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Para discutir los problemas actuales de la Geografía tal vez sea necesario
recurrir, aunque brevemente, a algunas ideas fundacionales. La historia de la disciplina
revela largos debates que expusieron, lado a lado, conceptos y métodos aparentemente
antagónicos. La tradicional fractura entre saber general y saber particular encuentra sus
raíces en la antigua Grecia para conocer su sistematización en el pensamiento de
Varenius que, a mediados del siglo XVII, ya proponía una geografía general y una
geografía especial. Del aristotelismo a la denominada ciencia moderna, tal dilema se
hace más complejo porque se asocia al inconveniente mayor de la formulación de leyes,
en el momento en que la naturaleza pasa a ser triunfalmente separada del hombre. De un
mismo golpe se condenaba la descripción de lo único, incapaz de volverse científica.
Más tarde, en la primera mitad del siglo XIX, Ritter refuerza, de algún modo,
ambas vertientes. Se consolida, así, una tradición, que se profundizará con la
institucionalización de la disciplina y que va a dificultar la clasificación de la geografía
en el concierto de las ciencias.
Al tiempo que el más importante método del saber histórico era formulado por
Hegel, la geografía se institucionaliza, en el siglo XIX, reforzando su vocación
descriptiva. Fundadas en el método experimental, las denominadas ciencias de la
naturaleza inician su camino ascendente de descubrimiento de las dinámicas del cosmos
y de formulación de leyes. Un ir y volver de la realidad al laboratorio asegura los
fundamentos de su cientificidad. Mientras tanto, los saberes históricos comienzan a
liberarse del ardid de lo único o lo general, a partir de la idea del movimiento de la
razón. Sin embargo, la geografía parece quedarse a mitad de camino. La implantación
de las primeras Cátedras de Geografía y la fundación de las primeras Sociedades
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En las antípodas de tal propuesta teórica, surge la visión corológica con Hettner
y Hartshorne – tal vez la primera y más consolidada propuesta deductiva en la geografía
después de la revolución científica. La naturaleza unitaria de la disciplina era dada por
el método de estudio y no ya por los materiales estudiados. El concepto de área adquiere
prioridad en ese esquema teórico, al tiempo que la elección y delimitación de las áreas
se vuelven atribuciones del investigador. No se supera el problema de los límites, pero
su discusión parece pasar de lo empírico para la reflexión del geógrafo. El espacio como
categoría a priori del pensamiento, idea concebida por Kant, reaparece en esta visión.
Con los agregados de la experiencia, el espacio pasa entonces a ser entendido como
extensión.
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Espejismos contemporáneos
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Como escribió hace algunos años David Harvey (1992), el hecho más espantoso
del posmodernismo es la total aceptación de lo efímero, de lo fragmentario, de lo
discontinuo y de lo caótico. Una época rica en imágenes y pobre en conceptos.
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Un enfoque existencial
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Nuestra época, en la cual el mundo se tornó uno por las interrelaciones técnicas,
científicas, informacionales y financieras, no hay cómo explicar el mundo sin el lugar y
el lugar sin el mundo. Esos mismos nexos, creadores de nuevas relaciones, son también
nuevos elementos constitutivos del espacio, que impiden continuar considerando
separadamente naturaleza y sociedad. Vivimos en un mundo de híbridos (Godelier,
1967; Latour, 1991), siendo el espacio el mayor de todos eles (M. Santos, 1996).
El espacio geográfico, nos enseña Milton Santos (1996), es más que el espacio
social de los sociólogos, porque contiene materialidad. Podríamos también decir que es
más que el espacio físico de los naturalistas o inclusive que el de los urbanistas porque
contiene la vida, la acción. Y ciertamente, más que el espacio abstracto de los
economistas y de los geógrafos cuantitativistas, porque sus contenidos son existenciales.
El espacio es, al mismo tiempo, una construcción teórica y una realidad ontológica. Por
eso tampoco puede ser visto, como quiere Werlen (1993), apenas como un concepto
clasificatorio, un cuadro de referencia para los contenidos físicos de las acciones. El
espacio contiene materialidad y ésta es un elemento de su existencia, condicionante de
las nuevas acciones.
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La forma en que esas posibilidades son tomadas y repartidas podría ser analizada
de formas diversas: división social del trabajo, división territorial del trabajo,
topologías, circuitos espaciales de producción, círculos de cooperación, entre otras
categorías de una geografía que busca ser crítica. Cuando esas posibilidades reales se
vuelven existencias concretas, por medio de la fuerza diferente de los actores, tenemos
el pasaje de la sociedad que es el ser al espacio que es el existir (M. Santos, 1996b). Ese
pasaje se da por los eventos, un movimiento de transformación, una forma de llevar las
posibilidades a los lugares y tornarlas existencias concretas. Como lo que ya existe –
base material, organización política incluida la cultura, las normas, etc. – tiene cierta
inercia en el proceso de aceptar o rechazar los eventos, éstos tienen consecuencias
diversas en los lugares, en los países. Esa es una de las manifestaciones del papel activo
del espacio (M. Santos, 1996a; M. Santos et alli, 2000).
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Ese es, tal vez, nuestro desafío. Elaborar un enredo coherente capaz de explicar
la transformación de las posibilidades de un período histórico en existencias concretas –
la empirización de lo real que es siempre relativa. De allí que no podamos ni abstraer
completamente los funcionamientos generales como si su dinámica y desenlace fuesen
regulares y previsibles, ni describir apenas la forma concreta, sin el esfuerzo de analizar
las posibilidades reales y las existencias realizadas.
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Veamos, ahora, el significado de las formas del acontecer de las que nos habla
Milton Santos (1996a). El acontecer homólogo es la base de la construcción de áreas
modernizadas, generando contigüidades que dan contornos a un área, como una región
agrícola, un distrito industrial específico o cualquier otro tipo de especialización
territorial productiva. La modernización del campo, de la energía, de la minería o
inclusive la ocupación de lugares hasta ahora vacíos, como los procesos que vemos a
menudo en la Patagonia y en la Amazonia, son existencias que resultan de ese tipo de
acontecer.
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¿Cómo entender esas existencias con un esquema preso a los límites del lugar o
centrado en la extensión? Podríamos decir, parafraseando a Heidegger cuando hablaba
de la historia, que la mala geografía es un monstruo autodestructivo porque el dasein –
la situación concreta – se vuelve una cosa, un objeto. Es entonces cuando una disciplina
se vuelve un inventario de cosas muertas, nos dice el filósofo; una geografía preocupada
sólo con formas y límites, diríamos nosotros.
Cuando no vemos las relaciones o nexos, que son también existencias, no
alcanzamos la explicación. Por eso, Milton Santos (1996a) asevera que, cuando la
vocación de explicación falta a la geografía inicialmente, ésta no puede superar la
descripción. Las relaciones no pueden venir después de las cosas. O vienen juntas o no
las encontramos jamás. Estudiando la macroeconomía de una nación podemos sumar
los datos, cuantificar los hechos, hacer las cuentas de todo lo que existe y constatar
crecimiento y modernidad. Sin embargo, no llegamos a entender la pobreza porque
faltan las relaciones intrínsecas que unen un cierto crecimiento a la producción de la
pobreza o, dicho de otro modo, a las formas invisibles y subrepticias de concentrar la
riqueza.
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El período contemporáneo produjo una extensión que crea una sinonimia entre
planeta y ecúmene. Por lo tanto, la extensión así entendida no es solamente un escenario
donde la vida se desarrolla, es un práctico-inerte, es el mundo que cada generación
recibe de la generación anterior. Las posibilidades de la globalización iniciaron la
transformación de un práctico-inerte, de una extensión heredada, que había sido
producida por el mundo de siglos anteriores. Sin embargo, el práctico-inerte que define
el mundo resultó de una elección posible. Había otras posibilidades. La extensión que es
nuestra contemporánea no era ineluctablemente la construcción de grandes carreteras,
uniendo los lugares más competitivos a los puertos. Tornar el mundo un espacio
reticular era una opción posible, al tiempo que capilarizar las áreas más olvidadas podría
haber sido otra forma de producir la extensión.
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tipo de trabajo valorizado en el mundo contemporáneo. Por eso decimos que las
existencias permiten la llegada de lo nuevo y que lo nuevo cambia los contenidos de las
existencias anteriores y realiza otras. Las regiones dan valor al trabajo que en ellas se
desarrolla y, recíprocamente, la llegada de nuevas existencias crea valor en las regiones.
Son en general formas del acontecer homólogo y complementar, producto de la técnica
moderna y de la información científica. Ambas son formas del acontecer ritmadas por la
fuerza de un acontecer jerárquico, fundado en la fuerza de las normas y que, raras veces,
se realiza en las regiones. Es lo que llamamos también de regiones del mandar y
regiones del hacer (M. Santos y M. L. Silveira, 2001). Se produce una jerarquía entre
las regiones del país. Por eso es que la instalación de formas y funciones modernas es
antecedida por fuertes normatizaciones que preparan las respectivas porciones del
territorio para el desarrollo de un cierto trabajo. Tales normatizaciones terminan por
subordinar, desvalorizar o inclusive expulsar las demás formas de trabajo y existencia.
Esa historia paralela de las existencias y de los eventos, de las cosas y de las
acciones, revela el modo en que el territorio es usado por la sociedad, y su análisis nos
mostraría las respectivas formas de inclusión de las personas y de las regiones. Lo que
no es incluido en esa repartición del trabajo privilegiada por la política de un país, pierde
valor y, así, se empobrece.
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Tal unificación técnica del territorio se completa con la unificación del mercado.
La fuerza difusora del consumo que, en el período actual, gana una velocidad antes
nunca vista, impulsada por la propaganda y el crédito, se acompaña del comportamiento
territorial de las grandes empresas. Las firmas más poderosas escogen los puntos que
consideran instrumentales para su existencia productiva y dejan el resto del territorio a
las empresas menos poderosas. Es una modalidad del ejercicio de su poder. Cuando se
elabora un discurso que muestra lo que es resultado de una elección corporativa como si
fuese la necesidad y el destino de la nación, se confunde la conciencia social y la
privatización del territorio se vuelve sinónimo de modernización. Nada de eso se realiza
sin el condimento de las ayudas del poder público.
Así, las variables propias del período tanto alcanzan áreas agrícolas como
industriales y de servicios – un acontecer homólogo y complementar, que se
caracterizan por su inserción en un circuito productivo global, por el predominio de
relaciones distantes y, frecuentemente, extranjeras y por su lógica extrovertida – el
acontecer jerárquico. En todos los casos, la presencia de la técnica, la ciencia, la
información y las finanzas es decisiva. Si permanecemos en las morfologías y límites,
difícilmente entenderemos el funcionamiento del lugar.
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Bibliografía
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