El Modernismo de La Capital Fernando Balseca
El Modernismo de La Capital Fernando Balseca
El Modernismo de La Capital Fernando Balseca
Fernando Balseca
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El modernismo de la capital
y su diálogo con la lírica portuaria
Introducción
lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, pues, comenzado1910, la obra de
Arturo Borja fue ampliamente recibida y comentada con entusiasmo por los modernistas
portuarios, así como la de Humberto Fierro y Ernesto Noboa Caamaño. Por eso, la
motivación principal de este ensayo es establecer, por un lado, las características y los
Ecuador, y, por otro, estudiar los modos en que su obra literaria dialoga con la que
Literario y, después, con la obra de Medardo Ángel Silva, hito del modernismo
ecuatoriano. Este estudio tomará en cuenta lo que se ha dado en llamar “el círculo
Es muy importante advertir, cuando se leen con atención los textos literarios y
los proyectos artísticos que los animan, que el discurso de la literatura en el Ecuador ha
unidad de la nación. Desde una empresa tan inicial como la lírica jocosa de Juan
literatura en el Ecuador muestra los hilos que podrían tejer esa tela de la unidad, pues es
notorio que, al llamar la atención sobre nuestras diferencias, la pregunta que subyace en
estos proyectos letrados es cómo unir esos trozos que al inicio se ven como separados
pero que conforman una unidad más amplia. En nuestro país la literatura ha sido un
discurso que siempre parece haber entendido el potencial de la nación, aún en medio de
Desde la colonia, entonces, en que hay una incipiente perspectiva criolla, nuestra
literatura ha ido tomando una especie de partido regional. Es verdad que una de las
primeras motivaciones de la escritura tiene que ver con la experiencia cercana, incluso
de entorno (en el sentido de que se escribe acerca de lo que se conoce), pero detrás de
todo esto parecería existir una idea que cruza nuestra literatura toda: ¿qué es lo que
podría unir los componentes de la nación sin desconocer sus diferencias? En los
períodos de formación nacional, incluso, las letras han permitido ahondar esas
diferencias con el fin de que los grupos lectores tomen posición en relación a uno de los
aspectos de la disputa.
Esta discusión inicial tiene el propósito de reconocer que, como ha sucedido con
las letras coloniales y con las letras fundacionales de nuestra república en el siglo XIX,
las del siglo XX se mueven en la dirección de pensar al país en una unidad, aunque esto
que la fragmentación por el poder local de hoy podría hacernos pensar, de modo
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no solamente local o regional– donde expresar los nuevos cambios literarios y de la
sociedad en su conjunto.
espacios nacionales y las diferencias no fueron obstáculo para proponer sus proyectos
culturales y estéticos. Es verdad que estamos ante un amplio movimiento artístico que
propone la forma poética como el centro mismo de su actividad, pero todos ellos, sin
descuidar sus intensas preocupaciones artísticas, dieron cuenta de lo que estaba pasando
en la vida social. Los modernistas pensaron en el país. Una lectura de los textos que
conforman el canon lírico modernista demuestra que no eran escapistas, que el valor de
su arte no se debe medir por lo que se ha llamado la torre de marfil sino que, antes bien,
se trata de literatos que se hacen ciudadanos desde la poesía y desde sus intervenciones
no fue una barrera para este propósito; por el contrario, fue el piso desde el cual se
el tema regional atraviesa de modo conflictivo la formación nacional a todo lo largo del
siglo XIX. En este sentido, las tensiones entre Guayaquil y Quito han sido significativas
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de lo que sucede en el país. Cuando los modernistas aparecieron las luchas entre los
grupos dirigentes de ambas ciudades eran muy fuertes, centradas en torno al control
económico del país. Mientras las élites serranas se hallaban más interesadas en la
revalorización del viaje, sino que hizo posible una circulación más rápida de las ideas;
tanto es así que las reformas educativas y la libertad de prensa fueron fundamentales en
estos años iniciales del siglo XX en que el papel periódico gozaba de bajos costos de
movilización en tren, los vendedores de periódicos podían viajar gratis y los diarios
tenían un cupo de uso gratuito de las líneas de telégrafo construidas junto a las rieles
(Klark 54).
personaje de una novela de León Tolstoi lee una novela mientras viaja en tren, “el lugar
la historia cultural del país, pues la constatación del movimiento y de la cercanía fue
manera las condiciones para una conexión intelectual entre Guayaquil y Quito estaban
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dadas: los modernistas entendieron cabalmente esta necesidad de juntar al país a través
pudieron concretar un proyecto que rebasaba, al menos, las dimensiones locales (otra
prueba de esto son las redes de contacto internacional en las que sus revistas estaban
modernistas.
Pero esta expresión de política cultural –que se hace factible con esta nueva
tecnología para movilizar ideas– involucra, en el caso que nos ocupa, a cada uno de los
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Arturo Borja
concedieron al trabajo poético del quiteño Arturo Borja, especie de ‘gran padre’ de la
publicación, de octubre de 1913 (Borja había muerto un año antes), se lo califica como
“el poeta más sugestivo de todos nuestros poetas modernos” (II, 17). Ese número abre
su primera página con el poema “Vas lacrimae”, de 1911, como un homenaje “a quien
prematuramente la Muerte congelara el alma con su gélido beso sobre los labios
una oración, al recitar su ‘Vas Lacrimae’, esa como copa sacra, en la que hemos
abrevado su milagroso jugo lo mismo que un cáliz doloroso de agonía.” (II, 17). Como
modernista sino que, en una sociedad cada vez más laica como la del liberalismo
quiteño: su poema es comparado con una copa sacra, casi en un registro de adoración
portuarios hay algo de milagroso en la obra del bardo quiteño; Borja es nada menos que
Borja se ha convertido en temprano modelo del quehacer lírico joven del Ecuador.
siguiente:
Entre los poetas jóvenes, marcha a la cabeza con Noboa Caamaño, Humberto
Fierro, Francisco Guarderas, Luis G. Veloz, Aurelio Falconí y Miguel E. Neira –
esa brillante juventud panida– que musicaliza con un sistro de cristal o bien en
un caramillo rústico. Y así es fuerte representante de nuestra poesía en donde se
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yerguen dos cumbres poéticas: Remigio Crespo Toral, clásico, emperador del
verso; y Arturo Borja, efebo verleniano, príncipe de la moderna lírica
ecuatoriana. (XVI, 245).
Borja se sustenta sobre una valoración que junta fuertemente poesía y vida, y que ve su
vendrá. No debe perderse de vista la posibilidad de que la vida de Borja determinara con
autores españoles, acerca de la poesía ecuatoriana del siglo XX, se lee lo siguiente:
Esto es, se sigue considerando a los modernistas como una generación en la que
primó la actitud de desaliento y de fuga, pero también se reconoce que produjeron uno
de los gestos más radicales y más extraños en el arte: probar con la vida lo que escribían
sobre el papel.
¿Qué es, pues, lo que más atrae de Borja a sus contemporáneos? Francisco
Guarderas (252), cercano a los modernistas de la capital, cree percibir tres momentos
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este poeta que había publicado muy poco en vida, pero que con su muerte se convierte
en referente de una generación y de toda una nueva forma de tratar a la poesía. Sin
embargo, aunque esta división puede resultar útil, es mejor considerar varias de las
líneas poéticas que se desprenden de la lectura de los poemas del vate quiteño.
“generación decapitada”; esta muerte es una marca ‘inaugural’ que estará presente en
toda la generación modernista. La muerte de Borja será comprendida como una natural
Los elegidos de los dioses mueren jóvenes. Arturo Borja fue de esas almas: un
predestinado. Y murió en plena juventud… Niño extraordinario, conservando en
sus ojos la infinita pureza de los azules sueños de la infancia, dotado por el Cielo
del don lírico, debía pasar por la vida como un perfume, como una ala nívea,
melodiosa, comme le souvenir d’ un gran eygne blanc…” (Silva 1916b: 687-
688)
Así, Borja es visto como el elegido para representar del modo más fidedigno el
nuevo sentir moderno de la poesía: predestinado para la muerte, como el propio Silva.
En Silva resurge ese tono religioso: los dioses, el Cielo. Llama también la atención, por
juventud.
Uno de los rasgos atractivos de Borja para los otros modernistas es el esfuerzo
del poeta quiteño por hallarse al día. Para los modernistas ecuatorianos, asentados en
urbes poco cosmopolitas, la importación de libros y las lecturas, así como el viaje a
Europa, fueron acontecimientos que marcaron nuevas posibilidades expresivas para las
refiero, fundamentalmente, al hecho de que, más que ninguna otra generación, los
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modernistas entendieron que la lectura de la gran poesía contemporánea era el principal
Silva fue uno de los intelectuales que en nuestra modernidad entendió bien que
modo fuerte –proclamando la originalidad ideológica de Arturo Borja con tanto énfasis
y tanta autoridad– contribuye, así, a colocar una idea fundamental que trata la
originalidad no ya desde una escritura que se hace supuestamente sin ningún fondo sino,
más bien, desde una escritura “americana”, “nuestra”, que dialoga con los grandes
dispositivo de su propio trabajo y está sosteniendo una de las facetas menos entendidas
relación con las otras literaturas externas. De modo curioso, en el mismo ensayo, al
reconocer en Borja algunos recursos aprendidos de sus maestros europeos, Silva insiste:
“nosotros, hijos de indios y españoles influenciados por el progreso yankee, que a toda
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costa queremos presentarnos como fuertes” (693). Se trata, sin duda, de una
parte, nos ayuda a comprender que los modernistas buscaban en el arte una expresión
política cultural– que escapa a ese estereotipo de los modernistas alejados o escapados
la poesía de estas tierras, en la expresión moderna de esta lírica que debía, además,
sobrepasar los prejuicios ante la nueva estética, cuya recepción no era entendida en la
esfera de toda la sociedad. Basta recordar la fuerte reacción de Manuel J. Calle ante la
idea de lo modernista para entender que no era fácil instalar con prestigio una nueva
Esta reacción de Calle expresa que el modernismo creó un espacio para discutir
lo que podrían ser ‘políticas de la lengua’; esto es, el modernismo animó un debate
acerca del argot, de lo bárbaro en la lengua, etc., asuntos que tienen que ver con una
lucha ideológica por la conquista del uso de la palabra. Sin embargo, mediante esta
comprensión de la poesía en la que cada poeta producía una obra originalísima, Silva se
dio modos para autorizar a Borja como el gran padre de la poesía moderna en el
Ecuador.
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Barrera habla de “este adolescente inspirado, con vuelos exóticos, con melancolías no
carácter renovador de su trabajo poético. Está muy difundida la idea por la cual la vida
medida en que ellos denuncian habitar un ambiente –un contexto cultural, podríamos
hace una curiosa operación ideológica por la cual le pone blasones a Noboa al tratarlo
como descendiente de la hazaña española; sin embargo, “en la inquietud loca de estos
tiempos” el poeta vuelve al campo, huraño, para cultivar su agrio esplín. Este poema
busca degradar el ambiente citadino de Quito y hace una crítica burlesca al militarismo
de entonces, que ha tomado incluso varias veces el poder político. Este deprimente
Pegaso / que, como sabes, anda mal y de mal paso”. Esto es, la escasa atención que
cotidiana se sostiene en una actitud artística; la estética, entonces, se presenta como una
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que posibilita superar la mediocridad de la vida cotidiana: “¿Qué fuera de nosotros sin
los acreedores. ¿Pose, tal vez, de un poeta que requiere posicionarse en el lugar del
perseguido? Es conocido que Borja procedía de una familia de las más acomodadas, que
pudo viajar a París de muy niño para curarse de una dolencia en uno de sus ojos. De tal
suerte que también existe la pose modernista que coloca al poeta en el margen: “Luego
después las fieras de los acreedores / que andan por esas calles como estranguladores /
expedientes / y haciendo el cuotidiano horror más horroroso” (73). Para los modernistas
a la vacuidad de la vida moderna que, paradójicamente, trae por otra parte la posibilidad
homenajea a una dama. La voz poética le ofrece rimas de encaje y una canción de
cristal, en un intento por idealizar la relación amorosa. Pero lo curioso es que, en el afán
por el mago caballero Lohengrin. / Tendrán tus hondas pupilas ese místico beleño / de
las vírgenes del Rhin. / Serás una dogaresa veneciana…” (77). ¡El Rhin, Venecia, las
barcarolas trasladan el escenario amoroso a Europa! Nada que esté al margen de esta
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Llama la atención ese tópico del cansancio por el vivir –tan presente en la poesía
de Medardo Ángel Silva–, introducido justamente por Arturo Borja. En varios de sus
poemas se puede notar un tono casi agónico en la escritura que hace del tema de la
muerte uno de los más recurrentes de su corta producción literaria. El poema “Vas
La pena… la melancolía…
La tarde siniestra y sombría…
La lluvia implacable y sin fin…
La pena… La melancolía…
La vida tan gris y tan ruin.
¡La vida, la vida, la vida!
La negra miseria escondida
royéndonos sin compasión
y la pobre juventud perdida
que ha perdido hasta su corazón.
¿Por qué tengo, Señor, esta pena
siendo tan joven como soy?
Ya cumplí lo que tu ley ordena…
hasta lo que no tengo, lo doy… (74)
intercambio de influencias que se produce entre Borja y Silva? Una de las maneras para
establecer una posible genealogía literaria entre los modernistas de Quito y Guayaquil
consiste en revisar esta idea del vivir torturado del joven (al menos presente en la lírica),
lo que es común a los modernistas nacionales. Como podemos leer en el texto arriba
citado, el hablante de la poesía se halla en una posición que acepta, como una fatalidad,
el hecho de que ser joven supone vivir en medio de la pena y de la melancolía. ¿No
hubiera bien podido Silva suscribir este poema? La desposesión de la voz poética es
comentario a otros poemas, esa actitud de pesimismo vital propia del modernista triste
que hay en Silva bien pudo reforzarse gracias a la lectura de los poemas de Borja.
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Desde su título el poema “Mi juventud se torna grave…” insiste en el tópico de
melancolía, / el dulce orgullo de sufrir.” (76). Incluso un poema que narra una aventura
amorosa, “Voy a entrar en el olvido”, no deja de expresar la alegría aunque signada por
la angustia: “Hermano, si me río de la vida y sus cosas / notarás en mi risa cierto rezo de
angustias, / sentirás las espinas que hay en todas las rosas, / comprenderás que casi mis
flores están mustias.” (80). En fin, como se trata de fundar toda una poética, que incluye
una reflexión acerca de vida y literatura, no hay que dudar que mucha de esa tristeza
pudiera ser una pose, parte de una actitud artística. Pero, de más está decir, se trata de
algo que determina los modos de escribir y de vivir; esto es, la pose es un asunto serio
Carmen Rosa:
En el blanco cementerio
fue la cita. Tú viniste
toda dulzura y misterio
delicadamente triste.
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Yo estaba loco, tú loca
y sangraron de pasión
mi corazón y tu boca
roja, como un corazón.
En el blanco cementerio
fue la cita. Tú te fuiste
dejándome en el misterio
como nadie, solo y triste. (82-83)
amoroso, incluso podríamos decir la realización plena de una pasión en ambos amantes:
el tono del poema ha cambiado y los revoloteos y las llamas evidencian motivos de
penúltima estrofa las cosas empiezan a malograrse, pues sin causa aparente el miedo y
cementerio.
una escenografía requerida para inventar un dolor que niegue la plena realización del
felicidad; su sótano interior siempre tiene que ser negro: “Tu alma es como un gran lago
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mirada es mi única verdad; // es la lámpara que alumbra con amor / lo más negro de mi
inconcluso poema “A Misteria” podemos observar el trabajo que realiza Borja con la
palabra:
Este poema acerca la escritura a las situaciones del sueño, en el que el lenguaje
modifica el abrazo en nudo de horca, los labios en témpanos, los tendones en alambres,
las manos en zarpas… El horror está marcado por la inmovilidad del paso del tiempo,
pues aquel galope ya dura mil años. La capacidad expresiva de Borja es notable en este
poema, que recuerda el hecho de que “Las palabras constituyen un material plástico de
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una gran maleabilidad” (Freud 33). Silva, por su parte, admiró de Borja su capacidad
rítmica:
Parece que un poeta, como Arturo Borja, todo alma, todo espiritualidad,
no hubiera dado valor preferente a la estructura de sus poemas: y es todo lo
contrario. Desde su aparición, mostró una maestría rítmica; una técnica original
y firme; una posesión de los resortes melódicos del lenguaje, casi única, que
daba a sus versos flexibilidades inauditas. Sus bizarrías de ritmo son de anotarse.
(699)
“Poeta, poeta exclusivamente” (700) es el elogio más firme que puede hacerle al cerrar
su estudio sobre la vida y la obra del poeta quiteño. Pero fundamentalmente la muerte
del poeta es un referente que marcará la valoración de Silva, pues también para él “la
Samaniego y Álvarez Y hernán Rodríguez Castelo (343) la fijan en 1889, en tanto que
Isaac Barrera (47) en 1891. En todo caso, no hay dudas acerca de la muerte física del
poeta en 1927, aunque los biógrafos señalan que el abandono de la vida en que vive
buena parte de sus últimos años lo hacen prácticamente improductivo en todos los
sentidos. Se sabe que Noboa –“el más completo y el más formado”, según Guarderas
consumido por el solo hecho de vivir: “fue por esencia el poeta decadente, en un sentido
casi fisiológico, enfermizo diríamos con más propiedad, de quien sólo quedó un hálito
entonces, parece tener ribetes fisiológicos, pero, como sucede con el propio Silva, no se
pueden apuntar diagnósticos acerca de su sufrimiento, aunque sus textos nos muestran
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más un desajuste interior que corporal. Al menos, la estrategia del poeta consiste en
mostrarse turbado interiormente (aunque más adelante insistiremos en que esto también
características que exhiben tanta variedad, tanta maestría, tanto dominio de sus
A juicio del propio Guarderas esto se debe a que, de manera similar a lo que sucedió
con Borja, los autores no pudieron revisar por sí mismos la estructura de sus libros
publicados: un orden armado por los autores habría establecido una secuencia en la que
convence pero nos ayuda a interrogar por qué uno de los comentaristas más cercanos de
la de la enfermedad.
Uno de los textos más leídos de Noboa es “La romanza de las horas”, dedicado a
su madre, con el que generalmente se abre su obra poética. Este poema permite observar
un engranaje del mecanismo retórico del dolor en el cual se basan los modernistas:
como si se tratara de otro elemento estructurante más, el tópico del dolor es un motivo
imaginario para conmover al lector, esto es, se trata de un dispositivo requerido para la
pose:
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y me infundes serenidad.
salta a la vista un proceso mediante el cual esa voz lírica se otorga a sí misma una vida
insoportable: las horas graves, el calvario del corazón, la cruz de la aflicción, las horas
tristes, la callada soledad, el royente áspid del hastío, las horas cruentas, el alma débil,
etc., son expresiones que invitan al lector a adoptar la compasión. El portador de esa
palabra ha sido verdaderamente golpeado por la vida. La poesía es una expresión del
dolor real por el que atraviesa el escritor. Sin embargo, la última estrofa ilumina –sin
querer descartar una posible condición depresiva en el poeta– otra faceta del acontecer
lírico y, sobre todo, de lo que supone para los modernistas el acto de escribir, en el
sentido de la pose: esa vida, que no tiene propósito ni norte, que se halla despedazada,
pues es doliente, callada, sumisa, resignada, tiene que seguir su marcha en medio de
todo esto “y algún verdadero dolor”. La expresión “verdadero dolor” lleva a pensar que
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lo anteriormente dicho es un artificio retórico, pues no es totalmente ‘verdadero’. Lo
verdadero, en el texto, es algún dolor que incluso está fuera del poema, que funciona
como una contraparte en blanco con el propósito de crear una tensión dramática con el
lector. El dolor real está fuera, no aparece, no pasa a la poesía más que como anuncio; el
dolor presente del que se queja el poeta es un dolor literario, un espacio imaginario en el
cual el poeta se representa con esas características dolientes. No estoy sosteniendo que
Noboa no tuviera en su vida real motivos de depresión; eso ya no lo podemos saber con
asbsoluta exactitud; sin embargo, el texto nos descubre un artificio de sentido que habla
Saber algo de la vida del autor, de sus manías, sus sueños, sus viajes, sus
amores o sus desengaños aporta datos, siempre a posteriori, curiosidades que
nos le aproximan. Pero nada, ninguna biografía, ningún comentario psicoanalista
o pretendidamente objetivo aporta nada al texto, obra cerrada y total, abierta a
los innumerables lectores y única fuente de referencia. […] Sólo en las páginas
de la novela, en el poema o en el brillante ensayo está el secreto del autor, es
savia destilada, construida, que nos comunica momentos, vibraciones,
intensidades de un universo propio que es también mágico, demiúrgico, ajeno a
su propio conocimiento. (10-11)
consumidores. Acaso debamos leer cada vez más la ficción en tanto ficción, aunque hay
que reconocer que algunos datos que provienen de la vida iluminan las interpretaciones
que queremos hacer. Pero la idea de la palabra como artificio es evidente en todas las
poéticas de los modernistas: los versos de gala, la ostentosa utilización de registros del
verso francés, la atención a objetos recién importados, etc., implican una elegancia y, a
veces, una ampulosidad de la frase del modernista. Pero, de otra parte, Noboa en tanto
poeta está consciente de que la palabra del poeta es un artificio más: en el soneto
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“Envío” la voz lírica se dirige a una “Princesita” a quien le pide observar con sumo
Así, el poeta sabe que la palabra tiene también fines utilitarios, que la palabra de
la poesía mueve, conmueve, convence, que se trata de un arma para la acción. Los
ser humano vive en medio de una falla: la vida misma se presenta ante los ojos del
bardo como un error. Tal vez de esta comprensión vital se derive toda esa línea que
junta casi toda su obra poética, la del hastío, la del malestar concreto ante el vivir, o la
fatalismo es determinante. El poema se inicia con estrofas cantarinas, en las que parece
que, por fin, la voz poética ha logrado conjurar la amargura: “Porque la alegría / canta
alejado en la presencia del posible amor. Sin embargo, este tono desaparece pronto ante
la certeza de que un alma doliente –digamos, la de todos los humanos– sólo puede amar
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a otra similar: “Mi corazón ama / sólo si presiente / que otra alma reclama / su piedad
de moro, / sensualismo triste). (43) De suerte que se puede percibir que el dolor
constitutivo del poeta viene de adentro, en la convicción de que no hay cómo ser felices:
“esa alegría ciega / nos separa hoy: / ¡que cuando el sol llega, / yo siempre me voy!”
(43).
El poeta siente, entonces, una continua agresión que proviene del mundo
exterior, sin motivo aparente. La sensación que dan algunos poemas de Noboa es la de
un sujeto inmovilizado frente a esta hostilidad, sin causa conocida, que viene de fuera.
dura, / con cerebro de viejo y corazón de niño! // ¡Y que nuestra esperanza haya sido
vencida / por la implacable hostilidad del cielo! / ¡Y el dolor de sentirse cobarde ante la
vida, / y la renunciación de todo noble anhelo…!” (45). No hay salida, pues, todo
aparece como hostil al poeta. El hablante se describe con cerebro de viejo y corazón de
niño, acaso en el afán de dar cuenta de esa división en la que vive el sujeto, pues la
dualidad viejo/niño es una contradicción que no se resuelve más que con la vida. La
poesía es una posibilidad de anunciar esta paradoja, que vuelve a presentarse en “En la
tarde de sol”, en la que el poeta atestigua el paso de una muchacha que, aunque se halla
bajo un sol calcinante –lo que puede dar una sensación de luminosidad, calor y vida–, la
languidez y la convalecencia de ella resaltan por sobre todas las otras características. La
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la voz poética reconoce mirar con “mis pobres ojos tristes de niño envejecido…” (47).
Noboa padece una distorsión visual que lo lleva al tedio y al hastío, pero el origen de
importantes elementos:
estímulo exterior para poder estar en movimiento; mas, sin embargo, la paradoja del
poeta es que el estímulo exterior no consigue imponerse sobre la corporalidad del poeta,
pues éste ya se halla atrapado en la inacción, en el dejarse ir, ya que, como vemos en el
segundo cuarteto del soneto citado, existir es dejarse morir. La autodestrucción, así,
aparece como programa del modernista. Esto, que se halla de modo exacerbado en
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En fin, la lesión del poeta no es exterior sino interior, como cuando en
“Nocturno” afirma: “mis ojos están ciegos de claridad de luna” (53). Pese a las
condiciones exteriores de luz, el poeta pierde la visión, no puede ver y, por tanto, se
hace radical su propia contradicción, esa que anuncia el soneto “Vox clamans”: “En mi
(56). El arte literario de Noboa permite indagar, además, por los orígenes de este punto
de vista del dolor vital que hay en todos los modernistas, en que el mal del vivir es la
poema “Llueve” (39-40) se le habla a un tú que, tras los cristales, mira caer la lluvia.
Pero el poema parece indicar que el estado “natural” debe ser el del tedio y el de la
melancolía, pues quien mira llover consigue que su corazón también llore, esto es, que
sentido de que el motivo que lleva a la melancolía es un interior inventado que colorea
con ese matiz umbrío todo lo que se vive: “Los poemas de Noboa son confesiones
Humberto Fierro
unos fragmentos de un estudio sobre Humberto Fierro, en el que hace una declaración
fundamental para entender las conexiones entre los modernistas del puerto y de la
capital. Silva dice: “Humberto Fierro es el ideal del artista” (1916a: 677), pues presenta
al poeta “alejado del estrecho círculo del medio ambiente, de la ruin política literaria”.
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Y explica, debido a este apartamiento, el hecho de que no tenga en la sociedad el sitial
lucha en el campo de la crítica que se libra en esos días; Silva rechaza con expresiones
fuertes la crítica amiguista, y estima que quienes no han podido entender a Fierro se
debe a que lo exquisito –un valor precioso de este poeta– está fuera de su alcance. Para
leer a Fierro se requiere partir de la exquisitez. La estrechez del medio se queda corta
para valorar la obra del vate quiteño: “¡Y es a un poeta de tal talla, es a un artífice del
buril tan selecto, a quien nosotros, sus compatriotas, no conocemos como se merece!”,
Nacido en 1890, Fierro publica en vida en 1919 El laúd en el valle, una cuidada
colección de poemas en los que se nota su maestría para la confección del verso: son
delicadeza de las imágenes es una de las virtudes de este poeta. “Balada de la noche”
expresa una de las cifras de su poesía, y de los modernistas, pues se trata de un texto de
se interesa por la poesía misma como un elemento poético. El poeta es un habitante del
lugar importante.
culturales que provienen de mitologías, leyendas, vida cosmopolita, viajes, etc., puede
ser leída como el muestrario de las lecturas del poeta. Curiosamente se puede afirmar
que, entre los modernistas, Fierro es el poeta que más muestra sus ganas de vivir. Es
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cierto que a lo largo de su libro se puede ver esta idea de la melancolía y del tedio, pero
aprendido a disfrutar de la vida, pese a las limitaciones y a los fragores en los que los
Canta para morir.” (113), pero aquí la tristeza y la muerte son de otro orden: son un
[…]
En este poema Fierro asume los motivos conocidos de los modernistas, pero no
en el hálito del camino trágico sino, más bien, con un aire de arcana sabiduría: habla de
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la pequeñez humana, del alma en el ocaso, de la noche y el dolor como visitantes de su
dramatismo. La voz poética decide no cantar la dicha, pero es una elección cerebral que
inicia con una queja: “Ah, si no fueran mis horas / Doloras, / Ni fueran melancolías /
Mis días, / En este valle florido / De olvido” (135). El poeta asume la temática
modernista pero para darle otro matiz, pues incluso la juventud es vista no como el
lugar donde se cuece la deseperanza sino más bien como un recuerdo feliz en la vida del
sujeto: “Y mi juventud amada / Pasada / Será cuando avive el seso. / Por eso / Cuando
la razón se agita / Contrita / Como el alma marchita / Del pobre Quijote ardiente / Ya
Fierro pone en evidencia otra faceta del escritor modernista, pues en él el arte del verso
define una opción distinta del vivir, al menos a nivel del texto.
Cierre momentáneo
un autor, entre otras cosas, es efecto de un paisaje cultural, esto es, de una red de
dado en un sujeto que se asume como autor. El interés general de esta investigación ha
tratado de establecer lecturas que permitan relacionar la obra de Medardo Ángel con los
entre Silva y sus contemporáneos. En este caso concreto existen claros indicios de que
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Arturo Borja fue considerado como un literato que ejercía un gran magisterio en el
hacer poético.
con quienes tuvieron contacto a través de sus diferentes revistas. En fin, he tratado de
hacer conexiones de sentido entre unos poetas y otros, atento a la observación de que
“un poema (cualquier obra artística) no es el punto de llegada de una tradición, sino su
punto de partida. En cada lectura el poema inaugura su propia tradición, y con ella una
mirada: aquella cuyo único dueño es el lenguaje con el que nos reinventamos cada día.”
(Chirinos 16).
Obras citadas
Barrera, Isaac J., Historia de la literatura ecuatoriana, Volumen IV, Quito, Casa
de la Cultura Ecuatoriana, 1955.
Borja, Arturo, La flauta de ónix [1920], en Hernán Rodríguez Castelo, editor,
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Carrera Andrade, Jorge, “Precursores del modernismo en el Ecuador”,
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Chirinos, Eduardo, Nueve miradas sin dueño: ensayos sobre la modernidad y
sus representaciones en la poesía hispanoamericana y española, Lima, Pontificia
Universidad Católica del Perú & Fondo de Cultura Económica, 2004.
Clark, Kim, La obra redentora: el ferrocarril y la nación en el Ecuador, 1895-
1930, trad. Fernando Larrea, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar & Corporación
Editora Nacional, 2004 [ 1998].
Elijas, Juan Carlos, “ No nos propongas la belleza (narratoensayo epilírico sobre
César Dávila Andrade)”, La poesía del país secreto, Quito, País Secreto, 2005.
Fierro, Humberto, El laúd en el valle [1919], en Hernán Rodríguez Castelo,
editor, Otros modernistas, Guayaquil, Ariel, s.f.
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Freud, Sigmund, El chiste y su relación con lo inconsciente, trad. Luis López-
Ballesteros, Madrid, Alianza, 2000 [1905].
Guarderas, Francisco, “Arturo Borja”, Poetas parnasianos y modernistas,
Puebla, Cajica, 1960.
Noboa Caamaño, Ernesto, Romanza de las horas [1922], en Hernán Rodríguez
Castelo, editor, Otros modernistas, Guayaquil, Ariel, s.f
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