La niña Casimira vivía en una chacra lejos del pueblo con su familia más pudiente de la zona. Una niña pobre llamada Pascualina que vivía cerca aprendió de Casimira sobre Papá Noel y sus regalos. Cuando Pascualina no recibió nada, Casimira le consiguió una muñeca para hacerla feliz. Luego, Pascualina murió ahogada en un accidente mientras lavaba la muñeca, e hicieron culpable a Casimira. Acongojada, Casimira quemó
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La niña Casimira vivía en una chacra lejos del pueblo con su familia más pudiente de la zona. Una niña pobre llamada Pascualina que vivía cerca aprendió de Casimira sobre Papá Noel y sus regalos. Cuando Pascualina no recibió nada, Casimira le consiguió una muñeca para hacerla feliz. Luego, Pascualina murió ahogada en un accidente mientras lavaba la muñeca, e hicieron culpable a Casimira. Acongojada, Casimira quemó
La niña Casimira vivía en una chacra lejos del pueblo con su familia más pudiente de la zona. Una niña pobre llamada Pascualina que vivía cerca aprendió de Casimira sobre Papá Noel y sus regalos. Cuando Pascualina no recibió nada, Casimira le consiguió una muñeca para hacerla feliz. Luego, Pascualina murió ahogada en un accidente mientras lavaba la muñeca, e hicieron culpable a Casimira. Acongojada, Casimira quemó
La niña Casimira vivía en una chacra lejos del pueblo con su familia más pudiente de la zona. Una niña pobre llamada Pascualina que vivía cerca aprendió de Casimira sobre Papá Noel y sus regalos. Cuando Pascualina no recibió nada, Casimira le consiguió una muñeca para hacerla feliz. Luego, Pascualina murió ahogada en un accidente mientras lavaba la muñeca, e hicieron culpable a Casimira. Acongojada, Casimira quemó
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Nosotros vivíamos en la chacra, un poco lejos del pueblo.
Había casitas de gente pobre desparramada por
aquí por allá. Mi papá era el único pudiente. Jugábamos con los chicos de allí porque no teníamos con quién jugar. Eramos varios hermanos. Yo era la mayor. Me seguía mi hermanito Julián. Los demás eran muy chicos. En la población vivían mis abuelos, mis tíos, mis primos. En fin, toda la familia. Cuando se casó mi papá, mis abuelos le dieron la casa de la chacra. A mí me gustaba al principio, pero según como iba poniéndome grande ya no me gustaba ser campesina. Deseaba vivir en el pueblo para estar inmediata a todo lo que había. Mis padres no. En una Navidad, cuando ya estuve grande, en el pueblo, levantaron una nacimiento, en la chacra esto es lo que nos sucedió: Mi hermanito se había portado muy mal y mi papá le dijo que a él no le pondría regalos el Niño Dios. Que no esperara. El año anterior el Papá Noel le había puesto caramelos, soldaditos, trompo. El dijo que si ponía sus zapatos recibiría lo mismo. El chico no sabía qué hacer, porque quería otras cosas, como para uno de doce años mas o menos. Pensó poner los zapatos de mi papá. Así lo hizo y se acostó. Al otro día se levantó temprano pensando en los regalos. En un zapato encontró una bolsa de tabaco y en el otro una cachimba. Cómo se habría puesto Julián cuando encontró esas cosas. El pobre perdió soga y cabra por ambicioso. Vivía cerca una chiquita, hija de un vecino, llamada Pascualina. Ella no sabía nada del Niño Dios ni de Papá Noel. De ellos, que ponen juguetes a los niños que se portan bien. Aprendió de nosotros. En Pascua de Reyes por la tarde llegó corriendo. Me dijo que sus zapatos estaban por demás viejos y que tenía miedo que Papá Noel no le pusiera nada. En una canasta de trapos encontró un par de medias de color negro. Estaban muy apolilladas. Una tenía más huecos que la otra. La Pascualina las cosió con hilo blanco. Las medias negras quedaron con chispas blancas. Daban mal aspecto. Todavía estaban despintadas. Yo le dije que Papá Noel le diría: "Esa chica será muy majadera cuando ha destrozado así sus medias". Las colgó en la ventana con la abertura preparada como para poner algo. Yo le dije, Papá Noel qué iba a ponerle nada. Ella empezó a llorar. Eso me dio pena: Hacer llorar a una criatura. Desesperada corrí donde mi mamá para pedirle plata. Mamá me negó y me resondró, diciéndome que esa gente no sabía nada de Papá Noel. Por último que Papá Noel nunca ponía nada a nadie. Que a esa chica, sus padres qué le iban a comprar ningún juguete. Que no volviera a fastidiarla más. Yo no sabía qué hacer para conseguir algún regalo. Me encaminé a la población, a pesar de la tarde, para ver si conseguía algo. Llegué donde mi tía Mercedes y en el corredor encontré una muñeca. Estaba tan sucia que mi primita la había olvidado. La recogí y me la llevé a mi casa. La arreglé. Le cosí las partes descosidas. La lavé. La hice secar en el fogón. Al poco rato estaba casi nueva. Ya eran como las diez de la noche en la víspera de Pascua. Contenta estaba yo de haber metido la muñeca en la media para la pobre Pascualina. Y ella feliz por haberla encontrado. Cómo se arrodillaba agradecida, mirando sobre los árboles. Pasó esa fiesta y la gente de su laya tenía envidia. Hablaba: -A qué carga de agua le habrán comprado esa muñeca. Tendrán bastante plata. -Hacerle creer que Papá Noel le ha puesto cuando ni Papá Noel ni Papá Dios se acuerdan de los pobres. De esa vez la chica paraba con nosotros haciendo los mandados de la casa, la gente hablaba más. Todo lo que renegaban decían. Yo quería contarles que yo, Casimira, le conseguí la muñeca para ponerle a nombre de Papá noel, después del chasco que le pasó a mi hermanito. Una mañana, nuestra Catacha, gallina cenicienta, parándose a la puerta del dormitorio, cantó para que la viéramos. Nosotros no creíamos en esas supersticiones, pero vivía mamá Bartola, una viejita. Cuando se sentaba a lavar los platos parecía una lechuza. Tenía la cara demacrada, la nariz larga, aguileña. Su cabeza estaba atada con un pañuelo blanco. A más de eso era piel y hueso. Ella fue la que dijo que alguien iba a morir en la casa. Yo en mis adentros dije que ella moriría. Quien más habría de ser. Con lo fea que estaba de puro vieja. Un día yo estaba entregada al juego cuando llegó la chiquita Alminda. Atontada, dijo que Pascualina había muerto. Se había caído a la acequia grande, a la altura de la chacra de doña Marcelina. Corrí a su casa y me encontré con mucha gente. Cuando me hallé con sus padres me dijeron en mi cara que yo tenía la culpa de que muriera su hija. "Esta niñá tiene la culpa", oía yo a cada rato. La Pascualina estaba lavando su muñeca. En una de esas resbaló. Como había mucha agua, época de lluvias, no pudo salir y fue arrastrada. A unas cinco cuadras, allí la encontraron. Más abajo salvaron la muñeca. Con la culpa que me dieron yo me asusté. Tomé la muñeca y me la llevé. En el camino le preguntaba por Pascualina sin que me contestara. Entré a la casa, pasé a la huerta, y me puse a llorar. Dije: "Yo tengo la culpa para que muriera Pascualina. Yo le regalé este trapo que no habla. Qué pensará ella de mí". Luego, ya consolada, pero no tanto, le conté a mamá Bartola. Quería que me hiciera comprender lo que había hecho. Que me dijera alguna cosa que me contentara. Ella me dijo que Pascualina ya no pensaba en nada y que estaba feliz en el cielo. Yo me fui a buscarla, a ver si la veía. Me subí a los altos. La buscaba por el cielo y nada. Allí me di cuenta lo que es ser nada. Entonces agarré la muñeca. Le eché la culpa a gritos. La llevé a la huerta donde lloré y la quemé. La quemé con cólera y pena. Su ceniza la boté al río. Y volví sin llorar, casi contenta, no sé por qué. Al entrar a la casa, mamá Bartola muerta, estaba sentada en el patio con los ojos abiertos mirando al cielo como viendo a la Pascualina.