La Mansión de Los Gatos
La Mansión de Los Gatos
La Mansión de Los Gatos
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Jirō Akagawa
ePub r1.0
Titivillus 31-03-2018
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Jirō Akagawa, 2016
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INTRODUCCIÓN
El autor
acido en el año 1948, Jirō Akagawa es un autor irremisiblemente unido al
N género de las novelas de misterio en su país de origen.
Influenciado intensamente por el manga gracias al impacto que produjo en él la
obra de Osamu Tezuka (considerado padre del manga) y por Las Aventuras de
Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle, empezó a escribir sus propias historias
a una edad muy temprana y se manifestaba constantemente como un joven muy
imaginativo.
Tras graduarse y trabajar varios años primero en una librería y luego en La
Sociedad Japonesa de Ingenieros Mecánicos (日本楼械学会), cuando parecía que
difícilmente escribiría novela alguna, en el año 1975 empezó a trabajar en su faceta
literaria. El año siguiente debutó con la obra: «El tren fantasma» (幽募列兼), que
recibió el galardón All Yomimono al autor novel de novelas de misterio (オール瞭核雄理
火説統人償).
El año 1978 publicaría su best seller, «Las deducciones de Holmes, la gata
calicó» (三手便ホームズの雄理), que lo convirtió en un escritor sumamente popular entre
los lectores, que siguieron esa serie y las muy diversas obras que el autor fue
publicando de forma continua. En ellas, demuestra su talento prolífico para contar las
historias en su mayoría focalizadas en el género del misterio; sea con historias
detectivescas, novela negra o historias con protagonistas corrientes que se enfrentan a
misterios o simplemente los provocan. Todas ellas salpicadas de sentido del humor e
ironía, en las que no faltan elementos escabrosos.
Su debut y la primera novela de Holmes solo sería el principio de una larga
trayectoria en la que con su talento, ha trabajado e innovado el campo del misterio en
toda su amplitud. Talento que se ha visto ampliamente reconocido con el Premio
Kadokawa al Género de la Novela (民川火説賞) por «El réquiem de consagrarse a una
esposa terrible» (兼凄任俸代るレクイエム) (1980), el galardón en reconocimiento a los
logros de toda una vida en la literatura de misterio japonesa (日本ミステリー文学大賞)
(2006) y las diversas nominaciones entre los años 1979-1982, en premios de
renombre como el Galardón del Gremio de Escritores de Misterio Japoneses, (日本稚
理拝索後絵賞) el Premio Naoki y el Premio Eiji Yoshikawa.
Durante más de treinta años de trayectoria ha publicado más de 480 novelas. Dos
de las más populares entre los jóvenes fueron Una voz del cielo (天ガちの声) y
Uniformes de escolares y ametralladoras (七ーゞー腹と後閑徐), que han tenido su
correspondiente adaptación bien a la animación, o bien al cine de imagen real.
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Sin embargo, las obras que han tenido más fama han sido sus once series de
novelas, entre las cuales destacan la de Holmes, la gata calicó (三毛横ホームえ), la de
Las tres hermanas detectives (三妹姉狭偵団), la de La familia Hayakawa (早川ー家).
Asimismo, también ha trabajado en la adaptación de muchas de sus obras al cine,
al mundo de los videojuegos y a la televisión en formato de serie televisiva, que a lo
largo de los años han ido apareciendo de forma casi constante en las diversas cadenas
japonesas.
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Sobre la presente novela
La novela que les presentamos en esta ocasión, La mansión de los gatos. Los
misterios de la gata Holmes (三毛横ホームえの径訟) es la tercera entrega de la serie
dedicada a la felina detective. Pese a que hasta la fecha esta editorial únicamente ha
publicado el primero de los volúmenes de la colección, este salto no supone un gran
inconveniente, puesto que la serie se rige por el principio de presentar un nuevo caso
por volumen que por lo general no guarda relación con los anteriores. Incluso en su
país de origen, creados por la editorial y por los propios lectores, existen listados
donde se facilitan los títulos más determinantes y/o emblemáticos de la colección que
permiten al lector casual capturar la esencia de las andanzas de sus protagonistas sin
necesidad de tener que leer la totalidad de los numerosos libros que integran la
colección hasta la fecha.
Los únicos factores que podemos calificar como permanentes en esta serie de
novelas son sus dos protagonistas principales: El detective Yoshitarō Katayama de la
Comisaría Central Metropolitana y su gata Holmes que hace las veces de sabueso.
Asimismo, a menudo se ven arropados en las diversas tramas por su círculo
inmediato representado a menudo por su hermana Harumi y por el detective Ishidzu
de la comisaría de Meguro, un barrio de Tōkyō.
Ishidzu es un nuevo personaje al que veremos a lo largo de múltiples pasajes de la
presente novela y al que Akagawa introdujo en La persecución de Holmes, la gata
calicó (三毛横ホームえの追航瓶刷), el segundo volumen de la colección. Se trata de un
joven detective de buen corazón, corpulento, decidido… y como no podía ser de otra
forma, aquejado por una fobia extraña que roza lo ridículo (en su caso, por los gatos).
Un factor interesante de este personaje es el modo en que el autor lo emplea para
interactuar en vis cómica con los hechos que se van desarrollando en la trama y con
Yoshitarō Katayama, su colega de oficio. En muchos instantes vemos a los dos
detectives reproduciendo el humor japonés tradicional de los dashare o juegos de
palabras absurdos y encarnando escenas propias de los clásicos dúos de cómicos de
Osaka. En estos dúos, habitualmente, el espectador encuentra a dos cómicos
representando a un personaje listo y a otro simplón que discuten sobre un asunto o
anécdota trivial. Dicha discusión, en la que hacen uso de una verborrea incesante
cargada de juegos de palabras e ingenio, suele terminar con el simplón poniendo en
evidencia al listo hasta llegar al punto que ya no se sabe cuál de ellos es el más
inteligente o absurdo.
Al margen de esta novedad, el lector encontrará en esta novela una historia que se
ajusta a la perfección a los cánones de Arakawa: una historia ligera ambientada en los
años ochenta con crímenes cruentos, misterios a los que se intenta dar una
explicación, ironía y más felinos que nunca.
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PRÓLOGO
l bajo continuo que tañían las ruedas girando sin cesar, y el ritmo monótono del
E sonido característico que marcaba el cambio de raíles invitaban al sueño antes de
que uno se diera cuenta.
Las ondas de choque, producto del cruce con otro tren que iba en dirección
contraria, agitaron las ventanas y Katayama abrió los ojos de repente. Estirado sobre
la litera, tenía una novela de detectives que había dejado abierta, a medio leer.
—Me he quedado adormilado sin querer… —murmuró. Katayama se dio la
vuelta y se quedó boca arriba en su litera superior, excesivamente estrecha para su
gusto. Vio en su reloj de pulsera que pronto sería la una de la madrugada. Se preguntó
por dónde debían andar. Se había dado cuenta de que habían hecho una parada en
Hiroshima pasadas las once de la noche, pero luego ya… Es posible que hubieran
dejado atrás Okayama.
La litera de arriba temblaba, un hecho que a Katayama no le gustaba lo más
mínimo. Pese a estar cerca de los treinta años y ser un detective de la Primera Sección
de Investigación de la Comisaría Central Metropolitana, era tan delicado que no
podía conciliar el sueño en una litera; algo de lo que uno no podía presumir. No era lo
que se dice un hombre todo terreno, pero es que su naturaleza era así, por ese motivo
él mismo tenía dudas sobre el hecho de ser policía.
—Tendría que intentar dormir… —se dijo a sí mismo.
Apagó la luz que tenía justo al lado de la cabeza e intentó estirar las piernas en
ese espacio tan reducido. ¿Por qué eran tan estrechas? Katayama medía cerca de
metro ochenta, y su rostro y sus ojos de rasgos femeninos parecían haber sido
encajados a lo tonto en un cuerpo largo y delgaducho.
Nada más decidir que ya era hora de dormir, se le quitaron todas las ganas de
hacerlo de golpe. Pero claro, era ponerse a leer un libro y no poder parar de cabecear.
Katayama meneó la cabeza. Es probable que durante la lectura, no le prestara
atención al tembleque y a los sonidos del tren, y precisamente por eso, se quedara
dormido. No obstante, en cuanto se quedaba quieto con los ojos cerrados, todo ese
barullo le ponía de los nervios y acababa con la cabeza despejada.
—¡Mierda! —Encendió la luz y luego abrió con cuidado la cortina que tenía justo
al lado. Parecía que los demás pasajeros seguían durmiendo.
Ya que no podía pegar ojo, se propuso salir al corredor para, al menos, mirar el
paisaje por la ventanilla.
Echó mano de su chaqueta, se levantó de su litera y estiró las piernas hasta
alcanzar esa escalerilla que le parecía poco fiable. Como ya se había estrellado más
de una vez, bajó por ella con cautela. Una vez descendió ileso, se puso los zapatos y
salió al corredor procurando no hacer ruido con sus pisadas.
Las dos literas que había debajo de la suya estaban vacías. De haber sabido que a
mitad del viaje iban a quedar libres, se habría cambiado a alguna de esas.
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—Qué más da. Cuando vuelva a mi apartamento podré dormir tranquilo.
El detective concentró su mirada en lo que veía por la ventanilla, en las tinieblas
de las profundidades de la noche. Ni se podía vislumbrar qué zona era aquella, ni se
veían casas o luces de ciudad alguna. Se puso a caminar distraídamente por el
corredor.
Yoshitarō Katayama estaba regresando de un viaje a Nagasaki por motivos de
trabajo. Lo habían incorporado al equipo del departamento que investigaba el caso
del asesino en serie que había matado a tres personas en Tōkiō. Averiguó que las tres
víctimas eran de Nagasaki. Por lo tanto, había ido allí para comprobar si existía o no
algún vínculo entre ellas.
Sin embargo, arrestaron al asesino nada más encargarle la investigación y se supo
que el hecho de que las tres fueran de esa localidad no era más que una casualidad.
Así que su viaje había sido en balde.
Eso sí, por más que se quejara por su mala suerte, en sus adentros se sentía mucho
más tranquilo.
¿Vérselas con un asesino armado con un cuchillo? ¡Una salvajada como esa no
pegaba con un tipo como él!
Katayama llegó hasta uno de los extremos del vagón y cuando ya había enfilado
el camino de vuelta, vio fugazmente a alguien retirarse hacia la sección de las literas,
que permanecía en la penumbra.
Puesto que tan solo fue un breve instante, no pudo determinar si se trataba de un
hombre o de una mujer, pero le pareció que se había metido justo en su
compartimento.
Aceleró un poco el paso y allí vio a una mujer sentada en la litera inferior dos
niveles por debajo de la suya.
—Buenas noches —dijo ella, y sonrió.
—Mu-mucho gusto… —la saludó Katayama nervioso sin saber muy bien qué
decir—. ¿Acaba de venir ahora?
—Sí.
La mujer tenía alrededor de veinte años, quizá más. Con una constitución bastante
equilibrada, ni muy alta ni excesivamente delgada. Llevaba puesto un vestido azul
marino bastante sobrio que hacía juego con un bolso pequeño que reposaba sobre las
rodillas.
—¿Es esta su litera? —preguntó ella.
—La mía es la de arriba.
La mujer pareció vacilar un poco, pero finalmente miró a Katayama con decisión.
—Si no supone una molestia para usted… —continuó.
—¿En qué puedo ayudarla?
—La mía es esta —dijo señalando la inferior de las tres—. ¿Le importaría que las
intercambiáramos?
—¿Intercambiarlas?
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—Sí. Yo prefiero la más alta.
—Qué curioso, eso no es lo habitual. A la gente suele disgustarle la litera de
arriba y a menudo pide que se la cambien por una más baja, pero no suele darse lo
contrario.
—Es que a mí me gustan los lugares altos —contestó la joven alegremente—.
Hay quien dice que solo a los idiotas y a los gatos les gusta estar en lo alto.
Katayama se dejó llevar y se puso a reír.
—No hay problema. La intercambiaré con usted. Corrijo, soy yo quien prefiere
utilizar la de abajo. Me irá de perlas.
—¡Qué bien! Disculpe las molestias.
—Espere un momento. —Él subió por la escalerilla y ya en la litera de arriba,
agarró su corbata, su libro y demás pertenencias, y lo bajó todo consigo.
—Adelante, ya puede subir —le dijo asintiendo con la cabeza—. ¿Quiere que le
suba el equipaje hasta la litera?
—No llevo equipaje.
—¿Nada de nada?
—Solo este bolso.
—¿Va usted hasta Tōkyō?
—Esa es la idea.
—En fin… buenas noches.
—Disculpe las molestias.
La mujer hizo una leve reverencia con una cortesía impecable, se quitó los
zapatos y subió por la escalera. El detective se quedó contemplando lo ligero que
llegaba a ser su cuerpo. Ella había subido como si estuviera brincando por la escalera
y se posó grácilmente sobre la litera superior.
—¡Caramba! ¡Qué agilidad! —susurró Katayama—. Esa forma de moverse es
más propia de un gato.
Se estiró en la litera inferior y ya más cómodo, pudo relajarse. Ahora sí podría
dormir un rato.
La chica era bastante guapa de un modo distinto a las demás. Más que hermosa,
tenía algo que resultaba encantador y cuando sonreía, aparecían unos hoyuelos en sus
mejillas. Sus ojos eran grandes, y quizá, debido a su juventud, encerraban una gran
luminosidad.
Katayama apagó la luz y decidió dejar de pensar en ella para evitar desvelarse de
nuevo.
Cerró los ojos e intentó dormir un poco, pero una idea se le pasó por la cabeza.
¿Dónde se había subido al tren aquella mujer? En teoría, el convoy iba directo hasta
Osaka sin paradas intermedias.
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estación de Toyohashi.
Aunque tenía sueño retrasado, haber logrado dormir tantas horas en la litera de un
tren era todo un logro para él.
Sin duda haber dormido en la litera inferior le había ayudado. Entonces, se acordó
de la chica… y levantó la vista hasta la litera de arriba. Ella ya no estaba allí.
Tampoco sus zapatos. Seguramente ya había despertado y abandonado el
compartimento. Tal vez incluso ya había bajado del tren.
Algo decepcionado, cuando regresaba de lavarse la cara se cruzó con el revisor
del tren.
—Buenos días. —Era un hombre muy dicharachero.
—¿La mujer que había aquí ya ha bajado? —Al preguntarle, al revisor se le
quedó una expresión extraña en la cara.
—¿Aquí? No, usted es el único que viaja en esta sección. Así ha sido desde
Nagasaki. Debe haberse equivocado.
—Qué raro. Apareció ayer en medio de la noche. Era una mujer joven.
—¿A qué hora fue?
—Creo… que a la una.
—Eso es muy raro. A esa hora no hicimos ninguna parada; es imposible que
subieran nuevos pasajeros.
—Pero ella iba en el tren. Me explicó que prefería dormir arriba e intercambió su
litera con la mía.
El revisor sonrió con amargura.
—Entonces sería un polizón.
—¿Un polizón?
—Debió esconderse en el baño y ya entrada la noche vino aquí para dormir. De
haberse quedado en la litera inferior, la hubiéramos descubierto enseguida, así que se
ocultó en la de arriba. Se habrá despertado temprano para desaparecer de nuevo.
¿Que aquella chica tan encantadora se había subido al tren sin pagar? A Katayama
le costaba creérselo. Sin embargo, discutiendo con el revisor no conseguiría nada.
—¿Cómo era esa mujer? —preguntó el hombre. Tras escuchar la descripción no
demasiado detallada que le dio Katayama, remarcó—: Estaremos al tanto. Si
Ferrocarriles Nacionales no consigue reducir sus números rojos, es por culpa de gente
como esa.
—Ya… —Como funcionario público que era, el detective no quería profundizar
demasiado en ese tema.
Cuando fue al vagón comedor para desayunar, Katayama se quedó mirando
involuntariamente a las mujeres con las que se cruzaba y a las que había en otras
mesas.
No creía que aquella chica hubiera subido al tren sin pagar. Una persona que hace
eso no se tomaría la molestia de hablar con otro pasajero. Es más, si lo que quería era
una litera superior, había otros compartimentos libres a los que podía haber recurrido.
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No tenía por qué ir al suyo y pedirle que intercambiaran sus literas. Seguro que era un
error.
El tren llegó a Tōkyō a las once y media tal y como estaba previsto. Cuando se
dirigía hacia la salida del tren con su bolsa de viaje en la mano se encontró al revisor
de nuevo.
—Muchas gracias por todo.
—Por cierto, respecto al polizón del que hablamos antes…
—¿La han encontrado? —preguntó el detective.
—No. Supongo que ella habrá estado alerta —dijo meneando la cabeza—. Quizá
se haya bajado en Nagoya.
—Seguramente. Si me disculpa…
—Sin embargo, sí que nos hemos encontrado a otro polizón.
—¿Otro?
—Sí, pero tampoco hemos podido atraparlo. Se trataba de una gata.
—Una gata, ¿dice?
—Sí, una gata blanca. Iría oculta debajo de algún asiento.
De improviso; Katayama recordó cómo la agilidad de aquella mujer había hecho
que la asociara con un gato la noche anterior. Entonces, ¿ella era un bakeneko[1]?
¡Imposible!
Agitó la cabeza negando esa mera idea y bajó del tren. Puesto que su hermana
Harumi le dijo que vendría a buscarle a la estación, ojeó todo el andén. Su mirada se
quedó fija en un punto.
Entre la gente que se dirigía en torrente hacia las escaleras, le pareció ver a
alguien de espaldas con el vestido azul marino que llevaba la joven de la noche
anterior. No tenía la menor duda de que se trataba de ella apareciendo y
desapareciendo entre la multitud.
Justo cuando la estaba mirando fijamente, de repente, le dieron un toque en los
hombros y se dio la vuelta sobresaltado.
—Bienvenido, hermano. —Harumi estaba de pie ante él—. ¿Qué ocurre? ¿Por
qué llevas esa cara de desconcierto? ¿Te has olvidado de tu hermana pequeña?
—No… Es por la gata.
—¿Qué?
—¿Tú crees que las gatas pueden ponerse un vestido azul marino? —le preguntó
Katayama con toda seriedad.
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PRIMER CAPÍTULO
LA GATA BLANCA
I
eguro que era esta estación? —inquirió Katayama mirando lo que había
—¿ S frente a ellos nada más dejar atrás los tornos de la salida.
Harumi volvió a consultar la nota que llevaba.
—Sí, creo que no ha habido ningún error —asintió ella sin demasiada convicción.
—¿Y no será la nota la que está mal?
—No creo. Es imposible indicar mal la estación que hay junto a tu propia casa.
—Ishidzu es muy capaz de hacerlo.
—No seas así… —lo recriminó su hermana como si estuviera enfadada, pero sus
ojos airados se estaban riendo—. Cuidado, que hablar mal de él te puede pasar
factura.
—¿De qué estás hablando?
—Ahora no te hagas el tonto. A ti lo que te pasa es que no te ha hecho gracia que
Ishidzu se haya mudado a un apartamento más grande.
Katayama se encogió de hombros.
—Me importa un pimiento que se mude a un apartamento de cuarenta metros
cuadrados o al mismísimo palacio de Versalles, él sabrá. Pero es de locos querer
pagar un alquiler tan caro estando soltero. ¡Es obvio que con esto quiere insinuar que
pretende casarse contigo!
—¿Lo ves? No te ha hecho ninguna gracia.
—Oye, que no soy un viejo cascarrabias. Pero…
—Pero cásate con quien quieras menos con un policía, ¿no? Tranquilo. Por ahora
no tengo la intención de atarme a nadie.
—Tampoco quiero obligarte a que hagas esto o aquello… —repuso su hermano
sonriendo aparentemente más tranquilo, y con esa misma expresión, fue mirando a su
alrededor—. ¿Dónde estará ese complejo de apartamentos?
—No tengo ni idea.
Harumi había aceptado la insistente invitación de Ishidzu, un joven detective de la
comisaría de Meguro que estaba loco por ella. Pensó que quizá habían llegado
demasiado pronto puesto que Ishidzu aún no había venido a recogerlos.
Según sus palabras, se trataba de un barrio moderno situado en las afueras, un
conjunto de edificios construidos en una inmensa zona verde en Nishitama[2].
Aunque desde la estación no se veía ni rastro de los edificios de la denominada
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ciudad residencial New Town.
Frente a la estación había un bosque y una colina propios de una ruta de
excursionismo con tan solo una espaciosa carretera. Sin embargo, para unos ojos
acostumbrados a los embotellamientos de la hora punta de la ciudad, el número de
vehículos que pasaba por ella hacía que pareciera desierta; uno se llevaba una
impresión triste y solitaria del lugar.
—El aire está superlimpio, ¿no te parece? —Harumi inspiró hondo—. Aún no
está contaminado.
—Está tan limpio que hasta me duele la garganta. —Katayama carraspeó—.
Normal teniendo en cuenta que estoy acostumbrado a los gases de los tubos de
escape.
—Pobre urbanita, de verdad.
—Ya es la una. ¿Ishidzu te ha dicho que vendría a buscarnos?
—Sí. Conociéndole no hay duda de que lo hará… ¿No será el de ese coche? —
concretó ella mirando a lo lejos. Un deportivo rojo japonés se acercaba raudo por la
carretera que recorría la colina.
—Jajaja. Tendrías que hacerte revisar la vista. Si ese te parece el pedazo de
chatarra de Ishidzu, es que la tienes fatal.
—Anda ya. Él me ha dicho que había cambiado de coche.
—Por mucho que haya cambiado de coche no creo que… —Antes de que
terminara la frase, ese deportivo rojo se aproximó a la estación y se detuvo justo
delante del lugar donde estaban esperando los dos.
—Perdonad que haya llegado tarde —se disculpó Ishidzu desde el asiento del
conductor con una sonrisa afable.
—¿Lo ves? ¡Lo sabía! —exclamó ella.
—Tienes un coche muy llamativo —le dijo Katayama atónito—. ¿Cuando te
despidan del cuerpo de policía piensas pedir trabajo en los bomberos?
—No. Puesto que Harumi tiene que ir en él, pensé que tenía que ser un coche que
estuviera a su altura.
—Ya, es maravilloso. Vamos.
—Claro. Sube… al asiento de atrás…
—Hermano, ponte atrás. Yo me sentaré en el asiento del acompañante.
Katayama hizo lo que se le decía y tomó asiento detrás, pero en sus adentros
aquello no le hacía puñetera gracia.
—¿Ha pasado algo? ¿Dónde está… Holmes? —preguntó Ishidzu.
—No te preocupes, la hemos dejado en casa.
—De acuerdo. —Saber aquello le permitió arrancar el coche sin preocupaciones.
Por más que fuera un grandullón, el hombre tenía una fobia atroz a los gatos.
—¿Tardaremos mucho en llegar?
—No. Unos cinco, seis minutos.
—¿Dónde está el complejo de apartamentos? Aquí no veo ninguno —intervino
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Katayama.
—Ahora mismo podrás verlo. Las proximidades de la estación aún no se han
explotado urbanísticamente.
El detective dirigió la mirada hacia el paisaje que veía por la ventanilla del coche.
La carretera desembocó en algo que parecía el valle de la colina. Se dio cuenta de que
a gran distancia de la carretera, al fondo de una arboleda, había varias casas vetustas.
—¿Hay casas en un lugar tan desangelado?
—¿Eh? ¿Allí? Hay una pequeña aldea.
—¿Una aldea?
—Sí. No la conozco bien, está medio despoblada debido al desarrollo del valle.
Aparte de aquellas, hay diversas fincas privadas y terrenos de cultivo que fueron
vendidos en conjunto como suelo urbanizable para construir complejos de
apartamentos.
—¿Vive gente allí?
—Por supuesto que sí.
Cuando Katayama miró de nuevo por la ventanilla, las casas ya habían quedado
ocultas detrás la masa arbórea, y volvió a acomodarse en su asiento. Sin embargo, fue
incapaz de apartar la vista de aquella dirección durante un buen rato. Aquella aldea
debía tener algún destino u origen únicos. Bajos los cálidos rayos del sol primaveral,
aquellos árboles eran realmente preciosos y sin embargo, ese rincón en concreto tenía
algo tenebroso; parecía hundido en un lugar al que ni siquiera llegaban los rayos de la
luz.
—¡Un gato! —exclamó Harumi.
Con un frenazo y un volantazo súbito, el coche despidió un sonido parecido a un
grito lastimero al tiempo que salió volando de la carretera y rebotó con fuerza sobre
la maleza como si estuviera saltando sobre un trampolín.
Esta vez ella chilló de verdad. Su hermano salió despedido de su asiento hacia
arriba, y debido a la poca altura del techo del vehículo, se golpeó en toda la coronilla
desplazándose contra su asiento. En ese mismo momento, el coche se detuvo.
Todo quedó en silencio.
—Harumi, ¿estás bien? —le preguntó Ishidzu a la joven.
—S-sí… —asintió ella con el rostro pálido—. Estoy bien. Parece que sigo viva.
—¡Qué alegría! Mientras tú estés sana y salva…
Katayama por fin se levantó de su asiento y bramó furioso:
—¿Y yo qué? ¿Es que te da igual lo que me ocurra a mí?
Nervioso, su colega se giró hacia él:
—¡Ah, es verdad! ¡Que tú también estabas aquí! ¿Te encuentras bien?
—¡Que eres policía! —El detective de la Central lo miró con enojo—. ¿Cómo se
te ocurre conducir como un loco?
—No he tenido otro remedio.
—Es que un gato blanco se ha abalanzado sobre el coche de repente —intervino
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Harumi para tenderle un cabo.
—¿Un gato?
—Sí. Si hubiera seguido, lo habría atropellado.
El coche había quedado en buen estado, de modo que Ishidzu dio marcha atrás
para volver a la carretera y esta vez siguió su camino reduciendo notablemente la
velocidad.
—¿Aquí hay muchos gatos? —preguntó la joven. El detective de Meguro negó
con la cabeza.
—En el complejo de apartamentos no se pueden tener ni perros, ni gatos, así que
debe ser un gato de aquella aldea.
—Claro. Seguro que tiene amo. Tenía el pelaje blanquísimo.
—La gente dice que si un gato negro se te atraviesa, te sucederá algo bueno[3]; ¿si
lo hace uno blanco significa que pasará algo malo? —se planteó Katayama
masajeándose la cabeza, aún dolorida—. Ahora que caigo, un gato blanco…
—¿De qué hablas? —Harumi se giró hacia su hermano.
—Me refiero a la mujer que me encontré en el vagón litera el otro día.
—Ah, es verdad. Me dijiste que después de aquello apareció en el tren una gata
blanca —recordó ella alegremente—. ¿No habrá regresado porque se ha encariñado
contigo?
—Ni lo mentes. No me alegraría lo más mínimo que un hakeneko se sintiera
atraído por mí. Además, yo no he visto a ese bicho.
—Parad de hablar de gatos fantasma, por favor —les suplicó Ishidzu con el rostro
blanco como el papel—. Me estáis dando escalofríos.
—Ay, perdona. —La joven miró al frente—. ¿Queda mucho?
—No. Está al otro lado de esa curva.
El deportivo alcanzó la carretera, que se iba estrechando a medida que subía por
la pendiente, y recorrió una gran curva a una velocidad bajísima impropia de un
vehículo como aquel.
—Caray…
—Pero si esto es…
Los dos hermanos se pronunciaron a la vez. Se diría que aquello apareció por arte
de magia. El complejo de apartamentos se extendía hasta allí donde les llegaba la
vista y antes de que se dieran cuenta, ya iban circulando por su mismo centro.
Propiamente dicho, era igual que si uno fuera por un camino de montaña y nada más
torcer por un rincón, se encontrara de pronto en el complejo de rascacielos de
Marunouchi[4].
—Había oído algunos rumores, pero es realmente extraordinario. Parece que nos
hayan arrojado dentro de una pantalla —afirmó Harumi mientras miraba con
curiosidad los grandes edificios que había alineados a su alrededor.
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A causa de su oficio, Katayama ya había visitado esa clase de barrios
residenciales. Los del centro de la ciudad eran más bien grandes edificios tan
apelotonados que parecían piezas listas para ejecutar un efecto dominó. En cambio,
aquí había edificios de diversas formas y colores, numerosos espacios abiertos, y
daba la clara sensación de que uno podía moverse con toda libertad.
—Como veis, es bastante más amplio que los edificios del centro —les explicó
Ishidzu igual que lo haría un vendedor de pisos.
—Es cierto. Y también hay muchos espacios verdes. —Ella parecía notoriamente
impresionada.
—En efecto. Asimismo, hay parques repartidos aquí y allá. Es un buen lugar para
criar a los niños —recalcó dicharachero Ishidzu. Se diría que lo había construido él
personalmente.
—Qué tonterías dices. Si tú eres soltero —alegó Katayama echándole un cubo de
agua fría.
Sin duda, aquella era una indirecta descarada con la que su colega pretendía pedir
la mano de su hermana. Katayama no se dio por aludido.
Ishidzu detuvo el deportivo delante de un gran edificio inteligente de once plantas
pintado del color de los brotes jóvenes de la hierba.
—Es aquí, adelante.
—Es un edificio bastante moderno —dijo admirada Harumi mirando a lo alto.
—¿A que sí? Hay muchas parejas de recién casados.
Katayama volvió a sonreír con acritud ante las palabras de su colega.
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—Me sorprende que hayas podido alquilar este apartamento tan amplio tú solo —
apuntó ella mientras colocaba las tazas de té—. El alquiler debe ser bastante caro.
—Bueno, no es precisamente barato. Pero si uno quiere casarse, necesita un piso
como este.
—Qué prudente que eres —dijo Katayama haciéndose el loco—. ¿Y bien?
¿Tienes alguna novia en particular?
—Eh, sí… Más o menos… Lo que es tenerla, tengo una, pero no hay nada
seguro.
—Eso está muy bien. No hay por qué ir con prisas. Piénsatelo bien y decídelo
cuando ya lleves un tiempo saliendo con ella.
—¡Yo-yo pienso lo mismo! —concedió Ishidzu algo más calmado.
—¿Mantienes bien limpio el piso?
—Sí. Mi intención es limpiarlo a fondo dos o tres veces al mes.
—No sé si será suficiente, esto es demasiado amplio para una sola persona.
—Lo cierto es que no los conceden a menos que vayan a vivir dos personas en él.
—¿Sí? ¿Entonces qué hiciste para solicitarlo?
—Ah… Bastó con presentarles un certificado de compromiso. Luego solo había
que escribir el nombre de la prometida.
—¡Eso es hacer trampa!
—Quizá sí…
—Pero cómo se te ocurre. Eres policía. No puedes hacer estas cosas —le
recriminó Katayama con cara de desagrado.
—¿Qué tiene de malo? Solo es un atajo para vivir bien, ¿verdad? —intervino ella
para calmar a su hermano. Acto seguido miró a Ishidzu—. ¿Y bien? ¿Qué pasó con el
nombre de la prometida? ¿Te inventaste uno falso?
—Esto… Puse el primer nombre que me vino a la cabeza. Fue… sin querer… mi
mano lo escribió sola.
En vista de cómo estaba balbuceando el hombre, el detective de la Central fue
adoptando una expresión cada vez más dura.
—¡Un momento! ¡No me digas que pusiste el nombre de Harumi!
—¿Harumi Katayama? Ahora que lo pienso, creo que era ese…
La joven detuvo a su hermano con nerviosismo, puesto que este se había
levantado de golpe.
—¡Hermano! No me está cargando el pago de un préstamo, así que no es tan
grave. —Entonces, ella se dirigió a Ishidzu—: Aunque a mi hermano no tenías por
qué contárselo, a mí sí que tendrías que habérmelo dicho.
—Lo siento. —El grandullón estaba cubierto por un sudor frío.
Katayama volvió al sofá de malas pulgas. ¡¿Cómo osaba ignorarle de ese modo?!
Hacía años que habían perdido a su madre y a su padre, el llamado Detective
Demonio que había muerto en acto de servicio. Solo por el hecho de que ambos
estaban viviendo juntos, él no solo era un hermano mayor para Harumi, sino que
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también tenía las responsabilidades de su padre.
Este grandullón no era un mal tipo. Si bien carecía de la más mínima delicadeza,
era un hombre resuelto y cariñoso con su hermana. No obstante, le molestaba que
fuera un detective de la policía… Él prefería que su hermana se casara con quien
fuera, pero no con alguien con su mismo oficio.
—Oigo una sirena —advirtió Harumi.
Katayama afinó el oído.
—Es un coche patrulla. ¿Qué habrá sucedido? —dijo levantándose.
—Parece que se esté acercando a esta zona.
—Vayamos a echar un vistazo. —Ishidzu se puso en pie y salió al balcón.
—¿Qué ves? —preguntó su colega al tiempo que se aproximaba a la puerta de
cristal por la que se accedía al balcón.
—Parece que ha sucedido algo. Hay una aglomeración de gente… Ah, ha llegado
una ambulancia.
—Vamos a ver.
Harumi hizo una mueca.
—No, por favor. Si ahora no estáis de servicio —protestó. Pero al ver que los dos
hombres ya habían ido directos al recibidor, se dio por vencida y se levantó ella
también. «Por más que mi hermano proteste cada dos por tres, está claro que tiene
cualidades para ser un buen detective», se dijo sonriendo con amargura.
Una vez bajaron hasta el primer piso por el ascensor, los tres con su anfitrión a la
cabeza fueron a toda prisa hasta el parque donde se habían detenido el coche patrulla
y la ambulancia.
A diferencia de los parques de las grandes urbes, donde solo hay toboganes y
arenales, allí había un gran estanque rodeado por un paseo con praderas y arboledas;
era un parque con una gran superficie verde.
Si no fuera por los grandes edificios del complejo de apartamentos que se veían a
su alrededor, uno podría llevarse la impresión equivocada de que ese era un parque
célebre de algún lugar.
—Conozco al agente del puesto de guardia de la policía[6]. Vamos a preguntarle
qué ha sucedido —propuso Ishidzu—. ¡Hey! ¡Hayashida!
El hombre que se giró era un agente de policía de unos veinticinco años.
—¡Oh! Menuda sorpresa —saludó el agente haciendo una reverencia.
—¿Ha sucedido algo? Hemos venido porque hemos oído las sirenas.
—Un niño ha caído en el estanque.
—¿Ha caído? ¿Lo habéis encontrado?
—Sí. La unidad de la ambulancia le está tratando de reanimar. Aún no sabemos
cuál es su estado.
—Como las vallas que rodean este estanque son tan bajas… —Nada más oírle, el
agente Hayashida negó con la cabeza.
—No ha sido un accidente.
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—¿Cómo que no lo ha sido?
—Alguien ha arrojado al niño al agua.
—¡Eso es imperdonable!
—¿Lo ha visto alguien? —preguntó Katayama, que estaba al lado de ambos
escuchando.
Dado que Ishidzu presentó a su colega como a un detective veterano de la primera
sección de investigación de la Comisaría Central Metropolitana, el agente volvió a
saludar con una reverencia.
—¿Y bien? ¿Tenéis algún testigo? —preguntó Katayama.
—No, no lo tenemos.
—¿Cómo sabéis que lo han arrojado al agua?
—Porque el asaltante ha llamado a la policía.
—¿El asaltante?
—Sí. Se ha recibido una llamada en la que decía que acababa de arrojar a un niño
al estanque del parque del norte.
—¡Qué horror! Seguro que es un loco —exclamó Harumi instintivamente. Tras lo
cual, el detective de Meguro repitió el protocolo de las presentaciones y Hayashida
saludó con una reverencia por tercera vez consecutiva.
—No sé yo. Si fuera un loco se habría quedado de brazos cruzados, ¿no te
parece? ¿Se molestaría en informar a la policía? —argumentó Katayama frente a
aquella afirmación—. Aunque bueno, con un tipo que busca ese protagonismo no se
podría descartar esa idea. Supongo que no tenéis ninguna pista del asaltante.
—Por lo visto era una voz que murmuraba entre dientes en voz baja.
—¿Y eso ayudará en algo?
—No lo tengo muy claro… porque hemos tardado bastante en encontrar al niño
—respondió el agente al tiempo que observaba a la multitud que había en el borde del
estanque.
—¿Por qué? ¿Acaso no sabíais que se refería a este parque?
—El asaltante únicamente mencionó el parque del norte. Este es el Parque Norte
Izumigaoka, pero en New Town hay tres parques que se hacen llamar Parque Norte.
Katayama miró la placa que había en la entrada de aquella área verde y allí
aparecía indicado el nombre Parque Norte Izumigaoka.
—Comprendo. El asaltante únicamente leyó una parte de la placa.
—En ese caso, no es una persona de este complejo de apartamentos.
—Supongo que no —asintió Katayama dándose aires de detective famoso.
En ese momento, la multitud que había en el borde del estanque exclamó y un
miembro de la unidad de la ambulancia vestido con una bata blanca trajo una camilla.
A continuación se aproximó la que debía ser la madre del niño, aparentemente
trastornada.
—¡Se ha salvado! ¡Es un milagro! —exclamó el personal sanitario dando un
suspiro de alivio.
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Mientras Hayashida ayudaba a meter la camilla en la ambulancia, los dos
detectives se retiraron un poco y se quedaron observando la escena.
—Oye, para nosotros esto quizá sea habitual, pero realmente, aquí se ha cometido
un delito.
—Cierto. Pero si no hubiera delitos, nosotros no tendríamos trabajo.
—Mira que llegas a ser impertinente —le censuró Katayama. Entonces se dio la
vuelta—. ¿Eh? ¿Y Harumi?
—No está. Qué raro. Si estaba aquí al lado hasta ahora… —refirió Ishidzu
mirando a lado y lado sin cesar.
—¿Adónde habrá ido? —susurró su hermano para sí mismo.
II
—Ha sido él. No hay duda de que ha sido obra suya. —Aquella voz provenía
justo de detrás de ella. Harumi estaba un par de metros por detrás de la posición de
Katayama e Ishidzu y entonces la escuchó.
Al darse la vuelta vio a un anciano de unos sesenta años vestido con un cárdigan,
unos pantalones muy viejos y unas sandalias, que se marchaba con los brazos
cruzados.
—¿Quién será? —se preguntó ella. Debía ser un vecino de la zona, pero la
intrigaba aquel «ha sido obra suya». ¿Qué significaba aquello? Probablemente aquel
hombre sospechaba quien era el autor de lo sucedido. Pero si era así, ¿cómo era
posible que no lo hubiera denunciado a la policía?
Lo dudó un instante, pero enseguida se decidió a seguir a aquel anciano. Aquella
fue una acción completamente impulsiva y ni tan siquiera se había planteado con qué
objetivo iba tras él. Sin embargo, tal vez por la influencia que habían ejercido sobre
ella su gata Holmes y su hermano mayor, actuó así por inercia.
El hombre salió del parque inmerso en sus pensamientos, recorrió una callejuela
que había entre dos de los edificios y se metió en uno de cinco pisos. No había
ascensor. Harumi se fijó en que él empezó a subir por las escaleras con una leve
cojera. Seguramente padecía o bien neuralgia, o bien reuma.
Ella también fue subiendo lentamente tras él, pero dado que oyó cómo hablaba
con alguien, detuvo sus pasos.
—¿Ha sido el de la familia Hayama? —preguntó una voz de mujer joven.
—Así es. De aquella. ¿Cómo se llamaba el crío…? —inquirió el anciano con
impaciencia.
—Es el pequeño Hide, ¿recuerdas?
—Ah, sí. Era él.
—¿Se ha salvado?
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—Sí, por los pelos.
—Qué alivio.
—Pero no sé si el siguiente lo hará. Si no hacemos algo ahora que estamos a
tiempo…
—Padre, no hace falta que pienses en estas cosas. ¿No tenemos a la policía para
eso?
—¡¿Qué policía?! ¡Hoy en día ya no se puede confiar en ellos! —prorrumpió el
anciano colérico—. ¡Cuando más los necesitas, más inútiles demuestran ser!
—Pero padre, tú tampoco puedes hacer nada para solucionarlo. ¿O acaso puedes?
—lo reprendió su hija con un tono un poco severo.
—Lo sé. Pero es que con este ya van tres.
—Ya. Entiendo tu preocupación, pero escucha… por ahora vuelve a casa.
Exhortado por la joven, el anciano acabó de subir las escaleras, abrió la puerta
que había a su izquierda y la cerró.
Harumi silenció sus pasos al tiempo que iba subiendo las escaleras y se plantó
frente a esa puerta. Su letrero indicaba «206 — UENO».
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—Perdona que os hayamos interrumpido —se disculpó Katayama al tiempo que
observaba a la mujer que había frente a él de espaldas, vestida con unos pantalones
ajustados tipo sport.
—Tranquilos, se trata de una queja muy común. Me ha pedido que intervenga
porque sus vecinos de arriba tienen pájaros y siempre acaba con la colada sucia por
culpa de la caca de las aves.
—Pero un problema como ese se podría solucionar simplemente hablando con los
vecinos de ese apartamento, ¿no? —sugirió Harumi extrañada.
—Contrariamente a lo que uno pensaría, ahora no existe demasiado trato entre los
vecinos. Pese a haberse mudado aquí hace un año, aún no los conoce —explicó
Hayashida sonriendo con amargura—. ¿Qué queríais comentarme?
—Pues verás, en realidad… —Ishidzu le repitió lo que les había contado la
hermana de Katayama.
—Eso es formidable… A lo mejor nos podría dar alguna pista.
—Ha dicho que con esta ya iban tres. ¿Ha sucedido lo mismo dos veces en el
pasado?
—No. No ha sucedido nada igual.
—Pero ese hombre mayor ha dicho bien claro que con esta vez ya iban tres.
Hayashida se quedó pensando un rato…
—¡Ah! ¿No querrá decir…?
—¿Qué?
—No nada. Si hablamos puramente de accidentes, sucedió algo parecido en dos
ocasiones. ¿Se referirá a eso?
—¿Fueron accidentes?
—Sí. La primera vez, en el edificio de once pisos, el ascensor se quedó bloqueado
a medio recorrido con un niño encerrado dentro. Vino un coche de bomberos y una
ambulancia y se organizó un buen revuelo.
—¿Pero entonces lo rescataron?
—Sí, por supuesto. El otro incidente fue que un niño se cayó en un agujero de una
zona en obras y tardaron más de medio día en encontrarlo. Aparte de unos pocos
rasguños, estaba sano y salvo. Aunque claro, era un agujero de dos metros y medio de
profundidad. De haber llovido se podría haber acumulado agua en su interior con el
peligro que eso supone.
Katayama quiso intervenir.
—¿Seguro que fueron accidentes? Por ejemplo: ¿nadie manipuló el ascensor?
—Ni siquiera pensamos en esa posibilidad. Para empezar, este es un complejo de
apartamentos en toda regla. Aquí se producen averías de ascensor a menudo. No creo
que se investigara en profundidad.
—En cierto sentido, resulta lógico. ¿Y en el caso del niño que se cayó en el
agujero?
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—Era un niño de año y medio. No pudimos hablar con él para que nos explicara
por qué se cayó allí.
—En ese caso, ¿ambos pueden atribuirse a errores humanos?
—Así es. Vamos a preguntarle a ese anciano. ¿En qué apartamento vivía?
—En el de los Ueno. El edificio es el 3-2-5 —concretó Harumi.
—¿El señor Ueno de la 206? —preguntó Hayashida sorprendido.
—Sí, ¿lo conoce?
—Sí… Conozco bien a esa familia —afirmó el agente extrañamente turbado.
—¿Ocurre algo con ese anciano?
—No, es un exdetective de la policía —denegó él tras menear la cabeza.
—¿Un detective?
—Sí. Se retiró y ahora vive con su hija, pero era muy competente.
—Hm… Quizá debería tomar en consideración las palabras de un referente como
él.
—Tiene razón. Iré a preguntarle su parecer. Muchísimas gracias por la ayuda
que…
Antes de que terminara de hablar, una mujer joven apareció y lo llamó por su
apellido. Esta se inquietó un poco cuando se percató de la presencia de Katayama y
compañía, y se disculpó. Debía tener unos veintidós, veintitrés años. Era una belleza
grácil y gentil de un estilo muy japonés.
—Kinuko… —Hayashida estaba nervioso—. Es que…
De improviso, Harumi no pudo contenerse:
—Es ella.
—¿Cómo? —Katayama estaba atónito.
—Algo me decía que era la voz que he escuchado antes. Tú eres la hija de Ueno,
¿verdad?
—Sí, también me llamo Ueno… —reconoció estupefacta.
A continuación, ella y el agente se miraron.
—En realidad… esta chica es… amiga mía —confesó Hayashida tras aclararse la
garganta.
Nada más ver cómo se sonrojaba el agente, comprendieron que no era solo una
amiga. Kinuko Ueno se quedó parpadeando dando toda la impresión de no saber muy
bien lo que estaba pasando allí.
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se está agravando y ha perdido gran parte de la vitalidad que poseía. Lo que pasa es
que —en ese punto, no parecía segura de si debía hablar o no— últimamente está un
poco raro. Tras enterarse de que esos niños habían sufrido esos accidentes aislados en
un breve espacio de tiempo, empezó a decir que habían sido provocados.
—¿Por algún motivo en concreto? —le preguntó Katayama.
—No, solo por su instinto. Pero mi padre siempre ha tenido un lema: «Yo he
encontrado criminales durante años apoyándome en este instinto. Mi instinto nunca
se equivoca».
—Veo que es un policía a la vieja usanza.
—Sí. Le tengo dicho que está lanzando acusaciones sin pruebas y que si eso
llegara a oídos de cierta gente, se toparía con muchísimos problemas. Pero él no me
hace caso y sigue insistiendo en que sabe quién es ese desaprensivo.
—¿Quién dice su padre que es el autor de los hechos?
—Pues… —Kinuko vaciló.
—Esta conversación quedará entre nosotros. No se preocupe y díganoslo —la
apremió Katayama.
—Sí… El hijo de la familia que vive en la mansión de los gatos.
—¿La mansión de los gatos? —Katayama y Harumi se miraron el uno al otro
instintivamente.
—Está en el área donde ese gato se ha abalanzado sobre nuestro coche. Es la casa
más grande que hay en aquella aldea —intervino Ishidzu.
—¿Y por qué la denominan «La mansión de los gatos»?
—Porque la mujer que vive allí tiene más de veinte gatos —especificó Hayashida
—. Dado que está en el distrito que tengo bajo mi jurisdicción, voy por allí de vez en
cuando y aquello está plagado de pelos.
—Y el hijo en cuestión…
—La suya es una familia de terratenientes que posee todos los terrenos que ocupa
esa aldea. Su madre se llama Tsuneyo Ishizawa. Ahora viven en la mansión de la
actual propietaria, su hijo Tetsuo Ishizawa y la esposa de este último. Tetsuo es una
persona problemática. Nunca ha tenido un trabajo serio y siempre se ha dedicado a
vivir de las rentas sin dar palo al agua, por lo cual se pasa todo el tiempo de juerga.
Incluso provocó un incidente que le causó lesiones a una persona. Tengo entendido
que estuvo un tiempo metido en una banda violenta.
—Así pues, tiene sentido que recaigan sospechas sobre él —asintió Katayama.
—Y eso no es todo —remarcó Kinuko.
—¿Hay algo más?
—Mi padre detesta los gatos y de hecho, una de las razones por las que quiso
mudarse a este complejo de apartamentos, fue que así se libraba de ver perros y gatos
por todas partes. Sin embargo, un día encontró destrozada una pieza de decoración de
cerámica a la que le tenía mucho aprecio.
—¿La rompió un gato?
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—No lo sé a ciencia cierta, pero mi padre asegura que justo antes de ver aquel
desastre vio a un gato blanco salir huyendo por el balcón.
—¿Era uno de los animales de aquella mansión?
—Sí. Mi padre fue allí a echarles una buena bronca, pero le preguntaron en tono
desafiante si tenía pruebas de aquello y al final se vio obligado a callarse. Esa familia
no le gusta, por eso le ha dado por decir esas cosas.
—Entonces, no hay ningún hecho concreto que convierta a Tetsuo Ishizawa en
sospechoso, ¿me equivoco?
—Así es. Solo se lo dice su instinto.
Hayashida puso las manos sobre los hombros de Kinuko.
—No hace falta que te preocupes. Darle vueltas a las cosas es muy propio del
temperamento de tu padre.
—Ojalá solo las pensara…
—¿Qué quieres decir?
—Tengo la sensación de que se ha obsesionado. Hasta ahora, cada vez que leía en
el periódico algún artículo sobre un crimen, decía que si de él dependiera, ya tendría
arrestado a tal tipo y le habría hecho cantar. En esta ocasión el suceso ha ocurrido
demasiado cerca y se ha empeñado en que tiene que hacer algo para proteger a los
niños.
—Aunque diga que va a hacer algo, tu padre ya no es detective de la policía. No
te preocupes. Hablaré con él.
—Pero entonces volverá a gritarte.
—Si le escucho sin perder la calma, todo irá bien. Una vez que el hombre suelte
todo lo que se guarda en el pecho, estará más animado.
Katayama estaba admirado por esas muestras de madurez impropias de un
hombre tan joven.
—¿La mansión de los gatos? Me da que de ahí saldrá alguna historia de terror —
dijo Harumi mientras regresaban hacia el apartamento de Ishidzu.
—Ya basta, por favor. —El detective de Meguro se estaba quedando pálido—.
Solo con imaginarme un gato fantasma, me dan escalofríos.
—Debe ser un alivio que no estés al cargo de este caso —lanzó alegremente
Katayama—. Si fueras a una casa donde tienen más de veinte gatos, te desmayarías
en el acto.
—Si así fuera, contrataría un seguro de vida antes de ir y pondría a Harumi como
beneficiaria —mentó Ishidzu muy serio.
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—Conduce con precaución, ¿quieres?
—Todo irá bien a no ser que aparezca otro gato.
El deportivo rojo salió del complejo de apartamentos y se internó de nuevo en
aquella carretera solitaria que desembocaba en el valle. Con la puesta de sol las
profundidades del bosque estaban quedando prácticamente en la penumbra.
—Aquí es donde ha aparecido el gato. —Entonces, Harumi vio a alguien fuera y
exclamó—: ¡Mirad!
Ishidzu redujo la velocidad. En un lateral de la carretera había una mujer vestida
con ropa occidental…
—Aquella es la anciana de la mansión de los gatos —les indicó el detective de
Meguro—. ¿Qué está haciendo?
—Nos está mirando. ¿Querrá algo de nosotros? —dijo Harumi.
—Pararé un momento para preguntárselo.
Ishidzu detuvo el automóvil y retrocedió un poco. La anciana se acercó al
vehículo con paso firme.
—Caramba, es esa gata —señaló la joven. La felina blanca que se había
abalanzado sobre el coche aquella mañana estaba a los pies de la mujer, siguiéndola y
aproximándose al coche junto a ella.
—¿Querrá quejarse por algo? —Ishidzu bajó la ventanilla del coche con una
expresión sobria en la cara—. ¿En qué puedo ayudarla? —dijo dirigiéndose a la
anciana.
La mujer, que aparentaba alrededor de setenta años, se quedó de pie junto al
coche. A Katayama le sorprendió la clase y la compostura de aquella mujer de
cabellos canos. Puesto que vivía rodeada de un montón de gatos, se la había
imaginado como una loca con síndrome de Diógenes.
—Me llamo Tsuneyo Ishizawa. —La mujer se presentó con una voz alta y clara e
hizo una reverencia—. Hace unas horas, mi gata se ha abalanzado sobre ustedes en la
carretera y les ha causado algunas molestias. Les presento mis más humildes
disculpas.
—Ah… No se preocupe. No ha sido nada. —El detective de Meguro no daba
crédito a las buenas maneras de su interlocutora.
—Nunca les podré estar lo suficientemente agradecida por no haberla atropellado,
aun habiéndose puesto ustedes mismos en peligro.
—De nada… Es asombroso que esté al corriente de lo sucedido.
—Lo he sabido por ella —afirmó Tsuneyo Ishizawa mirando a la gata blanca que
tenía a sus pies.
—¿Por ella? —Ishidzu puso unos ojos como platos.
—Sí. Ahora que he salido a dar un paseo, he visto su coche y esta preciosidad me
ha indicado que era el del accidente. Así que lo menos que podía hacer era pedirles
perdón.
—Entiendo. —El detective Ishidzu se había quedado sin palabras.
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Harumi sacó la cabeza por la ventanilla:
—Tiene usted una gata preciosa. ¿Cómo se llama?
—Se llama Koto[7] —respondió la mujer sonriendo con alegría por la pregunta.
—¿Igual que el instrumento musical? Es un nombre muy bonito.
—Muchas gracias. Les pido disculpas de nuevo.
Y dicho esto, la anciana cruzó la espesura y desapareció. La gata blanca siguió a
su dueña con la cola muy tiesa.
Permanecieron unos segundos sin reaccionar hasta que Ishidzu suspiró aliviado y
arrancó el motor del coche.
—Hay que reconocer que es una mujer con mucha clase.
Katayama asintió dando así su aprobación a las palabras de Harumi.
—No obstante, es imposible que esa señora pueda entender lo que dicen los gatos.
—Qué quieres que te diga. No se puede negar categóricamente que exista alguien
capaz de hacerlo, ¿no te parece? Al fin y al cabo, en nuestra casa tenemos a una gata
más inteligente que cualquier ser humano.
—Eso también es cierto —respondió Katayama sonriendo mientras se acomodaba
en su asiento. En ese mismo momento, los movimientos que había apreciado en la
gata blanca le hicieron recordar a la mujer del vagón litera. «Solo a los idiotas y a los
gatos les gustan estar en lo alto», recordó.
—¡Ishidzu! ¿Tú decidiste alojarte en un apartamento de un undécimo piso porque
era lo que querías?
—Exacto. Porque me gustan los lugares altos. ¿A qué viene eso?
—No, nada. Solo te lo quería preguntar. —Katayama reprimió la risa al tiempo
que dirigía su mirada hacia el paisaje que había al otro lado de la ventanilla.
Las luces del andén de la estación describían una hermosa línea en el horizonte.
III
—¿Quién? —preguntó Katayama a la chica de recepción que llevaba la centralita.
—Es un hombre llamado Hayashida.
—¿Hayashida? No tengo ni idea de quién es…
—Dice ser un agente de policía de New Town que…
—¡Ah! ¡Ya me acuerdo! —Era el agente de aquel puesto de guardia—. Dime.
¿Qué quería de mí?
—Ha venido hace una hora, pero como no estaba en la comisaría…
—¿Se ha marchado ya?
—Ha dicho que volvería en un rato.
—Entendido. Avísame cuando venga. —Katayama colgó el teléfono. ¿Qué
querría ese hombre?
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Recordó el caso del niño que habían lanzado al estanque. ¿Se habría resuelto ya?
Los periódicos no habían publicado nada al respecto, así que decidió telefonear a
Ishidzu por si sabía algo.
—Comisaría de Meguro, ¿dígame?
—Póngame con el detective Ishidzu, por favor.
—Me temo que hoy no está de servicio. ¿Es algo urgente?
—No, no lo es. Lo llamaré en otra ocasión.
El detective agitó la cabeza mientras colgaba el auricular. Todo aquello era muy
raro. Harumi le había dicho que no tenía que trabajar y cuando quiso sonsacarle si iría
a alguna parte, ella le respondió que iría a visitar a alguien… Igual tenía una cita con
ese pelma.
¡Si habían quedado, por lo menos podrían habérselo dicho!, Katayama chasqueó
la lengua y suspiró.
En el pasado su hermana había tenido una historia de amor con un triste
desenlace. Por eso no confiaba mucho en los hombres y no había tenido ningún novio
desde entonces. No obstante, quizá esta vez Harumi sí había quedado con Ishidzu. Al
fin y al cabo era normal que una chica de su edad lo hiciera…
«Al final todo depende de ella. Yo no tengo nada que decir», pensó.
El teléfono interrumpió sus pensamientos.
—La visita ha llegado.
—Entendido, enseguida voy.
El agente Hayashida, vestido con traje y corbata, iba deambulando por el
corredor; este lo saludó con una reverencia algo tensa.
—Basta, por favor. No hace falta tanto formalismo, que ahora no estás de
servicio.
—No, en realidad… Disculpe que se lo diga de improviso, pero necesito hablar
con usted.
—No hay problema. Podemos ir a una cafetería cercana.
—Disculpe que le moleste con lo ocupado que está —repitió insistentemente el
joven muy avergonzado.
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—¿Ese exdetective de policía?
—Discutí con él y acabé pegándole.
—Madre mía… ¿Cómo es posible? ¿Discutisteis por su hija? ¿Te prohibió salir
con ella?
—No lo hizo. Ese hombre es un policía de verdad, así que, le gustaría que Kinuko
se casara con alguien del cuerpo. Por eso, aunque no diera saltos de alegría por que
yo saliera con ella, tampoco estaba en contra.
—Entonces, ¿por qué fue?
—Pues… todo sucedió el sábado pasado. Ueno puso de su lado a varios de los
compañeros con los que sale de copas y asaltó la mansión de los gatos con ellos.
—¿La casa de Tsuneyo Ishizawa?
—En efecto. Recordará que el otro día arrojaron a un niño al estanque.
—Sí. ¿Han averiguado quién lo hizo?
—No solo no hemos podido hacerlo, sino que ahora estamos peor. La semana
siguiente después de aquello se produjeron cuatro sucesos que pusieron en peligro la
vida de varios niños.
—¿Qué ocurrió?
—En primer lugar, unos niños se colaron en una zona en obras para jugar; y, de
repente, un bulldozer se puso en marcha. Allí no había ningún obrero, a mediodía no
queda nadie. Naturalmente, debido al ruido de la máquina, los niños huyeron y se
salvaron.
»El siguiente se produjo en la escuela de primaria. Tras acabar la última clase,
cuando los alumnos del tercer piso bajaron por las escaleras alborozados a toda
velocidad, se encontraron con que en medio de las escaleras se había colocado un hilo
fino bien tensado. Los niños que iban al frente lo partieron cuando los pies se les
engancharon con él y no sucedió nada. Pero si hubiera sido de alambre o algo
parecido habría sido terrible.
—Eso pudo hacerlo cualquiera.
—Sí, es cierto… En el siguiente, alguien le dio un buen susto a una niña de siete
años. La agarraron por atrás de repente y le taparon los ojos, así que no pudo ver
quién era. Por el modus operandi se determinó que podría ser obra de un pervertido o
de un acosador. Afortunadamente, la niña gritó tan alto como pudo y el delincuente
huyó de allí.
—Hmm… ¿Y el otro suceso?
—Ocurrió cerca de la mansión de los gatos, en un parque con un recorrido con
obstáculos situado en una zona bastante alejada del complejo de apartamentos.
—Es decir… de los que tienen cuerdas para subir a plataformas…
—Sí. Pero no hay ningún monitor al cargo. Si bien son juegos que no encierran
ningún peligro, entre todo aquello hay un gran caballo de madera. Los niños de
primaria se montan encima a menudo e intentan remontar hasta la cabeza de la
réplica. Algunos críos se subieron en él y entonces el cuello del caballo se partió.
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Tres de ellos salieron despedidos unos cuatro metros. Da la casualidad que cayeron
sobre un montículo de arena y eso los salvó. Cuando se examinó al caballo, se pudo
comprobar que la junta que mantenía fijo el cuello de madera había sido serrada en
sus dos terceras partes.
—¡Qué sabotaje tan ruin!
—Estuvimos investigándolo, pero desde el complejo de apartamentos, ese parque
queda en un ángulo muerto y nos informaron de que nadie había visto nada. Algo
comprensible. ¿Quién iba a esperar que alguien pasara por allí a medianoche?
—Y entonces, el señor Ueno se cansó de esperar más.
—Sí. Y encima, la niña a la que le habían hecho la gamberrada era la nieta de un
buen amigo suyo con quien juega al shōgi[8]. Con lo cual, les espetó a sus
compañeros que si dejaban las cosas así, el día menos pensado acabarían matando a
un niño. Todo el mundo sabe que él fue detective de la policía y al oír eso, se
creyeron ciegamente que Tetsuo Ishizawa era el autor de esos sucesos. De ese modo,
un total de cinco hombres cometieron el asalto armados con bates y barras de hierro
que habían sacado de unas obras.
»Como Kinuko me había informado de que él estaba muy raro, perseguí a Ueno y
a sus compañeros a toda prisa. Al llegar a la mansión de los gatos los vi en el
recibidor de la misma discutiendo acaloradamente con la anciana. Ella es una persona
muy serena, posee una gran dignidad y ni siquiera se inmutó ante el frenesí
amenazador de aquellos hombres. Los despachó diciéndoles que su hijo no estaba en
casa y que no tenía la menor intención de permitir que lo encontraran. Yo me quedé
vigilándolos con la esperanza de que desistieran y se marcharan.
Sé que no es correcto que un policía actúe de ese modo, pero quería evitar tener
disputas con el señor Ueno.
—Lo comprendo muy bien —asintió Katayama.
—Momentáneamente, la entereza de la mujer les hizo retroceder, pero el señor
Ueno se envalentonó y no estaba dispuesto a retirarse por las buenas. Le gritó: «¡si
proteges a ese criminal, es que eres su cómplice!» e intentó golpearla con el bate de
béisbol que llevaba en la mano. En consecuencia, ya no me pude mantener al margen,
fui hacia ellos sin más demora y me planté delante del señor Ueno.
»Le dije: “si usted fue policía en el pasado, sabrá perfectamente que esto es
ilegal”. Sin embargo, no sirvió de nada. Me amenazó con darme una paliza si me
interponía. Además, lo hizo con tal ímpetu que le veía muy capaz de hacerlo. No
estaba muy seguro de qué debía hacer. Quería evitar imponer mi posición como
agente de policía, pero llegados a este punto no podía permitir que el señor Ueno
hiciera lo que le viniera en gana. —A continuación, meneando la cabeza lentamente,
Hayashida puntualizó—: Golpeé al señor Ueno. No tuve más remedio que hacerlo. —
Luego ya no refirió una palabra más.
—¿No comprendes que en esa situación no tenías otra alternativa? Hiciste lo
correcto.
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—Muchas gracias. En todo caso, aquello puso punto final al altercado. Al día
siguiente presenté mi renuncia.
—¿El señor Ueno te dijo algo?
—No. Pero me prohibió que volviera a salir con Kinuko. Ella es su única familia.
En lo que respecta a mí, se me quitaron las ganas de estar en aquel puesto de
guardia…
—Lo comprendo, pero ¿no hubiera sido más fácil haber pedido un traslado?
—Quizá, pero el hecho de tener que enfrentarme a él me hizo replantearme si de
verdad quiero ser policía.
Katayama asintió. Él había pasado por algo similar hacía algún tiempo. También
había presentado su renuncia, si bien esta se quedó sobre la mesa del superintendente
Kurihara criando polvo, o quizá alguien la había utilizado para tomar algunas notas…
—El motivo por el que he venido a verlo hoy… es que sigo muy preocupado.
Dudo mucho que el señor Ueno se quede quieto solo porque yo le parara los pies y
me da la sensación de que va a provocar algún altercado grave.
—¿Eso significa que has venido a consultarme lo que hacer?
—Sí. A decir verdad, el señor Ishidzu me explicó que usted es un detective
famoso altamente capacitado.
—¿Él te ha dicho eso? —«Qué pelota es el tío cuando le interesa», pensó
Katayama sin hacerse mala sangre.
Hayashida asintió.
—Así es. Me explicó que usted es completamente distinto de lo que aparenta.
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—Buena chica. Te voy a poner un poco de leche extra.
En ese momento Harumi oyó sobresaltada el sonido escandaloso de algo que se
había roto. Al darse la vuelta vio que Ishidzu estaba de pie con las manos en la
cabeza y a sus pies, había una montaña de platos hechos pedazos.
—Es que… se me han resbalado…
—Ya te he dicho que yo me encargaría de quitar la mesa. Espera que voy a por la
escoba y el recogedor.
—Lo siento muchísimo.
—No pasa nada. Estabas nervioso por Holmes, ¿verdad?
—No, no ha sido eso…
Ishidzu dirigió una mirada atemorizada hacia la gata, que se comportó como si
pasara rematadamente de ese tipo al que le daban miedo los gatos. El animal salió al
balcón por un resquicio de la puerta de cristal que habían dejado semiabierta, buscó
un punto soleado y se quedó ahí hecha un ovillo.
Holmes era una gata calicó. Tenía un pelaje colorido y lustroso, y su talle era
esbelto. Por lo general, los gatos calicó tienen la mayoría del pelaje de color blanco,
pero ella lo tenía de color marrón claro y negro en gran parte de su cuerpo.
Concretamente, su cara fina era de tres colores distintos a partes iguales: blanca,
negra y marrón. Luego tenía la pata delantera derecha de color negro y la pata
delantera izquierda de color blanco. Era ciertamente una gata muy peculiar. Y lo que
esta guardaba dentro de su pequeño cerebro también era único.
Cuando Harumi terminó de barrer los pedazos del suelo, lavó rápidamente el resto
de la vajilla y preparó una taza de té.
—Toma.
—Gracias. Siento haberte causado tantas molestias.
—Relájate, no ha pasado nada.
—De acuerdo. Discúlpame, por favor. —Pero él no se relajó del todo.
—Es una lástima que ese agente de policía haya decidido dejarlo. —Ishidzu le
había contado la historia de Hayashida y Ueno.
—Y que lo digas. Le dije que no renunciara, pero él ya había tomado su decisión
y no quiso hacerme caso.
—¿Y después de aquello no ha pasado nada más?
—No. Por ahora todo está tranquilo. Aunque más bien debería decir que yo
tampoco he estado especialmente al tanto. Es posible que alguien esté preparando
nuevas fechorías en la sombra.
—¿Hablas de los accidentes de los niños?
—Sí. De momento no ha habido más, pero nunca se sabe…
—Ya veo. La verdad es que es un problema muy serio.
—El tipo que está poniendo en riesgo a los niños de esa manera es un
inconsciente —arguyó alzando el tono de voz—. Si fuera mi jurisdicción, atraparía al
culpable costara lo que costara y lo agarraría por el cuello hasta asfixiarlo.
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—¿Te gustan los niños?
—Sí que me gustan. Aunque a veces también hay niños algo pesados.
—¿Y mimarías a tus hijos?
—¡Por supuesto que sí! ¡Pero no solo a los niños, también a mi esposa! —El
rostro de Ishidzu resplandeció.
—Lo sé, eso está muy claro. —Harumi tomó un sorbo de té—. Eres buena
persona de veras.
Quizá por la emoción, el hombre se quedó hinchado como un pavo. Decidió
tomarse todo el té de un trago para rebajar su entusiasmo y acabó atragantándose
aparatosamente.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —respondió él mientras lo veía todo en blanco y negro. Entonces
sonó el timbre.
—Qué sorpresa, tienes visita. Iré a abrir. —La joven se levantó, se dirigió al
recibidor y preguntó quién era.
—Soy Ueno. ¿El señor Ishidzu está en casa?
Aquella era la voz de Kinuko Ueno. Harumi soltó la cadena del pasador de la
puerta y abrió.
—Disculpe, el señor Ishidzu…
—Sí que está. ¿Qué ha ocurrido? —Ella se quedó un poco perpleja al ver a
Kinuko extraordinariamente alterada.
—Hola, ¿qué ha sucedido? —se interesó Ishidzu saliendo a recibirla.
—¡Es terrible! Mi padre…
—¿Qué ha pasado con él? Tranquilícese y explíquemelo con calma.
—Parece que ha vuelto a ir allí.
—¿Allí…? ¿A la mansión de los gatos?
—Sí. Ha ido solo. Por eso estoy aún más preocupada.
—Comprendo. ¿Qué ha sucedido para que haya decidido volver?
—Hace un rato, un niño que iba en bicicleta ha estado a punto de chocar contra
un coche en la carretera de la colina. Afortunadamente solo se ha caído y ha acabado
con unos pocos rasguños. Sin embargo, cuando han examinado la bicicleta han
comprobado que los frenos estaban estropeados.
—Eso explica su reacción.
—Sí. Además, ha ido al lugar donde el crío tenía aparcada la bicicleta por si acaso
y al comprobar las demás bicicletas que había allí, ha visto que todas tenían los
frenos destrozados. Mi padre ya está bastante obsesionado de por sí y no atiende a
razones. ¡Señor Ishidzu párele los pies, por favor!
—Entendido, voy enseguida. —Ishidzu se apresuró a entrar en el piso y volvió
con las llaves de su automóvil—. En el coche iremos más rápido. A lo mejor
podremos llegar antes que él.
—Qué miedo. Yo también voy —dijo Harumi. A sus pies apareció Holmes y
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maulló—. Holmes, ¿tú también? Vamos todos.
Kinuko se quedó un poco asombrada al verla.
—¿Y esa gata?
—Es de Harumi. La llamamos «detective Holmes». Vámonos.
Bajaron hasta el primer piso en ascensor y fueron corriendo hasta el deportivo de
Ishidzu, que estaba en el parking.
—¿Cuánto hace que su padre salió de casa? —inquirió Ishidzu al tiempo que
arrancaba el coche.
—¿Diez minutos…? No, creo que llegue a quince. En un primer momento no he
sabido muy bien qué hacer…
—Está bien. Mientras lleguemos a tiempo, no habrá problema.
Pese a que el límite de velocidad dentro del complejo de apartamentos era de
treinta kilómetros por hora, se había construido una carretera bastante amplia que no
tenía mucho tránsito. Tratándose de una emergencia, Ishidzu fue a ochenta kilómetros
por hora.
—No puedo entrar en la aldea de explicó el detective a Harumi. No tiene las
calles preparadas para la circulación de coches. Tan solo caminos rurales rodeados de
vegetación. Así que entremos por allí.
El coche había llegado al lugar donde se habían encontrado con Tsuneyo Ishizawa
días atrás. Ishidzu acercó el coche al arcén de la carretera y paró.
—No tenemos más remedio que ir andando desde aquí.
Salieron uno a uno del coche. Holmes bajó un poco su cuerpo, se puso en
posición de alerta de repente y soltó un maullido penetrante.
El rostro de Harumi adoptó una expresión consternada y exclamó alarmada.
De la vegetación salió una gata. Pero todo en ella era extraño. Era una gata roja.
Y parecía que estuviera mojada de una forma perturbadora.
—No sabía que hubiera gatos de ese color —manifestó Kinuko—. Y en casa de
aquella señora tampoco había ninguno así.
Entonces, la hermana de Katayama contuvo un grito y se tapó la boca con las
manos.
—¡Esa es… la gata blanca! Es Koto. Ishidzu, lo entiendes, ¿verdad? ¡No es un
gato rojo! Lo que ocurre es que ha quedado cubierta de sangre.
Los tres se quedaron helados por unos instantes, en pie, mirando fijamente a
aquella gata siniestra. Holmes abandonó aquella postura tensa de improviso y empezó
a dirigirse hacia Koto lentamente. La gata cubierta de sangre entonces levantó la cola
hacia arriba poniéndola muy tiesa, bufó y les mostró sus afilados dientes haciendo
gala de su hostilidad.
—Está muy enfadada. Pero seguro que esa sangre no es suya. Si estuviera tan
malherida, dudo mucho que pudiera mantenerse en pie.
—Eso significa que… —Ishidzu se humedeció los labios.
—¿Qué vamos a hacer? ¡Debe haber sucedido algo! —dijo Kinuko con voz
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temblorosa; se había quedado blanca.
—¡Vamos a esa mansión de los gatos, aprisa! —propuso Harumi una vez que se
rehízo. La compostura que mantenía en esta clase de situaciones estaba muy por
encima de la que pudiera tener su hermano mayor.
—Cruzando por esta pradera atajaremos el camino. ¡En marcha!
El detective de Meguro se colocó al frente y se metió de lleno entre la vegetación.
Kinuko lo siguió. A continuación, Harumi fue tras ellos dos acompañada de Holmes.
Nada más salir del bosque uno se encontraba repentinamente en medio de una de
las callejuelas de la aldea. Efectivamente, llamar aldea a ese lugar era solo un decir,
porque allí, bastante dispersas las unas de las otras, se alineaban diversas casas
antiguas delimitadas por caminos plagados de piedras. Ishidzu y Kinuko recorrieron
la callejuela seguidos de Harumi, que se había quedado ahí plantada por un instante.
En ese mismo momento su gata calicó salió corriendo en un abrir y cerrar de ojos
dejando a la joven atrás.
—¡Espera! ¡Holmes, eres una desconsiderada!
Ella calzaba unos zapatos de tacón alto, y el camino era muy irregular. Así que si
corría más deprisa, acabaría cayéndose al suelo. Mientras iba avanzando sin resuello
se dio cuenta de que en el lugar no se veía a otras personas. Bien pensado, no eran
pocas las casas que tenían la puerta principal o los postigos exteriores corredizos
cerrados a cal y canto. Aquello parecía un pueblo fantasma.
De cara al bosque de bambú situado al final de la aldea había una casona más
grande que las demás. Esa tenía pinta de ser la mansión de los gatos de Tsuneyo
Ishizawa. Harumi vio cómo Ishidzu y su gata entraron prácticamente a la vez por la
puerta principal, construida sobre una ligera elevación del terreno con muros en
pendiente en sus laterales. La hija de Ueno entró un poco más tarde. Aunque ella se
retrasó bastante, logró llegar hasta esa puerta vetusta sin caerse al suelo.
Tras cruzar un jardín, uno se encontraba con una casona ordinaria de un solo piso
confortable y espaciosa. Entró por el recibidor, que había quedado abierto.
—Ishidzu, ¿dónde estás? —preguntó, y se descalzó para entrar. No obstante, un
amplio corredor se prolongaba tanto hacia la derecha como hacia la izquierda; podía
pasarse el día entero dando vueltas por la casa desorientada.
Mientras dudaba hacia qué lado habrían ido, vio a Kinuko aproximarse con paso
tambaleante desde la esquina izquierda del pasillo.
—¿Qué ha ocurrido? —Harumi acudió corriendo a su lado.
—Al fondo del pasillo… —Fue contestar, y apoyarse en la pared para no perder
el equilibrio. Estaba muy pálida…
La hermana de Katayama avanzó por el corredor. En un punto del mismo, alguien
había tirado contra el suelo del mismo una puerta corrediza de papel. Ishidzu
apareció.
—Será mejor que no veas esto —le recomendó mientras se secaba la frente con
un pañuelo—. Es espantoso.
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—No me pasará nada. Esta no es la primera vez.
—Pero…
Haciendo caso omiso de Ishidzu, ella entró a echarle un buen vistazo a aquella
habitación y se le cortó la respiración un instante.
Al tratarse de una casona antigua, la habitación era bastante amplia y debía tener
unos catorce metros cuadrados. Al fondo, delante del tokonoma[9] se encontraba
Tsuneyo Ishizawa tirada en el suelo. Estaba teñida de sangre. Seguramente se había
desangrado de un modo terrible. Con solo verla, cualquiera sabría que ya no
respiraba.
Sin embargo, el cadáver no era lo más aterrador de aquella escena, sino los
gatos… Allí había por lo menos diez felinos muertos. Todos ellos ensangrentados,
como si alguien los hubiera matado con una espada o cuchillo afilado.
—Qué horror. ¿Cómo han podido? —Harumi sintió náuseas a causa del hedor de
la sangre y retrocedió inconscientemente.
—Es espantoso. —Ishidzu también estaba notablemente pálido—. Son heridas de
arma blanca. Hay una funda de katana tirada en el tokonoma. El que lo hizo ha
perdido la razón y se ha dedicado a matar a todos los seres vivos que se cruzaban a su
paso.
—Tiene que haberse manchado de sangre. Tenemos que pedir enseguida que la
policía inicie su búsqueda.
Ishidzu volvió al recibidor de la casona para ir en busca del teléfono. Harumi se
quedó un rato quieta con los ojos cerrados. Esta no era la primera vez que veía el
escenario de un crimen, pero aun así, jamás se había topado con un panorama tan
macabro.
Holmes caminaba hábilmente esquivando los charcos de sangre y olisqueando
uno a uno los cadáveres de sus congéneres. Por último, dio una vuelta alrededor del
cuerpo de Tsuneyo Ishizawa tomándose su tiempo y volvió hacia el lugar donde
estaba la joven.
—Estás muy calmada pese a haber visto los cadáveres de tus compañeros —le
reprochó Harumi. Sin embargo, Holmes no dio muestras de estar prestándole
atención, salió al corredor y se quedó allí sentada.
—He llamado a la policía —dijo Ishidzu que acababa de regresar—. Me sabe mal
por su hija, pero Ueno es el principal sospechoso. Es la clase de hombre que tiene
arranques de ira descontrolada.
—Pero aun así, ¿sería capaz de hacer esta salvajada? —Entonces, la joven se
dirigió a Holmes—. No quiero quedarme en un lugar tan desagradable, vámonos. —
Y volvió hacia el recibidor de la casona. Ya allí, vieron a Kinuko en cuclillas en una
esquina. Acababa de vomitar, algo nada extraño a pesar de su carácter fuerte.
—¿Te encuentras bien?
Al sentir cómo la observaba Harumi, se levantó poco a poco.
—Sí. Es que no he podido soportarlo…
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—Es normal, no te preocupes. Será mejor que vuelvas a tu casa. Cuando llegue la
policía se va a organizar un buen revuelo.
—Pero…
—Tranquila, no diremos nada malo. Haz lo que te digo.
Kinuko asintió dócilmente.
A decir verdad, Harumi comprendía que la hija de Ueno estuviera aterrada ante la
idea de que su padre pudiera ser un asesino, pero no podía hacer nada a ese respecto.
—Disculpad, pero si viene Hayashida, ¿le podríais decir que me llame, por favor?
—Sí, lo haremos sin falta. —Cuando Kinuko hubo salido por la puerta, Harumi
miró a Holmes, que se había quedado sentada a su lado—. Este caso me da muy mala
espina con todo ese baño de sangre… ¿No te lo parece?
Holmes, muy quieta, cerró los ojos y se quedó sentada tal cual como si se
estuviera echando una siesta.
—¿Qué le habrá pasado a esa gata llamada Koto? Es más, en esta casa había más
de veinte gatos y han asesinado a unos diez. ¿Adónde habrá ido el resto? —susurró
ella con el ceño fruncido.
IV
Cuando Katayama regresó a su puesto después de despedirse de Hayashida.
Nemoto, el detective que se sentaba en la mesa de al lado, le preguntó:
—¿Has vuelto a citarte con alguna chica en edad de casarse o qué?
—No, últimamente no he tenido ninguna cita de ese tipo. ¿Por qué lo preguntas?
—Si no es así, vale. —Su compañero volvió a centrarse en su trabajo.
Katayama se aplicó en organizar todo el papeleo que tenía entre manos sin saber
muy bien a qué venía eso, pero no pasaron ni cinco minutos y Nemoto volvió a
levantar la cabeza.
—Oye.
—¿Qué quieres?
—Resulta que en el descanso del mediodía un tipo de una agencia de detectives
me ha pillado por banda.
—¿De una agencia de detectives?
—Sí, lo conozco de vista. Ha estado preguntándome por ti.
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—¿Por mí?
—Exacto. Tu actitud en el trabajo, si bebes, si vas con mujeres, tus perspectivas
de ascenso y cosas así. Mucho me parece a mí que alguien interesado en casarse
contigo ha encargado que se te investigue.
Katayama se quedó sorprendido.
—No tengo ni idea de quién puede ser.
Su tía se encargaba de todo lo relacionado con citas con chicas casaderas. La
mujer era como un servicio regular de mensajería que siempre traía consigo
propuestas de matrimonio para él, pero hacía tiempo que no le insistía con ese
asunto…
—Nemoto, ¿qué le respondiste? —quiso indagar.
—Está claro; la verdad sin más. —Entonces sonrió de oreja a oreja y volvió a su
labor.
Katayama sonrió con amargura meneando la cabeza y se sentó bien recto en su
silla con la intención de ponerse a trabajar. En ese mismo instante, el superintendente
Kurihara lo llamó a gritos. El hombre solía tener unos ojos y un rostro amables, pero
se habían vuelto severos.
—¿Ha surgido un caso?
—Sí. Ve a este lugar. —Le entregó una nota—. Ignoro el motivo, pero la
comisaría local nos ha pedido que te enviáramos a ti.
El detective se quedó con los ojos como platos debido al nombre de la víctima:
«Tsuneyo Ishizawa». ¡Era aquella anciana tan refinada!
—¿La conoces?
—Solo la vi una vez. Fue hace unos días, justamente.
—Entiendo. Sea como sea, vete para allá. Infórmame por teléfono de cuál es la
situación. Según su gravedad, yo también me movilizaré.
—¡Entendido!
Muy sorprendido, Katayama salió rápidamente de la Primera Sección de
Investigación. El superintendente Kurihara lo llamó, pero él ya no estaba allí. Su
superior se encogió de hombros y pensó que lo descubriría por sí mismo.
Katayama tenía una debilidad muy engorrosa: no podía soportar la visión de la
sangre, cada vez que lo hacía se desmayaba. En consecuencia, su jefe pretendía
advertirle sobre la situación, pero no tuvo tiempo de hacerlo.
—A lo mejor lo ha superado —susurró.
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—Solo he resbalado —objetó Katayama con fuerza. Por fin se levantó del sofá.
—Pero si aún estás pálido. Haz el favor de descansar un poco más.
—¿Pero qué estás diciendo? ¡Las primeras horas posteriores al crimen son
cruciales para resolver la investigación!
El detective estaba descansando en el sofá de la sala de invitados de la mansión
Ishizawa. Ishidzu abrió la puerta y apareció en la estancia.
—Katayama, ¿ya te has despertado?
—¡Idiota! ¡No estoy echando una siesta! —Acto seguido, carraspeó—. Solo
estaba poniendo en orden algunas ideas.
—Qué morro que tienes —susurró Harumi en voz baja.
—Ya han retirado todos los cadáveres. Al final han sido once gatos y la mujer. —
Su colega tampoco estaba tan tranquilo como aparentaba.
—¿Y ese exdetective llamado Ueno?
—Todavía no lo han encontrado. Se ha iniciado una búsqueda por los alrededores
de esta aldea y por el complejo de apartamentos, pero hay que tener en cuenta que es
un área muy amplia.
—A ver que me entere… —Empezó a decirle Katayama intrigado—: ¿Tú que
estás destinado en la comisaría de Meguro, me hablas como si pertenecieras a la
Primera Sección de Investigación?
—Me han permitido incorporarme a esta investigación. —Ishidzu sonrió—. Y lo
que es más, soy una de las personas que ha descubierto el crimen. —Entonces miró a
Harumi. Parecía contento de que eso le permitiera estar cerca de ella.
—Qué oportuno… No hay duda de que el asesino ha sido Ueno padre, ¿verdad?
—No podemos asegurarlo… porque no hay testigos.
—Ahora que caigo, ¿no me dijiste que en esta aldea vive gente? No se ve a nadie
ni por sus calles, ni en las casas.
—Ya he averiguado el motivo —respondió mirando a Harumi en todo momento
—. Todos los habitantes de la aldea han acudido a una reunión informativa
convocada por unos agentes inmobiliarios.
—¿Una reunión informativa?
—Sí. Hace un rato hemos visto a una señora que ha vuelto un poco más pronto a
su casa y le hemos preguntado. Los han convocado para hablarlos de la venta de los
terrenos de esta aldea a una inmobiliaria y de la construcción de nuevos bloques de
edificios.
—Vaya. ¿Y cómo es posible que una persona tan importante como la difunta, la
dueña de estos terrenos, se quedara en casa durante la reunión?
—Hermano, eres incorregible. Es imposible que Ishidzu también esté al corriente
de eso.
—En eso tienes razón. —Katayama suspiró—. ¿Y el resto de los habitantes de la
aldea?
—La reunión ya ha terminado y es de suponer que volverán a sus casas de un
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momento a otro.
—Entiendo.
—¿Podríamos ponernos en contacto con ese tal Hayashida de algún modo? —
recordó Harumi.
—Si te refieres a ese agente de policía, hoy ha venido a verme.
Cuando su hermano le explicó todo lo que le había confiado Hayashida, ella
manifestó su rabia:
—Yo también me he enterado de eso gracias a Ishidzu. Está loco por ver a
Kinuko desde entonces. ¿Te puedes poner en contacto con él?
—No lo sé… Cuando se ha marchado me ha dicho que tenía que pasarse por la
comisaría de Hino para hacer unos trámites.
—Si paso por esa comisaría, puedo dejarle el recado y pedirle que vuelva por aquí
—propuso el detective de Meguro.
—¡Muchas gracias! ¡Eres tan amable!
—En absoluto. Pero si tú me lo pides, lo haré encantado. Esto… Bueno, me voy.
—Entonces salió rápidamente de la habitación.
—¡Dile que vaya a casa de Kinuko! —añadió Harumi cuando él ya estaba de
espaldas—. Qué buena persona que es.
—Hoy has ido al apartamento de ese tipo, ¿verdad? —interpeló Katayama a su
hermana mirándola con seriedad—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque no sabía si él podría pedir el día libre o no.
—Hablamos de ese tipo. Por ti es capaz de pedir fiesta aunque eso suponga
retrasar el arresto de un asesino veinticuatro horas.
—¡Venga ya! —A Harumi se le escapó la risa, pero enseguida volvió a ponerse
seria—. Este es un crimen muy desagradable.
—Y tanto. No comprendo que también hayan matado a esos once gatos. ¿Qué
pretendían con eso?
—Es todo un misterio. Por muy testigos del crimen que fueran, no podrían
declarar y no hacía falta que los asesinaran. Además, ¿adónde habrán ido los
supervivientes?
—Deben estar debajo del suelo de la mansión[10] o habrán huido al bosque. Ya lo
tengo. Podemos hacer que Holmes los busque. —Katayama echó un vistazo por la
estancia—. ¿Dónde está Holmes?
—¿Dónde se habrá metido? —Su hermana también miró por la habitación—.
Hasta hace un rato estaba en ese sofá de ahí hecha una bola…
—Esta se ha escapado.
—¿Holmes?
—Es una gata muy orgullosa. Debe pasar rematadamente de que queramos
utilizarla del mismo modo que utilizaríamos a un perro policía.
—No sé yo…
—Seguro que es eso. Pero tenemos un problema. Hablamos de gatos, ¿verdad? Si
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hacemos que los perros policía los busquen, lo que lograremos es que huyan aún más
lejos.
—Si han salido por patas, volverán en un momento u otro. A mí lo que me
preocupa es… —La joven se quedó sin terminar la frase.
—¿Qué?
—Que… hayan asesinado también a los otros en alguna parte… —Más que
susurrar, parecía que Harumi estuviera hablando consigo misma.
En ese mismo instante, Holmes avanzaba entre la vegetación del bosque a paso
ligero. No había hecho falta que Katayama se lo pidiera; ella misma se había
propuesto seguir el rastro de los otros gatos desde la mansión.
Sin embargo, por muy agudo que fuera su olfato, el lugar al que había llegado olía
a gato por doquier y no resultaba sencillo discernir cuáles eran los olores más
recientes.
La gata se detuvo en seco. El rastro se había interrumpido. Esta ya era la cuarta o
quinta vez que le sucedía. Todos y cada uno de ellos se habían dispersado en
direcciones distintas. Por lo tanto, no tuvo más remedio que seguir el olor de los
animales uno por uno.
Inexplicablemente, los cuatro o cinco gatos a los que había seguido hasta ahora
habían desaparecido misteriosamente a medio camino.
¿Qué significaba todo aquello? Era como si hubieran desaparecido en el aire. En
el aire…
Justo cuando Holmes iba a regresar, de pronto se percató de un leve aroma que
flotaba en el ambiente. En realidad era un olor extremadamente sutil que estaba a
punto de desaparecer a causa de la brisa, pero por un segundo, estimuló la membrana
mucosa de su nariz y eso fue más que suficiente.
Para un gato, no había olor más atractivo que ese. Y también peligroso. Ese olor
podía llegar a significar la muerte.
Era matatabi[11].
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—Sí. Es un asunto que habíamos decidido hace tiempo. La idea era que la
gentuza del pueblo se presentara y pudiera comprobar exactamente cuáles eran las
intenciones de la otra parte.
—Pese a eso, la señora Tsuneyo no ha acudido. ¿Por qué no lo ha hecho?
—Me ha dicho que no se encontraba bien y que fuera yo en su lugar —respondió
Tetsuo encogiéndose de hombros.
—Pero todos los terrenos de esta aldea le pertenecían a la señora Tsuneyo,
¿verdad?
—Decir que eran todos suyos es un poco exagerado, aunque la mayoría de ellos sí
que lo eran.
—¿Aunque no fuera a la reunión, ella conocía lo que se iba a tratar en la misma?
—¿Lo que se iba a tratar? En resumen: que nosotros venderemos y una vez
recibamos el dinero, nos la trae al fresco qué hagan ellos con esto.
—¿La señora Tsuneyo también pensaba eso?
—Por supuesto. —Tetsuo Ishizawa se quedó atascado con la respuesta. La
expresión de su rostro dejó entrever su incomodidad—. ¿Por qué me lo pregunta?
¿Acaso el asesino no es ese exdetective de la policía enloquecido? Hagan el favor de
capturarlo cuanto antes. Si no, no podré dormir tranquilo —recriminó poniendo cara
de disgusto.
Katayama sonrió con un toque de sarcasmo.
—Particularmente usted, ¿me equivoco?
—¿Qué insinúa con eso?
—Usted sabía que Ueno pensaba que los sabotajes perversos cometidos contra los
niños del área del complejo de apartamentos eran obra suya, ¿verdad?
—S-sí… Estaba enterado. Me advirtieron que fuera con cuidado.
—¿Y qué puede decirme? ¿Los cometió usted?
—¡Eso es ridículo! ¡Me está difamando! —A Tetsuo se le veía claramente
ofendido—. ¿Qué es lo que pretende? ¿No se supone que usted tiene que investigar el
asesinato de mi madre? Capture a ese desgraciado de Ueno y lárguese de aquí.
Mucho tiempo libre debe tener para perderlo soltándome sus sarcasmos.
—No se preocupe, lo estamos buscando a conciencia —concretó Katayama con
naturalidad. Sabía que no ganaba nada poniéndose en contra a aquel hombre—. Por
lo visto el arma del crimen es una katana y esta funda es lo único que ha quedado de
ella en el escenario del crimen. ¿Era de su familia?
Cuando el detective le señaló la funda, Ishizawa le echó un vistazo con una
mirada siniestra y asintió.
—Es la que teníamos en el tokonoma. Es una pieza que ha pasado de generación
en generación, pero yo jamás la he tocado.
Eso significaba que era posible que el asesino no hubiera venido con la intención
de asesinar a Tsuneyo Ishizawa. Discutieron, perdió los nervios, agarró la katana que
había expuesta en la habitación…
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—Cambiando de tema. Con la muerte de la señora Tsuneyo, su fortuna con todas
sus tierras incluidas pasará a heredarla usted, ¿cierto?
—Así es… Mi padre falleció hace muchos años y yo soy el único hijo que tuvo.
Aparte, también tenía una sobrina.
—¿Una sobrina?
—Sí. Mamá estaba muy encariñada con ella. Y por su edad, más que sobrina
suya, se diría que era su nieta. Debe tener unos veintidós o veintitrés años máximo.
—¿De quién se trata?
—Se llama Ritsuko Kariya.
—¿Puede ponerse en contacto con ella?
—Sí. ¿Hago que mi esposa la telefonee y le pida que venga?
—No. ¡Eh! ¡Ishidzu! —Katayama se dirigió a su colega, que estaba a su lado
tomando notas de todo—. Pídele a la esposa del señor Ishizawa que la llame.
—Entendido. —Ishidzu abandonó la estancia. Estaban utilizando para los
interrogatorios la sala de invitados donde Katayama había estado descansando.
—Por cierto, ¿su madre no hizo algún tipo de testamento?
—¿Un testamento? Sí, tiene que estar en la oficina de su abogado. —Tetsuo
Ishizawa parecía más bien asqueado mientras Katayama anotaba el nombre del
letrado—. ¿Por qué diablos quiere investigar eso? ¡Si ya sabe quién ha sido el
asesino!
—Hay un sospechoso, pero aún no tenemos la certeza de que él sea el asesino.
Según cuáles sean las circunstancias del crimen, existe la posibilidad de que
aparezcan otros sospechosos.
—¿Alguno de los hombres que vinieron con él a asaltar nuestra casa el otro día?
—No. Más bien alguien que deseara asesinar a su madre por un móvil
completamente distinto.
—No le entiendo —repuso Ishizawa lanzándole una mirada que parecía
escudriñar a Katayama—. ¿Qué clase de móvil?
—Estas tierras, por ejemplo —reveló Katayama—. Esta es una fortuna inmensa.
Y la cuantía por la que se puede vender a la inmobiliaria será más que considerable.
—¿Está insinuando que he asesinado a mi madre para quedarme con estas tierras?
¡Eso es ridículo! Mi madre ya estaba muy mayor y estaba clarísimo que era a mí, a
quien le iba a legar su fortuna. Jugársela de esta forma solo porque a uno le entren
prisas no tendría ningún sentido.
La sonrisa forzada que mostró Tetsuo hizo que Katayama sospechara de él.
—Claro que sí. Sin embargo, ¿qué sucedería si la señora Ishizawa se opusiera a
vender sus tierras? Usted vería escapar ante sus narices una gran suma de dinero.
—Mi madre estaba de acuerdo con vender estas tierras.
—¿De veras? No, no lo estaba. Tenemos fuentes que aseguran que ella insistía en
que nunca las vendería.
—¡Eso es mentira! Eso no… —Ishizawa se secó el sudor de la frente con gesto
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aturdido.
—Preguntaremos a los aldeanos si es cierto lo que dice. Si averiguamos que ha
mentido, se va a quemar los dedos —aseveró Katayama dejando caer la vista sobre su
bloc de notas. Lo dijo sin mirar a su interlocutor a propósito. Naturalmente, se había
marcado un farol.
Ishizawa se quedó un buen rato callado estrujando con las dos manos su pañuelo
hasta que finalmente suspiró.
—Es verdad. Mamá se oponía a vender sus tierras. Era terca a más no poder; una
vez que decidía algo, ya no hacía caso de nada ni nadie.
—Y usted quería vender.
—¡Pues claro! ¡Es lo normal! Que hayan edificado un complejo de apartamentos
tan cerca ha hecho que el valor de estos terrenos haya subido de un modo exorbitante
y justo en este momento tan oportuno, una inmobiliaria ha traído una propuesta con
unas condiciones óptimas. Yo puedo vivir sin estrecheces todos los meses, pero nunca
he tenido la oportunidad de hacerme con una gran suma de dinero —declaró Ishizawa
con ardor—. ¡Además, ya tengo cuarenta y siete años! ¡Va es hora de que empiece a
construir mi propio porvenir!
—Y usted se arrojó sobre la oferta loco de contento.
—Sí. Sin embargo, ellos me dijeron que si no vendía ahora, me olvidara del
negocio. En este momento, esta zona está en pleno desarrollo urbanístico. Si edifican
ahora, venderán las viviendas en muy poco tiempo. Sin embargo, si dejamos pasar
esta oportunidad, el valor de estos terrenos puede reducirse hasta la mitad.
—¿Pero eso no es simplemente una táctica empresarial para que venda?
—Aunque sea así, las condiciones que dan son las que son. Es más, garantizan
que venderán esas viviendas a un precio especialmente barato a los habitantes de la
aldea, así que todo el mundo está muy interesado en la oferta.
—¿Por eso todos los aldeanos acudieron en bloque a la reunión informativa?
—Así es. Pese a que estos terrenos no son de su propiedad, entenderá por qué
están tan entusiasmados.
—¿Todos ellos desean que ustedes vendan los terrenos?
—Exacto. Tras comprobar cómo vive la gente en los nuevos edificios de
apartamentos, se sentían como si a ellos los hubieran dejado abandonados a su suerte.
Les hacía una ilusión tremenda estrenar casa y vivir en esos pisos con todas las
comodidades del mundo y tan distintos de estas casas tradicionales.
Katayama se quedó sorprendido. En la ciudad la gente clamaba por volver a vivir
en medio de la naturaleza y paralelamente, en el campo aún seguían teniendo
idealizadas las ciudades.
—¿Todo el mundo sabía que su madre se negaba insistentemente a vender las
tierras?
—Sí. Algunos aldeanos vinieron varias veces a rogarle que vendiera. Al fin y al
cabo, por muy campesinos que sean, han visto cómo los jóvenes se han ido
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marchando de la aldea sin cesar y ahora prácticamente solo queda gente mayor para
quien el trabajo en el campo ya se hace demasiado duro.
—Si se vendieran los terrenos, ¿de qué viviría esa gente?
—Supongo que abrirían alguna que otra tienda. La inmobiliaria también ha estado
pensando en eso. Una persona mayor puede trabajar cuidando de una tienda sin
ninguna clase de dificultad.
—Entonces todo el mundo estaba de acuerdo.
—Sí. Últimamente se han estado reuniendo a diario para pensar en la forma de
conseguir lo que querían. Incluso nombraron un grupo de representantes para que
trataran de convencer a mi madre.
—¿Le expuso ella por qué razón se negaba a vender?
—Sí que lo hizo —asintió Ishizawa sonriendo con amargura.
—¿Qué le dijo?
—Dio un motivo verdaderamente increíble: si desarrollaban esta zona y la
convertían en un complejo residencial, los gatos ya no tendrían donde vivir.
Katayama se quedó con los ojos como platos, pero siguió tomando notas en
silencio.
—Entendido. Hemos terminado por ahora.
—Señor detective, no quiero que se lleve una idea equivocada… —Ishizawa se
inclinó hacia su interlocutor—. A mí también me entristece que hayan matado a mi
madre. Me encantaría estrangular al tipo que lo ha hecho con mis propias manos.
Quiero que esto le quede muy claro.
—Sí, lo entiendo.
—Pero lo de estos terrenos fue un error por su parte. En un momento como este lo
que hay que hacer es pensar en las personas que viven en la aldea. Lo comprende,
¿verdad?
—Sí, lo comprendo muy bien —respondió Katayama harto ya de aquel
despreciable tipo.
—Ser terrateniente implica asumir esa responsabilidad. Mi madre no comprendía
ese aspecto —prosiguió Ishizawa. Por lo visto lo que más temía el hombre, era que se
considerara que él tenía un móvil para asesinarla. Cuando Katayama le indicó que iba
a interrogar a su mujer oyó a alguien gritar desde la puerta.
—¡Sinvergüenza!
En el momento en que el detective levantó la cabeza sorprendido, vio a una mujer
joven en pie que aún tenía la mano en el pomo de la puerta.
—¡Ritsuko! ¿Has venido? —preguntó Ishizawa con los ojos abiertos
desmesuradamente.
—Acabo de llegar. He oído delante de la mansión que habían asesinado a mi tía.
Debes estar dando saltos de alegría.
—¡Espera! ¿Qué estás diciendo?
—Lo sé todo. Sé muy bien que estabas asfixiado por las deudas.
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—¡No digas estupideces! —El rostro del hombre se había alterado. En cambio,
Ritsuko Kariya mantenía la serenidad.
—¿Estupideces? Si la policía lo investiga, lo descubrirá enseguida. ¡Tú has
asesinado a mi tía!
—¡Eso es intolerable! Ya saben quién ha sido su asesino.
—Cálmense, por favor —les solicitó—. Señor Ishizawa, ya es suficiente. Ahora
hablaré con su prima. Le ruego que se retire.
—Escúcheme bien. No debe creerse nada de lo que le diga. Es una rebelde
desquiciada a la que incluso recluyeron en un centro de menores. ¡Es una mentirosa!
—recalcó el hombre mirando a Ritsuko con ensañamiento.
—Retírese, por favor —le ordenó Katayama con un tono de voz un poco más
fuerte.
—Ya me ha oído, no debe dejarse engañar… —repitió Ishizawa con cabezonería
mientras abandonaba la sala de visitas. Este se cruzó con Ishidzu, que entró cuando él
salía.
—No he podido comunicarme con Ritsuko Kariya.
—Ella ya ha llegado.
—¿Cómo? —Mudo de asombro, Ishidzu se quedó mirando a la joven que había
tomado asiento en el sofá.
—¿Lo que ha dicho ese hombre es cierto? ¿Saben ustedes quién es el asesino? —
preguntó la chica.
—Tenemos un sospechoso —aclaró Katayama. Dicho esto se quedó observando
atentamente el rostro de su interlocutora.
—¿De veras? De todas formas, estoy segura de que ha sido mi primo quien la ha
matado.
—¡Lo sabía!
—¿Eh?
—En el vagón litera me dijo que prefería la litera de arriba, ¿lo recuerda?
Ritsuko Kariya exclamó visiblemente sorprendida y se quedó contemplando un
buen rato al detective de la Central.
—Es verdad —confirmó ella—. Menuda casualidad.
—¿Entonces era detective de policía? No me lo pareció. Disculpe las molestias.
—Tranquila, no importa. Gracias a eso pude dormir a pierna suelta en la litera de
abajo —insistió con una sonrisa. Acto seguido bajó la vista hasta su bloc de notas y
volvió a adoptar una expresión seria—. Es una lástima que tengamos que
encontrarnos por unas circunstancias tan terribles.
—Sí… He oído que a mi tía la han asesinado de un modo muy violento…
Al escuchar la explicación de Katayama, Ritsuko bajó el rostro como si estuviera
reteniendo las lágrimas. Pero solo permaneció así un breve instante. Enseguida
levantó la cabeza y miró a Katayama a los ojos.
—Pregúnteme todo lo que quiera, responderé encantada —declaró con
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determinación.
—Su nombre es Ritsuko Kariya. ¿Cuántos años tiene?
—Veintitrés.
Katayama anotó su dirección.
—¿Dónde vive?
—En un apartamento cerca de aquí. Vivo sola.
—Entiendo. ¿Mantenía una relación estrecha con la señora Tsuneyo?
—Ella me mimaba más que mis propios padres. Ambos están muertos. Es cierto
que en secundaria y en el instituto me descarrié, y que me recluyeron en un centro de
menores. Aun así, mi tía siempre acudió en mi ayuda. Hiciera lo que hiciera, nunca
me abandonó. Únicamente me decía una cosa: «En realidad eres una buena chica, así
que estoy tranquila». Gracias a ella, abandoné el mal camino. Era tan buena
persona… —Entonces, se le atragantaron las palabras.
—¿Por qué ha venido hoy? ¿La ha traído algún motivo en particular?
—Mi tía me pidió que viniera.
—¿Para qué?
—No lo sé. Tan solo me dijo que viniera sin falta porque era un asunto muy
importante para mí.
—¿Un asunto importante para usted? ¿Se imagina qué podía ser?
Ritsuko meneó la cabeza.
—No tengo la menor idea. Hacía una buena temporada que no la veía. No
soportaba encontrarme con mi primo cada vez que venía aquí.
—¿Con Tetsuo Ishizawa?
—Sí. Me repugna tanto que estremezco de horror. —Ritsuko hizo una mueca—.
Pese a que el muy desgraciado no da un palo al agua y vive a costa de mi tía, nunca
habla bien de ella.
—¿Sabía que había surgido la cuestión de vender las tierras?
—Sí, porque a veces llamaba a mi tía y ella me contaba lo que sucedía.
—¿Qué le decía al respecto?
—Que no vendería bajo ningún concepto. Al menos mientras ella viviera… Y sí,
dijo «mientras ella viviera».
—¿Y usted qué piensa sobre eso?
—Estas tierras eran de mi tía y podía hacer con ellas lo que quisiera. Además, ella
sabía que si las vendía y las convertía en dinero, su hijo llevaría una vida aún más
disoluta.
Katayama pensó que la mujer seguramente tenía razón.
—Por ahora lo podemos dejar así. Si se le ocurre algo más que deba decirme,
hágamelo saber.
—Entendido. Esto…
—Soy el detective Katayama de la Primera Sección de Investigación de la
Comisaría Central Metropolitana.
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—De acuerdo —contestó Ritsuko con una pequeña sonrisa antes de marcharse.
El detective dio un gran suspiro y se sentó en el sofá.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Ishidzu—. ¿Estás cansado?
—No, solo estoy haciendo una pequeña pausa —repuso cerrando los ojos
lentamente. Por naturaleza, cuando estaba delante de una mujer hermosa o atractiva
se ponía exageradamente tenso y acababa agotado.
—Pídele a la esposa de Ishizawa que venga, por favor —solicitó Katayama al
cabo de un rato.
Makiko, la mujer de Ishizawa, era la antítesis de Ritsuko. Era una mujer gris, de
baja estatura, nada llamativa. Se movía con nerviosismo y sus ojos no se estaban
quietos, pero por lo visto eso era habitual en ella.
Era bastante más joven que su marido, pero por más que tuviera treinta y cuatro
años, se la veía tan envejecida que de haberle dicho que tenía cuarenta, no se habría
sorprendido.
—De modo que hoy han salido de casa a las diez y media.
—Sí.
—¿A qué hora han llegado a la sala donde se celebraba la reunión?
—A las once… menos cinco, más o menos.
—¿Hasta qué hora se ha alargado la reunión?
—Estaba previsto que durara hasta la una y media, pero al final se ha alargado
hasta las dos.
—¿Ha ido y ha vuelto con su marido?
—Sí, por supuesto.
—¿En la reunión también ha estado con él todo el tiempo?
—Sí.
—¿Todos los aldeanos estaban en aquella sala?
—Así es.
Katayama asintió. En ese caso, era imposible plantearse que Ishizawa fuera el
asesino. ¿Era aquel crimen obra de Ueno?
Sin embargo, había algo que no acababa de encajar.
Si Ueno fuera el asesino, desde luego, había llegado en un momento demasiado
oportuno. Había encontrado el pueblo vacío y a la señora Tsuneyo, que era su
objetivo, sola en casa. Podría tratarse de un arrebato pero se le antojaba que eran
demasiadas coincidencias.
—Pero no fue así al mediodía —dejó caer Makiko Ishizawa.
—¿Eh? —se le escapó a Katayama.
—Al mediodía la gente de la inmobiliaria dio mil yenes a cada asistente para la
comida.
—Entonces, ¿salieron todos a mitad de la reunión?
—Sí. Desde las doce hasta la una. Cada cual se fue a comer por su cuenta a los
restaurantes del complejo de apartamentos.
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—¿Adónde fue usted?
—Yo fui a un restaurante de soba[12]. No me gusta la comida demasiado aceitosa.
—Su marido no fue con usted.
—Sí. Él dijo que prefería la comida china. Fuimos cada uno por nuestro lado nada
más llegar al complejo de apartamentos.
—¿Su marido se fue con alguien más?
—No lo sé. Cuando nos separamos él se quedó solo. Ignoro qué fue lo que hizo
luego.
—Entiendo. Muchas gracias por todo.
Una vez que Makiko Ishizawa hubo salido de la sala de invitados, Katayama se
giró hacia Ishidzu.
—Con una hora tenía tiempo más que suficiente para hacerlo —señaló.
—Es cierto. Además, un hombre como él es capaz de todo.
—Hasta que no veamos el informe de la autopsia, no podremos sacar
conclusiones, pero por lo menos sabemos que Ishizawa también tenía un móvil para
asesinar a su madre.
—Si eso es así, ¿dónde está el señor Ueno?
—Su desaparición hace recaer todas las sospechas sobre él…
—Es posible, pero ¿y si no ha desaparecido de forma voluntaria?
—En ese caso…
—El asesino podría haberlo matado también a él. —Katayama se puso a
reflexionar mientras repasaba las notas de su bloc. En ese momento…
—¡Hermano! —Harumi entró como un vendaval.
—¿Qué ocurre?
—Mientras estaba delante de la mansión, Holmes ha traído esto en la boca. —Ella
le estaba tendiendo un pañuelo envuelto. Al abrirlo, el detective vio que una tercera
parte del mismo estaba teñida de sangre.
—Esto es…
—¿Y si fuera del asesino?
—¿Dónde lo has encontrado?
—Holmes nos está esperando delante de la mansión.
—¡Muy bien, vamos!
Los tres salieron a toda velocidad de la casa. Holmes estaba sentada en el jardín
delantero con una carita que rezaba que no quería que la hicieran esperar demasiado.
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jurado que estaba en medio de la montaña.
El exdetective había agarrado la katana por la sección media de la hoja y parecía
habérsela clavado él mismo en el vientre. Naturalmente, tenía dicha zona teñida de
sangre, pero aparte de eso, tenía salpicaduras de sangre por todo el cuerpo; lo más
probable era que fueran de la sangre de Tsuneyo Ishizawa y de los gatos a los que
había matado a espadazos.
Lo que Holmes había traído entre los dientes era el pañuelo con el que el hombre
debió envolver la hoja para poder agarrarla bien. La situación no ofrecía dudas en ese
sentido.
—Todo indica que Ueno era el asesino —murmuró Katayama.
—Lo siento tanto por Kinuko… —dijo Harumi volviendo el rostro.
—Ishidzu, quédate aquí, por favor. Iré a informar de todo y volveré enseguida.
—De acuerdo —asintió su colega dando a entender que podía confiar en él.
«Qué tipo más extraño», pensó Katayama. Con los cadáveres se quedaba
impávido y, sin embargo, sentía pánico por los gatos.
—Bueno, ya tenemos resuelto el caso —sentenció el detective de la Central.
Nada más oír aquello, Holmes se dio la vuelta bruscamente. Con sus ojos le
decía: «¿Eso es lo que crees, Watson?».
—¿Qué ocurre? ¿Crees que me equivoco?
—Mucho, hermano —respondió Harumi—. ¿Dónde se han metido los otros
gatos? Y una cosa más, ¿qué ocurre con el caso de los sabotajes contra los niños del
complejo de apartamentos?
—Eso no es de mi incumbencia.
—Sin embargo, tengo la sospecha de que, en algún sentido, este asesinato está
conectado con los ataques a esos niños.
—Quizá, pero con intuiciones no se llega a ninguna parte.
—¿Tú crees? Tienes que hacer caso de la intuición femenina. ¿Verdad, Holmes?
Y entonces, la gata manifestó estar de acuerdo con las palabras de Harumi
emitiendo un breve maullido.
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SEGUNDO CAPÍTULO
LA GATA ROJA
I
ué rezaba el dicho? ¿La primavera el sueño altera…?
—¿ Qmonumental.
—Yo ya no sé si ya es de día o no… —Katayama dio un bostezo
Estar pateando la calle arriba y abajo todavía tenía un pase, ahora bien, cuando
miraba los informes que tenía sobre la mesa, una especie de neblina se extendía por
su cabeza sin previo aviso y un velo caía delante de sus ojos.
—Podía sonar el timbre del teléfono, así al menos me despertaría… En fin, vamos
a por uno más. —Apenas hubo dicho esto, el aparato repicó estrepitosamente—. ¿Me
están llamando de verdad? —Se quedó un poco sorprendido. «Me lo estaré
imaginando». «No, está sonando en un sueño», pensó, y miró el teléfono con
resentimiento.
—Hombre, ¿por qué no lo descuelgas? —le preguntó el detective Nemoto
perplejo, que estaba justo a su lado.
Pues parecía que sí que le estaban llamando.
—Detective Katayama, dígame —dijo tomando el auricular.
—Disculpe, ¿hablo con el detective Katayama?
Era la voz de una mujer joven. Tenía la impresión de haberla escuchado antes,
pero no estaba seguro. Las voces de todas las mujeres jóvenes se parecían.
—Sí, soy yo.
—Soy Ritsuko Kariya.
Era la «gata blanca» de aquel vagón litera.
—Hola. Gracias por haberme ayudado en aquella ocasión. Fue algo realmente
terrible. —Katayama se expresó con un tono amigable y con una fluidez rara en él.
Aunque su interlocutora fuera una mujer hermosa, por teléfono se manejaba bastante
mejor que en persona. Hasta se había dado el lujo de añadir unas palabras de gratitud.
—Sí, y aún estamos de metidos de lleno en el mismo problema.
—¿Qué quiere decir?
—Me gustaría verlo.
Hacía una semana que se había oficiado el funeral de la señora Tsuneyo.
—Dígame… ¿han recordado algo nuevo con relación al caso? —inquirió él.
—No sé si tiene o no relación con el caso… —Katayama no entendía a qué venía
la petición de la joven—. Es una historia algo insólita. Es complicado explicársela
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por teléfono.
—Entendido. —Mientras respondía, miraba de reojo al superintendente Kurihara.
Se suponía que el asesinato de Tsuneyo Ishizawa ya había quedado resuelto tras el
suicidio de Ueno, y la mención de volver a hurgar disgustaría mucho a su jefe.
Estaban escasos de personal y solo faltaba aquello. Pero quizá fuera importante
escuchar lo que tuviera que decirle la mujer.
—Si quiere, puedo ir ahora mismo a la Comisaría Central.
—Ahora no puedo, lo siento.
—¿Tiene esta noche libre? —inquirió Ritsuko Kariya inquieta.
—¿Cómo? ¿Esta noche?
—Sí. Si le va bien, podríamos encontrarnos en el vestíbulo del hotel T. ¿Qué le
parece a las siete?
—Pues… no tengo inconveniente.
—Le ruego que venga sin falta. Es algo muy importante.
—De acuerdo. Allí estaré.
Lo intimidaba que una mujer lo citara en un lugar de esas características. El caso
es que hasta la fecha, cada vez que había aceptado propuestas como esa solo le
habían traído problemas.
—Me tranquiliza saberlo. Sé que está muy ocupado, así que no estaba segura de
si iba a tener tiempo o no —refirió ella adoptando un tono más sereno.
—No hay problema. A las siete en el vestíbulo del hotel T.
Cuando por fin colgó el teléfono, Nemoto le habló en voz baja.
—¿En qué la has cagado esta vez?
—¿Qué quieres decir?
—El jefe te estaba mirando con una mala leche de narices.
—Pues no se me ocurre qué puede ser…
Y entonces, de repente…
—¡Katayama! ¡Ven un momento! —La voz del superintendente Kurihara llegó
hasta su mesa.
—¿Qué quiere, señor?
El detective intuyó que aquello debía ser un rapapolvo distinto a los que solía
tenerlo acostumbrado, porque su jefe titubeó y su rostro tenía una expresión
sumamente hosca:
—¿Cómo podría planteártelo? Acabo de recibir una llamada de la comisaría de
Yotsuya[13].
—¿Qué le han dicho?
—¿Conoces a una mujer llamada Sachiko Ichimura?
Tras quedarse pensando un rato, el detective se encogió de hombros.
—No la conozco de nada. ¿Sucede algo con esa mujer?
—Hmm… —Kurihara levantó la cabeza y procedió a explicárselo—. Por lo visto
ha presentado una denuncia contra ti por agresión.
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Katayama meneó la cabeza enérgicamente preguntándose si aún estaba medio
dormido. Aunque quizá lo hizo con demasiada fuerza, porque acabó medio mareado
tambaleándose. Nervioso, apoyó las manos en la mesa de su superior para sostenerse.
—Perdone… ¿Qué acaba de decir?
—Dicen que agrediste a una mujer llamada Sachiko Ichimura. En términos
exactos, te acusan de violarla.
Katayama abrió los ojos exageradamente, horrorizado.
—¡Eso es una patraña! ¡Yo jamás haría algo así!
—Yo también creo que eso es imposible —asintió el superintendente—. Vete a
saber lo que ocurrió realmente.
El detective se quedó descorazonado y protestó enérgicamente.
—Espera, hombre, —lo contuvo Kurihara—. En la comisaría de Yotsuya también
ven inconsistencias en el testimonio de esa mujer y desconfían de su veracidad. Quizá
se trate de sexo consentido. ¿Has tenido relaciones con ella?
—¡Ni sexo consentido, ni nada! ¡No he tenido nada que ver con ella!
—De acuerdo. De acuerdo. ¿Por qué te habrá acusado entonces? ¿Y cómo sabe tu
nombre?
—Ni idea…
—Parece ser que ha dicho bien claro que su agresor era Yoshitarō Katayama de la
Primera Sección de Investigación de la Comisaría Central Metropolitana.
Se quedó tan perplejo como furioso. Jamás había hecho nada voluntariamente que
se mereciera el resentimiento de una mujer.
—Podría ser una mujer relacionada con alguno de los asesinos a los que le has
echado el guante. En fin, eso es lo que voy a decirle a los compañeros de esa
comisaría. Supongo que ellos también investigarán un poco por su lado. A lo mejor te
piden que vayas a verlos así que no te vayas de viaje.
Katayama volvió a su silla sin comprender qué demonios pasaba. Cuando hizo
partícipe de la historia a Nemoto, este último sugirió:
—¿No será una chica de alterne o una prostituta que te la está jugando? O quizá
alguna posible novia que no te perdona que le dieras calabazas.
—¿Cómo te atreves? —Katayama alzó los brazos indignado.
—La gente nunca es lo que parece —alegó divertido su compañero con una
sonrisa.
¿Por quién le había tomado Nemoto?, pensó. Con una expresión amarga en el
rostro, volvió a dirigir su mirada hacia aquellos informes. Sin embargo, no lograba
concentrarse en su trabajo.
Al cabo de treinta minutos, Kurihara volvió a llamarlo. Esta vez lo telefoneó y le
pidió que acudiera a la sala de reuniones.
Mientras entraba en aquella sala supuso que a lo mejor había venido el detective
de la comisaría de Yotsuya.
—¿Ya estás aquí? Siéntate —le ordenó su jefe—. Este es Fujita de la comisaría de
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Ikebukuro[14].
—Encantado —lo saludó inexpresivo un detective que aparentaba unos treinta y
cinco, treinta y seis años.
Mientras le devolvía el saludo, Katayama pensó que los barrios de Yotsuya e
Ikebukuro estaban lejísimos el uno del otro.
—Según lo que me ha contado Fujita —empezó a explicar Kurihara— una joven
te quiere denunciar por haberla estafado con un matrimonio fraudulento.
Katayama se quedó en blanco durante unos instantes.
—¿La misma chica de antes…?
—No, esa es otra. La mujer de este caso… ¿Cómo se llama?
—Se llama Kuniko Sakashita, de treinta y dos años.
—Caray. Esta es mayor que tú.
—¡Jefe! Esto no tiene ninguna gracia. Nunca había oído ese nombre.
—Dice que prometiste casarte con ella y que te largaste con tres millones de
yenes que tenía ahorrados.
—¡Eso es imposible! ¡Es mentira! ¡Es una acusación falsa! —Aún quería decir
más, pero ya no le salían más palabras.
—Tranquilízate —le recomendó Kurihara intentando apaciguarle—. Fujita, ¿esa
mujer no te ha resultado sospechosa?
—Bueno… Es la típica solterona un poco rara, pero aparte de eso no sabría qué
decirle…
—¿Me acusa de robarle tres millones de yenes? Le ruego que investigue todo lo
que haga falta, por favor. ¿Dónde diablos tengo yo ese dineral? Mis depósitos
bancarios son de risa, no juego a las apuestas y tengo un sueldo miserable…
—Lo del sueldo miserable sobraba —censuró su superior sonriendo con amargura
—. En todo caso, eso significa que tampoco sabes nada de este asunto.
—¡Por supuesto que no!
—Menudo problema. —Fujita se rascó la cabeza—. Una vez se haya formalizado
la denuncia, estamos obligados a investigarla.
—Eso no importa. Es natural que investiguen —manifestó el superintendente—.
Sin embargo, ¿podríais hacer un seguimiento de esa mujer al mismo tiempo? Esto me
parece muy raro. Un caso de agresión y ahora este matrimonio fraudulento… No me
parece propio de ti.
—Claro que no. ¡Es una acusación infundada!
—Así lo haremos —asintió Fujita—. Investigaremos a fondo la vida de esa mujer.
Por lo pronto, es muy probable que también tengamos que investigar su casa,
Katayama. Le ruego que nos ofrezca su colaboración. Ya nos veremos entonces. —
Acto seguido hizo una pequeña reverencia a modo de despedida y se marchó.
—¡Maldita sea! —Katayama se llevó las manos a la cabeza—. ¿Qué demonios
está sucediendo?
—Sinceramente, es algo muy extraño —asintió su jefe—. Y que encima, ambos
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casos hayan aparecido a la vez… Es posible que alguien te haya tendido una trampa.
¿Se te ocurre quién puede ser?
—Ni idea… —Se limitaba a mostrar su disconformidad meneando la cabeza
como un poseso.
—En todo caso, vete a tu casa.
—¡Jefe!
—Si te quedas aquí, la gentuza de la prensa nos cubrirá de mierda. Que un
detective haya agredido a una mujer y haya estafado a otra con un matrimonio
fraudulento son noticias amarillistas muy golosas.
Era verdad, así que tuvo que ceder a regañadientes y ya en su mesa, se dedicó a
ordenarla. Su compañero se lo quedó mirando sorprendido:
—Oye, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
—Esto es de lo más rastrero —protestó Katayama sin energía. ¿Una violación y
un matrimonio fraudulento? ¿Qué había hecho él para merecer eso? ¿Qué diablos
estaba pasando?
Cuando oyó la historia, Nemoto se puso muy serio.
—No es ninguna tontería. Ni tú mismo debes saber por qué, pero alguien te ha
preparado una encerrona.
—Menudo problema.
—Esta clase de casos son difíciles de descartar. Una parte dice una cosa y la otra
da una versión muy distinta. Entonces ya no hay forma de determinar cuál de las dos
tiene razón desde un punto de vista objetivo. Es una faena. Aunque las pruebas sean
insuficientes y se te declare inocente, siempre habrá quien piense que a lo mejor sí
que lo has hecho.
—Sea como sea, me voy a casa a enfriarme un poco las ideas.
—Espero que todo esto se quede en nada.
Katayama se despidió de su compañero y ya se disponía a salir de las
dependencias que ocupaba el Primer Departamento de Investigación, pero justo al
abrir la puerta estuvo a punto de chocarse con una mujer joven.
—¿Con quién quería hablar? —preguntó él tras disculparse haciéndose a un lado.
La mujer tendría unos veintidós, veintitrés años. Poseía un ímpetu tremendo, tenía
algo de sobrepeso y parecía una atleta. Miró por toda la sala y luego lanzó una
pregunta:
—¿Quién es Katayama?
—Yo mismo, ¿quién es usted? —inquirió a su vez, perplejo.
Entonces, ella profirió un sonido que estaba entre un gritito histérico y un alarido,
y se lanzó desquiciada sobre él. La gran estatura del detective hacía que no tuviera un
buen sentido del equilibrio y al encajar el impacto, retrocedió dos, tres pasos
tambaleándose y se cayó al suelo boca arriba.
—¡¿Pe-pero qué hace?! —Dado que la cara de la mujer se le venía encima
amenazadoramente, por un instante, pensó que iba a estrangularlo—. ¡No! ¡Que
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alguien me ayude!
La mujer puso sus labios sobre los de Katayama y empezó a besuquearlo a la
fuerza. Él estaba horrorizado, pero con la boca taponada como estaba, fue incapaz de
decir palabra por más que lo intentaba. Estaba como una tortuga boca arriba agitando
sus extremidades histéricamente sin parar.
Al cabo de un rato, los detectives de la sala finalmente vinieron corriendo a
apartar a la mujer de él.
Katayama se levantó tembloroso.
—¡¿Pero qué diablos estás haciendo?! ¡¿Quién eres?! —bramó colérico.
—¿Me estás diciendo que no sabes quién soy? Si soy Natsuko. Me prometiste que
te casarías conmigo —expuso la mujer con voz de pena.
El acosado se quedó con la boca abierta por la sorpresa y observó fijamente a esa
mujer a la que no había visto jamás.
—¡A ti no te conozco de nada! ¿Qué pretendes con esto?
—¿Cómo…? ¿Cómo puedes hablarme con esa indiferencia? ¡Eres un monstruo!
Con lo mucho que me quisiste y ahora…
—¡No digas idioteces! ¡Yo a ti nunca te he…!
Antes de que terminara, esa loca se echó a llorar de repente a grito pelado.
Empezó haciéndolo sorbiéndose los mocos, pasó al llanto desgarrado, luego se
deshizo en lágrimas y así, sin parar, iba pasando por todas las modalidades y
expresiones del llanto hasta el punto que uno ya no sabía, ni a qué atenerse, ni de qué
modo estaba llorando. Su detonación de gritos reverberaba con una intensidad tan
terrible e indescriptible, que los detectives que había en la sala no pudieron evitar
taparse los oídos. Y todo porque parecía que alguien hubiera amplificado el rugido de
un león una octava por encima de su sonido original y lo estuviera reproduciendo a
través de un altavoz extra grande al máximo volumen. Realmente, las únicas palabras
que podían describir ese berrido eran detonación acústica.
En lo que a Katayama respecta, este se había olvidado de taparse los oídos. Solo
permanecía en pie, boquiabierto. Con el pelo desmadejado, la corbata retorcida y el
botón que había justo debajo de cuello de su camisa blanca arrancado.
Al final, alarmados por el griterío de la mujer, una multitud de compañeros de
otros departamentos acudieron en masa por si había ocurrido algo grave. En su fuero
interno, el pobre hombre estaba implorando que si aquello era un sueño, pudiera
despertar pronto de él…
Harumi se había quedado con los ojos como platos tras escuchar la explicación de
su hermano.
—¿Desdecirse del compromiso? ¿Tú?
—Eso mismo. Y está decidida a denunciarme.
—Pero… tú no conoces a esa mujer, ¿verdad?
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—¡Por supuesto que no! Que quede claro, nada más entrar en el departamento, ha
preguntado «¿Quién es Katayama?» y cuando he contestado que era yo, ha empezado
a dar voces. Si realmente hubiéramos estado prometidos, es imposible que no supiera
qué cara tengo.
—Deberías haberle dicho eso mismo.
—Lo he hecho, claro está.
—¿Y entonces?
—Se ha obcecado con que no quería ni oírme hablar. Y como ya no me
escuchaba, aquello ya era como predicar en el desierto.
—¿Cómo ha acabado todo?
—Eso me gustaría saber a mí también. —Katayama se sentó en el suelo echando
pestes.
Harumi había vuelto del trabajo y sorprendida de que su hermano hubiera
regresado antes que ella a su apartamento, le preguntó si le habían despedido. Él le
contó lo sucedido, pero lo hizo siguiendo un orden arbitrario y bajo un relativo estado
de shock, así que aquella ya era la tercera vez que le tiraba de la lengua.
—¿No será que esa mujer está un poco desequilibrada? Si investigan, lo
averiguarán enseguida. Seguro que es una delincuente habitual.
—Aun teniendo en cuenta eso, lloró a grito pelado de un modo terrorífico. Estoy
convencido de que le deben haber enseñado a llorar en alguna escuela de arte
dramático.
—¿Pero qué dices? Entonces, es por eso que has vuelto a casa al mediodía.
—Exacto. Ha sido horroroso. Y así una tras otra…
—¿Una tras otra? —quiso seguir preguntando su hermana. ¿Has tenido otro
percance aparte de ese?
—Sí…
El detective estaba indeciso. ¿Qué debía explicarle primero? ¿Lo de la estafa de la
boda fraudulenta o lo de la violación? Le preocupaba dejarla aún más conmocionada.
Si primero le contaba lo de la violación, su hermana se desmayaría en el acto. O no.
Porque la verdad es que ella tenía bastante más aguante que él mismo y era posible
que no la afectara tanto.
—¿Qué ha sucedido? —Harumi se sentó al lado de Katayama.
—Bueno… es una historia muy extraña… —Antes de que pudiera explicarse,
sonó el timbre de la puerta.
—Ya voy. —La joven se levantó—. ¿Quién es?
—Soy Ishidzu —contestó el detective de Meguro con su alegría habitual. Ella
abrió la puerta rápidamente.
—Hola, ¿qué haces aquí? ¿Por qué has venido de repente sin avisar?
—Lo siento. Es que me he enterado de lo de tu hermano y estaba preocupado.
—Gracias por tomarte la molestia —sonrió—. Pero tampoco es tan grave. Todo
está bien. En todo caso, entra en casa, por favor.
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—Madre mía. Menudo revuelo se ha organizado. El rumor se ha extendido como
una mancha de aceite. El caso es que hablando con un detective de la policía que
estaba de servicio…
—¡Ishidzu, espera! —Hecho un manojo de nervios, Katayama intentó hacerlo
callar, pero fue demasiado tarde.
—¡Y es que claro, que si violación, que si estafa con una boda fraudulenta, que si
desdecirse de un compromiso de boda…! ¡Que tres mujeres le estén denunciando a la
vez por todo eso es inaudito!
El pobre hombre suspiró y se dio la vuelta.
—¿Vio-la-ción? —Su hermana se había quedado estupefacta.
—¿No lo sabías?
—¿Estafa con una boda fraudulenta?
—Sí, y desentendimiento de un compromiso de boda —se molestó en añadir.
Harumi abrió los ojos exageradamente y gritó:
—¡¿Qué significa esto?!
—¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Si todas son mujeres a quienes no conozco de
nada! ¡Esto es una conspiración! ¡Alguien me está atacando para usurparme el
puesto! —Es imposible que nadie quisiera usurparle el puesto a un detective raso
como Katayama, pero esa frase solía aparecer a menudo en las teleseries, y
simplemente se le escapó—. Pensadlo bien. ¿No veis que no puede ser casualidad que
esas tres mujeres me hayan denunciado el mismo día?
—En eso tienes razón. —Ella volvió a sosegarse y se cruzó de brazos—. Pero
alguna de esas cosas sí que la habrás hecho, ¿no?
—¿De qué vas? ¿Es que no tienes fe en tu propio hermano?
—Calma, calma. —Ishidzu finalmente entró en el apartamento—: Harumi, si lo
piensas con calma, te darás cuenta de que él es una persona incapaz de hacer algo así.
—Eso es, eso es. —Asintió el afectado. Ese grandullón por fin había hablado con
coherencia.
—¿No lo ves? Ninguna mujer sería tan tonta como para dejarse engañar por
alguien como tu hermano.
Katayama apretó los puños con la intención de propinarle un buen puñetazo a su
colega, pero justo en ese momento apareció Holmes maullando. La gata empezó a
darle toquecitos en la mano con la pata delantera y se puso a señalar el reloj con la
cabeza.
—¿Qué quieres? La cena se la tienes que reclamar a Harumi —sugirió, y miró el
reloj por inercia. Eran las seis y veinte.
—¿Hm? A esa hora… Las seis. Las siete.
—¡Es verdad! ¡Maldición! ¡Lo había olvidado por completo! —Katayama se
puso de pie. Se refería a la cita que tenía con Ritsuko Kariya.
—¿Qué sucede? —inquirió su hermana algo descolocada.
—Acabo de recordar que había quedado. Voy a salir.
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—Entendido… ¿Adónde vas?
—A un hotel.
—¿A un hotel? ¿A quién vas a ver?
—¿Hm? A Ritsuko Kariya.
—¿Kariya? —En cuanto ella frunció el ceño, Ishidzu cayó en la cuenta.
—Ah, sí. La sobrina de Tsuneyo Ishizawa, la anciana que asesinaron.
—Eso es. Me voy.
—¿Entonces no hace falta que te prepare la cena? ¡Hermano! —Pero este ya
estaba bajando por las escaleras a toda pastilla—. Siempre que se le dice algo que le
disgusta, pone los pies en polvorosa. Escucha, ¿te apetece cenar aquí antes de
marcharte?
—¿Te parece bien? —El rostro de Ishidzu resplandeció.
—Claro. Ya había comprado lo suficiente para prepararle la cena. ¿Tienes algún
compromiso?
—No, ninguno. No puedo creer que me estés invitando a cenar. Perdón por las
molestias.
—No pasa nada. Como si estuvieras en casa.
Justo entonces, la gata calicó maulló notablemente más fuerte. Asustado, el
hombretón se empotró de un salto contra una esquina de la habitación.
—Sí, Holmes, ya lo sé. Tendré que preparar tu cena primero. Y no le asustes
demasiado, me da un poco pena, el pobre.
El animal dio a entender que ya sabía a qué se refería y se sentó mirando hacia
otro lado. Ishidzu se secó el sudor de la frente…
II
Katayama entró en el vestíbulo del hotel T con paso acelerado a las siete y cuarto.
Pudo encontrar a Ritsuko Kariya sin necesidad de buscarla; ella misma se levantó de
un sofá y lo llamó.
—Hola. Disculpe que me haya retrasado.
—No se preocupe. Gracias por venir, debe estar muy ocupado.
Pese a haberse manejado bien hasta este momento, sintió como si tuviera una
piedra atascada en la garganta y se le atragantaron las palabras. La joven llevaba un
elegante traje de chaqueta de color azul claro. Su juventud y su feminidad mostraban
un equilibrio exquisito, y desde la primera mirada se percibía que aquella chica
rebosaba tal atractivo que uno ya no podía apartar los ojos de ella.
—¿Te parece que hablemos mientras cenamos? —propuso Ritsuko con una
sonrisa.
—Sí… es una buena idea.
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—Tengo una reserva en el restaurante del sótano. Si te parece…
—De acuerdo.
Entraron en ese restaurante tranquilo con un aire británico, se sentaron en una
mesa del fondo.
—Dígame, ¿está usted bien? —dijo Katayama tras aclararse la garganta. Solo le
faltó decir «apreciada señorita» como lo haría en el encabezamiento de una carta
formal.
—Sí. La muerte de mi tía me dejó un poco ensimismada, pero ya estoy bien.
—Me alegro.
—Tú también tienes buen aspecto.
—Afortunadamente estoy bien.
A medida que iban trabando esa conversación intrascendente, el camarero vino y
estuvieron discutiendo un rato si pedir tal o cual cosa. Una vez hecha la comanda,
Katayama se relajó un poco.
—Madre mía, hoy he tenido un día demoledor.
—¿Y eso? ¿Qué ha sucedido?
Katayama le contó que tres mujeres le habían denunciado una tras otra.
—Naturalmente, yo no conozco a ninguna de ellas.
—Entiendo lo que quieres decir. Me parece una historia muy extraña.
—Me la han jugado bien. El caso es que no recuerdo haberme ganado el
resentimiento de nadie —suspiró.
—¿Y si…? —dijo ella de improviso.
—¿Y si qué?
—¿Y si fuera una conspiración de mi primo?
—De Tetsuo Ishizawa.
—Sí.
—¿Pero por qué me guarda resentimiento? ¿Qué gana él haciéndome esto?
—Seguro que quiere interponerse en nuestra boda.
—Ya lo entiendo. —Nada más asentir, preguntó—: ¿En la boda? ¿De quién?
—En la nuestra.
—¿En la suya con… quién?
—Está claro. En la mía contigo, Katayama —reveló Ritsuko a bocajarro.
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permanecer allí. Por lo visto, está pensando en mudarse a otra parte. Aún vive allí,
pero mantiene las cortinas cerradas incluso a plena luz del día.
—Es una pena.
—Aunque Hayashida va a verla a menudo.
—Es ese agente que renunció al cuerpo de policía, ¿verdad? Ambos son muy
jóvenes todavía; siempre pueden empezar de nuevo en otra parte.
—Eso es verdad.
Harumi sonrió y le ofreció otra taza de té.
—No, gracias. He comido mucho.
—¿Te ha gustado el sabor?
—¡Es la mejor comida del mundo!
—Creo que te pasas un poco con los halagos —objetó Harumi riendo.
—Pero si algo es lo mejor del mundo, solo puede calificarse como tal —remarcó
Ishidzu.
—Entonces las consideraré palabras sinceras. —De improviso, la joven cayó en la
cuenta—. Me olvidaba. ¿Encontraron a esos gatos?
—¿Qué-qué pasa con los gatos? —Él se quedó helado. Todo su cuerpo estaba
temblando.
—Perdóname, por favor. Creía que ya lo tenías superado.
—Ya me iré acostumbrando. Ha sido por la impresión.
—Con lo de los gatos… te referirás a los que tenía la señora Tsuneyo Ishizawa,
¿verdad?
—Sí. Desaparecieron unos diez gatos, creo. ¿Han dado con ellos?
—Pues… No he oído que los hayan encontrado. Pero como me dan un poco de
miedo, no he vuelto a preguntar sobre su desaparición.
—Pero no estamos hablando de uno o de dos gatos. Por fuerza, alguien tendría
que haberlos visto.
—Eso es evidente. El próximo día iré a preguntarle al agente del puesto de
guardia de la policía.
Harumi bajó la mirada.
—Nunca lo olvidaré… Cuando vi salir a Koto por el camino teñida de sangre me
quedé aterrorizada. Esa gata blanca se había convertido en una gata roja y sus ojos
centelleaban con tanta intensidad… Porque sigue en paradero desconocido, ¿verdad?
¿Siguió a su propietaria hasta la muerte? ¿O quizá está vagando desorientada por el
bosque cercano al complejo de apartamentos? Bien pensado, eso sería tan
inquietante… Holmes, ¿tú qué piensas?
La gata calicó estaba hecha una bola y parecía dormida, pero abrió los ojos
cuando oyó la pregunta. A continuación se levantó, se dirigió hacia Harumi, se sentó
delante de ella y se quedó mirándola fijamente a la cara.
—¿Qué quieres? Ya tienes la tripa llena, ¿no? Ah, ya lo tengo. No me miras así
por la comida. Tú también intuyes que hay algo más. ¿Es por eso de los gatos?
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Holmes cerró los ojos un poco y volvió a abrirlos. Daba la impresión de que esa
era su forma de asentir enérgicamente.
—Lo sabía. Yo también. La anciana de aquella mansión fue asesinada junto a
once gatos… y el resto de sus mascotas está en paradero desconocido. El supuesto
autor de los crímenes ha muerto, pero a fin de cuentas, ¿realmente serían obra suya?
A mí me da la impresión de que ese caso aún no está cerrado. Además, todavía no se
ha encontrado a la persona que puso en peligro la vida de los niños… Holmes, tú
opinas lo mismo, ¿verdad?
Holmes volvió a cerrar y a abrir los ojos.
—¿A que sí? Piensas lo mismo que yo. ¡Si el señor Ueno no fuera el asesino…
los únicos que sabrían quién cometió el crimen en realidad serían los gatos que
salieron huyendo! Es posible que esos gatos quieran vengarse de su enemigo. Hasta
los que fallecieron podrían volver a aparecer convertidos en fantasmas. Serían once
gatos fantasma que…
De repente, Holmes profirió primero un maullido breve y agudo mirando hacia la
puerta del apartamento, y luego, otro más largo y penetrante más amenazador. En el
instante posterior cruzó la habitación hacia el recibidor con tal agilidad que parecía
que estuviera flotando por ese espacio.
—¿Qué sucede? —Harumi se levantó convencida de que había pasado algo
grave. La gata maulló varias veces mirando a la puerta en un tono aún más penetrante
y agudo. Eso llevó a la joven a ir corriendo hasta el recibidor—. ¿Hay alguien ahí? —
preguntó al tiempo que abría la puerta.
No había nadie fuera. Holmes salió disparada por el corredor del edificio de
apartamentos, pero no fue muy lejos. Se puso a dar vueltas alrededor del frontal de la
puerta inspeccionándolo todo con calma.
—¿Qué pasa? ¿Has visto algo? —le consultó Harumi poniéndose en cuclillas.
Entonces, exclamó al ver que en el corredor habían quedado una especie de
huellas. No acababa de distinguirlas bien a causa de la oscuridad. La joven volvió a
entrar en el apartamento.
—Ishidzu, ¿me podrías pasar la linterna que hay colgada en la columna de la
cocina? —Él no le contestó—. Ishidzu… —Echó un vistazo en la sala de estar y se
quedó ojiplática—. ¿Qué tienes? —Harumi entró a toda prisa. El detective estaba
tumbado sobre el tatami, temblando.
Al cabo de unos instantes abrió los ojos tras emitir un gemido y finalmente pudo
incorporarse apoyándose en la joven.
—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?
—Sí. Parece que aún estoy vivo… —respondió en un tono de voz que no
inspiraba demasiada confianza.
—¿Has comido algo que te ha sentado mal?
—No… es que cuando estabas… hablando de gatos fantasma… Holmes se ha
puesto a maullar de ese modo… y me he desmayado. —Harumi resopló, aunque no
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quedaba claro si lo hizo porque se sentía más aliviada o porque no daba crédito a lo
que veía.
—No estoy bromeando. —Ishidzu la miró con cara de reproche.
—Perdóname, por favor. Está visto que las historias de gatos fantasma son un
tabú para ti. Lo he olvidado sin querer. No volveré a sacar el tema.
—No pasa nada… Es bochornoso que por una conversación absurda como esa…
—Ahora el hombre parecía más bien decepcionado—. Al final acabarás odiándome.
—¿Pero qué estás diciendo? Vamos, anímate. En el corredor hay algo. Ven con la
linterna, por favor. Está colgada de la columna.
—S-sí. —Él se levantó tambaleándose y le llevó la linterna tal como le había
pedido—. ¿Dónde está?
—Es aquí, ¿lo ves? Hay una especie de huellas.
Acercaron la luz a la zona indicada y lo confirmaron.
—No son las huellas de una persona. Tal vez sean de un perro. —Ishidzu ya era
de nuevo un policía.
—Fíjate bien. En el polvo han quedado marcadas las huellas de Holmes y esas
son idénticas a las suyas. Tienen que ser pisadas de gato.
—¿De-de gato? —El detective volvió a palidecer.
—¿Estás bien?
—Sí, lo estoy. Mientras solo sean huellas…
—Han subido por las escaleras y luego han vuelto a bajar.
—Eso parece. Deben ser de gatos callejeros.
—¿Entonces Holmes ha maullado por eso? Qué susto me ha dado.
—Y que lo digas. —Por fin, él volvió a recuperar la sonrisa.
—Ya es casualidad que hayan venido precisamente cuando estábamos hablando
sobre aquello…
Ella fue bajando por las escaleras iluminando el rastro con la linterna. Sin
embargo, cuando salió a la calle, las huellas se confundían con la superficie del suelo
y desaparecían enseguida. Al final se dio por vencida y volvió a su apartamento.
—Hay que ver, qué noche tan extraña —se quejó Ishidzu con los ánimos bastante
más apaciguados.
Una vez sentada, Harumi preguntó por Holmes y miró a su alrededor. Vio que la
gata ya se había colocado en una esquinita de la habitación del fondo, hecha un
ovillo.
—Con el susto que nos ha dado y ahora está como si nada —refirió la joven
sonriendo con amargura. Sonó el teléfono—. A lo mejor es mi hermano. Como le
cuente que aún estás aquí, se subirá por las paredes —le detalló a Ishidzu mientras
descolgaba el auricular del teléfono—. Casa de los Katayama, dígame.
—Disculpe, ¿está Katayama en casa? —Era la voz de un hombre.
—Mi hermano no está.
—Ah, entonces hablo con su hermana pequeña. Soy Hayashida. Nos hemos visto
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en una ocasión.
—Qué sorpresa. ¿Por qué motivo llama? Creo que él aún tardará un poco en
volver a casa.
—Es que necesito consultarle un asunto urgente.
—Si le va bien, Ishidzu está aquí conmigo.
—Sí, por favor. Me será de gran ayuda. Póngame con él, por favor —le rogó su
interlocutor hablando muy deprisa.
Ella le pasó el teléfono al detective.
—¿Hm? ¿Cómo dices? Sí. ¿Y entonces? —A medida que escuchaba atentamente
al exagente, Ishidzu iba adoptando una expresión cada vez más grave—. De acuerdo,
iré enseguida —respondió, y colgó el teléfono.
—¿Qué ha ocurrido?
—Por lo visto su novia ha desaparecido.
—¿Su novia? ¿Te refieres a Kinuko?
—Sí. Ambos han ido a cenar fuera y ya habían vuelto a casa, pero ella ha salido
con el pretexto de que tenía que pasarse por un edificio del vecindario por un asunto.
De eso ya hace más de una hora, pero aún no ha regresado.
—Ojalá no sea nada grave.
—Es posible que se haya entretenido hablando con alguien. No es nada raro.
—Ciertamente. Alguna vez me ha pasado lo mismo. —Harumi sonrió—. Aun así,
resulta extraño que haya dejado a su novio esperándola en su casa.
—En efecto. Ahora que lo dices… —dijo Ishidzu inclinando un poco la cabeza
—. No importa. De todas formas ya empieza a ser hora de irme.
—¿Sí? Entonces, hazme el favor de pasarte por la casa de Kinuko.
—Lo haré. Muchas gracias por la comida.
—De nada. —Ella salió hasta la puerta—. Te acompañaré hasta la calle.
—Tengo aparcado el coche muy cerca de aquí.
—¿Ese deportivo?
—Sí. Los compañeros de la comisaría se burlan de mí, pero bueno… —refirió
rascándose la cabeza; lo cierto es que no se le veía del todo disgustado por recibir ese
trato.
Entonces chilló de golpe y saltó sobresaltado porque Holmes había echado a
correr a sus pies.
—¡Holmes! ¡¿Adónde vas?! —Harumi siguió rauda a su mascota, que se había
marchado bajando por las escaleras—. ¿Dónde se ha metido? Qué raro, si ya es
tardísimo.
Cuando hubo salido a la calle, vio un poco más adelante el deportivo de Ishidzu y
al lado del automóvil… estaba la gata calicó sentada de tal forma, que daba a
entender que quería que se dieran prisa en subir al coche.
—¡Si estás aquí! ¿Qué pasa? ¿Quieres irte en el coche?
La felina profirió un largo maullido y enganchó los bajos de la falda de la joven
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con las garras de la pata delantera.
—¡No hagas eso! ¡Esta falda es muy cara! —Nerviosa, Harumi saltó a un lado—.
¿Quieres decir que yo también tendría que ir?
Holmes le respondió con un maullido breve.
—Me da la sensación de que pasa algo… Además, parece que mi hermano
también volverá tarde a casa… ¡Ishidzu!
—Sí. —Cuando llegó a su altura, el detective se detuvo en seco al ver a la gata.
—Holmes se está comportando de una forma muy rara. ¿Te importa que vayamos
contigo en el coche? Este asunto huele muy mal. Es posible que esté a punto de
producirse algún suceso.
—¿Quieres ir hasta New Town?
—Sí. No te importa, ¿verdad?
—Claro, no tengo inconveniente. —Ishidzu se quedó con el semblante
ligeramente sombrío—. Pero luego explícale bien la situación a Katayama para que
no acabe dándome un buen puñetazo.
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—Sí. Para mí también es un misterio. Es posible que ella presintiera que podía
llegar a sucederle algo. Encontraron la carta que me escribió en la caja fuerte.
—¿En la caja fuerte? —volvió a preguntar Katayama—. Qué extraño.
—Sí. Tenía motivos para no querer que nadie más la viera.
Ritsuko no parecía demasiado preocupada, pero a él aquello no acababa de
convencerle del todo. Por mucho que ella no quisiera que otras personas vieran esa
carta, no era normal que la guardara en la caja fuerte.
Llegado a ese punto, al detective no le cuadraba un detalle: Tsuneyo Ishizawa
actuó así porque sentía que corría el riesgo de que la asesinaran. Se suponía que Ueno
simplemente había asaltado la mansión de los gatos y acabado con la vida de la
señora Tsuneyo llevado por un arrebato. Ahora bien, que la anciana estuviera
convencida de que podrían asesinarla y por ello guardara la carta en la caja fuerte, era
del todo incompatible con la teoría de un asesinato impulsivo.
—¿Le importaría mostrarme esa carta?
—Claro que no. La he traído conmigo porque quería que la vieras… —Ella abrió
su bolso y rebuscó dentro—. No me lo explico… —protestó frunciendo el ceño.
—¿Qué ocurre?
—No está. Estoy segura de que la había guardado aquí —confusa, inclinó la
cabeza—. Te juro que la llevaba.
—¿Y no se podría haber equivocado de bolso? A menudo, cuando me cambio de
ropa, siempre me dejo el billete del tren o algún otro objeto en la chaqueta que
llevaba puesta antes.
—Pues cambiar, sí que he cambiado de bolso, la verdad. El que llevaba no
combinaba bien con este traje, pero he trasladado todo lo que llevaba a este de aquí.
—Debe estar en el bolso que llevaba antes.
—¿No me digas que alguien me la ha robado? —sugirió Ritsuko mirándolo
fijamente. Sus ojos resplandecían, llenos de atractivo.
Katayama, nada acostumbrado a que una mujer se lo quedara mirando, sintió
escalofríos y se puso a temblar.
—T-tampoco hace falta ser tan radical —arguyó fingiendo la calma más absoluta.
La joven prosiguió, aparentemente sin darse cuenta del temblor que su
acompañante tenía encima.
—Recuerdo que cuando iba a salir me miré al espejo… pensé que no combinaba
con el color que llevaba… saqué este bolso… Ya caigo. Pensé en ir a un lugar de la
casa con más luz para asegurarme de que me hacía juego con la ropa y me fui hacia la
sala de estar. Durante ese espacio de tiempo, el bolso que llevaba antes con todo su
contenido se quedó ahí mismo. Solo fueron unos cinco minutos, pero…
—¿Tan preocupada está?
—Sí… Katayama.
El detective volvió a sentir un escalofrío y a ponerse a temblar. Nunca se había
encontrado en la circunstancia de que una mujer dijera su nombre con tanta
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solemnidad.
—Tengo miedo —confesó Ritsuko bajando la vista hasta la mesa. Aquella voz,
que hasta ahora estaba repleta de alegría y de vitalidad, se sumió en el desazón.
—¿De qué tiene miedo? ¿De mí?
Ella abrió aún más los ojos.
—¡No! Tú me gustas, por supuesto.
El hombre se quedó KO; le dio un ataque de vértigo al segundo y la cara que tenía
delante quedó desdibujada al igual que el objetivo de una cámara mal enfocada.
Cuando por fin volvió en sí, oyó parte de la conversación.
—… Y he pensado que quizá podrías hacerme ese favor.
Katayama no tenía ni la menor idea de qué le hablaba. Carraspeó y se propuso
pedirle que lo disculpara, que no la había oído bien. Al menos al principio, porque
justo cuando iba a abrir la boca, Ritsuko le tomó de la mano abruptamente y se le
quedaron atascadas las palabras.
—¡Te lo suplico! Lo harás, ¿verdad? —le pidió la joven mirándolo fijamente.
Debido a su temperamento, a Katayama le costaba una barbaridad pedirle que se
lo volviera a explicar. Para colmo, le hubiera disgustado que ella pensara que no
había estado atento a su conversación. Aun así, pese a que no se había enterado de
nada, pensó que no podía tratarse de algo malo.
Ritsuko estaba mirándolo con unos ojos que suplicaban encarecidamente que él
aceptara. Tras una pequeña pausa, él tomó una decisión. Total, no creía que le hubiera
pedido que le prestara un millón de yenes o que murieran juntos.
—De acuerdo.
Cuando él asintió, el rostro de la joven se iluminó:
—¡Qué bien! Me temía que era demasiado pedir que hicieras esto por mí.
A Katayama se le ocurrió que a lo mejor había consentido en hacer algo
realmente imposible y empezó a preocuparse, pero no podía pedirle que se lo volviera
a explicar a esas alturas.
—No es para tanto… —susurró con un aire arrogante mostrando una sonrisa
ambigua. En ese mismo momento les trajeron la cena y Katayama suspiró aliviado—:
Ya seguiremos hablando sobre ello después de cenar.
—Sí. ¡Ahora que estoy más tranquila, me ha entrado el apetito de repente! —
exclamó alborozada; parecía una cría de primaria. La joven tenía una candidez
encantadora.
Le costaba imaginar que antaño la hubieran enviado a un reformatorio de
menores. A lo mejor, ella aún conservaba la pureza de espíritu de la que carecían la
mayoría de jóvenes que habían llevado una adolescencia rebelde, y que únicamente
habían aprendido a conducirse a sí mismos sirviéndose de la inteligencia.
Ritsuko tomó una cucharada de consomé.
—¡Está delicioso! —exclamó. Entonces, miró a Katayama y sonrió alegremente.
Él le correspondió con la sonrisa forzada que dibujó poniendo todo su empeño.
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III
De noche, el enorme complejo de apartamentos era como un parque de
atracciones sin gente. Estaba bien iluminado y no transmitía sensación de inseguridad
alguna, pero alrededor no había ni un alma.
—Pero si solo son las nueve y algo —indicó Harumi mirando todo aquello a lado
y lado desde el coche—. Me parece demasiado solitario.
—Lo siento. Eso se debe a que aquí cierran pronto las tiendas.
—No tienes de qué disculparte… Qué tranquilo está todo.
—Sí. Ni siquiera en medio del desierto se puede tener una noche tan tranquila.
—Si tú nunca has estado en el desierto.
—Pero he estado en las dunas de arena de Tottori[15]. —Ishidzu condujo el coche
hasta un punto ubicado entre dos grandes edificios y lo aparcó—. Ya hemos llegado.
Harumi salió la primera del coche. A continuación, esta reclinó el asiento del
acompañante hacia delante y Holmes, que viajaba en el asiento de atrás, se deslizó
fuera sin hacer ruido.
—Vivía en el segundo piso, creo.
—Es el apartamento 206. Se sube por la escalera que hay al fondo.
La pareja y la felina subieron por la escalera rápidamente, y llamaron al timbre de
la puerta 206 que encontraron a mano derecha.
—A lo mejor no está en casa…
Mientras el detective llamaba al timbre con insistencia, a Harumi se le fue la vista
hasta la placa de la puerta.
—¡Qué cabeza! ¡No es este apartamento!
—¿Qué?
—Fíjate bien. En la placa pone «Hamai».
—Eso es imposible. Si es el número 206… —pero antes de que terminara,
Ishidzu rectificó—. ¡Maldición! ¡Nos hemos confundido de edificio!
Una voz de hombre respondió disgustada desde el otro lado de la puerta. Acto
seguido, los dos bajaron por las escaleras corriendo.
—Qué horror. ¡Concéntrate, por favor!
—Perdóname. Hemos entrado por el lado equivocado… Claro, es que no hemos
mirado el número del edificio. Aquí son todos iguales.
—No me extraña que nos hayamos equivocado —apuntó ella levantando la vista
para mirar el bloque de apartamentos.
—Vuelve a subir al coche. La próxima vez no nos equivocaremos.
Comprobó que realmente estuviera indicado que era el edificio 3-2-5 y aparcó.
—Es aquí —confirmó ella.
—Llamaremos al timbre después de leer la placa de la puerta. —Esta vez sí que
ponía Ueno.
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Nada más llamar al timbre, respondieron desde el otro lado de la puerta y
abrieron.
—¡Señor Ishidzu! —Era Hayashida—. Y usted es la hermana pequeña de
Katayama, ¿verdad?
—Sí. Hemos venido juntos; espero que no le importe.
—Por supuesto que no. Adelante.
—Ah, y también ha venido con nosotros esa gata.
—Sí, se llama Holmes. Kinuko me ha hablado de ella.
—¿Dónde está Kinuko? —inquirió el detective.
—Aún no ha vuelto. Hace más de dos horas que salió. ¿Qué le habrá sucedido?
—se preguntó Hayashida con una expresión ensombrecida. Como Harumi solo había
visto al exagente de uniforme, se quedó contemplando con detenimiento cómo iba
vestido el joven, llevaba un jersey y unos vaqueros.
—¿No habrá pasado por otro lugar antes de volver?
—Aunque lo haya hecho, me ha asegurado que volvería enseguida.
—Ciertamente, es muy raro. ¿Ha llamado a alguien que pueda saber dónde está?
—Últimamente, ya no se veía con nadie debido al asesinato; fundamentalmente
porque la gente ha dejado de dirigirle la palabra desde entonces.
—Qué lástima.
—También hay quien seguía siendo amable con ella, pero no quería que eso
provocara que también trataran a sus benefactores como a unos parias y tuvieran
problemas por su culpa. Por lo tanto, ella misma evitaba hablar con ellos. Es una
mujer muy fuerte. Me apena verla así, la verdad.
—Entonces… Si no tenía que pasar por ningún sitio en concreto…
—¿No habrá tenido un accidente?
—Ya he hecho algunas llamadas. Pero no se ha trasladado a ningún accidentado
al hospital.
—Ya veo. Estoy empezando a preocuparme.
—Sí. —Hayashida estaba muy triste.
Fruto de su intuición, una idea apareció en la mente de Harumi y la expresó:
—Dígame, ¿no será que a usted le preocupa que Kinuko intente suicidarse?
El exagente miró a la joven dando un respingo.
—¿Es eso cierto? —preguntó Ishidzu.
Hayashida se mostró confundido durante unos instantes, pero finalmente asintió
con lentitud.
—La verdad es que sí. De un tiempo a esta parte, ella se está comportando de un
modo un poco extraño… Diría que aún hoy sigue en estado de shock por la muerte de
su padre. Estos últimos tres días me los he pasado en su casa. —Luego añadió a
trompicones—: Y con eso no me refiero a que estemos viviendo juntos y revueltos.
Las cosas no van en ese sentido.
—No se preocupe, no le estamos juzgando.
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—Bueno… yo lo digo por si acaso. Últimamente siempre tiene pesadillas.
—¿Pesadillas?
—Sí.
—Estoy convencido de que arrastra un trauma por lo que vio en el lugar de los
hechos.
—¿Qué clase de pesadillas son? —inquirió Harumi.
—Ella tampoco las recuerda. Solo sé que cuando está dormida… no para de
repetir «la gata roja, la gata roja».
—¿La gata roja? —preguntó ella a su vez instintivamente y miró a Ishidzu.
Cuando la hija de Ueno se dirigía hacia el lugar de los hechos, había visto a la
gata Koto teñida de rojo, empapada de sangre. Algo difícil de olvidar.
—Por eso mismo estoy tan preocupado —confesó Hayashida—. Pero si salgo a
buscarla, este apartamento se quedaría vacío.
—No se preocupe, podemos dejar aquí a Harumi y… —empezó a decir Ishidzu.
—¿Qué insinúas con eso? ¿Qué no sirvo para nada? —lo interrumpió la hermana
de Katayama ofendida sin dejarle terminar.
—No, no es eso. —El detective denegó con la cabeza, nervioso—. Tendremos
que ir todos juntos a buscarla.
—¡Muchísimas gracias! —El exagente por fin adoptó una expresión más alegre.
—Ahora bien, decir que iremos a buscarla es fácil… Esta zona es muy extensa —
puntualizó Ishidzu.
—Hagamos una división por secciones para buscarla.
—Tienes razón. Podemos empezar por el parque donde está ese estanque y… —
cuando Hayashida empezó a planificar, Holmes fue repentinamente hacia el recibidor
y maulló.
Harumi se levantó:
—Hay alguien ahí. —Fue rápidamente hacia la puerta y la abrió. Kinuko cayó
tambaleándose sobre la joven, que la retuvo como pudo—. ¡Ishidzu, ven! ¡Deprisa!
Por su aspecto, se diría que la chica había estado vagando perdida por la montaña
varios días. Tenía los cabellos desgreñados, la blusa que llevaba tenía los botones
arrancados y su pecho quedaba expuesto. Su falda también estaba sucia de tierra y
tenía la cremallera del cierre lateral abierta.
—¡¿Qué te ha ocurrido?! —gritó Hayashida al tiempo que rodeaba a su novia con
sus brazos.
No obstante, ella se zafó como si estuviera poseída por un demonio y se quedó
mirando hacia arriba ausente.
—Entra en casa y túmbate —volvió a insistir él.
Cuando fue a ponerle la mano sobre los hombros para acompañarla, de golpe, ella
chilló gesticulando exageradamente con las manos:
—¡Para! ¡No me toques! ¡Basta! ¡Basta!
—¡Reacciona! —Cuando Hayashida sacudió a Kinuko, ella volvió en sí, miró a
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su alrededor, y se desmoronó en el suelo de repente.
Prepararon un futón[16] rápidamente y los dos hombres la dejaron allí estirada
para que descansara.
—¿Qué significa esto…? —se preguntó el exagente mordiéndose la lengua. Con
solo ver la ropa y las manchas de tierra de la blusa, difícilmente se podía llegar a otra
conclusión—. Alguien la ha… —empezó a decir, pero se mordió los labios
tragándose el resto de sus palabras. Harumi se puso frente a él.
Luego, poniendo la mano sobre los hombros de Hayashida, dijo:
—Yo me encargaré de todo. La cambiaremos de ropa. Trae agua caliente en una
cubeta, tenemos que lavarle la cara.
El hombre se levantó, tambaleándose.
—¿Estás bien? —se interesó Ishidzu agarrando a Hayashida del brazo.
—Sí, estoy bien. —El rostro del joven había perdido todo su color.
En cuanto fue al baño, Ishidzu se puso de rodillas al lado de Kinuko.
—Parece que la han violado. Pobrecilla.
—¿Qué se suele hacer en estos casos?
—Lo siento por ella, pero lo mejor será llevarla a la policía tal como está. Si no se
la lleva en el mismo estado en el que ha quedado después del ataque, ya no quedan
pruebas útiles.
—Si ha perdido el conocimiento.
—Pediremos una ambulancia. De este modo, iremos más deprisa.
—Un momento —lo interrumpió Hayashida. Su rostro pálido había adquirido una
expresión severa cargada de tensión.
—Abandonad esa idea, por favor.
—Hayashida, esto es algo que…
—Lo sé. Soy muy consciente de que nos veremos obligados a aceptar esta
situación por frustrante que sea. Sin embargo, si pedimos una ambulancia y se
organiza un buen alboroto, la noticia de este suceso se difundirá por todas partes. Si
ya de por sí la tenían machacada con calumnias y comentarios malintencionados,
¿qué llegarían a decir ahora de ella? Eso ya sería demasiado. Por lo menos…
permítame que la cambiemos de ropa y que la llevemos nosotros mismos al hospital.
—Aunque las hubiera pronunciado de forma sosegada, sus palabras encerraban un
vigor indescriptible.
A Harumi le llegaron al alma.
—Es verdad, Ishidzu. Con nuestro testimonio tendría que bastar, ¿no? Además, él
ya no es agente de policía. Hagamos lo que nos propone.
Con semblante apurado, el detective se rascó la cabeza. Le encantaría hacer lo
que le estaba pidiendo la joven, pero él tenía muy presente lo difícil que llegaba a ser
la investigación de los casos de agresión.
Aunque una mujer denunciara que había sufrido una violación, incluso sabiendo
quién era el atacante, si el hombre insistía en que había sido algo consentido, todo
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caía en saco roto. En consecuencia, lo primordial era denunciar estos casos cuando
las evidencias que muestran de qué modo se ha realizado la agresión aún están
frescas.
—¿Tienes cámara de fotos? —preguntó Ishidzu.
—Sí, tengo una. Tomaremos unas cuantas fotos. Así las podremos utilizar como
prueba.
—De acuerdo.
Hayashida se apresuró en traer una cámara de fotos de pequeño formato con flash
incorporado.
—Esta es la única que tengo.
—Nos irá bien. ¿Tiene carrete suficiente?
—Tendría que dar para unas diez fotos.
—Muy bien. El flash funciona, ¿verdad? Entonces, con esto bastará.
Mientras Ishidzu tomaba desde diferentes ángulos varias fotografías de Kinuko,
que aún permanecía inconsciente, la hermana de Katayama apartó la vista
instintivamente. Por mucho que fuera para capturar a un violador despreciable, le
parecía de una crueldad extrema hacerle fotos a la víctima de una agresión que había
perdido el conocimiento.
—Es suficiente. —El detective se secó el sudor de la frente con un pañuelo—. El
resto se lo podemos dejar a Harumi. Una vez la hayamos cambiado de ropa, la
llevaremos al hospital en mi coche.
—Hayashida, ¿dónde tiene ella su ropa interior y demás? —preguntó ella.
—Creo que la tiene en un cajón de ese armario.
—Entendido. Haced el favor de salir los dos un momento.
Ambos salieron al descansillo mientras Harumi le quitaba la ropa a Kinuko. En
los pechos, la joven tenía marcas de arañazos y también diversas heridas producidas
por mordiscos. Harumi sentía que el corazón se le aceleraba de rabia. ¿Quién diablos
era capaz de hacer semejante salvajada?
Una vez terminó de cambiarla de ropa, Kinuko gimió débilmente y agitó la
cabeza. Harumi la llamó por su nombre, pero ella seguía inconsciente. A
continuación, fue a abrir la puerta de casa e informó a Ishidzu y compañía de que ya
había terminado.
—Me la cargaré a la espalda y la bajaré yo mismo —refirió Hayashida entrando
en el apartamento.
—Parece que por fin se ha tranquilizado un poco —le dijo Ishidzu a Harumi en
voz baja.
—Es normal que esté alterado. Es horrible que alguien haya asaltado a su novia…
—Me imagino que cuando sepa quién ha sido, querrá estrangularlo con sus
propias manos —añadió el detective.
—¿Dónde está Holmes? —recordó ella. Ojeó la habitación y luego miró a sus
pies—. Oh, estabas aquí. Es increíble que cueste tanto ver lo que una tiene bajo las
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narices. ¿Qué estás haciendo?
La gata estaba husmeando las sandalias que llevaba la víctima, que habían
quedado tiradas por el suelo. Luego hizo ademán de tirar de algo que había quedado
pegado a la suela con las garras, miró a Harumi y emitió un breve maullido.
—¿Qué es eso? —Ella se puso de cuclillas y les dio la vuelta—. Es una hoja de
bambú.
—Que yo sepa no hay plantas de bambú por esta zona —expuso Ishidzu
inclinando la cabeza. Entonces, se lo planteó al exagente, que ya iba hacia el
recibidor con su novia desmayada cargada a la espalda—. ¿Sabes si por los
alrededores hay un bosquecillo de este tipo?
—¿Eh? Eso es una hoja de bambú.
—Exacto.
—Pero si por aquí no hay… —y entonces levantó la vista—. Eso es. Justo detrás
de…
—¿De dónde?
—En aquella mansión de los gatos. Justo detrás hay un bosque de bambúes. —Y
dicho esto, susurró para sí—: Entonces allí es donde la han…
—¿Por qué habrá ido a ese lugar?
—Lo sabremos cuando recupere el conocimiento. Llevémosla al hospital cuanto
antes.
Apremiado por Ishidzu, Hayashida se puso los zapatos en silencio y bajó por las
escaleras con calma.
El detective acercó el coche hasta la puerta y abrió la puerta del vehículo.
—Siéntala en el asiento del acompañante. Así. Despacio… Así estará bien.
—Le confío a Kinuko —dijo Hayashida levantando la cabeza.
—¿Qué vas a hacer ahora? ¡Contesta! ¡Hayashida! —gritó Ishidzu, pero su
interlocutor ya había echado a correr repentinamente.
Harumi también lo llamó, pero la silueta del hombre rápidamente quedó oculta
entre las sombras de los grandes edificios.
—Seguro que ha ido derecho a la mansión de los gatos. ¿Qué hacemos?
—Pues qué quieres que te diga. —El detective suspiró apurado—. Tenemos que
llevarla al hospital tanto si queremos, como si no.
—¡Mira! ¡Holmes se ha ido siguiendo los pasos de Hayashida! —Harumi levantó
la voz porque había visto a su gata correr en la misma dirección antes de desaparecer.
—Entonces…
—Podemos confiar en Holmes. ¡Ve al hospital, aprisa!
—S-sí. —Ishidzu subió al coche—. ¿Qué vas a hacer tú?
—Yo me quedaré en casa de Kinuko. Llamaré a mi apartamento y le pediré a mi
hermano que venga en cuanto vuelva.
—De acuerdo.
En cuanto el detective se fue en el coche, ella se quedó un rato mirando en la
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dirección en la que Hayashida y Holmes se habían ido corriendo, pero finalmente
subió por las escaleras y volvió al domicilio de la hija de Ueno.
—¿Habrá vuelto ya mi hermano a casa?
Ya eran las diez. Por fuerza tendría que haber regresado. Telefoneó, pero no
contestó nadie.
—¿Adónde habrá ido? Él no es tan osado —susurró Harumi. Era impensable que
hubiera ido a un hotel para una primera cita.
En el taxi, Katayama estornudó escandalosamente.
—¿Te has resfriado? —preguntó Ritsuko observándolo atentamente con cara de
preocupación.
—No, no es eso —negó el detective meneando la cabeza—. Seguro que mi
hermana está preocupada por mí.
—Ya son las diez. Disculpa que te haya molestado hasta esta hora —dijo ella
mirando el reloj.
—No me importa ayudarte con esto. ¿De verdad que no es un problema ir allí tan
tarde? —insistió mirando en qué dirección estaban yendo.
—Sí. Él siempre vuelve a estas horas de la noche. —Se refería a Tetsuo Ishizawa.
—Con todo, hay que ir con cuidado. No tenemos ninguna prueba que nos
respalde. —Katayama no estaba del todo conforme con aquello.
—Es evidente que ese hombre es el único capaz de hacer algo tan vil —aseveró
Ritsuko. Con «algo tan vil» se estaba refiriendo al asunto de las tres mujeres que
estaban acusando falsamente al detective.
—Pero sin pruebas… —repitió él.
—Si le presionas un poco estoy segura de que confesará enseguida. —La joven se
mostraba extremadamente optimista. Sin embargo, Katayama no pensaba del mismo
modo. Naturalmente, quería aclarar las falsas acusaciones que le habían lanzado, pero
si llegaba demasiado lejos, el superintendente Kurihara podría incluso
expedientarlo…
El taxi se internó en la carretera que se dirigía hacia New Town. A medio camino,
Ritsuko le ordenó al taxista que se detuviera.
—¿Les va bien bajar aquí? —inquirió este último extrañado. Estaban en el punto
por el que se entraba en la aldea del valle; el lugar por el que había aparecido Koto
cubierta de sangre.
El detective se preguntó qué habría sido de esa gata. ¿La habrían encontrado? ¿O
estaba muerta?
Antes de que se diera cuenta, Ritsuko ya estaba pagando el taxi.
—Yo me encargo… —matizó nervioso intentando pagar.
—No hace falta. He sido yo quien te ha pedido que te reunieras conmigo y has
tenido la amabilidad de atender mi petición, permíteme que pague yo —insistió ella
—. Bajemos ya del taxi.
Así que el hombre no tuvo otra opción que bajar primero. El caso es que la joven
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también había pagado la cena. De ese modo, se había convertido en un caradura que
había comido de gorra. ¿Tan pobre parecía que la chica había acabado pagándoselo
todo? Se sentía extremadamente avergonzado.
Aunque en realidad, dinero, lo que se dice dinero, no tenía.
—Condenada Harumi… Cada vez que ve mi cartera escuchimizada jura y perjura
que aportará algo para echarme una mano, pero nunca lo hace —refunfuñó.
—¿Qué estás murmurando? —preguntó su acompañante. Acto seguido, se agarró
a su brazo.
—En marcha.
—S-sí, vamos.
Katayama miró a su alrededor azorado. Pese a que era imposible que alguien los
viera ir del brazo en un sendero como aquel, le preocupaba que alguien pudiera
pensar que llevaba allí a la chica para intentar propasarse con ella.
—¿Y eso? —El detective abrió los ojos exageradamente. Por el camino apareció
su gata corriendo hacia ellos—. ¿Eres tú Holmes? ¡Holmes!
Ritsuko lo miró presa del asombro.
—Es-es mi gata. ¿Por qué estará aquí? —prosiguió él—. Holmes, ¿qué ocurre?
A pesar de la pregunta que le hizo su amo, la felina parecía no escucharle y se
quedó mirando fijamente a su acompañante.
—¿Tendrá curiosidad por saber quién soy? —preguntó la joven algo insegura.
Katayama llamó a su mascota levantando más la voz. Esta por fin se giró hacia él,
se acercó a sus pies y maulló varias veces hacia la vegetación.
—¿Ha sucedido algo? ¿Ahí dentro? Debes referirte a la mansión de los gatos.
Muy bien, vamos.
—¿Entiendes lo que dice esta gata? —dijo Ritsuko sorprendida.
—Más o menos. —Y entonces, añadió orgulloso—: Es una gata muy especial. Ha
sucedido algo en la mansión de los gatos.
Junto a Holmes, un Katayama que había recobrado de repente todo su empuje,
tomó la delantera y corrió directo hacia la vegetación.
IV
Al igual que la vez anterior que estuvieron allí, la aldea estaba tranquila. Pero
tanto, que incluso resultaba tétrica. No hay duda de que ya era muy tarde, pero aun
así…
—No corras tan deprisa. —Katayama aflojó el paso, ya sin aliento—. ¡Te
multaré! ¡Vas con exceso de velocidad!
La gata calicó se detuvo y se quedó mirándolo con cara de estarle diciendo «¿Qué
estás diciendo, hombre?».
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—No puedes ir tan rápido, que una chica viene con nosotros. —Sin embargo, el
único que estaba exhausto era él.
Holmes soltó un maullido estridente mostrando su enfado.
Entonces, empezaron a oírse ruidos en el interior de las casas que tenían
alrededor, las puertas principales de las mismas se abrieron una tras otra, y sus
habitantes salieron a toda velocidad.
—¿Q-qué pasa? —El detective estaba sorprendido, mirando a todos lados. Estaba
oscuro y apenas veía nada, pero gracias a la luz que se filtraba a través de las puertas
que habían quedado abiertas, pudo distinguir en el rostro de los aldeanos que estaban
tensos por el temor.
—¿¿Qué hace aquí ese gato?? —gritó un aldeano con la voz temblorosa.
—Es mi gata. Soy policía de la Comisaría Central Metropolitana.
—¿Un policía? ¿Y qué hace aquí? ¿No se supone que el caso ya estaba cerrado?
—No venía por eso… —Cuando se propuso explicarse, Ritsuko se puso delante
de él.
—Esperad, por favor. Yo conozco a este hombre. No debéis tenerle miedo.
—Tú eres la sobrina de la familia de la mansión de los gatos, ¿verdad? —
intervino un aldeano que la conocía de vista.
—Exacto. Vamos a la mansión porque tenemos un asunto que tratar.
—Si es así, no hay problema. Es que el maullido del gato nos ha sobresaltado…
A Katayama le pareció un poco extraño. Ahora quizá no fuera así, pero antes
habían tenido más de veinte gatos en la mansión. ¿Acaso no deberían estar ya
acostumbrados a los maullidos? ¿Por qué se los veía a todos tan aterrados? Pero antes
de que Katayama abriera la boca para preguntar, los campesinos se retiraron a sus
casas. El detective y la joven se miraron. Parece que ambos pensaron lo mismo.
Cuando Ritsuko abrió la puerta de la mansión de su tía, oyeron unos gritos que
provenían del interior. Eran voces de mujer, pero sus palabras eran de espanto:
—¡No seas ridículo, hijo de perra!
—¡No te creas que me voy a andar con chiquitas contigo!
—¿Quieres acabar mal o qué?
Se oía vociferar a varias mujeres. Ritsuko no daba crédito.
—¡Buenas noches! —saludó levantando la voz.
Makiko, la esposa de Tetsuo Ishizawa, llegó corriendo.
—Eres tú, Ritsuko. Has llegado en el momento oportuno.
—¿A qué viene este escándalo?
—No comprendo qué está pasando… Tres mujeres se han presentado de
improviso y se han puesto a increpar a mi marido.
—No te preocupes, traigo a un detective de la policía conmigo.
—Oh, es el de la otra vez.
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Dadas las circunstancias, abreviaron el saludo formal a su mínima expresión y la
mujer les hizo entrar rápido en casa.
—Ayúdeme, se lo suplico. Si siguen así acabarán asesinándolo…
Katayama siguió a la mujer que apresuradamente se dirigió hacia la habitación
del fondo.
—¡¿Es que aún no lo entiendes?! —gritó alguien.
Katayama había oído antes aquella voz atronadora de mujer y de pronto cayó en
algo. Se quedó justo delante de la puerta de la habitación escuchando la discusión…
—¡Cerdo! ¡¿Cómo que no piensas pagarnos?!
—Y-yo no he dicho eso. —El hombre que respondió con voz temblorosa era
Tetsuo Ishizawa—. Os juro que os pagaré. Es que…
—¡¿Qué?! ¡¿Me pagarás dentro de seis meses?! ¡¡No te lo crees ni tú!!
—¡Quiero ver ese millón ahora! ¡Me lo vas a pagar todo, hasta el último billete!
—Ya-ya os lo he dicho… El… el plan se ha desviado un poco de…
—¡A mí me importa un carajo!
—¡Eso es! ¡Nosotras nos la hemos jugado haciendo lo que nos has pedido!
¡Ahora te toca a ti soltar la pasta!
—Está visto que sus conjeturas eran correctas —reconoció Katayama en voz baja
a una Ritsuko sorprendida.
—Llámalo deducciones, si no te importa —replicó ella sonriendo.
El detective tomó aire y entró en la habitación.
—Creo que por ahora podemos dejarlo ahí.
De las tres mujeres, una era, naturalmente, la que había abrazado a Katayama y se
había autoproclamado prometida suya ese mediodía. Horrorizado con la boca abierta
como un buzón, Tetsuo se quedó mirando al recién llegado que se había presentado
ante sus narices. Parecía que hubiera visto a un fantasma.
—A todas vosotras se os caerá el pelo por presentar denuncias falsas entre otras
cosas. Y señor Ishizawa, usted ha organizado un tinglado demasiado obvio.
—¡Yo no sé nada! Estas mujeres se lo han sacado de la manga…
—He oído todo lo que han dicho. —Katayama se giró hacia Ritsuko—. Perdona,
llama a la policía para que envíen un coche patrulla.
—¡Mierda! ¡Huyamos! —gritó una de las mujeres.
—Es mejor que os entreguéis.
—¡Bah! ¡Un idiota como tú no podrá conmigo! —espetó su prometida, y sacó del
bolsillo de sus vaqueros una navaja automática. A continuación, las otras dos
sospechosas agarraron un cenicero y una lámpara de mesa y se pusieron en guardia.
Él también se puso alerta. Aunque fueran mujeres, no podría ganar un tres contra uno.
—¡Basta! ¡¿Queréis añadir más cargos a vuestros delitos?!
—¡Estamos más que acostumbradas al trullo! Apártate de ahí sin liarla. Como no
lo hagas… —le amenazó levantando la navaja. En ese momento, Holmes saltó sobre
la cara de la mujer que empuñaba la navaja.
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Esta se llevó las manos a la cara y gritó de dolor. Una vez que la gata calicó se
posó en el suelo, en un abrir y cerrar de ojos, se lanzó sobre la cara de las otras dos
mujeres, una tras otra, y las arañó con las uñas bien afiladas. Una también chilló de
dolor y la otra pidió socorro.
Ninguna de las tres quedó en condiciones de revolverse. Katayama suspiró.
—¡Buen trabajo! Les has dado su merecido.
—¡Qué pasada! —Ritsuko estaba completamente admirada—. Es una gata
fabulosa.
—¿A que sí? Es clavadita a su amo —recalcó Katayama con orgullo—. Ahora
llama a la policía, por favor.
Nada más irse a telefonear sin más demora, Ishizawa, que estaba pálido y no
paraba de temblar, se levantó lentamente.
—Perdón… acabo de recordar que tenía algo que hacer…
—Ni lo piense. ¿Usted también quiere acabar mal?
Cuando Katayama lo miró con inquina, Ishizawa volvió a sentarse en la silla.
—Usted es un necio de cuidado. Contratando a este tipo de mujeres, ¿cómo
quiere que no lo descubran?
—Sí… eso pensé. Pero es que nadie más estaba dispuesto a hacerlo…
—¿Por qué ha organizado todo esto?
—Bueno es que… A ver… tengo mis motivos.
—Esa explicación es insuficiente.
—Verá, es que… no he tenido otro remedio… —El hombre seguía dando
explicaciones aún más incomprensibles.
Ritsuko volvió en ese preciso momento:
—He llamado a la policía.
—Gracias.
—Y a continuación, han llamado a este individuo. —La joven señaló con el
mentón a su primo.
—¿Que han llamado?
—Sí. Nada más colgar el teléfono, ha vuelto a sonar.
—Pu-pues tendré que atenderla… —contestó Ishizawa alegremente mientras se
levantaba.
Katayama se quedó mirándolo muy serio.
—Qué remedio… Pero ni se le ocurra huir.
—¡Tranquilo! Le aseguro que no lo haré.
—En ese caso puede ir a atender la llamada.
Ishizawa salió de la estancia con rapidez y se fue corriendo hacia el teléfono del
corredor.
—¡Ese tipo es un auténtico amoral!
—Aun así, no veo por qué tenía que llegar a estos extremos —cuestionó
Katayama mirando a aquellas mujeres, que aún estaban sollozando—. Por mucho que
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quisiera interferir en el matrimonio concertado entre usted y yo, es obvio que iba a
descubrirse enseguida lo que ha hecho.
—Ese hombre es un idiota. —Ritsuko respondió de forma rasa y clara, y entonces
sonrió—. Ya debes haber aclarado tus dudas…
—En eso debo darle la razón.
—¿Te importaría dejar de hablarme con tanta formalidad?
—¿Qué quieres que haga? Desde que era un niño de primaria me enseñaron a
hablarle a las mujeres con respeto.
—Pero eso depende de con quién hables. —Entonces, Ritsuko abrazó a Katayama
de improviso y le besó.
Aquel era excepcionalmente distinto del beso que su prometida le había dado al
mediodía. Durante un instante todo se volvió negro ante él. Creía que había perdido
el conocimiento, pero no era así. Tan solo había cerrado los ojos.
Un sonido parecido a una explosión golpeó sus oídos. La joven se separó de él:
—¿Y ese ruido?
—¿Qué habrá sido?
Cuando ya se habían puesto en marcha temiéndose lo peor, oyeron gritar a la
señora de la casa. Ya en el corredor, el detective vio a Makiko correr en su dirección.
—Mi marido… mi marido… —Suplicó aferrándose a él.
Ishizawa estaba en el suelo con el auricular del teléfono en la mano. Una sangre
negruzca se derramaba profusamente por su pecho. En la puerta de cristal que
separaba el corredor del jardín había quedado el agujero de una bala y las fisuras
blancas que se habían producido se habían extendido en todas las direcciones.
—¡Le han disparado! —Katayama abrió la puerta de cristal y salió al jardín.
—¡Cuidado! —gritó Ritsuko. Sin embargo, él era policía. No podía dejar las
cosas como estaban.
No obstante, el jardín estaba muy oscuro. Y para colmo, conectaba directamente
con el bosque que había detrás de la casa. Ojalá el coche patrulla llegara pronto…
—Ritsuko, llama otra vez, por favor. También necesitaremos una ambulancia.
En ese momento, el detective oyó un maullido por encima de su cabeza. No era
Holmes.
¿Por encima? ¿Pero dónde? Se adentró en el jardín, se dio la vuelta y miró hacia
el tejado de la casa. Bajo la lúgubre luz de la luna vio con toda claridad a una gata
caminando por el tejado.
Era la gata roja. Estaba empapada de sangre.
Katayama sintió como si algo frío hubiera recorrido su espinazo. Acto seguido, el
animal fue hacia al otro lado del tejado y desapareció.
Cuando hubo recobrado el aliento, miró el jardín. Al estar a oscuras, no tenía
forma alguna de vislumbrar si había alguien oculto entre las sombras.
—¡Holmes! —la llamó—. ¡Holmes! ¿Dónde estás?
A sus pies oyó un maullido a modo de respuesta.
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—Me has asustado. ¡Si estabas ahí, habérmelo dicho!
Su mascota levantó su carita y pareció mirarlo de un modo quejumbroso.
—Oye, ¿puedes comprobar si hay alguien escondido en la vegetación? —le pidió
en cuclillas—. Tú ves mejor que yo en la oscuridad. Por favor.
Holmes hizo ademán de ignorarlo dando a entender un rotundo «no me da la
gana».
—Vamos, bonita, por favor. Te invitaré a comer anguila.
En cuanto él mencionó el menú preferido de la felina, esta levantó el trasero con
solemnidad.
—Confío en ti —le dijo. A continuación se encaminó de vuelta hacia la mansión.
—Ya he pedido una ambulancia —le informó Ritsuko—. Pero…
Con solo ver a Ishizawa, uno ya sabía que estaba muerto. Su esposa estaba en
cuclillas al lado del difunto, llorando.
—¿Por qué… ha tenido que pasar esto?
—Lo lamento muchísimo —dijo Katayama.
Por más muerto que estuviera, no era un hombre que a él le inspirara demasiada
compasión alguna. Aun así, ¿quién podía desear su muerte? Era un verdadero
misterio.
—¿Había alguien en el jardín? —inquirió Ritsuko.
—Estaba muy oscuro y no he podido ver nada… Solo he visto un gato en el
tejado… Uno completamente rojo.
A la joven se le quedó un gesto de incredulidad en la cara. Justo entonces, oyeron
maullar a Holmes en el jardín.
—Ha encontrado algo. ¿Tienen una linterna?
—Iré a buscarla —dijo ella levantándose. Se alejó al trote y volvió enseguida con
una linterna enorme en la mano—. La tenían en la cocina.
—Muchas gracias.
Katayama salió al jardín y empezó a caminar por él dando voces e iluminando
todo lo que tenía alrededor.
—Holmes, ¿dónde estás?
La gata maulló de nuevo y, de un salto, salió de las sombras de la arboleda.
—¿Estabas ahí? ¿Qué has visto? —De inmediato, iluminó las raíces de un árbol
—. ¡Muy bien! ¡Eres genial! —exclamó llevado por el entusiasmo. Allí tirada había
una pistola que emitía un resplandor negro. Sacó un pañuelo, la recogió con sumo
cuidado y notó el leve olor a humo que desprendía tras haber sido disparada.
—No hay duda, esta es el arma del crimen. ¡Buen trabajo! —La felicitó. No
obstante, de improviso, volvió a observar el arma con más atención—. Esto es… ¡Oh,
no! —susurró.
De la empuñadura de la pistola pendía un cordón grueso de unos cinco
centímetros de largo y el extremo de dicho cordón había sido cortado con algún tipo
de arma blanca.
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—¿Qué significa esto? Es un arma reglamentaria de la policía.
Katayama se llevó las manos a la cabeza. Tenía claro que aquella era un arma
robada, pero eso significaba que en alguna parte, un policía había sido atacado.
Se supone que solo tenía que pararle los pies a esas tres mujeres y a Ishizawa. En
cambio, la cosa se había descontrolado; ahora también tenía que resolver el asesinato
que acababa de producirse y descubrir el asalto al policía.
—Esta noche ha acabado siendo una odisea —musitó el detective.
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—Sí. Alguien la ha violado. ¿Has visto a Holmes?
—Está aquí conmigo.
—¡No me digas! Pero si ella ha seguido a Hayashida. ¿Qué habrá sucedido?
—¿A Hayashida?
—Él estaba aquí porque Kinuko está teniendo unas pesadillas en las que aparece
una gata roja.
—¿Una gata roja?
—Te lo contaré todo cuando nos veamos. Hasta luego. —Su hermana colgó el
teléfono precipitadamente.
—Una violación… El hospital… Holmes persiguiendo a Hayashida… Una gata
roja. ¿Pero qué demonios significa todo esto? —susurró Katayama; estaba tan fuera
de sí que parecía que lo hubiera poseído un zorro[17].
Harumi se propuso llamar al hospital, pero no sabía a cuál habría llevado Ishidzu
a Kinuko.
—¿Cómo podría averiguarlo?
Si esperaba a que él regresara, tardaría un tiempo considerable en poder ponerse
en marcha. «Ya lo tengo», pensó. Podía ir al puesto de policía de la zona y preguntar
cuál era el hospital de urgencias más cercano. Así se pondría en contacto con él y, si
todo iba bien, incluso la llevarían hasta la mansión de los gatos en el coche patrulla.
Juraría que el puesto de policía no estaba lejos de allí…
—¿Cómo puedo ser tan inteligente? —se dijo admirada de sí misma y salió del
apartamento sin demora. No pudo cerrar la puerta con llave, pero qué remedio.
Aquello era una emergencia.
Harumi se dirigió a toda prisa hacia el puesto de guardia en plena noche.
Llegó en menos de cinco minutos. Aún resollando, miró dentro del puesto.
—Buenas noches… —Vio que allí no había nadie—. ¡Qué fastidio! ¿Adónde
habrá ido?
¿Estaría el agente de camino a la mansión de los gatos? Aun así, era impensable
que estuviera vacío. ¿Y si entraba un ladrón por culpa de ese descuido?
—¿Hay alguien aquí? —preguntó de nuevo.
Al fondo había una pequeña sala. Como no obtuvo respuesta, pensó que no habría
nadie allí, pero no podía estar segura. A lo mejor el agente se había quedado dormido
dentro, así que se asomó discretamente.
—Disculpe… —empezó a decir. Al segundo se quedó paralizada, asustada por la
visión.
Un policía de uniforme estaba en el suelo. Su gorra se había caído y tenía una
herida en la cabeza que estaba sangrando un poco.
—¡Oh, no! ¡Agente! —Harumi perdió la calma y puso la mayor atención en el
hombre que había en el suelo. No tenía buen aspecto. Se puso en cuclillas y le tomó
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el pulso por la muñeca.
Estaba bien. Aparentemente solo había perdido el conocimiento. Debieron
haberlo golpeado con una fuerza atroz.
En ese momento, se percató de que el agente ya no tenía en su poder la pistola. El
cordón de su sujeción había sido cortado. Seguro que el objetivo de su atacante era
arrebatársela.
—Es verdad… Antes…
Su hermano le había dicho que habían disparado a Tetsuo Ishizawa con un arma
reglamentaria. Eso significaba que, sin duda, se había empleado la pistola de este
agente.
Ella se afanó en alcanzar el teléfono que había sobre la mesa, levantó el
auricular…
«Un momento, ¿adónde debería llamar?», se preguntó.
Lo más fácil era llamar al número de la policía, pero se le hacía terriblemente
enojoso tener que explicar todos aquellos sucesos. Decidió llamar a la mansión de los
gatos para que fuera el propio Katayama quien informara de todo a la policía. Ella
estaba bastante alterada.
—Veamos, la agenda de teléfonos… Ya la tengo. A ver… mansión… de los…
gatos… ¡Seré idiota! Si constará como Ishizawa. ¡Ya lo tengo!
Tomó el auricular, hizo la llamada y al otro lado se puso una mujer.
—Casa de los Ishizawa, dígame.
—Disculpe, ¿puedo hablar con el detective Katayama?
—¿De parte de quién?
—De su hermana pequeña.
—¿Entonces eres Harumi? Yo me llamo Ritsuko Kariya.
—Oh, encantada de hablar contigo. Gracias por haber ayudado a mi hermano.
—Qué va. Soy yo quien está más que agradecida. Espera un momento, por favor.
Katayama se puso al teléfono enseguida.
—¿Qué ocurre? ¿Dónde estás?
—En el puesto de la policía donde estaba destinado Hayashida. Había venido a
pedirles el número de teléfono del hospital y entonces… —Su hermana le explicó lo
sucedido.
—Entendido. ¡Voy hacia allí enseguida! ¡Quédate donde estás!
—De acuerdo. Date prisa, por favor.
Harumi respiró hondo y se sentó en una silla; menuda nochecita llevaban. No
habían parado ni un momento.
Entonces, oyó un débil gemido y vio cómo el agente que estaba inconsciente
hasta ahora empezaba a levantarse tambaleándose.
—¿Ya ha recuperado el conocimiento? ¿Está usted bien? —se interesó ella
poniéndose en pie.
El policía agarró con fuerza el brazo de la joven de repente y bramó—: ¡Maldita
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seas! ¡No te muevas! ¡Estás arrestada!
La hermana de Katayama estaba completamente atónita.
—¿Pero qué está diciendo? ¡No pierda los estribos!
—¡Silencio! ¡Estás arrestada por un delito de lesiones! ¡No te resistas!
Mientras él vociferaba de esa manera, agarraba la muñeca de Harumi con firmeza
con la mano izquierda, y con la derecha, sacaba sus esposas. Ella acabó de perder la
paciencia.
—¡Esto no tiene ninguna gracia! Si soy yo quien ha informado de que…
—¡A mí no me discutas, pedazo de guarra!
—¡Guarra yo! —De pronto, la joven perdió la paciencia y propinó un rodillazo en
la entrepierna al agente con todas sus fuerzas.
El policía gruñó de dolor y volvió a quedarse tumbado en el suelo boca arriba.
V
—A ver, Harumi… —refirió Katayama con una expresión atribulada—. Esto no
significa que no entienda en qué posición estabas. Pero oye… ¿no podrías habértelas
apañado de otra forma?
—¿Qué quieres decir? ¿Que me tendría que haber quedado calladita mientras me
esposaba? ¡Lo siento, pero no! —objetó ofendida.
—No es eso… Quiero decir que no hacía falta que le golpearas en sus partes.
—¡Él se lo ha buscado! No atendía a razones.
—El hombre acababa de recuperar el conocimiento y debía estar confuso. Si le
hubieras explicado las cosas en condiciones no habría pasado nada. ¿Es que no lo
ves?
Tener una hermana capaz de dejar a un agente de policía KO no era algo de lo que
sentirse especialmente orgulloso.
—¡No me vengas con palabrería irresponsable! ¡Ni siquiera estabas aquí cuando
pasó! —prorrumpió Harumi.
—Entendido. —Su hermano se rindió—. ¿Pudiste ponerte en contacto con
Ishidzu?
—Sí. Por lo visto, Kinuko aún no ha recuperado el conocimiento.
—Hmm… —El detective se puso a andar arriba y abajo por el puesto de guardia
de la policía dándole vueltas a la cabeza—. Me parece inexplicable. El asalto a la
novia de Hayashida… Que hayan asesinado a Ishizawa… ¿Fue Tetsuo quien atacó a
Kinuko Ueno? ¿Por qué motivo?
—Eso no podemos saberlo; todos los hombres sois unos lujuriosos.
—O más bien… quizá el asesinato de Ishizawa no tenga nada que ver con esa
violación. De todos modos… ¿Adónde habrá ido ese exagente?
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—Está siendo una noche muy dura —susurró Harumi de nuevo.
—Vamos al hospital. Esperaremos a que la hija de Ueno recupere el
conocimiento. No tenemos más remedio que preguntarle a la propia víctima si fue
Tetsuo quien la atacó o no.
»Hayashida no tenía forma de saber si había sido Tetsuo quien perpetró el ataque.
Sin embargo, al ver esa hoja de bambú se marchó corriendo hacia la mansión. Esa
pista debió darle un motivo para pensar que Tetsuo Ishizawa era el agresor.
—Tienes razón.
—El hospital está muy cerca de aquí, ¿verdad? Vamos hasta allí en el coche
patrulla. —Katayama salió a la calle y le dijo a Holmes, que estaba sentada frente al
puesto—: Venga, vamos.
—Pero Holmes, tú te habías ido detrás de Hayashida. ¿Qué ha sucedido? —
inquirió Harumi.
La gata dio un gran bostezo. Parecía completamente indiferente a lo que le
decían.
—¡Qué rabia que das!
—Pierdes el tiempo. No te dirá nada por la fuerza —sentenció Katayama riendo
—. Los grandes detectives tan solo responden cuando quieren hacerlo.
Holmes se subió con ellos al coche patrulla. El detective le indicó al agente al
volante a qué hospital quería que los llevara, y se dejó caer pesadamente sobre el
asiento. Tenía la impresión de que había estado trabajando sin cesar durante todo el
día.
—Es fabuloso que hayas puesto fin al problema de las tres mujeres.
—Y tanto. Afortunadamente he matado varios pájaros de un tiro. Me ha ahorrado
muchísimos problemas.
—¿Qué propósito tenía Ishizawa?
—Hmm… No lo tengo muy claro. Ha muerto antes de que pudiera darme una
buena explicación.
—Aun así, sus acciones son realmente incomprensibles —manifestó Harumi—.
Por cierto, Ritsuko Kariya, la chica que ha descolgado antes el teléfono… ¿Qué
relación tienes con ella?
—Resulta que… a lo mejor podría acabar saliendo con ella.
—¿Te has vuelto a enamorar? —aseveró Harumi mirando fijamente a su
hermano.
—¡¿Pero qué estás diciendo?! Solo quiero cumplir la última voluntad de Tsuneyo
Ishizawa, la anciana que asesinaron.
—¿De qué hablas? —A continuación Katayama le narró cuál era la situación. La
expresión del rostro de Harumi denotaba un interés inmenso—: Vaya, vaya.
Entonces, ¿aquella vez le gustaste nada más verte?
—Eso parece.
—Vaya por donde, qué gente tan rara hay en el mundo —soltó Harumi con
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franqueza.
—Veo que has tenido un día muy ajetreado —afirmó Ishidzu asintiendo cuando
Katayama le explicó lo sucedido.
—Sí. Ha sido un caos absoluto… ¿Kinuko Ueno aún no ha recuperado el
conocimiento?
—Por lo visto, no. Me han dicho que me informarán en cuanto vuelva en sí.
—Entendido. Lo que más me preocupa es que desconocemos el paradero de
Hayashida. ¿Se te ocurre adónde podría haber ido?
—Déjame pensar… —Ishidzu ladeó la cabeza—. No creo que por llamarse
Hayashida[18] esté en el bosque.
En ese momento, un médico con una bata blanca vino a avisarles de que Kinuko
había recobrado el conocimiento.
—Aún está muy trastornada. Les ruego que sean muy cuidadosos —añadió el
médico mientras abría la puerta de la habitación.
La primera en entrar en la habitación fue Harumi, que se acercó al cabecero de la
cama y se dirigió a Kinuko con delicadeza:
—Kinuko, ¿cómo estás?
—Harumi… —La hija de Ueno abrió los ojos y sonrió al verla.
—Ya ha pasado todo. Descansa y no te preocupes por nada.
La mirada de Kinuko se posó en los dos detectives.
—El detective Katayama… y el señor Ishidzu.
—Hola. ¿Cómo te encuentras? —la saludaron.
—No muy bien… —contestó ella con un hilo de voz—. ¿Dónde está Hayashida?
—Vendrá muy pronto —respondió Harumi.
—No puedo creer que haya sucedido algo tan terrible. Nunca más podré volver a
mirarle a la cara…
—Venga ya, no digas tonterías —intentó animarla la hermana de Katayama.
—Eso es. Todo irá bien, pero tienes que olvidarte de lo sucedido —quiso
consolarla Ishidzu. Aunque lo hizo de un modo sumamente insensible.
Katayama se aclaró la garganta.
—Lamentamos tener que preguntártelo en un momento tan delicado pero… —dio
un paso adelante—. ¿Sabes quién te atacó?
Kinuko cerró los ojos un momento y a continuación alegó:
—Creo que fue Ishizawa.
—¿Tetsuo Ishizawa?
—Así es.
—¿En qué circunstancias sucedió?
—He sido una estúpida. Hacía mucho que ese hombre me miraba con lujuria.
Sucede que… él me llamó y afirmó que mi padre no era el autor de ese asesinato. Y
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también, que había encontrado la prueba que lo demostraba y que quería reunirse
conmigo en un lugar donde no nos viera nadie.
—Por eso fue a la mansión de los gatos.
—Sí. Supongo que lo hubiera puesto en apuros que su mujer nos viera, porque me
indicó desde el principio que fuera al bosque de bambú que hay detrás de la mansión.
Naturalmente, yo tendría que haber sospechado, pero fue oír que tenía las pruebas
que demostraban la inocencia de mi padre y ya no pude pensar en nada más…
—¡Qué canalla! —exclamó Harumi.
—Cuando fui allí, no vi a Ishizawa por ninguna parte. Entonces, mientras estaba
esperando en el bosque de bambú, me atacaron de repente por la espalda…
Kinuko se quedó sin palabras y cerró los ojos. Una lágrima se derramó por su
rostro.
—Entendido. ¿Está segura de que era Ishizawa?
—Eso… creo. Pero estaba muy oscuro, me estaba estrangulando y perdí el
conocimiento…
—¿Le vio la cara?
—No, no se la vi.
En ese caso, cabía la posibilidad de que él no fuera su atacante.
—¿Está segura de que la persona que la llamó a casa era Ishizawa?
—Pues… —Kinuko paró de hablar en seco, como si estuviera dudando por un
instante—. No estoy segura. La verdad es que no conozco tan bien su voz y además,
hablaba en voz muy baja.
—¿Insinúa que no fue ese hombre?
—No. Solo digo que no puedo estar segura del todo. A lo mejor no fue él.
Déjenme ver a Ishizawa. ¡Ya verá cómo le hago confesar! —escupió Kinuko con un
odio furibundo ardiendo en sus ojos, que aún seguían llorando.
—Lo lamentamos, pero… —empezó a contestar Ishidzu, pero Katayama le
interrumpió, nervioso.
—¿Hayashida sabía adónde se dirigía usted?
—¡No! De haberlo sabido, me lo hubiera impedido.
—¿Estaba él presente cuando recibió la llamada?
—En ese momento no; había salido a comprar tabaco.
—Por lo tanto, lo único que le dijo fue que salía un rato y que volvería pronto.
—Sí. Porque Ishizawa… Quien fuera que me llamó, me pidió que fuera sola y
que no se lo dijera a nadie…
—¿Su novio sabía que el hijo de la terrateniente la miraba de forma lujuriosa?
—Sí. Eso le ponía furioso.
Katayama se tomó un respiro. Entonces, Kinuko percibió algo en la expresión
abatida que los dos hermanos tenían en la cara.
—¿Ha sucedido algo? ¿Hayashida no está aquí porque él… ha muerto?
—¡En absoluto! —denegó el detective de la Central.
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—El que ha muerto es Ishizawa —dijo Ishidzu.
—¿Ha muerto? —Kinuko contuvo el aliento. Pareció percatarse de todo en un
solo instante.
—¿Le ha… matado Hayashida…?
—Eso tampoco lo sabemos. Ahora mismo lo estamos buscando.
—¿Qué habrá sido de él? —La joven se cubrió la cara con las manos.
El médico entró en la habitación y sugirió que debían dejarla descansar.
—Kinuko, no te preocupes, por favor. —Harumi se inclinó hacia ella—. Mañana
vendré a verte.
Sin embargo, la hija de Ueno se dio la vuelta en la cama dándole la espalda.
—Independientemente de quién sea su agresor, todo indica que Hayashida es la
persona que ha asesinado a Ishizawa —expuso Ishidzu una vez hubieron salido de la
habitación.
—Eso parece… Aunque hay algo que no encaja.
—¿Qué es lo que no te encaja? —preguntó Harumi.
—Primero: él fue policía. Por mucho que pensara que ese tipo era su agresor, me
parece descabellado que lo asesinara de un tiro. Sabe que lo atraparemos.
—¿En serio? Si alguien ataca a la novia de uno, es normal que pierda los estribos.
¿Tú te quedarías como si nada, hermano? ¡Qué frío eres!
—No es eso. Tal vez fue un accidente. No creo que pretendiera matarlo. Quizá
solo quería hacerlo confesar a punta de pistola. Además, golpear a un agente para
arrebatarle el arma reglamentaria no me parece propio de Hayashida. Y hay algo
más… ¿Tiene sentido que después de largarse en un arrebato, diera media vuelta a
mitad de camino para pasarse por el puesto de guardia y atacar al policía allí
apostado?
—Si lo que quería era matarlo, sí.
—Quizá tengas razón… —Katayama se cruzó de brazos—. A pesar de eso, al
agente le golpearon por la espalda y perdió el conocimiento. En consecuencia, no vio
la cara del atacante. Es posible que no haya sido el novio de Kinuko.
—Entonces, ¿quién ha sido?
—Si lo supiéramos, no las estaríamos pasando canutas —dijo muy serio.
Ishidzu intervino:
—Dada la situación, tan solo nos queda un camino que seguir.
—¿Cuál?
—Preguntárselo directamente a Hayashida.
—Gran sugerencia, sí señor —censuró Katayama con todo su sarcasmo—. Dime,
¿dónde está?
—Seguro que lo averiguas. Eres un gran detective.
—Condenado listillo, no conseguirás nada haciéndome la pelota. —Katayama
sonrió con amargura—. Lo olvidaba, también hay otra cosa que no encaja.
—¿Cuál?
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—La gata roja. La vi andando por el tejado de la casa…
—¿De verdad que era roja? —inquirió Harumi recelosa—. ¿No será que
únicamente te pareció que lo era?
—¡Te juro que era roja! ¡Tengo muy claro lo que vi!
—De acuerdo, hombre. No te enfades conmigo.
—Perdona… Ya es medianoche y la verdad es que estoy agotado.
—¿No tenéis hambre? Cerca de aquí, en las afueras, hay un restaurante. Abre
hasta las tres de la madrugada —apuntó Ishidzu.
—Buena idea. Aunque no tenga hambre, me vendrá bien tomar el aire.
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tiempo, oyeron una reverberación semejante a un gemido de notas graves.
—Son motos —anunció Harumi.
Dos motos, tres motos… Un buen puñado de jóvenes con el negro resplandor de
las cazadoras de cuero pasaron con sus motocicletas de gran cilindrada por el tramo
de autopista que había delante del establecimiento y desaparecieron a toda velocidad.
Su número iba aumentando a diez, veinte y pico… y su ruido era ensordecedor.
—¡Una banda de moteros! —exclamó Ritsuko.
—¡Qué pasada! ¿Cuántas decenas de motos debe haber ahí?
Pero preguntar por decenas se quedaba corto. ¿Eran cien motos…? No, era una
horda mucho más numerosa. Todos los clientes del restaurante se levantaron de sus
mesas, admirando ese gigantesco espectáculo. Como por arte de magia, las motos se
aproximaban una tras otra atravesando la oscuridad vertiginosamente.
Holmes se había percatado con bastante más antelación del alboroto de las
motocicletas. Pese a estar durmiendo en el coche, sus aguzados oídos ya habían
captado que algo terriblemente ruidoso venía en su dirección. La gata se levantó y
miró a través de la ventana del coche con sus patitas delanteras posadas en el marco.
El pelotón principal del grupo ya había pasado de largo.
Luego se desplazó hasta el asiento del acompañante y allí, presionó con la pata el
botón que subía y bajaba la ventanilla. El motor del mecanismo chirrió y la abrió un
poco. Entonces, una vez apreció que por ahí podía pasar la cabeza, saltó hasta el
borde del cristal con agilidad y se escurrió hacia fuera como si nada. Ya en el suelo,
ante ella, una maraña de motocicletas marchaba rauda como un torrente.
Holmes empezó a caminar por la calzada hasta llegar a un camino estrecho que
descendía por la colina en dirección a la autopista nacional.
Una motocicleta bajó por esa misma colina tomándose su tiempo y se detuvo. A
continuación, su conductor observó con cautela la riada de aquella banda de moteros
que estaba recorriendo la autopista y cuando el flujo de motos se interrumpió un
breve instante, hizo rugir el motor de la suya y salió disparado.
Esa moto no necesitó más que unos pocos segundos para fundirse en aquella
maraña compuesta de cientos de motocicletas.
Holmes, muy quieta, se quedó atrás siguiéndola con la mirada y al cabo de un rato
volvió al coche.
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TERCER CAPÍTULO
LA GATA FANTASMA
I
e modo que Hayashida se os ha escapado. —Kurihara le echó a Katayama
— D una mirada escrutadora cargada de saña.
—Sí. Es muy posible que se mezclara entre una banda de moteros que pasó
por el complejo de apartamentos. Hablamos de trescientas motos y no podíamos
inspeccionarlas una por una. No vimos nada.
—¡Sois una panda de inútiles! —le imprecó Kurihara—. ¿Estás seguro de que
Hayashida estaba entre ellos?
—No podemos asegurarlo al cien por cien, pero por lo visto robaron una moto en
uno de los establecimientos del complejo de apartamentos. En principio se había
pensado que había sido obra de un miembro de la banda de moteros. No obstante, un
vecino vio cómo la sustraían y a juzgar por la descripción que ha dado del ladrón,
todo indica que lo hizo ese exagente. Los miembros de una banda de ese tipo suelen
tener una estética muy determinada.
—Entiendo. De modo que su novia… ¿Cómo decías que se llamaba?
—Kinuko Ueno.
—Así que a esa tal Kinuko la violaron y asesinaron…
—¡Jefe! ¡A ella no la han asesinado! —negó Katayama inquieto.
—Ah, ¿solo la han violado? De todas formas, resentido por la violación, atacó al
agente del puesto de guardia y usó el arma que le arrebató para matar a Ishizawa.
Luego, robó una motocicleta y huyó entre una banda de moteros… —En ese
momento miró a su subalterno—. ¿Me equivoco? —enfatizó.
—No, eso es. —El detective asintió indeciso.
—¿Hay algo que no te convenza?
—Tan solo… me da la impresión de que las cosas le han salido demasiado bien.
—¿En qué sentido? —El superintendente se removió en la silla.
—El asesinato anterior, el de Tsuneyo Ishizawa, quedó cerrado con el suicidio de
Ueno. Ahora nos encontramos con que Hayashida ha escapado. ¿No le parece que
resulta demasiado simple?
Kurihara se encogió de hombros.
—¿Qué tiene eso de malo? El mero hecho de saber quién es el asesino nos ahorra
tiempo y esfuerzo.
—En eso tiene razón, pero…
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—¿Tienes algo sólido que apoye esa opinión?
—No, la verdad es que no.
—Entonces, haz el favor de no complicar más el caso. Ya estamos lo suficiente
ocupados como para que encima sigas dándole vueltas. Todo encaja: Ueno mata a la
señora Ishizawa. Su hijo Tetsuo viola a Kinuko, y el novio de esta, acaba con él.
—Ya…
Katayama había vuelto a su escritorio pese a no hacerle gracia la situación. Él no
era la clase de persona a la que le gustara implicarse en casos de asesinato. A ser
posible, le encantaría poder olvidarse de todos esos crímenes sangrientos y marcharse
a casa para echarse a dormir.
Sin embargo, no se había podido desvincular del todo de este caso. Precisamente
por eso, seguía viendo cosas que no le encajaban. Ojalá acabaran capturando a
Hayashida y esas dudas se aclararan, pero eso sería demasiado bonito para ser
verdad…
El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos.
—Katayama, dígame.
—Hola, soy yo.
—Hola, Ritsuko.
—¿A qué viene ese tono de decepción? ¿Estabas esperando la llamada de otra
mujer?
—No, no es eso —replicó atolondrado. Se había expresado en un tono
ligeramente despreocupado, pero su interlocutora no sabía que para él, hablar en esos
términos era lo que más le costaba en el mundo.
A decir verdad, el nexo que precisamente lo vinculaba a los asesinatos de
Tsuneyo Ishizawa y de su hijo Tetsuo, era Ritsuko.
—¿Para qué me llamabas? —inquirió el detective desganado como si estuviera
tomando un recado para otra persona.
—¿Acaso no puedo llamarte a menos que tenga un motivo en especial?
—No… No quería decir eso. La empresa de telefonía estará contenta y a mí me
gusta que la gente esté contenta. —Incluso él se quedó impresionado por la estupidez
que acababa de decir.
—¡Pues muy bien! —La joven adoptó un tono airado—. ¡Quería pedirte una cosa,
pero ya no lo haré!
—Ritsuko, escucha…
Ella colgó el auricular con un sonoro telefonazo. Katayama agitó la cabeza; se
había quedado medio sordo. Con semejante golpetazo igual había roto el aparato. En
lugar de darle una alegría a la compañía telefónica, le provocaría dolores de cabeza.
No se le ocurría qué debía decir a Ritsuko. Sabía a ciencia cierta que durante la
cena en el hotel, ella le pidió que le hiciera un favor. Aunque claro, él aceptó sin tener
ni idea de cuál era. Pero finalmente no había tenido tiempo de comprobar la
naturaleza de esa petición.
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Tras aquello, ella le besó justo antes de que dispararan a Tetsuo Ishizawa. Él lo
sintió como la clase de beso que uno recibiría de una novia. Perdón, Katayama no era
ningún experto en materia de besos. Por eso, no sabía cuánta presión hacía falta notar
para determinar que realmente eran novios. Aunque por lo menos sabía que, en
Japón, solo se solían besar los novios y los matrimonios[19].
Por otro lado, también había amantes de los animales que besaban a sus mascotas,
pero puesto que saltaba a la vista que él era un ser humano, ese ejemplo no se
aplicaba en su caso.
Así las cosas, era probable que Ritsuko consideraba a Katayama como su novio.
—¡Mujeres! —dijo suspirando…
Se pasó un buen rato dándole vueltas a la cabeza para acabar rindiéndose a la
evidencia: no sabía qué intenciones tenía Ritsuko. Justo entonces, el teléfono volvió a
sonar.
—Hola, Katayama. ¿Eres tú? —Ishidzu le hablaba con un ímpetu cargado de
energía positiva.
—Hola, ¿desde dónde me llamas?
—Desde comisaría.
—¿Por un tema de trabajo?
—No, no es por eso…
—Lo cierto es que Ritsuko Kariya acaba de llamarme.
—¿Ha llamado a tu comisaría? —preguntó Katayama sorprendido.
—Así es. ¿Qué ha pasado?
—Eso digo yo. ¿Te ha comentado algo?
—Resulta que hará la mudanza el domingo que viene y me ha pedido que le eche
una mano…
—¿La mudanza?
—Sí. Makiko Ishizawa no quiere vivir sola en la mansión y le ha pedido que se
vaya a vivir con ella.
¿Era eso lo que quería pedirle? Teniendo en cuenta la última voluntad de Tsuneyo
Ishizawa, el hecho de que su sobrina se mudara a la mansión de los gatos podía ser
algo positivo. Y respecto a la señora Makiko… En esa casa se habían cometido dos
asesinatos. Y por si eso fuera poco, encima, a su marido lo habían asesinado delante
de ella. Seguramente ya no quería permanecer sola en casa.
—Un momento. ¿Eso es lo que te ha dicho?
—Sí. También me ha dicho que eres un hombre despiadado, antipático, egoísta,
execrable… Esto último me lo acabo de inventar.
—¡Imbécil! ¡No añadas estupideces de tu cosecha!
El detective de Meguro se rio.
—Sin embargo, sí que me ha dicho esto: «Ishidzu, tú eres un hombre fuerte en
quien siempre se puede confiar; además, si una mujer te pide que le hagas un favor,
eres incapaz de negarte a ayudarla» —expuso henchido de orgullo.
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—De todas formas, yo también iré a ayudar.
—¿Lo harás? Entonces he hecho bien en llamarte. Creía que debía hacerlo, he
pensado que era mejor informarte.
—Gracias.
—Ah, y otra cosa…
—¿Cuál?
—Me gustaría que Harumi también viniera.
—¿Lo ha pedido ella?
—No, esto te lo pido yo.
Katayama resopló. Le resultaba imposible odiar a un hombre como aquel.
—De acuerdo, le pasaré el recado.
—Hazlo, por favor.
Al detective de la Central le pareció estar viendo la sonrisa radiante de Ishidzu.
Cuando estaba a punto de colgar el auricular, su colega protestó:
—Maldición, por poco me olvido.
—¿Aún tienes algo que decirme?
—Esta noche cenaré fuera. Volveré un poco tarde.
—Pues que te vaya bien. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—Es un recado que me ha dado Harumi para ti.
—¿Mi hermana?
—Sí. Me ha llamado hace un rato. Resulta que irá a ver a Kinuko Ueno al
hospital después del trabajo y me ha pedido que te avise.
—Hm… ¿Y por qué te lo ha dicho a ti? Podía haberme llamado a mí.
—Es que yo iré con ella.
—¡Haberlo dicho antes!
—Mis disculpas. Tú puedes comerte lo que quedó de la caballa que preparó para
Holmes…
—¡¿Cómo te atreves?!
—Espera; eso lo ha dicho ella.
—Entonces, a lo mejor yo también acabe yendo —dijo Katayama enojado.
—¿Adónde?
—A ver a Kinuko Ueno, por supuesto.
—Cla… claro. Tampoco haría falta, pero bueno.
El detective sonrió al imaginarse a Ishidzu desilusionado.
—¡Eso no puede ser! —exclamó Harumi con las cejas arqueadas de indignación.
—No ganas nada enfadándote conmigo. —Katayama se encogió de hombros—.
En todo caso, si gracias a eso capturamos a Hayashida, quedará todo resuelto.
—Pero aunque lo encuentren… —Ella estaba sumamente descontenta.
Ambos hermanos iban en los asientos de atrás del deportivo de Ishidzu. El coche
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recorría la carretera después del ocaso, en dirección al hospital donde la hija de Ueno
permanecía ingresada.
—Pero si aún quedan un buen puñado de problemas por solucionar. —Harumi fue
enumerando conceptos con la misma actitud que mostraría un ama de casa al
protestar por unos precios desorbitados—: ¿Quién y por qué mató a todos esos gatos?
¿Qué pasa con los que sobrevivieron? Además… Eso es, aún no sabemos nada de los
atentados reiterados que sufrieron los niños.
—Es posible que eso no tenga nada que ver con los asesinatos.
—Eso no puede ser —repitió ella testaruda—. Tengo una intuición.
—¿Una intuición?
—Sí, la intuición femenina nunca falla.
—¿En tu casa mandan las mujeres? —añadió Ishidzu alegremente.
—Por supuesto. Somos mayoría, Holmes y yo.
Katayama se quedó mirando por la ventana fingiendo que nada de aquello llegaba
a sus oídos.
—¿Cuánto falta para llegar?
—Aproximadamente un cuarto de hora.
—¿Cómo está ella?
—Sus lesiones externas en sí eran de poca importancia. El problema es el trauma
psicológico.
—Normal; además de la violación, la policía está buscando a su novio por
asesinato…
Cuando llegaron al hospital solicitaron en recepción poder visitarla.
—La hora de visita ya ha finalizado —les espetó una enfermera muy
impertinente; la mujer no se molestó siquiera en disimular su mal carácter.
—Aún queda un cuarto de hora para que termine —replicó Ishidzu.
—Solo tienen quince minutos —matizó ella—. Salgan cuando termine la hora de
visita.
El detective de Meguro se quedó contrariado y sacó su bloc de notas policial.
—Nosotros somos…
Katayama contuvo el arranque de su colega.
—Solo será un momento —aclaró dando un paso al frente.
—Escriban aquí sus nombres.
—Escúchame bien. Por muy detective de la policía que seas, no estamos aquí de
servicio. No puedes exhibir tu identificación policial —le recriminó Katayama.
Mientras escuchaba la bronca, Harumi trataba de contener un ataque de risa. ¿Su
hermano estaba ya en posición de dar sermones? Aunque le hiciera gracia, a ella le
inspiraba confianza verle comportarse poco a poco como un auténtico policía; pero a
su vez, eso hacía que se preocupara por él.
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—Es esa habitación.
Ishidzu se aproximó con paso mesurado a la puerta y llamó.
—No contesta nadie. ¿Estará dormida?
—¿Qué hacemos?
—Si está durmiendo, perfecto. Veremos cómo se encuentra y nos marcharemos.
—Bien pensado.
Al abrir la puerta, Ishidzu echó un vistazo dentro y se quedó paralizado: la cama
estaba vacía.
—¿Adónde habrá ido? Tal vez esté en el servicio. ¿Esperamos a que salga?
Los tres estuvieron deambulando por aquella habitación de pequeñas dimensiones
hasta que finalmente, Ishidzu se percató de algo:
—La ventana está abierta. ¿No tendrá frío?
—Es verdad… Qué raro.
Katayama se acercó a la ventana y sacó la cabeza fuera. La habitación estaba en
el segundo piso. Vio que justo debajo había una zapatilla y lo hizo patente.
—¿Cómo?
Los tres se asomaron para mirarla apelotonándose delante de la estrecha ventana.
—Eso es… susurró Harumi.
—Se le habrá caído mientras intentaba matar una cucaracha —mentó Ishidzu
jovialmente.
—¡¿Pero qué están haciendo?! —les imprecó una voz.
Una vez que lograron echar la cabeza hacia atrás entre empujones, pudieron ver
que aquella era la enfermera de la recepción.
—¡Ya ha terminado su tiempo! —les increpó mirándolos con dureza—. Váyanse
ahora mismo.
—Espere un momento —replicó Katayama señalando la cama—. La paciente no
está aquí.
—Lo lamento por ustedes. Habrá ido al servicio. Váyanse, por favor.
—Pero su zapatilla… —empezó a decir Harumi, mas su interlocutora no le prestó
atención.
—¡Venga! ¡Márchense ya! Son las normas.
—¿Pero dónde ha ido la paciente…?
—Si siguen poniendo pegas, tendré que llamar al doctor —amenazó la enfermera.
Acto seguido, los echó a los tres de la habitación sin mediar palabra.
—Pero si le hubiera pasado algo…
—Vengan ustedes mañana.
Entre protesta y protesta, la mujer ya los había expulsado del hospital.
—¡Maldición! ¡Qué tía más intransigente! ¡Uno no puede ser tan radical con las
normas! ¡Entérate! —Katayama estaba fuera de sí. Finalmente, se giró hacia Ishidzu
como si estuviera buscando pelea.
A Harumi se la veía algo inquieta.
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—Esa zapatilla me tiene preocupada.
—Vamos a echar un vistazo debajo de aquella ventana.
Siguiendo la sugerencia de Katayama, los tres dieron un rodeo alrededor del
edificio del hospital y llegaron hasta el punto situado justo debajo de la ventana de
Kinuko Ueno.
—Si uno desciende hasta el saliente que hay debajo, puede alcanzar el suelo sin
dificultades.
—Exacto. Porque solo hay vegetación y tierra, que son bastante blandas.
—¡Katayama, fíjate en esto! —Ishidzu levantó la voz y se metió entre los
matojos. Luego recogió una zapatilla que hacía juego con la otra. Los dos hermanos
se miraron.
—Como suponíamos, ella…
—No hay duda. ¡Ha bajado por la ventana y se ha escapado! ¿Adónde habrá ido?
—Es alarmante. Para empezar, su padre cometió un asesinato y luego se suicidó;
a ella la han violado; su novio está en paradero desconocido… —Harumi meneó la
cabeza—. Si eso me sucediera a mí, ya no querría seguir viviendo.
—¡¿Cómo puedes decir eso?! —clamó Ishidzu de repente—. ¡Yo siempre estaré a
tu lado apoyándote! Aunque Katayama falleciera en acto de servicio…
—¡Eso está por ver! ¡Además, no me mates porque sí! —chilló Katayama fuera
de sus casillas.
—De todas formas, tenemos que hacer algo…
—Muy bien. Nos dividiremos para ir en su busca. Ishidzu, tú estás familiarizado
con los alrededores, ¿verdad? ¿Hay algún lugar al que acudiría preferentemente una
persona que se quiere quitar la vida?
—Pues… —Él ladeó la cabeza, pensativo—. No lo sé, porque no se ha suicidado
mucha gente por aquí…
—¿El complejo de apartamentos queda lejos de aquí?
—No, está más cerca de lo que uno imaginaría. El edificio de su apartamento está
a media hora de aquí andando.
—Las mujeres suelen dejar una nota de suicidio cuando van a quitarse la vida. Es
posible que Kinuko haya vuelto a su apartamento.
—Entonces, vayamos en coche. ¡Aprisa!
II
El deportivo de Ishidzu llegó frente al edificio de Kinuko Ueno a las siete y
media.
Aún se veía por la calle a oficinistas que regresaban del trabajo pese a lo tarde
que era.
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—Es el 206.
Harumi tomó la delantera y subió corriendo las escaleras. La puerta estaba
cerrada.
—¡Kinuko! ¡Si estás en casa, contesta, por favor! —gritó ella golpeando la
puerta.
—Parece que no está.
—Vamos al otro lado de la fachada y comprobemos si tiene la luz encendida o no.
Los tres bajaron por las escaleras, torcieron por la esquina del edificio y
desembocaron en el lado por el que se podían apreciar los balcones de los
apartamentos.
—Está a oscuras.
—Es decir, que a lo mejor no ha vuelto.
—Venir ha sido una pérdida de tiempo.
—Entonces, ¿adónde habrá ido? —preguntó Harumi aún sin resuello.
—Si lo supiéramos, no estaríamos pasándolas canutas. —Katayama se quedó
pensando un rato—. Dadas las circunstancias, movilizaremos a los agentes de la zona
para emprender su búsqueda. Peinaremos los puntos más críticos: el estanque y el
bosque.
—¡Eso es mucho terreno! —manifestó Ishidzu abriendo los ojos
desmesuradamente.
—Lo que no vamos a hacer es quedarnos de brazos cruzados mientras se suicida.
Ve a comisaría en el coche y pide la orden de búsqueda. Nosotros nos quedaremos un
poco más por aquí para investigar. Sería bastante posible que Kinuko Ueno apareciera
en un momento u otro —puntualizó Katayama.
—Entendido —asintió el detective de Meguro.
Su colega de la Central le indicó una última cosa cuando ya había echado a correr
hacia el coche.
—¡Llama también al hospital y explícales la situación! ¡Haz que busquen por los
alrededores!
—¡Así lo haré! —respondió haciendo una reverencia, subió a su coche sin más
demora y se marchó acompañado del estrepitoso mido del motor.
—En serio; todavía no sé si es un tipo serio y responsable, o si no lo es —afirmó
Katayama sonriendo con amargura.
—Tiene muchas virtudes, es bondadoso y obediente.
—Es un idiota.
—Hermano, no seas así. Ese hombre es un trozo de pan —dijo Harumi para
apoyar a Ishidzu al tiempo que miraba a Katayama con saña.
—Dejémoslo correr. Es posible que Kinuko Ueno haya regresado a su casa y
luego haya vuelto a marcharse. Al fin y al cabo desconocemos a qué hora se ha
escapado del hospital.
—Tienes razón. En ese caso ya habría escrito la nota de suicidio…
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—En consecuencia, si buscara un lugar para morir cerca de aquí…
—¿Sería el estanque donde ese niño estuvo a punto de morir ahogado?
—¿Cómo? Pero si allí no podría ahogarse un adulto.
—Si va con la idea fija de matarse, no puedes asegurarlo.
—Eso es verdad. De todas formas, quizá sea mejor ir a ese parque que quedarnos
aquí esperando.
Ambos salieron hasta la callejuela que había entre dos bloques de apartamentos y
desembocaron en el parque, donde no había ni un alma.
En esa clase de áreas verdes suele haber numerosas zonas en la penumbra que
hacen que uno se sienta inseguro, pero esta en concreto no transmitía esa impresión.
Puesto que las farolas estaban alineadas cuidadosamente en intervalos regulares, su
interior se hallaba muy bien iluminado y también se podía apreciar claramente toda la
superficie del estanque.
—Recorramos los alrededores del estanque. Tú ve por la otra dirección. Si ves
algo, grita para que te oiga.
—De acuerdo.
De ese modo, cada uno echó a andar en una dirección distinta.
Mientras Harumi caminaba a lo largo de la orilla del estanque, escudriñaba la
superficie del agua para intentar distinguir alguna cosa. Deseaba no tener que ver un
cuerpo flotando, pero cuando se quedaba con la mirada fija en esa oscura superficie
tenía la impresión de que de un momento a otro podría aparecer inesperadamente el
rostro del cadáver de Kinuko.
Cuando ya había avanzado medio camino más o menos, detuvo sus pasos y tomó
una bocanada de aire. En ese momento, una sombra blanca cruzó por delante de ella
sin hacer ruido.
Gritó instintivamente.
Aquello era una gata blanca. El animal paró en seco en cuanto oyó el alarido de
Harumi y dirigió sus ojos brillantes hacia la joven.
—Qué susto me has dado. ¿En qué apartamento vives? —le interpeló ella más
aliviada en voz baja mientras intentaba acercarse a la felina, pero esta, nada más ver
que Harumi avanzaba un paso, pateó la arena en un gesto de rechazo y se marchó
corriendo.
—No le he gustado —susurró la joven.
Sin embargo, en todo el complejo estaba prohibido tener perros y gatos. Por lo
tanto, ¿de dónde provenía ese animal? Por el aspecto que tenía, no era una gata
abandonada.
—¡Harumi! —gritó Katayama mientras venía con paso acelerado—. ¿Has visto
algo?
—Ni había rastro que indicara un suicidio, ni la he encontrado a ella. —Su
hermana le habló de la felina—: A lo mejor es uno de los que huyeron de la mansión.
—Podría ser. Sin embargo, a los gatos no se les puede interrogar —le respondió
Pese a que no tenían apetito, decidieron ir a cenar algo, así que los tres volvieron
a pasar por aquel restaurante situado en las afueras.
—Qué forma de perder la dignidad —se quejó Ishidzu notablemente
descorazonado.
—No es de extrañar que te desmayaras. Incluso nosotros, gustando como nos
gustan los gatos, nos hemos quedado más blancos que el papel.
—¿Qué significa todo aquello? —preguntó Ishidzu.
—Estaría murmurando en sueños… Tendría pesadillas.
—Hmm… ¿Y si fuera esto?: que el espíritu vengativo de un gato asesinado la ha
poseído y… —intervino Harumi.
III
—Con esta, ya va la tercera… —susurró Katayama en el coche patrulla que se
deslizaba por la carretera, llevándolos hacia New Town a medianoche.
—¿Qué has dicho? —preguntó Harumi mirándolo; estaba sentada a su lado.
—No, nada. Solo decía que esta es la tercera vez que voy a esa aldea.
—Y en esas ocasiones, han asesinado a gente…
—Sí. A Tsuneyo Ishizawa, a Tetsuo Ishizawa y ahora…
—Esta es la tercera víctima. Por otro lado está el suicidio de Ueno, el
comportamiento inexplicable de Kinuko, la gata roja… Todo ello parece sacado de
una historia de terror.
—A lo mejor sí que se trata de una maldición de los gatos.
Nada más oír eso, un maullido de protesta salió de las rodillas de Harumi. Por
supuesto, había sido Holmes.
—Se ha enfadado y te ha recriminado que te creas que esas maldiciones existen.
—Pues haz el favor de destapar la verdad y de resolver nuestras dudas, ¿quieres?
IV
Al día siguiente, el superintendente recibió el informe de sus hombres a cargo del
caso. Tras quedarse un rato meditando, concretó:
—Tres asesinatos consecutivos en una pequeña aldea, prácticamente olvidada.
Esto no me gusta un pelo.
—Pero los dos casos anteriores ya están resueltos —recordó Nemoto.
—Por lo visto, Katayama no opina lo mismo, ¿verdad? —enfatizó Kurihara
mirando a Katayama.
—No… Bueno, quizá… —balbuceó Katayama.
—Yo tampoco lo creo —negó el superintendente—. Visto el panorama,
tendremos que replantearnos los dos asesinatos anteriores. Por lo pronto, este caso en
particular parece no tener relación con ellos. Sin embargo, me parece impensable que
se haya producido este nuevo crimen de forma fortuita. Nuestra investigación
trabajará con la tesis de que ha sido una consecuencia de los otros dos.
—Entendido —asintió Nemoto—. Entonces, por ahora… —empezó a decir. En
ese momento sonó el teléfono.
—Un momento. Kurihara, dígame… ¿Quién? Muy bien, hacedle pasar a la sala
de visitas. —Una vez colgó el auricular, informó a sus detectives—: Ha venido un
hombre llamado Shimosaka.
—¿Quién es?
—Un agente inmobiliario. Es el tipo que quiere adquirir los terrenos de la aldea.
Venid conmigo, será interesante —les dijo al tiempo que se levantaba de su mesa.
El hombre sentado en la sala de visitas con semblante hosco era calvo y rondaba
los cincuenta. A primera vista, parecía un comerciante con aire de padre rancio.
—Es usted el señor Shimosaka, ¿verdad? ¿Le importa que entremos en materia?
Al ver que en la sala entraban los tres hombres, Shimosaka se retrajo ligeramente,
pero comenzó a hablar después de carraspear un poco:
—Verá… Yo quiero adquirir los terrenos que poseía la señora Tsuneyo Ishizawa
cuanto antes.
—Entiendo.
—No obstante, la señora Tsuneyo, la figura clave para hacer ese trato, ha sido
asesinada. Luego, cuando su hijo Tetsuo heredó todas sus propiedades, también fue
asesinado. ¿Qué es lo que está pasando?
—Kinuko. —Al oír la voz de Harumi, la hija de Ueno, que estaba contemplando
el techo ausente, volvió en sí.
—Hola. Oh, también ha venido el señor Ishidzu.
—Perdona que te molestemos —se disculpó el detective con su sonrisa más
afable y le tendió un ramo de flores que le había traído.
—Oh… Muchas gracias.
—De nada. Ha sido Harumi quien las ha comprado.
La hermana de Katayama le dio un fuerte pisotón que le hizo protestar de dolor.
—¿Qué ocurre?
—No es nada. ¿Tienes algún jarrón?
—Sí. Allí hay uno que dejó la paciente anterior.
Kinuko le señaló un jarrón vetusto que había depositado sobre un pequeño
armario.
—Muy bien, las pondré en agua ahora mismo. —Harumi tomó el jarrón—. Está
bastante sucio. Iré a lavarlo un poco.
—Te estoy muy agradecida por tu amabilidad.
—No hay de qué. Muy pronto te darán el alta.
—Sí… Pero no sé qué voy a hacer entonces —confesó la joven con un hilo de
voz.
—No tienes por qué ir con prisas. Tú piénsalo con calma.
—Eso haré.
—Además, nosotros vivimos muy cerca —intervino Ishidzu con la voluntad de
insuflarle ánimos.
A Harumi le zumbaron los oídos.
—¿A quién te refieres con «nosotros»?
—¿Eh? Esto… quería decir… Me refería a mí mismo, a Katayama, a… Porque
todos vivimos en Tōkyō, ¿no?
—Pues qué vecindario más extenso —dijo Kinuko riendo.
—Sí. Desde el apartamento de Katayama no se tarda nada en llegar aquí en
aeroplano.
—No digas tonterías —le reprendió Harumi sonriendo.
—No lo entiendo. Pese a que he estado todo el tiempo durmiendo, me duelen las
manos y los pies. Es como si hubiera estado haciendo ejercicio. No tengo ni idea de
por qué —refirió la hija de Ueno devanándose los sesos.
Al oírla mencionar el detalle sin darle importancia, las miradas de sus
V
—De modo que los únicos que podían guardarle resentimiento a Horiguchi eran
los gatos —refirió Kurihara.
LA BELDAD FELINA
I
arumi no hacía mucho ejercicio por lo que no le estaba resultando nada fácil
H seguir a Kinuko Ueno. Además, estaba muy oscuro y la chica se desplazaba
ágilmente por senderos que atravesaban bosques y arboledas.
Por dos veces pensó que la había perdido, tal era la agilidad con la que se movía
Kinuko, algo que no encajaba en absoluto con la impresión sosegada y reservada que
solía transmitir la joven. De alguna forma, Harumi logró no perderla.
—Aquí hay gato encerrado —murmuró sin ceder un palmo en su persecución.
Pudo apreciar que parecía estar alejándose del complejo de apartamentos y que
había desembocado en los bosquecillos que había en la periferia, en el área que aún
no se había desarrollado. A diferencia de su hermano, ella no carecía de sentido de la
orientación, pero los caminos serpenteaban de tal forma que no tenía ni idea de
adónde se dirigía Kinuko.
Dado que su único apoyo era la escasa luz de la luna que se filtraba entre las
ramas de los árboles, no podía quitarle la vista de encima ni un segundo. De ese
modo, la siguió poniendo todo su empeño en ello. Y entonces… la hija de Ueno
desapareció bruscamente.
Harumi avanzó por el sendero que había entre los árboles a toda prisa. Allí no
había nadie. Jadeando por el cansancio, se detuvo y afinó el oído, pero no oyó nada.
Se quedó sin saber qué hacer.
¿Ahora que había llegado hasta allí tenía que rendirse…? Era una lástima, pero
tendría que darse por vencida. O no. ¿Y si seguía ese sendero y veía adónde
desembocaba?
Por lo menos no se perdería. Tras pensar en esa opción, siguió avanzando.
De pronto, puso el pie en el vacío.
Ni siquiera le dio tiempo de gritar. Harumi cayó en un oscuro agujero.
—Bienvenidos.
—Hola.
Cuando Katayama e Ishidzu entraron por la puerta, se sentaron pesadamente,
muertos de cansancio.
Holmes fue la única que entró dicharachera en la mansión de un salto.
—Ya son más de las doce.
—Los detectives de la policía tenemos la persiana del negocio abierta las
veinticuatro horas.
—¿Habéis obtenido algún resultado?
—No podemos decir que vengamos con las manos vacías. ¿El jefe y compañía
aún no han vuelto?
—Ese detective llamado Nemoto se ha quedado aquí. Se ha ido a dormir. Como
esta mansión es bastante amplia y dispone de muchas habitaciones…
—Entiendo. Me sabría mal despertarlo ahora.
—¿Te has comido el resopón que te he preparado? —Al oír la pregunta, ambos
detectives cruzaron sus miradas fugazmente. No podían responderle que a los gatos la
cena les había parecido deliciosa.
—Sí. Estaba riquísimo. Nos lo hemos comido entre los dos. ¿A que sí, Ishidzu?
—¡Sí! ¡Estaba buenísima! —Su colega levantó la voz exageradamente—. Sobre
todo ese lomo de cerdo rebozado. Estaba tan bueno que es imposible de describir con
palabras.
II
Harumi recuperó el conocimiento con una sensación áspera en la lengua y con los
codos doloridos.
Extrañamente, recordó de inmediato que había perdido el conocimiento tras caer
en algo parecido a un agujero. No se explicaba que lo viera todo negro; llegó a pensar
incluso que aún seguía inconsciente.
«Claro», se dijo. Estaba en un agujero y encima era de noche; no podía ver nada.
Contrariamente a lo que cabría imaginar, al pensar eso se sintió más tranquila.
Por lo visto, en el instante en el que cayó le entró algo de tierra en la boca. Se
lamió la manga para quitarse la tierra de la lengua.
Si Harumi podía mantener la calma hasta en una situación como esa, era porque
hasta la fecha había experimentado, varias veces, situaciones en las que su vida había
estado en peligro.
En primer lugar tenía que verificar cuál era la gravedad de sus heridas. Temerosa,
empezó a mover su cuerpo. Aparentemente no tenía ni heridas de mayor
consideración, ni fracturas óseas. Tenía las manos, los codos y las rodillas
despellejadas, pero no podía hacer nada para remediarlo. Parecía también que tenía
unos pequeños cortes en las mejillas que le producían punzadas de dolor.
—Mi belleza al garete —bromeó en un susurro para subirse la moral.
Ahora era el momento de comprobar la profundidad que tenía ese agujero. El
problema era que estaba demasiado oscuro sobre su cabeza; así no podía distinguir
dónde quedaba el borde.
¿Cuánto tiempo había permanecido inconsciente? Cuando fue a consultar su reloj,
comprobó que el cristal del mismo estaba roto y que las agujas habían saltado de la
III
—¡Katayama!
Cuando este se dio la vuelta, vio que Ishidzu había llegado.
—Hola, ¿qué te ha traído aquí?
—¿Ha vuelto a ocurrir otro suceso? —El grandullón había puesto los ojos como
platos al ver el coche empotrado contra la columna de la puerta principal y el cuerpo
cubierto por la tela.
—Así es —asintió Katayama suspirando—. Pero tú no venías por este asunto, ¿no
es así?
—No. Vengo por Harumi…
—¿Harumi? ¿Qué le ha sucedido?
—No está en vuestro apartamento.
—Ya. Antes he llamado. Se habrá quedado a dormir en casa de una amiga.
—Yo no estaría tan seguro.
Katayama lo miró fijamente.
—Entonces, ¿su marido ha estado todo este tiempo con síntomas de neurosis?
—Sí, hace varios días que no podía dormir.
—¿A causa de los maullidos de los gatos?
—Así es.
La señora Toda estaba sentada en la sala de estar de la mansión de los Ishizawa.
Nemoto y Katayama se hallaban presentes. Asimismo, Ritsuko se había quedado de
pie en un rincón con Holmes al lado, después de preparar una taza de té para la mujer.
—¿Él había detestado los gatos desde siempre? —la interpeló Nemoto.
Ella meneó el cuello negándolo.
—No, eso es lo que no me explico. Mi marido había tenido gatos en el pasado y
alguna que otra vez, los gatos de esta familia se metían en nuestra casa.
—¿Cuándo empezó a tenerles miedo?
—Desde que asesinaron a la señora Tsuneyo en este lugar. Cada vez que se hacía
IV
Finalmente se durmió.
Se despertó repentinamente por una cabezada. Sentía el tacto de la tierra sobre la
que se apoyaba pesadamente y estaba tocando grava con las manos…
Es verdad. Había caído en un agujero.
Harumi agitó la cabeza. Sonrió con amargura al tiempo que pensaba cómo narices
había podido dormirse en semejante lugar. Entonces, reparó en Kinuko, que estaba
estirada justo delante de ella. La llamó por su nombre, pero la joven seguía
inconsciente. Comprobó su pulso; le dio la sensación de que lo tenía bastante débil.
—Está muy mal… —susurró. Entonces, se dio cuenta de que por fin había algo
de luz—. Se ha hecho de día.
Al mirar hacia arriba, pudo observar a través de la boca del agujero el cielo de
color gris y una rama de un árbol cruzándose. Ese agujero, aproximadamente, tenía
tres metros de profundidad. No podría escalarlo de ninguna manera.
Por el color del cielo, no debían ser más de las cinco de la madrugada. ¿Pasaría
alguien cerca de allí?
—¡Fantástico! ¡Por fin han llegado! —Katayama salió rápidamente del vestíbulo
del hospital.
—Disculpe el retraso.
La persona que bajó del coche con el perro policía era Kanai, un agente que había
ingresado en el cuerpo en la misma época que él. Como a ese hombre le gustaban los
animales por naturaleza, pidió que lo transfirieran a la brigada canina de la policía.
—Hola, te estaba esperando.
—Lo siento, es que me habían mandado a otro lugar. ¿Ha desaparecido una
paciente?
—La paciente y mi hermana.
—¿Tu hermana? Es como para preocuparse. Muy bien, llévame hasta la cama de
esa paciente.
Guiados por el médico, se apresuraron en llegar hasta la habitación de Kinuko
Ueno. Kanai hizo que el perro husmeara a fondo el olor de las sábanas de la cama y el
de la manta.
—¡Venga! ¡A por ello! —le dijo al animal dándole una palmadita en el cuello.
—Supongo que saltó por la ventana. ¿Puedes empezar por el área que hay
debajo?
—De acuerdo. Vámonos abajo.
En cuanto salieron de la recepción del hospital, torcieron por la esquina para
colocarse justo debajo de la ventana. Mientras el perro husmeaba afanosamente, el
agente de la brigada canina empezó a andar sujetando la correa con fuerza.
—¡Ha encontrado el rastro!
Katayama siguió el camino que iba trazando el perro. De ser posible, se habría
puesto a correr, pero adelantar al animal no le llevaría a ninguna parte.
—Muy bien, pequeñín. Sigue así —iba diciendo Kanai, pero de improviso miró
hacia el cielo—. ¡Maldición! ¡Está lloviendo!
Harumi miró hacia arriba al sentir que algo frío había caído sobre su cabeza; tenía
gotas de lluvia sobre su rostro.
—¡No, por favor!
Se quedó blanca. Si llovía con fuerza… esa tierra tan blanda podría acabar
derrumbándose. Y suponiendo que no lo hiciera, ¿qué pasaría si el agua se acumulara
en ese agujero?
Harumi se levantó.
—¡Que alguien nos ayude! ¡Socorro! —gritó todo lo que pudo.
V
A Harumi el barro ya le llegaba hasta las rodillas. La lluvia no solo caía del cielo,
sino que además, se precipitaba por el borde del agujero formando una pequeña
cascada. Para colmo de males, también caía más barro desde arriba, acumulándose en
VI
Al día siguiente hacía un tiempo espléndido.
Cuando Katayama y Harumi bajaron del taxi frente al hospital, Ishidzu salió a
recibirlos.
—Harumi, ¿estás bien?
—Sí, ya me ves.
—Desde luego, estás mucho más hermosa sin el barro. —Cuando intentó
acercarse a ella, el grandullón le dio una patada a algo sin querer. Holmes le bufó
airada. Entonces, espantado, Ishidzu se disculpó haciendo una reverencia tras brincar
hacia atrás.
—¿Cómo está? —preguntó Katayama por los corredores del hospital.
—Pues es bastante incierto. —El semblante de su colega se nubló—. Cuando
Desde el balcón de Ishidzu en el undécimo piso, se veía aquel parque con toda
claridad.
—Todo empezó allí.
—¿De qué hablas? ¿Del parque de abajo? —Katayama también salió al balcón.
—Habíamos venido de visita, oímos llegar un coche patrulla y una ambulancia, y
fuimos a ver qué había sucedido.
—En efecto. Si aquella vez no hubiéramos prestado atención, a lo mejor, ahora no
VII
Parece que ya está bastante más tranquila —afirmó Kurihara alegremente—. Lo
ha cantado todo. Las cosas nunca fueron bien ni con su marido, ni con su suegra.
Cuando supo que podían venderse los terrenos por un precio astronómico, decidió
matarlos a los dos. Entonces, sedujo a Horiguchi hasta el punto que lo manejaba a su
antojo.
—Como suponía, ¿hizo que él los asesinara?
—Sí, pero necesitaban a alguien a quien cargarle los crímenes. Eligieron a Ueno
porque habían tenido problemas con él en otras ocasiones. No obstante, el exdetective
entró en la mansión en el momento en que Horiguchi asesinaba a Tsuneyo Ishizawa.
Entonces, lo mataron entre los dos.
—Supongo que los miembros del grupo de representantes no sabían nada.
—Por supuesto que no. Para evitar que confesara, Makiko mató un gato
personalmente e hizo que Horiguchi matara a otro. Luego, ella desapareció antes de
que los otros miembros del grupo llegaran.
—Por eso, once de los gatos…
—Exacto.
—¿El asesinato de Horiguchi también lo cometió Makiko?
—Así es. Por lo visto le cortó el cuello con un cuchillo de cocina para cortar
carne.
—Pero esa herida…
Kurihara meneó la cabeza.
—La propia Makiko no se lo explica. Además, pese a que ella había dejado el
cadáver en el recinto del templo, se lo acabó encontrando delante de la mansión; eso
la aterrorizó.
—¿Quién trasladó ese cuerpo hasta allí? No me diga que fueron los gatos…
—Aunque sean una decena de ellos, es imposible que lograran hacer algo así.
—Lo único que desconocemos es qué hicieron los gatos —concretó Katayama.
—¿Qué quieres decir? —Ritsuko lo miró extrañada.
—A ver… Se diría que los que sobrevivieron se agruparon y se organizaron para
vengar la muerte de su propietaria, ¿no te parece? Por otro lado, alguien que
permaneció en la sombra pidió expresamente que los alimentaran.
—¿Quién crees que fue?
El detective se quedó mirando a Ritsuko fijamente como si hubiera caído en la
cuenta:
—Fuiste tú, ¿verdad?
—Sí. Reuní a los gatos que sobrevivieron en ese templo utilizando el olor que
emana del matatabi. Pero me resultaba imposible darles de comer todos los días, así
que le pedí a la chica del restaurante que lo hiciera por mí.
—Ya lo entiendo. Entonces, como sabías que nosotros estaríamos allí vigilando,
esa noche no pudiste ir a dejar el dinero.
—Exacto.
—Espera un momento. Eso significa que… La persona que citó allí a Makiko y
que trasladó el cadáver de Horiguchi para colocarlo delante de la mansión…
—Fui yo. Lo encontré asesinado en el templo y manipulé la herida para que
pareciera que se la había producido un animal…
—¿Cómo lo hiciste?
casa en sí no está directamente aposentada sobre el suelo, sino que se construye sobre
una serie de vigas y pilares que se alzan sobre el suelo, creando un espacio entre el
suelo de la propia casa y el terreno sobre el que se ha realizado la edificación. <<
general, se suelen dar entre personas entre las que ya existe un tipo de relación más
bien afianzada. <<
estar cubierto por una grava fina de cantos rodados de un color blancuzco y/o
grisáceo muy característico. <<
asentado directamente sobre el mismo, suele estar alzado sobre una estructura de
vigas y pilares que normalmente dejan un espacio entre el suelo y el terreno en una
franja bastante amplia. <<
vuelve a la superficie y allí, tras abrir una caja, pasa de ser un hombre joven, a uno
viejo y decrépito con el cabello cano en un solo instante. <<
parques y jardines donde hay cerezos, y hacen pequeñas celebraciones al pie de los
árboles. <<
hombre se bañe en la misma bañera que una mujer no siempre tiene connotaciones
eróticas. <<
casos, los mismos nativos tienen que indicar la pronunciación de los caracteres con
los que se escriben sus nombres para evitar que se dé una lectura errónea de los
mismos. La combinación el apellido de la víctima, puede leerse de hasta cinco formas
distintas. <<