CLÉRICO, M. L. Matrimonio Igualitario en Argentina

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El matrimonio igualitario y los principios constitucionales estructurantes de


igualdad y/o autonomía

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Laura Clérico
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derechos humanos
MATRIMONIO IGUALITARIO
EN LA ARGENTINA
Perspectivas sociales, políticas y jurídicas

f
Eudeba
Universidad de Buenos Aires

Primera edición: junio de 2010

© 2010
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar

Diseño de tapa: Troop Designers


Corrección y diagramación general: Eudeba

Impreso en Argentina
Hecho el depósito que establece la ley 11.723

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permiso previo del editor.
Indice

f
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario
en contexto 7
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

Los peregrinos a la ley


Una tipología sobre discursos de expertos, jueces y legisladores en torno
a las demandas LGTB y al matrimonio igualitario 59
Ernesto Meccia

Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina


Renata Hiller 81

Matrimonio y diversidad sexual: el peso del argumento igualitario 125


Roberto Gargarella

El matrimonio igualitario y los principios constitucionales


estructurantes de igualdad y/o autonomía 139
Laura Clérico

El matrimonio igualitario y su impacto en el derecho de familia:


antes y después de la reforma 165
Martín Aldao

Después del “matrimonio igualitario” 173


Mariano Fernández Valle
Sexualidades y políticas en América Latina:
el matrimonio igualitario en contexto1
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

Una parte de mí
pesa y pondera.
Otra parte delira.
“Traduzir-se”

Introducción

E n el presente ensayo, cuya primera versión fue escrita para encuadrar


un diálogo latinoamericano sobre sexualidad y política (Sexuality Policy
Watch, 2009), ofrecemos una descripción e interpretación de la política sexual
en América Latina, y trazamos algunas genealogías en las que se inserta la apro-
bación del matrimonio igualitario en la Argentina.
La meta no ha sido describir un panorama cerrado o brindar una interpre-
tación consistente de fenómenos complejos y en movimiento, sino dar algu-
nas coordenadas para entender los debates actuales sobre sexualidad y política.
Particularmente en relación con este libro, nuestro texto brinda pistas para
entender la aprobación del matrimonio igualitario en clave de democratización
de la sexualidad y las relaciones de género en la región.
Quisiéramos enmarcar la exposición en torno a dos paradojas. Una para-
doja tiene que ver con la traducción del campo erótico, marcado por la flui-
dez en el deseo, identidades y prácticas, en legislaciones y políticas públicas
institucionalizadas. La otra paradoja tiene que ver con el momento histórico
en el cual los movimientos por derechos sexuales se han consolidado, a sa-
ber, el cruce de procesos de democratización política y de reestructuración
económica neoliberal.

1. Este trabajo se basa en la presentación efectuada en el Diálogo Latinoamericano sobre Sexua-


lidad y Geopolítica, organizado por Sexuality Policy Watch en Río de Janeiro, del 24 a 26 de
agosto, 2009.
7
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

Empecemos con las políticas. Las coordenadas de la política institucional


y su traducción en políticas públicas pueden resumirse en torno a la vieja pre-
gunta: “¿quién obtiene qué, cuándo y cómo?”. Las políticas públicas definen la
distribución, y procedimientos de distribución, de bienes y prerrogativas. Ello
implica en los hechos la inclusión o exclusión de determinadas categorías de
personas dentro de la comunidad política. En otras palabras, las políticas pú-
blicas contribuyen a la definición y contenidos de la ciudadanía (Lefort, 1986;
Jelín, 1996), de los asuntos y sujetos considerados como susceptibles o dignos
de la acción del estado y la deliberación pública.
En su sentido estricto, una política pública es una acción llevada a cabo por
el gobierno o el Estado, por una autoridad pública, sola o en colaboración, y
a distintos niveles. Este modelo de política pública más administrativo y limi-
tado al Estado ha estallado: los ámbitos de acción son cada vez más globales y
más locales, al tiempo que proliferan los actores y espacios políticos por fuera
del Estado y el territorio nacional. Más que medidas y programas aislados y
limitados al ámbito estatal, las políticas públicas involucran una red de actores
articulándose en torno a la “gubernamentalidad” (Foucault, 2004; Lascoumes
y Le Galès, 2007).
Se conduce una política con el fin de resolver, en términos prácticos y sim-
bólicos, una cuestión (issue) o situación considerada como socialmente pro-
blemática. Desde esta óptica, las políticas públicas pueden ser vistas como un
conjunto de posiciones políticas sucesivas del Estado sobre controversias o
cuestiones sociales (Oszlak y O’Donnell, 1976; Oszlak, 1982). La ausencia de
políticas, es decir, el no actuar, también es una manera de tomar partido. Como
resultado, toda política contribuye a la regulación de tensiones, la integración
de grupos sociales y la resolución de conflictos, en suma, a la reproducción o
transformación de un orden social y político.
Las políticas públicas son, junto con el uso de la fuerza física, manifestacio-
nes de los aspectos instrumentales de lo político, pero también tienen dimen-
siones expresivas y comunicativas. Este no es un aspecto menor de lo político
en los contextos populistas de las culturas y regímenes políticos en América
Latina –y no solamente de esta región.
Las políticas como mensajes a la sociedad siguen una lógica expresiva, pro-
pias a su vez de las políticas identitarias. No es sorprendente pues que las polí-
ticas expresivas sean una de las formas más extendidas de las políticas sexuales
(Pecheny, 2009: 2). Inversamente, cuando pensamos en políticas sobre campos
de acción inherentemente instrumentales (empleo, impuestos, transporte, sa-
lud…), las políticas públicas puramente expresivas, cuando no implican inter-
venciones materiales, con metas medibles e impactos “concretos” en la pobla-
ción, son consideradas como vacías de sentido.

8
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

En resumen, la política pública reúne al menos los siguientes aspectos cla-


ves: a) es un conjunto de acciones, una provisión de servicios o intervenciones
a través de diversos instrumentos; b) es la palabra oficial, la opinión del Estado
sobre una controversia social, al modo de un mensaje a la sociedad; c) tiene
efectos y consecuencias que re-forman la sociedad.
Con el fin de intervenir sobre cuestiones sociales, las instancias de toma de
decisión y de implementación “objetivan” las poblaciones sobre las cuales in-
tervienen, y simplifican realidades complejas, estableciendo límites espaciales,
temporales, categoriales:

“Una política organiza relaciones específicas entre el poder público y


sus beneficiarios en función de sus representaciones y significados. Implica
una concepción de la relación entre política y sociedad, y una concepción
de regulación. Los instrumentos (instituciones sociales como los censos
o los impuestos), técnicas (procedimientos y recursos operacionalizados,
como las nomenclaturas estadísticas, los tipos de normas) y las herramien-
tas (micro-instrumentos, categorías estadísticas) son simplemente formas
de la objetivación y definición de la realidad social, es decir, de reducción
de la realidad a categorías fijas y funcionales, coherentes con la lógica legal-
racional y burocrática tal como la describió Weber” (Lascoumes y Le Ga-
lès, 2004: 14-15, nuestra traducción).

Encontrar definiciones unívocas o coherentes de sexualidad es más compli-


cado. Weeks (1985), Vance (1991), Parker, Barbosa y Aggleton (2000), Parker
et al. (2004) y Boyce et al. (2007), entre otros, mostraron las implicancias de va-
rias definiciones, de acuerdo con diversas tradiciones culturales y teóricas. Una
definición que dio la Organización Mundial de Salud (WHO, 2005), bastante
operativa, es la siguiente:

“La sexualidad es un aspecto central del ser humano a lo largo de la


vida y abarca al sexo, género, identidades y roles, orientación sexual, ero-
tismo, placer, intimidad y reproducción. La sexualidad se experimenta y
expresa en pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores,
comportamientos, prácticas, roles y relaciones. Mientras que la sexualidad
puede incluir todas estas dimensiones, no todas ellas se experimentan o
expresan. La sexualidad se ve influida por la interacción de factores bioló-
gicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, lega-
les, históricos, religiosos y espirituales.”

9
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

En términos de Rosalind Petchesky (2007), la sexualidad no se reduce a una


parte del cuerpo o a un impulso, sino que debe entenderse como una construc-
ción, parte integral de una matriz de fuerzas sociales, económicas, culturales
y relacionales. Tal construcción va más allá de la dualidad convencional sexo-
género, basada en la presunción de que podemos distinguir claramente entre
“sexo” en tanto impulso o sustrato biológico fijo (ya sea genético, hormonal,
anatómico o psíquico) y “género”, entendido como los significados conductua-
les y sociales y las relaciones de poder atribuidos al sexo. Por el contrario, pensar
la sexualidad implica ver tanto la independencia como la interdependencia entre
sexualidad, sexo y género: “Esto significa que la conducta sexual (lo que la gente
hace) es diferente tanto de la orientación o deseo sexual (elección del objeto o
fantasía) como de la identidad sexual (que puede o no coincidir con la conducta
o el deseo). Todas ellas son diferentes de la conducta de género, la orientación
de género y la identidad de género (subjetividad)” (Petchesky, 2007: 14). A su
vez, cuando se piensa a este complejo de sexo-género, en términos políticos, y se
aspira a una “justicia erótica”, tal aspiración es irreductible a la aplicación de los
principios de libertad e igualdad, por ejemplo, al ámbito de las relaciones sexuales
y afectivas, ya que las prácticas, fantasías y deseos a menudo no solamente no se
rigen por tales principios, sino que pueden incluso contradecirlos.
Cruzar políticas, políticas públicas y sexualidades no es pues una tarea sen-
cilla. En lo que sigue, planteamos tendencias y reflexiones sobre este cruce
para América Latina. Una primera comprobación, que habría sorprendido a
cualquier activista o analista unas tres décadas atrás, es la adopción como lingua
franca del discurso de los derechos. Este discurso se usa tanto desde el punto de
vista reivindicativo (los reclamos se plantean como “derechos a…”) como de
su traducción en legislación positiva y jurisprudencia.
Más allá de los varones occidentales blancos burgueses propietarios origina-
rios, el lenguaje de los derechos, de matriz liberal, ha llegado a ser hegemónico
en boca de individuos, grupos y movimientos inesperados. De ahí que hoy
podamos hablar con cierta justicia y justeza de sujetos (de derechos) sexuales.
Este proceso no se da en el contexto de armonía natural que supone una
visión falsamente neutral de la conflictividad política y social, incluyendo la
conflictividad ligada a los órdenes jerárquicos, desiguales y a veces violentos
que estructuran las relaciones generizadas y sexuales en América Latina. Por el
contrario, los usos del lenguaje de derechos dan cuenta del largo proceso his-
tórico, en curso y lejos de haber terminado, a través del cual una diversidad de
actores se fueron conformando social y políticamente en pos de ciudadanizar
y redefinir relaciones de género y sexuales.

10
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

I. Panorama general de las políticas sobre sexualidades


en América Latina: el presente con mirada histórica

Durante la colonia y las décadas que siguieron a los procesos de indepen-


dencia, se perpetuó un orden jerárquico de género en el cual los varones dis-
frutaban de un privilegio económico, político y sexual legalmente protegido,
socialmente reconocido, y apoyado en instituciones como la Iglesia católica o la
incipiente corporación médica. Según la herencia normativa fundada en el derecho
metropolitano y los principios canónicos, a las mujeres les estaba vedado actuar en
el mundo público, sus derechos en materia de propiedad, herencia y matrimonio
eran muy limitados, al tiempo que el derecho penal juzgaba diferencialmente a am-
bos sexos, por ejemplo en cuanto a los delitos “contra la honestidad”.
Desde mediados del siglo XIX, las nuevas Constituciones liberales y los Có-
digos Civiles impulsaron reformas de la legislación en materia de relaciones entre
varones y mujeres, y el derecho se fue secularizando. Sin embargo, los nuevos
corpus convalidaron jurídicamente el modelo de relaciones familiares vigente,
al consagrar el matrimonio religioso, monogámico e indisoluble, y al cristalizar
el carácter patriarcal de la familia definida por la autoridad del varón en sus dos
manifestaciones: hacia la esposa (autoridad marital) y los hijos (patria potestad).
Más allá de las legislaciones, las jerarquías de género se cristalizaron también
en los Estados nacionales liberales. En efecto, la formación de los Estados na-
cionales en América Latina implicó confluyentes procesos de “estatidad” que
tienen dimensiones estructurantes no sólo de las clases socio-económicas, sino
también respecto del género:

“Analíticamente, la estatidad supone la adquisición por parte de esta


entidad en formación, de una serie de propiedades: 1) capacidad de ex-
ternalizar su poder, obteniendo reconocimiento como unidad soberana
dentro de un sistema de relaciones interestatales; 2) capacidad de institu-
cionalizar su autoridad, imponiendo una estructura de relaciones de poder
que garantice su monopolio sobre los medios organizados de coerción; 3)
capacidad de diferenciar su control, a través de la creación de un conjun-
to funcionalmente diferenciado de instituciones públicas con reconocida
legitimidad para extraer establemente recursos de la sociedad civil, con
cierto grado de profesionalización de sus funcionarios y cierta medida
de control centralizado sobre sus variadas actividades; y 4) capacidad de
internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que
refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en
consecuencia, el control ideológico como mecanismo de dominación”
(Oszlak, 2009: 16-17).

11
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

En cada uno de estos procesos, y de un modo tan ideológico que ha sido


históricamente invisible para los propios actores y analistas, el modelo hete-
2
ronormativo se fue consolidando ya no por un orden político-religioso en
camino a su secularización, sino por los propios estados laico-liberales de la
segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX.
En este marco de parcial secularización patriarcal se entienden los órdenes
sociales y normativos cuyos efectos en términos de jerarquía de género:

• subordinan las mujeres (especialmente las casadas) a los varones;


• regulan la prostitución femenina, funcional a la migración europea predo
minantemente masculina, bajo el discurso del higienismo racializado;
• establecen las políticas y discursos ideológicos en materia de política de-
mográfica pronatalista, según la que gobernar es poblar (poblar de euro-
peos desplazando “al indio” incluso mediante el intento de aniquilación,
como en el Cono Sur; casi un siglo antes de la inversión del signo de las
políticas hacia el control poblacional, diferencial);
• y califican las variadas “degeneraciones” que caracterizaron los saberes
expertos y populares, materializados a su vez en leyes, reglamentaciones
y discursos.

El orden colonial y luego oligárquico, excluyente y jerárquico, basado en


la explotación social y étnica, también se estructuraba en un orden de género
y regulador de las sexualidades que ha sido menos estudiado por las ciencias
sociales y menos cuestionado políticamente, que las exclusiones y opresiones
socio-económicas y étnico-raciales.
Los movimientos políticos que llevaron a la incorporación de las clases
medias y los sectores populares, desde fines del siglo XIX hasta bien pasada
la mitad del siglo XX, cuestionaron los modelos económicos de enclave y/o
agro-exportadores. Los procesos históricos a los que dieron origen, ligados a

2. Por “heteronormatividad” designamos a un principio organizador del orden social y de


las relaciones sociales, política, institucional y culturalmente reproducido, que hace de la
heterosexualidad reproductiva el parámetro desde el cual juzgar (aceptar, condenar) la inmensa
variedad de prácticas, identidades y relaciones sexuales, afectivas y amorosas existentes. Gays y
lesbianas no se ajustan a la heterosexualidad supuesta en la orientación sexual hacia personas del
sexo opuesto, las y los trans no ajustan su identidad (y expresión) de género a los cánones bina-
rios, la emergencia de las reivindicaciones intersex muestra hasta qué punto género y biología se
entremezclan –produciendo sufrimiento evitable–; y una larga lista de etcéteras que incluyen las
heterosexualidades diferenciadas por género (y edad, y clase…), pero no solamente, y que de tan
naturalizadas han devenido en categoría casi residual de los estudios sobre sexualidad y género
(Pecheny, 2008).
12
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

modelos de industrialización sustitutivos de importaciones, abrieron el cami-


no para el voto universal (al cual llegaron, últimas, las mujeres), pero ninguno
cuestionó la matriz heterosexual jerárquica que privilegiaba a los varones en el
orden socio-sexual y excluía a una diversidad de sujetos y prácticas que escapan
al binarismo heterosexual aun de la posibilidad de pensarse como parte de ese
orden desigual.
Las experiencias políticas democratizadoras, bajo las variantes nacional-po-
pulares, populistas, de izquierda, revolucionarias, implicaron redefiniciones de
los modos autoritarios e incluso violentos que señalaban las distancias de clase
–distancias, no está de más repetir, racializadas bajo patrones étnicos, lingüís-
ticos, migratorios–. Procesos de redistribución económica, acompañados más
o menos simultáneamente de extensiones del espacio público-político, fueron
complementados con avances del estatus político y social de las mujeres, quie-
nes conquistaron el voto prácticamente en toda la región en la primera mitad
del siglo XX.
Los procesos que llevaron al sufragio femenino adulto no estuvieron li-
bres de contradicciones. En algunos países, fueron los progresistas de entonces
quienes se opusieron a la ciudadanía política femenina, argumentando que las
mujeres podrían ser influenciadas por sus confesores o invocando argumentos
republicanos según los cuales el sufragio femenino reintroduciría la voluntad
particular en la proclamada voluntad general rousseauniana, percibida no como
masculina sino como universal.
En tiempos de conquistas de derechos sociales, sucesivas normativas per-
mitieron la equiparación de mujeres y varones –aunque en muchos casos esto
haya sido desde una condescendiente visión que dejaba intacta la distinción
entre roles naturales previstos para cada sexo, bajo la suposición de un sexo
femenino débil, asociado a la maternidad, que el Estado puede, en el mejor de
los órdenes, proteger.
Los procesos modernizadores y los avances sociales desembocaron en
décadas sangrientas en varios países, donde regímenes autoritarios y dicta-
duras militares intentaron restaurar las distancias jerárquicas de clase, gé-
nero, etnia y generación que estaban siendo cuestionadas (Da Matta, 1980;
O’Donnell, 1997).
Las luchas contra las dictaduras, tanto internas como desde los exilios, tra-
jeron consigo una revalorización del Estado de Derecho, el lenguaje de los de-
rechos humanos, la democracia y política formales, y la no-violencia (Lechner,
2006). Estos procesos coincidieron con la aparición de una agenda trasnacional
sobre “la violencia contra la mujer” y de equidad de género. Es así que en las
décadas de 1980 y 1990, la transición a regímenes democráticos y su consoli-
dación, aun en contextos neoliberales y de reforma del estado, dieron lugar a

13
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

rápidos (aunque en algunos casos, como Chile, muy conflictivos o limitados)


procesos de reforma del derecho civil, de pareja y familiar: igualdad de hijos
matrimoniales y extra-matrimoniales y reformas de leyes de matrimonio, patria
potestad, y del llamado adulterio.
El divorcio constituye en países como Argentina y Chile (donde sólo se
reconoce legalmente en 2004) un tema de “modernización” y aggiornamento
democrático (Pecheny, 2010). Aparecen también como cuestiones políticas la
violencia familiar, doméstica y conyugal, el acoso sexual, y las edades de con-
sentimiento para las relaciones sexuales.
Todas estas y muchas otras cuestiones redefinen las relaciones en el marco
de las heterosexualidades, en la dirección, inconclusa pero clara, de la equipara-
ción civil entre mujeres y varones (Cabal et al., 2001; Pecheny, 2003; Amuchás-
tegui y Rivas, 2004; Vianna y Lacerda, 2004; Amuchástegui y Aggleton, 2007;
Petracci y Pecheny, 2007; Dides et al., 2008; Dador et al., 2010).
En estos procesos, un actor clave ha sido y sigue siendo la Iglesia católica.
La Iglesia, a través de la complicidad o anuencia de políticos, funcionarios y
jueces, sistemáticamente se ha opuesto a cualquier modificación del orden
jerárquico y estructurado que asocia géneros a binarismo natural, y sexo a
familia y reproducción. La Iglesia lidera intelectualmente y organizativamen-
te la resistencia a cualquier cambio. De ahí que el campo de lo sexual y del
género sea un terreno privilegiado en que pasa hoy el proceso (inconcluso, y
no tan claro) de separación entre el estado laico, partidos laicos, y la religión.
En algunos países de la región, notablemente Brasil, a la Iglesia se suman
–incluso con mayor capacidad de movilización política y de recursos– los
grupos evangélicos.
La equidad de género y la redefinición de las heterosexualidades no agotan
la dinámica política sobre sexualidad de las transiciones democráticas. Si las
mujeres son probablemente la novedad política de los años 1980s y los 1990s
en la región –liderando las organizaciones de derechos humanos y de resisten-
cia en un principio; luego con demandas feministas y específicamente políticas
como las cuotas de sexo en la representación política– los años 1990s y 2000s
se abren a nuevos actores y cuestiones. Los antiguos movimientos de liberación
homosexual de los setenta reaparecen renovados y diversificados como movi-
mientos gays y lésbicos y subsecuentemente LGBT (lésbico-gays-bisexuales y
trans) en un contexto definido, centralmente, por la epidemia del VIH/sida.
Paralelamente, y abierto el proceso político global de reconocimiento de la
salud y los derechos reproductivos, los movimientos feministas y de mujeres
van consolidando una posición común en materia de aborto. Diversidad sexual
y aborto ponen en el centro del debate la disociación entre (hetero)sexualidad
y reproducción. Quizá sea éste el principal objeto de hostilidad de quienes

14
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

plantean que la sexualidad en última instancia se legitima por estar abierta a sus
consecuencias reproductivas.
Ahora bien, no obstante la confluencia de intereses y el hecho de compartir
adversarios (a saber: la Iglesia, los sectores conservadores, los sectores progre-
sistas y de izquierda que consideran estas inquietudes como secundarias), los
movimientos de mujeres y de gays/lesbianas han tenido dificultades en integrar
sus agendas y luchas, y en pocas oportunidades se han aunado para plantear sus
reivindicaciones en el espacio público e institucional.
Los clivajes y alianzas se hacen todavía más complejos al entrar nuevos
sujetos y nuevas cuestiones. En muchos países de la región, ha sido crucial la
aparición de los movimientos de travestis y transexuales, o trans, con demandas
específicas ligadas a la protección ante la violencia social y policial, al recono-
cimiento legal y social de su identidad de género y en casos a las condiciones
del trabajo sexual.
Finalmente, el estatus legal y social de la prostitución o el trabajo sexual (así
como la propia definición del “problema”) muestra hasta qué punto cualquier
análisis y posicionamiento en políticas sexuales es contextual y hasta qué punto
los derechos sexuales oscilan entre planteos victimistas y planteos políticos,
ambos atendibles y entendibles. Las ligazones (más o menos honestamente
planteadas) entre prostitución, trabajo sexual y tráfico de personas, implican
estructuras más amplias de sexualidad, patriarcado, violencia y capitalismo, y
han entrado en la agenda de movimientos sociales que están pugnando por dar
un marco políticamente inteligible a sus luchas.
Los cuestionamientos a la heteronormatividad se plantean cada vez más
desde los lugares más heterogéneos. La interseccionalidad de los ejes de opre-
sión (género, sexualidad, clase, raza, etnia, educación, estilos de vida, trabajo,
incluyendo el trabajo sexual, etc.), la complejidad de los fenómenos, se hacen
evidentes e imposibles de soslayar. Pero la organización de las demandas en
cuestiones, la construcción de issues decidibles o legislables, y el diseño e imple-
mentación de políticas públicas, implican la reducción de tal complejidad con
fines de objetivación política y procesamiento institucional. Y esta reducción es
problemática tanto para el análisis como para la articulación política.
En la medida en que los actores sociosexuales han pasado de una relación
de exterioridad al estado y la política (sobre todo durante los gobiernos autori-
tarios) a formas diversas de vinculación con los mismos, muchos han recono-
cido el valor de traducir sus reclamos en legislaciones y políticas públicas, aun
con limitaciones y ambigüedades. Han luchado no sólo por la inclusión de sus
demandas en las agendas de deliberación pública y de toma decisiones sino por
el derecho de participar en la conformación de los procesos político-formales
donde tales agendas se articulan, a nivel tanto nacional como internacional.

15
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

La última ola de democratización política en América Latina se desarrolló


en el contexto económico de las crisis de las deudas externas, de la hegemonía
neoliberal, la creciente desprotección social y las reformas y ajustes del estado.
Una pregunta a discutir es entonces hasta qué punto y cómo este contexto
de despolitización y reflujo de los actores reformistas y revolucionarios, de las
clases más desfavorecidas, explotadas y excluidas, determinó las condiciones de
reforma y lucha política en torno a los derechos sexuales. Es necesario indagar
hasta qué punto y cómo las políticas sociales focalizadas preconizadas por el
Banco Mundial y otros organismos durante los años 1990s repercutieron en el
activismo feminista, de la salud reproductiva, LGBT y en VIH/sida: instauran-
do o reforzando lógicas, visibilizando o invisibilizando problemas e identida-
des, dando lugar a un ambiguo proceso de ciudadanización y reconocimiento
basado en supuestos de precariedad, victimización y vulnerabilidad. Este pro-
ceso de ciudadanización a través de las políticas focalizadas no es incompati-
ble con otros procesos también ambiguos de ciudadanización, por ejemplo a
través de los mercados de consumo –incluyendo consumo de estilos de vida.
Las políticas focalizadas contribuyeron al mismo tiempo a financiar y a frag-
mentar las articulaciones sociales en torno a los derechos de las mujeres, la
salud reproductiva y el VIH/sida. Ellas crearon una dinámica perversa de for-
talecimiento y competencia, que estimula la accountability hacia los financiadores
y desestimula la fidelidad política a las (supuestas o reales) constituencies.
Particularmente desde fines de los noventa, reemergieron en toda la región,
con gran protagonismo, movimientos sociales de base territorial, populares,
movilizados en sus demandas socioeconómicas e identitarias que, en muchos
casos, desde México hasta Argentina, han integrado cuestiones de género y
sexualidad. Si bien sus interpelaciones no son estrictamente “de clase” sino
según discursos “populares” ligados a la pobreza, la marginalidad, el acceso
al trabajo o la tierra, estos movimientos recuperan la dimensión productiva y
territorial de la movilización social. De ahí el interés que nos despiertan estos
modos articulados entre movilización ligada a la exclusión que analíticamente
consideramos “de clase” con estas otras dimensiones histórico-culturales que
en ciertos casos emblemáticos incluyen al género y la sexualidad.

Los actores: movimientos sociales

En temas de género y sexualidad, las primeras a entrar en la escena política


fueron las mujeres, en diversas olas de movilización y reivindicación de dere-
chos (políticos, laborales, familiares). Los movimientos sufragistas, anarquistas,
socialistas y feministas desde principios del siglo XX han sido voces no siempre
masivas, pero constantes tanto en el plano político como intelectual.

16
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

Si las mujeres fueron protagonistas de las luchas durante y contra las dicta-
duras –desde las organizaciones de familiares y de derechos humanos, hasta
las organizaciones barriales populares de subsistencia económica en los re-
currentes períodos de crisis, con sus “ollas populares” y comedores comu-
nitarios–, en democracia se fueron desarrollando movimientos de mujeres
tanto de clases medias como de clases populares, con demandas específicas a
las mujeres (Molyneux, 1984).
En el último cuarto de siglo, los movimientos de mujeres y los movimientos
feministas (más fácil de distinguir analíticamente que empíricamente) fueron
diversificándose en su composición, reclamos e identidades. Los estudios sobre
movimientos sociales de mujeres y feministas, las teorías feministas latinoame-
ricanas, las respuestas más o menos dinámicas a los desafíos políticos y teóri-
cos, dan cuenta de un saludable estallido político e intelectual en un período
que en otros aspectos es calificable de reflujo social y reprivatización política.
Los encuentros de mujeres y de encuentros feministas, a nivel local, nacio-
nal, y regional, ya sea contemplando universalmente al colectivo mujeres o bien
segmentando por líneas de identidad e intereses (lesbianas, indígenas, universi-
tarias, etc.), sostenidos en el tiempo, constituyen un interesantísimo fenómeno
social y político al que se le ha prestado creciente análisis desde las ciencias
sociales (Álvarez et al., 2002).
Siguiendo la terminología propuesta por Nancy Fraser, estos espacios pú-
blicos subalternos, más focalizados en la deliberación y acumulación de fuerzas
simbólicas y organizacionales, que en la toma de decisiones, han sido cruciales
para la transversalización de las luchas femeninas en otros ámbitos. Los en-
cuentros de mujeres han permitido la articulación intersectorial e interpartida-
ria en torno a diversas cuestiones, como las cuotas de representación (adopta-
das como ley en diversos países como Argentina desde los años 1990s) hasta
la oposición al endurecimiento de las leyes de aborto. También han permitido
–no sin dificultades– la visibilización primero interna y luego hacia fuera de las
diferencias al interior del colectivo de mujeres.
La agenda de la salud reproductiva y, luego, de los derechos reproductivos, des-
plazó a la de las políticas demográficas (que toman a las mujeres como “objetos” de
políticas). Esta nueva agenda puso el acento en las mujeres en tanto poseedoras de
una subjetividad y un cuerpo inalienables –aun en un plano que permanece objeti-
vado, como es el de la salud, y vinculado a la vulnerabilidad y la doble victimización
ante las vicisitudes de “la naturaleza” (reproducción, gestación, enfermedades) y
ante los varones (violencia, ejercicio irresponsable de su sexualidad).
La promoción de la salud reproductiva ha permitido avances en términos
de derechos y la inclusión en la agenda política y de políticas públicas de cues-
tiones de género y sexualidad. En tiempos de despolitización, la salud sigue

17
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

siendo uno de los pocos lenguajes políticos que mantiene un cariz universa-
lista. De ahí la adopción entusiasta de los recientemente inventados derechos
reproductivos, los cuales fueron progresivamente incluidos en las demandas de
ONGs, Conferencias, documentos internacionales y regionales, e instrumentos
normativos al nivel de cada país (Petchesky, 2003).
A las mujeres se les sumaron otros sujetos. Los movimientos homo-
sexuales de los años 1960s y 1970s, marginados por la derecha y desde-
ñados por las izquierdas, reaparecen en las transiciones usando el recu-
perado lenguaje de los derechos humanos. Si las consignas transgresoras
en nombre de la liberación sexual (que se sumaría a la liberación nacional
y social) dan lugar a un reformismo político-legal, aun para los más op-
timistas activistas y observadores la situación actual no deja de ser aus-
piciosa: las identidades, organizaciones, reivindicaciones y planteos polí-
ticos de individuos y grupos que no se ajustan al binarismo heterosexual
(lesbianas, gays, bisexuales, travestis y trans, intersex) han adquirido hoy
un derecho de ciudadanía, en términos de deliberación pública, legisla-
ción y políticas públicas (Cáceres et al., 2004; Cáceres et al., 2006; Cáceres
et al., 2008; De la Dehesa, 2010).
Hace muy pocos años era impensable la extensión del acceso al matrimonio
a parejas del mismo sexo, sancionada en Argentina en julio de 2010 (Corrales
y Pecheny, 2010), y hoy la unión civil ya es en varios países una medida tímida
que defienden incluso los sectores conservadores.
La epidemia de VIH/sida que afectó en sus inicios –y sigue haciéndolo–
de manera particularmente fuerte a varones gays y otros hombres que tienen
sexo con hombres, y a travestis, dio lugar en la región a respuestas sociales
sin precedentes que enfrentaron la “sinergia de estigmas” (Parker y Aggleton,
2003) de un modo virtuoso: promoviendo el respeto de derechos, el acceso
a la salud –sobre todo a los tratamientos anti-retrovirales– y la organización
de los implicados en movimientos y agrupaciones que politizaron no sólo la
seropositividad (Terto, 2000) sino la orientación sexual atravesada por la extre-
ma diversidad de experiencias sociales de la sexualidad y los relacionamientos
personales (Pecheny, 2003).
Dada la pregnancia del VIH/sida, en parte por el flujo de dinero y visibili-
dad que otorgó a los individuos, grupos y “problemáticas” gays, los primeros
años 1990s dejaron a las organizaciones de lesbianas en un relativo segundo
plano. La epidemia de VIH/sida no es el único ni principal factor de esta invi-
sibilidad relativa, ya que hay matrices culturales e históricas, ligadas a la división
entre público y privado, oficial y oficioso, etc., que han marcado la sociabilidad
política lésbica. Pero lo cierto es que los movimientos lésbicos –a caballo entre
los movimientos de mujeres / feministas y movimientos LGBT– recién están

18
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

tomando hoy un protagonismo que las organizaciones de gays (o hegemoniza-


das por gays) han tenido desde fines de los 1980s.
Las reivindicaciones “familistas” (matrimonio, adopción, acceso a fecunda-
ción asistida, co-maternidad, etc.) han encontrado en las lesbianas, más que en
los gays, un sujeto capaz de encarnar ante la opinión pública la imagen de que
la estabilidad amorosa no es patrimonio de las parejas heterosexuales (como si
esto existiera universalmente).
Quizá la mayor transformación del campo de las (antes) llamadas minorías
sexuales (Petchesky, 2009) sea la aparición rápida y decidida de las organizacio-
nes trans. También favorecidas, en toda su ambigüedad, por las respuestas a la
epidemia de VIH/sida, en toda la región las líderes travestis tomaron la palabra
y mostraron una realidad del orden sociosexual que las ubica en un lugar de
marginalidad, explotación y violencia.
Paralelamente, la academia extrauniversitaria primero, y universitaria formal
después, fue incluyendo a los estudios de mujeres, de género, feministas y de
sexualidades, estudios gay-lésbicos, y las perspectivas queer como campos de
investigación y reflexión teórica y metodológica (Gogna et al., 2010; Valdés et
al., 2010, Rosales et al., 2010). Aquí aparece una complejidad suplementaria: ya
no la tensión entre la doble militancia en el ámbito partidario y del movimiento
social, sino la doble afiliación en tanto activistas (miembros de organizaciones,
movimientos, etc.) y en tanto intelectuales o profesionales.
Una de las deudas pendientes es la inclusión, no sólo de las “temáticas”,
sino de los propios sujetos trans en la educación superior en un movimiento
que revierta la histórica y activa exclusión de las y los trans de los espacios so-
ciales propios de la educación formal. Notables excepciones hay en la región
–líderes no sólo en América Latina sino a nivel global han planteado desafíos
políticos e intelectuales con una inteligencia que a la inercia institucional y dis-
ciplinar le cuesta procesar, aun dentro del propio campo.
En toda la región, además, se ha formado un movimiento amplio (no guber-
namental, comunitario, profesional, académico, gubernamental) de respuesta al
VIH/sida. Este campo ha sido fuertemente “sexual” en sus inicios, tanto en
lo que se refiere a estigma, negación y discriminación, como a las identidades y
organizaciones desde las cuales se respondió a los primeros estragos de la epi-
demia. Luego, la adopción del lema “el sida nos afecta a todos”, la (no siempre
corroborada epidemiológicamente) heterosexualización y pauperización de la
población infectada, y la creciente e inacabada medicalización de la respuesta,
trajeron una “des-sexualización” de la epidemia –en la que estamos– que va de
la mano de un proceso de despolitización (Pecheny, 2009).
Como en el caso de los derechos reproductivos, en un contexto de medicali-
zación, los discursos “universalistas” de salud han contribuido a la inclusión de

19
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

temas sexuales en las agendas de políticas públicas, aunque a veces ocultando


sus dimensiones políticas; es decir, ocultando sus vínculos a estructuras de
injusticia y desigualdad.
Finalmente, cabe mencionar a un crecientemente organizado movimiento
de trabajadoras/es sexuales, de mujeres y travestis en situación de prostitución,
según denominaciones que no son sólo terminológicas sino que refieren a cos-
movisiones políticas a veces opuestas hasta en cómo diagnosticar la situación y
orientar las luchas. Líderes nacionales y regionales –bajo el impulso de la lucha
contra el sida, pero también desde los movimientos por los derechos laborales
y humanos en general– se han fortalecido desde los 1990s, instaurando quizá
por primera vez en la historia de la región un discurso “en primera persona”
sobre trabajo sexual y prostitución.

Los actores: partidos políticos y clase política

Las transiciones democráticas alentaron el acercamiento de las y los parti-


cipantes en estos movimientos sociales en torno a la sexualidad, a los partidos
políticos y a la arena electoral y parlamentaria.
Gran cantidad de fundadoras y fundadores de estos movimientos en la re-
gión surgieron de partidos de izquierda y grupos revolucionarios, en reacción a
las culturas políticas machistas que encontraron ahí.
Si bien el activismo ha visto a la izquierda como un aliado natural, sus re-
laciones con ella no siempre han sido fáciles. En base a preceptos ideológicos
que privilegian la lucha de clases, o simplemente por haber transcurrido su
socialización de género en el mismo ambiente heteronormativo, la militancia
marxista comúnmente descalificaba las cuestiones de género y sexualidad, en
tanto secundarias, divisorias o pequeño burguesas; o incluso condenaba a las
sexualidades disidentes bajo el discurso de la “moral revolucionaria” (Green,
2007). Los miembros de los movimientos, a su vez, sospechaban de la izquier-
da no sólo por este rechazo a sus demandas sino por el temor a su instrumen-
talización para fines partidarios.
Varios factores fomentaron cambios en el pensamiento marxista clasista
latinoamericano en relación con la sexualidad. Entre otros, los esfuerzos de
activistas, especialmente “dobles militantes”, y la influencia de contraculturas
juveniles en los años 1960s y 70s crearon un nuevo discurso de izquierda que
politizaba el cuerpo, la sexualidad, la familia y la vida cotidiana. Estas trans-
formaciones reflejaban cambios en corrientes marxistas a nivel internacional,
consolidando alternativas en política sexual dentro del marco de las llamadas
globalizaciones disidentes. El pensamiento de Antonio Gramsci y el euroco-
munismo, por ejemplo, promovieron un reconocimiento de la cultura como

20
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

campo de batalla central con una multiplicidad de sujetos históricos y una reva-
lorización estratégica de la política electoral como vía de transformación social
(Stoltz Chinchilla, 1992; De la Dehesa, 2007).
El giro parlamentario de la izquierda, al compás de procesos de democra-
tización, ha tenido efectos contradictorios. Si, por una parte, desplazó el lugar
privilegiado del proletariado como sujeto histórico y promovió una ampliación
de la base de la izquierda para abarcar a diversos estamentos de la “sociedad
civil”, en muchos casos, su compromiso con las bases (cualesquiera fueren)
ha estado subordinado a cálculos político-partidarios y a la percepción de que
los derechos sexuales implican un alto costo electoral. A pesar de que algunos
partidos han creado secretarías o comisiones de la mujer, movimientos sociales
o diversidad sexual, para consolidar articulaciones con las bases, en la práctica,
estas oficinas a menudo juegan un papel coyuntural, en época de elecciones, y
pueden paradójicamente encapsular los debates en burocracias especializadas.
Más allá de la izquierda, la gran mayoría de los partidos en la región no ha
abarcado seriamente los derechos sexuales, aunque sus ejecutivos o grupos par-
lamentares en algunos casos hayan apoyado demandas específicas. Tales apo-
yos pueden responder a simpatías personales o, de nuevo, a cálculos político-
partidarios, en la medida en que los derechos sexuales pueden “venderse” al
electorado, incluso como marcador simbólico de un partido “moderno”.
Un caso aparte pero emblemático lo constituye el derecho al aborto. Los
partidos políticos populistas –incluso, por décadas, los partidos de izquierda–
eludieron el tema o bien, cuando se presenta la posibilidad porque el aborto
accede a la agenda pública, posponen su tratamiento con el argumento de que
no es el momento oportuno para un debate serio y maduro. Mientras tanto, en
América Latina se realizan cientos de miles de abortos clandestinos y tienen
lugar centenares de muertes de mujeres por complicaciones de abortos (Pe-
cheny, 2006), muertes evitables en condiciones adecuadas de pericia, seguridad
e higiene.
Las propias lógicas de los sistemas de partidos cercenan el debate sobre
aborto, cuando la competencia interpartidaria sigue una dinámica centrípeta.
La dinámica centrípeta alienta a los partidos a moderar su discurso y evitar
cualquier tema susceptible de alejar una porción decisiva del electorado. De
acuerdo con la percepción predominante en las clases políticas que evitan en-
frentar el veto de la Iglesia católica y otros grupos religiosos, el aborto polariza
opiniones y promueve una dinámica centrífuga. En consecuencia, la única po-
sición políticamente defendible es el estatus quo.
Los partidarios de conservar la ilegalidad del aborto (y algunos oportunis-
tas) no dudan en levantar el estandarte de la lucha por el derecho a la vida desde
la concepción, mientras que aquellos que son favorables a la despenalización,

21
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

no se atreven a reivindicarla públicamente por temor al alejamiento del electo-


rado, a la separación de los pares dirigentes de su propio partido o al anatema
de la Iglesia Católica. Las posiciones liberales son anatemizadas y utilizadas
como estrategia de impugnación de adversarios electorales, como en el caso de
la elección por balotaje en Brasil en 2010. Como resultado, los actores políticos
terminan siendo sustituidos por los voceros católicos, por un lado, y el movi-
miento de mujeres, por el otro –con el aporte esporádico de los profesionales
de la salud–. Finalmente, hay casos en que se mezcla moral privada y construc-
ción política colectiva, privilegiando a la primera incluso de manera escandalo-
sa, como cuando el entonces presidente de izquierda uruguayo Tabaré Vázquez
vetó una ley sobre aborto aprobada por el congreso de ese país.
En la siguiente sección, relacionamos estas historias a teorías más amplias
de modernización y desarrollo, para ofrecer algunas perspectivas críticas de las
limitaciones y desafíos que enfrentan los militantes de movimientos sociales en
este ámbito dinámico. Posteriormente retomamos las cuestiones aquí plantea-
das para evaluar la coyuntura política actual en la región.

II. La modernización y sus críticas

Una literatura significativa en las ciencias sociales ha apuntado a la coexis-


tencia de múltiples sistemas que organizan expresiones de género y sexualidad
en las sociedades latinoamericanas, resaltando diferencias que atraviesan líneas
regionales, raciales, étnicas y de clase. Estos estudios han prestado atención
particular a los vínculos estructurales entre una variedad de prácticas políticas
y simbólicas sexuales asociadas con un proyecto trasnacional de modernidad
–englobando cuestiones de secularización, democracia y desarrollo económico
(Carrier, 1995; Prieur, 1998; Ponce Jiménez, López Castro, and Rodríguez Ruiz,
1999, 2004; Miano and Giglia, 2001; Miano Borruso, 2003; Núñez Noriega,
1999; Córdova Plaza, 1993; Carrillo, 1999, 2002; List Reyes, 2004, 2005; Parker,
1986, 1995, 1999; Perlongher, 1987; Heilborn, 1996; Matory, 1997; Marcos,
2003; Loyola, 2000; Decena, 2008; Lacombe, 2006). // and //
Por ejemplo, cierta ideología modernizadora propia de las clases medias
persiste en la región, asociada directamente a patrones más flexibles de género
y sexualidad. Sectores de las clases medias urbanas se han construido a sí mis-
mos como “modernos” y esto se refleja en consumos culturales que incluyen
estilos de vida sexuales “no tradicionales”.
Los “efectos de demostración” evocados en la literatura sobre moderniza-
ción tienen que ver con patrones de consumo económico de las clases medias
de los países centrales, adoptados por las clases medias de los países periféricos.

22
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

Dichos efectos se reflejan en tendencias de las clases medias latinoamericanas a


reprocesar (copiar, adaptar, traducir) modos de ser, identidades (como la “gay” o
la “mujer liberada”) y prácticas también en el ámbito del género y la sexualidad.
Los “efectos de demostración”, sin embargo, han sido cuestionados en el
sentido de no corresponder con un desarrollo económico o productivo acorde,
de nuevo colocando cuestiones de acceso y desigualdad al centro del debate.
Dadas tales conexiones teóricas y empíricas, vale la pena considerar las implica-
ciones de los debates sobre modernización para la política sexual en la región.

Modernidad, dependencia y sexualidades

Históricamente, los sectores de elite latinoamericanos han adoptado na-


rrativas teleológicas de progreso y modernización como justificaciones de sus
proyectos político-económicos, tanto democrático-liberales como represivos.
Tales proyectos comparten una distinción binaria que inscribe de un lado todo
aquello que es “moderno”, y del otro, calificado de “tradicional” (pre- o incluso
anti-moderno), todo aquello que presumiblemente ha de ser superado al irse
completando el proceso (lineal, evolutivo) de modernización.
Los teóricos de la modernización de posguerra atribuyeron las enormes
desigualdades sociales y la inestabilidad de las democracias formales en la re-
gión a los resabios de las relaciones económicas pre-capitalistas –como el lati-
fundismo– o a los vestigios de las culturas pre-modernas, y vieron al desarrollo
sostenido dentro del sistema capitalista como la vía hacia sociedades más equi-
tativas y democráticas.
No sorprende pues que estas teorías fueran cuestionadas en sus supuestos
tanto empíricos como políticos. Empíricamente, el colapso de la democracia y
la emergencia de regímenes burocrático-autoritarios en los países más “desa-
rrollados” económicamente de la región en los 1960s y 1970s desmintieron las
predicciones modernizadoras que ligaban el desarrollo político (es decir, hacia
la democracia) con el desarrollo económico.
Políticamente, los sesgos ideológicos euro-céntricos según los cuales todos
los países se encuentran en diferentes etapas del mismo sendero –y América
Latina era apenas insuficientemente moderna (o capitalista)– comenzaron
a ser impugnados. Sosteniendo que el modelo de “desarrollo dependiente”
prevaleciente en la región no representaba una anomalía o un resabio del
pasado sino una parte constitutiva del sistema capitalista moderno, los eco-
nomistas asociados con la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL), y más tarde los partidarios de la teoría de la dependencia,
propusieron políticas apuntando al desarrollo nacional autónomo, aun en el
contexto del capitalismo global.

23
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

Al replantear la división binaria entre tradicional y moderno en torno al


eje de inclusión y exclusión, el paradigma dependentista puso el acento en las
limitaciones de acceso al espacio público, a los derechos civiles y sociales, y a
los mercados de consumo y de trabajo formal, así como en la importancia de
integrar a los sectores socialmente excluidos.
Muchas de estas cuestiones fueron sometidas a prueba por los procesos de
democratización desde los años 1980s. Estas transformaciones capturaron la
atención de académicos y elites políticas, en parte por la incertidumbre econó-
mica que los acompañó, coincidente con los efectos devastadores de la crisis
de la deuda y las crecientes restricciones de la economía global (Montecinos,
2001). Intentando evaluar las perspectivas de las democracias emergentes en
la región, la primera literatura sobre transiciones democráticas (O’Donnell y
Schmitter, 1986) subrayó la importancia de las reglas e instituciones políticas for-
males, como medios de asegurar la estabilidad de acuerdos democráticos débiles,
contra las elites anti-democráticas y las propias fuerzas armadas. Presumiendo
una distinción clara entre elites y masas e incluso una contradicción entre estabili-
dad política y participación de masas (lo que recuerda la tradición modernizadora
a la Huntington), la democracia fue identificada en sus parámetros institucionales
más estrechos como gobierno representativo liberal (elecciones periódicas, parti-
dos de oposición legales, derechos políticos y libertades civiles básicas, estado de
derecho, libertad de prensa) (Linz y Stepan, 1996; Avritzer y Costa, 2006; Avrit-
zer, 2002; Collier y Levitsky, 1997; O’Donnell y Schmitter, 1986).
A principios de los años 1990s, sin embargo, el optimismo inspirado por
el fin de los autoritarismos dio lugar a la desilusión, frente a la persistencia de
desigualdades sociales, violaciones de derechos humanos y corrupción bajo
nuevos gobiernos democráticos.
En respuesta, numerosos académicos ampliaron su foco de los parámetros
institucionales privilegiados en la literatura sobre transiciones, hacia los contex-
tos sociales en los que se desarrollan (O’Donnell, 1996, 1999; Álvarez, Dag-
nino y Escobar, 1997; Panizza, 1995; Avritzer, 2002; Avritzer y Costa, 2006;
Dagnino, 1997, Dagnino et al., 1998).
Un tema de preocupación particular de esta literatura es la configuración
histórica de la división público/privado en la región, extendiendo teorías de
hibridez cultural a la práctica democrática. Según Leonardo Avritzer (2002: 73),
la diferenciación entre público y privado ha tomado una forma particular en
América Latina: “Podría incluso decirse que fracasó por completo”. El resul-
tado, concluye este autor, ha sido “una esfera privada desproporcionadamente
amplia y la posibilidad siempre abierta de extender las relaciones personales al
ámbito público”. De una manera u otra, la incapacidad de instituciones supues-
tamente racionalizadas para subordinar los intereses particulares de las elites ha

24
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

contribuido al clientelismo y las relaciones de favor que intervienen rutinaria-


mente en las acciones estatales; a la impunidad sistemática y experiencias muy
disímiles del “estado de derecho” en el seno de una misma sociedad; y a la per-
sistencia de un autoritarismo social que condiciona experiencias de ciudadanía
estratificadas (De la Dehesa, 2010).
Ante este panorama, algunos han visto a los movimientos sociales y la cre-
ciente centralidad de los derechos humanos en el discurso público como un
marco nuevo, capaz de reestructurar las relaciones entre las sociedades civiles
y políticas en la región, así como de extender y profundizar los parámetros de
ciudadanía, desafiando las relaciones asimétricas de poder en la esfera privada.
La importancia de estos debates para los defensores de los derechos sexua-
les es doble. Primero, las configuraciones históricas particulares de la división
entre público y privado en la región representan un aspecto constitutivo del
espacio en que se han movido las y los activistas. Han dado forma no sólo
a los términos negociados que han condicionado su entrada a la política de-
mocrática formal sino también al impacto social más amplio de sus logros
formales. Segundo, las construcciones particulares del género y la sexualidad
–articuladas con discursos sobre nación, clase, etnicidad y raza– han formado
parte históricamente de los discursos teleológicos asociados a los proyectos
modernizadores. Así, los partidarios de políticas eugenésicas a principios del
siglo XX que promovieron los certificados prenupciales con el fin de asegurar
el desarrollo nacional y la “salud racial”; los militantes marxistas en los 1960s y
1970s que relegaron la homosexualidad en tanto desvío burgués a ser superado
en el sendero revolucionario hacia el socialismo; y los actores políticos de hoy
en día que presentan al reconocimiento legal de los derechos sexuales como
marca simbólica de un estado moderno: todos ellos de un modo u otro inscri-
ben las sexualidades en torno a un binarismo de pasado y presente, tributarios
de un telos universal.
Nuestro punto aquí no es plantear una equivalencia ética entre dichos pro-
yectos sino señalar cómo la gobernancia del deseo sigue siendo mapeada en
ideologías más amplias de desarrollo económico y político en maneras que al
menos plantean cuestiones sobre quiénes tienen acceso a los productos y prác-
ticas dichas “modernas” y sobre qué se está construyendo como un pasado a
ser superado. En este espíritu, cabe considerar algunas perspectivas críticas de
los avances logrados en materia de derechos sexuales en América Latina en el
contexto de la modernidad tardía.

25
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

Algunas miradas críticas

Cuando militantes de estos movimientos sociales ingresan a una arena insti-


tucional –ya sea legislaturas, tribunales, medios masivos de comunicación– los
términos de ese ingreso están en gran medida predeterminados por “presu-
puestos de universalidad” propios de dichos espacios, así como de presupues-
tos normativos sobre las categorías de adscripción de tales militantes, muchos
de los cuales son estigmatizantes y refuerzan un estereotipo de victimización.
Pero más allá de eso, desde la perspectiva de la interseccionalidad de las opre-
siones, se ha cuestionado esos términos sobre todo porque instituyen cate-
gorías de identidad que privilegian las experiencias de algunos/as pocos/as
(Collins, 2002; Butler, 1990, 1993, 2000; Moraga y Anzaldúa, 1983; Crenshaw,
1991; Manalansan, 2006; Guzmán, 2006; Gómez, 2008) que tienden a homoge-
neizar y a uni-dimensionar la complejidad de experiencias e identidades.
En las interacciones cotidianas, los ejes de poder sexuales, racializados, cla-
sistas y genéricos se cruzan y condensan en la producción de subjetividades y
límites sociales. Cuando una travesti negra y pobre enfrenta abusos policiales,
son su raza, clase, género y sexualidad los que se condensan en una forma de
subjetivación por el estado. En el discurso político y legal, sin embargo, la des-
agregación en categorías identitarias discretas y rígidas oscurece sus complejas
articulaciones. Dado que las categorías de identidad que conforman la base
de demandas políticas de un grupo se construyen de modo tal que desdibu-
jan las diferencias a su interior, las agendas mínimas que definen sus intereses
colectivos –aquellas demandas en torno de las cuales todos presumiblemente
acuerdan– tienden a reflejar las posiciones de privilegio relativo en su inte-
rior. Por ejemplo, el acceso a las terapias hormonales se inscribe políticamente
como una cuestión o issue “trans” pero más difícilmente como una demanda
del movimiento de trabajadoras sexuales; del mismo modo, cuestiones como
la reforma agraria o de propiedad de la tierra, central en las luchas de las muje-
res (y varones) indígenas rurales, terminan inscriptas por fuera de las agendas
feministas hegemónicas (Deere y León, 2001; Sierra, 2008; Prieto et al., 2008).
Tal como señalara Kimberlé Crenshaw (1991), no es de extrañar que esta
tendencia de la política identitaria a oscurecer las diferencias dentro de los gru-
pos pueda también exacerbar las tensiones entre ellos. Esto es así en tanto una
lógica institucional dependiente de la reivindicación de identidades construidas
como mutuamente excluyentes implica la competencia por recursos y acceso
político. Esta dinámica refleja una tendencia más general de la política liberal
democrática a fragmentar la representación al modo de la competencia de gru-
pos de interés, tributaria de una lógica que presume la escasez de derechos, el
juego suma cero. Mientras que en principio una perspectiva de análisis inter-

26
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

seccional podría proveer las bases para una política de alianzas o coaliciones en
torno a agendas colectivas más amplias, su traducción en política pública –que
responde a los imperativos institucionales de las agencias financiadoras, legis-
laturas, burocracias estatales, y otras arenas formales– corre el riesgo de mover
en otra dirección, al segmentar aún más la representación y representatividad
de la sociedad civil.
Desde el activismo, el tema de las desigualdades raciales y étnicas presentes
tanto en movimientos sociales por derechos sexuales como en colectivos socia-
les más amplios, se ha planteado en varios encuentros nacionales e internacio-
nales. En 1992, por ejemplo, más de trescientas representantes de 32 países se
reunieron en Santo Domingo para el Primer Encuentro de Mujeres Negras de
América Latina y el Caribe, organizado como una alternativa a la celebración
del quinto centenario de la Conquista. Entre otros puntos, las participantes
resaltaron las maneras en que el racismo y el sexismo se articulan para limitar
el acceso de mujeres afro-descendientes a la educación y el mercado laboral
y desafiaron al movimiento feminista en la región a incorporar el análisis del
3
racismo como eje político central.
Más recientemente, en el II Encuentro de Líderes Indígenas y Líderes Femi-
nistas, organizado en Lima en 2008 por representantes del Enlace Continental
de Mujeres Indígenas y la Campaña por una Convención Interamericana de
Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos, también fueron discutidas va-
rias tensiones entre los movimientos feministas e indígenas en la región, como
la importancia relativa que se da a los derechos individuales y colectivos en las
4
respectivas agendas. Investigadoras que trabajan desde una perspectiva basada
en las teorías poscoloniales han reiterado algunos puntos planteados en estos
diálogos (Sierra, 2008; Prieto et al., 2008; Hernández Castillo, 2007). Según la
antropóloga Sylvia Marcos (2003: 2), por ejemplo, las prioridades políticas y
supuestos epistemológicos del movimiento feminista actual, influenciados por
agendas internacionales, dejan afuera las prioridades del movimiento de muje-
res indígenas: “Estamos insertas en el discurso feminista internacional global
y dominante y existe un cierto tipo de movimiento feminista en México que es
una derivación del movimiento en el ‘Norte’”.
Sin tener que calificar a los movimientos por derechos sexuales como ena-
jenados o incluso colonizadores, las aproximaciones a la sexualidad desde pers-
pectivas poscoloniales y de interseccionalidad llaman la atención a la pluralidad
de voces que existe dentro de ellos; a las dinámicas étnicas, raciales y regionales,

3. Irene León, Contra la discriminación y el racismo: I Encuentro de Mujeres Negras Latinoame-


ricanas y del Caribe, 1 octubre, 2005, http://alainet.org/active/1001&lang=es.
4. Memoria: II Diálogo entre líderes indígenas y líderes feministas, Lima, 4-6 de agosto, 2008.
27
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

por las cuales algunas de estas voces se vuelven hegemónicas; y a la manera en


que estas relaciones asimétricas imponen agendas y estrategias que no toman
en cuenta prioridades, procesos políticos y códigos simbólicos locales.
En este sentido, cabe mencionar la defensa que algunos críticos han hecho
del “derecho al silencio” contra la imposición de una narrativa transnacional de
salir del closet como el (único) camino a la liberación (Guzmán, 2006; Lopes,
2007; Santiago, 2002; Decena, 2008; Manalansan, 2006; Cruz-Malavé y Ma-
nalansan, IV 2002). Valorizando un campo más heterogéneo de sexualidades
disidentes en la región, estos autores resaltan los límites de las identidades y
políticas LGBT y sugieren que calificar a estrategias alternativas como “de clo-
set” o productos de una falsa conciencia puede inadvertidamente producir una
nueva misión civilizadora, al inscribir nuevamente las identidades en teleologías
de modernización.
La principal contribución crítica de estos análisis apunta al proceso a través del
cual se llega a determinadas agendas políticas. Dada la propensión de las identida-
des políticas tanto a homogeneizar como a excluir, estas perspectivas subrayan la
centralidad de los procesos deliberativos relativos a las dinámicas interseccionales
en que se basan las políticas identitarias, los límites que deben permanecer abiertos
y sujetos a crítica. Tales perspectivas idealmente no sólo nos darían lentes críticos
atentos a las consecuencias no intencionales de las actuales políticas, sino que ayu-
darían a producir una perspectiva más comprehensiva de políticas públicas, que
puedan dar cuenta articuladamente de ejes diversos de subordinación.
Todas estas críticas cuestionan la construcción y los límites de las identi-
dades privilegiadas en la esfera pública. Es importante reconocer, sin embar-
go que algunos discursos de derechos sexuales ofrecen la posibilidad de crear
coaliciones que trascienden los límites de la política de identidad (Correa y
Jolly, 2007). En este sentido, podríamos considerar las posibilidades abiertas
por el discurso de “diversidad sexual” cuyo peso político en muchos países se
ha incrementado significativamente en la última década. Este lenguaje refleja
una valoración emergente de la “diversidad” a nivel internacional, enmarcada
en documentos como el Programa de Acción de la Conferencia de Durban
(2001) y la Declaración Universal de Diversidad Cultural (2001). Este discurso
podría servir como base de alianzas entre sectores sociales y descentralizar la
heteronormatividad dominante. En la práctica, sin embargo, el lenguaje de la
diversidad muchas veces se convierte en un código o eufemismo para referirse
a identidades LGBT (los “diversos”), identidades no heterosexuales –y al mis-
mo tiempo invisibilizarlas. Con ello se corre el riesgo de despolitizar demandas
al enmarcar la inequidad social como diferencia cultural.
El crítico cultural George Yúdice (2005) ha argumentado que la celebración
internacional de la diversidad en la modernidad tardía refleja un cambio epis-

28
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

témico, en términos foucaultianos, caracterizado por una conciencia elevada de la


arbitrariedad del signo y la performatividad de prácticas antes adscritas a lo natural.
Este cambio epistémico se presta tan fácilmente a la deconstrucción política de
narrativas totalizadoras como a la mercantilización y despolitización de prácticas
por fuerzas de mercado, dependiendo de una lectura crítica de los contextos de
poder en que prácticas simbólicas e identitarias se producen y circulan. Lo impor-
tante aquí no es desechar la “diversidad sexual” u otros discursos sino llegar a una
conciencia crítica de sus posibilidades, peligros y límites en situaciones particulares.
Más allá de las posibilidades y límites de estrategias discursivas específicas,
también pueden plantearse interrogantes acerca de si, cuándo y cómo es siquie-
ra deseable involucrarse con el estado. El cuestionamiento apunta a la cristali-
zación que ocurre cuando normas informales se traducen en políticas públicas
y al peligro de que el reclamo de derechos sexuales en la arena pública formal
implique introducir nuevos campos de visibilidad y por ende de control social.
La legislación en materia de identidad de género avanzó en varios países
bajo el impulso de los movimientos trans, por ejemplo para permitirse la modi-
ficación del nombre y sexo en la documentación, usualmente dependiendo de
un diagnóstico médico de “trastorno de identidad de género” y de la interven-
ción quirúrgica de los genitales. Este requisito obliga así a los individuos que
se hagan visibles al estado a través de una categoría diagnóstica patologizante,
que se vuelve la única puerta de entrada para poder reivindicar sus derechos
sexuales (Park, 2007). El requerimiento de la cirugía, además de implicar la
intervención sobre el cuerpo y en algunos casos mutilaciones y esterilización,
refuerza el binarismo de género y la ecuación estrecha entre género y genitales,
exigiendo, como lo plantean Cabral y Viturro (2006), “el cuerpo sexual y repro-
ductivo como precio de acceso a la ciudadanía”.
Dinámicas parecidas están en juego en la regulación del trabajo sexual a
través de credenciales sanitarias requiriendo pruebas periódicas de VIH y otras
infecciones de transmisión sexual. Aunque tales medidas permiten cierto reco-
nocimiento legal, presuponen una visión estrecha de la población que regulan,
principalmente como portadores de enfermedades a ser controladas/os. En
ambos casos, el gran reto para activistas es despatologizar las identidades que
sirven como puertas de entrada al estado e incorporar una visión más demo-
crática e integral de servicios de salud. Aquí puede establecerse un paralelo con
la salud reproductiva como puerta de entrada para los derechos de las mujeres
y adolescentes, o del VIH/sida para los derechos de los gays.
Finalmente, el recurso de los activistas al derecho penal también plantea
cuestiones importantes, en un momento histórico en que las poblaciones en-
carceladas están creciendo en la región y la seguridad se ha vuelto la principal
divisa de la derecha (Núñez Vega, 2005). Sin desconocer la importancia de

29
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

los esfuerzos para enfrentar la discriminación y violencia sexuales y contra las


mujeres, Sonia Correa (2008) advierte que una comprensión de estos fenóme-
nos en referencia a “derechos a castigar” entraña el riesgo de restablecer una
estática visión moral de las sexualidades, el placer y el deseo, y al menos merece
una mayor reflexión de la que ha desarrollado el activismo y sus aliados. En este
mismo sentido, buscando problematizar la “incansable búsqueda del remedio
legal” por activistas a través de medidas contra el discurso de odio –incluidas
en varios proyectos antidiscriminatorios en debate actualmente en América La-
tina– la teórica feminista Judith Butler (1997) señala los peligros de extender los
poderes del estado a nuevos terrenos discursivos y así “potencialmente dar po-
der al estado para evocar tales precedentes contra cualquier movimiento social
que pelee por su aceptación en la doctrina legal” (24). // ver número ???//

Brechas entre legislación, políticas públicas, y prácticas cotidianas

Estas últimas críticas presuponen un estado fuerte y leyes con un poder


normalizador bastante eficaz. Uno de los dilemas centrales en el avance de los
derechos sexuales en América Latina, sin embargo, ha sido la notoria dispari-
dad entre las leyes y políticas públicas formales y su ejecución, de modo similar
a lo que sucede con varios de los derechos humanos reconocidos positivamen-
te (Jelín, 1996). La brecha entre el discurso público y las prácticas privadas se
manifiesta en dos modos distintos aunque relacionados: por un lado, en leyes
y políticas públicas diseñadas para promover los derechos sexuales que en la
práctica, son letra muerta; y por otro, en la implementación selectiva de las
leyes, lo cual sucede inclusive con legislaciones represivas.
Pocas áreas reflejan tan claramente esta brecha como el caso de la crimina-
lización del aborto. La región presenta una de las legislaciones más restrictivas
y represivas en materia de aborto del mundo. Las autoridades públicas, sin
embargo, hacen la vista gorda en cuanto se trata de hacer cumplir la ley, y
los abortos clandestinos están muy extendidos en todos los países. El aborto
sólo es legal en Cuba y Puerto Rico, con avances hacia la despenalización en
la Ciudad de México y Colombia. No obstante, el panorama generalizado es
de ausencia de debate e incluso retroceso, como en El Salvador, Nicaragua y
República Dominicana. El caso uruguayo mostró hasta qué punto el aborto es
una cuestión difícilmente procesable políticamente.
Un informe del Instituto Alan Guttmacher estima que cuatro millones
de mujeres abortan anualmente en América Latina, la mayoría en condicio-
5
nes ilegales y riesgosas para su salud e incluso su vida. Los abortos inseguros

5. Alan Guttmacher Institute, “Issues in Brief: An Overview of Clandestine Abortion in Latin


America”, 2001.
30
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

constituyen una de las primeras causas de mortalidad materna en la región y


6
la primera causa evitable: aproximadamente un tercio del número total. En
este contexto, sin embargo, Nicaragua –con un gobierno presumiblemente de
izquierda– pasó una legislación en 2006 prohibiendo el aborto en cualquier
circunstancia.
Como señalara Bonnie Shepard (2000), el doble discurso que rodea en
América Latina a los derechos reproductivos y sexuales y las restricciones al
aborto en particular implica extraordinarios costos sociales así como desafíos
específicos para el activismo. Por un lado, refuerza las desigualdades existentes
en materia de raza, etnia, clase y región en la medida en que las mujeres de los
sectores sociales más marginados y pobres enfrentan los abortos clandestinos
en las condiciones más precarias, padeciendo las peores consecuencias de las
políticas represivas. Al mismo tiempo, el acceso de mujeres de clases medias
y altas a abortos clandestinos seguros crea “válvulas de escape privadas” que
pueden alivianar la presión social y política para cambiar las políticas represivas.
Aunque las leyes no sean aplicadas, actúan como una espada de Damocles
sobre la cabeza de activistas, de modo que los cuestionamientos abiertos pue-
den resultar en cerrar tales válvulas de escape en detrimento de las mujeres que
buscan terminar un embarazo. En Chile, hace algunos años, la publicación de
las estimaciones del Alan Guttmacher Institute según las cuales se practicaban
anualmente 160 mil abortos clandestinos, resultó en la invasión a clínicas clan-
destinas en los años subsiguientes (Shepard, 2000). Esta clase de aplicación
discrecional de la ley también ha caracterizado la regulación del trabajo sexual
y las “morales públicas” en gran parte de la región. Mientras un doble discurso,
nuevamente, ha creado vías de escape privadas para sexualidades disidentes,
son sujetas a repentinas redadas y acciones policiales o incluso a control me-
diante arreglos informales de corrupción y abuso policial.
Además de la aplicación discrecional de las políticas represivas, la brecha
entre discursos públicos y prácticas privadas se manifiesta en el desuso de leyes
y políticas orientadas a proteger los derechos sexuales. Un ejemplo de esto son
las leyes antidiscriminatorias que contemplan la “orientación (o preferencia)

6. “International Human Rights Law and Abortion in Latin America”, Human Rights Watch,
July 2005; Over Their Dead Bodies: Denial of Access to Emergency Obstetric Care and Therapeutic Abortion
in Nicaragua. Human Rights Watch. 19(2), October 2007; Michael Clulow (ed.), Derechos sexuales
y derechos reproductivos en Centroamérica: Hacia una agenda de acción. Asociación Civil Grupo Nenan-
cia, Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida (Las Dignas), Asociación Movimiento de
Mujeres Mélida Anaya Montes (Las Mélidas); Centro de Apoyo a la Mujer, Tierra Viva; Centro
de Estudios de la Mujer-Honduras (CEM-H); One World Action), Diciembre de 2004. http://
www.oneworldaction.org.
31
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

sexual” y en algunos casos incluso la “identidad de género”, bajo la forma de


estipulaciones constitucionales o regulaciones de establecimientos comerciales
en casos de legislación penal. En la región, Ecuador presenta la segunda Cons-
titución en el mundo que reconoce la no discriminación por orientación sexual;
la Ciudad de Buenos Aires tiene desde 1996 una Constitución que reconoce
el “derecho a ser diferente” y la no discriminación por género y orientación
sexual; y en 2009, Bolivia fue el primer país en la región a contemplar la no
discriminación por orientación sexual e identidad de género a nivel constitu-
cional. Tales medidas han quedado la mayoría de las veces en el papel. En al-
gunas instancias, esto se debe al menos en parte a obstáculos procedimentales,
tales como la falta de reglamentación para hacer posible la implementación o
puesta en vigencia de las medidas. En Río de Janeiro, por ejemplo, al activismo
le llevó casi dos años de presión sobre el gobernador Anthony Garotinho, un
populista evangélico, para lograr que se reglamente la ley antidiscriminatoria
aprobada en febrero del 2000. Pero incluso cuando existen procedimientos, la
discriminación es difícilmente probable y a menudo sujeta a la discrecionalidad
de las autoridades, en un contexto en el cual el acceso al sistema de justicia en
general está determinado por el conocimiento diferencial de los derechos, así
como por el tiempo y recursos disponibles para la gente. En la Ciudad de Méxi-
co, sólo once quejas relativas a orientación sexual fueron interpuestas entre la
adopción de la primera ley antidiscriminatoria en 2000 y mayo de 2007, ninguna de las
cuales llegó a juicio.7 En contraste, en una encuesta nacional realizada en México
por la CONAPRED, más del 70 por ciento de los entrevistados identificados
como “homosexuales” dijeron no sentirse tratados con igualdad ante la ley y
57 por ciento habían experimentado discriminación en el año previo.8 Datos
similares se desprenden de encuestas realizadas en las Marchas del Orgullo en
varias ciudades latinoamericanas, bajo la iniciativa del Centro Latinoamericano
de Sexualidad y Derechos Humanos (REF).
Dadas las dificultades para probar la intención de discriminación y el tiempo
y recursos involucrados en proseguir tales casos, quizá no sorprenda el relativo

7. Oficio No. OIP/600/605/0833/06-07. Subprocuraduría de Atención a Víctimas del Delito y


Servicios a la Comunidad, Dirección General de Servicios a la Comunidad, Oficina de Informa-
ción Pública, Procuraduría General de Justicia del DF, 12 de junio de 2007. Registros oficiales
identificaron a nueve de quienes solicitaron el reconocimiento como masculinos; una como
femenina; y uno como “varón identificado como mujer”. Para junio de 2007, dos de estos casos
seguían siendo investigados y los demás fueron cerrados sin juicio. Dada la pobreza de los regis-
tros en la materia, estas cifras pueden sub-reportar el número de casos.
8. Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, México, D.F.: Consejo Nacional para
Prevenir la Discriminación and Secretaría de Desarrollo Social, Abril de 2005, CD Rom.
32
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

desuso de la legislación antidiscriminatoria. Similares procesos suceden respec-


to de los cambios en la legislación sobre familias. En la Ciudad de México, en el
primer año posterior al reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo en
2007, sólo trescientas parejas formaron sociedades de convivencia; en contraste, en
Massachusetts, en los ocho meses siguientes a que este estado se convirtiera en
el primero en Estados Unidos en reconocer el casamiento a parejas del mismo
sexo, casi seis mil parejas formalizaron su unión (con 8,9 y 6,5 millones de ha-
bitantes respectivamente). La razón para este relativo desuso de la legislación,
nuevamente, en algunos aspectos puede residir en la naturaleza de las propias
leyes. Por ejemplo, luego de dieciséis meses de haber sido aprobada la Ley de
Unión Concubinaria en Uruguay en 2008, primera ley federal en la región que
reconoce a las parejas del mismo sexo y que requiere a las parejas probar una re-
lación estable por cinco años, sólo 180 parejas demandaron reconocimiento; las
cortes de familia habían considerado cuarenta de estas peticiones y reconocieron
9
solamente a veinte (la mitad, parejas del mismo sexo y la otra, de sexo opuesto).
Estos fenómenos ilustran brechas más amplias entre el estado y la sociedad
y entre los derechos sexuales construidos en la esfera pública y las sexualidades
(y prácticas de ciudadanía) experimentadas en la vida cotidiana. La presencia
diferencial del estado en la región ha creado no sólo formas estratificadas de
ciudadanía sino grandes áreas de marginación y exclusión social (Álvarez, Dag-
nino y Escobar, 1997; Panizza, 1995; Avritzer, 2002; Dagnino, 1997; Dagnino
et al., 1998; Weffort, 1989; Beverley, 1999). En áreas como las villas, favelas y
cinturones de miseria esparcidos en las grandes ciudades de la región, el estado
de excepción, donde la ciudadanía se suspende en práctica, se ha convertido
en la norma. Sin negar la responsabilidad de gobiernos o la falta de voluntad
política para actuar, cabe resaltar que estos estados de excepción generalmente
no reflejan –como nos sugiere Agamben (2005), con la metáfora del campo
de concentración– la omnipresencia de un poder soberano fuerte, sino todo
lo contrario, una presencia precaria o nula, si bien muchas veces de agentes de
estado corruptos y represores. En estos espacios, la gobernamentalidad de la
vida cotidiana –incluyendo las normas que regulan el género y la sexualidad– es
articulada y disputada por y entre varios otros actores, desde guerrillas, nar-
cotraficantes, y fuerzas paramilitares hasta compañías transnacionales, iglesias
y ONGs. Por lo tanto, buscando un poder soberano más presente y eficaz, la
militancia en varios países ha creado oficinas de consejería legal para acercar
el estado de derecho formal a la vida cotidiana y para promover la demanda
de respuestas de poblaciones excluidas por parte de agencias estatales. Tales

9. Pablo Meléndez, “Poco interés de parejas en legalizar concubinato: Ley, desde enero de 2008 la
Justicia reconoció solo 20 uniones en 180 solicitudes”, El País, Mayo 10, 2009, http://www.elpais.
com.uy/090510/pnacio-416069/nacional/poco-interes-de-parejas-en-legalizar-concubinato.
33
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

esfuerzos sugieren que la presión por legislación o políticas públicas es, en el


mejor de los casos, sólo el inicio de un proyecto más largo que aborda también
tanto la eliminación de expresiones de ciudadanía estratificadas o incluso au-
sentes como la apropiación subjetiva de derechos sexuales en la vida cotidiana
(Amuchástegui y Rivas, 2008). Cómo se puede lograr todo esto es una pregunta
crucial para la militancia.

III. Coyuntura actual y desafíos

Ante estos dilemas políticos, el panorama actual en la política sexual en


América Latina presenta una serie de desafíos. En este último apartado, con-
sideramos las posibilidades y peligros que enfrenta el activismo, y resaltamos
algunas tendencias que nos parecen más importantes.

Cambios en política partidaria, particularmente de izquierda

La elección de partidos de centro-izquierda en varios países latinoamerica-


nos ha significado un repudio a las políticas neoliberales y sus consecuencias,
y una revalorización (al menos discursiva) de la protección estatal de los de-
rechos sociales. En términos de derechos sexuales, sin embargo, el record de
estos gobiernos ha sido mixto, dependiendo del tema y del país; y en muchos
casos, las distinciones clásicas entre izquierda y derecha hacen poca diferencia
política.
La politóloga feminista Rosalind Petchesky (1999) ha señalado un mayor
consenso internacional que concibe los derechos sexuales en términos negati-
vos más que positivos: es decir, más como un derecho a estar libre de coerción
o discriminación que como un derecho positivo, por ejemplo, a disfrutar el
placer sexual. Estas tendencias se reflejan también en la política partidaria la-
tinoamericana, inclusive en gobiernos de izquierda, donde ha habido mayores
avances en propuestas para proteger a la ciudadanía de violencia sexual, vio-
lencia doméstica, tráfico de personas, y discriminación que en áreas como el
derecho al aborto, derechos laborales en el trabajo sexual, y el reconocimiento
legal de parejas del mismo sexo (con la sola excepción de Argentina).
Tales dinámicas reflejan las culturas machistas que aún prevalecen en la
política formal en la región. Aunque varios países han aprobado leyes de cuo-
tas para mujeres en candidaturas a puestos electorales, la efectividad de estas
medidas ha variado, dependiendo en parte del sistema electoral, por ejemplo,
con un mayor impacto en sistemas de representación proporcional con listas
cerradas que con listas abiertas. Incluso en el congreso argentino, donde el
impacto de estas medidas ha sido mayor, dos tercios de los puestos legislativos

34
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

aún son ocupados por varones. Entre electorados, por su parte, según datos
publicados por Latin-Barómetro en 2004, más de 30 por ciento de los encues-
tados concordaron con la declaración “los hombres son mejores líderes que
las mujeres” en 11 países de la región. En la República Dominicana, donde el
congreso aprobó una medida constitucional en el 2009 prohibiendo el aborto
en cualquier circunstancia, el número llegó al 50 por ciento (Htun, 2005). Ello
contrasta con la excelente imagen que concitaba Michelle Bachelet al finalizar
su mandato en Chile, y el hecho de que mujeres lideren el Poder Ejecutivo en
Costa Rica y Argentina, y una mujer haya sido electa presidenta en Brasil.
Más allá de una falta de compromiso o un conservadurismo enraizado, la
cautela de los gobiernos responde a cálculos electorales, ante la presión política
de la Iglesia Católica y otros grupos religiosos, y de los partidos ligados a ellos.
En Nicaragua, por ejemplo, poco antes de la elección de 2006, el congreso na-
cional, dominado por la Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y el
Partido Liberal Constitucionalista (PLC), votó por unanimidad la abolición del
aborto terapéutico cuando la vida de la mujer corre riesgo (permitido en el có-
digo penal desde 1893). A pesar de peticiones de grupos feministas, del Minis-
terio de Salud, y de la comunidad médica para posponer el voto hasta después
de la elección, ambos partidos precipitaron el proceso legislativo para congra-
ciarse con la Iglesia Católica (Kampwirth, 2003, Gago, 2007, Kane, 2008).
Según la feminista nicaragüense Sofía Montenegro (2006), la coyuntura de
ese país muestra una historia de concertación entre las dos principales fuerzas
políticas que paradójicamente subvirtió la apertura política en un contexto de
competencia electoral. Su análisis refleja una desafección respecto de la política
partidaria evidente en varios países de la región y resalta cómo lógicas institu-
cionalizadas en sistemas de partidos pueden impedir avances en los derechos
sexuales. En Chile, donde desde 1990 y por casi dos décadas el Partido Socia-
lista ha formado parte de la Concertación gubernamental, su coalición con
el Partido Demócrata Cristiano ha colocado claros límites en tales avances,
especialmente en el área de aborto (Ríos Tobar, 2007). Y aunque la aproba-
ción de una ley contra violencia doméstica en 2006 puede contarse como un
avance importante en Brasil, la dependencia del ejecutivo en la articulación de
consensos en un congreso sumamente conservador ha impedido progreso en
otras áreas. Mientras el gobierno de Lula lanzó un programa federal sin pre-
cedentes en 2004 bajo la divisa de Brasil sin Homofobia, los proyectos de ley
presentados por el movimiento LGBT en el país están paralizados, y los temas
del aborto y del matrimonio gay han jugado como carta electoral negativa en la
contienda presidencial de 2010.

35
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

Nuevo paisaje religioso

En muchos casos, las dificultades en avanzar los derechos sexuales en la


arena política se deben a la influencia que ejercen la Iglesia Católica y otras
fuerzas religiosas. En las últimas décadas, el Vaticano ha promovido una cam-
paña ideológica y política contra los derechos sexuales y reproductivos a nivel
internacional, descalificándolos como expresiones de liberalismo, hedonismo,
relativismo, y una “ideología de género” promovida por feministas. Tanto el
papa Juan Pablo II como Benedicto XVI han promovido a los sectores más
conservadores dentro de la propia Iglesia en la región; y a través de encíclicas,
documentos, y organismos de presión, han buscado incidir en las políticas pú-
blicas de gobiernos latinoamericanos (González Ruiz, 2005).
El punto de lanza de este esfuerzo ha sido el Consejo Pontificio para la
Familia (CPF), establecido en 1991 y presidido por el cardenal colombiano Al-
fonso López Trujillo. En los años ‘90, el CPF promovió encuentros regionales,
empezando con el Primer Encuentro con Políticos y Legisladores de América,
en Río de Janeiro en 1993. Las conclusiones de aquel encuentro reafirmaron
la validez de la Carta de los Derechos de la Familia, emitida por el Vaticano en
1983; advirtieron de una “conspiración contra la vida” encabezado por un “fe-
minismo radical” y apoyada por países ricos e instituciones internacionales; y
llamaron a la constitución de grupos parlamentares en cada país para “defender
la vida y la familia”. Un segundo encuentro ocurrió en la Ciudad de México en
1996 y un tercero en Buenos Aires en 1999, de más de cuatrocientas personas
incluyendo al entonces presidente Carlos Menem. Los participantes de este
último encuentro nuevamente recomendaron la creación de bancadas multi-
partidarias a nivel nacional y de una red continental de legisladores y políticos
10
en defensa de la vida y la familia.
Además de la Iglesia Católica, el crecimiento explosivo de iglesias evan-
gélicas protestantes ha transformado el campo religioso latinoamericano en
los últimos años. Hoy, los evangélicos representan más de 15 por ciento de la
población en diez países de la región (Brasil, Colombia, Costa Rica, El Salva-
dor, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Uruguay), en algunos
casos llegando a tener un peso político importante (Oro y Ureta, 2007). En
Brasil, por ejemplo, algunas iglesias, como la Universal del Reino de Dios, han

10. Pontificio Conselho para a Família, “Conclusões do encontro com políticos e legislado-
res da América”, Comunicado Mensal, Conferência Nacional dos Bispos do Brasil, June 1996, (45)502;
“III Encuentro de Políticos y Legisladores de América: Declaración de Buenos Aires – Familia
y Vida a los 50 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos”, August 5, 1999,
http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/family/documents/rc_pc_family_
doc_05081999_buenos-aires_sp.html
36
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

construido máquinas electorales bastante fuertes, y sus legisladores organizan


bancadas multipartidarias a nivel municipal, estadual y nacional. Si bien es im-
portante hacer distinciones entre e incluso dentro de iglesias, donde hay sectores
progresistas, los derechos sexuales y reproductivos, más que cualquier otro tema,
han podido catalizar alianzas que cruzan líneas denominacionales. En la Ciudad
de México en 2004, por ejemplo, el III Congreso Mundial de la Familia reunió
a líderes conservadores católicos, protestantes y de otras confesiones, un evento
organizado por la Red Familia, una coalición de grupos mexicanos conservado-
res, y el Howard Center for Family, Religion, and Society, un centro dedicado a la defen-
sa de la “familia natural”, establecido en Estados Unidos en 1997.
Para el activismo de derechos sexuales, la principal estrategia para contra-
rrestar la influencia política de estos grupos ha sido una insistencia en la lai-
cidad del estado y de los partidos. Como estrategia discursiva, la defensa del
estado laico ciertamente tiene más resonancia en algunos países que en otros.
La fuerte tradición de laicismo en México, por ejemplo, le da cierta efectivi-
dad, incluso en la construcción de alianzas partidarias. Su efectividad en otros
países, sin embargo, es más limitada, por la influencia política que disfrutan las
iglesias y el temor de políticos a desafiarlas. Es más, los grupos religiosos con-
servadores también han podido adaptarse estratégicamente a las nuevas reali-
dades políticas en la región. Tanto la organización de ONGs de laicos como
los grupos ProVida, muchas veces articuladas a nivel nacional e internacional,
como el uso de “secularismos estratégicos”, empleando lenguajes universalistas
como la defensa de los derechos humanos para avanzar sus causas, están pro-
bando los límites de la defensa de la laicidad y colocando nuevos retos para los
defensores de derechos sexuales (Vaggione, 2005).

Nuevas lógicas de subjetivación y relación en el marco de los mercados

Paralelamente a estos procesos políticos, aunque no sin relación con ellos,


las sexualidades en la región también se han visto transformadas por dinámi-
cas de mercado. Según el antropólogo Néstor García Canclini (1995a), en un
contexto latinoamericano marcado por un creciente desafecto popular con los
sistemas políticos y por un estado que ha ido cediendo sus funciones a corpo-
raciones y otros entes privados, la importancia del consumo como base de la
identidad –e incluso de la participación ciudadana– se ha ido incrementando.
Nuevas subculturas urbanas con sexualidades o expresiones de género di-
sidentes, como los “emos” (quienes valoran el “look depresivo”) y los “osos”
(gays gordos), reflejan las maneras en que nuevas identidades y constelaciones
del deseo se están constituyendo a través del consumo de repertorios sim-
bólicos, creando lo que García Canclini denomina “comunidades globales de

37
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

consumidores interpretativos”. En estos repertorios, padrones de belleza, de


lo erótico, de género, y de cuerpos deseables y no deseables circulan en una
economía política del deseo a través de revistas y periódicos, industrias porno-
gráficas, internet y otros medios de comunicación.
El papel del mercado en la constitución de identidad plantea cuestiones
de acceso y desigualdad. Una amplia literatura ha sugerido que las identidades
lésbico-gay en la región, por ejemplo, fueron apropiadas inicialmente por clases
medias urbanas, participantes también en repertorios simbólicos transnaciona-
les. Si bien han trascendido fronteras regionales, de clase, étnicas, y raciales, hoy
coexisten en terrenos híbridos, intercalándose con otras maneras de organizar
el deseo sexual (Jarrín, 2009). Dado el lugar del cuerpo como sitio privile-
giado de normalización, poco sorprende que hayan surgido nuevas industrias
de manipulación corporal, cuyo acceso también está marcado por contextos
de desigualdad (Vieira García, 2008). Para comunidades trans, por ejemplo, la
transformación del cuerpo a través de la aplicación de siliconas y otras técnicas
es parte de un proceso de construcción identitaria. Aunque hay centros espe-
cializados en el cambio estético del cuerpo, la mayor parte de quienes buscan
estos servicios, por falta de recursos, recurren a una economía informal con
personas no capacitadas y condiciones sanitarias precarias, corriendo graves
11
riesgos, incluso de muerte.
Las asimetrías del mercado al nivel nacional y global tienen consecuencias
también para la política sexual. Las luchas entabladas por la industria farmacéu-
tica con apoyo de gobiernos del Norte para extender sus derechos de propie-
dad intelectual en la Organización Mundial de Comercio y otros espacios inter-
nacionales han tenido efectos perjudiciales en la salud sexual. Aunque América
Latina ha logrado una cobertura relativamente alta en los tratamientos antirre-
trovirales para el VIH, de 62 por ciento, la cobertura y calidad de servicios varía
dramáticamente entre países y poblaciones, con el acceso más precario entre
los sectores más pobres y discriminados (ONUSIDA, 2009). Según un estu-
dio de ONUSIDA y Médicos sin Fronteras, el precio de una dosis de terapia
combinada con AZT patentada es más de 13 veces el de una versión genérica
producida en Brasil. El liderazgo brasileño junto a otros países del sur global
como India y África del Sur para garantizar el acceso a medicamentos dentro
del marco de derechos ha sido crucial para un cuestionamiento de la prioridad
de la propiedad intelectual y lucros privados (Petchesky, 2003).
Cabe mencionarse en este contexto, finalmente, el movimiento internacio-
nal de personas. En la medida en que industrias turísticas han transformado
economías locales, por ejemplo, también lo han hecho con expectativas y roles

11. Secretariado Trans de ILGA, Uso de Silicón. T-Informa. 2(13), enero 2009, http://trans_esp.
ilga.org.
38
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

de género y sexualidad. En 2005, cerca de 25 millones de latinoamericanos


habían emigrado de sus países de origen, lo equivalente a 4 por ciento de la po-
12
blación regional y 12 por ciento de la población migratoria global. La expan-
sión de este fenómeno y de los estados receptores, su feminización y nuevas
políticas migratorias en países receptores y expulsores responden a cambios en
el mercado laboral, a la creciente importancia de remesas como estrategia de
desarrollo, y a otras relaciones marcadas por las asimetrías en la economía global.
Para muchos/as, la emigración también implica nuevas vivencias de su sexuali-
dad, condicionadas no sólo por el distanciamiento de sus comunidades de origen
sino por las nuevas relaciones laborales e interpersonales que encuentran, inclu-
yendo experiencias de racialización, discriminación y control social (González-
López, 2005; Decena, 2008; Guzmán, 2006; Moraga y Anzaldúa, 1983).
Un área que ha recibido atención particular en este contexto es el tráfico
internacional de personas. Sin desmentir la gravedad de las violaciones a los
derechos de personas transportadas e inducidas a entrar al mercado sexual por
coerción, es importante también mencionar los “daños colaterales” de algunas
políticas para combatir este fenómeno. Estudios han documentado una falta de
claridad en las definiciones del delito en instrumentos nacionales e internacio-
nales, que se prestan a calificar a emigrantes que trabajan en la industria sexual
voluntariamente como “víctimas” (Da Silva y Blanchette, 2005; Grupo Davida,
2005). En algunas medidas policiales contra el tráfico en Europa, las supuestas
“víctimas” –mujeres que trabajan en la industria sexual, incluso algunas que
negaron haber sido traficadas– lejos de haber sido protegidas por la ley, fueron
deportadas como “ilegales” (Piscitelli, 2008).

Articulación en torno a organismos supranacionales

Los conflictos referentes a política sexual se están articulando simultánea-


mente a nivel local, nacional e internacional. En el sistema de las Naciones
Unidas, la participación de activistas latinoamericanos/as por derechos sexua-
les ha tenido dos vertientes principales. Por una parte, feministas y activistas
LGBT han presionado por el reconocimiento de los “derechos sexuales” y el
concepto de “salud sexual” en conferencias y cumbres de la ONU, especial-
mente a partir de los años 1990s, con la Conferencia de Población y Desarrollo
de El Cairo (1994) y la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing
(1995); los procesos de revisión de sus plataformas de acción; y la Conferencia
Internacional Contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y For-

12. Patricia Gainza, “Tendencias migratorias en América Latina”, Revista GLOOBALhoy, 27 de julio
de 2006, http://www.gloobal.net/iepala/gloobal/fichas/ficha.php?entidad=Textos&id=2047.
39
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

mas Conexas de Intolerancia (2001) (Corrêa, 1997, Careaga y Jiménez, 1997,


Petchesky, 2003). Por otra parte, activistas en VIH/sida, LGBT, trabajadoras
sexuales y otros grupos particularmente afectados por la epidemia han avan-
zado una visión de la salud como cuestión de derechos humanos en la Sesión
Especial sobre VIH/sida de Asamblea General de las Naciones Unidas (2001),
conocida por su sigla UNGASS, y los procesos de revisión de su Declaración
de Compromiso.
En ambos casos, gran cantidad de activistas entraron a la arena global para
disputar visiones biomédicas reduccionistas, en el primer caso, enmarcando la
salud de la mujer dentro de políticas de planificación familiar neomalthusianas
ligadas a proyectos de desarrollo; y en el segundo, estigmatizando a los llama-
dos “grupos de riesgo” y personas viviendo con VIH y sometiendo el acceso a
medicamentos a las patentes comerciales y los cálculos de costo y beneficio del
mercado. No cabe duda de que, en ambos casos, se logró ampliar las visiones
estrechas con nociones más integrales de la salud, legitimar el concepto de “de-
rechos sexuales” (y reproductivos) dentro de un marco de derechos humanos,
y resaltar la importancia de incluir a los grupos directamente afectados por
políticas públicas en su formulación. En muchos países, la preparación para
estos eventos fomentó la movilización a nivel nacional, y sus logros formales
han creado un marco simbólico que ha sido apropiado y desplegado en agen-
das locales. También es importante reconocer, sin embargo, que el acceso a
estos organismos es selectivo y que estas trayectorias también han reforzado la
“ongización” del activismo y asimetrías al interior de movimientos nacionales
(Álvarez et al., 2002).
En años recientes, el activismo también ha buscado incidir en organismos
a nivel regional. Entre sus logros en la Organización de Estados Americanos
cuentan la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar, y Erradicar
la Violencia contra la Mujer (o la Convención de Belem do Pará) de 1994, y
la aprobación unánime en 2008 de una resolución repudiando la violación de
derechos humanos en base a orientación sexual e identidad de género. A 2010,
la campaña para la aprobación de una Convención Interamericana de Derechos
Sexuales y Derechos Reproductivos ha organizado encuentros regionales para
discutir su contenido, contemplando la interseccionalidad de las sexualidades
con desigualdades de clase y étnico-raciales.
Pero si la distancia entre la ley y la práctica ya es grande a nivel nacional,
la que separa la vida cotidiana de estos organismos regionales es abismal. Son
contados los casos sobre derechos sexuales y reproductivos que han llegado a
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cabal et al., 2003).
Más allá de estos esfuerzos ante organismos intergubernamentales, ha habi-
do una movilización en torno a espacios extraoficiales como el Foro Mundial

40
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

Social. Buscando articular una política sexual con proyectos de globalización


alternativos, los activistas en estos espacios han resaltado la importancia de re-
conocer la diversidad de las diversidades y de articular luchas transversalmente
13
dentro de una crítica amplia al capitalismo y el neocolonialismo global.

Estado y sociedad civil: nuevos patrones de articulación

Respondiendo a dinámicas tanto nacionales como internacionales, sec-


tores de los movimientos por derechos sexuales en América Latina han
sido incorporados en las últimas décadas a la formulación e implementa-
ción de políticas públicas. Esta incorporación ha implicado la participación
de ONGs en asociaciones público-privadas con organismos estatales o in-
cluso con empresas privadas y organizaciones internacionales con el fin de
desarrollar proyectos dirigidos a determinadas poblaciones en un período
definido.
El gran ímpetu de este modelo de “red de políticas públicas” ha sido la
articulación de activistas con el sector salud, particularmente en cuestiones de
VIH/sida, aunque también en otras áreas.
En este sentido, el modelo forma parte de un proceso más amplio de me-
dicalización de la política sexual. Si el sector salud, por una parte, ha abierto
puertas, también ha conllevado a tendencias de despolitización (es decir, el
ocultamiento del carácter estructural e histórico de los problemas sociales) y
des-sexualización (es decir, el ocultamiento del carácter “sexuado” de determi-
nados problemas sociales, como el aborto o la violencia).
La incorporación de activistas en proyectos de salud podría entenderse
como una victoria, respondiendo a demandas históricas por la escucha e in-
clusión en espacios que en otro momento les eran cerrados. Pero también res-
ponde a la consolidación de una nueva gubernamentalidad –es decir, de una
nueva racionalidad o lógica en la regulación del comportamiento–, una guber-
namentalidad transnacional, cuyos efectos en el activismo no han sido neutros.
El aporte de activistas tiene que ver con su conocimiento especializado sobre
las poblaciones-objetivo de políticas públicas. El Banco Mundial lo explica de
esta manera: “La implementación de esfuerzos de control de VIH/sida y en-
fermedades de transmisión sexual entre ciertos grupos de alto riesgo puede ser
desarrollada más efectivamente por organizaciones sociales que han formulado
una relación de confianza con miembros de ciertos grupos de alto riesgo. Los
individuos-objetivo de las políticas frecuentemente pertenecen a segmentos de

13. Fernanda Sucupira, “FSM Caracas: Por um movimento GLBT ainda mais politizado”, Agen-
cia Carta Maior, January 26, 2006, http://agenciacartamaior.uol.com.br; “FSM: Conclusiones del
II Foro Social por la Diversidad Sexual.” 28 de febrero, 2005, http://movimientos.org.
41
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

la sociedad con quienes los gobiernos tienen poca experiencia. Las ONGs pue-
den aportar un conocimiento especializado para establecer credibilidad con las
14
poblaciones albo”.
La antropóloga social Jane Galvão (2000), con experiencia en el Programa
de Sida de Brasil, ha alertado sobre la “dictadura de los proyectos”. Galvão
resalta la creciente importancia de un paradigma basado en la salud pública que
busca intervenciones en los comportamientos de poblaciones específicas, prio-
rizando resultados cuantificables que pueden ser evaluados, por ejemplo, en la
determinación de fondos futuros, por encima de un paradigma que prioriza la
acción cultural y política, cuyos resultados son menos cuantificables. El prime-
ro, en efecto, reproduce el individualismo abstracto de la teoría económica y
política liberal, contemplando a los individuos-objetivo de las políticas como
consumidores libres para escoger prácticas sexuales en un mercado de ideas e
información. Tal reducción de cuestiones sexuales a puras cuestiones de salud,
aisladas de las otras dimensiones que las hacen fenómenos sociales y políticos,
es una operación ideológica que las sustrae de la estructura social de desigual-
dad (de clase, género, etc.) y de la historicidad que las explica y en las que es
pertinente actuar si se piensa en políticas públicas más allá de una “ingeniería
social fragmentaria”.
Un aspecto paralelo pero relacionado a estas tendencias es la transforma-
ción de sujetos sexuales en victimas sexuales y la reducción de demandas de
derechos a pedidos de reparación a víctimas. Con el eje centrado en la visión
negativa de los derechos sexuales, los sujetos son construidos víctimas de un
virus, de embarazos no buscados, de violencia, de desigualdades sociales y de
género, restando poco espacio para los proyectos colectivos e instalando la idea
de que los sujetos poderosos, que hablan y actúan públicamente, es decir los
sujetos políticos, son sospechosos. Cuanto más sexual una cuestión o un sujeto
parece ser, más político es en un sentido específico: como particular, interesa-
do, conflictivo. El desafío es cómo “sexualizar” y politizar las cuestiones y los
sujetos en una dirección democrática, en una dirección de justicia erótica.
Luego de los años setenta y la hegemonía del discurso de la liberación, la
comprensión de las posibilidades y limitaciones del discurso de salud pública
ha visto tres momentos. Primero, el amplio uso del discurso de la salud como
vehículo para la promoción de derechos sexuales. Segundo, el reconocimiento
del discurso de la salud como un obstáculo para la evolución de estos dere-
chos. Tercero, el cuestionamiento del lenguaje tanto de salud como de derechos
como formas de despolitizar las prácticas relativas a las sexualidades, reco-

14. “Brazil: Third AIDS and STD Control Project”, Project Information Document PID11512,
World Bank, November 15, 2002.
42
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

nocidas ahora como inherentemente conflictivas e irreducibles a lo racional,


lo público y lo normativo. Tanto conceptualmente como en la práctica, estos
avances han revelado paulatinamente las limitaciones y contradicciones del dis-
curso de salud pública y las formas en que puede obliterar el avance, diversifi-
cación y profundización de los derechos sexuales. En el ámbito de las políticas,
las cuestiones sexuales se volvieron manejables para la toma de decisiones y la
intervención. En el ámbito de los derechos, procesos similares de construcción
(framing) también condujeron a formas de despolitización. Como resultado, la
sexualidad permanece escondida detrás de lenguajes que inherentemente vio-
lentan su lógica: los lenguajes de las políticas de salud tanto como el lenguaje de
los derechos formales, positivos y garantizados por el Estado. Estos lenguajes
liberales suponen sujetos identificables y estables, y la posibilidad de disponer
(la “propiedad”) del propio cuerpo, en contradicción con prácticas alternativas
que son más sustantivas, fluidas y borrosas.
La noción de justicia erótica ha sido avanzada para trascender estos límites.
Según la activista y teórica feminista Sonia Corrêa (2007: 12), el reto ahora es
consolidar a los derechos sexuales como fundamento para la “justicia eróti-
ca”, un concepto que avala principios de placer, auto-realización y deleite en
la sexualidad; consentimiento en las prácticas sexuales; y un clima público que
restringe la violencia, el estigma, y la discriminación. La justicia erótica, argu-
menta la autora, debería tener la misma legitimidad política que los principios
de justicia social y justicia de género. La noción provee de un discurso político
potente a actores que plantean reivindicaciones en la esfera pública, pero es
menos útil como guía para la política institucional y las políticas públicas. Tra-
ducir principios de justicia erótica en leyes y políticas es más difícil que hacerlo
en los casos de la justicia social o de género. ¿Cuál debería ser el papel del Es-
tado en respetar, cumplir y promover la justicia erótica (García y Parker, 2006)?
¿Qué medidas y políticas pueden reclamar los movimientos sociales? ¿Quiénes
deben dar respuestas (ser accountable), y respecto de qué? ¿Cuál es la conexión
entre justicia social y justicia erótica?
La politización presupone el reconocimiento de los conflictos inherentes a
un particular momento histórico y estructura social. Además, la politización es
un proceso por el cual las experiencias aisladas e individuales se inscriben en el
marco de una experiencia colectiva más amplia, reconociendo a las cuestiones
sexuales no solamente como destinos individuales, sino como construidas por
conflictos intrínsecos a una estructura de relaciones sociales desiguales e injus-
tas en un momento histórico particular.
En contraste, el proceso de despolitización implica el ocultamiento o se-
cuestro del carácter político, estructural e histórico de relaciones y prácticas
específicas. La des-politización puede tomar diversas formas, entre ellas la vic-

43
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

timización, la medicalización y la judicialización. La victimización (o victimis-


mo) presupone que los individuos y grupos merecen ser escuchados en sus
reclamos sólo como víctimas de injusticias, y no como plenos sujetos de dere-
chos. La medicalización supone que los problemas sociales se construyen y re-
suelven objetivamente por la intervención de los médicos y el sistema médico.
La judicialización se refiere a la noción de que los reclamos deben ser llevados
ante los jueces en casos individuales, y que las injusticias deberían resolverse
en términos de reparaciones individuales. Estos tres mecanismos permitieron
avances en derechos sexuales, dieron reparaciones individuales y mejoraron la
posición relativa de grupos subalternos, pero al precio de la fragmentación y
competencia entre grupos. Estimularon la competencia entre “víctimas”, una
competencia perversa cuyas características son consistentes con los actuales
procesos de desarticulación social y con las dinámicas políticas neoliberales
(Pecheny, 2004).

IV. Reflexiones finales

Cuando hablamos de sexualidad y políticas públicas, surgen problemas deri-


vados de la naturaleza instrumental de estas últimas. Reducir la sexualidad a un
aspecto particular o a otro tipo de prácticas o relaciones; aislar la sexualidad de
sus relaciones y estructuras sociales constitutivas, es decir el género y el poder;
y no reconocer la sexualidad como un medio y un fin del poder (conservador)
son, como insistiera Petchesky, peligros recurrentes. La objetivación, reduc-
ción y clasificaciones de las prácticas relativas a las sexualidades son ineficaces
(si no violentas) cuando pensamos, por ejemplo, en políticas de sida (Ayres,
2002; Paiva, 2003, 2006). La objetivación y reducción de las prácticas y sujetos
sociales son requisitos de toda intervención social, independientemente de sus
intenciones y contenidos. Cuando las políticas apuntan al ámbito sexual, no
sólo los implementadores religiosos conservadores ejercen violencia sobre la
(in-objetivable) sexualidad, sino también lo hacen los implementadores con
perspectivas de salud pública y derechos humanos.
En relación con la sexualidad, las limitaciones de las políticas no pueden
explicarse solamente por las intenciones de los decisores o implementadores
de políticas, sino por la forma instrumental de toda política pública. La cons-
trucción de la sexualidad como objeto de política pública es en este sentido
uno entre múltiples procesos de objetivación de las prácticas relativas a las
sexualidades.
El contexto de instauración y consolidación –aun precaria– del estado de
derecho y el lenguaje de derechos humanos favoreció la agenda regional en

44
Sexualidades y políticas en América Latina: el matrimonio igualitario...

materia de sexualidad y, valga la redundancia, de derechos sexuales. Ahora bien,


quizá el principal reto para la democracia en América Latina hoy no es tan
nuevo, y es hacerla valer para la mayoría de las personas. Notando que en 2003,
225 millones de personas en la región vivían en condiciones de pobreza, un
reporte del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) resaltó
la creciente desafección de la ciudadanía en muchos países con sus gobiernos
e incluso con la democracia electoral, atribuyéndolo a las profundas desigual-
dades sociales, a un crecimiento económico lento y desparejo, y a la falta de
efectividad de servicios sociales y sistemas legales (Hagopian, 2005).
Para algunos actores nacionales e internacionales –incluyendo agencias fi-
nanciadoras– la respuesta a este dilema se encuentra en el papel de “control
social” que puede jugar la sociedad civil. Es decir, que la sociedad civil ejerza
un monitoreo al estado –demandando transparencia y rendición de cuentas– y
en algunos casos participe en la formulación e implementación de políticas
públicas. La esperanza es que este tipo de control social, en efecto, reestructure
y refuerce la esfera pública y mejore la calidad de la gobernabilidad democráti-
ca (Avritzer, 2002). No cabe duda de que en algunos casos la movilización de
organizaciones y grupos sociales –en articulación con agencias estatales e in-
ternacionales, partidos, académicos, financiadoras, y otros actores– ha logrado
avances importantes en las políticas públicas y la legislación. Pero este papel
también conlleva ciertos riesgos, incluyendo la tecnocratización de los movi-
mientos sociales a través de la mencionada “dictadura de los proyectos”, la
reorientación de las prioridades subjetivas en función de las agendas externas,
y la erosión del papel verdaderamente crítico de la esfera pública por la depen-
dencia económica y política que pueden implicar tales articulaciones.
El texto que aquí concluye no ha pretendido listar la totalidad de cuestiones
que cruzan política y sexualidad ni describir cerradamente las tendencias polí-
ticas sobre sexualidad en la región, sino señalar algunos nudos problemáticos
que permitan avanzar en una discusión a la vez teórica y política, discusión que
no ha hecho sino complejizarse en estos años dificultosos, pero desafiantes, de
la diversa América Latina.
Los capítulos de este libro describen y analizan procesos y consecuencias
de la aprobación del matrimonio igualitario en la Argentina. No hace falta,
creemos, explicitar a quien lee estas páginas cómo se insertan tales procesos
y consecuencias en el panorama que acabamos de reseñar. No obstante, nos
parece conveniente insistir en dos aspectos: por un lado, el reconocimiento de
las dificultades políticas que representa para nuestro orden social y político la
separación entre sexualidad y reproducción; por el otro, la vigencia cultural,
social y sobre todo política de la heteronormatividad.

45
Mario Pecheny y Rafael de la Dehesa

Reconocer que la sexualidad tiene un valor intrínseco, independientemente


de sus consecuencias reproductivas, es un proceso “civilizatorio” en curso no
exento de profundos conflictos difíciles de canalizar por las vías institucionales
de la democracia política. Dos son los “núcleos duros” de tal reconocimien-
to: las relaciones sexuales (eróticas, afectivas y también familiares, sociales e
institucionales) no heterosexuales, que separan por definición sexualidad y re-
producción. En este sentido, la aprobación del matrimonio para parejas homo-
sexuales es un paso en tal reconocimiento, probablemente un paso crucial. El
otro núcleo duro del reconocimiento de la separación entre sexualidad y repro-
ducción, es la legalización del aborto, prueba contundente de una voluntad no-
reproductiva en relación con la sexualidad. Pero esa es otra historia, otra deuda
pendiente de la agenda de políticas sexuales en Argentina y en América Latina.

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58
Los peregrinos a la ley
Una tipología sobre discursos de expertos, jueces
y legisladores en torno a las demandas LGTB
y al matrimonio igualitario
Ernesto Meccia*

M i objetivo es presentar en forma de “tipos ideales” cuatro discursos sobre


las demandas lesbiana-gay-trans-bisexual (LGTB) –en particular, la del
matrimonio igualitario– sustentados por expertos no-estatales y actores polí-
ticos estatales de Argentina, desde la reapertura democrática de 1983 y hasta
la sanción del matrimonio igualitario en 2010. Si bien haré algunas precisiones
temporales, las mismas no deben ser tomadas como indicativas de un sentido
cronológico, ya que veremos cómo aún hoy se pueden encontrar elementos de
cada uno de los discursos en las intervenciones políticas.
Todos los discursos, más allá de las representaciones distintivas con que vi-
sualizan la cuestión LGTB y el matrimonio igualitario, hacen uso de un mismo
concepto: la tolerancia, y lo hacen otorgándole significados y alcances distintos.
Por eso, a medida que presento cada discurso, me detendré especialmente a
resaltar el lugar ocupado por ella. Previo a ello, ofreceré algunas referencias
conceptuales provenientes de la filosofía política que tensionan la compatibili-
dad de la tolerancia con la política de la diferencia.
Como última aclaración: los discursos que presentaré –en tanto tipos “idea-
les”– son sólo “herramientas” para analizar los discursos “reales” sobre la
cuestión LGTB y el matrimonio igualitario que –por definición– son distintos
de ellos o –por lo menos– no son exactamente iguales. Así, los tipos ideales
no constituyen una “exposición” de la realidad (aunque pueden ayudarnos a
realizarla) ni tampoco representan una “hipótesis” sobre la realidad (aunque
pueden ayudarnos a formularnos algunas). Sin dudas que los discursos de cada
experto, legislador o juez contienen –la mayoría de las veces– elementos cru-

* Sociólogo, Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional del Litoral.


59
Ernesto Meccia

zados de varios discursos. En este sentido, la utilidad del método del tipo ideal
consiste en que puedan “especificarse” las características de cada discurso real
luego de la comparación con cada discurso del tipo ideal (Weber, 1993).

La tolerancia como “cosa buena”

Los promotores de la tolerancia sostienen que toda estrategia de promoción


humana puede desarrollarse en un contexto jurídico, político y social que la
garantice, en el sentido de que si primero hay tolerancia, posteriormente todo
lo humanamente deseable se vuelve hacedero. Michael Walzer es uno de los in-
telectuales contemporáneos más renombrados que se inclina por la promoción
de la tolerancia entendiendo que es la única política que toma de modo serio
y realista la existencia de la diversidad cultural, en un sentido amplio. Walter
define la tolerancia como un conjunto de actitudes y prácticas que posibilitan
la “coexistencia pacífica” (1998) en una misma sociedad de grupos de distin-
ta filiación cultural. Este resultado hace que sea –intrínsecamente– una “cosa
buena” (1998: 16). Pero, al mismo tiempo, lamenta que el pensamiento posmo-
derno “con frecuencia la subestime como si [la tolerancia] fuera lo menos que
podríamos hacer por nuestros conciudadanos, la mínima expresión de aquello
a lo que tienen derecho” (Walzer, 1988: 13).
Para este razonamiento –entonces– no corresponde afirmar de un posmo-
derno que sea un tolerante. Esta cualidad tiene que ser aplicada a otra clase de
personas. Para llegar a identificarlas Walzer imagina un conjunto de situaciones
en las que se puede decir que es válido hablar de la práctica de la tolerancia con
excepción de la última, en la que es válido referirse a un ánimo multiculturalista
o diferencialista, que por definición –repetimos– califica de posmoderno.
Primero –argumenta Walzer– podemos hacer un poco de memoria. Desde
hace mucho tiempo la historia nos muestra un mismo escenario: en un mismo
territorio existen religiones rivales con convicciones éticas irreductibles. Esta
circunstancia, que fue propia de los orígenes de la tolerancia en la reflexión
filosófica y la práctica política lleva a una “aceptación resignada” (Walzer, 1998:
25) de las diferencias culturales para mantener la paz: “Durante años y años los
pueblos se han matado unos a otros y, por suerte, finalmente se inició cierto
agotamiento: a esto le llamamos tolerancia” (Walzer, 1998: 25). En una segun-
da situación, tenemos que imaginar a una sociedad que adopta el lema “toma
todos los tipos y variantes de cosas para hacer un mundo”; esa sociedad está
reconociendo con madurez que es infantil y poco civilizado tener la esperanza
de que todo el mundo sea igual a uno mismo. En este caso no se tiene una
aceptación a regañadientes de lo diverso como en la situación anterior, sino
una especie de actitud prudente y relajada “...indiferentemente positiva ante la

60
Los peregrinos de la ley

diferencia” (Walzer, 1998: 25); aunque debe advertirse de inmediato que dife-
rencia “está” pero no es promovida por esta actitud, que es también una actitud
de tolerancia. En la tercera situación, la mayoría de los habitantes del lugar X
tienen la convicción de que las minorías o los recién llegados tienen todo el
derecho a ejercer sus derechos, independientemente de que no les agrade la
forma en que lo hacen y de que su modo de vida, en términos generales, no les
parezca paradigmático desde un punto de vista normativo. Hay que abstraerse
de reputar y/o actuar en contra de todo lo que no agrade a la mayoría, poner
un velo de ignorancia sobre ello, hasta olvidar lo desagradable si es posible,
porque existen cuestiones “de principios de no intromisión” que vale la pena
respetar en una sociedad civilizada. Esta es otra forma de tolerancia y la misma
es posible gracias al “estoicismo moral” de las mayorías (Walzer, 1998: 26). Por
último, existe una cuarta situación sustantivamente diferente que marca el fin
de la posibilidad de aplicar el concepto de la “tolerancia”. Si en una sociedad
nos encontramos con la actitud permanente de dar cabida a la diferencia y/o de
promoverla, no podrá decirse de ella que sea tolerante. Esa sociedad tiene un
ánimo multiculturalista o diferencialista; y por lo tanto, queda fuera del estudio
de la práctica de la tolerancia: “Y, aún más lejos en esa gama, nos encontramos
con la admisión entusiasta de la diferencia, bien sea una aprobación estética, si
la diferencia se toma como expresión cultural de la amplitud y diversidad de la
creación divina o del mundo natural; o bien una aprobación funcional, como
sucede con la defensa liberal del multiculturalismo, si se considera que la dife-
rencia es una condición necesaria del pleno desarrollo humano, un desarrollo
que ofrece individualmente a hombres y mujeres las diversas opciones que
hacen significativa su autonomía. Quizás esta última actitud quede fuera de mi
investigación: ¿cómo se puede decir que tolero lo que apruebo? Si quiero que
los otros estén aquí, en esta sociedad, entre nosotros, entonces no es que tolere
la otredad sino que la defiendo” (Walzer, 1998: 26).
Entonces: ¿de quiénes corresponde decir que son tolerantes? Para Walzer,
son tolerantes todas aquellas sociedades o personas que “admiten un espacio
para quienes tienen ciertas creencias que ellos no adoptan, para quienes reali-
zan determinadas prácticas que ellos no quieren imitar; con todo lo amplia que
sea su aprobación de la presencia de otros en el mundo” (Walzer, 1998: 26). En
otras palabras, son tolerantes aquellas personas que “coexisten con otros que
siguen siendo algo diferente a lo que ellos conocen, algo extraño y lejano. De
todas las personas que sean capaces de hacer eso, diré que poseen la virtud de
la tolerancia” (Walzer, 1998: 26).
Notemos cómo en las tres primeras situaciones la práctica de la tolerancia
posee un halo negativo, en el sentido que entiende la negatividad el liberalismo
político clásico: esta negatividad está en el origen de los famosos “derechos

61
Ernesto Meccia

negativos” (de asociación, de expresión) que han plasmado en muchos textos


constitucionales, incluido el de nuestro país. Así, la tolerancia permitiría la no
intromisión del Estado en la vida de los individuos y de los grupos minorita-
rios bajo el siguiente recetario de deberes y derechos: el deber de un Estado
tolerante es mantener la neutralidad valorativa, derivado de otro deber que es
el de hacer abstracción de las distintas concepciones culturales que existan en
la sociedad que le toque gobernar; en contrapartida, los tolerados tienen el
derecho a ejercer negativamente un conjunto de derechos, derechos que tienen
que entender como correlativos al deber de no reclamarle al Estado que les dé
algo más, porque esa cesión implicaría la ruptura de la neutralidad valorativa
que –justamente– está en el origen de los derechos que poseen.
A continuación, presentaremos cuatro discursos sobre la cuestión LGTB y
sus reclamos, elaborados por distintos actores político-estatales y no-estatales,
tratando de ver qué especial tonalidad dan a la práctica de la tolerancia.

Discurso del desconocimiento

Es el de la Iglesia Católica (y de otras religiones de Argentina, tanto tradi-


cionales como nuevas), reacio al liberalismo político y a las intervenciones del
Estado en materia sexual. Este discurso entiende como antinatural a la sexua-
lidad alejada de la procreación. Distingue la “tendencia” (innata) a la homose-
xualidad de los “actos” homosexuales, siendo la primera digna de tolerancia
y los segundos un “pecado” ya que implican una elección que puede evitarse.
Asimismo, exhorta a los legisladores católicos a que nunca reconozcan las ini-
ciativas de ciudadanía no-heterosexual, debido a que “se asocian a un orden
objetivamente desordenado” (Congregación, 2003). Desde esta objetividad,
entiende, “desde la razón iluminada por la fe”, que “puede que los homosexua-
les no sean culpables” de lo que les pasa, pero que esto no los autoriza a hacer
“ni ostentaciones, ni proselitismo, ni a pedir personería jurídica”. Porque si ese
fuera el caso “los alcohólicos” podrían hacer lo mismo. En este marco, “las
instituciones tienen derecho a limitar con justas discriminaciones a lo que es
dañino para la sociedad” (Monseñor Musto, 1993).
Ante la sexualización y generización de la agenda política, este discurso
oscila entre exhortar al Estado para que no acepte la transferencia indebida de
los asuntos sexuales e intimarlo a los gritos a que los combata. Generalmente
opta por lo último, haciendo hincapié en la idea de que existe un lobby gay que
–además de presionar a los políticos– siembra la confusión conceptual por to-
das partes, en particular, con relación a la tolerancia. Ante ello, hay que “desen-
mascarar el uso instrumental o ideológico que se puede hacer de esa tolerancia;
afirmar claramente el carácter inmoral de este tipo de uniones [las uniones civi-

62
Los peregrinos de la ley

les]; recordar al Estado la necesidad de contener el fenómeno dentro de límites


que no pongan en peligro el tejido de la moralidad pública y, sobre todo, que no
expongan a las nuevas generaciones a una concepción errónea de la sexualidad
y del matrimonio, que las dejaría indefensas y contribuiría, además, a la difusión
del fenómeno mismo. A quienes, a partir de esta tolerancia, quieren proceder
a la legitimación de derechos específicos para las personas homosexuales con-
vivientes, es necesario recordar que la tolerancia del mal es muy diferente a su
aprobación o legalización” (Congregación, 2003).
En el uso de la tolerancia que hace el discurso del desconocimiento es evi-
dente que no podemos encontrar ninguna de las situaciones imaginadas por
Walzer más arriba. Ni se aceptan resignadamente las diferencias, ni hay estoi-
cismo moral para soportarlas, pero mucho menos indiferencia. Este uso de
la tolerancia sigue demostrando siglos después el encarnizado enfrentamiento
ideológico del Catolicismo con el Liberalismo. Nótese, no sólo la negativa de
poner un velo de abstracción sobre las diferencias culturales, sino también la
asociación directa de los objetos de la tolerancia (en este caso la diversidad
sexual) con el orden del mal. Es el discurso en el que más cerca se encuentran la
tolerancia de la intolerancia, porque imagina a la sociedad como un organismo
siempre enfermo de liberalismo, agente que ha sido el responsable de la intro-
ducción de elementos extraños ante los cuales el organismo tiene que reaccio-
nar a través de la intervención del Estado. En realidad habría que decir, para
esta cosmovisión, el deber del Estado es dar muestras de intolerancia, como
la única forma de “contener el fenómeno dentro de los límites que pongan en
peligro el tejido de la moralidad pública”, es decir, desconocer el deber previo
de la neutralidad valorativa en todos los campos de la vida social: el único
medio para garantizar la concreción de la teo-socio-dicea. En consecuencia,
quedan literalmente coartados los derechos de los tolerados (hasta los derechos
negativos), siendo un enigma por qué si este discurso considera que la tenden-
cia a la no-heterosexualidad es “innata” (es decir, inevitable) no la trata como
algo moralmente neutro, en todo caso meritorio de piedad y compasión (como
puede leerse en algunos documentos) y no como acreedora de una política de
culpa, castigo y estigmatización (Sullivan, 1995).
En nuestro país, fue un discurso emblemático durante los últimos años ‘80
y los ‘90. Como lo ha demostrado la sanción del matrimonio igualitario, este
discurso, además de las incoherencias señaladas, tiene que enfrentar en el pre-
sente tres adversarios: un clima cultural que ensalza las elecciones individuales,
la cabida positiva que la mayoría de los medios de comunicación han dado al
tema de la diversidad sexual, y, sobre todo, los efectos de relativa autonomía
decisoria respecto de la institución eclesial que más de 25 años de democracia
han dejado sobre un amplio sector de la clase política.

63
Ernesto Meccia

Cuando llegó el momento del tratamiento del matrimonio igualitario, el


discurso del desconocimiento volvió a presentarse ante la sociedad, con las
mismas características de siempre: señalando los excesos de la tolerancia, re-
marcando nociones del mal y exhortando a legisladores y políticos a no alentar
confusiones conceptuales en el seno de la sociedad, cuando el orden natural
habla a las claras por sí mismo. Así, podemos leer: “Al respecto del debate
sobre el supuesto matrimonio entre homosexuales […] el culto a la toleran-
cia propone la búsqueda de una pretendida convivencia pacífica del error y la
verdad, de lo feo y lo bello, de lo malo y de lo bueno, de los comportamien-
tos antinaturales y los naturales. En el tema que nos ocupa, verdad equivale a
naturaleza, mientras que error equivale a contranaturaleza. ¿Advertimos que
nos están pidiendo que toleremos entonces, junto al modelo natural y recto,
las uniones entre invertidos? La tolerancia de estas conductas parece poco:
no obstante, hay una verdadera trampa. ¿En qué consiste? En esto: cuando
quienes se comportan conforme a la naturaleza toleran los comportamientos
perversos y desordenados, la primera opción –la buena– no puede sino ir per-
diendo su carácter exclusivo y volverse ‘una alternativa más’ y no ‘la alternativa’
a la hora de descubrir el verdadero sentido, origen y finalidad de la sexualidad
humana. El INADI se dedica a condenar a aquellas acciones que señala como
‘discriminatorias’. Pero hagamos una aclaración importantísima. Nuestro cami-
no para oponernos frontalmente al INADI pasará por restaurar el hábito noble
y diferenciador de las palabras. No es el caso demostrar que el Orden Natural
no es discriminatorio: el caso es demostrar que no toda discriminación es, en
sí misma, injusta. El caso es demostrar que aquellos que defienden y fomentan
la ideología de la no discriminación, están interesados –por lo mismo– en que
no haya luz, porque sus obras son malas. Si lograran hacernos creer que no hay
línea divisoria entre la naturaleza y la contranaturaleza, entonces ‘tendrían de-
recho’ a hacer de sus vidas lo que se les antoje. Así las cosas, nos preguntamos:
¿qué hay detrás de la ideología de la no discriminación? ¿Qué es lo que se ma-
nifiesta y qué lo que se oculta en esta pretensión? El odio a la luz. La luz distin-
gue. La luz marca el límite, marca la definición. Es necesario predicar la buena,
sana y santa intolerancia de la verdad para con el error” Juan Carlos Monedero (h)
(http://panoramacatolico.info/articulo/la-ideologia-de-la-no-discriminacion).
Lo que el discurso del desconocimiento teme del ideario de la tolerancia
es la imaginada posibilidad de que se extienda indiscriminadamente una idea
de igualdad social. Y para este discurso, hay igualdades e igualdades: una cosa
es hablar de “igualdad social” en el sentido económico-social del término, o
igualdad en el acceso a la educación, o igualdad ante Dios, pero esa noción
no es trasladable a las cuestiones de sexualidad y género. Este fue uno de los

64
Los peregrinos de la ley

principales argumentos que sostuvieron las Iglesias tradicionales en tiempos


del debate y la sanción del matrimonio igualitario.
¿Quiénes son “iguales”? Iguales son los iguales. El macabro aserto quiere
decir lo siguiente: que lo que hace iguales o diferentes a las personas es su
sexualidad y que, en consecuencia, cualquier ley –que debe regir para todos los
iguales por igual– debe estar lógicamente relacionada con “eso” que los hace
iguales. Esto es lo que ellos entienden como “igualdad fáctica”, es decir: iguales
son los heterosexuales entre sí, tanto como los homosexuales entre sí, mas no
los heterosexuales y los homosexuales entre sí.
Con semejantes premisas, desaparece lo “humano” como atributo básico
para la igualdad –en contradicción estentórea con los Libros Sagrados– y emer-
ge “eso”, que es la “sexualidad”. Fijémonos en las consecuencias de este idea-
rio: si lo “humano” igualaría a través de las diferencias sexuales, la “sexualidad”
separaría a lo(s) “humano(s)” en algo así como distintas castas, a cada una de
las cuales correspondería una ley. La conclusión la tenemos a la vista: en reali-
dad, hacen falta leyes distintas porque –para la Iglesia Católica– si nos ponemos
a hablar de sexualidad, la igualdad es una quimera.
Como diría el sociólogo americano Erving Goffman (2006), el “marco” o
el “esquema maestro” de este ideario es el heterosexismo, que comprende a la
vida en sociedad a través del dualismo “hombre-mujer”, tanto anatómica como
psicológicamente. De esto trata el famoso “orden natural” que, de tan natural
que es, no puede ser justiciable mediante la invención de leyes igualitarias om-
nicomprensivas: si Dios dispuso este orden y le dio inteligencia a sus criaturas,
entonces éstas no podrían ir razonablemente en contra de él. Las personas que
diseñarían esas leyes contrarias a la ley natural no estarían obrando honesta-
mente, estarían “encantando a la sociedad con sofismas que confunden y enga-
ñan a otras personas de buena voluntad”, serían genios malignos que “quieren
destruir el plan de Dios” (Monseñor Jorge Bergoglio), o estarían inventando
una “norma positiva que vulnera una realidad de orden natural” (Monseñor
Héctor Aguer).
El discurso del desconocimiento sufrió una derrota sin precedentes de la
que no podrá recuperarse. No obstante, antes como ahora, sabe solaparse en
otro discurso que se le parece en varios aspectos, el discurso conservador, el
cual, sin apelar a las terribles ofensas que usara el discurso del desconocimien-
to, insiste en la idea de la “igualdad entre iguales”, aunque entiende la tolerancia
de otra forma.

65
Ernesto Meccia

Discurso conservador

El discurso conservador enaltece el conjunto de valores colectivos que via-


bilizarían la cohesión social y hace una valoración perenne de la autocompren-
sión heterosexista del mundo, vertebrado –obviamente– en torno a la familia
tradicional. Aprecia gran parte del legado liberal, en particular, la distinción de
las esferas pública y privada, el derecho de asociación, la integridad individual y
el respecto hacia colectividades minoritarias cuyos valores pueden convivir con
los macro-valores sin contradecirlos. Pero sospecha de otras zonas del liberalis-
mo: estima que no todas las elecciones de los individuos tienen consecuencias
beneficiosas para la sociedad; por eso, si se les presta atención legislativa se
podría dañar el sentido heterosexista. Es en esa circunstancia cuando el dis-
curso conservador se desnuda. A diferencia del discurso del desconocimiento,
se rehúsa a hablar de “enfermedades” o “perversiones” de las personas no-he-
terosexuales; al contrario, les reconoce características distintivas. El foco de la
inquietud son los intentos de plasmar indiscriminadamente todo lo distintivo-
privado en los dominios de la ley pública: “La homosexualidad no incapacita
al ciudadano para desempeñarse en la vida como cualquier ciudadano, excepto
para pretender formar una unión legal semejante al matrimonio. La igualdad
ante la ley reclama iguales derechos frente a hechos semejantes, siempre que las
personas se encuentren en idénticas circunstancias y condiciones” (legisladora
por la Ciudad López de Castro, 2002).
Si hay algo que siempre pregona el discurso conservador es que –si se ase-
guran los derechos negativos– el Estado tiene potestad para hacer acentuacio-
nes públicas de valor. Entonces, la programática se centraría, por un lado, en
fomentar la tolerancia privada impidiendo que el Estado sancione derechos
sustantivos que desplacen los límites de la comunidad y, por otro, en proponer
una incompatibilidad entre bienestar personal y bien común, si el primero no
es un derivado del segundo. En este marco puede interpretarse el principal
argumento de la Cámara de Apelaciones para negar la personería jurídica a
la asociación travesti Asociación Lucha por la Identidad Travesti-Transexual
(ALITT), en 2004: “ [los miembros de la asociación] no tienden al bien común,
sólo persiguen beneficios personales […], lo que no obsta para que se asocien
en procura de conseguir tales fines, sin necesidad de una protección especial
por parte del Estado, [es decir] sin que sea menester […] hacer participar a este
último de un emprendimiento que considera disvalioso para la totalidad”.
Hay que notar, a propósito de los colectivos lésbico-gay y travesti, que el
discurso conservador establece una serie estricta de condiciones para compati-
bilizar la tolerancia con los derechos negativos. Tanto a finales de la década de
los ‘80 como en los primeros años del nuevo siglo, los colectivos lésbico-gay y

66
Los peregrinos de la ley

travesti reclamaban la “personería jurídica”, un derecho negativo básico que,


sin embargo, el discurso conservador mostró en las dos ocasiones como in-
compatible con su concepción de tolerancia. Uno de los principales argumen-
tos era que, en realidad, el derecho de asociación ya estaba garantizado por el
solo hecho de que las dos asociaciones podían funcionar como “simple asocia-
ción”. El otorgamiento de la personería jurídica implicaba un peldaño superior
de índole moral cuyo otorgamiento legítimamente podía negar el Estado, ya
que las asociaciones con personería jurídica no solamente deben tener fines
que no atenten contra el bien común –“bien común que, según la terminología
aristotélica-tomista, es el estatal” (juez Barra, 1991), sino que, además, deben
colaborar directa y verificablemente con el mismo. Por eso, para el discurso
conservador, existen dos series de objetos sociales a tolerar, aquellos que exis-
ten dentro de lo que entiende por el bien (vg. la Sociedad Rural Argentina y
la Liga de Amas de Casa, entre otros) y los que existen fuera de él. Para los
últimos, lo único que tendría que garantizar el sistema político son los dere-
chos negativos más básicos de los derechos negativos básicos, como puede
colegirse de esta expresión del juez Rodolfo Barra: “…en la práctica, la
recurrente [en referencia a la CHA] ya existe como asociación […], ya goza
de los derechos constitucionales pertinentes [inclusive] se ha manifestado
públicamente a través, entre otras formas, de la aparición en programas de
televisión y de la publicación de solicitadas en medios gráficos, expresando
sus ideas y su valoración acerca de la homosexualidad sin ningún tipo de
limitación o censura que, por lo demás, no existe en nuestros país” (juez
Barra, 1991).
El efecto que produce en este discurso la sexualización no-heterosexual
de la agenda política es altamente perturbador, a un punto tal que comienza a
mostrar notables inconsistencias, como la de negar la personería jurídica a los
colectivos LGTB para evitar la equiparación de la organización social de sus
intereses que no son (y que no pueden ser) homologables a la organización
de otros intereses sociales y –al mismo tiempo– negar la existencia de prue-
bas fehacientes de que dicha falta de equiparación es un hecho; es decir, que
la misma argumentación primero reconoce lo que luego desconoce: “Por el
contrario, se trata de una opción valorativa hecha por la autoridad competente
[la Inspección General de Justicia negando el título jurídico reclamado por los
homosexuales], relativa a no asumir como propios, otorgándole la ‘calidad so-
cial’ que representa la autorización, a los fines emergentes del objeto social. Si,
en definitiva, el fin emergente del estatuto de la apelante es bregar por la equi-
paración jurídica y social de las personas homosexuales (falta de equiparación,
sobre la cual, además, no existe prueba alguna) resulta claro que la búsqueda
de la citada equiparación presupone cierta defensa pública de la condición de

67
Ernesto Meccia

homosexual, en tanto que aquella configura una forma de vida merecedora de


la misma valoración que las restantes” (juez Barra, 1991).
El discurso conservador no es similar al discurso del desconocimiento, aun-
que tanto se le parezca. Entiende que la insularidad valorativa es un denomina-
dor común de las sociedades modernas. Queremos decir que, por definición,
el conservador no lamenta algunos avances de la Modernidad, al contrario de
la Iglesia Católica, que la denosta sin atenuantes. Pero el discurso conservador
sí es reacio al insularismo, en especial, cuando se perfila (o al menos cuando
lo imagina) como una política de la diferencia. Previo a ello sabe guardar
silencio, se sume –como decía Walzer– en una “aceptación resignada” de las
diferencias, a las que soporta con el debido “estoicismo moral”. Pero para
este discurso hay diferencias y diferencias y no puede permanecer indiferente
ante todas ellas. Si a un conservador le tocara operar en un vasto archipié-
lago social y una isla tuviera una morfología notablemente diferente de las
demás, siempre hará lo posible por dinamitarla. Su modus operandi, a pesar de
lo incontestable de la morfología territorial que tenga ante sus ojos, será sacar
de la vista algunos de sus componentes debido a que la integridad del archi-
piélago no se alterará porque exista una isla menos, y menos aún se alterará
si su contextura contrasta con la textura general. Mejor será que a esa isla la
tape el mar.
Esta vocación anti-insular aparece racionalizada en el discurso de varias for-
mas. Primero, se podrá decir que, en realidad, no se trata de una caprichosa ne-
gativa de algún poder del Estado a reconocer ciertas comunidades. Los poderes
del Estado no harían más que obedecer a otros poderes del Estado ante los
cuales se habrían presentado previamente esas comunidades sin lograr llamar
la atención de los mismos. En este sentido, si algunos grupos son “perdidosos
en el terreno político” (juez Boggiano, 1991), como buenos perdedores, tienen
que saber aceptar la derrota. Segundo, se podrá decir que la derrota no implica
la pérdida de la guerra, que es solamente uno de sus capítulos y, dadas estas
condiciones, las comunidades perdidosas en el marco de un sistema democráti-
co, pueden iniciar legítimamente un peregrinaje para solicitar la atención de los
legisladores: si finalmente estos últimos les dan una ley, el resto del andamiaje
estatal tendrá que reacomodarse en consecuencia. Pero hasta ese entonces –
(deseosamente improbable en el discurso conservador)–, es decir, hasta que el
legislador no decida taxativamente que las comunidades de marras se enmarcan
en la dirección del bien común, los derechos deben negarse, y “con mayor ra-
zón [porque] si se insinúan dudas acerca de si una determinada entidad pudiera
servir o contrariar al bien común, tal duda no podría resolverse concediéndole
autorización con el designio de controlar mejor su actividad. Sería absurdo
razonar que en tales supuestos deba preferirse acordar la autorización para

68
Los peregrinos de la ley

ejercer una vigilancia más estricta. Si se procediera así, se estaría razonando en


sentido precisamente inverso al de la ley” (juez Nazareno, 1991).
Tal vez ahora tengamos todos los elementos para sostener que en el discur-
so conservador la tolerancia tiene un áurea negativa y muy condicional, y que
imagina sus operaciones políticas bajo una lógica de excepciones continuas para
incluir y para excluir del arco macro-comunitario porque, lejos de imaginar un
andamiaje institucional útil a la ampliación de la ciudadanía democrática, vive
pensando la política como una colisión de contenidos particulares contra un
imaginado valor social absoluto. Si bien es más amistoso con otras manifesta-
ciones de la diversidad cultural (como en Argentina lo ha venido demostrando
con las religiosas, tema en el que expresa una postura más cercana al liberalismo
en sus distintas versiones), la cuestión de la no-heterosexualización de la agen-
da política crispa sus nervios hasta el punto de dar a entender que la capacidad
de tolerancia ante alguna torsiones del humor cultural tiene un límite, más allá
del cual estaría la intolerancia para reasegurar la cohesión social amenazada:
“Una minoría tolerada requiere siempre una mayoría tolerante. Pero se podría
llegar a una situación en la cual tantas minorías reclamasen tolerancia que ya no
pueda haber mayoría alguna. La democracia requiere de un sustrato de valores
comunes. Y la desintegración de estos valores puede conducir a erosionar la
cohesión de la sociedad indispensable para su gobierno mismo. La permisivi-
dad que viene rechazada de la instancia anterior pudo razonablemente haberse
considerado como una fractura esencial de aquellos valores comunes, pues si
el abuso del poder lleva a la tiranía, el abuso de la libertad conduce a la disolu-
ción” (juez Boggiano, 1991).
En la actualidad, el discurso conservador subsiste, renovando sus argumen-
taciones en relación a las dimensiones de la problemática que van introducien-
do en la agenda las organizaciones LGTB, aunque –visto en perspectiva– debe
enfrentar otros discursos que le vienen quitando magisterio social. Natural-
mente, en los momentos del debate y la sanción del matrimonio igualitario
renació y volvió a presentarse en sociedad presentándole el argumento de la
“igualdad entre iguales”, es decir, el argumento de que la “igualdad fáctica”
(ser o no heterosexual) tiene preeminencia sobre la “igualdad jurídica”. Vea-
mos algunos ejemplos: “No soy creyente religioso y hago esta afirmación para
liberarme al inicio de que se pueda pensar en que alguna influencia confesional
pudo o puede tener mi pensamiento. […] Acá se ha invocado la necesidad
de defender principios de igualdad y en contra de la discriminación, y por el
contrario, se está generando la desigualdad en tanto se da igual tratamiento a
dos uniones distintas: a la de un hombre con una mujer y a la de personas del
mismo sexo. Además, se pretende equiparar dentro de un mismo significado
conceptual parejas intrínsecamente diferentes por imposibilidad física y natu-

69
Ernesto Meccia

ral. El Código Civil no discrimina, señor presidente, sino que establece requi-
sitos. Por ejemplo, establece que no pueden casarse el padre con el hijo, que
no pueden casarse menores de edad, que no pueden casarse entre hermanos.
Pero esto no significa discriminación” (diputado Favario, 2010). También de
“requisitos” nos habla la diputada Bertone (2010): “La heterosexualidad nece-
saria en la institución matrimonial en ninguna forma es superior o inferior a
otro tipo de uniones. Sostengo sencillamente que es distinta, y como diferente
debe así ser tratada en su aspecto normativo: con una legislación diferente.
[…] Pues bien, si la realidad social hoy nos plantea un escenario distinto,
con uniones entre personas de un mismo sexo que necesitan otro reconoci-
miento legal de su convivencia, estoy de acuerdo en que trabajemos en una
legislación especial para ese escenario, que la contemple adecuadamente, y
hablo desde la responsabilidad de haber planteado una alternativa que no
se consideró, perfectible si se quiere, pero alternativa al fin”. Por último,
la diputada Michetti (2010) manifiesta no tener inconvenientes en trabajar
legislativamente para que los tácticamente iguales tengan leyes hechas a su
medida, haciendo trizas –de nuevo– la noción de igualdad jurídica y reco-
nociendo sin pudores que el matrimonio debe ser monopolizado por la
heterosexualidad: “Quiero decir que estoy absolutamente convencida de lo
imprescindible que resulta respetar, reconocer y trabajar por los derechos
de los homosexuales y de las parejas homosexuales. En este sentido creo
que nuestro deber como legisladores nacionales, representantes de la socie-
dad, es actuar en consecuencia. Por eso hemos presentado una alternativa
de reconocimiento de los derechos civiles de las parejas del mismo sexo en
el dictamen de minoría”.

Discurso liberal abstencionista

Este discurso entiende al individuo como una entidad autónoma que –legí-
timamente– busca la realización de su bienestar personal. El bienestar implica
un conjunto de acciones que no debe valorar la autoridad, ya que serían eleccio-
nes de índole privado que, por otra parte, no reflejan la totalidad del individuo.
Si se respeta la preservación de las manifestaciones privadas de las personas
(distintivas y parciales) y, en el plano público, se respeta activamente todo lo
que tienen en común, la relación (es decir, la separación) entre cultura y política
estaría equilibrada, y el bien común estaría en marcha.
Fue un discurso que apareció en los inicios del proceso de politización
LGTB. Una vez lograda la personería jurídica de la CHA en 1991 –por ejem-
plo– se hacía notar que el Estado ya no tenía nada más que hacer: la garantía
del derecho negativo de asociación representaba el límite justo a su accionar;

70
Los peregrinos de la ley

desplazar esos límites implicaba una intervención excesiva en el tema puesto


que el Estado destrozaría la neutralidad valorativa que tenía que garantizar.
A diferencia del discurso conservador, que siempre tiene algo para decirle a
la sociedad, el discurso liberal abstencionista no quiere hablar de nada porque
el habla no-genérica destituye a un liberal que se precie de tal. El sujeto de este
discurso parece tener la esperanza de que una mano invisible tape la boca del
Estado y libere la de los sujetos para que digan lo que quieran en privado. Así
se fomentaría realmente la tolerancia, sin ninguna toma de partido que no sea la
de los propios individuos. Heredero del pensamiento que sostiene que el mejor
gobierno es el gobierno que gobierna menos, máxima que se eleva hasta el
infinito cuando se trata de cuestiones morales, el discurso liberal abstencionista
se desentiende de todo debate ético, y tiene por unidades de análisis individuos
que concibe como átomos sociales a los cuales –por definición– ninguna ads-
cripción comunitaria o grupal debería tener el poder de desdibujarlos como
individuos. Es el discurso que más promete respetar la división entre la esfera
privada y la pública, debiendo la tolerancia aplicarse sobre los contenidos de
la segunda.
Sin embargo, su renuencia a los debates éticos vía la tolerancia de las ac-
ciones privadas se le ha vuelto en contra: en efecto, de todos los discursos que
presentamos aquí, esta clase de liberalismo es el que más ha perdido terreno en
el antagonismo discursivo que une a las organizaciones LGTB y los poderes del
Estado porque le resulta prácticamente imposible redireccionar los debates que
se van suscitando al neutral y estéril terreno de las libertades genéricas negati-
vas de los individuos. Por su propia naturaleza silenciosa y abstencionista este
discurso está condenado a un bajo perfil, situación que contrasta notablemente
con el discurso del desconocimiento, con el discurso conservador y, como ve-
remos, con el discurso liberal de reconocimiento.
Pero debe notarse –a diferencia del discurso que presentaremos en un mo-
mento– que a su empecinado silencio neutralista respecto de los contenidos
de las distintas opciones de vida, en las últimas apariciones que tuvo (si bien
fueron pocas, en términos de “pureza” discursiva) ha contradicho sus propias
premisas conceptuales, hecho que –tal vez– haya desnudado su verdadera na-
turaleza práctica, tan adicta al statu quo político y cultural y –por transición– tan
lindante con el discurso conservador. Podemos presentar dos ejemplos extraí-
dos del debate de la sesión en la que se aprobó la Ley de Unión Civil de la
Ciudad de Buenos Aires. En un caso, antes de dar a conocer su voto negativo,
la legisladora Irene López de Castro hizo una fundamentación con elementos
conceptuales más prototípicos del imaginario liberal. Expresó: “El afecto no es
algo que al Estado le interese tutelar regulando o protegiendo […] [Al Estado]
no le interesa si el afecto dura un mes, un año u otro tiempo” (legisladora por

71
Ernesto Meccia

la Ciudad López de Castro, 2002). En otro momento del debate, la legisladora


María Lucila Colombo sostuvo: “Es preferible que Argentina continúe con
una tradición jurídica donde este tema está incluido en la consideración cons-
titucional como que las acciones privadas de las personas le pertenecen a su
privacidad y no son objeto de acción de los jueces” (legisladora por la Ciudad
Colombo, 2002).
En este sentido, el discurso liberal abstencionista se contradice en sus pro-
pios términos porque –en el caso de la Ley de Unión Civil, por ejemplo– bien
podría haber considerado como un indicador más de neutralidad valorativa
el hecho de que el Estado a través de esa ley haya incorporado otro objeto
de protección a la megacláusula del “igual trato”. Al no hacerlo, ha tomado
partido por otra clase de afecto: el de la familia heterosexual, siendo evidente
que si una clase de afecto merece tutela del Estado y otra no es porque desde
el mismo Estado se dictamina sobre el valor de contenidos y valores. Como
complemento importante, el exilio en la esfera privada de las uniones civiles
proviene de otro fuerte razonamiento de este discurso: las sexualidades LGTB
habitan el dominio de los “estilos de vida” (dominio que no habita la sexuali-
dad heterosexual). En rigor, es en relación a un estilo de vida hecho a fuerza
de pura libertad –superfluo, pero digno de todos los respetos previstos por los
derechos negativos prometidos por la tolerancia– que no debe tomar partido
el Estado. En esto pareciera pensar el legislador Julio Crespo Campos cuando
afirmó en el debate referido que “La ley social, entonces adopta una posición
de neutralidad y de respeto ante conductas sexuales que por su cierta estabi-
lidad pueden denominarse como uniones sexuales libres. De manera alguna
pueden establecerse derechos-deberes recíprocos propios del derecho familiar
matrimonial, sin desnaturalizar la misma unión de hecho. Establecer recaudos
legales o administrativos o jurisdiccionales para el surgimiento de una unión
de hecho heterosexual u homosexual, es herir de muerte la esencia de libertad
que caracteriza las mismas” (legislador por la Ciudad Crespo Campos, 2002).
A diferencia de la sexualidad heterosexualidad, las representaciones del
discurso liberal abstencionista sobre las sexualidades LGTB parecieran querer
proteger las “libertades más libres” que tienen estas personas, pero este razo-
namiento es inseparable de otro razonamiento que se niega a redefinir esos
vínculos en su doble carácter simultáneo de público y privado: aquí, lo íntimo
no puede ser político, al contrario, las libertades íntimas son privadas y sacro-
santas, deben ser vividas con tranquilidad. Y éste –justamente– es el marco que
sólo puede posibilitar la tolerancia. Que nada ni nadie intervenga en lo que se
considera “privado”, no importa qué suceda allí: el liberal abstencionista se
queda tranquilo solamente con saber que existen personas “protegidas” de las
potenciales tiranías de las mayorías. El problema es que no llega a plantearse

72
Los peregrinos de la ley

que –tantas veces– la forma en que se configura lo privado es consecuencia de


la forma en que se configura lo público. Pero –como sugerimos– este discurso
siempre preferirá ni hablar ni polemizar, solamente querrá garantizar derechos
negativos a ojos cerrados.
Una buena pregunta podría ser cómo puede hacer un liberal abstencionista
para creer que cree en esta falacia para la convivencia social. Para responderla
tal vez sea preciso recordar a un transeúnte distraído que camina por las calles
de la ciudad, y que, a contrapelo de sus planes de paseo placentero, se cruza
por doquier con personas necesitadas de ayuda (pobres, homeless) que cortan su
distracción. Al darse cuenta que algo extraño sucede a su alrededor, el distraído
gira imperceptiblemente sus ojos y registra estas presencias a medida que las
ve (o recién se atreve a mirarlos después de pasar delante de ellos, girando el
cuello), pero de inmediato encuadra nuevamente la vista en el horizonte para
reencontrarse con el tono medio urbano que tanto lo tranquiliza. “Si te he
visto, no me acuerdo” se dirá a sí mismo involuntariamente y a regañadientes
–porque cree de sí mismo que es sensible– mientras recupera la leve sonrisa
con la que había comenzado la caminata. La indiferencia es el gran antídoto
contra la mala conciencia del liberal distraído. Después de todo (o antes que
nada) él sabe que no tiene “deberes” con las personas que desentonan de la
coloración media, ellas solamente le dan la posibilidad de ejercitar la “virtud”
de tolerarlos.

Discurso liberal de reconocimiento

Existe otro discurso liberal muy distinto y de mucha importancia para en-
tender los avances que existen. Apareció tímidamente en 1991 en el voto de
minoría de los jueces Santiago Petracchi y Carlos Fayt en el fallo que negó la
personería jurídica a la CHA, luego en varias intervenciones a favor de la Ley
de Unión Civil en 2002, en el fallo de la Suprema Corte que daba la personería
jurídica a ALITT, en 2006, en el fallo de la jueza Seijas de 2009 (el primero en
declarar la inconstitucionalidad de que no puedan contraer matrimonio dos
personas del mismo sexo) y, por último, en numerosas intervenciones legislati-
vas para la sanción del matrimonio igualitario. El discurso liberal de reconoci-
miento concede una supremacía intransable al individuo respecto de cualquier
noción de bien, en el sentido de que nunca debe perderse de vista que lo pri-
mero a respetar es el individuo más allá de cualquier configuración moral o
comunitaria porque –desde el punto de vista teórico de esta cosmovisión– la
preexistencia de las comunidades posee un carácter notoriamente ambivalente:
una moral comunitaria puede oprimir tanto como contener y dar identidad a
las personas.

73
Ernesto Meccia

No se trata de un discurso ingenuo. Entiende que en las sociedades los


individuos solos e independientes los unos de los otros no son nada y que la
única forma de trascender este estado de atomismo es la búsqueda de formas
solidarias de asociación con base en afinidades identitarias. La suma de todas
estas formas asociativas daría por resultado que los gobiernos no obren por sí
solos, sino auxiliados través de los mandatos que emanan de las asociaciones
de las personas que aprendieron a ayudarse. En efecto, de forma inductiva y
obedeciendo a una lógica de estructuración invariablemente ad hoc, se iría con-
formando un estado de cosas político plural, en el cual los Estados no habla-
rían del bien, sino que escucharían hablar sobre él. Sería la suma de las escuchas
del Estado el mejor antídoto contra las concepciones abstractas o esencialistas
del bien común. Para el discurso liberal del reconocimiento: “El ‘bien común’
no es una abstracción independiente de las personas o un espíritu colectivo
diferente de éstas y menos aún lo que la mayoría considere ‘común’ exclu-
yendo a las minorías, sino que simple y sencillamente es el bien de todas las
personas, las que suelen agruparse según intereses dispares, contando con que
toda sociedad contemporánea es necesariamente plural, esto es, compues-
ta por personas con diferentes preferencias, visiones del mundo, intereses,
proyectos, ideas, etc. Sea que se conciba a la sociedad como sistema o como
equilibrio conflictivo, lo cierto es que en tanto las agrupaciones operen líci-
tamente facilitan la normalización de las demandas (perspectiva sistémica) o
de reglas para zanjar los conflictos (visión conflictivista). Desde cualquiera de
las interpretaciones la normalización para unos o la estabilización para otros
produce un beneficio para la totalidad de las personas, o sea, para el ‘bien co-
mún’ (Corte Suprema, 2006). De todos los discursos que hemos presentado,
sólo aquí puede encontrarse una noción de tolerancia menos restrictiva de
la ampliación sustantiva de la ciudadanía sexual (aunque veremos los límites
que presenta). Quedaría para otro escrito una indagación más profunda de
todas las implicancias de esta clase de tolerancia. No obstante, con vistas a
nuestros fines argumentativos, notemos cómo la exhortación a la misma tie-
ne una fundamentación claramente pragmática: ya sea para la normalización
de los conflictos o para su resolución, siempre vale la pena tolerar en serio
las diferencias sociosexuales. Decimos “tolerar en serio” porque no se trata
de las tolerancias equívocas de los discursos anteriores: aquí no se habla de
tolerar el “mal” (como quería el discurso del desconocimiento), ni se solicita
tolerar un número discreto de cosas en privado que no pueden ser toleradas
en público (discurso conservador), ni se pide tolerar universalmente, con los
ojos cerrados, a través de la indiferencia (discurso liberal abstencionista). Al
contrario, para la “tolerancia en serio” siempre será mejor extender un dere-
cho que recortarlo.

74
Los peregrinos de la ley

Los liberales del reconocimiento que quieren tolerar en serio son –como
los liberales abstencionistas– escépticos respecto de la eficacia del Estado to-
mando partido por una concepción del bien común. Pero –y ésta es la gran
diferencia de ellos– intentan a toda costa separar la cuestión valorativa de la
cuestión de la racionalidad de las instituciones que permitirían el surgimiento
y el amparo de esos mismos valores. En consecuencia, bien harían los poderes
del Estado si, en vez de perder la elegancia neutral indicando el valor de cier-
tas concepciones (discurso conservador), o en vez de querer redireccionar los
debates al terreno estéril de las libertades genéricas (liberal abstencionista), se
pusieran a mejorar el andamiaje legal existente y a corregir la dinámica de y/o
crear instituciones garantistas o promotoras de los derechos que reclaman las
organizaciones LGTB.
En suma, este discurso pareciera pensar en la creación de una forma (o
una “fórmula”) institucional pluralista y vacía de contenido, una especie de
regla-estructural-democrática-estatal que sólo atentaría contra sí misma si sus
contenidos los propusiera ella y no los representantes de la sociedad civil. Por
ejemplo, en una alusión indirecta a las misiones del Estado en los terrenos que
estamos tratando, en el voto en minoría de Petracchi en 1991 puede leerse: “El
reconocimiento por parte de una Universidad de una organización, no consti-
tuye una aprobación ni explícita ni implícita de aquella. […] La aprobación o
desaprobación fundadas en el asentamiento explícito del contenido de la de-
fensa de una postura es contraria a la esencia misma del objetivo universitario,
que es el pluralismo” (Suprema Corte, 1991). Esta línea discursiva es retomada
por el juez Fayt en el fallo de ALITT de 2006, fallo en el cual se radicalizan los
alcances de la regla estructural al afirmar explícitamente que debe entrar en el
escenario jurídico todo demandante colectivo con independencia de su natu-
raleza “sea que se trate de asociaciones, agrupaciones u opiniones ocasionales,
y en cualquier materia que se involucre, como de naturaleza política, religiosa,
moral, cultural, deportiva, sexual, etc.”. En un notable contraste con el discurso
del desconocimiento y el discurso conservador, en este discurso se tiene a un
poder del Estado que exhorta al mismo Estado a que renuncie a toda acentua-
ción valorativa; y en otro contraste con el discurso liberal abstencionista, aquí
se tiene un discurso que critica las distinciones hechas entre esfera privada y es-
fera pública porque entiende que la insistencia en la protección de las primeras
no es por sí mismo un indicador de neutralidad si la protección va acompañada
de la negativa del acceso al marco jurídico general. Dicho de otra manera, la to-
lerancia en serio del discurso liberal del reconocimiento también parece tomar
en serio la idea de neutralidad, reconociendo que la misma se mide no por la
indiferencia sino por la cantidad siempre creciente e indeterminada (en número
y en cualidades) de objetos a proteger.

75
Ernesto Meccia

Por los tiempos del tratamiento legislativo y judicial del matrimonio iguali-
tario, este discurso impregna el fallo de la jueza Seijas de fines del 2009, cuando
declaró la inconstitucionalidad de que no puedan contraer matrimonio dos per-
sonas del mismo sexo en la Ciudad de Buenos Aires (fallo en respuesta al recur-
so de amparo presentado por Alejandro Freyre y José María del Bello): “Que la
igualdad que garantiza el artículo 16 de la Constitución, tal como lo interpreta
el representante del GCBA, no importa otra cosa que la prohibición de que se
establezcan exenciones o privilegios que excluyan a uno de lo que se concede a
otro en iguales circunstancias. Su formulación resumida suele expresarse en el
adagio: ‘igualdad entre iguales’. Así entendido, este derecho estaría emancipado
del principio de no discriminación, al dejar que el Estado determine la noción
de igualdad que será fuente de derechos. Es decir, bajo el amparo de aquel prin-
cipio se puede justificar la discriminación por origen racial, nacionalidad, por
orientación o identidad sexual”. Nótese la claridad de esta argumentación al
marcar la preeminencia indeclinable de la “igualdad jurídica” frente la “igualdad
fáctica” sostenida por el discurso del desconocimiento y el discurso conserva-
dor. Complementariamente, puede apreciarse cómo la noción de “minorías”
tiene un tratamiento “extramoral” (en otro gran contraste con aquellos discur-
sos), y son incorporadas como requisitos para la convivencia social: “La Corte
Suprema ha subrayado el grave defecto de interpretación en que incurren los
tribunales cuando en sus decisiones no otorgan trascendencia alguna a una
condición de base para la sociedad democrática, cual es la coexistencia social
pacífica. La preservación de ésta asegura el amparo de las valoraciones, creen-
cias y estándares éticos compartidos por conjuntos de personas, aun minori-
tarios, cuya protección interesa a la comunidad para su convivencia armónica.
La renuncia a dicha función traería aparejado el gravísimo riesgo de que sólo
aquellas valoraciones y creencias de las que participa la mayoría de la sociedad
encontraría resguardo, y al mismo tiempo, determinaría el desconocimiento
de otros no menos legítimos intereses sostenidos por los restantes miembros
de la comunidad, circunstancia ésta que sin lugar a dudas constituiría una seria
amenaza al sistema democrático que la Nación ha adoptado (arts. 1 y 33, CN)
(confr. Fallos: 329: 5266)”.
Otro ejemplo de la universalidad de la igualdad jurídica frente a las factici-
dades existentes podemos apreciarla en esta intervención legislativa, en la que
queda claro que quien tiene el poder de negar un derecho está sentando las
bases filosóficas y jurídicas para que en el futuro, ante un eventual reacomoda-
miento de fuerzas políticas y sociales, otra persona pueda utilizar el poder para
negarle los derechos de los que goza en la actualidad. Por eso, la premisa no
podría ser nunca que se estaría legislando para una minoría o para alguna cate-
goría social en particular; en realidad se legisla teniendo en cuenta la persona

76
Los peregrinos de la ley

qua tal, poniendo en suspenso el conjunto de sus marcaciones sociales”: “De


manera que no me animaría a decir que esto es menos urgente que cualquier
otro tema. No estamos legislando para ellos, porque cuantos más derechos
haya en la sociedad, cuanto más democrática sea una sociedad, todos vivire-
mos en una sociedad más democrática. Entonces, estoy legislando para mí,
para cada uno de nosotros, para cada uno de nuestros hijos, para que sean más
libres, para que tengan más derechos. Lo decía, en 1790, Condorcet: o bien
ningún miembro de la raza humana posee verdaderamente derechos o bien
todos tenemos los mismos. Aquel que vota en contra de los derechos del otro,
cualesquiera sean su religión, su color o su sexo, está abjurando de ese modo
de los suyos” (senador Filmus, 2010).
La forma en la que el discurso liberal del reconocimiento piensa la tole-
rancia podemos verla en la siguiente intervención. En franca contraposición
con los otros discursos presentados, aquí aparece como el factor socialmen-
te cohesionador por excelencia, como el antídoto contra cualquier estado de
insularización social: a través de la tolerancia podrían realmente conocerse y
reconocerse los unos y los otros. Por lo demás, fijémonos aquí como se hace
desaparecer al sexo como factor de inteligibilidad de lo humano: “Pero la na-
turaleza de lo humano, no la define el sexo. Lo que define la naturaleza de lo
humano es la dignidad. Y el fundamento de la dignidad es la tolerancia. Y la
tolerancia es una virtud que debemos adquirir y enseñar. ¿Por qué? Porque
vivimos separados, porque venimos de una cultura de desconfianza, de odio,
de discriminación, de lastimarnos unos a otros. Por eso, ojalá podamos hacer
realidad esto que se dice, pues son mucho más sabios, inteligentes y rectos los
hombres si están reunidos, que uno solo que pueda tener una clarividencia.
Este es mi compromiso” (senadora Morandini, 2010).

Final

La ley del matrimonio igualitario es una realidad en Argentina como coro-


lario de los debates previos que tuvieron lugar desde la reapertura democrática
de 1983. Sin dudas, el hecho representa un desplazamiento de la conciencia
colectiva de nuestra sociedad que paulatinamente ha hecho lugar a una de las
formas de la siempre incompleta igualdad social. Incompleta en un doble sen-
tido: primero, porque existen otras formas de la igualdad sobre las que parece
no interrogarse mucho (como sabemos, el argumento sobre la falta de igualdad
social no sirve cuando se quiere problematizar maduramente el problema del
delito y la inseguridad), y segundo, porque la igualdad social posee un carácter
indeleble de utopía: siempre podremos ser más iguales aún en una imaginada
sociedad igualitaria.

77
Ernesto Meccia

De aquí que podamos inferir el carácter incompleto de toda representación


política, de la que los entramados jurídicos son uno de sus efectos, y –lo más
importante– que podamos preguntarnos en qué consiste una política verdadera
de Derechos Humanos. Los Derechos Humanos solamente pueden construir-
se sobre un fondo de indeterminación que permite la irrupción de lo nuevo.
Por eso, si hablamos de Derechos Humanos podremos decir quiénes son hoy
sus destinatarios pero nunca quiénes lo serán en el futuro ni a propósito de
qué temas, porque esa destinación guarda una relación de proporciones con lo
que vayamos revelando de nosotros mismos. En este sentido, pensar los Dere-
chos Humanos es pensar los derechos como conquistas, como construcciones,
como invenciones. El matrimonio igualitario reveló algo muy importante de
nosotros mismos. Con todo, hacia futuro, lo más importante sería pensar qué
otras cosas de nosotros no reveló, a qué otros no reveló y actuar en consecuen-
cia. En este marco, el tratamiento de la ley de identidad de género representa
un nuevo e importante desafío.

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80
Matrimonio igualitario y espacio público
en Argentina
Renata Hiller*

Para ser efectiva, la subversión sólo será situada,


parcial y siempre por recomenzar.
Subvertir es un verbo transitivo:
se subvierte algo en un momento dado,
o no se subvierte nada de nada.
D.E.1

El momento del nacimiento de la democracia y de la política,


no es el reino de la ley o del derecho, ni el de los “derechos humanos”,
ni siquiera el de la igualdad como tal de los ciudadanos:
sino el de la aparición en el hacer efectivo
de la colectividad de la puesta en tela
de juicio de la ley.
C.C.2

E n la madrugada del 15 de julio de 2010 ocurrió en Buenos Aires un hecho


insólito para la historia política del país (y posiblemente del mundo): a
las cuatro de la mañana centenares de personas desfilaron por la ciudad va-
cía y dormida. Cantando, tocando vuvuzelas de mundial trasnochado y con
el acompañamiento de bocinas de los primeros camiones que comenzaban a
circular, los manifestantes improvisaron una marcha desde el Congreso hasta
el Obelisco. Festejaban la reciente aprobación de una nueva Ley de Matrimonio
que contemple a las parejas homosexuales. Llevaban banderas coloridas, reían,
saltaban. Alguno gritaba, puteando. Otros ensayaban las canciones que habían
surgido al calor de la creatividad (o su ausencia) en los últimos meses. Callao,
y después Corrientes, respondían con el mutismo de sus semáforos en funcio-
namiento para nadie. Algún vecino se asomaba al balcón francés y aplaudía en
pantuflas. Luego volvía a encerrarse rápido. Sí, porque además de ser las cuatro
de la mañana, era julio, y en julio hace mucho frío en Buenos Aires.

* Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) - Instituto Gino Germani, UBA / CONICET
1. Eribon, Didier, De la subversion. Droit, norme et politique, París, Cartouche, 2010, p. 10 (traducción R.H.).
2. Castoriadis, Cornelius, “Poder, política, autonomía”, en revista Zona Erógena, Nº 14, Buenos
Aires, 1993.
81
Renata Hiller

Si las movilizaciones callejeras se caracterizan por ser manifestaciones públicas,


esta marcha no dejaba de resultar paradójica: nadie estaba allí para observarla. Y a
la vez, todas las miradas estaban puestas en ese proceso que acababa de culminar
en Argentina, convirtiéndola en el primer país en América latina en reconocer el
derecho al matrimonio a gays y lesbianas. ¿Cómo había podido suceder algo así?
La paradójica publicidad de aquel desfile está en consonancia con un fenó-
meno de visibilidad de la homosexualidad y redefinición del espacio público que
operó durante el proceso de debate del llamado “matrimonio igualitario”. Esto
es: a la vez que se discutía ampliar o no el estatuto matrimonial, se dio también
una disputa en torno a los significados del debate político democrático, sus reglas
y actores autorizados. Ello trajo a su vez una redefinición de los márgenes de
publicidad de (algunas) sexualidades no heterosexuales, alterando (no sabemos
todavía si provisoria o definitivamente) sus regímenes de visibilidad.
La politización de un asunto generalmente desestimado de la arena política
(como son los temas vinculados a la sexualidad) permitió poner en discusión
las propias características del espacio en que tal asunto se discutiría: qué actores
serían llamados a debatir, bajo qué reglas, cuáles serían los espacios habilitados
para que transcurra un debate y cuáles aquellos autorizados para dirimir la
cuestión. Así, hablaremos de un espacio público “mutante”, que redefine sus
límites y procedimientos en distintas etapas del proceso. Ello, se concluirá,
contribuyó no sólo a la ampliación del debate sobre el tema en cuestión, sino
también a la democratización del sistema político en un sentido más general.
La ampliación del estatuto matrimonial para incluir a las parejas homo-
sexuales se integra al horizonte de análisis de los “procesos de democratiza-
ción” acaecidos en los últimos veinticinco años en nuestro país. Por una parte,
estos procesos de consolidación democrática se entienden más allá del forta-
lecimiento de las instituciones formales de la república y conllevan la atención
hacia la ampliación de la “lista” de derechos considerados legítimos.3 Por la
otra, esta nueva ley de matrimonio puede considerarse más “democrática” que
sus versiones anteriores no sólo por aquella incorporación de sujetos antes
excluidos, sino también por los procedimientos mediante los cuales se arribó a
ella. ¿Cuáles son esos procedimientos más democráticos? Aquellos que puedan
ser puestos, a su vez, bajo debate. Siguiendo a Eric Fassin,4 podemos coincidir
en que existe un proceso de democratización allí donde las normas dejan de
imponerse “con la evidencia de la naturaleza de las cosas” y se vuelven pensa-
bles, discutibles, negociables, expuestas a interrogación y deliberación.

3. Kornblit, Ana Lía; Pecheny, Mario y Vujosevich, Jorge, Gays y lesbianas: formación de la identidad
y derechos humanos, Buenos Aires, La Colmena, 1998, p. 119.
4. Fassin, Eric, “The rise and fall of Sexual Politics in the public sphere: a transatlantic contrast”,
en Public Culture Nº 18(1), Duke University Press, 2006, pp. 71-84.
82
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

Algo de ello es lo que reconocemos en el proceso que concluyó en la san-


ción de la Ley de Matrimonio Igualitario, por lo que en estas páginas se pro-
pone una guía de lectura que permita reconstruirlo. La cercanía temporal que
todavía guardan los hechos (estas páginas se escriben a tres meses de la sanción
de la ley) atenta contra un análisis en perspectiva de largo plazo. Pero permite,
por el contrario, recuperar algo de aquella inmediatez del proceso político. Lo
que sigue, entonces, procura dejar registro de los acontecimientos. El final de la
historia es conocido. Sin embargo, si nos interesa rastrear aquel espacio público
en sus “mutaciones”, será preciso poner bajo la lupa el proceso, para registrar la
metamorfosis allí donde se produce. Los cambios, que tal vez en algún momen-
to sean leídos como producto de la necesidad histórica o del normal avance de
las cosas, ocurrieron entonces (como siempre que ha habido política) mezcla
de fortuna y virtú. A la vez que se describe el ritmo marcado por las transforma-
ciones del espacio público de debate, estas páginas intentan subrayar la cuota
de azar y contingencia que involucra todo conflicto político.
Para ello, después de presentar las herramientas teóricas que nos permitirán
pensar en términos de “espacio público”, se analiza el proceso de debate en
torno al reconocimiento estatal de las parejas gay lésbicas en Argentina. Se
apuntan los antecedentes de la cuestión antes de su tratamiento estatal y se
marcan tres momentos: incorporación a la agenda institucional, definición del
asunto y resolución. A su vez, en cada una de las etapas se puntualiza un de-
terminado aspecto. La primera etapa (donde coinciden las primeras reuniones
de comisión en la cámara de diputados y el proceso judicial de la pareja Freyre-
Di Bello a fines del 2009) coloca su foco de atención en el espacio público
mediático. La segunda etapa (que aborda los primeros meses del 2010 hasta el
debate en la Cámara de Diputados) es el momento para interrogar el rol de los
partidos políticos y para presentar el espacio reactivo a la iniciativa. Al finalizar
esta etapa, se analizan los argumentos que contribuyeron a enmarcar y definir
el asunto. Finalmente, la tercera etapa describe el proceso en la Cámara de Se-
nadores y cómo se disputan los espacios y las reglas del debate.
Nutren este artículo los resultados de mi tesis de Maestría Contornos sexuados
del concepto de ciudadanía: interrogantes a la luz de la Ley de Unión Civil de la Ciudad
de Buenos Aires y el trabajo de campo en torno al proceso de ampliación del
Matrimonio Civil para incluir a parejas homosexuales. El trabajo de campo
incluyó entrevistas a actores participantes del proceso (activistas, legisladores,
jueces), la observación de reuniones de Comisión, sesiones parlamentarias y
otros eventos vinculados (actos, conferencias de prensa, concentraciones) y el
análisis documental de las versiones tipográficas.

83
Renata Hiller

1. Sexualizando el espacio público

El espacio público, entendido como “el foro de las sociedades modernas


donde se lleva a cabo la participación política a través del habla”, es el espacio
en el que los ciudadanos deliberan sobre sus problemas comunes.5 Cuando ha-
blamos de espacio público no nos referimos al espacio estatal exclusivamente,
sino incluso a “un cuerpo de opinión discursiva no gubernamental, movilizado
informalmente, que puede servir de contrapeso al Estado”.6 Son foros de ac-
ción política a través del discurso, por lo que más que hablar de “un” espacio
público, podemos pensar en la existencia de diferentes espacios con distintos
grados de institucionalización, formalidad y capacidad de decisión.
En este artículo nos interesa analizar, ahora sí, el espacio público estatal o
institucional, porque es allí donde reside la soberanía o, dicho en otros térmi-
nos, donde el discurso no sólo sirve a la formación de opinión, sino también
a la toma de decisiones “legalmente obligatorias”. Sin embargo, la propuesta
será pensar dicho espacio estatal en sus articulaciones, imbricaciones, disputas
y diálogos con otros espacios públicos, como el espacio público mediático o los
que más adelante definiremos como espacios públicos subalterno y reactivo.
Si “los ciudadanos actúan como público cuando se ocupan de los temas de
interés general”,7 definir qué asuntos pueden ser considerados “comunes” y
quiénes serán los participantes habilitados para deliberar resulta en sí mismo un
asunto problemático: todo sistema político, por su misma constitución, tiene
fronteras y límites. Los mismos califican y descalifican los conflictos, los valo-
ran y rechazan como plausibles de ingresar y recibir tratamiento en el sistema
político. Esto hace que no todas las demandas sociales sean problematizadas
como un asunto público. Algunas cuestiones no llegan siquiera a alcanzar la
calidad de cuestión pública y son caracterizadas como asuntos privados, sin
relevancia ni interés por parte del Estado.8
En esta línea, los asuntos vinculados a la sexualidad han sido conceptuali-
zados tradicionalmente como materias no legítimas de deliberación y decisión

5. Fraser, Nancy, Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición post socialista, Bogotá, Siglo del
Hombre Editores, 1997, p. 97.
6. Idem, 129.
7. Habermas, Jürgen, “The Public Sphere”, en Steven Seidman (ed.), Jürgen Habermas on Society and
Politics. A reader, Boston, Beacon Press, 1989, pp. 231-236.
8. Aguilar Villanueva, Luis, Problemas públicos y agenda de gobierno, México, Porrúa, 1993.
9. Pecheny, Mario, “‘Yo no soy progre, soy peronista’: ¿por qué es tan difícil discutir política-
mente sobre aborto?”, en Cáceres, Carlos, Pecheny, Mario, Frasca, Tim y Careaga, Gloria (eds.),
Sexualidad Estigma y Derechos Humanos. Desafíos para el acceso a la salud en América Latina, Lima,
FASPA-UPCH, 2006, p. 264.
84
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

públicas y colectivas, aun cuando sean objeto de fuerte regulación por parte del
Estado.9 En general, ha sido el accionar de los movimientos sociales el que ha
permitido una progresiva legitimación del tratamiento en el espacio público de
estos asuntos señalados como particulares.10 Los movimientos feministas y de
mujeres, primero, y grupos de lesbianas, gays y trans, más tarde, han puesto de
relieve el carácter público del género, la sexualidad y la familia, planteándolos
como asuntos públicos en un doble sentido: por una parte, como resultados de
la intervención de diversas fuerzas e instituciones sociales y políticas, así como
de las ideas hegemónicas de cada época;11 y por otra parte, como asuntos que
deben ser discutidos en el espacio público con miras a alcanzar políticas que
garanticen el ejercicio de los derechos.
“La máxima feminista de que ‘lo personal es político’ se ha expresado con
mayor claridad conceptual, haciendo referencia a que el dominio del cuerpo, la
sexualidad, el amor y los arreglos familiares son relaciones de poder marcadas
por las jerarquías y las desigualdades sociales. Podemos asegurar que en efecto,
lo que nos parece más natural de nosotros mismos, nuestra ‘sexualidad’, está en
realidad marcada por el poder.
Del reconocimiento de este atributo político de la sexualidad surge la idea
de que es necesaria la defensa de la integridad de la persona, pero también la
certeza de que el ejercicio del placer es un elemento de autonomía y de bienes-
tar corporal, mental y afectivo de los sujetos.”12
Tanto los espacios feministas y de mujeres, como el campo de la diversidad
sexual han contribuido con debates, conceptos y propuestas a la discusión de
ciertos tópicos en el espacio público. En este sentido, funcionan como espa-
cios públicos subalternos, tal como los entiende Fraser:13 //SEPARADO O
TODO JUNTO??//

“Propongo llamar a estos públicos, contra públicos subalternos para indicar


que se trata de espacios discursivos paralelos donde los miembros de los
grupos sociales subordinados inventan y hacen circular contra-discursos,

10. Melucci, Alberto, “¿Qué hay de nuevo en los nuevos movimientos sociales?”, en Laraña, En-
rique y Josef Gusfield (comps.), Los nuevos movimientos sociales. De la ideología a la identidad, Madrid,
CIS, 1994, pp. 119-150.
11. Butler, Judith, “El marxismo y lo ‘meramente cultural’”, en New Left Review Nº 2, mayo-junio,
2000, pp. 109-121; Foucault, Michel: Historia de la sexualidad. Tomo I: La voluntad de saber, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2002.
12. Amuchástegui Herrera, Ana y Rivas Zivi, Marta, “Los procesos de apropiación subjetiva de
los derechos sexuales: notas para la discusión”, en Estudios demográficos y urbanos, Nº 57, septiem-
bre-diciembre 2004, México, El Colegio de México, p. 546.
13. Fraser, op. cit., p. 115.
85
Renata Hiller

lo que a su vez les permite formular interpretaciones opuestas de sus iden-


tidades, intereses y necesidades”.

En gran parte de la teoría política y en los discursos circulantes a nivel del


sentido común, lo público es entendido como aquello que: a) está relacionado
con el Estado, b) es accesible a todos, c) resulta de interés para todos y d) está
relacionado con el “bien común”.14 Desde estas perspectivas, la sexualidad,
el espacio doméstico y los arreglos conyugales son cuestiones personales, en
relación con los cuales el Estado pareciera no tener incumbencia; son asuntos
sobre los que sólo pueden opinar quienes se encuentran involucrados (el silen-
cio de familiares, amigos y vecinos en casos de violencia dentro de una pareja
son indicativos de ello. La necesidad de que sea la “víctima” quien realice una
denuncia en caso de violación, también); son preocupaciones consideradas de
“una minoría” (los homosexuales que reclaman reconocimiento, las mujeres
que demandan el derecho al aborto...) y, finalmente, son asuntos que parecieran
tener poco que ver con el “bien común”, en especial cuando éste es entendido
como el “bien mayoritario” o “la moral media”.
La demanda de reconocimiento legal de parejas gays y lésbicas puso en
cuestión la privacidad del asunto al señalar la imbricación entre matrimonio y
ciudadanía: el matrimonio en tanto vector de derechos plantea una asimetría en
el acceso igualitario a la ciudadana en su titularidad (hay derechos que en reali-
dad son privilegios para quienes acceden a la institución matrimonial) y en las
condiciones para su ejercicio (formal e informalmente, en tanto existe estigma
y discriminación a quienes “no forman” una familia). Inscribiéndose en el len-
guaje de los derechos humanos, la igualdad y la no-discriminación, quienes im-
pulsaban la iniciativa mostraron cómo, lejos de implicar a una minoría, discutir
la posible ampliación del estatuto matrimonial significaba poner en cuestión
qué distinciones serían consideradas legítimas en un Estado democrático. Este
carácter público del debate planteó nuevos interrogantes respecto de quiénes
podrían acceder a la discusión, bajo qué figuras de la representación y cuáles
serían las reglas de dicho espacio.
La publicidad, ahora entendida como aquello que resulta visible y accesible a la
mirada de la sociedad, también se vio trastocada en este debate. La visibilidad de
sexualidades no normativas en el espacio público oscila entre la hipervisibilidad
de ciertas marcas percibidas como disruptivas y la inintelegibilidad de prácticas
e identidades que se apartan de la heterosexualidad. La puesta en debate del po-
sible reconocimiento de las parejas gay lésbicas significó también una discusión
en torno al estatus de las mismas y su posible inscripción en el espacio público.

14. Idem, p. 122.


86
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

2. Antecedentes

A partir de la sanción de la Ley de Unión Civil de la Ciudad de Buenos Aires


a fines del 2002, se ensayaron diversas estrategias en pos del reconocimiento
legal de las parejas gay lésbicas en Argentina: se impulsaron iniciativas análogas
en otras localidades, se reclamó ante organismos estatales (como la ANSES,
Administración Nacional de la Seguridad Social), hubo presentaciones judicia-
les y distintos proyectos de ley presentados tanto en la Cámara de Diputados
como en la de Senadores.
La Ley de Unión Civil de la Ciudad de Buenos Aires había sentado un
primer antecedente significativo al reconocer derechos a las parejas de hecho
conformadas por personas de distinto o mismo sexo. A partir de entonces, en
lo que refiere a la jurisdicción de la capital, quienes suscribieran a la Unión Civil
podrían incorporar a la pareja a la obra social, recibir una pensión, solicitar
vacaciones en el mismo período, pedir créditos bancarios conjuntos y obtener
el mismo trato que los esposos en caso de enfermedad del concubino/a. Sin
embargo, este primer paso en la equiparación de derechos adolecía de limita-
ciones: no contemplaba derechos fundamentales como herencia o adopción
conjunta y su extensión jurisdiccional era muy acotada. El alcance limitado de
la propuesta no podía poner en discusión la equiparación jurídica de las parejas
homo y heterosexuales. Ello correspondía al ámbito de los asuntos regulados
por el Código Civil y el derecho al nivel nacional, y por lo tanto excedía las
capacidades de la Legislatura local.
A la vez, revisando los fundamentos y debates que habían acompañado la
sanción de esta ley podía reconocerse un principio “diferencialista” antes que
igualitario: lo que entonces se puso de relieve fue “el derecho a ser diferente”.
La apelación a este argumento puede comprenderse teniendo en cuenta que
dicho derecho estaba consagrado por la Constitución de la Ciudad y permitía
enmarcar la iniciativa en una corriente progresista de la cual dicha Constitución
formaba parte. Sin embargo, no deja de resultar paradójico que “el derecho a
ser diferente” haya sido la base de aquel primer antecedente, por cuanto se es-
taba consagrando, por primera vez, que aquella diferencia no fuese parámetro
para legislar.15
El “derecho a ser diferente” refería a la orientación sexual de las personas,
considerada como un asunto privado. Así, se argumentaba en pos de una ley
que brindara cierto reconocimiento a cualquier pareja preservando su intimi-
dad y afirmando el desinterés del Estado en la cuestión. El mismo, respetando

15. Hiller, Renata, Contornos sexuados del concepto de ciudadanía: interrogantes a partir de la Ley de Unión
Civil de Buenos Aires, Tesis de Maestría, 2009.
87
Renata Hiller

el principio de igualdad y la distinción público-privado, debía salvaguardar un


campo de no-intervención, proteger “una misma esfera íntima” para todos los
ciudadanos.
Finalmente, el signo “diferencialista” de la Unión Civil también se evidencia
en las reservas que presentaron legisladores ante una efectiva equiparación de
derechos. Fueron varios los que habiendo votado favorablemente la Unión
Civil, se pronunciaron en contra (algunos de manera explícita durante el de-
bate, otros en entrevistas personales) ante una hipotética reforma de la Ley de
Matrimonio.
Luego de ese primer antecedente en la Ciudad de Buenos Aires, inmediata-
mente continuado por la provincia de Río Negro,16 otras localidades la siguie-
ron en la provincia de Córdoba (Villa Carlos Paz y Río Cuarto) y hubo pre-
sentaciones de proyectos similares en otras provincias. También en el ámbito
latinoamericano hubo avances en la materia: en el 2006 en Ciudad de México17
y poco después en Coahuila, al norte del mismo país. A fines de 2007 se san-
cionó la primera ley de alcance nacional, en Uruguay, con las “Uniones Con-
cubinarias”. En septiembre de 2008 los ecuatorianos refrendaron una reforma
constitucional contemplando derechos para las parejas gay lésbicas. En enero
de 2009 la Corte colombiana amplió la gama de derechos para estas parejas,
a las que ya reconocía desde el 2007. En Brasil, además de Río Grande do
Sul, otros estados, como Río de Janeiro o San Pablo, avanzan con normativas
parciales, y varios países, como Chile, esperan el tratamiento de sus proyectos.
Además, debe tenerse en cuenta la reforma de la ley de Matrimonio sucedida
en España en el 2005. Ello fortaleció los diálogos entre activistas de uno y otro
lado del océano e hizo que muchos creyeran que, si había sido posible en tal
país de tradición autoritaria y con fuerte peso de la Iglesia Católica, también
sería factible en estas latitudes con características similares.
Para colocar “en agenda” el reconocimiento legal de las parejas gay lésbi-
cas, los movimientos y militantes desplegaron diversas actividades: a la pre-
sentación de proyectos de ley (algunos pretendiendo modificar el estatuto
matrimonial, otro incorporando una nueva figura de Uniones Civiles a nivel
nacional), se sumó la presentación de amparos judiciales por parte de parejas
que solicitaban matrimonio ante el Registro Civil y recibían una denegatoria.

16. En diciembre del 2002, junto a la reforma en Ciudad de Buenos Aires, se sancionó en la
provincia de Río Negro una Ley de Unión Civil, pero ésta nunca fue reglamentada.
17. Cuando se discutía en Argentina la posible reforma del Código Civil, en diciembre de 2009 la
Ciudad de México sancionó una nueva Ley de Matrimonio, ampliando la institución a las parejas
gay lésbicas. En agosto de 2010 la Corte Suprema Mexicana ratificó la constitucionalidad de la
ley, que había sido impuganada por sectores conservadores. Ese pronunciamiento de alcance
nacional abre la puerta a nuevas demandas en otras partes del pais.
88
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

Este uso estratégico de la vía judicial (utilizada por otros movimientos LGBT
latinoamericanos como el brasilero), se puso en práctica en nuestro país tardía-
mente: el primer recurso por matrimonio es presentado en el 2007.18 Entonces
la percepción de algunas organizaciones del campo de la diversidad sexual era
que la nueva composición de la Corte Suprema de Justicia favorecería aquella
estrategia. Tal vez –conjeturaban– podría suceder con el reconocimiento de las
parejas homosexuales aquello que entonces ocurriera con la Ley de Divorcio:
la existencia de un primer fallo supremo que instara al Congreso a tratar la
cuestión. Finalmente, también hubo demandas por el reconocimiento de ma-
trimonios gay-lésbicos celebrados en otros países.
19
A todas estas iniciativas el campo LGBT procuró otorgarle amplia di-
fusión. Para ello, los medios de comunicación fueron de central importancia
ya que dieron cobertura a la mayoría de estos eventos, instalando la temática
en la opinión pública. Asimismo, la demanda de reconocimiento legal de las
parejas gay lésbicas formó parte de las consignas de las Marchas del Orgullo
LGBT celebradas anualmente y fue un tema consultado por las organizaciones
del campo a candidatos y candidatas en diversas campañas. La articulación de
algunas organizaciones del campo LGBT (aquellas nucleadas en la Federación
Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, FALGBT) con el Instituto
Nacional contra la Xenofobia, la Discriminación y el Racismo (INADI) colocó
la cuestión en el ámbito de las agencias estatales, pasando a formar parte de la
propuesta programática de esa institución.20 Sin embargo, la función de contra-
lor y propositiva del INADI impide conceptualizar esta incorporación como
un ingreso pleno de la cuestión a la “agenda institucional”.
Por el contrario, todas estas iniciativas nos hablan de la circulación de la de-
manda en el ámbito de lo que podría llamarse la “agenda sistémica” o en espa-

18. Las demandas interpuestas anteriormente por miembros de parejas gays o lésbicas no apun-
taban a la instalación del tema en la agenda política, sino a la resolución de los problemas que
estas parejas debían afrontar al no reconocerse su vínculo. Así, a modo de ejemplo pueden refe-
rirse demandas por propiedades inmuebles y por pensiones de viudez ante casos de fallecimiento
de uno de los cónyuges, así como una extensa trayectoria en el área de la cobertura social. Ver
CHA (Comunidad Homosexual Argentina): Informe Anual Sobre Violaciones a los Derechos Huma-
nos y Civiles en la República Argentina Basadas en la Orientación Sexual de las Personas y de las Personas
que viven con VIH/SIDA, 1998 [on line]. Disponible en: http://www.cha.org.ar/listado-articulos.
php?menu=10&cat=41.
19. En este trabajo se utilizan como equivalentes “movimiento de la diversidad sexual” y “movi-
miento LGBT”. La noción de campo (LGBT) procura poner de relieve el carácter conflictivo de
este espacio social (Meccia, 2006; Moreno, 2007).
20. INADI, Hacia un plan nacional contra la discriminación: la discriminación en Argentina, Buenos
Aires, INADI, 2005, p. 326.
89
Renata Hiller

cios públicos no gubernamentales: allí donde determinados asuntos y proble-


mas logran expandirse, obtener visibilidad y alcanzar la calidad de “problema
público”. Sin embargo, “la naturaleza y dinámica de las dos agendas [sistémica
e institucional] es diversa y puede llegar a ser riesgosamente discrepante”.21
Para que una cuestión problemática pase a tener tratamiento en el espacio pú-
blico gubernamental otros elementos son necesarios: más adelante veremos la
importancia que tienen las definiciones de la cuestión y lo que englobaremos
como “oportunidades políticas”.
Transitando la primavera del 2009, dos de aquellas estrategias tuvieron un
avance cualitativo: en primer lugar, el 29 de octubre comenzaron a discutirse
en comisiones de la Cámara de Diputados dos de los proyectos de ley presen-
tados. Ambos proponían la reforma del Código Civil para incluir en el Matri-
monio a las parejas gay-lésbicas. En segundo lugar, el 12 de noviembre se dio a
conocer el primer fallo judicial que autorizó el matrimonio entre dos varones.
La estrategia de hacer presentaciones ante el Registro Civil solicitando el matri-
monio de parejas gay lésbicas comenzaba a dar frutos: una jueza del fuero Con-
tencioso Administrativo de la Ciudad de Buenos Aires había considerado que,
tal como reclamaban los solicitantes, los artículos del Código Civil que hacían
referencia al matrimonio “entre hombre y mujer” resultaban discriminatorios y
por lo tanto, contrarios a la Constitución Nacional.

3. Primera etapa: incorporación a la agenda y delimitación del de-


bate institucional (octubre - diciembre 2009)

La alianza de las organizaciones de la diversidad sexual con actores estraté-


gicos dentro del Parlamento permitió la elaboración de proyectos de ley (como
los tendientes al reconocimiento legal de las parejas gay lésbicas, pero también
otros vinculados al reclamo de las personas trans de cambio registral en sus do-
cumentos de identidad, entre otros). A estos lazos habrá que sumar, en especial
en los últimos años, la incorporación de ciertas demandas de los movimientos
LGBT y feministas a las programáticas de algunos partidos políticos, creándose
inclusive “áreas de diversidad” al interior de algunos de ellos y teniendo algu-
nos/as militantes una doble adscripción (a la organización LGBT y al partido).
En este marco, el trabajo conjunto entre organizaciones y legisladoras llevó
a que las Presidentas de las Comisiones de Legislación General y Familia, Ni-
ñez y Adolescencia consensuaran una agenda común para el tratamiento de los
proyectos de modificación del Código Civil en lo atinente a Matrimonio. Pese
a la falta de certezas respecto del resultado que de ello derivaría, “había que

21. Aguilar Villanueva, op. cit., p. 33.


90
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

dar un paso muy importante que era institucionalizar el debate” (dip. Ibarra,
entrevista RH). En nuestros términos, se trataba de hacer ingresar la cuestión
en la agenda institucional del Parlamento. Ello permitiría, en palabras de la en-
trevistada, “generar un debate en condiciones pares” en donde la presentación
de argumentos fuera el eje central de la discusión.
Entre finales de octubre y mediados de noviembre se realizaron tres reunio-
nes de comisiones conjuntas sin que se arribara a un dictamen que permita
debatir los proyectos en la Cámara de Diputados. Sin embargo, este primer
tratamiento institucional imprimió al proceso algunas marcas de origen que se
continuarían en los meses posteriores: la participación de profesionales con-
vocados como discurso experto y la ampliación del debate a fin de “escuchar
todas las campanas”. Si en principio ambos parecen poder conciliarse con una
perspectiva democrática, es necesario colocar algunas salvedades.
Por una parte, la participación de profesionales convocados como voces
expertas resultó un aporte para el debate (de hecho, varios de los autores de
este libro participaron en tal condición de las reuniones de Comisión a las que
fueron convocados). Propusieron discusiones y esgrimieron argumentos útiles
a los legisladores, quienes serían encargados de dirimir la cuestión. La calidad
de voz experta fue reservada a algunas disciplinas, fundamentalmente el Dere-
cho (constitucional y de familia) y la Psicología. La antropología, la historia, la
ciencia política o incluso la lingüística (habida cuenta del debate “terminológi-
co”) fueron relegadas a posiciones marginales o inexistentes, lo que habla de
algunos supuestos en torno a qué conocimientos son relevantes en la materia.
Más aún, la ciencia no puede resolver lo que son, en definitiva, problemas
políticos. La racionalidad científica comporta reglas y procedimientos diferen-
tes respecto de la discusión política, por lo que solapar una con la otra conlleva
riesgos que requieren ser atendidos. Si bien hoy la mayoría de las disciplinas
admiten el pluralismo metodológico y no hay la pretensión de una única verdad
científica, también hay reglas de validación y control que permiten contrastar
teorías y “hallazgos” científicos. En la convocatoria de profesionales se presen-
taron en pie de igualdad posicionamientos teóricos que, en el plano académico,
no gozan de la misma autoridad y difusión. Cuando pretende hacerse valer el
discurso científico en base a una legitimidad que ni siquiera posee, la tensión re-
ferida entre cientificidad y debate democrático se torna todavía más acuciante.
Por otra parte, que todas las opiniones pudiesen ser escuchadas resultó un
asunto problemático, por cuanto algunas de aquellas voces resultaban, en sí
mismas, discriminatorias. Encontramos aquí uno de los dilemas clásicos de
los sistemas democráticos: ¿pueden tener participación aquellas posiciones que
impugnan la libertad e igualdad propias del sistema? En lo que refiere a los
debates en Comisión, una de las cuestiones que sus responsables tuvieron que

91
Renata Hiller

decidir fue si todos los participantes convocados harían uso de la palabra en


las mismas jornadas. Finalmente se resolvió que así fuera, por lo que pese a los
intentos de moderación (considerada la polisemia del término) de la presiden-
cia de las Comisiones, asistentes gays y lesbianas tuvieron que escuchar que sus
parejas eran más inestables, que tenían mayor riesgo de utilización de fármacos
y que sus hijos varones (entre aquellas que eran madres lesbianas) se encontra-
ban en riesgo dada la hostilidad de estas mujeres hacia la masculinidad.22 Más
tarde, un asistente referiría:

“Hemos esperado mucho tiempo. Cientos de años. Y en la sesión no


esperamos, pero sí escuchamos. Y el peso de esos años nos cayó encima:
imágenes, metáforas, gestos, miradas de odio, miradas de asco, banderas
argentinas, cortes militares, enormes biblias como armas, en fin: violencia.
Y no es miedo, no. A esta altura, ya no... Es esa sensación de ser ‘abyec-
tos’, nunca mejor sentido más que expresado […] Todo en esa sesión fue
terrible […] es como si a los judíos los pusieran a argumentar frente a sus
torturadores del Holocausto... O como, siempre y consecuentes, afirma-
ron las Madres de Plaza de Mayo: no podemos sentarnos a ‘dialogar’ con
nuestros asesinos”.23

Finalmente, un tercer rasgo que puede reconocerse ya en las primeras re-


uniones de Comisión en la Cámara de Diputados es la proliferación de un dis-
curso “políticamente correcto”. Si bien esta afirmación pareciera contradecirse
con lo anterior, la “corrección política” es un fenómeno complejo y difícil de
definir, precisamente por tratarse de reglas generalmente implícitas. En este
contexto, la “corrección política” parece haber transcurrido por una “correc-
ción formal” que evitó ciertos tropos ya reconocidos y aceptados como “discri-
minadores”. Así, aun quienes luego postularían diferencias “ontológicas” entre
las parejas homo y heterosexuales, insistieron en la necesidad de respetar las di-
versas orientaciones sexuales y escuchar las demandas del colectivo gay lésbico:

“Si bien el legislador no puede desvirtuar la verdad ontológica, tam-


poco puede no oír el grito de tantas personas que se sienten indefensas
en multitud de cuestiones, por ejemplo carencia casi absoluta de derechos
sucesorios, de beneficios sociales, de posibilidades de pensión...”24

22. Trascripción tipográfica de la Reunión del 5/11/2009 de las Comisiones de Legislación Ge-
neral y Familia, Niñez y Adolescencia de la Cámara de Diputados.
23. Carlos Figari, Página/12, 13/11/2009.
24. Alejandro Bulacio, Exposición en la Reunión de Comisión, 5/11/2009.
92
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

“Los homosexuales no tienen derechos, no deben ser discriminados y


entonces hay que terminar con la discriminación, hay que darles los dere-
chos, pero que no sean idénticos a los que se dan al matrimonio”.25

Afortunadamente (o no) el reciente debate en torno a la institución matri-


monial indica nuevos límites a la “corrección política” o a lo que es audible
y decible en el espacio público. Si en la década del noventa el arzobispo de
Buenos Aires, monseñor Quarracino, podía recomendar que los homosexua-
les se fueran a vivir a una isla, que tuvieran “una especie de país aparte, con
mucha libertad”,26 quienes en este debate se opusieron a la iniciativa cuidaron
sus palabras y argumentos.27 A excepción de lo que más adelante llamaremos el
momento de in crescendo autoritario, la postura oficial de la Iglesia Católica fue
coherente con la de sus pronunciamientos a nivel regional: no condena de la
homosexualidad, pero promoción de “discriminar justamente” entre aquello
que es diferente. En ese mismo sentido se han expresado sus vertientes acadé-
micas (Universidad Austral y Universidad Católica Argentina), recomendando
la asignación de derechos para parejas homosexuales, pero de ningún modo la
equiparación jurídica a las familias heterosexuales.
En esta misma línea, la patologización de la homosexualidad, si bien no
estuvo exenta en la discusión, no fue el signo principal que orientó el debate.
Las asociaciones entre homosexualidad y enfermedad provinieron principal-
mente de algunas de aquellas voces expertas y, cuando se realizaran audiencias
en distintas provincias del país, por parte de representantes “del común de la
gente”. Hubo quienes cuestionaron los mecanismos por los cuales se suprimió
la homosexualidad del DSM-III28 y se reiteraron las asociaciones entre homo-

25. Carlos Vidal Taquini, Exposición en la Reunión de Comisión, 5/11/2009.


26. Meccia, Ernesto, La cuestión gay. Un enfoque sociológico, Buenos Aires, Gran Aldea Editores,
2006, p. 61.
27. Sólo a modo de ejemplo puede consultarse la intervención en el recinto parlamentario del
Dip. López Arias, del Peronismo salteño, que en un discurso de pocos minutos resaltó siete veces
(diríamos casi de manera sintomática) que la suya no era una postura discriminatoria.
28. “La exclusión de la homosexualidad en 1973 de las dolencias contempladas en el DSM-III
(Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) de la American Psychiatric Association fue
producto de una fuerte maniobra de coacción y agitación de un grupo de presión organizado,
que logró sustituir el criterio de la certeza científica por una votación, en la cual participó sólo un
cuarto de los psiquiatras y salió 58 a 42%” (Universidad Austral, Matrimonio homosexual y adopción
por parejas del mismo sexo. Informe de estudios científicos y jurídicos y experiencia en otros países, Buenos
Aires, junio 2010, p. 95).
93
Renata Hiller

sexualidad y suicidio, u homosexualidad y depresión. Sin embargo, estos argu-


mentos no se trasladaron a los pronunciamientos institucionales en las cámaras
parlamentarias. Una vez más, por el contrario, fue generalmente repudiado este
tipo de asociaciones, indicando tanto su existencia a nivel de los imaginarios
sociales como su improcedencia en el clima político que acompañó el debate.
Cuando ya parecía que el año concluiría sin nuevos avances en la cuestión,
un nuevo hecho contribuyó a dar un giro a los acontecimientos: el 12 de no-
viembre se dio a conocer el fallo de la jueza Seijas. En él se afirmaba la com-
petencia del poder judicial local (en este caso, el de la Ciudad de Buenos Aires)
para dirimir el amparo solicitado por dos varones a quienes el Registro Civil les
había impedido contraer matrimonio. En segundo lugar, hacía lugar al reclamo
declarando la inconstitucionalidad de los artículos 172 y 188 del Código Civil y
ordenando a las autoridades del Registro Civil y Capacidad de las Personas que
se celebre aquel matrimonio.
Este suceso trajo a discusión dos elementos centrales en la definición del
espacio público sobre la cuestión: por una parte, el rol del poder judicial y su
capacidad para funcionar como ámbito de resolución de los conflictos socia-
les; por el otro, la competencia de los poderes locales ante asuntos de orden
nacional. Ambas cuestiones deben ser enmarcadas en el contexto más amplio
en el cual el matrimonio gay lésbico es debatido: la judicialización de la política,
como un proceso contemporáneo en Argentina y otras latitudes, y la irreso-
lución del federalismo argentino, en donde se inscriben los conflictos entre la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Poder Ejecutivo Nacional.
La literatura que estudia los movimientos sociales suele poner de relieve la
importancia de los contextos políticos a la hora de comprender los éxitos o fra-
casos de diversos movimientos en la consecución de sus demandas. Del llama-
do political process approach [abordaje del proceso político] emergen categorías claves
para el análisis, como es la noción de “ventana de oportunidades”. Con ella se
refiere a recursos externos al movimiento que permiten colocar determinados
problemas en el debate institucional.29 Algunos elementos de esta estructura o
“ventana” de oportunidades son: la apertura del sistema político, inestabilida-
des en los alineamientos de las elites y la existencia de aliados estratégicos.30

29. Kingdon, John, Agendas, alternatives and public policies. Boston, Little Brown, 1984.
30. Mc. Adam, Doug; Mc Carthy, John y Zald, Mayer, “Oportunidades, estructuras de moviliza-
ción y procesos enmarcadores: hacia una perspectiva sintética y comparada de los movimientos
sociales”, en Mc. Adam, Doug, Mc Carthy, John y Zald, Mayer (comps.), Movimientos sociales:
perspectivas comparadas. Oportunidades políticas, estructuras de movilización y marcos interpretativos culturales,
Madrid, ISTMO, 1999, pp. 21-46.
94
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

La noción de estructura de oportunidades y el estudio del contexto político


se tornan elementos centrales para nuestro análisis (y para intentar responder
a la pregunta que subyace a estas páginas: “¿cómo fue posible la sanción del
matrimonio igualitario?”). Sin embargo, este abordaje resulta lineal y unidirec-
cional. Nos interesa preguntarnos no sólo cuáles fueron los condicionantes
externos que favorecieron la sanción del Matrimonio Igualitario, sino también
señalar algunos elementos del sistema político que dicho debate contribuyó
a poner de relieve. Lo que se propone, entonces, es pensar los contextos de
discusión política como “coyunturas”. Esto es, como escenarios espacio-tem-
porales donde confluye una heterogeneidad de temáticas y problemas:

“La coyuntura es una descripción de una formación social como frac-


turada y conflictuada, sobre múltiples ejes, planos u escalas, constante-
mente en búsqueda de balances o estabilidades estructurales temporarios
a través de prácticas y procesos de lucha y negociación.”31

Los contextos políticos, desde esta perspectiva, son escenarios inestables en


donde se superponen variados conflictos, con diversos grados de intensidad y
visibilidad. A la perspectiva estructural de oportunidades políticas, esta óptica
sumaría posibles procesos de retroalimentación, en donde un nuevo asunto
(por caso, el matrimonio gay lésbico) genere reacomodamientos en aquel con-
texto que, de otro modo, pareciera mantenerse inalterable (como un dato dado)
respecto de las iniciativas bajo estudio.
La creciente judicialización de la política y las tensiones entre la autoridad
central y los gobiernos locales forman parte del contexto en el cual el debate
sobre matrimonio gay lésbico se desarrolla. Sin embargo, ambas cuestiones no
sólo imprimieron sentidos en el curso de resolución de la cuestión, sino que
se vieron modificadas, re-inscriptas a su vez a partir de este asunto. Desde esta
perspectiva, el proceso en torno al matrimonio gay lésbico resulta un escenario
paradigmático para leer la coyuntura en que él mismo se asienta, convirtiéndose
en un punto de mira preferencial para relevar disputas, conflictos y procesos
políticos contemporáneos.
Recordemos rápidamente los sucesos del caso Freyre-Di Bello: la pareja se
presenta en abril a pedir turno para contraer matrimonio y como le es denega-
do el pedido (por tratarse de dos varones) presentan un recurso de amparo que
es rechazado. En noviembre una jueza del fuero contencioso administrativo de
la Ciudad da lugar al amparo y ordena al registro civil celebrar la boda. El repre-

31. Grossberg, Lawrence, “Stuart Hall sobre raza y racismo: estudios culturales y la práctica del
contextualismo”, en Revista Tabula Rasa Nº 5, julio-diciembre, Bogotá, 2006, p. 56.
95
Renata Hiller

sentante del Poder Ejecutivo de la Ciudad (por aquellos días complicado en una
causa por escuchas ilegales a familiares de víctimas del atentado a la AMIA....
¡y a miembros de su propia familia!) informa que no apelará la medida. Los peti-
cionantes solicitan turno para casarse el primero de diciembre, día internacional
de la lucha contra el VIH/SIDA. Pero entretanto la Corporación de Abogados
Católicos interpone varios recursos de nulidad hasta que uno de ellos es atendido
por la jueza Gómez Alsina (sobre la que luego recaerían varias otras acciones de
estos abogados), al interpretar que un fallo de la justicia porteña en lo contencioso
administrativo no podía declarar la inconstitucionalidad de artículos del Código
Civil. El primero de diciembre, y con amplia cobertura mediática, la boda no pudo
ser realizada. Sin embargo, gracias a cierto artilugio legal, la pareja Freyre-Di Bello
logra casarse: lo hacen finalmente en Tierra del Fuego, el 28 de diciembre.
La apelación ante el poder judicial permite a los ciudadanos y a las organiza-
ciones de la sociedad civil proteger sus derechos, plantear demandas y eventual-
mente usar los poderes coactivos del Estado para perseguir sus intereses. De allí
que algunos autores consideren esta estrategia como una “forma paradigmática
de participación política ciudadana en democracia”.32 Además, la judicialización
de los conflictos puede resultar una vía efectiva para los movimientos sociales en
pos de legitimar y obtener reconocimiento institucional de sus reclamos. En este
sentido, el caso Freyre-Di Bello (y los que lo seguirían en el 2010), además de per-
seguir “objetivos prácticos” (reconocimiento del vínculo, acceso a los derechos
derivados del matrimonio) procuraban también “metas expresivas”:

“...decíamos ‘¡sí, podemos!’: se puede tener VIH, se puede ser gay, te-
ner un proyecto de vida, tener un sueño, concretarlo, la Justicia nos da
la razón. Empiecen a reclamar por sus derechos, porque tenemos razón.
Nosotros, todos, tenemos razón” (Alex Freyre, entrevista RH).

Sin embargo, esta estrategia implica también una serie de paradojas: la trans-
formación de problemas políticos en cuestiones legales conlleva su traducción
a un discurso específico (el jurídico-legal) al cual la mayoría de la población
no accede. A su vez, la remisión de los asuntos al poder judicial deposita la
resolución de los conflictos en el poder menos representativo de la República.33

32. Smulovitz, Catalina, “Judicialización y accountability horizontal en Argentina”, Trabajo pre-


sentado en el XXII International Conference de la Latin American Studies Association, Washington D.C.,
septiembre, 2001, p. 4.
33. En este sentido, Roberto Gargarella se preguntaba hace algunos años si “en un hipotético
futuro más tranquilo” los argentinos no podrían decidir “si quieren mantener, como hoy, un sis-
tema de revisión judicial que permite que funcionarios no electos por la ciudadanía conserven la
96
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

Finalmente, si bien la estrategia judicial resulta operativa a los movimientos


sociales, al apuntar a la reparación en términos individuales34 y exigir la parti-
cipación en carácter de ciudadanos atomizados, hace que su uso recurrente
condene a la acción política colectiva a su paulatina desaparición.35
En cuanto a las tensiones entre el gobierno central y los poderes locales,
no es dificil afirmar que se trata de un conflicto de larga data en la historia
argentina. Las dificultades para arribar a una Ley de Coparticipación federal
son muestra contemporánea de ello. La coyuntura del matrimonio gay lésbico
también estuvo atravesada por esta tensión, haciendo que el conflicto entre los
poderes locales y nacionales se traslade a otras arenas....
Las razones del jefe del Poder Ejecutivo local, Mauricio Macri, para no
apelar el fallo de la jueza Seijas pueden rastrearse en: su posición personal so-
bre el asunto, un estilo político que tiende a la subestimación de los “poderes
instituidos”,36 la pretensión de desviar la atención mediática sobre las escuchas
ilegales, o un gesto de afirmación de los poderes locales. La no apelación (del
fallo de una jueza de la ciudad) permitía colocar el caso Freyre-Di Bello bajo el
signo “autonomista” que el Ejecutivo de la Ciudad venía reclamando. En este
sentido, hay que tener en cuenta la contemporaneidad de este proceso judicial
con la conflictiva y demorada creación de una Policía Metropolitana, cuyos
fueros serían delegados a la Ciudad por el Poder Ejecutivo Nacional.
Finalmente no existió una suficiente voluntad política para que el matrimonio
se celebrara de todas maneras (pese a los recursos de nulidad) en la Ciudad de
Buenos Aires. Confiados en aquel carácter expresivo del proceso, y en base a la
suspicaz lectura que su abogada hizo de la nulidad, la pareja Freyre-Di Bello final-
mente pudo contraer nupcias.... en otra fecha, en otro juzgado, en otra localidad.
La predisposición del Poder Ejecutivo local hizo que Tierra del Fuego sea la pro-
vincia elegida y Ushuaia el lugar al que se trasladaron para fijar domicilio y luego,
solicitar un nuevo turno que los habilite a casarse. A diferencia de lo sucedido
hasta entonces, se procuró no dar visibilidad pública a la estrategia para que no
fuese nuevamente impugnada antes de que el matrimonio llegue a concretarse.
De ese modo el 2009 terminó con una primera boda gay (lésbica) celebrada.

‘última palabra’ institucional” (Gargarella, Roberto, “Piedras de papel y silencio: la crisis política
argentina leída desde su sistema institucional”, En Teoría y crítica del derecho constitucional, Buenos
Aires, Abeledo Perrot, 2008).
34. Pecheny, Mario, “La construcción de cuestiones políticas como cuestiones de salud: la ‘des-
sexualización’ como despolitización en los casos del aborto, la anticoncepción de emeregencia
y el VIH/sida en la Argentina”, Trabajo presentado en el XXVIII International Conference de la Latin
American Studies Association, Río de Janeiro, junio 2009.
35. Smulovitz, idem, p. 20.
97
Renata Hiller

4. El espacio público mediático o el jaquette del “matrimonio gay”

Antes de avanzar en las etapas posteriores del debate, cabe hacer algunas
reflexiones acerca de cómo fue definido y visibilizado el asunto en este primer
momento del proceso, en particular en el espacio público mediático. Focalizar
en este ámbito específico durante esta primera etapa resulta de particular inte-
rés, puesto que es allí, en las primeras coberturas de la noticia (y en su misma
conformación como “noticia”) donde el debate se abre hacia otros públicos y se
delinean las primeras definiciones de la cuestión.
El espacio mediático filtra, procesa y reformula los discursos de los demás
espacios públicos, de maneras que le son específicas. A la vez, funciona como
un escenario de amplificación. Gracias a su masividad muchas veces puede im-
poner su propia agenda (la agenda de los medios) en otros públicos.
Colocar la mira en el espacio mediático debe tomar en consideración que el
debate sobre la posible ampliación del estatuto matrimonial se presenta en un
contexto especialmente álgido en cuanto a los vínculos de este espacio y otros
ámbitos políticos. Las tensiones entre algunos medios de prensa y el Gobierno
nacional atraviesan la coyuntura e imprimen rasgos particulares (y ciertamente
paradójicos) a las coberturas, que irán sufriendo modificaciones conforme la
demanda sea más o menos alineada como una “iniciativa K” (del Gobierno
nacional). En este sentido resulta interesante contrastar las distintas posturas
sostenidas por algunos diarios: La Nación, opositor al Gobierno y a las inicia-
tivas; Clarín, también opositor al Gobierno, pero sin postura clara respecto del
matrimonio lésbico-gay, Página/12 favorable al Gobierno y a la iniciativa, y
Crítica, opositor al Gobierno y aunado a la iniciativa.37
Pocas veces como en ésta un tema vinculado a la diversidad sexual concitó
el interés de los medios durante tantos días, con una cobertura tan periódi-
ca. Una cobertura intensa, que luego se continuaría en etapas posteriores del
debate, encuentra en este primer lapso (dos meses entre fines de octubre y
diciembre de 2009) referencias al asunto casi diarias. Tomando bajo análisis los
diarios La Nación, Clarín, Página/12 y Crítica es posible registrar rasgos comunes

36. A diferencia del saber político que intenta conocer y comprender a los demás actores sociales,
la gestión de Mauricio Macri pareciera definir los escenarios a partir de su deseo. Ello ha llevado
a que en reiteradas oportunidades subestime el poder de aquellos actores que, simplemente, no
le parecen legítimos o relevantes. Si otrora fueron los sindicatos que nuclean a los empleados de
la ciudad o las “internas” de la Policía Federal, en este caso mostró una inusitada valentía (casi
rozando con la ingenuidad) ante los “castigos” que pudieran sucederse desde Iglesia Católica.
37. Lamentablemente Crítica dejó de publicarse hacia fines de abril del 2010, por lo que no pode-
mos conjeturar cuál hubiese sido el curso de su cobertura cuando en la etapa de resolución hubo
un vuelco de la Presidencia a favor del matrimonio gay-lésbico.
98
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

y signos distintivos en cada una de las coberturas, como en sus definiciones y


encuadres del asunto.
En este primer momento, donde la posición del partido oficialista resultó
especialmente ambigua38 las posturas de los medios de prensa estuvieron di-
ferenciadas por las trayectorias previas de estos diarios respecto de los temas
vinculados con la sexualidad y el género. De allí que en primer término pueda
señalarse una diferencia entre La Nación, Página/12 y Crítica (con agendas pro-
pias en torno a la cuestión), respecto del diario Clarín: en los tres primeros, su
cobertura fue más reiterada y más amplia temporalmente.39 Inclusive estos tres
diarios adelantaron el posible tratamiento en Comisión de los proyectos para
modificar el Código Civil, haciendo de ello “una noticia”. Los tres lo hicieron
adelantando sus respectivas posturas.
La Nación sacó el 27 de octubre (dos días antes del debate) una nota en la
que se citaban algunos de los fundamentos del borrador, se refería la “cautela”
(pero también el “optimismo”) de una de las autoras del proyecto y se seña-
laba (tal vez como dato curioso)40 que tanto las autoras del proyecto como la
presidenta de la Comisión de Legislación General eran mujeres. Concluía con
una frase premonitoria: “Precisamente, se esperan arduas horas de discusión,
ya que hay sectores que pondrán objeciones a las iniciativas en cuestión, como
la Iglesia y grupos conservadores”. Al día siguiente tituló “La Iglesia rechazó el
matrimonio gay”, presentando las afirmaciones José María Arancedo, arzobis-
po de Santa Fe, que “pidió a los legisladores tener en cuenta la historia e idio-
sincrasia del pueblo argentino”, evitar en la ley “toda confusión que no distinga
lo que es distinto” e indicó que “estas uniones [homosexuales] cuentan con una
serie de normas jurídicas o administrativas que atienden sus reclamos y seguri-
dad social, pero desde otro encuadre jurídico y que siempre se puede mejorar”.
Mientras tanto, Página/12, el mismo 27 de octubre refirió el inicio del deba-
te como “un paso trascendental” y colocó el tema (por boca de María Rachid,
presidenta de la FALGBT) en el campo de los derechos humanos. En esa pri-
mera intervención se marcó el asunto como luego continuaría siendo abordado
en el resto de la cobertura: como una cuenta pendiente, vista la existencia de
parejas (y familias) lésbico-gay:

38. Las primeras reuniones de comisión en la Cámara de Diputados no arribaron a un dictamen


ya que miembros del Frente para la Victoria (FPV/PJ) previamente comprometidos con la ini-
ciativa no sumaron al quórum.
39. Clarín recién se sumó al asunto luego de la primera jornada de debate y su cobertura en esta
etapa fue la más desprovista de epítetos.
40. O para indicar algunos de los peligros de dejar a las mujeres “sueltas” en política.
99
Renata Hiller

“Por primera vez, dos comisiones parlamentarias del Congreso Nacional


debatirán un tema que hasta la fecha circulaba entre las realidades del día a día
de miles de parejas, mientras que en términos institucionales eran desconoci-
das: el matrimonio entre personas del mismo sexo” (Página/12, 27/10/09).

Crítica optó por poner el carro delante de los caballos y tituló (el 28 de oc-
tubre): “Mayoría de votos favorables al matrimonio gay”. “Optimismo” fue el
tono de la nota, donde se plasman las voces de María Rachid y las autoras del
proyecto. La definición del asunto la ofrece Rachid: “Queremos los mismos
derechos con los mismos nombres porque lo contrario significa que el Estado
nos siga tratando como ciudadanos y ciudadanas de segunda”. Se insiste sobre
el consenso y apoyo que tendría la modificación, tanto dentro del Parlamento
como por parte de la sociedad, aunque también resulta una manera de con-
vocar al kirchnerismo: se les recuerda la declaración favorable del jefe de Ga-
41
binete (Aníbal Fernández), se dice que “la ley depende del oficialismo” y se
cuestiona: “Cristina deberá decidir si su política de derechos humanos incluye a gays y
lesbianas” (Crítica, 28/10/09).
De allí en más, las coberturas continuarían en los días subsiguientes con
crónicas, editoriales sobre el tema y columnas de opinión como la de Paula
Viturro publicada en Clarín o la de La Nación, de Diana Cohen Agrest, licen-
ciada en filosofía que indicaba las tasas de homosexualidad entre chimpancés
y cacatúas enanas y señalaba la “fidelidad” de los cisnes. Rachid publicó una
carta en Página/12 el día que se realizaría la segunda reunión de Comisiones y
no faltaron entrevistas a Alex Freyre y José María Di Bello, una vez conocido
el fallo Seijas.
Pese a las diferencias consignadas entre los distintos medios respecto de sus
posturas ante el gobierno y ante las iniciativas en pos del matrimonio gay lés-
bico, es posible encontrar un denominador común: de acuerdo a la cobertura
inicial de los medios de comunicación, este era un debate sobre “matrimonio
gay”. Así parecía rotularse el asunto en aquel entonces, invitando a preguntar-
nos sobre las razones y efectos de esta economía verbal.
En primer lugar el término “matrimonio gay” no incluye (al menos en nues-
tros contextos latinos) la asociación con gays y lesbianas, sino sólo con los
primeros. Eso a su vez se vio reforzado, en la cobertura mediática, por las imá-
genes seleccionadas para acompañar las notas: generalmente parejas de varones
(obviamente esto se multiplicó a partir del fallo Seijas, con el álbum de Freyre y

41. En entrevista con Bruno Bimbi, en junio de 2009, el entonces Ministro de Justicia y Segu-
ridad había respondido: “Toda la vida estuve en desacuerdo con que las parejas homosexuales
puedan adoptar, y un día tuve la valentía de decir que me convenciste” (Crítica, 16/6/2009).
100
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

Di Bello). Incluso no faltaron las imágenes de archivos internacionales, como la


del 29 de octubre, en Página/12, donde hay “un casamiento entre dos mujeres
en la Iglesia Luterana sueca”. Entonces parecía que había que buscar parejas
homosexuales (y especialmente de mujeres) en continentes lejanos y fríos. Sólo
Crítica “aprovechó” la Marcha del Orgullo acaecida por aquellos días en Bue-
nos Aires para generar un archivo de fotos que incluyera mujeres besándose, y
con ello pudieron poner un tono un poco más local al asunto.42
En segundo lugar, la fórmula alternativa que entonces se presentaba era
“matrimonio entre personas del mismo sexo”. Esta desgraciada estructura sin-
táctica, además de conllevar no pocos dolores de cabeza a los redactores, alude
a una sutileza que tal vez no sea tal. ¿Qué era lo importante en estas parejas?
¿Que se tratara de dos mujeres o dos hombres, en vez de una mujer y un hom-
bre? ¿O más bien, que aquellos que conforman la pareja sean (antes que hom-
bres o mujeres) personas homosexuales? La definición del debate bajo el térmi-
no “matrimonio entre personas del mismo sexo” omite uno de los elementos
más conflictivos del asunto: la orientación homosexual de los contrayentes y la
legitimidad, o no, que se le quiera dar a la misma.
Avanzando un poco más, puede reconocerse un viraje en las coberturas
mediáticas tras el fallo Seijas: desde La Nación, un discurso cada vez más abier-
tamente discriminador y apocalíptico, y por el lado de los defensores de la
iniciativa, el discurso de la normalidad.
La Nación tuvo una editorial el 14 de noviembre (un día después de conocerse
la no apelación de Macri) que merecería trascribirse en extenso. Valga apenas decir
que titularon “Una ley que promueve el mal común” (13/11/09), que los con-
vocados a opinar fueron la Corporación de Abogados Católicos y la Comisión
Ejecutiva del Episcopado Argentino. Para redoblar sus “ofertas” de una unión
civil, convocaron a dos abogados, José Miguel Onaindia y Félix Loñ. Pese a que
el primero ya había expresado públicamente su acuerdo con la reforma de la Ley
de Matrimonio,43 sus posiciones parecen analogarse en la nota periodística:

“Puestos a opinar, Onaindia está de acuerdo con que la ley debe re-
conocer el derecho de las personas homosexuales de quedar en igualdad de
42. El investigador brasileño Luiz Mello cuenta que con motivo de discutirse el Proyecto de Par-
cería Civil en una Comisión Especial de la Cámara de Diputados brasilera durante el año 1996 se
hicieron una serie de audiencias. En una de ellas se exhibió el film The Marguerethe Cammermeyer
Story, que narra el universo de relacionamiento amoroso entre dos mujeres y las dificultades que
tienen que enfrentar. Y dice Mello: “La exhibición de este film fue motivada por la ausencia de
mujeres lesbianas, con relativa proyección nacional, dispuestas a participar como expositoras en
una audiencia pública en la Comisión” (Mello, Luiz, Novas Famílias. Conjugalidade homossexual no
Brasil contemporâneo, Río de Janeiro, Garamond, 2005, p. 62).
43. En la reunión de Comisiones conjunta realizada el 5 de noviembre Onaindia había sostenido:
“Creo que los proyectos son idóneos; considero que con ellos se mejora enormemente la calidad de
101
Renata Hiller

tratamiento que las heterosexuales. Loñ también postula que no se les puede
negar una figura similar a la del matrimonio, como una unión civil de mayor alcance
que la actual” (La Nación, 13/11/09, el resaltado es mío).

Frente a ello, en los medios afines a la iniciativa lo que aparecieron fueron


“las historias personales”. Si, como vimos, la judicialización conlleva una indi-
vidualización del reclamo, ello se vio traducido y multiplicado en las coberturas
mediáticas: aparecieron los nombres propios (“Alex y José, el primer matri-
monio gay argentino”, tituló Crítica el 13 de noviembre, cuando se conoció
el fallo). Clarín concentró su interés en reconstruir el relato romántico de la
pareja, narrando cómo sus miradas se cruzaron, tuvieron “largas charlas junto
al mar y llegaron los primeros besos”. Y hasta los mandó de luna de miel: “El
festejo de la pareja continuará este fin de semana en Chapadmalal, el mismo lu-
gar donde comenzó su historia de amor” (Clarín, 13/11/09). Rachid de pronto
se convirtió en una especie de heroína de cuentos, que sensible e impulsiva se
lanza “excitada” a buscar a Mauricio Macri a un acto en un hotel (y podemos
imaginarla irrumpiendo de manera intempestiva, tras correr por corredores
palaciegos) porque, como explicaría más tarde, “Necesitaba oírlo directamente,
con mis propios oídos” (Página/12, 13/11/09).
Llamativamente, en este terreno de las “historias personales” las que se
hicieron presentes fueron las madres lesbianas, en un novedoso terreno de vi-
sibilidad. Primero a través de una columna de opinión, una periodista (y madre
lesbiana) expresó las proyecciones a futuro que tendría para su familia la posibi-
lidad de casarse (Página/12, 14/11/09). Al día siguiente, tal vez por primera vez
en los medios de comunicación locales, en Página/12 se hizo imagen, cuerpo
y palabras una familia conformada por dos madres lesbianas y sus pequeños
trillizos. Hacia finales del mes de noviembre, un fallo conminó a una obra so-
cial a pagar el tratamiento de fertilización asistida de una pareja de lesbianas.
Debajo de las fotos que las mostraba abrazadas, el epígrafe indicaba: “Seis años
de convivencia. Ahora quieren ser mamás” (Crítica, 27/11/2009).
La creciente visibilidad de las parejas homosexuales (de la mano de Freyre y
Di Bello) y de las familias lésbicas vino acompañada del fenómeno paradójico de
la normalización: Alex y José fueron entonces una “pareja moderna con códigos
claros” (Clarín, 13/11/09) preocupada por las mismas tareas que cualquier pareja
a punto de casarse: “Ahora, a preparar la fiesta y la luna de miel” (Página/12,
17/11/09). Las madres lesbianas concluyeron: “La verdad es que nosotras siem-

vida de los habitantes de nuestro país” (trascripción tipográfica de la Reunión del 5/11/2009 de las
Comisiones de Legislación General y Familia, Niñez y Adolescencia de la Cámara de Diputados).

102
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

pre lo vivimos muy naturalmente”. La nota se tituló “El error es pensar que las
familias diversas somos diferentes” (Página/12, 15/11/09, el resaltado es mío).
El discurso de la normalidad puede tener tanto que ver con una estrategia
del movimiento LGBT como con el tratamiento que los medios hayan deci-
dido darle a la cuestión. Aquí se considera que hubo más de lo segundo, en
vista de algunos signos que desde el movimiento LGBT intentaron imprimirse,
como la fecha solicitada por Freyre y Di Bello para contraer matrimonio o su
carta de presentación como activistas LGBT y por los derechos de personas
viviendo con VIH/sida. A su vez, también es cierto que esta postura “crítica
militante” fue utilizada peyorativamente por La Nación para indicar “intereses
ocultos” tras aquel reclamo de matrimonio (“Una decisión estratégica de la
militancia homosexual. Dicen que, más allá del amor, persiguen un fin para su
comunidad”, título de La Nación, 14/11/09).
Las historias de vida, la “naturalidad” y la semejanza con las parejas y fa-
milias heterosexuales parecen haber constituido el ropaje de gala con el que
los medios de comunicación comenzaron a vestir a la diversidad sexual para el
matrimonio en ciernes. El propio proceso político imprimiría nuevos sentidos,
consolidando esta imagen en algunos casos y disputándola en otros...

5. Segunda etapa: actores, alianzas, estrategias y definición


del asunto (enero-mayo 2010)

Los primeros meses del 2010 estarán marcados por nuevos fallos habilitan-
do el matrimonio de parejas gay lésbicas: el 24 de febrero la jueza Liberatori
(quien en noviembre había ordenado la cobertura del tratamiento de fertiliza-
ción a una pareja de lesbianas) ordenó al Registro Civil realizar una boda entre
dos varones basando su argumento en que la ley (tal como estaba vigente) no
prohibía el matrimonio entre personas del mismo sexo. Rechazaba el planteo
de inconstitucionalidad de los artículos 172 y 188 del Código Civil e indicaba
que las uniones homosexuales se trataban de una situación no prevista por “el
codificador”, por lo que era necesario realizar una interpretación dinámica y
acorde a los principios generales del derecho (fallo Liberatori sobre el pedido
de Bernath y Salazar Capón).
En abril llegaría el primer casamiento entre dos mujeres: “Norma y Cachi-
ta” (como serían conocidas a través de los medios de comunicación) instalarían
una nueva imagen al mostrar el vínculo amoroso entre dos mujeres jubiladas,
juntas hacía más de treinta años, vecinas de Parque Chas.44 Alejándose de defi-
niciones esencialistas de la homosexualidad, netamente victimistas o triunfalis-
tas, narraban cómo se había gestado su amor al conocerse en Colombia, donde

103
Renata Hiller

una de ellas había llegado exiliada. Una era la esposa del primo de la otra. De
ese modo se conocía la gente y así se conocieron también ellas. Al referir la
relación con sus familias, se señalaba:

“Con sus respectivas familias nunca consiguieron hablar del tema.


‘Pero tampoco nos hacían problemas, con mi hermana no tuve líos y tam-
poco con mis sobrinos, la mamá de Cachita tiene 88 años y me dice sí,
m’hija; es más, fui testigo en el casamiento del hijo de Cachita que vive en
Barranquilla’, explicó Norma. ¿Sabe que su mamá se casó? ‘No, no tuve
tiempo, en cuanto llego a casa le mando un mail’, respondió Cachita” (Pá-
gina/12, 10/4/2010).

De ese modo, estas mujeres indicaban aquel lugar mucho más paradójico
del lesbianismo, y sobre todo del lesbianismo de hace varias décadas: violento,
sí (por ejemplo en las terapias “de cura”, que atravesó una de ellas), pero sobre
todo sembrado de silencios y sobreentendidos que hacen a otros modos de
invisibilidad.
Cuando la reforma del Código Civil se discutiera en la Cámara de Diputa-
dos ya cinco parejas habían contraído matrimonio. //Al momento de discu-
tirse la reforma del Código Civil en la Cámara de Diputados ya cinco parejas
habían contraído matrimonio.// Todas ellas, abonadas por una alta cuota de
publicidad mediática, contribuyeron al argumento de los propulsores de la ini-
ciativa, sedimentando aquello de que “nuestras familias ya existen”.
Mientras tanto, hasta llegar al debate del 4 de mayo de 2010, se fue con-
solidando una alianza parlamentaria a favor de la iniciativa.45 En febrero, en
conferencia de prensa, legisladores de distintos partidos políticos adelantaron
su postura favorable a la reforma. Algunos hablaron en representación de su
bloque (Proyecto Sur, Solidaridad e Igualdad, Socialismo); otros, cuidaron sus
palabras y aportaron a título personal (como Adrián Pérez, de la Coalición

44. La tapa de Crítica (10/4/2010) es un primer plano de las esposas besándose. Por aquellos
días mi primo de 20 años diría que esa imagen “le daba impresión”, no porque se tratase de dos
mujeres, sino porque eran viejas y no estaba acostumbrado a ver viejos besándose. La sexualidad
en la tercera edad también comporta un régimen de visibilidad acotado...
45. Podríamos incluso postular la conformación de una alianza parlamentaria articulada a través
de una agenda común en torno a derechos sexuales y reproductivos. En el mes de marzo de 2010
más de treinta diputados presentaron un nuevo proyecto de despenalización del aborto (Expte.
0998/10). Todos ellos luego también votarían a favor de la reforma de matrimonio. (En mayo
se sumarían otros tantos adherentes. A excepción del Dip. Kenny, los demás también dieron su
voto afirmativo a la ampliación del matrimonio).
104
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

Cívica). Hubo una especial atención a las palabras de Agustín Rossi, presidente
del bloque del Frente para la Victoria, quien entonces expresó el apoyo de su
bloque. Posteriormente Alejandro Rossi (hermano del primero, también dipu-
tado por el FPV/PJ e integrante de una de las comisiones donde se discutió la
iniciativa) sería más cauteloso, permitiéndose “una opinión personal no parti-
daria”. Estas ambivalencias al interior del partido oficialista son indicativas de
procesos similares en los demás partidos mayoritarios.
Al interrogarnos sobre el rol de los partidos políticos en este proceso, no
puede afirmarse que hayan resultado completamente irrelevantes, pero tam-
poco disciplinadamente inapelables. Nociones tales como “disciplina partida-
ria” y “libertad de conciencia” tienen que ser profundizadas atendiendo a los
contextos específicos que atraviesan las demandas. Localizado en el escenario
posterior a las elecciones de junio de 2009 donde el oficialismo había perdido
su hegemonía, y a cinco meses de la renovación de las Cámaras, éste era el pri-
mer proyecto de peso que lograba obtener quórum para ser debatido. Esta vo-
tación, por tanto, implicó “desmenuzar” cuáles eran las alianzas que se habían
forjado para la elección anterior, y qué realineamientos podían sucederse de allí
en adelante, respetando, o no, las fronteras de las listas partidarias.
Fueron pocos los partidos que con cinco o más diputados (86% de la Cámara)
tuvieron un voto unánime: el Movimiento Proyecto Sur (5 bancas, a favor); GEN
(ídem); Nuevo Encuentro Popular y Solidario (ídem); Partido Socialista (6 bancas, a
favor) y el Partido Peronista (6 bancas, en contra). En términos de homogeneidad
partidaria, los siguieron la Coalición Cívica (19 bancas, 84% a favor) y el Peronismo
Federal (28 bancas, 78% en contra). Resulta llamativo que en el caso de estos dos
partidos, sus presidentes de bloque se apartaron del voto mayoritario del partido:
Carrió (de la Coalición Cívica) se abstuvo y Solá (del Peronismo Federal) votó a
favor. Votaron divididos, pero con mayoría en contra: la UCR (43 bancas, 53% en
contra), el PRO (11 bancas, 54% en contra) y el Frente Cívico de Santiago del Es-
tero (7 bancas, 57% en contra). Finalmente, el Frente para la Victoria también votó
dividido, pero con mayoría a favor (85 bancas, 54% a favor).
Si avanzamos sobre la etapa posterior de debate en la Cámara de Senadores,
resulta más complicado hacer un análisis de este tipo, ya que allí casi el 40%
de las bancas están ocupadas por partidos provinciales, cada cual con uno o
dos representantes. Baste entonces decir que en los otros dos únicos partidos
(Frente para la Victoria, 31 bancas, y UCR, 14 bancas) las balanzas de los sena-
dores se inclinaron hacia la postura que había sido mayoritaria en Diputados:
ambos pasaron de un 53 o 54% de homogeneidad al 64%. En el primer caso, a
favor; en el segundo, en contra.
En vistas de que la adscripción partidaria difícilmente puede ser la variable
para comprender la inclinación del voto de los representantes, será interesante

105
Renata Hiller

profundizar en análisis ulteriores sobre otras coordenadas explicativas. Algu-


nas de ellas ya han sido señaladas, como las variables de género y estado civil:
“Los hombres apoyaron bastante menos que las mujeres: 4 de cada 10 diputados
votaron a favor, contra 6 de cada 10 diputadas”. En la cámara de Senadores la
relación se mantuvo entre los hombres (4 de cada 10 votos fueron a favor) y entre
las mujeres 5 de cada 10 votaron positivamente. En cuanto al estado civil, “puede
observarse que los porcentajes son similares en las dos Cámaras, con una relación
rondando 45% a favor, 55% en contra para los casados y 80% a favor, 20% en
contra para los no casados. Esto sugiere que el estado civil resultó un buen pre-
dictor del voto al matrimonio homosexual”.46 Otros elementos podrían tomarse
en consideración a futuro. De acuerdo a nuestras “anticipaciones de sentido”
sugeriríamos avanzar sobre la variable de edad (para rastrear transformaciones
generacionales) y la procedencia formativa (en pos de reconocer la influencia o
no que pudiera tener la formación y participación en ámbitos religiosos).
Restringiéndonos al análisis partidario, como dijera un entrevistado: “los po-
rotos se cuentan de a uno”. Eso llevó a que tanto propulsores como detractores
de la iniciativa multiplicaran sus estrategias de contacto con los representantes. En
la etapa posterior, durante el debate en la Cámara alta, la misma condición “pro-
vincial” de los senadores hizo que la actividad de persuasión o lobby se amplificara,
extendiéndose territorialmente y abarcando una muy diversa gama de estrategias.
La novedad del asunto (esto es: la rápida incorporación al debate público de
la demanda de matrimonio, qua matrimonio) y la falta de alineamientos claros
en los partidos políticos mayoritarios (que hubiesen permitido una adscripción
en tales términos) hicieron que propulsores y opositores a la iniciativa tuvieran,
tanto al interior de los espacios parlamentarios como en la sociedad en general,
un amplio público disponible “a convencer” al que llamaremos “destinatario”.
La hipótesis indica que ello funcionó como un punto de partida para los ac-
tivistas del movimiento LGBT (que sabían que “tendríamos que convencer a
los heterosexuales, porque con los homosexuales no alcanzaba” –Alex Freyre,
entrevista RH–); mientras que por el contrario, los sectores reactivos sobreesti-
maron su capacidad de influencia y su público fiel (o “prodestinatario” en tér-
minos de Verón).47 Para cuando esto fue evidente a ojos de los propios actores,
ya era demasiado tarde. Veamos esto en detalle:
Uno de los actores que corresponde incoporar ahora al análisis es el espacio
público reactivo.48 Aprovechando el herramental teórico propuesto previamen-

46. Tow, Andy, “El voto familiar I y II” [on line]. Disponible en http://towsa.com/wor-
dpress/2010/05/10/el-voto-familiar/.
47. Verón, Eliseo, “La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política”, en
AAVV, El discurso político. Lenguajes y acontecimientos, Buenos Aires, Hachette, 1987, pp. 11-26.
106
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

te, éste puede ser definido como otro de los espacios públicos que elaboran y
hacen circular discursos. No se trata de un espacio público subalterno (tal como
definiéramos al campo LGBT) ya que no comparte ninguna de las condiciones
de subordinación de aquel: la heteronomia (ser designados por otros), la invisi-
bilidad y la desigualdad jurídico-política. Lo nominamos “reactivo” por cuanto
no se liga a exigencias de transformación, sino que demanda el sostenimiento
del statu quo. En nuestro caso, este espacio público estará casi monopolizado
por el activismo religioso. Esto es: en este espacio se nuclean y predominan
agentes más o menos vinculados a instituciones religiosas. Sin embargo, caben
dos aclaraciones: por una parte, el campo del activismo religioso resultó ser un
espacio de disputa mucho menos homogéneo que lo que una primera mirada
podría suponer. Fueron varios los representantes y miembros de distintos cre-
dos religiosos que se expresaron a favor de incluir a las parejas gay lésbicas en
la institución del matrimonio, participando de reuniones de Comisión y articu-
lándose en actividades conjuntas.
Por otra parte, el espacio público reactivo no define su “religiosidad” por
el tipo de argumentos esgrimidos, sino que su discurso se aproxima a lo que
Vaggione caracteriza como “secularismo estratégico”:
“El concepto de secularismo estratégico se propone para explicitar el despla-
zamiento en las principales argumentaciones utilizadas por el activismo reli-
gioso para oponerse a los derechos sexuales y reproductivos. Si bien el uso de
justificaciones ‘seculares’ no es novedoso para la Iglesia católica, las mismas
han devenido el eje central de las participaciones públicas del activismo reli-
gioso conservador. Discursos científicos, legales o bioéticos tienen un papel
privilegiado en las políticas de la sexualidad, lo que implica un desplazamiento,
aunque sea puramente estratégico, hacia justificaciones seculares. La defensa de
las posturas religiosas tradicionales se realiza, cada vez más, sin referencia a lo
sagrado, a Dios o a la doctrina oficial. Se intensifican, en cambio, argumentos
que más allá de su calidad son exclusivamente seculares”.49
Al interior de este espacio reactivo conviven diversas estrategias, actores y
discursos en circulación. En principio puede señalarse la creciente participa-
ción de las iglesias evangélicas en este debate, en una corriente similar a la que
se observa en otros procesos políticos vinculados a la sexualidad y el género en
la región.50 Como indica Jones, los sectores evangélicos (tal vez por la misma
pluralidad de actores institucionales que comprende) lejos de abonar in toto a la

48. La noción de espacio público reactivo articula la propuesta de espacios públicos de Fraser y el
concepto de politización reactiva de Vaggione (2005; 2009).
49. Vaggione, Juan Marco, “Sexualidad, religión y política en América latina”, Trabajo preparado
para los Diálogos Regionales, Río de Janeiro, agosto 2009, pp. 35-35. // ver pàgs//
107
Renata Hiller

oposición al matrimonio gay-lésbico, fueron también relevantes en la disputa


en pos de lo que el autor reconoce como una creciente re-biblización:

“...actores religiosos progresistas salen a disputar la identidad evangé-


lica para posicionarse a favor del reconocimiento legal de las parejas del
mismo sexo […] mediante referencias bíblicas puntuales, en un fenómeno
especular al secularismo estratégico conservador: la creciente re-biblización
de los sectores progresistas, que ya no insisten exclusivamente en un re-
gistro secular para defender sus opiniones políticas. Lejos de desmarcarse
de la carga de parcialidad valorativa atribuida a los actores religiosos, estas
instituciones hacen hincapié en otras lecturas posibles de la Biblia, alterna-
tivas al literalismo (selectivo) conservador que condena la homosexualidad
y justifica el negarles ciertos derechos”.51

El espacio público reactivo no asimiló esta pluralidad al interior de los gru-


pos religiosos. Por el contrario, sus voces hegemónicas pretendieron que tanto
los fieles como el conjunto de la sociedad reconocieran a las autoridades reli-
giosas como guardianes de la moralidad pública y, simplemente, obedecieran.
Como anticipamos, la ausencia de un discurso persuasivo, que intentara atraer
con argumentos a quienes todavía no estuvieran convencidos puede ser una
de las claves para comprender el fracaso del activismo religioso en el debate.
¿Cómo entender si no la difusión (a través de la Agencia Informativa Católica
Argentina, AICA) de la carta de Jorge Bergoglio, presidente de la Conferencia
Episcopal Argentina, dirigida a las Monjas Carmelitas de Buenos Aires? Resulta
difícil pensar que un mismo mensaje (donde se hablaba de “envidia del demo-
nio” y “movida del padre de la mentira”)52 pudiese atraer tanto a las carmelitas
como a quienes ni van a la Iglesia. Llamar a una “guerra de dios” sólo podía ser
una convocatoria interesante para quienes pudiesen reafirmar allí sus conviccio-

50. Sardá, Alejandra, “Recoverign the lost memories of bravery: Latin american Non-normative
Sexualities in the 21st Century”, en Dubel, Ireen y Hielkema André (eds.), Urgency required. Gay
and lesbian rights are human rights, Netherlands, Hivos, 2008, pp. 94-203.
51. Jones, Daniel, “Evangélicos y matrimonio gay: actores e intervenciones evangélicas en los
debates sobre reconocimiento legal de parejas del mismo sexo en Argentina (2002-2010)”, Tra-
bajo presentado en X Jornadas de Historia de las Mujeres y V Congreso Iberoamericano de Estudios de Género,
Luján, septiembre 2010, p. 12.
52. Agencia Informativa Católica Argentina (AICA), “Carta del cardenal Jorge Mario Bergoglio,
arzobispo de Buenos Aires, a las Monjas Carmelitas de la Arquidiócesis de Buenos Aires”, 22 de
junio de 2010 [on line]. Disponible en http://www.aica.org/docs_blanco.php?id=463.
108
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

nes previas, pero difícilmente sea una tarjeta de invitación a conservar entre aque-
llos que se alejan (aunque sea un poco) de cualquier fundamentalismo religioso.
A la vez que se observa un déficit en el discurso hacia los destinatarios, tam-
poco parece que haya habido un uso estratégico de los pro-destinatarios (o di-
cho en otros términos, de la “tropa propia”). En el trabajo de campo realizado
durante el proceso fue posible observar grupos organizados que participaban
como público de las reuniones de Comisión:53 su ingreso estaba generalmente
garantizado (haciéndolo muchas veces en gran número y con listas confeccio-
nadas previamente). Sin embargo, su presencia no era una constante en los
pasillos o el Hall de la Cámara. Tampoco durante las entrevistas los legisladores
mencionaron otras modalidades de acción, como sí refirieron haber conocido
al debatirse otros asuntos vinculados a los derechos sexuales y reproductivos
(fundamentalmente el aborto). La creatividad desplegada por el activismo reli-
gioso en aquellas circunstancias (repartiendo escarpines, por ejemplo), en esta
oportunidad se vio opacada por carteles hechos a mano, con dibujos infantiles
y leyendas como “Matrimonio es papá y mamá”, “Sí al matrimonio xx-xy”
o “Dios quiere papá y mamá”.54 Los carteles impresos, difundidos en la vía
pública y la convocatoria masiva a la movilización fueron estrategias utilizadas
mucho después (y, podríamos aventurar, tardíamente).
En los primeros momentos el activismo religioso se manifestó fundamen-
talmente: a) vía estos grupos de asistentes a las reuniones de Comisión en la Cá-
mara de Diputados, b) participando profesionales de Universidades confesio-
nales como discurso experto en las reuniones de Comisión, y c) por medio de
asociaciones de abogados que actuaron como litigantes en causas judiciales.55 A
nivel de la Jerarquía Católica, hubo diversos pronunciamientos públicos.56 Una
vez más, estos pronunciamientos (más allá de su capacidad de influencia sobre

53. Aquí refiero especialmente a las reuniones de Comisión de la Cámara de Diputados realiza-
das en la Ciudad de Buenos Aires.
54. Tomados de las notas de campo de la reunión conjunta de Comisiones (15/4/2010).
55. Para ampliar sobre el accionar de organizaciones de la sociedad civil del activismo religioso,
puede consultarse el Informe “Derecha Religiosa en América Latina, Principales Estrategias de
Acción”, de Católicas por el Derecho a Decidir, Córdoba.
56. A los ya citados pueden sumarse el comunicado de febrero del 2010, en el que el presidente
de la Conferencia Episcopal Argentina exigió al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
que apele el segundo fallo que permitió la celebración de un matrimonio gay lésbico. Cuando se
realizaron las audiencias en el interior del país, en San Luis, el obispo local expresó que los gays
“no son una familia porque no pueden tener hijos” y propuso que la homosexualidad era “una
tendencia contra la que se puede luchar y vencer”. También hubo pronunciamientos por parte
del arzobispo de San Juan, Alfonso Delgado, del arzobispo de Córdoba, Carlos Ñáñez, y del
arzobispo auxiliar de La Plata, Antonio Marino, entre otros.
109
Renata Hiller

los representantes, asunto difícil de mensurar) no contribuyeron a sumar adep-


tos. Bien por el contrario, el in crescendo autoritario llevó incluso a que algunos
senadores hicieran explícito su repudio a ese tipo de manifestaciones.
Es recién después de la votación en la Cámara de Diputados (y para ello
nos adelantaremos sobre sucesos de la etapa posterior) donde el activismo
religioso toma un giro y profundiza su accionar. Por una parte, se multi-
plican los pronunciamientos de representantes locales del Arzobispado en
distintas provincias y se hacen públicas las audiencias entre éstos y senado-
res. Por otra parte, esta etapa será la de mayor movilización de las “bases”,
procurando congregar lo que Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, llamaría
una “mayoría silenciosa”.57
Quienes inicialmente convocaron a la movilización fueron los grupos evan-
gélicos: la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas (Aciera) y la Federación Con-
fraternidad Evangelica Pentecostal (Fecep) realizaron un acto frente al Congre-
so un día antes que se comenzara a tratar el tema en el Senado e iniciaron una
junta de firmas bajo la consigna “Por un matrimonio con papá y mamá”. La
convocatoria, estimada en unas 8 mil personas (La Nación, 1/6/2010), concitó
la atención de los medios de comunicación, en donde por primera vez se hacían
presentes sectores movilizados en contra de la iniciativa. Más tarde, la realización
de audiencias en el interior del país generaría un proceso de activación contra la
modificación del estatuto matrimonial en la mayoría de las ciudades donde se
realizaron aquellas reuniones. Entonces se generarían nuevos símbolos (como el
uso del color naranja) para identificar y visibilizar aquella postura.
Finalmente, el 13 de julio (día anterior a que se debata en la Cámara de
Senadores) se realizó un acto frente al Congreso nacional convocado conjunta-
mente por el Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina
(DEPLAI), Aciera, Fecep y otras organizaciones. La capacidad de movilización
entonces manifiesta da cuenta de la existencia de redes, lazos de solidaridad
y objetivos comunes que nos permiten pensar este activismo en términos di-
námicos, atendiendo a sus mutaciones y alianzas. Sin embargo, estos sectores
tuvieron enormes dificultades para ampliar su discurso a otros foros de la so-
ciedad y para vincularse con otros actores (sindicales, culturales, sociales).
Los impulsores de la reforma, en cambio, recurrieron a aliados estratégicos
que ubicaran la iniciativa en el marco de bases sociales y símbolos culturales
compartidos.58 El acompañamiento de organismos de derechos humanos y la

57. Agencia Informativa Católica Argentina (AICA), “Mons. Aguer denunció presiones para
votar el ‘matrimonio’ gay”, 5 de julio de 2010 [on line]. Disponible en http://www.aica.org/
index.phpmodule=displaystory&story_id=22364&edition_id=1279&format=html&fe
ch=2010-07-05.
110
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

presencia de Madres de Plaza de Mayo en distintos momentos del proceso re-


forzaron la demanda en el campo de los derechos humanos, así como las alian-
zas con distintos sectores de la sociedad civil (representantes sindicales, artistas,
académicos, religiosos) contribuyeron a instalar el asunto como un problema
común, en el marco de una mayor democratización de la sociedad.
La media sanción lograda en la Cámara de Diputados tal vez tomó por sor-
presa a varios. Lo cierto es que para entonces la cuestión ya había sido definida.
Con ello no referimos que el asunto estuviese saldado, sino que las coordenadas
intepretativas ya estaban colocadas. Previamente anunciamos la relevancia que
tiene la definición que se haga de un determinado asunto. Ello condiciona los
interlocutores pertinentes en un debate, la gama de respuestas estatales posibles
y el marco general del debate. Koopmans y Statham refieren a una “estructura
discursiva de oportunidades” que “determina qué ideas son consideradas ‘sensi-
bles’, qué construcciones de la realidad son vistas como ‘realistas’ y qué reclamos
se toman como ‘legítimos’ en el marco de una política en cada momento especí-
fico”.59 En lo que sigue, y antes de avanzar en la última etapa de este proceso, se
presentan los argumentos centrales que definieron cuál era el asunto en debate
tras la demanda de reconocimiento de las parejas gay lésbicas. Intentaremos mos-
trar cómo la dinámica entre discursos propulsores y discursos reactivos hará del
debate una discusión en torno los significados de la igualdad.

6. Significados de la Igualdad

El principio de igualdad fue el eje central sobre el cual los propulsores ar-
ticularon la demanda de matrimonio. “Los mismos derechos con los mismos
nombres” era el lema que hacía énfasis, más que en el instituto reclamado, en la
necesidad de deslegitimar prácticas discriminatorias hasta entonces sostenidas
por el Estado. Esta definición del asunto “enmarcó”60 la demanda incribién-
dola históricamente y haciéndola inteligible a través de la asociación con otras
análogas como el voto femenino o la equiparación sancionada en la década de
1980 entre los hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio.

58. Tarrow, Sidney, El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política, Ma-
drid, Alianza, 1997.
59. Koopmans, Ruud y Statham, Paul, “Ethnic and Civic Conceptions of Nationhood and the
Differential Success of the Extreme Right in Germany and Italy”, en Giugni, Marco, McAdam,
Doug y Tilly, Charles (eds.), How Social Movements Matter, Minneapolis, University of Minnesota
Press, 1999, p. 228.
60. El término frame/marco es tomado de Goffman por Snow y Benford para referir al “esquema
de interpretación que permite localizar, percibir, identificar y etiquetar determinados aconteci-
111
Renata Hiller

La idea de tratarse de una “ley de la igualdad” puede rastrearse en la articula-


ción entre este espacio y el activismo LGBT español. En aquel entonces, la inicia-
tiva también había sido planteada de ese modo. Por el contrario, el “derecho a ser
diferente” que reconocimos en el debate de la Ley de Unión Civil, esta vez casi
no fue planteado. Existió más bien un esfuerzo desde el espacio LGBT por defi-
nir la cuestión por fuera de los marcos del “derecho a la privacidad” y se resaltó el
carácter público de la pareja. Una periodista vinculada al activismo puntualizaba:

“Nuestra familia no es nuestra ‘intimidad’. En familia vamos al parque,


al teatro, de vacaciones, a la escuela y cuando no queda otra también al
hospital. Comemos en restoranes, nos damos la mano en el cine, nos besa-
mos en la calle para alegría de nuestro hijo, al que le encanta ver esa escena
de cariño conyugal. Nuestra familia es pública como cualquier familia”
(Marta Dillon, Página/12, 9/5/2010).

Este énfasis igualitario antes que diferencialista se comprende también por


el objeto bajo discusión: la institución matrimonial difícilmente podía encua-
drarse bajo el derecho a la privacidad, en resguardo de una diferencia “íntima”.
El matrimonio es una institución compleja en la que se articulan expectativas
variadas y significados múltiples. Políticamente, el matrimonio comprende un
estatus jurídico que ordena a las personas entre sí y en su vinculación con el
Estado. Interviene en la distribución de derechos patrimoniales, de residencia,
de beneficios sociales, entre otros. Ello, sumado a la inclusión en el debate del
régimen de adopción conjunta hacía del asunto una cuestión de ineludible del
interés estatal. Si la Unión Civil todavía podía presentarse como un contrato
privado entre pares, la trayectoria del matrimonio, el signo político que le im-
primieron debates anteriores (en particular, los referidos al divorcio vincular) y
el propio peso otorgado por quienes procuraban “defenderlo”, señalaron en el
matrimonio su carácter público.
A la vez, el contexto en que se inserta el debate también condiciona los
esquemas conceptuales para abordarlo. Así, en principio podríamos señalar un

mientos dentro del espacio vital y en el mundo en general” (Snow, David y Benford, Robert:
“Ideology, Frame Resonance, and Participant Mobilization”, en American Sociological Review Vol.
51, 1988, p. 464). Así, el concepto de framing, en el marco de los estudios sobre movimientos
sociales, pretende contribuir a la comprensión de la emergencia de la acción colectiva, indicando
los símbolos culturales y valores políticos que dan sentido y constituyen marcos interpretativos
de nuevas demandas, iniciativas o disputas. Como se verá, en los procesos de framing no sólo in-
tervienen los movimientos sociales (como en este caso, el de la diversidad sexual), sino también
otros actores, incluso antagónicos.
112
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

cierto “apagamiento” más general del paradigma liberal (¿podríamos decir en


un contexto de hegemonía peronista?) en los actuales debates socio-políticos.
Esto es: el discurso liberal clásico no resulta un lenguaje válido en un contexto
signado por la defensa del intervencionismo estatal, el cuestionamiento del
“paradigma neoliberal de los noventa”, entre otros.
En este sentido, resulta ilustrativo atender al cambio operado entre el 2002
(al momento de discutirse la Ley de Unión Civil) y en el 2010, respecto de los
modos de interpretar el artículo 19 de la Constitución Nacional.61 Si entonces
fuera interpretado en aquella clave de “intimidad”, en el reciente debate fue
presentado como fundamento del derecho a la autonomía personal (diputado Gil
Lavedra, diputado Gallardo). La autonomía personal no implicaba ahora la re-
serva de un espacio resguardado de la tutela estatal, sino el reconocimiento de
la igual dignidad y capacidad de las personas para realizar su propio plan de vida.
La libertad es desacoplada de la cuadrícula público-privado, para convertirse en
atributo de las personas en tanto sujetos políticos.
Paradójicamente, esta definición del asunto en términos de igualdad se verá
reforzada a partir de las estrategias del discurso opositor. Sobre este eje girará
el debate, no por exclusiva voluntad de sus propulsores, sino especialmente por
la dinámica impuesta por los argumentos opositores.
En este sentido, resulta pertinente volver sobre algunas de las nociones del
discurso polémico para considerar que en el espacio de la práctica política, todo
discurso se distingue por conformarse en relación con un Otro adversativo.62
Así como los actores sociales no son entidades preestablecidas, su discurso
también está constituido a partir del diálogo y las tensiones con otros antagó-
nicos. En este caso, los argumentos en torno a la igualdad sólo pueden com-
prenderse en el marco de las discusiones planteadas por los detractores de la
iniciativa, y en particular del argumento central de la oposición al matrimonio
gay-lésbico: la llamada “discriminación justa”.
“Es justo tratar igual lo igual; es justo tratar lo desigual como desigual, pero
no es justo tratar lo desigual como igual y lo igual como desigual. Con esto
quiero decir que la equiparación en nombre y derechos de los ciudadanos que
asumen el compromiso de las funciones sociales estratégicas, como es la pro-
creación, no pueden ser considerados en las mismas condiciones; en caso con-
trario, se trataría de una discriminación injusta” (diputado Merlo, sesión del 4
de mayo de 2010, HCDN).

61. “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral
pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de
los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni
privado de lo que ella no prohíbe” (Art. 19 de la Constitución Nacional).
62. Verón, op. cit.
113
Renata Hiller

La “discriminación justa” pretende basar en principios aristotélicos (que


diferencian justicia e igualdad) la no inclusión de las parejas homosexuales en el
matrimonio. Desde esta perspectiva, las uniones homosexuales serían diferen-
tes en cuanto a su composición y fines respecto de las heterosexuales y por lo
tanto, no debiera otorgárseles el mismo estatus jurídico. “Reconocer otro tipo
de uniones y equipararlas a la familia es discriminarla y atentar contra ella” (dip.
Enríquez en Debate sobre Uniones Civiles, citando a su vez un documento de
la Conferencia Pontificia para la Familia y la Comisión Pontificia para América
latina del 12 de octubre de 2002).
El argumento de “discriminación justa” vendría precisamente a desmentir
la acusación de discriminación, considerando la palabra en una nueva acepción:
discriminar también significa “distinguir” o “discernir”. Quienes sostenían el
argumento de la “discriminación justa” procuraban con ello a su vez desmar-
carse de la acusación de segregar e infravalorar la homosexualidad, generando
un extraño circuito donde algunos se victimizaban denunciando ser discrimi-
nados por “discriminadores”.63
Para mostrar la voluntad de otorgar derechos a las parejas homosexuales,
estos sectores contrarios al matrimonio propusieron entonces lo que comba-
tían hace unos pocos años: otras figuras jurídicas (como la Unión Civil) que
permitieran acoger a las parejas homosexuales, brindando cierta cobertura le-
gal, pero preservando algunas potestades (sobre todo la adopción) y el rótulo
de “matrimonio” para las parejas heterosexuales.
Sólo muy tardíamente, sobre la sesión en la Cámara de Senadores, otros
argumentos serían planteados en contra de la ampliación del matrimonio. En
particular: la invisibilidad y subordinación de las mujeres en la nueva ley. Este
discurso procuraba resaltar los derechos de las mujeres que estarían siendo
violados tras la indistinción genérica propuesta en el nuevo estatuto, preten-
diendo generar una dicotomía entre “derechos de la mujer” y “derechos de
minorías sexuales”.64 Si bien este argumento no fue atendido, cabe señalarlo en

63. Como ejemplo de este argumento puede consultarse la intervención de Elcira Nazar Espeche
(profesora de filosofía de la Universidad Católica de La Plata), durante la reunión de Comisión
de Legislación General del Senado (22/6/2010).
64. Tanto De la Dehesa en México como Fassin en Francia refieren cómo al momento de discu-
tirse al establecimiento de cuotas de género en las listas de candidatos se refirió a los derechos de
las minorías sexuales, confrontándolos. En un caso, temiendo que luego se reclame la “cuota de
maricas”; en el otro, subrayando y naturalizando la diferencia sexual para justificar la necesidad
de una ley de ese tipo. Ver: De la Dehesa, Rafael, Queering the public sphere in Mexico and Brazil,
Duke University Press, 2010, p. 47, y Fassin, Eric y Feher, Michel, “Parité et PaCS: anatomie
politique d´un rapport”, en Borrilo, Daniel, Fassin, Eric y Iacub, Marcela (dirs.), Au-delà du PaCS.
L’expertise familiale à l’épreuve de l’homosexualité, París, PUF, 1999, pp. 13-44.
114
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

vista de las posibles reconfiguraciones del espacio reactivo que, como indicara
Vaggione, hace un uso estratégico de los argumentos seculares, en este caso, los
promovidos desde el feminismo y los movimientos de mujeres.
Es en este escenario, por tanto, que se plantea el debate sobre la posible inclu-
sión de las parejas gay-lésbicas en el matrimonio: ya no se trata de obtener o no los
derechos (que, excepto la adopción, parecieran aceptar todos), sino de los signifi-
cados de la igualdad y las políticas particulares para concretarla. La igualdad que se
pondrá en debate a partir del reclamo de matrimonio es una igualdad política, antes
que “contrastiva”. En este sentido, vale recordar la distinción que realizara la histo-
riadora Joan Scott al intentar desmontar el binomio (tan caro a ciertas discusiones
feministas) entre “igualdad y diferencia”. Para ello, se servirá de los aportes de la
teoría posestructuralista para intentar rearticular valores de sinonimia y antonimia.
Así dirá que lo que se opone a la igualdad no es la diferencia, sino la inequidad
o falta de equivalencia, “la noncommensurability (la falta de medidas comunes)”. La
igualdad política, precisamente, supone la existencia de diferencias que (sin embar-
go) no son consideradas como relevantes en términos de ciudadanía:
“La igualdad en la teoría política de derechos que está detrás de los reclamos
de justicia que llevan a cabo grupos excluidos, significa ignorar las diferencias
entre individuos para un propósito en particular y en un contexto particular.
Michael Walzer lo expresa del siguiente modo: ‘el significado de raíz de igualdad
es negativo: el igualitarismo tiene sus orígenes en políticas abolicionistas. Trata
de eliminar no todas las diferencias, sino un grupo particular de diferencias, y
un grupo diferente en diferentes épocas y lugares’ […] La noción política de
igualdad, por tanto, incluye un reconocimiento de la existencia de la diferencia:
más aún, depende de tal reconocimiento. Las exigencias de igualdad se basaron
siempre en argumentos implícitos y generalmente no reconocidos a favor de la
diferencia: si los individuos o grupos hubieran sido idénticos o los mismos, no
habría habido necesidad de pedir la igualdad.”65
Las discusiones sobre matrimonio civil operaron entonces como un esce-
nario de disputa en torno a cómo conciliar el reconocimiento de una sociedad
diversa y plural junto con la igualdad de derechos y el acceso equitativo a la
ciudadanía. Entonces la demanda comenzaría a ser nombrada y reconocida
bajo un nuevo rótulo: “matrimonio igualitario”.66

65. Scott, Joan, “Reconstruir igualdad versus diferencia: usos de la teoría posestructuralista para
el feminismo”, en Revista Feminaria Año 7 Nº 13, noviembre 1994, pp. 1-9. Ver también Walzer,
Michael, Spheres of justice: a defense of pluralism and equality, Nueva York, Basic Books, 1983.
66. De dónde salió el término y quién lo dijo por primera vez puede quedar en el terreno de los
mitos urbanos. De acuerdo al relevamiento documental, cobra mayor circulación en las primeras
semanas de julio: hay un registro fotográfico del acto del 9 de julio en Tucumán donde detrás
de Cristina Fernández se lee: “H.I.J.O.S. apoya la ley de matrimonio igualitario”. También la
115
Renata Hiller

7. Tercera etapa: espacios en disputa (mayo-julio 2010)

En el lapso de pocos meses, la demanda inicial de reconocimiento legal de


las parejas homosexuales había mutado hasta consolidarse en la propuesta de
reforma a la ley de matrimonio. Si al inicio del proceso muchos podían reco-
nocer en otro tipo de figuras (como la Unión Civil) una respuesta favorable y
satisfactoria a la demanda, hacia esta tercera etapa se perfilaban dos posibles
respuestas estatales, de signo contrario: la que brindara igualdad plena, y la que
reconociendo ciertos derechos, preservara un tratamiento diferencial para las
parejas heterosexuales. La dinámica del proceso (el accionar de los participan-
tes, los discursos en circulación, el escenario coyuntural) modificó el planteo
de la demanda, haciendo que el debate se defina entre “tratamiento igualitario
vs. discriminación”, dejando por fuera otras discusiones, preguntas y posturas.
En este sentido, resulta ilustrativo un pasaje del discurso del diputado Forte:

“Quizá algunas inseguridades y dudas se fueron disipando, pero queda un


ruidito en mi conciencia. Le puedo garantizar que el día de mañana me voy a
poder arrodillar en la tumba de mis viejos y mirar a mis hijos de frente a los
ojos y sin duda podré decir que aposté por la igualdad y la integración y que
jamás me lo perdonaría si dijera que voté por la discriminación. Por lo tanto,
mi voto es positivo” (Dip. Forte, sesión del 4 de mayo de 2010, HCDN).

Al momento de debatirse en la Cámara de Senadores, una postura apoyaba


la reforma del Código Civil tal como había sido votada en la Cámara de Di-
putados, con el reemplazo de “contrayentes” allí donde antes dijera “hombre
y mujer”. La postura contraria promovía su rechazo y aconsejaba en cambio
el tratamiento de un proyecto de “Unión Civil” que brindara cierta cobertura
legal a parejas homo u heterosexuales, a la vez que expresamente impedía la
adopción conjunta o el acceso a fecundación in vitro a las parejas de personas
del mismo sexo (Art. 17 del Dictamen de Comisión. Proyecto de ley de Unión
Civil, 2010). La distancia entre una y otra propuesta se ampliaba: nuevamente,
el espacio reactivo al matrimonio gay lésbico hacía esta propuesta sin una estra-
tegia efectiva de convencer a los indecisos: el proyecto presentado apenas cum-
plía las formalidades de la Cámara ya que no se trataba de un proyecto efectiva-
mente presentado, sino de la reunión y sumatoria de otros cuatro proyectos (de
enlace civil, unión civil, uniones concubinarias...) que era casi desconocido al

Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de


la Universidad Nacional de La Plata (con fecha del 7/7/2010) se llama “Declaración de apoyo a
la ley de matrimonio igualitario”.
116
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

momento de la votación. Si quedaban dudas sobre su sesgo discriminatorio, la


propuesta de Unión Civil garantizaba a los funcionarios el derecho de objeción
de conciencia, instalando a la posibilidad de que sean éstos (y no la ley) los que
discrecionalmente permitan el acceso a los derechos (Art. 24).
En términos de visibilidad pública, cuando el tema fue debatido en la Cá-
mara de Senadores, ya había casi una docena de bodas celebradas. Aquella
frase de Rodríguez Zapatero, “No estamos legislando para gentes remotas y
extrañas, […] [sino] para nuestros vecinos, para nuestros compañeros de tra-
bajo, para nuestros amigos y para nuestros familiares”,67 se patentizaba en la
difusión de familias que hacían pública su diversidad: un diputado confesaría
ser padre de un hijo gay, hijos de gays y lesbianas (hasta entonces invisibles) se
hacían presentes en reuniones de Comisión en la Cámara de Senadores. En los
programas de televisión se reiteraban los relatos personales, cómo había sido
la “salida del closet” para los padres, para los hijos... Al recorrer los relatos en
torno a los vínculos establecidos por gays y lesbianas daría la impresión de que
estas personas se profesan cariño, pasean sobrinos, llevan sus hijos a la escuela
y visitan familiares casi en la totalidad de su tiempo disponible, dejando en un
lugar secundario a los vínculos específicamente sexuales. Como sujetos plenos
de responsabilidades familiares, comunitarias y ciudadanas, las prácticas sexua-
les al margen de la heterosexualidad no fueron referidas. ¿Tienen sexo las y los
homosexuales? El silencio en torno a las prácticas sexuales, el deseo homoeró-
tico o la pasión lésbica habilita interrogarnos acerca del estatuto de aquellas
prácticas y en qué medida algo de ello fue disputado o sacudido en el debate.
Insistimos en este carácter “familiar” de la visibilidad gay lésbica y su efi-
cacia en el espacio público: el discurso promovido por las organizaciones del
campo LGBT (“nuestras familias ya existen”) permitió señalar la exclusión de
derechos a los que estaban sometidos los hijos de parejas gay lésbicas. Ello alejó
en parte el debate acerca de la deseabilidad o no de que gays y lesbianas puedan
adoptar, reemplazándolo por una discusión en torno a la igualdad de derechos
para niños y familias. La visibilización de gays, lesbianas y familias homoparen-
tales se anudó a la obliteración del sexo, para contribuir a resaltar las similitudes
(más que las diferencias) entre gays y lesbianas y el resto de la sociedad.
Desde nuestra preocupación por captar los procesos de metamorfosis del
espacio público, esta etapa comporta un interés particular. Es en este momento
cuando más claramente se planteará la pregunta acerca de las reglas y partici-
pantes habilitados para debate. Dos asuntos resultarán centrales para dirimir la
cuestión: las supuestas tensiones entre federalismo, democracia y representa-
ción; y las propuestas de plebiscitar el asunto.

67. Discurso del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en el pleno del
congreso de los diputados para defender la reforma del Código Civil, Madrid, 30 de junio de 2005.
117
Renata Hiller

Al comenzar la sesión en Senadores, la presidenta de la Comisión de Le-


gislación General (en la que había sido asignado el proyecto) propuso exhibir
un video que sintetizaría la labor llevada a cabo por la Comisión. Entre sikus
y canciones populares (como “Se equivocó la paloma”) el video indicaba las
provincias recorridas, los kilómetros trazados y las horas de audiencias públicas
sucedidas. Provincia por provincia, se superponían voces a favor y en con-
tra del matrimonio gay lésbico. Sin ninguna lógica argumentativa, se exponían
fragmentos de aquellas audiencias bajo una edición que descontextualizaba los
discursos, haciéndolos equivalentes en una pretendida democracia en la que
(una vez más) podían escucharse “todas las campanas”.
En las semanas previas se había ensayado la instalación de un foro itinerante en
el que “ciudadanos de las provincias” podían expresar su parecer ante la Comisión
de Legislación General. Planteado por dos senadores salteños contrarios al pro-
yecto aprobado en Diputados, el espacio procuraba “garantizar la participación de
todos”. La propuesta, por una parte indiscutible (¿quién podría oponerse a la am-
pliación de las voces del debate?) suponía también la existencia de un centralismo
porteño que “ocultaba” la Argentina profunda a la que era necesario ponerle oído.
A partir de entonces se realizaría un raid de la comisión por nueve provin-
cias,68 renovando tensiones del esquema federal de nuestro país y, en particular,
reactualizando lo que en otro momento nominé como un “imaginario progresis-
ta” en torno a la Ciudad de Buenos Aires: se reeditaba una vez más un binomio
entre la Ciudad de Buenos Aires y “el interior”, que ya había reconocido durante
el debate sobre la Ley de Unión Civil de la Ciudad. Entonces encontraba que:

“...a partir del trabajo de campo documental y a través de las entrevistas,


el ‘lugar’ de la Ciudad de Buenos Aires fue tomando un nuevo cariz: el de un
imaginario […] Dicho imaginario sostiene una dicotomía entre la Ciudad de
Buenos Aires y el resto del país, en donde ésta se caracterizaría por ser ‘pro-
gresista’, entendiendo por ello el pluralismo de estilos de vida, el respeto a
los derechos individuales (civiles y políticos, antes que sociales) y una actitud
menos prejuiciosa hacia lo diferente. En el caso de algunos entrevistados, el
carácter progresista de la Ciudad de Buenos Aires se explicaría por la mayor
difusión de la educación secundaria y superior, y por un asunto de ‘clase’
que haría suponer una ciudad ‘rica’ (con menos pobres y con ‘pobres menos
pobres’). Por contraposición, el interior es definido por su anclaje en los

68. Se realizaron audiencias en Resistencia (Chaco), Corrientes, Salta, San Fernando del Valle de
Catamarca, San Miguel de Tucumán, Córdoba, San Juan, San Salvador del Jujuy y Mendoza. Lla-
mativamente, ninguna de la región patagónica (más tarde se planeó una audiencia en Neuquén,
pero no llegó a realizarse).
118
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

valores tradicionales, ligados al mayor peso de la Iglesia Católica, con fuerte


control de la ‘tiranía social’ sostenida través del rumor y otras estrategias de
control social frecuentes en comunidades pequeñas o medianas. Esto haría
más dificultosa en aquellas regiones la vida de personas que mediante prác-
ticas e identidades sexuales desafían los cánones de la heteronormatividad.
También impediría la promoción de sus derechos, por cuanto los políticos
locales coincidirían con estos valores tradicionales. Aun en los casos en que
no lo hicieren, serían permeables a lo que las y los legisladores llaman los
‘factores de poder’ (Iglesia Católica, especialmente)”.69

Entre los polos de la dicotomía Ciudad de Buenos Aires-Interior se impli-


caban, a su vez, conflictos y paradojas en torno al peso político de cada uno:
mientras que la Ciudad estaría “subrepresentada” de acuerdo al reparto dis-
puesto por el sistema electoral argentino,70 a la vez esa subordinación efectiva
se vería contrarrestada por el peso simbólico que tendrían los fenómenos so-
ciales de la Ciudad en la escena política nacional. De acuerdo a este imaginario,
la Ciudad de Buenos Aires funcionaría como un escenario de mayor visibilidad
y como “puerta de entrada” de elementos asociados a la modernidad que luego
se difundirían a través del territorio argentino e, incluso, latinoamericano.
En tanto imaginario, tiene poco sentido preguntarse acerca de su grado de
veracidad o no. Para García Canclini71 los imaginarios sociales corresponden
a elaboraciones simbólicas de lo que observamos o de lo que nos atemoriza
o desearíamos que existiera. Funcionan como fuerzas reguladoras de la vida
colectiva, por cuanto resultan organizadores de sentido de los actos humanos
que consolidan lo establecido.72 De ese modo, los imaginarios, aun cuando son
reconocidos en su carácter ficcional o fantásmático, pueden funcionar como
soportes de sentido o como “representaciones fundadoras de legitimidad”.73

69. Hiller, op. cit., pp. 58-59.


70. En este esquema, la Ciudad Autónoma sería la segunda perjudicada, después de la provincia
de Buenos Aires. En la constitución del poder legislativo, “si cada voto en Buenos Aires vale 1,
en la Ciudad de Buenos Aires vale 3,5 y en provincias como la Rioja o Catamarca alcanza 30 o
más, llegando en Tierra del Fuego a valer 91” (Abal Medina, Juan Manuel: “La cuestión del fede-
ralismo en Argentina: las paradojas de un juego complejo”, en Nun, José y Grimson, Alejandro
(comps.), Nación y diversidad. Territorios, identidades y federalismo, Buenos Aires, Edhasa, 2008, p. 134.
71. Castoriadis, Cornelius, “Poder, política, autonomía”, en Revista Zona Erógena, Nº 14, Bue-
nos Aires, 1993.
72. Fernández, Ana María, “Los imaginarios sociales y la producción de sentido”, en Las lógicas
colectivas. Imaginarios, cuerpos y multiplicidades, Buenos Aires, Biblos, 2007, p. 40.
73. Baczko, Bronislaw, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva
Visión, 1991, p. 28.
119
Renata Hiller

La esperanza de unos y el temor de otros ante la realización de audiencias en “el


interior del país” resultan indicativas de cuán difundido estaba ese imaginario entre
quienes se oponían y quienes impulsaban la reforma del matrimonio civil.
“La verdad que en las grandes ciudades las cosas se ven bastante distintas
que en el interior del país y sobre todo en las localidades pequeñas. Yo en ge-
neral me he comprometido con este tipo de temas, como aborto, matrimonio
homosexual, y me encuentro mucha gente diciéndome ‘te felicito por la valen-
tía’… y yo me quedo pensando, ¿valentía qué sería? ¿Por qué usa justamente esa
calificación, ese adjetivo? Valentía... ¿Qué estaba pensando esa persona que te
saluda y te dice a vos que sos valiente? Y... te está diciendo que no es un tema fácil
de abordar o que estás poniendo en juego tu propia actuación pública. […] La
Federación, la CHA, en fin, todas las organizaciones del colectivo de la diversidad
han insistido con mostrar las consultas donde la inmensa mayoría está a favor de,
pero nosotros sabemos que esas consultas se han hecho en las grandes ciudades.
Yo invito a ir, no a Jujuy, invito a ir a una localidad pequeña de mi provincia, la
provincia de Santa Fe. O sea, no se ven todas las cosas de la misma forma” (Silvia
Ausburger –diputada mandato cumplido–, entrevista RH).
“Esta es una ley que se gestó en el puerto, es una ley que gestaron los porte-
ños”, que quieren que Buenos Aires sea la capital gay del mundo! […] “quieren
atropellarnos a las provincias argentinas, como si la Argentina fuera sólo Bue-
nos Aires” (senadora Negre de Alonso en un acto contra la iniciativa en San
Luis, Diario Los Andes, 19/6/2010). //VER COMILLAS y admirativo//
A diferencia de las reuniones de Comisión (donde se “convocaron” per-
sonalidades), en estas audiencias eran los ciudadanos quienes se inscribían
para participar. Ello no sólo redundaría en reuniones maratónicas de más de
diez horas consecutivas en cada provincia, sino que promovería una forma de
“debate democrático” focalizado en la masividad. Las condiciones desiguales
de visibilidad y acceso al discurso público, lejos de ser menguadas o paliadas de
alguna forma, se vieron multiplicadas por la dinámica propuesta.
El carácter público (abierto) de las audiencias, sin ningún mecanismo re-
gulatorio (suponiendo además que no haya habido impedimentos) señala sus
fronteras, tal como la igualdad jurídica es señalada en sus límites y dificultades
para promover la participación política de aquellos que, en sociedades hete-
rogéneas, fracturadas y jerarquizadas, se encuentran en condiciones desven-
tajosas. Este tránsito de opresiones sociales al sistema político pone en jaque
su democraticidad en varios sentidos: ¿es plural un debate del cual no todos
participan? La exclusión de determinados sujetos políticos, ¿no conlleva a su
vez la supresión de algunos temas (y su consecuente naturalización)? Cabe
entonces interrogarse acerca de cómo generar instancias para un debate demo-
crático en aquellos contextos atravesados por jerarquías (de clase, de género,
orientación sexual, creencias religiosas, etcétera).

120
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

Mientras tanto, aquellas audiencias terminarían corroborando el que fuera


el punto de partida: en el interior había una enorme cantidad de personas con-
tra la iniciativa. Las voces a favor, minoritarias, estaban a su vez “marcadas”: o
bien eran posturas particularistas (ciudadanos “comunes”, pero gays, lesbianas o
trans) o bien respondían a intereses políticos (cuando eran miembros de organi-
zaciones sociales, de derechos humanos, etcétera), distanciados de aquella ciuda-
danía “común” que los senadores, “voz de las provincias”, debían representar.
La presentación del video durante la sesión parlamentaria procuró estable-
cer aquellas audiencias (“verdaderas fiestas de la democracia”, como las llamaría
Negre de Alonso) como los espacios autorizados para el debate público. Si tras
quince mil kilómetros recorridos y mil ochenta y siete oradores escuchados la
postura mayoritaria era contraria a la reforma, esa debiera ser la posición que
primara en la Cámara. Sin embargo, la legitimidad de aquellos espacios fue puesta
en cuestión por varios senadores. Vale la pena transcribir en extenso parte del dis-
curso de la senadora Fellner, donde en un mismo giro alude a los contactos con
autoridades eclesiásticas y, a la vez, impugna el espacio de las audiencias:

“Yo me referiré a la audiencia que se realizó en mi provincia. En prin-


cipio, les agradezco a los jujeños y jujeñas que se presentaron para exponer
en esa audiencia. Sin embargo, también debo decir algo con respecto a ella,
caso contrario no me quedaría tranquila. La audiencia comenzó un poco
tarde porque, en la gobernación, la senadora Negre de Alonso, el senador
Jenefes y yo nos entretuvimos hablando acerca de algo de lo que todos
estamos orgullosos: del Obispado, es decir, donde vive nuestro monseñor.
Verdaderamente, se trata de una casa preciosa ubicada frente a la Plaza
Belgrano. La senadora Negre de Alonso había estado desayunando, antes
de la audiencia, con el monseñor de mi provincia. Entonces, hablábamos
de la casa, de cosas generales, etcétera, y se nos hizo tarde para la audiencia
[…] Es cierto que habló mucha gente en contra. Pero una vez finalizada
la audiencia “la tuvimos que dar por culminada muy apurados”, un grupo
de gente me comentó que se había quedado sin hablar. Eran muchos,
y todos entendieron que no había tiempo suficiente. Ante esa situación,
hicimos una nueva reunión “no una audiencia como la de la Comisión de
Legislación General” en una de las ciudades más grandes del interior de
Jujuy; y allí se siguió hablando del tema. En ese sentido, le comento a la
senadora Negre de Alonso que algún día habrá que agregar esas expresio-
nes, porque ella vio sólo una parte de lo que sucede en Jujuy. Nosotros,
que caminamos la provincia, sabemos que hay otra parte de la sociedad; y
a esa parte la pude escuchar en esa ciudad, por fuera de la audiencia de la
Comisión de Legislación General. Por lo tanto, este tema depende de cómo se lo
mire” (senadora Fellner, sesión del 14 y 15 de julio de 2010, HSN).

121
Renata Hiller

La masividad de las audiencias abonaba a una misma concepción de democra-


cia, entendida como la regla de la mayoría. Esta concepción fue también planteada
previamente, al postularse la necesidad de un plebiscito para dirimir la cuestión. La
propuesta, impulsada inicialmente por las instituciones evangélicas (Aciera y Fecep)
se extendió a lo ancho del país, llegando a reunir 634.000 firmas. Nuevamente, este
espacio público ponía en debate sus propias reglas de funcionamiento.
¿Qué puede plebiscitarse? ¿Hay asuntos que escapan al cálculo mayoritario?
Otras preguntas vendrían concatenadas: ¿cuál es el rol del legislador? ¿Qué sig-
nifica “representar”; respetar la voluntad mayoritaria? ¿Qué sucede cuando ésta
excluye del goce de derechos a una minoría? ¿Qué debe representar el legislador:
la moral media, la moral de la mayoría? ¿Cómo estimarlas? Y, si el rol de la política
fuese algo más que la gestión de lo existente, ¿no habría una tarea transformadora
de la política que distanciara al legislador de aquella voluntad mayoritaria?
Finalmente, luego de un extenso debate llegaría el momento de la vota-
ción. La Plaza de los Dos Congresos que el día anterior había sido escenario
de los opositores a la iniciativa, estaba ahora transitada por quienes esperaban
una resolución favorable al proyecto que había sido votado en Diputados. Ello
también cambiaba las reglas de la visibilidad pública: a excepción de las anuales
marchas del Orgullo, el campo LGBT no tenía mayor experiencia en la convo-
catoria a actos políticos.74 Esa noche se convocarían organizaciones, partidos
políticos, movimientos de base y aquellos que preferían vivir la derrota o cele-
brar el triunfo en compañía. Hacia las cuatro de la mañana se daría el resultado,
iniciando los festejos y la marcha con la que comenzó este artículo.

8. A modo de cierre

Ya va clareando y los manifestantes vuelven a sus casas. Algunos lo hacen


solos, otros acompañados por el nuevo romance nacido al calor de las bande-
ras. Muchos reciben mensajes de texto de quienes se quedaron despiertos toda
la noche viendo el debate transmitido por televisión. Otros hacen llamados,
despertando al nuevo día, el primer día.
Y pueden extraerse algunas conclusiones:
El proceso de debate que concluyó en la sanción del matrimonio igualitario
ocupó unos pocos meses, menos de un año. Si bien la iniciativa puede encon-
trar antecedentes en la Unión Civil de Buenos Aires del 2002, o incluso en pro-

74. Durante varios meses la iniciativa había transcurrido sin que el espacio LGBT convocara a
sus prodestinatarios. Esa situación se revertiría hacia el 28 de junio, con la organización de un
festival. Luego se organizarían “ruidazos” en distintos puntos de la Ciudad de Buenos Aires y en
otras localidades para “revertir” la marcha en contra del 13 de julio. En todos los casos, la moda-
lidad propuesta apuntaba a la visibilidad del espacio, más allá del número efectivo de asistentes.
122
Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina

yectos anteriores, la incorporación del asunto al espacio público institucional


imprimió un nuevo dinamismo al asunto. Ello señala la pertinencia de incor-
porar en aquellos espacios públicos las agendas pendientes. El caso analizado
indica que la agenda institucional resulta un efectivo movilizador de debates.
El “tratamiento institucional” cataliza los conflictos, acelerando su resolución.
En vez de pensar que los temas controvertidos no pueden ser objeto de debate
público, el proceso de matrimonio gay lésbico ratifica que la única manera de
procesar los conflictos es tramitándolos políticamente.
La rapidez del proceso estuvo aparejada de una casi constante definición y
redefinición de varios de los componentes del espacio público del debate: cuál
sería el ámbito de resolución del asunto, bajo qué reglas se debatiría, de acuerdo
a qué mecanismos de representación. Los participantes no serían los mismos
a lo largo del proceso, y cada uno de ellos, en tanto actor político, también
sufriría cambios durante el debate (y, podemos conjeturar, a futuro). Incluso la
demanda promovida por el campo LGBT, reconocimiento legal de las parejas
gay lésbicas, fue mutando hasta transformarse en Matrimonio Igualitario.
Es en este proceso de mutación donde pueden encontrarse las mejores claves a
futuro. Como señalara en la introducción, la democraticidad de esta ley no se mide
sólo en los términos de una ampliación de la condición de ciudadanía para algunos
de los que antes estaban en sus márgenes. La democraticidad de esta ley reside en
aquellas mutaciones habilitadas durante el debate. El espacio público generado por
el debate en torno al matrimonio gay lésbico puso en discusión también sus propias
reglas de funcionamiento y con ello, contribuyó a extender sus márgenes.
En el curso de la discusión, el debate se amplió hasta abarcar esferas públicas infor-
males, aquellas formaciones efímeras, pero intensas, en diversos lugares de la
vida cotidiana75 donde se discute y delibera. El proceso en torno al matrimonio
igualitario movilizó polémicas en distintos ámbitos. Ello también abona a la
democratización de una sociedad. Permite participar de lo público, hacer parte.
Incluso para muchos de los movilizados contra la iniciativa el proceso puede ha-
ber resultado un ejercicio de ciudadanía y politización. Ojalá el espacio público reacti-
vo tenga dinámicas más democráticas a su interior en un futuro, para que aquella mo-
vilización pueda discutir lo que considera justo. Sigo a Vaggione en su invitación a...
“...ampliar la comprensión de las religiones como una parte legítima
de las políticas contemporáneas. Sin desconocer la existencia de prácticas
antidemocráticas por parte de sectores religiosos, no puede reducirse el activis-
mo religioso conservador, incluso si es contrario al pluralismo, al afuera de la
democracia. Son necesarios marcos normativos de lo político que amplíen el
espacio legítimo de los actores y discursos religiosos”.76

75. Fraser, op. cit., p. 129.


76. Vaggione, op. cit., p. 54.
123
Renata Hiller

Parafraseando a Fraser, no hay una prueba más dramática del aspecto eman-
cipatorio de lo público77 que la manera como estos acontecimientos capacitaron
transitoriamente a muchas personas a hablar de su homosexualidad, o de la de
sus padres, o de la de sus hijos.... La difusión del debate en esferas informales y la
visibilidad mediática que tuvieron las sexualidades no heterosexuales durante el
proceso generaron reconfiguraciones también en términos de visibilidad pública.
Como dijéramos al comienzo, no es posible todavía conjeturar qué efectos aca-
rreará esto en el largo plazo o si esos procesos de visibilidad se revertirán.
A su vez, los modos en que se hicieron visibles gays y lesbianas durante el pro-
ceso no están exentos de paradojas. La obliteración del sexo operada en el debate
y la normalización de las parejas gay lésbicas (en aquella línea de “ejemplaridad”
referida por Mariano Fernández Valle en esta compilación) conlleva dificultades
respecto de otros modos de articular los vínculos erótico-afectivos. Y ello no cuen-
ta solamente para quienes se apartan de la heterosexualidad. La centralidad del vín-
culo conyugal como vector de asignación de derechos no fue puesto en entredicho.
A su vez, la revalorización de la “pareja” operada en el debate resulta cuanto menos
sorprendente habida cuenta de la contemporaneidad entre este debate y resonados
casos de violencia conyugal.78 Los debates en torno a la posible ampliación del
estatuto matrimonial podrían haber funcionado como un escenario propicio para
discutir a su vez algunos de los supuestos en torno al vínculo conyugal. Sin embar-
go, a excepción de algunas intervenciones,79 esa conexión no fue establecida.
Aun con estos recaudos somos de la idea de que el matrimonio gay lésbico
(lejos de obturar futuros debates, como plantean las voces críticas) puede cons-
tituir un escalafón a partir del cual discutir públicamente otros asuntos. Tanto los
argumentos esgrimidos como las transformaciones operadas en el espacio público
indicaron, más allá de los resultados, la inmanencia del orden social. Esto es: el de-
bate mostró que son las sociedades las que definen y redefinen sus propias normas.
Ello multiplica la posibilidad de que emerjan nuevas demandas y sujetos políticos.
Y así como no hay principios trascendentes en una sociedad, tampoco hay
leyes ineludibles para el accionar político. La política no se sirve de motivos
morales (la ley no salió porque fuera “más justa”), ni del cálculo estratégico de
un solo actor. En la política intervienen el azar, la sorpresa y la mayor o menor
inteligencia para medir el partido. En ese cruce entre fortuna, acción política e
inmanencia es que puede pensarse la democracia.

77. La autora refiere al caso Clearence Thomas (en torno al abuso sexual) y señala cómo ello
permitió que por primera vez muchas mujeres contaran sus propias experiencias al respecto. Ver
Fraser, op. cit., p. 159.
78. En el verano del 2010 un músico integrante de la banda Callejeros quemó a su pareja, cau-
sándole finalmente la muerte. El caso fue acompañado por una amplia cobertura mediática que
contribuyó a la vibilización de otros casos y de la problemática.
79. Ver por ejemplo la intervención de la Dip. Chieno, sesión del 4 de mayo de 2010, HCDN.
124
Matrimonio y diversidad sexual: el peso
del argumento igualitario
Roberto Gargarella

Introducción. El argumento igualitario

E l 5 de noviembre de este año (2010) tomé parte en el Congreso de los de-


bates convocados por las comisiones de Familia, Niñez y Adolescencia, y
de Legislación General, sobre los proyectos de ley para permitir el matrimonio
entre personas del mismo sexo. Poco después, participé también de las audien-
cias que se convocaran desde el Senado sobre el mismo tema. En las líneas
siguientes, quisiera aludir a tales debates, a lo que escuché, aprendí y traté de
precisar o refutar en dichas ocasiones.
Durante tales encuentros me interesó afirmar fundamentalmente algunas
básicas cuestiones relacionadas con lo que llamo el argumento igualitario. Mi pun-
to de partida era que no había ninguna razón para solicitarle al Estado la con-
cesión de “más derechos” (en este caso, derechos “para” las personas del
mismo sexo) apelando a su generosidad y tolerancia. Por el contrario, procuré
sostener que era el Estado el que debía dar explicaciones frente a todos los
ciudadanos acerca de por qué es que se empeñaba en tratar peor a algunos
individuos o grupos, cuando tenía la obligación de tratar a todos con igual
consideración y respeto.
Allí anida, para mí, la idea principal –el único gran argumento en juego– que
debe estar en el comienzo y en el centro mismo de nuestras deliberaciones, y
debe guiar las conclusiones de nuestros estudios: el argumento de la igualdad.
La idea principal del argumento sería la siguiente: En un Estado constitucional, y
frente a personas que se caracterizan por su igual dignidad moral, el principio de trato igual
es obligatorio para el Estado. Cualquier desviación que el mismo quiera consagrar, a través
de la letra de sus normas y/o por medio de la práctica que promueve, debe ser considerada

125
Roberto Gargarella

impermisible, a menos que tenga a su favor una justificación de peso extraordinario.1 Y,


según entiendo, el Estado está muy lejos de contar con algún buen argumento
a su favor, para mantener –como lo ha hecho, durante más de cien años– dis-
criminaciones odiosas y jurídicamente insostenibles.
En este sentido, la discusión que se dio en las comisiones legislativas resultó
muy interesante e ilustrativa, y permitió –según entiendo– que reconociéramos
la pobreza de las argumentaciones propias de quienes se oponían al matrimo-
nio igualitario. A continuación, voy a hacer un intento por presentar y refutar
algunas de tales argumentaciones:
El matrimonio igualitario desvirtúa el concepto de matrimonio. Para algunos de los
expositores, el matrimonio igualitario resultaba insostenible porque el concep-
to de matrimonio –nos decían– estaba reservado para “el hombre y la mujer”
y no para parejas del mismo sexo. Este argumento (presentado en los debates,
por caso, por el reconocido profesor de Derecho de Familia Vidal Taquini)
resulta extremadamente pobre. Ello, en primer lugar, porque el mismo pre-
supone que los conceptos preexisten a nosotros cuando en verdad se trata de
creaciones humanas, que elaboramos y precisamos con el tiempo, para comu-
nicarnos y entendernos mejor. Hace algunas décadas, por ejemplo, la idea de
“voto” se asociaba con los varones propietarios y hoy, por suerte, dejamos esa
vieja definición de lado. Hubiera sido inaceptable, entonces, que alguien dijera
que –al universalizar el sufragio– estábamos “desvirtuando” la naturaleza del
concepto de “voto” porque voto “significaba” voto censitario, voto restringido
a los ricos; etc. Frente a tal tipo de críticas, lo que hubiéramos tenido que decir
(entonces, como hoy), es que no se trata de ninguna desvirtuación conceptual,
sino de que (como diría el iusfilósofo Ronald Dworkin) colectivamente hemos
refinado nuestras concepciones compartidas en torno al concepto de matrimonio,
como antes lo hicimos sobre el concepto de voto.2
Por supuesto, todavía hoy seguimos teniendo diferencias acerca de cuá-
les deben ser los alcances y límites de conceptos como los de matrimonio,
voto o democracia. Sin embargo, también resulta claro que hoy contamos con
razones de peso para rechazar ciertas concepciones que, tiempo atrás, eran
compartidas o sostenidas férreamente por los sectores más influyentes de la
sociedad. Podemos disentir sobre si el matrimonio debe celebrarse sólo por
vías civiles; tener diferencias en torno a si el voto debe habilitarse a los 18 o
21 años; discutir acerca de si llamar democracia a un sistema de gobierno en
donde eventualmente se ejerce la censura de ideas. De todos modos, ello no

1. R. Dworkin, Taking Rights Seriously, Cambridge: Harvard U.P., 1977.


2. Sobre la distinción entre conceptos y concepciones, ver Ronald Dworkin, Law’s Empire, Cam-
bridge: Harvard U.P., 1988.
126
Matrimonio y diversidad sexual: el peso del argumento igualitario

impide que reconozcamos que nuestras concepciones sobre tales conceptos se


han modificado (me animaría a decir, han evolucionado, avanzado), para dejar
atrás otras versiones primitivas. Así, tendemos a ver como inaceptable que los
padres decidan en lugar de los propios hijos el futuro matrimonial de estos úl-
timos; rechazamos toda concepción del voto que impida que mujeres, negros o
pobres no accedan a los comicios; y repudiamos una visión de la democracia en
donde los derechos políticos se restringen a una elite. Consideramos, entonces,
que tales concepciones, tan restrictivas, de los conceptos de matrimonio, voto
o democracia, resultan inaceptables en todos los casos, más allá de que aún hoy
no tengamos un absoluto, pleno acuerdo sobre todas las demás características
que deben distinguir a cualquier concepción de conceptos como los citados.
En definitiva, la idea según la cual la propuesta del matrimonio igualitario
va en contra del concepto de matrimonio resulta equivocada, al asumir que los
conceptos preexisten a nosotros en una forma “terminada”, sólida; y descono-
cer el modo en que, a través del diálogo y la argumentación, vamos refinando y
ajustando nuestras concepciones en torno a los conceptos que usamos.3
El matrimonio igualitario va contra las tradiciones locales.4 Este es uno de los argu-
mentos más difundidos, pero a la vez más endebles, en contra del matrimonio
igualitario. Este argumento toma como punto de partida afirmaciones del tenor
de: “los argentinos somos mayoritariamente católicos” o “los argentinos no
queremos este tipo de uniones”. Ello, para llegar inmediatamente a conclusio-
nes tales como que “con este tipo de iniciativas se dañan valores fundamen-
tales, que son los que nos mantienen unidos y permiten que seamos quienes
somos”. La disolución de (o el ataque contra) este tipo de valores –se nos su-
giere– pondría en cuestión nuestro status como sociedad, y amenazaría nuestra
cohesión y nuestra identidad.
Contra una línea de argumentos como la citada, tan común en nuestro ám-
bito, convendría retomar la lúcida línea de argumentación utilizada por el fi-
lósofo Herbert Hart contra el juez Lord Devlin, en Inglaterra, al momento
de criticar las posiciones de este último en torno a la criminalización de la
homosexualidad.5

3. Habrá que decir, además, que la idea del caso resulta, en tal sentido, también reaccionaria, ya
que nos pretende inermes frente al pasado, dominados por él, e incapacitados para ponernos de
pie frente a él, para reclamar el fin de injusticias que suelen anidar, también, en las concepciones
dominantes en torno a los conceptos utilizados.
4. Retomo en esta sección una argumentación que utilizara en mi texto “Constitucionalismo
y privacidad”, publicado en R. Gargarella (ed.), Teoría y Crítica del Derecho Constitucional, Buenos
Aires: Abeledo Perrot, 2009.
5. H. Hart, “Moral Populism and Democracy”, en Law, Liberty and Morality, Oxford: Oxford
University Press, 1998.
127
Roberto Gargarella

Devlin había fijado una posición muy fuerte –favorable a la criminalización


de la homosexualidad– en ocasión de haberse publicado el reporte Wolfenden,
encargado por las autoridades británicas con el objeto de evaluar la posibilidad
de descriminalizar la homosexualidad, una práctica sujeta, por entonces, a la
punición estatal. El juez británico atacó entonces al informe, que se había ma-
nifestado en favor de la descriminalización de las prácticas homosexuales entre
adultos que consentían. Sus argumentos fueron diversos. Por una parte, sos-
tuvo Devlin, cualquier nación tiene el derecho de auto-defenderse cuando es
objeto de ataques, y los mismos –agregó– podían provenir tanto de potencias
extranjeras cuanto de fuerzas internas. Para Devlin, el Estado se encontraba
justificado a actuar frente a ambos tipos de embates: no había razón para acep-
tar dicha reacción en el primer caso (como lo hace naturalmente cualquier ciu-
dadano) y no en el segundo. Toda comunidad –agregaba Devlin– se encuentra
asentada en ciertas bases morales, que son las que le proveen solidez, cohesión y
estabilidad. Y afirmaba luego (siguiendo al ejemplo bíblico de las comunidades
de Sodoma y Gomorra) socavando dichas bases compartidas (“los pilares mora-
les de la sociedad”), la comunidad terminaba por disolverse (por “desaparecer de
la faz de la Tierra”, según el relato bíblico). La conclusión de dicho razonamiento
era obvia: si el derecho puede reaccionar frente a dicha situación e impedir la
disolución social debe hacerlo, a costa de convertirse (en caso contrario) en co-
responsable de aquella anunciada desgracia. Por lo demás –añadía Lord Devlin–
el derecho ya se encontraba involucrado en cantidad de acciones que avanzaban
sobre las acciones autónomas de los individuos, y que no despertaban ningún
reproche: en cualquier comunidad se penaliza el incesto, la eutanasia, prácticas
que en última instancia rechazamos por razones morales, y no por el hecho de
que afecten a un tercero (Devlin, 1965). Hart reaccionó entonces frente a los
comentarios de Devlin, aludiendo a al menos tres razones cruciales, en contra de
posiciones perfeccionistas como las sostenidas por su rival teórico.
En primer lugar, para Hart, argumentos como los formulados por Devlin
resultaban irrazonables, porque partían de algo que distaba de ser obvio, esto
es, la certeza de que era posible determinar cuál era la moralidad compartida
por la sociedad (moralidad a la que el Estado, supuestamente, debía apoyar).
Lo cierto es que, en una mayoría de los casos –agregaba Hart– o no estamos en
condiciones de determinar cuáles son los rasgos morales dominantes dentro de
la comunidad, o nos encontramos con una diversidad de pautas morales entre-
cruzadas, muchas veces contradictorias entre sí. ¿Quién es entonces el que está
en condiciones de decirnos, finalmente, cuáles son los rasgos morales compar-
tidos, a los que el Estado debe salvaguardar? (La pregunta, por supuesto, gana
en peso cuando recordamos aquello que los perfeccionistas están dispuestos
a hacer, en defensa de la moral dominante, esto es, utilizar la fuerza estatal en

128
Matrimonio y diversidad sexual: el peso del argumento igualitario

favor de algunos y en contra de otros tal vez –como ocurría entonces, con el
caso de la homosexualidad– para considerar un delito lo que otros consideran
una parte integral de sus vidas).
En segundo lugar –agregaba Hart– aun si por hipótesis aceptáramos que es
posible reconocer cuáles son los rasgos morales predominantes en la sociedad, to-
davía tendríamos un largo trecho por recorrer, hasta llegar a acordar con posiciones
como las de Devlin. Hart atacaba, entonces, el reclamo empírico presentado por
Devlin, y conforme al cual los cambios radicales en las creencias morales de la so-
ciedad implicaban algo así como la disolución de la misma. Por qué, se preguntaba
Hart, es que debemos aceptar una afirmación como ésta cuando es dable pensar
exactamente lo contrario, esto es, que las sociedades, periódicamente, cambian pro-
fundamente sus valores y siguen existiendo tal como lo hacían hasta entonces, y
tal vez en mejores condiciones que antes. ¿Por qué no pensar que las sociedades
evolucionan en sus convicciones, y atraviesan por períodos de cambios dramáticos
en sus valores, sin por ello verse enfrentadas a ningún escenario apocalíptico, como
el sugerido en la puntura presentada por Devlin? //Puntura ?//
El tercer argumento de Hart era, sin embargo, el más importante. Confor-
me al filósofo inglés, aun si conociéramos cuáles son los rasgos morales domi-
nantes en nuestra comunidad, y tuviéramos la certeza de que un cambio en los
mismos llevaría a que nuestra sociedad deje de ser lo que es, aun así, no resul-
taría claro por qué es que deberíamos acompañar a Devlin todo a lo largo de
su razonamiento. Para sostener este punto, Hart insistía en una distinción muy
importante, entre lo que podemos denominar la moral “convencional” de una
sociedad, y la moral “crítica” o “ideal”. La idea es que la moral “convencional”
o dominante no se superpone con la moral “crítica”. Para decirlo de un modo
sencillo, los valores dominantes no merecen ser defendidos (cual si fueran valo-
res ideales) por el mero hecho de ser valores dominantes. Los mismos pueden
ser, en efecto, los valores mayoritarios dentro de nuestra comunidad, pero al
mismo tiempo valores (que tenemos razones independientes para considerar)
inaceptables (i.e., en una comunidad en donde predomina la intolerancia, la
mentira, las prácticas corruptas). Sostener, como sostiene Devlin, que los va-
lores dominantes merecen siempre la protección de las leyes resulta, cuanto
menos, apresurado. Entre lo primero y lo segundo hay un trecho muy largo,
que debe ser justificado: del hecho de que ciertos valores sean los dominantes
no se sigue que tengamos razones para apoyarlos (o para combatirlos).
Por supuesto, decir esto no requiere que sepamos, de antemano, cuáles son
los valores ideales –los valores que sí merecerían ser defendidos–. Tal vez nun-
ca tengamos certeza acerca de ello. Sin embargo, lo dicho no niega lo anterior,
esto es, que determinados valores no se convierten en valores que merecen ser
respaldados (o atacados) con la fuerza estatal por el mero hecho de ser los va-

129
Roberto Gargarella

lores que predominan en una determinada comunidad (hecho, finalmente, que


puede deberse a un sinnúmero de causas reprochables, como la imposición, la
falta de discusión, la difusión de prácticas prejuiciosas, el dogmatismo, etc.).
Una postura como la presentada hasta aquí conlleva una obvia crítica hacia
textos, decisiones y opiniones jurídicas como las que aparecieron durante la
discusión del matrimonio igualitario (posiciones paralelas a las que Hart anali-
zara en su momento). Decir –como pudo haber dicho Devlin– que el matrimo-
nio entre personas del mismo sexo va contra las tradiciones del país, y es capaz
de disolver aquello que mantiene cohesionado o da identidad al mismo, es ab-
solutamente implausible. Tal argumentación, claramente, se ve afectada fuerte-
mente por los tres argumentos principales de Hart. Primero, no es claro qué es
lo que piensan “los argentinos”, ni cuáles son sus “tradiciones arraigadas”. Más
bien, podríamos decir, en el país conviven tradiciones entremezcladas, muchas
veces contradictorias entre sí. En segundo lugar, aun si supiéramos cuáles son
estas tradiciones (y fueran contrarias al matrimonio igualitario), no es obvio
que la aparición de desafíos contra las mismas implique una amenaza para el
sostén de la comunidad, su cohesión o su identidad. Finalmente, y en tercer
lugar, convendría decir que incluso si la condena al matrimonio igualitario se
asentara en tradiciones muy arraigadas, ello no hablaría bien ni mal de la inicia-
tiva del matrimonio igualitario. El dominio de una tradición, su vigencia, nada
nos dicen acerca de su validez o plausibilidad. Nada nos dicen acerca del deber
del Estado de utilizar su fuerza para preservarla.6 El valor o no del matrimonio

6. Decisiones judiciales perfeccionistas, reaccionarias, injustificadas no sólo abundan en contex-


tos jurídicamente menos sólidos, como los que encontramos en Latinoamérica, sino también
en otros más poderosos, como el de los Estados Unidos. En este sentido destacan decisiones
tales como “Bowers v. Hardwick” (478 U.S. 186 1986) –revertida más recientemente, en el caso
“Lawrence”– en donde la Corte norteamericana se pronunció sobre una norma del estado de
Georgia, en donde se criminalizaban los actos homosexuales entre adultos, aun celebrados en
la intimidad del hogar. En dicha oportunidad, la Corte sostuvo que la proscripción de los com-
portamientos homosexuales encontraba fuertes raíces en la tradición jurídica norteamericana, y
en razón de ello rechazó el reclamo de los demandantes, conforme al cual dichas conductas no
eran ajenas a la historia del país, y se encontraban implícitas en el concepto mismo de libertad,
central dentro de la estructura de la Constitución. Yendo todavía más lejos, y en su opinión
concurrente, el juez Burger recurrió al apoyo de Blackstone para describir a la homosexualidad
como un “crimen infamante en contra de la naturaleza”, una ofensa de “maldad más profunda”
que la violación, un acto “cuya mera mención es una desgracia para la naturaleza humana”, y
un “crimen” que no merece ni ser nombrado. En la Argentina, un caso muy notable al respecto
apareció en “C.H.A.”, en donde la Corte nacional reconoció la constitucionalidad de un acto
administrativo por el que se denegaba la personería jurídica a la organización que nucleaba a la
comunidad homosexual argentina (C.H.A.). El caso fue revertido en una decisión más reciente,
también de la Corte Suprema, el caso Alitt.
130
Matrimonio y diversidad sexual: el peso del argumento igualitario

igualitario, como el valor o no de la preservación de un estado de cosas que lo


excluye de nuestra vida jurídica, debe ser resuelto por medio de una discusión
separada, y con argumentaciones independientes de las señaladas –en lugar de
tornarse dependiente de lo que digan o no nuestras tradiciones.
El matrimonio igualitario socava la finalidad del matrimonio. Algunos de los expo-
sitores presentes en los debates legislativos sostuvieron que el matrimonio gay
era inaceptable porque no permitía asegurar la finalidad del matrimonio, esto
es, el fin de la procreación y la preservación de la especie. De este modo –se
nos decía– al aceptar una modalidad nueva de matrimonio ponemos en riesgo
compromisos sociales que son esenciales para la propia preservación de nues-
tra comunidad.
Este argumento peca por varias razones, en parte relacionadas con las ra-
zones ya examinadas. Por un lado, dicho argumento toma como dada e in-
discutible cuál es la finalidad del matrimonio, sin abrirse a cantidad de otras
alternativas, que también aparecen como candidatas probables para el mismo
galardón: el amor; la protección mutua; el mutuo cuidado; la afirmación de un
compromiso de unidad frente a los demás. En segundo lugar, y como nos diría
Hart, aun si estuviéramos de acuerdo acerca de cuál es la finalidad del matrimo-
nio (digamos, la procreación de la especie), todavía debería probarse el punto
empírico (en este caso, la idea según la cual, con la vigencia del matrimonio
igualitario, nuestro comunidad se vería afectada en cuanto a las posibilidades de
la procreación). Aquí aparecen, entonces, otros dos argumentos. Por un lado,
la propuesta en cuestión simplemente descarta la idea de que la procreación
y preservación de la especie puedan ser realizadas por otros medios, ajenos,
externos al matrimonio. De modo adicional, la existencia de matrimonios entre
personas del mismo sexo no niega la posibilidad de que una pareja de homo-
sexuales adopte o tenga hijos con personas heterosexuales. Todavía más im-
portante, la existencia de matrimonios entre personas del mismo sexo de nin-
gún modo niega la posibilidad de que personas heterosexuales sigan casándose
(o no) y reproduciéndose (o no). ¿Por qué, entonces, pensar que la existencia
de otra variante del matrimonio anularía algunas características –como la de la
reproducción– que se asocian al matrimonio heterosexual, en lugar de enrique-
cer y expandir beneficios colectivos como el descripto?
Finalmente, el argumento del caso resulta ser extraordinariamente sobre-
abarcativo. En efecto, si el argumento fuera válido debiéramos impedir tam-
bién, por caso, el matrimonio de parejas heterosexuales imposibilitadas de pro-
crear; como deberíamos impedir que se case una pareja de ancianos; o hacer
lo propio con personas que han decidido no tener hijos: ellas también frustran
la propuesta (de algunos) de reservar el matrimonio para personas que van
a reproducirse y así contribuir a la preservación de la especie. Sin embargo,

131
Roberto Gargarella

nadie está dispuesto a prohibirlo a las personas impotentes, a los ancianos, o a


quienes no tienen hijos por propia voluntad. Dicha circunstancia ayuda a ver
que es otra la discusión que está en juego por parte de quienes critican en estos
términos (por no contribuir a la procreación) al matrimonio entre personas del
mismo sexo.
Posiblemente, lo que subyace en esta idea es el implausible supuesto según
el cual, de aprobarse el matrimonio igualitario, todos podrían querer contraer
matrimonio con personas del mismo sexo, afectando así –si no imposibilitando
directamente– la reproducción de la especie. Sin embargo, dicha universali-
zación, además de ridícula, es profundamente inatractiva como ejercicio in-
telectual. En todo caso, deberíamos preguntarnos acerca de la posibilidad de
autorizar que las personas no contraigan matrimonio o no tengan hijos. Ello
así, dado que la hipotética universalización de tales conductas –en este caso
también– dejaría a nuestras sociedades sin hijos (contraídos en matrimonios
definidos del modo tradicional).
Las distinciones legales entre los que no son iguales resultan permisibles (lo que no se per-
mite es hacer distinciones entre iguales). Para algunos de los oradores presentes en los
debates, la prohibición del matrimonio igualitario no respondía a prejuicios ni a
discriminaciones –como muchos tratábamos de señalarles. Lo que sucede –re-
plicaban los críticos del matrimonio igualitario– es que no se puede tratar igual
a los que no son iguales: el derecho discrimina cuando trata de modo desigual
a los iguales, pero no cuando trata diferente a los diferentes.
El argumento del caso apela a lo que podríamos denominar una idea in-
sustanciosa o “boba” de la igualdad, que se utiliza habitualmente para hacerle
decir al derecho lo que uno quería, de antemano, que el derecho dijera. Ocurre
que todos somos iguales o diferentes a los demás, en alguna dimensión de
nuestra existencia. Juan es igual que María porque los dos son seres humanos,
pero Juan es diferente de María porque uno es varón y la otra mujer. Y Juan y
María pueden ser iguales en otra dimensión relevante –por ejemplo, los dos son
ricos–, a la vez que ser diferentes en tal respecto porque uno heredó su fortuna,
mientras que el otro hizo su fortuna trabajando. Y así también, Juan puede ser
igual que María en cuanto a sus preferencias sexuales, pero diferente de María
en cuanto al modo en que las desarrolla (Juan puede ser, por caso, sexualmente
más tímido o reprimido). ¿Qué significa, entonces, que el derecho debe tratar a
los iguales como iguales, y diferente a los diferentes, cuando hablamos de Juan
y de María (en una presentación simplista, como la que aquí les dedicamos)?
¿Qué es lo que nos dice, para estos casos de todos los días, el citado lema, tan
recurrente en las discusiones sobre el matrimonio igualitario, sobre la igualdad
de los iguales?

132
Matrimonio y diversidad sexual: el peso del argumento igualitario

Lo notable del caso es que cantidad de funcionarios públicos, y personas


relacionadas con el derecho, apelan a la misma idea como conclusión de su
razonamiento. Apelan a ella, además, como primera y decisiva premisa previa a
la definición de una determinada política o solución jurídica. Sin embargo, en
el mejor de los casos, el lema en cuestión (referido a la “igualdad sólo entre los
iguales”) puede ser un bienvenido punto de partida, que nos exige inmediata-
mente involucrarnos en todo lo que sigue y falta en ese razonamiento, que es
lo más importante: ¿cuáles de las identidades del caso son relevantes? ¿Cuáles
diferencias entre las citadas merecen tener impacto jurídico? ¿Cuáles igualdades
deben ser relevantes, a la hora de pensar en la distribución de derechos, liber-
tades, garantías? ¿Y de qué modo, en todo caso, debieran serlo? ¿Y por qué
razones? ¿Y hasta qué punto?
En lugar de involucrarse en todo este tipo de preguntas cruciales, numero-
sos miembros de nuestra comunidad jurídica dan simplemente por desconta-
das cuáles son las identidades y diferencias relevantes en el caso, y cuáles las
consecuencias que se siguen de las mismas. Ello, para sostener –típicamente,
y como se sostuvo en las audiencias legislativas citadas– que homosexuales y
heterosexuales son diferentes, en sus opciones sexuales y, por lo tanto, mere-
cedores de un trato diferente por parte del Estado, en cuanto a sus derechos
matrimoniales o de adopción.
Por lo dicho hasta aquí, si quisiéramos tomar en serio dicha versión del
argumento sobre la igualdad, lo primero que debiéramos hacer es determinar
si la diferencia que se alega es moralmente relevante, y debe ser así retomada, por
el derecho; para luego discutir, en todo caso, cómo es que debería reaccionar el
derecho frente a tal circunstancia.7 La primera pregunta que tendríamos frente
a nosotros, entonces, sería por qué es el hecho de que uno tenga ciertas prefe-
rencias sexuales (por ejemplo, poca voluntad de mantener relaciones sexuales;
deseo de tener relaciones sexuales de un cierto modo; etc.), y no otras, debería
ser considerado moralmente relevante, para implicar un trato jurídico diferen-
te, entre las personas. Más estrictamente, deberíamos preguntarnos por qué es
que ello debería ser relevante a la hora de determinar quiénes tienen derecho a
casarse, o no hacerlo.
La otra gran cuestión en juego (frente a la cual los críticos del matrimonio
igualitario también asumen una respuesta dada e incuestionada), tiene que ver
con la reacción que le correspondería tener al Estado, frente a tales alegadas
diferencias. Aquí, los críticos del matrimonio igualitario sostienen, injustifica-
damente, que las personas que tienen una opción sexual distinta a la mayoría

7. J. Rawls, A Theory of Justice, Cambridge: Harvard U.P., 1971; W. Kymlicka, Contemporary Political
Philosophy, Oxford: Oxford U.P., 1994.
133
Roberto Gargarella

merecen, por ello mismo, un trato diferente y peor, en términos de asignación


de derechos (se les niega a ellos derechos que se les concede a todos los demás).
Contra ellos, alguien podría señalar, simplemente, que en todo caso, si el Es-
tado quisiera justificar un tratamiento diferente en tales situaciones, el mismo
debiera ser un trato mejor para los homosexuales. Ello así, de forma tal de com-
pensar las largas décadas de desigualdad, discriminación y maltrato sistemático
al que han estado sometidas estas minorías perseguidas, por parte del derecho.
En todo caso, mi sugerencia sobre la cuestión sería la de considerar a blan-
cos, negros, mujeres, varones, heterosexuales y homosexuales como lo que son,
es decir, como sujetos iguales en su dignidad moral. Y si alguna diferencia se
quiere afirmar entre ellos, en este caso, propondría que sea una destinada a
otorgar compensaciones hacia aquellos a quienes hemos maltratado durante
siglos, de forma tal de ayudar a revertir las situaciones de injusticia que hemos
creado en todo este tiempo.
El matrimonio igualitario fomenta un modelo de familia indeseable. Notablemente,
algunos profesionales presentes en el debate legislativo recurrieron a llamativas
estadísticas que –según ellos– demostraban que las familias de personas del
mismo sexo resultaban, comparativamente, y para el Estado, menos atractivas
que las familias “tradicionales”. Por ejemplo, nos decían, en las familias de
homosexuales se reconocía una tasa mayor de divorcios, mayor consumo de
alcohol, mayor uso de estupefacientes (sic). Las estadísticas citadas resultaban
muy poco confiables, pero aun concediendo que ellas fueran verdaderas, ellas
no dirían nada en contra del matrimonio gay. Para reflexionar sobre semejante
uso de las estadísticas, pensemos en el siguiente ejemplo. Imaginemos que los
datos sociales disponibles nos permitieran decir que en los matrimonios entre
argentinos/as y escandinavos/as se registra un mayor consumo de alcohol o
de estupefacientes (supongamos que ello es así porque, en promedio, los es-
candinavos consumen más alcohol o estupefacientes que los argentinos). ¿Nos
darían esas estadísticas razones para prohibir tales matrimonios? Por supuesto
que no: tales matrimonios no quedan descalificados por el consumo de ciertas
sustancias, no merecen ser prohibidos por ello. Los matrimonios, y la virtud de
ellos, no empieza ni termina con las preferencias de consumo de sus miembros,
sino que trascienden largamente tales opciones. Dichos matrimonios entre lo-
cales y extranjeros, por lo demás, podrían venir acompañados de “beneficios
adicionales” que dichas estadísticas no estarían tomando en cuenta (alguien
podría alegar, por caso, la mayor apertura mental que promueve entre sus in-
tegrantes; el fomento a la diversidad cultural, etc.); a la vez que podrían evitar
males tal vez propios de otro tipo de parejas (ello así, por caso, si el nivel de
violencia intramarital fuese mayor entre las parejas de argentinos, que en las
parejas entre argentinos y escandinavos).

134
Matrimonio y diversidad sexual: el peso del argumento igualitario

Lo que es más importante, a través de semejante uso de las estadísticas esta-


ríamos incurriendo en generalizaciones impermisibles, que terminan por iden-
tificar a todo extranjero (a todo escandinavo, en el ejemplo del caso) con un
estereotipo que puede no decirnos nada, en absoluto, acerca de escandinavos
concretos, con nombre y apellido –nada acerca de sus cualidades de carácter;
nada acerca del modo en que se van a comportan si pasan a formar pareja con
argentinos; y nada, en definitiva, acerca de los derechos que les corresponden
a ellos en tanto individuos particulares, separables de los demás–.8 Por ello
mismo, el derecho no debe comprometerse con este tipo de categorías sobre-
abarcadoras, y mucho menos para restringir los derechos de nadie.
Lamentablemente, sin embargo, tal ejercicio –el uso de estadísticas acerca
de comportamientos grupales como medio para avalar la restricción de dere-
chos individuales– adquirió una crucial importancia durante los debates sobre
el matrimonio igualitario. De hecho, la Universidad Austral, como institución,
publicó durante los días del debate un extenso documento titulado “Matri-
monio homosexual y adopción por parejas del mismo sexo”, que tomaba a la
estrategia citada como modalidad argumentativa principal. Siendo éste el prin-
cipal trabajo teórico presentado por los opositores al matrimonio gay, puede
tener sentido dedicar un breve espacio al examen particular de dicho texto.9
En relación con el Informe de la Universidad Austral correspondería decir
que, en su cuerpo principal, el mismo incurría en una falta muy grave, al tomar
como dados informes médicos y psicológicos que vienen a reforzar los peores
y más comunes perjuicios contra los homosexuales (descriptos como seres
con tendencias a la neurosis, la psicosis, la ansiedad y la depresión; sujetos
proclives al “abuso de sustancias”, con “tendencias al suicidio” y “secuelas de
persecución sexual”). Esta sola decisión ya es criticable por una multiplicidad
de razones. En primer lugar, al proceder de ese modo, el estudio toma por
válidos, de manera acrítica, sin discutirlos, informes parciales que no se ocupa
de contrastar con otros de orientación contraria –una actitud, sin dudas, poco
académica–. En segundo lugar, al afirmar los prejuicios que afirma, el informe
incurre en generalizaciones implausibles como las revisadas más arriba, que
vienen a reforzar legalmente los mismos prejuicios que toma como inaceptable
punto de partida.
Sólo para aclarar más lo dicho, imagínese, por ejemplo, que algunos estu-
dios estadísticos dieran respaldo a otro tipo de extendidos prejuicios, como los

8. En la idea de separabilidad de las personas, J. Rawls, A Theory of Justice, Cambridge: Harvard


U.P., 1971.
9. “Matrimonio homosexual y adopción por personas del mismo sexo”, Universidad Austral, junio
2010.
135
Roberto Gargarella

que dicen que los judíos son más codiciosos, o las mujeres más histéricas que
los varones. ¿Qué es lo que tales estudios nos estarían diciendo, si es que algo,
sobre los judíos o las mujeres, en tanto sujetos de derechos? Dichos estudios,
por caso, no dicen nada acerca de las virtudes especiales que –por medio de
otros prejuicios similares– podríamos extender a tales grupos (los judíos como
especialmente protectivos de los miembros de su grupo; las mujeres como
motivadas por una “lógica del cuidado”).10
Peor aún, tales estudios omiten toda otra referencia que (también prejui-
ciosamente) podríamos extender a otros grupos, de modo previo a alguna re-
flexión sobre los modos en que asignar derechos. //asignan// Por caso, a la
hora de pensar sobre los derechos al matrimonio o a la adopción, podríamos
considerar generalizaciones del tipo: los “blancos son más racistas que los ne-
gros”, o los “varones son más violentos que las mujeres”. No sería difícil encon-
trar estudios estadísticos capaces de ratificar tales pautas de comportamiento. Sin
embargo, ¿cuál sería el sentido de que el derecho se comprometiera con este tipo
de estudios (ahora más balanceados), a la hora de reflexionar sobre los derechos
que le corresponden a cada uno, en materia de matrimonio o adopciones?
En efecto, si estadísticamente se probara que, por caso, los varones son
mucho más violentos que las mujeres, y mucho más discriminadores que los
homosexuales, ¿cuál sería la razón para privar a “todos” los varones de sus dere-
chos? (i. e., de su derecho a adoptar). De modo más específico y más relevante,
¿qué es lo que dichas cifras nos dirían sobre los derechos que le corresponden a
Juan o a Pedro, en tanto varones heterosexuales? Contra lo que dicha generali-
zación impropia sugiere, lo que el derecho debería hacer, en cambio, es resolver,
caso por caso, si (por ejemplo) el varón adoptante forma parte o no del colectivo
tendencialmente más violento, o más discriminador y no, simplemente, presumir
que lo hace, y privarlo por tanto de derechos que podrían corresponderle sin
problemas. La ofensa incorporada de este modo en el Informe –en cuanto a los
modos de pensar derechos, y frente a minorías tradicionalmente discriminadas
por el Estado– socava, desde un inicio, la autoridad del mismo.
Por lo demás, conviene recordar que, a partir de tan cuestionables estadísti-
cas y generalizaciones, el Informe sugiere una respuesta insistente, relacionada
inequívocamente con la restricción de los derechos de los homosexuales (ya sea
para contraer matrimonio o para adoptar, actos que sí se les permite hacer a la
mayoría de los demás grupos).

10. Más todavía: aun si aceptáramos el contenido de reportes médicos como los citados (cosa que no
hago), podría decirse que males como los descriptos (“histeria”, “nerviosismo”) surgen de la tremen-
da discriminación que en el mismo informe auspicia –discriminación que, para colmo, se pretende
que el derecho refuerce–. ¿Cuál debería ser, entonces, la reacción del derecho, frente a tal comproba-
ción? ¿Fortalecer los esquemas de conducta que terminan en perjudiciales discriminaciones?
136
Matrimonio y diversidad sexual: el peso del argumento igualitario

En apoyo de restricciones legales como las citadas, el Informe recurre re-


petidamente a argumentos adicionales que sugieren la presencia de una teoría
muy pobre en torno a los derechos de las personas, recorriendo todo el infor-
me. Entre tales argumentos de apoyo mencionaría dos, por su carácter especial-
mente inatractivo. En primer lugar, el Informe dice que no existe algo así como
“un derecho constitucional a adoptar” que pueda ser alegado en estos casos (la
Constitución argentina, claramente, no se compromete de modo explícito con
un reclamo semejante). Sin embargo, dicha sugerencia es muy cuestionable, en
cuanto a la visión de los derechos que sugiere. Así, y por ejemplo, si el Estado
repartiese a todos, menos a X, un plato de lentejas diario, la acción del Estado no
podría justificarse alegando (como a su modo lo hace el Informe) la “inexistencia
de un derecho constitucional al plato de lentejas”. La idea de derechos dice otra
cosa muy diferente: en una sociedad de iguales, el Estado no puede privar a nadie
de los beneficios que asigna a otros, sin razones poderosísimas de su lado. Si lo
hace, discrimina y priva a alguien de su derecho a ser tratado como un igual.
De forma adicional, el Informe repite una idea muy problemática según la cual
en sus páginas no se propone ninguna discriminación porque los homosexuales,
“como los heterosexuales”, siguen teniendo el “derecho de casarse con una perso-
na de otro sexo”. Sin embargo, proclamar lo dicho es tan agraviante como decirle
a un disidente, al que se censura, que “él también, como todos los demás, goza del
derecho de elogiar al presidente que hoy critica”. Lo que está en juego no es que las
minorías puedan hacer lo que las mayorías le permiten (o se sienten complacidas
que hagan), sino que las mayorías dejen de privar a las minorías de los derechos que
tienen, a pesar de que les son denegados sistemáticamente.11

11. El Informe de la Universidad Austral incurre en otros problemas teóricos serios. Ante todo, y
como –según vimos– es habitual, el mismo quiere resolver muchas de las cuestiones que aborda
definiendo, de antemano, los conceptos que quiere estudiar –típicamente, el de matrimonio–. Se
trata de un típico caso de petición de principios, ya que el informe asume entre sus premisas la
misma proposición que pretende probar. Por otro lado, todo el informe se encuentra recorrido
por una idea extraña sobre los derechos. Se dice, por ejemplo, que no existe un derecho fun-
damental a adoptar, pero sí un derecho –del menor– a ser socialmente amparado. Los autores
deberían dar cuenta de las razones que avalan y justifican estas ideas acerca de la extensión y
límites de los derechos de las personas. Por lo demás, y en relación con el punto anterior, la
única razón importante que da el informe para sostener las discriminaciones que propicia es la
de la igualdad: homosexuales y heterosexuales merecen distinto trato porque son diferentes. Para
ello, lamentablemente, el informe recurre a la idea, tan trillada como vacua, según la cual “es tan
injusto tratar diferente a los iguales, como igual a lo que es distinto”. Pero ya examinamos los
problemas propios de este tipo de apelaciones. Sin cambiarle una coma, la misma frase permitiría
discriminar a la comunidad negra, por su color de piel, y a los árabes, simplemente por serlo.
Lo que importa no es, entonces, la existencia de diferencias (siempre las hay), sino si se trata de
137
Roberto Gargarella

Conclusiones

En las páginas anteriores, defendí y critiqué algunos de los argumentos que


se emplearon en mi país, en las esferas legislativas, durante los debates que se
dieron en el año 2010 en torno a la propuesta de Ley de Matrimonio Igualita-
rio, finalmente aprobada. Me interesó defender aquella propuesta en su núcleo
más importante, relacionado con el valor del ideal constitucional de la igualdad.
Conforme a dicho argumento, el Estado tiene el deber de tratar a todos los
miembros de la sociedad como sujetos iguales –sujetos a los que se les debe
una igual consideración y respeto–. Sostuve que aquellos que quieren denegarle
a las personas del mismo sexo la posibilidad de acceder a la institución del ma-
trimonio, deberían ser capaces de socavar la fuerza del argumento igualitario,
mostrando por qué el tipo de distinciones que proponen resultaba plausible
y jurídicamente relevante. Sin embargo, y tal como he tratado de defender,
ninguna de las vías argumentativas examinadas por los críticos del matrimonio
entre personas del mismo sexo se muestra capacitada para debilitar la fuerza
del argumento igualitario.

diferencias moralmente relevantes para el propósito en juego (y ya vimos por qué los reportes
ofensivamente citados como respaldo, en este sentido, no merecen ser tomados en cuenta).
138
El matrimonio igualitario y los principios
constitucionales estructurantes de igualdad
y/o autonomía*
Laura Clérico

I. Introducción

I.1. Actualidad del tema y contexto de discusión general

H ace más de una década Eskridge escribía que no había nada nuevo sobre el
reconocimiento de la existencia de “matrimonios entre personas de un mis-
mo sexo”, en tanto se encontraba documentada su existencia en cientos de orga-
nizaciones políticas incluyendo muchos de los nativos en América.1 Sin embargo
a renglón seguido advertía que la institución había permanecido desconocida en
el occidente moderno. Por último, pronosticaba que “esto está por cambiar en
breve, porque las activistas lesbianas y homosexuales han luchado por todos sus
derechos matrimoniales en los países de occidente con mayor éxito”.2
El pronóstico de Eskridge se está cumpliendo en parte. Desde el 2000 has-
ta el 2010, diez Estados3 reconocieron en su legislación de derecho común el

* Estoy muy agradecida por sus valiosos comentarios sobre el tema a Carolina V. Opiella, Liliana
Ronconi, Gustavo Beade, Martín Aldao y Sebastián Scioscioli.
1. Ver Eskridge, W.N., The Case for Same-Sex Marriage, 1996, capítulo 2.
2. Eskridge, W.N., “La discusión del matrimonio entre personas del mismo sexo y tres conceptos
de igualdad”, Rev. de la Univ. de Palermo, Buenos Aires, 2000, p. 218. Ver en este libro el capítulo
escrito por Hiller, R., “Matrimonio igualitario y espacio público en Argentina”.
3. Holanda (2000), Bélgica (2003), España (2005), Canadá (2003, respecto de algunos estados fe-
derados, y en el año 2005 para todo el estado federal), Sudáfrica (2006), Noruega y Suecia (2009),
Portugal, Islandia y Argentina (2010). En los EEUU de Norteamérica lo han reconocido
139
Laura Clérico

matrimonio igualitario.4 Otros Estados introdujeron la posibilidad de registrar las


parejas del mismo sexo como uniones civiles o similares. Otros apenas otorgan
algunos derechos en la medida en que se cumplan con ciertos requisitos y/o se
demuestre determinado tiempo de convivencia. Por último, en otras prácticas
constitucionales la cuestión apenas se discute, o si bien se discute no se logra
reconocimiento jurídico alguno.
Ahora bien, si se observa lo ocurrido con la jurisprudencia, se vislumbra que
en algunas prácticas constitucionales los tribunales fueron activos en la declaración
de inconstitucionalidad5 de la interpretación tradicional de las normas del derecho
civil que sólo reconocen el matrimonio entre personas de diverso sexo.6 Otros en
cambio optaron por evadir una discusión profunda del fondo de la cuestión apelan-
do –en mayor o menor medida– a la doctrina del llamado margen de apreciación de
los Estados, es el caso de la reciente sentencia del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos,7 o al margen de discrecionalidad del Parlamento en el caso de la senten-
cia de la Corte Constitucional de Italia del 14 de abril de 2010.8

algunos estados estaduales; en diciembre de 2009, en México, el Distrito federal. V., Herrera,
M., “Adopción y ¿homo-parentalidad u homofobia? Cuando el principio de igualdad manda”,
JA, 22/9/2010, pp. 3-24.
4. Sobre las diversas denominaciones del matrimonio entre personas del mismo sexo, ver en
este libro el trabajo de Fernández Valle, M., Después del matrimonio igualitario, nota al pie de
página nº 3.
5. Ver un análisis de los discursos sobre el matrimonio igualitario, en Meccia, E. //EN ESTE
LIBRO ?///
6. Ver por ejemplo casos: “Minister of Home Affairs v. Fourie” y “Lesbian and Gay Equality
Project v. Minister of Home Affairs”, Corte Constitutional de Suadáfrica, 1.12.2005; sentencias
de la Corte de Apelaciones de Ontario y British Columbia en Canadá, y las Cortes Supremas de
California, Connecticut, Iowa (03/04/2009) y Massachusetts (caso “Goodrige v. Department
of Public Health”, 18.11.2003) en EEUU de Norteamérica. En Argentina: ver Contencioso
Administrativo Tributario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: “Freyre Alejandro y otro
c/ GCBA s/ Amparo (expte. N 34292/0)”, Juzgado del Fuero N° 15; “Canevaro Martín y otro
c/ GCBA s/ Amparo (expte. N 36410/0)”, Juzgado del Fuero N 13; “Fernández Alberto Daro
y otro c/ GCBA s/ Amparo (Expte. N 36320)”; “D., V. y otra”, Tribunal en lo Criminal de Mar
del Plata, número 2, mayo-2010, entre otros.
7. Ver “Schalk y Kopf v. Österreich”, TEDH, 24.06.2010, párr. 28, 62, 96, 98, 105, 108 del voto
de la mayoría; para un análisis detallado y crítico de la sentencia, ver Kemelmajer de Carlucci, A./
Herrera, M., “El principio de no discriminación en una reciente sentencia del Tribunal Europeo
de Derechos Humanos. Una cuestión en movimiento desde el ámbito regional y una responsa-
bilidad desde el ámbito estatal”, La Ley, Buenos Aires, 6/07/2010.
8. La Corte Constitucional italiana emitió sentencia (Nro. 138, 14/4/2010), respecto de este
y otros planteos el 14 de abril de 2010. La sentencia se produjo en el marco de los juicios de
140
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

Existen todavía otras prácticas en las que si bien no fue reconocido aún ni
legislativa ni judicialmente el matrimonio igualitario, aunque sí la unión civil9 o
algún tipo de reconocimiento jurídico menor,10 existe jurisprudencia constitu-
cional que si se tomara en serio en términos de igualdad y/o autonomía debería
llevar necesariamente a la declaración de inconstitucionalidad de las leyes civi-
les que lo siguen negando.
Entiendo que el Tribunal Constitucional Federal alemán con su sentencia
sobre transexuales del 200811 ha abierto el camino para el reconocimiento
del matrimonio igualitario.12 El Tribunal decidió la inconstitucionalidad del § 8
párr. 1 Nro. 2 de la Ley de Transexuales en tanto ponía como condición para el
cambio del asiento del nombre y otros datos por el Registro Civil de la persona
transexual operada, de estado civil casada, que debía antes divorciarse para que

legitimidad constitucional de los arts. 93, 96, 98, 107, 108, 143 143bis y 156bis del Código Civil,
promovidos por el Tribunal de Venecia por resolución del 3 de abril de 2009 y por la Cámara de
Apelaciones de Trento por resolución del 29 de julio de 2009 inscriptas en los números 177 y
248 del registro de sentencias del año 2009. En ambos casos los juicios ordinarios se originaron
porque dos parejas (cada una formada por personas del mismo sexo, respectivamente) atacaron
en los tribunales la decisión de los correspondientes oficiales del registro civil de la comuna de
Venecia y Trento, que se habían rehusado a proceder a la publicación del matrimonio requerido
por los oponentes, por no estimar admisible en el ordenamiento italiano el matrimonio entre
personas del mismo sexo. La cuestión de legitimidad constitucional de fondo que los tribunales
someten a consideración de la Corte es si, la interpretación en conjunto de las normas anterior-
mente citadas del Código Civil italiano, en tanto no permitirían a las personas contraer matrimo-
nio con personas del mismo sexo, son compatibles con las normas de la Constitución italiana
que consagra los derechos inviolables de las personas que incluye el derecho de vivir libremente
la opción de pareja escogida (art. 2), el principio de no-discriminación arbitraria (art. 3), los
derechos de la familia (art. 29) y las normas del derecho internacional de los derechos humanos
(art. 117, inciso primero) que tenderían hacia el reconocimiento del matrimonio igualitario. La
sentencia de la Corte Constitucional con una argumentación escueta –y a mi entender poco
convincente– declara inadmisible la cuestión de legitimidad constitucional respecto del planteo
relacionado con los arts. 2 y 117 de la Constitución italiana e infundada respecto de los arts. 3 y
29 de la Constitución. Analizo críticamente esta sentencia en: Clérico, L., “La lucha por el reco-
nocimiento del matrimonio igualitario: la sentencia N° 138 de la Corte Constitucional italiana del
14 de abril de 2010 bajo la lupa de los principios estructurantes de igualdad y autonomía”, Revista
de Derecho de Familia, Jurisprudencia Argentina-Abeledo Perrot, 2010 (en prensa).
9. Es el caso de Alemania.
10. Como en el caso de Italia.
11. BVerfGE 121, 175. [La sigla corresponde a Tribunal Constitucional Federal alemán, 121 al
número del tomo y 175 a la primera página del fallo].
12. Ver Stüber, S., “Personenstandsrechtliche Anerkennung verheirateter Transsexueller”, Juris-
tische Zeitung, enero 2009, p. 50.
141
Laura Clérico

los cambios registrales fueran posibles. El Tribunal entendió que la condición


del divorcio previo era incompatible con el derecho de personalidad en relación
con el de dignidad (Art. 2 I en relación con el Art. 1 I LF) y con el derecho al
matrimonio (Art. 6 I LF) de la Ley Fundamental (en adelante, LF).13 Así, ordenó
al Parlamento que modificara la ley para hacerla compatible con la Constitución.
No le fijó como obligación expresa el reconocer el matrimonio entre personas
del mismo sexo para el caso de los transexuales operados casados, era una posi-
bilidad, pero dejó la puerta abierta para que esas relaciones fueran convertidas en
uniones civiles registradas. Por su parte, el Parlamento modificó la ley derogando
el requisito inconstitucional, con lo que en la práctica las personas transexuales
operadas casadas podrían mantener su estado civil, con la persona del mismo
sexo.14 Con esto el legislador reconoció en los hechos el matrimonio igualitario en
un supuesto.15 ¿Por qué no entonces para otros supuestos de parejas?

I.2. Planteo del problema y línea argumentativa

La argumentación constitucional en contra de la inclusión del matrimonio


igualitario es el objeto de este trabajo: al respecto defiendo la tesis que sostiene
que el principal problema argumentativo de los planteos negatorios del matri-
monio igualitario se encuentra en la miopía con la que se analiza el problema de la
igualdad constitucional. Esto me lleva a realizar la siguiente advertencia:
Si bien las prácticas constitucionales en las que se discute y, en su caso, se reconoce el
matrimonio igualitario son diferentes, sin embargo, se reiteran en general los argumentos en
contra y con ello se ponen aún más de manifiesto sus debilidades.
Justamente este trabajo tiene como finalidad demostrar la debilidad de los
argumentos esgrimidos en contra del reconocimiento del matrimonio iguali-
tario y, a su vez, la fortaleza argumentativa de los argumentos esgrimidos en
favor de la inclusión. Argumentos cuya fuerza no puede ser fácilmente atacada
debido a la coherencia de la justificación.16 Los argumentos parten pues de
diferentes premisas. Todos contribuyen, sin embargo, (en mayor o menor me-
dida) para fundamentar la misma conclusión a favor del matrimonio igualitario.
En este sentido, sostendré aquí la tesis que dice que:

13. BVerfGE 121, 175.


14. Última reforma del 17.7.2009.
15. Ver fundamentación del pedido del Estado de Berlín presentado en el Bundesrat a favor del
matrimonio igualitario del 22.06.10, Bundesrat Drucksache 386/10, 23.06.2010.
16. Acerca de la coherencia y sus criterios Alexy, R./Peczenik, A., “The Concept of Coherence
and Its Significance for Discursive Rationality”, Ratio Juris 3, 1990, pp. 130-147.
142
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

En tanto en la Constitución se reconozcan expresa o implícitamente los principios


estructurantes de la autonomía y/o la igualdad,17 entonces, el matrimonio igualitario
implica, por lo menos, una obligación iusfundamental a los efectos de terminar con la
discriminación arbitraria contra las parejas del mismo sexo.

Para el desarrollo de la argumentación me detendré en una breve recons-


trucción de la cuestión que implica discutir el planteo negatorio del matrimonio
igualitario. Esto servirá para entender los problemas de la fundamentación de
la persistencia en la negación y para sostener la tesis de la miopía en el planteo
de la cuestión (I.3) y la necesidad de someterla a un examen de igualdad agrava-
do, lo que nos permitirá desarrollar la fundamentación de nuestra posición en
clave de argumento y contra-argumento a los efectos de poner en evidencia la
debilidad argumentativa de quienes siguen sosteniendo el no-reconocimiento
del matrimonio igualitario en el contexto europeo e interamericano (II y III).
Sobre el final se fundamentará que la solución de la unión civil o similar es un
medio insuficiente para terminar con la discriminación arbitraria bajo consi-
deración de una concepción de igualdad que incluye no sólo la perspectiva
redistributiva sino también la del reconocimiento (IV y V).

I.3 La necesidad de ampliar la mirada para evitar la miopía iusfundamental

La discusión sobre la inclusión del matrimonio implica una discusión sobre


la (in)constitucionalidad (en algunos países (i)legitimidad) de un accionar estatal
insuficiente. Los países pertenecientes a la cultura jurídica occidental han regulado
la libertad de casarse; no se trata de una omisión a secas. El problema es si esa
regulación que no contempla a las parejas del mismo sexo, accionar legislativo in-
suficiente, representa una discriminación arbitraria. Para determinar si es o no ar-
bitraria hay que examinar las razones alegadas para sostener las normas atacadas.
Primero, la cuestión se refiere a una limitación por acción estatal insufi-
ciente a la libertad de casarse. En varias prácticas constitucionales el derecho
a casarse es considerado como un derecho fundamental, es decir, no se lo puede
limitar por acción u omisión por cualquier razón, se requiere una justificación
agravada, se requieren razones de mucho peso.18

17. Sobre el impacto de la internacionalización del derecho constitucional en el reconocimiento


del matrimonio igualitario y como una condición de posibilidad que hizo posible su inclusión en la
legislación argentina en julio de 2010, ver Javier Corrales y Mario Pecheny, “Six reasons why Argen-
tina legalized gay marriage first”, en Americas Quarterly, http://americasquarterly.org/node/1753.
18. “La interferencia estatal sólo se encuentra constitucionalmente justificada cuando ella se
realiza persiguiendo el objetivo de evitar daño a terceros”, CSJN-Fallos, 308:1412.
143
Laura Clérico

Además la exigencia del peso de estas razones aumenta considerablemente si


se considera qué tan intensa es la restricción al derecho a casarse de las parejas del
mismo sexo. Si pensáramos en una escala argumentativa que va desde la intensi-
dad de restricción leve, media y termina en grave, entonces, la intensidad de restric-
ción en el caso es muy grave: las parejas del mismo sexo no pueden casarse en ningún
sentido posible. No pueden formularse la pregunta sin experimentar la discrimi-
nación, el “sí, quiero” implica tener que transitar el reclamo administrativo y/o
judicial. Además, tampoco pueden formularse la pregunta en clave de derechos
y obligaciones que surgen del matrimonio, de acuerdo con el ordenamiento jurí-
dico en cuestión: estabilidad de la convivencia y de ayuda de los cónyuges; bene-
ficios impositivos; protección a través de presunciones de la propiedad común;
derechos de herencia; seguro de salud y derechos previsionales; obtención de
posibles mensualidades después del divorcio, derechos parentales, entre otras.
Estas restricciones pueden ser caracterizadas en general como materiales.
Sin embargo, nuestra mirada sería miope si sólo midiéramos la restricción
a los derechos de las parejas afectadas en clave de restricciones materiales. Se
trata asimismo de una restricción muy intensiva a la autonomía en el sentido de re-
conocimiento de la identidad sexual o de género escogida y la intención de
desarrollarla en compañía de otra persona. Así, la restricción, que ataca una
cuestión central del plan de vida de la persona, ocurre porque su identidad
sexual o de género no se corresponde con la dominante (heterosexualidad).
Esta restricción no es sólo puntual y no puede ser evaluada en forma ais-
lada, responde a una historia de discriminación sistemática y de ejercicio de la
violencia física o psíquica contra lesbianas, gays, travestis, transexuales, trans-
géneros, intersexuales y bisexuales (en adelante, LGTBI).19 En este sentido,

19. Ver Fernández Valle, M., “Matrimonio y diversidad sexual”, en Gargarella/Alegre, Teoría y
Crítica del Derecho Constitucional, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2008, pp. 601-618; cfr. Burt, B., “Regu-
lando la sexualidad. Libertad frente a igualdad” en AAVV, Seminario en Latinoamérica de Teoría Constitu-
cional y Política (SELA), Derecho y Sexualidades, Buenos Aires, 2010, p. 42. Además, el Alto Comisionado
para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas advirtió al respecto que: “Ni la existencia de
leyes nacionales, ni la prevalencia de la costumbre pueden justificar jamás el abuso, los ataques, la
tortura e incluso los asesinatos a los que se ven sometidos las personas gays, lesbianas, bisexuales y
transgénero debido a quiénes son o a cómo se percibe que son. Debido al estigma asociado a las cues-
tiones relacionadas con la orientación sexual e identidad de género, la violencia contra las personas
LGBT a menudo no se denuncia, quedando indocumentada y finalmente sin penalizar. Raras veces
genera debate público o indignación. Este vergonzoso silencio es la negación máxima del principio
fundamental de universalidad de los derechos humanos”. Declaración de la Oficina del Alto Comi-
sionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos para la Conferencia Internacional sobre
los Derechos Humanos de las personas LGBT, Montreal, 26 de julio de 2006, disponible en: www.
unhchr.ch/huricane/huricane.nsf/0/B91AE52651D33F0DC12571BE002F172C?opendocument.
144
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

las normas de derecho común que excluyen el matrimonio igualitario no son


neutrales sino que son instrumento de la discriminación. En palabras de Fraser:

“...las leyes matrimoniales representan instituciones, que estructuran la


interacción por un patrón institucionalizado de valor cultural que conside-
ra normativas unas categorías de actores sociales y deficientes o inferiores
a otras: heterosexual es normal, gay es perversa... En todos los casos, el
efecto consiste en la creación de una clase de personas devaluadas a las que se impide
participar en pie de igualdad con los demás en la vida social”.20

Esto alcanza de lleno el mandato de igualdad que dice que si no hay ninguna
razón suficiente para permitir un trato desigual, entonces está ordenado un tra-
to igual.21 Pero, ¿por qué se les niega algo si están en igualdad de circunstancias
relevantes? Tomo por relevantes la voluntad de tener pareja, de gozar de las
protecciones y derechos que surgen de la regulación legal del matrimonio.22
Respecto del matrimonio igualitario lo curioso es que tanto quienes se pronun-
cian en contra como aquellos que están a favor, argumentan bajo la estructura de la
igualdad. Sin embargo, se diferencian en un punto crucial: la fórmula de igualdad.23

20. Nancy Fraser, “La justicia social en la era de la política de la identidad: Redistribución, reco-
nocimiento y participación”, en Fraser/Honneth, ¿Redistribución o reconocimiento?, Morata-Padeia,
Madrid/Coruña, 2006, pp. 36-37 (cursiva agregada).
21. Alexy, R., Teoría de los Derechos Fundamentales, CEC, Madrid, p. 360.
22. Incluso el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en su sentencia del 24/06/2010, “Schalk
y Kopf vs. Austria”, parte en forma correcta del presupuesto de que los actores, pareja de per-
sonas del mismo sexo, “estaban en una situación similar a las parejas de distinto sexo”. Sin em-
bargo, el Tribunal en su posición mayoritaria concluye que no hubo discriminación por parte del
Estado austríaco que no reconoce el matrimonio igualitario. En este punto, es más convincente
el voto en disidencia de los jueces Rozakis, Spielmann y Jebens, quienes critican a la posición
mayoritaria en tanto el Gobierno austríaco no esgrimió argumento alguno para la diferencia de
trato, fundándose tan sólo en su margen de apreciación. Y agregan que en tanto no dieron argu-
mento no sería posible escudarse en este margen, “de hecho, sólo en caso de que las autoridades
nacionales ofrezcan fundamentos de justificación, la Corte puede interpretar, teniendo en cuenta
la presencia o la ausencia de un enfoque común [entre las legislaciones de los estados partes],
que están mejor ubicados que ella para tratar eficazmente la cuestión”, párr. 8. Queda claro que
el margen de apreciación de los Estados no es una razón de peso suficiente para justificar una
diferencia de trato ni menos aún para ser la primera y única ratio (cursiva agregada).
23. Ver este punto ya en Eskridge, W., “La discusión del matrimonio entre personas del mismo
sexo y tres conceptos de igualdad”, Rev. de la Univ. de Palermo, Buenos Aires, 2000. p. 218. El uso
de diversas fórmulas de igualdad se puede seguir en el debate que se generó los días 14 y 15 de
julio de 2010 en la Cámara de Senadores de la Nación Argentina en ocasión de la aprobación
145
Laura Clérico

Aquellos que están en contra de un trato igualitario aplican entre un exa-


men de igualdad formal o uno material pero de escrutinio leve. Por ejemplo, el
Estado italiano en el marco de la defensa de la norma de derecho civil que sólo
reconoce el matrimonio entre personas de distinto sexo,24 aplica la fórmula de
igualdad formal en la versión de “separados pero iguales” para afirmar la no-
inclusión del matrimonio igualitario.25 Bajo esta misma fórmula se sostuvieron
las leyes racistas en los Estados Unidos de Norteamérica.26 Bajo esta misma
fórmula hubiese sido imposible dictar el fallo “Brown vs. Board of Education”
(1954),27 en el que se decidió que la separación por “raza” en las escuelas pú-
blicas violaba el mandato de igualdad. Por ello, resulta cuestionable que alguien
utilice en la actualidad esta fórmula de igualdad para sostener la discriminación
contra parejas del mismo sexo.28
Otros planteos negatorios realizan un examen de igualdad bajo la fórmula
de la igualdad material aunque en una versión muy débil en relación con la
exigencia de razones suficientes que justificarían la exclusión, bastaría para ella
con que se pudiera alegar alguna razón a favor de la exclusión y lo demás que-
daría bajo el margen de discrecionalidad del legislador.
Sin embargo, este examen leve de igualdad genera en el caso fuertes interro-
gantes. No nos encontramos frente a una discriminación puntual y aislada. La
exclusión se basa en la orientación sexual de las personas;29 esto hace sospechar

de la inclusión del matrimonio igualitario, que luego fuera promulgada como Ley 26.618, ver
versión taquigráfica en: www.senado.gov.ar.
24. Ver esta posición en la sentencia recaída en el expediente en el que tramitó la sentencia N°
138 de la Corte Constitucional italiana del 14 de abril de 2010.
25. Argumento de la defensa del Estado: “No existiría violación al principio de igualdad, según
el art. 3 de la Constitución, porque éste impone un tratamiento igual para situaciones iguales y
un tratamiento diferenciado para situaciones de hecho distintas”.
26. Ver “Plessy vs. Ferguson”, 163 U.S. 537 (1896).
27. 347 U.S. 483 (1954).
28. Ver esta misma advertencia en el caso “Freyre Alejandro y otro c/ GCBA s/ Amparo (expte.
N 34292/0)”, Juzgado del Fuero CAyT Nro. 15, en el que se declaró la inconstitucionalidad del
art. 172 del Código Civil argentino antes de la reforma de 2010 que no admitía el matrimonio
igualitario.
29. Varios Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos prohíben discriminar por “cual-
quier otra condición social”, tal y como se recoge en el artículo 2.2 del Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que de acuerdo con el desarrollo interpretativo
incluye la prohibición de discriminación por orientación sexual, según fue interpretado reciente-
mente en la Observación General del Comité de DESC de Naciones Unidas, No. 20, mayo 2009.
Así, se sostuvo que los Estados partes tienen la obligación de cerciorarse de que las preferencias
sexuales de una persona no constituyan un obstáculo para hacer realidad los derechos que reco-
146
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

desde el vamos del planteo de la cuestión que la exclusión huele a injustificada


e inconstitucional porque afecta a un grupo de personas que históricamente
ha sido discriminado y que las consecuencias perjudiciales para sus derechos
persisten en la actualidad.30 Nos encontramos frente a una exclusión sospe-
chosa y quien no crea que las personas LGTBI no conformen un grupo de
personas31 histórica y sistemáticamente discriminadas debería tener la carga de
la argumentación y justificar por qué no lo son al ser excluidas del matrimonio.
En este sentido, aunque sin llegar a hablar de “categorías sospechosas”,32 es
el propio Tribunal Europeo de Derechos Humanos el que afirma que “las di-
ferencias basadas en la orientación sexual requieren razones especialmente gra-
ves que las justifiquen”.33 A su vez, en el contexto europeo, el Tribunal Consti-

noce el Pacto. Ver asimismo Informe sobre Derechos Humanos e Identidad de Género, Estras-
burgo, 29 de julio de 2009, CommDH/IssuePaper(2009)2, elaborado por Thomas Hammarberg,
Comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa. /ver nums./
30. Se aplica examen estricto de igualdad, en: Contencioso Administrativo Tributario de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: “Freyre Alejandro y otro c/ GCBA s/ Amparo (expte. N 34292/0)”;
“Canevaro Martín y otro c/ GCBA s/ Amparo (expte. N 36410/0)”, Juzgado del Fuero N 13;
“Fernández Alberto Daro y otro c/ GCBA s/Amparo (Expte. N 36320)”, entre otros.
31. Ver Fernández Valle, M., trabajo publicado en este libro, op. cit., nota el pie de página nº 2.
32. Dworkin, R., El imperio de la Ley, Gedisa, Barcelona, 1992, p. 269: “la raza y otros rasgos de
distinción similares son especiales sólo porque la historia sugiere que algunos grupos son más
propensos a que se les niegue la consideración debida, de modo que las decisiones políticas que
actúan en su contra deberían ser tomadas en cuenta con especial sospecha”. Además, v., Bianchi,
E. y Gullco, H. V., “La cláusula de igualdad: hacia un escrutinio más exigente”, JA 2001 I 1241;
Clérico, L. y Schvartzman, S., “‘Repetto’ revisitado: a propósito del fallo del Trib. Sup. Ciudad Bs.
As. sobre acceso a la docencia en el caso de los extranjeros”, LL Supl. Const. 2005 (octubre), p.
38; Treacy, G., “La utilización de categorías sospechosas como técnica para controlar la discrimi-
nación hacia los extranjeros”, JA 2006 IV, 29/11/2006; Gargarella, R., “Cómo no debería pen-
sarse el derecho a la igualdad. Un análisis de las opiniones disidentes en el fallo ‘Reyes Aguilera’”,
JA 2007 IV, ps. 67 74. S. ampliación de las “categorías sospechosas” en el derecho constitucional
norteamericano, ver Helfand, M., “The usual suspect classifications: criminals, aliens and the
future of the same-sex marriage”, U. Pa. J. Const. Law, 2009.
33. Ver Tribunal Europeo de Derechos Humanos en su sentencia del 24/06/2010, “Schalk y
Kopf vs. Austria”, párr. 97, entre otros: “On the one hand the Court has held repeatedly that,
just like differences based on sex, differences based on sexual orientation require particularly
serious reasons by way of justification (v. casos Karner, § 37; L. and V. v. Austria, § 45; and Smith
and Grady, § 90)”. Sin embargo, parece relativizar lo anteriormente sostenido cuando agrega:
“On the other hand, a wide margin is usually allowed to the State under the Convention when
it comes to general measures of economic or social strategy (v., Stec and Others v. the United
Kingdom [GC], no. 65731/01, § 52, ECHR 2006-VI)”. Ver crítica a esta relativización en nota
18 de este trabajo.
147
Laura Clérico

tucional Federal alemán,34 sostiene, por ejemplo, que se debe exigir una justificación
agravada cuando la desigualdad de trato se basa sobre la orientación sexual de las
personas. Esta exigencia agravada la justifica en las prohibiciones de discriminación
del Art. 3 IIII LF en relación con el derecho al desarrollo de la personalidad del Art.
2 I en vinculación con el principio de dignidad del Art. 1I LF que a su entender se
condice con el desarrollo que se da en el derecho europeo.
En resumen, cuando se está en presencia de una restricción muy intensiva
de un derecho de prestación, que atañe a una cuestión central de la autonomía
y los afectados conforman un grupo de personas que histórica y sistemática-
mente han sido excluidos, entonces se trata de una violación al mandato de
proporcionalidad/razonabilidad de las leyes por insuficiencia de la respuesta
de la medida estatal. Esto implica: (a) además de la presunción en contra de la
proporcionalidad de la omisión o acción insuficiente; (b) la carga de la argu-
mentación en cabeza de aquellos que alegan la proporcionalidad de la omisión
o acción insuficiente, por lo general, el estado; (c) una exigencia agravada de
justificación, la desproporcionalidad de la omisión o acción insuficiente sólo
puede ser revertida si quien tiene la carga de la argumentación logra alegar y
justificar razones más que importantes; (d) una regla epistémica, que dice que
si persisten dudas al final de la argumentación, queda la omisión o la acción es-
tatal insuficiente como no-proporcional. / los GUIONES QUEDAN FEO//
Esto deviene de una interpretación progresiva de la ley de la ponderación, que
dice: cuanto más se interfiere en la realización de un derecho en su función de
prestación positiva, dejándolo casi sin posi­bi­li­dad de realización alguna, tanto
más fuerte será su capacidad de resistencia, es decir, su pe­so, y la fuerza de
las razones que pretenden justificar (esa falta de realización) deben crecer de
forma “más que pro­por­cio­nal”35 (“sobreproporcional”), de forma tal que una
interferencia en ese ámbito pueda ser justificada.36
Por todo ello, ¿qué argumentos desarrollan quienes sostienen la posición negato-
ria del matrimonio igualitario para justificar que no existe violación a la prohibición

34. Ver BVerfGE, sentencia del 07.07.09 (1 BvR 1164/07), párr. 87-88.
35. Alexy, R., Theorie der Grundrechte, Suhrkamp, Frankfurt/Main, 1995, p. 271 [Hay traducción
al castellano por E. Garzón Valdés: Teoría de los derechos fundamentales, Centro de Estudios Cons-
titucionales, Madrid, 1993; y 2da. ed. ampliada, traducción de C. Bernal Pulido, Madrid, 2007].
36. Ver Clérico, L., “El examen de proporcionalidad: entre el exceso por acción y la insuficien-
cia por omisión o defecto, El principio de proporcionalidad en el Estado constitucional”, M.
Carbonell (comp.), Bogotá, Universidad del Externado, 2007, pp. 100-133; reimpresión en M.
Carbonell (ed.), El principio de proporcionalidad y la interpretación constitucional, Min. de Justicia y De-
rechos Humanos, Quito, 2008, pp. 125-173, y Clérico, L., El examen de proporcionalidad en el derecho
constitucional, EUDEBA, Buenos Aires, 2009, pp. 205, 282 y 363.
148
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

de discriminación arbitraria por acción insuficiente? A continuación trabajaremos


cada uno de esos argumentos y las razones de su debilidad argumentativa.

II. Reconstrucción de los argumentos en contra y a favor


del matrimonio igualitario

II.1 ¿Derecho de familia, concepción de matrimonio y voluntad


del constituyente histórico?

Uno de los argumentos recurrentes de quienes se oponen al matrimonio


igualitario es el referido a la cristalización de una concepción de familia que
extraen con matices de la voluntad del constituyente histórico cuando aprobó
las normas constitucionales pertinentes (un argumento similar suena detrás de
la concepción del matrimonio como defensa de las “tradiciones”).
El argumento de la voluntad del constituyente histórico es también utiliza-
do, por ejemplo, por la Corte Constitucional italiana para relacionarlo, a su vez,
con la finalidad de procreación que perseguiría la institución del matrimonio.37
Ambos argumentos son débiles para justificar la exclusión de las parejas del
mismo sexo. Repasemos, primero, por ejemplo, el desarrollo argumentativo de
la Corte al respecto y, luego, sus debilidades.
El argumento de la Corte recuerda que el inc. 1 del art. 29 de la Constitu-
ción establece que “la República reconoce los derechos de la familia como so-
ciedad natural fundada en el matrimonio” y en el inc. 2 que “el matrimonio se
basa en la igualdad moral y jurídica de los cónyuges, con los límites establecidos
por la ley en garantía de la unidad familiar”. Si bien advierte que los conceptos
de familia y de matrimonio no pueden considerarse “cristalizados en relación
a la época en la que la Constitución entró en vigor, porque están dotados de la
utilidad propia de los principios constitucionales y por ende, deben interpretarse
teniendo en cuenta no sólo las transformaciones del ordenamiento, sino también
de la evolución de la sociedad y de las costumbres”; a renglón seguido marca los
límites de la disputa sobre el contenido de esos conceptos: “Dicha interpretación,
sin embargo, no puede extenderse hasta el punto de incidir sobre el núcleo de la
norma, modificándola de manera tal de incluir en ella fenómenos y problemáti-
cas no consideradas de ningún modo cuando fue sancionada”.
Pero, ¿cuál sería ese “núcleo”? Para ello apela también a los trabajos prepa-
ratorios de la Constitución, agrega así que “la cuestión de las uniones homo-
sexuales permanece absolutamente ajena al debate desarrollado en Asamblea,

37. Corte Constitucional italiana, sentencia Nro. 138, 14/4/2010.


149
Laura Clérico

aun cuando la condición homosexual no era desconocida. Los constituyentes,


elaborando el art. 29 de la Constitución, discutieron sobre un instituto que
tenía una conformación precisa y una reglamentación articulada en el orde-
namiento civil. Por lo tanto, en ausencia de diversas referencias, es inevitable
concluir que tuvieron presente la noción de matrimonio definida por el código
civil que entrara en vigor en 1942 que, como se ha visto antes, establecía (y
aún establece) que los cónyuges deberán ser personas de sexo distinto...”. Por
ello concluyen que no pueden incluirlo porque “no se trataría de una simple
re-lectura del sistema o de abandonar una mera praxis interpretativa, sino de
proceder a una interpretación creativa”. En suma, pretendieron referirse al ma-
trimonio en el significado tradicional de la institución.38
La argumentación de la Corte –como tantos otros que sustentan la negación
del matrimonio igualitario sobre construcciones argumentativas similares– es
débil. Del hecho de que el constituyente histórico sólo haya pensado en la ima-
gen del matrimonio tradicional y no haya incluido la perspectiva del igualitario,
no se sigue que no lo debería haber incluido en ese entonces o que incluso no
se debería incluir en la actualidad para terminar con la discriminación arbitraria
por la orientación sexual de la pareja.
El argumento de la Corte Constitucional italiana no es convincente. Por
ejemplo, cuando los constituyentes del siglo XIX consagraron el derecho al
voto, tenían en mente la imagen o concepción del voto masculino, y si en las
discusiones sobre inclusión del voto femenino a principios o mediados del
siglo XX hubiese sido relevante el argumento de la voluntad del constituyente
histórico, entonces hubiese sido imposible la apertura del voto al colectivo dis-
criminado, es decir, las mujeres.
Por eso, la pregunta es ¿por qué debemos sentirnos vinculados a la imagen
o concepción de los constituyentes,39 precisamente para justificar un trato des-
igual y arbitrario a las parejas del mismo sexo?, cuando es conocido que en el
momento de discusión de la Constitución italiana, los “homosexuales” eran es-
tigmatizados como “inferiores” y, por ello, no aceptados como “socios iguales”
o pares en la deliberación sobre lo que debía entenderse por matrimonio y fa-
milia. No podían participar en este debate pues eran excluidos violentamente o
invisibilizados.40 En ese sentido, la interpretación originalista de la Constitución

38. Corte Constitucional italiana, sentencia Nro. 138, 14/4/2010.


39. Sobre problemas de este método de interpretación, ver Dworkin, R., Law’s Empire, 1998, 313
[Dworkin, El imperio de la Ley, op. cit] y Möller, K., “Der Ehebegriff des Grundgesetzes und die
gleichgeschlechtliche Ehe”, DÖV 2005, p. 64; Gargarella, R., La dificultosa tarea de la interpretación
constitucional, op. cit., pp. 123-148.
40. Y aunque hubieran tenido la posibilidad de participar, seguramente no lo habrían podido
hacer en términos de igualdad para aquel entonces, ya sea por la carencia de “recursos para
150
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

–en cualquiera de sus distintas versiones–41 implica en este contexto un aumen-


to de la intensidad de la discriminación que afecta no sólo la autonomía perso-
nal sino también la autonomía política del colectivo LGTBI. Por lo tanto, no
puede conformar la justificación suficiente exigida por el mandato de igualdad
la apelación al argumento del respeto de la voluntad del constituyente histórico.

II.2 El argumento del juego de la etimología de las palabras y las de-


finiciones constitucionales y de los Instrumentos Internacionales de
Derechos Humanos: ¿la Constitución como una suerte de diccionario
petrificado y cerrado?

El argumento del juego de las definiciones sobre matrimonio y en contra


de la inclusión del matrimonio igualitario aparece en dos sentidos. Uno más
general suele hacer referencia a la “etimología” de la palabra matrimonio para
sostener que sólo se refiere a la unión entre varón y mujer, por ello no se podría
incluir el matrimonio igualitario.42 El segundo uso es constitucional, se citan
los artículos de las constituciones y/o de los Instrumentos Internacionales de
Derechos Humanos que, cuando se refieren al matrimonio, hablan de varón y
mujer. Ambos sentidos conforman argumentos muy débiles para sostener la
exclusión. Veamos.
La referencia a la etimología de la palabra matrimonio es sumamente débil.
¿Por qué nos tenemos que sentir atados a los significados de las palabras que
se dieron hace siglos? Es decir, ¿cuáles son las “razones”? La etimología de

participar a la par con los demás, a causa de unas disposiciones económicas injustas y, lo que
viene más al caso algunos carecen de posición social, merced a unos patrones institucionalizados
de valor cultural que no son equitativos. A pesar de la contradicción y la complejidad culturales,
los patrones de valor que impiden la paridad siguen regulando la interacción en las instituciones
sociales más importantes; prueba de ello son la religión, la educación y la ley. Sin duda esos pa-
trones de valor no configuran una red perfecta, coherente, omniabarcadora e irrompible, como
en la sociedad regida por el parentesco, y ya no se dan por supuestos. Sin embargo, las normas
que favorecen a los blancos, europeos, heterosexuales, hombres y cristianos están institucionali-
zadas en muchos lugares de todo el mundo. Siguen impidiendo la paridad de participación y, en
consecuencia, definiendo los ejes de subordinación de estatus”: Nancy Fraser, “La justicia social
en la era política de la identidad: Redistribución, reconocimiento y participación”, op. cit., p. 80.
41. Ver crítica a la posición originalista en: Gargarella, R., La dificultosa tarea de la interpretación
constitucional, op. cit., pp. 123-148.
42. Ver este argumento en su doble sentido, por ejemplo, en la intervención de los senadores
nacionales: Petcoff Naidenoff (UCR-Formosa) y María Higonet (PJ-La Pampa), que se pronun-
ciaron en contra de la modificación de las normas civiles para incluir el matrimonio igualitario.
Debate del 14 y 15/07/2010, ver versión taquigráfica, pp. 90, 92, 102, en: www.senado.gov.ar.
151
Laura Clérico

una palabra no constituye de por sí una razón normativa para desconocer


un derecho, hay que argumentar por qué se debe seguir esa definición y no
otras. Tal vez en este punto ayude recurrir a un ejemplo de uso reiterado. La
etimología de la palabra salario se refiere al pago en sal; sin embargo, nadie
sigue sosteniendo hoy con buenas razones que el salario deba ser pagado
con sal.43
El segundo argumento es también débil. Es cierto que algunas constitucio-
nes e Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos se refieren al matri-
monio como unión de varón y mujer; sin embargo, ¿desde cuándo las palabras
afirmativas en claves de derechos –en el contexto de instrumentos normativos
que reconocen como principios estructurantes la igualdad y/o la autonomía–
implican negación de lo silenciado?44
Primero, las disposiciones constitucionales y provenientes de los Instru-
mentos Internacionales de Derechos Humanos deben ser interpretadas en el
contexto normativo, es decir, que no esté expresamente dicho en un artículo
no quiere decir que no deba ser incluido; en todo caso, hay que seguir argu-
mentando teniendo en cuenta todo el conjunto del plexo normativo. A su vez,
estos instrumentos normativos suelen contener disposiciones que prohíben
discriminar por “otras condiciones sociales”, lo que incluye la prohibición de

43. Ver las intervenciones del senador nacional Miguel Pichetto (FpV-Río Negro), de la senadora
nacional Blanca Osuna (FpV-Entre Ríos), de la senadora nacional Norma Morandini (Frente
Cívico-Córdoba), Rubén Giustiniani (Socialista-Santa Fe) a favor de la inclusión del matrimonio
igualitario y, el primero con referencia al discurso pronunciado por el Ministro de Justicia de Es-
paña en ocasión de la reforma del Código Civil para inclusión del matrimonio igualitario, Debate
del 14 y 15/07/2010, ver versión taquigráfica, pp. 78-79, 116, 147, 164, en: www.senado.gov.ar.
44. En cambio otro es el principio cuando se trata de interpretación de competencias de los
órganos estatales, las palabras afirmativas pueden ser interpretadas como negación de lo no
reconocido. Esta regla de interpretación fue aplicada, por ejemplo, en “Marbury vs. Madison” [1
Cranch (5 U.S.) 137, 2 L. Ed. 60, hay versión en castellano publicada en Miller, Jonathan - Gelli,
María Angélica - Cayuso, Susana, Constitución y Poder Político, Buenos Aires, Astrea, tomo I, pp.
1-16], y receptada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación argentina en “Sojo” –CSJN-Fa-
llos, 32:120–, para acotar el alcance de la competencia originaria de la Corte. La competencia se
limitaba así a los supuestos expresamente enunciados e implicaba negación de todos aquellos no
enunciados, no podía ampliarse por vía legislativa ni judicial. Los ejemplos de aplicación de esta
regla se encuentran en el ámbito de delimitación de las competencias de los órganos estatales,
en el que rige el principio según el cual los órganos poseen sólo las competencias expresamente
atribuidas o las que surjan de una interpretación razonable de estas últimas. Sin embargo, no sería
de aplicación en el ámbito de interpretación de los derechos. En ella rige el principio de libertad
establecido en la segunda parte del art. 19 de la Constitución Nacional argentina, según el cual
todo lo que no está expresamente prohibido está permitido. Por todo ello, no se puede desconocer ese
derecho sólo por la razón de que éste no se encuentre expresamente enumerado en la Constitución.
152
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

discriminación por “orientación sexual”,45 con lo que mal puede ser utilizado
el silencio descontextualizado de una norma para negar automáticamente el
reconocimiento de un nuevo alcance al derecho de matrimonio. Además, tanto
los Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos y varias de las cons-
tituciones occidentales contienen cláusulas sobre “derechos implícitos y/o in-
nominados”. Así, el art. 29, inc. c) de la Convención Americana de Derechos
Humanos, dice: “Ninguna disposición de la presente Convención puede ser
interpretada en el sentido de: c. excluir otros derechos y garantías que son in-
herentes al ser humano o que se deriven de la forma democrática representativa
de gobierno”. A su vez, varias constituciones del contexto interamericano46
contienen cláusulas semejantes siguiendo la enmienda IX de la Constitución
de los Estados Unidos, introducida en 1791, “la enumeración en esta Consti-
tución de ciertos derechos no podrá alegarse para negar o menoscabar otros
retenidos por el Pueblo”. La Constitución norteamericana de 1787 no contenía
este artículo ni otro similar. El propósito de la inclusión de la enmienda IX47
habría sido alejar los temores de que una enumeración de derechos pudiera no
ser suficiente “como para cubrir todos los derechos esenciales, y de que la men-
ción específica de ciertos derechos pudiera ser interpretada como la negación
de que otros estuvieran protegidos”.48

45. Ver Observación General del Comité de DESC de Naciones Unidas, No. 20, mayo 2009. A su
vez, resulta de interés en este contexto advertir que el 17 de septiembre de 2010 la Comisión Intera-
mericana de Derechos Humanos presentó en la Corte Interamericana de Derechos Humanos una
demanda contra Chile en el caso Karen Atala e hijas. El caso trata sobre la discriminación y la inter-
ferencia arbitraria en la vida privada y familiar que experimentó Karen Atala debido a su orientación
sexual. En el Informe de Fondo 139/09, la Comisión concluyó que el Estado de Chile era responsable
por la discriminación contra Karen Atala en el proceso judicial que resultó en el retiro del cuidado
y custodia de sus hijas. Este caso permitirá a la Corte IDH pronunciarse por primera vez sobre la
incompatibilidad de este tipo de discriminación con la Convención Americana; ver comunicado de
prensa disponible en: http://www.cidh.oas.org/Comunicados/Spanish/2010/97-10sp.htm.
46. Ver, al respecto, Gros Espiell, H., “Los derechos humanos no enunciados o enumerados
en el constitucionalismo americano y en el artículo 29.c) de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos”, Anales de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, T.
XXXVIII, 1998, p. 89.
47. “Griswold vs. Connecticut”, voto concurrente del juez Goldberg: “Fue introducida en el
Congreso por él (se refiere a Madison) y pasó por las Cámaras con poco o ningún debate y vir-
tualmente sin cambios de redacción”. Sobre la discusión acerca de la historia de la enmienda IX,
ver Ely, J., Democracia y desconfianza. Una teoría del control constitucional, Siglo del Hombre Editores,
Bogotá, 1997, pp. 53-61.
48. Story, Comentario sobre la Constitución Federal de los Estados Unidos, Buenos Aires, T. II, p. 597.
En la actualidad la doctrina norteamericana parece evaluar la importancia de esta enmienda por
153
Laura Clérico

Por último, varias disposiciones constitucionales contienen reconocimien-


tos de derechos en determinados contextos específicos de actuación, como, por
ejemplo, el derecho a expresar las ideas “por la prensa”; sin embargo, nadie usa el
aditamento “por la prensa” para negar la libertad de expresión en otros medios
de comunicación. Por ello, ¿por qué en el caso del matrimonio suelen ser utili-
zados los aditamentos para negar la ampliación hacia el matrimonio igualitario?
A lo largo de este apartado se ha tratado de sostener que la función de las
cláusulas de los derechos innominados o implícitos mantiene, por lo menos,
dos funciones: una crítica y otra constructiva. De acuerdo con su función crítica
se excluye cualquier argumento que expresa o implícitamente sostenga que un

su mayor o menor aplicación por la Suprema Corte de Justicia. Fue aplicada en “Griswold vs.
Connecticut” [381 U.S. 479 (1965) en el que se declaró por mayoría la inconstitucionalidad de
una ley estadual que prohibía la prescripción de anticonceptivos por ser violatorio del derecho
a la privacidad], seguido por (la disidencia en) “Bowers vs. Hardwick” [478 U.S. 186 (1986) en el
que se sostuvo (en una decisión 5-4) la constitucionalidad de las leyes del estado de Georgia que
sancionaban penalmente la sodomía consensuada aun en un ámbito privado, en el caso se trataba
de dos personas adultas homosexuales] y en “Lawrence vs. Texas” [539 U.S. 558 (2003) en el
que se aparta de “Bowers” ya que declaró la inconstitucionalidad de una ley del estado de Texas
que determinaba que “una persona comete ofensa (criminal) si se compromete en una relación
sexual ‘desviada’ con otro individuo del mismo sexo”, esa conducta coincidía en su descripción,
por lo general, con la sodomía. Estas prácticas no podían ser sujetas a sanción y conforman el
derecho a la privacidad de las personas.] Sobre la discusión actual de esta enmienda, v., por ejem-
plo, Michelman, F., “Unenumerated rights under popular constitutionalism”, 9 U. Pa. J. Const. L.
121, 126 (2006). Así, desde hace algunos años algunos reviven la discusión sobre la cuestión de
los derechos no-enumerados en la constitución para arremeter en particular contra el “derecho
de privacidad” desarrollado en la línea de los casos “Griswold vs. Connecticut”, “Roe vs. Wade”,
“Lawrence vs. Texas”, entre otros. Estos ataques provienen de posturas que sostienen métodos
de interpretación constitucional textualistas y originalistas, varias de las cuales coinciden en una
interpretación conservadora de la constitución [ver Gargarella, R., La dificultosa tarea de la interpre-
tación constitucional, op. cit., pp. 123-148.]. Otros en cambio advierten sobre la necesidad de realizar
un análisis político de la aplicación del artículo. Advierten que tanto desde las corrientes conser-
vadoras como liberales progresistas se ha argumentado a favor de los derechos no-enumerados.
La diferencia radica, empero, en el tipo de derechos que surgiría de la interpretación de los de-
rechos no-enumerados [Tushnet, M., “Can You Watch Unenumerated Rights Drift?”, University
of Pennsylvania Journal of Constitutional Law, October, 2006, (9 U. Pa. J. Const. l. 209)]. Entonces la
disputa se traslada al debate sobre la interpretación más correcta de la constitución. Justamente
en el marco de esta disputa, otros, entienden que el problema de la no-enumeración es una
ventana para que puedan ser aplicados por los jueces los derechos provenientes de los catálogos
de derechos de los instrumentos internacionales de derechos humanos en el ámbito interno.
[Kersch, K., “Everything is enumerated: The developmental past and future of an interpretative
problem”, University of Pennsylvania Journal of Constitutional Law, October, 2006.].
154
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

derecho no encuentra amparo en la constitución o en un Instrumento Inter-


nacional de Derechos Humanos por no encontrarse expresamente enumerado.
Asimismo cumple, además, una función constructiva, es una invitación a argumen-
tar a favor de nuevos derechos o nuevos alcances de viejos derechos. Veamos
entonces qué otros argumentos alegan aquellos que siguen sosteniendo la ne-
gación del matrimonio igualitario como derecho.

II.3 ¿El argumento de la procreación?

Por lo general, quienes se oponen al matrimonio igualitario afirman que el


matrimonio tiene por finalidad la procreación.49 Se reitera en algunas intervenciones
de los debates parlamentarios sobre el matrimonio igualitario50 y, asimismo, en
algún discurso jurisprudencial. Por ejemplo, la Corte Constitucional italiana
utilizó este argumento cuando apelando a una suerte de interpretación sistemá-
tica se refiere a la relación entre el art. 29 sobre matrimonio y familia y el art. 30
sobre hijos de la Constitución italiana. Afirma en contra del matrimonio igua-
litario que: “No es casual, por otra parte, que la Carta Constitucional, después
de referirse al matrimonio, haya considerado necesario ocuparse de la tutela de
los hijos (art. 30), asegurando paridad de trato incluso a los nacidos fuera del
matrimonio, incluso en forma compatible con los miembros de la familia legí-
tima. La justa y obligatoria tutela garantizada a los hijos naturales, nada quita a
la relevancia constitucional atribuida a la familia legítima y a la (potencial) finalidad
procreativa del matrimonio que sirve para diferenciarlo de la unión homosexual”.51
Así, se diría que el matrimonio igualitario no podría cumplir con la finali-
dad de procreación. Sin embargo, este argumento es débil porque no sólo no
pasa un examen de igualdad de exigencia estricta sino tampoco uno más leve.
Para ello hay que tomar como punto de partida los dos grupos que quedan
establecidos por la aplicación del criterio de distinción que estaría dado por la
orientación sexual de las personas: por un lado, la unión entre varones y mu-
jeres y, por el otro lado, la unión entre personas del mismo sexo. Los primeros
pueden contraer matrimonio mientras que los segundos quedarían excluidos.

49. Ver Clérico, L., comentario art. 33 de la Constitución Nacional, en: Sabsay/Manili, Cons-
titución de la Nación Argentina, Hammurabi, Buenos Aires, 2009, pp. 1222-1261; Herrera, M.,
“Adopción y ¿homo-parentalidad u homofobia? Cuando el principio de igualdad manda”, JA,
22/9/2010, pp. 3-24.
50. Ver debate que se generó durante los días 14 y 15 de julio de 2010 en la Cámara de Senadores
de la Nación Argentina en ocasión de la aprobación de la inclusión del matrimonio igualitario,
que luego fuera promulgada como Ley 26.618, v., por ejemplo, pp. 47, 63, 65, 102, 105, versión
taquigráfica en: www.senado.gov.ar.
51. Corte Constitucional italiana, sentencia Nro. 138, 14/4/2010 (cursiva agregada).
155
Laura Clérico

La finalidad de la clasificación de la interpretación tradicional del matrimonio


sería garantizar la procreación.
Primero, la hipótesis carece hoy de fundamento fáctico, las personas del
mismo sexo podrían (como las de diferentes sexos) procrear a través de algu-
nos métodos de fecundación asistida y por la donación de óvulos o esperma,
según el caso.
Segundo, si por hipótesis se aceptara (hipótesis que no comparto) que es
tan necesaria la relación entre procreación y matrimonio, entonces la clasifi-
cación es subinclusiva52 a la luz de la finalidad que perseguiría la norma y, por
ello, discriminatoria. Esto porque para cumplir cabalmente con el fin planteado
en esos términos, también debería incluir a los contrayentes de diferente sexo
que no quieren o no pueden procrear. En otras palabras, la norma estaría limi-
tando el derecho de casarse a una clase de personas (al colectivo LGBTI) más
restringida que la necesaria para lograr en toda su extensión el fin estatal que
se habría propuesto (así debería incluir a las personas con diferente sexo pero
que no pueden o no quieren procrear). En definitiva, que la categoría sea su-
binclusiva demuestra que no existe una relación sustancial, importante, entre el
medio establecido por la norma (matrimonio entre personas de diferente sexo
y exclusión del matrimonio igualitario) y el fin perseguido (supuestamente) por
ésta (procreación). Ahora bien, nadie en la actualidad podría sostener con ar-
gumentos serios que sólo hay que reconocer la facultad de casarse a aquellas
personas que pueden y quieren procrear. Nadie en la actualidad53 podría soste-
ner además que la finalidad asociativa del matrimonio está estrechamente ligada
a la procreación.54 Entonces, ¿por qué no reconocer la posibilidad de casarse a
todas las parejas más allá de su orientación sexual?

II.4 El argumento de evitar las adopciones

Quienes se oponen al matrimonio igualitario suelen esgrimir que la exclu-


sión se relacionaría “con la necesidad de evitar que las parejas del mismo sexo

52. V., Ferreres Comella, V., Justicia constitucional y democracia, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1997, pp. 248 y 256.
53. Ver al respecto el trabajo de Borillo, D., Uniones del mismo sexo y libertad matrimonial y Borillo,
D., Homofobia, Bellaterra, Barcelona, 2001.
54. Además, ver incluso la sentencia “Goodwin v. Reino Unido”, Tribunal Europeo de Dere-
chos Humanos, sentencia del 11.7.2002, en la que se señaló: el artículo 12 asegura el derecho
fundamental de un hombre y una mujer a casarse y formar una familia. Sin embargo, el segundo
aspecto no es una condición del primero y la incapacidad de cualquier pareja de concebir o criar a
un niño no puede ser considerada, por sí sola, como que elimina su derecho a gozar de la primera
parte de esa disposición” (párr. 98).
156
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

adquieran aptitud para ‘adoptar’ niños o niñas”. Sin embargo, y como bien se
establece en algunas intervenciones de los debates parlamentarios que recono-
cen el matrimonio igualitario, los fallos favorables e informes científicos, este
argumento es sumamente débil.
Primero, el hecho de que se incluya el matrimonio igualitario no modifica la
situación actual de las personas frente a la adopción, habida cuenta de que varias
legislaciones civiles (entre otras el artículo 315 del Código Civil argentino en su
versión anterior a la reforma de la ley 26.618, es decir, por ley 24.779) permite “ser
adoptante [a] toda persona que reúna los requisitos establecidos en el respectivo
Código cualquiera fuese su estado civil.55 Es decir, con anterioridad al debate sobre ma-
trimonio igualitario, las personas solteras podían adoptar, incluso en algunas legisla-
ciones que no reconocen aún el matrimonio igualitario pero sí las uniones civiles y
permiten la adopción conjunta por parejas del mismo sexo.56 Los procedimientos
de adopción establecen mecanismos para considerar la idoneidad del solicitante
para la crianza y ejercicio de responsabilidades parentales a la luz del interés supe-
rior del niño, debiendo ser irrelevante la orientación sexual de la persona.57
Segundo, y más allá de los pretextos que encierran estereotipos y prejuicios
y que expresa o implícitamente relacionan “homosexualidad” con “perver-
sión”, “pedofilia”, etc.,58 se suele alegar que las parejas heterosexuales estarían
en mejores condiciones para criar a los niños adoptados que las del mismo
sexo. Por el contrario, abundan las investigaciones que arrojan como resultados
que no “es posible observar más consecuencias negativas o desventajosas en
los niños criados por parejas o personas del mismo sexo que en aquellos que
viven con padres heterosexuales”.59
Tercero, se basan en un temor que fue analizado críticamente y con preci-
sión en un documento firmado por más de seiscientos investigadores del Con-
sejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) presen-
tado en el Senado de la Nación Argentina a favor del matrimonio igualitario:

55. “Canevaro Martín y otro c/ GCBA s/ Amparo (expte. N 36410/0)”, Juzgado del Fuero N
13, sentencia del Dr. Scheibler.
56. V., Herrera, M., “Adopción y ¿homo-parentalidad u homofobia? Cuando el principio de
igualdad manda”, JA, 22/9/2010, pp. 3-24 (13).
57. Ver la prohibición de discriminación a la solicitante de adopción por su orientación sexual;
se trataba de una mujer soltera lesbiana, en un procedimiento de adopción simple, en “E. B vs.
Francia”, TEDH, 22/01/2008.
58. Ver www.conicet.gov.ar/NOTICIAS/portal/noticia.php?n=6032&t=4; Figari, C., Sexua-
lidad, Religión y Ciencia. Discursos científicos y religiosos acerca de la sexualidad. Córdoba: Encuentro
Grupo Editor, 2007.
59. Ver Herrera, M., “Adopción y ¿homo-parentalidad u homofobia? op. cit., pp. 3-24 (8), con
trabajo y referencia a numerosas investigaciones de campo.
157
Laura Clérico

“...No se puede plantear como impedimento matrimonial que un


niño/a pueda sufrir a futuro porque la sociedad es discriminatoria. Esto
es una falacia e insensatez. Todos podemos llegar a sufrir o no. No se les
dice a los afrodescendientes o a los judíos que no se reproduzcan en las
sociedades donde subsisten prejuicios contra ellos porque sus hijos/as van
a sufrir. Ese argumento, como explica Butler, está asociado al ideal de raza
pura, escondida en la imagen del futuro sufrimiento. El problema es de la
sociedad que discrimina, no de la persona discriminada [...] Por décadas
se estudiaron las consecuencias en la vida de los hijos de arreglos fami-
liares que escapan a las normas fijadas por la ley como las más deseables:
estudios sobre hijos de ‘madres solteras’, de padres divorciados, de viudas
y viudos, criados por abuelas y abuelos… Los hallazgos invariablemente
mostraron que las variables fundamentales del desarrollo de la persona-
lidad pasan por otro lado: por la contención y el afecto, por el ambiente
en el hogar, por el respeto y la responsabilidad. Nuestra experiencia en
investigaciones exploratorias sobre la cuestión de los niños/as a cargo de
gays y lesbianas (realizadas en el marco de nuestro trabajo en el Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas –CONICET–) indica
que los niños y niñas de hogares homoparentales no suelen tener dificul-
tades en explicar a sus compañeros/as que tiene dos padres o dos madres,
como también pueden argumentar que tienen una sola mamá que los/as
ama ‘más que diez mamás y papás juntos’, o que tiene una abuela-mamá, y
un tío papá, o que las personas que los aman, quizás no sean papá y mamá
pero han cumplido sus funciones de cuidado y afecto y por lo tanto son su
familia... Los niños y las niñas elaboran los nuevos relatos sin conflicto. ¿A
esto le tendrán miedo los que dicen que la adopción por parte de parejas
del mismo sexo es ‘un experimento social inaceptable’?”

Hay muchas formas de discriminación en las escuelas. Una nena paraguaya


o boliviana puede ser discriminada en un colegio argentino, como lo puede ser
un nene o nena con alguna aptitud especial o discapacidad, el sobrepeso, el uso
de anteojos o las orejas grandes, chicas embarazadas y los hijos e hijas de pa-
dres separados o divorciados, muchas veces en instituciones religiosas. Aquello
que parece huir de cierto modelo de generalidad y autenticidad puede provocar
burlas y discriminación.
Lo que sin dudas genera señalamientos y diferencias es la falta de reconoci-
miento de la situación familiar, así como los regímenes de excepción (como las
uniones civiles), que mantienen la sospecha sobre estas relaciones. Si alguien es
responsable de alguna discriminación posible es el propio Estado al no reconocer
a las familias homoparentales, o al concederles una ciudadanía de segunda clase.

158
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

Mucha gente (niños/as, adultos, ancianos/as, personas con discapacidad) lu-


chan todo el tiempo contra varios tipos de discriminación. “Hace sólo 20 años
la separación de los padres era algo vivido de forma vergonzosa para muchos
niños. Hoy día forma parte de nuestro entorno cotidiano [...] Que esto no suceda con
los hijos e hijas de los matrimonios de mismo sexo no depende de que éstos no existan sino de
que seamos una sociedad más plural y menos arbitraria, racista y sexista. Menos hipócrita.”60

II.5. Conclusiones intermedias

La inclusión del matrimonio igualitario en las normas de derecho común se


origina por un planteo de trato igualitario del colectivo de personas LGTBI. Se
resume en la pregunta ¿por qué se nos niega a nosotros la libertad matrimonial
que se otorga a la parejas de diferente sexo?
Los argumentos en contra del matrimonio igualitario se reiteran con to-
das sus debilidades a lo largo de diversas prácticas constitucionales: a saber, el
argumento de la concepción tradicional del derecho de familia, de la concep-
ción de matrimonio y voluntad del constituyente histórico; el argumento del
juego de la etimología de las palabras y las definiciones constitucionales y de
los Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos; el argumento de la
procreación; el argumento de evitar las adopciones, entre otros. La reiteración
argumentativa pone en evidencia, en razón de los contra-argumentos esgrimi-
dos, su debilidad argumentativa. No existe razón de peso para el no-recono-
cimiento del matrimonio igualitario en prácticas constitucionales que asumen
como principios estructurantes el de autonomía y/o igualdad.

III. La finalidad asociativa y la autonomía

En tren de analizar las razones no-discriminatorias que puede tener el legis-


lador cuando reglamenta el matrimonio, se podría pensar en clave de finalidad
asociativa, es decir: “otorgar protección jurídica a la unión voluntaria de dos
61
personas mientras dure la relación”. Entonces, para promover la finalidad

60. El documento fue redactado por Figari, y publicado como Figari, C., “Per scientiam ad
justitiam! Matrimonio igualitario en Argentina”. Mediações. Revista de Ciências Sociais, Londrina,
Brasil, 2010, pp. 125-145 (cursiva agregada), disponible en: http://carlosfigari.wordpress.com/
61. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos en su sentencia del 24/06/2010, “Schalk y
Kopf vs. Austria”, sostiene que “la Corte partirá de la premisa de que las parejas del mismo sexo
son tan capaces como las parejas de sexo diferente de formar relaciones de compromiso estables.
En consecuencia, se encuentran en una situación similar a una pareja de sexo diferente en cuanto
a su necesidad de reconocimiento legal y a la protección de su relación”, ver párr. 99. Ver nota
al pie Nro. 22 de este trabajo.
159
Laura Clérico

asociativa se deberían modificar las normas del derecho civil para incluir el
reconocimiento del matrimonio igualitario. ¿Por qué excluirlo?
El único “pretexto” que les queda a quienes están en contra del matrimonio
igualitario es la “orientación sexual” y esto es discriminatorio. Se está privile-
giando una interpretación de matrimonio desde un patrón cultural en parte
dominante pero no único y que responde a un posible modelo de decisión
autónoma. El problema es la falta de reconocimiento de la diversidad.
Así, la exclusión viola el principio de autonomía y diferencia. La voluntad
de contraer matrimonio sólo podría darse entre un varón y una mujer. Esta
interpretación se basa sobre una concepción del bien común que apelaría a
la “moral” como “moral de la mayoría”. Sin embargo, esta interpretación no
pasaría, según entiendo, el test de constitucionalidad estricto que exigiría cual-
quier constitución que reconozca como principio estructurante el de autono-
mía como, por ejemplo, se lo reconoce en el art. 2 de la Constitución italiana
y en tantas otras constituciones europeas y del contexto interamericano. Por
ejemplo, es la propia Corte Constitucional italiana quien admite que el art. 2
“reconoce y garantiza los derechos inviolables del hombre, como individuo en
las formaciones sociales donde se desarrolla su personalidad, en el contexto de
una valorización del modelo pluralístico, se computa incluso la unión homosexual.
Se trataría del derecho fundamental de vivir libremente la condición de ‘pareja’, obtenien-
do –en los tiempos, formas y límites establecidos por la ley– el reconocimiento
jurídico con los derechos conexos y deberes”. Sin embargo, la Corte constitu-
cional no parece honrar este contenido constitucional en clave de autonomía.62
¿Qué implica la autonomía? La posibilidad de determinar el propio plan de
vida de acuerdo con las creencias, cosmovisiones de cada persona, de acuer-
do con sus propios estándares morales, esto incluye la decisión de vivir o no
en pareja. Esta decisión goza de especial protección en virtud del artículo 2
de la Constitución italiana –y del art. 19,63 por ejemplo, de la Constitución

62. Ver Corte Constitucional italiana, sentencia Nro. 138 del 14 de abril de 2010.
63. El test del art. 19 CN es aplicado por la Corte en “Alitt” (Asociación Lucha personas Traves-
tis y Transexuales). En “Alitt”, la cuestión debatida se refería a la denegación arbitraria de la per-
sonería jurídica de una asociación para la defensa de los derechos de los travestís y transexuales a
la luz del derecho a la asociación del art. 14 y 19 de la CN. La cuestión presenta similitudes prima
facie con el caso del derecho a casarse de dos personas del mismo sexo, porque en ambos casos
se trata del ejercicio de un derecho civil que expresa la voluntad de unión para el desarrollo de un
proyecto común y no se les permite ejercerlo por la orientación sexual de los participantes. La
Corte advierte en Alitt, que si “no se otorga trascendencia alguna a una condición de base para
una sociedad democrática como es la coexistencia social pacífica, cuya preservación asegura el
amparo de las valoraciones, creencias y estándares éticos compartidos por conjuntos de perso-
nas, aun minoritarios, cuya protección interesa a la comunidad para su convivencia armónica. La
160
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

argentina–. No se protege la decisión autónoma de vivir en pareja porque res-


ponda a la moral de la mayoría o a una moral en particular determinada sino
porque es fruto de una decisión autónoma.64
El problema de las normas civiles –y, en su momento del art. 172 CC ar-
gentino anterior a la reforma de julio de 2010–, cuando se interpreta como
prohibición del matrimonio igualitario, es que reemplaza las opciones éticas
personales y de pareja cuya autonomía reconoce el art. 2 de la Constitución ita-
liana –y el 19 de la Constitución argentina–. En este sentido, me permito citar
un caso de la Corte argentina, en tanto en ambas constituciones se reconocen
la autonomía y la igualdad como principios estructurantes. La Corte argentina
sostiene en “Alitt” con cita del caso “Portillo”:

“La restauración definitiva del ideal democrático y republicano…, con-


voca… a la unidad nacional, en libertad, pero no a la uniformidad u homoge-
neidad”. Y sigue, el sentido de la igualdad democrática es el “derecho a ser
diferente”, pero no puede confundirse nunca con la “igualación”, que es un
ideal totalitario y por ello es, precisamente, la negación más completa del
anterior, pues carece de todo sentido hablar del derecho a un trato iguali-
tario si previamente se nos forzó a todos a ser iguales.”65 ver comillas//

renuncia a dicha función […] traería aparejado el gravísimo riesgo de que sólo aquellas valoracio-
nes y creencias de las que participa la concepción media o la mayoría de la sociedad encontraría
resguardo, y al mismo tiempo, determinaría el desconocimiento de otros no menos legítimos
intereses sostenidos por los restantes miembros de la comunidad, circunstancia ésta que sin lugar
a dudas constituiría una seria amenaza al sistema democrático que la Nación ha adoptado (arts. 1
y 33 CN.)”. CSJN, 21/12/2006, con cita de “Portillo”, CSJN-Fallos, 312:496.
64. Ver Fraser, N., “La justicia social en la era política de la identidad: Redistribución, reconocimiento
y participación”, op. cit., p. 172: “las consecuencias de la igualdad de autonomía se explican en una
teoría de la justicia cuyo principio fundamental es la paridad de participación. Este principio, deon-
tológico y no sectario, asume tanto la razonabilidad del desacuerdo ético como la igualdad de valor
moral de los seres humanos. En principio, es compatible con todas las formas de entender la vida
buena que respeten la igualdad de autonomía, tanto de quienes suscriben una determinada forma de
ver las cosas como la de quienes no. Sin embargo, al mismo tiempo, la paridad participativa articula
una interpretación específica de lo que exige ese respeto. Rechaza, por insuficientes, las ideas formales
de igualdad y mantiene que, para respetar la igualdad de autonomía y de valor moral de los demás, es preciso concederles
el estatus de pleno derecho en la interacción social. Eso significa, además, garantizar que todos tengan acceso a
los prerrequisitos institucionales de la paridad participativa, sobre todo a los recursos económicos y a
la posición social necesarios para participar por igual con los demás. Desde este punto de vista, todo
lo que supone un recorte de la paridad participativa constituye una negación de la igualdad de respeto,
y la negación del acceso a los prerrequisitos de la paridad participativa es una burla del compromiso
profesado de la sociedad con la igualdad de autonomía” (cursiva agregada).
65. CSJN, 21/12/2006.
161
Laura Clérico

Es decir que no basta aquí con la mera preferencia personal de un con-


junto de individuos para establecer cómo debe actuar el resto para unirse
con su pareja y tener reconocimiento civil. La sumatoria de las preferencias
personales66 (tengan éstas contenido religioso o no)67 de un conjunto de
personas no es una razón constitucional de peso suficiente para privar del
derecho a casarse entre personas del mismo sexo que quieren ejercer su
autonomía.
Por todo ello, sostengo que la exclusión a las parejas del mismo sexo de la
posibilidad que se otorga a las de distinto sexo viola el principio de igualdad
constitucional y justifica una obligación de hacer suficiente del legislador (desa-
rrollo legislativo y, en su defecto, de activismo judicial)68 en ordenamientos
jurídicos que reconocen como principios estructurantes el de igualdad y el
de autonomía.

IV. Las soluciones insuficientes

Incluso aquellos que reconocen que existe una obligación de hacer po-
sitivo para incluir el matrimonio igualitario, podrían seguir incurriendo en
discriminaciones arbitrarias, si concluyeran, por ejemplo, en admitir el ma-
trimonio entre personas del mismo sexo pero “con otro nombre”. Algunos
otros están a favor de la unión civil pero no del matrimonio sea con igual o

66. Ver Dworkin R., Taking Rights Seriously, Cambridge/Massachusetts, 1978, p. 234.; Nino, C. S.,
Fundamentos de Derecho Constitucional, Astrea, Buenos Aires, 1992, p. 700 sgts.
67. Ver en el contexto argentino, caso “Sejean” (CSJN, 27/11/1986). En este sentido la Corte sos-
tuvo: “para que una ley de matrimonio civil sea compatible con el sistema de libertad consagrado en
nuestra Constitución, debe serlo también con la neutralidad confesional que ésta adopta, de modo
tal que esa ley no obstaculice la plenitud de la garantía constitucional de profesar cualquier religión
o no profesar ninguna. De este modo resultaría violatorio del art. 14 de la Constitución Nacional
imponer coactivamente alguno de los principios de las diversas religiones que coexisten en nuestra
sociedad. […] Esto es así, porque la Constitución Nacional protege la libertad de todos los habi-
tantes de la Nación que no profesan el credo católico, de concebir sus vinculaciones matrimoniales
con alcances distintos que los que establece esa religión en particular” (“Sejean”, op. cit., voto del
Dr. Petracchi). Este argumento es retomado en el reciente fallo “Canevaro” para concluir que: “Se
advierte así que, desde una perspectiva exclusivamente jurídica, tampoco puede fundarse la prohibi-
ción cuestionada en los dictados de alguna religión en particular, aun cuando ésta fuese mayoritaria
en nuestro seno”, ver “Canevaro Martín y otro c/ GCBA s/ Amparo (expte. N 36410/0)”, Juzgado
del Fuero N 13, sentencia del Dr. Scheibler, punto 9.2.d).
68. Se trata de una obligación positiva, este punto es identificado con claridad en la disidencia de
los jueces Rozakis, Spielmann y Jebens en el caso “Schalk y Kopf vs. Austria”, op. cit., ver nota
Nro. 22 de este trabajo.
162
El matrimonio igualitario y los principios constitucionales...

diferente nombre. Estas acciones son insuficientes,69 la discriminación arbitra-


ria persistiría.
El problema es la falta de reconocimiento: los problemas de violación del man-
dato de igualdad (en este caso la falta de desarrollo legislativo suficiente respecto de
la regulación del matrimonio y, en su defecto, de activismo judicial) no se dan sólo
por distribución desigualitaria de bienes económicos-sociales, sino también por la
distribución desigualitaria del reconocimiento (injusticia simbólica).
En este punto resulta pertinente aplicar la propuesta de Fraser que distingue dos
concepciones amplias de injusticias que generan fuertes desigualdades. La injusti-
cia socioeconómica arraigada en la estructura político-económica de la sociedad
respecto de la distribución de bienes (ejemplos de este tipo de injusticia se pueden
vislumbrar en la explotación laboral, la marginación económica, la privación de los
bienes materiales indispensables para llevar una vida digna, entre otros).
La otra deviene de la injusticia cultural o simbólica, arraigada en los patrones
sociales dominantes en una sociedad desde los que se interpreta con pretensión de
“uniformidad”, por ejemplo, cuál es la forma de matrimonio que debe ser reco-
nocida sin que la voz concreta de quienes tienen una orientación sexual diferente
y diversa sea escuchada en el proceso de decisión (así, ejemplos de este tipo de in-
justicia son la dominación cultural, el no reconocimiento y el irrespeto e incluye la
discriminación a lesbianas, gays, travestis, personas trans, bisexuales, entre otros).
En este sentido, la unión civil para las parejas de igual sexo, seguiría impli-
cando discriminación porque no implica iguales derechos materiales ni recono-
cimiento en comparación con las que están habilitadas para el matrimonio. A
su vez, la solución de iguales derechos para todas las parejas pero con nombre
diferente a la institución matrimonial para parejas de igual sexo sigue siendo
expresión de instrumento de discriminación por la sola orientación sexual. La
historia de la lucha por el reconocimiento de los grupos discriminados advierte
que el nombre no es neutral. Cuando se discutía la inclusión de las mujeres para
el ejercicio del derecho al voto, algunos alegaban que se debía hacer pero con
otro nombre, lo cual implicaba persistir en la desigualdad simbólica.70

69. Sobre la prohibición de insuficiencia en general, ver Clérico, L., “Das Untermaßverbot
und die Alternativitätsthese”, en: Clérico/Sieckmann, Grundrechte, Prinzipien und Argumentation,
Baden-Baden, 2009, pp. 151-164; cfr. Alexy, R., “Zur Struktur der Grundrechte auf Schutz”,
en: Sieckmann (ed.), Die Prinzipientheorie der Grundrechte. Studien zur Grundrechtstheorie Robert Alexys,
Baden-Baden 2007, pp. 105-121; Clérico, L., “Proporcionalidad, prohibición de insuficiencia y la
tesis de la alternatividad”, Suplemento de Derecho Constitucional, La Ley, Buenos Aires, 25/09/2010.
70. Fraser, N., “La justicia social en la era política de la identidad: Redistribución, reconocimiento
y participación”, op. cit., pp. 36, 42 y 45: “ser reconocido de forma errónea es [...] ser represen-
tado por unos patrones institucionalizados de valor cultural de un modo que impide la partici-
pación como igual en la vida social... Como ejemplos podemos señalar las leyes matrimoniales
163
Laura Clérico

V. Consideraciones finales

En este trabajo se pusieron en evidencia las debilidades argumentativas de


los diversos argumentos que se suelen esgrimir en contra del matrimonio igua-
litario a la luz de los principios estructurantes de autonomía e igualdad reco-
nocidos en varias constituciones. Así, se trató de sostener que un sistema que
se base en tales principios cumple una función argumentativa crítica: se trata
de evaluar la incompatibilidad de las normas de nivel inferior que impiden la
paridad participativa del colectivo LGTBI, tales como las normas del matri-
monio interpretadas sólo para parejas de distinto sexo. Pero, asimismo, se trató
de demostrar que la combinación de estos dos principios estructurantes tiene
una función constructiva: muestra una forma de promover un camino para lo-
grar igualdad fáctica de participación para el colectivo LGTBI. En este sentido,
no se trata de la defensa desnuda del matrimonio como patrón de valor cultu-
ral patriarcal.71 Uno puede esperar que la apertura de la opción del matrimonio
igualitario (o cualquier otro medio adecuado, incluso más propicio para lograr
paridad participativa de LGTBI) prepare el terreno para futuras luchas por el
reconocimiento/redistribución (incluso en clave de medidas de acción positiva).
Y parafraseando a Fraser, para que a más largo plazo puedan transformar por sus
efectos acumulativos las estructuras subyacentes que causan la injusticia.72

que excluyen a las parejas del mismo sexo como ilegítimas...”. Para que la paridad participativa
pueda darse tienen que cumplirse dos condiciones: una condición objetiva y otra intersubjetiva.
La condición objetiva dice que la “distribución de recursos materiales debe hacerse de manera
que garantice la independencia y la ‘voz’ de todos los participantes”. La condición intersubjetiva
requiere que “los patrones institucionalizados de valor cultural expresen el mismo respeto a to-
dos los participantes y garanticen la igualdad de oportunidades para conseguir la estima social”.
71. Ver Fernández Valle, M., Después del matrimonio igualitario, op. cit., apartado II.2.
72. Fraser, N., “La justicia social en la era política de la identidad: Redistribución, reconocimien-
to y participación”, op. cit., p. 77. Ver Eskridge, W., N., The Case for Same-Sex Marriage, 1996;
Eskridge, W., “La discusión del matrimonio entre personas del mismo sexo y tres conceptos de
igualdad”, Rev. de la Univ. de Palermo, Buenos Aires, 2000, p. 218.
164
El matrimonio igualitario y su impacto en el
derecho de familia: antes y después de la reforma
Martín Aldao*

L a reforma impacta al derecho de familia en al menos dos niveles. En primer


lugar implica una serie de cambios y adaptaciones en diversas institucio-
nes del derecho de familia, tales como el régimen de alimentos, de guarda, de
adopción, de apellido, etc. En segundo lugar, estos cambios y adaptaciones
desafían, por decirlo de algún modo, a aquellas instituciones del derecho de
familia que “se han quedado atrás”. Este desafío abre, a su vez, la cuestión de
cómo piensan el derecho aquellos que trabajan con el derecho de familia en
particular y los operadores jurídicos en general. Los objetivos de este breve
trabajo son, entonces, en primer lugar exponer los cambios producidos por
la reforma en el régimen jurídico de la familia, y en segundo lugar describir
la recepción de la reforma en el derecho de familia y en quienes los llevan
adelante, así como también la comprensión del derecho que dichas reaccio-
nes ponen de manifiesto.

* Este trabajo hubiese sido imposible sin una cantidad de aportes. En términos generales, y me
parece necesario destacarlo, la militancia de la Federación Argentina LGBT –acompañada por
otros sectores de la sociedad– sin la cual aún nos encontraríamos en la situación de desigualdad
respecto de los derechos de la comunidad LGBT que predomina en el resto del mundo. Ya en
lo que hace a la redacción de este trabajo en particular, no hubiese sido posible sin los aportes
de Laura Clérico y de los participantes en el taller “Matrimonio entre personas del mismo sexo:
un abordaje desde el mandato de igualdad (igualdad en la distribución / en el reconocimiento;
igualdad jurídica / igualdad fáctica)”, dictado en la Facultad de Derecho-UBA durante el se-
gundo semestre del año 2010, y con quienes tuve la oportunidad de discutir muchas de las tesis
presentadas en este escrito.
165
Martín Aldao

1. Los cambios

Si bien algunos juristas han llegado a hablar de un cambio de estructura o,


incluso, de “paradigma”1 en el derecho de familia, lo cierto es que las disposi-
ciones pueden leerse como la deducción del siguiente principio orientador, in-
cluido bajo la forma de cláusula complementaria en el art. 42 de la Ley 26.618:

Todas las referencias a la institución del matrimonio que contiene nuestro ordena-
miento jurídico se entenderán aplicables tanto al matrimonio constituido por DOS (2)
personas del mismo sexo como al constituido por DOS (2) personas de distinto sexo.

Los integrantes de las familias cuyo origen sea un matrimonio constituido por DOS
(2) personas del mismo sexo, así como un matrimonio constituido por personas de dis-
tinto sexo, tendrán los mismos derechos y obligaciones.

Ninguna norma del ordenamiento jurídico argentino podrá ser interpretada ni


aplicada en el sentido de limitar, restringir, excluir o suprimir el ejercicio o goce de los
mismos derechos y obligaciones, tanto al matrimonio constituido por personas del mismo
sexo como al formado por DOS (2) personas de distinto sexo.

En este sentido es preciso distinguir dos clases de efectos de la reforma


sobre el régimen de familia.
En primer lugar se reemplazan aquellos términos utilizados en la legislación
que implícitamente restringían el alcance del régimen de familia a parejas hete-
rosexuales.2 Así, el nuevo artículo 172 utiliza “contrayentes” en lugar de “hom-
bre y mujer” para definir el matrimonio.3 El artículo 188 utiliza “cónyuges” en
lugar de “marido y mujer” en lo que respecta a la celebración del matrimonio.4
El artículo 212 extiende la revocación de donaciones en caso de separación a

1. Cf. en particular Medina, G., “Ley de matrimonio homosexual. Modificación de paradigmas”,


en Suplemento Especial Matrimonio Civil 2010, La Ley, Buenos Aires, 2010.
2. La línea argumentativa de este artículo se sostiene sobre la tesis según la cual no se han dado
cambios estructurales en el régimen de familia, y de ahí las referencias a la casi totalidad del
artículado de la ley 26.618, que tienen el objetivo de despejar las dudas respecto de reformas
de mayor alcance que algunos autores parecen atribuirles. En este sentido no se aborda cada
instituto jurídico de modo detallado en tanto, salvo en los casos explícitamente mencionados,
basta con leer cónyuges en lugar de mujer/marido, esposa/esposo o madre/padre en cualquier
manual de la especialidad.
3. Art. 2º, Ley 26.618.
4. Art. 3º, Ley 26.618.
166
El matrimonio igualitario y su impacto en el derecho de familia...

ambos cónyuges.5 Entre las causales de nulidad relativa definidas por el artículo
220 reemplaza la referencia a la esposa con el término cónyuge en su primer in-
ciso, referido al casamiento entre menores de 18 años.6 En el inciso primero del
artículo 264, referido al ejercicio de la patria potestad, reemplaza la referencia al
“padre y a la madre” por la referencia a los cónyuges.7 La nueva redacción del
artículo 264ter, relativo al desacuerdo respecto de la patria potestad, también se
limita a reemplazar el binomio padre y madre por el plural padres.8 Lo mismo
ocurre en el caso del artículo 272, respecto a la responsabilidad alimentaria.9
El artículo 287 atribuye el usufructo de los bienes de los hijos a los cónyuges
en lugar de restringirlo al padre y a la madre.10 En el artículo 291, en el que
se establecen las cargas de dicho usufructo, la nueva redacción reemplaza la
referencia al padre y a la madre por la referencia a los padres.11 El artículo 294,
que establece el régimen de administración de los bienes de los hijos, también
se limita a reemplazar, en su nueva redacción, el binomio padre o madre por
el plural padres.12 Otro tanto ocurre en el caso del artículo 296, referido a los
deberes del cónyuge supérstite.13 En lo que respecta a las causales de pérdida
de la patria potestad, reguladas en el artículo 307, las múltiples referencias al
binomio padre o madre son también reemplazadas por el término cónyuge.14
En los artículos 324 y 332 la referencia a la viuda o viudo adoptante es reem-
plazada por la expresión cónyuge sobreviviente15 Las referencias a los abuelos
y abuelas, bisabuelos y bisabuelas en los artículos 354 a 356 son reemplazadas
por los términos abuelos y bisabuelos.16 En el artículo 360, referido a hermanos
unilaterales y bilaterales, también se reemplaza padre y madre por cónyuges.17
El artículo 476 modifica la referencia al marido a la mujer en tanto curado-
res legítimos uno del otro, utilizando, nuevamente, el término cónyuge.18 Otro
tanto ocurre con el artículo 478, que determina el ejercicio de la curatela en lo

5. Art. 5º, Ley 26.618.


6. Art. 6º, Ley 26.618.
7. Art. 7º, Ley 26.618.
8. Art. 8º, Ley 26.618.
9. Art. 9º, Ley 26.618.
10. Art. 10º, Ley 26.618.
11. Art. 11º, Ley 26.618.
12. Art. 12º, Ley 26.618.
13. Art. 13º, Ley 26.618.
14. Art. 14º, Ley 26.618.
15. Arts. 15º y 17º, Ley 26.618.
16. Arts. 18º, 19º y 20º, Ley 26.618.
17. Art. 21º, Ley 26.618.
18. Art. 22º, Ley 26.618.
167
Martín Aldao

que atañe a los hijos.19 El artículo 1217, que regula las convenciones previas al
matrimonio, también se limita a reemplazar las referencias a esposo y esposa
por el término cónyuge.20 En la misma línea, el artículo 1275, inciso segundo,
referido a los gastos para reparo y conservación de los bienes particulares de
los esposos, reemplaza el binomio marido o mujer por el término cónyuge.21
Idéntica modificación se verifica en el caso del artículo 1299, referido a la se-
paración de bienes;22 de los artículos 1300 y 1301, referidos a las obligaciones
vigentes durante y después de la separación,23 y del 1315 referido a los bienes
gananciales.24 Se mantiene la proscripción del contrato de venta entre marido
y mujer, ahora redactada en términos de cónyuges en el artículo 1358.25 Del
artículo 1807, referido a la proscripción de donaciones, sólo se altera el inciso
segundo, reemplazando el término marido por el término cónyuge.26 Se elimi-
na, en el artículo 3292, la referencia a marido y mujer, reemplazándolas por el
término cónyuges en lo que atañe a las causales de indignidad en la sucesión.27
Otro tanto ocurre con los artículos 3969 y 3970, referidos a la suspensión de
la prescripción de deudas entre cónyuges.28 Por su parte, el artículo 36 de la
ley que rige el Registro Civil ahora admite la posibilidad de registrar apellido y
nombre de los padres cuando éstos fuesen del mismo sexo.29
En lo que a las modificaciones mencionadas respecta, lo que se ha al-
terado no es la estructura del régimen de familia, sino las condiciones de
legitimación para ejercerlo, y esto dista mucho de poder ser considerado un
cambio de paradigma.30 No quiero decir con esto que no se haya dado un
gran paso en términos de reconocimiento simbólico con la reforma, pero sí
me parece importante caracterizar adecuadamente las consecuencias jurídi-
cas de la misma. Para comprender este proceso puede resultar útil recurrir
a la distinción trazada por N. Fraser entre acciones afirmativas y acciones

19. Art. 23º, Ley 26.618.


20. Art. 24º, Ley 26.618.
21. Art. 25º, Ley 26.618.
22. Art. 26º, Ley 26.618.
23. Arts. 27º y 28º, Ley 26.618.
24. Art. 29º, Ley 26.618.
25. Art. 30º, Ley 26.618.
26. Art. 31º, Ley 26.618.
27. Art. 33º, Ley 26.618.
28. Arts. 34º y 35º, Ley 26.618.
29. Art. 36º, Ley 26.618.
30. De hecho, y en apoyo de la tesis aquí sostenida, las modificaciones introducidas por la refor-
ma no afectan, por ejemplo, al derecho laboral, cuya terminología ya hace tiempo estaba adap-
tada. Cf. Carcavallo, E., “El nuevo régimen de matrimonio civil en el ámbito de las relaciones
laborales”, en Suplemento Especial Matrimonio Civil 2010, La Ley, Buenos Aires, 2010.
168
El matrimonio igualitario y su impacto en el derecho de familia...

transformadoras.31 Las primeras apuntan a reivindicar los rasgos particulares


de un grupo tradicionalmente discriminado, mientras que las segundas apuntan
a desestabilizar diferenciaciones injustificadas. La reforma cabe claramente en
el segundo grupo, y son sus consecuencias desestabilizadoras las que le dan
dramatismo. En otros términos, el “hogar” del derecho de familia sigue tenien-
do básicamente la misma estructura, a saber, monogámica, asentada sobre una
relación sentimental, orientada al mutuo cuidado de las partes y la crianza de
los hijos y se desarrolla bajo la tutela del estado. La diferencia es que antes se
encontraba habitado exclusivamente por heterosexuales, y ahora se encuentra
abierto a otras orientaciones sexuales. Y es en esta sensación de “invasión”
que traslucen, con mayor o menor explicitación, las posiciones refractarias a
la reforma, lo que pone a la vista que estos sectores no conciben al derecho
como un juego de reglas de convivencia libremente aceptadas por todos, sino
como un privilegio reservado a una parte de la población, los heterosexuales,
un grupo que no puede reclamar para sí, al menos no seriamente, una posición
desventajosa que lo justifique.
Una segunda clase de efectos producidos por la reforma se da allí donde el
legislador ha decidido establecer regímenes diferenciados para parejas de dis-
tinto e igual sexo. Así el artículo 206, que establece el régimen de tenencia en
caso de separación, y en los casos en que hubiere hijos menores de cinco años
involucrados, permite al juez decidir cuál de los dos cónyuges quedará a cargo
en el caso de parejas del mismo sexo, mientras que mantiene la responsabilidad
de la madre en el caso de parejas de distinto sexo.32 El artículo 326, admite la
elección del apellido a parejas del mismo sexo, pero mantiene la preeminencia
del apellido del padre para parejas de diferente sexo.33 Esta serie de efectos “co-
laterales” ha sido abordada por la bibliografía desde una perspectiva crítica, en
tanto parecen violentar el principio de igualdad; sin embargo, contextualizado
el debate, surge de estos desajustes que es el régimen de familia heterosexual el
que debe ser interpelado, y no la reforma. Ésta no sólo es igualitaria en tanto
implica el reconocimiento de iguales derechos a iguales personas, sino también
en tanto la idea de una pareja del mismo sexo implica la necesaria igualación
de los cónyuges. Es en este sentido que la introducción del matrimonio igua-
litario no hace otra cosa que poner de manifiesto una serie de desigualdades
naturalizadas al interior de la familia tradicional. Que a la mujer le corresponda
la carga y el privilegio de la tenencia de los hijos menores de cinco años o que

31. Cf. Fraser, N., “La justicia social en la era política de la identidad: Redistribución, recono-
cimiento y participación”, en Fraser, N. y Honneth, A. ¿Redistribución o Reconocimiento?, Morata,
Madrid, 2006, p. 71.
32. Art. 4º, Ley 26.618.
33. Art. 16º, Ley 26.618.
169
Martín Aldao

el apellido del hombre tenga preeminencia sobre el de la mujer son cuestiones


que exceden largamente el reclamo de reconocimiento de la diversidad sexual,
y no es razonable, por ende, cargar el trabajo de este colectivo con la tarea de
solucionar todas las desigualdades vigentes.

2. Los desajustes y la ilusión de la completitud del derecho

Es justamente el carácter transformador de la reforma o, mejor dicho, la


dificultad para percibir la estrategia adoptada por quienes la llevaron adelante lo
que ha llevado a muchos a señalar las insuficiencias de la misma. Se ha criticado
la persistencia de términos como patria potestad, de la monoparentalidad en
caso de divorcio, el tratamiento diferencial a las mujeres en el caso de hijos me-
nores de cinco años y las diferencias injustificadas en lo que hace a la elección
del nombre entre otros.
Vista desde esta perspectiva, la exigencia de integralidad puede seguir pare-
ciendo razonable, pero bajo ningún punto de vista puede ser exigida –y mucho
menos impuesta como condición– a quienes la han impulsado. Pero este pro-
blema no tiene tanto que ver con el derecho de familia en sí mismo, como con
la peculiar idea que nos hacemos del derecho y de su vínculo con la democracia.
Aun cuando se trata de un problema estructural, que afecta a la mayoría
de las ramas del derecho, la recepción que tuvo la reforma por parte de los
operadores del derecho de familia puso en evidencia un déficit deliberativo en
nuestra formación jurídica. Con posterioridad a la misma, la mayoría34 de las
objeciones35 se centraron en la falta de integralidad o consistencia de la Ley
26.618, en sus defectos de técnica legislativa. Que la consistencia sea una nota
fundamental del derecho es algo esperable, e incluso deseable en función del
rol regulador que le atribuimos, pero, en democracia, la consistencia no puede
sobreponerse al consentimiento argumentado, y pocas leyes han surgido de un
debate público tan amplio como el que precedió a la sanción de esta ley.
Podría decirse que lo que se deja ver tras estas reacciones es el excesivo
peso que ha cobrado la sistematicidad del derecho, el grado de alienación que
han alcanzado las normas respecto de la ciudadanía. Pero formularlo en estos
términos es perder de vista que la democracia no es tanto un paraíso perdido
como una sucesión de conquistas, una gradual reparación de desigualdades.
Bien pensado el asunto, la familia siempre ha sido un asunto público, en tan-

34. Cf. Solari, N., “Régimen de tenencia de hijos”, en Suplemento Especial Matrimonio Civil 2010,
La Ley, Buenos Aires, 2010.
35. Me refiero a las objeciones atendibles; el resto ya han sido tratadas en otros cpítulos de este libro.
170
El matrimonio igualitario y su impacto en el derecho de familia...

to sujeto a regulación, pero recién ahora aparece como un asunto público en


tanto abierto a la discusión. Sobreponer la técnica legislativa al reconocimiento
de una igualdad largamente postergada es, en sí, una consecuencia lógica de
nuestra formación, que deja ver a su vez la precaria posición que ocupa la de-
mocracia en la teoría del derecho.
Aun desde una perspectiva democrática, tendemos a ver al derecho como
la deducción sistemática de los principios y valores que constituyen la voluntad
de la ciudadanía; y a los legisladores y asesores como aquellos que tienen la
función –y el monopolio– de expresarla. De este presupuesto político surge la
idea de que la reforma, en tanto producto indirecto de la ciudadanía en general,
debe resolver la mayor cantidad de problemas posibles.
Por el contrario, como muestran casi todas las luchas por reconocimiento
que se han dado a lo largo de la historia, rara vez éstas han sido impulsadas
por los que poseían el monopolio sobre la producción de la ley, sino por aque-
llos a quienes se les negaba el efectivo ejercicio de su autonomía; y éstos rara
vez han sido los ciudadanos en general, sino grupos específicos, excluidos por
un “traje” de ciudadano que pretende ser universal pero que fue cortado a la
medida del hombre blanco, propietario, creyente y heterosexual.36 Es justa-
mente en esta brecha que se abre entre lo que la democracia promete y lo que
efectivamente cumple que se pueden insertar las demandas de redistribución
y reconocimiento, siempre y cuando alguien las lleve adelante. Y si la reforma
interpela al legislador y le exige un abordaje integral del ordenamiento jurídico,
es porque alguien ha interpelado antes al derecho.
De hecho, es probable que el mayor impacto que haya tenido la reforma
en el derecho de familia radique justamente en haberlo abierto a la discusión
pública sobre la que deben asentarse todas las normas y regulaciones de un
estado democrático de derecho. Así es importante destacar que el proceso que
culminó en el reconocimiento normativo del matrimonio entre personas de un
mismo sexo no sólo implicó la interpelación al derecho de familia por parte del
Derecho Constitucional y de los Derechos Humanos, sino también, y funda-
mentalmente, por parte de la ciudadanía.

36. Cf. Young, I.M., “Polity and Group Difference: A Critique of the Ideal of Universal Citi-
zenship”, en 99 Ethics, 2, 1989; y Fraser, N., “Pensando una nueva esfera pública”, en Iustitia
Interrupta: Reflexiones críticas desde la posición post-socialista. Siglo del Hombre, Bogotá, 1997.
171
Martín Aldao

3. Conclusiones

Como se ha mostrado, la reforma ha impactado más en nuestra compren-


sión del derecho de familia que en el derecho de familia en sí mismo. Esto
implica un desafío para los operadores jurídicos que fuimos formados en una
matriz positivista, acostumbrados a anteponer la efectividad y consistencia de
los sistemas jurídicos a su representatividad; y, más importante aún, nos recuer-
da a los abogados, y especialmente a aquellos que se dedican a las áreas más
específicas del derecho –aquellas que más alejadas parecen de la política– que
no trabajamos para el derecho, sino para los ciudadanos. La Ley 26.618 ha ge-
nerado una serie de problemas e inconsistencias, ha dejado lagunas y ha puesto
en evidencia la necesidad de nuevas reformas, de acuerdo. Pero éstos no son
problemas de la reforma, sino problemas de nuestro ordenamiento jurídico, y
es ahí donde debemos ponernos a trabajar.

172
Después del “matrimonio igualitario”

Después del “matrimonio igualitario”


Mariano Fernández Valle

I. Introducción

R ecientemente, la Argentina dio un paso histórico y se sumó a la experiencia


de otros países como Holanda (2001), Bélgica (2003), Canadá (2005), Es-
paña (2005), Sudáfrica (2006), Suecia (2009), Noruega (2009), Portugal (2010),
Islandia (2010), el Distrito Federal de México (2010) y algunos estados de
EE.UU., al abrir su régimen matrimonial a cualquier pareja, con independencia
de la identidad sexual, de género o la orientación sexual de sus miembros.1 Esta
decisión es el correlato del esfuerzo y los reclamos de parte del activismo LG-
TBI,2 que se intensificaron durante los últimos años logrando un fuerte apoyo
de diversos sectores sociales, académicos y políticos.
El tema, como cualquier otro, puede ser analizado desde disímiles puntos de
vista. Aquí, pasados los festejos, sin ánimo abarcador pretendo centrarme princi-
palmente en algunos desafíos que deja la discusión sobre “matrimonio igualitario”.3

1. Ley Nº 26.618 de Modificación al Código Civil y Decreto Reglamentario Nº 1054/2010.


2. Esta sigla, marcada por la revisión, la impugnación, la transformación y la apertura, suele
utilizarse para referir al activismo de colectivos de lesbianas, gays, travestis, transexuales, trans-
géneros, bisexuales e intersexuales, sin perjuicio de las diferencias entre ellos y hacia su interior.
La situación de estos colectivos suele diferir, lo cual se traduce en diversos tipos de vivencias,
tensiones, exigencias, alianzas, acciones políticas, estrategias y, por supuesto, prioridades.
3. El mismo “nombre” del reclamo fue variando de diferentes maneras y todas ellas reducen en exce-
so –como la mayoría de los rótulos–. Pueden reconocerse diferentes ventajas y desventajas –en tanto,
alternativamente, llaman la atención sobre muchas aristas que se han ido incorporado al debate–, pero
creo que en su conjunto ayudan a entender la génesis y desarrollo del proceso socio-político. No es mi
objetivo reflexionar aquí sobre aquello que encuentro rescatable y cuestionable en cada una de esas
173
Mariano Fernández Valle

El matrimonio es una de las formas estatales que mayor incidencia posee en la


regulación de los arreglos familiares –lo cual claramente tiene visos problemáticos–;
de allí que impacta no sólo en el entramado normativo general que rige diversos
ámbitos (filiación, adopción, sucesiones, contratos, políticas públicas y fiscales, as-
pectos migratorios, de salud y de trabajo, entre otros) sino también en la mirada
social alrededor de las formas de asociarse sexual o afectivamente, según deseos
y/o necesidades. De allí que este trabajo se entiende mejor pensando en todo ese
conjunto de cosas y no únicamente en la nueva ley. Por otro lado, los desafíos no
necesariamente derivan de ella, sino que muchos son preexistentes. La ley entonces
incidirá en su nueva configuración, y esa incidencia, aun con tensiones, debe pen-
sarse en clave de emancipación y no de nuevos límites.
Como mencionaré luego, la reforma citada representa un trascendental avan-
ce en el reconocimiento y la igualdad jurídica de muchas personas, que pone en
jaque la heteronormatividad4 dominante. Sin perjuicio de ello, de las reformas
legales dirigidas a corregir desigualdades jurídicas no se sigue necesariamente la
transformación de las prácticas sociales e institucionales de muy diversa intensi-
dad que les dieron origen y/o las sostuvieron, en tanto todas las personas inter-
vienen en ellas. Puesto en otros términos, la igualdad jurídica no implica necesa-
riamente igualdad sustantiva, que siempre requiere de cambios más profundos.5

denominaciones, sólo dejar sentado que se ha referido el tema como “matrimonio gay”, “matrimonio
entre personas del mismo, igual o idéntico sexo”, “matrimonio LGTBI” (y los diferentes posiciona-
mientos de cada letra de la sigla), “matrimonio no discriminatorio”, “matrimonio para todos y todas”
y “matrimonio igualitario”, entre otras denominaciones. Creo que pueden derivarse consecuencias
positivas de esa alternancia, en tanto permite discutir los campos de inclusión y exclusión que cada
uno de los “nombres” genera. Aquí me referiré mayormente a “matrimonio igualitario”, en tanto es
una de las formas que mayor notoriedad alcanzó en el ámbito público recientemente.
4. Señala Moreno, que “[c]on el término heteronormatividad nos referimos a la institucionaliza-
ción de la heterosexualidad como categoría universal, coherente, natural y estable, que funciona
como patrón de prácticas y sentidos sexuales, relaciones afectivas y modos de ser y estar en el
mundo. Esta noción nos permite dar cuenta de la construcción de normas, hábitos e institucio-
nes que privilegian la heterosexualidad y que devalúan las prácticas no heterosexuales y a quienes
las realizan”. Ver Moreno, Aluminé, “La invisibilidad como injusticia. Estrategia del movimiento
de la diversidad sexual”, en Todo sexo es político, Libros del Zorzal, 2008, pp. 217-218.
5. Señala Libson que “[l]os efectos derivados de la heteronormatividad no sólo forman parte de los
diversos sentidos comunes de una sociedad excluyente, sino también de las representaciones sociales
que, incluso entre aquellos y aquellas que experimentan la discriminación, las reproducen”. Ver Lib-
son, Micaela C., “Parentalidades gays y lesbianas. Una mirada sobre la discriminación y la exclusión”,
en Cuadernos del INADI Nº 2 –Agosto, 2010–, disponible online en: http://cuadernos.inadi.gob.ar/
numero-02/micaela-libson-parentalidades-gays-y-lesbianas [visitado por última vez el 19/10/2010].
El citado trabajo analiza de forma más amplia la discriminación social, simbólica y jurídica –y sus
desigualdades al interior del colectivo– que afectan a familias compuestas por gays y lesbianas.
174
Después del “matrimonio igualitario”

Esto no niega la necesidad de transformaciones legales, por el contrario.


Es posible afirmar sin contradicción que estas transformaciones pueden ser
necesarias por diferentes razones, a la par que insuficientes. Entre esas razones,
porque ayudan a reconfigurar los simbolismos e imaginarios sociales; porque
las formas en que el derecho nos trata inciden indudablemente en la construc-
ción de nuestra identidad y en las posibilidades de desarrollarla (cómo nos
miramos, cómo miramos y cómo somos mirados); porque pueden mejorar la
vida de mucha gente; porque permiten el acceso a bienes y prerrogativas nece-
sarias y/o valoradas, entre otras. Sin perjuicio de ellas, es también en el espacio
de la insuficiencia donde pueden habilitarse posibles y preliminares preguntas
de cara al futuro. La verdadera democratización requiere transformar no sólo
nuestros encuadres legales sino también nuestras relaciones cotidianas, nues-
tros espacios de socialización, nuestras instituciones y todo aquello que sea
necesario para vivir libremente.

II. Advertencias preliminares (y sustantivas)

1. No me detendré aquí en la reseña y análisis exhaustivo de los argumentos


jurídicos, sociales y políticos que tuvieron lugar, ni en el probado éxito de las
estrategias/acciones desplegadas que resultaron en la sanción de la norma.
Frente a esos campos, que excluiré en este trabajo, baste decir que los argu-
mentos de autonomía personal6 y de igualdad/no discriminación/no violencia7
–apoyados por la normativa constitucional e internacional– afortunadamente
fueron lo suficientemente efectivos para derrotar la apelación indiscriminada
–y sin asidero alguno– de ciertos sectores conservadores a: (1) bienes colecti-
vos difusos e indeterminados (así, “el orden natural”, “la tradición”, “la mo-
ral social”, “la nación y la patria”, entre otros); (2) nociones más que laxas,

6. Dada la relación estrecha entre la autonomía personal y la vivencia de la sexualidad, ciertas


formas de intervención estatal y social en este campo merecen, al menos preliminarmente, una
fuerte sospecha. De tal forma, se ha asociado este principio con la libre posibilidad de diseñar
y materializar planes de vida, lo cual implica tanto la capacidad de repeler formas ilegítimas de
intervención institucionales, sociales y familiares en nuestras elecciones, en lo que hacemos y en
los ideales de excelencia personal que adoptamos, como la de exigir el acceso a condiciones ma-
teriales (información, recursos económicos, etc.) e inmateriales (respeto, aceptación, valoración)
que permitan efectivamente tener esas posibilidades.
7. Una mirada robusta del igualitarismo llama a revisar la estructura familiar, social e institucio-
nal, deteniéndose en la particular situación de opresión y violencia que impacta en determinados
grupos y en las variables que regulan relaciones de sometimiento entre las personas privilegiadas
y perjudicadas por esos arreglos.
175
Mariano Fernández Valle

artificiales y sesgadas de potenciales daños a evitar (a los bienes mencionados,


a construcciones determinadas según el antojo de esos sectores –por ejemplo,
“la familia”, “los niños y niñas”, “la especie humana”–); (3) imágenes negativas,
devaluadas y estereotipadas de sexualidades no hegemónicas y (4) argumentos
“técnicos” alrededor de las consecuencias “legales” de la reforma en cuestión.8
A esa apretada síntesis, agrego simplemente dos cosas. La primera, una ob-
servación clásica: no son los bienes colectivos los que debieran determinar el
alcance de los derechos, sino que es precisamente a la inversa. La segunda,
que al jugar la carta de los bienes colectivos, muchos actores también han pre-
tendido mostrar a sus propios intereses expulsivos como criterios generales y
universales.9 Así, los intentos por desestabilizarlos y ponerlos en crisis pasan
a ser leídos como demandas sectarias y parciales que “amenazan” un orden
natural, coherente y universal. Frente a ello, la respuesta que debe ensayarse es
clara: jugar la carta de la naturaleza esconde que somos las personas priorita-
riamente las responsables de los arreglos sociales y que si hay algo que requiere
ser efectivamente desestabilizado son los privilegios que se derivan de estipular
arbitrariamente únicas formas de vivir la vida, determinadas según la visión de
ciertos dogmatismos. Tanto los feminismos como los movimientos de la diver-
sidad sexual han señalado de manera acertada y persistente los regímenes de
dominación que enmascaran las definiciones naturales/tradicionales.10 Esos
regímenes de dominación intentaron plasmarse a través de algunos discursos
directamente incalificables,11 que el ejercicio democrático y la razón pública
adecuadamente lograron superar.

2. No creo que sea posible ni deseable discutir únicamente políticas de


acceso a ciertos derechos y a reconocimientos efectivos de las diversidades

8. Sobre esto, una apreciación. Es cierto que la reforma traerá aparejadas consecuencias deriva-
das de su articulación con otras normas, resolución de contradicciones u oscuridades, diversos
problemas interpretativos, nuevas reformas, etc. Creo, por un lado, que habrá que dar adecuado
seguimiento a cómo estos asuntos vayan resolviéndose, en tanto posiblemente allí se filtren nu-
merosos sesgos y prejuicios contra las diversidades. No me extenderé en esta nota sobre eso, ya
que es un aspecto que señalo en el cuerpo principal del texto. Por otro lado, en ese seguimiento
también habrán de aparecer nuevos espacios y oportunidades de intervención política.
9. Ver Young, Iris Marion, La justicia y la política de la diferencia (traducción de Silvina Álvarez),
Ediciones Cátedra, 2000, pp. 102-106.
10. Ver en este último sentido, Vaggione, Juan Marco, “Las familias más allá de la heteronorma-
tividad”, en Motta, Cristina y Sáez, Macarena (comps.), La mirada de los jueces. Sexualidades diversas
en la jurisprudencia latinoamericana, Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2008, p. 16.
11. Ver, entre otros, la carta del cardenal Bergoglio, enviada el 22/06/2010 a las Monjas Carme-
litas de Buenos Aires, días antes de la votación en el Senado de la Nación.
176
Después del “matrimonio igualitario”

existentes –no sólo sexuales, por supuesto– en el limitado terreno del matrimo-
nio civil. El Informe entregado al Senado de la Nación y suscrito por más de
seiscientos profesionales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET), señalaba de manera atinada que el reclamo por el “ma-
trimonio igualitario”: “…no supone que el matrimonio sea la forma exclusiva
de organización de la sexualidad y del parentesco, ni quita valor a otras formas
no matrimoniales de arreglos familiares, sino que pretende –meramente– co-
rregir la aplicación desigual de una norma jurídica”. A su vez, el acceso al ma-
trimonio no agota las demandas de igualdad civil, política y social que deben
seguirse construyendo para hacer viable la vida de la gente LGBTTI. “Es im-
portante recordar que la ‘lucha’ por nuevos derechos debe ser constantemente
rescatada como una lucha política en la que la reasignación de derechos es sólo
estratégica, esto es, que por sí misma no implica democratización (Vaggione,
2008, p. 21)”.12
Entonces, en términos similares, no reivindico aquí al matrimonio como
única forma asociativa posible, ni como la mejor existente (¿para quién, cuán-
do, en qué condiciones y por qué?). Tampoco creo que el Estado deba ser el
único espacio de legitimación posible, aunque no niego en absoluto el rol de
importancia que le cabe en la garantía cotidiana de nuestros derechos a través
de muy diversas acciones y políticas.13 Creo que la reforma analizada puede ins-
cribirse dentro de aquellos intentos por ampliar los marcos de reconocimiento,

12. Ver Figari, Carlos (redactor), Per scientiam ad justitiam! Matrimonio igualitario en Argentina. La
cita incorporada al párrafo corresponde a Vaggione, Juan Marco, “Las familias más…”, op. cit.,
pp. 13-87. Una mirada interesante sobre algunos límites y tensiones derivadas de la demanda de
“matrimonio igualitario” pueden verse en Butler, Judith, “¿El parentesco es siempre de antema-
no heterosexual?”, en Conversaciones feministas. Parentesco, Ediciones Ají de Pollo, 2009. Afirma la
autora citada: “Para un movimiento social progresista, incluso uno que quizá desea presentar el
matrimonio como una opción para las personas que no son heterosexuales, la propuesta de que
el matrimonio deba convertirse en la única forma de sancionar o legitimar la sexualidad es de un
conservadurismo inaceptable”.
13. Las discusiones sobre matrimonio abren un campo fértil de debate, no sólo acerca del Estado
como agente legitimador sino también acerca de las condiciones mismas de esa legitimación. Es
claro para mí que existen variables razonables que permiten/imponen trazar campos de legiti-
midad y que el Estado tiene un rol que cumplir allí, por ejemplo, a través de políticas públicas
y firmes acciones dirigidas contra las asimetrías, el abuso, la discriminación y la violencia. No
creo que ese sea el punto. Creo que el punto –o uno de ellos– es más bien indagar en cuáles son
efectivamente los compromisos preferentes que el Estado viene tomando, qué consecuencias
generan y en quiénes, y si son efectivamente sostenibles. En este caso en particular, es impor-
tante explotar el pensamiento y la imaginación política más allá del matrimonio, para mantener
abiertas las discusiones y empujar sus límites.
177
Mariano Fernández Valle

alcanzar “igualdad jurídica” y despojar al régimen matrimonial de algunos pa-


rámetros explícitos de opresión que lo han determinado. Creo también que
puede leerse dentro de una narrativa democrática más amplia –y en constante
transformación– alrededor de cómo entender principios tales como la auto-
nomía, la igualdad/la no discriminación/la no violencia y la dignidad, princi-
palmente frente a grupos tradicionalmente perseguidos. Sin perjuicio de ello,
no agota las posibilidades de revisar todo lo que quede por revisar, tanto en
el mismo campo matrimonial, en otros terrenos legales –directa, tangencial o
lejanamente relacionados–, y al nivel más general de las dinámicas sociales y las
relaciones de poder existentes. Es claro que se deben pensar, discutir y explorar
formas de organización alternativas, cuya puerta de entrada no esté determi-
nada por variables discriminatorias14 ni necesariamente atadas a la sexualidad
o al estado civil.15

3. La última advertencia es más breve pero igualmente necesaria. Lo que


escribo en las páginas siguientes tiene estrecha vinculación con la situación
argentina. En tal sentido, no creo que puedan extrapolarse conclusiones rígidas
y lineales a otras realidades. En cada contexto específico, nuevas demandas
pueden tener lugar o las mismas demandas pueden impulsarse a través de cami-
nos diferentes –sujetos a decisiones morales, estratégicas, políticas, etc.–. Esto
no es necesariamente una especulación, sino más bien un hecho de la realidad.
Por razones que no viene al caso reseñar aquí, las formas de reconocimiento
legal impulsadas en muchas partes del mundo –y las discusiones alrededor de
ellas– han sido diversas y han sufrido –y resistido– condicionamientos hetero-
géneos. No creo que sea posible definirlas y analizarlas sin adecuada conciencia

14. Señalaba el juez Sachs en el pionero fallo de la Corte Constitucional de Sudáfrica (2005)
que habilitó la reforma de su régimen matrimonial, que deben evitarse remedios para diferentes
situaciones que en aras de ofrecer una igual protección a todas las parejas, se traduzcan en razón
del contexto y su aplicación, en nuevas formas de marginalización. Ver “Minister of Home
Affairs and another v. Fourie and another”, Case C.C.T. 60/04, 1/12/2005, párrafo Nº 150
entre otros. Ver también Fernández Valle, Mariano, “Matrimonio y diversidad sexual: la lección
sudafricana”, en Gargarella, Roberto (coord.), Teoría y Crítica del Derecho Constitucional. Tomo II,
Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2008, pp. 601-618.
15. Es decir, una pregunta válida (y urgente) es por qué en un horizonte político igualitario
habríamos de pensar que ciertos derechos deben estar atados a, por ejemplo, el estado civil. Es
claro que muchos de los beneficios y derechos derivados del matrimonio podrían universalizarse
y desprenderse del estado civil de las personas, garantizando condiciones más amplias de ejerci-
cio de ciudadanía, sin afectar a quienes no les interesa acceder a ciertos regímenes específicos, no
han podido hacerlo o disienten con las regulaciones que los determinan. Volveré sobre esto en
la conclusión, para reflexionar de cara al futuro.
178
Después del “matrimonio igualitario”

del peso de los actores sociales y políticos –entre ellos, las siempre presentes
jerarquías eclesiásticas–, ni de las posibilidades del diseño institucional en con-
textos y momentos específicos. No es necesario partir hacia otras latitudes para
verificar estas transformaciones, en tanto nuestros diferentes momentos socio-
históricos también las reflejan.

III. Después del “matrimonio igualitario”

Sancionada la norma, creo que son varios los análisis posibles. Por lo menos
eran dos las dimensiones cubiertas por la discusión de “matrimonio igualita-
rio”: una vinculada a un conjuntos de derechos, prerrogativas y responsabi-
lidades asociados al régimen, que hasta el momento sólo se encontraban a
disposición de parejas “heterosexuales” y otra vinculada al (devaluado) estatus
de ciudadanía que dicha exclusión supone para personas “no heterosexuales”,
marginadas por razones arbitrarias, discriminatorias y usualmente violentas. Si
bien este enfoque reduce en exceso,16 es útil a los efectos de lo que pretendo
señalar a continuación.
Así, es posible preguntarse ahora por las posibilidades efectivas de acceder a
esos derechos y beneficios antes negados –o limitados a opciones restrictivas–
y, a la par, por el grado en que se reconfigurarán los simbolismos existentes, de
manera tal de aspirar a una verdadera igualdad sustantiva. En otras palabras,
con la ley en las manos podemos detenernos tanto en sus condiciones de ac-
cesibilidad y disponibilidad, como en su real impacto en las vivencias/expe-
riencias de una enorme diversidad de personas cuyos derechos son violados de
manera persistente.

III.1.

Entiendo que no es posible esperar que los patrones sociales de intolerancia


cambien por el solo efecto de un conjunto de sentencias judiciales y de una
reforma democrática,17 aunque ellas nos digan bastante acerca de aquellos que
empezamos a superar. Las diferentes luchas por el acceso a derechos civiles

16. Son muchos los aspectos que en este trabajo aparecen “reducidos en exceso”, en tanto el
campo de discusión en la materia está en abierta construcción, impugnación, tensión, transfor-
mación y apertura.
17. Con anterioridad a la reforma legal, tomaron estado público cerca de una decena de senten-
cias judiciales que habilitaron matrimonios entre parejas compuestas por personas “del mismo
sexo”, casi todas en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires. El contundente fallo judicial que
179
Mariano Fernández Valle

han logrado convencernos de ello, pero también del rol que el derecho puede
tener en la transformación de esos patrones.18 La situación legal es sin duda un
indicador de la situación general de diversos grupos –y de cómo estos grupos
son mirados–, pero es indudable que el análisis debe ser mucho más amplio,
en tanto permanentemente y en todos los ámbitos se ponen en juego las rela-
ciones de poder entre las personas que coexisten en una sociedad determinada.
Aun cuando el derecho conserva un importante poder simbólico, algunos de
sus alcances son limitados si no se acompañan de otras medidas. Es entonces
legítima la pregunta acerca de cómo operará en el futuro la ampliación legal
reconocida y de cuál será su impacto en el ámbito general de las relaciones
familiares-afectivas.

Obstáculos sociales

En un sentido, es posible que no todas aquellas personas que deseen o re-


quieran19 registrar su matrimonio puedan efectivamente hacerlo en condiciones
de igualdad, adecuadas y no hostiles. Lo contrario implicaría asumir una mirada
ingenua acerca de cómo operan las prácticas discriminatorias en nuestras so-
ciedades. Como se sabe, la discriminación sobre ciertas sexualidades (así como
aquella que pone el eje en otras marcas, como el género, la etnia o la “raza”) se

habilitó el primer matrimonio entre varones se dictó en el marco de la causa “Freyre., A. c.


GCBA s/amparo (art. 14, CCABA)”, emitido por el Juzgado Nº 15 del fuero en lo Contencioso
Administrativo de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de la Dra. Seijas, el 10/11/2009. Dos ca-
sos judiciales se encontraban pendientes de resolución ante estrados de la Corte Suprema de la
Nación, que finalmente fueron declarados abstractos en virtud de la sanción de la Ley Nº 26.618.
Ver fallos “Rachid, M. de la C. y otro c/ Registro Nacional de Estado Civil y Capacidad de las
Personas s/ medidas precautorias” y “Vannelli, A. J. y otro c/ Registro Nacional de Estado y
Capacidad de las Personas s/ medidas precautorias”, ambos del 24/08/2010.
18. Son varios los ejemplos que arrojó el debate que conectaron la presente discusión con algu-
nos de los hitos históricos existentes en la experiencia local e internacional en materia de alcance
de derechos civiles y políticos (por ejemplo, las luchas por el acceso al sufragio femenino, por la
eliminación de ciertas formas de discriminación y segregación racial, etc.).
19. Voy a volver reiteradamente sobre este “requieran” para llamar la atención sobre las opcio-
nes limitadas que se ofrecen –a heterosexuales, a homosexuales, a bisexuales, a cualquiera– para
administrar y regular diferentes aspectos, ante las complejidades, necesidades y eventualidades
derivadas tanto de la vida como de la muerte, tanto de los tiempos de concordia como de los
tiempos de discordia. En ese sentido, la “libertad” para contraer matrimonio siempre es de algu-
na manera limitada, en tanto no necesariamente depende únicamente del deseo, sino de balances
mucho más complejos. Es imposible imaginar la enorme cantidad de motivos que pueden llevar
a las personas a contraer matrimonio.
180
Después del “matrimonio igualitario”

sustenta en un entramado de relaciones de poder que se reproducen a la vez


que refuerzan mediante diferentes actores y dispositivos.20 Los ámbitos de la
“familia”, la “escuela”, el “trabajo” y lo “público” en general son espacios en
los cuales esas relaciones tienen plena vigencia, entre otros.
Suponer entonces que cualquiera que desee utilizar esta posibilidad legal
vaya, sin más, a utilizarla –o a utilizarla sin inconvenientes–, asume paralela-
mente que el único costo existente era la exclusión legal y no precisamente
todos aquellos elementos que ayudan a explicarla. Es un lugar común sostener
que muchas personas que viven sexualidades disidentes las viven en el terreno
de lo negado, de lo invisible, de lo secreto, de lo que no puede decirse en voz
alta –y menos al Estado y a la sociedad, y menos todavía desde una posición
autónoma y de “iguales”–. Entonces, la visibilidad que implica el acceso al
reconocimiento legal; es un paso que requiere un recorrido previo, que no cual-
quiera está en condiciones de plena libertad para caminar. En aquellos casos en
que el acceso a derechos, antes jurídicamente inaccesibles, esté marcado por la
posibilidad –real o imaginada– de perder otros (por caso, el empleo; el apoyo
económico; la tenencia, custodia y contacto con los hijos, etc.)21 o de soportar

20. Esta mirada apunta al rol de todas las personas tanto en la construcción de las desigualdades
(en un sentido opresivo) como en la resistencia contra ellas (en un sentido emancipador).
21. Con anterioridad a la reforma legal, el citado trabajo de Libson hacía referencia a la situa-
ción de padres gays y madres lesbianas que teniendo hijos o hijas de relaciones heterosexuales
anteriores, al dar a conocer su orientación sexual sufrieron acciones a efectos de que el Estado
evalúe sus capacidades de paternidad y maternidad. Sostiene la autora: “…considerar la impor-
tancia de ejercer libremente el derecho a ser padres y madres a parejas no heterosexuales, implica
fuertes consideraciones que exceden incluso el campo de lo jurídico. Romper con el esencia-
lismo de la heteronormatividad, y sus efectos sociales, simbólicos y jurídicos discriminatorios
es seguramente una de las primeras tareas a realizar”. Ver Libson, Micaela C., “Parentalidades
gays y lesbianas…”, op. cit. Por otro lado, el ejemplo más difundido en la región posiblemente
sea el caso “Atala, Karen e hijas c. Chile” (petición Nº 1271-04), que recientemente fue enviado
por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) hacia la Corte Interamericana
de Derechos Humanos (Corte IDH), luego de que el Estado de Chile no cumpliera con las
recomendaciones contenidas en el Informe de Fondo emitido por el primer órgano citado. A
continuación, se trascriben fragmentos del comunicado de prensa de la CIDH al respecto: “[e]l
17 de septiembre de 2010, la CIDH presentó una demanda en el caso Karen Atala e hijas, el cual
se relaciona con el trato discriminatorio y la interferencia arbitraria en la vida privada y familiar
que experimentó Karen Atala debido a su orientación sexual. En el Informe de Fondo 139/09,
la Comisión concluyó que el Estado de Chile era responsable por la discriminación contra Ka-
ren Atala en el proceso judicial que resultó en el retiro del cuidado y custodia de sus hijas. El
caso también se relaciona con la inobservancia del interés superior de sus hijas, cuya custodia y
cuidado la Comisión consideró que fueron determinados en violación de sus derechos. El caso
181
Mariano Fernández Valle

costos inadmisibles (el retiro del apoyo familiar y del círculo íntimo; la exclusión
de diversos espacios; la hostilidad, el prejuicio y la violencia, etc.), es dable creer
que el acceso seguirá fuertemente condicionado. La apropiación de los espacios
públicos (o romper con ciertas regulaciones arbitrarias propias de la rígida dicoto-
mía público/privado) es un proceso marcado por variadas dificultades y sin lugar a
dudas existe una distancia importante entre los caminos que abren el activismo y el
movimiento social, y la efectiva posibilidad de recorrerlos por la ciudadanía en ge-
neral. Uno de los desafíos será entonces trabajar en esa distancia, ejercer múltiples
resistencias y buscar los apoyos necesarios (personales, institucionales, legales) para
revertir las consecuencias de ámbitos hostiles que puedan presentarse.
Por su parte, en tanto el registro y análisis de muchos de estos obstáculos
remite al tiempo anterior al debate/sanción de leyes “más igualitarias” (por
caso, la nueva ley de matrimonio), habrá que esperar a ver cómo la igualdad
jurídica y simbólica reconfigura/balancea las relaciones de poder existentes //
reconfigura Y/O balancea// entre los diferentes actores sociales, de forma
tal de revertir efectivamente esos obstáculos y no, por el contrario, de ofrecer
un nuevo espacio/oportunidad // espacio U oportunidad// para que éstos
hagan estragos. Si este último fuera el caso, quedarían al descubierto todas
las contradicciones de un sistema que se presenta como igualitario sólo en lo
formal, sin tocar ni transformar las estructuras socio-culturales requeridas para
que esa igualdad sea vivida y disfrutada.22

Obstáculos institucionales

En otro sentido, aunque relacionado, el derrotero de diferentes denuncias


contra la discriminación es demostrativo del peso de los obstáculos institu-
cionales. En tanto las leyes requieren operadores, en ocasiones su aplicación
muere o se dificulta en sus manos,23 sobre todo cuando forman parte de aque-

se envió a la Corte IDH porque la CIDH concluyó que el Estado no cumplió con las recomen-
daciones contenidas en el Informe de Fondo”. Ver “CIDH presenta demanda sobre Chile ante
la Corte Interamericana”, del 20/09/2010, disponible online en: http://www.cidh.org/comuni-
cados/spanish/2010/97-10sp.htm [visitado por última vez el 19/10/2010].
22. Años atrás, Figari hablaba de la “paradoja latinoamericana entre lo institucional y lo cultural”,
precisamente para analizar las posibles consecuencias de sancionar leyes que consagran derechos
dentro de sistemas donde sus destinatarios continúan perseguidos por su comunidad. Ver Figa-
ri, Carlos, “Política y sexualidad abajo del Ecuador: normalización y conflicto en las políticas
glttbi de América Latina”, en Orientaciones: revista de homosexualidades, Madrid, Volumen 11, 2006.
políticas glttbi // GLTTBI //
23. Por supuesto que estas afirmaciones no hablan de “todas” las personas que integran los sis-
temas institucionales, ni necesariamente del sistema institucional en sí mismo (aunque existe una
182
Después del “matrimonio igualitario”

llos poderes que con virulencia se oponen a lo que deben cumplir. Como suele
indicarse, ejemplos paradigmáticos de estos obstáculos son los que enfrenta la
acción contra la discriminación y la violencia de género. Las experiencias de
Latinoamérica en general señalan consistentemente cómo diferentes reformas
legales impulsadas por organizaciones de mujeres y feministas son obstacu-
lizadas y/o privadas de efecto por la actitud de muchas de las personas que
las operan,24 así como por los sesgos/prejuicios que persisten en los diversos
ámbitos institucionales (la administración pública y el sistema de justicia, entre
otros). En ocasiones, estos sesgos y prejuicios aspiran al cobijo institucional, tal
sería el caso de funcionarios que alegan objeción de conciencia en los ámbitos
de la función pública, algunos de las cuales ya se han expresado con relación
a la nueva ley de “matrimonio igualitario”.25 En otros casos, no es necesario
llegar a ese complejo nivel de discusión,26 en tanto existen sutiles y finas prác-
ticas que sin exposición alguna tienen capacidad de dejar sin efecto lo que las
leyes prescriben, o de someterlo a una incómoda operatividad. Otra vez, no
se requiere que esto efectivamente suceda, sino que basta la representación de
que esto puede suceder para que opere como obstáculo y active las resistencias
de un conjunto de la población. Por otro lado, es posible que estos obstáculos
institucionales no necesariamente tengan consecuencias impeditivas, ni éstas
deben exigirse para considerarse como tales, en tanto no sólo se trata de acce-
der a derechos (dimensión material) sino también de acceder en condiciones de

clara dimensión estructural), sino que denuncian la comprobada persistencia de prácticas que
atentan contra el efectivo acceso, goce y garantía de derechos reconocidos, que impactan con
particular incidencia en ciertos grupos sociales.
24. Ver por ejemplo, Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Acceso a la justicia para
mujeres víctimas de violencia en las Américas, 2007, disponible online en:
http://www.cidh.org/women/acceso07/indiceacceso.htm [visitado por última vez el
19/10/2010], entre muchos otros.
25. Crónicas periodísticas, con posterioridad a la sanción de la ley de “matrimonio igualitario”,
informaron sobre posibles casos de “objeción de conciencia” de funcionarios y funcionarias de
registros provinciales frente a su efectivo cumplimiento. Si bien no fueron muchos, es necesario
poner el ojo allí, de manera tal de forzar al Estado a que ofrezca las debidas garantías para la
aplicación de la ley, principalmente de cara a la existencia de localizaciones geográficas alejadas,
pequeñas y con escaso personal administrativo. Algunos riesgos de la objeción de conciencia
en este campo, pueden verse en INADI, Informe Técnico. Sobre dictamen Ley Unión Civil (Exp. CD-
13/10), 12/07/2010, pp. 16-19.
26. Sobre los alcances de la objeción de conciencia, principalmente cuando pone en riesgo el
efectivo acceso a derechos legales y constitucionales, ver Alegre, Marcelo, “Opresión a concien-
cia. La objeción de conciencia en la esfera de la salud sexual y reproductiva”, en AAVV, Derecho
y Sexualidades, Libraria, 2010.
183
Mariano Fernández Valle

igualdad y respeto, de pares (dimensión simbólica). Habrá que esperar entonces


a ver cómo todo el entramado (legal/institucional) vigente se acomoda a lo
sucedido, de forma tal de no generar diferentes formas de expulsión, condicio-
namientos y hostilidad.
Un paréntesis para comprender lo anterior y lo que sigue, que no se centra
sólo en la ley de “matrimonio igualitario” –y en el entramado normativo/ins-
titucional que se relaciona con ella– sino también en el abordaje general de las
sexualidades no normativas por parte de ciertos discursos. Los debates previos
a la sanción de la ley hicieron públicos y explícitos muchos sesgos, prejuicios y
(falsas) alarmas. Entre ellos, destacan algunos discursos jurídicos y su tradicio-
nal tendencia a monopolizar buena parte de las discusiones trascendentes del
ámbito social,27 así como su amalgama con otros discursos, como los de salud,
que no en pocas ocasiones se presentan de manera “pretendidamente científi-
ca”28 a efectos de “demostrar” con total naturalidad divisiones más que artifi-
ciales entre personas calificadas y no calificadas para la promesa de ciudadanía
y de derechos. Los mismos actores que canalizaron discursos conservadores y
reaccionarios suelen gozar de posiciones de amplio prestigio y/o influencia en
variados ámbitos institucionales: universidades, corporaciones profesionales,
poder judicial, poderes políticos, organizaciones de la sociedad civil, etc.
A ello cabe agregar otro problema, asociado al “punto de partida discrimi-
natorio” del debate. Vuelvo aquí al Informe previamente citado,29 en cuanto
sostiene: “…si bien en este trabajo [el Informe] se realiza una amplia revisión
de la literatura e investigaciones empíricas sobre la cuestión, es necesario con-
siderar que el propio hecho de someter a estudio la existencia de las familias
homoparentales es un punto de partida discriminatorio. ¿O alguien estudia a
las familias heterosexuales para ver si tienen derecho a existir? Planteamos es-
tos análisis como un modo de abrir el debate y así desnudar las metáforas de
opresión y exclusión que pesan sobre la población LGBTTI” (el resaltado es
propio)30. //se perdió el destacado// Este “punto de partida discrimina-

27. Baste decir aquí que este monopolio siempre es criticable y no hace más que demostrar el
enorme peso que ciertas perspectivas tienen en la definición de la estructura social y política.
28. Sobre los usos de la información científica como discurso legal y las tensiones-desafíos que
acarrea en el reclamo por derechos sexuales y reproductivos, ver Vaggione, Juan Marco, op. cit.,
pp. 76-87.
29. Figari, Carlos (redactor), Per scientiam ad…, op. cit.
30. Ídem. La cita demuestra que al Informe no le escapan las tensiones que, en determinados
contextos, implica la utilización de la información científica. Aquí, el objetivo perseguido es el
de contrarrestar aquellos discursos que han servido para validar toda clase de esencialismos,
estereotipos y prejuicios alrededor de las sexualidades.
184
Después del “matrimonio igualitario”

torio” puede no sólo ayudar a explicar la dinámica de debates previos a la


reforma31 sino también ayudar a pensar cómo acumular el poder –jurídico,
simbólico– necesario para revertirlo en el futuro. Esta pregunta es de particular
importancia, en tanto los procesos de aplicación, interpretación y revisión de
las leyes pueden otorgar una ventana de oportunidad no menor para que ese
punto de partida siga operando.
En tal sentido, creo que cabe esperar que muchos operadores de las normas
continúen actuando –voluntaria e involuntariamente– bajo imágenes negativas,
devaluadas y estereotipadas de diferentes vivencias de la sexualidad. Así, si nos
quedamos con los debates previos, son varios los profesionales que intervinie-
ron en ellos que no parecen estar para nada dispuestos a hacer efectivo el de-
recho a adoptar de ciertas personas y parejas en condiciones de igualdad, a ga-
rantizar plenamente los derechos derivados de las leyes vigentes en sus ámbitos
de competencia o a intervenir en situaciones/conflictos familiares desde una
posición desprejuiciada. Menos aún si los arreglos familiares en cuestión no
sólo subvierten “la tradicional pareja de varón y mujer legitimada por el matri-
monio” para incorporar variantes de parejas “entre varones” y “entre mujeres”,
sino que también subvierten un conjunto mucho más vasto de regulaciones
generales que en ciertos imaginarios tradicionales hacen a lo que las personas y
las parejas “deben ser” (por ejemplo, el estricto cumplimiento de reglas, roles
y expresiones de género; la satisfacción de ciertas normas de vivencia de la
sexualidad, del afecto, del amor, etc.).32
Asimismo, muchas de las imágenes positivas desplegadas para contrarrestar
esas formas en que se manifiesta la opresión existente, también pueden volver
como un boomerang si operan de manera tal de idealizar a ciertas experiencias,
generar expectativas excesivas sobre ellas o resultar en un estándar diferencial
y sobreexigente. El encabezado de una crónica publicada el día posterior a la
sanción de la ley de “matrimonio igualitario” ejemplificaba parte del punto:
“Ahora que es posible tirar el arroz sobre cualquier pareja que desee casarse,

31. Sobre estas dinámicas y algunas de sus limitaciones, ver también Hiller, Renata, “Matrimonio
igualitario y espacio público”, apartado 3 y apartado 7, incorporado a este libro. La autora ofrece
una mirada crítica sobre los discursos expertos, a la par que se repara en las posibilidades/dificul-
tades de participación política de grupos desaventajados en sociedades marcadas por la asimetría.
32. En otras palabras, es claro que la ruptura del parámetro heterosexual que supone la reforma
comentada no resuelve por sí misma la existencia de muchos otros parámetros que regulan las
vivencias, cualquiera sean éstas (y mucho más allá de las orientaciones sexuales). Si la reforma
únicamente logra agregar a la competencia por el reconocimiento debido a un conjunto de per-
sonas capaz de ser asimilado a las mismas normas de “normalidad”, “moralidad” y “decoro” que
se vienen construyendo tradicionalmente, es posible que la transformación sea limitada y afecte
irrazonablemente a otras personas.
185
Mariano Fernández Valle

también es posible tirar por la borda los argumentos que de alguna manera re-
sultaron casi obligatorios: ni las familias homoparentales son mejores que otras
ni podemos jurar que criaremos hijos e hijas completamente sanos. ¿O acaso
hay alguien que sea capaz de comprometerse con tales juramentos?” […] “…
los casados por venir no tienen por qué demostrar que son capaces de relevar
con hipereficacia las prácticas fallidas del casamiento con figuritas hechas se-
gún distribución de baños en bares. El otorgamiento de igualdad de derechos
no debe empañarse con la diferencia de requisitos. […] Puede ser para póster,
pero el derecho a tener hijos o adoptarlos no tiene que confundirse con un
relevo del Estado en su función de sostén para la infancia arrasada. No debería
exigírsele al casamiento gay ni tareas filantrópicas ni ejemplares”.33
En otras palabras y en términos generales, es evidente que con total inde-
pendencia de la identidad sexual, de género –o su expresión– y la orientación
sexual, las personas pueden establecer vínculos virtuosos o destructivos con
otras personas (o consigo mismas), lidiar bien o mal con diferentes situaciones,
comportarse de tal o cual manera –loables, condenables; responsables, irres-
ponsables; etc.–. El problema es que ese “punto de partida discriminatorio”
envíe una sospecha permanente en un sentido determinado.34 Las generaliza-
ciones positivas y negativas reducen en exceso, distorsionan y se alimentan de
prejuicios, con previsibles perdedores y ganadores. Si algunas diferencias han
de ser consideradas, serán aquellas que permitan exponer las prácticas hostiles
y opresivas que las han construido y cristalizado, no ya para validarlas sino pre-
cisamente para desarticularlas.
Para terminar, en tanto aquellas personas que de forma intensa se opusie-
ron a la reforma legal siguen teniendo influencia en los ámbitos de aplicación/
interpretación de las leyes y dado que nada permite suponer, al menos lineal-
mente, que las nuevas miradas de la conformación familiar que la reforma “re-
conoce” tengan poder tal como para disciplinar fácilmente a sus detractores –y
sacar del terreno de la duda a quienes persistan en él–, es que no deben perder-
se de vista estos aspectos. Todavía en mayor medida si se acepta que el derecho
tiene una textura lo suficientemente abierta como para filtrar posicionamientos

33. Ver Moreno, María, “Arroz y vamos por más”, en Suplemento Soy, Página/12, del 16/07/2010.
34. Expresaba con claridad el comunicado firmado por varias organizaciones en el Encuentro
Nacional de Familias Homoparentales, realizado en Rosario los días 5 y 6 de junio de 2010, que
“…No reconocemos un modelo o una familia que pueda ser considera ‘normal’. Menos aún una
familia en relación a la cual se evalúe al resto. La insistencia en tener que demostrar normalidad
conlleva implícita la patologización de la existencia gltb, es heterosexista y ejerce un efecto nefas-
to sobre nuestras familias y sobre nuestrxs hijxs, sometidxs a escrutinio constante…”. Disponi-
ble online en: http://www.agendadelasmujeres.com.ar/index2.php?id=3&nota=8339 [visitado
por última vez el 28/10/2010].
186
Después del “matrimonio igualitario”

subjetivos, ideológicos y políticos35 –siempre construidos en la asimetría–; que


la división tajante entre “aplicar” el derecho e “interpretar” el derecho no es
más que una mera fantasía; que son varios los frentes legales abiertos con pos-
terioridad a la reforma y que no sólo involucran el acceso al matrimonio sino
todo un entramado normativo relacionado.36
También cabe añadir a ese panorama cierta debilidad de los mecanismos
de reclamo y queja existentes contra las formas que usualmente se registran de
maltrato institucional, máxime cuando se revela en “pequeñas dosis”. Desde
la naturalización de ciertas prácticas (así, la asunción tácita y/o expresa de que
cierta hostilidad forma parte de la dinámica “lógica”, “normal” y “esperable”
de determinadas relaciones y del trato con las instituciones y el Estado), pasan-
do por los problemas básicos que operan en materia de acceso a la justicia –
costos económicos, de tiempo, de distancia; falta de información; sobreexposi-
ción y victimización secundaria; obstáculos culturales; etc.–, hasta las diferentes
mecánicas de complicidad que se dan entre operadores de estructuras elitistas,
género-sesgadas y fuertemente homogéneas. En esos términos, con la ley no
acaban muchas discusiones, sino que comienza una nueva forma de participar
de ellas, que requerirá de diversas medidas y de la imaginación necesaria para
llevar adelante los cambios más profundos.37

35. Un buen ejemplo de cómo se filtran estos posicionamientos puede verse en las discusiones
sobre el acceso amplio, efectivo, seguro y en condiciones de libre elección a derechos sexuales
y reproductivos en general, a los supuestos de aborto habilitados por las leyes penales hace casi
cien años y, por supuesto, a las postergadas discusiones sobre los abortos que permanecen cri-
minalizados, aun cuando hacen a las experiencias cotidianas de una innumerable y heterogénea
cantidad de mujeres e impactan con particular brutalidad en aquellas más jóvenes y pobres.
36. Muchas dificultades legales derivadas de la norma y, en general, del sistema jurídico vigente,
se sintetizan en Suplemento Soy, Página/12, “20 preguntas antes del sí, quiero”, del 17/09/2010,
disponible online en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1618-2010-09-17.
html [visitado por última vez el 19/10/2010]. Con anterioridad a la reforma, un útil cuadernillo
con preguntas, respuestas y posibilidades legales para la exigencia de derechos de familias de les-
bianas madres fue publicado por el grupo de acción política Lesmadres. Ver Lesmadres, “Nuestras
familias y sus leyes: situación y resguardos legales”, del 6/2010, disponible online en: http://www.
lesmadres.com.ar/recursos/cuadernillo_legales.pdf [visitado por última vez el 19/10/2010]. Di-
cho trabajo es un buen ejemplo de las diferentes formas que pueden imaginarse/ensayarse para la
exigencia y protección de derechos, dentro de contextos sociales/legales restrictivos y desiguales.
37. “...La creatividad no es muy valorada desde la perspectiva de los derechos humanos o desde
la del desarrollo, a pesar de que es un elemento central para desaprender los aspectos nocivos de
determinadas culturas”; testimonio de una mujer lesbiana del Ecuador, citado en Human Rights
Watch, Por el mismo camino, por caminos diferentes, del 06/2009, disponible online en: http://www.
hrw.org/es/node/83697/section/8 [visitado por última vez el 24/10/2010].
187
Mariano Fernández Valle

II.2.

En términos más específicos, cabe preguntarse si el impacto de los obstá-


culos descritos será homogéneo y afectará por igual a todas las personas. A la
afirmación obvia de que todas las personas son diferentes unas de otras (y, por
tanto, únicas), puede agregarse el hecho también evidente de que la discrimi-
nación social que sufren muchos colectivos es disímil, incluso cuando puedan
compartir una común exclusión del reconocimiento legal y simbólico.
A la hora de realizar un análisis más específico, en primer lugar es posible
detenerse en las desigualdades de género. Ello, para denunciar los elementos
que, en sociedades patriarcales y heteronormativas, suelen condicionar las ex-
periencias de varones y de mujeres. Así, en el caso particular de las mujeres que
se unen con otras mujeres, los costos y obstáculos sociales pueden adquirir
una dinámica disímil. Diferentes variables de exclusión generan experiencias
de género diversas. Como sostiene Vaggione, “[l]a situación de los gays y de las
lesbianas, por ejemplo, no se puede equiparar: aunque ambos son marginados
en razón de su sexualidad, las lesbianas sufren además la opresión del patriar-
cado como sistema de dominación”.38 A ello cabe agregar que “[s]i bien es
cierto que la estructura patriarcal perpetuada históricamente en la mayoría de
las sociedades, lleva a que muchas mujeres compartan problemas similares de
dominación y explotación, sería un grave error el considerar que ésta es la única
causa o forma de discriminación existente o que ésta afecta de igual manera a
todas las mujeres. Además de su género, las mujeres latinoamericanas son dis-
criminadas por su etnicidad, clase social y orientación sexual”.39 También es sig-
nificativo que sólo quince días después de la sanción de la ley de “matrimonio
igualitario”, las Observaciones Finales del Comité CEDAW para la Argentina
reconocían por primera vez la discriminación de las mujeres lesbianas, bisexua-
les y trans en el país.40

38. Vaggione, Juan Marco, op. cit., p. 17.


39. ADEIM-Simbiosis, Artemisa, Cattrachas, Criola, IGLHRC, Red Nosotras LBT, La invisi-
bilidad aseguraba el puchero. Lesbianas y discriminación laboral en Colombia, Bolivia, Brasil, Honduras y
México, publicado por la Comisión Internacional de Derechos Humanos para Gays y Lesbianas
(IGLHRC), año 2006, p. 10.
40. Ver CEDAW/C/ARG/CO/6, párrafo 43 (“…Also, the State party recognizes that the rights
of lesbian, bisexual and transgendered women are not fully respected and that sometimes they
are discriminated against and are the targets of violence) y párrafo 44 (“The Committee urges
the State party to ensure that the rights of older women, women migrants, women with disabili-
ties as well as lesbians, bisexual and transgendered women, among others, are fully protected. All
the above-mentioned women should be able to live free from any discrimination or violence and
to enjoy all their rights, including civil, cultural, economic, political and social as well as sexual
188
Después del “matrimonio igualitario”

La situación de algunos países que han abierto su régimen matrimonial a


parejas con independencia de la identidad sexual, identidad de género y orien-
tación sexual de sus miembros registra un índice de uniones entre mujeres
inferior al de unión entre varones. Lo mismo tiende a suceder en algunos sis-
temas con regímenes de asociación no matrimoniales. En estos casos, la utili-
zación de estas herramientas por parte de las parejas de mujeres es menor y/o
tardía, lo cual podría habilitar algunas reflexiones al respecto. A efectos de no
generalizar sin información apropiada, la experiencia específica del primer mes
de vigencia de la ley en Argentina, según los datos periodísticos disponibles,
arroja que en ese período contrajeron matrimonio 72 parejas conformadas por
varones, mientras que 31 fueron las parejas conformadas por mujeres.41 Si nos
remontamos varios años atrás y tomamos la experiencia de la Unión Civil en la
Ciudad de Buenos Aires, puede verse que en el año 2003 se unieron civilmente
61 parejas de varones y 18 de mujeres; que en el 2004 fueron 72 y 22; que en el
2005, 58 y 33; y que en el 2006, 65 y 38.42 Menos significativas son las diferen-
cias que surgen de la experiencia del Distrito Federal de México, por tomar el
otro ejemplo de habilitación matrimonial que registra el continente. Mientras
que durante el primer mes se casaron 50 parejas de varones y 38 de mujeres,
a cuatro meses las cifras publicadas por medios de comunicación señalan que
hubo 142 matrimonios de varones y 129 de mujeres. En el caso de España, de

and reproductive rights”). Disponible en http://www2.ohchr.org/english/bodies/cedaw/docs/


co/CEDAW-C-ARG-CO-6.pdf [visitado por última vez el 24/10/2010, traducciones oficiales
al español aún no disponibles].
41. Esta información fue publicada por el diario La Nación del 31/08/2010, sobre la base de
cifras de la Federación de Gays, Lesbianas, Travestis y Bisexuales (FGLTB), disponible online en:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1299757 [visitado por última vez el
19/10/2010].
42. Ver datos del GCBA, Informe de Resultados Nº 294, del 29/01/2007, disponible online en:
http://estatico.buenosaires.gov.ar/areas/hacienda/sis_estadistico/informe_294_uniones_civi-
les.pdf [visitado por última vez el 19/10/2010].
En 2009, se registraron 111 uniones civiles de dos varones y 50 uniones civiles de dos mujeres.
Ver datos del GCBA, Nupcialidad en la Ciudad de Buenos Aires 1990-2009, Informe de Resultados
Nº 432, del 10/2010, disponible online en: http://estatico.buenosaires.gov.ar/areas/hacienda/
sis_estadistico/432_Nupcialidad.pdf [visitado por última vez el 19/10/2010]. No poseo datos
de los años 2007 y 2008, ni de los usos en las otras administraciones del país que cuentan con
regímenes similares (municipalidad de Villa Carlos Paz y Río Cuarto, en la provincia de Córdoba
y a nivel provincial en Río Negro).
Es necesario aclarar que los datos arrojados por estos regímenes podrían no ser perfectamente
comparables frente al caso de matrimonio, en tanto determinan beneficios materiales y simbóli-
cos diversos, que podrían modificar fuertemente el balance de costos y beneficios en cada pareja.
189
Mariano Fernández Valle

particular relevancia en el proceso argentino,43 datos provisionales del Instituto


Nacional de Estadísticas registran 923 casamientos de parejas de varones y 352
de mujeres en el año 2005; de 3190 y 1384 en el año 2006; de 2180 y 1070 en
el año 2007; de 2299 y 1250 en el año 2008; y de 2212 y 1200 en el año 2009.44
A propósito de estas diferencias, organizaciones de diversidad sexual indicaban
“…una vez más la necesidad de trabajar por la visibilidad lésbica ya que para
las mujeres lesbianas y bisexuales hacer pública su orientación sexual continúa
siendo más duro”.45
Huelga decir que los números no son lo determinante, pueden depender
de muchas variables, cambiar, prestarse a muy diversas lecturas o inducir líneas
de estudio inconducentes. Con independencia de los números y aun a costa
de ellos, consideraría adecuado centrarse en un análisis más específico de la si-
tuación de diferentes colectivos y de las variables que generan desigualdades, a
efectos de comprender mejor las disímiles experiencias que pueden enfrentarse
a la hora de acceder a derechos y a las instituciones en sociedades cruzadas por
formas de discriminación estructural.
Dejando entre paréntesis algunos clásicos y atinados señalamientos del
feminismo a la estructura matrimonial-familiar como pacto particularmente
opresivo para las mujeres46 –uno de los señalamientos más interesantes de cara

43. La experiencia española tuvo presencia e incidencia en los debates y en las estrategias llevadas
adelante en nuestro país. Así, por ejemplo, en las reuniones de comisión celebradas en la Cámara
de Diputados, previas a la votación en el recinto, expusieron personas pertenecientes tanto a la
Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de España (FELGTB) como
al Partido Socialista Español (PSOE). Esto se enmarca en una utilización todavía más amplia
de la experiencia internacional en el ámbito doméstico. Sobre esto último, ver Corrales, Javier y
Pecheny, Mario, “Six reasons why Argentina legalizad gay marriage first”, publicado en Americas
Quarterly, disponible online en:
http://www.americasquarterly.org/node/1753 [visitado por última vez el 31/10/2010].
44. Estos datos pueden verse en Instituto Nacional de Estadística de España: nota de prensa
del 16 de junio de 2006, disponible online en: http://www.ine.es/prensa/np418.pdf; Nota de
prensa del 3 de julio de 2007, disponible online en: http://www.ine.es/prensa/np460.pdf; Nota
de prensa del 3 de julio de 2008, disponible online en: http://www.ine.es/prensa/np507.pdf;
Nota de prensa del 4 de junio de 2009, disponible online en: http://www.ine.es/prensa/np552.
pdf; Nota de prensa del 22 de junio de 2010, disponible online en: http://www.ine.es/prensa/
np600.pdf [sitios visitados por última vez el 19/10/2010].
45. Ver FELGTB, disponible online en: http://www.felgtb.org/es/notas-de-prensa/mas-de-18-000-
matrimonios-contabilizados-entre-personas-del-mismo-sexo [visitado por última vez el 19/10/2010].
46. Como señala Hiller en su texto en este libro, sorprende y es de lamentar que los debates
sobre la ampliación del régimen matrimonial no hayan funcionado como ambiente propicio
para discutir algunos supuestos en torno al vínculo conyugal, habida cuenta de la persistencia
190
Después del “matrimonio igualitario”

a habilitar nuevas discusiones sobre estos arreglos, que podría también ayudar
a explicar las aparentes diferencias que muestran las experiencias señaladas–,
existe un hecho fácil de corroborar. Este es, que muchas parejas de mujeres
–lesbianas, bisexuales, etc. [o percibidas como tales]–47 pueden querer o reque-
rir casarse y que, en ese intento, pueden representarse o vivir obstáculos adi-
cionales para llevar a la práctica sus intenciones. Estos obstáculos pueden ser
analizados a través de un enfoque que se detenga en la interacción de diversas
variables de discriminación existentes (orientación sexual, clase social, edad,
localización geográfica, etc.). Así, detenerse en las posibles barreras –asociadas
a roles sociales genéricos estereotipados de varones y mujeres en la sociedad; a
condiciones de pobreza y precariedad laboral más acentuadas en la población
femenina; a una organización política debilitada por patrones sexistas; a con-
diciones de visibilidad que acarrean numerosos perjuicios; a un menor acceso
al poder, a las instituciones,48 a la información y a las instancias de reclamo;
a temores asociados a perder derechos y relaciones en contextos violentos/
hostiles (el empleo;49 la tenencia, custodia y contacto con hijos/as;50 el apoyo

y difusión –paralela a los debates– de brutales violencias contra las mujeres en el ámbito in-
trafamiliar. Amplia literatura señala cómo las relaciones de poder que tienen lugar en espacios
frecuentemente “idealizados” se cobran la vida, la integridad y la salud de una enorme cantidad
de personas anualmente, en su mayoría mujeres y niñas/os, sin una intensa actividad del Estado
en materia de prevención, investigación y reparación.
47. Si bien no lo he mencionado hasta el momento, un problema para este análisis es el que
se deriva del hecho obvio de que no todos los varones que se unen con varones, ni todas las
mujeres que se unen con mujeres, ni todas las mujeres que se unen con varones, se autodefinen
necesariamente a sí mismos –y a sus parejas– como homosexuales, bisexuales o heterosexuales,
en tanto las variantes de identidad son mucho más amplias. Que baste, por lo menos, la mención
y la necesidad de reparar/profundizar en ella.
48. Son numerosos los estudios que muestran las dificultades adicionales de las mujeres a la hora
de acceder a los mecanismos institucionales para hacer valer sus derechos. Puede verse Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, Acceso a la…, op. cit.
49. Sobre la discriminación de mujeres lesbianas en el ámbito del trabajo en diferentes países de
América, puede verse La invisibilidad aseguraba el puchero…, op. cit. El mencionado trabajo también
ofrece datos de contexto importantes para entender el posicionamiento de mujeres lesbianas
dentro de sociedades y economías cruzadas por la desigualdad.
50. Ver nota al pie Nº 20. También señala Libson, op. cit., “…las situaciones de indefensión de
las madres que han tenido hijos o hijas en uniones heterosexuales anteriores y que, cuando se
dio a conocer su orientación sexual lesbiana, el padre ha accionado en el Estado para quitarle
la criatura a la madre o para que el Estado evalúe las capacidades de maternaje”. Y mencionaba
antes de la reforma que “[e]n la actualidad, las cuestiones alrededor del matrimonio y de la pa-
rentalidad no heterosexual encuentran puntos de contacto e, incluso, estrategias comunes desde
parte del activismo LGTTBI”.
191
Mariano Fernández Valle

económico familiar; etc.), entre otras– podría ayudar a mejorar la reflexión


al respecto.51
Por su parte, como mencioné previamente, no cabe descartar ni subalternar
el peso específico que podría tener el rechazo desde posiciones ideológicas y
políticas a los términos de legitimación ofrecidos por el Estado. A modo de
ejemplo, a propósito de las diferencias en el uso de la Unión Civil previamente
citadas, se señalaba en 2006 que “[s]i bien no existen datos estadísticos gene-
rales sobre población gay y lesbiana, podemos suponer que la muy marcada
diferencia de uniones legales entre ambos grupos (las uniones entre varones
gays prácticamente triplican en términos absolutos a las de lesbianas) no se
debe a una diferencia numérica en el tamaño de estos colectivos (por otro lado,
algo imposible de corroborar). Tampoco creemos que esta distinción pueda
atribuirse a un menor grado de estabilidad de las parejas conformadas por per-
sonas de uno u otro colectivo […] En la búsqueda de otras razones explicativas
puede considerarse los grados y modos diferenciales de visibilización de las
personas que integran cada uno de estos colectivos, así como el acuerdo o no
con una legislación de este tipo. Al respecto, vale recordar la caracterización de
la institución matrimonial hecha por el feminismo en tanto espacio de subor-
dinación patriarcal y de reificación de roles y jerarquías de género. El discurso
y la práctica feministas presentes en muchos de los colectivos lésbicos pueden
ser parte de la explicación de la diferencia de opiniones respecto de la Unión
Civil entre gays y lesbianas asistentes a la marcha”.52 En cualquier caso, un posi-
ble desafío es concentrar la atención en si las discusiones que han tenido lugar
alrededor del reconocimiento legal de parejas diversas –y sus derivaciones–,

51. A modo de ejemplo de los déficit existentes, a propósito de la reciente “Ley de protección
integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que
desarrollen sus relaciones interpersonales” (Ley Nº 26.485, de 2009), Marcela Rodríguez llamaba
la atención sobre algunos de sus nudos problemáticos, entre ellos la existencia de un modelo o
tipo “hegemónico” de mujer, que no necesariamente alcanza a cubrir y dar respuestas efectivas
a mujeres con experiencias cruzadas por distintas variables; entre ellas, la diversidad sexual. Ver
Rodríguez, Marcela, “Ley de protección integral contra la violencia de género. Avances, retro-
cesos y desafíos” (de próxima publicación), presentado en el Encuentro Internacional sobre
Violencia de Género, organizado por la Defensoría General de la Nación, Facultad de Derecho,
Universidad de Buenos Aires, 10 y 11 de junio de 2010. El Decreto Nº 1011/2010, que regla-
menta la ley citada, tampoco repara en la orientación sexual como causal de discriminación y
violencia, ni en aspectos relacionados.
52. Ver Libson, Micaela y Hiller, Renata, capítulo 7, “Unión civil y adopción”, en Jones, Daniel,
Libson, Micaela y Hiller, Renata (eds.), Sexualidades, política y violencia. La Marcha del Orgullo GLTTBI
Buenos Aires 2005, Antropofagia, 2006, pp. 68-69. Allí se incorporan diversos capítulos que pre-
sentan y analizan los resultados de una encuesta aplicada a asistentes a la Marcha del Orgullo 2005.
192
Después del “matrimonio igualitario”

fueron lo suficientemente sensibles al impacto de las experiencias de género en


la configuración social y, particularmente, al impacto de las variadas dinámicas
de “lesbofobia” que allí persisten.
En otro sentido, un llamado a analizar en términos más específicos estas
discusiones no puede soslayar la particular situación y condiciones de reco-
nocimiento de personas trans. Parece difícil determinar cómo impactan estas
reformas y discusiones en dicha comunidad, sometida a lógicas dicotómicas
y excluyentes que las dejan fuera incluso de la recolección estadística binaria.
Prueba de ello, que en ninguno de los informes mencionados son relevadas
identidades que excedan las combinaciones entre “varones y mujeres”. Las di-
ficultades de satisfacer condiciones básicas de acceso a derechos, como ser el
reconocimiento de la propia personalidad y su adecuado reflejo en las partidas
de identificación, colocan a este conjunto de la población en una situación de
exclusión acentuada de ciudadanía. Respecto de la documentación, sobra decir
que es un elemento indispensable para el ejercicio de derechos básicos y que el
efectivo reconocimiento de la identidad de género autodeterminada continúa
en nuestro país estrechamente vinculado a brutales requerimientos, altos cos-
tos, a la vía judicial y a la comprobación de los arbitrarios criterios exigidos por
el discurso jurídico y de salud dominantes.53
Esto abona la tesitura que se mencionaba previamente –“…el acceso al
matrimonio no agota las demandas de igualdad civil, política y social que de-
ben seguirse construyendo para hacer viable la vida de la gente LGBTTI”–54
y que la agenda centrada en el tema aquí analizado no necesariamente alcanza
a demandas más específicas y urgentes de personas trans, en buena medida
determinadas por la situación de pobreza, explotación y violencia en la que se
encuentran inmersas.55 Cualquier política de antemano se encuentra restringida

53. Algunos apuntes sobre este discurso pueden verse en Viturro, Paula, “Reflexiones acerca del
litigio en materia de géneros y sexualidades”, en Equipo Latinoamericano de Justicia y Género-
ELA, Derechos de las mujeres y discurso jurídico: Informe anual del observatorio de sentencias judiciales 2009,
año 2010, pp. 119-121. // Observatorio de Sentencias Judiciales ???///
54. Figari, Carlos (redactor), Per scientiam ad…, op. cit.
55. Ver Berkins, Lohana y Fernández, Josefina (coords.), La gesta del nombre propio. Informe sobre la
situación de la comunidad travesti en la Argentina, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires,
2005. Ver también Maffía, Diana (comp.), Sexualidades Migrantes. Género y Transgéneros, Ed. Femi-
naria, 2003; Fernández, Josefina, Cuerpos desobedientes, Ed. Edhasa, Buenos Aires, 2004; y Jones,
Daniel, Libson, Micaela y Hiller, Renata (eds.), Sexualidades, política y violencia. La Marcha del Orgullo
GLTTBI Buenos Aires 2005, Ed. Antropofagia, 2006. En este último estudio citado se incorporan
algunos comentarios y reflexiones sobre datos de la encuesta, relacionados con las personas trans
frente al reconocimiento legal de las parejas “del mismo sexo” (ver capítulo 7, “Unión civil y
adopción”, op. cit.).
193
Mariano Fernández Valle

para estos colectivos, que sufren políticas de negación y exterminio –reconoci-


das incluso por la propia Corte Suprema Nacional–.56 a las cuales han resistido
activamente a través de muy diversas estrategias (acciones en el espacio público;
investigación social, producción y transmisión de conocimiento; emprendimien-
tos literarios y artísticos; apuestas cooperativas; etc.) y de una organización polí-
tica que ha colaborado crítica y fuertemente con las dinámicas de visibilidad de
las sexualidades no normativas.57 Así las cosas, los desafíos que aquí se generan
van mucho más allá del “matrimonio igualitario” y sus derivados, aunque sea
necesario por supuesto detenerse en las condiciones de acceso a esos regímenes
y también encontrar aquellos denominadores comunes que permitan abrazar de
una forma más amplia las reivindicaciones de diversas personas maltratadas por
los prejuicios sociales e institucionales. A la par, pueden encontrarse allí nuevos
espacios de acción política,58 con un piso un poco más cercano a la igualdad –ju-
rídica, al menos–. Será tiempo entonces de que se escuchen las también hetero-
géneas voces de otras expresiones/vivencias, frecuentemente subalternas en el
propio campo de los derechos humanos y la diversidad sexual.59

56. La Corte Suprema de Justicia de la Nación reconoció abiertamente que los prejuicios que
sufre la diversidad sexual reconocen “…antecedentes históricos universales con terribles con-
secuencias genocidas, basadas en ideologías racistas y falsas afirmaciones a las que no fue ajeno
nuestro país, como tampoco actuales persecuciones de similar carácter en buena parte del mun-
do, y que han dado lugar a un creciente movimiento mundial de reclamo de derechos que hacen
a la dignidad de la persona y al respeto elemental a la autonomía de la conciencia…” (párrafo
16). Por su parte, respecto de la colectividad travesti-transexual, la Corte admitió que ha sido
victimizada “…de modo gravísimo, a través de malos tratos, apremios, violaciones y agresiones,
e inclusive con homicidios” y que “[c]omo resultado de los prejuicios y la discriminación que les
priva de fuentes de trabajo, tales personas se encuentran prácticamente condenadas a condicio-
nes de marginación, que se agravan en los numerosos casos de pertenencia a los sectores más
desfavorecidos de la población, con consecuencias nefastas para su calidad de vida y su salud,
registrando altas tasas de mortalidad, todo lo cual se encuentra verificado en investigaciones
de campo” (párrafo 17). Ver CSJN, “Asociación Lucha por la Identidad Travesti - Transexual
(ALITT) c/ Inspección General de Justicia”, año 2006. Estos reconocimientos se han quedado
en lo meramente declarativo y a cinco años de dicha decisión, no puede decirse que la situación
general haya variado en demasía.
57. Ver Berkins, Lohana, “Un itinerario político del travestismo”, en Maffia, Diana (comp.),
Sexualidades Migrantes…, op. cit., pp. 127-137. // Mauro ï o Mauro Ï ??//
58. Algunas reflexiones sobre estas materias pueden verse en Cabral, Mauro ï, “Ante la ley”,
publicada en Suplemento Soy, Página/12, el 30/7/2010, disponible online en: http://www.
pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1515-2010-07-30.html [visitado por última vez el
24/10/2010].
59. Con posterioridad a la sanción de la ley de “matrimonio igualitario”, se activaron las discu-
siones sobre leyes de “identidad de género”, a propósito de disímiles proyectos presentados por
194
Después del “matrimonio igualitario”

Finalmente, como corolario, creo que existe un aspecto que tampoco puede
perderse de vista a la hora de analizar obstáculos, desafíos y oportunidades.
Esto es, prestar atención a las especificidades locales. Es claro que mucha de
la información que he utilizado para articular las ideas precedentes, se modi-
fica según el diverso paisaje que arroja nuestro sistema federal; diversidad que
puede apreciarse en las imágenes/representaciones sobre las sexualidades y su
visibilidad; en los regímenes legales vigentes; en las características de la estruc-
tura institucional –administrativa, política y judicial–; en la existencia (o no) de
mecanismos de reclamo, denuncia y protección de derechos; en los recursos
económicos; en las particularidades socio-demográficas y geográficas; en el rol
de actores sociales/políticos conservadores y progresistas; en la influencia de
las jerarquías eclesiásticas (particularmente, la cúpula de la Iglesia Católica); etc.
Así, nuestra organización federal posiblemente marque experiencias disímiles,
muchas de las cuales se reprodujeron a lo largo de los debates sobre la ley de
“matrimonio igualitario”, a través de las experiencias, biografías y sensaciones
de personas, parejas y colectivos LGTBI de diferentes lugares. Nuestro país,
frente a este y otros temas vinculados a derechos fundamentales –típicamente,
aquellos relacionados con derechos sexuales y reproductivos–,60 en la práctica
reconoce tantos sistemas de acceso a derechos como unidades territoriales-
administrativas posee. Los debates previos a la reforma dejaron al descubierto
que las formas que adquiere la discriminación social e institucional [y la resis-
tencia contra ellas] no es la misma a lo largo y ancho del país. En tal sentido,
sin introducirse en todas las salvedades que podrían señalarse, así como en
la revisión de posibles representaciones distorsionadas, 61 es claro que un
análisis que pierda de vista las particularidades de contextos específicos
resultará incompleto y perjudicará con particular énfasis a los colectivos

organizaciones y activistas independientes. Algunas directrices para la interpretación y alcance de


estos derechos se recogen en los Principios sobre la aplicación de la legislación internacional de
derechos humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género – “Principios
de Yogyakarta”–, del 11/2006, disponible online en: http://www.yogyakartaprinciples.org/prin-
ciples_sp.pdf [visitado por última vez el 02/11/2010].
60. Ver, entre otros, Consorcio Nacional de Derechos Reproductivos y Sexuales (CoNDeRS),
Monitoreo social sobre los derechos sexuales y reproductivos en Argentina. Informe Nacional
2009, disponible online en: http://www.conders.org.ar/pdf/InformeNacional2009.pdf [visita-
do por última vez el 24/10/010].
61. Por ejemplo, diferentes voces impugnaron las formas en que fueron estructuradas y difun-
didas las audiencias públicas provinciales realizadas por la Comisión de Legislación General de
cara a la votación del proyecto en el Senado, así como el criterio a través del cual se eligieron los
lugares a visitar. Ver también Hiller, Renata, “Matrimonio igualitario y…”, op. cit., apartado 7.
195
Mariano Fernández Valle

desaventajados.62 Subvertir las normativas sexuales dominantes no es igual (ni


tiene las mismas consecuencias) en cualquier lado.

IV. Conclusiones

En las páginas anteriores, intenté no centrar el análisis en los argumentos ju-


rídicos y en el probado éxito de las estrategias desplegadas, sino correr un poco
el eje hacia los desafíos y oportunidades que alcanzo a imaginar, derribadas las
exclusiones que lamentablemente sólo meses atrás persistían también en las le-
yes. La reforma legal demuestra los avances en cuanto al reconocimiento –ma-
terial e inmaterial– de las diversas existencias que convivimos, no sin tensiones,
en la sociedad. En otras palabras, como fue apuntado por muchos actores, por
los fallos judiciales y por los debates que precedieron a la ley, no sólo se trataba
de acceder a beneficios materiales sino al más amplio derecho a que las perso-
nas seamos tratadas con igual respeto. No obstante, es evidente que aún queda
un largo camino por recorrer en el análisis profundo de las mismas condiciones
de ese respeto y reconocimiento, que pueden llevar por senderos diversos.
A modo de conclusión, volvería tanto al punto III como al punto II de este
trabajo. En el primer caso, para pensar sobre posibles límites asociados con
la reforma legal, su aplicación y el entramado normativo en el cual se inserta,
a efectos de garantizar que no sólo los reconocimientos legales existan sino
que también estén efectivamente disponibles para quienes deseen o necesiten
hacerlos valer. Ese análisis debería reconocer la heterogeneidad que caracteriza
a todas las personas y no subalternar las diferencias existentes hacia el interior
de diferentes colectivos. En estos análisis creo que también están algunos de
los desafíos políticos más profundos de la discusión. El verdadero efecto sim-
bólico ahora está de nuevo a prueba y sería deseable que tenga la capacidad de
reconfigurar sustantivamente las relaciones de poder que han generado una no
despreciable cantidad de sufrimiento.
En el segundo caso, para prestar debida atención a potenciales efectos de
los importantes logros obtenidos, con objeto no de cancelar nuevas discusio-
nes sino de posibilitarlas en mayor medida. Por un lado, la agenda “igualitaria”
todavía requiere demasiados ajustes para honrarse a sí misma –sólo para em-
pezar, adecuada distribución de la riqueza; programas educativos más libres de

62. Sostiene Figari que “[e]l diseño de cualquier política de ampliación de derechos, sexuales o no,
pasa por entender que somos modelos de sociedades donde de manera particular coexisten rasgos
premodernos, regiones con modernizaciones diferenciadas y marcas posmodernas vía globaliza-
ción que pretende ser cada vez más acelerada”. Ver Figari, C., “Política y sexualidad”, op. cit.
196
Después del “matrimonio igualitario”

estereotipos y prejuicios; amplio acceso a información y a derechos sexuales y


reproductivos; aborto legal, seguro, gratuito y efectivamente disponible para
quien lo exija; reconocimiento de identidades diversas; protecciones contra di-
ferentes formas de discriminación y violencia; reducción del control social y
punitivo sobre ciertos grupos sociales; etc.–. Por otro lado, en el terreno más
específico de los arreglos sociales y familiares, como sostiene Butler, “…una
política que incorpore una comprensión crítica es la única que puede seguir afir-
mando que es autorreflexiva y que no es dogmática”.63 En ese sentido, hay que
aprovechar el corrimiento simbólico generado por la discusión de “matrimonio
igualitario” a efectos de habilitar también las más amplias discusiones acerca
de cómo proteger y en qué condiciones a las personas y comunidades para las
cuales el matrimonio no resulte una opción viable, útil o deseada.64 Así como
para muchas personas quedar fuera del importante terreno simbólico delimita-
do por el matrimonio civil ha generado importantes perjuicios –cruciales para
entender cierta dimensión de la exclusión–, algunas entienden que regímenes
de ese tenor implican someterse a normas que se consideran opresivas/costo-
sas/indisponibles/arbitrarias o a la rutina y comercialización de sus relaciones
íntimas,65 y a otras ni siquiera les sirven. Serán posiblemente nuevas demandas
sociales las que obligarán a reflexionar sobre ello de cara al futuro, en tanto
son múltiples y variadas las maneras que las personas (de cualquier orientación
sexual) encuentran para organizar sus hogares, sus familias y sus vidas –y deben
[re]examinarse el tipo de desigualdades y privilegios que pudieran derivarse de
ellas–.66 La familia nuclear tradicional hace rato ha cedido paso a un conjunto
diverso de variantes. El “matrimonio igualitario” no debiera venir a negar esa
diversidad, sino a ser una muestra más de que ella existe y debe ser atendida.
Sin perjuicio de ello, la historia muestra que los marcos del reconocimiento no

63. Ver Butler, Judith, op. cit.


64. Así, diferentes enfoques (las teorías queer, entre ellos) señalan que ciertas políticas asociadas
a la sexualidad –por ejemplo, aquellas centradas únicamente en el matrimonio– conllevan el riesgo
latente de implicar cierta “normalización” y “asimilación”, que impiden una desarticulación más
radical de los condicionamientos que genera la matriz existente, que privilegia ciertas vivencias
sobre otras. Ver reseña en Vaggione, Juan Marco, op. cit., pp. 19-21. Ver también nota al pie Nº 13.
65. Ver, por ejemplo, las apreciaciones de la Corte Constitucional de Sudáfrica, op. cit., párrafo
72 y nota al pie Nº 123.
66. Por ejemplo, personas que han mirado críticamente el tema, si bien reconocen que restringir
el matrimonio a las parejas heterosexuales es una potente forma de discriminación y estigma,
sostienen que combatir esa inequidad requiere pensar más allá de la inclusión de las parejas no
heterosexuales y reconocer que el matrimonio tiene también consecuencias para las personas no
casadas, entre otras. Puede verse Warner, Michael, “Beyond gay marriage”, en Left Legalism/Left
Critique, Brown, Wendy y Halley, Janet (eds.), pp. 259-289.
197
Mariano Fernández Valle

suelen moverse a la misma velocidad que aquello que debe ser reconocido. Las
relaciones de interdependencia –emocional, económica, etc.– que las personas
establecemos, ¿están necesariamente atadas a la sexualidad? ¿Involucran sólo
a dos personas? ¿Se construyen únicamente bajo el mismo techo? ¿Se parecen
en algo a los afiches y a las figuritas de las marchas conservadoras? Sentimos,
deseamos, imaginamos, necesitamos y exigimos de maneras diversas. Hay que
evaluar ahora lo que se tiene, de-construirlo e ir más allá de eso, explorando
alternativas, debatiendo y superando los criterios que han implicado la segrega-
ción de diferentes identidades, no sólo sexuales.67
Finalmente, una discusión más profunda y desafiante es aquella que empie-
ce a reflexionar detenidamente acerca de cómo desligar los derechos básicos
que hacen a la justicia social y a la vida digna en todas sus etapas, de elementos
tales como el estado civil o las formas de unión que elegimos, si así lo hacemos.
Son derechos demasiado importantes como para conectarlos con los criterios
equivocados. Es el hecho de ser personas el que en cualquier lugar, en cualquier
momento y en cualquier circunstancia debiera garantizarnos efectivamente la
posibilidad de gozar de los derechos más básicos.

67. El documento Beyond same-sex marriage. A new strategic vision for all our families & re-
lationships, del 26/07/2006, ofrece diferentes ejemplos para pensar tanto en las diversidades
existentes (personales, familiares, sociales) como en las posibilidades de su reconocimiento
y respeto, de manera tal de acceder a un flexible conjunto de beneficios económicos y op-
ciones, independientemente de factores relacionados con la orientación sexual, la raza, el
género, la identidad de género, la clase o el estatus de ciudadanía. El documento completo y
las adhesiones desde el activismo/academia, pueden verse online en: http://beyondmarriage.
org/BeyondMarriage.pdf [visitado por última vez el 21/10/2010].
198
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