Mil y Una Crónicas de Atoyac, Víctor Cardona Galindo

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Mil y una crónicas de Atoyac

Víctor Cardona Galindo


Dr. Salvador Rogelio Ortega Martínez
Gobernador del Estado de Guerrero
Dr. David Cienfuegos Salgado, secretario General de Gobierno
Dr. Salvador Pablo Martínez della Rocca, secretario de Educación Guerrero
Lic. Arturo Martínez Núñez, secretario de Cultura
Lic. Misael Habana de los Santos, director de Fomento Editorial y Bibliotecas
Víctor Cardona Galindo

Mil y una crónicas


de Atoyac

Chilpancingo, 2015
Colección: Guerrero en el tiempo
Serie: Crónicas

Diseño de portada: Herma López Justo


Diseño: Alberto Villarreal

Alfredo Castro, editor

Primera edición, septiembre 2015

© Víctor Cardona Galindo

DR. Gobierno del Estado de Guerrero


Palacio de Gobierno
Ciudad de los Servicios, 39074
Chilpancingo, Guerrero
www.guerrero.gob.mx

Hecho en México
Made in Mexico
Presentación
Sentarse en una mecedora de roble fabricada en Tecpan con un vaso
de tuba helada, son algunos ingredientes que se requieren para leer
este inmenso libro de crónicas sobre una región de Guerrero, y en
especial sobre el municipio de Atoyac. Es un deleite y una aventura
intelectual llena de aprendizaje y orgullo costeño.
El autor nos va guiando con las crónicas salidas de su pluma y
del estudio de la micro historia regional; y de un salto cabalgamos
con los héroes de la Independencia, damos un salto a la Revolución,
a la guerrilla, a los valientes de la costa y al inmenso potencial ca-
fetalero, de selvas tropicales que estuvieron pletóricas de maderas
preciosas, de hermosa lagunas que generaron una cultura acuática
que podemos descubrir en la lectura de estas crónicas; así como
la presencia siempre perpetua del mar y su insondable misterio de
soledades.
Víctor Cardona recrea diversas épocas, se mete con matarifes,
trovadores y guerrilleros. Mujeres y hombres que son, fueron y si-
guen formando parte de la cultura de Atoyac y de Guerrero, por sus
páginas desfilan maestros, campesinos y cafeticultores. Y sin faltar el
universo mitológico de la región. La industria con la fábrica del Ti-
cuí; las correntadas y huracanes, la música y sus creadores, la historia
de este segmento que le ha dado fama y presencia a Guerrero en los
últimos años a nivel nacional e internacional.
Lo más sorprendente es que su lectura es amena y diáfana, se
va deslizando como los cayucos sobre las ondas del estero y la fo-
tografías que acompañan al texto, también son otro factor del goce

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estético de esta obra que tiene que estar en la biblioteca personal de
los costeños de Guerrero.
Para mi gobierno, es fundamental que no sólo la identidad cul-
tural de las ocho regiones se conozca, sino que también quede un
registro en libros que hablan de lo que fuimos, lo que somos y lo
que seremos.
Atoyac, es un municipio que ha vivido todo, incluyendo la
siembra y trasiego de estupefacientes, sin embargo, también es uno
de los municipios donde el calor de su gente, la anfitrionía maravi-
llosa, nos ha permitido conocer y amar aún más a Guerrero.
Cardona con ojo crítico y lúcido, nos presenta un cuadro crudo
de la guerra sucia y la guerrilla. La crónica de los desaparecidos y la
estela de dolores para el pueblo atoyanquense, y en especial para sus
familiares que todavía los buscan en las entrañas de la tierra o en el
fondo del mar de su corazón.
Mil y una crónicas de Atoyac, es un libro que tiene muchas y
variadas lecturas, simbólicas y realistas, que nos permiten vislum-
brar con aciertos y desaciertos, lo que ha sido, es y será, este rincón
de Guerrero, lleno de tradiciones, bellezas naturales en peligro de
extinción y la historia de un pueblo invencible que no se doblega
ante nada, sean las fuerzas más oscuras del hombre en la búsqueda
del poder o los embates de la naturaleza en todas sus formas y ma-
nifestaciones.

Salvador Rogelio Ortega Martínez


Gobernador del Estado de Guerrero

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Vida cotidiana.
Del mar a la sierra

La Piedra del Diablo


En un cerro por el camino a la sierra, antes de llegar al Rincón de las
Parotas está la Piedra del Diablo. Cuando estaban construyendo la
carretera al Paraíso, se dio una situación muy particular, durante el
día avanzaban en el trabajo, y al otro día, cuando regresaban los tra-
bajadores, encontraban que lo que habían escarbado el día anterior
había desaparecido, como si no hubieran avanzado nada. Así estu-
vieron, hasta que el ingeniero llevó al padre a bendecir el camino.
Solo así pudieron progresar en la apertura de la carretera.
Hace tiempo, alrededor de la Piedra, había en abundancia toda
clase de frutas y ahí acudían los hombres a pedirle favores al Malo
o al Amigo como llaman algunos. En esa piedra habita un hombre
hermoso, que viste elegantemente de negro, es el Diablo, que por
las noches camina en los pueblos de la sierra montado en un caballo
totalmente negro, de brillante pelaje. Cuando pasa cerca de las casas
entona un silbido muy fino, buscando a los que tienen compromi-
sos con él.
Mateo Martínez enfadado de la pobreza un día acudió a la Pie-
dra del Diablo a buscar al Malo para pedirle un favor. Cuando llegó
cortó una caña, recolectó frutas, subió a la piedra y comió, luego
comenzó a hablarle Cuera Negra, Luzbel, Amigo y otros nombres,
pero nadie le contestó, tardó ahí, pero de pronto se escucharon unos
balazos en El Ticuí y dentro de la Piedra se oyó la risa escandalosa
de una mujer. Entonces Mateo exclamó ¡Ah cabrón no estás!, y se

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Víctor Cardona Galindo

retiró. Al otro día supo que habían matado a su primo en El Ticuí.


Cuando el Malo sale de su piedra es para provocar maldades, riñas
y desgracias.

Fidencio Benavides Castro, un destacado boxeador


Fidencio Benavides se inició en el boxeo en 1946, en la barda de
don Timo Flores en peleas que organizó el doctor Vara. Aunque des-
de los 14 años peleaba en la calle con guantes de utilería. Fidencio
nació en San Vicente de Jesús pero su familia se bajó a radicar a la
ciudad de Atoyac en 1932 y lo inscribieron en la escuela real donde
por ser sierreño todo mundo lo quería golpear. Seguido le pegaban
sus compañeros de clase hasta que le salió la casta y comenzó a de-
fenderse de los que lo aporreaban.
En 1946, un doctor que trabajaba en la fábrica de hilados y te-
jidos del Ticuí, al que le llamaban doctor Vara, porque estaba alto,
traía peleadores de Acapulco, pero rellenaban el programa con los
voluntarios de aquí. Benavides ganó su primera pelea por decisión
y siempre peleó en peso minimosca. Cada ocho días peleaba a pesar
de no tener entrenamiento. Entrenaba en la orilla del río donde
colgaba una costalilla con arena y cuando ya no quedaba a quien
ganarle en Atoyac entonces le trajeron peleadores de Acapulco y
logró llenar el cine Ana María que estaba ubicado en donde ahora
está el dif municipal.
Le pagaban 30 pesos por pelea y corría todos los días hasta Al-
choloa o Santa Rosa. Hasta que se fue a radicar al puerto de Aca-
pulco comenzó las clases de boxeo. En el mismo año de 1946 se
fue para Acapulco donde peleó como amateur en el campeonato
municipal de box, tenía como 25 peleas invicto. En Acapulco fue
campeón municipal minimosca y el estatal lo ganó por default.
Peleó con Baby Barragán en la Arena Coliseo de manera profe-
sional y el campeonato nacional lo ganó, pero le dieron el triunfo a
Timoteo Herrera del Distrito Federal y le quitaron el triunfo, por-
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Mil y una crónicas de Atoyac

que los otros manager alegaron que ya era profesional. Siempre ha


sido muy delgado, tanto que cuando lo pesaba su manager le ponía
naranjas en el short para que alcanzara los 49 kilos y le daban de
comer pura papa para que aumentara de peso.
Llegó a pelear con tipos que le llevaban hasta cinco kilos de
peso. Benavides antes de retirarse peleó 62 peleas, entre profesional
y amateur, sólo perdió dos peleas. No cobró ni un sólo peso cuando
peleó en beneficio de la escuela Modesto Alarcón y como manager
hizo una pelea a beneficio de la escuela primaria Juan Álvarez, pues
mucho tiempo estuvo manejando peleadores.
Se inició en el boxeo en 1946, en la plazuela donde se encuentra
el mercado Perseverancia. Ahí se hacían jaripeos. Ahí estaba una
cancha de basquetbol. Al lado norte estaba la cancha cuyo propieta-
rio era don Timo Flores. Ahí se hicieron las primeras peleas de box.
Había un doctor al que le decían Vara, que trabajaba para la fábrica
de hilados y tejidos del Ticuí, al parecer era español, le decían el
doctor Vara porque estaba altote y delgadito, el fue el que inició las
primeras peleas a nivel profesional.
Ahí empezó Benavides a pelear con la experiencia que le dio la
calle, donde peleaba con guantes de utilería y a veces sin guantes.
Ahí le nació la afición al boxeo, cuando bajó de la sierra junto con
su familia, porque es oriundo de San Vicente de Jesús. Su mamá se
vino con ellos en ese tiempo a buscar nuevos horizontes en la vida,
allá por el año de 1932.
Fue a la escuela real, pero como era de la sierra, sufrió la dis-
criminación de sus compañeros y la traían a golpes sin poder hacer
nada porque no tenía familiares estudiando ahí ni amigos. Al sentir-
se rechazado se iba a su casa, pero su mamá lo regresaba pensando
que no quería estudiar. Así que estaba a dos fuegos, por eso no le
quedó otra opción que aprender a defenderse.
En la escuela todos le daban, los alumnos aunque no recuerda
los nombres, pues el iba en primer año. Por tanto ser golpeado le
salió la casta y comenzó a defenderse. Le salió coraje y comenzó a
pelearse con los que lo agredían. Desde ese entonces se dio cuenta
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Víctor Cardona Galindo

que la madre naturaleza lo había dotado de una agilidad bastante


buena, no tenía ninguna técnica para pelear, tenía velocidad y no
lo golpeaban mucho. No tenía ni cuerpo pero era una ventaja la
agilidad y la viveza para pelear.

Algunas otras calamidades


El pequeño pueblo donde nací, se llama Los Valles, está enclavado
en la parte media de la sierra de Atoyac. Aquí la gente tenía diversas
formas de anticiparse a las calamidades que se avecinaban, se guia-
ban por la naturaleza y por la premoniciones de ésta leían. Cuando
el cielo amanecía aborregado, con pequeñas nubes simulando borre-
gos, era seguro un temblor de tierra, como sucedió el 4 de julio de
1971, cuando una gran sacudida tumbó varias casas de los pueblos
de la región.
En la sierra había muchas cotorras, que ahora están en peligro
de extinción. Mi abuela Victorina, de noche distinguía como la co-
torras se cambiaban del árbol donde dormían a otro, eso era un
mensaje que habría un temblor en la madrugada.
Cuando las calandrias hacían sus nidos en ramas bajas de los
árboles era sinónimo que ese año habría huracanes que azotarían
la región. Cuando por la mañana se advertía un marrano cargando
ramas sobre su cuerpo, había una tempestad ese día, esta premoni-
ción se reforzaba cuando se veía venir el ganado de las huertas a la
calle del pueblo, era segura la tempestad con viento y rayos, como
sucedió también el 26 de diciembre de 1971.
Había una señal cuando se avecinaba una peste para el ganado.
Esa señal era la aparición del zopilote rey. De pronto sobre el pueblo
sobrevolaba una parvada de zopilotes y en medio de ellos iba un zopi-
lote totalmente blanco, avanzaba quieto y todos los demás volaban en
su derredor. Ese era el zopilote rey, que nos anunciaba que al siguiente
día comenzaría a morirse el ganado. Era el mal del derriengue, por eso
se morían y los esqueletos de la vacas adornaban los caminos.
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Mil y una crónicas de Atoyac

El zopilote rey era el mensajero de la peste. Yo ya no he visto


este zopilote blanco, a lo mejor se extinguió cuando los ganaderos
comenzaron a vacunar sus vacas.
De las epidemias que han azotado a Atoyac, están los ataques
de cólera morbus o peste, de 1833, que fue una pandemia interna-
cional. En 1901 a 1905, la viruela causó numerosas muertes. Otro
ataque de la viruela se vino allá por 1918 y que le gente atribuía a
la mortandad que dejó la Revolución Mexicana, porque en varias
partes del municipio apilaban los cadáveres, le ponían petróleo y los
quemaban. Se decía que la manteca que salía de los cadáveres iba a
dar a los arroyos y por eso las epidemias. Había lugares donde com-
batían los bandos contrarios, enterraban los muertos por decenas,
muchos de ellos quedaban con los guaraches fuera de la tierra.
La viruela negra atacó por mucho tiempo al municipio de Ato-
yac, están los testimonios de 1944. Le llamaban la viruela de peste
o viruela de clavo negro, porque en cada grano se le ponía un punto
negro y luego reventaba en pus, tenían que acostar a los enfermos
en hojas de plátano, porque la ropa y las sabanas se pegaban en los
cuerpo y les arrancaban la carne.
El último ataque que se recuerda es el 1964, cuando mucha gen-
te padeció de esta epidemia, de recuerdo quedó aquel verso:
Le dio la viruela
le dio el sarampión
le quedó la cara
como chicharrón…

Cacarecos dirían otros, al burlarse de los que por motivo de la


viruela o el sarampión les quedaba el cutis como cráteres lunares.
El sarampión también fue una epidemia recurrente, provocó
muchas muertes, sobre todo en los niños, el tratamiento era bañar
al enfermo con agua de borraja y sanaban. Cuando alguien moría se
decía que le dio sarampión del cenizo, porque había, según los ma-
yores, dos tipos de sarampión el rojo y el cenizo, del rojo se aliviaban
del cenizo no.
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Víctor Cardona Galindo

Muchos niños murieron por las epidemias de tos ferina o tos


ahogadora, la gente ponía al enfermo camisas rojas para que se ali-
viara como no obtenían resultado, recurrían a las medicinas aun-
que allá por el 1976, cuando se recuerda el mayor ataque de esta
enfermedad, había pocos médicos en Atoyac y además el remedio
era simple, medio vaso de leche de burra, de preferencia negra y los
chamacos se aliviaban, creo que se morían los niños cuyos padres no
querían acudir a estos remedios.
El bronquitis también era común, era una epidemia, también
cobró la vida de muchos niños, lo más reciente allá por 1975, el re-
medio era muy simple, sin acudir al médico mi mamá nos curó con
una infusión, hecha con un pedacito de concha de armadillo, cuatro
temalcuanes y tres pedacitos de cáscara de cirian.
En esos años hubo también brotes de pelagra, que se decía que
la trasmitía el marrano, ahora sabemos que es por falta de niacina.
La pelagra era terrible, cobró la vida de algunos niños, dicen que por
dejarlos jugar donde dormían los marranos.
Para nosotros los atoyaquenses las epidemias habían quedado
atrás, más de pronto nos amanecimos con la noticia que una nueva
epidemia se cernía sobre el mundo, la influenza porcina.
El lunes 27 de abril del 2009, parecía un día tranquilo a no ser
que por la mañana comenzaron a verse personas con cubrebocas
y comenzó la psicosis, la gente decía que ya había dos casos en el
hospital general, lo que resultó falso, pero en eso estábamos cuando
faltando unos minutos para las 12, se registró un sismo de 5.7 gra-
dos con movimientos trepidatorios y oscilatorios, lo que aumentó el
pánico en la región “es que diosito ya no nos quiere por pecadores”,
decía la señora donde paso a desayunar.
Ya para el martes 28 se habían suspendido las clases, en todas las
escuelas, se dispararon los precios de los cubrebocas de 50 centavos,
llegaron a costar 10 pesos, los sastres comenzaron fabricar cubrebo-
cas de telas por pedidos. También escasearon los productos farma-
céuticos con vitamina C. Siendo el miércoles 29 de abril se agrava la
psicosis, porque llegan masivamente los estudiantes y atoyanquen-
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Mil y una crónicas de Atoyac

ses que radican en el Distrito Federal, Estado de México y Morelos,


personal de la Secretaría de Salud, reparte cubrebocas en la terminal.
El jueves 30, el ayuntamiento de Atoyac suspende labores por la
contingencia, mandó a cerrar los centros nocturnos, restaurantes y
todos los negocios de comida, solo comida para llevar, estaba auto-
rizada. Se suspenden por primera vez, desde que tengo uso de razón
los festejos del día del niño. El ayuntamiento anuncia que no fes-
tejará a los pequeñines el sábado 2 de mayo como se tenía previsto
y que el informe de los 100 días programado para el domingo 3 se
pospone para el 9 de mayo.
El jueves 30 de abril por la mañana, una avioneta blanca con
franjas verdes, realizó vuelos rasantes por toda la ciudad, lo que acre-
centó la psicosis colectiva. Decía una vecina, ya nos cerraron los
negocios y ahora nos están fumigando ¿para qué? Más tarde, Mar-
cos Villegas, se confirmaría que esa avioneta aterrizó en El Ticuí y
que estaba fumigando las plantaciones de mango, para combatir la
mosca de la fruta.
Para el colmo de los males, el día uno de mayo, que amanecimos
todos temerosos, porque había muchos chilangos en los alrededores
y algunos pensaron refugiarse en la sierra donde el aire el limpísimo,
vuelve a temblar por la tarde 4.7 grados con epicentro en Acapulco.
Si de por si andamos temblorosos del cuerpo y ahora nos tiem-
bla la tierra.

El Salto Grande, un lugar de recreo


El Salto es una comunidad que se fundó allá por 1915, el primero
que llegó a vivir ahí fue don Eusebio Téllez, luego las familias Castro
y Benítez, vivían allí don Isabel e Ignacio Benítez, Miguel Castro.
Le llamaron el Salto Grande, porque había otro pueblito que se lla-
maba el Salto Chiquito en los terrenos de don Marcelino Mariscal.
El Salto Grande tenía 14 casitas en 1956. En ese tiempo se fue-
ron sumando otras familias como los Cruz, los Aguilar, los Caballe-
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Víctor Cardona Galindo

ro, los Martínez Bautista, los Guzmán y Zaragoza, una vez que fue
creciendo tuvo su primer comisario en 1959 que fue don Celestino
Benítez.
Las tierras del Salto pertenecen al ejido de Mezcaltepec. Men-
ciono estos datos porque el río cercano a esta comunidad se ha con-
vertido en lugar de recreo de muchos atoyaquenses y visitantes. Para
llegar ahí son cinco kilómetros, de la cabecera municipal de Atoyac,
hasta el entronque de la comunidad y de ahí 600 metros de terrace-
ría hasta el río, encontrará una poza de cristalinas aguas rodeadas de
enramadas, donde se venden camarones de río, sopes y todo tipo de
carnes, acompañadas de su cerveza bien fría.
A la orilla del río hay unos árboles muy frondosos, donde usted
puede llevar su asador de carne y cocinar para la familia mientras
se bañan en las frescas aguas. O si prefiere acompañado de un visor
usted puede atrapar personalmente los camarones que consumirá,
respetando las hembras embarazadas claro está, usted va a notarlas
por las hueveras que tienen en su pancita.
Cuando uno mismo se mete al río para atrapar los camarones
que comerá, el relajamiento es total, aunque si es muy malo, como
yo, para pescar camarones, mejor le recomiendo que lleve su provi-
sión de carne, o pida el platillo de su preferencia en una de las enra-
madas, porque a pesar de no haber atrapado los camarones suficien-
tes saldrá del agua con mucha hambre, porque al andar buceando
verá como los camarones salen de una piedra y se meten a otra. Es
muy emocionante créame y aunque no haya agarrado ninguno, el
susto a los camarones nadie se los quita.
Al primero que se ocurrió que el Salto podría ser un lugar tu-
rístico, a fue Ladislao Sotelo Bello cuando fue presidente munici-
pal por segunda vez. Luego José Cruz, Tirso Silva, Ofelio Benítez,
Gonzalo Caballero y Francisco Téllez se asociaron para poner las
primeras cuatro enramadas.
Antes de 1975, se llegaba al Salto por medio de un Camino
Real, que entraba en el lugar conocido como Las Compuertas y
salía en La Cumbre, entre el 75 y 76 quedó terminado en camino
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Mil y una crónicas de Atoyac

de terracería y el 2008 en la gestión del alcalde Pedro Brito García


quedó pavimentada la carretera, por eso si decide visitarlo en menos
de medio hora estará bañándose en las frescas aguas del río.
Los habitantes del Salto, siembran maíz y frijol de temporal y de
riego. El pueblo toma su nombre de la cascada que se forma en el río
de Atoyac abajo de la población, el río baja por una laja muy grande
y cae en el fondo del acantilado, formando un espectáculo natural
muy impresionante. Más abajo como a medio kilómetro está el Sal-
to Chiquito una cascada preciosa que puede verse sentado bajo la
sombra de los cuajinicuiles o puede nadar si quiere. Pero como está
muy solitario, los visitantes se conforman con mirar.
Frente al Salto está el cerro Cabeza de Perro una de las mon-
tañas más grandes del municipio de Atoyac, donde la leyenda dice
que está escondido el tesoro de Juan Álvarez y el cuyas faldas Lucio
Cabañas establecía su campamento guerrillero. Se puede subir sólo
por la comunidad de Agua Fría.
El cerro tiene su encanto, Francisco Galeana Nogueda en su
libro Conflicto sentimental. Memorias de un bachiller en humanida-
des, escribió “…el cerro está al norte de Atoyac, Cabeza de Perro,
que tiene un aspecto estéril y desértico; no nos muestra el tono azul
como los otros, sino que es de faz blanca como montaña nevada”.
Me viene a la memoria de inmediato el cuento o leyenda del ce-
rro: “Se ha dicho y se sigue diciendo hasta la fecha, que en cerro o en
la cárcel que encierra su verde selva, existe una hermosa laguna, cuyo
encanto consiste en vestirse de multicolor ropaje cuando el sol diluye
sus rayos blanquecinos sobra la faz azul de su rostro cristalino”.
Y a la vez, en dicho perímetro abunda lujuriosa floresta, y en
cuanto a su fauna hasta el ave del paraíso surca con sus alas medrosas
el cielo limitado e impasible. La laguna hechizada tiene de todo y la
habitan hermosas ninfas.
El arroyo grande nace en esta laguna, cuyos bordes según cuen-
tan quienes tuvieron la dicha de experimentar este sortilegio, for-
man el más bello ramillete de flores exóticas y raras; viñedos cuyas
frutas almibaradas satisfacen al paladar más exigente.
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Víctor Cardona Galindo

Todo este sopor lo sentían quienes en alguna ocasión se aven-


turaban por esos contornos, pues se cree que es el lugar donde los
habitantes de Tecpan, temerosos de las incursiones de los tarascos
guiados por su rey Caltzontzin, depositaron sus riquezas en oro y
piedras preciosas, tesoro que se cree que existe hasta la fecha.
Un nativo del pueblo de Atoyac, según versiones, entregó al
general Juan Álvarez un pergamino, el cual contenía el mapa que
señalaba exactamente el sitio donde estaba este encantamiento, con
el objeto de que el patricio usara este tesoro para la causa de la In-
dependencia; no sabemos si lo encontró, aunque se cree que no fue
hallado y sigue reflejando en determinado tiempo la dorada llama
de su existencia.

¿Dónde ir a comer en Atoyac?


Les dije que el menú era variado. En Atoyac hay casi de todo, para
desayunar en calle Nicolás Bravo y Agustín Ramírez encontrará de
los más distintos platillos, desde una taza de café con pan o arroz,
platillos tradicionales, hasta los huevos con jamón, las albóndigas, el
pollo a la jardinera, también un platillo raro que se llama bajareque.
En esa zona están doña Bertha, doña Ema y doña Mine que gui-
san muy rico. Pero si se levantó temprano de su hotel o donde esté
hospedado, salga a dar una vuelta al zócalo, 7 u 8 de la mañana, que
a esa hora los tinguiliches, zanates y alondras que pernoctan en esa
plaza ya están remontando el vuelo y vaya donde doña Viky a tomar
un café negro acompañado de un rico arroz frito.
En la calle principal hay variedad, para comer puede ir usted
a los tacos con Lute que está a un costado de la plaza principal o
con Leno que esta frente a la terminal. Pero si usted desea algo más
fuerte puede irse a donde Chavelona a comer un caldo de cuatete,
aunque para esto hay que llevar compañía porque recuerde que al
cuatete le dicen “quiebra catre”, por las propiedades afrodisíacas que
muchos dicen que tiene. A Paulina le salen muy bien el salpicón y la
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Mil y una crónicas de Atoyac

carne de puerco entomatada, con tortillas de comal echadas a mano,


Paulina está en la calle principal frente a una súper tienda nueva que
acaban de abrir.
Y si busca algo más cercano a la naturaleza y sin salir de la ciu-
dad vaya al Cuyotomate, donde encontrará una variedad de comida
mexicana, cerca de la frescura del río y donde también puede bañar-
se en la poza que existe ahí. Se le antojó un marisco, pues vaya con
Paty en la calle principal o con Blas que tiene su negocio cerca del
centro.
Pero si a usted se le hizo noche, se va aquedar en Atoyac, cerca
de la zona de hoteles en el callejón Montes de Oca está doña Ruma,
quien todas las noches saca su comal y vende una variedad de an-
tojitos mexicanos, aunque las que ya se han vuelto internacionales,
son sus sabrosas picadas o sopes como les quiera usted llamar, hay de
champiñones, de tinga, de rajas, de pollo y queso Oaxaca.
Con Ruma han ido a comer norteamericanos, españoles, fran-
ceses e italianos, antropólogos, arqueólogos y defensores de los dere-
chos humanos y todos se han llevado un buen sabor de boca. En la
calle principal puede ir con don Paco quien tiene una gran variedad
de comidas de cocina internacional y mexicana, le recomiendo un
pollo almendrado o agridulce. Puede ser un Chaw Fan que a la es-
posa de don Paco le sale muy rico.
Si gusta de taquitos de cecina, de ubre, tripa o carne enchilada,
le recomiendo que vaya a la calle Galeana, ahí a hay un pequeño
negocio que se llama la Cebollita Roja, donde las salsas le va encan-
tar y los ricos tacos. Susana Oviedo y Álvaro López Miramontes se
fueron encantados y queriendo regresar después de cenar ahí. En esa
calle también puede encontrar tamales y atole de plátano o de piña,
depende de lo que guste.
Si quiere echar la copa y pasar una velada con la naturaleza vaya
donde el Cachi, puede pagar un taxi que lo lleve, o si trae vehículo
enfile rumbo al Ticuí y de ahí a la colonia Lázaro Cárdenas, en
un lugar llamado Juanacaxtle ahí está el Cachi, tiene de todo, una
guitarra con la que le hará pasar una velada inolvidable. El 24 y 25
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Víctor Cardona Galindo

de abril pasado hubo una Convención Estatal de Periodistas, por la


noche un grupo de ellos se organizaron y se fueron a pasar una vela-
da donde el Cachi y se llevaron un buen sabor de boca. En el centro
también hay buenos lugares donde usted con tranquilidad puede
echar la copa antes de regresar a su hotel.

Los cocodrilos siempre han estado aquí


De pronto corrió la noticia de que había cocodrilos en el río. Hubo
quien culpó a las autoridades de antemano, por si algo le pasaba a un
cristiano. El área de ecología del ayuntamiento, se puso en marcha
donde habían visto los anfibios. En La Poza del Muerto, dijeron. Se
hizo el operativo y atraparon un espécimen de un tamaño regular.
Los lagartos, siempre han estado en el río. Desde hace tiempo el
Cachi está diciendo que los ha visto asoleándose. En otros momen-
tos han atrapado cocodrilos en el río. Nunca a nadie le ha pasado
nada. Más bien, son los cocodrilos los que corren peligro, por eso
hay que rescatarlos de ahí y llevarlos a un lugar seguro.
Los saurios en el río son realidad y leyenda, cuando niños, mi
papá nos contaba de los encantos en el río en la sierra. Podían ser
pozas profundas en donde habitaban peces de colores. Por más que
quisieran atraparlos, se escabullían y cuando alguien se lanzaba con
un visor entonces se iban a lo más profundo, que parecía no tener
fin. Ningún cristiano podría alcanzar el fondo sólo a pulmón.
Se decía que los peces de colores eran señuelos de los lagartos
que habitaban en lo más profundo de la poza. “Los peces de colores
eran la trampa, para que los siguieran hasta el hocico del lagarto”.
Hubo quien osó decir que medían más de cinco metros y que un
ejemplar estuvo asoleándose frente a sus ojos. Por las noches se oían
sus coletazos, el sonido, enchinaba el cuero, asustaba a los cazadores
que huían despavoridos del lugar.
No hay antecedentes cercanos de que en la región alguna per-
sona haya sido atacada por un cocodrilo. La maestra Guadalupe
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Mil y una crónicas de Atoyac

Galeana Marín, nuestra sindica, me contó que en San Nicolás, mu-


nicipio de Coyuca de Benítez, allá por los años treinta, un niño bajó
al estero a lavar una papaya, la ensartó en un machetito y desde un
puente de madera se agachó para alcanzar el agua, de pronto un
cocodrilo le saltó y se lo llevó a lo profundo de la laguna.
El niño tenía poco más de ocho años. El papá lo buscó, sólo en-
contró el sombrerito y la papaya flotando en el estero, el agua estaba
revuelta, buscó a su hijo sin encontrarlo, pensó, por las señas que
vio, que un cocodrilo se lo había llevado. Fue a San Nicolás a buscar
ayuda donde los hombres del pueblo, se dieron a la tarea de buscar
por toda la orilla de la laguna.
Cuando se hizo de noche, con hachones montaron guardia por
toda la orilla del agua, hasta que en la madrugada escucharon cole-
tazos. El cocodrilo había salido del agua a desbaratar a coletazos su
presa para podérsela comer. Los vecinos cayeron sobre el cocodrilo
al que atraparon y lo amarraron bajo un gran árbol de mango. El
papá, después de recuperar el cuerpo de su hijo, pidió que quema-
ran vivo al saurio. Así lo hicieron, le echaron petróleo y le prendie-
ron fuego, el cocodrilo bramaba de una manera espantosa que se
escuchaba en todo el pueblo.
Otra noticia que encontré sobre cocodrilos es una que se publi-
có hace 120 años en el Diario Oficial del Gobierno, el martes 19 de
marzo de 1889, la nota dice que en el margen de uno de los esteros
de Tetitlán, formado por la barra del río Técpan, distrito de Galeana,
fueron atacadas por un enorme caimán una pobre mujer y su hija
que se encontraban por aquellos lugares recogiendo algodón. Víc-
timas de las heridas causadas por la fiera sucumbió primero la hija
y después de algunas horas la infeliz madre. Señala la nota: “Este
acontecimiento que ha consternado a los habitantes de los lugares
inmediatos, acaeció en principios de la semana próxima pasada”.
Aquí hablan de un caimán, quizá por el desconocimiento que
tenían las autoridades de diferenciar un caimán de un cocodrilo.
Recientemente no se habla de caimanes, más bien se han visto co-
codrilos.
21
Víctor Cardona Galindo

De los cocodrilos se dicen muchas cosas, incluso don Francisco


Galeana Nogueda en su libro Conflicto sentimental. Memorias de un
bachiller en humanidades (páginas 44 y 45) narra que en el río Ato-
yac, en “la Piedra del Zacate” llamada así porque estaba rodeada de
plantas silvestres y lama verde azulosa cuyas profundas aguas refleja-
ban a la superficie un oscuro tenebroso, donde en ocasiones aparecía
una pareja de cocodrilos que se aventuraban a subir la corriente del
río desde su desembocadura”.
Se han contado algunos cuentos, sobre cocodrilos, dicen que
don José Olea, el dueño de una funeraria que hubo aquí en el cen-
tro de Atoyac, tenía ocultos unos cocodrilos, a los que alimentaba
con las vísceras de los muertos y que cuando se cansó de ellos los
fue a tirar al río, precisamente por el rumbo de La Poza del Muerto.
Sin embargo, sólo son rumores porque nadie me pudo confirmar a
ciencia cierta de la existencia de esos saurios en la funeraria y todo
ha quedado como una especie de leyenda urbana.
Sin embargo, aunque parezca tenebroso los cocodrilos siempre
han estado aquí, en el río y en casas de la cabecera municipal, allá
entre 1965 y 1970, en las instalaciones de la compañía Silvicultora
Industrial que estaba ubicada entre la carretera a la sierra y la calle
Florida, tenían dos ejemplares de cocodrilos, pero una vez que cre-
ció el arroyo que pasa por ahí se los llevó.
En 1998, mi compadre Zósimo agarró un pequeño cocodrilo en
el arroyo Cohetero, abajito de la colonia Francisco Villa, el anfibio
había hecho su hábitat en las pequeñas pozas de agua que hay por
ahí, bajo unos frondosos árboles. Mi compadre lo espió, le puso una
trampa y lo atrapó, lo tuvo como tres semana encadenado como
si fuera un perrito, pero Chinto fue a verlo, le hizo ojo y se murió,
porque “estaba muy chistosito el animalito”.
Luego en el año 2000 cuando Gabriel Castillo Radilla era direc-
tor de protección civil del ayuntamiento se atrapó un cocodrilo en
el canal de riego frente a la unidad habitacional Nuevo Horizonte,
medía más de dos metros y medio de largo. Vino gente especializada
de la Ciudad de México que lo trasladó a un zoológico.
22
Mil y una crónicas de Atoyac

También en la colonia Sonora en los terrenos que son propiedad


de la familia Mariscal tenían encerrado un cocodrilo que medía casi
dos metros de largo, estaba en un estanque y a los propietarios ya
se les hacía difícil darle de comer. Los vecinos y la directora de la
escuela Juan R. Escudero denunciaron esto a las autoridades muni-
cipales, porque los niños del mencionado plantel a la hora del recreo
se divertían viendo el cocodrilo.
En junio del 2006, fue capturado un cocodrilo en la comunidad
de Zacualpan. El saurio media más de dos metros y medio. Este
ejemplar murió a finales de ese mes en un estanque del ayuntamien-
to debido a que tenía fracturada la quijada, porque el campesino
que lo atrapó lo lazó y lo jaló con un caballo. Este ejemplar era
hembra y estaba embarazada. A lo mejor cuando salió a poner sus
huevos fue atrapada por el campesino.
Otro caso ocurrió en abril del 2007, el campesino Armando
Serrano Solís capturó un cocodrilo que medía un metro con 30 cen-
tímetros de largo, en una laguna localizada en las inmediaciones de
Corral Falso, de éste se ignora que fin tuvo porque las autoridades ya
no informaron a la opinión publica del seguimiento, debido a que
el campesino quería tres mil pesos para entregarlo, de lo contrario lo
devolvería a donde lo atrapó.
Hace unos días pobladores de la parte sur de la ciudad, denun-
ciaron que habían visto cocodrilos en La Poza del Muerto.
A raíz de esta denuncia el Departamento de Ecología y el jefe
de policía ecológica, Roberto Hernández López, acudió al lugar con
catorce hombres a su cargo para verificar, y efectivamente se avista-
ron tres ejemplares de los ocho reportados por los vecinos.
Por lo que se puso en marcha a un operativo intenso de búsque-
da, que duró 15 días, implementado por la Secretaría de Seguridad
Pública a cargo de Josué Iván Gervasio Nava, en coordinación con
el Departamento de Policía Ecológica y el jefe Operativo del Medio
Ambiente, Yasir Hernández López.
El día 3 de marzo a las 17:15 horas, ante la presencia del alcalde
municipal Carlos Armando Bello Gómez, se capturó un ejemplar
23
Víctor Cardona Galindo

denominado cocodrilo americano (cocodrylus accutus) de un metro


con treinta centímetros de largo, asegurándosele en un estanque del
ayuntamiento Municipal, mismo que luego fue puesto a disposición
de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente.
Esa dependencia lo trasladó a la unidad de Conservación de la
Vida Silvestre, en la carretera Acapulco-Zihuatanejo del municipio
de Coyuca de Benítez, donde se depositó para salvaguardar su vida,
ya que esa unidad de manejo cuenta con las instalaciones necesarias,
vigilancia veterinaria, cuidado y alimentación propia de su especie.
Asimismo, el personal de ecología ha estado resguardando el
lugar llamado La Poza del Muerto, desde hace algunas semanas con
el propósito de cuidar que estos anfibios no sean atacados por caza-
dores furtivos.
De la semana del 23 al 27 de marzo, a petición del gobierno
municipal, estuvo en este municipio el cazador de cocodrilos, Ro-
berto Piza Ríos, mejor conocido como Tamakún, para capturar a
estos animales y reubicarlos en su hábitat natural, los cuales serían
capturados con trampas especiales para lo cual Tamakún colaboró
con el área operativa del departamento de ecología y el jefe de la
policía ecológica con sus elementos.
Sin embargo, a pesar de que acamparon de día y de noche en
la orilla del río, no apareció ningún cocodrilo, al parecer olieron a
Tamakún y se fueron. En una exploración que se hizo por el río se
encontró en descomposición el cuerpo de un cocodrilo muerto por
arma de fuego. Lo que quiere decir que ya hay cazadores furtivos
amenazándolos permanentemente. Por eso urge que los ejemplares
que tienen su hábitat en la parte sur del río Atoyac, sean trasladados
a un lugar seguro, para seguir preservando su especie.
Sin embargo sabemos que seguirán subiendo del estero de Ha-
cienda de Cabañas a las pozas de la parte sur del río Atoyac, con el
objetivo de alejarse del ajetreo que producen los visitantes al estero.
Las pozas de la parte sur del río Atoyac se han vuelto el refugio de
algunas especies como la nutria y de diferentes peces en peligro de
extinción. Ojalá los preservemos.
24
Mil y una crónicas de Atoyac

El día 11 de febrero del 2010, en una bodega atrás del restauran-


te El Bodeguero a unos 200 metros del río, en el número uno de la
calle Jacarandas del fraccionamiento Adame, personal de protección
civil atrapó un cocodrilo de 220 centímetros de lago y unos 70 kilos
de peso, fue llevado a las instalaciones del ayuntamiento y de ahí a
una unidad de manejo animal. El viernes 6 de mayo del 2011, ma-
taron un cocodrilo que medía un metro con setenta centímetros, en
La Poza del Muerto, lo disecaron.
El 20 de mayo del 2011, bajo del puente de la calle Reforma
unos niños dieron muerte a un raro espécimen de alacrán de víbora
como a las ocho de la mañana. El cuerpo fue llevado al ayuntamien-
to y la dirección de ecología le dio sepultura en la parota que está en
las instalaciones del ayuntamiento (ex cuartel militar).
El sábado 21 de mayo del 2011 por la tarde en el arroyo cohe-
tero a la atura del puente de Reforma atraparon un cocodrilo que
midió 75 centímetros por 10 de ancho. Fue enviado por la dirección
de ecología a la Unidad de Manejo de Vida Silvestre Paraíso de los
Manglares, en Coyuca de Benítez.
A finales de noviembre del 2012 agarraron un cocodrilo en la
inmediaciones de La Poza del Muerto, tenía aproximadamente siete
meses de nacido y media un poquito más de medio metro.
De tres a cuatro de la tarde del 22 de octubre de 2014, la policía
municipal agarró en arroyo Ancho, a la altura del puente de la colo-
nia 18 de Mayo, dos cocodrilos como de ocho meses de nacido, un
macho que medía un metro con 19 centímetros y una hembra que
medía un metro con 10 centímetros, informó Praxedes Piza Ríos,
director de ecología municipal.

La enfermedad de Lázaro
Esos territorios eran selvas muy espesas, cuando llegaron los prime-
ros habitantes. Muchos lugares nunca habían sido pisados por un
pie humano. Custodio estaba perdiendo la piel, se le descarnaba,
25
Víctor Cardona Galindo

ya no sentía las extremidades, el mal era incurable, era la enferme-


dad de Lázaro, lepra le llamaban algunos. Nadie se le acercaba ni
siquiera la gente que más lo quería y fue condenado al destierro. Los
vecinos lo apedreaban sin que nadie lo defendiera.
Su familia y sus amigos de la infancia lo abandonaron, tuvo
que huir del pueblo y se refugió allá a lo lejos, donde había águilas
cuyas alas medían tres metros. Se fue y encontró un lugar donde
florecían las palmeras de cayaco. Era un pequeño prado, cruzado
por un arroyito tan pequeño que amenazaba con secarse. Ese lugar
escogió para morir.
Había una variedad de plantas comestibles, recostó su cuerpo en
el pasto y durmió. Despertó tenía sed, tomó agua del arroyito y curó
la resequedad que sentía en la garganta.
Ahí estuvo tomando agua y comiendo los cayacos que abría
con unas piedras. Cuando se enfadaba de los coquitos, consumía
las plantas agridulces que poblaban el lugar. De comer no le faltaba.
Un día al despertar vio como sus heridas iban desapareciendo.
Comenzó a sentir las extremidades. Lloró de alegría y siguió ahí.
Hasta que se curó completamente, entonces buscó el motivo de su
alivio. Siguió el arroyo y llegó hasta donde brotaba el agua de una
ladera y encontró el cadáver de una víbora que se estaba deshacien-
do en el pequeño ojo de agua que se formaba.

El Nache
A veces pienso que la vida en la ciudad de Atoyac comienza en la
calle Reforma. La calle Reforma, para los que no saben, comienza
donde estaba antes la terminal de autobuses Estrella de Oro, ahora
está la farmacia Del Ahorro. Frente a donde tiene su veterinaria Ar-
senio Juárez. En esa calle durante mucho tiempo estuvo el grupo de
alcohólicos anónimos Nuevo Amanecer.
Muy temprano por la mañana se llena de carretilleros, frente a la
panadería de don Natalio. Llegan las vendedoras de la parte baja del
26
Mil y una crónicas de Atoyac

municipio, traen girasoles, ramas de albahaca, mangos y toda una


serie de productos. Las combis se paran en el puente. A diferencia
de la calle Aquiles Serdán, en Reforma el transito va haciéndose más
denso.
En esta calle confluyen las combis que vienen del Ticuí, la co-
lonia Miranda Fonseca, las que vienen de Alcholoa, Zacualpan, la
Mártires, San Jerónimo y la colonia 18 de Mayo. Eso nada más para
mencionar las rutas de transporte. Porque si mencionara una a una
las comunidades cuya puerta de entrada a la ciudad es Reforma en-
tonces no acabaría pronto.
Yo camino por Reforma todos los días para ir al trabajo, me
bajo en el puente cuando vengo del Ticuí, al bajarme a veces veo un
campesino que afila su machete en uno de los muros del puente. Ese
puente que se construyó después del 2004, año en que azotó a esta
ciudad una tromba, por esas fechas yo tenía mi estudio, en las rive-
ras del arroyo. Todo mi archivo se perdió en la inundación, un tra-
bajo de 14 años de investigación y acumulación se los llevó el agua.
Creo que hasta entonces supe que la calle se llamaba Reforma
y que no era una prolongación de la avenida Aquiles Serdán como
yo creía.
Si me bajo en el puente, es porque en la esquina de Reforma
con Nicolás Bravo, se pone el Nanche a vender los periódicos. Ya
los taxistas conocen el lugar como la esquina del Nanche. En futuro
cuando se le siga llamando así pensarán que había un árbol de ese
fruto en ese lugar, como la parada del tamarindo donde ya no hay
tamarindo.
Nuestro amigo el “periodista” no se llama Nanche, así le decimos
por ser del Nanchal. El Nanche es todo un personaje su nombre
verdadero es Cervelio García Sánchez, pero en desmadre los amigos
le dicen Cervecelio, porque era bien borracho, hasta que se le apa-
reció un encapuchado rumbo a El Nanchal dejó de beber, y ya no
volvió a su pueblo, se quedó a vivir en la ciudad. Cuando escribí la
primera parte de éste relato en el Atl y lo subí a Facebook apareció el
encapuchado, dio la cara y en confianza contó que todas las noches
27
Víctor Cardona Galindo

Cervelio pasaba borracho y apedreaba las casas y a los perros que le


ladraban hasta el cansancio. Por eso decidió espantarlo. Se puso un
sombrero negro, se cubrió parte de la cara, se puso un capote y con
un garrote largo se puso en el camino fumándose un puro. Cuando
el Nanche iba a comenzar a corretear los perros, el encapuchado
le dio una fumada al puro y únicamente se vio la braza en el aire.
Al Nanche hasta la borrachera se quitó y se regresó corriendo a la
ciudad. Desde entonces no se va de noche a su pueblo ya vive aquí.
El Nanche fue el primero que les enseñó a unos periodistas, en-
tre ellos a Misael Habana de los Santos de la revista Milenio y a los
del Sur, donde estaba la tumba del guerrillero Lucio Cabañas Ba-
rrientos. Salió fotografiado en El Sur con su sombrero viejo, sentado
sobre la tumba. Desde entonces ese periódico lo guarda como su
máximo tesoro.
Cuando vinieron los delegados zapatistas en marzo de 1999 a
promover “La consulta por la paz y la democracia”, una noche sólo
Cervecelio y su servilleta, nos quedamos de guardia. Yo era corres-
ponsal del Sur y Cervelio estaba bien borracho como era su costum-
bre. Ya se iba, pero para que se quedara le invité una caguama, ahí
nos quedamos toda la noche. El Nanche no dejó de hablar de todos
los políticos y de los amigos. Ya por la mañana llegó Carlos Queve-
do, se puso al frente de la guardia, y me fui desayunar un arroz frito
con café al mercado y el Nanche se fue a curársela.
El Nanche se hizo voceador —periodiquero más bien— vendien-
do el semanario Atl. Felipe Fierro le daba los periódicos para que los
vendiera. Muchas veces se quedó dormido en los corredores con el
paquete de periódicos como almohada. Otras veces la gente le iba
a decir a Felipe que el Nanche ya había empeñado el paquete de pe-
riódicos en una cantina. Felipe iba y lo desempeñaba y se los volvía
dar al Nanche. El Nanche fue una de las causas que Felipe se desca-
pitalizara y el Atl dejara de salir regularmente, y ya cuando el Atl no
salía, le decía a todos que Felipe no sacaba el periódico porque Pedro
Brito le había untado la mano con un billete, comentaba risueño:
“Ese Felipe ya se vendió”.
28
Mil y una crónicas de Atoyac

Por la mañana para estar con el Nanche se juntan muchos ami-


gos, por ahí llega Sambry, mi compadre Paco Magaña, el Pollito,
Dimis y uno que otro chico de negligé, que van a enterarse de los
chismes de la mañana porque que el Nanche los tiene frescos, aún los
que no se han publicado todavía.
Muchos pasan en sus carros a comprar el periódico y le dicen: “y
ahora cuántos muertos hubo”. El Nanche se limita a decir: “deja de
estar chingando y llévate el periódico”. Los automovilistas bajan la
ventanilla y él les alcanza El Sur, o El Objetivo, El Despertar o El Sol
de Acapulco según el cliente.
Cuando alguien le dice una chanza contesta: “déjate de pendeja-
das”. Mientras ríe mostrando la ventana de los dientes que le faltan.
El Nanche para todos tiene, de mí dice que yo era el que le la-
vaba las manos con alcohol a Pedro Brito, que tengo guardado el
recipiente y que lo voy a poner en un museo.
Del doctor Sergio dice que no pudo curar a Casanga y que se
curó con Paulillo. De Layo dice que ya no puede ni con su alma. Y
de Adolfo Godoy que ya no se baja del carro ni para recibir el perió-
dico y que no arregla ni donde se duerme.
El Nanche está enterado de la política y de los chismes del día.
Ahora ya no bebe y se dedica todo el día a vender el periódico, la
venta del Sur es su principal actividad, yo le digo que gana más
que Juan Angulo, porque si no termina el periódico en la esquina
recorre la ciudad, gritándole a todo mundo ¡El Sur! O grita alguna
chanza, depende de cómo se lleve con la gente con la que se topa en
el camino.
Cuando balacearon las oficinas del Sur lo encontré por la ma-
ñana preocupado me dijo —imagínate si cierran el periódico, va
estar de la chingada, que voy a comer—. Unos días fue un vendedor
clandestino, pues al recorrer la ciudad no gritaba “¡El Sur”!, como
siempre, solamente gritaba “¡El periódico!”, pues en fin. El miedo
no anda el burro.

29
Víctor Cardona Galindo

Un recorrido por mi ciudad


I
El bocote sólo florea en noviembre. Las atoyaquenses del pasado
eran muy laboriosas y hacían las coronas para sus ofrendas con puras
flores de este árbol. Cuando las flores caen en la pila de agua, pri-
mero flotan y después se aplanan, que parecen diminutas estrellas
de mar.
Mi ciudad está rodeada de bocotales. Son los árboles que pue-
blan el panteón y vuelven blanco el camino a Todos los Santos. El
ahuejote amarillo, alterna con el primavero, es enero, otro año co-
mienza, el bocote palidece.
Desde la altura de los cerros poco a poco la ciudad se va tor-
nando plateada. Debido al calentamiento global, muchas familias
no resisten el calor bajo las casas de azotea, por eso les construyen
encima techos de láminas galvanizadas, para mitigar los rayos del
sol. Por eso a lo lejos los techos refractan la luz, la ciudad asemeja
una gran laguna, poco a poco la gente se va olvidando de los tejados.
Hace 33 años toda la noche se oía el tronar de la quebradora
triturando las piedras que utilizaron para construir los canales de
riego y por la mañana, a las seis, se percibían los tambores a lo lejos,
eran las dianas en el cuartel del 49 batallón de infantería, que des-
pertaban a todos a la misma hora. Al norte se escuchaban disparos
a todas horas, era el campo de tiro, donde la tropa de cuartel hacía
sus prácticas.
Ahora ya no están esos sonidos. Aunque al nacer el 2012 se
escuchó una multitud de disparos, de todos los calibres habidos. A
pesar de lo que se diga Atoyac es muy bonito y tiene algo que nos
obliga a regresar. Como dice mi comadre “Al llegar aquí nos senti-
mos seguros y sentimos bonito respirar ese aire que viene de la sierra
por la noche en diciembre”.
Pero para saber que tiene, los invito a un recorrido por mi ciu-
dad.

30
Mil y una crónicas de Atoyac

Las enchiladas del mercado “Las de pollo ausente”. Que son


deliciosas hechas con la receta secreta de doña Francisca Castro Me-
sino. Son solamente unas tortillas enrolladas bañadas con una salsa
de chile guajillo, rociadas de queso rallado y cebolla picada. Según
su creadora lo sabroso consiste en la mano. Las personas que las
prueban una vez, las vuelven a comer. Se llega a decir que quien no
conoce las enchiladas del mercado no conoce a Atoyac.
En el mercado, Secundino Catarino Crispín y Marcos Loza Rol-
dán, pintaron un mural que rememora todas las facetas de la lucha
del pueblo mexicano, está en las escaleras, ya para subir a las fondas,
donde por las mañanas los trasnochados deambulan. Muchos sierre-
ños van buscando un café con leche y un plato de arroz frito.
Al fondo de las fondas tiene su cerrajería Poli, un gran amigo
muy dicharachero y alegre. El mercado se llama Perseverancia, por-
que antes ahí estuvo la plazuela La Perseverancia y mucho antes la
fábrica de mantas La Perseverancia. Así se ha venido transmitiendo
el nombre desde hace más de un siglo.
En una esquina del mercado se va para El Champurro, una casa
de citas donde se podía o se puede tomar una cerveza y conseguir
una chamacona, “un bolletín” decía Octavio “tengo que guardar
para los bolletines” es la frase que me dejó de recuerdo mi gran ami-
go. Donde Champurro siempre se pudieron conseguir baratos los
“bolletines”. Se conoce así el lugar porque a su propietario le decían
Champurro de quien se recuerda la anécdota que siendo fotógrafo
fue a tomar una foto a un difunto en San Jerónimo, pero al impri-
mir las placas solo le salieron los pies. La señora que le había pedido
el trabajo le reclamó, porque sólo habían salido las extremidades
entonces Champurro contestó “de gracias que le agarré aunque sea
los pies, porque ya se iba al cielo”.
Bajando por donde Champurro al río se encuentra un eterno ba-
surero que se niega a desaparecer. La demanda de basura es mucha y
a veces no se alcanza a satisfacer y se acumula. Dando un mal aspec-
to. En esa zona bajo una ceiba hace poco encontré a un ciudadano
que se quedó a vivir ahí porque al salir de la cárcel ya no encontró a
31
Víctor Cardona Galindo

su familia y no le quedó otra que construir una casa bajo ese fron-
doso árbol. Otras familias también viven cerca de ese basurero, en
improvisadas casas.
Por ese rumbo está El Calvario, se llama así porque ahí se mon-
taba una representación de la crucifixión de Jesús. Por la noche son
los dominios de la mujer de blanco, a la que Felipe Fierro hace alu-
sión en un cuento de su libro El silencio del viento. En el Calvario
muchos años estuvo el cuartel militar, luego las oficinas del pri. Por
el día, antes de subir están las pescaderas, el rumbo todo huele a
pescado seco. Luego siguen las verduleras con su particular alegría,
esa esquina es muy concurrida para los que acuden a comprar sus
encargos.
Pero la vida del mercado comienza por el callejón Victoria, es-
quina con Aldama. Esa es una esquina muy bulliciosa, ahí se esta-
cionan las combis que hacen el servicio de pasaje rumbo al Ticuí,
la 27 zona militar y la colonia Miranda Fonseca. Los domingos la
barbacoa que trae el Güero de San Jerónimo, es tan sabrosa que los
tamales vuelan y en dos horas ya no hay ni para remedio. Ahí se
ponen los vendedores de queso que vienen de los Sanluises. Oscura
la mañana también llegan los camiones de verduras, los que traen las
flores y los vendedores de panocha que vienen de Potrero de Carlos.
En Insurgentes y Aldama llegan los domingos los habitantes de
Caña de Agua con su cargamento de escobas de palma que entregan
en diferentes establecimientos. Luego se ponen en Aldama frente
al billar a esperar a sus compañeros para retornar por la tarde a su
pueblo que se encuentra en el cerro frente al Ticuí. Los cañandongos,
les llaman despectivamente los ticuiseños, son gente muy pacífica
que vive de la agricultura, de la fabricación de escobas y de la cría
de animales.
Por la mañana en los días hábiles, como dicen los burócratas; en
las cuatro esquinas que hace la terminación de Aldama y comienza
Insurgentes, el callejón y el puente del Ticuí, se hace un aglomera-
ción. Faltando 15 para las ocho es la hora pico, una fila de carros
espera entrar al puente, mientras los otros vienen y salen por el úni-
32
Mil y una crónicas de Atoyac

co carril que el gobierno de Ruiz Massieu consideró que necesitaba.


Como si la ciudad nunca fuera a crecer.
En las motos llegan montados de a tres, el joven o señor que va
a su trabajo, la señora que lleva al niño a la escuela o va al mercado.
Las motos descargan y salen disparadas por Insurgentes frente al
viejo rastro que olvidó su mal olor.
Los del rastro, hombres indómitos que casi al final del gobierno
de Pedro Brito García mataron una vaca frente a la presidencia en la
Ciudad de los Servicios. No se querían ir a nuevo rastro. Pedro les
entregó una camioneta cerrada para transportar carne y se fueron
al nuevo matadero que está en la colonia Lomas del Sur donde mi
zanca Marcos García Patricio, Aco, ahora es el director y se han me-
jorado las condiciones en las que se sacrifican los animales.
En Insurgentes muchas señoras se bajan de la combi y llevan
casi arrastrando a sus hijos a la escuela y es que muchos aunque exis-
te la primaria Valentín Gómez Farías en el Ticuí, prefieren traerlos
a la Juan Álvarez, o a la Modesto Alarcón. Las escuelas del Ticuí
perdieron su fama de antaño. Incluso la escuela secundaria federal
Enedino Ríos Radilla ahora apenas completa la matricula necesaria
para sobrevivir.
Hace tiempo, aunque atravesaban en pango, venían alumnos
de la sierra a estudiar en la Enedino, recuerdo a Domingo Arreola
Barrientos del Cucuyachi era muy inteligente. A Carmen y María
Félix Fierro Santiago de Agua Fría, quienes se hospedaban donde
doña Angelina Juárez en El Ticuí. Muchos como Limones, Erik y
Toño venían a estudiar del Río del Bálsamo, otros muchos de las
colonias de Atoyac que iban a clases a la Enedino que tenía fama de
calidad académica. Esos son los recuerdos que me trae esa esquina.
Por el otro lado del mercado al entrar al callejón de los chocomi-
les, está la rellenera, vende platillos de relleno, o relleno con bolillo.
Al fondo están las enchiladas del mercado “las de pollo ausente”
muy sabrosas, que dicen que quien las prueba, quiere más y cada vez
que vuelve a Atoyac va por ellas. Cerca están los hierberos, los que
venden santos. Los que no faltan en todas las entradas del mercado
33
Víctor Cardona Galindo

son los vendedores de discos piratas. Lo bueno es que como son


de aquí si una película o disco sale defectuoso lo cambian, “tienen
garantía”.
Por la mañana el callejón de los chocomiles está lleno, muchos
son los que acuden a desayunar, los carretilleros gritan “va el golpe
va el golpe”. A Rudy un amigo alemán le gustaba que en Atoyac
encontraba cerca de la casa jugos frescos de zanahoria y de naranja.
Por el callejón de los chocomiles, pasa rápido un hombre sin
camisa cargando una costilla de res, va rumbo a las carnicerías, su-
doroso, oreado por el sol, lleva la carne fresca. Mientras un carre-
terillero sale del mercado, con su carretilla llena delotes, las cama-
roneras se estrujan para no ser atropelladas, huele a pan, vainilla,
chocolate, a relleno, a barbacoa. Es un día cualquiera en el callejón
de los chochomiles.
En la esquina del callejón Niños Héroes con calle Juan Álvarez
se ponen las floreras: las que traen alcatraces y velos de novia del
Tambor y el Molote y girasoles de Cacalutla. En la esquina del ca-
llejón de los chocomiles un niño vende ramas de hierba santa. Le
pregunto —¿te puedo tomar una foto? —él se pone a llorar.

II
Por la mañana la calle Juan Álvarez en el centro, está llena de ta-
querías, de barbacoa de res o de chivo. Los tacos Lute son los más
sabrosos del rumbo.
En la calle principal está el sitio de taxis Álvarez, donde toda la
zoología, las oleaginosas, delincuentes famosos, profesionistas, per-
sonajes de películas y caricaturas manejan los coches que nos mue-
ven para todos lados. A muchos hemos llegado a estimarlos y los
sentimos como de nuestra familia. Bueno algunos lo son. El Frijol,
el Garbanzo y el Popeye son amigos. En Atoyac hay un total de 62
taxis. Al pedir un servicio no se asusten si se encuentran con que el
Choky maneja el taxi número 1, por alguna emergencia el Doctor y
el Lala lo llevan en el 2 y si no, el Médico está en el 3.
34
Mil y una crónicas de Atoyac

Todos los choferes tienen sus apodos: el Avestruz maneja el 4, si


busca guardián el Perro trae el 5, Mario Braun está en el 6. Así pode-
mos seguir mencionando Ronald trae el 7, Culoefierro el 8, la Acacia
y Deyby el 9, el Garfield y el Pingüi el 11, el Hombre del Bastón el
13, Choche el 14, el Hermano el 15, el Chicharrón el 16, el Profesor
Jirafales el 17, el Compañero el 19, el Sapo de Mar el 20, el Tejón el
22, el Garbanzo el 23, la Perrona el 24, la Mandarina y Don Gato
el 27, Quico el 28, la Liga el 31, el Mataviejitas el 32, el Carisauro
el 33, Pedro Mula 34, el Memelas el 35, el Tepache el 36, Tasmania
y el Tragabalas manejan el 37, Koquemón el 38, Siliyigon el 39, el
Canelo el 40, Cachiburro el 41, Tachidito el 42, la Garrocha el 43, la
Jitomata el 44, Charmín el 46, el Popeye y el Primito el 48, Pelayo y
la Marrana el 49, el Boris el 50, el Cachorro el 51, Matute el 52, el
Roro el 53, la Pipíla el 54, la Dormida o la Doctora el 55, el Toro el
58, la Pallita el 59, Mi Chulo el 60, el Perro Aguayo el 61, la Plancha
Mojosa y el Gallazo conducen el 62.
Hay otros taxistas como el Chameme, el Pato, el Mongo, el Sabe-
lotodo, el Changuito de Coco, Mometrio y el Bombón Asesino.
Los sandilleros, meloneros y papayeros, no quieren abandonar
la calle, se pelean con la dirección de reglamentos y con los comer-
ciantes establecidos, pero ellos ahí siguen. Los jicameros, cacahuate-
ros y vendedores de fruta al menudeo ya no se quieren quitar de la
entrada al zócalo, hasta a la Comisión de Derechos Humanos han
ido a parar.
Los huaracheros y los del Buen Precio, como son cristianos cie-
rran los sábados. Un vendedor de Herbalife sale al paso con su fo-
lleto. La zona de los bancos está saturada de carros. El Buen Precio
da barato todos quieren comprar ahí, con ellos se surten los de las
tiendas de los barrios, muchos se paran a sacar dinero de los cajeros.
Es un soberano desmadre, en los días de quincena.
Por cierto, cuando construyeron el supermercado El Buen Pre-
cio descubrieron un túnel. Doña Yuve, Judith y yo nos metimos
estaba alto y cabía una persona parada. Ahí fue la casa del coronel
Alberto González, el eterno enemigo del general Silvestre Mariscal.
35
Víctor Cardona Galindo

Sandía, piña, melón, papaya, pepino y hasta mango con salsa


venden los del carrito en la esquina de los bancos o en la Agustín
Ramírez. Son triciclos para recorrer las calles. El chamoyero grita su
promoción, “si usted se come dos chamoyadas en 15 segundos, le
regalo tres”.
“La traigo pinta, la traigo tiesa, la traigo pinta y tiesa”, gritaba el
nevero que vendía nieves de vainilla y de coco. Le ponía el barquillo
y luego lo volteaba y no se caía. “Eso es para que veas que la traigo
tiesa”. La vejez lo alejó del negocio ahora sólo queda el recuerdo.
Los días 14 y 28 de cada mes el centro de la ciudad se llena de
patrullas de la policía del estado, los agentes polvosos vienen a co-
brar sus quincenas. Vienen de la Guitarra, Puerto el Gallo, Linda
Vista. Todos los policías de la sierra bajan ese día. El centro está
invadido de azules, que recorren el mercado las tiendas, Elektra,
comprando y enviando dinero a sus familias. Los r-15, adornan el
paisaje.
Cuando vamos al mercado nos damos cuenta en realidad para
que sirven los periódicos. El Campanita cuando voceaba El Objeti-
vo, decía “llegó el papayero, compre su papayero” y es que el tamaño
tabloide es especial para envolver papaya maradol. Igual El Sur, El
Despertar de la Costa y el Atl.
Los periódicos estándar como El Sol de Acapulco, Novedades y El
Opina, son especiales para envolver flores o chiles guajillos. Ese es el
destino final del trabajo de tantos reporteros, editores y diseñadores;
envolver frutas y especias en el mercado. Los voceadores de perió-
dicos venden la devolución por kilo. Luego de desenvolver los chiles
guajillos rescato algunas notas históricas.
En las calles de mi ciudad la inseguridad ha hecho que sea co-
mún ver en los negocios botes con letreros de “Ayúdame a regresar
con mi familia”. Es el medio por el que las familias de las víctimas
solicitan apoyo. Todos hemos aceptado este lastre, callados. Nadie
dice nada y tímidamente depositamos una moneda.
A pesar del bajo precio y que las huertas están olvidadas la ciu-
dad sigue oliendo a café. Más por la zona de los bancos. En la parte
36
Mil y una crónicas de Atoyac

sur por la tarde se respira un intenso olor a coco que viene de la


aceitera de Marcos Galeana.
En la cocina económica Mary, la carne de cuche, guisados con
muy buen sabor, en la Aquiles Serdán, están seguras las aplaudidas.
Para comer en Atoyac el menú es variado. En Atoyac hay casi de
todo, para desayunar en la calle Nicolás Bravo y Agustín Ramírez
encontrará de los más distintos platillos, desde una taza de café con
pan o arroz, platillos tradicionales, hasta los huevos con jamón, las
albóndigas, el pollo a la jardinera, también un platillo raro que se
llama bajareque.
En esa zona están doña Bertha, doña Emma y doña Mine que
guisan muy rico. Pero si alguien se levantó temprano de su hotel o
donde esté hospedado, o llegó con algún amigo o familiar en el cen-
tro es recomendable que salga a dar una vuelta al zócalo, a las 7 u 8
de la mañana, que a esa hora los tingüiliches, zanates y alondras que
pernoctan en esa plaza ya están remontando el vuelo y donde doña
Viky se puede tomar un café negro acompañado de un rico arroz
frito, con chilito de aporreadillo o entomatado de cuche.
En la calle principal hay variedad, para comer pueden ir ustedes
a los tacos con Lute que está a un costado de la plaza principal o con
Leno que esta frente a la terminal. Pero si desean algo más fuerte
pueden irse a donde Chavelona a comer un caldo de cuatete, aunque
para esto hay que llevar una buena compañía porque recuerden que
al cuatete le dicen “quiebra catre”, por sus propiedades afrodisíacas.
A Paulina le salen muy bien el salpicón y la carne de puerco entoma-
tada, con tortillas de comal echadas a mano. Paulina está en la calle
principal frente a un súper mercado que abrieron hace poco.
Y si buscan algo más cercano a la naturaleza y sin salir de la ciudad
vayan al Cuyotomate, donde encontrarán mucha variedad de comida,
cerca de la frescura del río y donde también pueden bañarse en la poza
que existe ahí. Se les antojaron mariscos, pues vayan con Paty en la
calle principal o con Blas que tiene su negocio cerca del centro.
Pero si a ustedes se le hizo noche, se van aquedar en Atoyac,
cerca de la zona de hoteles y el centro en el callejón Montes de Oca
37
Víctor Cardona Galindo

está doña Ruma, quien todas las noches saca su comal y vende una
variedad de antojitos mexicanos, aunque las que ya se han vuelto
internacionales, son sus sabrosas picadas o sopes como les quieran
ustedes llamar, hay de champiñones, de tinga, de rajas, de pollo y
queso Oaxaca.
Con Ruma han ido a comer norteamericanos, españoles, france-
ses e italianos, antropólogos, arqueólogos y defensores de los derechos
humanos y todos se han llevado un buen sabor de boca. El año pasado
lamentamos el cierre de La Pagoda el restaurante de comida china de
don Paco. Aunque ya Raúl Brito García nos tiene prometido que se va
abrir una cocina china en su plaza frente a la gasolinería.
Si gustan de taquitos de cecina, de ubre, tripa o carne enchilada,
les recomiendo que vayan a la calle Galeana, ahí a hay un pequeño
negocio que se llama la Cebollita Roja, donde las salsas les van en-
cantar y los ricos tacos. Susana Oviedo y Álvaro López Miramontes
se fueron encantados y queriendo regresar después de cenar ahí. En
esa calle también puede encontrar tamales y atole de plátano o de
piña, depende de lo que guste.
Si quiere echar la copa y pasar una velada con la naturaleza vayan
donde el Cachi, puede pagar un taxi que lo lleve, o si trae vehículo
enfile rumbo al Ticuí y de ahí a la colonia Lázaro Cárdenas, en un
lugar llamado Huanacaxtle ahí está el Cachi, tiene de todo, y además
una guitarra con la que les hará pasar una velada inolvidable. El 24
y 25 de abril del 2010 hubo una Convención Estatal de Periodistas,
por la noche un grupo de ellos se organizó y se fueron a pasar una
velada donde el Cachi y se llevaron un buen sabor de boca. En el
centro también hay buenos lugares donde usted con tranquilidad
puede echar la copa.

III
Los caminos que llevan a mi ciudad están rodeados de un árbol
mágico, de cuyas flores se alimentan las iguanas y al reventar sus vai-
nas el sonido es muy similar al disparo de un rifle calibre 22. Es un
38
Mil y una crónicas de Atoyac

árbol que a veces sólo tiene vainas, a veces sólo flores y a veces sólo
hojas. No sirve para sombra porque la mitad del tiempo está pelón.
Pero si es bueno para cerca viva, porque sembrando un tronco en la
humedad pronto echa raíces. Es un árbol que en alemán se escribe
y se pronuncia igual “cacahuananche”. Es nuestro cacahuananche y
no lo prestamos al mundo.
Los chicurros prefieren los cacahuananches para asolearse, por-
que sus hojas curan la sarna y los chicurros son sarnosos. Sus flores
son moradas y dulces. Un baño de agua en que se hirvieron hojas de
cacahuananche sana de la fiebre.
El cacahuananche florea en enero, como los mangos y la retama.
El ciruelo muestra sus pequeños frutos, el zazanil está amarillo, la
retama se enciende y brotan los primeros manguitos, mientras el
cacahuananche está morado…
La gente ha dado por llamar “Club de los Pájaros Caídos” al
grupo de viejitos que sientan todas las tardes en el zócalo cerca de
las escaleras del kiosco y alrededor de la fuente.
La plaza fue remodelada por la alcaldesa María de la Luz Núñez
Ramos y Eduardo Arroyo Valadez fue el arquitecto que planeó los
cambios, le construyó una fuente con una amapola en el centro,
plantó ficus y truenos y derribó los tamarindos por lo cual se hizo
un escándalo porque eran árboles históricos. Antes de los tamarin-
dos estuvo un árbol de zopilote grande y frondoso, los mangos eran
ya centenarios. Armando Bello también remodeló el zócalo le quitó
el adoquín que le había puesto María de la luz y en ese lugar puso
concreto estampado y delineó bien las jardineras alzándoles el pretil
y poniéndoles herrerías.
La plaza remodelada se ve bonita, se ganó espacio frente al kios-
co, por la tarde adolescentes con bicicletas hacen piruetas. También
llegan los skatos con sus patinetas a practicar. La paletería Tocumbo
tiene dos sucursales en las esquinas norte de la plaza. El hotel Cate-
dral luce amarillo con su vista a la plaza y a la parroquia. El grupo
Brokensouls de Breaking en ocasiones ensaya sus coreografías frente
al dif o en el kiosco.
39
Víctor Cardona Galindo

En 1991, el zócalo y las casas de alrededor fueron pintados de


un solo color. Los policías lo hicieron luego que vinieron con sus
perreras a desalojar a los perredistas del ayuntamiento.
Cerca de la fuente se sentaba un gringo al que los paraíseños
llamaban el Señor Sol. Un día se hizo un escándalo.
El Señor Sol estaba sentado en una banca del jardín, pasó un
niño y lo llamó para darle una paleta, el niño se puso a llorar. El
Señor Sol quiso abrazarlo para consolarlo, entonces en niño corrió
asustado como si alguien quisiera matarlo. La gente se alborotó y
llamaron a la policía. Fue en esos días que habían detenido en Aca-
pulco una banda de gringos pederastas, la gente estaba azorada por
eso el Señor Sol fue detenido y llevado a la cárcel municipal, donde
un grupo de padres de familia de la escuela Juan R. Escudero que-
rían lincharlo, la policía lo impidió y lo mantuvo encerrado hasta
que el consulado de su país vino por él.
Algunos habitantes de Hacienda de Cabañas y del Paraíso lo de-
fendieron porque no tenía antecedentes de pederastia, era un gringo
ecologista que cuidaba una poza en El Paraíso, dicen que se la pasa-
ba sumergido en el agua donde sacaba una piedras que les sonaban
algo dentro. Sin embargo la gente no entendió razones. De esa ma-
nera de fue del país el Señor Sol y abandonó su poza en El Paraíso.
En mi ciudad las motos y motonetas se han convertido en un
lastre; durante el 2010 hubo 77 accidentes en la calle Aquiles Ser-
dán. Las motos rebasan por todos lados, los niños que luego las
conducen no saben de vialidad. Las autoridades han querido meter
en cintura, a los motociclistas, pero no han podido, porque las pro-
testas no se han hecho esperar igual que las mentadas de madre que
recibe la policía vial de los padres. Hace poco por todas las esquinas
salían corriendo motocicletas equipadas con una hielera atrás, eran
vendedores de tortillas que andaban a la ganaditas. Incluso hubo
enfrentamiento a puñetes entre ellos por los clientes. Pero al final
los propietarios de las tortillerías se pusieron de acuerdo para acabar
con este mercado tortillero sobre ruedas. Por eso la dirección de
tránsito y la de reglamentos implementaron un operativo para parar
40
Mil y una crónicas de Atoyac

las motos con hieleras. Ahora sólo se venden tortillas únicamente


donde se debe, en las tortillerías.
Otras de las imágenes de mi ciudad es que en el cbtis, que está
sobre el boulevard un par de ancianos pintan el tope, esperan que se
despinte y lo vuelven a pintar, recibiendo monedas de los conducto-
res, es su fuente de ingreso. Son viejos cargadores que poco rinden
en su trabajo, ya no tienen el vigor de antes.
A la colonia La Villita casi no le llega agua porque está a la mis-
ma altura que El Tanque, por eso no tiene presión el agua. Es que la
mayor parte de la tubería del agua potable de nuestra ciudad tiene
más de 50 años es todavía un gran porcentaje de asbesto, por eso el
sistema esta ahorcado. Hay tubos hasta de dos y media pulgadas y
también de 18 pulgadas. No hay uniformidad en la tubería.
Una ciudad en la que nada más paga el servicio el sesenta por
ciento de los usuarios del agua potable. Son muchos los sinvergüen-
zas. Uno hasta demandó y no la paga porque no es potable. Y los
prestadores de servicios ambientales piensan que en un futuro po-
drán cobrarnos un bono por el servicio.
El agua potable tiene un padrón de seis mil 800 registrados,
pero hay una gran cantidad de tomas clandestinas, que se descubren
cuando se pavimentan las calles; de esos unos cuatro mil 200 son los
que van al corriente en el pago.
En la colonia 18 de Mayo, entre todos los usuarios deben 800
mil pesos, le sigue la colonia Las Palmeras con 180 mil pesos; entre
todas las treinta colonias, el adeudo asciende a ocho millones de
pesos.
Por mi ciudad todas las tardes vuelan las garzas, del Sur al Nor-
te. Vuelan de la laguna buscando los cerros. El Arroyo Cohetero
también alberga alguna cantidad considerable de estas aves. Algunas
garzas también vienen del basurero de donde se alimentan. Durante
el año 2011 el ayuntamiento recogió un promedio de 38 toneladas
de basura al día, con un promedio anual de 13 mil 870 toneladas
de basura, esos son los desechos que produce una ciudad de 20 mil
habitantes.
41
Víctor Cardona Galindo

IV
Las Picos de Oro, les llamaban a las güinsas en tiempos pasados. Eran
famosos los cabarets: La Burrita, La Copa de Oro, de donde no salía
mi abuelo, La Puerta del Sol en donde de vez en cuando iba mi apá
y El Carioca donde un tiempo fue cliente este cronista.
En la calle Silvestre Castro, de la colonia Acapulquito, está la
zona de tolerancia, es un foco rojo de la ciudad y es muy ruidoso
el sitio. De manera oficial está registradas 50 meretrices que todos
los miércoles pasan revista en el Centro de Salud, aunque yo creo
que son más las que prestan el servicio de manera ilegal. La zona de
tolerancia tiene ahora muy pocos clientes pero se niega a morir. Las
mujeres trasnochadas todavía están en las puertas de los cabarets ca-
zando clientes. De vez en cuento uno que otro desbalagado llega por
ahí. Últimamente se prohibieron los narcocorridos en los cabarets y
las cantinas. Se ha intentado bajarle al ruido, porque los vecinos se
quejan en las oficinas de reglamentos.
En la zona de tolerancia doña Juana vendía iguana bien picosa
y carne de puerco, estaba hasta la madrugada. Se ponía en la calle
Silvestre Castro en la línea de Las Vegas y El Impala. Hace 20 años el
Peludo era el único taxista que daba el servicio nocturno, manejaba
un taxi pirata y cuando salía uno bien borracho, de esos antros de
mala muerte, era el único auxilio para llegar a nuestras casas. Ahora
el servicio nocturno es continuo el sito está cerca de la terminal.
El “Escuadrón de la Muerte”, de los que gustan empinar el
codo, durante muchos años ha estado en la colonia Acapulquito,
frente al río, ahí es donde van a dar los desahuciados y prófugos del
alcoholímetro. Aunque ahora también se han formado otros, uno
frente a la entrada del panteón y en una de las bancas del zócalo lle-
gan muchos borrachitos a curársela. Atrás de la iglesia está El Fortín,
es una “piquera” donde van los “teporingos” o los “teperochos” dice
mi padrino Chon.
Algunos perros callejeros recorren la ciudad cerca del mercado
“son los eternos prófugos de ciertos taqueros” dice en la guasa los
42
Mil y una crónicas de Atoyac

que gustan relajear pesado, al fin al cabo “Chivo que ladra no muer-
de”. Cuando era alcalde Germán Adame el regidor Juan Lucena
mediante una campaña del sector salud quiso acabar con los perros
callejeros, pero hubo una gran protesta y alboroto, que encabezó
Clevert Rea, porque a todos, hasta los más sarnosos, les salieron
dueños y fueron a conseguir facturas, apócrifas y certificados que
les habían puesto las vacunas. Solo un perrito que no tuvo padre ni
madre ni otro perro que le ladre, fue el único que sacrificaron.
Algo que no escapa de la memoria es que cuando fue presidente
Luis Ríos Tavera, entonces si sacrificaron gran cantidad de perros,
por el rumbo de Huanacaxtle, los envenenaban y los quemaban,
entonces no existía la sociedad protectora de los animales y no había
veterinarias que certificaran una vacuna que no les pusieron. Ni un
héroe llamado Clevert Rea defensor de los desvalidos y animales en
desgracia.

No le deseo la muerte a nadie,


pero Dios bendiga mi negocio.
El dueño de la funeraria

Atoyac tiene fama de ser violento, pero en otros tiempos los


muertos con violencia aquí tenían sentido, se moría por honor, por
pasión política, por la familia, por una nalguita, por la defensa del
bosque o la tierra, nuestros muertos eran queridos y recordados.
Reivindicados.
De pronto nos invadió esa muerte sin sentido que da vergüenza,
los muertos no eran recordados y ni tan queridos y nadie los reivin-
dicó. Ni siquiera sus familiares. Esa es la realidad de la última ola de
violencia que nos ha invadido.
Con alta voz pasan voceando el periódico, una voz de mujer le
pone más énfasis y drama a la tragedia. “Mataron a Pancho López,
uno de sus empleados lo apuñaló en su propia casa. El asesino está
identificado” “La policía lo busca como cosa de comer”. Y la policía
ni en cuenta.

43
Víctor Cardona Galindo

“Vea entérese a aquí viene, retratado, así quedó Pancho López”.


Resuena el sonido por toda la colonia. “Entérese también aquí vie-
ne retratado el que asesinó a su esposa y a su pequeño hijo. Estaba
mariguano vea éste filicida. Este asesino confeso, llora y se dice arre-
pentido, entérese de la noticia”.

V
En la esquina de Nicolás Bravo y Reforma con el Nanche por la
mañana llega Miguel Castillo. Saca su computadora de juguete y
mientras le ingresa la contraseña pide El Sol de Acapulco. Luego se
sienta a leerlo.
Migue ya tomó como periódico mural el puente de la calle Juan
Álvarez frente a donde estaba el cine Álvarez, es una especie de pe-
riódico mural de hechos del narcotráfico y el priismo.
A Migue Castillo un día después de tantas quejas de los vecinos
al ayuntamiento, una patrulla lo llevó a tirar a Tres Palos donde
tiene un hermano, lo bajaron y le dijeron ahí te quedas. Los poli-
cías pasaron a realizar unas compras al puerto, y en la tarde cuando
daban un recorrido, Miguel los abordó en la calle principal frente a
Elektra —a qué hora llegaron manito —les dijo— yo me vine lue-
go, nomás vi a mi hermanito y me retaché. Ese es Migue.
Mucho me acuerdo del Gringo, uno que circulaba cerca de la
colonia de Acapulquito y la Mariscal ahí en la calle Silvestre Castro,
le daba asilo una señora que llamaba Irene. El Gringo decía que ya
se estaba haciendo niño y se veía cada rato en su espejo —ya voy
para niño—. Cuando agarraba su costal caminaba casi corriendo.
Alguien le gritaba —¿a cuánto vas? —Él contestaba —voy a cien.
Hubo un tiempo que muchos indigentes recorrían la ciudad, la
patrulla los recogía y los iba a tirar por el rumbo de Papanoa en la
madrugada. Al tercer día estaban aquí porque la policía de Tecpan
los agarraba llegando a su ciudad y los venía a soltar a la Y Griega.
Así estuvieron durante mucho tiempo, en el estado y país donde no
hay espacios para este tipo de personas vulnerables.
44
Mil y una crónicas de Atoyac

Aquella indigente que estaba embarazada y tuvo su hijo en un


corredor en las inmediaciones de la iglesia. Andaba bañando a su
hijo con agua fría por la mañana, el niño estaba morado del frío,
cuando la policía se lo quitó para llevarlo al dif.
—Mi hijo no ha hecho nada, porque se lo llevan —lloraba di-
ciendo que su hijo no era un asesino para que lo llevaran a la cárcel.
Su llanto era desgarrador y daba dolor escucharla. Ojalá su hijo haya
quedado en buenas manos.
O aquella que recorría las calles desnuda de la cintura para arri-
ba y que tenía unas tetas envidiables, acanaladas con una aureola de
tonos semioscuros —qué chulas chiches tiene esa mujer—, oí decir
a una maestra en una esquina cuando la vio pasar.
La esquina de Reforma con Nicolás Bravo es muy solicitada,
enfrente está Pollerama de Roberto Hernández, en la constraesqui-
na esta doña Bertha, da barato y a la hora del almuerzo se llena de
personal de protección civil y de policías. Yo tenía la costumbre de
decir “La cuenta y un policía”, pero donde doña Bertha nada más
pido la cuenta, porque policías hay todo el tiempo, para escoger.
Adelante donde se pone el Nanche a vender el periódico está
la base de las Urvans que van hacia El Paraíso. En la calle Nicolás
Bravo llega la carga de naranjas y plátanos de La Soledad, de ahí los
carretilleros transportan el producto a los diversos lugares donde se
va a vender. Esos de La Soledad son muy trabajadores, siembran
plátano, aguacate, caña, naranja, café y cultivan la miel de palo.
La calle Agustín Ramírez es una vía muy concurrida ahí el 18
de julio de 1981, se formó el primer grupo de Alcohólicos Anóni-
mos, agrupación que ha salvado muchas vidas y ha dado felicidad
y tranquilidad a muchos hogares, el primer grupo se llamó “Los
cafetaleros”, El grupo se instaló en la casa de Jerónimo Luna Ra-
dilla —el Güero Luna—, los primeros integrantes fueron Adolfo,
Pancho Juárez, Tacuba, Justino Reyes, Antonio Sánchez, Álvaro y
Toño Quiñones. Todo surgió porque al Güero Luna se lo llevaron
anexado al grupo Cuauhtémoc que está atrás de la embajada de
Estados Unidos en la Ciudad de México. En la calle Ámsterdam.
45
Víctor Cardona Galindo

Cuando comenzó el grupo servía de tribuna una máquina de coser


Singer. Ironías de la vida, el que trajo el programa a Atoyac se murió
por el puro gusto del alcohol. En fin en otro momento hablaremos
de doble A. Ahora se trata de describir la calle.
Ésta calle se llama Agustín Ramírez porque aquí vivió de niño el
célebre compositor guerrerense. Pero además esa vía tiene el mérito
de haber visto nacer a Jesús Bartolo Bello López uno de los mejores
poetas que tiene Guerrero en la actualidad. Por cierto nuestro poeta
acaba de ganar el premio nacional Mérida de poesía.
El coquero se pone enfrente de doña Mine en la Agustín Ra-
mírez, siguiendo el ejemplo que les puso doña Aleja, el coco es ne-
gocio, de cuchara es sabroso, el agua con todo y pulpa a diez pesos.
La gente le hace fila temprano. El coco es bueno para expulsar la
solitaria y lubricar la piel.
Los pedigüeños aparecen por todos lados uno un día entró a una
tienda pidiendo para sacar a su hermanita del hospital. Después me
lo encontré en un restaurante pidiendo para su mamá ciega y en otra
ocasión para su hermana enferma del pulmón. Este cabrón tiene
mucha familia, lo que no tiene es vergüenza.
Entre las calles del centro y la colonia Sonora, existe “el bolillero
más veloz del Oeste”, cuando oyes gritar “¡bolillooo!” Y dentro de la
casa contestas “¡bolillooo!” Y sales a la calle, el bolillero, disparado
en su bicicleta recorre medio kilómetro, y escuchas el siguiente grito
a lo lejos. Para comprarle necesitas estar alerta esperándolo en la
puerta de la casa, lo que resulta difícil porque los bolilleros son los
despertadores de esta somnolienta ciudad.
A Carmen le enoja que los taxistas no sepan dónde queda la calle
Vicente Guerrero. Cuando el taxista le pregunta dónde queda, le tie-
ne que decir que adelante de la mueblería Carrillo, por donde está la
base de las combis. Es que en Atoyac los nombres de las calles están de
adorno, la gente poco pone atención a ellos, aquí la orientación es por
referencias. La calle Vicente Guerrero es por la calle de las combis, si
vives en la calle Galeana, tienes que decir por el Parazal, el Atrancón,
por La Parota o por donde vive la maestra Lupe Galeana.
46
Mil y una crónicas de Atoyac

El Centro de Salud de la colonia Manuel Téllez es el Centro de


Salud de La Parota. Si alguien vive en la colonia Benito Juárez dice
que vive por donde el padre Máximo.
Al referirse a la calle Juan Álvarez se dice rumbo al Chico, por
la Herminia, por donde Raúl Galeana, antes de llegar al callejón de
los chocomiles, por Elektra, por la terminal o por la secundaria y
últimamente Súper Che también se usa de referencia.
La calle Palmas es la calle de la Coalición de Ejidos o atrás de
la Corona. Decir la calle Aldama, es por Estereosol o la calle de las
combis que van al Ticuí.
Cuando vivimos por la colonia Francisco Villa y Loma Bonita
decimos antes o atrás de la Ciudad de los Servicios. Esas son las
referencias más comunes para orientarnos en Atoyac, pocos son los
que hablan de nombres de calles.
Para los que conocieron la ciudad cuando era un pueblo de te-
jas. Atoyac ha sufrido muchos cambios: La casa que fue de Silvestre
Mariscal ahora es Construrama. La de Alberto González es ahora
la tienda El Buen Precio. La de Antonio A. Pino cuyo terreno per-
teneció a Juan Álvarez ahora es un estacionamiento. El Castillo del
doctor Palós ahora es un laboratorio de análisis clínicos y consulto-
rios médicos. En el castillo del doctor Palós funcionó la casa de la
Cultura Romualdo García Alonso, luego las oficinas del prd y final-
mente esos laboratorios. Es lamentable como los ricos de mi ciudad
han ido acabando su magia.

VI
Ir al Cuyotomate a bañarse en medio de un cardumen de truchitas,
tomar la chela, comer unas picadas o un pescado frito, ver a los jóve-
nes clavadistas que se tiran de lo alto del paredón y nadar junto a las
tortugas que asoman la cabeza, es muy reconfortante. Las familias se
congregan en El Cuyo los sábados. Por la tarde las garzas pasan vo-
lando río arriba. La música de Chalino Sánchez resuena en las enra-
madas, los luisillos y las primaveras comen en los guamúchiles, una
47
Víctor Cardona Galindo

parvada de golondrinas pasa rosando el agua quieta de la poza del


Cuyo, un Martín pescador grita mientras vuela rumbo a las piedras.
Es marzo el cacahuananche ya tiene sus vainas, los guamúchiles
que rodean la poza del Cuyotomate comenzaron a reventar sus fru-
tos, los ahuejotes presumen sus flores amarillas y los sauces reflejan
sus ramas en el río, cual narcisos enamorados de sí mismos…
A la calle que va para donde el Cachi, en la colonia Las Palme-
ras le pusieron Juana Caxtle. La gente ha conocido el rumbo como
Juanacaite, que es una deformación de la palabra Huanacaxtle que
quiere decir parota. Nuestros antepasados no pronunciaban la x, le
decían atapeite al tapextle, cuacaite al cacaxtle, Teneipa a Tenexpa.
Ista a Ixtla. Entonces el nombre de la calle debe ser Huanacaxtle.
El tamarindo de la calle Juan Álvarez ya no está pero sigue sien-
do referencia. Los desfiles salen del tamarindo al zócalo.
En la calle Silvestre Castro 92 está un letrero que dice “Hace
un chingo de años, los indios éramos bien chingones, Cuauhtémoc
era un gran chingón, pero llegaron un chingo de gachupines y los
muy hijos de la chingada, hicieron mil chingaderas y chingaron a
los indios y nos llevó la chingada y para que no nos sigan chingando
afiliémonos al pst”. Ese letrero lo escribió Mario Vega.
Las campanas doblan cuando alguien muere, si es por la noche
al escuchar los dobles todos se preguntan —¿quién moriría?— Si no
es familiar, al otro día se mata la curiosidad cuando se ve caminar el
cortejo fúnebre por la calle principal, van con el féretro a despedir al
difunto de la parroquia principal, luego al panteón.
Las familias tradicionales —las más viejas— se siguen sepultan-
do en el panteón en el centro de la ciudad, ahí descansan nuestros
próceres como Gabino Pino González, Pedro Clavel, David Flores
Reinada, Arnulfo Radilla Mariscal y Enedino Ríos Radilla.
Hay otros tres panteones, el de La Libertad por el rumbo de la
colonia Loma Bonita, en donde son enterradas las familias nuevas,
algunos pobres que el ayuntamiento les regala terrenos, ahí están
enterrados los tres guerrilleros del epr muertos en enfrentamiento,
Rodolfo Molina y los dos caídos en el combate del Guanábano.
48
Mil y una crónicas de Atoyac

Está el panteón de Las Lomas del Sur, es privado hay que tener
recursos para comprar los lotes, ese panteón era de don Vicente
Adame, él tuvo la idea de hacerlo, ahí están sepultados el químico
José Zavala Téllez, doña Fidelina Téllez Méndez y el ex alcalde Ger-
mán Adame Bautista. Los Nogueda ya abrieron también un pan-
teón pegadito al de las Lomas del Sur.
De las tiendas de mi ciudad, las Telas doña Velia es tradicional,
El Bazar es muy famoso y lugar de referencia, igual que El Vaqueri-
to, la tienda de artículos eléctricos del ingeniero Santiago Garibo y
el Ferretodo. Materiales Téllez y Construrama.
La ferretería La Vencedora en el centro. Dice Jaime Gama que a
sus billares llegó un niño corriendo —don Jaime, don Jaime deme
un kilo de clavos —Jaime contestó— Aquí no vendo clavos. El niño
sorprendido dijo —¿No? Es que mi papá me dijo “ve compra un
kilo de clavos donde Bebo y vine corriendo para acá”.
Jaime le contestó —Sí, aquí bebe, pero los clavos los venden
don Bebo Galeana el de La Vencedora—, y el niño salió corriendo.
Las tiendas más grandes son las del Buen Precio y la de Los
Nogueda. Despensa del Hogar no la hizo. Súper Che desde que se
abrió les quita clientes, pero luego está más barato en El Buen pre-
cio, el pan de Súper Che es muy malo, aunque hay vinitos baratos y
la promoción de los miércoles vuelve locas a las mujeres que a veces
compran diez kilos de chayotes, tienen a la familia hasta quince días
comiendo chayotes o jícama.
Un día antes y después del Huracán Paulina que azotó a Aca-
pulco, sobre los árboles del Arroyo Cohetero había muchas garzas y
un pájaro negro de laguna —pájaro cagón—. En el arroyo cohetero
todavía hasta abril y mayo llega limpia el agua a la altura de la calle
Miguel Hidalgo. Abajito de ahí agarraron un cocodrilito que murió
a los pocos días.
Muchos le dicen El Arroyo Cuitero, porque en una epidemia de
cólera que hubo en los cuarentas ahí iban a lavar la cuitas. Don Ré-
gulo se sacó de la manga que es El Arroyo Cuitlateco. Hay muchos
proyectos para embellecerlo, Cheque Arreola le quería construir un
49
andador para que la gente fuera a correr. Hay que desazolvarlo todos
los años, pero cuando pavimentaron Reforma, taparon la entrada
que se había dejado para la máquina. La mala planeación.

VII
Di no a las drogas, ¡nada con las casas de empeño!

Las casas de empeño han invadido la ciudad, hay trece en el primer


cuadro. Se están acabando los pocos recursos de Atoyac. Pero eso no
es lo único terrible, el hecho es que ya no se puede dormir en el cen-
tro, porque a cualquier mínimo desbalance, se activan las alarmas de
dichas casas de empeño y ahí están gritando.
Prenda Mex, tiene una sucursal en la calle Juan Álvarez Norte,
frente a casa Galeana. Monte Cash, también en la Juan Álvarez,
frente a los camiones que van a la colonia 18 de Mayo. En el zócalo
está Casa Mazatlán y a unos metros de ahí se instaló Monte de la
República. Casa Balsas está en Nicolás Bravo, en la Independencia
está Zihuatlán, caja de ahorro y préstamo. Otra sucursal de Ma-
zatlán está en la calle Juan Álvarez frente al consultorio del doctor
Orlando Santiago Garibo. Servi Empeño está frente al sitio de taxis,
a un lado está Montemex. Prenda Fácil y Prenda Lana están donde
antes estaba la terminal de la Flecha Roja.
Por El Bazar está Monte Pío Luz Saviñón, a la cantina de un lado
ya le pusieron por nombre Cervefrío Monte Pío. Cerca de la casa de
los Brito está Presta Max, que compra oro. Cooperativa Sinvacrem,
de préstamo y ahorro, está en Reforma. El Banco Azteca y Electra,
tienen a todos endeudados. Ahí se va el dinero de los atoyanquenses.
Se abrió otra casa de empeño a un lado de Monte Pío y Elektra,
es Presta Prenda de Banco Azteca. Anuncia la oferta de 5.5 % de
interés mensual. Nadie presta más barato que Presta Prenda.
De los árboles que adornan las calles, hay ficus, mirtos y otros
que han ido ganándole terreno a los almendros, porque los vecinos
ordenan derribarles cuando se pavimentan las calles porque echan
mucha basura y tiran muchas hojas. El 2008 fue muy malo para los
almendros una tormenta derribo ocho en un solo día. Los mangos
que adornaban la plaza murieron secos, los vecinos les habrían pues-
to espinas de pescado en la corteza para que murieran, ya los tenían
enfadados gran cantidad de zanates y tinguiliches que dormían en
la noche en la plaza. En los últimos años, grandes parvadas de tin-
guiliches y de zanates buscan la claridad para dormir para evitar los
ataques del tecolote alvino.
Una noche que estaba en el zócalo como a las 12 de la noche, vi
una gran ave blanca atacar a los zanates que estaban en el mango, se
alborotaron, al ave que se alzó a las alturas con el reflejo del alum-
brado de la plaza se vio soltar el cuerpo sin vida de un zanate que
cayó entre los ficus, al mismo tiempo que cantaba, riiik. Era la ticui-
richa, al día siguiente fuimos a ver dónde cayó el zanate. El cuerpo
estaba completo, solo le había comido las vísceras —la ticuiricha
sólo le comió el corazón—, dijeron mis acompañantes.

Nuevos arbolitos en nuestro paisaje urbano


Cuando el neen llegó, un arbolito costaba 500 pesos, donde había
un árbol grande se le ponía vigilancia, porque se robaban las ramas,
se volvió famoso porque a decir de un manual cura 47 enfermeda-
des, ahora hay un árbol en la mayoría de las casas de Atoyac y en el
vivero cuesta 30 pesos. Todos experimentaron para curarse la diabe-
tes, hubo quien se tomó el caldo de una rama completa y fue a dar
al hospital porque le bajó la presión. Se comprobó que estabiliza los
nervios, tres hojas de neen acompañada de tres hojas de árnica her-
vidas en un litro de agua, tomándose un vaso en la mañana y otro
en la tarde cura bien rápido la tos con gripa. Las hojas en alcohol
hacen un extracto que sirven para quitar los hongos y curar las heri-
das. Con el caldo de una rama de neen bañamos a La Campanita, se
le salen las pulgas, después corre feliz ladrándole a todo el mundo,
jugando con lo que encuentra.
51
Víctor Cardona Galindo

La yaca y el maracuyá son las plantas exóticas que en los últimos


20 años aparecieron en el paisaje de Atoyac, el jugo noni es ya parte
de la dieta de muchos atoyaquenses, aquí hay muchos lugares don-
de hacen el jugo, que cuando llegaba de las Guayanas tenía un alto
costo ahora es muy barato y energético.
La yaca llegó a Guerrero en octubre del 2000, en Ayutla se echó
andar la primera parcela demostrativa, costaba a 600 pesos una
plantita. Se distribuyeron las plantas durante una expo alimentaria
que se realzó en Acapulco, llegó de Nayarit procedente de Jamaica,
pero la planta es originaria de la India, el fruto es una novedad por
ser muy grande.
El maracuyá llegó en 1993 por Veracruz es originario de Brasil.
El neen también es originario de la India, llegó a Cuba, luego a Na-
yarit y de ahí Atoyac. Mientras el noni es originario de las Guayanas
y al igual que en neen llegó en 1995 procedente de Nayarit. Hay
también una variedad de almendro chino que se está sembrando.
Los almendros, tamarindos y los mangos van quedando atrás en el
paisaje urbano.

El silencio del viento


El silencio del viento, es el tercer libro de Felipe Fierro Santiago. En
1998 publicó Tierra mojada, y el haber vivido de cerca la represión
de los campesinos de la sierra en la década de los setentas lo llevó a
escribir en el 2006 sobre la guerrilla del Partido de los Pobres (pdlp)
y de su fundador Lucio Cabañas, cristalizándose el proyecto en el
libro: El último disparo. Versiones de la guerrilla de los 70´s.
Felipe Fierro es maestro en educación y tiene también una maes-
tría en matemáticas. Es profesor de escuelas secundarias, periodista,
catedrático de la Universidad Autónoma de Guerrero. Ha dirigido
durante varios años el periódico Atl y participó en el encuentro Poe-
tas y Narradores en la Selva Cafetalera del cual se editó una memoria.
Los trabajos de Felipe Fierro reflejan el amor por su tierra, pues los
52
Mil y una crónicas de Atoyac

personajes de sus crónicas, cuentos y leyendas son extraídos de la


vida cotidiana, de la sierra y de los pueblos de Atoyac.
Nació en 1962 en la parte alta de la sierra cafetalera, en la comu-
nidad de Plan del Carrizo su padre es Tomás Fierro Zarco y su ma-
dre Severina Santiago Serrano. Estudió en la Escuela Primaria Rural
Federal “Benito Juárez García” de la comunidad de Agua Fría y los
estudios de la secundaria los realizó en la Escuela Técnica Agrope-
cuaria 174, de Río Santiago, de donde egresó en 1978 cuando esta-
ba por terminar ese periodo doloroso al que se llamó Guerra Sucia.
Felipe es un hombre como pocos, maestro de secundaria, de
preparatoria, periodista, escritor y músico. Es un hombre que se
educó bajo la disciplina del campo, donde no se vale amanecer dor-
mido. Los campesinos amanecen afilando el machete, Felipe ama-
nece pegado a su escritorio escribiendo, haciendo los cuadros de su
escuela o preparando clases.
Esta disciplina le ha permitido publicar sus artículos en diversas
revistas, editar desde ya hace 15 años el periódico Atl, periodismo en
transición, asistir a foros donde ha presentado ponencias y darnos
tres libros en donde se plasman los temas recurrentes de nuestra
tierra Atoyac, como el café, la guerrilla y la guerra sucia. Así como
sus leyendas y la vida campirana.
Felipe Fierro, forma parte de una generación de escritores ato-
yaquenses, a quienes la Guerra Sucia, los marcó profundamente.
Como es el caso de Jesús Bartolo Bello que escribió el poemario,
No es el viento el que disfrazado viene, y de Enrique Galeana Laurel
que en Tempestades, recoge varias crónicas sobre la guerrilla de Lu-
cio Cabañas y la violencia que el gobierno ejerció sobre el pueblo
de Atoyac. También Judith Solís Téllez mediante sus ensayos ha ido
rescatando los “ecos de la guerra sucia en la literatura guerrerense”.
Felipe Fierro, Jesús Bartolo y Judith Solís son lo mejor que en
letras ha dado Atoyac, porque muchos de sus escritos han trascen-
dido el ámbito local y su trabajo tiende a ser más universal, han
dejado de ser los escritores improvisados y le han dedicado tiempo a
su formación, para darnos piezas de calidad.
53
Víctor Cardona Galindo

En el libro El silencio del viento el personaje principal es la exu-


berancia de la sierra. Esa orografía que sube y que baja pero más
sube que baja. Esa tierra que ha sido fertilizada por la sangre de sus
hijos, muertos en combate o llevados por la fuerza de sus casas para
nunca más volver.
El libro de Felipe refleja las estampas de nuestra tierra, de la
sierra de Atoyac, desde el maestro que llegó a la sierra desafiando las
inclemencias del tiempo, que luchó no solo contra la ignorancia del
pueblo, sino también en contra de las enfermedades, que durmió en
el suelo y comió pobremente como comen todos los campesinos.
En este libro se hace presente el cacique pueblerino que le entró a
todo, no sólo a las filas del partido oficial, sino además a la siembra
de amapola y que expulsaba a los maestros de los pueblos, porque
nos les convenía que los niños se educaran.
Las leyendas que se cuentan en los pueblos, que muchas veces
tienen a sus moradores, encerrados en sus domicilios a temprana
hora. El Silencio del viento es un libro que retrata al pueblo de Ato-
yac, pero que puede ser cualquier pueblo que tenga, calles que se
llamen, Miguel Hidalgo y Guadalupe Victoria, en donde se siembre
café y se sienta su aroma. Donde haya hombres indómitos dispues-
tos a escribir su propia historia.
Los que somos de Atoyac nos sentiremos identificados con este
libro, porque los cuentos y crónicas que aquí encontramos, son par-
te de nuestra cultura. Este libro de Felipe Fierro es para disfrutarlo
sentado en el quicio de la puerta, tomando una taza de café, o bien
para leerlo en la hamaca, antes de ir a dormir.
El libro de Felipe Fierro desmiente aquellos que dicen que la
cultura de Atoyac languidece. Obras como estas fortalecen nuestra
cultura, la hacen más sólida y podemos decir que en Atoyac hay
escritores sólidos, con oficio y que amenazan con ser los mejores
escritores de Guerrero, y quizá, algún día, de México.

54
Mil y una crónicas de Atoyac

El triángulo de “la ciudad perdida”


En unos terrenos entre la comunidad de Los Planes y La Finquita,
muy cerca del Paraíso, se encontró en el 2011 un basamento pirami-
dal, de un centro ceremonial prehispánico posiblemente del posclá-
sico, en la fachada norte se observa una alfarda. Tiene cuatro esca-
lones bien conservados, mide 30 por 30 metros aproximadamente.
Para los habitantes de los pequeños poblados circunvecinos ha
sido normal que los “gringos” vengan en sus “carrotes”, tomen fotos
y si alguna piedra les gusta se la lleven. Bueno, aquí les llaman “grin-
gos” a cualquier extranjero que esté güero.
Luego de que los peones de Hermenegildo Torres Lorenzana
encontraron las escalinatas, en los terrenos de su suegro Antonio
Camacho, hubo quien pensó que había en esas ruinas un tesoro y le
hicieron varios hoyos al montículo, en uno de ellos le colocaron la
imagen de San Isidro Labrador.
El hallazgo del basamento piramidal se difundió con rapidez
mediante las redes sociales, principalmente por Facebook. Alguien
tomó las fotos y realizó una carga móvil porque en ese momento el
celular era una novedad en El Paraíso, pues la señal inalámbrica lle-
gó el 22 de enero del 2011 y la cobertura llega hasta Los Planes, La
Finquita y La Quebradora. Hasta los peones que andan trabajando
en las huertas de café o de plátano traen su celular.
Para ir a Los Planes hay que seguir un camino de flores amarillas
del árbol llamado apánico, que florea y produce una manzanita que
al reventar suelta una especie de algodón. Al apánico —cuyo nom-
bre científico es cochlospermum vitifolium— le llamaban en náhuatl
tecomaxóchitl, su corteza sirve para curar la hepatitis y la diabetes. La
receta es sencilla se abre una canaleja en forma de canoa en el tronco
del árbol, a la cual se le pone agua y se toma fermentada. La otra
planta que florea entre enero y marzo en el camino a la sierra es la
retama, cuyas flores amarillas compiten con el primavero que crece
majestuosamente cerca del camino.

55
Víctor Cardona Galindo

En Los Planes la secundaria funciona en un aula destinada para


la primaria que construyó el gobierno de Germán Adame Bautista;
la primaria opera en la Casa de Salud. El kínder es una aulita de
madera. Hace unos años los vecinos se preocuparon por recolectar
los vestigios arqueológicos, los juntaron en una casa e hicieron un
pequeño museo, pero ahora en el local donde funcionaba duermen
los maestros. Al desaparecer el museo comunitario las piedras que
estaban en la escuela, han sido regaladas o han ido desapareciendo.
Don Miguel García Salas era el promotor del museo comunita-
rio que funcionó en el 2005, respaldado por el Conafe, institución
que hasta la fecha atiende los tres niveles educativos básicos en Los
Planes. Los habitantes de esa pequeña comunidad de doce casas van
a consulta médica al Paraíso, en el 2010 se terminó de pavimentar
la carretera.
Desde el 2005 hay sitio de taxis en El Paraíso. Visitar esta zona
es ir al corazón de la selva cafetalera, “la sierra es más arriba” dicen
los habitantes de Los Planes. Ir a Los Planes es caminar por la tierra
del jaguar, el tigrillo, el güinduri, el catecuan y el gato montés, feli-
nos que dominan la selva del café.
Cerca de Los Planes, a unos tres kilómetros está el Cerro de la
Señora —así se llama en honor a Faustina Benítez de Álvarez— en
donde los jaguares se han reproducido con rapidez, además pueden
verse manadas hasta de doce jabalíes y mucho venado de cola blan-
ca. Cerca se han visto pumas, que son pardos. Las onzas sólo se dan
en el filo mayor.
En el Cerro de la Señora unos cazadores encontraron una cueva
con armas del siglo antepasado, eran escopetas cuascleras y tercero-
las, había muchos metales, espadas y balas de cañón. Ahí Juan Álva-
rez tenía su polvorín “por si las dudas” resguardado en la espesura de
la selva. En ese cerro que era una fortaleza del “Padre del Federalis-
mo” hay muchas cuevas donde puede vivir la gente.
Los Planes es una comunidad fundada por las familias Rodrí-
guez y Bautista, está rodeada de espesa vegetación, en donde vuela
la hurraca blanca, la depredadora de las aves, se come sus huevos, su
56
Mil y una crónicas de Atoyac

presencia ha hecho que desparezca la hurraquilla verde. La hurraca


no tiene depredador natural, “ni el gavilán se la quiere comer”. La
gente de la sierra piensa que la hurraca es un animal maldito, porque
uno de los pasajes que cuentan nuestros padres dice “que cuando
Jesús nuestro señor andaba huyendo de los romanos, la hurraca lo
perseguía y decía acavaaa, acavaaa”, así grita siempre esa ave, mientras
que las cucuchitas —tortolitas— “caminando borraban el rastro de
los caminos”. Nadie se come a las hurracas y ellas volando por todos
lados hacen lo que quieren. Antes no había hurracas blancas en esta
zona. Ahora ha invadido la sierra y les dan duro a las otras aves. Don
Julio Sánchez Ciprés dice que en los últimos años han desaparecido
muchas aves, como las hurraquillas verdes, los pájaros perros, las galli-
nitas y quedan pocos faisanes. Aquí a las codornices les llaman “picos
de oro”, por su canto, que las que también hay pocas.
También por ese rumbo, antes de llegar a La Pintada está la Poza
de los Patos, es un lugar donde los paraiseños han pensado echar
andar un proyecto de turismo ecológico. Ahí en las inmediaciones
del Paraíso está la poza del Señor Sol, un famoso gringo ecologista al
que le gustaba la mota y se la pasaba sumergido en una poza sacando
piedras que al moverlas sonaban por dentro.
Cerca de la Finquita crece majestuoso un cuajinicuil traído de
Chiapas. “Nomás que siembres, aquí todo se da”, dicen los lugare-
ños. En Los planes hay limón real, papaya, maíz y frijol. El camino
a la pirámide está surcado de plantas de mariposas que adornan el
paso con sus flores blancas que impregnan su aroma en el ambiente.
Dos arroyos pasan por Los Planes uno que viene de La Quebra-
dora y el otro de La Finquita. Los planes forma parte de un triángu-
lo de pequeñas comunidades preciosas, una de ellas es la colonia La
Quebradora. La cual tiene 30 casas se llama así porque ahí se instaló
en los setentas una máquina trituradora de piedras, material que
se usó para la construcción de la carretera que conduce a la sierra.
Es una población muy tranquila, con energía eléctrica cuya red fue
construida durante el gobierno de María de la Luz Núñez Ramos.
Esa pequeña colonia se fundó en los terrenos del señor Julio Sán-
57
Víctor Cardona Galindo

chez Ciprés. La primaria Sor Juana Inés de la Cruz tiene una sola
aula que les construyó Javier Galeana Cadena cuando fue alcalde,
el jardín de niños Margarita Maza de Juárez se los construyó Acacio
Castro y Germán Adame les dejó de recuerdo la cancha de basquet-
bol. Es un pueblito donde la mayoría de las casas tienen techo de
láminas galvanizadas.
En esa zona entre mayo y junio, cuando comienzan las lluvias,
los habitantes salen al bosque a recolectar un hongo rojo que es muy
sabroso empapelado o en caldo. Llega a costar hasta 50 pesos el kilo
en El Paraíso.
Sin duda es hermoso el triángulo formado por Los Planes, La
Finquita y La Quebradora, es la zona arqueológica que nuestros an-
tepasado llamaron “La ciudad perdida”. Más arriba están El Edén y
La Pintada.

Dos hombres del saber


Quien visite Atoyac se preguntará ¿por qué la biblioteca municipal
se llama Dagoberto Ríos Armenta?, y ¿por qué la que está instalada
en El Paraíso se llama Salvador Morlet Mejía?, o se preguntará ¿por
qué no le pusieron el nombre de un gobernador, presidente de la
república o de un gran escritor? Pues resulta que desde hace poco las
autoridades decidieron que debía honrarse a los hombres excepcio-
nales de este lugar y se ha buscado que las escuelas, calles y biblio-
tecas lleven el nombre de nuestros próceres locales. Pero por ahora
nos ocuparemos de los nombres de las bibliotecas más importantes
de ésta localidad.

Dagoberto Ríos Armenta


Desde 1993, Dagoberto Ríos Armenta es el encargado de cuidar
que la historia de Atoyac no se pierda. Es el responsable del archivo
municipal, donde por su sentido común, ha sabido conservar do-
58
Mil y una crónicas de Atoyac

cumentos importantes que, sin su gusto por la lectura, ya hubieran


desaparecido.
Dago, como le llamamos sus amigos, nació el 9 de marzo de
1938, año de la expropiación petrolera. Estudió hasta el tercer año
en la escuela Juan Álvarez, luego pasó a la primaria Valentín Gómez
Farías del Ticuí. Después en la Modesto Alarcón, para terminar fi-
nalmente en la Juan Álvarez. En su preparación profesional conclu-
yó la carrera corta de mecanografía.
Trabajó 30 años en el correo y es jubilado de la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes. Es hijo de Delfino Ríos Parra y de
Gertrudis Armenta Mesino, de esta última heredó su amor por la
lectura y los libros.
Por su formación autodidacta se relacionó con maestros como
Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez Ramos, esto lo llevó a ser
parte de la histórica célula del Partido Comunista Mexicano que se
formó en Atoyac, misma que marcó el inicio de una era de la lucha
por la democracia. Este grupo fue auspiciado por el célebre luchador
social, Othón Salazar Ramírez. En la fonda de la mamá de Dago
comieron personajes como Juan de la Cabada y Renato Leduc.
Fue miembro, entre otros grupos, del Club de Jóvenes Demo-
cráticos en los cincuenta, y en 1988 formó parte del grupo Convi-
vencia Cultural Atoyac, que concluyó con la publicación de algunos
libros como el de Modismos atoyaquenses. Dago es también un gran
dibujante obra que comparte, a veces, con sus amigos.
Dagoberto Ríos es una especie de guardián del templo, un cui-
dador apasionado de la historia del pueblo que lo vio nacer. Ha
participado y visto el crecimiento democrático de Atoyac. Dago
participó en la formación de la Central Campesina Independiente y
en el Frente Electoral del Pueblo y ha sido toda su vida, un luchador
social y lector apasionado de biografías de héroes y hombres desta-
cados. Actualmente es miembro del consejo editorial de la revista
Cronos, lo que el tiempo no disuelve. Y participó en la publicación
colectiva Agua desbocada donde escribió la leyenda “Días de las áni-
mas”.
59
Víctor Cardona Galindo

En el trienio del alcalde Pedro Brito García el cabildo acordó


imponer el nombre de Dagoberto Ríos Armenta a la biblioteca mu-
nicipal, acto que se realizó con honores, esta es una decisión muy
acertada sin duda, porque con esta designación se honra a la lectura
porque Dago es una de las personas más ilustradas de Atoyac, que le
tiene amor a los libros y que ha leído muchos. Así como es aficiona-
do a las películas del cine mexicano.

Salvador Morlet Mejía, fundador de instituciones


Salvador Morlet Mejía, fundador de escuelas y formador de genera-
ciones, nació el 12 de septiembre de 1908 en Chilpancingo, Gue-
rrero. Formaba parte de la familia Morlet Alarcón de Chilpancingo
y Morlet Sutter de Acapulco. Fundó la primera escuela del Paraíso
en 1952, año en que llegó a esta comunidad serrana el 8 de enero.
Estudió la normal en el Centro Pedagógico de Chilpancingo y
trabajó como maestro federal en Tecolapa municipio de Olinalá; en
Petaquillas y Dos Caminos poblaciones de Chilpancingo; en Zom-
pantle, Zopilostoc, Tlacotepec y otras comunidades del municipio
de Heliodoro Castillo. En Tlacotepec y El Paraíso fundó las escuelas
primarias a las que dio el nombre de Cuauhtémoc.
En su juventud vivió seis años en Estados Unidos, donde apren-
dió el inglés. Regresó a México y solicitó ingresar al magisterio esta-
tal, logrando méritos en la clase de inglés en El Colegio del Estado
de Guerrero, luego realizó estudios pedagógicos logrando una plaza
de maestro federal.
En Tecolapa municipio de Olinalá, conoció a Isabel Andreu
León, era originaria de este lugar. Con doña Isabel tuvieron 14 hi-
jos, uno murió a los 15 días de nacido y le sobrevivieron 13: Iris,
Alberto, Carlos, Jesús, Eva, Lilia, Magdalena, Guadalupe, Rosalina,
Ricardo, Arturo, Roberto y Alfredo. Los cinco últimos nacieron en
El Paraíso.
Por invitación personal de ciudadanos fundadores del Paraíso,
entre ellos don Josafat Valadez y Eduardo Sotelo, vino a esta co-
60
Mil y una crónicas de Atoyac

munidad y llegó a vivir a la humilde casa del maestro ubicada en la


calle Cuauhtémoc la cual estaba construida con bajareque. Después
esa vivienda le fue regalada por la comunidad al maestro Morlet.
Las familias del Paraíso interesadas porque sus hijos aprendieran las
primeras letras se turnaban semanalmente para darle de comer a él
y a su familia.
Salvador Morlet Mejía fue hijo de Frumencio Morlet Alarcón y
Consuelo Mejía Linares, originaria de Tlacotepec. Don Frumencio
Morlet era banquero en la Ciudad de México y cuando estalló la re-
volución, guardó celosamente lingotes de oro propiedad del banco
y los devolvió cuando pasó la revuelta. Por las venas del maestro Sal-
vador corría la sangre honesta de su padre y su vocación de servicio.
A las dos primarias que fundó, en los diferentes lugares donde
estuvo en —Tlacotepec y en El Paraíso— les puso el nombre de
Cuauhtémoc, sentía mucha admiración por el último emperador
azteca, cuya efigie dibujaba con esmero y dedicación. También en
El Paraíso fue fundador de la secundaria técnica —la que antes era
particular incorporada— donde siempre fue el subdirector, no qui-
so ser el director porque ya lo era de la primaria.
Escribía poemas, acrósticos y canciones como “Ojos ambarinos”
que le compuso a su esposa Isabel Andreu León.
El maestro Salvador siempre pulcro al vestir con sus trajes y
corbata, de colores gris y negro, gestionó la energía eléctrica para El
Paraíso, que se inauguró el 15 de septiembre de 1957, el correo, el
registro civil, contribuyó con la llegada del teléfono y con los dos
turnos de la primaria.
Salvador Morlet Mejía murió el 17 de agosto de 1989 en la
Ciudad de México, a donde había ido a visitar a sus hijos y nietos.
Está sepultado en esa capital en el panteón Jardines del Recuerdo.
Salvador Morlet tuvo el mérito de haber viajado desde Tlacote-
pec al Paraíso a lomo de bestias, ya que no existía la carretera. Era
un lugar de difícil acceso a donde también se podía llegar en una
avioneta pasajera que aterrizaba en los terrenos donde ahora está el
Centro del Bachillerato Tecnológico Agropecuario.
61
Víctor Cardona Galindo

Don Salvador llegó a un pequeño pueblo que no rebasaba las


150 casas y contribuyó con su progreso. Es contemporáneo de don
Fidel Núñez Ávila quien se refugió primero en El Edén y luego en
La Pintada.
Al maestro Salvador todos lo recuerdan con cariño y dicen que
era muy amable. Por eso para honrar su trayectoria social y edu-
cativa una calle del Paraíso lleva su nombre y el 24 de octubre del
2008, se inauguró la biblioteca Profesor Salvador Mortet Mejía en
esa población serrana a la que entregó parte de su vida.

La compañía minera: Los Tres Brazos


Las décadas de los cuarenta y cincuenta fue la época de oro del
municipio de Atoyac. Los cafetaleros prendían su cigarro con un
billete y viajaban en avionetas. Fue cuando se construyeron las gran-
des fortunas de algunas familias originarias de aquí. En ese tiempo
muchos extranjeros vinieron en busca de riquezas, había españoles,
árabes, alemanes, libaneses, chinos y sirios viviendo en esta tierra de
oportunidades.
Los extranjeros en Atoyac se reunían en la farmacia Germana.
En la casa de Manuel Radilla Mauleón y Sofía Ludwig Reynada
improvisaban sus tertulias. La vivienda de los Radilla Ludwig era
muy concurrida, era farmacia, restaurante y funeraria, ahí llegaron
los primeros camiones de la Flecha Roja y la Estrella de Oro allá por
1953.
El árabe Gabriel Salum tenía una bonetería, de él descienden los
dueños de la tienda café Wadi de Acapulco. Marcos Senado era sirio.
Ferreira era un español que siempre andaba de pantalón negro y
camisa caqui. Francisco Baumgartner y Luis Bremen, eran alemanes
y se dedicaban a la agricultura.
También vivían en ese tiempo los árabes Gabriel y Regina Za-
har, a quienes don Simón Hipólito considera como los primeros
comerciantes en la rama del café, seguidos por los chinos Lorenzo
62
Mil y una crónicas de Atoyac

Lugo y su esposa. El matrimonio de árabes vendía chaquetas de


mezclilla además de comprar café.
El centro de la ciudad estaba lleno de negocios importantes des-
tacaban: la farmacia Centro de don Chano Luna, la farmacia Cruz
Roja de Carmelo García, La Guadalupana de Silvestre Hernández y
la del Perpetuo Socorro de Yolanda Ludwig.
Era importante el restaurante Germano, donde estaba colgado
un cuadro de Porfirio Díaz, frente a él comió Juan de la Cabada
cuando vino a dar una conferencia. José Navarrete Nogueda cons-
truyó el primer edificio de dos pisos, para su tienda comercial La
Competidora en 1950 y ese año visitó la ciudad Miguel Alemán
Valdés, segundo presidente de la república que venía por estos lares.
En su tiempo vino Lázaro Cárdenas del Río.
En ese contexto de prosperidad se explotó al norte de la ciu-
dad, cerca de donde está la presa derivadora Juan Álvarez, una mina
llamada Los Tres Brazos cuyos vestigios van siendo borrados por el
tiempo. De esa mina se extraía tungsteno un mineral que se usaba
para hacer los filamentos de lámparas.
Se sabía que en la sierra había yacimientos importantes minera-
les que hacían muy rica la región. Se habla de que a principios del
siglo pasado el químico alemán originario de Hamburgo, Herman
Wolff Ludwig, explotó una mina de oro en Los Tres Pasos y muchos
más lejos cerca del Filo Mayor están Las Fundiciones donde hay ves-
tigios de que en ese lugar se explotó un mineral parecido al hierro,
aunque no se tengan antecedentes de quien lo hizo.
En el caso de La mina Los Tres Brazos, fue explotada por capital
español aunque tenía socios mexicanos, como la familia Larequi Ra-
dilla de Acapulco. Cerró en 1958 porque los inversionistas no qui-
sieron dar prestaciones de ley a los trabajadores y al primer indicio
de inconformidad, se llevaron la maquinaria a la Ciudad de México,
poco a poco. “Lo que les costó más trabajo fue el compresor porque
era lo más pesado” dicen testigos.
La historia comenzó el 10 de febrero de 1943, cuando se instaló
la maquinaria bajo la dirección del ingeniero José Suárez Fernández.
63
Víctor Cardona Galindo

Se le denominó Compañía Minera Los Tres Brazos, porque así se le


llamaba al paraje donde se ubicó, recordemos los tres brazos del río
y el arroyo Los Tres Brazos que está arriba de la colonia El Chico.
Su gerente fue el hispano José Garmendia y hubo trabajado-
res de distintas partes del país, pero principalmente de los pueblos
cercanos como El Ticuí y Corral Falso. Fueron mineros Norberto
Quintero Meza, Luis Bello, José Castro Navarrete y Alberto Bello
Hernández, quienes compartieron sus testimonios con nosotros.
En el tiempo que el español Miguel José Garmendia explotaba
la mina Los Tres Brazos, la Fábrica de Hilados y Tejidos Progreso del
Sur Ticuí, era trabajada por el también ibérico Antonio Esparza. Al
decaer la mina, el terreno donde se localizaba pasó a ser propiedad
de Miguel de León Loranca, quien se lo vendió a Sergio Tabares;
éste a Antonio Rosas y Toño Rosas al ejército, por lo que el predio
donde estaba la mina ahora es propiedad de la 27 zona militar.
Norberto Quintero Meza recuerda que la mina era un túnel
recto, con tres ramales. Las tolvas estaban al pie del río y prendían
con diesel los calderos.
Luis Bello trabajó en la mina en el año 1957, en el primer turno,
secando los metales. Su jefe era el ingeniero Ricardo Cero Cero, nos
platicó que la piedra de tungsteno salía del túnel por una vía de tren;
la vaciaban al molino que la quebraba hasta hacerla polvo y luego
se iba por una canoíta que funcionaba a base de aire, diesel y agua.
Una vez quemado el hierro y el cobre, sólo quedaba el tungsteno.
Sacaban 110 kilos por turno, era muy pesado, “una lata de 20 kilos
no la podían levantar”.
“Convenía trabajar en la mina, porque cuando en la fábrica de
hilados les pagaban a los obreros siete pesos al día, en la mina les da-
ban a los mineros ocho pesos y además les proveían de una comida”.
Don Luis entraba a las cinco de la mañana y salía a la una de la
tarde. Salía de su casa a las cuatro de la mañana y cuando iba llegando
a la mina se veían las luces de las linternas de los trabajadores del tercer
turno que salían del pozo. A las 9 de la mañana pitaba el silbato para
almorzar, doña Daría Pinzón los atendía muy bien en su fonda.
64
Mil y una crónicas de Atoyac

Había dos comedores uno de obreros y otro de los empleados


del más alto rango. Feliciana Flores Navarrete era la encargada del
comedor de los empleados y las encargadas del comedor de los obre-
ros eran: Daría Pinzón, Isabel y Tayde Hernández.
José Castro Navarrete contaba con 21 años de edad cuando en-
tró a trabajar, fue almacenista, tenía bajo su responsabilidad los fie-
rros, las pistolas, la pólvora, los barrenos; los víveres como: papas,
cebollas y huevos.
José llevaba la contabilidad de los obreros para pasar la lista a
don Antonio Ramos que era el pagador. Cuando se iba Garmendia
quedaba al frente de la industria el ingeniero minero Joaquín Ber-
nal. Eran como 100 trabajadores en tres turnos, vinieron muchos
de fuera había de Guadalajara y Puebla. Eran como 32 empleados
por turno.
El tungsteno apestaba como pólvora. Después de quemarlo
quedaba una cosa como el cemento, volátil, por eso Jesús Ramos de
Corral Falso se infectó de los pulmones. El producto lo transpor-
taban hasta el puerto de Acapulco, llevaban al Malecón doce botes
cada tres meses, donde se embarcaba “el polvito” y se lo llevaban
hasta Inglaterra.
A los trabajadores les pagaban según la producción. A los del
pozo les pagaban el metro a un peso con 20 centavos, en un día se
hacían hasta 25 metros; cada minero por turno cobraría alrededor de
30 pesos a la semana. En el pozo había 16 mineros, más lo sacadores.
Casi todos trabajaban dos turnos, los perforistas se echaban un turno
a las cuatro de la tarde y otro como a la una o dos de la mañana.
Cuando detonaban la dinamita dentro del túnel se cimbraba el
cerro, el mineral lo sacaban con malacates. Los carros salían de la
mina por rieles y descargaban en la tolva y de la tolva el mineral iba
al molino. El molino hacía polvo la piedra que venía por manguera
a las mesas, donde salía el polvo blanco que pasaba a las secadoras y
de ahí se envasaba.
La mina paró sus labores en 1958 porque Luis y Genaro Ávila
Juárez, querían formar un sindicato. Por eso el español José Gar-
65
Víctor Cardona Galindo

mendia se llevó la maquinaria y cerró. Aunque la versión de don


José Castro es que la mina cerró por falta de mercado. Como 15
años después volvieron hacer limpieza pero no se concretó su rea-
pertura.
Por su parte Alberto Bello Hernández, tenía 25 años cuando
entró a trabajar a la mina en 1956. Trabajó como peón dos sema-
nas, después fue almacenista. Entró como peón perforista pero lo
sacaron “aguado” del túnel, le hizo daño estar dentro. Un día faltó el
almacenista porque bebía mucho y Antonio Ramos se fijó en él y le
preguntó si sabía leer y escribir, contestó que sí, por eso lo pusieron
a cargo de toda la herramienta. “Molían con agua y en cantidades
mínimas extraían plata y oro. En ese tiempo estaba muy solicitado
el tungsteno, por la Segunda Guerra Mundial”.
Don Alberto dice que el administrador Antonio Ramos traía
una camioneta para transportar a los que salían lesionados en la
mina, pero alguien aconsejaba a los trabajadores para pedir sus dere-
chos. Por eso un señor de apellido Ávila logró convencer al personal
que debían de exigir. Se hizo una huelga y no aguantó la empresa.
En ese tiempo todavía trabajaba la fábrica donde pagaban por
metro de tela, pero convenía más trabajar en la mina. Había mecá-
nicos de la fábrica laborando como mineros. El ingeniero Maning
fue el último jefe que trabajó cuando quebró la mina. “Maning hizo
una alberquita donde tenía un perro de agua”.
Hace poco Decidor Silva Valle el Negris realizó indagaciones
sobre la mina y encontró la leyenda, algunos lugareños afirmaron
haber visto “a personajes semejantes a como describen los extra-
terrestres” que por las noches llegan en naves extrañas al pie de la
mina. Especulan que los alienígenas “han estado sacando el mine-
ral”. Otros sólo se aventuraron a decir que ya muy noche “se escu-
chan extraños ruidos al interior del túnel”.
La gente inventa sus historias sobre la mina. Lo cierto es que
el túnel ha sido cubierto por la vegetación y por los deslaves de la
ladera. Había pedazos de rieles que poco a poco han desaparecido
por la depredación humana. Muchos añoran la apertura de ese cen-
66
Mil y una crónicas de Atoyac

tro de trabajo y los mineros que todavía viven recuerdan sus años
mozos. Entonces había mucho dinero y cuando salían de trabajar
de la mina se iban a echar una cervecita, la Superior estaba abriendo
camino “en El Ticuí existían las cantinas de Emigdio Méndez, Jus-
tina Juárez, doña Santos Cisneros, Antonio Pano y Lico Saligán en
cada cantina había tres o cuatro mujeres”. Buenos tiempos aquellos.

Entre periodistas te veas… Juan Damián Cabrera


—Hijo de perra, hasta aquí llegaste— le dijo el coronel Alfredo
Cassani Mariña a Juan Damián Cabrera mientras le ponía su pistola
de cargo en la cabeza, una 45, y un pelotón de soldados cortaba
cartucho y le apuntaban con la intención de aniquilarlo. Haciendo
uso de su valor, al instante el médico Silvestre Hernández Fierro el
doctor Chico, se interpuso entre las armas y Juan Damián diciendo
—No haga eso mi coronel—. También intervino el director de la
escuela secundaria federal 14, Rosendo Francisco Sid, calmando a
los militares.
Era la mañana del 13 de septiembre de 1973. Los militares ha-
bían asistido al zócalo al homenaje que el ayuntamiento organizaba
a los niños héroes. Juan Damián Cabrera era corresponsal del perió-
dico Revolución y estaba ahí para cubrir el evento. Unos días antes
había denunciado el tráfico de madera que hacía el ejército en los
ejidos de la sierra. Ya los soldados lo habían ido a buscar a su casa.
Unos días después un capitán de apellido Palmerín lo quiso asesinar
en la calle Juan Álvarez frente al Banco del Sur.
En los años siguientes, ya para terminar ese periodo negro en
que se vivió la llamada Guerra Sucia, se fundó el periódico Tribu-
na de Atoyac, el director era José Asención Damián Cabrera, Ángel
Navarrete Reséndiz era el subdirector y Juan Damián el gerente,
era un periódico de combate donde se denunciaba sin empacho las
corrupciones de los funcionarios públicos. Como ahora, siempre
se ha necesitado algo de valor para ser periodista —Hay que tener
67
Víctor Cardona Galindo

mucho producto de gallina, pues—, dice Juan Damián recordando


aquellos tiempos.
Por los señalamientos directos de corrupción que hacían, el al-
calde Alfonso Vázquez Rojas, los metió varias veces a la cárcel. Una
vez fue porque un caricaturista de nombre Domingo había publi-
cado un dibujo que se veía al alcalde llevándose todo el dinero de
las arcas.
Otra ocasión mientras José Ascensión trabajaba en la delegación
de tránsito, un amigo le avisó que el coronel Mario Arturo Acos-
ta Chaparro, con Los Tarines, iban para Atoyac buscándolo. Pudo
haber sido una guaca de los que no querían, a los periodistas. Pero
previniendo una cosa mayor José Ascensión Damián abandonó su
trabajo y la ciudad, para ponerse a salvo de los policías matones al
servicio de Rubén Figueroa Figueroa y sus secuaces.
Ángel Navarrete Reséndiz ya fallecido jugó un papel importante
como comunicador y como contrapeso para aquellos gobernantes
arbitrarios, totalitarios y despóticos, a don Ángel cuando le pregun-
taban —¿Es usted periodista?— él contestaba —Yo soy periodisto,
periodistas las mujeres—. De don Ángel aprendieron los Rea, eso
de ser periodista, fundador de colonias y político. Don Ángel Na-
varrete fue fundador de pst, del Partido del Frente Cardenista de
Reconstrucción Nacional y al final de su vida lo cobijó el pri, pero
en su juventud fue un periodista combativo y fundó la colonia In-
surgente Morelos.
Juan Damián Cabrera siguió en otras aventuras como corres-
ponsal del Observador, sus columnas son importantes para recons-
truir la historia de la fundación de la colonia 18 de Mayo, cuando
inició ese movimiento encabezado por Pedro Rebolledo y Rommel
Jaimes Chávez, Damián Cabrera era el único, quizá, de los corres-
ponsales que escribía con cierta independencia e imparcialidad del
asunto.
Ahora con el recuerdo de aquellos periodistas locales que no le
tenían miedo al gobierno, recorre las calles vendiendo cachitos de
lotería. Varias gentes se la han sacado “aunque sea pa’ miar” pero
68
Mil y una crónicas de Atoyac

se la han sacado. “Ya fuera de guaca”, algunos se han sacado la lote-


ría pero Juan Damián guarda el secreto. Asención Damián Cabrera
quien murió, también vendía billetes de lotería en San Jerónimo de
Juárez. El pueblo los recuerda con cariño “les llamaban los Xochi-
milcas”.
Y recordando al coronel Alfredo Cassani Mariña comandante
de 27 batallón de infantería en aquellos tiempos de la Guerra Sucia.
En los tiempos del “terrorismo de Estado”, dicen otros. En un asalto
sorpresivo, el 30 de septiembre de 1973, se llevó todo el banco de
armas del ayuntamiento, eran las siete de la tarde cuando los milita-
res rodearon el palacio municipal, con el pretexto de que los policías
preventivos habían detenido a un soldado borracho. Cassani locali-
zó al soldado y lo sacó de barandilla para llevárselo a rastras. Mandó
traer con patrullas militares a los policías que estaban de descanso y
los reunió fuera de la comandancia y les mentó la madre diciéndoles
que no tenían derecho a detener ningún soldado aunque anduviera
borracho. Porque cualquier militar hasta el más pendejo de su bata-
llón era padre de los policías.

Doctor Antonio Palós Palma


Este coronel médico del ejército republicano español llegó a Mé-
xico expulsado por el gobierno de Venezuela, donde fue ministro
de Salud, por haberse inmiscuido en el movimiento del guerrillero
Douglas Bravo. Formaba parte de un movimiento internacional de-
nominado Estrella Roja, la cia lo buscaba en México. Agentes de
esa central de inteligencia gringa, lo visitaron en su consultorio, para
preguntarle por el paradero del Che Guevara, cuando el internacio-
nalista argentino desapareció y no sabían su ubicación hasta que
apareció en Bolivia.
Era egresado de la Universidad de Salamanca, peleó en España
contra el golpe de Estado de Francisco Franco, de formación socia-
lista, hizo estudios militares en la Unión Soviética, por eso apoyaba
69
Víctor Cardona Galindo

las luchas de los obreros y campesinos. Fue un gran humanista y


revolucionario.
Fue amigo del general Alberto Bayó, instructor militar del mo-
vimiento 26 de julio, quien lo invitó a La Habana. Allí conoció
al Che Guevara quien le regaló autografiada su obra La guerra de
guerrillas, libro que cuidaba como su más preciado tesoro. Palós
escribió el prólogo del libro, Tempestad en el Caribe, donde Bayó
narra su experiencia como combatiente internacional de esa zona
del continente.
Palós fue un destacado miembro de la Legión del Caribe, ayu-
dante del general Juan Rodríguez García quien financió la expedi-
ción de Luperón contra el tirano de República Dominicana, Rafael
Leónidas Trujillo, en 1944. Bayó define a Palós como luchador ge-
neroso, valiente e idealista, por eso lo escogió para que le hiciera el
prólogo de su libro Tempestad en el Caribe.
Algunas fuentes coinciden que Antonio Palós Palma llegó a
nuestra ciudad de Atoyac en 1948, vivió primero en la casa de las
hermanas Serafín y después se mudó a una vivienda que le decían
“El castillo del doctor Palós” que estuvo ubicada en la calle Juan
Álvarez, atrás del Centro Cultural. Era una construcción de tres ni-
veles, que él mismo hizo con sus propias manos, no tenía varillas es-
taba sostenida solo de alambrón y los tabiques de canto. Aun así era
resistente. Se casó en Atoyac con Paula Cabañas rememora Decidor
Silva Valle. Se le recuerda alto, rubio, rollizo, inteligente, gruñón,
malhumorado y gritón. Su forma de hablar era fuerte, hablaba con
mucho garbo.
Abelardo Cejas Soberanis Yayo Cejas, recuerda que tenía un hos-
pital bien formado con todo el equipo en los años de 1956-1957,
el suyo fue el primer quirófano que hubo en Atoyac. Su sanatorio
tenía camas y todo. Estaba ubicado en el número uno de la calle Ar-
turo Flores Quintana, como dije antes, en una casa que le rentaban
las hermanas Serafín.
Le gustaba la pintura llegó a exponer en la Ciudad de México.
Pintaba hermosos cuadros al óleo, “mucho pintaba al Quijote de la
70
Mil y una crónicas de Atoyac

Mancha, al que plasmó en la fachada de su casa”. Le gustaba escu-


char a Juan Manuel Serrat, los poemas hechos canciones de Antonio
Machado, Miguel Hernández y Federico García Lorca.
Cuando la masacre del 18 de mayo de 1967, fue el único mé-
dico que se atrevió a dar auxilio a los heridos que quedaron en el
zócalo, con su bata blanca, su maletín negro de piel y sus lustrosos
zapatos negros, llegó a la plaza para levantar a los lesionados.
En la calle Arturo Flores Quintana llegó a vivir con su esposa
doña Chea, así le llamaban a su esposa que era de República Domi-
nicana. Con sus hijos Chingolo, José Antonio y Libertad. En ese
domicilio pasó una tragedia familiar, porque Palós se enamoró de
su enfermera Paula Cabañas y por eso su esposa se fue. Tenía ade-
más una hija que se llamaba María Palós y que radicaba en Estados
Unidos.
“Estimó mucho a Alejandro Gómez Maganda a quien cono-
ció cuando, ex gobernador de Guerrero, fue embajador en Europa.
Tenía una cultura muy amplia. Un hombre fiel a sus ideas, nunca
claudicó” dice Yayo Cejas.
Lucio Cabañas y Serafín Núñez Ramos cuando trabajaban en
la escuela primaria Modesto Alarcón lo invitaban a dar pláticas de
medicina y primeros auxilios a los padres de familia.
Tenía el grado de coronel en el Ejército Republicano Español,
excombatiente de su país, partidario del bando republicano, contra
la dictadura franquista. Tenía muchas heridas en su cuerpo que le
habían hecho las balas en las batallas. Enseñó estrategia militar a Lu-
cio Cabañas, fue quien le dio las ideas sobre la guerra de guerrillas,
con quien estaba emparentado porque se casó con Paula Cabañas,
prima de Lucio.
Además de ser asesor militar de Lucio Cabañas, Palós regaló a la
guerrilla dos pistolas Star españolas calibre 22. Palós enseño a Lu-
cio y al Negris a tirar con rifle. El médico republicano era excelente
tirador.
Sobre Palós se tejieron muchas leyendas. Una de ellas es que
mantuvo a su hijo embalsamado en la casa durante mucho tiempo,
71
Víctor Cardona Galindo

antes de llevarlo al panteón. Que cuando se fue lo desenterró y se


lo llevó. Entre otras cosas que se dicen, pero lo que más llamaba la
atención era su forma muy particular de curar.
Dicen que en un pleito a un hombre lo hirieron con un puñal a
un ladito del corazón, el agresor huyó dejándole el cuchillo clavado
en el pecho. Los familiares fueron con un médico y les dijo que si
jalaba el cuchillo, le cortaría el corazón y moriría, fueron con otro
médico y lo mismo. Solo les quedó el recurso de acudir con Palós
y llegando la mamá del herido le explicó el caso. Con indiferencia
les dijo —pónganlo ahí—, y lo recostaron en una cama. Palós co-
menzó a maldecir. En otras palabras le dijo que por pendejo le había
pasado eso y que los pendejos no merecían vivir, diciendo esto sacó
un gran puñal y haciendo alarde de gran coraje amagó al herido que
asustado encogió el corazón y Palós con gran velocidad sacó el puñal
salvándole la vida.
En otra ocasión le llevaron a un descaderado que se quejaba
lastimeramente y los demás médicos no habían podido curar. Palós
lo sentó en un columpio lo meció fuerte y cuando venía de regreso
lo recibió con un tablazo en la cadera y al sentir el golpe el hombre
gritó al momento que brincaba del columpio caminando normal-
mente.
A otro le salvó el brazo gangrenado poniéndole sanguijuelas en
la parte afectada. Tenía métodos no muy convencionales para curar.
Palos le salvó el brazo a Alberto Ludwig Nogueda. Alberto había
tenido un accidente de tránsito y lo trataron los mejores médicos
de la capital del país, quienes proponían cortárselo de regreso en
Atoyac, Palós se lo salvó.
Un día le llevaron un joven loco de Coyuca, amarrado con ca-
denas. Palós le abrió las dos piernas con un bisturí y le inyectó hacia
adentro provocándole dolor para que la mente de la persona se con-
centrara en el dolor y así lo alivió.
A la hija de doña Catalina Solís la Rellenera, otros médicos le
iban a cortar la pierna y se la salvó. Para la cirugía Palós era muy
bueno. Una vez hubo una balacera en la calle Juan Álvarez, hirieron
72
Mil y una crónicas de Atoyac

a Juan Ríos quien quedó desecho con el ojo saltado, lo dieron por
muerto, Palós lo recogió en una ambulancia, porque fue el primer
médico en tener ambulancia, recogió los heridos y los restituyó.
Juan no perdió la vista.
El doctor Palós y su hijo Antonio curaban a los heridos y enfer-
mos de la guerrilla en una casa de seguridad ubicada dos cuadras al
sur de su consultorio, curó incluso a Isabel Ayala, mujer de Lucio
Cabañas. Palós atendió un herido en Acapulco, producto de la ac-
ción en la que la guerrilla ajustició a José Becerra Luna.
Comenta Luis Hernández Navarro, que uno de los grandes do-
lores en su vida le llegó con la muerte accidental de su hijo. Palós
había dejado mal acomodada su pistola y el muchacho la encontró
y se puso a jugar con ella. El arma se le disparó en la cabeza. Él
quiso reanimarlo pero no pudo. Embalsamó el cuerpo de su hijo y
lo conservó en su casa por un tiempo y después lo llevó al panteón.
No hubo velorio. “Su hijo Quito se mató, se dejó ir una descarga
de un 22 trejo de ráfaga. Se metió todo el cargador en la sien que le
desbarató la cara”, dice Abelardo Cejas.
Económicamente a Palós no le convenía vivir en Atoyac, porque
no ganaba, él se gastaba con la gente su dinero que ganó honrada-
mente cuando fue ministro de Venezuela. Cobraba poco por sus
consultas, eran pagos simbólicos los que recibía. No les arrebata a
los pacientes el poco dinero que llevaban. Los pacientes de Palós con
una sola consulta sanaban. Tenía conocimientos de arquitectura y
albañilería acudía por las noches al panteón a trabajar la tumba de
su hijo Faraón.
Dominaba muy bien la técnica de la acupuntura china. Para
curar un herido, un baleado no había mejor médico que Palós en
toda la región. En una zona convulsa como la nuestra, no encon-
traban otro médico más capaz en ese terreno, pues adquirió mucha
experiencia en el frente de batalla, por eso siempre estuvo ocupado
y ejerciendo con mucho gusto su profesión. Siempre tenía la sala
de su casa llena de heridos. A él no tan fácilmente se le moría un
paciente de urgencia.
73
Víctor Cardona Galindo

Antes de salir de España estudió psiquiatría. Sabía latín, fran-


cés y algo de inglés. Cuando ocurrió la masacre del 18 de mayo ya
no tenía la ambulancia, acudió al lugar de los hechos en un coche
Mercedes.
Fue médico cirujano de la Fuerza de Seguridad Pública en la re-
gión de la Costa Grande. También tuvo el cargo de médico regional
de la Fuerza de Seguridad Pública del estado, documentos de 1958,
así lo acreditan. En esos documentos se firmaba como Antonio José
Palós Palma.
Tenía una relación estrecha con el dirigente comunista Ramón
Danzós Palomino. También tenía un amigo español muy rico que
se llamaba Máximo López que mucho lo ayudó económicamente.
Palós decía que se quería morir en Atoyac, pero se tuvo que ir por-
que la represión estaba muy dura a esas alturas y la guerrilla estaba
cercada.
Entre otros datos están que Antonio José Palós Palma nació en
Córdoba, España. Médico, fue miembro del Partido Comunista Es-
pañol, casado con la sobrina de la famosa revolucionaria comunista
Dolores Ibáurri Gómez —La Pasionaria—. Se exilió en Venezuela y
al ser expulsado por el dictador Marcos Pérez Jiménez, se refugió en
México. Luego volvió a Venezuela y los últimos días los vivió en la
población de Araya, estado de Sucre, donde falleció el 8 de febrero
del 2005.
Palós se fue de Atoyac en 1974, después de haber internado
durante quince días en su casa a Lucio Cabañas. Se llevó a su hijo
Antonio y a su mujer Paula Cabañas. Dice Felipe Fierro que antes
de irse, fue a despedirse de Benjamín Luna al rancho de Los Coyo-
tes. En ese lugar tomó un puño de tierra y se lo llevó como recuerdo
de Atoyac.

* Fuentes: Decidor Silva Valle, Abelardo Cejas Soberanis, Mundo Ríos, Felipe
Fierro Santiago y Luis Hernández Navarro, en La Jornada, martes 5 de enero de
2010.

74
Mil y una crónicas de Atoyac

Mi lindo pueblito y María la Voz


En idioma na savi (mixteco) ticuí quiere decir agua. Los purépechas
llaman tinkui al correcaminos. El ticuí es un pájaro de plumaje en el
pecho azul y las alas y colas cafés, que habita en las selvas de Tabasco
y Venezuela.
En tercero de secundaria nos dejaron de tarea investigar el nom-
bre de nuestro pueblo y le fuimos a preguntar al viejo más sabio del
pueblo, esa ocasión don Antonio Galeana nos contestó que la palabra
ticuí significaba “lugar de pájaros”. Otro compañero dijo que su abue-
lito le aseguró que los españoles que fundaron la fábrica de hilados y
tejidos Progreso del Sur Ticuí, traían un pájaro que se llamaba ticuí,
querían tanto al ave que bautizaron con su nombre este lugar.

Eres tu lindo pueblito


eres pueblo bendito
donde yo nací.

Viejos pobladores del Ticuí le dijeron a doña Juventina Galeana


Santiago doña Yube, que “a los españoles que fundaron la fábrica les
fascinó el canto del luicillo”, el pájaro con alas cafés y pecho amari-
llo, por eso le pusieron Ticuí al pueblo. Aunque escuchando bien el
canto el luicillo dice “Luis, Luis” por eso se llama luicillo. El pájaro
que dice “ticuí, ticuí, ticuí”, es el chicurro, también se le conoce
como garrapatero o pijuy.
Octavio Navarrete Gorjón dice que ticuí es la onomatopeya del
sonido que produce el ave del mismo nombre, “En la mayor parte
del país se le conoce como ticuí a ese pájaro que abunda en los
establos y lugares donde hay animales y que se le alimenta de garra-
patas”. Aquí en la Costa Grande se le conoce como chicurro y en la
Tierra Caliente como chiscuaro.
Aunque en estos parajes también había mucha ticuiricha —te-
colote albino—, ave que no es otra que la lechuza a la que se dan
atributos de mal agüero.

75
Víctor Cardona Galindo

Con esto concluimos, que es que innegable que el nombre de la


comunidad del Ticuí tiene que ver con pájaros y con agua. Algunos
cronistas aseguran que antes de que los españoles le cambiaran el
nombre, esté pueblo se llamó Cuajinicuil.

Eres un encanto
que yo te quiero tanto
por eso te canto.
Querido Ticuí.

Aunque yo en lo personal considero que no fueron los españoles


constructores de la fábrica los que los que bautizaron al pueblo. El
paraje del Ticuí ya existía, había unas cuantas casitas de bajareque
con techos de zoyate y casi junto estaba la cuadrilla del Cuajinicuil.
Así que el Ticuí y el Cuajinicuil ya existían cuando llegaron los es-
pañoles de Fernández, Quiroz y Compañía. Concluyo esto por dos
noticias publicadas en 1903.
En el mes octubre de ese año el Periódico Oficial del Estado de
Guerrero, informaba la muerte de Felipe Hernández, subcomisario
del Cuajinicuil municipio de Atoyac, por una mordedura de víbora.
Y en diciembre del mismo año el mencionado medio publicaba la
noticia del hundimiento, en el lugar conocido como El Real, de la
lancha Perla, misma que llevaba material para la construcción de la
fábrica de hilados que se construía en ese momento en El Ticuí. Las
noticias se referían a dos lugares distintos.

Tú eres mi vida
la estrella divina
que cuando estoy lejos
me acuerdo de ti.

El Ticuí es un pueblo bonito, rodeado de lomas, palmeras y dos


canales, un poco melancólico que ha inspirado muchas canciones
como “Mi Pueblito” compuesta por Rubén Ríos Radilla y “Vere-
dita” una canción muy hermosa don Wilfrido Fierro Armenta que
76
Mil y una crónicas de Atoyac

le hizo a la siempre estimada Antonia Chávez, esa pieza la hicieron


famosa Los Brillantes de Costa Grande.
También la canción “Ticuiseña” muy sonada en los años setenta
y ochenta, no se de quien sea la letra pero es muy rítmica y gua-
pachosa. Esta melodía la siente todo aquel que esté enamorado de
una ticuiseña y va a dejarla. Debe ser muy oída por los paisanos que
están en Estados Unidos, porque los vínculos que hay en Youtube de
los Brillantes de Costa Grande son muy comentados.
Kopani Rojas también le compuso una canción al Ticuí que dio
a conocer en su disco “Canto criollo”. Gonzalo Ramírez le canta con
pasión y Héctor Cárdenas habla del costeño del Ticuí en su canción
“Lindo Atoyac”.

Eres tú
quien tiene mi preferida
la que es dueña de mi vida
y tú la envuelves Ticuí.

Filiberto Méndez García llama al Ticuí “el pueblito más pinto-


resco y bello de la región”, lugar donde vino al mundo el 8 de marzo
de 1920. La primera impresión que se llevó Filiberto Méndez de la
vida “llegó confundida por ese ensordecedor ruido de las máquinas
textiles, por el traqueteo constante de las poleas y por la pelusa que
se levantaba poco a poco hasta formar una espesa bruma, que para
mí terminaba a la cinco de la tarde con el silbatazo que anunciaba la
salida de los obreros”.

Eres tú
un orgullo de mi costa
con sus tropicales cosas
para bañarse en ti.

El Ticuí es la tierra de María la Voz a la que Juan de la Cabada le


hizo un cuento. La voz le lloraba dentro de la casa y decía —María
si yo hubiera estado no te hubieran matado.
77
Víctor Cardona Galindo

María Sixta Gallardo Margara, nació en El Ticuí. Una tarde ju-


gando muñecas se le incrustó en el abdomen la voz de un hombre
que la acompañó hasta la muerte. Era una mujer bravía le gustaba
cabalgar, junto con su marido tenían un ranchito donde ahora es la
colonia Los Llanitos. A su marido Eusebio Cabañas, hermano del
general Pablo Cabañas, lo mataron los rurales en San Jerónimo.
Ella se mantenía dando consultas, adivinaba y contestaba con la
voz que le salía de la barriga. Por eso le llamaban María la Voz.
Tuvo seis hijos y cuando mataron a Eusebio, ella se dedicó a sa-
carlos adelante. Como al mes de haber muerto su marido, un hom-
bre la comenzó a enamorar, ella lo rechazó. Había periodos que la
voz que tenía en el estómago, salía de su cuerpo y no hablaba. En
una ocasión la voz le dijo que sentía que si salía algo le iba a pasar. Y
así fue, en una ocasión cuando la voz no estaba, entonces el hombre
que la enamoraba la asesinó a puñaladas en el barrio del Alto del
Ticuí —Si no eres mía, no serás de nadie—, le dijo en el momento
que le clavaba las puñaladas.
En el velorio, los que estaban presentes, sintieron la llegada y es-
cucharon la voz que juró vengar la muerte de María. Posteriormente
el asesino murió hecho pedazos, sólo llegó la cabeza en el caballo,
los demás miembros quedaron regados por el camino. Tal vez el
caballo enloqueció, explicaron los vecinos. Aunque todos quedaron
convencidos calladamente que fue la voz quien vengó a María.
Este episodio de la vida cotidiana del Ticuí, le fue contado a
Juan de la Cabada, por la luchadora social Benita Galeana Lacunza,
este escritor campechano hizo un cuento y más tarde un guión de
cine que se hizo película, que se llamó María la Voz.
Este filme fue dirigido por Julio Bracho en 1955, donde Ma-
ría, huérfana de madre, vive con su tía en un pueblo del Istmo de
Tehuantepec; vende flores en la estación de ferrocarril. Las otras
vendedoras la envidian y dicen que está embrujada, porque habla
con una voz que no es la suya y sin mover los labios.
Aunque la película está ambientada en Oaxaca, se mencionan
los pueblos de San Jerónimo, Atoyac y El Ticuí, incluso la esceno-
78
Mil y una crónicas de Atoyac

grafía se asemeja a las ruinas de la vieja fábrica de hilados y tejidos, el


reparto estuvo integrado por Marisa Belli, Miguel Inclán, Rosenda
Monteros y Víctor Manuel Mendoza.
En el pueblo sólo queda el recuerdo entre los más viejos, de
los tiempos de María la Voz, cuando pasaba a lavar al canal de la
fábrica y de cómo venían personas de todos los pueblos vecinos a
preguntarle por sus animales o prendas perdidas. “Ella no era como
los charlatanes de ahora, siempre decía la verdad, la voz ronca la salía
de la barriga”, así se recuerda a María la Voz, mientras el cuento de
Juan de la Cabada sigue siendo apasionante. Hay que volverlo a leer.

Máximo Gómez Muñoz


Largo, zancudo, bigote amalditado y ranchero, cabellos ondulados y ne-
gros; voz suave, campirana, con diminutivos de aldea, líquida casi la voz,
terminaciones en u, y jota en vez de efe acá y allá. Graves dolencias reumá-
ticas y ceguera progresiva. Cuarentaiseis años (Ricardo Garibay en 1979).
Es un hombre alto, de pelo tupido y canoso elegantemente peinado,
de bigote bien recortado, y con anteojos de lentes gruesos, benévolo y de
voz suave; pero con aires de autoridad y de confianza absoluta de sí mismo
(Elijah Wald en 1998).
Ha sido un apoyo fuerte y decidido de los luchadores sociales de la
región y del estado. Incluso aquellos que en la lucha han caído abatidos,
han encontrado en el padre Máximo su más fiel defensor para que se les
dé un lugar en la historia y un pedacito de tierra donde reposar sus restos
(Carlos Armando Bello Gómez en 2010).

Los comentarios anteriores se refieren al padre Máximo Gómez Mu-


ñoz el “cura rebelde” quien lleva ya casi la mitad de su vida con
los atoyaquenses, antes había estado nueve años en Xochistlahuaca
donde aprendió el idioma de los amuzgos y cuando lo cambiaron
de ese lugar, en rebeldía, se pasó tres meses vendiendo tortas en un
parque de la Ciudad de México. Después fue rector del Seminario
de Acapulco, donde enseñó filosofía, ahí lo encontró Ricardo Ga-
ribay trabajando como albañil, pegando ladrillos, como lo narra en
79
Víctor Cardona Galindo

su libro Acapulco. Dice que a veces la hacía de plomero, carpintero


o electricista “recorre el seminario sin parar, trabajando desde las
cinco de la mañana; es el rector”.
Cuando Máximo llegó a Xochistlahuaca un municipio mucho
más antiguo que Ometepec y sin embargo no tenía ni agua ni luz
ni brecha y estaba prácticamente en manos de tres o cuatro caciques
que eran los que explotaban todo “…muchas veces amenazaron con
matarme, pero ya murieron los tres y yo sigo en pie”.
“Ellos explotaban todo, las tierras de los indígenas las tenían
como parcela o como potreros, tenían muchísimo ganado caprino
y vacuno. Cada año enviaban miles y miles de caprinos a Tehuacán,
Puebla”. Era el dominio total de los caciques, los indígenas no podían
tener ganado y sólo les permitían sembrar para su sobrevivencia.
Los caciques no querían que se abriera la brecha porque iba a
dar vialidad a los indígenas y ellos tenían su recua de bestias para
acarrear mercancía. Eran los dueños de las únicas tiendas de la cabe-
cera municipal y no dejaban que nadie más llevara mercancía, pues
si alguien lo intentaba, lo asesinaban en el camino. Abrir la brecha
era actuar en contra de ellos, por eso Máximo centró sus esfuerzos
en gestionar la carretera de terracería.
Luego que hubo brecha, el padre como buen gestor buscó la in-
troducción del agua y la energía eléctrica, logró esos beneficios, por
eso fue administrador del sistema agua potable cinco años, del 70 al
75, entregó el cargo cuando dejó esa población.
Para lograr que los caciques sacaran su ganado de las parcelas
de los amuzgos, Máximo se plantó dos meses en la banqueta del
Departamento Agrario en la Ciudad de México, hasta que le firma-
ron la orden de que los caciques sacaran su ganado de las parcelas.
De regreso en Xochistlahuaca, reunió a los caciques y a los líderes
indígenas, y “les dije a los caciques tienen tres meses para sacar su
ganado, y les dije a los indígenas a partir de esta fecha, el ganado que
encuentren mostrenco pueden cazarlo como venado y comérselo”.
Corría el año de 1971, cuando los hombres más pudientes de la
localidad sacaron su ganado.
80
Mil y una crónicas de Atoyac

Después de eso lo amenazaron, “que dice fulano que lo va a ma-


tar, le dije, dile que no me mata ni en sueños”. Aunque varias veces
encontró a los fulanos esperándolo en el camino. Pero de lejos grita-
ba el nombre del matón “hola Odilón como está tu gente”, para que
oyeran los que iban delante, de esa manera pudo salir bien librado.
Ya en Atoyac luego de fundar la iglesia del Dios Único en 1982,
puso a funcionar un dispensario médico gratuito que daba consulta a
los que menos tienen. En su parroquia todos los que han buscado co-
bijo lo han encontrado. Es gestor, sacerdote, defensor de los derechos
humanos, se ha jugado la vida por salvar a otros. Máximo ha apoyado
todas las luchas justas del pueblo. Fue de los primeros hombres que
comenzaron a organizar la conmemoración del 18 de mayo. Siembre
de guayabera, sombrero y huaraches, Máximo es un hombre sencillo.
A Máximo el gobierno lo mantuvo vigilado mucho tiempo, las
24 horas del día, por la sospecha de que pertenecía a un grupo gue-
rrillero. Gente vestida de civil, al menos hasta antes del 2000, vigila-
ba su iglesia. Eso era notorio, porque si alguien iba a visitar la iglesia,
luego en el camino lo abordaban para preguntarle a que había ido.
Al padre Máximo han recurrido muchas personalidades que se
han encontrado privadas de la libertad y han encontrado en él, un
intermediario decidido para traerlos con vida.
Se le ha encargado entregar las sumas exigidas para salvar la
vida de varios plagiados. Su acción más famosa es cuando parti-
cipó como intermediario, para rescatar al presidente de Banamex,
Alfredo Harp Helú, se habla que se entregó una cantidad superior
a los 188 millones de pesos. Entregó el rescate para salvar a Adán
Quiñones, a Jorge Espinosa Mireles, empresario de Printaform y
participó como intermediario para traer vivo a Marco Antonio Ga-
leana. Entre otros muchos.
Ha hecho composiciones, es poeta y corridista. Una de las pri-
meras composiciones que le escuché va así:

Ya nos vamos pasando de pénjamos


vamos rumbo a la chingada

81
Víctor Cardona Galindo

el gobierno sigue matando


y no hay quien les diga nada.

Por sus muchas composiciones Elijah Wald, le dedica un impor-


tante espacio en su libro Narcocorrido. Un viaje al mundo de la mú-
sica, de las drogas, armas y guerrilleros. Muy conocido fue su corrido
“No se fíen” dedicado a la masacre de Aguas Blancas, cuya letra dice:

Máximo Gómez Muñoz


ya me cansé de llorar
por esto que ha sucedido,
mandaron a acribillar
a indefensos campesinos.

Bajaban de Atoyaquillo
y otros de Paso Real
los emboscó el gatillo
del gobierno criminal.

Cerca del río de Coyuca


donde llaman el Vadito
se mostró más cruel que nunca
este gobierno maldito.

Ya me cansé de llorar
por tan triste noticia
y ahora voy a gritar
que lo que exijo es justicia.

No se fíen de su palabra
aunque tengan grandes nombres
hay muchos que no usan faldas
pero tampoco son hombres.

De lo que habían prometido


el diecinueve de mayo
algo les habían cumplido
y al mes los asesinaron.

82
Mil y una crónicas de Atoyac

Oye hermano campesino


yo te quiero aconsejar
vamos cambiando el destino
así nos van a acabar.

Tras el episodio de Aguas Blancas, Gómez Muñoz fue media-


dor entre el gobierno y la Organización Campesina de la Sierra del
Sur, ocss, pero sospechando que el gobierno quería tenderles una
trampa a los líderes campesinos, abandonó la intermediación. Le
gusta hacer parodia política, comparar a Herodes con los políticos
actuales. Piensa que el pueblo está en medio de dos lobos, la iglesia
y el gobierno, cuando “un lobo se quiere acercar, el otro le gruñe. El
problema está cuando los dos lobos se ponen de acuerdo”.
Cuando apareció el epr en el vado de Aguas Blancas, el padre
Máximo que ofició una misa sui generis estaba ahí, al llegar los ar-
mados encapuchados, mientras todos corrían asustados, sin saber de
qué se trataba, el padre Máximo se acercó y los felicitó por haberse
levantado en armas. Después les compuso un himno cuyo párrafo
que me acuerdo dice:

Todos los mexicanos


que aman de veras la patria
es tiempo que digan basta
con las armas en las manos.

Para que a favor del pueblo


por fin se cumpla la ley
aquí está el epr
a ver quién puede con él.

Cuando le preguntan si tiene miedo, el padre repite mucho esta


frase: “Mi papá me enseñó que solamente las gallinas y los guajolo-
tes se mueren en la víspera, porque son para comérselos en la fiesta.
Los hombres se mueren cuando Dios se descuida y los cabrones se
aprovechan”. Porque él no tiene miedo, ni a la represión ni a nada.
83
Víctor Cardona Galindo

El padre Máximo Gómez Muñoz nació el 11 de mayo de 1932,


el rancho El Gilmute municipio de Tepatitlán, Jalisco, fue zapatero
y logró estudiar en la Universidad Gregoriana de Roma, se ordenó
sacerdote el 26 de enero de 1966 y fundó la iglesia del Dios Único
en Atoyac el 11 de febrero de 1982.
Es el séptimo de los 10 hijos de un matrimonio de campesinos,
el ahora párroco su infancia laborando en el campo, sin asistir a la
escuela porque su papá decía “nomás los tarugos tienen que estudiar
y mi hijo es bien inteligente”. Por eso cuando cumplió 10 años de
edad, uno de sus hermanos mayores prácticamente se lo robó y lo lle-
vó a Guadalajara y allá a escondidas lo metió a la escuela, donde cursó
en un año los primeros tres grados de la primaria. Por ese tiempo un
cacique de Tepatitlán asesinó a su padre, en un descuido de Dios.
Por sus altas calificaciones, recibió una beca para ingresar al se-
minario de los dominicos en Guadalajara, donde completó sus estu-
dios de secundaria, preparatoria y jugó futbol. Al salir de ahí fue be-
cado para estudiar teología en la Universidad Gregoriana, de Roma.
Máximo llegó el día 1 de enero de 1990, acompañado de algu-
nos de los ricos de Atoyac a solidarizarse con el plantón que los pe-
rredistas mantenían en el zócalo, protestando por el fraude electoral
que se dio en las elecciones municipales de 1989. El padre siempre
fue solidario, él fue quien le prestó un sombrero de charro a mi
mamá con el que participé en un bailable de Jalisco cuando iba en
quinto año de primaria.
El 11 de junio de 1994, Mario Arturo Acosta Chaparro con el
agente de ministerio público de Acapulco Elías Riachi Sandoval y mu-
chos judiciales registraron la parroquia en busca de armas, pero no en-
contraron nada, a pesar de haber buscado hasta debajo de las piedras.
Fue en el sepelio de Isidro Molina Sánchez, el guerrillero caído
en San Juan de las Flores en el Panteón de la Libertad, el 24 de fe-
brero de 1999, cuando por primera vez cantó en público el himno
al epr. Allí pronunció un discurso en el que dijo “Isidro no se va a
enterrar, se va a sembrar, porque no se entierra a los seres humanos,
se siembran y especialmente Isidro, quien debe ser un semillero para
84
Mil y una crónicas de Atoyac

que salgan nuevos Isidros. Nueva gente que en su plena juventud


estén dispuestos a dar la vida por sus hermanos, por todos los opri-
midos y los que padecen injusticias”. “Isidro debe ser un ejemplo
para la juventud de ahora, porque alguien que ya dio la vida por la
patria no necesita nada, está con Dios, porque Dios estará siempre
con aquellos que luchan por la verdad y la justicia”.
En su parroquia recibió los delegados zapatistas 21 de marzo de
1999, que estuvieron aquí para promover la consulta por la paz y
oficio una misa para despedirlos, los coordinadores de la consulta
por la paz convocada por el ezln hicieron llevar la urna para que el
padre votara en su templo.
Tuvo bajo su custodia, los restos de Lucio Cabañas durante un
año. Para las exequias los restos mortales del guerrillero salieron de
la parroquia del Dios Único. El sacerdote rebelde pronunció un dis-
curso al despedir los restos, dijo que pocas personas como Lucio se
merecen el homenaje que se le dio y que le honraba profundamente
que haya sido en su iglesia donde se hayan resguardado los restos
para ese gran día. Y dio a conocer un poema que le dedicó a Lucio.
No puedo más,
las armas a las manos,
me agobia la opresión
a mis hermanos.
Y la infame tortura de sus almas.

No puedo más,
la metralla crispó mis manos
por acariciarla andará
conmigo como una hermana,
mientras cruzando por la ruta sierra.

No puedo más,
como quisiera que en Atoyac,
surgiera un vástago de aquel pionero,
que defendió con las armas esta tierra,
Juan Álvarez presente,

85
Víctor Cardona Galindo

¿Te das cuenta padre Juan de lo que pasa?


El pobre en Atoyac mendiga casa,
y paga hasta dueño ausente,
y las escuelas por las que han luchado
con su batalla y su pulso firme,
saben que ahora el jornalero oprimen.
Y el habla es cosa para ser esclavos
y las iglesias de cualquier creencia,
y ante un árbol de tu vida diste,
te dedicamos a enlazar conciencias.

El padre siempre está presto para la entrevista, en lo personal he


llevado a muchos periodistas para que lo entrevisten en la estancia
que tiene en su parroquia para recibir visitas. En atrio de la iglesia
del Dios Único hay un expendio de agua donde los que van a com-
prar se despachan solos y solos se dan el cambio y nadie roba nada.
Por su larga trayectoria ayudando a los pobres y como defensor
de los derechos humanos en el ayuntamiento de Atoyac lo distin-
guió con la presea “Juan Álvarez al mérito civil” el 27 de enero del
2010. El padre Máximo cumplió 80 años el pasado 11 de mayo, sus
fieles rezan para que dure muchos años más.

La feria en los tiempos de la violencia


De las ferias que se tenga memoria la del 2009 fue muy especial, por-
que se dio en el contexto de una amenaza de bomba y de una psicosis
colectiva de miedo. Esta del 2013 estuvo marcada por la consterna-
ción del asesinato del conocido cafetalero Agustín Sotelo Aguilar.
Con la llegada de Carlos Armando Bello a la presidencia muni-
cipal, la feria comenzó a llamarse Expo Atoyac, porque no solo café
produce el municipio. “Producimos noni, mango, copra y miel”
dijo el alcalde. El ayuntamiento pasado duró un trienio nueve meses
y es al único gobierno que le ha tocado organizar cuatro ferias, en las
tres últimas no participaron los cafetaleros.
86
Mil y una crónicas de Atoyac

Armando Bello inició la tradición del desfile del pendón donde


participan danzas y mojigangas. Este año 2013 a propuesta del direc-
tor de la Casa de la Cultura Rubén Ríos Radilla éste evento se llamó
La Bola, suceso que desborda la alegría, baile y risas. El desfile recorre
la calle principal camino al lugar donde se llevará a cabo la feria.
Quedó como recuerdo de la feria del 2009 que el 4 de abril bri-
lló el casco de la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí,
con la presentación de la Orquesta Filarmónica de Acapulco que
en un acto inédito congregó más de mil 500 personas iniciando las
festividades de la feria.
Durante el concierto el maestro Eduardo Álvarez Ortega llamó
a Kopani Rojas Ríos para que subiera a cantar la canción “Atoyac”,
de Agustín Ramírez. La que cantó con mucha facilidad y maestría.
Esa fue la cuarta vez que la filarmónica se presentó en el municipio.
La primera vez fue el 12 de abril de 1998 en el gimnasio municipal
en el marco de la Feria del Café, en esa ocasión como en el 2009 fue
el platillo fuerte del programa, después vendría otras cuatro veces.
En el teatro del pueblo se llevaron a cabo eventos importantes
como la presentación de Playa Limbo y la Tuna Universitaria. El
sábado 11 de abril antes de la presentación de Los Terrícolas, el pre-
sidente municipal, Carlos Armando Bello Gómez, entregó la presea
al mérito musical Ambrosio Castillo Muñoz, Bocho Castillo, a Juan
Figueroa Rodríguez Juanello, una distinción que el ayuntamiento
por primera y única vez otorgó a un músico destacado.
Una característica del teatro del pueblo es que siempre está lle-
no, hay familias que sólo asisten a eso; es quizá, la única oportuni-
dad que tienen cada año de ver espectáculos en vivo; por eso desde
muy temprano apartan su lugar, el elenco va desde la presentación
de cómicos hasta cantantes de renombre.
Los elotes no faltan en cada esquina. Los pabelloneros usando
el calor y el aire hacen la golosina, y los globeros le dan colorido
al lugar. Durante el Jueves Santo vale un comino la vigilia; todos
comen carne, carnitas hay por todos lados. Tacos de carne con ta-
bla y tierrita. A veces las astillas quedan entre los dientes. Algunos
87
Víctor Cardona Galindo

le llaman “La feria del taco” donde la gula es el principal pecado.


En el 2010 por internet circuló un ingenioso cartel donde en lugar
de granos de café le ponían tacos. El tepachero ambulante, sin el
sombrero que generalmente trae en el día, recorre todo el terreno.
Ni la nube de polvo inhibe a los comensales. Las pizzas están por
todos lados y tienen mucha demanda. En esta feria los diabéticos no
tienen cabida porque el dulce abunda. Por 10 pesos se puede ver a
la mujer lagarto, un truco de ilusión óptica moderna y el de la rifa
y el de barata no dejan de conversar en paz hablan todo el tiempo.
En el 2009 la feria fue exitosa a pesar de los rumores que circu-
laron de que pondrían una bomba, estaba reciente un granadazo en
Petatlán. Por la tarde del día de la inauguración circuló un volante
firmado por un supuesto Cartel del Pacífico Sur, donde amenazaba
con boicotear la feria. Había copias del volante en las calles que ad-
vertía a todos quedarse en sus casas. Pero al final hubo saldo blanco.
Al inicio a todos nos entró temor, pero Cristina a sus 10 años
tuvo la respuesta. Un día llegó de la escuela diciendo que no iría a la
feria porque una de sus compañeritas le había dicho que iban a tirar
una bomba. Pero después ella misma se dio la respuesta y dijo: “Sí
vamos a ir a la feria, porque si alguien quisiera tirar una bomba no
anduviera diciendo”.
Así que ese día el cinco de abril nos fuimos a la feria a subirnos a
los carros chocones y a la ola, a comer pizza, elotes y papas a la fran-
cesa. La Feria del Café es un buen sitio para saludar a los amigos.
Luego vale la pena saludar a personas como el Prieto Serafín un apa-
sionado de su tierra, quien tiene una envidiable colección de fotos
del Atoyac de antaño, gran amigo que vive en el Distrito Federal y
que no se pierde una feria.
El seis de abril se inauguró el pabellón cafetalero donde se pudo
disfrutar un cafecito de olla todos los días. El pabellón estuvo en-
cabezado por el coordinador del Consejo Estatal de Café el inolvi-
dable Francisco Piedra Gil Ayala, quien estaba entusiasmado por
los premios que los cafés naturales de Atoyac habían obtenido en el
ámbito nacional. Piedra Gil dijo en esa ocasión que Guerrero ocu-
88
Mil y una crónicas de Atoyac

paba el quinto lugar en producción del café a nivel nacional y es el


primero en la producción del café natural. Señaló que para nuestro
municipio es muy importante el café, porque la sierra de Atoyac es
la más arbolada del estado de Guerrero, gracias a que bajo su sombra
se cultiva el cafeto, que es una planta muy noble que puede coexistir
entre otras plantaciones y el bosque.
La Expo Atoyac 2009, fue un éxito total, los juegos mecánicos
para la diversión de chicos y grandes los stands de café con sus dife-
rentes marcas y sabores, para todos los gustos.
Desde siempre la feria es una excelente oportunidad para dar a
conocer los productos artesanales manufacturados de otros estados
de la república. En la muestra artesanal todos los años se hacen pre-
sentes los hermanos: Enrique y Salvador Hernández Meza quienes
presentan su material tallado de madera y con semillas de diferentes
árboles de la región.
En el Jaripeo  ni la amenaza de bomba impidió el lleno total,
donde cada uno de los toros emocionó al público asistente, los jine-
tes se arriesgaron con ejemplares de gran peso. Joan Sebastián fue el
show principal. Montado en sus bellos corceles apareció el cantante
que emocionó a su público. Ni de la crisis se acordó la gente y llenó
el lugar para ver a su ídolo. Fue una noche de alegría y la gente se
quedó en el jaripeo hasta ya muy entrada la madrugada.
Este 24 de marzo del 2013 el alcalde Ediberto Tabares inaugu-
ró la Feria del Café. Los festejos comenzaron desde la tarde con el
desfile denominado la Bola en el que participaron carros alegóricos,
danzas y bailes regionales de Guerrero, Oaxaca y otros estados de
la república; así como instituciones educativas que amenizaron el
recorrido por las principales avenidas de la ciudad y el boulevard
Juan Álvarez hasta culminar en las instalaciones del recinto ferial en
el rancho de Los Coyotes.
El corte del listón inaugural fue en las instalaciones del impresio-
nante e inédito pabellón cafetalero y con ello inició la festividad más
representativas de este municipio y de la región de la Costa Grande.
En el acto de apertura estuvo todo el cuerpo edilicio, la directora de
89
Víctor Cardona Galindo

la Cumbre Latinoamericana del Café, Luz María Osuna Delgado, el


subsecretario de Agricultura e Infraestructura Rural Estatal, Acacio
Castro Serrano, quien acudió en representación del gobernador del
estado, Ángel Aguirre Rivero y el coordinador del Consejo Estatal
del Café de Guerrero, Erasto Cano Olivera.
Se dieron cita artesanos, productores de café y miel, represen-
tantes de las diferentes organizaciones, ejidos, el Museo Nómada del
Café integrado por estudiantes de la unam, quienes exhibieron sus
productos y brindaron asesoría al público, durante los ocho días que
duró la Feria del Café.
Posterior al programa oficial de inauguración, se guardó un mi-
nuto de silencio en memoria del fallecido ex presidente del consejo
consultivo de comisariados ejidales, Agustín Sotelo Aguilar, quien
fue cafetalero e introductor de la flor anturium a la sierra Atoyac y
fue asesinado en el centro de la ciudad en días pasados.
Lo impactante de esta feria fue el pabellón cafetalero donde se
impartieron conferencias relacionadas con el mundo del café, un
ejercicio que con anterioridad sólo se había practicado en la comu-
nidad de La Pintada.
Acacio Castro recordó que desde hace más de cien años la ca-
feticultora ha sido de importancia en la vida económica, política y
social de Guerrero, desde su esplendor en los años 70, hasta la crisis
de los 90. Precisó que la vegetación nativa que se mantiene en las
regiones cafetaleras del estado es aporte importante al medio am-
biente, en la cosecha de agua, porque son ambientes no alterados,
donde aún convive la flora y la fauna.
En el majestuoso, pabellón cafetalero durante toda la semana se
presentaron ponentes: Tihui Campos de la facultad de Filosofía y
letras de la unam y fundadora del Museo Nómada del Café; el pro-
fesor Ángel Ruíz; el veterano catador de café, Ramón Aguilar Ruíz;
Esteban Escamilla Prado profesor investigador de la Universidad de
Chapingo; el ex director general del extinto Inmecafé, Fausto Can-
tú Peña y el investigador, productor y catador profesional de café,
Francisco Serra Cid Castro.
90
Mil y una crónicas de Atoyac

Tihui Campos y el profesor Ángel Ruiz analizaron la situación


del sector cafetero en el país. Ambos investigadores coincidieron en
que no existe otro cultivo que armonice con el entorno natural de
las regiones productoras, toda vez que su cosecha se da bajo la som-
bra de arboles, los cuales contribuyen a brindar el oxígeno necesario
para la subsistencia humana.
Tihui Campos dijo que el productor es el menos beneficiado
con la comercialización del café y quienes obtienen las mejores ga-
nancias son las grandes empresas y los llamados “coyotes”. Explicó
que uno de los factores que repercute de manera negativa en la eco-
nomía del campesino, es que los mexicanos sólo consumimos en
promedio un kilo y medio de café al año, mientras que en los países
europeos el promedio es mayor.
Ángel Ruiz resaltó que en las zonas cafetaleras existe una mayor
presencia de la fauna nativa, lo que propicia la conservación de los
bosques y los cultivos alternos. Recordó que mediante un estudio
realizado por investigadores de la unam se comprobó que el café
no perjudica la salud de los consumidores y son los desórdenes ali-
menticios, los que afectan la vida de las personas que acostumbran
acompañar una taza de café con un cigarro u otros alimentos irritan-
tes; “el café es una bebida que hasta el momento no se ha compro-
bado clínicamente que origine algún daño irreversible en la salud”.
Ramón Aguilar Ruiz reseñó que el café en su variedad típica o
criolla, llegó vía Cuba en el año de 1790 a Veracruz y de ahí pasó
a Córdoba. En 1844 llegó otra variedad conocida como robusta
de Guatemala a Tapachula y en la actualidad se usa una variedad
resultante de la cruza de las dos, llamada Mundonovo, originaria
del Brasil. Conminó a los cafeticultores a unificarse para mejorar
la calidad del grano y recomendó cuidar minuciosamente desde el
proceso de recolección hasta la estibación de los costales:
“El cafetal es un espacio de vida” afirmó Esteban Escamilla Pra-
do durante su participación en el ciclo de conferencias que se lleva-
ron a cabo en el pabellón cafetalero, donde impartió la conferencia
“La dimensión ambiental del café; los impactos del café en sombra,
91
Víctor Cardona Galindo

sobre el medio ambiente, el cambio climático y sus repercusiones”.


Sostuvo que el café, al ser un cultivo armonioso a la naturaleza,
resulta fundamental en los tiempos actuales, para contrarrestar los
efectos del cambio climático que afecta el medio ambiente, que ya
impacta de manera negativa en la vida diaria de las personas.
Fausto Cantú Peña, impartió la conferencia “la dimensión eco-
nómica del café, la situación actual y tendencias del comercio mun-
dial del café”, quien propuso que se funde una escuela de agricultura
tropical, una escuela asistida con su propio campo porque aquí hay
mucha inteligencia que puede transmitir la experiencia del café.
Francisco Serra Cid Castro impartió la conferencia “Café de es-
pecialidades y buenas prácticas, agrícolas” a la cual asistieron un
centenar de cafeticultores provenientes de las diversas regiones pro-
ductoras de Atoyac, de Tecpan de Galeana, Petatlán, Coyuca de Be-
nítez y la Costa Chica.
En esta fiesta que congrega a los atoyaquenses estuvieron grupos
musicales como Calibre 50, Banda Carnaval, Grupo Cañaveral, Los
Rieleros del Norte y los Tucanes de Tijuana. En el teatro del pueblo
participaron Los Freddys, La Sonora Dinamita, Los Pasteles Verdes,
Los Terrícolas. Clausuraron con danza, música y canto Fandrangro
y Kopani Rojas Ríos. Se acabó la feria.

Cuando los cafetaleros viajaban en avioneta


Plan del Carrizo es una comunidad en lo alto de la sierra de Atoyac,
a 40 kilómetros de la cabecera municipal. El pequeño caserío está
rodeado de colinas que se llenan de neblina por las tardes y por las
mañanas de un rocío que al caminar entre la maleza moja la ropa.
Son unas colinas donde cantan las chachalacas y el trino de los jil-
gueros llega hasta las casas acompañado de ese olor a pasto que todo
lo llena, “ese olor a gordura” como lo llama mi padre. Característico
de la selva cafetalera.

92
Mil y una crónicas de Atoyac

En 1955, un aeroplano volaba y volaba en círculos en el cielo de


Plan del Carrizo. Dos veces anduvo el avión dándole vueltas al pue-
blo. Asomándose al cielo don Juan Vargas Pérez le dijo a su hermano
Hermilo “creo que quiere aterrizar porque no le abrimos una pista”
y en un terreno plano le abrieron una “pistita” como de 100 metros
ahí aterrizó esa avioneta.
Ya que estaba en el suelo el piloto les dijo dónde podían cons-
truir un campo de aterrizaje.
El aeromotor resultó ser propiedad del industrial Guillermo
Avellaneda. Un español radicado en el puerto de Acapulco que se
interesó en poner un beneficio húmedo en el Plan del Carrizo. Con
el piloto de esa avioneta les envió, a los Vargas, la propuesta de una
sociedad para comprar y exportar el café.
Avellaneda se asoció con los Vargas para procesar el café y man-
dó una máquina despulpadora de dos discos. En ese tiempo don
Juan Vargas llegó a cortar en una temporada 600 quintales en su
huerta de Los Mangos. Avellaneda les pagaba a 525 pesos el quintal.
El primer viaje en el avión lo hizo don Juan Vargas desde Plan
del Carrizo al puerto de Acapulco. En ese tiempo el aeropuerto esta-
ba en Pie de la Cuesta donde ahora es de la base de la Fuerza Aérea
Mexicana.
En esa ocasión don Juan Vargas se entrevistó con Guillermo
Avellaneda con quien trató las condiciones de la sociedad. Él finan-
ciaría la maquinaria para el beneficio del café y los Vargas pondrían
el producto, quienes durante dos años también compraron el grano
a los agricultores de la comunidad y con la máquina despulpadora
de dos discos procesaban el café para hacerlo pergamino.
En ese tiempo sólo cosechaban la variedad “café criollo o típico
arábigo, que es el bueno” dice don Juan. Después trajeron otras va-
riedades como “pero el bueno es el arábigo”. Era el tiempo del oro
verde, estaba a 525 pesos el quintal en Acapulco con el transporte
pagado por los industriales.
Con el primer viaje de Juan Vargas se inauguró una etapa de
transporte en avión de Atoyac a la sierra. En el Ticuí ya existía un
93
Víctor Cardona Galindo

campo de aterrizaje que fue inaugurado en 1935, con el aterrizaje


de un avión trimotor piloteado por un aviador de apellido Clevens.
Ese campo daba servicio a la fábrica de hilados y tejidos. Por eso los
primeros viajes se hicieron del Ticuí a Plan del Carrizo. Después los
Vargas compraron un terreno al sur de la ciudad en el lugar conoci-
do como El Rondonal, para tener su propio aeropuerto.
Dice el cronista Wilfrido Fierro Armenta en la Monografía de
Atoyac que en 1955 “los hermanos Hermilo y Juan Vargas en socie-
dad con el señor Benjamín Avellaneda, pusieron en operación un
campo de aterrizaje en El Rondonal”. Donde ahora está la calle que
se llama Viejo Aeropuerto. Servicio que se inició el 15 de diciembre
de 1955 utilizando una avioneta marca Piper con las iniciales xbtea
y se suspendió en 1961.
El aeroplano que hizo los primeros viajes a la sierra era de pro-
piedad Avellaneda y cuando los Vargas se capitalizaron y vieron que
les convenía, le compraron una avioneta a don Guillermo. Se las dio
en 66 mil pesos y la piloteaba Adolfo Hernández.
Pero al ver que era negocio el transporte de café y de pasajeros en
avioneta, Adolfo Hernández les pidió la avioneta y a cambio Avella-
neda les dio otra. Pero ya cuando trabajaba por su cuenta Adolfo se
emocionó echando viajes y no le puso atención al mantenimiento
de la avioneta. El aparato comenzó a quemar aceite y se vino a pi-
que muriendo quemado el piloto en las inmediaciones de Plan del
Carrizo.
Wilfrido dice que “El 26 de febrero de 1956 la avioneta Piper,
por fallas del motor se desplomó incendiándose cerca del Plan del
Carrizo, murió el piloto Adolfo Dávila”
Los Vargas tuvieron a su servicio varios pilotos entre ellos los
hermanos Gonzalo y Alberto Márquez. Gonzalo, y otro del que don
Juan Vargas no se acuerda del nombre, vivían en la calle 5 de Mayo
47 en el puerto de Acapulco. Alberto llegó a bajarse cuatro toneladas
de café pergamino en un día.
Luego les piloteó un español que se llamaba Carlos Antolín. Los
pilotos ganaban cuatro mil pesos al mes y si alguien quería bajar
94
Mil y una crónicas de Atoyac

rápido a la cabecera municipal, les cobraban 50 pesos el pasaje. En


avioneta a los 20 minutos ya estaban en Atoyac.
El campo aéreo que estaba en El Rondonal medía 43 metros de
ancho por 400 metros de largo de norte a sur. La avioneta aterrizaba
contra el viento. La gasolina la traían de Acapulco en una camioneta
Willys propiedad de un miembro de la familia Valle.
Fue una época de oro. Desgraciadamente los Vargas como la
mayoría de los cafetaleros despilfarraron el dinero, se lo gastaron be-
biendo en la burrita que estaba en la calle Fernando Rosas y Silvestre
Castro. En ese tiempo había mujeres “sabrosas” en la zona de tole-
rancia que hicieron época y dinero, “tirábamos el dinero diciendo al
fin ahí están las matas”. Había muchos antros “llegaron unas putas
de Acapulco, por eso le pusieron Acapulquito al barrio de la zona de
tolerancia” dice don Juan.
Eran tiempos de bonanza. En el zócalo había refresquerías como
El Trópico propiedad de Wilfrido Fierro. Los tamarindos de la plaza
eran testigos de la prosperidad de la región. Eran los tiempos en que
los cafetaleros prendían el cigarro con un billete y la canción “Mi
cafetal” sonaba en todas las sinfonolas.
A la avioneta de los Vargas le cabían tres personas, cuatro con el
piloto. Don Juan aprendió a manejar la avioneta y llegó a volar solo.
Hacía sus compras Acapulco, de donde traía cartones de huevos
para cocinarlos con chile verde y darle de comer a los peones.
Juan Vargas llegó a contratar 100 peones, que le traía Prisciliano
Miranda de Zapotitlán, para cortar y con 10 mulas acarreaba el café.
Tenía cuatro cocineras y acarreaba en picheles los frijoles guisados,
para que comieran los peones. “A las bestias le colgaba por un lado
un pichel con frijoles y por otro lado las tortillas, muchas tortillas”.
Avellaneda tenía un barco en el que enviaba el café al extranjero
y tenía su bodega en Acapulco en la calzada Pie de la Cuesta 32,
antes de llegar al Pasito.
Hasta que llegó la carretera y los costos se elevaron, ya no tuvie-
ron recursos para sostener al piloto, entonces se acabaron los vuelos,
que por seis años dio servicio a los cafetaleros de Plan del Carrizo.
95
Víctor Cardona Galindo

Don Juan Vargas nació en San Juan de las Flores en 1922, cum-
plirá 90 años el próximo 24 de junio. Su padre fue José Trinidad
Vargas Villa, el Negro Vargas, y su mamá Justa Pérez Fierro.
Cuando su padre llegó al Plan del Carrizo eran terrenos libres.
Ahí se estableció la familia Vargas y fincaron huertas de café. A la
hora del reparto agrario Plan del Carrizo quedó como anexo del
Rincón de las Parotas. En 1956 Juan Vargas comenzó a gestionar el
deslinde del ejido del Rincón de las Parotas, ahora se llama ejido del
Plan del Carrizo.
Dice don Juan que él se puso a gestionar el ejido porque anda-
ban ya los “rapamontes” encabezados por Melchor Ortega que se
querían llevar la madera del Anexo. Tardó seis años gestionando el
ejido. Hasta el que el 9 de noviembre de 1971 se publicó la resolu-
ción presidencial en el Diario Oficial de la Federación, que autoriza-
ba la separación de Plan del Carrizo del Rincón de las Parotas y el
20 de enero de 1973 se ejecutó la resolución creando formalmente
el ejido.
El ingeniero anduvo midiendo subió al cerro del Encanto y otras
elevaciones. Finalmente el ejido se formó con 4 mil 90 hectáreas. Se
llama Plan del Carrizo “porque había una cieneguita, un charquito,
donde crecía un rollo de carrizos. Era un plantita muy frondosa de
donde los niños sacaban varas para hacer trabucos y rifles para tirar
piedritas”.
Antes del año 38 había muchos langostinos en el arroyo de Plan
del Carrizo pero vino una creciente que se llevó todo el camarón,
sólo quedó el socavón. Antes iban por la noche a camaronear con un
hachón y con un machete llenaban una tirincha. A veces por efecto
de luna no encontraban ningún camarón.
Los cerros del Varandillo y Las Guacamayas, el cerrito Chato y
el cerrito del Carrizal, cercanos al Plan del Carrizo están poblados
de Pinos, encinos, madroños y nanchillos. En la orilla de ese arroyo
de aguas frías abunda el cuajinicuil.
En los mejores tiempos del café Plan del Carrizo tuvo una plan-
ta de luz que abastecía al pueblo, se prendía a las seis de la tarde y se
96
Mil y una crónicas de Atoyac

apagaba a las ocho de la noche. La planta también era de los Vargas.


Y al motor de la máquina despulpadora se le adaptaron atrás otras
bandas que sirvió como molino de nixtamal.
Don Juan Vargas recuerda que llegó a cortar 600 quintales y
cuando abrieron la carretera se compró un Jeep que fue el primer
vehículo que entró a la comunidad, “en ese tiempo los carros eran
muy caros”. En los últimos tiempos en los alrededores de Plan del
Carrizo los potreros van ganándole espacios a las huertas, de la pista
de aterrizaje y del beneficio húmedo de café, sólo quedan vestigios.
En la cabecera municipal, de aquella época, queda de recuerdo la
calle Viejo Aeropuerto.
Sin embargo la sierra sigue siendo apasionante. El Varandillo
es un pequeña cuadrilla de cuatro casas, “en carro llegas a Plan del
Carrizo y de ahí a caballo”, dicen sus habitantes para que los visites.

El corrido de los hermanos Zequeida


Este corrido es de dominio popular, aunque en internet únicamente
se puede encontrar la versión del grupo Los Pumas de Reynosa, que
es la mejor interpretación que conozco. El corrido habla del valor y
de la muerte de los dos hermanos, que fueron famosos a mediados
del siglo pasado, pero no dice mucho sobre la historia de los Zequei-
da, por eso vamos a contarla en estas páginas.
Y es que las hazañas de los Zequeida van de la realidad a la le-
yenda en esta tierra donde el pueblo hace de los hombres valientes
seres míticos hasta que se enfada de ellos. Se dice que trabajaban
para los poderosos. Hay versiones que aseguran que el presidente
municipal Luis Ríos Tavera los apoyaba y se les temía porque tenían
fama de matar por gusto, había quienes buscaban su amistad y otros
que se encerraban en sus casas al verlos pasar. Eran Pedro y Donacia-
no Zequeida Flores, quienes encabezaban esa famosa banda que se
movía por toda la parte baja de Atoyac, a veces iban a Río Santiago
y al Rincón de las Parotas.
97
Víctor Cardona Galindo

Su linaje era de valientes y vinieron de la Costa Chica, sus ma-


yores fueron: Agustín y Pablo Zequeida, que llegaron a la Costa
Grande a sumarse al movimiento agrarista después de que pelearon
en la Revolución, al mando del general Julián Blanco. Se establecie-
ron al norte de Cacalutla, donde sembraron sus huertas. Formaron
parte de las guardias rojas que fundó el general Lázaro Cárdenas.
Por defender las tierras el 7 de julio de 1938, los cuerpos de re-
servas rurales de Atoyac comandados por Toribio Gómez y Crispín
Ocampo sitiaron y atacaron a la familia Cortés en Cacalutla. En el
ataque murieron tres miembros de la familia y de parte de los reser-
vistas también murieron tres campesinos entre ellos Pablo Zequeida a
raíz de eso quedó prendida la cuestión entre los Zequeida y los Cortés.
Por eso el 6 de mayo de 1942, Agustín el Negro Zequeida, em-
boscó a Agripino Cortés, cuando en compañía de militares, acudió
a ver a unos terrenos a Cacalutla. Murieron Agripino y Asunción
Radilla y hubo también varios militares heridos.
Muchos años después los Zequeida enfrentarían otro conflicto.
Dicen que todo comenzó cuando salieron mal Pedro Vélez con Mar-
celino Villegas por culpa de una mujer, por eso se agarraron a bala-
zos. Los hechos ocurrieron el 19 de enero de 1956 cuando Dona-
ciano Zequeida fue balaceado en Cacalutla y herido de un glúteo. El
cronista de Atoyac, Wilfrido Fierro, dice que: “Los disparos salieron
de la casa del señor Santiago Robles, por tal motivo fue sitiada por
sus familiares. Al no encontrar a los agresores y en venganza, asesi-
naron al anciano casero, ocasionando con ello un encuentro entre
ambas familias”. Ese día Secundino Robles se atrincheró dentro de
su casa. Al viejito Santiago Robles lo mataron porque se quedó solo,
luego que Secundino Robles salió huyendo hacia el monte.
El 12 de abril de 1957 en Cacalutla fue asesinado a las 10 de la
mañana el señor Agustín el Negro Zequeida. Lo mató su compadre
Secundino Robles por la espalda en la esquina de la escuela primaria,
cuando andaba recogiendo basura después de barrer la calle porque
iban a recibir un candidato. De don Agustín quedó el recuerdo que
era bueno para tirar “de lejos les daba a los conejos con un 30-30”.
98
Mil y una crónicas de Atoyac

El gobierno comenzó a mandar a la policía a buscar a Pedro y


Chano Zequeida y sus enemigos les rompían los alambres de sus
huertas para que se metieran las vacas. Fue cuando no aguantaron
tantos abusos y se dedicaron a vengar, por eso Donaciano y Pedro
Zequeida con su madre doña María de la Cruz, doña Cuca, sacaron a
toda la familia de Cacalutla y se fueron a vivir al Ciruelar. “Eran muy
buena gente pero ya que les mataron al tío se pusieron cabrones”, dice
un campesino conocedor de la historia, quien asegura que Pedro y
Donaciano eran hijos de Pablo Zequeida y sobrinos de don Agustín.
Pero fuentes cercanas a la familia aseguran que los Zequeida
provenían de la Costa Chica y que Pedro y Donaciano Zequeida
Flores eran originarios de Tres Palos, municipio de Acapulco y eran
parte de siete hermanos que don Agustín tuvo con María de la Cruz
Flores conocida como doña Cuca.
En 1959, Donaciano Zequeida fue acusado de asaltar el cine
de Cacalutla y de asesinar a Antonio García Benítez. En la colonia
Cuauhtémoc, unos ojos de niño vieron como “Chano Zequeida pasó
con un carro de sonido diciendo que al que anduviera en la noche, lo
iba a matar y lo mismo iba a pasar en Cacalutla”. Fue el 19 de noviem-
bre de 1961 cuando la banda atacó Cacalutla a las ocho de la noche,
entraron disfrazados de policías y dejaron muertos a Onésimo Vélez
Benítez, Basilio Mendoza, Carlos Gómez y Belester Barrera.
En ese tiempo daba miedo bajar del Quemado a Cacalutla, los
campesinos de la sierra bajaban por Las Trincheras a salir a San Mar-
tín. El grupo de los Robles —contrario a los Zequeida— era grande,
hacían milpa todos juntos, en el jato dejaban todo su armamento,
“puro armamento bueno, mientras uno cuidaba las armas todos es-
taban trabajando”.
Los dos hermanos Zequeida después de vengar a su padre, pa-
saron a formar parte de ese entramado social de caciques, pistoleros
y de intrigas que a mediados del siglo pasado era la Costa Grande.
Donde no había familia poderosa que no tuviera un grupo de ar-
mados a su servicio. Ahora muchos aseguran haber gozado de su
amistad y otros todavía les temen “no digas que yo te dije”, pero son
99
Víctor Cardona Galindo

muchos los viejos que tienen una anécdota que contar en torno a
los Zequeida.

Al público en general
les traigo un nuevo corrido
de dos valientes hermanos
que fueron muy conocidos
los ha matado el gobierno
culpándolos de bandidos.

Arturo Gallegos Nájera en su libro La guerrilla en Guerrero,


cuando habla del florecimiento del pistolerismo los menciona: “Sur-
gieron asesinos como Constancio Hernández el Zanatón, Gerardo
Chávez el Animal, la Yegua, la Pluma, Pedro Vélez y los hermanos
Zequeida, que eran consentidos del gobierno por los servicios que
le prestaban cuando se los requerían, es decir, eran piezas de ajedrez
en tablero de la política”.

Los dos hermanos Zequeida


donde quiera se paseaban
siempre confiando en sus armas
y sin tener temor a nada
como las traían fajadas
ni al gobierno respetaban.

“Chano se paseaba por donde quiera confiando en su huevos, en


el centro de Atoyac andaba con su M-1 colgado”.
Un día se dio un enfrentamiento entre las pandillas de Pedro
Vélez y Donaciano Zequeida que “se produce cuando ambos gru-
pos buscan a sus vendedores habituales de parque en la ciudad”.
Escribió Anituy Rebolledo quien describe, “parapetados en postes
y pilares se enfrentan a balazos aterrorizando a peatones y comer-
ciantes. El fuego nutrido se inicia en la esquina de Cuauhtémoc y
Eduardo Mendoza, precisamente frente a la ferretería Galeana pero
sólo durará escasos minutos, gracias a la cercanía de la policía. Esta
100
Mil y una crónicas de Atoyac

baja del palacio municipal y logra el arresto de varios facinerosos,


los jefes entre ellos… Acapulco se estremece de dolor e indignación
cuando conoce la muerte de la niña Lupita Marroquín Reyes, hija
de Juan Marroquín y Tina Reyes. Jugaba en la puerta de Foto Ma-
rroquín, el negocio de la familia en Eduardo Mendoza, cuando fue
alcanzada por una bala de los matones. Los acapulqueños se unirán
solidarios en torno a este drama y demandarán castigo ejemplar para
los bestiales asesinos”.
Pero luego, el 30 de agosto de ese año 1961, “Pedro Vélez y
Donaciano Zequeida se escaparán de la cárcel municipal, junto con
sesenta delincuentes más, durante la madrugada furiosa de rayos y
truenos. La espectacular fuga masiva se realiza a través de un boque-
te abierto en la pared frontera con la casa del doctor Ricardo Morlet
Sutter en la calle Independencia. Pocos serán recapturados”, dice
Rebolledo Ayerdi. A los pocos días el 14 de octubre de ese año Pedro
Vélez moriría asesinado en Los Órganos municipio de Acapulco.
En San Jerónimo, Pedro, Chano y sus amigos frecuentaban mu-
cho el burro Canaima, propiedad de Nicolás Cabañas —burros eran
los nombres que recibían los bares en ese tiempo— “Nico Cabañas
mucho los apoyaba”, iban también a Corral Falso a visitar a Chema
Patiño y casi siempre descargaban sus armas al aire.
Un 12 de diciembre Chano, Pedro, Carlos Loeza el Alacrán y
otro compañero subieron al Río Santiago porque eran parientes de
Lucio Navarrete Arreola y estuvieron bebiendo. Muchos pasaron a
saludarlos donde estaban. Ese día Chano le exigió a Filogonio Alar-
cón una cuenta que le debía a Macario Laurel, quien era de Zacual-
pan pero vivía en el Río Santiago y sirvió de anfitrión. “La gente no
salía cuando ellos andaban en el pueblo, inspiraban mucho miedo”.
“Chano que vestía una chaqueta azul de mezclilla y unas botas
como de obrero, mandó al Alacrán por don Filogonio y le dijo —
para ‘tal fecha’ le vas a pagar a éste hombre, ese día vengo yo y si no
lo haz hecho te vas arreglar conmigo—, en el río Santiago mucho
buscaban a Lucio Navarrete Arreola porque se decían primos con
don Agustín Zequeida, que era tío padre de Pedro y Donaciano”.
101
Víctor Cardona Galindo

“El Cuate Santiago, uno de los primeros taxistas que hubo en


Atoyac, una vez llevó un viaje a Alcholoa y cuando ya se venía de re-
greso, lo abordó la banda de los Zequeida. Se subieron, todos venían
sentados hasta en el cofre del carro”.
Un día llegó Chano Zequeida al Arenal de Gómez y le ordenó al
niño José Luis: —Dile a ‘Fulano’ que venga.
El niño fue corriendo y le dijo al Fulano que preguntó —¿Dón-
de están?
—En la cantina —contestó José Luis.
El hombre sacó un billete dándoselo le dijo —dile que estoy
muy ocupado pero que se tomen una a mi salud.
Al pasar por un rancho Chano le dijo al dueño —amigo en
cuánto me vendes un becerro para una fiesta que voy a tener.
El dueño contestó —¿para cuántas gentes lo quieres?
—Para unas doscientas —contestó Chano.
El ranchero dijo —pues llévate aquel —y señaló un becerro gordo.
—¿Cuánto te debo? —preguntó Chano.
—Nada —contestó el propietario— por eso somos amigos.

En catorce de diciembre
no me quisiera acordar
llegó la motorizada
queriéndolos desarmar
y los Zequeida pelearon
sin echar un paso atrás.

El 14 de diciembre de 1968, los hermanos Zequeida con otros


cuatro compañeros entre los que se encontraba el Alacrán, estaban
en el barrio Paco —ahora Arenal del Centro—, y abordaron el taxi
12 del sitio de San Jerónimo de Juárez, un Plymouth 66, propiedad
de Felipe Nogueda, que había ido a dejar unas catequistas a ese lugar
y se vinieron rumbo a la ciudad San Jerónimo.
Los acontecimientos fueron rápidos al llegar al Arenal de Gó-
mez, Pedro se bajó a comprar unos cigarros al billar propiedad de

102
Mil y una crónicas de Atoyac

Fernando Serna, en la calle principal de esa comunidad, ahí se en-


contró con un gallero llamado Gabinillo y se regresó al taxi dicien-
do “aquí está un amigo que nos va invitar una cerveza”, entonces
Chano, chaparrito y morenito como era, se bajó del carro. En eso
llegaron los de la motorizada y se soltó la balacera. Todos buscaron
refugio, el chofer del taxi se escondió dentro del billar.
El cronista Wilfrido Fierro Armenta registró que: “A las 5:30 de
la tarde de hoy se registró un encuentro a tiros entre la policía mon-
tada que comanda Rómulo Catalán y la gamba de facinerosos que
dirigen los hermanos Donaciano y Pedro Zequeida en el poblado
de Arenal de Gómez, donde resultaron muertos seis policías y los
hermanos Zequeida”.
La motorizada primero los quiso agarrar en el mercado de Aca-
pulco, pero “no se dejaron y hubo chingadazos y murieron varios
motorizados”.
Luego les cayeron en el billar del Ciruelar, pero salieron ilesos
y se tiraron a perder al monte. Se volvieron a enfrentar en el centro
de la ciudad de Atoyac, por donde están ahora los bancos. Por eso
Pedro Zequeida le mandó un recado a Rómulo Catalán diciéndole
que si era tan hombre lo esperaba en Los Arenales.

Sus enemigos calaron


a Rómulo Catalán
para que los persiguiera
al pueblo del Arenal
supo administrar gente
él no quiso peligrar.

El comandante Rómulo Catalán era de la sierra y llevaba siete


policías, mandó seis a buscar a los Zequeida, él y otro policía se
quedaron poniendo gasolina al carro en la gasolinera Santa Rosa,
por eso se salvaron.
La banda la integraban el Chaparro de San Jerónimo, el Calen-
tano de Tierra Caliente, el Alacrán que era de Cacalutla y Eduardo

103
Víctor Cardona Galindo

Flores del Ciruelar, cargaban puros rifles M1, pistolas Súper 45 y 38


especial. La balacera se cerró en ese momento Chano le habría dicho
al Alacrán y a los otros compañeros: “Sálganse yo aquí me voy a
morir con mi hermano”, y se colocaron espalda con espalda para de-
fenderse atrás de un tamarindo, pero por debajo del Jeep un policía
que se desangraba herido, los acribilló. Así murieron los Zequeida.

Chano y Pedro enfurecidos


y ese famoso Alacrán
disparaban sus metralletas
buscaban a Catalán.
Acabaron con su gente
nadie se pudo salvar.

Doña Cuca fumaba tranquilamente unos cigarros Delicados,


sentada en una esquina viendo a sus hijos tirados en un charco de
sangre, luego con mucha serenidad, levantó los cuerpos y alquiló
un carro propiedad de la familia Téllez para llevarlos al Ciruelar,
donde se realizaron los funerales. Pedro tenía 36 años cuando murió
y Donaciano 42.

Adiós mi madre querida


madre de mi corazón
nos vamos para el otro mundo
échanos tu bendición
les dejamos un recuerdo
que llenamos el panteón.

A Rómulo Catalán y al policía que sobrevivió, los mataron des-


pués en la Costa Chica. Los Zequeida están sepultados en el pan-
teón del Ciruelar. El Alacrán vive alejado de los problemas en un
pueblo de la costa. Los que eran niños en ese tiempo, en el poblado
del Arenal de Gómez, recuerdan que en esa pelea atravesaron un
balde y mataron un perro.

104
La guerra sucia

Octaviano: seguro al pri dale duro


Conocí a Octaviano Santiago Dionicio, cuando don Filemón Pérez
corría en El Ticuí buscando gente, diciendo —este si es güevon, lo
chingó el gobierno pero no se rajó.
No fueron muchos los ticuiseños que se acercaron a recibir al
candidato a presidente municipal del Partido Socialista Unificado
de México (psum). El mitin se improvisó frente a una llave de agua
pública que estaba a un lado del viejo tamarindo que tiraron para
hacer el nuevo zócalo. La porra emocionada coreaba “Octaviano
seguro, al pri dale duro”. A cada arenga del candidato se respondía
con esa emotiva consigna. Eran los tiempos duros para la izquierda
y sólo se competía para no perder el registro.
Ahí Octaviano dirigió a la poca concurrencia, un apasionado
discurso. En ese tiempo este cronista era un niño. No recuerdo lo
que dijo pero me quedé emocionado. La imagen que tengo de aquel
Octaviano es un pantalón beige, con una camisa blanca manga larga
y zapatos cafés.
Santiago Dionicio es un líder histórico, uno de los más limpios
que ha dado este municipio, es ejemplo de lealtad y congruencia
con sus ideas, siempre ha sido de izquierda, nunca ha claudicado,
que para estos tiempos de políticos chapulines es un gran valor. Ha
denunciado permanentemente las torturas de las que fueron obje-
to él y otros luchadores sociales en el tiempo de la Guerra Sucia.
Asimismo no ha dejado de exigir la presentación con vida de los
desaparecidos políticos.

105
Víctor Cardona Galindo

Octaviano nace el 22 de marzo de 1951 en Atoyac, hijo de Jua-


na Dionicio Hernández y de Manuel Santiago Zamora. Vio la luz
en el número 11 de la calle Vicente Guerrero mejor conocida como
La Calle Grande. Estudió en la Escuela Primaria del Estado Juan
Álvarez y luego pidió, que lo inscribieran en la Modesto Alarcón en
donde se encontró con Lucio Cabañas, a quien había conocido en
una reunión a la que asistió acompañando a su madre.
Siguió sus estudios en la escuela secundaria federal 14 Mi patria
es primero, donde fue dos veces presidente de la sociedad de alum-
nos. Más tarde se fue a estudiar a la normal rural de Ayotzinapa
Raúl Isidro Burgos, ya estaba a punto de graduarse como maestro
normalista, cuando se fue a la sierra con Lucio Cabañas Barrientos.
Fue miembro del grupo iniciador del Club de los Jóvenes De-
mocráticos. En 1964, a los 13 años, con la candidatura a la presi-
dencia de la república de Ramón Danzós Palomino, salió por pri-
mera vez como activista político de izquierda y así se ha mantenido
hasta la fecha.
Militante de la Juventud Comunista de México de 1966—1970,
luego del Partido Comunista Mexicano de 1970 a 1971, deja esa
organización para pasar al Partido de los Pobres que dirigía Lucio
Cabañas Barrientos de 1971 a 1976. Por sus ideas y participación
política cayó preso siete veces. Los periodos más largos fueron cuan-
do estuvo encarcelado de 1971 a 1976 y de 1978 a 1982. Ocasiones
en las que fue torturado brutalmente.
La voz de Octaviano siempre ha sido importante para el movi-
miento popular y universitario. Estando en la cárcel envió al Con-
greso de la Federación de Estudiantes Universitarios Guerrerense
(feug) —realizado en junio de 1979— una ponencia, misma que
fue publicada en 1980 en la que narra acontecimientos del movi-
miento estudiantil de la Universidad Autónoma de Guerrero.
Cuando fue liberado en 1976, el gobernador genocida Rubén
Figueroa Figueroa lo quiso convertir en policía político. Como Oc-
taviano no aceptó fue amenazado de muerte y de volver a la cárcel,
por eso lo siguieron hostigando. Acorralado en Guerrero se fue a
106
Mil y una crónicas de Atoyac

Querétaro donde fue detenido por la policía de ese estado el 30


de septiembre de 1978; esta vez lo torturaron 40 días judiciales y
miembros de la Dirección Federal de Seguridad. Lo acusaban del
asesinato de Obdulio Ceballos.
Algunas veces lo quisieron asesinar en la cárcel de Hogar Mo-
derno de Acapulco, de donde salió en 1982. Mientras estuvo en el
penal dio clases a los presos y muchos llegaron a estimarlo.
En una ocasión el licenciado Soto Ramírez denunció que se pre-
paraba un atentado en contra de Octaviano, los colonos tocaron los
rieles en señal de alarma y más de mil 500 personas se plantaron
afuera de la cárcel de Hogar Moderno. Gracias a esa movilización
salieron libres, además de Octaviano, Juan García Costilla, Aquili-
no Lorenzo, Arturo Gallegos Nájera, Guillermo Bello López y Juan
Islas Martínez, durante el periodo de Alejandro Cervantes Delgado.
Octaviano Santiago Dionicio fue candidato a senador de la re-
pública por el psum. Ha sido candidato a presidente municipal de
Atoyac por el Partido Socialista Unificado de México en 1986 y por
el prd, en el 2002. Fue presidente del prd en Acapulco, y presidente
estatal de ese mismo partido y diputado local. Su última batalla ha
sido por la formación de la Comisión de la Verdad que tomó protesta
el 17 de abril de este año ante el Congreso del Estado y que investigará
las desapariciones forzadas del periodo que comprende 1969 a 1979.
En las últimas fechas Octaviano Santiago Dionicio atraviesa una
penosa enfermedad que ya lo ha mandado varias veces al hospital
y lo mantiene inactivo; sin embargo, el atoyaquense es fuerte y ha
resistido los embates del mal. En uno de esos lapsos que la enfer-
medad le dio una tregua tuvimos la oportunidad de entrevistarlo
y habló de sus proyectos. Se ha propuesto escribir un libro de sus
muchas experiencias en la lucha de izquierda.
Octaviano nos habló que estudió hasta quinto año en la escue-
la primaria Juan Álvarez y que siguiendo a sus amigos del alma se
cambió a la Modesto Alarcón en sexto año, donde recibió clases
de Serafín Núñez Ramos. Narró la vida clandestina que llevaba el
Partido Comunista en Atoyac en aquellos años, cuando permanen-
107
Víctor Cardona Galindo

temente eran acechados por policías políticos como Wilfrido Castro


Contreras y otro de apellido Ochoa.
Para burlar la vigilancia del gobierno se reunían en diferentes ca-
sas: “donde Roberto Arzeta, Isidoro Sánchez, Juan Mata Severiano,
Hilda Flores y la vivienda de Dagoberto Ríos Armenta”.
Con emoción Octaviano Santiago se acuerda cuando en 1964
salió por primera vez a la calle a pegar propaganda y a realizar pintas
a favor de Ramón Danzós Palomino. La célula de partido la enca-
bezaba Lucio Cabañas y Serafín Núñez, “la visita a los pueblos era
un asunto primordial, porque Lucio era poco dado a las reuniones
de escritorio”.
Dice que iba en quinto año de primaria cuando acompañó a
su madre a una reunión de cafetaleros, ahí escuchó un discurso de
Lucio Cabañas contra los caciques y contra el envenenamiento del
río: “El discurso fue muy contundente y me gustó”. Luego, cuando
tuvo la oportunidad de saludarlo en la escuela Modesto Alarcón se
emocionó con la presencia del futuro guerrillero y desde entonces
quedó ligado a la lucha.
Allá por 1969, la dirección nacional de Partido Comunista con-
vocó a un concurso para hacer el logo, el lema y un himno a la Ju-
ventud Comunista. La convocatoria incluía la formación de nuevos
núcleos juveniles. Por eso Pedro Martínez y Octaviano llegaron a
formar más de 50 núcleos en Atoyac, San Jerónimo y Tecpan. Por
este trabajo fueron premiados, les regalaron un cuadro del Che Gue-
vara y otras cosas: “El cuadro le quedó en reguardo al Negris”.
Lucio Cabañas le tuvo mucha confianza. Octaviano Santiago
siendo muy joven se convirtió en recadero de la guerrilla iba y venía
de la sierra llevando parque y cartas.
Ya en 1969 estaba involucrado en el movimiento normalista con
miembros del comité directivo de la Normal de Ayotzinapa, por los
embates del gobierno decidieron reunirse en el Ticuí y alrededor de
20 estudiantes concurrieron a la casa de Antonio Hernández. Pero
al pasar el “pango” Wilfrido Castro y Ochoa les pisaba los talones,
“gente que siempre nos perseguía”.
108
Mil y una crónicas de Atoyac

Octaviano Santiago dio el aviso a sus compañeros, pero no to-


dos pudieron escapar por las huertas, algunos fueron detenidos. Is-
rael Rebolledo se quedó con él a esperar a los militares, que entraron
a la casa de Antonio Hernández, los detuvieron tirándolos de los
cabellos y se los llevaron a la fábrica de hilados y tejidos, luego al
cuartel del Calvario, después al puerto de Acapulco de donde su
madre los rescató.
Sobre ésta detención, en el Archivo General de la Nación hay
una ficha que informa de los hechos ocurridos el 17 de agosto de
1969 en el que: “fueron detenidos por militares de la 27 zona el Lic.
Tirio Fernández Lugarrique y 6 estudiantes en el Ticuí, porque se
les sorprendió tratando de agitar el mencionado poblado. Se les de-
comisó un mimeógrafo, 19 revistas de la urss de fechas atrasadas”.
Los estudiantes detenidos fueron “Jesús Santiago Nogueda estu-
diante de la secundaria, Israel Rebolledo Flores estudiante de la se-
cundaria de 18 años, Octaviano Santiago Dionicio de 18 años según
los datos estudiante de escuela normal rural Guadalupe Aguilera del
estado de Durango, Ramiro Onofre Gudiño 18 años estudiante de
la normal rural de Ayotzinapa, Antonio Rodríguez Díaz 18 años del
Ticuí y estudiante de Ayotzinapa, J. Luis Gudiño Vázquez 18 años
estudiante de Ayotzinapa”. Según el mismo reporte. “Con estas de-
tenciones el ejército y la dfs disolvieron una reunión en El Ticuí en
el que participarían estudiantes de diversas normales del país. Los
militares y la policía del estado y la dfs sitiaron El Ticuí”.
En otra ocasión Octaviano fue a la cárcel por repartir y pegar
volantes, fue el 18 de mayo de 1970, cuando lo detuvieron en la
madrugada en la ciudad junto con Valentín Nava Cabañas y otros,
“la consigna era pegar el volante, pero donde no pudiéramos pegar
por el acoso de la policía entonces teníamos que tirarlo dentro de
una camioneta o por debajo de la puerta de las casas”.
En hechos paralelos ese día también la policía detuvo a dos jó-
venes que trabajaban en una camioneta: “los agarraron sin deber
nada”. Uno de ellos era hijo de don Julio Hernández Hinojosa y el
otro de Agustín Mesino.
109
Víctor Cardona Galindo

Don Julio Hernández Hinojosa era comisariado ejidal de San


Martín de la Flores y vino a reclamar a su hijo, del cuartel lo man-
daron al ayuntamiento, donde lo detuvo la judicial que lo entregó al
ejército. Lo acusan de haber regalado unos cocos cuando la guerrilla
pasó por su huerta por tal motivo fue trasladado al cuartel de Aca-
pulco. Los soldados lo torturaron y lo castraron hasta matarlo. Su
cuerpo quedó tirado en el patio de la 27 zona militar y Octaviano
lo vio en una de sus salidas al baño. Le gritó a su madre que hacía
guardia en la reja, “aquí está un cuerpo parece que es don Julio”.
Con doña Juana había periodistas que difundieron esa noticia. “La
muerte de don Julio nos salvó de ser consignados, porque los milita-
res para suavizar las cosas nos liberaron, aun cuando ya nos habían
fichado terriblemente”.
Don Julio Hernández Hinojosa fue el primer muerto por las
torturas del ejército, en ese periodo negro de la Guerra Sucia. Nadie
pensó que las cosas llegarían a tal grado porque era un hombre de
trabajo, respetado y no tenía delito alguno.
Al día siguiente, según informó el mismo gobierno, fueron
puestos en libertad Octaviano Santiago Dionicio, Josafat Hernán-
dez Ríos —hijo de don Julio—, José Isabel Radilla Solís, Valentín
Nava Cabañas y Julián Castro Vázquez. Salieron de las instalaciones
de la 27 zona a las tres de la tarde del 21 de mayo.
Esta es sólo una muestra de lo que Octaviano Santiago ha vivi-
do. Hacemos votos para que se recupere pronto y sigamos con ésta
entrevista.

II
En su natal Atoyac, Octaviano Santiago Dionicio cursó hasta el
quinto año en la escuela primaria del estado Juan Álvarez, pero en
sexto se cambió a la Modesto Alarcón donde fue alumno de Sera-
fín Núñez Ramos. Se sentía solo donde estudiaba por eso se fue
siguiendo a sus amigos de la Hora Santa, del catecismo y del futbol.
Ahí comenzó su historia.
110
Mil y una crónicas de Atoyac

Era un niño que a todos lados acompañaba a su madre Juana


Dionicio. Aprendió a labrar la tierra con su burrito pardo y a sem-
brar maíz por el rumbo de La Pindecua donde hacía milpa para
ayudar a su familia.
Según el maestro universitario Juan Martínez Alvarado en la
vida de Octaviano “no se puede desligar su trayectoria en primaria y
secundaria porque prácticamente fue una sola etapa y cuyos inicios
están en el curato de la iglesia, bajo la catequesis de Nachita Castro
y la cobertura eclesiástica del padre Ángel Bustos Castro”.
Ángeles Santiago Dionicio cuenta que su hermano fue mona-
guillo porque quería mucho al padre Ángel Bustos, era del coro
infantil, se colgaba su reliquia e iba a la Hora Santa, pero se retiró
porque el padre Isidoro Ramírez lo castigó sin motivo.
El maestro Juan Martínez considera que: “en el atrio de la iglesia
se torció la vida del prospecto de cura, ahí le nació la idea a Octavia-
no de cambiarse a la escuela primaria Modesto Alarcón, por ser la
escuela que más se identificaba con los ‘huarachudos’ y por la entre-
ga de los maestros rurales que ahí impartían clases, principalmente
Serafín Núñez Ramos, Salvador Castro Navarrete, Ángel Gómez,
Francisco Navarrete y por supuesto Lucio Cabañas Barrientos, en-
tretenido siempre con las rondas infantiles en el patio de la escuela y
en los salones amenizando las clases con una guitarra”.
“En la Modesto la doctrina fue otra, ahí conoció de la dife-
rencia de clases sociales, del capitalismo, socialismo, de los países
que se querían liberar de yugo imperialista de usa: Vietnam, Laos
y Panamá. Declamó poemas de Neruda, supo de Fidel Castro, del
Che Guevara y su Granma, de Camilo Cienfuegos, de David Alfaro
Siqueiros y de Othón Salazar Ramírez”.
Fue en ese tiempo cuando en un viejo tocadiscos de baterías, se
ponía en su casa a escuchar quedito el canto de “La Internacional”,
himno de los comunistas en el mundo. Así lo recuerda su hermana
María Cristina.
La escuela Modesto Alarcón ya era un semillero de inconformi-
dad desde 1963, porque en el desfile del 20 de Noviembre de ese
111
Víctor Cardona Galindo

año, pasó algo inusitado, dicha escuela presentó un carro alegórico


con un texto que decía: “La Revolución se hizo ¿para quién?” Y en
otro escrito pedía la libertad de los presos políticos cívicos.
Comenta Juan Martínez que en la Modesto Alarcón, junto a
Serafín, Octaviano “en lugar de tratar de entender la Santísima Tri-
nidad trataba de entender Así se templó el acero y los siete tomos del
Capital de Marx, repetidos a discreción incansablemente en confe-
rencias, ex profeso para un grupo de niños de primaria, impartidas
por uno de los miembros más connotados del Partido Comunista
en Guerrero: Félix Bautista Matías”.
“Ahí empezó todo, fue adoctrinado, no para consagrarse a Dios,
sino a la lucha de los pobres contra los ricos, su niñez quedó deses-
tructurada por la llegada de nuevas ideas ‘exclusivas’ de los maestros
que tenían conciencia social, muy orgullosamente contados con los
dedos de las manos”.
Ese año que Octaviano Santiago se cambió a la Modesto Alar-
cón los maestros federales comenzaron un movimiento por demo-
cratizar la administración de la escuela y el 5 de febrero de 1964
los maestros lograron sustituir a Genara Reséndiz de Serafín como
directora por el profesor Francisco Guerrero y en abril las autorida-
des de la sep la regresaron al cargo. Entre otras cosas que se organi-
zaban en la Modesto Alarcón, el 10 de mayo de 1964 a las 12 del
día Ramón Danzós Palomino realizó un mitin en la plaza principal
de Atoyac. Ahí fue el debut de Santiago Dionicio como activista
político de izquierda.
El 27 de abril de ese mismo año, el alcalde Luis Ríos Tavera
informaba al secretario de Gobernación Luis Echeverría sobre los
movimientos de los enemigos del pri, al referirse a los militantes del
Frente Electoral del Pueblo, fep, y decía que el 75 por ciento de los
maestros federales eran agentes del fep. Informaba que el candidato
a senador Luis Cabañas Ocampo desplegaba gran actividad movien-
do a sus familiares de la sierra.
Luego el 17 de mayo ocho maestros de la Modesto Alarcón en-
tre ellos Serafín Núñez Ramos publicaron su inconformidad en los
112
Mil y una crónicas de Atoyac

periódicos de Acapulco en contra de la maestra Genara Reséndiz


alegando incapacidades para ostentar el cargo de directora, lo cual
es relatado por el Cronista de la Ciudad Wilfrido Fierro Armenta.
Ante el creciente activismo político de izquierda el presidente
municipal Luis Ríos Tavera comenzó a tachar a los maestros fede-
rales como aprendices de comunistas. Los mentores protestaron. El
14 de junio a las 10 de la mañana frente al ayuntamiento, Lucio
Cabañas en un elocuente discurso dijo que Ríos Tavera los tildó
de comunistas en una reunión con presidentes municipales en Zi-
huatanejo. En respuesta Cabañas acusó a Tavera de proteger a los
talamontes y de no dejar trabajar a la fábrica del Ticuí.
En otro escrito el 22 de julio de 1964, Ríos Tavera se dirige a
la dirección de Investigaciones Políticas niega haber tratado de co-
munistas a los maestros federales y culpa al periódico La Verdad que
“hace labor con el objeto de crear un clima de agitación e intranqui-
lidad que perjudica a nuestro estado de Guerrero”.
Una vez más Luis Ríos Tavera relataba al secretario de Gober-
nación Luis Echeverría el 19 de marzo de 1965 que los maestro
ayudantes de la Modesto G. Alarcón encabezados por los líderes
Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez: “han sembrado un esta-
do de inquietud y desasosiego entre alumnos y padres de familia y
en contra de la directora del mencionado plantel Profesora Genara
Reséndiz de Serafín”.
Dice el reporte que “los mencionados líderes apoyan a Danzos
Palomino y han vociferado en contra de las autoridades federales,
estatales y municipales”. Enfatiza que “la tranquilidad del munici-
pio de Atoyac está en zozobra desde que los mencionados maestros
agitan desde el 10 de mayo de 1964”. Por esas fechas se fundó for-
malmente la célula del Partido Comunista en Atoyac.
En un panorama en que el café y la copra estaban a merced de
los acaparadores y las compañías madereras talaban los montes sin
dejar beneficio a las comunidades, se llevó a cabo en abril de 1965
un congreso de la Central Campesina Independiente en el cine Ál-
varez, entre los organizadores del evento que Wilfrido Fierro registra
113
Víctor Cardona Galindo

se pueden encontrar nombres conocidos: Elizabeth Flores Reyna-


da, Juan Mata Severiano, Isidoro Sánchez López el Satélite, Serafín
Núñez Ramos y Lucio Cabañas Barrientos. A los participantes de
este evento se les comenzó a llamar “rojillos” y se fortaleció la exi-
gencia de parte de los reaccionarios para que sacaran de Atoyac a ese
“par de agitadores” como eran conocidos Lucio y Serafín.
El cronista de la ciudad Wilfrido Fierro Armenta asienta el 4 de
diciembre de 1965: “Con ésta fecha fueron retirados los profesores
Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez, de la escuela Modesto
Alarcón acusados —según el decir de los padres de familia del refe-
rido plantel— de estar impartiendo a los alumnos doctrina comu-
nista”. Fueron enviados a Tuitán, Durango.
La respuesta de los padres de familia y alumnos no se hizo es-
perar y el 15 de diciembre tomaron las instalaciones de la escuela.
Exigen que se revoque la decisión y los maestros vuelvan a la escuela.
A finales del mes el gobernador Raymundo Abarca Alarcón vino a
esta ciudad a atender el conflicto.
Doña Tita Radilla Martínez recordó que los alumnos de Serafín
Núñez tenían muchos problemas con unos padres de familia, por-
que decían que los estaban volviendo comunistas: “A una compañe-
ra la querían excomulgar de la iglesia por estar en el grupo. Ese fue
el motivo por el que al profesor Serafín se lo llevaron de la escuela,
porque había protestas de algunos padres de familia”.
“Cuando él se despidió el último día que estuvo con nosotros,
nos dio la clase y se despidió de mano de uno por uno. Todos se
agachaban en su butaca a llorar, pero cuando salió el profesor se
para Octaviano Santiago y dice ¿así nos vamos a quedar, nada más
llorando? Hay que hacer algo. Hay que ir a la sep para pedir que nos
lo regresen”.
Saliendo de la escuela fueron a pedirle un consejo a don Ro-
sendo Radilla Pacheco quien les dijo que se lanzaran a la Ciudad
de México. “Se fueron los chamacos a México con Octaviano a la
cabeza, algunos sin permiso”. Las alumnas se pusieron a pedir coo-
peración casa por casa. Se dio la lucha y se logró que los maestros
114
Mil y una crónicas de Atoyac

regresaran. A decir de Juan Martínez fue por iniciativa propia del


grupo “Jóvenes Democráticos” que se llegó hasta las oficinas de la
sep, a pedir el regreso de Lucio y Serafín cuando fueron desterrados
hasta el estado de Durango. Parte de los gastos se los dieron en la
Ciudad de México miembros del Partido Comunista Mexicano”.
Tita Radilla recuerda que Octaviano era de los más chicos del
grupo pero era el más aventado: “Se distinguía porque no le gustaba
que un niño discriminara a otro”.
Una vez terminada la primaria, Octaviano Santiago se fue a es-
tudiar a la escuela secundaria federal “Benito Juárez” que estaba en
la calle Independencia de esta ciudad. Cuando los iban cambiar a las
instalaciones del sur de la ciudad, en un homenaje a la bandera de
los lunes, Octaviano Santiago tomó la palabra y protestó diciendo
que los iban a trasladar a unos gallineros. Las aulas de la secundaria
eran galeras divididas con tablas solamente.
Javier Núñez Navarrete recuerda a Octaviano en la primaria y
en la secundaria como un buen compañero que le gustaba el futbol
y que jugaba en el equipo Oro, pero también era bueno para el voli-
bol y basquetbol. En ese tiempo estaba enamorado de una jovencita
llamada Estela a la que seguía en la secundaria y al zócalo. Escribía
en un periodiquito mimeografiado, era muy estudioso y andaba en
bicicleta.
Celina Orbe Torres dice que Octaviano fue un buen compa-
ñero, excelente estudiante, humilde y sincero. “Desde la primaria
traía sus ideas, cuando llegó a la secundaria él ya iba a las reuniones
del maestro Lucio, con Juan Martínez y Elías Bello.” Recuerda que
cuando regresaba a Atoyac siempre saludaba a sus compañeros de la
adolescencia con mucho cariño: “Nunca cambió su manera de ser”.
Saúl Pérez Juárez escribió en El Sol de Acapulco, que Octaviano
organizó un movimiento con los padres de los rechazados de la es-
cuela secundaria federal y logró que se ampliara un grupo más de
primer año. Lo recuerda como “un alumno humilde, con su uni-
forme gastado, sus libros usados, pues siempre los adquiríamos con
quienes ya cursaban un grado superior, pero con un carácter de-
115
Víctor Cardona Galindo

cidido y unos ojos tan expresivos que parecía manifestar todas las
inconformidades que muchos no nos atrevíamos hacer”.
Retomando el recuerdo de Juan Martínez: “fue él y otros niños
los que tuvieron la idea —claro con la influencia de Núñez Ra-
mos— de exigir unidos —todos los alumnos egresados de las pri-
marias Juan Álvarez, Modesto Alarcón, Valentín Gómez Farías y la
Herminia L. Gómez— una ‘secundaria para todos’ —antes del exa-
men de admisión para 60 lugares— y sí el encabezó el movimiento.
En la escuela primaria Juan Álvarez el grupo de ‘niños conscientes’
fue totalmente rechazado en su lucha por la directora Julita Paco
Pizá. Puesto que percibió que esa idea no nacía en nosotros sino en
Lucio Cabañas y Serafín Núñez”.
“El grupo que buscaba ‘secundaria para todos’ aprobó el examen
de admisión, iban bien preparados gracias al trabajo integral de los
maestros de la Modesto Alarcón, quienes se preocupaban por trans-
mitir no tan sólo ideas socialistas sino la preparación en general.
Fueron esos maestros auténticos apóstoles de la educación”.
“Cuando ese grupo ingresó a la secundaria estaba formado entre
otros por Gaspar de Jesús Reséndiz, Reyes; Javier Gutiérrez Ávila,
Champurrito; Félix Bello Manzanares, el Cuche; Roberto Quevedo
Fajardo, el Güero Quevedo; Juan Martínez Alvarado y por supuesto
Octa para Juana Dionicio y el Crudo para nosotros. El grupo ya
estaba fichado, de tal manera que se consideraba como un grupo de
‘revoltosos’, alumnos de los profesores de la Modesto”.
La mayoría de estos adolescentes: “Ya habían participado antes
de entrar a la secundaria en 1964 en un congreso campesino enca-
bezado por Ramón Danzós Palomino dirigente del Frente Electoral
del Pueblo, en diferentes actos en apoyo a la autonomía universita-
ria, publicaron el primer —y único— periódico infantil en el país
de corte izquierdista —así lo reconoció Othón Salazar Ramírez en
un mitin en Atoyac, el periódico se llamaba Vanguardia Infantil,
cuyo primer tiraje en mimeógrafo se realizó en la casa de Jacob Ná-
jera en San Jerónimo y continuamente se constituían como grupo
en defensa de las clases más desprotegidas”.
116
Mil y una crónicas de Atoyac

III
En 1966 hubo otro movimiento de alumnos en la escuela secunda-
ria federal de Atoyac. “No había maestros, exigieron maestros y los
lograron, a Octaviano no le gustaba que perdieran clases”, dice su
hermana Ángeles Santiago Dionicio.
Andrés Vargas Rendón explicó los pormenores de este movimien-
to: “Cursábamos segundo año cuando comenzó la grilla, porque no
teníamos profesores de español y geografía, a los de tercero les falta-
ban maestros que les impartieran física, química y orientación voca-
cional.” Los alumnos se revelaron. Octaviano Santiago Dionicio era
el presidente del grupo, los reunió y se propusieron actividades para
llevar a cabo. No dejaron entrar a la reunión al director Armando
Pérez Terríquez, pero éste escuchaba atrás de las rendijas de las tablas.
Se acordó imprimir volantes, todos los alumnos se cooperaron y, des-
pués, se repartieron. En ese grupo había muchos que pertenecían al
Club de Jóvenes Democráticos que era el motor del movimiento.
En respuesta el director de la escuela convocó a una reunión
de padres de familia buscando contener el movimiento estudiantil,
pero se encontró con una fuerte organización. Había estudiantes en
las calles repartiendo volantes, los padres llegaban a la reunión con
el volante en sus manos y enterados de la problemática, cuando el
profesor Pérez Terriquez quiso manipular la información, los padres
de familia les dieron la razón a los alumnos inconformes.
“Los estudiantes de la escuela secundaria federal de este lugar, Oc-
taviano Santiago, Juan Martínez, Dora Luz Reyes y Ángela Mastache
lanzaron a la luz pública unos volantes de protesta en contra del direc-
tor del citado plantel profesor Armando Pérez Terríquez, por falta de
maestros”, registra Wilfrido Fierro el 31 de octubre de 1966.
“A raíz de eso salió una comisión para gestionar ante la sep más
personal, llevando la propuesta de Salvador Castro Navarrete para
español y a Malaquías Pérez Alejo para matemáticas. De allá traje-
ron la orden para que esos maestros se integraran a la plantilla de la
secundaria” comentó Andrés Vargas Rendón.
117
Víctor Cardona Galindo

“Lo anterior constituyó un precedente para que Octaviano fue-


ra hostigado por sus ideas ya bien definidas a tal grado que el direc-
tor le retuviera, inexplicablemente, su certificado de secundaria por
cierto con buenas calificaciones”, señala Juan Martínez.
Ángeles Santiago recuerda que, durante un tiempo, Octaviano
fue el de finanzas en la escuela secundaria, en una ocasión iba entre-
gar lo recaudado ese año y fue a su casa para que su mamá le diera
el dinero que tenía guardado y se lo echó en la bolsa de atrás del
pantalón y se subió a su bicicleta, pero en el camino se le cayeron
los billetes. Iba a entrar a le dirección cuando se dio cuenta que no
tenía el dinero y se regresó. Su mamá vendió el café al tiempo para
que Octaviano llevara el dinero perdido a la dirección.
Fue dos veces seguidas presidente de la Sociedad de Alumnos de
la escuela secundaria federal. En ese tiempo eran unas instalaciones
pequeñas, tenían unas láminas arriba y no había lugar para los ta-
lleres de carpintería y radio técnico. Se recuerda a Octaviano yendo
a ver al comisariado ejidal del Rincón de la Parotas para solicitar
madera, organizando a los “chamacos” que fueron, junto con los eji-
datarios, a cortar los árboles para construir las galeras de los talleres.
Buscó al señor Feliciano Castro que vivía cerca de la escuela pri-
maria Modesto Alarcón para que hiciera las barracas para los talleres.
Don Chano ya iba a terminar las galeras cuando lo asesinaron durante
la masacre del 18 de mayo de 1967 en el zócalo de esta ciudad.
Ese siniestro día se suspendieron las clases en la secundaria, los
alumnos salieron a sus casas, mientras Octaviano Santiago y Pedro
Martínez fueron a ver a don Feliciano Castro, que estaba en el con-
sultorio del doctor José Antonio Palós Palma muy grave y el médico
dio su veredicto: “este hombre ya no tiene vida, es su resistencia sola-
mente la que lo mantiene vivo”. Anduvieron recorriendo las casas de
los caídos, fueron donde don Arcadio Martínez Javier, donde doña
Isabel Mesino y donde Prisciliano Téllez. Ya por la noche llegaron
a la casa de la maestra Hilda Flores Solís, que era el cuartel general
de los comunistas y ahí se reunieron con Lucio Cabañas Barrientos
que al día siguiente salió a la sierra de donde bajó solamente muerto.
118
Mil y una crónicas de Atoyac

“La sociedad de alumnos de la secundaria federal 14 fue presi-


dida por Octaviano Santiago y Juan Martínez Alvarado en los ciclos
escolares 66-67 y 67-68. A ese grupo les tocó ver la camioneta en-
sangrentada con rumbo a Chilpancingo en donde llevaban judicia-
les heridos de la masacre del 18 de mayo de 1967”. Comenta Juan
Martínez Alvarado.
Al año de la masacre en 1968, Juan Fierro García, Octaviano
Santiago Dionicio y Decidor Silva Valle intentaron organizar un
acto conmemorativo al aniversario de la masacre pero el evento fue
inhibido por el ejército. “Cualquier manifestación que se organizara
sería disuelta” les informó el comandante del 32 batallón de infante-
ría coronel Gilberto Torres Pujol. Ese día soldados de dos batallones
y demás cuerpos policiacos pusieron en estado de sitio la ciudad.
“Con motivo del primer aniversario de la masacre registrada
entre Cívicos y fuerzas del estado del gobierno del doctor Raymun-
do Abarca Alarcón capitaneado los primeros por el profesor Lucio
Cabañas Barrientos y como previsión de cualquier alteración al or-
den público desde ayer las fuerzas federales del 32 y 4º batallón se
encargan de la guarnición de esta plaza así como la policía judicial
al mando del comandante Rafael Pay Radilla, ya que días antes los
estudiantes Juan García Fierro, Octaviano Santiago Dionicio y De-
cidor Silva Valle, el Negri, lanzaron panfletos en donde incitaban al
pueblo a la violencia y a rendir un homenaje a los Cívicos caídos en
1967, el público no hizo acto de presencia”. Anotó Wilfrido Fierro
Armenta en la Monografía de Atoyac.
En Atoyac El Club de Jóvenes Democráticos fue una agrupa-
ción impulsada por la célula del Partido Comunista, que llegó a
tener cientos de afiliados. A decir del propio Octaviano Santiago
Dionicio “a los jóvenes les llamaba la atención el arrojo y la iniciati-
va de Lucio Cabañas”, por eso él lo admiraba mucho.
Anterior al Club de los Jóvenes Democráticos hubo otra agru-
pación que organizó en 1962 Lamberto Martínez Santiago, la Or-
ganización de la Juventud Revolucionaria de Atoyac, y tenía como
integrantes a José Hernández Meza, Justino García Téllez, Romelio
119
Víctor Cardona Galindo

Téllez Blanco y Bonifacio Pino, la mayoría eran estudiantes de la


escuela secundaria. Algunos como Chon Nario no estudiaban pero
se integraron de manera entusiasta a este proyecto. Había alumnas
como Romana y Andrea Radilla Martínez.
Dice José Hernández Meza que algunos miembros de ésta agru-
pación comenzaron a frecuentar a Lucio Cabañas cuando llegó a
impartir clases en Mexcaltepec. Lucio los invitaba a comer “Ahorita
vamos a comernos unos frijolitos sancochados con unas memelas
bien calientes acompañados con una salsa macha de chiles verdes”.
Se organizaban lecturas del manifiesto comunista, estaban pendien-
tes de las noticias de radio Habana.
Hernández Meza comentó que este grupo tuvo entre otras tareas
la defensa por la apertura de la escuela secundaria, hicieron pasquines,
cartulinas y caricaturas que pegaban por las noches en la ciudad: “Los
potentados locales se oponían a la apertura de la secundaria por que
acusaban al director doctor Raymundo Benavides de ser rojillo. Pegar
propaganda era muy penado y si encontraban a alguien haciéndolo lo
llevaban a la cárcel”, por eso la brigada se organizaba muy bien y con
un silbato se avisaban del peligro. Entre otras cosas apoyaban también
los mítines de la Asociación Cívica Guerrerense.
Pero volviendo al Club de Jóvenes Democráticos dice Decidor
Silva Valle, el Negris que en 1965 se fundó la célula de la Juventud
Comunista en la casa de Champurro, cerca del Río Atoyac: “ahí en la
Clandestinidad Octaviano Santiago nos reunió a los jóvenes para tal
propósito y escuchar las palabras que nos iba a dirigir el enviado del
Partido Comunista, Carpóforo Cortez Barona”. Ese grupo pública-
mente salió con la imagen de Club de Jóvenes Democráticos porque
en ese tiempo el Partido Comunista estaba prohibido. Los iniciado-
res fueron: Carlos Castillo Cruz, Daniel Gutiérrez Ávila, apodado
Champurro, Gaspar de Jesús, Domingo Ramírez, Juan Fierro Gar-
cía, Decidor Silva Valle y claro Octaviano Santiago Dionicio.
A decir del Negris, en el Club de Jóvenes Democráticos el más
entusiasta era Juan Fierro García, joven que está considerado como
el primer desaparecido político en Atoyac. Los integrantes del Club
120
Mil y una crónicas de Atoyac

eran brigadistas que hacían pintas con pintura negra y roja, brochas
y cubetas. Pegaban posters con engrudo en las paredes y postes. Las
consignas eran: “Libertad a los presos políticos”, “Muera el mal go-
bierno”, “Muera el pri” y “Mueran los explotadores del pueblo”.
Dagoberto Ríos Armenta recuerda una de las veces que salieron
a las calles a pegar propaganda fue en la noche del 29 de noviem-
bre de 1964 pues al día siguiente 30 llegaría la primera dama de la
nación, pero al amanecer los del gobierno ya habían retirado los
carteles de las calles, ese día a las 9:15 de la mañana en la colonia
Moderna aterrizó el helicóptero que transportaba a la primera dama
Eva Sámano de López Mateos, quien vino a inaugurar el edificio
del Instituto de Protección a la Infancia construido por el gobierno
federal y que después sirvió de cuartel militar. Y de paso develó la
placa de la calle Antonio Paco Navarrete un revolucionario que llegó
al grado de teniente coronel.
Cuando estalló el conflicto de la escuela Juan Álvarez los inte-
grantes del Club recorrieron las comunidades informando de los
acontecimientos e invitando a las concentraciones que se hacían en
el zócalo. El día primero de febrero de 1967 salió a la luz pública
el periódico El Machete Costeño órgano de difusión del Club de Jó-
venes Democráticos, su director era Gaspar de Jesús, el subdirector
Javier Gutiérrez y el jefe de redacción Decidor Silva Valle.
En aquellos años la dirección nacional del Partido Comunista
convocó a un concurso de lema, himno y logo para la Juventud
Comunista. En ese concurso se iba a calificar también la formación
de nuevos núcleos juveniles, por eso Octaviano Santiago y Pedro
Martínez se dedicaron a la formación de grupos. Gran parte de los
muchachos reclutados en esta jornada posteriormente se convirtie-
ron en apoyo de la guerrilla. Se formaron esa vez más de 50 núcleos
de la Juventud Comunista de México. Hubo pequeñas células en
San Martín, La Florida, Las Trincheras, Alcholoa, San Jerónimo,
San Luis la Loma, Rincón de las Parotas y El Ticuí. Por la formación
de núcleos fueron premiados y les regalaron un gran cuadro del Che
Guevara que le quedó a Decidor Silva en resguardo.
121
Víctor Cardona Galindo

Decidor Silva recuerda que cuando empezó la represión, en


compañía de Pedro Martínez y Octaviano Santiago en la casa del
señor Antonio Onofre Barrientos, en la calle Altamirano, donde
vivió Lucio Cabañas, enterraron libros y documentos compromete-
dores, los protegieron con plástico, pero pasados los años, cuando
escarbaron ya no había nada. Algo similar pasó con el premio que la
Juventud Comunista de Atoyac recibió en un pleno de la dirección
nacional en México, su mamá Crispina del Valle Mariscal lo quemó
junto a ejemplares de las revistas urss y Bohemia que venía de Cuba
y documentos del Partido Comunista.
Por información de Arturo Martínez Nateras sabemos que Oc-
taviano Santiago Dionicio estuvo en la escuela de cuadros de la Ju-
ventud Comunista de México y después en 1968 salió rumbo a
Moscú para estudiar 10 meses en la escuela de cuadros de la Kom-
somol, incluso su estancia en la Ciudad de México coincidió con la
masacre del 2 de octubre pues en esa fecha Octaviano estuvo hospe-
dado en Tlatelolco con algunos jóvenes estudiantes del Politécnico.
De Atoyac también estudiaron en Moscú, además de Octavia-
no, Carmelo Cortés Castro y Pedro Martínez. “Había muchas fa-
cilidades para ir porque todo lo pagaba Moscú”, comenta Decidor
Silva quien no pudo ir a tomar esos cursos porque cuando le llegó la
oportunidad estaba en el último año de la normal.

IV
Un buen método para entender algo consiste en seguir una historia
Zlata Filipovic autora del Diario de Zlata

Al egresar de la secundaria Octaviano Santiago Dionicio presentó


examen en la escuela normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzi-
napa. De dieciocho espacios que se otorgaban él quedó en el lugar
siete, mientras su compañero Saúl Pérez Juárez se ubicó en trece.
Pero no se concretó su ingreso a la normal porque su certificado no
estuvo a tiempo. Recordemos que el director de la secundaria se lo
122
Mil y una crónicas de Atoyac

había retenido a pesar de que tenía buenas calificaciones por parti-


cipar en un movimiento exigiendo maestros.
Por eso Octaviano Santiago aparecía en las listas de la normal,
pero como sus documentos no llegaron a tiempo perdió la beca.
Esporádicamente iba de visita a la normal. Saúl Pérez lo recuerda
caminando por los pasillos de Ayotzinapa con sus libros de socialis-
mo y comunismo.
Regresó de la Unión Soviética en 1969 y se inscribió en la pre-
paratoria 1 de la Universidad Autónoma de Guerrero, en Chilpan-
cingo y vivía en la Casa de Estudiantes 1. Ahí lo conoció Nicomedes
Fuentes junto a Rubén Ramírez Lozano la Chiquitilla.
Santiago Dionicio no estaba quieto, su activismo era total, ese
mismo año se incorporó al movimiento en defensa de las norma-
les rurales porque el gobierno federal había iniciado una ofensiva
para desparecerlas. Como los líderes estudiantiles estaban siendo
duramente acosados y vigilados, Octaviano le propuso al líder de la
fecsm, que salieran del centro del estado y que fueran a reunir en El
Ticuí un pueblito cerca de la ciudad de Atoyac.
Como todos los estudiantes tenían que pasar a El Ticuí en el
“Pango” y ahí los detecto Wilfrido Castro Contreras y un tal Ochoa
quienes en ese tiempo eran madrinas de la judicial y enemigos de-
clarados de los comunistas.
Hubo una detención masiva de estudiantes: “Hoy domingo
elementos del ejército, policías judiciales y agentes de gobernación
hicieron acto de presencia en el poblado del Ticuí, cuando se ini-
ciaba un mitin “en contra del presidente de la República licenciado
Gustavo Díaz Ordaz y el secretario de Educación Pública licenciado
Agustín Yáñez. Según la prensa porteña el mitin fue organizado por
el profesor Raúl Vázquez Miranda, estudiantes y elementos Cívicos
de ideas comunistas. La policía logró detener a 9 jóvenes estudiantes
en ese poblado”. Escribe el cronista de la ciudad el 17 de agosto de
1969, quien agregaba “El mitin de referencia fue para protestar por
las disposiciones de la Secretaría de Educación Pública, en separar
las escuelas secundarías de las normales rurales”.
123
Víctor Cardona Galindo

Ese día se hizo también un operativo en la primaria federal


Modesto Alarcón, miembros del ejército irrumpieron en las instala-
ciones de ese plantel educativo y desmantelaron un pequeño taller
donde se reproducían volantes para información del movimiento.
Se dijo que ese día se decomisó un mimeógrafo y 19 revistas de la
urss de fechas atrasadas.
Octaviano fue detenido, ese día, en El Ticuí por los militares
que lo llevaron prisionero a la fábrica de hilados y tejidos después lo
trasladaron al cuartel del Calvario en Atoyac junto con otros estu-
diantes de normal de Ayotzinapa que fueron golpeados salvajemen-
te. Su mamá Juana Dionicio era una mujer que nunca lo dejaba,
ésta vez como otras, lo sacó de la cárcel.
Sin mediar los peligros Octaviano Santiago Dionicio siguió su
activismo y sufrió de nuevo la represión. “Tres jóvenes que agitaban
en Guerrero, presos”. Titulaba Últimas Noticias una nota de Roge-
rio C. Armenta el 19 de mayo de 1970, donde publicaba que: “Tres
estudiantes que según la policía de seguridad estaban dedicados a
la agitación en la sierra de Atoyac de Álvarez, en la Costa Grande
guerrerense, fueron detenidos y encarcelados. Se les recogió mucha
propaganda en la que incitaban a la violencia”.
“Fueron capturados durante una acción por sorpresa y puestos
a disposición del agente del ministerio público federal en Acapulco.
Ellos son: Valentín Nava Loza, estudiante de la normal de Ayotzina-
pa; Julio Castro Vázquez, de la unam; y Octavio Santiago Dionicio
de la preparatoria local”.
“Toda la propaganda en su poder fue decomisada por el mayor
Joel Juárez Guzmán, jefe de la policía de Seguridad Pública del esta-
do, quien al frente de sus hombres hizo la captura. El propio Juárez
informó a la prensa los hechos”. Los jóvenes fueron acusados de
incitación a la rebelión, disolución social y sedición.
Wilfrido Fierro registra el 18 de mayo de 1970 “En la madru-
gada de hoy, fueron detenidos los jóvenes estudiantes Octaviano
Santiago Dionicio, Josafat Hernández Ríos, José Isabel Radilla So-
lís, Valentín Nava Loeza y Julio Castro Vázquez quienes estudian
124
Mil y una crónicas de Atoyac

en Chilpancingo y Ayotzinapa. La detención fue en esta ciudad de


Atoyac, al ser sorprendidos pegando panfletos y pintando fachadas,
incitando a la rebelión y a la violencia armada, por instrucción de
los profesores Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez Rojas,
quienes operan como guerrilleros en la sierra de éste municipio”.
“También fue detenido al día siguiente el señor Julio Hernández
Hinojosa, por la policía judicial y puesto a disposición de las fuerzas
federales, siendo golpeado salvajemente, muriendo en la madrugada
del 20 del actual a consecuencia de los golpes”.
Como en otras ocasiones el cronista de la ciudad relacionó a Lu-
cio con Genaro cuando en realidad nunca existió esa relación y en este
caso menciona cinco detenidos esa noche por el mismo motivo. Pero
después se supo que Josafat y José Isabel fueron detenidos en otro lado
y que no formaban parte de los jóvenes activistas de izquierda.
En el libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una expe-
riencia guerrillera en México su autor Eleazar Campos Gómez da su
versión de lo que pasó esa noche “El 18 de mayo de 1970 fueron
detenidos los estudiantes Octaviano Santiago Dionicio, Israel (no
recuero su apellido), Ramiro Onofre y Valentín Nava Cabañas que
repartían volantes la noche del 18 de mayo en Atoyac. En esa mis-
ma noche fueron detenidos el mecánico Isabel y Josafat Hernández
Ríos, hijo del presidente del comisariado ejidal de San Martín, Julio
Hernández Hinojosa”.
Dice el Partido de los Pobres que “Isabel y Josafat andaban de
parranda, otros dicen que andaban comprando una pieza de carro.
La policía los detuvo acusándolos de subversivos. Al ser informado
de esto don Julio fue a preguntar por su hijo al ayuntamiento de
Atoyac. Allí fue entregado a la policía judicial por un tal Benjamín
que después se suicidó. La judicial entregó a don Julio al ejército,
que lo castró y torturó hasta matarlo, acusándolo de colaborador de
la guerrilla”.
La versión del Partido de los Pobres señala como principal ase-
sino de don Julio al teniente Vicente Sosa, que fue ascendido a un
grado más por este crimen y las torturas a decenas de detenidos.
125
Víctor Cardona Galindo

Octaviano Santiago nos dijo en una ocasión que: “Cuando aga-


rran a don Julio nunca pensamos que las cosas llegarían hasta tal
extremo. Era un hombre de trabajo. Si un día pasó la guerrilla por
su corral no era culpable. Dicen que les dio unos cocos a los guerri-
lleros. Un hijo del señor trabajaba en una camioneta pasajera con el
hijo de Agustín Mesino y los agarran sin deber nada. Los suben y los
empiezan a golpear. Los llevan al cuartel sin deber nada”.
El cuerpo de don Julio Hernández Hinojosa, que murió a causa
de las torturas, quedó tirado en un rincón de las instalaciones que la
27 zona militar tenía en Acapulco. Luego fue llevado a la funeraria
Manzanares donde lo reclamaron por sus familiares.
Los estudiantes Octaviano Santiago Dionicio, Josafat Hernán-
dez Ríos, José Isabel Radilla Solís, Valentín Nava Loza y Julián Cas-
tro Vázquez fueron puestos el libertad el 21 a las tres de la tarde,
habían sido detenidos el 18 de mayo, informaron los periódicos.
Después de salir de la cárcel Octaviano se retiró una vez más de
su familia para seguir estudiando, pero también para seguir con su
activismo político. En 1971 junto con Francisco Fierro Loza, buscó
en Chilpancingo a su hermana Ángeles Santiago Dionicio para en-
tregarle un rollo de billetes para que le comprara todo lo necesario
a la maestra Hilda Flores Solís que había sido trasladada al penal de
esa ciudad. Ya se vislumbraban sus pasos en la guerrilla.

El guerrillero
“Mi paso por la guerrilla no fue grande, fue relativamente corto,
fue más o menos de un año. Yo lo que valoré muchísimo ahí fue la
entrega de los hombres. El valor a cambio de nada, eso fue lo que a
mí me conmovió y me hizo aguantarme ahí porque yo al principio
iba de visita, pero cuando vi ese amor desmedido, yo lo veía hasta
enfermizo pues me quedé ahí sin ninguna duda que eran gentes que
iban a morir en la batalla y así murieron”.
Eso dijo Octaviano Santiago en la entrevista que a la doctora Ju-
dith Solís y yo le hicimos, habló de su paso por la guerrilla del Partido
126
Mil y una crónicas de Atoyac

de los Pobres, pero su participación guerrillera va más allá de Brigada


Campesina de Ajusticiamiento, integró los Comandos Armados de
Guerrero y estuvo en las Fuerzas Armadas de Liberación.
En esos tiempos de persecución él utilizaba los seudónimos o
nombres de guerra: Ángel Parra y Abraham Molina, escribió Raúl
Sendic García.
A mi juicio la actividad que proyectó a Octaviano Santiago a la
plataforma de la política estatal donde se mantuvo, fue su partici-
pación en la retención con fines expropiatorios del ingeniero Jaime
Farill Novelo. Santiago Dionicio al ser detenido contestó con firme-
za las preguntas de la prensa lo que le ganó simpatía. “Somos gente
del Lucio Cabañas un profesor de mucho prestigio” habría dicho.
Además de que ésta acción armada motivó un gran interés de la
comunidad estudiantil hacia el movimiento armado.
El secuestro de Farill se llevó a cabo el 7 de enero de 1972 a las
9 horas de la noche, la acción la hicieron los Comandos Armados de
Guerrero, pidieron ters millones de pesos por su rescate. Por este se-
cuestro fueron detenidos: Guillermo Bello López José, Francisco Fiero
Loza Abel Rodríguez, Octaviano Santiago Dionicio Abrahan Molina,
José Albarrán Pérez Calvino y Rubén Ramírez Lozano la Chiquitilla.
La prensa dio a conocer los hechos: “Cuatro hombres armados
con rifles, al parecer m1, se llevaron en este puerto, con lujo de
violencia, al ingeniero Jaime Farrill Novelo, cuando éste salía de la
preparatoria 2, de la que es director a las 21:05 horas”, informaba El
Universal en su edición del 8 de enero. En ese tiempo la preparatoria
2 estaba sobre la avenida Universidad. “Eran cuatro hombres, uno
de ellos con sombrero de palma y con tipo costeño, lo sujetaron y lo
subieron a un vehículo”.
Según el Excélsior se lo llevaron cuatro sujetos armados, cuando
salía del plantel “lo obligaron a subir a un automóvil y enfilaron
hacia la costera Miguel Alemán”.
“Los Comandos Armados de Guerrero y la Brigada Campesina
de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, pidieron tres millones
de pesos, la publicación de un documento y la devolución del cin-
127
Víctor Cardona Galindo

cuenta por ciento de las cuotas de cobra la preparatoria local por


inscripción del alumno, a cambio de la libertad del ingeniero Jaime
Farill Novelo”, escribió Enrique Díaz Clavel.
Nicomedes Fuentes que en ese tiempo era estudiante de la Uni-
versidad Autónoma de Guerrero dice “Me llamaron mucho la aten-
ción las demandas, porque el ingreso a la preparatoria de Acapulco
era carísimo, una de las demandas era que bajaran las cuotas de
inscripción. Era una demanda muy sentida para los estudiantes que
les daba la oportunidad de poder ingresar a la escuela”.
El pago del rescate no llegó a entregarse porque Farill fue res-
catado por la policía y el ejército en cerro del Veladero. Las otras
demandas si se cumplieron con el costo de la aprehensión de ocho
miembros del Partido de los Pobres, que fueron presentados a los
medios. Sin embargo hubo otros detenidos que fueron brutalmente
torturados y luego fueron liberados a sufrir las secuelas de la tortura.

V
El comunicado de los Comandos Armados de Guerrero apareció
publicado el 13 de enero de 1972 en Excélsior. El mismo día en que
los cuerpos policiacos rescataron a Farill Novelo a las 9 de la noche,
“sin que hubiera necesidad de pagar los tres millones de pesos que
exigían por ello. Lo tenían en la punta de un cerro de rocas entre los
poblados de Pueblo Nuevo y El Veladero”.
Según los periódicos los detenidos por esa acción fueron: Cán-
dido Fierro, Guillermo Bello López José; Francisco Fierro Loza
Chon; Octaviano Santiago Dionicio Abrahán Molina; Rubén Ra-
mírez Lozano la Chiquitilla; José Albarrán Pérez, María Ascensión
Hernández y la directora de la secundaria Progreso de Acapulco,
Flora Albarrán.
Nada se dijo de la detención de Guadalupe Fierro, Juan Bahena
y su esposa. Así como de María del Rosario Santiago y de su esposo
Teódulo Serafín quienes fueron liberados a los tres días después de
recibir varias sesiones de tortura.
128
Mil y una crónicas de Atoyac

“No importa nuestra detención. Ninguno de los que forman los


35 grupos que vienen trabajando bajo las órdenes de Lucio Cabañas
se arredrará y proseguirá su trabajo señalado”, declaró a Carlos Ortiz
un Octaviano Santiago Dionicio de 21 años de edad, quien aceptó
formar parte de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Par-
tido de los Pobres.
Ortiz escribió que Octaviano tenía “dos antecedentes penales
porque en los años de 1967 y 1969 fue detenido por dedicarse al
reparto de propaganda subversiva y actos contrarios al orden. En
ambas ocasiones se le dejó en libertad por tratarse de un menor de
edad”.
Excélsior publicaba en su edición del 14 de enero: “El ejército y
policía rescataron esta noche al ingeniero Jaime Farill Novelo, entre
Pueblo Nuevo y el Cerro del Veladero, a veinte kilómetros de este
puerto, y capturaron a sus secuestradores, seis hombres y dos muje-
res, profesoras” “Todos los detenidos fueron llevados directamente
a los cuarteles de la 27 zona militar, cuyo comandante el general
Joaquín Solano Chagoya, procedió a interrogarlos”. Farill dijo que
“sus secuestradores lo trataron bien, pero que desde el miércoles
no probaba alimentos”. “Octaviano Santiago Dionicio o Abrahán
Molina fue identificado como el autor intelectual del plagio que
se atribuyó el grupo Comandos Armados de Guerrero y la Brigada
Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, que se dice
jefatura el profesor Lucio Cabañas”.
De regreso a la escuela Farill comenzó a devolver el 50 por ciento
de las cuotas. Mientras un movimiento estudiantil se gestó exigien-
do la libertad de su dirigente José Albarrán Pérez, hicieron manifes-
taciones y bloqueos de calles. Y la comunidad universitaria se soli-
darizó con los recién detenidos. Enrique Díaz Clavel publicó que:
“Pocas horas después del retorno del ingeniero Jaime Farill Novelo
a su hogar, hubo una manifestación de estudiantes preparatorianos
que al principio fue en apoyo para él, pero posteriormente fue apro-
vechada para lanzar vítores a Genaro Vázquez y Lucio Cabañas”.

129
Víctor Cardona Galindo

Las aprehensiones
En ese tiempo María del Rosario Santiago Dionicio, Chayo, vivía
por el lugar conocido como El Pasito en la ciudad de Acapulco. El
día que su martirio comenzó, llegaron a su casa Francisco Fierro
Loza y José Albarrán a quienes les invitó un café. Mientras Fierro
escribía en una máquina un documento, Albarrán salió. Como a
las dos horas que se fue Albarrán y un poquito después que Fierro
abandonara el lugar, agentes judiciales que se movían en 15 coches
rodearon la vecindad. Ella no sabía que estaba pasando. Había re-
cibido a Fierro Loza con gusto porque era su vecino en el ejido del
Porvenir donde todos los años acudía a cortar la huerta de café y
era amigo de su esposo Teódulo Serafín quien al llegar a las 9 de
la noche de trabajar también fue aprehendido y se los llevaron en
automóviles separados.
Los judiciales en el camino interrogaron a Chayo. Le pregunta-
ron si conocía a Francisco Fierro Loza y dijo que sí. Pero cuando le
preguntaron por Abrahán Molina ella no supo. “Yo solo oí que se
iban a juntar con ese tal Abrahán Molina en el cine Bahía”. Eso les
explicó a los policías porque escuchó que Francisco Fierro le había
hecho ese comentario a su acompañante. Allá la llevaron y la colo-
caron como carnada.
Ahí en el cine Bahía la tuvieron hasta las cuatro de la mañana
para ver si alguien aparecía. Después la llevaron atrás de la Coca
Cola a una casa donde torturaban a los detenidos. Estaban ahí como
15 personas, entre ellos Romana Martínez, hermana de Francisco
Fierro Loza y sus hijos.
Los sacaban uno a uno a interrogar. Llevaron a Chayo a una
huerta y apagaron las luces para que no viera como llevaban a Alba-
rrán que iba gritando “por favor no me torturen ya” y se lo sentaron
a un lado. Mientras le ponían una pistola en la nuca le preguntaron
por Abrahán Molina, ella no sabía que ese era el seudónimo de su
hermano Octaviano Santiago Dionicio y dijo que no lo conocía.
Entonces le preguntaron a Albarrán como era que la conocía y él
130
Mil y una crónicas de Atoyac

contestó que había ido a su casa con Abrahán Molina: “Luego me


preguntaban ¿Dónde está Abrahán Molina? Y yo contestaba a ése
no lo conozco. Yo soy Rosario Santiago Dionicio y antes de que me
maten vayan y pregunten en Atoyac”. De ahí ya no hubo interroga-
torios y la regresaron donde estaban los demás.
Como a las cinco de la mañana trajeron a Francisco Fierro Loza
con dos costillas rotas, por eso se quejaba. Como a las dos horas de
que llegó detenido Fierro, trajeron también a Octaviano lleno de
sangre venía golpeado de la cabeza: “al aventarlo para subirlo al co-
che se golpeó y le abrieron la frente por eso sangraba. A Albarrán lo
metían a la pileta y descubrió todo. Le tocó la peor tortura porque
fue el primero que agarraron. Cuando agarraron al último entonces
los fue a ver Farill y les dijo a los judiciales ‘por favor no quiero que
torturen a estos muchachos, ellos me trataron bien”. Rosario estuvo
tres días detenida, salió después de llenar muchos papeles.
El ingeniero Guadalupe Fierro recuerda que tenía 17 años
cuando fue detenido por ir a visitar a su madre que era hermana
de Francisco Fierro. Coincidió en el encierro con su madre Roma-
na Martínez, Teódulo Serafín, Cándido Fierro, su padrastro Juan
Juárez Bahena y Rosario Santiago Dionicio. A Francisco Fierro lo
torturaron delante de todos. Finalmente los familiares salieron sólo
quedaron los cinco que integraban el comando, quienes fueron lle-
vados a la cárcel de Hogar Moderno.
En el libro El Partido de los Pobres se cuenta acerca de: “La forma
de cómo detectó la policía a los compañeros, fue como sigue: a José
Albarrán Pérez le dan la comisión de ir a entregar un comunicado a
la familia Farill de parte del comando nuestro. Para esto llamó por
teléfono a la familia desde una paletería que se encuentra frente al
cine Ríos en la avenida Cuauhtémoc y Vallarta. El dueño de la pale-
tería escuchó la comunicación e inmediatamente llamó a la policía.
Al terminar la llamada Albarrán tomó el camión y ahí lo detuvieron
policías uniformados”.
Los uniformados lo entregaron al comandante Wilfrido Castro
Contreras, “quien hizo hablar a Albarrán y dio la cita que tenía con
131
Víctor Cardona Galindo

Fierro Loza en una panadería que está junto al cine Terraza Bahía
en Acapulco”. Donde detuvieron a Fierro Loza y lo llevaron a una
casa de tortura. “En cuanto a Rubén Ramírez lo detuvieron al llegar
a la casa de Fierro Loza, que había sido entregada por Albarrán”.
Así se cortó el suministro de alimentos y de información a los dos
guerrilleros que cuidaban a Farill y se neutralizó la comisión de ne-
gociación y el pago del rescate.
Al no tener noticias de sus compañeros en la ciudad Octaviano
Santiago Dionicio bajó del cerro en donde estaba cuidando al se-
cuestrado y lo detuvieron al llegar a la casa de su hermana Rosario.
Lo torturaron y como no decía nada comenzaron a torturar delante
de él a Fierro y a Rubén. Para evitar que los siguieran torturando
Octaviano dijo el lugar donde tenían a Farill.
Del balance que hizo el Partido de los Pobres de esa acción con-
sidera: “que de las exigencias que puso el comando que secuestró a
Farill sólo no se cumplió el pago de los 3 millones”, la lectura del
comunicado se hizo y la publicación también y se les devolvió el 50
por ciento de las cuotas de inscripción a los alumnos. “En la primera
entrevista que le hicieron a Octaviano recuerdo que dijo esta frase:
hemos perdido una batalla solamente, no la guerra”.
Estando Octaviano Santiago en el penal de Acapulco, cayeron
presos 15 campesinos de San Francisco del Tibor acusados de la pri-
mera emboscada que Lucio les puso a los soldados el 25 de junio de
1972 y más de 40 campesinos del Quemado que fueron responsa-
bilizados del segundo ataque que se dio el 23 de agosto en el Arroyo
Oscuro. Los campesinos no estaban politizados y llegando al penal
con la dirección de los presos políticos adquirieron una formación
política. Así nació parte de esa estructura indómita que en Atoyac
durante muchos años le ha dado vida a la izquierda.
Los cinco presos políticos: Octaviano Santiago Dionicio, Gui-
llermo Bello López, José Albarrán Pérez, Rubén Ramírez Lozano y
Francisco Fierro Loza aprovechando la cobertura que les daba estar
en la cárcel se dedicaron a denunciar las arbitrariedades de los cuer-
pos represivos en la sierra de Atoyac, principalmente en la revista
132
Mil y una crónicas de Atoyac

Por qué?, uno de esos textos fue publicado el 9 de noviembre de


1972 dice: “A raíz de las enérgicas respuestas de la Brigada Campe-
sina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres a los actos brutales
del gobierno, cientos de hogares campesinos han sido cateados con el
habitual lujo de violencia; cientos de campesinos de todos los ejidos
de la Sierra de Atoyac han sido brutalmente torturados para que se de-
claren culpables de participar en las emboscadas tendidas a miembros
del ejército por el grupo guerrillero del Partido de los Pobres”.
“Las humildes escuelas construidas por el pueblo para educar a
sus hijos, han sido convertidas en verdaderos cuarteles y en inferna-
les centros de tortura”. Dice el comunicado.
El 24 de mayo de 1973, también en la revista Por qué?, mediante
una carta denuncian, el fusilamiento público de seis campesinos en
Los Piloncillos. “Aunque el gobernador y el procurador traten de
cuidar el honor de su criminal instituto armado, el pueblo sabe que
fueron militares los que el día 24 de abril de 1973 fusilaron a Satur-
nino Sánchez G. de 65 años (inválido); a Toribio Peralta y Eleazar
Álvarez, ambos de 17 años; a Santín Álvarez, de 18 años y al anciano
de 70 años de edad Crescencio Reyes”. Como se ve en el texto sólo
dan el nombre de cinco campesinos el sexto acribillado fue Santos
Álvarez Ocampo.
Al llegar a la cárcel pública los presos políticos se encontraron
con que había muchos enfermos de tuberculosis que convivían con
la población sana y la alimentación era pésima. Les daban una o
dos tortillas con comida a veces descompuesta, había maltrato a los
familiares que iban de visita y muchos encarcelados sin proceso.
Otro frente de lucha fue mejorar las condiciones del penal. Se
organizó un movimiento y Octaviano Santiago se convirtió en ase-
sor de la población carcelaria. Nicomedes Fuentes recuerda que se
comenzaron a hacer movimientos para que se separaran a los enfer-
mos de la población sana y que les dieran atención. También pedían
respeto para los familiares que iban de visita. Se organizó el trabajo
de los internos mediante las artesanías, se le dio orden a la actividad
productiva y se constituyeron en una sociedad cooperativa.
133
Víctor Cardona Galindo

“Hicimos una huelga de hambre con treinta gentes, estaban los


presos políticos respaldados por los campesinos”, recuerda Zohelio
Jaimes Chávez que estaba preso con los campesinos de San Fran-
cisco del Tibor. Tardaron 3 días en la huelga de hambre y se logró
mejor alimentación, se les dio uniformes a los deportistas del penal.
A los presos enfermos los llevaron a una clínica y se les consiguió
un médico de planta. Lograron que salieran más de 40 presos que
estaban encerrados sin tener delito.
En el libro Lucio Cabañas. El guerrillero sin esperanza, Luis
Suárez reproduce un discurso en donde Lucio habla de los presos:
“Que Octaviano, del Partido de los Pobres, se junta con los presos
comunes y no se aparta, y se pone al servicio de ellos, los ve como
hermanos y los politiza. Y a los presos comunes, los vuelve presos
políticos y los dirige, y acaba de ganar una huelga o dos huelgas
acaba de ganar éste Octaviano”.

VI
De acuerdo a Juan Martínez Alvarado la vida de Octaviano Santia-
go Dionicio tiene varias etapas fundamentales y enumera ocho: Su
infancia de la casa a la iglesia, su vida en la primaria y secundaria, su
paso por Ayotzinapa y la Universidad Autónoma de Guerrero, su lu-
cha clandestina, sus confinamientos y amnistía, su participación en
la lucha democrática por la vía pacifica, su paso por la dirigencia del
prd y el ocaso simultáneo de él y la auténtica izquierda en Guerrero.
Como se puede ver en estas crónicas si acaso hemos abordado
cuatro de las etapas propuestas por Martínez Alvarado y es que es-
cribir sobre Octaviano Santiago es sumergirse en la historia de la
lucha del pueblo de Guerrero en los últimos 50 años, desde el mo-
vimiento estudiantil y universitario hasta las últimas jornadas de lu-
cha por lograr una democracia auténtica. Hoy para cerrar ésta serie
de entregas hablaremos de su formación y de su última estancia en
la cárcel, posteriormente hablaremos de las otras etapas de su vida.

134
Mil y una crónicas de Atoyac

Su formación y trabajo intelectual


“A mediados de la década de los sesenta en un día que me es impo-
sible precisar —escribió Octaviano Santiago en el periódico Made-
ra— llegué a la casa del tío de Lucio, Antonio Onofre, lugar muy
frecuentado ya por mucho de nosotros; me sorprendí cuando el tío
escarbaba en el patio de su casa para sacar algo que yo ignoraba y
que me tenía intrigado. Pocos minutos después lograba el objetivo:
desenterraba ollas en cuyo interior envueltos en nailon sacaban de-
cenas de libros, que quién sabe por cuánto tiempo habría manteni-
do ocultos el profesor Cabañas, dado que en ese tiempo circulaba de
manera profusa una campaña contra la literatura rusa y socialista y
que de manera puntual era denominada literatura comunista o sub-
versiva. Entre los libros desenterrados, apareció uno cuyo título me
impresionó y que respondía al nombre de Un hombre de verdad, de
un escritor ruso, hecho que me hizo pedirle al profesor me facilitara
el libro referido. Después de advertirme los riesgos que implicaba
esa lectura, me lo facilitó y con ello leí la primera novela de mi vida”.
Los libros que influyeron en la formación de Octaviano Santiago,
fueron los de marxismo y la revolución cubana. Se enamoró tanto de
la novela rusa y de la Revolución de Octubre, que se la aprendió casi
de memoria. La leyó mucho y la valoró “El sólo hecho que me hu-
bieran dicho que la guerra patria perdió 50 millones de rusos fue un
impacto que a mí me dejó marcado para siempre” dijo en entrevista.
Fue esa literatura, de Máximo Gorki y libros como Banderas en
las torres, Así se templó el acero que marcaron su formación ideoló-
gica. Primero conoció la novela rusa y después la novela mexicana,
una de las primeras que leyó fue La sombra del caudillo “está chin-
gona, yo creo que es la mejor de México”. Luego pasó por los textos
de Ignacio Manuel Altamirano y las memorias del general Álvaro
Obregón “Me gusta porque ganó la guerra, un cabrón que gana las
guerras no es cualquier pendejo”.
En esa última entrevista que le hicimos habló de la formación de
un político de izquierda: “en eso no hay recetas, pero yo empezaría
135
Víctor Cardona Galindo

por toda la historia mexicana, pondría en primer lugar La sombra del


caudillo”. Hizo un llamado al debate. Le preocupaba que ninguno
de los candidatos de Acapulco fuera perredista sincero y que obede-
cieran más a la conveniencia que a la vocación de cambio. Tenía la
idea de la refundación del partido y volver a los principios: “Yo siem-
pre mantuve la idea quizá soñadora, pensé con Eloy Cisneros y otros
compañeros ir a visitar a Cárdenas para decirle, reúnase con Andrés
Manuel, reúnase con Amalia, reúnase con toda la cúpula vieja”.
De los textos de su autoría que yo le conozco están El movi-
miento estudiantil guerrerense, que es una ponencia, misma que fue
publicada en 1980 en la que narra acontecimientos del movimiento
estudiantil de la Universidad Autónoma de Guerrero y Testimonio
de un preso político que publicó en el 2002 cuando fue candidato
a la presidencia municipal por el prd en Atoyac. Ese documento
se había publicado por primera vez 22 años antes: “sencillo docu-
mento de denuncia que contribuyó a desenmascarar y a evidenciar
al gobierno terrorista que en aquellos años padecía el pueblo de
Guerrero”.
Participó con su testimonio en los documentales: El Edén bajo
el fusil que en 1982 realizó Salvador Díaz y Pedro Reygadas y Lucio
Cabañas. La guerrilla y la esperanza de Gerardo Tort.
En Testimonio de un preso político dice “Mi adhesión a la corrien-
te proletaria marxista data desde el año de 1964; es decir, siendo
casi un niño. Como acontecimientos decisivos que determinaron
mi temprana identificación con el pensamiento científico marxista
debo mencionar los tres principales: la contundente victoria de la
Revolución Socialista en Cuba en 1959; la represión brutal de que
fue objeto todo el pueblo de Guerrero en los años 1960-61 y la
campaña nacional electoral y de denuncia que desarrolló —entre los
años 64-65— un bloque de fuerzas de izquierda que fueron capaces
de conformar lo que entonces fuera denominado Frente Electoral
del Pueblo”.
Luego de estar preso en Acapulco por su participación en el co-
mando que retuvo a Jaime Farill Novelo, Octaviano Santiago logró
136
Mil y una crónicas de Atoyac

su libertad mediante el sistema de preliberación en enero de 1976.


Pero el 17 de abril de 1978 fue asesinado un ex preso político, Ob-
dulio Ceballos Suárez y ahora sí que como dice el corrido del Chan-
te Luna: “la muerte se la cargaron porque el gobierno lo odiaba” por
lo tanto es perseguido fuertemente por Figueroa y Acosta Chaparro.
Él iba a firmar cada semana al penal: “pero en una de esas veces
que iba a firmar alguien le avisa que no vaya porque lo andan bus-
cando y se tiró a perder” nos comenta Arturo Gallegos Nájera. Su
rumbo fue la Costa Chica estuvo unos días en Cuajinicuilapa, pero
lo acosaban tanto que decidió irse a Oaxaca: “horas después que
salió hacia Oaxaca llegó la policía al lugar donde estaba, se salvó de
milagro”.
En Putla se contactó con Florentino Loza Patiño y le pidió ayu-
da. En Oaxaca decidió incorporarse de nuevo a la guerrilla ahora a
las Fuerzas Armadas de Liberación, fal. “Florentino le brinda un
buen apoyo le da dinero para que sobreviva mientras encuentra el
contacto. Se va a la Ciudad de México encuentra el contacto y se
reincorpora otra vez”.
Luego es detenido el 30 de septiembre de 1978 en Querétaro,
por azares de destino porque los policías judiciales ni siquiera sabían
a quien estaban deteniendo: “Le encuentran una pistola y cuando
se la quieren quitar le dice esa no porque es un recuerdo de mi
padre” eso como una salida y mientras forcejeaba con los policías
su compañera también miembro de las fal logró huir. Ángel Parra
Hernández era el seudónimo que utilizaba, en ese momento fue
torturado hasta que fue obligado a revelar su verdadera identidad. El
procurador de Querétaro lo presentó a la prensa y luego lo entregó
a la Dirección Federal de Seguridad.
“En 1978, Octaviano es detenido, ya como dirigente de las
Fuerzas Armadas para la Liberación, en la ciudad de Querétaro y
después de estar varios días en cárceles clandestinas es presentado en
la cárcel pública de Acapulco, donde fue el presidente de los presos
políticos, manteniendo una disciplina férrea al interior del penal,
participando desde la cárcel en acciones por la defensa de la autono-
137
Víctor Cardona Galindo

mía universitaria y de la educación pública, además de ser líder del


Consejo General de colonias Populares de Acapulco”, escribió Raúl
Sendic García Estrada.
La Dirección Federal de Seguridad después de someterlo a bru-
tales sesiones de tortura lo entregó a la policía judicial de Guerrero
que en ese tiempo estaba al mando de Mario Arturo Acosta Cha-
parro.
Antes agentes de la Dirección Federal de Seguridad lo llevaron
a una cárcel clandestina donde comenzaron con golpear su cabeza
contra la pared exigiendo que se declarara culpable de múltiples de-
litos: “Se me desnuda y comienzan a patearme hasta caer derribado;
en esa situación se me baña con agua helada y se da inicio al martirio
de los toques eléctricos en diversas partes del cuerpo, pero funda-
mentalmente en la región de los testículos”. Cuando estaba a punto
de perder el conocimiento le suministraban cuartos de tequila como
método de reanimación “Ese método se repetiría en la mayor parte
de los días de tortura”.
Su testimonio es escalofriante: “Al percatarse de que a pesar de
todo cuanto se me hacía no estaba dispuesto a aceptar ninguno de
los delitos que ellos mismos me fabricaban, optaron por agregar más
saña a sus tareas: me sumergen en agua hasta estar próximo a la asfi-
xia, hacen simulacros de violación a mi persona, me aplican con más
virulencia los toques eléctricos, me quiebran palos en la cabeza y en
muchos otros huesos del cuerpo y, como corolario de esa jornada,
se exprimen limones sobre mis testículos, que para esos momentos
poseen un alto y peligroso grado de infección”.
Le tapaban la boca con trapos para que no se escucharan sus gri-
tos, le oprimían los testículos ya infectados, y en los momentos de
desfallecimiento le daban para que bebiera con rapidez los cuartos
de tequila.
Retrocediendo un poco en el tiempo, Arturo Gallegos dice que
conoció a Octaviano Santiago cuando prácticamente se incorpora-
ba al Partido de los Pobres allá por diciembre de 1970, “tuve pocas
posibilidades de conocerlo en la sierra”.
138
Mil y una crónicas de Atoyac

Lo conoció con el seudónimo de Francisco cuando bajó de la


sierra en comisión con Carmelo Cortés Castro, Gabriel Barrientos,
Francisco Fierro Loza, un guerrillero llamado Isael y Carlos Ceballos
Loya a buscar fondos para apoyar el Partido de los Pobres. Después
de esa comisión fueron detenido Carmelo Cortés, Gabriel Barrien-
tos y Carlos Ceballos en el cuartel de Atoyac. Octaviano Santiago y
Francisco Fierro Loza se habían quedado en Acapulco.
El comando intentó hacer una acción expropiatoria al Banco
de Comercio en Acapulco en esa ocasión “Francisco” salió herido
al rebotar la bala de un disparo que Carmelo Cortés hizo al piso
con una pistola calibre 45 para contener al policía que resguardaba
la institución. Afortunadamente la bala quedó en la espalda entre
cuero y carne.
“De la acción sale herido pero no dice nada —recuerda Arturo
Gallegos— es más bien cuando van en retirada que le dijo a Carme-
lo ‘camarada estoy herido’ Carmelo en plan enérgico le contesta ‘ya
va a empezar con rajaciones camarada, aguántese”.
Arturo Gallegos estaba preso cuando Octaviano llegó por se-
gunda ocasión al penal de Hogar Moderno en Acapulco e inmedia-
tamente se sumó al colectivo de presos políticos.
En la cárcel la vida de Octaviano Santiago Dionicio siempre
estuvo en peligro porque trataron de atentar contra su vida y la de
los cuatro presos políticos que ahí se encontraban, incluyendo aquel
que presenciara el acto. Arturo Gallegos cree que tuvieron la opor-
tunidad de sobrevivir por el apoyo que recibieron del sector univer-
sitario y popular y por la denuncia que hicieron en la que se decían
los nombres de los implicados en el atentado como: Crescenciano
Barrera Soberanis, Tomas Sánchez Segredo, Crisanto Pinzón y otro
de origen panameño que se llamaba Jaime Enrique Segismundo Pé-
rez quien envió un carta a los periódicos el 9 de enero de 1979 don-
de denunciaba que agentes policíacos vinculados al gobernador del
estado le exigían que asesinara a cuatro presos políticos: Juan Islas,
Arturo Gallegos, Aquilino Lorenzo y Octaviano Santiago Dionicio
a cambio le otorgarían su libertad y dinero. Señaló directamente
139
Víctor Cardona Galindo

a Crescenciano Barrera Soberanis, jefe de guardias personales del


procurador general del estado Carlos Acosta Ulises y otro llamado
Crisanto Pinzón. La denuncia la hizo mediante una carta escrita con
su puño y letra. Se publicó en la revista Proceso 123, el 12 de marzo
de 1979.
Octaviano Santiago salió de la cárcel el 21 de enero de 1982 e
inmediatamente se incorporó a trabajar a la Universidad Autónoma
de Guerrero con una plaza de solidaridad donde trabajó como bi-
bliotecario, lo mismo hicieron otros presos y perseguidos políticos.
Desde su estatus como universitario se mantuvo activo siempre apo-
yando la lucha de los colonos y buscando mayor democracia. “No
cualquiera se atreve a ser como tu fuiste. Un lucero te acompañará
siempre: desde niño fuiste valeroso”. Escribió Juan López. En su
sepelio se oyó decir: “Octaviano luchó por forjar ese mundo armo-
nioso de comunidad social”.

Testimonio de la ocupación militar: Los Valles


Cuando pasó el primer helicóptero por la comunidad de Los Valles,
estaban todos en las huertas de café. Don Alfonso Bataz le dijo a
una de sus peonas “Refugio no te gustaría subirte a uno de esos
aparatos”, Refugio dijo que no. Don Alfonso agregó “a mi si porque
quiero saber lo que se siente”, su deseo pronto estaría por cumplirse.
Cuando los guachos llegaron, para quedarse en Los Valles, al
primero que se llevaron cautivo fue a don Alfonso Bataz. Todos los
del pelotón venían “floreados” un traje verde de distintos tonos,
“camuflajeados” se dice comúnmente. Cuando don Alfonso llegó de
trabajar “acababa de colgar la carrillera de parques con su pistola en
el tirante cuando los soldados le rodearon la casa, lo detuvieron y se
lo llevaron a la casa de Canuto Lugardo donde estuvo detenido tres
días incomunicado y sin comer.
A los tres días llegó el helicóptero aterrizó en el asoleadero de
Juana Galindo, donde los soldados pusieron en círculo muchas pie-
140
Mil y una crónicas de Atoyac

dras que pintaron de blanco. “En ese aparato que se llevaron a don
Alfonso Bataz. Eso fue en mayo y regresó hasta en agosto después de
permanecer prisionero en el campo militar”.
Fue el 18 de mayo de 1971 a las dos de la tarde cuando arribó a
Los Valles el capitán primero Melitón Garfias Torres, comandando
34 militares de un columna volante del 49 batallón de infantería.
Desde entonces instalaron su cuartel en la casa de Canuto Lugardo
y campamento atrás de la casa de Victorina Romero Cabañas y al-
rededor del ojo de agua. Desde entonces ésta pequeña comunidad
de la parte media de la sierra, de donde son originarios los Galindo,
vivió sitiada durante siete años. “No hay Galindo en Atoyac que no
sea de Los Valles”.
Antes de que los militares aparecieran la comunidad había co-
menzado a vivir en la zozobra, porque se perdían los bastimentos de
las milpas, “se veía llegar los hombres temprano de trabajar. Es que
les habían robado el bastimento. Rumbo al Plan de los Mangos es
donde comenzó la robadera de bastimentos”.
Resultaban muertos en los caminos como Gabino Barrientos
que lo encontraron muerto ya descompuesto. Hubo muchos muer-
tos.
Los Valles tenía dos arroyos que lo atravesaban, un manantial
donde por las mañanas y las tardecitas iban las jovencitas al agua, y
era punto de reunión de los enamorados. Pero la armonía se rom-
pió cuando llegaron los guachos, buscaban a los guerrilleros traían
una lista de nombres y preguntaban si conocían a Lucio Cabañas
Barrientos. Los guachos estaban por todos lados aunque aquí nunca
se vio un guerrillero.
Los versos de un corrido “El cateo” de Eusebio Martínez Ocho
deja testimonio de aquellos hechos:

El pueblo estaba tranquilo


sin tener temor a nada
ni siquiera lo pensaban
que el gobierno les llegara.

141
Víctor Cardona Galindo

Una mañana amanecieron sitiados todos los caminos y los sol-


dados regresaron a todos los hombres que iban a sus milpas, junta-
ron a toda la población en la cancha. Nos tuvieron todo el día bajo
el rayo del sol, a pesar de que los niños llorábamos porque teníamos
hambre. Llamaban al jefe de la familia y lo llevaban a su casa a bus-
car armas. No dejaron ir a nadie de la chancha hasta que terminaron
de juntar las armas, que recogieron en costales desarmando a todo
pueblo. Por la tarde llegó un helicóptero para llevarse las armas.

Cuando el gobierno llegó


al poblado de Los Valles
unos rodeaban el barrio
otros cuantos en las calles.

La gente muy asustada


miraba por todos lados
al verse entre los soldados
y que estaban denunciados.

Traían a tres guerrilleros señalando gente y de ahí se llevaron a


un campesino, porque al parecer resultó ser conocido de los dete-
nidos.

Los jefes se repartieron


formando grupos cada uno
para hacer aclaraciones
y terminar el cateo.

El batallón 27
ellos hicieron el cateo
traían a tres guerrilleros
buscando a sus compañeros
tomaron de prisionero
al esposo de Esther Romero.

142
Mil y una crónicas de Atoyac

Eso fue a las 10 de la mañana del 27 de enero de 1975, cuando


hubo un cateo en la comunidad por personal del 27 batallón de in-
fantería. Se llevaron al esposo de Esther Romero, era de San Martín
de las Flores y tenía una semana viviendo en Los Valles. El helicóp-
tero llegó a las dos de la tarde por las armas que les habían quitado a
los del pueblo, “no dejaron siquiera un rifle para los venados”.
Isidoro Pérez Galindo de La Mata de Plátano, salió de la cárcel
después de estar prisionero en el Campo Militar uno, pasó por Los
Valles y le puso un suero a María de Refugio de un solo piquete dejó
bien puesta la aguja, diciendo “Ay ta, ya lo puso el doctor Bule” y
con una camisa de manga larga en el brazo se fue para su casa. No
se supo en que momento lo volvieron a detener el hecho es que está
desaparecido.
Antes del cateo había pasado un grupo de soldados que llevaban
un jovencito prisionero, cuyas ropas se encontraron colgadas en el
alambre de una cerca. Los guachos lo habrían matado y sepultado
en el monte, porque lo encontraron en una vereda con una escopeta.
En otros casos, la judicial detenía a los campesinos y los en-
tregaba a los militares en Atoyac, como es el caso de Julio Galindo
Romero, también de Los Valles, que se lo llevó la judicial el 4 de
diciembre de 1977; la misma suerte corrió Acacio Gómez Iturio, su
vecino. Ambos fueron sacados de sus respectivas casas, a la una de la
mañana y jamás se volvió a saber de ellos.
Otro habitante de la comunidad Israel Romero Dionicio, fue
desaparecido por la policía judicial federal, cuando tenía 14 años de
edad, en los Bajos del Ejido.
En el Zapotillal cerca de Los Valles los soldados acribillaron una
vaca a la que le marcaron el alto y no se detuvo. Era de noche y pen-
saron que eran los guerrilleros y le hicieron una primera descarga
tupida y después se generalizaron los disparos. La vaca quedó tirada
bufando hasta que murió.
El lugar donde nosotros vivíamos estaba retirado del pueblo,
no muy lejos, pero era una huerta de árboles de nanche, cajeles,
marañonas y mango petacón. Para llegar a la casa había que cruzar
143
Víctor Cardona Galindo

la huerta, entre paredones donde anidaban los pájaros turcos, que


salían a juguetear por las mañanas en el camino. Toda esa armonía se
rompió con la presencia de los soldados. Que se quedaron rodeando
el corral. A mi madre se le ocurrió mandarme a comprar al pueblo,
pero al salir al camino un soldado me arrebató el dinero.
Corrí asustado a decirle a mi madre, ella vino y le reclamó al jefe
militar que uno de sus efectivos me había quitado el dinero, me pi-
dió que señalara que soldado fue, pero no pude identificar al ladrón,
porque todos se veían iguales.
Los militares tenían otro campamento en el ojo de agua y las
muchachas no querían ir al agua por el acoso del que eran objeto.
Muchos soldados se llevaron a chicas de mi pueblo, para luego sol-
tarlas a los cuatro meses, embarazadas. Ese fenómeno se dio en toda
la sierra por eso en muchos pueblos hay apellidos raros.
A Victorina Romero a menudo le registraban la casa y colocaron
un campamento debajo de los árboles de limón dulce. Los militares
lo invadían todo hasta los lugares donde siempre se bañaban las mu-
jeres. Los helicópteros bajaban a cada rato en asoleadero de Juana
Galindo llenando de polvo todo el barrio.
Un día, después del cateo, los guachos llegaron por todas partes,
rodearon nuestra casa, por la cocina “cerrojearon” las armas. Esas ar-
mas largas que dan miedo y llevan al frente como si fueran a soltar la
ráfaga en cualquier momento. Querían que mi mamá, que se encon-
traba sola en ese momento, les entregara las armas. Un viejo madrina
del pueblo, les había dicho que a nuestra casa no la habían cateado.
Pero mi mamá les contestó enojada que las únicas armas que mi
papá tenía eran el hacha, el machete y una resortera que usaba para
cazar iguanas. Al ver la decisión de mi madre el capitán, un sujeto
con aires de valentón, únicamente metió una mano en el cartón de
la ropa y ordenó la retirada.
La situación era difícil había retenes por el camino no dejaban
pasar comida. Se acabó en maíz en el pueblo. Yo ya estaba hastia-
do de comer plátanos hervidos, frijol tierno o tortillas de plátano,
porque ni de cacería podían salir los hombres. Ya en esos tiempos
144
Mil y una crónicas de Atoyac

en que el ejército reforzó su bloqueo a la guerrilla, no dejaban pasar


más de dos kilos de cada comestible por familia a la semana.
Los domingos, cuando la gente bajaba a la cabecera munici-
pal a realizar sus compras, eran revisados minuciosamente. Algunas
mujeres se las ingeniaban, hacían almohadas con kilos de arroz y
de frijol y se sentaban sobre ellas o acostaban al niño para que los
soldados no la revisaran.
Se escuchaban rumores de que había gente del pueblo, estaban
en un retén con la judicial y le ponían el dedo a sus enemigos. Mu-
chos se quedaron sin padre porque los judas los denunciaron.
Los soldados eran como langostas, se comían las mandarinas
tiernas, las cañas y los mangos tiernos. No dejaban nada donde co-
locaban su campamento, se comían todo. Las mujeres no podían
irse a bañar al arroyo porque en todos lados había soldados, si salías
al escusado los soldados te veían, estaban en todos lados.
Aunque no todo los soldados eran malos, algunos cambiaban las
comidas de latas que llevaban, por comida fresca. Una vez llegaron
unos soldados a la casa y le pidieron frijol guisado a mi mamá, se los
dio, a cambio le dejaron latas de comida, unas eran salchicha para
freír, le dijeron.
Mi papá no conocía la salchicha y una vez que los soldados se
fueron abrió la lata y las vació en un plato y al verla exclamó —hijos
de la chingada, esto es chile de perro, hijos de su puta madre—. Y
arrojó las salchichas a la barranca. Ahora con el tiempo, cuando me
acuerdo me muero de la risa, tan sabrosa que es la salchicha con
huevo o en una torta.
No había leche en polvo en la tienda rural Conasupo. Ni masa
para hacer atole blanco. Durante la ocupación militar nacieron dos
de mis hermanos. Mi mamá decidió ir al arroyo con una lanza a
pescar cangrejos. Los hizo en caldo con epazote y chile rojo “se me
ponían la chiches llenas de leche cuando tomaba caldo de cangrejo”,
de esa manera se crearon mis hermanos. Creo que por eso siempre
han sido inteligentes, los cangrejos le activaron el intelecto, “Valente
bueno para la letra” dijera mi papá “y Javier para la cacería”.
145
Víctor Cardona Galindo

Con la ocupación militar se vinieron algunos beneficios para el


pueblo, “dijeron que viniéramos a consulta a San Andrés”. Las en-
fermeras iban vestidas con unos trajes de mascotita azul con cuello
blanco y todos los médicos vestidos de militares. También el Inme-
café impartió cursos de oficios como corte y confección.
“Figueroa cumplió, le dijo a Lucio que lo dejara vivo y a cambio
él iba a hacer muchas mejoras a los pueblos de la sierra. Por eso llegó
la carretera y la luz al mismo tiempo a Los Valles y luego hicieron la
escuela y el centro de salud”. Considera María del Refugio Galindo.
Aunque cuando estaban trabajando en la carretera se llevaron a
mucha gente “se llevaron a Arturo Galindo y Andrés Patacuas”. Se
iban a llevar más gente, pero un día vinieron por Eucebio Martínez
y el presidente del comisariado ejidal Alejandro Galindo Cabañas
y el comisario José Castro López, se pusieron los pantalones y le
marcaron el alto al coronel, le dijeron “de aquí ya no van a sacar
más gente. Aquí ustedes vienen a descansar porque este pueblo es
pacífico, pero otro hombre no lo sacan, porque somos más civiles
que soldados y si nos medimos a balazos en el llano ustedes salen
perdiendo”.
No sé si sería la sensatez del militar o los vio muy decididos
que ya no se llevaron a nadie. “Si la autoridad no pone un alto se
acaban el pueblo”. En relación a otros pueblos en Los Valles hubo
pocos desaparecidos, pero si muchos hombres conocieron la sala de
tortura del 27 batallón de infantería, regresaban orinando sangre y
las mujeres los curaban con cataplasmas de la corteza de un árbol
llamado jobero.

La ocupación militar: El Rincón de las Parotas


El Rincón de las Parotas es el primer caserío de la sierra que se en-
cuentra en la carretera que conduce a Puerto Gallo. Una gran ceiba
adorna el centro de la población que no rebasa los 500 habitantes,
sus viviendas son principalmente de adobe y bajareque. Es conocido
146
Mil y una crónicas de Atoyac

por el corrido a Claudio Bahena, por la danza del Cortés y porque


ahí nació en 1948 el guerrillero Carmelo Cortés Castro.
Onésimo Barrientos ha vivido de cerca la historia del pueblo.
Nació el 7 de mayo de 1916, es hijo de Teodoro Barrientos Gon-
záles fundador de la comunidad. Su padre llegó del Camarón en
1901 para habitar el lugar al que denominó El Rincón de las Pa-
rotas porque en el cerro había muchos de estos frondosos árboles.
Posteriormente llegó su cuñado Lucio Martínez García y así se fue
conformando el pueblo.
Con el tiempo hubo muchos árboles de ilamas, por eso unos
funcionarios quisieron cambiarle el nombre y ponerle El Rincón de
las Ilamas pero “Nicanor Barrientos Martínez que era bueno para la
letra no dejó, porque las ilamas se rajan y hubieran podido decir que
los del Rincón eran rajados”.
El Rincón de las Parotas ha sido un pueblo revolucionario. Du-
rante el levantamiento armado del general Silvestre Castro García el
Cirgüelo, su enemigo el general Rómulo Figueroa, atacó la comuni-
dad con artillería pesada para desalojar al rebelde Pablo Vargas que
se había atrincherado en el lugar, un 20 de septiembre de 1918. Esa
vez tuvieron que abandonar sus casas porque la tropa federal no te-
nía compasión de los civiles que se llegaba a encontrar en el camino.
El hombre más longevo de la comunidad recordó que cuando
el levantamiento de los Vidales, los pobladores también dejaron el
lugar porque los federales les quemaron sus casas. Su familia se refu-
gió en El Cerro de la Bandera, después en el Camarón y luego cerca
del río. Don Onésimo Barrientos recuerda que tenía ocho días de
haber aprendido a leer y escribir en una escuela que abrió Amadeo
Vidales en la sierra, cuando el general se indultó y entregaron las
armas viejas. “Las nuevas se las quedaron. Fueron vivos”.
Nos explicó que los hijos de Lucio Martínez: Marcos, Margarito
y Emilio Martínez eran hombres valientes, originarios del Rincón
de las Parotas, que se fueron a pelear a favor de los Vidales.
Cuando la guerrilla de Lucio Cabañas este lugar también puso
su cuota, aportando varios hombres al levantamiento armado. Fue
147
Víctor Cardona Galindo

de los pueblos más golpeados en ese periodo negro de la Guerra


Sucia. Los helicópteros aterrizaban en la entrada de la comunidad
que durante casi una década vivió sitiada por un destacamento mi-
litar que no se movía del panteón. Desde ahí tenían a la vista ese
pequeño caserío y delatores como Juan Benítez se dieron el lujo de
denunciar a mucha gente.
Don Onésimo tiene 40 nietos. En los setentas los guachos le
desaparecieron a sus dos hijos mayores: Ezequiel y Justino Barrien-
tos Dionicio. Recuerda que él mismo estuvo cuatro meses preso en
el campo militar uno. Ahí también estaban sus hijos, pero él no los
vio. Después cuando él ya estaba en libertad don Luis Cabañas le
trajo una carta de sus hijos donde le pedían que abogara por ellos:
“Yo hice lo que pude pero nunca me hicieron caso. Me dijeron, los
del gobierno, que habían muerto en un enfrentamiento arriba de
San Andrés”.

La gente se pregunta
los presos donde están.
A los presos los torturan
en el campo militar.

Era la consigna en las manifestaciones, de ese tiempo.


Pero no únicamente los hijos de don Onésimo están desapa-
recidos. Trece campesinos de la población nunca más volvieron a
sus hogares. Muchos más sufrieron las crueles torturas y Aureliano
Martínez Cabañas fue asesinado por los militares. Esta es la historia:
En el marco de los movimientos de militares en la sierra en bus-
ca de Lucio Cabañas, el 4 de mayo de 1971 se informaba de la de-
tención por el 27 batallón de infantería de Raymundo y Domingo
Barrientos Reyes del Rincón de las Parotas y Leopoldo Guerrero
Adame del Paraíso.
Al campesino Alberto Arroyo Dionicio, se lo llevaron los solda-
dos del 50 batallón de infantería a las cuatro de la mañana en una
camioneta blanca de redilas, el 4 de mayo de 1972. Una partida

148
Mil y una crónicas de Atoyac

militar llegó y le habló por su nombre, luego que salió se lo llevaron


a la cancha de basquetbol. Lo subieron a una camioneta blanca que
lo condujo por el camino a la ciudad de Atoyac y nunca más se le
volvió a ver.
El día uno de octubre de 1973 catearon la comunidad. Soldados
del 49 y 50 batallón de infantería rodearon el caserío la noche del
30 de septiembre y durante la madrugada del siguiente día cerraron
los caminos y concentraron a toda la gente en la cancha. Uno de los
jefes de ese operativo era Mario Arturo Acosta Chaparro. Llevaban
un camión de la Pepsi manejado por un militar. Registraron todas
las casas y no encontraron armas, al final se llevaron a seis campesi-
nos acusados de ser guerrilleros.
Los habitantes del Rincón de las Parotas recuerdan al ejército con
su uniforme tigreado que los aterrorizaba. La tropa rodeó la comuni-
dad “desde las 2 de la mañana pero a las 5 comenzaron a sacar a todos
los habitantes para concentrarlos en la cancha con todo y familia”.
Ese día a todos los hombres los apartaron. Traían prisionero a
Zacarías Barrientos Peralta y a Isaías Martínez originario de Los Va-
lles, a quien le apodaban el Cuche. Los dos venían vestidos de militar
y traían en la camisola un letrero que decía “puto rajao”. Ellos eran
los que señalaban a los que se llevaban, porque un oficial se les acer-
caba, les preguntaba nombres y luego llamaban a los campesinos y
los subían a los carros como si fueran basura.
Se vio como un oficial, que al parecer era el capitán Elías Alca-
raz, se le acercó a Zacarías Barrientos y le dijo “Hey tú puto rajao a
quien nos vamos a llevar” y comenzaron a jalar a los hombres. Lue-
go que hicieron las detenciones a Zacarías y al Cuche los volvieron a
subir a un helicóptero y se los llevaron. A las 12 de la mañana deja-
ron a los habitantes del Rincón de las Parotas regresar a sus casas. A
esa hora terminó el cateo.
“Al primero que subieron fue a Anastasio Barrientos Flores
como de 78 años de edad”, recordó el señor Emiliano Barrientos,
quien dijo que en ese tiempo estaba al frente del batallón de Atoyac
el coronel Alfredo Cassani Mariña.
149
Víctor Cardona Galindo

Don Vicente Vargas Vázquez recordó que el ejército llegó pie


por el rumbo de Mezcaltepec y rodeó la comunidad. Como él era el
comisario, el oficial que venía al frente lo mandó llamar. Así conoció
a Mario Arturo Acosta Chaparro quien le advirtió que si no entre-
gaba a la gente le iría muy mal. Ese día los tuvieron en la cancha y
no los dejaban regresar a sus casas ni por la leche de los niños que
lloraban del hambre.
El señor Margarito Barrientos recuerda que cuando estaba ha-
ciendo su servicio militar en las instalaciones del batallón en Atoyac,
se escuchaban los lamentos de los campesinos torturados. La tortura
comenzaba desde el momento en que los subían a los vehículos.
Ese día, uno de octubre, se llevaron a los campesinos: Emiliano
Barrientos Martínez, Raymundo y Fermín Barrientos Reyes, Anas-
tasio Barrientos Flores, Jesús y Esteban Fierro Valadez.
El gobierno ha dado respuestas absurdas a los familiares de
los desaparecidos. Como en el caso de Anastasio Barrientos Flores
quien fue detenido el primero de octubre de 1974, se lo llevaron los
soldados de la cancha de basquetbol, delante de toda la comunidad,
y cuando su esposa Lazara Vargas Izquierdo se dedicó a buscarlo
le dijeron que había muerto en el enfrentamiento que la gente de
Lucio Cabañas tuvo con el ejército en el paraje conocido como El
Otatillo, cerca de Río Chiquito, e incluso le enseñaron el expediente
25 de la pgr donde especificaba eso.
Domitilo Barrientos Peralta salió de su casa del Rincón de las
Parotas el 10 de junio de 1974. Su hijo de cinco años murió de tris-
teza, después de varios días de tanto llorar y de subirse a un árbol de
guayabas para ver las camionetas que subían a la sierra, esperando que
su papá fuera en una de ellas. También en el caso de Domitilo, a su
mamá Natividad Peralta Mesino, le dijeron que su hijo había muer-
to en el enfrentamiento del arroyo de Las Piñas que se dio el 25 de
julio de 1972, cuando en realidad a él lo detuvieron en el retén que
el ejército tenía en El Conchero, dos años después de la mencionada
confrontación armada. La señora les contestó que su hijo no pudo
haber muerto ese día porque la gente de Lucio Cabañas no tuvo bajas.
150
Mil y una crónicas de Atoyac

Por otro lado la patrulla militar Vallecitos dos, el 13 de noviem-


bre de 1974 dio muerte a Aureliano Martínez Cabañas, quien al-
canzó a herir a machetazos al soldado Sergio Mungula Mendoza. Al
registrar el cadáver, le encontraron una pistola 380 con el cargador
abastecido, el difunto traía una tarjeta del pri. (agn. sdn. Caja 100.
Exp. 298)
Ese día también detuvieron a los hermanos Sabás, Miguel y
Margarito Martínez Cabañas. Según testimonio de los pobladores,
Aurelio Martínez Cabañas era gente del Partido de los Pobres; el
ejército ya lo traía en una lista. Llegó la noche anterior, y en la ma-
ñana cuando quiso salir ya estaba rodeado. Los militares lo siguieron
y frente a su casa le marcaron el alto, él no les hizo caso y siguió
caminando mientras iba desenvolviendo una pistola que traía enro-
llada en un pañuelo. Como no pudo sacar la pistola, con el machete
que traía le cortó la mano a un soldado y le quitó el fusil. Aureliano
no supo manejar el mecanismo del arma para disparar y los demás
soldados lo acribillaron a tiros. A pesar de que recibió varios dispa-
ros no murió en el momento, lo dejaron tirado, desangrándose y
hablando. Los guachos prendieron un radio de baterías y lo pusie-
ron un lado del herido a todo volumen, para que el pueblo en lugar
de lamentos escuchara la música. Lo apagaron hasta que se murió.
Aureliano ya había sido detenido por el ejército y lo torturaron
brutalmente. Juró que primero moriría antes de que lo volvieran
a agarrar. Por eso cumplió ese día, muriendo al tratar de evitar su
aprensión.
Pedro de Jesús Onofre fue detenido el 20 de septiembre de 1974
en El Ticuí y desparecido por militares del 27 batallón. Trabajaba en
los canales, era jefe de una cuadrilla de trabajadores. Lo detuvieron
a las 6:30 de la mañana y lo subieron a un carro azul de la Pepsi. Era
del Rincón de la Parotas, trabajó en la construcción de las carreteras
donde comenzó como peón. Le tocó trabajar en la edificación de la
presa derivadora y luego se pasó a los canales. Laboró para las cons-
tructoras Escorpión, La Olmeca y la sahop. También trabajó en las
obras de hoteles en Acapulco.
151
Víctor Cardona Galindo

Vivía en la calle Galeana 13. Tuvo cinco hijos con Guillermina


del Carmen Castro. De Pedro de Jesús Onofre sus familiares no han
podido acreditar su existencia porque en el registro civil no existe el
libro del año 1938.
En otros momentos no conocidos los cuerpos policíacos detu-
vieron a Felícitas Arroyo Dionicio y a Guillermo Fierro Valadez. En
total la comunidad del Rincón tiene registrados 13 desaparecidos
políticos.

Historia del cuartel militar


La historia del cuartel militar en Atoyac es la historia de la ocupa-
ción de pueblos, de casas particulares de escuelas y del curato de la
iglesia. Pero también es la historia de la represión.
En la cima del cerro El Calvario estuvo el cuartel de la federa-
ción, ahí durante muchos años hubo un cañón que el pueblo co-
nocía como El Niño. En sus Apuntes Patricio Pino y Solís en 1934
escribe que dicho cañón fue llevado, en cinco carretas, al Arenal del
Paco, por el mayor Antonio Cárdenas López, jefe del tercer sector
militar de Técpan.
El cronista de San Jerónimo don Luis Hernández Lluch tam-
bién hablaba de ese cañón, mismo que era disparado siempre que
llegaba el general Silvestre Mariscal a la ciudad de Atoyac. Ahora esa
pieza artillera se encuentra en la escuela primaria Ignacio Manuel
Altamirano, en el Arenal del Centro o de la Máquina, con una placa
en donde está grabada la fecha: “Nov. 20 de 1947.”
Los militares siempre han estado presentes en la historia del mu-
nicipio y han deambulado por toda la ciudad instalando en diferen-
tes lugares el centro de su poder.
En 1911, cuando inició la revolución en la Costa Grande, el
cuartel militar estaba en el zócalo, en el ayuntamiento, ahí fue ata-
cado el ejército porfirista por el maderista Silvestre Mariscal y al
derrotarlo lo expulsó del municipio.
152
Mil y una crónicas de Atoyac

Al llegar 1912, las fuerzas del mayor Perfecto Juárez y Reyes se


instalaron en la escuela oficial de niños (hoy escuela Juan Álvarez) y en
el palacio municipal. En enero de ese año el general Silvestre Mariscal
acuarteló su tropa en su propia casa, en la calle Juan Álvarez norte, en
donde ahora está la tienda Construrama. Así estaban estacionadas las
tropas maderistas cuando se enfrentaron entre sí, el 11 de enero de
1912, dejando un saldo sangriento en el centro de la ciudad.
Para 1923, los militares se establecieron en la Fábrica de Hilados
y Tejidos Progreso del Sur Ticuí, pues estaban ligados directamente
con la colonia española del puerto de Acapulco, dueños de esa facto-
ría. En 1924 cuando estalló el movimiento agrarista se encontraban
en el palacio municipal en el centro de la ciudad.
El 80 batallón, al mando del general Adrián Castrejón, que en
1926 perseguía a los vidalistas, en combinación con las tropas de la
coronela Amelia Robles se acantonaron en la casa del general Silves-
tre Mariscal.
Ese mismo año el 67 regimiento de caballería, al mando del
coronel Jesús Merino Bejarano, instaló su cuartel en la Fábrica de
Hilados y Tejidos del Ticuí. Ese coronel murió en una balacera con-
tra los vidalistas el 5 de febrero de 1927 en esta cabecera municipal.
Su cadáver fue levantado y llevado a la fábrica donde fue sepultado
en uno de sus salones.
En 1927 el cuartel fue instalado en El Calvario donde se dieron
muchos combates con los vidalistas que defendían el Plan del Vela-
dero, de esas hazañas se recuerdan a los revolucionarios Raymundo
Barrientos, Felipe Reyes y Valentín Fierro que eran buenos para tirar
y se tumbaban a los federales desde lejos.
El coronel Enrique Guzmán, quien luego fuera candidato a pre-
sidente de la República, tuvo su oficina en la casa del señor Eduardo
Parra y la tropa se volvió a instalar en la escuela oficial de niños. Este
coronel que se portó arbitrario con la población amplió el cuartel,
varios metros a la redonda, tomó el zócalo, el curato y la casa del
coronel Alberto González, donde ahora está la tienda de El Buen
Precio.
153
Víctor Cardona Galindo

En 1929 servía de campamento la casa del general Silvestre Ma-


riscal, ahí, después, estuvo el hotel Herrera y ahora está la tienda de
materiales que ya mencionamos; en ese lugar entregaron las armas
Amadeo Vidales y Feliciano Radilla después de indultarse. Ese mis-
mo año fue nombrado jefe del sector militar el coronel atoyaquense
Alberto González, a quien le sirvió de cuartel su propia casa.
En la década de los cincuenta había partidas militares y pequeños
campamentos en San Vicente de Benítez, en Cacalutla y Corral Falso.
En 1956 estando al frente de la administración municipal don
Rosendo Radilla Pacheco, se construyeron nuevas instalaciones cas-
trenses en El Calvario, por eso, durante ese año los soldados se ubi-
caron en donde se encuentra el salón de fiestas El Paraíso Tropical; ese
destacamento militar estaba al mando del teniente José Calderón, a
quien le rentaba la casa Pedro Galeana Peña. También durante mucho
tiempo estuvo un destacamento militar en la calle Aldama.
En 1972, cuando Lucio Cabañas les puso la primera embosca-
da, los soldados seguían en El Calvario y tenían destacamentos en
el Instituto de Protección a la Infancia y en las instalaciones del Ins-
tituto Mexicano del Café. En 1973, ocuparon las instalaciones que
están en la calle Prolongación Miguel Hidalgo, de la colonia Loma
Bonita. La gente conoce ese lugar como “El cuartel de la Mártires”,
por estar ubicado a un lado de la colonia Mártires del 30 de Diciem-
bre de 1960.
Hasta 1994, a las seis de la mañana, se escuchaban los tambores
a lo lejos, eran las dianas del 49 batallón de infantería, que desperta-
ban a todos a la misma hora. Al norte se escuchaban disparos a todas
horas del día, era el campo de tiro donde la tropa hacía sus prácticas y
en las instalaciones del cuartel había otro campo de tiro donde prac-
ticaban los oficiales. Ya todos estábamos acostumbrados a los sonidos
de tambores y de disparos. Hasta que se fueron por un tiempo.
Los tambores eran el despertador de la gente del pueblo, “leván-
tate para que te vayas a la secundaria, ya están sonando los tambo-
res”. “Ya iba llegando a la terminal cuando estaban los tambores”,
eran comentarios que se escuchaban.
154
Mil y una crónicas de Atoyac

El sonido de tambores comenzaba temprano y duraba todo el


día. La diana a las 6 se escuchaba más fuerte por el silencio de la
mañana; a la 7 tocaban para llamar al desayuno. A las 8 otro toque
para pase de lista. A las 9 de la mañana llamaban al personal que
iba a academia. A las 13 horas llamada a la tropa. A las 2 de la tarde
toque de comida. A las 4 de la tarde daban orden del día y se daba
otro toque para mandar a los arrestados. Y a las 21 horas se tocaba
silencio y se apagaban las luces en el cuartel. En 1994 los militares
se fueron a Petatlán con sus dianas y toques y dejaron en manos del
gobierno del estado “El cuartel de la Mártires”.
De ese viejo campo militar se cuentan muchas cosas: existe de-
bajo de la explanada un sótano conectado por un túnel donde hay
muchos cadáveres, que por las noches se escuchaban las máquinas
trabajar donde enterraban a los muertos, de un pozo de agua adon-
de arrojaron muchos cadáveres, que enterraron cuerpos debajo de
un puente, que a algunos presos les formaban el cuadro y los lle-
vaban rumbo a La Pindecua donde eran fusilados. Esas y muchas
más historias de muerte dicen que ocurrieron en los tiempos de la
Guerra Sucia.
Probado está que en los tiempos en que el poder militar estaba
en su apogeo en Atoyac, fue un campo de concentración y que una
o más de sus barracas sirvieron de salas de tortura. También hay
certeza de que de esta explanada partieron helicópteros y camiones
militares con cuerpos y prisioneros vivos rumbo a la desaparición.
De ese tiempo quedó la historia de don Isidoro Sánchez López
el Satélite a quien los soldados por descuido arrojaron encostalado
desde un helicóptero a la laguna. Cayó entre los lirios y no murió.
Pidió auxilio y lo escuchó un campesino de Cacalutla que después
de rescatarlo lo ocultó. Don Isidoro se quedó siete años trabajando
haciendo milpa cerca de la laguna escondiéndose de los militares.
Hasta que Zohelio Jaimes lo rescató en 1981 y se lo llevó a trabajar
a la Unión de Ejidos Alfredo V. Bonfil.
Don Isidoro fue activista de la Asociación Cívica de Guerrero.
Era el encargado de citar a las reuniones por eso le pusieron el Sa-
155
Víctor Cardona Galindo

télite. Otros como guasa comentan que su sobrenombre de Satélite


se debe a que cayó del cielo. Fue un distinguido luchador social,
hombre muy serio y discreto por eso fue el enlace en la ciudad de la
guerrilla de Lucio Cabañas y fue, también, uno de los fundadores
de la célula del Partido Comunista. “Los soldados lo detuvieron en
1974 y después de tenerlo preso en el cuartel, lo llevaban en un he-
licóptero a tirar al mar dentro de un costal, pero como los soldados
estaban borrachos lo dejaron caer en la laguna de Mitla. Tuvo la
gran suerte de que ese campesino llegara a desatar el costal”.
Con este testimonio se deduce que los helicópteros arrojaban
bultos con cuerpos al mar. Mientras los camiones iban al cuartel de
la fuerza aérea en Pie de la Cuesta donde había otro gran campo de
concentración y también se practicaban los llamados “vuelos de la
muerte”.
“El cuartel de la Mártires” fue el lugar donde las madres, espo-
sas y familiares de los detenidos por el ejército en la década de los
setentas llegaban hasta la pluma que está en la entrada y luego de
preguntar por sus familiares un oficial les contestaba que ahí no era
cárcel. Las viejas instalaciones traen los recuerdos de aquel tiempo
cuando se movieron 7 batallones sobre la sierra apoyados con tan-
ques de guerra, aviones y helicópteros como demostración de poder.
A los que cayeron prisioneros aquí a todos los acusaban de ser
guerrilleros o “bastimenteros” de Lucio Cabañas y para sacarles infor-
mación les daban toques eléctricos en los genitales y en los oídos. Les
picaban con un cuchillo las partes nobles. Los mantenían boca abajo.
Los bañaban con agua fría. Para dar testimonio de esto están todos
los campesinos que cayeron presos en ese tiempo, el abogado Marcos
Téllez y el líder de la Coalición de Ejidos Zohelio Jaimes Chávez.
El trato que daban a los prisioneros era incalificable, los golpea-
ban en el cuello, en el estómago y en las costillas. Les picaban las
uñas con agujas. Todas las noches les aplicaban las mismas torturas.
Cuando tenían sed les daban de tomar agua en un casco o les daban
agua con jabón o de a tiro del excusado. Algunos de los sobrevivien-
tes a esta tortura lloran al recordarlo, otros quedaron con secuelas
156
Mil y una crónicas de Atoyac

para siempre como es el caso de Alejandro Arroyo Cabañas y Enri-


que Chávez Fuentes.
Como responsables de esas torturas, la gente identifica a los ca-
pitanes Evencio Díaz Marroquín, otros de apellidos Barajas y Ja-
cobo; así como a los tenientes Arturo Monroy Flores, Efrén y Abel
Martínez todos del 32 batallón de infantería.
Les echaban cubetas de agua fría para que siempre tuvieran mo-
jada la ropa, así los golpeaban y lo toques eléctricos eran más efec-
tivos. A algunos vendados de los ojos, los colgaban de los testículos
o de los dedos de los pies. Les llenaban el estómago de agua y se le
subían encima o los metían de cabeza en un tambo de agua y los
quemaban con cigarros. Esas torturas duraban 15 días.
Se dice que muchos no sobrevivieron cuando los aventaban de
los helicópteros antes de aterrizar, los cuerpos rebotaban en el pa-
vimento, ahí comenzaba la tortura cuando los traían por el aire.
Esa fue la suerte de muchos que recogieron los helicópteros en las
canchas de sus pueblos. Los sollozos en las barracas eran continuos,
lloraban las mujeres, también los jóvenes y los hombres maduros,
todos al sentirse abandonados, alejados del poder de Dios y en ma-
nos de estos hombres vestidos de verde.

II
En el año 2006 el presidente municipal, de ese entonces, Pedro Bri-
to García, consideró que para acabar con el congestionamiento ve-
hicular en el centro de la ciudad había que cambiar las oficinas del
ayuntamiento a otro lugar, por eso se fueron a ocupar las instalacio-
nes de lo que fue el cuartel del 49 batallón de infantería. El alcalde
bautizó el lugar como Ciudad de los Servicios y así le llama todavía
mucha gente.
Por eso ahora ese viejo campo militar es el ayuntamiento, o lo
será hasta el día primero de octubre del 2012 fecha en que el nuevo
alcalde, Ediberto Tabares Cisneros, se llevará la presidencia de re-
greso al centro.
157
Víctor Cardona Galindo

En “El cuartel de la Mártires” aparte de las oficinas de la admi-


nistración municipal, funciona el Centro de Maestros, la casa hogar
Por la gracia de Dios, un comedor comunitario, el módulo del Ins-
tituto de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano,
las oficinas regionales de Oportunidades, se construyó un centro de
desarrollo comunitario, está una Casa de Día del Adulto Mayor y la
unidad de Violencia Intrafamiliar. También están: la comandancia
de la Policía Ministerial del Estado, el cuartel sectorial de la Policía
del Estado, una plaza comunitaria del inea y en la entrada se ha
instalado la oficina de la Asociación de Familiares de Detenidos,
Desaparecidos Políticos y Víctimas de las Violaciones a los Derechos
Humanos en México (Afadem).
Si algo bueno hicieron los militares en el tiempo que estuvieron
aquí fue que sembraron mangos de las variedades heidy, tommy, ma-
nila, ataulfo, manililla, panameño y criollo al que nosotros llamamos
“mango corriente”. Bajo la sombra de esos árboles los “grillos” en-
contraron cobijo durante éstos 6 años de gobiernos perredistas para
comentar las buenas nuevas de la administración.
Una señora de la sierra que estaba esperando su turno para re-
cibir el apoyo de Oportunidades se derrumbó de rodillas, cuando
un mango heidy le cayó en la nuca. Lo bueno es que el mango no
se magulló con el golpe y otra mujer lo recogió del empedrado para
saborearlo.
Debajo de los mangos se ha platicado de todo, ahí se han puesto
a prueba las endebles lealtades, pero también se habla de armas y
de mujeres. Ahí se hizo la política de piso y se dieron apasionadas
discusiones de los tres bandos políticos que se consolidaron aquí en
las pasadas elecciones.
Los guardaespaldas de los funcionarios fueron huéspedes dis-
tinguidos de los mangos. Bajo la fronda de esos árboles han llega-
do durante estos 6 años los corresponsales de los medios estatales
Francisco Magaña, Marcos Villegas, Dimas Arzeta, Pablo Alonso,
Adrián Jacinto, Jorge Reynada y Cuauhtémoc Rea que han ido to-
dos los días en busca de las noticias.
158
Mil y una crónicas de Atoyac

Ahí se hospedó la Organización Campesina de la Sierra del Sur


durante dos meses. Sus militantes campesinos humildes llegaron de
distintas comunidades, tuvieron un plantón que se levantó el lunes 10
de septiembre del 2007 después de firmar un convenio con el alcalde
Pedro Brito de invertir más de un millón de pesos para seis obras y un
millón más para mezclarlo con la congregación Mariana Trinitaria.
Las instalaciones del viejo cuartel militar de Atoyac comenzaron
a edificarse el 22 de junio de 1971, bajo la supervisión del teniente
ingeniero constructor Julio Urrutia. El director general de armas de
ingenieros militares era el general de brigada ingeniero constructor
José María Alba Valle, la Pescada.
El edificio se construyó en el paraje conocido como Los Pozos
de Tierra que pertenecía a varios propietarios, entre ellos a Clara
Santiago y Mario Rodríguez Núñez, quien le había comprado a
Paula Pinzón y una porción a la familia Mariscal.
Se construyeron 10 barracas para dormitorios, un comedor, pe-
queñas cabañas para comandancia y sección sanitaria. Había una
loma que se rebajó para patio de honores. Después de la edificación
de las galeras se construyeron residencias para jefes y oficiales y ca-
sitas para la tropa. Dos años después en 1973, en pleno apogeo de
la Guerra Sucia se instaló por primera vez el temible 50 batallón de
infantería, que estaba al mando del coronel Alfredo Cassani Mariña.
En uno de estos galerones le hicieron la autopsia al cadáver de Lucio
Cabañas Barrientos.
Fue en 1975 cuando llegó el 49 batallón de infantería, que estu-
vo ocupando el lugar hasta septiembre de 1994, cuando se marchó
a Petatlán y luego a La Paz, Baja California.
El martes 15 de noviembre de 1994 se conoció la noticia de la
transferencia del cuartel militar al gobierno del estado, mismo que
puso a funcionar un colegio de policías; el cual desapareció en el
2005 y en el 2006 las instalaciones pasaron a manos del municipio
de Atoyac.
De la tropa que lo habitaba, una compañía del 49 batallón
se quedó resguardando las instalaciones del Inmecafé hasta 1996,
159
Víctor Cardona Galindo

cuando llegó el mando de la 27 zona militar —que estaba en Aca-


pulco— y se instaló ahí, mientras construían el cuartel que ocupan
ahora en El Ticuí, donde la Secretaría de la Defensa Nacional com-
pró los terrenos de la pequeña propiedad que tenían Delfino Castro,
Abel Garibo, Silvestre Garibo y Gumero Zamora.
Desde que el ayuntamiento tomó posesión del inmueble se pu-
dieron hacer eventos de corte político y de denuncia. Los familiares
de los desaparecidos pudieron recorrerlo todo e instalar unas ofici-
nas, primero en una de las viviendas que fueron de los oficiales y
después situarse en la entrada donde están ahora, local que el go-
bierno de Armando Bello les dejó en comodato y podrán ocupar
mientras exista la organización.
El Instituto de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel
Altamirano, realizó un foro donde se analizó la trascendencia de la
guerrilla de Lucio Cabañas, en el 2011. Antes el 5 de julio del 2007,
se presentó el libro La guerrilla en Guerrero de Arturo Gallegos Nájera.
Entre otros eventos, el 16 de agosto del 2008 se presentó en uno
de los galerones el video documental que Berenice Vázquez Sanso-
res y Gabriel Hernández Tinajero hicieron ese año llamado 12.511
Caso Rosendo Radilla. Herida abierta de la Guerra Sucia en México.
Pero una vez que los familiares del desaparecido político Rosendo
Radilla Pacheco, acudieron ante las instancias internacionales. El 2 de
febrero del 2008, se realizó un escaneo con georadar principalmente
en el campo de tiro y en buena porción del terreno de este viejo cuar-
tel militar donde el líder cívico fue visto por última vez en 1974.
Luego el 15 de marzo del 2008, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos interpuso una demanda en contra del Estado
mexicano en el caso de la desaparición forzada de Rosendo Radilla
Pacheco, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Ante
eso, presionado por la opinión pública y por grupos defensores de
los derechos humanos, el gobierno mexicano, a través de la pgr,
llevó a cabo excavaciones en “El cuartel de la Mártires”.
Al siguiente año la Corte Interamericana de Derechos Huma-
nos emitió la sentencia sobre el caso Rosendo Radilla Pacheco el
160
Mil y una crónicas de Atoyac

23 de noviembre del 2009, condenando al gobierno de México a


resarcir el daño y limitar el fuero militar.
A estas alturas el viejo cuartel militar ha sido objeto de tres ex-
cavaciones en busca de los restos de los desparecidos políticos la
primera se realizó el 7 de julio del 2008 a las 6 de la mañana cuando
llegó una comisión de la pgr encabezada por el licenciado Ricardo
Trejo Serrano y por el agente del ministerio público federal Antonio
Dávila Camacho. A pesar que se excavó en el campo de tiro, 20
sitios donde el georadar detectó incidencias no encontraron nada.
Fueron zanjados 400 metros lineales y nulos resultados.
Esa fecha las instalaciones fueron ocupadas por 140 personas
enviadas por la pgr entre agentes de la Agencia Federal de Investi-
gaciones, peritos en antropología forense, y trabajadores de la em-
presa Excavamex. Los agentes del ministerio público Ricardo Trejo
Serrano y José Antonio Dávila Camacho estuvieron al frente de los
peritos y Alejandro Rey Bosset de los agentes judiciales.
Un grupo de 20 jóvenes, vestidos de gris de la expresa Excava-
mex encabezados por Arturo de la Sancha, que a mi juicio parecían
militares, fueron los encargados de chaponar y escarbar el terreno
donde se ubicaba el campo de tiro de los oficiales del 49 batallón de
infantería.
La pgr sólo permitió la entrada a dos familiares de desapareci-
dos, por turnos, al lugar de las diligencias. Cada pareja entraba sólo
unos minutos y después salía, para dejar que entrara la otra. La úni-
ca que se mantuvo dentro del terreno fue la antropóloga argentina
Claudia Bisso, quien colaboró con la Afadem y a quien los peritos
de la pgr no permitieron que tomara fotografías. Claudia Bisso es
experta en la identificación de restos de desaparecidos en Sudáfrica,
Sudan, Sierra Leona, Egipto, Angola, Los Balcanes, Argentina, El
Salvador y Honduras. Viajó 27 horas desde Sudáfrica para poder
estar en Atoyac.
Cuando se encontraban en curso las excavaciones el 10 de julio
del 2008, matanceros del rastro municipal realizaron el sacrificio de
un toro cebú frente a las instalaciones de la presidencia municipal.
161
Víctor Cardona Galindo

Eran alrededor de la 10:30 de la mañana, ante la mirada asustada


muchos concurrentes por este acto inusual. La sangre corrió bajo los
mangos que fueron testigos de esta protesta.
Los inconformes fueron atendidos por el presidente municipal
Pedro Brito García y el regidor Gustavo Carrillo. Con antelación
había platicado con ellos el coordinador de la Comisión Estatal de
Defensa de los Derechos Humanos de la Costa Grande, Ramón
Navarrete Magdaleno. Ya con la autoridad municipal se acordó que
a la brevedad comenzarían los trabajos en el nuevo rastro de Las
Lomas de Sur y se les entregó una camioneta que se compró para el
transporte de carne.
También al lugar se presentó un grupo como de 15 familiares de
desaparecidos encabezados por Eleazar Peralta para exigir que se les
tomara en cuenta en la diligencias de la pgr.
En la primera semana de excavación encontraron que la anoma-
lía más importante que había marcado el georadar eran las raíces de
una palmera muerta años atrás. Además encontraron una trusa de
hombre, una blusa de mujer y vidrios. Pero nada de restos humanos.
Los familiares querían que excavaran en la explanada, bajo de un
puente y que reabrieran un pozo.
El 19 de octubre del 2010, a las ocho de la mañana comenzaron
las segundas excavaciones de nuevo en el campo de tiro. Luego el 31
de octubre del 2011 la pgr inicio las terceras excavaciones que ter-
minaron el sábado 12 de noviembre. Todas estas diligencias tuvie-
ron nulos resultados, siempre con la desesperación de los familiares
de los desaparecidos, que sufren la falta de voluntad política en el
gobierno mexicano de seguir buscando a sus seres queridos.
Por último el 26 de mayo de este año el director adjunto de
la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos en México, Jesús Peña presentó en este viejo
cuartel el Informe de Misión a México Grupo de Trabajo de la onu
sobre las desapariciones forzadas o involuntarias, ante la presencia de
Tita Radilla y demás familiares de desaparecidos políticos. Fue ahí
donde el alcalde Carlos Armando Bello firmó la entrega en comoda-
162
Mil y una crónicas de Atoyac

to del aula donde se encuentran las oficinas de la Afadem para que


sean ocupadas de manera definitiva. Ese mismo día miembros de la
Comisión de la Verdad recorrieron el viejo cuartel.

Rosendo Radilla Pacheco


El sol da de lleno en la curva que está en la carretera que va al puerto
de Acapulco pasando Cacalutla antes de tomar la recta de la colo-
nia Cuauhtémoc. Durante muchos años estuvo ahí una parota muy
frondosa, por eso era el lugar favorito de los militares para poner su
retén. De ese lugar se llevaron detenido el 25 de agosto de 1974, a
Rosendo Radilla Pacheco líder cívico y compositor de corridos. Un
hombre que había puesto su vida al servicio de la comunidad. Aho-
ra es el atoyaquense más conocido en el mundo porque su caso de
desaparición forzada se ha ventilado en tribunales internacionales.
Lo bajaron del autobús cuando iba en compañía de su hijo me-
nor Rosendo Radilla Martínez rumbo a Chilpancingo. Al salir de la
curva el camión de la Flecha Roja se detuvo y los soldados bajaron
a los pasajeros entre ellos iba un delator “un hombre moreno alto”,
el que lo señaló y desde el medio día de esa fecha, Rosendo Radilla
Pacheco quedó en manos de los militares que son los responsables
de su destino.
Radilla Pacheco fue presidente municipal de Atoyac, era cafeticul-
tor, ganadero, actor, gestor público y un magnífico padre de familia,
fue hijo de Agustina Pacheco Ramos y de Felipe Radilla Radilla. Na-
ció el 1 de marzo de 1914, en las Clavellinas una pequeña comunidad
de cinco casas “construidas en medio de muchos árboles de mango y
a un lado del arroyo de agua muy clara”, cuenta Andrea Radilla Mar-
tínez en Voces acalladas (vidas truncadas). Perfil biográfico de Rosendo
Radilla Pacheco, el libro que trata sobre su padre desaparecido.
Se casó en 1942 con Victoria Martínez Neri. Con quien tuvo
11 hijas y un hijo: Romana, Andrea, Evelina, Rosa, Tita, Ana María,
Agustina, Ma. del Carmen, Ma. del Pilar, Judith, Victoria y Rosendo.
163
Víctor Cardona Galindo

De la desaparición de don Rosendo se platican algunas versio-


nes: que fue visto por última vez en las instalaciones del cuartel de
la colonia Mártires, que los militares lo obligaron a cantar el corrido
que le compuso a Lucio Cabañas cuya primera estrofa dice así:
Voy a cantar un corrido
al pueblo y a la nación
de un hombre que es guerrillero
nacido de buena mata
se llama Lucio Cabañas
heredero de Zapata.

Sierra madre de Atoyac


sierra maestra suriana
donde tiene sus guerrillas
igual que las de Galeana.

Que luego de hacerlo cantar, los soldados lo pusieron en medio


de dos filas y se lo llevaron rumbo a donde ahora está la colonia
Pindecua. “Ya detenido Rosendo no se rajó, no escondió sus simpa-
tías y cantó sus corridos delante de los mismísimos guachos”.
Otra versión es que el expresidente municipal estuvo detenido
tres días en esas instalaciones militares antes de subirlo a un helicóp-
tero para desaparecerlo.
Álvaro López Miramontes, en el prólogo del libro de Andrea
Radilla, afirma: “Su único delito fue haber simpatizado con las cau-
sas sociales que enarbolaron Genaro y Lucio”, de estos dos guerri-
lleros compuso corridos “y cantó los que la tertulia familiar y su
círculo de amigos le pidió” sin dejar ninguna duda de su simpatía:

Revolución socialista
el pueblo te está esperando
con Cabañas a la cabeza
nos’tamos organizando”

Son letras de su corrido a Lucio Cabañas.

164
Mil y una crónicas de Atoyac

Como líder campesino formó parte de la mesa directiva de la


Asociación Agrícola Local de Cafeticultores de Atoyac de Álvarez
(constituida el 2 de julio de 1954), fue suplente del presidente Be-
nito Fierro Fierro y participó en cuantas iniciativas y movimientos
se generaron para mejorar la vida de los campesinos.
El 1 de enero de 1955, tomó posesión la administración muni-
cipal encabezada por Jesús María Serna Vargas (que estaría a cargo
durante el periodo 1955-1956). La plantilla la integraban: como
síndico Trinidad Vega Astudillo. Eran regidores: Samuel Santiago
Díaz, Demetrio Castro Girón, Rosendo Radilla Pacheco, Antonio
Paco Leyva y Genara Reséndiz, pero el 20 de mayo fue desaforado
el alcalde Jesús María Serna Vargas y por acuerdo de los ediles quedó
en su lugar el señor Rosendo Radilla Pacheco, quien tampoco termi-
nó el periodo constitucional ya que fue depuesto el 31 de agosto de
1956 y en su lugar pusieron al doctor guatemalteco Segundo de la
Concha, un presidente allegado a los grupos locales del poder.
El cronista de la ciudad Wilfrido Fierro escribió que el 31 de
agosto de 1956 “el presidente municipal Rosendo Radilla Pacheco,
es desaforado de su encargo por instrucciones del gobernador del
estado ingeniero Darío L. Arrieta Mateos, quedando en su lugar un
consejo municipal a cargo del doctor Segundo de la Concha y como
síndico el señor José Ortega Granados”.
Entre las obras construidas durante la corta gestión de Rosendo
Radilla están los primeros cuatro puestos del mercado municipal,
adquirió el primer camión para el servicio de limpia que hubo en la
ciudad. Construyó el cuartel militar que estaba ubicado en El Cal-
vario. “El año 1956, durante la administración municipal del señor
Rosendo Radilla Pacheco, se formó el Patronato Pro Construcción
del Cuartel, integrado por el sub recaudador de rentas señor Rosen-
do Leyva y Alberto Divicino, delegado de tránsito local y el citado
presidente logrando construir la obra en el lugar conocido por El
Calvario”, apuntó el cronista de la ciudad.
Como líder político fue secretario general del Comité Regional
Campesino (de 1956 a 1960) desde ese puesto gestionó escuelas
165
Víctor Cardona Galindo

para varios poblados de la sierra y se hacía cargo de conseguir maes-


tros cuando hacían falta. Formó parte del Comité Pro Construcción
del Hospital Rural, hoy centro de salud de La Parota. “El 14 de
octubre de 1956 se formó el comité ‘Pro Construcción del Hospital
de los Servicios Cooperativos’; quedando como presidente el señor
Rosendo Radilla Pacheco” quien ya había sido depuesto de la pre-
sidencia municipal y se iniciaron los trabajos de construcción de la
obra en los terrenos de la colonia Manuel Téllez, en los terrenos que
don Rosendo había donado.
En 1959 don Rosendo Radilla Pacheco fundó la colonia Manuel
Téllez, que en un principio se llamaba colonia Ejidal, pero como no
era ejido, le cambió el nombre por el del líder agrarista Manuel
Téllez, quien fue su padrino y a las calles les impuso el nombre de
todos los revolucionarios de la región que pelearon en el movimien-
to agrario de 1924.
Además de la gestión para la construcción de la escuela Modes-
to Alarcón, Rosendo Radilla participó en la creación de la escuela
secundaria federal de Atoyac, la secundaria técnica de Río Santiago
y la primaria Lázaro Cárdenas de Atoyac. Cuando se estaba constru-
yendo la escuela Modesto Alarcón se montaban obras de teatro para
recabar fondos y Rosendo Radilla se apuntaba como actor, en una
ocasión hizo el papel de cantinero.
En 1965 participó en el Comité Estatal de la Liga Agraria Revo-
lucionaria del Sur Emiliano Zapata, que en ese momento mantenía
una alianza con una fracción de la Central Campesina Indepen-
diente.
Como líder campesino era un hombre comprometido con sus
ideales, formado bajo la influencia de líderes locales, con amor a la
tierra y a su gente, de acuerdo con Andrea Radilla “La revolución
que marcó a Rosendo no era la de Mariscal, de quien nunca habló,
era la de Pablo Cabañas a quien le llevaba bastimento, la de Feli-
ciano Radilla que podía con los verdes, la de Manuel Téllez que sin
miedo se enfrentó a los terratenientes y la de Lázaro Cárdenas que
les entregó las tierras”.
166
Mil y una crónicas de Atoyac

Además de las múltiples notas informativas que se han publica-


do en los diferentes medios de comunicación, sobre Rosendo Ra-
dilla Pacheco se han hecho diversas publicaciones, una es el libro:
Voces acalladas (vidas truncadas). Perfil biográfico de Rosendo Radilla
Pacheco escrito por su hija Andrea Radilla Martínez y el documental
12.511 Caso Rosendo Radilla. Herida abierta de la Guerra Sucia en
México, que Berenice Vázquez Sansores y Gabriel Hernández Tina-
jero produjeron en el año 2008, mismo que se presentó por primera
vez el 5 de febrero de ese año en la Ciudad de México en el cine
Diana del Paseo de la Reforma a las 11 de la mañana.
También salió a circulación este 2012, el libro El caso Radilla.
Estudios y documentos. Su primera edición consta de 1,064 páginas.
En el anunció que viene en el Boletín Bibliográfico Mexicano de la
Librería Porrúa, dice que “el llamado caso Radilla marca una serie de
cambios trascendentales en el sistema jurídico mexicano; la restric-
ción en la interpretación de la jurisdicción militar; el cambio en un
novedoso sistema de control constitucional de tipo mixto; el primer y
extenso entendimiento al estatus de los derechos humanos contenidos
en los tratados internacionales dentro del orden jurídico nacional a
partir de la reforma en materia de los derechos humanos del 2011; y
a la función normativa de las resoluciones y precedentes de la coidh”.
A partir del caso Radilla, los derechos humanos deberán cum-
plir una función normativa concreta que, por importante que ésta
sea, no esté explicitada de suya en la propia reforma constitucional
mencionada. Como autores del libro figuran: José Ramón Cossío
Díaz, Raúl M. Mejía Garza y Laura Patricia Rojas Zamudio.
Como se ve Rosendo aún en su ausencia sigue provocando cam-
bios y es un gran dolor de cabeza para el Estado mexicano. Él era un
campesino que cultivaba coco, maíz, calabaza y ajonjolí. El Postine-
ro su caballo consentido, “era negruzco lo había hecho un caballo
bailador, estaba entrenado para lucirlo en los desfiles y jaripeos”,
comenta el cronista José Hernández Meza.
Antes tuvo un caballo tordillo al que le decían el Güero. Era
un ganadero muy dedicado, tenía el chiquero de sus becerros en el
167
Víctor Cardona Galindo

paraje conocido como La Dicha —hoy colonia Benito Juárez—.


Era dueño de muchas vacas suizas. Sembró una huerta de coco en
Boca de Arroyo y también era propietario de huertas de café, una
se llamaba La Quemada y la otra La Huerta de Los Tejones en San
Vicente de Jesús, donde tenía una casa.
Cuando lo detuvieron, en el retén de la carretera, llevaba el di-
nero que le habían dado por la venta de una de sus huertas, lo quería
para comprar una propiedad en Chilpancingo. “El que lo desapare-
ció se quedó también con el dinero”.
“Una vez —recuerda José Hernández— en Cerro Verde vio un
anciano indígena temblado del frío, don Rosendo se quitó el saco y
se lo dio para que se cubriera, llegó en pura camisa hasta Atoyac a
pesar de que faltaba mucho trecho para dejar la zona del frío aquel
día”. Andrea Radilla dice en su libro que su padre era “muy frio-
lento” llegó hasta el sacrificio personal por hacer el bien, la gente lo
buscaba en San Vicente de Jesús. “Tanto esta casa como la de Atoyac
siempre estaban llenas de gente que lo buscaba por cualquier tipo de
problemas… Para pedir una novia raptada o huida, para los gastos
de una boda, para sacar un preso y por supuesto pagar la multa, para
un enfermo que no tenía dinero, para registrar a un niño o para en-
terrar algún difunto cuyos familiares no podían hacerlo. Para estos
gastos siempre había dinero y si no, había que vender un becerro o
una vaca según el caso”.
Don Rosendo se crió en Las Clavellinas desde muy niño estu-
vo al cuidado de los animales y aprendió a lazar con maestría, por
eso tenía la habilidad para domar caballos cerriles y sabía castrarlos
“para que se pusieran bonitos y utilizarlos en la charrería”. Era un
apasionado de los jaripeos y la charrería, “cuando prestaba sus toros
para un jaripeo le gustaba que fueran adornados con cadenas de
papel de china al momento de pasearlos por las calles seguidos del
chile frito”.
En una ocasión prestó un toro para el rodeo. El toro era bravo
y derribó al jinete, en el momento que iba a envestirlo don Rosen-
do lanzó su sombrero y el toro se detuvo tenía una gran influencia
168
Mil y una crónicas de Atoyac

sobre sus animales a los que trataba con cariño. En ese tiempo, los
años 50 de siglo pasado, no les ponían protección en los cuernos de
los toros ni les hacían el cuerniquiur como ahora y los corrales de
toros se hacían aquí en la ciudad de Atoyac en unos terrenos por
donde ahora está la biblioteca Dagoberto Ríos Armenta. Sabía hacer
bailar a los caballos, “los entrenaba muy bien y los hacía bailadores,
cuando les ordenaba ¡alza!, el caballo se paraba en dos patas”.

I
En uno de los pasajes de su libro Voces acalladas (vidas truncadas),
Andrea Radilla recuerda que su padre, don Rosendo Radilla Pache-
co, cuando acudía a la sierra a cortar sus huertas: “Disfrutaba de
limpiar de hiedras cada mata de café que los chaponadores dejaban
con monte, se paraba entre el plantío de café y miraba detenida-
mente la copa de los árboles, como queriendo escalarlos y observar
desde arriba eso que él llamaba una gran riqueza. Se le oía decir que
la madre naturaleza había creado dos cosas maravillosas: la mujer y el
café… Miraba el café cereza recién cortado apilado en grandes mon-
tones en el asoleadero, listo para ser rastrillado y extendido, sonreía y
cerraba los ojos como queriendo retener aquella imagen. Con mucha
paciencia le quitaba las hojas y tallos que los peones al no cortar bien
desprendían. Le gustaba la sierra por todos sus olores a café cereza, a
café recién hervido, el aroma a leña y el de las tortillas recién hechas”.
El caso Rosendo Radilla Pacheco ha causado una revolución en
la legislación mexicana y las modificaciones a las leyes que ha pro-
vocado servirán para que otros casos de desaparición forzada y de
violaciones a los derechos humanos cometidos por militares sean
castigados. Las instancias internacionales han concluido que su caso
formó parte de “un patrón de detenciones, tortura y desapariciones
forzadas de personas militantes de la guerrilla o identificados como
simpatizantes”.
Rosendo Radilla Martínez declaró ante la Corte Interamericana
de los Derechos Humanos que un militar en el retén, le dijo a su pa-
169
Víctor Cardona Galindo

dre que lo detenían por componer corridos. Don Rosendo Radilla


hizo muchos corridos pero especialmente llama la atención uno que
trovó con el título del “Guerrillero”:

Señores soy campesino


del estado de Guerrero
me quitaron mis derechos
y me hicieron guerrillero.

Dejé a mi madre, a mis hijos


y también a mi mujer
el pueblo siempre ha sufrido
lo tendré que defender…

Ya me lancé a las montañas


tal vez esa fue mi suerte
de defender a mi pueblo
aunque me cueste la muerte.

En el Archivo General de la Nación se encontraron evidencias


de que los cuerpos policiacos lo vigilaron durante 11 años antes de
desaparecerlo. Fue seguido por los “orejas” desde 1963 en todas sus
actividades, desde que fue secretario de acción campesina de la Aso-
ciación Cívica Guerrerense, la familia siempre sospechó de Víctor
López el ebanista de la carpintería Castro, ubicada frente al domici-
lio de Rosendo Radilla quien “fue un mercenario, vigilante de tiem-
po completo, que se apostaba en la calle para laquear los muebles o
forrar las cajas de muerto, una mirada hacia abajo, sobre el objeto
de su trabajo y otra hacia delante para registrar lo que sucedía en la
casa de enfrente”, escribió Andrea Radilla.
En los sesenta y setenta, los policías políticos estaban hasta en
la sopa, los había de cantineros, de chalanes, de coimes y gente que
compraba lo robado. El gobierno quería saberlo todo. Había per-
sonas también que delataban a los enemigos del régimen, sólo para
recibir una palmadita del jefe militar.
170
Mil y una crónicas de Atoyac

Genaro Vázquez Rojas frecuentó la casa de Rosendo Radilla Pa-


checo, cuando visitaba la ciudad de Atoyac para promover la Aso-
ciación Cívica Guerrerense y en su casa llegaron a realizarse muchas
reuniones de esa agrupación. No hay indicios de que don Rosendo
haya participado como guerrillero en la Asociación Cívica Nacional
Revolucionaria, acnr, pero “se incorporó a la red de apoyo logís-
tico”. El líder cívico le mandaba armas para que se las arreglara y
Lucio llegó a invitarlo para que lo visitara en la sierra. A Genaro le
hizo un corrido cuyo primer verso dice:
Voy a cantar un corrido
a todo México entero
yo les contaré la historia
de un maestro guerrillero.

Genaro Vázquez fue el hombre


que al rico dejó temblando
del campamento Morelos
ordenaba sus comandos
ve a traer a esos hombres
que al pueblo siguen robando.

La familia desplegó una intensa actividad de búsqueda desde


que fue desaparecido y acudieron a diversos foros nacionales e inter-
nacionales para denunciar su desaparición forzada. Andrea escribió
el libro Voces Acalladas (vidas truncadas). Perfil biográfico de Rosendo
Radilla Pacheco, mientras que Tita Radilla Martínez se especializó
en la defensa de los derechos humanos y desde hace muchos años
es la vicepresidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos
Desaparecidos Políticos y Víctimas de las Violaciones de Derechos
Humanos en México, Afadem, y desde esa trinchera no ha descan-
sado ningún momento en la exigencia de que el Estado mexicano le
entregue a su padre.
Ahora Tita está cansada y enferma, quizá sus males sean el resul-
tado de una vida de sobresaltos y de los múltiples actos de intimida-
ción que ha sufrido por parte del gobierno mexicano.
171
Víctor Cardona Galindo

El 15 de noviembre del 2001, el Afadem y la Comisión Mexi-


cana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, cmdpdh,
presentaron la denuncia ante la Comisión Interamericana de De-
rechos Humanos por la desaparición de Rosendo Radilla Pacheco,
esta instancia luego turnó el caso a la Corte Interamericana de los
Derechos Humanos, coidh, con esto la familia Radilla abrió un
camino para llevar los casos a la justicia internacional y por eso el
gobierno mexicano ha hecho actos simulando que trabaja en la lo-
calización del dirigente cívico desaparecido.
La supuesta búsqueda de los restos ha llevado a la Procuraduría
a realizar tres excavaciones en el antiguo cuartel militar de Atoyac
donde ahora funciona el ayuntamiento municipal, las diligencias co-
menzaron el 2 de febrero del 2008, cuando se realizó el escaneo con
un geo radar del terreno en esas instalaciones donde Rosendo Radilla
Pacheco fue visto por última vez, bajo la sospecha de que los militares
habrían sepultado los restos de los desaparecidos en este predio.
Luego la Procuraduría, realizó las primeras excavaciones el 7 de
julio de 2008 a las 9 de la mañana cuando se presentaron el agente
del ministerio público federal José Antonio Dávila Camacho y más
de 140 personas enviadas por la pgr que participaron en los trabajos
en el predio donde se ubicaba el campo de tiro del 49 batallón de
infantería. De estas diligencias no hubo resultados satisfactorios.
El 7 de julio del 2009, se llevó a cabo la audiencia pública en
la sede de la coidh en San José, Costa Rica, a la que asistió como
representante del Estado Mexicano el secretario de gobernación Fer-
nando Gómez Mont, quien defendió al ejército mexicano y al fuero
militar, ahí participaron Tita y Rosendo Radilla Martínez, quienes
dieron su testimonio sobre la desaparición de su padre.
Después el 15 de diciembre del 2009 la Corte Interamericana
dictó sentencia por el caso Rosendo Radilla, en la cual, principal-
mente, pide limitar el fuero militar. La resolución dice que: “frente
a situaciones que vulneren derechos humanos bajo ninguna circuns-
tancia puede operar la jurisdicción militar” el procesamiento de los
responsables “corresponde siempre a la justicia ordinaria”.
172
Mil y una crónicas de Atoyac

La Corte ordenó a México: La investigación y sanción de los


responsables en la detención y desaparición de Rosendo Radilla, así
como la localización de sus restos, la realización de un acto público
de reconocimiento de responsabilidad de los hechos. La elaboración
de una semblanza, así como la colocación de una placa alusiva a su
memoria en su natal Atoyac.
La sentencia pide reformar el artículo 57 del Código de Justicia
Militar y reformar el artículo 215 A del Código Penal Federal. Tam-
bién brindar atención psicológica o psiquiátrica de forma inmediata
a los familiares, pagar 240 mil dólares por concepto de reparación
de daño material y moral a los familiares y publicar el fallo en el
Diario Oficial de la Federación y la página web de la Procuraduría
General de la República.
Presionado el gobierno por esto la pgr realizó el 19 de octubre
del 2010, a las ocho de la mañana las segundas excavaciones en el
campo de tiro de lo que fue el 49 batallón de infantería, sin que
tampoco se hayan tenido resultados.
El 12 de junio del 2011, la Suprema Corte de Justicia resolvió:
“que los militares responsables de violaciones a los derechos humanos
de civiles deben ser juzgados por la justicia ordinaria y no por tribu-
nales castrenses”. El ministro presidente de la corte Juan Silva Meza
señaló que: “bajo ninguna circunstancia puede operar el fuero militar
en violaciones a los derechos humanos que afecten a civiles”
Posteriormente el 31 de octubre del 2011, la pgr inició las ter-
ceras excavaciones que terminaron el sábado 12 de noviembre con
lo que terminaron de escarbar todo el campo de tiro y zonas ale-
dañas. Sin embargo, los familiares quedaron insatisfechos con esas
diligencias porque los ministerios públicos solo se basaron en supo-
siciones y no mediaron para ello investigaciones serias.
Como para calmar a la opinión pública y reducir la presión in-
ternacional el 17 de noviembre de 2011 en un acto que se llevó a
cabo en el zócalo de la ciudad de Atoyac, sin la presencia de los fami-
liares de Rosendo Radilla Pacheco, las autoridades de los tres niveles
de gobiernos develaron la placa en honor al líder cívico.
173
Víctor Cardona Galindo

El encargado del despacho de la Secretaría de Gobernación Juan


Marcos Gutiérrez González, acompañado de la secretaria de Re-
laciones Exteriores Patricia Espinosa Cantellano y del gobernador
Ángel Aguirre Rivero, ofreció disculpas públicamente a la familia
Radilla Martínez por la desaparición de Rosendo Radilla Pacheco
y en la fachada del dif municipal develaron una placa en honor al
líder cívico. Que dice:
“El Estado mexicano devela la presente placa a la memoria de
don Rosendo Radilla Pacheco y de las víctimas de desapariciones
forzadas ocurridas en las décadas de los 60 y 70, en un ‘contexto sis-
temático de violaciones a los derechos humanos’, según lo señalado
por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en su resolu-
ción… Lo anterior, se hace en cumplimiento a lo ordenado por la
citada Corte en el caso Rosendo Radilla Pacheco vs. Estados Unidos
Mexicanos, en virtud de su desaparición forzada por agentes del Es-
tado, el 25 de agosto de 1974, en un retén militar de esta población.
Este lamentable suceso ha dejado invaluables lecciones a la nación
mexicana… El Estado reconoce la incansable búsqueda de sus fa-
miliares, por la justicia, verdad y reparación… Atoyac de Álvarez,
Guerrero a 14 de noviembre del 2011”.
La placa quedó colocada en una de las paredes frontales del viejo
palacio municipal y en donde durante los últimos seis años ha fun-
cionado el dif municipal.
“Juan Marcos Gutiérrez dijo que el caso de desaparición de Ro-
sendo Radilla no puede quedar en la impunidad y que el gobierno
está trabajando en la identificación de los responsables para castigar-
los con el peso de la ley”, escribió Francisco Magaña de Jesús.
Este fue un acto a todas luces amañado porque como público
usaron a los padres de familia que acudieron a acompañar a sus hijos
que iban a recibir bicicletas de parte del gobierno del estado.
La publicación del libro sobre Rosendo Radilla no satisfizo a
los familiares, quienes pidieron una publicación de mayor calidad
donde ahora participarán con sus relatos toda la familia, la indem-
nización económica no ha sido cobrada por los familiares, quienes
174
Mil y una crónicas de Atoyac

primero esperan resultados en la búsqueda de los restos y castigo a


los culpables.
Rosendo Radilla Martínez, con esa veta de trovador que heredó,
le compuso un corrido a su padre:
Voy a cantar un corrido
se lo dedico a mi padre
él es Rosendo Radilla
un luchador incansable…

Siempre al lado del pueblo


por mejores condiciones
luchó contra la injusticia
de gobierno opresores…

Líder de la Costa Grande


del estado de Guerrero
en un retén militar
lo tomaron prisionero…

Ejército mexicano
que triste papel jugaste
con tus narco-generales
al pueblo pobre mataste.

La defensa nacional
la población atacó
y sus demandas sociales
con balas solucionó…

Por buscar la democracia


el pueblo fue reprimido
asesinaron algunos
otros desparecidos…

Desaparición forzada
delito internacional
México no lo castiga
por pura complicidad…
175
Víctor Cardona Galindo

México lindo y querido


nidito de impunidad
se ha regado mucha sangre
y tú no puedes cambiar.
Son heridas que no cierran
no pueden cicatrizar
el terrorismo de estado
no se nos puede olvidar…

El postinero señores
su caballo preferido
lo seguirá cabalgando
por esos mismos caminos…

Ya me voy, ya me despido
no se les vaya olvidar
como el caso de mi padre
hay mil 300 o más.

Hilda Flores Solís: luchadora social incansable


A sus 79 años la maestra Hilda Flores Solís se encuentra enferma en
la casa Día del Adulto Mayor ubicada en la colonia Loma Bonita.
Recibe una modesta pensión de 7 mil pesos mensuales de parte del
ayuntamiento, que además se hace cargo de comprar sus medicinas.
Doña Estela Arroyo Castro y Ángeles Santiago Dionicio se encargan
de su atención. Las regidoras del prd la visitan con frecuencia. Al-
gunos familiares y supuestos acreedores acechan, con cierta codicia,
sus pocos bienes; sin embargo, ella sigue lúcida y sin renunciar a sus
principios.
El nombre de la maestra Hilda Flores Solís está ligado a la histo-
ria reciente del pueblo de Atoyac y a los reclamos sociales de equidad
de género, democracia, paz y justicia social. Nació el 3 de diciembre
de 1933, es hija del líder obrero socialista David Flores Reynada y
de Concepción Solís Jiménez.

176
Mil y una crónicas de Atoyac

Su padre fue fundador del comité agrario en los años 20 y del


Partido Socialista en Atoyac, durante los tiempos del general Adrián
Castrejón. Fue fusilado el 9 de abril de 1934 en el campo aéreo del
Ticuí durante la gubernatura del general Gabriel R. Guevara, tras
una intriga urdida por sus enemigos los reaccionarios de Atoyac y
del estado.
A la muerte de sus padres, Hilda fue cuidada y educada por
su tía Elizabeth Flores Reynada, una luchadora social de la época
cardenista, que fundó una organización de mujeres campesinas. Eli-
zabeth Flores fue la primera mujer que participó en la política en
nuestro municipio, al encabezar a las mujeres que exigían el reparto
de tierras.
Hilda estudió la primaria en la escuela Juan Álvarez —antes es-
cuela real— hasta segundo año, luego pasó al colegio América en
Acapulco en donde estuvo internada gracias a una beca que pagaba
la cooperativa de la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí, que llevaba
el nombre de su padre, dirigida en ese tiempo por Enedino Ríos
Radilla y Rómulo Alvarado.
Su labor docente la inició a la edad de 13 años como maestra
municipal, en la escuela Juan Álvarez, su pago era de 12 pesos a la
quincena, allá por el año 1947.
Con ganas de saber, siguió estudiando por su cuenta y en los
meses de julio y agosto asistía a los cursos de la Escuela Normal de
la Universidad Autónoma de Guerrero, donde hizo la secundaria y
estudió parte de la normal.
Luego por intervención del líder magisterial Othón Salazar Ra-
mírez llegó a estudiar en la Escuela Nacional de Maestros, al mismo
tiempo era secretaria del Movimiento Revolucionario del Magiste-
rio, mrm, y trabajaba haciendo documentos para el público en la
calle de Donceles en La Ciudad de México. Su participación en el
mrm la llevó a cultivar amistad con luchadores sociales de la talla
de Gilberto Rincón Gallardo y a conocer el frío de la Ciudad de
México cuando llevaba comida al plantón de maestros y se quedaba
a dormir en el suelo en improvisadas camas de cartón.
177
Víctor Cardona Galindo

Cuando regresó a su tierra trabajó de nuevo en la escuela Juan


Álvarez y se incorporó al movimiento local de revolucionarios que
querían mayores oportunidades para el pueblo. Formó parte de
aquella histórica célula del Partido Comunista Mexicano en Atoyac.
Fue en la calle Hidalgo 20, en la casa de la maestra Hilda Flores
donde comenzaron a reunirse los comunistas atoyaquenses.
“Porque fue el Partido Comunista Mexicano quien dio forma,
estructura y dirección al movimiento popular y democrático. La cé-
lula del partido nació en 1964, la conformaron además de Hilda
Flores y Elizabeth Flores Reynada, hombres como Juan Mata Se-
veriano, Isidoro Sánchez López, Juan Reynada Víctoria, Juan Fie-
rro García, Serafín Núñez Ramos, Lucio Cabañas Barrientos, Car-
melo Cortés Castro, Dagoberto Ríos Armenta, Antonio Onofre,
Luis Gómez, Guadalupe Estrella, Telésforo Ramírez Castro, Inés
Galeana, Franco Castillo Téllez, Raúl Vázquez Miranda, Francisco
Zamora Baez, Gabino Hernández Girón, Félix Bautista Matías y
Jacob Nájera”. “Entre los jóvenes comunistas destacaban Octavia-
no Santiago Dionicio, Pedro Martínez Hernández, Francisco Fierro
Loza, Félix Bello Manzanares, Andrés Gómez y Gaspar de Jesús”,
recuerda Decidor Silva Valle. También estaban: Francisco Estrella y
Armando Bello Pérez.
La Unión Nacional de Mujeres filial del pc logró importantes
avances bajo la dirección de la maestra Hilda Flores Solís, quien
también colaboró activamente en el movimiento cívico que provocó
la caída del gobernador Raúl Caballero Aburto, en la formación de
la Central Campesina Independiente, en el mrm y apoyó de manera
decidida la formación de la colonia Mártires de 1960.
Con Lucio Cabañas participó en el Frente Electoral del Pueblo
que lanzó para presidente de la república a Ramón Danzós Palomi-
no. Los dirigentes nacionales del Partido Comunista llegaban a su
casa, en donde se realizaban las reuniones.
Eso llevó a despertar la ira de las oligarquías que gobernaban en
ese tiempo. Tanto que el día uno de mayo de 1971, fue detenida y
secuestrada por 13 judiciales, encabezados por Mario Arturo Acosta
178
Mil y una crónicas de Atoyac

Chaparro, quienes se la llevaron de forma violenta a las 7:15 de la


mañana, cuando ella se estaba preparando para ir a dar clases, a la
escuela primaria Herminia L. Gómez.
Cuando su tía Elizabeth les pidió la orden de aprehensión los
judiciales le contestaron “usted no diga nada”. Acosta Chaparro no
se metió a su domicilio, esperó afuera, mientras judiciales la sacaron
de su casa y la subieron a un coche rojo y al inicio del trayecto le
pusieron una capucha.
En las afueras de Atoyac, en el lugar conocido como La Tro-
zadura, la bajaron sin sandalias y la metieron a un lugar lleno de
espinas donde se lastimó los pies. Recuerda que ahí en La Trozadura
le dijeron que se quitara el vestido, ella se negó, fue cuando dijo
Acosta Chaparro: “Esta vieja está bien preparada vamos a subirla
otra vez”. Ella no conocía a Acosta Chaparro, pero un judicial que
la custodiaba en el trayecto a Acapulco le dijo que ese militar iba al
frente del grupo y que no le iba a pasar nada.
Ese mismo día el general Hermenegildo Cuenca Díaz informa-
ba a la prensa en Acapulco sobre las “aprehensiones de personas
ligadas a las actividades de grupos terroristas que operan en la zona
cafetalera”. Los detenidos además de Flores Solís eran: el padre de
Genaro Vázquez, Alfonso Vázquez, Agustín Flores, Bertoldo Caba-
ñas, Luis Cabañas y Onésimo Barrientos. Todos fueron trasladados
al campo militar número uno.
“Hilda Flores Solís, colaboradora y contacto vital con los cabeci-
llas bandoleros Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos,
fue aprendida ayer en su domicilio (Hidalgo 24) de Atoyac. En di-
cho lugar se efectuaban reuniones periódicas con individuos como
Othón Salazar, Ramón Danzós Palomino, Manuel Marcué Pardi-
ñas, Miguel Arroche Parra y otros, calificados como izquierdistas
recalcitrantes y agitadores”, publicaba El Universal en su edición del
2 de mayo.
Hilda después de su detención fue trasladada a las instalaciones
de la 27 zona militar en Acapulco. Durante su cautiverio la sacaron
en una lancha y le dieron un paseo por el mar, y así como estaba
179
Víctor Cardona Galindo

vendada de los ojos la agarraron de pies y manos como si fueron


aventarla al agua. También la amenazaron con subirla a un helicóp-
tero y lanzarla al mar. Le exigían declararse culpable de ser cómplice
de la guerrilla de lo contrario su hijo David, en ese entonces, de dos
años iba a pagar las consecuencias, porque que ya lo llevaban en otro
vehículo rumbo al Fuerte de San Diego.
La maestra Hilda Flores recuerda que sus torturadores querían
información sobre el maestro Lucio Cabañas: “Les dije que al pro-
fesor lo había visto el 19 de mayo de 1967, un día después de la
masacre del 18 de mayo que estuvo en mi casa, con un grupo de
mujeres y hombres que lo fueron a dejar”.
Hilda Flores siempre ha sido clara en decir que su participación
con Lucio Cabañas fue en la lucha cívica y después que se fue a la gue-
rrilla se perdió el contacto. Porque fue de su casa de donde salió Lucio
Cabañas aquél 19 de mayo de 1967, rumbo a la sierra para formar
el Partido de los Pobres y su Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
La maestra permaneció sometida a tormento físico y psicológico
durante cuatro meses en el campo militar uno. Luego fue trasladada
por el propio Acosta Chaparro a la penitenciaría de Chilpancingo
el 7 de septiembre de 1971, de donde salió el 17 de diciembre de
1974, a los pocos días que en El Otatal muriera en combate contra
el ejército, Lucio Cabañas Barrientos.
A los dos meses de estar presa en Chilpancingo, el Comité Ar-
mado de Liberación General Vicente Guerrero, que encabezaba
Genaro Vázquez en su comunicado del 24 de noviembre de 1971,
pidió como una de las condiciones para liberar al rector de la Uni-
versidad Autónoma de Guerrero, Jaime Castrejón Díez: “poner en
manos de los tribunales legales de justicia a todos los campesinos
que padecen detención indefinida e incomunicación y declaracio-
nes arrancadas con torturas de participación en nuestro movimiento
revolucionario armado”. Y da una lista de 15 personas entre ellos la
única mujer, Hilda Flores Solís.
Se preparaba la salida a Cuba de los presos políticos: Floren-
tino Jaimes Hernández, Mario Menéndez Rodríguez, Demóstenes
180
Mil y una crónicas de Atoyac

Onofre, María Concepción Solís, Ceferino Contreras Ventura, An-


tonio Sotelo, Ismael Bracho y Santos Méndez Bailón.
Hilda Flores contestaba al enviado especial del Sol de México, S.
Paredes Quintana el 21 de noviembre del 71: “Soy inocente y nada
tengo que ver con Genaro Vázquez, a quien ni conozco. No puedo
aceptar la liberación en tales condiciones. Genaro no es mi abogado.
Sólo me sacaran de aquí con una boleta oficial de libertad, a la que
tengo derecho porque soy inocente de todo lo que me achacan”.
Eduardo Téllez Vargas escribió en El Universal en la edición del
22 de noviembre: “Hablamos con la profesora Hilda Flores Solís, la
cual niega también ser gavillera, aunque si confiesa ser admiradora
de Genaro y que de serle posible se iría con él a la sierra. Explicó que
si es amiga personal de Lucio Cabañas, otro gavillero”.
En ese contexto el 27 de noviembre Hilda Flores declaró a Ro-
gelio C. Armenta corresponsal de Últimas Noticias “yo no conozco a
Genaro. Mejor que no haya pedido mi libertad. Eso demuestra que
nada tengo que ver con él”.
El periodista la describió “de baja estatura, humildemente vesti-
da, de mal humor, morena de rasgos indígenas”.
Al salir de la cárcel Hilda Flores siguió su militancia en el pcm,
después en el Partido Socialista Unificado de México, luego en el
Partido Mexicano Socialista, donde su activismo la llevó a ser can-
didata a diputada local y a síndica. Su última hazaña es la de haber
participado en la fundación del Partido de la Revolución Democrá-
tica.
Hilda Flores hizo gestiones para recuperar su plaza en la escuela
primaria Herminia L. Gómez que perdió cuando fue detenida. Pero
los gobiernos del estado y federal le condicionaron el retorno a su
plaza siempre y cuando abandonara sus ideas y al movimiento so-
cial. Ella no aceptó. Prefirió seguir en la pobreza que claudicar, por
eso no tiene pensión federal. Fue durante el interinato del alcalde
Wilbaldo Rojas Arellano y con la colaboración decidida de Julio
César Ocaña Martínez, que por acuerdo de cabildo se instituyó esa
modesta pensión municipal de la que goza.
181
Víctor Cardona Galindo

El ayuntamiento de Atoyac, durante el periodo de Pedro Brito


García y a iniciativa de la regidora Ángeles Santiago Dionicio, reco-
noció a Hilda Flores Solís el día 17 de octubre del 2007, cuando se
realizó una sesión solemne de cabildo, para homenajear a una vida
de lucha. Se rindió homenaje a más de 60 años de participación so-
cial. Ese día se instituyó la presea Hilda Flores Solís, que fue recibida
por la propia Hilda Flores Solís.
A cinco años de su creación esa presea para honrar el mérito
femenino, ha sido otorgada a la ex alcaldesa María de la Luz Núñez
Ramos, a la defensora de los derechos humanos Tita Radilla Martí-
nez, a la escritora Judith Solís Téllez y a la fundadora del prd, María
Manríquez Cuevas.

Simón Hipólito Castro


El escritor y periodista atoyaquense Simón Hipólito Castro tiene 84
años y vive en San Francisco, California: “Ahí llegué con mi familia
en 1987, huyendo de quienes no aceptaron mi pluma crítica”. Na-
ció en la sierra de Atoyac el 28 de septiembre de 1928, en su libro
Cuentos para niños preguntones, explica a sus nietos: “Yo nací en un
paraje serrano llamado La Mona. Bautizado así por la gente del lu-
gar porque hay una piedra grande de color negruzco que tiene cin-
celada una mujer acostada, con las piernas entreabiertas y el rostro
mirando al oriente. Nadie sabe en que siglo la cincelaron. Sus senos
también fueron esculpidos a la perfección”.
Pasó su niñez en la comunidad de Los Tres Pasos, en esos tiem-
pos no había escuelas en esos lugares recónditos de la selva cafetalera
de Atoyac, por eso aprendió las primeras letras con el Silabario de
San Miguel y cuando tenía 12 años: “su padre contrató a un maestro
particular, llamado José Morales Ulloa, originario de Oaxaca; éste
le dio clases por las noches, junto con sus hermanos, por espacio
de seis meses, alumbrados con hachones, luego que regresaban del
campo y cenaban”, escribió Irene Ortiz en la presentación del libro
182
Mil y una crónicas de Atoyac

De albañil a preso político, mismo que don Simón Hipólito escribió


durante su estadía en una cárcel de Morelos acusado de ser guerri-
llero.
Don Simón Hipólito como escritor tiene en su haber los libros:
De albañil a preso político; Guerrero, amnistía y represión, El pacien-
te Cero, Cuentos para niños preguntones, Virgen y viuda que son las
historias que cuenta sobre su tierra y en el 2010 dio a conocer Car-
melo Cortés Castro, su lucha, sus far, la traición… su muerte. Como
periodista ha ejercido su oficio en El Rayo del Sur y La Verdad, fue
director de La Voz del Ejido un tabloide que salió a la luz pública en
Atoyac el 15 de enero de 1964, colaboró en El Correo del Sur y en El
Correo de Iguala, fue corresponsal del Unomásuno y jefe de informa-
ción de Notimex en Cuernavaca.
Simón Hipólito tiene el mérito de haber sido de los primeros
escritores que se atrevieron a denunciar la represión que se vivió en
la sierra en la década de los setenta, con su libro Guerrero, amnistía
y represión, publicado en 1982, en donde escribe la biografía precur-
sora sobre Lucio Cabañas Barrientos y da a conocer la primera lista
de los desaparecidos a raíz de la represión que desarrolló el gobierno
federal contra los pueblos de la sierra para combatir a la guerrilla.
La doctora Judith Solís Téllez quien investiga la literatura de la
Guerra Sucia en Guerrero, le hizo una entrevista vía internet. Ahí
el escritor y ex preso político dijo su sentir y dejó clara cual fue
su participación en la guerrilla de los setenta: “Me gustaría volver
a Atoyac, pero las nuevas generaciones me verían como extranjero
después de cerca de 50 años que abandoné el terruño. Cuando voy,
los taxistas me preguntan si soy calentano o veracruzano por mi
sombrero de Tlapehuala o por mi acento costeño”. Dijo que tiene
entre los desaparecidos algunos sobrinos y primos. “Todos los des-
aparecidos me duelen hayan participado o no en la guerrilla que
comandó el maestro Lucio Cabañas”.
Habló de su relación con los personajes más conocidos de la
lucha de Guerrero: “Solamente en una ocasión me entrevisté con el
maestro Genaro Vázquez Rojas. Esto fue en Atoyac en casa de Ro-
183
Víctor Cardona Galindo

gelio Juárez Godoy, que eran compañeros de lucha. Genaro formó


en el Ticuí una organización que llamó Liga Agraria Revolucionaria
del Sur Emiliano Zapata. En uno de sus puntos daba como una
opción la lucha armada. Yo colaboraba en el semanario El Rayo del
Sur, cuyo director era Rosendo Serna. En un espacio hice una crítica
a la lucha armada de la organización recién creada por el maestro
Genaro, quién a través de un primo hermano mío, Jesús Rebolledo
Hipólito, me mandó llamar: ‘Compañero Simón, tengo en mis ma-
nos El Rayo del Sur y he leído tus señalamientos. Si no comulgas con
mi causa, no me critiques, por favor’. Y le prometí ya no criticarlo.
Y hablamos de su causa revolucionaria”.
“La relación con Carmelo Cortés Castro la describo en mi libro
Carmelo Cortés Castro. Su lucha, sus far. La traición… su muerte. Mi
relación con el maestro Lucio Cabañas Barrientos fue muy amplia.
Fui miembro del Partido de los Pobres. No participé en alguna ac-
ción armada, mi trabajo, con el maestro Vicente Estrada Vega, que
era miembro de la dirección político-militar fue aglutinar miembros
de comunidades de los estados de Morelos y Puebla. Ya como rebel-
de, solamente dos veces me entrevisté con el profesor Cabañas. Una
en la sierra cuando cargaba secuestrado a Rubén Figueroa; la otra,
en mi casa en Cuernavaca, Morelos”.
“En ninguno de mis libros, menciono que participé en la guerri-
lla socialista del Partido de los Pobres, mucho menos que por dos ve-
ces llevé a la Ciudad de México comunicados guerrilleros a la revista
Por Qué?, que tenía sus oficinas en un extremo del parque Lira. De
los desaparecidos no llevé la denuncia a ningún tribunal nacional o
internacional, envié ejemplares de mi libro Guerrero, amnistía y re-
presión a los grupos de Amnistía Internacional de Alemania, Nueva
York, Suiza e Inglaterra. En éste último país, AI lo tradujo al inglés y
lo publicó, yo no recibí regalías, les dije que las enviaran a un preso
político en Angola, a otro en Kenia y a otro en Rusia. También envié
algunos ejemplares a la Federación Internacional de Juristas, cuya
sede estaba en Francia y su presidente era el abogado Daniel Jacoby,
entonces procurador general de Justicia en aquel país”.
184
Mil y una crónicas de Atoyac

Explicó como vive en Estados Unidos, dijo que trabajó 18 años


y pagó sus impuestos. Ahora, recibe una pensión de 800 dólares
mensuales. Sus dos hijas y un hijo que son profesionistas le surten el
refri con alimentos para cada semana. Es miembro de la Asociación
Nacional de Periodistas Hispanos; pero como no habla inglés, no ha
aceptado los trabajos que le han ofrecido diarios de San Francisco,
de Chicago, Miami y de Texas. Esporádicamente, colabora en los
semanarios Tiempo Latino, de San Francisco; El Mundo, de la ciu-
dad de Oakland y Nueva Alianza, de San José. Viaja a su querido
México dos veces al año.
Leer De albañil a preso político es echar un vistazo al mundo
doloroso de la vida carcelaria de los años 70, observar como vivía
la comunidad interna y las deficiencias del sistema pero sobretodo
ver de cerca la represión de la que eran objeto los presos políticos.
El libro comienza con la narración de su detención el 6 de agosto
de 1975, como fue torturado e incomunicado por cuatro corpora-
ciones policíacas en una cárcel clandestina ubicada en la casa 10 de
la calle Paricutín del fraccionamiento Los Volcanes de Cuernavaca,
Morelos, para que se declarara culpable de diversos delitos que lo
vinculaban con la guerrilla.
Da detalles de las luchas de los presos para mejorar su vida en la
cárcel, “cuando llega uno a la prisión anda con ‘la cola entre las patas’,
tímido, buscando alguien conocido y haciendo este trabajo, aquel
otro, o ése que los guardias ordenan, ya que a todo recién llegado, los
guardias le dan ‘carrilla’, es decir lo castigan con trabajos forzados”.
En este libro don Simón da su opinión sobre la supuesta rea-
daptación y comenta que “cárcel aumenta la perversidad en vez de
disminuirla; combatir los efectos y no las causas (del delito) es como
nadar torpemente contra la corriente… vemos multitud de jóvenes
perdidos en la delincuencia, envejecer prematuramente en las cárce-
les y aprender en éstas toda la gama del delito, absorbiendo el medio
que engendra odio y venganza hacia la sociedad”.
Hipólito Castro da su testimonio desde dentro de las mazmo-
rras en las que estuvo: “El sonido de candados y cadenas se graba en
185
Víctor Cardona Galindo

el subconsciente como mancha indeleble cuando se encuentra uno


esposado y vendado en los separos judiciales y se escucha el rechini-
do por las noches cuando sacan al detenido a torturarlo”.
El maestro albañil y preso político fue amnistiado el jueves 21
de diciembre de 1978, después de permanecer privado de la libertad
por espacio de tres años, cuatro meses, quince días y nueve horas
y media: “Luis Echeverría Álvarez le pidió al español Luis Suarez
escribiera un libro a su favor y escribió: Lucio Cabañas Barrientos, el
guerrillero sin esperanza —dice en la entrevista con Judith Solís—.
Por decir la verdad, tan pronto abandoné la prisión subí a la Sierra
de Atoyac, recogí más de 150 datos de desaparecidos y escribí mi
libro Guerrero, amnistía y represión que publicó la editorial Grijalbo.
No pude recabar todos los datos de desaparecidos porque fui en la
época de la recolección del café y las familias estaban en sus campa-
mentos. Subí a la sierra en enero de 1979 y huyéndole al ejército que
todavía desaparecía, recorrí muchos poblados”.
Uno de los méritos de ese libro es que entrevista a doña Rafaela
Gervasio Barrientos madre de Lucio Cabañas, quien narró su de-
tención y cautiverio: “Nos subieron a un coche, nos encapucharon
y nos llevaron al campo militar número uno, donde permanecimos
en piezas separadas por los muros, por más de un año. Nos gol-
pearon los soldados, sólo a mi nuera no la rebajaban de ser mujer
de un bandido, de un delincuente. Uno de los soldados que nos
custodiaban también estaba arrestado y se portaba muy bien con
nosotros, nos llevaba mandados que le pedíamos, nos quitaba la
capucha cuando queríamos hacer del baño y nos decía que se dio de
alta por necesidad, que estaba muy de acuerdo con las ideas de lucha
de mi hijo. Cuando nos llevaban a investigación con un general, nos
ponían las capuchas, a las mujeres de color azul, a los hombres las
de color blanco”. Durante su cautiverio le preguntaban por las acti-
vidades de su hijo, y ahí fue donde se enteró de la muerte de Lucio.
El libro Carmelo Cortés Castro. Su lucha, sus far. La traición… su
muerte, dice Simón Hipólito que tiene dos fines: uno es dar a cono-
cer la lucha traición y muerte del último jefe guerrillero de la década
186
Mil y una crónicas de Atoyac

de los setenta de la sierra del municipio de Atoyac de Álvarez: “La


lucha en la que me vi envuelto sin ser miembro de las Fuerzas Ar-
madas Revolucionarias que comandó mi paisano y amigo Carmelo
Cortés Castro. Como se preparó y llevó a cabo el asalto a Banamex
La Selva, el viernes 25 de julio de 1975, en la ciudad de Cuernavaca
Morelos” y dos, exhibir la política neoliberal del gobierno mexicano.
Después del asalto Carmelo Cortés se refugió en el cerro de las
Tetillas, junto con Pedro Helguera, pero por un descuido de Valen-
tín Ontiveros Abarca, que abandonó un saco en uno de los taxis ro-
bados que se usaron en el asalto, la policía siguió la pista de la pren-
da y comenzaron a dar con los guerrilleros. Luego de su detención
y la de Pedro Helguera, la policía sitió al líder de las far en el cerro
de las Tetillas, por eso don Simón está convencido que Carmelo
Cortés murió el 5 de agosto de 1975 en el cerro de las Tetillas y que
la policía lo fue a tirar al D. F. para quedarse con el dinero del asalto
que Carmelo cargaba en una mochila de piel color café.
En cuanto a los otros textos: Cuentos para niños preguntones, Vir-
gen y viuda y sus colaboraciones en la página de los atoyaquenses en
El Sol de Acapulco que dirige René García Galeana, leerlos es sumer-
girse en la vida de la sierra y la ciudad de Atoyac de los años 30 a los
50, ver su río limpio, la llegada del radio de pilas, las primeras sinfo-
nolas y la carretera: “En 1940 se abrió la carretera. Cuando la brecha
se acercó a Atoyac, tarde con tarde la población iba a observar las
máquinas que abrían la tierra. Máquinas que algunos pobladores
bautizaron con el apodo de cuchas”.
Escribe sobre las leyendas urbanas y sobre los decires que con-
forman el imaginario colectivo local de la época de sus años mozos,
que si doña Mariana Herrera se volvió rica porque un albañil encon-
tró en las viejas paredes de su casa un tesoro. Con ese dinero la seño-
ra se inició en la hotelería. Así nació la “casa de huéspedes Herrera”.
Describe que hasta principios de la década del 40, el río Atoyac
era toda una belleza natural: “En el playón del río amarilleaban las
flores de los ahuejotes”. Por las mañanas hileras “de jóvenes mujeres
llegaban por agua que recogían en botes que se llevaban en sus ca-
187
Víctor Cardona Galindo

bezas amortiguando el peso con yaguales. Del río nacieron grandes


romances que terminaron en el altar de la iglesia del pueblo”. Pero
eso es otra historia como dice la nana Goya.

Carmelo Cortés Castro


El líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, far, nació en El
Rincón de las Parotas, el 16 de julio de 1942. Fue hijo de Juan Cor-
tés Morales, Cuyuco, y Aurelia Castro Millán. Sus primeras letras
las aprendió en la escuela primaria Venustiano Carranza, luego por
falta de maestros en su tierra natal continúo estudiando en la cabe-
cera municipal de Atoyac. Tenía que caminar todos los días, desde
el Rincón de las Parotas, para asistir a la primaria Modesto Alarcón.
Se hacía dos horas a pie de su casa a la escuela. Sus compañeros de
aula lo recuerdan por su capacidad analítica de preguntar. Hacía
preguntas que muchas veces metía en aprietos a sus maestros.
Sus paisanos recuerdan que Carmelo Cortés Castro vio la luz
“en una casa que estaba donde fincó su vivienda Margarito Barrien-
tos de Jesús, al sur de la comunidad, a la derecha de la carretera que
va rumbo a El Paraíso”. Delgado de niño, siempre con una resortera
colgada en el cuello con la que mataba pájaros e iguanas para con-
tribuir al sustento familiar.
El camino de regreso de la escuela a casa era largo con el sol de
medio día se hacía pesado al principio, pero después se internaba en
ese bosque frondoso de parotas, amates, mangos, guajurucos, boco-
tes, ilamos y guamúchiles que poblaban el camino, donde con resor-
tera en mano iba cazando las iguanas, palomas moradas y torcazas,
unos pajaritos que les llamaban guachitos y tudecos que caían bien
muertos al recibir una pedrada en el pecho, en el camino les quitaba
las plumas para asarlos llegando a casa y comer.
Por las tardes iba con la gamba de chamacos a bañarse en el
arroyo de la comunidad a la poza de Los Cualillos o a la poza del
Gallo que tenía hasta 15 metros de profundidad, donde jugaban a
188
Mil y una crónicas de Atoyac

la “roña” y al “encantado”. Su papá Juan Cortés hacía milpa por el


rumbo del arroyo de la Horqueta, donde sembraba: maíz, frijol, chi-
le y calabaza. Carmelo desde niño se hizo muy amigo con Gabriel
Barrientos Reyes.
Sobre Carmelo Cortés Castro se han escrito varios libros, yo co-
nozco tres: La guerrilla en Guerrero de José Arturo Gallegos Nájera,
2004; Carmelo Cortés Castro y la guerrilla urbana, Fuerzas Armadas
Revolucionarias, far, de Agustín Evangelista Muñoz que circuló en
el 2007 y la obra de Simón Hipólito Castro, Carmelo Cortés Castro.
Su lucha, sus far. La traición… su muerte, 2010. En esos textos nos
basamos para hacer está semblanza, además de los datos que pro-
porcionó el jefe del archivo municipal Dagoberto Ríos Armenta y
pobladores del Rincón de las Parotas.
Al terminar la primaria, continuó sus estudios en el interna-
do de la escuela normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa,
ubicado en las afueras de la ciudad de Tixtla Guerrero, en donde
ingresó en 1962 para cursar la secundaria. Durante el ciclo escolar
1964-1965 fue miembro del Comité Nacional de la Federación de
Estudiantes Campesinos Socialistas de México, fecsm.
Concluida la secundaria, salió del internado para continuar sus
estudios en la Universidad Autónoma de Guerrero, en la prepara-
toria número Uno, en Chilpancingo, quería ser abogado. Ahí hizo
contacto con miembros del Partido Comunista Mexicano y su filial,
la Juventud Comunista, jc, a la que ingresó en 1966, en la cual
militaban los jóvenes Pablo Sandoval Ramírez, Pedro Helguera Ji-
ménez, Virgilio de la Cruz Hernández y los hermanos César y Se-
rafín Núñez Ramos. La relación con gente de izquierda le abrió el
camino al estudio del marxismo, y se convirtió en un estudioso de
esta ciencia.
Cuando era estudiante Carmelo frecuentaba las oficinas de la
Liga Agraria Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata, larsez, en
Chilpancingo, donde lo comisionaban para que acompañara a los
campesinos a la oficina del departamento agrario y tratara los pro-
blemas respectivos.
189
Víctor Cardona Galindo

En octubre de 1966, participó en la toma del edifico docente.


Como estudiante de la preparatoria uno, enfrentó al rector de la uag,
Virgilio Gómez Moharro, en su pretensión de reelegirse en el cargo,
lo que originó un gran movimiento estudiantil y popular que desem-
bocó en una huelga general, primera que registra esa casa de estudios
después de obtener su autonomía en 1963. El cardiólogo Gómez Mo-
harro tuvo que renunciar al cargo en 1966. Por esos acontecimientos,
el Consejo Universitario, enjuició a 47 universitarios, académicos, ad-
ministrativos y estudiantes; entre estos últimos a Carmelo.
El 23 de marzo de ese año concluyó el juicio y se dictaminó la
expulsión definitiva de todos ellos, con una diferencia, en el caso de
Carmelo había una nota especial con la leyenda: “sin ningún dere-
cho a revisión”. Así quedaron truncados los sueños de quien aspiró
a estudiar la carrera de abogado, apuntó Arturo Gallegos.
Mario García Cerros en su libro Historia de la Universidad Au-
tónoma de Guerrero dice que “los líderes más sobresalientes, claros
y consecuentes del movimiento de octubre de 1966; al cerrarle los
espacios de lucha legal y democrática en el terreno universitario y
consecuentemente en el terreno político-social, al solicitar su en-
carcelamiento; motivó que se incorporaran a otras formas de lucha,
siempre consecuentes con sus ideales y en defensa de las causas más
nobles del pueblo, tal es el caso de Carmelo Cortés Castro”.
Después de ser expulsado, participó de manera activa en dis-
tintos movimientos sociales; en La Gran Marcha, programada para
caminar del estado de Michoacán al Distrito Federal en pro de la li-
bertad de Rafael Aguilar Talamantes y posteriormente fue delegado
por Guerrero para apoyar al movimiento estudiantil de la Ciudad
de México en 1968.
El 3 de marzo de 1968 se celebró en la Ciudad de México el
primer Seminario Nacional por la Reforma y Democratización de
la Enseñanza, evento al que asistió un numeroso grupo de jóvenes
comunistas de avanzada, entre ellos el inquieto Carmelo.
En 1969, el Partido Comunista Mexicano le consiguió una beca
de estudios en la urss de donde regresó en 1970. Ahí conoció a
190
Mil y una crónicas de Atoyac

luchadores sociales de Centro y Sudamérica, que con los años se


convertirían en dirigentes importantes de la insurgencia guerrillera
de Latinoamérica.
Gallegos escribió que: “De regreso a México impulsó las discu-
siones de deslinde en el seno del pcm y su filial, la jc, con la inten-
ción de lograr un apoyo más allá de lo declarativo, para la lucha que
había iniciado ya en Guerrero el profesor Lucio Cabañas Barrientos.
Sin embargo todo esfuerzo fue inútil y vino el rompimiento defini-
tivo en una reunión que se efectuó por el rumbo del Peñón de los
Baños de la Ciudad de México”. En esa discusión los representantes
del pcm fueron barridos y regados por ese par de jóvenes guerreren-
ses —Carmelo y Octaviano— que asumían posturas radicales, que
comprometían seriamente la línea del partido.
Las posturas radicales en su tiempo de dirigente estudiantil, le
valieron varias detenciones por parte de la policía, con las consi-
guientes sesiones de tortura. A principios de 1970, se incorporó al
Partido de los Pobres. Fue detenido el 19 de noviembre de 1971,
en Atoyac de Álvarez junto con Carlos Ceballos Loya y Gabriel Ba-
rrientos Reyes, después de participar en una expropiación a un ban-
co de Acapulco. Fue llevado con su compañeros al campo militar
uno, donde fue torturado y luego fue regresado a Guerrero para ser
recluido en la penitenciaría de Chilpancingo de donde se fugó el
20 de agosto de 1972, junto con Carlos Ceballos Loya, con quien
regresó al Partido de los Pobres.
En los primeros meses de 1973, quedó como responsable de
la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del pdlp, al salir Lucio
Cabañas de la sierra a la Ciudad de México, para atenderse de una
enfermedad, por ese tiempo se redactó un nuevo ideario del pdlp,
el segundo que se conoció, mismo que fue publicado por la revista
¿Por qué? Esta iniciativa le costó perder la confianza de Lucio y la
dirección política de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, lo
que le valió la sanción, dictada en mayo de 1973, por ocho meses
fuera de la brigada, aunque oficialmente se argumentó cuestiones
de “moralidad”.
191
Víctor Cardona Galindo

Un 8 diciembre de 1973, fundó junto con otros jóvenes el gru-


po urbano denominado Fuerzas Armadas Revolucionarias, far, que
originalmente pretendía estrechar lazos de colaboración con el pdlp,
pero el rechazo de Lucio terminó con esa posibilidad, en enero de
1974.
Los miembros de las far cayeron en una emboscada en Plan de
Lima el 12 de septiembre de 1974 y el 20 de septiembre del mismo
año, fueron hechos prisioneros los primeros miembros de esa orga-
nización, entre ellos Juan Manuel, responsable de mover a Carmelo
en sus actividades revolucionarias; afortunadamente las medidas de
seguridad adoptadas por las far, permitieron al líder de esa organi-
zación guerrillera salir del acoso policíaco.
Luego el 25 de julio de 1975 dirigió y participó personalmente
en la expropiación al Banco Nacional de México, sucursal La Selva,
en Cuernavaca, Morelos. Se dio una persecución que continuó has-
ta las afueras de la ciudad, donde los perseguidos se vieron forzados
a pararse y enfrentar a sus perseguidores; el saldo fue de un subjefe
policíaco muerto y un agente herido. El monto de lo expropiado fue
de más de dos millones de pesos, de los cuales la policía recuperó
ochocientos mil la madrugada del siguiente día.
Después del asalto, Carmelo Cortés se refugió en el cerro de las
Tetillas, junto con Pedro Helguera, pero por un descuido de Va-
lentín Ontiveros Abarca que abandonó un saco en uno de los taxis
robados que se usaron en el asalto, la policía siguió la pista de la
prenda y comenzaron a dar con los guerrilleros.
Luego de la detención de Pedro Helguera y Simón Hipólito
Castro, la policía sitió a Carmelo en el cerro de las Tetillas, por eso
don Simón Hipólito está convencido que Carmelo Cortés murió el
5 de agosto de 1975 en dicho lugar y que la policía lo fue a tirar al
D. F. para quedarse con el dinero del asalto que Carmelo cargaba en
una mochila de piel color café.
Después de eso los periódicos difundieron que Carmelo estaba
cercado en Morelos y que no tenía escapatoria; en la radio decían
que se dirigía al Distrito Federal herido de bala. Aunque según la
192
Mil y una crónicas de Atoyac

versión de Agustín Evangelista Muñoz llegó a la Ciudad de México


sin ninguna herida.
De su caída hay varias versiones una de ellas es que cuando
fue a ver a un oculista en la Ciudad de México alguien lo delató y
“cuando Carmelo salió del consultorio había mucho movimiento
sospechoso; aunque quiso burlar el cerco esto no le fue posible y se
enfrentó valientemente al enemigo eliminando a dos agentes antes
de caer en compañía de un desconocido para varios de nosotros”
escribe Evangelista Muñoz.
Existen otras versiones, que a Carmelo lo detuvieron el día 29
de agosto en el consultorio y que después de torturarlo y al no ob-
tener ninguna información los agentes de la Dirección Federal de
Seguridad y demás corporaciones policíacas lo asesinaron e hicieron
aparecer que murió en un enfrentamiento. Evangelista agrega que
“el parte oficial sostiene que Carmelo acompañado por otros dos
sujetos, había amenazado con dinamitar el centro comercial Sears
Reebuck; el gerente, de nombre Luis Smelka, recibió una llamada
anónima exigiéndole doscientos mil pesos para no detonar el arte-
facto”.
El 31 de agosto de 1975 en la madrugada; supuestamente fue
detectado un Volkswagen donde viajaban tres sujetos, uno de ellos
era Carmelo, quienes al verse descubiertos huyeron y fueron perse-
guidos hasta que se enfrentaron en las calles de Presa San Martín y
Presa Cointzio donde fueron abatidos por el enemigo.
El 2 de septiembre de 1975, el periódico La Prensa publicó que
el guerrillero muerto junto a Carmelo Cortés fue identificado y se
llamaba Daniel Flores.
La otra versión es la de don Simón Hipólito: “Carmelo murió
después de cometer este asalto… El comandante de las far fue ul-
timado en una de las faldas del cerro de las Tetillas por elementos
judiciales, cuyo cadáver fueron a tirar a la periferia del Distrito Fe-
deral, donde corrieron la versión de que fue ultimado en el momen-
to que se disponía a asaltar una negociación”. Corrieron esa versión
para quedarse con la mayor parte del millón seiscientos mil pesos
193
Víctor Cardona Galindo

que cargaba el comandante de las far en la mochila de piel color


café y en su cinturón.
Lo cierto es que el cuerpo de Carmelo Cortés Castro sigue des-
aparecido y su muerte es un misterio.

194
Crónicas de aire,
tierra y fuego

Las apariciones de la virgen de Guadalupe


El pie de la virgen de Guadalupe está esculpido desde tiempos re-
motos en una roca que se encuentra en el arroyo de La Cruz por el
Camino Real a La Florida. No se sabe desde cuando se comenzó a
decir que era el pie de la virgen, porque desde que se tiene memoria
ya los caminantes le ponían flores y le prendían veladoras a la piedra.
Algunas mujeres al descansar en el lugar aprovechaban para mur-
murar una oración y para pedir favores a la reina del cielo.
Cuando abrieron la carretera a la comunidad, el Camino Real
quedó olvidado y hace poco unos buscadores de oro voltearon la
piedra para explorar debajo. No encontraron nada pero si destru-
yeron lo que fue un centro de la devoción guadalupana. Quizá ese
pie esculpido ahí sean un indicio de que a la virgen le gusta caminar
por Atoyac y se le aparece a quien menos se lo espera, a veces al más
pecador.
Fue allá por 1982 cuando la ciudad de Atoyac y los pueblos aleda-
ños se escandalizaron porque en un ahuejote ubicado en la calle Insur-
gentes 23 de la colonia Acapulquito, en la casa de Inocencia Romero,
se apareció una imagen de la virgen de Guadalupe. La casa y la calle
se llenaron de gentes que vinieron de todos lados a ver el prodigio y a
pedir sus milagros. La imagen estaba como grabada en la corteza del
árbol y se veía como si alguien a propósito la hubiera esculpido.
Les soy sincero yo nunca escuché de viva voz el testimonio de
la señora que ya murió, pero si recuerdo que uno de los vecinos

195
Víctor Cardona Galindo

platicó que un cable de la luz se despegó y que se vio como un corto


circuito en el árbol y al extinguirse las chispas ya estaba la virgen di-
bujada. Otro dijo que ningún cable se había desprendido del poste,
que solamente se vio un resplandor en el árbol que lastimaba los
ojos y después pudo verse la imagen. Con el tiempo el asunto fue
quedando en el olvido, la figura se borró y el árbol de ahuejote ya
viejo fue derribado cuando el alcalde Acacio Castro Serrano mandó
a pavimentar la calle.
Otro caso sucedió en la comunidad serrana de la Remonta en
1985, fue gran novedad que una imagen de la virgen de Guada-
lupe se apareció en un manantial a unos 100 metros al sur de la
población. Petra Jiménez encontró la imagen que solamente algu-
nos afortunados la podían distinguir. Muchas personas de diferentes
pueblos fueron a ver la aparición, pero algunos se vinieron desilu-
sionados porque la virgen no quiso que la vieran. “Tal vez por la
maldad que cargaban en su alma y el resentimiento en su corazón”,
opinaban lo que si la habían visto.
No tardó mucho y la virgen se volvió presentar. Unos vecinos
la encontraron en un ojo de agua, al sur de la comunidad de San
Francisco del Tibor. Muchos devotos de los pueblos cercanos fueron
a verla y sólo las almas puras pudieron ver en el reflejo del agua la
imagen de la patrona de México. Algunos niños como mi compadre
Francisco Magaña —que en ese tiempo era niño— se vinieron con
la desilusión de que la virgen no dejó que la vieran.
En 1998, un 17 de septiembre unos albañiles que trabajaban en
la construcción de la casa de Anita Bello en la colonia Mártires de
1960 encontraron que una de las piedras que trajeron del río para
hacer los cimientos tenía esculpida de manera natural la imagen
de la virgen de Guadalupe. Aun incrédulos los trabajadores de la
construcción la recargaron en el tallo de un limón para que otras
personas la vieran, fue así como se corrió el rumor de la aparición
de la morena del Tepeyac en esa colonia de la cabecera municipal.
La familia Gatica adoptó esa imagen y con las cooperaciones
que la gente ha dado le construyeron una capillita en la calle Her-
196
Mil y una crónicas de Atoyac

menegildo Galeana 2, donde la veneran cada año y algunas veces la


han llevado en peregrinación hasta la parroquia Santa María de la
Asunción.
Otro caso muy sonado fue el de la comunidad de Zacualpan
donde en una pared de una casa abandonada se apareció de nuevo
la virgen de Guadalupe el 25 de diciembre del 2002 a las 19 horas,
la descubrió la señora Virginia Pacheco Navarrete de 24 años. La vio
cuando iba a comprar un foco y al otro día le prendió una veladora.
El 26 de abril del siguiente año le comenzaron a prender veladoras
los vecinos y llegaron muchos visitantes. Quien la encontró había
renegado de la existencia de la virgen porque su hijo estaba enfermo.
Le construyeron una capilla en su honor, despegaron el pedazo de
pared y actualmente se encuentra en el altar en el centro de la comu-
nidad a unos metros de donde fue el hallazgo.
La aparición más reciente sucedió en un trastero de barro de
una humilde vivienda del Plan de la Cruces —lugar mejor cono-
cido como La Antena—. La descubrieron el 11 de septiembre de
1999, en los terrenos de Petra Gómez Alvarado, en la pequeña casita
donde vivía José Luis Mata Gómez quien ya falleció. Vieron por
primera vez la imagen cuando fueron a cortar elotes a la milpa. Des-
pués desprendieron el pedazo de barro y lo pasaron a la capilla que
se edificó en ese lugar con la misma limosna que se fue recibiendo
y desde ese año se le festeja, el 11 de diciembre por la noche se hace
una velada y la familia propietaria del predio que vive en la cabecera
municipal se concentra allá esos días hasta el 12.
De ese acontecimiento solamente quedaron las fotos ampliadas
que les tomaron porque la original plasmada en el barro ya se borró,
porque la gente la tocaba. En la imagen original se veían guías de
rosas de un solo pétalo alrededor de la estampa. Cuando se dio el
hecho el padre Pedro Rumbo Alejandri fue a ver el prodigio y el
párroco Rafael Valencia bendijo las fotos amplificadas que todavía
se conservan. María Felicitas Sánchez dice que desde el 2009 al sa-
car réplicas a la foto ampliada siempre aparece un resplandor en la
esquina derecha de la copia.
197
Víctor Cardona Galindo

Antes de que apareciera la virgen, doña Petra percibía todos los


días —cuando iba a dejarle de comer a José Luis— un fuerte olor a
copal y por las noches José Luis sentía como todo el lugar se impreg-
naba de un intenso olor a rosas.
Ese día de la aparición por la noche entró a la pequeña vivienda
mucho viento que se llevó el calendario que colgaba del armario y al
otro día estaba la imagen de la virgen dibujada en el barro.
Atoyac es un pueblo muy apegado a la devoción guadalupana;
por toda la ciudad la gente ha colocado pequeñas capillas en su
honor. En la calle Galeana una ermita está en la colonia Sonora
frente a la vivienda del contador Gabino Hernández. Hay otra por
el Atrancón en el callejón que va para la casa de Ezequiel Arreola y
una virgen despide a todos al salir de la ciudad en la carretera que
va al Paraíso. Los choferes se persignan al pasar. En la entrada de la
ciudad en un paredón está una pequeña capilla a la virgen de ahí
salen todos los años las peregrinaciones de las combis cuyo gremio
de transporte organiza la procesión más colorida y más grande. Otra
imagen está en la calle Juan Álvarez frente a la casa de Decidor Silva
Valle, donde desde el día primero comenzaron los rezos. En la calle
de Francisco González Bocanegra está una pequeña capilla dedicada
al Divino Niño y al frente otra dedicada a la guadalupana. En todos
esos lugares habrá pozole por la noche del 11 de diciembre y en las
casas de las familias que tradicionalmente festejan a la morenita del
Tepeyac.
Rosa Santiago Galindo tiene 89 años y recuerda como eran las
fiestas a la virgen a mediados del siglo pasado. La gente se organiza-
ba, se anotaban para la rifa de la cual salía el mayordomo y la dipu-
tada mayor. Los demás que participaban en la rifa quedaban como
ayudantes. Aunque también se anotaban ayudantes voluntarios. To-
dos se ponían de acuerdo se cooperaban. Comenzaban por acarrear
palos para las enramadas y mataban marranos. Cuando iban a co-
menzar a construir la enramada tiraban una bomba, era la señal que
ya comenzaba la fiesta. Entre todos llevaban: maíz, ceniza, panocha,
chiles y todos los ingredientes que se necesitan para los guisos, tras-
198
Mil y una crónicas de Atoyac

tes, en primer lugar ollas y cazuelas grandes para poner el atole, el


pozole y el café. Era una fiesta de todos, se comenzaba por poner los
nejos e ir a lavar el nixtamal al río y luego ir a molerlos en el metate.
Había voluntarios tanto para menear el atole como para matar los
cuches. Como no había luz eléctrica en ese tiempo se organizaban los
hombres y con bestias iban a la sierra a traer cargas de rajas de ocote
y con eso hacían hachones para el alumbrado. Se armaban muchos
rollos de hachones que se prendían alrededor de la fiesta.
La fiesta era en la casa del mayordomo, la gente llevaba a la vir-
gen del mayordomo saliente al entrante. Eran imágenes de cuadros,
las que se veneraban y le hacían una especie de arco como nicho
donde las colocaban entre coronas de flores. Los altares eran muy
coloridos adornados con telas. Cuando estaban haciendo la comida
bailaban fandango de arpa en una tarima. Eran muy famosas las
fiestas que se organizaban en la casa de doña María Gómez en la
calle Florida, iba mucha gente y a lo lejos se escuchaba el murmullo
de la marimba.
Se saboreaba el arroz con “frito de cuche”, se sacrificaban reses
para que comiera la gente y se repartía el atole de nejo pintado con
polvo de achote. En la sierra continua la tradición. La fiesta más
grande es la del poblado El Camarón, en donde siguen nombrando
mayordomo y mayordoma. Todos los que se anotan para la rifa y no
ganan la mayordomía quedan como diputados. El mayordomo y la
mayordoma matan cada uno una vaca para repartir la comida el 12
de diciembre. Los diputados arreglan la capilla y reparten la comida
el 11 por la noche.
Antes, el día 12 de diciembre, a las niñas que le cantaban a la
virgen les llamaban loantas. Rosa Santiago Galindo la Tía Rosita
ensayaba a las pastoras, las aldeanas y las loantas. La buscaban para
que fuera a ensayar hasta en la sierra. Una ocasión estuvo un mes en
Puente del Rey donde la invitó Sotero Peralta para que ensayara las
loas. “Se buscaban niñas como de 12 años, las pedían prestadas a sus
papás, quienes tenían que dar su consentimiento porque les tocaba
vestirlas de blanco, con un velo y coronas de flores”.
199
Víctor Cardona Galindo

A pesar de su edad la Tía Rosita recita de memoria las loas:

Del cielo al suelo bajó


la soberana princesa
y fue tanta su belleza
que a Juan se le apareció.

Hijo Juan Diego le dijo


una merced me has de hacer
a México has de bajar
y al arzobispo has de ver.

Y le dirás de mi parte
que es mi última voluntad
que en el santuario me haga
una iglesia donde he de posar.

Ahora las loantas no se representan más y la tradición de las


aldeanas poco a poco se va perdiendo. Pero eso sí, en la mayoría de
los hogares católicos se levantan altares, hay rezos el 11 en la noche,
pozole y café negro. Algunas aldeanas extraviadas, grupos vestidos
de blanco cantando las mañanitas con guitarra o solamente a ca-
pela y diversas danzas recorren la ciudad. La festividad comienza a
las cinco de la mañana del 11 cuando familias enteras y grupos de
amigos llegan a cantar las mañanitas a la iglesia o a la capilla de la
colonia o de la comunidad.
Las peregrinaciones comienzan el día primero de diciembre por
la tarde, salen de diferentes rumbos de la ciudad y llegan a la pa-
rroquia. Alrededor de unas cuatro al principio y a medida que se
va acercando el día de la virgen van aumentando las procesiones y
llegan a juntarse hasta 10 manifestaciones religiosas en la tarde del
11 de diciembre. El día 3 de diciembre, por ejemplo, llegaron cinco
marchas, la primera fue la de la colonia Pindecua amenizada por la
banda de viento, las campanas se dan al vuelo al llegar el estandarte
de la virgen y la hermandad de Jesús de Nazareth, auxilia a los pere-
200
Mil y una crónicas de Atoyac

grinos y los organiza. El padre sale a bendecirlos y todos pasan a la


iglesia mientras la banda toca las mañanitas.
El otro cortejo salió del Tamarindo. La gente sigue llamando
Tamarindo al lugar a pesar de que el árbol que le dio el nombre hace
muchos años que dejó de existir. Un acompañamiento más salió del
Parazal y otra de la calle Hidalgo. Luego se escuchó el escándalo por
la calle principal de la familia Astudillo Cabañas que organizó una
peregrinación acompañada por la banda de viento, todo es alegría
en esta tarde de diciembre.
Los fotógrafos colocan sus mejores adornos en el atrio de la igle-
sia: caballitos y burritos de madera y al fondo una pintura o una
escultura de la Virgen para tomarles la foto a los niños vestido de
inditos. En las calles aledañas a la parroquia y cerca del zócalo todo
está ocupado por los comerciantes que venden flores de noche bue-
na y todo tipo de adornos navideños. Algunos grupos llegan sin
música, tal vez no les ajustó el presupuesto para contratar a la banda,
pero ellos cantan

¡Oh! María, madre mía


¡Oh! Consuelo del mortal
amparadme y guiadme
a la patria celestial.

Llegan unas con más peregrinos que otras, pero al final la parro-
quia es un mar de gente.

Nota: En el trabajo “Las apariciones de la virgen de Guadalupe” mencioné


que la fiesta más grande que se hace a la guadalupana en la sierra es en El Cama-
rón; corrijo, la mayor fiesta de la virgen de Guadalupe, es la del Paraíso donde es
la santa patrona y cada año acude el obispo a realizar confirmaciones. Y sí la del
Camarón está entre las más importantes. Agradezco al señor Evodio Argüello su
observación.

201
Víctor Cardona Galindo

La fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí


A la izquierda, por la entrada a la comunidad del Ticuí están los
restos de lo que fue un símbolo de prosperidad de la región. Las rui-
nas de la fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí”, cuyas
paredes poco a poco van siendo corroídas por la lluvia y el tiempo.
Ese monumento histórico se va cayendo a pedazos.
A las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el
cielo del caserío. Una parvada sale de la boca del Chacuaco y dos más
de los tubos abandonados de las turbinas. Hubo un tiempo en que
esas ruinas abandonadas fueron hábitat de las lechuzas (“ticuirichas”
les dicen por acá) que perecieron al tener la desdicha de encontrarse
con bien orientadas balas calibre 22.
Desde que tengo uso de razón la fábrica estaba en ruinas. De
niño fui por una rueda que usé para hacer una carretilla de palos con
la que iba a la leña. Esa fue la parte de la fábrica que me tocó, una
vez don Filemón Pérez le dijo a papá que fuera por leña, hubo quie-
nes se llevaron grandes trozos de madera que hasta la fecha sirven de
tirantes a las casas de tejas.
Miembros de la colonia española de Acapulco construyeron esa
factoría para aprovechar las cosechas de algodón que eran abundan-
tes en la región y tener mejores ganancias en el comercio de telas.
En el contexto estatal las empresas españolas ocuparon el lugar
que había dejado vacante la Nao de China, que dejó de venir en
1821. El control comercial de los españoles era absoluto, así lo contó
don Luis Hernández Lluch: “El medio de transporte era la arriería;
venían cientos de recuas de Morelia, Oaxaca, Puebla y Cuernavaca.
Traían mercancía del lugar de origen y llevaban productos ultrama-
rinos a diferentes partes de la república, estas compañías progresa-
ron mucho; en el tercer tercio del siglo xix llegaron a controlar a las
autoridades del estado y en los 30 años del porfiriato las empresas
gachupinas eran muy poderosas, estaban bien organizadas y en la
década de 1890 se fusionaron creando la firma Alzuyeta, Fernán-
dez, Quiroz y Compañía, quienes planearon construir un complejo
202
Mil y una crónicas de Atoyac

textil para evitar traer las telas de Europa y ahorrarse los gastos de
importación y de paso aprovechar la gran cantidad de materia prima
barata que existía en ese momento en las dos costas de Guerrero”.
El algodón es un cultivo ancestral, ya era cosechado por los pue-
blos de Mesoamérica. Las telas de algodón eran parte de los tributos
que los aztecas obtenían de la provincia cuitlateca de Cihuatlán. In-
cluso Humboldt en 1803 escribió que en la Costa Grande florecía el
algodón y que todavía no se conocían las máquinas despepitadoras y
recomendaba el cultivo de café cerca de Chilpancingo. A mediados
del siglo xix se habían instalado algunas máquinas escarmenadoras
de algodón en la zona de Huertecillas y los Arenales.
Luego vinieron los esfuerzos por explotar industrialmente el al-
godón. Antes que la del Ticuí, hubo dos fábricas de hilados y teji-
dos en Atoyac que comenzaron a funcionar en 1860. En 1865, una
creciente del río Atoyac en la madrugada del 29 de septiembre se
llevó la industria propiedad de Rafael Bello y Antonio A. Pino esa
factoría estuvo instalada en el lugar conocido como El Rondonal en
los contornos de lo que ahora es la colonia Mariscal.
Luego, en 1867, iniciaron los trabajos de otra fábrica dentro de
la población, que debido a la perseverancia de los trabajadores —
dice doña Juventina Galeana— don Rafael y don Antonio la llama-
ron La Perseverancia, por eso ahora el mercado municipal se llama
así, porque en dicha zona estuvo la industria que, posteriormente, se
quemó. Silvestre Mariscal en sus memorias (en 1912) menciona las
ruinas de esa factoría. De recuerdo también quedó el lugar conocido
como El Barreno ubicado en la parte norte de la ciudad, porque ahí
barrenaron el cerro para llevar agua a la fábrica.
El 11 de mayo de 1876 falleció en Acapulco el señor Rafael Be-
llo, propietario de la fábrica de mantas La Perseverancia de Atoyac.
“Bello nació en Tixtla y fue presidente municipal de Acapulco. Fue
asesinado por la policía de Acapulco”, informaba El Fénix en su
edición 31, publicada el 17 de junio de 1876, la sociedad se indignó
por el asesinato porque se dijo que fue una celada preparada con
antelación; un grupo de ciudadanos de Atoyac pidieron al juez de
203
Víctor Cardona Galindo

primera instancia, el 20 de mayo de 1876, castigo para los policías


que lo asesinaron, porque era benefactor de esta municipalidad. La
carta fue enviada por Rómulo Mesino.
En el mismo periódico El Fénix, 31, en la página 4, donde se
habla de los movimientos de pasajeros del puerto se asienta que salió
el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot nacional
“Mexicano” el ciudadano español D. Alzuyeta. Los españoles eran
dueños de una flotilla de barcos y en el comercio aniquilaban cual-
quier competencia. Ellos controlaban el movimiento de mercancías
y de los productos de la región.
El grupo Convivencia Cultural que encabezaba doña Juventina
Galeana Santiago publicó en 1992, la Historia de la Fábrica Progre-
so del Sur, primer trabajo que se hizo para rescatar los testimonios
sobre esa industria y después se han publicado algunas tesis sobre el
tema. El cronista del Ticuí Armando Fierro Gallardo ha recopilado
documentación y testimonios. De ahí se desprenden algunos datos
y otros más fueron proporcionados por don Luis Hernández Lluch
muchos años antes de su fallecimiento.
Corría el año 1900, cuando arribaron técnicos de Alzuyeta,
Fernández, Quiroz y Cía. a localizar un terreno para construir una
fábrica de hilados y tejidos, lo localizaron en el paraje del Ticuí.
Comenzaron los trabajos en el año 1901. Se encontraron con el
obstáculo de cómo transportar la pesada maquinaria que requería la
fábrica. Localizaron en Francia una compañía que se comprometió
a traer los equipos mecánicos.
En los predios localizados para la construcción ya habían co-
menzado a trabajar albañiles y carpinteros, nada más faltaban las
máquinas. A fines de 1902 llegó un barco francés al lugar deno-
minado Rancho del Real, hoy Llano Real esa playa era la propicia
según los marinos para desembarcar el material para la instalación
de la factoría.
En 1901 se terminó la construcción de la atalaya de 50 metros
de altura, que los habitantes del Ticuí llaman el chacuaco; sobre esta
construcción funcionó el primer pararrayos que hubo en la región,
204
Mil y una crónicas de Atoyac

mismo que protegía hasta parte de la ciudad de Atoyac. El chacuaco


sirvió de mirador durante la revolución, al interior todavía existen
restos de una escalera de fierro que llegaba hasta la cima. Su estruc-
tura es de tabique rojo, cal, sin castillos de varillas ni cemento, es de
forma cilíndrica con cuatro metros de diámetro.
Los lugareños recuerdan cuando Lucio Ochoa Juárez, se subió
al chacuaco porque su novia Julia Bello había terminado con él. De
ella se recuerda su carácter duro. Borracho quiso ahogar sus penas
tirándose de la atalaya, se colgaba y bailaba un sainete en lo alto, en
donde únicamente los zopilotes se sientan. Él se colgaba y se volvía a
subir. El pueblo estaba a punto del desmayo cuando Gabino Mendo-
za y otro señor, cuyo nombre escapó de la memoria, lo agarraron de
los brazos y lo subieron al borde para bajarlo por dentro poco a poco.
Del chacuaco alguna vez salió humo proveniente de la máquina
pintadora de telas, pero una vez que la vendieron el humo desapare-
ció. Don Celestino Fierro recuerda que por debajo de la fábrica había
pequeños túneles que llevaban el humo al chacuaco que lo sacaba has-
ta arriba evitando que el lugar de trabajo y el pueblo se contaminara.
Volviendo a la construcción de la fábrica, fue a fines de 1902
cuando se organizó un equipo de hombres conocedores, entre ellos
Fernando Lluch Jacinto, quien era experto en maniobras marítimas
porque había sido capitán del barco El Mexicano, propiedad de los
Alzuyeta, por ello él se encargó del desembarque de la maquinaria
en compañía de otras 40 personas.
José Diego con sus hijos Julián y Adulfo trasladaron por tierra
la maquinaria, encadenando 10 carretas movidas por 20 bueyes y
así llegó la maquinaria al paraje del Ticuí. Para la instalación las em-
presas españolas trajeron a un ingeniero de la región de Cataluña,
España, pero fracasó. Obdulio Fernández, uno de los socios, recu-
rrió al presidente municipal de Acapulco, quien con la cooperación
del cónsul francés, les ayudó en la liberación de un preso de origen
galo, que era ingeniero.
El preso liberado de la cárcel de Acapulco era León Obé Peni-
toc, quien nació en una villa perteneciente a la ciudad y puerto de
205
Víctor Cardona Galindo

Cherburgo, Francia. Había hecho sus primeros estudios en su tierra


natal (en 1865) en donde estudió para mecánico textil, pero cambió
de idea y pasó a la escuela naval donde se graduó como ingeniero
náutico; se ocupó en varios barcos como jefe de mantenimiento de
maquinaria naval, también trabajó en barcos de guerra.
Este ingeniero estaba preso en Acapulco por haber dado muer-
te al capitán de su barco, por haberle faltado a su esposa. Al ser
liberado por los empresarios españoles, les instaló por primera vez
la fábrica de hilados y tejidos de Aguas Blancas y posteriormente
la del Ticuí. Por la experiencia que tenía en los barcos de guerra,
León Obé fabricó unos cañones que fueron utilizados por los revo-
lucionarios de Atoyac en las batallas de 1918, contra los verdes de
Rómulo Figueroa.
León Obé Penitoc se casó con Emilia Quiñones con quien pro-
creó a León, Irene, y María Guadalupe Obé Quiñones. León murió
en 1917, de tétanos, al lado de su esposa.
Entre las primeras obras que hicieron los españoles estuvo la
construcción del canal que tenía la función de traer abundante agua
del río hasta la industria para generar la energía eléctrica que diera
movimiento a la maquinaria, misma que posteriormente se propor-
cionó al pueblo. El viejo canal tiene una longitud aproximada de
cuatro kilómetros por tres metros de ancho y una altura aproximada
de tres metros, que a partir de la compuerta se viene reduciendo
hasta llegar a la entrada de las turbinas. Está hecho de piedra, arena
y una mezcla de un material que parece cal.
Durante la construcción de la fábrica se enfrentaron muchas
eventualidades. El Periódico Oficial del estado de Guerrero en su nú-
mero 49 publicado en Chilpancingo el viernes 4 de diciembre de
1903 informaba: “Con fecha 3 de octubre de 1903, en el punto
conocido como El Real, jurisdicción del municipio de Atoyac, se
fue a pique la lancha Perla con matrícula de Acapulco, que conducía
materiales para la construcción del edificio de la fábrica de hilados
y tejidos que se está estableciendo en el barrio del Ticuí municipio
aludido. El accidente no causó desgracia a persona alguna”.
206
Mil y una crónicas de Atoyac

Luego en enero de 1904: “Con motivo de la explosión que hizo


un cohete, en los trabajos de construcción del canal, para la nueva
fábrica de Hilados y Tejidos del Ticuí, municipio de Atoyac resul-
taron gravemente heridos los operarios Juan Villanueva y Bonifacio
Mesino, el día dos de este mes”, informaba el mismo periódico en su
edición del 18 de marzo de 1904. Y el día 5 de febrero se comentaba
que el operario Felipe Fierro que trabajaba en la construcción del
canal para la nueva fábrica de Hilados y Tejidos del Ticuí, ubicada
en el municipio de Atoyac, fue herido de un brazo por la explosión
que hizo un cohete de dinamita, se leía en el Diario oficial el 22 abril
1904. Además de que los trabajadores seguido se enfrentaban entre
ellos, como se pública en la edición número 58: “El 23 de julio de
1904, en el trabajo de la fábrica del Ticuí, fue gravemente herido el
individuo Cruz Ramona procedente de Chilapa, por Julián Gómez,
quien mató a garrotazos a Ramona, capturaron al matador”.
El cronista del Ticuí, Armando Fierro Gallardo recuerda que los
empresarios españoles abrieron un brazo al río para que por ahí co-
rriera el agua a través de un canal, el cual estaba hechos de tabiques
en algunas partes y en otras se utilizaron los cauces naturales: “el
agua procedente del río corría alegre y alocada de tumbo en tumbo
los casi cuatro kilómetros hacia su destino las turbinas de la gran
industria textil para después volverse a juntar en el río Atoyac…
Durante su recorrido las cristalinas aguas acariciaban las orillas del
canal, besaban con rapidez las hojas de las plantas silvestres, las rocas
se agachaban al paso de la corriente que se desbordaba de alegría
entonando su música natural, vigorosa y exótica se deslizaba por
todo el canal”.
Al sur de la fábrica de hilados y tejidos donde desembocaba el
canal se hacía una cascada de ocho metros de altura que era conoci-
da como El Salto Artificial, en las orillas de las poza que se formaba,
lavaba la ropa María Sixta Gallardo María la Voz, muy de mañana
pasaba invitando a las vecinas para ir al canal, pero nadie quería ir
con ella porque le tenían miedo a la voz de hombre que le salía del
estómago.
207
Víctor Cardona Galindo

II
En 1904, con el objetivo de facilitar el tránsito entre Atoyac y la
nueva fábrica del Ticuí durante la temporada de secas se construyó
en el río un puente provisional de madera, cuya mejora fue llevada a
cabo por los empresarios de la citada fábrica con el apoyo del ayun-
tamiento y la ayuda del trabajo personal de los vecinos, publicaba El
Periódico Oficial del Estado de Guerrero el miércoles 10 de diciembre
de ese año.
Durante el periodo de lluvias los pangueros no se daban abasto
para pasar a los trabajadores que iban de Atoyac y a la gente del
Ticuí que necesitaba atravesar el río. Uno de los pangueros que se
recuerdan es Antonio Solís Hernández. Otros que en 1964 tenían
pangos eran Luis Galeana Hernández, Antonio Ávila y Victorio Ga-
ribo.
La tarea de construir un puente de madera se desarrollaría todos
los años hasta 1991. El comisario organizaba a los habitantes del
Ticuí, se cortaban troncos, varas y lianas para hacer chundes que se
llenaban con piedras y se les colocaban encima troncos de palmas,
luego les ponían tablitas encima y así pasaba la gente. No se podía
pasar corriendo, si alguien lo hacía tenía el riesgo de rebotar e ir a
dar al agua o romperse un hueso al caer sobre las piedras.
A finales de los años cincuenta construyeron en el río dos gran-
des muros, uno de cada lado donde amarraron gruesos cables de
acero que sostenían las balsas que cruzaban el río, en tiempo de
lluvias, llevando de ida camiones cargados de algodón y de regreso
grandes estibas de manta. La plataforma era de madera y era empu-
jada con palancas por un grupo de balseros.
Fue el 20 de agosto de 1904 cuando la fábrica quedó instalada y
se probó el 16 de noviembre de 1904, dando buenos resultados, por
lo que se empezó a trabajar regularmente el 1 de enero de 1905. Fue
entonces cuando se inició la producción de telas como la indiana y
manta. Aquí llegó a producirse una tela muy famosa conocida como
indio Atoyac. Según las investigaciones de doña Juventina Galeana
208
Mil y una crónicas de Atoyac

se produjeron: indiana, manta, fioco, driles y sedas. Y en la década


de 1905 a 1915 se fabricaron telas superiores a las europeas. Había
un equipo de ingenieros textiles de origen catalán y francés. Las
jornadas de trabajo eran de 14 horas diarias. Había turnos diurnos y
nocturnos y los salarios eran de 6 a 12 centavos. Ésta fue una de las
factorías que tuvo su impulso en la decadencia del porfiriato. Por lo
que se trabajó en ella con tranquilidad algunos años, pero la región
comenzó a convulsionarse por la Revolución Mexicana, tanto que
el día 28 de abril de 1911 esta factoría recibió los embates de los re-
volucionarios maderistas que buscaban de alguna manera vengar los
agravios que los españoles cometían contra la población trabajado-
ra, por este ataque la factoría suspendió temporalmente sus trabajos,
para posteriormente reanudar sus labores sin tropiezos hasta 1928.
Como recuerdo de aquellas revueltas el chacuaco luce un caño-
nazo que le dieron durante un combate. Es como una gran cicatriz
que se suma a los surcos profundos dejados por los rayos que lo
enfrentan cada año. Las cuarteaduras se ven desde lejos.
En el levantamiento mariscalista de 1918 y durante la rebelión
delahuertista la fábrica y sus alrededores fueron testigos de los en-
frentamientos que se dieron, el más sangriento fue el 19 de diciem-
bre de 1923 a las 10 de la mañana cuando fuerzas agraristas al man-
do de Pilar Hernández atacaron esa industria de donde sustrajeron
armas, parque y ropa. Además ajusticiaron a varios españoles, entre
ellos al señor Federico Hormachea. Durante la rebelión vidalista el
guerrillero Gabino Navarrete Juárez se hizo famoso por el asedio
permanente que hacía a la tropa federal acuartelada en esas instala-
ciones fabriles.
En el salón de escarmenado, a un lado de donde estaba la des-
pepitadora, colindando con lo que ahora es el centro de salud, está
sepultado el coronel Jesús Merino Bejarano de la tropa federal que
vino a combatir al general Amadeo Vidales. Merino perdió la vida el
5 de febrero de 1927 en un combate en Atoyac y fue sepultado en El
Ticuí. Dicen que este oficial se convirtió en el fantasma de la fábrica.
Algunos obreros que trabajaron en el turno de la noche aseguraban
209
Víctor Cardona Galindo

haberlo visto pasar. Su espectro beige recorría los telares, el batiente


y todas las áreas de trabajo.
Por la mañana la gente se despertaba al triple sonido de la calde-
ra a las cuatro y media de la mañana, faltando cuarto para las cinco
se oían dos silbatazos y a las cinco uno. Cuando no había calor en la
caldera, se tocaba en el corredor una gran campana, cuyo sonido se
escuchaba hasta Zintapala. El cronista Rubén Ríos Radilla recuerda
“el tañer de la enorme campana colocada en el corredor exterior y
el pitido tradicional que hacía volver a los obreros a su trabajo”. Esa
campana junto con el cañoncito que tenían para disparar salvas en
los días festivos, fueron vendidos en San Jerónimo por el último
consejo de administración que encabezó don Cruz Valle.
Los españoles viajaban de Acapulco por medio de embarca-
ciones que cruzaban la laguna de Coyuca y la de Mitla hasta Los
Arenales y de ahí en carretas hasta El Ticuí. Ese era el viaje de los
ejecutivos de la fábrica.
El 27 de diciembre de 1933, se suspendieron las labores por
un conflicto obrero-patronal, pues los obreros pedían formar un
sindicato que se integró más tarde con el nombre de Felipe Carrillo
Puerto. Los españoles pararon las actividades por no estar de acuer-
do con la creación de ese organismo gremial. Los protagonistas de
este movimiento sindical fueron Enedino Ríos Radilla, David Flo-
res Reynada y Lorenzo Fierro González. Pero en ese momento no
únicamente la organización de los trabajadores venía a cambiar el
rumbo de la fábrica, también fue en ese año cuando la mayoría de
los campesinos costeños dejaron de sembrar algodón y comenzaron
a cultivar ajonjolí, se generalizaron las plantaciones de palmeras y
otros ya callejoneaban la sierra sembrando café.
Al siguiente año, en 1934, llegó de gira buscando la presidencia
de la República el general Lázaro Cárdenas y Enedino Ríos Radilla
lo invitó a la fábrica donde se reunió con el sindicato de trabajado-
res. “El general Lázaro Cárdenas llegó caminando desde Atoyac”, re-
cuerda el obrero José Solís. Los obreros le expusieron el problema de
la falta de recursos para el funcionamiento de la factoría. Cárdenas
210
Mil y una crónicas de Atoyac

les sugirió que se constituyeran en una sociedad cooperativa para


que el Banco Obrero les proporcionara un préstamo para iniciar la
explotación de la industria para el beneficio de los socios.
David Flores Reynada y Enedino Ríos Radilla fueron los dos
líderes que se preocuparon porque esta industria continuara funcio-
nando para bien de los trabajadores y del pueblo. Llegando el Tata a
la presidencia y con la ayuda del diputado federal Feliciano Radilla
Ruíz los bancos de Fomento Cooperativo y Fomento Industrial die-
ron crédito a la nueva cooperativa que se constituyó el 18 de abril
de 1938.
Por tal motivo la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur
volvió a funcionar el 20 de noviembre de 1938, fecha en que el presi-
dente de la República Lázaro Cárdenas del Río la entregó al pueblo,
ahora con la razón social Sociedad Cooperativa de Participación Es-
tatal David Flores Reynada, quedó como gerente Enedino Ríos Radi-
lla y como presidente del consejo de administración, Lorenzo Fierro
González.
El préstamo bancario de medio millón de pesos lo utilizaron
para desazolvar el canal y la reparación de la maquinaria que estaba
deteriorada por falta de mantenimiento. A la cooperativa se le llamó
David Flores Reynada, en honor al líder socialista y promotor sindi-
cal asesinado el 9 de abril de 1934 por los reaccionarios del gobierno
y del municipio en el campo de aviación hoy conocido como La
Pista, en las inmediaciones del panteón.
En ese tiempo se vino la Segunda Guerra Mundial y la deman-
da de manta para limpiar los cañones de la armas aumentó, por
eso se pudo exportar las telas fabricadas en El Ticuí hasta Europa.
Se vino la mejor época que tuvo esa factoría y la prosperidad que
se añora. Enedino Ríos Radilla como gerente de la cooperativa era
muy dinámico y con las ganancias embanquetó el jardín principal
y dio energía eléctrica al Ticuí y a la ciudad de Atoyac. Impulsó la
escuela primaria Valentín Gómez Farías, trajo la misión cultural,
donde se daban clases de artes y oficios, ahí aprendieron solfeo mu-
chos músicos que con los años destacarían. Se instaló una escuela de
211
Víctor Cardona Galindo

capacitación agrícola y la primaria nocturna para los que no sabían


leer ni escribir.
Con la participación de los obreros se organizaban desfiles en
los días de festejos nacionales, como el 24 de febrero, el primero de
mayo, 5 de mayo, 16 de septiembre y el 20 de noviembre, eventos
en los que se repartía miles de refrescos. En el segundo piso de las
oficinas industriales se hacían suntuosos bailes donde las ticuiseñas
y jovencitas venidas de otros lugares lucían su belleza.
La turbina y un gran transformador instalados al interior de
la fábrica, abastecieron durante mucho tiempo de luz eléctrica a la
cabecera municipal. Eran los tiempos en que los ticuiseños veían de
manera despectiva a los de Atoyac, los llamaban indios porque ellos
se sentían descendientes de españoles. Desde que tomó posesión la
cooperativa de la fábrica se instituyeron tres turnos de ocho horas
cada uno: de cinco de la mañana a una de la tarde, de dos de la tarde
a 10 de la noche y de 10 de la noche a cinco de la mañana. Había
obreros que trabajaban doble turno de cinco de la mañana a las 10
de la noche para ganar más. El ruido de la fábrica era muy fuerte,
el silbato tocaba tres veces, al último silbatazo deberían de estar en-
trando a trabajar.
Un obrero tejedor en 1940 ganaba por ocho horas de trabajo
14 pesos semanales. Durante los días de paga se instalaba un gran
tianguis al frente de la fábrica, donde se compraba todo lo necesario.
Rosa Santiago Galindo, Tía Rosita, trabajó en los telares, a fines
de los años 30, dice que sacaban telas de 70 centímetros y de un me-
tro. Recuerda que había máquinas grandes escarmenadoras: “había
máquinas moloteras que hacían bolas el algodón. Luego máquinas
donde salían recortes de algodón de unos 25 centímetros. En el telar
tenía uno que estar alerta porque con un hilo que se reventara se
hacía la reventazón, teníamos que añadir el hilo con un nudo muy
fino para que no se notara en la manta”.
La Tía Rosita a sus noventa años rememora: “a las cuatro y me-
dia sonaba el primer pitido muy fuerte y el chacuaco era un volcán
de humo, echaba bolas de humo”. Aunque hay quienes aseguran
212
Mil y una crónicas de Atoyac

que esa chimenea era solamente un emblema o un mirador, en la


etiqueta para embarques de telas que usaban los Alzuyeta, Fernán-
dez, Quirós y Cía., se ve el dibujo de la factoría y el chacuaco echan-
do humo. Don José Solís dice que el chacuaco echó humo mientras
existió la máquina para estampar las telas: “los vapores eran muy
dañinos para la población por eso salían hasta arriba”.
La Tía Rosita, quien laboró ahí en 1937 cuando tenía 14 años,
se levantaba a toda prisa para poder llegar puntual al Ticuí: “Se es-
cuchaba el primer pitido a las 4:30 de la mañana, otro a las 4:45 y
uno más a las 5:05. Volvían a escucharse a las 13:30, 13:45 y 2 de
la tarde cuando la gente estaba entrando y saliendo por el enorme
portón. La gente no cabía saliendo y entrando a las dos de la tarde.
Por la noche no se escuchaba el pitido, el turno de las dos de la tarde
salía a las 2 de la mañana y luego volvían a entrar a las cinco”.
A las cinco de la mañana estaba llegando la gente a trabajar.
Chalío era el panguero, les cobraba dos centavos o tres centavos por
pasada, siempre le pagaban de regreso. En ese tiempo don Pilar era
el calderero, tenía los dos pies de palo porque se había accidentado,
él era el encargado de dar las horas y nunca se le pasaban.
La mayoría de los trabajadores de ese tiempo eran del Ticuí o se
quedaban a dormir ahí. Eso hicieron en un tiempo la Tía Rosita y
sus hermanos: Cliserio y María del Refugio, quienes rentaron una
casita a la familia Fierro. La Tía Rosita recuerda que había personas
que vigilaban la labor y les pagaban por metraje. En los telares no
había un sueldo fijo.
Su mamá Bernabé Santiago García les llevaba de comer. El al-
muerzo era a las nueve de la mañana. Al salir la Tía Rosita y sus dos
hermanos se iban caminando rumbo al río y comían donde encon-
traban a su mamá, a veces en el playón debajo de los ahuejotes y
guamúchiles. El Camino Real se llenaba de gente que iba y venía del
Ticuí, los jovencitos y jovencitas llevaban de comer a sus padres. En
todas las sombras de los árboles había obreros comiendo. Se pasaban
15 minutos corriendo y 15 minutos comiendo, porque les daban
media hora para tomar sus alimentos recuerda la Tía Rosita.
213
Víctor Cardona Galindo

III
Cuando había creciente del río, las aguas del canal subían y en la
reja que estaba a la entrada de la turbina quedaban atrapados mu-
chos camarones y distintas especies de peces. Los obreros del turno
de la noche llenaban hasta tres cubetas de langostinos, aloncillos,
charritos, gueveninas, truchas, cuatetes y hasta robalos. Ahora de esa
turbina que sirve de nido a miles de murciélagos sólo quedan atra-
pados en el fondo de un foso los fierros viejos que los saqueadores
no pudieron llevarse a pesar de que usaron poleas.
Los viejos recuerdan los mejores años de la fábrica, cuando se
instaló un consultorio médico gratuito; el primero en su género de
la región. Había un médico pasante que daba atención a obreros y
a gente del Ticuí. La fábrica otorgó becas para que los jóvenes estu-
diaran para ingenieros y técnicos textiles en las ciudades de México
y Puebla. Con esas becas estudiaron: Antonio Galeana Pano, Adolfo
Carreto Bello, Efrén y Refugio Ríos, quienes egresaron de la Escue-
la Superior de Ingeniería Textil del Instituto Politécnico Nacional.
Antonio Galeana, Toñito, se especializó en diseño textil y trabajó en
importantes empresas como gerente de diseño de telas para tapice-
ría. De los demás hablaremos más adelante.
El Ticuí presume haber tenido la primera escuela federal de la
región, la primaria Valentín Gómez Farías en donde estudiaron mu-
chos personajes destacados del municipio y recuerda aquella cruza-
da de alfabetización que sacó de la oscuridad a muchos obreros y
campesinos. Pero de pronto esos tiempos de prosperidad se vinieron
abajo cuando el gerente Enedino Ríos Radilla murió en un trágico
accidente aéreo el 15 de diciembre de 1951, junto al industrial Elías
Hanan y el profesor Rómulo Alvarado.
Con la muerte del líder la empresa fue puesta en manos de su
hijo Efrén Ríos quien la administró de 1952 a 1956, pero por falta
de experiencia la dejó caer. Las actividades tuvieron que suspenderse
porque no se contaba con contratos para la producción y acabó por
traspasarla al español Antonio Esparza en 1956. Dicho empresa-
214
Mil y una crónicas de Atoyac

rio consiguió algodón y contratos para la producción en los años


de 1956 a 1958. Ya para entonces los obreros se dividieron en dos
grupos: los esparcistas y los que estaban en contra, por eso muchos
dicen que este español explotó a los obreros de manera injusta y
violó sus derechos como trabajadores, realizó los contratos sin tomar
en cuenta a los agremiados por medio de sobornos a los integrantes
del consejo consultivo y otros dicen que era un visionario que estaba
remodelando la fábrica y comenzaba a diversificar las actividades de
la industria entrando a la comercialización de copra y café que era la
moda en ese momento.
Por cierto, el 22 de enero de 1956 a las cinco y media de la tarde
hubo un incendio en las instalaciones textiles, las alarmas sonaron y
con el apoyo de la población lograron sofocar el siniestro.
En 1958, los obreros se organizaron y lograron independizarse
del español. Continuaron trabajando bajo la dirección del gerente
José Valdés. Nulificaron el contrato que existía ante la Secretaría de
Industria y Comercio; hicieron un nuevo contrato con la compañía
Costalmex, S. A., el 6 de mayo de 1960 con lo que recuperaron
sus derechos como obreros y la comunidad siguió siendo una de
las más importantes de la región. El Ticuí era considerado un lugar
próspero, era notable la llegada de muchas personas otras latitudes
en busca de trabajo, destacaban los poblanos, muchos de ellos se
quedaron a vivir definitivamente en El Ticuí.
Armando Fierro Gallardo entrevistó a don Cruz Valle, quien fue
obrero y el último presidente de la cooperativa, él le explicó cómo
funcionaba la fábrica:
El algodón era llevado a una máquina despepitadora donde se se-
paraba la semilla; después pasaba a otra llamada batiente que a través
de un ventilador lo despicaba, se batía todo de manera que iba sa-
liendo y se enrollaba en un rodillo. Posteriormente pasaba a las car-
das, una máquina que afinaba el algodón hasta convertirlo en hilo
grueso que luego era llevado a los manuales, un aparato de rodillos
donde el hilo grueso era adelgazado, después era dirigido a los veloces
gruesos cuya función era afinar más el hilo, de aquí entraba a otra
215
Víctor Cardona Galindo

máquina que se llamaba veloces finos, también integrada por rodillos


en los cuales se enrollaba el hilo y continuaba su procesamiento de
adelgazamiento que lo conducía a los trociles donde el hilo termina-
ba su proceso y estaba listo para dar paso a la fabricación de la tela.
Al salir de los trociles el hilo se enrollaba en unos objetos de
madera llamados canillas, después pasaba al carretero donde era en-
rollada en un cono para después ser trasladado a otra maquinaria
de nombre hurdidor, aquí pasaban los conos y se enrollaban en un
solo carrete, para ser trasladados al engomador que tenía forma de
un cajón de metal donde se ponía a hervir el almidón, por el cual
pasaba el hilo para empaparse del líquido que le daba consistencia;
al ir pasando por la secadora, que era como un tanque de cobre que
contenía vapor, el hilo se secaba instantáneamente, para posterior-
mente irse enrollando en unos carretes. De aquí al repaso, con mallas
agujeradas que servían para dividir el hilo y distribuirlo en los tela-
res, encargados de tejer para producir la manta.
Al ir saliendo la tela se enrollaba en otros rodillos para ser cor-
tados en rollos de 100 metros. Después era llevada a una prensa
hidráulica que formaba pacas de 500 metros y así se trasladaba al
almacén para posteriormente salir en camiones a la Ciudad de Mé-
xico y a Puebla, donde se pintaba de diferentes colores y finalmente
se distribuía para su comercialización.
Durante 1961 y 1962 el presidente de la Cooperativa fue Anto-
nio Galeana Hernández y el gerente, José Valdés. Había 277 obreros
de los cuales 196 eran cooperativistas y el resto asalariados. Tenía la
producción de 45 mil metros de tela harinera que se maquilaba para
la firma Costalmex. El contrato logrado con muchos esfuerzos per-
mitió a la Sociedad Cooperativa mover semanalmente 80 mil pesos
para el pago de sueldos.
El 23 de febrero de 1963 Pedro Bello fue electo presidente del
consejo de administración de la cooperativa David Flores Reynada,
contendió contra Celestino Juárez que se inconformó generándose
un conflicto interno que paralizó las labores de ese centro de pro-
ducción tanto que el presidente municipal Luis Ríos Tavera tuvo
216
Mil y una crónicas de Atoyac

que intervenir para unificar a los trabajadores, sin embargo poco


pudo hacerse.
Luego pasó a ser presidente de la cooperativa Juan Pino y para
1964, Celestino Juárez. A partir de ese año la fábrica comenzó a
decaer, ya se tenían pocos obreros.
El 28 de octubre de 1963, la Fábrica de Hilados y Tejidos Pro-
greso del Sur Ticuí dejó de trabajar temporalmente debido a un
fuerte adeudo fiscal de más de 90 mil pesos, que tuvo con la ofici-
na federal de Hacienda. Ahí es donde entró en acción el ingeniero
Adolfo Bello Carreto, quien en compañía del industrial José Elías
Hanan —hijo— se hicieron cargo de la fábrica e intentaron una
restructuración de la maquinaria y, el 11 de marzo de 1966 nueva-
mente la factoría abrió sus puertas, empezando así otra etapa con el
funcionamiento de nueva tecnología.
Fue el 2 de junio de 1965 cuando la fábrica del Ticuí dejó de
abastecer de energía eléctrica a la cabecera municipal para dar paso a
la red que tendió por primera vez la Comisión Federal delectricidad.
De 1965 a 1966, la presidencia de la cooperativa estuvo a cargo
de Cruz Valle. Fue en el año de 1966, cuando los trabajos de la fá-
brica quedaron suspendidos definitivamente y la destrucción inició
los estragos de la obra industrial más grande que haya tenido la
región. La sociedad cooperativa denominada David Flores Reynada
S. C. L., se encuentra registrada en la Secretaría de Industria y Co-
mercio con el número 2468.
En los años posteriores, el asoleadero de la fábrica fue utilizado
para secar coco y café, luego en los setenta se hacían grandes bailes
populares; ahí debutaron Los Tigros que más tarde se darían a co-
nocer como Los Brillantes de la Costa Grande.
Muchos obreros viven y recuerdan el proceso de destrucción.
Dice don Celestino Fierro Olea que: “La quiebra fue porque prin-
cipalmente la materia prima se puso cara, traían el algodón desde
Monterey, porque el de la Costa Chica no abastecía. Se estaban ro-
bando el fierro y lo vendían a los acaparadores de café. En Atoyac
muchas poleas de la fábrica se utilizaron para hacer piladoras. Hasta
217
Víctor Cardona Galindo

las ventanas se estaban robando, por eso se decidió vender la maqui-


naria como fierro viejo para ayuda de los obreros, de la venta dona-
ron 100 mil pesos a la secundaria que lleva el nombre de Enedino
Ríos Radilla, ubicada en esta localidad. Adolfo Bello a quien se le
pagó su educación desde la fábrica fue el principal vendedor de fie-
rros. A cada socio le dieron 500 pesos. Ese fue el finiquito. Y todavía
muchos vendedores de fierro viejo van a ver que encuentran”.
José García Salinas dice que “la quiebra de la fábrica se debió en
parte a los daños que produjo el huracán Tara que hundió toda la
presa del río y el agua ya no entró con fuerza al canal. No había agua
suficiente para mover la turbina y la fábrica no trabajaba al 100 por
ciento. Otra es que se fueron acabando las refacciones y se fueron
desmantelando unos aparatos para reparar otros, de los 150 telares
con los que contó la fábrica, en los años setenta, ya había ochenta
nada más. La maquinaria era obsoleta, un tejedor se pasaba todo el
día metiendo el hilo cuando se reventaba y el algodón lo traían de
Coahuila”.
Bartolomé Martínez Radilla atribuye el debacle de la fábrica a
la división de los obreros, a la corrupción de los líderes, a los malos
administradores y el saqueo del que fue objeto esta factoría por pro-
pios y extraños. Porque muchos se quedaron hasta con los terrenos
que eran de la factoría se apropiaron de ellos sin ninguna resistencia
y vendieron los mejores fierros sin ningún control.
Don José Solís dice que el último consejo de administración de
la fábrica comenzó vendiendo los escritorios, las máquinas de escri-
bir, las básculas y luego vendieron la maquinaria como fierro viejo
“se la llevaban de noche a México en tráiler, a los socios les dieron
una migaja, 100 pesos por certificado y los líderes se repartieron con
la cuchara grande”. Don José recuerda que él cambió sus dos certi-
ficados que los acreditaban como cooperativista por dos millares de
tejas. Eso fue lo que alcanzó en el tiempo de Efrén Ríos.
Al final tampoco se rendía cuentas de cuanto se cobraba por
energía eléctrica en la ciudad de Atoyac, había tantos líderes que no
se ponían de acuerdo, aunque se hicieron intentos de producir su
218
Mil y una crónicas de Atoyac

propio algodón y durante algún tiempo se sembró en las tierras que


luego fueron de Gumersindo Suástegui, pero no era de la calidad
que se necesitaba para la producción de manta. El año de 1971 fue
el último año que trabajó la fábrica, paró por falta de contratos y de
materia prima. Se sumó a esto los actos de corrupción de los líderes
que manipulaban el dinero de la cooperativa a su antojo y desapa-
recieron de la noche a la mañana la tienda de los obreros. Algunos
líderes hasta pusieron una tienda en Acapulco que les dejó muchas
ganancias y se cimentaron algunas fortunas. Otros se fueron a vivir a
esa ciudad donde construyeron casas con los recursos que les redituó
desmantelar la fábrica.
Se llevaron toda la maquinaria en camiones rumbo al puerto de
Acapulco donde se pesaba, pero nunca quedó claro ni se informó
con detalle del peso y el costo real de los fierros que fueron vendidos
como desecho.
Ante este panorama, se concluye que fueron los opositores a
Esparza los que trajeron a Hanan por intervención de Adolfo Ca-
rreto Bello, les hicieron creer a los obreros que iban a modernizar
la fábrica y comenzaron con demoler la maquinaria más antigua,
se llevaron los mejores fierros y todo el acero, en su lugar trajeron
maquinaria moderna pero muy endeble. Cuando Celestino Juárez
fue presidente de la cooperativa, todos apoyaron la venta de fierro,
pero los más beneficiados fueron los líderes.
Cuando yo era niño mi padre cantaba un corrido del cual úni-
camente me acuerdo de un verso:

El señor Concho Villalobos


grito un día que andaba borracho
mueran todos los fierreros
y vivan todos los guachos.

Hermilo Hernández, El Diablo, compuso también un corrido


donde menciona el desvalijamiento de la fábrica. Pero ese será tema
de otra página de Atoyac.

219
Víctor Cardona Galindo

Así recordamos a Ignacio Manuel Altamirano


Ignacio Manuel Altamirano es omnipresente. Da nombre tanto a
un callejón, a una modesta calle o una populosa avenida, igual que a
un jardín de niños, a escuelas primarias, secundarias y al primer mó-
dulo de un instituto de educación superior que se instaló en Atoyac.
En la unidad académica preparatoria 22, cada año el 31 de octubre
se levanta una ofrenda en su honor y para conmemorar el 120 ani-
versario de su fallecimiento, recordamos ahora al ilustre tixtleco que
nació el 13 de noviembre de 1834 y murió en San Remo, Italia el
13 de febrero de 1893, a los 59 años de edad.
Aquí en Atoyac, el Círculo Cultural Ignacio Manuel Altamira-
no, se fundó el 15 mayo de 1957 a propuesta del poeta Manuel S.
Leyva Martínez, mismo que presidió el mejor cronista que hemos
tenido Wilfrido Fierro Armenta y del cual formó parte el periodista
Rosendo Serna Ramírez. Este club hizo época, promovió la lectura
y concursos de poesía, sus miembros destacaron los llamados juegos
florales de ese tiempo.
Sin duda, leer a Ignacio Manuel Altamirano es apasionante.
Corría el año 1987, cuando este cronista cursaba el primer año de
preparatoria, el mejor maestro que he tenido, Fortunato Hernández
Carbajal me dio a leer Clemencia, la primera novela de mi vida. Creo
que la intención que tenía mi mentor era formarme en los más altos
principios liberales y quería arraigar en mí el amor por mi nación,
pero sobre todo iniciarme en el placer de la lectura. Resultó, porque
desde entonces he leído además: El Zarco, Navidad en las montañas,
Julia y Atenea, donde no he dejado de identificarme con sus nobles,
valientes y sufridos personajes como Fernando Valle, Nicolás, Pablo
y Julián. Pero sobre todo con los ideales que tenía nuestro escritor. La
lectura del libro Paisajes y leyendas. Tradiciones y costumbres de México
de editorial Porrúa 1974, sea quizá el texto que me inspiró a ser cro-
nista de mi pueblo, oficio que ahora ejerzo con mucha entrega.
Regulo Fierro Adame uno de los cronistas de mi municipio dice
que Altamirano fue quien bautizó a nuestras comunidades porque
220
Mil y una crónicas de Atoyac

estaba obsesionado con el número tres: por eso existen La Gloria,


El Paraíso y El Edén en la parte alta de la sierra, y muchas más que
para Regulo Fierro fueron los campamentos donde se encontraban
acantonadas las fuerzas del general Juan Álvarez y que fueron visita-
dos por el autor de Clemencia.
Pero no solamente esa hipótesis existe para recordar al ilustre sa-
bio tixtleco. En Atoyac estamos orgullosos porque Ignacio Manuel
Altamirano le dedicó dos poemas a nuestro río: “El Atoyac. En una
creciente” y “Al Atoyac”, ambos fechados en 1864. Este último poe-
ma lo incluí en el libro Agua desbocada. Antología de escritos atoya-
quenses, 2007, y ahora compañeros comunicólogos lo están musica-
lizando para crear conciencia en contra de la contaminación del río.
Según Wilfrido Fierro el río Atoyac, que mereciera la composición
poética del héroe de la Reforma Ignacio Manuel Altamirano, nace en su
ramal izquierdo más arriba del Paraíso, corriendo del noroeste al sures-
te hasta medio curso, es formado por los arroyos: Los Piloncillos,
Puente del Rey, Las Palmas y Los Valles, que al unirse le dan el nom-
bre de río Grande, siguiendo con dirección al sur, partiendo por mitad
el municipio hasta desembocar en el océano Pacífico, formando antes
de desaguar su cristalino liquido, los esteros conocidos por Maguan
y Alfaque.
La primera vez que leí el poema “Al Atoyac” fue en el libro de
Francisco Galeana Nogueda Conflicto sentimental, memorias de un
bachiller en humanidades que se publicó en 1994 donde dice que
este poema se refiere a nuestro río, en otro tiempo, caudaloso.
Ese río de zarcetas, pichiches, patos buzos y de martines pesca-
dores, donde las garzas en las orillas levantan el vuelo y libélulas de
varios colores surcan explorando la corriente, y se sientan en el lirio
o en las plantas acuáticas que se asoman a respirar. Ese río en que
Kopani Rojas vio las garzas camaronear. Al que Agustín Ramírez le
dedica una estrofa en su canción “Al pie de una azul montaña”:

Entre playas y barrancos


cual plateada serpentina

221
Víctor Cardona Galindo

un río de agua cristalina


va acariciando sus flancos.

Y Héctor Cárdenas le da un lugar en su trova “Atoyac”:


En Atoyac, hay un río caudaloso
corre hacia el mar, con su canto presuroso
se oyen gritar, los pericos en parvadas
bajo el jazmín, que al crecer formó enramadas.

Nuestro escritor ticuiseño Salvador Téllez Farías en su novela


Agustina se refiere al río Atoyac como un padre amoroso que todo
lo baña y da vida: “Río claro de aguas dulces y coquetas, que llevan
los secretos de los enamorados, cuyos cuerpos temblorosos se juntan
por primera vez para confundirse en un beso que es promesa, grito
de almas apasionadas; río que canta, que da vida, inspiración de no-
ches de plenilunio haciendo eco al trovador José Agustín Ramírez,
sus versos líricos de amor, vida y esperanza”.
De ese río caudaloso sólo quedan los recuerdos de los viejos
que vivieron su mejor época de oro, cuando las balsas trasportaban
los carros cargados de algodón; al respecto Carlos R. Téllez asentó:
“Oíamos como aquél platicaba de los robalos y truchas que saca-
ban, algunos de tamaños y pesos que asombrarían en estos tiempos,
hasta el más incrédulo que se haya puesto a pescar en las márgenes
de nuestro río. Uno de ellos le echó la culpa al Tara, ‘él fue el que se
llevó todo’; el otro a la construcción de la presa y todos los cohetes
que tiraron para su edificación”.
Del poema “Al Atoyac” alguien argumentó que era una compo-
sición dedicada al río Balsas que en sus orígenes se llama río Atoyac,
pero fue el mismo Altamirano quien se encargó de reafirmarnos que
el poema sí está dedicado a nuestro río. Todos los elementos que
menciona esa pieza literaria ahí están: el río, el mangle, los ilamos
y el ahuejote, el paisaje natural que sigue presente en nuestra tierra.
Al principio en la versión que yo tenía del poema se hablaba de
ahuehuete, chequé otras versiones y dicen ahuejote. Hoy corrijo eso.

222
Mil y una crónicas de Atoyac

¿Pero que hacía Ignacio Manuel Altamirano en la Costa Gran-


de? Nicole Girón en su texto El estado de Guerrero en la obra de
Altamirano dice que “Durante algunos meses de 1864, Altamirano
parece haber morado en Galeana, donde ejercía la abogacía”. Por eso
hay muchas posibilidades de que Ignacio Manuel Altamirano haya
frecuentado en ese lapso los pueblos de Barrio Nuevo y San José, lo
que ahora es San Jerónimo de Juárez.
En la carta enviada a su paisano el doctor Parra el 7 de junio
de 1864, después de narrar como don Diego Álvarez, durante la
intervención francesa, quería sacar a don Juan y a toda su familia en
una goleta atracada en el puerto de Papanoa hacía Nueva Granada,
dice: “Aborrecido, pues, del señor Álvarez y sin empleo de ninguna
clase, me decidí ir a la Costa Grande, donde permanecí tres meses
sin hacer nada”.
También está la carta fechada en Galeana el 18 de octubre de
1864 que nos comprueba su paso por Tecpan de Galeana. Además,
de que en sus cartas de 1864 a 1866 menciona muchos apellidos
de la Costa: Ramos, Torreblanca y Pinzón. Hay testimonio de su
amistad con el señor Rafael Bello dueño, en ese tiempo, de la fábrica
de Hilados y Tejidos El Rondonal y con el general Eutimio Pinzón,
quien “seguramente es nuestro primer soldado del Sur” dice en una
epístola a Benito Juárez datada en Acapulco el 31 de mayo de 1865.
En la carta inscrita en La Providencia el 12 de marzo de 1866
manifiesta su sentimiento de no concurrir a la única acción de ar-
mas que se da en esa época en la región, que fue en la ciudad de
Chilapa “por haber estado a la sazón en la Costa Grande e imposi-
bilitado de salvar la larga distancia que me separaba del lugar de la
guerra rápidamente como hubiera sido necesario”.
En sus diarios se puede encontrar como se movía de Tecpan
a Atoyac, de Atoyac a Zacatula, de Tixtlancingo a Coyuca, Ejido,
Acapulco, Texca y Pueblo Viejo “tristísimo paraje con unas cuan-
tas casuchas. Es una hacienda de algodones y maíces. Allí hay un
campamento con generales Solís, Angón y Besugo”. En su carnet de
mediados de 1864 queda consignado como recorría sin cesar leguas
223
Víctor Cardona Galindo

de caminos y veredas de la Costa Grande, menciona Atoyac, Barrio


Nuevo y El Humo. Deja claro que estuvo en Atoyac el 8 de julio de
1864. “Por fin me arranque de Técpan a Atoyac”
Fue en esta estancia en la Costa Grande cuando escribió los poe-
mas “Flor del alba”, “La caída de la tarde” —a orillas del Técpan—,
“Al Atoyac”, fechado el 2 de julio de 1864 y “A orillas del mar”, en
Técpan de Galeana.
La visita de Ignacio Manuel Altamirano a nuestra tierra coin-
cidió con el año de la fundación del municipio de Atoyac. Al año
siguiente que Altamirano estuvo en estas tierras el 26 de septiembre
de 1865 se dio la mayor avenida que se tenga memoria del río Ato-
yac, se le llamo “La creciente de San Miguel”. El río cortó de cuajo
la factoría que don Rafael Bello tenía en El Rondonal en las inme-
diaciones de la colonia Mariscal.
El tomo vi de las Obras completas de Ignacio Manuel Altami-
rano editado por la sep en 1987, está dedicado a su poesía. De la
página 31 a la 33 se reproduce un texto suyo donde habla de los
barrios “que son pequeñas aldeas hundidas verdaderamente en un
océano de vegetación, se levantan al despertar la aurora, salen de sus
cabañas y se dirigen al río, a traer el agua que necesitan para el uso
de la familia”.
Dice que: “Es en extremo pintoresco el aspecto de los barrios
con sus cabañas de hojas de palmeras, escondidas en un bosque de
parotas, de mangles, de caobas y de cocoteros, y rodeadas por todas
partes de altísimas y espesas yerbas. En los techos cónicos de estas
cabañas se enredan millares de trepadoras, ostentando allí sus gigan-
tescas flores azules, rojas y blancas”.
“Apenas hay un barrio de estos que no tenga cerca un río, y pre-
cisamente para aprovechar sus aguas se han situado casi todos en las
márgenes de los que descendiendo de la sierra, corren por el planío
de la costa a desembocar al mar. El Atoyac sólo, tiene en sus orillas
cerca de veinte”.
En el prólogo de ese libro al hablar de los poemas descriptivos
Salvador Reyes Nevares se refiere a cuatro poemas “Flor del alba”,
224
Mil y una crónicas de Atoyac

“La salida del sol”, “Los naranjos” y “Las amapolas, “en los que el
poeta pinta cuadro de paisaje y las costumbres de la costa guerreren-
se, y lo hace con notorio cariño”.
“Descuella el conocimiento que tenía el maestro de la flora y
la fauna de su tierra, del cual da pruebas al hacer enumeraciones,
largas y detalladas, de plantas y de animales, sobre todo de aves, con
pinceladas breves y eficaces que las pintan y no sólo las nombran”.
En este grupo de poemas están presentes elementos que identi-
fican a nuestra región, su flora y fauna. En “La salida del sol” se lee:
Las amarillas retamas
visten las colinas, donde
se ocultan pardas y alegres
las chozas de los pastores.

Y en los versos de “Flor del alba” escrito en 1864 dicen:


Los alciones en bandadas
rasgando los aires van,
y el madrugador comienza
las aves a despertar:
aquí salta en las caobas
el pomposo cardenal,
y alegres los guacamayos
aparecen más allá”.

El aní canta en los mangles,


en el ébano el turpial,
El centzontli entre las ceibas,
la alondra en el arrayán,
en los maizales el tordo
y el mirlo en el arrozal”.

En “Los naranjos”:
Del mamey el duro tronco
picotea el carpintero,

225
Víctor Cardona Galindo

y en el frondoso manguero
canta su amor el turpial;
y buscan miel las abejas
en las piñas olorosas,
y pueblas mariposas:
el florido cafetal”.

Un verso de Las amapolas:


Los arrayanes se inclinan,
y en el sombrío manglar
las tórtolas fatigadas
han enmudecido ya;
ni la más ligera brisa
vienen en el bosque a jugar.

A ese grupo de poemas que llaman descriptivos pertenece “Al


Atoyac”, escrito el 2 de julio de 1864, un poema de 24 versos en el
que describe las diferentes estampas que vive el río a lo largo del día:
la mañana, al medio día, la tarde y la noche. Después de leerlo queda
en la mente esa imagen del sol de julio en las playas arenosas azotadas
por los tumbos del mar embravecido. El río escurriendo por las grutas
de ceibas y parotas, donde no penetra el sol abrazador. Por las enre-
daderas con flores de mil colores, la luz cae tibia en los remansos y los
murmullos de las corrientes alternan con el canto de las aves.

II
Sin duda, Ignacio Manuel Altamirano es el máximo escritor de su
tiempo. Fue quien marcó la ruta de las letras nacionales afirma Jai-
me Labastida, quien lo coloca a la par de Alfonso Reyes y Octavio
Paz. Mi maestro Fortunato Hernández Carbajal dice que en Guerre-
ro hasta nuestro tiempo, nadie ha podido rebasarlo.
Victoria Enríquez en el texto “Mujeres, paisajes, dolor y muerte
en la poesía de Ignacio Manuel Altamirano” publicado en el libro
Altamirano visto por altamiranistas, comenta que “la perfección que
226
Mil y una crónicas de Atoyac

Ignacio Manuel Altamirano logró en el uso del lenguaje, aunada a su


sensibilidad y perfección, le permitió crear una poesía cuya musica-
lidad y delicadeza residen no sólo en sus motivos, si no en su rima”.
Nicole Girón en el escrito titulado “El estado de Guerrero en
la obra de Altamirano” señala “como textos descriptivos habría que
mencionar el poema “Al Atoyac”, quizás el más bello de Altamirano,
porque su arte de paisajista le permite transmitir el poderoso hechi-
zo de la naturaleza tropical y el contraste entre el pausado fluir de las
caudalosas aguas del río, que se insinúa entre los gigantescos árboles
de sus riberas para desembocar en el mar, y el profundo retumbar de
las olas marinas, que se quiebran en la franja ardiente de las playas
arenosas”. Leamos el poema citado:

Abrase el sol de julio las playas arenosas


que azota con sus tumbos embravecido el mar,
y opongan en su lucha, las aguas orgullosas,
al encendido rayo, su ronco rebramar.

Tú corres blandamente bajo la fresca sombra


que el mangle con sus ramas espesas te formó:
y duermes tus remansos en la mullida alfombra
que dulce primavera de flores matizó.

Tú juegas en las grutas que forman tus riberas


de ceibas y parotas el bosque colosal:
y plácido murmuras al pie de las palmeras
que esbeltas se retratan en tu onda de cristal.

En este Edén divino, que esconde aquí la costa,


el sol ya no penetra con rayo abrasador;
su luz, cayendo tibia, los árboles no agosta,
y en tu enramada espesa, se tiñe de verdor.

Para Enrique González Martínez en su texto “Altamirano poeta”


el tixtleco está contenido en tres poemas que resumen su estética
personal y su finalidad lírica; “Los naranjos”, “Las amapolas” y su

227
Víctor Cardona Galindo

composición “Al Atoyac” y en su opinión dice que este último es lo


más acabado y bello que salió de la pluma del poeta: “En el poema
‘Al Atoyac’ el protagonista es el río. El poeta lo evoca en contraste
con el mar que azota las playas arenosas con sus tumbos embraveci-
dos, mientras que el río se desliza blandamente bajo la sombra fresca
de los manglares, lamiendo los pies de las palmeras. El poeta no se
limita a describirlo, si no que transmuta en estados del alma sus
visiones, y nos da su propia emoción, depurada y ennoblecida. No
necesitamos conocer el terruño contado, las palabras del poeta nos
arrastran a contemplar con él su panorama espléndido y lo consigue
definitivamente”. Estamos de acuerdo con él:

Aquí sólo se escuchan murmullos mil suaves,


el blando son que forman tus linfas al correr,
la planta cuando crece, y el canto de las aves,
y el aura que suspira, las ramas al mecer.

Ostentase las flores que cuelgan de tu lecho


en mil y mil guirnaldas para adornar tu sien:
y el gigantesco loto, que brota de tu lecho,
con frescos ramilletes inclinase también.

Se dobla en tus orillas, cimbrándose, el papayo,


el mango con sus pomas de oro y de carmín;
y en los ilamos saltan, gozoso el papagayo,
el ronco carpintero y el dulce colorín.

A veces tus cristales se apartan bulliciosos


de tus morenas ninfas, jugando en derredor:
y amante las prodigas abrazos misteriosos
y lánguido recibes sus ósculos de amor.”

Para José de Jesús Núñez y Domínguez en el ensayo “El mexi-


canismo en la poesía de Altamirano” al tratar de los versos de “Al
Atoyac” considera que cada uno de ellos es como una hamaca en

228
Mil y una crónicas de Atoyac

que se balancean nuestro sueños a la margen del río o nos desdo-


blamos con su yo para asistir a las orgías de color de los pájaros que
son aladas flores:
Y cuando el sol se oculta detrás de los palmares,
y en tu salvaje templo comienza a oscurecer,
del ave te saludan los últimos cantares
que lleva de los vientos el vuelo postrimer.

La noche viene tibia; se cuelga ya brillando


la blanca luna, en medio de un cielo de zafir,
y todo allá en los bosques se encoge y va callado,
y todo en tus riberas empieza ya a dormir.

Entonces de tu lecho de arena, aletargado


cubriéndote las palmas con lúgubre capuz
también te vas durmiendo, apenas alumbrado
del astro de la noche por la argentada luz.

Y así resbalas muelle; ni turban tu reposo


del remo de las barcas el tímido rumor,
ni el repentino brinco del pez que huye medroso
en busca de las peñas que esquiva el pescador.

Ni el silbo de los grillos que se alza en los esteros,


ni el ronco que a los aires los caracoles dan,
ni el huaco vigilante que en gritos lastimeros
inquieta entre los juncos el sueño del caimán.

En tanto los cocuyos en polvo refulgente


salpican los umbrosos yerbajes del huamil,
y las oscuras malvas del algodón naciente
que crece de las cañas de maíz, entre el carril.

Y en tanto en la cabaña, la joven que se mece


en la ligera hamaca y en lánguido vaivén,
arrullase cantando la zamba que entristece,
mezclando con las torvas el suspirar también.

229
Víctor Cardona Galindo

Más de repente, al aire resuenan los bordones


del arpa de la costa con incitante son,
y agitanse y preludian la flor de la canciones,
la dulce malagueña que alegra el corazón.
Entonces, de los barrios la turba placentera
en pos del arpa el bosque comienza a recorrer,
y todo en breve es fiesta y danzas en tu ribera,
y toda amor y cantos y risas y placer.
Así transcurren breves y sin sentir las horas:
y de tus blandos sueños en medio del sopor
escuchas a tus hijas, morenas seductoras,
que entonan a la luna, sus cántigas de amor.
Las aves en sus nidos, de dicha se estremecen,
los floripondios se abren su esencia a derramar;
los céfiros despiertan y suspirar parecen;
tus aguas en el álveo se sienten palpitar.
¡Ay! ¿Quién, en estas horas,
en que el insomnio ardiente
aviva los recuerdos del eclipsado bien,
no busca el blando seno de la querida ausente
para posar los labios y reclinar la sien?
Las palmas se entrelazan, la luz en sus caricias
destierra de tu lecho la triste oscuridad:
las flores a las auras inundan de delicias…
y solo el alma siente su triste soledad.
Adiós, callado río: tus verdes y risueñas
orillas no entristezcan las quejas del pesar;
que oírlas sólo deben las solitarias peñas
que azota, con sus tumbos, embravecido el mar.
Tú queda reflejando la luna en tus cristales,
que pasan en tus bordes tupidos a mecer
los verdes ahuejotes y azules carrizales,
que al sueño ya rendidos volvieronse a caer.

230
Mil y una crónicas de Atoyac

Tú corre blandamente bajo la fresca sombra


que el mangle con sus ramas espesas te formó;
y duermen tus remansos en la mullida alfombra
que alegre primavera de flores matizó.

Dice el escritor atoyaquense Justino Castro Mariscal que “El río


Atoyac que pasa también por la orilla del pueblo de San Jerónimo,
y a quien el ilustre y preclaro literato suriano, licenciado Ignacio
M. Altamirano, le dedicara una bella composición en verso, que a
no dudarlo, es una bella descripción del río; éste se desbordaba o se
desborda en el periodo de lluvias, y sus corrientes ya próximas a lan-
zarse al mar bañan una gran extensión de los terrenos pertenecientes
al Zanjón”.
Atoyac significa agua que se esparce y con razón porque los que
fundaron este pueblo disfrutaron de un maravilloso paisaje, visto
desde la azul montaña. Este valle debió ser un espejo de cristalinas
aguas esparcidas en el caudal de los arroyos del Chichalaco, el de
Los Tres Brazos, El Cohetero, Arroyo Ancho y El Japón. Las lagunas
y diversas lagunetas que había por todo el rumbo, algunas todavía
pueden verse en temporada de lluvias en las orillas de los caminos.
El caudal de los arroyos ya es un recuerdo. En 1973, el ex presi-
dente municipal Luis Ríos Tavera dedicó estas líneas al río: “Desde
arriba se ve un manto que se extiende al océano Pacífico, lo cruza el
prominente río que se llama Atoyac… De afluentes tiene innumera-
ble arroyos que ondulan y se detienen en remansos. Crece el follaje
verde en los contornos; y de los montículos que se alzan de abajo
arriba se divisan las calles paralelas perdidas entre los árboles frutales
y palmeras centenarias. Recuestan su presencia en el bálsamo del
olor purificante, ya del ocote de la sierra”.
El río y las aguas que se esparcen por sus arroyos han marcado
la vida de los atoyaquenses, con diversas tragedias, han propiciado
la desaparición y la formación de comunidades: como la creciente
de San Miguel el 29 de septiembre de 1865, que se llevó la fábrica
El Rondonal, arrasó Barrio Nuevo y propició la formación de San

231
Víctor Cardona Galindo

Jerónimo de Juárez, según el cronista de ese lugar don Luis Hernán-


dez Lluch.
El 7 de julio de 1955, un fuerte ciclón ocasionó el desborda-
miento del río y de los arroyos. Las aguas del arroyo Cohetero —lla-
mado así porque en sus orillas vivía el primer cohetero de Atoyac—
se salieron de su cauce inundando varias calles y casas, entre ellas el
consultorio del doctor Antonio Palos Palma; en el cine Álvarez el
agua ascendió hasta los tres metros.
El huracán Tara, el 12 de noviembre de 1961, pobló la colonia
Buenos Aires y propició la formación de la colonia Miranda Fon-
seca. Y por la inundación dejó de existir el pueblo del Cuajilote,
donde ahora quedan unas cuantas casas.
En 1967, con la presencia del huracán Behulat, llovió alrededor
de 10 días —comenzaron los aguaceros el 17 de septiembre y dejó
de llover hasta el 27 del mismo mes—, eso propició que se formaran
la colonia Olímpica, con los habitantes que se salieron de La Sidra
una comunidad que desapareció con ese siniestro. En El Humo se
perdieron nueve casas.
A este caudal también debió referirse Ignacio Manuel Altami-
rano en ese otro poema que se llama “El Atoyac” —en una crecien-
te— donde el poeta le canta al mismo río.

Nace en la sierra entre empinados riscos


humilde manantial, lamiendo apenas
las doradas arenas,
y acariciando el tronco de la encina
y los pies de los pinos cimbradores.
Por un tapiz de flores
desciende y a la costa se encamina
el tributo abundante recibiendo
de cien arroyos que en las selvas brotan.
A poco, ya rugiendo
y el álveo estrecho a su poder sintiendo,
invade la llanura,
se abre paso del bosque en la espesura;
232
Mil y una crónicas de Atoyac

y fiero ya con el raudal que baja


desde lo senos de la nube oscura,
las colinas desgaja,
arranca las parotas seculares,
se lleva las cabañas
como blandas y humildes espadañas,
arrasa los palmares,
arrebata los mangles corpulentos:
Sus furores violentos
ya nada puede resistir, ni evita;
hasta que puerta a su correr dejando
la playa… rebramando
en el seno del mar se precipita.

¡Oh! cuál semeja tu furor bravío


aquel furor temible y poderoso
de amor, que es como río
dulcísimo al nacer, mas espantoso
al crecer y perderse moribundo
¡de los pesares en el mar profundo!
Nace de una sonrisa del destino,
y la esperanza, arrúllale en la cuna;
crece después, y sigue aquel camino
que la ingrata fortuna
en hacerle penoso se complace,
las desgracias le estrechan, imposibles
le acercan por doquiera;
hasta que al fin violento,
y tenaz, y potente se exaspera,
y atropellando valladares, corre
desatentado y ciego,
de su ambición llevado, para hundirse
en las desdichas luego.
¡Ay, impetuoso río!
después vendrá el estío,
y secando el caudal de tu corriente,

233
Víctor Cardona Galindo

tan sólo dejará la rambla ardiente


de tu lecho vacío.
Así también, la dolorosa historia
de una pasión que trastornó la vida,
sólo deja, extinguida,
su sepulcro de lava en la memoria.

A pesar que en una de sus cartas Ignacio Manuel Altamirano


dice que estuvo tres meses en la Costa Grande sin hacer nada, su
estancia fue muy fructífera porque nos legó estos poemas con los
cuales lo recordamos con cariño. Con eso basta para construir en
torno a él esas leyendas que se cuentan: que recorrió la sierra y le
puso los nombres a las comunidades del municipio de Atoyac y que
vivió en esta ciudad en una casa cerca del Calvario donde llegó con
la familia Fierro.

El carnaval
El festejo del carnaval tuvo su época de oro en Atoyac, a mediados
del siglo pasado, cuando se vivía el boom cafetalero. Era una fiesta en
la que participaba toda la población. En todas las casas se adornaban
y se pintaban cascarones de huevos para luego llenarlos de maice-
na, confeti y perfume para venderlos o quebrarlos un día antes del
miércoles de ceniza.
En la primera mitad del siglo xx se organizaban festivales en la
plaza principal de la cabecera municipal con palenques de gallos. A
veces los festejos se desarrollaban en la plazuela “La perseverancia”
donde ahora está el mercado. Se construía una enramada en “donde
se desarrollaba la fiesta, y dentro de ella había toda clase de juegos
de azar, peleas de gallos y fandango de arpa, en donde se lucían
los mejores bailadores y bailadoras de la región a los acordes de los
instrumentos de cuerdas y el golpe de la tarima”, escribió el cronista
Wilfrido Fierro Armenta.

234
Mil y una crónicas de Atoyac

Los festejos del Carnaval comenzaban en los primeros días de


febrero, cuenta Paty Parra “Por las noches salía un grupo de perso-
nas cantando el paspaque… La música del paspaque se acompañaba
con guitarra, maracas y un tamborcito. Los dueños de las casas don-
de se cantaba salían a dar unas monedas”.
Paty Parra dice que su tía Justina Parra le contó: “que en mil
novecientos treinta y tantos el mero día del Carnaval que caía en
domingo, se hacían dos bandos y ellos se preparaban para la ‘gue-
rra’, se pintaban cascarones y se llenaban unos canastos grandes con
los cuales se enfrentaban en la noche frente al palacio municipal, el
bando que ganaban elegía una reina que coronaban y bailaban hasta
el amanecer. Al otro día la paseaban en la tarde por las calles”.
También José Hernández Meza ha escrito sus vivencias sobre
estas fiestas, él considera que la tradición del Carnaval es una de las
costumbres que se van quedando en el olvido: “son las fiestas car-
nestolendas que antecedían a la cuaresma y eran todo un aconteci-
miento de gran trascendencia en la vida social de los atoyaquenses”.
Fierro Armenta dejó escrito que partir del año 1926 fue lanzada
la primera convocatoria para elegir a la reina de las fiestas del Car-
naval, donde salió electa la señorita María Téllez; desde ese tiempo
hasta los ochentas se hizo costumbre organizar el acto de coronación
de la reina y el Rey feo, en la plaza Morelos, acto que siempre estuvo
a cargo del presidente municipal con excepción de 1960, cuando el
gobernador del estado Raúl Caballero Aburto acudió a coronar a
Socorro Ariza.
Todos los años se formaba un comité para organizar el Carnaval
auspiciado por el ayuntamiento y se organizaban también una espe-
cie de subcomités para apoyar a las candidatas a reinas. Los fondos
que se recaudaban se destinaban a una obra de interés social. La can-
didata que juntaba más dinero ganaba. En 1960, cuando fue reina
Socorro Ariza y princesa Carmelita Flores los recursos que se junta-
ron fueron para la construcción de la escuela primaria Juan Álvarez.
En 1966 lo que se recaudó de la elección de la reina del Carna-
val se destinó para la erección de la estatua del general Juan Álvarez
235
Víctor Cardona Galindo

y salió electa Florentina Radilla del Río. En la competencia eran


famosas las bombas —cooperaciones cuantiosas—. De ahí que se
cuente la leyenda que una vez competían la candidata de los pobres
y la candidata de los ricos: “De pronto llegó un viejito que depositó
una bomba, era Lucio Cabañas quien disfrazado hizo ganar a la can-
didata de los pobres”.
La competencia era económica por eso dice José Hernández
que: “Era frecuente ver por las noches durante la campaña, tocar
puerta en puerta a un nutrido grupo de personas, acompañando a
cada una de las candidatas para pedir la cooperación de los morado-
res con el canto del paspaque con unos versos como estos:

Será aquí, o será allá


o será más adelante
porque dicen que aquí vive
un señor muy elegante…

Esta casa esta medida


con cien varas de listón
en cada esquina una rosa
y en medio su corazón…

Vámonos compañeritos
vámonos que vengan otros
que les hagan el favor
que nos han hecho a nosotros.

Wilfrido relata que el Carnaval era festejado debidamente cuan-


do las autoridades del lugar se empeñaban en organizar un buen
programa en donde había reinas y concursos de disfraces, donde
era también costumbre entre los atoyaquenses comprometidos con
la tradición sacar el paspaque: “Un grupo de hombres y mujeres
enarbolan una bandera roja; los hombres que lo integran son obli-
gados a vestirse de mujer durante la semana del Carnaval Grande
van pintados de la cara sirviendo de mojiganga, y de igual manera le
236
Mil y una crónicas de Atoyac

hacen a las mujeres —las visten de hombres— en el transcurso de la


semana del Carnaval Chiquito; bailan por las calles el son del Toro
y el Chuchumilco; anteriormente toreaban uno hecho de petate; el
grupo trova versos en cada una de las casas que visitan, cobrando
pequeñas multas en dinero que servirá para organizar la fiesta, la
que empieza desde el primer domingo de carnaval, y termina hasta
el miércoles de Ceniza”.
Hernández Meza comenta: “después de haber recibido un dona-
tivo (los del paspaque) proseguían con su itinerario calle por calle. El
domingo antes del martes de carnaval, se efectuaban los cómputos
finales donde salía triunfante la señorita que sería nominada reina
por el número de votos mayoritarios que se traducían en dinero de
lo recaudado por cada participante”.
En 1947 fue reina del carnaval, Gloria García Galeana y el re-
curso obtenido fue para comprar el reloj que durante mucho tiempo
lució la torre de la iglesia. Y en 1949 fue reina Yolanda Ludwig No-
gueda y princesa Lucrecia García Galeana, aporta José Hernández
con datos que encontró en el archivo municipal. Además fueron
reinas entre otras las distinguidas y hermosas atoyaquenses: Socorro
García Quiñones, Hilda Paco Reyes, Genoveva Campos y Guiller-
mina Galeana Otero.
“Se hacía la quema del mal humor representado por un ataúd
negro que paseaban en hombros, con hombres vestidos de mujer llo-
rando tras él, se leía su testamento en voz alta, siempre con frases
jocosas, ya sea exaltando virtudes o defectos, dedicadas a personajes de
la política, profesionistas o comerciantes destacados del municipio, el
pueblo ahí reunido se reía de estas ocurrencias escritas para esta oca-
sión. También se coronaba al ‘rey feo’ o ‘rey momo”, rememora José.
“En la noche en el jardín central, las muchachas y señoras que
asistían a los festejos, daban vueltas alrededor del kiosco y los jóve-
nes y señores quebraban cascarones pintados y rellenos de confeti
multicolor sobre sus cabezas, algunos muy respetuosos decían ‘con
permiso’ y los desmoronaban sobre ellas, había muchachos más osa-
dos que estrellaban sus cascarones con ‘perfume’ sobre sus pechos
237
Víctor Cardona Galindo

dejándolas empapadas de agua, algunos malosos los llevaban llenos


de harina o talco, dejando blanqueando las cabezas de las damas que
eran blanco de sus proyectiles” Continúa evocando José Hernández:
“Para culminar los festejos se organizaba el baile de coronación y de
disfraces, en donde la reina y sus princesas hacían gala de la belleza
costeña; se premiaba en efectivo al primer, segundo y tercer lugar de
los participantes disfrazados y el jolgorio terminaba ya en la madru-
gada del siguiente día”.
Era muy colorido el desfile de carros alegóricos que se realizaba
en las tardes, la gente salía a las calles a festejar y a ver las bellezas que
desfilaban. Se recuerda que pasado el momento de la coronación,
empezaba a librarse un nutrido combate de serpentinas, confeti y
cascarones, amenizado por una alegre serenata. El baile de disfraces
se desarrollaba el martes de carnaval algunas veces en la escuela Juan
Álvarez y después en Club de Leones. Había un jurado para elegir el
mejor disfraz y se premiaba a los primeros lugares. Agustín Hernán-
dez Vázquez (Casanga) trae a la memoria con alegría las veces que
ganó el primer lugar en el concurso de disfraces, una fue en 1966 y
la otra cuando se vistió del Quijote de la Mancha, montando un ca-
ballo flaquísimo se presentó al baile en la Cueva del Club de Leones.
En los años setenta el carnaval se festejaba en todo el municipio.
Era una fiesta de colorido. Antes que llegara en todas las casas se
ponían a coleccionar cascarones de huevos, las madres de familia
sólo le abrían el “piquito” al cocinar y se guardaban en una canasta
atrás de la casa. Cuando ya era tiempo se limpiaban y se pintaban
de diferentes colores, luego se llenaban de talco, perfume, confeti,
harina o ceniza, se tapaba con pequeño recorte de papel de china,
para luego venderlos o quebrarlos en la cabeza, eran los mayores los
que más participaban. Pero ahora son pocos los huevos que se hacen
y son los niños los que juegan tronándolos. Ya a los grandes y a los
adolescentes no les llama la atención eso.
Este festejo del carnaval que se llevaba a cabo en la plaza princi-
pal con gran pompa, ahora sobrevive únicamente en la colonia So-
nora; aunque no necesariamente en las mismas fechas, pero se reali-
238
Mil y una crónicas de Atoyac

za cada año comenzando con la elección de la candidata a Reina del


Carnaval. En 1998 comenzaron a festejar el Carnaval en la colonia
Sonora. Cleis Danaé Ríos Rendón fue la primera reina. Aquel año la
fiesta fue del 22 al 28 de febrero, las actividades comenzaron a partir
de las seis de la tarde, con las kermeses y venta de los cascarones. El
24 de febrero se llevó a cabo el cómputo para la selección de la reina
y el 28 hubo un concurso de disfraces y de piropos.
A la colonia Sonora le pusieron así porque ahí vivían los Benítez
quienes tenían el tambor con el que llamaban a la danza del Cortés.
Ahí también vivía don Aurelio Castro el primer cohetero de Atoyac
cuyo molino tenía una “forma de barril mezcalero, donde molía
las materias primas para la pólvora, lo tenía junto al arroyo en la
margen izquierda sobre su cauce”, escribió don Simón Hipólito. De
hecho la colonia Sonora es la más vieja de la ciudad, porque en el
pasado Atoyac no rebasaba el arroyo Cohetero. Su gente es alegre y
bullanguera, gusta de las fiestas y es unida.
Durante el 2011, los cómputos fueron el domingo 27 de enero.
El jueves 3 de febrero se quemó el mal humor. Los sonorenses, de la
colonia Sonora, recorrieron con el ataúd las calles Galeana, Hidal-
go, llegaron frente a las oficinas del dif, tomaron la calle principal
y regresaron por Álvaro Obregón para quemarlo en el centro de la
colonia; después de leer el testamento a las viudas. Este año la reina
del carnaval fue Citlalic Catarino Rosas y la princesa Kenia Laura
Rivera Barrientos.
Durante el carnaval del 2011, la síndica Guadalupe Galeana
Marín coronó a la reina y en representación de Pablo César Solís
Nava, Armando Mariscal coronó a la princesa. Los recursos que se
recaudan en este evento son para el festejo del Día del Niño y de las
Madres que se lleva a cabo en la colonia.
El carnaval de colonia Sonora compite con el de Río de Janei-
ro dice entre bromas, Isaac Rendón Reyes, el Chaca: “Porque ellos
tienen malecón y nosotros arroyo Cohetero”. El Chaca es el alma
del evento. Adrián Jacinto se ha convertido en la lente que todo lo
graba, que todo lo ve. Aunque ahora muchas otras cámaras graban y
239
Víctor Cardona Galindo

toman fotos. En el carnaval ya no se necesita un camarógrafo oficial,


cargo que una vez tuvo Fausto Hernández Meza.
En 2012 el cómputo fue el 10 de marzo a las 8 de la noche y el
11 se quemó el mal humor. “El carnaval este año se hizo fuera de
tiempo, pero se decidió realizarlo para unir a la gente; ahora, además
se busca dársele una orientación católica”, informa el Chaca.
El humor es un ataúd negro lleno de aserrín y de cohetes. Por
eso fácil se quema y vuela por todos lados ante la algarabía de los
presentes y el desparpajo de los niños. En el 2012 el sarcófago del
mal humor salió del centro de la colonia Sonora. Iba seguido por
muchos hombres vestidos de mujer que gritaban y simulaban llorar
y hacían bromas como: “te fuiste horcón de en medio… Hay me
dejaste”. Isaac Rendón va por delante con la bocina animando, la
multitud camina atrás de ellos festejando sus puntadas. El cortejo
marcha por la calle Galeana, sigue por Hidalgo, luego la Juan Álva-
rez, Álvaro Obregón y regresan de nuevo a Galeana, en donde co-
locan el ataúd en una esquina y las mujeres disfrazadas simulan un
escandaloso llanto, se lee el testamento y se prende fuego al féretro.
Todo se llena de cohetes y algarabía. Los desmadrosos aprovechan
para reventarles los globos que llevan los hombres disfrazados en las
pompis. Todo es fiesta, así inicia el Carnaval en la colonia Sonora.

Festividades de Semana Santa: la Feria del Café


La primera Feria del Café se celebró en 1960 en San Vicente de
Jesús durante el gobierno de Raúl Caballero Aburto y del presidente
municipal Raúl Galeana Núñez, es el antecedente de la que se rea-
liza ahora.
Aunque en Semana Santa siempre hubo diversión, de acuerdo
con nuestro cronista Wilfrido Fierro Armenta: “fue en la feria de
Semana Santa de 1910 cuando el italiano Ángel Mazzine trajo el
primer cinematógrafo a esta población. Las primeras funciones fue-
ron en la barda conocida como la Zacatera en la calle Aldama. Y
240
Mil y una crónicas de Atoyac

es que en los primeros años del siglo pasado en la feria había úni-
camente juegos de azar, bailes de tarima, peleas de gallo y carreras
de caballos, pero la diversión se fue diversificando cuando llegó el
cine. Los juegos mecánicos comenzaron a llegar a nuestra ciudad al
terminar la década de los veinte y principios de los treinta. Vinieron
por una brecha de la playa que conectaba con Acapulco. Los carros
que los traían venían llenos de ramas que arrancaron al pasar por los
caminos plenos de vegetación.
Ya para 1940 cuando empezaba la feria de Semana Santa los
pueblos de la sierra quedaban vacíos, todos bajaban para surtirse de
abarrotes, comestibles y herramientas para el cultivo. En los años
cincuenta se notaba la prosperidad, había algunos “sierreños” que
encendían su cigarro con un billete. Recordando esas épocas Anto-
nio Solís Martínez escribió que “las sillas voladoras en su rotación
casi rozaban la casa de Manuel Radilla Mauleón”. Un día se des-
prendió una silla voladora y una mujer fue a caer arriba de las tejas
de una casa, al parecer se trató de Petra Cabañas.
“Todos nos queríamos subir a los volantines, como se les llama-
ba a los juegos... El merolico pregonando que si le dabas un peso
no te quedabas pobre, pero tampoco él se hacía rico”, es parte de
lo que Juan Martínez Alvarado recuerda de las ferias a fines de los
cincuentas y “la llegada de don Matías con su lotería de estampas
típicas mexicanas con premios para cuadro chicho, cuadro grande,
líneas como salgan o carta llena; para llevarse un juego de loza, una
cubeta del número veinte o sea una tina… la tradicional ola marina
y el carrusel de caballitos; la gigantesca rueda de la fortuna, la espec-
tacular silla voladora”.
Eran los tiempos en que se pagaba a cuarenta y cinco pesos el
quintal de café capulín.
Las ferias de los sesenta y setenta son recordadas por Felipe Fie-
rro Santiago quien escribió en su libro Tierra mojada: “El disfrutar
de los juegos mecánicos, el de pasear y distraerse durante la Semana
Santa en Atoyac, resultaba gratis o fácil para las familias de la par-
te alta de la sierra; antes del disfrute, la familia en casa tenía que
241
Víctor Cardona Galindo

programarse económicamente tres meses con anticipación. Como


en este periodo se cosecha café, los integrantes de la familia se van
a la ‘repepena’ o a recoger café, que consiste en volver a repasar las
huertas, planta por planta, recogiendo de ellas o del suelo el café que
se escapó de las manos de los peones… Al llegar el día, camionetas
enteras de familias llegaban a la cabecera municipal. Los juegos me-
cánicos instalados en el zócalo municipal, los gritos del señor de la
lotería, la mujer que se convirtió en serpiente por ser grosera con sus
padres; los caballitos, el transa de la bolita, la rueda de la fortuna,
además de la promoción de las ya tan conocidas marcas de cervezas,
dejaban con la boca abierta a los paisanos y con los ojos con el signo
de pesos a los promotores de la feria. Claro, la verdadera Feria del
Café se hacía en aquellos tiempos”.
La gente antes no decía como ahora “vamos a la feria”, decía “va-
mos a los caballitos” en referencia al carrusel, porque ese era el juego
preferido de los niños, mismo que igual que la rueda de la fortuna
son emblemas de las ferias. Siempre eran las Atracciones Rosales
los que amenizaban la Semana Santa, quienes todos años donaban
talegas de dinero para construir la iglesia.
Ahora La Feria del Café es tradicional en la región, se organizan
palenques de gallos, jaripeos, teatro del pueblo, exposición artesanal
y comercial.
Durante dos años en el periodo de Armando Bello se organizó
la Expo Ganadera. El más concurrido es el teatro del pueblo donde
actúan artistas de renombre para todo el público. Pero lo que más
emociona es la elección de la reina de las fiestas, la gente se vuelca
para apoyar a su favorita.
Eduardo Valderrama compuso esa canción titulada “Vamos ya”
que dice:
La región cafetalera
se engalana, sí señor
Atoyac está de fiesta
ya la expo comenzó…

242
Mil y una crónicas de Atoyac

La belleza atoyaquense
es el rostro del café
todo el mundo ríe y baila
y lo que cante usted…
Vamos ya… aquí hay muchas atracciones
diversión a la niñez
también muestras comerciales
sin faltar la del café.

Recordemos como comenzó la tradición. En 1991 cuando se


cumplieron 31 años de la primera Feria del Café realizada en San
Vicente de Jesús, surgió la idea del gobernador del estado José Fran-
cisco Ruiz Massieu, y la delegación de la Cámara Nacional de Co-
mercio, Canaco, presidida en ese entonces por el médico Miguel
Ángel Ponce Jacinto, asumió la responsabilidad de organizar lo que
fue la primera Feria Regional del Café Atoyac, 91, evento que se
celebró en el mes de diciembre de ese año y fue inaugurada por el
propio Ruiz Massieu y el presidente municipal Evodio Argüello de
León. Se presentaron diversas opciones de diversión como el palen-
que, los juegos mecánicos, exposición comercial, teatro del pueblo.
Y el espectáculo principal fueron los Voladores de Papantla, que por
vez primera vinieron a nuestra ciudad.
En 1992, la nueva administración de la Canaco presidida por
Donaciano Luna Ríos, acordó cambiar la feria de fecha y celebrarla
en la Semana Santa, buscando mayor éxito para el evento. Y fue así
como se celebró la segunda Feria Regional del Café Atoyac, 93, aún
bajo la administración municipal de Evodio Argüello de León.
Después, siendo presidente de la cámara de comercio Lucio Ga-
leana Flores, se dio a la tarea de organizar la tercera feria, que se
financió con recursos generados de la venta de stands comerciales
y patrocinadores, la cual se celebró en el mes de marzo de 1994 y
fue inaugurada por la presidenta municipal María de la Luz Núñez
Ramos y Gabino Fernández Serna, quien acudió en representación
del gobernador del estado Rubén Figueroa Alcocer.
243
Víctor Cardona Galindo

La Cuarta Feria Regional del Café Atoyac 95, que se celebró del
7 al 16 de abril, fue organizada por primera vez por el ayuntamiento
encabezado por María de la Luz Núñez Ramos.
Rafael Arzeta Cervantes en un texto llamado “Ecos de la Feria
del Café Atoyac” publicado en la revista La Costa, mayo de 1995,
escribió: “con su agradable calor costeño y su maravillosa amistad,
celebró las festividades de Semana Santa con la realización de la iv
Feria Regional del Café Atoyac 95… Todo se iluminó de alegría y
entusiasmo, con los objetivos logrados, al traerle al pueblo atoya-
quense momentos de esparcimientos y de cultura con la variedad de
espectáculos presentados en cada una de las áreas”.
El acto de la inauguración de la feria estuvo a cargo de Patricio
Medina Andrade, secretario de Desarrollo Económico del Estado,
quien acudió en representación del gobernador del estado, Rubén
Figueroa Alcocer. Las festividades estuvieron enriquecidas de los
ingredientes que toda feria debe contar como: juegos mecánicos,
eventos culturales, artísticos, jaripeo, palenque, muestra comercial,
industrial, artesanal y el teatro del pueblo que exhibió espectáculos
de primera calidad; cerrando con broche de oro un grupo represen-
tativo de La Guelaguetza del estado de Oaxaca el 16 de abril por la
noche. Ese día la plaza principal de Atoyac lució abarrotada.
Una de las más memorables fue la encabezada por Lucio Galea-
na Flores, como Oficial Mayor del ayuntamiento, en el periodo del
alcalde Javier Galeana Cadena. La feria salió del centro de la ciudad
y se realizó por primera vez en los terrenos del predio El Rondonal
donde ahora se encuentra la colonia María Isabel Gómez Romero.
Esta vez Lucio Galeana dio muestras de su buen gusto, demostró su
capacidad de organización, le dio colorido a los eventos y mejoró la
escenografía del teatro del pueblo.
La feria del 2002 fue inaugurada con la presencia del guitarrista
Chamín Correa. Aquí el primer edil Acacio Castro Serrano dijo que
la expo estaba dedicada al autoconsumo. Invitó a los productores a
no abandonar sus parcelas, porque preservar el café es preservar la
flora y fauna, porque su producción se realiza bajo sombra. Doña
244
Mil y una crónicas de Atoyac

Guillermina Galeana y Francisco del Valle Fajardo fueron del patro-


nato dejando un buen sabor de boca.
El 12 de abril del 2003, fue inaugurada la Feria del Café por el
alcalde Germán Adame en compañía del senador Héctor Astudillo
Flores, quien apadrinó la primera corrida de toros y Héctor Ma-
nuel Popoca Boone asistió en representación del gobernador. En la
clausura estuvo presente en el jaripeo el diputado federal Celestino
Bailón Guerrero y el senador Héctor Vicario Castrejón. Germán
Adame en su discurso mencionó que su gobierno tenía el objetivo
de hacer de Atoyac un polo de actividad económica con la instala-
ción de nuevas empresas y consolidar la cultura exportadora.
En el acto oficial de clausura de la feria 2003 se entregaron pre-
mios a los escritores Julio César Ocaña Martínez, Felipe Fierro San-
tiago, Graciano Galena Mateos y Juan Martínez Alvarado, quienes
fueron ganadores del primer concurso de cuento, organizado por
René García Galeana.
Esta festividad ha cambiado de nombre varias veces. Durante el
mandato de María de la Luz se llamó Feria del Café; cuando fue pre-
sidente Javier Galeana se llamó Feria del Café y del Comercio; con
Acacio Castro Serrano volvió a ser La Feria del Café; con Germán
Adame fue la Feria de Atoyac; el licenciado Pedro Brito la llamó
Expo Café y al llegar Armando Bello se celebró la Expo Atoyac. Con
Ediberto Tabares Cisneros vuelve La Feria del Café:
Ahí se exhibe el ganado
y también la apicultura
claro sin dejar de lado
el acervo y la cultura.

Es una copla del trovador Jorge Lara Gómez.


La Expo Café 2006 que fue inaugurada el 9 de abril, aunque
la programación inició desde el siete por la mañana— En la Cueva
del Club de Leones fue elegida y coronada La Reina de la Juventud
Acumulada y resultó ganadora la señora María de Jesús Pino Pino
de 67 años de edad. En este evento se reunieron los clubes de la ter-
245
Víctor Cardona Galindo

cera edad del municipio, convocados por el patronato. Por la tarde


se llevó a cabo la elección y coronación del Monstruo del Café que
no es más que el Rey Feo, título que ganó Marco Antonio Castro
Escarramán. Estos dos títulos se eligieron por primera vez en la feria.
Un multicolor desfile de carros alegóricos, de escuelas y empresas
del municipio, acompañaron a las participantes a rostro del café. Re-
corrieron las principales calles con la tradicional música de chile frito,
con caballos bailadores y motociclistas del puerto de Acapulco, que
impactaron al público con sus acrobacias. La estrella del teatro del
pueblo fue Reyli originario del estado de Chiapas, quien se dijo asi-
duo consumidor de café, el cual le ha servido de inspiración en algu-
nas de sus creaciones en los momentos de tardes y lluvias inolvidables
con buenos romances: “el olor a café es una bendición y de los mejo-
res recuerdos de mi infancia, porque en mi casa se toma buen café”.
El alcalde Pedro Brito García clausuró la madrugada del lunes
17 de abril del 2006, las actividades de la Expo Café 2006, celebra-
das durante 8 días en la ciudad de Atoyac. En donde hubo exposi-
ción artesanal, venta de diferentes marcas de café, miel, licores de
café y mango. Según el reporte de los organizadores, cada noche
arribaron seis mil asistentes a las instalaciones de la Expo Café ubi-
cada en El Rondonal.
El alcalde se congratuló de que durante 8 días se reportó saldo
blanco y felicitó a los atoyaquenses por mostrar su hospitalidad a los
visitantes y a los artistas que animaron el teatro del pueblo como Reyli,
Lorena Herrera, el comediante Teo Gonzáles y el cierre con broche de
oro con la cantante y actriz Maribel Guardia. La artista deleitó a más
de ocho mil asistentes que desde muy temprano abarrotaron la expla-
nada del teatro del pueblo, rompiendo record de asistencia.
A ser invadido por familias precaristas el predio del Rondonal,
ésta festividad de Semana Santa se comenzó a organizar en el terreno
de la familia Bello junto al río y en ésta ocasión La Feria del Café
2013 se llevará a cabo, del 24 al 31 de marzo, en el lugar conocido
como El Rancho de los Coyotes, en un predio ubicado a un costado
del boulevard Juan Álvarez.
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Mil y una crónicas de Atoyac

Las reinas de la feria


Lo que más apasiona a los atoyaquenses de la tradicional feria del
café es la elección de la reina. En un principio se llamaba reina del
cafe, luego la denominaron rostro del cafe, después Reina de la Expo.
Ahora con la alcaldía de Ediberto Tabares Cisneros vuelve La reina
del cafe y el título ya lo porta Beatriz Zaragoza Torreblanca.
Como sea que se llame, el título es ambicionado por muchas
jovencitas de 16 a 21 años que año con año se inscriben al certamen
y compiten representando a sus comunidades o colonias. Aunque
casi siempre la disputa es entre la cabecera municipal y El Ticuí.
Eso es motivo de inconformidad porque son dos localidades que no
producen café. “Las reinas deben ser sierreñas”, se oye decir.
Una característica que tiene este evento es que no gana la que
junta más dinero como en otros lados. Es un certamen donde no
sólo se califica la belleza, sino también la cultura y el talento que
tengan las muchachas. Han existido unas candidatas muy hermosas,
pero por no poder improvisar el discurso pierden la corona que ya
el público les daba. Todo el vestuario y los gastos del certamen lo
sufraga el ayuntamiento y los premios son otorgados por los patro-
cinadores, en este caso los comerciantes de la ciudad.
No es común un certamen de belleza donde se hable de gue-
rrilla, de Lucio Cabañas y de pobreza. Desde el periodo del alcalde
Pedro Brito y durante los cuatros certámenes que le tocó organizar
al gobierno de Carlos Armando, las candidatas disertaron sobre te-
mas que de la historia y cultura de Atoyac: las mujeres destacadas
del municipio, las actividades productivas, Juan Álvarez, vestigios
arqueológicos, las danza del Cortés y la fábrica de hilados y tejidos
Progreso del Sur Ticuí.
Éste año 2013 las aspirantes al título de reina del cafe hablaron
sobre temas como la discriminación, la inseguridad y la pobreza.
Como dije en la pasada colaboración fue en el año de 1960, du-
rante la gubernatura del general Raúl Caballero Aburto y la alcaldía
de Raúl Galeana Núñez, cuando en la comunidad de San Vicente
247
Víctor Cardona Galindo

de Jesús, se celebró una feria, que se conoció como Feria del Café,
en ese entonces se coronó como reina del cafe a la señorita María de
Jesús Magaña Laurel.
En el año de 1991 en la Primera Feria Regional del Café Atoyac
91, después de una reñida y polémica competencia se coronó a Ny-
dia Nájera Peralta, originaria de Atoyac, como la primera reina del
cafe. En 1993 fue coronada Claudia Santiago Radilla, también de la
cabecera como la segunda reina del cafe y para el siguiente año fue
Clara Elizabeth Bello Ríos la reina del cafe. Fue hasta 1995, cuando
una sierreña les disputó el título y se coronó a Denny Garibo Sotelo,
del Paraíso.
Han sido reinas del café: Eliana Lizeth Martínez Abarca de Co-
rral Falso en 1996; Yanelly Hernández Martínez del Ticuí, ahora
directora estatal del Registro Civil, obtuvo el título en 1997; María
Eleazar Galeana Radilla de Atoyac en 1998, María Aidé Moreno
Fierro de Atoyac en 1999, Roxana Pino Ríos de la colonia Buenos
Aires en el año 2000; Francisca Sotelo Bautista del Paraíso en el
2001.
En el 2002, durante la onceava edición de la Feria del Café fue
soberana Lilibeth Pano Gallardo del Ticuí y en el 2003 el trono le
correspondió a Érika Nallely Garibo Núñez del Ticuí. De ahí le
siguieron: Odisshely Lugardo Campos de Los Valles, 2004, e Itzel
Alelí Reyes Díaz de Atoyac fue la última reina del cafe en el 2005.
De ahí vino el rostro del cafe, y el 10 de abril del 2006 el cantante
Reyli, en compañía del alcalde Pedro Brito García, coronó al rostro
del cafe, Miriam Janet Hernández del Valle, de Corral Falso, y Elies-
ter Castro Piedra, de Atoyac fue el rostro del café 2008.
Uno de los más notables rostros de café fue Mayra Yesenia Mata
Maldonado de Atoyac, quien fue electa en el 2007, en uno de los
pocos momentos en que quedó la certidumbre de que el jurado no
se equivocó o que no fue comprado, porque la gente comúnmente
alega que hubo dedazo. Hubo años en que las candidatas perdedoras
hicieron manifestaciones y algunos miembros de la porra amenazan
con no volver a participar, pero al siguiente año vuelve la pasión.
248
Mil y una crónicas de Atoyac

En el 2009, Andrés Bello encabezó la organización del concurso


y se hicieron presentaciones de las aspirantes en El Ticuí, Corral
Falso y Zacualpan en busca de que el pueblo se involucrara más en
este prendido concurso. Ese año se coronó a Perla Rubí Martínez
Juárez del Ticuí.
En el 2010, el 7 de marzo fue la primera presentación de las
aspirantes al título de Reina de la Expo. El grupo de salsa Impacto
Latino de Miguel Aquino deleitó el acto, y después de ver los videos
de las candidatas en plantaciones de mangos y cafetos, entonces el
público se entretuvo con un baile moderno que han dado por lla-
mar: opening. En el zócalo animaban las porras: la de Arianne iba
naranja; Deuz llevó la suya de morado; Giovanna de color rosa;
Carmen de verde; Alexia, azul; Itzama de negro; la porra delvia fue
de amarillo, los de Mariela de rojo y los de Cintia de azul.
La primera presentación de las candidatas fue en traje de coctel,
diseñados por Gerardo Mallares. Las nueve lucían como un ramille-
te de flores. Deuz y Cristell se llevaron la noche.
Mariela lució un traje de fantasía con motivos de anturium, una
flor de origen holandés que en diversos colores se reproduce en El
Paraíso. La familia Sotelo inició ese cultivo como alternativa a la
caída del precio del café. Carmen Flores salió luciendo un atuendo
prehispánico con un penacho de plumas de pavorreal, adornado
con hojas de café. Itzama Yamelí brilló con un traje a base de hojas
de plátano. Cinthia Anahí un atavío de hojas de mango. Alexia un
ropaje con motivos del tamarindo.
Elvia, un traje representativo de la miel, vestida de una abejita
muy sensual. Deuz la favorita en este concurso, portó un traje alusi-
vo al alcatraz, una flor que se cultiva en los pueblos cercanos al filo
mayor como El Edén y El Molote y Cristell Yovanna, con un traje
alusivo al coco.
Por instrucción del presidente municipal Carlos Armando Bello
Gómez en este evento se introdujo la modalidad de hacer preguntas
a las candidatas sobre la historia de Atoyac. Las preguntas las hizo él
mismo alcalde. Ese año ganó Mariela de la colonia Miranda Fonseca y
249
Víctor Cardona Galindo

los equipos que perdieron alegaron que la eligieron porque era familia
del presidente. No quedaron conformes porque la favorita era Deuz.
El 2011, en la edición 21 de La Expo Atoyac, compitieron por
el título de reina: Azucena, Karen Paola, Yarajara, Luz Neri, Karina,
Marialí, Jessica e Itzel. Las ocho candidatas se exhibieron vestidas
de la mujer maravilla en un opening montado por Andrés Bello Gó-
mez, Andy. El grupo de salsa Impacto Latino del maestro Miguel
Aquino deleitó el evento con sus mejores cuadros.
Se calificó: expresión verbal, corporal y artística, las candidatas
lucieron el vestuario que Gerardo Mallares les confeccionó, prác-
ticamente unas angelitas en trajes de baño. Antonia Pérez estuvo
atrás del escenario haciendo señas y dirigiendo a las muchachas,
durante los años 2005 al 2012, se comprometió a dar lo mejor de sí
enseñándoles modelaje y a sentirse seguras de si mismas. Toñita fue
puro cariño y las aspirantes durante estos años la llamaron mamá,
Toñita”. Nelva dedicó gratuitamente su tiempo varios años en la
preparación de las candidatas. Ya se las sabe de todas todas y ha lle-
gado a reconocer la madera de las niñas con sólo verlas.
A veces las muchachitas no le echan ganas y se descuidan, lucen
todas descuachaladas es una palabra que acuñó Andrés Bello para
referirse a las muchachitas desaliñadas. El verbo “descuachalar” se
inventó al calor de estos menesteres. Muchas veces las jovencitas
que concursan se sienten hechas a mano y que todo lo merecen. No
se les puede hablar fuerte porque “les aflora la chipeza”. Así se vivió
la experiencia con Marialí, Jazmín, Azucena, Luz Neri, Diana Jara,
Karen Paola, Jessica Guadalupe e Itzel Alejandra. Esta vez Marialí
fue la favorita, aunque al final ganó Jessica, quien demostró sus ca-
pacidades en el escenario.
La presentación final estuvo muy animada, la porra de Marialí
llegó temprano de amarillo, su mamá era la principal animadora.
Salvador Hernández Meza, Chavón, vino con su tambor y globos
naranjas para apoyar a su hija Jessica. Los Del Valle y los Mesino
apoyaron a Karen Paola, junto con la raza de la colonia 18 de Mayo,
vinieron con uniformes y banderas moradas.
250
Mil y una crónicas de Atoyac

Como todos los años la prensa eligió a la señorita fotogenia.


En un tiempo lo hicieron los fotógrafos que son un gremio en pe-
ligro de extinción por la invasión de tantas cámaras y celulares. Es
ya tradición que Francisco Magaña coloque la banda y entregue el
premio.
Los videos que se exhibieron para presentar a cada candidata
los filmó Valentín Catarino Salas y los editó Norberto Encarnación
Calixto, el Calvo, muy buenos por cierto. Las aspirantes posaron
en El Cuyo Tomate, en la Fontana y degustaron las enchiladas del
mercado “las de pollo ausente”. Al final la última pasarela fue la
de Mariela Radilla Bello que entregaba el reinado. Resultó que el
segundo lugar fue para Marialí, Yarajara el tercero y la que cautivó
y se llevó el primer lugar fue Jessica Hernández la hija de Chavón, y
por cierto parte de la dinastía Hernández.
Para el certamen del 2012 quien dirigió la ceremonia fue el lo-
cutor Rubén Castro Arellano, quien es ya un clásico conduciendo
este evento.
La porra de Irene vestía de negro; la de Blanca, de amarillo, la
de Yessenia, de verde; de naranja, quienes apoyaban a Yareli; la porra
de Yajaira de morado, la de Karen de azul. Jovanna la reina saliente
habló que la humildad es la mejor carta de presentación, no es el
vestido que hace a la reina.
En este evento Gerardo Mallares, una vez más, fue el diseñador
de los vestidos. Primero el opening, luego la primera presentación en
trajes de baño y la pasarela en traje de gala. Los pájaros que duermen
en los huecos de las paredes del viejo palacio municipal y de la es-
cuela Juan Álvarez vuelan asustados por la gritería que hace la gente
de las porras. Quien ganó el certamen fue Yajaira. Otra vez se vino la
inconformidad y la promesa de que ya nadie va a participar en este
evento que cada vez está más desacreditado.
Pero este 2013 un público multitudinario, congregado en el
zócalo de esta ciudad cafetalera, fue testigo —el domingo 10 de
marzo— nuevamente de este trascendental acontecimiento. En un
ambiente de fiesta y algarabía, la elección de la reina se prolongó
251
Víctor Cardona Galindo

hasta la madrugada del lunes. Yajaira Yeraldin reina de la Expo Ato-


yac 2012 lució una vez más su belleza, en el escenario.
Para llegar a ser reina del café, las candidatas pasan por una
etapa de preparación. Este año 2013, fueron atendidas por maestros
de baile, un psicólogo y un maestro de cultura general. Visitaron
lugares atractivos y característicos de nuestra historia como las rui-
nas de la fábrica del Ticuí, la laguna de Zacualpan, el mercado y la
sierra. Se les enseña el proceso del café desde los almácigos hasta, las
plantaciones y torrefacción y conocen los productos de la región,
como la copra, el mango y el tamarindo.
Esta vez lucieron trajes de fantasía diseñados por Lucio Alberto
Barrientos Hernández y Luis Antonio Hernández Martínez, mismos
que fueron confeccionados por Gerardo Mallares de San Jerónimo.
El vestuario es representativo de los productos de la región y de la
cultura. Hubo de maíz, tamarindo, coco, plátano y café. Los que
tenían motivos de la fábrica y la danza del Cortés los pintó Eliezer
Fierro. Los ensayos del opening estuvieron a cargo de Luis Antonio
Hernández Martínez, que en la primera presentación exhibió el ja-
rabe tapatío versión remix. En la segunda se montó la pieza Grupie
de Bob Silclair. Para la final preparó Crank it up de David Guetta.
Esta vez los conductores fueron Itzel Alelí Reyes y Alan Gibrán
Muñoz Bello. El zócalo lució como un arcoíris de globos: verdes,
rosas, azules, dorado, blancos, morados, rojos, naranjas. Se veían
antifaces, tambores, matracas y una banda de viento. El griterío de
las porras era ensordecedor.
Los rasgos tomados en cuenta, por el jurado calificador son:
pasarela, belleza, dominio escénico y expresión oral. Al final, Beatriz
Zaragoza fue elegida como señorita fotogenia 2013 por la prensa,
representada por el reportero Francisco Magaña de Jesús, quien en-
tregó un premio en efectivo y la banda distintiva a la agraciada de
la noche. El tercer lugar fue para Yovana Gapi Santiago; el segundo
para Cintia Nayeli Díaz Gutiérrez y la triunfadora del certamen rei-
na del cafe Atoyac 2013 es la señorita, Beatriz Zaragoza Torreblanca,
originaria de la colonia Antonio Campos.
252
Mil y una crónicas de Atoyac

Festividades de Semana Santa: el encuentro


La Semana Santa es la fiesta más importante para el pueblo de Atoyac,
con sus volantines y las procesiones. El olor y sabor a atole de nejo que
se prepara en las casas donde reciben al Santito, esa imagen grande
de Jesús de Nazaret que recorre las calles y cuarenta hogares durante
la cuaresma. Al llegar los días santos la ceremonia se combina con las
actividades que ocurren dentro de la iglesia y en las calles donde par-
ticipa todo el pueblo. Estos días la parroquia luce atestada de gente.
La fiesta es de mucha tradición. Dice Zeferino Serafín Flores,
el Prieto Serafín, que en el pasado en la Semana Santa se hacía un
corral de toros para el jaripeo, pero éste tenía como característica que
la policía municipal se dedicaba a detener a todo aquel individuo que
pasaba por el lugar donde lo estaban construyendo y los obligaba a
participar en la construcción del ruedo. También que algunos “pues-
teros” de la feria vendían matracas pequeñas de madera para que las
jugaran los niños, las matracas eran el símbolo de la semana santa.
Los ritos van desde el lavamiento de pies a doce personas que
representan a los apóstoles hasta la aprehensión, el encuentro y la
crucifixión de Jesús. Pero de estos ritos el que más gente involucra es
el encuentro de la virgen María con su hijo, en donde han llegado
a participar hasta 10 mil personas en la calle Álvaro Obregón, entre
El Capire y Galeana. En la iglesia se realiza también la ceremonia del
encendimiento del fuego nuevo y la bendición de los santos oleos
que se utilizarán todo el año.
En el pasado los fariseos, que siempre han sido ciudadanos de
respeto, ataviados con su machete envainado y sus varas de algodon-
cillo, rompían gloria formados, sonando sus machetes y se golpea-
ban entre ellos con esas varas que silban al pegar. Los fariseos eran
como vigilantes dentro de la iglesia y en los años cuarenta inspec-
cionaban que ninguna persona fuera al río a lavar o a bañarse en los
días santos. A los que encontraban dentro del agua los agarraban a
varazos. Ellos también eran los encargados de que en la peregrina-
ción todos fueran guardando el orden.
253
Víctor Cardona Galindo

Fue en los tiempos del padre Isidoro Ramírez Chilolo, cuando


no se permitía bañarse en el río durante los días santos. La gente co-
rría cuando veía legar a lo fariseos. Al romper gloria muchos padres de
familia les pedían prestadas las varas para darles una tunda a los niños
que no crecían. Algunas mamás reprendían a sus hijos diciéndoles: “te
calmas o contigo voy a romper gloria”. Aun existe la tradición de que
por la noche del sábado los fariseos suenen sus machetes.
Uno de los cronistas de esta ciudad, Eduardo Parra Castro, Yito,
dejó escrito sobre los fariseos de los años cuarenta del siglo pasado:
“estos personajes eran los encargados de todas las ceremonias reli-
giosas de la Cuaresma, era tan estricta la fe religiosa en esa época que
el jueves, viernes y sábado de Gloria se guardaba vigilia de no comer
carne, sólo verdura, pescado y camarón que abundaba mucho en el
río, pero todo eso se pescaba con anterioridad porque del jueves al
sábado por orden del ayuntamiento y de la Iglesia quedaba estric-
tamente prohibido lavar y bañarse en el río… Por eso los fariseos
recorrían toda la ribera del río buscando infractores que estuvieran
lavando o bañándose, al que encontraban lo azotaban con varas de
algodoncillo y el que se oponía la policía lo remitía a la cárcel… El
sábado de Gloria cuando se rompía gloria, era de ver que los mismos
fariseos se azotaban unos a otros, quién sabe que significado tenía
esa costumbre ya que había familiares que las tomaban a su modo,
como por ejemplo, había unos que teniendo palos frutales y que no
daban frutos, a esa hora los azotaban para que los tuvieran y otros
azotaban a los hijos y les decían que era para que crecieran”.
Los viejos recuerdan todavía como entre los chamacos hacían
apuestas de que no se dejarían pegar el Sábado de Gloria.
Pero hablando del encuentro de María y Jesús, que es el tema
que nos ocupa hoy, Francisco Magaña recogió en el 2002 que “cin-
co mil católicos participaron en la escenificación del encuentro de
Jesús y la virgen María, tradición que se celebra el viernes santo
desde hace 80 años en la ciudad de Atoyac… Este acto ejemplifica el
encuentro de la virgen María con Jesús de Nazaret rumbo a su cru-
cifixión. Desde muy temprano los vecinos barren, riegan y arreglan
254
Mil y una crónicas de Atoyac

las calles por donde va a pasar la procesión de Jesús y María. Muchos


buscan un lugar donde esperarán el paso de las imágenes”.
“La virgen María sale de la parroquia en busca de Jesús, que
también sale de la iglesia cargando una cruz para ser crucificado y
es acompañado con música de tambor y de carrizo, en su trayecto
es escoltado por sus 40 vírgenes y niños vestidos de angelitos —son
mandas de sus padres para agradecer un favor— quienes marchan a
las 12 del día por la calle principal para posteriormente encontrarse
con María”.
“Las imágenes de los íconos de la iglesia católica, son carga-
das en un templete por seis hombres quienes cumplen también una
manda… A pesar del sol ninguna persona debe ir cubierta de la
cabeza de lo contrario los fariseos —hombres que portan una vara
de un singular silbido— se encargan de recordárselo con un varazo
a todos aquellos que estén cerca de la imagen”. Narró en esa ocasión
Francisco Magaña en el periódico Atl del 7 de abril del 2002.
Año con año el Jueves Santo a medio día el santito sale de una
capilla. En el 2012 partió de la capilla de La Pindecua a las 12 del
día y caminó por la colonia Vicente Guerrero, las calles Obregón y
Juan Álvarez. Con el sol caliente marchó el cortejo y el olor a copal
inundó el ambiente. Al lado del Santito caminaron dos vírgenes, un
hombre con túnica azul, una corona de espinas y las manos atadas.
Atrás iban niños con coronas de mirtos y niñas vestidas de vírgenes
con velos de tul. La procesión entró con la imagen a la parroquia
y la colocó frente al altar principal donde todos los fieles pasaron a
tocarle sus heridas, frotar sus manos y persignase. Una mujer per-
maneció arrodillada rezando un buen rato, frente a esa a imagen que
impresiona por la sangre de sus heridas y después todo el mundo
reposó del sol, mientras los miembros de la hermandad Jesús de
Nazareth, que es la heredera de los viejos fariseos, se tomaban la foto
con el sacerdote, como festejando que parte del trabajo está hecho:
el Santito regresó a la iglesia después de cuarenta días de peregrinar.
Es tradición que durante el Jueves Santo, el Santito salga de la
parroquia a las ocho de la noche. En el 2012 iba vendado y con una
255
Víctor Cardona Galindo

túnica roja. Por delante iba un hombre que representaba Judas con
una túnica azul sonando las monedas. En esta tradicional procesión
que año con año camina por las calles de Atoyac, los 11 apóstoles
van atrás de Judas, y delante de la imagen, con túnicas de diferentes
colores. Se escucha la melodía triste del tambor y la flauta de carrizo.
Una jovencita vestida de ángel sigue a la imagen, mientras los de la
hermandad contienen a la multitud con una reata blanca. La matra-
ca suena y los de la hermandad iluminan el camino con hachones
que ahora tienen una base de metal y el aserrín con diesel son el
combustible que dura ardiendo todo el trayecto. Hace muchos años
los hachones eran hechos con tiritas de madera de ocote, pero ahora
todo es más práctico. Este día dos cuerdas penden del cuerpo de
Cristo, una de sus manos y otra del cuello. El matraquero hace su
escandaloso ruido, con ese aparato hecho de madera.
No hay rezos, todos van en silencio sólo se escucha la matraca, el
tambor y la flauta. La procesión pasa por la calle Álvaro Obregón y
los 11 apóstoles caminan lento. Los de la hermandad Jesús de Naza-
reth ahora convertidos en fariseos van vestidos con playeras blancas
y la imagen de Jesús estampada. Llevan machetes envainados y unas
varas de algodoncillo cada uno, ahora la bandera es roja y la lleva el
Alférez el mismo que ha sido durante muchos años. La imagen hace
el recorrido por Obregón, Galeana, Hidalgo y regresa a la parroquia.
El Viernes Santo, la imagen sale de nuevo de la parroquia y tras
de él sale la virgen. Jesús lleva una corona de espinas, una pesada
cruz sobre su hombro derecho, tres cuerdas penden de él, una del
cuello y las otras dos amarradas de sus muñecas, van las vírgenes y
niños vestidos de apóstoles. También niños disfrazados de Nazare-
nos cargan cruces de palo en el hombro. El alférez lleva de nuevo
la bandera roja, van los músicos del tambor y la flauta de carrizo.
Mientras Jesús enfila por la calle Juan Álvarez seguido de miles de
personas, la virgen se encauza por Hidalgo acompañada de cientos
de feligreses entonando cantos. La virgen es cargada por mujeres
apoyadas por hombres y en la esquina de Galeana e Independencia
una señora sale sahúma la imagen de la madre de Jesús y llora. Las
256
Mil y una crónicas de Atoyac

coristas caminan atrás de la imagen con sus rebozos blancos, cu-


briéndose el sol que es inclemente.
El lugar del encuentro está adornado de papel picado y un gran
altar con flores los aguarda. Mientras la virgen despunta por Ga-
leana ya Jesús espera a la mitad de Álvaro Obregón. El esperado
encuentro se da en el lugar de costumbre, donde las imágenes se en-
trelazan simulando un abrazo. Es el momento que todos esperan ver
y lo que años con año congrega a miles de feligreses. Las imágenes
se colocan en un altar bajo el inclemente sol, están un momento y
luego emprenden la marcha, ahora juntos por Galeana.
Hay altares por todo el camino donde paran los miembros de la
sagrada familia y algunos vecinos sacan bolsas de agua para dárselas
a los peregrinos porque el sol está muy caliente. Son las dos de la
tarde cuando las dos imágenes después del encuentro comienzan a
recorrer la calle Hidalgo.
Llegando a la iglesia colocan a Jesús y la virgen frente a frente.
Las imágenes de la iglesia están tapadas con telas moradas, otros
santos fueron quitados de su lugar habitual. Estos días las campanas
no tañen, llaman al rito con matracas. Los campanazos se volverán
a oír hasta que se rompa gloria.
Ya el Viernes Santo a las ocho de la noche, Jesús sale de nuevo de
la parroquia para recorrer las calles, pero ahora su cuerpo va dentro
de una vitrina de madera y vidrios, cuatro listones negros penden
de cada esquina. La virgen lo sigue. El Alférez va por delante. No
hay rezos. El tambor toca a dos tiempos, suena triste el carrizo. Con
túnicas blancas van 16 hombres rodeando el féretro transparente.
Cuatro llevan charolas plateadas con las pertenencias que le qui-
taron al cuerpo: los clavos, martillo y la corona de espinas. Ellos
representan los cuatro santos varones que bajaron el cuerpo de la
cruz. El cortejo camina por la calle Juan Álvarez y luego por Álvaro
Obregón. De negro van las vírgenes Marta y María Magdalena.
Todos los apóstoles, de túnicas de diferentes colores y sus es-
topas prendidas, van simulando el sepelio de Jesús, se paran en las
estaciones donde hay altares, son blancos y frente a ellos se baja a Je-
257
Víctor Cardona Galindo

sús y a la virgen para sahumarlos. Se colocan petates en el piso para


instalar las mesas de madera que soportan las imágenes. La vitrina
pesa por eso la llevan entre seis. A la virgen la cargan cuatro mujeres
ayudadas por hombres. La multitud sigue hasta volver a la iglesia,
muchas caras son las mismas de la procesión cuando comenzó la
cuaresma: Son los devotos del rito y fieles a la tradición.
Los que colaboran en el rito son muchos: Pedro Ríos toca la
flauta de carrizo en la procesión del silencio y en el Encuentro, él no
sabe de notas, el tono lo aprendió de memoria de Alejandro Galea-
na. A veces también toca el tambor. Los dos sonidos representan la
trompeta y el tambor del ejército romano.
Otro personaje fundamental en la procesión es el alférez, es
quien lleva la bandera, es el capitán de lo fariseos. En los años se-
senta se tenía la costumbre de perseguir al alférez para quitarle la
bandera y darle varazos. Eso se hacía como a las 11 de la noche del
sábado después de romper gloria. A veces se iban corriendo hasta el
Calvario donde lo alcanzaban.
Perfecto Ríos Laurel es el Alférez y tiene 40 años en la herman-
dad y 30 años como Alférez. Explica que la bandera roja se lleva los
días santos, él la saca cada año; el resto de los días queda guardada
en su casa.
Hay testimonios de que un Jueves Santo cuando estuvo el padre
Máximo Gómez encargado de la parroquia, le mandó un oficio al
presidente municipal para que no se pusiera el tianguis del jueves,
pero la autoridad no hizo caso y el tianguis se puso en la calle donde
pasaría la procesión. Entonces Máximo mandó a todos los fariseos
con sus machetes a quitarlos. “Tenían obstruida toda la calle Juan
Álvarez por donde pasaría la procesión, estaban instalados desde
frente a la casa Galeana hasta el arroyo, llegamos y trozamos las
reatas de los tendederos y no tuvieron otra que quitarse” recuerda
un viejo fariseo.

258
Mil y una crónicas de Atoyac

Nuestro café
“En las profundidades de nuestra exótica selva y a la sombra de
altivos olmos, las manos fuertes de hombres laboriosos, en franca y
armoniosa convivencia con jaguares, pumas, cascabeles, tucanes y
faisanes… producen aromas y sabores aprisionados en granos oro
para deleite de los más estrictos gustos y refinados paladares: Café
de Guerrero para delicia del sur para México y el mundo”. Escribió
Julio César Ocaña en su libro Café de Guerrero, identidad y orgullo.
Cuando se habla de café en Guerrero se habla de Atoyac. Este
aromático grano fue traído por primera vez a nuestro sierra por Clau-
dio Blanco y sembrado en El Porvenir en una finca que se llamó El
Gamito eso sirvió como prueba de que el café si se daba en estos con-
tornos. Esa finca que estaba sembrada de muchos árboles frutales, en
su mayoría plátano, después fue vendida a Gabino Pino González.
Durante el porfiriato los Pino eran dueños de una gran porción
de terrenos en la sierra. Eran los tiempos en que la colonia española
de Acapulco dominaba el comercio del algodón en las costas, los
criollos de estas tierras tenían que buscar otra forma de salir adelan-
te. Por medio de publicaciones llegaban noticias de que en Europa
había mucha demanda de café y don Porfirio Díaz impulsaba el
cultivo para traer divisas al país. Por eso Gabino Pino González se
aventuró a viajar a Chiapas donde el café florecía. Recorrió en barco
hasta puerto Madero y luego fue al Soconusco en donde recibió
instrucciones del beneficiado del café.
A Gabino Pino González cada año se le rinden honores, se hizo
célebre por haber introducido el café al municipio de Atoyac. Es
uno de los personajes que más han trascendido en la historia de
nuestra matria como le llama al terruño o a la patria chica don Luis
González y González.
Gabino Pino tuvo el mérito de haber comenzado de manera
formal el cultivo del café en estas latitudes. Por ello la mitad del siglo
pasado este municipio tuvo un repunte económico importante y fue
conocido como “la tierra del café”.
259
Víctor Cardona Galindo

Don Gabino nació el 19 de febrero de 1856, en el pueblo de


Atoyac y murió el 17 de julio del 1921. Fue presidente municipal
siete veces, dice su biógrafo René García Galeana que en uno de esos
periodos que estuvo al frente del municipio, le tocó la ingrata tarea
de dar fe del levantamiento de los cuerpos de los hermanos Pinzón,
cuando fueron fusilados después de su fallida revuelta.
Fue un hombre de dos siglos y de grata memoria, pues cuando
disfrutamos una taza de un café natural de Atoyac, recordamos que
fue gracias a ese atoyaquense visionario, que allá por el año de 1891
inició un ambicioso proyecto viajando a Chiapas para conocer del
cultivo del aromático grano. Por medio de los escritos que dejó aho-
ra conocemos su peregrinar por la selva de Chiapas. De los puertos
que visitó y de su paso por Oaxaca, retratando con sus crónicas los
lugares por los que transitó.
Allá en Chiapas le presentaron a un guatemalteco llamado Sal-
vador Gálvez, quien lo acompañó y le enseñó a cultivar las plantas
del aromático grano. Compró los primeros viveros y los trajo vía
marítima para sembrarlos en la sierra de Atoyac. Cuando vieron
que esta planta si producía a mayor escala y que era negocio, otros
se atrevieron a iniciar la aventura, hasta que la selva se fue llenando
de cafetos.
Gálvez sembró un extenso plantío en su finca a la que deno-
minó El Estudio y en ese lugar se instaló el primer beneficio de
Café. Dice Wilfrido Fierro que construyó él mismo la maquinaria
y aprovechando las aguas del arroyo que corría por la finca, puso en
movimiento una enorme turbina que sirvió para el desarrollo de la
industria.
Las tierras del Estudio, muy cerca de La Soledad, después de la
Revolución fueron usufructuadas por el coronel agrarista Francisco
Vázquez, la Perra Brava.
El siguiente en emprender la aventura en la búsqueda del oro
verde fue don Manuel Bello, quien tenía la fábrica de hilados y teji-
dos La Perseverancia en el lugar donde ahora está el mercado, la dejó
para dedicarse al cultivo del café que por esos tiempos prometía ser
260
Mil y una crónicas de Atoyac

un negocio rentable. Manuel Bello instaló su finca, a la que bautizó


como La Siberia punto que todavía existe muy cerca del Paraíso.
Por investigaciones de doña Juventina Galeana Santiago se
sabe que don Gabino G. Pino no sólo trajo a Gálvez como técnico,
también vinieron con él Nicandro Corona y Jerónimo Loza. Don
Nicandro puso una finca cafetalera que denominó El Zafir y don
Jerónimo instaló otras plantaciones que llamó El Porvenir.
Pero el mayor empuje de la siembra del café comenzó a darse
después de 1927 cuando los campesinos medieros, habitantes de la
sierra, comenzaron a tomar las tierras por la fuerza. Don Isaías Gó-
mez Mesino a sus 89 años recuerda que su papá se metió a sembrar
en los terrenos de Juana Fierro sin que todavía se autorizara la ley
agraria, ahí sembró café, después de cosecharlo lo pilaba y lo traía
en bestias a la cabecera municipal para venderlo a Gabriel Zahar y
a Lorenzo Lugo. Gabriel Zahar tenía su compra en el zócalo, donde
los Parra. Don Lorenzo compraba en la esquina de la plaza a donde
ahora están oficinas del dif municipal. Recuerda don Isaías que en
ese tiempo se pilaba el café a puro pilón y lo despulpaban manual-
mente. A un tronco le hacían un hoyo en medio, le metían un palo
con canales y le daba vuelta; así lo despulpaban.
Don Simón Hipólito Castro ha escrito que los primeros comer-
ciantes en la rama del café fueron los árabes Gabriel y Regina Zahar
y los chinos Lorenzo y su esposa de apellido Lugo. Este último ma-
trimonio era cojo, ambos cojeaban de una rodilla. El matrimonio de
árabes vendía chaquetas de mezclilla y compraba café. Se sabe que
después el matrimonio Zahar construyó en el puerto de Acapulco
un edificio de departamentos bautizado como San Antonio y que el
matrimonio chino se trasladó a la Ciudad de México donde monta-
ron un almacén de ropa.
El café se descascaraba en pilones; trozos de madera que trajeron
a la Costa Grande los chinos y filipinos que en un principio sólo
era para pilar arroz. Era una gracia pilar entre tres, con las manos
pesadas daban los golpes y no chocaban, llevaban bien el ritmo. “Era
una chingonería ver tres gentes pilando. No todos lo podían hacer
261
Víctor Cardona Galindo

porque era difícil”, recuerda Concepción Eugenio Hernández, Chon


Nario.
De los primeros artefactos para beneficiar el café, nuestro cro-
nista José Hernández dice: “Los granos de café cereza, frescos o del
llamado ‘capulín’ eran despulpados en pilones de troncos de árbol
de parota. Se utilizaba un mortero de madera dura llamado mano de
pilón. También se usaron molinos rústicos fabricados de un tronco
hueco en el cual se introducía un engrane largo o gusano de madera,
colocándole en la parte trasera una manivela del mismo material y
una tolva en la parte superior para poder llenar de café su interior.
Este molino se montaba en dos troncos delgados con sus respectivas
horquetas”.
Aunque desde antes que los campesinos encontraran la formas
de beneficiar el café, las ratas y los tlacuaches fueron los primeros
que comenzaron a procesar el café. Estos animalitos se comen la
cáscara y la pulpa del café maduro y el grano muy peladito lo van
acumulando en sus madrigueras. Los productores le llaman minitas
a estos montoncitos de café que se encuentran entre las ramas secas
y cuevas. Entre febrero y mayo las mujeres de los barrios o familias
que no tienes huertas van a recoger ese café y encuentran monton-
citos hasta de dos kilos en las cuevas de estos animalitos; granos que
usan para su consumo o para vender e ir a la feria. La ventaja es que
ya no se tiene que pilar. De hecho el primero que comenzó hacer
café pergamino fue el ratón, dice un campesino.
El tejón y la zorra se tragan el café en cereza y defecan el grano
entero sin cáscara. Cuando encuentran “popó” de zorra de puro gra-
no de café es de buena suerte, porque luego se encuentran muchas
minitas cuando la gente va a recoger.
De los tiempos de la bonanza del café, Chon Nario recuerda que
Ecliserio Castro Ríos, Cheyo, aventaba el café frente al viento con
una bandeja de palo y no se le caía ni un grano a pesar de que era
invidente y la gente lo contrataba para pilar café en sus casas. Ventu-
ra y Liberato Fierro Barrientos inventaron una máquina para tostar
café e hicieron un molino de madera. El tostador era un tambo de
262
Mil y una crónicas de Atoyac

fierro con una manivela con la que le daban vuelta, sobre el fuego
hecho con conchas de coco.
El primero que comenzó a mortear café en Atoyac fue Wadi que
tenía su morteadora en una barda grande de la calle Reforma, donde
ahora están las instalaciones de Cable Costa. Una vez la máquina se
desgobernó y comenzó a temblar la tierra, se escuchaba el estruendo
muy feo. La gente salió de sus casas corriendo y en el centro se hizo
mucho escándalo, nadie sabía que hacer, esa maquinaria era desco-
nocida por todos. El héroe fue Flores Zedeño, quien sin medir el
peligro se metió y apagó la máquina mientras todo el mundo corría
asustado.
Wadi Guraieb llegó a Atoyac en 1937. Él y sus dos hermanos,
Sebastián y Salomón Guraieb Guraieb llegaron a Veracruz en 1922
procedentes de Dair Elama, Líbano. Escribió Anituy Rebolledo.
Vivió seis años en Atoyac donde conoció sus pueblos e instaló el
primer beneficio seco para comerciar café capulín comprado a los
sierreños.
En 1944 Wadi y su esposa doña Rosa Guraieb se instalaron en
Acapulco, donde abrieron su negocio Café Atoyac. A partir de 1960
se llamó Casa Wadi, ubicada en la esquina de Mina y Velázquez de
León, según los datos de Anituy.
Después en la ciudad llegaron a tener beneficios de café: José
Carmen García Galeana, José Navarrete Nogueda, Raúl Galeana
Estévez, Onofre Quiñones, Miguel Ayerdi, Sotero Fierro, Francisco
Castaño y Fortino Gómez. Ahora hay muchas torrefactoras pero de
eso hablaremos después.
Actualmente de la superficie sembrada de café, el 60 por ciento
es de la variedad típica o criolla, un 30 por ciento bourbon y el 10
por ciento, de caturras, mundo novo y catuaí.
En estos tiempos la sierra está quedando olvidada. Se calcula
que hay 42 mil hectáreas sembradas de café de las cuales el 40 por
ciento está en abandono. Sólo se cultivan el 60 por ciento, el resto
se encuentra entre el monte padeciendo de las plagas que provoca
no cortar el grano. Los mejores tiempos del llamado oro verde ya
263
Víctor Cardona Galindo

quedaron atrás; sin embargo urge seguir manteniendo las plantas en


pie, por el bien de todos.
El café en Atoyac, a diferencias de otras latitudes, se produce
bajo sombra. Cuidar el café es cuidar los riachuelos que todavía na-
cen en las laderas de esta parte de la Sierra Madre del Sur.
Hay quienes dicen olvidémonos del café y busquemos otras al-
ternativas. Pero destruir los plantíos de cafetos significa acabar con
un pulmón importante del estado de Guerrero, con el hábitat de
muchas especies como el jaguar, que se encuentra en peligro de ex-
tinción; la mayoría de estos felinos que existen en Guerrero se en-
cuentran precisamente en la zona del café.
La tierra se ve triste y la vegetación es raquítica si vas del bajo
a la sierra, hasta el Rincón de las Parotas los cerros se muestran
pelones. Siguiendo la carretera rumbo al Paraíso, después de San
Andrés comienza a verse la exuberancia de la vegetación porque ahí
inicia la selva cafetalera y si seguimos la ruta rumbo al Filo Mayor
nos encontraremos que después del Edén, de nuevo los cerros lucen
pelones. Es que ahí termina la zona cafetalera.
El café tuvo su bonanza en dos periodos. El primero fue a me-
diados de los cincuentas y el otro entre los años de 1978 a 1982,
cuando se llegaron a producir 352 mil quintales; en todo el estado,
el 60 por ciento de esta producción salía de Atoyac. Fue cuando las
sinfonolas se daban gusto repitiendo a todas horas la canción “Mi
cafetal”:
Porque la gente vive criticando
me paso la vida sin pensar en nada
pero no sabiendo que yo soy el hombre
que tengo un hermoso y lindo cafetal…

Nada me importa que la gente diga


que no tengo plata que no tengo nada
pero no sabiendo que yo soy el hombre
que tengo mi vida bien asegurada…
Yo tengo mi cafetal y tú no tienes nada.

264
Mil y una crónicas de Atoyac

II
Entre noviembre y diciembre los arrieros llegaban a vender sus re-
cuas de 20 a 30 burros. Vestían con su sombrero de ala ancha, listón
negro y gabán. Venían de Tierra Caliente.
En esos tiempos, recuerda el Prieto Serafín que el café lo bajaban
a lomo de burros y mulas. También había muchos arrieros calenta-
nos que venían con sus recuas a trabajar en la temporada, portaban
unas bolsas negras al frente a la altura de la cintura a las que les
llamaban güichos, ahí traían su dinero y son de alguna manera ante-
cedente de las cangureras.
Algunos viejos arrieros se acuerdan que en la Cuesta del Santo,
llegaron a encontrar una recua y un arriero invisible. Sentían como
los iban atropellar las mulas y el movimiento de los caballos, se que-
daban estáticos en el camino pero sólo pasaba el sonido de las sillas,
los cascos, el resoplido de los animales y los gritos del arriero que
los apuraba. Otros dicen haberse perdido entre las huertas, en una
especie de encanto, que no los dejaba salir.
Más bien el encanto se acabó cuando a partir de 1987 comenzó
a caer el precio internacional y la crisis llegó a su clímax en 1989.
Fue cuando muchos comenzaron a sembrar otra cosa o a emigrar a
Estado Unidos.
Durante mucho tiempo se mantuvo la producción entre los
280 mil a los 300 mil quintales, luego se fue más abajo y en 1995
cuando se creó el Consejo Estatal del Café tuvo un ligero repunte;
llegaron a producirse 230 mil quintales. Ahora se cultiva un 60 por
ciento de la superficie y la producción anda en los 135 mil quintales
en todo el estado.
Durante la existencia del Instituto Mexicano del Café y en su
apogeo había subsidio y apoyo para los productores. Llegaron a culti-
varse 50 mil 600 hectáreas en el estado, de las cuales 34 mil estaban en
la sierra de Atoyac. Ahora se habla oficialmente de que se cultivan 40
mil 122.89 hectáreas en 14 municipios de 4 regiones productoras. La
mayor superficie está en La Costa Grande con 30 mil 942.81 hectá-
265
Víctor Cardona Galindo

reas de las cuales al municipio de Atoyac corresponden 24 mil 245.51


hectáreas. En La Montaña se cultivan 6 mil 788.41 hectáreas, en La
Costa Chica 2 mil 398 hectáreas y en El Centro 253.
Durante la bonanza cafetalera había 10 mil 300 productores y
ahora cuando la producción y superficie cultivada ha disminuido,
ha aumentado el número de productores. Son 22 mil 544 produc-
tores. Sólo en La Costa Grande hay 9 mil 606; de los cuales 7 mil
201 son de Atoyac. En La Montaña 7 mil 471, en la Costa Chica 3
mil 508 y en la Zona Centro 253 productores.
Este aumento de productores podría explicarse en parte por los
subsidios que el gobierno ha otorgado al sector y para allegarse más
apoyos, los cafetaleros dividen sus parcelas entre las esposas e hijos;
aún muchos campesinos no entienden que es mejor cultivar tres
hectáreas bien beneficiadas, que tener 20 abandonadas.
Se habla de un rendimiento de 3.36 quintales por hectárea.
Los problemas que tienen los productores son principalmente las
viejas plantaciones, la descapitalización para renovar cafetales, las
malas condiciones de los beneficios, la escasa mano de obra, la alta
incidencia de la broca del café, la baja calidad y el mercado local
acaparado por únicamente tres compradores, la comercialización de
pequeños volúmenes con bajo valor agregado. Hablamos que sólo
el uno por ciento se vende tostado y molido, el 99 por ciento se
comercializa como café verde a muy bajo precio.
Actualmente en Guerrero existen más de 30 marcas de café,
aunque esto no es muy efectivo porque hay mucha competencia
entre los cafetaleros, lo mejor sería tener una sola marca para todos
los productores de la entidad, bien cuidada y bien promocionada.
Dentro de las alternativas para resolver la problemática de los
cafetaleros se tiene que fomentar el consumo interno, para salir del
estancamiento en que se encuentran. Los mexicanos consumimos
muy poco café. Si en México dicho producto se consumiera más los
productores no tendrían problemas aunque el precio internacional
bajara, la producción nacional no se daría abasto para surtir a toda
la población.
266
Mil y una crónicas de Atoyac

Otro de los problemas es que además del bajo consumo, nues-


tro país está muy desprestigiado en el mercado internacional. Los
productores de México tienen fama de mandar la muestra de buena
calidad y cuando entregan el pedido de café la calidad es menor.
La sierra de Atoyac se ha caracterizado por producir cafés de
buena calidad, los más famosos son los cafés naturales de Atoyac, que
se cotizan a mayor precio que los cafés naturales de los otros 11 es-
tados productores. Aunque han cambiado las circunstancias porque
las empresas de café soluble que antes compraban ese café natural de
Atoyac por la buena calidad ahora lo importan bajo el argumento
que es más barato.
Pero hablando de la calidad del café este año el Consejo Estatal
del Café envió 20 muestras de café de Guerrero al Segundo Certa-
men Taza de Excelencia que se lleva a cabo en la Ciudad de México
auspiciado por la Asociación Mexicana de la Cadena Productiva del
Café, Amecafé y se esperan buenos resultados por la calidad del café
enviado. La comunidad del Edén concursa con una muestra de café
natural y cinco de cafés lavados. La Estancia y Los Piloncillos man-
daron cada uno una muestra de café natural. Tlacoapa concursó con
una muestra de café natural. Mientras la colonia Baltazar R. Leyva
Mancilla de Zihuatanejo envió nueve muestras de cafés naturales y
dos de lavado.
En la historia del café de Guerrero está la creación del Instituto
Mexicano del Café, Inmecafé, mismo que desapareció en 1993, al
desaparecer esta institución también desaparecieron los subsidios y
la regulación de precios. El monopolio nacional e internacional se
benefició, porque comenzaron a importar café de baja calidad de
otros países y afectaron el precio del café local.
En 1973 cuando estaba en su auge la guerrilla y la militarización
de Atoyac, el gobierno federal de alguna manera operó para que
los beneficios privados pasaran a manos del Inmecafé. Por ejemplo
el de La Soledad era propiedad de Domingo Ponce Cedeño; el de
Los Tres Brazos, de Raúl Galeana Núñez; el del Plan del Carrizo de
Los Vargas y el de Río Santiago de Carmelo García. Luego el pro-
267
Víctor Cardona Galindo

grama pider construyó el beneficio de Santo Domingo que nunca


funcionó. El Inmecafé convertía el café en oro natural pero tenía
maquinaria para trabajar todos los procesos. En ese tiempo todos los
acaparadores dieron paso al Inmecafé. Sólo Francisco Castaño y los
Quiñones nunca dejaron de comprar.
Al desaparecer el Inmecafé, por toda la sierra quedó abandonada
la infraestructura que en su momento fue utilizada para beneficiar el
grano. Las organizaciones de productores han venido exigiendo que
el beneficio de café ubicado en los Tres Brazos, que actualmente está
en manos del ejército pase a ser propiedad del Consejo Estatal del
Café, algo que no ha podido concretarse.
En un esfuerzo por reactivar el sector, después de las crisis de
1989, el 29 de marzo de 1994, mediante el decreto 47, se creó el
Consejo Estatal del Café, cuyo primer proyecto estuvo a cargo del
ingeniero Gregorio Juárez Zamora y el gobernador Rubén Figueroa
Alcocer lo instaló en Atoyac, donde hasta la fecha funciona y su
titular es Erasto Cano Olivera.
El Cecafé sigue operando con pocos recursos, en su capacidad
sigue brindando asesoría y apoyo a los productores, aunque puede
considerarse como un institución en peligro de extinción, pensando
que a nivel nacional desapareció el Consejo Mexicano del Café y en
su lugar se creó la Asociación Mexicana de la Cadena Productiva
del Café que es la instancia que opera con deficiencia los asuntos
relacionados con el mundo del café.
Por su cuenta los cafetaleros han hecho esfuerzos por construir
una organización fuerte que defienda sus intereses, pero las profun-
das y ancestrales diferencias políticas y la corrupción de los líderes
han dado al traste con cualquier intento de mejorar su vida.
Allá por 1952 se constituyó la Asociación Agrícola Local de Ca-
feticultores, en 1963 la Unión Regional de productores de Café del
Suroeste del Estado de Guerrero y en 1965 la Unión Mercantil de
Cafeticultores, esa podría considerarse como una primera etapa en
el intento por organizarse. Una segunda inicia el 6 de diciembre de
1978, cuando se constituye la Unión de Ejidos Alfredo V. Bonfil,
268
Mil y una crónicas de Atoyac

en la casa de don Gabino Blanco; entre otras personas estaba don


Pedro Magaña Ruiz a la cabeza. El 6 de julio de 1984, fue funda-
da la cooperativa La Pintada por don Fidel Núñez Ávila. Luego el
9 de noviembre de 1987 surge la Coalición de Ejidos de la Costa
Grande, después de un movimiento que los campesinos iniciaron
para exigir que les pagaran un excedente que se logró de la venta del
café en ese año. El líder emblemático de esta organización ha sido
Zohelio Jaimes Chávez al interior de la coalición nació un grupo
de cafetaleros llamado Los Orgánicos de Pacífico encabezados por
Antonio Miguel Chávez quienes llegaron a exportar café a países
europeos, claro que con las dificultades que esto implica.
Existe también la Red de Agricultores Sustentables y Autogesti-
vos que encabeza Arturo García Jiménez, agrupación que se formó
con gente que en su momento militó en la Coalición de Ejidos de
la Costa Grande.
Los cafetaleros han dado muchas luchas para mejorar sus condi-
ciones, una de ellas fue la gran movilización que realizaron el día 22
de enero del 2001, cuando mantuvieron por varias horas bloqueada
la carretera Acapulco-Zihuatanejo por la demanda de subsidios para
el sector, esa vez lograron un apoyo del gobierno estatal y federal
para reactivar su economía pero no fue suficiente y la crisis siguió.
En los campamentos, el café se mide por Lata que equivale a 13
kilos de café cereza, maduro, recién cortado. Esa lata se convierte
cuando el grano ya está seco en siete kilos de café capulín. En esta
cosecha 2012-2013 la lata cortada se pagó entre 25 y 30 pesos. A 25
pesos cuando el productor puso la comida y 30 cuando los peones
llevaban su alimentación. El jornal de chapona cuando los peones
pusieron su comida se pagó a 150 pesos y a 100 pesos cuando el
productor los alimentó, considerando que los jornaleros comen tres
veces al día. Una hectárea de cafeto se chaponó con un poquito más
de mil pesos.
En cuanto a los precios, en el mercado local los compradores
comenzaron pagando el kilo de cereza a 5 pesos con 50 centavos
y ahorita lo están pagando alrededor de tres pesos. El kilo de café
269
Víctor Cardona Galindo

capulín abrió a 12 pesos y ahora lo están pagando a 11 pesos. El


café oro abrió a 24 pesos y ahora lo pagan a 22. Fabriciano Mesino
vendió su café oro en el mercado local en esos precios. Por su parte
Esteban Castro Sánchez vendió el café en oro natural a 50 pesos el
kilo a un comprador de Monterrey. El no entrega su producto a los
acaparadores, “porque vender al mercado local atrasa”, comenta.
Los torrefactores están cobrando un promedio de 2 pesos con
50 centavos el morteado por kilo para el productor que le quiere dar
mayor valor agregado convirtiendo el café capulín en café oro na-
tural. Están comprando Marcos Galeana, Francisco Castaño Qui-
ñones Pacheli, Leticia Galeana, Jacobo Flores, Fidel Téllez, Antonio
Miguel Chávez y Salvador Benítez que cada año llega a comprar 50
toneladas en Atoyac. Pacheli, Leticia y Jacobo, compran para Mar-
cos Galeana que también está captando el grano en La Montaña por
eso su industria acapara la mayor parte de la producción del café en
el estado.
Zohelio Jaimes Chávez considera que éste es uno de los tiempos
más malos para el café por la total desorganización de los produc-
tores. Mucha gente se fue por su lado haciendo sus grupitos y pro-
vocó una gran dispersión de cafetaleros, ese el problema principal.
No hay una organización que pueda defender una propuesta clara.
Aunque la Coalición de Ejidos hace esfuerzos por reorganizarlos y
ahora están buscando vender café a Diconsa.
En la evaluación que hace Zohelio comercializar en el mercado
local sale a mil 100 pesos el quintal y las huertas están produciendo
un promedio de tres quintales por hectárea, aunque hay gente que
tiene buenas huertas y sacan 8 quintales por hectárea.
Las medidas andan más o menos así. Un quintal equivale en
cereza a 245 kilos, capulín 92 kilos, pergamino 57. 5 kilos, en oro
natural 46 kilos, oro lavado también 46 kilos y ya tostado y molido
rinde hasta 37. 5 kilos. De un kilo de café arábiga salen 120 tazas.
En esta cosecha la gente que puede lo guarda y los vende tostado
y molido. Por ejemplo en la Coalición de Ejidos están dando a 150
pesos el kilo de café lavado molido y a 130 el kilo de café natural.
270
Mil y una crónicas de Atoyac

III
La historia del café en Atoyac ha quedado plasmada en diversos tex-
tos que han escrito propios y extraños empezando por la biografía
del introductor de ese aromático grano Gabino G. Pino que fue
redactada por René García Galeana Rega. Otro libro al respecto es el
de Arturo Martínez Nateras, El lado oculto de una taza de café.
José Carmen Tapia Gómez dio a conocer en 1996, Economía
y movimiento cafetalero. Del Inmecafé a la autogestión en la sierra de
Atoyac de Álvarez (1970-1948) una publicación de la Universidad
Autónoma de Guerrero. Andrea Radilla Martínez, escribió: Poderes
saberes y sabores. Una historia de resistencia de los cafeticultores Atoyac
1940-1974, editado por la uag en 1998 y La organización y las nue-
vas estrategias campesinas. La Coalición de Ejidos de la Costa Grande
de Guerrero, 1987-2003 auspiciado por Unorca el 2004.
Julio César Ocaña sacó a la luz el 2007: Café de Guerrero. Iden-
tidad y orgullo y Alfonso Romero de la O con Julio César Cortés
Jaimes publicaron el 2008 con el apoyo de Unorca el libro Una
aproximación a los costos de producción del café. Simón Hipólito Cas-
tro, Arturo García Jiménez y Decidor Silva Valle han dado amplia
difusión al mundo del café en sus colaboraciones para los perió-
dicos. A eso también se han sumado Evodio Argüello de León y
Bertoldo Cabañas Ocampo.
Sin duda son muchas la publicaciones que se han hecho sobre
el café, pero hoy únicamente nos referiremos a los textos literarios
sobre el tema que se compilaron en Agua desbocada. Antología de
escritos atoyaquenses publicada el 2007, lo que Felipe Fierro publicó
en El silencio del viento el 2010 y Enrique Galeana Laurel en El Na-
caiqueme ese mismo año.
En Agua desbocada doña Fidelina Téllez Méndez al escribir la
biografía de su padre Rosendo Téllez Blanco muestra las peripecias
que vivía un cafetalero para sembrar las huertas: “El propósito de mi
papá era adentrarse en la sierra porque sabía que había tierras propi-
cias para el cultivo del café, así siguieron hasta el paraje denominado
271
Víctor Cardona Galindo

El Ocotal, en donde había ya unas cinco familias establecidas; ellos


por su parte fincaron su campamento a unos dos kilómetros de ahí.
Así empezó la lucha contra las adversidades; por principio mi mamá
acostumbrada al clima caluroso de la costa tenía que soportar el
frío de la Sierra Madre del Sur, y mi papá por su parte, ya acostum-
brado a esas temperaturas, empezó a trabajar sin tregua en la meta
que se había fijado”. “Para iniciar construyó una pequeña cabaña
para guarecerse del frío y de los animales salvajes que merodeaban,
ya que por la noches se dejaban oír los rugidos de tigres y leones;
después se dio a la tarea de limpiar y desmontar todo lo que serían
sus sembradíos de café; cuando la situación se lo permitía alquilaba
a uno o dos trabajadores entre los vecinos para que le ayudaran,
pero la mayor parte del tiempo lo hacía solo. Cuando preparaba una
buena porción de terreno lo sembraba de pequeños cafetos y seguía
preparando otras más. En esa época las tierras estaban ociosas y cada
quien podía extenderse hasta donde quisiera, siguiendo el lema de
Zapata; “La tierra es de quien la trabaja”. Sembró también plátano
de distintas variedades, mientras el café comenzaba a producir.”
Dice que “recién llegados a ese lugar, un día que caminaba por
una vereda se encontró con un tigre, y al disponerse a luchar por su
vida se acomodó el gabán y levantó su machete en alto mientras la
fiera lo observaba imperturbable. Él se encomendó a Dios y se dis-
puso a esperar el ataque, pero el animal después de observarlo optó
por darse la vuelta e internarse en la maleza”.
Doña Fidelina escribió “La vida de mi padre fue de trabajo y es-
peranza, pasando el tiempo llegó por fin la recompensa: los cafetales
comenzaron a dar frutos y en cada cosecha con más abundancia, por
lo que hubo necesidad de contratar trabajadores, al principio venían
gente de Los Arenales, y más tarde hubo que contratar trabajadores
que venían de la región de La Montaña y pronto los asoleaderos se
llenaron de café, que se ponía a secar y luego se encostalaba para
llevarlo al mercado”.
También en Agua desbocada y luego en Café de Guerrero identi-
dad y orgullo, Julio César Ocaña publicó “Tormentosa” un cuento
272
Mil y una crónicas de Atoyac

con el que ganó el primer lugar del Concurso de Cuentos del Café,
convocado por René García Galeana, mismo que comienza dicien-
do “Vengo aquí todos los años, justo cuando los cafetos visten su
blanco y oloroso huipil de flor en primavera; y sólo vengo a eso, a
mirar ésta blanca blancura y a beber café caliente en la sierra”.
La protagonista Tormentosa García “fue hija de ricos hacenda-
dos que luego de la revolución y del reparto agrario, a pesar de ha-
ber perdido la posesión de inmensos territorios, no carecieron de
dinero, de poder y de relaciones. Si bien, dejaron de ser dueños de
toda la tierra de cultivo de Acatengo el Grande —lugar imaginario
de Ocaña— también es cierto que su familia era la única que tenía
el dinero necesario para construir y mantener los beneficios de café
y para comprar y mover los pesados camiones que bajaban el grano
aromático del pueblo a la ciudad y de ahí al puerto de Santa Lucía
de los Carrizos para su exportación”. En la casa de Tormentosa el
hábito ritual del café se repetía cinco veces al día, “porque hay que
decirlo también: en la casa de Torme se tomaba café a lo largo de
toda la jornada y es que, como ella acostumbraba a decir —El que
quiera seguir igual de güilo que no tome café.
También en Agua desbocada. Antología de escritos atoyaquenses,
Juan Martínez Alvarado da a conocer una muy bien escrita biografía
deliserio Castro Ríos Cheyo, quien era ciego, versero nato, músico y
buen amigo: “Por muchos años tuvo como oficio el pilar café capu-
lín en un ancestral pilón de madera semejante a dos conos trunca-
dos opuestos por el corte, triturando en éste los granos de café con
un mazo de palo liso por tanto golpe, en forma de dos bastos unidos
por el puño. También en un molino de mano molía y molía hasta el
cansancio sacos de café tostado”. Cheyo murió en 1977 atropellado
por un camión de la Flecha Roja.
Andrea Radilla Martínez en Agua desbocada publicó el texto
“Dagoberto, un cacique más” donde la trama circula en torno al
café, al reparto de tierras, el saqueo de madera, la falta de senti-
do común de los campesinos que se dejan manipular por líderes
corruptos. En algún momento de la trama se puede identificar en
273
Víctor Cardona Galindo

Roberto uno de los protagonistas de este escrito la personalidad de


su padre Rosendo Radilla Pacheco y la lucha que dio a mediados del
siglo pasado por mejorar la vida de los cafeticultores.
También en Agua desbocada se recoge una crónica de Luis Ríos
Tavera que se llama “Pescado fresco” donde habla del ambiente que
se vivía durante la bonanza del café en la ciudad de Atoyac. En donde
comenta: “si el quintal de café, pongamos el caso, abre en el mercado
cuando se inicia la temporada de 150 a 200 pesos; el campesino ya
lo tiene comprometido en menos de la mitad, ¡y hay que pagar! Para
quedar bien, porque luego se ofrece… el año que entra lo mismo”.
Habla del pueblo fiestero gastándose el resultado de buenas co-
sechas y de los compradores que arreglaban “la romana para robar de
peso, y les quede algo por kilo”. Y retrata bien el tiempo. “De allí el
desequilibrio, la división de los hombres. El monopolista del grano,
el succionados del sudor, el criminal que manda a matar, el bandido
que roba con la pesa; y la injusticia del que manda en la vida pública”.
Y es que en los mejores tiempos del café todos querían una tajada
de la riqueza, los compradores al tiempo, los pleitos por las heren-
cias de las huertas que terminaba a veces con uno o dos muertitos,
ahí ganaban los pistoleros a sueldo, los que compraban arreglando
la báscula para que les quedara algo también a ellos. Se rumora que
algunas de las grandes fortunas que existen en Atoyac se hicieron
precisamente robándoles a su patrones. Y las autoridades ponién-
doles gravámenes al café, hasta el ayuntamiento quería una tajada.
Hay quien me ha dicho que en las páginas anteriores sobre
“Nuestro café” debí mencionar que los mejores tiempos le tocaron
al sacerdote Isidoro Ramírez, quien subía con ayudantes y animales
de carga a la zona del café donde recogía en especie el diezmo para la
iglesia. Llegaba a los campamentos y llenaba los costales para cargar-
los a los caballos. Donde tenía confianza ni lo pedía, solo los llenaba
y donde no, tenía que pedirlo pero nadie se negaba a compartir con
la iglesia parte de lo que era una bendición de Dios.
También se recuerda que el doctor José Becerra Luna daba con-
sulta a cuenta de café y cuando llegaba el tiempo de la cosecha con-
274
Mil y una crónicas de Atoyac

trataba peones y con recuas de mulas y caballos mandaba a cortar el


café que ya le debían, es decir se cobraba a lo chino.
Pero volviendo a la literatura del café, Felipe Fierro Santiago
obtuvo el segundo lugar de los cuentos del café convocado por René
García Galeana con el texto “Asoleadero”, trabajo que después pu-
blicó en su libro El silencio del viento. Ese texto comienza con la ima-
gen de dos cuerpos meciéndose por el viento, con los ojos saltados
y la lengua de fuera, colgados de un amate: “Alrededor las plantas
de café sostenían los últimos granos limonados de la cosecha, la lata
por medir el corte del café de cada peón quedó arrumbada, hojas
secas y granos de café despulpados por los picos de los pájaros le ha-
cían compañía, varios costales se mantenían en posición de cama”.
Los cuerpos de un jovencito y una jovencita después de ser ba-
jados de donde estaban, fueron velados en el asoleadero: “Los ha-
chones de ocote encendidos, le dieron vida a la noche, la muerte en
ese lugar era un contraste, la costalera de café pergamino sirvió de
asiento, al centro del asoleadero, el café amontonado despedía el
olor a miel, mientras algunas mujeres repartían entre los peones café
de olla con un poco de alcohol”.
El jato era sostenido por viejos horcones de encino: “Sobre sus
morillos colgaban las tirinchas, las bolsas repletas de trapos de color,
parecían piñatas; a su alrededor las camas de vara permanecían enro-
lladas durante el día, pero cada noche se desenrollaban para tenderse
sobre largos bancos de madera… Tres semanas después de aquel
suceso, los peones rastrillaban por la mañana y por la tarde el café
en el asoleadero, otros encostalaban el café seco, unos más cargaban
las bestias que llevaban el café al pueblo… El jato y el asoleadero
quedaron solos, la ropa del patrón se veía colgada en los horcones de
la choza, aunque entre las ramas del amate había un cuerpo colgado
moviéndose por el viento”.
Enrique Galeana Laurel, por su parte escribió Nacaiqueme, un
libro de cuentos, trova y poesía. En esta publicación sobresale el
cuento “El Gamito” escrito en honor a la primera finca cafetalera
que se existió en Atoyac. Aquí Galeana Laurel recuerda: “En el mes
275
Víctor Cardona Galindo

de mayo, los campesinos subían a la sierra cafetalera para ver la flo-


ración de los cafetos y calcular cuanta producción tendrían; seduci-
dos por el aroma de las flores, se recostaban en cualquier árbol para
saciarse de ese perfume indescriptible y a la vez escuchar el canto
de los pájaros perros —tucanes— y el chillido del revolotear de las
palomas fronjolinas”.
“El Gamito” es una imagen de cómo era la vida del cafetalero,
de como después del 12 de diciembre los camiones llamados los
Colorados llegaban llenos de jornaleros que venían de la región de
La Montaña, vestidos con cotones de manta y las mujeres con sus
faldas y blusas bordadas de vivos colores: “Ya en la casa del ‘patrón’
les tenían que preparar el almuerzo que consistía en tortillas, frijoles,
queso seco, chiles en vinagre y su buena jarra de café; almorzados los
cortadores iniciaban ese peregrinar para llegar a los cafetales antes
de que oscureciera. El primer día había fajina general reparando ‘los
jatos’ —las casas provisionales—; haciendo la limpieza de los patios
asoleaderos. Al término de esas actividades se entregaba a cada uno
de los peones sus ‘tirinches’ para la recolección de grano… Con las
primeras ‘latas’ cortadas, el patrón se iba al barrio para entregar el
café que ya había vendido ‘al tiempo’ a los mentados acaparadores,
con el sobrante iba a comprar los alimentos para la manutención de
los cortadores”.
Mientras tanto en El Encanto ante el embate de la baja produc-
ción y la caída del precio del café: “sus habitantes se sintieron des-
dichados y quisieron morir, se olvidaron de todos los sueños de un
cafetalero, como oler las flores de los cafetos, el olor del café cereza,
escuchar el dulce sonido del cantar del pájaro guaco, el constante
aleteo de las chachalacas, aquel olor del café hirviendo al amanecer,
y sobre todo de poder observar cada mañana el verdor del campo”,
escribió Enrique en otras de sus piezas que se llama “El viejo cafeta-
lero”. Al que yo únicamente le agregaría ese olor a resina de ocote,
el sonido del viento entre las ramas de los árboles y el canto de la
chachalacas que parecen decir: “barre tu casa, barre tu casa, vieja
cochina, bárrela tú, bárrela tú”.
276
Mil y una crónicas de Atoyac

El Nanche
A veces pienso que la vida en la ciudad de Atoyac inicia en Refor-
ma. Esta calle, para los que no saben, comienza donde estaba antes
la terminal de autobuses Estrella de Oro. Ahora está la farmacia
del Ahorro, frente a la veterinaria de Arsenio Juárez por donde vi-
ven Juan y Ramón Galeana. Para mejores señas en esa calle durante
mucho tiempo estuvo el grupo de Alcohólicos Anónimos Nuevo
Amanecer antes de irse para la colonia Las Palmeras, donde sigue
salvando vidas.
La Reforma por la mañana muy temprano se llena de carreti-
lleros. Frente a la panadería de don Natalio llegan las vendedoras
de la parte baja del municipio. Traen girasoles, ramas de albahaca,
mangos y toda clase de productos. Las combis se paran en el puente.
A diferencia de la calle Aquiles Serdán, en Reforma el tránsito va
haciéndose más denso.
En esta calle confluyen las combis que vienen del Ticuí, la co-
lonia Miranda Fonseca, de Alcholoa, Zacualpan, San Jerónimo y la
colonia 18 de Mayo. Eso nada más para mencionar las rutas de trans-
porte. Porque si mencionara una a una las comunidades cuya puerta
de entrada a la ciudad es Reforma entonces no acabaría pronto.
Yo camino por Reforma todos los días para ir al trabajo, me
bajo en el puente cuando vengo del Ticuí. Al bajarme a veces veo
un campesino que afila su machete en uno de los muros del puente.
Ese puente que se construyó después del 2004, año en que azotó a
esta ciudad una tromba. Por esas fechas yo tenía mi estudio, en una
de las orillas del arroyo Cohetero. Todo mi archivo se perdió en la
inundación, un trabajo de 14 años de investigación y acumulación
de información se los llevó el agua. De mi biblioteca sólo se salvó el
libro Como agua para chocolate de Laura Esquivel. Creo que hasta
entonces supe que la calle se llamaba Reforma y que no era una pro-
longación de la avenida Aquiles Serdán como yo creía.
A los vecinos que perdieron sus cosas, el ayuntamiento, les re-
puso sus refrigeradores, camas, estufas y hasta lavadoras. A mi nadie
277
Víctor Cardona Galindo

me repuso mis libros, de los datos que tenía en el archivo, después


descubrí el placer de volverlos a encontrar, y también aprendí a te-
ner mi estudio en las partes muy altas.
Si ahora me bajo en el puente, es porque en la esquina de Refor-
ma con Nicolás Bravo, se instala el Nanche a vender los periódicos.
Ya los taxistas conocen el lugar como la esquina del Nanche. En el
futuro cuando se le siga llamando así pensarán que en el lugar había
un árbol de ese fruto, como en la parada del Tamarindo donde ya
no hay tamarindo.
Nuestro amigo el “periodiquero” no se llama Nanche, así le deci-
mos por ser del Nanchal un pueblito que está en las faldas de la azul
montaña a unos cuatro kilómetros al noreste de la ciudad. El Nan-
che es todo un personaje su nombre verdadero es Cervelio García
Sánchez, es nieto de Isidoro Sánchez el famoso “Satélite”, pero en
desmadre los amigos le dicen Cervecelio, porque era bien borracho, y
tenía la costumbre de irse a su casa a la una de la mañana, hasta que
se le apareció un encapuchado rumbo a El Nanchal dejó de beber y
ya no volvió a su pueblo, se quedó a vivir en la ciudad.
Cuando escribí la primera parte de éste relato en el Atl y lo subí
a Facebook apareció el encapuchado, dio la cara y en confianza con-
tó que todas las noches Cervelio pasaba borracho y apedreaba las ca-
sas y a los perros que le ladraban hasta el cansancio. Por eso decidió
espantarlo. Se puso un sombrero negro, se cubrió parte de la cara,
se vistió con un capote y con un garrote largo se puso en el camino
fumándose un puro. Cuando el Nanche iba a comenzar a corretear
los perros, el encapuchado le dio una fumada al puro y únicamente
se vio la brasa en el aire. Al Nanche hasta la borrachera se le quitó y
se regresó corriendo a la ciudad. Desde entonces no se va de noche
a su pueblo, ya vive aquí.
Pero antes que se le apareciera el encapuchado tuvo un raro en-
cuentro, hechos que fueron marcando la ruta para que dejara la
bebida. Resulta que una tarde llegó al Fortín —así se llama una can-
tina— y anduvo de mesa en mesa buscando quien le invitara una
cerveza, todos se la negaron, pero en una esquina estaba un hombre
278
Mil y una crónicas de Atoyac

elegante muy bien parecido que le dijo “yo te la voy a invitar, ven
siéntate conmigo”. Se bebió una caguama con él y luego se marchó.
Caminó por Hidalgo y al llegar al Atrancón ya lo estaba esperando
el amigo bien vestido que había dejado en El Fortín.
Le dijo “te estoy esperando, porque no tengo amigos en Atoyac
y quiero que me acompañes a cenar y a beber. Ten chíngate una”, y
de atrás de un pretil donde estaba sentado aquel desconocido sacó
una cerveza modelo bien fría y se la dio, él se abrió otra. Cuando se
la acabaron de atrás de pretil sacó otra y otra.
Luego le dijo “vamos a cenar” y al decir eso llegó un taxi por
ellos que los llevó al centro donde cenaron tacos y de ahí al Tahúr
el bar que estaba de moda. El Nanche sólo recuerda que en El Tahúr
aquél hombre le invitó las cervezas y una muchacha. Al otro día
cuando despertó estaba en su casa, donde sus familiares le dijeron
que lo llevó un hombre bien parecido y bien vestido en un taxi.
Se vino a la ciudad de Atoyac y anduvo investigando. Todos
decían haberlo visto pasar con ese joven apuesto y bien vestido que
pagaba todas las cuentas con billetes de a 500 pesos. Pero Cervelio
desde entonces vivió asustado. Porque todos concluyeron que era el
Diablo que anduvo con él.
El Nanche fue el primero que les enseñó a unos periodistas, en-
tre ellos a los enviados de la revista Milenio y a los del Sur, donde
estaba la tumba del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos. Salió fo-
tografiado en la primera plana del Sur con su sombrero viejo, sen-
tado sobre la tumba. Desde entonces ese ejemplar del periódico lo
guarda como su máximo tesoro.
Cuando vinieron los delegados zapatistas en marzo de 1999 a
promover “La consulta por la paz y la democracia”, una noche sólo
Cervecelio y su servilleta, nos quedamos de guardia. Yo era corres-
ponsal del Sur y Cervelio estaba bien borracho como era su cos-
tumbre. Ya se iba, pero para que se quedara le invité una caguama,
ahí nos quedamos toda la noche. El Nanche no dejó de hablar de
todos los políticos locales y de los amigos. Porque siempre ha tenido
esa capacidad de enterarse de todo. Ya por la mañana llegó Carlos
279
Víctor Cardona Galindo

Quevedo, se puso al frente de la guardia, y me fui al mercado a de-


sayunar un arroz frito con café y el Nanche se fue a curársela.
Cervelio es uno de los distribuidores que El Sur ha tenido en
Atoyac a lo largo de sus 20 años y es muy cumplido. Desde hace
tiempo me viene exigiendo ver su historia en el periódico que con
tanta dedicación distribuye entre los lectores de Atoyac. Porque aquí
El Sur es el periódico que más se lee. Entre los otros distribuidores
que ha tenido El Sur sólo recuerdo a Ana Santiago.
El Nanche se hizo voceador —periodiquero, más bien— ven-
diendo el semanario Atl. Su director Felipe Fierro le daba los pe-
riódicos para que los vendiera. Era bien borracho y muchas veces
se quedó dormido en algún corredor con el paquete de periódicos
como almohada. Otras veces la gente le iba a decir a Felipe que el
Nanche ya había empeñado el paquete de periódicos en una cantina.
Felipe iba, los desempeñaba y se los volvía dar al Nanche. Cervelio
fue una de las causas que Felipe se descapitalizara y el Atl dejara de
salir regularmente, y ya cuando el Atl no salía, le decía a todos que
Felipe no sacaba el periódico porque el alcalde Pedro Brito le había
untado la mano con un billete. Comentaba risueño: “Ese Felipe ya
se vendió”.
Por la mañana para estar con el Nanche se juntan muchos ami-
gos, por ahí llega Sambry, mi compadre Paco Magaña, el Pollito,
Dimis y uno que otro chico de negligé, que van a enterarse de los
chismes de la mañana porque el Nanche los tiene frescos, aun aque-
llos que no se han publicado todavía. También se ven por ahí tem-
prano Ladislao Sotelo Bello, Pedro Rebolledo Málaga, José Salinas,
Silvano Piza y Lázaro Mascot.
El doctor Orlando Santiago pasa por El Sur cuando va rumbo
a su consultorio y Layo Mesino el líder fundador del ocss va por su
periódico y regresa a la colonia 18 de Mayo en donde vive. Muchos
pasan en sus carros a comprar el periódico y le dicen: “y ahora cuán-
tos muertos hubo”. El Nanche se limita a decir: “deja de estar chin-
gando y llévate el periódico”. Los automovilistas bajan la ventanilla
y él les alcanza El Sur.
280
Mil y una crónicas de Atoyac

Cuando alguien le dice una chanza contesta: “déjate de pendeja-


das”. Mientras ríe mostrando la ventana de los dientes que le faltan.
Cervelio mucho se queja de los que le deben. Les dice “ya págame
cabrón, mi vieja come tres veces al día” es su forma de cobrar a mu-
chos de los que tiene en una lista grande en su libretita de deudores. A
los clientes del ayuntamiento nos dice “cabrones parece que trabajan
con viuda” porque a veces saldamos nuestra cuenta pasadito el mes.
El Nanche para todos tiene, de mí dice que yo era el que le lava-
ba las manos con alcohol a Pedro Brito, que tengo guardado el reci-
piente y que lo voy a poner en un museo. Luego agrega que llegué
a ser la mugre del dedo chiquito de Armando Bello y que por eso
era muy influyente, pero que ahora Ediberto Tabares no me quiere
y me tiene arronzado.
Del doctor Sergio Eugenio rumora que no pudo curar a Casan-
ga y que se curó con un té paulillo. De Layo Mesino comenta que
ya no puede ni con su alma. Y de Adolfo Godoy cuando era regidor,
que ya no se bajaba del carro ni para recibir el periódico y que no
arreglaba ni donde se dormía.
En la administración pasada el Nanche pagó su parte de unas
láminas que se suministraron por medio de la congregación Maria-
na Trinitaria. Como no llegaban Cervelio aprovechaba la presencia
constante de los corresponsales de los periódicos estatales como:
Marcos Villegas, Dimas Arzeta, Pablo Alonso, Cuauhtémoc Rea
y Paco Magaña para denunciar al ayuntamiento por esa deficien-
cia. Muchas veces también salió en Cable Costa denunciando que
le debían sus láminas. Y cuando se las entregaron sus amigos de
la dirección de comunicación social subieron al Facebook la foto
donde está con su morrala llena de periódicos y su sombrero viejo
recibiendo su dotación de láminas. El acontecimiento provocó mu-
chos comentarios. Todos le decían “Nanche estás en internet” y él
contestaba agarrando su sombrero viejo. “Yo no se de esas pendeja-
das, no me estén chingando”.
El Nanche está enterado de la política y de los chismes del día.
Ahora ya no bebe y se dedica todo el día a vender el periódico, ven-
281
Víctor Cardona Galindo

de otros diarios pero la venta del Sur es su principal ingreso, yo le


digo que gana más que Juan Angulo y que se está haciendo rico a
costa del trabajo de muchos reporteros y ni las gracias les da. Porque
gracias a que El Sur se vende bien ya terminó su casa. Toda la maña-
na está en la esquina de Reforma y Nicolás Bravo y ya cuando le da
el sol deja la esquina y recorre la ciudad, gritándole a todo mundo
“¡El Sur!” o grita alguna chanza, depende de cómo se lleve con la
gente con la que se topa en el camino.
Cuando escribí la primera parte de este relato y la subí al Face-
book, Valentín Catarino Salas opinó que el Nanche genera una bue-
na vibra “al llegar a mi casa, la casa de ustedes, con un rostro rojizo,
sudoroso, agotado, como dijera él ‘por el pinche sol’, cabe destacar
que el buen Cervecelio llega chiflando o gritando “¡El Sur!” como ya
mencionaste, mostrando por delante el gran profesionalismo que le
aplica sin duda día con día. El Nanche toca la puerta, si le invitas un
vaso de agua no dice que no, se sienta y se hecha un poco de aire con
ese sombrero viejo que aun usa y te empieza a platicar, platicar y sin
más rollo ya te dice toda las noticias que traen los diarios, te cuenta
anécdotas del transcurso del día y de un momento a otro sin más pala-
bras checa el tiempo, se despide y da las gracias...eso si, antes de hacer
su partida te regresa a ver con esa cara triste y cansada recordándote
‘me debes tantos días que no se te olviden para el domingo”.
A veces me da risa de verlo con una playera del Movimiento
Ciudadano, otras con una del pt y más seguido con las del prd. Yo
le digo que parece representante de ife y contesta con una de esas
muchas chanzas que sabe hacer.
Cuando balacearon las oficinas del Sur, en noviembre del 2010,
lo encontré por la mañana preocupado me dijo —imagínate si cie-
rran el periódico, va estar de la chingada, que voy a comer—. Unos
días fue un vendedor clandestino, pues al recorrer la ciudad no gri-
taba “¡El Sur!”, como siempre, solamente exclamaba “¡El periódi-
co!”. Me lo encontré y le dije —grítale bien cabrón—. Me contestó:
“que estoy pendejo para que den una bola de balazos”. Yo agregué
— ¡Vale que el miedo anda en burro!
282
Mil y una crónicas de Atoyac

18 de mayo de 1967
Para entender el movimiento político que concluyó con la masacre
del 18 de mayo de 1967 es necesario explorar cuatro líneas históri-
cas: la primera sería la estructura que había venido construyendo en
el estado el Partido Comunista Mexicano, la segunda, el movimien-
to de la Asociación Cívica Guerrerense, la tercera es la formación
que se daba a los estudiantes de la normales rurales del país y la
última la tradición de lucha que ha tenido el pueblo de Atoyac.
Aunque también es necesario marcar las condiciones sociales
que ese tiempo se vivían: una alta marginación, Atoyac era un mu-
nicipio con 32 mil habitantes en cuyas comunidades no había carre-
teras, energía eléctrica ni centros de salud. En ese tiempo cuando un
habitante de la sierra se enfermaba, le picaba un animal ponzoñoso o
sufría un accidente de trabajo era bajado por los hombres del pueblo
en improvisadas camillas hechas con hamacas colgadas en grandes
morillos. La gente sólo sabía que existía un gobierno porque el ejérci-
to llegaba a maltratarlos. Se carecía de los más elementales servicios.
En cuanto a las condiciones políticas, el pri era el partido hege-
mónico, no había derecho al disenso ni a la libertad de expresión.
Se tenía el antecedente de la Asociación Cívica Guerrerense que se
opuso de forma pacífica al pri-gobierno y fue brutalmente reprimi-
da y Genaro Vázquez, su líder, perseguido. Si algún ciudadano re-
partía un volante o pintaba una consigna en una barda, era detenido
y llevado a la cárcel.
Por otro lado, los acaparadores se ponían de acuerdo en el precio
que le comprarían el producto al campesino, el cual siempre era a
un muy bajo y ellos lo vendían en las grandes ciudades a un precio
mucho mayor quedándose con cuantiosas ganancias. En ese tiempo
se amasaban grandes fortunas que todavía existen pero que se gastan
o se invierten en otras ciudades. Por eso había pocas personas muy
ricas en un pueblo muy pobre.
Para que este movimiento creciera también influyó el enfrenta-
miento entre los maestros conservadores, apoyados por el charris-
283
Víctor Cardona Galindo

mo sindical que existía “hasta niveles de gansterismo” como lo dijo


Othón Salazar y los progresistas, integrados ya al Movimiento Re-
volucionario del Magisterio, mrm.
Los maestros de la vieja ola —le llamaremos así— pensaban que
la letra con sangre entra y los de la nueva ola pensaban que se tenía
que ser más compresivo y tolerante con los alumnos, pero además
estaban muy comprometidos con el despertar de las conciencias y el
movimiento social.
Los maestros de la vieja ola exigían riguroso uniforme y zapatos
a los alumnos. Mientras que maestros de la nueva ola como: Lucio
Cabañas Barrientos, Serafín Núñez Ramos y Alberto Martínez San-
tiago pensaban que no importaba como vistiera el niño, lo trapos
no aprendían, pensaban que los niños podían entrar a la escuela con
guaraches, aunque sea con ropa remendada siempre que vinieran
limpios y desayunados.
Los maestros de la vieja ola pensaban que los pueblos debían
construir sus escuelas, por eso la primaria Modesto Alarcón y la
Juan Álvarez se construyeron con la cooperación económica de los
Padres de Familia y muy poca participación del gobierno. Las cuo-
tas eran elevadas para un pueblo pobre. Parecían escuelas privadas
sobre todo en la Juan Álvarez, en donde sólo los ricos podían dar
las cooperaciones que se asignaban y por eso se sentían dueños del
edificio. Mientras que los maestros de la nueva ola pensaban que
era obligación del gobierno dar la educación gratuita y construir
las escuelas. De ahí se dio la confrontación en todos los sentidos y
se buscó democratizar las escuelas expulsando a los directivos de la
vieja ola y democratizando el sindicato para que estuviera en manos
de los trabajadores progresistas.
Ya había núcleos de maestros trabajando para democratizar el
sindicato, pero los trabajos se reforzaron cuando se le asignó a Lucio
Cabañas Barrientos, en septiembre de 1963, su plaza en la comuni-
dad de Mexcaltepec.
La historiografía de Atoyac registra el primero de mayo de ese
año una movilización fuerte de maestros federales. En su Monografía
284
Mil y una crónicas de Atoyac

de Atoyac, dice Wilfrido Fierro: “organizaron un desfile cívico por


las calles de la ciudad terminando en el Palacio Municipal. La mayo-
ría de los maestros en sus candentes discursos atacaron a los yanquis,
al clero y al gobierno actual, pidiendo al mismo tiempo la libertad
de los presos políticos ‘cívicos’, destacándose la verba del profesor
Jesús Astudillo García, de la escuela federal Modesto Alarcón.
Luego el 20 de noviembre de 1963, en el desfile de ese día para
conmemorar la Revolución Mexicana, maestros y alumnos de la es-
cuela Modesto Alarcón montaron un carro alegórico con un cuadro
de encadenados al que le colgaron un texto que decía: “La Revolu-
ción se hizo, pero ¿Para quién?” En otro cartel se pedía la libertad
de los presos políticos. Este cuadro causó expectación porque no era
usual que en Atoyac se vieran escenas como ésta.
El movimiento magisterial se fortaleció más cuando Lucio Ca-
bañas fue bajado de Mexcaltepec a impartir clases a la escuela Mo-
desto Alarcón.
“El maestro de la Modesto Alarcón se convierte en una refe-
rencia. Atiende demandas, aconseja, organiza, discute, recibe grupo
de campesinos que desean conversar con él. Para Lucio, ésta es una
actividad casi normal, práctica que no ha dejado de ejercer desde sus
años de estudiante; estar atento, saber lo que sucede a su alrededor, es-
cuchar, intentar descubrir cómo se puede ayudar, cómo canalizar, de
que manera organizar”. Dice Fritz Glockner en su libro Memoria roja.
Historia de la guerrilla en México (1943-1968), editado en el 2007.
Del libro anteriormente mencionado, por acercarse a la realidad
que se vivía, reproducimos lo siguiente:
Las inscripciones se abren para el curso 1964-1965 en la escuela
Modesto Alarcón, Lucio se encuentra en su salón de clases dispuesto
a iniciar el nuevo ciclo. Hasta él llegan unos cuantos padres de fami-
lia desesperados: no tienen dinero, apenas les alcanza para comer y
resulta que la directora Genara Reséndiz, Genarita, como la llama-
ron todos, ha dicho que no podrá inscribirse ningún niño si no lleva
uniforme… El maestro consuela a los padres de familia, se extraña
de aquella situación y se compromete a intervenir en su favor.
285
Víctor Cardona Galindo

Discúlpeme maestro, pero usted no es nadie para venir a darme


órdenes a mí; es la respuesta que recibe Lucio cuando intenta hacer
ver lo ilógico de exigir uniforme y zapatos a los alumnos, si la mayo-
ría proviene de familias de escasos recursos.
La maestra se indigna, se molesta; colérica insiste que es una
decisión tomada y que él no tiene porqué intervenir. Cabañas pone
ejemplos le enumera con nombre y apellido en cuantas ocasiones
han llegado hasta su salón de clases niños sin nada en estómago, le
enumera el lugar de trabajo de cada uno de los padres de sus alum-
nos, le pide que comprenda a las familias, y que según este punto de
vista un uniforme sería irrelevante.
—Al contrario maestro, con el uniforme no se notarán las di-
ferencias económicas entre los alumnos. Ésta medida pretende que
todos nuestros estudiantes se vean igual, que nadie se crea más por
tener mayor condición económica.
—Profesora, no es necesario pedir uniformes a los niños, por-
que no con buena ropita se va a educar, y no exigir solamente cal-
zado, si no dejarlos hasta descalzos que vayan a la escuela, nada más
con que vayan limpios, como pueda ir el niño.
Lucio fracasó en este intento de apoyar la petición de los padres
de familia, no hubo forma de hacer cambiar de parecer a Genarita,
quien de inmediato puso una queja ante la sep sobre el supuesto
comportamiento indisciplinado del profesor Cabañas. Era la segun-
da queja que llegaba hasta las oficinas estatales de educación, pero
la simpatía que había despertado ya entre los padres de familia le
otorgaba un poder que la directora aún no sopesaba. Hasta aquí lo
dicho por Glockner.
También José Natividad Rosales en su libro ¿Quién es Lucio
Cabañas?, editado en 1973 se refiere al tema y escribe: “Quieren
hacer colegir al sentimiento ciudadano a la vanidad lugareña, que
ellas son buenas directoras por el hecho de que sus chicos anden
limpios, uniformados, enzapatados y abrillantinados, por más que
los piojos resbalen por tan enceradas pistas. El contraste de la vani-
dad sobrevendría en los desfiles escolares cuando se juzga la calidad
286
Mil y una crónicas de Atoyac

de la escuela por la portabandera más piernuda; por los uniformes


con más botones de latón y por la bandera de más nailon.
“Él quería que sus chicos fuesen ‘chanchuditos’ y harapositos,
pero limpios, que no es mucho pedir en una tierra por cual pasa un
ancho río”, dice Rosales de Lucio.
El movimiento de padres de familia logró triunfar y expulsaron
a la directora, pero las autoridades mandaron a Lucio a dar clases
en una apartada comunidad del estado de Durango. El 5 de febrero
de 1964, Wilfrido registra que “Por instrucciones de la Dirección
de Educación Pública en el estado, asume la dirección de la escuela
federal Modesto Alarcón el profesor Francisco Guerrero, en sustitu-
ción de la profesora Genara Reséndiz de Serafín; maestra que desde
su fundación venía prestando sus servicios como directora”. Pero el
11 de abril vuelve a su puesto Genarita a petición de los padres de
familia que eran sus partidarios.
Luego viene la respuesta el 17 de mayo ese mismo año los profe-
sores de la Modesto Alarcón: Jesús Astudillo García, Salvador Castro
Navarrete, J. Guadalupe Ortega Estrella, Francisco Javier Navarrete
Nava, Tomasa Bello, Lilia Palacios Genchi y Rita Solchaga hicieron
uso de los medios de comunicación de Acapulco para denunciar
la incapacidad de Genarita para manejar el cargo de la dirección.
Wilfrido no menciona aquí a Lucio ni a Serafín como firmantes del
comunicado.
Casi al mes el 14 de junio, a las 10 de la mañana tuvo lugar un
mitin de protesta contra actos del alcalde Luis Ríos Tavera frente al
palacio municipal. Eran maestros de la tercera zona escolar encabe-
zados por Lucio Cabañas Barrientos, Raúl Vázquez Miranda, Carlos
Alcaraz, Serafín Núñez y Héctor Acosta Gallardo. Wilfrido registra
que Lucio Cabañas dijo: “Venimos a protestar contra el alcalde Ríos
Tavera, porque nos tildó de comunistas en una reunión de presiden-
tes municipales en Zihuatanejo, con el despectivo concepto de que
éramos una caterva de aprendices comunistas. Que somos enemigos
de México e introductores de ideas exóticas. Los maestros somos
mexicanos y respetamos la constitución”. Lucio también acusó a
287
Víctor Cardona Galindo

Tavera de ser protector de la tala inmoderada de bosques y de boi-


cotear los trabajos en la fábrica de hilados del Ticuí.
El 21 de agosto de 1965, Lucio participó como orador en el
evento conmemorativo de la muerte del general Juan Álvarez. Y a
principios de diciembre de 1966 fungió como maestro de ceremo-
nias en un programa organizado para recibir al gobernador Ray-
mundo Abarca Alarcón, quien vino a la ciudad a inaugurar unas
aulas. Eso demuestra que Lucio cumplía cabalmente con sus fun-
ciones institucionales y con las comisiones que se le asignaban en
la escuela.
El cronista de la ciudad Wilfrido Fierro Armenta asienta el 4
de diciembre de 1965: “Con ésta fecha fueron retirados los profe-
sores Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez, de la escuela Mo-
desto Alarcón acusados —según el decir de los padres de familia
del referido plantel— de estar impartiendo a los alumnos doctrina
comunista”. La respuesta de los padres de familia y alumnos no se
hizo esperar y el 15 de diciembre tomaron las instalaciones de la
escuela y montaron guardia permanente. Exigieron que se revocara
la decisión y los maestros volvieran a la escuela. A finales del mes el
gobernador Raymundo Abarca Alarcón vino a esta ciudad a atender
el conflicto.
Doña Tita Radilla Martínez recuerda que los alumnos de Sera-
fín Núñez tenían muchos problemas con unos padres de familia,
porque decían que los estaban volviendo comunistas: “A una com-
pañera la querían excomulgar de la iglesia por estar en el grupo.
Ese fue el motivo por el que al profesor Serafín se lo llevaron de la
escuela, porque había protestas de algunos padres de familia”.
Serafín se despidió de mano de uno por uno de sus alumnos.
Todos se agachaban en su butaca a llorar, pero cuando salió el pro-
fesor se paró Octaviano Santiago Dionicio y comenzó a organizar el
movimiento por el retorno de los maestros con los consejos de don
Rosendo Radilla Pacheco. Los alumnos se fueron a la Ciudad de
México y las alumnas se pusieron a pedir cooperación casa por casa
y con la lucha se logró que los maestros regresaran.
288
Mil y una crónicas de Atoyac

II
La escuela primaria urbana del estado Juan Álvarez, se localiza en
la plaza Morelos en el centro de la ciudad colinda con el edificio,
que hasta el año 2006, albergó al ayuntamiento y ahora es utilizado
por el dif municipal. Es la escuela más antigua del municipio, se
fundó en los tiempos de gubernatura del general Juan Álvarez como
escuela de niños, en 1886 se le denominó escuela real, luego pasó a
ser durante el porfiriato escuela oficial de niños, más tarde se llamó
escuela primaria mixta del estado Juan N. Álvarez y ahora se llama
escuela primaria urbana del estado Juan Álvarez. La N se le suprimió
al comprobarse que el general atoyaquense nunca la utilizó en su
nombre y no tenía razón de ser.
En los años sesenta del siglo pasado en la escuela Juan Álvarez
se vivía una tiranía, la directora Julia Paco Piza, era excesivamente exi-
gente, con el pago de las cooperaciones, los hijos de los padres que no
cumplían con sus requerimientos eran regresados a sus casas. Además
que les exigía rigurosamente el uniforme. Niño que iba sin zapatos era
devuelto sin miramientos hasta que cumpliera el requisito.
“Había también la exigencia de dos uniformes; uno para el uso
diario y otro uniforme que pomposamente le llamaban ‘de gala’ para
eventos especiales. En todos los casos quien no cumpliera de los
alumnos se hacía acreedor de no tener derecho a entrar a clases” es-
cribió Pedro Martínez Gómez en el Diario 17 el viernes 11 de abril
de 2008. A lo anterior se sumaba que la compra de los uniformes
debería ser exclusivamente en la casa comercial seleccionada por la
directiva de la escuela.
Otro testimonio es el de Elizabeth Castro Otero “Es que había
una escuela donde se exigía ir de zapato y tobilleras, con tres uni-
formes diferentes. Se les exigía muchísimo estando la gente pobre.
Teníamos un uniforme del diario de mascotita roja, con su moño
rojo y su cinturón, zapatos blancos y tobilleras blancas. Había un
uniforme de gala y era el que llevábamos los lunes y los días de
fiestas. Además del uniforme que se utilizaba en los desfiles”. Había
289
Víctor Cardona Galindo

vigilancia en la entrada que ejercía el maestro de guardia, el niño


que no llevaba el uniforme era regresado a su casa.
Además la sociedad de padres de familia se había perpetuado en
el poder, ya tenia 10 años que no se cambiaba. Había un sistema de
cuotas: se cobraban tres pesos por mes a cada alumno y 10 pesos de
inscripción, les daban determinada cantidad de boletos para fun-
ciones de cine para que los vendieran y si no los vendían había que
pagarlos. Además tenían que consumir productos dentro del plantel
en la cooperativa escolar para generar fondos en beneficio de la ins-
titución. Había dos comités: uno encargado de la construcción del
edificio y el de la sociedad de padres de familia. Ambos estaban en
manos de miembros prominentes de la sociedad local.
Así estaban las cosas, cuando en enero de 1967 se organizó el
certamen de la Reina de la Primavera y se lanzaron dos niñas para el
cargo y se organizaron actividades para recabar fondos y construir la
cancha de basquetbol al interior de la escuela. Concursaron para el
cargo las niñas: Mercedes Parra Otero y Norma Gayosso Estévez. El
periódico El Rayo del Sur publicó las fotos en la primera plana de su
edición del 29 de enero de 1967.
Los padres de familia y los maestros de la escuela apoyaron a los
comités pro candidaturas y para allegarse fondos organizaron rifas,
bailes y ventas de fotografías de las candidatas. El objetivo fue crear
equipos del personal docente para trabajar, pero eso provocó que los
maestros se dividieran. De ahí se vino agudizando el conflicto hasta
que explotó.
Dice René García Galeana, Rega, que en febrero “los comités de
las candidatas empiezan a tener problemas y se tergiversan el fin y
los objetivos del certamen infantil. Para el 10 de febrero ya hay dos
grupos antagónicos, la candidata de los ‘pobres’ que es Mercedes
Parra y la candidata de los ‘ricos’ Norma Gayosso”.
Algunas versiones dicen que el conflicto se agudizó el 7 febrero
de 1967, cuando el presidente municipal Manuel García Cabañas
suspendió el baile de disfraces que se había organizado en apoyo a
la candidata a reina de la primavera Mercedes Parra Otero. Dice
290
Mil y una crónicas de Atoyac

Wilfrido Fierro en La monografía de Atoyac “que los organizadores


perdieron más de cinco mil pesos”.
El Rayo del Sur el 12 de febrero de 1967 publicó en su primera
plana: “La cueva del Club de Leones estaba abarrotada cuando ya
eran las 21 horas del día 7 (de febrero) hora en que la Orquesta de
los Hermanos Chinos tenía que comenzar actuar (pero no llega-
ban). Corrían los minutos y los concurrentes tras la impaciencia
comenzaban a protestar. Una hora antes había salido una comisión
de maestros a saber el porqué hasta El Espinalillo y como llegadas
las 12 de la noche no regresara, la concurrencia fue desalojando el
campo… Unos 60 pollos rostizados quedaron sin venderse, al no
llevarse a cabo el baile porque el alcalde Manuel García Cabañas lo
suspendió por medio del oficio 164”.
El hecho provocó que la familia de Mercedes retirara su candi-
datura. Lo mismo hizo la familia de Norma Gayosso. Fue el 17 de
marzo, cuando el señor Ernesto Gayosso Flores en una reunión dio
a conocer el retiro de su hija de la contienda y entregó el dinero que
había recaudado hasta ese momento al jefe de la subalterna federal
de Hacienda, Raúl Álvarez Cano.
Por otro lado en el grupo de sexto año el maestro Alberto Mar-
tínez Santiago le abría los ojos a los alumnos, porque les cobraban
a los padres tres pesos mensuales. Los directivos les decían que era
para los implementos de limpieza, “pero nosotros cooperábamos
siempre con 50 centavos por alumnos, para tener escoba y trapea-
dor” dice la ex alumna Elizabeth Castro Otero.
Al profesor Alberto Martínez Santiago le parecía un abuso que
la directora Julia Paco Piza sacara a los alumnos de clases porque sus
padres no habían dado la cooperación mensual, “iba con su lista y
alumno que no estaba cubierta su mensualidad lo regresaba y les
decía que no volvieran hasta que llevaran el dinero”. Cada vez que se
ocupaba una escoba daban los 50 centavos. Pero nunca llegaba una
cubeta o un trapeador de la dirección.
En las clases de matemáticas el maestro Martínez Santiago los
ponía a multiplicar los tres pesos por la cantidad de alumnos que
291
Víctor Cardona Galindo

tenía la escuela y se preguntaban ¿tanto dinero que se cobraba men-


sualmente a donde se iba? En esos días el profesor Alberto llevó a sus
alumnos a la bodega donde encontraron guardados muchos vestidos
de noche, mismos que, concluyeron, eran comprados por la directo-
ra a escondidas de su familia.
Elizabeth recuerda que en ese tiempo su papá ganaba 10 pesos
diarios, significaba que los ingresos de los padres de familia eran
lesionados mensualmente al pagar ese dinero que no se sabía en que
se estaba utilizando.
“El profesor Alberto nos fue enseñando a defendernos, porque
hubo un momento en que todos los alumnos, de mi grupo nos fui-
mos poniendo de pie y le fuimos exigiendo cuentas a la directora.
Les dijimos que en nuestras casas no tenían dinero nuestros padres
para estarle dando y que no nos íbamos a salir de clases. Ella se dio
cuenta de que era el maestro el que nos había abierto los ojos, se
enojaron y se pelearon”. Después de eso cambiaron al profesor Al-
berto Martínez a Coyuca de Benítez. Provocando inconformidad en
un importante grupo de maestros.
La reunión del 4 de abril de 1967 convocada por el presidente
de la Sociedad de Padres de Familia Wilfrido Fierro Armenta fue
crucial. Estuvo presente el supervisor de la zona escolar tres, el pro-
fesor Alfonso Oviedo Domínguez; el jefe de la subalterna federal de
Hacienda, Raúl Álvarez Cano y el director del periódico El Rayo del
Sur, Rosendo Serna Ramírez.
Ahí Wilfrido dijo —según lo que él mismo dejó escrito en La
monografía de Atoyac— “Tenemos conocimiento de la dirección de
la escuela de la labor de desorientación que ha venido realizando
el profesor Alberto Martínez Santiago, sembrando la discordia, así
como inculcar a los alumnos ideas rojillas, siendo ésta la razón para
ser removidos de éste plantel a Coyuca de Benítez”.
Acusó “Que los profesores Anastasio Flores Cuevas, Margari-
to Flores Quintana, Miguel Sánchez Tolentino, Celestino Lévaro
Ocampo, Guillermina Nava Pineda, Cenelia Salgado Salas y Felipa
García Cabañas obstaculizaron la realización de las fiestas de la reina
292
Mil y una crónicas de Atoyac

de la primavera, además se han ensañado en contra de la dignidad


de la directora de la escuela profesora Julia Paco Piza, diciendo a
través del periódico Tribuna del Atoyac que dirige el profesor Raúl
Vázquez Miranda que los dineros que se recaudan en los festivales
de la escuela son para ella”.
En el uso de la palabra la maestra Julia Paco Piza se defendió
diciendo que el sueldo que percibía como directora le era suficiente
para cubrir sus necesidades y además que sus padres tenían medios
de que vivir y que por tal razón ella no tenía ninguna necesidad de
robar, que sí estaba cobrando tres pesos a cada padre y no por alum-
no, como se le acusaba. De paso responsabilizó a Alberto Martínez
Santiago del rezago educativo.
Flaviano Sánchez Meza, dijo que los padres de familia de la es-
cuela Juan Álvarez, no querían en su seno a profesores comunistas, y
de igual forma habló su hijo el profesor Salvador Sánchez Nogueda.
Esto provocó mayor encono entre los maestros.
Siguiendo la versión de Wilfrido. Referente a los cargos del pro-
fesor Alberto Martínez Santiago, los padres de familia José Nogue-
da, Gilberto Radilla, Ranulfo Ríos, José Parra Castro y Juventino
G. García, manifestaron que sus hijos les habían informado de las
clases comunistoides que les estaba impartiendo el citado profesor,
y ellos pedían a la dirección de la escuela que tuviera más cuidado,
ya que a sus hijos los mandaban a recibir instrucción laica y no esa
clase de enseñanza, y que por tal motivo no debería volver al plantel.
La profesora Guillermina Nava Pineda pedía a los padres de
familia presentes, que ya era justo que cambiaran la directiva de la
Sociedad de Padres de Familia porque tenía más de 10 años y tam-
bién el comité pro construcción. Denunció a Julia Paco de tratarlos
despóticamente y como esclavos. Al final de esa reunión “mayo-
ritearon” a los maestros y padres inconformes, hasta aplaudieron
a la directora. Y nunca recibieron una explicación adecuada de la
remoción de Alberto Martínez que no sea que venía haciendo una
labor de desorientación y que inculcaba a los alumnos ideas rojillas
a los alumnos.
293
Víctor Cardona Galindo

Como no encontraron respuesta favorable, a partir de ahí los


padres comenzaron a exigir por otros medios cuentas claras y cam-
bios en la directiva de la escuela, entonces se formó un comité de lu-
cha denominado Comité Pro Defensa de los Intereses de la Escuela
Juan N. Álvarez” el 5 de abril, integrado por: el presidente, Nicolás
Manríquez; el secretario, Juan Castro Blanco; como tesorera estaba
Rosalía Bello López. Pero también lideraban Juana Dionicio, Cirila
Valle, Esperanza Galeana, Juan Dionicio y Yolanda del Río.
Se comenzaron a organizar para hacer reuniones la gente se fue
sumando a la lucha. Exigían el regreso del profesor Alberto Martí-
nez Santiago, la renuncia de Julia Paco Piza y el cambio de la direc-
tiva de la Sociedad de Padres de Familia.
Según Pedro Martínez “Un grupo de maestros pugna por cam-
bios democráticos en la mesa directiva de la Sociedad de Padres
de familia y en contra de la corrupción, es decir, porque se rindan
cuentas claras del dinero recabado por la escuela y que los alumnos
no fueran objeto de abuso para obtener dinero”.
A partir de aquí los maestros se dividieron en dos bandos an-
tagónicos. Los que fueron leales a la directora Julia Paco Piza eran:
Salomón Sánchez, Melquiades Pérez Alejo, Antonio Santiago Za-
mora, Andrés Rabadán, María del Socorro Montoya, Fortunato
Radilla Santiago y Javier Alonso. Los que seguían a Alberto Martí-
nez Santiago y que eran simpatizantes y militantes del Movimiento
Revolucionario del Magisterio, estos eran Anastasio Flores Cuevas,
Guillermina Nava Pineda, Celestino Lévaro Ocampo, Margarito
Flores Quintana, Miguel Sánchez Tolentino, Cornelio Salgado, Ce-
nelia Salgado Salas, Felipe Cabañas. En la versión de Pedro Martí-
nez Teófilo Salas Cervantes perteneció a este grupo.
El Rayo del Sur de 9 de abril de 1967 publica “Pero vino el cam-
bio del profesor Alberto Martínez y con él se pusieron en juego las
pasiones, pues Alberto Martínez había agrupado a ocho maestros y
con ellos se disponía a desplazar a la profesora Julia Paco Piza, para
ocupar él la dirección, cosa que había venido gestionando por me-
dios sindicales”.
294
Mil y una crónicas de Atoyac

III
Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez Ramos estaban de regre-
so reinstalados en la escuela Modesto Alarcón, cuando los maestros
y padres de familia de la Juan N. Álvarez fueron a pedirles el apoyo.
Ellos y los demás maestros del Movimiento Revolucionario del Ma-
gisterio habían logrado en su plantel cambiar a la directora y poner
un director más sensible con la situación de los padres de familia.
Tanto Lucio como Serafín aceptaron apoyar al naciente movimiento
de la antes llamada escuela real y el movimiento incluyó al pequeño
comercio, campesinos y colonos. Serafín Núñez recuerda que fue
Alberto Martínez Santiago y Anastasio Flores Cuevas quienes se re-
unieron con ellos para pedirles el apoyo.
En el tiempo de los acontecimientos, Lucio moraba en la casa
que fue de su abuela materna, Enedina Barrientos, donde vivía su
tío Antonio Onofre Barrientos con su esposa Florentina Gudiño y
sus hijos. A este domicilio llegaron los docentes de la escuela Juan
N. Álvarez. Se dice que platicaron como una hora y se pusieron de
acuerdo. Mientras su tío Antonio miraba todo aquello con descon-
fianza y aconsejó a Lucio “ya no te hubieras de meter en ese pro-
blema, no es asunto tuyo, no pertenece a tu escuela. Mejor déjalo”.
Pero Lucio estaba comprometido con las luchas del pueblo y no
le prestó atención a la advertencia. Algo parecido opinaba Serafín
quien pensaba que los maestros de la escuela Juan Álvarez deberían
de vivir su propia experiencia y foguearse al calor de la lucha. Sin
embargo la opinión de Lucio se impuso y terminaron con firmeza
encabezando el movimiento.
A partir del 20 de abril iniciaron las marchas con antorchas a las
que llamaron cabalgatas. El 21 se llevó a cabo un mitin en el zócalo
en el que se pidió la salida de la directora Julia Paco y el regreso de
Martínez Santiago. Desde ese día los mítines se hicieron cotidianos
y el 22 tomaron las instalaciones de la escuela y montaron guardia
permanente. Hubo ligeros enfrentamientos con la gente de la direc-
tora y se fue radicalizando el movimiento.
295
Víctor Cardona Galindo

El domingo 23 a las 13 horas se presentó a la escuela el sub-


procurador de justicia Humberto Romero Palacios y el director de
Educación en el estado Prisciliano Alonso Organista. Al tratar de
entrar a la escuela con la directora y la directiva de la Sociedad de
Padres de Familia fueron sacados a empujones. Se dice que en este
altercado a Julia, la directora, las mujeres que estaban de guardia,
la tiraron al suelo y en el forcejeo le desgarraron la ropa. Por eso la
reunión se trasladó al palacio municipal y los enviados del gobierno
amenazaron a los manifestantes con meterlos a la cárcel, porque
tomar la escuela era delito.
Los alumnos del profesor Martínez Santiago se juntaban con él
por las tardes. Reuniones a las que asistían Serafín Núñez Ramos
y Lucio Cabañas Barrientos. Los niños participaban en la elabora-
ción de la propaganda, mantas y pancartas que se exhibían en las
cabalgatas que salían por las noches. “Era impresionante ver el gran
número de personas que pedían la salida de la directora y que salían
a manifestarse alumbrándose con hachones”. Dice Elizabeth.
El primero de mayo se realizó una cabalgata con antorchas, los
manifestantes recorrieron las calles con lo que festejaron el día del
trabajo y de paso pidieron el regreso de Martínez Santiago y la salida
de Paco Piza. Al frente de esta movilización iba Lucio Cabañas Ba-
rrientos. Lo mismo ocurrió el 5 de mayo y casi todos los días había
mítines en el zócalo.
“La sociedad ha mantenido cordura porque no quiere igualarse
con la plebe y sólo prefiere mantener vigilado que no sea saqueado el
edificio tomado desde el viernes 20 (de abril) por los alborotadores,
ya que la construcción de este edificio lo costeó dicha sociedad y
paga para su mantenimiento y conservación” publicaba El Rayo del
Sur el 30 de abril.
“El 27 de abril de 1967, Hilda Flores y Roberto Arceta encara-
ron al enviado del gobernador. El 4 de mayo en la sala de cabildos
hubo una discusión ríspida entre Manuel García Cabañas y Lucio
Cabañas. Manuel quería que aceptaran como director a Ramón
Díaz Pantaleón […] Los padres de familia que están posesionados
296
Mil y una crónicas de Atoyac

de la escuela Juan N. Álvarez, en Atoyac, se muestran decididos a no


desocupar el plantel mientras no sea reinstalado el profesor Alberto
Martínez Santiago, que está comisionado en una escuela de Coyu-
ca”. Da a conocer el Trópico, el 7 de mayo de 1967.
Al crecer el movimiento se fue la directora y el gobierno del esta-
do nombró como director sustituto al maestro Ramón Díaz Panta-
león, desde el 3 de mayo; sin embargo al no volver el maestro Alber-
to Martínez Santiago la lucha continuó y las cosas siguieron igual.
“En lugar de Julita nombraron director a Ramón Pantaleón
López. Ya que más de 400 alumnos estaban sin clases” dice El Rayo
del Sur en su edición del 7 de mayo de 1967.
En mi opinión en la escuela Juan Álvarez se reprodujo el mismo
esquema del movimiento de la Modesto Alarcón. Movieron a Lucio
y a Serafín y cayó la directora. Los padres siguieron movilizándose
regresaron a Lucio y Serafín. En la Juan Álvarez cayó la directora y
regresó Alberto Martínez Santiago. Pero aquí con el agregado que
después los padres querían que se fueran todos los maestros que
apoyaron a la directora.
“El día de la madre, los manifestantes reciben la buena noticia
de que, por órdenes del gobernador del estado, se decreta la salida
de la directora… Así como la reinstalación del maestro removido”,
escribe Fritz Glockner, en Memoria roja. Historia de la guerrilla en
México (1943-1968).
De acuerdo a un acta que Rene García desempolvó de los ar-
chivos, a las 9 de la noche del 10 de mayo de 1967 las demandas
iniciales quedaban resueltas, se llegaba a los acuerdos: de entregar la
escuela, se quedaba como nuevo director Ramón Díaz Pantaleón,
regresaba a la escuela Alberto Martínez Santiago y el gobierno del
estado se comprometía a no ejercer acción penal en contra de los
manifestantes. Se firmó el acta. Por parte de los docentes: Anastasio
Flores Cuevas, Miguel Sánchez Tolentino, Sebastián López Luna,
Celestino Lévaro Ocampo, Margarito Flores Quintana, Guillermi-
na Nava Pineda, Hilda Ríos Pérez, Cenelia Salgado Salas, Teresa
Damián Bahena, Felipa Cabañas y Alberto Martínez Santiago.
297
Víctor Cardona Galindo

Firma también el director Ramón Díaz Pantaleón, Alberto E.


Camacho agente del ministerio público y como testigo el presidente
municipal Manuel García Cabañas.
Como los mítines se hacían bajo un tamarindo que estaba en un
extremo de la plaza, los maestros inconformes lo bautizaron como
“el árbol de victoria”, porque habían logrado sacar a la directora.
Bajo ese árbol colocaban el aparato de sonido para arengar a los ciu-
dadanos que asistían a las concentraciones. Eso fue el 12 de mayo
cuando festejaron el triunfo de la salida de Julia Paco. “Año con
año conmemoraremos éste acontecimiento bajo la sombra de éste
tamarindo, hoy árbol del triunfo”. Dijo el maestro Anastasio Flores
Cuevas.
Glockner también subraya que durante la asamblea del 12 de
mayo se expone que también deber salir de la escuela aquellos maes-
tros que apoyaran a Julia Paco Piza: “la limpia se antoja completa,
pues si han conseguido la caída de la directora, ahora desean termi-
nar la tarea. La autoridad se niega a considerar siquiera aquella nue-
va solicitud y con el fin de vigilar el buen desempeño de la escuela,
es enviado un grupo de policías judiciales de la motorizada”.
“Ahora piden el cese de otros maestros los revoltosos de Atoyac y
sigue el lío” cabeceaba el Trópico el 13 de mayo de 1967 y agregaba
en la nota “Quienes creían que el problema de la escuela primaria
Juan N. Álvarez había llegado a su fin con la renuncia de la maestra
Julia Paco Piza, se equivocaron pues los ‘cívicos’ no entregaron el
plantel como se comprometieron y ahora están exigiendo la renun-
cia del resto de los mentores que estuvieron apoyando la conducta
de la profesora destituida”.
Por eso el 17 de mayo muy temprano arribaron a esta ciudad el
procurador de Justicia del estado Horacio Hernández Alcaraz y el
director estatal de Educación Prisciliano Alonso Organista, acom-
pañados del capitán Enrique Arellano, comandante de la policía del
estado, dependiente de la Dirección de Seguridad Pública y del jefe
del grupo de agentes de la policía judicial con sede en Petatlán Ra-
fael Radilla Maganda.
298
Mil y una crónicas de Atoyac

Dice Wilfrido Fierro que los funcionarios se dirigieron a la es-


cuela General Juan Álvarez, para darle posesión al nuevo director y
a los maestros: Javier Alonso Sagal, Martiniano Cantú, Juan Rivera,
Fortunato y Clemente Díaz, Malaquías Pérez Alejo, Andrés Raba-
dán, María del Socorro Montoya, Mario Martínez, Antonia Nava
Zamora y Teófilo Salas que habían permanecido leales a Julia Paco.
Luego de cumplir su cometido a las tres de la tarde regresaron a
Chilpancingo, dejando al capitán Enrique Arellano Castro como
responsable del orden. Los policías se hospedaron en las oficinas del
pri ubicadas en Nigromante 3.
La noche de ese 17 de mayo, los integrantes del movimiento
se reunieron en la escuela Modesto Alarcón donde organizaron el
mitin del día siguiente a las 10 de la mañana. Fue una asamblea
popular en la que se pedía el apoyo de la población.
Dice Ángeles Santiago Dionicio que los policías que vinieron a
reprimir eran “puros escogidos, fornidos y con cascos blancos”. Días
anteriores había llegado un dispositivo policiaco. Porque la escuela
Modesto Alarcón donde trabajaba Lucio ya estaba vigilada, había
guardias de civil apostados alrededor, que se asomaban a la escuela
para enterarse de lo que ocurría al interior. En ese contexto se dio
la reunión de la noche anterior a la masacre. Laura Castellanos en
su libro México armado 1943-1981 (2008) recoge el testimonio de
Octaviano Santiago Dionicio que escuchó que un viejo le dijo a
Lucio Cabañas:
—No salgas Lucio. Hay informes de que si te ven en la calle te
van a matar —dijo el señor.
—Si me quisieran matar ya lo hubieran hecho —respondió Lu-
cio.
—No, no vayas —insistió el viejo.
—Sí, si voy a ir. Y voy a ir porque no creo que se atrevan a mu-
cho. A lo más que se pueden atrever es a darnos unas pescozadas,
quitarnos el aparato de sonido, y a meternos unas horas a la cárcel.
—Pero por si las moscas —dijo al final—, quien pueda llevar
una piedra, que se las lleve, y allá nos vemos.
299
Víctor Cardona Galindo

El 18 de mayo, Hilda Flores Solís estaba en su casa cuando unas


mujeres del mercado la fueron a ver, porque estaban preocupadas
por la presencia de los policías, por eso ella antes de que comenzara
el mitin se fue a ver el presidente Manuel García Cabañas para con-
vencerlo de que se retiraran los agentes policíacos.
Según Laura Castellanos, le dijo —Oye Manuel, a ver como
está esta gente ahí.
Él le contestó —Yo no puedo hacer nada, ésta gente está por
órdenes del gobernador, lo que pueden hacer ustedes es retirarse.
Ese día Lucio salió por la mañana de la casa de su tío Anto-
nio Onofre, como lo hacía diario, a dar clases a la escuela Modesto
Alarcón. Era jueves y se sentía el ambiente pesado, había un silen-
cio misterioso y la familia Onofre Gudiño estaba en tensión. Lucio
llegó a la escuela como era su costumbre, era muy responsable en
el horario. Faltaban 15 minutos para las 10 de la mañana de aquel
fatídico jueves, cuando abandonó la escuela.
Era la hora del recreo, dejó a sus alumnos jugando salió de la
escuela primaria Modesto Alarcón, caminó por la calle 18 de mar-
zo, acompañado por algunos padres de familia, luego por Obregón
y Arturo Flores Quintana. Al pasar por la calle Agustín Ramírez,
le gritó al administrador de correos: “Córdoba vente para que te
tiemblen las corvas”, luego subió por el callejón Melchor Ocampo
y Nigromante para finalmente llegar a la plaza Morelos, que esta-
ba rodeada de policías judiciales y de la montada. Algunos estaban
apostados como francotiradores en las azoteas. La gente lo vio llegar
por un costado del ayuntamiento.
El mitin se llevaba a cabo frente a la presidencia municipal, en
el zócalo, el sonido estaba bajo un árbol de tamarindo que había
sido bautizado como “árbol de la victoria”. Había mucha gente del
pueblo. Lucio Cabañas tomó el micrófono y subió a una silla para
dirigir el mitin. Comenzó su incendiario discurso que movía las
fibras más profundas del pueblo presente.

300
Mil y una crónicas de Atoyac

IV
Lo que sobrevino el 18 de mayo de 1967 es crucial para el destino
de Atoyac. En su historia se puede hablar de un antes y un después.
A partir de esa fecha, simplemente la vida no fue la misma.
Circulan testimonios acerca de que un judicial se le acercó a Lu-
cio para preguntarle si tenía orden de hacer el mitin. Lucio se metió
la mano a la bolsa de la camisa y sacó un papel entregándoselo. El
policía se fue, pero ya no regresó. Sólo se llevó la orden. Allá arriba
en el ayuntamiento y en las casas de alrededor había hombres arma-
dos que apuntaban hacia la gente.
El capitán, comandante del grupo de la policía motorizada en-
tró a la oficina del presidente Manuel García Cabañas, primo de
Lucio, y le exigió que saliera a parar el mitin que había comenzado.
El presidente se negó, entonces el jefe policíaco se descolgó el m-1
del hombro y dijo: “entonces vamos a proceder”.
La maestra Hilda Flores se encontraba con el alcalde en ese mo-
mento y encaró al policía: “como que va a proceder”. Pero el capitán
la ignoró y salió.
Voy a cantar un corrido
señores pongan cuidado,
yo les contaré la historia
de lo que en Atoyac ha pasado.
Se regó sangre inocente
por las fuerzas del estado…

Así comienza diciendo el corrido que compuso don Rosendo


Radilla Pacheco, alusivo a esa fecha.
Lucio arengaba a la gente con el micrófono en mano; el coman-
dante se abrió paso entre la multitud con dirección a donde estaba
el maestro. Y sin palabra alguna lo agarró del cuello de la camisa y
lo empezó a sacudir. La gente se arremolinó al pie del tamarindo, el
policía intentó matar a Lucio, pero la mano oportuna de una joven-
cita desvió el cañón del arma y el disparo se fue al cielo.
301
Víctor Cardona Galindo

Y como si ese balazo fuera una señal empezó la balacera. Se es-


cucharon más disparos. La multitud se convulsionó, unos corrían,
otros forcejeaban con los policías. Llovían balas de todos lados. La
gente caía al suelo. Luego otro judicial apuntaba a Lucio a punto de
dispararle, como a dos metros de distancia, alguien le brincó y otro
disparo dirigido al maestro se clavó en el suelo. Mientras un agente
más daba un balazo en la nuca a Juvencio Rojas esposo de doña Isa-
bel Gómez Romero y lo estaba moliendo a culatazos. Doña Isabel
pensó que tal vez ya lo habían matado, entonces sacó su verduguillo
y se lo clavó al judicial. Al ver aquello otro judicial le disparó con un
m-1 a la señora y la atravesó de costilla a costilla. Doña Isabel murió
ahí tenía un embarazo de cinco meses y cuando estaba en el suelo
los gemelos se movían en su vientre y así lo narra el corrido de don
Rosendo Radilla:
Continúo la balacera
con armas de alto poder,
a los primeros balazos
se murió doña Isabel
en defensa de su pueblo
y su inocente también..

“Parte del objetivo del capitán, además de evitar la manifesta-


ción, parecía la vida de Lucio Cabañas; pero varios cuerpos de pa-
dres de familia, maestros y simpatizantes lo cubren. Se forma a su
alrededor una burbuja humana que le ayuda a escapar de los tiros.
Los gritos de terror de la multitud se escuchan por todas partes. Hay
quienes se enfrentan a los policías, la desbandada, la confusión, la
sorpresa de ver varios cuerpos tendidos en el piso, gritos de dolor,
angustia y el impacto de la muerte desintegran la manifestación”.
Escribe Fritz Glockner:

Fue un 18 de mayo,
como a las 11 sería,
en la plaza de Atoyac

302
Mil y una crónicas de Atoyac

toda la gente corría


de ver a sus camaradas
que unos tras otros caían.

De azoteas caían las balas y entre la balacera varias mujeres ja-


laron a Lucio, doña Rosalía Bello López lo tapó con su rebozo, y
junto con las fonderas lo sacaron y salieron por un costado de la
plaza, pasaron frente a la iglesia. Cuando Fidelito Castro los encon-
tró Lucio caminaba junto a Aquilino Salas, la Laura, quien se lo
llevó a esconder a una casita que tenía a las afueras del Ticuí. Iban
tragándose el coraje y sintiendo el compromiso con los muertos. En
esa casita humilde del Ticuí se planteó por primera vez el camino
de la guerrilla.
En la plaza hubo siete personas muertas, cinco del pueblo y dos
policías. Uno de esos policías había quedado herido, corrió hacia
las oficinas del ministerio público, donde cayó muerto al cruzar la
puerta. “Pasada la sarracina —asienta Wilfrido— la policía salió in-
mediatamente hacia el puerto de Acapulco, llevándose un muerto y
a los heridos, dejando a otro compañero muerto en la oficina de la
agencia auxiliar del ministerio público”.
Después de la balacera, sólo quedaron los muertos en la plaza, la
gente se replegó a las casas de alrededor. Frente a la entrada de la es-
cuela Juan Álvarez, un agente de la montada tardó con la pistola en
mano amenazante mientras otro policía levantaba a su compañero
herido y lo jalaba hacia una esquina de la plaza. Mientras unos judi-
ciales tiraban a un policía muerto arriba de un jeep y acomodaban
a sus heridos.
Uno fue Arcadio Martínez
otro Regino Rosales,
también Donaciano Castro,
y don Prisciliano Téllez,
porque el gobierno de Abarca
todo arregló con las muelles.
Tal y como lo narra en otro verso don Rosendo.
303
Víctor Cardona Galindo

Una vez pasada la masacre hubo acontecimientos que pasaron


inadvertidos, como el caso de que algunos ciudadanos abandona-
ron sigilosamente la ciudad; uno de ellos fue Anselmo Alcaraz, un
maestro que se convirtió en cartero, quien se fue del pueblo porque
era miembro del grupo de su comadre Julita. Otro fue el delegado
de tránsito Alberto Divicino González, quien fue acusado de dar el
silbatazo para que iniciara la masacre y de disparar hacia la multitud
junto a otros notables atoyaquenses, miembros del grupo que apo-
yaba a Julia Paco.
De pronto Atoyac se vio lleno de reporteros. Al otro día la no-
ticia salió en todos los periódicos, algunos no muy veraces, que dan
nombres equivocados, pero nos da una idea del ambiente que se
vivió:
“Hoy cuando a las 11:00 horas se reanudaron los mítines, el
capitán Enrique García Castro trató de quitar el micrófono al ora-
dor. Se suscitó un forcejeo y el agente sacó su pistola y se la vació
al manifestante. Así se inició un tiroteo de ambos bandos que duró
media hora”.
“La 27 zona militar, al mando del general Salvador del Toro,
mandó al 32 batallón de infantería, al saberse que los agentes poli-
cíacos estaban a punto de ser linchados. Igualmente se trasladaron
elementos de la fuerzas estacionarias en Tecpan de Galeana”, infor-
maba El Universal en su edición del 19 de mayo de 1967.
“Los caídos en el campo de batalla fueron Héctor Avilés de la
policía judicial, un capitán no identificado de la policía motorizada;
tres policías heridos, de la judicial, no identificados; civiles muertos:
Regino Rosales de la Rosa, Ma. Isabel Gómez; Prisciliano Téllez; Ar-
cadio Martínez, Feliciano Castro. Los heridos fueron Juan Reynada
Victoria; Gabino Hernández Girón y Juvencio Mesino”, se lee en
la cabeza del Rayo del Sur, 21 de mayo de 1967. En esta edición el
periódico publica en su primera plana la foto de Héctor Avilés con
su cuerpo ensangrentado tirado en el zócalo.
“El tamarindo que estaba en la esquina suroeste de la plaza cívi-
ca, Anastasio Flores Cuevas lo bautizó como el árbol de la victoria, el
304
Mil y una crónicas de Atoyac

10 de mayo de 1967”, escribe Rosendo Serna en su columna “¿A mi


qué?”, publicada en El Rayo del Sur, 21 de mayo del 67, menciona
como herido en el zafarrancho a Bonifacio Gómez Acosta.
A continuación reproduzco la noticia publicada por El Trópico,
escrita por el enviado Enrique Díaz Clavel la cual considero que fue
la que más se acercó a la realidad de ese momento:
“9 muertos y más de 20 heridos en el zafarrancho
“* Fue feroz el encuentro entre padres de familia y policías esta-
tales en Atoyac * Restableció el orden el ejército pero hay un clima
de indignación contra el régimen local
“Nueve muertos y más de 20 heridos arrojó el encuentro entre
policías estatales y padres de familia de la escuela Juan Álvarez, de
esta población, por haber faltado energía del gobierno, al principio
del conflicto, cuando se pedía la destitución de la directora del plan-
tel, profesora Julita Paco Piza, que al final se retiró mediante una
licencia ilimitada.
“Los de la Asociación Cívica Guerrerense, que aprovecharon el
asunto para sus móviles de agitación, después de una serie de difi-
cultades desde el 18 de abril pasado, unidos con los padres de fa-
milia, en un mitin celebrado hoy, ya no querían solamente la salida
de la maestra, si no de 18 de sus compañeros a quienes consideró
adictos a la maestra destituida.
“Luis [Lucio] Cabañas Barrientos y la profesora Hilda Flores
Solís, aparentes dirigentes de este problema, sin autorización cele-
braron un mitin en la plaza de Atoyac, frente a la escuela y palacio
municipal, en que el primero de ellos comenzó a hablar de que no
cejaría hasta sacar a los 18 profesores cómplices de Julita.
“Veinticinco elementos del cuerpo motorizado de la Dirección
de Seguridad Pública y ocho agentes de la policía judicial que fue-
ron a reinstalar a los 18 maestros y al nuevo director, cuando se
congregaban las gentes de pueblo, los provocaron y así se originó el
zafarrancho, con el trágico saldo de que hablamos al principio.
“El alcalde de Atoyac Manuel García Cabañas, nos decía esta tar-
de en el palacio municipal; “llegó ante mi el comandante de cuerpo
305
Víctor Cardona Galindo

motorizado y me dijo que iba a parar el mitin”, y agrega “le contesté,


haga lo que crea conveniente”, y puntualiza más adelante, “de inme-
diato vino el encuentro a tiros, con el resultado que ya conocemos”.
“Según una afirmación, los disparos partieron de los cuerpos
policíacos, en que el primer herido fue Cabañas Barrientos, quien
cuando tuvo oportunidad huyó hacia la sierra, cercana a Atoyac.
“Uno de los civiles que también rodó por el suelo herido a ba-
lazos fue Juvencio Mesino. La esposa de este sacó un puntiagudo
puñal y se lo sepultó en la región intestinal al capitán Enrique Car-
vallo Castro, comandante del cuerpo motorizado. La mujer que esta
grávida, murió de un balazo.
“Así caían muertos los padres de familia y de la Asociación Cívi-
ca, Regino Rosales, Arcadio Martínez, Prisciliano Téllez y Feliciano
Castro. Por los policías murieron los agentes de la policía judicial,
Héctor Avilés González y Genaro Ángel Navarrete, y el motorizado
Ángel Moreno Villegas.
“Todo este cuadro, en dos encuentros de cinco minutos cada
uno, sucedía cuando los niños de la escuela Juan Álvarez comen-
zaban a disfrutar del recreo. Del pueblo resultaron heridos de con-
sideración Juan Reynada, Franco Castillo, Tirso Gómez Durán y
Silvestre Dimas Padilla.
“Por los policías caían machacados en sangre, muy graves, el
subcomandante motorizado José Luis Álvarez, el subteniente Do-
naciano Carpio Bardo y el agente de la judicial, Genaro Gutiérrez
Quiroz. Los policías cuando vieron que todo el pueblo de Atoyac
salía a proteger a sus amigos o parientes, salieron despavoridos, en
el momento que hacía su aparición una sección de 32 batallón de
infantería que pidió cordura.
“Como el pueblo está indignado, la fuerza federal por indica-
ciones del general Salvador del Toro Morán ha impedido la entrada
de agentes y demás policías y quedan bajo la custodia de la 27 zona
militar, para que no se repita otro zafarrancho, originado por la falta
de acción del gobierno del estado, que directa o indirectamente es
el único culpable.
306
Mil y una crónicas de Atoyac

“Por su parte otro reportero del mismo periódico Andrés Bus-


tos Fuentes publicó: “El general Manuel Olvera Fragoso, jefe del
primer sector militar con sede en Atoyac, está colaborando con el
general del Toro Morán y será probablemente él, quien continúe la
vigilancia en tanto no se normalice la situación… A las 19 horas
de la noche arribó el procurador de Justicia del estado, licenciado
Horacio Hernández Alcaraz con el objeto de volver a instalar a la
policía judicial, cosa de que desistió a sugerencia del comandante de
la 27 zona militar, debido al elevado estado de ánimo de los cívicos;
hasta la hora citada, era imposible que soldados pertenecientes a los
grupos de seguridad estatal, pudieran entrar a la población” (Trópi-
co, 19 de mayo 1967, p. 1).
Lástima de hombres valientes
que no conocieron miedo,
en defensa de su pueblo
hasta la vida perdieron,
mataron dos judiciales
e hirieron sus compañeros.

Este corrido es una muestra de la inspiración social de don Ro-


sendo Radilla Pacheco que más tarde sería desaparecido precisamen-
te por componer corridos donde narraba la lucha del pueblo.

V
Según los testimonios los manifestantes no usaron armas de fuego,
sin embargo el gobernador dijo que sí. La nota fue del reportero
Manuel Galeana Domínguez quien publicó la versión de Raymun-
do Abarca Alarcón, quien dio a conocer la muerte de otro policía
por lo que la lista subió a ocho muertos en ese zafarrancho.
“El gobernador dijo que un capitán de las fuerzas de seguridad
del estado, Enrique García Castro, al inquirir sobre la reunión, fue
agredido por una mujer y luego alguien disparó sobre él hiriéndole.
La policía al ver esto, también se dispuso a repeler la agresión lo

307
Víctor Cardona Galindo

que provocó más disparos por parte de los manifestantes, estable-


ciéndose entonces el tiroteo entre policías y descontentos, entre los
que había profesores estatales y federales, así como gente extraña
al magisterio y que los observadores identificaron como agitadores
profesionales… El gobernador informó que murió en el camino el
agente de la judicial, Genaro Ángel Navarrete”. El 20 de mayo de
1967, el gobernador Raymundo Abarca Alarcón estuvo en Atoyac”
(Prensa Libre, 25 de mayo de 1967, p. 4).
El 18 de mayo la sociedad de alumnos de la escuela Juan Álvarez
tenía programado el festejo del día del maestro. Después los niños
no pudieron regresar a la escuela, porque cuando sucedieron los
hechos todos habían salido al recreo. Desde ese día se suspendieron
las clases; algunos alumnos se incorporaron a la escuela Modesto
Alarcón, como oyentes, hasta que fueron llamados a finalizar el cur-
so en las casas de los maestros donde recibieron sus boletas de cali-
ficaciones.
En 1967 la ciudad de Atoyac tendría unos 10 mil habitantes,
la mitad de la población que ahora tiene. El municipio tenía 32
mil atoyaquenses, a todos les impactó la noticia. Desde esa mañana
la palabra “mitin”, se convirtió en una palabra de terror. Muchos
crecimos con el miedo a esa palabra. Ya nadie quería hacer manifes-
taciones, por el recuerdo de aquel mitin del fatídico 18 de mayo, mi
mamá se refería a esa fecha sólo diciendo “cuando el mitin”, decía:
“ese día mataron a mi tía, una prima hermana de mi mamá”. Hubo
quienes festejaron el acontecimiento sobre todos aquellos “observa-
dores” que trabajaban gratuitamente para Raymundo Abarca Alar-
cón porque hay testimonios que aseguran que había personas encar-
gadas de grabar los discursos para informar al gobierno del estado.
En el segundo informe de labores que rindió al pueblo el pre-
sidente municipal Manuel García Cabañas el primero de enero de
1968 dijo: “Todos los problemas que se fueron presentando se les
dio el debido interés para resolverlos. El conflicto suscitado en la es-
cuela Juan Álvarez, el cual terminó con hechos trágicos que lamen-
tar, fue creado por intereses internos en la misma institución y toca-
308
Mil y una crónicas de Atoyac

ba única y exclusivamente a las dependencias educativas del sistema


estatal resolver dicho problema. El ayuntamiento nada tuvo que ver
con tal situación, ya que oportunamente se hizo del conocimiento
de las autoridades correspondientes para su debida atención”.
El 18 de mayo de 1967, es un parteaguas en la historia de nues-
tro municipio y también del estado de Guerrero porque marcó el
fin de un movimiento cívico que exigía mayores espacios de parti-
cipación democrática y el inicio de la guerrilla de Lucio Cabañas y
su Partido de los Pobres. El Estado autoritario en lugar de atender
las peticiones de los manifestantes, les envío a la policía judicial
que disparó contra el pueblo, dando muerte en la plaza principal
de la ciudad de Atoyac a Feliciano Castro Gudiño, Arcadio Martí-
nez Javier, María Isabel Gómez Romero, Prisciliano Téllez Castro y
al revolucionario agrarista, Regino Rosales de la Rosa. Resultaron
lesionados Juan Reynada Victoria, Gabino Hernández Girón y Ju-
vencio Rojas Mesino. A quienes así como estaban heridos fueron
apresados por judiciales en las clínicas donde eran atendidos, sólo
Juvencio Mesino se salvó de ser traslado al penal de Tecpan por que
el doctor Antonio Palós Palma lo defendió con energía.
Lucio recordaría más tarde ese acontecimiento con un discurso
en la sierra: “Habíamos maestros del pueblo que estábamos dispues-
tos a orientarlo, no sólo en la educación sino en sus luchas como
parte del pueblo, padres de familia parte del pueblo, contra todo
el régimen, contra el gobierno, contra la clase rica… Y nos meti-
mos en los problemas contra las compañías madereras, contra el
ayuntamiento, contra la explotación de los ricos ahí en Atoyac y se
creó el movimiento. Entonces fue que se enojó don gobierno y nos
mandó un montón de judiciales y nos hicieron una matanza el 18
de mayo”.
Los que murieron dieron la vida para que los niños de Atoyac
tuvieran acceso a una educación verdaderamente gratuita. Defen-
dían que los alumnos pudieran ir a la escuela sin las cargas pesadas
de las cooperaciones económicas que se les imponían. Un campesi-
no no podía nunca competir al mismo ritmo con los dueños del di-
309
Víctor Cardona Galindo

nero, que si comparamos esas cooperaciones económicas con nues-


tros tiempos sería como pagar colegiatura en una escuela pública.
Después de la masacre el ejército patrulló las calles. Pasaban a
cada rato por la calle Hidalgo, donde muchos miembros del movi-
miento se habían concentrado en la casa de la maestra Hilda Flores
Solís. Ese 18 de mayo, Lucio con sus más cercanos colaboradores
llegó a la casa de la maestra Hilda Flores por la noche, se acostó en
la hamaca que estaba en la galera de la barda, tomó dos tazas de café,
estaba cansado y lleno de coraje por la represión. Durmió esa noche
en ese lugar.
Mucha gente pernoctó en el corredor, otros vecinos llevaban
comestibles a regalar. En la tarde del 19 por la calle Hidalgo pasó
el cortejo de los muertos, Lucio lo observó desde media casa, luego
se despidió de doña Elizabeth Flores Reynada y se dirigió a Hilda,
a quien le recomendó cuidarse porque se venía una represión muy
dura. Con un morral colgado al hombro, seguido por sus amigos se
despidió de los presentes, caminó por la calle Hidalgo y se perdió
de vista.
Mucho tiempo después al hablar de aquel momento Hilda Flo-
res le dijo a Laura Castellanos: “El mismo día Lucio llegó a la casa
como a las 7:00 y 8:00 de la noche con un grupo de mujeres y tres
hombres. El ejército ya patrullaba las calles… Él se quedó en una
hamaca en un galerón del patio. Aquí durmió esa noche. Almorzó,
comió, y a las cuatro y veinte salió. No lo volví a ver. Me quedé al
frente de la lucha con un grupo de compañeros porque muchos
hombres debieron irse”.
Como se sabe las autoridades culparon a Lucio de la masacre.
Por lo que se vio obligado a refugiarse en la sierra y fundar después
el Partido de los Pobres. Se dice que ese día Cabañas salió armado
con una pistola 32, rumbo a los distintos poblados, a buscar volun-
tarios para iniciar la lucha armada contra los más poderosos ricos
y el gobierno. Ya oscureciendo llegó a la casa de su mamá Rafaela
Gervasio Barrientos en San Martín de las Flores acompañado de
Obdulio Morales Gervasio. Así iniciaba la guerrilla.
310
Mil y una crónicas de Atoyac

El maestro guerrillero recordaría la fecha bautizando a uno de


sus grupos como Brigada de Lucha 18 de Mayo y realizando la re-
unión anual del Partido de los Pobres todos los 18 de mayo que
estuvo en la sierra.
“Cuando nos matan compañeros hay que matar enemigos.
Cuando matan al pueblo hay que matar enemigos del pueblo...
Ante la matanza, ¿cómo le haríamos para venirnos al monte? Lo
teníamos pensado desde antes. Nomás esperábamos que nos dieran
un motivo. Estábamos cansados de la lucha pacífica sin lograr nada.
Por eso dijimos: Nos vamos a la sierra”, diría después Lucio en uno
de sus discursos cuando recorría los pueblos en su propaganda ar-
mada al frente de su Brigada Campesina de Ajusticiamiento.

El señor Lucio Cabañas


hombre de resolución,
quiere salvar al pueblo
y se opone a la reacción,
han muerto muchos hermanos
sin piedad ni compasión…

Arriba Lucio Cabañas


el pueblo ya está contigo,
a conquistar la justicia
y a terminar al enemigo.

Rasgaba los acordes de su guitarra don Rosendo buscando la


tonada de su corrido.
Los caídos ese día eran hombres fogueados en la lucha social,
tenían una vida productiva y tradición. Eran partícipes de la vida y
el acontecer atoyaquense. Arcadio Martínez Javier don Cayito, nació
en San Francisco del Tibor y era padre del maestro Alberto Martí-
nez Santiago de quien los reaccionarios de la escuela Juan Álvarez
habían pedido su cambio a Coyuca. Murió ese día herido por una
bayoneta. Tenía una huerta grande de 20 hectáreas, en el lugar co-
nocido como La Pintada en el ejido de San Francisco del Tibor. Era
311
Víctor Cardona Galindo

chaparrito blanco, muy participador y solidario. Le gustaba torear


en la danza del Cortés.
De don Feliciano Castro Gudiño se tienen muy pocos datos se
sabe únicamente que vivía en la calle Capire y que tenía aproxima-
damente 60 años. Era peón de Justino Parra y cuando ocurrió el
zafarrancho trabajaba en la elaboración de una galera para talleres
en la escuela federal 14. Su única hija María de Jesús Castro Mateos
ahora tiene 82 años. Don Chano Castro fue levantado herido de
la plaza fue atendido por el doctor Antonio Palós. El médico hizo
hasta lo imposible por salvarlo, pero murió en su clínica.
Por su parte el revolucionario Regino Rosales de la Rosa nació
con el siglo xx. Tenía aproximadamente 67 años cuando murió. Su
muerte como la de sus compañeros marcó el inicio de un nuevo pe-
riodo revolucionario para el pueblo costeño. La guerrilla del Partido
de los Pobres con su comandante Lucio Cabañas Barrientos.
En la historiografía del municipio de Atoyac se tiene conoci-
miento de la existencia de Regino Rosales desde el 24 de noviembre
de 1923, cuando Alberto Téllez encabezó el levantamiento armado
agrarista de Atoyac y entre los primeros campesinos que lo acompa-
ñaron estaba el joven Regino Rosales. El 19 de diciembre del mismo
año, los agraristas atacaron Atoyac y desarmaron a la policía del
presidente Rosalío Radilla, un delahuertista que estuvo vinculado
al asesinato de los hermanos Juan, Felipe y Francisco Escudero en
el puerto de Acapulco y era jefe de las guardias blancas en la región.
Regino Rosales combatió en Coyuca de Benítez el 30 de di-
ciembre de 1923, bajo las órdenes del coronel Silvestre Castro, el
Cirgüelo y el 23 de enero de 1924 en Petatlán en el más encarnizado
combate que se tenga memoria en la Costa Grande, donde las fuer-
zas delahuertistas salieron derrotadas por los agraristas encabezados
por el Cirgüelo, Amadeo Vidales y Valente de la Cruz. Años más tar-
de Regino Rosales se sumó al vidalismo. Cuando Amadeo Vidales
atacó la ciudad de Atoyac el 26 de junio de 1926, Regino Rosales
formaba parte del cuerpo de voluntarios al servicio del gobierno
federal, pero secundando a su jefe Alberto Téllez desertó y se sumó
312
Mil y una crónicas de Atoyac

a los vidalistas para combatir de nuevo en el bando revolucionario.


Regino Rosales fue combatiente durante los tres años que duró el
movimiento del Plan del Veladero.
Ya en los años sesenta, Regino Rosales se sumó al movimiento
cívico en la lucha por la caída del gobernador Caballero Aburto.
Se involucró de tal manera que —el 14 de enero de 1961— cuan-
do tomó posesión el presidente municipal cívico, Rosendo Téllez
Blanco, Regino Rosales de la Rosa fue nombrado comandante de la
policía urbana.
También participó en el movimiento de solicitantes de vivienda
que fundó la colonia Mártires de Chilpancingo, donde los líderes
confiaban en su valor, con don Regino presente, sabían que no era
fácil que la gente del gobierno los desalojara.
Finalmente en la masacre del 18 de mayo de 1967, murió en
manos de las fuerzas gubernamentales que atacaron el mitin que era
encabezado por Lucio Cabañas en la plaza de Atoyac:

En medio de la balacera
gritó Regino Rosales,
con mi pistola en la mano
para mi no hay judiciales,
viva el pueblo de Atoyac
que muere por sus ideales.

Cantó Rosendo Radilla. Los que todavía recuerdan a don Re-


gino Rosales dicen que era común verlo vestir con su traje gris, con
su pistola 45, fajada misma que portaba con libertad porque tenía
permiso federal en reconocimiento a los servicios prestados como
revolucionario agrarista. Don Regino Rosales quedó tirado bajo la
sombra de uno de los tamarindos que tenía la plaza. Por desgracia,
dicen muchos, ese día que lo mataron no lo acompañaba su insepa-
rable 45, traía un verduguillo con el que se defendió de las fuerzas
del gobierno de Raymundo Abarca Alarcón.

313
Víctor Cardona Galindo

VI
Isabel Gómez Romero nació en Las Patacuas, una comunidad ya
desaparecida que estaba ubicada en el centro de la sierra cafetalera,
fue hija de Modesta Romero Meza y Onésimo Gómez Serafín, es-
taba casada con Juvencio Rojas Mesino un campesino nacido en la
ciudad de Atoyac.
El 18 de mayo don Juvencio fue herido de un balazo en la nuca
y al caer un policía le daba culatazos en la cabeza. Por eso doña Ma-
ría Isabel se le fue encima al agente y lo ensartó con un verduguillo,
a ella otro policía le disparó con un m-1, el balazo la atravesó de cos-
tilla a costilla. Tenía cuatro meses embarazada de gemelos, la gente
con susto y dolor veían como se le movía el vientre cuando estaba
muriendo. Dejó huérfanos a tres hijos: Julia que ya estaba casada,
Hilario de 13 años y Fermina de cinco.
El verduguillo que llevaba ese día era su arma habitual, lo traía
para todos lados, cuando iba a lavar al río o al campo, a la leña.
Doña María Isabel que tenía 35 años cuando murió se dedicaba a las
labores del hogar y vivía en la calle Montes de Oca 29 en la cabecera
municipal donde fue velada, para luego ser sepultada en el panteón
viejo. Donde cada año, el 18 de mayo, su hijo Hilario Rojas Gómez
le lleva flores.
Mientras don Juvencio Rojas fue atendido de sus heridas por el
doctor Antonio Palós Palma, quien lo ayudó para que no cayera pre-
so. Los demás: Gabino Hernández, Juan Reynada y Franco Castillo
heridos de bala fueron trasladados al penal de Tecpan y estuvieron
detenidos. Con el tiempo Juvencio murió a causa de las heridas re-
cibidas aquel funesto día.
Cuando sucedió la masacre, Hilario Rojas hijo de doña María
Isabel estaba en casa con su hermana. Estudiaba el quinto año en
la escuela Juan Álvarez con el maestro Celestino Lévaro. Se había
espinado la rodilla por eso no fue a clases ese día.
Don Juvencio era campesino, cultivaba dos huertas de café en
El Ocotal y en el lugar que ahora ocupa la colonia El Parazal tenía
314
Mil y una crónicas de Atoyac

un corral donde trabajaba. Las huertas apenas eran plantillas y se


perdieron en el abandono. Los dos hermanos menores: Hilario y
Fermina, ya huérfanos, quedaron a cargo de su abuela Modesta y su
abuelo Onésimo que los llevaron a vivir a La Vainilla.
En 1989, cuando se fundó la colonia Popular 18 de Mayo un
campamento se llamó María Isabel Gómez Romero y ahora una
colonia que fue fundada en el predio conocido como El Rondonal
lleva el nombre de esta valiente mujer.
Más en fin, ya me despido,
ya voy a finalizar,
sólo una cosa les pido,
no se nos vaya olvidar
la muerte de doña Isabel,
heroína de Atoyac.

Remataba en su corrido don Rosendo Radilla.


Prisciliano Téllez Castro nació el 4 de enero de 1922, en la co-
munidad serrana de La Florida. Era hijo de Rosendo Téllez Blanco y
Ángela Castro, estaba casado con Ángela Pino Vargas. Tenía 45 años
cuando murió en la plaza. Su esposa Ángela se quedó a cargo de sus
seis hijos: Pablo de 23 años, Leonor de 22, Jesús de 20, José Luis,
Matías y Josefina Téllez Pino de 8 años.
Se le recuerda siempre con ropa de campo y muy juguetón con
sus hijos. Corría atrás de ellos simulando que era robachicos: “era
muy cariñoso”, rememora Josefina Téllez. Pilaba el café de la huerta
de su padre Rosendo Téllez Blanco y cargaba la camioneta para en-
tregar el producto. Se involucró en el movimiento asistiendo a las
reuniones en la escuela Modesto Alarcón. Ahí estudiaban sus hijos;
uno de ellos, José Luis era alumno de Lucio Cabañas.
Era alto, delgado y rollizo, no usaba sombrero. Iba todos los días
a la huerta de coco que tenía en Quinto Patio, donde hacía milpa y
en la temporada de secas trabajaba su huerta de café que tenía en El
Ocotal. Sus hijos nunca lo vieron enfermo: “era puro trabajo, en eso
se entretenía, no era borracho ni fiestero. Tenía un caballo que usaba

315
Víctor Cardona Galindo

para el mismo trabajo del campo. El 18 de mayo andaba con una


punzada en la cabeza por eso no fue a su huerta de Quinto Patio. No
tenía pensado acudir al mitin.”
Salió a comprar cigarros, no encontró en la tienda cercana, luego
buscó en la calle Independencia tampoco encontró y tuvo que ir hasta
el zócalo a una dulcería que estaba al poniente de la plaza. Después
de comprar sus cigarros encendió uno y se paró en la orilla del zócalo
cuando vio que un policía le estaba dando a su compadre Gabino
Hernández. Como era costumbre en los hombres de ese tiempo, Pris-
ciliano siempre cargaba un puñal que igual le servía para su defensa,
para hacer un cocol de sus hijos, pelar un mago o partir un limón.
Su hermano Cristino Téllez Méndez escribió en el periódico Atl,
23, junio del 2000, que Gabino Hernández, compadre de Prisci-
liano fue alcanzado por un motorizado, quien le disparó y luego lo
comenzó a golpear con su rifle, al ver esto Piche, como le llamaba su
familia de cariño, salió gritándole desafiante al motorizado; “deja a
mi compadre, yo te voy a enseñar a tratar a la gente. El policía soltó a
Gabino y trató de encañonar a Piche, muy tarde, ya Piche le sujetaba
el arma con tanta fuerza que ambos luchaban por quedarse con ella
y en su desesperación cayeron sobre las piedras haciéndose pedazos
el rifle. Piche rápido como un rayo, deslizó su brazo alrededor del
cuello del policía, sujetándolo fuertemente, al mismo tiempo buscó
atrás de su cintura un cuchillo con cacha de hueso, repetidas veces
lo hundió en el cuerpo del agente que se desplomó sin vida”. Más
otro motorizado acudió al auxilio de su compañero y le disparó en
varias ocasiones al valiente campesino dejándolo muerto en el lugar.
Su cuerpo fue levantado por sus hijos con el auxilio del coronel
Olvera Fragoso y velado en la casa de su padre en la calle Vicente
Guerrero y al otro día fue sepultado en el panteón viejo.
Después de la masacre todo quedó en silencio. No se supo nada,
nadie investigó nada y tampoco se esperaba nada del gobierno. To-
dos los hijos de Prisciliano trabajando salieron adelante. Pablo el
mayor se puso al frente de la familia y siguieron con los trabajos de
la milpa, el cocotero y el café.
316
Mil y una crónicas de Atoyac

Doña Fidelina Téllez Méndez escribió en Agua desbocada. Anto-


logía de escritos atoyaquenses que su hermano Piche “era muy audaz
y temerario, una vez un leoncillo se llevó del patio a su perro prefe-
rido, cogió su machete y persiguió al animal hasta que éste lo soltó
y regresó a la casa con el perro en brazos, casi muerto, pero con sus
cuidados volvió a ponerse bien”.
Sobre el mismo caso Cristino Téllez Méndez escribió en el ya
citado periódico Atl: “don Rosendo y sus hijos solían platicar en
el patio los sucesos del día alrededor de una fogata o junto a una
‘pata de gallo’; rudimento hecho con tres palos cruzados y sujetos
casi en un extremo, sosteniendo una piedra que a su vez sirviere de
base a ocotes encendidos sobre ella… De pronto un león [así se le
conoce en la región al puma] saltó al patio y al pasar cerca de ellos
tomó en sus fauces a un perro chaparrito que descansaba cerca de
Piche, dirigiéndose hacia un arroyo cercano, Piche como era su perro
favorito, con rápidos reflejos tomó su machete afilado y una raja de
ocote encendido y corrió tras él gritándole —¡deja mi perro!— por
el arroyo lleno de peñas el león saltaba sin soltarlo entre los dien-
tes y desconcertado veía como Piche lo seguía cuesta abajo, duró la
persecución un rato al cabo del cual el león soltó al perro y de un
salto se perdió en la espesura del monte y de la noche. Piche abrazó
a su perro y regresó al campamento. Fueron necesarios varios días y
varios remedios para cerrar aquellos agujeros dejados por el león en
el cuerpo del perro”.
Como dije en otro momento los caídos el 18 de mayo de 1967
eran actores de primera línea de la vida atoyaquense y participaban en
sus tradiciones y costumbres. En el caso de Prisciliano Téllez dice su
hermano Cristino: “Cuando un año nuevo u otro festejo el Cortés ha-
cía acto de presencia, Piche pedía prestada una cuchilla y un zarape a
los toreadores y enfrentaba por gusto al enmascarado, éste trataba una
y otra vez de aporrearlo con una y otra mano pero no lograba tocarlo
siquiera, en medio del griterío de la gente. Al final Piche solía darle
uno o dos golpecitos en las pantorrillas del Cortés como diciéndole
—¡Te gano!— Y regresaba cuchilla y zarape que le habían prestado”.
317
Víctor Cardona Galindo

Los alumnos de Serafín


El maestro Gabriel Salones era el director de la escuela Modesto
Alarcón y cuidaba el sexto A, que era el grupo de Serafín Núñez Ra-
mos, quien había ido por los cheques del pago de los trabajadores al
puerto de Acapulco. Les estaba platicando la clase, cuando se oyeron
los disparos, los alumnos pensaron que eran cohetes. En eso llegó
corriendo la maestra Rita Solchaga diciendo —¡profesor Gabriel,
profesor Gabriel!, mataron al profesor Lucio y a Serafín—. Al oír
esto los alumnos se pararon de los asientos y el director se puso en la
puerta para atajarlos, pero no pudo porque todos los niños brinca-
ron el muro del aula, no respetaron, volaron la cadena de la puerta
de la escuela y salieron a toda prisa a la calle.
Quien se los encontró dice que los muchachitos iban bañados
en llanto porque la noticia era: “¡mataron al profesor Lucio y a Se-
rafín!”
Llegaron al zócalo con piedras en las manos, pero solamente
encontraron a los muertos. Estaba en el piso el cuerpo de don Re-
gino Rosales con su sombrero zapatista en la cara, era un sombrero
de ala ancha y de copa abultada. Ayudaron a levantar el cuerpo de
doña María Isabel y lo llevaron rumbo al camposanto donde vivía
su familia.
La gente estaba alborotada y les dijeron que donde el doctor
Chico —doctor Silvestre Hernández— estaba un herido. Era don
Gabino Hernández que convulsionaba, brotándole sangre de un
costado, estaba taponeado con gasa, aun así le salía sangre con espu-
ma. Le habían dado un balazo en el abdomen a la altura del ombligo
y le salió por la espalda.
Los alumnos de Serafín salieron a pedir dinero a la gente, ya
que juntaron un poco se llevaron a don Gabino en un coche a San
Jerónimo donde lo atendió el doctor Sotelo.
Luego que los ejecutores de la masacre se fueron, los militares
llegaron a la plaza en posición de combate. A esa hora, algunos ciu-
dadanos simpatizantes del movimiento venían con las camisas ama-
318
Mil y una crónicas de Atoyac

rradas y armados, pero los judiciales ya habían salido despavoridos


y se llevaron a sus heridos en las camionetas que se usaban para el
combate al paludismo.
Serafín Núñez Ramos recuerda que en la escuela Modesto Alar-
cón tenían un club de maestros para evaluar el trabajo de la semana.
Innovaban en la enseñanza y no caían en la rutina. Con alumnos
de sexto año editaron un periodiquito que se llamó Vanguardia In-
fantil, se imprimía en un mimeógrafo que el propio Serafín había
fabricado. Educaba con la poesía de Pablo Neruda y García Lorca.
En su grupo la poesía era un instrumento de expresión del senti-
miento, no sólo el contenido ideológico. Al final de la clase dejaban
un hueco para cantar, recitar poesías y leer textos. Era un grupo
en el que mucho se aplaudía. Serafín dice que él no les metió en la
cabeza el camino de la política, lo hizo el ambiente. Muchos de sus
alumnos se integraron al primer club de la Juventud Comunista, al
movimiento social y algunos a la guerrilla.
Ese 18 de mayo por presión de los maestros de la sierra, como
era el habilitado, Serafín tomó un taxi acompañado de un niño y
fue a recoger los cheques al puerto de Acapulco. De regreso al to-
mar el camión en la Flecha Roja ya se comentaba de la masacre.
En el tramo Acapulco-Coyuca encontraron unas ambulancias que
iban a toda velocidad. Y al llegar a Coyuca ya lo estaban esperando
en la terminal tres maestros de San Jerónimo que habían sido sus
compañeros en la normal. Se lo llevaron a un domicilio donde le
comentaron de la masacre y le dijeron que no sabían si habían ma-
tado a Lucio, pero que a él lo andaba buscando la policía. Se quedó
en Coyuca y los cheques los mandó con el niño que lo acompañaba
para que los entregara en la supervisión previo recibo. Su padre Fi-
del Núñez Ávila llegó a Coyuca y tomaron una camioneta rumbo
a Tepetixtla. Mientras una tía se fue a cubrir su plaza en la escuela
Modesto Alarcón. Él estuvo un tiempo en Tepetixtla trabajando en
el campo con sus abuelos.
Serafín ya no volvió a Atoyac porque tenía orden de aprehen-
sión, regresar era como llegar a la cárcel. Después de eso el Partido
319
Víctor Cardona Galindo

Comunista buscó la manera de protegerlo y lo envió a estudiar a la


Unión Soviética. Don Fidel Núñez visitó a Lucio Cabañas en la sie-
rra, el profesor convertido en guerrillero después del mitin del 18 de
mayo de 1967, estuvo de acuerdo con la salida de Serafín Núñez del
país. Dijo que era bueno que se fuera a estudiar al extranjero porque
una vez triunfando la revolución socialista se necesitarían cuadros
preparados para gobernar.

Rosa Santiago Galindo


El 30 de agosto Rosa Santiago Galindo cumplirá 90 años, es una
de las madres que lleva décadas buscando a su hijo Antonio Urioste
Santiago, pidiéndole al gobierno que le diga donde está, es una bús-
queda que a veces la ha puesto al borde de la muerte pero también le
ha dado fuerzas para aferrarse a la existencia. Ella que con una vida
de sufrimiento y trabajo ha visto pasar casi un siglo de la historia de
Atoyac. Rosita es fuerte y de lúcida memoria.
Nació en 1923 en la comunidad serrana de Los Valles es hija de
Fortino Galindo Gómez y de Bernabé Santiago García. En 1926 su
padre la trajo junto con sus cuatro hermanos a la cabecera munici-
pal y él se remontó a lo alto de la sierra con sus hijos mayores, dejan-
do a su mujer y los pequeños encargados en una casa de la calle Juan
Álvarez norte. Allá en la sierra corrían peligro porque los Galindo se
habían involucrado en la guerrilla de Amadeo Vidales, los perseguía
el gobierno y al que agarraba lo fusilaba sin miramientos.
Al año doña Silvestra García, mamá de Bernabé mandó por
ellos y se los llevó a vivir a la calle Hidalgo. Fortino regresó a los
siete años, encontró a Bernabé casada con otro hombre y de sus
hijos estaban: Aurelia la mayor, Cliserio, Rosa y María porque había
muerto Inés. Los niños estaban estudiando en la escuela real, los
sacó y se los llevó de regreso a Los Valles en 1933. Allá los esperaban
Severiano, María, Apolinar, Lorenzo, Agustín, Emiliana y Victorino
que eran sus hermanos mayores.
320
Mil y una crónicas de Atoyac

En ese tiempo Los Valles eran un pequeño pueblo donde vivían


pocas familias: los Lugardo, los Galindo, los Flores y los Reyes. Las
casas eran de bajareque, techadas con zacate cortador y para cons-
truirlas hacían rollitos y los iban amarrando amontonados, otras
estaban techadas con pasto de arroz al que llamaban dellame. Había
viviendas que estaban techadas con tablitas de ocote, llamadas teja-
manil. Corría un arroyo por medio pueblo donde abundaba el zapo-
te prieto e iban al agua a los Pozos. Su padre cultivaba una huerta en
medio del barrio, había mangos, limón dulce, toronja, pomarrosa,
plátano, sidra, limón real, lima, aguacate y mamey.
Rosita de niña no jugó porque desde muy chica se dedicó al
quehacer del hogar. Aprendió a coser a los 12 años, haciendo los
calzones y los cotones de manta para su padre. La mayor parte de su
juventud la pasó en San Juan de Las Flores, con su tío materno, Cle-
mente Santiago quien representó una segunda figura paterna. Rosa
Santiago es como todas las mujeres de su tiempo, siempre apegada
al trabajo. Ella fue obrera de la fábrica del Ticuí, cocinera asistiendo
peones en las huertas de café, agricultora, lavandera y empleada do-
méstica en las casas de Atoyac.
Claudia Rangel Lozano entrevistó a Rosa Santiago Galindo su
testimonio sobre la desaparición de Antonio se recoge en el capítulo
2 del libro: Desaparición forzada y terrorismo de Estado en México.
Memorias de la represión de Atoyac, Guerrero durante la década de
los setenta. También participó con su testimonio en la elaboración
del documental: 12.511 Caso Rosendo Radilla: herida abierta de la
Guerra Sucia en México.
Antonio Urioste Santiago nació el 5 de julio de 1944 en la ciu-
dad de Atoyac es hijo del ex presidente municipal José Urioste García
y Rosa Santiago Galindo, estudió en la escuela Juan Álvarez después
pasó a la escuela particular de Anita Téllez porque era de lento apren-
dizaje y juguetón. Cuando tenía 10 años, vendía el periódico El Rayo
del Sur, le daban 10 periódicos que entregaba y se iba a la escuela.
Reprobaba porque era distraído, no terminó la primaria, sólo
aprendió a leer y a escribir, pero era muy responsable y trabajó como
321
Víctor Cardona Galindo

mecánico. Era educado y trabajador, siempre buscó la forma de ayu-


dar a su mamá, cuando ocurrió su desaparición trabajaba como co-
brador en las Camionetas Unidas de Atoyac esas que van a la sierra.
Como era el mayor les enseñaba buenas costumbres a sus cuatro
hermanitos, como pedir permiso y dar las gracias a la hora de comer.
Antonio saludaba con gusto a la gente, era muy atento y sencillo.
Ese día fue a un mandado a San Luis La Loma para visitar a su
tía Alicia Santiago Pino que estaba enferma, era un domingo 8 de
septiembre de 1974. Salió de su casa como a las nueve de la mañana,
Esperanza Rumbo le dijo a Rosita que lo detuvieron en el autobús
cuando iba en el retén que estaba pasando el río de Tecpan.
Lo buscó en el retén y le dijeron que ahí no estaba porque no era
cárcel. Rodeó el campamento e hizo un hoyo en la orilla del alambre
y se metió donde estaban los soldados que cuando la encontraron
dentro del campamento la trataron mal muy mal, pero ella buscaba
a su hijo al precio que fuera no le importaba lo que pasara. La des-
esperación hacía que no tuviera miedo, el oficial la reprendió por su
osadía y le dijo que ahí no lo tenían.
Lo fue a buscar al cuartel de Atoyac donde se lo negaron, le
dijeron que ahí no era cárcel.
Luego se fue ocho días hasta Oaxaca, acompañada de su hija
Santa Anita y de su hermana Alicia, iban de retén en retén y se
bajaban en los pueblos para buscarlo en las cárceles. Estaba tan des-
esperada que en la base aérea de Pie de la Cuesta se metió por la
playa, donde las olas le quitaron los huaraches y estuvo a punto de
ser arrastrada por el mar. Se asomaba a los galerones gritando “An-
tonio, Antonio” vio muchas caras. Había un Antonio de Los Llanos
de Santiago. Estaban encerrados. “Había muchas caras de tantísima
gente amontonada en un galerón grande”.
El primero de abril de 1975 cuando iba a tomar posesión Rubén
Figueroa Figueroa en las instalaciones del ayuntamiento de Chil-
pancingo, el lugar estaba acordonado, los soldados tenían filas de
dos en fondo así Rosita se metió por debajo de la valla cuando un
soldado del 50 batallón estaba redoblando el tambor y el otro se
322
Mil y una crónicas de Atoyac

descuidó, se metió y abrazó al presidente de la República Luis Eche-


verría le dijo: “discúlpeme pero ando muy desesperada, quiero que
me ayude. Él me dijo donde está el beso, y le di un beso a él, a la
esposa y a la acompañante”. Le entregó un escrito y el presidente se
lo echó a la guayabera y le dijo que iba a buscar a su hijo. Después
Echeverría le mandaba telegramas.
De tantas veces que le negaron a su hijo en el cuartel de Ato-
yac y en el de Acapulco, buscó entrevistarse con el titular de la 35
zona militar de Chilpancingo porque le dijeron que a los presos los
enviaban allá. En Chilpancingo se encontró con el abogado Felipe
Cortés que era presidente del Partido Zapatista y había sido agente
del ministerio público en Atoyac, lo conocía por que ella le lavaba y
planchaba a todos los ministerios públicos que llegaban a la ciudad.
Felipe Cortés redactó un documento donde ella firmaba como
miembro del Partido Zapatista dirigido al general Oscar Archila
Moreno jefe de la 35 zona militar y el mismo abogado la llevó en
su jeep al cuartel donde los recibió el general que les dijo que él no
tenía conocimiento. Pero si su hijo estaba detenido debería estar en
Atoyac y le dio una tarjeta para el general Eliseo Jiménez Ruiz.
Regresó a Atoyac y preguntó por el general, se lo negaron, en-
tonces mostró la tarjeta, el militar de la puerta la vio por curiosidad,
luego se la quitó y se la llevó. No tardó y regresó para decirle que la
iba a recibir el general. La pasaron adentro del cuartel con su hija
Santa Anita que la acompañaba a todos lados. El general Jiménez le
negó que allí fuera cárcel y le dijo que no anduviera con mentiras
que ya estaba bueno que fuera de chismosa con el jefe de la 35 zona.
Ella le contestó que ahí tenía a su hijo que no se lo negara. Él le dio
a entender que su hijo a lo mejor se había ido a la guerrilla: “El no
anda con esa gente, él va del trabajo a la casa, él no me falla”.
El general le dijo que entre su familia había una hija que andaba
en malos pasos, que él no sabía al principio pero que ya la tenía casti-
gada. Le dio a entender que Antonio también andaba en malos pasos
y que ella no sabía, que lo dejara castigarlo, como él ya había castigado
a su hija. Le dijo que ya no anduviera con chismes y la regañó.
323
Víctor Cardona Galindo

Pero Rosita volvió al tercer día. El general la volvió a regañar feo.


Otra vez le dijo que no era cárcel que no había ninguno. En eso esta-
ban cuando llegó un helicóptero con unos hombres vendados de los
ojos y con las manos amarradas hacia atrás, al parecer eran padre e
hijo. Rosita aprovechó para decir que si no era cárcel que hacían esos
campesinos allí. El general regañó en su presencia a los soldados que
traían a los hombres amarrados y por eso les quitaron las ligaduras.
Después del incidente, el militar le dijo que la iba ayudar, que
iba a investigar el paradero de su hijo, que se fuera a su casa y que
allá lo esperara. Pero regresó a buscarlo cuando soltaron a Israel Solís
Ayerdi y le dijo que había estado junto a Antonio en el cuartel. Que
lo vio vendado con la misma ropa que cuando lo agarraron, sin za-
patos y sucio. Entonces Rosita fue al cuartel y le dijo al general que
le diera a su hijo que ahí estaba. “Yo sé que aquí está déjeme traerle
ropa”. Entonces el general le contestó: “está bien aquí está, váyase
tranquila aquí está, si es inocente llegará a su casa. Espérelo en su
casa. Ya no venga no la quiero volver a ver aquí”. Se fue segura que
iba a dejarlo libre porque era inocente.
Rosa Santiago dice que Antonio Urioste estuvo detenido en el
cuartel militar de Atoyac junto con don Rosendo Radilla Pacheco,
por eso asegura que en las instalaciones que ahora son el ayunta-
miento se le perdió su hijo, por eso apoya a Tita Radilla Martínez
en la búsqueda de su padre.
Desde su desaparición Rosita dejaba la puerta abierta, escucha-
ba el ladrido de un perro y salía a ver, siempre esperando a su hijo.
Vendió su casa para buscarlo y se quedó en la calle.
No comía, no dormía. El doctor Juventino Rodríguez le hacia
transfusiones de sangre para reanimarla. Pero luego le reventó un
tumor en el vientre. Ella sabía que tenía el tumor, porque traía mu-
cho dolor y el doctor Apolinar Castro le decía que se operara lo más
pronto posible. Pero por buscar a su hijo no se atendió, después que
le reventó la operaron y se vio grave. Se la llevaron a México y no
sabe que tiempo estuvo allá, porque tardó en componerse. Su hija
Francisca Benítez Santiago está enferma de sus facultades mentales
324
Mil y una crónicas de Atoyac

porque se llevaron a su hermano y luego detuvieron a su marido.


Francisca corría de noche al cuartel iba a gritarle a su hermano. Se
enfermó feo, lloraba y gritaba.
Rosa Santiago Galindo junto con Jovita Ayala acompañaron a
la representante de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y
Políticos del Pasado, Femospp, Georgina Landa, a Los Arenales a
ver un soldado viejito que había dicho que en Hacienda de Cabañas
el mar había arrojado restos humanos. Pero el anciano al verlas no
quiso hablar.
Cuando terminó la Fiscalía especial Rosita se involucró con la
Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de
Violación a los Derechos Humanos, Afadem, con quienes ha ido a
México a buscar entrevistas con funcionarios. Rosita dice que ella
no se mete en política únicamente reclama su derecho. No estuvo de
acuerdo como los trataron unos abogados del Partido Socialista que
los llevaron a la Ciudad de México a exhibirlos como animales raros.
Dice que el día de la toma de protesta de Rubén Figueroa, Ro-
sario Ibarra estaba en Chilpancingo había mucha gente haciendo
cola para verla, ella prefirió ir directamente con el presidente. Nunca
se acercó a ninguna huelga de hambre, porque no está de acuerdo
con que se les llame desaparecidos políticos. Su hijo no era político
y no tenía nada que ver con Lucio Cabañas. Su familia no sabía
que buscaba el guerrillero, lo único que entendían es que andaba
en contra del gobierno. Por eso tampoco está de acuerdo en que
durante los eventos de los desaparecidos se rinda homenaje a Lucio
Cabaña porque se trata únicamente de la desaparición de nuestros
seres queridos. Si alguien está agradecido con Lucio Cabañas que lo
celebre en otro lugar: “Lo nuestro es fino y delicado”.
De la indemnización dice que no es asunto de cambiarles su
vida por un miserable dinero. La doctora Landa les ofrecía de 50
mil pesos para abajo. Decir indemnización era decir cierre del caso.
Ahora están dando un recursos y le denominan reparación del daño
a ella no le tocará nada por no estar acreditado su caso. Le dieron un
folio pero está vacío sin expediente.
325
Víctor Cardona Galindo

La escuela real
La escuela primaria urbana del estado Juan Álvarez se localiza en la
plaza Morelos, colinda con el edificio que, hasta el año 2006, al-
bergó al ayuntamiento y ahora es utilizado por el dif municipal. Es
una escuela con tradición y la más antigua del municipio de Atoyac.
A lo largo de su historia, las instalaciones de la escuela Juan
Álvarez han sido cuartel, salón de bailes y han dado refugio a los
damnificados de desastres naturales. Además ha cobijado en sus ins-
talaciones a la escuela primaria nocturna y a la secundaria particu-
lar Beatriz Hernández García. En sus aulas comenzó a funcionar el
Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial, cbtis, y hospedó al
módulo de la licenciatura en educación media superior de la Uni-
versidad Autónoma de Guerrero. Además ha servido de auditorio
para conferencias sobre diferentes tópicos.
Ahí se reunió cada mes la Sociedad Médica de Atoyac. En sus sa-
lones ha funcionado el taller de pintura de Jesús Carranza, la escuela
de karate y los cursos de inglés que esporádicamente impartía el dif.
Se fundó como escuela de niños, después se le denominó escuela
real, luego escuela oficial de niños, más tarde como escuela prima-
ria mixta del estado, posteriormente como escuela primaria semi
urbana del estado Juan N. Álvarez y ahora se llama escuela primaria
urbana del estado Juan Álvarez. Esta institución ha sido escenario de
múltiples acontecimientos en la vida local.
La fundación de la primera escuela en nuestra entidad se le atri-
buye al agustino fray Juan Bautista Moya, quien en 1541 fundó en
Pungarabato, Tierra Caliente, un templo y anexó un convento para
instruir niños; la obra se repitió con éxito en Petatlán y Tecpan, de la
Costa Grande del actual estado de Guerrero, nos informa el doctor
Eugenio Mendoza Ávila en su libro La educación en Guerrero 1523-
1992 editado en 1989.
Cabe recordar que algunos historiadores aseguran que Moya
evangelizó esta zona y no es descabellado pensar que lo llevado a
cabo en Pungarabato se repitió en Mexcaltepec. Entonces el agusti-
326
Mil y una crónicas de Atoyac

no habría fundado la primera escuela en lo que ahora es el munici-


pio de Atoyac.
En 1813, el primer Congreso de Anáhuac en Chilpancingo,
Guerrero, mandató “… que se eduque a los hijos del labrador y del
barrendero como a los del más rico hacendado”, pero fue hasta en
el México independiente cuando don Valentín Gómez Farías creó la
dirección de Instrucción Pública, el 23 de octubre de 1833.
En 1849, se erige el estado de Guerrero y la formación de las
escuelas de Guerrero tiene como antecedente la ley promulgada el 5
de marzo de 1850, siendo gobernador el general Juan Álvarez, quien
luego emitió el 15 de junio de 1852 el decreto 36, que permitía la
creación del Instituto Literario del Estado de Guerrero, que llevaba
el nombre de Instituto Literario Álvarez. La institución tendría la
finalidad de impartir la enseñanza secundaria, nos dice Apolo Egeo
Alejos Mejía en su libro La educación en Guerrero durante el porfiria-
to, publicado por la uag en 1988. Se buscaba cubrir la carencia de
maestros en las escuelas primarias. En este decreto se establecía tam-
bién la obligación de los municipios de enviar becado a un alumno
que hubiera concluido la primaria con calificaciones óptimas.
Para 1861 el gobierno de Guerrero a través del decreto del 16 de
diciembre, ordenó la creación de las escuelas reales; las cuales serían
atendidas por los municipios. En Atoyac fue hasta 1886 cuando
comenzó a funcionar la escuela real. El edificio fue construido sobre
las paredes viejas de una barda que pertenecía al señor Sixto Serafín
escribió Wilfrido Fierro Armenta en la Monografía de Atoyac. Co-
menta don Julio Castro que la escuela se construyó ahí para cumplir
la última voluntad de un antepasado de la familia Serafín.
En el Periódico Oficial del Estado de Guerrero del 3 de septiembre
de 1887, en un apartado dedicado a la instrucción pública, se indica
que en el pueblo de Atoyac funcionan cinco escuelas de niños y que
la de niñas está cerrada por falta de directora.
En marzo de 1889 se terminó de construir el primer edificio de
la escuela real de Atoyac, las obras se habían iniciado el primero de
septiembre de 1888. Durante esos años el gobierno además de la
327
Víctor Cardona Galindo

mencionada escuela había fundado otros centros educativos, porque


en 1889 en la cabecera trabajaba la escuela real de niños, la escuela
de niñas y funcionaban primarias en San Jerónimo, Corral Falso,
Boca de Arroyo y Zacualpan. Aunque, a veces, debido a la falta de
maestros se cerraban por lapsos cortos, principalmente las escuelas
de niñas porque era difícil encontrar maestras.
También la llamaban escuela oficial, porque en la cabecera fun-
cionaban algunas escuelas particulares, como la de don Espiridión
Flores, papá del ilustre David Flores Reynada y la que abrió Custodio
Valverde en 1904, que estaba frente a la plazuela la Perseverancia.
El 16 de enero de 1902, a las 17:20 un gran temblor sacudió
el estado de Guerrero. Causó daños en muchas escuelas de la Costa
Grande. Durante el mes de julio de ese año iniciaron las reparacio-
nes que concluyeron hasta marzo de 1905.
El 10 de noviembre de 1903 se inauguró una escuela en Boca
de Arroyo, municipio de Atoyac. Entre otros datos sobresalen: “el
día 5 de marzo de 1904, previos requisitos legales tomó posesión
del empleo de director de la escuela oficial de segunda clase de ni-
ños de Atoyac, Gabriel Solís nombrado por el superior gobierno del
estado” informaba el Periódico Oficial, 12, del 18 de marzo de 1904.
Era difícil encontrar profesores por eso en octubre de 1904, por
falta de directores estuvieron cerradas las escuelas de Atoyac, San
Jerónimo y El Humo.
Wilfrido Fierro apunta que el 27 de julio de 1911 en el corredor
de la escuela oficial, el coronel Martín Vicario realizó el licencia-
miento de las tropas de Silvestre G. Mariscal, después de la toma de
Acapulco y del acuerdo de Juárez que expulsó del país al dictador
Porfirio Díaz.
Tanto el palacio municipal como la escuela oficial sirvieron de
cuartel a las tropas del mayor Perfecto Juárez y Reyes, donde fue si-
tiado por las fuerzas de Silvestre Mariscal en una pelea que duró todo
el día el 11 de enero de 1912. Cuenta Mariscal en sus memorias: “El
fuego se había generalizado y como a las 10 de la mañana ya los tenía-
mos reducido a sus cuarteles la sala consistorial y la escuela de niños”.
328
Mil y una crónicas de Atoyac

El miércoles 17 de diciembre de 1919, Patricio Pino Solís deja


constancia de que Silvestre Gómez, el director de la escuela oficial
de niños, estaba utilizando a los alumnos para pegar propaganda a
favor de la candidatura de su hermano Benito Gómez a la alcaldía,
contraviniendo la ley que le prohibía hacer política. Da cuenta, ade-
más de un baile programado para el día último de diciembre de ese
año en la escuela de niños, la cual era utilizada como salón de bailes
debido a la falta de centros sociales. Y en 1922, por las ventanas de
la escuela se vendían los boletos para entrar a la función del cinema-
tógrafo que se realizaba en la barda del ayuntamiento.
Uno de los directores más ilustres que ha tenido la escuela Juan
Álvarez fue el maestro Modesto Alarcón quien, de acuerdo a los
datos proporcionados por José Hernández Meza, llegó a esta ciudad
en 1913, era originario de Xochipala, Guerrero. Además de profe-
sor ejercía como pastor evangélico presbiteriano. Fue director de la
escuela real de niños de 1918 a 1925. En su honor la escuela que
fundó la profesora Genara Reséndiz de Serafín lleva su nombre: es-
cuela primaria Modesto Alarcón, de donde fueron profesores Lucio
Cabañas Barrientos y Serafín Núñez Ramos.
Según el testimonio de Cipriano Catillo Noriega, Modesto Alar-
cón era un señor chaparro, gordito, tenía dientes postizos y usaba
lentes, daba clases en la escuela real, vivía en la casa que ahora es de
los hijos de Leobardo Martínez. Era muy pulcro para vestir, siempre
andaba con zapatos negros. El maestro Modesto Alarcón también
fue fundador de una escuela secundaria en 1930.
Don Simón Hipólito recuerda que solamente dos escuelas parti-
culares de mucho prestigio había en Atoyac. En una impartía clases
el maestro Modesto Alarcón. Su escuela se ubicaba por la calle Juan
Álvarez, frente a la casa de Felipe Valencia. La otra, estaba en la calle
Nicolás Bravo; ya casi para desembocar a la calle Juan Álvarez. Allí
impartía clases el maestro Rafael Flores.
Modesto Alarcón fue parte del comité de Defensa Rural Pro-
letaria en 1937, año en que falleció el 13 de septiembre. Sus restos
mortales están sepultados en el panteón de este lugar.
329
Víctor Cardona Galindo

Rosa Santiago Galindo, Rosita, conoció al profesor Modesto


Alarcón ya de edad avanzada, así lo recuerda: “bigotudito, gordo y
grande como calentano. Era güero nada más que aquí, la gente se
pone morena. Vivía en la casa que ahora es propiedad de los Mar-
tínez Ramírez, eran de él las dos casas que tiene esa familia en una
vivía y la otra la utilizaba como escuela”. Los hermanos mayores de
Rosita estudiaron con Modesto Alarcón, tenía una escuela parti-
cular que por la mañana era primaria y en la tarde impartía clases
de oratoria y escritura. Formaba a sus alumnos como políticos y
escritores.
Rosita recuerda también a la profesora Herminia L. Gómez,
quien vivía con sus hermanas en la esquina de Guadalupe Victoria
con Aldama tenían una casa chiquita de tejas. Daba las primeras
letras, a su casita llegaban los niños. Aunque fue más famosa Anita
Téllez Fierro y a ella no le han hecho honores. En la esquina de la
calle Corregidora y Benito Juárez tuvo una escuela de parvulitos y
enseñó a muchos niños.
Doña Carmen Mesino Sosa dice: “Antes, donde está el ayun-
tamiento había una escuela de niñas cuya directora era la maestra
Herminia Gómez Loranca. Herminia era morenita delgada, simpá-
tica y muy educada, era una maestra muy activa, muy cumplida”.
La maestra María de Jesús Luna recuerda que Herminia despe-
día una personalidad muy grande, sabía dominar la situación, cuan-
do ella fue a la escuela de niñas los dejaban solos y obedecían en
cuanto al trabajo escolar, hacían todo lo que la profesora les decía.
Era una escuela muy eficiente. Por eso una escuela que se ubica al
norte de la ciudad lleva su nombre.
“Herminia tenía buena estatura, delgada, blanca y su cara lar-
guita; se veía bien con enaguas largas y blusa o vestidos largos”. Dice
don José Parra Castro.
De 1925 a 1929, la escuela oficial se cerró durante el levanta-
miento armado de Amadeo Vidales, por eso los niños cuyos padres
tenían posibilidades económicas asistían a escuelas particulares como
la de don Espiridión Flores, como lo recuerda don Custodio Pino.
330
Mil y una crónicas de Atoyac

En 1928 la escuela oficial fue el cuartel del coronel Enrique Guz-


mán y prisión para Luis Urioste y Rosendo Galeana Lluck, quienes
fueron acusados por el coronel Guzmán de apoyar a los vidalistas. La
escuela estaba en la mira de los federales debido a que uno de los jefes
vidalistas Pascual Nogueda Radilla era profesor de esa institución.
En 1929 se unieron la escuela de niñas con la de niños para for-
mar la escuela primaria mixta del estado. La directora de la escuela
de niñas era Herminia L. Gómez y la de niños era dirigida por Ca-
nuto Nogueda Radilla. En donde ahora está el edificio del dif era la
primaria de niñas, y la de niños estaba en donde está actualmente la
escuela Juan Álvarez recordó don José Parra Castro, a sus 87 años.
Don José Parra Castro estudió tres años en la escuela de mujeres
cuya directora era la maestra Herminia L. Gómez y el cuarto año
en la escuela real con don Canuto Nogueda Radilla, quien era un
maestro correcto, estricto que imponía castigos severos. Don José
recuerda que: “la escuela real era de tejas, tenía un corredor con pi-
lares que daba vuelta hasta la calle Juan Álvarez y para adentro había
otras galeritas. La escuela de mujeres también era de tejas, con un
corredor de horcones y rodeada por una barda bajita, tenía un patio
sombreado por un guamúchil grueso, un día me dejaron encerrado,
me brinqué la barda y me lastimé un pie”.

II
El 18 de mayo de 1967, el mitin de la escuela Juan Álvarez fue repri-
mido con violencia por parte de policías judiciales estatales. Esa ma-
sacre ocasionó que Lucio Cabañas, el principal orador, dejara de ser
profesor y se convirtiera en guerrillero. La escuela Juan Álvarez antes
se llamó escuela real. La cual, según el testimonio de don Cipriano
Castillo “era una casa blanca de tejas tenía tres puertas de madera, y
una salida a la barda. Formaban a los niños antes de entrar al pie de
la casa. Se podía cursar hasta cuarto año, después salían y se iban a
estudiar a otro lugar. Tenía un pretil hacia el lado del poniente, en la
calle Juan Álvarez como de metro y medio de alto”.
331
Víctor Cardona Galindo

En 1940 entre el ayuntamiento y la escuela había un cuarto que


era la comandancia y cuando salían los niños a jugar iban a ver a los
presos, porque la barda era la misma con la de la escuela.
El maestro Teófilo Salas Cervantes recuerda que llegó a la es-
cuela Juan Álvarez el 10 de noviembre de 1954, cuando estaba de
director Porfirio Alday Mújica. En ese entonces había siete grupos,
a él le asignaron el tercer año. Teófilo estuvo 25 años frente a grupo
y 21 como director de ese plantel. Se jubiló a los 46 años de servicio.
Cuando llegó la escuela era de adobe y tejas con corredor y dos
salones grandes, uno que venía de la avenida Juan Álvarez hacia
donde era el ayuntamiento; el otro, de norte a sur era un salón largo
que se dividía para separar los grupos y abajo había un desnivel donde
estaban los primeros años; ahí había primer año y parvulito que era
como el kínder porque después de parvulito pasaban a primer año.
Rememorando su estancia en la escuela el profesor Teófilo Salas
señala la fecha de su fundación en 1886, cuando se llamaba escuela
real. con el tiempo llegó a llamarse escuela primaria semi-urbana del
estado Juan N. Álvarez. Luego pasó a ser urbana.
Después de una investigación exhaustiva en la que participó
doña Juventina Galeana y el grupo Convivencia Cultural se le su-
primió la “N” y se llama ahora escuela primaria urbana del estado
Juan Álvarez, porque se logró demostrar que el general firmaba úni-
camente como Juan Álvarez y la “N” no tenía razón de ser.
Don Custodio Pino a sus casi 100 años recuerda que fue secreta-
rio de la mesa directiva de padres de familia que encabezó Bonifacio
López Díaz, y que un día de 1956 visitaron al presidente municipal
doctor Segundo de la Concha para solicitarle permiso para hacer el
baile del 16 de septiembre y recabar fondos en beneficio de la escuela.
El doctor Segundo de la Concha les dijo “Lo siento mucho pero el
baile ya lo está organizando el ayuntamiento, pero les voy a dar otra
cosa mejor. Les voy a ceder lo que es el palacio municipal para que se
haga grande la escuela”. A los pocos días cumplió y luego murió.
En 1956 la escuela de tejas y adobe tenía un color rosita. Antes
de ir a clases los alumnos iban al río por agua, porque las casas no
332
Mil y una crónicas de Atoyac

tenían agua potable. Para el consumo doméstico de las familias se


traía del río, donde se hacían unos pocitos a la orilla para sacar el
líquido vital.
A principios de los cincuentas los alumnos usaban el uniforme
blanco únicamente para desfilar y los demás días iban como podían.
Ya para 1953 se había instituido el pantalón azul y camisa blan-
ca para los hombres. Las mujeres llevaban un vestido azul con un
cuello color blanco y rojo, algunas lo llevaban de plástico. Se hacía
una comisión para el aseo en cada salón y se calificaba higiene y
puntualidad, rememora Zacarías Mesino Patiño alumno que egresó
en 1956.
En la escuelita de adobe y con mesabancos tradicionales, cur-
só el sexto año el compositor José Francisco Pino Navarrete quien
concluyó la primaria en 1957. Él narró que con un grupo de 15 jo-
vencitos venía a clases desde El Ticuí, porque en la escuela Valentín
Gómez Farías sólo había hasta quinto año. Les tocó tomar clases en
lo que fue el ayuntamiento, donde se instaló el grupo de sexto año,
después de que este edificio fuera donado a la escuela.
Antes de 1957 en el año que egresó Zeferino Serafín Flores la
construcción era antigua, había siete grupos. Viendo la escuela de
frente estaba el cuarto, quinto y sexto año, al fondo haciendo una
escuadra estaba el tercero y segundo año. En un desnivel viéndola de
frente estaba el primero A y primero B.
A finales de la década de los cincuentas no había salones de baile
por lo tanto se organizaban bailes para recabar fondos en la escuela
Juan Álvarez. Tenían divididas las paredes con tabiques, pero como
estorbaban para la bailada, se mandaron hacer divisiones de fibracel
con zapatas para hacerlas movibles y a la hora del baile quedaba una
sola galera. En ese tiempo se celebraban fiestas de disfraces durante
el carnaval. Aunque en ocasiones también se hacían eventos para
beneficio del plantel en la barda de doña Mariana Herrera ubicada
donde estuvo la fábrica de hielo. El 22 de noviembre se festejaba el
día del músico y algunas veces para economizar los alumnos servían
de meseros dice Zeferino Serafín.
333
Víctor Cardona Galindo

En diciembre y antes de salir de vacaciones de Semana Santa,


los alumnos más grandes iban de excursión a la playa en el lugar de-
nominado Costa de Plata. Con el permiso de los padres se aportaba
una módica cantidad y se alquilaba una camioneta.
Zeferino Serafín dice que también llegaron a ir de excursión al
río a un lugar que se conocía como Paso Hondo, donde ahora está la
presa; también visitaron algunas huertas como la de don Timo Flores.
Las festividades del 10 de mayo se hacían en la escuela y a veces
en el cine Álvarez. Había una comida a medio día con un programa
literario musical. El 9 de mayo se salía a cantar las mañanitas a las
madres, en cabalgatas con faroles hechos con huesos de palapa y pa-
pel de china que llevaban una vela en el centro. A veces se cantaban
las mañanitas el mero 10 a las 5 de la mañana. El día del maestro
también se festejaba en la escuela y el día del soldado iban los alum-
nos al cuartel a cantarles las mañanitas.
Cuando era día de una celebración nacional los alumnos esta-
ban frente al ayuntamiento antes de las seis de la mañana en un acto
encabezado por el presidente municipal quien izaba la bandera y los
alumnos apoyaban con el himno nacional y la banda de guerra. En
la tarde se repetía el procedimiento para arriar el lábaro patrio.
Se desfilaba el 16 de septiembre, el 12 de octubre, el 20 de no-
viembre y el 5 de mayo. Todos los 27 de enero los alumnos de la
escuela asistían a la comunidad de Los Arenales para conmemorar el
nacimiento del general Juan Álvarez y el 13 de abril iban a Tecpan
de Galeana para participar en los festejos del natalicio del general
Hermenegildo Galeana.
Hubo también una parcela escolar en un islote del río, donde se
sembraban hortalizas y legumbres. Se formaban comisiones para darle
mantenimiento a la parcela. A muchos alumnos les tocó sembrar. En
la explanada, frente al ayuntamiento se instalaban tableros e impro-
visaban canchas de básquetbol y se jugaba en la tierra, igual ponían
redes para practicar voleibol, expresa Dagoberto Ríos Armenta.
La barda de la escuela se cayó porque don José Navarrete No-
gueda iba a construir su casa y no previeron lo que podría venir.
334
Mil y una crónicas de Atoyac

Escarbaron al lado de la avenida Juan Álvarez y se derrumbó la vieja


construcción el 30 de abril de 1959. Les cayó encima a unas per-
sonas que vendían esquimos pegados a la pared y murió la niña
Fidelina Salgado Cruz de nueve años, su familia se salvó de milagro.
“Después de la caída de la barda comenzó a organizarse el pa-
tronato y la sociedad de padres de familia para construir otra pared.
Estaban en ese comité Flaviano Sánchez, Rosalino Sotelo, Pedro
Mesino, Gonzalo Mesino Custodio Pino, se trabajaba muy bien,
organizaron bailes para recabar fondos”, explica el profesor Teófilo
Salas Cervantes.
Le solicitaron apoyo al gobernador Raúl Caballero Aburto,
quien les autorizó los recursos para la construcción del plantel. Se
empezó a tumbar la vieja construcción el 8 junio de 1960 y lue-
go comenzó la construcción aunque con el desafuero de Caballero
Aburto y la desaparición de poderes en el estado, la obra se suspen-
dió. Posteriormente los padres de familia y la autoridad municipal
continuaron con los trabajos. Logrando finalmente obtener el apo-
yo del gobernador sustituto Arturo Martínez Adame.
Mientras se construía el nuevo plantel, los alumnos tomaron
clases en casas particulares. Se distribuyeron de acuerdo a la coo-
peración de los padres de familia que tuvieron la voluntad de pres-
tar sus casas sin cobrar ni un quinto de renta. Había unos grupos
en casa de Agustín Galeana, donde Nicolás Manríquez, Custodio
Pino, Lucio Castro Radilla, Rosendo Téllez Blanco, Asunción Bení-
tez, Hermenegildo Zambrano, Sabás Javier y Eduardo Gómez dice
Wilfrido Fierro, en la Monografía de Atoyac.
Según el maestro Teófilo siempre estuvieron bien organizados
nunca hubo ningún accidente, todos eran responsables, los maes-
tros, padres de familia y los niños. Los homenajes se hacían en la
calle Independencia frente a la casa del señor Agustín Galeana.
Dice doña María Laurel que el 16 de diciembre de 1960, Raúl
Caballero Aburto, gobernador del estado en una visita a este pue-
blo, fue a la escuela Juan Álvarez para ver los avances que tenía la
construcción. Luego el 12 de noviembre de 1961, el huracán Tara
335
Víctor Cardona Galindo

derrumbó un muro de ladrillos que estaba cimentando el segundo


piso de la escuela.
Finalmente el 24 de marzo de 1963 fue inaugurado el nuevo
edificio de la escuela Juan Álvarez, cuando ya era presidente mu-
nicipal Luis Ríos Tavera, aunque el trabajo de las gestiones recayó
principalmente en el ex alcalde Raúl Galeana Núñez, quien tiene
gran mérito en la construcción de ese moderno edificio del cual
goza actualmente el plantel.
Zacarías Mesino no considera que haya sido la escuela de los ri-
cos: “En 1956, había una hermandad entre los maestros y alumnos.
Entonces no había distinción del que fuera rico o pobre. Posterior-
mente se dio eso, que dijeron que ya los ricos manejaban la institu-
ción, que la maestra Julia Paco estaba actuando mal. Luego vino un
movimiento para quitarla, yo ya no viví eso”
Para Zeferino Serafín la escuela Juan Álvarez era la escuela prin-
cipal, más no la escuela de ricos, esa es una versión que se corrió en el
movimiento de 1967. Pero en su tiempo había gente que no llevaba
ni siquiera huaraches, andaban descalzos. En 1957, ya era obligato-
rio el uniforme. La edad no era controlada, terminaban algunos de
15, 16 o 17 años. Había alumnos de distintas edades en un grupo.
Algunos estudiantes por cuestiones de trabajo se iban a la sierra a “la
corta del café”, abandonaban la escuela y después volvían a comen-
zar de nuevo por eso salían de más de 15 años.
Algo que pudo darle el mote de escuela de los ricos fue que la ma-
yoría de los presidentes municipales le daban preferencia a la Juan
Álvarez. Sólo cuando Rosendo Radilla Pacheco fue alcalde, tuvo la
preferencia la Modesto Alarcón, que encabezó el desfile ese año.
El profesor Salas Cervantes expresó: “Es mentira que no se re-
cibía a fulano porque no traía zapatos. A esta escuela le decían la
escuela de los ricos, pero aquí siempre se ha recibido a todo mundo
y hasta en la actualidad se sigue recibiendo a la gente más pobre”.
Consideró que: “el uniforme es preferible porque con un vestido
que el papá le pudiera comprar a su hijo no tenía necesidad de andar
comprando más vestidos. Es bueno tener uniforme porque la gente
336
Mil y una crónicas de Atoyac

que tiene dinero le compra buena ropa a sus hijos y los que son de
escasos recursos vienen los niños con ropa humilde y con el unifor-
me no hay ninguna discriminación”.
Actualmente la escuela es dirigida por el profesor Baltazar Her-
nández Valle. El maestro Teófilo fue penúltimo director y hace el
recuento de su gestión: se construyó la cancha de basquetbol, se
arreglaron los salones y todos los baños. Además de mejorar el mo-
biliario, todo lo necesario para el bien de los niños y para la presen-
tación de la escuela. Con satisfacción dice que no hay en todo el
estado una escuela que esté tan bien cuidada como la Juan Álvarez.
Ahora tiene aire acondicionado, computadoras y bocinas en cada
uno de los salones. La escuela va mejorando de acuerdo a la tecno-
logía. Todo eso gracias a los padres de familia y a los maestros que
les gusta trabajar.

La Pintada
Éramos pobres, tan pobres que puro faisán comíamos
Don Fidel Núñez Ávila

La Pintada es una comunidad de la sierra de Atoyac con alrededor


de 800 habitantes, en su mayoría campesinos que se dedican al cul-
tivo de café de calidad. Sus plantaciones están a más de mil 200
metros sobre el nivel del mar, lo que le da a su producto mayor valor
en el mercado. Se ubica a 110 kilómetros de Acapulco, a 44 de la
cabecera municipal y a ocho kilómetros del Paraíso, el principal nú-
cleo poblacional de la sierra. El caserío está entre huertas de café y a
un costado cruza el río que al bajar del cerro del Edén se transforma
más adelante en el río de Coyuca de Benítez.
En la sierra es un pueblo modelo, todas sus casas tienen fosas
sépticas. Cuenta con calles empedradas, un centro de salud, jardín
de niños, primaria y telesecundaria, cancha de basquetbol techada y
una biblioteca que funciona en una casa que fue donada por Arturo
337
Víctor Cardona Galindo

Martínez y María de la Luz Núñez. Su transporte público es una


urvan que tienen para su servicio, es común ver a los pintenses en la
calle Agustín Ramírez de la cabecera municipal donde hace sitio su
transporte. Saludarlos es agradable, siempre invitan visitar su comu-
nidad de la que se sienten orgullosos.
Hasta antes del alud del 16 de septiembre, que dejó 13 muertos
y al menos 66 desaparecidos contaba en el centro con un kiosco, un
auditorio y con su parroquia dedicada a Nuestro Señor de la Miseri-
cordia. La Pintada tiene alumbrado público y caseta telefónica. Un
pueblo diferente en medio de la sierra donde reina la marginación.
El 13 de mayo de 1987 Ruiz Massieu visitó La Pintada por primera
vez y volvió otras dos veces más, se decía en Atoyac que era su pue-
blo favorito.
Fundado entre dos arroyos y en la exuberancia, había muchos
animales para cazar; de ahí el comentario que le escuché a don Fidel
Núñez de que comían puro faisán cuando llegaron a habitar ésta
espesa selva y fincar las primeras huertas de café.
Salvador Morlet Mejía publicó en su periódico Eco del Cafetal el
31 de diciembre de 1955, que en el lugar conocido como La Pintada,
se había dejado ver una tigra [jaguar hembra] con dos cachorritos a
la orilla del arroyo que viene del Edén, en el momento preciso que
devoraba un venado. Fueron testigos de esa escena los dos hijos del
señor Fructuoso Núñez que todavía en ese año vivían en El Paraíso.
El investigador Francisco Pérez Fierro en su libro: Agua que se
derrama. Alt toyahui, escribió que La Pintada fue fundada a finales
de los años cincuenta, del siglo pasado, por los hermanos: Fidel,
Vicente y Fructuoso Núñez Ávila. Así como Apolonio y Margarito
Mejía Vélez. Los primeros pobladores vinieron de Yextla, Izotepec,
Jaleaca de Catalán y Chilpancingo. Entre los fundadores también
estuvo Lucino Catalán. Le pusieron por nombre La Pintada por las
grandes rocas que tienen glifos con figuras zoomorfas que fueron
grabadas por habitantes primitivos de la región.
La Pintada siempre ha dado mucho de que hablar, desde José
Francisco Ruíz Massieu todos los gobernadores de Guerrero la han
338
Mil y una crónicas de Atoyac

visitado y ahora, aunque por motivos desafortunados, el presidente


de la República Enrique Peña Nieto. Por el camino de esta pobla-
ción que ha sido ejemplo de trabajo, orden, seguridad y organiza-
ción han desfilado especialistas en cafeticultura de todo el mundo.
Es sede de la famosa Cooperativa La Pintada, fundada en 1984,
principalmente por don Fidel Núñez Ávila, Santiago Adame Gon-
zález y Rafael Rodríguez Arizmendi. Esta Agrupación organizó por
cuatro años consecutivos el Festival de la Selva Cafetalera, en el que
participaron artistas de la talla de Eugenia León, y la Orquesta Filar-
mónica de Acapulco. Se organizaron festivales de lectura, muestras
pictóricas y en el año 2000 el Encuentro de Poetas y Narradores de
la Selva Cafetalera, al que asistieron importantes escritores de Gue-
rrero y que derivó en el libro: Poetas y narradores en la selva cafetalera.
Recuerdo que en uno de esos festivales un compañero se bajó de la
comunidad porque no le pude conseguir mariguana. La Pintada es
un pueblo sin mariguanos y mi amigo no podía creer que en el cen-
tro de la sierra de Atoyac no pudiera conseguir hierba.
La Pintada está íntimamente ligada a la vida de Arturo Martínez
Nateras y de la familia Núñez Ramos a los que pertenecen: Serafín,
César y María de la Luz. Nateras llegó a La Pintada por primera vez
en 1967 y bajo su influencia y relaciones fue creciendo la comuni-
dad que se convirtió en un oasis en medio de la selva de Atoyac.
El martes 17 de septiembre, de este año 2013, una vez más La
Pintada se puso frente a los ojos de México y el mundo cuando se
supo que un desgajamiento del Cerro de la Cruz sepultó a más de 66
de sus habitantes. Llovía, por esos los pintenses tomaban una siesta,
como Teodoro Adame a quien el derrumbe lo agarró durmiendo.
El alud ocurrió faltando 15 minutos para las tres de la tarde del
16 de septiembre del 2013. Se escuchó un tronido y el cerro se des-
gajó dejando una espesa nube de polvo. El lodo formó una presa en
el río que, luego, la fuerza del agua se llevó. Bajo la tierra quedaron
la iglesia, las seis aulas de la escuela primaria Benito Juárez, la caseta
telefónica la tienda de Antonio Adame y la panadería. Luego como
a las 9:30 de la noche se vino otro derrumbe.
339
Víctor Cardona Galindo

La piedra pintada que da nombre a la comunidad no sufrió


daño alguno y el zócalo quedó completo.
Algunos dicen que los daños humanos no se pueden cuantificar
porque había visitantes que fueron a pasar el puente patrio al lugar.
Los habitantes de La Pintada vivieron momentos de angustia. La
carretera estaba destrozada y no había manera de comunicación con
el exterior.
En medio de la desesperación los jóvenes Kevin Oswaldo Ji-
ménez Nájera y Margarito Hernández Urioso de 18 años de edad,
compusieron un viejo radio de transmisión que conectaron a un
acumulador y así pudieron avisar a la comunidad del Edén lo que
estaba sucediendo y aquellos se comunicaron con el ingeniero Ar-
turo Martínez Nateras y demás personas conocidas. El ingeniero
Nateras se comunicó con Armando García Olid que ya se estaba
movilizando en la cabecera municipal.
Armando García ya sabía de la tragedia porque le habló de Esta-
dos Unidos, Manuel Alarcón Ávila quien estaba conversando por te-
léfono cuando escuchó que Juanita Ávila Zamora gritó “se nos vino
el cerro encima” y se cortó la comunicación. Manuel Alarcón Ávila
escribió en Facebook lo que había escuchado luego comenzaron las
llamadas. Armando al enterarse, el día 17, reportó el caso a protec-
ción civil y al presidente municipal Ediberto Tabares Cisneros.
Ya el 17 a las 11 horas gracias al radio de transmisión que insta-
laron los jóvenes, Armando sabía que había alrededor de 70 perso-
nas sepultadas y como 15 lesionados. Después de ir al ayuntamien-
to, buscó el apoyo del ejército. Fue Arturo Martínez Núñez quien
encontró oídos receptivos en la policía federal y se comenzaron a
movilizar los helicópteros.
El miércoles 18 llegó el primer helicóptero a la comunidad, de
ahí se intensificó el transito aéreo y han desfilado además de las au-
toridades, importantes conductores de televisión como Laura Bozzo
y Javier Alatorre.
Manuel dejó la carretera al Paraíso fracturada. En un principio
se caminaba desde San Vicente de Benítez. El viernes 27, a las 9 de
340
Mil y una crónicas de Atoyac

la mañana quedó restablecida la carretera al Paraíso. Pero ese día


temprano tuvimos que caminar desde Rancho Alegre, donde una
gruesa mazacoa asustó a un transeúnte. En el Paraíso parece que
cayó una bomba; toneladas de tierra y troncos de árboles impedían
el acceso a la calle principal. Del 13 al 15 los paraiseños sufrieron los
deslaves de tierra. El 15 se desgajó el cero del Mirador. También se
desgarraron, el cerro del Camposanto y el Oriental. Los tres arroyos
que cruzan el Paraíso se desbordaron.
No hubo pérdidas humanas por la rápida comunicación de los
vecinos. En el núcleo poblacional más importante de la sierra hubo
alrededor de 800 damnificados. Se establecieron ocho albergues; el
más grande estaba en la iglesia, en donde se refugiaron alrededor de
300 personas. Muchas familias sacaron a sus pequeños a la cabecera
o a pueblos cercanos por lo que caminaron alrededor de cinco horas
entre el lodo.
Para llegar a La Pintada a pie, se tiene que rodear el arroyo gran-
de que viene de Los Planes y subir por la colonia Vista Hermosa
porque el camino quedó totalmente intransitable. Arriba, ya casi
para llegar a Los Planes en el cerro donde el camino obliga a subir,
encuentro una comisión de campesinos de La Finquita, encabeza-
dos por la señora Isabel Rodríguez Catalán quienes reclaman que el
gobierno no les ha prestado ninguna clase de ayuda, a pesar de que
cinco casas y la capilla fueron afectadas por el arroyo que salió de su
cauce y manantiales les brotan a media casa. En el lodoso camino
donde las sandalias se quedan, encontré caminando gente que viene
del Edén y pasan por el camino de La Pintada.
En otro momento pasar por este camino era hermoso. Está el
triángulo formado por Los Planes, La Finquita y La Quebradora, es
la zona arqueológica que nuestros antepasado llamaron “La ciudad
perdida”. También por ese rumbo, antes de llegar a La Pintada está
La Poza de los Patos, es un lugar donde los paraiseños han pensado
echar andar un proyecto de turismo ecológico.
El camino tiene cuando menos 15 deslaves y trozaduras. Por eso
sólo se puede llegar caminando o en helicóptero. Hay momentos en
341
Víctor Cardona Galindo

que por el camino se siente que viene un carro, pero es el agua que
simula el sonido del motor al pasar por los socavones.
Rumbo a La Pintada, como en toda la sierra, el agua no respetó
vado ni alcantarillas en todos lados se los llevó e hizo arroyo donde
antes no había. Se ven desgajamientos de cerros por todos lados.
Después de caminar cuatro horas, llego al pueblo el viernes 27.
Esperaba ver zopilotes en el aire. Pero no hay ninguno, no hay malos
olores cerca del pueblo, únicamente huele a anís y dentro de la co-
munidad a lodo y a tierra mojada. Alberto Adame me señala no hay
zopilotes y que en otras ocasiones cuando han encontrado muertos
en el cerro, llegan inmediatamente grandes parvadas.
Me encuentro que una brigada de los Topos Aztecas abandona
la población porque se anunció un huracán. El 26 bajó la primera
brigada a la cabecera municipal. Los Topos Aztecas son encabezados
por Héctor Méndez Rosales, son de diferentes partes de la repúbli-
ca y han estado realizando labores de rescate principalmente en La
Pintada y en Acapulco. El 29 se reagrupaban en Atoyac para regresar
a La Pintada, 100 de ellos para continuar con las labores de rescate.
Al llegar se nota que La Pintada es un pueblo joven; apenas se
cuentan siete tumbas viejas en el panteón, más las cuatro recientes
de los muertos rescatados en el lodo. Encuentro a Alberto Adame
que con cinco hombres más, montaron un campamento cerca de la
entrada para resguardar el pueblo. Hay otros dos campamentos uno
con cuatro hombres y el otro con dos. Son 11 hombres que vigilan
el pueblo, por diferentes rumbos están los militares. Un oficial me
advierte del peligro. Hay muchos chavos, dice y yo le contesto que
sólo estaré 15 minutos. Me dice que me dejará pasar pero sobre mi
cuenta y riesgo.
Por fin me entero que mi amigo la Borrega se llamaba Félix
Adame Sánchez. Quedó sepultado, igual que doña Rita García es-
posa del entrañable amigo Guadalupe Castorena. Abajo del barro
también están mi amigo Armando Castorena y su hija. Armando
siempre me dijo que después de la muerte de don Lupe, su padre,
cuando fuera a su casa el trato sería igual, con la misma confianza,
342
Mil y una crónicas de Atoyac

con la misma hospitalidad. Cuando llegábamos los periodista que


íbamos a cubrir los eventos a la casa de don Lupe, no hallaba que
darnos, plantas, frutas y hasta hojas de un árbol que se llama “el mil
hojas” que cura muchas enfermedades. Don Lupe siempre tenía una
respuesta para todos. Bajo el lodo también están su hija Magdalena
Castorena quien quedó junto a su esposo Mauro Adame de quien
nunca se despegaba. Siempre los recuerdo juntos. También Juan
Leonardo quedó sepultado con toda su familia.
Se contabilizaban más de 66 sepultados. Pero había visitas por
el puente patrio, además había una fila de gente que buscaba hablar
en la caseta telefónica. Al ir sacando y escarbando en el lodo han en-
contrado carros que no se identifican, que pueden ser de gente que
vino a hablar por teléfono del Edén, del Tambor o del Paraíso donde
no había línea telefónica ese día. En la caseta habían prendido la
planta de luz para atenderlos.
En la Pintada hasta el 27 de septiembre únicamente estaban
sepultados 9 cuerpos, cuatro en el Ppanteón y cinco en una fosa
común a 20 metros pasando por el puente Diana Laura. Ese viernes,
14 hombres de La Pintada y El Paraíso encabezados por Roberto
Catalán Salgado, luchaban entre el lodo y los escombros por sacar
los cuerpos de Lucia Araujo y el de sus hijas: Anahí y Luz María
Adame Araujo, a las cuatro de la tarde ya tenían a la vista los cadá-
veres.

II
Tres cosas engrandecen al pendejo: la pistola, el cargo y el dinero
Guadalupe Castorena

La Pintada quizá sea el único poblado de la sierra donde el comisa-


rio todavía cuenta con una policía voluntaria. En 1994 existía una
policía comunal que puso orden y dio seguridad. El viernes 12 de
agosto, de ese año, dicha policía enfrentó con decisión a un grupo
de asaltantes en Rancho Alegre; en donde murieron tres facinerosos,
343
Víctor Cardona Galindo

nunca más se registraron asaltos en el camino a La Pintada. Por eso


el viaje del Paraíso a La Pintada siempre fue seguro. En esa ocasión
los delincuentes intentaron asaltar a campesinos que habían cobra-
do los recursos del Procampo
La cooperativa La Pintada, fue fundamental para que el prd
ganara las elecciones municipales, en 1993, con María de la Luz
Núñez Ramos a la cabeza. También muchos habitantes de La Pinta-
da participaron en la Coordinadora Estatal por la Paz y la Democra-
cia que muchas agrupaciones sociales formaron para exigir la salida
del gobernador Rubén Figueroa y el castigo a los responsables de la
masacre de Aguas Blancas.
La Pintada ha sido sinónimo de educación, desarrollo, café, cul-
tura y democracia. Eso les ganó algunas animadversiones.
El 20 de octubre del 2000, alrededor de cien cafeticultores priis-
tas afiliados a la cnc bloquearon la carretera que sube de la cabecera
municipal de Atoyac a la sierra, en la entrada de la comunidad del
Paraíso, y no dejaron pasar a nadie que fuera con dirección al Fes-
tival de la Selva Cafetalera que había comenzado en la comunidad
de La Pintada.
Los cafeticultores fueron encabezados por el líder municipal de
la cnc y regidor del ayuntamiento en ese momento, Humberto Gó-
mez Flores, y colocaron una manta en la carretera que decía: “Señor
gobernador, los ejidos cafetaleros del municipio de Atoyac exigimos
igualdad de trato y solución al conflicto ejidal del Paraíso”. Pues ase-
guraban que René Juárez Cisneros tenía preferencias por la coope-
rativa La Pintada y que estaría en la inauguración del festival. Unos
decían que no era justo que el gobernador estuviera por segunda
vez en La Pintada cuando no había estado ni una sola ocasión en la
cabecera municipal, en donde dejó plantada cuatro veces a la gente
que había acudido a recibirlo.
Comenzaron a bloquear la carretera a las 11 de la mañana y
se levantaron a las 7 de la noche, después de llegar a acuerdos con
los secretarios de Desarrollo Económico, César Bajos Valverde y de
Planeación, Carlos Sánchez Barrios.
344
Mil y una crónicas de Atoyac

El 25 de octubre del mismo año se inauguraron las instalaciones


de la telesecundaria Alejandro Cervantes Delgado en La Pintada.
De la tragedia supimos por las redes sociales, donde se desplegó
gran actividad en torno al caso. De todo lo escrito en el Facebook
llama la atención lo dicho por Julio Ocaña: “La Pintada es un pinto-
resco pueblito ubicado en lo alto de la Sierra Madre del Sur, donde
vive gente buena y laboriosa. Todos son productores de café de altu-
ra… este pueblito tenía la fama de que allí nadie moría. De hecho
durante muchos años no murió nadie. Hoy la tragedia tocó a sus
puertas y se metió hasta el Kiosco de su plaza bonita. La mitad del
pueblo está devastada”.
Nadie moría, por eso el panteón de La Pintada únicamente te-
nía siete tumbas y hasta el viernes se le habían sumado siete más. Tal
vez esto arraigue más a los pintenses que tendrán que regresar por
sus difuntos, porque como dice Gabriel García Márquez en Cien
años de soledad: “Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un
muerto bajo la tierra”.
Muchos quieren regresar, otros no. Se habla de instalar un cam-
pamento provisional y luego reubicar al pueblo. Lo cierto es que los
cafeticultores pronto tendrán que regresar porque la cosecha se aveci-
na. Para empezar ya tienen el compromiso del presidente Peña Nieto
de que La Pintada será reubicada cerca de los cultivos de café. En
Atoyac se ha visto la presencia de camionetas de servicios geológicos,
que probablemente ya estén haciendo los estudios de los suelos.
La Pintada era como un paraíso para sus habitantes. La gente
llora por el recuerdo de tantos años que fueron felices ahí. Al salirse
dejaron chivos y gallinas sueltos y sin alimento. Los soldados que se
quedaron dijeron que se los iban a cuidar, pero alguien se los está
comiendo. Los perros deambulan solos por las calles de la población
abandonada buscando que comer.
El 25 de octubre de 1995, cuando se coló la primera parte del
puente Diana Laura, don Fidel Núñez Ávila escribió: “La Pintada,
es uno de los poblados más nuevos de todo el municipio de Atoyac,
los fundadores que se estacionaron con el fin de no correrle a las in-
345
Víctor Cardona Galindo

clemencias del medio físico de la selva, fueron los hermanos Núñez


Ávila, descendientes del honorable matrimonio Juan Núñez Gómez
y la señora Rita Ávila Adame, quienes apoyaron a sus hijos económi-
camente, es decir tenían un punterito de ganado vacuno y del cual
disponían, ordeñando las pocas vacas que únicamente rendían unos
12 litros del lácteo que se distribuía entre los primeros moradores
de La Pintada. Era el alimento base asociado a los frijoles, chile y
pocas tortillas, porque lo más caro fue el maíz, ya que La Pintada
no es terreno para esta planta; abundaban en ese tiempo los venados
y el jabalí, los tejones y armadillos; igualmente abundaban: tigres
[jaguares], pumas, tigrillos y muchos animales mamíferos que no
recuerdo; pero en las mañanas y en las tardes alegraban el ambiente
los faisanes, las cotorras, pericos y grandes bandas de guacamayas así
como guacos y por las noches [se oía] el canto de tecolotes, lechuzas
y el croar de ranas y sapos; era y es bonito por las noches primavera-
les darse una ojeada por las márgenes del río, donde las luciérnagas
iluminan la negrura de la noche”.
Don Fidel Núñez Ávila nació en la comunidad de Yextla, hoy
municipio de Leonardo Bravo, el 24 de abril de 1911. Sus padres
fueron Juan Núñez y Rita Ávila. Estudió en la escuela normal de
Ayotzinapa, fue profesor rural y como tal llegó a la sierra. Desde su
tiempo en la normal militó en el Partido Comunista Mexicano.
En 1938 se casó con, la también profesora rural, Juana Ramos
Linares, originaria de Zumpango del Río y que en ese entonces tra-
bajaba como maestra en Yextla. Del matrimonio surgieron seis hi-
jos. Los dos mayores Vladimir y Armando murieron de piquete de
alacrán siendo niños, Serafín, César, Natividad fallecida al nacer y
María de la Luz.
Fue fundador de La Pintada junto a Fructuoso Núñez y Marga-
rito Mejía. Ejerció como profesor en la escuela Lauro Aguirre en el
barrio de San Mateo de Chilpancingo. Fidel Núñez murió el 22 de
diciembre del 2010, a las 11:20 de la noche.
En el texto que damos a conocer don Fidel hizo un recuento
de las familias que ese momento habitaban La Pintada y enumeró
346
Mil y una crónicas de Atoyac

40 familias entre las que figuraban los apellidos: Núñez, Adame,


Moreno, Castro, Rojo, Ávila, Nájera, González, Romero, Tinoco,
Gómez, Reyes, Ontiveros, Aguilar, Castorena, Alarcón, García y
Cayetano.
“Recuerdo que a uno de los tres hermanos Núñez le gustaba la
cacería, y era positiva su salida por las noches, siempre traía venado.
Su arma era una retrocarga del 16 de un solo tiro; grandes sustos
pasó este prójimo, con las víboras, los tigres [jaguares] y pumas.
¡Ah! Se me olvidaba decir, que había tantas culebras que hasta en
la cerca de nuestras chozas, entraban a calentarse frente al fogón o
simplemente a dormir o cazar algún insecto o rata”.
Don José Nájera Jiménez de 84 años, está asilado en Atoyac fue
bajado en helicóptero a la cabecera municipal el jueves 19 de sep-
tiembre, el sí quiere regresar a La Pintada, localidad a la que llegó
a radicar proveniente de Yextla hace 50 años. Quiere volver porque
en la costa no aguanta el calor y “allá arriba uno se arropa bien con
una cobija nueva y otra vieja”. El sí quiere volver, pero la familia
tiene miedo.
Por su parte su esposa doña Cleofas Tinoco Salgado quiere irse
a otro lado, cerca de La Pintada. Un lugar que les pudieran arreglar
en donde ella tuviera su casa. Al mismo lugar no quiere volver por-
que no quiere vivir con el recuerdo de los muertos. Doña Cleofas
dice que vivirá agradecida con el gobernador Ángel Aguirre quien
ordenó que fuera bajada a Atoyac y no a Acapulco como los demás.
Recuerda don José Nájera que cuando llegó a La Pintada úni-
camente había seis casas. En ellas vivían Nicanor Araiza, Fructuoso
Núñez, Poli Mejía, Margarito Mejía, Valentín y Margarito Catalán.
Los Ávila vivían en El Edén pero de allá se vinieron cuando comen-
zó a crecer La Pintada. Cuando repartieron los montes don José se
vino a vivir a este lugar porque un primo le pasó un pedazo para que
sembrara café y cultivaba maíz de riego en la parte plana. Después
de 50 años de vivir ahí. El derrumbe lo agarró sentado en un sillón
porque tiene deficiencia para caminar. Cuando escuchó el ruido
pensó que era un carro y vio como se estaban moviendo los cables.
347
Víctor Cardona Galindo

“Todo fue en un momento no dio chance de nada, a veces cuando


se hacen los derrumbes la tierra se va despacito, pero este explotó”.
Emma Nájera Tinoco de 42 años escuchó: “Ema súbete se está
perdiendo La Pintada” y su hijo le gritaba “mamá pídale perdón a
mi abuelita, usted es bien respondona”. Un día antes don Mateo
Núñez, un ancianito de ojos azules, avisó que una parte del cerro se
iba a desgajar. Desde un día antes en la mañana se veía una rayita
roja en el cerro.
Desde el 15 se vinieron los primeros deslaves. Por eso el 16
cuando se dio la catástrofe algunos habitantes andaban ayudando a
desazolvar la casa de Adán Castro cuando se vino el cerro de la Cruz.
Tenía cuatro días ininterrumpidos de estar lloviendo a cantaros.
Los del Edén jugaron un papel muy importante en el auxilio de
los pintenses, una comisión vino a investigar y brigadas se dedicaron
a ayudar. También un campesino llamado Basilio originario de la re-
gión de la montaña y avecindado en La Pintada anduvo organizan-
do el rescate de la gente. A pesar de ser peón y de no tener familiares
ahí, ayudó a sacar cuatro cuerpos.
Los testimonios coinciden. Cuando los cerros se desgajan lo ha-
cen despacio, pero esto fue como una bomba, el agua hizo explotar
el cerro, el lodo caminó a muy alta velocidad hacia el caserío tra-
gándose el pueblo. Se estima que fueron 260 mil toneladas de tierra
que cayeron en el alud y después a las nueve de la noche se vino el
segundo derrumbe del cerro de la Cruz. Nadie quiso regresar al sitio
de siniestro y todos querían dejar el lugar.
Por eso el miércoles 18 a las tres de la tarde cuando comenzó
la evacuación por aire, 360 personas fueron llevadas al puerto de
Acapulco y unos 15 a la ciudad de Atoyac, pero algunas familias ya
habían salido caminando hacia la ciudad desafiando el camino y las
inclemencias del tiempo.
El lodo empujó tres casas al río con todo y familias. Por eso en
la parte alta del río Coyuca han encontrado restos humanos, en Río
Verde se encontró una pierna de mujer que fue sepultada en el pan-
teón de esa localidad y dos cuerpos descompuestos fueron encon-
348
Mil y una crónicas de Atoyac

trados en la localidad de Las Juntas de los Ríos y fueron inhumados


por los mismos pobladores del lugar.
Antes de salir los pintenses alcanzaron a velar la noche del 17 los
cuerpos de: Félix Adame Romero, Jazmín Adame Romero, Citlalli
Adame Alarcón y Lizbeth Alarcón, quienes fueron sepultados en el
panteón. Ya también están sepultadas en el panteón Lucía Araujo
Ríos y sus hijas Luz María y Ana Adame Araujo.
Debo mencionar que en este alud murió Mauro Adame el lí-
der natural de La Pintada, buen gestor y muchas veces comisario.
También la vocal del programa Oportunidades Tania Núñez More-
no y sus dos niños perecieron. El joven ingeniero agrónomo Omar
Hernández Urioso había ido a presentar a su novia Noemí Zeferino
García y también fallecieron junto a su padre Margarito Hernández
Ávila. Por eso hay quien dice que el número de los que quedaron
sepultados no se puede precisar porque había muchas visitas.
El viernes 4 de octubre, cuando quedó restablecido el camino
para La Pintada llegó el presidente municipal Ediberto Tabares Cis-
neros; también volvieron muchos pobladores buscando documen-
tos o para darles de comer a sus animales. Los militares seguían en
la casa de don Vicente Romero, en la de Margarito Hernández y en
unas cabañas de Félix Ávila.
De los habitantes de La Pintada que se refugiaron en la cabece-
ra municipal algunos todavía estaban en la colonia Loma Bonita y
otros en el curato de la iglesia.

Agua desbocada
Desde septiembre de 1984 no caía tanta agua. En aquella ocasión
los ciclones Ovidia y Norberto, causaron torrenciales aguaceros que
comenzaron el 12 y terminaron el 15 de ese mes. El río Atoyac se des-
bordó ocasionado inundaciones en la parte sur de la ciudad. La carre-
tea Acapulco-Zihuatanejo sufrió serios daños a la altura del Tomatal
y en los extremos del puente de San Jerónimo. El crecido río inundó
349
Víctor Cardona Galindo

la cabecera municipal de Benito Juárez, los tres Arenales, Hacienda de


Cabañas, Las Tunas, Boca de Arroyo y parte de Corral Falso.
Esta vez llegó por el océano Pacífico, Manuel, una tormenta
tropical que se juntó con los efectos del huracán Ingrid que en-
tró por el Golfo, provocando torrenciales lluvias en todo el estado
de Guerrero, dejando en el municipio de Atoyac alrededor de 100
muertos, 89 de ellos en La Pintada. Destruyó los cultivos de maíz
y café, derribó casas, inundó la parte baja y dejó miles de damnifi-
cados en San Jerónimo y Atoyac. Destrozó los caminos de la sierra
y dejó incomunicadas 44 comunidades al llevarse cinco puentes: El
del Ticuí, Mexcaltepec, El Camarón, El Cacao y el del Paraíso.
Manuel dejó múltiples ganancias para los comerciantes voraces.
Uno de ellos hasta se compró una biblia nueva y fue a la iglesia a
dar gracias a Dios por haberlo ayudado a sacar adelante su negocio.
Se le vio rezando después de la tragedia mirando vehemente el altar.
En la parte baja, el río Atoyac se desbordó hacia los lados, en
la carretera San Jerónimo-Corral Falso ocasionó dos grandes tro-
zaduras y el agua se fue rumbo al Tular. Entre Quinto Patio y San
Jerónimo hubo tres trozaduras de las corrientes que salieron hacia la
laguna de Mitla.
Comenzó a llover desde el viernes 13 septiembre en la tarde, el
sábado 14 amaneció lloviendo y así estuvo todo el día. El domingo
15 el presidente municipal Ediberto Tabares Cisneros daría su pri-
mer informe de gobierno y cuando íbamos a salir del Ticuí unos
amigos nos regresaron del arroyo la Ceiba, porque a las 9:15 el río
se llevó una parte del puente y a las 10:45 se llevó la otra, ya los
soldados no dejaban acercarse. Intentamos salir por San Jerónimo
pero a la altura del rancho de Antonio Ramos, el agua estaba en la
carretera y nos regresamos.
Sin embargo yo no me resigné y con los miembros del grupo El
Triángulo Musical intentamos salir por San Jerónimo en una camio-
neta cuatro por cuatro, pero encontramos que al medio día Corral
Falso estaba en el agua y algunas personas sacaban sus pertenecías
prácticamente nadando y el ejército aplicaba el plan dn-iii. Junto
350
Mil y una crónicas de Atoyac

con los pobladores los soldados estaban derribando la barda de la


cancha de futbol.
Hasta el 17 de septiembre pudimos salir del Ticuí y para llegar
a la cabecera municipal los ticuiseños teníamos que caminar más de
cinco kilómetros desde Los Toros a la entrada del Tomatal y pasar
entre el lodo tres grandes charcos. Para ir Acapulco había que pasar
por dos charcos, porque el puente de Coyuca se había trozado en
tres lugares. El 17 los helicópteros de la policía federal sacaban heri-
dos de los barrios de Coyuca que sufrieron serias inundaciones. En
Los Cimientos un grupo de pobladores no permitía que un helicóp-
tero aterrizara en la carretera para llevarse a los heridos hasta que les
llevara víveres. Protección civil tenía el control del paso del puente
de Coyuca. Hasta el 17 muchos comerciantes y personas que viaja-
ron a Acapulco pudieron retornar a Atoyac porque nos preguntaban
por sus familias al encontrarnos.
Ya el 17 en la tarde nos fuimos enterando por las redes sociales
que Manuel dejó sepultada casi la mitad de la comunidad de La
Pintada, donde quedaron cuando menos 84 personas bajo toneladas
de lodo. Más tarde se sabría que ocho personas más murieron en
diferentes partes del municipio de Atoyac a causa de la tormenta.
La noche de ese martes 17 cerca de la comunidad de Los Toros
un poste de la energía eléctrica se vino abajo con todo y trabajador,
cayéndole en el pecho. Fue trasladado gravemente herido por una
ambulancia de la Cruz Roja a la ciudad de Tecpan de Galeana.
El 15, en El Ticuí, murió Ignacio de la Cruz Bello que se asustó
cuando vio que el río se metió al rancho del general Antonio Ramos.
A Nacho la impresión le causó un infarto que no pudo ser atendido
porque El Ticuí estaba incomunicado en ese momento, sin teléfono
y sin energía eléctrica, pero sobre todo sin el puente que nos ubicaba,
desde el 11 de marzo de 1993, a tres minutos de la cabecera munici-
pal. A nuestro puente de 20 años se lo llevó el río en un santiamén.
En la zona serrana, en la comunidad de Las Delicias se repor-
taron dos personas desaparecidas: Luis Fraga Ponce y Reynaldo Pé-
rez Fraga. A Luis lo alcanzó una corriente al pasar el río. Reynaldo
351
Víctor Cardona Galindo

estaba dormido con su hermano Alejandro cuando un derrumbe


los pasó a traer. Alejandro salió herido. Se vio a pobladores de Las
Delicias en la cabecera municipal buscando ayuda para localizar los
cuerpos. Luis Fraga era hermano del desaparecido político Sabino
Fraga Ponce detenido por el ejército en 1974.
En la comunidad de Río del Bálsamo los habitantes tuvieron
que subir a los cerros para evitar ser arrastrados por la corriente del
río. Nada se pudo hacer por María Elena Adame Moreno a quien la
arrastró el agua con todo y vivienda. Los pobladores han recorrido
la ribera pero no han podido encontrar su cuerpo.
También en la comunidad de Las Fundiciones, famosa porque
ahí el general Vicente Guerrero fundía las balas de cañón, se repor-
taron dos hombres fallecidos: Rufino Romero Flores y Alejandro Si-
món de quien se supo que era originario de la colonia Quebradora
ubicada cerca del Paraíso. Tres personas más resultaron heridas. Se
dice que Rufino estaba leyendo la biblia cuando se vino el derrumbe.
Como no había víveres y el cerro amenazaba con derrumbarse,
de Santo Domingo salieron unos trabajadores y en el punto cono-
cido como La Gloria, al intentar cruzar el arroyo se les ahogó el
niño Sabino Cayetano de 13 años. El niño era originario de Tlapa y
trabajaba como jornalero en esa población.
Emiliano Faustino Salinas de 50 años velador de un aserradero
de Tecpan y originario de Alcholoa fue arrastrado por la corriente
del río Atoyac. Se encontró su motocicleta en la trozadura del To-
matal, pero su cuerpo no fue localizado. Se dice que intentó cruzar
la mañana del domingo 15 de septiembre la carretera federal cuan-
do estaba invadida por las aguas del embravecido río. Otras versio-
nes dicen que pasaba por la carretera cuando la carpeta asfáltica se
hundió, tragándoselo con todo y motocicleta.
En la sierra, de San Vicente de Benítez para arriba, los cerros
están desgajados, principalmente las barrancas por las que corren
los arroyos que dan vida al río Coyuca. Muchas de esas barrancas se
desgajaron de tal manera que donde eran huertas de café ahora son
playones. Manuel hizo mucho daño a la agricultura.
352
Mil y una crónicas de Atoyac

De acuerdo a la evaluación que hace el director general de desa-


rrollo rural del municipio de Atoyac, Candelario Santiago Solís se
perdieron 3 mil 500 hectáreas de maíz, de las que pudieran rescatar-
se un 30 por ciento; 120 hectáreas de frijol fueron siniestradas; unas
80 hectáreas de ajonjolí; al menos 12 hectáreas de mango, dos de
cocotero y de café se perderá el 50 por ciento de la producción, se
dejaran de cosechar 35 mil quintales. Dice que en la parte alta de la
sierra salieron afectadas el 25 por ciento de las plantaciones, porque
grandes deslaves afectaron las huertas.
En cuanto al ganado, Santiago Solís estima que se perdieron
unas 60 cabezas. Dice que se pretende echar andar un programa
emergente de producción de maíz para aprovechar la humedad que
dejaron las lluvias y que se está en tiempo y forma para sembrar el
frijol aventurero.
En El Ticuí el día 15 al ver que continuaban las lluvias, empeza-
ron las compras de pánico y por la noche las tiendas tenían poco que
ofrecer. El 16 había únicamente galletas. La mayoría nos concentra-
mos en la comisaría ejidal donde se instaló un refugio y un comedor
comunitario para todos los afectados.
La directora estatal del registro civil Yanelly Hernández Martí-
nez se quedó varada en El Ticuí, ya no pudo retornar a Chilpancin-
go. Se suspendió el informe de gobierno del alcalde y tampoco se
llevó a cabo el grito en la noche. La regidora María de los Ángeles
Salomón Galeana se puso al frente de la situación y mandó comprar
150 pollos. En la noche la comisaría parecía una fiesta todo mundo
haciendo fila para recibir su platillo de pollo con tortilla de mano.
Después se vino el desabasto de víveres, agua potable y gasolina.
La energía eléctrica se fue desde el 15 que el agua derribo el poste.
Nada más se escuchó un tronido y nos quedamos sin luz. Cristina
desde que tiene memoria nunca había pasado un día sin internet,
muchos niños como ella comenzaron a exigir a sus padres abando-
nar el lugar. “Ya no quiero vivir aquí”, decían algunos, “vámonos a
un lugar donde no pasen estas cosas”, un niño se puso a investigar y
dijo que Durango era una opción para vivir.
353
Víctor Cardona Galindo

En El Ticuí lo más duro lo vivió la familia de José Sánchez, pues


el agua del río y el canal le tumbaron su casa y sufrió pérdida total.
De ahí los daños fueron menores se cayó la barda de José Eleno Fie-
ro Valle, la barda de José Salinas. También una parte de la barda de
la fábrica que estaba a un costado de la capilla. Se cayó la barda de
Héctor Vargas, a los Tinoco les tiró una parte de su casa, la casa de
doña Leobita quedó muy deteriorada y a Paty se le cayó la barda. Y
un parto se complicó.
Por medio de pancartas algunos ticuiseños comenzaron a pedir
comida y los de Atoyac los veían azorados, por ello la tarde del mar-
tes 17 de septiembre se intentó pasar una cuerda por medio de una
moto acuática que operaba su propietario y voluntario Abel Solís,
pero la creciente volteó la moto en el punto conocido como El Pa-
redón. Los restos de la moto acuática fueron encontrados después
kilómetros río abajo y Abelito Solís regresó a Atoyac caminando por
San Jerónimo.
El miércoles 18 el río volteó una lancha con cuatro soldados que
intentaban llevar víveres al Ticuí. No volvieron a intentarlo porque
muchos pobladores ya caminaban por San Jerónimo para llevar des-
pensas a sus familias. La tarde de ese día llegó al Ticuí un helicóptero
del Estado de México que aterrizó en una cancha de futbol en la orilla
del río, trajo 70 despensas que fueron entregadas a la comisaria mu-
nicipal, pero luego se le regresaron 60 a la Cruz Roja que las reclamó.
La noche del miércoles 18 ya habían llegado despensas vía te-
rrestre, pero no había gasolina. Se sabe que incluso los soldados de
la 27 zona militar se habían quedado sin víveres, porque algunos se
acercaron al comedor comunitario de la comisaría ejidal para pedir
alimentos. Las instalaciones de la 27 zona militar también estuvieron
ocho días sin energía eléctrica. Muchos soldados durante más de ocho
días tuvieron que caminar más de diez kilómetros, desde la entrada al
Tomatal hasta la 27 zona militar para presentarse a su trabajo.
Isidro Pérez, auxiliado por amigos del Ticuí, colocó una tirolesa
para pasar gente y comida, pero días más tarde ese procedimiento
fue cancelado por el departamento de protección civil por riesgoso.
354
Mil y una crónicas de Atoyac

Dicen que al pasar Martín Fierro la cuerda se rompió, cayendo pe-


sadamente cerca de la orilla del río sin consecuencias.
Una comisión que fue abrir la toma de agua se encontró con
un cocodrilo como de dos metros y medio en el lodo, a unos 500
metros de la presa derivadora Juan Álvarez. Juan Gallardo agarró
una víbora en el río y en Atoyac atraparon una mazacoa de grandes
proporciones que anduvieron exhibiendo por las calles.
Luego el sábado 21 de septiembre a las cinco de la tarde, llegó
en un helicóptero al playón del Ticuí la conductora de televisión
Laura Bozzo, todos querían tomarse la foto y corrían a abrazarla. Al
irse “La Desgraciada” como le dijo la gente, dejó 20 despensas. Más
tarde llegó la Cruz Roja para reclamar esas despensas porque estaban
destinadas a la sierra. Únicamente fueron devueltas cinco, porque 10
de ellas quedaron en la colonia Villas del Carmen y cinco fueron al
comedor comunitario que estaba en la primaria Valentín Gómez Fa-
rías y habían sido consumidas. Las cinco que se regresaron a la bene-
mérita institución eran las que habían quedado en la comisaría ejidal.
Después un helicóptero aterrizó en la pista, trajo despensas, las
descargó en una camioneta y se las llevaron rumbo al sur. Varias
personas se dieron cuenta y lograron quitarles algunas. Todavía el
sábado 12 de octubre muchas mujeres del Ticuí corrían a ver cuan-
do llegaba un helicóptero. En ocasiones tenían suerte porque efecti-
vamente les daban despensas.

II
A mi madrina Rocío Mesino

Desde su fundación la vida de Atoyac está marcada por el río. Segu-


ramente las tribus primitivas que se asentaron en estas tierras mucho
dependieron de él para sus cultivos y alimentación; así como de-
pendemos nosotros. Nuestro río hace más fértiles las tierras, nos da
el agua para beber, riega los frutos que consumimos y ha normado
nuestra vida en diversos aspectos.
355
Víctor Cardona Galindo

La palabra Atoyac, proviene de los vocablos en lengua náhuatl


atl-toyaui que, traducido al español, significa “Agua que se riega o
se esparce”. Los que fundaron este pueblo disfrutaron de un mara-
villoso paisaje, visto desde la azul montaña. Este valle debió ser un
espejo de cristalinas aguas esparcidas en el caudal de los arroyos: El
Chichalaco, Los Tres Brazos, el Cohetero, Arroyo Ancho y El Japón.
El caudal de los arroyos ya es un recuerdo. En 1973, el ex presi-
dente municipal Luis Ríos Tavera escribió estas líneas: “Desde arriba
se ve un manto que se extiende al océano Pacífico, lo cruza el pro-
minente río que se llama Atoyac… De afluentes tiene innumerable
arroyos que ondulan y se detienen en remansos. Crece el follaje ver-
de en los contornos; y de los montículos que se alzan de abajo arriba
se divisan las calles paralelas perdidas entre los árboles frutales y
palmeras centenarias. Recuestan su presencia en el bálsamo del olor
purificante, ya del ocote de la sierra”.
A este espectáculo de cristalinas aguas, Ignacio Manuel Altami-
rano le compuso en 1864 las rimas Al Atoyac:

Tú corres blandamente bajo la fresca sombra


que el mangle con sus ramas espesas te formó:
y duermes tus remansos en la mullida alfombra
que dulce primavera de flores matizó…

Tú juegas en las grutas que forman tus riberas


de ceibas y parotas el bosque colosal:
y plácido murmuras al pie de las palmeras
que esbeltas se retratan en tu onda de cristal…

Tú queda reflejando la luna en tus cristales,


que pasan en tus bordes tupidos a mecer
los verdes ahuejotes y azules carrizales,
que al sueño ya rendidos volvieronse a caer…

Tú corre blandamente bajo la fresca sombra


que el mangle con sus ramas espesas te formó;

356
Mil y una crónicas de Atoyac

y duermen tus remansos en la mullida alfombra


que alegre primavera de flores matizó.

Algunas fuentes dicen que el río Atoyac nace en Rincón Grande


y que tiene 50 kilómetros de longitud, 996 kilómetros cuadrados de
cuenca y un escurrimiento medio anual de 841 millones de metros
cúbicos. Por su parte Benjamin Retchkiman, en un estudio que hizo
de la Costa Grande en 1948 expuso: “el río Atoyac, que posterior-
mente se llama San Jerónimo; nace en el cerro cabeza de venado;
tiene como afluentes al río Grande, arroyo del Cacao, Mescaltepec,
Tlacoanas y Castillo, y desemboca en la laguna de Mitla, después de
un recorrido de 55 kilómetros”.
Nuestro mejor cronista Wilfrido Fierro Armenta escribió en
1972: “el río Atoyac, que mereciera una composición poética del
héroe de la Reforma Ignacio Manuel Altamirano, nace su ramal iz-
quierdo mas arriba de la cuadrilla El Paraíso, corriendo del noroeste
al sureste hasta medio curso, y lo forman los arroyos: Los Pilonci-
llos, Puente del Rey, Las Palmas y Los Valles, que al unirse le dan el
nombre de río Grande, siguiendo con dirección al sur, partiendo por
mitad el municipio hasta desembocar en el océano Pacífico, forman-
do antes de desaguar su cristalino líquido, los esteros conocidos por
Maguan y Alfaque… El río Chiquito o sea el ramal derecho, tiene su
nacimiento arriba del poblado del Pie de la Cuesta, a él desembocan
los arroyos: Rincón del Bálsamo, La Gloria, Plan del Carrizo y Plan
del Molino, corriendo del noroeste hacia el sur, para incorporarse al
río Grande en las estribaciones del cerro del Camarón”.
Dice Fierro Armenta: “Al lado poniente de la sierra cafetalera,
existe el río de La Pintada, que nace más arriba del Edén sur, se unen
a el los arroyos de La Peineta, La Siberia, Rincón Grande, Camalote,
El Encanto, San Francisco del Tibor y La Remonta, y sigue su curso
internándose al municipio de Coyuca de Benítez, descargando sus
aguas al río del mismo nombre o sea de Coyuca. De igual forma
lo hace el río de Santiago, formados por los arroyos de la Soledad,
San Vicente de Jesús, Cerro Verde, Cerro de la Cal, El Porvenir, Los

357
Víctor Cardona Galindo

Llanos de Santiago, pasando por las cuadrillas del Cucuyachi y el


Chiflón, para desembocar al río de Coyuca de Benítez. Existe otro
río Chiquito en la parte poniente de la zona cafetalera de la sierra de
este municipio, que nace en un lugar conocido por cabeceras del río
Chiquito, siguiendo su curso al municipio de Tecpan de Galeana,
para unirse a ese río”.
A nuestro hermoso río donde nuestros abuelos recuerdan que
pescaban robalos y truchas gigantes, Agustín Ramírez le cantó…

Entre playas y barrancos


cual plateada serpentina
un río de agua cristalina
va acariciando sus flancos.

También a Héctor Cárdenas impresionó el río y en su breve


estancia como maestro en Santo Domingo le hizo ésta tonada…

En Atoyac, hay un río caudaloso


corre hacia el mar, con su canto presuroso
se oyen gritar, los pericos en parvadas
bajo el jazmín, que al crecer forma enramadas.

De ese río caudaloso sólo quedan los recuerdos de los viejos que
vivieron su mejor época de oro, cuando las balsas trasportaban a
los carros cargados de algodón; al respecto Carlos R. Téllez asentó:
“Oíamos como aquél platicaba de los robalos y truchas que saca-
ban, algunos de tamaños y pesos que asombrarían en estos tiempos,
hasta el más incrédulo que se haya puesto a pescar en las márgenes
de nuestro río. Uno de ellos le echó la culpa al Tara, ‘él fue el que se
llevó todo’; el otro a la construcción de la presa y todos los cohetes
que tiraron para su edificación”.
En cuanto al caudal de los arroyos doña Fidelina Téllez Méndez
da testimonio… “En el arroyo Cohetero antes corría agua todo el
año y sus aguas eran limpias y las utilizaba uno para regar las plan-
tas, en la arena de sus orillas se hacían pozos para acarrear el agua
358
Mil y una crónicas de Atoyac

para el gasto de las cocinas y para tomar había aguadores que lleva-
ban agua del río”.
Nuestro río y las aguas que se esparcen por sus arroyos han mar-
cado la vida de los atoyaquenses, como la creciente de San Miguel
ocurrida el 29 de septiembre de 1865, que se llevó la fábrica El
Rondonal, arrasó Barrio Nuevo y propició la formación de San Jeró-
nimo de Juárez, escribió el cronista Luis Hernández Lluch. Por eso
los desastres naturales no son nada nuevo para la región. Nuestros
antepasados les llamaban “culebras de agua” a las trombas.
Recogiendo datos de Wilfrido Fierro, las aguas del arroyo Cohe-
tero —llamado así porque en sus orillas vivía el primer cohetero de
Atoyac— se salieron de su cauce el 7 de julio de 1955, inundando
varias calles y casas, entre ellas el consultorio del doctor Antonio
Palós Palma. En el cine Álvarez el agua ascendió hasta tres metros.
Este fuerte ciclón ocasionó el desbordamiento del río y de los arro-
yos de la región.
Con el huracán Tara, el 12 de noviembre de 1961, las lluvias
provocaron que el río se saliera de su cauce y arrasara a los pueblos
del Bajo cercanos a su orilla, los habitantes abandonaron esos lugares
y poblaron la colonia Buenos Aires. Dejó de existir la comunidad del
Cuajilote y se propició la formación de la colonia Miranda Fonseca.
Con la presencia del huracán Behulat, en 1967, llovió alrededor
de 10 días —comenzaron los aguaceros el 17 de septiembre y dejó
de llover hasta el 27 del mismo mes—, eso propició que se formara
la colonia Olímpica, con los habitantes que abandonaron La Sidra
al salirse el río de su cauce. En El Humo se perdieron nueve casas y
La Sidra desapareció.
Y el 23 de septiembre de 1984 con motivo de las crecientes que
provocaron los ciclones Ovidia y Norberto, uno de los pangos —
nombre local de las canoas— que transportaba pasaje en el río Ato-
yac, rumbo a El Ticuí, se hundió por exceso de peso y por la fuerte
corriente, al chocar con las piedras tiró al agua a 21 pasajeros. De
los cuales se ahogaron: María Ramírez Terrones, Agustín Granados
y Antonio Gómez Juárez.
359
Víctor Cardona Galindo

Ese septiembre de 1984 llovió tanto que los arroyos crecieron,


el río se salió de su cauce, las casas de adobes estuvieron a punto
de derrumbarse, las tejas trasminaban el agua, parecía un aguacero
interminable. El arroyo que está por donde mi padre sembraba su
milpa creció tanto que inundó todo el potrero. Un día saliendo de la
escuela le llevé de comer al jefe, cuando venía de regreso, a la mitad
del potrero, escuché “chas, chas, chas”, como cuando un pescado
brinca en lo seco. Corrí hasta el lugar de donde venía el sonido y en-
contré un charco lleno de: charritos, cuatetes, camarones, truchas,
guevinas, bobos, robalos y blanquillitos.
Una gran alegría me invadió y fui corriendo a la casa. En una
palanca llevé las dos cubetas con las que acarreaba agua. Con miedo
de que alguien me los ganara llegué al lugar y llené las cubetas de
peces y camarones. Llegué con dos cubetas de pescados a la casa. Fue
algo prodigioso.
Otro ejemplo de cómo el agua influye en la vida de los ato-
yaquenses es el huracán Boris que azotó el sábado 29 de junio de
1996, dejó destrozos en la ciudad y muchos damnificados en los
pueblos del Bajo. Respecto al Boris Cecilia Castro escribió lo que
vivió… “El viento azotaba cada vez con más fuerza formando im-
presionantes remolinos de aire y agua. Aquello resultaba increíble,
jamás había visto algo así, en la calle volaban láminas galvanizadas,
asbesto, tejas, madera, los grandes árboles besaban dramáticamente
el suelo al ser azotados por la terribles ráfagas de viento que en oca-
siones alcanzaban una velocidad de 150km/h, algunos árboles más
pequeños eran arrasados de raíz para ser despedazados después con
furia”.
El río de Atoyac también es sinónimo de leyendas de chane-
ques y de encantos, en ciertos lugares donde hay peces de colores.
Abundan los balnearios naturales como La Presa y El Salto y aunque
con la tormenta Manuel desapareció la poza del Cuyotomate, segu-
ramente surgió otra que podremos disfrutar. Las truchas se niegan
a desaparecer, aunque algunos peces como los blanquillitos ya son
recuerdo. La contaminación ha terminado con muchas variedades.
360
Mil y una crónicas de Atoyac

En nuestro río aún viven cocodrilos y nutrias. De los cocodrilos


se dicen muchas cosas, incluso don Francisco Galeana Nogueda en
su libro Conflicto sentimental. Memorias de un bachiller en humani-
dades, narra que “en el río Atoyac, en la piedra del Zacate llamada
así porque estaba rodeada de plantas silvestres y lama verde azulo-
sa cuyas profundas aguas reflejaban a la superficie un oscuro tene-
broso, donde en ocasiones aparecía una pareja de cocodrilos que se
aventuraban a subir la corriente del río desde su desembocadura”.
La abundancia de agua en Atoyac, ha hecho que los pueblos
tomen sus nombres de ella: Boca de Arroyo, Caña de Agua, Agua
Fría, Junta de los Ríos, Arroyo Grande, Poza Honda, Poza Verde,
Río Chiquito, Río del Bálsamo, El Salto, El Camarón, Río Santiago
y Río Verde. Sólo para damos una idea de que el agua ha marcado
la vida de Atoyac.
De acuerdo con Baloy Mayo algunos nombres de origen ná-
huatl que hay en este lugar, se refieren al agua, como Ahuindo que
era el nombre original de Corral Falso, y quiere decir “donde hace
temblar el agua fría”; Alcholoa significa “en el salto de agua”, Almo-
longa quiere decir “agua que corre esparciéndose”.
Además este lugar en el México prehispánico formaba parte de
Cuitlatecapan, al que Baloy Mayo define como “río o lugar de los
cuitlatecas”.
En la novela Ahuindo, el pueblo al que irás y no volverás, Gusta-
vo Ávila Serrano se refleja los desastres naturales que ha padecido
la costa como el Tara, ciclón que hizo destrozos y causó daños en
siembras que estaban a punto de cosecharse, en árboles frutales, pal-
meras, animales que murieron ahogados; además de sepultar a la
comunidad de Nuxco bajo toneladas de arena. Llama la atención
las premoniciones o indicios sobre el Tara, cuando los gorriones
construyeron sus nidos en las ramas más bajas de los árboles. Las
creencias costeñas, como la de hacer una cruz de ceniza y clavarle el
machete en el centro para que cese la tempestad.

361
Víctor Cardona Galindo

III
El río Atoyac es río de zarcetas, pichiches, patos buzos y de martines
pescadores. En sus orillas las garzas levantan el vuelo y las libélulas
de varios colores vuelan explorando la corriente, y se posan en lirios
o en las plantas acuáticas que se asoman a respirar.
Salvador Téllez Farías en su novela Agustina se refiere al río como
un padre amoroso que todo lo baña y da vida: “río claro de aguas
dulces y coquetas, que llevan los secretos de los enamorados, cuyos
cuerpos temblorosos se juntan por primera vez para confundirse en
un beso que es promesa, grito de almas apasionadas; río que canta,
que da vida, inspiración de noches de plenilunio haciendo eco al
trovador José Agustín Ramírez, sus versos líricos de amor, vida y
esperanza”.
Nuestro río es sinónimo de productividad. La presa derivadora
Juan Álvarez lleva agua a los ejidos del Ticuí, El Humo, Boca de
Arroyo, Corral Falso y San Jerónimo. Los españoles de la firma Al-
zuyeta, Quirós y Cía, a principios del siglo pasado construyeron un
canal que tenía la función de traer abundante agua hasta la fábrica
de hilados para generar la energía eléctrica que diera movimiento
a la maquinaria. Ya mucho antes la familia Bello había construido
un ducto que llevaba agua a la fábrica La Perseverancia, de recuerdo
quedó el lugar conocido como El Barreno que está en la orilla iz-
quierda del río. También el general Antonio Ramos construía cada
año hasta 1984 una presa provisional para llevar agua a su rancho
por un canal de piedra levantado paralelo al río cerca de Huanacaxt-
le. En la pasada avenida el río descubrió los muros del viejo canal,
porque tarde o temprano el Atoyac vuelve a modificarlo todo.
En 1937 una creciente inundó el pueblito de La Cidra, destru-
yendo cultivos y viviendas del lugar. Para Domingo Benítez Jiménez
nacido en La Cidra el río “era una rica fuente de alimentos, ya que
en sus aguas se podían encontrar diferentes especies de peces como
robalos, roncadores, huevinas, bobos, truchas, camarones, charros
y otros”.
362
Mil y una crónicas de Atoyac

Luego “a finales de octubre de 1950, un tapaquiagüe que azotó


la sierra y que hoy se conoce como ciclón, originó la segunda inun-
dación de La Cidra vieja, obligando a los habitantes a salirse, aban-
donando sus pertenencias; se dispersaron, yéndose algunos a radicar
a otras comunidades… Con esta emigración formaron La Olímpica
y la colonia Quinto Patio”, escribiría muchos años después Benítez
Jiménez el cronista de esos pueblos.
El huracán Behulat una vez más agarro desprevenidos a los ci-
dreños aquella madrugada del 28 de octubre de 1967. Dice Domin-
go que “las aguas, corrientes que arrasaban con árboles arrastrando
serpientes, troncos e inmundicias característicos de estos casos dan-
do un espectáculo aterrador que mezclado con el zumbido de los
vientos huracanados que sobrepasaban los cien kilómetros por hora
daba una aspecto desolador”.
Simón Hipólito Castro escribió que “Hasta principios de la dé-
cada de los 40, el río Atoyac era toda una belleza natural. Ambas
márgenes las sombreaban verdes frondas que se dibujaban en sus
aguas, donde danzaban las lianas en interminables movimientos.
El playón del río lo amarilleaban las flores de ahuejotes… Por las
mañanas, antes de que llegaran a lavar ropa las lavanderas profe-
sionales, hiladas de jóvenes mujeres llegaban por agua que recogían
en botes que se llevaban en sus cabezas amortiguando el peso con
yaguales. Del río nacieron grandes romances que terminaron en el
altar de la iglesia del pueblo”.
Recordó: “En dicho playón había un árbol de amate prieto con
muchas ramas y tupida fronda. Allí arriba, un señor improvisó una
vivienda donde se instaló con todo y familia. Una creciente del río
estuvo a punto de llevárselas; la pronta intervención de la policía
municipal, el que escribe este trabajo y otros voluntarios logramos
salvarlos. El hombre insiste de nuevo y vuelve a improvisar el hogar
arriba del árbol. Otra creciente del año siguiente se llevó a su fami-
lia, esposa e hijos. Él pudo salvarse”.
Wilfrido Fierro registró lo ocurrido aquél 29 de septiembre de
1954 a causa de los torrenciales aguaceros, la casa del maestro al-
363
Víctor Cardona Galindo

bañil Armando Alarcón, ubicada en el playón fue arrasada, la casa


estaba arriba de un grueso amate. Salvaron a los tres chiquillos, la
señora Maura esposa del maestro fue salvada por el policía Carlos
Gómez. Mientras el albañil pasó la creciente arriba del árbol.
Dice don Inés Galeana Dionicio, que era un tapanco lo que un
“viejo loco” hizo arriba de un amate. Se vino una gran creciente y
la esposa del albañil estaba atravesada de una horqueta y los niños
lloraban. Era comandante de la policía preventiva Natividad Paco.
Un policía se aventó con una reata para hacer un puente del árbol
hasta donde Champurro. Ayudado por otros amarró la reata de más
arriba de la horqueta donde estaba la mujer. Después sentaron a la
señora en una silla y la jalaron con otra cuerda. Así mismo pasaron
a los chamacos. El viejo loco se quedó solo en el amate.
Cuando el huracán Tara, no paró de llover en muchos días. Los
arroyos bufaban, se oía nada más el estruendo de los árboles y las
piedras que bajaba la fuerza de la corriente. Todas las huertas de la
orilla del río estaban en el agua. La gente abandonaba las partes ba-
jas y buscaba donde guarecerse de tanta lluvia. Cayó una “culebra de
agua” dijeron los viejitos. Los vientos soplaron todo el día, ese 12 de
noviembre de 1961. Cuando pasó la tempestad, varios pueblitos ha-
bían desaparecido y los cerros quedaron como si una fiera gigantesca
los hubiera arañado desde arriba. Desde lejos se veían los deslaves.
En el río, donde hubo grandes pozas, después del Tara únicamente
quedaron playones donde el agua daba a los tobillos.
Los atoyaquenses siempre hemos visto hacia el río y las crecien-
tes han marcado con su recuerdo a generaciones. Pedro Arzeta Gar-
cía escribió en 2007: “Recuerdo yo cuando era niño en épocas de
lluvias el caudal del río de Atoyac eran tan enorme que arrasaba
todo lo que encontraba a su paso, el agua que bajaba de los arroyos
de la sierra hacia ver a este río imponente, imagínense que llegaba a
dos cuadras del centro de esta ciudad y muchos nos apostábamos a
sus orillas, otros desde las ventanas de sus casas a contemplar como
esa agua chocolatosa pasaba y pasaba desbocada, sin que nada la
detuviera”. Arzeta, en la presentación de un libro de este cronista,
364
Mil y una crónicas de Atoyac

recordó que su abuelita María del Carmen Téllez Sánchez les conta-
ba la leyenda que cuando el río crecía pasaba una serpiente gigante
en la cara del agua cantando una tonada.
Otro aluvión fue el 31 de agosto del 2010. Ese día a la altura de
donde vive Zohelio Jaimes, ya en la prolongación Miguel Hidalgo, el
arroyo Cohetero se salió de su cauce y llenó de lodo la calle. También,
ese día, el agua se llevó el vado que cruzaba el arroyo Ancho y que
comunicaba a la colonia 18 de Mayo. Pasando la canícula desde el 28
de agosto se vinieron las lluvias y una epidemia de conjuntivitis.
En los últimos años se ha dicho que el río se está muriendo
y que languidece. Incluso en el año 2003 Arturo García Jiménez
promovió la formación del consejo ciudadano para el rescate de la
cuenca del río Atoyac, que hizo muchas actividades buscando hacer
conciencia para cuidarlo porque en las temporadas de secas corre
contaminado y amenaza con secarse.
“El río Atoyac tenía un agua muy cristalina, había muchos peces
como: el robalo, chiribiscales, güevinas, bobos, robalillos y sobre
todo mucho camarón, pero ya no hay nada de eso, antes toda la
gente traíamos agua del río para tomar, hubieras visto el gentío de
cafetaleros que se bañaban cuando bajaban al pueblo a vender sus
quintales de café, pero ese gran río, se está muriendo poco a poco
por tanto daño que le ha causado el hombre, respira únicamente por
dos brazos de arroyo que bajan de un lugar que le llaman La Mata
de Plátano y los Tres Pasos”, escribió Enrique Galeana Laurel.
Variedades de peces han ido desapareciendo. Cuando la carpa
que es una especie depredadora llegó al río, acabó con todo. Se co-
mió los bancos de blanquillitos: esos peces que con el sol reflejaban
los colores del arcoíris. Ahora hay pocos pegas pegas: ese pez que se
adhiere con sus ventosas a las piedras y es difícil de quitar. Se acabó
la huevina. Aunque todavía hay truchas que se ven nadar junto a la
carpas. En cantidad, reina el popoyote. Los bobos quedan pocos: ese
pez feo parecido al cuatete que no se puede agarrar porque su piel es
babosa y se desliza. El bobo es feo pero frito tiene su carne blanca,
era nuestra cena, bien frito con arroz y salsa de jitomate asado.
365
Víctor Cardona Galindo

Nuestro río a veces luce lánguido, pero despierta como un co-


loso que reclama los espacios que el hombre le ha quitado. Con la
tormenta Manuel se llevó las cantinas que había en sus orillas y el
bordo que en San Jerónimo habían construido para contenerlo.
Nuestros antepasados tenían formas de anticiparse a los desas-
tres naturales observando a la naturaleza. Cuando las calandrias
hacían sus nidos en ramas bajas de los árboles era sinónimo que
ese año habría huracanes que azotarían la región. Cuando por la
mañana se advertía un marrano cargando ramas sobre su cuerpo,
habría una tempestad ese día, esta premonición se reforzaba cuando
se veía venir el ganado del campo a las calles del pueblo, era segura la
tempestad con vientos y rayos, como sucedió el 26 de diciembre de
1971. Cuando las hormigas negras mueven su huevera de lugar, llo-
verá por algunos días. Antes de Manuel pasaron muchos pichiches
volando hacia el noroeste, los zopilotes emprendieron la retirada.
Un día antes del Paulina había muchas gaviotas en la antena del
centro de salud del pueblo de Chautipa en la sierra de Tecuanapa.
Don Simón Hipólito Castro registró que un día antes del Tara en
los bosques de Los Tres Pasos había muchas aves de la costa refu-
giándose entre las ramas. Cuando viene el llovedero se pueden ver
muchas telas de araña arrastradas por el aire como sucedió unos días
antes de Paulina.
Cuando los campesinos iban a sus milpas y en el camino veían
una tarántula arriba de un poste, se regresaban porque de seguro ese
día crecerían los arroyos. En el pasado se decía que el primero de
agosto se sentaba Clara y Bocho. A mediados se ese mes se venían los
tapaquiagues, aguaceros que podían tardar hasta 15 días. Los padres
decían a sus hijos “vayan a la leña porque se va a sentar Clara y Bocho”.
El cielo de Los Valles tiene la particularidad de hacer zumbar la
nube negra que se prepara para llover, el sonido es fuerte y hace que
todos corran a meter la leña o a recoger la ropa que tienen en los
tendederos. Después de que abrieron la carretera, cuando comienza
a zumbar la nube negra los que llevan carro tienen que apresurarse a
partir porque después de que llueve la cuesta colorada no deja salir a
366
Mil y una crónicas de Atoyac

nadie. El barro se muestra pegajoso, los carros patinan y retroceden


al intentar subir.
Recuerdo que la puerta de la casa de la abuela, era grande. Cuan-
do mi abuelo Agustín todavía vivía y estaba lloviendo colocaba su
catre frente a la puerta y de ahí se acostaba para ver llover. También
le servía para ver cuando pasaran sus hijos corriendo a sus casas en
medio de la tempestad, tenía tres hijos casados que no vivían en la
casa, cuando tardaba lloviendo y no los veía pasar, de inmediato
mandaba a uno de los hijos menores para que le fueran a preguntar
a sus nueras, a donde habían ido a trabajar.
Mi tío Celso que era el menor y siempre estaba en casa salía co-
rriendo tapado con un nailon y venía con la novedad que ya habían
llegado y si no le decía al abuelo para que rumbo habían ido a traba-
jar y comenzaban a organizar la búsqueda. Gracias a ese hábito del
abuelo, se pudo rescatar a varios vecinos del pueblo que se encon-
traban detenidos del otro lado de los arroyos crecidos. A Benjamín
lo recataron una vez con reatas en medio de la tempestad. Es mismo
día el tío Julio tuvo que tirar un gran pino con su hacha para poder
cruzar el arroyo crecido. Se pasó a gatas sobre el tronco y el hacha la
dejó escondida en el monte.
Dejamos de observar a la naturaleza por eso Manuel e Ingrid nos
agarraron desprevenidos. Afortunadamente la creciente de nuestra
desgracia también nos proveyó de leña y madera. La estación de
radio del ayuntamiento 90.9 fm, fue la única ventana que teníamos
los ticuiseños con el mundo. Nunca fue más placentero escuchar la
voz de Jorge Reynada, el Pollo, quien junto al cerebro de la estación
Norberto Encarnación Calixto transmitían en todo momento las
noticias. Así lográbamos saber lo que estaba pasando y en algunos
lapsos se podía acceder a internet vía celular.

IV
Ignacio Manuel Altamirano escribió el poema que se llama “El Ato-
yac” (en una creciente) y prácticamente retrata lo que sucedió con
367
Víctor Cardona Galindo

la tormenta Manuel a pesar de que fue compuesto hace ya siglo y


medio:
Nace en la sierra entre empinados riscos
humilde manantial, lamiendo apenas
las doradas arenas,
y acariciando el tronco de la encina
y los pies de los pinos cimbradores…
Por un tapiz de flores
desciende y a la costa se encamina
el tributo abundante recibiendo
de cien arroyos que en las selvas brotan.
A poco, ya rugiendo
y el álveo estrecho a su poder sintiendo,
invade la llanura,
se abre paso del bosque en la espesura;
y fiero ya con el raudal que baja
desde lo senos de la nube oscura,
las colinas desgaja,
arranca las parotas seculares,
se lleva las cabañas
como blandas y humildes espadañas,
arrasa los palmares,
arrebata los mangles corpulentos:
Sus furores violentos
ya nada puede resistir, ni evitar;
hasta que puerta a su correr dejando
la playa… rebramando
en el seno del mar se precipita.
¡Oh! cuál semeja tu furor bravío
aquel furor temible y poderoso
de amor, que es como río
dulcísimo al nacer, mas espantoso
al crecer y perderse moribundo
¡de los pesares en el mar profundo!

368
Mil y una crónicas de Atoyac

Nace de una sonrisa del destino,


y la esperanza, arrúllale en la cuna;
crece después, y sigue aquel camino
que la ingrata fortuna
en hacerle penoso se complace,
las desgracias le estrechan, imposibles
le acercan por doquiera;
hasta que al fin violento,
y tenaz, y potente se exaspera,
y atropellando valladares, corre
desatentado y ciego,
de su ambición llevado, para hundirse
en las desdichas luego.
¡Ay, impetuoso río!
después vendrá el estío,
y secando el caudal de tu corriente,
tan sólo dejará la rambla ardiente
de tu lecho vacío…
Así también, la dolorosa historia
de una pasión que trastornó la vida,
sólo deja, extinguida,
su sepulcro de lava en la memoria.

Con Manuel, la lluvia fue en aumento, el 13 de septiembre en


el pluviómetro se recogieron 7.5 milímetros de agua, el 14 fueron
24.5 milímetros, el 15 de septiembre 127.8 y el 16 cuando se vino
la creciente mayor se registró una precipitación de 342 milímetros.
Tanta lluvia nos dejó sin agua potable. En la ciudad de Atoyac
la fuerza del río destruyó la fuente de abastecimiento y se necesitan
cerca de 20 millones de pesos para repararla. En El Ticuí, Manuel
destruyó la tubería, el cárcamo y se llevó las bombas, hasta el sábado
26 de octubre llegó el agua. El administrador del sistema municipal
de agua potable, Guadalupe Noel Pino hizo malabares para llevar-
nos agua del canal.
Los 10 enramaderos del Cuyotomate fueron afectados. Lo suyo
fue pérdida total porque únicamente rescataron unos trastecitos

369
Víctor Cardona Galindo

pero no todo lo que tenían. La creciente modificó el río, la poza del


Cuyotomate despareció. En El Salto los árboles frondosos de gua-
múchiles, en cuya sombra la gente asaba carne en sus días de campo,
fueron arrasados por la corriente al igual que algunas enramadas que
había en la orilla. La fuerza del agua se llevó los grandes árboles de
guamúchiles, ceibas y ahuejotes que había en el río frente a la ciu-
dad de Atoyac. Después de Manuel no hay camarones en el río, se
durmieron y se los llevó la corriente. Dice la gente de Los Valles que
también las pocas carpas y truchas que había desaparecieron después
de las crecientes.
En la colonia Emiliano Zapata fundada irregularmente el 16 de
mayo del 2011, con el nombre de Morena, fueron afectadas 170
casas pegadas al río y al arroyo Ancho. Sus moradores se refugiaron
en El Bethel y en las instalaciones de la preparatoria 22. En la co-
lonia Las Palmeras un vivero y dos casas y fueron arrastradas por el
río cuando los habitantes ya habían evacuado. Una de las casas era
propiedad de Delia Galeana Ventura quien se quedó sin su hogar.
La ciudad estuvo sin internet desde el 15 al 22 de septiembre. Se
dieron casos de dengue hemorrágico a Antonio Rosas le salía sangre
por la nariz, después de una tos y gripa.
El 2 de octubre quedó terminado el puente hamaca sobre los
muros de lo que fue el puente del Ticuí. Al principio daba miedo
pasar, pero luego le fuimos agarrando el ritmo. El secreto es dar el
paso y flexibilizar las piernas esperando el movimiento del puente, al
ondularse él mismo nos va llevando sin esfuerzo. Hay que desenfo-
car la corriente del río y mirar hacia el frente para evitar el mareo. La
gente comenzó a pasar por cientos para ir a la cabecera municipal Ya
no quisieron dar vuelta por San Jerónimo porque se habían reporta-
do asaltos en el camino provisional Corral Falso-San Jerónimo a la
altura del basurero ya para llegar a la carretera nacional.
Desde la década de los setentas no se veían tantas naves cruzar el
cielo de Atoyac. Además de los helicópteros del Estado de México,
la Fuerza Aérea y la Policía Federal, que hicieron labores de rescate
en la sierra, se estableció un puente aéreo con más aparatos: dos de
370
Mil y una crónicas de Atoyac

Marina, dos que rentó el gobierno del estado a una empresa privada
y dos más que rentó el presidente municipal Ediberto Tabares Cis-
neros. Más el pájaro azul propiedad del empresario Alejandro Buri-
llo Azcárraga que lo prestó para llevar víveres y medicinas a la zona
serrana y la Comisión Federal delectricidad también hizo labores
de rescate con el helicóptero que utilizaron para mover su personal.
Cuatro helicópteros del ejército, fuerza aérea y marina, entre
ellos un MI-17 de fabricación rusa se utilizaron para evacuar la parte
de los habitantes de Pie de la Cuesta y Santo Domingo. La Pintada
fue evacuada en helicópteros de diferentes instituciones. La Cruz
Roja del Estado de México proporcionó tres vuelos al gobierno mu-
nicipal, que se emplearon para trasladar a mujeres embarazadas con
dengue hemorrágico del municipio de San Jerónimo. Un día tres
aeronaves de la pgr llevaron despensas a la parte alta y también ayu-
daron a transportar a los topos de Cancún y del Estado de México.
Durante la contingencia los helicópteros sobrevolaban en pro-
medio tres horas al día, de 10 de la mañana a la 1 de la tarde, antes
de que la sierra se cubriera de neblina. “Usar un helicóptero bajo esas
condiciones podría ser fatal”, comentó el presidente municipal de
Atoyac, Ediberto Tabares Cisneros a los medios de comunicación.
El helicóptero Black Hawk, de fabricación estadounidense, de la
pfp que hacia labores de rescate en La Pintada se cayó en la sierra el
jueves 19 de septiembre como a las 11: 30 de la mañana. El sábado
21 a las 8:05 fue hallado estrellado en las inmediaciones de la co-
munidad del Cerro Prieto de los Blanco. Fallecieron en el accidente:
el piloto Enrique Briceño Martínez, de 57 años de edad, el copiloto
Desiderio Rosado Zárate, de 43 años. Así como el mecánico de vue-
lo José Ramón Peláez Prado, de 37 años de edad y los elementos de
operaciones especiales Isaac Escobar Bustamante, de 32 años y Julio
César Zarco Castro, de 29 años de edad.
Cuatro escuelas resultaron con pérdida total: las primarias de La
Pintada y El Paraíso, la secundaria de Corral Falso y el jardín de ni-
ños de la colonia Florida. Se detectaron otros 12 planteles con daños
parciales, como en San Vicente de Jesús donde están impartiendo
371
Víctor Cardona Galindo

clases en la comisaría, en San Andrés se está hundiendo un aula,


en el río del Bálsamo salió afectado el jardín de niños. En la Nueva
Delhi a la escuela primaria se la llevó prácticamente la barranca. En
el Quemado el muro de contención de la primaria del lugar se está
desmoronando. La escuela primaria del Edén quedó destruida, en
Los Planes la creciente del arroyo afectó a la escuela secundaria co-
munitaria Niños Héroes y la primaria Modesto Rodríguez de León.
En la Nueva Delhi se destruyeron el centro de salud, la capilla
de san José y ocho casas y quedó destrozada la carretera. En Junta
de Los Ríos se encontraron extremidades de dos cuerpos. En Santo
Domingo el río cambió su cauce, se llevó tres viviendas y dos más
sufrieron daños por derrumbe y el camino quedó totalmente desba-
ratado lo que hace imposible el acceso por vehículo. En Corral Falso
44 casas fueron afectadas, 12 de las cuales con pérdida total y hubo
355 personas damnificadas.
La carretera del Cucuyachi quedó destrozada y los vecinos la
arreglaron. Hasta el 14 de octubre salió el primer carro de esa comu-
nidad, después de un mes de estar incomunicada.
En el río del Bálsamo la tormenta se llevó 10 casas y la casa de
salud. La comisaría sufrió daños. En Las Fundiciones la casa de sa-
lud fue arrastrada por el río. Los habitantes de la ruta de San Juan de
las Flores cruzan todavía el río en Tirolesa a falta del puente. En el
poblado del Edén se habla de más de 40 casas siniestradas. La gente
del Camarón ya construyó su puente hamaca y pasan caminando
rumbo a Los Valles.
Pero no únicamente en la sierra hubo afectación, el 11 de octu-
bre pescadores de la colonia Vicente Guerrero realizaron un retén
informativo en la carretera para pedir apoyo, porque no les quieren
comprar su pescado. “Los muertos se fueron a la laguna” dice la
gente, y 60 familias de esa localidad viven de la pesca en la laguna
de Mitla y no tienen que comer.
Durante la contingencia en la cabecera municipal el ayunta-
miento instaló 11 albergues con sus respectivos comedores comuni-
tarios, ahí se cobijaron más de 600 refugiados de las colonias Emi-
372
Mil y una crónicas de Atoyac

liano Zapata, Palmeras, la comunidad El Humo, Quinto Patio y


la Y Griega. Esos albergues funcionaron en las instalaciones de los
Productores Orgánicos del Pacífico, En la escuela primaria Josefa
Ortiz de Domínguez, la escuela primaria Benito Juárez, El centro
evangélico Bethel, el centro comunitario de la Sedesol ubicado en
la Ciudad de los Servicios; 26 personas de La Pintada se quedaron
en la colonia Loma Bonita. En la colonia Mariscal se instaló otro
refugio en una casa de la regidora María de los Ángeles Salomón. Se
instalaron dos centros de acopio en instalaciones del ayuntamiento.
También se desbocó la rapiña en Atoyac y en San Jerónimo, los
comerciantes incrementaron los precios de los productos básicos y
un casillero de huevos llegó a costar 150 pesos, un huevo 10 pesos,
80 pesos un garrafón con agua, 45 pesos el kilo de jitomates. En El
Ticuí llegó a costar 35 pesos el kilo de arroz. En El Paraíso, la gente
llegó a pagar 100 pesos por dos paquetes de galletas Marías y una
vela. Durante una semana no hubo bancos ni dinero circulante. En
Elektra únicamente se podía retirar 500 pesos.
En San Jerónimo la cabecera municipal fue cubierta en un 40
por ciento de lodo y escombros, incluido el zócalo y el mercado. Se
habla de daños en dos mil 500 viviendas, 800 de ellas están en la ca-
becera municipal. El 24 de septiembre estuvo con ellos Peña Nieto
en el arenal de la Máquina. El presidente llegó en helicóptero, a la
una de la tarde, y caminó hasta el centro del lugar acompañado de
Ángel Aguirre. Se fue a las dos. La gente le pidió reparar el bordo
del río.
El sábado 21 de septiembre en Atoyac esperaron más de seis
horas al presidente Enrique Peña Nieto, nunca llegó. Ya estaba aquí
el cuerpo de seguridad del estado mayor presidencial se apostó desde
las 9 de la mañana en la unidad deportiva de la colonia Mariscal,
misma que desde el jueves en la tarde era vigilada por militares. Di-
cen que no vino porque la gente de la colonia Emiliano Zapata se
comenzó a pelear.
Muchas personas se solidarizaron enviando víveres a la zona si-
niestrada. Un grupo encabezado por Julio César y Arturo Ocaña
373
Víctor Cardona Galindo

Martínez se organizaron en el Estado de México para ayudar a los


de Atoyac y trajeron muchos víveres que repartieron en la sierra
mediante el pájaro azul. Los aspirantes a la alcaldía también llevaron
despensas a las comunidades y las iglesias buscaron a sus feligreses
para llevarles apoyo. La comunidad judía de México llevó despensas
y medicamentos a las comunidades de Agua Fría y San Juan de las
Flores.
El huracán Raymond nos visitó desde el sábado 19 de octubre.
Se llevó los tubos del puente provisional que se construía en Mex-
caltepec.
Se dio a conocer por las sedes sociales la canción “Vamos todos
juntos” de Adolfo Solís Maganda dedicada a la tormenta “Manuel”,
otros tríos que recorren cantando la ciudad ya compusieron sus co-
plas, en la radio suena el corrido del grupo Los Frays que se llama
“Grito de dolor”

El agua potable
En Atoyac hay mucho movimiento en las calles, la gente camina
todo el día. Sólo se quedan vacías cuando juega la selección nacio-
nal. Ese día, todos están pegados al televisor y desde El tanque del
agua potable se puede percibir el silencio y también se escucha es-
pectacular cuando al unísono en toda la ciudad grita goool al anotar
el tricolor.
Desde El Tanque se ve toda la ciudad, con sus cuatro antenas
de la telefonía celular. El celular aquí llegó en el año 2000. Antes
no se concebía que desde la hamaca nos pudiéramos comunicar con
los amigos o que desde la casa nos llamaran para decirnos que lle-
vemos los aguacates y los chiles porque faltan para la salsa. Al oeste
del Tanque están ubicadas las antenas del canal 7 y 13 de tv Azteca
y al este el 2 y el 5 de Televisa. Luego abajo está un kínder famoso
porque al construirlo los albañiles encontraron muchas pequeñas
figuras de barro.
374
Mil y una crónicas de Atoyac

Mucho más abajo en la calle Allende se han encontrado muchos


vestigios de la cultura olmeca, “olmecoides” le llaman los expertos.
De hecho toda la parte norte de la ciudad es una zona arqueológi-
ca enterrada. Recuerdo que cuando llegué a esta localidad allá por
1977, los niños tenían un extraño entretenimiento; después de la
lluvia salían a buscar monos de barro que nuestros antepasados de-
jaron enterrados. La lluvia erosionaba las barrancas y los destapaba.
Los niños los recogían y los vendía a algunos comerciantes del cen-
tro. En la ciudad es muy común oír decir “tienes cara de mono ja-
yao”, es la chanza pesada para aquellos que tienen algún desbalance
en el rostro.
Desde El Tanque, parado frente a la ciudad, se ven las instala-
ciones de la 27 zona militar, la casa que fue del Primito en El Ticuí
y el Río Atoyac. El Tanque da nombre a la colonia que lo rodea y la
gente lo utiliza como referencia para dar una dirección “vivo por El
Tanque” o “vivía por El Tanque”.
Desde El Tanque se puede hacer el inventario forestal de la ciu-
dad: nanches, cerezos, guajes, guamúchiles, almendros, palmas de
coco, matas de plátano y una que otra buganvilia brota entre las
casas con sus flores rojas o moradas. Se puede ver como el norte de
la ciudad está poblado de bocotes, corales, ilamos, limones, caca-
huananches y espinos. Los árboles de trompo están en peligro de
extinción. Ya a nadie le gusta esa fruta que de niños comíamos. Los
trompos nos dejaban las manos y la boca moradas. Su mancha era
difícil de quitar, por eso muchas idas a la dirección, nos costó en la
escuela, cuando dábamos por jugar a las guerritas.
Cerca del tanque, a medio día, unos pajaritos plomos cantan y
una que otra paloma llega, canta un capichocho que sube a la antena.
Hay muchos pajaritos volando de rama en rama. El “gaasss” se escu-
cha a lo lejos, las bocinas de los periodiqueros hacen un escándalo y
los pericos enjaulados gritan en las casas.
Desde aquí se ve la cúpula de la Iglesia, los vestigios de lo que
fue puente del Ticuí y ahora su puente hamaca, al fondo se observa
la comunidad.
375
Víctor Cardona Galindo

A ese tanque que abastece de agua potable a la ciudad, le caben


un millón 700 mil litros cúbicos del vital líquido. Se le inyectan 3
kilogramos de gas cloro por segundo. Los cuidadores del depósito
son David y Gastón Gutiérrez Santana y además son los encargados
de vigilar que no falte el cloro. Tres horas le dura lleno el tanque a la
ciudad después de cerrar la válvula. Unas bombas de 200 caballos de
fuerza trabajan para nosotros arrojando al tanque aproximadamente
150 litros por segundo. El agua viaja por tres kilómetros de tubería
desde la presa derivadora Juan Álvarez a la ciudad. Los bomberos las
dejan descansar seis horas al día, en tandas de 120 minutos.
En tiempos normales a la colonia Insurgente Morelos que está
cerca del tanque no le falla el agua. No así a La Villita donde casi
no llega porque está asentada a la misma altura que El Tanque, por
eso el agua no tiene presión. También porque la mayor parte de la
tubería del agua potable de nuestra ciudad tiene más de 50 años,
es todavía en gran porcentaje de asbesto, por eso el sistema esta
ahorcado. Hay tubos de 18 y hasta de 2 y media pulgadas. No hay
uniformidad en la tubería.
Esta, es una ciudad en la que nada más un sesenta por ciento de
los usuarios paga el servicio. Son muchos los sinvergüenzas. Uno has-
ta demandó y no paga ni un recibo porque demostró ante las autori-
dades que el agua que consumimos no es potable. Y los promotores de
los servicios ambientales de la sierra piensan que en un futuro podrán
cobrarnos un bono por el servicio que nos dan al cuidar los bosques.
El agua potable tiene un padrón de 6 mil 800 registrados, pero
hay una gran cantidad de tomas clandestinas, que se descubren
cuando se pavimentan las calles; de esos unos 4 mil 200 son los
que van al corriente en el pago y sostienen el sistema. Siempre las
oficinas del agua potable se queda sin recuperar alrededor de ocho
millones de pesos anuales.
Uno de nuestros cronistas José Hernández Meza comenta que
fue el chilapeño radicado en Atoyac, Luis Urioste Sánchez, el prime-
ro en traer agua entubada al pueblo, “hizo construir un pozo en el
playón del río y en el año de 1948 introdujo por medio de tubería
376
Mil y una crónicas de Atoyac

galvanizada el agua a su casa, construyendo un gran tanque de alma-


cenamiento para después distribuirla a varios vecinos”.
El sistema público de agua potable comenzó a construirse a
finales de los años cincuenta en la administración del presidente
municipal Raúl Galeana Núñez quien acudió a gestionar el sistema
ente Donato Miranda Fonseca en ese tiempo poderoso secretario de
la presidencia de la república, pero la obra se terminó hasta 1963
cuando estaba de alcalde Luis Ríos Tavera y como director del agua
Wilfrido Fierro Armenta. La inauguración del “sistema” fue en el
mes de agosto. Recordó don Inés Galeana Dionicio.
El 15 de mayo de 1962 se instaló la oficina del Sistema Federal
de Agua Potable en la calle Nigromante 6, fungiendo como gerente
Wilfrido Fierro Armenta y el 7 de julio se hicieron las primeras to-
mas domiciliarias. El mismo Fierro Armenta registra: “Los trabajos
están a cargo del fontanero Carlos Ramírez Mancilla, bajo la super-
visión del jefe de Operación de la srh en el estado Armando Loba-
to. La primera toma correspondió al señor don Pedro Rebolledo, en
la avenida Gral. Juan Álvarez norte”.
Antes el acarreo del agua se hacía de manera rudimentaria desde
el río, Zeferino Serafín Flores, el Prieto Serafín, escribió: “cuando no
había agua entubada en las casas había que irla a traer al río, para
esto lo hacían los jóvenes, hombres y mujeres; los hombres adap-
taban un palo con unas cadenas a los extremos y ahí enganchaban
las latas o botes para transportar el agua, el palo se colocaba encima
de los hombros y le llamaban palanca. En cambio las mujeres se
colocaban la lata de agua sobre la cabeza, para amortiguar un poco
el peso y lo duro de la lata, un trapo lo enrollaban en forma circular
y se lo ponían en la cabeza y encima del trapo acomodaban la lata.
Al trapo enrollado que se ponían en la cabeza le llamaban yagual.
Cuando algún joven quería enamorar o cortejar alguna muchacha
que andaba acarreando agua, decía me voy a echar un “norte”, y el
“norte” consistía en seguir a la muchacha cuando iba al río y andarla
acompañando ida y vuelta cada viaje que hacia para aprovechar y
enamorarla, había ocasiones en que se detenían un rato en algún
377
Víctor Cardona Galindo

lugar ya fuera un rincón o callejón y ahí permanecían platicando y


la muchacha con el bote o lata lleno de agua sobre la cabeza y ni el
peso del agua sentían, todo por amor”.
Al inicio de la década de los 40 recuerda don Simón Hipóli-
to Castro “Yo, como muchos chamacos de mi edad acarreábamos
agua en dos botes sostenidos por palancas que descansaban en los
hombros. Las señoras acarreaban agua del río en botes que descan-
saban en sus cabezas amortiguadas por yaguales. Igual lo hacían las
jóvenes, quienes haciendo girar graciosamente sus cabezas hacían
que saliera el agua de sus botes para mojar a los jóvenes intrusos que
se les apareaban para enamorarlas y que no eran de su agrado. Era
habitual acarrear agua del río desde las cuatro hasta las seis horas de
cada mañana, antes que llegaran señoras o lavanderas a lavar ropas”.
José Hernández Meza anotó sobre el agua “su acarreo lo hacían
con animales de carga y manual individualmente con recipientes de
barro elaborados para su trasportación, posteriormente con botes y
cubetas. Tanto adultos y niños lo hacían con palanca al hombro y
mujeres y niñas sobre su cabeza con un yagual de tela para soportar
el equilibrio del trasto con agua”.
Comenta Hernández Meza que en los años cincuentas el rito de
traer agua comenzaba muy temprano, “desde las cinco de la mañana
empezaba el ajetreo y algarabía de los moradores del pueblo. Para
su captación se recomendaba, por la personas mayores, tomar el gua
de la ‘corriente’ a medio río para su consumo y de la mediana orilla
para los demás quehaceres del hogar. En tiempos de lluvias se hacían
pocitos en la arena y se rodeaban con piedras para hacer el llenado
con bandejas. Había personas que tenían su oficio de aguadores,
como Francisco Fierro, don Panchito”
Una vez que se instaló el sistema público de agua potable los
aguadores profesionales con palanca al hombro desaparecieron de-
finitivamente. Ahora existen otro tipo de aguadores los que llegan
hasta nuestras casas en sus vehículos con los garrafones.
Ya en los años sesentas Industrias Acapulco venía a vender hielo
y agua a la cabecera municipal. Por eso en la calle Juan Álvarez sur
378
Mil y una crónicas de Atoyac

se instaló la primea planta purificadora de agua y la primera fábrica


de hielo de la ciudad. La empresa fue propiedad del empresario Raúl
Galeana Estévez y el administrador fue don Margarito Ríos Bello
quien vino de la Ciudad de México a hacerse cargo de la compañía.
Hielera Atoyac era su razón social.
Según Wilfrido Fierro fue el domingo 20 de mayo de 1962
cuando a las 9 de la noche el párroco Isidoro Ramírez, bendijo la
planta de hielo La Costeñita y la purificadora de agua La Purísima,
propiedad del señor Raúl Galeana Estévez. Al acto asistieron distin-
guidas personalidades de Atoyac, Tecpan de Galena, San Jerónimo
y Acapulco. Por tal motivo el propietario organizó un animado baile
que terminó hasta la madrugada del día siguiente.
En 1960 don Margarito Ríos Bello estudiaba contabilidad en
la Ciudad de México, cuando don Raúl Galeana lo fue a traer para
que administrara la nueva empresa. Dice don Margarito que en un
principio se vendían unos 100 garrafones al día en la planta y des-
pués se compraron camionetas para salir a vender a la calles, enton-
ces Industrias Acapulco dejó de venir porque el garrafón se daba
más barato aquí. Poco a poco la venta de agua se fue metiendo a las
comunidades, la Hielera Atoyac llegó a vender hasta Zihuatanejo.
La empresa daba empleo a 15 personas al principio y en sus me-
jores tiempos tuvo hasta 120 trabajadores. Al comenzar se vendían
seis toneladas de hielo al día, después llegaron a producir veinte to-
neladas para dar abasto al mercado. Ya retirado don Margarito Ríos,
de 74 años de edad, recuerda que estuvo tres meses en la Ciudad de
México aprendiendo el proceso y de allá trajeron la purificadora.
Después se abrieron nuevas purificadoras asesoradas por él.
Actualmente en Atoyac existen 14 purificadores de agua, en el
centro de la ciudad están instaladas cuatro: San Pablo, Cristal, Na-
tural Atoyac, Celestial. En las colonias se ubican: Pura Casta, Agua
los Glaciales, El Centenario de Adonai, Plus Ultra, Agua Maxipura,
Osmogil, El Diamante y Agua Alexa. En Cacalutla está Agua Fina
y en Zacualpan funciona una empresa purificadora propiedad de
Fabiola Aguirre Bracho que no tiene razón social.
379
Víctor Cardona Galindo

A El Ticuí el agua purificada llegó hace 20 años con la cons-


trucción del puente. Antes acarreábamos agua en palancas. Todos
desfilábamos con nuestras cubetas al canal y las mujeres con sus
cubetas en la cabeza. Mucho antes de irnos a la escuela, llenábamos
los tambos para que nuestras madres cocinaran y lavaran. Por la
tarde cobrábamos 50 centavos por viaje de agua y un peso cuando
era para la tinaja, porque entonces íbamos por ella hasta arriba del
canalón. Ahora cuando no hay agua el acarreo se hace en carretillas y
en carros. Muchos compran por tinacos cuyo precio anda alrededor
de los 100 pesos el viaje. Se extinguieron los yaguales y las palancas.

El Tara
“La palabra huracán se deriva de Huraken, dios de las tormentas,
adorado por los indios ribereños del mar Caribe y aplicado a los
vientos tropicales de violencia catastrófica. Esta palabra fue adopta-
da por los españoles y portugueses, los anglosajones la interpretaron
como hurricane y los franceses como orugan”. Se lee en la página
web del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred).
Cuando sucedió el huracán Tara en la sierra no paraba de llover
durante muchos días, era un “tapaquiague” dicen los testigos. Los
arroyos bufaban, se oía nada más el estruendo de los árboles y el
ruido de las piedras arrastradas por la fuerza de la corriente. Frente a
la ciudad de Atoyac todas las huertas de la orilla del río se miraban
en el agua. La gente abandonaba las partes bajas y buscaba donde
guarecerse de tanta lluvia. “Cayó una culebra de agua” comentaron
los viejitos. Los vientos soplaron todo el día. Cuando pasó la tem-
pestad varios pueblitos habían desparecido y los cerros quedaron
como si una fiera gigantesca los hubiera arañado. Desde lejos se
veían los deslaves. En el río donde hubo pozas hondas el agua daba
a los tobillos, quedaron playones.
Don Luis Bello a sus 76 años recuerda que tenía como ocho días
lloviendo y antes que se viniera el Tara llegó un fuerte olor a pólvora
380
Mil y una crónicas de Atoyac

que traían los vientos del mar, luego comenzó a oler a lodo y pos-
teriormente cayó ceniza como cuando quemaban el tular, la gente
que salía a la calle regresaba con la cabeza blanca. A las ocho de la
noche comenzó el viento que arrasó con todo, “por arriba del Ticuí,
pasaban volando los manojos de ajonjolí”.
Todos los terrenos planos estaban llenos de agua, “se escuchaba
aquel bugido y toda la gente gritaba que se iba a perder el mundo
y se escuchaban los tronidos de los cerros. La gente creía que el
mar ya venía saliéndose por el norte”. Ya que se calmó la tormenta
los vecinos fueron a sacar a los de Boca de Arroyo que después se
refugiaron en El Ticuí. Desde entonces una parte de gente de Boca
de Arroyo se salió y fundó la colonia Lázaro Cárdenas. Los ticuise-
ños no sufrieron hambre porque tenían en sus casas parte del maíz
que acababan de cosechar. Desde entonces quedó el dicho entre los
vecinos “Eres peor que el Tara” para referirse a aquellos que todo lo
acapararan o son muy destructivos.
El Cenapred tiene registrado al Tara como uno de los ciclones
tropicales más destructivos de México, el cual causó 435 decesos en
Guerrero por encima de Paulina del que se cuantifican 250 pérdidas
humanas.
Una descripción precisa de lo que fue el Tara nos la dejó don
Wilfrido Fierro Armenta el mejor cronista que ha tenido Atoyac.
Por eso hoy ofrecemos un resumen de su texto sobre ese fenómeno
meteorológico que tanto daño causó y marcó a toda una genera-
ción…
“Era domingo, 12 de noviembre de 1961, desde la tarde del
sábado, se acentuó un fuerte y torrencial aguacero. A las seis de la
tarde comenzaron a sentirse las primeras rachas huracanadas proce-
dentes del océano Pacífico cortando el servicio telegráfico. La radio
informaba la formación del ciclón Tara con altas y turbulentas ma-
rejadas frente a la Costa Grande del estado de Guerrero.
“La tempestad aumentaba poco a poco su intensidad; a las 12 de
la noche se cortó el servicio eléctrico debido a que el poste de fierro
que estaba instalado en el paso del río fue arrancado por la corriente
381
Víctor Cardona Galindo

junto con el muro que le servía de soporte. La población quedó en


la oscuridad y el ciclón agudizó su furia entre las 12 de la noche y
las dos de la madrugada de ese domingo. Los muros de ladrillo del
segundo piso de la escuela, en construcción, General Juan Álvarez,
fueron arrancados por la fuerza del viento, el agua de la lluvia se co-
laba en la mayoría de las viviendas, los vecinos permanecían despier-
tos llenos de pavor. El huracán fue menguando su fuerza a medida
que amanecía. Ya con la luz de día cundió la alarma por el desastre:
la carretera Acapulco-Zihuatanejo estaba destrozada en su totalidad
y estaba suspendido el servicio de camiones, no se podía salir de
la ciudad. Al mismo tiempo el pueblo se enteraba de la tragedia
que estaba viviendo la familia del maestro albañil Armando García
Alarcón en el islote donde tenían su casa. La familia se defendía en
el muro del brocal de un pozo de agua propiedad del señor Luis
Urioste. Su pequeña vivienda había sido arrastrada, en el transcurso
de la noche, por la corriente del embravecido río que cada minuto
aumentaba su avenida ante el descomunal aguacero que caía a to-
rrentes, ocasionando el desgaje de los cerros que circundan la ciudad
y parte de la costa, dando el aspecto —después que pasó el ciclón—
de haber sido arañados por un gigantesco animal.
“Los vecinos trataron de auxiliar a la familia Alarcón, formada
por don Armando, su esposa Isabel Pérez y sus hijos, Jorge de 8
años, Armando de 7 y uno de pecho. Los esfuerzos fueron inútiles
pues la impetuosa corriente imposibilitaba toda maniobra. La co-
rriente poco a poco iba rebasando el muro de protección y a las 10
de la mañana, ante el grito desgarrador de todo un pueblo que se
había congregado en la orilla a contemplar esta horrible tragedia, un
enorme árbol cortó de tajo el reducto que los protegía lanzándolos
al agua. Muchas personas lloraban, otras se postraron de rodillas
rogando al todo poderoso que salieran vivos, y mientras tanto en las
turbulentas aguas se debatían nadando el maestro Alarcón y sus dos
hijos, no así la señora que a los pocos minutos fue sumergida por la
aguas llevando en brazos a su niño para no salir jamás. Su cadáver
y el de su niño fueron buscados por toda la ribera del río y nunca
382
Mil y una crónicas de Atoyac

fue encontrado. El maestro Alarcón mostrando serias contusiones


logró salir frente al poblado de Corral Falso donde le dieron alber-
gue; sus dos hijos lograron también salvarse milagrosamente, uno
de ellos alcanzó a cogerse del mismo árbol que los tiró, llevándolo
hasta la orilla. Las familias del lugar les brindaron hospedaje; el doc-
tor Raymundo Benavides les proporcionó los primeros auxilios y
los mantuvo en su consultorio bajo observación. Después de las 12
del día fue disminuyendo el aguacero despejándose por la tarde. La
carretera Acapulco-Zihuatanejo quedó trozada desde Zacualpan a
San Luis, en los siguientes lugares: El Camalote, Las Salinas, Quinto
Patio, puente de San Jerónimo, Monte Alto, Granja del Cerrito has-
ta el Arroyo del Juquiac, cortando el puente de Tecpan del extremo
poniente. Entre Tecpan y San Luis hubo siete trozaduras. El río Ato-
yac en algunas partes alcanzó una altura de 6 a 8 metros encima de
su nivel normal y una extensión de anchura de doscientos metros.
A su paso destruyó parte del nuevo rastro municipal arrancando de
cuajo varias casas ubicada al sur del Calvario.”
Después del Tara quedó un playón que se veía desde Atoyac
hasta la fábrica de hilados, Rafael Martínez Ibarra pintó un cuadro
de cómo se veía la fábrica por atrás desde su casa.
El canal de la fábrica del Ticuí fue totalmente azolvado en una
extensión de cuatrocientos metros desde la boca toma. Las islas cu-
biertas de palmeras que había en su curso desaparecieron. A su paso
el río inundó el poblado del Humo, donde junto con el arroyo del
Japón tiraron cinco casas. En La Sidra y en Los Arenales donde
fue mayor el número de casas arrastradas por la corriente muchas
de las familias emigraron hacia la colonia Buenos Aires y otras se
refugiaron en la azotea de la gasolinera Santa Rosa, algo parecido
le ocurrió a La Hacienda de Cabañas y Las Tunas en donde hubo
otro ahogado. En San Jerónimo de Juárez, cortó el aproche poniente
del puente de unos 8 metros de ancho, entrando la corriente por el
centro de la cuidad en donde hubo partes que alcanzó un nivel de
2 a 3 metros de altura, arrancando más de 40 casas, por fortuna no
hubo pérdidas humanas que lamentar. En Corral Falso, el barrio
383
Víctor Cardona Galindo

quedó rodeado por las aguas del río, el Arroyo del Cuajilote y Caña
Castilla.
Muchos años más tarde Gustavo Ávila Serrano en su novela
Ahuindo, el pueblo al que irás y no volverás tratará sobre los destrozos
que causó el Tara en siembras que estaban a punto de cosecharse,
en árboles frutales, palmeras y animales que murieron ahogados. Y
como vivió la gente aquella situación.
En la ciudad de Atoyac, la furia del ciclón tiró la casa de la seño-
ra Francisca Rendón quién murió al caerle el tirante. Las casas que
estaban a la vera del arroyo Cohetero se inundaron causándoles se-
rias averías. Las aguas se desbordaron por las calles de Arturo Flores
Quintana, Reforma, Juan Álvarez y Francisco I. Madero. En el cine
Álvarez el nivel del agua subió unos tres metros.
Las noticias procedentes de la sierra decían que el Arroyo Gran-
de se desbordó arrasando el pequeño poblado del mismo nombre y
causando la muerte de una señorita y resultó herido por el derrumbe
de un cerro el señor Julián Fierro. En El Cucuyachi, el río se desbor-
dó tirando varias casas y causando una víctima. Zacualpan estuvo
a punto de desaparecer por la inundación que causó la Laguna de
Mitla, varias casas se cayeron, por fortuna se abrió una barra de 300
metros de ancho en el lugar conocido por Boca de Mitla llevándose
la compuerta que servía de puente hacia Costa de Plata. En Alcho-
loa fue necesario cortar la carretera para descongestionar el agua del
arroyo que entró al poblado ocasionando el derrumbe de la escuela
y varias casas. El Tomatal, nuevamente fue inundado por el arroyo
tirando las pocas casas que había dejado la creciente del año 1955.
También en la colonia Buenos Aires y en Cacalutla hubo casas
tiradas por el ciclón, en este último poblado se desbordó el arroyo
del mismo nombre arrasando uno de los tres barrios que lo forman.
Las pérdidas ascendieron a varios millones de pesos entre palmeras,
siembras, casas y ganado vacuno, porcino y caballar.
Como decía anteriormente, en Tecpan el río se llevó la mitad
del puente y a su paso arrancó de cuajo la escuela Hermenegildo
Galeana, haciendo cauce por el centro de la ciudad, tirando parte
384
Mil y una crónicas de Atoyac

de las casas que servían de cuarteles al 3er. batallón e inundando los


centros sociales La Riviera y Río Escondido. Entre este lugar y San
Luis hubo siete trozaduras en la carretera y fue arrancado el puente
del arroyo de Marcelo. La vía a Tenexpa quedó inservible y el pobla-
do fue inundado por las aguas del río que alcanzaron niveles de 3 a 4
metros de altura llevándose la mayoría de las casas y ocasionando 35
víctimas entre hombres, mujeres y niños. En Tetitlán también arrasó
muchas casas. En el poblado de Nuxco tal parece que el meteoro
concentró toda su furia.; aquí el arroyo se desvió de su cauce en la
parte norte entrando por en medio del poblado en la madrugada del
domingo 12 de noviembre. La corriente embravecida del arroyo, la
fuerza torrencial del aguacero y el desenfrenado ciclón en aquella os-
curidad parecía el juicio final, imposibilitaba mantener en pie a los
que trataban de salvarse; pereciendo ahogadas más de 70 personas
y escapando un número reducido; 35 milagrosamente se salvaron
refugiándose en el techo de la casa de señor Ramón López Rendón
que fue la única que soportó el embate del aluvión. Enormes árboles
fueron arrastrados por la corriente y represados en lo que fuera un
barrio alegre y pintoresco hoy convertido un playón con hoyancos y
“arronsaderos”. Las pocas familias que lograron salvarse andaban se-
midesnudas, sus ropas mojadas y pegadas al cuerpo hechas girones;
lloraban incansablemente la pérdida del papá, la mamá, el hermano
o el hijo. Las innumerables palmeras, en las cuales estaba fincada la
riqueza de ese pueblo, fueron arrancadas por la furia del ciclón y la
corriente de las aguas, las pocas que quedaron en pie fueron hechas
trizas de sus potentes penachos como si un remolino gigantesco las
hubiera batido. Era un panorama sólo descrito en el Apocalipsis.
Desde entonces quedó el dicho “Más se perdió en Nuxco” cuan-
do alguien pierde una apuesta, le roban u olvida algo.
Al segundo día comenzaron a llegar las primeras brigadas de
auxilio a través de avionetas, arrojaban víveres, ropa y medicinas por
medio de paracaídas y a la vez hacían vuelos de reconocimiento para
ver los estragos causados por el ciclón, así como para poder locali-
zar a posibles sobrevivientes en las partes pantanosas de la laguna.
385
Víctor Cardona Galindo

Desde el aire reportaban numerosos cadáveres que se encontraban


tirados en la playa, cuyo hedor, junto con el de los animales que
perecieron, era insoportable. La falta de comunicación por tierra
dificultaba trasportar víveres y otras cosas indispensables. De Atoyac
partió hacia Tecpan una brigada de médicos encabezada por el doc-
tor Juventino Rodríguez García, la gente se organizaba para llevar
víveres y el día 4 de diciembre de 1961, la esposa del presidente de la
República, Eva Sámano de López Mateos, llegó hasta la zona sinies-
trada con ayuda y empezaron la construcción de un nuevo Nuxco
con los sobrevivientes.

386
Arte y cultura

Día de Muertos en Atoyac


“No desprecies este lugar ni lo mires muy lejano, pues de tanto va-
gar y vagar llegarás tarde o temprano” se leía, antaño, en el letrero
del arco de entrada al panteón del Ticuí.
En nuestra familia se cuentan historias sobre el día de muer-
tos, que son la conciencia, que conservan la tradición, porque nadie
quiere que les pase lo que a los personajes de esos relatos. Como lo
que le pasó a la tía Rosaura.
Resulta que una noche Rosaura llegó de rezar. Anduvo todo el
día rezando en las casas del barrio, eran las 10 de la noche. Su esposo
había muerto asesinado hacía ya mucho tiempo y todos los años el
día de los difuntos le prendía una vela, pero ese día llegó cansada
y como ya tenía muchos años de muerto no la quiso prender. Se
disponía a dormir cuando le tocaron la puerta. Una voz de hombre
le decía Rosaura, Rosauraaa, ella preguntó —¿Quién es? —Obtuvo
un —yo—, por respuesta. Siguieron tocando suavemente la puerta
y repitiendo: —Rosauraaa, Rosauraaa. —Cuando se decidió a abrir,
se encontró con un hombre joven, que vestía de negro, traía un
sombrero, de ala ancha, del mismo color que le cubría el rostro, le
preguntó: —¿Quién eres? —Soy yo— le contestó. —¿Qué quieres?
—Dame lumbre para el camino —contestó —Rosaura le prendió
una raja de ocote y el desconocido se fue.
Regresó a la cama y se quedó pensando en aquel hombre vestido
de negro, un buen rato. Cuando estaba por dormirse, otra vez le
tocaron suavemente la puerta, y volvió a escuchar la voz que repetía

387
Víctor Cardona Galindo

su nombre. Nuevamente se incorporó y encontró al mismo joven


vestido de negro con el sombrero que le tapaba la cara, quien le
comentó: —se me apagó la luz, dame lumbre.
Fue por los cerillos y le volvió a prender la raja de ocote. Aquel
hombre regresó unas tres veces durante la noche porque se le apaga-
ba el fuego. Era el día de Todos los Santos.
Al siguiente año, después de que llegó de rezar, el mismo hom-
bre le fue a pedir lumbre.
Era rezadora y se iba a rezar todo el día desde la víspera del Día
de los Angelitos en las casas donde levantaban altares y ofrendas,
comía en las viviendas donde rezaba y sólo llegaba a dormir a su
hogar. Al tercer año de no prenderle cirios a su esposo muerto, otra
vez llegó el hombre vestido de negro, con el sombrero que le tapaba
el rostro, a pedir lumbre.
En una de sus confesiones le contó al sacerdote que un hombre
no la dejaba dormir el día de Todos los Santos, desde hacía tres años.
El padre le preguntó: —Le prendes veladoras a tu esposo? —Ella lo
negó. —¿Pues cuántos años de muerto tiene tu marido? —Quince
años —respondió—, pues préndele una veladora porque ese hom-
bre que viene a molestarte es tu marido —entonces se acordó que
todos en el pueblo la llamaban Rosa y su esposo era el único que le
decía Rosaura. El siguiente año antes de irse a rezar, por el día de
los difuntos, prendió las velas y el hombre de negro ya no regresó.

Hay muertos que no hacen ruido y son mayores sus penas.


Dicho de doña Fortina Rojas Arellano

Otra leyenda cuenta acerca de dos hermanos que se habían que-


dado huérfanos. Su madre, recientemente, había muerto. Su padre,
hacía mucho. Era el Día de los Angelitos y el día siguiente se con-
memorarían Todos los Santos.
La niña le pidió dinero al hermano mayor para comprar velas y
hacer una ofrenda a sus papás. —No tengo dinero —contestó— no
creas en esas tonterías, el que se muere se murió, ya jamás regresa, a
388
Mil y una crónicas de Atoyac

la noche te voy a demostrar que no vienen, los voy a espiar. No estés


chingando, préndeles un estiércol de vaca.
La jovencita lloró por la maldad de su hermano. En la noche
el joven se instaló detrás de la puerta, esperando a que llegaran
los muertos, entonces fue cuando escuchó que rezaban, se asomó
y observó un lucerío que venía del panteón rumbo al pueblo, en
la procesión vio muchas personas que traían rollos de velas, otros
portaban sólo una, con la que iluminaban el camino, otros se ve-
nían quemando las manos con veladoras, había personas que nada
les alumbraba, caminaban en silencio tras los demás, solamente su
madre traía prendido un estiércol de vaca que le humeaba la cara, al
verla en esas condiciones corrió llorando, hacia el pueblo, a comprar
unas velas para encenderlas en el altar.

No entiendo porque le ponen bardas a los panteones, si los que


están adentro no se pueden salir y los que estamos afuera no nos
queremos meter.
Calilla

En octubre toda la ciudad de Atoyac y los cerros que la circun-


dan se visten de blanco, las flores cual nieve cubren los bocotales. En
los caminos, flores multicolores alegran el paso, el pericón crece en
las huertas y adorna todo con diminutas flores amarillas. El bocote
—cueramo, le llaman los calentanos— florea en otoño y cuando las
flores caen en la pila de agua, primero flotan y después se aplanan, pa-
recen diminutas estrellas de mar. Mi ciudad está rodeada de bocotales,
son los árboles que pueblan el panteón y vuelven blanco el camino en
Todos los Santos. Las atoyaquenses del pasado eran muy laboriosas
y hacían las coronas para sus ofrendas con puras flores de este árbol.
Al llegar el uno de noviembre se festeja a los angelitos y el dos
a los difuntos adultos. Se levantan altares y se colocan ofrendas con
las comidas que le gustaban al fallecido, principalmente, tamales
nejos y frito de cuche —a quién no le gusta una carne de cuche con
arroz—. Los panteones se visten de colores, la gente lleva flores a
sus antepasados y pinta las tumbas. Hay quienes llevan al sepulcro
389
Víctor Cardona Galindo

la música que más les gustaba a sus difuntos. Es como ir de día de


campo, pero al panteón.
Entre octubre y principios de noviembre las milpas parecen un
pedregal. Las calabazas asoman sus caderas entre el monte que al-
canzó a crecer después de la última limpia. Es el tiempo en que los
difuntos vienen a llevarse el aroma de la comida guiados por las lu-
ces de las velas que se prenden en el altar. Las ofrendas se hacen con
productos de la región y con lo que se acaba de cosechar. Es también
como dar gracias por lo que la madre tierra nos da. Se ofrenda atole
blanco de maíz nuevo, conserva de calabaza, se sacrifica el marranito
y se hace el frito de cuche. La jícama se da en la milpa y se va al río
por los camarones. Antes, por todos lados había árboles de mandari-
na ahora se compra en el mercado, es la temporada y es muy barata.
Desde la víspera de Todos lo Santos el centro de Atoyac se llena
de flores y en las entradas a los panteones están a la venta el cem-
paxúchitl, las madroñas, el amaranto —garra de león o terciopelo—
y las africanas. También hay pompones, gladiolas y otras flores que
no son típicas.
“Tradicionalmente se han puesto en las ofrendas lo que comía el
muerto —comenta Enrique Hernández Meza— carne de cuche con
nejo, calabaza con atole blanco, su vasito de sal, tequila, su taza de
arroz con leche, nacatamales, tamales sordos —hechos con manteca
y piloncillo— muchas flores: ensartas de cempaxúchitl, amarantos,
madroñas —blancas y moradas— africanas —las hay silvestres y do-
mesticadas— velas y veladoras, la foto del difunto o de los difun-
tos. Se utilizan colores rojos y morados. El morado que significa
la espiritualidad. Muy antiguamente cuando la gente estaba pobre
hacían las coronas de bocotes. Una flor de tipo nube que le llama-
ban reunión, había mucha en los corredores ahora ya no se usa. En
algunas casas les ponían flores de mariposa y flores de mirto. Todo
era silvestre o lo que se daba en la milpa. Eso de ponerles calaveritas
es una tradición chilanga, no nuestra, en el pasado no se le ponía
eso”. Cuando el altar es austero se acostumbra también la flor de
palo de arco.
390
Mil y una crónicas de Atoyac

Mi mamá María del Refugio Galindo Romero pone su altar


desde el 31 de octubre y le prende veladoras a los angelitos, en este
caso a sus hermanitos muertos, les pone: arroz de leche, mandarinas,
jícamas y dulces, todo lo que comían cuando estaban vivos. Ya el
día primero a las 7 de la noche se prepara para esperar a los difuntos
mayores les pone: café y tequila para el abuelo Agustín que murió
por el gusto. Unos “puros” del mercado para la abuela Victorina
y cigarros para los tíos. Para todos tamales nejos, carne de puerco
entomatada, nacatamales, un vaso con agua, un puñito de sal, pan
de muerto, calabaza y atole blanco, tamales sordos y prende velas o
veladoras.
Adorna su altar con cadenas con flores de cempaxúchitl, madro-
ñas o mardonias, coloca floreros con africanas y amarantos. Pone
papel picado, cadenas de papel de china con colores, azules con
anaranjados, amarillo con azul, o negro con anaranjado o morado
con blanco. Hace un caminito con flores de cempaxúchitl despicada
desde la puerta al altar. Forma una cruz de flores de cempaxúchitl
picada y alrededor se prenden las velas, una para cada difunto, insta-
la las fotos de los abuelos y los tíos. Coloca su sahumerio con brazas
y copal para sahumar el altar una vez terminado. También pone cer-
vezas, cerillos y un caldo de camarones porque a mi abuelo Agustín
le gustaba mucho ese guiso. Allá en el barrio, recuerda María del
Refugio, que en el pasado ponían un vaso con agua en la ofrenda,
cuando terminaba el rezo del día de los difuntos daban de beber el
vaso con agua al que agregaban un puñito de sal a las invitadas. Los
guisos de las ofrendas se repartían entre los vecinos, se llenaba la
mesa de ofrendas cuando terminaba el rezo, para que todos comie-
ran. Ese día las mujeres estrenaban vestidos de luto. Se preparaban
con tiempo para el festejo.
Recuerda que en Los Valles los Galindo sembraban cempaxú-
chitl alrededor de toda la milpa y las mujeres de la familia invitaban
a los vecinos para ir a cortar las flores. Salían a las cinco de la ma-
ñana con canastas y hasta con burros para traer lo cortado, todo era
regalado.
391
Víctor Cardona Galindo

Los altares se levantan el 31 de octubre por la tarde. Antes era


común de que a la hora que se terminaba el altar se tirara un cohete.
Todo el día primero se tiraban cohetes. El último lo tiraban a las 7 de
la noche porque a esa hora se prendían las veladoras de los difuntos.

Hay Dios que me voy del mundo, porque la tierra me llama,


porque cuando la muerte llegue sólo quedará la soflama.
Fortina Rojas Arellano

Y abundando sobre lo que es el día de muertos en Atoyac, ya se


hizo tradición que el 31 de octubre los estudiantes de la preparatoria
22 de la Universidad Autónoma de Guerrero monten sus ofrendas
en el patio del plantel, donde los alumnos hacen gala de su creati-
vidad. Todos los años han instalado sus altares dedicados a diversos
difuntos, pero principalmente a Lucio Cabañas, Juan Álvarez, Fran-
cisco Villa, Emiliano Zapata y al Che Guevara. Este año se sumaron
los altares para Andrea Radilla Martínez, Ascencio Villegas Arrizón
y al entrañable maestro de música de la preparatoria Feliciano Her-
nández, a quien le cantaron su canción favorita “Wendoline”.

No le deseo la muerte a nadie, pero Dios bendiga mi negocio.


El dueño de la funeraria

Las campanas doblan cuando alguien muere, si es por la noche


al escuchar los dobles todos se preguntan: “¿Quién moriría?” Si no
es familiar, al otro día se mata la curiosidad cuando se ve caminar el
cortejo fúnebre por la calle principal, van con el féretro a despedir al
difunto de la parroquia principal, luego al panteón.
Las familias tradicionales —las más viejas— se siguen sepultan-
do en el panteón en el centro de la ciudad, ahí descansan nuestros
próceres como Gabino Pino González, Pedro Clavel, David Flores
Reinada, Arnulfo Radilla Mariscal y Enedino Ríos Radilla.
Hay otros tres panteones, el de La Libertad por el rumbo de la
colonia Loma Bonita, en donde son enterradas las familias nuevas;

392
Mil y una crónicas de Atoyac

algunos pobres, a los que el ayuntamiento les regala terrenos; ahí


están enterrados los tres guerrilleros del epr, muertos en enfrenta-
miento: Rodolfo Molina y los dos caídos en el combate del Guaná-
bano.
Está el panteón de Las Lomas del Sur, es privado hay que tener
recursos para comprar los lotes, ese panteón era de don Vicente
Adame, él tuvo la idea de hacerlo; ahí están sepultados el químico
José Zavala Téllez, doña Fidelina Téllez Méndez, el ex alcalde Ger-
mán Adame Bautista y mi tía Carlota Galindo. Los Nogueda ya
abrieron también un panteón pegadito al de las Lomas del Sur.
Atoyac tiene fama de ser violento. Últimamente nos invadió la
muerte, absurda, sin valor, que da vergüenza, pero en otros tiempos
los muertos con violencia tenían sentido. Se moría por honor, por
pasión política, por la familia, por una mujer, por la defensa del
bosque o la tierra, nuestros muertos eran queridos y recordados,
reivindicados.

Leyendas de mi pueblo: el Cuera Negra


Allá en la sierra nunca oí hablar del Cuera Negra. De él supe hasta
que llegamos a vivir a El Ticuí. Ahí todas las noches por la calle Pro-
greso del Sur pasaba un jinete. Nunca lo vimos pero se escuchaban
el paso de los cascos de su caballo a las doce en punto. “Dejó de
pasar cuando la imagen de Jesús de Nazaret comenzó a recorrer el
pueblo durante la cuaresma”. Dice una vecina.
Cuenta la leyenda que un hombre tenía pacto con el Cuera Ne-
gra y cuando iba a caballo rumbo al Ticuí, al pasar por la gran ceiba
que estaba en el camino real era jalado de los hombros y quedaba
encaramado pegado a las ramas del árbol, pero luego cuando venía
gente llegando al lugar era soltado y caía de nuevo sobre el caballo.
Era su precio por los favores recibidos. Siempre dio miedo pasar por
ese árbol que murió de viejo. Cuando fue comisario Jorge Flores, La
Flecha, mandó a trozar las ramas de esa ceiba legendaria porque al
393
Víctor Cardona Galindo

secarse eran un peligro para los transeúntes y ahora de aquel gigan-


tesco árbol sólo quedan como recuerdo las raíces quemadas.
Otra historia dice que Luis fue a la leña, allá se encontró a un
muchachillo de su edad que también andaba leñando. De regreso em-
prendieron caminos diferentes, Luis atravesó el río rumbo a la ciudad
de Atoyac y el otro muchachito se fue rumbo al Ticuí. Al día siguiente
se volvieron a juntar de nuevo leñando en los bosques aledaños a la
fábrica de hilados y tejidos y así nació una gran amistad entre los dos
adolescentes. Después que Luis salía de la escuela real se juntaban
a medio día en el río para nadar. Jugaban y bajaban roscas de los
frondosos guamúchiles, luego iban con sus resorteras a cazar pájaros
que no faltaban en ese camino poblados de cuajinicuiles. Competían
sacando los mejores camarones del río, el otro siempre ganaba. En
esa rutina crecieron y se hicieron hombres. Se llamaban zanca mu-
tuamente, hasta que un día Luis le dijo “oye cabrón, como te llamas
pues” reclamando que tampoco conocía su casa. El amigo le contestó,
yo soy hijo del Diablo, y quiero que me acompañes a divertirnos.
Un día lo llevó para que conociera a su padre. El Diablo viejo
tenía su palacio frente a la fábrica del Ticuí. Ahí tenía colgando del
techo a muchos hombres conocidos que habían tenido pacto con él.
Pendían de una cadena con un gancho en la nariz y debajo tenían
una caldera que les quemaba los pies. Cuando se pararon frente al
Diablo viejo le tuvieron que alzar los parpados con unas pinzas para
que los viera, estaba ancianísimo y cansado. Mientras La Diabla te-
nía solamente una chiche, y con ella amantaba a varios diablitos que
jugaban a su alrededor.
Luis siguió con su amigo y montado en el anca del caballo, el
Diablo junior lo llevó a conocer muchas ciudades. Fue a la Feria
del San Marcos y a otros países donde se divirtió a lo grande. Los
dos fueron también al velorio del padre Vivanco. En Morelos, Luis
compitió corriendo a pie contra un hombre a caballo, se llevaba los
cañales en el pecho y le ganó a correr al caballo. Junto al hijo del
Diablo era invencible. Sólo con cerrar los ojos ya estaban en diferen-
tes ciudades siempre montados en un brioso caballo negro.
394
Mil y una crónicas de Atoyac

El Cuera Negra es un hombre joven guapo, elegantemente ves-


tido, montado en un brioso caballo negro, que recorre las comuni-
dades de la sierra. Su fuerte silbido se escucha en las noches, cuando
anda buscando a los que tienen compromisos con él. Muchos acu-
den a la piedra del Diablo que está subiendo a la sierra, o al cerro
Cabeza de Perro, para pedirle favores a cambio de sus almas.
Por las noches los busca. Su caballo de brillante pelaje resopla en
los caminos, mientras él silba con una tonada muy fina y elegante.
Mis abuelos lo vieron vestido de charro, con una botonadura de
oro. Mis padres lo vieron vestido de vaquero con sombrero tejano,
siempre de negro. A la media noche. Yo no le he visto ni quiero.
Todavía hasta nuestros días hay quien dice haber visto al Cuera Ne-
gra. Aseguran que del panteón de Atoyac sale a las tres de la mañana un
hombre vestido de charro con botonadura de plata, todo de negro, un
gran sombrero le cubre la cara y su caballo negro danza al caminar ha-
ciendo sonar las herraduras en el piso. Se escucha el rechinido del metal
en el pavimento. Avanza despacio por la calle Matamoros. Acompaña-
do de los aullidos de perros da vuelta por Anáhuac. Un rato se escucha
el paso del caballo que se va perdiendo por Florida hasta llegar al río. Tal
vez va de regreso a la sierra donde tiene su morada.
En un cerro por el camino a la sierra, antes de llegar al Rincón
de las Parotas está la Piedra del Diablo. Cuando estaban construyen-
do la carretera al Paraíso, cuentan que se dio una situación muy par-
ticular, durante el día avanzaban en el trabajo, y al otro día, cuando
regresaban los trabajadores, encontraban que lo escarbado el día
anterior había desaparecido, como si no hubieran avanzado nada.
Así estuvieron, hasta que el ingeniero llevó al sacerdote a bendecir
el camino. Solo así pudieron progresar en la apertura de la carretera.
Hace tiempo, alrededor de La Piedra, había en abundancia toda
clase de frutas y ahí acudían los hombres a pedirle favores al Malo
o al Amigo como le llaman algunos. En esa piedra habita el Cuera
Negra ese hombre hermoso, que viste elegantemente de negro.
Mateo Martínez Flores enfadado de la pobreza un día acudió a
la Piedra del Diablo a buscar al Malo para pedirle un favor. Cuando
395
Víctor Cardona Galindo

llegó cortó una caña, recolectó frutas, subió a la piedra y comió, luego
comenzó a hablarle Cuera Negra, Luzbel, Amigo y otros nombres co-
nocidos, pero nadie le contestó, tardó ahí, pero de pronto se escucha-
ron unos balazos en El Ticuí y dentro de la Piedra se oyó la risa escan-
dalosa de una mujer. Entonces Mateo exclamó ¡Ah cabrón no estás! y
se retiró. Al otro día supo que habían matado a su primo. Cuando el
Malo sale de su piedra es para provocar maldades, riñas y desgracias.
Del manco Canuto Valadez decían todos que estaba loco. Sus
dos manos, se las habían cortado a machetazos en un duelo con un
desconocido. Todas las tardes tenían que detenerlo porque se iba a
una reunión con gente que ya había fallecido, él parecía ignorarlo y
argumentaba que en algún lugar del monte lo estaban esperando…
y daba los nombres. Escucharlo daba escalofrío.
Siendo muy joven allá por los años treinta vendió su alma al
Amigo, al hombre que elegantemente vestido recorre los pueblos de
la sierra. Por las noches su silbido congela la sangre, busca a los que
tienen compromiso con él. Canuto fue uno de ellos, quiso riquezas
y se las concedió.
Canuto se iba por las noches a gritarle al Cuera Negra arriba de
la piedra de Alcholoa, a La Piedra del zopilote y a la misma Piedra
del Diablo. Lo invocaba para pedirle ayuda. Quería tener dinero.
Jugaba barajas a media noche, solo, en el monte. Buscando siempre
entrevistarse con el Malo.
Hasta que un día alguien le dijo —Canuto, si quieres hacer pac-
to con el diablo, mata un chicurro, quítale la carne, ya cuando ten-
gas los huesos, empieza a recorrer un camino largo por la noche y
donde haga horqueta el camino entierra un hueso y camina así hasta
que los termines. Cuando entierres el último escucharás la señal.
Así lo hizo y cuando terminó de enterrar el último hueso, escu-
chó una voz en el aire que se confundía con el soplo del viento que
le decía —Te espero aquí mañana, a media noche.
Como no sabía dónde se encontraba esperó a que amaneciera.
Cuando se dio cuenta del rumbo que había tomado, estaba precisa-
mente a unos metros de La Piedra del Diablo.
396
Mil y una crónicas de Atoyac

Por la noche tomó su zarape, su machete y enfiló hacia el lugar


indicado. Cuando llegó se encontró con un toro que no lo dejaba
pasar y por más que le sacaba la vuelta se lanzaba en su contra.
Estaba precisamente sobre el lugar donde lo había citado el Malo.
Por eso estuvo dispuesto a quitar al toro de ahí y se lanzó con su
machete, el animal lo esquivó y se abalanzó sobre él queriéndole dar
una cornada, mientras Canuto lo toreaba con su zarape y le daba
machetazos en los cuernos. Después de luchar un rato, el toro se fue
y apareció un hombre muy apuesto que le sonreía, le dijo —Tienes
huevos, ven mañana a la misma hora.
La siguiente noche en el mismo lugar encontró un león. Luchó
con la fiera, ahí donde hacía horqueta el camino, el felino quería
devorarlo y él se defendía con el machete, hasta que al final el león
desapareció y en su lugar estaba el mismo hombre de la noche ante-
rior, esta vez vestido de charro y le dijo —Eres valiente, mañana te
espero aquí a la misma hora.
Por cuarta noche Canuto fue al lugar, pero ahora se encontró
con una serpiente gigante, que se le aventaba encima, que al ata-
carlo parecía echar fuego por los ojos. Le daba machetazos en la
cabeza y en el cuello, pero el machete rebotaba. Hasta después de
tanto luchar cuando Canuto creía que iba a perecer ante la serpiente
gigante. De nuevo apareció el hombre vestido de charro negro y la
serpiente desapareció. Le volvió a decir —Eres muy valiente, ahora
eres de los míos. Mañana no vengas yo iré a buscarte.
Por las noches Canuto escuchaba el silbido del Cuera Negra.
Desde la primera vez que lo buscó apareció vestido de negro, en un
caballo del mismo color con brillante pelaje. Le dijo —súbete—,
Canuto subió al anca, El Cuera Negra y le ordenó que cerrara los
ojos, los cerró y al abrirlos estaban en otro lugar, donde la gente ha-
blaba otra lengua, vestía diferente y bebía un raro brebaje.
Estaban en una ciudad muy bonita, desconocida para Canuto
que había vivido todo el tiempo en la sierra, jamás pensó que exis-
tiera algo así, con luces y pequeños carruajes que podrían arrollar al
transeúnte.
397
Víctor Cardona Galindo

Entraron en algo que parecía una cantina. Ahí Canuto se dio


cuenta de que estaban degustando vinos exóticos. El Cuera Negra
le pidió que atacara con su machete a un hombre. Canuto sintió
temor, pero el Cuera Negra le dijo que no temiera porque nada le
pasaría, acometió contra aquel desconocido que se defendió, y se
trabaron en una pelea espectacular. Canuto era bueno con el mache-
te porque siempre toreaba en la danza del Cortés y había aprendido
bien el arte de la defensa. De pronto todos participaban en una
batalla campal. Al final hubo varios muertos y el Cuera Negra había
desparecido. Un perro negro estaba tomándose la sangre que brota-
ba de los cuerpos muriendo.
Canuto vagó extraviado en esa tierra extraña, cubierta de nieve
y la gente hablaba, sin que la entendiera. Salía por un callejón cuan-
do lo alcanzó el charro mexicano y le dio la mano para subirlo al
anca de su caballo. Cerró los ojos, y oyó cantar a los gallos cuando
llegaron a San Martín de las Flores. Las luces de los candiles y el
movimiento de la gente se veían al bajar. Se apeó y caminó a la par
del caballo, con las luces del nuevo día desapareció el Cuera Negra.
Así pasó mucho tiempo, salía con su amigo en el caballo negro,
en una abrir y cerrar de ojos, estaban en ciudades diferentes, donde
Canuto era el encargado de provocar una riña y su amigo siempre
desaparecía cuando un perro negro se bebía la sangre de los hombres
que morían.
Mientras anduvo con el Cuera Negra, provocando tragedias a
Canuto nunca le faltó nada, era un hombre próspero en su humilde
pueblo. Sus vacas parían muy bien y su ganado creció, las huertas de
café le producían en abundancia. Un día le dijo al Cuera Negra que
ya no quería salir con él, que estaba cansado y su mujer le exigía que
dejara a su amigo misterioso.
El Cuera Negra le contestó que a lo mejor ya era hora de buscar
a un nuevo aliado. Le dijo —vamos—, subió al anca del caballo y se
fueron a otro lugar. Le dijo —ataca a ese hombre con el machete—
y Canuto lo hizo, como siempre se provocó una batalla campal.
Pero esta vez no salió bien librado, en el pleito le volaron las dos ma-
398
Mil y una crónicas de Atoyac

nos. No podía asirse a nada, el perro negro estaba bebiendo la sangre


de los muertos. Canuto se veía sus muñones que desangraban. Salió
del lugar y vagó extraviado por montes desconocidos. Cantaban los
gallos, cuando reconoció que estaba cerca de San Martín, donde fue
encontrado ardiendo en fiebre por los campesinos que iban a traba-
jar. El Cuera Negra ya no regresó.

II
En el invierno de 1980, mis padres fueron contratados para trabajar
en una finca cafetalera, allá en El Plan del Carrizo, en lo alto de la
sierra. Nos fuimos todos: mi madre de cocinera, mi papá de peón,
mi hermano Valente y yo, de cortadores. Nos tocó salir a cortar con
Agustín Hernández, Bola de Oro y sus hijos. Agustín hablaba que el
Cuera Negra se llevaba las almas de los hombres. Luego se ponía a
gritarle: “Cuera Negra, Cuera Negraaa”, sus gritos resonaban en los
cerros, mientras nosotros veíamos para todos lados asustados. Esas
leyendas eran pan de todos los días…
En ese camino rumbo a Pie de la Cuesta antes de llegar al Plan
del Carrizo está otro lugar llamado La Piedra del Diablo. Al pasar
por ahí se apagan los motores de los carros y no prenden por un
rato, ante la desesperación de sus choferes por hacerlos arrancar. Y
mientras el vehículo está detenido se escuchan arrastrar cadenas,
atraviesan la carretera toda clase de lamentos y sonidos espantosos.
Por eso muchos conductores se apresuran a pasar por el lugar antes
de las 12 de la noche.
Otro lugar donde habita nuestro personaje es el cerro de Las Pa-
tacuas. Dice don Simón Hipólito Castro que la patacua es un árbol
de fronda verde oscura y de fruto amarillo encendido que predomi-
na en cerro del mismo nombre. De esa montaña nace un gran arro-
yo que forma una cascada de aproximadamente cincuenta metros
que cae en una poza, donde dice otra leyenda que mujeres hermosas
salen a juguetear en noches de plenilunio, y durante el día adornan
las orillas de la poza convertidas en lirios de diferentes colores.
399
Víctor Cardona Galindo

Rosa Santiago Galindo, Tía Rosita, quien trabajó muchos años


de cocinera en las huertas de café de la sierra, a sus 90 años recuerda
que en Las Patacuas al Amigo le llamaban Pancho la Riva, quien se-
guido iba al campamento, a media noche, para hablarle a Francisco
Lezma. Le gritaba desde el camino, Lezma no contestaba cuando oía
“Te están esperando en Atoyac”. Luego se escuchaba un habladero
a lo lejos, el casco del caballo y el rechinar de la silla que se alejaba
en esa serranía. Los perros aullaban cuando pasaba por el camino
a media noche y los campesinos en los campamentos se quedaban
estáticos al oírlo pasar y las mujeres elevaban sus plegarias.
Nadie se explica porque ese jinete que habita en esos solitarios
lugares del cerro de Las Patacuas mucho le gritaba a Pancho Lezma.
Un día Francisco Lezma bajaría a Atoyac pero como en la noche le
habló la Riva ya no bajó. Pensó que tal vez era el aviso de alguna
celada en el camino.
Dice la Tía Rosita que ese Pancho la Riva vive en un cerro muy
alto donde un día extravió al “pabellonero” Pedro Alcaraz. Estuvo
perdido ocho días hasta que los vecinos lo buscaron. La gente le grita-
ba y don Pedro contestaba a lo lejos, cuando lo encontraron derriba-
ron un árbol para que se bajara por las ramas. Pedro Alcaraz bajó del
cerro trastornado y a otro campesino de apellido Santiago después de
estar perdido en el cerro de Las Patacuas enloqueció. A Juan Fierro le
decían Juan la Riva porque era tan Diablo como Pancho.
Cuentan también que un día un incendió quemaba la selva cer-
ca del cerro de Las Patacuas, los campesinos no encontraban la ma-
nera de controlar el fuego y de pronto vieron parado arriba de una
piedra a un hombre elegantemente vestido de negro que les sonreía
mostrando un diente de oro. Aquel hombre les indicó por donde
tendrían que chaponar la guardarraya y hasta ahí llegó fuego.
El cronista que mejor retrata el Atoyac de antaño es el ex presi-
dente municipal Luis Ríos Tavera en el texto “La cruz de ramas” de
su libro Los Cuari, habla de Cuera Negra dice “el Malo es el demo-
nio, tal como se les aparece a los hombres y a las mujeres que viven
en la sierra. el Malo en la forma de bestia, o de ser humano, o de
400
Mil y una crónicas de Atoyac

rufián, o de jugador o de bandido. El Malo camina de noche y se


detiene a contemplar las chozas de su imperio de noche y las gentes
no abren a nadie porque así llega el Malo… el Malo toca la puerta
y pide una caridad, a las 12 de la noche. Un fuerte olor de azufre
impregna el ambiente. Los caballos relinchan. Los perros aúllan.
Las gallinas cacarean y vuelan espantadas sobre los tejados a los ár-
boles… La familia pide protección a los santos… pero ya es tarde: el
Malo se ha posesionado de sus almas”.
Pero a decir de nuestros viejos en muchos de los casos el Diablo
es benevolente, concede deseos sin compromisos a los que le caen
bien, a veces los cuida, les avisa de una desgracia y los guía por el
camino. A otros se los lleva en las oscuridad de la noche y aparecen
lejos de sus casas, los pierde en los montes o los encarama en gigan-
tescas rocas de donde solamente rezando pueden bajar.
El 10 de diciembre de 1983, Esteban Reyes salió de cacería con
Brígido Santiago, emprendieron el camino como a las cinco de la
tarde y en la montaña se separaron para echar arriada a los venados.
Pero de pronto antes del oscurecer Esteban sintió que estaba extra-
viado y fue a dar a un arroyito en el que crecían plantas acuáticas
en la superficie. Caminó por la orilla y se detuvo en un árbol de
limones dulces y se dispuso a comer de éstos frutos, cuando sin
esperarlo salió de la maleza un niño como de 12 años con una “ti-
rinchita” colgada, un machetito, vestido de manta y un sombrerito.
Tenía rasgos indígenas. Con su machetito ayudó a Esteban a pelar
los limones dulces y se los dio para que los comiera. El niño le dijo
—ustedes son tres— pero al hablar no le daba la cara, Esteban dijo
que si y comió limones. Luego tomó agua del arroyito hasta llenarse
y comenzaron a caminar. Llegaron a una bajada ya oscureciendo. La
barranca era muy pronunciada que al bajar Esteban iba detenién-
dose con las plantas de café. Llevaba un rifle calibre 22 así que sólo
le quedaba una mano libre. Por eso resbaló varias veces y en una de
esas se fue de boca y cuando estaba a punto de desbarrancarse el
niño lo detuvo con tal fuerza que impidió la caída. Su manita quedó
marcada en el antebrazo de Esteban.
401
Víctor Cardona Galindo

Caminaron un rato. Como a las diez de la noche subieron a la


cima de un cerro que era como un parque porque tenía mucho pas-
tito verde y en medio estaba una piedra grande como de diez metros
con una cueva en uno de sus costados. Al llegar a ese lugar el niño
se paró y le dijo —ya aquí te voy a dejar, vengo al rato voy a cenar,
vivo a un ladito, si quieres te traigo de cenar.
Al principio Esteban no se imaginaba de quien se trataba, pero
algo sospechó cuando lo agarró del brazo con mucha fuerza para su
edad. Además era un chamachito muy listo y no mostraba miedo en
la oscuridad de esas soledades.
Con su rifle en la mano se metió a la cueva. Como a las once
llegó de nuevo el muchachillo y le preguntó que si quería cenar
Esteban contestó que no. Le dijo —aquí te vas a quedar el resto de
la noche te vas a ir a las seis de la mañana. Para entonces ya traía un
perrito negro bravo que le ladraba con mucha insistencia.
—¿No sabes quien soy? —preguntó. Esteban dijo que no —yo
soy Lucifer —agregó aquel, entonces Esteban se espantó y quería
rezar, pero no pudo.
—No tengas miedo me caes bien para amigo —le dijo— te voy
a conceder lo que quieras, sin compromiso. Vivo aquí cerca en un
lugar que se llama Tixtlancinguillo. Si no llego a las seis te vas. Si
tengo tiempo yo vengo por ti. No regreses a ver para atrás porque no
podrás irte. Ahí atrás hay personas que no me obedecen.
Esteban vio la cueva y parecía que tenía luz, había unos ala-
cranes de más de cuarta pegados a las paredes. Abajo, en el suelo
había arena finita, la sentía a pesar que llevaba unas botas gruesas. Se
arremangó el pantalón para sentir cuando se le subiera un alacrán.
El niño se fue y al poco rato llegó el perro solo, le ladraba mucho
parecía bravo. El perro se iba pero regresaba, como tres veces fue a
verlo durante la noche.
Como a la una de la mañana Esteban se abrazó de un palito
que parecía de molino. El muchachito le había dicho —no tengas
miedo, voy a estar pendiente, voy a estar mandando al perro para
que te cuide—. Durante la noche Esteban hizo seis disparos del rifle
402
Mil y una crónicas de Atoyac

calibre 22 al techo de la cueva, con la idea de que si estaban buscán-


dolo alguien escuchara las detonaciones.
Parecía que amanecía. Había neblina. Sentía como que lo aga-
rraban de la cabeza para que no saliera de la cueva. Pero al final pudo
salir y descubrió que lo que en la noche parecía un prado era un
bosque de grandes árboles de pino y pronunciadas barrancas.
El niño le había dicho —si no vengo sigues el ruido de los ca-
rros, por ahí te vas —siguiendo el ruido de los motores que escucha-
ban a los lejos caminó y llegó a un arroyo, donde una mujer estaba
lavando y al verlo se asustó porque llevaba el rifle en la mano e iba
todo desgarrado de la camisa y el pantalón.
Al ver la mujer asustada Esteban le dijo —no tenga miedo soy
gente buena, sólo que estoy perdido—.
La señora al verlo le comentó —a ti te llevó el diablo, anoche se
escuchaban los gritos donde te andaban buscando. Siguió caminan-
do y salió a San Vicente de Benítez como a las once de la mañana,
cuando todavía había gente buscándolo. Al llegar al pueblo le dio un
ataque de nervios que sintió que iba a enloquecer. Iba peleando con
el sentido para no perderlo.
Al llegar a San Vicente de Benítez tiró el rifle a un montón de
leña, sin importar que fuera un Winchester nuevecito de seis cartu-
chos. Un anciano le dio un té de canela con alcohol.
Esteban recordó que cuando estaba en la cueva tiró seis balazos
y al revisar el rifle tenía todas las balas.
En ese momento su hermano José lo andaba buscando con gen-
te en el cerro. A San Vicente de Benítez pasó Arturo la Coneja y lo
llevó al campamento de su hermano. Ya lo daban por muerto, al
verlo lo abrazaron con gusto, lo bajaron a la ciudad de Atoyac y lo
internaron en la clínica del doctor Juventino Rodríguez. Luego lo
llevaron con el padre Máximo Gómez que le rezó.
Esteban Reyes es fotógrafo y trató de olvidar esa experiencia en
el cerro de Las Patacuas, pero un día amanecieron en su casa un par
de huarachitos de niño y un peso con un cero, de los que llaman “un
peso mocho”. Los llevó a la iglesia y los colocó en el altar, pero al día
403
Víctor Cardona Galindo

siguiente los huarachitos y el peso mocho estaban ahí otra vez. Du-
rante mucho tiempo por donde quiera que anduviera escuchaba la
voz de aquel niño que le hablaba, “Quería ser su amigo sin compro-
miso”. En ese tiempo Esteban vendía libros y un día no tenía dinero
y por eso le quedó a deber setecientos pesos de libros a su proveedor
de Acapulco. Era claro que no tenía ni un peso, pero cuando llegó a
su casa a Atoyac se percató que tenía setecientos pesos en su cartera.
“Exactamente lo que le había quedado a deber a su proveedor”. En
otro viaje al puerto se los pagó. Donde quiera escuchaba su nombre
y poco a poco se fue acostumbrando a esa vida. Hasta que aquel
muchachillo lo dejó en paz.
Cuando contó esto sus amigos organizaron una expedición pero
no pudieron subir a la montaña. “Porque al cerro de las Patacuas no
se puede subir”, dice Esteban. “Me dijo que quería ser mi amigo sin
compromiso. Yo no acepté ser su amigo porque me acordé de aquel
a quien un toro se lo llevó con todo y ataúd cuando estaba tendido
allá por 1937. En un pueblo de la costa”.

Nota: Lamento mucho la pérdida de Mauro Adame, de su esposa Magdalena


Castorena, su familia y de todos mis grandes amigos de La Pintada. Ellos fueron
siempre muy trabajadores, grandes anfitriones y grandes amigos. La última vez
que estuve en la casa de Mauro su esposa echó las tortillas y me invitaron gallina
en caldo. Nunca los voy a olvidar. Como nunca olvidaré a los hijos de don Lupe
Castorena, a la Borrega y a todos aquellos que perecieron en el derrumbe.

Graffiti arte urbano en Atoyac


De pronto la ciudad se vio invadida por unos coloridos dibujos ra-
ros llamados graffitis, unos comics bien elaborados con mensajes de
izquierda, otros eran sólo iniciales y nombres raros con letras distor-
sionadas y se multiplicaron los murales. Se comenzó a construir un
código difícil de entender para la mayoría de la gente.
Hubo quien se comenzó a espantar, ¿quiénes serán esos men-
sajeros del diablo que pintan por toda la ciudad? Pero no es así, el

404
Mil y una crónicas de Atoyac

graffiti es un arte y los que pintan son jóvenes que estudian, son
responsables y quieren una sociedad mejor.
Es importante que se sepa que es una actividad que no se realiza
por dinero. Para ser graffitero se necesita talento, dedicación y prepa-
ración. Los graffiteros son artistas urbanos y existen categorías: están
los que sólo hacen tags, que es la firma del que los elabora; los que
forman bombas, que son letras gruesas; los que crean piezas con una
imagen o caricatura, los que hacen un mural, son los más avanzados
por que dominan diferentes técnicas.
¿Ha visto usted el graffiti que está en la esquina de la calle Corre-
gidora con Benito Juárez?, es un mural hecho utilizando la técnica
de aerosol, que presenta la imagen de Emiliano Zapata, símbolo de
la Revolución Mexicana, junto a la imagen del Ché Guevara, ícono
de la revolución internacionalista, con las siguientes leyendas: “La
unidad popular es la que puede hacer el verdadero cambio”, “Tie-
rra y libertad”, “Hasta la victoria siempre”. Por Reforma, cerca del
arroyo Cohetero, hay otro graffiti con estilo salvaje dice “Entiendan
ellos quieren expresarse”.
Cuauhtémoc Contreras, el Mors e Ismael Galeana Pino, Merik,
son dos de los exponentes del graffiti en Atoyac y encabezan un gru-
po importante de jóvenes dedicados a este arte.
Para Cuauhtémoc Contreras el graffiti es una forma de escribir
y de pensar, aquí en Atoyac el graffiti fue tomado como una forma
de expresión política y de concientización. Este arte nace en Nueva
York en los sesentas y los inmigrantes lo trajeron a la Ciudad de
México de donde pasó a nuestra ciudad cafetalera.
Para muchos es una forma de dejar su firma, como una manera
de marcar su presencia, ese es el tag, pero también se pitan bombas
unas letras estilizadas llenas de color, otros estilos son la elaboración
de piezas que es una imagen o caricatura y se practica el muralismo
mixto combinando técnicas como el aerógrafo, aerosol y el pincel.
Estos cubren toda la pared y son los más avanzados.
El Mors narra que al principio no les prestaban las bardas, había
que rogarle a la gente, pintaban solo sus firmas; Mors, Ciper, jnk,
405
Víctor Cardona Galindo

rsk y otras piezas. Piezas le dicen a una extensión, “son las partes
que les metes a los graffitis que no son letras”. Otros estilos son: el
3d, las bombas y las burbujas, wild style.
En el callejón Ignacio Manuel Altamirano estaba un graffiti en
aerosol de la imagen de Ricardo Flores Magón con un tag que dice
Boser, la leyenda: “La lucha continúa… Regeneración”. Este mural
fue cambiado por una pieza tipo 3d y una leyenda que dice “Dejar
de luchar es empezar a morir”, firma fr4.
Atrás de la casa de la cultura en la calle Aquiles Serdán, pinta-
ron una anguila—submarino, la hicieron con Montana una pintura
española especial para el graffiti, este mural lo firma el Mugre Crew,
uno de los grupos de graffiteros que vinieron en el 2010 al encuen-
tro de “Expresión Urbana”, esa anguila refleja un estilo propio del
grupo que la pintó.
Durante mucho tiempo atrás de la casa de la cultura antes de
que pintaran la anguila, estuvo la imagen de Lucio Cabañas pintado
por el Peke y la de un guerrero jaguar que hizo un graffitero mexi-
quense muy famoso que firma como Humo, las letras eran de otro
graffitero llamado Mibe. Hay actualmente al interior de la casa de
la cultura un mural hecho con técnica de aerosol que hizo Humo
dedicado a la tradición de lucha de Atoyac.
Los graffiteros desarrollan juicios estéticos de vida que crean una
identidad como el Ymen que vino a pintar a esta ciudad en abril del
2011, donde dejó marcado su estilo atrás de la barda de la escuela
secundaria 14. En Acapulco es fácil identificar un graffiti del Ymen
por la visión que tiene de la naturaleza.
En la jerga graffitera es una constante el uso de términos en in-
glés, lo que revela el origen del movimiento. El tag, es una firma
simple; la bomb, letras inmensas en dos dimensiones; wild style, le-
tras con diseño intrincado; 3d, letras tridimensionales; hot line, línea
luminosa que bordea las letras; in line, línea dentro de las figuras.
En Atoyac ya han pasado otras generaciones de graffiteros, gru-
pos o crew fueron los llamados: “Célula”, “Solo Carnales” o “Solo
Célula”, luego vinieron “Los Guerreros”, que se transformaron en
406
Mil y una crónicas de Atoyac

“Juntos No Caemos”, más tarde fr2 y ahora son fr4-sk8 porque se


unieron con los Skates.
“Hubo otros grupos que surgieron pero no tuvieron trascen-
dencia, porque vieron al graffiti como una moda y no como un arte.
Ahora se busca hacer calidad y no cantidad. Se busca comunicar a
la sociedad cosas positivas”. Aunque hay que destacar dice el Mors
que hay niños que rayan casas sin sentido, eso afecta a los graffiteros
profesionales porque ellos ya se han ganado un respeto.
Antes la policía los molestaba. A cada rato llegaban patrullas a
preguntar si tenían permiso de pintar. Los querían subir a la patru-
lla, como sucede en Acapulco y en Chilpancingo donde los agarran,
los llevan a barandillas y los multan. Aunque también hay que re-
marcar que el graffiti surgió como protesta en contra del sistema, se
rayaba en edificios públicos y empresas influyentes del capital.
Para ir mejorando la técnica hay que ir pasando de tagger hasta
ser writer, y de escritor pasar a muralista. Es todo un engranaje en el
oficio dice el Mors y hay que entenderlo, porque antes decían que
era delincuencia y que era del diablo. Eso es normal porque mucha
gente siempre va estar en contra de lo que es innovador. El tagger o
graffitero hace del graffiti su modo de vida.
En Atoyac los graffiteros participan en la política. Todos los gra-
ffitis que aquí hay son de protesta y propuesta, porque los chavos
quieren ver que su entorno cambie. Por eso el fr4-bs-sk8 se ha
organizado para hacer actividades, limpiaron la cascada que está
rumbo al Nanchal y pusieron letreros de no tirar basura. En el río
hicieron una faena para retirar el plástico. Todo para hacer concien-
cia en la gente que hay cosas que deben cambiar.
Concluimos que el graffiti es un movimiento cultural diverso,
constructivo y transgresor a la vez. Está relacionado con otras ex-
presiones del arte urbano el hip hop, break dance, el skateboarding de
las patinetas y con una peculiar forma de vestir. Tiene elementos de
protesta estética y de voluntad artística. Y en Atoyac una particular
organización para que el futuro sea mejor.

407
Víctor Cardona Galindo

Corral Falso: tierra de músicos


Atoyac tiene tradición musical. El maestro Margarito Damián Var-
gas enseñó a Rafael Flores quien fundó la Orquesta Flores. Sus hijos:
Margarito, Arturo y Gobén Flores Quintana lograron figurar como
buenos ejecutantes, compositores y dirigentes de orquestas. Arturo
organizó la orquesta Embajadores de la Alegría y formó cuartetos
para música fina. Fue compositor de varias melodías, valses, mar-
chas, paso dobles y tangos. Gobén enseñó solfeo en Corral Falso y
fundó la orquesta de los Hermanos Chinos en Espinalillo en la que
también tocó Hipólito Benítez.
El maestro Margarito Flores dirigió, en 1944, la orquesta de Fi-
liberto Méndez llamada Ritmo Tropical en El Ticuí la cual contaba
con miembros del mismo lugar, a iniciativa del profesor Benjamín
Rivera y subsidiada por la cooperativa David Flores Reynada, donde
había una escuela de música y se enseñaba solfeo.
Luego fundó y dirigió la orquesta Atoyac, la que figuró como
una de las mejores de la región, por su buena armonía, ejecución
y su repertorio fino y variado. En 1958 en Los Valles se fundó la
orquesta de los Hermanos Galindo y Efrén Gómez tenía la suya en
Zacualpan.
En la historia musical de Atoyac está gente que en su momento
trascendió, como Juan Figueroa Rodríguez, Juanello, el tenor Am-
brosio Castillo Muñoz y nuestro nuevo valor Kopani Rojas Ríos
que ahora ocupa lugares importantes en la cultura de Guerrero. De
paso podemos nombrar a: Gonzalo Ramírez, Manuel Armenta Sán-
chez, Efraín Méndez Blanco y grupos como Los Brillantes de Costa
Grande.
Por ahora hablaremos de una de las betas artísticas que existe
en Corral Falso un pueblo de músicos. En este lugar, cada 22 de
noviembre se lleva a cabo una reunión de varias generaciones de
talento, de música de calidad. Artistas de antaño que hicieron suyos,
el mambo, el cha cha cha y el danzón. Algunos que triunfaron en
las mejores épocas de Acapulco. Llegan también los integrantes de
408
Mil y una crónicas de Atoyac

los grupos tropicales, norteños y tríos románticos, todos a tocar una


melodía en honor al día de músico y a Santa Cecilia su patrona. El
profesor Hipólito Chuk Uk juega un papel importante como orga-
nizador y la fiesta es hasta que el cuerpo aguante.
En la entrada de la comunidad encontramos una glorieta con
un letrero que dice: “Bienvenidos, Corral Falso” y arriba una clave
de sol disfrazada de un músico. Es un monumento diseñado por el
arquitecto Pedro Ramos Ríos. En este sitio Rubén Ríos Radilla con
su movimiento cultural Tingüiliche, comenzó a organizar homena-
jes a los músicos más destacados de la población. El año pasado se
homenajeó a Ignacio Nogueda Reyes de quien se develó una placa y
se le montó una guardia de honor.
Este año 2013 tocó el turno a Zenón Abarca Rendón, quien
fue la cabeza de una importante familia de artistas y sembró el se-
millero de los músicos de Corral Falso que hasta la fecha siguen
tocando. También se develó una placa, se colocó una ofrenda floral
y se montó una guardia de honor con familiares, autoridades locales
y amigos.
En el evento destacó la presencia de: Diógenes Díaz Abarca, la
comisaria Yessica Marlén Suárez Ríos, los hijos del homenajeado:
Roberto y Juan Abarca Ramos y Miguel Ángel Serrano presidente
del comisariado ejidal. El acto estuvo amenizado por la Banda Co-
rral Falso que hizo bailar a los presentes y cerró su actuación con el
danzón “teléfono a larga distancia”.
El homenajeado Zenón Abarca Rendón formó parte de la Or-
questa Lira Costeña integrada allá por 1926. Fundó la Orquesta
Abarca, la Orquesta Ramos y Juveniles de Abarca. Llegó a grabar
con Los Príncipes de Abarca. Desciende de una familia de músicos,
su abuelo Vicente Abarca tocaba el arpa y su padre Crisóforo Abarca
ejecutaba varios instrumentos.
Nació el 11 de julio de 1911 en Nuxco Guerrero y desde muy
joven llegó a Corral Falso donde murió el 9 de agosto de 2010 des-
pués de dejar su legado musical como compositor y director de or-
questas. De recuerdo quedó también el danzón “Eliana” que grabó
409
Víctor Cardona Galindo

en un disco con Los Príncipes de Abarca y dejó muchos boleros de


su autoría sin grabar.
Tocó también con la orquesta Atoyac que se fundó en 1946 y dejó
de existir en 1961 e iba de suplente con otras orquestas que lo invi-
taban, además formó parte de una importante orquesta en Acapulco.
Zenón abarca se casó con Rosalía Ramos Hernández con quien
procreó 10 hijos: Celina, Roberto, Juan, Antonieta, María de Jesús,
Inocencia, Esther, Guadalupe, Bertha y Eliseo Zenón. De los cuales,
Roberto y Juan son músicos.
Zenón aprendió notas musicales de Gobén Flores Quintana
quien fue su maestro. Luego él se convertiría en mentor de muchos,
como los integrantes de la Orquesta Hermanos Ramos y la Orques-
ta Hermanos Abarca. Y más tarde de la Orquesta Juvenil de Abarca.
Fue maestro también de Ignacio Nogueda Reyes músico que
trascendió en el ámbito sindical y formó la escuela de música en
Acapulco. En el evento la encargada de leer la semblanza de Zenón
Abarca fue la regidora Leonor Bello Ríos quien dijo que con éste
homenaje “no sólo elogiamos la labor de don Zenón Abarca si no
también a toda la tradición musical que sigue vigente en Corral
Falso tierra de músicos”.
Sin duda muchas generaciones bailaron al son que les tocó Ze-
nón Abarca y lo recuerdan con cariño. El cronista de Atoyac Wilfri-
do Fierro Armenta dejó registrado que el 17 de mayo de 1963: “Los
señores Juan García Galeana, Jerónimo Luna Radilla y Raymundo
Fierro Pino, ofrecieron una cena en el edificio de la escuela Gral. Juan
Álvarez al presidente municipal Luis Ríos Tavera, con motivo de su
cumpleaños. El convivio estuvo animado por la Orquesta de Zenón
Abarca, terminando hasta en la madrugada del día siguiente”.
Como dije antes el año pasado se hizo un homenaje a otro hijo de
ésta comunidad, a Ignacio Nogueda Reyes, el más destacado alumno
de Zenón Abarca, quien supo sortear el ámbito y los obstáculos que le
imponía su terruño para ir en busca de mejores oportunidades.
La vida de Ignacio Nogueda Reyes fue trascendente, era un gran
trompetista que hacía mancuerna con el tecpaneco Macario Luvia-
410
Mil y una crónicas de Atoyac

no. Por su labor en Acapulco se fundó una escuela de música que


lleva su nombre. Por su excepcional talento fue invitado para tocar
en una orquesta de España pero rechazó el ofrecimiento, prefirió
seguir al lado de sus paisanos, porque primero estaba su gente y des-
pués la fama y la fortuna. Muchos hijos de Corral Falso le siguieron
en su camino y ocuparon lugares importantes en grupos musicales
del puerto de Acapulco y en nuestra región.
Nogueda Reyes llegó a ser el secretario general del Sindicato de
Músicos en Acapulco y la relevancia que tiene el gremio en gran
parte se debe al ilustre hijo de Corral Falso. Los adultos mayores
de la población lo recuerdan aprendiendo sus primeras notas con
el maestro Zenón Abarca y tocando en su orquesta. Cuando vivía
en Acapulco frecuentaba Corral Falso y apoyaba todas las obras en
beneficio de la comunidad. Con un baile que regaló a la comuni-
dad ayudó a construir la escuela primaria y para que se introdujera la
energía eléctrica vino con su orquesta para amenizar otra fiesta y así
se pudieron juntar los fondos que faltaban para tan importante obra.
Fue un hombre que jamás rompió su relación con Corral Falso,
fue sencillo y le gustaba convivir con sus paisanos. Nogueda Reyes
estuvo a la altura de otros grandes directores de música como Mar-
garito Flores Quintana y Catarino Hernández Olea, hombres que
dejaron un gran legado musical para las futuras generaciones.
En Corral Falso hablamos de casi un siglo de historia musical,
porque fue en el año de 1926 cuando se formó la primera orquesta
con el nombre Orquesta Lira Costeña, encabezada por don Crisófo-
ro Abarca e integrada por sus hijos: Horacio, violín y Zenón, trom-
peta. También participaban, Ignacio Nogueda Reyes, trombón de
pistones; Merced Ríos, bajo; Adrián Hernández, guitarra; Juvencio
Abarca, cornetín y Angelito Pano con la batería.
El 22 de noviembre se cumplieron 63 años del primer festejo del
día del músico aquí en Corral Falso. Fiesta que fue promovida por
primera vez por la Orquesta Los Hermanos Ramos. De acuerdo con
los datos proporcionados por Tomas Pérez Cabañas, los integrantes
de la orquesta Hermanos Ramos comenzaron a festejar el día del
411
Víctor Cardona Galindo

músico en 1949, cuando fueron a tocar a la iglesia Santa María de


la Asunción de la cabecera municipal. Estaba como párroco el sacer-
dote Isidoro Ramírez, quien después de tocar les invitó un pozole.
Luego tocaron en el zócalo de la ciudad y se fueron al río a tomarse
una foto con los compañeros músicos de Atoyac, Flaviano Sánchez
y Margarito Flores Quintana.
Don Leonel Ramos Hernández nos explicó que al siguiente año
en 1950 el día del músico lo festejaron por primera vez en Corral
Falso con la presencia de cuatro orquestas: Hermanos Ramos, la de
Efrén Gómez de Zacualpan, Hermanos Barrientos de San Jerónimo
y otra orquesta de Hacienda de Cabañas que dirigía Brígido García.
En 1951 cuando era comisario Rafael Hernández hicieron de
nuevo la fiesta en Corral Falso, con ese baile cooperaron para la
construcción de la escuela rural Cuauhtémoc, así se inauguró la cos-
tumbre de cooperar cada año para las demás obras de la comunidad
y hasta la fecha no se ha perdido la tradición, porque todos los años,
los días de Santa Cecilia, regalan el recurso que se junta por la entra-
da de los bailes para beneficio de la comunidad.
Wilfrido dice que el 16 de diciembre de 1962 en la noche fue
inaugurado el centro social Paraíso Tropical, propiedad de Pedro
Galeana Peña, con una suntuosa posada organizada por alumnos
de la Escuela Secundaria de la cabecera municipal. Amenizaron el
ambiente las orquestas: Hermanos Ramos y Atoyac.
Marcial Calderón Godoy ha publicado que la orquesta Herma-
nos Ramos, se organizó en el año de 1946 y culminó con sus ac-
tuaciones musicales en 1973. La integraban su director Leopoldo
Ramos, su hermano Leonel en la trompeta, José Radilla, trompeta,
Baltazar Palacios, trompeta, Tomás Pérez, sax tenor, Carlos Ramos,
sax tenor, Miguel Ávila, sax alto, Prisciliano Hernández, guitarra,
Filiberto Radilla el Ruso, bajo o tololoche y Merced Ramos en la
batería. Después de la orquesta Los Hermanos Ramos, se formó el
grupo Los Originales y luego Sentimientos Ocultos.
Siguiendo los datos de Calderón Godoy en 1958, Zenón Abarca
Rendón formó otra orquesta con el nombre: Zenón Abarca y su
412
Mil y una crónicas de Atoyac

Orquesta, tocando el sax alto con sus hijos Roberto y Juan Abarca
Ramos, con el sax tenor y sax alto; además de Dionicio Abarca,
trompeta, Heriberto Reyes, trompeta, Juvencio Bello, trompeta,
Gumersindo Bello, bajo. José Luis Ramos, sax tenor y Marcial Cal-
derón con la batería; además de Petronilo Ramos en las congas.
Leonel Ramos Hernández tiene 89 años, nació el 11 de noviem-
bre de 1924 desde muy chamaco le gustó la música y Zenón Abarca
fue su cuñado y maestro. Comenzó como trompetista a los 13 años
y tocó con la orquesta de Los Hermanos Flores, con la orquesta de
Efrén Gómez de Zacualpan, la orquesta Hermanos Barrientos y una
orquesta de Tecpan, dejó de tocar cuando tenía 76 años.
Corral Falso tiene músicos que han tocado desde Estados Uni-
dos hasta Hong Kong. Carlos Ramos Calderón es muy buen músico
que ha destacado en Acapulco. Sin duda este pueblo de la parte baja
de Atoyac es tierra de músicos. Hasta el famoso cacique Crispín
Ocampo Bello tocaba la guitarra, el violín y la mandolina, también
cultivó la poesía; pero ese será otro tema para estas Páginas de Atoyac.

Preparatoria 22
Con el esfuerzo de padres de familias y por iniciativa del licenciado
Justino García Téllez, el 6 de octubre de 1976, se fundó la prepa-
ratoria 22, ahora llamada Unidad Académica Preparatoria número
22 dependiente de nuestra alma mater la Universidad Autónoma
de Guerrero. Actualmente este plantel da formación a más de mil
alumnos en 30 grupos atendidos por 46 profesores y 17 trabajadores
administrativos. Su primer director fue el profesor Celso Villa Gar-
cía. La institución cuenta con dos turnos y el módulo de Cacalutla.
En sus instalaciones funciona el módulo local de la escuela prepara-
toria abierta de la misma Universidad.
Comenzó a funcionar con carácter de prepa popular el 13 de
septiembre de 1976. En ese tiempo el municipio de Atoyac ya reba-
saba los 35 mil habitantes, existían seis secundarias, dos con doble
413
Víctor Cardona Galindo

turno, en la cabecera había tres y las otras estaban en El Paraíso, Río


Santiago y Zacualpan. Habían egresado durante ese periodo 750
alumnos y la mayoría buscaba opciones para entrar a una institu-
ción de educación media superior.
Antes de que se fundara la preparatoria, si alguien quería seguir
estudiando tenía que viajar diariamente hasta Tecpan de Galeana
o estudiar en otro lado. Porque a principio de los años setentas en
Guerrero había únicamente seis preparatorias en: Chilpancingo,
Acapulco, Teloloapan, Taxco, Ometepec y Tecpan. Fue a partir de
1972 con la llegada de Rosalío Wences Reza a la rectoría y hasta
1984, que se crearon preparatorias para dar opciones a los hijos de
los pobres a una mejor educación. Así la Universidad llegó a tener
hasta 38 planteles de bachillerato, por eso la fundación de la prepa
22 se enmarca dentro del proyecto Universidad Pueblo.
Aquel 6 de octubre de 1976 previa investigación del consejero
Felipe Monroy Sandoval, el Consejo Universitario aprobó la incor-
poración a la uag de la escuela preparatoria popular de Atoyac, jun-
to con la de San Jerónimo de Juárez, San Marcos y Buena Vista de
Cuellar siendo rector Arquímedes Morales Carranza.
La doctora Judith Solís Téllez escribió las Memorias de la escuela
preparatoria no. 22 de Atoyac de Álvarez, Gro. 1976-1996, donde da
a conocer los pormenores de la fundación y de donde obtuvimos la
información para esta crónica.
Por el proyecto Universidad Pueblo, “Atoyac aparte de su pre-
paratoria, obtuvo, a finales de los años setenta y principios de los
ochenta, su bufete jurídico, en donde se asesoraba gratuitamente
a las personas de escasos recursos; servicios médicos, la casa de la
cultura; coordinada por el profesor Juan Abarca, en donde había
talleres de música, de danza y de pintura”. Escribió Judith Solís.
El grupo de danza dirigido por Los Lobos: Alfonso y Armando
García Parra llegó a ser ampliamente reconocido en toda la Costa
Grande, y quien la haya visto, no podría olvidar su vistosa danza de
Los Machetes. Al taller de pintura podía acudir la gente de la po-
blación y son muchos los hogares que, hasta hace poco todavía, ex-
414
Mil y una crónicas de Atoyac

hibían los cuadros con la técnica de la marquetería enseñada por el


pintor taxqueño Juan Meza Fitz. Los alumnos foráneos residían en
la casa del estudiante. Había un comedor universitario, bien aten-
dido por doña Carmen Torres Valente, Hermila Olayo Gómez y
Paula Nogueda Otero, se podía comer sabroso a un precio accesible.
Estos servicios se perdieron en 1984 cuando la administración del
gobernador Alejandro Cervantes Delgado le retuvo el subsidio a la
Universidad y pretendió desaparecer las preparatorias.
El subsidio de la uag se retuvo desde diciembre de 1983, siendo
aún rector José Enrique González Ruiz, por lo que los trabajadores
dejaron de recibir salario. Wences Reza tomó posesión el 7 de abril
de 1984, cuando Alejandro Cervantes Delgado intentaba desapa-
recer las prepas y comenzó la lucha. Finalmente se mantuvieron las
preparatorias pero desaparecieron algunas instituciones de la uag.
Las primeras gestiones para fundar esa escuela estuvieron a
cargo de Justino García Téllez y Celestino Fierro, en respuesta a
una inquietud que tuvo don Rosendo Radilla Pacheco que había
intentado que la preparatoria 6 creada en Tecpan de Galeana en
1964 fuera para Atoyac. Por eso algunas de las primeras reuniones
para organizar el comité fueron en el domicilio de Romanita Radilla
Martínez y José Hernández Meza.
Salvador Hernández Guerrero fue el presidente del primer co-
mité promotor que se llamó Comité Pro Fundación de la Escuela
Preparatoria No. 22. Los orejas del ejército y de otras corporaciones
se hacían presentes en las reuniones de los entusiastas promotores
y padres de familia. Recordemos que aún vivíamos aquel periodo
negro de la Guerra Sucia.
Bolívar Reyna Vergara y José Guadalupe Jiménez Polanco fue-
ron los primeros maestros. Iniciaron clases en el turno vespertino
con dos grupos y al año siguiente comenzó el turno matutino. De
Chilpancingo vino Celso Villa, que se sumó al equipo donde ya
estaba Aurelio Ponce Díaz.
Fue Justino y Celestino quienes invitaron a Celso Villa García y
se quedó a cargo de la dirección. Justino también invitó a Fortunato
415
Víctor Cardona Galindo

Hernández Carbajal, José Teodoro Hernández y Victoria Enríquez.


En la gestión Leticia Galeana Luna ponía su camioneta y la gasolina.
Había tanto entusiasmo por lograr una preparatoria en Atoyac que
no se escatimaban esfuerzos. Don Pedro Torres López, don Pedrito
fundador de la prepa, durante todo el primer año no recibió salario.
En la preparatoria 22 han impartido clases personalidades como:
Victoria Enríquez, Alba Teresa Estrada Castañón y el maestro Del-
fino Daniel Ortiz Guzmán.
De nuestra prepa han egresado personajes conocidos como: An-
selmo Sotelo Albarrán, Leticia Galeana Luna, Maricela Quiñones,
Francisco Arroyo Delgado, Joel Iturio Nava, Angélica Castro Rebolle-
do, Pedro Rebolledo Málaga, Eleuterio Benítez Nogueda, Acacio Cas-
tro Serrano, Martín Fierro Leyva, Julio César Cortés Jaimes, Armado
Mariscal, Armando Bello, Pablo Solís, Felipe de Jesús Téllez y Jesús
Bartolo Bello López. Son los más conocidos de los que me acuerdo
ahora. Ya haremos otra lista después, para soportar los reclamos.
El primer edificio se construyó con el apoyo del pueblo en un
terreno donado por la señora María Dolores Torres viuda de Maris-
cal. El maestro Delfino Daniel encabezó el comité proconstrucción,
después vino el rector a iniciar los trabajos. José Carlos Quevedo, el
Pope siempre defendió que él puso la primera piedra y la segunda la
colocó Rosalío Wences Reza.
Los trabajos iniciaron el 26 de octubre de 1986 todavía con
Wences y terminaron el 13 de junio de 1987, siendo rector de la
Universidad, Ramón Reyes Carreto. Fue un trabajo colectivo, los
alumnos trabajaron de peones y haciendo tabicones. Los maestros
ayudaban y se fletaron parejos para echar los colados. Las mujeres
también acarrearon botes de cemento e hicieron la comida para los
voluntarios.
Ya construido el edificio en 1988, se hizo el cambio a las nuevas
instalaciones siendo Fortunato Hernández Carbajal el director. To-
dos agarramos nuestra butaca nos la pusimos en la cabeza y dejamos
para siempre la calle de Zaragoza 6, donde la prepa había funciona-
do por 12 años, desde su fundación.
416
Mil y una crónicas de Atoyac

Recién fundada los estudiantes de la 22 se metieron a alfabetizar


y se vincularon en otras actividades de solidaridad con los trabaja-
dores y campesinos. Aun cada año el 31 de octubre en la prepa 22
se hacen concursos de altares y ofrendas. Sigue siendo un espacio
democrático muy importante. Ellos recibieron a la delegación zapa-
tista el 15 de marzo de 1999, cuando vinieron a promover la con-
sulta por la paz y la democracia, cobijaron los restos del guerrillero
Lucio Cabañas Barrientos, el 3 de diciembre del 2001, cuando los
antropólogos forenses clasificaban lo encontrado esa mañana en la
fosa del panteón municipal. Dieron hospedaje al subcomandante
Marcos cuando vino el 16 de abril de 2006. Los preparatorianos
marchan por la paz o exigiendo seguridad y por solidaridad política.
Desde el principio: “En términos políticos la prepa jugó un pa-
pel importantísimo; después de la guerrilla, fue quien reinauguró
la marchas de protesta; a partir de entonces se organizaron los tra-
bajadores del Inmecafé, los campesinos cafetaleros, hubo pues, una
participación en el movimiento social”, explicó Roberto Cañedo
Villarreal.
Celso Villa le dijo a Judith Solís Téllez que el frente de la prepa
durante el año de 1976-1977, estuvo vigilado por una patrulla mi-
litar. “Incluso un teniente entraba a clases. Hasta que tuve el valor
de decirle que podía acudir, pero tenía que quitarse el uniforme; lo
hizo y siguió asistiendo. La idea era fiscalizar lo que se decía, casi el
año aguantaron y después dejaron de ir”.
Según Roque Peralta “La preparatoria, tuvo el mérito, a finales
de la década de los 70, de romper el silencio que el gobierno por
medio de la represión había impuesto a la región. La marcha del
silencio, organizada por la escuela, fue la primera manifestación de
protesta posterior a la guerrilla. En la cual también participaron tra-
bajadores del Inmecafé, sector de profesores democráticos, familia-
res de desaparecidos y el pueblo en general”.
A la marcha que rompió el silencio el 18 de mayo de 1979 asis-
tieron todos los trabajadores y alumnos de la preparatoria 22. La
organizó la célula del Partido Revolucionario de los Trabajadores,
417
Víctor Cardona Galindo

encabezada por Roberto Cañedo Villarreal. Caminaron por las


principales calles de la ciudad, hablando por un megáfono, mientras
muchos soldados los miraban. De esa marcha se recuerda la parti-
cipación de: Irma Hernández Meneses, Ignacio Rebolledo y Rafael
Rojas.
Había miedo de participar, porque en Atoyac decir mitin era
un palabra de terror. Recordemos que al año de ocurrida la masacre
del 18 de mayo, en 1968, Juan García Fierro, Octaviano Santiago
Dionicio y Decidor Silva Valle intentaron organizar un acto con-
memorativo al primer aniversario de la masacre pero el evento fue
inhibido por el ejército. “Cualquier manifestación que se organizara
sería disuelta” les informó el comandante del 32 batallón de infante-
ría coronel Gilberto Torres Pujol. Ese día soldados de dos batallones
y demás cuerpos policiacos pusieron en estado de sitio la ciudad.
Por eso marchar aquel 18 de mayo de 1979 fue heroico, tenían
la amenaza de no dejarlos manifestarse y se corrían rumores que
habría un desalojo violento. Muchas madres presionaban a sus hijos
para que no fueran, “que vayan otros menos tú”, le dijo su madre a
un entusiasta estudiante de la 22.
Sin embargo todo se organizó bien y no hubo incidentes. Al
frente iba un representante de cada grupo, acompañando en la des-
cubierta a Rosario Ibarra de Piedra y a Rosalío Wences Reza. Ese día
desfiló toda la prepa y se marcó la costumbre de marchar cada 18 de
mayo para conmemorar la masacre de 1967.
La marcha salió de la calle Zaragoza, luego caminó por Aquiles
Serdán, Reforma, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero, Hidalgo, Juan
Álvarez y el zócalo. El discurso principal estuvo a cargo del alumno
Pedro Rebolledo Málaga, con un texto que le formuló el maestro
Fortunato Hernández Carbajal. Ese discurso le valió a Pedro para
que el alcalde Alfonso Vázquez Rojas le quitara su empleo de mozo
de oficio y su padre lo enviara a estudiar a Michoacán. Pero Pedro
Rebolledo volvería a las andadas y más tarde llegaría a ser miembro
de la dirigencia de la Federación de Estudiantes Universitarios Gue-
rrerenses y luego líder de solicitantes de viviendas.
418
Mil y una crónicas de Atoyac

Wilibaldo Rojas recordó que desde 1979 al 1984 hubo mar-


chas, el 18 de mayo de 1984 se interrumpieron hasta 1988. En
mayo de 1984 únicamente llegó el contingente del padre Máximo
Gómez y algunos de Petatlán y no se marchó porque eran pocos.
Ahora muchos recuerdan con orgullo haber participado en la pri-
mera manifestación. “Fuimos nosotros los que rompimos el silencio
y el miedo”.

Nuestra comida tradicional


A mi madre: María del Refugio Galindo

En la sierra heredamos de nuestros ancestros muchas costumbres


en la comida. Se comen los animalitos y hierbas silvestres, además
de las plantas que se cultivaban en el jardín o en las milpas, aves de
corral y el sabroso marrano criollo, que en otros tiempos andaba
suelto y la gente le llamaba “cuche cuitero”.
Otros platillos, que ahora se consumen, los hemos ido apren-
diendo con la influencia de otras culturas o por medio de la invasión
de la comida chatarra y por la influencia de los medios de comuni-
cación. También nuestros paisanos que regresan de Estados Unidos
traen costumbres en la alimentación que nos van quedando.
En el pasado nuestra comida durante mucho tiempo fue la que
la madre naturaleza nos daba y muchas veces esa misma ingesta nos
hacía resistentes al medio, pues tenían propiedades curativas y forta-
lecían el sistema inmunológico. Nuestra comida además de sabrosa
era parte de un ritual cotidiano del pueblo, de nuestra tierra. Era
una forma de vivir sana, conviviendo con el entorno. Se cazaba para
comer y para vivir, nunca por diversión.
Muchos de estos animalitos que nos comíamos eran una plaga y
al cazarlos el campesino estaba defendiendo sus cultivos.
El mapache, que gusta de comerse los elotes tiernos, se guisa de
diversas maneras. Se puede hervir con sal, cebolla y ajo para que se le
419
Víctor Cardona Galindo

quite el chuquío, aunque no es muy chuquioso. Ya blandito se puede


guisar en chile verde, entomatado o frito. Se hace la salsa con chile,
tomate, pimienta, comino, cilantro, clavo, orégano y suficiente ajo.
Si ustedes gustan también se puede hacer una barbacoa de mapache.
Al tlacuache, hay que quitarle la horripilante piel. Una vez fri-
to, con chile piquín es una delicia. El tlacuache ya pelado se ralea,
“bien raleadito” y se enlimona, se muele ajo, cebolla, pimienta y
sal; todo esto molido se embadurna en la carne y luego se baña con
chile piquín, se fríe y queda listo para el paladar más exigente. El
tlacuache “sancochado”, es decir únicamente cocido con agua y sal,
es excelente para curar la bronquitis.
Con el tejón se sigue la misma operación que con el mapache, la
diferencia es que el mapache tiene su carne muy roja y el tejón no.
El tejón solitario es más grande que el de manada (suelen andar hasta
siete juntos). En ambos casos se puede guisar de la misma manera.
La manteca de tejón es recomendable para curar el dolor de
cabeza. Se unta en la frente o en la sien con hojas de una planta
conocida como amor atrás de la puerta, de albahaca o anona. El
tejón se fríe con su propia manteca, aunque su gordura varía de la
zona donde se atrape. Comer carne de tejón nos hace inmunes a las
infecciones por piquetes de zancudo y otras alimañas del campo.
Otro animalito muy requerido como alimento es el armadillo,
con la concha se cura la bronquitis, en su cuerpecito tiene tres clases
de carne: de pollo, marrano y res. Para que la carne salga libre de
chuquío se tiene que pelar con cuidado, porque si se rompen unas
glándulas que tiene en el pescuezo, se pone muy chuquioso. El ar-
madillo cuando está gordo se fríe en su propia manteca, los tamales
hechos con manteca de armadillo son muy sabrosos.
En caso que no se haya tenido el debido cuidado al pelarlo, para
quitarle el chuquío la carne se hierve con hojas de guayabo, o con
hojas de ciruelo y se tira el agua dos veces. La carne se cuece enlimo-
nada y cuando se está cociendo se le ponen hojas de laurel. Lo puede
cocinar en chile rojo. El lomo asado o frito bien dorado es muy
sabroso. Se prepara también en mole, en chile verde o entomatado.
420
Mil y una crónicas de Atoyac

Así como la Cruz es el símbolo de Jesús, la horqueta es símbolo


del Malo, por eso los animales que tienen lengua de horqueta son
venenosos. Como las culebras, el monstruo de gila y los armadillos
amarillos. Por eso siempre que matábamos un armadillo le veíamos
la lengua si tenía únicamente pico lo comíamos. Aunque yo les soy
sincero nunca vi un armadillo amarillo con una bifurcación en la
lengua. Aunque se sabía que en lugares remotos habían muerto fa-
milias enteras por comer carne de armadillo amarillo.
Las palomas asadas, fritas o entomatadas son muy ricas. Una
ardilla asada a las brasas es deliciosa. Ni que decir del conejo, cuyos
guisos son por demás populares.
El venado se puede cocinar en estofado o en bistec, en caldo,
frito, en barbacoa o aporreadillo. Se puede aprovechar la piel. Sobre
la caza del venado se cuentan muchas leyendas. Se dice que quien
tiene la piedra del venado puede cazar al por mayor, pero si no la
tiene le puede prender una veladora a san Eustaquio que es el san-
to de los cazadores. Las mujeres de mi pueblo, se han transmitido
de generación en generación, la costumbre de rodarle la piedra de
moler chile, en los pies a los hombres, sin que se den cuenta, antes
de que salgan de cacería y seguro traerán venado. Cuando Julio Ga-
lindo salía de cacería la tía Genoveva le rodaba la piedra del chile en
los pies sin que él se diera cuenta era para que trajera su presa. No
faltaba el venado o el jabalí.
De alguna manera heredamos de los ancestros cuitlatecos la
costumbre de hacer gamiteras, que es un tubito de carrizo silvestre
con tela de nido de araña y cera de abeja melipona en un extremo.
Soplando la gamitera se produce del sonido de venado cachorro y
el venado adulto confundido camina derechito a donde está el caza-
dor esperándolo. Los cazadores se valen de instrumentos ingeniosos,
uno de ellos es la “tigrera”, que se fabrica usando un bule, al que le
hacen un agujero en el fondo y con un cordón de mecahilo emba-
rrado de cera de miel de palo. Cuando pasa el cordón por el hoyo
del bule produce un sonido semejante al rugido del jaguar. Con este
instrumento se llama al felino para que caiga en la mira del cazador.
421
Víctor Cardona Galindo

Otro instrumento, que sirve para cazar aves, es el cacaxtle o ca-


caite, sólo se necesitan tres hilos y se teje con varitas, se le colocan
granos de maíz en el interior; en esa trampa caen toda clase de pa-
lomas, codornices, gallinitas, chachalacas y tortolitas. También se
hace una casita con cañas de maíz, y en la única entrada se le colocan
espinas de cayaco amarradas hacía adentro y las aves, al entrar, ya
no pueden salir.
Para atrapar camarones se hacen “chundes” con bejucos y se co-
locan en el río, los camarones se meten y ya no pueden salir. Ahora
he visto la misma estructura de los chundes utilizadas como protec-
tores de lámparas en los hoteles de lujo.
A los cachorros de perros se les echa la sangre de iguana en las
narices para que aprendan a olfatearlas. La Sandy, una perra de la
familia, capeaba las iguanas en el aire cuando caían de las palmeras y
luego se las ponía a mi papá en los pies. El Meco, otro perro, se metía
en las cuevas, tras las iguanas y luego se tenían que abrir huecos en la
tierra para sacarlo. Era implacable y bueno para las iguanas.
De febrero hasta abril las iguanas negras tienen huevos, todavía
no ponen y en diciembre las iguanas verdes llevan en su huevera
hasta 75 huevos, los que son muy sabrosos guisados en estofado o en
caldo. A la iguana verde hay que quitarle todo el cuero para poderla
comer.
Al salir de cacería no se les daba de comer a los perros, porque
así eran más efectivos en busca de su presa. A los animales hay que
llegarles en contra del viento para que no venteen y se vayan.
Confieso que yo nunca he sido buen cazador, una vez insistí a
mi papá que nos llevara con mi hermano Valente, un domingo a las
iguanas. Iban al cerro con Neto un iguanero profesional. Echamos
agua en un ánfora y bastimento en un morral y nos fuimos al monte.
Caminamos como tres horas y luego fuimos viendo árbol por árbol
buscando las iguanas que al vernos se escondían atrás de las ramas.
Subimos por barrancas y caminábamos al filo de las laderas. En una
de esas íbamos por una falda, papá caminaba al frente, Valente un
poquito delante de mí, cuando de pronto me desbarranqué y pegué
422
Mil y una crónicas de Atoyac

un grito que debió oírse a mucha distancia, me fui de espaldas pe-


gado a la falda llevándome a mi paso toda las hojas y “varañas” que
encontraba. Por fin me detuve en un árbol seco y las hojas que había
arrastrado a mi paso sirvieron de colchón. Mi padre hizo mucho
coraje y nos regresamos sin una sola iguana. Desde entonces no me
volvió a llevar en sus incursiones de los domingos.
Algo que ya no se come y antes era muy común, es el pipián
de camarones. Después de cocerlos al vapor se ponen a secar al sol;
después se tuestan en el comal con el chile y las semillas de calabaza.
Se muele junto en el metate, luego se guisa, con cilantro, orégano y
ajo. También se le pone una ramita de epazote.
Pero el guiso más socorrido es el caldo de camarones aloncillos
o langostinos. Se hierven con ajo, cebolla y una rama de epazote, en
blanco o con chile rojo o se fríen al mojo de ajo. Se dice que quien
come camarones de los ríos y arroyos de Atoyac, nunca más quiere
irse y se queda a vivir para siempre aquí. A una maestra fundadora
de varios jardines de niños, le advirtieron, “no comas camarones” y
los comió. Hasta la fecha sigue con nosotros.
La carne de víbora asada, cura la lepra y otras enfermedades.
Una vez molida se le agrega el polvo a un licuado de cualquier fruta.
La gente de la sierra acostumbraba darles carne de víbora a los ma-
rranos para prevenir la peste. La víbora cura llagas y manchas de la
piel; hay que quitar una cuarta de la cola y una cuarta de la cabeza,
porque es el centro de la víbora el que se puede consumir.
La tusa es un animal perjuicioso para las plantaciones de plá-
tano, se caza con trampas y su carne se acostumbraba hervida para
curar la anemia y para los chamacos que no quieren caminar.
De las plantas comestibles. La hoja de chipil, se cuece con agua,
cebolla, ajo y chile, es un buen caldo. A veces se le agrega chile rojo,
trocitos delotes, calabacita y ejotes. Este platillo es curativo, desin-
flama el estómago y aleja la colitis.
¿Quién no ha probado una salsa de tomate tinguaraco? o una salsa
de guaje con carne de marrano. La salsa de nanche agrio, es una
delicia. Una especie de chiles silvestres que llamamos de chichalaca.
423
Víctor Cardona Galindo

El Atole de masa con nanche, con plátano o tamarindo. El atolito


de masa con leche. El atole de masa blanco con piloncillo o con
calabaza; el atole blanco con chile machucado en molcajete y frijol.
Una carne de marrano con ciruela tierna y tomate criollo. La
verdolaga con flor de calabaza o la verdolaga con huevo a la mexica-
na. La hierba santa en caldo con cebolla rebanada o hierba santa con
huevo. Se pica la hierba santa (la cañita y la hoja) se guisa en salsa de
chile verde, cuando está hirviendo, se le pone el huevo. La otra for-
ma de cocinarla es freír primero el huevo, luego se le agrega la salsa
de chile, ajo y cebolla, luego la hierba santa picada. La hierba santa
en una planta prodigiosa, a los celosos, envidiosos y “mala leche” les
pica la lengua o se les entume. A la gente buena le sabe muy dulce.
El papaloquelite con frijoles y semillas de calabaza, con salsa de
tomate asado o salsa de chiles verdes y tortillas de comal, es el mejor
platillo que se haya comido.
También se comen los retoños rojizos del guaje cimarrón con las
comidas. Frutas tradicionales de la sierra, como los limones dulces,
las toronjas, los cajeles, los arrayanes, las piñuelas, la zarzamora, las
pomarrosas y la frutilla.
Para preparar las tortillas de plátano, se muele el plátano hervi-
do con el nixtamal. Igual para hacer las tortillas enchiladas o tortilla
de chile, manteca o frijol; se revuelve la masa con salsa de chile rojo
o chile verde según sea el gusto, o bien puede revolver la masa con
manteca y luego hacer las tortillas y ponerlas a cocer al comal. O si
lo prefieren se puede revolver la masa con la salsa, la manteca y el
frijol para hacer unas deliciosas gorditas.
El café del barco se cultiva en las milpas, los granos se dan en
unas espigas que parecen barquito, por eso se llama café del barco.
Se tuesta y se mueve igual que el café típico, pero éste al servirse es
mantecosito y con leche potencializa su sabor. De postre que les
parece una conserva de cayaco y una agua fresca de guanábano.

424
Mil y una crónicas de Atoyac

El Santito
El rito comienza cuando el sacerdote Rafael Valencia reza en cada
estación representada por pequeños grabados religiosos que cuelgan
en las paredes de la iglesia Santa María de la Asunción. La concu-
rrencia sigue en coro la oración, mientras los miembros de la her-
mandad Jesús de Nazaret, que se identifican por sus playeras azules,
lo siguen con una cruz de madera, representando así el recorrido de
Cristo al monte Calvario.
Después del viacrucis, con sus catorce estaciones, sale de la pa-
rroquia la imagen de Jesús de Nazaret para realizar su recorrido por
la ciudad de Atoyac que durará 41 días. Comienza el primer viernes
de cuaresma y termina el jueves santo.
Fausto Hernández Meza filma y filma con su cámara de video,
desde hace 22 años está presente en esta actividad, no me imagino
una procesión sin Fausto, ya es parte de la tradición misma.
El cortejo camina lento, la patrulla 001 del departamento de
tránsito va al frente, su director Pedro Rebolledo Málaga dicta ór-
denes a su gente, mientras la imagen de Cristo hecha de cedro y de
caoba, que mide un metro con setenta centímetros, es trasladada
lentamente. Dos miembros de la familia que la va a recibir este día
en su domicilio caminan al frente con un cirio grande encendido y
el sahumerio humeando oloroso a copal. Seis cargan la imagen, que
va empotrada en una mesa de madera, son miembros de la herman-
dad y de la familia que le dará asilo por esta noche y el día siguiente.
Desde los años treinta del siglo pasado, hasta el 2000 era el San-
to Entierro el que recorría la ciudad durante la cuaresma. Dos mú-
sicos: uno con tambor y otro con una flauta de carrizo lo seguían en
su peregrinar y estaban toda la noche tocando en el domicilio donde
lo recibían. Esa tradición quedó atrás, ahora es la imagen de Jesús de
Nazaret, quien recorre las calles y peregrina toda la cuaresma.
El Santito, como le llama la gente es lo más importante que
existe para la ciudad de Atoyac en este periodo y son “mares” de
gente que lo sigue en su recorrido por 40 domicilios y una capilla.
425
Víctor Cardona Galindo

Durante los últimos años la limosna que recogen en el peregrinar


del Santito está destinada para construir los salones parroquiales “se
juntan como cincuenta mil pesos, en 41 días” dice un allegado a la
tradición. Ya la obra de los salones parroquiales va muy avanzada.
“Perdón, perdón, Dios mío, perdón”, así comienza el camino y
peregrinar de la imagen de Jesús de Nazaret.
Isaac Rendón Reyes, nuestro querido Chaca, es portador de una
bandera morada y va al frente de la procesión. El Santito lleva una
túnica morada y va envuelto en una capa color oro. Lo acompañan
niñas vestidas de vírgenes, niños, de angelitos y vestidos como san
José, hacen filas a su alrededor. Los miembros de la hermandad,
identificados por sus playeras azules y la cara de Cristo estampada
en la espalda, dan orden al cortejo.
La Hermandad de Jesús de Nazaret, la integran 23 miembros
que se encargan de la liturgia, el orden y de cargar la imagen. Para
integrarse a la hermandad “hay que cumplir con los sacramentos”
dice su presidente Cutberto Santiago Nogueda, quien no deja pasar
ningún detalle del rito y no permite fallas durante la procesión.

Un nuevo mandamiento
nos da el señor,
que nos amemos todos
como nos ama Dios.

El sahumerio despide humo y olor a copal. Bajan la imagen en


la esquina de Miguel Hidalgo y Juan Álvarez, se cambian los que
cargan. También Fredy Magaña se suma a la filmación y se abre
paso entre la gente iluminándolo todo con sus potentes reflectores.
La multitud camina tras Jesús de Nazaret llevando flores hechas de
papel maché, blancas, azules y moradas, todos van por la avenida
cantando. Cada año las familias que reciben el Santito se las inge-
nian y le ponen talento a la elaboración de las flores, a veces son de
tul, otras de papel crepé, algún material reciclado, lo importante es
que se vea bonito.

426
Mil y una crónicas de Atoyac

Al llegar al puente del arroyo cohetero otra vez descansan los


que cargan, una vecina sale y con un atomizador baña de perfume
a la imagen por el frente y los costados. Luego la procesión sigue su
camino, como todos los años 40 familias lo reciben en su casa. Son
40 hogares que se llenaran de regocijo y de fervor religioso.
Para recibir al Santito hay que anotarse con un año de anticipa-
ción, el Jueves Santo se hace el sorteo y de mil 200 familias que se
anotan, únicamente 40 tienen la gracia de recibirlo, porque un día
el Santito visita un capilla de una colonia que haya salido agraciada,
en el sorteo de este año estará en la colonia Pindecua.
La familia que lo recibe se obliga a ponerle una túnica nueva,
hacer las flores y repartir los cirios a los peregrinos. Dar la comida al
recibirlo y el atole al siguiente día.
Margarito Ramírez Jiménez es el encargado de restaurar la ima-
gen, dice que nuestro Jesús de Nazaret sufrió un incendio hace 15
años, quedó casi hecho carbón, prácticamente lo volvió a construir.
Recomienda que no se le ponga encima la cruz de madera tan pesa-
da como luego hacen, porque la imagen tiene muy deteriorado en
hombro derecho. También recomienda no aplicar el perfume direc-
tamente al cuerpo porque daña la pintura, invitó a cuidarlo y poner
el perfume sólo en la ropa. Luego la gente le besa su manita y esa
imagen ya debe estar quieta.
Don Margarito dice que la imagen de Santo Entierro que se ve-
neraba antiguamente en Atoyac, tiene más de 600 años de antigüe-
dad pues fue construida en el año mil 400 en Galicia, España, él se
dio cuenta de esto porque abrió la imagen hace 18 para restaurarla
y se encontró un papel que especificaba el lugar y el año de su fa-
bricación. Por eso considera que tanto el Santo Entierro como Jesús
de Nazaret son verdaderas joyas que hay que cuidar, eso ya deben
quedarse en templo y no sacarlas a las calle.
¡Oh! padre Jesús
¡Oh! padre querido
me pesa señor
haberte ofendido.

427
Víctor Cardona Galindo

Y todos corean:
Perdón, perdón, Dios mío, perdón.

El Santito ya caminó por las calles: Palmas, Aquiles Serdán, pasó


por el Arco de la entrada de Atoyac, luego Antonio Caso, Antiguo
Campo Aéreo. La patrulla 001 de departamento de tránsito sigue
por delante, Isaac Rendón Reyes, el Chaca, al frente marca las rutas.
El Santito hora va vestido con túnica blanca y una capa roja.
El dulcero va hasta atrás del contingente llevando su carrito de
dulces muy tranquilamente, escuchando los rezos, él sonríe. Este
dulcero, es ya parte del paisaje del zócalo de Atoyac, siempre está
cerca de la comandancia con su carrito de chicles, dulces y cigarros,
solamente el sol hace que se mueva de lugar y en la cuaresma sigue
al Santito. También va la que vende chicharrones y palomitas.
Pero volviendo a la procesión, muy atrás del contingente va la
patrulla de protección civil. Me voy dando cuenta que en esta parte
de la ciudad, por la calle del Antiguo Campo Aéreo, hay casas muy
bonitas. “Comen con mantequita los de por aquí”, diría mi tía Car-
lota Galindo.
Va el contingente coreando los cantos, algunos llevan velas en
las manos, siguen al Santito que levanta en parte una gran nube de
polvo por Insurgentes.
Señor…
me has mirado a los ojos
sonriendo has dicho mí nombre
en la arena he dejado mi barca
junto a ti buscaré otro mar.

Por la bocina se escucha a una monjita que reza el rosario y to-


dos repiten a una sola voz. Para tener éxito aquí y sentirse integrado
hay que conocer los rezos y los cantos. Algunos van en silencio, no
dicen nada, únicamente siguen la imagen, a donde los lleve este día.
Pasando por la parota de Insurgentes, que los vecinos no quie-
ren que tiren porque es centenaria y pasando por donde alguna vez

428
Mil y una crónicas de Atoyac

se apareció la virgen de Guadalupe en un ahuejote, va risueño Juan


Manuel del Carmen Valencia, orgulloso dice que nació en El Pa-
redón y que es bolero, “el mejor de los boleros”. Él nunca falla, así
ande crudo, siempre va, “por la gracia de Dios”, tiene 29 años bo-
leando en el zócalo y yendo al Santito. Muchos entran y se salen de
la boleada, él se mantiene.
La procesión quiebra por Emiliano Zapata y llega a la calle Sil-
vestre Castro en la colonia Acapulquito. La familia que lo recibió
adornó la casa con colores vivos y la calle con papel picado. Jesús de
Nazaret se queda un rato en la calle luego los de la hermandad lo
meten al domicilio donde pasará la noche.
Ya que se colocó al Santito en el altar entonces comienza la ce-
lebración a las ocho de la noche en punto. La familia de la casa se
reúne para recibirlo.
Como hormigas aparecen los vendedores: de cubitos, de agua,
de bolis, cremas, palomitas y chicharrones. En fin Jesús de Nazaret
para todos da. Al llegar la familia que lo recibe otorga un nuevo
vestido. Ahora la imagen tiene una túnica dorada.
Después de la celebración la gente se congrega para recibir un
vaso de agua de Jamaica y un plato de pozole, hay hasta para llevar.
Entre los comentarios con los peregrinos, que se alejan después
de cumplir con la misión del día, viene el recuerdo: “Al frente de
la hermandad estuvieron antes Juan Barrientos que duró dos años y
Antonio de la Cruz la encabezó trece años, lo quitó el padre Rafael
Valencia. Antes el párroco no se metía con la hermandad y estaban
en el cargo hasta que Dios los llamaba. Pero Rafael Valencia salió
enérgico, en el 2001 quitó de un tajo la tradición del Santo Entierro”.
Los viejos miembros de la hermandad recuerdan aquel trági-
co día, un Jueves Santo, que el circo Kimba se quiso adueñar del
atrio de la iglesia, los de la hermandad se opusieron y llegaron hasta
los golpes con el dueño del circo, salió golpeado el señor David
Rebolledo Hipólito quien era presidente de la hermandad en ese
momento, al día siguiente el circo abandonó el lugar, fue el último
año que estuvo el padre Isidoro Ramírez al frente del templo. En ese
429
Víctor Cardona Galindo

tiempo Atracciones Rosales apoyó con recursos económicos para la


construcción de la iglesia, a la que hasta la fecha le falta una torre:
“Es aún una parroquia incompleta”.
Y ya entrados en remembranzas vamos a recordar lo que dice
uno de nuestros cronistas Eduardo Parra Castro, más conocido
como don Yito, en su texto “Semana Santa en Atoyac”. Sobre ésta
tradición él escribió que al principio del siglo pasado “se velaban
cuatro santos, la feligresía era muy devota ya que en la cuaresma
la mayor parte de la población asistía a las ceremonias religiosas,
empezando el Domingo de Ramos que sacaban a san Ramón en
procesión; era un santo montado en un burrito, la procesión se ha-
cía llevando ramas o palmas en la mano y se recorrían las principales
calles de la ciudad”
Para que queden más claras las cosas es necesario enfatizar aquí
que, según lo dicho por nuestros abuelos, en el pasado el pueblo de
Atoyac se dividía en cuatro barrios: la Tachuela, los Toros, Bajial
Grande y Bajial Chico. En ese tiempo cada barrio tenía su santo que
veneraban en la Semana Santa.
De ahí lo escrito por don Yito: “Todos se velaban en la semana
mayor ya que con anticipación se hacía la rifa de los mayordomos,
personas encargadas de velarlos en sus casas y correr con todos los
gastos como se hace en la actualidad, siguiendo la costumbre de dar
comida y el atole del santo o sea atole de achiote, herencia que nos
dejaron los cuitlatecos”.
Aquí aclaro que al “atole de santo” como le dicen se le pone un
polvito del fruto de un árbol que se llama achote o achiote. Por eso
hay un pueblo en la sierra que se llama El Achotal, porque en sus al-
rededores abunda este árbol. La gente manda con tiempo a encargar
el achote para tenerlo listo para el día que le toque el santo.
Don Yito nos dice que “los santos eran: el Cristo de la paloma
por tener una con las alas extendidas en la cabeza; el de tres poten-
cias que tenía tres resplandores, dos por cada lado y uno en medio
de la cabeza, y el otro santo permanecía en la capilla del Cerrito
que se encontraba al final de la calle del Bajial Grande; al último
430
Mil y una crónicas de Atoyac

le llamaban Inocencia, que cuentan es el actual Santo Entierro que


permanece en la iglesia y sacan a velar en Semana Santa. El Jueves
Santo se recogían todos los santos, después de la misa de las diez
de la mañana salía la procesión de los cristos que era muy esperada
porque sacaban a todos los Cristos en hombros de los feligreses”.
De lo escrito por don Yito sobre la Semana Santa se despren-
de que la tradición de venerar estos cuatro santos se terminó en la
primera década del siglo xx, durante la Revolución que todo cam-
bió: “la federación del centro, combatiendo a los revolucionarios,
tomó la plaza de Atoyac, la tropa cerró la iglesia y la usaban como
caballeriza, el sacerdote encargado de la misma tuvo que repartir los
santos en casas particulares. En esas circunstancias el párroco tuvo
que ausentarse del lugar, olvidándose por el momento de los cultos
religiosos, hasta que mandaron nuevo párroco que vino a poner or-
den a la iglesia cambiando el sistema de las celebraciones de Semana
Santa; ya no velaron los cuatro santos, solo uno el que permanece
en la iglesia y es el que velan hasta nuestros días, de los demás santos
no se sabe dónde quedaron”.
Deduciendo de lo que nos dice en su crónica Eduardo Parra, con-
cluimos que la tradición de hacer la procesión y de velar el Santo
Entierro surgió después de la Revolución. Una tradición de nuestro
pueblo que fue cambiada por el padre Rafael Valencia en el año 2001.

Perdón…
¡Oh Dios mío perdón
perdón e indulgencia
perdón y clemencia
perdón y piedad.

Pero ya plantados en nuestros días el Santito con su túnica do-


rada ahora va por la calle Juan Álvarez al norte de la ciudad, por la
escuela primaria Herminia L. Gómez. Las mismas caras de ayer. Los
mismos devotos. Los miembros de las familias tradicionales de mi
ciudad, ir al Santito es ver el rostro de Atoyac, compartir con la ale-

431
Víctor Cardona Galindo

gría y la fe de su gente. A los lejos se ve el lucerío que camina tras la


imagen que al andar mueve la mano izquierda envuelta en el humo
del copal. En Atoyac todas las épocas del año tiene su olor, el día
de muertos huele a cempasúchil, a tamales nejos y frito de cuche;
diciembre a pólvora y a pollo. Y la cuaresma a copal y a pozole.
Pues padeciste por amor nuestro
Jesús bendito seas mi remedio… —reza el coro.

Juanito Gómez el ex panguero camina adelante con los cande-


labros. El recorrido es largo, sin embargo nadie se amilana, todos
siguen, haciendo escalas donde hace cruz el camino, como en la
calle Cafetal esquina con Juan Álvarez.
Miguel Castillo va vestido de verde olivo con su guitarrita de
juguete y un garrote más grande que él.
La cuesta es dura subiendo cerca de la escuela primaria Plan de
Ayutla hasta el corazón de la colonia Juan Álvarez, los perros ladran
sorprendidos al ver pasar la multitud. Doña Rosa Ícela Godoy Sán-
chez que reparte todos los días el periódico El Objetivo a pie en toda
la ciudad, no se cansa; por la tarde sigue al Santito hasta donde vaya.
Este día se recorre la calle Silvestre Castro hasta el final de la ciudad.
Muchos van con fe, los menos por el olor a pozole. Se hacen 15 es-
taciones en el camino, ya para estas fechas, en el recuerdo quedó el
carrizo y el tambor que alguna vez acompañaron al Santo Entierro.
Al fin llegamos hasta la última casa de la ciudad. Los de la herman-
dad contienen la multitud con una cuerda blanca. Los peregrinos
se regresan en grupos antes de la celebración. Por la inseguridad no
es para menos. El miedo no anda en burro, viene a caballo y nos
arrolla a todos.
Perdona tu pueblo señor
perdona tu pueblo
perdónale señor…

Los niños vestidos de angelitos, con sus alas y su corona dorada,


con una cruz al frente. La gente sostiene sus velas y para no quemar-

432
Mil y una crónicas de Atoyac

se usa hojas de almendro para detener la parafina, otros usan vasos


de unicel para protegerse las manos.
El Santito va por la calle Independencia, la gente lleva flores de
papel crepé, blancas, moradas y azules. Todos cantan, enfilan por la
calle Galeana de la colonia Sonora, luego por Obregón hasta llegar
donde la familia lo recibe, la calle está adornada con plástico picado
formando dibujos del Cristo Crucificado, el Santísimo y la paloma.
En éste que será su hogar, por hoy, vistieron a Jesús como la imagen
tiene el Señor de la Misericordia, es azul, rojo y blanco el altar, con
una muy especial combinación de colores.
Después de la celebración la gente pasa a tocarle la mano, a
tocarle la frente y pedirle en susurros “señor te encargo a mis hijos”,
“mi salud señor, que mejore”. La gente pide que lo cuide este año,
las cosas no andan muy bien y los hijos van al trabajo, viajan salen a
divertirse, todos estamos azorados. Jesús de Nazaret escucha inmó-
vil, “aquí andamos señor detrás de ti, como todos los años mientras
me prestes la vida”. Afuera la mayoría se preocupa por alcanzar el
mejor lugar para la repartición del pozole y poco a poco el olor a
orégano lo impregna todo.

Veredita
El camino a El Ticuí es histórico y está lleno de leyendas. Es tam-
bién un sendero tenebroso y romántico. En ese camino real las fuer-
zas del legendario general Silvestre Castro García, el Cirgüelo, derro-
taron a las tropas federales de Rómulo Figueroa.
Wilfrido Fierro Armenta le compuso a la hermosa jovencita que
fue Antonia Chávez Veredita, esa canción que inmortalizaron Los
Brillantes de Costa Grande.

Veredita que vas


hacia el pueblo
donde mi adorada

433
Víctor Cardona Galindo

suele caminar,
yo te pido
que regrese pronto
para que con sus besos
me venga a consolar.

Esa veredita de la canción, estaba rodeada de palmeras, boco-


tes, zazaniles, retamas y cacahuananches. Tenía tramos con nombres
propios como La Puerta de Fierro, Los Postes Cuates y La Ceiba.
Al subir el empedrado donde estaba una centenaria ceiba era un
lugar tenebroso por la noche. Muchos decían haber encontrado ca-
minando personas fallecidas, otros que habían topado una gallina
con pollos, que en la oscuridad, no los dejaba pasar. Entre los pos-
quelites del arroyo habitaban los chaneques. Por eso algunos, como
yo, caminábamos por las noches formando una cruz con el índice
y el pulgar de la mano izquierda y con la derecha sosteniendo la
piedra más redonda que encontrábamos en la orilla del río. Si nos
amenazaba un ente sobrenatural habría que enfrentarlo con la cruz,
pero si era humano entonces habría que usar la piedra.
En el camino real todavía habitan muchos miedos. En sus tra-
mos ha muerto mucha gente, no sólo en los combates de los federa-
les contra los mariscalistas. En Los Postes Cuates mataron al Gallo
y en La Puerta de Fierro a otros más. En la orilla del río, un tiempo
estuvieron amaneciendo personas asesinadas a pedradas. Uno de
ellos fue Octaviano Lucena, el Tabaco, quien amaneció muerto en el
playón el 3 de marzo de 1963.
También en ese camino real mataron a Paulita el 19 de mayo de
1979. Wilfrido Fierro registró en la Monografía de Atoyac el 20 de
mayo de ese año: “Hoy fue encontrado en el camino del poblado del
Ticuí, cerca al paso del río, el cadáver de la señorita Paulita Serrano
Hernández. Por la forma en que la encontraron, ésta fue conducida
por la fuerza al sitio de referencia, en donde fue violada y después
asesinada a tiros. Su cuerpo estaba desnudo con diferentes contu-
siones. La citada señorita trabajaba en el puerto de Acapulco en la

434
Mil y una crónicas de Atoyac

casa comercial María y solía visitar a su familia cada fin de semana


al poblado del Ticuí, y en esta ocasión llegó a la orilla del río como
a las 10:00 horas de la noche, por lo que al seductor la siguió con el
resultado descrito.
La occisa era hija del señor Ángel Serrano Flores. Este espantoso
crimen ha causado gran consternación entre los habitantes del lugar
y se espera que las autoridades investiguen el paradero de los asesi-
nos para que se les dé un castigo ejemplar”.
En el arroyito que ahora está debajo del puente de La Ceiba,
crecía una especie de lirio, al que nosotros conocemos como pato y
en otras latitudes se le nombra jacinto. Había muchos pececitos en
sus pequeñas pozas y el canto de las ranas era permanente. Desde el
arroyito a la entrada del pueblo todo estaba empedrado. Todavía en
determinada época del año las retamas adornan el camino con sus
flores amarillas y los bocotes se tiñen de blanco.
Hasta 1992 los ticuiseños pasábamos el río en pango (canoa) de
los pangueros recuerdo a Rutilo y a los Lara, quienes con sus palan-
cas de madera dominaban las corrientes del embravecido río, con
los pangos cargados hasta con 20 pasajeros. A veces teníamos que
arremangarnos el pantalón y meternos al agua para alcanzar lugar.
Nos bajábamos en esos pequeños varaderos de piedra. Luego nos
íbamos caminando por el camino real.
Rubén Ríos Radilla en una crónica que tituló El paso de la ca-
noa, describe aquellos tiempos: “Víctor el panguero empezaba a
conducir la canoa al otro extremo del río… junto a mí, alrededor de
30 personas esperaban con paciencia el regreso del pango que en ese
momento transportaba más de tonelada y media de peso, pues había
en su interior 20 personas a bordo”.
Rubén observó el pango recorrer los alrededor de 100 metros
de distancia que había de cortina de agua entre una y otra orilla,
acción que duraba aproximadamente cinco minutos. “El agua fría
se adecuaba bien a lo cálido del sol del medio día; los pequeños
tumbos que se formaban en la parte más caudalosa del río arrojaban
con mayor velocidad aquel cuerpo de madera río abajo al venir de
435
Víctor Cardona Galindo

regreso, mientras otros 20 pasajeros se disponían a descender de la


embarcación. Aun no bajaban todos, fuimos abordándola otros”.
Vio las palmeras ese mediodía. “Las palmeras, las majestuosas
palmeras se engalanan en este día con la caricia de un norte que
sopla mientras anuncia la llegada de unos nubarrones que cubrirán
por un corto tiempo el radiante sol de la costa”.
Cuando se caminaba a medio día se hacía obligatorio, después
de dejar el pango, pasar a saborear las aguas frescas de naranja, de
limón, horchata o de jamaica que Celsa Mendoza vendía en unos
garrafones de cristal, junto a chicharrones y palomitas, debajo de ese
frondoso ahuejote al que siguen respetando los huracanes.
Cuando las aguas del río bajaban mucho, los pangueros se dedi-
caban a cribar arena y a sacar piedras del río para vender a los mate-
rialistas. Mientras el comisario del Ticuí organizaba a los habitantes
que utilizando troncos, varas y lianas hacían “chundes” (una especie
de chiquihuite) que llenaban con piedras para que sirvieran de co-
lumnas, encima colocaban troncos labrados de palmeras y luego les
clavaban tablas o huesos de palapa atravesados.
Así pasábamos por ese puente de madera en temporada de secas,
al atravesarlo no se podía correr, porque si alguien lo hacía, tenía el
riesgo de rebotar e ir a dar al agua o romperse un hueso al caer sobre
las piedras del río.
La maestra María de Jesús Luna Radilla, La madre Chuchita,
recorría ese camino, con su sombrilla dos veces al día. En ocasiones
asaltaban, pero a ella nadie la tocó, ella nunca faltaba a impartir
sus clases de ciencias sociales a la secundaria Enedino Ríos Radilla,
así estuviera lloviendo, el río muy crecido o el sol muy caliente. En
1984 un maestro se le arrodilló para que no abordara el pango, por-
que hacia unos días que una de las canoas había naufragado con el
saldo de tres ahogados.
El Polvorete de Héctor Vargas fue el primer microbús que rea-
lizó en 1987 el recorrido desde el río por la calle principal, pasan-
do por el barrio del alto hasta la secundaria Enedino Ríos Radilla.
Cuando estaba el río bajito lo atravesaba y echaba viajes hasta la
436
Mil y una crónicas de Atoyac

secundaria 14, Mi patria Es primero, porque había adolescentes del


Ticuí que estudiaban allá.
El Río Atoyac en el pasado fue muy caudaloso. Un tiempo se
usaron balsas para pasar camiones cargados con algodón hacia El
Ticuí. Creo que todos éramos felices pasando en pango, hasta que
un suceso nos vino a cambiar la vida. El 23 de septiembre de 1984
con motivo de las crecientes que provocaron los ciclones Ovidia y
Norberto, uno de los pangos que transportaba pasaje en el río Ato-
yac, rumbo a El Ticuí, se hundió por exceso de peso y por la fuerte
corriente, al chocar con las piedras tiró al agua a 21 pasajeros entre
los cuales iba un sacerdote. Resultaron ahogados: María Ramírez
Terrones, Agustín Granados y Antonio Gómez Juárez.
Por eso en una asamblea del pueblo se nombró el primer co-
mité pro—puente integrado por Miguel de León, León Obé Ríos
y Miguel Garibo Soberanis, este último le puso mucho empeño a
la construcción, hasta que murió defendiéndose de una banda de
secuestradores. Ese año de 1984 al pasar la temporada de lluvias, la
gente del Ticuí se unió para amontonar piedras, grava y arena. Tam-
bién se realizaron diversas actividades para reunir fondos y construir
el puente.
La primera solicitud se le presentó al presidente municipal José
Luis Ríos Barrientos y después de muchas luchas en 1989 el alcal-
de Alejandro Nogueda Ludwig anunció la construcción del puente,
pero no se concretó supuestamente por los conflictos poselectorales
de ese año. El 24 de agosto de 1991 estando de visita en el palacio
municipal el gobernador José Francisco Ruíz Massieu salió al bal-
cón y ante un grupo de mujeres del Ticuí que pedían el puente en
tono de broma les dijo: “Mis amigas no tienen muy buena voz pero
tendrán su puente”.
La construcción del puente inició el 25 de noviembre de 1991
se proyectó una longitud total de 130 metros, con un ancho de 4
metros, un metro de ancho de banquetas incluyendo la guarnición,
con tres pilas intermedias con claros entre pilas de 32.50 metros.
Su construcción fue de una superestructura de tipo tridilosa, con
437
Víctor Cardona Galindo

capacidad de carga concentrada de 6.8 toneladas por rueda y con


una inversión total de dos millones doscientos cuarenta y cinco mil
doscientos nuevos pesos. Ruiz Massieu lo llamó el “puente de la
concordia.
Pero la lentitud de la obra generó inconformidades. Había quien
aseguraba en mayo de 1992 que en las primarias lluvias los muros
se vendrían abajo. El comisario municipal Benito Bello Romero y el
presidente del comité pro construcción Bonifacio Reynada Hernán-
dez enviaron un oficio al gobernador José Francisco Ruiz Massieu,
el 18 de junio de 1992, donde acusaron a la empresa de estar des-
viando recursos del puente para otras obras de Michoacán y Vera-
cruz. Estaban preocupados por la lentitud de la obra y la compañía
ya había recibido el 50 por ciento del costo de la construcción.
El lunes 23 de noviembre de 1992 Rubén Ríos Radilla escribió
en El Sol de Acapulco: “Este año es el último en que habrá puente de
palma y en que hubo pango; se espera dar un viraje de 360 grados, El
Ticuí experimentará una nueva etapa, es posible que nazca aquí un
Ticuí nuevo, algo así como una colonia de Atoyac, porque para noso-
tros hablar del Ticuí, era hablar de su pango, de su puente de palma y
de su fábrica, pero ahora sin fábrica, sin pango y sin puente de palma
será difícil aceptar el cambio; el nuevo Ticuí por El Ticuí de antaño,
ojalá que el viraje del que hablamos sea para bien de los ticuiseños”.
Mientras se construía el puente vehicular dos años pasamos por
un puente hamaca, hecho con cables y tablas, el último lo construyó
el presidente municipal Evodio Arguello de León. El gobernador
José Francisco Ruiz Massieu finalmente inauguró el puente el jueves
11 de marzo 1993. Ese mismo día también entregó títulos de pro-
piedad a los colonos de la 18 de Mayo de 1967. En su discurso dijo
en el puente del Ticuí se invirtieron un poco más de dos mil 200
millones de viejos pesos y que para su construcción se utilizó una
tecnología moderna; la cual abatió los costos y aceleró el proceso
constructivo.
La llegada el puente benefició a todos, menos a Celsa Mendo-
za que dejó de vender sus aguas frescas. Los Lara también salieron
438
Mil y una crónicas de Atoyac

perdiendo, sus pangos se quedaron un tiempo amarrados a la orilla


del río sin dar servicio, hasta que los vendieron o se perdieron en el
agua de viejos. El puente aguantó las crecientes 20 años hasta que
se lo llevó la tormenta Manuel el pasado 15 de septiembre de 2013.
Pero volviendo a Veredita, Wilfrido Fierro esperaba todas las tar-
des a Antonia Chávez cuando la jovencita iba por agua al río o a
lavar. En ese tiempo, la década de los setentas, la gente iba por agua
al río. Se hacían pocitos en la arena y el agua salía limpia, filtrada
lista para tomar. No había contaminación, ahora al hacer un pocito
a la orilla del río encontramos la suela de una sandalia, un pañal
desechable o un vidrio. Ya no sirve para tomar.
Aunque la orilla del río, del lado del Ticuí, frente a Atoyac, sigue
habiendo una sinfonía de pájaros. En los guamúchiles anidan toda
clase de aves, desde cascalotes, calandrias, gorriones, tortolitas y co-
libríes. Hay muchas aves de colores: rojas, negras, azules y amarillas
con rallas negras en el cuello. Aquí desde principios de mayo el cielo
se nubla. Es el humo de los incendios forestales y tlacololes en el
granero de Atoyac. El río comienza a exigir la lluvia y los caminos de
su ribera se adornan con las roscas de los guamúchiles.
Y Veredita sigue así:
Yo ruego
decirle que vuelva
que aquí yo muero
de tanto esperar
y si logras hacer que regrese
cuéntale mis penas
al verla pasar…

Que mis ojos


ya quieren mirarla
y quiero besarla
más y más y más…

Que yo sufro
muy onda su ausencia

439
Víctor Cardona Galindo

que en silencio
lloro sin cesar…

Que le pido
que regrese pronto
y que con sus besos
me venga a consolar…
Que yo sufro
muy onda su ausencia
que en silencio
lloro sin cesar.

Ticuiseña
“¿Recuerdas Macondo? El calor es igual de insoportable y el sol te
quema hasta la raíz de los vellos púbicos. Ese es el Ticuí. Y si pasas
algún día por ahí, entenderás que para los melancólicos y los viejos
provincianos el resplandor de un lugar paradisiaco culmina con la
ruina y la miseria emocional de su gente, de sus tierras y de sus ja-
cales... ese es el Ticuí... ¿Recuerdas Macondo?”, escribió en internet
Flor de Calabaza, un seudónimo de alguien que seguramente estuvo
aquí en mayo o durante la canícula.
Porque sí, hace mucho calor, principalmente ahora en mayo y
los días de la canícula son terribles, pero en diciembre el aire frío
que baja de la sierra es muy agradable. El Ticuí es bonito, siempre
lo ha sido. Aquí la luna despunta enorme y anaranjada al oscurecer
por el cerro de La Florida. Después de las lluvias las lomas se llenan
de “angelitos”, una especie de arañitas rojas, los caminos están po-
blados de palomas torcazas que vuelan entre los tamarindos, el cen-
zontle canta por las mañanas brincando entre los bocotes y cuando
el sol está más caliente el cielo es intensamente azul con pinceladas
de nubes blancas.
A las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el
cielo del Ticuí. Una sale de la boca del Chacuaco y dos de los tubos

440
Mil y una crónicas de Atoyac

abandonados de las turbinas de esa vieja fábrica de hilados y tejidos.


Un tiempo dieron por vivir en las ruinas un grupo de tecolotes al-
binos, pero tuvieron la desdicha de encontrarse con una bien orien-
tada bala calibre 22.
Según Wilfrido Fierro, El Ticuí fue fundado allá por 1850 por
las familias Radilla y Cabañas. Todo el pueblo era de bajareque y
dellame. Las primeras casas de adobe y tejas se construyeron a la par
de la fábrica de hilados y tejidos. El pueblo fue trazado por técnicos
hispánicos dice Regulo Fierro quien se refiere a El Ticuí como el
último pueblo español. Por eso en el pasado los ticuiseños se sentían
superiores y llamaban “indios camaroneros” a los de Atoyac.
En la historia del Ticuí esta que en 1924 el coronel delahuertista
Ambrosio Figueroa Marbán ocupó la población, pero al ser derro-
tado por Amadeo Vidales en Atoyac el 4 de marzo, se retiró a las
lomas donde pernoctó y luego por la mañana se marchó rumbo al
puerto de Acapulco para indultarse ante las tropas leales a Obregón.
Cuando era niño me gustaba caminar por esas lomas y sentar-
me debajo de los arbustos para observar al pueblo. Me gustaba ver
como las palomas salían de las culatas y volaban por encima del
caserío para sentarse en los tejados. Por las tardes parecía que todas
las palomas salían de su escondite. Era impresionante observar las
parvadas de palomas cafés, blancas, moradas y grises que sobrevola-
ban el pueblo.
Desde mi lugar privilegiado sentía que estaba por arriba de esas
aves. Mientras ellas volaban por encima del caserío, yo las podía ob-
servar desde lo alto, porque desde ese lomerío se puede ver todo, no
sólo la rutina de las palomas, también la vida de las personas que se
iban caminando rumbo a la cabecera municipal o estaban metidas
en sus quehaceres.
Mi mamá, mis hermanos y yo, llegamos a El Ticuí en 1978 y
nos instalamos para vivir en la calle Progreso del Sur. En ese tiempo
estaban saqueando la fábrica, yo fui por una rueda con la que hice
una carretilla de madera para acarrear leña. Con el tiempo la rueda
vendida como fierro viejo. Crecimos bajando guamúchiles en la ori-
441
Víctor Cardona Galindo

lla del río, camaroneando y cortando escobillas para hacer escobas


que con el tiempo fueron sustituidas por las varillas de palaba, por-
que la escobilla se extinguió. En ese tiempo El Ticuí se dividía en El
Barrio del Alto, Las Cortinas, El Trueno y El amate.
—¿Donde vives?
—En El Ticuí
—Allá donde matan a pedradas…
Era la respuesta de la gente cuando les decía donde vivía. Tal vez
lo decían por los muertos a pedradas que amanecían en el playón.
Pero también había una rivalidad entre ticuiseños y los “indios ca-
maroneros” de la cabecera municipal.
El atoyaquense Salvador Ruíz Fierro dice: “No se sabe el origen
de la rivalidad entre atoyaquenses y ticuiseños, la cosa es que se ape-
dreaban y la línea fronteriza era el río. En el Cuyotomate, cuando
estaba echado en la arena, cayó una piedra junto a mí y mis amigos
pasaron corriendo alejándose del río. Eran los ticuiseños que nos
estaban apedreando. Yo también corrí y cuando pude respirar entre
jadeos me preguntaba por qué ese pleito. Nunca lo supe. Pero ahora
El Ticuí es una colonia de Atoyac y ya no existe esa rivalidad. Den-
tro de poco tampoco existirá el río”.
El ticuiseño Filiberto Méndez escribió que la costumbre de pelear
a pedradas surgió en 1930, cuando la palomilla de Atoyac, “siempre
atravesaban el río para robarnos los mangos de la huerta que estaba al
otro lado del canal y que según nosotros nos correspondía, los agarrá-
bamos a pedradas. Como teníamos fama de campeones de la piedra,
no se iba ninguno sin su alcancía en la cabeza”.
Eran los tiempos de la banda pesada de Alfredo Armenta, el Pre-
sumido, Bartolo Ríos, el Diablo Verde, Antonio Martínez, el Pechón,
Gilberto Sánchez, la Rata, Rogelio Soberanis, el Amanerado, Bales-
ter Hernández, el Cuche, Aquilino Salas, la Laura y Juan Chávez, el
Serio. Estaban también Chucho Patitas y Cucho Patotas, por ser uno
de piernas largas y el otro las tenía cortas.
Los niños que ahora tenemos más de cuarenta años, nos diver-
tíamos jugando a La Víbora de la Mar, al Tigre, la Gallinita Ciega,
442
Mil y una crónicas de Atoyac

Milano, El Coyote, al Escondedero y al Stop. Pero uno de nuestros


pasatiempos favoritos era irnos a bañar a La Poza, que estaba en el
bombeo y donde todavía se sigue bombeando el agua para el pueblo
en lo que se conoce como el sistema viejo. Pero La Poza profunda
donde echábamos chavados es ahora únicamente un charco.
En los días festivos izábamos bandera a la seis de la mañana.
Nos levantábamos a la cinco y allá íbamos todavía en la oscuridad.
Cuando escuchábamos los primeros acordes de La marcha de Zaca-
tecas, comenzábamos a correr, el tocadiscos de la primaria se escu-
chaba en todo el pueblo.
También para ir a clases todos los días, corríamos a la escuela
para llegar antes de que terminara La marcha de Zacatecas, esa era la
pieza que ponían los maestros de la primaria Valentín Gómez Farías
para anunciar que ya se acercaba la hora de entrada o el regreso a
clase después del recreo. Esa escuela se fundó 1932 y comenzó fun-
cionando en unos cuartos de la fábrica. Mucho se recuerda al enér-
gico maestro Matías Hernández. Yo siempre recuerdo a mi maestra
Francisca Serrano que me enseñó las primeras letras.
Los 9 de mayo a las 9 de la noche les cantábamos las mañani-
tas a las madres. Con faroles en mano recorríamos el pueblo. Ha-
bía quienes se esmeraban y lucían unos faroles que eran verdaderas
obras de arte. Estaban hechos de papel celofán o de china con una
vela adentro. El desfile de esa noche era una verdadera exhibición
de creatividad.
El pueblo tenía su dinámica, un rastro y un tajón. Los que ven-
dían desde tamales, carne u otros servicios se anunciaban en el toca-
discos. Que también servía para felicitar en los cumpleaños o enviar
complacencias.
“Se les avisa que en casa de Evelia Juárez hay chicharrones”, se
escuchaba en la bocina. Los pilinques de doña Evelia eran muy sa-
brosos, con limón y un plato de frijoles bien moliditos, una salsa de
jitomate asado y unas tortillas de mano bien calientes. Era la comida
de los domingos en El Ticuí. Doña Evelia hacía también muy sabro-
so el relleno de cuche.
443
Víctor Cardona Galindo

Doña Francisca Flores, doña Chica, vendía los cuchitos por las
tardes, un pan a base de harina y piloncillo que tenía forma de ma-
rrano, bien dorados y con café eran un manjar.
Teófilo García el pabellonero tocaba un claxon de bicicleta en
cada sombra que encontraba. Hasta la sombrita íbamos por nuestro
raspado de grosella, limón o tamarindo. Desde que me acuerdo el
mismo nevero recorre las calles del Ticuí. Se llama Luis Castro con
más de 30 años en el oficio, siempre va empujando su carretilla de
madera pintada de rojo y amarrillo grita “vainillaycocooo” o deja salir
un intenso silbido. Siempre trae de tres sabores: limón, vainilla y coco.
Tenían molinos de nixtamal: Adolfo Solís, Luis Pérez y Boni-
facio Reynada, era donde llevábamos el nixtamal para moler. Las
mujeres se acomedían para sacarnos la masa a los hombres. La voz
de don Luis Pérez retumbaba en el sonido anunciando los produc-
tos que estaban a la venta. Las complacencias y las felicitaciones de
cumpleaños eran donde Gabriel Barrera y Santos Martínez, la voz
de Sara sonaba muy bonita. Gino anunciaba tamales y la película de
la semana. Mucho exhibían películas revolucionarias, de los herma-
nos Almada, de Jorge Rivero o Angélica María. La primera película
que vimos mis hermanos y yo, fue Mamá soy Paquito con Pedrito
Fernández. Era un desmadre el cine en El Ticuí, a veces tiraban has-
ta miados, en bolsas de plástico, a la mitad de la película. Ahí vimos
La niña de la mochila azul también con Pedrito Fernández. Había
que llorarles a nuestras mamás para que nos dieran para el boleto.
Atrás del cine estaba un guamúchil con grandes raíces donde algu-
nos enamorados se comían a besos por las tardes.
El Ticuí tiene aún una pista de aterrizaje que se construyó en los
tiempos que Enedino Ríos Radilla fue gerente de la fábrica. Se inau-
guró en 1935 con el aterrizaje del avión trimotor piloteado por un
aviador de apellido Clevens, dice Wilfrido Fierro. Fue en ese campo
aéreo donde aterrizó, el 8 de febrero de 1940, la aeronave que trajo
los restos del líder agrarista Feliciano Radilla Ruíz.
Una vez aterrizó una avioneta muy temprano, cuando Conrado
y yo íbamos por agua al canalón. Unas señoras nos pidieron les lle-
444
Mil y una crónicas de Atoyac

váramos unas maletas hasta el río y nos dieron una propina que para
nosotros era mucho dinero.
En la pista caían aviones y los helicópteros eran el pan de cada
día. Por largas temporadas venían los de la Procuraduría General
de la República a combatir los plantíos de amapola. A pesar de la
campaña, a muchas personas se les veía la prosperidad y las cheyennes
(camionetas de moda en los ochenta) se volvieron parte del panora-
ma local. Los helicópteros antes de aterrizar en la pista, daban vuel-
tas de reconocimiento por el pueblo. Se oía el sonido al despuntar
los aparatos en los cerros. Los niños corríamos a verlos llegar, desde
abajo les veíamos las letras de la matrícula. Todos los días levantaban
el vuelo a las ocho de la mañana y se iban rumbo a la sierra, regre-
saban ya en la tarde. Con ellos también venía una avioneta azul que
despegaba temprano.
En el pueblo había muchos marranos sueltos y muy seguido
pisábamos un excremento de cuche que tenía un olor difícil quitar.
“Chiiiino, chiiiino, chiiiino”, gritaban mañana y tarde las dueñas de
los marranos al mismo tiempo que sonaban la bandeja con maíz.
Los cuches suspendían su deambular por el pueblo y regresaban
corriendo con su propietaria para comer. Cuando llegaban los ma-
tanceros se hacía un escándalo, porque al agarrar un marranito la
madre y la manada intentaban quitárselo a trompadas y a mordidas.
La dueña tenía que agarrarlo con engaños para entregarlo al matan-
cero que se lo llevaba en un costal.
En El Ticuí las bodas eran muy bonitas. Desde el viernes en la
tarde las anunciaban en el tocadiscos de Santos Martínez o de Ga-
briel Barrera. Se escuchaba “don Fulano de Tal los invita a la boda
de sus hijos Zutano y Perengana, y mañana sábado los espera para
que le ayuden hacer la enramada”, la voz de Sara era muy melodiosa.
Desde temprano, el sábado, los hombres del pueblo llegaban
frente a la casa donde sería la boda y se organizaban. Unos se que-
daban para hacer los pozos, otros iban por morillos y otros más
traían las palapas verdes de las huertas de coco. Ahora no se pueden
hacer enramadas por casi todas las calles están pavimentadas. Las
445
Víctor Cardona Galindo

bodas se hacen en la cancha o en centros sociales de Atoyac. Pero en


aquel tiempo todo era fiesta, desde el sábado había comida, por la
tarde cuando ya se había terminado la enramada, se organizaban los
torneos de gallos. Julio Mendoza era la estrella en la tarde y muchos
galleros del rumbo.
Catarino Hernández compuso Ticuiseña una canción que mu-
cho se escuchó en la década de los ochenta:
Cuando yo me vaya
de esta tierra tan querida
una ticuiseña
llorando se va a quedar…

Porque no ha querido
decidirse irse conmigo
grandes sufrimientos
son los que ella ha de pasar…

Yo ya me voy, ticuiseña
llorando estarás, Ticuiseña”.

Mi lindo Ticuí
Mi lindo pueblo querido
ya quiero llegar allá
yo sé que estas en Guerrero
municipio de Atoyac.

Se escucha en la primera estrofa de esta melodía de Javier Soberanis


Méndez e inmortalizada por Los Brillantes de Costa Grande. Mi
lindo Ticuí, es la voz de alguien que anda fuera y ya quiere regresar
a este cálido rinconcito costeño. ¿Que sentirán nuestros paisanos en
Estados Unidos que tienen tantos años sin venir?
En abril las ceibas de la orilla del río se llenan de algodonados
capullos, de donde se desprenden pequeñas plumitas que vuelan

446
Mil y una crónicas de Atoyac

con el viento sobre ese manto de agua y las dulces roscas de guamú-
chil maduran, listas para ser cosechadas. “Pareces vara guamuchera”,
se dice en broma pesada a los muy flacos, y es que las roscas de gua-
múchil se bajan con varas muy delgaditas y largas. Hay quienes se
dedican en la temporada a bajar roscas para venderlas en el mercado,
a 10 pesos el montoncito.
Cuando las madres, de los que tenemos ahora más de cuarenta,
iban a lavar al río, nos llevaban de compañeros y nos la pasábamos
jugando en el agua bajo el sol. Nos quedaba la espalda de un color
ceniza que, al rascarnos por los piquetes de zancudos, parecíamos
“pizarrones de taquigrafía” decía el primo Reyes, que gozaba escri-
biendo en la espalda de los demás.
En el pasado el río estuvo muy poblado de camarones, de sus
aguas completábamos nuestra dieta y resolvíamos, pescando, la ne-
cesidad de proteínas. Hacíamos con cerdas de caballo unos peque-
ños lazos con los que atrapábamos camarones de castilla. Nos pasá-
bamos tirados de barriga, en el agua, con paciencia para que cayeran
en la trampa los pequeños camaroncitos. Otros más valientes con
las puras manos atrapaban aloncillos, otra especie de camarón, que
muerde muy fuerte con sus grandes tenazas. Los camarones, hervi-
dos en agua con sal y epazote, con un chile verde reventado, tortilla
o arroz, compiten con los mejores platillos.
Otros días en la tarde, antes de irnos a la casa le quitábamos unas
piedras de arriba al lavadero y metíamos un anzuelo para pescar bo-
bos. Esos peces son muy feos y babosos casi no se pueden agarrar,
pero ya fritos tienen su carne muy blanca y sabrosa. Con una salsita
de chile verde en molcajete y frijoles con arroz, en la cena eran una
delicia. Se dice que los últimos que han atrapado saben a petróleo.
Había en ese tiempo camaroneros profesionales, ahora son una
especie en peligro de extinción. Hace poco encontré tres por un
sendero flanqueado de árboles, comiendo mango y recogiendo ros-
cas de guamúchiles. Llevaban sus lanzas bajo el brazo, hechas de
trabucos de sombrillas y varillas de tinas, con unas ligas amarradas
en un extremo para dispararlas. Ellos se sumergen con sus visores en
447
Víctor Cardona Galindo

el agua, frente al edificio de la Sagarpa en busca de comida. Son tres


generaciones de camaroneros: el abuelo, el padre y el hijo. Ese día
iban, con sus morrales, en short y camiseta con su piel quemada por
el sol. “Se llena uno una morrala, de puras mecas”, me dijo el abuelo
al preguntarle si todavía había camarones en ese contaminado río
del mes de marzo. También hay quien pesca con atarrayas: truchas
y carpa:
Cuando y comencé a cantar
yo lo hice desde aquí
no olvido mi Costa Grande
y mi pueblo del Ticuí…

Rodeado de sus montañas


y su río sin igual
lo mismo que sus palmeras
y su precioso canal.

En los noventa con el programa de Solidaridad, comenzaron


a pavimentar las primeras calles, hoy la mayoría son de concreto,
pero cuando eran de pura tierra en la calle principal que se llama 5
de Mayo se hacían carreras de caballos. Todos los 20 de noviembre.
Hermosas jovencitas ticuiseñas servían de madrinas en las carreras
de cintas. Cuando un diestro jinete tomaba una cinta, cabalgaba
hasta donde lo esperaba, con un regalo, la joven madrina luciendo
sus mejores galas.
De la 5 de mayo se ve de frente el mítico cerro Cabeza de Pe-
rro, donde la leyenda dice que se está formando un volcán y donde
hombres valerosos acudieron en el pasado a realizar sus pactos con
el Cuera Negra. El cerro de La Escobeta fondea El Ticuí como si
quisiera enmarcar y adornar este pueblo rodeado por dos canales, la-
mentablemente uno ya se convirtió en un vertedero de aguas negras.
Los que tenemos más de cuarenta, jugamos en ese zócalo em-
banquetado de cemento y bancas de granito que fue construcción
del líder obrero Enedino Ríos Radilla quien durante el esplendor
448
Mil y una crónicas de Atoyac

de la fábrica y de la cooperativa David Flores Reynada hizo diversas


obras de beneficio popular. Jesús Mendosa, Chucho Patita vivía en el
zócalo, tenía una casa de alto, aun lado estaba un tamarindo y atrás
un mango. Arriba tenía su habitación y abajo una cantina donde ven-
día cerveza, se jugaba baraja y dominó. Había una llave comunitaria,
ahí llegó en 1983 Octaviano Santiago Dionicio en su campaña para
presidente municipal por el Partido Socialista Unificado de México
(psum). La llave, el tamarindo y el mango ya desaparecieron y todo
el zócalo como era se demolió para construir el que se luce a ahora.
Alrededor del zócalo siempre han vivido ticuiseños de descen-
dencia extrajera. Los Obé, los Alonso y los Ludwig. Los Obé des-
cienden del francés León Obé Penitoc ingeniero industrial y naval
que instaló la maquinaria de la esplendorosa fábrica de hilados y
tejidos, de él nació León Obé Quiñones que fue un importante
músico su hijo Leoncito Obé Ríos fue agricultor, un visionario que
trajo una tortillería que ha estado ahí por más de 30 años. León Luis
Obé Castro sigue la tradición.
A Leoncito lo asesinaron. El pueblo se conmocionó, porque era
muy querido, con él se fue el solidario militante de izquierda, File-
món Pérez. Se dice que don Fili salió, con la pistola en la mano, a
ver que pasaba, pero el arma se le encasquilló y como le faltaba un
brazo, la prótesis no le ayudó para meter el otro cargador y pereció
a manos de aquellos pistoleros desconocidos.
Hoy muchos árboles se están acabando, como los colchos que
había a la orilla del arroyo que atraviesa El Ticuí, sus frutos eran
como anonas largas, tenían una carne amarilla y no gustaba mucho
el sabor. Los truenos, los amates y camuchines, que había por todo
el pueblo, quedaron en el pasado. Así como el colcho abandonó el
arroyo, el saladillo abandonó el panteón.
En el camposanto había un letrero que decía “No desprecies este
lugar ni lo mires muy lejano, pues de tanto vagar y vagar llegarás tar-
de o temprano”, este letrero lo había hecho Yigo a quien se lo llevó
el alcohol, era un artista el hombre, como Catarino Hernández que
vivió en su misma calle. A Ángel Bello lo mató un rayo, lo sepulta-
449
Víctor Cardona Galindo

ron, con el tiempo por necesidad abrieron la tumba y encontraron


que el cuerpo no se había corrompido, estaba entero momificado y
su barba tenía varios metros de larga.
Los gitanos llegan con sus remolques y tiendas de campaña y se
colocan frente a la vieja fábrica, “sólo vienen a chingar a la gente”,
dicen con desconfianza los ticuiseños. Los húngaros como les llaman
nuestras mamás, tenían fama de robar niños. Ahora sabemos que
no. Las gitanas son bonitas con sus faldas largas de bolitas, tienen los
ojos azules y hablan una lengua extraña, leen las cartas y las manos.
Mucha gente viene de otros pueblos a visitarlos para conocer su fu-
turo. Cuando ellos están frente a la fábrica en esta parte del pueblo
no se juega futbol. Ocupan la cancha completa. Cuentan que una
gitana caminaba por el sitio de taxis de Atoyac. Se le acercó a un
taxista y le dijo “señor deme 500 pesos y le quito la sal”, el taxista le
contestó “pendeja te doy mil pero quítame la azúcar”.
Aquí Santos Martínez Guillén es el heredero de la tradición de
la danza del Cortés, todavía la montan de vez en cuando. Hace va-
rios años cuando don Feliciano Martínez vivía se escuchaba el tam-
bor llamar a los toreadores y luego se veía venir El Cortés danzando
por las calles. Todos corríamos a ver.
Dice Santos Martínez que “la danza fue traída al municipio de
Atoyac por: Severino, Agustín, Abrahán, Pedro, Pano y Juan Mar-
tínez, Fernando Zamora, Tito Fierro y Tiburcio Rebolledo”, ellos la
diseminaron por toda la región, porque antes se montaba en muchos
pueblos, ahora únicamente en San Juan de las Flores, El Rincón de
las Parotas y al norte de la cabecera municipal y claro, en El Ticuí.
Santos Martínez aprendió a bailar la danza a los 13 años ense-
ñado por su padre y dice que la danza, la integran doce personas
incluyendo el personaje del Cortés que es el único que baila, los
demás nada más dan vueltas a su alrededor y cuando termina de
bailar comienzan a torearlo. Rafael Arzeta escribió que “cuando to-
rean, el cortés tiene que darle tres golpes con la cuchilla, al toreador
en turno, uno en la pierna izquierda, otro en la derecha y el último
en la cadera”.
450
Mil y una crónicas de Atoyac

Ese es El Ticuí.
En la culata de la casa de los Fierro hay un letrero negro sobre
una pequeña tabla que dice “Calzada Camino Real”, así se llama
oficialmente la vía que va a la cabecera municipal, la que antes era
únicamente el camino real a secas. Pero aunque tenga un nombre
propio la gente le llama simplemente “la carretera al Ticuí”, a esos
400 metros que van del río al puente del canal de la fábrica. Una
joven ceiba crece en arroyo amenazando con su fronda la soleada
cuesta.
La mancha urbana se va comiendo la vegetación. Donde había
palmeras y árboles de mango, ahora se levantan casas de la colonia
Villas del Carmen. Se fueron las garzas y los pericos, llegaron las calles
y muchos niños jugando en ellas. Durante el huracán Tara el arroyo
de La Ceiba se juntó con el río y las aguas pasaban por encima de las
huertas. Por eso ahora con la fuerza de las aguas que trajeron, la tor-
menta Manuel y el huracán Ingrid los colonos de Villas del Carmen
abandonaron sus habitaciones y se refugiaron en El Ticuí.
En las calles sin pavimentar, de las Villas del Carmen, Francisco
Garibo ha organizado carreras de caballo. También ha organizado
jaripeos y una vez se instaló un circo cerca del río. Por cierto uno
de los carros que transportaba los animales destruyó el puente de la
ceiba. Ahora con la nueva pavimentación de la llamada calzada Ca-
mino Real acaba de repararse. Con esta obra se les acabó la chamba
a un grupo de ticuiseños que tapaban los baches para pedir una
cooperación a los conductores. Ellos tapaban los baches y la lluvia
los volvía abrir, eran desperfectos que dejan 19 años sin manteni-
miento.
El sábado 19 de diciembre del 2010, llegando al río, aun costa-
do de las Villas del Carmen se inauguró el campo deportivo Koora
el nombre viene de la combinación de las primeras letras de los her-
manos Galeana Gallardo: Katia, Oscar, Oscar Raúl y Araceli. Ahora
se organizan ahí grandes partidos de futbol.
Desde el 2 de octubre durante dos meses cruzamos el río por el
puente hamaca. El 23 de diciembre de 2013 por la mañana termi-
451
Víctor Cardona Galindo

naron de construir el puente provisional. Colocando tubos sobre el


río y costalillas con arena pudieron pasar los primeros carros, pues
no había paso vehicular desde que el río se llevó el puente el 15 de
septiembre.
Ya miércoles 30 de abril 2014 comenzaron los trabajos para la
construcción del nuevo puente con recursos del Fondo Nacional de
Desastres Naturales (Fonden). Parece que construirán únicamente
un pilón de concreto, porque a raíz del sismo de abril del 2007 se
reforzaron dos pilones que resistieron los embates de las corrientes
durante Manuel, por eso la construcción de nuestro puente será más
rápida.
Se piensa que después de diciembre tendremos puente de dos
carriles y una hermosa carretera, pero por lo pronto una vez que las
lluvias se lleven el puente provisional, tendremos que volver a usar el
puente hamaca y en vehículo dar vueltas por San Jerónimo.
Aquella gran ceiba que adornaba el camino es únicamente un
recuerdo, donde estaban sus poderosas raíces ahora pasa la banqueta
de la nueva calzada Camino Real que se inauguró el 24 de mayo de
2014 a las 12: 55 del día, esto da otra imagen al camino real y en ve-
hículo se hacen tres minutos del zócalo del Ticuí a la calle principal
de Atoyac. Aunque estamos muy cerca no somos una colonia de la
cabecera municipal como dicen muchos. Todavía a los ticuiseños se
nos cocina aparte.
Y como dice la canción de Javier Soberanis.

Si me toca mala suerte


y muero lejos de ti
cantando y tocando cumbia
que me lleven al Ticuí
que me llevan al Ticuí
que me lleven al Ticuí…

452
Mil y una crónicas de Atoyac

Voces del Ticuí


Pueblo del Ticuí Guerrero
lugar donde yo nací
para ti será la gloria
los recuerdos para mí.
Gonzalo Ramírez Ochoa

En El Ticuí nacieron las tres voces que dieron identidad musical a


la región en los años setentas y ochentas. Aquí vieron la luz Manuel
Armenta, Gonzalo Ramírez y Efraín Méndez cuyas voces siguen
haciendo palpitar corazones y motivan, cuando menos, una lágri-
ma al recordar los amores de antaño. En El Ticuí también nació y
vivió Catarino Hernández Olea fundador de Los Brillantes de Cos-
ta Grande, trompetista y director de varios grupos musicales como
Alborada.
Los Brillantes de Costa Grande lograron despuntar a nivel na-
cional. Después de 30 años sus canciones siguen en la memoria
del pueblo. Muchas generaciones bailaron y se enamoraron con sus
acordes. Como dije, los organizó Catarino Hernández Olea quien
dominaba el solfeo y era arreglista. En los primeros momentos esta
agrupación surgió con el nombre de Los Tigros, así los bautizó Ed-
win Pino Bello, conjugando la sílaba Ti de Ticuí y Gro de Guerrero.
Otros proponían que se llamaran Los Alegres de la Cumbia.
Según escribió Sergio Eugenio Zeferino en el libro Agua desbo-
cada. Antología de escritos atoyaquenses, Edwin Pino ganó el concurso
y por ello se llevó 100 pesos, en un evento que se realizó alrededor
del chacuaco emblema de la época de progreso que se vivió en ésta
localidad, antes rodeada de plantíos de algodón, después de palme-
ras de coco y ahora de árboles de mangos que en ésta temporada
lucen sus pomas verdes, amarillas, moradas y rojas.
Los primeros integrantes y fundadores de Los Brillantes de Costa
Grande fueron: Catarino Hernández Olea, primera trompeta y direc-
tor musical; Gilberto Hernández Olea, segunda trompeta; Manuel

453
Víctor Cardona Galindo

Armenta Sánchez, la voz en las baladas; Juan José Armenta Sánchez,


baterista; Margarito Gómez Soriano, Guitarra; Miguel Chávez Ávila,
segunda voz y bajista; Gregorio Benítez Godoy, teclados; Abel Olea
Barrientos, Güiro; Javier Soberanis Méndez, Fernando Radilla Mén-
dez, Manuel Mesino y Alfredo Armenta Galeana.
Los Tigros se presentaban en bailes populares, bodas y 15 años
de la región. Después de varias presentaciones conocieron al repre-
sentante de la empresa musical Trébol, el centroamericano Antonio
Arrollaber, quien les hizo su primera grabación de canciones como
Me raspa tu barba, Sucedió en la Quebrada, Tres horas y La picarilla,
de las cuales ninguna trascendió.
Con Delfino Villegas del Arenal de Álvarez, hicieron una segunda
grabación en la empresa musical gvc, esta vez tuvieron mucho éxito
las canciones Mi amigo, Una decepción, Ambiciosa y Mi periquito. Fue
don Delfino quien les sugirió que cambiaran de nombre por otro de
más impacto y así surgen Los Brillantes de la Costa Grande:
Nos llamamos los brillantes
y no es para presumir
si no para llevar a todos
nuestra forma de servir.

Así lo expresan en una guapachosa cumbia.


Luego volvieron a grabar esta vez con la empresa musical Yurico,
donde hacían sus discos artistas de la talla de Chayito Valdez, Los
Sonorítmicos y Régulo Alcocer. Aquí lanzan al mercado canciones
como Mi amigo, Sonia, Regalo equivocado y Ambiciosa. De éste ál-
bum fueron un gran éxito las canciones Mi amigo y Regalo equivoca-
do, esta última había sido grabada por otras agrupaciones, pero Los
Brillantes con el estilo y arreglo musical de Catarino Hernández la
hicieron más popular, escuchándose en las estaciones de radio de la
capital de la república y de otros estados del país.
Otoniel Valdés, director de la empresa Yurico, les promocionó
una gira artística por el interior de la república mexicana. Visitaron
los estados de Colima, Michoacán, Distrito Federal, Estado de Mé-

454
Mil y una crónicas de Atoyac

xico, Hidalgo, Guanajuato, Oaxaca, Zacatecas, Jalisco, Morelos y


casi todo el estado de Guerrero.
En la gira su música logró gran aceptación y fueron tratados
como lo que eran, verdaderos artistas. Se tomaban fotos con el pú-
blico, usaban uniformes vistosos y viajaban en lujosos autobuses.
Gracias a esa popularidad hicieron otra grabación donde se incluye-
ron éxitos como Ave mensajera, Veredita, El fruto de tu pecado, Como
dicen, También mis ojos lloran, cumbias como La ticuiseña, Te aca-
baste cocada, canciones de compositores de la región como Zenón
Galeana, Wilfrido Fierro Armenta y Francisco Pino.
En el año 1983 realizaron la última grabación donde se incluye-
ron melodías como: Sobre mi cruz y Con una lágrima en la garganta.
Luego se disolvió la agrupación al separarse el director musical Ca-
tarino Hernández Olea, quien se fue a formar el grupo Alborada, al
que le imprimió su estilo, pero no tuvo el impacto de Los Brillantes
y siguió su trabajo con otras agrupaciones sin embargo ya nada fue
igual. El cantante Manuel Armenta, llevó a varios grupos las can-
ciones exitosas de Los Brillantes, pero tampoco logró llegar al nivel
anterior. También intentó grabar como solista.
“Veía a Manuel Armenta sonreírse inspirado en su canto lu-
ciendo su dentadura de oro cantando Corazón coranzoncito y Regalo
equivocado… Manuel tuvo una voz prodigiosa y cantó con pasión y
sentimiento, lo que hizo caracterizar a Los Brillantes de Costa Gran-
de de un estilo propio e inigualable pero se logró gracias al gran aco-
ple que hubo entre los trompetistas don Cata y su hermano, quienes
hacían los arreglos y le ponían el calor a la música del grupo con su
acento original que hizo vibrar a muchos corazones enamorados”.
Finalmente los pilares de Los Brillantes de la Costa Grande, par-
tieron de este mundo dejando de recuerdo sus canciones que toda-
vía se escuchan en algunos hogares y se pueden encontrar también
en internet. Catarino Hernández falleció el 13 de mayo de 1997 y
el vocalista Manuel Armenta el 12 de junio del año 2006, asentó el
ya conocido cronista de los grupos musicales de la región, Sergio
Eugenio Zeferino.
455
Víctor Cardona Galindo

El cantante, director y arreglista Gonzalo Ramírez Ochoa nació


en El Ticuí el 10 de marzo de 1948 su primera infancia la vivió en
la comunidad serrana del Cacao. Como a los 8 años lo trajeron a
vivir a la cabecera municipal de Atoyac. Tenía poco que había co-
menzado a tocar el violín, arte que aprendió de su medio hermano
Simón Rebolledo Ochoa con quien asistía a tocar en los velorios y
acompañaban con vinuetes a los angelitos cuando estaban tendidos
o los llevaban a sepultar.
A su regreso a su pueblo natal El Ticuí, en un velorio tocó el
violín apoyándose en una silla porque le costaba trabajo sostener
el instrumento y causó admiración entre los asistentes de verlo tan
pequeño tocando con tanta habilidad. Una señora se le acercó y le
dio una cachetada. En ese momento lloró pero con el tiempo com-
prendió que se la dio de cariño.
Siendo un niño emigró a la ciudad de Acapulco donde junto a
Isidro un compañero de su misma edad cantaba en los camiones.
Luego se fue con su familia a vivir a Tenexpa un pueblo de Tecpan:
Tenexpa pueblo querido
tampoco te olvidaré
te recuerdo con el alma
y a mi juventud también.

Fue en Tenexpa donde inició su carrera musical como guita-


rrista del grupo Clave de Oro, luego se integró a Los Armónicos
de Guerrero, más tarde participaría con El Grupo Caribe también
como guitarrista cuando apenas tenía 17 años.
En junio de 1970 salió El Grupo Caribe a grabar un disco, el
primer volumen que darían a conocer. En ese tiempo pagaron cinco
millones de pesos por la maquila. Gonzalo Ramírez únicamente era el
guitarrista, pero como los vocalistas se mojaron en el camino y esta-
ban afónicos, entonces él entró como suplente. Con El Grupo Caribe
cantó y grabó canciones exitosas como Tu despedida y Hazla regresar.
Posteriormente trabajó como director artístico con Yurico, Ar-
pón, discos Rocío entre otras marcas disqueras. Luego fue cantante,

456
Mil y una crónicas de Atoyac

director y representante del grupo Condesa Tropical, donde fue un


éxito la pieza Mi venganza que le daba título al primer disco. El
Condesa Tropical logró contratos en diversas entidades de Estados
Unidos y en toda la República Mexicana.
Más tarde con el grupo Acuarela Gonzalo Ramírez grabó en
Discos Arpón la melodía Sueño fantástico que sonó mucho en la ra-
dio en los años ochenta. Fue alumno del maestro Macario Luviano
que le enseñó a eliminar algunos vicios al tocar la guitarra. A Gon-
zalo Ramírez le gusta “hacer música popular y sencilla” así define él
su trabajo al pasar los años.
El 2 de enero de 1948 nació en El Ticuí, Efraín Méndez Blanco
quien heredó el talento de tocar magistralmente la guitarra de su
padre Miguel Méndez Navarrete. Siendo niño Efraín ganó varios
regaños, porque cuando tenía 9 años lo mandaban por un encargo
y en el camino encontraba a alguien tocando la guitarra se queda-
ba a observar sin importar que lo reprimieran por la demora. Con
guitarras prestadas aprendió todas las posturas para tocar. Mucho
lo orientó don Atanasio Radilla quien lo acompañaba a cantar en
todos los programas literarios musicales de la primaria. El director
de la escuela y a veces su maestro Raúl Vázquez Miranda le pedían
a don Atanasio que lo acompañara en su participación. Luego don
Nacho lo citaba para ensayar. A veces también lo acompañaba don
Silvestre Radilla. El niño Efraín Méndez cantaba en todas las opor-
tunidades que tenía.
Cuando llegó a estudiar a la normal rural de Ayotzinapa no se
despegaba de los ensayos de los tríos y duetos que tenían los alum-
nos de grados superiores. Y cuando la escuela organizó un concurso
y se anotó como solista, con el acompañamiento de un dueto de
cuerdas cantó Alejandra canción que hiciera popular Pedro Infante.

Eres tu, reina de mi amor


como un sueño azul
que a mi alma llegó…

457
Víctor Cardona Galindo

Te adoré desde que te vi


mi alma te entregué
y por ti soy feliz.

En la explanada de la normal. La voz de Efraín Méndez con-


quistó y obtuvo el primer lugar.
Luego formó un trío que tocaba canciones de Leo Dan, Pali-
to Ortega y Roberto Carlos, con el que amenizaban los sábados
un programa de la estación xepi de Tixtla, propiedad de la familia
Peirón. La participación era en vivo, como pago les daban única-
mente la comida, los refrescos y para las cuerdas. Los grababan y les
daban los carretitos para que los escucharan después.
Con su trío representaban a la escuela en los eventos que se
organizaban en Chilpancingo y en otras partes del estado. Cuando
Efraín Méndez se gradúo como maestro lo enviaron a la comunidad
Tlalixtaquilla en La Montaña donde únicamente echaba “paloma-
zos” con grupos que venían de Puebla.
Pero cuando se cambió a la comunidad de Tlayolapa en Tierra
Colorada, entonces entró en contacto con otros músicos de su tierra
y formaron los Sheak’s que hicieron época en Atoyac y son parte del
recuerdo de los años setentas. Ahí inició su carrera musical. Con los
Sheak’s comenzó en 1970 y anduvo con ellos hasta 1974. Con ese
grupo conocido popularmente como Los Chey’s destacó su melodía
Te llevo en mi mente, de un álbum que también se escuchó bastante:
Eres mi vida de Enrique Hernández Meza. Con Los Chey’s grabó
cuatro canciones Esperándote, Nuestra dicha, Rubí y Te llevo en mi
mente.
En 1975 pasaría a integrarse con El Grupo Caribe del que for-
mó parte hasta 1985. Con esa agrupación destacarían sus canciones
Como una niña, Rosy, Amor prohibido y La virgen de mi altar. Al Ca-
ribe llegó pidiendo únicamente que le grabaran sus composiciones,
pero terminó como animador y cantante.
A su salida del Grupo Caribe formó Efraín Méndez y su grupo
que duró de 1986 a 1990. En Discos Rex le dijeron que no le po-

458
Mil y una crónicas de Atoyac

dían grabar porque tenía contrato con Discos Gas empresa que le
grababa al Grupo Caribe, entonces tuvo que cambiar su nombre a
Dino Gastón y su grupo. Dino por el cineasta Dino de Laurentis y
Gastón por Gastón Santos cuyas películas admiró de niño.
Pero al cambiarse de compañía en Discos Musart le devolvieron
su nombre y pudo grabar como Efraín Méndez y su grupo. Después
de la disolución de la agrupación que él formó se tomó un receso de
cuatro años y desde 1993 se mantiene con el grupo Los Frays que
integró con sus hijos: Efraín y Edén Méndez Ramírez y su nieto
Ransel Méndez Mendiola. Cuando se formó su hijo Edén, que toca
los teclados, tenía 11 años. Uno de los éxitos que ha tenido como
Los Frays es la melodía El mar es mi rival que compuso para que la
cantara su hijo Efraín Méndez Ramírez y últimamente dieron a co-
nocer Septiembre negro que habla de la tragedia que provocó Manuel
y los muertos de La Pintada.
Efraín Méndez Blanco también le ha compuesto versos a su
pueblo:
Atoyac querido
a un ladito del Ticuí
un pueblo bonito
lugar donde yo nací.

Esos jardines de la sierra


El titix es la repepena de la amapola. La cuarta rallada.

Hace mucho tiempo, allá en la sierra, en la casa de la abuela había


amapolas moradas, rojas, anaranjadas y blancas. Se veían muy be-
llas en el jardín. Muchas veces nacían solas y brotaban de la basura
húmeda. Pero un buen día alguien aconsejó a los hombres, fueron
al Filo Mayor a sembrar flores y comenzó un negocio lucrativo, de
sufrimiento y miedo.

459
Víctor Cardona Galindo

Vinieron extraños compradores de la goma y enseñaron a los


lugareños a sembrar. Se incrementó la venta de mangueras y de fer-
tilizante que iba para el Filo Mayor. Porque la mejor cosecha es la
que se da por riego. Dicen que en la temporada de lluvia la goma es
aguada y tiene menos precio.
La década de los ochenta fue la época de oro para el sector ama-
polero, no hubo Procampo que lo fomentara ni apoyos emergentes
y tampoco la Secretaría de Agricultura constituyó una cadena pro-
ductiva. El cultivo floreció, no únicamente en el sentido estricto de
la palabra.
En ese tiempo un kilo de goma de opio llegó a costar 40 mi-
llones de pesos, a pesar de bajo valor adquisitivo que tenía nuestra
moneda, eso era mucho dinero. Hubo quien cosechó hasta cinco
kilos y los colocó en el mercado.
La ciudad de Atoyac se llenó de sierreños, que vestían ropas ca-
ras y extravagantes. Con sombrero tejano, botas y cinturón piteado.
La palabra “vale” se escuchaba por todos lados y los “vales”, como se
les denominó a los habitantes de la sierra alta, podían pagar bien los
productos y las mercancías.
Se incrementaron las historias de valor y muchos adolescentes
querían se amapoleros. A Heriberto un compañero de la secundaria
lo mataron los soldados en el Filo Mayor cuando se regresaba del
plantío a su pueblo. Era muy joven e inteligente de una gran calidad
humana y quedó tirado acribillado por la tropa en una ladera hasta
que lo encontró la familia después de una exhaustiva búsqueda.
Acá en El Bajo cuando llegaba un nuevo rico, era fiesta, manda-
ban traer a un guitarrista para que amenizara la parranda que dura-
ba días. El hombre traía muchos billetes. Un niño, que usaba una
cadena de oro gruesa en el cuello, decía que su papá tenía mucho
dinero porque sembraba pipísa. Algunos ganábamos un dinero ex-
tra haciéndoles las tareas de la escuela a esos compañeros que traían
cadenas de oro y trajes caros. Algo había de tocar.
En el Ticuí en los años ochenta y hasta principios de los noven-
ta, lo sobrevuelos de los helicópteros de la Procuraduría General de
460
Mil y una crónicas de Atoyac

la República eran cotidianos, bajaban en el campo de aterrizaje y


por las mañanas emprendían el vuelo hacia la sierra de donde vol-
vían hasta la tarde. Esos helicópteros eran una plaga para los jardines
de la sierra y sinónimo de pobreza.
Cada temporada las sinfonolas de los cabarés como el Agua
Azul, Las Vegas, El Impala, El Tiburón y La Copa de Oro retumba-
ban con los corridos. Muchos duetos y guitarristas recorrían los res-
taurantes y cantinas contando con música las historias de los narcos
famosos. Había mucho dinero, en el camino a la sierra imperaban
las camionetas cheyennes del año y las antenas parabólicas adornaban
hasta la más humilde casa.
Un nuevo rico mandó hacer libros de yeso y los empotró en
la pared, todos los clásicos desde Shakespeare, Cervantes y Tolstoi
estaban puestos finamente en un librero. Se veían bonitos pero no
se podían leer.
El corrido que cantan Los Armadillos de la Sierra, “De la semilla
a la bola” es ilustrativo de ese cultivo de alto riesgo:

Me la rifé cuatro meses


de la semilla a la bola
mojadas y mal pasadas
chula se dio la amapola
cayeron cerca los guachos
dejamos la planta sola.

Estaba bien agüitado


tanto trabajo pa’nada
y que se me ocurre un plan
tenía que actuar de volada
vamos a rallar de noche
aunque la goma esté aguada.

Le puse doble navaja


a todos los ralladores
tiene que chorrear a gusto

461
Víctor Cardona Galindo

así le dije a los peones


no tengan miedo compitas
tan dormidos los pelones.

Desde aquel tiempo el procedimiento ha sido difícil. Subirse


una temporada a la sierra, buscar una falda de un cerro que sea
inaccesible para el común de la gente, sembrar melgas de amapola,
regarlas con rehiletes, fertilizarla y cuidarla con un rifle en la mano.
Al principio no había tanto cuerno de chivo como ahora, aunque
siempre ha sido regla que en la primera cosecha “hay que comprarse
su buena armita, es indispensable para el trabajo”. Y cuidarse cuando
ya está por dar porque a veces otro más vivo puede robarse la cosecha.
A Porfirio lo mataron “por tener una buena planta”. Cuando ya
iba a cosechar lo esperaron en el camino y lo asesinaron a tiros. Si
hubiera cosechado le iría bien ese año.
Desde el principio como ahora muchos jovencitos se enrolan
como ralladores y es que allá en El Filo, pagan el día doble y con
las comidas. Se bajaban, y se bajan, con un buen billete para beber
nomás. Para presumir la buena “fusca”. O quedar muertos en un
pleito de borrachera.
Los que no tuvieron madres eran unos que contrataban indí-
genas, de los que venían a cortar café, les ofrecían mejor paga y se
los llevaba a sembrar amapola al cerro. Los utilizaban durante todo
el proceso y ya cuando cosechaban. Les decían —váyanse a traer
aquellas mangueras que quedaron allá abajo—, y cuando los pobres
jornaleros estaban en la barranca recogiendo las mangueras desde lo
alto les disparaban con cuernos de chivo o m-1 y quedaban acribilla-
dos en las laderas de cualquier cerro. De esa manera se ahorraban el
jornal, los cartuchos eran más baratos que pagarles su salario. Ade-
más con ellos afinaban su puntería.
Desde 1996 al 2010 la plaza principal de la ciudad lució la fuen-
te de la amapola. El arquitecto Hilario Arroyo, constructor del zó-
calo, quizá sugirió con ese diseño que no sólo de productos lícitos
vive Atoyac.

462
Mil y una crónicas de Atoyac

Esos jardines de la sierra dejan cada año, todavía, una gran de-
rrama económica. “Cuando les va bien a los de la sierra alta nos
alivianamos todos”.
Para un sembrador de amapola la vida no es fácil. Se alistan con
tiempo, compran latas de sardinas, atún y chile en vinagre. Allá en la
siembra sufren mucho. Muchas malpasadas y la dieta la complemen-
tan con “la cacería de algún animalito”. A veces se comen las tortillas
hasta con moho. Porque se van muy lejos, para que los militares no
puedan dar con el plantío, buscan lugares propicios entre los riscales,
“lo más feo de la sierra para que el gobierno no destruya las plantas”.
Una vez ubicado el lugar se limpia como si fuera tlacolole. El
trabajo queda tan lejos a veces a tres horas de camino del último
pueblo. Son tres meses de sufrimiento y únicamente bajan a lo in-
dispensable a llevar comestible y a ver a su familia. A veces piden
fiado para poder sobrevivir y cuando venden la mercancía entonces
pagan sus deudas. “Ese dinero muchas veces no luce porque en los
pueblos de la sierra la gente va sobreviviendo nada más. Son pocos
los que administran bien su dinero”, dice una mujer que sabe lo que
es sufrir en la sierra.
Los insumos y enceres los suben caminando entre riscales y car-
gándolos penosamente. Corren los peligros que conllevan vivir tan-
to tiempo en el monte, a veces los bajan picados por una víbora o
por un alacrán. Se topan con los jaguares que viven en los riscales,
“afortunadamente no se han comido a nadie, aunque no dejan de
dar miedo”.
Duermen en cuevas y trabajan en esas cañadas cuidándose del go-
bierno porque si los agarran se pasan de cinco a seis años en la cárcel.
El cultivo es igual a maíz. Aunque hay diversas variedades de
amapola y las más populares son: la morada, la blanca y la roja, dice
un experto en el cultivo. “La más rápida es la roja a los tres meses ya
se está cosechando. La blanca se lleva de cuatro hasta cinco meses
para rallar”.
“Se ralla el bulbo con mucha suavidad. Se hacen los ralladores
con esquinitas de navajas de rasurar y se empotran en rajas de ocote.
463
Víctor Cardona Galindo

Se ralla con delicadeza, menos de medio milímetro, porque si se


pasa de la medida se ahorca el bulbo, se seca, es muy sensible por
eso tiene que ser sensible al hacer la ralladita, se cala la navaja con el
dedo, que solo corte la piel de arriba”.
“Luego para recoger la goma, a un bote de chiles en vinagre se le
hace una V para que pase el bulbo con suavidad y recoger la goma.
Si es en las secas, se ralla y al día siguiente se recoge la goma, pero si
es en temporada de lluvias la goma se recoge a las tres horas, porque
si llueve se cae la gomita”.
La goma de opio que se cosecha en temporadas de lluvias es más
aguada por eso es más barata. El peso de la goma depende donde se
produzca, porque si el terreno es duro, la goma es más pesada. La
que pesa mucho es la que se da en tierra roja, “en un terreno de 20
por 20 de tierra roja se da un kilo”.
Y si es tierra blanda (tierra negra) se necesita un terreno de 30
por 40 para un kilo. “La amapola blanca y la morada son más tarda-
das pero aguantan más y rinden más”.
Ahora la semilla es barata, con 500 pesos puedes comprar aproxi-
madamente un kilo. Para sembrarla se hacen camellones para la siem-
bra. La amapola es muy frágil se quiebra con mucha facilidad. La
semilla es como la mostaza, cuando se siembra, se tira despolvoreada
con los dedos que caiga donde sea. Se desparrama con los dedos, ya
cuando nació se deshija a los 15 días o más, quitando las matitas que
estorban se hacen los camellones para cosecharla con facilidad.
Oliendo la goma varía el efecto. Algunos pueden sentirse livia-
nitos como el aire, no se siente el cansancio cuando uno huele la go-
mita. De los ralladores son pocos los que se narcotizan con la goma,
“a muchos ya ni les hace”. Esa gomita que huele como a humedad
penetrante. Cuando está chiquita muchos se comen la hoja, “sabe
a lechuga”.
“Con una navaja hacen cuidadosos cortes horizontales en la bo-
lita en la que están los pétalos, y le ponen al pie de la planta un bote
en el que va cayendo gota a gota la goma de amapola”. Escribió
Ezequiel Flores (El Sur, 30 de agosto de 2005).
464
Mil y una crónicas de Atoyac

En el 2005 el kilo de la goma se cotizaba “en 10 mil pesos en


temporada de lluvias y 20 mil pesos en temporada de sequía; ésta
cantidad procesada representa 100 gramos de heroína en polvo”.
“De una hectárea se puede extraer 15 kilos de un opio lechoso,
similar a la savia, de la vaina de la flor que se usa para producir he-
roína y un plantío de éstas características puede aguantar de 5 a 6
cosechas o rallas”.
A principios del 2011 en las secas, el kilo de goma de opio estuvo
a 26 mil pesos en el mercado local. “En las aguas casi no es negocio
sembrar porque la amapola se hace poca” y el 2010 la gomita que
se cosechó en temporada de lluvia se vendió a 11 mil pesos el kilo.
En las aguas del 2011, el kilo de opio estuvo a ocho mil pesos y
la cosecha del primer trimestre del 2012 el precio varió de 15 a 20
mil pesos según el patrón.
Para procesarla se necesita alcohol, sal, cal, se hierve dependien-
do si es aguada o dura. De un kilo se baja hasta 250 gramos. Des-
pués de hervirla se tuerce en un trapo, lo que sale es tierra, se asolea
y de ahí sale el polvo blanco que es la morfina. Después de ese tra-
bajo rudimentario lo que sigue es cosa de especialistas. Ya en polvo
el 2011 tenía un costo por gramo de 100 pesos, en el mercado local.

La danza del Cortés


A la colonia Sonora la bautizaron así porque ahí habitaban los Bení-
tez, ellos tenían un tambor con el que llamaban a torear el Cortés.
Los tonos se escuchaban a lo lejos y resonaban en los cerros. Ahí
también vivía don Aurelio Castro el primer cohetero de Atoyac y
gran apasionado de la danza. Ahora el tambor ya no se escucha en la
Sonora pero sigue llamando a combate y muchos siguen el sonido
para sacarle una vuelta al Cortés.
La danza del Cortés se baila en nuestras comunidades, princi-
palmente en El Rincón de las Parotas, El Ticuí y en San Juan de las
Flores. Es representativa de nuestro aguerrido Atoyac. Cada Año
465
Víctor Cardona Galindo

Nuevo, habitantes de la colonia Juan Álvarez salen a danzar por las


principales calles de la ciudad.
Los cronistas de Atoyac, historiadores y estudiosos de nuestro
municipio coinciden en que esta danza es una parodia de la con-
quista. El danzante principal representa al español con su caballo,
y el toreador —que solamente se defiende— representa al indígena
que no se decidía a combatir al invasor por creerlo un Dios. En al-
gunas comunidades los toreadores danzan recitando versos:

“¡Eh! caballero Cortés


boquita colorada
quiero sacarte una vuelta
allá por la madrugada
e irle a dar serenata
a la que es mi prenda amada.”

Sobre los antecedentes de esta danza se sabe que los españoles


tenían un campo de entrenamiento en las cercanías de Acapulco en
donde armó un astillero Hernán Cortés, quien era el Marqués del
Valle de Oaxaca, por eso al lugar ahora se le conoce como Puerto
Marqués. Los nativos de Acapulco observaban como entrenaban los
soldados españoles, y para burlarse de los invasores inventaron esta
danza en la que simulaban el combate y el movimiento del caballo.
Otra versión es que un recluta de los españoles al no aguantar
los agotadores entrenamientos, a los que era sometido en Puerto
Marqués, mató a su entrenador y escapó. Al andar perdido en el
monte enloqueció y al poco tiempo se presentó en el puerto danzan-
do en forma chusca diciendo “La culpa de todo la tuvo el Cortés”.
Andrea Radilla Martínez considera que en la danza del Cortés
se escenifica el impacto del caballo en la mentalidad de los habitan-
tes originarios del México antiguo, quienes pensaban que caballo
y jinete eran una sola criatura. La misma autora nos informa que
antes se bailaba frente a la casa de los principales, para recordar la
existencia de sometidos, de excluidos. Aquellos debían de pagar una
cuota económica o en especie durante las fiestas navideñas y de Se-
466
Mil y una crónicas de Atoyac

mana Santa. “En la danza del Cortés se ve el miedo a lo invencible,


llámense seres superiores, dioses, o poderosos. Muestra la mezcla de
lo indígena, lo africano y lo español. La vestimenta consta de cotón
y calzón cruzado de manta, hasta 1963, se hacía con manta elabora-
da en la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí. La máscara con rasgos
españoles que esconde la cara del mestizo escenificando al conquis-
tador. El tambor de origen africano, los cascabeles y campanitas que
suenan al bailar y provocan añoranzas españolas” Concluye Radilla.
Uno de nuestros cronistas Eduardo Parra Castro escribió: “El
Cortés tomó carta de naturalización en esta ciudad y ha contribuido
al aprendizaje de la defensa personal con el machete costeño”. Don
Rosalío Flores Téllez nacido el 30 de agosto de 1895, soldado del
Cirgüelo (sobreviviente de la revolución) le comentó que “el origen
de esta danza se remonta a la época de la conquista de la Nueva Es-
paña, es una parodia de la batalla entre españoles y aztecas”.
No hay un número determinado de integrantes, algunos grupos
bailan con seis danzantes, otros con doce, sólo el Cortés y el tambo-
rero son indispensables, porque los toreadores varían, según tengan
el gusto de participar. Incluso es común que alguno de los torea-
dores ceda su gabán y la cuchilla a alguien del público que quiera
“sacarle la vuelta” al Cortés.
Feliciano Vázquez Alvarado escribió un manual para bailar la
danza de acuerdo a la experiencia que vivió en San Juan de las Flores
y nos explica: “Se le llama Cortés, a un personaje que representa
a don Hernán Cortés y va montado en un caballo con un manto
blanco en el anca cubriendo la parte trasera. Al personaje se le repre-
senta con una máscara cuyo aspecto debe de ser de lo más grotesco
y horroroso posible, para que cause pánico o miedo a sus espectado-
res”; de bigotes grandes y barbas largas de color negro y espesas, con
el rostro arrugado. Lleva consigo una cuchilla de madera simulando
una espada con la que atacará a sus enemigos. Otro elemento es el
aro que está hecho de un material llamado bejuco de Cortés y va
sujeto al danzante por unos tirantes de mecates. El aro termina en
una punta que tiene cabeza de caballo y se le llama yegua, la parte
467
Víctor Cardona Galindo

trasera se cubre con una sábana blanca y se adorna con un pañuelo


rojo. Por dentro lleva una campanita que suena al danzar.
El Cortés lleva el ritmo de la danza, conforme le van dando el
compás con un tambor, mientras más se agilice el ritmo del tam-
bor así mismo será el movimiento del danzante principal. El Cortés
tiene la facultad de atacar y golpear, pero no debe ser atacado por
los toreadores, ellos sólo se defienden. Tanto quien personifique al
Cortés, como los toreadores, tienen que ser personas alegres para
que el juego sea divertido.
Dice Vázquez Alvarado que a la persona que toca el tambor se le
llama cajero, es quien anima y pone el ambiente entre los toreadores
y el público, por eso debe conocer los cinco tonos de los toques, que
van marcando las distintas etapas de la danza, los cuales se describen
a continuación.
El toque de traslado: es un toque lento y de un tiempo, es para
llamar a los participantes y a los espectadores.
El toque de inicio es cuando ya el Cortés va haciendo su arribo
a donde va a ejecutarse la danza. Cuando se da este toque ya los to-
readores deben de estar dando gritos de alegría animando el juego.
Cuando el Cortés va entrando baila graciosamente al ritmo del tam-
bor, el público o los toreadores pueden gritar “¡calienta al cajero!” y
el Cortés bailando se le acerca al cajero simulando que le va a pegar,
provocando que este acelere el compás del tambor, cambiando a dos
o tres tiempos y el Cortés se pasa al centro, rodeado por los toreado-
res y el mismo cajero.
El toque del tambor se modifica de inmediato acelerándose
poco a poco el ritmo hasta cerrarlo los más tupido posible. Esto
provoca que el Cortés luzca su estilo de bailar. Los toreadores gritan
entonando versos:

Hay que me gusta el gusto


y más que me está gustando
y por darle gusto al gusto
sin gusto me estoy quedando.

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Mil y una crónicas de Atoyac

¡Hay que me suda el anca


y más que me aprieta el cincho
habiendo tantas potrancas
nomás por una relincho!

Cortesito calabacero
de la boca colorada
querido de las muchachas
y aborrecido por la viejas arrugadas.

¡Hay caballero Cortés,


emperador de Cupido,
por una mujer que amo
tengo el gusto perdido!

Algunos de los versos usados en este evento son, a juicio de los


participantes, de provocación al Cortés. El cajero controla el ritmo
y lo va acelerando poco a poco para darle al Cortés todo el lujo de
la gracia o emoción necesaria a sus movimientos rítmicos y así dura
unos minutos con el fin de que el público aprecie y goce de una gran
alegría y admiración.
El toque de las cuchillas: este cambio de toque se realiza cuando
los toreadores se juntan en parejas, al tiempo que van girando en re-
dondel, entrecruzando las cuchillas en forma de tijeras y sonándolas
al ritmo del tambor.
El Cortés en este momento brinca a la primera pareja y se une a
sonar o tocar también las cuchillas, enseguida pasa a la siguiente pa-
reja haciendo lo mismo, así sucesivamente hasta recorrer las parejas
de toreadores, terminando este tipo de toques.
El toque de guerra: este es el toque que se realiza al terminar
de sonar la cuchillas, donde el Cortés, al oír el fuerte y misterioso
sonido del tambor, con su propia cuchilla pinta una línea curva
en el suelo, en forma de media luna, dando a entender que ¡nadie!
deberá entrar o pasar hacia adentro del área marcada y quien así
lo hiciere tendrá que enfrentar al Cortés que bailando al ritmo del
tambor y en forma burlona se prepara para atacar; el cajero por su-
469
Víctor Cardona Galindo

parte mantiene el ritmo del tambor acelerado y de manera misterio-


sa, entonces el Cortés voltea a ver hacia el público y mímicamente
pregunta si ya puede iniciar con el primer ataque y si el público
contesta afirmativamente, invita al primer toreador a que lo ataque,
y cuando pasa el primero, ambos empuñan sus cuchillas, el Cortés
para pegarle y el toreador para defenderse. Cuando el Cortés busca
donde asestar el golpe con la parte plana de su cuchilla, el toreador
levanta el gabán o zarape girando en diversas direcciones y con la
cuchilla hacia adelante se protege del golpe, sin golpear al Cortés, si
logra esquivarlo que bueno, pero si no, recibe un sonoro golpe, que
el público festeja.
Así sucesivamente le toca el turno a uno y otro hasta que pasan
todos. Se repite la acción las veces necesarias con el fin de dar un
tiempo de regular al juego. Nadie se salva de un golpe del Cortés.
Son muy pocos los virtuosos a los que nunca les golpea, porque
saben evitarlo con mucha habilidad, lo cual es conocido con el tér-
mino local de “quitarse los golpes”.
El Cortés cada vez que ataca se pone a bailar, dura un buen
rato atacando y bailando, el toque del tambor continúa de manera
animada. Según la intensidad de la pelea, así mismo va el ritmo del
tambor.
Enseguida, según la costumbre, el dueño de la casa donde se
bailó obsequia una ofrenda al Cortés, puede ser tequila, frutas, una
cajetilla de cigarros o cualquier otro objeto; el Cortés la recibe dan-
do muestras de alegría o agradecimiento por el obsequio, se lo ense-
ña al público, así como a los toreadores, pero sin dejar de bailar, es
entonces cuando los toreadores lo amenazan con quitarle el regalo,
el público participa gritando “¡vuélvete loco Cortés!” y él, furioso por
los silbidos, gritos y reclamos obedece al público y en ese momento
sale de la pista desesperado, sorprendiendo al público recorriendo
el exterior, la gente se dispersa sin saber hacia dónde correr a es-
conderse, enseguida el Cortés regresa a la pista a seguir la danza, los
toreadores vuelven a participar un poco más en el evento; tratan de
quitarle la ofrenda sin que este lo permita, ellos luchan por lograrlo
470
Mil y una crónicas de Atoyac

hasta dominarlo, una vez que le quitan el obsequio lo torean un


poco más para terminar con el juego.
El toque final, se realiza al terminar el evento, dando tres toques
seguidos en dos repeticiones y otros cuatro toques continuos al fi-
nal. Concluyendo así el programa.
La danza del Cortés se baila el 12 de diciembre, en Navidad y
en Año Nuevo. Además se baila por gusto, a veces hasta en un cum-
pleaños. También ha sido común que la danza del Cortés encabece
los cierres de campaña de cualquier partido. Al fin y al cabo hay
danzantes para todas las expresiones políticas.

II
Don Arcadio Martínez Javier, uno de los padres de familia falleci-
dos en la masacre del 18 de mayo de 1967, es recordado como un
excelente toreador y hombre hábil en el manejo del machete en la
danza del Cortés.
Otro de los caídos esa fecha que era bueno para torear al Cortés
fue Prisciliano Téllez Castro, más conocido por Piche, hombre de
gran valor, honrado y trabajador: “Cuando un Año Nuevo u otro
festejo el Cortés hacía acto de presencia, Piche pedía prestada una
cuchilla y un zarape a los toreadores y enfrentaba por gusto al en-
mascarado, éste trataba una y otra vez de aporrearlo con una y otra
mano pero no lograba tocarlo siquiera en medio del griterío de la
gente. Al final Piche solía darle uno o dos golpecitos en las pantorri-
llas del Cortés como diciendo ¡Te gano! Y regresaba cuchilla y zarape
que le habían prestado”—Dice su hermano Cristino Téllez.
Como dije antes, son pocos los virtuosos a los que no llega a
tocar el Cortés. El secreto consiste en torear con la cuchilla siempre
en alto, viendo fijamente la espada del Cortés y sus movimientos.
El cronista atoyaquense Eduardo Parra cuenta que en el siglo xix
fue famoso un maestro llamado Tadeo Gómez quien en su juventud
representaba al Cortés, quien “apaleaba a cuantos se le acercaban,
excepto a dos señores, Bonifacio Fiel y Leonardo Barrientos, cuyos
471
Víctor Cardona Galindo

cuerpos eran intocables para las cuchilladas de don Tadeo Gómez,


porque sus cuchillas se deshacían de tantos golpes”.
En la comunidad del Ticuí Santos Martínez Guillén es el here-
dero de la tradición de la danza del Cortés. Tiene más de 60 años
bailando y asegura que en el siglo antepasado de Plan de los Amates
“la danza fue traída al municipio de Atoyac de Álvarez por los se-
ñores: Severino, Agustín, Abrahán, Pedro, Pano y Juan Martínez,
Fernando Zamora, Tito Fierro y Tiburcio Rebolledo”. Ellos a su vez
heredaron el amor por la danza a sus hijos. Por eso Santos Martínez
aprendió a bailar a los 13 años de edad, enseñado por su padre Bul-
frano Martínez.
Santos Martínez dice que “el total de los integrantes de esta dan-
za son doce, incluyendo al Cortés que es el único que baila, los
demás nada más dan vueltas en el centro de la pista, hasta que el
Cortés termina de bailar, para que después entren los demás inte-
grantes a torearlo”.
Rafael Arzeta Cervantes escribió que “cuando torean, el Cortés
tiene que darles tres golpes con la cuchilla al toreador en turno, uno
en la pierna izquierda, otro en la derecha y el último en la cadera”.
En 1953, los señores J. Merced Benítez y Bonifacio Acosta saca-
ban sendas danzas en las calles de Atoyac. Ahora en San Juan de las
Flores personifica el Cortés, José Serafín Vázquez. En el Rincón de
las Parotas, Mariano Arroyo Vázquez; en el Ticuí como dije antes,
Santos Martínez Guillén y en la colonia Juan Álvarez, Demetrio
Vargas Martínez; todos tienen más de 60 años. Por lo que se corre el
peligro de que la danza desaparezca.
La elaboración de la indumentaria para la danza también tiene
su ritual. Las cuchillas se elaboran de árboles que son especiales para
eso, como el algodoncillo y el teteperro. La yegua puede ser de ta-
marindo, de cacahuananche o de cucharo, con el aro de bejuco de
Cortés, una planta trepadora también conocida como peineta.
Don Florentino Castillo Martínez es quien ha elaborado desde
hace muchos años las máscaras de la danza del Cortés y del Macho,
hace también el tambor de Parota. Llegó a montar un tiempo la
472
Mil y una crónicas de Atoyac

danza del tigre de la cual también elaboraba las máscaras. Dice que
las máscaras del Cortés se hacen de madera de bandejo o de cucharo.
Para él la danza del Cortés es la más chingona para el disfrute del
público, recuerda que él aprendió todo lo relacionado con la danza
en la comunidad de Los Tres Pasos, donde la sacaban don Amado
Morales y Emilio Hernández.
Mariano Arroyo Vázquez nos comentó que en los años sesenta
del siglo pasado era don Lucio Castillo Hernández quien personi-
ficaba el Cortés en el Rincón de la Parotas, pero como ya estaba
grande le pidió que él se quedara con el papel el 12 de diciembre de
1960 y desde entonces la baila.
En el Rincón de las Parotas, Galdino Reynada Barrientos hace
toda la indumentaria desde la yegua, el tambor y las máscaras. Ma-
riano explicó que la máscara que porta en la danza la hizo Jesús
Fierro Valadéz hace 50 años de un árbol conocido como Jiote, termi-
nándola de hacer se la entregó y él la hirvió en el Nijayote del Nixco-
me, para que no se rompiera con el uso, luego le dibujó las facciones
y le ha durado los cincuenta años que lleva personificando al Cortés.
Ellos hacen el tambor de Parota con cuero de venado o de jabalí.
Cuando el cuero es de Jabalí el sonido es más fino.
Demetrio Vargas Martínez tiene 60 años, dice que después de
marcar la raya los toreadores deben de entrar a la izquierda, sólo se
tiran tres golpes que tienen que estar dirigidos a los costados y a las
piernas. Está prohibido tirarles a la cabeza, el golpe debe de “ser de
fajo está prohibido tirar de filo o de punta”.
Don Feliciano Martínez, era cajero, y antes de morir tenía la
preocupación de saber a quién heredarle el tambor. Le preocupaba
que quien lo heredara no supiera dar los tonos del Cortés, al final
tomó una buena decisión y la danza siguió.
Hay muchos improvisados que se aventuran a tocar el tambor,
pero no saben dar el tono.
Por eso a los viejos que personifican el Cortés, y que lo han
hecho por más de medio siglo, les inquieta saber a quien le van a
dejar la yegua, tiene que ser alguien que sepa bailar. “Los cajeros”
473
Víctor Cardona Galindo

tienen que buscar un heredero que siga la tradición y quién hará las
máscaras al morir Galdino y don Florentino, porque la que usaba
Demetrio después de 40 años se rompió y habrá que hacer otra, con
las facciones del Cortés y con las barbas de cuero de venado.
El toreador y cajero Eusebio Martínez Ochoa comenta: “el que
sabe bailar la danza del Cortés da un buen espectáculo” y dice que
la danza es ancestral, arraigada por lo bravío de la zona ya que a
principios del siglo pasado eran comunes los duelos a machete, los
hombres vestían con gabán al hombro y abajo el machete, dispues-
tos a batirse con quien les diera el gusto.
Para confirmar lo anterior basta con dar un vistazo a los periódi-
cos oficiales que se publicaron entre 1901 y 1910, en donde infor-
man que en diferentes caminos del municipio de Atoyac, los hom-
bres se batían a duelo a machete limpio con trágicas consecuencias.
Muchas veces la esquina que conforman las calles Guadalupe
Victoria y Agustín Ramírez, de la ciudad de Atoyac fueron testigos
de la confrontación a machete limpio de dos contrarios que de esa
manera arreglaron sus diferencias.
En este contexto torear el Cortés ha sido como practicar defensa
personal o darse el gusto de pelear a machetazos, sin riesgo de ser
herido por las cuchillas de palo.

El corte del café


La ciudad de Atoyac huele a café. Las primeras plantaciones han
cumplido 121 años. Los torrefactores siguen tostando el aromático
grano, han sobrevivido pese a las fluctuaciones del precio, y las calles
siguen impregnándose del olor. Se antoja por las mañanas saborear
un jarrito con ese líquido negro acompañado de pan.
Kopani Rojas compuso y canta “El cafetalero”:

Huele a tierra mojada


que se despierta entre el pinar.

474
Mil y una crónicas de Atoyac

Bendita la tierra mía


en donde tengo mi cafetal.
Con mi tirincha al hombro
y mi itacate voy a surcar
pachol por pacholito
la madre tierra voy a preñar.
Que huele a café
huele a tierra mía
que huele a café
huele a mi Atoyac.

En la Monografía de Atoyac, Wilfrido Fierro Armenta escribió


que el café fue traído y sembrado en el año de 1882, por el señor
Claudio Blanco, en su finca El Gamito (hoy El Porvenir), usando
semillas que le regaló un amigo de Michoacán. La citada finca, del
señor Blanco fue vendida a Gabino Pino en 1887, estaba sembrada
en su mayor parte de plátano.
Pero ya para establecer con formalidad las plantaciones, el café
fue introducido a Atoyac por el señor Gabino Pino González, des-
de Tapachula, Chiapas en 1891, donde recibió instrucciones sobre
el proceso de producción y beneficio, sembró el café en una finca
cercana a La Soledad. Gabino Pino invitó al técnico guatemalteco
Salvador Gálvez, quien vino con él y realizó estudios de la tierra en
un campamento al que bautizó con el nombre del Estudio. Cuan-
do las huertas estaban en producción, construyó unas máquinas de
madera para despulpar y secar el producto.
Por investigaciones de doña Juventina Galeana Santiago se sabe
que don Gabino Pino no sólo trajo a Gálvez como técnico, también
vinieron con él Nicandro Corona y Jerónimo Loza. Don Nicandro
puso una finca cafetalera que denominó El Zafir y don Jerónimo
instaló otras plantaciones que llamó El Porvenir.
Actualmente de la superficie sembrada de café, el 60 por ciento
es de la variedad típica o criolla, un 30 por ciento bourbon y el 10
por ciento están sembradas de caturras, mundo novo y catuaí.

475
Víctor Cardona Galindo

Hay familias que año con año van al corte del café, cuidan sus
parcelas y se aferran al cultivo. Son los que mantienen viva la activi-
dad. La mayoría hace años que ya no las trabajan y las huertas están
perdidas entre la selva. En los mejores tiempos del café a la par de
los jilgueros se escuchaba el cantar de la peonada entre cerros y hon-
donadas, la vida en la sierra en aquellos tiempos era bonita y “nos
emocionaba ir a pasar las vacaciones a las huertas”. Bueno a muchos
los sacaban de la escuela en la temporada de cosecha para reforzar la
mano de obra. Los patrones iban a Chilapa por los peones, de allá
traían las tirinchas para el corte, los zarapes y gabanes para el frío.
En el campamento sabíamos que iba amanecer cuando aparecía
“el lucero atolero” a esa hora se levantaban a prender el fuego para
poner el café. Con el olor a la bebida se levantaban los peones que
afilaban los machetes y al amanecer se encaminaban rumbo a las
huertas, mientras que mi padre rajaba leña y mi mamá lavaba el
nixtamal para las tortillas.
Uno de nuestros cronistas José Hernández Meza dice que en el
principio de esta actividad agrícola era la misma gente de la ciudad
de Atoyac y de las comunidades serranas las que hacían el corte.
Posteriormente se optó por traer mano de obra campesina de la
región de la montaña. Los hombres venían vestidos de manta y las
mujeres cargaban colgando en los rebozos a sus chamacos, así tra-
bajaban y los amamantaban dándoles vuelta en el rebozo mientras
ellas seguían cortando café, algunas hasta se cortaban 10 latas (la lata
es una medida de 13 kilos aproximadamente)
Hernández Meza explica que para cortar la cereza madura del
café antes se hacía una bolsa de tela que se colgaba amarrada a la
cintura del cortador llamada “naguada”, la cual fue suplida por una
bolsa tejida de palma llamada “tirincha”, que se confecciona en la
región de Chilapa.
“Una vez llenada la naguada o tirincha, el café se va almacenan-
do en un costal que se va llevando de surco en surco y al término de
la jornada se mide por latas para poder hacer el pago de la recolecta,
todo esto se hace en los patios de secado o asoleaderos que por lo
476
Mil y una crónicas de Atoyac

general están siempre junto al jato o campamento, y estos se en-


cuentran en los lugares accesibles de las huertas”.
Al caer la tarde los peones salían por las veredas de las huertas,
traían en el hombro lo cortado en el día, ayudados por los que fue-
ron a chaponar, el capitán les medía con las latas para ir anotando en
el cuaderno cuanto les pagarían al final de la cosecha.
Al oscurecer poco a poco se iban juntando alrededor de la fogata
de ocote, para contar historias, jugar barajas o cantar al compás de la
guitarra. Los niños del patrón y de los peones se juntaban para jugar
a la rueda de san Miguel o al encantado. Poco a poco el campamen-
to se iba quedando en silencio y sólo se escuchaba la respiración
uniforme de la gente y los ronquidos. Los peones dormían entre las
huertas en enramadas que hacían con hojas de pito o de plátano.
Otros construían sus viviendas con costales apilados sobre las varas
para que nos les pasara el rocío.
Cuando todos soñaban entonces despertaban los encantos de la
montaña: un hombre talaba árboles toda la noche, se escuchaba el
hacha cortar, luego un jadeo cuando estaba cansado. Los pinos tro-
naban y rechinaban movidos por el viento que parecía llorar. Al fon-
do de la selva una loma ardía, un tesoro estaba enterrado. De pronto
el rugido del jaguar que afilaba sus garras pegándole al mangle. La
martica un mono que habita nuestra sierra, dejaba salir su chillido
muy cerca comiendo los frutos de un árbol de zapote a donde baja-
ba todas las noches. Los perros ladraban alrededor del campamento
y a veces aullaban.
Cuando llegábamos a la huerta papá hacía la casa con troncos
de árboles y varas. Instalaba el campamento, después de hacer la
chimenea para la comida, hacía las camas. Cortaba muchas varas,
las trozaba del mismo tamaño, luego las iba amarrando con mecate
o con majagua, muy juntitas. Hacía seis pozos en la tierra donde co-
locaba unas horquetas, les atravesaba un tronco delgado de árbol y
luego ponía las varitas que había techado. Era una cama de varas. Se
le colocaba un petate encima y luego un zarape. Después de poner
brasas alrededor de las patas de las camas nos dormíamos.
477
Víctor Cardona Galindo

Al siguiente día después de ir por la leña, cortaba unos troncos


de árbol. Todo el día se dedicaba a labrarlos con el machete y ya que
estaban las tablas entonces hacía cuatro hoyos en el suelo y les colo-
caba unos palos, para luego clavarles las tablas que había labrado, de
esa manera hacía el comedor. Después hacía tablas para los asientos,
también las patas iban enterradas en la tierra. Así comíamos en la
sierra en donde los frijoles saben sabrosos.
En las huertas había una gran variedad de plátanos. Alrededor
del campamento estaban unos amates grandes, y circundaban el
asoleadero: ciruelos, aguacates, zapotes y guayabos, frutillas, amo-
ladores, lechosos. Llegaba el aroma de los arroyuelos y en el arroyo
grande había grandes pozas para bañarse, muchos camarones lan-
gostinos y perros de agua (nutrias).
Podíamos ver muchos tejones, tucanes, jilgueros y margaritas,
urraquillas verdes por parvadas. Gavilanes y aguilillas. Había ardillas
en los árboles y venados. Se oía el canto del guaco y las chachalacas.
Por las tardes escuchábamos el canto de las fronjolinas y las codor-
nices mientras se podía ver la puesta del sol desde una lomita. Por las
noches las pichacuas parecía que gritaban ¡caballero!, ¡caballero!
El asoleadero era largo. A lo lejos se escuchaba el cuu-cuu de
una paloma morada, se identifican por el sonido, tienen las patitas
moradas y mucha carne en la pechuga y son muy sabrosas guisadas
con caldito de jitomate. En la sierra nos comíamos todo, papá po-
nía cacaxtles (una trampa prehispánica que se hace a base de varas)
donde caían las palomas torcazas y moradas, codornices y hasta cha-
chalacas.
Atrás del campamento en una rama de un ocote seco permane-
cía todas las mañanas un guaco, una especie de águila que habita en
la sierra, y cantaba ¡guacoo! ¡guacoo! ¡guacoo! Era su rutina vernos co-
rrer por todo el asoleadero, porque en ese tiempo no trabajábamos,
éramos solamente la compañía de mi mamá quien se encargaba de
cocinar. Al final del asoleadero en las ramas cerca de unos icacos
andaban infinidad de pajaritos que podíamos matar a ramazos. Pe-
lados y asados los cenábamos con arroz y frijoles.
478
Mil y una crónicas de Atoyac

En los mejores tiempos del café la serranía parecía una fiesta,


por todos los caminos se encontraban personas caminando, muchos
conocidos que daba gusto saludarlos. Se escuchaban pláticas en di-
ferentes idiomas: español, tlapaneco o mexicano.
Claro está que en ese tiempo no había carreteras y los arrieros
eran muy importantes. Por eso para ir a cortar había que contratar
uno y se cargaban las mulas, los caballos y los burros con latas de la
manteca vegetal Papagayo que servían para llevar la grasa de puerco.
En el campamento eran un manjar las albóndigas hechas solamente
de masa con manteca de puerco, cebolla, hierbabuena y jitomate.
De los arrieros de la cabecera municipal Enrique Galeana Laurel
recuerda a Chico el Arrugado y dice que “La mayoría de los arrieros
salían temprano para recorrer el camino llamado La Polvosa, ya que
a esa hora el rocío hacía que el polvo no fuera tan duro”.
Muchos campesinos trasportaban hasta el campamento, a lomo
de bestias, el maíz que ellos mismos cosechaban en el temporal.
Llevaban panocha para el café, la manteca. Un marrano frito en las
latas. Una lata de alcohol para tomar con café en la fiesta del acabo.
Salían a las cinco de la mañana desde Atoyac para ir a las huer-
tas, con las mulas, caballos y burros cargados de todo lo necesario.
Llevaban gallinas que soltaban allá o se las comían. Muchos peones
de la montaña llegaban solos a buscar a su patrón. David Rebolledo
Hipólito tenía unas 60 personas trabajando en su huerta de La Mata
de Plátano.
Todos nos bañábamos en las aguas heladas del arroyo. Ahí tam-
bién se lavaba durante los tres meses de la estancia en la huerta: un
mes chaponando y dos meses cortando.
En la fiesta del acabo, al patrón le ponían una corona con granos
de café lo amarraban y le hacían un ritual. El patrón brindaba con
todos y repartía el pozole. Se invitaba a los vecinos y se hacía un
“fiestón” dice Andrés Rebolledo.
José Hernández escribió sobre los arrieros que venían de La Tie-
rra Caliente a trabajar en la temporada de la corta de café: “Era
frecuente ver estos personajes con sus sombreros de ala ancha, con
479
Víctor Cardona Galindo

sus cuartas o fuetes en las manos para que los animales cargados con
sendos sacos de café apresuraran el paso y llegaran pronto a su desti-
no, calzaban huaraches de correas de cuero sin curtir, en su cintura
llevaban un pequeño bolso, al que llamaban güicho, parecido a las
cangureras que se usan actualmente”.
“Las calles donde había piladora de café se atestaban de anima-
les de carga y era notorio el vocabulario de su región usado por los
arrieros. Era frecuente encontrar lugares que recibían el nombre de
posada o mesón donde pasaban la noche los arrieros y la gente que
venía de alguna de las comunidades serranas a vender su producto
y poder hacer su merca de los encargos y comestibles para su diaria
subsistencia. Había casas donde vendían rollos de zacate fresco, za-
catón, para la alimentación de los animales de carga. Don Pantaleón
Gómez vendía en la calle Silvestre Castro; en la Valerio Trujano, por
el rumbo del paredón, vendían los Vázquez; en el centro, en Agustín
Ramírez, don Faustino Bello y en Obregón, en casa de don Benigno
de Jesús”.
Todavía hace poco en la calle Miguel Hidalgo esquina con
Agustín Ramírez, atrás de la Parroquia estaban todavía los troncos
donde se amarraban los animales de carga, como recuerdo de aque-
lla época.

Tirsa Rendón Hernández y La isla de la Pasión


La isla de la Pasión es una película sobre la tragedia de Clipperton,
que salió a la luz pública en 1941, dirigida por Emilio Fernández.
Laura Restrepo escribió una novela también con ese nombre que
publicó en 1989. Además de una radionovela, y numerosos libros
que se han escrito sobre el litigio de dicha isla que en 1931 dejó de
ser territorio mexicano y pasó a ser de Francia.
Para entrar en materia diremos que la famosa isla fue descu-
bierta entre 1519 y 1521 por Fernando Magallanes, que la bautizó
como isla de la Pasión. Aunque otras fuentes aseguran que el descu-
480
Mil y una crónicas de Atoyac

bridor de esa porción de tierra fue Álvaro Saavedra que la denominó


como Médanos y ocurrió en 1521. En lo que todos coinciden es
que muchos años más tarde sería la guarida del famoso pirata inglés
Jonh Clipperton, de quien heredó el nombre y por eso mismo se ha
dicho que en ese lugar dejó escondido un cuantioso tesoro.
Clipperton está a mil doscientos kilómetros de Acapulco. Hasta
allá llegó una guarnición militar del ejército mexicano, enviada por
Porfirio Díaz a ocupar la isla que en ese momento se disputaba con
el gobierno francés que la reclamaba como suya. Dicho destacamen-
to militar estaba encabezado por el capitán Ramón Arnaud Vignón
y el teniente Secundino Ángel Cardona.
El joven oficial del ejército mexicano Ramón Arnaud y su es-
posa casi adolescente Alicia Rovira desembarcaron recién casados,
vivieron ahí cinco años de felicidad, después vendría la tragedia.
Eran once soldados los que conformaban la guarnición bajo las ór-
denes de Arnaud, que llevaban a sus hijos y soldaderas. Según Laura
Restrepo en su libro La isla de la Pasión llegaron a Clipperton el 30
de enero de 1908.
La isla estaba poblada por “cangrejos, cuyos caparazones eran de
rojo brillante” y gran cantidad de pájaros bobos. Ramoncito y Alicia
Arnaud Rovira nacieron en la isla, la última en 1911. Olga nació en
una pequeña estadía que tuvieron en la Ciudad de México en 1913.
Cuando Porfirio Díaz abandonó la presidencia, Ramón Arnaud
vino a tierra firme y pidió al presidente Madero que le renovara las
órdenes de permanecer en la isla, pero cuando hacia los preparativos
para regresar, entonces se dio el golpe de estado que llevó el poder
a Víctoriano Huerta. El joven militar ya le había cobrado amor a
la isla por lo que buscó que el gobierno del dictador lo enviara de
nuevo a Clipperton. Lo logró.
Tomando como fuente al historiador José Manuel López Victo-
ria, el 26 de diciembre de 1913, el capitán segundo Ramón Arnaud,
su esposa doña Alicia Rovira y demás familias estuvieron en Acapul-
co para embarcarse a Clipperton. Se embarcaron hasta el 7 de enero
de 1914 en el Korrigan ii, con sus tres pequeños hijos y Altagracia
481
Víctor Cardona Galindo

Quiroz. “Iban también el subteniente Picazo y diez soldados para la


guarnición de Clipperton, el guardafaros Francisco Solano y el teu-
tón Gustavo Schultz, empleado de una compañía guananera, quien
regresó al poco tiempo”.
Los habitantes de la isla no sabían que al triunfar la revolución
constitucionalista el ejército huertista fue disuelto y “con él el 43
batallón de infantería acuartelado en Acapulco, al que pertenecía la
guarnición de Clipperton” comenta Ramón Sierra López
De ahí nadie se interesó por rescatar a los mexicanos que se
encontraban en Clipperton, máxime si se trataba de miembros del
ejército huertista, enemigos del nuevo gobierno y a la falta de provi-
siones vino la enfermedad. Comenzaron a morir los hombres y mu-
jeres adultas por escorbuto. La mayoría de los menores se salvaron
porque para ellos estaban reservados los tres cocos que las palmeras
producían por semana. En 1915 sepultaron 15 personas.
También la naturaleza se ensañó con ellos. Dice López Victoria
“El 4 de octubre de 1916 azotó a la isla un despiadado temporal,
que averió el faro y destruyó el almacén de las provisiones. Cuando
todavía no aminoraba el temporal el capitán Arnaud, un teniente,
un cabo y un soldado tomaron un bote para ir en busca de ayuda
para sus familias, el 5 se hicieron a la mar y murieron ahogados al
hundirse el bote”.
El 6 octubre, la viuda de Arnaud tuvo su cuarto hijo. Luego
nacería Guadalupe Cardona hija de Tirsa Rendón.
El único soldado sobreviviente, el guardafaros, el negro Victo-
riano Álvarez, sometió a las mujeres abandonadas a sus más bajos
instintos y se proclamó Rey de Clipperton. “Acompañaban a la viu-
da de Arnaud, Tirsa Rendón, Juana Nolasco y Altagracia Quiroz.
La tragedia tomó dimensiones de terror, porque el negro Álvarez
asesinó a Juana Nolasco y a la pequeña hija de uno de los soldados
muertos en el naufragio” y torturó a Altagracia Quiroz quemándola
de los brazos.
Dice Ramón Sierra López que “Ellas, que habían quedado solas
sorteando tempestades y hambrunas y la angustia de ver morir pau-
482
Mil y una crónicas de Atoyac

latinamente a sus seres queridos, un día de los tantos insoportables


agregaron un martirio más a su larga espera; envuelto en escasísimos
hilachos que acrecentaban más su fealdad, apareció el negro Victo-
riano”.
Cuando el guardafaros aparece sólo vivían la esposa de Arnaud,
Alicia Rovira, los tres hijos de estos: Alicia, Olga y Ramón; Altagra-
cia Quiroz, Juana Nolasco que fue asesinada por el Negro; Rosalía
Nava, Francisca y Antonio Irra, los tres hijos de soldados y Tirsa
Rendón. Los hombres ya habían muerto, a uno lo mató un tiburón
y a otros los había matado el escorbuto. Arnaud y Secundino murie-
ron ahogados existe la versión de que fue una mantarraya volteó la
endeble embarcación en navegaban siguiendo un barco real o ima-
ginario que se perdía en el horizonte.
Dice Miguel González Avelar en su libro Clipperton isla mexica-
na que “un soldado que había vivido aislado por el rumbo del faro,
en el otro extremo de Clipperton. Era el colimense conocido como
el Negro Victoriano, que había tenido dificultades con Arnaud por
razones de disciplina, había sido confinado al área del faro y librado
a sus propias fuerzas. Medio viejo, fibrudo, estevado y de mal carác-
ter, náufrago entre los náufragos tenía sobradas razones para odiar a
las sobrevivientes”.
“De aquel desdichado grupo hizo su pueblo, su servidumbre y
su corte, pues llegó a proclamarse entre todos rey de Clipperton”. A
quien la misma mañana que desembarcó el bote con marinos ame-
ricanos, Tirsa lo mató martillazos.
Con astucia Tirsa Rendón preparó una comida, de pájaros bo-
bos que habitaban en la isla. Escribe López Victoria, “La hizo en
el faro donde asistieron las mujeres sometidas y cuando el negro
comía, Tirsa lo mató a martillazos, de esa manera se libraron del
tirano” y ese mismo día pasó el barco norteamericano Yorktown que
las rescató y las llevó sanas y salvas a Salina Cruz Oaxaca.
Eran once sobrevivientes que rescató el buque norteaméricano
Yorktow y los llevó a Salina Cruz donde desembarcaron el 21 de
julio de 1917.
483
Víctor Cardona Galindo

A su regreso de la aventura que vivió en Clipperton, Tirsa Ren-


dón Hernández, ya viuda, se quedó con a vivir con su hija Guada-
lupe en Atoyac, en la colonia Sonora, donde se alquilaba de peona,
de caporal, cortaba y pilaba café. Vendía mezcal en un pequeño
expendio que tenía en las márgenes del arroyo Cohetero que en ese
tiempo arrastraba todavía agua limpia.
Doña Julia de Jesús Téllez de 88 años, describe a Tirsa Rendón
como una mujer “alta delgada blanquita, de ojos chinos y grandes,
al principio lavaba ajeno, planchaba y vendía blanquillos de gallina.
Llegó con su hija Lupe que había nacido en una isla y después se
encontró un marido que la mantenía”.
“Tirsa era trenzuda, para trabajar se recogía el cabello y se hacía
una panocha, hacía pan cuando llegó y después sembró una huerta
por el rumbo del Ocotal”.
Ramón Sierra López cronista de Técpan escribe la biografía de
Tirsa Rendón Hernández en su libro Técpan historia de un pueblo
heroico basándose en el testamento que ella dejó antes de morir en
1949.
Tirsa dejó asentado en su testamento que “al cabo de cuatro
años los que vivieron estuvieron alimentándose con carne de pesca-
do y huevos de pájaros”.
Así fue como la protagonista de la verdadera historia de La isla
de la Pasión, doña Tirsa Rendón Hernández, vivió y murió en la
colonia Sonora en la calle cerrada de Boca Negra cerca del arroyo
Cohetero.
Todas las noches se hizo un ritual que don Isaías Rendón Gómez
le contara a sus hijos la historia que le transmitió su madre de lo que
en realidad pasó en Clipperton. Ahora el coreógrafo Isaac Rendón
Reyes el Chaca es el heredero de esa historia y la cuenta con pasión.
Doña Tirsa, originaria de la población de Santa María munici-
pio de Técpan de Galeana, fue a dar a la Isla de Clipperton como
esposa del teniente del ejército federal, Secundino Ángel Cardona.
“Fue la valiente que, en la verdadera historia, le dio muerte al ladino
que las tenía sometidas”.
484
Mil y una crónicas de Atoyac

Laura Restrepo describe a Tirsa Rendón como “una muchacha


morena, maciza de carnes, oblicua de ojos y de carácter irreducti-
ble”. Dice que su esposo Secundino Ángel Cardona Mayorga nació
el 1 de julio de 1987 en las goteras de San Cristóbal en Chiapas, era
de origen humilde. Un indio chamula.
Describe una fotografía de Tirsa Rendón “Tiene el pelo lacio
y lo lleva toscamente recortado en redondo, con un fleco sobre la
frente que se va alargando a los costados, para pasar a duras penas
por debajo de las orejas. Eso, más el hecho de que su piel, de por
si oscura, está retostada por el sol, más su aspecto levemente mas-
culino, le dan una apariencia similar a la de ciertos indígenas del
Amazonas. Lo cual no quiere decir que sea una mujer fea. El suyo
es un rostro atractivo, hurañamente hermoso, que sobresale entre
los demás”.
“La madurez de la mirada, la arrogancia de la ceja izquierda caí-
da y la derecha arqueada. En el momento en que ésta fotografía fue
tomada, Tirsa tenía un aspecto duro y primitivo, pero no ingenuo.
A ella no la tomaron por sorpresa, ni en la foto ni en la vida, ni tam-
poco en la estrecha cercanía de la muerte”.
Dice Laura Restrepo que Tirsa ante todo fue una soldadera, mu-
jer de pasmosa sangre fría y de fortaleza machorra. “La dura, la que
no sabía de poesías ni creía en el más allá, de gran fuerza física y
valor”.
Muchas veces define a Tirsa en su libro “La brava, la fuerte,
la que conseguía, ella sola, tres cuartas partes de toda la comida
que consumían”. Tuvo una niña que se llamó Guadalupe Cardona,
grande y resistente, y Tirsa le dio pecho a su hija y al hijo de Alicia
Rovira.
A Perril comandante del Yorktown le llamó la atención “La que
parece más resuelta y de personalidad más enérgica es Tirsa Rendón,
la viuda del teniente de la guarnición. Tan pronto llegó, pidió pres-
tada la máquina de coser de la intendencia, y sin perder tiempo, se
puso a fabricar prendas de dril para los niños”. Eso dejó asentado el
militar norteamericano en su cuaderno de anotaciones.
485
Víctor Cardona Galindo

El Chaca la describe como una mujer valiente y astuta que de


niña “se crió con leche de cabra por eso era muy fuerte, trabajaba de
peona y herraba ella sola las vacas”. Cuenta que una vez golpeó a un
hombre con la espada que fue de su esposo y que trajo de Clipper-
ton, lo dejó sin sentido y aprovechando que el hombre no se movía
lo enredó en un petate y mandó a su hijo Isaías a tirarlo al arroyo
Ancho que en ese momento estaba crecido. Pero en el camino el
hombre se quejaba por eso Isaías lo bajó del burro y lo desató. El
hombre jamás volvió a molestar a Tirsa.
Dice el Chaca que a Tirsa no se le dio su lugar en la película, “ella
fue quien mató al negro en la isla de Clipperton, nadie le ayudó”. A
parte de Guadalupe la hija del teniente Secundino Ángel Cardona,
Tirsa fue madre de Isaías, Micaela y Alicia. “Tirsa Rendón era tan
fuerte que era capaz de atender sola su parto, así tuvo sus hijos y los
educó de una forma salvaje pero con mucho amor, los hizo fuertes,
porque era una mujer sola y con su valor se hizo respetar”.
Lamentablemente Tirsa murió cuando su hijo Isaías tenía 18
años. Antes ya se había filmado la película.
Hasta la calle cerrada de Boca Negra llegó el Indio Fernández
para que ella le contara la historia, “pero ella a ver que no le ofrecían
ningún crédito le dio información falseada, porque le vio fines de
lucro”.
Isaac Rendón comenta que en las publicaciones se dice que a su
abuela le dijeron como matar al negro, pero la verdad es que ella lo
hizo sola “no hizo plan con nadie, a ella le salió el coraje y ella sola
mató el negro, porque era una mujer salvaje. Las otras eran frágiles
o damas de sociedad”.
Isaac dije que en 1941 bajo la dirección de Indio Fernández
montaron el drama en Atoyac. Se presentó en cine Álvarez, invita-
ron a doña Tirsa y cuando llegó anunciaron “ya llegó la heroína”,
pero al entrar le cobraron la admisión, de ella y de sus tres hijos.
Cuando estaba la presentación ella se reía porque la obra no encaja-
ba en la realidad. Antes de que terminara el drama abandonó el cine
y lo dijo a Isaías que los esperaba del otro lado del arroyo. “Se fue
486
Mil y una crónicas de Atoyac

molesta porque le cobraron la admisión y ya no quiso los honores


que pretendían darle al final”.
Cuando Tirsa llegó esa noche a su casa le dijo a su hijo “tráeme
un mezcal”, luego sentada en la hamaca le narró a Isaías la verdadera
historia de Clipperton. Después a menudo se la contaba hasta que
murió. Por eso Isaías se la relataba a sus hijos para que supieran lo
que fue su abuela.
Con muchos esfuerzos doña Tirsa compró una parcela por el
rumbo del Ocotal, en ejido del Rincón de las Parotas donde sembró
con sus propias manos una huerta de café que cultivaba sola con su
hijo Isaías. Trabajaba mucho “mataba y capaba marranos ella sola”.
Estando en Atoyac se carteaba con Alicia Rovira, “se quisieron
mucho, por eso le puso Alicia a su hija menor, que aún vive en la
colonia Sonora”. Isaac dice que había una foto donde venía Tirsa en
la proa del barco que las rescató, con la gorra de militar de su esposo
y con su hija Lupe en los brazos. “Tenía muchos documentos, pero
un día que le dijeron que le iban a formular un consejo de guerra
porque había matado a un militar, ella se enojó y destruyó todo los
documentos incluyendo la bitácora del barco en que se vinieron”.
“Incluso ella se escapó de Salina Cruz luego que se bajaron del
barco, porque las mismas mujeres que venían con ella le decían que
la iban a enjuiciar por haber matado a un militar. Ella como pudo se
vino con una monedas que al llegar aquí se dio cuenta que no valían
nada. Se quedó en Atoyac por estrategia, por si la buscaban por el
crimen, no se fue con su familia a Santa María”. Está sepultada en el
panteón viejo de Atoyac, junto a su hija Guadalupe Cardona.
Clipperton dejó de ser territorio mexicano en 1931, por un fa-
llo favorable a Francia, que emitió el árbitro el rey italiano Víctor
Manuel III.
Este año una veintena de expedicionarios visitaron la isla, como
parte del proyecto The Clipperton Projet, la encontraron hecha un
basurero, con gran cantidad de plástico (El Sur, 27 de marzo de
2012) “Hay desechos que datan de los tiempos de la Segunda Gue-
rra Mundial, cuando Estados Unidos pretendió hacer en la isla una
487
Víctor Cardona Galindo

base militar. De aquella época quedan cientos de municiones aban-


donadas”.
De ésta expedición “Las embarcaciones debieron quedar a 150
metros de la orilla, y los tripulantes lechar con rompientes de 4
metros de altura sobre kayaks, que a veces volteaban y con ello se
perdían provisiones que trasladaban para la estancia”. Informó Jon
Bonfiglio, cabeza de la última expedición a la Isla de la Pasión.

Salvador Téllez Farías:


hombre de teatro y escritor de leyendas
Hay quien ha visto salir del panteón de Atoyac a las tres de la ma-
ñana a un hombre vestido de charro con botonadura de plata, todo
de negro, un gran sombrero de charro le cubre la cara y su caballo
negro danza al caminar haciendo sonar las herraduras en el piso. Se
escucha el rechinido del metal en el pavimento.
Avanza despacio por la calle Matamoros. Acompañado de los
aullidos de perros da vuelta por Anáhuac. Un rato se escucha el paso
del caballo que se va perdiendo por Florida hasta llegar al río.
Ese hombre vestido de negro habita en un cerro por el camino a
la sierra, antes de llegar al Rincón de las Parotas, donde está la Piedra
del Diablo. Cuando estaban construyendo la carretera al Paraíso,
se dio una situación muy particular, durante el día avanzaban en el
trabajo, y al otro día, cuando regresaban los trabajadores, encontra-
ban que lo que habían escarbado el día anterior había desaparecido,
como si no hubieran avanzado nada. Así estuvieron, hasta que el
ingeniero llevó al padre Isidoro a bendecir el camino. Solo así pu-
dieron progresar en la apertura de la carretera.
Hace tiempo, alrededor de La Piedra, había en abundancia toda
clase de frutas y ahí acudían los hombres a pedirle favores al Malo
o al Amigo como le llaman algunos. Dicen los que lo han visto que
en esa piedra habita un hombre hermoso, que viste elegantemente
de negro, es El Diablo, que por las noches camina en los pueblos
488
Mil y una crónicas de Atoyac

de la sierra montado en un caballo totalmente negro y de brillante


pelaje. Cuando pasa cerca de las casas entona un silbido muy fino y
elegante, buscando a los que tienen compromisos con él.
Mateo Martínez enfadado de la pobreza, un día acudió a la Pie-
dra del Diablo a buscar al Malo para pedirle un favor. Cuando llegó
cortó una caña, recolectó frutas, subió a la piedra y comió, luego
comenzó a hablarle Cuera Negra, Luzbel, Amigo y otros nombres,
pero nadie le contestó, tardó ahí, pero de pronto se escucharon unos
balazos en El Ticuí y dentro de la Piedra se oyó la risa escandalosa
de una mujer. Entonces Mateo exclamó “¡Ah cabrón no estás!” y se
retiró. Al otro día supo que habían matado a su primo en El Ticuí.
Cuando el Malo sale de su piedra es para provocar maldades, riñas
y desgracias.
El ticuiseño Salvador Téllez Farías ganó un concurso de cuento
a nivel nacional con Cuera Negra, basado en estos relatos de nuestro
pueblo, donde un hombre al que le da el nombre de su padre, hace
un pacto con el diablo y logra, pese a ello, ser y permanecer como
un hombre bueno, justo y honrado hasta su muerte.
Demetrio quería “tener mucho dinero, disfrutar el amor con
mujeres hermosas, comprar terrenos, comprar huertas de coco,
huertas de café, potreros para el ganado, adquirir carros último mo-
delo, casas para todas las ocasiones”. El pacto se hizo en la cima del
Cabeza de Perro un cerro que se localiza en las inmediaciones del
Ticuí. Frente al Cabeza de Perro está La Piedra del Diablo en las
faldas de la “azul montaña” a la que le canta Agustín Ramírez.
Nuestro escritor Salvador Téllez Farías falleció el 29 de diciem-
bre del 2003, a consecuencia de un coágulo en el cerebro. Acumuló
39 años como educador y 27 como director escénico. La vida de
Téllez Farías fue una historia de entrega y amor a la enseñanza del
arte dramático. Antes de morir participó en la obra Juan Tenorio
montada en la casa de la cultura de Acapulco.
El maestro Téllez nació el 13 de mayo de 1928 en El Ticuí. Ini-
ció su trayectoria teatral en Chilpancingo, bajo la dirección de Luis
Montaño.
489
Víctor Cardona Galindo

En 1953 se recibió en la Escuela Nacional de Maestros de la


Ciudad de México y un año más tarde ingresó al Instituto Nacional
de Bellas Artes, donde realizó las carreras de actor y director teatral,
teniendo como maestros a personalidades de gran prestigio nacional
e internacional como: Saki Sano, Fernando Wagner, Salvador Novo,
Emilio Carballido, Ignacio López Tarso, Nancy Cárdenas, Clemen-
tina Otero de Barrios, Wilberto Cantón, Dagoberto Guilleman,
Hugo Argüelles y Alejandro Jodorowski.
Como maestro era entregado a sus alumnos, un promotor in-
cansable de la cultura a través del teatro y la literatura. Fue de ori-
gen campesino, como todos los ticuiseños de su tiempo, sus padres
fueron don Demetrio Téllez e Isabel Farías. Hizo en Chilpancingo
sus estudios medios y al casarse se trasladó a la Ciudad de México.
Quienes lo conocieron dicen que sus tres carreras: maestro, ac-
tor y director de teatro se fusionaban y sus clases resultaban apa-
sionantes. A sus alumnos de teatro, “no sólo les impartía expresión
corporal, dicción y la manera de moverse en un escenario, también
cultura general, valores y formación de la personalidad”.
En 1964, se integró al Instituto Mexicano del Seguro Social
como director de teatro, iniciando una larguísima lista de produc-
ciones teatrales que gracias al auspicio de ese instituto fueron lleva-
das por muchos lugares del país.
En 1985 volvió a Guerrero, llegó al puerto de Acapulco, ya ju-
bilado como maestro y para dedicarse por entero al teatro, a la pro-
moción cultural y a escribir.
En el 2003, salió a la luz su primera y única obra publicada en
vida Agustina, novela donde retrata la realidad, que se vivía en la
región en aquellos años que tuvo que abandonar su tierra para irse a
buscar nuevos horizontes. Por eso Agustina más que una novela es un
testimonio, una crónica, de cómo se vivía en los contornos de Atoyac en
la década de los 30 del siglo pasado, como él mismo dice “muchos de los
hechos que se aquí se relatan son verídicos”.
Salvador se introduce a fondo en la vida de aquellos hombres
que caminaban por la veredas todos los días a trabajar en sus par-
490
Mil y una crónicas de Atoyac

celas, “cargando su bule de agua, sus hachas, sus machetes; unos


con huaraches otros descalzos”. Los hechos de violencia que enluta-
ban hogares, los bandoleros que se escondían por el rumbo del Río
Chiquito y la presencia del desgobierno, “llegó una de la policía
montada que sólo fue a causar peores males”. Pues con el pretexto
de buscar a los culpables de los crímenes entraban a las casas para
llevarse, lo poco que tenían los campesinos.
Narra la presencia de la partera que era como la segunda madre
de todo el pueblo, cuando el mal de ojo y el juego de los chaneques
eran las enfermedades más comunes. Ese río encantador, donde to-
dos acudían a bañarse por las tardes y las mujeres acarreaban agua
antes del oscurecer y que no dejaba de tener lugares peligrosos “un
remolino, lugar siniestro en cual habían perdido la vida varias per-
sonas”.
Las pestes de las vacas eran comunes y las plagas de las langostas
que azotaron los plantíos en ese tiempo causando hambre entre la
gente que pensaba que era castigo divino por tantos pecados come-
tidos. Pero también se menciona con nostalgia aquellos cañaverales
que producían melao y panocha. “Las moliendas eran grandes. La
peonada parecía gozar de la vida, las moliendas eran ferias comple-
tas; había de todo, unos cortando las cañas, otros acarreándola al
andén para ser trituradas, otros en las calderas esperando que la miel
llegara a su punto”.
En esos tiempos en que se desenvuelve la vida de Agustina hubo
pueblos completos que se formaron con forajidos “la llegada a es-
tablecerse de varios criminales que se habían reunido formando un
pueblo; pero un pueblo maldito, puesto que todos vivían fuera de la
ley”. El robo permanente de las mujeres bonitas que eran arrastradas
de los cabellos por la veredas, con la participación de uno o más
robadores, ante los gritos de sus acompañantes. Agustina la prota-
gonista de esta novela fue raptada, y llevada por un hombre que no
amaba a vivir a uno de estos pueblos fuera de la ley.
Salvador Solís dice que “Aún adolescente, el profesor Salvador
Téllez salió de su natal Ticuí, huyendo de la pobreza y la ignorancia
491
Víctor Cardona Galindo

que imperaba en la región, y llegó a Chilpancingo. Ahí encontró


buena acogida, pues fue protegido por la familia del propio general
Baltazar Leyva Mancilla, entonces gobernador del estado”. Tuvo un
primer trabajo como ayudante de la Orquesta Típica del Estado.
Dice Solís que fue fundador de la Casa del Estudiante del Pen-
tatlón Militar Universitario y posteriormente alumno del Colegio
del Estado. Ahí estuvo como maestros a Rubén Mora Gutiérrez y
Luis Montaño Buis con quien comenzó a participar en la compañía
de teatro de la capital del estado y que su última actuación fue en
la obra Don Juan Tenorio, donde hizo el papel del comendador don
Gonzalo de Ulloa.
Jesús Jiménez Chino escribió en el Novedades que con el grupo
teatral Santa Lucía, Téllez Farías, montó cerca de 30 obras, entre las
que destacan “Nosotros somos Dios”, “El gato con botas”, “Cosas
de muchachos” y “Médico a la fuerza”.
Participó en las Jornadas Alarconianas en la ciudad de Taxco con
la Compañía Estatal de Teatro en el 2003, año de su fallecimiento,
con la puesta en escena de la obra “Retablos del Siglo de Oro”. Para
rendirle homenaje el Instituto Guerrerense de la Cultura le impuso
su nombre al anfiteatro del Centro Cultural de Acapulco, ubicado
sobre la Costera Miguel Alemán en Costa Azul.
Los restos mortales de Salvador Téllez Farías reposan en el pan-
teón del Ticuí, teniendo de frente al cerro Cabeza de Perro lugar de
su leyenda.

492
Caminos de libertad

Silvestre Castro García: el Cirgüelo


A muchos nos emociona todavía escuchar el corrido al Cirgüelo que
a decir de don Luis Hernández Lluch trovó el bardo Juan Godoy
Sotelo originario de Tenexpa para honrar la hazaña de éste militar
costeño en San Jerónimo el Grande:
Amigos pongan sentido
¡Atención pongan cuidado!
voy a dar el contenido
de un valiente del estado.

Les voy a mentar su nombre


que les sirva de consuelo
se llamó Silvestre Castro
de sobrenombre el Cirgüelo.

Silvestre Castro García es un hombre cuya biografía puede re-


sumir los avatares de la revolución mexicana en la Costa Grande
y porque no, del país. Se levantó contra el porfirismo apoyando a
Francisco I. Madero, luego se rebeló contra él por la detención de
su líder Silvestre Mariscal, después defendió a Victoriano Huerta.
Fue carrancista y peleó a favor de Obregón. Murió siendo callista.
Nació en El Cirgüelar, así se denominaba la cuadrilla que ahora
es una de las comunidades más importante del municipio de Atoyac
de Álvarez y por una corrección del lenguaje se llama El Ciruelar.
Su alumbramiento ocurrió el 31 de diciembre de 1892, día que
se celebra a San Silvestre. Fueron sus padres Marcial Castro y Cle-

493
Víctor Cardona Galindo

mencia García. El mote del Cirgüelo se lo ganó por ser del Cirgüelar,
recordemos que popularmente en el pasado se le llamaba cirgüela a
la ciruela. Su sobrenombre era el Cirgüelo así lo llamaba la gente y
no el Ciruelo como después corrigieron los académicos y letrados.
Dice René García Galeana, quien ha investigado a fondo nues-
tro personaje que: “Sus padres eran medieros de un pedazo de tierra
perteneciente a la hacienda de Cacalutla en cuyo perímetro estaba
enclavado el poblado donde sembraban maíz, frijol y algodón para
pagar el arriendo y cubrir las necesidades de una familia numerosa
integrada por nueve hijos, cinco de ellos varones que ayudaban en
las faenas diarias: Timoteo, Canuto, Fermín, Octaviano y Silvestre y
las mujeres Paulina, Luz, Eugenia y Enedina”.
Se casó con Ernestina Roldán de Teloloapan, con quien “solo
tuvieron tres hijos: Angelina nacida en 1920 y Juana en 1922, las
dos en Atoyac y Silvestre que nació en Acapulco el 8 de noviembre
de 1925 —comenta René García—, muriendo infortunadamente el
19 de junio de 1927”.
El Cirgüelo fue un hombre que se ganó el respeto de reacciona-
rios y agraristas, “fue un traidor” dicen algunos, para el pueblo fue
valiente y eso es lo que cuenta. “El Cirgüelo era un hombre delgadi-
to, alto y valiente, que se metía a los balazos, por eso era respetado.
Él no mandaba, iba por delante, con su pistola 45 mataba a los fede-
rales cuando era rebelde”. Así lo recordó don Juvencio Mesino. Y el
cronista de Atoyac Wilfrido Fierro escribe que “Su valor temerario
lo hizo digno de sus ascensos que durante la revolución fue alcan-
zando hasta llegar al grado de general brigadier”.
Según Crescencio Otero Galeana: “era alto, delgado, cara agui-
leña, moreno, bigote espeso negro y alacranado, de voz fina, de ca-
rácter gentil, estratega por naturaleza en la guerra. Sin haber tenido
estudios, apenas sabía leer y muy escasamente podía firmar, leal,
honrado y sincero, era valiente hasta la temeridad y noble con los
vencidos, además muy popular en todo el estado de Guerrero”.
Anituy Rebolledo Ayerdi señala que: “La fama del general revo-
lucionario Silvestre Castro, alias el Cirgüelo, su valor temerario, sus
494
Mil y una crónicas de Atoyac

hazañas suicidas, no correspondían de ninguna manera a su imagen


personal. Estatura mediana, humanidad endeble, personalidad retraí-
da y voz delgada. Una expresión trágicamente aguda que alcanzaba
sin embargo sonoridades de trueno a la hora de iniciar a los suyos al
combate. Sus hombres no dudarán en seguirlo, ajenos a cualquier fa-
natismo, aun a sabiendas de que más adelante los esperaba la muerte”.
Por su parte Alejandro Gómez Maganda en su libro Acapulco en
mi vida y en el tiempo subraya: “El Ciruelo, fue uno de esos hombres
extraordinarios, que prohíja la leyenda, aún más que la Historia.
Porque se hacen a fuerza de sus hazañas increíbles, a la manera he-
lénica, una mezcla de la divinidad y de los hombres. Se aposentan
en el corazón de las muchedumbres, y de ahí, ya nadie los saca… Él
resumía asimismo, vicios y virtudes de la costa. De voz aguda y sin
mayores resonancias, se convertían en metálica a fuerza de ordenar
en el fragor de los combates, en donde según el decir de sus viejos
soldados, ‘se volvían locos, el caballo y él’; saltando con ímpetu y
a corcel desbocado las trincheras del enemigo, entre un pringar de
proyectiles que daban miedo”.
Agrega: “Él fue, la figura romántica de Costa Grande: fundido
al lomo de su caballo garboso, caracoleaba de manera suicida a unos
cuantos metros de las tropas contrarias, que inútilmente, afinaban
su puntería para liquidarlo. ¡Sólo la traición pudo vencerlo!”
Silvestre Castro García tenía 19 años cuando se incorporó a las
filas de Silvestre Mariscal como soldado raso en abril de 1911. Se
cuenta que participó en la toma de Atoyac el 26 de ese mes, que iba
en la columna que encabezaba Epifanio Mariscal y le tocó la bala-
cera en la plaza contra el destacamento militar porfirista; que fue a
la toma de San Jerónimo y Tecpan. Pero hay otra versión que dio a
conocer el cronista René García Galeana, quien relata que el Cirgüe-
lo se habría sumado a los revolucionarios cuando las fuerzas de Ma-
riscal desfilaron por la ranchería del Humo, iba en los 20 elementos
que se sumaron en ese lugar bajo las órdenes de José Inés Pino y por
consiguiente Silvestre Castro sería uno de los que participaron en el
saqueo de la fábrica del Ticuí el 27 de abril.
495
Víctor Cardona Galindo

Lo anterior se fortalece con el comentario de Anituy Rebolledo:


“Silvestre Castro se significa por su valor desde la primera acción
importante del movimiento: el asalto a la fábrica de hilados y tejidos
Progreso del Sur del Ticuí, en calidad de símbolo del porfiriato”.
Luego desfilaría con las tropas de Mariscal y participó en el ataque
al puerto de Acapulco el 10 de mayo de 1911.
Después de que Silvestre Mariscal fue hecho prisionero en la
Ciudad de México por la muerte del mayor Perfecto Juárez y Reyes
en 1912. Su lugarteniente Julián Radilla se levantó en armas en con-
tra del gobierno de Francisco I. Madero exigiendo su liberación, fue
en ese periodo donde comenzó a destacar el nombre del Cirgüelo,
quien tuvo participación decidida en el sitio que montaron los radi-
llistas el 30 de enero de 1913 al 30 batallón en la ciudad de Atoyac
que duró siete días y sólo la liberación de Mariscal evitó que los
federales fueran totalmente aniquilados por los rebeldes costeños.
Cuando las tropas de Julián Radilla atacaron Tecpan, al jovenci-
to Silvestre Castro le tocó ir a lavar al río un viejo cañón que había
quedado ahí desde la intervención francesa, consiguieron pólvora que
estaba destinada para las fiestas de San Bartolo, no había balas para ese
cañón, pero el Cirgüelo decomisó las bolas del villar, retacó el cañón de
pólvora y luego le metió las bolas de billar, “van a ver estos hijos de la
chingada” dijo en referencia a los federales que se habían parapetado
en el cuartel y no se rendían. Improvisaron una mecha y la prendie-
ron, el estruendo fue mayúsculo. El cañón retrocedió unos metros
que por poco le troza el pie a un revolucionario. El disparo del cañón
abrió un boquete del tamaño de una persona en la barda del cuartel.
Por ahí entraron los radillistas y la tropa federal se rindió.
Sobre este episodio José Manuel López Victoria en su libro His-
toria de la Revolución en Guerrero registra que “los revolucionarios
iniciaron el sitio de la población y el 6 de enero (1913) rompieron el
fuego, valiéndose al efecto de un cañón arrumbado en un cerro des-
de la guerra sostenida en contra de los franceses e intervencionistas
y que había sido puesto en servicio por un oficial radillista, tras ser
lavada en el río la pieza antiquísima”.
496
Mil y una crónicas de Atoyac

La plaza era defendida por el capitán Solís quien ofreció resis-


tencia pero no resistió el acoso enemigo y rindió la plaza. El cronista
Ramón Sierra López en su obra Tecpan: historia de un pueblo heroico
escribió: “No faltó quien dijera al jefe de los atacantes que en el
zócalo Viejo, donde hoy se encuentra el Centro de Salud, había un
cañón abandonado cubierto de tierra. La noticia fue alentadora, y
pronto localizaron dicho cañón. Lo limpiaron con lija y petróleo.
Faltaba lo demás: el que se constituyera como artillero y, por su-
puesto las balas”. Encontraron un borrachín que vivía en este lu-
gar que se ofreció sus conocimientos de artillería y en una carreta
movieron el cañón “se consiguió pólvora negra; se le echó la carga
y no encontrando balas de cañón, las sustituyeron para su primer
disparo por bolas de billar, piedras y recortes de fierro. El cefre se
confeccionó usando papel en forma de cigarro” después de producir
un sonido ensordecedor el disparo hizo un boquete en el cuartel y
viéndose desprotegidos los defensores de la plaza levantaron la ban-
dera blanca y se rindieron”.
Después de que Mariscal salió libre, junto con Juan Andrew
Almazán y Martín Vicario acordaron ponerse al servicio Victoriano
Huerta. Silvestre Castro sería parte de la comisión que lo acompañó
a platicar con el usurpador a la Ciudad de México, quien los pertre-
chó y se dedicaron a perseguir a los constitucionalistas.
Bajo la bandera del huertismo, Silvestre Castro destacó comba-
tiendo a los constitucionalistas encabezados por Carlos Anderson
Uribe en la zona de la Unión y Coahuayutla. Iba bajo las órdenes
del capitán Pablo Vargas, una de esas jornadas fue el 2 de octubre
de 1913 en el paso del Tamarindo cuando Anderson y Alfredo L.
López acababan de cruzar el río Vargas los atacó y le correspondió al
subteniente Silvestre Castro —afirma López Victoria— “encabezar
el pelotón del centro; integrado por escasos diez soldados conoce-
dores del terreno”. En una de esas acciones caería prisionero Carlos
Anderson quien murió fusilado por órdenes de Pablo Vargas.
Otra acción que destacan sus biógrafos es que se apoderó del ca-
ballo “El bandido” propiedad del general carrancista Julián Blanco,
497
Víctor Cardona Galindo

que entregó a Mariscal como trofeo. Fue el 7 de enero de 1914 en


Tierra Colorada, de acuerdo con López Victoria “Silvestre Castro en
persona avanzó al revolucionario Blanco su caballo el Bandido, que
entregó a Mariscal como si se tratara de codiciado trofeo”.
Rubén Mora en su esquema biográfico El guerrillero Blanco,
apunta sobre esta ocasión: “Mariscal se consolaba de su derrota,
porque en el encuentro pudo avanzarse el caballo ‘Bandido’, tan
apreciado por don Julián… La leyenda cuenta que sabía beber mez-
cal como cualquier cristiano y que estando entradito, se iba derecho
a donde tronaban los plomazos”. Ese día los caballos estaban ama-
rrados y los balazos se soltaron, de esa manera cuentan los blanquis-
tas fue a dar el caballo a manos del Cirgüelo.
En otro combate con las fuerzas de Julián Blanco, Silvestre Cas-
tro fue herido en Coyuca la madrugada del 9 de mayo 1914, pero
llegó el día de la venganza, el 27 de septiembre de ese mismo año,
derrotó a los blanquistas encabezados por Manuel Villegas en San
Jerónimo el Grande, quienes con sólo escuchar “Viva el Cirgüelo” sa-
lían despavoridos huyendo rumbo al puerto de Acapulco. Menciona
Wilfrido Fierro que a raíz de esta acción fue ascendido a teniente.
Después de estos últimos combates, Carranza les exigió a Sil-
vestre Mariscal y a Julián Blanco que suspendieran las hostilidades.
Entonces Mariscal se definió carrancista y ahora enfiló sus baterías
en contra de los zapatistas a los que persiguió por todo el estado
hasta prácticamente exterminarlos. Son muchas las hazañas que se
cuentan de Silvestre Castro, el Cirgüelo en este episodio de la histo-
ria, pero en esta ocasión sólo destacaremos tres:
La primera la subrayó Wilfrido Fierro, quien detalla que el pri-
mero de diciembre de 1915 trayendo los haberes de la Ciudad de
México, al llegar al estado de Morelos, Silvestre Castro tuvo cono-
cimiento que en la Hacienda de Zacatepec estaba sitiado el oficial
carrancista Joaquín Amaro por tropas zapatistas, no obstante al peli-
gro que se exponía ordenó que el ferrocarril siguiera su marcha hasta
dentro de la población, y con sólo 50 hombres que lo acompañaban

498
Mil y una crónicas de Atoyac

logró salvarlo de que fuese derrotado y hecho prisionero por los za-
patistas, pasada ésta acción continúo su marcha hacia Chilpancingo.

II
La segunda proeza que emprendió el Cirgüelo fue cuando lo comi-
sionó, en 1917, el general Mariscal para ocupar la plaza de Chilpan-
cingo que estaba todavía en manos de los zapatistas. Según Wilfrido
Fierro, se abrió paso en todo el camino a base del fuego de sus armas
hasta lograr su cometido e instaló su cuartel en la capital del estado.
Mientras tanto los poderes de la entidad se establecían en Acapulco.
Su tercera audacia resultó de la caída literal del general zapatista
Heliodoro Castillo el 16 de marzo de 1917. De estos hechos López
Victoria registró que los gobiernistas al mando del coronel Antonio
Fernández y del mayor Silvestre Castro al frente de una columna
bien pertrechada cayeron de sorpresa sobre los alzados, cuando ocu-
paban Zumpango del Río y se entabló un duro combate. Castillo
y los suyos ofrecieron tenaz resistencia. “Se luchó con denuedo por
ambas partes y el jefe insurrecto resultó herido y rodó del caballo el
Encanto, mismo animal que sucumbió en la refriega… Heliodoro
Castillo no pudo escapar al perder su precioso corcel y para no caer
prisionero, al ver perdida la batalla, se privó de la vida”.
Su cadáver fue trasladado a Chilpancingo, en donde el mayor
Silvestre Castro, ordenó darle sepultura con honores y tomando su
espada dijo: “Esta espada no corresponde a ningún oficial, ni jefes
de mayor grado; esta espada con su dueño nunca habrá de rendirse
ante ningún peligro, ésta espada solamente corresponde a su dueño,
que con su pistola se quitó la vida antes de ser humillado; por lo tan-
to, el general Castillo permanecerá con ella eternamente” y mandó
que la espada fuera sepultada junto con él.
Renato Ravelo escribió que Heliodoro Castillo: “cayó en una
celada por responder a un reto de provocación personal” que le hizo
el Cirgüelo.

499
Víctor Cardona Galindo

El historiador Tomás Bustamante Álvarez escribió en la revis-


ta Altamirano, 13: “El mariscalismo, expresión del carrancismo en
Guerrero, con el apoyo militar del centro, batió las fuerzas del za-
patismo que cada vez más fueron debilitándose a falta de recursos
militares y de sobrevivencia. Ya que a diferencia de las fuerzas fede-
rales los zapatistas lucharon con lo que despojaban al enemigo en
combate, vivían con lo que los pueblos les suministraban, después
de un lustro de guerra la capacidad de lucha no era igual que antes.
En esas condiciones el mariscalismo se posesionó prácticamente del
estado y Carranza lo nombró gobernador”.
Sorpresivamente Mariscal llamado por Carranza se trasladó a la
Ciudad de México con parte de la tropa que comandaba, se habla
de tres batallones, también lo acompañó su esposa Eloísa García. El
gobierno de la República previniendo una posible insubordinación
acuarteló a la tropa mariscalista en tres lugares diferentes, disper-
sándola por toda la capital. Mientras Silvestre Mariscal era detenido
por órdenes de Carranza el 26 de enero de 1918 y recluido en la
prisión militar de Santiago Tlatelolco, al mismo tiempo que desapa-
recían los poderes en Guerrero. El gobernador interino Julio Adams
en respuesta desconoció al gobierno carrancista y salió de Chilpan-
cingo con todos los poderes de la entidad para refugiarse primero en
Acapulco y luego en Atoyac.
En la Ciudad de México doña Eloísa García le avisó a los co-
roneles: Antonio Fernández, Manuel Sáyago y Carlos Radilla de lo
sucedido y estos jefes militares acordaron salir de la capital de la
República rumbo al estado de Guerrero. El gobierno de Carranza les
había ordenando que partieran hacia el norte a combatir a Francisco
Villa pero los costeños se negaron.
Las tropas guerrerenses salieron de noche para el sur y como
desconocían el terreno el teniente coronel Carlos Radilla se extravió
yéndose por el camino a Puebla y sus tropas fueron aniquiladas.
Dicen diversos historiadores que de los mariscalistas que salieron
de la Ciudad de México la mayoría perdió la vida a manos de las
tropas carrancistas al mando del general Pablo González que los
500
Mil y una crónicas de Atoyac

combatieron por tierra y aire. Crescencio Otero Galeana asentó:


“Los soldados costeños, no obstante su desventaja, se defendieron
con valor y coraje, el campo quedó regado de muertos y heridos.
Los heridos fueron asesinados posteriormente, sin el menor gesto
de humanidad”.
Después de un corto descanso de las tropas sobrevivientes, el
mayor Silvestre Castro el Cirgüelo, al saber que el gobierno de Ca-
rranza había enviado al general Fortunato Maycotte para exterminar
a todos los mariscalistas que quedaban en las costas de Guerrero,
llamó a sus antiguos compañeros para agruparlos en un solo frente
y defenderse.
Desde principios del mes de agosto de 1917, Silvestre Castro
se había establecido en Teloloapan como comandante militar del
distrito de Aldama. De acuerdo a los datos de René García se casó
el primero de diciembre de ese año con la señorita Ernestina Rol-
dán Gama. El atoyaquense inconforme con la reclusión del general
Silvestre Mariscal González abandonó la población el 26 de febrero
de 1918, al frente de sus oficiales tomó el camino al sur, con el pro-
pósito de unirse al gobernador Julio Adams, quien luchaba por la
liberación de Mariscal y en defensa de la soberanía del estado.

Llegó el coronel Paredes


con cuatrocientas metrallas
ya llegó Enrique Rodríguez
y también Florencio Maya…

Mandaron cuatro correos


hasta el pueblo de la Unión
que se arrime con su gente
don Margarito Bailón…

Mandaron cuatro correos


mensajes por donde quiera
nos falta aquí un cabecilla
que es don Manuel Uruñuela.
501
Víctor Cardona Galindo

Fue en Atoyac donde se organizaron las fuerzas mariscalistas y


nombraron jefe de operaciones militares al coronel Arnulfo Radilla
Mariscal. A este movimiento se sumaron muchos zapatistas-salga-
distas, Amelia Robles, entre ellos vino a pelear hasta la costa e inclu-
so Pablo Cabañas Macedo, quien militó bajo las órdenes de Helio-
doro Castillo, concurrió a la toma de Acapulco en marzo de 1918.
Fue el 8 de marzo cuando Arnulfo Radilla se reunió en Atoyac
con los bandos mariscalistas y salgadistas y les propuso sumarse a
Francisco Villa y desconocer a Carranza, pero los salgadistas ya te-
nían compromiso con el Plan de Ayala de Zapata, rechazaron apo-
yar a Villa pero se quedaron a combatir para enfrentar al enemigo
común que era Carranza.
El general Fortunato Maycotte, al frente de las tropas carrancis-
tas, llegó por barco al puerto de Acapulco el 10 de marzo de 1918 y
desde ese día comenzaron las hostilidades.
Alejandro Martínez Carbajal en su libro Historia de Acapulco re-
lata esos acontecimientos: “El 10 de marzo de 1918 desembarcó en
el transporte Noriega en Acapulco el nuevo jefe de operaciones mi-
litares el general Fortunato Maycotte, al frente de 64 oficiales y 645
soldados… Ese 10, la fuerza mandada por Pablo Vargas, Silvestre
Castro y Leopoldo N. Gatica se enfrentaron en la playa Manzanillo
a la nueva tropa de Fortunato Maycotte. La gente mariscalista fue
rechazada y obligada a retirarse a puntos cercanos. Los soldados cos-
teños volvieron a la carga; el 11 se apoderaron de la calle El Brinco
y nuevamente se enfrentaron a las tropas de Maycotte. Sufrieron un
nuevo descalabro, en donde perdió la vida Dimas Fierro. A las 9.00
de la mañana del 12, los costeños ocuparon los cerros del Fortín y
La Mira. Los soldados de Maycotte repelieron la embestida. Debido
a ese fracaso, el gobernador Julio Adams, los oficiales y tropa, se
retiraron a la Costa Grande”.
Los mariscalistas atacaron a los federales con mucha furia el
17, eran las dos de la tarde. Las fuerzas del gobierno al empuje de
los combatientes costeños se refugiaron en el fuerte de San Diego
dejando libre la ciudad. Los mariscalistas estaban posesionados del
502
Mil y una crónicas de Atoyac

puerto de Acapulco, habían logrado entrar a la aduana y apoderar-


se de ciento sesenta mil pesos en oro, lo que provocó que la tropa
se dispersara y los carrancistas recuperaran los espacios que habían
perdido.
Martínez Carbajal registró que “proveniente de aguas blancas,
penetraron en la ciudad de Acapulco contingentes de Julio Pérez, a
las órdenes de Leopoldo N. Gatica. En el transcurso de la Plaza Ál-
varez dieron muerte al que se atravesaba a su paso. Derrotaron a las
fuerzas del mayor Esteban Estrada, defensor de la Aduana Maríti-
ma, quien huyó a la Plaza Grande (Hornos) y despojado de su ropa
se tiró al mar. El contador Daniel Henríquez se negó a enseñarles la
combinación de la caja fuerte. Forzaron el cofre y sustrajeron miles
de aztecas o sea monedas de oro. No pudieron cargar con todo ese
caudal. Algunos dieron a conocidos para guardarlos, otros los escon-
dieron. Algunas fuentes expresan que todo ese botín lo apostaron en
los gallos en la feria celebrada en San Jerónimo el 19”.

Este hombre dio dos ataques


que hasta el puerto se asombró
Cirgüelo dio retirada
porque parque le faltó”.

El 24 de marzo salieron de Manzanillo hacia Acapulco las fuer-


zas del general Rómulo Figueroa a “bordo del cañonero Guerrero
—comenta García Galeana— para apuntalar a Maycotte que no
lograba contener a los rebeldes”.
Ese mes se presentó una agresiva epidemia de vómito negro que
hizo estragos en las fuerzas federales que venían a combatir a los
mariscalistas, aun con el primer descalabro y pese a la epidemia se
recuperaron, y en una incursión el 6 de abril de 1918, Maycotte
y Rómulo Figueroa desalojaron a los rebeldes de Pie de la Cuesta.
Unos días antes ya los habían expulsado de La Garita y La Sabana,
lugares desde donde los insurrectos no dejaban pasar víveres ni pasto
con rumbo al puerto. El 20 de abril se dio un combate sin mucha

503
Víctor Cardona Galindo

importancia entre las fuerzas de Rómulo Figueroa y las del Cirgüelo


en La Sabana.
Los verdes de Figueroa que desembarcaron en el puerto de Aca-
pulco enfilaron su caballería hacia la Costa Grande, en carretas car-
gaban artillería pesada, tardaron dos días en llegar a San Jerónimo.
Al pasar por El Cayaco se les sumó Asiano Marín El Lagarto de
la Laguna, le decían así porque el estero era su refugio de ahí no
lo sacaban sus enemigos. Alejandro Gómez Maganda explica: “La
división, que por parte del gobierno federal cubrió la Campaña de
Guerrero, estaba magníficamente equipada. Por sus uniformes ver-
deolivo, el pueblo les llamó a los soldados: los verdes… El general
Maicotte, también llevaba una corporación de soldados yaquis, de
valor y resistencia fantástica. Soldado defensivo por excelencia, el
yaqui; acostumbra a meterse en su lobera, enardeciendo la batalla
con aullidos salvajes y un incesante tamborileo; es capaz, de luchar
cada uno, de manera suicida sin importarle el aplastante número del
enemigo. Sólo la muerte pone fin a su bravura”.
Fue el 30 de abril cuando en el Zapote se sumaron a las tropas
de Rómulo Figueroa, soldados irregulares al mando de Asiano Ma-
rín. Ese mismo día se dio un combate en San Jerónimo, que gana-
ron los del gobierno quienes ocuparon la plaza. A la media noche la
fuerza recién llegada fue atacada con furia por los mariscalistas que
no lograron tomar la población, pero fue un combate recordado por
muchas generaciones como la batalla de los encuerados, en la cual los
yaquis probaron su valía porque salvaron a Figueroa de una derrota
segura. Se dice que los indios yaquis morían felices porque se iban a
reunir con su madre la tierra.

En San Jerónimo el Grande


por cierto una madrugada
entró el Cirgüelo a pelear
toda su gente encuerada…

Entonces dice el Cirgüelo


adentro toda mi gente
504
Mil y una crónicas de Atoyac

a ver estos fronteristas


que se tienen por valientes.

Como ya se dijo antes los soldados de Figueroa vestían de ver-


de, pero los voluntarios de Asiano Marín venían de civil, por eso el
Cirgüelo decidió que todos sus guarachudos se quitaran las ropas y
atacaron desnudos, esa fue una buena estrategia porque desnudos
los morenos costeños no se veían en la noche y los federales tiraban
sin certeza en la oscuridad. La acción duró toda la madrugada y los
rebeldes se retiraron al amanecer.
Escribe Anituy Rebolledo que los verdes habían colocado una
ametralladora en la torre de la iglesia de San Jerónimo de Juárez y
que el Cirgüelo mandó “Consíganse dos tres sacos de chile guajillo
y quémenlos en el cubo de la torre”. Uno de los soldados apostados
ahí se tiró al vacío y “los demás bajaron como salidos del infierno”.

III
El cronista Luis Hernández Lluch escribió en la Monografía de San
Jerónimo que al Cirgüelo los sanjeronimeños lo sienten suyo “porque
sus grandes hazañas epopéyicas las realizó en este pueblo, la noche
del 30 de abril de 1918 contra las fuerzas de Fortunato Maycotte y
Rómulo Figueroa”.
De ese combate dice Alejandro Gómez Maganda “La colisión,
fue como puede suponerse: rabiosos choques exaltados por los gri-
tos enardecidos del noroeste y el sur. La Costa Grande que siguió
al Ciruelo, crepitó como una hoguera de pesadilla y los costeños,
amarrándose el cotón a la recia cintura y arremangándose los burdos
calzoncillos, para que su piel morena se confundiera con las sombras
de la noche… Caían como un ciclón sobre las loberas yaquis”.
Como ya mencioné, en la parte anterior, el combate duró toda
la madrugada y el ataque de los encuerados quedó en la memoria
de los costeños. Al amanecer del primero de mayo las tropas del
gobierno emprendieron la retirada por el camino de Las Tunas y

505
Víctor Cardona Galindo

luego por la playa, continuaron su marcha rumbo a Acapulco por la


franja de tierra que está entre el mar y la laguna, pero en el camino
la gente del Cirgüelo los iba hostigando, al pasar por Hacienda de
Cabañas los rebeldes dieron muerte al coronel Asiano Marín, quien
había peleado a lado de Julián Blanco (en Atoyac ya se la tenían
sentenciada). En esa escaramuza murió también un mariscalista que
había disparado sobre el llamado Lagarto de la laguna.
Los verdes fueron a pedir refuerzo al puerto de Acapulco y des-
pués de incursionar por la Costa Chica vinieron de nuevo, eran más
y venía con ellos Fortunato Maycotte. Otra vez llegaron a San Jeró-
nimo el Grande, el 31 de mayo se posesionaron nuevamente de esa
población, esta vez sin encontrar resistencia. Ese mismo día como
a las tres de la tarde fueron atacados por más de 100 subversivos
atoyaquenses, que fueron recibidos con un nutrido tiroteo, en esa
incursión murió Agustín Radilla que encabezaba a los atacantes y su
gente no pudo rescatar el cuerpo.
“El 6 de junio —aporta Rene García— el general Figueroa en-
filó sus fuerzas hacia la costa por el camino de la playa para to-
mar Atoyac enfrentándose cerca de Los Arenales contra los rebeldes
jefaturados por Pablo Vargas quien tras unas escaramuzas prefirió
guarecerse en la sierra, mientras el Cirgüelo escoltaba al gobernador
Adams a Tecpan poniéndolo a buen resguardo”
Un lluvioso 11 de junio, en la madrugada, se movieron los con-
tingentes del general Rómulo Figueroa hacía el Ticuí, en donde al
llegar a las primeras casas se trabó un tiroteo con los rebeldes que esta-
ban en la fábrica de hilados y tejidos que luego fueron reforzados por
tropa mariscalista procedente de Atoyac. El combate duró más de tres
horas, los federales lograron llegar hasta el río; sin embargo la defensa
estuvo tan bien organizada que después de esto las huestes de Figue-
roa regresaron a San Jerónimo sin poder tomar la ciudad de Atoyac.
Por la noche, del 12 de junio, salieron los figueroístas de San Jeró-
nimo atravesaron el río crecido para atacar al amanecer a los marisca-
listas apostados en Atoyac. Los federales recibieron la orden de llevar
el sombrero sobre la espalda con el barbiquejo amarrado al cuello y la
506
Mil y una crónicas de Atoyac

manga del brazo izquierdo arremangada hasta el codo, esto para evi-
tar confusiones. Y al amanecer del 13 de junio las tropas de Rómulo
Figueroa llegaron por el rumbo de La Pindecua cayendo por sorpresa.
Los mariscalistas resistieron en las lomas del pueblo, se defendieron
con unos cañones que fabricó un francés llamado León Obé, pero
los federales tenían mejor artillería que ellos y los desalojaron de los
cerros, en donde dejaron abandonados los cañones de León Obé.
Wilfrido Fierro comenta que las fuerzas mariscalistas salieron
derrotadas en “en el Cerro Pedregoso que se encontraba al lado nor-
te de la población, donde les avanzaron dos cañones siendo esta la
razón para que la posteridad bautizara este lugar por El Cerrito del
Cañón”. Después de atacar la ciudad, cuando el grueso de los ma-
riscalistas se subió a la sierra, Figueroa y su gente se fueron rumbo
a San Jerónimo y en el camino fueron hostigados duramente por
pequeñas guerrillas de la gente del Cirgüelo.
Un mes después las fuerzas de Figueroa cayeron, el 12 julio, en
una emboscada preparada por el Cirgüelo, cuando caminaban rum-
bo al El Ticuí. Este combate que duró tres horas fue ganado por los
rebeldes. El gobierno sufrió numerosas bajas. Mientras los figueroís-
tas tomaron dos prisioneros que fueron ejecutados en el acto.
El Universal publicaba en su edición del 13 de julio de 1918:
“En el estado de Guerrero quedó exterminado el mariscalismo”
y decía que los cabecillas principales Arnulfo Radilla y Silvestre Cas-
tro (a) el Ciruelo, se internaron por el distrito de Montes de Oca (La
Unión) rumbo a Michoacán, “seguidos de 30 hombres solamente,
único contingente rebelde que pudo escapar de la persecución de las
tropas nacionales”.
En la nota el general Juan José Ríos encargado del despacho
de Guerra y Marina explicaba que ya se habían rendido ante Ma-
ycotte más de 600 hombres. El primero en deponer las armas fue
el coronel Florencio Maya que se pasó al bando del gobierno para
perseguir a los mariscalistas.
Pero ese mismo día, en que se publicaba la nota, las tropas leales
a Silvestre Castro se enfrentaron a las fuerzas de Maycotte y Figue-
507
Víctor Cardona Galindo

roa en el paraje denominado como La Cumbre. En este combate


fue destacada la participación de muchos zapatistas que vinieron
del centro para apoyar a los mariscalistas. Ese 13 de julio a la 8 de
la mañana la tropa de Figueroa avanzó rumbo a La Cumbre, pero
los rebeldes se organizaron para hacerles frente. El Cirgüelo se hizo
cargo de la estrategia militar y distribuyó a su gente por todo el
cerro. La Cumbre quedó protegida por él mismo, sosteniendo una
lucha tremenda y encarnizada; Figueroa retrocedió y como experto
militar buscó un punto vulnerable y logró abrirse paso por El Plan
del Guayabal para seguir por el camino del Rincón y así atacar al
Cirgüelo por su retaguardia.
Un aviso oportuno hizo que Castro abandonara el lugar y se fue
rumbo al poblado de Agua Fría, evitando así caer en el cerco que
le tendió Figueroa. “El traqueteo del combate duró todo el día, y al
oscurecer, Figueroa tuvo que dar retirada, dejando en el campo de
batalla numerosas bajas y armamentos, logrando sacar algunos heri-
dos con destino a San Jerónimo en donde estaba su cuartel general”,
escribió Wilfrido Fierro.
Una vez más el 18 de julio Figueroa subió a la sierra y en el
arroyo de Horqueta y en la cuesta de la Polvadera cerca del Rincón
de la Parotas en un sangriento combate Arnulfo Radilla lo derrotó.
Al no poder desalojar a los conjurados atoyaquenses de la sierra,
Figueroa buscó plazas más vulnerables y el 20 de julio atacó la ciu-
dad de Tecpan donde sus hombres combatieron con fiereza logran-
do que los rebeldes abandonaran la plaza y se retiraran con rumbo a
los cerros. El 21 los federales atacaron San Luis la Loma desalojaron
a los sublevados y llegaron el 24 a Zihuatanejo. El 26 se rindió en
Petatlán el teniente coronel Adolfo Lara con 80 rebeldes. El 28 se
dio otro tiroteo en San Luis la Loma.
Después de eso se hizo una dispersión de la gente y se cometie-
ron muchos actos de pillaje, por eso el 30 de julio de 1918, Silvestre
Castro se acogió a la amnistía que el gobierno federal ofrecía y se
presentó en el puerto de Acapulco ante el general Fortunato May-
cotte. El corrido narra la historia:
508
Mil y una crónicas de Atoyac

De ver que andaban robando


todos sus jefes perdidos
dijo el Cirgüelo indultarme
yo no quiero ser bandido…
Aquí le entrego a mi gente
con toda su caballada
si usted gusta fusilarme
soy hombre no digo nada”.

“Entonces dice Maycotte


viva la Costa de Guerrero
que tiene valientes hombres
que quiero para compañeros…

Entonces dice el Cirgüelo


eso si que no hallo bueno
mejor prefiero la muerte
que tirarle a mis terrenos…

Entonces dice Maycotte


que se haga lo que usted quiera
le voy a dar la embarcación
y se va para otras tierras…
Entonces dice el Cirgüelo
de mi tierra me separo
voy en busca de un amigo
que es el general Amaro.

Al indultarse ante Maycotte en 1918, éste lo quería incorporar a


su fuerza, como había sucedido con Florencio Maya pero él prefirió
tomar una embarcación para irse en busca de su amigo el general
Joaquín Amaro a quien en un momento de la historia le había sal-
vado la vida. El cronista René García Galena señala que: “El 31 de
julio —habrá que decirlo— en condiciones no muy honrosas acep-
tó trasladarse a vivir al estado de Durango con el grado de teniente
coronel, decayendo sensiblemente con sus ausencia la rebelión ma-
509
Víctor Cardona Galindo

riscalista… No permaneció más de dos semanas en el Norte porque


el 21 de agosto de paso por la Ciudad de México ya está solicitando
al Ministerio de Guerra que se le extendiera un salvoconducto para
trasladarse al estado de Guerrero —a Teloloapan— para dedicarse
a las labores del campo… Parece ser que la Secretaría de Guerra
prefirió retenerlo disponiendo que a partir del primero de septiem-
bre causara alta en el ejército percibiendo el haber correspondiente
a los militares de su grado. Al no presentarse en el Ministerio para
las anotaciones correspondientes se ordenó su baja por deserción el
primero de octubre del mismo año”.

Ya el Cirgüelo se indultó
a Maycotte le pidió indulto
llegó con valor sobrado
a ese puerto de Acapulco…

El Cirgüelo ya se va
que triste queda su gente
se separa del estado
un hombre de los valientes…

Cirgüelo subió a la escala


para el puerto un desconsuelo
hasta los niños decían
adiós valiente Cirgüelo.

Mientras tanto en la Costa Grande los acontecimientos arma-


dos siguieron su marcha y el 9 de agosto de 1918, cuando el general
Rómulo Figueroa regresaba de una boda en El Ticuí a San Jerónimo
fue emboscado. Pero en lugar de matar a Figueroa perdieron la vida
dos familias, entre niños y mujeres, que fueron confundidos con la
tropa federal, por los insurrectos.
El 11 de agosto el gobernador interino Julio Adams se rindió
ante las fuerzas federales, de esa manera el movimiento mariscalista
vino a quedarse sin su cabeza política y sin Silvestre Castro su mili-
tar más destacado.
510
Mil y una crónicas de Atoyac

Para ponerle fin a la insurrección Rómulo Figueroa inició, el 20


de septiembre de 1918, una incursión a la sierra, con la intención de
llegar a Los Valles. Atacó primero El Rincón de las Parotas de donde
desalojó a Pablo Vargas utilizando artillería pesada y luego mandó a
quemar la pequeña población.
Los figueroístas atacaron San Andrés de la Cruz, el 29 de sep-
tiembre de 1918, donde los sublevados resistieron protegidos por la
zona rocosa y la maleza, en un combate de hora y media hasta que
fueron desalojados de sus posiciones por la artillería pesada de los fe-
derales. Este combate se dice que lo ganaron los rebeldes porque no
dejaron huellas de bajas, pero después de eso finalmente llegaron los
figueroístas a Los Valles, donde fue el punto de reunión con otros
grupos de federales que entraron por Tecpan y por Coyuca.
Mi abuela Victorina Romero era casi una niña cuando todos los
del pueblo se remontaron más arriba de la sierra. No había que co-
mer, los niños bebían en la mamila sólo panocha (piloncillo) disuel-
ta en agua, por eso muchos murieron de desnutrición. Casi todos
los habitantes de la sierra tuvieron que refugiarse en lo más recón-
dito de la selva, pasaban las lluvias debajo de casitas que hacían de
hojas de pito. Los habitantes de los pueblitos tenían que cuidarse de
los verdes pero también de los zapatistas que raptaban a las mujeres,
se las llevaban en los caballos jalándolas de los cabellos.
Por eso andaban en los montes, en los riscos, donde no subían
los caballos y cuando venía la tropa y los encontraban en los pueblos
escondían a las jovencitas en grandes ollas de barro o dentro de los
hornos, ahí estaban asándose mientras se iban los facinerosos. Por-
que andaban todos robando, por eso se indultó al Cirgüelo, porque
él no era bandido y mejor se fue a entregar al gobierno con su gente.
Arnulfo Radilla Mariscal fue aprehendido el 27 de octubre en
San Andrés de la Cruz. Con eso se terminó prácticamente el movi-
miento que amenazaba al carrancismo en el estado de Guerrero, la
zona quedó en paz y el primero de noviembre de 1818, las fuerzas
de Rómulo Figueroa dejaron San Jerónimo el Grande. A decir de
Gómez Maganda “La rebelión, terminó después de cruentas opera-
511
Víctor Cardona Galindo

ciones. Acapulco vivió instantes de pánico y de heroicidad, con los


ataques impetuosos del general Silvestre Castro”.

IV
Silvestre Castro García, el Cirgüelo, después de haberse acogido al
indulto vivió en Teloloapan y luego regresó a Cacalutla donde estu-
vo entregado algún tiempo a labrar la tierra. Aunque consta que de
vez en cuando prestaba servicios al gobierno. René García encontró
un documento fechado el 27 de enero de 1919 donde el general
brigadier Crisóforo Ocampo certifica que durante el mes de octubre
de 1918 Silvestre Castro estaba viviendo en Teloloapan dedicado
al comercio y lo acompañó en una expedición militar al estado de
Morelos.
Aunque se asegura que apoyó a Álvaro Obregón cuando se su-
blevó en contra de Carranza, no hay muchos datos que sustenten
esta aseveración; lo que sí se sabe es que en esa ocasión muchos cam-
pesinos le pidieron que se levantara en armas a favor de Obregón,
pero tal vez no lo hizo porque los Figueroa secundaron al sonorense
en Guerrero y el Cirgüelo no comulgaba con ellos. Ese clan intrigaba
permanentemente en su contra. Muestra de ello es que en junio de
1922 Silvestre Castro fue arrestado por órdenes de Rómulo Figue-
roa que lo acusaba de estar implicado en una rebelión que estaba
promoviendo el general Salvador González, pero luego recuperó su
libertad cuando se demostró su inocencia. Por esas fechas Figueroa
estaba en contra de los agraristas y mandó a encarcelar también a
Amadeo Vidales, presidente municipal de Tecpan de Galeana.
De pronto otro acontecimiento vendría a trastocar la tranquili-
dad de la Costa Grande, Adolfo de la Huerta se rebeló en contra de
Álvaro Obregón y se vivió ese episodio de la historia que se llamó
“la rebelión delahuertista” que estalló el 5 de diciembre de 1923 y
Rómulo Figueroa la encabezó en el estado de Guerrero y en la Costa
Grande se puso al frente el presidente municipal de Atoyac, Rosalío
Radilla Salas.
512
Mil y una crónicas de Atoyac

Cuando estalló ese movimiento en Atoyac las cosas estaban que


ardían y eso vino a darle el soplo que prendió la mecha, desde el 31 de
marzo de 1923 fue depuesto el presidente municipal Andrés Galeana
y se quedó en su lugar el principal enemigo del agrarismo Rosalío
Radilla Salas, Chalío. Ese mismo año el 29 de octubre de 1923, como
a las 6 de la mañana, fue asesinado, por órdenes del alcalde el líder
agrarista Manuel Téllez cuando caminaba por la calle Nicolás Bravo
y a raíz de eso su hermano Alberto se remontó a la sierra y se dedicó
a organizar a todos los solicitantes de tierra. Todos éstos hechos son
narrados por Crescencio Otero Galeana en su libro El movimiento
agrario costeño y el líder Profr. Valente de la Cruz, publicado en 1979.
Al desatarse el movimiento armado de Adolfo de la Huerta,
todos los agraristas tomaron partido a favor de Álvaro Obregón y
se organizaron. En Las Clavellinas acordaron atacar la ciudad de
Atoyac de Álvarez el 19 de diciembre de 1923 y aproximadamen-
te 80 hombres regularmente armados asaltaron sorpresivamente el
ayuntamiento y desarmaron a la policía municipal. El presidente
Rosalío Radilla Salas no se encontraba porque había salido al puerto
de Acapulco para recibir de manos de los militares a los hermanos
Juan, Francisco y Felipe Escudero, quienes estaban prisioneros en
el fuerte de San Diego y el 21 de diciembre fueron asesinados por
Chalío y sus pistoleros.
Antes de la muerte de sus líderes, los obregonistas atacaron el
mismo día 19 de diciembre a las guardias armadas que los españo-
les de Acapulco tenían en la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí
y después reunidos en Mexcaltepec enterados del asesinato de los
Escudero, acordaron atacar a Rosalío Radilla en Atoyac donde tenía
su cuartel. Salieron de la sierra por la noche del 22 de diciembre de
1923 y llegaron el 23 a la ciudad, a las cinco de la mañana, un grupo
de aproximadamente 100 hombres que imitaban rebuznos de los
burros y de esa manera causaron confusión entre la gente sitiada. “El
ataque se desarrolló con toda rudeza, con valor y coraje por ambas
partes, pues los atacantes y defensores, eran ‘gallos de la misma ga-
llera’ y se reconocían sus aptitudes guerreras”, dice Otero Galeana.
513
Víctor Cardona Galindo

Los agraristas estuvieron a punto de tomar la ciudad, pero los


delahuertistas recibieron refuerzos de familiares de Rosalío Radilla
y de militares que venían de San Jerónimo. Después de ese com-
bate los dirigentes atoyaquenses optaron por poner el mando del
movimiento en manos de Silvestre Castro García, el Cirgüelo, pues
los agraristas carecían de un jefe experto que los pudiera dirigir con
acierto en la campaña en marcha.
Silvestre Castro se alineó con Álvaro Obregón y el primero de
enero de 1924, en el pueblo de San Nicolás, municipio de Coyuca
de Benítez, en el domicilio del señor Mateo Marín se llevó a cabo
una concurrida reunión, en la cual le dieron el mando de las fuerzas
obregonistas en el estado de Guerrero. Ahí se levantó un acta que
también firmó Amadeo Vidales. Castro fue convencido por Felicia-
no Radilla para unirse a las fuerzas agraristas de la Costa Grande. Ya
los españoles de Acapulco le habían enviado emisarios con dinero
para sumarlo a la causa delahuertista, pero tal vez la presencia de los
Figueroa en ese bando hizo que se fuera con el contrario.
Las primeras incursiones armadas el Cirgüelo las hizo en el mu-
nicipio de Coyuca de Benítez acompañado de Amadeo y Baldome-
ro Vidales con quienes amagaba al puerto de Acapulco. En Santa
Rosa se les sumó el gobernador Rodolfo Neri que venía huyendo
de Chilpancingo. Después de esto rápido salieron rumbo a Petatlán
para encontrar a Valente de la Cruz que traía las armas para la causa
que había mandado el general Obregón, mientras los delahuertistas
encabezados por Rosalío Radilla, el coronel Crispín Sámano y el
mayor Juan Flores iban tras ellos y el 23 de enero de 1924 se dio
un encontronazo en Petatlán donde los delahuertistas fueron derro-
tados por los agraristas. Los delahuertista se fueron tras la tropa de
Neri y el Cirgüelo porque los consideraban escasos de implementos
de guerra, pero no contaban con que Valente de la Cruz había traído
muchos rifles y parque de la Ciudad de México vía Zihuatanejo.
Ese combate definió el triunfo del obregonismo en Guerrero y el 1
de febrero las fuerzas triunfadoras entraron a la ciudad de Atoyac,
encabezados por el Cirgüelo y Valente de la Cruz.
514
Mil y una crónicas de Atoyac

La ordenada columna de dos en fondo de caballería e infantería


llevaba a la descubierta a Silvestre Castro al gobernador del estado Ro-
dolfo Neri y al general Valente de la Cruz Alamar. “La marcha Dra-
gona que tocaba el clarín de órdenes hacía más emocionante el paso
de la tropa” registró Wilfrido Fierro quien agrega: “El pueblo atoya-
quense se volcó a recibirlos en la calle Centenario (hoy Juan Álvarez)”.
En 1986 Rodolfo Neri quien fue gobernador en aquella época
publicó un libro que tituló La rebelión delahuertista en el estado de
Guerrero donde da pormenores de este acontecimiento. La publica-
ción está dedicada más que nada a demeritar la presencia del Cirgüe-
lo en esa campaña. Dice: “Silvestre Castro fue obligado a unírsenos
por Vidales, que con algunos hombres lo sorprendieron en su ran-
cho… en toda la campaña anduvo vacilante. Cuando se reunió con-
migo se manifestó disgustado con los Vidales… En el combate de
Petatlán nos dejó a merced del enemigo, y vino a ayudarnos después
de dos horas de estar combatiendo. Se unió a Valente de la Cruz que
pretendía erigirse en el jefe supremo de las fuerzas”.
Del paso por Atoyac comenta: “Cuando llegamos a Atoyac, des-
pués del combate de Petatlán, Silvestre Castro fraternizó con mu-
chos de los que nos habían ido atacar, a quienes conocía perfectamen-
te” y abunda que se reunió con Antonio Paco enviado de los españoles
de Acapulco que le ofreció trescientos mil pesos para que se pasara
de lado delahuertista. Sin querer Neri reconoce la fuerza e influencia
del Cirgüelo pues escribe: “Tan pronto supe, y comprendiendo que si
el Ciruelo se ponía de acuerdo con Antonio Paco mi situación sería
comprometida, me fui en compañía sólo de Alfredo Castañeda y Cór-
dova Lara, a donde aquellos deliberaban, rodeados de una treintena
de hombres, tomando mezcal”. Rodolfo Neri deshizo la reunión, y
después marcharon a Coyuca y luego a la Ciudad de México.
Los obregonistas tomaron Coyuca el 6 de febrero de 1924, aquí
se dividieron en dos grupos. Una columna al mando de Neri y del
Cirgüelo salió a la Ciudad de México y la otra al mando de Amadeo
Vidales se fue rumbo a la sierra de Atoyac. A la salida de Coyuca se
les incorporó el general Enrique Rodríguez con gente de la Costa
515
Víctor Cardona Galindo

Chica. La fuerza llegó a Teloloapan el 18 de febrero de 1924, luego


de un ligero tiroteo tomaron la ciudad y después partieron hacia la
capital de la república. Al llegar a Zacualpan, estado de México, el
25 de febrero, las fuerzas obregonistas fueron atacadas por el general
rebelde Tomás Toscano Arenal, pero a pesar de estar copados los
costeños salieron victoriosos y más tarde llegaron a la Ciudad de
México y se pusieron a las órdenes del general Álvaro Obregón.
Aprovechando que el Cirgüelo iba a la Ciudad de México y que
Vidales estaba en la sierra, los delahuertistas al mando del general
Ambrosio Figueroa Marbán atacaron Atoyac e hicieron prisionero al
ex presidente municipal Andrés G. Galeana, quien iba a ser fusilado
pero el 13 de febrero logró escapar y huyó a la Ciudad de México. El
4 de marzo Amadeo Vidales atacó a los delahuertistas apostados en
Atoyac, los desalojó y derrotados salieron huyendo rumbo al puerto
de Acapulco, ese fue el último combate de ese movimiento.
Neri dice en su libro que “Pretender, pues, que las fuerzas que se
reunieron seguían al Ciruelo, es una solemne estupidez. La gente se
agrupó alrededor del gobierno del estado, respaldado por el gobier-
no federal… La reacción ha tratado de ensalzarlo, y le ha atribuido
un triunfo que no le corresponde… Su grado militar le fue reco-
nocido, y militó algún tiempo a las órdenes del general Fox. Pero
cuando los Vidales se sublevaron, el Ciruelo mantuvo según se afir-
ma, relaciones con ellos, y eso le costó que Fox lo mandara asesinar”.
Wilfrido Fierro escribió el corrido “La muerte del Cirgüelo”,
cuya letra dice:
La Costa Grande señore
llora, llora sin consuelo
porque supo que en Ayutla
fue asesinado el Cirgüelo…

Esos Llanos de Tlalapa


son testigos de la acción
que consumara vilmente
el General Claudio Fox.

516
Mil y una crónicas de Atoyac

En esos días los hermanos Baldomero y Amadeo Vidales procla-


maron El Plan del Veladero y se levantaron en armas el 6 de mayo
de 1926 y al día siguiente atacaron el puerto de Acapulco.
Al Cirgüelo le tocó rechazar ese ataque donde salió lesionado de
una pierna. Dice en su Crónica de Acapulco Carlos Ernesto Adame
que: “La sorpresa del ataque tomó desprevenido a los federales al
mando del coronel Lara; a la policía que manejaba Juan Santiago
y al mismo general Silvestre Castro que estaba comisionado en esta
plaza… A la media noche, las fuerzas del gobierno, se enfrentaron a
los Vidales, que lograron llegar hasta donde estaba el llamado Puen-
te Alto, ahora calle Humboldt y Aquiles Serdán, donde fue herido
el general Castro”.

Cirgüelo por ser valiente


y famoso en la región
fue objeto de una calumnia
que su jefe le formó…

El cariño desmedido
que la costa le brindó
le provocó a Fox envidia
y matarlo así intentó”.

A pesar de haber demostrado su lealtad al gobierno, el general


Claudio Fox, jefe de operaciones militares del estado de Guerrero,
le agarró mala voluntad por la popularidad que el Cirgüelo tenía
en la región y decidió asesinarlo. En cierta ocasión Fox y Silvestre
Castro visitaron Atoyac. El mejor cronista que ha tenido la ciudad,
Wilfrido Fierro escribió que la presencia del general Castro en la
región hizo que los rebeldes vidalistas suspendieran sus hostilidades.
El Cirgüelo fue objeto de muchas atenciones de parte de sus amigos,
familiares y paisanos, actos que causaron celos y envidia al general
Fox, por tal motivo lo acusó ante el ministro de Guerra Joaquín
Amaro de estar coludido con el movimiento vidalista por eso desde
México se ordenó su pronta eliminación.
517
Víctor Cardona Galindo

Fue acusado en la Defensa


de estar en combinación
con las fuerzas vidalistas
que estaban en rebelión…
Siguió fraguando en su mente
calenturienta el rencor
y al trasladarse hacia Ayutla
al fin su plan consiguió.

El 26 de octubre en Atoyac había fracasado el primer intento de


asesinarlo en un baile que se ofreció en su honor, en la casa de Gabino
G. Parra. Esa noche la tropa recibió instrucciones de realizar disparos
al aire, simulando un ataque de los rebeldes. El plan falló porque Cas-
tro no salió a la calle por atender a las señoritas que llenas de pavor
intentaban abandonar la sala, logró calmarlas, y de esta forma el bai-
le pudo continuar hasta la madrugada del día siguiente. Finalmente
cayó en una emboscada tendida por Fox en los llanos de Tlalapa,
municipio de Ayutla el 9 de diciembre de 1926 y sus restos reposan
en la rotonda de los hombres ilustres de Guerrero en Chilpancingo:

Caballo corre caballo


cuenta bien lo que pasó
a San Jerónimo el Grande
Técpan, San Luis y la Unión…
A Petatlán y Acapulco
y por toda la región.
El Cirgüelo ya fue muerto
víctima de una traición.

Los revolucionarios atoyaquenses


En Atoyac la Revolución Mexicana inició el 26 de abril del 1911,
cuando el maestro de primaria Silvestre Mariscal González enca-
bezando a campesinos de diferentes partes del municipio, atacó el

518
Mil y una crónicas de Atoyac

destacamento federal porfirista que se encontraba acuartelado en lo


que era el palacio municipal y la escuela oficial de niños. El cronista
de la ciudad Wilfrido Fierro, además de a Silvestre Mariscal, identi-
fica a 57 revolucionarios que participaron en la toma de la ciudad al
grito: “¡Viva Madero¡ ¡Muera el mal gobierno¡” Luego los disparos.
Atoyac, desde tiempos remotos, es una zona de levantamientos.
Aquí los pueblos se formaron con base en los campamentos gue-
rrilleros que don Juan Álvarez tenía en el tiempo de la lucha por la
Independencia y durante el transcurso del siglo xix los atoyaquenses
eran soldados del hombre fuerte del sur, que iban y venían a la lu-
cha en defensa de la patria, en contra de la dictadura y a favor de la
república.
Juan Álvarez, a diferencia de sus paisanos revolucionarios que
participaron en los levantamientos de 1911 a 1929, nunca cambió
de bando, siempre fue federalista ante los centralistas; republicano
ante la dictadura y liberal ante los conservadores. Fue congruente
con su pensamiento y por decirlo así, fue hombre de una sola pieza.
Sin embargo de los revolucionarios nacidos en Atoyac, que ac-
tuaron de 1911 a 1929, considero que sólo Pablo Cabañas Macedo
y Gabino Navarrete Juárez se pueden comparar a Juan Álvarez en su
congruencia, siempre se mantuvieron en la línea de Zapata.
En todo el estado de Guerrero durante el porfiriato se dieron le-
vantamientos populares, a los que muchos historiadores consideran
precursores de la lucha revolucionaria de 1911, en estas manifesta-
ciones de descontento no fueron ajenos nuestros paisanos.
El levantamiento del general Canuto A. Neri en 1893, contra la
cuarta reelección de Francisco O. Arce tuvo lugar en Zumpango del
Río, aglutinó a muchos hombres en el centro del estado.
El historiador Ian Jacobs escribió en su libro La Revolución
Mexicana en Guerrero, una revuelta de rancheros, que el 8 de abril de
1901 fue lanzado en Atoyac un manifiesto revolucionario redactado
en Mochitlán, que fue seguido del levantamiento de Anselmo Bello
y Rafael Castillo Calderón en Mochitlán-Petaquillas, este fue un
antecedente de las luchas que se avecinaban.
519
Víctor Cardona Galindo

En 1911 fueron muchos los atoyaquenses que se enlistaron en


las filas revolucionarias; entre los maderistas más importantes se en-
contraban: Silvestre y Epifanio Mariscal González, Julián Radilla
Hernández, Arnulfo Radilla Mariscal, Dimas Fierro, Silvestre Cas-
tro García (el Cirgüelo) Tomás Gómez Cisneros, Manuel Villegas,
Alberto González Ayerdi, Canuto Reyes, Santiago y Fidel Nogueda
Radilla, Pablo Cabañas Macedo, Gabino Navarrete Juárez y Julio
Pérez. Casi todos ellos comenzaron apoyando a Madero, pero des-
pués se definieron tres bandos: los blanquistas (encabezados por Ju-
lián Blanco), los mariscalistas (seguidores de Silvestre Mariscal) y los
zapatistas encabezados en Guerrero por Jesús H. Salgado.
Desde el inicio de la revolución se fue marcando la presencia de
los dos principales bandos, uno encabezado por Silvestre Mariscal y
el otro por los blanquistas, Tomás Gómez y Alberto González, este
grupo estuvo al servicio de la colonia española de Acapulco que con-
trolaba diversas haciendas en la costa, una fábrica de jabón en Aca-
pulco, las fábricas de hilados y tejidos del Ticuí y de Aguas Blancas.
Una de las circunstancias que marcaron la formación de los gru-
pos fue la relación familiar que tenían, pues de alguna manera los
maderistas que tomaron la ciudad de Atoyac el 26 de abril estaban
emparentados. De las dos columnas que participaron en el ataque a
las fuerzas porfiristas acantonadas en la ciudad, una iba encabezada
por Epifanio Mariscal González y la otra por Modesto Galeana, su
medio hermano, mientras Silvestre Mariscal, Arnulfo Radilla Maris-
cal y Dimas Fierro se parapetaban en el atrio de la Iglesia para cubrir
la retaguardia de los atacantes. La mayoría eran parientes.
Por otro lado Alberto González, Santiago Nogueda Radilla y
Canuto Reyes estaban enemistados con Mariscal y al saber de la
llegada de los revolucionarios se fueron al monte para evitar ser ajus-
ticiados, como sucedió con el comerciante Gonzalo García. Más
tarde los mencionados se sumaron a Julián Blanco para tomar la
ciudad de Chilpancingo y así mantenerse lejos de la ira de Mariscal,
quien marchó con su gente rumbo al puerto de Acapulco después
de incursionar en San Jerónimo y Tecpan.
520
Mil y una crónicas de Atoyac

Según Wilfrido Fierro: “Mariscal fue invitado a encabezar el


movimiento por el propagandista del Centro Revolucionario Ma-
derista, Octavio Bertrand”. En tanto, Julián Blanco invitaba por
medio de correspondencia a los comerciantes Canuto Reyes, Gon-
zalo García y Alberto González. Estos formaban parte del grupo
dominante de Atoyac, pues Canuto Reyes había sido presidente
municipal cuatro veces y Gonzalo García cuando menos una vez
había estado en la alcaldía. Los tres controlaban el comercio local.
En el ataque de los revolucionarios a Atoyac murieron Gonza-
lo García y su cuñada Rosa Muñiz, asesinados por Félix Serafín el
Chacape, un rebelde mariscalista, a quien García había amarrado y
expuesto en el zócalo, bajo los rayos del sol, cuando fue presidente
municipal. En ese tiempo los alcaldes solían castigar a los presos co-
munes encadenándolos en un árbol de mango que había en la plaza.
Al tener el control del lugar la jauría de revolucionarios se desa-
tó, comenzó el saqueo y la venganza, unos querían abrir la tesorería
del ayuntamiento para llevarse los fondos, otros se fueron a las ofici-
nas de correos para llevarse lo que había ahí, otros más atracaron la
tienda comercial del Alberto González. Mientras el Chacape con sus
compañeros de San Martín buscaron a Gonzalo García en su casa
para ajustar cuentas, cuando lo encontraron su hermosa cuñada lo
abrazó para evitar que lo mataran sin embargo no hubo piedad. En-
tre tiros y machetazos murió el influyente don Gonzalo y también
Rosa Muñiz.
Ignacio R. Martínez y Gabino Olea Campos en la tesis que es-
cribieron juntos en 1980 titulada La lucha agraria en la Costa Gran-
de de Guerrero. De la Revolución a la muerte de Juan R. Escudero
1911-1923, comentan que: “Blanco también reclutó para el made-
rismo a Tomás Gómez, que era el caporal y/o guardia blanca de la
hacienda Los Arenales, propiedad y residencia de Baltasar Fernán-
dez, descendiente directo del fundador de B. Fernández y Cía. Suc.,
quizá la empresa más sobresaliente de la costa”.
Ante este contexto desde el primer momento en la toma de Ato-
yac hubo tres acontecimientos que marcaron profundamente la vida
521
Víctor Cardona Galindo

de Silvestre Mariscal y el destino de los mariscalistas: el primero de


ellos fue el saqueo a la tienda del comerciante Alberto González, con
quien el líder maderista tenía problemas personales por unos terre-
nos ubicados en Mexcaltepec; el segundo, fue la muerte de Gonzalo
García, asesinado por los levantados junto a su cuñada en el interior
de su casa. Y un tercer acontecimiento fue el saqueo de la fábrica de
hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí. Eso le valió a Mariscal el
odio de la colonia española radicada en el puerto de Acapulco, pues
la firma Quiroz, Fernández y Compañía, dueños de esta factoría
pertenecían a esa nacionalidad.
La fábrica de Hilados y Tejidos fue asaltada y saqueada por un
grupo de revolucionarios encabezados por José Inés Pino el 28 de
abril de 1911, a las 10 de la mañana. Cuando regresaba Mariscal de
San Jerónimo, quien en sus memorias se deslinda del acontecimien-
to, argumentando que Pino actuó por cuenta propia y que Dimas
Fierro, a quien mandó a impedir el asalto, estuvo a punto de ser
asesinado.
Ignacio R. Martínez y Gabino Olea Campos señalan que: “Des-
pués independientemente de Mariscal, los terratenientes-maderistas
de Atoyac y Tecpan, habían levantado la insurrección y tomaron San
Luis, Tecpan y San Jerónimo, dirigidos por dos labriegos pobres:
Tomás Gómez y Manuel Villegas, con la asistencia del hacendado
Manuel Soberanis… Este grupo apoyado por los comerciantes-te-
rratenientes Alberto González y Canuto Reyes de Atoyac, ostenta-
ron desde un principio la representación del movimiento maderista
y ante el ataque a la fábrica de hilados y tejidos elevaron su escanda-
losa protesta reaccionaria”.
También Custodio Valverde era enemigo de Mariscal, pertene-
cía al grupo de Canuto Reyes y Alberto González, tenía una escuela
particular en Atoyac. Se incorporó al maderismo y llegó a ser dipu-
tado local por el distrito de Galeana, escribió el libro Julián Blanco
y la Revolución en el estado de Guerrero, sobre el saqueo de la fábrica
del Ticuí cuenta lo siguiente: “Al tener lugar los primeros sucesos re-
volucionarios en la Costa Grande, un incidente altamente deshon-
522
Mil y una crónicas de Atoyac

roso, para la causa del pueblo, aconteció en el pueblo indígena de


Atoyac, distrito de Galeana, incidente que, en el curso de los acon-
tecimientos, tomó mayores proporciones que la revolución iniciada
en la zona costanera, el cual fue la causa de monstruosos hechos y
originó un serio y profundo disgusto en los jefes del movimiento li-
bertario, Gómez y Villegas, que estaban de acuerdo con el señor don
Julián Blanco... Los jefes Gómez y Villegas, a pesar de su escasísima
ilustración y poco trato social porque eran labradores y gañanes,
desaprobaron en lo absoluto los actos del cabecilla Mariscal y de su
gente; aislaron y distanciaron sus tropas de las del dicho cabecilla”.
Cabe recalcar que Canuto Reyes, Alberto González, Tomás Gó-
mez, Manuel Villegas, Santiago y Fidel Nogueda Radilla, no partici-
paron en la toma de la ciudad el 26 de abril, se fueron a incorporar a
Julián Blanco para tomar Chilpancingo; ya Tomás Gómez y Manuel
Villegas habían irrumpido en San Jerónimo y Tecpan. Santiago No-
gueda Radilla además de ser enemigo personal de Mariscal, también
lo era de Tomás Gómez, pues éste lo había apuñalado en 1903.
“Con fecha 12 de julio de 1903, en el punto denominado Huer-
tecillas del municipio de Atoyac, fue herido el individuo Santiago
Nogueda, con arma cortante y de manera alevosa, por Tomás Gó-
mez vecino del Arenal Primero”, informaba el Periódico Oficial del
Estado de Guerrero en su edición 43 del viernes 23 de octubre de
1903.
Quizá otra forma de explicar las rivalidades entre estos dos ban-
dos sea la generacional, pues Canuto Reyes y Gonzalo García eran
parte del grupo político hegemónico en ese lugar. Mientras Silvestre
Mariscal formó parte de la lucha de Rafael Castillo Calderón y el
Plan de Zapote y se opuso por primera vez a la estructura local del
poder. Entonces puede decirse que desde antes de la Revolución ya
operaban en Atoyac esas dos estructuras políticas, mismas que por
partes distintas se sumaron al maderismo.
Regresando a los inicios de la revolución, Silvestre Mariscal des-
pués de incursionar en San Jerónimo y Técpan donde impuso prés-
tamos forzosos a los comerciantes y una vez que se había sumado
523
Víctor Cardona Galindo

Julián Radilla marchó con su gente rumbo al puerto de Acapulco,


antes pasó y tomó la plaza de Coyuca, hasta ahí lo acompañaron
Tomás Gómez y Manuel Villegas que se habían sumado en San Je-
rónimo. Gómez y Villegas se fueron a reforzar a Julián Blanco que
iba a tomar la capital del estado, Chilpancingo.
Mariscal, junto con las fuerzas de la Costa Chica, sitió al puerto
de Acapulco, al que atacaron el 10 de mayo de 1911, pero fueron re-
chazados por el coronel Emilio Gallardo, comandante de la plaza. La
gente de la Costa Chica tenía relación con Julián Blanco y desde un
inicio comenzaron las diferencias. Silvestre Mariscal enfrentó varios
conflictos. Los revolucionarios de la Costa Chica atacaron su cuartel,
después de que habían entrado en son de paz al puerto de Acapulco.
Mientras Alberto González hacía lo suyo, aprovechando la es-
tancia en Acapulco le tendió una celada a Silvestre Mariscal, con el
pretexto de pedirle un salvoconducto para su hermano Epifanio y
así poder regresar a Atoyac, lo citó en la casa de su amigo común
Patricio Arizmendi, mientras apostaba a sus correligionarios para
matarlo, pero un asistente de Mariscal se dio cuenta y organizó la
defensa.
También Pablo Vargas, que llegaba a Coyuca después de par-
ticipar en la toma de Chilpancingo, atacó a las fuerzas de Mariscal
que regresaban para Atoyac después de participar en las acciones
de armas de Acapulco. Tal vez Vargas venía predispuesto contra los
de Atoyac, desde Chilpancingo. De estos ataques Mariscal culpó a
Blanco y a Tomás Gómez.

II
De los ataques que sufrió Silvestre Mariscal en Acapulco, Wilfrido
Fierro dice que las fuerzas de Manuel Centurión, Pantaleón Añorve,
Tomás Gómez y Julián Blanco fueron azuzadas por la colonia espa-
ñola representada por Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Cía., quienes
odiaban a Mariscal por el saqueo de la fábrica del Ticuí y deseaban
eliminarlo enviándole una de sus columnas a atacarlo a su cuartel.
524
Mil y una crónicas de Atoyac

Los comerciantes del puerto también influyeron para que con rapi-
dez fueran licenciadas las tropas mariscalistas.
En la tesis titulada La lucha agraria en la Costa Grande de Gue-
rrero. De la Revolución a la muerte de Juan R. Escudero (1911-1923)
que Ignacio Martínez y Gabino Olea escribieron para titularse como
profesores de historia en Escuela Normal Superior de uag en 1980
asientan que: “En Acapulco se había concentrado Julián Blanco con
Tomás Gómez y Manuel Villegas, los maderistas de B. Fernández
y Cía. de los Arenales, quienes habían denunciado los ataques de
Mariscal a su propiedad”.
Tal vez presintiendo más ataques de los españoles, Mariscal no
quiso licenciarse en Acapulco y pidió que vinieran hasta Atoyac,
donde entregaría las armas; por lo que hasta esta ciudad costeña
llegaron Julián Blanco, Tomás Gómez y Martín Vicario, quienes
fueron recibidos con ramilletes de flores por parte de muchas seño-
ritas de este lugar. Se trataba de héroes de la toma de Chilpancingo y
Vicario que había participado en la acción revolucionaria de Iguala.
“En el corredor de la escuela oficial, Mariscal presentó a su pue-
blo a los jefes Vicario, Blanco y Gómez que fueron recibidos con un
estruendoso aplauso”, anota Fierro Armenta. La colonia española
no únicamente influyó para el licenciamiento de las fuerzas ma-
riscalistas, también maniobró para que los cuerpos rurales fueran
habilitados de acuerdo a sus intereses. Era claro que Gómez y Julián
Blanco estaban al servicio de los españoles, pues mientras Martín
Vicario licenciaba las tropas de Mariscal, entregando dinero por ar-
mas, ellos atravesaron el río y se acuartelaron en las instalaciones de
la fábrica del Ticuí.
Custodio Valverde comenta en su libro: “En cuanto al general
Blanco, no se le licenció y se le mantuvo con el carácter de jefe in-
surgente en servicio activo. Después fue nombrado comandante de
fuerzas rurales, habiéndosele dado el mando del Cuerpo número 33
que más tarde fue el 25”.
Mientras Julián Blanco se quedaba como jefe de los cuerpos de
voluntarios en la Costa y Tomás Gómez era destacamentado en San
525
Víctor Cardona Galindo

Jerónimo el grande, Silvestre Mariscal era enviado con parte de su


gente a combatir a los zapatistas en Morelos. Durante ese lapso los
campesinos pobres de Atoyac encabezados por Epifanio Mariscal
comenzaron a pedir que las tierras ociosas fueran repartidas y surgió
el movimiento de los alambreros. Se le llamó así porque los labriegos
se organizaron y comenzaron a romper alambres de algunos corrales
para posesionarse de las tierras que estaban en unas pocas manos.
Ese es el otro acto que fue marcando el rumbo de los aconteci-
mientos de la revolución y de los revolucionarios de Atoyac, pues
Epifanio Mariscal encabezaba a más de cien campesinos que exigían
el reparto de tierras, éste al que podríamos llamar el primer líder
agrario de Atoyac murió peleando, paradójicamente, contra los za-
patistas en Teloloapan el 27 de abril de 1912.
En respuesta al movimiento de los alambreros los terratenien-
tes de Atoyac, ligados a la colonia española, pidieron al gobernador
maderista Francisco Figueroa que enviara fuerzas militares suficientes
para emprender una campaña de escarmiento contra el “populacho
mariscalista”. Para esto fue designado el ilustre maderista, Perfecto
Juárez y Reyes quien fue recibido espléndidamente por los capitalistas
costeños y vino a reforzar al batallón que encabezaba Tomás Gómez.
Hay que recordar que a Juárez y Reyes le tocó levantar el mo-
vimiento revolucionario en el distrito de Montes de Oca a favor de
Francisco I. Madero, y ya después como jefe de un cuerpo rural se
quedó a resguardar el orden en el distrito de Galeana.
Al momento que los campesinos comenzaron a cortar los alam-
bres se dieron algunas escaramuzas con los rurales. Ante estos acon-
tecimientos los terratenientes, entre los que se encontraban, Alberto
González, Inés Mariscal Dionicio y Canuto Reyes interpusieron
una queja ente el juez de distrito que ordenó la captura de Epifanio
Mariscal. Al ser capturado Mariscal los solicitantes de tierra se de-
clararon en total rebeldía exigiendo la libertad de su líder. Se organi-
zaron y el 31 de agosto de 1911 atacaron la casa del coronel Tomás
Gómez en el Arenal Primero, Ahora Arenal de Gómez, donde los
atacantes sufrieron dos muertos y varios heridos.
526
Mil y una crónicas de Atoyac

El presidente municipal Inés D. Mariscal el 30 de septiembre


de 1911 informaba sobre estos acontecimientos lo siguiente: “Con
motivo de la prisión del cabecilla ex revolucionario Epifanio Maris-
cal, el 29 de agosto último por las fuerzas del mayor Juárez, comen-
zó desde el 1 del presente mes la agitación y alteración del orden
público, por la soldadesca del referido Mariscal, capitaneada por los
cabecillas Chon Serafín, Silvestre Navarrete, Ambrosio Barrientos y
Odilón Peralta, quienes llegaron a reunir un número de 200 a 300
hombres de este municipio, amagando al destacamento que se en-
cuentra en esta plaza, los cuales merodeaban por los alrededores de
esta población… El 12 del presente septiembre, los alzados intenta-
ron entrar a la población por el lado norte, pero fueron rechazados
por el destacamento que guarnece esta plaza; en el tiroteo habido,
resultó muerto de parte de aquellos, Pascual García y herido Felipe
Benítez”; este informe fue publicado en el Periódico Oficial, 86, el
sábado 23 de diciembre de 1911.
Como parte de una maniobra no muy clara, el general Am-
brosio Figueroa ordenó a Silvestre Mariscal regresar a su tierra para
investigar un posible desembarco de armamento a favor de Félix
Díaz. Otros autores dicen que Mariscal hizo desertar a parte de la
fuerza que lo acompañaba en Morelos y, con el pretexto de venir
en su búsqueda, llegó a la ciudad de Atoyac, el 4 de enero de 1912,
para vengar los agravios a los que había sido sometida su gente. Al
pasar su tropa por la casa de Alberto González hubo un tiroteo. Por
la noche se dio una escaramuza con las tropas de Perfecto Juárez y
Reyes, en la que este jefe salió herido y el 11 de enero se entabló un
combate en el que murió Florentino López, el Barbón; hecho que
marcaría también el futuro de los mariscalistas, pues éste era herma-
no de Héctor F. López, quien después llegaría a ser gobernador del
estado.
El prefecto político de Técpan, Manuel Sáyago informaba el 10
de febrero de 1912, de estos acontecimientos: “El día 4, como a
las cuatro de la tarde arribó a Atoyac el señor Silvestre G. Mariscal,
con sesenta hombres de tropa, más todos los individuos que en la
527
Víctor Cardona Galindo

revolución lo acompañaron y que vivían en la sierra del mismo mu-


nicipio de Atoyac. Una vez en Atoyac comenzaron los desórdenes y
los atropellos con la orden de aprehensión dictada por Mariscal con-
tra el comerciante señor don Alberto G. González; como éste sólo
creyó, que dicha orden se debía a venganzas personales no la acató;
siendo sitiado en su casa habitación por las fuerzas del referido jefe.
A las seis de la tarde el cabo segundo Ignacio M. Ruiz, dio aviso a
esta cabecera de lo que ocurría; poco más o menos a las ocho de la
noche de ese mismo día, salió de aquí el mayor Perfecto Juárez y
Reyes, jefe de las armas de esta zona, con toda la gente que era a sus
órdenes, al llegar a Atoyac fue recibido a balazos, resultando herido
de una pierna, dos caballos muertos, un herido por la parte contra-
ria y dos soldados heridos...Del cinco al diez, estuvo todo en relativa
tranquilidad, pero el once fueron sitiadas en su cuartel las fuerzas
del mayor Juárez y Reyes, y durante el combate que se entabló resul-
taron muertos por parte del mayor, el capitán primero Florentino
López y el de igual clase Mauricio Castañón que fue muerto en la
casa donde tomaba sus alimentos, así como cuatro soldados. Por
parte de Mariscal resultaron veinticuatro muertos, estos según datos
muy privados, pues el citado Mariscal hizo parecer cuatro muertos;
heridos por parte del mayor fueron cinco, y quince del tantas veces
citado Mariscal”.
“Como durante el combate se hizo uso de dinamita por ambas
partes, la casa del cuartel, resultó con algunas averías; el cabo segun-
do Darío Acosta probablemente perderá la vista y una mano, pues
al devolver una bomba hizo explosión y le fracturó la mano derecha
quemándole la cara. El mismo día fueron incendiadas la casa del
señor Alberto G. González, la de éste está fuera del sitio y las puertas
de la de Santiago Nogueda, ésta está en radio del sitio. Por la noche
a las ocho se rindieron las fuerzas del mayor Juárez y Reyes, siendo
llevados los oficiales así como el señor Alberto G. González a la
casa del precitado Mariscal y la tropa quedó detenida en el cuartel,
tanto los oficiales como la tropa fueron desarmadas… El día catorce
muy tarde, murió el mayor Perfecto Juárez y Reyes; dos o tres días
528
Mil y una crónicas de Atoyac

después quedaron en libertad los oficiales y la tropa, pasando a esta


cabecera a reorganizarse”. Este informe fue publicado en el Periódico
Oficial del Estado de Guerrero, 12, miércoles 21 de febrero de 1912.
De estos acontecimientos Mariscal culpó a Alberto González, a
quien acusó de predisponer en su contra al mayor Perfecto Juárez
y Reyes. Pero el gobernador, para ese entonces, José Inocente Lugo
comisionó al administrador de Aduanas José Cíntora para que in-
vestigara los acontecimientos y éste llegó a Atoyac para hacer las
indagatorias, después de eso marchó con Mariscal hacia la Ciudad
de México donde el revolucionario atoyaquense fue detenido y en-
carcelado, para luego ser enviado vía Manzanillo al puerto de Aca-
pulco donde estuvo recluido en el Fuerte de San Diego, mientras se
le seguía la causa penal en Tecpan de Galeana.
Como se nota en los datos anteriormente citados, el protago-
nista principal fue Alberto González, quien armó a todos sus tra-
bajadores y comenzó el tiroteo en contra de la tropa mariscalista.
Después de estos acontecimientos Alberto González dejó el comer-
cio y se dedicó a la milicia. Hace poco la casa que ocupó González
en Atoyac fue derribada y bajo el piso se encontraron túneles que
conectaban con las viviendas vecinas.
Mientras Mariscal estaba preso, el día 5 de marzo de 1912, Ju-
lián Radilla, uno de sus lugartenientes, fue asaltado en su rancho
por unos desconocidos, recibió un balazo en el pecho, de este acon-
tecimiento se culpó a Tomás Gómez, quien tenía su cuartel en San
Jerónimo. Esto motivó que Julián Radilla se levantara en armas en
contra de Francisco I. Madero, movimiento rebelde que fue comba-
tido por la gente de Julián Blanco y por el 50 batallón que práctica-
mente fue exterminado por los rebeldes de Atoyac.
Desde el 26 de abril de 1911 a 1929 la ciudad de Atoyac fue
atacada y sitiada cuando menos 16 veces. Algo que llama mucho la
atención tanto de las fuerzas revolucionarias como por parte del go-
bierno es la manera cómo atacaban esta ciudad. Por ejemplo, Julián
Radilla al atacar al 30 batallón lo hizo con un escandaloso ulular de
cuernos y colocaron señuelos en las palmeras que rodeaban la pobla-
529
Víctor Cardona Galindo

ción para despistar al enemigo. De este episodio de nuestra historia


quedó el recuerdo de la siguiente estrofa que es parte del corrido a
Tomás Gómez:

Caballito Blanco
sácame de este arenal
que me vienen siguiendo
las tropas de Mariscal.

Los combates se fueron dando a lo largo de la Costa Grande


y en algunos municipios de la Tierra Caliente hasta lograr la libe-
ración de Silvestre Mariscal, hecho que coincidió con el golpe de
estado de Victoriano Huerta. Mariscal decidió junto con Martín
Vicario y Juan Andrew Almazán apoyar a Huerta.
Al hablar del episodio huertista Wilfrido Fierro señala que: “El
coronel Silvestre G. Mariscal, desorientado de pronto se quedó aco-
rralado con sus fuerzas que ascendían a 5,000 hombres entre los
pueblos de San Jerónimo, Atoyac, Tecpan y San Luis, en medio de
sus dos enemigos Gertrudis Sánchez y Julián Blanco, que a toda cos-
ta querían tenerlo subalternado a su mando, cosa que nunca aceptó
Mariscal, por el hecho de tener una amplia preparación educativa y
cultural, por esas razones que en más de las ocasiones les manifestó
de que sólo acataría órdenes del jefe de la revolución”.
Fue en este periodo cuando Mariscal se dedicó a exterminar al
Constitucionalismo en la Costa Grande y en los alrededores de Aca-
pulco. Pero al triunfo de Carranza se pasó de su lado y llegó a ser
jefe de operaciones militares y gobernador de Guerrero, pasando
primero sobre el cadáver del gobernador carrancista Julián Blanco.

III
El 27 de septiembre de 1914, fuerzas blanquistas al mando de Tito
y Asiano Marín, Tomás Gómez, Canuto Reyes y Alberto González
desalojaron al mariscalista Julio Pérez de San Jerónimo el grande, se

530
Mil y una crónicas de Atoyac

pertrecharon ahí con la intención de atacar la ciudad de Atoyac. En


respuesta Mariscal mandó a Silvestre Castro García el Cirgüelo para
atacarlos y los expulsó del lugar. Ese día los blanquistas incendiaron
la casa de Julián Radilla.
Al triunfo del constitucionalismo se estableció una tregua y en
ese lapso el 11 de noviembre de 1914, se llevó a cabo en Acapul-
co una reunión con Jesús Carranza hermano de Venustiano. En la
comitiva de los blanquistas iban: Canuto Reyes ostentado el cargo
de general y los coroneles Alberto González y Santiago Nogueda
Radilla. Silvestre Mariscal por su parte se hizo acompañar de los
coroneles Julián Radilla, Modesto Galeana, Julio Pérez, Arnulfo Ra-
dilla, Dimas Fierro y José Inés Pino, el saqueador de la fábrica del
Ticuí. Aunque no asistieron a la junta, también llegaron a la ciudad
los capitanes: Tiburcio Cabañas, Antonio Paco Navarrete, Silvestre
Castro el Cirgüelo y Carlos Radilla.
En esa asamblea Jesús Carranza le dio 20 mil pesos a Silvestre
Mariscal. Fue el único oficial que recibió dinero del hermano del
primer jefe constitucionalista.
Mariscal sirvió fielmente al constitucionalismo y combatió a los
zapatistas. En esa campaña murió Heliodoro Castillo y otros jefes
seguidores del Plan de Ayala. Una de las muertes que se le atribuyen
a Mariscal es la de Tomás Gómez, aunque cabe mencionar que el
atoyaquense no iba en esa columna para tomar Chilpancingo, él
se trasportaba a través de la sierra para tomar primero las minas de
Campo Morado.
Desiderio Villegas, el asesino de Tomás Gómez, iba en la tropa
de Santiago Nogueda Radilla quien en 1903 fue herido a puñaladas
por Tomás Gómez. O sea que Nogueda Radilla tenía motivos para
matarlo y no desaprovechó la oportunidad, ese día, el 24 de diciem-
bre de 1914, también murió Manuel Villegas quien fue asesinado
por Calixto Gómez hermano de Tomás al creer que él le había qui-
tado la vida.
José Manuel López Victoria en su libro Historia de la Revolu-
ción en Guerrero relata el hecho de esta manera: “Sucedió entonces
531
Víctor Cardona Galindo

que el general Santiago R. Nogueda, quien desde años atrás estaba


seriamente enemistado con el brigadier Tomás Gómez, ordenara al
coronel Desiderio Villegas que acabara con su rival y el propio Vi-
llegas asesinó a Tomás en la fecha indicada”.
El coronel Silvestre Mariscal en esos días se concentró en su
campaña contra el zapatismo y el 10 de febrero de 1915 llegó al
puerto de Acapulco para abastecerse de parque. En la ciudad se en-
contraba el coronel blanquista Alberto González y para protegerlo
de Mariscal, el general de brigada Federico Viguri, lo concentró en
el Fuerte de San Diego, mientras don Silvestre permanecía en el
puerto, asienta el cronista Alejandro Martínez Carbajal en su libro
Historia de Acapulco.
En esos días Santiago Nogueda Radilla andaba con Julián Blan-
co conferenciando con Venustiano Carranza en Veracruz, en donde
le reclamaron al primer jefe constitucionalista que le estaba otorgan-
do mucho poder a Mariscal al darle el mando militar de Guerrero.
Porque mientras Julián Blanco era gobernador, Mariscal fue
nombrado por Carranza jefe de operaciones militares en el estado,
con ese cargo se dedicó a combatir al zapatismo en Guerrero, hasta
prácticamente exterminarlo. En esta etapa destacaron los mariscalis-
tas Silvestre Castro García y Dimas Fierro. Así como Fidel Nogueda
Radilla que se inició militarmente en el bando de Julián Blanco,
pero lo traicionó al no intervenir cuando las fuerzas de Mariscal lo
tenían sitiado en el fuerte de San Diego. Una de las acciones que
recoge la historia es cuando Fidel Nogueda se enfrentó a Pablo Ca-
bañas en Chichihualco.
Heliodoro Castillo murió en un enfrentamiento con marisca-
listas el 16 de marzo de 1917, en Zumpango. Después de esto el
general Pablo Cabañas, quien era subalterno de Castillo, marchó a
Morelos para ponerse a las órdenes de Zapata pero este lo mandó de
nuevo a nuestro estado para que viniera a combatir a lado de Jesús
H. Salgado.
Silvestre Mariscal llegó a ser gobernador carrancista, tomó pose-
sión el 8 de noviembre de 1916, pero el mismo Venustiano Carran-
532
Mil y una crónicas de Atoyac

za lo mandó a llamar por intrigas de la colonia española de Acapulco


y por acusaciones del diputado Héctor F. López quien era hermano
del capitán Florentino López, el Barbón que murió en los aconteci-
mientos de Atoyac en 1912.
En la Ciudad de México Mariscal enfrentó dificultades; a las 4:
30 de la tarde del 1 de enero de 1918, en el hotel Palacio donde se
alojaba fue agredido, pistola en mano, por el coronel Alberto Gon-
zález. Mariscal desarmó a su rival. Después de eso fue encarcelado
por segunda ocasión el 26 de enero de 1918.
El gobernador interino de Guerrero Julio Adams se rebeló en
contra de Venustiano Carranza y desaparecieron los poderes en Gue-
rrero el 11 de diciembre de 1917. Todas las tropas que estaban en
rebeldía en contra de Carranza marcharon hacia Atoyac para unirse
a los mariscalistas, quienes prometieron sumarse al Plan de Ayala.
Mientras Mariscal estaba prisionero su gente se levantó en ar-
mas, encabezada por Arnulfo Radilla Mariscal, Silvestre Castro Gar-
cía el Cirgüelo. A este movimiento se sumaron muchos zapatistas,
incluso Amelia Robles vino a pelear a Atoyac. Pablo Cabañas Mace-
do, quien militó bajo las órdenes de Heliodoro Castillo, concurrió a
la toma de Acapulco en 1918, para apoyar a Silvestre Castro.

Don Silvestre Mariscal


gobernador de Guerrero
por no saberse tantear
lo han tomado prisionero.

Lo han tomado prisionero


en una fuerte prisión
porque lo exigía el comercio
de ese pueblo de La Unión.

Cuando entraron a Acapulco


entraron a buena hora
sonaban los 30-30
cerrojos y tercerolas.
533
Víctor Cardona Galindo

Cuando entraron Acapulco


entraron de mañanita
sonaban los 30-30
cerrojos y pistolitas.

Viva Dios, mis inditos


mis indios atoyaqueños
que dan la vida por mí
como yo la doy por ellos.

Dice el corrido a Silvestre Mariscal.


Los combates en los que participaron los zapatistas fueron en
julio de 1918, en la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí y en los
Tres Brazos, dos sitios cercanos a la ciudad de Atoyac, cuando se
enfrentaron a los carrancistas encabezados por el general Rómulo
Figueroa. El 13 de julio se dio el famoso combate de La Cumbre,
que comenzó a las 10 de la mañana y duró el resto del día, donde
los mariscalistas y zapatistas derrotaron a las fuerzas federales enca-
bezadas por Figueroa.
Después de eso se hizo una dispersión de la gente y se cometie-
ron muchos actos de pillaje, por eso el 30 de julio de 1918, Silvestre
Castro se acogió a la amnistía que el gobierno federal ofrecía y se
presentó en el puerto de Acapulco ante el general Fortunato May-
cotte. Como canta el corrido:

Aquí le entrego a mi gente


con toda su caballada
si usted gusta fusilarme
soy hombre no digo nada.

Después de que el Cirgüelo se indultó,fue aprehendido Arnulfo


Radilla el 27 de octubre en San Andrés de la Cruz por las tropas de
Rómulo Figueroa. Con eso se terminó prácticamente el movimien-
to que amenazaba al carrancismo en el estado y el 12 de abril de
1919, Silvestre Mariscal recuperó su libertad y se quedó en la Ciu-
534
Mil y una crónicas de Atoyac

dad de México. Luego de planearlo muy bien, el 7 de julio de 1919,


Arnulfo Radilla se fugó de la prisión de Chilpancingo acompañado
de algunos zapatistas, en esta acción murió el mochitleco Cenobio
Mendoza, en el intento de fugarse. Arnulfo Radilla atravesó la sierra
y llegó caminando a la ciudad de Atoyac con las ropas raídas. Luego
se refugió en el cerro de la Cal, donde la leyenda dice que está ente-
rrado el tesoro de la Aduana.
Los zapatistas siguieron en la sierra y en una de las intrigas que
se dieron entre los bandos, Pablo Cabañas dio muerte a Arnulfo
Radilla por el rumbo de Loma Larga el 12 de enero de 1919 y un
año después se amnistió y se sumó a la gente de Álvaro Obregón.
Por esos días, en 1920 Carranza habilitó a Silvestre Mariscal
como jefe de operaciones militares y lo mandó a combatir a Guerre-
ro, pero éste cayó en una emboscada en Zinagua Michoacán y fue
asesinado por órdenes de Héctor F. López, el 31 de mayo de 1920.
Por su parte Silvestre Castro, el Cirgüelo, después del movimien-
to de 1918, se dedicó a trabajar de manera pacífica el campo en
Cacalutla y en 1923 apoyó la revolución agrarista y su participación
fue definitiva para el triunfo de ese movimiento en Guerrero.
A Silvestre Castro, Obregón le confirió el cargo de general y lo
nombró jefe de los batallones de voluntarios de las Costas, pero al
levantarse Amadeo Vidales en la sierra de Atoyac y debido a la deser-
ción de voluntarios a favor de ese movimiento, fue asesinado en los
Valles de Tlalapa, el 9 de diciembre de 1926. Hay que resaltar que
cuando murió Silvestre Castro en Ayutla, el general Héctor F. López
era gobernador de Guerrero.
El general Santiago Nogueda Radilla era el jefe de la plaza de
Pátzcuaro, Michoacán, aprehendió a Valente de la Cruz Alamar y
ordenó su fusilamiento el 14 de septiembre de 1926. Así los dos
jefes revolucionarios de la lucha contra los delahuertistas en Gue-
rrero, Silvestre Castro y Valente de la Cruz, fueron asesinados por el
gobierno que ellos defendieron con las armas en la mano.
Pablo Cabañas volvió a tomar las armas a favor del Plan del Ve-
ladero y se mantuvo en la sierra para finalmente amnistiarse e irse a
535
Víctor Cardona Galindo

vivir a la Ciudad de México y mientras el coronel Alberto González,


se hacía cargo del sector militar en Atoyac a principios del mes de
mayo de 1929.
Haciendo un recuento, los principales jefes mariscalistas murie-
ron de manera violenta. Mariscal murió asesinado en Zinagua, Mi-
choacán; Silvestre Castro en los Valles de Tlalapa en Ayutla; Arnulfo
Radilla fue asesinado en Loma Larga por Pablo Cabañas. Antes ya
habían quedado en el camino Julián Radilla Hernández que dejó
de existir el 6 de marzo de 1916, en San Jerónimo, a consecuencias
de las heridas que sufrió en combate. Dimas Fierro falleció el 11 de
marzo de 1918 en Acapulco combatiendo contra Maycotte, Julio
Pérez fue fusilado por órdenes de Arnulfo Radilla el 30 de mayo de
1918, cuando este jefe mariscalista se enteró que pensaba indultarse.
Mientras el general Canuto Reyes, después de la muerte de Ma-
riscal se reconcentró en Atoyac para atender sus negocios, se le re-
cuerda con desagrado, porque era evangélico y se burlaba de las pe-
regrinaciones a la virgen de Guadalupe. Alberto González después
de retirarse del ejército, ocasionalmente visitaba a sus familiares en
Atoyac, se quedó a vivir en la Ciudad de México donde murió.
Santiago Nogueda Radilla quien al iniciarse la revolución era
enemigo personal de Mariscal, de Julián Radilla y de Tomás Gómez,
sobrevivió al conflicto y después de retirarse del ejército también se
quedó a vivir en la Ciudad de México donde falleció.
Pablo Cabañas Macedo, quien después participará en el mo-
vimiento del Plan del Veladero también se fue a vivir a la Ciudad
de México donde murió el 26 de diciembre de 1957. Su hermano
Pedro se quedó a vivir en San Vicente de Benítez donde ejerció un
cacicazgo por muchos años.
Después de todo lo anterior podemos concluir sobre cuales fue-
ron los aspectos que marcaron los acontecimientos de la revolución
en Atoyac: las relaciones de parentesco que tenían los dirigentes, las
enemistades que había entre ellos, la participación en el movimiento
del Plan del Zapote que se enfrentó por primera vez a la estructura
del poder local, pero sobre todo la existencia de esa poderosa colonia
536
Mil y una crónicas de Atoyac

española en Acapulco que influyó de manera decidida en los cami-


nos que siguió la revolución en la Costa Grande.

Toribio Gómez Pino


Toribio Gómez Pino, fue personaje central en la historia de Atoyac
durante el siglo pasado. Fue querido, temido y odiado, su existencia
va de la realidad a la leyenda. Su vida fue la intriga y las armas. Sus
enemigos le temieron hasta el final por su extraordinaria puntería al
disparar. Cuando la guerrilla de Lucio Cabañas lo condenó a muerte
tenía 80 años, se dice que denunció a mucha gente, incluso a su pro-
pia familia. La sentencia no se cumplió él falleció de muerte natural.
Toribio Gómez Pino nació el 16 de abril de 1892 en la ciudad
de Atoyac. De sus orígenes se sabe que su abuelo Pioquinto Gómez
era del Arenal de Gómez y estaba casado con Josefa Pino. Entre sus
hijos nació Asunción Gómez Pino quien casó con Ambrosio Ga-
lindo, de esa unión nació Fortino Galindo Gómez. Pero al quedar
viuda Asunción hizo vida con José Isabel Peralta el papá de Toribio,
pero éste al crecer tomó los apellidos de su mamá y se firmaba como
Toribio Gómez Pino, así se le conoció cuando fue presidente muni-
cipal de Atoyac en 1947.
Estaba emparentado con las dos familias más numerosas de Los
Valles. Pues con Fortino Galindo Gómez eran hermanos de madre
y con los Peralta era hermano de padre. Por eso los Galindo y los
Peralta lo escoltaban armados hasta San Andrés de la Cruz donde
tomaba una camioneta para viajar a Atoyac. En Los Valles se le co-
nocieron tres mujeres: una que se apellidaba Dionicio, Josefa Villa y
doña Gumersinda la última.
Vivía en un extremo de Los Valles y en su huerta de café, en
Monte Colorado, al norte del ejido, tenía una casa de dos pisos que
le hizo la gente del pueblo. También tuvo una huerta chiquita de
café en Las Patacuas, cerca de la de su hermano Fortino Galindo
Gómez.
537
Víctor Cardona Galindo

Conocí a Toribio Gómez mediante las historias que mi madre


María del Refugio Galindo contaba. Por ejemplo decía que en la
parcela de Toribio brotaba un venero, siempre estaba húmedo y se
formaban unos charcos. La milpa se daba completa, los mapaches
no entraban a comerse los elotes, los jabalíes no aparecían. No había
ni tuzas. Las plagas no existían para el hombre fuerte de Los Valles.
No era nada mágico, lo que pasa es que domesticó desde chi-
quita una masacoa. La tenía debajo de un frondoso árbol donde
brotaba el manantial, le hizo un pequeño toro con techo de cartón.
“Ahí se pasaba la serpiente que creció mucho —dicen los que la
vieron— que medía seis metros de largo y bramaba como becerro”.
Hubo quienes la encontraron colgada de un guayabo o alrededor de
una mata de plátano y al ver esa boa tan grande corrían despavori-
dos, porque decían que devoraba seres humanos.
Toribio todas las tardes le llevaba carne para que se alimentara.
Jamás se supo que se comiera alguna persona. Pero si un mapache,
tejón, conejo o jabalí se desbalagaba no salía de la parcela. Con el
puro vaho se bajaba de los árboles las chachalacas y las ardillas. Dicen
que una vez con el puro hálito llamó a un venado que llegó solo hasta
donde estaba enrollada en una mata de plátano y se lo comió. Alguien
dice haber visto cuando únicamente se le asomaban las patas al pobre
animalito. Otros iban más allá en sus comentarios, decían que se co-
mía los becerros que pasaban por el camino cerca de la milpa.
La vida de este personaje me interesó, por las tantas balaceras
en las que participó y salió vivo. Cuando me puse a investigar en-
contré que Toribio Gómez vivió tantos años porque sus enemigos
le tenían miedo a su certera puntería y su habilidad para manejar la
pistola, todavía ya de viejo algunas mujeres decían a sus hijos que le
querían ajustar cuentas, “Toribio como Juan Ponce, donde disparan
le meten toda la carga de la pistola a una persona”. Por eso lo respe-
taban. Una vez en una competencia con militares, en la que se rifó
una botella de mezcal, le pegó a una cajetilla de cerrillos desde lejos,
después el capitán con el que apostó lo quería matar, no aceptaba
haber perdido.
538
Mil y una crónicas de Atoyac

Otra vez llegó un capitán a Los Valles y le dijo: “don Toribio,


dicen que usted es bueno para pegar con pistola”. Toribio contestó
“nomás tantito”. En eso iba pasando un gallo de esos que tienen el
pescuezo pelón. Así como iba corriendo tras las gallinas le disparó
y le voló el pescuezo. Entonces el capitán comentó: “Usted siempre
será don Toribio Gómez”.
El viejo revolucionario se sentaba todos los días en el corredor
de su casa. Un día estando acostado en la hamaca, llegó un pistolero,
llamado Toño el Loco, para matarlo, pero Toribio lo alcanzó a ver y
le dijo —Que vas hacer muchachito— el pistolero contestó —nada
don Toribio solamente venía a venderle esta pistola—, y temblan-
do se la mostraba. Pero Toribio le dijo —¿qué no estará mejor esta
hijo?—, y le mostró una vieja pistola calibre 45. El pistolero retro-
cedió con la arma de fuego en la mano y corrió, perdiéndose entre
el monte que estaba alrededor del pueblo y se fue. Nunca se supo
quién lo mandó.
Toribio Gómez Pino, quien en realidad se llamaba Toribio Pe-
ralta Gómez, desde muy joven construyó su leyenda, a sus 19 años
participó en la toma de Atoyac el 26 de abril de 1911, bajo las
órdenes de Timoteo Fierro apoyando a Francisco I. Madero. Luego
junto con Felipe Reyes concurrieron a numerosas acciones de armas
durante la revolución. Y años más tarde con el grado de teniente
concurrió a la toma de Acapulco en 1918 cuando unidas las tropas
mariscalistas con las zapatistas atacaron el puerto.
Participó en el famoso combate de la cumbre que se dio el 13
de julio de 1918 mismo que comenzó a las 10 de la mañana y duró
todo el día, donde los mariscalistas y zapatistas derrotaron a las fuer-
zas federales encabezadas por Rómulo Figueroa. Peleando al lado
de Silvestre Castro García, el Cirgüelo, Toribio Gómez acrecentó su
fama porque en un enfrentamiento a cuchilladas, mató a un soldado
yaqui en el combate de San Jerónimo el Grande y le quitó un cintu-
rón de cuero de víbora que conservó por mucho tiempo.
Toribio era alto, moreno y fornido. Una vez se vio envuelto en-
tre la tropa yaqui que vinieron a combatir a el Cirgüelo y se confun-
539
Víctor Cardona Galindo

dió entre ellos. Como recuerdo sus amigos le hacían una chanza que
le seguiría toda su vida, le decían que se parecía con los yaquis. Al
indultarse el Cirgüelo Toribio siguió combatiendo al lado de Timo-
teo Fierro hasta que se rindieron o murieron los principales líderes
de la revuelta.
Toribio Gómez también se levantó en armas junto a Feliciano
Radilla y Alberto Téllez, incluso iba entre los escogidos para sacar
a Juan R. Escudero de Acapulco. Después durante muchos años
perduró su amistad con doña María de la O. También participó
con los agraristas en el combate de Petatlán el 23 de enero de 1924
y después durante la revuelta del Plan del Veladero formó parte del
estado mayor del general Amadeo Vidales Mederos, por eso tuvo
una participación destacada en el combate del Morenal que fue el
28 de octubre de 1926 donde los vidalistas prácticamente acabaron
con un batallón de federales.
Después de la revolución se quedó a vivir en Los Valles don-
de cultivaba las parcelas que le tocaron después del reparto agrario.
Pero en la década de los treinta fue nombrado el jefe de los guardias
rurales de toda la región. “Tenía comandancias por todos lados. Sa-
lía a recorrer los pueblos donde era el jefe de armas”, recordó la tía
Enriqueta Galindo. Los rurales vestían de beige y Toribio siempre
andaba con un pelotón de gente armada. En el recuerdo quedó que
una vez salió con su gente y por el rumbo de San Vicente de Benítez
le mataron a tres de sus soldados entre ellos a Crispín Martínez.
Fue a principios de 1937 cuando se organizó el noveno batallón
del cuerpo de defensas rurales, por el mayor del ejército Alberto Orbe
Domínguez quien nombró comandante de la primera compañía a
Toribio Gómez Pino y el de la segunda compañía Crispín Ocampo
fue nombrado por el general Joaquín de la Peña días más tarde.
Un hecho muy sonado fue el pleito que sostuvieron los líderes
reservistas contra la familia Cortés de Cacalutla. Se dice Raymun-
do, Agripino, Francisco e Isidro Cortés querían deshacer la colonia
agrícola Juan R. Escudero y formar un defensa armada que actuara
a su favor.
540
Mil y una crónicas de Atoyac

Al salir electo como presidente municipal de Atoyac Isidro Cor-


tés García quien tomó posesión el primero de enero de 1937, Cris-
pín Ocampo y Toribio Gómez se unieron con el comercio local y
llevaron a cabo un mitin frente a la casa del profesor Modesto Alar-
cón, acto que estuvo dirigido por Canuto Nogueda Radilla. “Los
manifestantes intentaban poner a Rosendo Galeana Lluck como
presidente municipal”, dice Wilfrido Fierro Armenta. No lograron
su objetivo Isidro Cortés siguió en la alcaldía.
El 3 de abril de 1937 la policía de Cortés asesinó a Arnulfo Var-
gas comandante de la reservas rurales. Debido a éste hecho los jefes
reservistas Toribio Gómez y Crispín Ocampo se movilizaron para
poner sitio al palacio municipal, pero el ejército intervino salvando
a Isidro Cortés García, después el gobernador lo destituyó nom-
brando en su lugar a Feliciano Fierro.
Isidro Cortés García al ser depuesto fue detenido en el palacio
municipal por fuerzas federales después de ser balaceado por fuerzas
reservistas en la sierra en abril de 1937. El gobierno del estado argu-
mentó que lo depuso por haber cometido delitos del orden común.
Con la deposición del presidente las cosas no terminaron. Las
intrigas continuaron por eso el 7 de junio de 1938 los reservistas al
mando de Toribio Gómez y Crispín Ocampo atacaron en Cacalutla
a la familia Cortés donde murieron Raymundo, Francisco y Anto-
nio Cortés García.
Doña Ceferina Pino recuerda que los reservistas de Toribio Gó-
mez se unieron con los de Tenexpa, Nuxco y El Quemado para
atacar a Isidro Cortés en Cacalutla. “Las casas de ese pueblo eran
de palapa y murieron en ese ataque Mundo, Celerino y Francisco.
Isidro Cortés se salió vestido de mujer. Por eso después de ese ataque
Feliciano Radilla a quien culparon de los hechos se fue a la Ciudad
de México”.
Luego se vendría otro acontecimiento, el 15 de noviembre de
1940 el teniente coronel Raymundo Cacho Peña comandante del
59 batallón de reserva depuso a todo el ayuntamiento constitucional
del municipio de Atoyac de Álvarez, “valiéndose de la fuerza federal
541
Víctor Cardona Galindo

que se encuentra destacamentada en dicho lugar y acatando órdenes


del gobernador del estado, quien desea tener elementos incondicio-
nales en los ayuntamientos para poder imponer como candidato al
gobierno del estado a Francisco S. Carreto”.
El presidente depuesto el 15 de noviembre de 1940 fue Rosen-
do Nogueda a quien los militares quitaron para poner a Antonio
Ayerdi. “Viejos reservistas como Toribio Gómez participaron en esa
deposición. Secuaces del gobernador Berber son Toribio Gómez y
Mónico Aquino, quienes se han encargado de hacer la labor crimi-
nal de dividir al campesinado de la región habiéndose ganado ya a
los campesinos de la zona cafetalera”, informaba el 3 de diciembre
del 1940 el profesor Graciano Sánchez presidente del Confedera-
ción Nacional Campesina al secretario de Gobernación. Se decía
también que los campesinos de Atoyac opositores a Toribio Gómez
apoyarían a Rafael Catalán Calvo.
Meses más tarde un enfrentamiento entre dos familias cimbraría
el municipio. Ese pleito comenzó cuando Sixto Reyes mató el pe-
rro de la familia Mesino quienes llegaron a reclamar y se dieron de
balazos. Los hechos fueron en el lugar conocido como Los Tamarin-
dos en la parte norte de la ciudad de Atoyac donde murieron Juan,
Cristóbal y Catarino Mesino y de los Reyes murieron Ambrosio y
Enrique.
De esos hechos Miguel Hipólito compuso un corrido cuyo pri-
mer verso dice:

Al pueblo en general
yo les vengo a noticiar
las desgracias que pasaron
en el pueblo de Atoyac…

Por la calle derecha


sucedieron las matanzas
por esa entrada de la sierra
calle de Emilio Carranza.

542
Mil y una crónicas de Atoyac

El cronista por excelencia de Atoyac Wilfrido Fierro Armenta


escribió el 29 de abril de 1941. “Se registra un sangriento encuentro
a tiros entre las familias Mesino y Reyes a consecuencia de la muerte
de un perro. Los hechos tuvieron lugar en la avenida Juan Álvarez
norte de esta ciudad, en la que resultaron muertos don Catarino
Mesino y su sobrino Juan del mismo apellido, así como los herma-
nos Ambrosio y Enrique Reyes y herido gravemente Sixto Reyes”.
Se dice que en este pleito Toribio Gómez tomó partido por los
Reyes. Por eso los Mesino que eran originarios del Camarón y tam-
bién fueron revolucionarios vidalistas la agarraron en su contra y lo
atacaron dos veces en Los Valles.

II
Al principio eran los mismos. Juan y Gabino Mesino anduvieron
quince años con Toribio Gómez en las guardias rurales. Los viejos re-
cuerdan las escandalosas balaceras que se dieron en Los Valles. Toribio
andaba con su hijo Francisco Gómez y su sobrino Severiano Galindo
Iturio trabajando cuando se desató el tiroteo que se escuchó en todo el
pueblo. Atacaron hombres de otras comunidades y se lanzaron contra
Toribio que se escondió en un charco que se formaba de un escurri-
miento de agua, su gente fiel peleó y lo defendió salvándole la vida.
Años después Agustín Galindo Iturio, cuando estaba borracho,
se acordaba de esos acontecimientos diciendo: “Nosotros somos
bandidos, porque matamos, tangandam, tangandam” y hacía como
si disparara con un fusil. Eso valió para que a sus hijas les apodaran
las Tangandanes y las Bandidas.
La primera vez que le cayeron, entre otros, murió Margarito Me-
sino del Camarón, su cuerpo quedó enterrado “arribita” de la parcela
de la escuela, en el lugar conocido como El Mango de Amelio. Lo se-
pultaron en un petate bajo la fronda. Con el tiempo ese árbol produjo
unos mangos tan sabrosos que incluso tiernos eran dulces.
Se dice que Toribio mucho ayudaba a su familia, por eso en Los
Valles todos tenían que cuidarle la espalda y armó a todos sus so-
543
Víctor Cardona Galindo

brinos porque le mandaban recaditos que le iban a caer. Por eso esa
fue una balacera muy grande. Todos los niños corrían a esconderse
debajo de las camas. El combate fue en la parcela que Toribio tenía
cerca del Camposanto. El joven Francisco Gómez no se rajaba a la
hora de los balazos y Aurelio García Galindo también era valiente.
Después de la balacera llegó Juanita Galindo Gómez con un garrote
a regañar a los sobrinos por el escándalo, como no veía bien se an-
daba tropezando con los cadáveres. Al tocar los cuerpos inertes se
fue calladita para su casa.
La segunda vez que le cayeron murió Gabino Mesino también
del Camarón. “Se oía feo la balacera”. Toribio Gómez estaba pe-
gando un alambre cuando le cayeron varios armados. José Lezma
le descargó una escopeta automática y luego le tiró con la súper.
Gabino Mesino le disparó con un cerrojo. Pero Toribio se dejó caer
en una barranca y entre la polvareda no le dieron y al contestar mató
a Gabino Mesino. Se comentaba que después el hombre fuerte de
Los Valles le lloraba “porque ese muchachito era bueno”, cuando
se acordaba de Gabino. Se dice que las cosas se calmaron cuando
Benita Mesino se casó con Ángel Galindo Cabañas.
En los años cuarenta había muchos hombres armados de pis-
tola, machete o puñal que con gabán al hombro, siempre andaban
dispuestos para quien les diera el gusto. En este contexto emergió
fuerte la figura de Toribio Gómez, era el encargado de perseguir
a los enemigos del reparto agrario, pero también fue el encargado
de limpiar la región de todos aquellos ex revolucionarios que nadie
controlaba y se paseaban por los pueblos armados y haciendo des-
manes. Además también se encargaba de la persecución de bandidos
como el Garrobo de San Vicente de Benítez y la banda de Los Chive-
ros que asolaba el Filo Mayor.
Llegó el momento que los reservistas se dividieron, Crispín
Ocampo que era jefe del bajo ya no se llevaba con Toribio Gómez
el jefe de la sierra. Se dice que Nicolás Cabañas los quiso juntar
pero no hizo mucho. Por eso el 15 de diciembre de 1943 estuvo en
Atoyac el gobernador Rafael Catalán Calvo acompañado del jefe de
544
Mil y una crónicas de Atoyac

operaciones militares general Matías Ramos Santos, para unificar


los bandos que estaban divididos políticamente.
El primero de enero de 1947 tomó posesión Toribio Gómez
como presidente municipal de Atoyac, pero por las intrigas que exis-
tían no logró terminar su periodo y fue sustituido por Benjamín
Luna Venegas.
Toribio Gómez vestía elegantemente, a veces portaba una cha-
marra, con un sombrero chiquito de tela gris o café. Con sus gua-
yaberas blancas o cremitas, siempre de manga larga y combinaba
su vestimenta con pantalones beiges o grises. Bien vestido el señor,
siempre montado en una mula o caballo. Otros lo recuerdan con su
traje de reservista, su pistola 45 fajada por fuera y su rifle colgado en
la espalda. “Era muy respetuoso y respetado el señor”.
Fue diputado federal suplente, tenía buenas influencias y siem-
pre respetaba las cosas del gobierno. Para demostrar el poder que
tenía Toribio. Un buen día se apareció el secretario de la Defensa
Nacional el general Matías Ramos. Se estacionó frente al cuartel que
estaba en la calle Aldama y pasó en pango para El Ticuí donde ya lo
esperaba su hijo Antonio Ramos. Fue a visitar el rancho que hasta
la fecha tienen los Ramos al norte de Boca de Arroyo y de regreso
durmió en la casa de Toribio Gómez que estaba ubicada en la calle
Juan Álvarez norte.
Simón Hipólito escribió que “Toribio Gómez echó abajo el sue-
ño del presidente Cárdenas de unificar geográficamente y política-
mente la sierra de Atoyac; comenzó a intrigar en los ejidos buscando
su desunión, y así fue como muchos ejidatarios de familias distintas
se empezaron a eliminar entre si hasta casi exterminarse”. Los ha-
bitantes de Los Tres Pasos no querían a Toribio Gómez porque se
opuso que se formara esa comunidad. Pero Elizabeth Flores Rey-
nada los defendió y donó los terrenos para que asentara ese pueblo
donde todavía está.
A mediados del siglo pasado otro conflicto acrecentaría el azoro
de los atoyaquenses. El miércoles 8 de agosto de 1951 ocho personas
perdieron la vida en el camino del Arrayán entre Santo Domingo
545
Víctor Cardona Galindo

y Plan del Carrizo. El Trópico del 31 de agosto de 1951 publicaba:


“Toribio Gómez, quien fue el que azuzó a sus pistoleros para que
terminasen con la familia Juárez, con quien tenían rivalidades desde
hace mucho tiempo, al disputarse el control de los cafetaleros de la
región”.
“Ocho muertos y varios heridos, algunos de suma gravedad, fue
el resultado de la emboscada que dirigida intelectualmente por To-
ribio Gómez, señor de horca y cuchillo en la región de Atoyac de
Álvarez y llevada a cabo por su pistolero principal Ricardo Reyes, el
pasado miércoles en la tarde en el camino del Plan del Molino a San
Juan de las Flores del municipio de Atoyac”, informaba El Trópico
11 de agosto de 1951.
Los Juárez tenían días que se habían dirigido a Chilpancingo
para pedirle apoyo al gobernador. Si revisamos la prensa de ese tiem-
po se nota que el corresponsal del Trópico en Atoyac la traía casada
con Toribio. Porque lo vapuleaba cada vez que podía esta vez dice:
“Toribio, quien hace poco fue dado de baja como comandante de las
fuerzas rurales de esos lugares, por disposiciones del propio coman-
dante de la 27 zona militar, general Miguel Z. Martínez, debido a la
mala conducta del mismo y que hacía uso de la fuerza a su mando
para obligar a los campesinos del rumbo a firmar cartas de adhesión
para determinado candidato a la presidencia de la República, mal
interpretó el viaje de los Juárez a Chilpancingo, creyendo que iban a
influir en su contra, por lo que desde ese momento, firmó la senten-
cia de muerte para los mismos, pero como los Juárez, eran hombres
decididos y valientes, optó por matarlos a traición, preparando para
el caso una emboscada, en donde estaba seguro que morirían todos,
pues que no podrían defenderse, tanto por la topografía del terreno
en donde fueron asaltados, como por la desigualdad de las armas. La
muerte fue encomendada a Ricardo Reyes, que murió defendiendo
los intereses de su jefe… Se dirigían a su casa, después de haber
trabajado… por el camino del Plan de los Molinos rumbo a San
Juan de las Flores, como a las tres de la tarde, cuando de repente, de
una curva del camino, le fue hecha una descarga de fusilería por un
546
Mil y una crónicas de Atoyac

grupo de 10 o 12 hombres, conocidos todos como pistoleros a las


órdenes de Toribio Gómez… asesinaban a los tres Juárez Godoy. Es-
tos por su parte se defendieron heroicamente, con las escasas armas
que portaban, habiendo dado muerte al jefe de la gavilla Ricardo
Reyes y a otros bandidos”.
“En el campo de masacre, quedaban muertos, a parte de Ricar-
do Reyes, Eduardo, Albertano y Prisco Juárez Godoy, hijos de don
Eduardo Juárez, muriendo al siguiente día, el propio padre de los
primeros y de Rogelio, Alfredo y José Juárez”. Los Juárez eran origi-
narios del Ticuí.
“Toribio Gómez al grito de ¡Viva Henríquez! y al frente de algu-
nos se sus secuaces, se ha dedicado a alterar el orden en toda la sierra
de Atoyac”, agrega El Trópico el 11 de agosto de 1951.
Ya en la década de los setenta de los excombatientes vidalistas
salieron muchos revolucionarios que apoyaron a Lucio Cabañas y al
Movimiento Cívico. Muestra de ellos son Regino Rosales de la Rosa
y Juan Mata Severiano, Patronilo Castro Hernández, Alfonso Ce-
deño Galicia, el Güero Cedeño y Antonio Onofre Barrientos. Estos
tres últimos fueron los primeros que se fueron con Lucio a la gue-
rrilla. Pero también del movimiento vidalista salieron los caciques
como Toribio Gómez, Crispín Ocampo y Pedro Cabañas.
Una vez que comenzó a operar la guerrilla del Partido de los
Pobres y su Brigada Campesina de Ajusticiamiento, Toribio Gó-
mez Pino fue sentenciado a muerte. Sin embargo la acción nunca
se concretó, porque Lucio no dejó que ninguna comisión saliera a
ajusticiarlo, “Yo voy a ir personalmente cuando le demos sus balazos
a ese bribón”, decía.
El guerrillero acusaba en sus discursos a Toribio Gómez de tra-
bajar para los militares, igual a Juan Ponce y Enrique Juárez, que si
fueron ajusticiados.
“Entonces Toribio, fue a San Juan, habló con la gente a decirle
que formaran grupo armado para perseguir a Lucio Cabañas y fue
a Río Chiquito también a hacer asamblea para que persiguieran a
Lucio Cabañas… Nosotros le estamos dando oportunidad a don
547
Víctor Cardona Galindo

Toribio que se arregle porque es pobre, aunque todo el tiempo tiene


enemigos”.
El gobierno, “por toda la sierra sembró de traidores. Puso a Tori-
bio Gómez en un punto, puso a otros individuos de espías en otros
puntos, y puso a infinidad de gentes de traidores. Incluso a Juan
Ponce lo puso de vigilante y traía guachos aquí a La Pedregosa. Tam-
bién a Enrique Juárez lo puso de espía allá en San Juan… Llevamos
ocho ajusticiados, pero nos falta Toribio Gómez. Toribio Gómez
seguido nos ha echado los soldados y nos falta. Y yo creo que es el
único que nos queda”, dijo Lucio en una reunión en La Pedregosa.
En otras de las grabaciones que Lucio hizo en la sierra se escucha
“supieron que en Los Valles teníamos la emboscada, y dicen que ya
iban según llegó la información ahorita; que ese día que estábamos
en la emboscada, está una vuelta así a la salida de Los Valles, enton-
ces ahí en la vuelta estábamos nosotros, los guachos ya iban a aso-
mar desde donde los íbamos a ver, cuando llegó corriendo Acacio,
el hijo de Toribio Gómez, y les dijo: párense ahí está la emboscada;
entonces los guachos se regresaron y se tendieron por el camino que
va para El Porvenir, por acá se tendieron y pensaban que amaneciera
para avanzar sobre la emboscada. Bueno, pero no fueron ni al otro
día, al tercer día fueron y encontraron todo el rastrerío que había-
mos dejado nosotros”.
Se sabía que el gobierno le había prometido a Toribio meterle la
carretera hasta la tranca de su huerta si entregaba a Lucio. Muchos
dicen que Lucio no mató a Toribio porque ingresó a la guerrilla en
El Porvenir su nieto Isaías Martínez Gómez.
De la guerrilla quedó una anécdota que recoge Arturo Gallegos
en su libro La guerrilla en Guerrero: “Por el cerro de La Patacua.
Cuando la columna insurgente cruzaba la vereda en fila india, uno
de los últimos en pasar fue Julián (Carlos Ceballos), quien se en-
contró a un campesino que por mera casualidad pasaba por el lugar.
El camarada muy cortés le empezó a tirar el rollo al ‘campe’ y en-
contró mucha receptividad de su parte; pero otro de los guerrilleros
lo identificó como el delator Toribio Gómez y corrió a dar aviso a
548
Mil y una crónicas de Atoyac

la parte de adelante donde iban compañeros de la dirección de la


brigada. Al enterarse de quien era el personaje dieron órdenes de
precisas de ejecutarlo ahí mismo, ya que éste sujeto, junto con José
Benítez… era uno de los buscados por la brigada (…) En cuestión
de minutos todo el mundo se puso en movimiento y llegó al final
de la fila donde Toribio y Julián estaban platicando. Poco después se
encontraron con éste muy satisfecho de la charla que habían tenido
con el campesino; cuando le preguntaron acerca del paradero de
su interlocutor, Julián contestó: —el compañero ya se fue y tomó
el camino hacia abajo… Los guerrilleros abrieron un abanico para
copar a Toribio, pero todo fue inútil; este ya había librado el cerco
y sólo encontraron pedazos de camisa en las alambradas por las que
había pasado”.
Después de la muerte de Lucio Cabañas el ejército tomó Los
Valles, degradó y desarmó a Toribio Gómez y a su gente. Como
peligraba su vida abandonó el pueblo y se refugió unos días en la
Y griega con la familia Pino y después se fue para San Jerónimo de
Juárez con Nico Cabañas.
Finalmente Toribio Gómez murió en Acapulco a los 96 años de
edad el 28 de mayo de 1987, está sepultado en el panteón municipal
de Las Cruces.

Lucio Cabañas Barrientos, Chío


El fundador del Partido de los Pobres, el guerrillero socialista más
conocido de México, Lucio Cabañas Barrientos, nació el 15 de di-
ciembre de 1936, en la comunidad serrana del Porvenir. Sus padres
fueron Rafaela Gervasio Barrientos y Cesáreo Cabañas Iturio, hijo del
general zapatista Pablo Cabañas Macedo y de Aldegunda Iturio de la
Cruz. Lucio debería apellidarse Cabañas Gervasio pero su abuela al
registrarlo por error le puso Cabañas Barrientos. Desde muy chico
sus familiares comenzaron a llamarle de cariño Chío, así lo conocía la
gente del Porvenir y de San Martín de las Flores. En la escuela normal
549
Víctor Cardona Galindo

éste nombre se deformó y comenzaron a llamarle “el Chivo” ese fue su


sobrenombre de estudiante. Cuando regresó a su tierra ya como pro-
fesionista la gente lo conocía como “el maestro Lucio” o “el profesor”.
Ahora después de muerto le nombran “comandante”.
Fue el segundo hijo del matrimonio Cabañas Gervasio, la pri-
mera fue Facunda y el tercero Pablo. Cuando tenía tres años sus
padres se separaron; él y sus hermanos quedaron al cuidado de su
abuela Aldegunda y de sus tías Dominga y Marciana.
El matrimonio Cabañas Gervasio se conformó como se consti-
tuían la mayoría de los matrimonios de esa época. Es decir, previo
robo de la mujer. La joven Rafaela vivía en El Porvenir donde tam-
bién habitaba Cesáreo Cabañas quien cultivaba una huerta de café y
tocaba el violín con el que amenizaba las fiestas de la población. En
ese tiempo eran populares los bailes de guitarra y violín, en una de
esas reuniones se conocieron.
Rafaela tenía 17 años cuando se la robó Cesáreo de una huerta
de café. Él ya estaba casado con otra mujer y era un hombre mayor.
La madre del guerrillero hablaría muchos años después en una en-
trevista de esa relación. “Era su novia antes y lo despedí porque tenía
una muchacha en la casa, y después se metió caprichudo y me robó
de una huerta de café… Me llevó de la huerta con compañeros, eran
cuatro con él… Aunque gritara nadie me quitaba… Andaba yo con
mi tía, era una viejita”.
Vivieron justos 10 años en una pequeña casa construida de ado-
be y tuvieron los tres hijos que ya mencioné. Lucio nació en una
huerta de café conocida como El Venado en las orillas del Porvenir y
la partera fue Gregoria Loza, mamá de Francisco Fierro Loza quien
en el futuro también sería guerrillero del Partido de los Pobres.
Al separase los padres, al principio doña Rafaela se llevó a sus
hijos pero al poco tiempo Cesáreo se los quitó y los puso bajo el
cuidado de la abuela Aldegunda. “Lo abandoné porque se portó
mal conmigo”, decía mucho después en su casa de San Martín de las
Flores doña Rafaela Gervasio Barrientos, quien al hablar de su hijo
Chío decía que de niño era muy chistoso, le gustaba jugar y cantar
550
Mil y una crónicas de Atoyac

y desde muy chiquito ayudaba en las labores de “la corta del café.”
Como niño era cariñoso, amable y nunca fue grosero.
El Porvenir es una pequeña comunidad anclada en la parte me-
dia de la sierra, hasta 1955 para llegar a ella había que transitar
caminando a pie o montado en una bestia desde Atoyac. El camino
se recorría en aproximadamente ocho horas. La infancia de Lucio
como ya lo confirmó su madre transcurrió debajo de las matas de
café y habría crecido como todos los niños de esa época, jugando
con bolitas de lodo, haciendo sus juguetes con lo que se podía y co-
miendo limones dulces, frutillas y cajeles que se daban en abundan-
cia entre esa exuberante selva. En un tiempo en que los niños desde
los cuatro años ya tenían que trabajar, haciendo los mandados, lle-
vando bastimento y cortando café en pequeñas tirinchas.
A los cinco años de su separación, Rafaela se volvió a casar, esta
vez con Juan Serafín Martínez, quien se la llevó a vivir a San Martín
de las Flores. De ese matrimonio nacieron los otros hermanos de Lu-
cio Alejandro, Bartola, Juana, Manuel y Conrado. Pero la tragedia
cayó sobre la familia su padrastro fue asesinado por Natividad Paco,
jefe de la policía montada, en los tiempos del gobernador Raúl Caba-
llero Aburto. Por calumnias lo sacaron de su casa y lo asesinaron en
La Trozadura en la carretera Atoyac-Y Griega, junto a su hermano.
Don Simón Hipólito Castro, quien fue el primero en escribir
una semblanza del líder guerrillero en el libro Guerrero, amnistía
y represión, dice que conoció a Lucio Cabañas cuando todavía era
un niño y bajaba del Porvenir a Los Tres Pasos acompañando a su
abuelita Aldegunda a realizar el trueque que en aquellos tiempos se
acostumbraba en las comunidades de la sierra. “Ella elaboraba pan
que le cambiábamos por maíz, arroz, frijol y camarones, ya que el
ejido El Porvenir, donde él nació, es ciento por ciento cafetalero y
la comunidad donde yo viví, mitad cafetalera y mitad milpera. A
sus orillas hay un hermoso río donde abundaba el camarón, nuestro
principal alimento”.
Al morir la abuela Aldegunda Iturio de la Cruz, Facunda, Lucio
y Pablo Cabañas quedaron totalmente al cuidado de las hermanas
551
Víctor Cardona Galindo

de su padre Dominga y Marciana quienes se hicieron cargo de ellos.


De su abuela Aldegunda recibió mucho amor y cariño, murió cuan-
do Lucio tenía nueve años. El futuro líder guerrillero lloró su ausen-
cia, de hecho es la única vez que Pablo Cabañas recuerda haber visto
llorar a su hermano.
El periódico Reforma publicó un amplio reportaje del 29 de no-
viembre a 2 de diciembre del 2002, sobre la vida de Lucio Cabañas,
en el cual levantó el testimonio de la familia, es ahí donde Pablo
Cabañas Barrientos habla por primera vez de la infancia de su her-
mano y lo define como muy cantador y alegre. Habló de los juegos y
de aquella infancia trágica y tortuosa que vivieron. Después hablaría
de eso en una entrevista conmigo y el 15 de diciembre del 2011, dio
una ponencia sobre el tema en la Coalición de Ejidos en Atoyac.
Publica Reforma que: “Los tres hermanos Cabañas Barrientos,
nunca tuvieron juguetes, pero a pesar de la pobreza su infancia no
fue triste porque recibieron muchos cuidados y cariño. El padre era
noble y cariñoso y sólo en dos ocasiones recurrió a los golpes para
castigar a los niños”, en un momento cuando Pablo y Lucio se pe-
leaban después de los “cintillazos” les dijo que entre ellos no quería
pleitos y jamás se volvieron a pelear.
“Al no recibir juguetes en su infancia, Lucio desarrolló la crea-
tividad, el ingenio, destreza y la observación. Cualidades necesarias
para construir los carritos de madera y los papalotes, cuando niño y
para resolver problemas de adulto en la guerrilla. Pese a la pobreza
en que vivían, Lucio y Pablo disfrutaron su infancia. Nunca les rega-
laron juguetes —porque no había dinero, la gente era muy pobre—,
pero cuando pudieron comenzaron a construirlos ellos mismos”.
Dice Pablo Cabañas “No recuerdo que Lucio haya sido bueno
para las canicas. A él le gustaban otras cosas. Era muy observador, le
gustaba platicar con la gente grande, de experiencia, y desde chico se
preocupaba por la gente. Cuando andábamos trabajando me decía
ya mataron a fulano, o que zutano no tiene para comer. Esas eran
sus pláticas. El día que tuvimos un carrito, lo hicimos nosotros, con
cajas de cerillos y corcholatas. También jugábamos papalote. Los
552
Mil y una crónicas de Atoyac

fabricábamos con papel de china, hilo y varitas sacadas del hueso de


palma de coco. Volaban muy bien”. Platicó Pablo Cabañas al perió-
dico Reforma el 29 de noviembre del 2002.
Los hermanos Cabañas vivieron en El Porvenir únicamente los
primeros años de su vida. Después con su padre, sus tías y toda la
familia, se mudaron al pueblo de Cayaco ubicado en la parte baja de
Coyuca de Benítez en las orillas de la brecha de terracería que con el
tiempo sería la carretera Acapulco-Zihuatanejo.
Pablo Cabañas recuerda que en 1945, cuando Facunda tenía 9,
Lucio 7 y él 5 años, se vinieron del Porvenir por un problema que
tuvo su padre. Se bajaron por el camino de Las Trincheras al Llano
de Ixtla, llegaron donde su tía Felipa Iturio de la Cruz hermana de
su abuela Aldegunda. De ahí se fueron caminando rumbo al Caya-
co, municipio de Coyuca de Benítez, donde Cesáreo Cabañas tenía
una mujer que se llamaba María que se había traído de la Ciudad de
México y donde ya cultivaba una huerta de coco que comenzaba a
producir. En ese traslado al pasar por Zacualpan a Pablo lo andaba
matando un carro, se descuidó porque no los conocía, para él y al
parecer para sus hermanos era nuevo ver esos aparatos caminando.
Cuando Lucio tenía ocho años, Facunda, diez y Pablo, seis, in-
gresaron a la primaria después de que toda la familia se mudó al
pueblo del Cayaco, municipio de Coyuca de Benítez. No habían
ido a la escuela porque en El Porvenir no había. Los llevó Marciana
Iturio, los tres entraron a primer año. En esa escuela, Facunda y Pa-
blo estudiaron hasta segundo año y Lucio hasta tercero.
Combinando con el trabajo del campo, Chío estudió hasta ter-
cero de primaria porque la escuela del Cayaco no tenía más grados,
fue entonces cuando los hermanos Cabañas se dedicaron de lleno al
trabajo del campo, donde se la pasaban cantando, “ustedes son los
que alegran los caminos” les decían los campesinos al verlos pasar.
Su padre tenía la intensión de que sus hijos se fueran con el
abuelo Pablo a vivir a la colonia Río Blanco en la Ciudad de Mé-
xico para que tuvieran una mejor educación. En eso asesinaron a
Leonardo Cabañas cuando lo estaban enterrando llegó el telegrama
553
Víctor Cardona Galindo

a su padre que había muerto el abuelo en la Ciudad de México y al


año mataron a don Cesáreo cuando Lucio tenía 12 años. Cesáreo
Cabañas fue asesinado en San Jerónimo de Juárez, el día 8 de marzo
de 1950, con él desapareció la figura paterna. Dice el Reforma que:
“Eso obligó a madurar rápidamente a los niños en el duro trabajo de
ganarse el pan; alejando las esperanzas de estudiar para enfrentarse
a problemas propios de los adultos”. Lucio y Pablo se alquilaban
como peones por dos pesos con cincuenta centavos o cinco pesos
diarios, trabajando de diez a 12 horas sembrando maíz, criando
animales, chaponando, cortando leña o cargando pesados costales.
Después consiguieron un trabajo a destajo, mejor pagado, partien-
do y sacando coco, era los tiempos de la bonanza de la copra, era un
trabajo agotador pero se ganaba un poquito más.
Dice Pablo Cabañas Barrientos que en Cayaco no tenían para
comer, les echaban de bastimento dos tortillas, la mitad de un limón
agrio y un puñito de sal, con eso tenían para trabajar todo el día en
la milpa. Sufrieron hambre porque quien los mantenía era su tía que
trabajaba en la milpa como si fuera el capitán de los peones, que
eran ellos, y cruzaba por delante como si fuera hombre.
Lucio desde pequeñito platicaba con los viejos, visitaba a la gen-
te por eso todo el pueblo de Cayaco lo quiso. “Siempre estuvo me-
tido en la vida de los demás”, recuerda Pablo Cabañas. “Siempre se
la pasaba cantando, iba a la escuela y regresaba cantando, siempre
andaba cantando hasta en las milpas” por eso la gente lo recuerda
cantando. Ya de grande Lucio le platicaría a su amigo Dagoberto
Ríos Armenta que de niño tenía mucha devoción y que sentía que
Dios siempre estaba con él cuidándolo. Quizá eso explique su ale-
gría permanente.
Un día Lucio vendió un anillo que le habían obsequiado y se
puso de acuerdo con el señor Juvencio Leyva que tenía dos hijos en
el internado 21 de Tixtla y “agarró un cartón y se fue a acompañar a
Bencho para conocer Tixtla, ya no se regresó, allá se quedó se metió a
la escuela Vicente Guerrero… Cuando se fue a Tixtla tenía 17 años
ya era un bailador y tenía novias”.
554
Mil y una crónicas de Atoyac

Cuando se fue se dio un pleito en la casa porque la familia decía


que él que se iba a estudiar era para agarrar vicios, otros decían que
Lucio se había ido a preparar para vengar a su padre. Ya en la escuela
Vicente Guerrero de Tixtla estudió cuarto año y consiguió una bole-
ta de quinto año y se fue a sexto año en la normal donde salió beca-
do. Lucio terminó la primaria a los 18 años. Pablo Cabañas dice que
primero se subieron la edad para hacer el servicio militar, después
se la quitaron para poder entrar a la normal, porque no aceptaban
mayores de 18 años. Por eso hay la duda sobre su nacimiento, si
nació en 1936 o 1938. Por eso Pablo verifica; Lucio nació en 1937.

II
A los 17 años Lucio Cabañas abandonó la casa de sus tías en Cayaco
para poder estudiar en Tixtla. Cursó el cuarto grado mientras traba-
jaba en el campo y vendía paletas de hielo. Por las noches trabajaba
como velador del hotel del señor Taide Valle. Por ser autodidacta
pudo saltarse el quinto grado y estudiar el sexto en la escuela normal
rural de Ayotzinapa. En el mismo lugar terminó la secundaria y la
normal. Se recibió de maestro a los 27 años y asistió a la ceremonia
de graduación con ropa sencilla, sin el traje de la ceremonia.
A Lucio le gustaba hablar en público así lo conocieron Serafín
Núñez Ramos y Octaviano Santiago Dionicio. “Desde sexto año de
primaria empezó a hablar en las reuniones, a distinguirse. Era buen
orador siempre le gustó hablar en público” declaró al periódico Re-
forma su hermano Pablo Cabañas Barrientos.
En la escuela normal destacó como dirigente y buen orador,
entró de lleno a la política estudiantil convirtiéndose en dirigente
de la sociedad de alumnos; su primera acción política fue reunir a
los alumnos para exigir a los maestros cumplimiento de su trabajo,
porque sólo daban clases unas dos veces y se iban a descansar.
“Era el mes de febrero de 1956 cuando un joven campesino
como de dieciocho años de edad llegaba a la normal de Ayotzina-
pa”, comenta Vicente Estrada Vega entrevistado por Simón Hipóli-
555
Víctor Cardona Galindo

to. “Tanto el director como los maestros solamente nos daban clases
una a dos veces por semana, ya que se iban de asueto. Eso disgustó
a Lucio, que una tarde nos reunió para decirnos que procedíamos
del sector más pobre del país, el campesino, que si nuestros padres
con grandes sacrificios y quitándose el bocado de la boca nos man-
daban a estudiar para cambiar en algo nuestra situación, que no
era justo que siguiéramos el juego al director y a los maestros, que
deberíamos llamarlos y exigirles puntualidad. Así se hizo y una tarde
llamamos al director y maestros a una asamblea, donde les exigi-
mos puntualidad. Como no quisieron, solicitamos su remoción de
la normal y lo logramos”.
Algunos testimonios dicen que después del movimiento organi-
zado por Lucio, a raíz de la remoción de director y de los maestros,
hubo algunos pleitos y fue agredido con un puñetazo que le dejó
una cicatriz en la ceja. Ese movimiento logró que mejoraran las con-
diciones en la normal y desde allí Cabañas aumentó su popularidad
como líder natural. Arturo Miranda Ramírez y Carlos G. Villarino
en su libro El otro rostro de la guerrilla 40 años después escriben que
Lucio Cabañas ingresó a la escuela normal rural Raúl Isidro Brugos
de Ayotzinapa para concluir sus estudios de educación primaria en
un grupo que funcionaba como anexo a la normal para las prácticas
de los estudiantes de nivel profesional. “El grupo académico estaba
dirigido por la profesora María Ramírez, apodada la tortolita por su
pequeña estatura. Era muy apreciada y respetada por su capacidad
y seriedad académica. Maestra abnegada, quien prácticamente se
convirtió en la segunda madre de Lucio, a quien apoyaba y le daba
consejos, sobre todo en relación a sus problemas económicos y fa-
miliares”.
“En 1956, al ingresar a primero de secundaria, Lucio ya era
ampliamente conocido por todos los alumnos y maestros. A quienes
ingresamos ese año, provenientes de diferentes lugares nos causaba
extrañeza que siendo compañero de grupo y que se suponía también
era de nuevo ingreso ya lo conocieran tantos. Como es tradición en
los internados, nadie se escapaba de ser bautizado con sobrenombre
556
Mil y una crónicas de Atoyac

y de buenas a primeras alguien le puso a Lucio el Chivo”. Se sabe


que en una de sus visitas al internado sus familiares le llamaron Chío
y los que escucharon pensaron que le decían chivo por eso le quedó
ese mote.
“Algunos compañeros lanzaban una imitación del balido de los
chivos para anunciar su presencia; con su sencillez y una sonrisa
contestaba sin alterarse ¿Qué pasa zanquitas que pasa?”
La sencillez y el carisma de Lucio trascendieron al grupo acadé-
mico porque convivía con los demás estudiantes de la misma escuela
y por varias horas apoyaba en sus labores a los campesinos que te-
nían sus parcelas en las cercanías de la normal, con los que cultivó
una entrañable amistad.
“Para 1959, Lucio era ya el estudiante más querido por los nor-
malistas —dicen Miranda y Villarino— año en que correspondía el
cambio de Comité Ejecutivo Estudiantil. La dirigencia se elegía en
asamblea a la cual todos deberíamos asistir. Era una práctica que en
los hechos servía de enseñanza política de las viejas generaciones a
las nuevas. En esta ocasión compitieron dos planillas; una encabeza-
da por Francisco Santana la Gallina, alumno del nivel profesional y
la otra por Lucio Cabañas, estudiante aún de secundaria. La asam-
blea fue muy agitada, los de profesional argumentaban que no era
posible que la sociedad de alumnos fuera dirigida por un secunda-
riano, pero a la hora de la votación Lucio ganó por amplia mayoría,
gracias al trabajo de proselitismo que realizó previamente incluso
entre los de profesional”.
El triunfo de la revolución cubana en enero de 1959 tuvo un
impacto importante en la historia mundial y despertó la esperanza
en el resto de los países de América Latina donde se fortalecieron los
movimientos de izquierda. Ese impacto llegó a la normal de Ayot-
zinapa, en donde Lucio e Inocencio Castro Arteaga instalaron en la
oficina del Comité Ejecutivo de la Sociedad de Alumnos una radio
de bulbos que diariamente a las 8 de la noche captaba las transmi-
siones del ejército rebelde desde la Sierra Maestra de Cuba. Cuando
se iba la señal provocaba desesperación entre los oyentes, pero al
557
Víctor Cardona Galindo

final, “Lucio aprovechaba el interés y entusiasmo de los radioescu-


chas para explicar la trascendencia e importancia histórica que tenía
para Cuba, México y América Latina la lucha emprendida por los
cubanos revolucionarios”, recuerdan Miranda y Villarino.
Con la colaboración de las embajadas del entonces bloque so-
cialista, Lucio recolectó libros y revistas y con ellos fundó la Biblio-
teca Socialista en las oficinas del Comité Ejecutivo de la Sociedad
de Alumnos. Por lo que fue objeto de hostilidad por parte de unos
maestros que eran miembros de los grupos apegados al poder.
En ese tiempo se vino el movimiento en contra del gobierno
de Raúl Caballero Aburto quien se caracterizó por ser uno de los
gobernadores más represores y cometer muchos asesinatos en aras
de una supuesta seguridad y justicia en el estado. Se les aplicaba la
ley fuga a los presuntos delincuentes. En Atoyac tuvieron fama la
Trozadura y el Charco Largo donde fueron ajusticiados muchos ciu-
dadanos de esta ciudad sólo por las sospechas de ser delincuentes o
por señalamientos dolosos de algunos vecinos.
En 1960 la normal rural de Ayotzinapa se sumó al movimiento
por la caída de Caballero Aburto: “Lucio fue nombrado presidente
de la huelga en la normal y de manera audaz trepó a la azotea del
edificio de dos plantas recientemente construido en la parte norte
de las antiguas canchas de basquetbol para plantar con mucha so-
lemnidad la bandera rojinegra” se lee en El otro rostro de la guerrilla
40 años después. Se organizó la huelga y se hicieron marchas que re-
corrieron el centro de Tixtla y los alumnos de la normal se turnaban
para montar guardias en la parada cívica de Chilpancingo.
Desde sus discursos de la Normal en esa lucha contra el caba-
llerismo Lucio decía: “A esos que se cubren su cabeza con bacinicas
verdes les decimos: no les tenemos miedo porque el pueblo está con
nosotros decididos a triunfar”. Así se refería a los soldados y policías,
algo parecido pronunciaría el 18 de mayo de 1967.
Durante el desarrollo de esa lucha Lucio Cabañas vino a encabe-
zar algunas protestas a su tierra. Una de ellas fue el 11 de diciembre
de 1960 cuando a la una de la tarde hubo un mitin en el zócalo de la
558
Mil y una crónicas de Atoyac

ciudad cafetalera en contra de Raúl Caballero Aburto. La policía ur-


bana y auxiliar que estaba comandada por el mayor Adalberto Lira
Torres disparó contra los manifestantes hiriendo a Leónides Bello,
los manifestantes repelieron la agresión con piedras y palos, pero los
organizadores del mitin entre ellos, Lucio Cabañas Barrientos, su
mamá Rafaela Gervasio y su tía Celerina Cabañas fueron detenidos
y llevados a la cárcel municipal. Ese día a doña Celerina le rompie-
ron un dedo al colgarse del cinturón de Lucio para evitar que se lo
llevaran preso pero la arrastraron junto con él hasta lo separos de
la preventiva. Muchos años después mostraría con orgullo su dedo
roto como si fuera un trofeo de guerra. Ese día la gente se organizó
y enardecida regresó al palacio municipal para rescatar a sus líderes
y el presidente municipal, Raúl Galeana Núñez tuvo que liberarlos.
A las ocho de la noche del día siguiente, el mero día de la virgen,
hubo una cabalgata con antorchas y con un altoparlante recorrieron
las calles de la ciudad y al llegar al zócalo realizaron un mitin. Ahí
Lucio Cabañas, quien fue el primero en abordar la tribuna denun-
ció que el gobierno de Caballero Aburto asesinó a su padrastro Juan
Serafín Martínez y por eso su madre tenía que sufrir el trabajo duro
del campo para sacarlos adelante.
Años más tarde en uno de sus discursos en la sierra ya como
guerrillero diría: “Nosotros, desde cuando Caballero Aburto, hici-
mos pueblo. Los de Ayotzinapa, los de la escuela Normal Rural nos
metimos por todos los pueblitos y donde quiera anduvimos hacien-
do mítines y todo, y acarreando al campesinado. Incluso cuando
anduvimos de dirigentes en Ayotzinapa dábamos ropa a los pobre-
citos campesinos que no tenían para vestirse y se acercaban a Ayot-
zinapa”. Eso se escucha en la voz de Lucio en unas grabaciones que
fueron dadas a conocer por primera vez por Luis Suárez y que ahora
se consiguen con relativa facilidad.
Cuando terminó el movimiento anticaballerista después de la ma-
sacre del 30 de diciembre de 1960, Lucio se reintegró a la normal para
continuar con sus estudios y formación política. Pero fueron pocos
meses lo que estuvo dedicado a sus clases. “En mayo de 1961, se llevó
559
Víctor Cardona Galindo

a cabo en la Normal de Huerta, en Morelia Michoacán el Congreso


Nacional ordinario para elegir el Comité Ejecutivo Nacional de la
Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, fecsm,
integrado por 28 normales rurales, en el cual salió electo Lucio Caba-
ñas Barrientos como secretario general, a pesar de la oposición de la
dirigencia nacional de la Juventud Comunista que quería impulsar en
el cargo a un priista”, señala Luis León Mendiola.
Cabe mencionar que algunos testimonios dicen que el congreso
de la fecsm fue en El Mexe Hidalgo y otros que en Huerta Michoa-
cán. Lo cierto es que después de esa elección se vino la división de
la fecsm por eso: “La unificación fue la primera tarea de Lucio, para
tal efecto se trasladó al Mexe, habiendo perdido un año de estudios.
Es por eso que en lugar de graduarse en 1962, lo logró hasta 1963.
Lucio recorrió las 29 normales (Mendiola menciona 28) hasta lo-
grar la unificación política y así lograba su reconocimiento como
dirigente estudiantil indiscutible de todas las normales rurales del
país”, afirman Miranda y Villarino.
A pesar de andar recorriendo el país, Lucio no se olvidaba de
su tierra el 17 de diciembre de 1961 asistió a una convención de
estudiantes a la ciudad de Atoyac, que se llevó a cabo durante tres
días en el cine Álvarez para formar la Federación Estudiantil Gue-
rrerense, la inauguración estuvo a cargo de Braulio Maldonado. En
ese evento Lucio Cabañas Barrientos defendió con vehemencia a los
indígenas de la Montaña que en ese tiempo venían a cortar café a
la sierra. Condenó el hecho de que despectivamente se les llamara
chantes cuando son los dueños originales de la tierra en que vivi-
mos, rememora José Hernández Meza.
La escuela normal de Ayotzinapa y la lucha popular estudiantil
le dieron la más importante formación teórico-práctica fue allí don-
de conoció la teoría revolucionaria y el ejemplo del Che Guevara.
Lucio Cabañas no era afecto a las bebidas embriagantes ni a los
cigarros, su preocupación eran los problemas sociales. Solía alejarse
al campo donde buscaba pláticas con ancianos campesinos porque
de ellos aprendía valiosas experiencias.
560
Mil y una crónicas de Atoyac

En noviembre de 1963 egresó Lucio de la Normal de Ayotzina-


pa y en breve llegaría con la clave 36108 como maestro a Mexcalte-
pec. Donde escribiría con sus actos otra historia.

El Plan del Veladero


En la cañada del Morenal, un paraje de la sierra muy cercano a Los
Valles, las tropas del Plan del Veladero encabezadas por el general
Amadeo Vidales casi acabaron con un batallón de federales. Aquella
batalla sangrienta del 28 de octubre de 1926 dejó muchos soldados
muertos. Las aguas del arroyo del Morenal bajaban rojas porque
en su cauce quedaron muchos heridos que se desangraban, algunos
se acercaban a tomar agua y ahí morían. Con el paso del tiempo y
como testigo de aquella fecha quedó un conjunto de cruces espar-
cidas por el lugar.
El Plan del Veladero que estaba dirigido contra la colonia espa-
ñola de Acapulco se proclamó en el cerro de ese nombre, pero las
más cruentas batallas se pelearon en Atoyac porque el jefe de ese
movimiento el general Amadeo Sebastián Vidales Mederos instaló
su cuartel general en la sierra cafetalera, primero en Los Valles y
después en El Fortín del Cerro Plateado.
En los años veinte del siglo pasado las haciendas más grandes de
la Costa Grande eran propiedad de las casas españolas del puerto de
Acapulco, Baltazar Fernández, Uruñuela, Alzuyeta, Quiroz y Com-
pañía, quienes también tenían las fábricas de hilados y tejidos del
Ticuí y Aguas Blancas. En Acapulco eran dueños de una industria
de jabón llamada La Especial. Contaban con bodegas en diferentes
partes de la región por medio de las que controlaban el mercado
de algodón, la copra y los granos básicos. El sometimiento de los
costeños, al dominio y la explotación de los comerciantes españoles
eran casi completos.
La casa comercial Alzuyeta y Cía., fue fundada en 1821, paradóji-
camente el año de la consumación de la independencia; B. Fernández
561
Víctor Cardona Galindo

y Compañía, en 1824 y Fernández Hernández (La Ciudad Oviedo),


constituida en 1900. Sus propietarios eran vascos, en el caso de la
primera y asturianos, sin parentesco en el caso de las dos últimas. Las
cabezas de las casas eran Marcelino Miaja (B. Fernández y Cía.) Jesús
Fernández (Fernández Hnos.) y Pascual Aranaga (Alzuyeta y Cía.)
Esas empresas españolas ocuparon el lugar que había dejado
vacante la Nao de China, que dejó de venir en 1821. El control
comercial de los españoles era absoluto, así lo contó el cronista de
San Jerónimo de Juárez don Luis Hernández Lluch: “El medio de
transporte era la arriería; venían cientos de recuas de Morelia, Oa-
xaca, Puebla y Cuernavaca. Traían mercancía del lugar de origen y
llevaban productos ultramarinos a diferentes partes de la república,
estas compañías progresaron mucho; en el tercer tercio del siglo xix
llegaron a controlar a las autoridades del estado y en los 30 años
del porfiriato las empresas gachupinas eran muy poderosas, estaban
bien organizadas y en la década de 1890 se fusionaron creando la
firma Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, quienes planearon
construir un complejo textil para evitar traer las telas de Europa y
ahorrarse los gastos de importación y de paso aprovechar la gran
cantidad de materia prima barata que existía en ese momento en las
dos costas de Guerrero”.
Mario Gil en su libro El Movimiento escuderista de Acapulco
describe como los españoles se fueron apoderando poco a poco de
todas las riquezas de la región y controlaban todas las actividades
productivas. Controlaban el poder político, acaparaban la produc-
ción agrícola, tenían las industrias, controlaban la comunicación,
el crédito, Bancos, seguros y telégrafos. Las mulas que cruzaban la
sierra eran controladas por sus agentes.
Esos consorcios extranjeros habían llegado a controlar en forma
absoluta la economía de ambas costas —la Costa Grande y Costa
Chica— donde se halla la riqueza de Guerrero. Al iniciarse la segun-
da década del siglo xx el dominio de los gachupines era completo,
como el que ejercían en todo el país al iniciarse la guerra de libera-
ción nacional en 1810.
562
Mil y una crónicas de Atoyac

Rogelio Vizcaíno y Paco Ignacio Taibo II relatan en su texto


Socialismo en un solo puerto: “El control gachupín del puerto se vino
acompañado por un tipo de dominio aberrante que apelaba a la
violencia, el fraude, la intriga y el crimen”.
El principal punto de apoyo del monopolio, se encontraba en
el aislamiento del puerto. Desde Chilpancingo por tierra no había
carretera, se contaba con un peligroso y escabroso camino de herra-
dura que se recorría en una semana. Por mar la comunicación era
por medio de pailebotes que prestaban servicio permanente entre
Acapulco-Salina Cruz y Acapulco-Manzanillo.
Las tres firmas, dueñas de la mayor parte del transporte por recuas
de mulas, impidieron en incontables ocasiones la construcción de la
carretera México-Acapulco sobornando a los ingenieros y técnicos
que el gobierno federal comisionaba para realizar los estudios de las
posibilidades de realizarla. Los enviados se regresaban con talegas de
dinero informando que era imposible trazar una vía en esa serranía.
Los españoles eran dueños de una flotilla de barcos y en el co-
mercio aniquilaban cualquier competencia: “Las tres casas españolas
poseían una flotilla de pailebotes que hacían el servicio de cabotaje
entre Acapulco y Manzanillo, Col. hacia el norte, o hasta Salina
Cruz, Oax. por el sur, siendo ellos los armadores de esos buques,
ningún competidor comercial podía proveerse directamente de
mercancías. Poseían el servicio de carga y descarga desde los barcos
a la costa, pues no había muelles” comenta Mario Gil.
Con esa infraestructura ellos controlaban el movimiento de mer-
cancías y de los productos de la región. Cuando algunos comercian-
tes mexicanos se organizaron y compraron barcos para transportar
mercancías, los españoles compraron a los capitanes para inducirlos
a hacer naufragar los buques. Fue lo que ocurrió con El Progreso de
9 toneladas, y La Otilia, de 6 toneladas propiedad de los hermanos
Vidales, que bajo la excusa de alguna tormenta fueron encalladas.
También crearon un fondo para hacer quebrar a sus competidores
árabes. Por eso José Saad llegó a simpatizar con la lucha de Juan R.
Escudero.
563
Víctor Cardona Galindo

En Pie de la Cuesta las tres casas españolas poseían grandes al-


macenes y bodegas destinados a guardar las cosechas compradas a
un precio muy ventajoso que les permitía determinar el precio del
maíz, el frijol, la harina y la manteca. Habían adquirido grandes ex-
tensiones de tierra en las costas. Al inicio de la revolución en 1911,
la hacienda Los Arenales era propiedad y residencia de Baltazar Fer-
nández, descendiente directo del fundador de B. Fernández y Com-
pañía. Las firmas eran propietarias de las haciendas de San Luis,
Aguas Blancas, El Mirador y la Testadura y mantenían relaciones
cordiales con otros latifundistas españoles como los hermanos Gui-
llén, los hermanos Nebreda y Francisco Galeana.
En Atoyac de Álvarez había terratenientes y latifundistas que vi-
vían en la cabecera municipal y eran: Germán Gómez, Andrés Pino,
Octaviano Peralta, el coronel Alberto González, Gabino Pino Gon-
zález, Herman Ludwig y el guatemalteco Salvador Gálvez, quienes
ya contaban en sus extensiones con plantaciones de café en la sierra.
Pero en la Costa Grande los más voraces eran los hacendados
españoles, cualquier campesino que viviera en las haciendas y no
fuera del agrado de los propietarios o de los administradores era
obligado a salirse bajo cualquier pretexto. Sí les prestaban tierras a
los campesinos pero en los terrenos altos infértiles y en cantidades
mínimas, no más de tres hectáreas, mediante el pago de una renta.
Las cosechas se levantaban tan pronto ordenaban los administrado-
res para darle el pasto al ganado, aun cuando el maíz o frijol estuvie-
ra todavía secándose.
De acuerdo a lo recogido por Crescencio Otero Galeana en su
libro El movimiento agrario costeño y el líder Profr. Valente de la Cruz,
el aviso era intempestivo y cuando los campesinos estaban levantan-
do su producto, los caporales metían el ganado a pastar y se comían
los cultivos que casi siempre era las semillas básicas para la subsisten-
cia de las familias: maíz y frijol. Los campesinos no podían sembrar
árboles frutales de vida larga. Los esbirros de los hacendados sí tenían
ese privilegio, pero únicamente podían plantar una o dos palmeras
de coco, cuando mucho dos árboles de mango y algunas plantas de
564
Mil y una crónicas de Atoyac

plátano. Esa era la condescendencia por los servicios prestados, de


ésta manera muchos se volvían serviles a los hacendados que así for-
maban su pequeño ejército de guardias blancas y pistoleros.
Al campesino que criaba ganado, sólo se le permitía tener cinco
animales, porque aun las pasturas del campo libre también pertene-
cían a las haciendas. El campesino no tenía derecho a tomar para
sus vacas ni un solo manojo de pasto del que nacía en el campo libre
y quien desobedecía era expulsado, y si intentaba defenderse inme-
diatamente era aprehendido por las guardias blancas de la hacienda
y remitido a Tecpan la cabecera de distrito, donde residía el tirano
Prefecto Político y tenían su sede las autoridades judiciales que esta-
ban al servicio de los hacendados y latifundistas españoles.
“Cuando los españoles levantaron sus fábricas de hilados y teji-
dos —El Ticuí y Aguas Blancas— exigieron a los campesinos que se
sembrasen algodón el cual les compraban a precios arbitrarios. Para
aprovechar las cosechas de copra que adquirían a precios ridículos
construyeron una fábrica de jabón La Especial, cerca de Acapulco”,
asienta Mario Gil.
“Los campesinos eran además obligados a sembrar lo que con-
venía a las casas comerciales, forzando, como lo hicieron en la ha-
cienda El Arenal, a destruir la siembra de ajonjolí para sembrar al-
godón”, escribieron Vizcaíno y Taibo.
Las casas españolas además de tener en la nómina a los regido-
res del ayuntamiento, pagaban a la policía del puerto de Acapulco
que era un cuerpo de guardias blancas a su servicio, por eso no se
descarta que los gendarmes hayan asesinado al dueño de la fábrica
de hilados y tejidos La Perseverancia, Rafael Bello por órdenes de la
colonia española a principios del porfiriato. El 11 de mayo de 1876
falleció en Acapulco el señor Rafael Bello, propietario de la fábrica
de mantas La Perseverancia de Atoyac. “Bello nació en Tixtla y fue
presidente municipal de Acapulco. Fue asesinado por la policía de
Acapulco”, informaba El Fénix en su edición 31 publicada el 17
de junio de 1876, la sociedad se indignó por el asesinato porque
se dijo que fue una celada preparada con antelación; un grupo de
565
Víctor Cardona Galindo

ciudadanos de Atoyac pidieron al juez de primera instancia, el 20


de mayo de 1876, castigo para los policías que lo asesinaron, por-
que era benefactor de esta municipalidad. La carta fue enviada por
Rómulo Mesino.
En el mismo periódico El Fénix, 31, en la página 4, donde se
habla de los movimientos de pasajeros del puerto se asienta que salió
el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot nacional
Mexicano el ciudadano español D. Alzuyeta.
Para los que se oponían a los españoles estaba la famosa leva, los
rebeldes eran aprehendidos para ponerles el uniforme militar. En los
años 20 del siglo antepasado muchos que huían de la mala justicia,
buscaban protección en la sierra; algunos construyeron jacales cerca
de otras cuadrillas y sembraban maíz, frijol y pequeños cañales, para
allá, en la serranía, no era fácil que fueran los rurales, los pistoleros
de los dueños y caciques políticos.
Otero Galeana escribe que los hacendados españoles y sus ad-
ministradores, eran dueños de vidas, honras e intereses. Eran into-
cables y manejaban a las autoridades a su antojo porque las tenían
compradas o ellos las ponían directamente. El campesino sólo tenía
a su favor el aire que respiraba, el sol que lo alumbraba, el agua que
tomaba y la leña seca que en esos tiempos había en abundancia en
esta región. Se pagaba renta por las siembras de maíz, ajonjolí, arroz,
tabaco, frijol y otros muchos cultivos. Los labriegos vivían pobres
vistiendo huaraches de tres agujeros, calzón y cotón de tosca manta
y sombreros de palma. Y para acabarla de amolar a principios de los
veinte se vivieron algunos años de sequía y se perdieron las cosechas
por falta de lluvias. Los españoles acaparaban el grano y lo guarda-
ban en sus bodegas de Acapulco y Tecpan. Se vino la hambruna y
mucha gente murió por falta de alimentos. Por eso fue a principios
de los años veinte cuando se organizaron los primeros grupos soli-
citantes de tierras y los comités agrarios. Los hacendados y terrate-
nientes respondieron con la persecución y el asesinato.

566
Mil y una crónicas de Atoyac

II
Aunque ya había pasado la revolución en nada había modificado la
vida de las familias costeñas. Desde los tiempos del porfiriato —dice
Crescencio Otero Galeana— los ciudadanos, como en otros lugares
del país, pagaban también la contribución personal que para enton-
ces era de veinticinco centavos mensuales para hombres y jóvenes y
aquél que no podía pagar por su miseria, entonces era apresado y lle-
vado a la cabecera distrital, o se echaba a huir por los montes como
un coyote, viviendo a salto de mata, para no caer en manos de los
temibles rurales, quienes constantemente los llevaban en “cuerdas” a
desempeñar trabajos forzados a lugares inhóspitos y mortales como
el Valle Nacional o a pelear contra los indios yaquis de Sonora.
Un hecho digno de contar pasó en los “Sanluises” municipio de
Tecpan. Por asesoría de Valente de la Cruz el pueblo había comen-
zado a tejer sombreros de soyate. Los españoles mandaron a quemar
los palmares de soyate y como retoñaron contrataron peones para
trozarlos definitivamente y así evitar que los pobladores buscaran
nuevas formas de vivir. En ese contexto se dio el movimiento agrario
primero y después el vidalismo.
Amadeo Sebastián Vidales Mederos fue hijo del matrimonio de
Valeriano Vidales León originario de Puebla y de Otilia Mederos
Bernal de Tecpan, nació el año de 1883 en la ciudad de Galeana, fue
el segundo hijo. De la pareja nacieron también: Eduardo Melitón,
Esther, Humberto, Matías, Josefina y Baldomero.
Ramón Sierra López escribe la biografía de Amadeo en su li-
bro Tecpan, historia de un pueblo heroico y dice que estudió en la
primaria Hermenegildo Galeana y por 1909 la familia se mudó a
vivir al puerto de Acapulco, donde se constituyeron en una organi-
zación con el nombre de Hermanos Vidales, para poder enfrentarse
al comercio de los españoles. Se dedicaban a la venta de telas, co-
mestibles, compra venta de semillas y productos vegetales; a armar
embarcaciones para transportar carga propia y ajena. Armaron dos
embarcaciones: el remolcador María y el mercante Otilia.
567
Víctor Cardona Galindo

Los Vidales eran los únicos comerciantes locales que les hacían
competencia a los acaparadores españoles. “La fama de los herma-
nos Vidales, por justos y honrados, alcanzó límites enormes, siendo
los más peligrosos rivales de los españoles; eso motivó que los hos-
tilizaran constantemente. Sus embarcaciones fueron encalladas, los
agentes iberos ponían en juego todas sus artimañas existentes para
que los productos de las costas no se les vendieran”, escribe Ramón
Sierra, quien agrega que Amadeo ingresó al Partido Obrero de Aca-
pulco fundado por Juan R. Escudero, quien se convirtió en el asesor
de los hermanos Vidales.
Amadeo medía un metro con sesenta y cinco centímetros de
estatura, tenía el pelo encrespado, de complexión robusta, bigotes
grandes y recortados, ojos verdes, frente ancha, tez clara, nariz me-
dio afilada y boca grande. En la lucha agrarista alcanzó el grado de
general brigadier y su hermano Baldomero el grado de coronel.
En 1920 tenía un billar en la plaza principal de San Jerónimo el
Grande municipio de Atoyac. En 1921 residía en su natal Tecpan.
Se dedicaba al comercio y simpatizaba con la lucha agrarista que
había emprendido el profesor Valente de la Cruz.
En las elecciones de diciembre de 1922, cuando Juan R. Es-
cudero ganaba por segunda ocasión la alcaldía de Acapulco tam-
bién triunfaban: Amadeo Vidales por el Partido Obrero de Tecpan y
Andrés Galeana Claudeville en Atoyac, quien posteriormente sería
destituido por la pandilla de Rosalío Radilla Salas.
Amadeo Vidales fungió como presidente municipal hasta el 12
de marzo de 1923. Siendo alcalde con licencia fue aprehendido el
19 de ese mismo mes y año por órdenes del general Rómulo Figue-
roa, jefe de operaciones militares del estado de Guerrero y encarce-
lado en la casa de la hacienda de San Luis la Loma.
En esos días el luchador agrarista y líder del Partido Obrero de
Tecpan Valente de la Cruz Alamar, asediado por militares y guar-
dias blancas se vio en la necesidad de armarse para defender su vida
y acompañado de sus correligionarios se refugió en la sierra. Dice
Otero: “Sabedor el maestro que su compañero Amadeo S. Vidales se
568
Mil y una crónicas de Atoyac

encontraba detenido por las tropas federales de San Luis de la Loma


se dirigió a dicho lugar, el 20 de marzo, pues Vidales, hasta el día
12 de marzo había fungido como presidente municipal de Tecpan
de Galeana, se encontraba con licencia de la comuna municipal por
haber pedido permiso para ir a comprar ajonjolí a San Luis San Pe-
dro y pueblos anexos, donde estaba pagando mejores precios que los
compradores que tenían por su cuenta en esos lugares los españoles
de Acapulco, dueños de la hacienda. Ese fue el motivo por lo que
los caciques extranjeros los calumniaron, porque ellos no consentían
que ninguna persona les hiciera la competencia de compra-venta en
sus propios feudos, y como eran elementos poderosos e influyentes
con la zona militar, buscaron el pretexto que estaba en connivencia
con la rebelión de Valente de la Cruz, que acababa de resultar en Te-
cpan, por ser compañeros de la misma ideología agrarista, logrando
así su aprehensión y siendo detenido por el cuartel de federales que
radicaba en la casa de la hacienda de San Luis de la Loma”.
Valente de la Cruz preocupado por la prisión de su compañero
tomó una decisión muy arriesgada y comenzó a presionar con ame-
nazas de ataque al cuartel de federales de San Luis de la Loma, bus-
caba de esa forma poner en libertad a su correligionario Vidales. Por
eso estacionó su pequeño grupo armado en las inmediaciones de la
hacienda. Pero Ángela Cortés esposa de Vidales salió a su encuentro y
le suplicó no atacara el cuartel porque a los primeros disparos sería fu-
silado su esposo. Por eso Valente desistió del ataque. Más tarde Ama-
deo salió libre e intercambió correspondencia con Álvaro Obregón y
al estallar la rebelión delahuertista quedó al frente de los batallones
rojos de la Costa Grande junto con su hermano Baldomero.
En ese tiempo estaban matando a todos los líderes de los comi-
tés campesinos, por eso en Los Valles cuidaban a Margarito Lugardo
el presidente de los solicitantes de tierra. Ya mucho antes don Zaca-
rías Martínez se había radicalizado y con pedazos de cartón y carbón
ponía letreros: “el que cobre renta lo mato y al que pague renta lo
mato”. Octaviano Peralta era el dueño de las tierras donde se esta-
bleció el pueblo y muchos años después se formaría el ejido de Los
569
Víctor Cardona Galindo

Valles. Por eso tenían que cuidar con rifle en mano al que firmaba
los documentos y llevaron a Margarito Lugardo a vivir a un paraje
donde le ponían guardias armadas. Un indito José Morales Cortés
al que llamaban el Acateco llevaba los papeles de la propaganda agra-
rista en las suelas de sus huaraches o metía los documentos en un
puro que venía masticando por todo el camino mientras jalaba sus
mulas cargadas de mercancía, para burlar la vigilancia de los rurales
y de las guardias blancas de los terratenientes. Así se carteaban los
agraristas de la sierra y muchos hombres que con todo y familia se
escondían en la espesura de la selva de la “mala justicia” que asolaba
estas tierras en esos tiempos.
Vicente Dionicio y sus hijos fueron peones de Octaviano Pe-
ralta, el terrateniente al que pertenecían las tierras de Los Valles.
Uno de ellos Luciano Dionicio Reyes anduvo en la revolución ma-
derista, fue maestro de música y perteneció a la banda que traía el
batallón del general Silvestre Mariscal. De regreso de la “bola” vivió
primero en La Frondosa y luego se fue a Los Valles. A principios de
los años veinte, muy en secreto Luciano Dionicio Reyes mantenía
comunicación con Juan R. Escudero, por medio del Acateco. Pero el
opositor acérrimo del terrateniente era Zacarías Martínez Vázquez
que usaba un cerrojo de caballería y una pistola 45 fajada. Zacarías
no sabía que Luciano se carteaba con los Escudero y le tenía des-
confianza. Un día la situación se tensó en el pueblo porque Zacarías
mandó llamar a Luciano. Todos los hermanos se quedaron en sus-
penso pensando que lo iba matar, pero al verlo lo abrazó porque se
había dado cuenta que tenía correspondencia con los Escudero. Así
se fue formando el núcleo agrarista de Los Valles, al que se sumó
Toribio Gómez Pino.
Cuando estalló ese movimiento en Atoyac las cosas estaban que
ardían, desde el 31 de marzo de 1923 fue depuesto el presidente
municipal Andrés Galeana Claudeville y se quedó en su lugar el
principal enemigo del agrarismo Rosalío Radilla Salas, Chalío.
Ese mismo año el 29 de octubre, como a las 6 de la mañana, fue
asesinado el líder agrarista Manuel Téllez Castro. La policía urba-
570
Mil y una crónicas de Atoyac

na al mando del comandante Jesús Santiago, Churría, lo emboscó


cuando caminaba por la calle Nicolás Bravo cumpliendo órdenes
del alcalde y a raíz de eso su hermano Alberto Téllez se remontó a
la sierra y se dedicó a organizar a todos los solicitantes de tierra y
acaudilló la Revolución Agrarista que comenzó en Atoyac el 24 de
noviembre de 1923.
A Los Valles llegaron cartas que decían que en Los Pozos esta-
ba Alberto Téllez escondiéndose de los terratenientes, después de la
muerte de su hermano y les pedía ayuda. Un día sorpresivamente
llegó Feliciano Radilla que traía noticias de Valente de la Cruz y de
Juan R. Escudero donde les pedía a los agraristas que apoyaran al
general Álvaro Obregón quien se comprometía a formar los ejidos.
De acuerdo con los datos que proporciona Crescencio Otero
Galeana en su libro El movimiento agrario costeño y el líder agrarista
profesor Valente de la Cruz, Zacarías Martínez, Vicente Dionicio y
Adrián Vargas dirigentes agraristas de Los Valles, junto con otros
hombres vinieron al punto denominado Los Pozos donde se encon-
traba oculto Alberto Téllez. Ahí llegaron también los líderes Juan
Mata Severiano, Juan, Aurelio y Sabino Martínez. Al reunirse con
Alberto acordaron subir nuevamente a los pueblos de la sierra ca-
fetalera para reclutar al mayor número de simpatizantes agraristas.
Fueron a San Vicente de Benítez y de ahí se dirigieron de nuevo a
Los Valles donde ya los esperaban Toribio Gómez Pino y Timoteo
Fierro con sus compañeros. Fue en Los Valles donde comenzó la
incursión a los pueblos de la Costa Grande, trayendo ya como cien
hombres mal armados. El contingente llegó a Las Clavellinas, una
pequeña cuadrilla de cinco casas donde vivía la familia Radilla, ese
fue el punto de reunión donde se habían citado con los demás líde-
res agraristas.
En un principio los dirigentes agraristas de la sierra de Atoyac
eran: Adrián y Arnulfo Vargas, Lucio y Zacarías Martínez, Vicen-
te Dionicio y Toribio Gómez todos vivían en Los Valles y muchos
campesinos de esa población vinieron a combatir contra el reaccio-
nario Rosalío Radilla que representaba los intereses de los españoles.
571
Víctor Cardona Galindo

Dice Otero Galeana que en este movimiento armado participa-


ron muchos jefes y líderes agrarios como: Pilar Hernández, Vicente
Dionicio, Prisciliano García, Francisco Pino, el Tejón de la Cinta
Baya; Ignacio Valente, Arnulfo Vargas y Feliciano Radilla, quienes
se internaron en los montes del municipio buscando elementos para
sumarlos a su causa.
Mientras lo anterior ocurría en la Costa Grande; el primero de
diciembre de 1923 se sublevó en Iguala, el general Rómulo Figueroa
en contra del gobernador Rodolfo Neri; con él se levantó toda la
guarnición militar del puerto de Acapulco y de las costas que servían
a la colonia española.
Ya en la montaña los agraristas fueron informados del estalla-
miento de la rebelión encabezada por don Adolfo de la Huerta con-
tra el gobierno de Obregón y ellos se sumaron a la causa obregonis-
ta. Un grupo de hombres bien armados encabezados por Feliciano
Radilla se dirigieron al puerto de Acapulco para poner a salvo al
líder del Partido Obrero Acapulqueño, Juan R. Escudero y a sus
hermanos Francisco y Felipe quienes corrían el riesgo de ser ase-
sinados por el coronel Crispín Sámano y el mayor Juan S. Flores
que comandaban las fuerzas federales en el puerto ya declarados
delahuertistas. No lograron sacarlos por que la madre doña Irene
Reguera se opuso y amenazó que si sus hijos daban un paso fuera de
Acapulco ella se arrojaría a un pozo de agua.
En las Clavellinas después de que regresó la comisión de Aca-
pulco planearon el primer golpe al ayuntamiento de Atoyac. El sá-
bado 19 de diciembre de 1923 se hizo un asalto rápido a la policía
urbana de Rosalío Radilla que no tuvo tiempo de defenderse y en-
tregó sus armas sin que hubiera un solo disparo. Pero los hermanos
Juan, Francisco y Felipe Escudero, después de estar prisioneros en
el Fuerte de San Diego, el 21 de diciembre fueron asesinados por el
flamante presidente municipal de Atoyac, Rosalío Radilla, Chalío y
sus pistoleros. Así la bandera de los Escudero quedó en manos de
los Vidales.

572
Mil y una crónicas de Atoyac

III
Una vez fundado el Partido Obrero de Acapulco, poa, los campesi-
nos se enteraban de los acontecimientos por el periódico Regenera-
ción. Dice José Carmen Tapia Gómez en su libro Feliciano Radilla
Ruíz. Un líder natural costeño: “Escudero había iniciado una fuerte
campaña contra Emilio Miaja, entonces administrador de la fábrica
de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí… contra el mal trato que
se daba a los obreros. El citado jefe de la B. Fernández y Cía. no
dejaba a la gente del pueblo tomar agua del canal puesto que dicho
líquido alimentaba a la fábrica”.
Juan R. Escudero era estimado en la costa pues en más de una
ocasión había recorrido a caballo sus ciudades. “Escudero está pre-
sente en Atoyac y Tecpan en junio de 1920”, apunta Tapia. Fue
ese año cuando se fundó el primer Comité Agrario encabezado por
Justino Parra, Felipe Manzanares y Lorenzo Cabrera.
Coincidentemente esos años también llegó a radicar a Atoyac
Francisco Escudero, quien instaló una tienda de abarrotes en el cen-
tro de la ciudad y contrajo matrimonio con Trinidad Hernández
Rosas, familiar de Pilar Hernández de Corral Falso quien hizo una
gran amistad con Paco Escudero. Don Pilarcito sería más tarde uno
de los más connotados dirigentes del agrarismo regional.
La tienda de abarrotes permitía a Francisco Escudero —según
José Carmen— permanecer en la localidad para seguir dirigiendo
el trabajo político organizativo. Traía de Acapulco y distribuía entre
los campesinos el periódico Regeneración. Esto se sumaba al activis-
mo político que mantenía en Tecpan el maestro Valente de la Cruz
Alamar quien cada vez les abría los ojos a más campesinos que pe-
dían el reparto de tierras.
Los Escudero establecieron relaciones con don Pilar Hernández
de Corral Falso, también con el ex zapatista Manuel R. Radilla y con
su sobrino Feliciano Radilla Ruiz de Boca de Arroyo. En la cabecera
municipal de Atoyac se mantenían en contacto con Manuel Téllez
Castro y David Flores Reynada. Algunos arrieros llevaban cartas y
573
Víctor Cardona Galindo

el periódico Regeneración a la sierra donde muchos campesinos se


escondían de la mala justicia. En ese contexto el 17 de agosto de
1922 se fundó el Comité Ejecutivo Agrario que encabezó Manuel
Téllez Castro y David Flores Reynada. Ese día con la presencia de
los líderes agraristas de la sierra cafetalera se fundó la Liga de Cam-
pesinos de Atoyac.
Comenta Tapia Gómez que Manuel Téllez era: “Incorruptible,
conocía ampliamente el programa del poa y estaba pendiente del
avance del Partido Obrero de Tecpan fundado por Valente de la
Cruz”. Por eso la muerte de Manuel Téllez prendió la mecha, pues el
24 de noviembre de 1923, Alberto Téllez inició la revolución agra-
rista en la Costa Grande.
Y al comenzar la ofensiva en contra de los terratenientes, el 10
de diciembre estaba Feliciano Radilla en Acapulco con sus 25 com-
pañeros bien escogidos buscando poner a salvo a los hermanos Es-
cudero. Mientras los hermanos Amadeo y Baldomero Vidales espe-
raban en Pie de la Cuesta para cubrir la retirada. Sin embargo nada
se pudo hacer y resultó el saldo lamentable del asesinato cobarde de
los líderes.
Ya en plena rebeldía la madrugada del 19 de diciembre los agra-
ristas desarmaron a los policías de Rosalío Radilla y se fueron rumbo
a Mexcaltepec, pero al sumársele en ese población Lucio Martínez
con un grupo de campesinos armados, ese mismo día atacaron a las
guardias blancas que los españoles de Acapulco tenían en la fábrica
de hilados y tejidos del Ticuí. Al llegar al canal, a las 10 de la ma-
ñana, los agraristas fueron recibidos a tiros desde las azoteas de la
fábrica. Contestaron el fuego e impusieron un sitio, incendiaron las
puertas para poder entrar y así tomaron el edificio de esa industria.
Fue un combate que duró hasta las primeras horas de la tarde por-
que los hombres que la estaban custodiando encabezados por Juan
Juárez y sus hijos estaban bien armados y no daban tregua.
Los revolucionarios tomaron prisionero al español Emilio Miaja
que andaba fuera de la fábrica y dentro del edificio murieron Ma-
riano Mesino y Benito Gómez; al primero lo asesinaron sus pro-
574
Mil y una crónicas de Atoyac

pios compañeros, cuando pretendía abrirles la puerta a los agraristas


atacantes y al segundo lo asesinó la gente armada, cansada de los
desmanes sufridos, al encontrarlo refugiado en los telares; el resto de
los defensores de la fábrica se salió por las turbinas. En la orilla del
río por el lado del Ticuí murió el español Federico Hormachea. El
Tejón de la Cinta Baya le tiró desde lejos con su 30-30 y ahí quedó
muerto el explotador español.
Después de este combate los agraristas se fueron rumbo a la
sierra y los jefes se reunieron en Mexcaltepec, donde se enteraron
del asesinato de sus líderes los hermanos Escudero y para vengarse
decidieron atacar nuevamente la ciudad de Atoyac, donde se refu-
giaba el verdugo Rosalío Radilla, Chalío. Salieron el 22 de la sierra
por la noche y llegaron a Atoyac a las cinco de la mañana del 23 de
diciembre de 1923, un grupo aproximado de cien hombres; de los
cuales veinte venían con machetes. Otero Galeana escribió en El
movimiento agrario costeño y el líder Profr. Valente de la Cruz, que
el ataque se desarrolló con toda rudeza, con valor y coraje. En la
avanzada que tenían los delahuertistas en el corredor exterior de la
casa de doña Antonia Ayerdi, frente al atrio de la Iglesia, murió Ju-
lián Vega peleando a favor de Chalío Radilla y por el Arroyo Ancho
donde atacó Feliciano Radilla en compañía de Prisciliano García,
Apolonio Pino y de otros jefes agraristas, fallecieron dos soldados
federales.
Se encontraba como jefe de la plaza de Atoyac, un teniente fede-
ral apodado el Tingüiliche, con 35 soldados a sus órdenes y Rosalío
Radilla tenía también a su mando treinta de los llamados “Volun-
tarios”, pero eran guardias blancas pagadas por las casas españolas
del puerto de Acapulco y más doce agentes de la policía municipal.
Todos estaban bien armados y con buena dotación de cartuchos; en
cuanto al armamento la gente de Chalío tenía mucha ventaja.
Los agraristas entraron por el norte de la ciudad distribuyéndose
por las calles: Centenario (hoy Juan Álvarez) y Juan Álvarez (hoy
Agustín Ramírez). En pocos momentos el fuego se extendió por el
oriente, sur y poniente. En el Arroyo Ancho estaba más enconada la
575
Víctor Cardona Galindo

pelea porque estaban atacando hombres con experiencia como Fe-


liciano Radilla y Francisco Pino el Tejón de la Cinta Baya. Los agra-
ristas al dar la ofensiva rebuznaban como burros para burlarse de
sus enemigos. La pelea duró todo el 23, pero ya por la tarde, el jefe
de la tropa federal sintiéndose perdido pidió apoyo a San Jerónimo
El Grande. Llegó en su auxilio el capitán Pedro S. de los Monteros
con cuarenta federales, pero no pudo entrar a la población por el
lado sur, por la fuerte defensa de los agraristas. Monteros ya iba en
retirada cuando se encontró con: Blas Hernández, Asunción y Juan
Radilla Hernández que venían del Humo, a dar refuerzo a su tío
Rosalío. Monteros ya había tenido dos bajas y su caballo también
había muerto. Monteros se regresó, con los Radilla y Blas Hernán-
dez organizó un ataque por la retaguardia.
Por el lado del panteón, acompañado de un grupo de militares,
atacó Blas Hernández y los demás federales encabezados por Asun-
ción y Juan Radilla entraron por el cerrito donde está el Centro
de Salud. Con esta inesperada ofensiva desalojaron a los agraristas,
quienes se fueron rumbo a la sierra.
El saldo fue el deceso del guardia blanca Julián Vega, dos fede-
rales muertos y el caballo del capitán de los Monteros. Los soldados
federales hirieron y apresaron al agrarista Prisciliano García, quien
luego fue liberado. Los campesinos atacantes se llevaron heridos a
Arnulfo Vargas, Luis Castro, Gabino Juárez, Cesáreo Reyes e Isidro
García, quienes fueron auxiliados por Eligio Laurel en San Vicente
de Jesús.
Fue en esa retirada cuando los agraristas decidieron invitar al co-
ronel retirado Silvestre Castro García para que se uniera a la causa.
Para eso fueron comisionados Feliciano Radilla, Pilar Hernández y
Eligio Laurel. El Cirgüelo vivía en el poblado de Cacalutla y había
servido con eficacia en el bando del general Silvestre Mariscal. Tenía
fama de ser un gran estratega para la guerra, y a los agraristas les
faltaba un jefe experto que dirigiera con acierto las campañas que ya
se estaban dando y las que vendrían toda vez que el ejército federal
estaba ya en franca rebelión contra el gobierno constituido y estaba
576
Mil y una crónicas de Atoyac

coludido con los caciques, terratenientes de la región y las casas es-


pañolas de Acapulco.
Por eso esa misma noche del 23 de diciembre de 1923, la comi-
sión salió rumbo a Cacalutla y un grupo se fue nuevamente a la Sie-
rra de Atoyac, para seguir orientando a los campesinos y reclutando
más partidarios para la lucha agraria armada. Silvestre Castro al in-
dultarse ante el general Maycotte en 1918, se entregó por completo
a las labores del campo en Cacalutla, donde vivió una vida pacífica
hasta que el movimiento agrarista le fue a solicitar sus servicios.
Fueron Feliciano Radilla y don Pilar Hernández quienes con-
vencieron al Cirgüelo de sumarse a los agraristas quien —de acuerdo
a lo escrito por Tapia Gómez— exigió en Cacalutla lealtad y disci-
plina. Ya los españoles de Acapulco le habían enviado emisarios con
dinero para sumarlo a la causa delahuertista, pero tal vez la presencia
de los Figueroa en ese bando hizo que se fuera con el contrario. Vio
la oportunidad de ajustarles cuentas a ese clan que lo había combati-
do en 1918 y que intrigaba permanentemente en su contra. Muestra
dello es que en junio de 1922 Silvestre Castro fue arrestado por
órdenes de Rómulo Figueroa que lo acusaba de estar implicado en
una rebelión que estaba promoviendo el general Salvador González,
pero luego recuperó su libertad cuando se demostró su inocencia.
El contingente encabezado por Silvestre Castro salió de Caca-
lutla el 29 de diciembre por la playa hacia Coyuca de Benítez, en el
camino se le sumaron don Rosendo Cárdenas, Amadeo y Baldome-
ro Vidales con 40 hombres. Los obregonistas-agraristas atacaron la
plaza de Coyuca el 30 de diciembre de 1923 que fue defendida por
un grupo de federales al mando del teniente Ocampo, apoyado por
guardias blancas comandadas por Ramón Gómez.
Luego el primero de enero de 1924, en el pueblo de San Ni-
colás, municipio de Coyuca de Benítez, en el domicilio del señor
Mateo Marín se llevó a cabo una concurrida reunión, en la cual le
dieron el mando de las fuerzas obregonistas en el estado de Guerrero
al coronel Silvestre Castro García, el Cirgüelo. Ahí se levantó un acta
que también firmó Amadeo Vidales Mederos.
577
Víctor Cardona Galindo

Por ahí apareció el gobernador Rodolfo Neri, quien venía segui-


do por más o menos ochenta hombres, la mayoría eran funciona-
rios y empleados del gobierno del estado. Huyendo de las tropas de
Figueroa, Neri se internó en la sierra para unirse al coronel Silves-
tre Castro, el Cirgüelo y así encabezar la lucha a favor de gobierno
central. El primer mandatario de la entidad después de nombrar
general a Silvestre Castro fue protegido unos días por los agraristas
en Cacalutla, mientras se planeaban nuevas acciones.
El 18 de enero de 1924, los agraristas estaban en Boca de Arro-
yo, con intenciones de atacar la ciudad de Tecpan, cuando apareció
Ernesto Radilla Serna con cartas del profesor Valente de la Cruz
para Silvestre Castro. Una vez enterados de las noticias del profesor
tecpaneco, un correo salió rumbo a la sierra de Atoyac con cartas
para Zacarías y Lucio Martínez, en las que se les informaba de la lle-
gada del profesor De la Cruz, que venia de la Ciudad de México con
parque y armamento y les pedía que lo fueran a encontrar por Zi-
huatanejo lo más pronto que les fuera posible para evitar un ataque
sorpresivo del enemigo y el despojo de los pertrechos. Los Martínez
comenzaron a organizar el contingente de los pueblos de la sierra.
Para desorientar a las tropas federales destacamentadas en Ato-
yac de Álvarez, al mando del teniente Tingüiliche y a las de San Je-
rónimo. El Cirgüelo les mandó pedir las plazas el día 19 y ordenó al
coronel De la Cruz, que hiciera detonar una bomba de fabricación
casera en el sur de la ciudad de Atoyac para que los federales al oír el
estallido pensaran que era una señal de ataque de parte de los agra-
ristas de quienes ya esperaban el asalto. Pero al mismo tiempo que
detonaban la bomba Castro movía su gente hacia Tecpan.

IV
En los años veinte del siglo pasado la ciudad de Petatlán tenía cuando
mucho unos tres mil habitantes. Contaba con una gran plaza de la
que partían cuatro calles formadas por chozas, casas de adobe y alguna
que otra de ladrillo. El río era caudaloso y limpio. En ese escenario, y
578
Mil y una crónicas de Atoyac

en los alrededores del santuario de Padre Jesús se dio el más sanguina-


rio combate del que se tenga memoria en la Costa Grande.
El 20 de enero de 1924, como a las siete de la mañana, los agra-
ristas-obregonistas llegaron al panteón municipal de Tecpan. Sona-
ron los cuernos como muestra de que las autoridades de los pueblos
venían en el contingente. Al oírse el toque del clarín y el ulular
de los cuernos, los militares de la plaza corrieron para acuartelarse
y esperar el ataque, pero este escándalo era sólo una estrategia de
Silvestre Castro para que se encerraran en su cuartel y les dejaran el
paso libre hacia Petatlán.
Narra Crescencio Otero Galeana que al avanzar la tropa del Cir-
güelo, los campesinos salían por todos lados armados con machetes,
portando una que otra pistola vieja, o uno que otro 30-30 amarrado
con mecates o alambre para sostener sus piezas. Algunas armas bue-
nas las tenía guardadas desde 1911, cuando el pueblo se levantó en
apoyo a Madero y quienes pudieron se las llevaron en esta ocasión.
Había muchos que no llevaban nada, ni siquiera un machete, a
esos agraristas se les denominó “soldados de uña”. Iban de reserva,
con la esperanza de que en la batalla al caer un combatiente pudie-
ran apoderarse de su arma y así poder pelear contra los enemigos del
agrarismo. Hubo hombres que al carecer de armas de fuego, lleva-
ban una honda y un morral llenos de piedras, pero iban decididos y
eran grandes sus ganas de luchar. Los agraristas llegaron a Petatlán
a las siete de la mañana del 23 de enero. Pero los federales ya los
seguían de cerca.
Cuando Silvestre Castro salió de Boca de Arroyo, los militares
de Atoyac y de San Jerónimo, quedaron en sus cuarteles desorien-
tados, pero al día siguiente al darse cuenta del movimiento del Cir-
güelo, el mayor Juan S. Flores salió en su persecución movilizando
a los federales de Atoyac, con los llamados “voluntarios” de Chalío
Radilla; quienes salieron a Tecpan por el rumbo de Santa María y
entraron a la ciudad como a las cinco de la mañana.
Por el lado sur de Tecpan, y a la misma hora, llegó también el
destacamento de federales de San Jerónimo de Juárez, apoyados por
579
Víctor Cardona Galindo

los guardias blancas. La tropa delahuertista pasó todo el día abas-


teciéndose y salieron el mismo día 21, rumbo a San Luis la Loma.
Al llegar a Petatlán los agraristas recibieron de manos de Valente
de la Cruz el armamento y el parque enviado por Álvaro Obregón
y esperaron el arribo de sus enemigos. Por eso las primeras luces
del 23 de enero de 1924, alumbraron el comienzo de uno de los
mayores combates que se han librado en esta Costa Grande de Gue-
rrero. La batalla comenzó alrededor de las nueve de la mañana en el
punto conocido como Los Timuches. Los delahuertistas se toparon
con la avanzada de los primeros veinticinco bravos agraristas que
fueron a contenerlos, mientras el resto de los campesinos armados
se posicionaban de los puntos estratégicos en el pueblo. Dice Otero
que el primer encuentro fue como a un kilómetro y medio antes de
llegar a Petatlán y la avanzada fue integrada con gente del Cirgüelo,
de Baylón y de la Sierra de Atoyac.
Después de pelear un momento la avanzada retrocedió y los de-
lahuertistas pudieron entrar a la ciudad de Petatlán. Es por el libro
El movimiento agrario costeño y el líder agrarista profesor Valente de la
Cruz de Otero Galeana que tenemos los pormenores del combate y
de esa obra tomamos los datos.
La calle Reforma, siguiendo de sur a norte por la orilla oriente del
panteón municipal, hasta llegar a la casa de Marcos Solís, la tomó a
su cargo el Cirgüelo, con gente de Cacalutla y de la Sierra de Atoyac.
El lado sur de la calle llamada Las Mindiolas fue defendido por el
teniente coronel Margarito Baylón y parte de la gente de la Sierra de
Atoyac. Comenzaron los gritos de desafío, rebuznos y relinchos, ante
el temerario avance de sus enemigos. A distancia se oía el ulular de
los cuernos que llamaban al combate. Luego no se escuchaban más
que mentadas de madres y el incesante sonar de los máuseres 7 milí-
metros, los 30-30 y ese inconfundible cerrojo belga conocido como
el cerrojo copetón que disparaba a dos tiempos y no fallaba un tiro.
La torre de la iglesia fue defendida por Valentín Fierro conocido
como el Gallo del Ticuí con unos agraristas de Nuxco y desde ese
punto dominante causaron estragos e hicieron muchas bajas a los
580
Mil y una crónicas de Atoyac

delahuertistas, principalmente a los soldados federales que se ex-


ponían más, porque iban uniformados y eran blanco fácil de los
legendarios tiradores sierreños.
A Juan Mata Severiano le tocó defender una trinchera por el
lado sur del pueblo, donde había un horcón que resistió tantos im-
pactos que sus astillas se incrustaron en los cuerpos medio desnudos,
sudorosos y sangrantes de los agraristas. Sentían la desesperación
por el sol, el hambre y la sed, sin poder abandonar su posición, por
sentirse responsables de su custodia. Se escuchaba la explosión de la
dinamita, el silbido siniestro de los proyectiles en esa fiera lucha por
obtener la victoria.
El agrarista Isabel Fierro, originario del Rincón de las Parotas de
la Sierra de Atoyac, padecía de estrabismo, pero eso no le impedía
que fuera un buen tirador. Por eso recibió órdenes de Baldomero
Vidales León, que de la posición dominante donde se encontraba,
disparara contra la caballada delahuertista que estaba como a cien
metros en una barda. Isabel Fierro con Raymundo Alamar Farías de
San Luis de la Loma mataron veintiséis caballos del enemigo, algu-
nos traían amarrados en las sillas cirios y velas, pues los delahuertis-
tas pensaban que después del triunfo, iban a velar a Padre Jesús de
Petatlán, que es muy milagroso, pero en esa ocasión Papá Chú, no
les hizo el prodigio. Tal vez porque los dos grupos eran sus devotos
y adoradores asiduos.
A los delahuertistas después de luchar varias horas se les desplo-
mó su resistencia. Estaban agotados y desilusionados por completo,
destrozados en sus tres frentes de combate; sur, oriente y norte, con
numerosas bajas. Por eso comenzaron a abandonar la ciudad por
donde habían llegado, buscando reunirse en las afueras de Petatlán.
Mientras los agraristas festejaban porque la sangre de los hermanos
Escudero vertida hacía exactamente un mes, había sido vengada por
el pueblo campesino que hizo justicia derrotando a los militares y
guardias blancas que los habían asesinado.
En ese combate perecieron 42 hombres. Los cuerpos fueron co-
locados frente a la casa de la autoridad y fueron velados esa noche
581
Víctor Cardona Galindo

del 23 de enero y día siguiente se les dio sepultura. A los ocho caídos
del bando agrarista se les sepultó dentro de ataúdes y los 34 muertos
delahuertistas, como ya no hubo cajas en el pueblo, se les enterró en
una fosa común.
Al recibir las cartas: Zacarías y Lucio Martínez, se reunieron con
muchos jefes agraristas y con sus compañeros y salieron rumbo a Te-
cpan, con objeto de sumarse a la columna del Cirgüelo, pero como
se demoraron en el camino de la sierra cuando llegaron a la costa
supieron que ya había pasado el combate de Petatlán.
Rosalío Radilla y su tropa huyeron a San Jerónimo el Grande,
de este lugar emprendieron la marcha a la sierra cafetalera pasando
por Atoyac, Los Llanos de Santiago, San Francisco del Tibor, El In-
fiernillo a salir a Tierra Colorada, rumbo a Chilpancingo donde se
fueron a sumar al general Rómulo Figueroa.
Por su parte el general Silvestre Castro, el Cirgüelo, después de
dar sepultura a los que cayeron en ese sangriento combate, salió de
Petatlán para Atoyac, donde hizo su entrada triunfal el primero de
febrero de 1924. Su ejército, tanto la caballería como la infantería,
venía en una ordenada columna de dos en fondo.
El general Castro marchaba en la descubierta acompañado del
Gobernador del Estado Rodolfo Neri y el general Valente de la
Cruz; le seguían Amadeo y Baldomero Vidales, Celerino Cortés,
Alberto Téllez, Jesús Pinzón, Mateo T. Ortiz, Pilar Hernández, Vi-
cente Dionicio Cabañas, Rafael Sánchez, Tránsito Rosas, Panuncio
Mendoza, Feliciano Radilla, Rafael Arteaga, Adrián Bello, Marcos
Navarrete, Matías y Florentino Mejía y otros jefes fondeados por la
bandera tricolor y la rojinegra.
Wilfrido Fierro comenta que la Marcha Dragona que tocaba
el clarín de órdenes hacía más emocionante el paso de la tropa. La
mayoría del pueblo atoyaquense se volcó a la calle Centenario (Juan
Álvarez) para recibir el contingente. El Cirgüelo fue aclamado y se
lanzaron muchas vivas y flores. Hasta que el desfile llegó al centro
de la ciudad, en donde hizo alto el personal como a las diez de la
mañana. Después de eso la tropa agrarista se acuarteló en lugares
582
Mil y una crónicas de Atoyac

estratégicos porque se hablaba de que los delahuertistas vendrían


por la revancha.
Estando en Atoyac, los principales jefes agraristas ordenaron
que toda la manta que había en la fábrica del Ticuí fuera repartida a
los campesinos combatientes, porque traían sus ropas sucias y des-
garradas después del combate de Petatlán y de la travesía por esos
inhóspitos lugares de la Costa Grande. Así uniformaron a la tropa
con manta y se prepararon para continuar.
Después de permanecer parte de la semana en este lugar el ge-
neral Castro emprendió una marcha rumbo a la capital del país. Al
pasar por Coyuca de Benítez sostuvieron un combate con las fuerza
delahuertistas y con un cuerpo de voluntarios al mando de Ramón
Gómez. Las hostilidades dieron principio a las once de la mañana
del día 7 de febrero de 1924, y terminaron en la madrugada del
día siguiente cuando el Cirgüelo se retiró para evitar ser copado por
algún refuerzo enemigo. Al amanecer, la plaza quedó evacuada por
ambos bandos. Hubo varios muertos entre unos y otros.
En ese combate fue herido Baldomero, por eso Amadeo Vidales
decidió que no podía continuar el viaje proyectado a la Ciudad de
México y se sumó a los jefes de la sierra de Atoyac: Zacarías Martí-
nez, Francisco Pino, Juan Mata Severiano, Feliciano Radilla, Alber-
to Téllez, Gabino Juárez y a los hermanos Adrián y Arnulfo Vargas,
que se quedaron a resguardar la plaza de Atoyac y con la comisión
de continuar hostigando a los rebeldes delahuertistas, que andaban
dispersos merodeando por algunos pueblos de la Costa Grande.
El general Castro siguió su camino por el rumbo de Tepetixtla,
pasando por los pueblos de Santa Bárbara, Xaliaca, Yetla, Aplasta,
Tlacotepec, Teloloapan y Zacualpan del Estado de México en don-
de fue sitiado y atacado por los generales Tomás Toscano, Crisóforo
Ocampo y el coronel Javier Chavarría. El sorpresivo ataque empezó
a las once y media de la noche de aquel 23 de febrero de 1924. El
Cirgüelo pidió telegráficamente refuerzos al general José Amarillas
que se encontraba en Toluca. Ante el fuerte empuje de los atacantes,
se vio obligado a jugarse el todo por el todo y ordenó a su gente
583
Víctor Cardona Galindo

romper el sitio en la madrugada, para ganar terreno al cruzar prime-


ro la Barranca de Manila, un paso muy peligroso y estratégico para
acabar con un batallón. Al llegar a Llano Largo, se encontraron con
el general Marcelo Caraveo, que venía en su ayuda y así continuaron
su camino hacia la capital mexicana.
Mientras tanto aprovechando la ausencia del Cirgüelo en la Cos-
ta Grande, el coronel Ambrosio Figueroa Mata, atacó en Atoyac a
las fuerzas obregonistas al mando de los hermanos Vidales, el 26 de
febrero de 1924. Los atacantes entraron por el poblado del Ticuí y
pasaron por los Tres Brazos donde los obregonistas salieron a su en-
cuentro y a las seis de la mañana comenzó el combate. A las prime-
ras descargas murió un capitán delahuertista de apellido López. Las
tropas de Figueroa se batieron en retirada buscando protección en la
ciudad de donde fueron desalojados a las seis de la tarde y huyeron
por El Ticuí. Los figueroístas se fueron a pernoctar a la loma que está
frente a Fábrica de Hilados y Tejidos. Al día siguiente los agraristas de
Atoyac les hicieron fuego desde El Calvario obligándolos a huir por
La Angostura. Luego por la playa rumbo al puerto de Acapulco.
A los pocos días de estar en la Ciudad de México, Silvestre Cas-
tro recibió la orden del ministro de Guerra general Francisco R.
Serrano, de salir a Villa Madero para encontrar a los generales: To-
mas Toscano, Crisóforo Ocampo y al coronel Javier Chavarría que
habían solicitado indulto, orden que cumplió de inmediato. Por
todas partes de la República empezaron a indultarse las fuerzas de-
lahuertistas y en el estado de Guerrero, el 17 de marzo de 1924, de-
pusieron las armas los generales Rómulo Figueroa y Crispín Sámano
ante el general Roberto Cruz y en seguida lo hicieron los coroneles
Ambrosio y Francisco Figueroa, ante el general Adrián Castrejón.

V
Amadeo Sebastián y su hermano Baldomero Vidales Mederos parti-
ciparon decididamente en el movimiento agrarista-obregonista. Fue
muy destacada su participación en el combate de Petatlán. Después
584
Mil y una crónicas de Atoyac

de expulsar a los delahuertistas de Atoyac, los Vidales se dirigieron


al puerto de Acapulco, mientras el Cirgüelo y Neri estaban en la Ciu-
dad de México solicitando recursos y municiones al general Álvaro
Obregón para seguir la campaña contra los subversivos.
Rosalío Radilla después de regresar de Chilpancingo se quedó
unos días en Acapulco. Cuando supo que Amadeo Vidales y su gen-
te costeña se acercaba para tomar la ciudad, el expresidente de Ato-
yac se puso de acuerdo con los españoles para defender el puerto.
“Lo que en realidad se pretendía, era proteger los intereses de los
españoles, ya que estaban asustados por las agitaciones que se levan-
taban en su contra”, dice Ramón Sierra.
En Acapulco ya se encontraban también los delahuertistas de
Tecpan encabezados por Ramón Solís, quienes estaban sumados a
las fuerzas irregulares que encabezaba Amador Estrada y apoyaban
las pretensiones de Rosalío Radilla.
Pero al debilitarse la resistencia Radilla Salas huyó en un barco
rumbo a San Francisco, California cuando los hermanos Amadeo y
Baldomero Vidales caminaban con sus tropas por Pie de la Cuesta y
en cualquier instante entrarían al puerto. Fue en ese momento cuan-
do el cónsul norteamericano Harry K. Pangburn llegó en un hidro-
plano a la laguna de Coyuca y al reunirse con el general Amadeo Vi-
dales le pidió garantías para los comerciantes españoles que se sentían
amenazados por la llegada de las tropas agraristas. Se corría el rumor
que los campesinos costeños pasarían a cuchillo a los hispanos y sus
familias para vengar la muerte de los hermanos Escudero. Vidales dio
todas las garantías al cónsul que eso no pasaría y que respetarían sus
bienes. Sin embargo, los comerciantes españoles no se sentían seguros
y buscaron otra solución. Vieron que en la bahía fondeaba un barco
de guerra norteamericano. “Los españoles aterrorizados, acudieron al
cónsul de Estados Unidos Harry M. Pangburn para solicitarle ayuda;
éste entrometido extranjero convenció al jefe militar de la plaza, Ama-
dor Estrada y prontamente pidió protección a M. Nelson del crucero
citado [Cincinnati], autorizándolo que desembarcara su tropa”, dice
Alejandro Martínez Carbajal en su libro Historia de Acapulco.
585
Víctor Cardona Galindo

Fue así como se dio una invasión norteamericana más a nuestro


país, al desembarcar parte de la tropa del Cincinnati el 13 de marzo
de 1924. El comandante del navío capitán Nelson y algunos infan-
tes de marina se instalaron en el edificio que ocupaba el consulado
de su país. “En las lanchas propiedad de los iberos, fueron embar-
cadas la mayoría de sus bienes y se fueron a colocar alrededor del
barco de Guerra”, agrega Martínez. Al día siguiente entró el general
Vidales al puerto y al darse cuenta de la presencia de los soldados
extranjeros exigió su retirada inmediata, de lo contrario quemaría
hasta el último cartucho que le quedaba en defensa de la patria. Pero
mientras se llevaban a cabo los arreglos diplomáticos, Vidales siguió
su campaña militar en contra de los sublevados.
Se sabía que una fuerza venía por la Costa Chica preparada para
atacar el puerto, por eso el 15 de marzo salió Amadeo Vidales a San
Marcos para contener el avance de los rebeldes. Regresó el 16 a la
ciudad de Acapulco cuando los marinos americanos regresaban a su
barco. Al día siguiente el 17 de marzo de 1924 se rindió Rómulo
Figueroa ante el general Roberto Cruz y luego lo harían los demás mi-
litares delahuertistas que andaban merodeando el estado de Guerrero.
Más tarde el gobernador del estado Rodolfo Neri certificó que
Amadeo Vidales y su hermano Baldomero, en unión con los miem-
bros de la mesa directiva de la Liga de Campesinos de Atoyac de
Álvarez fueron de los principales iniciadores y jefes del movimiento
armado en la Costa Grande, con el objeto de batir a la revolución de-
lahuertista. Que en el combate de Petatlán el 23 de enero y el 7 de fe-
brero en Coyuca estuvieron a la altura de su deber. Incluso les da todo
el crédito en su libro La rebelión delahuertista en el estado de Guerrero.
Después de pacificada la región, el 16 de abril de 1924 fueron li-
cenciadas en Acapulco las tropas que comandaba Amadeo Vidales y
su hermano Baldomero. Al comenzar la construcción de la carretera
México-Acapulco, el gobierno federal los comisionó para que con
sus soldados ayudaran en las obras de esta importante vía.
Alejandro Martínez Carbajal en su libro Historia de Acapulco
escribe: “Durante los años de 1924 a 1925 los obreros, ahora vida-
586
Mil y una crónicas de Atoyac

listas, prestaron sus servicios desinteresadamente. Amadeo fue de-


signado jefe del tramo de Guerrero y al mismo tiempo sería el que
vigilara los trabajos y pagara los haberes a la gente que estaba bajo su
cuidado… Por órdenes del presidente de la República, Álvaro Obre-
gón, los elementos del 195 regimiento de caballería comandado por
el general Amadeo S. Vidales, fue destacado en el camino carretero
Chilpancingo-Acapulco para proceder a su recompostura. El 14 de
octubre de 1924 la fuerza mencionada se encontraba en Dos Cami-
nos dedicada a la labor encomendada”.
Para cumplir con la tarea confiada por Álvaro Obregón, los her-
manos Vidales y los revolucionarios agraristas montaron su cuartel
general en la población de Xaltianguis. En ese tramo, entre el río
Papagayo y el puerto de Acapulco, los campesinos que siguieron a
los Vidales tuvieron trabajo como peones y oficiales de obra.
“La participación de Amadeo y Baldomero Vidales en esa obra
gigante, no se debió a la casualidad, porque no fueron hombres im-
provisados, sino que maduraron a través de los golpes recibidos, en-
riqueciéndose con sabias experiencias, para traducirse en guardianes
celosos de los destinos de su estado”, dice Martínez Carbajal.
Pero la inquietud de Amadeo Vidales era continuar con la labor
de Juan R. Escudero por eso el 21 de junio de 1925 fundó la Com-
pañía Unión de Ambas Costas del estado de Guerrero, sociedad
cooperativa agrícola de responsabilidad limitada, que funcionó un
tiempo en La Sabana, en beneficio de los campesinos. Tenía como
objetivo el cultivo de semillas y frutas propias de la región.
Pero los poderosos no los dejaban en paz. Varias veces fueron ba-
laceadas las instalaciones de la colonia agrícola y diversos líderes fue-
ron asesinados por las guardias blancas pagadas por los españoles, con
el fin de que los campesinos se fueran del lugar.
Es por eso que durante el año de 1926, la lucha contra los espa-
ñoles se recrudeció y los campesinos decidieron volver a las armas
para destruir al grupo de las guardias blancas de los españoles que
asolaban, desbastaban, asesinaban, robaban, saqueaban, violaban e
incendiaban pueblos enteros.
587
Víctor Cardona Galindo

En este contexto al ver que las cosas continuaban igual y que se-
guían hostigados permanentemente por los españoles de Acapulco,
Amadeo y Baldomero Vidales formaron el Movimiento Libertario
de Regeneración de la Economía Mexicana, cuyo programa social
fue el Plan del Veladero, proclamado el 6 de mayo de 1926, con el
que se inició un nuevo periodo de lucha cuyo principal escenario
fue el municipio de Atoyac.
El Plan del Veladero desconoció la cláusula décimo tercera del
Plan de Iguala de 1821, y pidió la expulsión de los españoles y la
confiscación de sus bienes. Firmaban dicho documento: el general
Amadeo Vidales, jefe del Movimiento Libertario; Baldomero Vida-
les, jefe de las Fuerzas Libertadoras; Roberto D. Fernández, jefe de
propaganda en el centro de la república; coronel Feliciano Radilla
Ruiz, jefe de propaganda en ambas costas de Guerrero; mayor Ma-
nuel Esteves, secretario; el general brigadier Pablo Cabañas Mace-
do; general Lucio Martínez; Miguel Luna; Florencio Guatemala;
coronel Pedro M. Cabañas; teniente coronel Pedro Medina; mayo-
res: Eligio Gutiérrez, Florentino S. Ramírez, Juan Vázquez, Marcos
Martínez, Baltasar Martínez, Hilario Camargo y Jesús R. Zamora;
capitanes primero: Loreto G. Gutiérrez, Jesús Tenorio, Cándido
Abarca, Epifanio Terrazas, Aurelio Martínez y Concepción F. Ra-
mírez; capitán segundo Heredia; tenientes: Abraham Alcaraz, Cirilo
G. Palacios y Palemón Gómez; subtenientes: Guadalupe Tenorio
y Ascensión Benítez. Y ubicaban como cuartel general del movi-
miento la localidad El Veladero, distrito de Tabares, municipio de
Acapulco, a los 6 días del mes de mayo de 1926.
La clausula 13 del Plan de Iguala expresaba: “Serán respetadas
las vidas y propiedades de los ciudadanos de ésta monarquía” y el
Plan del Veladero pedía la expulsión general de los españoles y la na-
cionalización de los bienes que manejaban. Tenía como única mira
destruir para siempre el poder de los hispanos, principalmente de
los explotadores de Acapulco.
Una vez proclamado el Plan del Veladero, el 7 de mayo de 1926
las fuerzas de los hermanos Amadeo y Baldomero Vidales atacaron
588
Mil y una crónicas de Atoyac

sorpresivamente el puerto de Acapulco, por el rumbo de la fábrica


de jabón La Especial a la que asaltaron y le quemaron sus bodegas.
Esa industria era propiedad de Sergio y Obdulio Fernández. Ese día
por poco capturan a Sergio Fernández gerente de la fábrica, se salvó
de milagro.
Queda claro que los rebeldes vidalistas se levantaron principal-
mente en contra de la colonia española del puerto de Acapulco que
acaparaba el comercio de ambas costas; los gritos de guerra, como
en 1810, volvieron a ser: “abajo los españoles” y “mueran los gachu-
pines”.
En esas fechas la guarnición militar del puerto estaba al mando
del general José Amarillas quien ordenó a Silvestre Castro saliera a
enfrentar a los asaltantes y se dio un combate que duró seis horas,
donde el Cirgüelo salió herido de una pierna. Carlos Ernesto Adame
en su Crónica de Acapulco, relata: “La sorpresa del ataque tomó des-
prevenidos a los federales al mando del coronel Lara; a la policía que
manejaba Juan Santiago y al mismo general Silvestre Castro, que
estaba comisionado en esta plaza… A la media noche, las fuerzas
del gobierno, se enfrentaron a los Vidales, que lograron llegar hasta
donde estaba el llamado Puente Alto, ahora calle Humboldt y Aqui-
les Serdán, donde fue herido el general Castro”.
Derrotados en su intento de tomar el puerto, los rebeldes se
fortificaron en el cerro de La Cruz y luego se fueron hacia La Sabana
hasta donde los alcanzó el coronel Ramírez Lara, dándose un fuerte
combate en el que Amadeo fue alcanzado por una bala en la pierna.
El general Amadeo Vidales con su ejército de pronunciados fue-
ron perseguidos por las fuerzas federales hasta la Costa Grande y
al verse acosados se refugiaron en la sierra de Atoyac. Fue así como
Amadeo Vidales llegó a Los Valles donde tenía muchos amigos,
como Toribio Gómez Pino, que lo habían acompañado en los com-
bates de Petatlán, Coyuca y Atoyac.
Toribio Gómez fue parte del estado mayor del general Amadeo
Vidales Mederos, con él muchos agraristas se sumaron a la lucha,
pues el Plan del Veladero pedía que se repartieran las tierras. Este
589
Víctor Cardona Galindo

movimiento fue conocido como La Pronuncia, así le llamaban los


campesinos. Cuando veían venir la tropa decían “ahí viene La Pro-
nuncia”. Y los revolucionarios eran “los pronunciados”.
Para los habitantes de Los Valles, con la llegada de Amadeo, las
cosas se pusieron muy complicadas.
Rosa Santiago Galindo había nacido el 30 de agosto de 1923
al norte de la comunidad, es hija de Fortino Galindo Gómez y de
Bernabé Santiago García, tenía tres años cuando inició La Pronun-
cia. A su padre lo persiguió el gobierno porque era guerrillero de
Vidales. En ese momento el que caía en manos de los federales era
fusilado sin miramientos. Por eso en 1926 Fortino trajo a sus cuatro
pequeños a la cabecera municipal para protegerlos y él se remontó
a la sierra con sus hijos mayores: Apolinar, Lorenzo y Agustín. Los
Galindo para protegerse se remontaron hasta Otatlán un poblado
del Filo Mayor.
El gobierno federal presidido por Plutarco Elías Calles, mandó
al ministro de guerra y marina, Joaquín Amaro al estado de Gue-
rrero para que sofocara el brote subversivo. El legendario general
llegó al puerto de Acapulco el 14 de mayo, de donde ordenó al
general Adrián Castrejón que fuera en persecución de los rebeldes
hasta Atoyac. Castrejón se internó en la sierra con elementos del
80 batallón, subió por Tepetixtla en compañía de la coronela Ame-
lia Robles. Hizo un recorrido por los pueblos de San Francisco del
Tibor, San Vicente de Jesús y de Benítez, Río Santiago, Llanos de
Santiago, San Andrés y el Rincón de Las Parotas. No encontró a La
Pronuncia.

VI
“La más temprana guerrilla posrevolucionaria la encabezan Alberto
Téllez y Feliciano Radilla, quienes se alzan en 1924 en Atoyac; en
1925, en Tecpan se remonta Valente de la Cruz y un año después
agarran el monte los hermanos Amadeo y Baldomero Vidales enca-
bezando a las huestes del Plan del Veladero, que desde 1926 hasta
590
Mil y una crónicas de Atoyac

1929 mantienen en ascuas a toda la Costa Grande”, dice Armando


Bartra en su libro Guerrero bronco.
Al principio de las hostilidades Amadeo Vidales tenía su campa-
mento en Los Valles, y cuando el gobierno federal mandó al general
Adrián Castrejón a perseguirlo, no quiso atacarlo ni hacer ninguna
resistencia porque ambos eran agraristas. Pero además Castrejón no
encontró a La Pronuncia porque pasó por Los Llanos y el Rincón de
las Parotas y no entró a Los Valles.
Por eso Castrejón llegó a la ciudad de Atoyac sin ninguna nove-
dad, acuarteló su tropa en la casa del extinto general Silvestre Maris-
cal. Permaneció tres días en esta localidad y luego regresó al puerto
de Acapulco e informó a la superioridad el resultado de su incursión
a la sierra. El ministro de guerra al enterarse de los hechos declaró
a los periódicos que no había campaña militar en el estado de Gue-
rrero.
Sin embargo el 11 de mayo de 1926 los vidalistas atacaron Zi-
huatanejo, siguió así esa lucha dura y sangrienta localizada en las
costas de Guerrero y que duró cerca de tres años. La gente abandonó
los pueblos por temor a los federales y se refugiaban en la tupida
selva de la sierra. “A los gallos los amarraban del pico; les ponían bo-
zales a perros y a los burros para que no emitieran sonidos”, recordó
don Juvencio Mesino quien fue vidalista y con un rifle 44 se fue a
los combates. No lo tocó ni una bala porque tuvo suerte.
Casi al inicio de las hostilidades Baldomero Vidales Mederos, el
jefe de las Fuerzas Libertadoras murió en un combate de la laguna
de Coyuca el 24 de julio de 1926. Su cadáver fue enterrado en una
pequeña isla y años más tarde su hermano Humberto pidió permi-
so para sacar los restos y darles cristiana sepultura. Mientras Pablo
Cabañas Macedo incursionó en Xaltianguis municipio de Acapulco
y colgó de un árbol al español Antonio Rubio quien quedó muerto
meciéndose por el viento.
Al quedar como jefe de operaciones militares en el estado de
Guerrero, el general Claudio Fox, envió a la Costa Grande al 67 re-
gimiento de caballería, al mando del coronel José Merino Bejarano
591
Víctor Cardona Galindo

que instaló la sede del sector militar en Tecpan de Galeana y dejó


en Atoyac un destacamento al mando del mayor Lázaro Candelario
que se acuarteló en la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí.
El 26 de julio de 1926 se rompió la aparente calma que vivían
los atoyaquenses cuando la fuerza del general Amadeo Vidales atacó
esta ciudad. En aquellos días la vegetación era muy abundante con
grandes árboles y arbustos. La tupida maleza se extendía hasta los
límites de las casas y facilitaba las acciones emprendidas en contra
del ejército que cuidaba la plaza.
De acuerdo a lo escrito por el cronista Wilfrido Fierro el com-
bate inició a las nueve de la mañana. Los primeros disparos fueron
a la altura del panteón, donde un pelotón de federales al mando
del subteniente Filiberto Berber cavaba una fosa para sepultar un
soldado que había fallecido en su cuartel de la fábrica del Ticuí. A
los primeros balazos el pelotón repelió el fuego y se retiró del lugar
parapetándose entre las piedras. Al llegar a las casas se precipitaron
hacia el cerro del Calvario, en donde se protegieron haciendo resis-
tencia todo el día. El combate era incesante la gente de la ciudad
toda estaba encerrada en su casa y se temía lo peor.
El autor de la Monografía de Atoyac, asentó que el constante
toque del clarín animaba el fragor del combate. Por el lado sur, los
federales estaban protegidos por el jefe de voluntarios Alberto Téllez
Castro con sus soldados Regino Rosales de la Rosa y Taurino Fierro
que se encontraban parapetados en la casa de la Zacatera. La mayor
parte de los voluntarios de Téllez habían desertado un día antes y
junto a el comandante de la policía municipal Julio Benítez se ha-
bían incorporando a los rebeldes. Por ello Alberto Téllez a las pocas
horas de combatir de lado del gobierno, también abandonó su po-
sición y se sumó a los vidalistas dejando a la federales desprotegidos
por el sur de la ciudad.
En la orilla del río, por el lado del Ticuí, había una línea de fue-
go de los federales, mientras tanto el mayor Lázaro Candelario pro-
tegía la fábrica de Ticuí. Los soldados no resistieron más el empuje
bélico de los seiscientos vidalistas y las seis de la tarde el subteniente
592
Mil y una crónicas de Atoyac

Berber, rompió el sitio saltando con su tropa por la barranca al río,


dejando sola la ciudad y los rebeldes se posesionaron del Calvario,
pero al tomarlo, murió el vidalista Román Castro Barrientos. Ya
posesionados del Calvario de ahí dispararon a las huestes de Berber,
que cruzaban nadando el río. Dos federales murieron acribillados
por las balas, entre ellos el trompeta y posteriormente fueron encon-
trados dos cadáveres más dentro del agua río abajo, dice Wilfrido.
En este combate salieron heridos los rebeldes Antonio Onofre
Barrientos, Ambrosio Valadez e Isidro García. Después de eso Ama-
deo Vidales se remontó con su gente a la sierra. Volvió a Los Valles
donde tenía su campamento. Ya se habían sumado Julián y Sotero
Peralta, quienes antes junto a Toribio Gómez habían militado con el
Cirgüelo que ahora andaba del lado del gobierno.
Uno de nuestros cronistas Domingo Benítez Jiménez escribió
que varios vidalistas destacaron por su arrojo, y como la mayoría
eran provenientes de los pueblos de la sierra, popularmente les apo-
daron Los del Monte. “En esa revuelta hubo hombres que destacaron
por su habilidad en el manejo de la armas, otros se distinguieron por
su capacidad para detectar traidores y hombres infiltrados en la filas
revolucionarias y otros por ser estrategas, en la medida que la revo-
lución fue avanzando, conforme pasaban los días”, expresa Benítez.
De entre tantos aguerridos del monte sobresalían dos persona-
jes, que se hicieron muy famosos por ser excelentes tiradores, uno de
ellos fue el comandante de un grupo que se llamaba Valentín Fierro
Nambo quien siempre se hacía acompañar de un “cerrojo copetón”
que tenía un prominente grano al que bautizó con el nombre de el
Gallo. Otro famoso tirador fue Felipe Reyes de Los Valles.
Dice Domingo Benítez que en aquellos tiempos de la revolu-
ción que entre Valentín y Felipe se llevaban a cabo competencias
de tiro, con el propósito de saber quien era el mejor tirador y como
blanco móvil tenían a los militares, de tal forma que siempre queda-
ban empatados, tirando un soldado por bala desde el cerrito donde
hoy está la escuela Herminia L. Gómez, hasta el cerrito del Calvario
que servía de cuartel al ejército.
593
Víctor Cardona Galindo

Don Juvencio Mesino recordó que los revolucionarios Raymun-


do Barrientos, Valentín Fierro y Felipe Reyes eran buenos para tirar
y se tumbaba a los federales desde lejos. Durante la balacera del
Calvario medían muy bien el tiro y al dar el paso los soldados, los
mataban. En otros momentos los soldados iban en pelotones forma-
dos y en las veredas se los acababan.
Ante la derrota del subteniente Berber, el mayor Lázaro Can-
delario recibió instrucciones del coronel Merino de perseguir a los
vidalistas. Por eso el 3 de agosto, salió por primera vez una columna
a buscarlos a la sierra. Aunque en esta primera incursión no hubo
bajas de ningún bando. “La resistencia que los rebeldes presentaron
fue tenaz y Candelario solamente alcanzó a llegar a San Andrés y
quemó el barrio y regresó a Atoyac. A su paso por el Rincón de las
Parotas prendió fuego a las casas de ese poblado”, asienta Fierro
Armenta.
Los pobladores del Rincón de las Parotas se refugiaron en el
cerro de la Bandera, después en el Camarón y luego fueron a vivir
cerca del río. “Del Rincón eran los hijos de Lucio Martínez: Mar-
cos, Margarito y Emilio Martínez hombres valientes que pelearon a
favor de Vidales”, recordó don Onésimo Barrientos.
Dice Wilfrido Fierro que a raíz de la deserción de los coman-
dantes de la policía municipal Julio Benítez y del jefe de volunta-
rios de Alberto Téllez con un grupo de 95 hombres, el mayor Lá-
zaro Candelario a deshoras de la noche del 6 agosto de 1926 tomó
prisionero al presidente municipal Adrián Vargas acusado de estar
en combinación con los rebeldes y en el punto conocido como El
Maguan fue fusilado, dejando su cadáver tirado en aquel lugar de
donde fue trasladado por los vecinos hasta esta población de Atoyac
y fue velado en la casa de Faustino Bello y sepultado en el panteón
civil del lugar.
Luego el 29 de septiembre de 1926, Amadeo Vidales atacó el
pueblo de San Jerónimo el Grande acompañado de Pablo Cabañas,
Hilario Camargo, Francisco y Juan Vázquez, Lucio Martínez y Feli-
ciano Radilla. Escribió don Luis Hernández Lluch en la Monografía
594
Mil y una crónicas de Atoyac

de San Jerónimo que la columna rebelde estaba integrada por 600


hombres mal armados y con escaso parque, mientras la defensa del
pueblo estaba compuesta por 15 soldados de línea al mando del
capitán Bustamante y los voluntarios comandados por Francisco
Lezma, “este asalto se inició como a las 9 de la mañana; la colum-
na rebelde entró por la calle principal, lado norte de la población
tirando tiros al aire; el destacamento tuvo tiempo de resguardarse
en la iglesia después se vieron reducidos y obligados a atrincherarse
dentro de la torre, que sirvió de baluarte para resistir el empuje de
los vidalistas, que ya habían tomado la población; en esta acción,
murió don Ignacio Severiano, lo tiraron los soldados de la torre,
creyendo que era rebelde”.
José Manuel López Victoria en su Historia de la Revolución en
Guerrero relata: “los rebeldes penetraron a la población y procedie-
ron a la captura de dos federales, a los cuales maniataron en el in-
terior del templo católico, y a cuyo edificio prendieron fuego los
propios vidalistas… Los soldados tuvieron suerte y no murieron
achicharrados, pues sobrevino torrencial aguacero a eso de medio
día y lograron salvarse. Las víctimas recobraron el conocimiento y
aunque sufrieron serias quemaduras, no pudieron abandonar su es-
condite”.
También señala: “Durante ese jornada trató de ponerse a salvo
disfrazado, el agricultor y ganadero Ignacio Severiano propietario de
la hacienda La Tachuela; pero para su mala fortuna recibió una des-
carga producida por los federales establecidos en la torre, al creerlo
elemento antagónico. A consecuencia de los tiros recibidos falleció
el señor Severiano. También murió don José María Frías, en manos
de antiguos y personales enemigos, que se valieron de la ocasión
para perpetrar el crimen”.
Wilfrido Fierro escribió que “en este combate fue destacado el
valor temerario del jefe de voluntarios Francisco Lezma, que con
dignidad y decoro hizo resistencia en la torre de la iglesia no obstan-
te haberle prendido fuego los atacantes… Cuentan que el teniente
Bustamante estuvo a punto de rendirse y que en varias ocasiones
595
Víctor Cardona Galindo

bajaba de la torre a conferenciar con los rebeldes con quien se com-


prometió capitular, pero Lezma le obligó a defender ese lugar hasta
agotar el último cartucho”.
Durante el día, Luis Vega jefe de voluntarios de los Arenales al
mando de sus hombres intentó cruzar el río al bordo de pangas para
dar refuerzo a los federales, pero los vidalistas lo aporreaban a tiros
desde el otro lado; así que por más que intentaba no pudo pasar,
tuvo que subir hasta la altura del Ticuí para poder cruzar y brindar-
les apoyo hasta el otro día.
Por la noche los rebeldes se dedicaron a saquear los estableci-
mientos comerciales, y en la madrugada del día siguiente fueron
desalojados por el refuerzo militar que llegó de Tecpan, Atoyac y
los Arenales. “Las fuerzas procedentes de Tecpan que entraron por
el lado poniente, venían a cargo del general Silvestre Castro, el Cir-
güelo; las que entraron por el norte, las comandaba el mayor Lázaro
Candelario habían salido de Atoyac por el camino de Corral Falso,
y las que participaron por el Oriente, estaban a cargo del jefe de
voluntarios Luis Vega. Aquí murieron los vidalistas Herón Ventura,
Bartolo Benítez y otro apodado el Yaqui así como el pacifico Ignacio
Severiano y heridos José Carreto Plutarco García, la federación no
tuvo bajas”, escribió Fierro Armenta.
Después de esta acción Vidales y su gente se refugiaron nueva-
mente en la zona cafetalera.

VII
El 28 de octubre de 1926, se libró un feroz combate entre vida-
listas y las fuerzas del coronel José Merino Bejarano, que salieron
derrotadas en el arroyo del Morenal. Los viejos de Los Valles todavía
recuerdan cuando el agua del arroyo bajaba roja de tanta sangre y al
sepultar los muertos, no cabían en las fosas, quedaban con los hua-
raches de fuera y los zopilotes les comían los pies.
Las cosas se pusieron más difíciles después de esta batalla, por
eso Amadeo Vidales cambió su campamento al Fortín del Cerro
596
Mil y una crónicas de Atoyac

Plateado. Dice José Carmen Tapia Gómez que “la vida de los cam-
pesinos de La Costa Grande guerrerense está profundamente ligada
al cerro Plateado, que fue ocupado por Morelos y Galeana en tiem-
pos de la lucha por la Independencia y en donde, más tarde, se llegó
a decir que Zapata y Villa organizarían un congreso”.
También arriba del Fortín está un lugar que se llama la Piedra
del Diablo, hay vestigios de un pueblo antiguo y muchos árboles
frutales. Se dice que durante mucho tiempo se refugió ahí el insur-
gente Vicente Guerrero y menciona una leyenda que algunos revo-
lucionarios calentanos escondieron en ese cerro parte del tesoro que
robaron en la aduana de Acapulco.
Antes de ese histórico combate, los vidalistas que se refugiaban en
la espesura de la selva asestaban cotidianamente golpes a los federales
que no sentían lo duro si no lo tupido. Por eso los soldados comen-
zaron a quemar los pueblos y a cortarles las trenzas a las mujeres que
encontraban en la zona del café, eso enfureció a los pronunciados y les
pusieron una emboscada en la cañada del arroyo del Morenal. El lugar
era conocido así porque había muchos árboles de moreno.
Felipe Reyes fue el primero que tiró. Fue una batalla sangrien-
ta, los vidalistas acabaron casi con todo el regimiento, quedaron
muchos muertos, algunos que sobrevivieron a la balacera fueron
colgados en los alrededores de Los Valles. Victorina Romero Ca-
bañas comentaba que el arroyo del Morenal bajaba rojo, porque
en su cauce quedaron muchos heridos que se desangraban, algunos
se acercaban a tomar agua y ahí morían. Con el paso del tiempo y
como testigo de aquella fecha quedó un conjunto de cruces espar-
cidas por el lugar.
Se recuerda que después de la refriega escaparon: un capitán, un
sargento y un corneta, pero les dieron alcance y los mataron en el
camino al cruzar el arroyo Grande. Fueron muchos los muertos. Los
vecinos de Los Valles hicieron una gran fosa en la entrada al pueblo,
donde enterraron a los muertos. Por unos días una pestilencia se
mantuvo en los contornos de la comunidad y los que pasaban por
ahí sentían que el mal olor los perseguía hasta llegar a la ciudad.
597
Víctor Cardona Galindo

Las historias de los viejos recuerdan a Felipe Reyes, esa mañana


de aquel 28 de octubre con su sombrero de palma, vestido de man-
ta, con huaraches de cuero crudo, echando en su “matate” cartuchos
de cerrojo, unas gorditas de manteca y polvo de árnica para curar
las heridas. El héroe de esta batalla salió silbando a sus compañeros
que se despedían de sus mujeres y salían rumbo al Morenal. En sus
jacales techados con hojas de pito ellas lloraban quedito, mientras
se escuchaba el intenso ulular de cuernos que llamaban al combate.
Domingo Benítez Jiménez narró: “Muy temprano los federales
llegaron a la comunidad de San Andrés de la Cruz, a las cinco de la
mañana, tomaron prisioneras a las mujeres y las raparon. Les exigían
que les dijeran a donde estaba Amadeo Vidales y sus hombres. Des-
pués los soldados procedieron a matar a todas las gallinas para saciar
su apetito. Luego se dirigieron hacia la comunidad de Los Valles,
pero en el camino ya les tenía preparada una emboscada el grupo
de Amadeo Vidales, de tal manera que al pasar la curva les hicieron
fuego, cayendo de inmediato el guía que llevaban… el otro que cayó
con él, fue el teniente de infantería que comandaba la columna, el
resto de los soldados se dieron a la fuga en desbandada tirando sus
rifles y gritando para identificarse con sus compañeros, así fue como
se escribió la historia de ese aciago día para los federales”.
El cronista de Atoyac Wilfrido Fierro asegura: “Fue el día 26 de
octubre de 1926 durante un baile en Atoyac cuando el general Fox
ordenó reanudar la persecución de los rebeldes, correspondiendo al
coronel José Merino Bejarano entrar en acción, subiendo a la sierra
y cogiendo a su paso a los pacíficos: Crispín Rojas, Félix Castro,
Eugenio Pinzón, Emilio Mesino que sirvieron de guías en aquella
acción militar internándose hasta el poblado de Los Valles, pero al
seguir hacia El Rincón del Limón fue combatido tenazmente por
los vidalistas en el arroyo del Moreno, el 28 del mismo mes, ocasio-
nándole numerosas bajas”.
Francisco Gómez Dionicio recuerda: “Amadeo Vidales salió de
Los Valles en la mañanita y los soldados llegaron a las once de la
mañana. A Felipe Reyes le tocó abrir fuego. Los del gobierno lle-
598
Mil y una crónicas de Atoyac

vaban cuatro guías que iban por delante. Amadeo le dijo a Felipe
Reyes que dejara pasar a tres y le tirara al cuarto porque ellos tenían
la información que sólo eran tres pacíficos, y al cuarto Felipe Reyes
disparó y mató a Crispín Rojas que iba de guía obligado por los mi-
litares. Atrás iba un capitán que también murió al instante. Luego
se cerró el fuego”.
En Los Valles únicamente estaban las mujeres y los niños. “Se
escuchaba un solo bugido de tanto disparo cerrado —recuerda Pan-
cho Gómez— quien dice que después del combate los niños ju-
gaban con pedazos de madera imitando los disparos del “cerrojo
copetón” que suena dos veces, cuando dispara y cuando pega”.
A las dos horas los primeros soldados heridos llegaron a Los Va-
lles. El curandero Fidel Martínez no se daba abasto de curar tantas
heridas de bala, con lo que tenía a la mano. Durante muchos años,
en el solar de Pedro Gervasio, estuvieron dos sepulturas que fue-
ron borradas por el tiempo. También en el camino de Los Valles a
Mexcaltepec quedaron muchos enterrados. En la refriega murieron
también los guías Félix Castro y Eugenio Pinzón quienes fueron
asesinados por los federales. Emilio Mesino se escapó de milagro
porque se evadió entre el monte durante la balacera.
Escribe Wilfrido: “En aquella dura situación Merino se repliega
buscando la salida hacia Los Valles, en donde fue sitiado, viéndose
obligado a pedir refuerzo al mayor Lázaro Candelario que se encon-
traba en Atoyac. Al enterarse de los hechos el mayor Candelario,
salió inmediatamente a aquel lugar logrando salvar a Merino de que
fuesen aniquiladas sus fuerzas y quizá hasta de que cayera prisione-
ro. Los rebeldes siguieron atacándolo rudamente, teniéndole avan-
zadas en todo el camino hasta que regresaron a Atoyac, haciéndole
más bajas en los arroyos del Dominico, La Horqueta y el Rincón de
las Parotas. Ya para llegar a este último lugar y en el punto conoci-
do por El Jobero, fue muerto el joven voluntario Juan Cabañas la
Zorra, el primero de noviembre… También fueron avanzados un
capitán del 67 regimiento antes de llegar al arroyo de la Cruz y va-
rios soldados en el transcurso del combate. Unos meses después el
599
Víctor Cardona Galindo

capitán fue asesinado por el rebelde Cleto García que lo custodiaba


en el poblado de Los Valles”.
Muchos habitantes de las cuadrillas cercanas vinieron a ver los
muertos del Morenal, entre ellos, don Eduardo Gómez Gervasio,
que llegó del Terraplén. Era una novedad. Los que andaban que-
mando pueblos por fin habían recibido su merecido.
De aquel combate quedaron de recuerdo los versos de un corri-
do que compuso Valentín Fierro:

Señores les contaré


un combate que yo tuve
subieron los federales
el día 28 de octubre…

Llegaron a San Andrés


llegaron como animales
agarrando a las mujeres
preguntando por Vidales…

Agarraron a las mujeres


queriéndolas exigir
¿Dónde se encuentra Vidales?
se encuentra en El Porvenir…

Subieron para Los Valles


caminando como bueyes
al teniente lo mató
el afamado Felipe Reyes…

Corrieron despavoridos
en busca de sus vasallos
el teniente ya cayó
un piquete le dio el Gallo.

De estas gestas heroicas se cuentan muchas leyendas. Se dice


que Valentín Fierro tenía una voz que le hablaba en el estómago y le
decía con precisión por dónde venían los soldados.

600
Mil y una crónicas de Atoyac

“Después de la pelea del Morenal —dice Francisco Gómez—


Amadeo mudó su campamento al Fortín. Los soldados volvieron
a quemar el pueblo y robaron todo lo que había. Por instrucciones
del general Amadeo Vidales se bajaron a todas las mujeres y niños a
Atoyac. Aprovechando eso los soldados echaron presas a las mujeres
para que sus maridos vinieran a sacarlas. Pero la gente de mismo
Atoyac abogó por las presas y las liberaron. Luego se regresaron al
Fortín donde los revolucionarios hacían milpa”.
Don Isaías Gómez Mesino, hijo del vidalista Eduardo Gómez
Gervasio recuerda que el campamento estaba en El Fortín, a hora y
media arriba del Cacao. Tenían su cuartel hecho con “toritos” de hojas
de pito y palapilla. Explica que el cerro Plateado está a media hora del
Fortín y se ve brillar en temporada de lluvias por el agua que brota de
sus laderas, “es lloroso y por eso le dicen el cerro Plateado”.
Don Isaías recuerda que los revolucionarios antes de salir a cam-
paña hacían tortillas y bastimento. Don Feliciano Orbe era el me-
cánico de las armas y se llevó a la sierra a una señora que se llamaba
Pachita. En el campamento reformaban el parque, no tiraban los
cascajos los reutilizaban poniéndoles fulminante y pólvora.
La señora Bruna Mesino Martínez y sus dos hijas Bartola y Ele-
na Gómez Mesino fueron cocineras en el campamento del general
Amadeo Vidales. “El fortín era su cuartel general pero Amadeo Vi-
dales tenía muchos campamentos por todos lados. Los revolucio-
narios usaban ropa como todos los campesinos, por ejemplo don
Eduardo Gómez Gervasio quien era de Mexcaltepec usaba calzon-
cito de manta que se amarraba en el tobillo”, rememora don Isaías
Gómez, quien nació el 3 de junio de 1924.
El 5 de febrero de 1927, un grupo de vidalistas pusieron una
emboscada al coronel Jesús Merino Bejarano, dándole muerte a las
10 de la mañana. Su cuerpo fue rescatado por el subteniente Ber-
ber y llevado a la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí donde fue
sepultado en el salón del Escarmenado. Ese mismo día a las 10 de la
noche fue fusilado en el camino del río, el ex presidente municipal
Patricio Rodríguez, miembro del primer comité agrario que hubo
601
Víctor Cardona Galindo

en este lugar y a quien los federales acusaban de ser vidalista. Su


cuerpo quedó toda la noche tirado en el agua y los peces le comieron
los ojos.
Asienta Wilfrido que el coronel Jesús Merino Bejarano, co-
mandante del 67 regimiento de caballería al hacer un recorrido en
compañía del subteniente Berber y de un pelotón de soldados a las
avanzadas que la federación tenía instaladas en esta población, fue
atacado por los rebeldes a las diez horas del día, frente a la casa del
señor Crescencio Fierro, “el 5 de febrero de 1927; en esta nutrida
balacera fue muerto el citado coronel y su caballo. El rebelde Va-
lentín Fierro y sus primos Bartolo, Florentino y Domingo Fierro,
así como Ángel Gervasio, desde temprana hora se habían encerrado
en la casa del señor Gil Marroquín —que se encontraba sola—, y
desde este lugar abrieron fuego sobre la columna que comandaba
Merino… El subteniente Berber exponiendo su vida en compañía
del soldado Antonio Mendiola y ante aquel nutrido tiroteo logra-
ron sacarlo. Su cadáver fue conducido a la fábrica del Ticuí en donde
lo velaron, dándole sepultura en el salón del Escarmenado. Los rebeldes
después de consumar esta acción y de pelear algunas horas abandonaron
sus posiciones que tenían instaladas desde el panteón hasta los Trompos
y el Paredón internándose a la sierra”.
Ese día como a las dos de la tarde por órdenes del mayor Lá-
zaro Candelario fue aprehendido en su domicilio el ex presidente
municipal don Patricio Rodríguez, acusado de sostener relaciones
comprometedoras con los rebeldes. Escribió Wilfrido que “El señor
Rodríguez era una de las figuras prominentes en el ambiente social y
político. Al ser prisionero, cuentan sus familiares que se despidió de
cada uno de sus pequeños hijos abrazándolos y besándolos, ya que
el presentía el fatal desenlace de su detención; luego fue conducido
al palacio municipal para que fuese identificado por el presidente
municipal don Francisco Hernández. De este lugar lo llevaron al
cuartel de 67 regimiento que se encontraba en el Calvario, y a las
diez de la noche de ese mismo día, fue fusilado en el paso del río del
camino al Ticuí”.
602
Mil y una crónicas de Atoyac

VIII
Después de la muerte del coronel Jesús Merino Bejarano el gobier-
no mandó como jefe de la guarnición militar al sanguinario mayor
Jesús Villa quien, aprovechando la suspensión de garantías, asesinó
impunemente. Sobornó a los comerciantes, les cortó las trenzas a las
mujeres que encontraba en la zona rebelde y las tomaba prisioneras.
No tenía ninguna consideración con la gente. Un caso muy conoci-
do fue el de la señora Nicolasa Lezma, los soldados se la encontraron
en el camino a la sierra y le preguntaron por los revolucionarios, ella
les dijo que no había visto nada, pero más adelante los emboscaron
y hubo muchos muertos. Por eso vinieron por ella y estuvo presa en
el penal de Acapulco.
El 8 de diciembre de 1927, los vidalistas pusieron sitio en esta ciu-
dad a las fuerzas federales al mando del mayor Jesús Villa y comenzó
un combate que duró cuatro días. Los sitiadores se retiraron hasta el
12 dejando los alrededores regados de cadáveres que se descompo-
nían. Dice Wilfrido Fierro que en el segundo día de hostilidades, en
la calle capitán Emilio Carranza [Juan Álvarez norte] murió el subte-
niente Talavera y el soldado trompeta que lo acompañaba.
Los federales no se atrevieron a levantar los cadáveres debido a las
estratégicas posiciones que dominaban los rebeldes y fueron devora-
dos por los perros, puercos y zopilotes. La peste invadió la ciudad. La
gente que vivió esos días encerrada en sus casas, escuchando todo el
tiempo los tiros apenas comía y no soportaba el hedor. Comenta el
cronista de la ciudad que durante el último día del sitio, los rebeldes
se dedicaron a saquear los comercios e incendiaron el mercado muni-
cipal, donde estaba instalada la tienda de Onofre Quiñones Zárate, la
que después de ser saqueada fue devorada por las llamas.
A la media noche del 12 de diciembre entró por el lado de La
Pindecua el refuerzo del capitán Bustamante. Llegó procedente de
San Jerónimo en compañía de un grupo de voluntarios al mando
de Luis Vega. De manera sorpresiva lograron entrar a la población
desalojando a los rebeldes, quienes una vez más se refugiaron en la
603
Víctor Cardona Galindo

sierra. De este combate todavía se cuentan algunas historias con


mucha claridad, porque fue el último que sufrió la ciudad y porque
hasta hace poco vivían algunos participantes.
Al día siguiente, el 13 de diciembre 1927, por órdenes del mayor
Jesús Villa fue asesinado en el panteón municipal de este lugar el co-
merciante José Calixto Morales; quien era conocido como el Acateco,
acusado de proveer armas a los rebeldes. Ese mismo día los soldados
de la federación saquearon su tienda comercial. Esos eran los excesos
que el ejército cometía en contra de la población civil e indefensa.
Francisco Galena Nogueda en su libro: Conflicto sentimental,
memorias de un bachiller en humanidades, narra lo que vieron sus
ojos de niño: “Pero el acto más cruel y cobarde que contemplé sien-
do niño de escasos cinco años, fue la muerte en vida de un vecino
nuestro, don José Morales, descanse en paz, asesinado por soldados
del ejército, cuyo comandante era un capitán de apellido Marilare-
ña, torvo criminal comparado solamente con los verdugos que por
placer movían la cuchilla de la guillotina en la época de la Revolu-
ción Francesa… Quedó grabado para siempre en mi débil espíritu
aquel horrible crimen. Su esposa, sus hijos y una pequeña niña casi
de mi edad se abrazaban del cuerpo del condenado, rogando, supli-
cando la vida de su padre, y con lujo de fuerza fue arrojada por los
esbirros del capitán a dos metros de distancia, y con el dolor que le
causó tal ultraje, su rostro quedó lívido como si fuera el de un cadá-
ver… El señor Morales fue arrojado con vida a la sepultura y, ellos,
los malvados, empezaron a tirar tierra sobre su cuerpo, y ya cuando
sólo se asomaban sus ojos le fue hecho un disparo en pleno rostro;
creo, si no me equivoco, no moría aun cuando arrojaron las últimas
paladas de tierra”.
José Calixto Morales, abuelo de Arquímedes Morales Carranza,
era comerciante de Acatlán. Traía de allá cobijas y quesos. Tenía una
recua de mulas con las que iba y venía hasta Xochimilco en la Ciu-
dad de México y había instalado una tienda comercial en Atoyac.
Los españoles del Ticuí, que no admitían competencia, lo acusaron
de estar participando con los vidalistas y pidieron su eliminación.
604
Mil y una crónicas de Atoyac

Después de eso, por las acusaciones de las que fue objeto ante
sus superiores y ante las autoridades judiciales de Tecpan, el 21 de
enero de 1928 Jesús Villa fue sustituido del mando como jefe del
sector militar y en su lugar quedó un llamado capitán Aguilar. Pero
como el general rebelde Amadeo Vidales, continuaba su movimien-
to subversivo en las costas de Guerrero, el gobierno de Plutarco Elías
Calles, ordenó su exterminio para pacificar la región. Por eso el jefe
de operaciones militares en el estado general Claudio Fox, envió al
coronel Miguel Henríquez Guzmán al frente de tres batallones y
de los voluntarios que comandaban: Antonio Martínez, el Chivero;
Francisco Lezma y Luis Vega quienes habían probado su valor en
el combate de San Jerónimo el Grande. Con esa fuerza atacaron a
Vidales el 11 de abril de 1928 en su cuartel general en el Fortín del
cerro del Plateado.
El ejército entró por el Filo Mayor, pero los vidalistas se dieron
cuenta. Le prendieron fuego al cerro y así contuvieron a las tropas
que fueron a salir por otro lado. Ese día le avisaron al general Vidales
que venían los soldados para atacarlos por Otatlán, por eso dispuso
que salieran las mujeres y los niños del campamento. “Apenas ha-
bíamos caminado como dos horas cuando se escuchó la balacera”,
recuerda don Francisco Gómez Dionicio.
Durante la incursión del coronel Miguel Henríquez Guzmán a
la sierra cafetalera, incendió todas las casas de los pueblos por donde
pasó, sus fuerzas fusilaron a los hombres que encontraron y a las
mujeres las raparon. Muchas fueron llevadas detenidas hasta Atoyac.
Sin embargo, Vidales siguió en esta zona cafetalera, pero ya no pre-
sentó combates frontales a los federales.
A partir de ahí el vidalismo se transformó en una guerra de gue-
rrillas y realizó ataques sorpresivos. Por el rumbo del Interior se mo-
vía un grupo de rebeldes encabezados por Pablo Cabañas Macedo
que de vez en cuando se enfrentaba a tiros con soldados de la fede-
ración. Por San Francisco del Tibor se movía el guerrillero Francisco
Vázquez y Gabino Navarrete Juárez no dejaba dormir a los guardias
de la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí con hostigamiento perma-
605
Víctor Cardona Galindo

nente. Un ataque al Ticuí fue el 21 de septiembre de 1927 cuando


murió el presidente municipal, Eligio Laurel, al enfrentarse a tiros
con el grupo del rebelde Gabino Navarrete en el Barrio del Alto.
Lo que vino a cambiar las cosas fue la muerte del general Álvaro
Obregón asesinado en la Ciudad de México el día 13 de julio de
1928. Se dice que el general sonorense era el principal protector del
vidalismo. Al enterarse de su muerte, al general Amadeo Vidales se
le cayeron las alas del corazón y optó por entrar en arreglos con el
gobierno federal solicitando el indulto. Para este asunto intervino la
señora María de la O, Ezequiel Alba y Padilla y Norberto Heredia,
quienes fueron enviados por el presidente de la República, Plutarco
Elías Calles, a negociar con Vidales hasta El Cacao.
Con Ezequiel Alba y Padilla el general Vidales conferenció en
Los Riegos —recuerda don Isaías Gómez— es un lugar que está en
el camino al Fortín, entre El Cacao y el campamento de Vidales.
Luego vinieron los tratados y el 24 de enero de 1929, Vidales de-
puso las armas ante el nuevo jefe de operaciones militares en el es-
tado de Guerrero, el general Rafael Sánchez Tapia y ante el coronel
Edmundo Sánchez Cano, comandante del 39 batallón radicado en
esta plaza. El acto tuvo lugar en la casa del extinto Silvestre Mariscal
donde estaban instaladas las oficinas del sector militar.
Luego el 20 de febrero de 1929 se presentaron en Atoyac, ante
el general Rafael Sánchez Tapia: Pablo Cabañas, Pablo Herrera y 72
vidalistas más, que entregaron 18 máuseres y 22 carabinas. Con ésta
acción se logró la amnistía de 497 vidalistas que entregaron 385 ar-
mas de distintos calibres. Don Onésimo Barrientos recordó al final
de su vida que tenía ocho días de haber aprendido a leer y escribir en
una escuela que abrió Amadeo Vidales en la sierra, cuando el general
se indultó y entregaron las armas viejas. “Las nuevas se las quedaron,
fueron vivos”.
Pascual Nogueda que seguía alzado, al ser perseguido por las
fuerzas del coronel Alberto González, solicitó la intervención de su
tío el general Santiago Nogueda Radilla para que le tramitara el in-
dulto ante el presidente de la República, Emilio Portes Gil, escribió
606
Mil y una crónicas de Atoyac

Wilfrido Fierro. Luego en la primera quincena de julio de 1929,


Nogueda entregó las armas en Corral Falso. La zona se pacificó con
la llegada del coronel atoyaquense Alberto González que se hizo car-
go de la guarnición militar e instaló el cuartel en su casa. González
había peleado en el bando de Julián Blanco durante la revolución.
Por acuerdo presidencial del 5 de agosto de 1929, Amadeo S.
Vidales reingresó al ejército mexicano con su carácter de general
brigadier auxiliar. Uno de los héroes de esta revolución es Felipe
Reyes, quien era delgado y alto. Vivió toda su vida en Los Valles fue
siempre respetado por ser valiente. Usaba camisa de manta indio
Atoyac, siempre traía colgado su “matate” tejido. Después del repar-
to agrario le tocaron tierras por el rumbo de Las Juntas cerca del río
y murió de viejo trabajando la tierra por la que peleó.
Después del indulto de los rebeldes, el presidente de la Repú-
blica Emilio Portes Gil les entregó tierras en Cacalutla, cerca de
Atoyac, donde establecieron la colonia agrícola Juan R. Escudero.
A decir de José Carmen Tapia, la cooperativa agrícola Juan R. Es-
cudero, fue un ensayo costoso. En ella se resumía la grandeza del
escuderismo y la abnegación de viejos zapatistas, fusionados por fin
en un gran proyecto campesino.
Sin embargo, los problemas políticos continuaron. El 27 de
mayo de 1932, en la esquina de las calles de Palma y 5 de mayo en
la Ciudad de México, el general Amadeo Vidales caía apuñalado
por un sobrino de Rosalío Radilla, Asunción Radilla Hernández, el
Potrillón. El asesino era hermano de José Radilla y Julio Radilla. En
Atoyac no quedó ninguna duda que mató al general Amadeo Vida-
les pagado por Rosalío Radilla.
Se dijo acá que Asunción Radilla lo apuñaló con una daga enve-
nenada con sangre de escorpión. Amadeo vivió todavía cerca de 24
horas y pudo identificar a su asesino.
Ramón Sierra evoca ese momento: “A las catorce horas con diez
minutos del 27 de mayo de 1932, Amadeo S. Vidales abandonó el
hotel en el que estaba establecido, en la primera calle de Palma…
para dirigirse a un restaurante; había caminado unos metros cuan-
607
Víctor Cardona Galindo

do se acercó un vendedor de lentes corrientes ofreciéndoles unos;


Vidales le respondió que no los necesitaba pues los suyos estaban
graduados convenientemente. Mientras estaba distraído, J. Asun-
ción Radilla Hernández se le acercó por la espalda y le asestó una
puñalada. El asesino emprendió la huida, Amadeo desenfundó la
pistola, pero no disparó porque en el lugar había muchas personas
inocentes y no quería lesionar a ninguna”.
El Universal Gráfico del 29 de mayo de 1932 publicó entre otras
cosas: “Radilla es un individuo alto, de color moreno, visiblemente
inculto y que parece tener una sangre fría a prueba de toda sorpre-
sa”. Sobre Vidales informó el Gráfico: “Cuenta el herido cuarenta y
nueve años y presenta una sola herida, situada en el sexto espacio
intercostal posterior a la derecha de la línea escapular, como de tres
centímetros de extensión y penetrante de tórax”.
El jefe del Plan del Veladero fue recogido por una ambulancia,
pero como el puñal estaba envenenado falleció al día siguiente a las
11 y media en las instalaciones de la Cruz Roja. Humberto Vidales
reclamó el cadáver y lo traía al puerto de Acapulco pero al pasar por
Chilpancingo, el gobernador del estado general Adrián Castrejón
pidió que fuera sepultado en la capital.
Todavía el 16 de enero de 1942, Jesús Buendía Ramírez presi-
dente municipal de San Jerónimo de Juárez envió un oficio al pre-
sidente municipal de Atoyac para pedirle informes sobre los desma-
nes cometidos por Rosalío Radilla, pues la señora María de la O,
lo señalaba como el asesino de Juan R. Escudero. De la muerte de
Vidales nadie dijo nada cuando Asunción Radilla salió libre pocos
años después de cometido el crimen.

Así era Lucio Cabañas


La primera fotografía que se conoció de Lucio Cabañas Barrientos
es de Josefina Mesino Vélez Josefina la Güevona quien tenía el foto
estudio Ana en la calle Nicolás Bravo. La tomó en un desfile cuando
608
Mil y una crónicas de Atoyac

el maestro iba caminando por la calle a lado de sus alumnos. Aun-


que la más popular es la que fue tomada en la sierra, donde está sen-
tado con el rifle entre las piernas, esa lo inmortalizó. Recientemente
han circulado muchas fotos que durante años se mantuvieron es-
condidas, que muestran las distintas etapas de la vida del maestro
guerrillero.
Su voz sobrevive gracias a unas grabaciones que se hicieron en
las reuniones de la sierra y que cayeron en manos del ejército y luego
Luis Suárez las reprodujo en el libro Lucio Cabañas. El guerrillero
sin esperanza. Ahí podemos escuchar la forma coloquial con la que
hablaba Lucio. Ahora esas grabaciones pueden conseguirse en discos
que a veces hacen circular los grupos de izquierda y las que también
Gerardo Tort rescató en el documental: Lucio Cabañas. La guerrilla
y la esperanza.
Lucio era muy tranquilo, siempre sereno y con todos se llevaba
bien. En la guerrilla no hacía menos a nadie aunque era el jefe. Di-
cen algunos de sus compañeros que “fue exigente, alegre, bromista
y le gustaba cantar, fue acomedido y sin egoísmo”. Por su parte sus
familiares lo recuerdan siempre: risueño, platicón, cariñoso y con la
hamaca enredada en su mano izquierda, parado y recostado en ella.
Fueron su nobleza, su preocupación constante por la gente necesita-
da y su sencillez, además de su carisma, su sentido del humor y sus
dotes de líder, orador y político, las cualidades que le dieron el apre-
cio de la gente. Nunca le apostó a la apariencia ni pretendió a ser lo
que no era. Para él, lo más valioso del ser humano eran sus ideales.
Desde muy joven le se gustaba hablar. Hablando lo conoció
Serafín Núñez Ramos y Octaviano Santiago Dionicio. “Desde sexto
año de primaria empezó a hablar en la reuniones, a distinguirse. Era
buen orador, siempre le gustó hablar en público”, así lo recordó su
hermano Pablo Cabañas Barrientos en una entrevista que concedió
al periódico Reforma en noviembre del 2002.
Cuando daba clases en la escuela primaria Modesto Alarcón de
la ciudad de Atoyac, Lucio comía y cenaba en la fonda El Viajero de
doña Gertrudis Armenta Mesino. “No era exigente para comer co-
609
Víctor Cardona Galindo

mía lo que había, a veces carne de puerto entomatada, estofado con


sopa de arroz y en la noche acostumbraba cenar arroz con frijoles”,
comenta Dagoberto Ríos Armenta.
Lucio vestía siempre con camisa de marga larga blanca o de
colores claros. Vivió con Serafín Núñez Ramos en la calle Álvaro
Obregón en la casa de doña Nicolasa Cabañas, a un ladito de don-
de vive Ladislao Sotelo Bello por donde ahora está Montepío. En
esa casa se llevó a cabo una reunión con gente que vino de Madera
Chihuahua, luego se cambió con su familia materna a la casa 14
de la calle Altamirano. En ese tiempo se le veía en la calle Agustín
Ramírez con Serafín Núñez Ramos y don Wilfrido Fierro, quien
mucho seguía a Serafín por su habilidad con la guitarra. Ensayaban
un guapango que compuso Fierro llamado “La pobreza”.
Cuando José Hernández Meza se lo encontraba, Lucio le decía
“Chócala 28 veces”. A Justino García Téllez le decía la Cría, quien a
su vez llamaba a Lucio por el sobrenombre el Chivo.

En tiempos de las bárbaras naciones


al ladrón lo colgaban de las cruces
ahora en el tiempo de las luces
del cuello de ladrón cuelgan las cruces.

Este verso Lucio Cabañas lo repetía a sus amigos porque pensa-


ba que los curas eran enemigos de Cristo, quien sí amó a los pobres.
A veces se improvisaba una tertulia en el centro social Paraíso
Tropical donde se reunían maestros como: Alberto Martínez Santia-
go, Serafín Núñez Ramos, Lucio Cabañas y Jesús Astudillo a todos
les gustaba tocar la guitarra.
Dice Pablo Cabañas que la canción favorita de Lucio fue “El re-
belde”, que hizo popular Miguel Aceves Mejía. También le gustaba
José Alfredo Jiménez, pero su ídolo fue Jorge Negrete, al que imita-
ba. Dagoberto Ríos e Hilda Flores atestiguan que le gustaba mucho
cantar “La tumba de Villa” y “Mi carabela”. El canto y la guitarra
fueron los placeres que Lucio cultivó hasta la muerte.

610
Mil y una crónicas de Atoyac

El corrido “La tumba de Villa” para los que no se acuerden lo


pueden conseguir en la versión de Antonio Aguilar y dice así:

Cuantos jilgueros y cenzontles veo pasar


pero que triste cantan esas avecillas
van a Chihuahua a llorar sobre Parral
donde descansa el general Francisco Villa.

Lloran al ver aquella tumba


donde descansa para siempre el general
sin un clavel, sin flor alguna
sólo hojas secas que le ofrenda el vendaval…

Sólo uno fue el que no ha olvidado


y a su sepulcro su canción va a murmurar
amigo fiel y buen soldado
grabó en su tumba estoy presente general.

Y también “Mi carabela” la cantaba Javier Solís:

Estoy en el puente de mi carabela


y llevo mi alma prendida al timón
un soplo de amores empuja mi vela
y zarpo cantando y zarpo cantando
divina canción.
Ni marco mi ruta/
ni llevo camino
por donde mi nave ha de navegar
yo sé que sin rumbo me lleva el destino
y será un día mi nave, será un día mi nave
la reina del mar.

Se dice que un día, durante el recreo, uno de los niños quiso


matar un pájaro con una resortera pero falló y la piedra fue a dar a
la cabeza del maestro Lucio, abriéndole una herida en el cuero ca-
belludo, cerca de la frente. Estaríamos hablando que con ésta serían
611
Víctor Cardona Galindo

dos cicatrices que Cabañas tendría en la cabeza la otra es la que le


hicieron en un pleito en la normal.
Cabañas como profesor amaba mucho su trabajo, a sus alumnos
y al pueblo pobre, por lo que jamás utilizó los golpes ni maltratos
contra los niños, más bien prefería comprenderlos, jugar con ellos
en los ratos libres y tratarlos con cariño, pues Lucio era muy tran-
quilo, callado y juguetón. En esto se inspiró la brasileña María Sirley
Dos Santos para escribir el libro Lucio Cabañas, educador y luchador
social, editado por la sección xviii del Sindicato Nacional de Traba-
jadores de la Educación.
En la guerrilla Lucio usaba el sobrenombre de Miguel y cuan-
do mandaba recado a sus amigos para pedir algún apoyo usaba el
seudónimo de Tirso Mesino. En las reuniones de decisión trataba de
no imponer su voluntad, dejaba que todos opinaran, mientras él
tomaba nota escuchando atentamente. Al final daba sus propuestas
intentaba convencer explicando las cosas lo más claro posible y se
tomaban las decisiones de manera colectiva, nunca imponía esfuer-
zos o sacrificios que él no estuviera dispuesto hacer. Predicaba con
el ejemplo.
Era solidario, sencillo, alegre y siempre aún en los momentos
de más peligro, bromeaba con todos para que no tuvieran el miedo
atorado en la garganta. Lucio también fue compositor, le compuso
un corrido al Che Guevara, de quien le provocaba una profunda
tristeza su muerte. El corrido dice así:

Ya el mundo canta sus himnos con tristeza


y las metrallas van sonando sin cesar
porque ha caído combatiendo allá en la sierra
el Che Guevara para darnos libertad.

Existen hombres cuya patria es todo el mundo


y como Cristo se dedican a luchar
tratando al pobre con amor profundo
como Bolívar, Hidalgo y otros más.

612
Mil y una crónicas de Atoyac

Tal es el caso del gran comandante Che


siendo argentino hasta Cuba fue a luchar
acompañando en los combates a Fidel
para enseñar al campesino a gobernar.

Octubre del año 67 cuando en Bolivia


combatiendo ahí caíste
se estremeció todito el mundo con tu muerte
pero andaremos el camino que nos diste.

Y si te fuiste con la pena de Vietnam


vete tranquilo comandante Che Guevara
porque esta lucha socialista va a triunfar
que ni los gringos ni los ricos ya la paran.

A pesar de estar enfermo Lucio nunca quiso tomar dinero de la


guerrilla para su salud y a veces se le miraba cargando mochilas de
otros que estaban más cansados. Se incluía en todas las tareas, como
las de hacer guardia, cocinar, cargar lo más pesado y si cometía un
error se le criticaba. No era caudillo cumplía con sus tareas y además
les daba clases a los combatientes de filosofía, historia y política. Les
exigía que leyeran por lo menos dos horas diarias sin descuidar sus
obligaciones.
El líder guerrillero hablaba como el pueblo para darse a enten-
der. Dice su hermano David Cabañas que cuando enseñaba las leyes
de dialéctica lo hacía de una manera muy sencilla, explicando como
primero hay un granito de maíz y la dialéctica nos dice que el gra-
nito de maíz lo sembramos y al ratito cambia, ¿por qué?, porque se
convierte en una matita y después de que se convierte en matita se
convierte en muchos granos. Así explicaba Lucio a los campesinos
cada una de las leyes de la dialéctica. Así de sencillo hablaba por eso
quedaba claro lo que decía, así es como se ganó a la gente.
En la guerrilla cuando le mandaban un reloj de la ciudad, se lo
ponía un ratito y luego se lo regalaba a un compañero. Dice David
que Lucio nunca trajo un reloj más de tres días, buscaba la forma
613
Víctor Cardona Galindo

siempre de ver como utilizaba las cosas en beneficio de todos o se


lo daba a un compañero de premio. “Me acuerdo cuando los viet-
namitas nos mandaron medallitas y anillos que eran de un material
que quitaban a los helicópteros gringos que derribaban en Vietnam.
Lucio repartía entre los compañeros y no se quedaba con nada”.
“Así fue Lucio siempre desprendido, fue el hombre dispuesto
a dar siempre sin condiciones, sin limitaciones, para servirle a la
gente, el hombre que traía la mochila muy pesada, el hombre que
comía al último, el hombre que si llegaban las cosas para darnos,
para repartirnos, él no se quedaba con las cosas”, asegura el hermano
de líder guerrillero.
Traía un pantalón y una camisa nada más, siempre compartía la
ropa con sus compañeros y si había una comisión peligrosa siempre
se proponía para ir por delante. En los campamentos explicaba las
operaciones militares que había de seguir armando un mapa con
cáscaras de limón.
“Con pedacitos de la cáscara de un limón, Lucio iba haciendo
en la tierra todas las formas de cómo se iba a poner una emboscada.
Dibujaba la ruta, el camino, los lugares donde íbamos a actuar y nos
decía: miren muchachillos, por aquí atacamos, aquí contraataca-
mos, por acá evitamos la fuga, todo. Así solía explicamos las cosas”,
relató David Cabañas al periódico Reforma en noviembre del 2002.
“Por eso lo admirábamos, por eso Lucio era y sigue siendo Lu-
cio, porque se sacaba cualquier cosa de la manga. Resolvía todo.
Siempre encontraba salidas y alternativas”, apuntó.
Lucio desarrolló una manera única de dirigir La Brigada Cam-
pesina de Ajusticiamiento y de acercarse a la gente e incluso de ves-
tirse. Según David: “Llegaba y les decía, con su voz pausada, suave,
—zanca, zanca no te asustes. Somos la guerrilla, soy Lucio Cabañas.
—Ah, sí profesor—, decían y ya se abría la puerta de la confianza.
El nombre de Lucio era la llave para que la gente nos oyera en todos
lados”.
Varios ex miembros de La Brigada Campesina de Ajusticiamien-
to consultados por Reforma recuerdan también la manera particular
614
Mil y una crónicas de Atoyac

en que Lucio remendaba sus camisas. “Cuando se le caían los boto-


nes, los sustituía con palitos de madera, que pegaba con hilo en los
espacios vacíos y luego atravesaba en los ojales”.
David Cabañas recuerda que la primera contraseña que Lucio
les enseñó fue silbar el inicio del corrido de “La Adelita”, y que para
llamar a comer se chiflaba “La cucaracha”. Asegura que su hermano
participaba en todas las tareas, que nunca le gustó que lo protegie-
ran y que no fue malhablado, sus peores palabras eran: “bribón”,
“canijo” o “hijo del catre”.
Para conocer más la personalidad de Lucio Cabañas esta anéc-
dota: una vez llegó a casa de la profesora Hilda Flores, en Atoyac,
con unas chanclas rotas y un pantalón roto. Cuando le preguntaron
que había pasado con su pantalón y los zapatos, dijo que se los había
regalado al comisario de Mexcaltepec porque tenía una reunión de
trabajo y le daba vergüenza usar el pantalón roto y sus huaraches
viejos. Lucio regalaba zapatos, calcetines, pantalones, lo que tuviera
a la mano, a veces ya no aguantaba el frío, pero les daba la chamarra
a otros.

El secuestro de Figueroa
Hace cuarenta años, el 30 de mayo de 1974 la Brigada Campesina
de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres que encabezaba Lucio
Cabañas Barrientos, secuestró al senador y precandidato del pri a la
gubernatura de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa. Lo mantuvo
103 días en su poder. En ese tiempo se desató la mayor represión
que se haya sufrido en la región. El secuestro del principal cacique
de Guerrero marcó el principio del fin de la guerrilla más conocida
del país.
El futuro gobernador Rubén Figueroa acudió el 30 de mayo
de 1974 a un encuentro pactado con Lucio Cabañas a la sierra de
Tecpan y después de una ríspida discusión política con Lucio y la
dirección política de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento el
615
Víctor Cardona Galindo

primero de junio se rompieron las pláticas y el entonces senador


Figueroa vocal ejecutivo de la Comisión del Balsas quedó detenido
en manos del Partido de los Pobres hasta que se cumplieran las de-
mandas que se conocerían después.
En 1972 la guerrilla ya ocupaba las primeras planas en los dia-
rios del país y todos hablaban de ella. La Brigada Campesina de
Ajusticiamiento tenía en su poder a Cuauhtémoc García Terán por
cuya vida exigía un millón de pesos. En ese marco Figueroa retó:
“Lucio Cabañas no es ningún guerrillero yo lo reto a que me secues-
tre; los camioneros podrían pagar un buen rescate por mí”, publi-
caba el periódico Excélsior, el 15 de abril de ese año. Con el tiempo
Lucio le tomaría la palabra.
Pasaba el tiempo y la guerrilla guerrerense resistía todas las cam-
pañas militares que se le venían encima, obligando al gobierno a
cambiar su discurso. Por ello en 1973 Rubén Figueroa se pronuncia-
ba por el diálogo con los guerrilleros. El 25 de junio Antonio Alba
Brito reportero del Heraldo escribió: “El senador Rubén Figueroa
Figueroa, vocal ejecutivo de la comisión del Balsas, indicó que Ca-
bañas, como su amigo Genaro Vázquez, encabeza un grupo que fue
empujado a la clandestinidad por regímenes anteriores, y particular-
mente por gobiernos locales”.
“Lucio Cabañas es un problema que existe en Guerrero porque
no se ha establecido un idioma común. No quiero que el gobierno
de mi tierra hable el idioma de los inconformes de la sierra, pero
quizá con un diálogo adecuado… Hay que encontrar los causales
de la disidencia de Lucio y luego intentar otro procedimiento para
persuadir de su error a esa gente armada de la sierra de Atoyac”, de-
claraba Figueroa a Ultimas Noticias el 12 de enero de 1974.
“Los ideales de grupos como el que comanda Lucio Cabañas en
la sierra de Guerrero, coinciden en parte con la política revolucio-
naria institucional’, afirmó ayer el senador Rubén Figueroa, quien
agregó que si llega a ocupar la primera magistratura de su entidad,
invitará al diálogo ‘a los rebeldes discípulos de mi amigo Genaro
Vázquez Rojas… emplearé la persuasión en lugar de la persecución:
616
Mil y una crónicas de Atoyac

no para vencer, sino para convencer a Lucio Cabañas”, se publicaba


en El Heraldo, el 3 de mayo de 1974.
El encuentro entre Figueroa y Cabañas, tuvo como antecedente
una intensa relación epistolar que se llevó a cabo por medio del
profesor Inocencio Castro Arteaga y Luis Cabañas Ocampo tío de
Lucio. Ellos fueron los enlaces entre la guerrilla y el senador por
Guerrero.
De hecho Rubén Figueroa hizo numerosos esfuerzos para entre-
vistarse con Lucio Cabañas, el primero fue buscar a Inocencio Cas-
tro Arteaga a quien le pidió que sirviera de enlace con la guerrilla,
porque quería hablar con Lucio para que dejara las armas y se incor-
porara a la lucha política legal en aras de la paz social en el estado.
Castro Arteaga tal vez accedió a servir de intermediario pensando en
la paz de la región y por eso subió a algunos pueblos de la sierra y
escaló montañas buscando el campamento para establecer contacto
con Lucio para informarle de las intenciones de Figueroa. Lucio e
Inocencio eran amigos desde que formaron parte del comité cívico
de la escuela Normal de Ayotzinapa.
También sacó de la cárcel a Luis Cabañas Ocampo quien estaba
prisionero en Campo Militar Número Uno y lo comisionó para que
buscara a Lucio y lo convenciera de la entrevista.
Años después el ya gobernador de Guerrero Figueroa relataría a
Luis Suárez que “un par de años antes de lo ocurrido yo escribí una
carta a Lucio Cabañas... y me valí de un profesor conocido, con quien
yo tenía trato cordial, el profesor Inocencio Castro. Y por su conducto
envié la carta a Lucio, donde le decía que igual que lo intenté con Ge-
naro Vázquez Rojas, que si era mi amigo, me ponía a sus órdenes por
si quería un diálogo relativo a su inquietud y a las de sus seguidores
[...] Me contestó de palabra, por el mismo conducto de Inocencio,
que no quería diálogo con un gobierno encabezado por Luis Eche-
verría, poniendo calificativos que no le corresponden. Fue en forma
despectiva e hiriente así acabó con el primer contacto”.
Fue en la reunión de noviembre de 1972, cuando representan-
tes de varios grupos armados subieron al campamento “El Venado”
617
Víctor Cardona Galindo

ubicado en el Cerro del Zanate donde llegó Inocencio Castro Ar-


teaga, como representante del Movimiento Revolucionario del Ma-
gisterio, con una carta de Rubén Figueroa dirigida a Lucio Cabañas
en la cual planteaba la posibilidad de una entrevista, la propuesta fue
rechazada contundentemente. Porque “en esos momentos no había
interés alguno de un acercamiento con una persona non grata. A pesar
de la negativa de los brigadistas, el senador no desistió en llevar a cabo
su propósito, para esto se hizo valer de la relación que tenía con, nada
menos, dos familiares de Lucio Cabañas. Luis y Pascual Cabañas, am-
bos tíos del guerrillero, quienes estaban dispuestos en servir como
correos entre ambos personajes”, relata Eneida Martínez en su tesis,
Los alzados del monte. Historia de la guerrilla de Lucio Cabañas.
Incluso la misma Margarita Cabañas intervino para que la en-
trevista se llevara a cabo, dice Pedro Martínez Gómez.
Una de las misivas que Rubén Figueroa mandó a la Brigada —a
través de Luis Cabañas— fue durante el periodo que Carmelo Cor-
tés Castro estaba a la cabeza de la dirigencia, pues Lucio estaba en
Ciudad de México. La visita del mensajero a la sierra, provocó dis-
gusto entre los miembros, principalmente de la dirección, porque
veían el peligro de recibir a una persona, nada menos, al servicio del
mayor cacique de la entidad. Por otro parte, Luis Cabañas llegó con
la misma familiaridad, con la que siempre llegaba cuando estuvo su
sobrino, pero éste no fue bien recibido
De acuerdo al testimonio de Pedro Martínez, entrevistado por
Eneida, ese día no tuvo éxito Luis, porque cuando estaba Lucio
platicaban ampliamente y esa vez tajantemente se le dijo que con
Figueroa no se quería ningún vínculo y además se le dijo a Luis
Cabañas que ya no volviera. Se le dio a entender que si seguía yen-
do con esas propuestas podría tener problemas. Se dice que ese día
Luis estuvo a punto de ser ajusticiado por la guerrilla que le tenía
desconfianza por el peligro de que guiara a los agentes del gobierno
hasta el campamento.
Aquí queda claro, que por parte de los brigadistas jamás hubo
interés en tener un encuentro con Rubén Figueroa, pues el haber
618
Mil y una crónicas de Atoyac

querido tratar con él para resolver los problemas que habían pro-
vocado el levantamiento armado significaba ir contra la lucha em-
prendida por el Partido de los Pobres. Además, la historia de los
movimientos sociales les había enseñado a los guerrilleros que el te-
ner trato con el poder político, casi siempre, significó la traición por
parte de éste: “Lucio jamás iba a querer tratos de esa naturaleza (…)
no había interés (…) precisamente porque teníamos conocimiento
de la historia, ¿no?, Jaramillo, Zapata y todos los líderes, que cuan-
do accedieron fueron traicionados (…) además que uno conocía ya
históricamente el papel que habían jugado los Figueroa con Zapata
(…) Y lo de Jaramillo con López Mateos quedó muy marcado y
nadie iba a aceptar, yo siento que Lucio no iba a aceptar y no iba
a entrar en ese tipo de negociaciones, porque además en la Brigada
había mucho convencimiento de que eso no eran soluciones”, sigue
Pedro Martínez.
Pero en marzo de 1974 Figueroa volvió a insistir por medio de
recados verbales por medio de Pascual y Luis Cabañas a quienes les
había hecho regalos. Se habla de un Volkswagen a cada uno y la pro-
mesa de puestos cuando fuera gobernador, si lograban la entrevista.
Por eso Pascual y Luis volvieron a solicitar en abril la entrevista.
Durante este periodo, llegó Luis Cabañas Ocampo, tío de Lucio
hasta El Salto Chiquito, donde acampaba la guerrilla reiterando la
propuesta. También fue rechazada. Luis regresó luego con otras car-
tas y finalmente la dirección del Partido de los Pobres, en la primera
semana de abril, aceptó la entrevista. El 12 de abril los dirigentes
guerrilleros enteraron al resto de los combatientes la existencia de
un Plan Grande. “Sólo estábamos enterados: la dirección, ‘Ricardo’
(a) la Chichalaca y yo que éramos los que salíamos a dejar las cartas
para Figueroa, y a veces hasta esperábamos la contestación”, escribe
un guerrillero en “Diario de un combatiente ii” en el libro Papeles
de la sedición o la verdadera historia político militar del Partido de los
Pobres, compilado por Francisco Fierro Loza.
Les informó que el Plan Grande estaba en puerta sin decirles de
que se trataba. Era una actividad que tal vez duraría de tres a seis
619
Víctor Cardona Galindo

meses, “incluso un año y exigía que los compañeros transitorios que


por regla general permanecían en la guerrilla como mínimo tres me-
ses, dijeran que si iban a aguantar como los compañeros fijos”, dice
la versión oficial de la guerrilla en el libro Lucio Cabañas y el Partido
de los Pobres. Una experiencia guerrillera.
Sobre el tema don Simón Hipólito entrevistó a un guerrillero
cercano a Lucio que dice: “A principios de mayo de 1974 volvió a
insistir Figueroa en la entrevista, Pascual, Luis y un profesor envia-
dos por el candidato del pri llevaron la comisión al campamento.
Entonces, por medio de un contacto quedamos de notificarle la re-
solución de la brigada… Nosotros vimos que a fines de mayo era
el tiempo ideal, ya que llega el tiempo de las aguas, reverdece la
vegetación, los ríos crecen y las nubes permanecen casi todos los
días en los cerros, con lo que es más fácil encender la lumbre para
preparar alimentos, ya que el humo se confunde con ellas… Con la
vegetación reverdecida podíamos desplazarnos hasta en las narices
de los guachos”.
Figueroa diría a Luis Suárez que después de una entrevista al
periódico Excélsior donde expresaba su disposición al diálogo con
la guerrilla, recibió una carta de Lucio manuscrita donde le decía
que él era el candidato más viable para Guerrero y que lo invitaba
a platicar.
Lucio le envió el 20 de abril de 1974, una carta a Luis Caba-
ñas Ocampo en la que le dice “Como te habrás dado cuenta, no
queríamos entrevista con nadie del gobierno, pero ahora te aviso
que decidimos entrevistarnos con Figueroa para ver si durante su
gubernatura en Guerrero, podemos lograr algunas ventajas para la
población civil”.
En otra carta del 9 de mayo, Lucio Cabañas Barrientos le dice
al senador Rubén Figueroa Figueroa: “Recibimos la copia de la con-
testación que nos dirigió usted, indicándonos la posibilidad de en-
trevistarnos con su persona y que el señor Inocencio Castro es de
confianza para el gobierno como contacto”. En ese mismo texto da
las cinco condiciones.
620
Mil y una crónicas de Atoyac

La entrevista se realizaría el 25 de mayo. “Las fuerzas armadas


del gobierno deben retirarse ocho días antes de la entrevista y regresar
ocho días después cuando menos. Deben retirar al ejército, la policía
judicial y el servicio secreto. La policía municipal deberá acuartelarse
el su respectiva cabecera durante el retiro en los cuatro municipios
que son San Jerónimo, Tecpan, Atoyac y Coyuca de Benítez”.
“Debe usted venir en camioneta o coche, de contraseña traerá
dos moños rojos de trapo; uno colocado sobre la caseta y el otro
sobre la parte delantera o cofre; en caso de ser rojo el vehículo, los
moños deben ser color blanco”. La cita era a las ocho de la mañana
en la Y Griega de Atoyac, podía llevar hasta cuatro personas con
él, entre ellos, alguien que pudiera tomar nota en taquigrafía de
las discusiones y acuerdos. Firman por la brigada, Lucio Cabañas
Barrientos, Agustín Álvarez Ríos, Isidro Castro Fuentes, Enrique
Velásquez Fierro y José Luis Orbe Diego.
“Le dije al señor general Cuenca, secretario de la Defensa, sobre
la condición de retirar las fuerzas. El general me dijo: ‘¿Cómo le va
hacer caso a un bandido? El Ejército Nacional no puede estar sujeto
a los requerimientos de un hombre que está fuera de la ley, de un
forajido’. El general Cuenca fue inflexible en no acceder. Me dijo
que yo iba a tratar con bandidos y que por eso tendría un saldo ne-
gativo. No me quedaba, pues más remedio que renunciar, pues no
se cumplirían la exigencias de Lucio”, dice Figueroa en la entrevista
con Luis Suárez, publicada en el libro Lucio Cabañas. El guerrillero
sin esperanza.
Figueroa contestó por medio de Inocencio y de Luis Cabañas
que había fracasado en su gestión para el retiro de las tropas. Pero la
respuesta de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento fue posponer
la entrevista para el 30 de mayo.

II
El 28 de mayo de 1974 en el campamento de Los Alacranes, la
guerrilla inició la preparación de mochilas para abandonar el lugar
621
Víctor Cardona Galindo

y llevar a cabo “El plan grande”. Desde ese paraje las comisiones
se desplazaron hacia la ciudad. El combatiente Carlos buscaría dos
choferes, para mover una camioneta con víveres y Sabás haría el
primer contacto con Rubén Figueroa en San Jerónimo.
En el libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una expe-
riencia guerrillera, un combatiente, al que le dan el seudónimo de
Juan, y del que queda claro se trata del mismo Carlos, explica: “El
28 de mayo se me comisiona para salir al medio urbano con el fin
de conseguir una camioneta y dos choferes y subir el 30 de mayo
por la carretera que va de Tecpan al Aguacatoso-Cabeceras, llevaría
bolillos y queso para los compañeros de la comisión que marcharían
hasta un lugar de la carretera para ‘recibir’ al viejo. Yo tendría que
salir temprano, ir atento viendo la carretera hasta encontrar una
contraseña que consistía en dos varas atravesadas en la carretera, ahí
estarían los compañeros, me bajaría con un chofer y el otro se regre-
saría con la camioneta. Por esa misma carretera subiría más tarde el
compañero Sabás con los ‘visitantes’”.
Ese mismo día 28 de mayo la guerrilla avanzó hacia lo profundo
de la sierra, donde se dividió en dos grupos: uno de 26 miembros
fue a esperar a Figueroa en la brecha que conduce al Aguacatoso y el
otro con un número mayor se dirigió al norte para ubicar un punto
de reunión. “Se presentaba la caída de la tarde, cuando la guerrilla
empezó a escalar la montaña con grandes cumbres, las cuales hacían
pesado el avance. Decidimos pernoctar a orillas de un arroyuelo y
pasar ahí la noche para continuar al día siguiente. Agotados por el
cansancio, se gozó de dicho descanso, el cual todo mundo aprove-
chó a sus anchas”, asentó Francisco Fierro Loza en el texto La verda-
dera historia de un secuestro.
Mientras el grupo mayoritario iniciaba su marcha para cumplir
con su tarea, el grupo de los 26 a pasos forzados avanzó toda la no-
che del 29 de mayo, para llegar al amanecer a orillas del río Tecpan,
mismo que corre paralelo a la brecha por la que llegaría el precandi-
dato a la gubernatura con su manojo de propuestas para que Lucio
abandonara las armas.
622
Mil y una crónicas de Atoyac

Por su parte Rubén Figueroa salió, de las instalaciones de Auto-


transportes Figueroa ubicadas en Acapulco, a bordo de una combi
roja propiedad de la Secretaría de Agricultura, adscrita al Centro de
Investigaciones de Iguala. Inocencio Castro le había informado que
Lucio Cabañas estaba enfermo y cansado, por eso el principal cacique
de Guerrero pensaba que “valía la pena verse con él y tratar de llevarlo
al terreno de la paz social”, diría después el también senador. Para que
fuera parte de su comitiva invitó a su sobrino Febronio Díaz Figueroa,
de 54 años, por que era profesor universitario de marxismo y conside-
ró que le podía ser útil en las discusiones con Lucio.
Figueroa dijo a Luis Suárez que le preguntó a Inocencio Castro,
“cuando ya me trajo la última comunicación de Lucio, si no caería
yo en una celada. De ninguna manera, me dijo. Añadió que Lucio
tenía confianza en mí para abanderar la vida nuestra”. Con el tiem-
po sabemos que Inocencio, no era ajeno a los planes que tenía Lucio
para con Figueroa.
Eran las 7:45 de la mañana cuando el vocal ejecutivo de la Co-
misión del Balsas abandonó la casa que tenía al interior de la com-
pañía de transporte en Acapulco, en el camino se detuvo para colo-
car los moños blancos a la camioneta, esa era la contraseña para que
lo identificara la guerrilla. Ernesto, el chofer que llevaba, se quedó
en el entronque de San Jerónimo y Febronio tomó el volante.
El primer contacto entre la gente de Lucio y Figueroa se dio el
jueves 30 de mayo de 1974 en la vía que conduce de San Jerónimo
a El Ticuí cerca del crucero con la carretera Acapulco-Zihuatanejo.
A las 9 de la mañana llegó el senador y sus cuatro acompañantes, su
secretaria Gloria Brito que iba para tomar nota de los acuerdos en
taquigrafía, Febronio Díaz Figueroa el asesor de marxismo y dos tíos
de Lucio, Luis Cabañas Ocampo y Pascual Cabañas Ocampo que
habían servido como enlace para la entrevista.
Luis Cabañas Ocampo que había sido el principal líder de Los
Cívicos en Atoyac, únicamente tenía un pulmón, el otro se lo ha-
bían quitado en la Ciudad de México, mediante un operación qui-
rúrgica y se sofocaba al caminar, por eso muchas personas, que lo
623
Víctor Cardona Galindo

conocieron, dudan que haya andado en la sierra secuestrado con


Figueroa y creen que todo fue un arreglo para aumentar la populari-
dad “del viejo” dado que era precandidato a la gubernatura.
Figueroa recodaría después ante Luis Suárez que: “Como al
cuarto de hora pasó un coche de sitio de San Jerónimo, donde iban
el chofer y otra persona. Pasó. Pero a los 400 metros se detuvo. Bajó
una persona. Un hombre chaparrito que llevaba en la mano izquier-
da una rama verde. Era el enlace. Subió a la camioneta. Esa perso-
na esa Sabás, nombre que tenía en la guerrilla, y que era conocido
de Luis y de Pascual Cabañas. Ellos sabían quien era en realidad
Sabás”. Se trataba de Sixto Serafín Castro, pero el prefería que le
llamaran Sixto Huerta, nació el 6 de agosto de 1936, en El Porvenir
y su seudónimo en la guerrilla era Sabás y era uno de los guerrilleros
más comprometidos del Partido de los Pobres.
Después de que Sabás subió a la camioneta enfilaron en direc-
ción a Tecpan de Galeana y de ahí rumbo a El Aguacatoso, deberían
pararse donde encontraran una rama verde atravesada en la carre-
tera, pero al grupo que los esperaba se le olvidó poner la señal y
tuvieron que irse de paso hasta lo alto de la sierra.
Mientras ellos iban en camino, para los 26 guerrilleros que los
contactarían, “transcurrían las primeras horas del día 30 de mayo
de 1974, cuando se buscaba el lugar adecuado para colocarse cada
uno en su puesto, a manera de emboscada, por la desconfianza que
se tenía a la llegada de Figueroa”, comenta Francisco Fierro Loza.
El tiempo pasaba. El comando de los 26, en sus puestos de com-
bate, permanecía atento al reloj para checar la llegada a la una de
la tarde, hora precisa de establecer el contacto. A esta hora había
inquietud y desconfianza de que pudiera llegar Figueroa; todo era
esperar. Los carros seguían pasando y no se lograba ver la camioneta
roja o blanca con las respectivas contraseñas.
Narra Juan: “El 30 de mayo salimos el chofer que conducía la
camioneta, el otro chofer y yo. Caminamos una hora, dos horas, tres
horas y nada de contraseña. Llegamos a un pueblo llamado El Agua-
catoso, había ahí una cadena que impedía el paso, porque el aserra-
624
Mil y una crónicas de Atoyac

dero que ahí había estaba embargado, precisamente por Figueroa;


vino una persona, quitó la cadena y pasamos, seguimos caminando
otro rato hasta llegar a otro pueblo, llamado El Seco, sin encon-
trar la contraseña. Emprendimos el camino de regreso, pasamos por
Aguacatoso y más adelante encontramos una combi, ahí venía el
viejo, Febronio, Gloria, Pascual y Luis, los traía el compañero Sabás.
En cuanto reconocí al compañero brinqué de la camioneta (…) Le
dije que tampoco había encontrado la contraseña”
“Nos pusimos de acuerdo de que diéramos otra vuelta a El seco,
bajamos las cosas, el chofer (que al parecer era Inocencio Castro) se
fue con la camioneta y junto con el otro chofer nos subimos a la
combi. Ahí iba al volante Febronio, a un lado Figueroa, atrás Gloria,
Pascual y Luis, me subí junto al viejo para en el trayecto ver mejor la
contraseña. Pasamos por el Aguacatoso, llegamos al Seco sin encon-
trar nada. Nos bajamos de la combi un rato. Ahí estaba un rebaño de
chivos, Figueroa intentó agarrar uno, el chivo se fue sobre él envis-
tiéndolo, cayó al suelo, Pascual corrió a levantarlo, le sacudió la ropa”.
Por su parte Figueroa recordaba “penetramos a una brecha que
conduce al ejido de Pitos, Pitales y Letrados, donde está la explo-
tación maderera de Alcibiades Sánchez. Por cierto, a este Alcibia-
des yo, en mi calidad de presidente del consejo de administración
de la Descentralizada Forestal Vicente Guerrero, le había ordenado
un embargo de su madera que tenía en el paraje del Aguacatoso, a
donde llegamos ya en la sierra alta. Siguiendo la brecha, a unos 25
kilómetros, se pasaba el poblado de Letrados, luego el de Pitos o
Pitales, no recuerdo bien, y finalmente El Aguacatoso, donde había
una cadena con un candado para impedir el acceso a la madera de
Alcibiades. Pedí permiso a los campesinos y a pie llegue al lugar sin
encontrar a Lucio. Pero antes, entre Pitales y El Aguacatoso nos ha-
bíamos encontrado una camioneta Pick Up verde, nueva, Ford, que
retornaba. Iban un chofer y un joven estudiante (calidad que supe
luego) de una de las escuelas vocacionales de Instituto Politécnico
Nacional de México, sobrino de Lucio, de apellido Iturio, de 16
o 17 años, muy ágil. Este traía un bolso grande, de ixtle, lleno de
625
Víctor Cardona Galindo

tortillas. Al encontrarse con nosotros reconoció a los dos Cabañas,


a quienes llamó tío. Ese joven se pasó a nuestra camioneta combi.
Traía instrucciones. Pero nos confesó que no había encontrado la
huella prevista para proceder al encuentro con Cabañas. Sin em-
bargo dijo que siguiéramos así, aclaró, llegamos con éste joven a El
Agucataso, y fue cuando vimos la cadena, etc. Entonces pasamos a
pie por una brecha hasta un paraje muy lejano, donde vivía una mu-
jer con sus hijitas, y con unos chivos. Era una casa aislada. El lugar
mismo muy aislado en lo alto de la sierra”.
“Serían las once y media de la mañana. Regresamos a pie a El
Aguacatoso. Nos encaminamos a una tiendita a tomar un refresco.
Yo sentía preocupación de que con tantas vueltas y revueltas se nos
acabara el combustible. Pero advertí que abajo había dos camiones,
en un pobladito que allá se divisaba, y propuse que fuéramos a ver-
los. La combi nos acercó hasta donde era posible y me acerqué a pie
a los camiones. Dije a los choferes que nos vendieran veinte litros
de gasolina, al precio que ellos quisieran. Los choferes estaban deso-
llando una puerca que daba algunos gritos… Me dieron veinte litros
de gasolina y les di 500 pesos. Puse el combustible a la camioneta.
La señora que despachaba los refrescos estaba quejosa. Ella no me
reconoció, pero decía que por causa del ingeniero Figueroa, que ha-
bía dispuesto el embargo, los trabajos estaban parados y a ella no le
compraban. No me identifiqué y volví a la camioneta para regresar
por el camino que ya había hecho”.
“Emprendimos el camino de regreso, pasamos por El Aguacato-
so, ahí el viejo compró 30 litros de gasolina y dio 500 pesos por ella.
Salimos de ese lugar, situado en lo más alto de la sierra, empezamos
a bajar (…) de pronto en la carretera vemos una rama atravesada,
Febronio frena, nos bajamos Sabás y yo, chiflamos y luego contesta-
ron la contraseña”, dice Juan.
Llegó la una de la tarde, que era la hora definitiva para contactar
a Figueroa y compañía. Sin embargo, la desesperación y el desa-
liento hicieron crisis entre los guerrilleros al grado que decidieron
abandonar sus puestos de emboscada. Ya fuera del terreno del peli-
626
Mil y una crónicas de Atoyac

gro, como a la una y veinte minutos aproximadamente, se escuchó


el ruido de un Volkswagen que pasó rápido, sin detenerse. En una
curva lejana divisaron una combi color naranja que avanzaba en
dirección a El Aguacatoso.
“Con la sospecha de que pudiera ser Figueroa, nos detenemos un
rato. En estos momentos se pensaba en todo: que podía ser Figueroa o
una exploración policíaca, pero además se había cometido el error de
no tirar la rama verde a la carretera, que era la contraseña convenida.
Sin embargo, inicia la discusión sobre si nos quedábamos a esperar
más aún, en contra de las reglas disciplinarias…Unos éramos de la
opinión de que se habían cometido muchos errores; por ejemplo, que
se había esperado más del tiempo convenido y si bien es cierto todo
podía salir bien, debíamos en estos casos ser rígidos, de lo contrario,
se tomaría como costumbre siempre arriesgar un poco. Lucio, por el
contrario, tenía el hábito, en esos casos, de romper con la disciplina
que debe tener la guerrilla”, dice la versión de Fierro Loza.
Se dice que la mayoría optaba por alejarse del lugar, pero pro-
ponía que antes había que buscar comida, porque la camioneta con
los víveres tampoco llegaba. Pero a pesar del acuerdo de alejarse del
lugar en busca de alimentos, hubo quienes como Ramón y Daniel,
que se auto propusieron para quedarse de manera voluntaria a che-
car el regreso combi para corroborar si era Figueroa.
Después de haber pasado un corto tiempo se escucharon silbi-
dos de los dos guerrilleros que se habían quedado del otro lado del
río, en espera de hacer contacto. Se informó al resto de la guerrilla
que Figueroa ya estaba poder del Partido de Los Pobres. Lo habían
contactado cuando regresaba del Aguacatoso, como a las cuatro y
media de la tarde.

III
Dos guerrilleros con rifles y mochilas que surgieron del monte fue-
ron el comité de bienvenida para Figueroa. Luego que se dio la con-
traseña salieron de la maleza otros 12 hombres armados con m-2
627
Víctor Cardona Galindo

y fal. Más tarde llegarían los demás hasta completar los 26 que
componían la comisión de contacto con el futuro gobernador del
estado.
Con la llegada del senador, la mayor parte de la comisión se
concentró en la orilla de la carretera, “de donde se iniciaría la cami-
nata al fondo de la sierra”, comenta Francisco Fierro Loza. Al lle-
gar Figueroa, Gloria Brito, Febronio Díaz, Pascual Cabañas y Luis
Cabañas; todos fueron saludados de mano por los miembros de la
Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
Pero a pesar del tono cordial con el que se dio el encuentro, lo
primero que hicieron los guerrilleros fue desarmar a los recién llega-
dos. Pedro Hernández Gómez, Ramiro les preguntó que armas por-
taban y comenzó a recogerlas, les dijo que las devolverían cuando
se fueran, que se trataba de una costumbre de la guerrilla. Figueroa
protestó, “no venimos en son de guerra, sino de paz. Tanto derecho
tienen ustedes como nosotros. Pero no vamos a discutir”, dijo.
Luis Cabañas estregó una pistola calibre 45, Figueroa una 380 y
en la combi llevaban una escopeta recortada calibre 12 que también
les fue recogida. Pero Gloria Brito se quedó con un arma de fuego
calibre 9 milímetros en su bolso de mano. Los guerrilleros sabrían
esto después porque cometieron el error de no revisarla. Por ser mu-
jer la creyeron inofensiva.
“Figueroa preguntaba por Cabañas con gesto de sospecha de
que algo andaba mal, dándosele la respuesta adecuada: que Lucio
tenía que llegar posteriormente a un lugar al cual se caminaría para
iniciar la entrevista. Lucio no se encontraba a lejana distancia, pero
no se acercaba porque Figueroa se pondría intransigente pidiendo
que se iniciara la plática en este lugar”, escribió Fierro Loza.
De manera rápida se iniciaron los viajes en la camioneta tras-
ladando la gente a Los Letrados. En el primer traslado se fue al
volante Febronio, iban con él Pascual, Luis y algunos combatientes.
El chofer de la guerrilla trajo la combi de regreso e hizo los otros
dos viajes. Los integrantes de la comisión que iba con Figueroa co-
mentaban con gusto su visita a la sierra, y su interés de escribir
628
Mil y una crónicas de Atoyac

acerca de su experiencia. En el segundo viaje se fue el viejo cacique


y otros guerrilleros que ya conformaban su escolta. Así llegaron a un
arroyo donde Figueroa quedó custodiado por algunos combatien-
tes. Ahí, en este lugar, fuera de la carretera, se descansó, mientras el
chofer continuaba trayendo a sus otros compañeros. En el último
viaje, “nos vamos Mano Negra, Sotero, Lucio, Sabás y yo. Llegamos
al lugar y se le dieron instrucciones al chofer para que se llevara la
combi lejos de ahí”, dice un guerrillero en el libro Lucio Cabañas y
el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México. Que
es la versión oficial del Partido de los Pobres sobre el movimiento.
Mientras Figueroa esperaba en ese arroyo, obscurecía. El sena-
dor se desesperaba por la ausencia de Lucio, quien iba a corta dis-
tancia. Desde ese arroyo se reinició la marcha a donde se dio la cena.
Fue a poca distancia bajo un gigantesco árbol de tupido follaje que
a la luz de la luna proyectaba una gran sombra. En este lugar se agu-
dizó la desesperación de Rubén Figueroa.
Se comunicaba con los guerrilleros a través Pascual y Luis Ca-
bañas, que se acercaban constantemente a preguntar dónde estaba
Lucio, cuándo llegaría, si estaba lejos, porque el senador tenía que
regresar pronto a la ciudad. La respuesta era que Lucio estaba lejos,
pero que pronto llegaría.
Figueroa dijo a Luis Suárez en el libro Lucio Cabañas. El guerri-
llero sin esperanza, “otra vez en marcha. Ya eran las seis de la tarde.
Nos encaminamos adelante de Letrados, transportándonos todos en
tres viajes de la camioneta hasta llegar a un alambrado… A pie se-
guimos por la margen de un riachuelo y llegamos hasta un árbol ma-
jestuoso, de esos que tienen nuestras selvas, cuando se acercaban las
sombras de la noche. En torno del tronco había un verdadero colchón
de hojas. Esperamos hasta la siete de la noche en que llegó Lucio”.
Cuando el líder del Partido de los Pobres se presentó donde estaba
Figueroa se provocó una gran algarabía. Febronio Díaz dijo a la revista
Proceso el 30 de noviembre de 1992, que Lucio llegó a las siete de la
noche con doce muchachos al lugar de encuentro. A su llegada Lucio
lanzó un grito: “La lucha por el socialismo es irreversible”.
629
Víctor Cardona Galindo

Al ver llegar a Lucio el senador exclama: “¡Ese mí querido Lu-


cio! ¡Cuánto gusto de verte! Camina y lo abraza”. Lucio ni siquiera
se mueve, está con los brazos hacia abajo. Dice la versión oficial de
la guerrilla que “inmediatamente fija su posición ante el viejo, di-
ciéndole que pertenecen a dos mundos opuestos que son enemigos
irreconciliables”.
Lucio le dijo a Figueroa: “‘Señor senador: venía yo preocupado
porque por radio me estaban informando que usted estaba impa-
ciente. Pero, que hacer. Tengo tres días y tres noches caminando
para ésta cita. No pude más que acelerar el paso y aquí me tiene
usted a sus órdenes”. “Me dio la mano. Lucio no tenía radio, ni nada
de eso. Nos quiso apantallar. Se presentó con un grupo de unos doce
muchachos. Entonces llegó el momento de vernos las caras, de co-
nocernos, pues. Con una lámpara eléctrica de pilas me echó el haz
de luz a la cara y así me vio creo yo que por primera vez. Entonces
yo le pido a uno de sus hombres la lámpara e hice lo mismo sobre el
rostro de Lucio. Así nos conocimos aquella noche en el punto ais-
lado de la sierra. Lucio habló con sus dos tíos, mis acompañantes”,
platicó Figueroa a Luis Suárez.
Figueroa invitó a Lucio a sentarse para que cenara e insistía en
la conversación diciéndole a Cabañas que él deseaba que saliera de
la sierra para que se distrajera. Todo eso quedó registrado en una
grabadora. Al avanzar la noche, todos los guerrilleros se dispusie-
ron a dormir, se les proporcionó cobijas y hamacas a Figueroa y
sus acompañantes, Lucio y otros brigadistas durmieron en el suelo.
“Pero como era tarde nos fuimos acostar. A mi me pusieron una
hamaca a unos cuantos metros de Lucio, que se acostó en el suelo”,
diría Figueroa siendo ya gobernador del estado.
El 31 de mayo de 1974, en sus primeras horas del día, Figueroa
y su comitiva se pararon muy temprano para saber cuál sería el des-
enlace de su visita. Lucio se levantó más tarde. Al verlo, Figueroa lo
saludó a gritos, lo llamó comandante, se acercó para tratar de enta-
blar conversación; en seguida le dijo que le llevó a regalar una buena
grabadora y una cámara Polaroid, con la que en ese momento Gloria
630
Mil y una crónicas de Atoyac

Brito tomó la foto donde aparece Figueroa con Sixto Huerta, Sabás,
por un lado y por el otro Isaías Martínez, Enrique. Le rogó a Lucio
para que se tomara una foto con él, pero el jefe guerrillero no aceptó.
Además de la grabadora y la cámara Polaroid, Figueroa llevó de
regalo una mochila, que dijo le había regalado un embajador gringo
y Lucio en torno burlón, comentó: “entonces la vamos a llamar la
imperialista”. Lucio ni siquiera hizo caso de los regalos, los tomó y
luego los pasó a los demás compañeros.
“Con las luces del alba nos vimos Lucio y yo frente a frente.
Entonces le regalé una cámara fotográfica Polaroid con la cual se
tomaron las fotografías donde aparezco con él y otros, y una gra-
badora la cual registró la conversación; la discusión que entonces
tuvimos como comienzo del diálogo”. Al recibir la grabadora que le
llevó Figueroa, Lucio elogió la que ya tenía, “Esta registra hasta los
cánticos de los gallos. Todos mis actos están grabados”.
Esa mañana fue la primera en que Figueroa compartió con los
guerrilleros el té, que se hacía con hierbas aromáticas de la sierra.
El primer día también hubo queso con tortillas, después el senador
comería, aunque los guerrilleros no.
El tiempo transcurría para Figueroa tratando de convencer a
Lucio para iniciar las pláticas. Esa mañana del 31 de mayo, bajo
aquel árbol de verde follaje Lucio y Figueroa se apartaron por mo-
mento del grueso de la guerrilla, que aprovecha el senador para pro-
ponerle: “Lucio, puedes irte a la ciudad; ten la seguridad que allá
tendrás la mejor casa en una de las colonias más lujosas, carros a tu
disposición, dinero, mujeres y todo lo que necesites”.
Al poco rato llegó el desayuno, lo mejor que pudo conseguirse;
pero la inquietud de Figueroa provocaba que su comida estuviera
amarga; siempre estaba acosando a Lucio para que dialogaran y éste
lo eludía, argumentando desacuerdo en los temas a tratar. Después
del desayuno todos abandonaron aquél árbol. Se avanzó de prisa,
antes que la lluvia los alcanzara. Después de pasar por las pequeñas
cuadrillas de Pitos, Pitales y Letrados inicia la cumbre que ya es parte
de la sierra cafetalera, donde están unas pequeñas casas de cartón que
631
Víctor Cardona Galindo

sirven de campamentos temporales a los dueños de las huertas de café


en tiempo de cosecha. En este pequeño caserío vivían unos campesi-
nos de apellido Mata en cuyos terrenos se iniciaron las pláticas.
“Salimos de ese campamento, caminamos por todo un arroyo
para arriba, hasta llegar al lugar donde se llevaría a cabo la plática.
En un campamento de huerta de café se realizarían; cerca de ese
lugar se encontraban ya los demás compañeros de la brigada que
componían la retaguardia”, se lee en el libro Lucio Cabañas y el Par-
tido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México.
Las horas del día 31 de mayo declinaban cuando la plática ofi-
cial se inició. “Figueroa proponía que dejáramos las armas, que nos
bajáramos de la sierra, que él nos daría trabajo y que siguiéramos a
lucha estando en la ciudad por los marcos democráticos que regis-
tráramos al partido”.
Lucio contestó que la lucha por la vía legal ya no era posible,
que la burguesía los había obligado a tomar las armas. Ante ésta
negativa el viejo Figueroa propuso que no se bajaran de la sierra que
siguieran ahí y que mensualmente les pasaría 75 mil pesos para el
sostenimiento de la guerrilla, pero que ya no atacaran al ejército y
las acciones estarían supeditadas a lo que él dijera.
“El viejo nos amenazó diciendo que por ese camino, o sea el de
la lucha armada, no íbamos a llegar muy lejos, que nos iban a meter
boinas verdes, que nos iban a meter perros, que nos iban a meter
expertos antiguerrilleros, que la cia iba a intervenir y por último
sentenció: —¡me corto el cuello si Estados Unidos permite otro país
socialista en América Latina!—”, cuenta un guerrillero sobrevivien-
te de aquella experiencia.
Febronio dijo que Figueroa le propuso a Cabañas: La posibi-
lidad de secar el tular y entregarle esa tierra a su gente para que la
explotara. La liberación de algunos presos políticos. La aportación
de cien mil pesos anuales para sostener la organización.
Fue al llegar la discusión al tema de los presos políticos cuando
las cosas se trabaron. De inmediato Figueroa pidió a Lucio la lista
de los presos políticos del país, aun cuando decía no garantizar la
632
Mil y una crónicas de Atoyac

libertad de todos. Parecía que el senador pensaba volver a tener otra


entrevista y llevar alguna respuesta concreta sobre el tema. Hacien-
do alusión a los presos de Guerrero, se comprometió a revisar los
procesos y sacar al que estuviera por delitos políticos, pero no a los
que se les siguieran procesos del orden común. El priista dijo que
no podía sacarlos a todos, que podría sacar a los que estaban en las
cárceles de Guerrero, pero hasta cuando fuera gobernador. Ofrecía
sacar de la cárcel a Pablo Cabañas y algunos familiares de Lucio
como Bertoldo Cabañas y Manuel García Cabañas.
Fue cuando Lucio le soltó definitivamente lo que ya Figueroa
esperaba oír y para lo que la Brigada Campesina de Ajusticiamiento
se había preparado: “Yo creo que los presos no nos los van a dar tan
fácilmente, así es que usted se queda detenido hasta que nos los
den”. El viejo cacique estalló y gritaba rabioso: “No te vas a cubrir
de gloria Lucio, recapacita, es un error el que estás cometiendo, si
me consideras un traidor ordena a tu guerrilla que me fusile, sería
un honor para mí”. Así quedaron todos retenidos, y mientras el
precandidato a la gubernatura rumiaba su error, la dirección de la
brigada organizaba las comisiones para negociar su rescate.

VI
Lucio Cabañas grababa todos sus discursos. Antes que el senador
Figueroa cayera en sus manos. El guerrillero marcó su postura en
una de las reuniones efectuadas en la sierra. “Echeverría para no
estar mandando gente que esté siempre acá, mejor va a poner uno
de los suyos y va a poner a Rubén Figueroa, el senador ese, pariente
de aquellos Figueroa que traicionaron a Zapata”.
“Ahora Rubén Figueroa es zapatista, como Echeverría. Los que
mataron a Zapata, ahora son zapatistas ya que murió, también van a
ser genaristas. Ya Figueroa es genarista, si yo muero mañana también
va a ser cabañista. Entonces esta gente hipócrita así es de por sí”.
“Viene Figueroa y ya viene repartiendo tierritas, rompiéndole
un amparo al mismo gobernador, viene allí peleándose con ciertos
633
Víctor Cardona Galindo

ricos, viene hablando bien de Genaro y viene pidiendo entrevista


conmigo en lo personal. Así que viene un compañero entre comi-
llas, así se le pone a los falsos. Viene un compañero entre comillas
allí, a hablar con los revolucionarios, quiere la paz. Viene a nombre
de Echeverría a ver que quieren los revolucionarios”.
“Este señor viene hacer muchas dádivas al pueblo. Viene repar-
tiendo máquinas de coser, molinitos y todo lo que está dando para
que la gente se contente y vea que el gobernador es bueno y mucha
gente se va a engañar”. En este discurso Lucio vislumbraba un cam-
bio de política con la llegada de Figueroa a la gubernatura. “Vamos
a sufrir debilitamiento con Rubén Figueroa, vamos a sufrir debili-
tamiento en Guerrero, pero en las demás partes de la república, es
fortalecimiento, vamos a crecer el Partido de los Pobres”.
“Entonces nosotros vemos que viene un gobierno reformista
que va a respetar varias libertades nos va a tratar un poquito mejor,
es decir no nos va a dar tan duro, si vino Nogueda Otero y nos dio
cinco macanazos hagan de cuenta que Figueroa nos va a dar tres.
Pero nos va a dar, o sea que nos va a fregar ¿no? Porque toda esa
politiquería de servir al pueblo, es para engañar al pueblo y fregar-
nos, dejar solo al grupo y fregarnos para eso es”. “Si nosotros nos
dejamos engañar, también se acabó la revolución compañeros. Yo
les advierto que ya mi familia ya está con Figueroa, para que vean
que voy bien yo, ¡no, ya adelantamos! Ya mi familia Cabañas está
con Figueroa, cierta familia no toda, ya andan allí, de repente ya va
a venir un comandante de la judicial Cabañas, de seguro, o quien
sabe que, pero algo puede haber, un hueso bueno le van a dar a los
Cabañas, y ya me llegó un Cabañas diciéndolos que abandonemos
las armas, ya hasta algunos compañeros hasta lo querían fusilar. Pero
no, no se puede fusilar a un ningún Cabañas mientras no se le com-
pruebe, mientras la gente no diga que se le fusile, si la brigada dice
vamos a fusilar un Cabañas, no vale lo de la brigada, vale cuando de
los barrios se diga ¿Oyes porque no chingan a ese Cabañas? Cuando
nos digan así la gente en los barrios, bueno pues ni modo ahora si.
Pero que digan nomás porque aquí la brigadita lo acordó, eso así no
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Mil y una crónicas de Atoyac

se vale compañeros, porque hay que hacer lo que el pueblo quiere,


nosotros que hacemos lo que el pueblo quiere, pues vamos bien, y
hay que hacer siempre eso ¿no? No nada más porque yo lo pensé
muy bien y de acuerdo con mi teoría y que mi planteamiento este
ha traicionado la revolución, o las habrá traicionado muchas veces
pero si el pueblo no quiere no hay traidor”.
En esta última parte, Lucio se refería a la visita que su tío Luis
Cabañas Ocampo hizo, al campamento del Salto Chiquito, llevando
un recado de Figueroa y la Brigada en respuesta le respondió que ya
no fuera porque de lo contrario lo iban a fusilar. Muchos guerrilleros
consideraban revolucionario a Luis Cabañas y al ponerse de parte de
Figueroa lo acusaron de traidor, por eso lo querían pasar por las armas.
Pero la postura de Lucio en torno a Figueroa sigue así. “Esa
situación de buen trato que trae Figueroa no nos va a engañar, aho-
rita parece que se jaló al rector de la universidad, ya se jaló a varios
estudiantes de la universidad, pero no se ha jalado al estudiantado
todavía, el estudiantado está con nosotros y esa es nuestra garantía,
para la lucha dentro de lo urbano, en los pueblos grandes, contamos
con el estudiantado de Guerrero, aunque se vayan los rectores que
quieran con Rubén Figueroa. Aunque se vayan todos los Cabañas,
menos uno, ojalá”.
Así pensaba Lucio del futuro gobernador de Guerrero, en aque-
llos días últimos de mayo de 1974 cuando la totalidad de la brigada
salió buscando al senador fuera de su zona de influencia y mientras
el grupo de los 26 buscaba hacer contacto con la comitiva de Fi-
gueroa, una numerosa representación de la guerrilla realizaba una
reunión en Los Letrados municipio de Tecpan de Galeana, donde se
habló de la lucha y se trató de concientizar al pueblo.
Al hablar del secuestro de Figueroa, Carlos Montemayor consi-
deró que “para Figueroa era posible negociar con Lucio y concederle
un poder regional que fuera compatible con su poder estatal y Lucio
pensó que Rubén Figueroa formaba parte de un poder monolítico e
indisoluble que movería al Estado en su totalidad a negociar por la
conservación y defensa de Rubén Figueroa. Los dos se equivocaron”.
635
Víctor Cardona Galindo

Aquel día en los cafetales de la familia Mata al llegar a la ruptura


de negociaciones. Luego que se dio la declaratoria de que el sena-
dor quedaba retenido hasta que se cumplieran las exigencias de la
guerrilla. Se dio una discusión entre Lucio, Figueroa, Febronio y sus
tíos, misma que fue recogida por diversos testimonios de guerrille-
ros y por las grabaciones que cayeron en manos del ejército y que
luego publicó Luis Suárez.
“Después de haber fijado su posición política el Partido de los
Pobres, Figueroa y secuaces se lanzan a pedir reflexiones y clemencia
a Cabañas para que los dejara volver a la ciudad o cuando menos
a Figueroa. Decía Luis Cabañas: Mira Lucio, las cosas se pueden
arreglar; el senador habla con la verdad por otro lado, considero
que tú debes legalizar el Partido de los Pobres; tú te quedas en la
sierra mientras los compañeros del partido luchan en la ciudad”,
asentó Francisco Fierro Loza en el texto La verdadera historia de un
secuestro.
“El viejo no hallaba que proponer, decía que si nosotros nos que-
ríamos que llegase a gobernador que se sujetaba a los que nosotros
dijéramos, que se le diera permiso para asistir a la asamblea donde
se le nombraría candidato a gobernador del estado para exponer su
renuncia; que nada más iba a eso y se regresaba de inmediato a la
guerrillas. En ese momento daba todo”, comenta un guerrillero en
Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera
en México.
Luis Cabañas decía: “Mira Lucio estás cometiendo un error, el
senador te sirve más afuera, siendo él gobernador, más gana tu par-
tido, puedes legalizar tu partido”. Reclamaba “por eso nos llamaste
a nosotros, yo ni quería venir” e insistía en legalizar el Partido de los
Pobres “Tu haz una planilla para cada ayuntamiento, y ya”.
Figueroa le pidió a Lucio que enviara a miembros del Partido de
los Pobres como delegados a la convención campesina del pri que
se pronunciaría por su candidatura. “mándame tres que no sean de
la brigada, que sean muchachos del partido” y le ofreció gestionar la
libertad de su hermano Pablo que estaba preso en Sonora.
636
Mil y una crónicas de Atoyac

A Pascual Cabañas le preocupaba la suerte que correría su fa-


milia al saberse del secuestro, “van a creer que Luis y yo vinimos
a entregar al ingeniero”. Lucio apartó a sus tíos y les habla en voz
baja buscando liberarlos de responsabilidades. Pero como estaban
las cosas ellos decidieron jugarse la misma suerte que Figueroa y
determinaron quedarse con los demás en la sierra. Entonces les dijo
Lucio, “Claro, ustedes se quedan todos por parejo y que no haya
sospechas de que aquí Luis preparó esto o que este preparó lo otro,
o que hubo cosas (…) Echeverría si va a creer que estos dos parientes
míos lo vinieron a entregar a usted, pero eso es inexacto”.
Figueroa le decía a Lucio “No hay un hombre importante en
México —por mucho que lo sea— capaz de que un presidente deje
en libertad a todos los presos, porque no puede”. Pero al ver que no
tenía escapatoria. Entonces Figueroa dijo “a mi retenme aquí, pero a
mis compañeros déjalos que se vayan, a la señora que tuvo el honor
de trabajar con el general Cárdenas déjala ir (…) Te pido que dejes
ir a mis compañeros que nada tienen que ver con éste problema.
Conmigo haz lo que gustes y entre otras cosas, si me dieras el honor,
ordénale a tu brigada que me fusile aquí mismo. Quiero tener esa
satisfacción. No creas que tengo miedo a morirme (…) Aquí vamos
a estar mucho tiempo y no te van a dar nada”.
Pascual se dirigió a Lucio “Te dije que te vas arrepentir. Estas
loco”, el guerrillero le contestó “No creas tu que estoy loco. Usted es
mi tío. Puede ser como quiera, puede decirme lo que quiera. Quizás
yo esté cometiendo un grave error. Eso lo veremos. La dirección (del
Partido de los Pobres) asume toda la responsabilidad histórica”.
Figueroa advirtió a Lucio, lo “único que podrían hacer es cambiar
un nuevo candidato al gobierno del estado”. Mientras Pascual insistía
que los del gobierno iban a creer que él lo había llevado a entregar.
Lucio le contestó “Mientras estén ustedes aquí, allá no pueden
perjudicar a nadie. Ya saliendo, usted puede explicar todo como es-
tuvo. Todo se tiene que aclarar. Nosotros las determinaciones nun-
ca las tomamos por equipo de familia. Nosotros las tomamos por
acuerdo de dirección”.
637
Víctor Cardona Galindo

Lucio estaba convencido que con la retención de Figueroa lo-


graría la liberación de los presos, “el nombre de usted tiene que valer
(…) saldrá de aquí hasta que salgan los presos”.
La guerrilla nombró un grupo de 21 guerrilleros que se encar-
garían de la vigilancia de los detenidos. Ya aquí Figueroa quedó en
manos del grupo que lo custodiaría hasta su liberación. Lucio ya
nunca le dio la cara, con toda la dirección de la Brigada Campesina
de Ajusticiamiento se fue a otro campamento, donde estaban más
45 brigadistas como a kilómetro y medio del grupo que tenía a los
retenidos.
Carlos y Sotero salieron a dejar el primer comunicado. Dice Car-
los, “al día siguiente salimos Sotero y yo a dejar el primer comuni-
cado iba escrito en dos hojas de libreta de taquigrafía. Llegamos al
medio urbano donde otros compañeros se encargaron de entregarlo
a los medios masivos de comunicación”.
La recepción de los comunicados de la guerrilla, era a través
de la redacción del diario El Gráfico, cuyo director-gerente era José
María Severiano Gómez. En este caso el comunicado, manuscrito
en hojas de cuaderno con relación al secuestro del senador y vo-
cal ejecutivo de la Comisión del Balsas, Rubén Figueroa Figueroa,
suscrito por la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido
de los Pobres, fue recibido en las oficinas de éste medio, registró el
cronista de Acapulco Enrique Díaz Clavel.
El comunicado estaba fechado en la sierra de Guerrero el día 2
de junio de 1974 y la Brigada Campesina de Ajusticiamiento daba
a conocer: “tenemos en nuestro poder al senador Rubén Figuera
Figueroa, bajo las armas del Partido de los Pobres (pdlp) y lo dejare-
mos en libertad cuando el gobierno cumpla con nuestras peticiones
que publicaremos en próxima ocasión: de no cumplirse lo pasare-
mos por las armas”.
“Para negociar la libertad de Rubén Figueroa, deben retirar las
tropas, policías secretos y judiciales de los municipios de Tecpan,
Coyuca de Benítez, San Jerónimo y Atoyac de Álvarez Guerrero”,
firmaba la dirección de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento:
638
Mil y una crónicas de Atoyac

Lucio Cabañas, Isidro Castro, Agustín Álvarez, Enrique Velázquez


y José Luis Orbe Diego.
El gobierno no retiró a la policía ni al ejército. Al contrario se
recrudeció la ocupación militar en las comunidades de la sierra. Ese
episodio de nuestra historia quedó plasmado en el corrido Un hom-
bre llamado Lucio Cabañas que cantan Los Pumas del Norte:

El vientisiete de junio
del año setenta y cuatro
subieron los federales
a la sierra de Atoyac
buscando a Lucio Cabañas
queriéndolo asesinar…

Lucio Cabañas Barrientos


el rebelde guerrillero
es un tigre muy valiente
que no se le arruga el cuero
secuestra a los millonarios
y no le teme al gobierno…

Gritaba Lucio Cabañas


de esta sierra ya no salen
cuídense mis compañeros
ahí vienen los federales
aviéntense pecho tierra
ahí entre los matorrales…

En la sierra San Vicente


se formó la balacera
se oían las ametralladoras
también los tanques de guerra
se oían varios cañonazos
en el fondo de la sierra…

Andaban diez mil soldados


de la fuerza federal

639
Víctor Cardona Galindo

tenían la sierra sitiada


no se podían caminar
buscaban a Figueroa
queriéndolo rescatar.
Ya con ésta me despido
ya me voy a separar
que vivan los hombres valientes
que no se saben rajar
que viva Lucio Cabañas
y la sierra de Atoyac.

V
Dicen que Lucio Cabañas
secuestró a un rico priista
que cargó con él entero
por burgués y carrancista…

Un error se ha cometido
en nombre de la pobreza
yo le hubiera secuestrado
solamente la cabeza.
Judith Reyes

Una vez que se conoció el contenido del primer comunicado, en los


medios de comunicación se generó una fuerte propaganda en apoyo
a la familia del senador secuestrado. Las repercusiones llegaron hasta
Los Pinos. “El secretario de Gobernación, licenciado Mario Moya
Palencia, calificó el secuestro del senador Rubén Figueroa Figue-
roa —después de tener una reunión de seis horas con el presidente
(Luis) Echeverría— como un acto ‘felón, criminal y cobarde’ y puso
relieve que mientras el legislador accedió a una entrevista con Lucio
Cabañas, tratando de resolver un problema, éste respondió tendién-
dole una celada y secuestrándolos a él y a sus acompañantes”, se leía
en El Universal aquel 4 de junio de 1974.

640
Mil y una crónicas de Atoyac

Agregaba el secretario: “Hago notar a ustedes que no sólo ha


sido víctima de esta actitud cobarde el senador Figueroa, sino una
mujer, su secretaria en la Comisión de Balsas (Gloria Brito) y un
distinguido profesional pariente suyo (Febronio Díaz Figueroa)”,
de los Cabañas nada comentó, y aclaró: “El senador Figueroa obró
así por convencimiento propio y autónomo, a pesar de que, según
tengo entendido, varios amigos suyos intentaron disuadirlo de ello”.
Moya aseguró que las fuerzas militares no estaban actuando y se
atrevió a decir que se encontraban replegadas en sus cuarteles. “El
gobierno no tomará ninguna decisión, hasta conocer en su profun-
didad y en su amplitud las condiciones a que me he referido antes”.
Mientras el ministro decía esto, se intensificaba la ocupación militar
de la sierra y los soldados llegaban hasta los lugares más recónditos
de la selva cafetalera, deteniendo y secuestrando campesinos.
Lo primero que hizo el gobierno fue detener a Inocencio Castro
Arteaga quien la noche del 4 de junio habló al noticiario 24 Ho-
ras que conducía Jacobo Zabludovsky y vía telefónica informó su
intervención en el encuentro entre el senador y Cabañas, explicó
que nada tenía que ver con el secuestro que únicamente sirvió de
contacto con Lucio a petición del propio Figueroa.
La Brigada Campesina de Ajusticiamiento, escuchó en la sierra
la llamada de Inocencio Castro lamentando el desenlace de la en-
trevista. El profesor buscaba con ésta comunicación evitar ser invo-
lucrado por el gobierno en el secuestro. Pero esa misma noche fue
aprehendido por la policía federal. Los guerrilleros consideran que
fue un error el que Inocencio hablara al noticiero, “debió escapar”,
dicen. Era claro que el gobierno no se la iba a perdonar porque tenía
una militancia reconocida y probada en el Movimiento Revolucio-
nario del Magisterio, mrm.
Entre las reacciones que se dieron después de secuestro una fue
la del comandante de la 27 zona militar, el general Salvador Rangel
Medina, quien sorpresivamente declaró a Excelsior el 5 de junio que
si la Secretaría de la Defensa Nacional se lo ordenaba, capturaba a
Lucio Cabañas, señaló en una entrevista que “Cabañas no repre-
641
Víctor Cardona Galindo

senta problema” en la Costa Grande y en la Costa Chica, como si


él supiera con precisión donde estaba el guerrillero. Al día siguiente
fue reprendido públicamente por el secretario Hermenegildo Cuen-
ca Díaz, quien dijo que “no necesitaba órdenes para capturar a un
delincuente como Lucio Cabañas, que debe más de sesenta muertes.
Si lo ve, que lo aprehenda”.
La clase política se movilizó, y el 5 de junio miembros de la
Liga de Estudiantes Guerrerense, realizaron una manifestación en
Chilpancingo para pedir la liberación de Figueroa y el pri lo declaró
candidato a gobernador en su ausencia, más tarde vendrían otras
concentraciones masivas pidiendo su libertad inmediata.
Mientras, allá en la sierra Lucio permitió que Figueroa hablara
con los guerrilleros y le presentó a todo el grupo. Pedro Martínez,
Manuel se opuso “diciendo que era incorrecto, que era un enemigo
y no un compañero del pueblo”, pero Lucio argumentaba que al
enemigo hay que conocerlo y se decidió que todos lo fueran a ver. Se
presentaron en la tarde en el lugar donde estaba el senador.
Dice Carlos: “En el tiempo que Sotero y yo anduvimos fuera los
compañeros vinieron a saludar a los detenidos, algunos compas se
pintaron para no ser reconocidos posteriormente. Esto aterrorizó
más al viejo al ver aquellos desnutridos pero eso sí ricos en parásitos,
que sin camisa algunos, otros con los pantalones arremangados, ha-
cían fila para saludarlo y el aspecto que presentaban se asemejaba a
los integrantes de una tribu africana, pintados de la cara y del cuer-
po, pero en lugar de lanzas llevaban m-1, fal y hasta r-15”.
Hubo guerrilleros que lo saludaron de mano, otros sólo lo mi-
raron de lejos por temor a que los conociera. “Eso no se pudo evitar
en el futuro porque hubo ocasiones en que por error de la comisión
que se encargaba de cuidarlo, permitió que en algunas caminatas los
reos se juntaran con todo el equipo”, comenta un guerrillero.
Febronio Díaz recordaría después: “Sólo los tres primeros días
estuvo a nuestro lado Lucio Cabañas, después quedamos bajo la
custodia de unos 25 guerrilleros. A quien más molestaban era a Ru-
bén. Uno de ellos le echaba, cuando dormía, la luz de la linterna
642
Mil y una crónicas de Atoyac

sorda y todos los días le anunciaba que sería fusilado al alba. Una
muchacha que aún no cumplía los veinte años de edad, se la pasaba
amagándolo con una pistola amartillada cuando le tocaba vigilarlo”.
Cuando estaban cerca del Aguacatoso los campesinos le lleva-
ron a Figueroa buena comida, que llegó por medio de un abogado
que recibió dinero de Rubén Figueroa Alcocer, el hijo del senador
que también sería gobernador. Había campesinos que conocían al
senador por que habían acudido a él para enfrentar al talamonte Al-
cibíades Sánchez a quien Figueroa le clausuró un aserradero. Por eso
el hijo del senador sabía inicialmente donde se encontraba su padre.
La versión oficial del Partido de los Pobres es que un colaborador
fue a comprar víveres a Tecpan y comentó al tendedero que el ali-
mento era para la brigada y éste telefoneó al hijo de Figueroa, quien
de inmediato mandó una camioneta de variados alimentos, “esto
hizo que rápido nos movilizáramos, saliendo la comisión que traía a
Figueroa hacia Río Chiquito. Nosotros preparábamos las mochilas
mientras otros despistaban al enemigo y a la gente del pueblo cerca-
no, para que no se supiera información hacia dónde nos dirigíamos;
siempre protegiendo al grupo que llevaba al viejo”.
Todavía de ese campamento salieron de nuevo Carlos y Sotero
para Acapulco a dejar el segundo comunicado que al parecer cayó
en manos del gobierno. Dice Carlos, “se nos dijo que no fuéramos
nosotros personalmente a dejarlos a algún periódico o a alguna ra-
diodifusora, si no que mandáramos a otra persona. Mandamos a un
colaborador y le dijimos que fuera a algún periódico, que le dijera
a un niño que le daba cierta cantidad de dinero con tal de llevar
los sobres al periódico y que regresara para darle otra cantidad; el
compañero al ver que el niño entra, se retiraría inmediatamente del
lugar. Regresó el compañero y nos dijo que le había hecho exacta-
mente como le habíamos ordenado. Llegó la noche y no se sabía
nada en los noticieros, amaneció y no salió nada en los periódicos.
Estuvimos todo el día sin saber absolutamente nada; ya en la noche
nos fuimos a Atoyac, esperamos que el comunicado saliera publi-
cado para llevarlo a los compañeros. Al día siguiente decidimos re-
643
Víctor Cardona Galindo

gresar al campamento sin llevar noticia alguna, llegamos y los com-


pañeros, al tanto también de las noticias y ver que no salía nada, se
suponían que habíamos sido detenidos y se disponían a abandonar
el campamento”.
De ahí los guerrilleros se movieron hacia lo más profundo de
la sierra y se instalaron en un campamento cerca del Río Chiquito,
donde al principio la gente de los barrios iba a ver a los secuestrados
como si fueran animales raros. Es aquí donde después de un tiempo
comenzaron a escasear los alimentos. No se logró liberar la zona con
el secuestro político de Figueroa, al contario el ejército estrechó el
cerco.
“A los detenidos se les daba comida especial dentro de lo que se
podía conseguir con los campesinos, como eran huevos de gallina
y las mismas gallinas. Esto era en el tiempo que todavía se podía
obtener. Los campesinos nos conseguían los alimentos sin muchas
dificultades, ellos con sus bestias nos trasladaban los alimentos hasta
donde les era posible, nos conseguían maíz, frijol, arroz, azúcar y
otras cosas. Del campamento salíamos a recogerlas a los lugares in-
dicados, los campesinos ya no llegaban hasta donde se encontraba el
campamento por medidas de seguridad”, dice un miliciano.
El 6 de junio el gobernador Israel Nogueda Otero y secretario
de la Defensa Nacional general Hermenegildo Cuenca Díaz estu-
vieron en Atoyac. De esa visita, se filtró a periódicos que fue para
recoger el segundo comunicado.
La familia de Figueroa contactó el 6 de junio de 1974 al sacer-
dote Carlos Bonilla Machorro para que interviniera en la liberación
del senador. “A eso de las siete de la noche, en la Subsecretaría de
Gobernación, el licenciado (Fernando) Gutiérrez Barrios me pidió
en plan de amigo que prestara ayuda a la familia Figueroa, que esta-
ba al borde de la desesperación”, escribiría más tarde el sacerdote en
su libro Ejercicio guerrillero.
El intermediario fue recogido esa noche por Figueroa Alcocer,
en el aeropuerto de Acapulco, quien le dijo que su padre estaba
secuestrado en el cafetal de los Mata. “Cuando le dije al licenciado
644
Mil y una crónicas de Atoyac

Rubén Figueroa Alcocer que mi problema estribaba en encontrar


con rapidez un contacto con la guerrilla, me contestó: ‘Nosotros
tenemos a Inocencio Castro. ¿Lo conoce usted?’”
Y en una mansión de Las Brisas en Acapulco dice Bonilla que le
llevaron a Inocencio Castro para que se entrevistaran y ese mismo
seis de junio entrada la noche salieron Bonilla y Castro en busca de
Lucio a la Costa Grande. Al primero que vieron al amanecer del 7,
dice el sacerdote, fue a Jacob Nájera en San Jerónimo quien les dijo
que no tenía ni idea por donde andaría jalando el senador y al atar-
decer se fueron a Nuxco en busca de otros contactos.
Por su parte la brigada comisionó el 8 de junio de 1974 a Pedro
Angulo Barona, Gorgonio, y a Manuel Serafín Gervasio, Javier, quie-
nes tuvieron el encargo de negociar con la familia de Rubén Figue-
roa su liberación y cobrar el rescate. Gorgonio y Javier contactaron
en el medio urbano a Abelardo Morales Gervasio, Ramel, quien a su
vez sirvió de contacto entre los guerrilleros y Bonilla. Ramel era muy
valiente, siendo un guerrillero conocido, bajaba a lustrar sus botas
al zócalo de la ciudad de Atoyac y cuando un soldado lo miraba le
decía “que me vez, cabrón”. Siempre andaba armado, cuando lo
detuvieron en un camión rumbo al puerto de Acapulco, llevaba la
pistola 380 que le habían decomisado al senador Figueroa el día que
cayó en manos de la guerrilla.
Estando la guerrilla cerca del Río Chiquito salió otra comisión
integrada por Arsenio e Ismael a dejar de nuevo el segundo comuni-
cado al que le agregaron un escrito donde aclaraban que el original
de éste comunicado fue enviado desde el día 6, pero que el texto y el
mensaje fueron interceptados por la policía. Esto denota que efec-
tivamente el gobierno del estado y el ejército ya tenían el segundo
comunicado desde antes que se publicara y no lo dieron a conocer
a la familia.
“A las 10:30 horas, una persona llamó por teléfono a la redac-
ción del periódico El Gráfico y pidió hablar con el director, señor
José María Severiano Gómez. Inmediatamente le notificó que entre
los números 214 y 218 de la avenida Cuauhtémoc, bajo unas pie-
645
Víctor Cardona Galindo

dras había un sobre de plástico, dentro de éste otro sobre de discos


de 45 rpm y en el interior de éste último estaba el comunicado”,
daba a conocer el día 14, El Universal.
El señor José María Severiano fue al lugar indicado acompañado
del director del periódico La Verdad, Carlos Bello, y encontraron la
bolsa y el comunicado, con otro escrito de original a máquina, en el
que explicaban cuando había sido enviado el primer comunicado.
En total, en el interior de la bolsa había tres comunicados, y se
expresaba que las copias eran para los periódicos que habían recibi-
do el primer comunicado: La Verdad, El Gráfico y Novedades.
Encontrado el texto del comunicado, el mismo director del
Gráfico se encargó de avisar al licenciado Rubén Figueroa Alcocer,
quien de inmediato llegó a la redacción del periódico acompañado
de agentes de la Dirección Federal de Seguridad.

VI
En el segundo comunicado fechado el 10 de junio de 1974, el
Partido de los Pobres confirma que tiene en su poder al “senador
burgués, millonario y explotador Rubén Figueroa Figueroa y que
los dejaremos en libertad cuando la burguesía y el gobierno fede-
ral cumpla las peticiones revolucionarias que les haremos, después
del retiro de tropas y policías, tal como lo indicamos en el primer
comunicado. Hasta el momento, las tropas y policías no se han reti-
rado, por el contrario nos están persiguiendo arriesgando así la vida
del que dicen querer salga vivo; de tal situación y de lo que venga,
responsabilizamos a Hermenegildo (Pinochet) Cuenca Díaz”.
“A la burguesía y a sus funcionarios que afirman que hemos ten-
dido una trampa a Rubén Figueroa, les decimos: es cierto. Y recuer-
den señores burgueses carrancistas que ustedes tendieron otra peor
contra Emiliano Zapata; ustedes señores de la trampa y del crimen,
llamaron a Zapata a Chinameca para unírsele en su causa redentora
y lo recibieron a balazos; allí murió la esperanza del pueblo y por eso
hoy haremos la revolución socialista”.
646
Mil y una crónicas de Atoyac

“Ustedes señores criminales del pueblo, con López Mateos pro-


metieron a los campesinos que seguían a Rubén Jaramillo, para que
éste se pacificara dejando las armas; él se creyó; se pacificó y al poco
tiempo lo asesinaron soldados bestias cobardes con ráfaga de ame-
tralladora. Ustedes señores delincuentes del gobierno, el año pasado
fueron a los poblados del Quemado y del Camarón, dijeron que
Echeverría los mandaba a entregar dinero del banco a los campe-
sinos y éstos se reunieron en la escuela de cada lugar; pero era una
verdadera trampa del gobierno contra el pueblo, porque ensegui-
da el ejército criminal bestializado rodeó las escuelas, comenzó las
golpizas y torturas contra los hombres y mujeres, conduciéndolos
presos hasta Acapulco, donde personalmente los golpeó el coman-
dante de la zona militar: en estas torturas murió don Ignacio Sán-
chez con otro campesino, mientras el anciano Maximiliano de la
Cruz está convaleciente. Estos hechos son traiciones del pri y del
gobierno contra el pueblo mexicano. ¿Por qué se espantan ahora con
la trampa que les hicimos a ustedes los tramposos? Nosotros somos
los justos; ustedes son los verdugos asesinos; nosotros no torturamos
ni traicionamos al pueblo”, decía el comunicado.
Desde los primeros días de junio la presencia y el número de
militares se intensificó, patrullaba todos los pueblos y recorría los
cerros más altos. Por todos los caminos había emboscadas esperando
a los guerrilleros y las detenciones arbitrarias de campesinos inocen-
tes se multiplicaron. Por ejemplo Domitilo Barrientos Peralta salió
de su casa en El Rincón de las Parotas el 10 de junio de 1974. Su
hijo de cinco años, cuando oía un ruido de carro subía rápidamente
a un árbol de guayabas para ver las camionetas que pasaban hacia
la sierra. Esperaba que en una de ellas viniera su padre. Nunca lle-
gó, sigue desaparecido, por eso el niño después de llorar varios días
murió de tristeza.
El 15 junio se reunió la brigada en una asamblea general y esa
fecha también bajó una comisión encabezada por Gorgonio, para
llevar las negociaciones con la familia del senador secuestrado, ya
para ésta fecha sobrevolaban la sierra dos luminosos aviones de gue-
647
Víctor Cardona Galindo

rra. La gente recuerda que eran muy veloces, pasaban rumbo al Río
Chiquito y regresaban hacia el puerto de Acapulco.
El gobierno intentaba cortarles el paso a los rebeldes, porque el
16, la guerrilla se movió hacia el Río Chiquito. Rubén Figueroa le
contó a Luis Suárez que “Estaban a unos cuatrocientos metros de
un poblado, del que se oían ladrar los perros y el canto de los gallos.
Le dijeron a Figueroa que se trataba del barrio Río Chiquito. Toda
la fuerza guerrillera eran unos cien hombres, divididos en dos co-
lumnas. Setenta y tres formaban la Brigada de Apoyo, de la que sólo
veían diariamente a algunos de sus miembros, para intercambiar
alimentos e instrucciones. Allí estuvieron unos cuatro o cinco días”.
Como he venido diciendo, al cerrarse el cerco militar se les ter-
mina la alimentación y ante el hostigamiento aéreo del que estaban
siendo objeto, se consideró que el grupo era muy grande. Por eso
del primer campamento en el Río Chiquito salieron 35 guerrilleros
de los 103 que para ese entonces integraban la Brigada Campesina
de Ajusticiamiento.
El 18 de junio en una asamblea de toda la brigada, se les infor-
mó que se les concedía permiso “a todo aquel que quisiera asumir
sus propios riesgos, ya que todas las salidas de los municipios de Te-
cpan, San Jerónimo, y Atoyac estaban sitiadas, pues se decía que en
estos municipios habían sido concentrados más de 20,000 efectivos
del ejército y la policía política, así como las demás corporaciones
policiacas, así que con toda esa información pidieron permiso 35
compañeros de los cuales la mayoría salió bien de la sierra”, reme-
mora un guerrillero en el libro Lucio Cabañas y el Partido de los
Pobres. Una experiencia guerrillera en México.
Las corporaciones policiacas actuaban sobre los pueblos, ese 18
de junio de 1974 la policía judicial del estado detuvo en la comuni-
dad de Los Valles al campesino Maurilio Castro Castillo. La judicial
lo entregó al ejército que lo llevó al campo militar uno, donde fue
visto por Lucio Castillo Gervasio quien también fue apresado dos
días después. Lucio Castillo fue liberado mientras Mauricio Castro
está desaparecido.
648
Mil y una crónicas de Atoyac

Desde la sierra por medio de cartas Rubén Figueroa intentó in-


fluir sobre la convención del pri. En una misiva dirigida al profesor
Victórico López y otra al rector de la Universidad Autónoma de
Guerrero, Rosalío Wences Reza, el 19 de junio, les pide que medien
ante el priísmo para que se pronuncie por la libertad de los presos
políticos. En una parte de ese texto se lee lo siguiente: “Considero
que las negociaciones emprendidas por el Partido de los Pobres para
obtener la liberación de presos políticos, puede encontrar rápida so-
lución si en la convención del pri próxima a celebrarse en la ciudad
de Chilpancingo, el domingo 23 de mes en curso… aprueba aceptar
o acelerar esa negociación”.
Ese mimo día 19 de junio envía otra misiva al presidente de la
República Luis Echeverría Álvarez en la que dice: “consideró impe-
rativamente necesario solicitar a usted muy respetuosamente, or-
denar a donde corresponda, en su carácter de jefe nato del Ejército
Nacional, suspender toda persecución en contra del grupo armado
del citado Partido de los Pobres, a fin de poder salir de las recón-
ditas selvas donde nos encontramos, a zonas cercanas a los centros
de comunicación que nos permitiría dos objetivos fundamentales:
preservar nuestra precaria salud, a punto de zozobrar y agilizar las
gestiones del arreglo ya que los correos podrían tener una movilidad
que al propio tiempo es deseable”.
La Brigada Campesina de Ajusticiamiento ese mismo día 19
envió el tercer comunicado donde da a conocer sus demandas eco-
nómicas para la liberar al senador Figueroa. Por su lado, el ejército
estrecha más el cerco y detuvo a los guerrilleros que en el medio
urbano estaban encargados de negociar con la familia.
Ese tercer comunicado se discutió en el primer campamento
cerca del Río Chiquito. Al debatir el contenido la dirección de la
brigada no logró el consenso, entonces se llevó al pleno de todos los
brigadistas, donde ganaron las propuestas de Lucio Cabañas, como
pedir la libertad de todos los presos comunes en el estado. Porque
Lucio argumentaba que en la cárcel únicamente estaban los pobres.
“Ese comunicado se discutió como cinco veces y lo aprobó la briga-
649
Víctor Cardona Galindo

da porque la dirección no se puso de acuerdo. Ese es el comunicado


donde se pide la libertad de todos los presos comunes”, dice Pedro
Martínez.
Otro guerrillero recuerda que fue en ese primer campamento
cerca del Río Chiquito donde se hizo el tercer comunicado. Aquí
comenzaron a “lloverle críticas a Lucio por parte de los disiden-
tes encabezados por los miembros de la dirección. La discusión era
principalmente sobre dos puntos: donde se exigía la libertad de to-
dos los presos comunes y la exigencia de la solución a los problemas
de las obreras de Medalla de Oro… Lucio argumentaba que los
asesinos no se encontraban en las cárceles, que estos generalmente
eran mandados a las Islas Marías y que, en la cárceles, la mayoría de
la gente estaba ahí era por haber robado algo, que esa gente cuando
era detenida, no se le preguntaba cuántos días llevaba sin comer,
qué cuanta familia tiene que mantener”. Lucio sabía sensibilizar a
la militancia tanto que al final quedaron integras sus propuestas y
el comunicado se escribió. Una vez que estuvo listo, salió una co-
misión para darlo a conocer y después de eso la guerrilla cambió su
campamento al norte del Río Chiquito.
Ese tercer comunicado está fechado el 19 de junio de 1974,
pero salió a la luz pública el 25 a través de la prensa, radio y la tele-
visión. A cambio de la libertad de Figueroa Figueroa el Partido de
los Pobres pide al gobierno federal: cincuenta millones de pesos,
100 fusiles m-1, con dos cargadores de 30 tiros cada uno; 50 pis-
tolas calibre 9 milímetros; la liberación de los presos políticos; que
los beneficios del Instituto Mexicano del Café pasen a manos de los
campesinos; el cese del comandante de la policía de Acapulco Wil-
frido Castro y que ese jefe policiaco liberara a los presos que tenía
en su poder, pues para ese tiempo muchos campesinos inocentes
habían caído en manos de la policía judicial y se sabía que estaban
en cárceles clandestinas.
De éste comunicado llamó mucho la atención que el grupo
guerrillero pidiera al gobierno del estado, “Que se abran todas las
cárceles del estado de Guerrero después que el gobierno federal li-
650
Mil y una crónicas de Atoyac

bere a los presos políticos; así quedarán en libertad todos los presos
comunes”, por eso muchos llegaron dudar de su autenticidad.
Recordaba Figueroa que una madrugada, la comisión de cus-
todia y los detenidos partieron, siguiendo la margen del río Tecpan
y que encontraron gente que al parecer era de Sinaloa y que unos
amapoleros les prestaron unas bestias a los guerrilleros para trasla-
darse. “Desde el 30 de mayo hasta el 25 de julio estuvimos en cuatro
campamentos, recorrimos la selva guiados por los hombres de la
amapola y la mariguana, que dominaban esas grandes áreas”.
El 28 de junio, El Heraldo informaba: “Más de 18 mil soldados
cercaron la zona de las sierra en que se supone se encuentra Lucio
Cabañas, y a través de todos los medios avanzan hasta lo más re-
cóndito en su intento por rescatar al senador Rubén Figueroa y sus
acompañantes (…) Todas las vías de acceso hacia la zona cercada se
encuentran bajo el control militar. Nadie puede salir ni entrar sin
ser registrado y plenamente identificado. Las barreras impuestas han
arrojado un sinnúmero de detenidos, así como el decomiso de miles
de armas. Muchas de alto poder como metralletas y rifles m-1”.
“Las tropas iniciaron su avance hacia la sierra desde las ciudades
de Chilpancingo, Iguala, Arcelia, así como de los poblados de Tierra
Caliente, Tecpan, Atoyac, Petatlán, La Unión y el puerto de Acapul-
co. Las acciones se encuentran reforzadas por personal de la Policía
Judicial del Estado y del Servicio de Inteligencia Militar, quienes se
han apostado en las laderas de la sierra”, escribía ese 28 de junio,
Arturo González, enviado especial del Heraldo.
La voz de un guerrillero participante en esa acción dice: “En los
últimos días de junio, salimos de ese campamento y nos fuimos mu-
cho más arriba, hicimos campamento, permanecimos varios días ahí
(…) comenzamos a sentir la dureza de la represión, poco a poco los
campesinos llevaban menos alimentos, la ración se fue aminorando:
té en la mañana, una o dos tortillas a medio día y té en la noche.
Llegan al poblado del Río Chiquito tres mil soldados, abastecidos por
tres helicópteros, dos grandes y uno chico, que diariamente aterriza-
ban hasta tres o cuatro veces. Empiezan a registrar los montes aleda-
651
Víctor Cardona Galindo

ños al pueblo, agarran de guías a los compañeros campesinos, quienes


los conducían a montes contrapuestos a donde nos encontrábamos”.
“La zona era muy espesa de monte, se nombró una comisión
que diariamente se encargaba de vigilar con los lentes los movimien-
tos de los guachos, desde un punto donde se dominaba todo el ba-
rrio; cualquier movimiento era sabido inmediatamente en el campa-
mento. Ahí nos vimos obligados a recurrir a las raíces de los árboles
como alimento, descubrimos que una palma peluda era comestible,
así cruda, pero unos compañeros la hirvieron y sabía mejor”. La
palma de la vida como le llamaron los guerrilleros, los estuvo susten-
tando por un buen tiempo, hasta Rubén Figueroa se vio obligado a
comérsela. No había de otra.

VI
Rubén Figueroa Alcocer estableció su centro de operaciones en la
calzada Pie de la Cuesta de Acapulco, donde funcionaban las ofici-
nas de Autotransportes Figueroa y ahí se concentró también Carlos
Bonilla Machorro, en espera de las comunicaciones de la guerrilla.
Estaban resguardados todo el tiempo por agentes de la Dirección
Federal de Seguridad. Al transcurrir los días y al no establecerse el
diálogo directo con los secuestradores, Rubencito consiguió un per-
miso en la Secretaría de Gobernación para utilizar los medios de
comunicación.
Por eso en la radio se comenzó a difundir un anuncio el 28 de
junio. Se transmitía cada media hora y ahí el sacerdote Bonilla Ma-
chorro se dirigía a Lucio, decía entre otras cosas: “Desde hace veinte
días ando con mi amigo el profesor Inocencio Castro, tratando de
comunicarme con usted. Me ofrezco como enlace para un diálogo
conciliatorio entre la familia del senador Figueroa y usted… Le su-
plico que el conducto para establecer contacto conmigo, sea esta
misma radiodifusora rcn del puerto de Acapulco”.
Mientras en la sierra, Figueroa pronunció ante los guerrilleros
el discurso que iba a decir en una de las convenciones que lo nom-
652
Mil y una crónicas de Atoyac

braron candidato y por medio de recados mostraba su desespera-


ción ante la dirección de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
Ante precaria situación que se vivía los secuestrados tenían mejor
alimentación que los propios guerrilleros. “Cuando ya estábamos en
una situación difícil, lo que se hacía era conseguir alimentos preci-
samente para ellos, aunque nosotros no comiéramos, pero ellos que
comieran”, recuerda Pedro Martínez.
El objetivo de liberar la zona con el secuestro político de Figue-
roa había fracasado. Al contrario el ejército se disponía a quitarle “el
agua al pez”, por eso todos los pueblos estaban sitiados y racionados
los alimentos. Había que tener un salvoconducto militar para poder
salir de la comunidad a las siembras o a la ciudad. “Las familias que
vivían dispersas en la sierra fueron obligadas a concentrarse en po-
blaciones más grandes. Ningún campesino podía llevar bastimento
o agua al campo; antes de salir a trabajar eran minuciosamente revi-
sados, les señalaban horas para regresar a comer y horas para llegar
por las tardes, tenían que reportarse diariamente… se le prohibió al
comercio vender más de diez kilos de maíz (a la semana) por cada
familia serrana, también se les prohibió vender más de un kilo de
azúcar, de frijol, arroz y otras cosas”, escribió don Simón Hipólito
Castro, en su libro Guerrero, amnistía y represión.
El ejército hizo un censo en cada poblado, casa por casa, para
saber cuantos vivían en cada habitación y racionarles el alimento.
Las familias de la sierra para equilibrar la ración, mezclaban la masa
con plátanos verdes hervidos y camotes de platanillo. Si para los
campesinos era difícil la vida, para los guerrilleros era peor, “andá-
bamos comiendo cogollos de las plantas que sabíamos que no eran
venenosas”, platica un guerrillero.
El gobierno aumentaba su presencia en la zona, el primero de
julio, el secretario de la Defensa Nacional general Hermenegildo
Cuenca Díaz, llegó a la ciudad de Atoyac, en un helicóptero de la
Fuerza Aérea Mexicana, para coordinar personalmente las operacio-
nes militares que se realizaban en la sierra, en persecución del grupo
de Lucio Cabañas Barrientos. Tuvo pláticas con el comandante del
653
Víctor Cardona Galindo

27 batallón de infantería coronel Alfredo Cassani Mariña y con el


presidente municipal Silvestre Hernández Fierro. Cuenca Díaz re-
prendió fuertemente al alcalde a quien exigió mayor colaboración
con el ejército.
Ese mismo día, allá en la sierra, el senador Rubén Figueroa Fi-
gueroa escribió una carta a Lucio, que ya no le había dado la cara,
donde le solicitaba una nueva entrevista, que tendría dos aspectos,
“uno exclusivamente personal, directo y confidencial entre usted y
yo; y otro como comparecencia mía ante su grupo para discutir y
dialogar con él”. Pedía su libertad y proponía liberar de inmediato
15 o 20 presos políticos y que llegando a gobernador el día primero
de abril, liberaría a todos los presos políticos de Guerrero.
Decía que la salud de los retenidos declinaba rápidamente y que
estaban en un estado de nervios depresivo. “La última marcha nos
mojamos, se mojaron las cobijas y las hamacas y con el terriblemen-
te húmedo frío de la sierra no pudimos dormir. Al profesor Febro-
nio le vino un dolor de espalda que anunciaba pulmonía. Tenemos
avitaminosis. Su tío Luis tiene abierta y supurada una herida por
operación y sólo Pascual ha estado más tranquilo y sano”, decía.
En esa carta, pedía que subiera un médico general, provisto
de medicinas, cuyos emolumentos serían cubiertos en Acapulco
mediante una orden que giraría. Que también serían cubiertas las
medicinas que le llevaran. Solicitaba la libertad de la señora Gloria
Brito. “Dejó a su hijo de cuatro años, encargado con unos vecinos y
no sabe qué trato habrá recibido… la señora va en su segundo mes
de embarazo”.
También Luis Cabañas envió en esos días un recado a Lucio:
“Jamás he pedido clemencia a nadie, pero lo hago porque tengo
temor que me caiga gangrena”, decía en referencia a la herida de
operación que se le había abierto.
Figueroa sufría cuando su secretaria Gloria Brito le lavaba la
ropa, porque se quedaba encuerado cubierto con un zarape tiritan-
do de frío. Por eso varias veces intentó escapar, una de esas fue en la
madrugada del 3 de julio, en el campamento El Faisán, aprovechan-
654
Mil y una crónicas de Atoyac

do que se durmieron los guardias. Agarró un bordón, un zarape y se


fue. Pero el senador se desorientó y caminó a lo profundo de la sierra
y no hacia la costa, como debería hacerlo. La brigada salió a buscarlo
y lo alcanzaron en unos riscos “primero encontramos un bordón,
después los resbalones que se daba en las barrancas, hasta que más
arriba en un pretil rocoso lo encontramos”, le contó un guerrillero
a Simón Hipólito.
Ahí fue donde los demás retenidos entregaron la pistola calibre
nueve milímetros, dos cargadores y una navaja de muelle que tenía
escondida Gloria Brito en su bolso. Se la habían dejado para en dado
momento matar a Lucio, si alguno de ellos era pasado por las armas.
De esa aventura Luis Suárez escribió: “Sus compañeros le dije-
ron: ‘Lo van a matar’. Respondió: ‘Yo prefiero irme y que me ma-
ten’. Caía una intensa lluvia tropical esa noche. Figueroa llevaba
una caña de monte, como apoyo o bastón. Empapado por la lluvia
se lanzó a la aventura. La recuerda: ‘Rodaba entre las rocas, pasaba
junto a los abismos. Pensé: hacia el oriente debe estar Acapulco…
Llegué al pie de una montaña, que estaba cortada a pico en unos
150 metros. Habían iniciado mi persecución. Me encontraron por-
que hallaron mi bastón de caña y eso los orientó. Me alcanzaron tres
hombres de Lucio, entre ellos los nombrados Zacazonapan y el Go-
rrión… Llegué con esos hombres de regreso al campamento, como
a las 10 de la mañana, aterido de frío, profundamente deprimido.
Mis compañeros de cautiverio habían sido amenazados de muerte
si no aparecía”.
Lucio contestó la carta de Figueroa el 5 de julio, fechándola
en el campamento La Fuga, por lo ocurrido le habían cambiado
de nombre, antes se llamaba El Faisán. Lucio decía “no es posi-
ble la venida de ningún doctor en vista de la amplia persecución
que nos están haciendo; tendremos que esperar algunos ocho días
para lograr traerlo. Ya sabemos que el caso de mi tío Luis es grave y
lo del otro enfermo también, pero tenemos que esperar porque las
comunicaciones están cerradas; hay medicinas compradas pero no
pueden subirlas”.
655
Víctor Cardona Galindo

En cuanto a la libertad de Gloria Brito, Lucio decía: “Gloria ya


estuvo desperdiciando sus lágrimas, pues en nuestra compañía no
debe llorar, ella no es la rica burguesa secuestrada, es la trabajadora
que por medidas de precaución ha sido retenida, se le ha respetado
debidamente y debía sentirse satisfecha el compartir el sufrimiento
con nosotros que somos de la clase trabajadora como ella y que lu-
chamos por la felicidad de una clase social que está siendo explotada
en el régimen de ahora”.
El Partido de los Pobres envió un ultimátum a la familia de
Figueroa el 7 de julio, en el que exigió el pago de 50 millones de
pesos y la difusión de un manifiesto en los medios de comunicación
para liberar al senador. Amenazó con fusilarlo de no cumplirse sus
demandas. El texto iba dirigido a Rubén Figueroa Alcocer: “Damos
de plazo hasta el día 2 de agosto del año en curso para que usted
cumpla peticiones, de lo contrario, el día 3 del mismo mes será fu-
silado por las fuerzas armadas de nuestro partido”.
“Entréguenos cincuenta millones de pesos mexicanos, con la si-
guientes denominaciones: cien mil pesos en billetes de cincuenta,
doscientos mil en billetes de a cien pesos, setecientos mil en billetes
de a quinientos pesos y, cuarenta y nueve millones en billetes de a
mil pesos… Cuando tenga el dinero listo, hable al programa de 24
Horas de la noche y diga: ‘Acepto como contactos al señor cura Car-
los Bonilla Machorro y al profesor Inocencio Castro Arteaga, por lo
que espero instrucciones del Partido de los Pobres”.
Ranmel se reunió el 10 de julio con Bonilla Machorro en Zi-
huatanejo, donde le entregó el comunicado para la familia y en una
segunda entrevista, la familia envió tres fotografías de los nietos del
senador para que las trajeran autografiadas, como prueba de vida,
pero el contacto que las llevaba cayó en manos del ejército.
Como dije antes, en la sierra, ante la precaria situación de la
guerrilla, llegó a la dolorosa necesidad de que salieran 35 brigadis-
tas que pidieron permiso y el 12 de julio partieron por diferentes
rumbos de la sierra. Luego que ellos salieron, la guerrilla cargando a
cuestas a los secuestrados avanzó por las faldas del Barandillo, desde
656
Mil y una crónicas de Atoyac

donde se divisaba El Plan del Carrizo. En ese pueblo había una pista
de aterrizaje de la familia Vargas, de ahí despegaban los helicópteros
para vigilar la zona.
Fue el 13 de julio cuando el grupo que tenía al secuestrado par-
tió por la mañana, el otro donde iba Lucio y toda la dirección de
la brigada partió por la tarde. “Nosotros partimos por la tarde del
mismo día. Avanzamos hasta muy tarde llegando hasta un lugar de-
nominado Monte Alegre, ya en esta zona la situación alimenticia
se comenzó a resolver, porque ya mitigamos el hambre con pláta-
nos verdes hervidos. Aquí encontramos muchas huellas frescas de
emboscadas del ejército”, comenta un miembro del Partido de los
Pobres.
Cerca de ahí, unos guerrilleros que salieron el 12, cayeron en
una emboscada que les tendieron miembros del ejército, que para
ese tiempo ya estaban en el monte. Habían abandonado los operati-
vos que realizaban únicamente por veredas y carreteras. Ya se metían
a la maleza que había sido reino exclusivo de los guerrilleros. Según
la versión oficial de la guerrilla, en esa emboscada agarraron a Arse-
nio y Anselmo éste último que era de San Martín, después se dedicó
a delatar y entregó a mucha gente.
Esta escaramuza parece tratarse del encuentro armado que se
registró el 13 de julio de 1974 en las cercanías de La Gloria, entre
el ejército y miembros del grupo de Lucio Cabañas, que la división
de investigaciones históricas de la Fiscalía Especial registró, don-
de hubo contingencias para ambos lados, porque los jefes militares
pidieron “atención para los soldados heridos,” pero no especifican
cuantos ni la gravedad. En cuanto a la gente de Lucio, el ejército
detectó a cinco personas que huyeron. Tres de ellos fueron aprehen-
didos el 14 julio por una patrulla de la 35 zona militar, establecida
en La Gloria. Uno de los guerrilleros que iba herido se metió a una
vivienda y se reguardó atrás de la chimenea, pero ya los soldados le
seguían de cerca el rastro de sangre.
Según lo recabado por la fiscalía el secretario de la Defensa, Her-
menegildo Cuenca Díaz, fue informado de esto y un helicóptero fue
657
Víctor Cardona Galindo

enviado para trasladar a los detenidos, y también, de que se entre-


garon los “paquetes sin novedad”. El 15 de julio de 1974, el subjefe
del Estado Mayor, informó nuevamente de todo esto al secretario y
le reportaba que ya se había solicitado al comandante de la 35 zona
militar la entrega de los detenidos, “a fin de interrogarlos detenida-
mente, por haber manifestado que forman parte del grupo principal
de Lucio Cabañas”.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, cndh, re-
cogió testimonios donde da luz, que uno los detenidos ese día se-
ría Ernesto Mesino Lezma, que está desaparecido; el segundo sería
Raymundo Morales Gervasio, que después fue visto en el campo
militar uno y el tercero, Margarito Vásquez Baltasar, que también
está desaparecido.

VIII
Corría el mes de julio de 1974, los campesinos salían a sus milpas
pero sin bastimento. Trabajaban hasta donde aguantaban el hambre
y de regreso al pueblo, tenían que reportarse con el oficial al mando
de la partida militar. En los retenes no dejaban pasar pilas, radios, ni
medicinas. Ya las familias no contaban con pastillas ni para la dia-
rrea. Toda la persona que intentaba llevar un poco más de comida
o quería pasar medicinas era acusada de colaborar con la guerrilla.
Aislados los guerrilleros comían plátanos, cajeles, camote de plata-
nillo y limón dulce que encontraban en las huertas abandonadas.
Los sierreños todos los días comentaban con azoro, “ayer se
llevaron a fulano y hoy agarraron a zutano”. Las detenciones eran
constantes. El 18 de julio de 1974, en corrales del Río Chiquito,
fueron apresados por soldados al mando del mayor Francisco Es-
cobedo, Mariano Serrano Zamora, Zenón Zamora Hernández, Jor-
ge Alberto Almogabar Ríos y Herminio Navarrete. Ya la mayoría de
las casas de esa pequeña comunidad estaban ocupadas por la tropa,
que se comía las gallinas y todos los víveres de los campesinos. Por
eso los habitantes de ese lugar tuvieron que emigrar a la ciudad de
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Mil y una crónicas de Atoyac

Atoyac y al Ticuí o se concentraron en San Juan de las Flores. Los


soldados también hacían fogatas en cualquier terreno, provocando
incendios que en muchas ocasiones arrasaron con parcelas enteras
de café.
El Plan Guerrero, mediante el cual el gobierno daba créditos
para la rehabilitación de los cafetales, se convirtió en una trampa
para los campesinos. Los técnicos hacían una lista de productores
sospechosos de pertenecer al movimiento armando y los mandaban
traer. Después de las reuniones, el ejército instalaba retenes, así caye-
ron muchos campesinos en manos de la fuerzas represivas. Uno fue
Alberto Mesino Acosta, detenido por el ejército en la comunidad de
Agua Fría, después de asistir a una reunión del Instituto Mexicano
del Café, el 18 de julio de 1974, tenía 20 años, era originario del
Escorpión padecía de bronquitis y se dedicaba a la siembra de maíz
y café. Le decían el Tres Motores, porque nació con tres testículos.
Alberto fue citado a Agua Fría junto con todos sus hermanos,
después de la reunión jugó basquetbol, en esa ocasión un grupo de
militares al mando del capitán Jacobo, colocó un puesto de revisión
a un kilómetro de la salida de Agua Fría y cuando Alberto iba en
una camioneta rumbo al Escorpión, fue detenido como a las dos de
la tarde y en ese mismo momento subido un helicóptero que se lo
llevó para jamás volver.
Miembro de una familia de 12 hermanos, Alberto era el choco-
yote y no alcanzó a casarse. Su mamá Juana Acosta Martínez lo buscó
en cuarteles y cárceles sin resultados. De regreso al Escorpión, desde
su casa observaba todo el tiempo el camino esperando la llegaba de
su hijo. Un tiempo después mandó un recado donde decía que estaba
prisionero en el campo militar número uno y que se encontraba bien.
Antes que se llevaran a Alberto, miembros del ejército ya habían
golpeado a Ramón Mesino Castro de 84 años, a quien le quitaron
un rifle calibre 22 que usaba para la cacería y también torturaron a
Bernardo Mesino Acosta, a quien ya golpeado maniataron y deja-
ron tirado entre el monte, Bernardo logró zafarse de las ataduras y
regresó a su casa.
659
Víctor Cardona Galindo

“Algunos de los capturados los obligaron a guiar a las fuerzas


militares por la sierra, descalzos y sin alimentación, pura agua. A
otros se lo llevaron a los retenes militares donde vestidos como tales,
subían a los autobuses a identificar a jóvenes guerrilleros que tra-
taban escapar; muchos de estos así fueron detenidos. Algunos que
volvían ingenuamente a sus poblados de origen, fueron delatados y
detenidos”, dice don Simón Hipólito.
Para esas fechas los miembros de la brigada caminaban por luga-
res escarpados y veces únicamente comían mangos que encontraban
en las huertas. Acosados por un helicóptero de fuselaje azul que se
movía por esa zona. Muy cerca del cerro Plateado, donde también
era escaso el alimento y llegaron a comer maíz cocido junto con
frijoles.
“Seguimos la marcha por todo el cañón del cerro, hasta llegar
al río del Rincón, un lugar muy hermoso, con mucha agua, con
un playón grande, donde hicimos campamento unos días mientras
nos recuperábamos de la fatiga y del hambre. Fue hasta ahí donde
pudimos conseguir algunos alimentos con algunos compañeros que
todavía se encontraban en el lugar, donde compramos una vaca y la
comimos. De ahí nos fuimos al cerro Plateado, quedando cerca del
lugar que le llaman El Fortín, toda ésta zona es cafetalera y pertene-
ce al Cacao. Salió una comisión a conseguir alimentos, lo cual logró,
no obstante que la tienda Conasupo del lugar limitaba las ventas,
sólo proporcionaba los alimentos que podía consumir una familia
para un sólo día, de acuerdo al número que la componía, de manera
que conseguir alimentos con cada padre de familia era un problema,
pero los compañeros sabían ingeniárselas para conseguirlo, incor-
porando a los niños que iban a comprar a pesar de la vigilancia que
había de parte del ejército”, platica un brigadista.
Ya los guerrilleros andaban muy estresados, un día, el Chango y
Juan, estuvieron a punto de agarrarse a tiros, fue durante una expe-
dición que salió del cerro Plateado en busca de alimentos al Gua-
yabillal, era una comisión de aproximadamente 15 guerrilleros en-
cabezada por Manuel, pero no lograron conseguir nada; durante su
660
Mil y una crónicas de Atoyac

regreso, el Chango perdió los cargadores de su rifle sin darse cuenta


y Juan los recogió, pero no le dijo nada; al llegar a un río, el Chango
se dio cuenta de la pérdida y se regresó desesperado a buscarlos,
hasta que los compañeros que venían atrás le dijeron que Juan los
había recogido, el Chango se regresó muy enojado y al llegar donde
estaba Juan, le reclamó por qué lo había hecho pendejo, el Chango
se descuelga el fal y le dice: “Te voy a matar a balazos para que se te
quite lo cabrón”, pero Juan le había ganado ya el movimiento y le
apuntaba con su m-2, el Chango se queda pálido y él dice: “jálale” y
Juan le responde: “No, tu eres el de la bronca”.
Manuel lo recuerda de ésta manera. “Por ahí había un barriecillo
perdido en la montaña que se llamaba El Guayabillal, salimos como
unos diez o doce gentes en esa comisión, yo fui de responsable.
Avanzamos por el monte hasta llegar a las cercanías, encontramos
unos campesinos. Íbamos con la idea de comprarles maíz, pero lo
curioso es que la gente siembra maíz y luego lo vende y ya después
por los meses junio, julio y agosto, están en crisis, esperando el que
van a cosechar y tienen que bajar, a comprar el maíz que vendieron,
a más alto precio de cómo lo vendieron. Por eso la gente de ahí
no tenía maíz y no podían subir suficiente porque estaban los rete-
nes. Nos regresamos desconsolados sin nada. Había un arrollo muy
grande y algunos árboles con frutas silvestres, le estuvimos jalando
al árbol los frutos. Un compañero que le decíamos el Chango traía
colgado su fal, por andar jalando se le hizo fácil bajar su morral de
parque con sus cargadores, por que le estorbaba y que se le olvida.
Entonces Juan, ve que deja el morral y se lo cuelga y nos pasamos
el arroyo. Cuando ya estamos del otro lado, el Chango se regresa
corriendo ‘es que dejé mi morral’. Al no encontrarlo se regresa preo-
cupado, pero alguien le dice ‘no, tu morral lo trae Juan, entonces en
una actitud agresiva, desesperado le reclama a Juan, le dice: ‘me viste
la cara de pendejo, yo me pasó para allá y tú ya trayéndolo, ¿y por
qué no me dices?’, entonces la reacción de Juan fue descolgarse el
fal y se lo mete y le dice ‘no me estés chingando, yo te voy a matar’,
y entonces me puse entre los dos, el Chango se queda pálido”.
661
Víctor Cardona Galindo

La comisión regresó al campamento con la moral muy baja y


destrozada. No traían alimentos y si un conflicto entre compañeros,
al informar ante la brigada lo que había pasado, se les criticó a los
dos y como sanción se les desarmó.
El 20 de julio de 1974, campesinos atacaron a la policía del
estado en San Luis San Pedro, el Partido de los Pobres habla de ésta
acción en su último comunicado y dice que murieron siete policías.
Esa operación se le atribuyó a una pequeña célula del Partido de los
Pobres que estaba trabajando en la zona. Ese mismo día acá en la
sierra de Atoyac fue detenido Lucio Castillo Gervasio, quien estuvo
recluido por más de un año en el campo militar número uno y fue
liberado el 13 de agosto de 1975.
De acuerdo con los datos proporcionados por el informe histó-
rico de la Fiscalía Especial, el día 23 de julio de 1974, la zona militar
informaba en radiograma cifrado de la detención de Arnulfo Sotelo
Abarca, Cuche Blanco; Delfino Castro Hernández, Pascual Castro
Hernández, Pedro Ortiz Verónica e Isidro Castro Vergara.
En estos días también fueron detenidos y desaparecidos Roberto
Castillo de Jesús, Abel Estrada Camarillo, Alberto Radilla Reyes,
Tomás Gudiño Dircio y Filemón Mesino Aguilar, Roberto Castillo
de Jesús quien fue apresado el 24 de julio. Hay testimonios que
señalan que este último fue detenido por miembros del ejército al
mando del capitán primero Mario Arturo Acosta Chaparro, sus pa-
pás lo encontraron golpeado en un retén de San Luis la Loma y se
sabe que el 23 de septiembre de 1974 se lo llevaron de ahí al cuartel
militar de Atoyac.
Para festejar el aniversario del asalto al cuartel Moncada, el 26
de julio de 1974, se llevó a cabo una reunión de la Brigada Cam-
pesina de Ajusticiamiento precisamente en la cima del cerro Platea-
do, dice José Carmen Tapia Gómez que, “la vida de los campesinos
de la Costa Grande guerrerense está profundamente ligada al cerro
Plateado, que fue ocupado por Morelos y Galeana en tiempos de la
lucha por la Independencia y en donde, más tarde, se llegó a decir
que Zapata y Villa organizarían un congreso”.
662
Mil y una crónicas de Atoyac

Es ahí donde se reunió toda la brigada para discutir su destino.


Es aquí donde empieza el desenlace de la historia de la guerrilla del
Partido de los Pobres, ya cuando el ejército se había apoderado de
todas las entradas y salidas de la sierra, es también el clímax de la
crisis que comenzó entre los brigadistas a finales de mayo de ese
año, cuando Lucio no permitió que se fusilara a los tres que inten-
taron desertar del campamento de Caña de Agua, llevándose armas
y parque, entre ellos estaba Sabino Fraga y Simplicio Robles, quien
finalmente se escapó en una caminata, la noche del 28 de mayo,
dándose de alta en el ejército más tarde.
Este 26 de julio en el picacho del emblemático cerro Plateado,
se cambió la dirección de la bca. La nueva dirigencia quedó inte-
grada por Lucio Cabañas Barrientos, Lino Rosa Pérez, René; Pedro
Ángulo Barona, Gorgonio; Antonio o Solín y Heriberto Valle Adame,
Heraclio.
“Después de una larga discusión quedó integrada la nueva di-
rección por el compañero Lucio, Antonio, Heraclio, René y Gorgonio
que se nombró en ausencia, ya que se encontraba de comisión. Este
mismo día la nueva dirección propuso un plan: que nos dividiéra-
mos en dos partes, que un grupo más numeroso marchara hacia
el oriente o sea rumbo a Acapulco, este grupo llevaría al viejo y
seguiría las negociaciones con la familia Figueroa. El otro grupo
más pequeño, marcharía hacia el poniente, con el fin de atacar al
enemigo, distraer sus fuerzas para que la comisión que llevaba al
viejo marchara libremente; este mismo grupo (el pequeño), después
de atacar al enemigo, marcharía hacia la sierra de San Luis, con el
fin de politizar y estructurar toda esa zona hasta llegar a los límites
con Michoacán”, comenta Carlos.
“Esto como medida táctica para distraer al enemigo, decía Lucio
que ya no era conveniente que todo el grupo siguiera recorriendo
la sierra. Se carecía de alimentos, se decía que el ejército ya nos ha-
bía ubicado, que nos seguía de cerca, que era necesario contratacar,
pero que esto lo debía hacer un grupo más reducido y en otro lugar,
donde el enemigo no nos buscara. Se tenía la idea de que el ejército
663
Víctor Cardona Galindo

de inmediato se trasladaría a la zona donde se empezaba a atacar y


de esta forma dejaría libre la ruta por donde pasaría el otro grupo
que llevaría consigo al senador Figueroa”, dice un combatiente en
el libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia gue-
rrillera en México.
En esa fecha, en la guerrilla se iba conformando también el gru-
po que saldría después a la ciudad, encabezado por Manuel y otros
importantes cuadros de la brigada. También ahí se acordó negociar
únicamente la cuestión económica, los demás objetivos del secues-
tro de Figueroa habían quedado rebasados por las circunstancias.

IX
En ausencia, porque estaba en poder de la guerrilla del Partido de
los Pobres, el 23 de junio de 1974, Rubén Figueroa Figuera fue pos-
tulado candidato del pri la gubernatura del estado de Guerrero en
una convención en Chilpancingo. El jefe del partido oficial, Jesús
Reyes Heroles, aprovechó su discurso en el acto celebrado en el cine
Guerrero, para lanzar una cadena interminable de ataques a los gue-
rrilleros y en especial a su líder Lucio Cabañas Barrientos.
Jesús Reyes Heroles aseguró que vivíamos en una apertura de-
mocrática y calificó: “en todo terrorista hay una maniático con
impotencia política e incapacidad organizadora”. Ya el 9 junio en
Taxco, el sector popular del pri había realizado una asamblea para
declarar a Rubén Figueroa como su candidato a la gubernatura. Por
eso el propio Figueroa, trató de convencer a Lucio Cabañas para que
lo dejara asistir a esa reunión, incluso le sugirió que alguno de los
brigadistas lo acompañara.
“Déjame ir, es más, que vaya uno de tus hombres como delega-
do a la convención, y no creas que lo voy a exhibir —dice— nada
más para que vea y que me postulen candidato’, y ya Lucio le decía
‘no, no se desespere, a usted de todos modos lo van a postular can-
didato, va a ganar las elecciones, o sea, no se preocupe”, recuerda
Manuel en una entrevista hecha por Eneida Martínez.
664
Mil y una crónicas de Atoyac

Pero esos dos meses que deberían ser de campaña, Figueroa se


los pasó en la montaña, medio comiendo, acompañado de un grupo
de hombres con ropas desgarradas que luchaban por un fin superior,
el socialismo, y que poco les importaba los discursos y los ofrecimien-
tos de dinero y comodidades que ofrecía el candidato priista a go-
bernador, que muchas veces quiso comprar a sus custodios. Es más,
discutieron algunas veces pasarlo por las armas. Pero Lucio era de la
idea que si se recibía algún rescate, así fuera precario, debería vivir.
También el ejército mexicano tenía sus propios planes, la orden
era rescatar al candidato del pri, al precio que fuera, parecía que no
importaba matar de hambre o desaparecer a todos los pobladores
de la sierra. En esta campaña militar, miles de campesinos fueron
remitidos a los cuarteles que fungían como cárceles y campos de
concentración, de donde cientos ya no regresaron con los suyos. La
Fuerza Aérea Mexicana también bombardeó las elevaciones monta-
ñosas más importantes de la sierra de Atoyac.
El informé histórico de la Fiscalía Especial dice: “A fines de ju-
nio de 1974, hubo un bombardeo al cerro de la Mojileca, donde Lu-
cio Cabañas había instalado uno de sus campamentos que después
abandonó. Según cuenta gente de Los Cajones, de Corrales de Río
Chiquito y del ejido de Pitos, Pitales y Letrados, miraban cuando
los bombarderos ‘dejaban caer las bombas. Escucharon muchas ex-
plosiones’. Todos padecieron crisis nerviosa, las mujeres llorando.
Ese día los habitantes de Corrales de Río Chiquito decidieron aban-
donar el pueblo pero se detuvieron porque no sabían a dónde ir,
hasta que finalmente todos huyeron…”
“Dicen algunas señoras de Los Corrales del Río Chiquito, que
miraban cuando los aviones se venían bajando dando volteretas y
ya casi al ras de ese cerro dejaban caer las bombas”, comenta Simón
Hipólito.
Al tercer día, el 30 de junio de 1974, los aviones del ejército
llevaron a cabo otro bombardeo en el cerro del Encanto, y tiraron
dos o tres bombas pero para entonces ya habían llegado patrullas
militares que andaban por el monte y fue a ellas a las que bombar-
665
Víctor Cardona Galindo

dearon confundiéndolas con guerrilleros. También bombardearon


El Barandillo por donde antes había pasado la brigada. Felipe Fierro
Santiago originario del Plan del Carrizo logró ver los residuos de
las bombas en los terrenos de su familia “esquirlas por todos lados”.
De acuerdo al informe de la Fiscalía Especial “se registró otro
bombardeo el 13 de julio de 1974 en las cercanías de Corrales de
Río Chiquito. En ese bombardeo murió Justo Bernal, avecindado
del lugar conocido como Juan Rojas (a) el Gavilán, o Juan el Colo-
rado, era esposo de Genara Argüello Vázquez y ahijado de Francisco
Argüello Villegas, padre de Genara”. Los guerrilleros escucharon los
tronidos al fondo de la sierra pero no le prestaron importancia, ellos
ya se encontraban en otro lado.
De lo acontecido en aquellas fechas al interior de la brigada
podemos saber gracias a los testimonios de guerrilleros como Carlos
que escribió primero el “Diario de un combatiente ii” en Los papeles
de la sedición o la verdadera historia político militar del Partido de
los Pobres, que compiló Francisco Fierro Loza, ese testimonio más
tarde se publicaría también en el libro Lucio Cabañas y el Partido de
los Pobres. Una experiencia guerrillera en México y hace poco Eneida
Martínez recogió el testimonio de Manuel y otros guerrilleros en su
tesis Los alzados del monte. Historia de la guerrilla de Lucio Cabañas.
Comentamos anteriormente, que el último asunto tratado en
la reunión del 26 de julio de 1974, en la cima del cerro Plateado,
fue la solicitud de salida permanente de integrantes de la brigada,
que pretendían continuar con la lucha armada pero en la ciudad,
ellos fueron: Élmer, Beatriz, Víctor, Ramiro, Nidia, Manuel, Estela,
Francisco y Hortensia.
“Ya iba a ser un rompimiento [con la brigada] (...) Entonces ahí
con esa idea, hablamos con Lucio, que en cuanto se recibiera un
dinero, pues que sí se daba la posibilidad de obtener dinero por Fi-
gueroa, pues que nos dieran cinco millones de pesos, y pues en plan
todavía de una relación y que nos consiguieran algunas armas. Para
ello, en esa vez nos dieron una, era una 9 mm Browning [expropia-
da a Rubén Figueroa], que por cierto la traía Víctor”, dice Manuel.
666
Mil y una crónicas de Atoyac

“Finalmente, despachados todos los asuntos en dicha asamblea,


al día siguiente, es decir el 27 de julio de 1974, salió la ‘comisión’ —
con dirección hacia el occidente— encargada de distraer y combatir
al ejército, el entusiasmo de todos ellos era evidente, pues sentían
que ahora sí iban a confrontar a los guachos. ‘Era de elogiarse el buen
estado de ánimo de los compañeros, arreglando sus mochilas con
gran entusiasmo, sin sospechar que se acercaba el ocaso’ —comen-
ta Manuel—. No todos estaban seguros de que este grupo pudiera
realizar semejante tarea, pues los brigadistas ya tenían noticias del
enorme despliegue de las fuerzas castrenses por toda la sierra, otros
más dudaron del regreso de Lucio”, escribió Eneida Martínez.
“El 27 por la mañana hicimos todos los preparativos para aban-
donar el campamento y se nombraron todos los elementos que iban
a continuar hacia la costa, a realizar las negociaciones, y el grupo
que atacarían al ejército. Para este último solamente habían nom-
brado 13 compañeros, pero sucedió que a la hora de salir, César se
escondió al iniciar la marcha del grupo grande, del que ya formaba
parte, apareciendo después tramposamente para así tener participa-
ción en los ataques al enemigo”, explica un guerrillero.
El grupo chico, en que iba Lucio Cabañas, lo componían ini-
cialmente 13 guerrilleros: Lino Rosas Pérez, René, armado con un
m-2; Carlos llevaba un m-1, Martín m-1, Eusebio m-2, Roberto m-1,
Santiago Hernández Ríos quien era conocido como Leoncio o el
Pingüino, llevaba un fal y Pedro Mesino Benítez, Rutilo también
llevaba fal, Lucio m-2, Esteban Mesino Martínez, Arturo, m-2; Ri-
cardo m-2, Miguel Ángel de la Cruz Martínez, Lázaro, portaba un
r-18, Gabriel 7.62, Edi Carlos m-2.
“Al otro día, 27 de julio, salió muy temprano el grupo que iba con
el viejo y se componía de 43 compañeros, los 13 restantes quedamos
en el campamento para salir más tarde, como a la hora y media que se
habían ido, apareció César entre el monte, que no se había querido ir
con el grupo al que pertenecía; se le hizo un crítica muy fuerte”, nos
explica Carlos y como no había más remedio se le aceptó en el grupo,
quedando el grupo de Lucio con 14 guerrilleros. César llevaba un
667
Víctor Cardona Galindo

m-2. Manuel dice que primero salió el grupo de Lucio, él lo recuerda


así: “Por parte del grupo de Lucio, yo cuando lo vi salir y se perdía en
la maleza, incluso Lucio se perdía, yo ya di por hecho que Lucio ya
no iba a regresar, era una situación nutrida de soldados toda esa zona,
¡por toda la zona!, y metiéndose al monte, por veredas”.
Así Lucio se separó de la mayoría de sus compañeros para no
verlos más. La columna de 14 guerrilleros pasó cerca de Los Tres
Pasos, El Camarón y se instaló cerca de La Cebada, ahí se enteraron
del bombardeo al cerro El Mojileca y que en el cerro de la Bandera
habían tirado unas bombas más, que en Pie de la Cuesta, fuera de
la zona guerrillera, la Fuerza Aérea bombardeó un rebaño de chivos
donde murieron dos niños que los pastoreaban.
También supieron que en Los Tres Pasos hubo un enfrenta-
miento, “que unos soldados vestidos de civil y que traían mujeres, se
hacían pasar como gente de la brigada, pero que se encontraron con
soldados uniformados y se confundieron los dos bandos, produ-
ciéndose así el enfrentamiento… que el compañero Antonio Avilés
venía de sus milpa, lo encontraron los guachos, lo golpearon y lo
obligaron a cavar su propia tumba, pero no lo asesinaron, nada más
lo obligaron a que matara a su perro y que lo enterrara en el pozo
que había hecho” ante las carcajadas de los soldados.
“Esta realidad —poco a poco se volvió parte de la cotidianidad
en la sierra— era sólo la punta del iceberg, de las prácticas sangui-
narias de contrainsurgencia que se venía para los pobladores de esos
territorios. Territorios bajo el yugo de la bota militar, el vuelo rasante
de los helicópteros ya era cada vez más nutrido, las autoridades locales
quedaron supeditadas y no intervenían en lo absoluto ante los atrope-
llos y arbitrariedades por parte de la fuerza castrense. Todos eran sus-
ceptibles a ser detenidos, torturados, desaparecidos”, escribió Eneida
Martínez. Para Carlos Montemayor, durante la Guerra Sucia, se vivió
un experimento de gobierno militar en una parte del país.
Mientras, en la costa las negociaciones entre los enviados del
Partido de los Pobres y el intermediario iban por buen camino, “el
veintiocho de julio le entregué a Juan otras tres fotografías a colores
668
Mil y una crónicas de Atoyac

de los nietos del ingeniero Figueroa Figueroa”, asentó en su libro


Carlos Bonilla Machorro, enviado de los Figueroa. Las negociacio-
nes se hacían en medio de rumores. Se decía que diversos grupos
políticos querían eliminar a Rubén Figueroa para que no llegara a la
gubernatura. Con el cerco a la sierra y los bombardeos, parecía que
tampoco el ejército lo quería vivo.
El 29 de julio de 1974, fue detenido Alberto Radilla Reyes, su
madre Amalia Reyes Castro denunció que el teniente coronel Ar-
turo Monroy Flores, se lo llevó del Plan de los Molinos cuando
acababa de llegar de la milpa. “El teniente le dijo a mi hijo que le
ayudara a bajar unos paquetes del helicóptero, que aterrizaba en el
lugar para dejar comestibles a los militares, a los cuales yo tenía dos
meses asistiendo”. Cuando regresó, el militar le expresó que su hijo
llevaba de comer a los guerrilleros de lo que robaba a los militares.
Le dijo que entregó a su hijo a la judicial de Acapulco. Alberto dejó
dos hijos en la orfandad, después de eso los militares corrieron a la
familia Radilla Reyes de su huerta del Plan de los Molinos.
El día 30 de julio, Tomás Gudiño Dircio fue detenido en El
Cacao, lo bajaron en un helicóptero al cuartel de Atoyac, donde fue
visto por otros campesinos que lograron su libertad. Ese mismo día
también fue detenido y desaparecido por el ejército, Filemón Mesi-
no Aguilar, porque le vendió una vaca a la gente de Lucio Cabañas.
El grupo más grande de la brigada avanzó hacia el oriente con
los retenidos, iban para la sierra baja buscando el mejor lugar para
liberar a los retenidos y facilitar la negociación, Febronio dijo a la
revista Proceso, que el jefe del que los cuidaba era Ramón.
“El resto de la brigada que quedó al resguardo de Figueroa y
compañía, salió en dirección al oriente el 27 de julio, la cautela
tuvo que ser una de las prioridades de cada uno de los brigadistas,
ya no podían caminar por veredas ni caminos, pues la presencia de
soldados estaba por todos los lugares transitables, no sólo en busca
del senador, sino principalmente para acabar en definitiva con los
guerrilleros”, dice Eneida Martínez en Los alzados del monte. Histo-
ria de la guerrilla de Lucio Cabañas.
669
Víctor Cardona Galindo

Un guerrillero recuerda, “cuando nos separamos del resto de


la brigada, caminamos todo el día y eran como las 9 de la noche
cuando caminábamos sobre la brecha que conduce al poblado del
Cacao”. Acamparon en las huertas de café cerca del Porvenir y lue-
go caminaron rumbo a La Pedregosa. Mientras, el grupo de Lucio
instalado en las inmediaciones de La Cebada, comenzó las explora-
ciones para ubicar el sitio ideal donde atacar al ejército.

X
El 5 de agosto de 1974, el general Salvador Rangel Medina fue re-
levado de la comandancia de la 27 zona militar y en su lugar, fue
nombrado el general Eliseo Jiménez Ruiz, quien fungía como co-
mandante de la 35 zona militar con sede en Chilpancingo y había
tenido bajo su mando la operación Luciérnaga, que acosó a la gue-
rrilla al norte del municipio de Coyuca de Benítez en sus límites con
Chilpancingo.
La noticia del cambio en el mando militar se publicó el 6 de
agosto en Ultimas Noticias, ese día Enrique Díaz Clavel escribía:
“Esta mañana tomó posesión de la comandancia de la 27 zona mili-
tar, el general Eliseo Jiménez Ruíz, el octavo jefe militar en la abrup-
ta región serrana, desde que Lucio Cabañas se internó en ella en
1967… Los generales que han dirigido las operaciones en la 27 zona
militar durante los últimos siete años, esto es, casi un comandante
por año, son: Salvador de Toro Morales, Manuel Enríquez Rodrí-
guez, Miguel Bracamontes García, Álvaro García Taboada, Joaquín
Solano Chagolla, Salvador Rangel Medida y ahora Eliseo Jiménez
Ruíz”.
Al día siguiente de su nombramiento, Jiménez Ruiz envió al
secretario de la Defensa Nacional un plan de operaciones contra Lu-
cio Cabañas, en el que proponía organizar seis agrupamientos con
sus respectivos mandos y áreas de responsabilidad. A los que se les
encomendaría como parte de su misión, el “control de víveres y per-
sonas sobre las rutas que conducen a la sierra y procedentes de ella”.
670
Mil y una crónicas de Atoyac

Los puestos de control deberán “impedir el paso de víveres, ar-


mamento y municiones que pudieran ser destinados al enemigo”.
Ese plan, encontrado en el Archivo General de la Nación por la
división de estudios históricos de la Fiscalía Especial, recomendaba
la “identificación y captura de integrantes de la gavilla y sus con-
tactos”. Esta operación se llevaría a cabo de forma paralela al acoso
militar que el ejército realizaba en forma de rastrilleo constante de la
zona, para ubicar al senador Figueroa y al grupo de Lucio Cabañas.
Mientras en la sierra, esos primeros días de agosto de 1974, la
columna de Lucio Cabañas andaba en busca del terreno propicio
para realizar una emboscada a los soldados en el camino de San
Juan de las Flores a Pie de la Cuesta, “era el 7 de agosto de 1974,
el compañero Lucio, René, Arturo y Rutilo, fueron a ver el terreno,
regresaron ya oscureciendo con buenas noticias, habían encontrado
un terreno muy bueno”, dice Carlos.
Al otro día muy de madrugada, los guerrilleros se levantaron,
tomaron atole de harina, se repartieron seis plátanos hervidos cada
uno, un pedazo de carne asada y salieron rumbo al lugar de la em-
boscada, “todavía no amanecía cuando ya estábamos colocados en
nuestras trincheras”. Un día antes se habían marcado las posiciones
que cada guerrillero ocuparía, Lucio dibujó la carretera en el suelo
y con cáscaras de limones marcó las posiciones de cada uno, nada
pasó el 8 de agosto, esperaron todo el día y los soldados no pasaron.
Fue el 9 de agosto de 1974, en el lugar conocido como Monte
Alegre, 14 guerrilleros encabezados por Lucio Cabañas embosca-
ron a una columna del ejército, ese día los brigadistas desde muy
temprano habían ocupado sus posiciones y al medio día los solda-
dos venían por la carretera, con sus rifles listos para disparar, en la
maleza, los guerrilleros contenían la respiración, algunos sentían el
miedo en el estómago con los testículos engarruñados y el “nidito
en la garganta”, otros experimentaban ansiedad y excitación por el
combate, Lucio prendió la grabadora en el momento que se escu-
chaban los primeros tiros, luego la balacera fue general, parecía que
de todos los matorrales salían disparos, los soldados quisieron prote-
671
Víctor Cardona Galindo

gerse en la orilla de la brecha, pero estaban copados, nada pudieron


hacer para defenderse de esa lluvia de balas que los perseguían como
abejas asesinas.
“Todos jalamos el llamador… Nuestras armas respondían de
maravilla, el combate se generalizó, fue una descarga cerrada prime-
ro y se oye la voz: ‘tenemos que vencer’… los guachos como a tres
kilómetros de distancia disparaban sus armas, se oían estallidos de
granadas”, explica Carlos que la emboscada se dio en Monte Alegre
“y hasta un cerro llamado el Puerto del Pato, venía la cola (de solda-
dos), estos también disparaban pero al puro monte”.
Rendidos los militares, uno por uno fueron levantando la mano,
pero “un guacho vivo se atrincheró en un encino muy grueso, Ri-
cardo quiso salir de su trinchera para ver si lo podía ajusticiar, pero
fue rociado por un ráfaga de éste, este guacho no nos permitía bajar
por las armas, dominaba bien la recta y sólo en una curva había
posibilidad, pero estaba también un guacho que sobre la cuneta de
la carretera levantaba su fal y disparaba puras ráfagas, pasando por
arriba de nosotros tumbando hojas y ramas, estaba casi destrozado
de un hombro, tenía algún rozón en la cabeza, pues la cara la tenía
llena de sangre, pero aun así seguía disparando, a pesar de que se le
pedía que se rindiera, su contestación era una ráfaga”.
Cuando éste último valiente soldado se rindió, entonces Eusebio
y Carlos bajaron por las armas que pudieron recoger, la balacera de
los soldados, que se oía a un kilómetro de distancia por la carrete-
ra, todavía no cesaba, cuando los guerrilleros ya iban en retirada,
“al emprender la retirada, vimos que el compañero Leoncio traía
cargando al compañero Lázaro, preguntamos qué había pasado y
nos contestaron que había salido herido de un pie, el gusto que
teníamos pronto de desvaneció al saber esto, caminamos, dimos un
rodeo, atravesamos la carretera y llegamos al campamento donde
vimos todo lo que le quitamos a los guachos: un fal con 5 carga-
dores, dos vacíos; un m-2 con tres cargadores, todos llenos, era del
teniente Ricardo Yáñez Salas, originario de Zimapán, Hidalgo; dos
palomitas, dos mochilas con alimentos y dos bayonetas”.
672
Mil y una crónicas de Atoyac

Luego al oír la grabación de la emboscada los guerrilleros supie-


ron que Lázaro fue herido accidentalmente por César, quien tam-
bién estuvo a punto de darle a Lucio. El balazo que recibió Lázaro
era de m-2, le entró por la planta del pie y salió por el empeine.
Según el balance que de la guerrilla hace el libro Lucio Cabañas y
el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México.
“Los guachos muertos en la emboscada fueron seis y once heri-
dos, posteriormente, supimos que tres días después de la embosca-
da, encontraron varios guachos muertos en el monte, lo que pasó es
que algunos fueron alcanzados por los compañeros de contención
y fueron a morir al monte. Nos contaba después la gente que varios
guachos salieron por diferentes pueblos, unos sin armas, otros con
la ropa desgarrada, otros descalzos”.
El último comunicado de la Brigada Campesina de Ajusticia-
miento, firmado el 27 de noviembre de 1974, da a conocer: “Esta
acción armada sucedió en el lugar llamado Monte Alegre, que queda
entre los barrios de La Cebada y (Plan de) Los Molinos; eran las
12:00 horas del día 9 de agosto del presente año; 150 soldados ca-
yeron en la emboscada y eran del 27 batallón de infantería. Después
de estarles disparando durante dos minutos, quedaron tirados en la
carretera 17 cuerpos vestidos de verde, 11 muertos y 6 heridos…
Los soldados que lograron esconderse nos dispararon varias ráfagas.
Sólo les recogimos 2 armas, un fal y el m-2 del teniente Ricardo
Yánez que es originario de Zimapán, Hidalgo”.
Los mandos del ejército informaban que, en Monte Alegre se
tuvo contacto con la guerrilla, “se logró establecer contacto con el
enemigo logrando herir a un gavillero y capturar la primera arma
perteneciente a la gavilla, una carabina m-1”.
De acuerdo a lo encontrado por la Fiscalía Especial, el ejército
tiene dos versiones de los hechos, la de consumo interno y la que
da a conocer a la opinión pública. En sus reportes internos informa
que, el 9 de agosto de 1974, hubo un enfrentamiento en Monte Ale-
gre, entre Plan de los Molinos y la ranchería de La Cebada. Piden el
ascenso de dos soldados muertos ese día “al repeler agresión de los
673
Víctor Cardona Galindo

maleantes”. En tarjeta informativa de Homero L. Treviño al jefe de


Estado Mayor de la Defensa Nacional, le informa sobre los soldados
muertos y heridos, que según el documento fueron tres soldados
heridos. Entre los habitantes de la zona se menciona que allí murió
un capitán, que era hermano del mayor Francisco Escobedo, quien
guardaba el kepi agujerado y maldecía a la guerrilla delante de los
campesinos.
Después de la emboscada, los guerrilleros caminaron despacio
cargando a Lázaro, lo dejaron escondido en una choza de Corrales de
Río Chiquito, para que lo curaran y la columna pudiera moverse con
más facilidad, pues los militares les pisaban ya los talones.
“Dejamos el campamento y emprendimos la marcha rumbo
al Río Chiquito, hicimos una hamaca para trasladar a compañero
Lázaro, pero pesaba demasiado, lo cargamos a mamache uno por
uno y así nos íbamos rolando, ya oscureciendo llegamos a una casa
abandonada que está a la orilla del camino, ahí se lavó la herida al
compañero con agua con sal hervida”.
“Al otro día por la mañana nos acercamos todos al barrio y se
mandó una comisión por delante, regresó un compa a avisar que
había dos casas solas y que podríamos entrar a dejar el compañero
herido. Se ponen guardias hacia el lado de arriba de las casas por si
venían guachos; Lucio y Rutilo entraron a la casa a dejar al compa-
ñero, luego nos retiramos. Nos platicó Lucio que el dueño de la casa
no quería que dejáramos al compañero ahí, tenía miedo que lo des-
cubrieran los guachos, pero una señora muy valiente dijo: —Aquí
déjenlo en ese cuarto compañeros, yo me encargo de cuidarlo—, al
compañero se le dejó una pistola 380… Nos retiramos del pueblo,
por el río, éramos ya 13 compañeros, caminamos un largo rato, ya
por la tarde nos detuvimos en un lugar donde había cajeles, pláta-
nos, mameyes y limones dulces, ahí dormimos”.
Debido a la emboscada arriba descrita, aumentó la presencia de
los helicópteros en busca de los brigadistas, el recorrido lo tenían
que hacer con sumo cuidado para no ser detectados, pues aquello
era ya en un hervidero de militares que tenían copados todos los po-
674
Mil y una crónicas de Atoyac

blados que los cabañistas habían visitado. Por otro lado, “las fuerzas
castrenses venían sofisticando los medios y métodos para atacar con
mayor efectividad a la guerrilla y a los pobladores. Esta situación la
llegó a constatar la columna encabezada por Lucio, es decir, ya no
eran los soldados comunes y corrientes que estaban persiguiéndolos,
sino militares entrenados específicamente en tácticas antirrevolucio-
narias”, escribió Eneida Martínez.
Esto lo confirma el guerrillero Carlos. “Cuando llegamos a la
casa, se nos informó que habían llegado a hacer un registro unos
guachos muy diferentes a los demás, que iban vestidos de tigres y
eran altos y negros, que rodearon la casa y separaron a todos los
miembros de la familia interrogándolos por separado, maltratán-
dolos y preguntando que dónde estaba la gente armada, que dónde
estaba Lucio”.
“En otras palabras, las llamadas fuerzas especiales se estaban en-
cargando de realizar el trabajo para lo cual no estaba adiestrado el
militar común y corriente y era de esperarse que la presencia de
dichas fuerzas iría en aumento”, comenta Eneida.
Días después, cuando el grupo había salido de la zona de Río
Chiquito, se enteraron por una mujer lo que había pasado con Lá-
zaro, “la señora nos dice (...) que el compañero que ahí habíamos
dejado herido, había sido detenido, resulta que apenas salimos no-
sotros de dejar al herido, el dueño de la casa fue inmediatamente a
delatarnos y a informarle a los guachos del herido (...) con lujo de
fuerza sacaron al compañero herido, lo hicieron caminar, se le subie-
ron en el pie herido, lo patearon (...) luego lo pusieron en la cancha
deportiva del pueblo, amarrado y al rayo del sol, y ahí lo tuvieron
sin darle de comer ni de beber, hasta que ese mismo día —ya muy
tarde— vino un helicóptero y se lo llevó”.
Esta información concuerda con el reporte interno del ejército,
que encontró la fiscalía, el 11 de agosto de 1974, reporta que, gru-
po Vallecitos, grupo Guerrero, grupo Escobedo, grupo Francisco,
grupo Vicente, grupo Cacao y grupo Martín, capturaron sobre Río
Chiquito un ‘paquete herido’.
675
Víctor Cardona Galindo

Fue así como hace 40 años, el 11 de agosto de 1974, el ejército


apresó al valiente guerrillero Miguel Ángel de la Cruz Martínez, Lá-
zaro, originario de San Martín de las Flores, lo sacaron a golpes de
la choza donde se reponía de la herida, lo golpearon delante de todo
el pueblo, cuando lo subieron al helicóptero ya estaba irreconocible,
con su captura los militares obtuvieron mayor información sobre
los movimiento de la guerrilla, “el detenido informó que existen tres
grupos, el de Lucio, el que conduce al senador y los del grupo 18 de
Mayo”, dice un reporte del ejército.

XI
De acuerdo al estudio realizado por la Fiscalía Especial, el ejército
hizo un censo de la población civil de la sierra, obligándola a con-
centrase en los pueblos más grandes en torno a los cuales se ten-
dió un cerco militar, la población fue obligada a dejar los pueblos
pequeños y dispersos, con todo y sus animales, abandonando los
cultivos, fue así como los pueblos fantasmas se convirtieron en cuar-
teles de militares, “hubo habitantes que huyeron a poblados a donde
tenían familiares o amistades que los acogieran, o reconcentrados en
los poblados mayores, de donde dependían, o salieron de la región
exiliados a donde pudieron, a este tipo de desplazamiento forzado,
se le conoce como ‘aldea vietnamita’”.
Dice la Fiscalía Especial, “tenemos registro de que durante este
tiempo se aplicó esta práctica, cuando menos en los siguientes veinte
barrios y poblados: barrio de los Martínez y La Peineta —ambos en
el ejido de San Francisco del Tibor—; El Molote; La Junta de los
Ríos —delante de la Remonta—; Agua Zarca; Cerro Prieto de los
Pinos, La Pascua y el Refugio —estos tres fueron concentrados en El
Quemado—; El Carrizo; La Cebada; El barrio de las Cuevas —que
fue concentrado a la Vainilla—; El Escorpión —donde sólo se quedó
a vivir don Margarito Mesino… Salto Chiquito —también llamado
El Saltito—, El Posquelite, El Sombrero —de donde desaparecieron
a Francisco Castro Castañeda—; y El Suspiro. Todas estas eran pobla-
676
Mil y una crónicas de Atoyac

ciones relativamente pequeñas, pero también ocurrió este desplaza-


miento en poblados mayores, que tiempo después fueron repoblados,
aunque con población muy diezmada, es el caso del Porvenir Limón
—barrio del que era originario Lucio Cabañas—; Tres Pasos del Río
—que fue utilizado como cuartel—; Corrales de Río Chiquito”.
Marco Bellingeri en su libro Del agrarismo armado a la guerra
de los pobres, 1940-1974, reproduce una declaración del general Eli-
seo Jiménez Ruíz: “se convocó, después de que yo llegué a hacerme
cargo de la zona y para seguir los lineamientos trazados por el se-
cretario de la Defensa Nacional, a una reunión en la que tomaron
parte presidentes municipales, comisarios, policías y varias personas
para pedirle ayuda. La reunión se efectuó en Atoyac (…) luego les
manifesté: ‘El día que dejen de abastecer a los guerrilleros, entonces
en una semana acabaremos con ellos’ (…) Cuando conocimos los
planes (de Lucio) y los lugares donde se encontraba, cerramos el
área y empezamos a capturar a todos los contactos. El cerco abar-
có desde Atoyac, hasta los límites de Tepetlán (Petatlán), Tecpan
y Chilpancingo. Impedimos el paso de alimentos para los pueblos
comprendidos en esta área y nosotros les proporcionamos raciones
suficientes para que una familia pudiera comer una semana (…) Se
ordenó también el cierre de los comercios, incluyendo las tiendas
Conasupo. Cada ocho días renovábamos la ración de alimentos a
toda la gente. De esta manera logramos que los guerrilleros se que-
daran sin alimentos y los obligamos a alimentarse de raíces, yerbas y
demás productos de la sierra. Eso nos ayudó mucho porque la gente
sintió el efecto de tales restricciones”.
Los puestos de control, la vigilancia y la revisión exhaustiva que
realizaban los militares en las carreteras, fueron centrales para man-
tener el cerco. Todos los vehículos eran revisados ubicando a las bases
de apoyo y a los contactos de la guerrilla. Así, y también quitándoles
a las familias la comida que llevaban demás, lograron su objetivo.
La Fiscalía Especial ubicó los nombres de los oficiales al cargo de
los puestos de control: “el primero en Corinto a cargo del teniente
coronel Ángel Lasso de la Vega Corona. El segundo en el camino
677
Víctor Cardona Galindo

de San Juan de Las Flores a cargo del comandante teniente coronel


Francisco Quiroz Hermosillo. El tercero en San Vicente de Benítez,
con elementos de la policía militar. El cuarto camino a Cacalutla y
El Quemado a cargo del mayor Mario Arturo Acosta Chaparro y el
mayor Elías Alcaraz Hernández y el quinto en el kilómetro 17 de la
carretera Acapulco-Zihuatanejo a cargo de la policía militar”.
Mientras el cerco se concretaba, la columna que llevaba al se-
nador se movía, “estando en cerro Plateado, avanzamos hacia San
Martín —dice Manuel—, cruzamos lomeríos montañosos hasta lle-
gar a la zona cafetalera de las cercanías al Porvenir, donde pudimos
hacer un alto y pasar la noche (...) En esa travesía sin tener muchos
intervalos en nuestras marchas, llegamos en poco tiempo al cerro del
Zanate, parte de sierra baja, al norte del barrio de San Martín de las
Flores, con la buena noticias de que los soldados no habían incursio-
nado en esos lugares, sólo ocupaban los barrios de San Martín, Ixtla
y El Nanchal ausentándose por algunos días”.
Desde el cerro del Zanate se buscó acelerar las negociaciones
para la liberación del senador, pero los correos eran interceptados
por el ejército, uno de ellos, Abelardo Morales Gervasio, Ramel, fue
detenido el 7 de agosto de 1974 en el retén del Conchero, cuando
viajaba en un autobús de la Costa Grande al puerto de Acapulco.
Antes ya había sido aprehendido y desaparecido en Acapulco, Pedro
Ángulo Barona, Gorgonio, quien era otro de los comisionados para
las negociaciones, por ello únicamente seguía en la comisión Ma-
nuel Serafín Gervasio, Javier.
Carlos Bonilla Machorro, dice en su libro Ejercicio de guerrillero:
“Le comuniqué a Rubén que todo se estaba haciendo al revés, que
necesitaba a Ramel porque era el principal contacto para localizar
a Mariano, el ‘Lucio de abajo’ y entregar el dinero… Tuvieron que
pasar más de doce horas hasta que Rubén supo que efectivamente
Ramel había caído en manos de los militares y que se encontraba en
el campo militar número uno de la Ciudad de México”.
Fue el 8 de agosto, como a las 9 de la mañana, cuando llegó
Javier al cerro del Zanate, llevando una fotografía de la familia Fi-
678
Mil y una crónicas de Atoyac

gueroa en la que venían varios de sus parientes y que la familia del


secuestrado pedía que, para la entrega del rescate y como prueba de
que seguía con vida, escribiera al reverso de ésta los nombres de cada
uno de los fotografiados y su firma. Javier también llevó la noticia de
la detención de Ramel.
El 9 de agosto de 1974, Carlos Bonilla Machorro mediante la
gestión de Gutiérrez Barrios y la anuencia de Quiroz Hermosillo, en-
tró al campo militar número uno a visitar a Ramel acompañado de
Gutiérrez Barrios y Rubén Figueroa Alcocer, allí estaba Ramel con
visibles huellas de tortura, después de dialogar con Bonilla Machorro,
Ramel escribió una carta para Lucio Cabañas a quien llama Miguel,
seudónimo que el líder guerrillero adoptaba cuando había necesidad.
La carta que está fechada en el “Campo Militar No. 1, México,
D.F., agosto 9 del 74” y que se dice fue llevada a Lucio por Félix
Bautista y Juan a la sierra, “Miguel, como tú has de saber caí en
manos del ejército, pero gracias a la intervención del hijo del sena-
dor, Rubén Figueroa A. y al padre Carlos Bonilla no perdí la vida,
por esto te lo suplico, en nombre de la estimación que creo me
tienes, que por favor sigas mis instrucciones. Mira, nos entregarán
de inmediato 25 millones en el lugar que quedamos, y los otros 25
millones inmediatamente a la entrega del senador, quedando claro
que en ese momento también a mi me pondrán en libertad. Quién
me llevará al lugar donde se entregue al senador para ahí se me dé la
libertad, es el mismo padre Carlos Bonilla, quien ya lo arregló junto
con el hijo del senador hablando al mismo presidente de tu actitud
y de la confianza que le sigamos teniendo al padre, no lo olvides
que depende mi vida, procura que la entrega del senador sea lo más
pronto posible, teniendo en cuenta que debes hacerlo con estrictas
medidas de seguridad para el senador… El mismo padre Carlos en-
tregará el dinero y recibirá al senador acompañado de los amigos y
yo… Esta carta sale del Campo Militar Número Uno de México por
conducto del padre que me vino a ver. Atte. Ramel”.
Mientras en la sierra, dentro de la guerrilla, las cosas no iban
por buen camino. El 10 de agosto en la reunión de balance se leyó
679
Víctor Cardona Galindo

un escrito que presentó Ramiro ante la brigada, manifestando su


separación del Partido de los Pobres así como la de Manuel, Estela,
Víctor, Francisco, Hortensia y Nidia.
El 12 de agosto Rubén Figueroa Alcocer y el exgobernador
campechano José Ortiz Ávila entregaron los primeros veinticinco
millones del rescate a Carlos Bonilla quien, al día siguiente salió a
entregar el dinero. “Me pidieron que los ayudara a contar los veinti-
cinco millones de pesos. Distribuidos en veinticuatro paquetes que
contenía mil billetes de a mil; setecientos mil pesos en billetes de
quinientos; doscientos mil pesos en billetes de a cien, y cien mil
pesos en billetes de a cincuenta… Todo ese dinero fue depositado en
dos petacas; doce millones en una y trece en otra”, escribió Bonilla
en Ejercicio de guerrillero.
El 13 de agosto, Bonilla Machorro entregó el dinero a la gue-
rrilla. En un comunicado publicado en julio de 1985, el Partido de
los Pobres dice: “El sacerdote llevó el dinero en dos maletas y en la
gasolinera cerca de Zaltianguis, Javier subió al coche que llevó Ma-
chorro, a quien guió hasta la entrada de una brecha, lugar en que ya
se encontraban Antonio y Rafael Flores Leonardo con Félix Bautista
metidos en el monte. Hasta ese lugar llegaron Javier y Machorro y
ahí bajaron las dos maletas”. En un coche lo guerrilleros movieron
las maletas y las llevaron a enterrar con todo y dinero en una milpa
propiedad de los Flores Leonardo.
La represión contra la población civil no paraba ese mismo día
13 agosto fue detenido y desaparecido Ausencio Bello Ríos donde
estacionaba su camioneta pasajera en la comunidad de Zacualpan.
Tenía 24 años cuando se lo llevaron los militares. “Él tenía el nom-
bre de la ausencia, el cabello negro, la edad trivial de los jóvenes.
En sus ojos como cientos de pájaros, el destino. Caminaba firme y
con mesura. La zancada era larga. Respiraba fuerte porque los olores
eran nuevos cada mañana y escuchaba sin parar porque todo él, era
un ruido”, escribiría años después su hijo, el poeta Jesús Bartolo.
El 13 de agosto de 1974 la jefatura del Estado Mayor de la
Defensa Nacional “autoriza sobrealimentación a elementos de las
680
Mil y una crónicas de Atoyac

unidades radicadas en el estado de Guerrero”. La unidad de estudios


históricos de la Fiscalía Especial dice que “esta nota carecería de
interés si no fuera porque coincide con la política de hambrear a la
población, durante ese mismo periodo”.
En el ámbito público, Enrique Díaz Clavel publicaba el 14 de
agosto en Excélsior: “Ocho batallones del ejército están en la sierra
de Atoyac, al parecer en persecución del grupo de Lucio Cabañas.
Este contingente se reportó recientemente con tres compañías del
49 batallón, con sede en Iguala (…) Al mismo tiempo, se incre-
mentó la vigilancia militar en varios puntos de la carretera Acapul-
co-Zihuatanejo, especialmente en el tramo Atoyac-El Paraíso, única
vía pavimentada de acceso a la sierra (...) Han corrido rumores de
encuentros entre soldados y grupos armados, pero las autoridades
civiles guardan silencio”.
Al saber de la detención de Gorgonio y Ramel, la brigada comi-
sionó a David para coordinar las negociaciones, pero cuando éste
contactó el 14 de agosto a Javier, el dinero ya había sido recibido.
De uno de los cerros inmediatos del Nanchal y San Martín, el
14 de agosto de 1974, se bajaron: Nidia, Hortensia, Francisco, Víc-
tor, Elmer, Manuel, Estela y otros, eran 11 en total. Ramiro se quedó
para ver si obtenía algún recurso del secuestro de Figueroa, camina-
ron por la brecha hasta Alcholoa y luego hasta Acapulco en camión,
la verdad éste grupo de guerrilleros tuvo mucha suerte de no caer en
manos del ejército, porque conocidos ex brigadistas como la Onza
y Jesús Gómez Ochoa, el Gorrión, estaban de delatores en el retén
de Los Bajos del Ejido, ya había caído también Eugenio Gómez
Serafín, Simón, quien no dudaba en denunciar a sus compañeros.
En los pueblitos aledaños al cerro del Zanate, la represión se
recrudecía, el campesino Juventino Ruíz Santiago, de 24 años, fue
detenido y desaparecido por el ejército el 16 de agosto, a las cinco
de la tarde los soldados sitiaron su casa en San Martín de Las Flores
y cuando salió a darle de comer los marranos lo apresaron, su mu-
jer Feliciana Serafín Gervasio estaba poniendo café cuando escuchó
que los soldados le hablaban a su marido, luego se lo llevaron a un
681
Víctor Cardona Galindo

cerrito donde lo tuvieron toda la noche, a las nueve de la mañana,


del 17 de agosto, todavía permitieron que Feliciana le llevara café y
el almuerzo para él y para los soldados que lo custodiaban, a las 11
de la mañana se lo llevaron para la cancha, por eso fue a las nueve de
la mañana cuando le llevó de almorzar, cuando lo vio la última vez,
a las dos de la tarde llegó un helicóptero que se lo llevó para siempre,
Juventino trabajaba una huerta que tenía en cerro del Zanate y otra
por el rumbo de Palma Sola, las plantas de café se perdieron y en el
lugar únicamente creció la maleza.

XII
Ignacio Zamora Román fue detenido el 17 de agosto de 1974, por
soldados del 19 batallón de infantería, que lo bajaron de un camión
Flecha Roja en el retén del Súchil municipio de Tecpan Galeana,
una persona lo señaló como miembro de la guerrilla y fue llevado
por personal militar al cuartel de Atoyac, que funcionaba como un
campo de concentración y tortura.
También el 17 de agosto de 1974, toda la comunidad de Corra-
les de Río Chiquito abandonó sus casas, se fueron todos del lugar, la
mayoría se dirigió a San Juan de las Flores y al Ticuí, donde tenían
familiares, dejaron todas sus pertenencias, no quedaron civiles, úni-
camente militares, después todo el barrio fue ocupado por el ejérci-
to, las tropas al mando del mayor Francisco Escobedo se metieron a
las casas, se comieron los marranos, desaparecieron el café, quema-
ron la ropa, se llevaron los sarapes nuevos que había, se abastecieron
de las vacas, no dejaron nada de maíz ni frijol que los campesinos
tenían para el sustento, no permitieron regresar a trabajar las huer-
tas, las cosechas de ese año se perdieron y los animales se extraviaron
en el monte, quemaron casas, cavaron hoyos en los patios y solares
para hacer trincheras. Cuando la mitad del pueblo regresó en enero
de 1975 el lugar estaba destruido.
A mediados de agosto de 1974, los bombardeos continuaban.
“El Otatillo es un lugar que está al norte de Los Tres Pasos, en el eji-
682
Mil y una crónicas de Atoyac

do de Los Valles… El 17 de agosto de 1974, elementos del ejército


lo sometieron a un bombardeo, principalmente el lugar conocido
como Los Cajones, que se encuentra entre los ejidos del Camarón
y Los Valles. Se escucharon treinta y ocho explosiones, tal vez de
bazucas, tal vez de morteros, después, columnas de soldados descen-
dieron, protegidos por helicópteros y aviones. Creían haber copado
a la guerrilla, pero no encontraron nada, solo unos jabalíes muertos,
que allí mismo desollaron, asaron y comieron, eso lo comentó des-
pués un soldado”, asentó Simón Hipólito.
De San Martín de Las Flores se llevaron también a José Flores
Serafín, el 19 de agosto de 1974, su mujer Florentina Abarca García
se quedó sola con sus seis hijos, ella los mantuvo haciendo servilletas
y cazuelas. Cuando se lo llevaron José, estaba cultivando una milpa
que pronto daría elotes y los domingos bajaba con burros cargados
de cazuelas y servilletas para venderlos en la cabecera municipal.
Lo apresaron en su casa cuando estaba cenando, a las seis de la
tarde, lo sacaron sin camisa y así se lo llevaron, le ataron las manos
hacia atrás y lo trasladaron a la cancha de basquetbol, donde tenían
a otros cuatro prisioneros que trajeron del Nanchal. Toda la noche
los tuvieron en la cancha. A las cinco de la mañana a los cinco cau-
tivos los cargaron de cosas y amarrados de las manos se los llevaron
rumbo a Ixtla. Y en Ixtla los vieron pasar rumbo al Suspiro. De José
Flores Serafín nacido el 18 de septiembre de 1942, nada se supo
después. Florentina sostuvo a sus hijos trabajando en la cabecera
municipal en casas particulares y de cocinera en huertas de café en
Santo Domingo y en Cerro Prieto con los Blanco.
Por otro lado, la columna de los 13 guerrilleros, después de de-
jar la zona del Río Chiquito, se fue rumbo a El Pará, municipio de
Tecpan de Galeana. “Íbamos bajando al río cuando oímos el ruido
de un helicóptero que sobrevolaba cerca de nosotros, dando varias
vueltas y bajando más y más, buscamos donde atrincherarnos y pre-
pararnos para el combate, pues sabíamos ya que los helicópteros
militares sólo descienden donde hay cerca soldados en tierra”, dice
Carlos en Diario de un combatiente ii.
683
Víctor Cardona Galindo

Al llegar al Pará, los guerrilleros encontraron que el pueblo es-


taba lleno de soldados y en las orillas del monte andaban preparán-
dose para dormir. Al día siguiente acosados por dos helicópteros
llegaron a Fincas Viejas, donde la mayoría de los habitantes los reci-
bió con júbilo, llevándoles al campamento mucha comida con tor-
tillas calientes, panochas, azúcar, sal, pan, dos paquetes de cerillos
y cigarros, ahí “se hizo un plática con la gente y oímos junto con el
pueblo, la grabación de la emboscada (del 9 de agosto). No querían
creer que nosotros hubiéramos participado, nos verían demasiado
chamacos, no decían, pero finalmente se convencieron y se pusieron
muy contentos”.
“En ese lugar dejamos ocultas las armas que traíamos de sobra: un
fal, un m-1 y el 7.62. El compañero al que se las encargamos, tiempo
después fue detenido y desaparecido por las fuerzas represivas, per-
diéndose junto con las armas un valeroso militante revolucionario”.
De Fincas Viejas, la guerrilla salió rumbo a La Caña de Agua,
ahí sus colaboradores, además de darles de comer, les informaron
que en las primeras casas del pueblo estaban los soldados. Por eso
instalaron el campamento a prudente distancia de la comunidad.
Fue de ese lugar de donde se bajaron: Santiago Hernández Ríos,
Leoncio y Ricardo, rumbo a la ciudad para conseguir dinero y botas,
pues la mayoría de los guerrilleros ya andaban casi descalzos.
Al parecer estos dos guerrilleros cayeron en una emboscada del
ejército, de la cual únicamente Ricardo logró escapar. Leoncio fue de-
tenido y se convirtió en colaborador de los militares y participó en la
detención de muchas personas. Ricardo se volvió a unir al grupo de
Lucio Cabañas cuando ya andaba en la sierra de Tecpan de Galeana.
Pasaron los días convenidos y los comisionados no regresaron,
por eso los 11 guerrilleros que quedaban se cambiaron de campa-
mento, “pensando que los compañeros habían caído en manos del
enemigo”, y efectivamente un comisión de brigadistas que vigilaba
el antiguo campamento pudo ver: “Ahí traían a Leoncio vestido de
guacho y con las manos amarradas a la espalda, al momento de re-
tirarnos se me pega una rama en la espalda y el ruido hace que los
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Mil y una crónicas de Atoyac

guachos se vuelvan a donde estábamos, nuestras armas estaban listas


para dispararse, pero los guachos siguieron de largo y nosotros nos
alejamos del lugar”, recuerda Carlos.
A la mañana siguiente los guerrilleros abandonaron el cerro de
Caña de Agua y mientras caminaban rumbo a la costa, se percataron
de la enorme cantidad de rastros que dejaban los militares por su
paso, Lucio calculó que cuando menos cinco mil andaban tras ellos.
Los batallones iban y venían, cerca del arroyo de Caña de Cas-
tilla los guerrilleros pasaban el camino, cuando vieron que había
soldados por todos lados, pensaron que era un cerco, así que dis-
pararon para que les diera tiempo huir, los soldados retrocedieron
y se soltó la balacera, fue el combate más encarnizado del que se
tenga memoria, las granadas hacían pedazos los árboles y sonaban
las armas de alto poder, se oía hasta El Ticuí, era terrible el comba-
te, los guerrilleros salieron del cerco sin novedad, pero los disparos
siguieron algunas horas. Se dice que por la oscuridad, los soldados
de un batallón no se percataron que otros subían y se pelearon entre
ellos. Al otro día fueron recoger los muertos, puros soldados y que
buscaron en vano cuerpos de guerrilleros.
De aquel combate, en el pueblo, quedó de recuerdo aquel chis-
te: “—Mi capitán, mi capitán, ¿de que color es la sangre? —pregun-
tó un soldado en medio de la balacera —color de mierda —contestó
el capitán —ay, entonces ya me dieron —gritó el soldado”. La gente
se desquita los agravios, de alguna manera con el humor.
Fue el 21 de agosto de 1974, al oscurecer cuando se dice choca-
ron dos batallones del ejército en un paraje entre las Palmas y Huer-
ta de las López, aquí los soldados se mataron entre ellos por falta de
coordinación. Una versión dice que a las 10 de la noche, más de 100
soldados iban del Ticuí rumbo a la Caña de Agua, la gente de Lucio
dejó pasar tres pelotones y luego dispararon sus ráfagas contra de los
uniformados, y se retiraron con rapidez.
La versión del guerrillero Carlos dice: “Bajamos hasta muy cerca
de la costa y ya al atardecer atravesamos un camino ancho que va
de Atoyac a Caña de Agua, de pronto empezamos a oír fuerte piso-
685
Víctor Cardona Galindo

teo, al parecer de mucha gente, mientras más tiempo pasaba, más


cerca se oían las pisadas, la sorpresa fue muy grande cuando nos los
encontramos de frente, eran los guachos, nuestras armas vomitaron
fuego, generalizándose el combate, en eso sentimos que a nuestras
espaldas también disparaban, era otro grupo de guachos, pudimos
romper el cerco y retirarnos inmediatamente, quedándose los gua-
chos tirándose entre ellos mismos (...) El resultado de la confusión
fue que les causamos 29 bajas”.
El 27 de noviembre de 1974, la Brigada Campesina de Ajus-
ticiamiento da a conocer su último comunicado, donde reconoce
su primera derrota militar y las dos primeras bajas que sufriera en
combate, “de diez acciones guerrilleras, nueve son victorias para el
pueblo”, la segunda acción de la que habla el comunicado fue en El
Ticuí, como a las 10 de la noche del 21 de agosto de 1974, “más de
cien soldados entrarían en la emboscada, por lo que los tres prime-
ros pelotones que venían adelante los dejamos pasar para atacar a
más de 80 que venían atrás a 150 metros, los rociamos con ráfagas
durante un minuto y nos retiramos con rapidez, ya que nuestros
ataques proyectados tendrían carácter de desgaste, para distraer las
tropas que perseguían a la comisión que secuestraba al tirano Rubén
Figueroa… En esta acción hubo 29 bajas, 14 muertos y 15 heridos.
Creemos que varias bajas se las causaron entre los mismos soldados,
porque después de nuestra retirada los dos grupos de soldados tar-
daron tirando una hora aproximadamente”.
Al día siguiente, los militares desquitaron su coraje con cinco
jóvenes que camaroneaban en el lado sur del arroyo Caña de Casti-
lla. Los golpearon hasta dejarlos sin sentido, luego se los llevaron al
cuartel donde los interrogaron, del combate los jóvenes nada sabían,
ellos únicamente buscaban de comer para sus hijos.
El cronista de Atoyac, Wilfrido Fierro, asentó el 21 de agosto,
“en la madrugada de hoy, cerca del poblado del Ticuí, fueron em-
boscados por fuerzas federales unos pescadores en la que resultó he-
rido el agente de ventas de almacenes Salinas y Rocha, Adauto Olea.
La federación con motivo de la persecución del guerrillero Lucio
686
Mil y una crónicas de Atoyac

Cabañas Barrientos, desde hacía varios días tenía copados los cami-
nos que conducen a ese lugar, confundiendo a los pescadores con
guerrilleros abriendo fuego sobre ellos, con el resultado descrito”.
El día del enfrentamiento, cinco campesinos fueron al arroyo
buscando la vida, en la tarde se ataron sus morrales con cuerda a la
cintura, tomaron sus linternas y los machetes, caminaron rumbo al
arroyo de Caña de Castilla a camaronear. Ellos eran: Adauto Olea
Hernández, Sergio y Marcelo Tabares, Adolfo Solís, y Olé en ese
tiempo marido de Aleja Gallardo. Mariano Radilla les había presta-
do una lámpara de carburo, ya venían de regreso con los camarones,
cuando salieron al camino de Huerta de las López, se desató la bala-
cera y ellos quedaron en medio del combate.
Así mojados como venían, con sus machetes escarbaron con an-
siedad y se enterraron entre la basura, para cubrirse de los disparos,
ahí permanecieron enterrados entre las hojas hasta que el ejército los
sacó a golpes y se los llevó detenidos, Adauto jamás regresó.
Se comenta que Adauto se puso a discutir con los soldados y
estos lo golpearon mucho. Al día siguiente, el 22 de agosto, cuando
los del pueblo fueron encabezados por el comisario para pedir su
libertad, encontraron que en el lugar había mucha sangre regada,
los casquillos se recogían por puños, doña Bucha Hernández se los
echaba en el mandil, pero el comisario no la dejó traer ninguno,
también los soldados no dejaron pasar a los ganaderos que ordeña-
ban por ese rumbo, hasta que recogieron todo.
El 25 de agosto, en el transcurso del día, surcaron el cielo de Ato-
yac, ocho helicópteros de la Fuerza Aérea, que venían a sumarse a la
persecución del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos y en busca del
senador Rubén Figueroa. Ese día soldados del 27 batallón detuvieron
en la cabecera municipal a Pedro Castro Nava, Mardonio Flores Ga-
leana y a Rosalío Castrejón Vázquez. Y en la carretera en un retén caía
en manos de los militares el cívico Rosendo Radilla Pacheco.
Rosendo Radilla Martínez declaró que su padre y él, fueron de-
tenidos cuando viajaban a Chilpancingo, tras haber sido parados en
un retén militar instalado en la colonia Cuauhtémoc, “en ese tiempo
687
Víctor Cardona Galindo

bajaban a todos los pasajeros de los autobuses y a nosotros ya no nos


dejaron subir, mi padre les preguntó que por qué nos detenían y le
dijeron que porque componía corridos de la guerrilla de Genaro
Vázquez Rojas y de Lucio Cabañas”. Hoy hace 40 años.

XIII
Después de la escaramuza del 21 de agosto, Lucio Cabañas y su gen-
te se refugiaron en la sierra de Tecpan de Galeana. Estaban ya fuera
de su territorio, lejos de esa red de colaboradores que en el munici-
pio de Atoyac los había mantenido tanto tiempo en la sierra. Allá la
gente era más desconfiada y tenía menos compromiso con la lucha.
La otra parte de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, que
movía a Rubén Figueroa y acompañantes, caminó con dificultad
por debajo de frondosos árboles, hasta llegar a la zona de esas her-
mosas y majestuosas palmeras de cayaco, de las que se saca tuba y de
cuyos frutos se extrae un aceite de fina calidad.
Durante la travesía, en breves lapsos, Luis Cabañas hacía plática
a los guerrilleros, les decía que el maestro Lucio tenía razón. Ya en
las inmediaciones del cerro del Zanate le había secado la herida de
la operación con la que llegó a la sierra. Caminaba como la gente del
campo y se le veían bien, a veces hasta alegre.
Pascual se portaba déspota, se notaba claramente que estaba del
otro lado, con Figueroa. A Luis le preocupaba la secretaria Gloria
Brito, porque era mujer de ciudad y no estaba preparada para la vida
del campo.
A la secretaria de la Comisión del Balsas, Gloria Brito, mien-
tras estuvo en la sierra no se le notó el embarazo. No tuvo ningu-
na deferencia con las guerrilleras, no les dirigió ninguna palabra de
amistad. Como ella, seis milicianas estaban embarazadas y sin em-
bargo buscaban afanosamente huevos de paloma y de codorniz para
dárselos. Gloria se los tomaba para soportar el hambre en aquellos
campamentos y caminos de la intrincada selva de Atoyac. Procura-
ban que Gloria comiera primero y mejor, pero la veían tan “estirada”
688
Mil y una crónicas de Atoyac

que una ocasión una guerrillera comentó: “Hay que buscar huevos
de culebra para que le demos”, fue sólo una expresión.
Una ocasión cuando caminaban en las cercanías de Río San-
tiago, Gloria Brito se desmayó “fue como a las tres de la tarde de
ese día cuando íbamos a empezar la marcha y fue en ese momen-
to cuando se desmayó la secretaria del viejo y tuvimos que esperar
hasta que se controlara un poco y pudiéramos seguir”, comenta un
guerrillero de nombre Moisés.
Al pasar cerca del Ocotal se sumó nuevamente a la Brigada Cam-
pesina de Ajusticiamiento, Martín Nario Organes, Samuel, quien
llegó acompañado de siete campesinos miembros de una sola fami-
lia, con él eran ocho, la familia iba encabezada por Talante un viejo
de unos 60 años de edad con rasgos indígenas, se incorporó con sus
tres hijos y sus tres nueras. Ismael el mayor era esposo de Rosalba;
el Volador estaba casado con Celia y Rufino era pareja de Minerva,
llegaron un día lunes y contaron que habían recibido vejaciones por
parte del ejército, por eso se unieron a la guerrilla, explicaron que
un buen día llegaron a sus casas los soldados y arrasaron con sus
sembradíos de maíz y con sus chivos, junto con sus esposas estuvie-
ron un tiempo prisioneros en el cuartel de Atoyac, donde vieron a
Lázaro —detenido en El Río Chiquito— “a quien tenían vendado
de los ojos y atado de pies y manos”. El Volador, hijo de Talante,
tenía unos 20 años y era un excelente conocedor de la sierra, por eso
le dieron la comisión de guía.
Esos días el ejército enfiló sus baterías hacia la sierra de Tecpan
y el 27 de agosto en Fincas Viejas, recuperó un fal y un mosquetón
que la guerrilla le había quitado a soldados del 50 batallón de infante-
ría, durante la primera emboscada el 25 de junio de 1972. Los guerri-
lleros con Lucio a la cabeza estaban cerca, el 29 de agosto caminaron
todo el día y por la tarde se mojaron porque les llovió muy fuerte,
“casi oscureciendo detuvimos la marcha, descansamos junto a un ma-
rihuanal, ahí se puso a hervir maíz y frijol y aquello salió sabrosísimo,
era la primera vez que lo comíamos, no recuerdo que compañero dio
la idea, se hizo una pequeña reunión y nos dormimos”.
689
Víctor Cardona Galindo

Para esas alturas, el grupo de Lucio Cabañas lo formaban once


guerrilleros: Rutilo, René, Roberto, Gabriel, Eusebio, Edi Carlos, Ar-
turo, César, Martín, Carlos y Lucio, su alimento era lo que la madre
naturaleza les daba, el 30 de agosto encontraron en el camino unos
cuajinicuiles, cortaron sus vainas maduras y comieron hasta llenar-
se, luego echaron a las mochilas para llevar.
Fue ese día, por la radio escucharon una noticia que los llenó
de emoción y esperanzas, “ya como a las tres de la tarde iniciamos
la marcha, subíamos un largo trecho y descansamos, se prendió la
radio y oímos algo que nos llenó de alegría, José Guadalupe Zuno
había sido secuestrado por miembros del frap; pensamos de inme-
diato que el secuestro del suegro del presidente, aunado al de Rubén
Figueroa, podría ser la llave que abriera las cárceles y nos permitiera
la libertad de los compañeros presos y desaparecidos”.
El ejército no paraba en detener a los guerrilleros que se movían
para recoger el dinero del recate. Simón que había llevado 370 mil
pesos a la sierra fue detenido cuando regresaba y entregó a Cándido
a finales de agosto. Poco después detuvieron a José María cerca de
Zacualpan, cuando bajaba rumbo al puerto de Acapulco buscando
establecer contacto con David. Luego que detuvieron a Simón, un
helicóptero comenzó a rondar la zona cerca de Las Trincheras e Ixt-
la. Les pasó muy cerca cuando la guerrilla caminaba a poca distancia
de La Vainilla llevando a los secuestrados.
El obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, también inter-
vino para agilizar la liberación de Rubén Figueroa, por medio de Ja-
vier Olea, se reunió con Rubén Figueroa Alcocer, quien le pidió hi-
ciera gestiones para liberar a su padre, “entonces me vino a la mente
la idea de una carta para Lucio, ya que Rubén Jr. tenía posibilidades
de hacérsela llegar, en esa carta yo invocaba, por muchos motivos,
la liberación de Figueroa y sus compañeros (…) Nunca recibió res-
puesta. Pero un día me pidieron audiencia, con pretexto de hablar-
me de un sacerdote enfermo, dos señoritas, ya en mi presencia me
pusieron en las manos un sobre con copias del tercer comunicado
de Lucio Cabañas, y una copia autógrafa de un carta del ingeniero
690
Mil y una crónicas de Atoyac

Rubén Figueroa al presidente de la República”, dijo Méndez Arceo


a Luis Suárez. Los documentos en cuestión los hizo llegar a Rubén
Figueroa Alcocer por medio de Javier Olea.
“La segunda intervención fue así: Me encontraba yo en el Se-
minario Conciliar de México en un curso de renovación, de un mes
con muchos otros obispos. Una tarde llegó el padre Bonilla para
decirme que me pedía el servicio de ser depositario y de dar un tes-
timonio por escrito de veinticinco millones de pesos, para ser entre-
gados al mismo padre Bonilla cuando el secuestrado regresara a su
casa, sano y salvo, después de reflexionarlo, y no obstante los riesgos,
acepté y redacté un recado, me consta que ese recado llegó a Lucio”.
El 2 de septiembre de 1974, Jacob Nájera Hernández, fue saca-
do por la policía judicial de la casa de sus suegros en San Jerónimo
de Juárez y luego fue desaparecido. Ahora en su honor la escuela
preparatoria de ese lugar lleva su nombre. Carlos Bonilla Machorro
escribió en su libro Ejercicio de guerrillero que cuando salieron con
Inocencio Castro hacia la costa para establecer contacto con la gue-
rrilla, al primero con vieron fue a Jacob Nájera, pero no les supo dar
razón de donde tenían al senador.
El día que detuvieron el maestro militante del Partido Comu-
nista y del Movimiento Revolucionario del Magisterio, mrm, se
preparaba para presentarse dar clases en la escuela primaria Benito
Juárez donde trabajaba, pero le mandó a decir el director que no se
fuera porque lo andaba buscando un grupo de judiciales. Por eso
Jacob estaba sentado en la hamaca, cuando un grupo de agentes que
viajaban en coches negros y cafés, que iban al mando de Isidro Ga-
leana Abarca, lo sacaron del interior de la casa y luego se lo llevaron.
Hasta la fecha nada se sabe de él. Isidro Galeana Abarca dijo después
que lo entregó a los soldados en la Y Griega de Atoyac.
En esos días, Rubén Figueroa Alcocer había estado en el cuartel
de Atoyac y había ofrecido un millón de pesos a cada oficial que par-
ticipara en el rescate de su padre y lo entregara vivo, comentó des-
pués el capitán Elías Alcaraz, por eso, soldados de la patrulla Martín
y Vicente pertenecientes a la fuerza de tarea Atoyac, comandadas
691
Víctor Cardona Galindo

por el teniente coronel Juan López Ortiz se pusieron en marcha


hacia la región del Quemado.
La expedición, que llevaba como guía al joven Leonardo de la
Cruz Martínez, José María, salió el 5 de septiembre de Atoyac y
como a las tres de la tarde se internó por el monte de la colonia Bue-
nos Aires, al subir el día 6 encontraron dos campesinos guerrilleros
a los que José María delató y dieron datos del rumbo que llevaba el
grupo con Rubén Figueroa.
La guerrilla con Figueroa descendió hasta la sierra baja y en el
lugar conocido como La Polvosa, el 7 de septiembre de 1974, cayó
peleando el guerrillero Prisciliano Medina Mojica, Juan, se le encas-
quillo el m-1, por eso ya no pudo tirar y los soldados lo remataron,
su cuerpo quedó tirado en medio de la carretera que va de Cacalutla
al Quemado, después se supo que fue sepultado en la orilla del ca-
mino.
La versión de la guerrilla, en el libro Lucio Cabañas y el Partido
de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México dice: “Este caso
sucedió cuando uno de nuestros compañeros iba a explorar la ca-
rretera para que pasáramos con el viejo (Figueroa); eran varios los
compañeros los que iban a explorar el paso: Juan, Antonio, el Gato,
y Ramón, éste tenía que vigilar la parte sur, Juan la parte norte, pero
no le hicieron así, pues Ramón sí se quedó en el lugar indicado,
mientras Juan no y en lugar de eso se fue a explorar y dejó sólo el
lugar de la guardia; Ramón vio a tiempo a los soldados que venían
del Carbón (El Quemado) y se hizo a un lado de la contracuneta es-
condiéndose bien, los otros compas no sabían nada de los guachos,
así que cuando venían de explorar, fueron descubiertos por los sol-
dados quienes les dispararon; el compa Antonio, que era quien venía
adelante, pasó la carretera corriendo y disparando, el compañero
que le seguía, Juan, quiso hacer lo mismo pero fue inútil, porque
lo recibieron con una ráfaga de fal y lo hirieron, por lo cual ya no
pudo seguir corriendo, sino que quedó en el suelo, disparando hasta
que quedó muerto por la balas del enemigo”. Dice Moisés que entre
Antonio y Juan mataron seis soldados éste día.
692
Mil y una crónicas de Atoyac

El resto del grupo estaba cerca y escucharon los balazos, espe-


raron y “primero salió el Chango, de ahí el Gato, de ahí Ramón, de
ahí Sabás, de ahí el Gallo Negro y Juan fue el que faltó”, recuerda la
guerrillera Rosario, quien era pareja de Juan, de hecho, ese día Rosa-
rio estaba comisionada para ir a la exploración, pero Juan tomó su
lugar y fue así que murió enfrentando a los militares.
Eneida Martínez en la tesis Los alzados del monte. Historia de
la guerrilla de Lucio Cabañas, recoge el testimonio de la guerrillera
Rosario: “en esa exploración me tocaba a mí (…) el Gato, el Chango,
yo supuestamente iba a ir, y Ramón, y yo no fui porque él [Juan] no
me dejó, porque ya estaba muy feo, me dijo Juan ‘tú ya no vas a ir,
voy a ir yo en lugar tuyo’. Se fue él a explorar el campo (...) Pues ya
estaba la emboscada, ya estaba cercado ahí la carretera, ya era una
emboscada que estaba ahí y ellos fueron a explorar ese lugar (...) les
empezaron a tirar [los soldados] a ellos, pero ya Juan había atravesa-
do la carretera del aquel lado, asegún vieron el Chango y Ramón, que
Juan alcanzó a pasar y fue al primero que le dieron. Entonces dice
él que le dieron en las piernas, Juan cayó a media carretera, y ellos
quisieron sacarlo entre Ramón y el Chango (...) quisieron hacerle
frente al gobierno pero no pudieron, porque era mucho el gobierno,
sino que ellos se fueron, corrieron y ahí dejaron a Juan (...) él siguió
tirando, él estaba tirado se dio con el gobierno, se le encascajó el
m-1, ya no pudo tirar, se le encascajó y ya ahí fue donde lo mataron
el gobierno”.
Después del enfrentamiento, el resto de la comisión logró huir y
llegar al campamento donde se encontraba los demás de la brigada
con los secuestrados, todos éstos escucharon los disparos y supusie-
ron de un encuentro del grupo explorador con los militares. A pesar
de que Ramón, el Chango y el Gato habían visto caer a Juan, no qui-
sieron decir nada al resto de los brigadistas, sobre todo Ramón quien
se encontraba al frente de la dirección: “entonces yo les digo a ellos
‘¿y Juan?’, ‘No, pues por a’í debe de andar’ (...) pues si no sale pues
ya sabes lo que se ha dicho aquí el que salió salió y el que no pues ni
modo (...) si cayó en batalla cayó y el que se la salvó, la salvó pues”.
693
Víctor Cardona Galindo

“Pero la noticia de la muerte de la pareja de Rosario finalmente


tuvo que ser revelada a todos los brigadistas: ‘me sentí que me quedé
sola, ya no me sentía a gusto’, ese era el terrible sentimiento que
la embargaba, pues no sólo perdía a un compañero de lucha sino
también a su pareja sentimental, pero ese dolor no podía detener su
marcha, pues el ejército les venía pisando los talones”, asentó Eneida
Martínez.
Y efectivamente el 7 de septiembre de 1974, en la noche, ejérci-
to y guerrilleros durmieron como vecinos.

XIV
Hoy hace cuarenta años. El 8 de septiembre de 1974, el ejército
rescató al senador Rubén Figueroa en el lugar conocido como La
Pascua, en la sierra de Atoyac, después de estar 103 días en manos
de la guerrilla de Lucio Cabañas. Su familia había pagado 25 millo-
nes de pesos por su vida y los otros 25 esperaban depositados con
el obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo. Lo malo es que el
grupo que lo custodiaba nada sabía de eso porque el ejército había
detenido a todos los correos.
Un día antes, el 7 de septiembre, el candidato del pri a go-
bernador, intentó escapar, aprovechando la confusión que causó la
caída de Juan, cuando una comisión de guerrilleros que exploraba
el camino topó con el ejército. Sobre este hecho Rubén Figueroa
diría a Luis Suárez: “No cayeron los tres porque aquellos soldados
no tenían armas automáticas, sino fusiles de cerrojo… Dije a Gloria
que me fugaría en el camino, y que si el ejército volvía a tener con-
tacto, correría hacia él. Se había conocido una carta de Lucio donde
decía que había fracasado que no les darían a los presos. Por lo tanto
nos liberaría, mandándonos a Acapulco. A Gloria le recomendaba
que se cuidara de la flebitis, y a Febronio le expresaba las gracias
por darle lecciones de marxismo. A sus tíos Luis y Pascual les pedía
disculpas por las molestias… Añadía Lucio que empezarían los días
difíciles y atribuía al ejército la intención de matarme para echarle la
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Mil y una crónicas de Atoyac

culpa a él, lo que entendimos al revés, como un plan para matarnos


y culpar al ejército. La única forma que queda, dije a mis compañe-
ros, es echarme sobre las balas de los soldados tratando de salvar la
vida”. Así lo hizo al día siguiente.
Después de la escaramuza en La Polvosa, donde murió Juan,
los guerrilleros caminaron custodiando a los secuestrados hasta La
Pascua, una pequeña planicie rodeada por dos arroyos, y en su exu-
berante vegetación destacan las frondosas palmeras de cayaco. En el
sitio hay una gran laja, conocida como La Piedra Chorreada y su en-
torno está lleno de rocas y cuevas naturales. Los brigadistas llegaron
ahí en la madrugada del 8 y se dispusieron a descansar para seguir
su camino al día siguiente. Pero por la detención de José y Pablo el
ejército ya conocía el rumbo que llevaban. El encuentro era cuestión
de tiempo. El cerco estaba tendido.
Ese 8 de septiembre, el combate durante el cual rescataron a
Rubén Figueroa comenzó como a las ocho de la mañana, fue en los
terrenos de Víctorino Villegas. “La barranca de La Pascua hervía de
soldados, había en todo el monte desde El Cerro Prieto de los Pinos,
hasta Agua Zarca”, recuerdan los lugareños.
De acuerdo a la versión del capitán Elías Alcaraz Hernández, los
protagonistas de esta acción fueron 55 efectivos que pertenecían a
las patrullas: Martín a cargo de subteniente Agustín Rivas Ramírez
y Vicente a cargo del teniente Arturo Flores Monroy.
Explicó que al ubicar el campamento guerrillero, los soldados
comenzaron a morterear en abanico a las 8:45 de la mañana a una
distancia de 50 metros y en 15 minutos ya había acabado la opera-
ción. Figueroa había sido rescatado.
Dijo Alcaraz que “después de morterear el primero en salir fue
Pascual García Cabañas y Figueroa llegó al único soldado que lo co-
nocía cuando Sabás lo seguía de cerca disparándole, pero no le pudo
dar por las carreras y lo escabroso del suelo, a veces se resbalaba el in-
geniero y a veces Sabás, pero intervino el soldado Romualdo Román
Soto quien le pegó un tiro a Sabás en la garganta… En tercer lugar
salió Gloria Brito que estaba embarazada, Luis Cabañas sangraba
695
Víctor Cardona Galindo

cuando lo sacaron. Más abajo el teniente Arturo Flores Monroy es-


tuvo a punto de matar a Febronio que estaba herido de un brazo”.
En la refriega el soldado Federico Villa Escobedo salió herido.
El capitán Elías Alcaraz dijo a Misael Habana, en una entrevista
que le concedió para El Sur en septiembre de 2000, que ahí, quedaron
muertos los dos campesinos que los guiaron. “A Chema no le pasó
nada estaba vivito y coleando y temblando de miedo”, dijo además
que murieron 50 guerrilleros, que algunos cuerpos fueron traslada-
dos a Atoyac otros por el temporal fueron sepultados ahí mismo. Los
muertos nunca fueron identificados porque no llevaban nombre y
que a los secuestrados los sacaron en helicóptero el mismo 8 de sep-
tiembre, entre 10 y 11 de la mañana. También subieron al helicóptero
al soldado Federico Villa Escobedo que fue la única baja que tuvieron.
Otra versión es la de Febronio Díaz, quien tenía 54 años cuando
acompañó a Rubén Figueroa a entrevistarse con Lucio y diría mu-
chos años después, a la revista Proceso: “Lucio es el hombre a quien
más le debe el estado de Guerrero, en estos últimos tiempos”. Y
recordará que aquél 8 de septiembre, seis muchachas guerrilleras se
pusieron a platicar con risotadas muy ruidosas, cuando una voz po-
tente salida de un aparato decía “ríndanse hijos de la chingada están
cercados” y sonó el primer bazucazo. “¡Cuidado!’ gritó Luis, pero en
ese momento le tocó una bala a él; era mortal por necesidad, le entró
a la altura del corazón, se rodó inmediatamente y empezó a vomitar
sangre”. También rememoró Febronio que él recibió tres disparos,
uno de ellos en el brazo. “Primero sacaron a Rubén, a Pascual y a
Gloria, en un helicóptero. Después vinieron por Luis y por mi, que
íbamos heridos”. Dijo que ese día del rescate sólo murió Sabas, “tres
días después, según me dijeron, el ejército les tendió una emboscada
y mató a 18; después fueron detenidos varios”.
Por su parte Rubén Figueroa Figueroa relató a Luis Suárez: “al
sonar las nueve o nueve y media el primer bazucazo, cuando en el
grupo íbamos cuarenta y ocho personas, entre custodios y prisione-
ros, de los que once eran mujeres… El grupo rebelde iba comanda-
do por Ramón. A las siete de la mañana nos había sobrevolado un
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Mil y una crónicas de Atoyac

avión de fuselaje azul. Después del bazucazo vino el fuego cerrado


de ametralladora, respondido débilmente. De nuestros custodios,
sólo dos estaban a unos cuantos pasos. Uno era el Zacazonapan,
hombre fuerte, dotado de un fal. El otro era un hombre chaparro
tipo oaxaqueño o chiapaneco, con fornitura en la cintura, que pa-
recía uno de los desertores del ejército, porque conocía lo toques y
daba instrucciones de defensa personal, aunque luego corrió aban-
donando el arma… Mientras Pascual y yo fuimos al ejército, Gloria
y los otros se refugiaron en el tronco de un cayaco, árbol de la re-
gión. Gloria estuvo de pie, Luis en cuclillas y Febronio boca abajo.
Cuando Zacazonapan quiso alcanzarnos, las balas lo mataron”.
Según Figueroa, Sabás disparó sobre Luis Cabañas y sobre Fe-
bronio, matando a Luis y dándole tres balazos a Febronio. “Seguía
Sabás para alcanzarnos, cuando tropezó con un soldado que le dio
un balazo en el cuello y estuvo agonizante hasta que llegó otro sol-
dado, quien quiso disparar a Gloria ‘yo no soy guerrillera, sino pri-
sionera… Gloria dijo a los soldados que por ahí me buscaran, que
yo llevaba pantalón y guayabera blancos, que ya eran negros. El
soldado se encaminó a buscarme. Sabás fue acabado. Pascual y yo
estábamos protegidos en una roca unos cuantos metros del soldado,
lancé un grito: “Viva Echeverría, gusanos, hijos de la chingada”, lo
oyeron los soldados y el teniente coronel López Ortiz, comandante
de aquel destacamento de sesenta hombres, desde cincuenta metros
me preguntó: “¿Es usted, senador?”, “Yo soy, deme un arma para
batir a nuestros enemigos que van corriendo”.
Rubén comentó que tenía tres días sin comer, cuando lo res-
cataron. Ya estando en el cuartel de Atoyac, “llegó mi hijo Rubén
conducido por el coronel Quiroz”.
Al enterarse de los hechos el secretario de la Defensa Nacional,
general Hermenegildo Cuenca Díaz, se trasladó hasta Atoyac para
llevarse al senador Figueroa en un helicóptero, al puerto de Acapul-
co y después trasladarlo a la Ciudad de México en un avión militar.
De la acción, el ejército mostró hermetismo y no quiso dar informa-
ción a la prensa de Acapulco.
697
Víctor Cardona Galindo

Con el tiempo hemos llegado a saber la versión de dos guerri-


lleros de lo ocurrido aquel día, por ejemplo Moisés dice que un día
antes, “se acordó que en caso de una balacera cualquiera de todos
nosotros quebrara al viejo, pues adelante teníamos que pasar por un
camino muy andable y pensábamos que podía haber problemas…
Por la tarde los responsables del grupo discutieron junto con los
compañeros Samuel y Rufino, que eran los responsables del grupo,
reagrupado recientemente y que se había incorporado a nosotros.
Ese día se acordó que la gente que quisiera podría salir, pues dentro
de poco al viejo se le tenía que ajusticiar y la gente de Samuel se
encargaría de soltar a los que acompañaban al viejo, o sea a Luis,
Gloria, Febronio y Pascual y la gente que quedara iba continuar
atacando al enemigo”.
En su testimonio publicado en el libro Lucio Cabañas y el Par-
tido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México, comenta
Moisés: “A la una de la mañana los guardias descubrieron resplan-
dores de focos que se regaban por distintos lugares, avisaron a los
responsables pero no les creyeron y pensaron que era mentira, así
amanecimos y la mayoría seguíamos sin creer lo que los compas de
guardia habían dicho (…) Ya a las 8 de la mañana los cocineros del
otro grupo hacían sus alimentos y nosotros también, al empezar
a juntar la lumbre, se formó una vela de humo, tanto de nosotros
como de los otros compañeros y fue en ese momento cuando pasó
un helicóptero y se contuvo un poco de tiempo y muy bajo arriba
del campamento, nos observaban de arriba con binoculares y noso-
tros también. Cuando el compañero Samuel se decidió a tumbarlo,
en ese momento se fue y ya no se pudo. Tardó poco tiempo para que
salieran los compañeros que habían solicitado permiso y nosotros
arreglábamos nuestro equipo para retirarnos también del lugar”.
“Los compas se estaban despidiendo de nosotros, habían avan-
zado como 15 metros cuando estalló el primer obús de mortero que
nos tumbó a la mayoría. Los compañeros se regresaron y tomaron
sus rifles y corrieron desesperados. El compañero Ramón trató de
organizar a la gente y ésta no le hizo caso, porque las ráfagas de fales
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Mil y una crónicas de Atoyac

y estallidos de granadas y obuses están bastante tupidos y nos grita-


ban que nos rindiéramos, que estábamos cercados, que no saldría-
mos vivos y muchos más se desesperaron, yo también. Las primeras
ráfagas sonaron cerca de donde estaba el viejo, quien corrió hacia
el lugar donde venían los disparos más tupidos, Sabás fue en perse-
cución de él, las balas le impidieron ajusticiar al viejo, cayó abatido
cuando contestaba con su m-2 los disparos de los guachos”.
Por su parte la guerrillera Rosario entrevistada por Eneida Mar-
tínez comenta que ya en la madrugada el Chango, el Gato avisaron
que habían visto luces del otro lado del cerro. “Nosotros como ya
sabíamos que eran miedosos no les creíamos porque andaban con
el puro miedo”, dice Rosario, por eso se quedaron a dormir y al
otro día tempranito, el jefe Salomón Ríos García, Ramón, a quien le
tocaba la cocina, les dijo “levántense a comer” y Xóchitl le contesta
“¿todavía van a comer ustedes?, estamos rodeados del gobierno”,
Rosario le dice a Martha, “a lo mejor es cierto, estamos rodeados del
gobierno”.
Rosario no se quería mover de ahí porque tenía esperanzas que
por algún lado saliera Juan. Dijo Ramón, “se va a poner más feo”,
comenta Rosario, “lo malo que hizo Ramón fue que nos puso a lim-
piar las armas… Nos dijo, compañeros, limpien las armas”. Alguien
le contestó “mira Ramón nos van a agarrar con las armas desempata-
das”, pero Ramón insistió porque había otras armas.
En ese momento salían de permiso 25 guerrilleros entre ellos
Kalimán. Entregaron las armas que quedaron recargadas en una
palma. No tenían ni veinte minutos que habían salido cuando co-
menzaron los primeros disparos, algunos guerrilleros estaban con
las armas desarmadas otros apenas las iban a desarmar, Rosario nada
más cargaba una pistola y con ella hizo frente al ejército, Marta
ya había desarmado, Ramón también había desarmado su rifle. Al
primer balazo Ramón creyó que se le había ido a alguno de los briga-
distas. Pero le siguió una ráfaga, dice Ramón “¡esto ya valió madres,
es el gobierno!”, dicen los otros compañeros “ya ven, no les creíamos
a los que tenían miedo, les hubiéramos creído”. Se oía la balacera y
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Víctor Cardona Galindo

luego un helicóptero, comenzaron a caer granadas “que nos tapaban


de tierra y nosotros nos revolcábamos y peleamos. Nada más tirá-
bamos al rumbo donde estaba el gobierno, qué le hacíamos si ellos
estaban bien y nosotros estábamos desprotegidos, estábamos entre
unas palmas”.
Rosario vio regresar a Matilde y a Kalimán, cree que fueron los
únicos que volvieron de los que habían pedido permiso. Marquina
Ahuejote Reyes, Matilde, una jovencita de 17 años, dijo “yo me
voy a morir peleando”, al tiempo que tomaba una de las armas que
habían dejado los que salieron y se dio el gusto de morir peleando
de frente contra el ejército, Rosario le gritó “Matilde no te acerques”,
estaba cerrado el fuego, “nos caían las ramas, hojas, tierra, nos tapa-
ban”, Kalimán intentó hacerla regresar pero ésta no le hizo caso y se
fue disparando de frente hasta topar a los soldados donde encontró
la muerte.

XV
El ejército logró construir una red de soplones, reclutados a veces
con engaños y amenazas de entre los jóvenes desempleados, a los
cuales el gobierno les prometió empleos en actividades culturales y
deportivas. Después de ser enganchados los sacaba de las comuni-
dades y los integraba a la tropa para al finalmente regresarlos clan-
destinamente al interior de sus pueblos de origen como orejas y ma-
drinas. Aunque también hubo soplones que únicamente lo hicieron
para recibir una palmadita en el hombro de algún oficial. Creían
que estar bien con los soldados era estar bien con “el gobierno”.
“Durante los primeros 26 días de operaciones, independiente-
mente de la acción militar; se han efectuado reuniones con los co-
misarios municipales, comisariados ejidales, asociados del Instituto
Mexicano del Café, maestros que trabajan en escuelas del área y con
los campesinos de sus propias comunidades, con lo cual se ha logra-
do que la actitud de la población civil, que antes se mostraba hostil,
altanera y expresaba apoyo al gavillero, haya cambiado, ya ahora se
700
Mil y una crónicas de Atoyac

reciben muestras de solidaridad al gobierno y la gente empieza a


cooperar con informes; además el cabecilla ya no se atreve a llegar a
los poblados”. Lo anterior son los resultados de la Operación Atoyac
que informaba el comandante de la 27 zona militar Eliseo Jiménez
Ruíz, el 5 de septiembre de 1974, a un mes de haber tomado pose-
sión del cargo.
A estas alturas las tiendas Conasupo eran manejadas por el ejér-
cito, que repartía propaganda en contra de la guerrilla. Era imposi-
ble para los guerrilleros conseguir comida y no podían acercarse a
los pueblos. Muchos soldados se hacían pasar por locos y pordio-
seros. En Los Valles había un loco al que le decían la Borrega que
hablaba con los postes de la luz, besaba los arboles porque decía que
eran sus novias, al pasar por un arbusto le decía “¿como estas mi
amor?” Se introducía en las casas donde había niños y pedía permiso
para jugar con ellos. También se metía en las viviendas de familiares
de Lucio Cabañas. Otros soldados trabajaban como coimes en los
billares, como peluqueros y había también aquellos que compraban
lo robado.
Con toda esta logística desplegada y el rescate de Figueroa, el
ejército mexicano vivió su momento de gloria, antes del 8 de sep-
tiembre de 1974, la imagen del ejército se había deteriorado por
su fracaso para rescatar a Figueroa y eliminar a Lucio Cabañas. La
mayor parte de los comentarios y versiones que circulaban entre
todos los sectores de Guerrero eran que el ejército estaba haciendo
el ridículo en la sierra.
Finalmente la llamada Operación Atoyac tuvo éxito. “Como re-
sultado de esta operación, fue liberado el citado senador y las perso-
nas que lo acompañaban cuando fue plagiado, señora Gloria Brito
de Díaz, Luis Cabañas, Febronio Díaz Figueroa y Pascual Cabañas,
resultando heridos los dos últimos nombrados; entre los maleantes
muertos, se identificó a Sixto Huerta (a) Sabás, uno de los prin-
cipales gavilleros; por parte del personal militar resultó herido un
elemento del 27 batallón de infantería”, informaba el comandante
de la 27 zona militar. Ese mismo día, a las ocho de la noche, Jiménez
701
Víctor Cardona Galindo

Ruíz informó telefónicamente a Cuenca Díaz que se había tenido


un nuevo contacto con la gavilla de Lucio, en las inmediaciones del
poblado colonia Benito Juárez, “combatiendo desde las 18:00 horas
hasta oscurecer”. El capitán Francisco Meza Castro encabezaba la
patrulla del ejército que emboscó a la gente de Martín Nario Orga-
nes, Samuel.
En un informe del 10 de septiembre de 1974 enviado al pre-
sidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, el general Her-
menegildo Cuenca Díaz habla que en el enfrentamiento del 8 de
septiembre a las 18:30 horas, “resultaron siete guerrilleros muertos”
que se recuperó un fal, se recogió una carabina m-1, tres escopetas
de diferentes calibres y dos rifles calibre 22, no hubo herido por el
personal militar. También dice que en reconocimiento por el área
donde se rescató a Rubén Figueroa, “se localizaron dieciséis gaville-
ros muertos”.
Como ya hemos dicho que los soldados llegaron al campamen-
to, guiados por tres guerrilleros que habían sido detenidos con an-
terioridad. No hay mucha certeza en los nombres, pero se sabe que
José María era delgado, alto y morenito de pelo largo, salió con Pa-
blo al Cucuyachi para informarse donde estaba el maestro Lucio y
recibir nuevas órdenes. Antes de salir a las poblaciones más grandes,
fueron a cortarse el pelo, ahí los agarraron y los torturaron, por eso
ellos llevaron al ejército a La Pascua, donde, acuerdo a la versión
de Rosario, murieron el Águila, Sixto Huerta, Sabás; Mano Negra y
Marquina Ahuejote Reyes, Matilde.
Carlos Bonilla Machorro para su libro Ejercicio guerrillero, en-
trevistó Pascual Cabañas quien habló del momento del rescate, “yo
me di el arrancón y el senador me siguió; a veces se retrasaba, pero
yo volvía hacia él, lo animaba y le hablaba en voz alta, lo iba sacando
en dirección del ejército, él respiraba hasta por la boca, resbalaba, se
enredaba entre las ramas, pero seguía, entonces nos colocamos junto
a una gran piedra.”
En ese relato Bonilla comenta: “Sí, Vicente (se refiere a un gue-
rrillero) me dijo que te vio correr con el senador y que nadie pensó
702
Mil y una crónicas de Atoyac

en tirarles, sino más bien en cubrirlos, porque habían recibido ins-


trucciones de Lucio, de ofrecer máxima protección al ingeniero, por-
que lo querían asesinar para echarles la culpa”, a lo que Pascual agrega,
“me parece que así fue, de lo contrario nos matan fácilmente”.
Pregunta Bonilla ¿Y sus bajas... de qué bando las obtuvieron?,
responde Pascual “de los güachos. Ellos hirieron a Febronio en un
brazo y a Luis de gravedad, yo los vi. Si a Luis lo hubieran atendido
pronto, no muere. Pero no lo recogieron. Lo dejaron mucho tiempo
abandonado después de terminada la batalla”. “Pascual —le pregun-
té—, las noticias afirman que les disparó un guerrillero, ¿es cierto?”
Responde: “Eso es mentira yo no puedo callar. Mi hermano es mi
hermano… En ese infierno de balas y pólvora, cerca del Quemado,
murieron como veinte, entre hombres y mujeres, pero también sol-
dados. Creo que el grupo completo era como de cuarenta y cinco
o más guerrilleros entre los que se encontraban unas diez mujeres y
algunos muchachos casi niños”.
Eloy Morales Gervasio dijo a don Simón Hipólito: “Por la ma-
ñana del día 8 pasó muy cerca de ahí un campesino, que no acor-
daron detenerlo y que creen que él fue el que los delató. (...) Como
a las nueve o nueve y media empezaron helicópteros y aviones a so-
brevolar la zona. No tardó mucho tiempo para que uno de nuestros
vigilantes llegara corriendo a decirnos que sigilosamente se nos acer-
caban elementos militares para tendernos un cerco. Rápidamente
unos se quedaron al cuidado de Figueroa y acompañantes y otros
nos dispusimos a enfrentarnos con ellos. Al tratar de abandonar la
casa, recibimos una ráfaga de fusil seguida por descargas de grana-
das. Vimos como Sabás caía herido; igual caía otro compañero. Am-
bos eran los que cuidaban a Rubén Figueroa. Vimos también como
Figueroa se escondía entre unas piedras y un árbol caído; vimos
también como una granada alcanzó a Luis Cabañas y caía herido
de muerte. Nosotros quisimos rescatarlo protegidos por el fuego de
cuatro compañeras guerrilleras, pero una lluvia de granadas oscu-
reció el lugar y tuvimos que salir cuesta arriba, por un lugar donde
todavía nos cercaban los guachos”.
703
Víctor Cardona Galindo

Rosario se cubrió pecho tierra atrás de una palma y se acordó lo


que dijo le dijo Juan “si a mí me matan en esto, tú no te despegues
de Ramón y Martha ellos te van a sacar, él conoce bien el camino
aquí, sólo con ellos vas a salir” por eso ella no les quitaba la vista a
Ramón y Martha. “Entonces, se cerró el fuego pues de una parte y
otra, pero pues nosotros no le hacíamos nada al gobierno, porque
ellos ya estaban en sus lugares escondidos… según que al primero
que mataron fue a Sabás y al Gallo Negro y el Águila, eran los que
hacían guardia, ya no supimos de ellos, porque fueron los primeros
que mataron”.
Los guerrilleros tuvieron que huir disparando “era mucho go-
bierno y no alcanzábamos agarrar tiro, tuvimos que correr cada
quien por su lado como pudiera y nosotros salimos juntos porque
brincábamos, nos revolcábamos y caíamos y ya se fue la bolita junta
rodando, peleando y tirando. Daniel andaba matando la misma gente
tiraba sobre la misma gente, le dijo Ramón ‘nos vas a matar, tírale al
gobierno’. Ya de ahí ya no supimos de Samuel para dónde salió, con
quién salió, nada más la gente que salimos fuimos: Ramón, Martha,
Esteban, Kalimán, Rosario, Celia, Minerva y Germán, fuimos ocho
que salimos juntos”. A los demás Rosario les perdió la pista.
Dice Moisés que Valente se encontró con Dukan y luego con
Solín, se reagruparon, avanzaban para romper el cerco, él quiso se-
guirlos pero las balas se lo impidieron, caminó hacia otra dirección
donde “me encontré con Silvano, Martha, Celia, Minerva, Rosa-
rio, Kalimán y Ramón, avanzamos protegiéndonos unos con otros,
abriéndonos paso hasta romper el cerco. Muchos de los compañeros
le hicieron frente a los guachos y también les costó salir como el gru-
po de nosotros… Silvano iba adelante abriendo paso, tendía su fal y
rociaba a la posición que esta enfrente, Martha ganaba terreno y pro-
tegía nuestro avance, Ramón pasaba de largo y ganaba una posición”.
Así salieron los ocho, perseguidos por un helicóptero artillado.
Eloy confió a don Simón, que cuando llegaron a la cima de un ce-
rro cercano al enfrentamiento y vieron para abajo una nube de humo
negra, producida por tantas granadas; que fueron éstas las que dispa-
704
Mil y una crónicas de Atoyac

raron los soldados, más que sus fusiles de alto poder. De acuerdo a los
datos recogidos por don Simón ahí cayeron Sabás y el Zarco.
El grupo de los ocho avanzó con Ramón al frente cerca de una
carretera volvieron a encontrarse con los soldados. Se escondieron
ya no pudieron hacerle frente porque eran pocos y con pocas mu-
niciones. “Todos llevábamos armas, porque alcanzamos a agarrar
las que habían dejado los compañeros que salieron, unos llevaban
pistolas, otros llevaban rifles, yo no alcancé a agarrar rifle, yo nada
más llevaba la pistola”, dice Rosario.
Un testigo presencial, entrevistado por Simón Hipólito, le relató
que después de que terminó la batalla, “como a los veinte minutos,
pasaron o llegaron adonde él estaba arrancando su frijol ocho jóve-
nes, cuatro hombres y cuatro muchachas, todos venían armados y
cargando mochilas; las muchachas vestían pantalones. Le pidieron
algo de comer y sólo pudo ofrecerles elotes asados que devoraron así
de rápido. Le pidieron agua y les dio... Una de las muchachas llora-
ba; le preguntó a un joven qué le pasaba y le contestó: ‘es que allí en
el enfrentamiento le mataron al Zarco, su marido’”.
Los ocho sobrevivientes, de los que se tiene noticas, se refugia-
ron en un cerro cercano al Cucuyachi. “Por ahí en unas palmas, en
un arroyo, ahí tardamos un mes enterito sin comer, salíamos nada
más... comíamos hojas de ciruelo, era la único que comíamos y agua
del arroyo, sin probar tortilla sin probar nada, lo único que salimos
a una milpa a comer elotes crudos”, comenta Rosario.
Luego contactaron a un campesino, “un viejito que nos llevó
ropa, que no le conocí el nombre, nos llevó pollo en un traste y ese
fue él que salió a comprar. Ramón le dio dinero para que nos com-
prara ropa”, recuerda Rosario. De ese cerro cercano al Cucuyachi
salieron el dos de noviembre Kalimán, Minerva, Celia y Rosario,
dejaron allá a Ramón, Martha, Esteban y Germán. “y salimos a la
carretera, nada más nosotros, cuatro personas y ellos se quedaron.
En Atoyac cambiamos los billetes que nos había dado Ramón y cada
quien le dio por su lado”. De ahí Rosario se quedó en Atoyac y no ha
vuelto a ver a sus compañeros.
705
Víctor Cardona Galindo

Febronio recordaría muchos años después que pasó después que


salieron de ahí: “Nos llevaron a un hospitalito de Atoyac; había dos
planchas de concreto nada más. Nos pusieron suero glucosado, nos
dormimos desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde.
Después nos trajeron a la base naval de Acapulco y de allí, en avión
ambulancia, al hospital militar de la Ciudad de México. Fue en ese
momento cuando Luis me dijo balbuceando: ‘Febronio, quien sabe
si me muera. Quiero que vayas a ver a mi madre y le digas que mi
último pensamiento fue para ella’. Cuando volábamos a la altura de
Cuernavaca, empecé a sentir frío. Entonces le quitaron la sábana a
Luis y les digo: ‘Oigan, también él viene herido, no se la quiten’. Y
me dicen ‘Ya murió’. Efectivamente, había muerto en esos instantes”.

XVI
“Hermano”, fue la primera palabra pronunciada por Figueroa, al ver-
se con el general Cuenca Díaz, a quien abrazó efusivamente en su ale-
gre reunión de Atoyac de Álvarez. El secretario de la Defesa Nacional
subió al senador a un helicóptero, para llevarlo al puerto de Acapulco
y luego en un avión a la Ciudad de México. Después de un chequeo
en el hospital militar, el 9 de septiembre Figueroa llegó a su casa.
El general Cuenca Díaz dijo a Rodolfo Guerrero, reportero
El Universal, que: “Los maleantes sufrieron numerosas bajas entre
muertos y heridos… El ejército mexicano solamente sufrió una sola
baja: un soldado herido… El personal militar detuvo a varios ga-
villeros, pero hasta la noche se ignoraba cuantos y quienes son”, la
nota se publicó el 10.
Según El Universal, Febronio Díaz tenía una herida de bala en
el hombro izquierdo. Luis Cabañas tenía una pierna gangrenada y
una infección en el pulmón. Gloria Brito esposa del capitán Eden-
sión Neftalí Díaz Marroquí, fue trasladada inmediatamente con su
familia a la Ciudad de México.
Con las torrenciales lluvias que provocó el huracán Norma, el 10
de septiembre llegó procedente de la Ciudad de México el cadáver
706
Mil y una crónicas de Atoyac

del Luis Cabañas Ocampo, que falleció a consecuencias de las heri-


das que recibió durante el rescate de Figueroa, fue subido a la sierra
y sepultado en su natal San Vicente de Benítez.
Al sepelio de Luis, de Atoyac, únicamente fueron mujeres. A los
hombres el ejército los regresó del retén que estaba en el Tejaban. Se
sabe que unos agentes federales no dejaron destapar el ataúd antes
de que fuera sepultado, su familia no pudo ver el cadáver, por eso
existen muchas dudas en torno a la muerte del maestro y exlíder del
Movimiento Cívico. Luis era una figura pública importante, había
sido síndico y presidente municipal de Atoyac. Fue hijo del coronel
Pedro Cabañas Macedo.
Por su parte, el Excelsior en su edición del 12 de septiembre
de 1974, informa que el general Hermenegildo Cuenca Díaz dijo:
“hubo dos enfrentamientos, uno el sábado 7 de septiembre y otro el
domingo 8 cuando pudimos rescatar al senador (…) Cabañas y su
grupo estaban fuertemente pertrechados y presentaron resistencia,
ya se había tendido un cerco en torno a ellos, pero ante todo se tra-
taba de proteger al senador y a sus acompañantes (...) En el primer
enfrentamiento, el sábado, hubo dos bajas por parte del bando con-
trario. En el segundo enfrentamiento, el domingo, los bandoleros
tuvieron 15 bajas. Cuando el fuego era intenso, el senador apareció
y se identificó, los miembros del ejército lo rescataron de inmediato
y poco después a sus dos acompañantes; su secretaria Gloria y su
chofer Febronio”.
El 13 septiembre, Rubén Figueroa Figueroa se presentó al sena-
do de la República, donde fue recibido como héroe y pronunció un
efusivo discurso. Luego siguió con su campaña política, y como la
elección únicamente era un trámite, tomó posesión como goberna-
dor el primero de abril de 1975.
Según Bonilla Machorro, en liberación de Figueroa tuvieron
mucho que ver Francisco Humberto Quiroz Hermosillo y Mario
Arturo Acosta Chaparro, “quienes se anotaron un cien”, pondría en
voz de Rubén Figueroa Alcocer. Esos dos oficiales estaban metidos
en la investigación contrainsurgente desde 1972 y don Rubén pre-
707
Víctor Cardona Galindo

miaría a este último con el cargo de jefe de todas las policías en el


puerto de Acapulco.
El 13 de septiembre de 1974, la zona militar reportó que el gru-
po de policía militar obtuvo, en plaza de Acapulco un ‘paquete’ im-
portante, el cual ya se revisaba. Esta información fue retransmitida al
Estado Mayor de la Defensa Nacional. Ese día fue detenido Manuel
Serafín Gervasio, Javier, medio hermano menor de Lucio Cabañas,
en la colonia 20 de Noviembre de Acapulco y conducido a la base
aérea de Pie de la Cuesta donde fue visto por Arturo Gallegos y, tras
ser interrogado, se recuperó una petaca con 14 millones 500 mil pesos
que estaba enterrada en una milpa cerca de Tierra Colorada.
Cinco años después el miércoles 24 de enero de 1979, el procu-
rador federal Oscar Flores Sánchez, dio un informe sobre el destino
de los desaparecidos, según el mencionado funcionario durante el
rescate de Rubén Figueroa murieron 44 guerrilleros y da nombres
de personas que públicamente fueron sacadas de su domicilio, de-
tenidas en sus trabajos o en los retenes, entre los casos más conoci-
dos están: Emeterio Abarca García, Ausencio Bello Ríos, Inocencio
Castro Arteaga, José Flores Serafín, Jacob Nájera Hernández, Aida
Ramales Patiño, Bernardo Reyes Félix y Cesáreo Villegas Tabares.
La Brigada Campesina de Ajusticiamiento, en su último co-
municado emitido el 27 de noviembre de 1974, reconoce que esta
“cuarta acción armada” acaecida el domingo 8 de septiembre de
1974 a las 9:00 horas “significa nuestra primera derrota militar”.
Dice que dejaron escapar a Figueroa, porque que se había ordenado
“a los compañeros no dispararle ni a él ni a sus compañeros y se les
dejó ir para que salieran con vida... Ahorita lo que se trata es escon-
der bien estos 25 millones para que no rescate nada la policía, y que
este dinero se invierta en armas, se invierta en parque, en ropa, en
alimento, en curaciones para la gente de los barrios y en ayuda de las
familias de los que andan en los grupos armados”.
Pues de las demandas iniciales del Partido de los Pobres única-
mente se logró obtener la mitad del dinero. Los 25 millones que
estaban depositados con el obispo de Cuernavaca, fueron recogidos
708
Mil y una crónicas de Atoyac

por la familia el 9 de septiembre. “Al día siguiente —escribió Boni-


lla— acompañado del subprocurador de Justicia de la República, de
Rubén Figueroa Junior y de su hermano Alfredo, acudimos ante el
obispo Sergio Méndez Arceo para que devolviera, mediante contra
recibo, los 25 millones de pesos”.
Del dinero entregado de a la guerrilla, se tienen noticias de casi
21 millones de pesos. Del resto todo es confuso. Es probable que
algún dinero hayan mandado a la sierra pero los emisarios cayeron
en manos de los cuerpos policiacos que se habrían quedado con él.
Tras la detención de Manuel Serafín Gervasio, Javier, el ejército
recuperó 14 millones 500 mil pesos. Javier venía de entregar dinero
a Heraclio cuando cayó en un retén volante de la policía militar.
Según el Partido de los Pobres, Javier fue entregado por Eugenio
Gómez Serafín, Simón. De los 14 millones y medio recuperados, se
entregaron las gratificaciones a los oficiales que participaron en el
rescate de Figueroa.
Dice Carlos Bonilla Machorro, que doscientos mil pesos llega-
ron a manos de Heraclio, que sería lo único que llegaría al grupo de
los 11 que habían abandonado la brigada el 14 de agosto.
También se sabe que Simón, había llevado 370 mil pesos a la
sierra y fue detenido cuando regresaba. Al parecer, de ese dinero
Ramón les dio a los guerrilleros que salieron el 2 de noviembre para
hacer una vida normal, sin embargo, Gregorio Fajardo de los San-
tos, Kalimán, cayó en manos de la policía militar en un retén de
Coyuca de Benítez el 5 y así el poco dinero que traía también lo
obtuvo la policía.
Kalimán dio la ubicación de la gente que se quedó en el cerro
del Cucuyachi y el ejército les cayó. Ramón, Martha, Esteban y René
tuvieron que salir huyendo abandonando el armamento y provi-
siones. Dice un reporte del ejército, “el 6 de noviembre de 1974, a
las seis y media de la tarde la patrulla Fonseca tomó contacto con
facción de la ‘gavilla’ conducida por alias Ramón, con Silvano, Este-
ban y Martha, que al sentir la presencia de tropas aprovecharon la
vegetación cerrada, huyeron con uno de ellos herido. Los maleantes
709
Víctor Cardona Galindo

abandonaron un fal perteneciente al 48 batallón de infantería, tres


carabinas calibre 30 y una escopeta calibre 20”.
El 25 de octubre de 1974 fueron detenidos por el ejército mexi-
cano en la ciudad de Tixtla, la señora Rafaela Gervasio Barrientos,
madre del guerrillero, junto con su hija Bartola, Conrado y Juana
Serafín Gervasio, el esposo de Bartola Cleofas Barrientos y sus tres
hijos de 5, 4 y 2 años. También fueron aprehendidas la esposa e hija
de Lucio Cabañas, Isabel Ayala Nava y Micaela Cabañas Ayala, de
un mes de nacida. Después de eso se pasaron dos años en el campo
militar número uno y en esta acción también fueron recuperados
300 mil pesos del secuestro de Figueroa.
Finalmente el 10 de diciembre de 1974 la policía judicial militar
detuvo al maestro Félix Bello Manzanares y Marcial Navarrete de
la Paz en San Luis San Pedro quienes eran los correos entre Lucio
Cabañas y Félix Bautista. De acuerdo a la policía, habían movido
50 mil pesos destinados para comprar armas. En otro momento se
dice que 500 mil. Félix y Marcial también fueron los encargados de
llevar el último comunicado de la brigada, suscrito por Lucio. Lla-
maron por teléfono al Gráfico y entregaron el comunicado frente a
la farmacia Moderna. El comunicado nunca fue publicado.
Félix Bautista entregó cuatro millones al Partido Comunista
Mexicano, pcm. Los pormenores del movimiento de ese dinero lo
conocemos por Arturo Martínez Nateras, quien escribió el libro El
secuestro de Lucio Cabañas. Nateras aclaró “Félix dejó en custodia del
pcm los recursos en referencia. Siempre mostró una alta preocupa-
ción porque estuvieran disponibles en caso de que fuera necesario”.
Cuando los sobrevivientes del Partido de los Pobres se enteraron
del destino del dinero 10 años después, se lo fueron a reclamar al
Partido Socialista Unificado de México, psum, heredero del pcm y
como no se lo quiso devolver por la buena, primero secuestraron,
el 22 de febrero de 1985, a Félix Bautista Matías y como no les
hicieron caso, entonces secuestraron a Arnoldo Martínez Verdugo,
el número uno de ese organismo, cuando estaba en campaña para
diputado federal.
710
Mil y una crónicas de Atoyac

Fue el primero de julio de 1985, cuando cinco hombres arma-


dos secuestraron a Arnoldo Martínez Verdugo, candidato a dipu-
tado por el psum en el x distrito electoral y excandidato a la presi-
dencia de la República, en las oficinas del Centro de Estudios del
Movimiento Obrero y Socialista, cemos, en la calle Nicolás San
Juan 1442, del que era director, los secuestradores se introdujeron
a dichas oficinas alrededor de las 13:55 horas y sin violencia se lle-
varon a líder socialista. El Partido de los Pobres pidió para liberarlo
200 millones de pesos que calculaban, tomando en cuenta las de-
valuaciones de la moneda, eran el usufructo de los cuatro millones.
Desde que secuestraron a Félix Bautista, Arturo Martínez Na-
teras aclaró que él recibió y transportó 3 millones 500 mil pesos y
que por otra vía llegaron al pc los otros 500 mil pesos, de los cuatro
millones que ellos manejaron. Y se invirtieron así: “Con un millón
cien mil se adquirió, amuebló y acondicionó el local de Durango
338… un millón y medio se destinó a equipos diversos: máquinas
de escribir, teléfono, fotocopiadora, dobladora, autos. Se invirtió en
dos terrenos, se apoyó a la editorial (acp); medio millón se destinó
a la solidaridad internacional y el resto al pago de profesionales”.
En esa coyuntura Antonio Hernández y Alejandra Cárdenas
también aclararon su participación en el manejo de una parte del
dinero. “A fines de 1974 se presentaron en nuestro domicilio, en
Chilpancingo, compañeros del pdlp quienes ante el acoso del ejérci-
to, nos entregaron un millón cien mil pesos aproximadamente, can-
tidad que fue distribuida como sigue: 700 mil pesos fueron enviados
a Félix Bautista a través de dos compañeros que él mismo designó;
300 mil pesos se le entregaron a Fierro Loza; 63 mil fueron recupe-
rados por la policía y el ejército durante el cateo a nuestro domicilio
y el resto se utilizó en adquirir diversos artículos y en los gastos rela-
cionados con la reubicación de los compañeros perseguidos”, texto
publicado en La Jornada el 28 de julio de 1985 y recogido por José
Woldenberg en Política y delito y delirio. Historia de 3 secuestros.
El psum realizó a una campaña para juntar el dinero que el Par-
tido de los Pobres exigía que les devolviera, recurriendo a la solida-
711
Víctor Cardona Galindo

ridad de los militantes y otras organizaciones de izquierda, pero ya


se vencía el plazo para pagar el rescate y no había reunido ni cien
mil pesos de los 200 millones. Después de un regateo el pdlp aceptó
100 millones de pesos.
Al no tener los recursos, el psum recurrió al gobierno y con el
permiso del presidente Miguel de la Madrid, el secretario de gober-
nación Manuel Bartlett dio los 100 millones para el rescate, mismos
que fueron recogidos directamente de una bóveda del Banco de Mé-
xico por Jorge Alcocer. Eran dos bolsas de lona, cerradas “en cada
bolsa hay 50 millones de pesos”, dijo a Jorge Alcocer el funcionario
que se los entregó y así sin contarse, Antonio Franco y la secretaria
privada de Pablo Gómez fueron a entregar el dinero al Partido de los
Pobres el 13 de julio de 1985.
Por esas fechas, nuevos cuadros de la guerrilla cabañista, ahora
aliados con Unión del Pueblo, llegaban a los pueblos de la sierra
cafetalera. Pero esa es otra historia de las Páginas de Atoyac.

Los cívicos
El general Raúl Caballero Aburto tomó posesión el primero de abril
de 1957, como gobernador constitucional del estado de Guerrero.
Su gobierno se caracterizó por ser represivo y por cometer muchos
asesinatos en busca de una supuesta seguridad y justicia para la en-
tidad. A un mes de haber iniciado su mandato, Caballero puso en
marcha una campaña de despistolización, que sirvió de pretexto a su
policía para los allanamientos de domicilios, atropellos y violaciones
a las garantías individuales de los guerrerenses.
Algunos adultos mayores recuerdan que durante su mandato, se
vivió la mayor seguridad pública de que se tenga memoria: “Porque
podías dejar la puerta abierta de la casa toda la noche y el café en
el campo. Nadie se robaba nada”. En ese tiempo, a los presuntos
delincuentes se les aplicaba la ley fuga, así únicamente se hubieran
robado una gallina o unas cuantas mazorcas.
712
Mil y una crónicas de Atoyac

En Atoyac tuvieron fama La Trozadura y El Charco Largo don-


de fueron ajusticiados muchos ciudadanos, en muchos casos, úni-
camente por las sospechas de ser delincuentes o por señalamientos
dolosos de algunos vecinos. Se recogieron docenas de cadáveres en el
lugar que la gente bautizó como la Curva de Caballero, a la entrada
de esta ciudad y en el puente del lugar conocido como arroyo del Ja-
pón. Hubo días que aparecieron hasta tres muertos, los que vivieron
ese tiempo no nos dejarán mentir.
A nivel estatal se mencionaban otros lugares siniestros y panteo-
nes clandestinos como: las inmediaciones del Plan de los Amates y
de Copacabana en Acapulco, además del Pozo Meléndez, en este úl-
timo lugar, se dice, la policía arrojó los cuerpos de muchas personas.
El corrido a Caballero Aburto compuesto por el trovador atoya-
quense Félix Barrientos, el Radio y arreglado por Eusebio Martínez
Ochoa, es muy elocuente al explicar lo que pasaba en 1957 en este
pueblo costeño:

Voy a cantar un corrido


del estado de Guerrero
los robos han suspendido
desde que entró Caballero…
Cuando el Caballero vino
todos los ricos decían
que les iba hacer la limpia
de todos los asesinos…

Empezaron a matar
del estado de Guerrero
acabó con Atoyac
un pueblo de los primeros…

De la cárcel de Atoyac
la policía los sacó
pasando la Trozadura
Tibe Paco los mató.

713
Víctor Cardona Galindo

El 12 de abril de 1957, se aplicó la ley fuga al ex policía de la


montada Rosalío Clemente Romero, en la Trozadura de la carretera
Atoyac-La Y Griega, por agentes de la policía urbana de esta ciudad,
comandados por J. Natividad Paco Ocampo. Rosalío Clemente era
policía estatal y estaba preso desde el 29 de marzo, después de pro-
vocar una balacera en la Zona Roja del barrio Acapulquito, donde
salieron heridos los hermanos: Cirilo y Juan Mendoza Reyes, éste
último falleció.
“Rosalío Clemente Romero, muerto el 12 de abril de 1957, sus
huesos están en el arroyo del Japón; el Indio Valle, el 13 de abril a las
19 horas en El Humo; Carlos García y Delfino Mata, el 15 del mis-
mo abril, en Atoyac; el 13 septiembre, Fermín Gallardo Perdomo,
muerto por la policía no obstante el amparo número 1214/957. A
Gallardo lo sacó de la cárcel de Atoyac el comandante de la montada
y lo fusiló en la Curva de Caballero. Miguel Flores cayó el 13 de sep-
tiembre de 1957, su cadáver fue encontrado en el arroyo del Japón,
y el 4 de noviembre, Marcelino Rosales en Santiago de La Unión,
sus huesos los hallaron sus deudos en el arroyo del Japón… El 8 de
noviembre de 1957, cayeron los hermanos José y Pedro Serafín, en
Charco Largo; el 31 de diciembre María Mendoza, muerta porque
no consintió que la violara el jefe de la policía del estado… El 23 de
septiembre de 1958 los asesinados en ‘nombre de la ley’ fueron los
campesinos Atilano y Ventura Navarrete, sus restos fueron hallados
en el arroyo del Japón”, registró José C. Gutiérrez Galindo en su
libro El pueblo se puso de pie. La verdad sobre el caso Guerrero.
La muerte de los hermanos Atilano y Ventura Navarrete a ma-
nos de la policía montada, se publicó en El Trópico, el 15 de octubre
de 1958. Luis Torres, Juan Soberanis y otro hombre de apellido
Torreblanca, fueron asesinados en La Sidra luego de ser sacados de
la cárcel de San Jerónimo en 1959.
Nuestro cronista, Wilfrido Fierro Armenta consigna los hechos
de ésta manera: “A partir del 12 de ese mes, la policía montada al
mando de los comandantes Raymundo Arroyo Marchán, Adrián
Navarro Orozco, Alberto Febronio Abundia y la Urbana a cargo de
714
Mil y una crónicas de Atoyac

J. Natividad Paco, así como la judicial que comandaba Francisco


Bravo (a) la Guitarra, obedeciendo órdenes del jefe de la policía
de seguridad en el estado, coronel Carlos Arango de la Torre, pro-
cedieron a aplicar la ley fuga a los delincuentes: Rosalío Clemente
Romero, el Indio Valle, Carlos González García, Delfino Mata, Fer-
mín Gallardo Perdón, Miguel Flores, Pedro y Juan Serafín, Andrés
Ramos Cabañas, Marcelino Rosales, Atilano y Ventura Navarrete,
David Sotelo Alazcoaga y Norberto Galeana (a) la Pimienta”.
Estos acontecimientos el corrido los canta así:
Los llevaban amarrados
de seguro con buena reata
pero más atrás llevaban
a su amigo Delfino Mata…
Pablo González al morir
Delfino dame tu mano
yo te quiero como amigo
y te estimo como hermano…
Adelante de Alcholoa
al pasar El Charco Largo
mataron a un gallo fino
se llamó Fermín Gallardo…
Esos dos que se escaparon
por un hombre de copete
yo se los voy a nombrar
los hermanos Navarrete…
El año cincuenta y siete
presente lo tengo yo
de todos los asesinos
sólo Juan Ponce quedó…
El que los asesinaba
su nombre voy a nombrar
él se llama Adrián Navarro
jefe de la judicial…

715
Víctor Cardona Galindo

Más en fin ya me despido


con sentimiento y dolor
comenzaron con los Mata
y acabaron con La Blanca Flor.

Mientras todo esto ocurría los acontecimientos políticos se


complicaban. El 4 de abril de 1958 asesinaron en el río de Corral
Falso al profesor Ignacio Fierro Fernández y de estos hechos cul-
paron al presidente municipal José Urioste García. Luego de este
acontecimiento las cosas en el cabildo se volvieron insostenibles,
tanto que los regidores: Benjamín Luna Venegas, Eutimio S. Flores,
Donaciano Luna Radilla, Juan García Galeana y Julia Paco Piza en
una sesión extraordinaria de cabildo, el 5 de agosto a las 8 de la
noche, destituyeron al alcalde y nombraron en su lugar a Benjamín
Luna Venegas y como síndico a Eutimio S. Flores. A los ocho días
una comisión de diputados encabezada por Darío Arrieta Leyva es-
tuvo en Atoyac y nombró presidente del consejo municipal a Benito
Fierro Fierro que terminó el periodo hasta 1959.
Benito Fiero encabezaba el grupo que controlaba a la enton-
ces poderosa Asociación Local de Cafeticultores, alc, incluso Alba
Teresa Estrada Castañón en su libro El movimiento anticaballerista:
Guerrero 1960, crónica de un conflicto, coloca a los Fierro como ca-
ciques, igual a la familia Cabañas de la sierra. Lo cierto aquí es que
Benito Fierro y los cafetaleros que encabezaba, se convirtieron en un
sólido apoyo al gobierno de Caballero Aburto.
La alc tenía un fuerte conflicto interno que se agudizó el fe-
brero de 1959: “La otra es más concreta y se relaciona al cambio
de la directiva de la Asociación Local de Cafeticultores que hasta
ahora han venido encabezando Benito Fierro y Fierro, quien parece
ser que ha hecho las cosas a su manera, sin tomar en cuenta al ex
presidente municipal Rosendo M. Radilla Pacheco”. Informaba El
Trópico el 11 de marzo de 1959.
Caballero Aburto fue quizá el gobernador que más visitas hizo
al municipio de Atoyac durante su mandato. Estuvo aquí muchas

716
Mil y una crónicas de Atoyac

veces: inaugurando una jornada médico-científica, la oficina de la


Asociación Local de Cafeticultores, la primera feria del café en San
Vicente de Jesús. Asistió a la toma de protesta del presidente muni-
cipal, Raúl Galeana Núñez, coronó a la reina del carnaval y se reu-
nió con autoridades de la sierra para planear el arreglo del camino.
Lo malo fue que sus visitas fortalecieron únicamente a un grupo y
relegó a otros, lo que provocó inconformidades.
“Se anuncia con la sujeción de los cuerpos de seguridad al man-
do directo del ejecutivo estatal. Éstos adquieren autonomía y ejer-
cen coerción sobre los gobiernos municipales y la población civil; se
profundiza con la imposición de familiares y amigos a los principa-
les cargos burocráticos y del partido oficial, en donde se enriquecen
y subastan los puestos públicos, entre ellos las alcaldías”, comenta
Alba Teresa Estrada.
Como la venta de las alcaldías era un práctica de gobierno abur-
tista, por eso se dice que la Asociación Local de Cafeticultores, le
compró al gobernador la candidatura de Raúl Galeana Núñez, que
se impuso ante Luis Ríos Tavera, quien tenía la preferencia popular
según Wilfrido Fierro.
Al gobernador Caballero, a leguas se le notaba su enriqueci-
miento ilícito al contabilizársele alrededor de 50 propiedades ad-
quiridas al cobijo del poder y se le llegaron a ubicar 27 familiares
directos en el aparato administrativo estatal. Además, se cometían,
con el mayor descaro, crímenes para acallar los despojos a los cam-
pesinos; la aplicación de la ley fuga era un procedimiento de uso
frecuente; los fraudes en la dirección de hacienda y la falsificación
de sellos. Pero además se inventaban impuestos a ocurrencia, como
el impuesto adicional de tres centavos por kilogramo de copra; im-
puesto especial pro-caminos y 7 centavos y medio por kilo de café.
A raíz de todas estas injusticias, se generó un movimiento cívico
para exigir la salida del gobernador. Las ciudades de Iguala, Acapul-
co, Chilpancingo, Taxco y Atoyac fueron los principales centros de
actividad política de esta inconformidad. Para el 10 de septiembre
de 1959 se había formado la Asociación Cívica Guerrerense, acg,
717
Víctor Cardona Galindo

que se constituyó como el principal núcleo de la lucha: “En Guerre-


ro se generalizó el uso de la palabra cívico para referirse a aquellos
opositores al régimen político: a los denominados rebeldes, revolto-
sos, comunistas y guerrilleros. En Atoyac ser cívico, era un orgullo;
calificar de cívico, significaba exclusión, descalificación en la parti-
cipación pública oficial”, dice Andrea Radilla en su libro Voces aca-
lladas (vidas truncadas). Perfil biográfico de Rosendo Radilla Pacheco.
A las dos de la tarde del 25 de septiembre de 1959, se dio en
Atoyac el primer mitin en contra de Raúl Caballero Aburto, orga-
nizado por el Frente Reivindicador de la Juventudes Guerrerenses,
el acto se llevó a cabo en la plaza municipal, donde los jóvenes ora-
dores denunciaron las injusticias cometidas en contra del pueblo en
todo el estado.
Estando presente este conflicto, llegó a la presidencia municipal
Raúl Galeana Núñez, quien tomó posesión el día primero de enero
de 1960 y como síndico llevaba al profesor Luis Cabañas Ocam-
po. Para festejar, ese día se realizó un baile en los asoleaderos de la
Asociación Local de Cafeticultores. En Atoyac ha sido siempre un
pueblo indómito y hasta 1960 pocos ayuntamientos terminaban el
periodo constitucional.
Pero aquí el detonador del conflicto fue la destitución, por la
gente del presidente, del síndico Luis Cabañas Ocampo, quien se
identificaba con una fracción disidente del priísmo local y represen-
taba a un fuerte sector campesino de la sierra. La salida del síndico se
sumó al conflicto interno de la poderosa asociación de cafetaleros. A
partir de ahí se vinieron una serie de confrontaciones políticas y las
movilizaciones que se sumaron a las que ya se daban en otras ciudades.
“El caso del profesor Luis Cabañas Ocampo es claro. Él fue en
la planilla de candidatos como aspirante a segundo regidor propie-
tario, por el pri, debido al apoyo de los pueblos cafetaleros de la
sierra de Atoyac y a que éste mismo lo reconocía el comité nacional
del pri. El presidente municipal Galeana Núñez, ordenó forzaran
las oficinas del síndico y tomaran posesión de ellas”, informaba El
Trópico, el 29 junio de 1960.
718
Mil y una crónicas de Atoyac

Había un impuesto de siete y medio centavos por kilogramo,


manejado por la Unión Mercantil de Productores de Café Atoyac,
S.A. de C.V, sin informar a los verdaderos cafetaleros del uso que
se le daba al dinero. En tales condiciones se recrudeció la división
en este sector y en la política local, los actores se dividieron entre
cívicos y caballeristas. En el mismo periódico se leía “Los que pre-
tenden hacerse permanentes en la directiva, acusan a sus opositores
de enemigos del gobierno del estado”.

II
Rosendo Radilla Pacheco fue secretario general del Comité Regio-
nal Campesino de 1956 a 1960. “En torno al Comité Regional
Campesino, se fueron nucleando los que después serían los cívicos,
los detenidos-desaparecidos y exiliados en la época de la guerrilla,
en torno a la Asociación Local de Cafeticultores, los que se enrique-
cieron a costa de los productores y siguieron viviendo para disfrutar
sus riquezas”, escribió su hija Andrea Radilla Martínez, quien vivió
esos momentos, en su libro: Poderes, saberes y sabores. Una historia de
resistencia de los cafeticultores Atoyac, 1940-1974.
El Comité Regional Campesino era un actor importante en la
vida del municipio, gestionaba beneficios como: centros de salud y
escuelas, pero además era la instancia que defendía a los agricultores
de las injusticias, tal vez así conocieron a Genero Vázquez Rojas,
quien representaba las gestiones de muchos campesinos ante el De-
partamento Agrario Nacional.
En 1957 la empresa Maderas Papanoa, realizaba explotaciones
en: San Vicente de Jesús, San Vicente de Benítez, San Francisco del
Tibor y El Paraíso. Se había comprometido construir escuelas en
San Francisco del Tibor, El Paraíso y San Vicente de Benítez; como
ayudarlos para lograr la introducción de agua potable y mejorarles
sus vías de comunicación. Había una fuerte oposición a esta ex-
plotación del Comité Regional Campesino, encabezado por Radilla
Pacheco, de la Asociación Regional de Cafeticultores y de la Liga
719
Víctor Cardona Galindo

Femenil. Esta inconformidad se reflejaba en la edición del Trópico


del 7 de noviembre de 1957.
Y en enero de 1958 los cafeticultores de la sierra no habían po-
dido cortar porque no paraba de llover. Los monopolizadores del
café se valieron del juez menor para mandarles a cobrar, algunos
campesinos al no poder pagar se echaron a huir, denunciaba El Tró-
pico el 29 de enero de ese año. Esa era la problemática de los cafe-
taleros quienes, además de los acaparadores, eran víctimas de los
líderes corruptos. Por eso los cafetaleros se dividieron en dos bandos
y destituyeron al comité encabezado por Benito Fierro Fierro.
Como recuerdo de éste conflicto político quedó aquel corrido
de Rosendo Radilla que dice:

Revolución campesina
es el lema del momento
en la sierra de Atoyac
ya se siente el movimiento…

Primero latifundistas
después vino el agrarismo
ahora Benito Fierro
el padre del caciquismo…
En Atoyac ya se siente
el rigor de la reacción
ya tiene su monopolio
sin piedad ni compasión.

Según Andrea Radilla la mayoría de los cafeticultores medianos


y en pequeño se comprometieron en la lucha contra el gobernador
Caballero Aburto. “El movimiento de 1960 contra el gobierno es-
tatal del general Raúl Caballero Aburto —dice Radilla Martínez—
fue para los cafetaleros que se involucraron, la posibilidad de diver-
sificar sus demandas más allá de las directamente vinculadas con la
cafeticultura. El participar en un frente amplio, en manifestaciones
mítines, cabalgatas, paradas cívicas por reivindicaciones democrá-
720
Mil y una crónicas de Atoyac

ticas, exigencias de respeto a la vida, en el bloqueo de brechas para


impedir el paso a los talamontes en el poblado de Mexcaltepec, en
contra de autoritarismo e influencia de una directora de escuela de
la cabecera municipal, al escuchar a los estudiantes de la unam, de
la uag y de Ayotzinapa, a maestros de primaria y a otros productores
agrícolas, enriqueció sus experiencias”.
Para el levantamiento cívico en esta región fue también funda-
mental la propaganda incesante que llevaban a cabo universitarios
como: Imperio del Mar Rebolledo Ayerdi, Bernardino Vielma He-
ras, Jesús Araujo Hernández y normalistas como Lucio Cabañas Ba-
rrientos, quienes con sus discursos incendiarios encontraron terreno
fértil para abonar la inconformidad en Atoyac. Así se sumaron per-
sonajes como Medardo Reyes Gudiño, Elizabeth Flores Reynada,
Hilda Flores Solís, Juan Mata Severiano e Isidoro Sánchez.
Para efecto de entender los hechos y conocer los actores de este
conflicto diré que la comuna encabezada por Raúl Galeana Núñez,
que tomó posesión el día primero de 1960, la integraban también:
Luis Cabañas Ocampo, como síndico; Mario Mendoza Vega, como
secretario municipal y como regidores: Rosendo Téllez Blanco, Ci-
priano Castillo Noriega, José G. Valdez, Martín Hernández Valdez,
Rubén Barrera Serna y Félix Roque Solís, el rompimiento de entre
los ediles de ésta comuna, mencioné en mi anterior entrega, detonó
el conflicto.
Escribió Andrea Radilla: “Los manifestantes iban subiendo de
tono, la exigencia de desaparición de los poderes en Guerrero —
muchos se convencieron en el transcurso del periodo que duró el
movimiento y muchos caballeristas dejaron de serlo—, mítines, ca-
balgatas nocturnas con antorchas, quema de ataúdes simbolizando
la muerte del gobierno caballerista, manifestaciones donde partici-
paba la gran mayoría de la población: ancianos, adultos, jóvenes y
niños, hombres y mujeres”.
El periódico El Trópico en su edición del 16 de agosto de 1960
informaba: “No obstante haberse recabado el permiso previo para
el mitin del domingo en Atoyac de Álvarez, fue impedido debido a
721
Víctor Cardona Galindo

que el propio presidente municipal de ese lugar Raúl Núñez Galea-


na, pidió auxilio de la fuerza pública”.
En la nota cuya cabeza decía “Impidieron el Mitin anunciado
el domingo” informaba: “Además desde la noche del sábado agentes
policiacos estatales anduvieron buscando a los que aparecen como
directivos en contra de la camarilla de Atoyac, que maneja no sólo
el poder municipal si no la asociación de cafeticultores, el impuesto
al café y otros negocios, protegidos por funcionarios estatales… Los
agentes especiales de investigaciones políticas, que están en el estado
de Guerrero cumpliendo diversas comisiones… Anteayer domingo
poco faltó para que se cometieran actos desagradables, porque hubo
algunos balazos… De la policía judicial de Acapulco fueron comi-
sionados para apoyar al presidente Raúl Núñez Galeana, el agente
Horacio Maceda Sil y Simón Tuba Valdeolibar, éste en calidad de
madrina. También se sabe que había en Atoyac elementos del cuer-
po motorizado de la Dirección de Seguridad Pública del Estado…
Según las investigaciones de los agentes federales, la verdadera a raíz
de todo el movimiento está en el antagonismo de dos grupos de
cafeticultores, uno minoritario, con influencias y que no quiere en-
tregar la directiva, y el otro mayoritario, sin más fuerza política que
su número y su condición de verdaderos cafeticultores, que hasta
han designado al señor Antonio López Ocampo para que sustituya
la actual directiva, a cuyo grupo pertenecen Raúl Núñez Galeana y
socios”.
Mientras esto pasaba en Atoyac, en Chilpancingo, a estas alturas
las cosas estaban que ardían, a esto se sumó la huelga estudiantil
contra el rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, Alfonso
Ramírez Altamirano, que inició el 20 de octubre de 1960. De ahí se
vinieron una serie de movimientos que, frente al Palacio de Gobier-
no, exigían la salida del gobernador y la desaparición de poderes.
Con la participación de la Asociación Cívica Guerrerense, el Partido
Obrero Campesino Mexicano y el Frente Zapatista de la República,
se formó la Coalición de Organizaciones del Pueblo, frente que lle-
gó a incorporar 35 organizaciones de diversa índole.
722
Mil y una crónicas de Atoyac

Como dije antes, los estudiantes de la universidad y de la nor-


mal de Ayotzinapa, llegaron hasta la ciudad de Atoyac con su pro-
paganda en contra de Caballero Aburto. Se había formado el Frente
Estudiantil Cívico de Ayotzinapa, encabezado por Lucio Cabañas,
Inocencio Castro, Benito Méndez, Ubaldo Baiza, Nazario Efrén Gi-
rón y Manuel García Cabañas, quienes firmaban un manifiesto que
se distribuyó el primero de noviembre de 1960, durante un mitin
en Chilpancingo contra Caballero Aburto.
Al medio día del 11 de diciembre en Atoyac, se llevó a cabo una
manifestación organizada por el Frente Revolucionario Zapatista,
la policía intentó disolver la manifestación, disparó contra la multi-
tud, resultó herido Leónides Bello y hubo muchos líderes detenidos,
entre ellos el estudiante de la normal rural de Ayotzinapa, Lucio
Cabañas Barrientos, su madre, Rafaela Gervasio Barrientos y su tía
Celerina Cabañas. La gente se organizó y se instalaron en protesta
permanente hasta que lograron la liberación de sus dirigentes. Luis
Cabañas y Rosendo Téllez Blanco intervinieron para la liberación
de los detenidos. Ese día, le quebraron un dedo a Celerina Caba-
ñas —hija del general Pablo Cabañas— cuando quiso impedir la
detención de Lucio. Se le colgó del cinturón pero un policía lo jaló
muy fuerte. Cuando la visité en su casa de San Vicente de Benítez,
me mostró su dedo dislocado como muestra de su participación en
aquella lucha. Años más tarde, su hijo Abelardo Velázquez Cabañas,
participaría en el rescate de Genaro Vázquez de la cárcel de Iguala.
Wilfrido Fierro Armenta registró de esta manera los aconteci-
mientos: “Diciembre 11. A las 13:00 horas de hoy, frente al palacio
municipal de este lugar, se llevo a cabo una manifestación de repu-
dio contra el gobernador del estado general Raúl Caballero Aburto,
organizada por elementos del Frente Revolucionario Zapatista, es-
tudiantes y parte del pueblo, los oradores se excedieron en sus dis-
cursos y echaron denuestos contra el gobernador y las autoridades
municipales, acusándolos de asesinos y ladrones, por tal motivo la
policía urbana y auxiliar al mando del comandante y mayor retirado
del ejército, Adalberto Lira Torres, irrumpieron contra los manifes-
723
Víctor Cardona Galindo

tantes agrediéndolos a golpes. El segundo comandante Tayde Ruiz,


abrió fuego con su arma hiriendo el octogenario Leónides Bello,
quien fue levantado violentamente por sus demás compañeros, sien-
do conducido a un sanatorio. Los manifestantes al ver bañado en
sangre a este señor, se enardecieron y fue entonces cuando con pie-
dras y palos trataron de contestar la agresión policiaca, formándose
una confusión de gritos y llantos de mujeres, resultando muchos
golpeados. Los oradores que estaban haciendo uso del sonido, fue-
ron conducidos a empellones a la cárcel. Entre los detenidos figuran:
el doctor Galdino Guinto, Imperio Rebolledo Ayerdi, Victoriano
Lucerna, Efraín Molina Martínez y Lucio Cabañas Barrientos, así
como la señorita Celerina Cabañas y la señora Rafaela Barrientos”.
Dice que con “la actitud policiaca, los manifestantes se dispersa-
ron, pero a los pocos minutos volvieron a congregarse en el mismo
sitio donde se habían reunido antes y pedían a gritos que sacaran
de la cárcel a sus compañeros detenidos, y así permaneció la mu-
chedumbre hasta las 11 de la noche, que fueron sacados debido a
la intervención del señor Rosendo Serna Ramírez. Pero antes los ex
regidores de la actual comuna municipal Luis Cabañas Ocampo y
Rosendo Téllez Blanco, habían llegado al palacio para pedir su li-
bertad y al mismo tiempo hacer responsable al presidente municipal
Raúl Galena Núñez, de lo ocurrido habiendo permanecido en la ofi-
cina a la presidencia largo rato en espera del ejecutivo y al no llegar
optaron por ir en busca del síndico municipal, Martín Hernández
Hinojosa, hasta su casa, seguidos de una chusma que lanzaba gri-
tos por las calles de ¡Muera Caballero Aburto!… Al salir de la pri-
sión los estudiantes y al incorporarse con sus compañeros, hablaron
agradeciéndoles su postura de haber permanecido hasta esa hora y
pidieron le echaran vivas al ejército, por su valiosa intervención; que
por ser ya muy noche que volvieran todos a sus casas, pero que ellos
al igual que el pueblo, seguirían luchando hasta derrocar al nefasto
gobierno de Caballero Aburto”.
Para Alberto López Limón en su tesis doctoral: Historia de las
organizaciones político-militares de izquierda en México (1960-1980),
724
Mil y una crónicas de Atoyac

“Atoyac fue un ejemplo representativo del antiaburtismo munici-


pal. Aunque Raúl Galeana llegó a la alcaldía como líder cafetalero
y a través de una lucha contra la imposición, su abierta filiación
caballerista lo enfrentó a la mayoría de sus conciudadanos. Acorra-
lado reprimió a discreción. La marcha del 11 de diciembre de 1960,
convocada por el Frente Revolucionario Zapatista, fue reprimida
por la policía municipal, con saldo de un herido de bala y decenas
de detenidos, entre ellos el dirigente estudiantil Lucio Cabañas Ba-
rrientos. La gente se reorganizó y celebró un mitin que se prolongó
hasta la medianoche cuando lograron liberar a sus compañeros pre-
sos. Al siguiente día, continuaron las manifestaciones exigiendo la
desaparición de poderes en el estado y en el municipio, llamando a
una huelga de pago de impuestos”.

III
Después que la policía disolvió el mitin del 11 de diciembre de
1960, al día siguiente, aniversario de la aparición de la virgen de
Guadalupe, cuando todo el pueblo estaba de fiesta, a las 8 de la
noche la gente se congregó de nuevo y realizó otra manifestación
en contra del gobernador. Esa marcha nocturna con antorchas, a la
que llamaron cabalgata, pareció un homenaje más a la morenita del
Tepeyac.
Nuestro cronista Wilfrido Fierro, en la Monografía de Atoyac,
dejó asentado que nuevamente el 12 de diciembre a las 8 de la no-
che, gente del pueblo y los estudiantes del Frente Revolucionario
Zapatista, se reunieron frente a las oficinas de la Asociación Local de
Cafeticultores, ubicada en la casa del señor Bartolo Téllez Fierro, en
la avenida Juan Álvarez sur 50, y desde ese lugar partieron tras una
camioneta equipada con un altoparlante y recorrieron las principa-
les calles de la ciudad. “La muchedumbre portaba sendas antorchas
y lanzaba mueras al general Raúl Caballero Aburto, gobernador del
estado, haciendo la parada frente al palacio municipal en donde
los estudiantes Lucio Cabañas Barrientos de la escuela normal de
725
Víctor Cardona Galindo

Ayotzinapa; Efraín Molina de la Universidad de Guerrero; Juan


Alarcón, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (sic);
Alejandro Arellano del Politécnico, así como el campesino Leonar-
do Santiago y Medardo Reyes Gudiño, fueron los oradores en esta
manifestación de protesta contra el régimen actual”.
El primero en abordar la tribuna fue el joven estudiante Lucio
Cabañas Barrientos, y en su discurso invitó al pueblo a unirse a la
lucha, puso énfasis en el atropello del que habían sido víctimas el día
anterior y subrayó que el gobierno de Caballero Aburto le asesinó a
su padrastro y a su tío, y por ello, su madre se dedicaba a vender ga-
llinas para mantenerlos y sostener sus estudios. Efectivamente Juan
Serafín Martínez, esposo de la mamá de Lucio, Rafaela Gervasio
Barrientos, y su hermano, fueron asesinados por la policía urbana,
al mando del comandante José Natividad Paco Ocampo, el 8 de
noviembre de 1957, en el paraje de conocido como Charco Largo,
sobre la carretera nacional Acapulco-Zihuatanejo.
El segundo en hacer uso de la palabra fue Efraín Molina, quien
hizo historia de los atropellados de los cuales los estudiantes habían
sido víctimas desde que iniciaron la lucha, al mismo tiempo pidió a
los comerciantes suspendieran el pago de sus impuestos.
Cuando éste mitin ocurrió, el movimiento estaba en sus momen-
tos más tensos, el ejército ya había acordonado, el 25 de noviembre,
las instalaciones de la universidad en Chilpancingo, dispersado la
asamblea permanente de los cívicos frente al palacio de gobierno y
había desalojado a los comerciantes instalados en las inmediaciones
del edificio docente y la alameda Granados Maldonado.
El universitario Juan Alarcón —el más destacado de los ora-
dores—, dijo “si el presidente de la República no escucha la voz
del pueblo guerrerense, habremos de llegar a la metralla”. El otro
orador, el campesino Leonardo Santiago, indignado por los hechos
de día anterior, comentó: “Hasta el día de ayer guardaba mi postura
como caballerista, pero al comprobar los atropellados que sus co-
rifeos han hecho contra pueblo, mandando a la policía a golpearlo
y balacearlo, sin respetar mujeres, esta actitud me hizo cambiar de
726
Mil y una crónicas de Atoyac

postura; ayer quedaron rotas mis ilusiones al ver que aquel, a quien
brinde toda mi fe y admiración porque sería la garantía del pueblo
Guerrerense, defraudaba con estos hechos sangrientos sus promesas;
es por eso que hoy me uno a los míos, los del pueblo, para protestar
también y pedir la desaparición de los poderes del estado”. Leonar-
do Santiago —según Wilfrido— lamentó también que la presiden-
cia municipal estuviera en manos de un “títere”, que lo bailan los
“cerebros de Melcocha” en referencia al secretario municipal Mario
Mendoza Vega y al asesor jurídico Benjamín Manzanares.
De acuerdo al testimonio escrito de Wilfrido y lo dicho por
los testigos, haciendo uso de su gran elocuencia, Medardo Reyes
Gudiño fue el último en abordar el micrófono “echando denuestos
en contra del gobernador Caballero Aburto”. Medardo explicó a la
concurrencia que el presidente de la República, Adolfo López Ma-
teos, había visitado los diferentes estados de la República Mexicana,
pero que al estado de Guerrero no había venido porque el gobier-
no actual no había hecho obras. “Es una vergüenza señores, que el
presidente venga a visitarnos, pues en vez de obras encontrará luto,
llanto y dolor entre innumerables viudas que ha dejado la admi-
nistración caballerista. Él dice —se refirió al gobernador— que ha
construido carreteras, ¿qué carreteras, la que conduce a su mansión
que tiene ubicada en la playa del Guitarrón? Que ha construido es-
cuelas, pues sabemos que las de Tecpan, Coyuca y San Jerónimo de
Juárez fueron construidas por la iniciativa privada, y la de este lugar
se construye con el dinero que se obtuvo de las reinas de las fiestas,
del carnaval del año pasado”. Luego hizo señalamientos al comité
pro-construcción y al comité de padres de familia de la escuela pri-
maria Juan Álvarez.
El mitin celebrando la noche del 12 de diciembre, terminó en
completo orden. Comenta Wilfrido: “La federación guardó las me-
didas de protección a los manifestantes, ya que con anticipación ha-
bían solicitado el permiso a las autoridades municipales y al coronel
Manuel Olvera Fragoso, comandante del 59 batallón de reservas,
para que mantuviera el orden”.
727
Víctor Cardona Galindo

Al día siguiente, el 13 de diciembre de 1960, en El Trópico, Raúl


Galeana Núñez acusó a Luis Cabañas de estar atrás de las manifes-
taciones, “quien por agitador fue destituido como síndico procu-
rador de ese ayuntamiento”. En ese mismo medio se informa de la
detención, el 11 de diciembre, de un estudiante, familia de Luis. Se
trataba de su sobrino Lucio Cabañas Barrientos. Para entonces Raúl
Caballero Aburto había huido de Chilpancingo y despachaba en su
residencia del fraccionamiento Puntas Guitarrón.
Cuatro días después de la manifestación, el 16 de diciembre, el
gobernador del estado Raúl Caballero Aburto visitó por última vez
esta ciudad. En su recorrido supervisó los trabajos en la construc-
ción de la escuela primaria urbana del estado general Juan Álvarez,
en esta visita estuvo acompañado por el presidente municipal Raúl
Galeana Núñez y los miembros del comité pro-construcción de ese
plantel, ubicado en el centro de la ciudad, donde años más tarde se
originaría un conflicto inter-escolar que terminaría con la masacre
del 18 de mayo.
Está claro que amplios sectores del pri se sumaron a la lucha an-
ticaballerista, como lo confirma Salvador Román Román en su libro:
Los cívicos guerrerenses del sueño democrático al plomo de la rea-
lidad 1960-1963, quien deja claro la militancia priista de destacados
cívicos atoyaquenses como Canuto Nogueda Radilla y Manuel Gar-
cía Cabañas —primo de Lucio—, quien se incorporó al movimiento
como miembro de la organización juvenil del pri. Recordemos que
el Frente Estudiantil Cívico de Ayotzinapa, estuvo encabezado, entre
otros por: Lucio Cabañas, Inocencio Castro y Manuel García Caba-
ñas, este último llegó a ser con el tiempo, presidente municipal de
Atoyac y delegado de gobierno en la Costa Grande.
Cuando en 1960, la normal rural de Ayotzinapa se sumó al mo-
vimiento por la caída de Caballero Aburto: “Lucio fue nombrado
presidente de la huelga en la normal y de manera audaz, trepó a la
azotea del edificio de dos plantas recientemente construido, en la
parte norte de las antiguas canchas de basquetbol, para plantar con
mucha solemnidad, la bandera rojinegra” escribieron Arturo Miran-
728
Mil y una crónicas de Atoyac

da Ramírez y Carlos G. Villarino en su libro El otro rostro de la gue-


rrilla 40 años después. “Se organizó la huelga y se hicieron marchas
que recorrieron el centro de Tixtla y los alumnos de la normal se tur-
naban para montar guardias en la parada cívica de Chilpancingo”.
Lucio se sumó decididamente también como coordinador del
movimiento cívico en la Costa Grande, donde ya Genaro Vázquez
tenía amplia presencia entre la ciudadanía, incluso se inició como
miembro de la logia masónica de San Luis San Pedro, donde llegó a
tener un respaldo impresionante.
Arturo Miranda Ramírez explica en su tesis: La violación de los
derechos humanos en el estado de Guerrero durante la Guerra Sucia;
una herida no restañada, que la política represiva de Caballero Abur-
to unió a los movimientos: al desalojar a los cívicos del quiosco
de la plaza Primer Congreso de Anáhuac, estos se trasladaron a la
alameda Francisco Granados Maldonado, frente al edificio docente,
“hecho que facilitó la fusión de ambos movimientos y el acerca-
miento político de sus dirigentes, Genaro Vázquez por parte de los
cívicos, Lucio Cabañas por los estudiantes de Ayotzinapa y Jesús
Araujo Hernández como líder estudiantil de los universitarios. Con
esto se lograba darle mayor impulso al movimiento, a pesar de los
esfuerzos en contrario de parte del gobierno estatal. Gracias a ello el
movimiento lograba un crecimiento significativo tanto cualitativo
como cuantitativo, toda vez que fue posible que salieran por todo
el estado un mayor número de brigadas conjuntas, compuestas por
universitarios, normalistas y cívicos, para ‘volantear’, realizar míti-
nes en las plazas públicas y exigir la salida del gobernador y la desa-
parición de poderes”.
Por eso para Hilda Flores Solís, entrevistada por Román Román
“la acg estaba sintetizada en estos personajes junto con su objetivo
práctico: Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, que pedían mejor pre-
cio para el café. Esta era una de tantas demandas que respondía a
las malas condiciones de vida que tenía el campesinado guerrerense,
pues ellos no contaban con una auténtica organización que asegura-
ra precios de garantía a sus productos; las existentes eran apéndices
729
Víctor Cardona Galindo

del pri, manipuladas por explotadores”. Por ello más tarde, a prin-
cipios de 1964 los cafetaleros se reunirían en El Paraíso, para fundar
la Unión de Productores Independientes del Café (upic) y nombrar
como su dirigente a Pedro Contreras Javier.
Al formarse el comité cívico de Atoyac, a él se incorporaron
cafetaleros, copreros, maestros y pequeños comerciantes. El comité
quedó encabezado por Rogelio Juárez Godoy. Hubo sectores como
los ganaderos y los grandes comerciantes que no vieron con simpatía
éste comité, porque simpatizaban con el caballerismo. Sin embar-
go los cívicos no se quedaron solamente en la cabecera municipal,
Genaro los motivó para que se formaran pequeños núcleos en las
comunidades.
Andrea Radilla entrevistó a don Luis Serafín, quien le dijo: “Ge-
naro Vázquez había girado instrucciones para que la gente de la sie-
rra se pusiera de acuerdo con los de Atoyac y participáramos en la
parada cívica instalada en la alameda de Chilpancingo, frente a la
Universidad, nos trasladamos a Atoyac gente de San Martín, de San
Vicente de Jesús, de Agua Fría, del Cerro Prieto y de San Andrés
de la Cruz”. Antonio Sotelo dice que en 1960, en la parada cívica
contra Caballero Aburto, entre los más decididos y noveleros se en-
contraban los de Atoyac.
Al plantón de Chilpancingo asistieron muchos atoyaquenses,
pero con más frecuencia estuvieron los líderes del movimiento: Jesús
Hipólito Rebolledo, Rogelio Juárez Godoy, Rosendo Radilla Pache-
co, Elisa Flores e Hilda Flores Solís.
“Quienes estuvieron varios días en la parada cívica en Chilpan-
cingo —dice Andrea—, comentaban que había un ambiente de
fiesta y eso es lo que se sentía en todo el estado, una ‘lucha festiva’ de
ruptura momentánea de la cotidianidad con color y olor a sangre y
dolor por la muerte de los suyos, por la humillación de un gobierno
estatal. Aún en las condiciones de desgracia, el guerrerense festeja,
canta, baila”.
El movimiento crecía cada día más y más, por ello el 26 de
diciembre de 1960, en la casa de Rogelio Juárez Godoy miembro
730
Mil y una crónicas de Atoyac

del Consejo Coordinador Estatal de la Coalición de Organizaciones


Populares del Estado, se reunieron los representantes de distintas
agrupaciones para formar el Consejo Coordinador Municipal de
la Coalición. De acuerdo a Radilla Martínez: “Se integró el con-
sejo municipal con representantes del consejo de vigilancia de la
Asociación Local de Cafeticultores, la Asociación Cívica Guerre-
rense, la Unión Local de Pequeños Comerciantes, el Comité Local
del snte, la Unión Inquilinaria del Municipio, el Comité Local del
Frente Zapatista de la República Mexicana y el Comité Regional de
la Confederación Nacional Campesina”.
De esa reunión, salieron los siguientes acuerdos: Aceptar la in-
corporación de todas aquellas organizaciones que desearan engrosar
las filas de la coalición, rotación de los miembros del Consejo Coor-
dinador Municipal e instrumentar una huelga de contribuciones
hasta la desaparición de poderes.

IV
Muchos autores hacen hincapié en la simpatía que la Revolución
Cubana despertó en algunos dirigentes del movimiento anticaballe-
rista, como es el caso del cívico atoyaquense Rogelio Juárez Godoy,
quien decía en sus discursos que esa revolución era una alternativa
para quienes deseaban mejores condiciones de vida para sus hijos, y
Gregoria Nario también de Atoyac, entrevistada por Andrea Radi-
lla, dijo que compartía la idea de que si el socialismo aseguraba a sus
hijos comida, educación, salud y recreo, pues entonces “el camino
está marcado para nosotros”.
Otro es don José Téllez quien dice: “Las noticias de la revolu-
ción cubana nos llegaban por radio, en onda corta, Lucio Cabañas
hablaba de ella en los mítines contra Caballero Aburto, otros ora-
dores también decían lo que se estaba logrando en Cuba, Imperio
Rebolledo era uno de ellos, parecía que había una esperanza de que
las cosas cambiaran para nosotros, ya estábamos cansados de tanto
robo de los acaparadores y del banco”.
731
Víctor Cardona Galindo

Esas eran algunas de las ideas que estaban presentes en los discur-
sos. Pero volviendo a la dinámica del conflicto, atoyaquenses como
Lucio Cabañas estuvieron presentes en momentos cruciales de esta
lucha, por ejemplo, cuando el primero de noviembre de 1960 el
congreso local derogó la Ley Orgánica de la Universidad Autóno-
ma de Guerrero, se resolvían las demandas universitarias, pero ellos
decidieron seguir luchando hasta la desaparición de poderes. Dice
Román Román: “Un grupo de estudiantes encabezados por Jesús
Araujo y otro de maestros universitarios, fueron partidarios de le-
vantar la huelga una vez satisfechas las demandas planteadas al go-
bernador. Sin embargo, estudiantes como Imperio Rebolledo, Saúl
Mendoza, Jorge y Bernardino Vielma, Lucio Cabañas y Evita Sal-
merón, entre otros, promovieron el acuerdo de continuar la huelga,
después que el gobierno del estado satisfizo el pliego de demandas
planteado por los universitarios”.
El régimen mostró su intolerancia el 30 de diciembre de ese
año, cuando el ejército masacró una manifestación popular en Chil-
pancingo donde murieron 16 personas y quedaron 54 heridos. Esta
represión cimbró todo el estado, en las principales ciudades el co-
mercio cerró sus puertas en señal de luto y protesta, también se
realizaron acciones de represalia contra los caballeristas: tomando
alcaldías y haciendo escarnio público de los políticos afines al gober-
nador. Escribió Salvador Román Román que en Atoyac de Álvarez,
“Lucio Cabañas y otros antigobiernistas trataron de obligar a su al-
calde Raúl Galeana a renunciar al puesto, pero el ejército lo evitó”.
El primero de enero de 1961, a las dos de la tarde, estudiantes
encabezados por el universitario Jesús García Galeana, militantes
del Frente Zapatista y muchos ciudadanos atoyaquenses, realizaron
un mitin frente al edificio de la escuela Juan Álvarez. Ese día en una
acción represiva el comandante de la policía urbana, mayor Adal-
berto Lira Torres, les decomisó el aparato de sonido a los manifes-
tantes, que luego marcharon por las calles de Atoyac. La multitud al
pasar por la oficina de la sub-recaudación de rentas desprendieron
el rótulo y lanzaron mueras a Raúl Caballero Aburto. Apedrearon
732
Mil y una crónicas de Atoyac

las casas Carmelo García Galeana y Benito Fierro Fierro, a quienes


consideraban prominentes miembros de la oligarquía local. Los fa-
mosos “hambreadores del pueblo”
Dice Wilfrido Fierro: “La turba recorrió las calles General Juan
Álvarez y otras, deteniéndose en la cueva del Club de Leones en
donde los exregidores de la comuna actual Rosendo Téllez Blanco,
profesor Luis Cabañas Ocampo y Félix Roque Solís, desconocie-
ron la administración que preside Raúl Galeana Núñez, nombran-
do un concejo, integrado —según ellos— de la manera siguiente:
presidente, Rosendo Téllez Blanco y síndico profesor Luis Cabañas
Ocampo”.
Fue Rosendo Radilla Pacheco quien propuso en la asamblea a
Rosendo Téllez Blanco para que encabezara el consejo municipal,
debido a que era un ciudadano de probada honestidad, con arraigo
entre la sociedad atoyaquense y con los campesinos de la sierra.
Ese mismo día domingo, después de las dos de la tarde, el co-
mercio de esta ciudad cerró sus puertas como protesta por los he-
chos sangrientos ocurridos en Chilpancingo.
Al día siguiente, 2 de enero, los afectados por las pedradas de
los manifestantes, pusieron una denuncia ante el agente auxiliar del
ministerio público de este lugar, Olaguer Gómez, quien giró orden
de aprehensión contra Jesús García Galeana, como presunto res-
ponsable de los desmanes. Por tal motivo el estudiante universitario,
quien pertenecía a una de las familias más pudientes de la ciudad,
fue detenido y consignado a Tecpan de Galeana. Al día siguiente, de
nuevo los comerciantes locales cerraron sus establecimientos como
protesta por las desgracias que el gobierno de Caballero Aburto ha-
bía provocado.
Una comisión de senadores integrada por: Eduardo Livas Vi-
llareal, Juan Manuel Terán Mata, Carlos Ramírez Guerrero y José
Castillo Thielmans, vino al estado a investigar los hechos sangrien-
tos del 30 de diciembre de 1960 en Chilpancingo, por ello el día
miércoles 4 de enero, a la una de la tarde, el Congreso de la Unión,
de acuerdo con el dictamen que emitió dicha comisión, declaró
733
Víctor Cardona Galindo

desaparecidos los poderes en Guerrero y nombró como gobernador


sustituto al licenciado Arturo Martínez Adame.
Después de la caída de Caballero Aburto, se vinieron muchos
hechos en escalada, en todo el estado, el pueblo tomó los ayunta-
mientos, en Atoyac hicieron lo mismo, nombrando a don Rosendo
Téllez Blanco como alcalde y como comandante de la policía quedó
Regino Rosales de la Rosa, quien años más tarde moriría, el 18 de
mayo de 1967, peleando contra la policía estatal del gobernador
Raymundo Abarca Alarcón.
El 6 de enero de 1961, los locatarios de los mercados Perseve-
rancia y Morelos, a través de su dirigente Félix Roque Solís, propu-
sieron una planilla para integrar un consejo municipal y sustituir
al ayuntamiento caballerista. También al saberse la desaparición
de poderes, ese mismo día 6, fueron suspendidos los trabajos en
la construcción de la primaria Juan Álvarez y al día siguiente 7 de
enero, a las 11 horas, todos los integrantes de la administración mu-
nicipal que presidía Raúl Galeana Núñez, presentaron en masa su
renuncia al gobernador sustituto Arturo Martínez Adame. Según
Salvador Román Román la dimisión se debió a “la presión de los
anticaballeristas triunfantes y la orfandad política en la que ellos se
vieron por la caída del gobernador Caballero, fueron las causas para
que tomaran tal determinación”.
Inmediatamente los grupos conocidos como los cívicos: estu-
diantes, el Frente Zapatista y miembros de la Coalición de Fuerzas
Populares de Guerrero, encabezados por Rosendo Téllez Blanco,
Luis Cabañas Ocampo y Félix Roque Solís, tomaron por asalto el
palacio municipal, a las 11 horas del día 8 de enero de 1961. El
ayuntamiento se encontraba acéfalo por la renuncia de los integran-
tes de la comuna presidida por Raúl Galeana Núñez, el día anterior.
Los hechos fueron consignados por Wilfrido Fiero Armenta: “la
chusma avorazadamente trató de localizar las llaves de las oficinas y
al no encontrarlas forzaron las cerraduras y al mismo tiempo mon-
taron guardia permanente al edificio, con la actitud asumida bien se
deja entrever que la lucha cívica por deponer al despótico gobierno
734
Mil y una crónicas de Atoyac

caballerista, hoy se ha convertido en una lucha de ambiciones perso-


nales, ya que los dirigentes aspiran a los mejores puestos”.
Los cívicos mantuvieron una guardia permanente en el palacio
municipal, porque muchos querían ocupar la alcaldía “dando el es-
pectáculo más inaudito de que se tenga historia, y a partir de ese fe-
cha el edificio se convirtió en un centro de agitación y de desorden.
Las fonderas de los mercados Morelos y Perseverancia, se dieron a la
tarea de llevar alimentos a esta gente, distinguiéndose las hermanas
Irene y Bertha Gallardo (a) Marangallas, Asunción Fierro, Salustia
Rodríguez y Dora Lluck”.
El 9 de enero, los cívicos encabezados por Antonio López Caba-
ñas, se posesionaron de la oficina de la agencia auxiliar del ministe-
rio público, echaron por medio de la fuerza al agente titular Olaguer
Gómez y al juez del registro civil Rubén Barrera Serna que despa-
chaba en las mismas instalaciones. Este acto de justicia popular fue
a la una de la tarde, se hizo ante la rechifla y burla de las fonderas
del mercado Perseverancia. Se trataba de expulsar del municipio a
todas las autoridades caballeristas y su camarilla. No era para menos
después de tantos crímenes cometidos por la policía estatal.
“El populacho sediento de venganza, en su mayoría por placeras
afiliadas a la Unión del Pequeño Comercio, se dirigieron a la oficina
del ministerio público, que se encontraba ubicada en las calles de
Nigromante 3, llevando a la cabeza a Antonio López Cabañas y al
Güero Cedeño, que con pistola en mano y a empellones lanzó a la
calle al agente auxiliar de esta dependencia señor Olaguer Gómez y
a juez de registro civil Rubén Barrera Serna, ante la burla, el insulto
y la gritería de sus compañeros”. Dice nuestro mejor cronista.
En entrevista con Román Román, Hilda Flores Solís aclaró que,
“hicieron una parada cívica frente al ayuntamiento para sacar al
presidente Raúl Galeana, que de hecho abandonó el palacio por el
clima de violencia que prevalecía en Atoyac”. Hilda Flores explicó
que primero sacaron a la policía del palacio municipal y luego to-
maron posesión del edificio público. Días antes, los anticaballeristas
realizaron una reunión para seleccionar a la persona que ocuparía
735
Víctor Cardona Galindo

la alcaldía y demás puestos municipales, recayendo la responsabili-


dad primera en Rosendo Téllez Blanco. Resuelta la sucesión por los
cívicos, una comisión integrada por Luis Cabañas Ocampo, Téllez
Blanco, Félix Roque Solís e Hilda Flores acudió ante el gobernador
Martínez para proponerle esa planilla.
Mientras esto sucedía en Atoyac, el 10 de enero de 1961, se
restructuró el comité directivo de la acg y quedó integrado —se-
gún Román Román— de la siguiente forma: presidente, Genaro
Vázquez Rojas; vicepresidente, Antonio Sotelo Pérez; secretario ge-
neral, Rosendo Vega Arcos; tesorero, Laureano Salgado; secretario
de organización, Luis Cabañas Ocampo; secretario de Acción Agra-
ria, Lucio Cabañas; Dirección Juvenil, Rogelio Juárez; Comisión de
Prensa, Blas Vergara Aguilar; presidente de la Comisión de Honor
y Justicia, Pedro Tlatempa Dircio. Como se ve en esta nueva direc-
ción estatal estaban tres atoyaquenses.
Luego desde temprana hora, el 14 de enero de 1961, los cívi-
cos comenzaron a invitar al pueblo, para que asistiera a la toma de
posesión del nuevo consejo municipal, por medio de un aparato de
sonido instalado en el corredor del palacio. Hicieron uso de micró-
fono Hilda Flores Solís, Adrián Nava, quien —dice Wilfrido— en
su invitación, buscaba el acercamiento de todos las clases sociales,
“no así su sucesor Medardo Reyes Gudiño, quien empezó a colmar
de insultos a los que no se habían unido al movimiento, y que sólo
tenían derecho ‘los huarachudos’; de paso azuzaba a la chusma para
que fueran a lanzar de la dirección de la escuela Juan Álvarez a la
directora Julia Paco Piza y al mismo tiempo se ensañaba lanzándole
una sarta de improperios”.
Mientras Medardo hablaba, al interior del ayuntamiento toma-
ba posesión, “sin la intervención de ningún representante del go-
bierno del estado”, resalta Wilfrido, la planilla de Rosendo Téllez
Blanco, quien iba como presidente municipal; Luis Cabañas Ocam-
po como síndico y como regidores Félix Roque Solís, Hermilo Ruíz
Valle, Isabel López, Guadalupe Chávez, Zeferino y Rafaela Radilla
Santiago. Como ya dije antes, el cuerpo policiaco quedó a cargo de
736
Mil y una crónicas de Atoyac

Regino Rosales de la Rosa, como comandante y Alfonso Cedeño


Galicia, el Güero Cedeño, como segundo comandante. Este último,
años más tarde sería el primero en acompañar a Lucio Cabañas al
iniciar la guerrilla.
Dice Fierro Armenta “como la administración, al renunciar ha-
bía entregado las armas al coronel del ejército, Manuel Olvera Fra-
goso, comandante del cuerpo de rurales del 59 batallón, la nueva
gendarmería tuvo que proveerse de armas blancas para desempeñar
este papel”.
El Diario de Acapulco, en su edición del 16 de enero de 1961,
mostraba en una de sus notas lo que sería los primeros visos de la
división, al decir que Rosendo Téllez sería presa fácil de la familia
Cabañas. El tesorero fue Pedro Arzeta Fierro, Bertoldo Cabañas y
Antonio López Cabañas también estaban en el gabinete. Más tarde
se dividirían los cívicos entre telliztas y cabañistas.

V
En el periodo que debería cubrir Raúl Galeana Núñez, hubo seis
presidentes municipales, y fue en ese tiempo cuando surgieron los
primeros visos de inconformidad ante el estado de cosas que im-
peraban en la escuela primaria Juan Álvarez, ubicada a un costado
de la alcaldía. Ya las denuncias contra la directora Julia Pazo Piza
afloraban de vez en cuando.
Por eso la sociedad de padres de familia se sintió agredida con
el discurso de Medardo Reyes Gudiño en contra de la directora Ju-
lia Paco, pronunciado el día de la toma de posesión de la comuna
cívica, y en respuesta el presidente del comité de dicha sociedad
Wilfrido Fierro Armenta convocó a una reunión, que se llevó a cabo
el 15 de enero de 1961. Es el mismo Wilfrido que en su Monografía
de Atoyac, dice que dicha reunión dio principio a las 10 horas, en
la dirección del plantel, que funcionaba en ese entonces en la casa
6 de la calle Independencia, propiedad del señor Agustín Galeana,
porque el edificio de la escuela estaba en construcción.
737
Víctor Cardona Galindo

En dicha reunión se dio a conocer oficialmente lo ocurrido y la


grave situación que deberían afrontar ante “las amenazas vandálicas
de los cívicos y de las autoridades municipales”, que para nuestro
cronista habían sentado un precedente de anarquía.
Fue un grupo importante de padres de familia los que sintieron
la ofensa en carne propia, y unidos, se comprometieron defender
a como diera lugar cualquier ultraje que se le hiciera a la maestra
Paco Piza. Le brindaron todo el apoyo para que continuara al frente
de la dirección de la escuela. Se levantaron actas en las que eleva-
ron enérgicas protestas ante el presidente de la República, Adolfo
López Mateos, contra lo que consideraron un atropello. Del docu-
mento enviado a la presidencia de la República, turnaron copias al
secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet; al gobernador
sustituto Arturo Martínez Adame y al director de Educación en el
estado, Vidal Ramírez Gutiérrez, y de esta manera frenaron los “ne-
gros instintos” de los cívicos.
Wilfrido lo registra estos hechos textualmente así: “Enero 15. A
las 10:00 horas del día, se lleva a cabo una junta de la Sociedad de
Padres de Familia de la escuela ‘General Juan Álvarez’ en la dirección
de la misma, ubicada en la casa del señor don Agustín Galeana, sita
en Independencia 6, convocada por el presidente de la misma señor
Wilfrido Fierro Armenta. El motivo fue para dar a conocer los ata-
ques vertidos el día de ayer en el palacio municipal, por Medardo
Reyes Gudiño, y de tomar las medidas necesarias en contra de cual-
quier acto vandálico que trataran de consumar los llamados ‘cívicos’
en contra de la directora de la escuela profesora Julia Paco Piza, así
como de brindarle todo el apoyo y elevar la más enérgica protesta
por esta descabellada actitud ante el presidente de la República, li-
cenciado Adolfo López Mateos; al secretario de Educación Pública,
doctor Jaime Torres Bodet, al director de Educación en el estado,
licenciado Arturo Martínez Adame”.
Aunque las cosas no pararon ahí, para mediados de 1961, ya
se había formado el comité pro-defensa de los intereses del pueblo,
encabezado por Dolores Torres y Elodia del Río, porque se hablaba
738
Mil y una crónicas de Atoyac

que los ricos querían vender la escuela Juan Álvarez y un grupo de


padres de familia se disponían a defenderla.
Nuestro cronista, un crítico acérrimo de los cívicos, registró que
en 1961, el consejo municipal a cargo del señor Rosendo Téllez,
pavimentó parte de la calle Montes de Oca, frente a la casa del señor
Ismael Cuevas, disponiendo de siete toneladas de cemento que el
patronato pro-construcción de la escuela Juan Álvarez, tenía depo-
sitadas en el palacio municipal cuando cayó el gobierno caballerista.
Aprovechando un descuido de la guardia permanente que los
cívicos tenían en el palacio municipal, la policía auxiliar de Zacual-
pan, Corral Falso y El Ciruelar, leal a la administración caballerista,
comandada por el mayor retirado Alberto Lira Torres, lo tomaron
a las 6 horas del día 24 de enero de 1961, desarmando a la policía
cívica. El comandante Regino Rosales de la Rosa quiso poner resis-
tencia, pero al verse copado optó por entregar su arma.
Ya instalada la policía auxiliar en el palacio, a las 10 horas hicie-
ron acto de presencia los ediles caballeristas encabezados por Raúl
Galeana Núñez. Se justificó este proceder con que el gobernador
del estado no había contestado el documento de renuncia presen-
tado con antelación y ahí reunido el cabildo eligió a Darío Pinzón
Ramón, suplente de Raúl como presidente municipal. El jefe sub-
alterno federal de Hacienda, Ramón Gómez, fungió como agente
del ministerio público federal y levantó el acta correspondiente a esa
sesión. A partir de esa fecha, los militares instalados en esta locali-
dad, patrullaban la ciudad para mantener el orden.
Dice Salvador Román Román en su libro, Los cívicos guerreren-
ses: del sueño democrático al plomo de la realidad 1960-1963, “a
partir de ese momento, ocho policías de los provenientes de Corral
Falso, Zacualpan y El Ciruelar, se apostaron en el edificio muni-
cipal para dar protección al ayuntamiento que encabezada Pinzón
Ramos. Esta actitud provocó el disgusto del grupo que dirigía Luis
Cabañas, quien de inmediato trató de recuperar el palacio munici-
pal. La fuerza federal, ante esta situación, se concretó a patrullar las
calles y disuadió cualquier acción de los grupos antagónicos”.
739
Víctor Cardona Galindo

A sólo unos días de estar al frente de los destinos del municipio


Darío Pinzón Ramos como presidente interino, el gobernador Artu-
ro Martínez Adame, envió el 2 de febrero al procurador de Justicia
José Bello y Bello, a darle posesión a los regidores cívicos encabe-
zados por Rosendo Téllez Blanco, y de esta forma se solucionó el
problema político en esta población. “Ante la presencia de un grupo
de placeras, las que dieron en autonombrarse pueblo”, escribió Wil-
frido.
Ya instalado nuevamente, el gobierno cívico era apoyado úni-
camente por el pequeño comercio, los ricos del lugar hicieron todo
lo posible por boicotear a la nueva comuna y dejaron de pagar sus
impuestos. Dice Román Román: “Hubo casos en los que el cobra-
dor del mercado llegaba al palacio después de haber hecho los co-
bros por el pisaje, tendía la morralla en el escritorio del presidente y
de ahí los empleados cobraban su sueldo”. El ayuntamiento cívico
siempre estuvo ahorcado por falta de dinero.
Los priistas también hicieron todos los trámites burocráticos
para echar abajo esa designación. Además, los cívicos tenían en con-
tra a la prensa y a los intelectuales locales encabezados por Wilfri-
do Fierro y Rosendo Serna Ramírez, a quienes la gente identificaba
como serviles al poder.
En Acapulco circuló un volante el 25 de febrero de 1961, fir-
mado por la Cámara de Comercio, el Club de Leones, los obreros
textiles y la Unión Ganadera, donde pidieron al gobernador Martí-
nez Adame el cambio de poderes en Atoyac, porque la policía estaba
compuesta por delincuentes que atentaban contra los ciudadanos.
“La famosa lucha cívica la convirtieron en una jauría humana
por obtener los mejores huesos dentro del municipio y del estado y
debido a esta, los llamados redentores, los héroes de dedo y de pa-
pel, al no ser satisfechos en sus desenfrenadas ambiciones personales
de mando y poder, porque a sus parientes no se les dejara también
gozar de la tajada a salud del triunfo, como sucediera con el registro
civil y la tesorería municipal, vino como consecuencia la división”,
asentó Wilfrido en la Monografía de Atoyac.
740
Mil y una crónicas de Atoyac

Salvador Román Román dice, “tal como sucedió con los cívicos
de Iguala, los de Atoyac también tomaron el acuerdo de integrar un
consejo municipal, donde estuvieran integradas personas con bajo
perfil político y ajenas a su asociación, pero con buena imagen so-
cial que les aportara simpatías y apoyos populares, en pretensión de
darle legitimidad a su gobierno”.
El autor del libro Los cívicos guerrerenses: del sueño democráti-
co al plomo de la realidad 1960-1963, escribió que Rosendo Téllez
no era de la acg y solamente fue puesto como alcalde para que
fuera aceptado por el pueblo y, junto con él, los cívicos. Por esa
razón buscaron gente honesta que encabezara el consejo, sin que
esto significara que los cívicos no lo fueran, por eso la planilla de
Rosendo Téllez fue plural. A decir de Félix Roque, don Rosendo era
de avanzada edad y sus familiares no aprobaban que se juntara con
los alborotadores.
Aunque la versión de Román Román, se contradice con testi-
monios como el de Donaciano Pino Vargas, quien en ese tiempo
era estudiante, y asegura que los universitarios que venían de Chil-
pancingo a promover la lucha cívica y la huelga de la universidad,
llegaban a reunirse en una barda de la casa de don Rosendo Téllez
ubicada en la calle Grande, hoy Vicente Guerrero, lo que quiere
decir que el primer edil, tenía una trayectoria dentro de la lucha
anticaballerista.
Dice López Limón en su tesis doctoral: Historia de las organi-
zaciones político-militares de izquierda en México (1960-1980), al
hablar de la crisis al interior de la comuna, dice que los cívicos lle-
garon a la alcaldía “sin programa constructivo ni más cohesión que
el común antiaburtismo, de modo que, cuando el poder se les viene
encima, emergen todas sus miserias y debilidades”.
En el periodo de don Rosendo Téllez Donaciano Pino tuvo el
cargo de delegado del Registro Federal de Electores, Sebastián Cas-
tro Radilla fue el oficial mayor. Por primera vez se le dio oportuni-
dad de ocupar cargos importantes a las mujeres, por ejemplo Ro-
mana Radilla Martínez estuvo un tiempo encargada de la Secretaría
741
Víctor Cardona Galindo

General y ese cargo lo ocupó también Natalia Roldan Pacheco e


Hilda Flores Solís fue la juez de paz.
La historia registra que síndico municipal Luis Cabañas Ocam-
po, se hizo dueño de la situación política y olvidándose de su inves-
tidura, asumió atribuciones que no le competían, por tal razón el
presidente municipal Rosendo Téllez Blanco se vio obligado a pedir
una licencia por seis meses y al reconocer su error, volvió a su pues-
to, Luis Cabañas no le quiso devolver la alcaldía y se complicó más
la división entre los cívicos.
El 29 de marzo, Rosendo Téllez solicitó licencia por seis me-
ses. Dice Wilfrido, “unas horas antes de hacerlo, estuvo dando a
conocer a través de un sonido de la empresa Diversiones Rosales,
el motivo de su separación, consistente en las múltiples arbitrarie-
dades cometidas por el síndico municipal Luis Cabañas Ocampo,
hasta de intervenir en sus funciones como alcalde. Este proceder
vino a poner las cosas al rojo vivo, pues Cabañas Ocampo ordenó
al segundo comandante Pedro Galeana Peña, suspender la difusión,
provocándose con ello una acalorada discusión en el recinto oficial
entre los ediles, y don Rosendo abandona el palacio municipal en
compañía de sus partidarios”.
Unos días después el 11 de abril a las seis de la mañana se pre-
sentó al palacio municipal Rosendo Téllez Blanco, para hacerse car-
go nuevamente de la presidencia, dando por terminado su permiso
de seis meses que había solicitado. “Esta actitud provocó un inci-
dente acalorado con el síndico y presidente municipal interino Luis
Cabañas Ocampo, quien dijo al señor Téllez que no tenía derecho a
asumir el poder por no habérsele vencido el permiso, pero al justifi-
car su presencia Téllez, por estar dentro de la ley, optó Cabañas por
retirarse, llevándose los sellos de la presidencia y del registro civil,
instalando su despacho en su casa, siendo curioso que a partir de
esta fecha hubiera dos ayuntamientos”.
A partir de esa fecha, se vinieron los cambios de funcionarios,
don Rosendo encarceló al tesorero Pedro Arceta y en su lugar nom-
bró a su hija Victoria Téllez Méndez, convirtiéndose en la primera
742
Mil y una crónicas de Atoyac

mujer en ocupar ese cargo en la historia de Atoyac. Como las cosas


amenazaban con salirse de su cause un pelotón de militares intervi-
no para resguardar el orden en la ciudad. Dos días después el 13 el
secretario de gobierno Lamberto Alarcón llegó a conciliar a los dos
grupos.
Hay quien dice que las diferencias se originaron porque Luis
Cabañas era un político experimentado mientras don Rosendo Té-
llez era un hombre de campo que quería resolver las cosas salomó-
nicamente. Por ejemplo Donaciano Pino dice que don Rosendo era
una persona sencilla, abierta a sus semejantes, solidario y participa-
tivo en todos los problemas de la comunidad. “Los problemas que
se dieron fueron únicamente malos entendidos porque don Luis
Cabañas también era una persona muy caritativa, muy centrada,
atendía a todo mundo tenía un carácter fino y muy noble”.
Más de pronto el 29 de mayo de 1961 fue desaforado Rosen-
do Téllez Blanco por órdenes del gobernador y el oficial mayor del
gobierno del estado Raúl Peralta Vélez dio posesión a Félix Roque
Solís como alcalde.

VI
El presidente del nuevo concejo municipal, Félix Roque Solís, un
joven de 26 años de edad, también estuvo vinculado como líder
del pequeño comercio a la lucha anticaballerista y fue regidor en la
comuna de Raúl Galeana, a la que renunció. Esta administración
cívica que fungió a partir del 29 de mayo de 1961 al 18 de septiem-
bre de 1962 es quizá la más polémica en la historia de Atoyac por
los errores políticos que cometió, cayó en actos de corrupción que le
provocaron mucha impopularidad y los priistas buscaron todas las
formas posibles para boicotearla.
Comenta Salvador Román Román, “a casi dos meses de iniciada
la administración de Félix Roque, hubo una ofensiva de los priistas
en contra de los cívicos del concejo. Mediante escrito dirigido a los
secretarios de Gobernación, de la Presidencia y de la Defensa Nacio-
743
Víctor Cardona Galindo

nal, así como al gobernador, denunciaron los desaciertos e impopu-


laridad de los ediles y solicitaron su destitución por ineptos, provo-
cadores y corruptos. Suscribieron el documento las agrupaciones de
cafeticultores, molineros, obreros textiles del Ticuí, el magisterio, la
Asociación de Padres de Familia del municipio de Atoyac, el Club
Deportivo Mariscal y el Club de Leones”.
Wilfrido Fierro señala entre las obras materiales que constru-
yó la administración de Félix Roque Solís, dos bancas de granito
que instaló en el jardín Morelos, con un costo de 350 pesos cada
una y “entregó los terrenos que la administración municipal de José
Urioste García había adquirido para el nuevo camposanto, cerca del
paraje de La Pindecua, al líder paracaidista Roberto Arceta Fierro,
quien lotificó y vendió a los compañeros cívicos, formando la colo-
nia Mártires de Chilpancingo”.
En otro momento Wilfrido dice, “el año 1961 siendo presidente
del H. concejo municipal el señor Félix Roque Solís en compañía
del líder paracaídas Roberto Arceta Fierro, el terreno de referencia
fue fraccionado, vendido y repartido en su mayoría a las placeras del
mercado Perseverancia por el echo de haber militado en el movi-
miento político que derrocó al gobierno caballerista, conocido por
los cívicos, bautizado este lugar con el nombre de colonia Mártires
de Chilpancingo”.
De hecho a mi juicio una obra importante de los cívicos, es la
formación de dicho núcleo poblacional con lo que se resolvió, en
parte, la necesidad de vivienda que había en la cabecera municipal.
El terreno había sido invadido previamente y entre los participantes
de esa movilización se recuerda a Regino Rosales de la Rosa. Dicha
colonia se convirtió en un bastión de apoyo popular para los cívicos,
por ejemplo el 8 de julio de 1961, se organizó una comida a la que
fue invitado especial Félix Roque Solís y se improvisó un mitin en
el que hicieron uso de la palabra: Ángel Chávez Navarrete, el doctor
Raymundo Benavides y Rogelio Juárez Godoy.
En aquellos momentos se decía que los cívicos después de in-
vadir esos terrenos municipales seguirían, con los predios aledaños,
744
Mil y una crónicas de Atoyac

por eso el 23 de julio “se reunieron los pequeños propietarios de fin-


cas rústicas en la casa del señor Miguel Ayerdi Nogueda a las 15:00
horas —asentó Wilfrido— con el objeto de agruparse para proteger
sus intereses, de los paracaidistas que dirige Roberto Arceta, en con-
tubernio con las autoridades municipales que encabeza Félix Roque
Solís, así como de un sobreimpuesto que quiere gravar el síndico
municipal Luis Cabañas Ocampo”.
Siguiendo con las obras materiales, el día 26 de julio Félix Ro-
que Solís colocó el primer tubo para la introducción del agua po-
table a la ciudad. La ceremonia fue en la parte norte de la calle
Juan Álvarez, a la que asistieron autoridades estatales y federales,
esta construcción que se atribuye a esa comuna se venía gestionan-
do muchos años atrás. De ahí que se diga que durante el gobierno
cívico no se realizaron obras de importancia.
Entre los errores políticos que cometió Félix Roque, está que
el 18 de agosto de 1961, ordenó la clausura de la escuela prima-
ria federal Herminia L. Gómez, ubicada al norte de la ciudad, que
la maestra María de los Ángeles Beltrán había fundado apenas seis
años atrás el 12 de septiembre de 1955 y funcionaba en una casa
particular. Wilfrido Fierro registró que el alcalde envió a los regi-
dores de Educación y el de Obras Públicas, Luis García Martínez y
José Téllez Sánchez, con cuatro policías urbanos a lanzar los mue-
bles, los cuadros, así como la bandera nacional, para darle posesión
a la señora María Benítez Fierro dueña de la casa.
A partir de esa fecha el plantel cambió su sede a la casa del señor
Agustín Navarrete. La sociedad de padres de familia, protestó ante
el presidente de la República Adolfo López Mateos, el secretario
de Educación Pública Jaime Torres Bodet, el gobernador sustituto
Arturo Martínez Adame y pusieron una denuncia de hechos ante
el agente del ministerio público de Tecpan, Bonifacio Rodríguez,
quien se presentó al lugar a dar fe de los hechos.
Esta arbitrariedad provocó el escándalo de la sociedad local que
mantenía intrigas subterráneas contra los cívicos y ante la presión
el presidente municipal Félix Roque, se comprometió a construir el
745
Víctor Cardona Galindo

edificio en el terreno que ya tenía comprado el patronato pro-cons-


trucción de la escuela.
También la administración de Félix Roque fue objeto de ataques
viscerales por parte de la prensa al servicio del círculo del poder lo-
cal, por ello en el 5 septiembre a las cinco de la tarde fue detenido
por la policía urbana e internado en los separos de la cárcel pública,
el periodista Benjamín Manzanares, por órdenes del presidente del
concejo municipal Félix Roque Solís. Aunque para otros, éstos son
los visos de intolerancia que mostraba esta administración, pues la
detención de Manzanares se debió a la denuncia presentada por la
juez menor Hilda Flores Solís debido a unos ataques periodísticos
de los que fue objeto.
Otra situación que puso en tensión a la región, es que a los
cívicos se les relacionó con el general golpista Celerino Gasca Villa-
señor y en septiembre de 1961 muchos ciudadanos entre los que se
encontraban Gonzalo Mesino, Juan Mata Severiano y Jesús Castro
se remontaron a la sierra porque ya los buscaba el ejército. Se habían
detectado varios brotes subversivos en La Unión, Petatlán y Tecpan,
por tal motivo la Costa Grande se militarizó y patrullas de soldados
recorrían el municipio, el 22 de septiembre seis aviones de la Fuerza
Aérea Mexicana sobrevolaron la cabecera municipal de Atoyac.
Mientras, ante la presión de la sociedad local y padres de fami-
lia, las autoridades estatales ordenaron que se hicieran las investi-
gaciones correspondientes sobre el caso de la escuela Herminia L.
Gómez. El 25 de octubre de 1961 se presentó al palacio municipal
el enviado del procurador de justicia, el juez de primera instancia y
agente del ministerio público para recibir la ratificación de las acusa-
ciones presentadas por la sociedad de padres de familia, en relación
con el lanzamiento de los bienes propiedad del citado plantel hecho
por órdenes de Félix Roque.
Fierro Armenta quien señala con índice de fuego a la adminis-
tración de Roque Solís, escribió que cuando el ciclón Tara, destruyó
gran parte de la región, trozando la carretera y azolvando el vado del
arroyo Ancho, el primer edil puso a la policía urbana a cobrar cinco
746
Mil y una crónicas de Atoyac

pesos por peaje a los vehículos para arreglar el paso. Pero posterior-
mente el vado en referencia fue arreglado por el doctor José Becerra
Luna, quien mandó su tractor a reparar el camino sin costo para la
población.
Las cosas se calentaban, en noviembre de 1961 aparecieron en
las principales fachadas de la ciudad, “sendos pasquines y caricaturas
contra el periodista Rosendo Serna Ramírez, lanzados y fijados por
alumnos de la escuela secundaria, que dirige el rojillo Raymundo
Benavides. Con esta actitud se deja entrever la baja calidad moral y
cultural de los estudiantes que azuzados por políticos están prestán-
dose a servir de instrumentos en sus maquinaciones”. Benavides fue
acusado de comunista y a partir de esta fecha comenzó la gestión
para quitarlo de la dirección de la secundaria.
El conflicto por la escuela Herminia L. Gómez continuaba, el 6
de diciembre arribó a esta población el procurador general de jus-
ticia en el estado José Bello y Bello, para continuar las investigacio-
nes sobre el lanzamiento de muebles, cuadros de héroes, banda de
guerra y bandera, así como el cierre de la escuela primaria federal
Herminia L. Gómez. En esta ocasión dio posesión del edificio a la
sociedad de padres de familia del citado plantel, asegurando que
consignaría a las autoridades judiciales del orden federal a los que
resultaran responsables.
La actividad política de los estudiantes permanecía del 17 al
21 de diciembre se celebró en el cine Álvarez de esta ciudad, una
convención de estudiantes de segunda enseñanza, para formar la Fe-
deración Estudiantil Guerrerense. Con la participación de escuelas
de Chilpancingo, Iguala, Tixtla y Ayotzinapa. “El acto de apertura
estuvo a cargo del licenciado Braulio Maldonado, quien dijo en su
pieza oratoria: ‘El deber del estudiantado, es de participar en la vida
del pueblo de México y en los problemas que confronta la Patria’”.
Para el desarrollo de este congreso, ayudaron económicamente las
autoridades municipales cívicas que encabeza Félix Roque Solís.
Braulio Maldonado era miembro del Frente de Liberación Nacional
que se había formado ese año.
747
Víctor Cardona Galindo

Los estudiantes fijaron en las principales fachadas de la pobla-


ción manifiestos firmados por el Movimiento Político de la Juven-
tud Mexicana donde se atacaban al clero, a los yanquis, la prensa y
al gobierno de México. El 30 diciembre se conmemoró en la colonia
Mártires de Chilpancingo el primer aniversario de la masacre en
la capital del estado. Las autoridades municipales encabezadas por
Félix Roque Solís asistieron al acto.
Fue en el periodo de Roque Solís cuando el 27 de enero de
1962, con motivo del natalicio de don Juan Álvarez tuvo lugar la
solemne entrega del cuadro al óleo titulado La Batalla de Texca que
todavía puede verse en la casa de la cultura.
El ayuntamiento, casi a diario daba que hablar, el 10 de febrero
protagonizaron una la riña a golpes el presidente del concejo Félix
Roque Solís y el tesorero Pedro Arceta. “Este último exigía reportara
a la tesorería un depósito de dinero que recibió el presidente para
cubrir sueldos a la policía y otros adeudos. El ejecutivo “díjole” que
lo que entraba a su escritorio no salía para otros usos sino de él”,
asentó Fierro Armenta.
Los cívicos guerrerenses celebraron el 17 de febrero en Boca de
Arroyo, tierra del líder agrarista Feliciano Radilla, un congreso don-
de participaron siete municipios, Acapulco, Coyuca de Benítez, San
Jerónimo de Juárez, Tecpan, Petatlán, Atoyac y Zihuatanejo. Aquí
también asistió al acto el ex gobernador de Baja California, Braulio
Maldonado quien desarrollaba un gran activismo por Guerrero.
Luego el gobernador del estado Arturo Martínez Adame cedió
a la presión política local y el 17 de marzo de 1962 cesó al síndico
Luis Cabañas Ocampo, se dice que fue debido a numerosas acusa-
ciones en su contra y nombró como sustituto a Hermilo Ruíz Valle,
dejando a los cívicos sin su principal ideólogo. No se sabe que pasó
pero al parecer Cabañas aceptó su destitución sin chistar.
Comenzaba a desplegarse propaganda de los cívicos preparán-
dose para la contienda electoral que se avecinaba. Los jóvenes revo-
lucionarios de la secundaria conmemoraron el 18 de julio el aniver-
sario de la muerte de don Benito Juárez, con un programa literario
748
Mil y una crónicas de Atoyac

musical en el palacio municipal. “El programa se enfocó en lanzar


denuestos hacia el clero, los capitalistas y los yanquis”. En festejo
del 16 de septiembre se nota un boicot en contra de la adminis-
tración municipal, nuestro cronista registra, “las diferentes escuelas
solamente participaron en el desfile, no presentando números en el
programa. La administración municipal que encabeza Félix Roque
Solís, no dispuso de fondos para que una orquesta participara en los
actos de la velada de ayer y de hoy. Los discursos de los profesores
de la escuela Modesto Alarcón solamente se concretaron en atacar
al clero y a los yanquis, olvidándose de los héroes que se conmemo-
ran en esta fecha”. Se nota que los maestros comunistas ya estaban
teniendo vida activa en la política municipal y se había formado la
Organización de la Juventud Revolucionaria Atoyaquense, ojra.

VII
Luis Cabañas Ocampo fue hijo del coronel zapatista Pedro Cabañas
Macedo, era un hombre inteligente, bueno para dirigir, valiente leal
a su pueblo, con habilidad para escribir más que para hablar. Traba-
jó como profesor en la escuela primaria de San Vicente de Benítez
y en Atoyac, perteneció al Frente Zapatista. Era el ideólogo de los
cívicos, fue quien redactó los principios de la Organización de la
Juventud Revolucionaria Atoyaquense, muchos consideran que era
de la misma línea que su sobrino Lucio Cabañas Barrientos.
Cabañas Ocampo en los tiempos más difíciles de la lucha an-
ticaballerista propuso a Genaro Vázquez levantarse en armas. No
únicamente manejaba con maestría la pluma, también era hombre
de armas tomar.
El 4 de marzo de 1962, Luis fue herido en el poblado del Paraí-
so, cuando estaba en una fiesta, por un individuo llamado Inocencio
Ríos. “La esposa de Cabañas, Adolfina Pino, al ver a su esposo heri-
do y en el suelo le sacó la pistola que portaba en la cintura y disparó
la carga sobre el agresor, matándolo en el acto”, escribió Salvador
Román.
749
Víctor Cardona Galindo

No pasaron muchos días de este acontecimiento cuando el 17


de ese mismo mes por órdenes del gobernador del estado Arturo
Martínez Adame, fue cesado de su cargo como síndico debido a
numerosas acusaciones que tenía en su contra y fue ahí donde el
concejo municipal que presidía Félix Roque Solís nombró como
sustituto a Hermilo Ruiz Valle.
Dice Salvador Román: “Luis Cabañas manejaba al concejo por-
que era un líder natural. Con estas imágenes podemos establecer
que al quitar a Luis Cabañas de la sindicatura, el concejo municipal
perdió a uno de sus mejores hombres por sus cualidades personales
y liderazgo… Es posible que Luis Cabañas negociara con el gober-
nador su salida del concejo a cambio de no procesar penalmente a
su esposa, Adolfina Pino, por el asesinato del agresor”.
En la segunda mitad del año 1962 ya estaba la campaña elec-
toral por la gubernatura del estado. El candidato cívico José María
Suárez Téllez había iniciado su campaña el 19 de agosto de 1962 en
Ixcateopan, ante la tumba que guarda los restos de Cuauhtémoc,
acompañado por sus dos hijas, Genaro Vázquez, Blas Vergara, Lucio
Cabañas Barrientos y un grupo de ochenta igualtecos. Después de
depositar una ofrenda floral ante la tumba del último emperador
azteca, los cívicos se dirigieron al zócalo de la población donde des-
plegaron mantas con leyendas en las que pedían “Sufragio Efectivo,
No imposición” y realizaron un mitin.
En ese acto habló Lucio Cabañas Barrientos, líder de los norma-
listas de Ayotzinapa, “pidió castigo para los policías judiciales que
asesinaron, a principios de junio de 1962, a varios campesinos que
reclamaban la desaparición del latifundio La Valdiviana. Termina-
ron su evento con un recorrido por las calles principales de ese co-
munidad”, según datos que Salvador Román recogió en el Archivo
General de la Nación.
Mientras en Atoyac vendría el golpe definitivo a la administra-
ción cívica. “Por azares del destino, un buen día fue a parar a la cár-
cel de Atoyac, Gabino Noriega, el Relámpago, tipo que había robado
de la habitación del hotel Hilton de Acapulco, donde se hospedaba
750
Mil y una crónicas de Atoyac

el ex presidente Miguel Alemán Valdez, un fino reloj de oro con


valor de 18 mil pesos, un anillo tasado en 10 mil y cinco mil pesos
en efectivo”, recoge en su libro Salvador Román.
En la Monografía de Atoyac se lee que uno de los actos más inca-
lificables cometidos por Félix Roque, “fue el quedarse con el síndico
Hermilo Ruiz Valle y el primer comandante Ignacio Hernández y el
segundo Vicente Valle, con el hurto de un reloj y dinero en efectivo
propiedad del ex presidente del México, Miguel Alemán Valdés, que
el ladrón Gabino Noriega, el Relámpago robó en el hotel Hilton del
puerto de Acapulco”.
Pues la policía del estado y del Distrito Federal, al hacer las in-
vestigaciones del caso, comprobaron que el Relámpago había entre-
gado estas prendas a cambio de su libertad a las autoridades mu-
nicipales de Atoyac. Fue el 18 de septiembre de 1962 cuando a las
11 y media de la mañana llegaron procedentes de Tecpan, varios
agentes de la policía judicial del estado, encabezados por el coman-
dante Marcelo Henríquez Núñez y acompañados por el agente del
ministerio público Bonifacio Rodríguez Victoria, se presentaron a
la presidencia municipal. Con ellos venía el ladrón Gabino Noriega
Ávila, el Relámpago en busca del reloj marca Patek Philippe Gubelin
con valor de 18 mil pesos, de un anillo de mazón valuado en 10 mil
pesos y cinco mil pesos en efectivo.
Al practicarse las investigaciones resultaron responsables, de co-
rrupción y mala administración de justicia, el presidente del conce-
jo municipal Félix Roque Solís, el síndico Hermilo Ruiz Valle y el
comandante Vicente Valle, quién había dejado libre al ladrón me-
diante la entrega de los objetos robados. Este último, unos días antes
había pedido su cambio a Taxco.
Dice Wilfrido que después de haber sido sujetos a un rudo inte-
rrogatorio, se encontró que el síndico Ruiz Valle, era el poseedor del
reloj, mismo que fue entregado por su esposa a la policía judicial. Y
los dos mil 573 pesos en efectivo que le habían sobrado al Relámpa-
go después de su parranda, habían sido repartidos entre el presidente
municipal y los comandantes de la policía urbana. Un billete de a
751
Víctor Cardona Galindo

500 fue entregado por la esposa de Félix Roque a un empleado mu-


nicipal que fue por él para devolverlo.
Mientras se practicaban las investigaciones, el comandante Ig-
nacio Hernández burló la vigilancia de los agentes judiciales, huyó
para ocultarse en la sierra y no dieron con su paradero. Comproba-
do el delito de encubridores y asociación de robo, el presidente y el
síndico municipal, fueron conducidos junto con Gabino Noriega,
el Relámpago, a la capital del estado, a las dos de la tarde de ese día
para que respondieran por su delito.
Con motivo de la aprehensión del presidente y síndico del con-
cejo municipal, ese mismo día 18 de septiembre, los ediles convoca-
ron a una sesión extraordinaria de cabildo y nombraron presidente a
Medardo Reyes Gudiño y a Luis García Martínez como síndico. Así
ocupó el cargo el presidente más humilde que haya tenido el pue-
blo de Atoyac, porque don Medardo Reyes, por la mañana atendía
la presidencia y por las tardes vendía palomitas de maíz en la calle
principal, ese oficio lo ejercería hasta su muerte y portaría con or-
gullo el haber sido presidente municipal cívico. Algunos le llamaron
“el presidente palomero”.
Don Félix y don Hermilo no se encaparon del escarnio público.
Al saberse de su detención algunos periódicos porteños los señala-
ron de estar en contubernio con abigeos, así como de haber vendido
la camioneta Ford, que la administración municipal de José Urioste
García, compró para el servicio policiaco. Eso era de esperarse pues los
que pasaban información a esos periódicos porteños eran los mismos
miembros de la elite cultural de Atoyac enemiga de los cívicos.
El 23 de septiembre la judicial trasladó de Chilpancingo, de
regreso a Tecpan, a Félix Roque Solís y Hermilo Ruiz Valle, para
que el juez de primera instancia se encargara de aplicar la sentencia.
Don Félix estuvo seis meses en la cárcel, don Hermilo salió quince
días antes que él.
Algunos atoyaquenses consideran que el concejo cívico cayó en
una trampa y para otros es parte de la corrupción que los caracte-
rizó. La versión popular dice que la cosas comenzaron cuando el
752
Mil y una crónicas de Atoyac

Relámpago se vino borracho en un camión de la Flecha Roja rumbo


a Atoyac. Don Benjamín Aguilar el administrador de la línea de
autobuses dio aviso a la policía que dentro de un autobús había un
borrachín que no se quería bajar. La policía no lo atendió. Cuando
don Benjamín regresó a la terminal, encontró que el ebrio se había
dormido, por eso lo echó a una carretilla y lo tiró afuera del ayunta-
miento donde los gendarmes que estaban de guardia lo recogieron y
metieron a la cárcel. El borracho traía en las bolsas del pantalón una
caja de cerrillos y billetes de a 500 pesos.
Don Félix Roque dice que dejó libre al Relámpago porque ya te-
nía tres días detenido y nadie se presentaba a denunciar o a sacarlo.
Él ignoraba que fuera una rata que traía dinero mal habido, por eso
considera que le tendieron una trampa, porque después lo agarraron
de nuevo. El ex edil, quien radica en la cabecera municipal, comen-
tó que lo acusaron de mala administración de justicia y cuando se
comprobó que fue una maniobra lo dejaron libre, desde entonces
vive alejado de la política.
En relación a su desafuero, don Félix Roque dijo a Román Ro-
mán, que “todo fue una maniobra urdida en su contra porque el
Relampago estuvo primero en la cárcel de Tecpan y luego apareció
en Atoyac, detenido. El comandante de la policía municipal lo pre-
sentó ebrio, junto con el reloj, anillo y dinero. Roque le dijo al
comandante que esperarían 72 horas y si nadie reclamaba las cosas
entonces liberarían al detenido. El plazo venció y nadie reclamó las
prendas ni el dinero. El Relámpago recibió entonces sus pertenencias
y salió libre. El comandante entregó después a Félix Roque 500 pe-
sos, diciéndole que el liberado había dejado una propina”.
Cuando el concejo cívico enfrentaba esa crisis, el 23 de septiem-
bre de 1962 a las 11: 45 de la mañana, arribó a la ciudad de Atoyac
en gira política José María Suárez Téllez, candidato de la Asociación
Cívica Guerrerense a la gubernatura del estado de Guerrero, el mitin
se llevó a cabo en el corredor del palacio municipal, ante un grupo
de unas cien personas. Entre los oradores estuvieron Luis Cabañas
Ocampo, Diego Fuentes, Emeterio Deloya, Ángel Navarrete, Genaro
753
Víctor Cardona Galindo

Vázquez y José Suárez Téllez, quien dijo entre otras cosas, “dirán los
que están presenciando este acto, allí está un loco rodeado de otros
que lo acompañan. Efectivamente estamos locos, pero por defender la
causa de nuestros derechos ciudadanos para que no sean burlados por
el espantapájaros del pri que trata de imponernos sus candidatos”.
Los priistas realizaban también su reacomodo para recuperar el
poder arrebatado por los cívicos. El 6 de octubre, en las oficinas del
pri de Acapulco, el periodista Luis Ríos Tavera fue declarado can-
didato a la presidencia municipal de Atoyac, en presencia del presi-
dente del comité municipal de ese partido Tomás Fierro de León y
del periodista Rosendo Serna Ramírez.
El doctor Juan José Becerra Luna encabezó el comité de recep-
ción del candidato del pri a gobernador Raymundo Abarca Alar-
cón quien arribó a esta ciudad el 18 de octubre de 1962, a medio
día. Dice Wilfrido que “la población le brindó un apoteótico re-
cibimiento. En el templete que se hizo en la acera del edificio de
la escuela Juan Álvarez, se desarrolló el programa haciendo la pre-
sentación del candidato el diputado federal Neftali Mena y Mena,
el ingeniero Fernando Hernández Sánchez, le dio la bienvenida a
nombre del pueblo, el periodista Luis Ríos Tavera en nombre de los
periodistas de Acapulco le expuso en su pieza oratoria el problema
de los cafeticultores. Los oradores de referencia son aspirantes a la
presidencia municipal del lugar. Para finalizar, habló el candidato
Abarca Alarcón, diciendo entre otras cosas esto: El movimiento co-
mercial de Atoyac de Álvarez revela que la iniciativa privada trabaja
arduamente por un bienestar económico. Se ha expresado con justi-
cia que Atoyac, ha sufrido el cáncer virulento de autoridades venales
que confundiendo la obligación de servir lealmente a los intereses
ciudadanos, han abordado la nave municipal para repartirse el botín
de una piratería deleznable. Vamos a servir a nuestro pueblo, pero
con verdadero espíritu de trabajo”. Después de atender diversas co-
misiones de la población a las cuatro de la tarde el candidato a go-
bernador asistió a un banquete que el comité de recepción le ofreció
en la Cueva del Club de Leones.
754
Mil y una crónicas de Atoyac

Luego en el cine Álvarez de esta ciudad se llevó a cabo el 3 de


noviembre, a las 11 de la mañana, la convención de los tres sectores
del pri para apoyar la planilla de Luis Ríos Tavera, para presiden-
te; Esteban Vázquez Fierro, para síndico; Raymundo Fierro Pino,
Antonio Galeana Hernández, Carmela Mesino, Alfredo Reynada
y José Ríos, eran los candidatos regidores. A las cuatro de la tarde
los partidarios del Fernando Hernández Sánchez realizaron también
una convención en el mismo lugar pero a este último no le favoreció
la bendición de arriba y tampoco obtuvo el apoyo de los sectores,
porque el 11 de noviembre en Chilpancingo rindió protesta de ley
Luis Ríos Tavera candidato a la presidencia municipal de Atoyac y
Raúl Fernández Galeana a diputado por el cuarto distrito electoral.
Mientras, los cívicos se preparaban para sostener la candidatura de
Bertoldo Cabañas Ocampo.

VIII
Los cívicos sostuvieron la candidatura de Bertoldo Cabañas Ocam-
po para la presidencia municipal, quien se enfrentó a Luis Ríos Ta-
vera. El priista comenzó su campaña política el 14 de noviembre
de 1962, con la visita al Humo, Ciruelar y Alcholoa, poblaciones
cercanas a la cabecera, mientras el Comité Municipal Electoral, in-
tegrado por Felicitos Godoy Cabañas y Elizabeth Flores Reynada, le
negaba el registro.
Fue el presidente del comité municipal del pri Tomás Fierro
de León quien se presentó al palacio municipal a registrar ante el
Comité Electoral la planilla de Luis Ríos Tavera, pero el presidente
Felicitos Godoy Cabañas no la registró porque no cumplía con los
requisitos que marcaba la ley electoral de ese tiempo. “Fierro de
León abandonó el palacio municipal temeroso de ser linchado por
un grupo de placeras”, comenta Wilfrido.
“Lo que pasó —dice Felicitos Godoy— es que la planilla que
presentó Tomás Fierro estaba en blanco, no tenía la firma ni los
sellos del comité del pri”. Al otro día llegó el agente del ministerio
755
Víctor Cardona Galindo

público de Tecpan de Galeana, Alberto Pérez Solís, acompañados


de pistoleros para levantar un acta del porque se le había negado el
registro al candidato del pri. Godoy Cabañas expuso sus razones y
eso quedó asentado en el acta. “No cumplía los requisitos que mar-
caba la ley”. Recuerda Felicitos Godoy que posteriormente le llegó
un telegrama del secretario de gobierno donde lo había responsable
del hecho que su partido (el pri) se haya puesto en movimiento.
Dos días después, el 18, al medio día la Asociación Cívica Gue-
rrerense, encabezada por el dirigente local Rogelio Juárez Godoy,
organizó una manifestación que partió de su casa en la calle Nicolás
Bravo. El contingente recorrió las principales avenidas con música
del chile frito, jalando un perro callejero flaco con el nombre de Luis
Ríos Tavera, así como un gallo tapado que simbolizaba el candidato
cívico, se detuvieron en el zócalo y mediante un alto parlante se
llevó a cabo un mitin, donde fungieron como oradores: Rogelio
Juárez Godoy, Sabino Olivar Domínguez, de Acapulco y José Ángel
Navarrete de Petatlán quien dijo que Abarca traía la misma consigna
de Caballero Aburto y temían que volviera a repetirse la época de
represión y muerte. Le siguieron Rogelio Juárez Godoy, Felicitos
Godoy Cabañas y Bertoldo Cabañas Ocampo quien habló sobre su
programa de gobierno.
El domingo 2 de diciembre de 1962, se realizaron las elecciones
estatales, en un acto no muy claro se nombró un comité municipal
electoral paralelo encabezado por Jesús Bello Soberanis, Heriberto
Reyes Gudiño y Demetrio Castro Girón. El comité original inte-
grado por Felicitos Godoy y Elizabeth Flores había distribuido la
papelería de todas las casillas de las comunidades, porque nunca
llegó notificación alguna que los hayan destituido.
A las ocho de la mañana de ese 2 de diciembre, los priistas se
robaron la papelería de las oficinas del Comité Municipal Electoral
del palacio municipal y cambiaron los comités de las cuatro casillas
de la cabecera municipal, distribuyeron la papelería robada y de esa
manera se llevaron a cabo las elecciones en las que triunfaron los
candidatos del pri, Raymundo Abarca Alarcón, para gobernador;
756
Mil y una crónicas de Atoyac

Raúl Fernández Galeana, para diputado por el cuarto distrito y Luis


Ríos Tavera para presidente municipal.
Felicitos Godoy Cabañas y Elizabeth Flores Reynada, defen-
dieron sus nombramientos como miembros del Comité Municipal
Electoral. Ellos habían recibido toda la papelería, la había distribui-
do a las comunidades de la sierra y despachaban los asuntos de las
elecciones en el palacio municipal que estaba resguardado por mu-
cha gente simpatizante de los cívicos. A las 12 del día se presentó el
coronel Manuel Olvera Fragoso y para abrirse camino entre la gente
se valió de una granada que llevaba en las manos, diciéndoles “aquí
vamos a volar todos”. De esa manera entró al palacio con el delega-
do de Gobernación, Héctor Castillo Monroy, enviado especial para
vigilar el proceso electoral, quien al llegar a la oficina del comité
electoral quiso jalonear a Felicitos Godoy pero Luis Cabañas lo paró
en seco, así que el mencionado delegado se limitó a darle una pal-
mada en el hombro y le dijo “estas muy jovencito, tu no sabes nada
de política y mejor vete a tu casa”.
Dice Wilfrido que “Elizabeth Flores Reynada, sostuvo una aca-
lorada discusión con dicho delegado en las oficinas del comité muni-
cipal del pri, a donde había llegado. Lo mismo sucedió en el Palacio
Municipal con la Juez Menor Hilda Flores Solís, ya que el represen-
tante de Gobernación llamó la atención al presidente municipal por
haber usado el sello para oficializar la papelería de Los Cívicos”.
Finalmente comité electoral priista únicamente recogió la vota-
ción de las cuatro casillas de la cabecera municipal. Toda la papelería
que llegó de las sierra venía el blanco, las actas venían sin llenar, la
gente no votó en repudio a la situación que se vivía. Sin embargo
con la votación de únicamente cuatro casillas legitimaron a Ríos
Tavera y a los demás candidatos priistas.
La acg comenzó las protestas, el 5 de diciembre después de las
9 de la noche se desarrolló un mitin donde intervinieron como ora-
dores: Rogelio Juárez Godoy y Lamberto Martínez, José Hernández
y Justino García, miembros de la juventud revolucionaria. Todos
protestaron por el fraude electoral cometido el 2 de diciembre a fa-
757
Víctor Cardona Galindo

vor del pri. Ese día fuerzas fedérales del 32º batallón, patrullaron la
ciudad para guardar el orden. “No hubo incidente que lamentar, los
manifestantes se retiraron a sus casas a las 10:30 horas de la noche,
solamente la detención de dos taveristas que hizo la policía urba-
na por el hecho de haber gritado que viviera el pri”, asentó Fierro
Armenta como muestra que los cívicos usaban el poco poder que
tenían también para reprimir a sus enemigos.
El 6 de diciembre de 1962 a las 9 de la mañana, se contaron los
votos en el despacho de Rosendo Serna Ramírez donde se acumula-
ron 2 mil 187 votos a favor de los candidatos del pri. Ahí mismo Je-
sús Bello Soberanis por el comité electoral y Benjamín Manzanares
por la junta computadora hicieron entrega de las credenciales a los
regidores propietarios y suplentes que fungirán como autoridades
municipales durante el trienio 1963-1965.
En San Jerónimo de Juárez, a las 11 horas 30 minutos del 8 de
diciembre, mientras se celebraba un mitin de la acg, para protes-
tar por el fraude electoral, soldados del 32º batallón de infantería
detuvieron alrededor de 50 ciudadanos y a los líderes cívicos Roge-
lio Juárez Godoy, Fernando Sánchez Barrera, Armando Sandoval,
Joaquín Isla, Teodoro Bello, Clemente Benavides, Sabino Rodrí-
guez, y Donaciano Pino. A la mayoría se encarceló en los separos
del ayuntamiento de ese lugar y fueron liberados el mismo día, pero
los líderes fueron llevados por militares al puerto de Acapulco. La
población temía que los fueran a fusilar y para evitarlo hicieron un
plantón en el zócalo para demandar su libertad, lo que lograron
hasta el 15 por la tarde.
Luego la tarde del 13 de diciembre, fueron aprehendidos por
agentes de la policía federal Luis Cabañas Ocampo, Esteban y Ra-
món Sarabia y llevados al puerto de Acapulco. Los hermanos Sarabia
fueron dejados libres inmediatamente, mientras Cabañas Ocampo
fue conducido a la Ciudad de México. Wilfrido al hacer una hipó-
tesis de la detención escribió: “corre la versión de que los hermanos
Sarabia revelaron a los agentes al calor de las copas en un centro de
la Zona Roja, de que se iban a levantar en armas con su jefe Luis.
758
Mil y una crónicas de Atoyac

Sin embargo otros creen que se deba a los últimos mítines de pro-
testa que han organizado en contra del pri, y el régimen actual, la
Asociación Cívica Guerrerense en esta ciudad y demás pueblos de
la Costa Grande”.
Desde el 29 de diciembre a las 12 de la noche fuerzas federales
del 32º batallón de infantería, al mando del coronel Manuel Olve-
ra Fragoso y del teniente Benito Martínez Sosa, tomaron el pala-
cio municipal con el pretexto de resguardar el orden para la próxima
toma de posesión de Ríos Ravera y su cabildo. La comuna cívica en-
cabezada por Medardo Reyes Gudiño se negó a entregar el gobierno
a los priistas y se preparaba para entregarle a Bertoldo Cabañas, por
eso el ejército patrullaba la ciudad y tenía instalada avanzadas en el ca-
mino a la sierra, porque se esperaba una repuesta contundente de los
cívicos. También que los Cabañas tenían mucho arraigo en la sierra.
Ya a las 9 de la noche del 31, un grupo reducido de cívicos se
reunió frente al palacio municipal, para darle posesión a Bertoldo
Cabañas, pero las fuerzas del 32º batallón ya estaban posesionadas
del inmueble y patrullaban la ciudad. El alcalde Medardo Reyes
Gudiño después de sacar sus documentos de la presidencia, se incor-
poró a los cívicos que estaban en protesta por el fraude electoral y a
las 12 de la noche los dirigentes se reunieron en la casa de Elizabeth
Flores Reynada.
El primero de enero de 1963 a las 11 y media de la mañana
tomó posesión el presidente municipal Luis Ríos Tavera acompaña-
do por sus regidores y de Antonio Morales Alarcón, subprocurador
de Justicia en del estado quien asistió en representación del gober-
nador Arturo Martínez Adame.
A partir de aquí se fortalecía una clase política muy cercana a la
escuela Juan Álvarez y a la parroquia local. “Durante el trayecto de
la habitación de Ríos Tavera, cita en avenida General Juan Álvarez
12 norte al palacio, las fuerzas del 32º batallón tenían redoblada la
vigilancia para evitar cualquier acto agresivo”, nos dice Wilfrido.
Ese día los líderes cívicos: Medardo Reyes Gudiño, Pedro Ar-
zeta, Bertoldo y Luis Cabañas se remontaron a la sierra para para
759
Víctor Cardona Galindo

escapar de las represalias que podrían venirse con el regreso de los


priistas al poder municipal.
“Después de las numerosas felicitaciones que recibió de sus ami-
gos del lugar como de los pueblos de la Costa Grande y del puerto
de Acapulco y de las delegaciones de las comunidades del munici-
pio y pueblo en general que asistieron al acto se sirvió un suntuoso
banquete en el edificio de la escuela Juan Álvarez, terminando de
esta manera el acto de referencia dentro del orden y la concordia”,
escribió el cronista de Atoyac.
La nueva comuna municipal presidida por Luis Ríos Tavera, se
presentó al palacio municipal el 2 de enero a las 10 de la maña-
na para iniciar sus actividades, acompañado de Alberto Pérez Solís,
agente auxiliar del ministerio público. Como las autoridades cívicas
se llevaron llaves de las oficinas, el agente tuvo que ordenar la aper-
tura y dar fe de los objetos perdidos consistentes en dos máquinas
de escribir y archivos de la tesorería. En la Monografía de Atoyac se
lee que encontraron en uno de los archiveros una bandera con el
emblema de la hoz y el martillo.
En el año de 1962, jóvenes alumnos de la escuela secundaria
crearon la Organización de la Juventud Revolucionaria Atoyaquen-
se, ojra, su presidente fue Lamberto Martínez Santiago y estaba
integrada por los estudiantes: José Hernández Meza, Justino García
Téllez, Romelio Téllez Blanco, Bonifacio Pino Pino, Pedro Arzeta y
Romana y Andrea Radilla Martínez, Natalia Rondan Pacheco, Elba
Flores, Alicia Castro, Lucía Esteves, había también jóvenes que no
estudiaban como: Concepción Eugenio Hernández, Chon Nario y
Brígido Santiago Reyes..
Para las reuniones rentaban la casa de Justina Mateo Radilla en la
esquina de Independencia y Corregidora. Chon Nario elaboró unas
bancas y un estante para su biblioteca. “En ese tiempo leímos las re-
vistas: Siempre, la urss, libros como el Manifiesto comunista de Car-
los Marx, obras de Mao Tse Tung. Oíamos también radio Habana y
fuimos admiradores de la revolución cubana… Algunos miembros
de esta organización hacíamos visitas al profesor Lucio Cabañas en
760
Mil y una crónicas de Atoyac

la comunidad de Mexcaltepec donde daba clases en la escuela”. Dice


José Hernández Meza, quien recuerda que con él iban Justino García,
Romelio y Bonifacio Pino. Lucio los invitaba a comer diciéndoles:
“Ahorita vamos a comernos unos frijolitos sancochados con una me-
melas bien calientes acompañados con salsa macha de chiles verdes”.
Ya para septiembre de 1963, Lucio Cabañas había llegado a impartir
clases a la primaria de la comunidad de Mexcaltepec.

Camino a Los Valles


Se dice que el pueblo de Los Valles se llama así porque está asentado
en tres pequeños planos, pero mi tía Filomena Galindo que nació
en 1929 me comentó que su nombre original fue Los Bayos, por
las barrancas de tierra roja que hay a su alrededor. Con el tiempo y
por la intervención de los funcionarios que midieron el ejido se le
denominó como se conoce ahora: Los Valles.
El pueblo fue fundado en los terrenos de Octaviano Peralta,
por Tomás Lugardo, Fortino Galindo, Bernardo, Felipe y Agustín
Reyes. Los Castro tenían tierras en Tlacolulco, y los Dionicio vivían
en La Frondosa antes de asentarse en Los Valles. Vicente Dionicio
y sus hijos eran peones del terrateniente Octaviano Peralta, uno de
ellos Luciano Dionicio Reyes anduvo en la revolución, fue maestro
de música y perteneció a la banda que traía el batallón del general
Silvestre Mariscal.
Todas las familias que se asentaron en el lugar eran arrendata-
rias, por eso, en Los Valles, Zacarías Martínez comenzó un solitario
movimiento agrarista. Con pedazos de cartón y carbón ponía letre-
ros: “al que cobre renta lo mato y al que pague renta lo mato”. El
terrateniente le tenía miedo por que Martínez era valiente.
Ir caminando a Los Valles es muy bonito, pero también muy
riesgoso. El camino tiene mala fama, de él se cuentan muchas histo-
rias y han sucedido casos que ahora vamos a comentar.

761
Víctor Cardona Galindo

La carretera a Los Valles se construyó en 1972, cuando tenía yo


un año de nacido. A Pancho Gómez se le hizo un nudo en la gargan-
ta cuando el gobernador Israel Nogueda Otero le dijo a un subalter-
no, “ponga atención a la demanda del juez menor: se le va conceder
todo lo que pida”; con la brecha llegó la luz y luego el agua potable.
En el tiempo que se abrió la carretera, los trabajadores encon-
traron muchos monolitos y figuras de barro, que los ingenieros se
llevaron, otros los vendieron a las familias pudientes de Atoyac, que
completaban su colección de la cultura mezcala y olmeca. Una bre-
cha que se abrió en gran parte a pico y pala, sin mucha planeación,
porque tenía el objetivo de cercar a la guerrilla de Lucio Cabañas,
que se movía por esos cerros encantados de la sierra.
Es un camino poblado de cacahuananches, unos árboles mági-
cos, de cuyas flores se alimentan las iguanas y al reventar sus vainas
emiten un sonido similar al disparo de un rifle calibre veintidós. Son
los asoleaderos preferidos de los chicurros, porque sus hojas curan la
sarna que suelen padecer esos tordos. Cuando los chicurros toman el
sol sobre la hiedra que crece en la cima de un cacahuananche, forman
una gran alfombra negra que se desbarata con desparpajo a la menor
amenaza de peligro. Un baño de agua en que se hirvieron hojas de
cacahuananche sana la fiebre. Sus flores son moradas y dulces, de ahí
las abejas extraen una miel morena agridulce que no se cristaliza.
Es un árbol que a veces sólo tiene vainas, a veces sólo flores y a
veces sólo hojas. No sirve para sombra porque la mitad del tiempo
está pelón. Pero sí es bueno para cerca viva, porque sembrando un
tronco en la humedad pronto echa raíces. Florea en enero, como el
mango y la retama. El ciruelo muestra sus pequeñas hojas, el zazanil
está amarillo, la retama se enciende y brotan los primeros mangui-
tos, mientras el cacahuananche está morado.
En el camino a Los Valles está La Piedra del Mono, así le llama
la gente, pero parece la imagen de un guerrero que nuestros antepa-
sados esculpieron en esa roca, en la cabeza se ve un penacho. Segu-
ramente tiene un significado que los antiguos pobladores quisieron
transmitirnos: tal vez marca la llegada de los aztecas que vinieron
762
Mil y una crónicas de Atoyac

a conquistarlos en 1498, pero también se ve que la imagen carga


algo, por eso tal vez represente una antigua ruta de los viajeros. La
piedra está adelantito de San Andrés, en la primera lomita donde
ya se divisan Los Valles y las palmeras de cayaco crecen majestuosas
entre los potreros.
Arribita de ahí encontraron una cueva, con muchas ollas llenas
de piedras preciosas. Tenía dibujadas figuras alrededor y había restos
humanos. Los cazadores que la descubrieron quisieron guardar la
riqueza sólo para ellos y nada dijeron de la ubicación, iban y venían
a ella furtivamente hasta que el huracán Tara tapó la entrada. Se
deslavó el cerro y se perdió el rastro. Así quedó sepultado un vestigio
de las antiguas civilizaciones que habitaron esta selva.
Desde la Piedra del Mono se ven Los Valles, da la impresión que
cortando por el monte se llega más rápido, pero meterse a los potre-
ros ni pensarlo: es el reino de las pinolillas y las conchudas de tigre
que se meten entre los dedos y en los testículos. Sólo con agujas se
sacan, una vez ya padecí de eso y me dio hasta fiebre.
Lo más seguro es seguir por esta carretera de mariposas hurañas
y de riegos incipientes. Camino de parotas y de grandes piedras
que en algunos tramos parecen venirse encima. Este es un camino
donde el diablo no pasa, porque en cada tramo espera una cruz,
testimonios quietos de la violencia, esa violencia nuestra que nunca
nos deja y que venimos heredando desde nuestros abuelos. De todos
los que han perecido en camino sólo algunas cruces sobreviven por
el cuidado de los familiares. La primera que se encuentra es la de
Efraín Castro quien murió asesinado el 9 de noviembre de 1977.
Sus familiares le pusieron una jaula de fierro a la cruz, por eso se
conserva blanca en el cerrito. Una reciente y reluciente cruz blanca
es la de Rubén Dircio Saldaña, muerto a tiros por un grupo de en-
capuchados el 20 de agosto del 2012. Luego en la descolgada está la
cruz de Adela Castro asesinada el mismo día que su hermano Efraín.
La cuarta de esas cruces marca el lugar donde cayó abatido Sabás
Peralta y a su lado nace una flor de cempaxúchitl, fiel a su destino
de flor de muertos.
763
Víctor Cardona Galindo

Sabás Peralta Juárez murió peleando, un día miércoles 13 de


noviembre del 2002 por la mañana. Él era comandante de la policía
comunal y líder político de Los Valles. Los testigos dicen que en la
camioneta pasajera de la línea Transportes Unidos de la Sierra de
Atoyac, tusa, viajaba Sabás y al llegar al paraje conocido como La
Curva de la Parota, se encontraron con un obstáculo de piedra en
la carretera. De todos lados salieron asaltantes encapuchados que
portaban armas de grueso calibre e iban vestidos de civil. En un
arrebato de valor el líder campesino sacó una pistola 380 y se dio de
balazos con un asaltante cercano, pero otro le disparó de lo alto de la
barranca dándole muerte a un lado del camino. Cuando llegaron los
policías comunales con los que venía Alejandro Galindo Cabañas,
sólo encontraron unas gotitas de sangre que fue dejando uno de los
asaltantes herido por Sabás. Siguieron la huella y la perdieron al lle-
gar a Mexcaltepec. El cuerpo fue levantado por Enrique Rodríguez
Álvarez, comisario de Los Valles, y llevado en una camioneta a su
casa donde fue velado. De Sabás sólo quedó el recuerdo: de cuando
representaba a Mahoma en la danza de Los doce pares de Francia, su
trayectoria como político y esa cruz en el camino.
Más adelante, está el lugar donde murieron los policías judicia-
les que fueron emboscados el viernes 7 de octubre de 1994. Este
hecho puso a Los Valles en la mira de la opinión pública nacional y
la gente vivió en la zozobra. Todo comenzó el miércoles 5 de octu-
bre, cuando el comisario municipal de La Cebada, Pablo Guerrero
Adame y su acompañante el campesino Catalino Galeana Zamora
fueron asesinados por un desconocido comando armado.
En se tiempo a La Cebada se iba por la carretera San Andrés-Ca-
marón, por eso el viernes 7 de octubre, un grupo de judiciales co-
mandado por Nicasio Galeana Contreras subió por la mañana a
ejecutar órdenes de aprehensión y auxiliar a la familia de los cam-
pesinos asesinados que buscaban abandonar la comunidad. Cuan-
do venían de regreso a las siete de la noche, un grupo armado los
emboscó en el lugar conocido como El Chorrito. En la balacera
resultaron muertos los agentes judiciales: Nicasio Galeana Contre-
764
Mil y una crónicas de Atoyac

ras, Armando Ignacio Díaz, así como la señora Perfecta Jiménez de


los Santos de 60 años de edad esposa de comisario asesinado. Los
heridos fueron Sandra Castro Guerrero de siete años de edad, quien
recibió un balazo en la pierna, así como los judiciales: Sergio Téllez
Navarrete, Alejo Téllez Navarrete y José Luis Victorino Castro. Úni-
camente el agente Rodolfo Núñez Ochoa salió ileso. Mientras el co-
misario suplente de La Cebada, Cruz Castro García, fue herido de
un pie por un balazo que le dio un moribundo agente de la judicial.
Alejo Téllez Navarrete y José Luis Victorino Castro, aun lesio-
nados se metieron al monte y durmieron en los árboles protegiéndose
de sus atacantes. Por la noche 25 judiciales acompañados de 80 cam-
pesinos de Los Valles peinaron la zona, en la búsqueda de dos agentes
que estaban en calidad de desaparecidos. En el lugar de los hechos se
encontraron más se cien cascajos de cuernos de chivo y 38 súper.
El agente José Luis Victorino Castro llegó a la comandancia en
Atoyac a las 11 y media de la mañana del sábado, gravemente herido
de tres impactos de bala. También aparecieron con vida Josefa Jimé-
nez Guerrero Jiménez y su hijo recién nacido, quienes viajaban en
la camioneta de la judicial. La alcaldesa María de la Núñez Ramos
informó que la niña herida era nieta del comisario de La Cebada
recién asesinado y que los civiles eran trasladados a la ciudad de
Atoyac en la camioneta de la judicial.
“Los elementos de la policía judicial habían subido a la sierra
con la finalidad de darle cumplimiento a una orden de aprehensión
y de regreso, el grupo de hombres armados que mantiene la zozobra
en la sierra, los acribillaron sin darles la oportunidad de defenderse”,
escribió Pablo Alonso Sánchez el 9 de octubre en el Diario 17.
De inmediato la policía judicial responsabilizó de la embosca-
da a Cayetano de la Cruz Galeana y oficialmente informó que los
dos agentes desaparecidos, José Luis Victorino Castro y Alejo Téllez,
fueron encontrados caminando por la carretera que conduce a Mex-
caltepec.
Por eso ir a pie a Los Valles es caminar con miedo, aunque las
campanitas o quiebra platos, como le llamamos a esas flores blancas
765
Víctor Cardona Galindo

y moradas, salgan a rozarnos los pies. Es encontrar milpas entre


peñascos, lagartijas que salen a saludar y chicurros que atraviesan a
cada momento volando. Escurrimientos de agua por doquier. Por-
que en el camino a Los Valles nadie se muere de sed. Para mayor
dato diré que lo cruzan cuatro arroyos chiquitos: el arroyo de David
Rebolledo, el de Las Mariposas, el arroyo del Tejón, el Chorrito, que
está donde mataron a los judiciales, y casi al llegar el arroyo Grande.
Se escucha el líquido caer y pasar por las alcantarillas, mientras los
pericos cantan desordenados en los árboles.
Me viene el recuerdo el comentario de que Evelia Jacinto fue
comida por un animal salvaje en el cerro de La Frondosa, no lejos
del camino a Los Valles. Se dice que encontraron la pura ropa entre
los riscales de los terrenos de Francisco Fierro Galindo y que hace
poco Artemio Márquez mató un jaguar que se movía hambriento
por esos lugares.
A medida que uno se acerca al pequeño caserío, asoman los ár-
boles de limones dulces, guanábanos, muchos guanábanos y las aves
con su colorido vuelan atravesando el camino. En las laderas abun-
dan flores rojas, blancas y moradas que adornan los pedregales en
cuyo centro crecen majestuosas las palmeras de cayaco.
Y mientras se avanza, cambia el panorama. Canta alegre el Luis
en la copa de los mangles y la melodía del jilguero parece surgir de
lo profundo de la fronda, el cafetal crece en silencio y deja ver sus
lunares rojos de cereza, los pájaros carpinteros dejan escuchar su
sonora sinfonía probando los tonos de los árboles: no suena igual el
mangle, el encino o el ocote. La urraca vuela escandalosa, las hor-
migas negras conocidas como tumecas cruzan con calma el camino
arriesgándose a las pisadas y a las llantas de los carros. Un gavilán
canta lastimero en la loma, la caña agria crece esplendorosa y el gua-
rumbo despunta compitiendo con la parota.
Las mariposas con sus flores blancas crecen en la ribera del arro-
yo grande. Las cristalinas aguas me hacen pensar que tal vez ese sea
el reflejo de la comunidad, porque así como en el arroyo grande
confluyen todos los arroyitos de las hondonadas para formar el cau-
766
Mil y una crónicas de Atoyac

dal que después se incorpora al río Atoyac. Así en el pueblo conflu-


yen muchas historias de vida que van buscando su cauce, y tal vez
el pueblo también esté secándose como el arroyo que envejece con
nosotros.

EL primer centenario de Rosendo Radilla Pacheco


Titulé así este trabajo porque Rosendo Radilla Pacheco nunca mo-
rirá, es el desaparecido mexicano más conocido en el mundo. Y su
caso es ya patrimonio cultural de la humanidad junto al Archivo
de la construcción y caída del Muro de Berlín, el proceso penal contra
Nelson Mandela el Diario de Ana Frank y la Colección de lenguas
indígenas de México.
Basta con poner su nombre en cualquier buscador de internet
para que aparezcan cientos de vínculos, desde corridos, textos y vi-
deos. También basta con preguntar a los adultos mayores que viven
en el centro de la ciudad de Atoyac para descubrir su legado y des-
empolvar su recuerdo. “Fue un líder social que trabajó por la salud
y educación de ese municipio, del cual fue alcalde”, así resumen
comúnmente su existencia los medios de comunicación.
El de Rosendo Radilla está considerado como un caso paradig-
mático. Es el primer caso de un desaparecido mexicano que pone al
Estado de este país en el banquillo internacional. La familia Radilla
abrió un camino para llevar los casos a la justicia universal y logró
que se reconozca, en México, que la desaparición forzada es un deli-
to continuado y no prescribe. Como el suyo, en Atoyac solamente,
existen alrededor de 430 casos.
El primero de marzo pasado, se cumplieron 100 años de su naci-
miento y el 25 de agosto de 2014 se cumplirán 40 años de su deten-
ción en el retén militar de la colonia Cuauhtémoc. Fue hijo de Agus-
tina Pacheco Ramos y de Felipe Radilla Radilla. Tuvo como hermanos
a Nieves, Roberto, María, Delfina y Leonor. Estudió hasta tercer año
de primaria en la escuela real —hoy Juan Álvarez—. Para asistir a
767
Víctor Cardona Galindo

clases caminaba una hora con sus hermanos, desde la desaparecida


comunidad de Las Clavellinas hasta la cabecera municipal.
Al hurgar en su vida, encontramos documentos que dan fe de
como dedicaba tiempo para mediar en conflictos de vecinos y llevar
concordia entre ellos. Hasta su casa, calle Emiliano Zapata 28, lle-
gaban muchos campesinos buscando ayuda que él nunca les negó.
Iban a pedirle que solicitara maestros, él se comprometía con las
escuelas y les conseguía madera para construir los mesabancos y ges-
tionaba ante las autoridades lo necesario.
También era común que lo buscaban para pedir novias y si al-
guien moría “él veía como le hacía para conseguir la caja”. En las
veladas sus amigos lo peleaban para que estuviera con ellos, porque
era ameno, gran conversador y además bueno para tocar la guitarra.
Su yerno el cronista José Hernández Meza, recuerda que su sue-
gro fue siempre solidario con la gente. “Le gustaba mucho oír hablar
a los jóvenes. Iba mucha gente a buscarlo. Una vez iba una comi-
sión a buscarlo para tratarle un problema, pero lo vieron que estaba
rodeado de mujeres y no llegó. Cuando les preguntó porque no
habían ido, le contestaron que no llegaron porque tenía una fiesta.
Él les explicó que esas jovencitas que vieron eran todas sus hijas”.
José lo acompañó a varias reuniones, pero una especial fue en
la escuela primaria Juan R. Escudero donde estuvieron, el profesor
Anastasio Flores, Pablo Tapia Valente, Lucio Cabañas Barrientos,
David Rebolledo Hipólito y Manuel Ortiz Castro ese era el grupo
que estaba promoviendo la fundación de la escuela secundaria téc-
nica del Río Santiago.
Además de la gestión para la construcción de la escuela Modesto
Alarcón, Rosendo Radilla participó en la creación de la escuela se-
cundaria federal de Atoyac, la secundaria técnica de Río Santiago y
la primaria Lázaro Cárdenas y tuvo la inquietud que Atoyac contara
con una preparatoria, gestión que en 1976 su otro yerno Justino
García Téllez concretaría.
Fue miembro dirigente de la Asociación Agrícola Local de Ca-
feticultores fundada el 26 de agosto de 1954, secretario general del
768
Mil y una crónicas de Atoyac

Comité Regional Campesino de la Confederación Nacional Cam-


pesina, cnc. Con ese cargo que desempeñó de 1956 a 1960, ges-
tionó escuelas para varios poblados de la sierra y se hacía cargo de
conseguir maestros cuando hacían falta.
El 1 de enero de 1955, Rosendo Radilla formó parte del Conse-
jo Municipal de Atoyac encabezado por el señor Jesús María Serna
Vargas, quien debería desempeñarse como presidente municipal de
1955 a 1957, pero por desafuero fue sustituido por don Rosendo
Radilla el primero de junio. Él tampoco terminó el periodo consti-
tucional ya que fue depuesto el 31 de agosto de 1956.
En ese tiempo era gobernador Darío L. Arrieta Mateos. Cuenta
don Inés Galeana Dionicio que un día llegaron varios costales de
maíz enviados por el gobernador para repartirse entre la gente más
pobre. Pero cuando Rosendo Radilla lo estaba repartiendo en el co-
rredor del ayuntamiento, llegó el primer mandatario de la entidad
diciendo que se habían equivocado y que el maíz no era para Ato-
yac. Rosendo ya había abierto cuatro sacos por ello el gobernador
le dijo que repartiera los que ya estaban abierto. A lo que el alcal-
de contestó “hágalo usted señor gobernador, la gente se va a sentir
mejor si lo recibe de sus manos”. En eso llamó a sus subalternos y
se retiraron del lugar dejando al gobernador solo con la gente que
exigía se le entregara el maíz.
Otra ocasión llegó un comandante enviado por el gobernador,
pero don Rosendo se fajó el pantalón y la pistola, en ese tiempo
los presidentes la portaban fajada al cinturón. No lo aceptó porque
él ya tenía un comandante. Le dijo al enviado que podía quedarse
pero que le pagara el que lo mandó. “Rosendo no se sometía ante el
gobernador, tenía lo suyo”. Recuerda don Inés Galeana.
Don Emilio Barrientos Gudiño, recordó que cuando fue presi-
dente municipal, don Rosendo Radilla vendía una vaca o una mula
para pagar los sueldos de los empleados, pero no dejaba que se fue-
ran sin nada a sus casas. La maestra Lupita Nogueda dice que la
administración Radilla fue de puertas abiertas, “con él no andaba
uno pidiendo audiencia, pasaba uno directo”.
769
Víctor Cardona Galindo

Entre las obras construidas durante su corta gestión, están los


primeros cuatro puestos del mercado municipal. Adquirió el primer
camión para el servicio de limpieza. Construyó el cuartel militar que
estaba ubicado en El Calvario. Esas instalaciones castrenses en abril
de 1972 cambiaron de función, como lo informó El Rayo del Sur
en su nota del 30 de abril de ese año. Al concluirse los trabajos del
cuartel de la colonia Mártires, “El día 28 del mes próximo pasado el
coronel Macario Castro, comandante del 50 batallón de infantería
con sede en esta misma población, en solemne ceremonia en la que
participaron autoridades civiles y fuerzas vivas de la localidad, hizo
entrega a las 17 horas, a las esposas de los miembros del ejército
que radican en la población, del edificio que fuera hasta esa hora
el cuartel militar de la plaza”. Ese cuartel quedó convertido en una
casa de trabajo para las mujeres de los miembros del ejército, que
comenzaron a desarrollar ahí una especie de patronato con activi-
dades sociales.
En agosto de 1956, Rosendo Radilla, formó parte del comi-
té pro construcción del hospital rural, hoy centro de salud de La
Parota. Él mismo había donado el terreno para su edificación. Por
ello el doctor Ignacio Morones Prieto, secretario de Salubridad y
Asistencia, le envió un documento manifestando su beneplácito por
esa asignación. “Esta Secretaría lo acepta y exhorta para que con su
entusiasmo y dinamismo sea factible llevar a su terminación esta
obra que beneficiará a los campesinos de la región”, dice el oficio
firmado el 15 de octubre de 1956. Ese año también se desempeñó
como auxiliar honorario de educación higiénica y participó activa-
mente en la campaña de la Comisión Nacional para la Erradicación
del Paludismo.
El secretario general del snte, profesor Jesús Campos Astudillo,
le agradece el 4 de marzo de 1959 el donativo del terreno para el
edificio social para la tercera delegación. “Desprendimiento como
este nos demuestra su gran cariño hacia el magisterio, que en forma
callada está formando las bases de un México mejor”, se lee en el
documento.
770
Mil y una crónicas de Atoyac

Volvió a ser presidente de la sociedad de padres de familia en el


año escolar de 1961-1962, siendo director de la escuela Modesto
Alarcón el profesor Luis G. Ramírez. Todavía para diciembre de
1971, el comité de la escuela secundaria le pedía que encabezara la
campaña para pedir recursos puerta por puerta, para la construcción
de ese plantel.
Don Rosendo Radilla Pacheco junto a Luis Cabañas Ocampo,
fueron los más destacados dirigentes cívicos de Atoyac. Rosendo fue
secretario de acción campesina de la Asociación Cívica Guerreren-
se, mismo comité del que era presidente Genaro Vázquez Rojas y
Lucio Cabañas Barrientos secretario de acción juvenil. Genaro Váz-
quez Rojas mucho visitó la casa de don Rosendo Radilla en Atoyac,
incluso fue en este domicilio donde Genaro rompió con su padre
Alfonso Vázquez diciéndole “Quisiera saber cual es su sangre para
sacármela toda”. Más tarde cuando don Alfonso fue detenido en
mayo de 1971 en una celda del campo militar número uno mal-
deciría el día que conoció a la madre de Genaro. Mientras Adolfo
Godoy Cabañas escuchaba en una celda contigua.
En los interrogatorios en esa cárcel militar, don Alfonso dio mu-
chos datos de Genaro y de su familia, siempre llamándole “perra” a
la madre del guerrillero. Después de esa detención don Alfonso hizo
un arreglo con el gobierno, porque prosperó mucho y el pri lo hizo
presidente municipal de Atoyac.
Volviendo a nuestro tema. Radilla Pacheco fue tesorero del Co-
mité Permanente de Recuperación Económica de Atoyac que se for-
mó en mayo de 1972 para enfrentar los estragos del huracán Tara.
También el Instituto de Protección a la Infancia, ipi, fue construido
en un terreno suyo, mismo que luego fue cuartel y después vendido
a la empresa Teléfonos de México, para tal efecto funcionarios del
ayuntamiento de Atoyac, le falsificaron su firma porque él ya no
estaba cuando se hizo la venta. Había sido desaparecido.
Esas instalaciones del ipi estaban frente a su casa, al ser con-
vertidas en cuartel se militarizó la calle donde llegaron a aterrizar
helicópteros, mientras las tanquetas patrullaban la ciudad y a las 10
771
Víctor Cardona Galindo

de la noche se implementó el toque de queda, por eso don Rosendo


Radilla decidió sacar a su familia para Chilpancingo.
Cuando vino a cosechar el coco de su huerta, fue detenido en el
retén que estaba antes de llegar a la colonia Cuauhtémoc. “Uno de
los militares abordó el autobús y ordenó que se bajaran los pasajeros,
ya que se iba a ser una revisión del vehículo. Después de revisar el
autobús, a Rosendo Radilla Pacheco no le dejaron subir. El pregun-
tó la razón, y le dijeron que era porque componía corridos y tenía
que explicarlo”, dice la denuncia que la familia presentó ante la Co-
misión Interamericana de Derechos Humanos contra el gobierno
mexicano por la desaparición forzada de Rosendo Radilla Pacheco.
Se dice que fue desaparecido por componer corridos alusivos
a Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Tal vez también influiría su
relación en la vida cívica de estos jefes guerrilleros. Se dice que el
expresidente municipal estuvo detenido tres días en 49 batallón de
infantería antes de subirlo al helicóptero para desaparecerlo. En el
cuartel de la colonia Mártires se escucharon por última vez los acor-
des que le arrancó a una guitarra. Comentan que los soldados lo
obligaron a cantar los corridos y cuando gritó “Aquí está su padre
Genaro Vázquez” un soldado lo golpeó con la culata de un rifle por
la espalda. Otro detenido —al parecer del Cacao— lo defendió dán-
dole un tirón al militar. De los dos nada se sabe.
Ahora se concluye que el caso de Rosendo Radilla formó parte
de “un patrón de detenciones, tortura y desapariciones forzadas de
personas militantes de la guerrilla o identificados como simpatizan-
tes”. Su familia denunció este delito de lesa humanidad ante las
instancias de procuración de justicia nacionales. Ha sido un intenso
peregrinar, primero lo buscaron por las cárceles y después privilegia-
ron la denuncia pública. Tita Radilla se incorporó al Afadem desde
la fundación de esa agrupación el 3 de octubre de 1978. Esa ha sido
su trinchera de lucha.
Las otras hermanas también participaron en las denuncias pú-
blicas. En el archivo municipal existe un parte de novedades firma-
do por el comandante de la policía urbana, Hermilo Ruíz Valle,
772
Mil y una crónicas de Atoyac

dirigido al presidente municipal Ladislao Sotelo Bello el 7 de di-


ciembre de 1981, donde informa que a las 12 horas del día 5 de ese
mes, inició un mitin en apoyo a la candidatura a la presidencia de
la república de Rosario Ibarra de Piedra, donde Margarita Cabañas
habló de la represión del ejército y la policía. Antonio Hernández
pidió la presentación con vida de los desaparecidos entre ellos Ro-
sendo Radilla y la libertad de los presos políticos como Octaviano
Santiago Dionicio. Mientras Andrea Radilla Martínez comentó so-
bre la represión que ejerce el gobierno contra los pobres, recordando
a su padre Rosendo Radilla Pacheco.

II
Don Rosendo Radilla Pacheco quien dejó huellas profundas en el
pueblo de Atoyac era el resultado del trabajo constante y era el pro-
totipo del campesino que se benefició con las políticas cardenistas.
El general Lázaro Cárdenas les entregó las tierras y ellos cumplieron
con su parte haciéndolas producir cosechando maíz, café, copra y
criando ganado.
Como ya hemos venido hablando, Rosendo ponía parte de su
tiempo y recursos al servicio de la comunidad, por ello también en
la administración municipal 1953-1954 siendo presidente munici-
pal Ceferino Nogueda Pinzón, fungió como vocal de la comisión de
agricultura y política rural que presidía el regidor Sixto Ruíz Téllez.
Era elegante en su vestir. Cuando iba a una comisión a la Ciu-
dad de México lo hacía con traje y corbata. Él conocía todos los
recovecos de la cuestión agraria. Después del paso del huracán Tara,
encabezó una comisión que fue a la capital de la República para
solicitar el desazolve del canal que estaba al margen derecho del
río, a la altura de Huanacaxtle. Muchas veces en esas comisiones lo
acompañaron: Sebastián Castro Radilla y don Isabel López Piedra.
Era un hombre de familia muy querido por sus hijos, cuando
fue detenido y desaparecido por el ejército, se ocupaba de cuidar a
su madre que se había roto una pierna y no podía caminar. Ella se
773
Víctor Cardona Galindo

enteró de lo ocurrido por medio de los voceadores de periódicos que


pasaban constantemente por las calles de Atoyac. “Su desaparición
dejó una herida abierta que no ha sido cerrada”, dice su hija Tita
Radilla.
Hicimos un recorrido por la zona donde vivió don Rosendo
Radilla Pacheco. Emilio Barrientos lo recordó como un campesino
muy trabajador, muy amable y amistoso que con todos se relaciona-
ba. “Cuando fue presidente todo el pueblo lo quería, no cambió, era
el mismo” y le gustaba sentarse en cuclillas. Para don Ricardo Nario
Benítez era un campesino pacífico que le gustaba el campo, “usaba
un sombrero grande y fumaba mucho puro”. Sofía Girón López
dijo que don Rosendo Radilla era bueno y estimado por mucha
gente “le gustaba ayudar y abogar por los pobres y era grande para
nosotros porque era una persona muy distinguida”.
El trovador, cronista y escritor Enrique Galeana Laurel con mo-
tivo de su primer centenario retrató con estos versos la vida de don
Rosendo Radilla Pacheco:
Soy campesino de arado
de mi pueblo atoyaquense
compongo corridos a la gente
Quiero a mi municipio letrado
será la muestra en el estado
y no existan analfabetas
conocerán todas las letras
y no lo exploten fácilmente.
los ricos lo hacen libremente
con los precios nos aprietan”.
También donaré un terreno
de eso nadie lo puede dudar
soy el legitimo dueño
y se construirá un hospital.
Los curarán de algún mal
ese va a ser el compromiso
desde ahora yo les aviso
774
Mil y una crónicas de Atoyac

el proyecto es una inquietud.


Se fincará un Centro de Salud
en eso si soy muy preciso.
Los niños no saben leer ni escribir
aprenderán alguna lección
por ello deben de asistir
a la primaria Modesto Alarcón.
Seguro será un gran bastión
algún día sean lideres sociales
se incorporarán a las normales
el gobierno los debe becar
regresen a Atoyac a enseñar
al pie de los cafetales”.
Gestionaré un mercado
a los campesinos apoyaré
que el producto no sea malbaratado
como la copra, el maíz y el café
para ello ya presenté
al cabildo las actividades
se cubran las necesidades
y sea un mercado campesino
se venda café oro y pergamino
con ello habrá festividades.
En Cacalutla me agarró un soldado
ahí estaba el retén maldito
para la historia quedaría escrito
porque luego me embozaron,
también me maniataron
le dije soy campesino
también empujaron a mi niño
los guachos así actuaron
donde quedaré enterrado
estaba sellado el destino.
Desaparecieron en la sierra
a campesinos y mucha gente
quedó sola la selva cafetalera

775
Víctor Cardona Galindo

como siempre el gobierno miente


algún día será diente por diente
como la Ley del Talión.
En Atoyac lo buscarán en el batallón
y encontrar a los que se llevaron
a la tumba los mandaron
ahora de la Afadem tienen presión.

Después de su desaparición la familia tuvo temor de denunciar


antes las autoridades competentes, tal vez de todas maneras de nada
hubiera valido por que en ese tiempo a cada momento se violentaba
el estado de derecho. Realizaron la búsqueda recurriendo a diver-
sos funcionarios. Al saber de su detención, Tita Radilla investigó
si se encontraba en el cuartel de Atoyac, pero ahí la respuesta era la
misma para todos los familiares de detenidos por el ejército: “Aquí
no es cárcel, aquí no tenemos a nadie”. Su otra hija Andrea Radilla
recurrió a José Nogueda Soto secretario particular del gobernador,
quien le dijo que él nada podía hacer ante las autoridades militares.
Como a los 15 días, Andrea también fue a buscarlo a las instalacio-
nes de la 35 zona militar.
“Solo recuerdo la angustia por la desaparición de mi papá; pen-
saba si tendrá frío, si abría comido, donde dormiría. Me iba a Chil-
pancingo pensando que seguramente estaría allá… y llegando no
tardaba en regresar creyendo que estaba en Atoyac. No comía, no
dormía, sólo pensaba en él”, diría muchos años después Tita Radilla
a Gloria Leticia Díaz reportera de la revista Proceso.
Ese día también recordó un diálogo que tuvo con su padre: “Te-
nía 17 años y le pregunté —Api —así le decía—, dicen que todos
tienen un precio, ¿tú cuando vales? —Se quedó un rato pensando y
me dijo —bueno, quizá soy tan pequeño que no hay una moneda
tan chiquita que valga lo que yo valgo. Esa enseñanza se me quedó
grabada y me ha servido en la vida, al igual que la lealtad. Y él era
una persona que lo que decía lo sostenía por sobre lo que sea. Esa es
la enseñanza no traicionar jamás”.

776
Mil y una crónicas de Atoyac

Rosendo Radilla fue visto por diversos testigos en el cuartel mi-


litar de Atoyac atado de pies y manos, vendado de los ojos con un
paliacate rojo. Una noche lo torturaron y luego lo sacaron de la sala
donde estaban recluidas alrededor de 40 personas, junto a otros seis,
entre los que iban Pablo Loza Patiño y Austreberto García Pintor.
Antes de sacarlo le quitaron la venda y lo obligaron a tocar la
guitarra y a cantar un corrido. Cuando terminó de cantar ya no se
escuchó otra cosa que no fueran los lamentos de todos los que se
encontraban detenidos.
Luego, la familia supo por una carta que mandó un detenido
en el campo militar número uno que don Rosendo se encontraba
allá, pero cuando aquél salió libre, no quiso confirmar lo que había
escrito. Las gestiones para encontrarlo siguieron por medio de la
Universidad Autónoma de Guerrero, el 6 de septiembre de 1974,
un grupo de universitarios, encabezados por Pablo Sandoval Ra-
mírez, se presentaron al palacio de gobierno en Chilpancingo donde
entregaron un documento en el que exigían la liberación inmediata
de Jacob Nájera Hernández y de Rosendo Radilla Pacheco.
Como seis meses después de la detención, se presentó a Atoyac
Fulgencio Neri Astudillo un familiar de los Radilla Martínez quien
les informó que tenía los contactos para lograr la libertad de don
Rosendo Radilla, pero que para eso necesitaba la cantidad de 12 mil
pesos. Doña Victoria Martínez esposa de don Rosendo vendió un
predio que la familia tenía en la calle Emiliano Zapata casi esquina
con Aquiles Serdán en 10 mil pesos, mismos que íntegros fueron
a parar a las manos de Fulgencio, quien al final les dijo que don
Rosendo había fallecido sin entregar las pruebas de su afirmación.
Luego por rumores, supieron que se encontraba en las Islas Ma-
rías a donde habían sido llevados muchos presos políticos. Sin em-
bargo esa hipótesis se vino abajo cuando Tita Radilla, en compañía
de otros familiares de desaparecidos, estuvo en esa cárcel 15 días
buscando indicios, pero nada se encontró.
Después de varios intentos de dar con su paradero, y de sufrir
como muchas familias el hostigamiento de aquellos que intentaban
777
Víctor Cardona Galindo

poner sus denuncias formales, decidieron privilegiar la denuncia


política pública por medio de Frente Nacional Contra la Represión
que se formó el 12 de diciembre de 1979, al que se sumaron muchos
familiares de detenidos desaparecidos, universitarios y militantes de
54 organizaciones de izquierda de todo el país. Fue así como miem-
bros de la familia Radilla Martínez entre los que estaban Romanita,
Andrea y Tita participaron en marchas, mítines y plantones.
La denuncia jurídica y legal comenzó hasta el 27 de marzo de
1992 cuando Andrea Radilla acudió ante el licenciado Héctor Eduar-
do Razzo Vielers, agente del ministerio público federal en Chilpan-
cingo para poner la denuncia por la desaparición de su padre.
Sin embargo la denuncia pública continúo con fuerza por parte
de Tita Radilla, que para entonces ya era vicepresidenta de la Afadem.
El viernes 16 de septiembre de 1994, la Organización Campesina
de la Sierra del Sur, ocss, y familiares de desaparecidos marcharon
de la secundaria técnica a la plaza principal de Atoyac, demandando
el fin de la represión que eran objeto los campesinos de la sierra de
Atoyac, la libertad de Guadalupe Guzmán Martínez. Repudiaron a
las guardias blancas del Paraíso y pidieron la presentación con vida
de los desaparecidos de la década de los setentas. De hecho la ocss
desde su nacimiento tomó la bandera de los desaparecidos políticos,
el fundador de esa agrupación en Atoyac, Hilario Mesino Acosta,
tiene desaparecido a su hermano Alberto Mesino Acosta.
Por cierto, Alberto Mesino Acosta fue detenido el 18 de julio
de 1974 en la comunidad de Agua Fría, un año después de su de-
tención, a través de un militar, envió en un recorte de periódico
un recado a sus familiares, donde les comunica que lo tienen en la
Ciudad de México y les pide que no se preocupen por él.
El 14 de mayo de 1999, se puso la segunda denuncia, esta vez
ante la agencia del ministerio público de Atoyac, el titular de esa
oficina Ernesto Jacobo García se resistía a recibir los documentos,
incluso llegó a resguardar las oficinas un camión de militares. Pero
luego hicieron acto de presencia algunos reporteros, entre los que
se encontraban el corresponsal del Sur y el de Televisa Nereo Galin-
778
Mil y una crónicas de Atoyac

do, fue éste último que haciendo uso de su cámara prácticamente


obligó al agente a estampar el sello de recibido en los papeles de la
denuncia que traían los familiares de desaparecidos. Así comenzó
el Afadem con las primeras cinco denuncias por privación ilegal de
la libertad en la modalidad de secuestro agravado, por ser servido-
res públicos los responsables de cometerlos, y al año siguiente —el
2000—, presentó un paquete de 14 denuncias ante la Procuraduría
General de la República, pgr.
Fue así como después de varias denuncias interpuestas ante las
instancias de justicia mexicanas y quejas ante la cndh, huelgas de
hambre, plantones, mítines, tomas de edificios públicos, se decide
en noviembre de 1999 en el xii Congreso de la Afadem, realizado
en Acapulco, agotar todas las instancias nacionales de justicia para
pasar a las instancias internacionales.
El caso de don Rosendo fue parte de la investigación realizada
por la cndh, que concluyó con un informe especial sobre desapari-
ciones forzadas publicado en 2001, conjuntamente con la recomen-
dación 26/2001, que dio pie a la creación de la fiscalía especial en el
periodo presidencial de Vicente Fox.
Como los Radilla muchos atoyaquenses han luchado por la pre-
sentación con vida de sus parientes, pero los más insistentes han sido
los familiares de: Emeterio Abarca García, Alberto Mesino Acos-
ta, Antonio Urióste Santiago, Florentino Loza Patiño y Francisco
Argüello Villegas. Muchos de ellos como Angelina Reyes, Romana
Juárez, Paulino Radilla y Salvador Hernández han muerto con la
esperanza de encontrarlos algún día, otros familiares a pesar de su
avanzada edad los siguen buscando, porque “Vivos se los llevaron y
vivos los queremos”, otros ya se corrompieron y únicamente piden
indemnización.

III
Cuando Rosendo Radilla llegó a tener 50 cabezas de ganado, mu-
chas ancianas pobres acudían a su casa religiosamente todas las ma-
779
Víctor Cardona Galindo

ñanas para recoger, gratuitamente, un litro de leche. Acto que era


manejado por sus cuatro primeras hijas. Y siendo presidente muni-
cipal organizaba animados jaripeos que todavía están en la memoria
de la gente.
Ese hombre, delgado de pelo crespo, les compraba toda la con-
serva de cayaco a los niños que pasaban vendiendo y luego la repar-
tía entre los chiquillos que acudían a su casa todos los días a jugar
con sus hijas.
Un autor anónimo escribió un corrido y lo subió a Youtube, con
acorde muy animado se escuchan versos como estos:

Año del setenta y cuatro


la guerra sucia corría
estaba de presidente
el narco de Echeverría…

En el estado de Guerrero
municipio de Atoyac
secuestraron a Rosendo
en un retén militar…

Activista cantautor
era Rosendo Radilla
le cantaba a la justicia
y también a la guerrilla.

Ese agosto de 1974, cuando desaparecieron a don Rosendo Ra-


dilla Pacheco, la represión contra los pueblos de Atoyac se había
recrudecido y el combate a la guerrilla había llegado a su clímax.
La sierra cafetalera sufría la mayor ocupación militar de su histo-
ria, miles y miles de militares iban por esos intrincados caminos y
acampaban bajo las plantas de café. Lucio Cabañas Barrientos había
secuestrado al senador Rubén Figueroa Figueroa el 30 de mayo y
para rescatarlo el ejército mexicano ejecutaba el llamado Plan Ato-
yac. Por ello de las 430 personas desaparecidas en el municipio 122
780
Mil y una crónicas de Atoyac

de ellas fueron detenidas por el ejército o la policía judicial de julio


a noviembre de 1974.
Había mucha movilidad militar y los helicópteros volaban ra-
santes los bosques de la sierra. En ese contexto a las 12 horas del día
9 de agosto la guerrilla ejecutó la emboscada de Monte Alegre narra-
da magistralmente por Carlos Montemayor en su novela Guerra en
el Paraíso. Como consecuencia de eso el 11 de agosto fue detenido el
guerrillero Miguel Ángel de la Cruz Martínez, Lázaro, originario de
San Martín de las Flores quien había salido herido por sus propios
compañeros en el enfrentamiento de Monte Alegre y sus camaradas
lo habían dejado para su curación en el poblado de Río Chiquito, de
ahí se lo llevó el ejército y está desaparecido junto con su hermano
Daniel.
El 14 de agosto de 1974 detuvieron y desaparecieron a Macario
Acosta Serafín. Era un hombre muy trabajador que se levantaba a
las cuatro de la mañana para acarrear agua del río y sembraba maíz y
frijol en el paraje conocido como la Laja, rumbo al Nanchal y tenía
su huerta de café en La Florida. Había nacido el 10 de marzo de
1924, tenía 50 años cuando se lo llevaron. Ese día iba con su hijo
Juan José rumbo a su milpa como a las 9 de la mañana cuando lo
detuvieron los militares. Sus hijos lo buscan desde entonces.
A las cinco de la tarde del 16 de agosto de 1974 en San Martín
de las Flores, los soldados sitiaron la casa de Juventino Ruíz Santia-
go y cuando salió a darle de comer los marranos lo agarraron. Se lo
llevaron a un cerrito cerca de la comunidad y luego todo el pueblo
lo vio por última vez a las 11 de la mañana del 17 en la cancha. A
las dos de la tarde llegó el helicóptero que se lo llevó para siempre.
Juventino trabajaba unas huertas de café que tenía en cerro del Za-
nate y Palma Sola las que después de su desaparición se perdieron
en el monte.
El 21 de agosto a las 10 de la noche, los soldados se enfrentaron
entre ellos cerca del Ticuí, en un lugar conocido como Huerta de
Las López y el 25 se dio una escaramuza entre la guerrilla y el ejér-
cito en La Polvosa donde murió el guerrillero Prisciliano Medina
781
Víctor Cardona Galindo

Mujica, Juan. Fue abatido por las balas del ejército al intentar cruzar
la carretera cuando cumplía una comisión de reconocimiento del
terreno.
También a Pedro Castro Nava 35 años se lo llevaron los solda-
dos del centro de la cabecera municipal el 25 de agosto de 1974, el
mismo día que en un retén detenían a don Rosendo.
En sus reportes la Secretaría de la Defensa Nacional, Sedena,
habla del Plan Atoyac. El 9 de agosto de 1974 se informa que en
Rancho Alegre se tuvo contacto con la guerrilla “se logró establecer
contacto con el enemigo logrando herir a un gavillero y capturar la
primera arma perteneciente a la gavilla, una carabina m-1”. El 11 de
agosto capturaron al herido de Rancho Alegre “el detenido informó
que existen tres grupos: el de Lucio, el que conduce al senador y los
del grupo 18 de mayo”.
El 25 de agosto “se tiene un encuentro con un grupo de gaville-
ros que trataban de romper el cerco; resultando muerto un indivi-
duo conocido con el alias de Juan. El 27 de agosto en Fincas Viejas
se recuperó un fal y un mosquetón de los que fueron despojados
por elementos del 50 batallón el 25 de junio de 1972, durante la
primera emboscada.
“Durante los primeros 26 días de operaciones independiente-
mente de la acción militar; se han efectuado reuniones con los co-
misarios municipales, comisariados ejidales, asociados del Instituto
Mexicano del Café, maestros que trabajan en escuelas del área y con
los campesinos de sus propias comunidades, con lo cual se ha logra-
do que la actitud de la población civil, que antes se mostraba hostil,
altanera y expresaba apoyo al gavillero, haya cambiado, ya ahora se
reciben muestras de solidaridad al gobierno y la gente empieza a
cooperar con informes; además el cabecilla ya no se atreve a llegar a
los poblados”.
Lo anterior son los resultados del Plan Atoyac que informaba
el comandante de la 27 zona militar Eliseo Jiménez Ruíz el 5 de
septiembre de 1974, según un documento encontrado en el Archivo
General de la Nación.
782
Mil y una crónicas de Atoyac

Por su parte la Brigada Campesina de Ajusticiamiento dio a co-


nocer, el 27 de noviembre de 1974, su último comunicado donde
reconoce su primera derrota militar y las dos primeras bajas que su-
friera en combate. “De diez acciones guerrilleras, nueve son victorias
para el pueblo”. A esas alturas la dirección de la brigada ignoraba que
ya habían caído en combate cuando menos seis de sus compañeros.
Hablan de la acción realizada en el lugar llamado Monte Alegre,
entre los barrios de La Cebada y Plan de Los Molinos. Dice que
eran las 12 horas del 9 de agosto de 1974, cuando los soldados del
27 batallón de infantería cayeron en una emboscada, donde queda-
ron 11 muertos y seis heridos. Señalan que sólo les recogieron dos
armas, un fal y el m-2 del teniente Ricardo Yánez que es originario
de Zimapan Hidalgo.
La segunda acción de la que habla el comunicado fue en El
Ticuí como a las 10 de la noche del 21 de agosto de 1974, “más de
cien soldados entrarían en la emboscada, por lo que los tres prime-
ros pelotones que venían adelante los dejamos pasar para atacar a
más de 80 que venían atrás a 150 metros; los rociamos con ráfagas
durante un minuto y nos retiramos con rapidez, ya que nuestros
ataques proyectados tendrían carácter de desgaste para distraer las
tropas que perseguían a la comisión que secuestraba al tirano Rubén
Figueroa”. “En esta acción hubo 29 bajas, 14 muertos y 15 heridos.
Creemos que varias bajas se las causaron entre los mismos soldados,
porque después de nuestra retirada los dos grupos de soldados tar-
daron tirando una hora aproximadamente”.
Ese día por la tarde, seis campesinos se ataron sus morralas de
cuerda a la cintura, tomaron sus linternas y sus machetes. Se fue-
ron rumbo al arroyo de Caña de Castilla a camaronear. Ellos eran
Adauto Olea Hernández, Sergio y Marcelo Tabares, Adolfo Solís, y
otro al que le decían Olé marido de Alejita Gallardo. Lo testimonios
dicen que ya venían de regreso con sus morralas llenas de camaro-
nes y cuando salieron al camino de Huerta de la López se desató la
balacera. Mojados como venían escarbaron con ansiedad con sus
machetes y se enterraron, para cubrirse de los disparos. Ahí perma-
783
Víctor Cardona Galindo

necieron escondidos entre las hojas hasta el ejército los sacó a golpes
y se los llevó detenidos. Dicen que Adauto no se dejó alegó con los
soldados por eso lo golpearon mucho.
Al otro día todos los del pueblo encabezados por su comisario
los fueron a buscar pero ya los militares se los habían llevado. Encon-
traron mucha sangre regada, los cascajos se recogían a puños, doña
Bucha Hernández se los echaban en el mandil, pero el comisario no
la dejó traer ninguno. El 22 por la mañana los soldados no dejaron
pasar a los que ordeñaban por ese rumbo hasta que recogieron todo.
De los detenidos ese día únicamente Adauto Olea ya no regresó.
Él era de 1931 trabajaba en Elektra de Acapulco, sus jefes le daban
días porque les llevara camarones. Era del Ticuí tenía 10 hijos que
quedaron en la orfandad. Se le recuerda como un campesino muy
cariñoso, que no era chocante a la hora de comer, comía lo que
hubiera. De él nada se supo porque los que salieron del cautiverio
venían penados y nunca quisieron hablar.
Hasta la fecha no se sabe que hizo el ejército con los desapareci-
dos. De aquel tiempo se habla de los famosos vuelos de la muerte.
Se dice que entre agosto de 1975 y enero de 1979, presuntamente
se realizaron 30 vuelos para tirar al mar a 143 disidentes. Eduar-
do López Betancourt, procurador de Justicia y secretario general de
Gobierno durante la administración de Rubén Figueroa Figueroa,
en una entrevista que concedió a Misael Habana de los Santos, de-
claró que de la zona militar de Acapulco salían cadáveres y personas
vivas que eran tiradas al mar abierto. Aseguró que durante los años
setenta de la base aérea militar de Pie de la Cuesta salían aviones con
cadáveres y personas vivas para ser tiradas al mar.
Arturo Miranda Ramírez en su tesis: La violación de los derechos
humanos en el estado de Guerrero durante la Guerra Sucia; una herida
no restañada. Hizo varias entrevistas a víctimas de la Guerra Sucia y
encontró que muchos de los que estuvieron prisioneros en la base
aérea de Pie de la Cuesta sufrieron torturas psicológicas y era común
que les dijeran que serían tirados vivos al mar. Pero además algunos
sobrevivientes de la sala de tortura del cuartel de la colonia Mártires
784
Mil y una crónicas de Atoyac

en Atoyac, comentan que cada vez que sacaban a alguien los solda-
dos les decían: “se van a dar un banquete los pescados”.
En 1978 la Afadem documentó un total de 810 casos de perso-
nas desaparecidas y hasta 2014 van arriba mil 300 casos. Desde los
setentas la búsqueda no ha cesado ya ancianas las madres, hermanas
y esposas recuerdan como dormían en los corredores de casas desco-
nocidas. En el zócalo de Acapulco estuvieron en huelga de hambre
22 días. Ahí estuvieron: Yoyita, la Güera Serrano, doña Chana, Goyo
Radilla y doña Romana. En el cuartel de Atoyac llegaban hasta la
pluma y les decían que ahí no era cárcel.
De las gestiones ante el gobierno federal lograron que el pro-
curador Oscar Flores Sánchez con todo el cinismo respondiera a la
prensa internacional el miércoles 24 de enero de 1979, que de los
314 desaparecidos que el funcionario tenía en su lista, 154 murie-
ron en enfrentamientos con la policía, tres estaban presos senten-
ciados, 89 prófugos, 63 que se desconocía su paradero y dos habían
muertos en intentos de fuga, que a otro le estalló una bomba y uno
más que no supo que le pasó.
Para agosto de 1979 la agrupación encabezada por el doctor
Felipe Martínez Soriano, tenía tomada la embajada de Suiza para
presionar al gobierno, a fin de que éste cumpliera la Ley de Amnistía
y la presentación de todos los desaparecidos por motivos políticos
de México.
A principios de los ochenta se hablaba que en el fraccionamien-
to Copacabana había 30 pozos artesianos con cadáveres. Se inició la
investigación el 26 de agosto de 1980 y el 9 de septiembre se dio a
conocer a los medios. Posteriormente, el 15 de septiembre de 1980
la policía judicial allanó 20 viviendas de los cuidadores de la residen-
cia de Copacabana y finalmente el 18 de noviembre, 8 elementos
del 46 batallón supervisaron 6 de los 30 pozos, según la revista Pro-
ceso del 13 de octubre de 1980. Después el 31 de agosto de 1981,
Rubén Figueroa Figueroa declaraba a la revista Proceso “Los desapa-
recidos no están desaparecidos, están localizados, y se encuentran en
la panza de los zopilotes”.
785
Víctor Cardona Galindo

IV
En más de 20 años de búsqueda oficial no han podido dar con
Rosendo Radilla Pacheco ni con los demás desaparecidos políticos.
Desde la creación de la Comisión Nacional de los Derechos Hu-
manos, cndh, en 1990, la Fiscalía Especial y la coordinación de
investigación de la Procuraduría General de la República, pgr, lo
más relevante ha sido la entrega de los restos de los guerrilleros, Lino
Rosas Pérez René y Esteban Mesino Martínez Arturo que murieron
con Lucio Cabañas en el combate del 2 de diciembre de 1974.
El 6 de junio de 1990 por decreto presidencial se creó la cndh
que vino a sumarse al trabajo que antes hicieron el Frente Nacio-
nal Contra Represión dirigido por Rosario Ibarra de Piedra, mismo
que posteriormente se transformó en el Comité Eureka y el Frente
Nacional de Defensa de Presos Políticos, por el doctor Felipe Martí-
nez Soriano. Luchaban por la defensa de los derechos humanos y la
presentación con vida de los desaparecidos. Uno con métodos más
radicales que el otro pero se movían por los mismos objetivos.
Algunos reportes señalan que el asesinato de la activista Norma
Corona en 1990 fue uno de los hechos que obligaron al entonces
presidente Carlos Salinas a conformar la cndh, otros dicen que fue
un requisito que los otros países pusieron para firmar el Tratado
de Libre Comercio. En 1992 una reforma constitucional le otorgó
personalidad jurídica propia. Posteriormente la ley de la cndh le
concedió a la institución la posibilidad de diseñar sus propias reglas
internas y administrar sus recursos.
Desde su creación la cndh abrió un programa de investigación
sobre las desapariciones forzadas de la década de los setentas. Por
ello entre 1999 y el año 2001 la comisión realizó trabajo de campo
en Atoyac donde entrevistó a las familiares que estuvieron dispues-
tos a dar su testimonio.
En 1974 se hablaba del Grupo Sangre. La maestra Ángeles Mag-
daleno Cárdenas directora de Análisis e Información Histórica de la
fiscalía especial desempolvó del Archivo General de la Nación, agn,
786
Mil y una crónicas de Atoyac

un documento firmado el 24 de junio de 1974 por Luis de la Barreda


en ese entonces titular de la Dirección Federal de Seguridad, dfs,
donde informa que “en fechas recientes, tanto en el puerto de Aca-
pulco como en poblaciones cercanas al mismo, en diferentes lugares
han venido apareciendo cuerpos sin vida de personas no identificadas.
Los cadáveres presentan impactos de arma de fuego, señales de haber
sido torturados y desfiguraciones en el rostro y otras partes del cuer-
po, producidas por quemaduras. De ello ha tomado conocimiento el
agente del ministerio público del fuero común y al no ser identificada
la víctima, ni reclamado el cuerpo, se ha ordenado la inhumación en la
fosa común del panteón correspondiente, en el de Las Cruces cuando
es perímetro de Acapulco. Esta situación ha causado inquietud entre
la población y los habitantes de los lugares donde ha sido encontrado
un cadáver, conjeturan sobre la personalidad del occiso. [...] En forma
por demás discreta se ha logrado saber que los cuerpos encontrados
pertenecen a personas conectadas con Lucio Cabañas Barrientos y
su gente, que han sido aprehendidos cuando bajan de la sierra para
abastecerse de víveres y otros objetos necesarios para ellos, o bien que
sirve de correo entre los remontados y quienes se encuentran en la
zona urbana. Que las detenciones se ejecutan por órdenes expresas del
comandante de la 27 zona militar, con sede en Acapulco, general de
división dem Salvador Rangel Medina, que después de obtener, por
diferentes medios, toda la información posible sobre Lucio Cabañas y
su gente, les da a tomar gasolina y se les prende fuego; posteriormente
se les abandona en lugares solitarios, en donde aparecen con las desfi-
guraciones provocadas por las llamas y presentando impactos de arma
de fuego. Entre el campesinado existe contrariedad por la presencia
del teniente coronel se infanteria dem Francisco Quiroz Hermosillo,
comandante del 20 batallón de la policía militar, a quien ya conocen
y culpan de las ejecuciones”. La información provenía del agente de
la dfs Isaac Tapia Segura comisionado en Acapulco. Cuando se dio
a conocer en noviembre del 2003 se le restó credibilidad, principal-
mente por viejos periodistas de la época. Sin embargo el Grupo San-
gre firmaba anónimos.
787
Víctor Cardona Galindo

Arturo Miranda Ramírez en su tesis: La violación de los dere-


chos humanos en el estado de Guerrero durante la Guerra Sucia; una
herida no restañada, recoge el testimonio de Alejandra Cárdenas:
“En ese tiempo la represión nos hacía desesperar, vivíamos con el
miedo instalado en el cuerpo (…) pasaban muchos convoyes llenos
de soldados, permanentemente éramos registrados, mi pareja (An-
tonio Hernández Hernández) había sido detenido y nuestra casa
saqueada, muchos muchachos (de la Universidad) fueron detenidos
en mi casa en aquel tiempo, entonces varios de nuestros compañeros
fueron golpeados o baleados y en realidad vivíamos en un ambiente
tal, incluso para salir a cenar había que pensarlo dos veces, eran
tiempos muy difíciles y tiempos de mucho temor también, yo creo
que toda la gente siente miedo en situaciones agudas, lo que pasa
es que a veces, a pesar del miedo haces lo que tienes que hacer, esa
es la única diferencia yo creo, que todos nos ‘paniqueamos’ (…)
Conocí a Rosendo Radilla, está desaparecido, yo tenía el propósito
de entrevistarlo y de gravar unos corridos que él había compuesto
(a Lucio Cabañas y a Genaro Vázquez) cuando lo detuvieron y lo
desaparecieron, él venía incluso a Chilpancingo. Nosotros fuimos
constantemente amenazados, recibíamos anónimos, yo recuerdo es-
pecialmente uno que en una hoja con manchas de tinta roja, salpi-
cada, y que lo firmaba un tal ‘Grupo sangre’, que decía: Antonio y
Alejandra: ‘comunistas hijos de puta, si ustedes no se van del estado
de Guerrero los vamos a matar a ustedes y a sus hijas”.
El mismo día que desaparecieron a Rosendo Radilla Pacheco
también en otras acciones el ejército se llevó a ocho personas más.
Por eso para los familiares agosto es importante, porque que fue
durante este mes que en 1974 desaparecieron el mayor número de
personas en el marco de la Guerra Sucia. Fueron aproximadamente
70 desaparecidos en agosto y específicamente el 25 desaparecieron
cuando menos ocho personas.
Mardonio Flores Galeana fue detenido el 25 de agosto de 1974,
según la cndh es uno de los 48 casos falsos que el ejército presenta
como muertos en combate. Se dijo que murió en la operación de
788
Mil y una crónicas de Atoyac

rescate de Figueroa Figueroa, el 8 de septiembre de ese año. El mis-


mo día también fueron detenidos Fernando Morales Galeana y Ro-
salío Castrejón Vázquez ambos reportados como paquetes en los in-
formes del ejército, “paquetes” era la denominación que se les daba
a los detenidos destinados a desaparecer. A Pedro Castro Nava de
35 años se lo llevaron del centro de la cabecera municipal también
el 25 de agosto, los soldados lo agarraron y lo trasladaron al cuartel
de la colonia Mártires y fue reportado como paquete. También ese
mismo día está el caso de Petronilo Morales Galeana.
Austreberto García Pintor, fue detenido por elementos del ejér-
cito mexicano, en El Porvenir Limón, el 25 de agosto de 1974,
igualmente es uno de los 48 casos que la dfs y ejército dan por
muerto combate. Según estas dependencias Austreberto murió el 8
de septiembre al enfrentarse con el ejército, algún muy alejado de la
realidad porque muchos vecinos vieron como lo sacaban totalmente
indefenso de su casa.
Manuel Farías Bello de Mexcaltepec, fue apresado elementos del
ejército mexicano tenía 20 años de edad. Los militares reunieron a
todos los habitantes de esa población en la cancha. Ahí un capitán
que traía una lista de personas sospechosas de pertenecer al grupo
de Cabañas, los nombraba, los apartaban y luego se los llevaban con
rumbo desconocido, y desde entonces se desconoce su paradero.
Se dice que con la llegada deliseo Jiménez Ruíz a la 27 zona
militar el ejército cambió de estrategia. De acuerdo con el informe
histórico de la Femospp, el 5 de agosto de 1974 el general Salvador
Rangel Medina fue relevado de la comandancia de la 27 zona mili-
tar y quedó a disposición de la Sedena. En su lugar, fue nombrado
el general Eliseo Jiménez Ruiz, quien fungía como comandante de
la 35 zona militar con sede en Chilpancingo.
Al día siguiente de su nombramiento, le envió al secretario de la
Defensa un plan de operaciones contra Lucio Cabañas. Conforme
a dicho plan, se organizaron seis agrupamientos con sus respectivos
mandos y áreas de responsabilidad, se les encomendó como parte
de su misión el “control de víveres y personas sobre las rutas que
789
Víctor Cardona Galindo

conducen a la sierra y procedentes de ella”. Los puestos de control


debieron “impedir el paso de víveres, armamento y municiones que
pudieran ser destinados al enemigo”, asimismo, se les encomendó
la “identificación y captura de integrantes de la gavilla y sus contac-
tos.”
Con este fin, se estableció un plan de operación en el que se des-
glosa, la organización de los agrupamientos, las misiones que debían
cumplir, los puestos de control y las posiciones de bloqueo. Dicho
plan se llevó a cabo de forma paralela al acoso militar que el ejército
realizaba en forma de rastrilleo constante de la zona para ubicar al
senador Figueroa y al grupo de Lucio Cabañas.
De los desaparecidos se han dicho muchas cosas, que fueron
cremados, que fueron arrojados al mar, que fueron sepultados en
los cuarteles, que algunos fueron fusilados en los lugares donde se
presentaron escaramuzas y enfrentamientos con la guerrilla o que
fueron arrojados a pozos profundos.
En septiembre del 2000, el mayor retirado Elías Alcaraz declaró
a Misael Habana de los Santos que en el rescate de Figueroa el 8 de
septiembre de 1974 murieron 50 guerrilleros que fueron sepultados
en La Pascua. Y en un parte de novedades de la Sedena del 7 de di-
ciembre de 1974 en el que se habla de la muerte de Lucio Cabañas
se lee “dos días antes el ejército había sostenido otro encuentro en el
cual resultaron muertos 17 maleantes y se recogieron gran cantidad
de armas y municiones”. Pero en reporte no se dice que hicieron con
esos “maleantes” muertos.
La revista Proceso en su número 251, del 24 de agosto de 1981,
publicó la nota: “Los pozos de Copacabana: diez muertos en busca
de asesino”, en el texto dice: “Un año después de su descubrimien-
to, los restos humanos localizados en el cementerio clandestino de
Copacabana, a diez minutos de este puerto, aun no han sido total-
mente rescatados. Los despojos extraídos de fondo de tres de los
30 pozos artesianos que hay en el lugar según lo que se sabe hasta
ahora, pertenecieron a diez personas. Todas asesinadas durante el
gobierno del gobierno de Rubén Figueroa.
790
Mil y una crónicas de Atoyac

“El agente determinador del ministerio público del fueron co-


mún en Acapulco, Jesús Salas Moreno, declaró sobre el hallazgo que
a pesar de que las osamentas rescatadas están incompletas, todas
presentan indicios de sacrificio ‘bestial’. Hay cráneos que presentan
hasta cinco orificios producidos por armas de fuego […] sólo se han
explorado tres de los 30 pozos que hay en Copacabana, ubicado a
un costado del hotel Princess”.
Por ese caso se detuvo y procesó a Juan Vázquez Santiago, ex
“madrina” de la policía judicial, por haber asesinado a Emilio Galle-
gos Meza, cuyo cadáver fue rescatado de uno de los pozos y poste-
riormente fue identificado en el Servicio Médico Forense.
El procurador de justicia en el tiempo de Rubén Figueroa Figue-
roa, Carlos Ulises Acosta Víquez dijo a Proceso: “Lo de Copacabana
es una broma. Lo que pasó ahí es que unos estudiantes de medicina
de la Ciudad de México vinieron a Acapulco en plan de recreo, pero
se trajeron varios huesos que arrojaron a ese lugar… palabra que eso
es lo que sucedió”.
Por ello es que durante mucho tiempo la Afadem venía exigien-
do que se realizaran excavaciones en lo que fue el 49 batallón de
infantería, en los terrenos de Copacabana en Acapulco y en La Pas-
cua. Estaría pendiente de ubicar donde se realizó el enfrentamiento
con la guerrilla del que habla el reporte del 7 de diciembre de 1974.
El 5 de diciembre 1981, inició su campaña en Atoyac, Rosario
Ibarra de Piedra, candidata a la presidencia por el Partido Revolu-
cionario de los Trabajadores, prt, el Movimiento Revolucionario
del Pueblo y la Unión de Lucha Revolucionaria. Y en 1987 Rosario
Ibarra de Piedra de nuevo realizó su primer acto de campaña en este
lugar y centró su discurso en la lucha por la libertad de presos y la
presentación con vida de los desaparecidos políticos.
Don Rosendo Radilla Pacheco fue candidato a diputado federal
por el prt de manera simbólica, “Desaparecido Rosendo Radilla
Pacheco, candidato a diputado federal”, rezaba una pinta que letras
rojas que durante mucho tiempo permaneció en una barda de la
calles Emiliano Zapata esquina con Aquiles Serdán y en marzo de
791
Víctor Cardona Galindo

1989 cuando mucha gente tomó los terrenos de lo que ahora es la


colonia 18 de Mayo el quipo 13 se llamó Rosendo Radilla Pacheco.

V
El 29 y 30 de agosto de 1992, se constituyó en un congreso del Co-
mité Nacional Independiente, cni, realizado en Atoyac, el Comité
Municipal de Presos y Desaparecidos Políticos donde a propuesta
de Jesús Cardona Radilla quedó como presidenta Tita Radilla Mar-
tínez. La presidenta del nuevo comité comenzó a recibir denuncias
en una mesita instalada en la plaza principal de Atoyac.
Escribió Gloria Leticia Díaz en la edición especial número 33 de
la revista Proceso: “En los primeros años cada domingo Tita ponía
una mesita en el zócalo de Atoyac con tres sillas y una máquina de
escribir. Familiares de desaparecidos llegaban con las fotos de sus
seres queridos y le contaban sus historias una y otra vez… hasta que
se llenó de dolor”.
Fue en 1992 cuando el tema de los desparecidos políticos co-
menzó a ventilarse en los medios locales de comunicación. En ese
tiempo Felipe Fierro Santiago ya era profesor en la cabecera munici-
pal y como corresponsal del Suriano y después de la revista Contro-
versia se comprometió con el tema, Aurelia Pérez Cano del cni reco-
rría las redacciones de los diarios en Acapulco dejando los boletines
y con la fundación del Sur en 1993 a través de Maribel Gutiérrez los
familiares tuvieron voz. Antes, las huellas de ésta lucha únicamente
podían seguirse en las revistas de la Universidad de Guerrero y nivel
nacional a través de Proceso.
Pero también el 18 de diciembre de 1992, la Organización de
las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la Protección de
todas las personas contra la desaparición forzada.
Con la llegada de Rubén Figueroa Alcocer a la gubernatura en
abril de 1993, el pasado regresó y la gente en Atoyac vivió temerosa
que las cosas se volvieran a repetir. Más cuando aparecían por todos
lados libelos de la guerrilla y el temor al gobernador de quien se dice
792
Mil y una crónicas de Atoyac

ordenó personalmente la detención de Inocencio Castro Arteaga el


20 de junio de 1974 y estuvo presente en las torturas e interrogato-
rios de los cuales fue objeto.
Después se supo que el principal represor del movimiento social
en los setentas, Mario Arturo Acosta Chaparrro, seguía trabajando
en Guerrero. Con el gobierno de Rubén Figueroa Alcocer auspició
la formación del grupo Tigre, un comando parapolicial encargado
de operaciones especiales que estaba bajo la órdenes de la agencia
central del ministerio público de Acapulco cuyo titular era Elías
Reachi Sandoval.
Luego el 11 de junio de 1994 por la tarde hubo un cateo a la
iglesia del Dios Único. Agentes de la policía judicial del estado que
formaban parte del grupo Tigre, revisaron las instalaciones de la
parroquia del padre Máximo Gómez en busca de armas, al frente de
la operación iba Mario Arturo Acosta Chaparro, el capitán Alfredo
Mendiola y el agente del ministerio público de Acapulco, Elías Rea-
chi Sandoval. En ese edificio tenía sus oficinas el Comité Nacional
Independiente, cni, y el Comité de Familiares de Presos Políticos y
Desaparecidos, que dirigía Aurelia Pérez Cano y Tita Radilla Mar-
tínez.
Después de muchos años de denuncia pública, la detención el
30 de agosto del 2000 de los generales Mario Arturo Acosta Chapa-
rro y Francisco Humberto Quiroz Hermosillo acusados de narcotrá-
fico vino a generar esperanzas entre los familiares de encontrar con
vida a los cientos de guerrerenses desaparecidos.
Según el proceso que la procuraduría militar le siguió a Qui-
rós y Acosta, Rosendo Radilla Pacheco estaría entre las 143 personas
que fueron arrojadas por ellos al mar. Los familiares de desaparecidos
aglutinados en la Afadem rechazaron esa lista, porque figuraban los
nombres de ocho personas vivas, entre ellas: Alejandra Cárdenas, Lu-
cio Castillo, Zacarías Barrientos y Juan Vargas Pérez. Finalmente esa
lista investigada se redujo a 22 casos quedando fuera el de Rosendo.
Con esta investigación la procuraduría militar reconoció, de al-
guna manera, que hubo personas arrojadas al mar. Lo curioso fue
793
Víctor Cardona Galindo

que de las 143 personas de la lista, la mayoría son reclamados por


la Afadem.
En lo que la prensa denominó los “Archivos de la ignominia”
el nombre del teniente coronel de infantería diplomado de estado
mayor, Francisco Quirós Hermosillo, aparece el 12 de mayo 1971
cuando trasladó a la Ciudad de México a los detenidos en Atoyac
durante la operación Telaraña y que estaban recluidos en las instala-
ciones de la base aérea de Pie de la Cuesta.
Según la acusación que le siguió la procuraduría militar, Quirós
Hermosillo tenía a su disposición un avión Aravá de la Fuerza Aérea
Mexicana, que habría sido utilizado para arrojar cadáveres de gue-
rrilleros detenidos y ejecutados al mar. Los disidentes pertenecían a la
Liga Comunista 23 de Septiembre y a la guerrilla de Lucio Cabañas
que eran capturados por la Brigada Blanca y el ejército. Se habla tam-
bién de instalaciones militares habilitadas para acciones encubiertas
como la sede del segundo batallón de la policía militar, al mando del
Quirós que tenía su sede en el campo militar número uno.
Carlos Fazio escribió el artículo titulado: “Miguel Názar Haro,
la Guerra Sucia y la obediencia debida”, en La Jornada, del sábado
28 de febrero 2004. “El 11 de mayo de 1998, Quirós Hermosillo,
quien fue ayudante del ex secretario de la Defensa general Marcelino
García Barragán y recibió cursos sobre seguridad en Corea del Sur e
Israel (del Mossad), reconoció haber sido comandante operativo de
la Brigada Blanca hasta su promoción como jefe del Estado Mayor
de la 34 zona militar, con sede en Chetumal. A su vez, Acosta Cha-
parro declaró el 3 de mayo de 2000 que en 1970 el entonces secreta-
rio de la Defensa Hermenegildo Cuenca Díaz lo envío como asesor
a la dfs, tras recibir adiestramiento del Pentágono sobre ‘subversión’
y ‘contraguerrilla’ (fue entrenado en paracaidismo en Fort Benning,
Georgia, y recibió un curso de fuerzas especiales, los famosos boinas
verdes, en Fort Bragg, Carolina del Norte)”.
“La justicia castrense les inició a Acosta y Quirós un proceso
penal por el delito de homicidio calificado en contra de 143 presun-
tos guerrilleros, quienes habrían sido ejecutados y arrojados al mar
794
Mil y una crónicas de Atoyac

desde un avión Arava iai-201, de fabricación israelí, en las costas de


Oaxaca, en los años de la guerra sucia. En el juicio están involucra-
dos el general de ala Roberto Huicochea y otros cinco oficiales de
la Fuerza Aérea Mexicana. Los ‘vuelos de la muerte’ se iniciaron en
1975, dos años antes de que fueran puestos en práctica por la Es-
cuela Superior de Mecánica de la Armada, en Argentina. La mayoría
de las víctimas fueron levantadas en Guerrero, pero para otras la
‘ruta de la muerte’ se inició en el segundo batallón de policía militar
(campo militar número uno), desde donde fueron trasladadas en
camiones tipo frigorífico a la base aérea militar siete, en Pie de la
Cuesta, Acapulco, adscrita a las 27 zona militar, cuya comandancia
ocuparon los generales Enrique Cervantes Aguirre y Eliseo Jiménez
Ruíz”. Dice Fazio.
Los generales Acosta Chaparro y Quiroz Hermosillo fueron
consignados ante la justicia militar por el delito de homicidio de
143 personas, cometido en Guerrero durante la Guerra Sucia de los
setenta. Acosta Chaparro fue director de la policía judicial en Gue-
rrero de 1975 a 1981 y abría llegado a principios de los setenta a la
zona de Atoyac para combatir al cabañismo. El 2 de noviembre del
2002, el consejo de guerra declaró a Acosta Chaparro y Quirós, res-
ponsables de narcotráfico y los sentenció a 15 y 16 años de prisión.
Para el año 2004, la Suprema Corte de Justicia de la Nación,
aceptó que la desaparición forzada de personas es un delito conti-
nuado, sin embargo la Fiscalía Especial para Crímenes del Pasado
continuó con sus diligencias sin tomar en cuenta esto, consignando
los casos por “privación ilegal de la libertad”, delito que tiene cadu-
cidad, protegiendo a los criminales, propiciando la impunidad.
Así lo hizo con Quirós Hermosillo a quien consignó el 11 de
agosto del 2005 ante el juez segundo de distrito en el estado de
Guerrero, con sede en Acapulco de Juárez por el delito de privación
ilegal de la libertad, en su modalidad de plagio o secuestro contra
Rosendo Radilla Pacheco.
“Con la finalidad de conocer los pormenores de lo resuelto por
el juez de distrito, Sergio Méndez Silva, abogado de la cmdpdh [Co-
795
Víctor Cardona Galindo

misión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Huma-


nos] viajó a Guerrero para consultar el expediente. Las autoridades
del juzgado negaron tanto a Tita Radilla, como al abogado el acceso
al expediente. Por esta razón se presentó una queja ante la Comi-
sión Nacional de Derechos Humanos, el 31 de agosto de 2005. Sin
embargo, por nuestros medios, nos entramos que la femospp sólo
había consignado al general Francisco Quirós Hermosillo, y que
el juez de distrito libró la orden de aprehensión solicitada por la
fiscalía, y que en esa misma resolución se declaró incompetente de
instruir la causa y por tanto turnó el expediente a la jurisdicción mi-
litar”. Se lee en la demanda presentada ante la Corte Interamericana
de Derechos Humanos.
Los familiares lucharon para que se devolviera el caso a la justi-
cia civil y que se consignara a Quirós por desaparición forzada. Sin
embargo nada se logró.
“El día 6 de septiembre de 2005, la coadyuvancia interpuso
demanda de amparo en contra de dicha declinatoria (anterior) de
competencia al fuero militar, respecto de la causa penal correspon-
diente al caso de desaparición forzada de Rosendo Radilla Pacheco,
dado que la intervención del ejército en el enjuiciamiento de las des-
apariciones forzadas contradice a la propia Constitución Mexicana
y a los tratados internacionales de los que México es parte”.
“El 6 de septiembre de 2005, se interpuso una demanda de
amparo indirecto en contra de la resolución del juez segundo de
distrito en el estado de Guerrero, de declararse incompetente de ins-
truir la causa penal 46/2005 en contra del general Francisco Quirós
Hermosillo y turnar el caso a la jurisdicción militar. La demanda
de amparo se radicó en el juzgado sexto de distrito en el estado de
Guerrero, con sede en Acapulco de Juárez. El 7 de septiembre se
publicó el acuerdo mediante el cual el juez sexto de distrito desechó
la demanda de amparo interpuesta”.
“El jueves 6 de octubre de 2005, se interpuso el recurso de revi-
sión en contra de la resolución dictada por el juez sexto de distrito
en el estado de Guerrero, con sede en Acapulco de Juárez, de fecha
796
Mil y una crónicas de Atoyac

6 de septiembre de 2005, mediante la cual desechó de plano la de-


manda de amparo interpuesta, en la misma fecha, por Tita Radilla
Martínez. El recurso de revisión fue admitido el 13 de octubre de
2005 por el Primer Tribunal Colegiado en Materia Penal y Admi-
nistrativa del Vigésimo Primer Circuito en el estado de Guerrero
con sede en Acapulco de Juárez. Se integró el toca 507/2005. En su
sesión del 24 de noviembre de 2005, el citado tribunal decidió, por
unanimidad, confirmar el desechamiento. Con ésta resolución, el
recurso de revisión quedó resulto definitivamente. También se pre-
sentó a los magistrados que integran el Primer Tribunal Colegiado en
Materia Penal y Administrativa del Vigésimo Primer Circuito, con re-
sidencia en Acapulco de Juárez, Guerrero, un escrito de Amicus curie,
de fecha 6 de octubre de 2005, firmado por el licenciado Fabián Sán-
chez Matus, director general de la cmdpdh, con la finalidad de que
se tome en consideración en la resolución del conflicto competencial
6/2005, mismo que se integró para determinar que jurisdicción (mi-
litar o civil) es la competente para instruir el proceso penal que deberá
seguirse en contra del general Francisco Quirós Hermosillo, quien fue
consignado por la femospp, como probable responsable de la desapa-
rición forzada del señor Rosendo Radilla Pacheco”.
El general Quirós Hermosillo quien murió víctima de cáncer
el 19 de noviembre del 2006 en el Hospital Central Militar de la
Ciudad de México, pasó sus últimos años de vida prisionero en el
campo militar número uno. La madrugada del 28 de junio del 2007
fue liberado Mario Arturo Acosta Chaparro luego de casi siete años
de reclusión. El Quinto Tribunal Colegiado Penal del D.F., le canceló
la sentencia de 15 años de prisión, impuesta por el consejo de guerra.
Entando libre el 19 de mayo de 2010 en la colonia Roma de la
Ciudad de México, Acosta Chaparro recibió cuatro disparos en el
abdomen cuando acompañado de su chofer se dirigían a su vehícu-
lo. Un hombre armado que presuntamente quería robar su reloj le
disparó y quedó herido. El 20 de abril de 2012 finalmente lo mata-
ron, un hombre armado le disparó por la espalda en la cabeza para
después darse a la fuga en una motocicleta en calles de la colonia
797
Víctor Cardona Galindo

Anáhuac, en el Distrito Federal. “El principal represor de Guerrero,


murió en el olvido, porque le gobierno ni una sola esquela le dedicó
en los medios”.

VI
Desde los setenta la lucha por la presentación con vida de los des-
parecidos ha sido permanente. Pero uno de los años que más sobre-
salió en esa actividad fue 1994. El 10 de julio de ese año, un grupo
de la Organización Campesina de la Sierra del Sur, ocss, acudió a
casa Guerrero para entrevistarse con el gobernador Rubén Figueroa
Alcocer, donde exigieron la libertad de José Guadalupe Guzmán,
uno de sus líderes que estaba prisionero, y un pliego petitorio que
contemplaba: agua potable, despensas, cartón para el techo de vi-
viendas, carreteras, puentes y el drenaje, a todo esto Figueroa dijo
que sí, pero cuando llegaron al punto de la presentación de los desa-
parecidos políticos la negociación se rompió, el gobernador los ame-
nazó y abandonó las pláticas.
El líder de la ocss, Benigno Guzmán contó en esa ocasión a la
revista Proceso: “Le presentamos el pliego al gobernador. Dijo que
a Lupe lo iban a liberar, y que el agua, las despensas y el cartón, las
carreteras, el puente, el drenaje, todo eso nos lo iba a dar. A todo
dijo que sí. Cuando llegó el punto de la presentación de los desa-
parecidos políticos, el gobernador dijo que mucho pedíamos a los
desaparecidos y que a esos ya se los había llevado la chingada, que
ya no tenían vuelta”.
Por iniciativa de la Federación Latinoamericana de Asociaciones
de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Fedefam, la última semana
de mayo se conmemora la semana internacional de detenido desapa-
recido y el 30 de agosto el día internacional de detenido desaparecido.
Por eso el 30 de agosto de 1994 el Comité Nacional Indepen-
diente encabezado por Aurelia Pérez Cano y Tita Radilla Martínez
realizaron una marcha de la preparatoria 22 al zócalo, al grito de:
“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
798
Mil y una crónicas de Atoyac

Leonel Aguilera escribió en El Sol de Acapulco el 31 de ese mes


“sin importarles la lluvia que caía, los familiares de detenidos y desa-
parecidos iniciaron su marcha frente a las instalaciones que ocupa la
escuela preparatoria 22, acompañados de un equipo de sonido con
el que lanzaban consignas contra el gobierno, recorriendo la calle
principal de ésta cabecera municipal”.
Ese día pidieron a la alcaldesa María de la Luz Núñez Ramos
que les gestionara una reunión con Carlos Salinas, solicitud que
venían haciendo desde el 18 de mayo de ese año. Ahí estuvieron:
Elpidia Moreno González que reclamó la presentación con vida de
los estudiantes: Román Roque Moreno de 24 años detenido el 6 de
febrero de 1976, Santiago Roque Moreno de 25 años fue detenido
el 11 de julio de 1978, Leónides Moreno González y Laurencio
Moreno González este último detenido el 5 de julio de 1975 en
Acapulco por la policía judicial militar.
Eufrasia Castillo de Jesús busca a su hermano Roberto Castillo
de Jesús campesino de San Juan de las Flores detenido en el centro
de la ciudad de Atoyac. Bajando del mercado lo agarró la judicial el
24 de julio de 1974. Tenía 33 años y cinco hijos. Lo llevaron a un
retén de Tecpan donde estuvo cerca de dos semanas. “Mi mamá lo
vio después en un retén, todo golpeado. Platicaron y al día siguien-
te, cuando le llevaba ropa limpia, ya no lo encontró. Desde entonces
nadie nos da razón de su paradero”. Declaró Eufrasia Castillo de
Jesús, a Maribel Gutiérrez.
Sus familiares buscan a Flavio Morales y Getulio Rebolledo
Ocampo quienes fueron detenidos y luego desaparecidos en el cateo
que el ejército realizó a la comunidad de San Andrés de la Cruz el 23
de septiembre de 1974. Ese día Felipe Castillo también fue llevado
detenido al cuartel de Atoyac, ahí platicó con su hijo Roberto que
estaba prisionero. Luego soltaron a don Felipe y de Roberto jamás
se volvió a saber.
Ya para 1999 la Afadem había presentado denuncias formales
ante la pgr con la asesoría de los abogados Ernesto López Saure y
Enrique González Ruíz. Al año siguiente con la detención de Acosta
799
Víctor Cardona Galindo

Chaparro y Quirós Hermosillo, el movimiento de los familiares se


fortaleció porque tenían la esperanza que ahora sí se hiciera justicia.
Por eso el 10 de septiembre 2000, en Atoyac se realizó una re-
unión plural de familiares de desaparecidos, exigieron castigo para
Acosta Chaparro. Se levantaron muchos testimonios en los que se
rememoró como en los setenta, el mayor Escobedo, los capitanes
Alcaraz y Barajas eran amos y señores de la sierra.
En esta asamblea se hicieron presentes luchadores sociales como
Juan García Costilla, Eloy Cisneros y Octaviano Santiago Dionicio
quienes fueron perseguidos, encarcelados y torturados por Acosta
Chaparro. Los líderes de izquierda sumaron sus fuerzas, a la lucha
que aquí venían organizando Tita Radilla, Marcos Loza e Isaías
Martínez quienes en ese entonces cada 15 días con los demás fami-
liares de la Afadem, exhibían 100 fotos de desaparecidos en el zócalo
de Atoyac y levantaban testimonios.
Ese día los familiares reclamaron que en los medios se haya di-
cho que Acosta Chaparro combatió a la guerrilla. “Eso no es cierto,
lo que hizo fue sacar de sus casas a campesinos, estudiantes y profe-
sionistas inocentes”.
Después los familiares y luchadores sociales formaron el 24 de
septiembre del 2000 un comité al que llamaron Comisión de la
Verdad, para esclarecer las desapariciones. Esa reunión que se llevó
a cabo en La Cueva del Club de Leones fue moderada por Marcos
Loza Roldan hijo del desaparecido político Pablo Loza Patiño.
El sacerdote Pedro Rumbo Alejandri dijo: “Todos los que lu-
chan por la justicia y por la democracia están en el reino de Dios”,
eso en la misa que ofició el primero de octubre del 2000 en El Rin-
cón de las Parotas al cumplirse 27 años de la represión a esa comuni-
dad en la que fueron detenidos y desparecidos muchos campesinos
a manos del ejército. Por eso el sacerdote agregó en el sermón: “que
la democracia es el poder del pueblo y todo poder emana de Dios,
por eso cuando se lucha por la comunidad se está en gracia de Dios”;
llamó a orar por el regreso de los desaparecidos y por el descanso de
los difuntos, al mismo tiempo hizo hincapié en trabajar para poner
800
Mil y una crónicas de Atoyac

los cimientos de una sociedad más justa, donde todos tengan para
vivir en sus pueblos, educación, medicinas y mejores viviendas.
Mientras se desarrollaba la misa afuera de la capilla se instaló
una mampara con 140 fotos de los desaparecidos y una manta que
decía “Desaparecidos presentación. Exigimos respeto a los derechos
humanos, civiles y políticos”, mientras una comisión encabezada
por Tita, Isaías y Marcos Loza, levantaban testimonios.
Luego en ese mismo octubre del 2000 en una misa ofrecida en
la parroquia de Santa María de la Asunción el sacerdote Pedro Rum-
bo Alejandri resaltó que “la riqueza política y militar debe ser en be-
neficio de todos los ciudadanos… el evangelio invita a no apegarse
a la riqueza material porque ciega el corazón y provoca injusticias”,
eso lo dijo ante unos 50 familiares encabezados por Tita Radilla,
Isaías, Hilario y Wilibaldo Rojas, quienes instalaron en el portal de
la iglesia una exposición fotográfica de los desaparecidos.
El 23 de octubre de 2000 por la noche, dirigentes del prd y fa-
miliares de desaparecidos presentaron ante la delegación estatal de la
pgr de Chilpancingo una denuncia penal contra el mayor retirado
Elías Alcaraz Hernández, por los delitos de genocidio, desaparición
forzada, privación ilegal de la libertad y lo que resulte en agravio de
civiles a quienes se les secuestró, torturó en la década de los setenta.
Familiares de desaparecidos encabezados por Enrique González
Ruíz, se reunieron con diputados federales, el 28 de octubre del
2000, estuvieron los legisladores del pan, Pablo Arnaud Carreño,
Saúl Yoselovitz y Gumersindo Álvarez; así como los del prd, Norma
Reyes Terán, Genoveva Domínguez, Petra Santos y Miguel Bortoni.
Esa reunión fue moderada por Joel Iturio Nava hijo del desapa-
recido Doroteo Iturio de Jesús y Andrea Radilla Martínez hija de
Rosendo Radilla. Al final se hizo una marcha que llegó hasta las
instalaciones del Colegio de Policía antes el 49 batallón de infantería
ahora Ciudad de los Servicios.
El 29 de noviembre del 2000, la Afadem entregó el primer pa-
quete de denuncias a la pgr. Y el 20 de marzo de 2001 realizó una
marcha con la participación de los integrantes de la Afadem, que
801
Víctor Cardona Galindo

partió del zócalo de Acapulco y llegó a las oficinas de la pgr para


ratificar 13 denuncias de 21 que se habían puesto con anterioridad,
asesorados por Enrique González Ruíz.
Luego el 22 de marzo de 2001 miembros del Afadem entre los
que se encontraban Angelina Reyes Hernández, Marcos Loza y Eu-
frasia Castillo ratificaron 12 denuncias ante Eduardo Chávez Frago-
so, agente del ministerio público federal en Acapulco y el 3 de abril
del 2001, veinte integrantes de la Afadem ratificaron sus denuncias
ante el ministerio público federal por desaparición forzada mismas
que se adjudican a Chaparro y Quiroz Hermosillo.
El marco de la Semana Internacional del Detenido Desapareci-
do el 24 de mayo del 2001, la Afadem realizó un plantón en zócalo
de Atoyac y otro el 26 y 27 en Acapulco.
Al conmemorarse el Día Internacional del Detenido Desapare-
cido en agosto del 2002 se realizó una marcha mitin a las instala-
ciones del Colegio del Policía, el acto estuvo encabezado por Julio
Mata Montiel, Tita Radilla, Ranferi Hernández Acevedo, Hilario
Mesino, Graciela Mijares esposa de Ignacio Salas Obregón, fun-
dador de la Liga 23 de Septiembre; Alicia del Río del Comité de
Madres de Detenidos y Desaparecidos de Chihuahua, Aurelia Pérez
Cano de la Casa de Investigación y Documentación de Violaciones
a los Derechos Humanos, A.C.
También Familiares de desaparecidos políticos realizaron el 25
de mayo de 2003 un mitin en la entrada del cuartel de la 27 zona
militar, donde responsabilizaron al ejército de ser el culpable de las
desapariciones forzadas en la década de los setentas. Fue en el se-
gundo día de la Semana Internacional del Detenido Desparecido
cuando los integrantes de la Afadem marcharon desde la entrada
de la comunidad del Ticuí hasta la 27 zona militar, exigieron que
el ejército saliera de las comunidades porque es signo de represión.
Los manifestantes colocaron en la entrada principal del cuartel,
más de 100 fotos de los desaparecidos por el ejército y sobre el puen-
te del canal realizaron un mitin donde pidieron su presentación con
vida. Los roldados reforzaron la entrada a las instalaciones militares,
802
Mil y una crónicas de Atoyac

tomaban fotos y videos de todos los movimientos de los manifestan-


tes. Ese día le tocó a Rosendo Radilla Martínez leer un manifiesto,
donde señaló al ejército mexicano como el principal responsable de
las violaciones de los derechos humanos.
Meses después desde el jueves 27 de noviembre 2003, militares
vestidos de civil entregaron citatorios, firmados por el capitán Er-
nesto Medina León, en calidad de representante del Procuraduría
General de Justicia Militar, donde se requería la presencia de los
familiares para recabar testimonios y comenzar el desahogo de la
causa penal 1723/2002 en contra Acosta Chaparro y Quirós Her-
mosillo por homicidio calificado cometido contra de civiles en la
base aérea siete, de Pie de la Cuesta.
Con éstos citatorios la Procuraduría de Justicia Militar citó a
comparecer a más de 200 personas de Atoyac, que venían denuncian-
do a los generales Mario Arturo Acosta Chaparro y Humberto Quirós
Hermosillo, como responsables de la desaparición de sus familiares.
El documento fue redactado en las oficinas de la 27 zona mili-
tar, ubicadas en la comunidad El Ticuí, y dejaba claro que la com-
parecencia sería en las oficinas que la Procuraduría Militar instaló
en la ciudad de Atoyac. Los familiares consideraron ésta acción una
violación a los derechos humanos y porque evidenciaba que el fuero
militar estaba por encima de la justicia civil que ejercía en ese mo-
mento la Fiscalía Especial.
Tita Radilla y su gente se negaron a acudir a la Procuraduría
Militar. “No vamos a comparecer ante la instancia que desapareció
a nuestros hijos, a nuestros hermanos. Se trata de una pantomima
para proteger a los militares responsables de estas atrocidades. El
caso se tiene que ventilar ante la justicia civil, porque no hemos
interpuesto ninguna denuncia ante justicia militar”.
Finalmente, el Comité de Familiares de Desaparecidos de los
Setenta, encabezado por Eleazar Peralta Santiago, que se formó en
ese tiempo y cuyo principal objetivo ha sido la indemnización eco-
nómica, fueron los únicos que acudieron al llamado de la Procura-
duría Militar.
803
Víctor Cardona Galindo

VII
Ante la denuncia de los vecinos, el martes 15 de marzo del 2001,
peritos de la Procuraduría General de la República acompañados de
visitadores de la cndh realizaron excavaciones en la comunidad de
Los Tres Pasos. Las diligencias fueron en el patio de la vivienda, de
Guadalupe Gervasio Barrientos tía de Lucio Cabañas, que durante
la guerrilla fue utilizada por los soldados como cuartel.
Se escarbó un hoyo de dos metros de diámetro por uno de pro-
fundidad de donde extrajeron 23 pedazos óseos y un trozo de tela
que fueron trasladados a la Ciudad de México para ser analizados
por peritos de la pgr y del Instituto Nacional de Antropología e
Historia, inah. Luego la Procuraduría en el boletín número 234/01
emitido el 18 de mayo del 2001, dijo que realizó un estudio en
colaboración con el inah y que los antropólogos físicos, Arturo Ro-
mano Pacheco y José Francisco Ortiz, después de haber estudiado
macroscópicamente los 23 fragmentos recogidos determinaron que
se trataba de residuos óseos de un equino.
Muchos luchadores sociales cuestionaron el resultado. Tita Ra-
dilla Martínez dudó que los restos fueran de caballo, porque en la
sierra no acostumbran a enterrar a los animales y menos con ropa,
por los pedazos de tela encontrados en el lugar de la excavación.
Días más tarde, el miércoles 28 de marzo de 2001, visitadores de
la cndh también realizaron excavaciones en la comunidad de Agua
Zarca, en los terrenos de don Francisco Sánchez Domínguez, donde
se han reportado indicios que el ejército enterró civiles muertos des-
pués del enfrentamiento de La Pascua el 8 de septiembre de 1974,
cuando rescataron al senador Rubén Figueroa.
Los visitadores: Francisco Javier Dávila López, Armando Ara-
gón Andrade y Luis Darío Islas Pérez, acompañados del personal
de protección civil del ayuntamiento de Atoyac, de la auxiliar del
ministerio público del fuero común Lourdes Magaña Flores y del
perito en criminalística Carlos Canseco Alberto fueron en busca de
lo que la prensa llamó “el panteón olvidado”. En ese lugar los traba-
804
Mil y una crónicas de Atoyac

jadores de protección civil encabezados por Isidro Castillo escarba-


ron por varias horas sin resultados positivos.
En ese tiempo, la gente de Agua Zarca hablaba de muchos luga-
res donde se enterró a desconocidos después del enfrentamiento de
La Pascua. Se decía que había restos en la orilla del arroyo y en el filo
del cerro donde comienzan los árboles encino. Los lugareños habla-
ban que en el arroyo de Agua Zarca encontraron huesos y cabellos
de personas, se hablaba de otro hallazgo en el arroyo del Zarco y en
un punto denominado El Manguito.
Por otro lado el gobierno federal desde los setenta ha venido
contestando a familiares que 48 de los desaparecidos murieron en
el enfrentamiento de La Pascua, entre los que están Ausencio Bello
Ríos, Jacob Nájera y Inocencio Castro Arteaga, todos fueron deteni-
dos durante los meses que la guerrilla tuvo en sus manos a Figueroa.
Ausencio Bello Ríos, padre del poeta Jesús Bartolo Bello, fue
detenido el 13 de agosto de 1974 en Zacualpan cuando trabajaba
en una camioneta pasajera. Los pasajeros que viajaban con él fueron
testigos que se lo llevó el ejército a pesar de que él nunca fue guerri-
llero. “Sí, conocí a tu padre. Él tenía el nombre de la ausencia, el ca-
bello negro, la edad trivial de los jóvenes. En sus ojos como cientos
de pájaros, el destino. Caminaba firme y con mesura. La zancada era
larga. Respiraba fuerte porque los olores eran nuevos cada mañana
y escuchaba sin parar porque todo él, era un ruido”, escribió Jesús
Bartolo en su libro: No es el viento el que disfrazado viene.
El profesor Jacob Nájera Hernández fue detenido en su domici-
lio el 2 de septiembre de 1974, en San Jerónimo de Juárez, por agen-
tes de la policía judicial encabezados por Isidro Galeana Abarca,
comandante de esa corporación en Costa Grande. De esos hechos
hay numerosos testigos. Mientras a Inocencio Castro Arteaga fue
detenido el 20 de junio de 1974 en Tenexpa, por agentes federales,
quienes le dijeron que por órdenes de Rubén Figueroa Alcocer, lo
llevarían a dar una declaración a Atoyac y jamás volvió. A pesar de
los testimonios de sus detenciones el gobierno ha insistido que mu-
rieron en La Pascua.
805
Víctor Cardona Galindo

Por su parte los familiares de Rosendo Radilla sometieron al


gobierno mexicano a la presión internacional, por eso el 2 de fe-
brero del 2008, se realizaron los primeros escaneos en los terrenos
que hasta 1994 fueron del cuartel militar donde Rosendo Radilla
Pacheco fue visto por última vez. El georadar detectó anomalías en
el suelo mismas que fueron señaladas por los peritos para hacer pos-
teriormente las excavaciones en busca de restos humanos.
Luego a las 9 de la mañana del 7 de julio de 2008, se presen-
taron en el ex cuartel, ahora Ciudad de los Servicios, 140 personas
enviadas por la pgr, 45 agentes de la Agencia Federal de Investiga-
ciones, afi, 20 peritos en antropología forense y 20 trabajadores de
la empresa Excavamex. Los agentes del ministerio público Ricardo
Trejo Serrano y José Antonio Dávila Camacho estuvieron al frente
de los peritos y Alejandro Rey Bosset de los agentes judiciales, en la
movilización gubernamental más importante que se haya hecho en
busca de un desaparecido político.
Estuvo presente el presidente de la Comisión Estatal de Dere-
chos Humanos, Juan Alarcón Hernández y visitadores de la cndh.
La antropóloga forense argentina Claudia Bisso con experiencia en
la identificación de restos de desaparecidos en Sudáfrica, Sudan, Sie-
rra Leona, Egipto, Angola, Los Balcanes, Argentina, El Salvador y
Honduras, viajó 27 horas desde Sudáfrica para llegar a Atoyac don-
de representó a la familia Radilla durante las excavaciones, quienes
también contaron con el apoyo de la abogada María Sirvent Bra-
vo-Ahuja, de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los
Derechos Humanos, cmdpdh.
En un comunicado de prensa emitido la cmdpdh el 11 de julio
de 2008 informaron que: “En dos de las trincheras ubicadas en el
campo de tiro se han encontrado restos de ropa, envases de vidrio,
envases con aceite para limpiar armas, agujetas de zapatos, restos de
zapatos y cajas de fósforos”. El sábado 12 de julio, al cerrarse trabajos
de la primera semana de excavación, se dieron los resultados y en las
primeras dos sepas que abrieron encontraron que la anomalía que
había marcado el goeradar eran las raíces de una palmera. En otra
806
Mil y una crónicas de Atoyac

encontraron una trusa de hombres, una blusa de mujer y vidrios. En


una más un basurero con botellas y envases tetrapac, hasta ahí habían
abierto 16 sepas, con alrededor de 200 metros lineales escarbados.
Después el 19 de octubre del 2010, a las ocho de la mañana
comenzaron las segundas excavaciones en el campo de tiro de lo que
fue el 49 batallón de infantería. Luego el 31 de octubre del 2011 la
pgr inicio las terceras diligencias que terminaron el sábado 12 de
noviembre, estas dos sin resultados.
Cuando llevaban dos años paradas las investigaciones en el cuar-
tel militar, el lunes 11 de marzo de 2013 comenzaron de nuevo los
escaneos en diversas zonas del terreno que ahora ocupa el ayun-
tamiento. Las cuartas excavaciones comenzaron el 20 de mayo y
terminaron 1 de junio de 2013.
El primer día se llevó a cabo una reunión entre autoridades y
familiares de desaparecidos de Atoyac, incluyendo a los Radilla,
donde el agente del ministerio público explicó lo que se haría estas
diligencias. Los familiares reclamaron que no se tenían los mapas
del cuartel de la época en que se cometieron las desapariciones y que
aún no se contaba con una ficha antemortem de Rosendo Radilla.
En estas diligencias se contó con dos peritos por parte de la
coadyuvancia, el peruano Franco Mora y la mexicana Roxana Enrí-
quez. Durante el tiempo que duraron estas actividades se realizaron
recorridos, con todos los familiares al final del día por los sitios de
excavación para que los peritos explicaran lo realizado durante la
jornada y respondieran a las dudas que tenía la gente. Hubo obser-
vadores, de las comisiones de derechos humanos, miembros de la
Comisión de la Verdad de Guerrero, de las Brigadas Internacionales
de Paz y medios de comunicación nacionales y extranjeros.
En estas excavaciones se hizo uso de un trascabo en el helipuerto
que es el área central del ex cuartel militar debido a la dureza del
suelo. Por las tardes, las madres, hermanas e hijas de desaparecidos
se reunían y rezaban un rosario para pedir por la paz de los familia-
res de Afadem que han ido muriendo con la esperanza de encontrar
a sus seres queridos.
807
Víctor Cardona Galindo

El 22 de mayo de 2013, en el tercer día de excavaciones, los


familiares acordaron ponerle Plaza de la Memoria al zócalo de la
ciudad. Ese día, la explanada de lo que fue el helipuerto del cuartel
fue prácticamente descartada, ya que los peritos demostraron que
las anomalías encontradas por el georadar obedecen a cambios na-
turales en el terreno, mas no a alteraciones hechas por humanos.
En el cuarto día de excavaciones, atrás de los baños se descubrió
que la anomalía detectada por el georadar se trataba de un registro
de agua y una tubería de drenaje en mal estado, ahí también los
peritos descubrieron una moneda del año 1994, lo cual indica que
los cambios del terreno son posterior a la desaparición de Rosendo
Radilla. También se encontraron huesos, los peritos oficiales y de la
cuadyuvancia concluyeron que eran de animal pero de todas mane-
ras se recogieron para su análisis. En el quinto día de excavaciones,
se encontró que otra de las anomalías detectadas por el georadar es
una acumulación de rocas y raíces de árboles.
El 25 de mayo 2013 se presentó el libro: Desaparición forzada
y terrorismo de Estado en México. Memorias de represión de Atoyac,
Guerrero, durante la década de los setenta, una de las coautoras es
la difunta Andrea Radilla Martínez y terminando la presentación,
académicos, activistas y familiares de desaparecidos, acompañados
de defensores de derechos humanos y estudiantes universitarios re-
corrieron parte de la ciudad para renombrar las calles. La explanada
del ayuntamiento fue bautizada como plaza Mártires de los Setenta,
la calle Ejército Nacional ahora lleva el nombre de Florentino Loza
Patiño y la plaza central de Atoyac, donde está el monumento a
Lucio Cabañas, ahora se llama Plaza de la Memoria.
Al ampliarse la zona de excavación, el 28 de mayo, se encontró
una moneda de 1979 a 26 centímetros de profundidad, y en casi al
terminar de escarbar en lo que llamaron la zona uno, encontraron,
casi en la superficie, dos huesos pequeños que parecían pedazos de
costilla de algún animal.
El 30 de mayo de 2013 por primera vez en México se recaban
los datos para una ficha antemorten, herramienta que se utiliza para
808
Mil y una crónicas de Atoyac

obtener información sobre las características de un desaparecido en


el momento previo a su detención. Se escavó una trinchera en una
zona cercana al canal frente a las oficinas de la presidencia, donde
varios testimonios mencionan la existencia de una zanja donde se
arrojaban cuerpos. A pesar de que se encontraron indicios de ano-
malías en el terreno se abandonó la diligencia porque el tiempo se
les acabó a los funcionarios de la pgr.
El Estado ha hecho esfuerzos débiles para reparar el daño y ha
entregado parte de la reparación a 60 casos de los 275 que acreditó la
cndh en el 2001. Llevan ya tres años reparando y lo han hecho con
apenas el 10 por ciento, que es una cantidad mínima. Se argumenta
que no hay recursos para el pago porque no lo han aprobado.
La cndh recibió 532 quejas de desaparición forzada de éstas
únicamente acreditó 275, por ello falta acreditar el resto, para lo
cual también se tienen que tomar en cuenta las 800 denuncias que
recibió la Fiscalía Especial, porque todas las víctimas deben recibir
una indemnización económica.
Parte de la reparación también es en el rubro de la salud, men-
tal y física. Para ello Gobernación ha hecho un convenio con la
Secretaría de Salud federal para que otorgue la atención médica,
para eso se están repartiendo tarjetas de salud. La Afadem lleva la
representación en 120 casos y se les entregará este beneficio a todos
los familiares directos de la víctima, por eso actualmente no se ha
podido cuantificar cuantas tarjetas se repartirán. Tita Radilla vice-
presidenta de Afadem llama la atención, que en lo principal, que es
la investigación, no hay avance.

Zohelio Jaimes Chávez


“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que lu-
chan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y
son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los
imprescindibles”. Con esta frase de Bertolt Brecht, despidieron a
809
Víctor Cardona Galindo

Zohelio Jaimes Chávez sus amigos y campesinos miembros de la


Coalición de Ejidos de la Costa Grande.
El cuerpo del dirigente campesino que murió este lunes 14 de
abril por la tarde en la Ciudad de México, recibió el miércoles un
homenaje en las instalaciones de la organización a la que entregó su
vida. La gente que lo quiso le dedicó corridos y poemas. Rogelio Al-
quisiras de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Cam-
pesinas Autónomas, Unorca, dirigió una mística con los símbolos
que dan fuerza a los que representó Zohelio Jaimes, se esparció fren-
te al féretro, tierra y semillas de café y maíz. Además de arreglos
florales, se colocaron en el altar los emblemas de la Coalición de Eji-
dos, como la bandera roja con el puño izquierdo pintado al centro.
Mientras lo despedían del edificio, una imagen del Che asomaba
un ojo desde el despacho que Zohelio ocupó los últimos años de su
vida. La banda Atoyaquense interpretaba Cruz de olvido cuando el
cortejo partía rumbo a su casa, luego a la parroquia Asunción de
María donde se ofició una misa de cuerpo presente y de ahí a San
Francisco del Tibor donde fue sepultado el jueves 17 de abril a las
12 del día muy cerca de sus amados cafetales.
“Allá lo espera su querido terruño que lo vio nacer: San Francis-
co del tibor; /donde se mecen por el frio viento de la sierra del café
los árboles de encinos y ocotes, el cuajinicuil y el guarumbo /mudos
testigos de la trayectoria prolífera de Zohelio /cuando de joven fue
preso político por sus ideales libertarios”, este corrido le trovó Fabio
Tapia Gómez.
Luchaba por las semillas nativas en contra de los transgénicos,
defendía la naturaleza, era un incansable hacedor de organizaciones
sociales, con mucha dedicación a la gestoría. Luchaba por un mejor
precio para el producto de los campesinos y por la presentación con
vida de los desaparecidos, dijeron los oradores durante el homenaje
en el salón de reuniones de la coalición.
Sin duda la vida de Zohelio Jaimes Chávez estuvo ligada a estos
40 años de lucha del pueblo de Atoyac y de Guerrero. Nació el 29
de agosto de 1951 en la comunidad de San Francisco del Tibor a las
810
Mil y una crónicas de Atoyac

6 de la mañana, por la hora de su alumbramiento sería un hombre


trabajador que se crió entre los cafetales acompañando, desde muy
temprana edad, en los trabajos duros del campo a su padre Gonzalo
Jaimes Blanco.
Su primer maestro fue Tomás Onofre Lozano, un luchador cívi-
co de los años sesenta del siglo pasado que llegó a impartir las prime-
ras letras hasta la recién creada escuela primaria federal Hombres de
la Reforma de San Francisco de Tibor, donde Zohelio estudió hasta
cuarto año. Como en ese plantel no había más grados el primer
semestre del quinto año lo cursó en la primaria Emiliano Zapata de
San Vicente de Benítez, el segundo en la primaria Modesto Alarcón,
de la cabecera municipal, donde fue alumno de Serafín Núñez Ra-
mos y una semana recibió clases de Lucio Cabañas quien vino desde
Mexcaltepec para hacerse cargo del grupo cuando operaron, al muy
querido maestro Serafín, de las anginas. Fue en la Modesto Alarcón
donde terminó su instrucción primaria en un grupo de 72 alumnos
donde también estaba Decidor Silva Valle. Zohelio llegó a vivir a la
calle Grande, ahora Vicente Guerrero, donde conoció a Octaviano
Santiago Dionicio jugando futbol y desde entonces fueron amigos.
Estudió en Tixtla en la escuela secundaria particular incorporada
Juan Álvarez, ahí junto a sus compañeros organizaron dos huelgas:
una porque el director se volvió déspota y mediante el movimiento
lograron que saliera, y la segunda fue para sacar a otro director de
nombre Manuel Alcaraz Sandoval que trataba mal a los estudiantes
y Zohelio desde muy joven no soportó las injusticias. En el trans-
curso de sus estudios en Tixtla conoció y se ligó a algunos dirigentes
de la normal de Ayotzinapa como Carmelo Cortés Castro. Ocasio-
nalmente asistió a encuentros donde también estaban Octaviano
Santiago y Gaspar de Jesús estudiantes de la secundaria de Atoyac.
En 1965 esporádicamente visitó la ciudad de Chilpancingo para
apoyar a Carmelo Cortés que mantenía un movimiento para demo-
cratizar la Universidad Autónoma de Guerrero, de donde el futuro
guerrillero del Rincón de las Parotas saldría expulsado por el Con-
sejo Universitario.
811
Víctor Cardona Galindo

El 10 de diciembre de 1967, Zohelio, hizo examen en la pre-


paratoria 8 de la unam, donde se encontró, al salir del examen,
con Carmelo Cortes Castro quien andaba por allá después que fue
expulsado por los reaccionarios de la uag. En marzo de 1968 le
avisaron que había logrado un cupo en la prepa 8, donde comenzó
a estudiar, pero luego en junio estalló el movimiento del 68, por eso
el 26 de ese mes se integró a las marchas con la vocacional y el 2 de
octubre fue detenido en el edificio Chihuahua, de la plaza de Las
Tres Culturas, en Tlatelolco. Estuvo tres días en la cárcel de Lecun-
berri pero salió por ser menor de edad, tenía 17 años.
Y el 10 de junio de 1971, después del halconazo la policía lo en-
contró sentado leyendo en una banca de la Alameda, estuvo a punto
de ser detenido otra vez, pero una pareja lo salvó diciendo que iba
con ellos. A raíz de eso dejó de estudiar en la Ciudad de México y se
refugió en la sierra de Atoyac, donde se desarrollaba el movimiento
guerrillero.
Zohelio no tuvo relación con la guerrilla, pero en 1972 cuando
estaba enfermo e iba a curarse a Tepetixtla, en el camino encontró
al grupo de guerrilleros que tenía secuestrado a Cuauhtémoc Gar-
cía Terán, a los pocos días el 18 de julio sería detenido a las 7 de la
mañana, junto con otros 25 campesinos de la comunidad de San
Francisco del Tibor acusado de participar en la primera emboscada
que la gente de Lucio Cabañas ejecutó contra el ejército en el arroyo
de Las Piñas.
Ese día los soldados del 50 batallón de infantería rodearon el
pueblo y concentraron a todos en la cancha, ahí detuvieron uno a
uno a los señalados de ser guerrilleros. Luego maniatados con alam-
bre fueron subidos a los camiones y trasladados al cuartel militar
de la colonia Mártires donde quedaron prisioneros y otros fueron
desaparecidos.
Ya en el cuartel de Atoyac fueron torturados durante 15 días por
los militares. Por eso Zohelio tenía las marcas que las torturas deja-
ron en sus muñecas, por que los amarraban con alambre recocido y
les hacían quemaduras con cigarros. Después de varias sesiones de
812
Mil y una crónicas de Atoyac

tortura el joven campesino, se declaró culpable de participar en la


emboscada para que dejaran libre a su papá Gonzalo Jaimes. Porque
esa fue la condición que el militar que lo torturaba le puso, “si te
declaras culpable dejamos ir a tu papá”.
Zohelio padeció con los demás detenidos de ese día los toques
eléctricos en los genitales y en los oídos. Les picaban con un cuchillo
las partes nobles, los mantenían boca abajo y los bañaban con agua
fría. “Nos decían que iban a matar a nuestros padres”, platicaba de
esa experiencia y recordaba a sus dos primos desaparecidos, Julio
Fuentes Martínez y Artemio Sánchez Villa; siempre aclaraba que el
primero si era guerrillero, el segundo no.
Los golpeaban también en el cuello, en el estómago y en las
costillas, les picaban las uñas con agujas. Esas torturas eran todas
las noches, también les daban a tomar agua con jabón y les metían
la cabeza en un tambo con agua sucia. Después de todo eso, los
sacaban y se les subían encima estando amarrados de pies y manos.
Después de 15 días liberaron a su papá y a él lo llevaron al penal
de Acapulco ubicado en la colonia Hogar Moderno, allá otra vez fue
torturado directamente por el comandante Wilfrido Castro Contre-
ras, en el comedor de la cárcel, donde fue testigo como agentes ju-
diciales mataron a golpes al campesino Ignacio Sánchez de 60 años.
Ya en la cárcel coincidió con Octaviano Santiago Dionicio y
otros guerrilleros como Francico Fierro Loza que estaban recluidos
por haber participado en secuestro de Jaime Farill Novelo. Los cam-
pesinos de Atoyac y los guerrilleros serían la vanguardia de lucha al
interior del penal de Acapulco y organizarían cuatro huelgas.
Hasta esa penitenciaría llegó el pequeño Julio César Cortés Jai-
mes un día de 1974, quien al ver a su tío encerrado le dijo, “tío
cuando yo sea grande quiero ser como tu”. Zohelio siempre fue
como el hermano mayor para toda su familia, era un ejemplo a se-
guir y orgullo de los Jaimes Chávez que se referían a él como lo más
grande que hayan tenido.
Arturo Gallegos Nájera conoció a Zohelio Jaimes Chávez en
mayo de 1975, cuando fue trasladado del penal dos al penal uno.
813
Víctor Cardona Galindo

“Él estaba confinado a la celda once, mientras que a mí me confina-


ron en la nueve, donde se encontraba la mayoría de los presos polí-
ticos, entre ellos Octaviano Santiago Dionicio, Nicomedes Fuentes
García, Obdulio Ceballos Suárez, Abelino Pino Hernández (cam-
pesino del Quemado acusado falsamente de ataques al ejército),
además de otros que sin ser presos políticos fueron grandes amigos,
como Amado Larumbe Vázquez y Ricardo Jones Ocampo, ciudada-
no norteamericano que fue uno más del grupo de presos políticos”.
“Cuando yo ingresé al penal, muchos campesinos ya habían lo-
grado su libertad, ya sea por menoría de edad o porque el juez al azar
los declaró inocentes, pues todo mundo supo que eran inocentes to-
dos de los delitos que se les acusaba. Zohelio fue de los que no con-
taron con esa fortuna y convivió con los presos políticos a lo largo
de los poco más de cuatro años que duró su cautiverio. En general
los campesinos se dedicaron a la elaboración de barcos en todas y
cada una de las presentaciones, para apoyar a la economía familiar.
Zohelio no fue la excepción pues por la tarde lo recuerdo regresando
a su celda con su sombrero lleno de aserrín y polvo de la madera”.
Zohelio recordaba que a los 15 campesinos acusados de parti-
cipar en la primera emboscada de la guerrilla, que llegaron al penal
de Acapulco, el gobierno los catalogó como presos peligrosos, pero
junto a los guerrilleros que estaban prisioneros comenzaron a ana-
lizar la situación, vieron que había muchos enfermos, la comida era
pésima y había muchos presos sin proceso.
Por eso organizaron un motín, fue cuando el comandante Wil-
frido Castro quiso llevarse a Fierro Loza, pero entre todos lo evi-
taron, abrazaron a Fierro y no lo soltaron mientras lo jalaban los
judiciales. Las autoridades les echaron a la judicial y los reclusos se
atrincheraron en el comedor donde se hizo un mitin y una huelga
de hambre de tres días. “Treinta gentes comenzamos una huelga de
hambre donde participaron, Octaviano Santiago Dionicio, Guiller-
mo Bello López, José Albarrán Pérez y todos los campesinos acusa-
dos de participar en las emboscadas”.

814
Mil y una crónicas de Atoyac

Esa vez exigieron medicinas para los enfermos, porque había


muchos presos con tuberculosis, mejor alimentación les daban una
o dos tortillas con comida muchas veces ya descompuesta y pedían
que se revisara la situación de los presos que no tenían ningún expe-
diente. “Con esta protesta se logró mejor alimentación y se les dio
uniformes a los deportistas, se puso un médico de planta y se sacó
a los enfermos a las clínicas. Eso fue en enero de 1973, también se
logró que salieran más de 40 presos con esa primera huelga”.
Los presos políticos formaron una escuela primaria donde se les
enseñaba a leer y escribir a los que quisieran aprender. Zohelio era
parte de la comisión jurídica que llevaba casos de presos que no te-
nían para pagar un abogado. Fue representante de la celda 11 cuan-
do se formó el consejo de representantes de la cárcel que sustituyó el
autogobierno que se tenía.
Después que llegaron los 90 campesinos del Quemado a la cár-
cel, organizaron la primera huelga para exigir la libertad de los pre-
sos políticos.
Esa ocasión Juan Pastor, de La Remonta un campesino que pe-
saba 150 kilos se desmayó, a los 12 días de huelga de hambre, lo
tuvieron que bajar entre Guillermo Bello, Zohelio Jaimes y Fredy
Radilla desde el tercer piso de la cárcel. Zohelio recordaba entre risas
“doce días sin comer y bajamos ese cuerpo de 150 kilos, de regreso
llegamos arriba con la lengua de fuera […] esa huelga tardó 16 días,
de los 212 que empezamos la terminamos como 32 reclusos, porque
incluso, cuando faltaba un día que terminara la huelga, encontré a
Juvenal Cabañas comiendo ajos hervidos”.
El líder campesino se sentía orgulloso de haber participado en
estas lides y recordaba a sus compañeros con cariño. Contaba que
con esa segunda huelga se logró la libertad de 11 personas entre las
que estaban Hermógenes Castro, de Cerro Prieto y Ana María Gó-
mez Valencia, de Atoyac.

815
Víctor Cardona Galindo

II
La vida de Zohelio Jaimes Chávez estuvo marcada por su presencia
en los momentos cruciales de nuestra historia reciente. Muchas ve-
ces nos contó que cuando cursaba segundo año de primaria su padre
Gonzalo Jaimes lo llevó a Tixtla, al internado 21 donde estuvo dos
meses esperando que le otorgaran una beca, pero como nunca le
llegó se regresó a seguir estudiando en la escuela de su comunidad
donde únicamente había clases hasta cuarto año.
Fue en uno de esos viajes a Tixtla cuando le tocó el sepelio de los
caídos en la masacre del 30 de diciembre de 1960, vio el día primero
de enero el desfile de los ataúdes, por las calles de Chilpancingo.
Recordaba “me tocó, era muy triste, yo estaba chavo, tenía 7 u 8
años, en la tarde estábamos esperando el camión para Tixtla. Eso me
quedó muy grabado”.
Zohelio contó su testimonio y le dio su historia de vida a todos
los que fueron a buscarlo a su despacho de la Coalición de Ejidos,
siempre dejaba bien clara su postura política y sus prioridades como
luchador social, el café, la vía campesina, los transgénicos y los desa-
parecidos políticos. Muchos investigadores y periodistas lo trataron
y lo quisieron. Luis Hernández Navarro lo colocó a la altura de Ál-
varo Ríos aquel líder agrario chihuahuense que más tierras repartió
a los campesinos.
Se preocupaba mucho por el rescate de la historia regional, pro-
movió la edición de la revista Cronos, lo que el tiempo no disuelve y
diversas publicaciones más. Fue también presentador del libro El
último disparo de Felipe Fierro Santiago. Lo recuerdo últimamente
asistiendo a los eventos de la Converdad, a la lectura de fragmentos
de mi novela El sendero de los cacahuananches y al velorio de la maes-
tra Hilda Flores Solís.
Personalmente conocí a Zohelio Jaimes Chávez el 18 de agos-
to de 1988 en el centro social Lido cuando inició el Segundo En-
cuentro Nacional Campesino que terminó el 20 de ese mismo mes.
Esa vez con la presencia de más de 60 organizaciones se discutió el
816
Mil y una crónicas de Atoyac

programa general y plan de acción de la Unión Nacional de Organi-


zaciones Campesinas Autónoma, ese día conocí también a grandes
amigos como don Rodrigo Flores Jiménez del Quemado. Nunca
fui miembro de la Coalición de Ejidos pero como estudiante de la
preparatoria 22, estuve presente en muchos eventos, fue en la Coali-
ción de Ejidos donde tomé el primer curso de periodismo impartido
por Carlos García Jiménez.

Señores voy a cantarles


este bonito corrido
en memoria de un hombre
luchador muy conocido
nacido allá en San Francisco
y por todos muy querido…

Se crio en los cafetales


allá en lo alto de la sierra
es de familia muy humilde
dedicada a ayudar
a todos los campesinos
de la sierra de Atoyac.

Zohelio Jaimes Chávez


era un hombre cabal
respetado por la gente
todos lo recordarán
campesino y dirigente
de la Unorca nacional.

Fragmento y las primeras estrofas del corrido a Zohelio Jaimes.

En el reporte de su detención aquel 18 de julio de 1972, la Di-


rección Federal de Seguridad, dfs, le puso a Zohelio Jaimes Chávez
como apodo el Muchungo. Se decía que era un delincuente muy
peligroso cuando fue presentado junto con los demás campesinos

817
Víctor Cardona Galindo

de San Francisco Tibor detenidos por ejército. Luego fue ingresado


al penal de Hogar Moderno acusado de participar en la primera
emboscada que la gente de Lucio Cabañas le tendió al ejército en el
arroyo de las Piñas.
A su llegada, la cárcel era controlada por Trinidad Mendoza
Guillén, un reo presidente nombrado por el director del penal.
Mendoza Guillen había caído prisionero por asaltar un banco y te-
nía como auxiliares a Luz y Victorino Landeros. La autoridad den-
tro del penal era el presidente, segundo presidente y los bastoneros,
ellos controlaban la vida interna, el alcohol, la mariguana y la trata
de blancas que hacían con las correosas en contubernio con la di-
rección. También estaba Simón Valdeolibar, el Tuba, “quien era el
responsable de la adquisición de alimentos para los presos, fungía
como jefe de talacheros del penal, uno de hombres y mujeres, aca-
paró la producción artesanal en todas las ramas a muy bajos precios.
En pocas palabras fue cacique, verdugo y funcionario a la vez”, co-
mentó Arturo Gallegos.
Los bastoneros para mantener el orden usaban un chile toro di-
secado y les permitían traer arma blanca. Además de reprimir a la
población carcelaria, eran los encargados de cantar cuando llegaba
la mariguana: “cuántas y de a cómo, llegó fresquecita”. Las condi-
ciones eran infrahumanas, en una pequeña camita, más chica que la
individual, dormían dos presos, celdas que eran para nueve personas
albergaban hasta 30 reclusos.
Al caer detenidos, a Zohelio y a sus compañeros se les asignó
un defensor de oficio que nunca los acompañó a las diligencias, por
eso los presos políticos y los campesinos acusados de las emboscadas
contra el ejército, tuvieron que organizar su defensa por medio de la
presión política y se formaron académicamente en la misma cárcel.
Para ello integraron un círculo de estudios en el que participa-
ban alrededor de 20 presos, donde Octaviano Santiago Dionicio
impartía militarismo, Guillermo Bello, filosofía y Zohelio Jaimes,
economía política. Muchos años después Zohelio diría, “en la cárcel
aprendí mucho. Yo leí muchísimos libros, eso me ayuda porque no
818
Mil y una crónicas de Atoyac

fui a la universidad”. El gobierno se encargó mediante la represión


que la cárcel fuera su universidad, de donde se graduó como lucha-
dor social.
Los visitaban muchos estudiantes de las preparatorias 2 y 7 de
la uag. También venían muchos estudiantes de Sinaloa, a los cursos
de verano de la universidad, que los apoyaban con libros. Zohelio
estaba en la celda 10, donde se destacaba como organizador. Dentro
de la cárcel formaron una cooperativa para la elaboración de artesa-
nías. Nicomedes Fuentes, al caer prisionero se hizo responsable del
taller de salud, donde se aplicaban hasta 30 inyecciones diarias, con
medicamentos que conseguían mediante donaciones, Zohelio y Oc-
taviano Santiago eran de la comisión jurídica, contestaban amparos
y llevaban la defensa de algunos presos, pero también redactaban
cartas familiares. Casi todos los presos se dedicaban a la artesanía,
que era lo fuerte en el penal.
Con las acciones que realizaron dentro de la cárcel, lograron
que mucha gente se concientizara, incluso los presos comunes que
se incorporaron con ellos cuando organizaron la tercera huelga de
hambre. Zohelio recordaba “la tercera huelga fue cuando se fugó
Francisco Fierro Loza, la administración del penal paró la alimenta-
ción y ahora sí, todos los presos le entraron”.
Después de la fuga de Fierro Loza, les echaron los soldados y les
decomisaron todos los libros, sacaron a Octaviano Santiago Dio-
nicio y lo iban a trasladar a otro penal. Entonces Zohelio y Fredy
Radilla Silva encabezaron el movimiento e iniciaron otra huelga
de hambre. Las autoridades del penal respondieron cortándoles el
agua. Estando sin comer y sin agua “muchos se querían rajar pero
un preso común de la Costa Chica, al que apodaban el Charco, se
puso en la puerta con un cuchillo grandote y no dejó salir a ninguno
de los que se rajaron”, comentaba Zohelio.
Esa ocasión los estudiantes en solidaridad, tomaron la estación
de radio xekj de Acapulco, para denunciar la situación en la que se
encontraban los presos y el trato inhumano que estaban recibiendo
de las autoridades penitenciarias. En ese momento Octaviano San-
819
Víctor Cardona Galindo

tiago estaba en las bartolinas, así le llamaban a las celdas de castigo,


mientras ellos estuvieron tres días en huelga de hambre sin agua.
El guerrillero Francisco Fierro Loza, quien había participado en
el secuestro de Jaime Farrill Novelo, se fugó porque los bastoneros
intentaron asesinarlo en el patio de la cárcel, gracias al auxilio de
otros presos salvó su vida. Zohelio con otros campesinos y demás
presos políticos participaron en la logística de la fuga.
La lucha continuó para mejorar las condiciones de vida al in-
terior del penal y lograron quitar al presidente y a los bastoneros
a fines de 1975 y principios de 1976, cuando el director era Jorge
Alfonso Romero López y como subdirector había llegado Juan Ca-
pote Orozco un ex porro de la uag, quien fue el primer subdirector,
porque antes, a los que ocupaban ese cargo los llamaban alcaides.
A partir de ahí, en las 23 celdas se llevaron elecciones internas para
elegir un representante y así se formó el consejo de representantes
que a partir de entonces fue el interlocutor entre los presos y las
autoridades del penal.
Arturo Gallegos al hablar de la artesanías y de la vida dentro del
penal nos dice: “Pero no fue la única actividad a que se dedicaron,
también tarde con tarde un grupo de ellos se echaban la cascarita
de básquet, como para no perder la costumbre. Hasta que lograron
inscribir a su equipo en una liga hotelera donde participaba uno
de los mejores equipos del municipio, si no es que el mejor, Fiesta
Americana. El equipo del penal estaba integrado básicamente por
campesinos encabezados por Benito Manrique Jiménez, Urbano
Fierro Galeana, Francisco Vargas Vinalay, que eran del Quemado,
Zohelio Jaimes Chávez que venía de San Francisco del Tibor y Nar-
ciso Castillo Arreola del cual no recuerdo su población de origen.
Ese año de 1975, recuerdo que llegaron a la final enfrentándose al
mismo Fiesta Americana, quien se llevó el galardón en un encuentro
no apto para cardiacos”.
“El siguiente año fue inolvidable para los ‘campes’ pues con la
experiencia acumulada lograron juego de conjunto, por lo que el
penal uno era una barrera infranqueable para los equipos que sá-
820
Mil y una crónicas de Atoyac

bado con sábado asistían a buscar puntos, pues además de los antes
mencionados, se habían incorporado otros dos elementos, Delfino
Jiménez Mendoza y Ricardo Jones Ocampo, por lo que los internos
esperábamos los sábados culturales con ganas de disfrutar el partido,
sobre todo el triunfo del equipo del penal. Para esos sábados cultu-
rales, la dirección del penal permitía la visita de esposas, novias o
concubinas para echar porras a su equipo, mismos que salían al tér-
mino del partido. Tiempo después y a petición nuestra, se logró que
la visita se quedara a esos eventos deportivos ya que la visita familiar
era hasta el otro día domingo. Así fue como se logró un pequeño
pero importante beneficio para la población carcelaria”.
“Como era de esperarse, el básquetbol dio muchas satisfacciones
a los internos y todo gracias a la destreza de los inocentes llevados
a prisión para justificar los medios represivos del Estado mexicano.
Esos acontecimientos nos hacia olvidar a muchos el encierro y hasta
las penurias de nuestras familias. Recuerdo que en ese torneo brilló
todo el equipo, pero sobre todo Benito Manrique que con un tiro
desde la esquina y casi sin ángulo de tiro, encestaba la pelota con
precisión milimétrica, logrando encestes increíbles. Por otra parte
Francisco Vargas Vinalay, Franco, que siendo de baja estatura, tenía
un triple hecho dando grandes saltos y depositando suavemente la
pelota dentro del aro. La defensa férrea de Delfino Jiménez y Ricar-
do Jones Ocampo que al mismo tiempo que defendían, repartían
juego a Benito, Francisco y Zohelio que tenía el tiro clásico, “po-
niendo una mano adelante y otra atrás de la pelota, se levantaba y
quedaba suspendido en el aire, misma que al soltarla le hacía dar un
giro jalando por lo que iba rodando al revés y en forma casi recta
y al llegar al aro como que perdía fuerza y se clavaba en la piolas”.
“Como podemos imaginar otra vez la final del año anterior, la
revancha esperada: Penal Uno-Fiesta Americana. El encuentro fue
reñido, peleado palmo a palmo, pero esta vez Benito Manrique fue
el verdugo de ese equipo bizarro llamado Fiesta Americana. Sin em-
brago los ‘campes’ obtuvieron el gusto de levantar el trofeo, pues
días después obtendrían su libertad, bajo una amnistía poco clara.
821
Víctor Cardona Galindo

Como sea, lo importante fue que se incorporaron a la vida familiar,


después de ser víctimas de la peor de las injusticias, ser acusados de
guerrilleros, abigeos, bandidos y otros epítetos ofensivos a la digni-
dad de este sector tan trabajador como desvalido”.
Ya el 18 noviembre de 1976, con otros campesinos, Zohelio
salió de la cárcel. “Al salir del penal nos llevaron directo a la casa de
Rubén Figueroa Figueroa… Nos dijo que nos iban a fusilar, que me-
jor fuéramos sus guaruras. No aceptamos”, recordaba años después
entre risas, porque un campesino del Quemado le dijo al goberna-
dor: “No señor mejor regrésenos donde estábamos”.
Una vez en libertad en 1977, participó de forma activa con el
movimiento de los familiares de los presos y desaparecidos políticos,
encabezado por la señora Rosario Ibarra de Piedra, se vinculó con el
sector universitario al que se incorporaron muchos ex presos políti-
cos, en 1979 y 1980 participó en un movimiento universitario para
exigir aumento al subsidio a la Universidad Autónoma de Guerrero.

III
Al salir de la cárcel, el joven campesino se incorporó a las activida-
des de su familia y después de una pequeña estadía en las labores
del campo, trabajó en el Instituto Mexicano del Café, Inmecafé, al
mismo tiempo que comenzó las gestiones para mejorar la vida de
los cafetaleros todavía en el periodo del gobernador Rubén Figueroa
Figueroa, quien en una ocasión le ofreció poner todo el ganado de
un rancho a su nombre. Zohelio le contestó: “No vengo a pedir
nada a nombre mío”.
A partir de 1979, Jaimes Chávez se comprometió con los cafe-
taleros de la Costa Grande y para 1980 era uno de los principales
promotores del movimiento campesino en la región, inicialmente
con la Coordinadora Regional de Productores de Café de la Costa
Grande. También fue una activo sindicalista, en 1983 fue electo
secretario general de la sección viii del sindicato del Inmecafé, co-
rrespondiente al estado de Guerrero y presidente del comité nacio-
822
Mil y una crónicas de Atoyac

nal de vigilancia del mismo organismo gremial con sede en Jalapa,


Veracruz.
Junto a Arturo García Jiménez y otros dirigentes formaron parte
de la Unión de Ejidos Alfredo V. Bonfil, en 1987, la cnc con inter-
vención del gobierno del estado les arrebató la dirección y entonces
formaron la Coalición de Ejidos, que luego se integró a la Unión
Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas,
Unorca, y a la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetale-
ras, cnoc, por eso Zohelio fue uno de los dirigentes fundadores de
ésta dos organizaciones nacionales.
Fue el 9 de noviembre de 1987 cuando cientos de campesinos
de diferentes comunidades tomaron las instalaciones del Inmecafé,
ahí la naciente organización adoptó el nombre de Coalición de Eji-
dos y Comunidades Cafetaleras de la Costa Grande, donde además
participaron activamente algunos líderes de las comunidades como
Rosario Dionicio León, Rubén Rojas Dionicio y Laurentino San-
tiago.
En esa ocasión Arturo García Jiménez convocó a la movilización
que derivó en la toma de las oficinas del Inmecafé, que duró tres
días. Esa protesta se organizó porque ese año el instituto no les dio
la “reversión”, una utilidad que obtenía el café que los campesinos
entregaban para la exportación. Los dirigentes más visibles del mo-
vimiento eran Elio Muños, Zohelio Jaimes Chávez y Arturo García
Jiménez.
Al siguiente año de su conformación, la Coalición de Ejidos
apoyó al Frente Democrático Nacional y a Cuauhtémoc Cárdenas
en su primer recorrido por la Costa Grande. El promotor de la can-
didatura de Cárdenas, Salvador Flores Bello, llegaba a las instalacio-
nes de la coalición donde utilizaba el mimeógrafo de la organiza-
ción para que hacer la propaganda. En las elecciones de 1988 en los
bastiones de la coalición como La Remonta, el pri sacó únicamente
cinco votos y en San Francisco de Tibor, nueve.
Luego los dirigentes de la coalición presentaron un proyecto a la
Fundación Interamericana, iaf por sus siglas en inglés, con el recur-
823
Víctor Cardona Galindo

so que obtuvieron realizaron foros para el desarrollo democrático,


con lo que se fue reforzando el trabajo para la fundación del Partido
de la Revolución Democrática, prd.
Más tarde, el 26 de marzo de 1989, de la Coalición de Ejidos
salió el primer contingente para invadir los terrenos en los que se
fundó la colonia 18 de Mayo de 1967. Se tenía información que
una compañía norteamericana adquirió esos predios para construir
una fábrica de papel y la idea de tomarlos se la dio a Zohelio, Rafael
Solís Girón quien quería solicitarlos para los aprovecharan campe-
sinos sin tierra.
Pero luego, Rommel Jaimes Chávez tomó la iniciativa de inva-
dirlos y lo siguió Santiago Mercado Lino. Desde un mes antes, hubo
varias reuniones previas que se hicieron todos los domingos en las
oficinas de la Coalición de Ejidos. A esas juntas fueron llegando
Fabio Tapia, Teódulo Serafín, Andrés Rebolledo, Lucio Mesino y
Pedro Rebolledo Málaga. En una de esas asambleas, a propuesta de
Rommel, se nombró 18 de Mayo de 1976 a la naciente colonia.
Los paracaidistas, como les llamó la gente, salieron en marcha
de la Coalición de Ejidos a las siete de la mañana, entraron por el
templo evangélico Bethel y le prendieron fuego al monte. En los
potreros andaban unas vacas de Juan Atanasio, que por poco se que-
man. El primer día sumaron alrededor de 700 personas invadiendo
los terrenos. Los petates y los costales para armar los campamentos
los proporcionó la Coalición de Ejidos, que se constituyó en el cam-
pamento 9 de Noviembre 1987, en honor a la fecha en que surgió
esa organización.
En 1991 Zohelio Jaimes participó activamente en la lucha por
la democracia y la paz en Atoyac formando parte del Frente Cívico
Municipal, con otros dirigentes de la Coalición de Ejidos. Ese año
es electo tesorero de la Asociación Mexicana de la Agricultura Eco-
lógica, amae, que tenía su sede en Tapachula, Chiapas.
Sin duda el año de 1993 fue de mucha actividad para Zohelio
Jaimes, participó como delegado al vi Congreso de la cnoc realiza-
do en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, sostuvo una reunión con
824
Mil y una crónicas de Atoyac

la fundación Max Havelarn y Transfair Internacional para firmar


un convenio para la comercialización del café, participó en el foro
nacional “Los pobres construyendo su política social” en Oaxaca,
Oaxaca, y también gestionó recursos ante la fundación Novib y Fo-
naes para la construcción del beneficio seco de café del Combinado
Agroindustrial, S.A., caisa.
Mario Arturo Acosta Chaparro lo acusó, en 1993, de ser el se-
gundo guerrillero más peligroso del país, ya en 1990 en su libro el
Movimiento subversivo en México, el militar lo había colocado como
miembro de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento junto a su
padre Gonzalo Jaimes.
Fue promotor y primer vocal del Consejo Estatal del Café, Ce-
cafe, en 1994 y el siguiente año fue electo miembro de la Comisión
Ejecutiva de la Unorca en Guerrero y participó en el foro sobre De-
sarrollo Social en Chilpancingo. También fue invitado como asesor
político del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ezln, en los
Diálogos para la Paz, por ello participó en la mesa sobre Derechos y
Cultura Indígena, en San Andrés Lararrainzar, Chiapas.
“No te metas en pendejadas”, le advirtió un día de 1995, Rubén
Figueroa Alcocer, entonces gobernador de Guerrero, al líder cam-
pesino Zohelio Jaimes Chávez, “de la cárcel te puedo sacar, pero de
la tumba no”, recordó Luis Hernández Navarro en La Jornada del
martes 22 de abril. Eso fue en los días que el ezln lo había nombra-
do su asesor en los Diálogos de Paz de San Andrés. Apenas dos años
antes, aparecía en listas gubernamentales como el segundo guerrille-
ro más peligroso del país.
Luego en 1996, contendió por la presidencia municipal de Ato-
yac por el prd, como candidato ciudadano, pues Zohelio nunca
estuvo afiliado a ese partido.
Cuando los delegados del ezln visitaron el municipio de Atoyac
para promover la consulta por la Paz y la Democracia, llegaron el 15
de marzo de 1999 por la tarde y después de un acto en la prepara-
toria 22, se dirigieron a las instalaciones de la Coalición de Ejidos,
donde tuvieron una reunión. Allí, el dirigente de esta agrupación,
825
Víctor Cardona Galindo

Zohelio Jaimes Chávez, dijo a los zapatistas que esa era su casa, que
se sintieran a gusto, que en Atoyac como en Chiapas también se
sufría la represión e invitó a constituir un movimiento amplio para
rescatar al país del exterminio a que estaba siendo sometido. Los
zapatista volvieron el 17 de marzo a la Coalición donde Zohelio
expresó que la lucha del ezln era la lucha de todos.
En el 2002 en la ix Asamblea Nacional de Unorca realizada en
San Cristóbal de las Casas, fue electo parte de la Comisión Ejecutiva
Nacional, con esa posición participó activamente en las moviliza-
ciones de esa organización para integrar el movimiento “El campo
no aguanta más”, que promovió el 2003 los 10 días de huelga de
hambre en el Ángel de la Independencia donde Zohelio fue un ele-
mento activo.
Desde el 2005 fue miembro de la Coordinadora Nacional de
la Unorca, por eso durante los días 27 y 28 de agosto de 2010, se
llevó a cabo la Asamblea Nacional aquí en Atoyac para celebrar los
25 años de vida de la Unorca y 30 de la Coalición de Ejidos de la
Costa Grande. En el discurso de bienvenida Zohelio Jaimes dijo que
ninguna organización y ningún gobierno pueden serlo sin las bases.
Recordó que cuando inició la organización campesina las primeras
reuniones se hicieron de manera clandestina. La iniciaron 11 com-
pañeros que ingresaban a las asambleas cada cinco minutos para no
despertar sospechas, en ese tiempo era muy complicado reunirse
porque la Costa Grande estaba en estado de sitio. En ese discurso
también llamó a retomar el rumbo que se le impuso al movimiento
campesino en los ochentas.
A últimas fechas Zohelio era colaborador de la Comisión de la
Verdad del estado de Guerrero, misma que se había convertido en
una de sus prioridades y les facilitó una oficina en las instalaciones
de la organización.
Zohelio también tuvo una intensa actividad internacional. En
1989 participó como delegado a la conferencia “Mejoramiento de
la producción y alternativas de la comercialización del café, grupo
otros suaves”, realizada en San Pedro Sula, Honduras. Fue instructor
826
Mil y una crónicas de Atoyac

sobre beneficiado húmedo de café, responsable de cursos impartidos


a 20 cooperativas en la ciudad de Jalapa perteneciente al departa-
mento de Jalapa que se encuentra situado en la región suroriente de
Guatemala.
En 1990 participó como delegado al segundo congreso de la
Unión de Pequeños Productores de Café de México, Centro Amé-
rica y el Caribe, realizado en San Salvador. En 1991 asistió a la
reunión de Mesoamérica, México y el Caribe sobre agricultura or-
gánica, organizada por la Federación Internacional del Movimien-
to para la Agricultura Orgánica, foam, en Oaxaca, Oaxaca y fue
delegado en 1992 a la segunda Asamblea Internacional de La Red
de Productores de Café Max Havelaar (mercado alternativo), en la
ciudad de Ámsterdam, Holanda. En el Reino de Bélgica, participó
en la campaña de promoción al consumo del café mexicano.
Fue delegado y conferencista sobre cafés orgánicos en el pri-
mer taller internacional sobre producción cafetalera “Café noventa
y cuatro” en la ciudad de Bayamo, Cuba. En 1996 estuvo en el
curso internacional “Planificación, organización y tecnología en el
beneficiado de café” en la ciudad de Guatemala. Fue delegado por
Unorca a la Segunda Conferencia Mundial de Vía Campesina para
la Soberanía Alimentaria, en la que participaron delegados de 48
países en la Trinidad, Tlaxcala, México.
Participó en 1998 en una comisión para la comercialización de
café en Saskatoon, ciudad ubicada en la parte central de Saskat-
chewan, Canadá. En 1999 asistió al evento internacional Café y
Cacao en Santiago de Cuba. Participó en el 2000, en la primera
misión de extensionistas cafetaleros mexicanos en Brasil. Asistió a
la segunda consulta regional de organizaciones no gubernamentales
y de la sociedad civil preparatoria de la Cumbre Mundial de la Ali-
mentación, en La Habana, Cuba. Estuvo en la Cumbre Mundial de
la Alimentación de Organizaciones no Gubernamentales, en Roma,
Italia.
Participó en el Seminario Internacional Campesino e Indígena,
en la Ciudad de México. Estuvo presente en el Foro y Marcha Inter-
827
Víctor Cardona Galindo

nacional Campesina e Indígena por los Derechos Campesinos y la


Soberanía Alimentaría en Cancún, Quinta Roo. Asistió en el 2004
a Valencia, España como delegado de la Unorca al Foro Mundial
de la Reforma Agraria. Participó como delegado en la Cuarta Con-
ferencia Internacional de la Vía Campesina Sao Paulo Brasil. En
el 2007 participó en la Feria Mundial de Productos Orgánicos, en
Núremberg, Alemania.
Zohelio que nació del matrimonio conformado por Gonzalo
Jaimes Blanco y Josefina Chávez González, formó parte de una fa-
milia de 13 hermanos, 7 hombres y 6 mujeres. “Fue el mejor maes-
tro de la escuela, que para muchos fue la Coalición de Ejidos”, así
lo definió su esposa Liliana Castro Piza con quien procreó dos hijos:
Inti y Zoheli. Su hijo mayor que también se llama Zohelio nació de
su primer matrimonio con Rosalba Reynada también ya fallecida.
Para Nicomedes Fuentes García es importante hacer un reco-
nocimiento a Zohelio por su lucha pacífica incansable. “Zohelio
no fue un hombre de armas, no participó en la guerrilla, se dedicó
a dirigir y a orientar a los campesinos. Su entrega fue completa y
su honestidad a toda prueba, por eso es un ejemplo para las nuevas
generaciones, porque su vida fue ejemplar y muy valiosa”.

Ayotzinapa: una historia de lucha


Sin la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa,
Atoyac no sería el mismo. Los maestros egresados de esa institución
le han puesto la cereza al pastel en la historia reciente. Lucio Cabañas,
Carmelo Cortés, Decidor Silva y Rubén Ríos Radilla pasaron por esas
aulas. Cada año valientes, aguerridos y creativos maestros atoyaquen-
ses egresan de ese centro del saber. De los caídos el 12 de diciembre de
2011 Jorge Alexis Herrera Pino era originario de la Y Griega y ahora
cuatro de los 43 desaparecidos son de esta tierra del café.
La historia de la normal desde su fundación, es una historia de
lucha. El gobierno a intentando desaparecerla desde hace más de
828
Mil y una crónicas de Atoyac

medio siglo. Si no fuera por el arrojo y valentía de sus estudiantes, su


existencia fuera un recuerdo. La Escuela Normal Rural Raúl Isidro
Burgos, es única en su género en todo el estado de Guerrero y sólo hay
17 en el país, está ubicada al surponiente de la ciudad de Tixtla. Desde
su fundación ha sido uno de los centros de la educación rural, promo-
tora del cambio social y económico de las comunidades campesinas.
Beatriz Hernández García, en su libro La maestra, escribió que
la primera normal regional se fundó en 1922, por el maestro Isidro
Castillo en Tacambaro, Michoacan y que “por gestión del señor pro-
fesor Adolfo Cienfuegos y Camus se creó la Escuela Normal Rural
de Tixtla, Guerrero, cimiento de la actual normal de Ayotzinapa.
La carrera era de cuatro semestres y se recibían alumnos con solo
certificado de primaria”.
Dicha institución fue establecida por el profesor Rodolfo Alfre-
do Bonilla en marzo de 1926, con el nombre de Escuela Normal
Conrado Abundes y funcionó primeramente en el centro de Tixtla.
Dice Beatriz Hernández que “El 1 de marzo de 1926, la Escuela
Normal Regional de Tixtla, abre sus puertas en la calle del Empe-
drado. La casa que ocupa es propiedad de la señora Otilia Cienfue-
gos viuda de Campos, quien cobra la módica renta de $15.00 men-
suales. Se inscriben en el primer grupo cuarenta y cinco alumnos
con certificado de instrucción primaria elemental”.
El periódico Así Somos, 42, recoge, que se iniciaron los trabajos
con un total de 27 alumnos, que “al no contar con mobiliario de
ninguna clase, se vieron precisados a llevar sillas y mesas, así como
materiales que sirvieron para improvisar el mobiliario necesario”
y para mejorar las condiciones de vida de los alumnos inscritos, a
principios de 1927 se abrió el internado con gran pobreza, por falta
de recursos económicos y materiales suficientes, el que funcionó con
una organización de tipo familiar pero al mismo tiempo en ambien-
te de libertad y cooperación en las diversas tareas que demandaba la
institución.
Luego, el día uno de septiembre de 1930, llegó a Tixtla el apóstol
de la educación, Raúl Isidro Burgos, quien se hizo cargo de la direc-
829
Víctor Cardona Galindo

ción de la normal y el médico y profesor Rodolfo A. Bonilla fue tras-


ladado a la normal de Actopan. El profesor Burgos fue presentado por
el entonces director de Educación federal, Rafael Molina Betancourt.
“Desde la fecha de su fundación, hasta el día último del mes de
febrero de 1932, la Escuela Normal Rural Conrado Abundes, estu-
vo funcionando en la ciudad de Tixtla, pues el 1 de marzo de este
mismo año, el nuevo director de la escuela normal, el maestro rural
Raúl Isidro Burgos Alanís, organizó su traslado en masa, a los fér-
tiles terrenos de la ex hacienda de Ayotzinapa, mismos que habían
sido cedidos por las autoridades municipales de la ciudad de Tixtla
y ratificada dicha donación por el decreto expedido por el ciudada-
no gobernador del estado, general Adrián Castrejón”, escribió Raúl
Mejía Cazapa en el libro Escuela Normal Rural de Ayotzinapa: Notas
sobre su historia.
En este lugar, bajo techos construidos improvisadamente por
maestros y alumnos, y aprovechando las viejas chozas que se encon-
traban ahí y que antes sirvieran a los campesinos, la Escuela Normal
Rural Conrado Abundes, continúo su labor educadora iniciada en
el centro de la ciudad de Tixtla seis años antes.
Los estudiantes internos de aquella época, sacrificaron sus ener-
gías, su preparación y su salud en aras del acarreo y extracción de la
mayor parte de los materiales de la región; incluso redujeron su de
por si pobre dieta alimenticia, para obtener ahorros y dedicarlo todo
a la construcción de las instalaciones de la escuela. Desde entonces
quedó manifiesto el espíritu de sacrificio que han tenido los estu-
diantes normalistas de Ayotzinapa.
Para poder reconstruir, los estudiantes derribaron lo que que-
daba del casco de la vieja hacienda de Ayotzinapa. “Sudorosos y
cubiertos de polvo, los muchachos descargan zapapicos sobe las ve-
tustas paredes que aún lucen a trechos su desteñido tapiz”, escribiría
Beatriz Hernández.
“Como por milagro, magia o encantamiento, la Escuela Normal
Rural de Ayotzinapa, Guerrero, fue surgiendo al pie de este hermo-
sos valle no sólo como la plasmación de un ideal quijotesco, sino
830
Mil y una crónicas de Atoyac

también como un verdadero monumento de más firmes y seguras


esperanzas. Y así después de dormir en el suelo o en camas impro-
visadas de varas, de comer parcamente, de recibir clases debajo de
los árboles y de trabajar sin descanso de seis a seis, vinieron para la
escuela mejores días y las primeras comodidades para alumnos y
maestros, arrancadas al cerro pedregoso y desforestado con entusias-
mo y gran sentido de responsabilidad”, dice Mejía.
Los primeros internos enfrentaron el paludismo. “La excesiva
humedad permanente permitía la existencia de enormes cantidades
de zancudos palúdicos que, en enjambres, perturbaban el sueño de
los estudiantes y los inoculaban los gérmenes nocivos del paludis-
mo”, asentó Hipólito Cárdenas en libro El caso Ayotzinapa o la gran
calumnia.
Beatriz Hernández recoge una anécdota, “las tierras de la vieja
hacienda de Ayotzinapa, cedidas por el ayuntamiento después de
vencer la oposición de los naturales que las cultivaban, se siembran
de caña. Para evitar el robo de la planta, comisiones de alumnos vi-
gilan por las noches. Provistos de escopetas, rifles, palos y machetes,
y embrocados en sus sarapes, rondan todo el campo. Obscura es
la noche. El cielo está encapotado. Relampaguea. A lo lejos suena
un disparo, seguido de un grito “¡Enemigo al frente…! ¡A…lerta!”,
“¡a…lerta!”, contestan de distintos rumbos y el alerta se repite cada
vez más cerca del lugar del disparo.
—Por aquí entraron; yo los vi, eran dos bultos, deben de estar
escondidos entre la caña —Dice el centinela que dio la voz de alarma.
—Vamos, muchachos, alisten sus armas —ordena el jefe de la
guardia, y todos se dirigen cautelosamente al lugar señalado. Se oye
un ruido; tiemblan las piernas y castañean los dientes (…)
—¿Quién anda allí? —grita el más valiente. El ruido sigue. Se
disparan al aire las armas. Dos vacas salen corriendo del cañaveral.
Sonoras carcajadas turban el silencio de la noche.
Ramiro Duarte recuerda la Escuela Regional Campesina de
Ayotzinapa a fines de los años treinta, “el internado era un semillero
de mentes jóvenes, donde la camaradería, el trabajo material y el es-
831
Víctor Cardona Galindo

tudio nos hacía conocernos más de cerca y ahí, tanto había compa-
ñeros de la región de Tierra Caliente, como de la región montañosa
de Tlapa, como bullangueros costeños de la Chica y de la Grande;
un hombre anciano dirigía la escuela, el gran educador y misionero
del abc, en los medios rurales e ilustre hombre, el maestro Raúl
Isidro Burgos”.
“La excelsa labor educativa del maestro Raúl Isidro Burgos le
valió que en vida, por iniciativa de los propios alumnos normalistas,
se sustituyera el nombre de Escuela Normal Rural Conrado Abun-
des por el de Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. Este fue el
merecido reconocimiento al maestro rural que no escatimó tiempo
en la organización de sus alumnos para que en el campo, se rozaran
hombro con hombro con los campesinos, apoyándolos”, comenta
Mejía.
En 1934 el alumnado era mixto. Las alumnas, llegadas de di-
versos lugares del estado de Guerrero, dormían en la planta alta, los
hombres, en la planta baja. Las clases en el amplio comedor, pues
faltaban construir aulas para las clases diarias.
“Para el año de 1934, la Secretaría de Educación Pública dis-
puso un nuevo programa de preparación para los futuros maestros
rurales de la República y cambió el nombre de Escuelas Normales
Rurales por el de Regionales Campesinas, con un plan de estudios
de tres años en vez de dos”.
Desde su fundación la normal de Ayotzinapa gozó de una prác-
tica democrática, donde los alumnos tuvieron los mismos derechos
que los docentes. Se elegía la sociedad de alumnos y participan todos
en la elaboración de los reglamentos internos. Durante la dirección
de Hipólito Cárdenas, éstas prácticas mejoraron, con el agregado
que se informaba a los normalistas del diario acontecer fortalecien-
do en los estudiantes su capacidad de análisis.
“Llegó a la escuela el culto ingeniero Hipólito Cárdenas Deloya,
quien hizo una transformación radical a la misma y comenzaron
a mezclarse ideas de hombres extranjeros terminados en in y tov,
como Stalin, Bugarín, Molotov, etc., y a llegar la literatura rusa con
832
Mil y una crónicas de Atoyac

nuevas ideas que encontraron ‘adictos’, así como a formarse las cé-
lulas comunistas donde se trataban las marchas de la escuela que los
mismos alumnos nos imponíamos y algunos otros asuntos emana-
dos del buró político del Partico Comunista Mexicano, pcm, cuyo
principal dirigente eran era el finado Hernán Laborde”, escribió Ra-
miro Duarte Muños en su libro Copra. Una visión social del cultivo
coprero en la Costa Grande a mediados del siglo xx.
De hecho, la fundación del pcm en Guerrero, se le atribuye ade-
más de Hipólito Cárdenas, al profesor atoyaquense Silvestre Gómez
Hernández, Miguel Arroche Parra y a Pedro Ayala Fajardo. El pcm
tuvo en la normal de Ayotzinapa su principal bastión.
Aunque el Partido Comunista ya tenía presencia en Ayotzinapa
desde antes de la llegada de Hipólito Cárdenas. Cuando Othón Sa-
lazar llegó a esa normal entró en contacto con el periódico del Parti-
do Comunista, La Voz de México, “lo que le permitió enterarse de las
noticias de la vida nacional. El profesor Raúl Isidro Burgos, director
de la normal, recordaba que el estudiantado era muy radical, que
existía una célula del pcm que controlaba la dirección estudiantil del
alumnado. Su consejero áulico era el profesor Palemón Moncayo, él
influyó mucho en la formación de Othon”, recogen Noé Ibáñez y
Catalina Isabel Cabañas en el libro Othón Salazar Ramírez una vida
de lucha.
Cuando Ramiro Duarte Muñoz egresó de la normal, fue envia-
do como maestro a la comunidad del Ciruelar, municipio de Ato-
yac. Ya para 1943, Isidoro Meza encabezaba una célula del Partido
Comunista en la cabecera municipal a la que se integró. Luego por
motivos de su actividad política, el profesor Meza sería asesinado en
Acapulco.
Desde los años treinta la normal de Ayotzinapa ha organizado
huelgas para hacerse escuchar por los gobiernos, del estado y federal,
por ello, tal vez, la historia de represión a la normal de Ayotzinapa
venga desde 1940, cuando el ejército tomó las instalaciones, detuvo
a los maestros y al comité estudiantil. Durante el asalto, los militares
desnudaron a los normalistas y los encarcelaron durante tres años.
833
Víctor Cardona Galindo

El motivo fue haber izado una bandera rojinegra en la explanada de


la escuela.
Por eso ahora las actividades de los normalistas de Ayotzinapa
están íntimamente ligadas a esa tradición de más de ocho décadas
de lucha y también a la vida del guerrillero Lucio Cabañas Barrien-
tos. Por esos los tortugos, como se les llama a los estudiantes de esa
normal, tienen que ser consecuentes, defender su institución y la
educación publica con uñas y dientes. Siguiendo el ejemplo que les
dejó el guerrillero atoyaquense a su paso por la normal donde fue
dirigente estudiantil.
“Era el mes de febrero de 1956, cuando un joven campesino
como de dieciocho años de edad llegaba a la normal de Ayotzinapa
—comenta Vicente Estrada Vega, entrevistado por Simón Hipó-
lito—, tanto el director, como los maestros solamente nos daban
clases una o dos veces por semana, ya que se iban de asueto. Eso
disgustó a Lucio, que una tarde nos reunió para decirnos que proce-
díamos del sector más pobre del país, el campesino, que si nuestros
padres con grandes sacrificios y quitándose el bocado de la boca nos
mandaban a estudiar para cambiar en algo nuestra situación, que
no era justo que siguiéramos el juego al director y a los maestros,
que deberíamos llamarlos y exigirles puntualidad. Así se hizo y una
tarde llamamos al director y maestros a una asamblea, donde les
exigimos puntualidad. Como no quisieron, solicitamos su remoción
de la normal y lo logramos”.

II
Ese movimiento logró mejorar las condiciones en la normal y desde
allí Cabañas aumentó su popularidad como líder natural. Arturo
Miranda Ramírez y Carlos G. Villarino en su libro El otro rostro
de la guerrilla 40 años después, escriben que Lucio Cabañas ingresó
a la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Brugos de Ayotzinapa para
concluir sus estudios de educación primaria en un grupo que fun-
cionaba como anexo a la normal para las prácticas de los estudian-
834
Mil y una crónicas de Atoyac

tes de nivel profesional. “El grupo académico estaba dirigido por


la profesora María Ramírez, apodada la Tortolita por su pequeña
estatura. Era muy apreciada y respetada por su capacidad y seriedad
académica”.
En 1956, al ingresar a primero de secundaria, Lucio ya era am-
pliamente conocido por todos los alumnos y maestros. “A quienes
ingresamos ese año, provenientes de diferentes lugares nos causaba
extrañeza que siendo compañero de grupo y que se suponía también
era de nuevo ingreso ya lo conocieran tantos. Como es tradición en
los internados, nadie se escapaba de ser bautizado con sobrenombre
y de buenas a primeras alguien le puso a Lucio el Chivo”. Se sabe
que en una de sus visitas al internado sus familiares le llamaron Chío
y los que escucharon pensaron que le decían Chivo por eso le quedó
ese mote.
“Para 1959, Lucio era ya el estudiante más querido por los nor-
malistas —dicen Miranda y Villarino— año en que correspondía el
cambio de Comité Ejecutivo Estudiantil. La dirigencia se elegía en
asamblea a la cual todos deberíamos asistir. Era una práctica que en
los hechos servía de enseñanza política de las viejas generaciones a
las nuevas. En esta ocasión compitieron dos planillas, una encabe-
zada por Francisco Santana (a) la Gallina, alumno del nivel profe-
sional y la otra por Lucio Cabañas, estudiante aún de secundaria.
La asamblea fue muy agitada, los de profesional argumentaban que
no era posible que la sociedad de alumnos fuera dirigida ‘por un
secundariano’, pero a la hora de la votación Lucio ganó por amplia
mayoría, gracias al trabajo de proselitismo que realizó previamente
incluso entre los de profesional”.
El triunfo de la revolución cubana en enero de 1959, tuvo un
impacto importante en la historia mundial y despertó la esperanza
en el resto de los países de América Latina, donde se fortalecieron
los movimientos de izquierda. Ese impacto llegó a la normal de
Ayotzinapa, en donde Lucio e Inocencio Castro Arteaga instalaron
en la oficina del comité ejecutivo de la sociedad de alumnos una
radio de bulbos que diariamente a las 8 de la noche, captaba las
835
Víctor Cardona Galindo

transmisiones del ejército rebelde desde la Sierra Maestra de Cuba.


Cuando se iba la señal provocaba desesperación entre los oyentes,
pero al final, “Lucio aprovechaba el interés y entusiasmo de los ra-
dioescuchas para explicar la trascendencia e importancia histórica
que tenía para Cuba, México y América Latina la lucha emprendida
por los cubanos revolucionarios”, recuerdan Miranda y Villarino.
Con la colaboración de las embajadas del entonces bloque socia-
lista, Lucio recolectó libros y revistas y con ellos fundó la Biblioteca
Socialista en las oficinas del comité ejecutivo de la sociedad de alum-
nos. Por lo que fue objeto de hostilidad por parte de unos maestros
que eran miembros de los grupos apegados al poder. Estaba reciente
la campaña “Haz patria mata un comunista”.
En ese tiempo se vino el movimiento en contra del gobierno
de Raúl Caballero Aburto, quien se caracterizó por ser uno de los
gobernadores más represores y cometer muchos asesinatos en aras
de una supuesta seguridad y justicia en el estado. Se les aplicaba la
ley fuga a los presuntos delincuentes. En Atoyac tuvieron fama La
Trozadura y El Charco Largo donde fueron ajusticiados muchos
ciudadanos de esta ciudad, sólo por las sospechas de ser delincuentes
o por señalamientos dolosos de algunos vecinos.
Por eso en 1960 la normal rural de Ayotzinapa se sumó al movi-
miento por la caída de Caballero Aburto: “Lucio fue nombrado pre-
sidente de la huelga en la normal y de manera audaz trepó a la azotea
del edificio de dos plantas recientemente construido, en la parte norte
de las antiguas canchas de basquetbol para plantar con mucha solem-
nidad la bandera rojinegra”. Se organizó la huelga y se hicieron mar-
chas que recorrieron el centro de Tixtla y los alumnos de la normal se
turnaban para montar guardias en la parada cívica de Chilpancingo.
También se integraron a las brigadas de estudiantes que recorrían el
estado haciendo las denuncias en contra del gobernador.
La huelga general de la Universidad de Guerrero estallada en
octubre, constituyó el detonante que hizo generalizar la protesta e
inició del periodo de la más grande ofensiva popular de aquella larga
lucha contra el despotismo, la corrupción y la represión.
836
Mil y una crónicas de Atoyac

En un informe fechado por la Dirección Federal de Seguridad,


el 24 de octubre de 1960 dice: “Los estudiantes de esta universidad,
el 21 de actual se declararon en huelga auspiciados por el Frente Re-
invindicador de Juventudes Guerrerenses y Federación Estatal Uni-
versitaria, dirigida por Jesús Araujo y no depondrán de su actitud
hasta que sea destituido como rector Alfonso Ramírez Altamirano”.
Esta huelga universitaria pedía: la destitución del rector Alfonso
Ramírez Altamirano, por no tener título universitario, reformar la
Ley Orgánica de la Universidad para que no fuera antidemocrática,
aumento de subsidio, contratación de maestros titulados, restitu-
ción de becas a los estudiantes reprimidos por no ser incondiciona-
les de las autoridades universitarias, destitución de los directores de
las preparatorias por represivos y por no tener título universitario.
“Luchaban por una institución de educación superior, con un
contorno universitario, es decir, maestros con título universitario y
carreras universitarias. Por ello exigen la destitución del rector Al-
fonso Ramírez A., por tener título de profesor de primaria”.
La comunidad universitaria pedía definir de manera libre y sin
interferencia de gentes extrañas al quehacer universitario, sus carre-
ras, planes y programas académicos y de investigación. “En unas
palabras, los universitarios luchaban por ejercer plenamente la auto-
nomía universitaria” escribió Mario García Cerros.
Al día siguiente del estallamiento, se sumaron a los universi-
tarios las 22 escuelas secundarias de todo el estado, junto con las
normales de Ayotzinapa y Atenango del Río.
El Frente Estudiantil Cívico de Ayotzinapa, integrado por Lucio
Cabañas, Inocencio Castro, Benito Méndez, Ubaldo Baiza, Nazario
Efrén Girón y Manuel García Cabañas, firmaba un manifiesto que
se distribuyó el primero de noviembre de 1960 durante un mitin en
Chilpancingo contra Caballero Aburto.
Después de la caída del gobernador los estudiantes de Ayotzina-
pa continuaron con su lucha vinculándose a los demás movimien-
tos. Por ejemplo el 18 de diciembre de 1961 en Atoyac se inauguró
el Congreso Estatal de Estudiantes Guerrerenses. El 17 de diciem-
837
Víctor Cardona Galindo

bre de ese año Wilfrido Fierro escribió: “A partir de esta fecha y du-
rante los días 18, 19, 20 y 21 respectivamente se celebrará en el cine
Álvarez de esta ciudad, una Convención de Estudiantes de Segunda
Enseñanza, para formar la Federación Estudiantil Guerrerense. Los
patrocinadores son las escuelas de Chilpancingo, Universidad de
Guerrero, Iguala, Tixtla y Ayotzinapa. El acto de apertura estuvo
a cargo del licenciado Braulio Maldonado, quien dijo en su pieza
oratoria: ‘El deber del estudiantado, es de participar en la vida del
pueblo de México y en los problemas que confronta la patria’. Para
el desarrollo de este congreso, ayudaron económicamente las auto-
ridades municipales que encabeza Félix Roque Solís”.
Uno de los guerrilleros más conocidos, Carmelo Cortés Castro,
al terminar la primaria, continuó sus estudios en el internado de
la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos a donde ingresó en
1962 para cursar la secundaria. Durante el ciclo escolar 1964-1965,
fue miembro del Comité Nacional de la Federación de Estudiantes
Campesinos Socialistas de México, fecsm. Concluida la secundaria,
salió del internado para continuar sus estudios en la Universidad
Autónoma de Guerrero, en la preparatoria uno de Chilpancingo,
porque quería ser abogado.
Al integrarse a la Universidad Autónoma de Guerrero, Carmelo
Cortés encabezó una protesta en contra de las autoridades univer-
sitarias. Pero a raíz de ese movimiento estudiantil fue expulsado el
7 de abril de 1965 junto con otros de sus compañeros. A los pocos
días los expulsados se apoderaron del edificio de la universidad, apo-
yados por alumnos de la normal de Ayotzinapa, colocaron una ban-
dera rojinegra y una manta que decía “El estudiantado universitario
no puede permitir que se traicionen los principios y dignidad uni-
versitaria”. El 8 hubo Consejo Universitario, que acordó denunciar
por despojo a los estudiantes que tenían en su poder el edificio. Ese
día a las 19 horas, hubo una manifestación y mitin de estudiantes
adictos al rector frente al palacio de gobierno.
En ese tiempo, como ahora, la represión contra el movimiento
social era la principal agenda del gobierno, el 9 de noviembre de
838
Mil y una crónicas de Atoyac

1966, secuestraron a Genaro Vázquez Rojas en la Ciudad de Méxi-


co, cuando salía de las oficinas del Movimiento de Liberación Na-
cional, gracias a que Fausto Ávila Juárez se percató del secuestro y
avisó a los líderes del movimiento, fue que Genaro salvó su vida,
mientras esto sucedía, en Guerrero se fortalecía el movimiento estu-
diantil universitario contra el rector Virgilio Gómez Moharro apo-
yados por la normal rural de Ayotzinapa.
Mientras esto pasaba en la capital, en la primaria Modesto Alar-
cón de Atoyac, ocho jóvenes maestros recién egresados de Ayotzi-
napa, llevaban a la institución y al sindicato su tradición de lucha
y su amor al pueblo. Así comenzó ese histórico movimiento por la
democratización de las escuelas que tenían directores autoritarios e
inflexibles ante la situación paupérrima del pueblo y partidarios de
ese lema que “La letra con sangre entra”.
Entre estos maestros egresados de Ayozinapa estaban Serafín
Núñez Ramos y Lucio Cabañas Barrientos. Muchos jóvenes se edu-
caron con ellos, uno de ellos fue Octaviano Santiago Dionicio que
al egresar de la secundaria, presentó examen en la Escuela Normal
Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. De 18 espacios que se
otorgaban él quedó en el lugar 7, mientras su compañero el regidor
perredista Saúl Pérez Juárez se ubicó en el 13. De esa generación
1968-1971, Saúl recuerda que a su ingreso, como todos eran de
escasos recursos, querían lograr la tan ansiada beca que daba la es-
cuela.
Por su parte Octaviano nos dijo un día “Yo vine a hacer examen
en Ayotzinapa, me quedé, después me salí, en el 69 vi un ambiente
sumamente difícil para mí, sentía que me iban a detener en cual-
quier rato”.
Los temores de Octaviano no eran infundados en 1969 el ejérci-
to disolvió una reunión de normalistas en El Ticuí y Octaviano fue
detenido temporalmente por los militares. Sus compañeros fueron
torturados.
Sobre ésta detención, en el Archivo General de la Nación hay
una ficha que informa de los hechos ocurridos el 17 de agosto de
839
Víctor Cardona Galindo

1969, en el que “fueron detenidos por militares de la 27 zona el li-


cenciado Tirio Fernández Lugarrique y seis estudiantes en El Ticuí,
porque se les sorprendió tratando de agitar el mencionado poblado.
Se les decomisó un mimeógrafo, 19 revistas de la urss de fechas
atrasadas”.
Un agente secreto de apellido Ochoa, ubicó a los estudiantes
al pasar en pango el caudaloso río Atoyac. Ellos pensaron que ha-
ciendo la reunión del otro lado, estarían a salvo de la persecución
gubernamental. Pero les cayó encima el pelotón del ejército destaca-
mentado en la fábrica de hilados y tejidos del Ticuí.
Los detenidos fueron “Jesús Santiago Nogueda, estudiante de la
escuela secundaria; Israel Rebolledo Flores, estudiante de la secun-
daria de 18 años; Octaviano Santiago Dionicio de 18 años, según
los datos, estudiante de Escuela Normal Rural Guadalupe Aguilera
del estado de Durango; Ramiro Onofre Gudiño, 18 años, estudian-
te de la normal rural de Ayotzinapa; Antonio Rodríguez Díaz, 18
años, del Ticuí y estudiante de Ayotzinapa; J. Luis Gudiño Vázquez,
18 años, estudiante de Ayotzinapa”. Según el mismo reporte.
“Con estas detenciones el ejército y la dfs disolvieron una reu-
nión en El Ticuí en el que participarían estudiantes de diversas nor-
males del país. Los militares, la policía del estado y la dfs sitiaron El
Ticuí”. Muchos estudiantes quisieron salir corriendo por las huertas
pero el ejército los alcanzó y los golpeó brutalmente.

III
Hasta encontrarlos. “Porque vivos se los llevaron y vivos los queremos”.

En la segunda mitad del año 1969, se desarrollaba en el país un


movimiento estudiantil en defensa de las normales rurales, porque
en el siguiente ciclo escolar el gobierno federal se había propuesto
desaparecer 14 de ellas. Las escuelas estaban vigiladas y los alumnos
eran hostigados permanentemente. El ejército y la policía tenían
órdenes de disolver cualquier reunión que detectaran.
840
Mil y una crónicas de Atoyac

Por eso los detenidos el 17 de agosto, por efectivos del ejército


mexicano, en El Ticuí, Octaviano Santiago Dionicio, Israel Rebo-
lledo Flores, J. Jesús Santiago Nogueda, José Luis Gudiño Vázquez,
Ramiro Onofre Gudiño y Antonio Rodríguez Díaz, fueron traslada-
dos a la 27 zona militar, con sede en el puerto de Acapulco, donde
fueron fichados e interrogados.
Para el 18 de agosto, continuaban registrándose movimientos
estudiantiles en diversas normales del país, protestando por la deci-
sión de la sep de clausurar 14 normales rurales. Ese día se celebró en
la ciudad de Oaxaca, en el edificio central de la Universidad Benito
Juárez de Oaxaca, con una asistencia aproximada de 300 estudian-
tes, un evento para conmemorar el primer aniversario del día en que
“el estudiantado oaxaqueño se sumó al movimiento estudiantil de
la Ciudad de México”, con la presencia, entre otros, de la Escuela
Normal Rural de Reyes Mantecón y Escuela Normal Rural para
Señoritas de Tamazulapan, decía un informe de la policía política.
En la ciudad de Chihuahua, a partir de las 13:00 horas se ins-
taló frente al palacio de gobierno, un grupo aproximado de cien
estudiantes de las normales rurales de Salaíces y Saucillo, realiza “un
mitin informativo a la ciudadanía”, considerando el cierre de las
normales como una medida drástica del gobierno federal “para ter-
minar con el último reducto de educación popular” “… el gobierno
teme a los estudiantes normalistas porque son gente que siempre
estará a favor de la justicia”, informaba una agente de la dfs.
También en la ciudad de Mérida, Yucatán, los estudiantes de la
Escuela Normal Rural de San Diego Tekax, repartieron un volante
en su defensa, anunciando que realizarían el 21 de agosto una mar-
cha de Tekax a Mérida. “En Tixtla, Guerrero, la normal rural de
Ayotzinapa continúa en reparación de sus instalaciones. La policía
vigila en las inmediaciones del plantel”, informaba la dfs el 18 de
agosto de 1969.
De estos informes encontrados en el Archivo General de la Na-
ción se desprende que “estudiantes detenidos el día anterior en El
Ticuí, Atoyac de Álvarez, son ‘interrogados’ por el agente del mi-
841
Víctor Cardona Galindo

nisterio público federal, dentro de las instalaciones de la 27 zona


militar, con sede en el puerto de Acapulco”.
Los informes policíacos hablaban del resultado de los interroga-
torios. “Octaviano Santiago Dionicio es originario de Atoyac, tie-
ne 18 años de edad, estudiante de la Normal Rural J. Guadalupe
Aguilera de Canatlán, Durango, llegó a Atoyac en julio de 1969,
inmediatamente se puso en contacto con estudiantes normalistas
que residen en Atoyac y El Ticuí, entre ellos, Juan Abarca Mateos,
Eduardo Bello López, Guillermo Bello López, Israel Rebolledo Flo-
res y José Luis Hernández, con quienes se organiza en esa región
para tratar de resolver el problema de la normal rural de Ayotzinapa.
Junto con otros estudiantes, elaboró un volante en el que se ataca a
las autoridades federales por ordenar la supresión de las normales…
la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México fa-
cilitó el material para la elaboración del volante”.
“Israel Rebolledo Flores es hijo de campesinos, tiene 18 años de
edad, estudiante de segundo año en la secundaria federal de Ato-
yac, peón en el canal de irrigación en Atoyac, ex miembro del Club
Juvenil Atoyaquense, integrado por elementos de izquierda que ra-
dican en Atoyac. Asiste a varias juntas donde se tratan problemas
relacionados con las normales rurales a invitación del profesor César
Núñez Ramos”.
“J. Jesús Santiago Nogueda tiene 18 años de edad, estudiante
de segundo año de la secundaria federal de Atoyac. En casa de José
Luis Gudiño Vázquez se da cuenta que se elaboraban volantes en
favor del movimiento normalista. Conoce que Dionicio Silva Ra-
dilla, (Decidor Silva Valle) el Negri, e Hilda Flores Reinada (Solís),
participaron en la redacción de los volantes, así como que maestros
de Chilpancingo realizan juntas de orientación con estudiantes en
el domicilio del Negri y en la (casa) de Juan García Fierro. El jefe
o director del actual movimiento en Atoyac es el profesor Ramiro
Morales Pérez, quien estudia en la Normal Superior de Capacita-
ción en Chilpancingo y pertenece al Movimiento Revolucionario
del Magisterio”.
842
Mil y una crónicas de Atoyac

“José Luis Gudiño Vázquez es hijo de campesinos, de 16 años


de edad, estudiante de segundo año en la secundaria de Ayotzinapa.
Señala que los gastos para la elaboración de los volantes se hicieron
por cooperación entre jóvenes normalistas. El mimeógrafo que uti-
lizaron les fue entregado por Ramiro Onofre el mes pasado. Ramiro
y Octaviano se encargaron de delaborar el esténcil, además de ser los
principales dirigentes del movimiento en Atoyac”.
“Ramiro Onofre Gudiño tiene 18 años de edad, hijo de campe-
sinos, egresado de la escuela de Ayotzinapa. Señala que el mimeó-
grafo, donde elaboraron los volantes, le fue entregado personalmen-
te por Adolfo Lozano, secretario general de la fecsm, a mediados
de junio. El dinero para la elaboración de volantes lo obtenía por
cooperación entre los normalistas radicados en la región. Los textos
los redactaba junto con Octaviano Santiago, José Luis Gudiño y
otros más. Escogieron El Ticuí para celebrar su asamblea porque
en Atoyac existe mucha represión por parte de las autoridades. En
una reciente reunión, a la que asistieron, entre otros, María de Jesús
López y Josefina Hernández, de Palmira, Morelos; Enedina de la
Cruz Martínez, de Atequiza, Jalisco; y Antonio Rodríguez Díaz, del
Ticuí, se acordó formar brigadas de orientación para visitar campe-
sinos e informarles de su movimiento, así como proveerse de fondos
para lo mismo y hacer pegas de volantes y elaborar pintas”.
“Antonio Rodríguez Díaz, originario del Ticuí, hijo de campe-
sinos, de 17 años de edad, termina sus estudios en la secundaria
federal Antonio Delgado de Chilpancingo, Guerrero. Señala que
Onofre Gudiño y José Luis Hernández Barrientos, de la normal ru-
ral de Ayotzinapa, le solicitaron su domicilio para celebrar una junta
el 17 de agosto, día en el que los detuvieron los soldados. El evento
se realizó con la asistencia de 10 jóvenes de diferentes normales con
el objetivo de “darles instrucciones sobre las tareas inmediatas a rea-
lizar en favor de la normal rural de Ayotzinapa”. Se percató que en
otras reuniones participaron Santiago Dionicio, José Luis Gudiño,
Ramiro Onofre, Miguel Ludwig Téllez, y el Negris. Estudiantes de
la normal rural de Palmira, Morelos, que residen en El Ticui, han
843
Víctor Cardona Galindo

sostenido varias juntas en el domicilio de Delia Gudiño de Jesús, a


la que asistieron padres de familia, los que han aportado una cuota
mínima de $10.00 para ayudar al movimiento. Antonio participa en
una brigada que efectuó pegas de propaganda. Ha orientado a los
campesinos del Ticuí, principalmente a los peones de su padre, expli-
cándoles el problema de las normales, criticando al gobierno federal
y no ha tenido éxito en la recolección de dinero para el movimiento”.
Después de los interrogatorios en los que les dejaron claro que
era delito elaborar volantes y reunirse para organizarse en contra
del gobierno, los militares los pusieron en libertad y así pudieron
regresar a sus casas.
Es que para ese tiempo, Lucio Cabañas ya estaba en la sierra
y Genaro Vázquez había escapado de la cárcel de Iguala. Por eso
para el secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García
Barragán “los grupos que operan en Atoyac y Coyuca de Catalán
pueden tipificarse como guerrillas rurales por su ideología radical,
armamento que poseen, adiestramiento y el adoctrinamiento que
en la conciencia de los campesinos tratan de imbuir, sobre ideas de
extrema izquierda, contando para tal fin con el apoyo incondicional
de numerosos profesores egresados de las escuelas normales rurales,
especialmente de Ayotzinapa”.
Y es que sí, los estudiante de Ayotzinapa estaban apoyando al
movimiento guerrillero, Wilfrido Fierro registra que el 18 de mayo
de 1970, “en la madrugada de hoy, fueron detenidos los jóvenes es-
tudiantes Octaviano Santiago Dionicio, Josafat Hernández Ríos, José
Isabel Radilla Solís, Valentín Nava Loeza y Julio Castro Vázquez quie-
nes estudian en Chilpancingo y Ayotzinapa. La detención fue en esta
ciudad de Atoyac, al ser sorprendidos pegando panfletos y pintando
fachadas, incitando a la rebelión y a la violencia armada, por instruc-
ción de los profesores Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez
Rojas, quienes operan como guerrilleros en la sierra”.
Los estudiantes de Ayotzinapa siempre han sido solidarios con
todos los movimientos sociales, principalmente con la Universidad
Autónoma de Guerrero. Durante 1973, la uag enfrentó la reacción
844
Mil y una crónicas de Atoyac

interna y externa. Los porros tomaron la rectoría y el edificio do-


cente fue resguardado por los seguidores del rector Rosalío Wences
Reza. Ya para el 21 de noviembre de ese año, había en Chilpancingo
representantes de todas las escuelas de la universidad en el estado y
de estudiantes de Ayotzinapa a favor del rector. Después de marchar
a las 20:10 horas, se constituyeron en asamblea permanente. Y ante
ésta fuerza, ese día en el patio central del edificio docente el rector
rindió su segundo informe.
Como Ayotzinapa, en el país, existieron 36 planteles que se crea-
ron hasta 1934 para alfabetizar y educar al campesinado mexicano.
Las normales rurales tuvieron continuidad y un fuerte impulso du-
rante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas del Río, cuando
recibieron la encomienda de eliminar el analfabetismo y de llevar la
educación desde la costa hasta la sierra.
De los 36 planteles creados, actualmente sólo prevalecen 17,
puesto que el gobierno se ha encargado de cerrarlas argumentando
que ya no son necesarias en los nuevos tiempos. Los estudiantes han
resistido esa política exterminadora del gobierno, desde 1934 que en
Álvaro Obregón, Tabasco, se llevó a cabo en julio y agosto el i Congre-
so de Estudiantes Socialistas de México y fundaron la La Federación
de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, ese organismo es-
tudiantil que es el más antiguo de México, ha sido el eje articulador
del movimiento normalista. Y sus dirigentes han sido verdaderamente
heroicos. Porque sin la existencia de ese movimientos estudiantil, las
normales ya hubieran desaparecido todas.
Los normalistas de Ayotzinapa han sido gente de lucha, en 1940
tuvieron que armarse y prepararse para defender la normal a sangre y
fuego cuando un seguidor de Juan Andrew Almazán, intentaba asal-
tarla y matar a los maestros para acabar con ese reducto comunista. Se
hablaba en ese tiempo que Almazán, quien perdió las elecciones ante
Manuel Ávila Camacho se levantaría en armas y se hablaba de un fuerte
desembarco de armas en Zihuatanejo. En diversas partes de la sierra
había gavillas dispuestas a tomar las armas en contra del gobierno.
Un político tixtleco de nombre Román Campos Viveros, levan-
845
Víctor Cardona Galindo

tó un grupo de hombres armados y encabezando una gavilla se pro-


ponía tomar la ciudad de Tixtla, pero primero iría a Ayotzinapa para
colgar a los profesores comunistas de la normal. Por eso los norma-
listas se armaron y haciendo guardias nocturnas, por días, esperaron
con los rifles en la mano, pero el ataque nunca se concretó, porque
el movimiento rebelde al no encontrar eco entre los campesinos se
disolvió en Apango.
Fue en 1940, cuando los estudiantes normalistas rurales organiza-
ron su primera huelga nacional exigiendo más presupuesto a la pensión
alimenticia en los internados, en ese movimiento tuvieron logros. Pero
en aquél tiempo como ahora, los allegados al poder decían, “¿Cómo
se atreven esos insolentes a plantear huelgas al gobierno que los están
manteniendo? ¡Son unos mal agradecidos! ¿Cómo que exigen zapatos?
¿Acaso no hay maestros de huaraches?”
Al año siguiente se inició la primera campaña gubernamental en
contra de la normal de Ayotzinapa, la inauguró el gobernador inte-
rino de Carlos Carranco Cardoso el primer mandatario del pri —el
anterior era del prm— y descendiente de aquel Matías Carranco
que entregó a Morelos. Carranco se planteó destruir a los comunis-
tas y el principal foco de ellos estaba en Ayotzinapa.

IV
Desde 1937 los alumnos de Ayotzinapa venían exigiendo que el
personal docente estuviera completo y con la preparación requerida,
en aquel tiempo como ahora, carecían de camas suficientes y mu-
chos alumnos dormían en el suelo frío. Eran presa de los zancudos
y algunos padecían paludismo. La escuela carecía de herramientas y
maquinaria para los talleres y las labores agrícolas. La cuota que reci-
bían para la alimentación era de 50 centavos diarios por alumno. La
institución padecía el acoso de supervisores que llegaban sin avisar y
siempre buscaban minuciosamente las fallas.
Los estudiantes planteaban sus demandas a cualquier represen-
tante del gobierno que llegara a visitarlos. Al encontrar oídos sordos,
846
Mil y una crónicas de Atoyac

en 1940 se vino la primera huelga nacional de normales rurales. Dice


Hipólito Cárdenas, “al finalizar el año de mil novecientos cuarenta,
existía agitación de los estudiantes campesinos del país —convoca-
dos por la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de Mé-
xico—, preparando un movimiento de huelga contra la Secretaría
de Educación Pública, reclamando la satisfacción de sus necesida-
des urgentes; las demandas planteadas eran de carácter económico,
cultural, recreativo y de salubridad, pues las escuelas campesinas se
caracterizaban por ser las instituciones más abandonadas”.
Ese año al llegar a la presidencia de la República, Manuel Ávila
Camacho, como parte de su plan de gobierno, se dedicó a destruir
todo lo logrado por el cardenismo. Su blanco inmediato fueron las
misiones culturales y las escuelas regionales campesinas. A las nor-
males, “había que destruirlas o convertirlas en centros docentes con
programas limitados a la simple conformación de profesionales ano-
dinos desligados del medio concreto y del pueblo y, en cambio, para
distraer a los jóvenes inquietos, despertar en ellos el apetito turístico
que les desliga de su región (…) Fue por esta razón que el señor
ministro, decidió dividirlas en escuelas normales rurales unisexuales
y en escuelas prácticas de agricultura de varones”.
Por lo anteriormente expuesto, al iniciarse el año de 1941, llegó
la orden que el ingeniero Hipólito Cárdenas Deloya debería en-
tregar la dirección de la escuela. El precursor del comunismo en
Guerrero salió de Ayotzinapa, una mañana de los primeros días de
marzo, más la conciencia ya estaba sembrada y las fuerzas retró-
gradas del estado preparaban su asedio. Un grupo llamado Frente
Revolucionario de Maestros, centró su objetivo primero, en la des-
aparición de las escuelas regionales urdiendo toda clase de intrigas,
como veremos más adelante.
Fue entonces cuando “la Escuela Regional Campesina de Ayot-
zinapa pasó a ser normal rural de varones; consecuentemente, el
director debería ser un profesor; y para castigar a los muchachos
que tanto habían luchado por los intereses generales de la juventud
campesina, enviaron a (Carlos Pérez Guerrero) uno de los frentistas
847
Víctor Cardona Galindo

más deshonestos y execrable sicofante quien, llamándose zapatista,


hacía causa común con los sinarquistas, almazanistas, dorados y pí-
caros de toda laya”.
Por otro lado Carlos Carranco Cardoso, llegó al poder en 1941
después que la comisión permanente del Congreso de la Unión de-
claró desaparecidos los poderes en el estado de Guerrero y destronó
al gobernador Alberto F. Berber. Carranco se propuso destruir a los
comunistas del estado y para sus fines contó con el apoyo del Fren-
te Revolucionario de Maestros, con ellos el anticomunismo cobró
fuerzas en esta entidad suriana.
La llegada del profesor Carlos Pérez Guerrero a la Escuela Nor-
mal Rural Raúl Isidro Burgos, facilitó los planes del gobernador.
Formaron un grupo de esquiroles, llamado Bloque de Jóvenes Re-
volucionarios que se infiltraron en la escuela y junto con el nuevo
director comenzaron a predisponer a la gente de Tixtla contra los
estudiantes de Ayotzinapa. Se valieron de diversas artimañas para
acabar con el movimiento de los estudiantes, que en esos tiempos
tomaba auge, impugnaban la llegada de la nueva autoridad y se re-
sistían a cambiar de modalidad.
Para establecer sus planes, Pérez Guerrero viajaba diariamente a
Chilpancingo y constantemente reunía en Tixtla a los sinarquistas
en casa del jefe Ceballos Durán, llevando las consignas de Carran-
co. El director de Educación federal en Guerrero, Leobardo Parra
y Marquina, tenía acuerdos con la sección de maestros a quienes
ya había entregado dinero para movilizarse en contra de la normal.
Entonces a Carlos Pérez Guerrero se le ocurrió la idea perversa de
acusar a los estudiantes de Ayotzinapa, de haber quemado nuestro
lábaro patrio para en su asta izar la bandera rojinegra. Y se promovió
un escándalo nacional nunca visto hasta entonces. Ese es el tema del
libro de Hipólito Cárdenas Deloya, El caso de Ayotzinapa o la gran
calumnia.
Incapaz de resolver el problema interno y de conciliar intereses
con los estudiantes, el director Carlos Pérez Guerrero le fue subien-
do de tono y los informes que enviaba a sus superiores eran cada
848
Mil y una crónicas de Atoyac

vez más viles. Mientras los alumnos cada vez presionaban más para
exigir la salida de su calumniador y la fecsm también se moviliza-
ba preparando la huelga general de los estudiantes campesinos y
logrando la solidaridad del snte y de los campesinos en torno a
los alumnos de Ayotzinapa. Pérez Guerrero había hecho creer a las
autoridades que el pueblo humilde odiaba a los normalistas, pero se
dio contra la pared cuando la mayoría del pueblo se solidarizó con
los tortugos.
“Los lectores confiados en las letras de molde de la prensa mer-
cenaria, prostituta y venal, dedicada a combatir enconadamente a
toda causa del pueblo, presentó en grandes titulares la bazofia se-
cretada por el cerebro enajenado del que ocupaba la dirección de la
escuela, cuyo texto acusaba a maestros y alumnos de haber ultrajado
y quemado la bandera nacional. No tuvieron el menos respeto al
público al afirmar que los estudiantes la habían pisoteado y que-
mado, izando en su lugar la rojinegra”, escribiría Cárdenas Deloya.
El gobierno de Ávila Camacho, en vista del escándalo provoca-
do por los de Ayotzinapa y para calmar a la opinión pública, proce-
dió sin ninguna prueba que los incriminara en contra los alumnos
y maestros de la institución. Reprimiéndolos sin consideración y
llevando a los dirigentes a la cárcel.
El dos de mayo se presentó el gobernador Carranco a la escue-
la acompañado del procurador de Justicia del estado, su secretario
particular, el inspector de zona de Tixtla profesor Alberto González
Valle, el presidente municipal de Tixtla y el coronel Badillo, con una
sección de infantería del 37 batallón y otra más de Chilpancingo,
la guarnición de Tixtla, la policía del estado uniformada, la policía
judicial y un séquito de periodistas.
La tropa militar se colocó en lugares estratégicos y pusieron sitio
a la escuela. “Daban órdenes altisonantes y ejecutaban maniobras,
aplicando sus flamantes conocimientos militares. En poco tiempo,
la escuela estuvo sitiada por el ejército, con sus fusiles en posición de
tiradores y bayonetas caladas, listos para la carga. El campo estaba
dispuesto para atacar por todos los flancos y la retaguardia bien pro-
849
Víctor Cardona Galindo

tegida; en el centro, como enemigo peligrosísimo, muchachas, mu-


chachos y maestros, inermes que, contemplaba asombrados aquellas
maniobras insólitas”.
Mientras el ejército hacía sus maniobras, el gobernador interino
con sus policías, sus esbirros, esperaban en la brecha que el sitio fue-
ra seguro para entrar. Los alumnos no pudieron salir de la escuela y
si lo intentaban se encontraban con las bayonetas de los soldados.
“Traigo amplias facultades del señor presidente de la República para
resolver el conflicto interno”, dijo Carranco al entrar a las instala-
ciones y después mostró un mensaje donde decía que los alumnos y
maestros ultrajaron la bandera. Pero después de hacer indagaciones
se demostró que se trataba de un invento del director Pérez Guerre-
ro. Sin embargo se empeñaron en mantener la calumnia.
Después de la visita del gobernador, el propio director de Edu-
cación federal, Leobardo Parra y Marquita y el director de la normal
Carlos Pérez Guerrero se echaron a cuestas la tarea de ir casa por casa
invitando a los vecinos de Tixtla, para realizar en la plaza una ma-
nifestación en contra la escuela de Ayotzinapa. Ya tenían el pretexto
para cerrarla, únicamente faltaba el apoyo de la población que no
tuvieron. Fue muy poca gente la que se juntó.
La campaña mediática era contundente, el hecho que en una
escuela de provincia, llena de comunistas, se quemara la bandera
nacional ocupaba las primeras planas de los periódicos del país. Un
reportero de La Prensa, escribió: “Quisimos llegar a la escuela de
Ayotzinapa, pero no nos fue posible, debido a que fuimos recibidos
con palabras soeces antes de llegar; además, quisimos sacar fotogra-
fías de la bandera rojinegra que ondeaba en el pórtico de la escuela,
pero tampoco pudimos por no poner en peligro nuestras vidas”.
El día 12 de mayo de 1941 estudiantes y maestros fueron de-
tenidos y consignados. “Precipitó el hecho, porque los alumnos se
habían declarado en huelga; entre cuyas justas peticiones figuraba la
salida del director, en virtud de que no atendía la escuela, a la cual
llegaba de visita ciertos días de la semana; porque había hecho la di-
visión del alumnado organizando un grupo de frentistas esquiroles;
850
Mil y una crónicas de Atoyac

por inepto y porque era el autor de las calumnias que de manera sis-
temática se fraguaban en Tixtla por lo sinarquistas contra alumnos
y alumnas”.
Después del simulado mitin de Tixtla, con periodistas y com-
parsas, Pérez Guerrero salió a Chilpancingo a entrevistarse con el
gobernador y como resultado de esto, el coronel Badillo salió con
un pelotón del 37 batallón y llegó a la escuela a detener a nueve
jóvenes de la sociedad de alumnos. Después de ser detenidos fueron
llevados al cuartel de la partida militar en Tixtla, donde los golpea-
ron a culatazos, mientras el coronel se regresó a Ayotzinapa, arrancó
un cuadro de Carlós Marx y encerró a los alumnos en el comedor
donde los amenazó para obligarlos a firmar un acta donde se desis-
tían de sus demandas, sin embargo nada logró y algunos estudiantes
fueron aislados y retenidos en una camioneta militar.
Los alumnos contestaron, “ese director nos ha calumniado y
quiere destruir la escuela, que es la única donde pueden estudiar los
hijos de los pobres que no tienen bienes para pagarnos los estudios
(…) Estamos exigiendo a la Secretaría de Educación que cumpla
con la ley y con sus compromisos con ésta escuela, porque nos tie-
nen abandonados a pesar de tener presupuesto aprobado para aten-
der nuestras necesidades”. El coronel los amenazó: “Ahí tengo una
camioneta disponible para llevar a los rebeldes a tirarlos a otro lado,
donde no se vuelva a saber de ellos”, ni así se doblaron en sus de-
mandas los estudiantes.
Los detenidos: Modesto Álvarez, Ezequiel Pérez, Efrén Hernán-
dez, Daniel Ramos, Rafael y Pablo Añorve, Luis G. López, Miguel
Alonso y Estanislao Córdova, fueron acusados por los ultrajes a la
bandera. Al caérseles en teatrito de que habían quemado el lábaro
patrio quisieron justificar el ultraje con el hecho de que el alumnos
Modesto Álvarez tenía entre sus pertenencias una bandera que le
había entregado el general Lázaro Cárdenas para la escuela y no se
habían hecho los honores correspondientes para recibirla.
Los testigos comprados “aseguraron que alumnos y maestros,
sociedad de alumnos, comité de huelga, delegación sindical, se re-
851
Víctor Cardona Galindo

unían formando asambleas e integraban células comunistas; que la


bandera nacional había sido guardada como cualquier objeto de uso
particular entre los sucios hilachos de un alumno, omitiéndosele los
honores e izando en su lugar la bandera rojinegra; que cuando el
señor gobernador visitó la escuela, no se le recibió como era debi-
do y que incluso lo despidieron a silbidos”. Eso fue suficiente para
decretarles la formal prisión, por delitos en contra de la autoridad,
asociación delictuosa y ultrajes a la bandera.
Contra esos indefensos maestros y alumnos campesinos cayó
todo el peso del poder. Fueron trasladados a la prisión de Acapulco
donde estuvieron recluidos recibiendo en todo momento el apoyo
de doña María de la O. Dentro del penal desarrollaron un labor
alfabetizadora y únicamente salieron libres cuando cambiaron los
vientos políticos ya siendo gobernador Gerardo R. Catalán Calvo.

V
Una vez localizados los restos del guerrillero Lucio Cabañas Barrien-
tos, en el año 2002, fueron homenajeados en distintos puntos del
estado de Guerrero. En la fecha en la que se cumplieron 28 años de
su muerte. Los restos fueron llevados a las instalaciones de la Escuela
Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, donde se graduó
como maestro rural en 1963. Su alma mater lo cobijó de nuevo.
“—Ser pueblo, hacer pueblo y estar con el pueblo—, la frase de
Cabañas, se pudo leer en uno de los muros de la escuela, ubicada a
12 kilómetros de Chilpancingo”, registró aquella ocasión la prensa
nacional. El diario Reforma entrevistó a la profesora Estela Cervan-
tes, encargada de la biblioteca de la normal, quien conoció a Lucio
cuando cursaba la secundaria en la institución. Ella lo describió:
“Era muy listo y ya era líder en su grupo. En la normal siempre
sacó buenas calificaciones. Cuando se fue de guerrillero a la sierra
nunca les dijo a los estudiantes de la escuela que se fueran con él,
siempre fue respetuoso”. Sin embargo, varios ex alumnos de Ayotzi-
napa lo siguieron a la sierra, como Inocencio Castro, Rafael Castro,
852
Mil y una crónicas de Atoyac

Francisco Ríos, Carmelo Cortés —quien después dejó el Partido


de los Pobres para fundar las Fuerzas Armadas Revolucionarias— y
Valentín Nava.
La profesora, quien estuvo presente en el homenaje al guerrille-
ro, justificó el hecho de que Cabañas haya optado por la vía arma-
da y condenó el hecho que todavía se intentaran tomar represalias
contra la escuela de la que egresó Lucio, bajo el pretexto de que ahí
estudió.
En Ayotzinapa ante la urna con los restos de Lucio Cabañas se
realizó un homenaje, con familiares del que fuera líder del Partido
de los Pobres. En el patio del plantel se congregaron representantes
de las 17 normales rurales del país, vestidos de negro y con banderas
rojas. Alumnos, integrantes de la Federación de Estudiantes Cam-
pesinos Socialistas de México, fecsm, acompañaron con consignas
los discursos de los oradores de ese evento. En las instalaciones de la
normal rural de Ayotzinapa, unos 200 jóvenes normalistas y repre-
sentantes de diversas organizaciones realizaron una velación, para la
cual colocaron la urna con los restos de Cabañas frente a un altar
con un crucifijo y cirios. En la mañana del día siguiente, los restos
fueron homenajeados y llevados caminando por Pablo Cabañas y
Alejandro Serafín, así como por un grupo de estudiantes, mientras
que los demás asistentes le rendían honores y cantaban la Interna-
cional socialista, para despedir a uno de los íconos de las luchas es-
tudiantiles.
Durante las últimas décadas, los normalistas de Ayotzinapa han
protagonizado cientos de protestas en Chilpancingo y por diversas
ciudades del estado que van desde la toma de edificios públicos, re-
tención de autobuses, marchas y bloqueos de avenidas y carreteras,
todo encaminado a lograr la sobrevivencia del plantel y sus mejoras
materiales. En muchos de los casos la respuesta de la autoridad ha
sido el desalojo brutal y con un saldo trágico.
Es que esta escuela, como la mayoría de las otras normales ru-
rales que integran la Federación de Estudiantes Campesinos Socia-
listas de México, debe de movilizarse para seguir subsistiendo. Cada
853
Víctor Cardona Galindo

año mediante marchas y plantones los estudiantes deben arrancar


al gobierno el presupuesto, la beca alimenticia y la convocatoria de
nuevo ingreso. La lucha para que las normales sigan existiendo es
intensa y como se ve ahora, riesgosa.
Muchos estudiantes han padecido la represión selectiva, por
ejemplo Rafael Castro Hernández originario de Santo Domingo,
estudiante de Ayotzinapa está desaparecido desde 1978 y la mañana
del 12 de octubre de 1988, el alumno de la normal Justo Sierra de
Campeche, Juan Manuel Huikan Huikan quien se encontraba apo-
yando a los tortugos —como se le llama a los alumnos de Ayotzina-
pa—, fue asesinado con un tiro de ar-15 en el pecho, por un policía
estatal que estaba a unos metros de uno de los accesos a las instala-
ciones de la normal de Ayotzinapa. El agente agresor fue detenido,
pero cinco años después el gobierno lo dejó en libertad.
Otro caso que no quedó muy claro fue el de Fidel Benítez Radi-
lla, de 23 años, originario de Tetitlán, quien murió de un supuesto
atropellamiento. Él había sido beneficiario de una plaza después de
haber participado en un movimiento para exigir al gobierno que las
entregara. El 30 de diciembre de 2008, Arturo Hernández Cardona
demandó al gobierno del estado la investigación a fondo de la for-
ma en que murió, “no creemos la versión de que fue atropellado…
Porque en el lugar donde murió a esa hora no circulan muchos ve-
hículos”. Se pensaba que el joven maestro fue ejecutado y acostado
en la carretera para que los atropellaran los autos.
Y el 2009, en Atoyac, un grupo de hombres armados intentaron
levantar la noche del martes 27 de octubre, al ex dirigente estudian-
til de Ayotzinapa y profesor en la comunidad de Los Laureles, Luis
García Álvarez. El maestro logró escapar de sus captores y cuando
huía al monte alcanzó a escuchar que uno de los esbirros decía “no le
disparen lo necesitamos vivo”. García Álvarez encabezó la lucha por
las plazas para los miembros de su generación y el 15 de septiembre
de ese año, sustrajeron su expediente de la casa del maestro, donde
vivía en Los Laureles, municipio de San Miguel Totolapan. Para
muestra un botón de la persecución que sufren sus dirigentes.
854
Mil y una crónicas de Atoyac

En cuanto a la represión masiva, el 11 de febrero de 1998, se


dio uno de los actos más violentos de represión a la protesta de los
normalistas, fue en el centro de Chilpancingo, durante el gobierno
interino de Ángel Aguirre Rivero. En esa ocasión los tortugos, apoya-
dos por estudiantes de las otras 16 escuelas que forman la fecsm, se
manifestaron frente al palacio de gobierno para exigir la liberación
de su dirigente Macario Cruz Ventura, que estaba prisionero acusa-
do de delitos políticos como motín, sedición y ataques a las vías de
comunicación. Esa vez cercaron el edificio gubernamental más de
cinco horas, luego al menos 500 policías antimotines y ministeriales
cayeron sobre ellos para desalojarlos en una batalla que dejó 10 nor-
malistas heridos y 57 detenidos.
Una represión que marcó al movimiento normalista se dio en
el gobierno de Zeferino Torreblanca Galindo, en mayo de 2005,
cuando al menos 500 policías antimotines desalojaron del Congre-
so local a estudiantes de la normal mientras éstos protestaban en
demanda de plazas y de que no desapareciera esa institución. Los
efectivos antimotines utilizaron toletes y gases lacrimógenos para
retirarlos del lugar. En esa ocasión el Centro de Derechos Humanos
de la Montaña Tlachinollan, reportó a 230 estudiantes lesionados,
30 detenidos y dos desaparecidos.
Otra manifestación reprimida con la misma violencia tuvo lugar
el 14 noviembre de 2007, también durante la administración de
Torreblanca. Los estudiantes habían tomado la sede del Congreso
local en demanda de plazas para egresados y la permanencia de la
licenciatura de primaria, que pretendía desaparecer la administra-
ción zeferinista. Después de cuatro horas, cerca de 800 normalistas
fueron desalojados por un millar de policías antimotines y ministe-
riales, después de una confrontación que se prolongó cerca de dos
horas y dejó un saldo de 250 jóvenes con lesiones provocadas por el
gas lacrimógeno, 10 de ellos con heridas graves por los golpes que
recibieron de la policía.
En esa ocasión, la causa de las protestas fue que el gobierno
del estado intentaba suprimir la licenciatura en educación primaria,
855
Víctor Cardona Galindo

con el pretexto de que en Guerrero “los maestros ya no hacen falta,


es más, sobran”. La normal de Ayotzinapa fue la única que opuso
resistencia. En las movilizaciones no participaron las urbanas públi-
cas ni las privadas. El gobernador entonces era Zeferino Torreblanca
Galindo, que llegó por el prd y se había propuesto desaparecer a la
normal, lo cual no logró. Pero ganas no le faltaron.
El 30 de noviembre de 2007, en Acapulco. Unos 50 estudiantes
de la normal de Ayotzinapa habían tomado la caseta de La Venta
de la autopista del Sol. Cubiertos con sus playeras y paliacates, los
estudiantes cobraban una cuota de 50 pesos a los automovilistas
que pasaban por esa vía. La toma de la caseta era con el objetivo de
recaudar fondos para financiar el movimiento, para que el gobierno
de Zeferino Torreblanca Galindo, les otorgara 75 plazas a los egresa-
dos. La acción de los normalistas apenas duró 30 minutos, cuando
los policías federales llegaron para desalojarlos.
Unos 30 minutos después de iniciada la protesta, comenzaron a
llegar grupos de policías federales a bordo de camionetas. La presen-
cia policiaca por sí sola no inhibió la protesta. Pero luego llegaron
dos camiones de la policía federal preventiva con unos 80 agentes
antimotines con los que reforzaron la valla de los federales montada
a unos 150 metros de distancia de la caseta.
Protegidos con escudos los policías avanzaron a paso lento ha-
cia los normalistas que se replegaron a sus autobuses donde fueron
golpeados, los estudiantes pretendieron usar unos cohetones que
llevaban en costales y cartones, pero algunos policías accionaron ex-
tintores en el rostro de los manifestantes. Un pequeño grupo de es-
tudiantes se dispersó por el monte y la ciudad. Pero sus compañeros
los buscaron hasta localizarlos.
Aun con todo este historial, Ayotzinapa a veces pierde su con-
gruencia, como en el 2010, cuando apadrinó la generación el dipu-
tado local del Partido Revolucionario Institucional, Héctor Vicario
Castrejón, uno de los políticos más cercanos a Rubén Figueroa Al-
cocer, responsable de la masacre de 17 campesinos en Aguas Blan-
cas. El flamante padrino de generación regaló un busto de cobre de
856
Mil y una crónicas de Atoyac

Lucio Cabañas a la escuela, que se colocó en el patio de la normal.


Por eso, el 9 de agosto de ese año, Micaela, la hija de Lucio Cabañas,
el luchador social Pablo Sandoval Cruz y estudiantes de Ayotzinapa,
quitaron el busto.
En el 2011, como lo hacen cada año, los estudiantes de la nor-
mal Raúl Isidro Burgos, entregaron un documento a las autoridades
estatales para pedir que se garantizara la permanencia de este plan-
tel. Y como cada año, el gobierno de Guerrero ignoró los primeros
intentos de diálogo.
Las demandas fueron entregadas por escrito desde el 9 de sep-
tiembre a la titular de la Secretaría de Educación de Guerrero, Silvia
Romero Suárez. En el pliego planteaban el incremento de la matrí-
cula escolar para alumnos de nuevo ingreso de 140 espacios a 170,
autorizar un promedio mínimo de siete, para acceder a la escuela y
plazas automáticas para los egresados.
En lo que parecía una muestra de buena voluntad, el 26 de sep-
tiembre del 2011, Ángel Aguirre Rivero visitó la normal y comió
con los estudiantes en el comedor, es el primer gobernador con ese
gesto. Les llevó un autobús y material deportivo, quienes aprove-
charon la oportunidad para entregarle personalmente el pliego peti-
torio y solicitar una reunión para discutirlo. De ahí se vinieron una
serie de citas que no se concretaron.
Al verse ignorados en los siguientes meses, los estudiantes acor-
daron una serie de acciones de protesta, a fin de lograr una reunión
con Ángel Aguirre. La preocupación básica es que se advertía la in-
tención del gobierno estatal de desaparecer la normal de Ayotzinapa
no autorizando la nueva matrícula.
Por eso el 7 de diciembre los tortugos tomaron cinco radiodifu-
soras en Chilpancingo. El 8 de diciembre bloquearon la caseta de
cobro de Palo Blanco y la respuesta de las autoridades fue de ame-
naza porque enviaron a la policía ministerial reforzada por la policía
federal preventiva que llevaba órdenes de desalojarlos.
Sin tomar en cuenta las protestas, las autoridades educativas
guerrerenses cancelaron varias veces las reuniones pactadas con los
857
Víctor Cardona Galindo

estudiantes de Ayotzinapa. Les pospusieron el 4 de octubre y el 9 de


noviembre. Luego los colaboradores del gobernador Ángel Aguirre
Rivero les aseguraron que serían recibidos el lunes 5 de diciembre.
Pero nuevamente se suspendió el encuentro.

VI
El 12 de diciembre de 2011, de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro
Burgos, de Ayotzinapa, salieron unos 400 estudiantes a manifestarse
en demanda de solución a su pliego petitorio y pedir una audiencia
con el gobernador Ángel Aguirre Rivero. Los estudiantes se traslada-
ron a Chilpancingo en seis autobuses. Llegaron alrededor de las 11
de la mañana a las afueras de la ciudad y cerca de la desviación hacia
Tierra Colorada, frente al hotel Parador del Marqués, bloquearon
la carretera.
Los jóvenes normalistas que, como es su costumbre, cubrían sus
rostros con paliacates y playeras. Querían plantear al gobernador los
problemas de la normal, como la reanudación de clases suspendidas
por un paro de maestros, la ampliación de la matrícula y plazas para
los egresados.
Y como es usanza en todos los gobiernos autoritarios, antes que
los funcionarios que puedan resolver, se presentan los cuerpos repre-
sivos. El bloqueo llevaba una hora cuando llegó al policía federal,
acompañados de preventivos estatales y ministeriales. La agresión
de los cuerpos policiacos fue directa. Los disparos duraron entre 15
a 20 minutos. Los alumnos se defendieron con piedras y otros co-
rrieron a cubrirse. De pronto personas ajenas al movimiento incen-
diaron una bomba despachadora de la gasolinera Eva ii, arrojándole
una bomba molotov. El trabajador Gonzalo Rivas Cámara intentó
apagar el fuego de la bomba en llamas y se quemó al explotar una
garrafa de gasolina, que se encontraba cerca del artefacto incendia-
do. El trabajador murió el domingo uno de enero del 2012. Fuentes
gubernamentales le atribuyeron al dirigente campesino de Coyuca
Benítez, Luis Olivares este atentado.
858
Mil y una crónicas de Atoyac

En la carretera, las balas de la policía terminaron con la vida de


los estudiantes Gabriel Echeverría de Jesús de 19 años, quien cur-
saba el segundo grado de la licenciatura en educación física, y Jorge
Alexis Herrera Pino de 20, que cursaba el tercer grado de la licen-
ciatura en educación primaria, cuyos cuerpos quedaron tirados en
el asfalto. Édgar David Espíritu Olmedo fue herido gravemente, la
bala le atravesó el cuerpo a la altura de las costillas. El también nor-
malista Gerardo Santiago Peña de 19 años, originario de Acapulco,
fue detenido por policías judiciales quienes le sembraron un cuerno
de chivo, porque lo agarraron con cascajos en las manos que recogió
del piso después de los disparos de la policía.
La mayoría de los estudiantes lograron huir hacia los cerros de
Petaquillas y de Chilpancingo, hasta donde lo siguieron los agentes.
La prensa habló de 24 detenidos y 30 heridos.
Después de los hechos, agentes del ministerio público alteraron
la escena del crimen, quisieron fabricar un enfrentamiento. A Ge-
rardo Torres Pérez, lo torturaron y lo obligaron a disparar con un
ak-47 para presentarlo como culpable de tirar, con esa arma contra
la policía, pero el teatro de les vino abajo. Momentos después de
la masacre, unos peritos de la Procuraduría de Justicia, fueron sor-
prendidos a un costado de cerro, cuando “sembraban” cascajos per-
cutidos en un área con yerba seca y reaccionaron en forma violenta
contra los reporteros que llegaron al sitio.
El saldo de la represión fue de dos muertos, cuatro heridos, tres
normalistas y un chofer de un tráiler, un estudiante torturado, 15
víctimas de tratos crueles, 24 detenidos de las cuales sólo nueve eras
estudiantes de Ayotzinapa, concluyó la cndh.
Gabriel Echeverría era delegado nacional de la Federación de Es-
tudiantes Campesinos Socialistas de México. “Mi hijo no era un ase-
sino, no era un violador, nomás fue a una escuela de pobres”, dijo su
madre doña María Amadea de Jesús al reportero Zacarías Cervantes.
El martes 13, la procuraduría local dejó en libertad a 24 jóvenes
detenidos durante el desalojo, entre ellos a Gerardo Torres Pérez, a
quien el procurador Alberto López Rosas había señalado pública-
859
Víctor Cardona Galindo

mente como portador de un rifle ak-47 que fue disparado. Todos


los liberados denunciaron que policías ministeriales y federales los
torturaron.
Después, la dependencia estatal pretendió inculpar al estudiante
Édgar David Espíritu, quien estaba internado, en el hospital del
issste de Chilpancingo, por una herida de bala en el abdomen. Sus
familiares denunciaron que estaba acusado de incendiar la bomba
despachadora de la gasolinera cercana a la protesta, en la que murió
el trabajador Gonzalo Rivas.
La Secretaría de Seguridad Pública federal responsabilizó, ese
mismo día 13 de diciembre, a los policías ministeriales de Guerrero
por disparar contra los normalistas. En conferencia de prensa, el
procurador Alberto López Rosas deslindó a la policía del estado de
los disparos y dijo ignorar qué elementos agredieron a los estudian-
tes. Más tarde López Rosas fue cesado de su cargo, junto con el
secretario de Seguridad Pública estatal, Ramón Almonte Borja, y el
subsecretario Ramón Arreola.
Ya para el 14 de diciembre, el gobernador de Guerrero, Ángel
Aguirre Rivero, en medio de las condenas y el escándalo, declaró
que él no ordenó disparar contra los estudiantes para disolver la
manifestación. El 16 de diciembre, alguien filtró una serie de videos
inéditos al Universal, donde muestran que durante el encuentro en-
tre los estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa y los
cuerpos de seguridad de Guerrero y policías federales, los alumnos
no portaban armas de fuego, como aseguró en un principio el en-
tonces procurador Alberto López Rosas.
Ese mismo viernes 16, en una multitudinaria marcha, los estu-
diantes de Ayotzinapa anunciaron que irían a la sede del Congreso
de la Unión para interponer una demanda de juicio político contra
el gobernador Aguirre. Tras su marcha, los de Ayotzinapa acompa-
ñados por normalistas de otras entidades y miembros de organiza-
ciones sociales, llegaron al palacio de gobierno, donde dejaron el
autobús que en septiembre les había entregado Aguirre. “Este auto-
bús nos lo cobraron muy caro, con la vida de nuestros compañeros”,
860
Mil y una crónicas de Atoyac

dirían los estudiantes que después se dirigieron al zócalo capitalino


donde realizaron un mitin.
Las protestas se dieron en todo el estado y el 18 de diciembre
de 2011, un grupo de policías de Atoyac quemaron una manta en
apoyo a Ayotzinapa, que jóvenes estudiantes habían colocado en el
kiosco de esta ciudad. Al enterarse alcalde Carlos Armando Bello
suspendió a los agentes de su servicio 15 días.
Por una serie de irregularidades registradas en la integración del
expediente de los dos alumnos asesinados, la Procuraduría General
de la República, citó 19 de diciembre a declarar al ex procurador de
Guerrero. Además, la dependencia dio a conocer que Alberto López
no aprobó los exámenes de control y confianza aplicados a los man-
dos medios altos, por lo que desde hace tiempo había desconfianza
por parte del gobierno federal a la Procuraduría de Guerrero.
El gobernador Ángel Aguirre compareció el 26 de diciembre,
en la sede de la cndh donde leyó cinco páginas de un reporte que
entregó a Raúl Plascencia, titular de la comisión, que finalmente
recomendó la reparación del daño a los familiares y juicio político
para López Rosas y Almonte Borja, lo que el Congreso del Estado
no ha hecho. Pero además tampoco el ejecutivo estatal ha cumplido
con la reparación del daño a la escuela de Ayotzinapa en lo que se
refiere a la infraestructura y mejoramiento de las instalaciones.
Todavía el jueves 6 de noviembre del 2014, por segunda oca-
sión, la comisión de gobierno del Congreso local, sacó del orden
del día el dictamen, de la comisión instructora, mediante el cual se
inhabilita por cinco años a Alberto López Rosas por su responsa-
bilidad en las omisiones en el desalojo violento a normalistas en la
autopista del Sol. El documento también establece el pago de una
pensión vitalicia a las familias de los normalistas caídos, que consis-
tirá en un salario de maestro. Asimismo, la pensión a la viuda del
trabajador de la gasolinera, Miguel Rivas Cámara, y becas educati-
vas para sus hijos.
A pesar de la represión, los normalistas de Ayotzinapa no se
amedrentaron y siguieron con sus protestas, el 3 de enero toma-
861
Víctor Cardona Galindo

ron las radiodifusoras de Chilpancingo, para exigir justicia para sus


compañeros. La policía los hostiga durante todos sus movimientos.
El 7 de mayo de 2012, un grupo de normalistas se encontraba
en el tramo de carretera Chilpancingo-Iguala, en el punto conocido
como Casa Verde, boteando para recaudar fondos para el festejo del
Día de las Madres. Ese día, una vez más las autoridades enviaron
policías estatales y federales, con armas de fuego, a disuadir el boteo
que realizaban los normalistas.
Una intimidación similar y en el mismo punto de Casa Verde,
la vivieron el 9 de noviembre de ese mismo año. En esta ocasión,
agentes de la policía federal detuvieron y golpearon a cinco norma-
listas que, como la otra vez, se encontraban pidiendo cooperación a
los automovilistas. En esa ocasión, según el testimonio de los nor-
malistas, lo agentes de la policía federal les dispararon a los pies a
Ezequiel Sánchez Alvarado, Rodolfo Vargas Ortiz, Antonio Mora-
les Villanueva, Marcos López Cruz y Roberto Estrada Medina. Los
golpearon en el rostro y en el cuerpo y se los llevaron presos para
entregarlos a la Procuraduría de Justicia del Estado. En el transcurso
del camino fueron torturados y amenazados con cortarles las orejas.
Después del movimiento del año 2012, en la minuta firmada
para el ciclo 2012-2013, el gobierno del estado se comprometió con
los estudiantes a mejorar la infraestructura física de la institución
con nuevas aulas, dignificación de los dormitorios y comedor, reha-
bilitación y equipamiento del centro de cómputo y actualización de
acervo bibliográfico, respeto al promedio mínimo de siete para in-
greso a la normal. Dotación de material didáctico para sus prácticas
escolares, material deportivo y el incremento al presupuesto para la
alimentación, así como la dotación de herramientas y maquinaria
para sus actividades agrícolas y pecuarias. Pero como siempre el go-
bierno no cumple sus acuerdos.
El 14 de noviembre del 2012, unos dos mil estudiantes de ocho
normales del estado, marcharon en Chilpancingo. Al día siguiente
un camión que trasladaba estudiantes de Ayotzinapa fue agredido
por un comando armado no identificado en el entronque a Tierra
862
Mil y una crónicas de Atoyac

Colorada. El grupo de empistolados subió al autobús y al atacar a


cachazos al conductor éste perdió el control de la unidad que volcó
quedando un estudiante lesionado. También salió herido el chofer
y su esposa.
Por recomendación de la cndh, el gobierno del Guerrero y la
Secretaría de Seguridad Pública Federal ofrecieron disculpas públi-
cas a las víctimas y familiares de los fallecidos el 12 de diciembre de
2011. Fue el miércoles 21 de noviembre de 2012, el Gobierno del
Estado efectuó el acto sin la presencia de los familiares en el salón
Triángulo del Centro Internacional Acapulco en un acto encabeza-
do por el gobernador Aguirre Rivero.
En diciembre de 2012, la secretaria de Educación, Silvia Rome-
ro Suárez, señaló que esa escuela no puede seguir con métodos que
la ubican “fuera de contexto”, de desarrollo y compromiso social
que deben caracterizar la formación de docentes. Dijo que convo-
caría a un foro de consulta ciudadana para una profunda transfor-
mación de la normal de Ayotzinapa, porque “es claro que no está
cumpliendo con los objetivos de su creación”. Esto confirma que
había interés del gobierno aguirrista de desaparecer la normal.
En la primera mitad del 2013, pasó otro acontecimiento que
tiene que tomarse en cuenta en esta crónica, el 30 de mayo, ocho
integrantes de la organización Unidad Popular de Iguala fueron
desaparecidos por un comando de civiles armados al concluir una
manifestación pacífica, entre los levantados estaba el líder de esa
agrupación Arturo Hernández Cardona de quien se dice fue asesi-
nado el 31 de mayo, por el propio alcalde José Luis Abarca. El 3 de
junio fueron encontrados los cuerpos sin vida de Arturo Hernández
Cardona, y de sus compañeros Ángel Román Ramírez y Rafael Ban-
deras Ramón.
Al enterarse del hallazgo de los cadáveres de los dirigentes so-
ciales, integrantes de Unidad Popular, de la Organización Genaro
Vázquez Rojas y estudiantes de la normal de Ayotzinapa, tomaron
el palacio municipal de Iguala, lo apedrearon, derribaron las puertas
y lo pintaron con consignas. Éste sería, según la pgr, uno de los mo-
863
Víctor Cardona Galindo

tivos del alcalde de Iguala, José Luis Abarca, para ordenar por radio
el ataque a los normalistas el 26 de septiembre.

VII
Luis Olivares Enríquez, dirigente de la Organización Popular de
Productores de la Costa Grande, oppcg, quien fuera acusado del
incendio de la gasolinera Eva ii, en los hechos del 12 de diciembre
del 2011, fue asesinado con su pareja, Ana Lilia Gatica Rómulo,
dentro de su casa en la colonia Fuerte Emiliano Zapata en Coyuca
de Benítez el 10 de noviembre del 2013. Precisamente cuando la re-
presión se había desatado en otras partes del estado contra dirigentes
sociales ligados al movimiento normalista.
Ante el asesinato de Luis Olivares, los estudiantes de la escuela
normal rural de Ayotzinapa, llamaron a las organizaciones sociales,
intelectuales, académicos, periodistas y al pueblo en general a rever-
tir las tendencias autoritarias de Guerrero y en un boletín que circu-
ló, ese mismo día del crimen, contabilizaban 13 luchadores sociales
asesinados durante el gobierno de Ángel Aguirre Rivero.
La tarde de ese 10 de noviembre, policías comunitarios, maes-
tros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en
Guerrero, ceteg, y estudiantes de la Normal rural de Ayotzinapa
marcharon en Chilpancingo para exigir la liberación inmediata del
promotor de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunita-
rias, crac, en Tixtla, Gonzalo Molina González, quien había sido
detenido el 6 de noviembre de 2013 en la carretera federal Chilpan-
cingo-Tixtla, acusado de terrorismo, privación ilegal de la libertad
y robo.
Cuando el contingente regresaba a Tixtla, la noche de ese 10 de
noviembre, se dio un enfrentamiento a pedradas entre elementos de
la policía comunitaria de Tixtla y estudiantes de Ayotzinapa contra
la policía estatal y efectivos del ejército mexicano, que dejó tres le-
sionados, dos estudiantes y un policía. El encuentro fue a las 20:30
cerca de la central de autobuses de Chilpancingo, sobre la lateral del
864
Mil y una crónicas de Atoyac

boulevard Vicente Guerrero, cuando los estudiantes y comunitarios


intentaban retener autobuses. Finalmente lograron llevarse tres au-
tobuses dos de Costa Line y uno de la Estrella de Oro.
La mañana del 11 de noviembre del 2013, se registró un se-
gundo enfrentamiento a pedradas entre policías estatales habilita-
dos como antimotines y estudiantes de la normal de Ayotzinapa.
El saldo fue un normalista descalabrado y los agentes de seguridad
pública recuperaron los cuatro autobuses del servicio público.
“A las normales rurales las quieres desaparecer, nosotros con lu-
cha y sangre las vamos a defender”, fue la consigna de la marcha el
14 de noviembre del 2013, al cumplirse seis años de aquel desalojo
violento en el Congreso del Estado. Cuando más de mil agentes
antimotines cayeron sobre los normalistas dejando un saldo de siete
desaparecidos, siete detenidos y tres heridos de gravedad, uno de
ellos con lesiones en el cráneo.
El pliego petitorio del 2013 contempló asegurar el nuevo ingre-
so para el ciclo escolar 2014-2015 para los hijos de los campesinos,
obreros e indígenas; el cese de la campaña mediática emprendida
por Estado en contra de la escuela normal de Ayotzinapa. La can-
celación de las 50 averiguaciones previas que inició Procuraduría
General de Justicia del Estado contra los líderes normalistas.
Al comenzar este año (2014), el 7 enero, sobre la carretera fe-
deral Acapulco-Zihuatanejo, a la altura del municipio de Atoyac,
cuando pedían cooperación a los automovilistas que transitaban
por esa vía, murieron atropellados los estudiantes de Ayotzinapa,
Freddy Fernando Vázquez Crispín de 23 años originario de Tixt-
la y Eugenio Alberto Tamarit Huerta de 20 años, de Tenamazapa
municipio de Tlacoapa y resultaron heridos Eder Pérez Serafín, José
Bartolo Leyva y Luis Enrique Jiménez Tirador.
Los hechos ocurrieron a las 2:40 de la tarde, de ese martes 7 de
enero, cuando 90 normalistas boteaban en la carretera federal, cerca
de la colonia Buenos Aires. Los alumnos de la normal rural fueron
atropellados por un tráiler que transportaba maquinaria pesada y
tenía exceso de volumen en los laterales. Cinco alumnos fueron en-
865
Víctor Cardona Galindo

vestidos por el vehículo, que siguió su rumbo hacia Acapulco sin


socorrer a los atropellados.
El chofer Benjamín Torres Salgado, fue detenido por los propios
estudiantes en Cayaco municipio de Coyuca de Benítez. Una patru-
lla de la policía federal pasó por el lugar de los hechos y no quiso
auxiliar a los estudiantes, quienes a bordo de un camión, le dieron
alcance al responsable. Los muertos fueron trasladados a la funeraria
Sarabia, donde fueron identificados y los heridos al hospital general
Juventino Rodríguez García.
En el expediente del caso se asienta: “el inculpado conducía un
vehículo Keenworth de plataforma, quien por conducta poco cui-
dadosa, imprudencia, negligencia, marcada falta de precaución y/o
atención al circular, incurrió en infracciones al reglamento de trán-
sito en carreteras y puentes de jurisdicción federal. Provocó que la
parte lateral derecha del riel de la retroexcavadora que llevaba en el
remolque acoplado, chocara contra la anatomía corporal de los hoy
occisos y de tres jóvenes más que resultaron lesionados”.
Ese mismo día, el periódico Milenio publicó una nota titulada
“Guerrilla ‘mueve’ a grupos de autodefensa y maestros” y da a cono-
cer unos supuestos documentos de inteligencia sobre los movimien-
tos políticos de Guerrero. Venían relacionados nombres de dirigentes
magisteriales, sociales y representantes de la crac a quienes ligan con
la guerrilla, algunos de los mencionados ya habían muerto asesinados
y otros estaban en la cárcel. Al día siguiente dirigentes sociales como
Bertoldo Martínez Cruz, Manuel Olivares y Ranferi Hernández Ace-
vedo repudiaron la criminalización del movimiento social.
Por su parte, el secretario del comité estudiantil de Ayotzinapa,
Guillermo Hernández Castro, al referirse a la muerte de los dos
estudiantes, dijo que desde que el gobernador Ángel Aguirre Rivero
asumió el poder se encargó de “estigmatizarnos y satanizarnos, mos-
trándonos como delincuentes ante la sociedad, por las movilizacio-
nes que hacemos ante la cerrazón a nuestras demandas”.
Más, siguiendo su tradición de solidarizarse con los movimien-
tos sociales, tras la detención de Aurora Molina González dirigente
866
Mil y una crónicas de Atoyac

de la crac en Tixtla, el 19 de marzo de 2014 por la mañana, los es-


tudiantes de Ayotzinapa intervinieron y unos 40 de ellos apedrearon
al convoy integrado por el ejército y la policía estatal que llevaban a
la dirigente detenida. Lo que provocó la intervención de un grupo
antimotines que los dispersó con gas lacrimógeno. Luego marcha-
rían el sábado 9 de agosto en Tixtla a lado del pueblo y los policías
comunitarios para exigir la libertad de los presos de la crac, como
Gonzalo Molina y Nestora Salgado Salgado.
En agosto de 2014, el Centro de Derechos Humanos de la
Montaña Tlachinollán denunciaba la criminalización de la crac,
Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Presa la Parota,
cecop, y la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos.
De nuevo, el 22 de septiembre de 2014 policías federales im-
pidieron que estudiantes de la normal retuvieran autobuses en la
autopista del Sol, cerca del lugar conocido como Tierras Prietas y el
hospital general Raymundo Abarca Alarcón en Chilpancingo.
A las 2:30 de la tarde, llegó un grupo de 40 normalistas cu-
biertos del rostro con playeras y sudaderas, que portaban piedras
en las manos y quienes iban a bordo de un camión de la escuela. A
los 10 minutos llegaron más de 30 agentes de las policías federal y
estatal, que resguardaron el lugar y así evitaron que los estudiantes
se expropiaran gasolina de los autobuses. Por eso al cerrárseles las
oportunidades en Chilpancingo para retener autobuses y proveerse
de gasolina, la próxima vez lo intentarían en Iguala.
La escuela cuenta con un autobús que el gobierno del estado
entregó y dos urvans, pero no son suficientes para mover 140 es-
tudiantes de primero que saldrían a diferentes puntos del estado a
realizar sus actividades.
La tarde del viernes 26, una asamblea estudiantil decidió que
una comisión de alumnos iría a Iguala a retener tres autobuses que
serían utilizados para acudir a la marcha del 2 de octubre a la Ciu-
dad de México y para visitar las regiones del estado para observar la
práctica docente y ayudar a los niños con lento aprendizaje. “Tras
867
Víctor Cardona Galindo

la decisión, salieron rumbo a Iguala alrededor de las seis de la tarde,


a bordo de dos autobuses de la línea Estrella de Oro, unos 80 estu-
diantes de primero e integrantes de la dirigencia estudiantil”. De lo
que ocurrió después habláramos en otra ocasión.
Como se ve, cada año los alumnos tienen que luchar. La normal
tiene al menos un periodo de movilización anual para exigir sus de-
mandas históricas ante las autoridades estatales, las principales son
la autorización de la matrícula escolar de nuevo ingreso, de 140
lugares, para garantizar la continuidad de la escuela, la permanen-
cia de la licenciatura de educación primaria, que los gobiernos han
querido eliminar porque según su plan educativo, ya no es necesa-
ria. Con las marchas y bloqueos buscan que se les dote de material
didáctico y se hagan mejoras en la infraestructura del plantel. Cada
año el gobierno les quiere quitar el apoyo.
Muchas son las voces que piden que desaparezca la normal, pero
también somos muchos los que estamos dispuestos a defenderla.
“Ayotzi es un centro de adoctrinamiento de teología de la liberación
y quieren desestabilizar el país”, habría dicho el diputado Evencio
Romero que llegó a su curul por un partido de izquierda.
En Guerrero hay nueve escuelas normales públicas. Ayotzinapa
tiene 88 años desde se fundación, que fue el 2 de marzo de 1926,
ha formado más de 80 generaciones y para entrar hay condiciones
particulares. La normal selecciona a jóvenes indígenas y campesinos
pobres. Para su ingreso a Ayotzinapa lo más importante es tener
bajos recursos económicos. La escuela les ofrece a los seleccionados
educación, hospedaje, alimentación y la posibilidad de un empleo
al terminar su carrera. Y en un estado como Guerrero que tiene un
alto porcentaje de analfabetismo y baja escolaridad, claro que es una
escuela necesaria.
Este año, a diferencia de los anteriores, son menos los atoyaquen-
ses que estudian en Ayotzinapa, porque se privilegió el ingreso a gente
que verdaderamente tiene escasos recursos, por eso hay más estudian-
tes de la Costa Chica y de la Montaña, que de otras partes del estado;
del Ticuí ahora ingresaron únicamente tres, porque a raíz de la ma-
868
Mil y una crónicas de Atoyac

sacre del 12 de diciembre de 2011, se redujo el número de aspirantes


por miedo de los padres. De esta última represión, el ticuiseño Jonás
Trujillo González está desaparecido con otros tres atoyaquenses.
Para ingresar a Ayotzinapa se necesita tener muchas ganas de
estudiar. Los aspirantes se integran a la escuela desde julio, sin te-
ner certeza que van a quedar, hacen una especie de servicio social
trabajando en las milpas con los campesinos de la región. Estas son
pruebas de resistencia porque mientras trabajan no les permiten sa-
car filo a los machetes y únicamente los que hacen esas actividades
pueden presentar el examen de admisión.
De Ayotzinapa se dicen muchas cosas, que sus alumnos tienen
formación paramilitar, que es un nido de guerrilleros, porque cuan-
do fue el enfrentamiento del Ejército Popular Revolucionario, epr,
con el ejército en la carretera a Tixtla, los estudiantes escondieron en
las instalaciones algunos milicianos que iban huyendo. Otra versión
es que por medio de ellos la guerrilla recibe financiamiento. Otros
dicen que “Ayotzinapa es el niño travieso de la ceteg”.
Hay quienes se asustan porque dentro de la normal existen
murales del Che, Marx, Lenin, Lucio y el subcomandante Marcos.
Aunque lo cierto es que egresar de Ayotzinapa no es garantía que
los maestros permanecerán en la izquierda, algunos se convierten
en rabiosos militantes del Partido Revolucionario Institucional y en
charros conformistas que se mueven en pos de las migajas del sin-
dicato. Los más se van a la ceteg, al apartidismo y al movimiento
social. Pero con todo esto, Ayotzinapa es y será “la cuna de la lucha
social en Guerrero”.

Levantamientos recurrentes en la región de Atoyac


Según las Relaciones geográficas del siglo xvi, los cuitlatecos de Atoyac
no pagaban tributos en especie a los aztecas. Su contribución era el
valor, ellos servían de soldados en la guerra que sostenían con los
purépechas de Michoacán y con los yopes de la región de Acapulco.
869
Víctor Cardona Galindo

Los costeños han sido aguerridos desde tiempos inmemorables, por


eso en el primer recorrido que realizó el cura Morelos por la Costa
Grande, en aquel tiempo provincia de Zacatula, se encontró un sue-
lo fértil para la causa.
Nos dice la historia que después de entrevistarse con Hidalgo
en Charo, Morelos se dirigió a Carácuaro acompañado de un solo
criado, con una escopeta de dos tiros y un par de trabucos. En Cará-
cuaro se le unieron 20 hombres, con ellos se internó en lo que ahora
es el estado de Guerrero. En Coahuayutla se le unió Rafael Valdo-
vinos con algunos hombres armados. En Zacatula se les incorporó
Marcos Martínez con cincuenta soldados. Al pasar por Petatlán se le
unieron cerca de doscientos hombres, procedentes de las comarcas
vecinas encabezados por Juan Bautista Cortés.
Entre Tecpan y El Zanjón, se le unieron más de setecientos
hombres, en su mayor parte sin armas. Al pasar por lo que ahora es
el municipio de Atoyac, se le sumaron Cesáreo Ramos, Luis Pinzón
y Julián Ávila. Juan Álvarez cabalgó para alcanzarlo en Coyuca y en
Pie de la Cuesta se le adhirieron un grupo numeroso de los naturales
de Atoyac.
Justino Castro Mariscal, en su libro Galeana en la epopeya de la
Independencia Nacional, cuenta que “el 9 de noviembre, Morelos
emprendió su avance del Zanjón a Pie de la Cuesta y al Veladero,
tomando el camino de la playa con el grueso de su columna y por
el camino boscoso, ordenó que marcharan los hombres de Atoyac,
distinguidos por la característica de que por no saber pronunciar
bien el español les llamaban los ‘naturales’. Al segundo día de la
partida, Morelos y sus principales jefes acamparon en un pequeño
poblado cerca de Coyuca de Benítez, lugar convenido para reunirse
con los naturales. Después de mucha espera, el cura llegó a dudar de
la sinceridad de los atoyaquenses y queriendo investigar las causas
que hubieran tenido para regresarse, los que tan decididamente se
habían presentado en El Zanjón a luchar por la libertad, y tomando
por donde debía de encontrarlos, recorrió como legua y media y
en los instantes de penetrar a un palmar de coquito de aceite pudo
870
Mil y una crónicas de Atoyac

escuchar que dentro de ese bosque salía una multitud de voces (…)
Eran los naturales que por todo almuerzo comían los sabrosos fru-
tos, que a la sazón se encontraban tirados bajo las sombras de cor-
pulentas palmeras. Ante aquella alharaca de revolucionarios noveles,
el cura Morelos quiso darles una lección por el descuido en que se
encontraban y, al efecto, ordenó que se les marcara el ‘quien vive’,
y como en su vida jamás habían oído gritos guerreros ni tampoco
sabían cómo contestarlos, resultó que cuando escucharon la pala-
bra amenazante de hacerles fuego, respondieron con la exclamación
¡Santo Dios! Al escuchar estas ingenuas palabras, Morelos se adelan-
tó y llegando hasta ellos les trató con amabilidad y cariño, diciéndo-
les: ‘No hijos, cuando oigan estos gritos, contestarán: ¡La América!
o ¡La Virgen de Guadalupe!’
Después del incidente, muy contentos, los naturales prosiguie-
ron el camino en compañía de cura Morelos, para acampar en Co-
yuca de Benítez, Bajos del Ejido, El Ejido Viejo y Pie de la Cuesta.
Al llegar al puerto de Acapulco su contingente ya rebasaba los mil
hombres. Aunque mal armados iban todos dispuestos a dar la vida
por lograr la independencia.
Una vez consumada la independencia, la zona no quedó en paz,
dice Francisco Gómezjara, en Bonapartismo y lucha campesina en la
Costa Grande de Guerrero, citando a Orozco y Berra: “La de Ato-
yac… esta población se componía, en su tercera parte, de familias
descendientes de gente blanca; pero en el año del 30 [1830] se su-
blevaron una noche los indígenas contra los de razón, matando a
balazos a algunos hombres y mujeres, de cuyas resultas huyeron los
que quedaron para otros puntos abandonando sus casas; causa por-
que en el día son todos naturales”.
También en Tecpan ocurrió algo similar cinco años después. “A
ejemplo de los indígenas de Atoyac y adunado con ellos, se sublevó
en septiembre de 1835, contra los de razón y asesinaron a las once
del día 15 de dicho mes al primer alcalde, al subprefecto y al admi-
nistrador de alcabalas; y podían haber sacrificado a más víctimas si
no se hubieran fugado precipitadamente”.
871
Víctor Cardona Galindo

Los atoyaquenses siguieron primero a Morelos, luego a Guerre-


ro en la lucha por la independencia. A Juan Álvarez luchando por el
federalismo en contra del centralismo y en contra de las dictaduras
defendiendo a la República. En la invasión norteamericana partici-
paron con la División del Sur en la lucha para expulsar al extranjero
que ofendía con su presencia a la patria, en 1847. Los ancestros
atoyaquenses estuvieron en Molino del Rey esperando la orden de
atacar, sin embargo las órdenes no llegaron porque Antonio López
de Santa Anna abandonó su posición en el combate.
Fueron participantes decididos en la guerra del Plan de Ayutla
en 1854, como lo dice don Luis Hernández Lluch cronista del mu-
nicipio de San Jerónimo de Juárez: “Los atoyaquenses marcharon
unidos a través del tiempo; al frente del país estaba el nefasto dicta-
dor que nos gobernó once veces, dicho dictador fue Antonio López
de Santa Anna y don Juan Álvarez en el sur se opuso a esta perversa
dictadura y proclamó el Plan de Ayutla, este plan lo proclamó el
primero de marzo de 1854, y conociendo Santa Anna la rebelión de
Juan Álvarez mandó a combatirlo con el general Félix Zuloaga. Este
general en lugar de marchar hacia Acapulco, donde estaba Álvarez,
marchó hacia el oeste, atravesando la Sierra Madre Occidental, sa-
liendo por un poblado llamado Juluchuca y de ahí marchó al este;
conociendo el general Álvarez la maniobra del general santanista
movilizó un ejército poderoso y mandó al general Tomás Moreno y
lo esperó en un lugar muy estrecho, llamado El Calvario, donde se
parapetó, ahí fue el primer encuentro o choque entre las dos fuer-
zas; Tomás Moreno le ocasionó 200 bajas y luego retrocedió para
esperarlo en la hacienda de Nuxco, ahí en ese lugar los alvaristas
organizaron un sitio que duró más de 20 días, y ahí se rindieron ca-
yendo prisionero el general Zuloaga, que fue remitido al puerto de
Acapulco”. En el sitio de Nuxco participó el coronel Antonio Ayerdi
que más tarde sería el primer presidente municipal de Atoyac.
Eutimio Pinzón Martínez fue de los primeros revolucionarios
que se levantaron secundando el Plan de Ayutla y según un certifi-
cado del general Diego Álvarez, fechado en la hacienda de la Provi-
872
Mil y una crónicas de Atoyac

dencia, el 20 de marzo de 1868, el general atoyaquense luchó hasta


el triunfo del movimiento.
Entre otras acciones de armas, destacaron la toma de Ixtapan de
la Sal en el Estado de México, donde junto a Antonio Díaz Salga-
do y otros jefes revolucionarios, derrotaron a un coronel santanista
de apellido Romero. Luego vino la toma de Ario, Michoacán y el
fallido ataque a Morelia, el 24 de noviembre de 1854, donde parti-
cipó en coordinación con las brigadas de Epitacio Huerta y Manuel
García Pueblita. En esta acción le tocó a Pinzón atacar y tomar la
garita de Santa María. Los jefes revolucionarios llegaron hasta la
plaza, cuya formidable caballería arrollaba a los jefes santanistas en
todas direcciones, pero cuando el triunfo parecía sonreírles llegó el
refuerzo gobiernista de Román Tavera, comandando mil 500 hom-
bres y seis piezas de artillería. Con ésta fuerza logró la retirada de los
partidarios del Plan de Ayutla.
Después de esta derrota, Pinzón regresó al sur con su brigada
para seguir luchando por el Plan de Ayutla. Al triunfo de la causa en
1855, el presidente interino de la República, general Juan Álvarez,
premió los servicios de Pinzón con el grado de general de brigada,
rango que después ratificó el presidente Benito Juárez en San Luis
Potosí el 4 de diciembre de 1865.
Durante la guerra de Reforma, nuestros paisanos acudieron al
llamado de aquel gran soldado que fue Eutimio Pinzón Martínez.
Los atoyaquenses pelearon también contra la intervención francesa
de 1862 a 1867, concurrieron a la defensa de Puebla sitiada por los
franceses del 16 de marzo al 17 de mayo de 1863, donde estuvieron
al mando del general Diego Álvarez y de Cesáreo Ramos. En esta
campaña Eutimio Pinzón participó en la toma de Puebla el 2 de
abril, habiéndose distinguido por su ataque al fuerte del Carmen,
por lo que mereció elogios del general Porfirio Díaz, jefe del Ejército
de Oriente. Pinzón con su segunda brigada se encargó de la perse-
cución de Márquez. Actúo en el asedio de la Ciudad de México por
la Villa de Guadalupe, regresando al estado de Guerrero el 26 de
mayo.
873
Víctor Cardona Galindo

Luego los atoyaquenses apoyaron en 1867 a Diego Álvarez con-


tra Vicente Jiménez, odisea que le costó la vida al gran soldado libe-
ral Eutimio Pinzón, quien sucumbió el 13 de junio de ese año, pe-
leando contra las huestes del coronel Ignacio Figueroa en Los Valles
de Metlapa, muy cerquita de Iguala.
El general Vicente Jiménez, se había levantado en armas con-
tra Diego Álvarez el 7 de junio de 1867 en la ciudad de Iguala.
Contaba con las tropas guerrerenses que participaron en la toma de
Querétaro. Mientras Diego Álvarez, regresaba con dos brigadas de
la División del Sur del estado de Puebla, donde tomaron parte en la
campaña del 2 de abril.
Por este conflicto, llegó a Guerrero el general Francisco O. Arce,
comisionado por el gobierno federal para pacificar el estado. Ante
la presencia del nuevo mandatario, Jiménez depuso su actitud el 3
de abril de 1868 y se acuarteló en la ciudad de Tixtla. Pero luego los
partidarios de Diego Álvarez publicaron en Acapulco la intención
de reelegirle como gobernador. Por eso nuevamente el general Jimé-
nez se reveló en contra el gobierno de Arce. El congreso desaforó
al gobernador y vino a sustituirlo Francisco Catalán, partidario de
Jiménez.
Al mismo tiempo la Secretaría de Guerra, envió más tropas al
estado para atacar a Jiménez y nombró jefe de toda esa fuerza a
Diego Álvarez, que de inmediato redujo a la rebelión de Jiménez a
un movimiento de pequeñas guerrillas. Con el apoyo del gobierno
federal, triunfó Diego Álvarez saliendo electo nuevamente goberna-
dor del estado y tomó posesión el primero de marzo de 1873.
Al triunfo del Plan de Tuxtepec, Porfirio Díaz se instaló en la
Ciudad de México y de allá envió fuerzas comandadas por Ignacio
Parra para combatir a don Diego Álvarez, quien se había mantenido
leal al presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Con las fuerzas envia-
das vino el general Vicente Jiménez como gobernador y coman-
dante militar. Mientras tanto Diego Álvarez se marchó a la Costa
Grande, pero dejó instaladas en el camino de Amojileca sus fuerzas
armadas que luego fueron derrotadas por las de Jiménez. Álvarez
874
Mil y una crónicas de Atoyac

protegió el paso del ex presidente Lerdo de Tejada hasta que se em-


barcó en el puerto de Acapulco el 25 de enero de 1877. Después de
esta acción se refugió en Coyuca de Benítez su pueblo natal, y de
este lugar renunció a su cargo como gobernador, manifestando a la
federación que se retiraba a la vida privada. Ante eso la Secretaría de
Guerra ordenó a Jiménez, el 10 de marzo de 1877, que se le diera
a él y a todos sus soldados, garantías y salvoconductos. Jiménez no
obstante las órdenes recibidas quiso acabar con los alvaristas y por
ello avanzó hacia la Costa Grande instalando su fuerza en San Jeró-
nimo el Grande y Tecpan.
Los partidos de don Diego Álvarez desesperados porque se les
perseguía en su propio terreno, se organizaron y decidieron jugarse
el todo por el todo. Por ello acatando órdenes de Diego Álvarez,
el teniente coronel Matías Flores se trasladó a Atoyac, mientras las
fuerzas voluntarias comandadas por el coronel Pioquinto Gómez
atacaban en San Jerónimo el Grande a las tropas de línea del general
Vicente Jiménez. El combate tuvo lugar a las 22 horas del día 23 de
abril de 1877, en donde salieron victoriosas las fuerzas alvaristas. En
esta acción resultó herido de gravedad y de las dos piernas Desiderio
Pinzón, “haciéndose notar la bravura y temeridad de los capitanes
Arcadio Fierro y Rómulo Mesino, así como de los soldados Aure-
lio Castro, Mauricio Armenta, Juan Gerónimo, Apolonio Abarca y
Antonio Gómez”, asentó Wilfrido Fierro Armenta en su Monografía
de Atoyac.
La hazaña fue repetida la madrugada del 27 del mismo mes
cayendo sobre el jefe jimenista Chico Félix, quien había cometido
muchas depredaciones en la hacienda La Providencia. Esa ocasión
los alvaristas casi acabaron con toda la oficialidad, el general Jiménez
se salvó de milagro. Se había quedado a dormir en Tecpan. El 5 de
mayo de 1877 los alvaristas de Atoyac vuelven a atacar en San Jeró-
nimo a los últimos reductos jimenistas. Los obligaron a abandonar
el lugar y a retirarse hasta San Luis. De ahí acosado por las fuerzas
de Álvarez, Jiménez abandonó el estado.

875
Víctor Cardona Galindo

II
Tenía siete años que el levantamiento del general Jiménez había ter-
minado, cuando se vino la llamada Guerra de los Pinzones en 1884.
Muchos atoyaquense abrazaron esa causa, donde uno de los valero-
sos capitanes fue el bisabuelo de Lucio Cabañas, Doroteo Cabañas
Calderón.
El Fénix, 49, que se publicó el 16 de diciembre de 1876, dice
que la señora Josefa Amaro Galeana peleaba la posesión del predio
Las Huertecillas que le fue despojado por el finado coronel Eugenio
Pinzón y se condenó a los descendientes del despojante al pago de
costas, daños y perjuicios con previa justificación de la parte acto-
ra. El fallo a favor de Amaro se dio el día 28 de octubre de 1876,
firmado por Martín Solís juez de primera instancia del distrito de
Galeana. A partir de ahí los Pinzones acudieron a los buenos oficios
de sus amigos en el gobierno, pero no encontraron apoyo porque la
contraparte pertenecía a la también poderosa familia Galeana.
Se dice que las injusticias del gobierno que presidía Manuel
González, el acoso del gobernador del estado Diego Álvarez y el
pleito de tierras en el predio Huertecillas, dio origen al movimiento
armado del año 1884, promovido por los hermanos Pinzón, que
llevó como jefe a Dámaso Reyes, el general Zoyate. Estas fuerzas su-
blevadas fueron atacadas por primera vez en la cuadrilla del Humo
municipio de Atoyac. Después de este combate, los pinzones tuvie-
ron que resistir la embestida de la fuerzas federales de los batallones
de infantería 4º, 8º y 24º que comandaban Pioquinto Huato, Gre-
gorio Ney y Esteban Morales respetivamente y que estaban bajo las
órdenes del coronel Canuto Neri.
“La población de Atoyac tuvo que soportar una de la situaciones
más difíciles de sus tragedias; sus casas fueron objeto de incendios y
de igual suerte corrieron las cuadrilla del Salto, Mexcaltepec y Cerro
Prieto. Sin embargo ante todas esta vicisitudes, las valientes fuerzas
de los pinzones soportaron el embate de sus perseguidores, disemi-
nándose en lugares estratégicos en toda la comarca, integradas por
876
Mil y una crónicas de Atoyac

Doroteo Cabañas (bisabuelo de Lucio), Julián Nava, Isidro Reyes,


Herculano Nava, Cristino Galeana, Doroteo Gervasio, Gregorio
Mesino, Andrés Gervasio y Quirino Martínez, todos ellos siguieron
imponiendo su entereza y su valor, hasta que fueron invitados a
indultarse por el coronel Canuto Neri, quien les ofreció darles ga-
rantías y respetar sus vidas, y al mismo tiempo girando órdenes de
extenderles salvoconductos a los principales jefes de la Revolución
de Corral Falso, pues interesaba a su gobierno que no se alterara el
orden en otros pueblos para que no hubiera mayores repercusiones
de la misma índole en el país”, registró el cronista de Atoyac, Wil-
frido Fierro Armenta.
Una vez indultadas estas fuerzas, el coronel Neri, recibió ins-
trucciones de que los principales jefes rebeldes fueran hechos prisio-
neros y fusilados. Los detenidos custodiados por un batallón fueron
llevados al paraje de Los Tres Brazos, donde fueron ejecutados. En el
campo quedaron tirados los cadáveres de Desiderio, Carlos y Rafael
Pinzón. Con ellos murieron también J. Isabel Evangelista, Hercu-
lano Salinas y Abraham Radilla. “Este fue el pago que el gobierno
dio por sus servicios prestados por mucho tiempo en defensa de la
patria en vez del perdón por el error cometido”, concluye Wilfrido.
Esta rebelión cambió la composición de las comunidades, por-
que muchas de las tropas sublevadas ya no bajaron de la sierra, allá
se quedaron a vivir. Los Cabañas, por ejemplo, permanecieron en
El Camarón y bajaron hasta el movimiento revolucionario de 1911,
cuando Pablo, Pedro y Tiburcio Cabañas participaron en la toma de
la ciudad de Atoyac.
El testimonio de Pablo Cabañas Barrientos dice: “Doroteo Ca-
bañas que vivía en Corral Falso se sumó a la lucha y después de la
muerte de los Pinzón, no pudo regresar a su pueblo y se quedó a
vivir en El Camarón donde su familia creció. Allá nacieron Pablo,
Pedro, Tiburcio, Juana y Ramona. Pero un día siendo don Doroteo
ya un viejo, unos gavilleros raptaron a Juana. Don Doroteo la quiso
defender y lo asesinaron”. El viejito veterano de la lucha de los pin-
zones quedó tirado en el camino que lleva al cerro de la Bandera.
877
Víctor Cardona Galindo

Después el ya general Canuto A. Neri se levantó en armas en


1893 y en Atoyac encontró decididos partidarios. En 1901 parti-
ciparon los atoyaquenses apoyando a Rafael Castillo Calderón. El
Plan del Zapote fue redactado en Mochitlán pero se dio a conocer
en Atoyac donde encontró un importante apoyo.
A los 10 años, los maderistas encabezados por el profesor Silves-
tre Mariscal González tomaron la ciudad de Atoyac, el 26 de abril
de 1911. Después se dieron los pleitos internos, entre maderistas,
en los que perdieron la vida el coronel Perfecto Juárez y Reyes y
el capitán Florentino López. La muerte de estos dos importantes
maderistas, le costó la cárcel y más tarde la vida a Silvestre Mariscal.
En los años 1912 y 1913 esta región fue escenario de la revuelta
de Julián Radilla, que exigía la liberación de Mariscal. El gobierno
maderista envío al 30 batallón a combatir a los radillistas y se dio
aquel histórico combate en la cabecera municipal que duró 7 días.
En 1916 Pablo Cabañas Macedo (abuelo de Lucio), enarboló la
bandera zapatista en la Costa Grande y en 1918 se sumó al Cirgüe-
lo, para combatir a los Figueroa y su ejército de verdes integrado por
indios yaquis. Esa vez mariscalistas y zapatistas exigían la libertad
del gobernador Silvestre Mariscal.
El 7 de julio de 1919, Arnulfo Radilla se fugó de la prisión
de Chilpancingo acompañado de algunos zapatistas, en esta acción
murió el mochitleco Cenobio Mendoza quien también intentaba
fugarse. Arnulfo Radilla atravesó la sierra y llegó caminando a la ciu-
dad de Atoyac con las ropas raídas, luego se refugió en el cerro de la
Cal, donde la leyenda dice que está enterrado el tesoro de la aduana.
Por eso para 1919, Arnulfo Radilla seguía alzado en la sierra.
Patricio Pino escribió en su diario, que la noche del viernes 14 de
noviembre de 1919, la guarnición militar se sublevó y se unió a los
rebeldes que bajaron de la sierra encabezados por Alberto de la Cruz
y Arnulfo Radilla. Después de esto el subteniente Genchi y dos sol-
dados que apoyaron a Radilla fueron fusilados. Pino nos muestra
en sus escritos como la población estaba sometida a los designios de
los militares que vejaban, sometían a los comerciantes a préstamos
878
Mil y una crónicas de Atoyac

forzosos y el que no accedía a dar el dinero exigido, era conducido


como animal a la cárcel pública, como sucedió con Rosendo Ga-
leana Lluch. Mientras los propietarios de las fincas de café casi no
subían a la sierra por temor a los rebeldes.
Los zapatistas siguieron en la sierra y en una de las intrigas que
se dieron entre los bandos, Pablo Cabañas dio muerte a Arnulfo Ra-
dilla por el rumbo de Loma Larga el 12 de enero de 1920. Un año
después se amnistió y se sumó a la gente de Álvaro Obregón.
Los combates siguieron en 1923 cuando muchos aguerridos
atoyaquenses enarbolaron la bandera del agrarismo junto a Alberto
Téllez, Silvestre Castro, el Cirgüelo, y Valente de la Cruz. De Atoyac
salió una comisión, encabezada por Feliciano Radilla, para rescatar
a Juan R. Escudero, pero por la intervención de la madre, Irene Re-
guera, no pudieron protegerlo en la sierra y más tarde fue asesinado
por las guardias blancas de Rosalío Radilla. Es así como las luchas
obreristas de los Escudero se pelearon con las armas en la Costa
Grande principalmente en Atoyac.
Los atoyaquenses secundaron a Amadeo Vidales con su Plan del
Veladero en 1926, movimiento armado que duró hasta 1929. El
cuartel general de Amadeo Vidales estuvo un tiempo en Los Valles
y luego en El Fortín, del cerro plateado, municipio de Atoyac. Dice
José Carmen Tapia Gómez que “la vida de los campesinos de la Cos-
ta Grande guerrerense está profundamente ligada al cerro Plateado,
que fue ocupado por Morelos y Galeana en tiempos de la lucha por
la independencia y en donde, más tarde, se llegó a decir que Zapata
y Villa organizarían un congreso”.
Históricamente el ejército ha cometido atrocidades contra la
población civil, sobre todo en la persecución contra Vidales, que-
mando pueblos y cortándoles las trenzas a las mujeres que encontra-
ba en la zona del café. Como testigo de esa barbarie que se vivió está
el nombre de la población del Quemado misma que muchas veces
fue reducida a cenizas.
Los vidalistas vengaron los agravios, “de emboscada en embos-
cada fueron acabando al 67 batallón de infantería, hasta que una
879
Víctor Cardona Galindo

mañana los exterminaron en la barranca del Morenal, paraje que


hoy se localiza en el ejido de Los Valles”, recuerda Simón Hipólito
Castro.
En la cañada del Morenal, un paraje de la sierra muy cercano
a Los Valles, las tropas del Plan del Veladero encabezadas por el
general Amadeo Vidales casi acabaron con un batallón de federales.
Aquella batalla sangrienta del 28 de octubre de 1926 dejó muchos
soldados muertos. Las aguas del arroyo del Morenal bajaban rojas
porque en su cauce quedaron muchos heridos que se desangraban,
algunos soldados se acercaron a tomar agua y ahí murieron. Con el
paso del tiempo y como testigo de aquella fecha quedó un conjunto
de cruces esparcidas por el lugar.
“Aquí siempre se ha mantenido la inquietud levantisca”, recordó
don Inés Galeana Dionicio quien nos dijo que 300 hombres se habían
enlistado en 1939 en espera de las órdenes de Juan Andrew Almazán
para tomar las armas. Ezequiel Padilla encontró mucho apoyo acá en
1946 y Enrique Guzmán en 1952, luego el gazquizmo en 1960.
Aquí los bandos revolucionarios atoyaquenses limaron sus aspe-
rezas con las balas y se fueron matando entre ellos hasta consolidarse
los grupos que controlaron el municipio en forma de cacicazgos. En
la sierra, Pedro Cabañas Macedo y Toribio Gómez Pino; en el bajo,
Crispín Ocampo Bello, quienes encabezaron una época de terror
hasta pacificar el municipio. Estos grupos caciquiles que se forta-
lecieron con el alemanismo, entraron en crisis en 1960, con el sur-
gimiento del movimiento cívico anticaballerista, que llevó su cauce
hasta la masacre del 18 de mayo de 1967 que marcó el inicio de la
guerrilla del Partido de los Pobres comandada por Lucio Cabañas.
También la guerrilla de la Asociación Cívica Nacional Revolu-
cionaria, acnr, de Genaro Vázquez Rojas se desarrolló en nuestra
sierra. Esa organización se fundó en El Triángulo un lugar que se
encuentra en los límites con Coyuca de Benítez a un kilómetro del
Posquelite.
Genaro estaba preso en el penal de Iguala donde intentaron ase-
sinarlo. Por ello, el 22 de abril de 1968, el primer comando arma-
880
Mil y una crónicas de Atoyac

do de la Asociación Cívica Guerrerense, lo liberó de la cárcel. Este


comando estuvo integrado por siete miembros y Roque Salgado
Ochoa fue su comandante, lo conformaban: José Bracho Campos,
Filiberto Solís Morales y los atoyaquenses Ceferino Contreras Ven-
tura, Pedro y Donato Contreras Javier y Abelardo Velázquez Caba-
ñas. De esos siete murieron dos, Filiberto y Roque. Salieron heridos
Ceferino Contreras y José Bracho.
“Este grupo que llamábamos Comando Armado Vicente Gue-
rrero fue preparado para rescatar a sangre y fuego a Genaro de las
garras del estado. Genaro, planeó la estratagema siguiente, fingir un
dolor de muela, para que lo trasladaran a una clínica dental que se
encontraba a unos 200 metros de la cárcel. El primer intento no dio
resultado porque muchos niños que salían de la escuela Herlinda
García, estuvieron en peligro de perder sus vidas”, escribió Antonio
Sotelo.
La segunda vez, “cuando la policía conducía al compañero Ge-
naro, el comandante Roque Salgado le marcó el alto y le ordenó
que dejaron en libertad al reo, pero la policía en forma imprudente,
empezó a disparar contra los cívicos; el comando armado contestó
el fuego y se trabó un tiroteo”, dice Sotelo.
De acuerdo a Orlando Ortiz, cosas estuvieron así, “a las diez y
media de la mañana Vázquez Rojas salió de la prisión custodiado
por el sargento de la policía urbana Librado Mendoza Espino y el
policía José Rodríguez Flores, así como el agente de la judicial Ma-
clovio Salgado Ocampo”, quienes fueron encargados de llevarlo al
centro de salud. El enfrentamiento con la policía duró como siete
minutos.

III
El grupo, ya con Genaro, huyó en una automóvil a toda velocidad,
tras de ellos salió el 49 batallón de infantería, eran dos secciones
de militares al mando del mayor Ángel Román León Pérez. Y en el
puente que se encuentra en la prolongación de las calles de Álvarez,
881
Víctor Cardona Galindo

encontraron un coche, abandonado, modelo 63, marca Ford Ga-


laxie placas 70-70-B, azul oscuro. En ese lugar los cívicos dejaron
el vehículo y se fueron a caballo. Huyeron por toda la ribera del río
hasta llegar a la colonia Guadalupe, dirigiéndose posteriormente al
camino a Huamaxtla.
Más tarde en su huida, los cívicos cayeron en Icatepec, en una
emboscada que les tendieron los militares de 49 batallón infantería
y se dio un sangriento enfrentamiento, el primero de la nueva gue-
rrilla guerrerense. El enfrentamiento comenzó a las tres de la tarde y
al oscurecer todavía se escuchaban los disparos de los soldados.
En el tiroteo Ceferino Contreras salió herido por un balazo que
rebotó de una piedra y prácticamente le destrozó la rodilla. Su hijo
Donato se quedó cuidándolo un momento pero luego lo cubrió con
piedras para que los guachos no lo encontraran mientras él iba en
busca de medicamentos para curarlo. Pero los soldados dieron con
el herido, y después de ser detenido, en la cárcel le sacaron de la
rodilla las esquirlas de la bala.
El resultado final del rescate de Genaro son dos cívicos falleci-
dos, Filiberto Solís y Roque Salgado; dos heridos, Ceferino Con-
treras y José Bracho. Por parte del gobierno, dos policías muertos y
no se sabe el número de bajas que tuvo el ejército. Con los cívicos
iban dos arrieros, que les rentaron los caballos, uno de ellos también
murió en el enfrentamiento y al otro se lo llevaron detenido los
soldados.
Al caer en la emboscada Filiberto Solís murió en los primeros
tiros, mientras Roque Salgado, que ya estaba herido, se quedó pe-
leando hasta morir cubriendo la retirada de sus compañeros. Ge-
naro se perdió en el monte, Pedro con un r-15 y Abelardo con un
m-1, alcanzaron hacer fuego, pero fueron Ceferino, Donato y Ro-
que quienes se quedaron a hacer la contención. Pedro sentía como
las tecatas de las piedras le daban en el cuerpo, ente la lluvia de balas
que les disparaban los soldados.
Perdidos en el monte, por la noche tenían sed y se ponían are-
na en la boca para refrescarse. Los noveles guerrilleros no llevaban
882
Mil y una crónicas de Atoyac

agua ni abastecimiento, al día siguiente desde temprano, dos avio-


nes comenzaron a sobrevolar rozando el monte sobre el área donde
caminaban. Pedro Contreras y Abelardo Velázquez se escondieron
en un horno de cal, ahí pasaron el siguiente día del enfrentamiento.
Por la noche bajaron a mojar las camisas a un arroyito para calmar
la sed y retomaron la caminata. Los otros combatientes llegaron a
tomarse sus propios orines durante la persecución porque el agua es
escasa en esa zona.
Habían quedado con Genaro que en caso de una dispersión se
reunirían en Coatepec Costales. Al tercer día, Abelardo y Pedro se
escondieron en una cuevita donde a Abelardo le pico un alacrán y lo
trabó. Por la noche volvieron al ojo de agua para mojar las camisas.
El método era sencillo mojaban las camisas y seguían caminado,
cuando sentían sed las exprimían en la boca. Como a los cinco días
de andar a salto de mata, ya estaban muy castigados por el hambre
cuando les llegó la salvación.
Desde su escondite vieron pasar a un niño, al que le pidieron lla-
mara a su papá. El señor les llevó un bastimento con un bule de dos
pansas lleno de agua. Este campesino, que resultó partidario de Ce-
lestino Gazca (gazquista), los llevó a una cueva que él utilizó en un
tiempo que anduvo de malas. Ahí los tuvo escondidos, les llevaba
de bastimento chile verde de árbol machucado, con frijol y tortillas.
Al sexto día de la fuga de Genaro y del enfrentamiento con los
militares, el señor los llevó a su casa. Todos en ese pueblito eran
gazquistas y estaban armados con escopetas cuaxcleras. Llegaron a la
comunidad con los pies pelados y espinados porque usaban guara-
ches. En esos cerros hay muchas espinas y sin el calzado adecuado es
difícil caminar. Además parecían pordioseros porque las piedras y la
maleza les habían raído las ropas.
Cinco días permanecieron cuidando la entrada al pueblo con
las armas en la mano por si iban los soldados y curándose las he-
ridas con sebo caliente. Cuando ya estuvieron curados, entonces
desarmaron los rifles, los metieron en un costal, se disfrazaron de
compradores de marranos y salieron del pueblo para contactar a
883
Víctor Cardona Galindo

Genaro. Los fugitivos perdieron la noción del tiempo pero Pedro


Contreras considera que como a los diez días arribaron al pueblo
de Coatepec, cuando se realizaba la fiesta del santo patrono. Apro-
vechando la celebración Pedro y Abelardo tocaron la guitarra. Los
del pueblo recibieron con entusiasmo y les dieron de comer mole y
chicharrones con frijoles. Todos estaban borrachos, poca atención
pusieron a la condición de los visitantes.
El mayordomo de la fiesta era cívico y era también el contacto
para llegar hasta Genaro Vázquez, a quien encontraron al amanecer.
El líder cívico estaba tapado con un gabán y tenía los labios reventa-
dos, porque en el tiempo que no encontró agua, se pegaba las tecatas
de los árboles para calmar la sed y la savia le dañó los labios. Al día
siguiente un guía del pueblo los llevó hasta pasando el Balsas, desde
ahí comenzaron a escalar la sierra. Pasaron por las faldas de Teotepec
hasta llegar a los pueblos de la sierra de Atoyac.
Los cívicos llegaron a tener mucho respaldo popular en Atoyac
e Iguala, muchas bardas estaban pintadas con consignas “Libertad
a Genaro Vázquez”, “Viva la larsez”, “Vivan los Cívicos”, “Viva
la acg”. Ya en la sierra los revolucionarios acordaron cambiarle el
nombre a la Asociación Cívica Guerrerense y la llamaron Asocia-
ción Cívica Nacional Revolucionaria, acnr.
Aunque en Atoyac, desde 1967, las cosas venía complicándose a
raíz de la masacre del 18 de mayo de 1967. Los hechos que se suce-
dieron le echaron más leña a la caldera, el 6 de noviembre de 1968,
fue asaltado el alcalde Manuel García Cabañas, en la calle principal
de Atoyac. Los asaltantes usaron armas de ráfagas y en el tiroteo
resultó muerto su hermano Miguel García Cabañas, y el primer edil
salió herido de las dos piernas por eso el 18 de diciembre de ese año
renunció al cargo.
La gente concluyó en ese tiempo, que el ataque venía de San
Jerónimo de Juárez en respuesta a que el 2 de enero de 1967 a las
7:30 horas de la noche fue asesinado Rogelio Torreblanca, hermano
del alcalde de San Jerónimo, Isabel Torreblanca, el responsable fue el
asesor jurídico de ayuntamiento Rogelio Juárez Godoy quien venía
884
Mil y una crónicas de Atoyac

en compañía de Manuel García Cabañas y otros funcionarios. Los


hechos fueron en el entronque de la Y Griega.
También desde 1967, el ejército había iniciado la primera cam-
paña contra la guerrilla con rondines “pacíficos” y con el pretexto de
acciones “humanitarias” de carácter médico o deportivo para ganarse
la confianza de los pobladores de la sierra. La segunda campaña la
puso en marcha, cuando ya Genaro estaba en la sierra en 1968, el
gobierno recurrió a los grupos paramilitares, integrados por guardias
blancas de los caciques, y los soldados incursionaron violentamente
en los pueblos de la sierra, así comenzaron las desapariciones forzadas.
El 7 de marzo de 1969, comenzó a circular un volante de la
Brigada Campesina de Ajusticiamiento que decía: “Compañeros
campesinos; alístense para defender sus vidas y para luchar por la
justicia de los pobres. El partido de los ricos es el pri y fue formado
para defender al rico, por eso los pobres debemos formar nuestro
partido, para que los campesinos se defiendan, para unir a los estu-
diantes y no dejar que el gobierno los golpee y los mate.
“El pueblo debe formar este partido para derrotar al pri y que
haya un gobierno revolucionario que sirva al pueblo como Zapata y
Villa lo desearon. El gobierno sigue formando grupos judiciales para
seguir matando y desarmando campesinos.
“En todo el estado de Guerrero las autoridades han estado ha-
ciendo matanzas de campesinos, los matones siguen libres y con la
pistola colgada. En Atoyac la matanza del 18 de mayo la hicieron los
ricos y demás traidores que les siguen.
“Deberían de estar en la cárcel, pero como el gobierno es de
los adinerados ellos pueden seguir matando con toda libertad. Por
lo tanto vamos haciendo justicia por nuestras propias manos”…
“Mueran los judiciales”… “Viva el Partido de los Pobres”.
Para 1969 operaba en la sierra el grupo de Samuel Araujo, la
Onza un pistolero y narcotraficante que se movía en la parte alta de
la sierra, asolando a las poblaciones y realizando tropelías.
“Por lo que respecta al grupo de Samuel Araujo (a) la Onza, sólo
se reúne cuando se trata de realizar alguna tropelía o asalto a mano
885
Víctor Cardona Galindo

armada a cualquiera de las rancherías de la región. Samuel Araujo


es uno de los gavilleros más peligrosos, pues en diversas ocasiones
ha entablado combate con las fuerzas federales; individuo de recia
personalidad e inculto, pero con la ventaja de organizar grupos ar-
mados en menos de 24 horas y recorrer grandes distancias, lo que
hace imposible que las fuerzas federales los ubiquen con facilidad.
Recibe ayuda económica bajo presión de los comerciantes de Tepe-
tixtla, San Francisco del Tibor, El Porvenir y La Soledad”, decía un
informe de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales el 25
de abril de 1969, que se encuentra en el Archivo General de la Na-
ción. A la Onza prácticamente la policía le daba, en sus informes, el
mismo tratamiento que a Lucio Cabañas y a Genaro Vázquez.
El 18 de mayo de 1969, aparecieron pegados volantes en dife-
rentes partes de Atoyac, mismos que fueron retirados por la policía
judicial. Los volantes decían:
“Señores Gustavo Díaz Ordaz y Cartitino Maldonado Pérez.
“Ustedes creen que aquí en Atoyac todavía se amarran los perros
con longanizas y no se las comen. No señores, mientras ustedes en
sus mesas llenas de los mejores alimentos y vinos importados pla-
nean como mandarnos callar y nosotros aunque sin poder comer
todo el día, por falta de dinero por no haber donde trabajar, pero
aunque sea así estamos captando los pensamientos de ustedes. Así
pues señores ya no manden a amarrar los perros con longaniza, me-
jor mándenos a construir algunas empresas donde podamos ganar
dinero y seguir viviendo. Ya no nos manden ejército y judiciales
con eso no nos atemorizan porque nosotros no le tenemos miedo
a la muerte, no quieran hacernos creer que quieren mucho a los
atoyaquenses porque nos mandan aquí a los 500 detectives, perdón
médicos.
“Sr. Lic. Gustavo Díaz Ordaz, para que no nos manden detec-
tives disfrazados de médicos. Si lo hace con el fin de ver cuantas
armas tenemos, bueno pues acuérdese que fecha nos las mandó y si
también busca propaganda en contra de usted fíjese primero si aquí
en Atoyac, ya nos repartió tierras y si ya nos mejoró el precio del
886
Mil y una crónicas de Atoyac

café, ajonjolí, coco, etc, motivo por el cual el pueblo está en contra
del gobierno.
“Nosotros no peleamos huesos, queremos que se vea lo que tra-
bajamos, queremos escuelas, empresas en que trabajar y ya que vea-
mos lo que le pedimos entonces tendrá derecho a vigilarnos, como
buen gobernante, eso es todo lo que queremos Sr. Presidente”.
La policía política atribuyó este volante a Juan García Fierro,
presidente del Club de Jóvenes Democráticos de Atoyac, a Juan
Mata Severiano dirigente del Partido Comunista en la Costa Gran-
de, a Hilda Flores Solís a quien en todo momento identificaron
como miembro de la Asociación Cívica Guerrerense y a Samuel
Adame dirigente de la Central Campesina Independiente.
Los informes policíacos también ubicaban como conspiradores
a Pablo Tapia Valente del Bloque de Comisariados Ejidales y síndico
de Atoyac, a quien en todo momento el presidente municipal La-
dislao Sotelo Bello le echaba tierra con la policía. Responsabilizaban
también a Jesús Hipólito Rebolledo, secretario de Comité Regional
Campesino, según el informe de la Dirección de Investigaciones
Políticas del 20 de mayo de 1969.

IV
En las primeras campañas de 1969, el ejército se planteó realizar las
prácticas de los médicos y enfermeros militares en Atoyac, para devol-
ver la confianza y cariño hacia ese instituto armado, reestructurar to-
talmente el 59 cuerpo de defensas rurales con sede en Atoyac, armar y
apoyar con la mayor discreción a miembros de la familia Torreblanca
de San Jerónimo para que hostilizaran y diseminaran a los Cabañas.
Intentaban con estas acciones socavar el apoyo popular a la na-
ciente guerrilla, porque se decía que los “reservistas” armados es-
taban al servicio de la familia Cabañas. También se proponían el
relevo de algunos mandos militares coludidos con “maleantes” y
contratar personas para sacar información a los campesinos a cam-
bio de ayuda económica.
887
Víctor Cardona Galindo

Las anteriores fueron las directrices dictadas por el secretario de


la Defensa Nacional general Marcelino García Barragán, el 24 de
abril del 1969 en la casa Pemex del fraccionamiento Las Brisas en
Acapulco. Un documento fechado el 28 de abril habla de las entre-
vistas realizadas por el general Marcelino García Barragán, secretario
de la Defensa Nacional, “en la casa Pemex del fraccionamiento Las
Brisas el día 24 del actual, de las 7:50 a las 8:40, de las 13 a las 13:25
y de las 18:30 a las 19:30 horas (esta última con la asistencia de los
comandantes de la 27/a y 35/a zonas militares), se abordó el tema
de la situación que priva en el estado, principalmente sobre las ac-
tividades que realizan los distintos grupos armados existentes en las
regiones serranas de los municipios de Atoyac, Coyuca de Catalán,
Ajuchitlán, Atenango del Río y San Marcos.
En criterio de García Barragán “los grupos que operan en Ato-
yac y Coyuca de Catalán, pueden tipificarse como guerrillas rurales
por su ideología radical, armamento que poseen, adiestramiento y
el adoctrinamiento que en la conciencia de los campesinos tratan de
imbuir, sobre ideas de extrema izquierda, contando para este fin con
el apoyo incondicional de numerosos profesores egresados de las
escuelas normales rurales, especialmente de Ayotzinapa.
“La base de la solución del problema consiste principalmente en
despertar el valor civil de los residentes de las áreas mencionadas y
renovar en alto grado su confianza en las instituciones emanadas de
la revolución (…) vuelve a ratificar que no es aconsejable destacar
gran número de columnas volantes, pues su resultado no es práctico
ni en el aniquilamiento de maleantes, ni en la obtención de infor-
mes, y en cambio sí, se aumenta la tensión en el área (…) Que en
lo sucesivo al recibirse un informe, se destacará una unidad por el
tiempo que sea necesario, al lugar donde se originó la fuente, por
más intrincado que sea el lugar, la presencia continua de las tropas
hará que se obligue a cambiar el centro de gravedad del radio de
acción de los gavilleros y entonces se den a conocer”.
El informe dice que al terminar un chequeo de los poblados
y parajes en que actúan los grupos de Lucio Cabañas Barrientos,
888
Mil y una crónicas de Atoyac

profesor Genaro Vázquez Rojas y Samuel Araujo, la Onza se decidió


previo estudio, lo siguiente:
1. Realizar las próximas prácticas de las escuelas médico militar
y de enfermeros en el municipio de Atoyac, y parte del de Coyuca
de Catalán y Tlacotepec. Con lo anterior, se espera que los campe-
sinos al recibir la atención médica, tan necesaria para ellos y se den
cuenta de que el ejército dialoga con ellos para la solución de sus
problemas médicos asistenciales, vuelvan la confianza y el cariño
hacia el instituto armado.
2. Reestructurar totalmente los cuadros y personal del 59 cuer-
po de defensa rural, con matriz en Atoyac de Álvarez, para eliminar
y como consecuencia desarmar al gran número de maleantes que
con fuero relativo y mal interpretado hacen tantas tropelías en los
ejidos en que están incrustados.
3. Armar y apoyar con la mayor discreción posible a miembros
de la familia Torreblanca de San Jerónimo a efecto de que hostilicen
y diseminen a los miembros del grupo de Cabañas, ya que los men-
cionados Torreblanca conocen a fondo los lugares donde se ocultan
los gavilleros.
4. Por lo que respecta a Coyuca de Catalán se ordenó el rele-
vo inmediato del teniente comandante de la partida militar en el
lugar, por haberse comprobado que tiene fuertes nexos con las fa-
milias Antúnez y Galarza que residen en los poblados de Terrones,
San Juan y Chamacua de Michelena del citado municipio, familias
que cuentan entre sus miembros con varios maleantes como en el
caso de los participantes en el último asalto a camionetas del Banco
Mexicano en el D.F.
5. Escoger, nombrar y controlar en los principales poblados de
la región a personas que por su situación económica y arraigo ten-
gan fuerte influencia entre los campesinos, ya que estos últimos al
recurrir constantemente por cualquier clase de ayuda, a los anterio-
res, les proporcionan información espontánea y de cierta veracidad
de las actividades de los maleantes.
6. Se decidió que el coronel Gilberto Torres Pujol, comandante
889
Víctor Cardona Galindo

del 32/o. batallón (con sede en Atoyac) permanezca con fuerzas a su


mando en un paraje situado posiblemente, entre las rancherías de
Piloncillos y Toro (Muerto), en la parte más abrupta del Filo Mayor
de la Sierra Madre del Sur.
Según el documento en mención, Marcelino García Barragán
expresó: “No se puede considerar como especial la situación de las
guerrillas en el estado de Guerrero, porque existen situaciones simi-
lares en la mayor parte del territorio nacional (…) Afortunadamente
la Revolución Mexicana es la única vacuna contra el virus del comu-
nismo y del clero, que con tanto tesón tratan de realizar sus malos
mexicanos, en la conciencia de las masas económicamente débiles
(…) Por lo que respecta a las guerrillas urbanas, existen planes muy
diferentes en etapas de estudio y realización, contándose con el con-
curso y la valiosa cooperación de otras dependencias federales, prin-
cipalmente la de la Secretaría de Gobernación (…) Es necesario que
los gobernadores ayuden al gobierno federal y al señor presidente de
la República, poniendo en la escala de sus posibilidades todos sus
esfuerzos y recursos en ramo de construcción de brechas primarias
a todo lo largo y ancho de sus entidades, para que el diálogo entre
gobierno y pueblo, se materialice con la acción de los elementos de
justicia, salubridad, educación, agricultura y toda clase de recursos,
materialización que sólo podrá realizarse con la llegada de los cita-
dos órganos de ejecución hasta los rincones más apartados del país”.
Después de eso, la Sedena comisionó al general médico militar
cirujano Leopoldo Melgar Pachiano, para que con elementos de la
Escuela Médico Militar y de Enfermeros, así como técnicos de la
comisión de paludismo procedieran a proporcionar servicio médico
y medicinas gratuitas a los habitantes de los poblados serranos del
municipio de Atoyac. Las jornadas comenzaron el 17 de mayo de
1969. También había técnicos para realizaban estudios socioeconó-
micos para conocer el potencial agrícola y productivo de la región.
En respuesta a todo éste despliegue, la noche del 20 y la ma-
drugada del 21 de mayo de 1969, en la ciudad de Atoyac, circuló
un volante de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento que decía:
890
Mil y una crónicas de Atoyac

“Compañeros de Atoyac: les agradecemos el habernos avisado de


que vienen en persecución nuestra 500 soldados vestidos de doc-
tores. La gente humilde se ha puesto lista. Es difícil que la engañe
el gobierno del pri, el gobierno vine a ‘curar de dado’ porque quie-
re saber dónde se encuentran los grupos armados que reclaman la
justicia. Parece que si formamos grupos armados en todo el país,
ganaremos medicina gratis para toda la República.
“Compañeros asistan para que esos doctores les revisen sus en-
fermos y reciban la medicina regalada. Sus armas escóndanlas bien,
porque el gobierno no respeta el artículo 10 constitucional. Oculten
los papeles y libros que hablan de los derechos del pueblo por que el
gobierno burla sus artículos 6° y 7°.
“Digan que no saben de nosotros y que no nos conocen. Las
cosas que han venido publicándose en el periódico Avance son men-
tiras: nosotros no somos gavilleros, las muertes que nos achacan son
mentiras. Cuando empecemos a matar, morirán los tiranos que han
hecho las matanzas de campesinos y estudiantes. Toca a nuestra ge-
neración exigir cuentas al gobierno priista que traicionó a la revo-
lución.
“El 18 de mayo es el segundo aniversario de la matanza de Ato-
yac donde nuestros compañeros muertos solo querían: que la edu-
cación fuera gratuita, que no cobren cuotas a los padres de familia y
que no se exijan uniformes diarios a los niños.
“Cuando enterrábamos a nuestros muertos un orador dijo: ‘No
venimos a enterrarlos si no sólo a sembrarlos, porque de aquí nacerá
la justicia del campesino’. Aquello fue como una profecía porque la
lucha ha nacido y nadie la apagará”.
“No traicionaremos ésta causa, ni por indultos ni por millones
de pesos”.
“Viva el Partido de los Pobres”.
A los pocos días, el domingo 27 de julio de 1969, hombres
armados atacaron a la policía del estado en el camino de Atoyac al
Paraíso. Fue a las 11 de la mañana, el grupo de la motorizada cayó
en la emboscada cuando se dirigían a bordo de un Jeep particular,
891
Víctor Cardona Galindo

placas 46-84, al poblado de San Andrés de la Cruz. Los hechos se re-


gistraron en el punto conocido como Plan de las Cruces, a la salida
de la huerta del señor Silvestre Hernández Pino, resultaron heridos
el comandante del grupo Delfino García Nava y los policías Cirilo
Juárez García y Pedro Benítez Gálvez, quienes fueron atendidos de
sus lesiones en el centro de salud y luego trasladados al puerto de
Acapulco en una ambulancia de la Cruz Roja.
“De inmediato se movilizaron los federales al mando del capitán
primero Francisco Islas Olea, quien llegó al lugar de los hechos. En
la investigación se concluye que fueron siete elementos emboscado-
res que usaron armas m-1 y calibre 22. Los soldados detuvieron a
Franco Castillo Téllez, campesino que les pareció sospechoso”, in-
formaba el 28 de julio el comandante de la policía urbana munici-
pal Silvestre Bolívar Barrientos, en un documento enviado al mayor
Joel Juárez Guzmán director de Seguridad Pública del Estado.
Mientras, la policía política también informaba de los hechos:
“El ataque que sufrió el vehículo que transportaba elementos de la
Dirección de Seguridad Pública del estado, el domingo 27 de julio
de 1969, por elementos desconocidos en el camino de Atoyac a San
Vicente, al parecer no fue realizado para tratar de asesinar a algún
miembro del ayuntamiento que preside Ladislao Sotelo Bello, ya
que minutos antes pasó por el lugar de los hechos una camioneta
conduciendo a los regidores Pablo Tapia Valente, Anastasio López
Hernández y Donaciano Téllez Castillo, la que no fue molestada;
los disparos se hicieron precisamente a la policía, resultando heridos
Delfino García Nava, Pedro Benítez y Cirilo Juárez García. Lo ante-
rior es un resultado más de la latente hostilidad que hacia la policía
del estado se tiene en la región, a raíz del zafarrancho ocurrido el 18
de mayo de 1967”.
“Como a la hora y media después de lo ocurrido, fue visto en
una fonda del cercano poblado de Río Santiago, un grupo de indi-
viduos desaliñados, con la barba crecida y armados con carabinas
automáticas, los cuales después de tomar refrescos, abandonaron el
poblado”.
892
Mil y una crónicas de Atoyac

“Es posible que el mencionado grupo pertenezca a la llamada


Brigada Campesina de Ajusticiamiento, que dirigen Lucio Cabañas
y Agustín Álvarez, o que sean los individuos que restan del grupo
que dirigían los maleantes Pedro y Chano Zequeida, quienes mu-
rieron en el encuentro con elementos de la Dirección de Seguridad
Pública en San Jerónimo, en el que además de los maleantes resulta-
ron muertos siete policías”.
“Los grupos mencionados atacan en cualquier ocasión que tie-
nen, a los elementos policiacos, el primero porque los hacen cul-
pables de las muertes de los ciudadanos de Atoyac y el segundo
por la muerte de los mencionados hermanos Zequeida… Cuatro
columnas volantes de la 27 zona militar recorren la región en su
búsqueda”, se lee en un informe de la Dirección de Investigaciones
Políticas y Sociales el 29 de julio de 1969.

V
Una vez que Carmelo Cortés Castro concluyó la secundaria en la
normal de Ayotzinapa, ingresó a la Universidad Autónoma de Gue-
rrero, uag, y ya en la escuela preparatoria uno, comenzó a escribir
su propia historia como miembro de las juventudes comunistas, que
tenían su bastión de lucha en la Casa del Estudiante Guerrerense. El
futuro guerrillero atoyaquense se erigió como el principal dirigente
del movimiento estudiantil universitario.
Por medio de los informes de la desaparecida Dirección Federal
de Seguridad, podemos dar seguimiento al movimiento de aquel
tiempo. El 16 de agosto de 1966 hubo una reunión en Chilpancin-
go, donde estuvieron Juan Castro, Carmelo Cortés, Arnulfo Mo-
rales, Pedro Helguera y Joel Cortés Barona, se preparaba un movi-
miento.
El 13 de octubre circuló en Acapulco una carta abierta dirigida
al pueblo de Guerrero, firmada por el Frente Universitario Guerre-
rense, fug, que presidía Carmelo Cortés Castro, era en contra del
rector de la uag, Virgilio Gómez Moharro, a quien acusaban de
893
Víctor Cardona Galindo

privilegiar sus intereses personales antes que el de los universitarios


y académicos.
Luego, miembros del Frente Universitario se posesionaron del
edificio de la Universidad, el 20 de octubre de 1966, para exigir la
renuncia del rector al que le atribuían malos manejos financieros
y se retiraron el 22 a las 12:30 de la noche después de entregar el
inmueble al velador. Días más tarde, a las 12:30 horas del 26 de
octubre, un grupo de 80 alumnos, pertenecientes al ya mencionado
frente, volvieron a tomar el edificio de la uag y declararon la huelga
estudiantil. Carmelo Cortés explicó que la medida fue porque el
Consejo Universitario ignoró sus peticiones. Ese mismo día, de las
11:00 a las 15:15 horas, sesionó el Consejo Universitario en la rec-
toría ubicada en avenida Juárez 14, y acordó buscar la intervención
de la fuerza pública, denunciar los hechos y establecer sedes alternas
para continuar las clases.
El secretario general de la Universidad, Efraín Vélez Vélez envió
un oficio a Cortés Castro y al recibirlo el atoyaquense contestó que
sólo muerto lo sacarían del edificio. Este movimiento exigía además
de la renuncia de Gómez Moharro, también la de sus principales
colaboradores: Efraín Vélez Vélez, Ramón Chorro Llopis, Antonio
Morales Alarcón, Eduardo Urueta y Raúl Alarcón.
Carmelo Cortés Castro, Gabino Organista y Emilio Romero
Hernández líderes del fug dijeron que su movimiento era exclusi-
vamente universitario, que además de exigir la renuncia del rector,
pedían que se le aplicara la ley de responsabilidades por estar des-
falcando a la Universidad por más de un millón de pesos y debía las
pensiones del estado.
Para el 27 de octubre los integrantes del fug se radicalizaron y
secuestraron dos camiones y una camioneta Pick up de la uag y los
estacionaron frente al edificio docente.
Al siguiente día el gobernador Raymundo Abarca Alarcón con-
cedió audiencia a la dirigencia del fug encabezada por Carmelo
Cortés Castro, quienes expresaron que estaban dispuestos a entre-
gar el edificio siempre y cuando el doctor Virgilio Gómez Moharro
894
Mil y una crónicas de Atoyac

renunciara al cargo y se hiciera una auditoria a las finanzas de la


Universidad. Mientras eso sucedía el rector presentaba una denun-
cia penal por la toma del inmueble y el robo de vehículos, misma
que fue ratificada el 29.
El 4 de noviembre de 1966, a las 17:30 horas, los miembros
de la Federación Estudiantil Universitaria Guerrerense, feug, efec-
tuaron una manifestación y un mitin en la plaza Nicolás Bravo en
apoyo a Gómez Moharro. Reprobaron la actitud de los huelguistas
que estaban posesionados del edificio de la Universidad.
La represión interna no se hizo esperar, durante la sesión del 18
de noviembre, el Consejo Universitario expulsó definitivamente por
reincidentes a los alumnos Arnulfo Morales Cuevas, Gabino Orga-
nista Aguilar y Ángel Ortiz. Por primera vez y en forma definitiva a
Yolanda González Calixto, Virgilio de la Cruz Hernández, Eusebio
Romero Hernández, Carlos Castrejón Bustamante, Carmelo Cortés
Castro, Saúl López López, Ranulfo Rueda Astudillo, Carlos Texta
Mena, Mariano Solís Leyva, Juan Castro Franco, José Mejía Marta,
Ramón Mejía Marta, Lamberto Espinosa, José Abarca Mateos, José
Luis Infante Nolasco, Onésimo Chávez Vega y Santiago Sierra Sola-
no. Quedó pendiente el caso de Justino García Téllez.
El rector exigió al gobernador que sacara a los estudiantes del edi-
ficio, porque se trataba de jóvenes que ya no eran universitarios, pues
el consejo los había expulsado. El gobernador se negó, argumentan-
do que si la policía entraba la Universidad sería acusado de violar
la autonomía. Gómez Moharro argumentó que la autonomía no era
extraterritorialidad y, finalmente el gobernador aceptó encarcelar a los
huelguistas si se los entregaban en el pórtico de la Universidad.
Para eso se montó un operativo planeado militarmente. Un gru-
po de policías judiciales disfrazados de estudiantes y armados con
piedras, atacaron por la parte frontal del edificio. Los miembros del
Club Juventus acompañados de otros judiciales, entraron al recinto
por la parte trasera, apuntando con sus armas de fuego a los huel-
guistas, quienes sorprendidos por la participación de policías, aban-
donaron sus puestos y se produjo una desbanda.
895
Víctor Cardona Galindo

El Club Juventus había sido formado en 1965 por el párroco de


Chilpancingo y estaba integrado por jóvenes católicos, adoctrinados
para “defender al pueblo del comunismo internacional”.
Un agente de la Dirección Federal de Seguridad, informó que
el 30 de noviembre de 1966, “a las 16 horas, unos 40 elementos de
la feug y del Comité de Unidad Universitarios Guerrerenses que
dirigen Rafael Mastache Estrada y José Luis Bello Muños, se pre-
sentaron al edificio, se introdujeron en el mismo y detuvieron a 15
estudiantes del fug, huelguistas, que fueron entregados a la policía
preventiva”, según el agente de la dfs no hubo violencia. Los deteni-
dos fueron: Carmelo Cortés Castro, Pedro Helguera Jiménez, Helio
Martínez Flores, Gabino Organista Aguilar, Ricardo Gómez Radi-
lla, José Santos Damián Gerardo, Mario Sánchez, José Días Barona,
Raúl [Saúl] López López, Silvestre Don Juan Arcos, Gonzalo Brito
Cuevas, Cristóbal Buenaventura Hernández, Clemente Hernández
Dircio y Antonio Rivas Morales. El 2 de diciembre se reanudaron
normalmente las clases en la Universidad.
El 5 de diciembre, el juez mixto de primera instancia del distrito
judicial de Bravos, dictó auto de formal prisión a los detenidos, Car-
melo Cortés Castro, Pedro Helguera Jiménez, Ricardo Gómez Ra-
dilla por el delito de despojo, robo, asociación delictuosa y difama-
ción. Y a Gabino Organista Aguilar, Virgilio de la Cruz Hernández,
Mariano Solís Leyva, Arnulfo Morales Cuevas y Carlos Castrejón
Bustamante por los delitos de despojo, robo y asociación delictuosa.
Dejó en libertad a Gonzalo Brito Cuevas por falta de méritos.
Saúl López López en su texto “20 años de lucha universitaria,
el caso de la uag”, publicado en 1983, considera que los enfrenta-
mientos propiciados por el rector, que lo llevaron a expulsar a más
de cien universitarios en menos de 18 meses, le acarrearon un fuerte
desprestigio y le restaron autoridad moral para sostenerse y conti-
nuar en la rectoría; por lo que se vio obligado a renunciar antes de
terminar su periodo.
Fue el 31 de diciembre de 1966, cuando renunció Virgilio Gó-
mez Moharro y quedó provisionalmente al frente de la rectoría el
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Mil y una crónicas de Atoyac

licenciado Efraín Vélez Vélez. El Consejo Universitario aceptó la


renuncia del rector y el 17 de enero del 1967, eligió para el cargo
a Ramiro González Casales. Durante el consejo, Carmelo Cortés y
Pedro Helguera protestaron y alegaron que la votación fue ilegal.
Luego, partidarios del rector, arrojaron bombas de gases que provo-
caron el desalojo de la sala. Carmelo Cortés fue llevado al hospital
civil de Guerrero con síntomas de intoxicación.
Ramiro González Casales tomó posesión ante la gritería y pro-
testas. Luego que el rector se retiró se escucharon detonaciones de
calibre 22, pero no hubo heridos. La policía ya resguardaba la sede
de la rectoría a las 22:30 horas. Las mismas fuerzas que habían soste-
nido a Virgilio Gómez Moharro ahora apoyaban a González Casales
y estaban dispuestos a sostener el poder a sangre y fuego.
El 14 de marzo de 1967, el Consejo Universitario resolvió: Se
deja pendiente de resolución la solicitudes de Antonio Serrano Za-
macona, Jorge E. Alcaraz Vega, Alfonso L. Román Jaimes, Alberto
Cisneros Vargas y quedan expulsados definitivamente de la uag:
Alberto Santiago Estrada, Ángel Ortiz Lugo, Gabino Organista
Aguilar. Queda para consolidar la solicitud de reingreso de Pedro
Helguera Jiménez. No ha lugar a readmitir como alumnos de la
universidad a: Mariano Solís Leyva y Carmelo Cortés Castro, or-
denándose al departamento de servicios escolares que durante dos
años lectivos rechace cualquier trámite de reinscripción que llega-
se a formular el primero y definitivamente tratándose del segundo.
Quedan expulsados definitivamente como alumnos de la uag: Raúl
Bello Arredondo, Ramón Mejía Pérez, Virgilio de la Cruz Hernán-
dez. Se impone a Carlos Castrejón Bustamante, Juan Castro Franco,
Gonzalo Brito Cuevas y José Martha una suspensión de tres años
como alumnos de la uag. Entre otros acuerdos.
Entonces Cortés Castro amplió su radio de acción y el 10 de
abril en el auditorio de la crom de Acapulco, se efectuó un mitin de
la Coalición de Jóvenes Pro Constitucionalismo de Guerrero. Habló
José Abarca Mateos y Carmelo Cortés Castro, quienes criticaron el
informe de gobierno que recientemente había dado Abarca Alarcón.
897
Víctor Cardona Galindo

Luego, Carmelo Cortés Castro irrumpió el 15 de abril, en una


mesa redonda que organizaba el departamento de Extensión Uni-
versitaria con el tema: “La misión de la Universidad Autónoma de
Guerrero en la educación”, iba acompañado de algunos de los uni-
versitarios expulsados.
Los líderes más sobresalientes del movimiento estudiantil de
octubre de 1966, al sentir cerrados los espacios de la lucha legal y
democrática en el terreno universitario. Y al cerrárseles el paso en el
ámbito político-social, para evitar ser aprehendidos, se incorporaron
a otras formas de lucha como es el caso de Carmelo Cortés Castro,
quien formó parte de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del
Partido de los Pobres y más tarde fundó las Fuerzas Armadas Revo-
lucionarias.
En 1970 se dio otro acontecimiento que tendría repercusiones
estatales. La contienda por la rectoría se definió entre tres candida-
tos finalistas, Amín Zarur Menez, José Herrera Peña y Jaime Caste-
jón Diez. El 14 de enero, con 75 delegados efectivos y la presencia
de 300 estudiantes y en votación secreta el Consejo Universitario
eligió como rector, al doctor Jaime Castrejón Diez. Se dice que su
elección en el consejo no causó mayor inquietud porque los conse-
jeros estaban perfectamente controlados por el pri.
Luego, el 17 de enero a las 12:45 horas, tomó protesta como
rector Jaime Castrejón Diez con la asistencia de unas 700 personas,
en una transición sin división estudiantil. Desde el principio de su
rectorado, Castrejón reactivó la vida académica, promoviendo cur-
sos de superación docente y ciclos de conferencias. Abrió las carreras
de técnico constructor; licenciado en turismo y envió la escuela de
agricultura a Iguala y la de comercio al puerto de Acapulco.
Inició una reforma universitaria mediante un proyecto llamado
“Autoestudio” que pretendía hacer una evaluación de la Universidad
en la cual se programaba la participación de todos los universitarios.
Mientras esto sucedía en la capital, a principios 1970, en Atoyac
ya estaba en marcha la tercera campaña militar. El ejército era refor-
zado por el aire con naves de la fuerza aérea. La armonía se rompió
898
Mil y una crónicas de Atoyac

en las comunidades cuando llegaron los guachos; traían una lista de


nombres y preguntaban si conocían a Lucio Cabañas Barrientos.
Los soldados estaban por todos lados aún en poblaciones donde
nunca se vio un guerrillero.

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Índice
Presentación …7
Vida cotidiana.
Del mar a la sierra
La Piedra del Diablo …9
Fidencio Benavides Castro, un destacado boxeador … 10
Algunas otras calamidades … 12
El Salto Grande, un lugar de recreo … 15
¿Dónde ir a comer en Atoyac? … 18
Los cocodrilos siempre han estado aquí … 20
La enfermedad de Lázaro … 25
El Nache … 26
Un recorrido por mi ciudad … 30
Nuevos arbolitos en nuestro paisaje urbano … 51
El silencio del viento … 52
El triángulo de “la ciudad perdida” … 55
Dos hombres del saber … 58
La compañía minera: Los Tres Brazos … 62
Entre periodistas te veas… Juan Damián Cabrera … 67
Doctor Antonio Palós Palma … 69
Mi lindo pueblito y María la Voz … 75
Máximo Gómez Muñoz … 79
La feria en los tiempos de la violencia … 86
Cuando los cafetaleros viajaban en avioneta … 92
El corrido de los hermanos Zequeida … 97
La guerra sucia
Octaviano: seguro al pri dale duro … 105
Testimonio de la ocupación militar: Los Valles … 140
La ocupación militar: El Rincón de las Parotas … 146
Historia del cuartel militar … 152
Rosendo Radilla Pacheco … 163
Hilda Flores Solís: luchadora social incansable … 176
Simón Hipólito Castro … 182
Carmelo Cortés Castro … 188

Crónicas de aire,
tierra y fuego
Las apariciones de la virgen de Guadalupe … 195
La fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí … 202
Así recordamos a Ignacio Manuel Altamirano … 220
El carnaval … 234
Festividades de Semana Santa: la Feria del Café … 240
Las reinas de la feria … 247
Festividades de Semana Santa: el encuentro … 253
Nuestro café … 259
El Nanche … 277
18 de mayo de 1967 … 283
Los alumnos de Serafín … 318
Rosa Santiago Galindo … 320
La escuela real … 326
La Pintada … 337
Agua desbocada … 349
El agua potable … 374
El Tara … 380
Arte y cultura
Día de Muertos en Atoyac … 387
Leyendas de mi pueblo: el Cuera Negra … 393
Graffiti arte urbano en Atoyac … 404
Corral Falso: tierra de músicos … 408
Preparatoria 22 … 413
Nuestra comida tradicional … 419
El Santito … 425
Veredita … 433
Ticuiseña … 440
Mi lindo Ticuí … 446
Voces del Ticuí … 453
Esos jardines de la sierra … 459
La danza del Cortés … 465
El corte del café … 474
Tirsa Rendón Hernández y La isla de la Pasión … 480
Salvador Téllez Farías:
hombre de teatro y escritor de leyendas … 488

Caminos de libertad
Silvestre Castro García: el Cirgüelo … 493
Los revolucionarios atoyaquenses … 518
Toribio Gómez Pino … 537
Lucio Cabañas Barrientos, Chío … 549
El Plan del Veladero … 561
Así era Lucio Cabañas … 608
El secuestro de Figueroa … 615
Los cívicos … 712
Camino a Los Valles … 761
EL primer centenario de Rosendo Radilla Pacheco … 767
Zohelio Jaimes Chávez … 809
Ayotzinapa: una historia de lucha … 828
Levantamientos recurrentes en la región de Atoyac … 869
Esta obra se terminó en septiembre de 2015.
Se utilizó tipografía Adobe Garamond Pro.
La edición estuvo al cuidado de Alfredo Castro.

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