la pintura, disciplinas en que igualmente se ha distinguido.

305
Actualmente tiene los siguientes cargos: Profesor de Artes
Plásticas en la Escuela Nacional Preparatoria; Profesor y Jefe
de Clases de Dibujos en la Dirección General de Segunda En­
señanza de la Secretaría de Educación Pública; Profesor de Ci­
vismo de la Escuela Secundaria 4 “Moisés Sáenz”, y Maes­
tro de Técnica de la Enseñanza en la Escuela Nacional ce
Artes Plásticas de la Universidad Nacional.
Ha sido objeto de Jas siguientes distinciones: Diploma de
la Secretaria de Educación Pública por su labor educativa; Di­
ploma de la Academia de Educación Integral de la ciudad de
Méjico; Diploma de Tasco, por su labor artística; Diploma ce
la Sociedad de Cirujanos de Méjico, por la misma causa: Di­
ploma de la ciudad de Sacramento, California (U . S. A .), en
una exposición de artes plásticas.
José Natividad Correa Toca es un hombre sobrio, sencillo
y modesto casi hasta la humildad; pero como artista vale mu­
cho, a pesar de su callada labor; en el arte escultórico es de las
cumbres más enhiestas del territoio nacional.

IR IS, ESPER A N Z A

También en el orden artístico tenemos una mujer con tí­


tulos bastantes para figurar entre los “grandes” de Tabasco.
Es única en el Estado, pero también por su género es única
en el territorio nacional. En efecto, Esperanza Iris —María Bon-
fil, en San Juan Bautista, lugar de su natío— paseó el nombre
de Tabasco por todo Méjico, y el nombre de Méjico por el ex­
tranjero, en forma positivamente triunfal.
La llamada Reina de la Opereta derramó a manos llenas
su alegría, su salud, sus mil encantos en todos los teatros de den­
tro y de fuera del país.
El solo nombre de Esperanza Iris fue, en su época, el mejor
cartel artístico. Un gran empresario de teatro —Arturo Soto-

306
mayor'— decía con énfasis que el nombre de Esperanza era un
cheque en blanco. Su actuación artística, desde la famosa Com-
paSía infantil, en que comenzó su carrera, hasta las operetas
vienesas, donde tuvo su consagración, es algo que no tiene pre­
cedente en la historia del teatro nacional.
Y después de tantos años de trabajo ímprobo, tesonero, in­
fatigable, en todos los proscenios de aquí y ce allá, después
de haber deleitado hasta el embeleso y hasta la locura a los
públicos más exigentes, todavía podemos decir que hay sol en
sus bardas. Con tantos años como lleva sobre la noble frente
nimbada de gloria, aun puede mantener viva la atención de los
públicos, y entretenerlos y regocijarlos con su gracia infinita,
única, personalisima.
Esperanza nació en San Juan Bautista, el 30 de marzo de
1884, y acaso sea la única artista mejicana que ha podido con­
servar el capital ganado en las tablas: allí está el teatro que
lleva su nombre en la capital de la República.

M ESTR E GHIGLIAZZA, M A N U EL

Hombre culto, caballeroso, inteligente este médico ilustre,


nacido en San Juan Bautista, el 15 de noviembre de 1870. No
he conocido hombre de más amena charla. Conversador infati­
gable, se pasa uno a su lado horas y horas oyéndole sabrosas
anécdotas y reminiscencias históricas que lleva siempre a flor
de labio. Tipo extraño hasta en el vestir, con su eterna chalina
negra en forma de mariposa y el chambergo a lo Cyrano de
Bergerac. Pero, ¡cuánto vale este hombre en ocasiones extra­
vagante! Ojos vivos, sonrisa franca, palabra fácil, soñador,
bohemio, acaso más le habría valido nacer en los albores del
Renacimiento que en esta época de tan duros ajetreos.
Mestre se dio a conocer como esforzado paladín en las
luchas políticas contra el gobierno del general Abraham Ban-

307
dala y aun contra el general Díaz. ¿Quién puede olvidar aquella
famosa hoja volante que en defensa de D. Francisco Bulnes,
después de la aparición de El verdadero Juárez, publicó allá por
el año de 1904 con el titulo de En nombre de Juárez en compa­
ñía de los abogados Simón Pérez Nieto, Manuel Lacroix, Gre­
gorio Castellanos, José del Carmen Sastré, Lorenzo Casanova
y Adolfo Alomia: el médico Felipe Cherizola y los ingenieros
Dorillán Meza. Francisco Lacroix, Felipe Margalli y Calixto
Merino Quintero? En este acto de supremo valor civil, puesto
que en el ataque se ponía en solfa el inmneso e inatacable pres­
tigio del Dictador, fue donde comenzó a verse la pluma y el
coraje ce Mestre. Después siguió la tremenda campaña contra
el régimen de Bandala, lucha prolongadísima y agitadisima que
ocasionó un sinnúmero de procesos contra el jefe del movimien­
to, que era Mestre, y contra algunos de sus correligionarios:
Domingo Borrego. Andrés Calcáneo Díaz. Lorenzo Casanova,
Pedro Lavalle Avilés, Filiberto Vargas y Juan Lara Severino.
Tras de aquel infatigable luchar en la política de la pro­
vincia vino su elección para gobernador del Estado, sin haber
podit.o acabar su periodo constitucional, porque los aconteci­
mientos trágicos de la Ciudadela que inmolaron a Madero y
Pino Suárez dieron al traste también, poco después, con el go­
bierno de Tabasco. Pero como testigo que fui de aquellos tur­
bulentos días, puedo decir que el gobierno de este viejo revo­
lucionario se caracterizó por la más amplia libertad en los po-
c.eres públicos. Y debe decirse también en abono de este incan­
sable luchador por la democracia que ningún gobernanté de los
demás Estados tuvo la hombría —muy ce tomarse en cuenta en
aquellos días de terror— de comentar, como él comentó en su
último informe ante el congreso local, con vigorosas frases de
condenación el asesinato vil de los mandatarios nacionales, lo
que ¿io pie a Huerta para echarlo del gobierno y sacarlo del

308
Estado. Desde entonces vive Mcstre modestísimamente en la
capital de la República.
Pero cón ser grandes los piéritos de este hombre singular
en el periodismo y en la política (nunca medró con el poder
ni abusó de él para cosas y actos vituperables, pues dondequie­
ra y en todas partes ha sido el mismo soñador, el mismo bohe­
mio, el mismo tipo renacentista de sus mocedades), con ser
grandes aquellos méritos, digo, lo que engrandece a Mestre, lo
que de manera esencial lo hace digno de figurar entre los “gran­
des” de Tabasco es su inmensa labor literaria consagrada a la
historia c'.c la provincia.
Nadie, en efecto, ha escrito tanto como él, ni de tanta hon­
dura, ni de tanta seriedad. Toda la vida de pobreza y aun de
olvido que ha pasado en la metrópoli nacional la ha dedicado
por entero al estudio e investigación de asuntos históricos, para
lo cual aprovechó ciertas oportunidades en que vivía a la som­
bra de puestos medianísimos como Jefe de la Sección de Inves­
tigaciones Históricas y búsqueda de documentos en el archivo
general y público de la nación, Oficial Mayor del propio ar­
chivo, profesor conservador de historia en el Museo Nacional
de arqueología, historia y etnografía, director de la Biblioteca
Nacional y otras cosidas de menor momento, como son las que
ha venido rumiando en algunos diarios ce Méjico.
Dentro de esa situación de absoluta pobreza, Mestre Ghi-
gliazza ha publicado: Archivo histórico-geográfico de Tabasco
(1 tomo); Gobernantes de Tabasco (1 tomo); Documentos y
datos para la historia de Tabasco (5 tomos); y tiene por publi­
car: Apuntes para la biografía de los gobernantes de Tabasco
desde 1821 hasta 1914 y Cronología de los gobernantes de Ta­
basco desde 1821 hasta 1914.
Por supuesto que también, como él mismo dice, debía pa­
gar su obligado tributo a Apolo. De aquí que le ofrendara dos

309
"coleccioncillas” (sic) de versos en edición privada para sus
amigos, la primera con el título de Flores de sombra, con su fir­
ma, y la segunda titulada Cantos a Blanca, con el seudónimo
de Carlos Floreal, todo esto de cuando no tenía el vino triste,
al menos tanto como ahora.
Y triste y callada es su vida de hoy. Cuenta apenas con
una pensión de seiscientos pesos, gracias a la piadosa compren­
sión e insólita largueza del gobernante Santamaría.

PA LA V IC IN I, F E L IX F.

Palavicini pertenece, como yo, a la generación de 1897


del instituto “Juárez” de Tabasco. El y yo fuimos compañeros
desde la “Romero Rubio”. Estuvimos juntos en muchas clases
y en no pocos escándalos escolares. Por esta razón somos ami­
gos.
Siempre fue inquieto y combativo. Ese raro temperamento
con que lo hemos visto actuar en la vida pública, como político,
como periodista, como diplomático, es el mismo que lo hizo des­
tacarse desde la escuela entre sus compañeros. En sus moceda­
des hizo versos y recitándolos gallardamente en nuestras fiestas
cívicas se dio a conocer. Quiso ser orador, y su primer dis­
curso improvisado lo pronunció en una fiesta de la Sociedad
de Artesanos. Obtuvo, por fin, el título de ingeniero, se casó
y se lanzó a la vida. Don Alberto Correa que a la sazón era
director de la Escuela Normal de Méjico, le dio una misión
pedagógica en Francia. Después ha ido varias veces a Europa,
la última a fines de 1928 como exiliado político.
Fue diputado al Congreso de la Unión en la época de
Macero. Fue ministro de educación pública en el gobierno pre­
constitucional de don Venustiano Carranza. Salió del gabinete
carrancista para dedicarse de lleno al periodismo.

310
Después de la asonada militar obregonista que dio al tras*
te con el gobierno y con la propia vida de don Venustiano,
Palavicini fue el hombre indicado para prestigiar al gobierno
nacido de aquella asonada, y lo fue porque con motivo de la
labor periodística que había hecho en El Universal en favor
de los aliados durante la primera guerra mundial, las múltiples
condecoraciones recibidas por esta labor lo convertían en el
hombre capaz de abrir todas las puertas, aun las más hermé­
ticas, de las relaciones internacionales. Fue entonces cuando
publicó su bellísimo libro Lo que yo vi, que es una serie de
instantáneas del viejo mundo, recogidas durante cinco meses
de viaje por Inglaterra, Francia, Bélgica, España e Italia. Du­
rante el gobierno del general Cárdenas representó a nuestro
país como embajador en la República Argentina, Por esos días
publicó Libertad y demagogia.
Pero, en verdad, donde ha culminado más la personalidad
de este infatigable obrero del pensamiento es en el periodismo.
Al salir del gabinete de Carranza fundó El Universal, cuyas
blancas alas volanderas llevaron por todas partes, dentro y
fuera del país, las palpitaciones diarias de la vida nacional.
“Ha sido el periodista más prominente tal vez en Méjico como
organizador, director y hombre de empresa”, dice Santamaría.
Su producción literaria ha sido profusa. Además de las
ya mencionadas, pueden citarse: El renacimiento y la reforma,
disertación al examinarse de historia general; Zonas fluviales,
tesis presentada en su examen'de grado; Pro-Patria, Las es­
cuelas técnicas. Construcción económica de escuelas, Palabras
y acciones, La democracia victoriosa. Problemas de educación,
Un nuevo congreso constituyente, La patria por la escuela.
Parábolas exotéricas. Castigo (novela), Los irreden tos. Epis­
tolario del amor. Democracias mestizas, Mi vida revolucionaria.
Los diputados (dos grandes volúmenes), El arte de amar y
ser amado. Historia de la Constitución de 1917 (dos grandes

311
volúmenes), Méjico, Historia de su evolución constructiva (en
colaboración con 44 escritores, cuatro tomos), Roosevelt el de­
mócrata, La estética de la tragedia mejicana.
Ha recibido las siguientes distinciones:
Comendador ce la “Corona”, de Italia: Comendador de la
Orden del "Imperio Británico”: Comendador de la Orden de
"Leopoldo II” de Bélgica: Comendador de la Orden “Del Sol
Naciente” ¿el Japón: Comendador de la "Polonia Restituta”;
Comendador de la Orden "Al Mérito” de la República del
Ecuador: Gran Cruz de la "Espiga de Oro”, de la República
de China: "Caballero de la Legión de Honor”, de Francia:
Comendador de la Orden de “Carlos Manuel de Céspedes”,
de Cuba; Gran. Oficial de la Orden "Juan Pablo Duarte”, de
Santo Domingo: Comendador de la Orden "Al Mérito”, de
la República de Chile; Gran Oficial de la Orden "Al Cóndor
de los Anees”, de Bolivia; Gran Oficial de la Orden “Al Mé­
rito”, de la República del Paraguay: Gran Oficial de la Or­
den del Libertador ce la República de Venezuela: Medalla de
Primera Clase de "E l Mérito Militar”, de la República Meji­
cana: Medalla de Veterano ¿e la Revolución Mejicana.
Palavicini es de los hombres más destacados de Tabasco.
Mucho seguirá dando todavía para gloria de la provincia y
de la patria. Nació en Teapa el 31 de marzo de 1881.

P E L LIC ER CAM ARA, CARLO S

En la república de las letras tiene sitio de honor Carlos


Pellicer Cámara. Por su fuerte envergadura la crítica literaria
lo ha juzgado como poeta continental. Su nombre ha cruzado
las fronteras no sólo de la provincia, sino de la nación.
Su verso es ciertamente raro, como que es moderno: pero
dentro de esta escuela —el modernismo— tiene vuelos olím­

312
picos. Los conservadores o tradicionalistas como yo, fuerte­
mente asidos a las clásicas forjas del pasado que muy a nues­
tro pesar tiende a desaparecer, no hallan en su numen de
consumado maestro, forjador de rimas nuevas, ni la pujanza
ni la majestad que hallamos en el verso de Santa-Anna, por
ejemplo, porque este gallardo portalira nuestro ensayó su plec­
tro de oro así en la lira clásica como en la finisecular de
Núñez de Arce, de Campoamor y aun de Espronceda, crestas
sin duda las más altas en las postrimerías del romanticismo
español; en tanto que Pellicer Cámara, con su genio creador,
nos ha conducido por sendas extrañas de figuras atrevidas, ¿e
imágenes sonoras, de metáforas luminosas, en un estupendo
fluir de fragancias sutiles que han llevado por todo el conti­
nente americano las maravillas de una escuela nueva de la
que Pellicer es incomparable artífice.
Neruca en Chile y Pellicer en México llevan con gentil
arrogancia la antorcha del modernismo lírico cuyos fulgores
y bellezas no todos podemos aquilatar, precisamente por eso.
porque es cosa nueva, no al alcance de todos, sino de aquellos
que gozan del raro privilegio de volar por las cumbres excel­
sas del ensueño. Así en la música y en la pintura el arte pre­
senta rutas nuevas, inexploradas, quizás inexplorables para
muchos, pero que, contra todos los ataques y las incompren­
siones, ha salido triunfante.
Carlos Pellicer Cámara es el abanderado nacional en este
género ce poesía. La crítica extraterritorial lo ha consagrado
así. Es, pues, una gloria de Méjico, y —por tanto— merece
figurar entre los "grandes” de Tabasco. No se parece a Díaz
Mirón; no se parece a Ñervo; no se parece a Urbina; dentro
del territorio nacional no se parece a nadie. Su erguida perso­
nalidad es única. ¿Cómo entonces no hacerlo figurar en esta
galería?

313
Federico de Onis ha dicho de él que es “el poeta mayor
de la poesía mejicana actual”, es claro que en el modernismo
a que me vengo refiriendo. Y así Alfonso Reyes como la Mis­
tral —lo que ya es mucho decir— han tenido grandes elogios
para este eximio tabasqueño.
Acaso no sea tiempo de que todos podamos aquilatar la
obra lírica de este “poeta del ensueño”. Rubén Darío fue muy
discutido cuando inició su inconmensurable labor reformadora
de la poética española. Y el divino Rubén es hoy — ¡quién lo
creyera entonces!— un coloso.
Pellicer Cámara nació en San Juan Bautista en el año
de 1898.

SA N TA M A RIA . FR A N C ISC O J.

Este es ce los hombres, de Tabasco verdaderamente cons­


picuos. Extraña personalidad la suya, dijo uno de sus apolo­
gistas. Nacido en el pueblo de Cacaos, que lleva su nombre
desde 1942, el 10 de septiembre de 1889, su niñez y parte
de su adolescencia las pasó en Macuspana, la tierra de sus
mayores. Es forzoso, pues, que figure en esta galeria.
Tanto he dicho de él en diversos artículos y en, para mí,
memorable discurso pronunciado en la metrópoli nacional con
ocasión del homenaje que se le tributó por la publicación de
su Diccionario general de americanismos, que mucho temo in­
currir en estos ligeros brochazos en repeticiones o alambica­
mientos. Mas no puedo evitarlo; es de los próceres de Tabas­
co, y su nombre, para figurar dignamente en estas páginas,
debe ser presentado, ya que no por una biografía < —para lo
cual faltaría espacio—, si, cuando menos, por unas cuantas
palabras de cariño. Seré lo más breve que sea posible.
Hizo sus estudios para la carrera de leyes en el instituto
“Juárez”, hasta graduarse de abogado el 24 de octubre de

314
1912, el mismo día y con el propio jurado que yo. Desde en­
tonces el Lie. Francisco J. Santamaría se ha consagrado a
todas las disciplinas: abogado litigante, periodista, funcionario
público, investigador en asuntos geográficos, históricos y lin­
güísticos. Como escritor ha sido fecundísimo. ¡Y lo que to­
davía podría darnos, si no fuera la dura carga del gobierno
de Tabasco que se ha echado a cuestas!
Con lo que nos ha dado hasta hoy tiene bastante para
ser considerado como el más profuso polígrafo del Estado.
Hagamos, siquiera sea someramente, una enumeración de su
inmensa labor.
Desde sus años mozos, cuando trabajó como director de
algunas escuelas oficiales de San Juan Bautista, publicó sus
Apuntes de geografía general y sus Apuntes de geometría ele­
mental y de dibujo lineal. Y a fuera del magisterio, escribió y
publicó su interesante Ascensión a la montaña del Madrigal,
en la cual describe la exploración que en compañía de algunos
más hizo a este cerro de Tacotalpa; De mi cosecha, que me
dedicó: Las ruinas occidentales del viejo imperio maya; luego
su monografía titulada El verdadero Grijalva; también sus No­
ciones generales de educación cívica. Como consecuencia de su
exilio, por cuestiones políticas, escribió en Estados Unidos
Crónicas del destierro y luego en Méjico La tragedia de Cuer­
navaca, obra en que narra en prosa castiza y elegante la ex­
traña forma en que escapó de la muerte. Escribió después La
poesía tabasqueña, bella antología, formada con los mejores
poemas de nuestros poetas y La historia del periodismo en Ta­
basco, intensa labor ce búsqueda en que da a conocer más de
450 periódicos de la provincia. También El movimiento cultu­
ral en Tabasco (breviario histórico) y Semblanzas tabasque-
ñas. Y lo más importante en materia lingüística: El provincia­
lismo tabasqueño; Americanismo y barbarismo; Ensayos crí­

315
ticos de lenguaje que escribió con mi colaboración; Glosa lexi­
cográfica, acepciones y expresiones castizas del período clásico
de la lengua, omitidas en el diccionario académico; su Biblio­
grafía general de Tabasco, en tres tomos, y su obra monu­
mental de largos y pacientes años de ímprobo esfuerzo: el Dic­
cionario general de americanismos, con la cual obtuvo en la
feria del libro de 1943 en Méjico, un premio en efectivo que
por raras artes ¿e maquiavelismo literario nunca se le entregó.
He aquí la obra principal de este hombre. Acaso he olvi­
dado mucho, pero con lo dicho hasta aquí basta y sobra para
tenerlo por uno de los más altos valores intelectuales de la
provincia.
Actualmente es gobernador del Estado, y mucho espera
de su idónea labor el tantas veces desilusionado pueblo de T a­
basco.
Acaba de ser electo individuo de número de la Academia
Mejicana de la Lengua. Y con él va el tercer tabasqueño a
quien se distingue con tan alto honor.

TA RA C EN A , R O SEN D O

Y pongo fin a esta galería formada por los "grandes” de


Tabasco con el nombre ilustre del por muchos conceptos esti­
mabilísimo y venerable maestro don Rosendo Taracena, nacido
en Cunc.uacán, el 24 de febrero de 1866.
Sus títulos de profesor de instrucción primaria elemental
y superior los obtuvo en nuestro amado instituto "Juárez”.
Con amorosa admiración de cuantos conocen su meritísi-
ma labor docente, ha trabajado hasta el sol de hoy 57 años,
a saber: 23 años en Cunduacán; 15 años (primera vez) en
Comalcalco; 11 años en Villahermosa, y 8 años más (segunda
vez) en Comalcalco, donde actualmente dirige el instituto "C o­
malcalco”, con matrícula de cerca de 300 alumnos.

316
EPILOGO
Es la alta noche. Conticinio primaveral. Estoy contem­
plando con éxtasis el panorama brumoso y callado de Villa-
hermosa desde antigua terraza que imagino enhiesto altozano,
escondida atalaya, que, como' apartado y sombrío mirador,
me brinda sitio adecuado para observarlo todo.
Hemos hojeado ya el libro del pasado: hemos abierto y
revisado la cajita oriental de sándalo, recamada de marfil y
oro; hemos visto pasar frente a nuestras asombradas pupilas
la película de nuestra propia vida, inmensa, evocadora, emo­
cionante. ¿Y ahora?
Es la alta noche. La ciudad duerme tranquila y sosegada,
a orillas del Grijalva. La redonda luna pone su perlado barniz
sobre las casas, las cosas y los árboles. Este es el mismo cielo
que contemplé, aterido, hace sesenta años. Allí está Sirio, con
su luz cerúlea, más allá del cénit; Proción, la canina, está a
punto de darse un largo chapuzón en el oscuro mar del hori­
zonte; las Pléyades y el Tauro van a la vanguardia de Orion,
el gigantesco cazador de los cielos. Allá arriba, todo igual,
como entonces. Pero aquí, abajo... Cierro los ojos y quiero,
de nueva cuenta, verlo todo: el susurrante rio, que en la quie­
tud de la noche vernal se desliza, confiado, como una serpien­
te; la vieja Plaza de Armas, con sus numerosos laureles; mi
nunca olvidada calle de Zaragoza; las cuatro erguidas palmas

321
reales del parque Juárez; el callejón de Puerto Escondido; la
ceiba secular del camino de Atasta con su cortejo de leyen­
das . . .
Y pienso en Victor Hugo cuando desde La Esmeralda
trataba de revivir con la imaginación el viejo París, la ciudad
venerable del Renacimiento. Y pienso en Blasco Ibáñez en los
momentos mismos en que contemplaba los restos del circo
romano en la Ciudad Eterna. Y pienso en Gómez Carrillo,
cuando con profundo asombro veía la pugna profanadora de
los santos lugares, la vieja pugna en que viven los pueblos
que se dicen civilizados. Y pienso, por último, en Renán y me
parece verlo en el instante en que murmura su Priere sur l'
Acropole. la emocionante Oración del Acrópolis, la silenciosa
ciudadela de Palas, donde con sólo volver la vista y el pen­
samiento veinte siglos atrás se siente en el alma la apoteosis
divina de aquella pobre columnata en ruinás de la Grecia In­
mortal.
Treme el silencio de la callada noche sobre el inmenso
panorama de la ciudad dormida. Y hay como un desfile de
sombras augustas que van pasando frente a las pupilas del
alma: allá va con su andar parsimonioso, camino del Juzgado
de Distrito, don Próspero Rueda; más allá, Julio León, el em­
pedernido célibe; por esta calle se adivina la magra figura
de don Pedro Sosa y Ortiz, el poeta de la undécima, con sus
cejas tan hirsutas y pobladas que. como dijo Lucas Gómez,
parecen dos alfileteros; por esta otra se distingue a Jerónimo
el Guaco con su violín bajo el siniestro brazo; y don Moncho
Moctezuma, el eminente matemático; y don Manuel Merino,
el genial versificador que se llamaba a sí mismo el.primer so­
netista de América; y don Concho Díaz, el prefecto del insti­
tuto “Juárez”; y doña Juana Trujillo, la dulcera de Esquipu-
Jas; y el ventrudo canónigo don Sebastián Guerrero. Van pa­

322
sando, van pasando, como antaño, como en aquellos días le­
janos y perdidos en la bruma del tiempo.
Y me parece oír en el Café Cantante o en el Salón de
Lumijá algún danzón de ritmo sicalíptico ce Juan Jovito Pé­
rez, o al pie del romántico balcón de la bien amada la dulzura
inefable de la serenata inmortal del maestro España.
Todo, en apariencia, igual. Sólo en apariencia, porque
aquí en mi barrio desapareció la iglesia catedral cuyo solo
nombre me hace pensar en los pitos de agua de las misas
de aguinaldo; en la Plaza ce Armas cayó demolida por manos
profanas la esbelta pirámide con su águila caudal;,cayó tam­
bién la verja de varillas de hierro lanceoladas: ya no existen
las ruinas de Sentmanat ni el Playón del Grijalva, y también
faltan los tranvías de Maldonado y los de Nieto que nos lle­
vaban a Atasta, a Tamulté y a Tierra Colorada. Siento una
inmensa angustia frente- a lo inevitable, lo fatalmente inevi­
table que lo transforma todo, que demuele, construye y modi­
fica; que sin ver hacia atrás, sin respetar leyendas ni tradicio­
nes. marcha siempre hacia adelante y pone en práctica el prin­
cipio evolutivo de la constante renovación de los seres y las
cosas. El poeta aviador del Fiume lo dijo un día con arrogan­
cia olímpica: renovarse o morir.
Y todo esto que la piqueta del progreso y la civilización
ha hechado abajo me produce un interno dolor indefinible,
como' si me hubieran arrancado algo del espíritu. Es la ley
material que Se cumple, pero que nos lastima las entrañas des­
garrándolas. Es lo que tiene que ser aquí y dondequiera, y
lo que tenemos que aceptar necesariamente cual ley ineludible.
Asi, por esta ley fatal cayeron las murallas y casi todos los
baluartes coloniales de Veracruz; asi cayeron también casi to­
das las maravillas del mundo; así-iremos cayendo, uno a uno.
sin poderlo impedir, en este rudo batallar de la vida.

323.
Es la alta noche. La luz fulgente del plenilunio cae, como
dulce caricia, sobre la ciudad que se duerme tranquila y con­
fiada junto al viejo rio. Las constelaciones brillan con timidez
en el cielo infinito. Siento en torno mió un suave temblor de
silencio, un insólito murmurar de las cosas inanimadas, una
imperceptible ráfaga que es como la queja recóndita de nues­
tros mayores; en la campana del reloj palaciego suena una
hora con lentitud de cábala: es el viejo Cronos que nos mar­
ca, inexorable, el ritmo de esta vida que, muy a nuestro pesar,
se va extinguiendo. En esta hora solemne mis pobres labios
temblorosos musitan una oración inescuchable por lo de ayer,
por lo que se fue, por la ciudad amada, por todo esto que
sigue siendo mío y que sigue metido en lo más hondo del co­
razón, y siento que mis ojos se humedecen de dolor y de amor,
como dos fuentes ignoradas, silenciosas, profundas.
Tras de esta crisis nerviosa, romántica, sentimental, con­
suélame la convicción de que ?sta tierra mía, guiada por vo­
luntad experta y juiciosa e inmaculada, marcha con fe hacia
su meta, adonde habrá de llegar irremisiblemente. Mi euforia
es seráfica. Me levantan el espíritu las obras oe cultura y pro­
greso material que se están realizando: la Penitenciaría y el
Estadio; el Cine Tropical, que es como el más noble refugio a
nuestras impaciencias; el Café del Portal donde a manera de
piadoso remanso aquiétanse las turbulencias de la vida; la pa­
vimentación de las calles que ya da a Villahermosa la carac­
terística de ciudad alegre, limpia y moderna; el puente ce la
Majagua que, montado sobre el Grijalva, abre la carretera ha­
cia Teapa; el alumbrado público que ya satisface todas las
necesidades de la ciudad; el hermosísimo bulevar en construc­
ción, "Manuel Gil y Sáenz” que será uno de los timbres de
orgullo de Villahermosa; la frecuente y alentadora inaugura­
ción de escuelas; la constante e ininterrumpida publicación de

324
Hbros, por medio de lo cual el gobierno está dando a conocer
los valores intelectuales de Tabasco, tanto tiempo ignorados,
o —cuando menos— ocultos en los insondables légamos del
olvido; y, sobre todo, y más que toco esto, si se quiere, el am­
biente de libertad y de confianza, que se respira en todo el
Estado, la tranquilidad del pueblo tabasqueño, el afán de re­
conquistar sus viejos laureles de pueblo laborioso y digno,
marchitados y entristecidos por la ingrata labor óe anteriores
gobernantes que, convirtiendo en feudo propio la infeliz pro­
vincia, merecedora por todos conceptos de mejor suerte, la
aniquilaron y la envilecieron.
Frente al panorama de esta noche de plenilunio; bajo el
apenas perceptible cintilar de las estrellas; desde el altozano
que me sirve de oculto mirador para contemplar el encanto
maravilloso de la ciudad dormida; escuchando con filial de­
voción la canción de tus selvas y de tus aguas, y el acompa­
sado latir de tu corazón, yo te ofrezco —joh, tierra mía!—
estas líneas fervorosas, estas páginas sinceras de acendrado
amor, este libro de profunda ternura, el último de mi vida, en
el cual he puesto lo mejor de mi alma, porque es para ti y
porque está hecho con esencia tuya, que es tu recuerdo, el
recuerdo ce siempre, el dulce reclamo tuyo que oigo sin ce­
sar, así por las mañanas alegres, cuando los pájaros saludan
al alba con sus musicales trinos, como por las noches apaci­
bles, cuando me desvela, sin piedad, el persistente, impertur­
bable y sonoro movimiento del mar.
F I N

N O TA FIN A L

El autor tuvo el propósito de dedicar un capítulo especial al Instituto “ Juárez”


como lo dice eu el párrafo final del capítulo I X ; pero por falta de los datos nece­
sarios. desistió de tal propósito, aunque para tomar tal determinación tuvo también
en cuenta que ya, con anterioridad, había dedicado a nuestra amada escuela su
libro intitulado “ Añoranzas del Instituto Juárez” .

325
Dedicatoria
Proemio ....

I
Recorrido de San Juan Bautista.—La calle de Zara­
goza.—Las lomas de los Pérez, de Esquipulas y de la
Encarnación.—Los tres barrios.—Las calles de Iguala,
Constitución, Hidalgo, Cinco de Mayo, Sáenz, Aldama,
Juárez, Primera avenida del Grijalva, la Libertad, Inde­
pendencia, Ocampo, Doña Marina, Sarlat, Méndez.—La
casa número 93 de Zaragoza ..................................................

II
Santa María de la Victoria.—Fundación de la capi­
tal.—'Villahermosa.—San Juan Bautista.—Otra vez V i-
llahermosa.—El Escudo de armas de Tabasco.—Lo que
dijo el P. Gil y Sáenz.—Lo que dijo el P. Cárdenas ......

III
El ciclón de 1888.—El antiguo sistema monetario.—
E l sistema métrico decimal.—El día de San Juan.—Los
Págs.
juegos callejeros.—La inauguración de la luz eléctrica.—
La azotaina de Pancho Ortiz .................................................. 29

IV

La calle de Zaragoza.—Las indias de Atasta y T a-


multé.—D. Felipe Abalos.—Don Julián Urrutia.—Los
aguadores.—Rafael y Eraclio Abalos.—D. Agustín Her­
nández.^—La lucha.~ E l gato..—Lós tranvías de Maído-
nado.—Los de Nieto.—La ceiba del camino de Atasta 35

El carnaval.—El negro Managua.—Gustavo Martí­


nez.—Candelario Timbiriche.—Las Estudiantinas.—Juan
Jovito Pérez.—Trinidad Domínguez.—El casino de T a ­
basco ........................................... 45

VI

Los teatros.—El Castaldi.—El Berreteaga, después


García.—El Merino.—Amor Vulgar.—El beneficio de
Herrera Moro.—El Cine Club.—El cine Anáhuac.—El
cine Tropical ............................................................................... 51

VII

Los templos.—Los de Santa Cruz, Concepción y Es-


quipulas.—Las matracas de la Semana Mayor.—Las mi­
sas de Aguinaldo ................ 59
P ágs.
VIII

Algo más sobre el capitulo anterior.— Las ganancias


de la venta.—Siquiera como v in e ........................................... 65

IX
Las escuelas de Tabasco.—La "Simón Sarlat”.—La
"Porifrio Díaz”.—El truco de Julián.—-La "Manuel Ro­
mero Rubio”.—Mis compañeros en esta escuela.—El
Prof. Ochoa.—Las escuelas de doña Delfina Grajales de
Rodríguez y de doña Asunción Merino de del Río.—La
de “El Sagrado Corazón de Jesús".—La de "Santa Ma­
ría de Guadalupe".—La de “El Verbo Encarnado”.—La
Normal para profesoras.—El instituto "Hidalgo”.—El
instituto "América”.—La escuela de Gurdiel ................... 75

X
Los fígaros.— D. Eulacio Barrientos.—Polo Hernán­
dez.^—D. Albino Notario.—Antolín Briceño.—Melquía­
des Rueda.—Pancho Sáenz y Amando Méndez.—Tomás
Hernández ................................................................................... 83

XI
Las fiestas de Atasta y Tamulté.—Los coletos de
Chiapas.—La jondura cocida.—La conserva de Ja lp a .-E l
pozol y el chorote.—Chúa G aspar......................................... 89

XII
Las hetairas de San Juan Bautista.—Jova, Lola, Na­
talia, Herlinda, Chana, la Cucarachita, Amadita Morales,
Págs.
La Negra Evarista, Laura Concepción, Aurelia, Flavia,
Flora.—La calle de Rosales .................................................... 97

XIII
El parque Hidalgo.—El parque Juárez.—El parque
la Paz.—La Plaza de Armas.—El parque Tabasco ........ 103

XIV
El carnaval.—El 5 .de febrero.—El 27 de febrero.—
La Semana Santa.—Los “Judas”.—El 5 de Mayo.—Las
fiestas septembrinas.—Fiestas de Navidad.—Los Naci­
mientos.—Los bailes del Casino.—Los bailes de Simón
de Dios .......................................................................................... 111

XV
La música de Tabasco.—Lauro Aguilar Palma.—■
Chilo Cupido.—Pedro Gutiérrez Cortés.—Lucas de Dios.
—Domingo Díaz y Soto.—Urrutia Burelo.—Juan Jovito
Pérez.—Trinidad Domínguez.—Francisco Quevedo.—
David F. España.—Gil María Espinosa.—Guillermo Es-
kildsen.—Carmita Gutiérrez.—Manuel Soriano.—Per­
fecto G. Pérez ............................................................................. 121

XVI

El periodismo de Tabasco.— La voz del pueblo. —


E l estandarte.—E l Porvenir de Tabasco.—Paz y Traba-
jo.—La revista de Tabasco.—El reproductor tabasqueño.
—El correo d e Tabasco.—E l voto libre.—Juvenal.—El
defensor del pueblo .......................................... — ................ 137
Págs.
XVII

Continuación del anterior .-—E l recreo escolar. —Ex-


célsior. — Tabasco gráfico— E l monitor t a b a s q u e ñ o E l
once.—E l eco de Tabasco.—Nuevo régimen.—E l Aon-
zonte.—La bohemia tabasqueña.—La revista eléctica.—
La pequeña bohemia.—La high Ufe.—E l sagitario.—Alfa.

—A lba.—El renacimiento .................................................... 145

XVIII
La fiesta brava.—Cheché.—La Charrita Mejicana.
—Colorín.—Camal eño.—El Zocato. —•Camicerito.—Ca­
yetano González y Samuel Solís.—El Chato Ongay.—La
muerte del fakir .......................................................................... 157

X IX
El mercado "Simón Sarlat”.—El "Porfirio Díaz”,
después "Pino Suárez”.—La quinta de Dueñas.—Las rui­
nas de Sentmanat.—La laguna de la Pólvora.—Las ta­
maleras.—Las nueve matas.—Las pozas.—Tierra cojo-,
rada ................................................................................................ 165

XX
Paraíso.—Nombres raros.—Mis primeros versos.—
Candita Figueroa.—Las corridas de cangrejos.—Ceiba.
—Limón.—Dos Bocas ............................................................... 175

XXI
Tacotalpa.—El maestro Marcos.—Los cuatro bar­
bones.—La fiesta de "San Antonio" .................... ................ 185
Págs.
XXII
Cárdenas.—D. Salvador Noverola, El Dr. Grecne,
D. Fernando del Río.—Las dos iglesias.—Pueblo Nuevo.
—Los carnavales.—D. Polo y César Sastré.—Se eleva a
la categoría de ciudad.—Un folleto histórico ................... 197

XXIII
El Lie. Lorenzo Casanova.—El Dr. Manuel Mestre
Ghigliazza.—“Final de un compañerismo” ....................... 209

XXIV
Alfonso Caparroso.—“A caza de gazapos políticos”,
interesante contestación a Casanova ..................................... 234

XXV
El río Grijalva.—Quiénes le han cantado: Miguel
Huidobro González, José Peón y Contreras. Manuel M.
Flores, Xavier Santamaría, Justo Cecilio Santa-Anna, Jo­
sé N. R ovirosa............................................................................ 251

XXV I
Las municipalidades.—sus etimologías.—Sus apodos.
—Sus fiestas titulares.—Sus principales apellidos............ 273

XXVII
Grandes de Tabasco.—Becerra Fabre, Rómulo.—
Becerra, Marcos E .—Calzada, Lorenzo.—Casasús, Joa­
quín D .—Correa, Alberto.—Correa Zapata, Dolores.—
P ágs.
Gil y Sácnz, Manuel.— Margallí, Felipe A .—Meló, Ni­
candro L .—'Pellicer, Francisco.—Quevedo, Francisco.—
Rovirosa, José N .— Sánchez Mármol, Manuel.—Santa-
Anna, Justo C .— Correa Toca, José Natividad.— Iris, Es­
peranza.— Mestre Ghigliazza, Manuel.— Palavicini, Félix
F .— Pellicer Cámara, Carlos.— Santamaría Francisco J.—

Taracena, Rosendo .................................................................. 285

Epílogo .................................... .............. .......................................... 321


Se terminó de imprimir este
libro en los talleres linotipográ-
ficos de la Compañía Editora
Tabasqueña, S. A., el día 2rS
de Diciembre de 1949.
RED ESTATAL DE BIBLIOTECAS
PUBLICAS DE TABASCO

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