La Mansión de Los Gatos

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El

detective Katayama de la Comisaría Central Metropolitana, viaja junto a su


hermana Harumi a una pequeña ciudad residencial situada a las afueras de
Tokio. Su objetivo es conocer el nuevo apartamento de su colega Ishidzu, un
policía que quiere casarse con Harumi. Una vez en la pequeña ciudad
comprobarán que su expansión es inevitable pues los dueños de la empresa
constructora pretenden absorber los terrenos que ocupa una pequeña aldea
tradicional colindante. Sin embargo, la propietaria de los terrenos, una
misteriosa mujer que vive en una mansión rodeada de gatos, se niega a
venderlos. Cuando, días después, la mujer aparece salvajemente asesinada
junto a varios de sus gatos, los dos detectives deberán resolver el homicidio.
Lo que en principio parecía un asesinato por motivos económicos, pronto
comienza a complicarse, pues a medida que avanzan las investigaciones,
aparecen más cadáveres y todo apunta a que los crímenes están siendo
cometidos por bakeneko, gatos fantasma capaces de tomar forma humana
que están llevando a cabo su sangrienta venganza. ¿Pero de quién y por qué
quieren vengarse los felinos? ¿Se trata en realidad de gatos fantasma o todo
tiene una explicación racional? Así comienza esta nueva entrega de Los
misterios de la gata Holmes, un auténtico fenómeno editorial mezcla de
comedia e intriga que ha vendido millones de ejemplares en Japón y ha
convertido a su personaje, la gata Holmes, en uno de los más populares y
queridos de la ficción nipona.

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Jirō Akagawa

La mansión de los gatos


Los misterios de la gata Holmes - 03

ePub r1.0
Titivillus 31-03-2018

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Jirō Akagawa, 2016

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2

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INTRODUCCIÓN

El autor
acido en el año 1948, Jirō Akagawa es un autor irremisiblemente unido al
N género de las novelas de misterio en su país de origen.
Influenciado intensamente por el manga gracias al impacto que produjo en él la
obra de Osamu Tezuka (considerado padre del manga) y por Las Aventuras de
Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle, empezó a escribir sus propias historias
a una edad muy temprana y se manifestaba constantemente como un joven muy
imaginativo.
Tras graduarse y trabajar varios años primero en una librería y luego en La
Sociedad Japonesa de Ingenieros Mecánicos (日本楼械学会), cuando parecía que
difícilmente escribiría novela alguna, en el año 1975 empezó a trabajar en su faceta
literaria. El año siguiente debutó con la obra: «El tren fantasma» (幽募列兼), que
recibió el galardón All Yomimono al autor novel de novelas de misterio (オール瞭核雄理
火説統人償).
El año 1978 publicaría su best seller, «Las deducciones de Holmes, la gata
calicó» (三手便ホームズの雄理), que lo convirtió en un escritor sumamente popular entre
los lectores, que siguieron esa serie y las muy diversas obras que el autor fue
publicando de forma continua. En ellas, demuestra su talento prolífico para contar las
historias en su mayoría focalizadas en el género del misterio; sea con historias
detectivescas, novela negra o historias con protagonistas corrientes que se enfrentan a
misterios o simplemente los provocan. Todas ellas salpicadas de sentido del humor e
ironía, en las que no faltan elementos escabrosos.
Su debut y la primera novela de Holmes solo sería el principio de una larga
trayectoria en la que con su talento, ha trabajado e innovado el campo del misterio en
toda su amplitud. Talento que se ha visto ampliamente reconocido con el Premio
Kadokawa al Género de la Novela (民川火説賞) por «El réquiem de consagrarse a una
esposa terrible» (兼凄任俸代るレクイエム) (1980), el galardón en reconocimiento a los
logros de toda una vida en la literatura de misterio japonesa (日本ミステリー文学大賞)
(2006) y las diversas nominaciones entre los años 1979-1982, en premios de
renombre como el Galardón del Gremio de Escritores de Misterio Japoneses, (日本稚
理拝索後絵賞) el Premio Naoki y el Premio Eiji Yoshikawa.
Durante más de treinta años de trayectoria ha publicado más de 480 novelas. Dos
de las más populares entre los jóvenes fueron Una voz del cielo (天ガちの声) y
Uniformes de escolares y ametralladoras (七ーゞー腹と後閑徐), que han tenido su
correspondiente adaptación bien a la animación, o bien al cine de imagen real.

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Sin embargo, las obras que han tenido más fama han sido sus once series de
novelas, entre las cuales destacan la de Holmes, la gata calicó (三毛横ホームえ), la de
Las tres hermanas detectives (三妹姉狭偵団), la de La familia Hayakawa (早川ー家).
Asimismo, también ha trabajado en la adaptación de muchas de sus obras al cine,
al mundo de los videojuegos y a la televisión en formato de serie televisiva, que a lo
largo de los años han ido apareciendo de forma casi constante en las diversas cadenas
japonesas.

Sobre Holmes, la gata calicó


Como se ha mencionado ya, la serie de «Holmes, la gata calicó» es una de sus
series de novelas de mayor popularidad, hasta el punto que hasta la fecha ha tenido
adaptaciones en todos los ámbitos; sea televisión, teatro, animación, cómic o
videojuegos.
Sus adaptaciones televisivas se remontan a los años 1989-1991, en los que se
produjo una serie de 3 obras teatrales realizadas para el formato televisivo. Luego
vería aparecer su primera adaptación como serie de televisión entre los años 1996-
1998.
Su adaptación más reciente como serie de televisión se estrenó el año 2012 bajo
el título homónimo de la novela Las deducciones de Holmes, la gata calicó.
Esta última fue emitida por Nihon Terebi y se trata de una adaptación libre de la
novela que compila algunos de los casos más populares del universo de la felina. Pese
a poseer aspectos que difieren respecto a la obra original, conserva la frescura de la
obra y su contraste entre la vertiente cómica y la criminal de los casos con los que se
encuentra el protagonista: un detective de la policía atípico con fobias inconcebibles
y un talante sin el arrojo de los detectives épicos, que han hecho que se gane el apodo
de princesita entre sus compañeros. Además, las situaciones por las que lo hace pasar
el autor tampoco ayudan a dignificar su figura, componiendo así un contraste tan
curioso, como atractivo y fresco, en unas historias cargadas de crímenes y de detalles
siniestros. Y tal como describe el título y se ha indicado anteriormente, la serie la
coprotagoniza Holmes, una gata calicó terriblemente inteligente que va a tener mucho
que ver con la resolución de sus casos.
La serie también tuvo diversas adaptaciones a la animación y luego, durante los
años 2006-2007, al manga o cómic japonés de mano de diversos dibujantes, algunos
muy conocidos en este sector editorial como son Yumiko Igarashi, Hajime Tomita y
Kaoru Ōhashi, entre otros.

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Sobre la presente novela
La novela que les presentamos en esta ocasión, La mansión de los gatos. Los
misterios de la gata Holmes (三毛横ホームえの径訟) es la tercera entrega de la serie
dedicada a la felina detective. Pese a que hasta la fecha esta editorial únicamente ha
publicado el primero de los volúmenes de la colección, este salto no supone un gran
inconveniente, puesto que la serie se rige por el principio de presentar un nuevo caso
por volumen que por lo general no guarda relación con los anteriores. Incluso en su
país de origen, creados por la editorial y por los propios lectores, existen listados
donde se facilitan los títulos más determinantes y/o emblemáticos de la colección que
permiten al lector casual capturar la esencia de las andanzas de sus protagonistas sin
necesidad de tener que leer la totalidad de los numerosos libros que integran la
colección hasta la fecha.
Los únicos factores que podemos calificar como permanentes en esta serie de
novelas son sus dos protagonistas principales: El detective Yoshitarō Katayama de la
Comisaría Central Metropolitana y su gata Holmes que hace las veces de sabueso.
Asimismo, a menudo se ven arropados en las diversas tramas por su círculo
inmediato representado a menudo por su hermana Harumi y por el detective Ishidzu
de la comisaría de Meguro, un barrio de Tōkyō.
Ishidzu es un nuevo personaje al que veremos a lo largo de múltiples pasajes de la
presente novela y al que Akagawa introdujo en La persecución de Holmes, la gata
calicó (三毛横ホームえの追航瓶刷), el segundo volumen de la colección. Se trata de un
joven detective de buen corazón, corpulento, decidido… y como no podía ser de otra
forma, aquejado por una fobia extraña que roza lo ridículo (en su caso, por los gatos).
Un factor interesante de este personaje es el modo en que el autor lo emplea para
interactuar en vis cómica con los hechos que se van desarrollando en la trama y con
Yoshitarō Katayama, su colega de oficio. En muchos instantes vemos a los dos
detectives reproduciendo el humor japonés tradicional de los dashare o juegos de
palabras absurdos y encarnando escenas propias de los clásicos dúos de cómicos de
Osaka. En estos dúos, habitualmente, el espectador encuentra a dos cómicos
representando a un personaje listo y a otro simplón que discuten sobre un asunto o
anécdota trivial. Dicha discusión, en la que hacen uso de una verborrea incesante
cargada de juegos de palabras e ingenio, suele terminar con el simplón poniendo en
evidencia al listo hasta llegar al punto que ya no se sabe cuál de ellos es el más
inteligente o absurdo.
Al margen de esta novedad, el lector encontrará en esta novela una historia que se
ajusta a la perfección a los cánones de Arakawa: una historia ligera ambientada en los
años ochenta con crímenes cruentos, misterios a los que se intenta dar una
explicación, ironía y más felinos que nunca.

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PRÓLOGO
l bajo continuo que tañían las ruedas girando sin cesar, y el ritmo monótono del
E sonido característico que marcaba el cambio de raíles invitaban al sueño antes de
que uno se diera cuenta.
Las ondas de choque, producto del cruce con otro tren que iba en dirección
contraria, agitaron las ventanas y Katayama abrió los ojos de repente. Estirado sobre
la litera, tenía una novela de detectives que había dejado abierta, a medio leer.
—Me he quedado adormilado sin querer… —murmuró. Katayama se dio la
vuelta y se quedó boca arriba en su litera superior, excesivamente estrecha para su
gusto. Vio en su reloj de pulsera que pronto sería la una de la madrugada. Se preguntó
por dónde debían andar. Se había dado cuenta de que habían hecho una parada en
Hiroshima pasadas las once de la noche, pero luego ya… Es posible que hubieran
dejado atrás Okayama.
La litera de arriba temblaba, un hecho que a Katayama no le gustaba lo más
mínimo. Pese a estar cerca de los treinta años y ser un detective de la Primera Sección
de Investigación de la Comisaría Central Metropolitana, era tan delicado que no
podía conciliar el sueño en una litera; algo de lo que uno no podía presumir. No era lo
que se dice un hombre todo terreno, pero es que su naturaleza era así, por ese motivo
él mismo tenía dudas sobre el hecho de ser policía.
—Tendría que intentar dormir… —se dijo a sí mismo.
Apagó la luz que tenía justo al lado de la cabeza e intentó estirar las piernas en
ese espacio tan reducido. ¿Por qué eran tan estrechas? Katayama medía cerca de
metro ochenta, y su rostro y sus ojos de rasgos femeninos parecían haber sido
encajados a lo tonto en un cuerpo largo y delgaducho.
Nada más decidir que ya era hora de dormir, se le quitaron todas las ganas de
hacerlo de golpe. Pero claro, era ponerse a leer un libro y no poder parar de cabecear.
Katayama meneó la cabeza. Es probable que durante la lectura, no le prestara
atención al tembleque y a los sonidos del tren, y precisamente por eso, se quedara
dormido. No obstante, en cuanto se quedaba quieto con los ojos cerrados, todo ese
barullo le ponía de los nervios y acababa con la cabeza despejada.
—¡Mierda! —Encendió la luz y luego abrió con cuidado la cortina que tenía justo
al lado. Parecía que los demás pasajeros seguían durmiendo.
Ya que no podía pegar ojo, se propuso salir al corredor para, al menos, mirar el
paisaje por la ventanilla.
Echó mano de su chaqueta, se levantó de su litera y estiró las piernas hasta
alcanzar esa escalerilla que le parecía poco fiable. Como ya se había estrellado más
de una vez, bajó por ella con cautela. Una vez descendió ileso, se puso los zapatos y
salió al corredor procurando no hacer ruido con sus pisadas.
Las dos literas que había debajo de la suya estaban vacías. De haber sabido que a
mitad del viaje iban a quedar libres, se habría cambiado a alguna de esas.

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—Qué más da. Cuando vuelva a mi apartamento podré dormir tranquilo.
El detective concentró su mirada en lo que veía por la ventanilla, en las tinieblas
de las profundidades de la noche. Ni se podía vislumbrar qué zona era aquella, ni se
veían casas o luces de ciudad alguna. Se puso a caminar distraídamente por el
corredor.
Yoshitarō Katayama estaba regresando de un viaje a Nagasaki por motivos de
trabajo. Lo habían incorporado al equipo del departamento que investigaba el caso
del asesino en serie que había matado a tres personas en Tōkiō. Averiguó que las tres
víctimas eran de Nagasaki. Por lo tanto, había ido allí para comprobar si existía o no
algún vínculo entre ellas.
Sin embargo, arrestaron al asesino nada más encargarle la investigación y se supo
que el hecho de que las tres fueran de esa localidad no era más que una casualidad.
Así que su viaje había sido en balde.
Eso sí, por más que se quejara por su mala suerte, en sus adentros se sentía mucho
más tranquilo.
¿Vérselas con un asesino armado con un cuchillo? ¡Una salvajada como esa no
pegaba con un tipo como él!
Katayama llegó hasta uno de los extremos del vagón y cuando ya había enfilado
el camino de vuelta, vio fugazmente a alguien retirarse hacia la sección de las literas,
que permanecía en la penumbra.
Puesto que tan solo fue un breve instante, no pudo determinar si se trataba de un
hombre o de una mujer, pero le pareció que se había metido justo en su
compartimento.
Aceleró un poco el paso y allí vio a una mujer sentada en la litera inferior dos
niveles por debajo de la suya.
—Buenas noches —dijo ella, y sonrió.
—Mu-mucho gusto… —la saludó Katayama nervioso sin saber muy bien qué
decir—. ¿Acaba de venir ahora?
—Sí.
La mujer tenía alrededor de veinte años, quizá más. Con una constitución bastante
equilibrada, ni muy alta ni excesivamente delgada. Llevaba puesto un vestido azul
marino bastante sobrio que hacía juego con un bolso pequeño que reposaba sobre las
rodillas.
—¿Es esta su litera? —preguntó ella.
—La mía es la de arriba.
La mujer pareció vacilar un poco, pero finalmente miró a Katayama con decisión.
—Si no supone una molestia para usted… —continuó.
—¿En qué puedo ayudarla?
—La mía es esta —dijo señalando la inferior de las tres—. ¿Le importaría que las
intercambiáramos?
—¿Intercambiarlas?

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—Sí. Yo prefiero la más alta.
—Qué curioso, eso no es lo habitual. A la gente suele disgustarle la litera de
arriba y a menudo pide que se la cambien por una más baja, pero no suele darse lo
contrario.
—Es que a mí me gustan los lugares altos —contestó la joven alegremente—.
Hay quien dice que solo a los idiotas y a los gatos les gusta estar en lo alto.
Katayama se dejó llevar y se puso a reír.
—No hay problema. La intercambiaré con usted. Corrijo, soy yo quien prefiere
utilizar la de abajo. Me irá de perlas.
—¡Qué bien! Disculpe las molestias.
—Espere un momento. —Él subió por la escalerilla y ya en la litera de arriba,
agarró su corbata, su libro y demás pertenencias, y lo bajó todo consigo.
—Adelante, ya puede subir —le dijo asintiendo con la cabeza—. ¿Quiere que le
suba el equipaje hasta la litera?
—No llevo equipaje.
—¿Nada de nada?
—Solo este bolso.
—¿Va usted hasta Tōkyō?
—Esa es la idea.
—En fin… buenas noches.
—Disculpe las molestias.
La mujer hizo una leve reverencia con una cortesía impecable, se quitó los
zapatos y subió por la escalera. El detective se quedó contemplando lo ligero que
llegaba a ser su cuerpo. Ella había subido como si estuviera brincando por la escalera
y se posó grácilmente sobre la litera superior.
—¡Caramba! ¡Qué agilidad! —susurró Katayama—. Esa forma de moverse es
más propia de un gato.
Se estiró en la litera inferior y ya más cómodo, pudo relajarse. Ahora sí podría
dormir un rato.
La chica era bastante guapa de un modo distinto a las demás. Más que hermosa,
tenía algo que resultaba encantador y cuando sonreía, aparecían unos hoyuelos en sus
mejillas. Sus ojos eran grandes, y quizá, debido a su juventud, encerraban una gran
luminosidad.
Katayama apagó la luz y decidió dejar de pensar en ella para evitar desvelarse de
nuevo.
Cerró los ojos e intentó dormir un poco, pero una idea se le pasó por la cabeza.
¿Dónde se había subido al tren aquella mujer? En teoría, el convoy iba directo hasta
Osaka sin paradas intermedias.

A la mañana siguiente, Katayama despertó cuando el tren ya había llegado a la

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estación de Toyohashi.
Aunque tenía sueño retrasado, haber logrado dormir tantas horas en la litera de un
tren era todo un logro para él.
Sin duda haber dormido en la litera inferior le había ayudado. Entonces, se acordó
de la chica… y levantó la vista hasta la litera de arriba. Ella ya no estaba allí.
Tampoco sus zapatos. Seguramente ya había despertado y abandonado el
compartimento. Tal vez incluso ya había bajado del tren.
Algo decepcionado, cuando regresaba de lavarse la cara se cruzó con el revisor
del tren.
—Buenos días. —Era un hombre muy dicharachero.
—¿La mujer que había aquí ya ha bajado? —Al preguntarle, al revisor se le
quedó una expresión extraña en la cara.
—¿Aquí? No, usted es el único que viaja en esta sección. Así ha sido desde
Nagasaki. Debe haberse equivocado.
—Qué raro. Apareció ayer en medio de la noche. Era una mujer joven.
—¿A qué hora fue?
—Creo… que a la una.
—Eso es muy raro. A esa hora no hicimos ninguna parada; es imposible que
subieran nuevos pasajeros.
—Pero ella iba en el tren. Me explicó que prefería dormir arriba e intercambió su
litera con la mía.
El revisor sonrió con amargura.
—Entonces sería un polizón.
—¿Un polizón?
—Debió esconderse en el baño y ya entrada la noche vino aquí para dormir. De
haberse quedado en la litera inferior, la hubiéramos descubierto enseguida, así que se
ocultó en la de arriba. Se habrá despertado temprano para desaparecer de nuevo.
¿Que aquella chica tan encantadora se había subido al tren sin pagar? A Katayama
le costaba creérselo. Sin embargo, discutiendo con el revisor no conseguiría nada.
—¿Cómo era esa mujer? —preguntó el hombre. Tras escuchar la descripción no
demasiado detallada que le dio Katayama, remarcó—: Estaremos al tanto. Si
Ferrocarriles Nacionales no consigue reducir sus números rojos, es por culpa de gente
como esa.
—Ya… —Como funcionario público que era, el detective no quería profundizar
demasiado en ese tema.
Cuando fue al vagón comedor para desayunar, Katayama se quedó mirando
involuntariamente a las mujeres con las que se cruzaba y a las que había en otras
mesas.
No creía que aquella chica hubiera subido al tren sin pagar. Una persona que hace
eso no se tomaría la molestia de hablar con otro pasajero. Es más, si lo que quería era
una litera superior, había otros compartimentos libres a los que podía haber recurrido.

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No tenía por qué ir al suyo y pedirle que intercambiaran sus literas. Seguro que era un
error.
El tren llegó a Tōkyō a las once y media tal y como estaba previsto. Cuando se
dirigía hacia la salida del tren con su bolsa de viaje en la mano se encontró al revisor
de nuevo.
—Muchas gracias por todo.
—Por cierto, respecto al polizón del que hablamos antes…
—¿La han encontrado? —preguntó el detective.
—No. Supongo que ella habrá estado alerta —dijo meneando la cabeza—. Quizá
se haya bajado en Nagoya.
—Seguramente. Si me disculpa…
—Sin embargo, sí que nos hemos encontrado a otro polizón.
—¿Otro?
—Sí, pero tampoco hemos podido atraparlo. Se trataba de una gata.
—Una gata, ¿dice?
—Sí, una gata blanca. Iría oculta debajo de algún asiento.
De improviso; Katayama recordó cómo la agilidad de aquella mujer había hecho
que la asociara con un gato la noche anterior. Entonces, ¿ella era un bakeneko[1]?
¡Imposible!
Agitó la cabeza negando esa mera idea y bajó del tren. Puesto que su hermana
Harumi le dijo que vendría a buscarle a la estación, ojeó todo el andén. Su mirada se
quedó fija en un punto.
Entre la gente que se dirigía en torrente hacia las escaleras, le pareció ver a
alguien de espaldas con el vestido azul marino que llevaba la joven de la noche
anterior. No tenía la menor duda de que se trataba de ella apareciendo y
desapareciendo entre la multitud.
Justo cuando la estaba mirando fijamente, de repente, le dieron un toque en los
hombros y se dio la vuelta sobresaltado.
—Bienvenido, hermano. —Harumi estaba de pie ante él—. ¿Qué ocurre? ¿Por
qué llevas esa cara de desconcierto? ¿Te has olvidado de tu hermana pequeña?
—No… Es por la gata.
—¿Qué?
—¿Tú crees que las gatas pueden ponerse un vestido azul marino? —le preguntó
Katayama con toda seriedad.

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PRIMER CAPÍTULO

LA GATA BLANCA

I
eguro que era esta estación? —inquirió Katayama mirando lo que había
—¿ S frente a ellos nada más dejar atrás los tornos de la salida.
Harumi volvió a consultar la nota que llevaba.
—Sí, creo que no ha habido ningún error —asintió ella sin demasiada convicción.
—¿Y no será la nota la que está mal?
—No creo. Es imposible indicar mal la estación que hay junto a tu propia casa.
—Ishidzu es muy capaz de hacerlo.
—No seas así… —lo recriminó su hermana como si estuviera enfadada, pero sus
ojos airados se estaban riendo—. Cuidado, que hablar mal de él te puede pasar
factura.
—¿De qué estás hablando?
—Ahora no te hagas el tonto. A ti lo que te pasa es que no te ha hecho gracia que
Ishidzu se haya mudado a un apartamento más grande.
Katayama se encogió de hombros.
—Me importa un pimiento que se mude a un apartamento de cuarenta metros
cuadrados o al mismísimo palacio de Versalles, él sabrá. Pero es de locos querer
pagar un alquiler tan caro estando soltero. ¡Es obvio que con esto quiere insinuar que
pretende casarse contigo!
—¿Lo ves? No te ha hecho ninguna gracia.
—Oye, que no soy un viejo cascarrabias. Pero…
—Pero cásate con quien quieras menos con un policía, ¿no? Tranquilo. Por ahora
no tengo la intención de atarme a nadie.
—Tampoco quiero obligarte a que hagas esto o aquello… —repuso su hermano
sonriendo aparentemente más tranquilo, y con esa misma expresión, fue mirando a su
alrededor—. ¿Dónde estará ese complejo de apartamentos?
—No tengo ni idea.
Harumi había aceptado la insistente invitación de Ishidzu, un joven detective de la
comisaría de Meguro que estaba loco por ella. Pensó que quizá habían llegado
demasiado pronto puesto que Ishidzu aún no había venido a recogerlos.
Según sus palabras, se trataba de un barrio moderno situado en las afueras, un
conjunto de edificios construidos en una inmensa zona verde en Nishitama[2].
Aunque desde la estación no se veía ni rastro de los edificios de la denominada

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ciudad residencial New Town.
Frente a la estación había un bosque y una colina propios de una ruta de
excursionismo con tan solo una espaciosa carretera. Sin embargo, para unos ojos
acostumbrados a los embotellamientos de la hora punta de la ciudad, el número de
vehículos que pasaba por ella hacía que pareciera desierta; uno se llevaba una
impresión triste y solitaria del lugar.
—El aire está superlimpio, ¿no te parece? —Harumi inspiró hondo—. Aún no
está contaminado.
—Está tan limpio que hasta me duele la garganta. —Katayama carraspeó—.
Normal teniendo en cuenta que estoy acostumbrado a los gases de los tubos de
escape.
—Pobre urbanita, de verdad.
—Ya es la una. ¿Ishidzu te ha dicho que vendría a buscarnos?
—Sí. Conociéndole no hay duda de que lo hará… ¿No será el de ese coche? —
concretó ella mirando a lo lejos. Un deportivo rojo japonés se acercaba raudo por la
carretera que recorría la colina.
—Jajaja. Tendrías que hacerte revisar la vista. Si ese te parece el pedazo de
chatarra de Ishidzu, es que la tienes fatal.
—Anda ya. Él me ha dicho que había cambiado de coche.
—Por mucho que haya cambiado de coche no creo que… —Antes de que
terminara la frase, ese deportivo rojo se aproximó a la estación y se detuvo justo
delante del lugar donde estaban esperando los dos.
—Perdonad que haya llegado tarde —se disculpó Ishidzu desde el asiento del
conductor con una sonrisa afable.
—¿Lo ves? ¡Lo sabía! —exclamó ella.
—Tienes un coche muy llamativo —le dijo Katayama atónito—. ¿Cuando te
despidan del cuerpo de policía piensas pedir trabajo en los bomberos?
—No. Puesto que Harumi tiene que ir en él, pensé que tenía que ser un coche que
estuviera a su altura.
—Ya, es maravilloso. Vamos.
—Claro. Sube… al asiento de atrás…
—Hermano, ponte atrás. Yo me sentaré en el asiento del acompañante.
Katayama hizo lo que se le decía y tomó asiento detrás, pero en sus adentros
aquello no le hacía puñetera gracia.
—¿Ha pasado algo? ¿Dónde está… Holmes? —preguntó Ishidzu.
—No te preocupes, la hemos dejado en casa.
—De acuerdo. —Saber aquello le permitió arrancar el coche sin preocupaciones.
Por más que fuera un grandullón, el hombre tenía una fobia atroz a los gatos.
—¿Tardaremos mucho en llegar?
—No. Unos cinco, seis minutos.
—¿Dónde está el complejo de apartamentos? Aquí no veo ninguno —intervino

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Katayama.
—Ahora mismo podrás verlo. Las proximidades de la estación aún no se han
explotado urbanísticamente.
El detective dirigió la mirada hacia el paisaje que veía por la ventanilla del coche.
La carretera desembocó en algo que parecía el valle de la colina. Se dio cuenta de que
a gran distancia de la carretera, al fondo de una arboleda, había varias casas vetustas.
—¿Hay casas en un lugar tan desangelado?
—¿Eh? ¿Allí? Hay una pequeña aldea.
—¿Una aldea?
—Sí. No la conozco bien, está medio despoblada debido al desarrollo del valle.
Aparte de aquellas, hay diversas fincas privadas y terrenos de cultivo que fueron
vendidos en conjunto como suelo urbanizable para construir complejos de
apartamentos.
—¿Vive gente allí?
—Por supuesto que sí.
Cuando Katayama miró de nuevo por la ventanilla, las casas ya habían quedado
ocultas detrás la masa arbórea, y volvió a acomodarse en su asiento. Sin embargo, fue
incapaz de apartar la vista de aquella dirección durante un buen rato. Aquella aldea
debía tener algún destino u origen únicos. Bajos los cálidos rayos del sol primaveral,
aquellos árboles eran realmente preciosos y sin embargo, ese rincón en concreto tenía
algo tenebroso; parecía hundido en un lugar al que ni siquiera llegaban los rayos de la
luz.
—¡Un gato! —exclamó Harumi.
Con un frenazo y un volantazo súbito, el coche despidió un sonido parecido a un
grito lastimero al tiempo que salió volando de la carretera y rebotó con fuerza sobre
la maleza como si estuviera saltando sobre un trampolín.
Esta vez ella chilló de verdad. Su hermano salió despedido de su asiento hacia
arriba, y debido a la poca altura del techo del vehículo, se golpeó en toda la coronilla
desplazándose contra su asiento. En ese mismo momento, el coche se detuvo.
Todo quedó en silencio.
—Harumi, ¿estás bien? —le preguntó Ishidzu a la joven.
—S-sí… —asintió ella con el rostro pálido—. Estoy bien. Parece que sigo viva.
—¡Qué alegría! Mientras tú estés sana y salva…
Katayama por fin se levantó de su asiento y bramó furioso:
—¿Y yo qué? ¿Es que te da igual lo que me ocurra a mí?
Nervioso, su colega se giró hacia él:
—¡Ah, es verdad! ¡Que tú también estabas aquí! ¿Te encuentras bien?
—¡Que eres policía! —El detective de la Central lo miró con enojo—. ¿Cómo se
te ocurre conducir como un loco?
—No he tenido otro remedio.
—Es que un gato blanco se ha abalanzado sobre el coche de repente —intervino

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Harumi para tenderle un cabo.
—¿Un gato?
—Sí. Si hubiera seguido, lo habría atropellado.

El coche había quedado en buen estado, de modo que Ishidzu dio marcha atrás
para volver a la carretera y esta vez siguió su camino reduciendo notablemente la
velocidad.
—¿Aquí hay muchos gatos? —preguntó la joven. El detective de Meguro negó
con la cabeza.
—En el complejo de apartamentos no se pueden tener ni perros, ni gatos, así que
debe ser un gato de aquella aldea.
—Claro. Seguro que tiene amo. Tenía el pelaje blanquísimo.
—La gente dice que si un gato negro se te atraviesa, te sucederá algo bueno[3]; ¿si
lo hace uno blanco significa que pasará algo malo? —se planteó Katayama
masajeándose la cabeza, aún dolorida—. Ahora que caigo, un gato blanco…
—¿De qué hablas? —Harumi se giró hacia su hermano.
—Me refiero a la mujer que me encontré en el vagón litera el otro día.
—Ah, es verdad. Me dijiste que después de aquello apareció en el tren una gata
blanca —recordó ella alegremente—. ¿No habrá regresado porque se ha encariñado
contigo?
—Ni lo mentes. No me alegraría lo más mínimo que un hakeneko se sintiera
atraído por mí. Además, yo no he visto a ese bicho.
—Parad de hablar de gatos fantasma, por favor —les suplicó Ishidzu con el rostro
blanco como el papel—. Me estáis dando escalofríos.
—Ay, perdona. —La joven miró al frente—. ¿Queda mucho?
—No. Está al otro lado de esa curva.
El deportivo alcanzó la carretera, que se iba estrechando a medida que subía por
la pendiente, y recorrió una gran curva a una velocidad bajísima impropia de un
vehículo como aquel.
—Caray…
—Pero si esto es…
Los dos hermanos se pronunciaron a la vez. Se diría que aquello apareció por arte
de magia. El complejo de apartamentos se extendía hasta allí donde les llegaba la
vista y antes de que se dieran cuenta, ya iban circulando por su mismo centro.
Propiamente dicho, era igual que si uno fuera por un camino de montaña y nada más
torcer por un rincón, se encontrara de pronto en el complejo de rascacielos de
Marunouchi[4].
—Había oído algunos rumores, pero es realmente extraordinario. Parece que nos
hayan arrojado dentro de una pantalla —afirmó Harumi mientras miraba con
curiosidad los grandes edificios que había alineados a su alrededor.

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A causa de su oficio, Katayama ya había visitado esa clase de barrios
residenciales. Los del centro de la ciudad eran más bien grandes edificios tan
apelotonados que parecían piezas listas para ejecutar un efecto dominó. En cambio,
aquí había edificios de diversas formas y colores, numerosos espacios abiertos, y
daba la clara sensación de que uno podía moverse con toda libertad.
—Como veis, es bastante más amplio que los edificios del centro —les explicó
Ishidzu igual que lo haría un vendedor de pisos.
—Es cierto. Y también hay muchos espacios verdes. —Ella parecía notoriamente
impresionada.
—En efecto. Asimismo, hay parques repartidos aquí y allá. Es un buen lugar para
criar a los niños —recalcó dicharachero Ishidzu. Se diría que lo había construido él
personalmente.
—Qué tonterías dices. Si tú eres soltero —alegó Katayama echándole un cubo de
agua fría.
Sin duda, aquella era una indirecta descarada con la que su colega pretendía pedir
la mano de su hermana. Katayama no se dio por aludido.
Ishidzu detuvo el deportivo delante de un gran edificio inteligente de once plantas
pintado del color de los brotes jóvenes de la hierba.
—Es aquí, adelante.
—Es un edificio bastante moderno —dijo admirada Harumi mirando a lo alto.
—¿A que sí? Hay muchas parejas de recién casados.
Katayama volvió a sonreír con acritud ante las palabras de su colega.

Además de estar en un edificio de reciente construcción, para tener unos cuarenta


metros cuadrados[5], el apartamento resultaba bastante confortable, amplio y por su
balcón entraba un potente haz de luz.
—Qué agradable es. El viento sopla con fuerza, pero tiene mucha luz además de
unas vistas extraordinarias. —Harumi había salido al balcón y estaba mirando hacia
abajo. El apartamento de Ishidzu estaba en el último piso, el undécimo.
Al oírla, el detective de Meguro adoptó el aire de un agente inmobiliario.
Katayama echó un vistazo por el piso algo alucinado:
—Oye, esto está por encima de tus posibilidades.
—En absoluto. Ahora os prepararé un té, tomad asiento en el sofá.
—Ya lo prepararé yo. Quiero probar esa cocina tan moderna —dijo la chica.
El anfitrión sonreía de oreja a oreja. Por su parte, el detective de la Central miró a
los ojos a su hermana, frunció el ceño con dureza e hizo una mueca con la intención
de transmitirle que no hiciera nada que lo animara demasiado.
—¿Qué ocurre? ¿Tienes dolor de cabeza? —le preguntó ella estupefacta.
Su hermano apoyó la cabeza sobre una de sus manos y se acomodó en el sofá con
arrogancia.

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—Me sorprende que hayas podido alquilar este apartamento tan amplio tú solo —
apuntó ella mientras colocaba las tazas de té—. El alquiler debe ser bastante caro.
—Bueno, no es precisamente barato. Pero si uno quiere casarse, necesita un piso
como este.
—Qué prudente que eres —dijo Katayama haciéndose el loco—. ¿Y bien?
¿Tienes alguna novia en particular?
—Eh, sí… Más o menos… Lo que es tenerla, tengo una, pero no hay nada
seguro.
—Eso está muy bien. No hay por qué ir con prisas. Piénsatelo bien y decídelo
cuando ya lleves un tiempo saliendo con ella.
—¡Yo-yo pienso lo mismo! —concedió Ishidzu algo más calmado.
—¿Mantienes bien limpio el piso?
—Sí. Mi intención es limpiarlo a fondo dos o tres veces al mes.
—No sé si será suficiente, esto es demasiado amplio para una sola persona.
—Lo cierto es que no los conceden a menos que vayan a vivir dos personas en él.
—¿Sí? ¿Entonces qué hiciste para solicitarlo?
—Ah… Bastó con presentarles un certificado de compromiso. Luego solo había
que escribir el nombre de la prometida.
—¡Eso es hacer trampa!
—Quizá sí…
—Pero cómo se te ocurre. Eres policía. No puedes hacer estas cosas —le
recriminó Katayama con cara de desagrado.
—¿Qué tiene de malo? Solo es un atajo para vivir bien, ¿verdad? —intervino ella
para calmar a su hermano. Acto seguido miró a Ishidzu—. ¿Y bien? ¿Qué pasó con el
nombre de la prometida? ¿Te inventaste uno falso?
—Esto… Puse el primer nombre que me vino a la cabeza. Fue… sin querer… mi
mano lo escribió sola.
En vista de cómo estaba balbuceando el hombre, el detective de la Central fue
adoptando una expresión cada vez más dura.
—¡Un momento! ¡No me digas que pusiste el nombre de Harumi!
—¿Harumi Katayama? Ahora que lo pienso, creo que era ese…
La joven detuvo a su hermano con nerviosismo, puesto que este se había
levantado de golpe.
—¡Hermano! No me está cargando el pago de un préstamo, así que no es tan
grave. —Entonces, ella se dirigió a Ishidzu—: Aunque a mi hermano no tenías por
qué contárselo, a mí sí que tendrías que habérmelo dicho.
—Lo siento. —El grandullón estaba cubierto por un sudor frío.
Katayama volvió al sofá de malas pulgas. ¡¿Cómo osaba ignorarle de ese modo?!
Hacía años que habían perdido a su madre y a su padre, el llamado Detective
Demonio que había muerto en acto de servicio. Solo por el hecho de que ambos
estaban viviendo juntos, él no solo era un hermano mayor para Harumi, sino que

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también tenía las responsabilidades de su padre.
Este grandullón no era un mal tipo. Si bien carecía de la más mínima delicadeza,
era un hombre resuelto y cariñoso con su hermana. No obstante, le molestaba que
fuera un detective de la policía… Él prefería que su hermana se casara con quien
fuera, pero no con alguien con su mismo oficio.
—Oigo una sirena —advirtió Harumi.
Katayama afinó el oído.
—Es un coche patrulla. ¿Qué habrá sucedido? —dijo levantándose.
—Parece que se esté acercando a esta zona.
—Vayamos a echar un vistazo. —Ishidzu se puso en pie y salió al balcón.
—¿Qué ves? —preguntó su colega al tiempo que se aproximaba a la puerta de
cristal por la que se accedía al balcón.
—Parece que ha sucedido algo. Hay una aglomeración de gente… Ah, ha llegado
una ambulancia.
—Vamos a ver.
Harumi hizo una mueca.
—No, por favor. Si ahora no estáis de servicio —protestó. Pero al ver que los dos
hombres ya habían ido directos al recibidor, se dio por vencida y se levantó ella
también. «Por más que mi hermano proteste cada dos por tres, está claro que tiene
cualidades para ser un buen detective», se dijo sonriendo con amargura.
Una vez bajaron hasta el primer piso por el ascensor, los tres con su anfitrión a la
cabeza fueron a toda prisa hasta el parque donde se habían detenido el coche patrulla
y la ambulancia.
A diferencia de los parques de las grandes urbes, donde solo hay toboganes y
arenales, allí había un gran estanque rodeado por un paseo con praderas y arboledas;
era un parque con una gran superficie verde.
Si no fuera por los grandes edificios del complejo de apartamentos que se veían a
su alrededor, uno podría llevarse la impresión equivocada de que ese era un parque
célebre de algún lugar.
—Conozco al agente del puesto de guardia de la policía[6]. Vamos a preguntarle
qué ha sucedido —propuso Ishidzu—. ¡Hey! ¡Hayashida!
El hombre que se giró era un agente de policía de unos veinticinco años.
—¡Oh! Menuda sorpresa —saludó el agente haciendo una reverencia.
—¿Ha sucedido algo? Hemos venido porque hemos oído las sirenas.
—Un niño ha caído en el estanque.
—¿Ha caído? ¿Lo habéis encontrado?
—Sí. La unidad de la ambulancia le está tratando de reanimar. Aún no sabemos
cuál es su estado.
—Como las vallas que rodean este estanque son tan bajas… —Nada más oírle, el
agente Hayashida negó con la cabeza.
—No ha sido un accidente.

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—¿Cómo que no lo ha sido?
—Alguien ha arrojado al niño al agua.
—¡Eso es imperdonable!
—¿Lo ha visto alguien? —preguntó Katayama, que estaba al lado de ambos
escuchando.
Dado que Ishidzu presentó a su colega como a un detective veterano de la primera
sección de investigación de la Comisaría Central Metropolitana, el agente volvió a
saludar con una reverencia.
—¿Y bien? ¿Tenéis algún testigo? —preguntó Katayama.
—No, no lo tenemos.
—¿Cómo sabéis que lo han arrojado al agua?
—Porque el asaltante ha llamado a la policía.
—¿El asaltante?
—Sí. Se ha recibido una llamada en la que decía que acababa de arrojar a un niño
al estanque del parque del norte.
—¡Qué horror! Seguro que es un loco —exclamó Harumi instintivamente. Tras lo
cual, el detective de Meguro repitió el protocolo de las presentaciones y Hayashida
saludó con una reverencia por tercera vez consecutiva.
—No sé yo. Si fuera un loco se habría quedado de brazos cruzados, ¿no te
parece? ¿Se molestaría en informar a la policía? —argumentó Katayama frente a
aquella afirmación—. Aunque bueno, con un tipo que busca ese protagonismo no se
podría descartar esa idea. Supongo que no tenéis ninguna pista del asaltante.
—Por lo visto era una voz que murmuraba entre dientes en voz baja.
—¿Y eso ayudará en algo?
—No lo tengo muy claro… porque hemos tardado bastante en encontrar al niño
—respondió el agente al tiempo que observaba a la multitud que había en el borde del
estanque.
—¿Por qué? ¿Acaso no sabíais que se refería a este parque?
—El asaltante únicamente mencionó el parque del norte. Este es el Parque Norte
Izumigaoka, pero en New Town hay tres parques que se hacen llamar Parque Norte.
Katayama miró la placa que había en la entrada de aquella área verde y allí
aparecía indicado el nombre Parque Norte Izumigaoka.
—Comprendo. El asaltante únicamente leyó una parte de la placa.
—En ese caso, no es una persona de este complejo de apartamentos.
—Supongo que no —asintió Katayama dándose aires de detective famoso.
En ese momento, la multitud que había en el borde del estanque exclamó y un
miembro de la unidad de la ambulancia vestido con una bata blanca trajo una camilla.
A continuación se aproximó la que debía ser la madre del niño, aparentemente
trastornada.
—¡Se ha salvado! ¡Es un milagro! —exclamó el personal sanitario dando un
suspiro de alivio.

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Mientras Hayashida ayudaba a meter la camilla en la ambulancia, los dos
detectives se retiraron un poco y se quedaron observando la escena.
—Oye, para nosotros esto quizá sea habitual, pero realmente, aquí se ha cometido
un delito.
—Cierto. Pero si no hubiera delitos, nosotros no tendríamos trabajo.
—Mira que llegas a ser impertinente —le censuró Katayama. Entonces se dio la
vuelta—. ¿Eh? ¿Y Harumi?
—No está. Qué raro. Si estaba aquí al lado hasta ahora… —refirió Ishidzu
mirando a lado y lado sin cesar.
—¿Adónde habrá ido? —susurró su hermano para sí mismo.

II
—Ha sido él. No hay duda de que ha sido obra suya. —Aquella voz provenía
justo de detrás de ella. Harumi estaba un par de metros por detrás de la posición de
Katayama e Ishidzu y entonces la escuchó.
Al darse la vuelta vio a un anciano de unos sesenta años vestido con un cárdigan,
unos pantalones muy viejos y unas sandalias, que se marchaba con los brazos
cruzados.
—¿Quién será? —se preguntó ella. Debía ser un vecino de la zona, pero la
intrigaba aquel «ha sido obra suya». ¿Qué significaba aquello? Probablemente aquel
hombre sospechaba quien era el autor de lo sucedido. Pero si era así, ¿cómo era
posible que no lo hubiera denunciado a la policía?
Lo dudó un instante, pero enseguida se decidió a seguir a aquel anciano. Aquella
fue una acción completamente impulsiva y ni tan siquiera se había planteado con qué
objetivo iba tras él. Sin embargo, tal vez por la influencia que habían ejercido sobre
ella su gata Holmes y su hermano mayor, actuó así por inercia.
El hombre salió del parque inmerso en sus pensamientos, recorrió una callejuela
que había entre dos de los edificios y se metió en uno de cinco pisos. No había
ascensor. Harumi se fijó en que él empezó a subir por las escaleras con una leve
cojera. Seguramente padecía o bien neuralgia, o bien reuma.
Ella también fue subiendo lentamente tras él, pero dado que oyó cómo hablaba
con alguien, detuvo sus pasos.
—¿Ha sido el de la familia Hayama? —preguntó una voz de mujer joven.
—Así es. De aquella. ¿Cómo se llamaba el crío…? —inquirió el anciano con
impaciencia.
—Es el pequeño Hide, ¿recuerdas?
—Ah, sí. Era él.
—¿Se ha salvado?

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—Sí, por los pelos.
—Qué alivio.
—Pero no sé si el siguiente lo hará. Si no hacemos algo ahora que estamos a
tiempo…
—Padre, no hace falta que pienses en estas cosas. ¿No tenemos a la policía para
eso?
—¡¿Qué policía?! ¡Hoy en día ya no se puede confiar en ellos! —prorrumpió el
anciano colérico—. ¡Cuando más los necesitas, más inútiles demuestran ser!
—Pero padre, tú tampoco puedes hacer nada para solucionarlo. ¿O acaso puedes?
—lo reprendió su hija con un tono un poco severo.
—Lo sé. Pero es que con este ya van tres.
—Ya. Entiendo tu preocupación, pero escucha… por ahora vuelve a casa.
Exhortado por la joven, el anciano acabó de subir las escaleras, abrió la puerta
que había a su izquierda y la cerró.
Harumi silenció sus pasos al tiempo que iba subiendo las escaleras y se plantó
frente a esa puerta. Su letrero indicaba «206 — UENO».

En cuanto volvió al parque, Katayama le echó la bronca:


—¿Adónde te habías ido? ¡Estábamos preocupados por ti!
—Tranquilo, que no soy ninguna cría. No hace falta que te preocupes tanto.
—¿Cómo puedes ser tan irresponsable?
Ishidzu, que estaba un poco lejos, vino corriendo hacia ellos.
—¡Harumi! Te estábamos buscando. No debiste marcharte sin nosotros.
—Perdonadme, por favor.
—¿Adónde diablos has ido?
—Es que había algo un poco raro.
—¿Algo raro?
Harumi les narró lo que había dicho aquel anciano al que había seguido.
—¿Qué querría decir con que ya han sido tres? ¿Esto ha sucedido dos veces más?
En el momento que Katayama lo preguntaba, Ishidzu ladeaba la cabeza
asombrado:
—Ni idea. Ahora no recuerdo ningún otro. ¿Qué os parece si le preguntamos a
Hayashida?
—Hagámoslo. Si ella no lo ha entendido mal, ese abuelo llamado Ueno sospecha
quién podría ser el autor de los hechos.
Los tres caminaron un poco y fueron hacia el puesto de guardia situado en una
esquina donde había un supermercado y varias tiendas alineadas.
El agente estaba escuchando lo que le explicaba una mujer del vecindario, pero
nada más verlos a los tres, la informó de que se pondría en contacto con ella a lo
largo del día y cortó la conversación que mantenían.

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—Perdona que os hayamos interrumpido —se disculpó Katayama al tiempo que
observaba a la mujer que había frente a él de espaldas, vestida con unos pantalones
ajustados tipo sport.
—Tranquilos, se trata de una queja muy común. Me ha pedido que intervenga
porque sus vecinos de arriba tienen pájaros y siempre acaba con la colada sucia por
culpa de la caca de las aves.
—Pero un problema como ese se podría solucionar simplemente hablando con los
vecinos de ese apartamento, ¿no? —sugirió Harumi extrañada.
—Contrariamente a lo que uno pensaría, ahora no existe demasiado trato entre los
vecinos. Pese a haberse mudado aquí hace un año, aún no los conoce —explicó
Hayashida sonriendo con amargura—. ¿Qué queríais comentarme?
—Pues verás, en realidad… —Ishidzu le repitió lo que les había contado la
hermana de Katayama.
—Eso es formidable… A lo mejor nos podría dar alguna pista.
—Ha dicho que con esta ya iban tres. ¿Ha sucedido lo mismo dos veces en el
pasado?
—No. No ha sucedido nada igual.
—Pero ese hombre mayor ha dicho bien claro que con esta vez ya iban tres.
Hayashida se quedó pensando un rato…
—¡Ah! ¿No querrá decir…?
—¿Qué?
—No nada. Si hablamos puramente de accidentes, sucedió algo parecido en dos
ocasiones. ¿Se referirá a eso?
—¿Fueron accidentes?
—Sí. La primera vez, en el edificio de once pisos, el ascensor se quedó bloqueado
a medio recorrido con un niño encerrado dentro. Vino un coche de bomberos y una
ambulancia y se organizó un buen revuelo.
—¿Pero entonces lo rescataron?
—Sí, por supuesto. El otro incidente fue que un niño se cayó en un agujero de una
zona en obras y tardaron más de medio día en encontrarlo. Aparte de unos pocos
rasguños, estaba sano y salvo. Aunque claro, era un agujero de dos metros y medio de
profundidad. De haber llovido se podría haber acumulado agua en su interior con el
peligro que eso supone.
Katayama quiso intervenir.
—¿Seguro que fueron accidentes? Por ejemplo: ¿nadie manipuló el ascensor?
—Ni siquiera pensamos en esa posibilidad. Para empezar, este es un complejo de
apartamentos en toda regla. Aquí se producen averías de ascensor a menudo. No creo
que se investigara en profundidad.
—En cierto sentido, resulta lógico. ¿Y en el caso del niño que se cayó en el
agujero?

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—Era un niño de año y medio. No pudimos hablar con él para que nos explicara
por qué se cayó allí.
—En ese caso, ¿ambos pueden atribuirse a errores humanos?
—Así es. Vamos a preguntarle a ese anciano. ¿En qué apartamento vivía?
—En el de los Ueno. El edificio es el 3-2-5 —concretó Harumi.
—¿El señor Ueno de la 206? —preguntó Hayashida sorprendido.
—Sí, ¿lo conoce?
—Sí… Conozco bien a esa familia —afirmó el agente extrañamente turbado.
—¿Ocurre algo con ese anciano?
—No, es un exdetective de la policía —denegó él tras menear la cabeza.
—¿Un detective?
—Sí. Se retiró y ahora vive con su hija, pero era muy competente.
—Hm… Quizá debería tomar en consideración las palabras de un referente como
él.
—Tiene razón. Iré a preguntarle su parecer. Muchísimas gracias por la ayuda
que…
Antes de que terminara de hablar, una mujer joven apareció y lo llamó por su
apellido. Esta se inquietó un poco cuando se percató de la presencia de Katayama y
compañía, y se disculpó. Debía tener unos veintidós, veintitrés años. Era una belleza
grácil y gentil de un estilo muy japonés.
—Kinuko… —Hayashida estaba nervioso—. Es que…
De improviso, Harumi no pudo contenerse:
—Es ella.
—¿Cómo? —Katayama estaba atónito.
—Algo me decía que era la voz que he escuchado antes. Tú eres la hija de Ueno,
¿verdad?
—Sí, también me llamo Ueno… —reconoció estupefacta.
A continuación, ella y el agente se miraron.
—En realidad… esta chica es… amiga mía —confesó Hayashida tras aclararse la
garganta.
Nada más ver cómo se sonrojaba el agente, comprendieron que no era solo una
amiga. Kinuko Ueno se quedó parpadeando dando toda la impresión de no saber muy
bien lo que estaba pasando allí.

—Ahora lo entiendo —respondió la recién llegada asintiendo una vez que el


agente se lo explicó todo—. Lo cierto es que yo también he venido porque quería
consultarte ese asunto.
—Continúa, por favor. Son policías.
—Mi padre era un detective muy experimentado. —Fue explicando Kinuko
mirando también hacia donde estaba Katayama—. Pero a estas alturas… su neurosis

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se está agravando y ha perdido gran parte de la vitalidad que poseía. Lo que pasa es
que —en ese punto, no parecía segura de si debía hablar o no— últimamente está un
poco raro. Tras enterarse de que esos niños habían sufrido esos accidentes aislados en
un breve espacio de tiempo, empezó a decir que habían sido provocados.
—¿Por algún motivo en concreto? —le preguntó Katayama.
—No, solo por su instinto. Pero mi padre siempre ha tenido un lema: «Yo he
encontrado criminales durante años apoyándome en este instinto. Mi instinto nunca
se equivoca».
—Veo que es un policía a la vieja usanza.
—Sí. Le tengo dicho que está lanzando acusaciones sin pruebas y que si eso
llegara a oídos de cierta gente, se toparía con muchísimos problemas. Pero él no me
hace caso y sigue insistiendo en que sabe quién es ese desaprensivo.
—¿Quién dice su padre que es el autor de los hechos?
—Pues… —Kinuko vaciló.
—Esta conversación quedará entre nosotros. No se preocupe y díganoslo —la
apremió Katayama.
—Sí… El hijo de la familia que vive en la mansión de los gatos.
—¿La mansión de los gatos? —Katayama y Harumi se miraron el uno al otro
instintivamente.
—Está en el área donde ese gato se ha abalanzado sobre nuestro coche. Es la casa
más grande que hay en aquella aldea —intervino Ishidzu.
—¿Y por qué la denominan «La mansión de los gatos»?
—Porque la mujer que vive allí tiene más de veinte gatos —especificó Hayashida
—. Dado que está en el distrito que tengo bajo mi jurisdicción, voy por allí de vez en
cuando y aquello está plagado de pelos.
—Y el hijo en cuestión…
—La suya es una familia de terratenientes que posee todos los terrenos que ocupa
esa aldea. Su madre se llama Tsuneyo Ishizawa. Ahora viven en la mansión de la
actual propietaria, su hijo Tetsuo Ishizawa y la esposa de este último. Tetsuo es una
persona problemática. Nunca ha tenido un trabajo serio y siempre se ha dedicado a
vivir de las rentas sin dar palo al agua, por lo cual se pasa todo el tiempo de juerga.
Incluso provocó un incidente que le causó lesiones a una persona. Tengo entendido
que estuvo un tiempo metido en una banda violenta.
—Así pues, tiene sentido que recaigan sospechas sobre él —asintió Katayama.
—Y eso no es todo —remarcó Kinuko.
—¿Hay algo más?
—Mi padre detesta los gatos y de hecho, una de las razones por las que quiso
mudarse a este complejo de apartamentos, fue que así se libraba de ver perros y gatos
por todas partes. Sin embargo, un día encontró destrozada una pieza de decoración de
cerámica a la que le tenía mucho aprecio.
—¿La rompió un gato?

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—No lo sé a ciencia cierta, pero mi padre asegura que justo antes de ver aquel
desastre vio a un gato blanco salir huyendo por el balcón.
—¿Era uno de los animales de aquella mansión?
—Sí. Mi padre fue allí a echarles una buena bronca, pero le preguntaron en tono
desafiante si tenía pruebas de aquello y al final se vio obligado a callarse. Esa familia
no le gusta, por eso le ha dado por decir esas cosas.
—Entonces, no hay ningún hecho concreto que convierta a Tetsuo Ishizawa en
sospechoso, ¿me equivoco?
—Así es. Solo se lo dice su instinto.
Hayashida puso las manos sobre los hombros de Kinuko.
—No hace falta que te preocupes. Darle vueltas a las cosas es muy propio del
temperamento de tu padre.
—Ojalá solo las pensara…
—¿Qué quieres decir?
—Tengo la sensación de que se ha obsesionado. Hasta ahora, cada vez que leía en
el periódico algún artículo sobre un crimen, decía que si de él dependiera, ya tendría
arrestado a tal tipo y le habría hecho cantar. En esta ocasión el suceso ha ocurrido
demasiado cerca y se ha empeñado en que tiene que hacer algo para proteger a los
niños.
—Aunque diga que va a hacer algo, tu padre ya no es detective de la policía. No
te preocupes. Hablaré con él.
—Pero entonces volverá a gritarte.
—Si le escucho sin perder la calma, todo irá bien. Una vez que el hombre suelte
todo lo que se guarda en el pecho, estará más animado.
Katayama estaba admirado por esas muestras de madurez impropias de un
hombre tan joven.

—¿La mansión de los gatos? Me da que de ahí saldrá alguna historia de terror —
dijo Harumi mientras regresaban hacia el apartamento de Ishidzu.
—Ya basta, por favor. —El detective de Meguro se estaba quedando pálido—.
Solo con imaginarme un gato fantasma, me dan escalofríos.
—Debe ser un alivio que no estés al cargo de este caso —lanzó alegremente
Katayama—. Si fueras a una casa donde tienen más de veinte gatos, te desmayarías
en el acto.
—Si así fuera, contrataría un seguro de vida antes de ir y pondría a Harumi como
beneficiaria —mentó Ishidzu muy serio.

Llegó el atardecer y los dos hermanos decidieron regresar a casa.


—Os acompañaré a la estación —propuso Ishidzu tomando las llaves del coche.

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—Conduce con precaución, ¿quieres?
—Todo irá bien a no ser que aparezca otro gato.
El deportivo rojo salió del complejo de apartamentos y se internó de nuevo en
aquella carretera solitaria que desembocaba en el valle. Con la puesta de sol las
profundidades del bosque estaban quedando prácticamente en la penumbra.
—Aquí es donde ha aparecido el gato. —Entonces, Harumi vio a alguien fuera y
exclamó—: ¡Mirad!
Ishidzu redujo la velocidad. En un lateral de la carretera había una mujer vestida
con ropa occidental…
—Aquella es la anciana de la mansión de los gatos —les indicó el detective de
Meguro—. ¿Qué está haciendo?
—Nos está mirando. ¿Querrá algo de nosotros? —dijo Harumi.
—Pararé un momento para preguntárselo.
Ishidzu detuvo el automóvil y retrocedió un poco. La anciana se acercó al
vehículo con paso firme.
—Caramba, es esa gata —señaló la joven. La felina blanca que se había
abalanzado sobre el coche aquella mañana estaba a los pies de la mujer, siguiéndola y
aproximándose al coche junto a ella.
—¿Querrá quejarse por algo? —Ishidzu bajó la ventanilla del coche con una
expresión sobria en la cara—. ¿En qué puedo ayudarla? —dijo dirigiéndose a la
anciana.
La mujer, que aparentaba alrededor de setenta años, se quedó de pie junto al
coche. A Katayama le sorprendió la clase y la compostura de aquella mujer de
cabellos canos. Puesto que vivía rodeada de un montón de gatos, se la había
imaginado como una loca con síndrome de Diógenes.
—Me llamo Tsuneyo Ishizawa. —La mujer se presentó con una voz alta y clara e
hizo una reverencia—. Hace unas horas, mi gata se ha abalanzado sobre ustedes en la
carretera y les ha causado algunas molestias. Les presento mis más humildes
disculpas.
—Ah… No se preocupe. No ha sido nada. —El detective de Meguro no daba
crédito a las buenas maneras de su interlocutora.
—Nunca les podré estar lo suficientemente agradecida por no haberla atropellado,
aun habiéndose puesto ustedes mismos en peligro.
—De nada… Es asombroso que esté al corriente de lo sucedido.
—Lo he sabido por ella —afirmó Tsuneyo Ishizawa mirando a la gata blanca que
tenía a sus pies.
—¿Por ella? —Ishidzu puso unos ojos como platos.
—Sí. Ahora que he salido a dar un paseo, he visto su coche y esta preciosidad me
ha indicado que era el del accidente. Así que lo menos que podía hacer era pedirles
perdón.
—Entiendo. —El detective Ishidzu se había quedado sin palabras.

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Harumi sacó la cabeza por la ventanilla:
—Tiene usted una gata preciosa. ¿Cómo se llama?
—Se llama Koto[7] —respondió la mujer sonriendo con alegría por la pregunta.
—¿Igual que el instrumento musical? Es un nombre muy bonito.
—Muchas gracias. Les pido disculpas de nuevo.
Y dicho esto, la anciana cruzó la espesura y desapareció. La gata blanca siguió a
su dueña con la cola muy tiesa.
Permanecieron unos segundos sin reaccionar hasta que Ishidzu suspiró aliviado y
arrancó el motor del coche.
—Hay que reconocer que es una mujer con mucha clase.
Katayama asintió dando así su aprobación a las palabras de Harumi.
—No obstante, es imposible que esa señora pueda entender lo que dicen los gatos.
—Qué quieres que te diga. No se puede negar categóricamente que exista alguien
capaz de hacerlo, ¿no te parece? Al fin y al cabo, en nuestra casa tenemos a una gata
más inteligente que cualquier ser humano.
—Eso también es cierto —respondió Katayama sonriendo mientras se acomodaba
en su asiento. En ese mismo momento, los movimientos que había apreciado en la
gata blanca le hicieron recordar a la mujer del vagón litera. «Solo a los idiotas y a los
gatos les gustan estar en lo alto», recordó.
—¡Ishidzu! ¿Tú decidiste alojarte en un apartamento de un undécimo piso porque
era lo que querías?
—Exacto. Porque me gustan los lugares altos. ¿A qué viene eso?
—No, nada. Solo te lo quería preguntar. —Katayama reprimió la risa al tiempo
que dirigía su mirada hacia el paisaje que había al otro lado de la ventanilla.
Las luces del andén de la estación describían una hermosa línea en el horizonte.

III
—¿Quién? —preguntó Katayama a la chica de recepción que llevaba la centralita.
—Es un hombre llamado Hayashida.
—¿Hayashida? No tengo ni idea de quién es…
—Dice ser un agente de policía de New Town que…
—¡Ah! ¡Ya me acuerdo! —Era el agente de aquel puesto de guardia—. Dime.
¿Qué quería de mí?
—Ha venido hace una hora, pero como no estaba en la comisaría…
—¿Se ha marchado ya?
—Ha dicho que volvería en un rato.
—Entendido. Avísame cuando venga. —Katayama colgó el teléfono. ¿Qué
querría ese hombre?

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Recordó el caso del niño que habían lanzado al estanque. ¿Se habría resuelto ya?
Los periódicos no habían publicado nada al respecto, así que decidió telefonear a
Ishidzu por si sabía algo.
—Comisaría de Meguro, ¿dígame?
—Póngame con el detective Ishidzu, por favor.
—Me temo que hoy no está de servicio. ¿Es algo urgente?
—No, no lo es. Lo llamaré en otra ocasión.
El detective agitó la cabeza mientras colgaba el auricular. Todo aquello era muy
raro. Harumi le había dicho que no tenía que trabajar y cuando quiso sonsacarle si iría
a alguna parte, ella le respondió que iría a visitar a alguien… Igual tenía una cita con
ese pelma.
¡Si habían quedado, por lo menos podrían habérselo dicho!, Katayama chasqueó
la lengua y suspiró.
En el pasado su hermana había tenido una historia de amor con un triste
desenlace. Por eso no confiaba mucho en los hombres y no había tenido ningún novio
desde entonces. No obstante, quizá esta vez Harumi sí había quedado con Ishidzu. Al
fin y al cabo era normal que una chica de su edad lo hiciera…
«Al final todo depende de ella. Yo no tengo nada que decir», pensó.
El teléfono interrumpió sus pensamientos.
—La visita ha llegado.
—Entendido, enseguida voy.
El agente Hayashida, vestido con traje y corbata, iba deambulando por el
corredor; este lo saludó con una reverencia algo tensa.
—Basta, por favor. No hace falta tanto formalismo, que ahora no estás de
servicio.
—No, en realidad… Disculpe que se lo diga de improviso, pero necesito hablar
con usted.
—No hay problema. Podemos ir a una cafetería cercana.
—Disculpe que le moleste con lo ocupado que está —repitió insistentemente el
joven muy avergonzado.

—¿Cómo? ¿Que has abandonado el cuerpo de policía? —Katayama se quedó tan


sorprendido que detuvo la mano con la que se estaba llevando a la boca la taza de
café.
—Así es. —Hayashida se rascó la cabeza incómodo.
—Pero escucha, si no han pasado ni dos semanas desde que fui a tu jurisdicción.
¿Antes de eso ya tenías la intención de renunciar?
—Para nada. He tomado la decisión sin pensármelo dos veces.
—Pero… ¿ha sucedido algo?
—Verás, ese hombre llamado Ueno…

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—¿Ese exdetective de policía?
—Discutí con él y acabé pegándole.
—Madre mía… ¿Cómo es posible? ¿Discutisteis por su hija? ¿Te prohibió salir
con ella?
—No lo hizo. Ese hombre es un policía de verdad, así que, le gustaría que Kinuko
se casara con alguien del cuerpo. Por eso, aunque no diera saltos de alegría por que
yo saliera con ella, tampoco estaba en contra.
—Entonces, ¿por qué fue?
—Pues… todo sucedió el sábado pasado. Ueno puso de su lado a varios de los
compañeros con los que sale de copas y asaltó la mansión de los gatos con ellos.
—¿La casa de Tsuneyo Ishizawa?
—En efecto. Recordará que el otro día arrojaron a un niño al estanque.
—Sí. ¿Han averiguado quién lo hizo?
—No solo no hemos podido hacerlo, sino que ahora estamos peor. La semana
siguiente después de aquello se produjeron cuatro sucesos que pusieron en peligro la
vida de varios niños.
—¿Qué ocurrió?
—En primer lugar, unos niños se colaron en una zona en obras para jugar; y, de
repente, un bulldozer se puso en marcha. Allí no había ningún obrero, a mediodía no
queda nadie. Naturalmente, debido al ruido de la máquina, los niños huyeron y se
salvaron.
»El siguiente se produjo en la escuela de primaria. Tras acabar la última clase,
cuando los alumnos del tercer piso bajaron por las escaleras alborozados a toda
velocidad, se encontraron con que en medio de las escaleras se había colocado un hilo
fino bien tensado. Los niños que iban al frente lo partieron cuando los pies se les
engancharon con él y no sucedió nada. Pero si hubiera sido de alambre o algo
parecido habría sido terrible.
—Eso pudo hacerlo cualquiera.
—Sí, es cierto… En el siguiente, alguien le dio un buen susto a una niña de siete
años. La agarraron por atrás de repente y le taparon los ojos, así que no pudo ver
quién era. Por el modus operandi se determinó que podría ser obra de un pervertido o
de un acosador. Afortunadamente, la niña gritó tan alto como pudo y el delincuente
huyó de allí.
—Hmm… ¿Y el otro suceso?
—Ocurrió cerca de la mansión de los gatos, en un parque con un recorrido con
obstáculos situado en una zona bastante alejada del complejo de apartamentos.
—Es decir… de los que tienen cuerdas para subir a plataformas…
—Sí. Pero no hay ningún monitor al cargo. Si bien son juegos que no encierran
ningún peligro, entre todo aquello hay un gran caballo de madera. Los niños de
primaria se montan encima a menudo e intentan remontar hasta la cabeza de la
réplica. Algunos críos se subieron en él y entonces el cuello del caballo se partió.

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Tres de ellos salieron despedidos unos cuatro metros. Da la casualidad que cayeron
sobre un montículo de arena y eso los salvó. Cuando se examinó al caballo, se pudo
comprobar que la junta que mantenía fijo el cuello de madera había sido serrada en
sus dos terceras partes.
—¡Qué sabotaje tan ruin!
—Estuvimos investigándolo, pero desde el complejo de apartamentos, ese parque
queda en un ángulo muerto y nos informaron de que nadie había visto nada. Algo
comprensible. ¿Quién iba a esperar que alguien pasara por allí a medianoche?
—Y entonces, el señor Ueno se cansó de esperar más.
—Sí. Y encima, la niña a la que le habían hecho la gamberrada era la nieta de un
buen amigo suyo con quien juega al shōgi[8]. Con lo cual, les espetó a sus
compañeros que si dejaban las cosas así, el día menos pensado acabarían matando a
un niño. Todo el mundo sabe que él fue detective de la policía y al oír eso, se
creyeron ciegamente que Tetsuo Ishizawa era el autor de esos sucesos. De ese modo,
un total de cinco hombres cometieron el asalto armados con bates y barras de hierro
que habían sacado de unas obras.
»Como Kinuko me había informado de que él estaba muy raro, perseguí a Ueno y
a sus compañeros a toda prisa. Al llegar a la mansión de los gatos los vi en el
recibidor de la misma discutiendo acaloradamente con la anciana. Ella es una persona
muy serena, posee una gran dignidad y ni siquiera se inmutó ante el frenesí
amenazador de aquellos hombres. Los despachó diciéndoles que su hijo no estaba en
casa y que no tenía la menor intención de permitir que lo encontraran. Yo me quedé
vigilándolos con la esperanza de que desistieran y se marcharan.
Sé que no es correcto que un policía actúe de ese modo, pero quería evitar tener
disputas con el señor Ueno.
—Lo comprendo muy bien —asintió Katayama.
—Momentáneamente, la entereza de la mujer les hizo retroceder, pero el señor
Ueno se envalentonó y no estaba dispuesto a retirarse por las buenas. Le gritó: «¡si
proteges a ese criminal, es que eres su cómplice!» e intentó golpearla con el bate de
béisbol que llevaba en la mano. En consecuencia, ya no me pude mantener al margen,
fui hacia ellos sin más demora y me planté delante del señor Ueno.
»Le dije: “si usted fue policía en el pasado, sabrá perfectamente que esto es
ilegal”. Sin embargo, no sirvió de nada. Me amenazó con darme una paliza si me
interponía. Además, lo hizo con tal ímpetu que le veía muy capaz de hacerlo. No
estaba muy seguro de qué debía hacer. Quería evitar imponer mi posición como
agente de policía, pero llegados a este punto no podía permitir que el señor Ueno
hiciera lo que le viniera en gana. —A continuación, meneando la cabeza lentamente,
Hayashida puntualizó—: Golpeé al señor Ueno. No tuve más remedio que hacerlo. —
Luego ya no refirió una palabra más.
—¿No comprendes que en esa situación no tenías otra alternativa? Hiciste lo
correcto.

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—Muchas gracias. En todo caso, aquello puso punto final al altercado. Al día
siguiente presenté mi renuncia.
—¿El señor Ueno te dijo algo?
—No. Pero me prohibió que volviera a salir con Kinuko. Ella es su única familia.
En lo que respecta a mí, se me quitaron las ganas de estar en aquel puesto de
guardia…
—Lo comprendo, pero ¿no hubiera sido más fácil haber pedido un traslado?
—Quizá, pero el hecho de tener que enfrentarme a él me hizo replantearme si de
verdad quiero ser policía.
Katayama asintió. Él había pasado por algo similar hacía algún tiempo. También
había presentado su renuncia, si bien esta se quedó sobre la mesa del superintendente
Kurihara criando polvo, o quizá alguien la había utilizado para tomar algunas notas…
—El motivo por el que he venido a verlo hoy… es que sigo muy preocupado.
Dudo mucho que el señor Ueno se quede quieto solo porque yo le parara los pies y
me da la sensación de que va a provocar algún altercado grave.
—¿Eso significa que has venido a consultarme lo que hacer?
—Sí. A decir verdad, el señor Ishidzu me explicó que usted es un detective
famoso altamente capacitado.
—¿Él te ha dicho eso? —«Qué pelota es el tío cuando le interesa», pensó
Katayama sin hacerse mala sangre.
Hayashida asintió.
—Así es. Me explicó que usted es completamente distinto de lo que aparenta.

—¿Te ha gustado? —inquirió Harumi.


—¡Oh! ¡Es la primera vez que tomo una comida tan deliciosa en la vida! —
respondió Ishidzu tras suspirar.
—Jajaja. Qué exagerado. Pero me alegro de oír esos halagos aunque solo me
adules por compromiso.
—¡Lo digo de veras! ¡No pretendo adularte ni mucho menos! —alegó él
ofendido.
—Entendido. Las consideraré palabras sinceras.
Después de comer, ella empezó a ordenar los platos y se acordó de su gata, que
había estado comiendo lo mismo que ellos en una esquina del comedor.
—Holmes, ¿ya has acabado de comer?
La gata estaba frente a un plato vacío, aseándose minuciosamente tras la comida
como de costumbre. Se lamía las patas delanteras y se las pasaba por la cara una vez
tras otra.
—¡Oh! Si te lo has comido todo. ¿Estaba rico?
Holmes miró a la joven a la cara y se relamió los labios pausadamente. Aquella
era su forma de demostrar su regocijo.

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—Buena chica. Te voy a poner un poco de leche extra.
En ese momento Harumi oyó sobresaltada el sonido escandaloso de algo que se
había roto. Al darse la vuelta vio que Ishidzu estaba de pie con las manos en la
cabeza y a sus pies, había una montaña de platos hechos pedazos.
—Es que… se me han resbalado…
—Ya te he dicho que yo me encargaría de quitar la mesa. Espera que voy a por la
escoba y el recogedor.
—Lo siento muchísimo.
—No pasa nada. Estabas nervioso por Holmes, ¿verdad?
—No, no ha sido eso…
Ishidzu dirigió una mirada atemorizada hacia la gata, que se comportó como si
pasara rematadamente de ese tipo al que le daban miedo los gatos. El animal salió al
balcón por un resquicio de la puerta de cristal que habían dejado semiabierta, buscó
un punto soleado y se quedó ahí hecha un ovillo.
Holmes era una gata calicó. Tenía un pelaje colorido y lustroso, y su talle era
esbelto. Por lo general, los gatos calicó tienen la mayoría del pelaje de color blanco,
pero ella lo tenía de color marrón claro y negro en gran parte de su cuerpo.
Concretamente, su cara fina era de tres colores distintos a partes iguales: blanca,
negra y marrón. Luego tenía la pata delantera derecha de color negro y la pata
delantera izquierda de color blanco. Era ciertamente una gata muy peculiar. Y lo que
esta guardaba dentro de su pequeño cerebro también era único.
Cuando Harumi terminó de barrer los pedazos del suelo, lavó rápidamente el resto
de la vajilla y preparó una taza de té.
—Toma.
—Gracias. Siento haberte causado tantas molestias.
—Relájate, no ha pasado nada.
—De acuerdo. Discúlpame, por favor. —Pero él no se relajó del todo.
—Es una lástima que ese agente de policía haya decidido dejarlo. —Ishidzu le
había contado la historia de Hayashida y Ueno.
—Y que lo digas. Le dije que no renunciara, pero él ya había tomado su decisión
y no quiso hacerme caso.
—¿Y después de aquello no ha pasado nada más?
—No. Por ahora todo está tranquilo. Aunque más bien debería decir que yo
tampoco he estado especialmente al tanto. Es posible que alguien esté preparando
nuevas fechorías en la sombra.
—¿Hablas de los accidentes de los niños?
—Sí. De momento no ha habido más, pero nunca se sabe…
—Ya veo. La verdad es que es un problema muy serio.
—El tipo que está poniendo en riesgo a los niños de esa manera es un
inconsciente —arguyó alzando el tono de voz—. Si fuera mi jurisdicción, atraparía al
culpable costara lo que costara y lo agarraría por el cuello hasta asfixiarlo.

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—¿Te gustan los niños?
—Sí que me gustan. Aunque a veces también hay niños algo pesados.
—¿Y mimarías a tus hijos?
—¡Por supuesto que sí! ¡Pero no solo a los niños, también a mi esposa! —El
rostro de Ishidzu resplandeció.
—Lo sé, eso está muy claro. —Harumi tomó un sorbo de té—. Eres buena
persona de veras.
Quizá por la emoción, el hombre se quedó hinchado como un pavo. Decidió
tomarse todo el té de un trago para rebajar su entusiasmo y acabó atragantándose
aparatosamente.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —respondió él mientras lo veía todo en blanco y negro. Entonces
sonó el timbre.
—Qué sorpresa, tienes visita. Iré a abrir. —La joven se levantó, se dirigió al
recibidor y preguntó quién era.
—Soy Ueno. ¿El señor Ishidzu está en casa?
Aquella era la voz de Kinuko Ueno. Harumi soltó la cadena del pasador de la
puerta y abrió.
—Disculpe, el señor Ishidzu…
—Sí que está. ¿Qué ha ocurrido? —Ella se quedó un poco perpleja al ver a
Kinuko extraordinariamente alterada.
—Hola, ¿qué ha sucedido? —se interesó Ishidzu saliendo a recibirla.
—¡Es terrible! Mi padre…
—¿Qué ha pasado con él? Tranquilícese y explíquemelo con calma.
—Parece que ha vuelto a ir allí.
—¿Allí…? ¿A la mansión de los gatos?
—Sí. Ha ido solo. Por eso estoy aún más preocupada.
—Comprendo. ¿Qué ha sucedido para que haya decidido volver?
—Hace un rato, un niño que iba en bicicleta ha estado a punto de chocar contra
un coche en la carretera de la colina. Afortunadamente solo se ha caído y ha acabado
con unos pocos rasguños. Sin embargo, cuando han examinado la bicicleta han
comprobado que los frenos estaban estropeados.
—Eso explica su reacción.
—Sí. Además, ha ido al lugar donde el crío tenía aparcada la bicicleta por si acaso
y al comprobar las demás bicicletas que había allí, ha visto que todas tenían los
frenos destrozados. Mi padre ya está bastante obsesionado de por sí y no atiende a
razones. ¡Señor Ishidzu párele los pies, por favor!
—Entendido, voy enseguida. —Ishidzu se apresuró a entrar en el piso y volvió
con las llaves de su automóvil—. En el coche iremos más rápido. A lo mejor
podremos llegar antes que él.
—Qué miedo. Yo también voy —dijo Harumi. A sus pies apareció Holmes y

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maulló—. Holmes, ¿tú también? Vamos todos.
Kinuko se quedó un poco asombrada al verla.
—¿Y esa gata?
—Es de Harumi. La llamamos «detective Holmes». Vámonos.
Bajaron hasta el primer piso en ascensor y fueron corriendo hasta el deportivo de
Ishidzu, que estaba en el parking.
—¿Cuánto hace que su padre salió de casa? —inquirió Ishidzu al tiempo que
arrancaba el coche.
—¿Diez minutos…? No, creo que llegue a quince. En un primer momento no he
sabido muy bien qué hacer…
—Está bien. Mientras lleguemos a tiempo, no habrá problema.
Pese a que el límite de velocidad dentro del complejo de apartamentos era de
treinta kilómetros por hora, se había construido una carretera bastante amplia que no
tenía mucho tránsito. Tratándose de una emergencia, Ishidzu fue a ochenta kilómetros
por hora.
—No puedo entrar en la aldea de explicó el detective a Harumi. No tiene las
calles preparadas para la circulación de coches. Tan solo caminos rurales rodeados de
vegetación. Así que entremos por allí.
El coche había llegado al lugar donde se habían encontrado con Tsuneyo Ishizawa
días atrás. Ishidzu acercó el coche al arcén de la carretera y paró.
—No tenemos más remedio que ir andando desde aquí.
Salieron uno a uno del coche. Holmes bajó un poco su cuerpo, se puso en
posición de alerta de repente y soltó un maullido penetrante.
El rostro de Harumi adoptó una expresión consternada y exclamó alarmada.
De la vegetación salió una gata. Pero todo en ella era extraño. Era una gata roja.
Y parecía que estuviera mojada de una forma perturbadora.
—No sabía que hubiera gatos de ese color —manifestó Kinuko—. Y en casa de
aquella señora tampoco había ninguno así.
Entonces, la hermana de Katayama contuvo un grito y se tapó la boca con las
manos.
—¡Esa es… la gata blanca! Es Koto. Ishidzu, lo entiendes, ¿verdad? ¡No es un
gato rojo! Lo que ocurre es que ha quedado cubierta de sangre.
Los tres se quedaron helados por unos instantes, en pie, mirando fijamente a
aquella gata siniestra. Holmes abandonó aquella postura tensa de improviso y empezó
a dirigirse hacia Koto lentamente. La gata cubierta de sangre entonces levantó la cola
hacia arriba poniéndola muy tiesa, bufó y les mostró sus afilados dientes haciendo
gala de su hostilidad.
—Está muy enfadada. Pero seguro que esa sangre no es suya. Si estuviera tan
malherida, dudo mucho que pudiera mantenerse en pie.
—Eso significa que… —Ishidzu se humedeció los labios.
—¿Qué vamos a hacer? ¡Debe haber sucedido algo! —dijo Kinuko con voz

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temblorosa; se había quedado blanca.
—¡Vamos a esa mansión de los gatos, aprisa! —propuso Harumi una vez que se
rehízo. La compostura que mantenía en esta clase de situaciones estaba muy por
encima de la que pudiera tener su hermano mayor.
—Cruzando por esta pradera atajaremos el camino. ¡En marcha!
El detective de Meguro se colocó al frente y se metió de lleno entre la vegetación.
Kinuko lo siguió. A continuación, Harumi fue tras ellos dos acompañada de Holmes.
Nada más salir del bosque uno se encontraba repentinamente en medio de una de
las callejuelas de la aldea. Efectivamente, llamar aldea a ese lugar era solo un decir,
porque allí, bastante dispersas las unas de las otras, se alineaban diversas casas
antiguas delimitadas por caminos plagados de piedras. Ishidzu y Kinuko recorrieron
la callejuela seguidos de Harumi, que se había quedado ahí plantada por un instante.
En ese mismo momento su gata calicó salió corriendo en un abrir y cerrar de ojos
dejando a la joven atrás.
—¡Espera! ¡Holmes, eres una desconsiderada!
Ella calzaba unos zapatos de tacón alto, y el camino era muy irregular. Así que si
corría más deprisa, acabaría cayéndose al suelo. Mientras iba avanzando sin resuello
se dio cuenta de que en el lugar no se veía a otras personas. Bien pensado, no eran
pocas las casas que tenían la puerta principal o los postigos exteriores corredizos
cerrados a cal y canto. Aquello parecía un pueblo fantasma.
De cara al bosque de bambú situado al final de la aldea había una casona más
grande que las demás. Esa tenía pinta de ser la mansión de los gatos de Tsuneyo
Ishizawa. Harumi vio cómo Ishidzu y su gata entraron prácticamente a la vez por la
puerta principal, construida sobre una ligera elevación del terreno con muros en
pendiente en sus laterales. La hija de Ueno entró un poco más tarde. Aunque ella se
retrasó bastante, logró llegar hasta esa puerta vetusta sin caerse al suelo.
Tras cruzar un jardín, uno se encontraba con una casona ordinaria de un solo piso
confortable y espaciosa. Entró por el recibidor, que había quedado abierto.
—Ishidzu, ¿dónde estás? —preguntó, y se descalzó para entrar. No obstante, un
amplio corredor se prolongaba tanto hacia la derecha como hacia la izquierda; podía
pasarse el día entero dando vueltas por la casa desorientada.
Mientras dudaba hacia qué lado habrían ido, vio a Kinuko aproximarse con paso
tambaleante desde la esquina izquierda del pasillo.
—¿Qué ha ocurrido? —Harumi acudió corriendo a su lado.
—Al fondo del pasillo… —Fue contestar, y apoyarse en la pared para no perder
el equilibrio. Estaba muy pálida…
La hermana de Katayama avanzó por el corredor. En un punto del mismo, alguien
había tirado contra el suelo del mismo una puerta corrediza de papel. Ishidzu
apareció.
—Será mejor que no veas esto —le recomendó mientras se secaba la frente con
un pañuelo—. Es espantoso.

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—No me pasará nada. Esta no es la primera vez.
—Pero…
Haciendo caso omiso de Ishidzu, ella entró a echarle un buen vistazo a aquella
habitación y se le cortó la respiración un instante.
Al tratarse de una casona antigua, la habitación era bastante amplia y debía tener
unos catorce metros cuadrados. Al fondo, delante del tokonoma[9] se encontraba
Tsuneyo Ishizawa tirada en el suelo. Estaba teñida de sangre. Seguramente se había
desangrado de un modo terrible. Con solo verla, cualquiera sabría que ya no
respiraba.
Sin embargo, el cadáver no era lo más aterrador de aquella escena, sino los
gatos… Allí había por lo menos diez felinos muertos. Todos ellos ensangrentados,
como si alguien los hubiera matado con una espada o cuchillo afilado.
—Qué horror. ¿Cómo han podido? —Harumi sintió náuseas a causa del hedor de
la sangre y retrocedió inconscientemente.
—Es espantoso. —Ishidzu también estaba notablemente pálido—. Son heridas de
arma blanca. Hay una funda de katana tirada en el tokonoma. El que lo hizo ha
perdido la razón y se ha dedicado a matar a todos los seres vivos que se cruzaban a su
paso.
—Tiene que haberse manchado de sangre. Tenemos que pedir enseguida que la
policía inicie su búsqueda.
Ishidzu volvió al recibidor de la casona para ir en busca del teléfono. Harumi se
quedó un rato quieta con los ojos cerrados. Esta no era la primera vez que veía el
escenario de un crimen, pero aun así, jamás se había topado con un panorama tan
macabro.
Holmes caminaba hábilmente esquivando los charcos de sangre y olisqueando
uno a uno los cadáveres de sus congéneres. Por último, dio una vuelta alrededor del
cuerpo de Tsuneyo Ishizawa tomándose su tiempo y volvió hacia el lugar donde
estaba la joven.
—Estás muy calmada pese a haber visto los cadáveres de tus compañeros —le
reprochó Harumi. Sin embargo, Holmes no dio muestras de estar prestándole
atención, salió al corredor y se quedó allí sentada.
—He llamado a la policía —dijo Ishidzu que acababa de regresar—. Me sabe mal
por su hija, pero Ueno es el principal sospechoso. Es la clase de hombre que tiene
arranques de ira descontrolada.
—Pero aun así, ¿sería capaz de hacer esta salvajada? —Entonces, la joven se
dirigió a Holmes—. No quiero quedarme en un lugar tan desagradable, vámonos. —
Y volvió hacia el recibidor de la casona. Ya allí, vieron a Kinuko en cuclillas en una
esquina. Acababa de vomitar, algo nada extraño a pesar de su carácter fuerte.
—¿Te encuentras bien?
Al sentir cómo la observaba Harumi, se levantó poco a poco.
—Sí. Es que no he podido soportarlo…

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—Es normal, no te preocupes. Será mejor que vuelvas a tu casa. Cuando llegue la
policía se va a organizar un buen revuelo.
—Pero…
—Tranquila, no diremos nada malo. Haz lo que te digo.
Kinuko asintió dócilmente.
A decir verdad, Harumi comprendía que la hija de Ueno estuviera aterrada ante la
idea de que su padre pudiera ser un asesino, pero no podía hacer nada a ese respecto.
—Disculpad, pero si viene Hayashida, ¿le podríais decir que me llame, por favor?
—Sí, lo haremos sin falta. —Cuando Kinuko hubo salido por la puerta, Harumi
miró a Holmes, que se había quedado sentada a su lado—. Este caso me da muy mala
espina con todo ese baño de sangre… ¿No te lo parece?
Holmes, muy quieta, cerró los ojos y se quedó sentada tal cual como si se
estuviera echando una siesta.
—¿Qué le habrá pasado a esa gata llamada Koto? Es más, en esta casa había más
de veinte gatos y han asesinado a unos diez. ¿Adónde habrá ido el resto? —susurró
ella con el ceño fruncido.

El sol quedó ensombrecido y sopló una racha de viento repentina. El cuerpo de


Harumi tembló. Pese a estar frente a un gran complejo de apartamentos modernos,
notó una sensación solitaria y espeluznante, como si la hubieran abandonado en un
lugar remoto en medio de las montañas.

IV
Cuando Katayama regresó a su puesto después de despedirse de Hayashida.
Nemoto, el detective que se sentaba en la mesa de al lado, le preguntó:
—¿Has vuelto a citarte con alguna chica en edad de casarse o qué?
—No, últimamente no he tenido ninguna cita de ese tipo. ¿Por qué lo preguntas?
—Si no es así, vale. —Su compañero volvió a centrarse en su trabajo.
Katayama se aplicó en organizar todo el papeleo que tenía entre manos sin saber
muy bien a qué venía eso, pero no pasaron ni cinco minutos y Nemoto volvió a
levantar la cabeza.
—Oye.
—¿Qué quieres?
—Resulta que en el descanso del mediodía un tipo de una agencia de detectives
me ha pillado por banda.
—¿De una agencia de detectives?
—Sí, lo conozco de vista. Ha estado preguntándome por ti.

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—¿Por mí?
—Exacto. Tu actitud en el trabajo, si bebes, si vas con mujeres, tus perspectivas
de ascenso y cosas así. Mucho me parece a mí que alguien interesado en casarse
contigo ha encargado que se te investigue.
Katayama se quedó sorprendido.
—No tengo ni idea de quién puede ser.
Su tía se encargaba de todo lo relacionado con citas con chicas casaderas. La
mujer era como un servicio regular de mensajería que siempre traía consigo
propuestas de matrimonio para él, pero hacía tiempo que no le insistía con ese
asunto…
—Nemoto, ¿qué le respondiste? —quiso indagar.
—Está claro; la verdad sin más. —Entonces sonrió de oreja a oreja y volvió a su
labor.
Katayama sonrió con amargura meneando la cabeza y se sentó bien recto en su
silla con la intención de ponerse a trabajar. En ese mismo instante, el superintendente
Kurihara lo llamó a gritos. El hombre solía tener unos ojos y un rostro amables, pero
se habían vuelto severos.
—¿Ha surgido un caso?
—Sí. Ve a este lugar. —Le entregó una nota—. Ignoro el motivo, pero la
comisaría local nos ha pedido que te enviáramos a ti.
El detective se quedó con los ojos como platos debido al nombre de la víctima:
«Tsuneyo Ishizawa». ¡Era aquella anciana tan refinada!
—¿La conoces?
—Solo la vi una vez. Fue hace unos días, justamente.
—Entiendo. Sea como sea, vete para allá. Infórmame por teléfono de cuál es la
situación. Según su gravedad, yo también me movilizaré.
—¡Entendido!
Muy sorprendido, Katayama salió rápidamente de la Primera Sección de
Investigación. El superintendente Kurihara lo llamó, pero él ya no estaba allí. Su
superior se encogió de hombros y pensó que lo descubriría por sí mismo.
Katayama tenía una debilidad muy engorrosa: no podía soportar la visión de la
sangre, cada vez que lo hacía se desmayaba. En consecuencia, su jefe pretendía
advertirle sobre la situación, pero no tuvo tiempo de hacerlo.
—A lo mejor lo ha superado —susurró.

—Dime, ¿te encuentras bien? —Harumi observaba con preocupación a su


hermano, que se había desmayado por la angustia.
—Sí… No ha sido para tanto…
—Claro que lo ha sido. Te has caído redondo al suelo nada más pisar la escena
del crimen.

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—Solo he resbalado —objetó Katayama con fuerza. Por fin se levantó del sofá.
—Pero si aún estás pálido. Haz el favor de descansar un poco más.
—¿Pero qué estás diciendo? ¡Las primeras horas posteriores al crimen son
cruciales para resolver la investigación!
El detective estaba descansando en el sofá de la sala de invitados de la mansión
Ishizawa. Ishidzu abrió la puerta y apareció en la estancia.
—Katayama, ¿ya te has despertado?
—¡Idiota! ¡No estoy echando una siesta! —Acto seguido, carraspeó—. Solo
estaba poniendo en orden algunas ideas.
—Qué morro que tienes —susurró Harumi en voz baja.
—Ya han retirado todos los cadáveres. Al final han sido once gatos y la mujer. —
Su colega tampoco estaba tan tranquilo como aparentaba.
—¿Y ese exdetective llamado Ueno?
—Todavía no lo han encontrado. Se ha iniciado una búsqueda por los alrededores
de esta aldea y por el complejo de apartamentos, pero hay que tener en cuenta que es
un área muy amplia.
—A ver que me entere… —Empezó a decirle Katayama intrigado—: ¿Tú que
estás destinado en la comisaría de Meguro, me hablas como si pertenecieras a la
Primera Sección de Investigación?
—Me han permitido incorporarme a esta investigación. —Ishidzu sonrió—. Y lo
que es más, soy una de las personas que ha descubierto el crimen. —Entonces miró a
Harumi. Parecía contento de que eso le permitiera estar cerca de ella.
—Qué oportuno… No hay duda de que el asesino ha sido Ueno padre, ¿verdad?
—No podemos asegurarlo… porque no hay testigos.
—Ahora que caigo, ¿no me dijiste que en esta aldea vive gente? No se ve a nadie
ni por sus calles, ni en las casas.
—Ya he averiguado el motivo —respondió mirando a Harumi en todo momento
—. Todos los habitantes de la aldea han acudido a una reunión informativa
convocada por unos agentes inmobiliarios.
—¿Una reunión informativa?
—Sí. Hace un rato hemos visto a una señora que ha vuelto un poco más pronto a
su casa y le hemos preguntado. Los han convocado para hablarlos de la venta de los
terrenos de esta aldea a una inmobiliaria y de la construcción de nuevos bloques de
edificios.
—Vaya. ¿Y cómo es posible que una persona tan importante como la difunta, la
dueña de estos terrenos, se quedara en casa durante la reunión?
—Hermano, eres incorregible. Es imposible que Ishidzu también esté al corriente
de eso.
—En eso tienes razón. —Katayama suspiró—. ¿Y el resto de los habitantes de la
aldea?
—La reunión ya ha terminado y es de suponer que volverán a sus casas de un

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momento a otro.
—Entiendo.
—¿Podríamos ponernos en contacto con ese tal Hayashida de algún modo? —
recordó Harumi.
—Si te refieres a ese agente de policía, hoy ha venido a verme.
Cuando su hermano le explicó todo lo que le había confiado Hayashida, ella
manifestó su rabia:
—Yo también me he enterado de eso gracias a Ishidzu. Está loco por ver a
Kinuko desde entonces. ¿Te puedes poner en contacto con él?
—No lo sé… Cuando se ha marchado me ha dicho que tenía que pasarse por la
comisaría de Hino para hacer unos trámites.
—Si paso por esa comisaría, puedo dejarle el recado y pedirle que vuelva por aquí
—propuso el detective de Meguro.
—¡Muchas gracias! ¡Eres tan amable!
—En absoluto. Pero si tú me lo pides, lo haré encantado. Esto… Bueno, me voy.
—Entonces salió rápidamente de la habitación.
—¡Dile que vaya a casa de Kinuko! —añadió Harumi cuando él ya estaba de
espaldas—. Qué buena persona que es.
—Hoy has ido al apartamento de ese tipo, ¿verdad? —interpeló Katayama a su
hermana mirándola con seriedad—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque no sabía si él podría pedir el día libre o no.
—Hablamos de ese tipo. Por ti es capaz de pedir fiesta aunque eso suponga
retrasar el arresto de un asesino veinticuatro horas.
—¡Venga ya! —A Harumi se le escapó la risa, pero enseguida volvió a ponerse
seria—. Este es un crimen muy desagradable.
—Y tanto. No comprendo que también hayan matado a esos once gatos. ¿Qué
pretendían con eso?
—Es todo un misterio. Por muy testigos del crimen que fueran, no podrían
declarar y no hacía falta que los asesinaran. Además, ¿adónde habrán ido los
supervivientes?
—Deben estar debajo del suelo de la mansión[10] o habrán huido al bosque. Ya lo
tengo. Podemos hacer que Holmes los busque. —Katayama echó un vistazo por la
estancia—. ¿Dónde está Holmes?
—¿Dónde se habrá metido? —Su hermana también miró por la habitación—.
Hasta hace un rato estaba en ese sofá de ahí hecha una bola…
—Esta se ha escapado.
—¿Holmes?
—Es una gata muy orgullosa. Debe pasar rematadamente de que queramos
utilizarla del mismo modo que utilizaríamos a un perro policía.
—No sé yo…
—Seguro que es eso. Pero tenemos un problema. Hablamos de gatos, ¿verdad? Si

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hacemos que los perros policía los busquen, lo que lograremos es que huyan aún más
lejos.
—Si han salido por patas, volverán en un momento u otro. A mí lo que me
preocupa es… —La joven se quedó sin terminar la frase.
—¿Qué?
—Que… hayan asesinado también a los otros en alguna parte… —Más que
susurrar, parecía que Harumi estuviera hablando consigo misma.

En ese mismo instante, Holmes avanzaba entre la vegetación del bosque a paso
ligero. No había hecho falta que Katayama se lo pidiera; ella misma se había
propuesto seguir el rastro de los otros gatos desde la mansión.
Sin embargo, por muy agudo que fuera su olfato, el lugar al que había llegado olía
a gato por doquier y no resultaba sencillo discernir cuáles eran los olores más
recientes.
La gata se detuvo en seco. El rastro se había interrumpido. Esta ya era la cuarta o
quinta vez que le sucedía. Todos y cada uno de ellos se habían dispersado en
direcciones distintas. Por lo tanto, no tuvo más remedio que seguir el olor de los
animales uno por uno.
Inexplicablemente, los cuatro o cinco gatos a los que había seguido hasta ahora
habían desaparecido misteriosamente a medio camino.
¿Qué significaba todo aquello? Era como si hubieran desaparecido en el aire. En
el aire…
Justo cuando Holmes iba a regresar, de pronto se percató de un leve aroma que
flotaba en el ambiente. En realidad era un olor extremadamente sutil que estaba a
punto de desaparecer a causa de la brisa, pero por un segundo, estimuló la membrana
mucosa de su nariz y eso fue más que suficiente.
Para un gato, no había olor más atractivo que ese. Y también peligroso. Ese olor
podía llegar a significar la muerte.
Era matatabi[11].

—Menudo susto me he llevado…


Pese a que no hacía calor, Tetsuo Ishizawa se secaba el sudor de la frente una vez
tras otra con un pañuelo.
Se supone que ese hombre por encima de los cuarenta y cinco años no tenía que
ser un hombre tan envejecido, pero su imagen delataba la mala vida que había
llevado. Entre que su rostro no tenía encanto y que su constitución física hacía gala
de una obesidad malsana, solo inspiraba repugnancia.
—Hoy ha acudido usted a la reunión convocada por la inmobiliaria, ¿cierto? —
inquirió Katayama con su bloc de notas en la mano.

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—Sí. Es un asunto que habíamos decidido hace tiempo. La idea era que la
gentuza del pueblo se presentara y pudiera comprobar exactamente cuáles eran las
intenciones de la otra parte.
—Pese a eso, la señora Tsuneyo no ha acudido. ¿Por qué no lo ha hecho?
—Me ha dicho que no se encontraba bien y que fuera yo en su lugar —respondió
Tetsuo encogiéndose de hombros.
—Pero todos los terrenos de esta aldea le pertenecían a la señora Tsuneyo,
¿verdad?
—Decir que eran todos suyos es un poco exagerado, aunque la mayoría de ellos sí
que lo eran.
—¿Aunque no fuera a la reunión, ella conocía lo que se iba a tratar en la misma?
—¿Lo que se iba a tratar? En resumen: que nosotros venderemos y una vez
recibamos el dinero, nos la trae al fresco qué hagan ellos con esto.
—¿La señora Tsuneyo también pensaba eso?
—Por supuesto. —Tetsuo Ishizawa se quedó atascado con la respuesta. La
expresión de su rostro dejó entrever su incomodidad—. ¿Por qué me lo pregunta?
¿Acaso el asesino no es ese exdetective de la policía enloquecido? Hagan el favor de
capturarlo cuanto antes. Si no, no podré dormir tranquilo —recriminó poniendo cara
de disgusto.
Katayama sonrió con un toque de sarcasmo.
—Particularmente usted, ¿me equivoco?
—¿Qué insinúa con eso?
—Usted sabía que Ueno pensaba que los sabotajes perversos cometidos contra los
niños del área del complejo de apartamentos eran obra suya, ¿verdad?
—S-sí… Estaba enterado. Me advirtieron que fuera con cuidado.
—¿Y qué puede decirme? ¿Los cometió usted?
—¡Eso es ridículo! ¡Me está difamando! —A Tetsuo se le veía claramente
ofendido—. ¿Qué es lo que pretende? ¿No se supone que usted tiene que investigar el
asesinato de mi madre? Capture a ese desgraciado de Ueno y lárguese de aquí.
Mucho tiempo libre debe tener para perderlo soltándome sus sarcasmos.
—No se preocupe, lo estamos buscando a conciencia —concretó Katayama con
naturalidad. Sabía que no ganaba nada poniéndose en contra a aquel hombre—. Por
lo visto el arma del crimen es una katana y esta funda es lo único que ha quedado de
ella en el escenario del crimen. ¿Era de su familia?
Cuando el detective le señaló la funda, Ishizawa le echó un vistazo con una
mirada siniestra y asintió.
—Es la que teníamos en el tokonoma. Es una pieza que ha pasado de generación
en generación, pero yo jamás la he tocado.
Eso significaba que era posible que el asesino no hubiera venido con la intención
de asesinar a Tsuneyo Ishizawa. Discutieron, perdió los nervios, agarró la katana que
había expuesta en la habitación…

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—Cambiando de tema. Con la muerte de la señora Tsuneyo, su fortuna con todas
sus tierras incluidas pasará a heredarla usted, ¿cierto?
—Así es… Mi padre falleció hace muchos años y yo soy el único hijo que tuvo.
Aparte, también tenía una sobrina.
—¿Una sobrina?
—Sí. Mamá estaba muy encariñada con ella. Y por su edad, más que sobrina
suya, se diría que era su nieta. Debe tener unos veintidós o veintitrés años máximo.
—¿De quién se trata?
—Se llama Ritsuko Kariya.
—¿Puede ponerse en contacto con ella?
—Sí. ¿Hago que mi esposa la telefonee y le pida que venga?
—No. ¡Eh! ¡Ishidzu! —Katayama se dirigió a su colega, que estaba a su lado
tomando notas de todo—. Pídele a la esposa del señor Ishizawa que la llame.
—Entendido. —Ishidzu abandonó la estancia. Estaban utilizando para los
interrogatorios la sala de invitados donde Katayama había estado descansando.
—Por cierto, ¿su madre no hizo algún tipo de testamento?
—¿Un testamento? Sí, tiene que estar en la oficina de su abogado. —Tetsuo
Ishizawa parecía más bien asqueado mientras Katayama anotaba el nombre del
letrado—. ¿Por qué diablos quiere investigar eso? ¡Si ya sabe quién ha sido el
asesino!
—Hay un sospechoso, pero aún no tenemos la certeza de que él sea el asesino.
Según cuáles sean las circunstancias del crimen, existe la posibilidad de que
aparezcan otros sospechosos.
—¿Alguno de los hombres que vinieron con él a asaltar nuestra casa el otro día?
—No. Más bien alguien que deseara asesinar a su madre por un móvil
completamente distinto.
—No le entiendo —repuso Ishizawa lanzándole una mirada que parecía
escudriñar a Katayama—. ¿Qué clase de móvil?
—Estas tierras, por ejemplo —reveló Katayama—. Esta es una fortuna inmensa.
Y la cuantía por la que se puede vender a la inmobiliaria será más que considerable.
—¿Está insinuando que he asesinado a mi madre para quedarme con estas tierras?
¡Eso es ridículo! Mi madre ya estaba muy mayor y estaba clarísimo que era a mí, a
quien le iba a legar su fortuna. Jugársela de esta forma solo porque a uno le entren
prisas no tendría ningún sentido.
La sonrisa forzada que mostró Tetsuo hizo que Katayama sospechara de él.
—Claro que sí. Sin embargo, ¿qué sucedería si la señora Ishizawa se opusiera a
vender sus tierras? Usted vería escapar ante sus narices una gran suma de dinero.
—Mi madre estaba de acuerdo con vender estas tierras.
—¿De veras? No, no lo estaba. Tenemos fuentes que aseguran que ella insistía en
que nunca las vendería.
—¡Eso es mentira! Eso no… —Ishizawa se secó el sudor de la frente con gesto

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aturdido.
—Preguntaremos a los aldeanos si es cierto lo que dice. Si averiguamos que ha
mentido, se va a quemar los dedos —aseveró Katayama dejando caer la vista sobre su
bloc de notas. Lo dijo sin mirar a su interlocutor a propósito. Naturalmente, se había
marcado un farol.
Ishizawa se quedó un buen rato callado estrujando con las dos manos su pañuelo
hasta que finalmente suspiró.
—Es verdad. Mamá se oponía a vender sus tierras. Era terca a más no poder; una
vez que decidía algo, ya no hacía caso de nada ni nadie.
—Y usted quería vender.
—¡Pues claro! ¡Es lo normal! Que hayan edificado un complejo de apartamentos
tan cerca ha hecho que el valor de estos terrenos haya subido de un modo exorbitante
y justo en este momento tan oportuno, una inmobiliaria ha traído una propuesta con
unas condiciones óptimas. Yo puedo vivir sin estrecheces todos los meses, pero nunca
he tenido la oportunidad de hacerme con una gran suma de dinero —declaró Ishizawa
con ardor—. ¡Además, ya tengo cuarenta y siete años! ¡Va es hora de que empiece a
construir mi propio porvenir!
—Y usted se arrojó sobre la oferta loco de contento.
—Sí. Sin embargo, ellos me dijeron que si no vendía ahora, me olvidara del
negocio. En este momento, esta zona está en pleno desarrollo urbanístico. Si edifican
ahora, venderán las viviendas en muy poco tiempo. Sin embargo, si dejamos pasar
esta oportunidad, el valor de estos terrenos puede reducirse hasta la mitad.
—¿Pero eso no es simplemente una táctica empresarial para que venda?
—Aunque sea así, las condiciones que dan son las que son. Es más, garantizan
que venderán esas viviendas a un precio especialmente barato a los habitantes de la
aldea, así que todo el mundo está muy interesado en la oferta.
—¿Por eso todos los aldeanos acudieron en bloque a la reunión informativa?
—Así es. Pese a que estos terrenos no son de su propiedad, entenderá por qué
están tan entusiasmados.
—¿Todos ellos desean que ustedes vendan los terrenos?
—Exacto. Tras comprobar cómo vive la gente en los nuevos edificios de
apartamentos, se sentían como si a ellos los hubieran dejado abandonados a su suerte.
Les hacía una ilusión tremenda estrenar casa y vivir en esos pisos con todas las
comodidades del mundo y tan distintos de estas casas tradicionales.
Katayama se quedó sorprendido. En la ciudad la gente clamaba por volver a vivir
en medio de la naturaleza y paralelamente, en el campo aún seguían teniendo
idealizadas las ciudades.
—¿Todo el mundo sabía que su madre se negaba insistentemente a vender las
tierras?
—Sí. Algunos aldeanos vinieron varias veces a rogarle que vendiera. Al fin y al
cabo, por muy campesinos que sean, han visto cómo los jóvenes se han ido

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marchando de la aldea sin cesar y ahora prácticamente solo queda gente mayor para
quien el trabajo en el campo ya se hace demasiado duro.
—Si se vendieran los terrenos, ¿de qué viviría esa gente?
—Supongo que abrirían alguna que otra tienda. La inmobiliaria también ha estado
pensando en eso. Una persona mayor puede trabajar cuidando de una tienda sin
ninguna clase de dificultad.
—Entonces todo el mundo estaba de acuerdo.
—Sí. Últimamente se han estado reuniendo a diario para pensar en la forma de
conseguir lo que querían. Incluso nombraron un grupo de representantes para que
trataran de convencer a mi madre.
—¿Le expuso ella por qué razón se negaba a vender?
—Sí que lo hizo —asintió Ishizawa sonriendo con amargura.
—¿Qué le dijo?
—Dio un motivo verdaderamente increíble: si desarrollaban esta zona y la
convertían en un complejo residencial, los gatos ya no tendrían donde vivir.
Katayama se quedó con los ojos como platos, pero siguió tomando notas en
silencio.
—Entendido. Hemos terminado por ahora.
—Señor detective, no quiero que se lleve una idea equivocada… —Ishizawa se
inclinó hacia su interlocutor—. A mí también me entristece que hayan matado a mi
madre. Me encantaría estrangular al tipo que lo ha hecho con mis propias manos.
Quiero que esto le quede muy claro.
—Sí, lo entiendo.
—Pero lo de estos terrenos fue un error por su parte. En un momento como este lo
que hay que hacer es pensar en las personas que viven en la aldea. Lo comprende,
¿verdad?
—Sí, lo comprendo muy bien —respondió Katayama harto ya de aquel
despreciable tipo.
—Ser terrateniente implica asumir esa responsabilidad. Mi madre no comprendía
ese aspecto —prosiguió Ishizawa. Por lo visto lo que más temía el hombre, era que se
considerara que él tenía un móvil para asesinarla. Cuando Katayama le indicó que iba
a interrogar a su mujer oyó a alguien gritar desde la puerta.
—¡Sinvergüenza!
En el momento en que el detective levantó la cabeza sorprendido, vio a una mujer
joven en pie que aún tenía la mano en el pomo de la puerta.
—¡Ritsuko! ¿Has venido? —preguntó Ishizawa con los ojos abiertos
desmesuradamente.
—Acabo de llegar. He oído delante de la mansión que habían asesinado a mi tía.
Debes estar dando saltos de alegría.
—¡Espera! ¿Qué estás diciendo?
—Lo sé todo. Sé muy bien que estabas asfixiado por las deudas.

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—¡No digas estupideces! —El rostro del hombre se había alterado. En cambio,
Ritsuko Kariya mantenía la serenidad.
—¿Estupideces? Si la policía lo investiga, lo descubrirá enseguida. ¡Tú has
asesinado a mi tía!
—¡Eso es intolerable! Ya saben quién ha sido su asesino.
—Cálmense, por favor —les solicitó—. Señor Ishizawa, ya es suficiente. Ahora
hablaré con su prima. Le ruego que se retire.
—Escúcheme bien. No debe creerse nada de lo que le diga. Es una rebelde
desquiciada a la que incluso recluyeron en un centro de menores. ¡Es una mentirosa!
—recalcó el hombre mirando a Ritsuko con ensañamiento.
—Retírese, por favor —le ordenó Katayama con un tono de voz un poco más
fuerte.
—Ya me ha oído, no debe dejarse engañar… —repitió Ishizawa con cabezonería
mientras abandonaba la sala de visitas. Este se cruzó con Ishidzu, que entró cuando él
salía.
—No he podido comunicarme con Ritsuko Kariya.
—Ella ya ha llegado.
—¿Cómo? —Mudo de asombro, Ishidzu se quedó mirando a la joven que había
tomado asiento en el sofá.
—¿Lo que ha dicho ese hombre es cierto? ¿Saben ustedes quién es el asesino? —
preguntó la chica.
—Tenemos un sospechoso —aclaró Katayama. Dicho esto se quedó observando
atentamente el rostro de su interlocutora.
—¿De veras? De todas formas, estoy segura de que ha sido mi primo quien la ha
matado.
—¡Lo sabía!
—¿Eh?
—En el vagón litera me dijo que prefería la litera de arriba, ¿lo recuerda?
Ritsuko Kariya exclamó visiblemente sorprendida y se quedó contemplando un
buen rato al detective de la Central.
—Es verdad —confirmó ella—. Menuda casualidad.
—¿Entonces era detective de policía? No me lo pareció. Disculpe las molestias.
—Tranquila, no importa. Gracias a eso pude dormir a pierna suelta en la litera de
abajo —insistió con una sonrisa. Acto seguido bajó la vista hasta su bloc de notas y
volvió a adoptar una expresión seria—. Es una lástima que tengamos que
encontrarnos por unas circunstancias tan terribles.
—Sí… He oído que a mi tía la han asesinado de un modo muy violento…
Al escuchar la explicación de Katayama, Ritsuko bajó el rostro como si estuviera
reteniendo las lágrimas. Pero solo permaneció así un breve instante. Enseguida
levantó la cabeza y miró a Katayama a los ojos.
—Pregúnteme todo lo que quiera, responderé encantada —declaró con

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determinación.
—Su nombre es Ritsuko Kariya. ¿Cuántos años tiene?
—Veintitrés.
Katayama anotó su dirección.
—¿Dónde vive?
—En un apartamento cerca de aquí. Vivo sola.
—Entiendo. ¿Mantenía una relación estrecha con la señora Tsuneyo?
—Ella me mimaba más que mis propios padres. Ambos están muertos. Es cierto
que en secundaria y en el instituto me descarrié, y que me recluyeron en un centro de
menores. Aun así, mi tía siempre acudió en mi ayuda. Hiciera lo que hiciera, nunca
me abandonó. Únicamente me decía una cosa: «En realidad eres una buena chica, así
que estoy tranquila». Gracias a ella, abandoné el mal camino. Era tan buena
persona… —Entonces, se le atragantaron las palabras.
—¿Por qué ha venido hoy? ¿La ha traído algún motivo en particular?
—Mi tía me pidió que viniera.
—¿Para qué?
—No lo sé. Tan solo me dijo que viniera sin falta porque era un asunto muy
importante para mí.
—¿Un asunto importante para usted? ¿Se imagina qué podía ser?
Ritsuko meneó la cabeza.
—No tengo la menor idea. Hacía una buena temporada que no la veía. No
soportaba encontrarme con mi primo cada vez que venía aquí.
—¿Con Tetsuo Ishizawa?
—Sí. Me repugna tanto que estremezco de horror. —Ritsuko hizo una mueca—.
Pese a que el muy desgraciado no da un palo al agua y vive a costa de mi tía, nunca
habla bien de ella.
—¿Sabía que había surgido la cuestión de vender las tierras?
—Sí, porque a veces llamaba a mi tía y ella me contaba lo que sucedía.
—¿Qué le decía al respecto?
—Que no vendería bajo ningún concepto. Al menos mientras ella viviera… Y sí,
dijo «mientras ella viviera».
—¿Y usted qué piensa sobre eso?
—Estas tierras eran de mi tía y podía hacer con ellas lo que quisiera. Además, ella
sabía que si las vendía y las convertía en dinero, su hijo llevaría una vida aún más
disoluta.
Katayama pensó que la mujer seguramente tenía razón.
—Por ahora lo podemos dejar así. Si se le ocurre algo más que deba decirme,
hágamelo saber.
—Entendido. Esto…
—Soy el detective Katayama de la Primera Sección de Investigación de la
Comisaría Central Metropolitana.

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—De acuerdo —contestó Ritsuko con una pequeña sonrisa antes de marcharse.
El detective dio un gran suspiro y se sentó en el sofá.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Ishidzu—. ¿Estás cansado?
—No, solo estoy haciendo una pequeña pausa —repuso cerrando los ojos
lentamente. Por naturaleza, cuando estaba delante de una mujer hermosa o atractiva
se ponía exageradamente tenso y acababa agotado.
—Pídele a la esposa de Ishizawa que venga, por favor —solicitó Katayama al
cabo de un rato.
Makiko, la mujer de Ishizawa, era la antítesis de Ritsuko. Era una mujer gris, de
baja estatura, nada llamativa. Se movía con nerviosismo y sus ojos no se estaban
quietos, pero por lo visto eso era habitual en ella.
Era bastante más joven que su marido, pero por más que tuviera treinta y cuatro
años, se la veía tan envejecida que de haberle dicho que tenía cuarenta, no se habría
sorprendido.
—De modo que hoy han salido de casa a las diez y media.
—Sí.
—¿A qué hora han llegado a la sala donde se celebraba la reunión?
—A las once… menos cinco, más o menos.
—¿Hasta qué hora se ha alargado la reunión?
—Estaba previsto que durara hasta la una y media, pero al final se ha alargado
hasta las dos.
—¿Ha ido y ha vuelto con su marido?
—Sí, por supuesto.
—¿En la reunión también ha estado con él todo el tiempo?
—Sí.
—¿Todos los aldeanos estaban en aquella sala?
—Así es.
Katayama asintió. En ese caso, era imposible plantearse que Ishizawa fuera el
asesino. ¿Era aquel crimen obra de Ueno?
Sin embargo, había algo que no acababa de encajar.
Si Ueno fuera el asesino, desde luego, había llegado en un momento demasiado
oportuno. Había encontrado el pueblo vacío y a la señora Tsuneyo, que era su
objetivo, sola en casa. Podría tratarse de un arrebato pero se le antojaba que eran
demasiadas coincidencias.
—Pero no fue así al mediodía —dejó caer Makiko Ishizawa.
—¿Eh? —se le escapó a Katayama.
—Al mediodía la gente de la inmobiliaria dio mil yenes a cada asistente para la
comida.
—Entonces, ¿salieron todos a mitad de la reunión?
—Sí. Desde las doce hasta la una. Cada cual se fue a comer por su cuenta a los
restaurantes del complejo de apartamentos.

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—¿Adónde fue usted?
—Yo fui a un restaurante de soba[12]. No me gusta la comida demasiado aceitosa.
—Su marido no fue con usted.
—Sí. Él dijo que prefería la comida china. Fuimos cada uno por nuestro lado nada
más llegar al complejo de apartamentos.
—¿Su marido se fue con alguien más?
—No lo sé. Cuando nos separamos él se quedó solo. Ignoro qué fue lo que hizo
luego.
—Entiendo. Muchas gracias por todo.

Una vez que Makiko Ishizawa hubo salido de la sala de invitados, Katayama se
giró hacia Ishidzu.
—Con una hora tenía tiempo más que suficiente para hacerlo —señaló.
—Es cierto. Además, un hombre como él es capaz de todo.
—Hasta que no veamos el informe de la autopsia, no podremos sacar
conclusiones, pero por lo menos sabemos que Ishizawa también tenía un móvil para
asesinar a su madre.
—Si eso es así, ¿dónde está el señor Ueno?
—Su desaparición hace recaer todas las sospechas sobre él…
—Es posible, pero ¿y si no ha desaparecido de forma voluntaria?
—En ese caso…
—El asesino podría haberlo matado también a él. —Katayama se puso a
reflexionar mientras repasaba las notas de su bloc. En ese momento…
—¡Hermano! —Harumi entró como un vendaval.
—¿Qué ocurre?
—Mientras estaba delante de la mansión, Holmes ha traído esto en la boca. —Ella
le estaba tendiendo un pañuelo envuelto. Al abrirlo, el detective vio que una tercera
parte del mismo estaba teñida de sangre.
—Esto es…
—¿Y si fuera del asesino?
—¿Dónde lo has encontrado?
—Holmes nos está esperando delante de la mansión.
—¡Muy bien, vamos!
Los tres salieron a toda velocidad de la casa. Holmes estaba sentada en el jardín
delantero con una carita que rezaba que no quería que la hicieran esperar demasiado.

Ueno estaba muerto en el bosque. Sin la ayuda de Holmes, es posible que


hubieran tardado bastante tiempo en localizarlo. Se encontraba en el corazón de una
arboleda muy alejada de la aldea, que por la impresión que transmitía, uno habría

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jurado que estaba en medio de la montaña.
El exdetective había agarrado la katana por la sección media de la hoja y parecía
habérsela clavado él mismo en el vientre. Naturalmente, tenía dicha zona teñida de
sangre, pero aparte de eso, tenía salpicaduras de sangre por todo el cuerpo; lo más
probable era que fueran de la sangre de Tsuneyo Ishizawa y de los gatos a los que
había matado a espadazos.
Lo que Holmes había traído entre los dientes era el pañuelo con el que el hombre
debió envolver la hoja para poder agarrarla bien. La situación no ofrecía dudas en ese
sentido.
—Todo indica que Ueno era el asesino —murmuró Katayama.
—Lo siento tanto por Kinuko… —dijo Harumi volviendo el rostro.
—Ishidzu, quédate aquí, por favor. Iré a informar de todo y volveré enseguida.
—De acuerdo —asintió su colega dando a entender que podía confiar en él.
«Qué tipo más extraño», pensó Katayama. Con los cadáveres se quedaba
impávido y, sin embargo, sentía pánico por los gatos.
—Bueno, ya tenemos resuelto el caso —sentenció el detective de la Central.
Nada más oír aquello, Holmes se dio la vuelta bruscamente. Con sus ojos le
decía: «¿Eso es lo que crees, Watson?».
—¿Qué ocurre? ¿Crees que me equivoco?
—Mucho, hermano —respondió Harumi—. ¿Dónde se han metido los otros
gatos? Y una cosa más, ¿qué ocurre con el caso de los sabotajes contra los niños del
complejo de apartamentos?
—Eso no es de mi incumbencia.
—Sin embargo, tengo la sospecha de que, en algún sentido, este asesinato está
conectado con los ataques a esos niños.
—Quizá, pero con intuiciones no se llega a ninguna parte.
—¿Tú crees? Tienes que hacer caso de la intuición femenina. ¿Verdad, Holmes?
Y entonces, la gata manifestó estar de acuerdo con las palabras de Harumi
emitiendo un breve maullido.

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SEGUNDO CAPÍTULO

LA GATA ROJA

I
ué rezaba el dicho? ¿La primavera el sueño altera…?
—¿ Qmonumental.
—Yo ya no sé si ya es de día o no… —Katayama dio un bostezo

Estar pateando la calle arriba y abajo todavía tenía un pase, ahora bien, cuando
miraba los informes que tenía sobre la mesa, una especie de neblina se extendía por
su cabeza sin previo aviso y un velo caía delante de sus ojos.
—Podía sonar el timbre del teléfono, así al menos me despertaría… En fin, vamos
a por uno más. —Apenas hubo dicho esto, el aparato repicó estrepitosamente—. ¿Me
están llamando de verdad? —Se quedó un poco sorprendido. «Me lo estaré
imaginando». «No, está sonando en un sueño», pensó, y miró el teléfono con
resentimiento.
—Hombre, ¿por qué no lo descuelgas? —le preguntó el detective Nemoto
perplejo, que estaba justo a su lado.
Pues parecía que sí que le estaban llamando.
—Detective Katayama, dígame —dijo tomando el auricular.
—Disculpe, ¿hablo con el detective Katayama?
Era la voz de una mujer joven. Tenía la impresión de haberla escuchado antes,
pero no estaba seguro. Las voces de todas las mujeres jóvenes se parecían.
—Sí, soy yo.
—Soy Ritsuko Kariya.
Era la «gata blanca» de aquel vagón litera.
—Hola. Gracias por haberme ayudado en aquella ocasión. Fue algo realmente
terrible. —Katayama se expresó con un tono amigable y con una fluidez rara en él.
Aunque su interlocutora fuera una mujer hermosa, por teléfono se manejaba bastante
mejor que en persona. Hasta se había dado el lujo de añadir unas palabras de gratitud.
—Sí, y aún estamos de metidos de lleno en el mismo problema.
—¿Qué quiere decir?
—Me gustaría verlo.
Hacía una semana que se había oficiado el funeral de la señora Tsuneyo.
—Dígame… ¿han recordado algo nuevo con relación al caso? —inquirió él.
—No sé si tiene o no relación con el caso… —Katayama no entendía a qué venía
la petición de la joven—. Es una historia algo insólita. Es complicado explicársela

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por teléfono.
—Entendido. —Mientras respondía, miraba de reojo al superintendente Kurihara.
Se suponía que el asesinato de Tsuneyo Ishizawa ya había quedado resuelto tras el
suicidio de Ueno, y la mención de volver a hurgar disgustaría mucho a su jefe.
Estaban escasos de personal y solo faltaba aquello. Pero quizá fuera importante
escuchar lo que tuviera que decirle la mujer.
—Si quiere, puedo ir ahora mismo a la Comisaría Central.
—Ahora no puedo, lo siento.
—¿Tiene esta noche libre? —inquirió Ritsuko Kariya inquieta.
—¿Cómo? ¿Esta noche?
—Sí. Si le va bien, podríamos encontrarnos en el vestíbulo del hotel T. ¿Qué le
parece a las siete?
—Pues… no tengo inconveniente.
—Le ruego que venga sin falta. Es algo muy importante.
—De acuerdo. Allí estaré.
Lo intimidaba que una mujer lo citara en un lugar de esas características. El caso
es que hasta la fecha, cada vez que había aceptado propuestas como esa solo le
habían traído problemas.
—Me tranquiliza saberlo. Sé que está muy ocupado, así que no estaba segura de
si iba a tener tiempo o no —refirió ella adoptando un tono más sereno.
—No hay problema. A las siete en el vestíbulo del hotel T.
Cuando por fin colgó el teléfono, Nemoto le habló en voz baja.
—¿En qué la has cagado esta vez?
—¿Qué quieres decir?
—El jefe te estaba mirando con una mala leche de narices.
—Pues no se me ocurre qué puede ser…
Y entonces, de repente…
—¡Katayama! ¡Ven un momento! —La voz del superintendente Kurihara llegó
hasta su mesa.
—¿Qué quiere, señor?
El detective intuyó que aquello debía ser un rapapolvo distinto a los que solía
tenerlo acostumbrado, porque su jefe titubeó y su rostro tenía una expresión
sumamente hosca:
—¿Cómo podría planteártelo? Acabo de recibir una llamada de la comisaría de
Yotsuya[13].
—¿Qué le han dicho?
—¿Conoces a una mujer llamada Sachiko Ichimura?
Tras quedarse pensando un rato, el detective se encogió de hombros.
—No la conozco de nada. ¿Sucede algo con esa mujer?
—Hmm… —Kurihara levantó la cabeza y procedió a explicárselo—. Por lo visto
ha presentado una denuncia contra ti por agresión.

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Katayama meneó la cabeza enérgicamente preguntándose si aún estaba medio
dormido. Aunque quizá lo hizo con demasiada fuerza, porque acabó medio mareado
tambaleándose. Nervioso, apoyó las manos en la mesa de su superior para sostenerse.
—Perdone… ¿Qué acaba de decir?
—Dicen que agrediste a una mujer llamada Sachiko Ichimura. En términos
exactos, te acusan de violarla.
Katayama abrió los ojos exageradamente, horrorizado.
—¡Eso es una patraña! ¡Yo jamás haría algo así!
—Yo también creo que eso es imposible —asintió el superintendente—. Vete a
saber lo que ocurrió realmente.
El detective se quedó descorazonado y protestó enérgicamente.
—Espera, hombre, —lo contuvo Kurihara—. En la comisaría de Yotsuya también
ven inconsistencias en el testimonio de esa mujer y desconfían de su veracidad. Quizá
se trate de sexo consentido. ¿Has tenido relaciones con ella?
—¡Ni sexo consentido, ni nada! ¡No he tenido nada que ver con ella!
—De acuerdo. De acuerdo. ¿Por qué te habrá acusado entonces? ¿Y cómo sabe tu
nombre?
—Ni idea…
—Parece ser que ha dicho bien claro que su agresor era Yoshitarō Katayama de la
Primera Sección de Investigación de la Comisaría Central Metropolitana.
Se quedó tan perplejo como furioso. Jamás había hecho nada voluntariamente que
se mereciera el resentimiento de una mujer.
—Podría ser una mujer relacionada con alguno de los asesinos a los que le has
echado el guante. En fin, eso es lo que voy a decirle a los compañeros de esa
comisaría. Supongo que ellos también investigarán un poco por su lado. A lo mejor te
piden que vayas a verlos así que no te vayas de viaje.
Katayama volvió a su silla sin comprender qué demonios pasaba. Cuando hizo
partícipe de la historia a Nemoto, este último sugirió:
—¿No será una chica de alterne o una prostituta que te la está jugando? O quizá
alguna posible novia que no te perdona que le dieras calabazas.
—¿Cómo te atreves? —Katayama alzó los brazos indignado.
—La gente nunca es lo que parece —alegó divertido su compañero con una
sonrisa.
¿Por quién le había tomado Nemoto?, pensó. Con una expresión amarga en el
rostro, volvió a dirigir su mirada hacia aquellos informes. Sin embargo, no lograba
concentrarse en su trabajo.
Al cabo de treinta minutos, Kurihara volvió a llamarlo. Esta vez lo telefoneó y le
pidió que acudiera a la sala de reuniones.
Mientras entraba en aquella sala supuso que a lo mejor había venido el detective
de la comisaría de Yotsuya.
—¿Ya estás aquí? Siéntate —le ordenó su jefe—. Este es Fujita de la comisaría de

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Ikebukuro[14].
—Encantado —lo saludó inexpresivo un detective que aparentaba unos treinta y
cinco, treinta y seis años.
Mientras le devolvía el saludo, Katayama pensó que los barrios de Yotsuya e
Ikebukuro estaban lejísimos el uno del otro.
—Según lo que me ha contado Fujita —empezó a explicar Kurihara— una joven
te quiere denunciar por haberla estafado con un matrimonio fraudulento.
Katayama se quedó en blanco durante unos instantes.
—¿La misma chica de antes…?
—No, esa es otra. La mujer de este caso… ¿Cómo se llama?
—Se llama Kuniko Sakashita, de treinta y dos años.
—Caray. Esta es mayor que tú.
—¡Jefe! Esto no tiene ninguna gracia. Nunca había oído ese nombre.
—Dice que prometiste casarte con ella y que te largaste con tres millones de
yenes que tenía ahorrados.
—¡Eso es imposible! ¡Es mentira! ¡Es una acusación falsa! —Aún quería decir
más, pero ya no le salían más palabras.
—Tranquilízate —le recomendó Kurihara intentando apaciguarle—. Fujita, ¿esa
mujer no te ha resultado sospechosa?
—Bueno… Es la típica solterona un poco rara, pero aparte de eso no sabría qué
decirle…
—¿Me acusa de robarle tres millones de yenes? Le ruego que investigue todo lo
que haga falta, por favor. ¿Dónde diablos tengo yo ese dineral? Mis depósitos
bancarios son de risa, no juego a las apuestas y tengo un sueldo miserable…
—Lo del sueldo miserable sobraba —censuró su superior sonriendo con amargura
—. En todo caso, eso significa que tampoco sabes nada de este asunto.
—¡Por supuesto que no!
—Menudo problema. —Fujita se rascó la cabeza—. Una vez se haya formalizado
la denuncia, estamos obligados a investigarla.
—Eso no importa. Es natural que investiguen —manifestó el superintendente—.
Sin embargo, ¿podríais hacer un seguimiento de esa mujer al mismo tiempo? Esto me
parece muy raro. Un caso de agresión y ahora este matrimonio fraudulento… No me
parece propio de ti.
—Claro que no. ¡Es una acusación infundada!
—Así lo haremos —asintió Fujita—. Investigaremos a fondo la vida de esa mujer.
Por lo pronto, es muy probable que también tengamos que investigar su casa,
Katayama. Le ruego que nos ofrezca su colaboración. Ya nos veremos entonces. —
Acto seguido hizo una pequeña reverencia a modo de despedida y se marchó.
—¡Maldita sea! —Katayama se llevó las manos a la cabeza—. ¿Qué demonios
está sucediendo?
—Sinceramente, es algo muy extraño —asintió su jefe—. Y que encima, ambos

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casos hayan aparecido a la vez… Es posible que alguien te haya tendido una trampa.
¿Se te ocurre quién puede ser?
—Ni idea… —Se limitaba a mostrar su disconformidad meneando la cabeza
como un poseso.
—En todo caso, vete a tu casa.
—¡Jefe!
—Si te quedas aquí, la gentuza de la prensa nos cubrirá de mierda. Que un
detective haya agredido a una mujer y haya estafado a otra con un matrimonio
fraudulento son noticias amarillistas muy golosas.
Era verdad, así que tuvo que ceder a regañadientes y ya en su mesa, se dedicó a
ordenarla. Su compañero se lo quedó mirando sorprendido:
—Oye, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
—Esto es de lo más rastrero —protestó Katayama sin energía. ¿Una violación y
un matrimonio fraudulento? ¿Qué había hecho él para merecer eso? ¿Qué diablos
estaba pasando?
Cuando oyó la historia, Nemoto se puso muy serio.
—No es ninguna tontería. Ni tú mismo debes saber por qué, pero alguien te ha
preparado una encerrona.
—Menudo problema.
—Esta clase de casos son difíciles de descartar. Una parte dice una cosa y la otra
da una versión muy distinta. Entonces ya no hay forma de determinar cuál de las dos
tiene razón desde un punto de vista objetivo. Es una faena. Aunque las pruebas sean
insuficientes y se te declare inocente, siempre habrá quien piense que a lo mejor sí
que lo has hecho.
—Sea como sea, me voy a casa a enfriarme un poco las ideas.
—Espero que todo esto se quede en nada.
Katayama se despidió de su compañero y ya se disponía a salir de las
dependencias que ocupaba el Primer Departamento de Investigación, pero justo al
abrir la puerta estuvo a punto de chocarse con una mujer joven.
—¿Con quién quería hablar? —preguntó él tras disculparse haciéndose a un lado.
La mujer tendría unos veintidós, veintitrés años. Poseía un ímpetu tremendo, tenía
algo de sobrepeso y parecía una atleta. Miró por toda la sala y luego lanzó una
pregunta:
—¿Quién es Katayama?
—Yo mismo, ¿quién es usted? —inquirió a su vez, perplejo.
Entonces, ella profirió un sonido que estaba entre un gritito histérico y un alarido,
y se lanzó desquiciada sobre él. La gran estatura del detective hacía que no tuviera un
buen sentido del equilibrio y al encajar el impacto, retrocedió dos, tres pasos
tambaleándose y se cayó al suelo boca arriba.
—¡¿Pe-pero qué hace?! —Dado que la cara de la mujer se le venía encima
amenazadoramente, por un instante, pensó que iba a estrangularlo—. ¡No! ¡Que

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alguien me ayude!
La mujer puso sus labios sobre los de Katayama y empezó a besuquearlo a la
fuerza. Él estaba horrorizado, pero con la boca taponada como estaba, fue incapaz de
decir palabra por más que lo intentaba. Estaba como una tortuga boca arriba agitando
sus extremidades histéricamente sin parar.
Al cabo de un rato, los detectives de la sala finalmente vinieron corriendo a
apartar a la mujer de él.
Katayama se levantó tembloroso.
—¡¿Pero qué diablos estás haciendo?! ¡¿Quién eres?! —bramó colérico.
—¿Me estás diciendo que no sabes quién soy? Si soy Natsuko. Me prometiste que
te casarías conmigo —expuso la mujer con voz de pena.
El acosado se quedó con la boca abierta por la sorpresa y observó fijamente a esa
mujer a la que no había visto jamás.
—¡A ti no te conozco de nada! ¿Qué pretendes con esto?
—¿Cómo…? ¿Cómo puedes hablarme con esa indiferencia? ¡Eres un monstruo!
Con lo mucho que me quisiste y ahora…
—¡No digas idioteces! ¡Yo a ti nunca te he…!
Antes de que terminara, esa loca se echó a llorar de repente a grito pelado.
Empezó haciéndolo sorbiéndose los mocos, pasó al llanto desgarrado, luego se
deshizo en lágrimas y así, sin parar, iba pasando por todas las modalidades y
expresiones del llanto hasta el punto que uno ya no sabía, ni a qué atenerse, ni de qué
modo estaba llorando. Su detonación de gritos reverberaba con una intensidad tan
terrible e indescriptible, que los detectives que había en la sala no pudieron evitar
taparse los oídos. Y todo porque parecía que alguien hubiera amplificado el rugido de
un león una octava por encima de su sonido original y lo estuviera reproduciendo a
través de un altavoz extra grande al máximo volumen. Realmente, las únicas palabras
que podían describir ese berrido eran detonación acústica.
En lo que a Katayama respecta, este se había olvidado de taparse los oídos. Solo
permanecía en pie, boquiabierto. Con el pelo desmadejado, la corbata retorcida y el
botón que había justo debajo de cuello de su camisa blanca arrancado.
Al final, alarmados por el griterío de la mujer, una multitud de compañeros de
otros departamentos acudieron en masa por si había ocurrido algo grave. En su fuero
interno, el pobre hombre estaba implorando que si aquello era un sueño, pudiera
despertar pronto de él…

Harumi se había quedado con los ojos como platos tras escuchar la explicación de
su hermano.
—¿Desdecirse del compromiso? ¿Tú?
—Eso mismo. Y está decidida a denunciarme.
—Pero… tú no conoces a esa mujer, ¿verdad?

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—¡Por supuesto que no! Que quede claro, nada más entrar en el departamento, ha
preguntado «¿Quién es Katayama?» y cuando he contestado que era yo, ha empezado
a dar voces. Si realmente hubiéramos estado prometidos, es imposible que no supiera
qué cara tengo.
—Deberías haberle dicho eso mismo.
—Lo he hecho, claro está.
—¿Y entonces?
—Se ha obcecado con que no quería ni oírme hablar. Y como ya no me
escuchaba, aquello ya era como predicar en el desierto.
—¿Cómo ha acabado todo?
—Eso me gustaría saber a mí también. —Katayama se sentó en el suelo echando
pestes.
Harumi había vuelto del trabajo y sorprendida de que su hermano hubiera
regresado antes que ella a su apartamento, le preguntó si le habían despedido. Él le
contó lo sucedido, pero lo hizo siguiendo un orden arbitrario y bajo un relativo estado
de shock, así que aquella ya era la tercera vez que le tiraba de la lengua.
—¿No será que esa mujer está un poco desequilibrada? Si investigan, lo
averiguarán enseguida. Seguro que es una delincuente habitual.
—Aun teniendo en cuenta eso, lloró a grito pelado de un modo terrorífico. Estoy
convencido de que le deben haber enseñado a llorar en alguna escuela de arte
dramático.
—¿Pero qué dices? Entonces, es por eso que has vuelto a casa al mediodía.
—Exacto. Ha sido horroroso. Y así una tras otra…
—¿Una tras otra? —quiso seguir preguntando su hermana. ¿Has tenido otro
percance aparte de ese?
—Sí…
El detective estaba indeciso. ¿Qué debía explicarle primero? ¿Lo de la estafa de la
boda fraudulenta o lo de la violación? Le preocupaba dejarla aún más conmocionada.
Si primero le contaba lo de la violación, su hermana se desmayaría en el acto. O no.
Porque la verdad es que ella tenía bastante más aguante que él mismo y era posible
que no la afectara tanto.
—¿Qué ha sucedido? —Harumi se sentó al lado de Katayama.
—Bueno… es una historia muy extraña… —Antes de que pudiera explicarse,
sonó el timbre de la puerta.
—Ya voy. —La joven se levantó—. ¿Quién es?
—Soy Ishidzu —contestó el detective de Meguro con su alegría habitual. Ella
abrió la puerta rápidamente.
—Hola, ¿qué haces aquí? ¿Por qué has venido de repente sin avisar?
—Lo siento. Es que me he enterado de lo de tu hermano y estaba preocupado.
—Gracias por tomarte la molestia —sonrió—. Pero tampoco es tan grave. Todo
está bien. En todo caso, entra en casa, por favor.

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—Madre mía. Menudo revuelo se ha organizado. El rumor se ha extendido como
una mancha de aceite. El caso es que hablando con un detective de la policía que
estaba de servicio…
—¡Ishidzu, espera! —Hecho un manojo de nervios, Katayama intentó hacerlo
callar, pero fue demasiado tarde.
—¡Y es que claro, que si violación, que si estafa con una boda fraudulenta, que si
desdecirse de un compromiso de boda…! ¡Que tres mujeres le estén denunciando a la
vez por todo eso es inaudito!
El pobre hombre suspiró y se dio la vuelta.
—¿Vio-la-ción? —Su hermana se había quedado estupefacta.
—¿No lo sabías?
—¿Estafa con una boda fraudulenta?
—Sí, y desentendimiento de un compromiso de boda —se molestó en añadir.
Harumi abrió los ojos exageradamente y gritó:
—¡¿Qué significa esto?!
—¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Si todas son mujeres a quienes no conozco de
nada! ¡Esto es una conspiración! ¡Alguien me está atacando para usurparme el
puesto! —Es imposible que nadie quisiera usurparle el puesto a un detective raso
como Katayama, pero esa frase solía aparecer a menudo en las teleseries, y
simplemente se le escapó—. Pensadlo bien. ¿No veis que no puede ser casualidad que
esas tres mujeres me hayan denunciado el mismo día?
—En eso tienes razón. —Ella volvió a sosegarse y se cruzó de brazos—. Pero
alguna de esas cosas sí que la habrás hecho, ¿no?
—¿De qué vas? ¿Es que no tienes fe en tu propio hermano?
—Calma, calma. —Ishidzu finalmente entró en el apartamento—: Harumi, si lo
piensas con calma, te darás cuenta de que él es una persona incapaz de hacer algo así.
—Eso es, eso es. —Asintió el afectado. Ese grandullón por fin había hablado con
coherencia.
—¿No lo ves? Ninguna mujer sería tan tonta como para dejarse engañar por
alguien como tu hermano.
Katayama apretó los puños con la intención de propinarle un buen puñetazo a su
colega, pero justo en ese momento apareció Holmes maullando. La gata empezó a
darle toquecitos en la mano con la pata delantera y se puso a señalar el reloj con la
cabeza.
—¿Qué quieres? La cena se la tienes que reclamar a Harumi —sugirió, y miró el
reloj por inercia. Eran las seis y veinte.
—¿Hm? A esa hora… Las seis. Las siete.
—¡Es verdad! ¡Maldición! ¡Lo había olvidado por completo! —Katayama se
puso de pie. Se refería a la cita que tenía con Ritsuko Kariya.
—¿Qué sucede? —inquirió su hermana algo descolocada.
—Acabo de recordar que había quedado. Voy a salir.

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—Entendido… ¿Adónde vas?
—A un hotel.
—¿A un hotel? ¿A quién vas a ver?
—¿Hm? A Ritsuko Kariya.
—¿Kariya? —En cuanto ella frunció el ceño, Ishidzu cayó en la cuenta.
—Ah, sí. La sobrina de Tsuneyo Ishizawa, la anciana que asesinaron.
—Eso es. Me voy.
—¿Entonces no hace falta que te prepare la cena? ¡Hermano! —Pero este ya
estaba bajando por las escaleras a toda pastilla—. Siempre que se le dice algo que le
disgusta, pone los pies en polvorosa. Escucha, ¿te apetece cenar aquí antes de
marcharte?
—¿Te parece bien? —El rostro de Ishidzu resplandeció.
—Claro. Ya había comprado lo suficiente para prepararle la cena. ¿Tienes algún
compromiso?
—No, ninguno. No puedo creer que me estés invitando a cenar. Perdón por las
molestias.
—No pasa nada. Como si estuvieras en casa.
Justo entonces, la gata calicó maulló notablemente más fuerte. Asustado, el
hombretón se empotró de un salto contra una esquina de la habitación.
—Sí, Holmes, ya lo sé. Tendré que preparar tu cena primero. Y no le asustes
demasiado, me da un poco pena, el pobre.
El animal dio a entender que ya sabía a qué se refería y se sentó mirando hacia
otro lado. Ishidzu se secó el sudor de la frente…

II
Katayama entró en el vestíbulo del hotel T con paso acelerado a las siete y cuarto.
Pudo encontrar a Ritsuko Kariya sin necesidad de buscarla; ella misma se levantó de
un sofá y lo llamó.
—Hola. Disculpe que me haya retrasado.
—No se preocupe. Gracias por venir, debe estar muy ocupado.
Pese a haberse manejado bien hasta este momento, sintió como si tuviera una
piedra atascada en la garganta y se le atragantaron las palabras. La joven llevaba un
elegante traje de chaqueta de color azul claro. Su juventud y su feminidad mostraban
un equilibrio exquisito, y desde la primera mirada se percibía que aquella chica
rebosaba tal atractivo que uno ya no podía apartar los ojos de ella.
—¿Te parece que hablemos mientras cenamos? —propuso Ritsuko con una
sonrisa.
—Sí… es una buena idea.

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—Tengo una reserva en el restaurante del sótano. Si te parece…
—De acuerdo.
Entraron en ese restaurante tranquilo con un aire británico, se sentaron en una
mesa del fondo.
—Dígame, ¿está usted bien? —dijo Katayama tras aclararse la garganta. Solo le
faltó decir «apreciada señorita» como lo haría en el encabezamiento de una carta
formal.
—Sí. La muerte de mi tía me dejó un poco ensimismada, pero ya estoy bien.
—Me alegro.
—Tú también tienes buen aspecto.
—Afortunadamente estoy bien.
A medida que iban trabando esa conversación intrascendente, el camarero vino y
estuvieron discutiendo un rato si pedir tal o cual cosa. Una vez hecha la comanda,
Katayama se relajó un poco.
—Madre mía, hoy he tenido un día demoledor.
—¿Y eso? ¿Qué ha sucedido?
Katayama le contó que tres mujeres le habían denunciado una tras otra.
—Naturalmente, yo no conozco a ninguna de ellas.
—Entiendo lo que quieres decir. Me parece una historia muy extraña.
—Me la han jugado bien. El caso es que no recuerdo haberme ganado el
resentimiento de nadie —suspiró.
—¿Y si…? —dijo ella de improviso.
—¿Y si qué?
—¿Y si fuera una conspiración de mi primo?
—De Tetsuo Ishizawa.
—Sí.
—¿Pero por qué me guarda resentimiento? ¿Qué gana él haciéndome esto?
—Seguro que quiere interponerse en nuestra boda.
—Ya lo entiendo. —Nada más asentir, preguntó—: ¿En la boda? ¿De quién?
—En la nuestra.
—¿En la suya con… quién?
—Está claro. En la mía contigo, Katayama —reveló Ritsuko a bocajarro.

—¿Después de aquello no ha ocurrido nada más en el complejo de apartamentos?


—preguntó Harumi mientras preparaba el té.
—¿Qué tendría que ocurrir?
—Ya sabes a qué me refiero. ¿Acaso no pusieron en peligro a varios niños?
—Ah, ese asunto. Parece que no ha habido ningún incidente más.
—¿Y qué ha sido de la hija de Ueno? Se llamaba Kinuko, ¿verdad?
—Sí. Ahora que la gente llama a su padre asesino, debe ser difícil para ella

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permanecer allí. Por lo visto, está pensando en mudarse a otra parte. Aún vive allí,
pero mantiene las cortinas cerradas incluso a plena luz del día.
—Es una pena.
—Aunque Hayashida va a verla a menudo.
—Es ese agente que renunció al cuerpo de policía, ¿verdad? Ambos son muy
jóvenes todavía; siempre pueden empezar de nuevo en otra parte.
—Eso es verdad.
Harumi sonrió y le ofreció otra taza de té.
—No, gracias. He comido mucho.
—¿Te ha gustado el sabor?
—¡Es la mejor comida del mundo!
—Creo que te pasas un poco con los halagos —objetó Harumi riendo.
—Pero si algo es lo mejor del mundo, solo puede calificarse como tal —remarcó
Ishidzu.
—Entonces las consideraré palabras sinceras. —De improviso, la joven cayó en la
cuenta—. Me olvidaba. ¿Encontraron a esos gatos?
—¿Qué-qué pasa con los gatos? —Él se quedó helado. Todo su cuerpo estaba
temblando.
—Perdóname, por favor. Creía que ya lo tenías superado.
—Ya me iré acostumbrando. Ha sido por la impresión.
—Con lo de los gatos… te referirás a los que tenía la señora Tsuneyo Ishizawa,
¿verdad?
—Sí. Desaparecieron unos diez gatos, creo. ¿Han dado con ellos?
—Pues… No he oído que los hayan encontrado. Pero como me dan un poco de
miedo, no he vuelto a preguntar sobre su desaparición.
—Pero no estamos hablando de uno o de dos gatos. Por fuerza, alguien tendría
que haberlos visto.
—Eso es evidente. El próximo día iré a preguntarle al agente del puesto de
guardia de la policía.
Harumi bajó la mirada.
—Nunca lo olvidaré… Cuando vi salir a Koto por el camino teñida de sangre me
quedé aterrorizada. Esa gata blanca se había convertido en una gata roja y sus ojos
centelleaban con tanta intensidad… Porque sigue en paradero desconocido, ¿verdad?
¿Siguió a su propietaria hasta la muerte? ¿O quizá está vagando desorientada por el
bosque cercano al complejo de apartamentos? Bien pensado, eso sería tan
inquietante… Holmes, ¿tú qué piensas?
La gata calicó estaba hecha una bola y parecía dormida, pero abrió los ojos
cuando oyó la pregunta. A continuación se levantó, se dirigió hacia Harumi, se sentó
delante de ella y se quedó mirándola fijamente a la cara.
—¿Qué quieres? Ya tienes la tripa llena, ¿no? Ah, ya lo tengo. No me miras así
por la comida. Tú también intuyes que hay algo más. ¿Es por eso de los gatos?

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Holmes cerró los ojos un poco y volvió a abrirlos. Daba la impresión de que esa
era su forma de asentir enérgicamente.
—Lo sabía. Yo también. La anciana de aquella mansión fue asesinada junto a
once gatos… y el resto de sus mascotas está en paradero desconocido. El supuesto
autor de los crímenes ha muerto, pero a fin de cuentas, ¿realmente serían obra suya?
A mí me da la impresión de que ese caso aún no está cerrado. Además, todavía no se
ha encontrado a la persona que puso en peligro la vida de los niños… Holmes, tú
opinas lo mismo, ¿verdad?
Holmes volvió a cerrar y a abrir los ojos.
—¿A que sí? Piensas lo mismo que yo. ¡Si el señor Ueno no fuera el asesino…
los únicos que sabrían quién cometió el crimen en realidad serían los gatos que
salieron huyendo! Es posible que esos gatos quieran vengarse de su enemigo. Hasta
los que fallecieron podrían volver a aparecer convertidos en fantasmas. Serían once
gatos fantasma que…
De repente, Holmes profirió primero un maullido breve y agudo mirando hacia la
puerta del apartamento, y luego, otro más largo y penetrante más amenazador. En el
instante posterior cruzó la habitación hacia el recibidor con tal agilidad que parecía
que estuviera flotando por ese espacio.
—¿Qué sucede? —Harumi se levantó convencida de que había pasado algo
grave. La gata maulló varias veces mirando a la puerta en un tono aún más penetrante
y agudo. Eso llevó a la joven a ir corriendo hasta el recibidor—. ¿Hay alguien ahí? —
preguntó al tiempo que abría la puerta.
No había nadie fuera. Holmes salió disparada por el corredor del edificio de
apartamentos, pero no fue muy lejos. Se puso a dar vueltas alrededor del frontal de la
puerta inspeccionándolo todo con calma.
—¿Qué pasa? ¿Has visto algo? —le consultó Harumi poniéndose en cuclillas.
Entonces, exclamó al ver que en el corredor habían quedado una especie de
huellas. No acababa de distinguirlas bien a causa de la oscuridad. La joven volvió a
entrar en el apartamento.
—Ishidzu, ¿me podrías pasar la linterna que hay colgada en la columna de la
cocina? —Él no le contestó—. Ishidzu… —Echó un vistazo en la sala de estar y se
quedó ojiplática—. ¿Qué tienes? —Harumi entró a toda prisa. El detective estaba
tumbado sobre el tatami, temblando.
Al cabo de unos instantes abrió los ojos tras emitir un gemido y finalmente pudo
incorporarse apoyándose en la joven.
—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?
—Sí. Parece que aún estoy vivo… —respondió en un tono de voz que no
inspiraba demasiada confianza.
—¿Has comido algo que te ha sentado mal?
—No… es que cuando estabas… hablando de gatos fantasma… Holmes se ha
puesto a maullar de ese modo… y me he desmayado. —Harumi resopló, aunque no

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quedaba claro si lo hizo porque se sentía más aliviada o porque no daba crédito a lo
que veía.
—No estoy bromeando. —Ishidzu la miró con cara de reproche.
—Perdóname, por favor. Está visto que las historias de gatos fantasma son un
tabú para ti. Lo he olvidado sin querer. No volveré a sacar el tema.
—No pasa nada… Es bochornoso que por una conversación absurda como esa…
—Ahora el hombre parecía más bien decepcionado—. Al final acabarás odiándome.
—¿Pero qué estás diciendo? Vamos, anímate. En el corredor hay algo. Ven con la
linterna, por favor. Está colgada de la columna.
—S-sí. —Él se levantó tambaleándose y le llevó la linterna tal como le había
pedido—. ¿Dónde está?
—Es aquí, ¿lo ves? Hay una especie de huellas.
Acercaron la luz a la zona indicada y lo confirmaron.
—No son las huellas de una persona. Tal vez sean de un perro. —Ishidzu ya era
de nuevo un policía.
—Fíjate bien. En el polvo han quedado marcadas las huellas de Holmes y esas
son idénticas a las suyas. Tienen que ser pisadas de gato.
—¿De-de gato? —El detective volvió a palidecer.
—¿Estás bien?
—Sí, lo estoy. Mientras solo sean huellas…
—Han subido por las escaleras y luego han vuelto a bajar.
—Eso parece. Deben ser de gatos callejeros.
—¿Entonces Holmes ha maullado por eso? Qué susto me ha dado.
—Y que lo digas. —Por fin, él volvió a recuperar la sonrisa.
—Ya es casualidad que hayan venido precisamente cuando estábamos hablando
sobre aquello…
Ella fue bajando por las escaleras iluminando el rastro con la linterna. Sin
embargo, cuando salió a la calle, las huellas se confundían con la superficie del suelo
y desaparecían enseguida. Al final se dio por vencida y volvió a su apartamento.
—Hay que ver, qué noche tan extraña —se quejó Ishidzu con los ánimos bastante
más apaciguados.
Una vez sentada, Harumi preguntó por Holmes y miró a su alrededor. Vio que la
gata ya se había colocado en una esquinita de la habitación del fondo, hecha un
ovillo.
—Con el susto que nos ha dado y ahora está como si nada —refirió la joven
sonriendo con amargura. Sonó el teléfono—. A lo mejor es mi hermano. Como le
cuente que aún estás aquí, se subirá por las paredes —le detalló a Ishidzu mientras
descolgaba el auricular del teléfono—. Casa de los Katayama, dígame.
—Disculpe, ¿está Katayama en casa? —Era la voz de un hombre.
—Mi hermano no está.
—Ah, entonces hablo con su hermana pequeña. Soy Hayashida. Nos hemos visto

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en una ocasión.
—Qué sorpresa. ¿Por qué motivo llama? Creo que él aún tardará un poco en
volver a casa.
—Es que necesito consultarle un asunto urgente.
—Si le va bien, Ishidzu está aquí conmigo.
—Sí, por favor. Me será de gran ayuda. Póngame con él, por favor —le rogó su
interlocutor hablando muy deprisa.
Ella le pasó el teléfono al detective.
—¿Hm? ¿Cómo dices? Sí. ¿Y entonces? —A medida que escuchaba atentamente
al exagente, Ishidzu iba adoptando una expresión cada vez más grave—. De acuerdo,
iré enseguida —respondió, y colgó el teléfono.
—¿Qué ha ocurrido?
—Por lo visto su novia ha desaparecido.
—¿Su novia? ¿Te refieres a Kinuko?
—Sí. Ambos han ido a cenar fuera y ya habían vuelto a casa, pero ella ha salido
con el pretexto de que tenía que pasarse por un edificio del vecindario por un asunto.
De eso ya hace más de una hora, pero aún no ha regresado.
—Ojalá no sea nada grave.
—Es posible que se haya entretenido hablando con alguien. No es nada raro.
—Ciertamente. Alguna vez me ha pasado lo mismo. —Harumi sonrió—. Aun así,
resulta extraño que haya dejado a su novio esperándola en su casa.
—En efecto. Ahora que lo dices… —dijo Ishidzu inclinando un poco la cabeza
—. No importa. De todas formas ya empieza a ser hora de irme.
—¿Sí? Entonces, hazme el favor de pasarte por la casa de Kinuko.
—Lo haré. Muchas gracias por la comida.
—De nada. —Ella salió hasta la puerta—. Te acompañaré hasta la calle.
—Tengo aparcado el coche muy cerca de aquí.
—¿Ese deportivo?
—Sí. Los compañeros de la comisaría se burlan de mí, pero bueno… —refirió
rascándose la cabeza; lo cierto es que no se le veía del todo disgustado por recibir ese
trato.
Entonces chilló de golpe y saltó sobresaltado porque Holmes había echado a
correr a sus pies.
—¡Holmes! ¡¿Adónde vas?! —Harumi siguió rauda a su mascota, que se había
marchado bajando por las escaleras—. ¿Dónde se ha metido? Qué raro, si ya es
tardísimo.
Cuando hubo salido a la calle, vio un poco más adelante el deportivo de Ishidzu y
al lado del automóvil… estaba la gata calicó sentada de tal forma, que daba a
entender que quería que se dieran prisa en subir al coche.
—¡Si estás aquí! ¿Qué pasa? ¿Quieres irte en el coche?
La felina profirió un largo maullido y enganchó los bajos de la falda de la joven

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con las garras de la pata delantera.
—¡No hagas eso! ¡Esta falda es muy cara! —Nerviosa, Harumi saltó a un lado—.
¿Quieres decir que yo también tendría que ir?
Holmes le respondió con un maullido breve.
—Me da la sensación de que pasa algo… Además, parece que mi hermano
también volverá tarde a casa… ¡Ishidzu!
—Sí. —Cuando llegó a su altura, el detective se detuvo en seco al ver a la gata.
—Holmes se está comportando de una forma muy rara. ¿Te importa que vayamos
contigo en el coche? Este asunto huele muy mal. Es posible que esté a punto de
producirse algún suceso.
—¿Quieres ir hasta New Town?
—Sí. No te importa, ¿verdad?
—Claro, no tengo inconveniente. —Ishidzu se quedó con el semblante
ligeramente sombrío—. Pero luego explícale bien la situación a Katayama para que
no acabe dándome un buen puñetazo.

—Entonces… ¿la persona que le pidió a una agencia de detectives que me


investigara fue su tía? —preguntó Katayama sorprendido.
—Eso es —asintió Ritsuko—. Tú te encontraste una vez con ella antes del suceso,
¿verdad?
—Sí. Pero encontrarme, lo que se dice encontrarme con ella…
De vuelta de su primera visita al apartamento de Ishidzu, únicamente la había
visto desde el interior del coche. Cuando Katayama le explicó esa circunstancia, la
joven quiso profundizar en el tema.
—¿Fue eso lo que sucedió? Muy propio de mi tía, sin duda —sonrió—. Creo que
aquella vez se quedó prendada de ti a primera vista. Confiaba mucho en sus instintos.
—Es todo… un honor. Aunque nosotros no hablamos en ningún momento.
Además, era imposible que supiera quién era yo.
—Pero ese detective vive en aquel complejo de apartamentos, ¿no? Estoy
convencida de que ella empezó a hacer que te investigaran a partir de ese hecho.
—Claro… —aunque se lo razonara así, aquello lo dejaba de piedra.
—Entonces, ¿cuando vio el informe de la agencia de detectives, se propuso que
usted y yo nos casáramos?
—Sí. El día que la asesinaron me llamó precisamente para eso. Ella tenía la
intención de hablarme de ti.
—¡Esto… me ha sorprendido de veras! —El hombre no sabía qué decir dada la
situación—. ¿Cómo ha averiguado todo eso?
—En realidad, mi tía me dejó una carta.
—¿Una carta? ¿Pero no ha dicho que le pidió que fuera a verla para explicárselo
en persona?

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—Sí. Para mí también es un misterio. Es posible que ella presintiera que podía
llegar a sucederle algo. Encontraron la carta que me escribió en la caja fuerte.
—¿En la caja fuerte? —volvió a preguntar Katayama—. Qué extraño.
—Sí. Tenía motivos para no querer que nadie más la viera.
Ritsuko no parecía demasiado preocupada, pero a él aquello no acababa de
convencerle del todo. Por mucho que ella no quisiera que otras personas vieran esa
carta, no era normal que la guardara en la caja fuerte.
Llegado a ese punto, al detective no le cuadraba un detalle: Tsuneyo Ishizawa
actuó así porque sentía que corría el riesgo de que la asesinaran. Se suponía que Ueno
simplemente había asaltado la mansión de los gatos y acabado con la vida de la
señora Tsuneyo llevado por un arrebato. Ahora bien, que la anciana estuviera
convencida de que podrían asesinarla y por ello guardara la carta en la caja fuerte, era
del todo incompatible con la teoría de un asesinato impulsivo.
—¿Le importaría mostrarme esa carta?
—Claro que no. La he traído conmigo porque quería que la vieras… —Ella abrió
su bolso y rebuscó dentro—. No me lo explico… —protestó frunciendo el ceño.
—¿Qué ocurre?
—No está. Estoy segura de que la había guardado aquí —confusa, inclinó la
cabeza—. Te juro que la llevaba.
—¿Y no se podría haber equivocado de bolso? A menudo, cuando me cambio de
ropa, siempre me dejo el billete del tren o algún otro objeto en la chaqueta que
llevaba puesta antes.
—Pues cambiar, sí que he cambiado de bolso, la verdad. El que llevaba no
combinaba bien con este traje, pero he trasladado todo lo que llevaba a este de aquí.
—Debe estar en el bolso que llevaba antes.
—¿No me digas que alguien me la ha robado? —sugirió Ritsuko mirándolo
fijamente. Sus ojos resplandecían, llenos de atractivo.
Katayama, nada acostumbrado a que una mujer se lo quedara mirando, sintió
escalofríos y se puso a temblar.
—T-tampoco hace falta ser tan radical —arguyó fingiendo la calma más absoluta.
La joven prosiguió, aparentemente sin darse cuenta del temblor que su
acompañante tenía encima.
—Recuerdo que cuando iba a salir me miré al espejo… pensé que no combinaba
con el color que llevaba… saqué este bolso… Ya caigo. Pensé en ir a un lugar de la
casa con más luz para asegurarme de que me hacía juego con la ropa y me fui hacia la
sala de estar. Durante ese espacio de tiempo, el bolso que llevaba antes con todo su
contenido se quedó ahí mismo. Solo fueron unos cinco minutos, pero…
—¿Tan preocupada está?
—Sí… Katayama.
El detective volvió a sentir un escalofrío y a ponerse a temblar. Nunca se había
encontrado en la circunstancia de que una mujer dijera su nombre con tanta

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solemnidad.
—Tengo miedo —confesó Ritsuko bajando la vista hasta la mesa. Aquella voz,
que hasta ahora estaba repleta de alegría y de vitalidad, se sumió en el desazón.
—¿De qué tiene miedo? ¿De mí?
Ella abrió aún más los ojos.
—¡No! Tú me gustas, por supuesto.
El hombre se quedó KO; le dio un ataque de vértigo al segundo y la cara que tenía
delante quedó desdibujada al igual que el objetivo de una cámara mal enfocada.
Cuando por fin volvió en sí, oyó parte de la conversación.
—… Y he pensado que quizá podrías hacerme ese favor.
Katayama no tenía ni la menor idea de qué le hablaba. Carraspeó y se propuso
pedirle que lo disculpara, que no la había oído bien. Al menos al principio, porque
justo cuando iba a abrir la boca, Ritsuko le tomó de la mano abruptamente y se le
quedaron atascadas las palabras.
—¡Te lo suplico! Lo harás, ¿verdad? —le pidió la joven mirándolo fijamente.
Debido a su temperamento, a Katayama le costaba una barbaridad pedirle que se
lo volviera a explicar. Para colmo, le hubiera disgustado que ella pensara que no
había estado atento a su conversación. Aun así, pese a que no se había enterado de
nada, pensó que no podía tratarse de algo malo.
Ritsuko estaba mirándolo con unos ojos que suplicaban encarecidamente que él
aceptara. Tras una pequeña pausa, él tomó una decisión. Total, no creía que le hubiera
pedido que le prestara un millón de yenes o que murieran juntos.
—De acuerdo.
Cuando él asintió, el rostro de la joven se iluminó:
—¡Qué bien! Me temía que era demasiado pedir que hicieras esto por mí.
A Katayama se le ocurrió que a lo mejor había consentido en hacer algo
realmente imposible y empezó a preocuparse, pero no podía pedirle que se lo volviera
a explicar a esas alturas.
—No es para tanto… —susurró con un aire arrogante mostrando una sonrisa
ambigua. En ese mismo momento les trajeron la cena y Katayama suspiró aliviado—:
Ya seguiremos hablando sobre ello después de cenar.
—Sí. ¡Ahora que estoy más tranquila, me ha entrado el apetito de repente! —
exclamó alborozada; parecía una cría de primaria. La joven tenía una candidez
encantadora.
Le costaba imaginar que antaño la hubieran enviado a un reformatorio de
menores. A lo mejor, ella aún conservaba la pureza de espíritu de la que carecían la
mayoría de jóvenes que habían llevado una adolescencia rebelde, y que únicamente
habían aprendido a conducirse a sí mismos sirviéndose de la inteligencia.
Ritsuko tomó una cucharada de consomé.
—¡Está delicioso! —exclamó. Entonces, miró a Katayama y sonrió alegremente.
Él le correspondió con la sonrisa forzada que dibujó poniendo todo su empeño.

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III
De noche, el enorme complejo de apartamentos era como un parque de
atracciones sin gente. Estaba bien iluminado y no transmitía sensación de inseguridad
alguna, pero alrededor no había ni un alma.
—Pero si solo son las nueve y algo —indicó Harumi mirando todo aquello a lado
y lado desde el coche—. Me parece demasiado solitario.
—Lo siento. Eso se debe a que aquí cierran pronto las tiendas.
—No tienes de qué disculparte… Qué tranquilo está todo.
—Sí. Ni siquiera en medio del desierto se puede tener una noche tan tranquila.
—Si tú nunca has estado en el desierto.
—Pero he estado en las dunas de arena de Tottori[15]. —Ishidzu condujo el coche
hasta un punto ubicado entre dos grandes edificios y lo aparcó—. Ya hemos llegado.
Harumi salió la primera del coche. A continuación, esta reclinó el asiento del
acompañante hacia delante y Holmes, que viajaba en el asiento de atrás, se deslizó
fuera sin hacer ruido.
—Vivía en el segundo piso, creo.
—Es el apartamento 206. Se sube por la escalera que hay al fondo.
La pareja y la felina subieron por la escalera rápidamente, y llamaron al timbre de
la puerta 206 que encontraron a mano derecha.
—A lo mejor no está en casa…
Mientras el detective llamaba al timbre con insistencia, a Harumi se le fue la vista
hasta la placa de la puerta.
—¡Qué cabeza! ¡No es este apartamento!
—¿Qué?
—Fíjate bien. En la placa pone «Hamai».
—Eso es imposible. Si es el número 206… —pero antes de que terminara,
Ishidzu rectificó—. ¡Maldición! ¡Nos hemos confundido de edificio!
Una voz de hombre respondió disgustada desde el otro lado de la puerta. Acto
seguido, los dos bajaron por las escaleras corriendo.
—Qué horror. ¡Concéntrate, por favor!
—Perdóname. Hemos entrado por el lado equivocado… Claro, es que no hemos
mirado el número del edificio. Aquí son todos iguales.
—No me extraña que nos hayamos equivocado —apuntó ella levantando la vista
para mirar el bloque de apartamentos.
—Vuelve a subir al coche. La próxima vez no nos equivocaremos.
Comprobó que realmente estuviera indicado que era el edificio 3-2-5 y aparcó.
—Es aquí —confirmó ella.
—Llamaremos al timbre después de leer la placa de la puerta. —Esta vez sí que
ponía Ueno.

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Nada más llamar al timbre, respondieron desde el otro lado de la puerta y
abrieron.
—¡Señor Ishidzu! —Era Hayashida—. Y usted es la hermana pequeña de
Katayama, ¿verdad?
—Sí. Hemos venido juntos; espero que no le importe.
—Por supuesto que no. Adelante.
—Ah, y también ha venido con nosotros esa gata.
—Sí, se llama Holmes. Kinuko me ha hablado de ella.
—¿Dónde está Kinuko? —inquirió el detective.
—Aún no ha vuelto. Hace más de dos horas que salió. ¿Qué le habrá sucedido?
—se preguntó Hayashida con una expresión ensombrecida. Como Harumi solo había
visto al exagente de uniforme, se quedó contemplando con detenimiento cómo iba
vestido el joven, llevaba un jersey y unos vaqueros.
—¿No habrá pasado por otro lugar antes de volver?
—Aunque lo haya hecho, me ha asegurado que volvería enseguida.
—Ciertamente, es muy raro. ¿Ha llamado a alguien que pueda saber dónde está?
—Últimamente, ya no se veía con nadie debido al asesinato; fundamentalmente
porque la gente ha dejado de dirigirle la palabra desde entonces.
—Qué lástima.
—También hay quien seguía siendo amable con ella, pero no quería que eso
provocara que también trataran a sus benefactores como a unos parias y tuvieran
problemas por su culpa. Por lo tanto, ella misma evitaba hablar con ellos. Es una
mujer muy fuerte. Me apena verla así, la verdad.
—Entonces… Si no tenía que pasar por ningún sitio en concreto…
—¿No habrá tenido un accidente?
—Ya he hecho algunas llamadas. Pero no se ha trasladado a ningún accidentado
al hospital.
—Ya veo. Estoy empezando a preocuparme.
—Sí. —Hayashida estaba muy triste.
Fruto de su intuición, una idea apareció en la mente de Harumi y la expresó:
—Dígame, ¿no será que a usted le preocupa que Kinuko intente suicidarse?
El exagente miró a la joven dando un respingo.
—¿Es eso cierto? —preguntó Ishidzu.
Hayashida se mostró confundido durante unos instantes, pero finalmente asintió
con lentitud.
—La verdad es que sí. De un tiempo a esta parte, ella se está comportando de un
modo un poco extraño… Diría que aún hoy sigue en estado de shock por la muerte de
su padre. Estos últimos tres días me los he pasado en su casa. —Luego añadió a
trompicones—: Y con eso no me refiero a que estemos viviendo juntos y revueltos.
Las cosas no van en ese sentido.
—No se preocupe, no le estamos juzgando.

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—Bueno… yo lo digo por si acaso. Últimamente siempre tiene pesadillas.
—¿Pesadillas?
—Sí.
—Estoy convencido de que arrastra un trauma por lo que vio en el lugar de los
hechos.
—¿Qué clase de pesadillas son? —inquirió Harumi.
—Ella tampoco las recuerda. Solo sé que cuando está dormida… no para de
repetir «la gata roja, la gata roja».
—¿La gata roja? —preguntó ella a su vez instintivamente y miró a Ishidzu.
Cuando la hija de Ueno se dirigía hacia el lugar de los hechos, había visto a la
gata Koto teñida de rojo, empapada de sangre. Algo difícil de olvidar.
—Por eso mismo estoy tan preocupado —confesó Hayashida—. Pero si salgo a
buscarla, este apartamento se quedaría vacío.
—No se preocupe, podemos dejar aquí a Harumi y… —empezó a decir Ishidzu.
—¿Qué insinúas con eso? ¿Qué no sirvo para nada? —lo interrumpió la hermana
de Katayama ofendida sin dejarle terminar.
—No, no es eso. —El detective denegó con la cabeza, nervioso—. Tendremos
que ir todos juntos a buscarla.
—¡Muchísimas gracias! —El exagente por fin adoptó una expresión más alegre.
—Ahora bien, decir que iremos a buscarla es fácil… Esta zona es muy extensa —
puntualizó Ishidzu.
—Hagamos una división por secciones para buscarla.
—Tienes razón. Podemos empezar por el parque donde está ese estanque y… —
cuando Hayashida empezó a planificar, Holmes fue repentinamente hacia el recibidor
y maulló.
Harumi se levantó:
—Hay alguien ahí. —Fue rápidamente hacia la puerta y la abrió. Kinuko cayó
tambaleándose sobre la joven, que la retuvo como pudo—. ¡Ishidzu, ven! ¡Deprisa!
Por su aspecto, se diría que la chica había estado vagando perdida por la montaña
varios días. Tenía los cabellos desgreñados, la blusa que llevaba tenía los botones
arrancados y su pecho quedaba expuesto. Su falda también estaba sucia de tierra y
tenía la cremallera del cierre lateral abierta.
—¡¿Qué te ha ocurrido?! —gritó Hayashida al tiempo que rodeaba a su novia con
sus brazos.
No obstante, ella se zafó como si estuviera poseída por un demonio y se quedó
mirando hacia arriba ausente.
—Entra en casa y túmbate —volvió a insistir él.
Cuando fue a ponerle la mano sobre los hombros para acompañarla, de golpe, ella
chilló gesticulando exageradamente con las manos:
—¡Para! ¡No me toques! ¡Basta! ¡Basta!
—¡Reacciona! —Cuando Hayashida sacudió a Kinuko, ella volvió en sí, miró a

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su alrededor, y se desmoronó en el suelo de repente.
Prepararon un futón[16] rápidamente y los dos hombres la dejaron allí estirada
para que descansara.
—¿Qué significa esto…? —se preguntó el exagente mordiéndose la lengua. Con
solo ver la ropa y las manchas de tierra de la blusa, difícilmente se podía llegar a otra
conclusión—. Alguien la ha… —empezó a decir, pero se mordió los labios
tragándose el resto de sus palabras. Harumi se puso frente a él.
Luego, poniendo la mano sobre los hombros de Hayashida, dijo:
—Yo me encargaré de todo. La cambiaremos de ropa. Trae agua caliente en una
cubeta, tenemos que lavarle la cara.
El hombre se levantó, tambaleándose.
—¿Estás bien? —se interesó Ishidzu agarrando a Hayashida del brazo.
—Sí, estoy bien. —El rostro del joven había perdido todo su color.
En cuanto fue al baño, Ishidzu se puso de rodillas al lado de Kinuko.
—Parece que la han violado. Pobrecilla.
—¿Qué se suele hacer en estos casos?
—Lo siento por ella, pero lo mejor será llevarla a la policía tal como está. Si no se
la lleva en el mismo estado en el que ha quedado después del ataque, ya no quedan
pruebas útiles.
—Si ha perdido el conocimiento.
—Pediremos una ambulancia. De este modo, iremos más deprisa.
—Un momento —lo interrumpió Hayashida. Su rostro pálido había adquirido una
expresión severa cargada de tensión.
—Abandonad esa idea, por favor.
—Hayashida, esto es algo que…
—Lo sé. Soy muy consciente de que nos veremos obligados a aceptar esta
situación por frustrante que sea. Sin embargo, si pedimos una ambulancia y se
organiza un buen alboroto, la noticia de este suceso se difundirá por todas partes. Si
ya de por sí la tenían machacada con calumnias y comentarios malintencionados,
¿qué llegarían a decir ahora de ella? Eso ya sería demasiado. Por lo menos…
permítame que la cambiemos de ropa y que la llevemos nosotros mismos al hospital.
—Aunque las hubiera pronunciado de forma sosegada, sus palabras encerraban un
vigor indescriptible.
A Harumi le llegaron al alma.
—Es verdad, Ishidzu. Con nuestro testimonio tendría que bastar, ¿no? Además, él
ya no es agente de policía. Hagamos lo que nos propone.
Con semblante apurado, el detective se rascó la cabeza. Le encantaría hacer lo
que le estaba pidiendo la joven, pero él tenía muy presente lo difícil que llegaba a ser
la investigación de los casos de agresión.
Aunque una mujer denunciara que había sufrido una violación, incluso sabiendo
quién era el atacante, si el hombre insistía en que había sido algo consentido, todo

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caía en saco roto. En consecuencia, lo primordial era denunciar estos casos cuando
las evidencias que muestran de qué modo se ha realizado la agresión aún están
frescas.
—¿Tienes cámara de fotos? —preguntó Ishidzu.
—Sí, tengo una. Tomaremos unas cuantas fotos. Así las podremos utilizar como
prueba.
—De acuerdo.
Hayashida se apresuró en traer una cámara de fotos de pequeño formato con flash
incorporado.
—Esta es la única que tengo.
—Nos irá bien. ¿Tiene carrete suficiente?
—Tendría que dar para unas diez fotos.
—Muy bien. El flash funciona, ¿verdad? Entonces, con esto bastará.
Mientras Ishidzu tomaba desde diferentes ángulos varias fotografías de Kinuko,
que aún permanecía inconsciente, la hermana de Katayama apartó la vista
instintivamente. Por mucho que fuera para capturar a un violador despreciable, le
parecía de una crueldad extrema hacerle fotos a la víctima de una agresión que había
perdido el conocimiento.
—Es suficiente. —El detective se secó el sudor de la frente con un pañuelo—. El
resto se lo podemos dejar a Harumi. Una vez la hayamos cambiado de ropa, la
llevaremos al hospital en mi coche.
—Hayashida, ¿dónde tiene ella su ropa interior y demás? —preguntó ella.
—Creo que la tiene en un cajón de ese armario.
—Entendido. Haced el favor de salir los dos un momento.
Ambos salieron al descansillo mientras Harumi le quitaba la ropa a Kinuko. En
los pechos, la joven tenía marcas de arañazos y también diversas heridas producidas
por mordiscos. Harumi sentía que el corazón se le aceleraba de rabia. ¿Quién diablos
era capaz de hacer semejante salvajada?
Una vez terminó de cambiarla de ropa, Kinuko gimió débilmente y agitó la
cabeza. Harumi la llamó por su nombre, pero ella seguía inconsciente. A
continuación, fue a abrir la puerta de casa e informó a Ishidzu y compañía de que ya
había terminado.
—Me la cargaré a la espalda y la bajaré yo mismo —refirió Hayashida entrando
en el apartamento.
—Parece que por fin se ha tranquilizado un poco —le dijo Ishidzu a Harumi en
voz baja.
—Es normal que esté alterado. Es horrible que alguien haya asaltado a su novia…
—Me imagino que cuando sepa quién ha sido, querrá estrangularlo con sus
propias manos —añadió el detective.
—¿Dónde está Holmes? —recordó ella. Ojeó la habitación y luego miró a sus
pies—. Oh, estabas aquí. Es increíble que cueste tanto ver lo que una tiene bajo las

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narices. ¿Qué estás haciendo?
La gata estaba husmeando las sandalias que llevaba la víctima, que habían
quedado tiradas por el suelo. Luego hizo ademán de tirar de algo que había quedado
pegado a la suela con las garras, miró a Harumi y emitió un breve maullido.
—¿Qué es eso? —Ella se puso de cuclillas y les dio la vuelta—. Es una hoja de
bambú.
—Que yo sepa no hay plantas de bambú por esta zona —expuso Ishidzu
inclinando la cabeza. Entonces, se lo planteó al exagente, que ya iba hacia el
recibidor con su novia desmayada cargada a la espalda—. ¿Sabes si por los
alrededores hay un bosquecillo de este tipo?
—¿Eh? Eso es una hoja de bambú.
—Exacto.
—Pero si por aquí no hay… —y entonces levantó la vista—. Eso es. Justo detrás
de…
—¿De dónde?
—En aquella mansión de los gatos. Justo detrás hay un bosque de bambúes. —Y
dicho esto, susurró para sí—: Entonces allí es donde la han…
—¿Por qué habrá ido a ese lugar?
—Lo sabremos cuando recupere el conocimiento. Llevémosla al hospital cuanto
antes.
Apremiado por Ishidzu, Hayashida se puso los zapatos en silencio y bajó por las
escaleras con calma.
El detective acercó el coche hasta la puerta y abrió la puerta del vehículo.
—Siéntala en el asiento del acompañante. Así. Despacio… Así estará bien.
—Le confío a Kinuko —dijo Hayashida levantando la cabeza.
—¿Qué vas a hacer ahora? ¡Contesta! ¡Hayashida! —gritó Ishidzu, pero su
interlocutor ya había echado a correr repentinamente.
Harumi también lo llamó, pero la silueta del hombre rápidamente quedó oculta
entre las sombras de los grandes edificios.
—Seguro que ha ido derecho a la mansión de los gatos. ¿Qué hacemos?
—Pues qué quieres que te diga. —El detective suspiró apurado—. Tenemos que
llevarla al hospital tanto si queremos, como si no.
—¡Mira! ¡Holmes se ha ido siguiendo los pasos de Hayashida! —Harumi levantó
la voz porque había visto a su gata correr en la misma dirección antes de desaparecer.
—Entonces…
—Podemos confiar en Holmes. ¡Ve al hospital, aprisa!
—S-sí. —Ishidzu subió al coche—. ¿Qué vas a hacer tú?
—Yo me quedaré en casa de Kinuko. Llamaré a mi apartamento y le pediré a mi
hermano que venga en cuanto vuelva.
—De acuerdo.
En cuanto el detective se fue en el coche, ella se quedó un rato mirando en la

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dirección en la que Hayashida y Holmes se habían ido corriendo, pero finalmente
subió por las escaleras y volvió al domicilio de la hija de Ueno.
—¿Habrá vuelto ya mi hermano a casa?
Ya eran las diez. Por fuerza tendría que haber regresado. Telefoneó, pero no
contestó nadie.
—¿Adónde habrá ido? Él no es tan osado —susurró Harumi. Era impensable que
hubiera ido a un hotel para una primera cita.
En el taxi, Katayama estornudó escandalosamente.
—¿Te has resfriado? —preguntó Ritsuko observándolo atentamente con cara de
preocupación.
—No, no es eso —negó el detective meneando la cabeza—. Seguro que mi
hermana está preocupada por mí.
—Ya son las diez. Disculpa que te haya molestado hasta esta hora —dijo ella
mirando el reloj.
—No me importa ayudarte con esto. ¿De verdad que no es un problema ir allí tan
tarde? —insistió mirando en qué dirección estaban yendo.
—Sí. Él siempre vuelve a estas horas de la noche. —Se refería a Tetsuo Ishizawa.
—Con todo, hay que ir con cuidado. No tenemos ninguna prueba que nos
respalde. —Katayama no estaba del todo conforme con aquello.
—Es evidente que ese hombre es el único capaz de hacer algo tan vil —aseveró
Ritsuko. Con «algo tan vil» se estaba refiriendo al asunto de las tres mujeres que
estaban acusando falsamente al detective.
—Pero sin pruebas… —repitió él.
—Si le presionas un poco estoy segura de que confesará enseguida. —La joven se
mostraba extremadamente optimista. Sin embargo, Katayama no pensaba del mismo
modo. Naturalmente, quería aclarar las falsas acusaciones que le habían lanzado, pero
si llegaba demasiado lejos, el superintendente Kurihara podría incluso
expedientarlo…
El taxi se internó en la carretera que se dirigía hacia New Town. A medio camino,
Ritsuko le ordenó al taxista que se detuviera.
—¿Les va bien bajar aquí? —inquirió este último extrañado. Estaban en el punto
por el que se entraba en la aldea del valle; el lugar por el que había aparecido Koto
cubierta de sangre.
El detective se preguntó qué habría sido de esa gata. ¿La habrían encontrado? ¿O
estaba muerta?
Antes de que se diera cuenta, Ritsuko ya estaba pagando el taxi.
—Yo me encargo… —matizó nervioso intentando pagar.
—No hace falta. He sido yo quien te ha pedido que te reunieras conmigo y has
tenido la amabilidad de atender mi petición, permíteme que pague yo —insistió ella
—. Bajemos ya del taxi.
Así que el hombre no tuvo otra opción que bajar primero. El caso es que la joven

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también había pagado la cena. De ese modo, se había convertido en un caradura que
había comido de gorra. ¿Tan pobre parecía que la chica había acabado pagándoselo
todo? Se sentía extremadamente avergonzado.
Aunque en realidad, dinero, lo que se dice dinero, no tenía.
—Condenada Harumi… Cada vez que ve mi cartera escuchimizada jura y perjura
que aportará algo para echarme una mano, pero nunca lo hace —refunfuñó.
—¿Qué estás murmurando? —preguntó su acompañante. Acto seguido, se agarró
a su brazo.
—En marcha.
—S-sí, vamos.
Katayama miró a su alrededor azorado. Pese a que era imposible que alguien los
viera ir del brazo en un sendero como aquel, le preocupaba que alguien pudiera
pensar que llevaba allí a la chica para intentar propasarse con ella.
—¿Y eso? —El detective abrió los ojos exageradamente. Por el camino apareció
su gata corriendo hacia ellos—. ¿Eres tú Holmes? ¡Holmes!
Ritsuko lo miró presa del asombro.
—Es-es mi gata. ¿Por qué estará aquí? —prosiguió él—. Holmes, ¿qué ocurre?
A pesar de la pregunta que le hizo su amo, la felina parecía no escucharle y se
quedó mirando fijamente a su acompañante.
—¿Tendrá curiosidad por saber quién soy? —preguntó la joven algo insegura.
Katayama llamó a su mascota levantando más la voz. Esta por fin se giró hacia él,
se acercó a sus pies y maulló varias veces hacia la vegetación.
—¿Ha sucedido algo? ¿Ahí dentro? Debes referirte a la mansión de los gatos.
Muy bien, vamos.
—¿Entiendes lo que dice esta gata? —dijo Ritsuko sorprendida.
—Más o menos. —Y entonces, añadió orgulloso—: Es una gata muy especial. Ha
sucedido algo en la mansión de los gatos.
Junto a Holmes, un Katayama que había recobrado de repente todo su empuje,
tomó la delantera y corrió directo hacia la vegetación.

IV
Al igual que la vez anterior que estuvieron allí, la aldea estaba tranquila. Pero
tanto, que incluso resultaba tétrica. No hay duda de que ya era muy tarde, pero aun
así…
—No corras tan deprisa. —Katayama aflojó el paso, ya sin aliento—. ¡Te
multaré! ¡Vas con exceso de velocidad!
La gata calicó se detuvo y se quedó mirándolo con cara de estarle diciendo «¿Qué
estás diciendo, hombre?».

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—No puedes ir tan rápido, que una chica viene con nosotros. —Sin embargo, el
único que estaba exhausto era él.
Holmes soltó un maullido estridente mostrando su enfado.
Entonces, empezaron a oírse ruidos en el interior de las casas que tenían
alrededor, las puertas principales de las mismas se abrieron una tras otra, y sus
habitantes salieron a toda velocidad.
—¿Q-qué pasa? —El detective estaba sorprendido, mirando a todos lados. Estaba
oscuro y apenas veía nada, pero gracias a la luz que se filtraba a través de las puertas
que habían quedado abiertas, pudo distinguir en el rostro de los aldeanos que estaban
tensos por el temor.
—¿¿Qué hace aquí ese gato?? —gritó un aldeano con la voz temblorosa.
—Es mi gata. Soy policía de la Comisaría Central Metropolitana.
—¿Un policía? ¿Y qué hace aquí? ¿No se supone que el caso ya estaba cerrado?
—No venía por eso… —Cuando se propuso explicarse, Ritsuko se puso delante
de él.
—Esperad, por favor. Yo conozco a este hombre. No debéis tenerle miedo.
—Tú eres la sobrina de la familia de la mansión de los gatos, ¿verdad? —
intervino un aldeano que la conocía de vista.
—Exacto. Vamos a la mansión porque tenemos un asunto que tratar.
—Si es así, no hay problema. Es que el maullido del gato nos ha sobresaltado…
A Katayama le pareció un poco extraño. Ahora quizá no fuera así, pero antes
habían tenido más de veinte gatos en la mansión. ¿Acaso no deberían estar ya
acostumbrados a los maullidos? ¿Por qué se los veía a todos tan aterrados? Pero antes
de que Katayama abriera la boca para preguntar, los campesinos se retiraron a sus
casas. El detective y la joven se miraron. Parece que ambos pensaron lo mismo.

Cuando Ritsuko abrió la puerta de la mansión de su tía, oyeron unos gritos que
provenían del interior. Eran voces de mujer, pero sus palabras eran de espanto:
—¡No seas ridículo, hijo de perra!
—¡No te creas que me voy a andar con chiquitas contigo!
—¿Quieres acabar mal o qué?
Se oía vociferar a varias mujeres. Ritsuko no daba crédito.
—¡Buenas noches! —saludó levantando la voz.
Makiko, la esposa de Tetsuo Ishizawa, llegó corriendo.
—Eres tú, Ritsuko. Has llegado en el momento oportuno.
—¿A qué viene este escándalo?
—No comprendo qué está pasando… Tres mujeres se han presentado de
improviso y se han puesto a increpar a mi marido.
—No te preocupes, traigo a un detective de la policía conmigo.
—Oh, es el de la otra vez.

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Dadas las circunstancias, abreviaron el saludo formal a su mínima expresión y la
mujer les hizo entrar rápido en casa.
—Ayúdeme, se lo suplico. Si siguen así acabarán asesinándolo…
Katayama siguió a la mujer que apresuradamente se dirigió hacia la habitación
del fondo.
—¡¿Es que aún no lo entiendes?! —gritó alguien.
Katayama había oído antes aquella voz atronadora de mujer y de pronto cayó en
algo. Se quedó justo delante de la puerta de la habitación escuchando la discusión…
—¡Cerdo! ¡¿Cómo que no piensas pagarnos?!
—Y-yo no he dicho eso. —El hombre que respondió con voz temblorosa era
Tetsuo Ishizawa—. Os juro que os pagaré. Es que…
—¡¿Qué?! ¡¿Me pagarás dentro de seis meses?! ¡¡No te lo crees ni tú!!
—¡Quiero ver ese millón ahora! ¡Me lo vas a pagar todo, hasta el último billete!
—Ya-ya os lo he dicho… El… el plan se ha desviado un poco de…
—¡A mí me importa un carajo!
—¡Eso es! ¡Nosotras nos la hemos jugado haciendo lo que nos has pedido!
¡Ahora te toca a ti soltar la pasta!
—Está visto que sus conjeturas eran correctas —reconoció Katayama en voz baja
a una Ritsuko sorprendida.
—Llámalo deducciones, si no te importa —replicó ella sonriendo.
El detective tomó aire y entró en la habitación.
—Creo que por ahora podemos dejarlo ahí.
De las tres mujeres, una era, naturalmente, la que había abrazado a Katayama y se
había autoproclamado prometida suya ese mediodía. Horrorizado con la boca abierta
como un buzón, Tetsuo se quedó mirando al recién llegado que se había presentado
ante sus narices. Parecía que hubiera visto a un fantasma.
—A todas vosotras se os caerá el pelo por presentar denuncias falsas entre otras
cosas. Y señor Ishizawa, usted ha organizado un tinglado demasiado obvio.
—¡Yo no sé nada! Estas mujeres se lo han sacado de la manga…
—He oído todo lo que han dicho. —Katayama se giró hacia Ritsuko—. Perdona,
llama a la policía para que envíen un coche patrulla.
—¡Mierda! ¡Huyamos! —gritó una de las mujeres.
—Es mejor que os entreguéis.
—¡Bah! ¡Un idiota como tú no podrá conmigo! —espetó su prometida, y sacó del
bolsillo de sus vaqueros una navaja automática. A continuación, las otras dos
sospechosas agarraron un cenicero y una lámpara de mesa y se pusieron en guardia.
Él también se puso alerta. Aunque fueran mujeres, no podría ganar un tres contra uno.
—¡Basta! ¡¿Queréis añadir más cargos a vuestros delitos?!
—¡Estamos más que acostumbradas al trullo! Apártate de ahí sin liarla. Como no
lo hagas… —le amenazó levantando la navaja. En ese momento, Holmes saltó sobre
la cara de la mujer que empuñaba la navaja.

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Esta se llevó las manos a la cara y gritó de dolor. Una vez que la gata calicó se
posó en el suelo, en un abrir y cerrar de ojos, se lanzó sobre la cara de las otras dos
mujeres, una tras otra, y las arañó con las uñas bien afiladas. Una también chilló de
dolor y la otra pidió socorro.
Ninguna de las tres quedó en condiciones de revolverse. Katayama suspiró.
—¡Buen trabajo! Les has dado su merecido.
—¡Qué pasada! —Ritsuko estaba completamente admirada—. Es una gata
fabulosa.
—¿A que sí? Es clavadita a su amo —recalcó Katayama con orgullo—. Ahora
llama a la policía, por favor.
Nada más irse a telefonear sin más demora, Ishizawa, que estaba pálido y no
paraba de temblar, se levantó lentamente.
—Perdón… acabo de recordar que tenía algo que hacer…
—Ni lo piense. ¿Usted también quiere acabar mal?
Cuando Katayama lo miró con inquina, Ishizawa volvió a sentarse en la silla.
—Usted es un necio de cuidado. Contratando a este tipo de mujeres, ¿cómo
quiere que no lo descubran?
—Sí… eso pensé. Pero es que nadie más estaba dispuesto a hacerlo…
—¿Por qué ha organizado todo esto?
—Bueno es que… A ver… tengo mis motivos.
—Esa explicación es insuficiente.
—Verá, es que… no he tenido otro remedio… —El hombre seguía dando
explicaciones aún más incomprensibles.
Ritsuko volvió en ese preciso momento:
—He llamado a la policía.
—Gracias.
—Y a continuación, han llamado a este individuo. —La joven señaló con el
mentón a su primo.
—¿Que han llamado?
—Sí. Nada más colgar el teléfono, ha vuelto a sonar.
—Pu-pues tendré que atenderla… —contestó Ishizawa alegremente mientras se
levantaba.
Katayama se quedó mirándolo muy serio.
—Qué remedio… Pero ni se le ocurra huir.
—¡Tranquilo! Le aseguro que no lo haré.
—En ese caso puede ir a atender la llamada.
Ishizawa salió de la estancia con rapidez y se fue corriendo hacia el teléfono del
corredor.
—¡Ese tipo es un auténtico amoral!
—Aun así, no veo por qué tenía que llegar a estos extremos —cuestionó
Katayama mirando a aquellas mujeres, que aún estaban sollozando—. Por mucho que

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quisiera interferir en el matrimonio concertado entre usted y yo, es obvio que iba a
descubrirse enseguida lo que ha hecho.
—Ese hombre es un idiota. —Ritsuko respondió de forma rasa y clara, y entonces
sonrió—. Ya debes haber aclarado tus dudas…
—En eso debo darle la razón.
—¿Te importaría dejar de hablarme con tanta formalidad?
—¿Qué quieres que haga? Desde que era un niño de primaria me enseñaron a
hablarle a las mujeres con respeto.
—Pero eso depende de con quién hables. —Entonces, Ritsuko abrazó a Katayama
de improviso y le besó.
Aquel era excepcionalmente distinto del beso que su prometida le había dado al
mediodía. Durante un instante todo se volvió negro ante él. Creía que había perdido
el conocimiento, pero no era así. Tan solo había cerrado los ojos.
Un sonido parecido a una explosión golpeó sus oídos. La joven se separó de él:
—¿Y ese ruido?
—¿Qué habrá sido?
Cuando ya se habían puesto en marcha temiéndose lo peor, oyeron gritar a la
señora de la casa. Ya en el corredor, el detective vio a Makiko correr en su dirección.
—Mi marido… mi marido… —Suplicó aferrándose a él.
Ishizawa estaba en el suelo con el auricular del teléfono en la mano. Una sangre
negruzca se derramaba profusamente por su pecho. En la puerta de cristal que
separaba el corredor del jardín había quedado el agujero de una bala y las fisuras
blancas que se habían producido se habían extendido en todas las direcciones.
—¡Le han disparado! —Katayama abrió la puerta de cristal y salió al jardín.
—¡Cuidado! —gritó Ritsuko. Sin embargo, él era policía. No podía dejar las
cosas como estaban.
No obstante, el jardín estaba muy oscuro. Y para colmo, conectaba directamente
con el bosque que había detrás de la casa. Ojalá el coche patrulla llegara pronto…
—Ritsuko, llama otra vez, por favor. También necesitaremos una ambulancia.
En ese momento, el detective oyó un maullido por encima de su cabeza. No era
Holmes.
¿Por encima? ¿Pero dónde? Se adentró en el jardín, se dio la vuelta y miró hacia
el tejado de la casa. Bajo la lúgubre luz de la luna vio con toda claridad a una gata
caminando por el tejado.
Era la gata roja. Estaba empapada de sangre.
Katayama sintió como si algo frío hubiera recorrido su espinazo. Acto seguido, el
animal fue hacia al otro lado del tejado y desapareció.
Cuando hubo recobrado el aliento, miró el jardín. Al estar a oscuras, no tenía
forma alguna de vislumbrar si había alguien oculto entre las sombras.
—¡Holmes! —la llamó—. ¡Holmes! ¿Dónde estás?
A sus pies oyó un maullido a modo de respuesta.

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—Me has asustado. ¡Si estabas ahí, habérmelo dicho!
Su mascota levantó su carita y pareció mirarlo de un modo quejumbroso.
—Oye, ¿puedes comprobar si hay alguien escondido en la vegetación? —le pidió
en cuclillas—. Tú ves mejor que yo en la oscuridad. Por favor.
Holmes hizo ademán de ignorarlo dando a entender un rotundo «no me da la
gana».
—Vamos, bonita, por favor. Te invitaré a comer anguila.
En cuanto él mencionó el menú preferido de la felina, esta levantó el trasero con
solemnidad.
—Confío en ti —le dijo. A continuación se encaminó de vuelta hacia la mansión.
—Ya he pedido una ambulancia —le informó Ritsuko—. Pero…
Con solo ver a Ishizawa, uno ya sabía que estaba muerto. Su esposa estaba en
cuclillas al lado del difunto, llorando.
—¿Por qué… ha tenido que pasar esto?
—Lo lamento muchísimo —dijo Katayama.
Por más muerto que estuviera, no era un hombre que a él le inspirara demasiada
compasión alguna. Aun así, ¿quién podía desear su muerte? Era un verdadero
misterio.
—¿Había alguien en el jardín? —inquirió Ritsuko.
—Estaba muy oscuro y no he podido ver nada… Solo he visto un gato en el
tejado… Uno completamente rojo.
A la joven se le quedó un gesto de incredulidad en la cara. Justo entonces, oyeron
maullar a Holmes en el jardín.
—Ha encontrado algo. ¿Tienen una linterna?
—Iré a buscarla —dijo ella levantándose. Se alejó al trote y volvió enseguida con
una linterna enorme en la mano—. La tenían en la cocina.
—Muchas gracias.
Katayama salió al jardín y empezó a caminar por él dando voces e iluminando
todo lo que tenía alrededor.
—Holmes, ¿dónde estás?
La gata maulló de nuevo y, de un salto, salió de las sombras de la arboleda.
—¿Estabas ahí? ¿Qué has visto? —De inmediato, iluminó las raíces de un árbol
—. ¡Muy bien! ¡Eres genial! —exclamó llevado por el entusiasmo. Allí tirada había
una pistola que emitía un resplandor negro. Sacó un pañuelo, la recogió con sumo
cuidado y notó el leve olor a humo que desprendía tras haber sido disparada.
—No hay duda, esta es el arma del crimen. ¡Buen trabajo! —La felicitó. No
obstante, de improviso, volvió a observar el arma con más atención—. Esto es… ¡Oh,
no! —susurró.
De la empuñadura de la pistola pendía un cordón grueso de unos cinco
centímetros de largo y el extremo de dicho cordón había sido cortado con algún tipo
de arma blanca.

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—¿Qué significa esto? Es un arma reglamentaria de la policía.
Katayama se llevó las manos a la cabeza. Tenía claro que aquella era un arma
robada, pero eso significaba que en alguna parte, un policía había sido atacado.
Se supone que solo tenía que pararle los pies a esas tres mujeres y a Ishizawa. En
cambio, la cosa se había descontrolado; ahora también tenía que resolver el asesinato
que acababa de producirse y descubrir el asalto al policía.
—Esta noche ha acabado siendo una odisea —musitó el detective.

Tras ponerse en contacto con la Primera Sección de Investigación, Katayama


miró el cadáver que había a sus pies y soltó un largo suspiro. Sonó el teléfono.
—Dígame —respondió.
—Disculpe, ¿con quién hablo? —preguntó una voz que le resultaba muy familiar.
—¿Harumi?
—¡Hermano!
—¿Desde dónde estás llamando? Te oigo muy cerca.
—Desde el apartamento.
—Mentirosa. Estás en casa de Ishidzu, ¿a que sí?
—Ya te he dicho que estoy llamando desde el apartamento.
—¡Ahora no lo protejas! ¡Que se ponga Ishidzu! ¡Le daré una paliza!
—Pero si no puedes darle una paliza por teléfono.
—¿Y tú qué sabes? Yo haré ver que le pego a este lado del teléfono y tú le dirás
que se tire al suelo.
—No digas tonterías. Ahora estoy en el apartamento de Kinuko Ueno.
—¿Ueno? ¿Esa Ueno? ¿Por qué has vuelto a…?
—Es que han pasado unas cuantas cosas. Es una larga historia.
—Pues si te cuento yo… Han asesinado a Tetsuo Ishizawa.
—¿Cómo dices?
—Le han disparado. Con un arma reglamentaria. Se ha montado una buena.
—No me digas que Hayashida…
—¿Cómo dices?
—No te lo puedo contar por teléfono. Mejor voy ahora mismo para allá.
—¿Para qué vas a venir?
—¿Qué pasa? ¿Me tomas por un estorbo?
—No-no estoy diciendo eso… Cuéntame lo esencial, pero no hace falta que
vengas.
—Te lo explicaré cuando esté allí. Se lo diré a Ishidzu y luego iré a reunirme
contigo.
—¿No estáis juntos?
—Ha ido a llevar a Kinuko al hospital.
—¿Al hospital?

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—Sí. Alguien la ha violado. ¿Has visto a Holmes?
—Está aquí conmigo.
—¡No me digas! Pero si ella ha seguido a Hayashida. ¿Qué habrá sucedido?
—¿A Hayashida?
—Él estaba aquí porque Kinuko está teniendo unas pesadillas en las que aparece
una gata roja.
—¿Una gata roja?
—Te lo contaré todo cuando nos veamos. Hasta luego. —Su hermana colgó el
teléfono precipitadamente.
—Una violación… El hospital… Holmes persiguiendo a Hayashida… Una gata
roja. ¿Pero qué demonios significa todo esto? —susurró Katayama; estaba tan fuera
de sí que parecía que lo hubiera poseído un zorro[17].

Harumi se propuso llamar al hospital, pero no sabía a cuál habría llevado Ishidzu
a Kinuko.
—¿Cómo podría averiguarlo?
Si esperaba a que él regresara, tardaría un tiempo considerable en poder ponerse
en marcha. «Ya lo tengo», pensó. Podía ir al puesto de policía de la zona y preguntar
cuál era el hospital de urgencias más cercano. Así se pondría en contacto con él y, si
todo iba bien, incluso la llevarían hasta la mansión de los gatos en el coche patrulla.
Juraría que el puesto de policía no estaba lejos de allí…
—¿Cómo puedo ser tan inteligente? —se dijo admirada de sí misma y salió del
apartamento sin demora. No pudo cerrar la puerta con llave, pero qué remedio.
Aquello era una emergencia.
Harumi se dirigió a toda prisa hacia el puesto de guardia en plena noche.
Llegó en menos de cinco minutos. Aún resollando, miró dentro del puesto.
—Buenas noches… —Vio que allí no había nadie—. ¡Qué fastidio! ¿Adónde
habrá ido?
¿Estaría el agente de camino a la mansión de los gatos? Aun así, era impensable
que estuviera vacío. ¿Y si entraba un ladrón por culpa de ese descuido?
—¿Hay alguien aquí? —preguntó de nuevo.
Al fondo había una pequeña sala. Como no obtuvo respuesta, pensó que no habría
nadie allí, pero no podía estar segura. A lo mejor el agente se había quedado dormido
dentro, así que se asomó discretamente.
—Disculpe… —empezó a decir. Al segundo se quedó paralizada, asustada por la
visión.
Un policía de uniforme estaba en el suelo. Su gorra se había caído y tenía una
herida en la cabeza que estaba sangrando un poco.
—¡Oh, no! ¡Agente! —Harumi perdió la calma y puso la mayor atención en el
hombre que había en el suelo. No tenía buen aspecto. Se puso en cuclillas y le tomó

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el pulso por la muñeca.
Estaba bien. Aparentemente solo había perdido el conocimiento. Debieron
haberlo golpeado con una fuerza atroz.
En ese momento, se percató de que el agente ya no tenía en su poder la pistola. El
cordón de su sujeción había sido cortado. Seguro que el objetivo de su atacante era
arrebatársela.
—Es verdad… Antes…
Su hermano le había dicho que habían disparado a Tetsuo Ishizawa con un arma
reglamentaria. Eso significaba que, sin duda, se había empleado la pistola de este
agente.
Ella se afanó en alcanzar el teléfono que había sobre la mesa, levantó el
auricular…
«Un momento, ¿adónde debería llamar?», se preguntó.
Lo más fácil era llamar al número de la policía, pero se le hacía terriblemente
enojoso tener que explicar todos aquellos sucesos. Decidió llamar a la mansión de los
gatos para que fuera el propio Katayama quien informara de todo a la policía. Ella
estaba bastante alterada.
—Veamos, la agenda de teléfonos… Ya la tengo. A ver… mansión… de los…
gatos… ¡Seré idiota! Si constará como Ishizawa. ¡Ya lo tengo!
Tomó el auricular, hizo la llamada y al otro lado se puso una mujer.
—Casa de los Ishizawa, dígame.
—Disculpe, ¿puedo hablar con el detective Katayama?
—¿De parte de quién?
—De su hermana pequeña.
—¿Entonces eres Harumi? Yo me llamo Ritsuko Kariya.
—Oh, encantada de hablar contigo. Gracias por haber ayudado a mi hermano.
—Qué va. Soy yo quien está más que agradecida. Espera un momento, por favor.
Katayama se puso al teléfono enseguida.
—¿Qué ocurre? ¿Dónde estás?
—En el puesto de la policía donde estaba destinado Hayashida. Había venido a
pedirles el número de teléfono del hospital y entonces… —Su hermana le explicó lo
sucedido.
—Entendido. ¡Voy hacia allí enseguida! ¡Quédate donde estás!
—De acuerdo. Date prisa, por favor.
Harumi respiró hondo y se sentó en una silla; menuda nochecita llevaban. No
habían parado ni un momento.
Entonces, oyó un débil gemido y vio cómo el agente que estaba inconsciente
hasta ahora empezaba a levantarse tambaleándose.
—¿Ya ha recuperado el conocimiento? ¿Está usted bien? —se interesó ella
poniéndose en pie.
El policía agarró con fuerza el brazo de la joven de repente y bramó—: ¡Maldita

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seas! ¡No te muevas! ¡Estás arrestada!
La hermana de Katayama estaba completamente atónita.
—¿Pero qué está diciendo? ¡No pierda los estribos!
—¡Silencio! ¡Estás arrestada por un delito de lesiones! ¡No te resistas!
Mientras él vociferaba de esa manera, agarraba la muñeca de Harumi con firmeza
con la mano izquierda, y con la derecha, sacaba sus esposas. Ella acabó de perder la
paciencia.
—¡Esto no tiene ninguna gracia! Si soy yo quien ha informado de que…
—¡A mí no me discutas, pedazo de guarra!
—¡Guarra yo! —De pronto, la joven perdió la paciencia y propinó un rodillazo en
la entrepierna al agente con todas sus fuerzas.
El policía gruñó de dolor y volvió a quedarse tumbado en el suelo boca arriba.

V
—A ver, Harumi… —refirió Katayama con una expresión atribulada—. Esto no
significa que no entienda en qué posición estabas. Pero oye… ¿no podrías habértelas
apañado de otra forma?
—¿Qué quieres decir? ¿Que me tendría que haber quedado calladita mientras me
esposaba? ¡Lo siento, pero no! —objetó ofendida.
—No es eso… Quiero decir que no hacía falta que le golpearas en sus partes.
—¡Él se lo ha buscado! No atendía a razones.
—El hombre acababa de recuperar el conocimiento y debía estar confuso. Si le
hubieras explicado las cosas en condiciones no habría pasado nada. ¿Es que no lo
ves?
Tener una hermana capaz de dejar a un agente de policía KO no era algo de lo que
sentirse especialmente orgulloso.
—¡No me vengas con palabrería irresponsable! ¡Ni siquiera estabas aquí cuando
pasó! —prorrumpió Harumi.
—Entendido. —Su hermano se rindió—. ¿Pudiste ponerte en contacto con
Ishidzu?
—Sí. Por lo visto, Kinuko aún no ha recuperado el conocimiento.
—Hmm… —El detective se puso a andar arriba y abajo por el puesto de guardia
de la policía dándole vueltas a la cabeza—. Me parece inexplicable. El asalto a la
novia de Hayashida… Que hayan asesinado a Ishizawa… ¿Fue Tetsuo quien atacó a
Kinuko Ueno? ¿Por qué motivo?
—Eso no podemos saberlo; todos los hombres sois unos lujuriosos.
—O más bien… quizá el asesinato de Ishizawa no tenga nada que ver con esa
violación. De todos modos… ¿Adónde habrá ido ese exagente?

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—Está siendo una noche muy dura —susurró Harumi de nuevo.
—Vamos al hospital. Esperaremos a que la hija de Ueno recupere el
conocimiento. No tenemos más remedio que preguntarle a la propia víctima si fue
Tetsuo quien la atacó o no.
»Hayashida no tenía forma de saber si había sido Tetsuo quien perpetró el ataque.
Sin embargo, al ver esa hoja de bambú se marchó corriendo hacia la mansión. Esa
pista debió darle un motivo para pensar que Tetsuo Ishizawa era el agresor.
—Tienes razón.
—El hospital está muy cerca de aquí, ¿verdad? Vamos hasta allí en el coche
patrulla. —Katayama salió a la calle y le dijo a Holmes, que estaba sentada frente al
puesto—: Venga, vamos.
—Pero Holmes, tú te habías ido detrás de Hayashida. ¿Qué ha sucedido? —
inquirió Harumi.
La gata dio un gran bostezo. Parecía completamente indiferente a lo que le
decían.
—¡Qué rabia que das!
—Pierdes el tiempo. No te dirá nada por la fuerza —sentenció Katayama riendo
—. Los grandes detectives tan solo responden cuando quieren hacerlo.
Holmes se subió con ellos al coche patrulla. El detective le indicó al agente al
volante a qué hospital quería que los llevara, y se dejó caer pesadamente sobre el
asiento. Tenía la impresión de que había estado trabajando sin cesar durante todo el
día.
—Es fabuloso que hayas puesto fin al problema de las tres mujeres.
—Y tanto. Afortunadamente he matado varios pájaros de un tiro. Me ha ahorrado
muchísimos problemas.
—¿Qué propósito tenía Ishizawa?
—Hmm… No lo tengo muy claro. Ha muerto antes de que pudiera darme una
buena explicación.
—Aun así, sus acciones son realmente incomprensibles —manifestó Harumi—.
Por cierto, Ritsuko Kariya, la chica que ha descolgado antes el teléfono… ¿Qué
relación tienes con ella?
—Resulta que… a lo mejor podría acabar saliendo con ella.
—¿Te has vuelto a enamorar? —aseveró Harumi mirando fijamente a su
hermano.
—¡¿Pero qué estás diciendo?! Solo quiero cumplir la última voluntad de Tsuneyo
Ishizawa, la anciana que asesinaron.
—¿De qué hablas? —A continuación Katayama le narró cuál era la situación. La
expresión del rostro de Harumi denotaba un interés inmenso—: Vaya, vaya.
Entonces, ¿aquella vez le gustaste nada más verte?
—Eso parece.
—Vaya por donde, qué gente tan rara hay en el mundo —soltó Harumi con

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franqueza.

—Veo que has tenido un día muy ajetreado —afirmó Ishidzu asintiendo cuando
Katayama le explicó lo sucedido.
—Sí. Ha sido un caos absoluto… ¿Kinuko Ueno aún no ha recuperado el
conocimiento?
—Por lo visto, no. Me han dicho que me informarán en cuanto vuelva en sí.
—Entendido. Lo que más me preocupa es que desconocemos el paradero de
Hayashida. ¿Se te ocurre adónde podría haber ido?
—Déjame pensar… —Ishidzu ladeó la cabeza—. No creo que por llamarse
Hayashida[18] esté en el bosque.
En ese momento, un médico con una bata blanca vino a avisarles de que Kinuko
había recobrado el conocimiento.
—Aún está muy trastornada. Les ruego que sean muy cuidadosos —añadió el
médico mientras abría la puerta de la habitación.
La primera en entrar en la habitación fue Harumi, que se acercó al cabecero de la
cama y se dirigió a Kinuko con delicadeza:
—Kinuko, ¿cómo estás?
—Harumi… —La hija de Ueno abrió los ojos y sonrió al verla.
—Ya ha pasado todo. Descansa y no te preocupes por nada.
La mirada de Kinuko se posó en los dos detectives.
—El detective Katayama… y el señor Ishidzu.
—Hola. ¿Cómo te encuentras? —la saludaron.
—No muy bien… —contestó ella con un hilo de voz—. ¿Dónde está Hayashida?
—Vendrá muy pronto —respondió Harumi.
—No puedo creer que haya sucedido algo tan terrible. Nunca más podré volver a
mirarle a la cara…
—Venga ya, no digas tonterías —intentó animarla la hermana de Katayama.
—Eso es. Todo irá bien, pero tienes que olvidarte de lo sucedido —quiso
consolarla Ishidzu. Aunque lo hizo de un modo sumamente insensible.
Katayama se aclaró la garganta.
—Lamentamos tener que preguntártelo en un momento tan delicado pero… —dio
un paso adelante—. ¿Sabes quién te atacó?
Kinuko cerró los ojos un momento y a continuación alegó:
—Creo que fue Ishizawa.
—¿Tetsuo Ishizawa?
—Así es.
—¿En qué circunstancias sucedió?
—He sido una estúpida. Hacía mucho que ese hombre me miraba con lujuria.
Sucede que… él me llamó y afirmó que mi padre no era el autor de ese asesinato. Y

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también, que había encontrado la prueba que lo demostraba y que quería reunirse
conmigo en un lugar donde no nos viera nadie.
—Por eso fue a la mansión de los gatos.
—Sí. Supongo que lo hubiera puesto en apuros que su mujer nos viera, porque me
indicó desde el principio que fuera al bosque de bambú que hay detrás de la mansión.
Naturalmente, yo tendría que haber sospechado, pero fue oír que tenía las pruebas
que demostraban la inocencia de mi padre y ya no pude pensar en nada más…
—¡Qué canalla! —exclamó Harumi.
—Cuando fui allí, no vi a Ishizawa por ninguna parte. Entonces, mientras estaba
esperando en el bosque de bambú, me atacaron de repente por la espalda…
Kinuko se quedó sin palabras y cerró los ojos. Una lágrima se derramó por su
rostro.
—Entendido. ¿Está segura de que era Ishizawa?
—Eso… creo. Pero estaba muy oscuro, me estaba estrangulando y perdí el
conocimiento…
—¿Le vio la cara?
—No, no se la vi.
En ese caso, cabía la posibilidad de que él no fuera su atacante.
—¿Está segura de que la persona que la llamó a casa era Ishizawa?
—Pues… —Kinuko paró de hablar en seco, como si estuviera dudando por un
instante—. No estoy segura. La verdad es que no conozco tan bien su voz y además,
hablaba en voz muy baja.
—¿Insinúa que no fue ese hombre?
—No. Solo digo que no puedo estar segura del todo. A lo mejor no fue él.
Déjenme ver a Ishizawa. ¡Ya verá cómo le hago confesar! —escupió Kinuko con un
odio furibundo ardiendo en sus ojos, que aún seguían llorando.
—Lo lamentamos, pero… —empezó a contestar Ishidzu, pero Katayama le
interrumpió, nervioso.
—¿Hayashida sabía adónde se dirigía usted?
—¡No! De haberlo sabido, me lo hubiera impedido.
—¿Estaba él presente cuando recibió la llamada?
—En ese momento no; había salido a comprar tabaco.
—Por lo tanto, lo único que le dijo fue que salía un rato y que volvería pronto.
—Sí. Porque Ishizawa… Quien fuera que me llamó, me pidió que fuera sola y
que no se lo dijera a nadie…
—¿Su novio sabía que el hijo de la terrateniente la miraba de forma lujuriosa?
—Sí. Eso le ponía furioso.
Katayama se tomó un respiro. Entonces, Kinuko percibió algo en la expresión
abatida que los dos hermanos tenían en la cara.
—¿Ha sucedido algo? ¿Hayashida no está aquí porque él… ha muerto?
—¡En absoluto! —denegó el detective de la Central.

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—El que ha muerto es Ishizawa —dijo Ishidzu.
—¿Ha muerto? —Kinuko contuvo el aliento. Pareció percatarse de todo en un
solo instante.
—¿Le ha… matado Hayashida…?
—Eso tampoco lo sabemos. Ahora mismo lo estamos buscando.
—¿Qué habrá sido de él? —La joven se cubrió la cara con las manos.
El médico entró en la habitación y sugirió que debían dejarla descansar.
—Kinuko, no te preocupes, por favor. —Harumi se inclinó hacia ella—. Mañana
vendré a verte.
Sin embargo, la hija de Ueno se dio la vuelta en la cama dándole la espalda.
—Independientemente de quién sea su agresor, todo indica que Hayashida es la
persona que ha asesinado a Ishizawa —expuso Ishidzu una vez hubieron salido de la
habitación.
—Eso parece… Aunque hay algo que no encaja.
—¿Qué es lo que no te encaja? —preguntó Harumi.
—Primero: él fue policía. Por mucho que pensara que ese tipo era su agresor, me
parece descabellado que lo asesinara de un tiro. Sabe que lo atraparemos.
—¿En serio? Si alguien ataca a la novia de uno, es normal que pierda los estribos.
¿Tú te quedarías como si nada, hermano? ¡Qué frío eres!
—No es eso. Tal vez fue un accidente. No creo que pretendiera matarlo. Quizá
solo quería hacerlo confesar a punta de pistola. Además, golpear a un agente para
arrebatarle el arma reglamentaria no me parece propio de Hayashida. Y hay algo
más… ¿Tiene sentido que después de largarse en un arrebato, diera media vuelta a
mitad de camino para pasarse por el puesto de guardia y atacar al policía allí
apostado?
—Si lo que quería era matarlo, sí.
—Quizá tengas razón… —Katayama se cruzó de brazos—. A pesar de eso, al
agente le golpearon por la espalda y perdió el conocimiento. En consecuencia, no vio
la cara del atacante. Es posible que no haya sido el novio de Kinuko.
—Entonces, ¿quién ha sido?
—Si lo supiéramos, no las estaríamos pasando canutas —dijo muy serio.
Ishidzu intervino:
—Dada la situación, tan solo nos queda un camino que seguir.
—¿Cuál?
—Preguntárselo directamente a Hayashida.
—Gran sugerencia, sí señor —censuró Katayama con todo su sarcasmo—. Dime,
¿dónde está?
—Seguro que lo averiguas. Eres un gran detective.
—Condenado listillo, no conseguirás nada haciéndome la pelota. —Katayama
sonrió con amargura—. Lo olvidaba, también hay otra cosa que no encaja.
—¿Cuál?

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—La gata roja. La vi andando por el tejado de la casa…
—¿De verdad que era roja? —inquirió Harumi recelosa—. ¿No será que
únicamente te pareció que lo era?
—¡Te juro que era roja! ¡Tengo muy claro lo que vi!
—De acuerdo, hombre. No te enfades conmigo.
—Perdona… Ya es medianoche y la verdad es que estoy agotado.
—¿No tenéis hambre? Cerca de aquí, en las afueras, hay un restaurante. Abre
hasta las tres de la madrugada —apuntó Ishidzu.
—Buena idea. Aunque no tenga hambre, me vendrá bien tomar el aire.

A pesar de que era medianoche, el restaurante que había junto a la autopista


nacional estaba repleto de transportistas.
—Caramba, aquí hay mucho noctámbulo —dijo Ritsuko Kariya.
Harumi había instigado a su hermano a que, ya que Ritsuko estaba bastante cerca,
la invitara a cenar.
Las dos parejas se habían sentado en torno a una mesa; por un lado Katayama y
Ritsuko, y por el otro, Ishidzu y Harumi. Holmes se había quedado durmiendo en el
coche pues en el restaurante no aceptaban gatos.
—Mi primo no me gustaba ni una pizca, pero nadie merece ser asesinado así. —
Ritsuko estaba hablando de Ishizawa.
—¿Qué va a pasar con esa casa? —preguntó Harumi—. Su viuda se va a quedar
sola allí, ¿verdad?
—Hace un rato me ha propuesto que me quedara a vivir con ella, pero no sé… En
ese lugar han asesinado a mi tía de un modo muy cruento… No me apetece quedarme
allí.
—Es lógico —reconoció Ishidzu asintiendo.
—¿Esa mujer no tiene hijos?
—No. Si los tuviera, por lo menos tendría un motivo para seguir luchando.
—Sea como sea, no saber el paradero de Hayashida es… —matizó Katayama al
tiempo que se iba tomando un café poco a poco.
—Sí, es una verdadera lástima. ¿Habrá huido?
—Ni idea. Pero ha sido policía, es posible que está pensando en entregarse a fin
de mantener su integridad. Además, sabe que no podrá escapar. Todas las carreteras
de esta área han sido bloqueadas y se están haciendo controles.
—Aun así, en esta zona abundan lugares donde esconderse.
—Mientras permanezca en las proximidades de ese complejo de apartamentos,
acabarán viéndolo el día menos pensado. Él mismo sabe muy bien que eso es así y…
—empezó a decir. De improviso, miró la autopista a través del cristal de grandes
dimensiones del restaurante—. ¿Qué es eso?
A lo lejos, se veían decenas de luces fluctuantes aproximándose y al mismo

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tiempo, oyeron una reverberación semejante a un gemido de notas graves.
—Son motos —anunció Harumi.
Dos motos, tres motos… Un buen puñado de jóvenes con el negro resplandor de
las cazadoras de cuero pasaron con sus motocicletas de gran cilindrada por el tramo
de autopista que había delante del establecimiento y desaparecieron a toda velocidad.
Su número iba aumentando a diez, veinte y pico… y su ruido era ensordecedor.
—¡Una banda de moteros! —exclamó Ritsuko.
—¡Qué pasada! ¿Cuántas decenas de motos debe haber ahí?
Pero preguntar por decenas se quedaba corto. ¿Eran cien motos…? No, era una
horda mucho más numerosa. Todos los clientes del restaurante se levantaron de sus
mesas, admirando ese gigantesco espectáculo. Como por arte de magia, las motos se
aproximaban una tras otra atravesando la oscuridad vertiginosamente.
Holmes se había percatado con bastante más antelación del alboroto de las
motocicletas. Pese a estar durmiendo en el coche, sus aguzados oídos ya habían
captado que algo terriblemente ruidoso venía en su dirección. La gata se levantó y
miró a través de la ventana del coche con sus patitas delanteras posadas en el marco.
El pelotón principal del grupo ya había pasado de largo.
Luego se desplazó hasta el asiento del acompañante y allí, presionó con la pata el
botón que subía y bajaba la ventanilla. El motor del mecanismo chirrió y la abrió un
poco. Entonces, una vez apreció que por ahí podía pasar la cabeza, saltó hasta el
borde del cristal con agilidad y se escurrió hacia fuera como si nada. Ya en el suelo,
ante ella, una maraña de motocicletas marchaba rauda como un torrente.
Holmes empezó a caminar por la calzada hasta llegar a un camino estrecho que
descendía por la colina en dirección a la autopista nacional.
Una motocicleta bajó por esa misma colina tomándose su tiempo y se detuvo. A
continuación, su conductor observó con cautela la riada de aquella banda de moteros
que estaba recorriendo la autopista y cuando el flujo de motos se interrumpió un
breve instante, hizo rugir el motor de la suya y salió disparado.
Esa moto no necesitó más que unos pocos segundos para fundirse en aquella
maraña compuesta de cientos de motocicletas.
Holmes, muy quieta, se quedó atrás siguiéndola con la mirada y al cabo de un rato
volvió al coche.

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TERCER CAPÍTULO

LA GATA FANTASMA

I
e modo que Hayashida se os ha escapado. —Kurihara le echó a Katayama
— D una mirada escrutadora cargada de saña.
—Sí. Es muy posible que se mezclara entre una banda de moteros que pasó
por el complejo de apartamentos. Hablamos de trescientas motos y no podíamos
inspeccionarlas una por una. No vimos nada.
—¡Sois una panda de inútiles! —le imprecó Kurihara—. ¿Estás seguro de que
Hayashida estaba entre ellos?
—No podemos asegurarlo al cien por cien, pero por lo visto robaron una moto en
uno de los establecimientos del complejo de apartamentos. En principio se había
pensado que había sido obra de un miembro de la banda de moteros. No obstante, un
vecino vio cómo la sustraían y a juzgar por la descripción que ha dado del ladrón,
todo indica que lo hizo ese exagente. Los miembros de una banda de ese tipo suelen
tener una estética muy determinada.
—Entiendo. De modo que su novia… ¿Cómo decías que se llamaba?
—Kinuko Ueno.
—Así que a esa tal Kinuko la violaron y asesinaron…
—¡Jefe! ¡A ella no la han asesinado! —negó Katayama inquieto.
—Ah, ¿solo la han violado? De todas formas, resentido por la violación, atacó al
agente del puesto de guardia y usó el arma que le arrebató para matar a Ishizawa.
Luego, robó una motocicleta y huyó entre una banda de moteros… —En ese
momento miró a su subalterno—. ¿Me equivoco? —enfatizó.
—No, eso es. —El detective asintió indeciso.
—¿Hay algo que no te convenza?
—Tan solo… me da la impresión de que las cosas le han salido demasiado bien.
—¿En qué sentido? —El superintendente se removió en la silla.
—El asesinato anterior, el de Tsuneyo Ishizawa, quedó cerrado con el suicidio de
Ueno. Ahora nos encontramos con que Hayashida ha escapado. ¿No le parece que
resulta demasiado simple?
Kurihara se encogió de hombros.
—¿Qué tiene eso de malo? El mero hecho de saber quién es el asesino nos ahorra
tiempo y esfuerzo.
—En eso tiene razón, pero…

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—¿Tienes algo sólido que apoye esa opinión?
—No, la verdad es que no.
—Entonces, haz el favor de no complicar más el caso. Ya estamos lo suficiente
ocupados como para que encima sigas dándole vueltas. Todo encaja: Ueno mata a la
señora Ishizawa. Su hijo Tetsuo viola a Kinuko, y el novio de esta, acaba con él.
—Ya…
Katayama había vuelto a su escritorio pese a no hacerle gracia la situación. Él no
era la clase de persona a la que le gustara implicarse en casos de asesinato. A ser
posible, le encantaría poder olvidarse de todos esos crímenes sangrientos y marcharse
a casa para echarse a dormir.
Sin embargo, no se había podido desvincular del todo de este caso. Precisamente
por eso, seguía viendo cosas que no le encajaban. Ojalá acabaran capturando a
Hayashida y esas dudas se aclararan, pero eso sería demasiado bonito para ser
verdad…
El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos.
—Katayama, dígame.
—Hola, soy yo.
—Hola, Ritsuko.
—¿A qué viene ese tono de decepción? ¿Estabas esperando la llamada de otra
mujer?
—No, no es eso —replicó atolondrado. Se había expresado en un tono
ligeramente despreocupado, pero su interlocutora no sabía que para él, hablar en esos
términos era lo que más le costaba en el mundo.
A decir verdad, el nexo que precisamente lo vinculaba a los asesinatos de
Tsuneyo Ishizawa y de su hijo Tetsuo, era Ritsuko.
—¿Para qué me llamabas? —inquirió el detective desganado como si estuviera
tomando un recado para otra persona.
—¿Acaso no puedo llamarte a menos que tenga un motivo en especial?
—No… No quería decir eso. La empresa de telefonía estará contenta y a mí me
gusta que la gente esté contenta. —Incluso él se quedó impresionado por la estupidez
que acababa de decir.
—¡Pues muy bien! —La joven adoptó un tono airado—. ¡Quería pedirte una cosa,
pero ya no lo haré!
—Ritsuko, escucha…
Ella colgó el auricular con un sonoro telefonazo. Katayama agitó la cabeza; se
había quedado medio sordo. Con semejante golpetazo igual había roto el aparato. En
lugar de darle una alegría a la compañía telefónica, le provocaría dolores de cabeza.
No se le ocurría qué debía decir a Ritsuko. Sabía a ciencia cierta que durante la
cena en el hotel, ella le pidió que le hiciera un favor. Aunque claro, él aceptó sin tener
ni idea de cuál era. Pero finalmente no había tenido tiempo de comprobar la
naturaleza de esa petición.

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Tras aquello, ella le besó justo antes de que dispararan a Tetsuo Ishizawa. Él lo
sintió como la clase de beso que uno recibiría de una novia. Perdón, Katayama no era
ningún experto en materia de besos. Por eso, no sabía cuánta presión hacía falta notar
para determinar que realmente eran novios. Aunque por lo menos sabía que, en
Japón, solo se solían besar los novios y los matrimonios[19].
Por otro lado, también había amantes de los animales que besaban a sus mascotas,
pero puesto que saltaba a la vista que él era un ser humano, ese ejemplo no se
aplicaba en su caso.
Así las cosas, era probable que Ritsuko consideraba a Katayama como su novio.
—¡Mujeres! —dijo suspirando…
Se pasó un buen rato dándole vueltas a la cabeza para acabar rindiéndose a la
evidencia: no sabía qué intenciones tenía Ritsuko. Justo entonces, el teléfono volvió a
sonar.
—Hola, Katayama. ¿Eres tú? —Ishidzu le hablaba con un ímpetu cargado de
energía positiva.
—Hola, ¿desde dónde me llamas?
—Desde comisaría.
—¿Por un tema de trabajo?
—No, no es por eso…
—Lo cierto es que Ritsuko Kariya acaba de llamarme.
—¿Ha llamado a tu comisaría? —preguntó Katayama sorprendido.
—Así es. ¿Qué ha pasado?
—Eso digo yo. ¿Te ha comentado algo?
—Resulta que hará la mudanza el domingo que viene y me ha pedido que le eche
una mano…
—¿La mudanza?
—Sí. Makiko Ishizawa no quiere vivir sola en la mansión y le ha pedido que se
vaya a vivir con ella.
¿Era eso lo que quería pedirle? Teniendo en cuenta la última voluntad de Tsuneyo
Ishizawa, el hecho de que su sobrina se mudara a la mansión de los gatos podía ser
algo positivo. Y respecto a la señora Makiko… En esa casa se habían cometido dos
asesinatos. Y por si eso fuera poco, encima, a su marido lo habían asesinado delante
de ella. Seguramente ya no quería permanecer sola en casa.
—Un momento. ¿Eso es lo que te ha dicho?
—Sí. También me ha dicho que eres un hombre despiadado, antipático, egoísta,
execrable… Esto último me lo acabo de inventar.
—¡Imbécil! ¡No añadas estupideces de tu cosecha!
El detective de Meguro se rio.
—Sin embargo, sí que me ha dicho esto: «Ishidzu, tú eres un hombre fuerte en
quien siempre se puede confiar; además, si una mujer te pide que le hagas un favor,
eres incapaz de negarte a ayudarla» —expuso henchido de orgullo.

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—De todas formas, yo también iré a ayudar.
—¿Lo harás? Entonces he hecho bien en llamarte. Creía que debía hacerlo, he
pensado que era mejor informarte.
—Gracias.
—Ah, y otra cosa…
—¿Cuál?
—Me gustaría que Harumi también viniera.
—¿Lo ha pedido ella?
—No, esto te lo pido yo.
Katayama resopló. Le resultaba imposible odiar a un hombre como aquel.
—De acuerdo, le pasaré el recado.
—Hazlo, por favor.
Al detective de la Central le pareció estar viendo la sonrisa radiante de Ishidzu.
Cuando estaba a punto de colgar el auricular, su colega protestó:
—Maldición, por poco me olvido.
—¿Aún tienes algo que decirme?
—Esta noche cenaré fuera. Volveré un poco tarde.
—Pues que te vaya bien. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—Es un recado que me ha dado Harumi para ti.
—¿Mi hermana?
—Sí. Me ha llamado hace un rato. Resulta que irá a ver a Kinuko Ueno al
hospital después del trabajo y me ha pedido que te avise.
—Hm… ¿Y por qué te lo ha dicho a ti? Podía haberme llamado a mí.
—Es que yo iré con ella.
—¡Haberlo dicho antes!
—Mis disculpas. Tú puedes comerte lo que quedó de la caballa que preparó para
Holmes…
—¡¿Cómo te atreves?!
—Espera; eso lo ha dicho ella.
—Entonces, a lo mejor yo también acabe yendo —dijo Katayama enojado.
—¿Adónde?
—A ver a Kinuko Ueno, por supuesto.
—Cla… claro. Tampoco haría falta, pero bueno.
El detective sonrió al imaginarse a Ishidzu desilusionado.

—¡Eso no puede ser! —exclamó Harumi con las cejas arqueadas de indignación.
—No ganas nada enfadándote conmigo. —Katayama se encogió de hombros—.
En todo caso, si gracias a eso capturamos a Hayashida, quedará todo resuelto.
—Pero aunque lo encuentren… —Ella estaba sumamente descontenta.
Ambos hermanos iban en los asientos de atrás del deportivo de Ishidzu. El coche

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recorría la carretera después del ocaso, en dirección al hospital donde la hija de Ueno
permanecía ingresada.
—Pero si aún quedan un buen puñado de problemas por solucionar. —Harumi fue
enumerando conceptos con la misma actitud que mostraría un ama de casa al
protestar por unos precios desorbitados—: ¿Quién y por qué mató a todos esos gatos?
¿Qué pasa con los que sobrevivieron? Además… Eso es, aún no sabemos nada de los
atentados reiterados que sufrieron los niños.
—Es posible que eso no tenga nada que ver con los asesinatos.
—Eso no puede ser —repitió ella testaruda—. Tengo una intuición.
—¿Una intuición?
—Sí, la intuición femenina nunca falla.
—¿En tu casa mandan las mujeres? —añadió Ishidzu alegremente.
—Por supuesto. Somos mayoría, Holmes y yo.
Katayama se quedó mirando por la ventana fingiendo que nada de aquello llegaba
a sus oídos.
—¿Cuánto falta para llegar?
—Aproximadamente un cuarto de hora.
—¿Cómo está ella?
—Sus lesiones externas en sí eran de poca importancia. El problema es el trauma
psicológico.
—Normal; además de la violación, la policía está buscando a su novio por
asesinato…
Cuando llegaron al hospital solicitaron en recepción poder visitarla.
—La hora de visita ya ha finalizado —les espetó una enfermera muy
impertinente; la mujer no se molestó siquiera en disimular su mal carácter.
—Aún queda un cuarto de hora para que termine —replicó Ishidzu.
—Solo tienen quince minutos —matizó ella—. Salgan cuando termine la hora de
visita.
El detective de Meguro se quedó contrariado y sacó su bloc de notas policial.
—Nosotros somos…
Katayama contuvo el arranque de su colega.
—Solo será un momento —aclaró dando un paso al frente.
—Escriban aquí sus nombres.

—Escúchame bien. Por muy detective de la policía que seas, no estamos aquí de
servicio. No puedes exhibir tu identificación policial —le recriminó Katayama.
Mientras escuchaba la bronca, Harumi trataba de contener un ataque de risa. ¿Su
hermano estaba ya en posición de dar sermones? Aunque le hiciera gracia, a ella le
inspiraba confianza verle comportarse poco a poco como un auténtico policía; pero a
su vez, eso hacía que se preocupara por él.

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—Es esa habitación.
Ishidzu se aproximó con paso mesurado a la puerta y llamó.
—No contesta nadie. ¿Estará dormida?
—¿Qué hacemos?
—Si está durmiendo, perfecto. Veremos cómo se encuentra y nos marcharemos.
—Bien pensado.
Al abrir la puerta, Ishidzu echó un vistazo dentro y se quedó paralizado: la cama
estaba vacía.
—¿Adónde habrá ido? Tal vez esté en el servicio. ¿Esperamos a que salga?
Los tres estuvieron deambulando por aquella habitación de pequeñas dimensiones
hasta que finalmente, Ishidzu se percató de algo:
—La ventana está abierta. ¿No tendrá frío?
—Es verdad… Qué raro.
Katayama se acercó a la ventana y sacó la cabeza fuera. La habitación estaba en
el segundo piso. Vio que justo debajo había una zapatilla y lo hizo patente.
—¿Cómo?
Los tres se asomaron para mirarla apelotonándose delante de la estrecha ventana.
—Eso es… susurró Harumi.
—Se le habrá caído mientras intentaba matar una cucaracha —mentó Ishidzu
jovialmente.
—¡¿Pero qué están haciendo?! —les imprecó una voz.
Una vez que lograron echar la cabeza hacia atrás entre empujones, pudieron ver
que aquella era la enfermera de la recepción.
—¡Ya ha terminado su tiempo! —les increpó mirándolos con dureza—. Váyanse
ahora mismo.
—Espere un momento —replicó Katayama señalando la cama—. La paciente no
está aquí.
—Lo lamento por ustedes. Habrá ido al servicio. Váyanse, por favor.
—Pero su zapatilla… —empezó a decir Harumi, mas su interlocutora no le prestó
atención.
—¡Venga! ¡Márchense ya! Son las normas.
—¿Pero dónde ha ido la paciente…?
—Si siguen poniendo pegas, tendré que llamar al doctor —amenazó la enfermera.
Acto seguido, los echó a los tres de la habitación sin mediar palabra.
—Pero si le hubiera pasado algo…
—Vengan ustedes mañana.
Entre protesta y protesta, la mujer ya los había expulsado del hospital.
—¡Maldición! ¡Qué tía más intransigente! ¡Uno no puede ser tan radical con las
normas! ¡Entérate! —Katayama estaba fuera de sí. Finalmente, se giró hacia Ishidzu
como si estuviera buscando pelea.
A Harumi se la veía algo inquieta.

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—Esa zapatilla me tiene preocupada.
—Vamos a echar un vistazo debajo de aquella ventana.
Siguiendo la sugerencia de Katayama, los tres dieron un rodeo alrededor del
edificio del hospital y llegaron hasta el punto situado justo debajo de la ventana de
Kinuko Ueno.
—Si uno desciende hasta el saliente que hay debajo, puede alcanzar el suelo sin
dificultades.
—Exacto. Porque solo hay vegetación y tierra, que son bastante blandas.
—¡Katayama, fíjate en esto! —Ishidzu levantó la voz y se metió entre los
matojos. Luego recogió una zapatilla que hacía juego con la otra. Los dos hermanos
se miraron.
—Como suponíamos, ella…
—No hay duda. ¡Ha bajado por la ventana y se ha escapado! ¿Adónde habrá ido?
—Es alarmante. Para empezar, su padre cometió un asesinato y luego se suicidó;
a ella la han violado; su novio está en paradero desconocido… —Harumi meneó la
cabeza—. Si eso me sucediera a mí, ya no querría seguir viviendo.
—¡¿Cómo puedes decir eso?! —clamó Ishidzu de repente—. ¡Yo siempre estaré a
tu lado apoyándote! Aunque Katayama falleciera en acto de servicio…
—¡Eso está por ver! ¡Además, no me mates porque sí! —chilló Katayama fuera
de sus casillas.
—De todas formas, tenemos que hacer algo…
—Muy bien. Nos dividiremos para ir en su busca. Ishidzu, tú estás familiarizado
con los alrededores, ¿verdad? ¿Hay algún lugar al que acudiría preferentemente una
persona que se quiere quitar la vida?
—Pues… —Él ladeó la cabeza, pensativo—. No lo sé, porque no se ha suicidado
mucha gente por aquí…
—¿El complejo de apartamentos queda lejos de aquí?
—No, está más cerca de lo que uno imaginaría. El edificio de su apartamento está
a media hora de aquí andando.
—Las mujeres suelen dejar una nota de suicidio cuando van a quitarse la vida. Es
posible que Kinuko haya vuelto a su apartamento.
—Entonces, vayamos en coche. ¡Aprisa!

II
El deportivo de Ishidzu llegó frente al edificio de Kinuko Ueno a las siete y
media.
Aún se veía por la calle a oficinistas que regresaban del trabajo pese a lo tarde
que era.

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—Es el 206.
Harumi tomó la delantera y subió corriendo las escaleras. La puerta estaba
cerrada.
—¡Kinuko! ¡Si estás en casa, contesta, por favor! —gritó ella golpeando la
puerta.
—Parece que no está.
—Vamos al otro lado de la fachada y comprobemos si tiene la luz encendida o no.
Los tres bajaron por las escaleras, torcieron por la esquina del edificio y
desembocaron en el lado por el que se podían apreciar los balcones de los
apartamentos.
—Está a oscuras.
—Es decir, que a lo mejor no ha vuelto.
—Venir ha sido una pérdida de tiempo.
—Entonces, ¿adónde habrá ido? —preguntó Harumi aún sin resuello.
—Si lo supiéramos, no estaríamos pasándolas canutas. —Katayama se quedó
pensando un rato—. Dadas las circunstancias, movilizaremos a los agentes de la zona
para emprender su búsqueda. Peinaremos los puntos más críticos: el estanque y el
bosque.
—¡Eso es mucho terreno! —manifestó Ishidzu abriendo los ojos
desmesuradamente.
—Lo que no vamos a hacer es quedarnos de brazos cruzados mientras se suicida.
Ve a comisaría en el coche y pide la orden de búsqueda. Nosotros nos quedaremos un
poco más por aquí para investigar. Sería bastante posible que Kinuko Ueno apareciera
en un momento u otro —puntualizó Katayama.
—Entendido —asintió el detective de Meguro.
Su colega de la Central le indicó una última cosa cuando ya había echado a correr
hacia el coche.
—¡Llama también al hospital y explícales la situación! ¡Haz que busquen por los
alrededores!
—¡Así lo haré! —respondió haciendo una reverencia, subió a su coche sin más
demora y se marchó acompañado del estrepitoso mido del motor.
—En serio; todavía no sé si es un tipo serio y responsable, o si no lo es —afirmó
Katayama sonriendo con amargura.
—Tiene muchas virtudes, es bondadoso y obediente.
—Es un idiota.
—Hermano, no seas así. Ese hombre es un trozo de pan —dijo Harumi para
apoyar a Ishidzu al tiempo que miraba a Katayama con saña.
—Dejémoslo correr. Es posible que Kinuko Ueno haya regresado a su casa y
luego haya vuelto a marcharse. Al fin y al cabo desconocemos a qué hora se ha
escapado del hospital.
—Tienes razón. En ese caso ya habría escrito la nota de suicidio…

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—En consecuencia, si buscara un lugar para morir cerca de aquí…
—¿Sería el estanque donde ese niño estuvo a punto de morir ahogado?
—¿Cómo? Pero si allí no podría ahogarse un adulto.
—Si va con la idea fija de matarse, no puedes asegurarlo.
—Eso es verdad. De todas formas, quizá sea mejor ir a ese parque que quedarnos
aquí esperando.
Ambos salieron hasta la callejuela que había entre dos bloques de apartamentos y
desembocaron en el parque, donde no había ni un alma.
En esa clase de áreas verdes suele haber numerosas zonas en la penumbra que
hacen que uno se sienta inseguro, pero esta en concreto no transmitía esa impresión.
Puesto que las farolas estaban alineadas cuidadosamente en intervalos regulares, su
interior se hallaba muy bien iluminado y también se podía apreciar claramente toda la
superficie del estanque.
—Recorramos los alrededores del estanque. Tú ve por la otra dirección. Si ves
algo, grita para que te oiga.
—De acuerdo.
De ese modo, cada uno echó a andar en una dirección distinta.
Mientras Harumi caminaba a lo largo de la orilla del estanque, escudriñaba la
superficie del agua para intentar distinguir alguna cosa. Deseaba no tener que ver un
cuerpo flotando, pero cuando se quedaba con la mirada fija en esa oscura superficie
tenía la impresión de que de un momento a otro podría aparecer inesperadamente el
rostro del cadáver de Kinuko.
Cuando ya había avanzado medio camino más o menos, detuvo sus pasos y tomó
una bocanada de aire. En ese momento, una sombra blanca cruzó por delante de ella
sin hacer ruido.
Gritó instintivamente.
Aquello era una gata blanca. El animal paró en seco en cuanto oyó el alarido de
Harumi y dirigió sus ojos brillantes hacia la joven.
—Qué susto me has dado. ¿En qué apartamento vives? —le interpeló ella más
aliviada en voz baja mientras intentaba acercarse a la felina, pero esta, nada más ver
que Harumi avanzaba un paso, pateó la arena en un gesto de rechazo y se marchó
corriendo.
—No le he gustado —susurró la joven.
Sin embargo, en todo el complejo estaba prohibido tener perros y gatos. Por lo
tanto, ¿de dónde provenía ese animal? Por el aspecto que tenía, no era una gata
abandonada.
—¡Harumi! —gritó Katayama mientras venía con paso acelerado—. ¿Has visto
algo?
—Ni había rastro que indicara un suicidio, ni la he encontrado a ella. —Su
hermana le habló de la felina—: A lo mejor es uno de los que huyeron de la mansión.
—Podría ser. Sin embargo, a los gatos no se les puede interrogar —le respondió

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su hermano con semblante serio—. Volvamos al punto de partida.
Una vez ambos hubieron regresado al bloque de apartamentos de Kinuko Ueno,
vieron que el coche de Ishidzu con él al volante ya había regresado. El detective de
Meguro sacó la cabeza por la ventana.
—¿Qué ha pasado? ¿Has pedido ya la orden de búsqueda? —preguntó Katayama.
—Ha sido bochornoso —confesó su colega rascándose la cabeza.
—¿Qué ha sucedido?
—He llamado al hospital. Les he dicho que buscaran a la hija de Ueno porque
había desaparecido.
—¿Y bien?
—Por lo visto, Kinuko Ueno estaba durmiendo en su cuarto —respondió Ishidzu
tras suspirar.

—¿Ustedes otra vez?


Era la enfermera que los había echado a patadas hacía unas horas. Al ver que los
tres habían vuelto al hospital, les echó una mirada cargada de suspicacia.
—¡Son unos irresponsables! ¿Cómo se les ocurre decir que la paciente había
desaparecido?
—Pero si realmente… —empezó a exponer Harumi. Su hermano la interrumpió y
procedió a explicar lo de las zapatillas.
—¿Ah, sí? —replicó al segundo la enfermera—. Que un paciente de mal humor
tire por la ventana las zapatillas no tiene nada de raro; los enfermos, por definición,
suelen estar de mal humor.
—Ya… —Katayama estaba que se subía por las paredes, pero no pudo objetar
nada.
—Permítanos ver a Kinuko Ueno, por favor —insistió Harumi.
—Ahora está durmiendo.
—No nos importa. Solo queremos ver con nuestros propios ojos que está en su
cuarto.
—Entonces, de acuerdo. —La enfermera pareció ceder ante su insistencia—.
Síganme, por favor. Pero no la despierten —enfatizó en un tono desagradable.
La mujer abrió muy despacio la puerta de la habitación de su paciente y los dejó
entrar.
Kinuko Ueno estaba durmiendo en la cama tranquilamente.
—Me alegro de que esté sana y salva —dijo Katayama asintiendo.
—¡Silencio! —les llamó la atención la enfermera desde la puerta—. ¿Ya están
satisfechos?
—Está bien. Nos vamos —contestó el detective obediente.
—La gata… La gata… La gata roja… —musitó Kinuko justo cuando se
disponían a salir del cuarto.

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Los tres se dieron la vuelta sorprendidos.
—Está hablando en sueños. Vamos. Salgan de una vez, por favor —les ordenó la
mujer.
—Espere. ¡Hermano, fíjate en esto! —Harumi se acercó corriendo hasta la cama
y tomó la mano con la que la paciente se agarraba a las sábanas—. ¿Lo ves? Tiene
tierra en la palma de las manos. Y también debajo de las uñas.
Los dos se miraron. Tras comprobar que realmente estaba dormida, Katayama
levantó la sábana a la altura de los pies de Kinuko.
—¡¿Pero qué está haciendo?! —exclamó la enfermera escandalizada.
—Cállese o despertará a la paciente —la reprendió el detective—. Solo le estoy
mirando los pies. No hay duda; ha estado andando descalza por el exterior y luego ha
regresado.
La enfermera entró en la habitación para comprobar que la chica tenía tierra entre
los dedos de los pies y debajo de las uñas.
—Oh, es verdad… —empezó a decir antes de enmudecer.
—¿Adónde habrá ido?
—Quién sabe. No tenemos más remedio que preguntárselo a ella, pero habrá que
hacerlo cuando haya despertado. Regresaremos mañana por la mañana.
—La gata… La gata roja… —expresó en un lamento Kinuko mientras se retorcía
agónicamente entre las sábanas.
—Pobrecilla, debe estar teniendo una pesadilla —dijo Harumi agitando la cabeza.
—Perdón… Si no es molestia, ¿les importaría no decirle nada de esto al doctor?
—La enfermera impertinente había cambiado radicalmente y ahora sus palabras
salían con torpeza. De saberse que una de sus pacientes se había escapado y había
estado vagando por el exterior, se ganaría una buena reprimenda.
—De acuerdo. En lugar de preocuparse por eso, límpiele las manos y los pies con
agua caliente, por favor.
—Enseguida. —La mujer salió de la habitación.
—Qué cara más dura tiene la tía —soltó Ishidzu mirando hacia la puerta, y sacó
la lengua.
—No seas inmaduro.
—Hay algo que no comprendo —dijo Harumi.
—¿El qué?
—¿Cómo puede tener tierra en las manos?
—Debe ser… porque debió aterrizar sobre las manos cuando salió por la ventana
y saltó hasta el suelo.
—Tiene sentido.
Katayama tomó una bocanada de aire:
—En fin, ¿nos retiramos ya?
—Sí. Después de todo, ya nos hemos cerciorado de que está bien.
—Esperemos que el hospital ponga especial cuidado en que no vuelva a escaparse

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de nuevo.
Cuando abrieron la puerta y los tres se disponían a salir, oyeron a Kinuko gemir
dolorosamente.
—Ya vuelve a hablar en sueños.
De repente, se oyó un maullido penetrante. Pero no, no era un gato; era la hija de
Ueno. Esta se levantó bruscamente de la cama de improviso y volvió a maullar
todavía más fuerte. Durante un instante, sus ojos resplandecieron igual que los de un
gato.
Katayama sintió cómo el terror le helaba el espinazo.
Entonces, de pronto, el cuerpo de Kinuko se volvió a relajar y se derrumbó sobre
la cama.
Todos se quedaron inmóviles un buen rato.
—Hermano… —La voz de Harumi temblaba ostentosamente.
—¿Qué quieres? —La voz del detective temblaba aún más que la de su hermana.
—Ella se ha manchado las manos porque…
—No me digas… que es porque ha estado andando a cuatro patas…
Harumi no le respondió, pero sabía muy bien que su hermana había pensado lo
mismo.
Kinuko dormía tan plácidamente que parecía mentira que hubiera estado
gimiendo dolorosamente hasta hacía un rato. Katayama se secó el sudor frío muy
lentamente con un pañuelo.
La enfermera regresó con una palangana con agua y una toalla en las manos, y se
quedó de pie con cara de sorpresa.
—Adelante, aséela. Nosotros nos retiramos ahora mismo.
—Por mi parte no hay problema, pero…
—¿Tiene algo más que decirnos?
—¿Qué le ha pasado a ese hombre?
Entonces vieron a Ishidzu tirado en el pasillo del hospital con los brazos en cruz y
las piernas abiertas, completamente inconsciente.

Pese a que no tenían apetito, decidieron ir a cenar algo, así que los tres volvieron
a pasar por aquel restaurante situado en las afueras.
—Qué forma de perder la dignidad —se quejó Ishidzu notablemente
descorazonado.
—No es de extrañar que te desmayaras. Incluso nosotros, gustando como nos
gustan los gatos, nos hemos quedado más blancos que el papel.
—¿Qué significa todo aquello? —preguntó Ishidzu.
—Estaría murmurando en sueños… Tendría pesadillas.
—Hmm… ¿Y si fuera esto?: que el espíritu vengativo de un gato asesinado la ha
poseído y… —intervino Harumi.

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—Para ya, que esto no es una historia de terror —interrumpió Katayama con el
semblante sobrio—. Conseguirás que él vuelva a desmayarse.
—Gracias… Estoy bien… —Ishidzu mostró una sonrisa espasmódica.
—De todos modos, es escalofriante —dijo Harumi tomando su vaso de agua—.
Esto no acabará nunca. Seguro que volverá a suceder algo.
Esta vez su hermano no se sentía con ánimos para rebatir su intuición femenina.
Era un hecho que Kinuko lleno se había escapado por la ventana de la habitación
y había regresado pasado un tiempo. ¿Para qué había salido? ¿Qué estuvo haciendo
fuera? ¿Y por qué tenía hasta las manos manchadas de tierra?
Ya les habían servido la comida, pero ninguno de ellos había probado bocado.
—Tenemos que volver a casa para prepararle la comida a Holmes —recordó
Harumi mientras cortaba la hamburguesa. En ese momento se le fue la vista al suelo
de improviso—. ¡Oh! ¡Un gato!
Ishidzu soltó un chillido histérico y dio un bote.
—Tranquilo, fíjate bien; es un gato común.
Era un gato corriente de color gris. Este se quedó mirándolos desde el suelo con
cara de querer comer algo.
—¿Tendrá hambre? —La chica le tiró un pedazo de hamburguesa y el animal se
lanzó sobre él con rapidez—. Lo sabía.
—Es un gato doméstico. Tiene un pelaje muy cuidado.
—Oye, ¿no podría ser de la mansión de los gatos?
—Yo también lo he pensado.
Cuando Harumi fue a darle otro pedazo de hamburguesa, una de las camareras
vio al gato:
—¡Oye, tú! ¡Ya sabes que no puedes entrar aquí!
Después de la reprimenda, el gato abandonó el establecimiento con solemnidad.
—Perdón, ¿este gato suele venir por aquí? —inquirió Harumi a la camarera.
—Y no solo ese. Cada noche vienen cuatro o cinco. Les damos los restos de la
cocina, pero a veces se meten en el restaurante. Disculpen las molestias.
—No te preocupes, de veras. ¿Sabes de dónde han salido?
—No…
—¿Cuánto hace más o menos que empezaron a venir?
—Pues hace muy poco. Nunca antes los habíamos visto por aquí.
—Muchas gracias.
—Es exactamente lo que pensaba —asintió Katayama.
—Es un gato de la mansión. Pero la camarera ha mencionado que eran cuatro o
cinco. ¿Qué ha sido del resto?
—No lo sé. Tal vez hayan muerto.
—Voy al baño un momento —les avisó Ishidzu levantándose angustiado. Echó a
andar hasta que de improviso, se giró hacia su colega detective y le habló preso del
nerviosismo—: Katayama, ¿puedes acompañarme?

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—Perdóname, Holmes. Sí, tranquila. Enseguida te preparo un poco de caballa…
—Harumi estaba hablando con su gata, que estaba pegada a sus pies—. Pero a
cambio, luego me tendrás que dar tu opinión sobre algo.
—Madre mía, estoy hecho polvo. Y eso que no es tan tarde. —Su hermano
bostezó, se quitó la corbata, dejó su chaqueta tirada en el tatami y se sentó
pesadamente.
—Mañana tendremos que volver a pasar por el hospital, ¿no? —inquirió ella
mientras colocaba el pescado encima de la plancha.
—Sí. Aunque no creo que el jefe ponga buena cara cuando sepa la historia. ¿Qué
le voy a decir? No puedo contarle que hay un gato fantasma.
—Llévale matatabi —sugirió Harumi en un tono de voz que no dejaba entrever si
estaba hablando en serio o en broma.
Mientras Holmes se comía el pescado con deleite, la joven fue a darse un baño.
Cuando volvió, encontró a Katayama al teléfono.
—Sí… Entendido. Enseguida voy. —Tenía una expresión muy seria en la cara.
—¿Ha ocurrido algo?
—Sí. —Katayama colgó el auricular—. Oye, ¿cuál era el número de teléfono del
apartamento de Ishidzu?
—Está en la agenda telefónica. ¿Qué ha sucedido?
—Un asesinato. Han matado a un aldeano muy cerca de la mansión de los gatos.

III
—Con esta, ya va la tercera… —susurró Katayama en el coche patrulla que se
deslizaba por la carretera, llevándolos hacia New Town a medianoche.
—¿Qué has dicho? —preguntó Harumi mirándolo; estaba sentada a su lado.
—No, nada. Solo decía que esta es la tercera vez que voy a esa aldea.
—Y en esas ocasiones, han asesinado a gente…
—Sí. A Tsuneyo Ishizawa, a Tetsuo Ishizawa y ahora…
—Esta es la tercera víctima. Por otro lado está el suicidio de Ueno, el
comportamiento inexplicable de Kinuko, la gata roja… Todo ello parece sacado de
una historia de terror.
—A lo mejor sí que se trata de una maldición de los gatos.
Nada más oír eso, un maullido de protesta salió de las rodillas de Harumi. Por
supuesto, había sido Holmes.
—Se ha enfadado y te ha recriminado que te creas que esas maldiciones existen.
—Pues haz el favor de destapar la verdad y de resolver nuestras dudas, ¿quieres?

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—le pidió a su gata. Todo irá bien. Con la ayuda de Holmes podremos resolver el
caso por complicado que sea.
—¿Es allí? —les consultó el agente que los llevaba en el coche patrulla. En un
extremo del camino de acceso de la aldea había varios vehículos policiales alineados;
sus luces rojas parecían poseídas por un parpadeo vertiginoso.
—Sí, déjenos ahí mismo.
—Mira, hermano, es Ishidzu.
El detective de Meguro salió entre las sombras de esos coches patrulla y corrió
hacia ellos.
—Habéis llegado muy pronto —dijo abriendo la puerta del coche. Su cara
resplandeció nada más ver a Harumi—. ¡Tú también has venido!
—Sí. Y Holmes también.
La gata se posó con un salto ágil a los pies del grandullón. Inmediatamente
después, este gritó y pegó un salto que lo hizo retroceder treinta centímetros.
—Cuidado, ni se te ocurra pisar a mi gata —le advirtió Katayama sonriendo con
amargura.
—Claro. Esto, perdón. Si hubiera sabido con antelación que se iba a presentar…
no me habría asustado —se justificó su colega sacando un pañuelo y secándose el
sudor de la frente—. Qué calor hace.
—¿Qué quieres decir? Yo diría que hace fresco.
—A lo mejor si… Esta primavera está siendo muy fría.
—Jajaja. Dejémoslo correr. ¿Qué puedes decirme del lugar de los hechos?
—He venido en cuanto me has llamado. Te llevaré hasta allí.
Las tres personas y la gata volvieron a internarse entre la vegetación en dirección
a las callejuelas de la aldea.
—¿Quién ha sido la víctima?
—Yasuhiko Horiguchi, de sesenta y siete años.
—¿A qué se dedicaba?
—Tenía una tienda de artículos domésticos, también preparaba conservas con
verduras. Debido a que su familia lleva viviendo en esta aldea durante generaciones,
era un anciano que gozaba de cierta popularidad.
—Hm… ¿Entonces quién querría matarlo?
En la aldea reinaba un silencio sepulcral. Aparte del personal policial y del grupo
de periodistas de los medios que correteaban atareados, no se veía ni un alma en el
lugar.
El lugar de los hechos estaba frente a la puerta principal de la mansión de los
gatos, tan solo a unos pocos metros.
—Ya has llegado. —La persona que se giró y se dirigió a ellos era el detective
Nemoto.
—Nemoto, ¿te han asignado este caso?
—Sí. No tengo ni idea de por qué, pero son órdenes del jefe.

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—El cadáver…
—Está allí. Más vale que no te acerques. —La mandíbula del muerto sobresalía a
través de la sábana con la que lo habían cubierto.
—¿Por-por qué lo dices?
—Le han destrozado la garganta y se ha desangrado.
—Si sé lo que me voy a encontrar, puedo aguantarlo. —Katayama se armó de
valor y echó a andar hacia el cuerpo. Todo el mundo en la comisaría sabía que tenía
una patología rara que provocaba que cada vez que veía sangre, sufría un desmayo—.
¡Ishidzu, ven!
—Sí.
—Quita la sábana.
El detective de Meguro retiró la sábana. Efectivamente, la víctima tenía una
enorme herida en el cuello y el torrente de sangre se había extendido hasta el pecho.
—Menuda salvajada —dijo Ishidzu meneando la cabeza. Miraba el cadáver con
un semblante extrañamente sosegado; tenía pánico a los gatos y, sin embargo, se
mostraba impasible ante los cadáveres.
—Y que lo digas. —A Katayama le costaba horrores mantener los ojos abiertos.
Sus párpados seguían una tendencia natural a cerrarse involuntariamente y él se veía
obligado a intentar abrirlos con desesperación.
—Qué horror… —lamentó Harumi con una mueca de espanto en la cara.
En ese momento, Holmes se dirigió hacia el cadáver a paso ligero igual que si se
estuviera acercándose a su amo a la hora de la siesta. Dio una vuelta alrededor del
cuerpo sin vida y empezó a olisquear los pies y las manos del cadáver.
—Es una herida muy extraña —detalló Nemoto—, ¿no os parece?
—Sí, tienes razón —asintió Katayama. Aunque a decir verdad, ya había desviado
la mirada del cuerpo y no lo estaba observando.
—Suponiendo que se la hayan hecho con una especie de cuchillo, no es un arma
con un buen filo. Es una herida muy grande; parece que hayan tenido que cortarle el
cuello varias veces.
—¿Quién ha encontrado el cuerpo?
—La esposa de la víctima. Como él tardaba más de la cuenta en volver a casa, ha
ido a buscarlo y se lo ha encontrado así.
—¿Tenéis algún sospechoso?
—Acabamos de empezar; aún no tenemos nada.
En ese momento, llegó el forense Minamida que les gritó que se apartaran del
cuerpo.
—¡Vaya, vaya, la familia al completo en acción! ¿Qué pasa? ¿Ese dichoso gato es
el primero que lo ha examinado o qué? —los abroncó.
Era un tipo un poco peculiar, pero dado que el hombre trabajaba con cadáveres, si
no fuera así de raro, ya habría acabado con una neurosis.
—Holmes, no estorbes —le pidió el detective a su gata.

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A continuación, Minamida añadió:
—No importa. Los gatos poseen unos sentidos mucho más agudos que los de los
seres humanos. Tal vez me lo pueda compensar señalándome algo que podría
pasarme desapercibido. —Acto seguido, se puso en cuclillas junto al cuerpo.
Katayama retrocedió unos pasos algo más tranquilo. Justo en ese momento, oyó
que lo llamaban. Al girarse, vio que quien le había reclamado era Ritsuko y se quedó
con los ojos exageradamente abiertos.
—Me alegro de que hayas venido —dijo sonriendo Ritsuko Kariya.
—¿Qué haces tú aquí? ¿A qué has venido?
—Makiko me ha pedido que viniera. Cuando se ha enterado de que habían vuelto
a asesinar a alguien, me ha suplicado que viniera enseguida porque está muerta de
miedo. ¿Habéis hablado ya con ella?
—No, aún no. Pero si te sirve de algo, creo que no tiene nada que ver con este
crimen.
—Me alegro de que pienses así. A mi primo le tenía una antipatía atroz, pero
Makiko no es mala persona. Me cae bien y creo que lo está pasando mal.
—Normal. Quédate haciéndole compañía.
—Eso pienso hacer. ¿Podrías, por favor, llamarme mañana por la mañana a la
mansión?
—De acuerdo.
—Hasta mañana. —Ritsuko empezó a andar hacia la puerta principal de la
mansión de los gatos, hasta que volvió atrás como si hubiera cambiado de idea.
Entonces, besó a Katayama en la mejilla de improviso, le dio las buenas noches y se
marchó.
Tras pasarse un rato inmóvil, el detective se secó el sudor frío de la frente.
Cuando por fin se dio la vuelta, Harumi e Ishidzu estaban mirándolo con una sonrisa
exultante. A continuación se aclaró la voz:
—¿Cómo va la inspección forense?
—Hermano, qué acalorado estás.
—Katayama, sí que tienes calor esta noche.
—¡Silencio, pelmas!
Minamida se levantó:
—Esto es muy raro. Todo indica que esta herida se la ha infligido algún animal a
mordiscos.
—¡No es posible! —exclamó Nemoto—. Aquí no hay animales salvajes.
—No estoy bromeando —protestó el forense con cara de disgusto—. No
sabremos más detalles hasta que le realice la autopsia, pero estoy seguro de que esa
no es una herida causada por un arma blanca al uso.
—Entendido. ¿Algo más?
—Supongo que esto ya lo sabéis; a esta víctima no la han asesinado aquí.
—¿Cómo?

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—¿No os habíais dado cuenta? —les interpeló Minamida con un aire de
satisfacción—. Pero si salta a la vista; basta con fijarse en que apenas hay sangre en
el suelo.
—¿En serio? ¡Maldición! —Contrariado, Nemoto chasqueó la lengua—. En ese
caso, tenemos que buscar el lugar del crimen.
—Así que le han trasladado hasta aquí después de asesinarlo —precisó Katayama
—. Si pudiéramos seguir algún rastro de sangre, quizá…
—¿De noche? Con esta oscuridad no podremos detectar los regueros de sangre
que han caído en el terreno. Lo haremos mañana con la luz del día.
—Bueno, yo ya me marcho —aseveró Minamida. De improviso, este miró a sus
pies. Holmes había enganchado con sus garras los bajos de los pantalones del forense
—. ¿Qué has visto, gatita?
—Parece que quiere enseñarle algo —aclaró Katayama.
—¿Hm? ¿Enseñarme qué? —Atento, Minamida se puso en cuclillas. La gata
calicó fue hasta la mano derecha del cadáver y maulló—. ¿Qué ocurre con su mano?
Entonces, Holmes acercó su naricilla hasta la mano del cadáver hasta rozarlo y lo
olisqueó con insistencia.
—¿Su mano huele a algo en particular? —inquirió el forense intrigado. Este
también se aproximó, tomó la mano del cuerpo y la olió—. Yo no huelo nada.
Holmes maulló aún más alto.
—Muy bien, lo he entendido —concedió Minamida asintiendo—. Lo que pasa es
que el olfato de los gatos es tan fino que no se puede ni comparar al que tienen los
humanos. Seguro que huele a algo. Te prometo que lo examinaré más tarde.
—¿No será que le huele la mano a pescado? —alegó Nemoto en tono de burla.
A continuación, Holmes dio un rodeo en torno a los pies de la víctima y emitió un
breve maullido.
—¿Y ahora los pies? —Minamida la siguió.
La gata arañó la suela de los zapatos de la víctima y la estuvo rascando un poco
hasta que finalmente hizo caer algo.
El forense recogió el objeto del suelo.
—Es una piedrecilla. Por lo visto se quedó enganchada cerca del talón de la suela.
—Si se ha molestado en enseñárnosla, seguro que esa piedra es una pista —
concretó Katayama.
—Hmm… es grava…
—Parece una de esas piedrecitas de grava como las que se colocan en las áreas
sagradas de los templos sintoístas[20] —agregó Nemoto.
—Exacto. Fijaos en el terreno. En este camino no hay piedras de ese tipo. La
víctima ha venido de un lugar donde sí había.
Katayama recibió de Minamida esa piedrecilla grisácea y redondeada.

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—¿Un lugar con grava…? —musitó.
Yoshiko, la mujer de Yasuhiko Horiguchi, estaba sentada en la sala de estar de su
casa, aparentemente tranquila.
—Por lo tanto, ¿su marido salió de casa al atardecer? —inquirió Nemoto.
No obtuvo ninguna reacción por parte de la mujer durante un buen espacio de
tiempo. Cuando el detective estaba a punto de dirigirse a ella para preguntárselo de
nuevo, ella asintió.
—Así es. —Todo el tiempo se había comportado del mismo modo. A pesar de no
haber derramado una sola lágrima, se encontraba bajo tal estado de shock por la
pérdida de su marido, que parecía estar ausente.
—¿Para qué había salido?
—Pues… No lo sé.
—¿No le detalló si iba a alguna parte o si tenía que hacer algo en especial?
—No, nada.
—¿Ni que fuera a ver a alguien en concreto?
—No me dijo nada.
—¿Salió de casa sin decirle ni una sola palabra?
—Solo me explicó que volvería enseguida.
—Que volvería enseguida… Y eso fue sobre las cinco de la tarde.
—Sí.
—¿Qué hora era cuando salió a buscarlo porque se había hecho tarde?
—Creo que eran más de las nueve.
—Caray, esperó usted hasta muy tarde.
—¿Cómo?
—Me explico: ¿No estuvo usted preocupada mucho antes de que llegara esa
hora?
—Es que siempre que iba a beber con alguien, volvía a casa a las ocho… Esperé
hasta esa hora antes de llamar a casa de los amigos con los que solía ir a beber. Ellos
me dijeron que hoy no habían quedado.
—Entonces se preocupó y salió a buscarlo.
—Exacto.
—¿Por qué fue usted hacia la mansión de los gatos?
—Porque cuando mi marido salió de casa se fue en esa dirección.
—¿Su marido tenía disputas con alguien o se había ganado el rencor de alguna
persona?
—No. Era una persona muy sociable y llena de virtudes.
—Supongo que no se imagina quién puede haberle hecho esto.
—En absoluto. Él era un hombre muy amable… y muy gentil.
—¿Tienen ustedes hijos?

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—Nuestro hijo se marchó a Nagoya. Nuestra hija se casó y tenemos tres nietos.
—¿Se ha puesto usted en contacto con ellos?
—No. Mi marido y yo lo hablamos y tomamos una decisión: no queríamos que
nuestros hijos se encargasen de cuidarme, sería una carga…
—Pero esta vez es distinto. ¿No podría llamar a su hija[21]?
—Tiene razón… Pero antes tendría que consultarlo con mi marido…
—¿Cómo dice?
—Cuando mi marido vuelva a casa, se lo comentaré…
Nemoto salió de la casa y suspiró.
—Así no podremos conseguir nada.
—Es una lástima. —Katayama no sabía qué más decir—. ¡Oye, Ishidzu!
—Dime.
—Averigua dónde vive la hija de esta señora y ponte en contacto con ella.
—De acuerdo.
Katayama echó un vistazo a su alrededor y se quedó extrañado; no veía ni a
Holmes, ni a Harumi. Sin duda, se había ido a investigar por su cuenta. Siempre le
estaban causando problemas… ¡Maldita sea! ¡Se trataba de la investigación de un
asesinato!

Sekiya, un aldeano, asintió:


—Sí, a veces iba con Horiguchi a beber.
—¿Hoy no ha estado con usted? —le interrogó Katayama; este último se había
repartido el trabajo con Nemoto y estaba tomando declaración al vecino.
—Hoy no nos hemos visto en todo el día.
—¿Qué clase de persona era?
—Déjeme pensar… Era una persona que se preocupaba por esta aldea. Solía
cuidar de todo el mundo y la gente lo adoraba. Yo creo que la persona que lo ha
matado no es de aquí.
—Entiendo. Eso significa que no tiene la menor idea de quién puede haberlo
matado.
—Ni la más mínima.
—El cadáver ha sido encontrado frente a la mansión de los gatos; ¿él tenía algún
motivo para ir allí?
Sekiya ladeó la cabeza, pensativo:
—No lo sé. Además, eso ya está en las afueras de la aldea. Allí no hay nada. Y si
quería llegar al complejo de apartamentos, o ir a comprar algo, tendría que haber ido
en dirección contraria. No sé por qué se le ocurrió ir allí.
—¿Horiguchi había estado comportándose de forma extraña últimamente?
—No especialmente.
—¿Tenía miedo de algo o estaba inquieto por alguna razón?

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—Ni una cosa, ni la otra.
—Le ruego que lo piense muy bien. Cuando ustedes bebían, ¿le habló de algún
tema extraño o de algo que no fuera habitual en él? —persistió Katayama
tenazmente. Su interlocutor cruzó los brazos y se quedó meditabundo.
Cuando eso sucedía en las series de televisión detectivescas, el interrogado
siempre respondía «oh, ahora que lo dice…» y acto seguido empezaba a dar pistas
primordiales para el caso. Ante eso, los detectives protagonistas se miraban el uno al
otro, asentían, tenían un intercambio de palabras y acababan marchándose corriendo.
Katayama esperó inmóvil. Sekiya contestó tras pasarse un buen rato inmerso en
sus pensamientos:
—Pues no, nada de nada.
El detective bostezó al salir de la casa del hombre. Estaba agotado y quería
echarse a dormir. Ya era más de medianoche.
Se le antojó que aquella aldea era insólita a más no poder. Habían matado
salvajemente a un hombre a quien todo el mundo apreciaba, su anciana esposa se
había quedado sola… y sin embargo, no había oído ni una sola condolencia por parte
de esa gente.
Se diría que ese pueblecito estaba volviendo a recuperar su quietud a base de
contener el aliento. Aunque visto por otro lado, un suceso tan atroz como un
asesinato se había producido en esa pequeña aldea tres ocasiones seguidas. Así pues,
no era de extrañar que los aldeanos permanecieran encerrados a cal y canto por el
miedo…
Katayama volvió a bostezar y se restregó los ojos. Luego, giró distraídamente la
cabeza hasta notar un pequeño chasquido de dolor que le hizo abrir los ojos.
En ese momento, una gata blanca estaba sentada en medio de la callejuela
mirándolo fijamente.
El detective se preguntó si esa debía ser Koto. Era blanca, pero podría ser
cualquier otra gata. De hecho le daba la impresión de que no la había visto antes.
En realidad solo pasaron unos pocos segundos. La gata blanca debió notar la
intención del hombre de acercarse a ella, porque echó a correr de repente.
—¡No! ¡Espera! —gritó yéndose tras el animal. Justo entonces, oyó un alarido
que atravesó la calma de la noche y se quedó clavado en sus oídos.
¡Era… Harumi!
Katayama echó a correr hacia el lugar de donde provenía el grito.

Su hermana y Holmes habían sido acorraladas por varios hombres.


—¡Alto! ¡¿Qué estáis haciendo?! ¡¿Quién diablos sois?!
Al verlo llegar corriendo y gritando, los hombres se quedaron petrificados.
Katayama se colocó rápidamente delante de su hermana; cuando se trataba de
protegerla, era capaz de hacer cualquier cosa.

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Era la gente de la aldea e iban armados con palos y cuchillos de cocina.
—¡¿Quién diablos eres tú?! —prorrumpió uno de los hombres arremetiendo
contra él.
—Soy un policía de la Comisaría Central Metropolitana —se presentó mostrando
su identificación. Los hombres se miraron entre sí.
—¿Y esa chica y el gato?
—Este es el comando especial de investigación. —Katayama se tomó la libertad
de bautizarlas.
—¿El gato?
—Es un gato policía.
—Tengo entendido que hay perros policía, pero… —se justificó el aldeano
abriendo los ojos como platos.
—Últimamente también empleamos a gatos.
Pareció que los hombres se creyeron sus explicaciones descabelladas.
—Es que como lo hemos oído maullar… Habíamos pensado que era uno
sospechoso.
—Un momento, por favor —los interrumpió el detective—. Esto es
incomprensible. Por intranquilos que estéis, tan solo habéis oído un maullido. ¿A qué
viene este alboroto? —interpeló mirando a todos los hombres uno a uno—. No es
normal que hayáis salido armados hasta los dientes. ¿Por qué os ha dado este
arranque? ¿Pensáis explicármelo?
Los hombres perdieron repentinamente su resolución.
—Por nada… ¿verdad? —A continuación, se pusieron a murmurar entre ellos.
—Seamos claros: hasta que asesinaron a Tsuneyo Ishizawa, había más de veinte
gatos en la mansión. Por lógica, eso significa que se debían pasear a su aire por toda
la aldea. ¿No tendríais que estar acostumbrados a verlos y a oírlos? ¿Y ahora resulta
que montáis este número por un solo maullido? Alguna razón debéis tener. ¿Qué
ocurre aquí?
Los hombres se mantuvieron en silencio. En ese momento…
—¡Katayama! —Era Ishidzu, que venía lanzado.
—¿Qué ocurre?
—Eso te pregunto yo. La he oído gritar… y he venido corriendo. Harumi, ¿estás
bien?
—Sí. Solo ha sido un malentendido.
Pese a que Harumi respondió con tranquilidad, el recién llegado se encaró a
aquellos hombres:
—Estabais a punto de atacarla, ¿verdad? —Ishidzu se remangó la camisa—. ¡Os
vais a enterar! —los amenazó avanzando hacia ellos.
El joven era muy corpulento y, además, sus ojos ardían en cólera. Aquella era
toda una demostración de vigor al puro estilo King Kong. Los aldeanos se pusieron
nerviosos y huyeron dispersándose en todas direcciones.

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—Bah, esa gentuza no sirve para nada —se enorgulleció el grandullón—.
Katayama, todo está solucionado.
—¡Imbécil! Precisamente ahora me lo iban a explicar todo. —El detective miró
con inquina a Ishidzu.

IV
Al día siguiente, el superintendente recibió el informe de sus hombres a cargo del
caso. Tras quedarse un rato meditando, concretó:
—Tres asesinatos consecutivos en una pequeña aldea, prácticamente olvidada.
Esto no me gusta un pelo.
—Pero los dos casos anteriores ya están resueltos —recordó Nemoto.
—Por lo visto, Katayama no opina lo mismo, ¿verdad? —enfatizó Kurihara
mirando a Katayama.
—No… Bueno, quizá… —balbuceó Katayama.
—Yo tampoco lo creo —negó el superintendente—. Visto el panorama,
tendremos que replantearnos los dos asesinatos anteriores. Por lo pronto, este caso en
particular parece no tener relación con ellos. Sin embargo, me parece impensable que
se haya producido este nuevo crimen de forma fortuita. Nuestra investigación
trabajará con la tesis de que ha sido una consecuencia de los otros dos.
—Entendido —asintió Nemoto—. Entonces, por ahora… —empezó a decir. En
ese momento sonó el teléfono.
—Un momento. Kurihara, dígame… ¿Quién? Muy bien, hacedle pasar a la sala
de visitas. —Una vez colgó el auricular, informó a sus detectives—: Ha venido un
hombre llamado Shimosaka.
—¿Quién es?
—Un agente inmobiliario. Es el tipo que quiere adquirir los terrenos de la aldea.
Venid conmigo, será interesante —les dijo al tiempo que se levantaba de su mesa.
El hombre sentado en la sala de visitas con semblante hosco era calvo y rondaba
los cincuenta. A primera vista, parecía un comerciante con aire de padre rancio.
—Es usted el señor Shimosaka, ¿verdad? ¿Le importa que entremos en materia?
Al ver que en la sala entraban los tres hombres, Shimosaka se retrajo ligeramente,
pero comenzó a hablar después de carraspear un poco:
—Verá… Yo quiero adquirir los terrenos que poseía la señora Tsuneyo Ishizawa
cuanto antes.
—Entiendo.
—No obstante, la señora Tsuneyo, la figura clave para hacer ese trato, ha sido
asesinada. Luego, cuando su hijo Tetsuo heredó todas sus propiedades, también fue
asesinado. ¿Qué es lo que está pasando?

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—Nosotros también queremos averiguarlo; por eso lo estamos investigando.
—Me he enterado de que ayer hubo otro asesinato en ese lugar. Esos sucesos
están haciendo que el valor de esos terrenos sea cada vez menor. Quiero que atrapen
pronto al asesino.
—En eso estamos de acuerdo con usted —le siguió el juego Kurihara—. Sin
embargo, no lo entiendo. ¿Por qué necesita que lo capturemos? A usted le bastaría
con negociar con la persona que haya heredado los poderes sobre esos terrenos.
—Eso no es posible. —Shimosaka se puso serio—. Los terrenos están en
posesión de la viuda de Tetsuo Ishizawa y de otra persona.
—Vaya, vaya. ¿Y quién es? —Los ojos del superintendente brillaron.
—La sobrina de Tsuneyo Ishizawa; una mujer llamada Ritsuko Kariya.
Katayama se quedó boquiabierto. ¿Ella era una de las herederas?
—Ritsuko Kariya ha puesto como única condición para iniciar las negociaciones
que primero se solucionen los casos de asesinato.
—Es decir, que no dará su aprobación a menos que se encuentre al asesino. ¿Por
qué razón?
—Aparentemente, por un detective de la policía llamado Katayama.
El detective cerró la boca de golpe.
—No sé si es su novio o su prometido, pero el caso es que si ese hombre resuelve
el crimen, ella accederá a estudiar la venta de los terrenos. Me ha dicho que hasta
entonces, ni siquiera se molestará en atender mis llamadas.
Katayama notó cómo el cuello se le agarrotaba bajo la mirada asesina que le
dedicó su jefe.
—De acuerdo. Se lo comunicaré a ese detective con el fin de que ponga todos sus
esfuerzos en el caso.
—Hágalo, por favor. Actualmente, esos terrenos son una gran oportunidad. Si se
pierde este momento propicio, su precio caerá en picado. —Ya de pie, añadió—:
¿Qué les parece? Cuando comencemos a construir allí las viviendas, ¿les interesaría
adquirir una?
Y dicho esto, el agente inmobiliario se marchó haciendo promoción de sus pisos.
—¡Katayama, contesta! ¿Cuándo le has echado el lazo a esa chica heredera? —
inquirió Kurihara mirando a su subalterno con ojos gélidos.
—¡¿Có-cómo se le ocurre?! —replicó él inquieto—. ¡Yo… no tengo nada con
ella! ¡Se lo juro!
—Tú ya tienes decidido abandonar el cuerpo —lo pinchó Nemoto.
—Es verdad, que ya habías presentado tu carta de renuncia. ¿Dónde la guardé? —
se preguntó Kurihara golpeándose las rodillas.
—Pero jefe… ¡Si le he preguntado por esa carta miles de veces! ¿Aún la tiene? —
Katayama no daba crédito a sus oídos.
—Estoy seguro de que no la tiré. Espera a que haga limpieza general al
anochecer; la buscaré.

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Katayama se quedó sin palabras.
Sonó el teléfono de la sala de visitas y Nemoto, que lo tenía más cerca, levantó el
auricular:
—Sí. Está aquí. —Nemoto le pasó el auricular a Katayama guiñándole un ojo—.
Quieren hablar contigo. Es Ritsuko Kariya.
A Katayama le pareció que la chica había elegido el peor momento posible para
llamarlo, pero aquello ya no tenía remedio:
—Katayama, dígame.
—Hola, soy yo, Ritsuko. ¿Ayer se te hizo muy tarde?
—Eh, sí…
—¿Puedes venir hoy?
—¿Aún estás en la mansión de los gatos?
—Sí.
—Seguramente tendré que ir a la aldea por la investigación.
—Me alegro. Pásate a verme sin falta, ¿quieres?
—Eso dependerá de cómo vaya el trabajo.
—Tú preocúpate de solucionar eso. Te estaré esperando —zanjó ella
unilateralmente y colgó.
—Oye, ¿esa tal Ritsuko Kariya está en la dichosa mansión?
—Eso parece.
Cuando él le hubo explicado las circunstancias, Kurihara asintió:
—Qué oportuno. Situad allí vuestro centro de operaciones —ordenó.
—Pero jefe…
—¿Qué tiene de malo? —remarcó Nemoto alegremente—. Así podrás pasar más
tiempo con tu prometida.
—De acuerdo —accedió suspirando. Estaba visto que tendría que dar su brazo a
torcer.
Si él no tenía ningún éxito con las mujeres, ¿cómo era posible que tuviera que
cargar con esa clase de problemas?

Cuando volvían a sus puestos, encontraron al forense Minamida esperándolos con


cara de aburrimiento.
—¿Estabais echándoos la siesta en la sala de visitas o qué?
—Tú siempre tan bocazas… —le recriminó Kurihara articulando una sonrisa
amarga—. ¿Has averiguado algo?
—Traigo noticias de las gordas.
—¿Eh?
—El hombre al que asesinaron ayer…
—¿Qué ha sucedido?
—Se ha levantado esta mañana y ha vuelto a su casa.

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El superintendente miró con saña a Minamida con el semblante adusto.
—Yo también sé gastar bromas —dijo el forense después de soltar una sonora
carcajada.
—Tienes un sentido del humor pésimo. Mira, Katayama se la ha tomado en serio
y se ha quedado blanco.
—No, es que… en este caso hay muchas cosas propias de una historia de terror.
—¿Cuál fue la causa de la muerte?
—La herida del cuello.
—¿El arma del crimen?
—No lo sé con exactitud. Parece que le rasgaron el cuello con unos colmillos o
unas garras afiladas, pero también podría ser que solo se pretendiera dar esa
impresión.
—No me digas que el asesino es un tigre o un león.
—No, en todo caso un gato.
—¿Cómo dices?
—Había algo adherido a la mano derecha de la víctima. ¿Recuerdas que tu gata
calicó me lo indicó?
—¿Qué era?
—Matatabi.
—Qué fastidio —maldijo el superintendente asqueado mientras se dirigían en
coche hacia New Town. Katayama le acababa de contar lo sucedido el día anterior en
la aldea.
—¿Por qué lo dice? —preguntó Nemoto.
—Los aldeanos tienen miedo de los gatos, la víctima tenía matatabi en las manos,
la herida fue causada por el mordisco de un animal… Espera a que los medios de
comunicación se pongan a husmear y verás; en un segundo nos lo pondrán todo patas
arriba con historias de gatos fantasma. Por ahora declararemos que es un crimen
cometido por una persona, o bien para robar a la víctima, o bien porque le guardaba
resentimiento.
»Ahora escucha, Katayama, ¿recuerdas cómo eran esos aldeanos que os
acorralaron anoche?
—Sí, por supuesto.
—¿De veras? Conociéndote, me extraña.
El detective se aclaró la garganta y añadió:
—Mi hermana también los vio…
En su fuero interno, tenía muchísimas dudas. Aún había una cosa que no le había
explicado a Kurihara: que Kinuko Ueno se había escapado del hospital.
No era algo de lo que pudiera hablarle a la ligera. La fugitiva había salido por la
ventana y había estado rondando por los alrededores del hospital andando a cuatro
patas igual que un gato. Si se lo contaba, se burlaría de él. Además… ella había
estado maullando como si estuviera poseída…

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Seguro que la joven padecía una leve neurosis. Aquello no revestía tanta
importancia como para explicárselo a su jefe.
En ese momento recordó que Ishidzu y Harumi habían ido a ver a Kinuko al
hospital. ¿Cómo les estaría yendo?

—Kinuko. —Al oír la voz de Harumi, la hija de Ueno, que estaba contemplando
el techo ausente, volvió en sí.
—Hola. Oh, también ha venido el señor Ishidzu.
—Perdona que te molestemos —se disculpó el detective con su sonrisa más
afable y le tendió un ramo de flores que le había traído.
—Oh… Muchas gracias.
—De nada. Ha sido Harumi quien las ha comprado.
La hermana de Katayama le dio un fuerte pisotón que le hizo protestar de dolor.
—¿Qué ocurre?
—No es nada. ¿Tienes algún jarrón?
—Sí. Allí hay uno que dejó la paciente anterior.
Kinuko le señaló un jarrón vetusto que había depositado sobre un pequeño
armario.
—Muy bien, las pondré en agua ahora mismo. —Harumi tomó el jarrón—. Está
bastante sucio. Iré a lavarlo un poco.
—Te estoy muy agradecida por tu amabilidad.
—No hay de qué. Muy pronto te darán el alta.
—Sí… Pero no sé qué voy a hacer entonces —confesó la joven con un hilo de
voz.
—No tienes por qué ir con prisas. Tú piénsalo con calma.
—Eso haré.
—Además, nosotros vivimos muy cerca —intervino Ishidzu con la voluntad de
insuflarle ánimos.
A Harumi le zumbaron los oídos.
—¿A quién te refieres con «nosotros»?
—¿Eh? Esto… quería decir… Me refería a mí mismo, a Katayama, a… Porque
todos vivimos en Tōkyō, ¿no?
—Pues qué vecindario más extenso —dijo Kinuko riendo.
—Sí. Desde el apartamento de Katayama no se tarda nada en llegar aquí en
aeroplano.
—No digas tonterías —le reprendió Harumi sonriendo.
—No lo entiendo. Pese a que he estado todo el tiempo durmiendo, me duelen las
manos y los pies. Es como si hubiera estado haciendo ejercicio. No tengo ni idea de
por qué —refirió la hija de Ueno devanándose los sesos.
Al oírla mencionar el detalle sin darle importancia, las miradas de sus

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interlocutores se cruzaron fugazmente.
—Es normal que te duelan. Si uno sale por la ventana y… —empezó a decir
Ishidzu, pero Harumi le hizo callar bruscamente e hizo una nueva pregunta.
—¿Anoche dormiste bien? —inquirió ella.
—Tuve… una pesadilla.
—¿Una pesadilla…? ¿Qué clase de pesadilla?
—Una en la que estaba vagando por el complejo de edificios.
—Será porque debes estar deseando regresar a casa en cuanto te mejores.
—Pero… era un sueño siniestro. En él aparecía una gata roja… con unos ojos
verdes que brillaban.
—Es fabuloso que puedas soñar en color —comentó Ishidzu de la forma más
inoportuna imaginable—. Aunque puede que yo siempre sueñe en blanco y negro
porque es así como recibo la señal de mi televisor.
—Eso te pasa por no pagar la licencia para verla en condiciones[22] —le
recriminó Harumi en tono de burla—. Iré a poner las flores en agua. Ishidzu, ¿puedes
llevar tú el jarrón?
—Sí.
—Kinuko, volveremos enseguida. —Harumi y el detective salieron de la
habitación—. Por favor, no hagas esos comentarios absurdos justo cuando me está
dando explicaciones.
—Lo siento.
—Ella no recuerda absolutamente nada de anoche. Eso está clarísimo.
—Eso parece. Mira, en esa sala podemos llenar de agua el jarrón.
—En resumen, que es muy posible que sea sonámbula.
—¿No se supone que ser sonámbulo implica andar sin rumbo fijo? Saltar desde la
ventana de un segundo piso no encaja con eso.
—Llevas razón. Aunque es posible que haya distintos tipos de sonámbulos.
Tendríamos que investigarlo.
La joven depositó las flores en el fregadero.
—Deja aquí el jarrón, voy a lavarlo.
En el momento en que el detective fue a depositar el jarrón, este se le resbaló de
las manos.
Ambos gritaron a la vez, pero lamentablemente eso no les concedía el poder de
detener la caída del objeto. Siguiendo las leyes de la gravedad, el jarrón se precipitó
bruscamente hasta el suelo y se rompió estrepitosamente.
—No fastidies…
—Lo siento mucho. Es que se me ha resbalado… —se disculpó Ishidzu
profundamente desanimado.
—Qué remedio. Tendremos que comprar algo para colocarlas. Por ahora
recojamos los pedazos que han quedado en el suelo.
—¡Yo me encargo!

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—Tú ve a pedirle a la enfermera que nos preste una escoba y un recogedor, y
tráemelos.
—Entendido.
Una vez que Ishidzu salió acelerado para ir a buscarlos, la joven se puso en
cuclillas para retirar los pedazos más grandes. Sus manos se detuvieron.
Dentro del jarrón no había agua, pero debido a lo ancha que era la boca del
mismo, en su interior alguien había introducido un kenzan[23] redondo.
Ese kenzan había caído con la parte de los pinchos mirando hacia abajo.
—No es posible… —susurró. Con cuidado, lo tocó y lo volteó dejando la parte de
los pinchos hacia arriba.

—Ahora me explicará lo que iban a contarme ayer. Katayama estaba frente a un


hombre llamado Yamamoto, uno de los tipos que habían acorralado a Harumi y a
Holmes la noche anterior.
—No tengo nada que explicarle… —respondió él.
—Preferiría que no me hiciera perder el tiempo —le exhortó Katayama,
amenazador. Sus palabras surtieron efecto sobre aquel sujeto.
—Es… una historia que quizá no tenga mucho sentido… —inició el hombre su
narración a regañadientes—. La verdad es que antes no detestábamos a los gatos. Al
menos, no en vida de la señora de la mansión.
—¿Odiáis a esos animales?
—No. Cuando vivía la señora Ishizawa, no nos encontrábamos a gatos robando
pescado por las casas de la aldea. Si bien no llegábamos al extremo de mimarlos,
tampoco eran una molestia.
—¿Y bien?
—Un día vino un agente inmobiliario diciendo que quería comprar las tierras.
—Un hombre llamado Shimosaka, supongo.
—Sí, el señor Shimosaka. Es un hombre generoso y comprensivo con quien se
puede hablar.
¿No se supone que todos los comerciales tienen que ser así? A Katayama no le
parecía que ese tipo fuera un hombre tan comprensivo.
—Él nos prometió que tras comprar las tierras, nos daría prioridad a la hora de
adquirir las tiendas y las viviendas; no nos dijo que no a nada. Y a eso…
—La señora Tsuneyo Ishizawa le dijo que no.
—Sí. Para colmo, la razón que dio era que los gatos se quedarían sin un lugar
donde poder vivir. Entonces nos pusimos hechos una furia.
—Entiendo. ¿Por eso empezaron a aborrecerlos?
—No, no fue especialmente por ese motivo. Pero… cada vez que veíamos a uno
se nos hacía mala sangre. ¿Lo comprende? Era inevitable pensar que de no estar ellos
aquí…

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Katayama sonrió con amargura.
—Me da la impresión de que sé dónde quiere llegar, pero siga con sus
explicaciones.
—Sí. Los críos acabaron enterándose de lo que comentaban sus padres y al final,
cada vez que veían a un gato le tiraban piedras o lo perseguían. Como eran los gatos
de la señora, en otro tiempo los padres hubieran dicho a sus hijos que dejaran de
molestarlos. Sin embargo, como las circunstancias habían cambiado, ahora se
dedicaban a mirar a otro lado.
—Eso debió hacer que la señora Tsuneyo fuera cada vez más obstinada.
—En efecto —asintió ese hombre llamado Yamamoto—. La señora también se
enfureció. Insistió en que jamás vendería los terrenos y en que tampoco se reuniría
con el agente inmobiliario.
—¿Y entonces qué pasó?
—Entonces, la asesinaron… Su fallecimiento por un lado nos entristecía y por el
otro, nos tranquilizaba… No supo llevar bien el asunto de la venta de las tierras, pero
no era una mala persona; siempre había sido paciente cuando nos retrasábamos con el
pago del arrendamiento…
El aldeano parecía estar poniendo todo su empeño en no dar la impresión de que
se alegraba de la muerte de Tsuneyo Ishizawa.
—Lo comprendo —asintió Katayama.
Yamamoto prosiguió aparentemente sosegado:
—Como su hijo Tetsuo dijo desde el principio que debían vender los terrenos
cuanto antes, teníamos la esperanza de que pasado el funeral de su madre, cerrara las
negociaciones con el agente inmobiliario. Sin embargo… —empezó a decir, pero
detuvo su narración y vaciló.
—¿Qué ocurrió?
—La señora murió y con ella, también lo hicieron la mitad de sus gatos más o
menos. Estuvimos pensando en si debíamos dejar abandonados o no al resto.
Entonces, tres días después del funeral, empezaron a oírse maullidos por las noches
por todos los rincones de la aldea.
—¿Qué tiene eso de raro? Simplemente, los gatos que huyeron habían regresado.
—Eso fue lo que pensamos todos al principio. Puesto que nos daba pena dejarlos
morir de hambre, les dejábamos comida en el jardín. Sin embargo, al día siguiente
comprobábamos que no habían probado bocado. Y nada más hacerse de noche,
volvíamos a oír sus maullidos por todas partes.
—Seguramente desconfían de ustedes porque los han estado maltratando.
—Incluso en ese caso, tendrían que venir a medianoche a comérsela. Además,
también es muy extraño que de día, ni se los vea, ni se los oiga. Si están cerca de
aquí, tendríamos que haber visto a alguno.
—Eso es cierto.
—Cuando se hace de noche, regresan los maullidos… Es insoportable; ha llegado

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a un punto que nos dan escalofríos. Es más, quizá estemos un poco sensibles, pero el
sonido de esos maullidos no nos suena a gato hambriento, sino a gato vengativo… —
dijo avergonzado el hombre.
—Es decir, que ustedes están muy nerviosos a causa de los maullidos de los
gatos.
—Eso mismo. Después asesinaron a Tetsuo y luego a un vecino de nuestra
aldea… —Yamamoto miró a Katayama con ojos escrutadores—. Los rumores dicen
que las heridas de Horiguchi se las hicieron los gatos. ¿Es eso cierto?
—¿Quién le ha dicho eso?
—Todo el mundo dice lo mismo: que es la maldición de la mansión de los gatos.
—Oiga, que ya no estamos en la Edad Media.
—Yo pienso que eso es una bobada… pero cuando una cosa da miedo, la da.
—Efectivamente, a Horiguchi le hicieron esas heridas con algo parecido a las
garras de un gato, tal vez con los dientes, pero aún no lo hemos podido confirmar.
Además, que yo sepa, los gatos no atacan a los seres humanos y los matan.
Tras hacer ese comentario, Katayama cayó en la cuenta:
—¿Existe algún motivo en especial por el que esos animales le pudieran guardar
rencor al señor Horiguchi?
Yamamoto se quedó aturdido y bajó la mirada. Por lo visto era un hombre al que
se le daba terriblemente mal mentir.
—Será más inteligente por su parte que no me lo oculte.
Yamamoto asintió haciendo ademán de rendirse.
—Él fue nuestro elegido.
—El elegido, ¿para qué?
—Para encargarse de convencer a aquella anciana.
—¿Convencerla para que vendiera sus tierras?
—Exacto. Todos los vecinos nos reunimos para hablar de ello. Estuvimos
discutiendo sobre a quién debíamos pedirle que fuera a verla. Dado que la señora no
reconocería a una persona demasiado joven o a alguien que hubiera llegado hace
relativamente poco a la aldea, finalmente elegimos a algunos viejos conocidos…
—¿Aparte del señor Horiguchi había alguien más?
—Además de él, elegimos a otras nueve personas más. Fueron a suplicárselo en
muchas ocasiones, pero…
—No sirvió de nada.
—Eso es.
—¿Él estaba a la cabeza de esas personas que les representaban?
—Realmente él no fue elegido en el sentido estricto de la palabra, ese hombre era
muy lanzado y acabó representándonos sin que se lo pidiéramos.
—Aparte del señor Horiguchi, ¿quiénes eran los otros nueve elegidos? —
Katayama anotó los nombres que le dio Yamamoto—. Bien, creo que lo dejaremos
aquí dijo cerrando el bloc de notas.

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Luego, justo cuando el detective estaba a punto de salir de la casa del aldeano, se
dio la vuelta y le advirtió:
—Haga el favor de decirle una cosa a los demás. Aunque vean o escuchen a un
gato, absténganse de salir armados con palos y cuchillos.
Se dirigió entonces a la mansión de los gatos; Makiko Ishizawa había accedido a
que se convirtiera temporalmente en el centro de operaciones de la investigación.
Ritsuko Kariya apareció en cuanto él se descalzó en el recibidor de la casa.
—¡Hola, Katayama! Qué alegría verte aquí. Tienes una llamada de Harumi.
—Muchas gracias.
Katayama se apresuró en entrar para descolgar el teléfono.
—Sí, hola. ¿Harumi?
—¿Hermano? ¿Cómo te van las cosas por allí?
—Acabamos de empezar con la investigación. ¿Cómo está Kinuko Ueno?
—Eh, bueno… Parece que está bien.
—¿Sabéis algo de lo de anoche?
—Al parecer no recuerda nada.
—Vaya. Lo cierto es que aún no he informado al jefe de lo que ocurrió.
—Ya, puede que su fuga no tenga relación con el caso.
—Eso espero. Aún no tenemos a ningún sospechoso. Por cierto, ¿vas a ir a
trabajar?
Pensaba irme ahora. Ishidzu te traerá a Holmes en el coche.
—Entendido. Esta noche seguramente llegaré tarde a casa.
—De acuerdo.
Tras colgar el teléfono, Katayama ladeó ligeramente la cabeza. La forma de
hablar de Harumi le había sonado algo plomiza, sin la frescura habitual. Parecía que
algo le estuviera oprimiendo el pecho.
—Katayama aún no has comido, ¿verdad? —dijo Ritsuko acercándose a él.
—Ahora que lo dices, me muero de hambre.
—Ven a la cocina, te prepararé algo.
—Muchas gracias. ¿Y el jefe y mi compañero? ¿Ya han terminado?
—Para los demás he pedido soba[24].
—¿Soba?
—Sí, no pienso cocinar para ellos. Enviaré la cuenta a la Comisaría Central
Metropolitana —respondió Ritsuko.

V
—De modo que los únicos que podían guardarle resentimiento a Horiguchi eran
los gatos —refirió Kurihara.

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—Exacto.
—¡Qué estupidez! ¿Acaso puede uno empezar a arrestar gatos?
—Las patas de un gato son demasiado finas, las esposas se les caerían —bromeó
Nemoto entre carcajadas.
—Pero no podemos descartar completamente que los gatos tengan algo que ver
—se defendió Katayama—. Recordad que había matatabi en la mano de la víctima.
—Eso es todo un misterio —asintió el superintendente—. Pero si Ueno no fuera
la persona que asesinó a Tsuneyo Ishizawa y Hayashida no mató a Tetsuo…
—No me diga que está pensando que… —Nemoto meneó la cabeza—. Que Ueno
realmente se suicidó.
—No podemos descartar que lo asesinaron —apuntó Kurihara con franqueza.
Era muy poco común que su jefe hablara en esos términos sobre un caso que ya
se había dado por cerrado. En consecuencia, Katayama y Nemoto se miraron el uno
al otro sorprendidos.
—Por lo tanto, ¿eso significaría que ya han matado a tres… perdón, a cuatro
personas? —planteó Nemoto.
—Piénsalo detenidamente. Tsuneyo Ishizawa y Tetsuo fueron asesinados por
móviles completamente distintos. Sin embargo, sus dos supuestos asesinos han
actuado como si estuvieran reconociendo su delito: uno acabó suicidándose y el otro
ha escapado. ¿No os parece que todo encaja demasiado bien?
Katayama se quedó descolocado. Eso era, palabra por palabra, lo mismo que él le
había dicho a su jefe. Qué caradura. En el momento que le confió su teoría no hizo
más que ponerle pegas.
—En efecto. Ahora que lo dice… —reconoció Nemoto francamente
impresionado.
Kurihara miró a Katayama.
—¿Ya sabéis de dónde salió la grava que se quedó encajada en los zapatos de la
víctima?
—Todavía no.
—Averiguadlo sin más demora. Tuvo que salir de algún lugar cercano.
Mientras salía por el recibidor, Katayama no paraba de murmurar entre dientes:
—Condenado jefe, ¿qué se ha creído? ¿Cómo se atreve a apropiarse de las ideas
de los demás y a soltarlas como si se le hubieran ocurrido a él?
En ese momento vio que Ishidzu había llegado y lo saludó levantando la mano.
—Qué bien encontrarte aquí. Toma, encárgate de ella —le pidió su colega de
Meguro señalando algo detrás de él.
Holmes lo seguía a buen paso.
—¿Y Harumi?
—Ha ido a trabajar. Me ha dicho que llegaría antes en tren que yendo conmigo.
La he acompañado hasta la estación.
—Está bien. Oye, ¿sabes si por esta zona existe algún lugar donde haya grava?

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—¿Lo dices por lo de anoche? Déjame pensar…
—Ya sabes, un templo, un parque…
—Apenas hay sitios así por aquí.
—Si ese anciano fue hasta dicho lugar, no tendría que estar demasiado lejos.
—Eso es verdad.
Cuando Ishidzu estaba pensando con los brazos cruzados, Holmes se metió en la
mansión por el recibidor con rapidez.
—¡Holmes, no entres así! ¡Hazlo solo cuando te prohíban hacerlo! —Después de
que Katayama dijera semejante sinsentido, su gata calicó agarró de un mordisco una
sandalia de mujer y salió de la casa.
—A ver, que no eres ningún perro. ¡No puedes llevarte así las cosas! —El
detective se puso de cuclillas y tomó esa sandalia con la mano. En el talón había
encajada una piedra de grava.

—Sí, son mis sandalias —respondió Makiko Ishizawa de un modo enigmático.


—En el talón había encajado un poco de grava. Puesto que no la hay por los
alrededores, ¿sabe dónde se le pudo quedar en el calzado?
—En el templo, supongo.
—¿El templo?
—Sí, está muy cerca de aquí.
Katayama le lanzó una larga mirada cargada de resentimiento a Ishidzu. Este
último se rascó la cabeza.
—Lo siento, no sabía que había un templo por la zona.
—Supongo que la gente del complejo de apartamentos no lo conoce —asintió
Makiko—. Siguiendo en línea recta, si enfilan un camino que pasa por el bosque, lo
encontrarán en lo alto. Tiene una serie de escalones de piedra para subir, así que lo
reconocerán enseguida.
—¿Los aldeanos lo visitan a menudo?
—No. Ya no va casi nadie. Es muy pequeño y ya ninguna persona cuida del
recinto.
—Disculpe la pregunta, ¿qué fue usted a hacer a ese lugar?
—Después de la muerte de mi marido, quería pasar un tiempo sola y me dirigí
hacia allí. Eso sí, volví muy pronto a casa… ¿Qué ocurre con ese templo?
—Nada. —Katayama dio un paso adelante reteniendo a Ishidzu tras él y le dijo
—: Vamos a echarle un vistazo a ese templo.
—Por mí no hay problema, pero…
—¿Qué ocurre?
—Yo soy un detective de la comisaría de Meguro.
—¿No dijiste que te habían autorizado a tomar parte en la investigación?
Más que un camino forestal, eso era un sendero, estrecho y retorcido, que apenas

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se veía a causa de la vegetación. Katayama estuvo a punto de perderse en varias
ocasiones.
—¿Es aquí?
—Cuesta creer que haya un templo en este lugar —expresó Ishidzu sorprendido.
—¿Pero qué haces? Venga, sube.
—Sí. Es una pena que no haya escaleras mecánicas.
Los dos hombres empezaron a subir por los escalones. Con una ligereza extrema,
Holmes se adelantó rauda dejándoles atrás y llegó hasta arriba en un suspiro.
—Con qué agilidad se mueven los gatos.
El templo estaba en ruinas. La pintura que antaño cubría el torii[25] se había
desconchado en su práctica totalidad y ya solo parecían unos descuidados maderos.
De no tener las piedrecitas de grava en el terreno que lo rodeaba, el pabellón que se
veía al fondo no parecería más que una choza.
—¿Qué buscamos?
—Si lo supiera, no las estaríamos pasando canutas —protestó Katayama como ya
era costumbre en él—. Confiemos en el olfato de Holmes. —Entonces observó cómo
la gata olisqueaba los alrededores del pabellón sintoísta.
La gata se metió entre la vegetación y desapareció de su vista. Al rato, regresó
con algo rojo en la boca.
—¿Qué es eso? —Katayama corrió hacia su mascota y recogió lo que esta había
dejado en el suelo—. Esto es…
—Es una brocha. ¿No es de esas que se usan para pintar?
—Sí. Y eso es pintura roja. Ya está seca y endurecida.
Katayama se percató de algo de improviso:
—¡Claro! ¡La gata roja! ¡Eso era… una gata pintada de rojo…!
—¿Entonces no era un gato fantasma?
—Por supuesto que no. Alguien pintó a un gato de rojo expresamente para que lo
pareciera. ¿Pero para qué querrían hacerlo?
Entonces, Holmes maulló y dirigió su mirada hacia la parte baja del edificio, justo
por debajo del suelo[26].
—¿Aún hay algo más? Adelante, Ishidzu. —El detective se dio la vuelta hecho un
manojo de nervios.
—¡Ahí no me meto! —negó meneando la cabeza.
—¿Por qué no?
—Porque aún estoy pagando este traje a plazos.
—No digas tonterías. ¡Ve a echar un vistazo ahora mismo!
—Pero… Yo soy muy corpulento; a duras penas voy a caber ahí debajo.
Katayama, tú eres inteligente y seguro que…
—Deja de hacerme la pelota. Eso es suficiente ancho como para que puedas
meterte.
En lugar de ceder, cada cual intentaba imponer su voluntad.

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—Date prisa, hombre.
Holmes bostezó ostentosamente como si no pudiera creerse lo que veía. Así que
les bufó un poco en tono amenazador.
—Si se me estropea el traje, encárgate de que la Comisaría Central me lo pague
—protestó a regañadientes. Acto seguido, se coló apesadumbrado por el espacio que
había entre el suelo del pabellón y el terreno.
Cuando salió de allí cinco minutos más tarde, el rostro de Ishidzu se había
quedado blanco a causa del polvo y de las telas de araña. Era la viva imagen de Tarō
Urashima[27].
—¿Estás bien?
—Hay algo… —comenzó a decir antes de empezar a ahogarse con un ataque de
tos.
—¿Qué traes en la mano?
—Esto es lo único que he encontrado.
Ishidzu le mostró un recipiente metálico. En su interior había espinas de pescado
y restos de comida.
—No lleva mucho tiempo aquí. Diría que no está en mal estado —afirmó
Katayama oliendo el contenido.
—¿Por qué no te lo comes, pues? —le propuso Ishidzu mientras quitaba el polvo
de la chaqueta de su traje.
—Acabo de comer hace un rato, gracias. Seguro que esto era comida para gatos.
Es más, aquí había bastante cantidad; no hablamos solo de uno o dos gatos.
—¿Significa eso que los que sobrevivieron al ataque de la mansión de los gatos
están aquí?
—Es probable.
Ishidzu se quedó pálido y miró a su alrededor:
—¿Ahora dó-dónde estarán?
—Yo qué sé. Aún no habrán vuelto de la oficina —soltó Katayama con el
semblante serio—. Seguro que esta noche vendrán a comer.
—Claro.
—Muy bien, nos quedaremos aquí vigilando.
—¿Esperarás a que vengan los gatos?
—¡Idiota! Vigilaremos para atrapar a la persona que viene a traerles la comida.
—Ah, ahora lo entiendo —asintió Ishidzu mostrando su conformidad.
—Como no dejemos este recipiente en el mismo sitio donde lo hemos encontrado,
levantaremos sospechas.
—Es verdad. —Nada más responder, el hombre adoptó una expresión de hastío;
estaba hasta el gorro de aquello.

Harumi subió en el ascensor y descendió desde su lugar de trabajo, un organismo

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cultural ubicado en el piso cuarenta y ocho de un edificio del centro, hasta la planta
baja.
Como había quedado algo de trabajo por ultimar, ya eran casi las seis[28]. Se
propuso ir a cenar a alguna parte y luego, volver a casa.
Katayama había llamado para informarla de que no volvería a casa esa noche.
Holmes estaba con él. La joven se puso a andar un poco por inercia y acabó en un
restaurante especializado en espaguetis al que tenía por costumbre acudir con sus
amigos.
Un día cualquiera habría disfrutado con delirio de la pasta y habría añadido al
pedido un pedazo de pastel. Sin embargo, esa noche no tenía apetito; estaba
deprimida.
La causa de ese estado anímico era el kenzan redondo que llevaba en su bolso
envuelto con un pañuelo. Estaba segura de que aquello negro que había quedado
impregnado en esos pinchos afilados era sangre. Había una cantidad considerable.
Las heridas del cuello de ese hombre llamado Horiguchi habían sido causadas por
algo parecido al mordisco de un animal. ¿Y si la herida la hubiera producido ese
mismo kenzan? ¿O quizá lo habían matado primero con un arma blanca y luego
acabaron de desgarrar la herida con esa pieza para elaborar arreglos florales?
Ese objeto ensangrentado estaba en el interior del jarrón que había en la
habitación de Kinuko Ueno. ¿Qué significaba eso? ¿Sería ella la autora del asesinato?
No obstante, si la hija de Ueno lo hubiera cometido, ¿se habría quedado mirando
tranquilamente cómo Harumi se llevaba ese jarrón de su cuarto? Kinuko sabía que se
les había roto el jarrón y aun así, no parecía especialmente alterada.
Solo cabían dos posibilidades: que Kinuko no fuera la persona que metió ese
kenzan en el jarrón. O que lo hubiera metido allí, pero no guardara ningún recuerdo
de haberlo hecho.
¿Cuál de las dos versiones era la verdadera?
Harumi ya se estaba comiendo los espaguetis, pero aún no tenía la menor idea de
cómo interpretar aquello. Hasta se había olvidado de espolvorear el queso rallado que
solía añadirles.
Se cuestionaba a sí misma sobre por qué le estaba ocultando el descubrimiento
del kenzan a su hermano. Aquel fue un acto instantáneo, impulsivo; lo envolvió en un
pañuelo para que Ishidzu no reparara en él y telefoneó a Katayama, pero al final
acabó por no informarle de nada.
Es posible que actuara así porque sentía compasión por Kinuko. La joven había
perdido ya a dos seres queridos: a su padre y a su prometido. Harumi la comprendía
porque ella también había experimentado la tristeza que produce que una persona a la
que quieres decida suicidarse.
No obstante, era muy consciente de que aquello no podía ocultarse durante mucho
más tiempo. Había que aclarar cuál era la verdad.
Miró la hora en su reloj de pulsera. A continuación se levantó dejándose su plato

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de espaguetis a medio comer. Si salía ahora, quizá podría llegar al hospital a tiempo.
Tomó el tren y después un taxi. Llegó alrededor de las ocho.
Había bajado del taxi poco antes de llegar al hospital y había ido andando a gran
velocidad hacia su destino.
Del mismo modo que el otro día, torció por la esquina del edificio y fue hasta el
punto desde donde podía ver la ventana de la hija de Ueno. Esta aún estaba cerrada.
Harumi se deslizó discretamente hasta la sombra de un seto. Desde allí veía con
claridad la ventana. ¿Se escaparía Kinuko también esa noche?
Ahora que la enfermera estaba alerta, era posible que no. De todas formas, se
propuso quedarse un rato observando. Dieron las ocho y media, las nueve… Aún no
había sucedido nada.
—He estado esperando en vano —susurró.
No podía quedarse eternamente hasta que llegara el alba. «Muy bien, vigilaré una
hora más. Si no sucede nada, volveré a casa», decidió. Había heredado la
perseverancia de su padre. A decir verdad, hubiera sido mejor que su hermano
hubiera recibido aquella herencia en lugar de ella.
Una vez tomada esa decisión, no tuvo que esperar ni quince minutos. Oyó un
ruido brusco y dirigió su mirada hacia la ventana de la habitación de Kinuko; acababa
de abrirse.
Nerviosa, Harumi bajó la cabeza conteniendo la respiración. Lejos como estaba,
no le preocupaba que pudiera verla. Pero aun así, su corazón latía desbocado.
Vio el rostro de la hija de Ueno por la ventana. Esta miró rápidamente a derecha e
izquierda con los ojos muy abiertos. Con el camisón puesto, bajó hasta el alero de la
ventana del primer piso. Luego, descendió ágilmente de un salto hasta el suelo con
una ligereza a la que los ojos de Harumi no podían dar crédito. Aquella era… una
agilidad que recordaba a la de un gato. Claramente, no padecía sonambulismo.
Kinuko permaneció un breve espacio de tiempo escudriñando lo que la rodeaba
hasta que finalmente, esta noche con las zapatillas puestas, echó a andar.
Más nerviosa todavía, Harumi empezó a seguir a la joven a una distancia
prudente.

—¿Nos vamos ya? —sugirió Katayama a Ishidzu.


—Sí. ¿Adónde?
—¿Adónde va a ser? Al templo.
—Ah, ¿yo también tengo que ir?
—Por supuesto. El jefe ya ha dado su consentimiento, así que no tienes de qué
preocuparte.
—No es eso lo que me preocupa…
—¿Entonces qué?
—¿No se supone que allí van a reunirse un puñado de gatos?

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—Es posible. Pero es tu deber acudir, resígnate.
—Entendido. —Ishidzu suspiró profundamente—. Antes de morir quiero ver a
Harumi —musitó.
Ambos detectives, así como Holmes, estaban en la sala de estar de la mansión de
los gatos con la tripa llena gracias a la cena que había preparado Ritsuko Kariya. La
gata estaba durmiendo hecha un ovillo.
—En marcha —ordenó Katayama pinchando a su mascota con el dedo. Ella
articuló un gruñido malhumorado y le bufó haciendo ademán de querer arañarlo—.
¡Ahora no te hagas la dormida, que soy yo quien te habla! ¡Hora de trabajar! —En el
momento que Katayama retiró la mano, Holmes dio un gran bostezo, se levantó con
apariencia resignada, estiró sus patas delanteras hasta llegar a su máxima extensión y
luego alargó su cuerpo.
Ritsuko apareció en ese momento.
—Katayama, ¿quieres un café?
—No, ya se nos ha hecho muy tarde. Tenemos que salir.
—Oh, ¿ya os vais? —preguntó insatisfecha.
—Tenemos trabajo.
—Entonces, espera un momento —desapareció un segundo y volvió enseguida
con una bolsa de papel grande que contenía algo en su interior—. Llévate esto.
—¿Qué es?
—El resopón.
—¿Qué resopón?
—A medianoche tendrás hambre. Aquí hay un recipiente con sopa de miso y una
fiambrera de tres pisos. Los dos pisos de arriba son platos de acompañamiento y el de
abajo es el plato principal. En esta caja pequeña hay fruta. En este otro hay té. Ve con
mucho cuidado.
—Gracias…
Cuando Katayama salió por la puerta, Ritsuko se despidió de él con un «que te
vaya bien», agitando la mano.
—Oye… —empezó a decir Ishidzu mientras caminaban.
—¿Hm?
—Parece que nos estemos yendo de excursión.
—Y que lo jures. Carga tú con esto, que pesa tanto que no puedo con ello.
—Está bien. Pero a cambio nos repartiremos a medias el festín.
—¿Estás loco? No nos pondremos a comer durante el turno de vigilancia.
—¡Pero no está bien ignorar su amabilidad!
—Para empezar, ya hemos comido demasiado durante la cena.
—¿En serio? Pues yo me he quedado de maravilla.
—Tener la tripa llena me da sueño. Cuando tengo que hacer un servicio de
vigilancia prefiero quedarme con el estómago vacío.
—No te preocupes. Dentro de una hora volverás a tener hambre —asintió Ishidzu.

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Katayama se quedó mirando a su colega con unos ojos desmesuradamente
grandes.
El lugar estaba muy tranquilo. La luz de la linterna que el detective de la Central
llevaba en la mano bailaba por las tinieblas del bosque mientras los pasos de ambos
hombres quebraban la quietud de la noche. Los de Holmes ni se oían.
—Ya hemos llegado —anunció Katayama dirigiendo la linterna hacia los
escalones de piedra. Ishidzu soltó un grito histérico y dio un brinco. Había un gato
tumbado en uno de los escalones de piedra echando una cabezada. Cuando la luz fue
en su dirección, el animal levantó la cabeza molesto y desapareció en un santiamén.
—Qué susto me he llevado.
—Resiste, hombre. Si vas dando esas voces, quien tenga que venir se nos
escapará.
—Lo siento.
—Subamos.
Arriba no había ningún gato. O tal vez, ya habían huido al oír sus pasos.
—Escondámonos entre los matorrales que hay en esa zona.
—¿No hay gatos, verdad?
—No lo sé. Holmes, ¿qué me dices?
Sin poner cara de desagrado para variar, Holmes se internó en aquella vegetación
haciéndola crepitar. Al cabo de un rato sacó su carita de allí y articuló un breve
maullido como si con ello quisiera decir «está todo en orden».
—Muy bien. Parece que todo está bajo control. Adentro.
Los dos hombres se abrieron camino y se internaron en la zona elegida.
—¿Qué crees que aparecerá?
—Agradecería que fuera lo que sea, menos un gato —contestó Ishidzu—. ¿Qué
hora es?
—¿No tienes reloj?
—Tengo uno, pero está roto.
—Pues arréglalo, hombre. Ahora son las nueve pasadas.
El viento no soplaba. En el ambiente había tal calma que la más mínima tos o
carraspeo resonaba por toda la zona.

Paralelamente, en ese mismo momento, Kinuko Ueno estaba saltando por la


ventana del hospital.

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CUARTO CAPÍTULO

LA BELDAD FELINA

I
arumi no hacía mucho ejercicio por lo que no le estaba resultando nada fácil
H seguir a Kinuko Ueno. Además, estaba muy oscuro y la chica se desplazaba
ágilmente por senderos que atravesaban bosques y arboledas.
Por dos veces pensó que la había perdido, tal era la agilidad con la que se movía
Kinuko, algo que no encajaba en absoluto con la impresión sosegada y reservada que
solía transmitir la joven. De alguna forma, Harumi logró no perderla.
—Aquí hay gato encerrado —murmuró sin ceder un palmo en su persecución.
Pudo apreciar que parecía estar alejándose del complejo de apartamentos y que
había desembocado en los bosquecillos que había en la periferia, en el área que aún
no se había desarrollado. A diferencia de su hermano, ella no carecía de sentido de la
orientación, pero los caminos serpenteaban de tal forma que no tenía ni idea de
adónde se dirigía Kinuko.
Dado que su único apoyo era la escasa luz de la luna que se filtraba entre las
ramas de los árboles, no podía quitarle la vista de encima ni un segundo. De ese
modo, la siguió poniendo todo su empeño en ello. Y entonces… la hija de Ueno
desapareció bruscamente.
Harumi avanzó por el sendero que había entre los árboles a toda prisa. Allí no
había nadie. Jadeando por el cansancio, se detuvo y afinó el oído, pero no oyó nada.
Se quedó sin saber qué hacer.
¿Ahora que había llegado hasta allí tenía que rendirse…? Era una lástima, pero
tendría que darse por vencida. O no. ¿Y si seguía ese sendero y veía adónde
desembocaba?
Por lo menos no se perdería. Tras pensar en esa opción, siguió avanzando.
De pronto, puso el pie en el vacío.
Ni siquiera le dio tiempo de gritar. Harumi cayó en un oscuro agujero.

—Katayama —lo llamó Ishidzu en voz baja.


—¿Qué quieres?
Muy quieto, el detective de la Central estaba concentrado al máximo para poder
percibir el más mínimo cambio en la quietud de la noche.
—¿Has oído algo?

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—No, no es eso.
—¿Qué es?
—Se va a enfriar la comida.
—Entérate de una vez, no hemos venido a un picnic para ver los cerezos en
[29]
flor —le respondió con dureza.
—Eso ya lo sé… Pero ya que nos han preparado esa comida, sería una pena.
—Escúchame bien, la ha preparado para mí. ¡Me la comeré cuando me apetezca
hacerlo!
Ishidzu se quedó sin saber qué más decir.
Ya estaban a punto de ser las nueve y media. En ese templo deshabitado seguía
sin aparecer ni una sola persona, ni un solo gato.
Naturalmente, un turno de vigilancia no era algo que se abandonara pasado un
rato, así que había que reconocer que Katayama estaba haciendo un gran esfuerzo
pese a no estar hecho para ser detective de policía.
Ambos se quedaron en silencio.
El viento se levantó agitando las ramas de los árboles.
—Ka-Katayama. —La voz de Ishidzu temblaba como un flan.
—¿Qué pasa?
—¿Qué haremos si aparece un fantasma?
—Aún no es temporada de fantasmas[30], estamos en primavera.
—Pero… últimamente se pueden cultivar frutas y verduras en invernaderos
durante todo el año.
—¡No metas a los fantasmas y a las verduras en el mismo saco, merluzo!
Pese a estar hablándole con dureza, la verdad es que a Katayama tampoco le
gustaba todo aquel panorama. No obstante, su orgullo como detective de la policía
con más años de experiencia hacía que se esforzara con todas sus fuerzas en
mantenerse aparentemente sosegado.
Holmes articuló un breve maullido que parecía una reprimenda para hacerlos
callar.
—Parece que Holmes ha oído algo —anunció el detective de la Central con una
voz extraordinariamente baja. Al tiempo que bajaba aún más su cuerpo quedándose
muy quieto a la sombra de los matorrales, contuvo el aliento y aguzó el oído.
—Oigo pasos.
—Hay alguien subiendo por los escalones de piedra del templo…
—Si tiene pies, significa que no es un fantasma —dijo Ishidzu en un murmullo.
Esos no eran la clase de pasos de alguien que busque ocultarse. Su sonido era el
mismo que adquieren los pasos cuando se sube por una escalera con naturalidad.
Asimismo, tampoco parecía ir con prisas. Ese sonido tan normal, justamente, hacía
que resultaran siniestros.
La luz de la luna hizo emerger la sombra de la persona que había subido la
escalera.

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—¿Eh? —se le escapó a Ishidzu en un susurro—. ¿Quién será? Me da la
impresión de que la he visto antes.
Era una mujer joven. Vestía unos vaqueros y un jersey informal.
Efectivamente, a Katayama también le daba la impresión de haberla visto antes.
—¿Qué hacemos? —preguntó el detective de Meguro en voz baja.
—Ver qué hace ahora.
—De acuerdo. ¿Quién será esa chica?
La mujer llevaba una bolsa grande de plástico en la mano. Nada más dejar la
bolsa en el suelo delante del pabellón del templo, se sacó del bolsillo un pañuelo de
cuello y se lo puso en la cabeza. Acto seguido, se puso unos guantes de tela.
—¿Se va a poner a limpiar?
Al oír las palabras de Ishidzu, Katayama meneó la cabeza en silencio negando tal
disparate. Sabía que había visto aquellos rasgos en alguna parte… pero era incapaz de
recordar dónde.
—Va a ponerles la comida a los gatos.
—¿Qué habrá en esa bolsa?
—Sobras de algún tipo.
—Ahí hay demasiada comida para llamarlo sobras, ¿no te parece? Como no
procedan de un restaurante o parecido, no tendría sentido.
—¡Claro! Ya lo recuerdo. Es la camarera del restaurante de las afueras a quien le
preguntamos sobre los gatos.
—Sí, ahora que lo dices…
Al poco tiempo, ella salió del espacio intermedio que había entre el suelo del
templo y el terreno, resopló, se quitó el pañuelo y los guantes, y finalmente se quitó el
polvo de las rodillas y de los brazos. A continuación entró en la sección del templo
que estaba cubierta de grava, caminó hacia la maleza que había en dirección contraria
al punto donde los policías estaban escondidos, y ya entre la maleza, se puso en
cuclillas quedando a la sombra de una gran roca.
—¿Qué está haciendo ahora?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
La joven se levantó enseguida, pero observó su alrededor con semblante
sospechoso y luego miró su reloj de pulsera. Después se encogió de hombros e hizo
ademán de volver hacia los escalones de piedra. Justo en ese momento, Holmes salió
de entre los matorrales de un salto, cruzó por delante de ella y se quedó quieta allí
mismo.
La joven chilló un poco por lo súbito de la aparición, pero se repuso enseguida:
—No me asustes así. La comida os la he dejado debajo del templo. Pero hoy no
han dejado dinero…
Katayama se puso en pie:
—¿Quién le pidió que lo hiciera?
Esta vez la chica pegó un buen grito y dio un salto atrás.

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Los dos detectives le mostraron sus identificaciones.
—Usted es la camarera que trabaja en ese restaurante de las afueras, ¿verdad?
—E-eso es —respondió la joven con las manos en el pecho.
—¿Es usted quien viene a traerles la comida a los gatos?
—Sí… ¿Tiene eso algo de malo?
—Nada. ¿Pero por qué lo hace?
—Me pidieron que lo hiciera.
—¿Se lo pidieron? ¿Quién?
—No lo sé.
—¿Nos lo puede explicar todo desde el principio?
—No hay mucho que decir. Hará algo más de una semana de aquello… Yo
trabajo hasta las nueve de la noche y cuando salí del restaurante por la puerta de atrás
vi a tres gatos rondando por allí con pinta de hambrientos.
—¿Eran gatos domésticos?
—Sí. Los gatos salvajes huyen nada más ver a la gente, pero esos maullaron
como si quisieran mimos y se acercaron a mí. Yo he tenido gatos y me encantan, así
que fui incapaz de dejarlos tirados. Saqué algunas sobras de la cocina y se las di para
que se las comieran. Se lo terminaron todo con delirio.
—¿Y entonces?
—Tras aquello volví a mi casa. Entonces, al día siguiente me llamaron al trabajo.
—¿Quién era?
—No lo sé. Me llamó por mi nombre… Perdón, no me he presentado. Me llamo
Fumiko Sasamura.
—Ah, lo olvidaba. —Nervioso, Katayama tomó el dato en su bloc. No haberle
preguntado cómo se llamaba era una negligencia imperdonable—. Entonces, la llamó
por su nombre…
—Era una mujer joven. Me dio las gracias por haberle dado de comer a los gatos
la noche anterior. También me dijo que sabía que era una molestia, pero que había
otros gatos pasando hambre y me pidió por favor que les dejara comida cada noche
debajo de este templo.
—¿Qué le respondió?
—Que por mucho que me gustaran, no podía llegar a ese extremo y rechacé su
petición. Fue entonces cuando me comentó que cada noche me dejaría algo en
agradecimiento en el margen de la senda de grava al lado de la roca; diez mil yenes
cada vez.
—¿Diez mil yenes solo por darles de comer a los gatos?
—Qué pasada. —Ishidzu suspiró—. Ojalá me lo hubiera pedido a mí.
—La verdad es que no me apetecía demasiado, pero no es fácil ganar diez mil
yenes al día. Además, como basta con que les traiga las sobras, no me tengo que
rascar el bolsillo para pagar esa comida. Disculpen… ¿he hecho algo malo? —
preguntó mirando a Katayama con una expresión que denotaba inseguridad.

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—No, no se preocupe. No ha hecho nada ilegal. Una cosa más: ¿la persona que la
llamó colgó sin identificarse?
—Exacto. Solo hablé con ella esa vez y fue entonces cuando me explicó cómo
llegar a este lugar…
—¿Siempre ha pagado puntualmente?
—Hasta ayer, sí. Esta noche no ha dejado nada.
—¿Solo esta noche?
—Sí, esta ha sido la primera vez.
—¿No será que todavía es demasiado temprano?
—No, hoy he llegado más tarde de lo habitual.
Eso significaba que esa noche, ese guardián misterioso de los gatos no había
acudido a dejar el dinero. O a lo mejor se había percatado de que los detectives
estaban allí vigilando y se había echado atrás.
—Ka-Ka-Katayama… —La voz de Ishidzu estaba temblando.
—¿Qué ocurre?
—Gatos…
Katayama miró en la dirección que señalaba su compañero. Efectivamente, vio
que cuatro o cinco gatos se colaron debajo del templo mirándolos cautelosamente.
—Pronto llegará la hora de su reunión —apuntó el detective de la Central—.
Curiosamente, han aparecido todos a la misma hora. Seguro que ya antes, esos
animales, cuando vivían en la mansión, tenían por costumbre congregarse en este
lugar.
—¿La mansión de los gatos es ese lugar donde tuvo lugar un asesinato? —A
Fumiko Sasamura se le quedaron los ojos como platos por la sorpresa—. ¿Dónde
mataron a la cantidad de gatos junto a la víctima?
—Eso es. Está muy cerca de aquí. Esos de ahí son, seguramente, los
supervivientes de esa matanza.
—¡Yo no tenía… ni idea de eso! —La joven se quedó blanca—. ¡No volveré a
venir nunca más! —exclamó temblando.
—No debe preocuparse. Los gatos no matan personas. El ser humano es el animal
más aterrador que hay —afirmó Katayama sonriendo.
—Si… me disculpan. —A continuación, Fumiko Sasamura bajó por los escalones
de piedra poniendo los pies en polvorosa.
—Parece que la hemos asustado.
—No es por nada, pero yo también estoy asustado… —asumió Ishidzu mientras
se secaba el sudor frío de la frente—. ¿Nos retiramos ya?
—No podemos hacer eso. Es posible que esa mujer del teléfono venga a traer el
dinero más tarde.
—¿Tú crees?
—Esperemos un poco más.
—Sí… —asintió el detective de Meguro con una cara que parecía estar a punto de

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echarse a llorar de un momento a otro. De un vistazo vio que tres gatos más se metían
debajo del templo.
—Se reúnen durante la cena.
—Exactamente. —Katayama lo recordó de improviso—. ¡Claro! ¿Qué te parece
si nosotros también cenamos?
—Sí, comamos —aceptó Ishidzu. Su rostro había recobrado el valor.
—Aunque yo no puedo comer demasiado, la verdad.
—No te preocupes. Me tienes a mí para echarte una mano.
—Qué pronto has recobrado tu vitalidad. Eres un interesado. —Katayama sonrió
con amargura—. Volvamos al lugar donde estábamos apostados.
Ambos echaron a andar hacia los matorrales y entonces, de repente, dos, tres
gatos salieron de allí de un salto.
—¿Se habían metido aquí? —dijo Ishidzu pegando un brinco aterrado.
—Fíjate en eso… —indicó Katayama mirando al otro lado de los matorrales—.
¡Nos la han jugado!
Los animales se habían comido la cena que Ritsuko había preparado
desparramándola por el suelo, habían volcado la sopa de miso y todo había quedado
en un estado catastrófico.

—Bienvenidos.
—Hola.
Cuando Katayama e Ishidzu entraron por la puerta, se sentaron pesadamente,
muertos de cansancio.
Holmes fue la única que entró dicharachera en la mansión de un salto.
—Ya son más de las doce.
—Los detectives de la policía tenemos la persiana del negocio abierta las
veinticuatro horas.
—¿Habéis obtenido algún resultado?
—No podemos decir que vengamos con las manos vacías. ¿El jefe y compañía
aún no han vuelto?
—Ese detective llamado Nemoto se ha quedado aquí. Se ha ido a dormir. Como
esta mansión es bastante amplia y dispone de muchas habitaciones…
—Entiendo. Me sabría mal despertarlo ahora.
—¿Te has comido el resopón que te he preparado? —Al oír la pregunta, ambos
detectives cruzaron sus miradas fugazmente. No podían responderle que a los gatos la
cena les había parecido deliciosa.
—Sí. Estaba riquísimo. Nos lo hemos comido entre los dos. ¿A que sí, Ishidzu?
—¡Sí! ¡Estaba buenísima! —Su colega levantó la voz exageradamente—. Sobre
todo ese lomo de cerdo rebozado. Estaba tan bueno que es imposible de describir con
palabras.

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—¿Pero yo os he puesto lomo de cerdo rebozado? —preguntó Ritsuko extrañada,
y se quedó pensando con la cabeza ladeada.
Katayama se puso nervioso.
—Ishidzu, ya puedes volver a tu casa. Buen trabajo —le felicitó dándole un buen
golpe en la espalda.
—Muchas gracias. ¿Qué piensas hacer tú?
—Tenías el coche cerca, ¿verdad?
—Lo he dejado aparcado en la carretera que va hacia el complejo de
apartamentos.
—¿Te importa llevarme hasta la estación de tren?
—Claro que no.
Ritsuko, que estaba escuchando el intercambio de palabras de los dos hombres,
intervino:
—¿En serio? Katayama, puedes quedarte aquí a dormir si quieres.
—¿Aquí? No puedo hacer eso…
—Ya ha pasado el último tren. Ir a la estación sería una pérdida de tiempo.
—Entonces, volveré en taxi.
—¿Cuánto crees que te costará eso? ¡Qué despilfarro! Aquí puedes alojarte gratis.
—Pero… Harumi se podría preocupar…
—Ella ya no es una cría. Bastará con que la llames para avisarla, ¿no crees?
—A ver… de todas formas…
—En fin, detective Ishidzu, buen trabajo. Vuelva a casa sano y salvo —le fue
diciendo Ritsuko al compañero de Katayama al tiempo que iba echándole a
empujones—. Por esta zona aún se ven algunos mapaches, así que tenga cuidado de
que no le engañen[31] —añadió con semblante serio.
Y dicho esto, le dijo adiós y cerró la puerta de la entrada de un portazo.
—¡Por fin solos! —exclamó Ritsuko sonriendo alegremente—. Ya tienes la
bañera lista. ¿Te apetece darte un baño?
—Gra-gracias.
Katayama entró en el corredor con Ritsuko tirando de él; no acabar de entender
aquel sinsentido.
—El baño está aquí. Es bastante amplio porque la casa es antigua. Uno se siente
como si estuviera en las aguas termales de un balneario.
—Me alegro de que parezca un balneario, pero tengo que telefonear a Harumi.
—Sí, es verdad. Utiliza el teléfono del pasillo. ¿Te apetece una cerveza después
del baño?
—No, no bebo, no me sienta bien.
—¿En serio? ¿Entonces quieres un vaso de leche bien fría?
—Ni que fuera Holmes —repuso Katayama con una sonrisa amarga.
Intentó telefonear a su apartamento pero nadie respondió la llamada.
—Qué raro… Juraría que no tenía previsto volver tan tarde a casa…

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—Tu hermana ya es mayorcita. Se habrá quedado a dormir en casa de alguna
amiga.
A veces, cuando Harumi sabía que él no iba a regresar hasta la mañana siguiente,
se iba a pasar la noche a casa de alguna amiga. Pero siempre se ponía en contacto con
él para tenerlo sobre aviso. A ese respecto, la educación que les dio su padre había
sido muy estricta.
—Estará bien, no te preocupes. ¿Por qué no vuelves a telefonearla más tarde?
—Eso haré. ¿De verdad que no te importa que me quede a dormir esta noche?
—¡Quédate! —Ritsuko lo miró con ojos lujuriosos y volteó sus brazos hacia
arriba—. Te aseguro que dormirás a pierna suelta.
Mientras Katayama pensaba que aquello parecía extremadamente sospechoso,
escuchaba atentamente su corazón, que había empezado a latir con alegría de
improviso.

II
Harumi recuperó el conocimiento con una sensación áspera en la lengua y con los
codos doloridos.
Extrañamente, recordó de inmediato que había perdido el conocimiento tras caer
en algo parecido a un agujero. No se explicaba que lo viera todo negro; llegó a pensar
incluso que aún seguía inconsciente.
«Claro», se dijo. Estaba en un agujero y encima era de noche; no podía ver nada.
Contrariamente a lo que cabría imaginar, al pensar eso se sintió más tranquila.
Por lo visto, en el instante en el que cayó le entró algo de tierra en la boca. Se
lamió la manga para quitarse la tierra de la lengua.
Si Harumi podía mantener la calma hasta en una situación como esa, era porque
hasta la fecha había experimentado, varias veces, situaciones en las que su vida había
estado en peligro.
En primer lugar tenía que verificar cuál era la gravedad de sus heridas. Temerosa,
empezó a mover su cuerpo. Aparentemente no tenía ni heridas de mayor
consideración, ni fracturas óseas. Tenía las manos, los codos y las rodillas
despellejadas, pero no podía hacer nada para remediarlo. Parecía también que tenía
unos pequeños cortes en las mejillas que le producían punzadas de dolor.
—Mi belleza al garete —bromeó en un susurro para subirse la moral.
Ahora era el momento de comprobar la profundidad que tenía ese agujero. El
problema era que estaba demasiado oscuro sobre su cabeza; así no podía distinguir
dónde quedaba el borde.
¿Cuánto tiempo había permanecido inconsciente? Cuando fue a consultar su reloj,
comprobó que el cristal del mismo estaba roto y que las agujas habían saltado de la

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esfera.
Era imposible saber qué hora era.
En el hospital había estado esperando a que Kinuko saliera hasta las nueve de la
noche. En consecuencia, debió caerse en el agujero a las nueve y media, o un poco
más tarde. ¿Cuántas horas habrían pasado? ¿Una? ¿Dos?
No tenía forma de saberlo con exactitud, pero guiándose por su extraordinaria
intuición, dedujo que en ningún caso habrían pasado más de tres horas. En tal caso,
aún serían las doce de la noche aproximadamente. Aún faltaban cinco horas para que
se hiciera de día. Hasta que eso sucediera, debía quedarse quieta en ese oscuro
agujero.
Harumi se encogió de hombros. Trató de tranquilizarse, no lograría nada
poniéndose nerviosa. Se sentó en el suelo y se quedó abrazándose las rodillas.
Ahora bien, ¿qué diablos era ese agujero? No era un orificio que se hubiera
originado de un modo natural. No podía asegurarlo, pero le daba la sensación de que
era bastante grande.
La superficie del terreno que tenía debajo estaba mullida y había sido prensada,
evidenciando así que alguien había estado excavando aquello por algún motivo.
¿Pero quién lo había hecho? ¿Para qué tendría que excavar un agujero en medio
de esa arboleda? Resultaba extraño que quisieran emplearlo para cazar animales. Por
la zona no había animales grandes o peligrosos, salvo que lo que pretendieran cazar
fuera una persona…
Aunque así fuera, no había duda de que el objetivo no era ella porque había
decidido seguir a Kinuko llevada por un impulso repentino.
En ese momento, notó una presencia moviéndose en la oscuridad. Se llevó tal
sobresalto que su corazón se detuvo por un segundo. No pudo ni moverse a causa de
la impresión. Fijó la vista en las profundidades de esa oscuridad y debido a que ya
empezaba a acostumbrarse un poco a ella, pudo apreciar levemente una forma que se
revolvía. Luego oyó un leve gemido; era una voz de mujer.
—¡Kinuko! —exclamó Harumi sin pensar. Antes la había perdido de vista porque
ella también se había caído en el agujero—. Kinuko, soy Harumi. ¿Estás bien? —
preguntó, pero no recibió respuesta alguna.
A tientas, fue avanzando hacia el punto en el que había oído el gemido. Al poco
tiempo sus manos pudieron tocar una tela suave.
Agarró el contorno de ese cuerpo tumbado en el suelo e intentó inclinarse con
cuidado hacia el punto donde se hallaba la cabeza. La hija de Ueno estaba respirando
con dificultad y no reaccionaba pese a que volvió a llamarla. Tan solo articuló un
gemido de dolor; o había recibido un duro golpe en la cabeza, o estaba malherida.
—Menudo problema… —susurró Harumi mirando hacia arriba. Todo seguía
envuelto en las tinieblas.
—¡Socorro! ¡Que alguien nos ayude! —Imaginó que era inútil intentarlo, pero
aun así gritó con todas sus fuerzas—. ¡¿Hay alguien ahí?! ¡¿Alguien puede oírme?!

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Silencio. Tan solo llegaba a sus oídos el leve rumor de los insectos.
Se incorporó y extendió los brazos con temor. Pudo tocar la áspera pared de
tierra. Inmediatamente después, intentó recorrer el perímetro del agujero lentamente.
Pudo adivinar en medio de la oscuridad que el agujero era de forma circular y que
tendría a lo sumo unos tres metros de diámetro. Sin embargo, no tenía ni puñetera
idea de lo más importante, su profundidad.
Dedujo que el agujero sería lo suficientemente profundo como para atrapar a una
persona pero no demasiado, pues no se había roto ningún hueso en la caída.
De estar sola ahí dentro, hubiera esperado hasta que se hiciera de día. Sin
embargo, que Kinuko estuviera gravemente herida hacía que no pudiera tomarse las
cosas con la misma calma. A pesar de que no creía tener ninguna posibilidad de
lograrlo, flexionó sus piernas y saltó con todas sus fuerzas. También estiró sus brazos
al máximo para acabar aferrándose inútilmente a esa pared de tierra.
Se oyó cómo la tierra y grava caían hasta el fondo del agujero, pero finalmente
paró de hacerlo. Esa tierra no era demasiado compacta. Intentando escalar por esa
pared solo conseguiría que se fuera desplomando.
Respiró pesadamente. Le sabía mal por Kinuko, que seguía gimiendo de dolor de
una forma casi imperceptible, pero no tenía más opción que esperar. La buscó a
tientas y se sentó a su lado.
—Si Ishidzu viniera a rescatarme de una situación como esta, me casaría con él…
—susurró.
En ese momento, oyó algo agitándose y empezó a caer tierra sobre ella. Harumi
se encogió de hombros sobresaltada. Una tierra fina y algunas piedrecillas cayeron
sobre sus pies.
Harumi se estremeció por un segundo. «¡No puede ser! ¡Ahora no me digas que
voy a acabar enterrada viva!», se dijo a sí misma.
Cuando estiró la mano, ya se había formado una montaña de tierra mayor de lo
que pensaba. Esa tierra se derrumbaba con mucha facilidad.
—¡Te has pasado de lista! Vas a acabar enterrada viva —murmuró avergonzada.

Katayama se introdujo en aquella bañera enorme de madera y estiró


tranquilamente las cuatro extremidades.
—Es una gozada tener un baño tan grande.
Quizá porque estaba acostumbrado al triste cubículo de su apartamento en el que
a duras penas podía introducir brazos y piernas, esa bañera construida a la vieja
usanza le parecía exageradamente grande. Mientras se preguntaba a sí mismo si era
correcto que estuviera allí, le vinieron ganas de canturrear…
Cuando cerró los ojos y se sumergió en el agua a placer, la puerta del baño se
abrió bruscamente.
—¿El agua está lo suficientemente caliente? —inquirió Ritsuko asomándose al

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baño.
Katayama se quedó sorprendido:
—¡M-me has asustado! —gritó hecho un manojo de nervios.
—¿Está siendo un baño agradable? —preguntó ella de nuevo con una sonrisa
traviesa.
—Sí, mucho.
—¿Te parece que me bañe contigo?
—¡Y-ya estaba a punto de salir!
Al oírle expresarse de ese modo, la joven se rio.
—¡Es broma! Estate todo el tiempo que quieras —dijo cerrando la puerta.
Katayama inspiró hondo y resopló.
—¡Me ha dado un susto de muerte!

Al cabo de un rato salió de la bañera y mientras se secaba el cuerpo le dio vueltas


a una idea: ¿de haberle respondido «adelante», se habría metido ella en la bañera?
A lo mejor sí que lo hubiera hecho. Para las chicas modernas acostarse con un
hombre no era algo que solo vieran en la televisión… No, espera, que bañarse juntos
no tenía nada que ver con acostarse juntos[32], pero aun así…
Ritsuko era una persona enigmática. El encuentro que tuvieron en el vagón litera
del tren fue muy misterioso, apareció casualmente cuando ocurrió un asesinato y
luego le habló de casarse con él. Aquello no era muy normal.
Ahora que caía, ¿qué le pidió en el restaurante del hotel? No llegó a oír de qué se
trataba, pero esa noche era una oportunidad inmejorable para averiguarlo…
Tras pasarse tanto rato en el agua se sintió un poco mareado. Su ropa ya no estaba
ahí, así que tuvo que ponerse un yukata[33] que Ritsuko había sacado para él.
—Parece que esté en un hostal tradicional —musitó sonriendo con amargura.
—¿Ya has salido? —dijo ella entrando de nuevo en el baño—. Te iba a ofrecer
una cerveza fría, pero antes me has dicho que no bebes. ¿Te va bien un zumo de
fruta?
—En serio, no hace falta.
—Sígueme. —Ritsuko se adelantó. El detective la siguió para no hacerle el feo.
Se dirigieron a una habitación que había al fondo del pasillo. Cuando él entró,
abrió los ojos como platos. Era una amplia habitación de corte tradicional de por lo
menos dieciocho metros cuadrados, había dos futones en el suelo, pegados el uno al
otro. Y justo al lado, una botella de cerveza y otra de zumo preparadas.
—N-no hace falta que me dejes una habitación tan grande —balbuceó Katayama.
—No hay problema, tenemos habitaciones de sobra. Adelante, bebe algo. Yo
tomaré cerveza y tú zumo. —A continuación ella quitó el tapón de las botellas
rápidamente y vertió su contenido en los vasos.
—Con un futón tengo más que suficiente —indicó Katayama.

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—¿Cómo? Pero entonces será demasiado estrecho.
—No, porque así es como duermo siempre.
—¿Siempre?
—Holmes duerme en un cojín.
Ritsuko lo miró con ojeriza.
—¡Ahí no dormirá Holmes, dormiré yo!
El detective no era tan tonto como para no haberlo advertido, pero había tomado
la decisión de hacerse el loco hasta que ella realmente llegara a molestarse.
—Ah, claro. Es que yo me muevo mucho cuando duermo y podría acabar dándote
un puntapié. Será mejor que pongas tu futón a unos metros del mío.
—A lo mejor seré yo, quien acabe mordiéndote —le provocó Ritsuko
acercándose a él.
—Yo… soy todo huesos y tengo muy mal sabor —objetó Katayama
retrocediendo nervioso.
—Eso no lo sabré hasta que te muerda.
—Pe-pero si estoy lleno de huesecillos.
—Entonces, ¿por qué no me comes tú a mí? —insinuó arrimándose más.
—Yo… soy vegetariano… —Él estaba al borde del desmayo.
Katayama rezaba para sus adentros que si aquello era un sueño, despertara cuanto
antes. Un hombre normal, en cambio, estaría suplicando no despertar nunca.
—¿Dónde se habrá metido Holmes?
—Se ha ido a dormir para no molestamos.
Entonces, los labios de Ritsuko besaron los de él. Instintivamente, el hombre
quiso esquivarla echándose hacia atrás, pero ella se apoyó pesadamente sobre su
cuerpo e hizo que ambos cayeran sobre el tatami, uno encima del otro.
«¡Mierda! ¿Pero qué estaba pasando?», pensó Katayama sintiéndose como si
fuera a darle un mareo. «Esto es un sueño. Un mapache o un zorro me debe estar
tomando el pelo. No, tal vez sea un gato. Sea como sea, esto no es real. La suavidad
de esos labios, la turgencia de sus senos contra mí… Todo es una alucinación…».
Entonces oyó dentro de sí otra voz que entabló un diálogo consigo mismo:
«¿Qué tienen de malo las alucinaciones?». «Disfruta de estos placeres aquí y
ahora. Nadie vendrá a ponerte pegas. Rechazar a una mujer bella, solo provoca que se
sienta herida».
«Esa es la excusa egoísta que dan todos los hombres. Sabes muy bien que luego
te arrepentirás porque…».
«¡Confía en ti mismo! Ella está enamorada de ti».
«¡Eso es imposible! ¡Seguro que va con segundas intenciones!».
«¿Y qué más da que las tenga? Eso es una cosa y la diversión otra muy distinta».
«No, que un detective de la policía entable una relación con una persona
implicada en el caso que tiene a su cargo impide que se investigue con
imparcialidad».

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«Las mujeres ni te miran porque siempre estás diciendo esas tonterías…».
«El problema no está en tener éxito o no tenerlo con las mujeres. El problema es
la ética profesional…».
En la mente de Katayama proseguía la conversación, pero a esas alturas, Ritsuko
ya le tenía en sus brazos y estaba a punto de arrastrarlo hacia los futones.
—No vamos a acostarnos sobre el tatami, ¿no te parece? Para algo he puesto los
futones.
Por fin liberado de los labios de la chica, él respondió:
—Tienes razón. Buenas noches.
—Esta noche será solo para nosotros —añadió ella.
Los labios de la joven taponaron a presión las palabras de Katayama. Por un
instante, ese hombre perplejo hasta la exasperación se preguntó si eso era un nuevo
método para asesinar consistente en asfixiar a la pareja a besos.
Aunque no tenía claro si era por el peso del cuerpo de Ritsuko o por la impresión,
era un hecho que le estaba costando respirar. De todos modos, pensó que su única
opción era prepararse para lo que ocurriera.
Eran los hombres los que debían tomar la iniciativa. Entonces, en el instante que
decidió hacerlo se oyó un estruendo seguido de un temblor.
Ritsuko levantó la cabeza.
—¿Qué ha sido eso?
Él se apresuró a liberarse del abrazo de la joven agradeciendo ese golpe de suerte.
—Me ha parecido que venía de la puerta de la entrada. Echemos un vistazo.
Cuando se levantaron, oyeron a alguien correr por el pasillo hacia su cuarto.
—¡Ritsuko! ¡Ritsuko!
—¡Es Makiko! —Ritsuko abrió la puerta corrediza de papel—. ¿Qué ha ocurrido?
—He oído un ruido terrible en la puerta —refirió la viuda de Ishizawa con la voz
temblorosa, ajustándose la bata.
—No te preocupes. El detective irá a comprobarlo ahora mismo.
—¡Quedaos aquí, por favor! —les pidió Katayama.
Pensó que con el yukata no estaba presentable, pero no había tiempo para
cambiarse. Echó a correr por el pasillo. Encontró en el recibidor a Nemoto a punto de
salir. Su compañero solo llevaba unos pantalones, una camisa blanca y las sandalias
en la mano.
—Nemoto, ¿qué ha pasado?
—¡Eso es lo que voy a comprobar ahora! —Después de responderle, este
contempló con una mirada despectiva a Katayama—. ¿A qué viene esa pinta?
—Ah, solo me estaba relajando un poco.
—Pues yo te veo demasiado revuelto.
El detective se arregló la parte delantera del yukata con evidente nerviosismo.
Siguiendo los pasos de su compañero, se puso las sandalias y una vez fuera, abrió
los ojos desmesuradamente por la sorpresa.

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Con razón había habido tal estruendo. Un coche de pequeñas dimensiones se
había estrellado contra una de las columnas de la puerta principal de la mansión y
arrastrada por esa inercia, la valla de madera se había partido. La parte delantera del
coche había quedado notoriamente abollada y el parabrisas se había roto en mil
pedazos.
—¡Qué barbaridad! —exclamó Nemoto meneando la cabeza—. ¿Hay alguien
dentro?
—Sí, un hombre. Debe ser un aldeano. Pide una ambulancia.
Katayama volvió al interior de la mansión a toda velocidad, hizo las llamadas
oportunas y acto seguido fue hasta la habitación del fondo.
Las dos mujeres estaban sentadas agarradas de las manos. Ritsuko debía estar
insuflando ánimos de ese modo a Makiko, que se había quedado pálida.
—¿Qué ha sucedido? —inquirió la joven.
—Un coche se ha estrellado contra la puerta principal.
—¡No me digas! —exclamó la viuda de Ishizawa—. ¿Quién lo conducía?
—Creo que un aldeano… De todas formas, ya no hay peligro. Ahora vendrá una
ambulancia y un coche patrulla, así que será mejor que volváis a vuestras
habitaciones.
—Eso haremos. Ritsuko, quédate conmigo esta noche, por favor —imploró
Makiko acercándose a su prima.
—Sí, tranquila. Te haré compañía.
—Te estoy muy agradecida. —La mujer sonrió como si le hubieran quitado un
peso de encima—. Sin ti, estaría perdida…
—Venga, vamos a la habitación antes de que empiece a llegar gente —le propuso
pasándole el brazo por los hombros en una especie de abrazo.
Cuando las mujeres estaban a punto de abandonar la habitación, Ritsuko se dio la
vuelta un instante hacia Katayama, le guiñó un ojo y luego siguió por su camino.
El detective se temió que ella se diera la vuelta para darle un beso como el de
antes. Se quedó un rato con los ojos cerrados y respiró hondo varias veces. Los
asesinatos se le daban fatal, pero con las mujeres era todavía más patoso que con los
cadáveres. Al menos, los muertos no se abrazaban a él ni le besaban…
—Qué cruz… ¡Maldición! —exclamó llevándose las manos a la cabeza. Se había
olvidado de preguntar dónde estaba su ropa.
Cuando por fin pudo volver a ponerse su traje y salir por el recibidor de la
mansión, la ambulancia ya había llegado.
—¿Cómo ha acabado la cosa? —preguntó Katayama mirando en dirección a
Nemoto, que estaba de pie al lado del vehículo destrozado. Este se dio la vuelta y lo
miró con el semblante serio.
—El hombre ha muerto. Se llamaba… Yasuo Toda.
—¿Vivía en la aldea?
—Sí. Ven a verlo. —Nemoto le señaló con el mentón la sábana blanca que había a

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sus pies cubriendo el cadáver—. Acabo de llamar a su familia. Cuando lleguen se va
a montar una escena patética.
Aunque no le apetecía hacerlo, Katayama se acercó al cuerpo sin vida
cautelosamente y se colocó en cuclillas. Siempre que veía un cadáver se ponía
malísimo. Extendió la mano atemorizado y cuando iba a agarrar la sábana con
cuidado para levantarla… gritó, y sobresaltado, pegó un salto de mucho cuidado. Su
compañero acudió corriendo espantado.
—¿Qué sucede?
—Se-se ha movido… La tela se ha movido…
—¡Tonterías! Solo te lo habrá parecido.
Efectivamente, la tela blanca se levantaba y se estaba moviendo. Nemoto la
levantó rápidamente.
Holmes se quedó mirándolos desde allí abajo y maulló.
—¡Holmes, no nos asustes! —le recriminó Katayama mientras se secaba el sudor
de la frente.
—El dicho reza que uno no debe morder la mano del que le da de comer, pero en
tu caso debería decirse que no hay que asustar al humano que te da de comer —
sentenció su colega conteniendo la risa.
—No te burles de mí, por favor.
—Olvídalo… Antes de morir este hombre murmuró unas palabras. —Nemoto se
puso serio y las reprodujo mirando el cadáver que estaba a sus pies—. Una gata. Una
gata roja…

III
—¡Katayama!
Cuando este se dio la vuelta, vio que Ishidzu había llegado.
—Hola, ¿qué te ha traído aquí?
—¿Ha vuelto a ocurrir otro suceso? —El grandullón había puesto los ojos como
platos al ver el coche empotrado contra la columna de la puerta principal y el cuerpo
cubierto por la tela.
—Así es —asintió Katayama suspirando—. Pero tú no venías por este asunto, ¿no
es así?
—No. Vengo por Harumi…
—¿Harumi? ¿Qué le ha sucedido?
—No está en vuestro apartamento.
—Ya. Antes he llamado. Se habrá quedado a dormir en casa de una amiga.
—Yo no estaría tan seguro.
Katayama lo miró fijamente.

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—Lo dices con una seguridad que espanta.
—Es que… esta noche me ha llamado.
—¿A ti?
—Sí. Quería que la informara de cómo estaba yendo la investigación y me ha
dicho que tenía algo que decirme. Ha resaltado que era algo muy importante.
—¿Algo importante? —Katayama inclinó la cabeza, pensativo. Se preguntó cómo
era posible que eso tan importante se lo quisiera contar a él y no a su propio hermano.
—¿Se te ocurre que quería decirte?
—No lo sé… Seguramente, que me quiere.
—No digas tonterías. ¿Ella te especificó que esperaría a que la llamaras?
—Eso es. Insistió en que independientemente de lo tarde que se hiciera, quería
que me pasara por vuestro apartamento sin falta.
A Katayama le pareció muy raro. Su hermana era una persona metódica en
extremo incapaz de despistarse u olvidarse de algo.
—Primero la he llamado nada más volver a mi apartamento. Luego la he estado
llamando varias veces en intervalos de un cuarto de hora, pero nada…
—Entendido. No obstante, si no descuelga el teléfono, no se puede hacer nada al
respecto. A lo mejor se ha ido a dormir.
—Ya… Pero si le hubiera sucedido algo malo…
—No tendría por qué ser así. ¿Qué iba a sucederle? —Enfatizó enérgicamente
Katayama.
—Es una mujer joven que está sola. Podría haber sufrido un atraco, se le podría
haber metido un ladrón en casa… o un asesino…
—Ella es fuerte y sabe cuidar de sí misma. No te preocupes.
—Ya, es todo lo contrario que tú.
—Sí, ella no es… —empezó a decir solo para interrumpirse abruptamente.
El grandullón prosiguió sin prestarle atención a su colega de la Central.
—Pero es la hermana pequeña de un detective de la policía; siempre corre el
riesgo de que alguien descargue su resentimiento injustificado contra ella. No nos
podemos ni imaginar lo que podría…
—Entendido, hombre. —Después de toda esa retahíla, el detective había llegado a
preocuparse—. Ponte en contacto con la Comisaría Central y pídeles que un coche
patrulla o un agente se pasen por allí.
—¡Entonces iré personalmente! —exclamó Ishidzu con decisión.
—¿Tú? No tengo inconveniente, pero tardará en llegar.
—Eso es lo de menos. Lo único que me importa es comprobar que ella está sana y
salva.
—Haz lo que quieras. Ah, y otra cosa. Si la encuentras en casa, dile que me llame
a la mansión de los gatos.
—¡De acuerdo!
Katayama sonrió con amargura. A ese tipo le valía cualquier excusa para ir a ver a

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Harumi. Fuera como fuese, ¿qué diablos estaba haciendo su hermana?
Una vez que su colega se marchó cargado de ímpetu, llegó un ama de casa en
pijama acompañada de un agente de policía.
Nemoto dio un paso adelante.
—¿Es usted la esposa del señor Yasuo Toda?
—Sí, me llamo Sachiko Toda. Mi marido… —La mujer estaba pálida y parecía
que fuera a desmayarse de un momento a otro.
—Lo lamentamos profundamente, pero necesitamos que lo identifique… —Sin
darle tiempo siquiera de lamentarse, el detective, tenso, fue hacia el cadáver—. ¿Qué
me dice? ¿Puede asegurar que este es su marido? —le preguntó con la vista baja.
Sachiko Toda asintió en estado de trance. A continuación, como si la tensión que
encerraba en su cuerpo se hubiera quebrado repentinamente, acabó arrodillada
delante del cadáver y rompió a llorar desconsoladamente.
Nemoto dejó llorar tranquila a la mujer.
—Oye, Katayama. Tanto si ha sido un accidente como si no, que la gata roja haya
vuelto a aparecer significa que este suceso también tiene que ver con nuestro caso.
¿Una gata roja? ¿Qué sentido tenía todo esto? Él se resistía a creer que esa
historia de terror fuera real. Sin embargo, aunque apareciera un gato fantasma, este
jamás castigaría a una persona a la que no guardara resentimiento. ¿Ese hombre
llamado Toda mencionó a la gata roja antes de morir porque había hecho algo que
mereciera ese castigo?
Se sobresaltó al notar que algo tiraba del bolsillo de su chaqueta hacia abajo. Su
gata calicó se había quedado con la pata enganchada de allí, colgando.
—¡Estate quieta! ¡Este es el único traje decente que tengo!
Tras la reprimenda, Holmes se dejó caer al suelo, solo para saltar con la intención
de volver a agarrarse a su bolsillo.
—¡Que te estés quieta! No llevo ninguna golosina para ti. Lo único que llevo es el
bloc de notas policial.
Por fin, la felina se quedó sentada y maulló.
—¿Hm? ¿El bloc de notas? ¿Qué pasa con él? ¿Quieres que lo mire?
Katayama sacó el bloc de notas y lo estuvo hojeando.
—No hay nada escrito que venga al caso. Oh, me he olvidado de comprar las
bolsas de basura que me ha pedido Harumi.
Entonces recordó algo extraño…
—Déjame pensar, en las notas de este caso… —La mano con la que pasaba las
páginas se detuvo—. ¡Claro! ¡Se me había pasado por alto!
—¿Qué diablos ocurre? —soltó Nemoto aproximándose para echar un vistazo al
bloc.
—El nombre Toda aparece en esta lista de nombres, ¿lo ves? —recalcó él
señalándolo.
—Ahora que lo dices, los caracteres con los que se escribe ese apellido también

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pueden leerse como Toda[34].
—Al igual que Horiguchi Toda, el hombre al que asesinaron, es uno de los
miembros del grupo que vino a pedirle a la señora Tsuneyo Ishizawa que vendiera sus
tierras.
—Por lo tanto, había motivos para que los gatos la tomaran con él.
—Pero aun así, eso no explica… —empezó a decir Katayama. De repente, se vio
interrumpido por un grito terrible que lo sobresaltó.
La señora Toda, que hasta ese momento había estado llorando, se puso a dar
voces, levantó la vista y se lanzó furiosamente contra los detectives y contra Holmes
con la intención de atacarlos.
—¡Asesino! ¡Maldito… gato asesino! —prorrumpió ella intentando atrapar a la
gata. Naturalmente, su rapidez y agilidad no se parecía ni de lejos a la del animal, que
se alejó diez metros de un salto en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Señora, cálmese, por favor! —dijo Katayama agarrando a la mujer por los
hombros.
—¡El gato… ha asesinado a mi marido! ¿Por qué no mata a esa bestia? ¡Mátela
ahora mismo!
Cuando él ya no pudo retener por más tiempo a aquella mujer que vociferaba
histéricamente, su compañero Nemoto se aproximó con determinación y le arreó un
fuerte bofetón que la hizo volver en sí.
—Discúlpenme… —murmuró ella débilmente humillando la cabeza—. He
perdido los nervios…
Katayama respiró aliviado. Esa clase de medidas drásticas daban resultado, pero
definitivamente, él se veía incapaz de ponerlas en práctica.
—Venga adentro con nosotros para que podamos hablar, por favor —le pidió
Nemoto a la mujer.

—Entonces, ¿su marido ha estado todo este tiempo con síntomas de neurosis?
—Sí, hace varios días que no podía dormir.
—¿A causa de los maullidos de los gatos?
—Así es.
La señora Toda estaba sentada en la sala de estar de la mansión de los Ishizawa.
Nemoto y Katayama se hallaban presentes. Asimismo, Ritsuko se había quedado de
pie en un rincón con Holmes al lado, después de preparar una taza de té para la mujer.
—¿Él había detestado los gatos desde siempre? —la interpeló Nemoto.
Ella meneó el cuello negándolo.
—No, eso es lo que no me explico. Mi marido había tenido gatos en el pasado y
alguna que otra vez, los gatos de esta familia se metían en nuestra casa.
—¿Cuándo empezó a tenerles miedo?
—Desde que asesinaron a la señora Tsuneyo en este lugar. Cada vez que se hacía

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de noche y oía los maullidos de los gatos, se quedaba pálido, muerto de miedo.
—¿Muerto de miedo?
—Sí. Le pregunté con insistencia por qué se ponía así, pero él tan solo respondía
que no era nada y ponía una sonrisa forzada. Sin embargo, yo sabía muy bien que lo
asustaban. Con el tiempo, ni siquiera pudo disimular y cuando oía maullidos cerca de
casa, agarraba un palo, salía fuera y empezaba a gritar en todas direcciones:
«¡Maldita sea! ¡¿Dónde estáis?!».
—¿Esta noche ha tenido ese mismo arranque?
—Sí.
—¿Es ese su vehículo?
—Sí.
—Creía que en esta aldea no había ningún camino por el que pudiera pasar un
coche.
—Hay un caminito que sale por el lado opuesto de la aldea. Por allí se puede
pasar con uno pequeño.
—No lo sabía. ¿Esta noche también han oído a los gatos?
—Sí. Pero esta noche era bastante tranquila y no los hemos oído hasta pasadas las
doce. Quizá por eso, él estaba durmiendo a pierna suelta y yo también me he ido a la
cama sin tener que preocuparme. Poco después, se han oído unos maullidos justo al
otro lado de la puerta que le han despertado. Cuando ha salido de casa, él ha visto una
gata roja corriendo hacia esta mansión y ha dicho que la iba a atropellar hasta
matarla. He intentado retenerlo, pero no me ha hecho caso y ha sacado el coche
igualmente.
—Y entonces, se ha empotrado contra la columna de la puerta principal. —
Nemoto meneó la cabeza con desaprobación—. Señora, ¿se le ocurre por qué un
hombre al que le gustaban los gatos ha acabado teniéndoles tanto miedo?
Confusa, Sachiko Toda meneó la cabeza.
—No tengo ni idea… Solo sé… que una vez le oí murmurar «los gatos vendrán a
vengarse».
—¿A vengarse?
—Sí. Pero no sé en qué sentido lo decía.
Llamaron a un agente y una vez hicieron que este acompañara a Sachiko Toda a
su casa, Nemoto maldijo su suerte.
—¿Qué está pasando con este caso? Katayama, pregúntaselo a tu gata
superdetective, que para algo son sus congéneres.
—Holmes no cree que esto sea una maldición felina.
—Yo también me niego a creerlo.
—Y no solo eso. Las palabras y el comportamiento de esta víctima no me parecen
normales. No hay duda de que sucedió algo que hizo que le remordiera la conciencia.
—¿Qué supones que ocurrió?
—Seguramente… ese hombre asesinó a los gatos de esta mansión.

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—¿Cómo dices? —Su compañero le lanzó una mirada cargada de saña—. ¿Estás
diciendo que él fue quien asesinó a Tsuneyo Ishizawa?
—Eso no lo sé… —reconoció Katayama inseguro—. Pero tampoco podemos
asegurar al cien por cien que el asesinato de la señora Tsuneyo y el de los gatos
fueran cometidos por la misma persona. ¿No te parece?
—Pensándolo bien… Eso es cierto. —Su interlocutor se quedó como si lo
hubieran atacado estando con la guardia baja.
—Pero ese día, el arma del crimen era una katana japonesa.
—Nada que nos garantice que la utilizaron para infligir todas las heridas de todas
las víctimas. Se pensó que había sido así porque se produjeron con un arma blanca y
porque se encontró la funda de esa katana.
—Claro… A fin de cuentas, habíamos dado el caso por cerrado con el suicidio de
Ueno.
—Es posible que eso fuera exactamente lo que buscaba el asesino.
—Entiendo lo que quieres decir —asintió Nemoto.
—Eso es, además… Tsuneyo Ishizawa y sus gatos no necesariamente tuvieron
que ser asesinados en el mismo momento.
—Vaya por donde, ¿ahora tú también eres un superdetective? —se burló Nemoto
sonriendo con amargura—. ¿Y bien? ¿A qué conclusión llega el gran detective?
—Me explicaré… En vista de que Yasuo Toda mencionó que los gatos se
vengarían de él, por lo menos podemos deducir que quizá fue él quien los asesinó.
¿No te parece?
—¿Y por qué querría matarlos?
—Porque Tsuneyo Ishizawa rehusaba vender sus tierras por culpa de esos
animales.
—Claro. Espera… Es posible que él solo pretendiera asesinar a los gatos, se
encontrara con la anciana y obligado por la situación, no tuviera más remedio que
matarla a ella también. Sin embargo, de ser así, ¿por qué se suicidó Ueno?
—A lo mejor fue asesinado.
—¿Toda mató a Ueno para que le culpáramos del asesinato? Eso tendría sentido.
A Katayama no le hacía ni un pelo de gracia que todo se redujera a que los
asesinatos habían sido obra de ese aldeano.
—¿Pero realmente se puede decir que él actuó solo?
—¿Qué quieres decir?
—Me refiero a los integrantes del grupo que vino en representación de los
aldeanos a rogarle a Tsuneyo Ishizawa que vendiera las tierras.
—¿Estás diciendo que los diez fueron a asesinar a los gatos? Suponiendo que
cada uno matara a un animal, tendríamos a diez animales muertos, pero asesinaron a
once.
—Si sumamos los diez hombres de ese grupo al asesino de la señora Tsuneyo,
obtenemos once sospechosos.

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—¿No es eso demasiado conveniente?
El teléfono del corredor sonó. Ritsuko empezó a moverse, pero Katayama la
detuvo.
—Yo responderé. Debe ser Harumi.
Fue a la carrera por el pasillo y levantó el auricular.
—Soy Ishidzu, quiero hablar con Katayama.
—Dime, soy yo. ¿Qué ha pasado?
—Estoy delante de vuestro apartamento. Está a oscuras y aunque he llamado
varias veces al timbre, nadie contesta.
—Entiendo.
El detective se había quedado extremadamente intranquilo, pero no podía hacer
nada para cambiar aquello.
—¿Qué hago? ¿Tiro la puerta abajo y entro?
—¡Alto ahí! —le ordenó Katayama—. Es posible que tan solo haya ido a pasar la
noche a otra parte. No vayas a destrozarme la puerta.
—Ya… —Su colega sonaba bastante descontento—. No imaginaba que fueras tan
insensible.
—¿Cómo dices?
—¿Qué te importa más? ¿Tu hermana o la puerta de tu apartamento?
—Pu-pues… —Katayama estaba perplejo—. Cálmate un poco, por favor.
—Ya he tomado una decisión.
—¿Qué harás?
—Entraré en el apartamento cueste lo que cueste. Quien sabe, Harumi podría
estar en dificultades…
—Piénsalo bien, por favor. ¿Cómo piensas abrir la puerta si…?
—No te preocupes. Te la pagaré. —Acto seguido, añadió—: Te ruego que me
permitas hacerlo a plazos.
—¡Eh! ¡Espera un momento!
La llamada se cortó. En el momento que depositó el auricular, sintió un escalofrío
al imaginarse la puerta de su apartamento salvajemente destrozada. Mientras solo
fuera eso… Total, era una puerta de mala calidad. ¿Pero qué pasaría si también se
cargaba el suelo o alguna de las paredes?
—¡Tiene narices! ¿Dónde estará esa condenada Harumi? —En ese momento,
sonó el teléfono—. Harumi, ¿eres tú? ¿Hola?
—¿Katayama?
—¡Hola, jefe!
—Me alegro de encontrarte. Por lo que he oído, ha vuelto a producirse un suceso.
—Sí. Está pasando de todo y también está… Que si esto, que si aquello… Es
hacer una cosa y entonces pasa otra y luego…
—Cálmate. Ya me lo contarás cuando nos veamos allí.
—Sí, será mejor así.

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—El motivo de mi llamada es que un hospital se ha puesto en contacto con la
Comisaría Central Metropolitana.
—¿Un hospital? —Katayama se quedó petrificado—. ¿Le ha sucedido algo a mi
hermana?
—¿A tu hermana? No, no es eso.
El detective respiró tranquilo.
—¿De qué se trata?
—Han llamado del hospital donde está ingresada Kinuko Ueno. Por lo visto ha
desaparecido —explicó Kurihara—. Tu nombre está en la lista de visitas, ¿recuerdas?
Por eso han llamado a la Comisaría Central.
Kinuko Ueno había desaparecido. Harumi aún no había vuelto a casa. ¿Era una
coincidencia?
—¿Qué ocurre? —preguntó Ritsuko, que estaba de pie a su lado.
Una vez Katayama hubo colgado el auricular, le explicó el motivo de la llamada.
—Harumi sabe cuidar de sí misma, así que no creo tener motivos para
preocuparme. Pero que Kinuko Ueno también haya desaparecido me tiene un poco
intrigado.
—Tu hermana estará bien. Seguro que solo se está retrasando un poco.
Katayama asintió, pero su semblante expresaba todo lo contrario; era incapaz de
ocultar su inquietud.
—¿No te parece sospechoso que se haya escapado del hospital? —inquirió
Nemoto ya al corriente de toda la historia.
—¿Se habrá marchado sobre la hora a la que tendría que ir a pagar el catering de
los gatos?
—¿De qué estás hablando?
Katayama le explicó a su compañero la historia de los gatos del templo. Este
último se quedó con el semblante serio.
—¡Mierda! ¡Esto cada vez se parece más a una historia de terror! —despotricó
chasqueando la lengua.
—Espera. Bien pensado, Kinuko Ueno no dispone de tanto dinero como para
pagar diez mil yenes por día.
—Es verdad. En ese caso… ¡Ya lo tengo! —Nemoto se lanzó de golpe—. ¡Es por
Hayashida! ¡Seguro que ha ido a encontrarse con él!
—Pero si Hayashida huyó del complejo de apartamentos.
—¿Qué quieres que te diga? A lo mejor ha vuelto porque estaba preocupado por
su novia.
Katayama pensó que esa idea era plausible.
La búsqueda en torno a los alrededores del complejo de apartamentos se había
interrumpido desde que el exagente huyó entremezclado con esa banda de motoristas.
En consecuencia, si hubiera aprovechado esa oportunidad para regresar y ocultarse,
podía decirse que estaba más seguro que nunca.

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Katayama se puso en cuclillas delante de Holmes, que se había quedado
mirándolo fijamente sentada en el suelo.
—¿Y si Harumi…? ¿Tú qué piensas? ¿Crees que ella se podría haber quedado
vigilando a Kinuko Ueno y cuando ella se ha escapado, la ha seguido?
Cuando estaba desesperado, sus deducciones solían acertar de lleno. La gata
manifestó su acuerdo cerrando los ojos una vez.
—Sin embargo, resulta muy extraño que la hija de Ueno no haya regresado a su
cuarto pese a lo tarde que es. ¿Qué me dices? Es posible que le haya sucedido algo
malo. Y si es el caso, Harumi también podría estar en peligro… ¿Qué debería hacer?
Holmes se puso a cuatro patas ágilmente, hizo ademán de ponerse a husmear el
suelo y levantó su carita hacia Katayama.
—¿Hm? ¿Hueles algo? ¿El olor? ¡Claro! —El detective golpeó la palma de su
mano—. ¡Podemos seguir el rastro de Kinuko Ueno utilizando perros policía!
—Para el carro. —Nemoto estaba alucinando—. ¿Qué estás haciendo?
¿Interpretando un monólogo?
—¡Necesitamos perros policía! ¡Hagamos que los traigan enseguida!
—Un momento, si lo hacemos sin la autorización del jefe, nos crujirá vivos.
—Esto es una emergencia. Pide los perros, por favor.
—Entendido, ¿hago que los lleven al hospital?
—Sí, por favor. Yo les estaré esperando allí. —Katayama salió corriendo hacia el
recibidor.

IV
Finalmente se durmió.
Se despertó repentinamente por una cabezada. Sentía el tacto de la tierra sobre la
que se apoyaba pesadamente y estaba tocando grava con las manos…
Es verdad. Había caído en un agujero.
Harumi agitó la cabeza. Sonrió con amargura al tiempo que pensaba cómo narices
había podido dormirse en semejante lugar. Entonces, reparó en Kinuko, que estaba
estirada justo delante de ella. La llamó por su nombre, pero la joven seguía
inconsciente. Comprobó su pulso; le dio la sensación de que lo tenía bastante débil.
—Está muy mal… —susurró. Entonces, se dio cuenta de que por fin había algo
de luz—. Se ha hecho de día.
Al mirar hacia arriba, pudo observar a través de la boca del agujero el cielo de
color gris y una rama de un árbol cruzándose. Ese agujero, aproximadamente, tenía
tres metros de profundidad. No podría escalarlo de ninguna manera.
Por el color del cielo, no debían ser más de las cinco de la madrugada. ¿Pasaría
alguien cerca de allí?

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—¡Socorro! ¡Ayuda! ¿Hay alguien ahí? —gritó Harumi con todas sus fuerzas.
No tuvo más respuesta que el silencio.

—¡Fantástico! ¡Por fin han llegado! —Katayama salió rápidamente del vestíbulo
del hospital.
—Disculpe el retraso.
La persona que bajó del coche con el perro policía era Kanai, un agente que había
ingresado en el cuerpo en la misma época que él. Como a ese hombre le gustaban los
animales por naturaleza, pidió que lo transfirieran a la brigada canina de la policía.
—Hola, te estaba esperando.
—Lo siento, es que me habían mandado a otro lugar. ¿Ha desaparecido una
paciente?
—La paciente y mi hermana.
—¿Tu hermana? Es como para preocuparse. Muy bien, llévame hasta la cama de
esa paciente.
Guiados por el médico, se apresuraron en llegar hasta la habitación de Kinuko
Ueno. Kanai hizo que el perro husmeara a fondo el olor de las sábanas de la cama y el
de la manta.
—¡Venga! ¡A por ello! —le dijo al animal dándole una palmadita en el cuello.
—Supongo que saltó por la ventana. ¿Puedes empezar por el área que hay
debajo?
—De acuerdo. Vámonos abajo.
En cuanto salieron de la recepción del hospital, torcieron por la esquina para
colocarse justo debajo de la ventana. Mientras el perro husmeaba afanosamente, el
agente de la brigada canina empezó a andar sujetando la correa con fuerza.
—¡Ha encontrado el rastro!
Katayama siguió el camino que iba trazando el perro. De ser posible, se habría
puesto a correr, pero adelantar al animal no le llevaría a ninguna parte.
—Muy bien, pequeñín. Sigue así —iba diciendo Kanai, pero de improviso miró
hacia el cielo—. ¡Maldición! ¡Está lloviendo!

Harumi miró hacia arriba al sentir que algo frío había caído sobre su cabeza; tenía
gotas de lluvia sobre su rostro.
—¡No, por favor!
Se quedó blanca. Si llovía con fuerza… esa tierra tan blanda podría acabar
derrumbándose. Y suponiendo que no lo hiciera, ¿qué pasaría si el agua se acumulara
en ese agujero?
Harumi se levantó.
—¡Que alguien nos ayude! ¡Socorro! —gritó todo lo que pudo.

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La lluvia empezó a caer con más fuerza.

—¡Es inútil! —Kanai meneó la cabeza—. Esta lluvia ha hecho desaparecer el


rastro.
—¡Mierda! —protestó Katayama chasqueando la lengua—. Volvamos al hospital.
Qué remedio.
De vuelta al hospital, vieron un coche patrulla parado; Kurihara bajaba de él en
ese preciso momento.
—¿Cómo ha ido?
—La lluvia ha eliminado el rastro…
—¿Tampoco has dado con el paradero de tu hermana?
—No tengo la menor idea de dónde está. Como haya pasado la noche en casa de
una amiga, le voy a dar un tirón de orejas.
—Emprenderemos una búsqueda por los alrededores —sugirió su jefe—. Es un
área muy extensa y quizá no tenga sentido hacerlo, pero lo intentaremos.
—Si pudiera hacerlo, se lo agradecería.
—Llamaré a la comisaría de Hino.
—Disculpe las molestias.
—Por cierto, ¿qué puedes contarme del suceso?
Katayama le explicó los hechos que habían tenido lugar aquella noche.
—Por lo tanto, dos de los diez hombres que constan en esa lista han muerto y solo
quedan ocho con vida. Reunidlos e investigadlos…
—Sí.
—¿Nemoto está en la mansión de los gatos?
—Eso es.
—Adelántate y disponlo todo. Yo me reuniré con vosotros cuando haya terminado
de preparar la operación de búsqueda minuciosamente.
—Entendido.
Katayama subió rápidamente al coche patrulla y se dirigió hacia la mansión
Ishizawa. Miró su reloj de pulsera; eran las seis de la madrugada. Tenía pensado
llamar a la oficina de su hermana a las nueve para comprobar si había acudido a
trabajar. Ojalá la encontrara allí, pero no las tenía todas consigo…
Miró a través de la ventana con los ojos cargados de ansiedad. En ese momento
estaban recorriendo ese gran complejo de apartamentos que ahora estaba bajo la
lluvia. Sus ojos se posaron en un autobús repleto de oficinistas que habían salido
hacia su puesto de trabajo.
—Qué pronto que salen de casa —susurró Katayama.
—Es lo normal. Aún les queda un buen trecho para llegar al centro de la ciudad
—comentó el agente que iba al volante.
—Esta lluvia no parece que vaya a parar —se dijo el detective.

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Ahora que lo pensaba, ¿qué había sido de Holmes? Cuando llegó al hospital, la
gata ya no estaba con él…

—Pondré a secar tu chaqueta —dijo Ritsuko tomando la prenda—. ¿Aún no


sabéis dónde está Harumi?
—No. Siempre está causándome problemas.
—Ojalá esté sana y salva.
—Gracias. —Katayama esbozó media sonrisa.
Nemoto entró en la sala de invitados.
—¿Estás bien? Vayamos a ver a los hombres de la lista.
—Vamos.
—No me digas… —A Ritsuko eso no pareció hacerle gracia—. Si la chaqueta
está empapada. Además, había pensado en prepararte una taza de té.
—Me la tomaré cuando vuelva. —Katayama se puso la chaqueta mojada—.
Déjanos unos paraguas, por favor.
—Tomad.
Ambos detectives abrieron los paraguas que les prestó la joven y se marcharon
bajo la lluvia. De pie en el recibidor, Ritsuko se quedó mirando el cielo grisáceo, que
no parecía querer parar de llover.
—Al que tenemos más cerca es a este tal Ōe —remarcó Nemoto mirando sus
notas.
—¿Iremos uno por uno?
—Había pensado en interrogarlos a todos juntos, pero creo que si lo hacemos por
separado, serán más sinceros a la hora de confesar.
—Tienes razón. Aunque a estas horas de la mañana…
—Lo que busco es, precisamente, sacarlos de la cama. —Su compañero sonrió de
oreja a oreja—. Si los pillamos con la cabeza embotada, se les escapará algo. Mira,
parece que es esta casa.
Anduvieron hacia la puerta principal de una casa que tenía un letrero donde podía
leerse «Ōe». En el momento que iban a llamar al timbre, oyeron un breve maullido.
Sorprendido, Katayama vio a Holmes sentada a sus pies.
—¿Qué haces ahí empapada? ¡Te vas a resfriar! —la reprendió Katayama
poniéndose en cuclillas.
La gata calicó se puso a caminar y se giró una vez dándoles a entender que quería
que la siguieran.
—Nemoto, parece que ha encontrado algo.
—Muy bien. Sigámosla.
Holmes corría pasando por delante de varias de las casas, evitando la lluvia y los
charcos, y se detuvo delante de una de las casas. Katayama y Nemoto correteaban
tras ella salpicándose con el agua.

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—Esta es…
Nemoto asintió al ver el letrero.
—¿Izumi? Este nombre también está en la lista de miembros del grupo.
Entonces, la gata torció por la esquina de la casa seguida de los detectives.
Finalmente se situaron en la parte de atrás de la casa de los Izumi.
—Se oyen voces.
—Sssh —le hizo callar Nemoto—. Perfecto, echemos un vistazo adentro.
Los dos hombres estaban debajo del poyete del ventanal de una sección de la casa
que sobresalía ligeramente. Dicho ventanal estaba un poco abierto, filtrando así la
conversación que se estaba manteniendo en el interior. Por las voces, dedujeron que
había varios hombres dentro. El sonido de la lluvia al caer dificultaba la escucha,
pero los detectives se fueron concentrando hasta que finalmente lograron discernir lo
que estaban diciendo.
—No hacemos más que ir en círculos —afirmó la voz de un hombre mayor.
—Solo tenemos dos opciones, ¿verdad? —Esta voz airada era la de un hombre
joven—. O bien mantenemos el pico cerrado como hasta ahora, o bien confesamos
toda la verdad.
—Eso ya lo sabemos —replicó otra voz—. El problema es que necesitamos
sopesar cuáles son los pros y los contras que tenemos…
—Al infierno con los proloquesea y los contraloquesea.
—Así no llegaremos a ninguna parte. Tenemos que pensar qué nos podría suceder
si hablamos.
—Supongo que sí.
—¿Y eso por hacer qué? Solo hemos asesinado a un puñado de gatos.
—Eso mismo. Y por eso es a nosotros, a los que están matando.
—El problema es que podrían acusarnos de ser cómplices del crimen.
—Pero si nosotros no asesinamos a los Ishizawa.
—Es verdad. Pero no decir lo que se sabe también es ser cómplices de un delito.
—¿En serio?
—Yo qué sé…
—Exacto. Además… todos nosotros estuvimos allí.
—No tenemos más remedio que seguir callados.
—Eso es. Sería todo un problema que nos consideraran unos asesinos.
—¿Qué es mejor? ¿Callar o dejar que sigan matándonos?
Un silencio se prolongó durante un largo lapso de tiempo. Los detectives se
miraron, Nemoto asintió y le guiñó un ojo alegremente a su compañero. Estaban
confesándolo todo.
—Por eso tenemos que valorar los pros y los contras…
—¡Que te calles! ¡Métete los proloquesea por donde te quepan!
—¿Cómo dices?
—Calmaos, por favor. Este no es momento de pelearnos entre nosotros.

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—Está clarísimo, a Horiguchi lo asesinaron.
—¡Un gato lo mató a mordiscos!
—Eso lo dudo mucho. Sea como sea, es evidente que acabaron con él. Y anoche
le llegó el turno a Toda…
—Pero eso ha sido un accidente.
—Ya has oído lo que ha dicho su mujer. Ha muerto persiguiendo a un gato.
—Como suponía, parece que lo han asesinado.
—A lo mejor, el problema termina aquí.
—¿Y si no lo hace? ¿Quién será el siguiente?
—Calla, no seas cenizo.
—De todas formas, tenemos que decidir qué hacemos.
—No quiero que me llamen asesino, pero tampoco quiero que me maten…
—¿Y si nos cargamos a los gatos que quedan?
—Entonces su maldición caerá con más fuerza sobre nosotros.
—Eso no hay quien se lo crea.
—Atrévete a negarlo.
—Le diremos a la policía que matamos a los animales, pero que en ninguno de
los casos asesinamos a la vieja.
—La policía no se lo tragará así como así.
—¡Claro! ¡Ya lo tengo!
—¿Qué pasa?
—Si la policía arresta al autor de los asesinatos de Horiguchi y de Toda,
podremos quedarnos tranquilos.
—¿Y si no lo capturan?
—Por eso digo que podríamos ofrecernos a colaborar con ellos.
—¿A cuenta de qué? Haciendo eso, empeoraremos la situación; sospecharán que
tenemos algo que ver con el asesinato de la señora.
—Es verdad…
—Es decir, que todo es una cuestión de probabilidades.
—¿Qué quieres decir?
—Si nos entregamos a la policía, lo primero que harán será declararnos cómplices
del asesinato. Si seguimos callándolo todo, podrían llegar a matarnos, pero de esto
último no podemos estar seguros al cien por cien.
—Hm…
—Sin embargo, si nos matan, se nos acabará el juego. Por otro lado, que nos
acusen del asesinato no significa necesariamente que nos vayan a declarar culpables.
Además, entregándonos, nos quedaremos con la conciencia más tranquila.
—¿Cuál sería la mejor opción?
—¿Qué hacemos?
—Tal vez no podamos tomar una decisión ahora mismo.
—Pero si perdemos el tiempo, podría aparecer una nueva víctima.

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—Durante el día estaremos a salvo. ¿Qué os parece? ¿Nos volvemos a reunir aquí
esta noche?
—¿Por qué no?
—Tenemos que estudiar los pros y los contras…
—Yo me colocaré delante de la casa. Tú encárgate de cubrir la parte trasera —
susurró Nemoto al oído de su compañero.
Katayama asintió. Bien escondido, miró con cuidado a través de esa ventana
abierta. Pudo contar ocho hombres. Sin duda, esos eran el resto de miembros de la
lista. Se habían reunido para hablar sobre la muerte de Toda.
Cuando los hombres se hubieron levantado tras poner punto final a la reunión,
resonó la voz de Nemoto desde la puerta principal:
—¡Policía! ¡Abran!
—¡Estamos perdidos!
—¡Huyamos!
En el momento que los hombres iban a escapar por el jardín de la parte de atrás de
la casa, Holmes salió de nadie sabe dónde y les bufó. El propio Katayama se quedó
de piedra porque jamás la había oído maullar de un modo tan espantoso. No era raro,
pues, que los ocho hombres gritaran asustados, e incapaces de mantenerse en pie a
causa del miedo, se quedaran sentados en el suelo sin fuerzas.
—Lo hemos oído todo. Huir no os servirá de nada —les soltó Katayama
dejándose ver.
Nemoto también entró al trapo enérgicamente.
Los ocho hombres se miraron los unos a los otros; daban la impresión de haberse
dado por vencidos y de ser incapaces de ofrecer resistencia.

—Entonces, la persona que asesinó a Tsuneyo Ishizawa fue…


—Horiguchi —confesó Izumi. Él era quien vivía en esa casa y el más mayor de
todos aquellos hombres.
—¿De veras? ¿No lo estará diciendo para cargarle el asesinato a un muerto?
Como él ya no puede defenderse…
—¡De ninguna manera! Esa es la verdad. ¿A que sí? —El aldeano miró una a una,
la cara de sus compañeros. Todos asintieron en silencio.
—Dejémoslo así, pues —propuso Nemoto—. De todos modos, háblenos de cuál
era la situación por aquel entonces.
—Sí… Nosotros estábamos con el agua al cuello. Pese a que los vecinos habían
depositado sus esperanzas en todos nosotros, hiciéramos lo que hiciéramos, esa
vieja… Perdón, no quería decir eso. No pudimos convencer a la señora Ishizawa. Por
eso, tras estarlo consultando, decidimos que la haríamos ceder por la fuerza.
—Pero eso es terrible.
—Lo es. Pero si dejábamos escapar esta oportunidad, nos íbamos a pasar el resto

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de nuestra vida en estas condiciones miserables. Estábamos dispuestos a hacer lo que
fuera…
—¿Incluso a asesinar a una persona?
—No habríamos llegado tan lejos. ¡Se lo juro! Ese día celebrábamos una reunión
con la inmobiliaria y la aldea se quedó vacía. Como es lógico, nosotros también
estuvimos presentes. Ahora bien, como sabíamos por otras reuniones que tendríamos
una hora libre para comer, decidimos quedar todos delante de la mansión de los gatos.
Lo hicimos sin que los demás vecinos se enteraran de nada y además, la señora
Tsuneyo estaba sola en casa. Era una oportunidad ideal.
—¿Y bien? ¿De qué modo tenían pensado obligarla a aceptar?
—Horiguchi había pensado en traer polvos de matatabi, narcotizar a los gatos,
capturarlos…
—¿Capturarlos?
—Es decir, secuestrarlos. Y entonces, amenazarla con que si no cedía mataríamos
a sus animales.
—Qué idea más ruin —condenó Katayama estupefacto.
—Palabra que no teníamos intención de matarlos. Estábamos convencidos de que
ella daría su brazo a torcer.
—A pesar de eso…
—Primero escuchemos lo que tengan que decirnos —recomendó Nemoto
frenando a su compañero.
—Ya era mediodía y cada uno tomó un camino distinto con la intención de vernos
delante de la mansión. Lo hicimos así porque si hubiéramos llegado en grupo
hubiéramos levantado sospechas. No obstante, Horiguchi, nuestro cabecilla, no se
presentó.
—¿Qué hicieron?
—No podíamos quedarnos esperando para siempre, así que entramos en la
mansión de los gatos. Llamamos a la señora desde el recibidor, pero no nos contestó.
Entonces, cuando entramos para ir a buscarla, en la habitación del fondo… —Izumi
se puso a temblar—. Horiguchi estaba de pie empuñando una katana japonesa
desenvainada. La señora Ishizawa estaba muerta. También había dos gatos muertos y
aparte, había otros nueve gatos mareados a causa del matatabi, padeciendo temblores.
Supongo que el resto huyó.
—¿Qué les explicó su cabecilla?
—Que había llegado un poco antes, que la señora Ishizawa le descubrió en el
momento que estaba drogando a los gatos, que discutieron y que perdió los estribos.
—¿Él era un hombre que perdiera los estribos con facilidad?
—No, eso es lo más inexplicable. Era una persona extremadamente tranquila.
—Hm… ¿Y después?
—Estuvimos hablándolo entre todos. Acordamos que no podíamos permitir que él
cargara con el asesinato y juramos que jamás diríamos nada sobre lo sucedido.

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Luego… ya que esos nueve gatos estaban allí, para asegurarnos de que nadie
traicionaría a nadie… cada uno de nosotros agarró un animal y…
—¿Los mataron? ¡¿Cómo fueron capaces?!
Izumi tenía el semblante avergonzado.
—Nos vimos arrastrados por la situación; teníamos ese cadáver delante y todos
nosotros estábamos con el ánimo alterado.
—¿Qué hicieron después?
—Nos marchamos. No permanecimos demasiado tiempo en la casa.
—Entonces, ¿Ueno llegó después del incidente?
—Ni idea. Nosotros no lo vimos.
—Un momento —intervino Katayama—. Cuando entraron en la mansión de los
gatos, ¿la señora Tsuneyo Ishizawa ya había sido asesinada?
—En efecto.
—Por lo tanto, no visteis cómo el señor Horiguchi mataba a la señora Tsuneyo
Ishizawa.
—No. Pero en fin, él mismo confesó que lo había hecho…
—Entonces, ¿por qué se suicidó Ueno? —les interpeló Nemoto.
—Eso sí que fue raro…
—De todas formas, queremos oír sus explicaciones.
—No sabemos nada más. Desde entonces tenemos miedo de los maullidos de los
gatos.
—Quien siembra vientos recoge tempestades —sentenció Katayama.
—¿Y los otros asesinatos? ¿Qué pueden decirnos del asesinato de Tetsuo
Ishizawa?
—¡N-no diga disparates! —Izumi se puso pálido—. ¡Nosotros tan solo matamos a
los gatos! ¡Se lo juro!
—De todas formas, nos los llevaremos a todos detenidos a comisaría —dictaminó
Nemoto mirando a esos hombres con dureza. Los ocho detenidos se quedaron
cabizbajos hundidos por el desánimo.
—La hija de Ueno está en paradero desconocido. ¿Saben algo de eso? —preguntó
Katayama.
Los ocho hombres se miraron los unos a los otros, perplejos. Katayama se rindió
y dirigió su mirada hacia la entrada principal de la casa. Aún estaba diluviando.

V
A Harumi el barro ya le llegaba hasta las rodillas. La lluvia no solo caía del cielo,
sino que además, se precipitaba por el borde del agujero formando una pequeña
cascada. Para colmo de males, también caía más barro desde arriba, acumulándose en

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el fondo inexorablemente.
—¡Socorro! —También se estaba quedando afónica.
Se había cargado a la espalda a Kinuko, que seguía inconsciente, y tampoco podía
moverse libremente. Tenía los brazos y los hombros entumecidos, y era cuestión de
tiempo que ella misma acabara desplomándose en medio del barrizal.
—Como esto siga así, acabaremos enterradas vivas —susurró—. Por muy bueno
que sea el barro para mantener el cuerpo bonito, no me gustaría asfixiarme aquí.
Una cantidad de tierra considerable cayó haciendo que el agua la salpicara. Esa
agua embarrada ya se había acumulado hasta la altura de sus muslos.
—Tan bonita y con una vida tan breve… ¿Qué estarán haciendo mi hermano,
Ishidzu y Holmes? ¡Como muera aquí, mi fantasma os perseguirá!
El nivel del agua embarrada que caía dentro del agujero volvió a subir.
Cuando ya lo daba todo por perdido, oyó un maullido sobre ella. Al levantar la
cabeza sorprendida, vio que un gato que le resultaba familiar estaba mirándola desde
el borde del agujero.
—¡Koto! ¿Eres tú, verdad? —la llamó Harumi—. ¡Pídele a alguien que venga,
por favor! ¡Te lo suplico! ¡Avisa a una persona o a Holmes! ¡Rápido! ¡Date prisa!
La gata desapareció. ¿Aquella realmente era Koto? Aunque lo fuera, ¿iría
corriendo a pedir ayuda? En cualquier caso, en ese momento, esa felina era la única
en la que podía depositar sus esperanzas.
—¿Existe un Dios de los gatos que pueda ayudarme?
El agua embarrada, poco a poco, seguía acumulándose a su alrededor.

Cuando Katayama y Nemoto regresaron a la mansión de los gatos llevando


consigo a esos ocho hombres, encontraron allí a Kurihara y a Ishidzu esperándolos.
—Hola, Ishidzu. ¿Cómo fue?
—Entré en vuestro apartamento, pero por lo visto, anoche no volvió allí en
ningún momento.
Ishidzu era la viva imagen de la pesadumbre. Katayama se quedó sin ganas de
preguntarle qué había sido de la puerta de su casa.
—Entiendo. Nosotros tampoco hemos conseguido nada.
—¿Qu-qué hacemos ahora?
—La comisaría de Hino se está haciendo cargo de la búsqueda —expuso
Kurihara—. Lo malo es que van cortos de personal.
—Además, tampoco tenemos la menor idea de por dónde empezar —suspiró
Katayama.
—¿Qué te parece? Podríamos movilizar todo el vecindario del complejo de
apartamentos… —sugirió Ishidzu.
—No digas estupideces.
—En todo caso, empecemos ya con el interrogatorio de esos ocho hombres —

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ordenó Kurihara—. ¿El asesinato de la señora Tsuneyo Ishizawa fue cosa de esos
tipos?
—No directamente pero son cómplices. Trataron de encubrirlo.
Sentaron a los ocho hombres en el sofá de la sala de visitas. El superintendente se
presentó y procedió a interrogarles.
—Si están ocultando algo más, les sugiero que lo declaren todo aquí y ahora. Les
garantizo que, sea lo que sea lo que traten de ocultar, les haremos confesar.
Sus palabras eran corteses, pero tenían tal fuerza que hacían que sus
interlocutores se pusieran a temblar. Estaban el doble de aterrados que si les hubiera
gritado.
Holmes, que estaba aguardando en la entrada de la estancia, maulló de golpe. Una
gata blanca entró a la carrera haciendo gritar de terror a los ocho hombres con su
presencia.
Un agente de policía que venía tras ella se disculpó:
—¡Perdón! Ha entrado antes de que pudiera detenerla.
—Eres Koto, ¿verdad? —supuso Katayama corriendo instintivamente hacia ella
—. ¿Qué ha ocurrido? Tienes las patas llenas de barro.
El detective se quedó mirando a Koto y a Holmes, que lo contemplaban con
insistencia al tiempo que seguían maullando. Parecían querer decirle algo.
—¿De dónde ha venido este gato? —le preguntó Katayama al agente.
—Ha salido del bosque.
—¿Y si viene del lugar donde están Harumi y Kinuko? —Holmes tiró de sus
pantalones con las garras de su pata delantera—. Eso parece. ¡Ishidzu, ve con ellas!
—¡Sí! —respondió Ishidzu con todas sus fuerzas.
En ese momento, uno de los ocho miembros del grupo de representantes de la
aldea susurró:
—No me digas que están en ese agujero…
—¿Agujero? ¿Qué agujero? —preguntó Katayama al oírle.
—Es que… en el bosque hay un sendero entre la vegetación por el que los gatos
supervivientes aparecen y desaparecen con frecuencia. Tres de nosotros estuvimos
excavando un agujero allí con la intención de hacerlos caer dentro.
—¿Qué clase de agujero es?
—Pues… Trabajamos con mucho entusiasmo. ¿Qué debe tener, unos dos metros
de profundidad?
—Si hubieran caído allí dentro… ¡Oh, no! —Katayama palideció—. Con la
lluvia, el agua se debe estar acumulando. ¡Podrían morir ahogadas!
—¡Debemos rescatarlas enseguida! —Ishidzu estaba blanco como la cal.
—¡Necesitaremos una cuerda! ¿Tenemos alguna?
—Sí, en el coche…
—¡Rápido! ¡Guiadnos hasta el agujero!
Las dos gatas salieron disparadas. Katayama e Ishidzu hicieron lo mismo

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siguiéndolas de cerca.

—Tienes que resistir…


El cuerpo de Kinuko se le estaba escurriendo sin remedio y Harumi intentaba
retenerlo con todas sus fuerzas abrazándolo. Tenía los brazos tan entumecidos que ya
estaban perdiendo su fuerza.
—Hay que ver lo que llega a pesar una persona —se lamentó con un suspiro.
Ya tenía el agua embarrada por encima de la cintura. Además, la cantidad que
continuaba entrando en cascada seguía siendo abundante y la estructura había
empezado a desmoronarse.
«¿Qué es más molesto? ¿Que a una la entierren viva o morir ahogada?», se
preguntaba avergonzada. Había empezado a planteárselo muy en serio.
De ser solo un agujero lleno de agua, podría haber salido nadando, pero tenía las
piernas enterradas en el barro hasta las rodillas y no podía ni moverse.
—Supongo que se sufre una barbaridad. El nivel del agua va subiendo hasta
llegar a la boca… Además, embarrada como está debe tener un sabor horrible. Si al
menos supiera como el café…
Si eso sucediera, ¿qué pasaría con Kinuko? No podía dejarla caer ahí en medio. A
fin de cuentas, el resultado sería exactamente el mismo.
—¡Socorro! —gritó con todas sus fuerzas. Sobre ella pudo ver la cabecita de
Holmes. «¿Será eso una alucinación?», se preguntó.
—¡Holmes!
La gata maulló a modo de respuesta. El rostro de Harumi resplandeció.
—¡Has venido a rescatarme!
—¡Harumi! ¡Contesta!
—¡Harumi!
Katayama e Ishidzu se asomaron al agujero sucesivamente. Ella los miró con
saña.
—¿A qué estabais esperando? ¡Rescatadme, deprisa!
—Ahora te lanzaremos una cuerda.
—Kinuko se ha hecho daño y está inconsciente.
—Muy bien, haremos un lazo con la cuerda. Ajústatela bien al cuerpo.
—Sacadla a ella primero.
—Entendido. No te preocupes por nada.
—Vosotros sois los únicos que estáis preocupados.
—¡Eres incorregible! —Katayama sonrió con amargura. Si estaba así de animada,
era señal de que se encontraba bien.
—Si es necesario, saltaré hasta allí abajo para rescatarte —soltó Ishidzu.
—¡Ni se te ocurra! ¡Si bajas hasta aquí, el nivel del agua me llegará hasta la
cabeza! —objetó inquieta.

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—Mi belleza al traste.
Cuando por fin la hubieron sacado del agujero, Harumi suspiró al verse con todo
el cuerpo cubierto de barro.
—Estás maravillosa —respondió el detective de Meguro intentando animarla.
—¿Tú crees? Gracias.
—Si participaras en un certamen para elegir a la reina del fango, lo ganarías.
—Qué forma más extraña tienes de halagar —dijo riendo Harumi. Siguió con la
mirada a los agentes de policía que se estaban llevando a Kinuko en una camilla y
dijo—: Nos hemos salvado gracias a Koto. Tenemos que invitarla a comer anguila.
¿Eh? ¿Dónde se ha metido?
Holmes era la única que permanecía sentada debajo de un árbol, en un punto
donde podía guarecerse de la lluvia.
—Marchémonos igualmente. Todos estamos empapados y vamos a acabar con un
resfriado de aúpa —propuso Katayama.
De pronto, oyeron un ruido que les hizo girarse; la tierra que había en el borde del
agujero se resquebrajó exageradamente y se precipitó hacia el interior del agujero.
—Si hubieran pasado diez minutos más, habríamos acabado enterradas vivas —
remarcó Harumi temblando—. ¡Oh! ¡Lo olvidaba!
—¿Qué pasa?
—Mi bolso está entre el barro.
—¿Qué vas a hacer? Olvídalo.
—Ya…
Pero dentro de ese bolso llevaba aquel kenzan manchado de sangre.
Los tres regresaron junto a Holmes hacia la mansión de los gatos entre aquella
lluvia que caía sin cesar.

VI
Al día siguiente hacía un tiempo espléndido.
Cuando Katayama y Harumi bajaron del taxi frente al hospital, Ishidzu salió a
recibirlos.
—Harumi, ¿estás bien?
—Sí, ya me ves.
—Desde luego, estás mucho más hermosa sin el barro. —Cuando intentó
acercarse a ella, el grandullón le dio una patada a algo sin querer. Holmes le bufó
airada. Entonces, espantado, Ishidzu se disculpó haciendo una reverencia tras brincar
hacia atrás.
—¿Cómo está? —preguntó Katayama por los corredores del hospital.
—Pues es bastante incierto. —El semblante de su colega se nubló—. Cuando

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cayó en el agujero se fracturó las costillas. No conozco todos los detalles… pero su
estado se ha complicado a causa de una neumonía.
—Normal teniendo en cuenta que pasó tanto tiempo en esa agua embarrada.
—¿Su vida corre peligro?
—Tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de recuperación.
A Harumi se le encogió el pecho y se vio incapaz de decir nada más. Tampoco le
había contado nada a su hermano acerca de ese kenzan ensangrentado. ¿Qué debía
hacer? ¿Tenía que contárselo o más bien…?
El médico salió de la habitación en el mismo momento que llegaron. En la puerta
pendía un letrero que rezaba «no se admiten visitas».
—Vengo de la Comisaría Central Metropolitana —se presentó Katayama
mostrando su bloc de notas policial con su identificación—. ¿Podemos visitar a la
paciente?
—Espere un momento. —El médico entró un instante en la habitación. No
tuvieron que esperar demasiado a que volviera a salir—. ¿Conocen a Harumi
Katayama?
—Sí, soy yo.
—Solo quiere verla a usted. Ah, y también a no sé qué gato calicó.
—A Holmes, supongo.
—Exacto. En principio, las normas prohíben tener animales en las habitaciones,
pero parece que este es un gato especial. Adelante, pase.
—¿Queréis que le diga algo de vuestra parte? —dijo Harumi dirigiéndose hacia
los dos detectives.
—No, lo dejamos a tu criterio —respondió su hermano asintiendo.
La joven y Holmes entraron en la habitación.
Estirada en la cama, Kinuko Ueno permanecía con los ojos cerrados. Tenía el
rostro muy pálido y sus mejillas habían perdido la vitalidad. Harumi pensaba que
estaba durmiendo, pero en el momento que se acercó cuidadosamente a ella, la hija
de Ueno abrió los ojos.
Su visita se sentó en la silla que había al lado de la cama.
—Yo estaré fuera. Si necesitan cualquier cosa, llámenme enseguida —dijo el
médico antes de salir.
—Perdóname por haberte preocupado tanto —se disculpó con una sonrisa.
—Tú no pienses en eso. Me alegro de que estés bien. Tienes que recuperarte
pronto —respondió Harumi.
—Parece que esta vez eso no será posible.
—¡No seas tan pesimista! —la riñó—. Por cierto, tengo buenas noticias.
—¿De qué se trata?
—Tu padre no fue la persona que asesinó a la señora Tsuneyo Ishizawa.
Kinuko se quedó mirándola fijamente.
—¿De veras? —preguntó en un murmullo. Una vez que Harumi le explicó la

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historia de Izumi y de los ocho hombres, respiró hondo—. ¡Qué alegría! Por fin podré
morir tranquila.
—No digas tonterías. Si tienes a Hayashida —objetó Harumi nerviosa. Su
intención era animarla y cualquier torpeza hubiera tenido efectos adversos.
—Escucha, hay una cosa que quiero explicarte a ti y solo a ti. ¿Me prometes que
no se lo contarás a nadie?
—¿A nadie?
—Sí. Ni a tu hermano, ni a tu novio.
—Entendido, te lo prometo —y asintió tras vacilar un instante.
Kinuko dirigió la vista hacia el techo y empezó a hablar después de tomar una
bocanada de aire…

Harumi salió de la habitación.


—¿Ya ha terminado? —El médico, que estaba hablando de pie con Katayama, se
acercó andando hacia ella.
—Sí. Ha dicho que quería dormir un poco. Doctor, ¿podrá recuperarse?
—No lo sé… Está muy débil.
—Comprendo. Le ruego que nos tenga al tanto de su evolución.
Cuando el médico hubo entrado en la habitación, Katayama la interpeló con la
impaciencia propia de alguien que ha estado esperando una eternidad.
—¿Cómo ha ido?
—Bueno… Parece que está agotada. Cuando le he contado lo de su padre, se ha
puesto contentísima.
—Me alegro. ¿Le has podido sonsacar algo?
—Lo siento, he pensado que no era buena idea alterarla.
—Qué se le va a hacer. ¿Nos vamos?
Mientras se dirigían hacia la recepción del hospital, Ishidzu les hizo una
propuesta—: ¿Qué me decís? ¿Os apetece pasar un momento por mi apartamento? Al
fin y al cabo, no tenemos que ponernos en marcha hasta esta tarde.
—Perfecto. Tú hoy tienes fiesta, ¿verdad Harumi?
—Sí —asintió la joven algo indecisa.

Desde el balcón de Ishidzu en el undécimo piso, se veía aquel parque con toda
claridad.
—Todo empezó allí.
—¿De qué hablas? ¿Del parque de abajo? —Katayama también salió al balcón.
—Habíamos venido de visita, oímos llegar un coche patrulla y una ambulancia, y
fuimos a ver qué había sucedido.
—En efecto. Si aquella vez no hubiéramos prestado atención, a lo mejor, ahora no

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estaríamos tan implicados en este caso.
—Ya tengo listo el té.
Al oír a Ishidzu, Katayama y Harumi volvieron a pasar adentro.
—Hermano, ¿lo recuerdas? —inquirió ella mientras tomaban el té—. Aquella
vez, la persona que arrojó al niño al estanque y avisó a la policía, simplemente lo
denominó parque del norte.
—Ya. Por eso se supuso que el autor del ataque no era de este complejo de
apartamentos.
—¿No sería más bien todo lo contrario?
—¿Lo contrario?
—Sí. Aunque el parque se llame Izumigaoka, si a la gente que vive en esta área le
mencionas «el parque del norte», sabe que te refieres a este parque de aquí. Es decir,
que ya tienen por costumbre omitir Izumigaoka.
—¿Estás diciendo que quien atacaba a los niños era una persona de este complejo
de apartamentos?
—¿Qué otra posibilidad hay?
—Hm… Ahora que lo dices, me da la impresión de que podrías tener razón.
—Como es lógico, también hubo accidentes reales. ¿Pero y si aquello solo fue un
montaje?
—¿Un montaje?
—Sí. Ese día precisamente se celebraba la reunión informativa con los
representantes de la inmobiliaria y la única que permaneció en la aldea fue la señora
Tsuneyo Ishizawa. ¿No os parece demasiado oportuno?
—Es posible. Yo también había estado pensando en eso.
—En ese caso, el asesino esperó a que llegara esa hora, manipuló las bicicletas de
los niños… Pero oye, no puede ser.
—¿Por qué?
—El asesino no podía saber que Ueno sería la persona que descubriría ese
sabotaje. Espera… el asesino era ese hombre llamado Horiguchi…
—Pero nadie vio cómo la mataba.
—Sí. No obstante, independientemente de quién sea el asesino, deducir que
manipuló las bicicletas para cargarle el asesinato a Ueno no tiene ni pies ni cabeza.
Además, los hombres que salieron de la reunión no disponían de tiempo para hacer
eso.
—Ya. Pero para que Ueno descubriera con certeza que ese accidente…
—¿Qué sugieres?
—¿Y si el propio Ueno hubiera sido quien saboteó esas bicicletas?
—¿Cómo dices? —Katayama e Ishidzu se quedaron boquiabiertos.
Inmediatamente después, Katayama se quedó mirando fijamente a su hermana un
buen rato. Finalmente abrió la boca:
—Kinuko Ueno te ha dicho algo, ¿verdad?

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Harumi respiró hondo y entonces, habló muy despacio.
—Sí. Ella sabía que ese incidente lo había provocado su padre.
—¿Por qué hizo algo así?
—Por supuesto, no todos los incidentes fueron cosa suya. La gamberrada que le
hicieron a aquella niña de primaria, la debió cometer un degenerado. Si lo pensamos
con detenimiento, en los accidentes que se sucedieron esos días no hubo ni uno solo
que fuera realmente peligroso. La vez que se arrojó al niño al estanque lo fue porque
a causa de la manía de los vecinos de llamar al parque «parque del norte», la policía
tardó más tiempo en socorrerlo de lo esperado. Es decir, que Ueno estuvo
maquinando accidentes en los que los niños, en ninguno de los casos, resultaran
heridos de gravedad.
—¿Para qué lo hizo?
—Es probable que él viera a Tetsuo Ishizawa como un parásito de la sociedad.
Estaba obsesionado con la idea de que su misión en la vida era quitar del medio a
semejante energúmeno. Por eso, montó esos incidentes e hizo que los vecinos del
complejo de apartamentos volcaran su ira sobre el hijo de la terrateniente.
—Para él, ¿el fin justificaba los medios…?
—Una vez que logró ponerlos a todos de su lado, asaltó la mansión de los gatos,
pero Tetsuo no estaba allí. Entonces, manipuló esas bicicletas… Si actuaba llevado
por la rabia buscando hacer justicia, la gente no le daría de lado, ni a él ni a su hija.
—Fue a la mansión y discutió con la señora Tsuneyo… Entonces, como
suponíamos, ¿sí que la mató?
—Si no nos lo planteamos de ese modo, no se entiende el motivo de su suicidio.
Enloqueció porque había matado a la persona equivocada.
—¿Eso te lo ha dicho Kinuko Ueno?
—No. Estoy convencida de que ella tampoco sabe qué sucedió.
—Hm… ¿No te ha contado nada más?
—No, nada —denegó sin atisbo de duda.
Katayama suspiró:
—Menudo engorro de caso. ¿A Tsuneyo Ishizawa la mató Ueno o Horiguchi?
¿Ueno se suicidó o lo asesinaron? ¿Horiguchi únicamente asesinó a los gatos?
¿Hayashida disparó a Tetsuo Ishizawa? ¿Dónde está Hayashida? No entiendo
absolutamente nada.
—No tenemos nada que nos sirva de hilo conductor. —Curiosamente, esta vez
Ishidzu hizo un comentario apropiado.
—Hermano. Mira a Holmes… —advirtió Harumi.
La gata estaba sentada bien tiesa justo al lado del teléfono.
—¿Qué quieres? ¿Qué ocurre con el teléfono?
Esta vez, la felina anduvo hacia Katayama, metió la pata delantera dentro del
bolsillo interior de su chaqueta y tocó la pistola que llevaba colgando de los hombros.
—¿La pistola? ¿El teléfono y la pistola?

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El detective de la central se quedó pensativo.
—Con lo de la pistola, debe referirse al hecho que Hayashida asesinara de un
disparo a Tetsuo Ishizawa… Y con el teléfono… Claro. En ese momento, Ishizawa
estaba al teléfono.
Katayama se quedó perplejo al darse cuenta de algo:
—¡Fue esa llamada!
—¿Qué pasa?
—Si Ishizawa no hubiera atendido la llamada, no le hubieran disparado. El
teléfono está en medio del corredor, en un punto que es visible desde el jardín. A él lo
atrajeron con engaños hasta esa posición… —empezó a decir Katayama, pero
interrumpió su narración.
—¿Alguien lo atrajo hasta allí con engaños?
—Dijo que había una llamada para Ishizawa… Él tenía el auricular agarrado
cuando le dispararon. Yo me fui corriendo al jardín… Ella pidió la ambulancia.
—¡No había pensado en ello! La llamada para Ishizawa…
—¿Quieres decir que Hayashida tenía una cómplice que se encargó de hacer la
llamada telefónica?
—No, lo que digo es que no se recibió ninguna llamada —negó Katayama en un
susurro.
—¿Qué?
—¿No os parece absurdo? Si la persona con quien uno está hablando por teléfono
cae al suelo a media conversación porque le han disparado, el interlocutor que hay al
otro lado del auricular se lleva un buen susto. Tendría que haber vuelto a llamar para
saber qué había sucedido.
—¿Ritsuko no te ha dado ningún detalle?
—Ella no me dijo nada. De haberlo hecho, lo recordaría.
—Entonces, ¿qué es lo que sucede?
—«Que Ritsuko me ha mentido» —pensó.

—Estoy contentísima de que podamos vernos al mediodía.


Ritsuko se sentó con una sonrisa en el asiento que había frente a Katayama.
—Perdona que te haya pedido que vengas.
—No pasa nada. ¿De qué querías hablarme?
Aquella era la única cafetería que había en todo el complejo de apartamentos. Al
tratarse de un día laborable, había cantidad de amas de casa acompañadas de sus
retoños. No era el ambiente óptimo para hablar de asuntos tan importantes.
—Verás… Es que… hay algunas cosas de este caso que no terminan de encajar.
—Ya lo supongo.
—Aunque en realidad, si lo piensas bien, todo es muy simple.
—¿En qué sentido?

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—Es decir… que… dejando al margen la muerte de Horiguchi, las dos víctimas
de asesinato son Tsuneyo Ishizawa y su hijo Tetsuo. En conclusión, ¿quién se ha
beneficiado de eso?
—¿Estás hablando del móvil del crimen? Afirmar que los beneficiados son los
gatos fantasma estaría fuera de lugar.
—Exactamente. En consecuencia, quien se beneficia es… la señora Makiko…
—Y yo…
Katayama asintió.
—Me he dado cuenta de lo de la llamada.
—¿La llamada?
El detective le habló de la tesis de la llamada que teóricamente tendría que haber
recibido Ishizawa.
—En realidad, no le telefonearon. Tú dijiste que había una llamada para él y de
ese modo, le condujiste con engaños a un punto desde el que se le veía claramente
desde el jardín.
—Es una historia interesante, pero te equivocas —dijo Ritsuko sonriendo.
—¿Qué?
—Sí que le llamó alguien, palabra.
—¿Quién fue?
—No lo sé. Yo no respondí la llamada.
—Entonces…
—Fue Makiko quien descolgó el auricular —dijo Ritsuko—. Llamé a la policía
como me pediste y cuando colgué, sonó el teléfono. En ese preciso momento, Makiko
agarró el auricular enseguida y luego me explicó que era una llamada para su marido.
—Entonces, el teléfono sí que sonó.
—Sí, exacto.
Él se llevó las manos a la cabeza. Todas sus deducciones se habían ido al garete.
—Nos hemos precipitado —reconoció Katayama cruzado de brazos.
—No te deprimas tanto, hombre —respondió Harumi.
—Claro. Es normal que tú te equivoques. —Ese era Ishidzu.
—¿Qué insinúas con «es normal»?
—Ay, no me he expresado bien. Quería decir «incluso tú puedes equivocarte».
—Demasiado tarde para rectificar.
Se estaban desplazando en el coche del detective de Meguro. El deportivo había
abandonado el complejo de apartamentos e iban por la carretera que se dirigía hacia
la estación. En ese momento, el coche llegó a la altura de la aldea.
—Allí es donde apareció Koto —dijo Katayama mirando por la ventana—.
¡Mirad allí!
Holmes también articuló un maullido agudo cuando miró hacia el exterior a
través de la ventana.
—¡Es Koto!

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La gata blanca salió de entre la vegetación. Ishidzu detuvo el coche
repentinamente pisando el freno a fondo. A continuación, la gata volvió a meterse
entre las plantas.
—¿Qué querrá?
—Quizá quería llamarnos. Holmes, ¿tú qué opinas?
La gata maulló para mostrar su acuerdo.
—Muy bien. Bajemos del coche —sugirió Katayama.
La aldea estaba aún más desangelada que la vez anterior que habían estado allí.
Francamente, parecía una aldea abandonada. Algo comprensible teniendo en cuenta
que se había arrestado a los ocho aldeanos.
Cuando llegaron a la mansión de los gatos, había un agente de policía aburrido
apostado delante de la puerta principal destrozada.
—¿Es usted el detective Katayama?
—El mismo.
—Tengo un recado de parte del detective Nemoto.
—¡No me fastidies! —prorrumpió Katayama cuando acabó de leer la nota.
—¿Qué ocurre?
—Como ya han arrestado a esos ocho hombres han decidido retirar el centro de
operaciones de aquí.
—Ya que estamos aquí, vamos a ver a Makiko Ishizawa.
—¿Qué haremos?
—Comprobar lo de la llamada telefónica que hemos estado comentando.
Entraron por el recibidor de la casa y llamaron a la viuda, pero no contestó nadie.
—A lo mejor ha salido.
Se internaron en la mansión y avanzaron por el corredor.
—No es correcto que entremos en su ausencia.
—Exacto. ¿Qué haremos si un agente de policía nos encuentra aquí dentro? —
añadió Ishidzu.
Fueron hasta las habitaciones del fondo para buscarla, pero allí no había ni un
alma.
—Qué remedio. Tendremos que marcharnos. —Cuando Katayama iba a volver
por donde había venido, preguntó por Holmes.
—No lo sé. ¿No será que no nos ha acompañado adentro?
—¿Tú crees? A mí me ha parecido verla entrar por el recibidor.
En ese mismo momento, llegaron hasta un punto desde el que se veía el teléfono.
Este sonó.
—Están llamando.
—Ya me pongo yo.
El detective de la Central corrió a descolgar el auricular:
—Sí, diga. ¿Diga?
—¿Qué pasa?

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Él le tendió el auricular a su hermana. Se oía el tono de establecimiento de
llamada.
—Pero si no ha llamado nadie.
—Sin embargo, ha sonado el timbre del teléfono… —Justo entonces, la gata
calicó se dejó ver detrás de la base del teléfono.
—Holmes, ¿has sido tú?
Su amo echó un vistazo y sacó de allí un objeto con la mano.
—Esto es un reloj.
—Sí, uno de viaje. ¡Es un despertador!
—¿Cómo?
—¡Escuchad atentamente!
Katayama hizo sonar la alarma del despertador justo al lado del teléfono y la paró
enseguida.
—Es como si hubieran llamado.
—Es lo más simple del mundo. Cuando uno está dormido, más de una vez echa
mano del teléfono en lugar de apagar el despertador. El asesino hizo sonar esta alarma
con el reloj despertador en la mano, agarró el auricular al momento e hizo ver que
contestaba al teléfono.
—Entonces… ¿Makiko asesinó a su marido?
—Y seguramente también a Tsuneyo Ishizawa. ¡Tenemos que encontrarla e
interrogarla!
Fue terminar de decir esto y oír el grito de una mujer que procedía de la puerta.
—¿Qué ha sido eso?
—¡Vamos!
Los tres echaron a correr y vieron a Makiko Ishizawa venir corriendo desde
recepción. Tenía el rostro y las extremidades llenas de heridas.
—¡Socorro! —gritó. Acto seguido se cayó en la entrada.
Todos estaban estupefactos. Delante del recibidor de la casa había diez gatos
alineados.
—¡Ayudadme! ¡Echad a los gatos de aquí! —gritaba la viuda como una histérica.
—¿Qué ha sucedido?
—Alguien me ha pedido… que fuera a ese templo.
—¿Quién?
—No-no lo sé… Y entonces, de repente… los gatos han empezado a atacarme…
Mientras los gatos estaban entrando en el recibidor, la mujer volvió a chillar y a
encogerse.
—¡Hagan algo con esos gatos, por favor!
Harumi apremió a su hermano a intervenir.
—Tranquila —contuvo Katayama a la mujer—. Señora, ¿no será que la están
atacando porque mató a un gato?
—¿Cómo ha dicho? —Makiko se estremeció al oírle.

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—Usted fue quien asesinó a la señora Tsuneyo Ishizawa, ¿cierto? Y a su marido
también… Ah, lo olvidaba. También asesinó al señor Ueno fingiendo que había sido
un suicidio.
—¡No diga tonterías! ¡Eche a los gatos, deprisa!
—Ahora lo entiendo…
Katayama tuvo una idea. No era lo habitual en él, pero cualquiera puede tener un
momento de inspiración bajo presión.
—Fue Horiguchi. Usted no podría haber matado a la señora Tsuneyo con la
espada o dispararle a su marido. Hizo que Horiguchi le hiciera el trabajo sucio,
¿verdad?
—¿Cómo puede decir eso?
—Si la señora Tsuneyo y su marido morían, estas tierras acabarían siendo suyas.
Usted sedujo a Horiguchi para llevarlo a su terreno y entonces los mataron a los dos.
Ueno llegó en el preciso momento en el que usted y Horiguchi estaban asesinando a
la señora Tsuneyo.
»Todo el mundo sabía que el señor Ueno y la señora Tsuneyo habían tenido sus
encontronazos. Así que asesinó al señor Ueno, hizo que todo pareciera un suicidio
para cargarle a él con las muertes.
—¡No sé de qué me habla!
—A continuación, Horiguchi utilizó el nombre de su marido para citar a Kinuko
en el jardín que hay detrás de la mansión y la violó. De este modo, despertarían en
Hayashida el deseo de asesinar a Tetsuo. Usted fingió que habían recibido una
llamada sirviéndose del reloj despertador y condujo a su marido a un punto desde el
que se lo viera claramente desde el jardín. Así, desde allí, con la pistola que le había
arrebatado al agente de policía, Horiguchi…
—¡Eso es ridículo!
—¿Usted cree?
—¿Acaso tiene pruebas?
—Las tengo. Por ejemplo, ciertas piedras de grava. Las encontramos enganchadas
tanto en el calzado de Horiguchi, como en sus sandalias. Eso se debe a que los dos se
encontraban en el templo.
»Los mató a los tres, cosa que lo tenía sumamente aterrado. Llegó incluso a tener
miedo de los maullidos de los gatos. Por ello decidió traicionarlo y lo asesinó.
—¡No sé de qué habla! ¡Yo no tengo nada que ver con eso!
—En ese caso… —Katayama miró a Harumi y a Ishidzu—. ¿Nos vamos?
—¿Cómo? —preguntó Harumi con una expresión extrañada en el rostro—.
¿Adónde?
—Fuera. Le dejaremos el resto a los gatos.
—¡No pueden hacer eso! —Makiko abrió exageradamente los ojos—. ¡No! ¡No
me dejen aquí!
—La estaremos esperando delante de la mansión.

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—Sí, hagamos eso —asintió el detective de Meguro con una sonrisa de oreja a
oreja.
Katayama y Harumi, seguidos de Ishidzu, salieron de la casa por el recibidor y
cerraron la puerta.
—¿Tú crees que estamos haciendo bien?
—Holmes está ahí. Además, no creo que se muera por unos cuantos arañazos.
Oyeron cómo la mujer corría aparatosamente por la casa, los maullidos
furibundos de los gatos, los gritos histéricos…
—¡Socorro! ¡Está bien! ¡Fue cosa mía! ¡Tienen razón! ¡Se lo explicaré todo, pero
ayúdenme!

VII
Parece que ya está bastante más tranquila —afirmó Kurihara alegremente—. Lo
ha cantado todo. Las cosas nunca fueron bien ni con su marido, ni con su suegra.
Cuando supo que podían venderse los terrenos por un precio astronómico, decidió
matarlos a los dos. Entonces, sedujo a Horiguchi hasta el punto que lo manejaba a su
antojo.
—Como suponía, ¿hizo que él los asesinara?
—Sí, pero necesitaban a alguien a quien cargarle los crímenes. Eligieron a Ueno
porque habían tenido problemas con él en otras ocasiones. No obstante, el exdetective
entró en la mansión en el momento en que Horiguchi asesinaba a Tsuneyo Ishizawa.
Entonces, lo mataron entre los dos.
—Supongo que los miembros del grupo de representantes no sabían nada.
—Por supuesto que no. Para evitar que confesara, Makiko mató un gato
personalmente e hizo que Horiguchi matara a otro. Luego, ella desapareció antes de
que los otros miembros del grupo llegaran.
—Por eso, once de los gatos…
—Exacto.
—¿El asesinato de Horiguchi también lo cometió Makiko?
—Así es. Por lo visto le cortó el cuello con un cuchillo de cocina para cortar
carne.
—Pero esa herida…
Kurihara meneó la cabeza.
—La propia Makiko no se lo explica. Además, pese a que ella había dejado el
cadáver en el recinto del templo, se lo acabó encontrando delante de la mansión; eso
la aterrorizó.
—¿Quién trasladó ese cuerpo hasta allí? No me diga que fueron los gatos…
—Aunque sean una decena de ellos, es imposible que lograran hacer algo así.

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Katayama respiró aliviado.
—Gracias a esto, ahora sabemos que Hayashida es inocente.
—Si hacemos pública su inocencia, volverá a aparecer.
—Por otro lado, parece que la vida de Kinuko Ueno ya no corre peligro… Seguro
que ese exagente se encuentra cerca del complejo de apartamentos.
—¿Por qué lo dices?
—Porque es el único motivo lógico que explica que la hija de Ueno se escapara
del hospital a medianoche. No hay duda de que él fingió que huía del complejo de
apartamentos y luego regresó. No es la clase de hombre que abandona a una novia a
la que han agredido. Debió encontrar una forma de ponerse en contacto con ella e
indicarle dónde se encontraba. Kinuko es una mujer fuerte que sabe cuidar de sí
misma, así que buscó el mejor modo de llegar hasta su escondrijo.
—Qué raro que estés tan inspirado.
Katayama no estaba seguro de que aquello fuera un halago, pero le dio las gracias
a su jefe igualmente.
Claro, ella se puso a maullar como un gato y se comportó de ese modo porque no
quería que encontraran a Hayashida. Al fin y al cabo, reaccionó así para desviar las
sospechas sobre sus extremidades manchadas de tierra.
Qué mujer más inteligente.

—Lo único que desconocemos es qué hicieron los gatos —concretó Katayama.
—¿Qué quieres decir? —Ritsuko lo miró extrañada.
—A ver… Se diría que los que sobrevivieron se agruparon y se organizaron para
vengar la muerte de su propietaria, ¿no te parece? Por otro lado, alguien que
permaneció en la sombra pidió expresamente que los alimentaran.
—¿Quién crees que fue?
El detective se quedó mirando a Ritsuko fijamente como si hubiera caído en la
cuenta:
—Fuiste tú, ¿verdad?
—Sí. Reuní a los gatos que sobrevivieron en ese templo utilizando el olor que
emana del matatabi. Pero me resultaba imposible darles de comer todos los días, así
que le pedí a la chica del restaurante que lo hiciera por mí.
—Ya lo entiendo. Entonces, como sabías que nosotros estaríamos allí vigilando,
esa noche no pudiste ir a dejar el dinero.
—Exacto.
—Espera un momento. Eso significa que… La persona que citó allí a Makiko y
que trasladó el cadáver de Horiguchi para colocarlo delante de la mansión…
—Fui yo. Lo encontré asesinado en el templo y manipulé la herida para que
pareciera que se la había producido un animal…
—¿Cómo lo hiciste?

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—Con un kenzan, una de esas herramientas que se utilizan en los arreglos florales
de Ikebana. Cuando fui a visitar a Kinuko al hospital lo dejé dentro de un jarrón que
había en su cuarto. Aún tendría que estar allí.
Como es lógico, ni Katayama ni Kinuko tenían forma de saber que ese kenzan
estaba enterrado junto al bolso de Harumi.
Katayama y Ritsuko estaban solos conversando con toda naturalidad. En la
mansión de los gatos reinaba la paz.
—¿Cómo supiste que Horiguchi era el asesino?
—¿Y si te dijera que vi lo sucedido?
—¿Que lo viste?
—Ese día llegué más pronto de lo previsto; justo en el instante en que ese hombre
animaba a los otros representantes de la aldea a que asesinaran a los gatos. Me quedé
observándolos a escondidas.
—¿Por eso quisiste vengarte?
—Por supuesto. Supe que él había asesinado a mi tía, pero estaba convencida de
que tenía que haber alguien más detrás. Aunque no estaba del todo segura, pensaba
que podría ser Makiko. Además, también quería darles una lección a Horiguchi y los
demás miembros del grupo.
—Entonces, ¿pintaste a esa gata blanca de rojo?
—Me dejé llevar por la imaginación. Lo malo es que luego fue realmente
complicado dejarla limpia de nuevo. —Ritsuko se expresaba como si se estuviera
quitando de encima los sufrimientos que llevaba dentro.
—Y luego por la noche la hacía maullar para que se sintieran amenazados… Una
persona ha muerto por eso.
—Ya… Soy consciente de lo ocurrido. ¿Pero sabes? No me arrepiento. Ellos se lo
buscaron. Estas eran las tierras de mi tía y punto. Los gatos ya no tenían adónde ir. Y
eso era algo que tampoco podía tolerar. —Ritsuko miró fijamente a Katayama—.
Escucha, ¿a ti no te parece raro? Pese a que los seres humanos también son animales,
no paran de construir ciudades donde no se permite tener perros o gatos… A fin de
cuentas, ¿puede ser una persona realmente feliz en un lugar donde no se permite que
vivan los gatos?
Katayama no comentó nada más. Efectivamente, se le hacía extraña una ciudad
como aquella.
Ritsuko se levantó del sofá.
—¿Te apetece otra taza de té?
—No, gracias.
—No hay problema, de verdad. Te lo traeré enseguida.
Ritsuko dibujó una sonrisa misteriosa, salió de la sala de visitas… y no volvió a
entrar nunca más.

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EPÍLOGO
dónde habrá ido Ritsuko? —preguntó Harumi.
—¿ A —Ni idea… —Como si estuviera ahogando sus penas, de un solo
trago, Katayama ingirió como un licor lo que era en realidad una taza de té
ardiente[35] y pegó un brinco gritando de dolor.
—¿Qué te esperabas? Está caliente.
—Ya…
—Aunque te hayan dejado, no hace falta que…
—No seas tan directa, ¿quieres? Después de todo, aquella historia de la boda era
una tomadura de pelo.
—¿Y eso por qué?
—Está claro que lo era. Ella me manipuló para que la ayudara a averiguar quién
era el asesino.
—Es posible que lo hiciera… ¿Pero estás seguro de que no había nada más?
—Pensar que no lo había me trae menos problemas.
—Pero anímate, hombre. Por lo visto, Kinuko y Hayashida ahora son muy felices.
¿Qué más se puede pedir?
—¿Y tú e Ishidzu?
—¡Venga ya! —Harumi se sonrojó un poco—. Lo nuestro es distinto a lo que
tienen esos dos.
Katayama respiró hondo.
—Esa gata llamada Koto también ha desaparecido sin dejar rastro.
—Es verdad. Y los otros gatos también. ¿Adónde habrán ido?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
—Escucha, hermano…
—Dime.
—¿No podría ser… que Ritsuko fuera la forma humana de Koto?
Katayama abrió los ojos desmesuradamente.
—¡No digas tonterías! ¡Ya estoy harto de historias de terror!
—Pero… si lo piensas bien, nosotros nunca la hemos visto a ella y a Koto al
mismo tiempo.
—Venga ya…
—Te digo que sí. Si fuera el caso…
—¡No sigas por ahí! Eso es ridículo. ¿Verdad, Holmes?
La gata, que estaba durmiendo en una esquina de la habitación, abrió los ojos
trabajosamente para volver a cerrarlos a continuación.
Recordó su encuentro con Ritsuko en el vagón litera y su forma felina de
moverse… Quizá ella subió al tren sin pagar. Seguramente, con ella iba Koto. Al
llegar a la estación la gata se adelantó para distraer la atención del revisor, momento

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que aprovechó Ritsuko para bajar del tren sin ser visto. Seguro que era eso.
Esa dichosa carta de su difunta tía debía ser un invento para poder acercarse a él.
Sonó el teléfono y Katayama, que era quien lo tenía más cerca, descolgó el
auricular.
—Katayama, dígame.
—Hola, soy yo.
—¡Ritsuko! ¿Se puede saber dónde estás?
—Eso no importa. Espero que cumplas tu promesa.
—¿Qué promesa?
—Te pedí una cosa en el restaurante, ¿recuerdas?
—Ah, sí, aquello. —Se trataba de aquella promesa que no sabía en qué consistía.
—Hazte cargo de ellos, por favor.
—¿De ellos?
—Mímalos mucho, por favor. Yo ya no puedo volver a verte… Adiós.
—Espera un momento…
Ritsuko colgó el teléfono.
Katayama le habló a Holmes mirándola fijamente:
—Oye, tú. ¿Qué opinas? ¿Crees que ella es un gato fantasma?
En lugar de responder, Holmes levantó la cabeza y miró hacia la puerta del
apartamento. Se oía una especie de correteo fuera aproximándose.
—Es Ishidzu. —Harumi se levantó. Abrió la puerta bruscamente y el grandullón
se cayó al suelo dentro del apartamento.
—¡Es-es horrible! A-allí…
—¡Resiste, hombre! ¿Qué quieres decir?
—¡Hermano! —levantó la voz Harumi.
Katayama abrió los ojos desmesuradamente. Delante de la entrada de su
apartamento había unos diez gatos alineados.
«¿Hazte cargo de ellos?». Eso significaba que lo que Ritsuko le había pedido
aquella vez, era que cuidara de los diez felinos que habían sobrevivido. Estos
maullaron todos al unísono como si estuvieran diciendo: encantados de conocerte.
Esperamos que cuides bien de nosotros.

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JIRŌ AKAGAWA (Fukuoka, Japón, 1948). Es un autor irremisiblemente unido al
género de las novelas de misterio en su país de origen.
Influenciado intensamente por el manga gracias al impacto que produjo en él la obra
de Osamu Tezuka (considerado padre del manga) y por Las Aventuras de Sherlock
Holmes de sir Arthur Conan Doyle, empezó a escribir sus propias historias a una
edad muy temprana y se manifestaba constantemente como un joven muy
imaginativo.
Tras graduarse y trabajar varios años primero en una librería y luego en La Sociedad
Japonesa de Ingenieros Mecánicos cuando parecía que difícilmente escribiría novela
alguna, en el año 1975 empezó a trabajar en su faceta literaria. El año siguiente
debutó con la obra: El tren fantasma, que recibió el galardón All Yomimono al autor
novel de novelas de misterio.
El año 1978 publicaría su bestseller: Las deducciones de Holmes, la gata calicó que
lo convirtió en un autor sumamente popular entre los lectores, que siguieron esa serie
y las muy diversas obras que el autor fue publicando de forma continua. En ellas, el
autor demuestra su talento prolífico para contar las historias en su mayoría
focalizadas en el género del misterio; sea con historias detectivescas, novela negra o
historias con protagonistas corrientes que se enfrentan a misterios o simplemente los
provocan. Todas ellas salpicadas de sentido del humor e ironía, en las que no faltan
elementos escabrosos.
Su debut y la primera novela de Holmes solo sería el principio de una larga

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trayectoria en la que con su talento, ha trabajado e innovado el campo del misterio en
toda su amplitud. Talento que se ha visto ampliamente reconocido con el Premio
Kadokawa al Género de la Novela por El réquiem de consagrarse a una esposa
terrible (1980), el galardón en reconocimiento a los logros de toda una vida en la
literatura de misterio japonesa, (2006) y las diversas nominaciones entre los años
1979-1982, en premios de renombre como el Galardón del Gremio de Escritores de
Misterio Japoneses el Premio Naoki y el Premio Eiji Yoshikawa.
Durante más de treinta años de trayectoria ha publicado más de 480 novelas. Dos de
las más populares entre los jóvenes fueron Una voz del cielo y Uniformes de
escolares y ametralladoras que han tenido su correspondiente adaptación bien a la
animación, o bien al cine de imagen real.
Sin embargo, las obras que han tenido más fama han sido sus once series de novelas,
entre las cuales destacan la de Holmes, la gata calicó, La tres hermanas detectives y
La familia Hayakawa.
Asimismo, también ha trabajado en la adaptación de muchas de sus obras al cine, al
mundo de los videojuegos y a la televisión en formato de serie televisiva, que a lo
largo de los años han ido apareciendo de forma casi constante en las diversas cadenas
japonesas.

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NOTAS

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[1] Gato fantasma. Ser sobrenatural de la mitología japonesa capaz de adoptar forma

humana e interactuar con los seres humanos. <<

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[2] Área situada al oeste de Tōkyō. <<

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[3] En la cultura japonesa, esa superstición se interpreta a la inversa. El blanco en su

cultura suele tener connotaciones negativas relacionadas con la muerte. <<

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[4] Distrito comercial situado en el centro de Tōkyō. <<

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[5] En Japón, los apartamentos suelen tener un tamaño bastante reducido. Allí, un

apartamento para una sola persona ronda los 20 m2. <<

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[6] En Japón, la policía dispone de pequeños puestos de guardia repartidos por los

diversos barrios de la ciudad, sobre todo los de carácter residencial. No son


comisarías al uso, sino más bien puntos de atención al ciudadano para atender los
problemas de carácter más inmediato en una política de proximidad. <<

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[7] Tipo de arpa japonesa. <<

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[8] Ajedrez japonés. <<

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[9] Cubículo o pequeño espacio elevado habitual en las habitaciones japonesas con

tatami donde se colocan rollos desplegables decorativos con pinturas, arreglos


florales u objetos más específicos con un valor sentimental para la familia o persona
que suele hacer uso de la estancia. <<

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[10] En las casas de madera construidas según la arquitectura tradicional japonesa, la

casa en sí no está directamente aposentada sobre el suelo, sino que se construye sobre
una serie de vigas y pilares que se alzan sobre el suelo, creando un espacio entre el
suelo de la propia casa y el terreno sobre el que se ha realizado la edificación. <<

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[11] También conocida como Actinidia polygama. Planta con efectos narcotizantes

para los gatos más fuertes que la hierba gatera. <<

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[12] Tipo de fideo de alforfón que suele servirse frío. <<

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[13] Vecindario situado en el barrio de Shinjuku, Tōkyō. <<

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[14] Barrio del distrito de Toshima, en Tōkyō. <<

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[15] Las dunas de arena de Tottori (焦取砂石) son unas dunas gigantescas ubicadas en la

costa de la ciudad de Tottori, en la prefectura del mismo nombre. <<

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[16] Colchón de algodón que emplean los japoneses para dormir en el suelo. <<

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[17] Tradicionalmente se decía que cuando a un ser humano lo poseía un zorro se

volvía completamente loco. <<

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[18]
El nombre de Hayashida se escribe con los caracteres Bosque + Campo,
respectivamente. <<

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[19] En Japón es raro ver esa clase de manifestaciones de afecto en la calle y por lo

general, se suelen dar entre personas entre las que ya existe un tipo de relación más
bien afianzada. <<

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[20] El perímetro sagrado del pabellón o pabellones de los templos sintoístas suele

estar cubierto por una grava fina de cantos rodados de un color blancuzco y/o
grisáceo muy característico. <<

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[21] En Japón, tradicionalmente, el cuidado de los padres cuando llegan a una edad

avanzada recae sobre las mujeres. <<

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[22] En los años 70 y 80, los ciudadanos tenían que pagar un impuesto específico para

poder recibir correctamente la señal de la televisión estatal. <<

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[23] Soporte con pinchos empleado en el Ikebana, un arte tradicional japonés que

consiste en la realización de arreglos florales. <<

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[24] Fideos de alforfón que suelen servirse fríos. <<

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[25] Los templos sintoístas suelen tener un torii o arco de acceso de color rojo que

marca la línea de separación entre el espacio sagrado y el exterior. <<

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[26] En la arquitectura japonesa tradicional, el suelo de las casas y templos no está

asentado directamente sobre el mismo, suele estar alzado sobre una estructura de
vigas y pilares que normalmente dejan un espacio entre el suelo y el terreno en una
franja bastante amplia. <<

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[27] Tarō Urashima es un personaje de cuento que tras pasar decenios bajo el mar

vuelve a la superficie y allí, tras abrir una caja, pasa de ser un hombre joven, a uno
viejo y decrépito con el cabello cano en un solo instante. <<

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[28] Los horarios laborales suelen terminar, a menos que se tengan que hacer horas

extra, hacia las cinco de la tarde. <<

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[29] Cuando los cerezos están en flor los japoneses celebran el Hanami. En él acuden a

parques y jardines donde hay cerezos, y hacen pequeñas celebraciones al pie de los
árboles. <<

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[30] La temporada asociada con la aparición de fantasmas es el Obon, que se da a

mediados de agosto, durante la celebración del día de los muertos. <<

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[31] Los mapaches son unos animales con connotaciones mágicas que protagonizan

muchos cuentos y mitos japoneses. Tienen la capacidad de transformarse en cualquier


cosa a voluntad con el fin de engañar a los seres humanos y hacerles travesuras que a
menudo están cargadas de maldad. <<

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[32] En Japón no es raro encontrar baños públicos mixtos y el simple hecho de que un

hombre se bañe en la misma bañera que una mujer no siempre tiene connotaciones
eróticas. <<

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[33] Tipo de kimono de verano de algodón. <<

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[34] La lectura de los nombres japoneses reviste una gran dificultad y en muchos

casos, los mismos nativos tienen que indicar la pronunciación de los caracteres con
los que se escriben sus nombres para evitar que se dé una lectura errónea de los
mismos. La combinación el apellido de la víctima, puede leerse de hasta cinco formas
distintas. <<

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[35] En el original se hace un juego palabras con las expresiones やけ唐 (ahogar las

penas en la bebida) y やけ紅察 (té ardiente). <<

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