Formas y Por Actos Involuntarios

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Voces: DAÑOS Y PERJUICIOS ~ RESPONSABILIDAD CIVIL ~ UNIFICACION CIVIL Y COMERCIAL ~

CODIGO CIVIL Y COMERCIAL DE LA NACION ~ ACTO INVOLUNTARIO


Título: Responsabilidad por daños causados por actos involuntarios en el Código Civil y Comercial
Autor: Ossola, Federico Alejandro
Publicado en: RCyS2015-IV, 115
Cita Online: AR/DOC/334/2015

Sumario: I. Introducción al tema.- II. Las tres etapas.- III. La inversión de la regla.- IV. La causa fuente.-
V. La obligación resarcitoria.- VI. El rol del juez y las partes.- VII. Colofón.

Abstract: El art. 1750 importa el grado máximo de evolución de la responsabilidad por daños causados pos actos
involuntarios, llevándola hasta los extremos en donde resulta jurídicamente viable asignar responsabilidad y
—consecuentemente— generar una obligación resarcitoria a cargo de quien ha causado daños frente a la víctima,
pese a haber obrado sin voluntad jurídica.
I. Introducción al tema.
La tradicionalmente denominada "Responsabilidad por Daños Involuntarios" ha sido objeto de un interesante
progreso en nuestro ordenamiento, desde su negación en el texto originario del Cód. Civil (arts. 900 y 907) —y sin
perjuicio de la concesión, para la víctima, de la acción por Enriquecimiento sin Causa (1), cuestión ontológica y
jurídicamente diferente (2)—; pasando por la crítica de la doctrina de la primera mitad del Siglo pasado; la
reforma de la Ley 17.711 al art. 907, consagrándola (en los términos allí consignados); hasta el nuevo art. 1750 del
Cód. Civil y Comercial de la Nación que entra a regir en el transcurso del corriente año 2015.
Puede afirmarse que el citado art. 1750 importa el grado máximo de evolución de la figura, llevándola hasta
los extremos en donde resulta jurídicamente viable asignar responsabilidad y —consecuentemente— generar una
obligación resarcitoria a cargo de quien ha causado daños frente a la víctima, pese a haber obrado sin voluntad
jurídica.
Apropiadamente emplazada en la sección que dispone sobre la responsabilidad directa, la adecuada aplicación
de la norma exige el análisis de las diversas variables jurídicas que se encuentran implicadas; respecto a las cuales
—se verá— se ha producido una importante depuración técnica, que permite, de manera ajustada, definir
claramente los perfiles, requisitos de procedencia y consecuencias de esta particular situación jurídica.
Sin perjuicio de que más adelante nos detenemos a analizar los requisitos para que se active esta
responsabilidad (a la luz de la nueva regulación legal), conviene brevemente esbozar una noción preliminar, y que
se ha mantenido —más allá de algunos matices— desde la sanción del Cód. Civil. Se trata aquí de determinar,
mediando un acto involuntario (esto es, obrado sin discernimiento, intención o libertad), y cuando éste causa
daños, si su autor debe o no responder por ellos; y, en caso afirmativo, cuáles son las condiciones que debe reunir
el hecho jurídico generador, y cuál es la extensión de dicha responsabilidad.
II. Las tres etapas.
Podemos advertir sin mayores dificultades tres periodos en la evolución del problema, marcados por las
reformas legislativas que se han ido sucediendo, que muy brevemente (por razones de espacio) indicamos en sus
aspectos más salientes.
a. El Cód. Civil. Las críticas a sus disposiciones. En el art. 900 del Cód. Civil, se dispone que "Los hechos que
fueren ejecutados sin discernimiento, intención y libertad, no producen por sí obligación alguna". Además, el art.
907 —texto originario— reza: "Cuando por los hechos involuntarios se causare a otro algún daño en su persona y
bienes, sólo se responderá con la indemnización correspondiente, si con el daño se enriqueció el autor del hecho,
y en tanto, en cuanto se hubiere enriquecido".
Sin perjuicio de la profunda discusión que existe, en el marco del Cód. Civil, respecto a si la antijuridicidad es
o no un concepto prescindente de la idea de culpabilidad, lo cierto es que se trate o no de un acto ilícito el obrado
por quien carece de voluntad jurídica, ningún efecto directo traería aparejado, en orden a generar alguna
responsabilidad (no así ciertos derechos). El art. 900 es claro al respecto, y más lo es su nota, con cita de Maynz:

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"El elemento fundamental de todo acto, es la voluntad del que lo ejecuta. Es por esto que el hecho de un insensato
o de una persona que no tiene discernimiento o libertad en sus actos, no es considerado en el derecho como un
acto, sino como un acontecimiento fortuito".
Al respecto, Machado señalaba que ello no obstaba a la responsabilidad de los padres o tutores, "pero en otros
casos quedarán en la categoría de hechos fortuitos, que nadie debe indemnizar" (3). Salvat agregaba que esta clase
de hechos "no son propiamente manifestaciones de la personalidad, sino más bien acontecimientos accidentales y
es por eso que en principio, ellos no producen efectos jurídicos de ninguna clase", con dos excepciones: la que
surgía del art. 907 (enriquecimiento sin causa), y la responsabilidad refleja emergente del art. 908 (4).
La norma, en apariencia indiscutible, reconocía su filiación en el Cód. Civil francés, desde que no quedaba
habilitada acción de daños alguna si el acto no era obrado con culpabilidad, lo que presuponía una voluntad plena.
Sin embargo, Aguiar, luego de analizar —a la luz de lo dispuesto en dichas normas— lo que denomina
"Derecho Tradicional", luego bajo el acápite "nuevas orientaciones" efectúa un completo análisis del derecho
comparado de su momento, poniendo de relieve la existencia —con matices en cada caso— de la consagración de
responsabilidad por daños involuntarios. Indica, luego, que "en todos los códigos y proyectos que aceptan el
principio de la reparación del daño ocasionado involuntariamente, la reparación se sanciona, ordinariamente,
según fuere la situación de las partes y teniendo en cuenta los principios de la equidad", agregando que en el art.
829 del BGB se quiebra "el principio tradicional de la responsabilidad subjetiva, no sin levantar las más duras
críticas" (5). Propone repensar la cuestión, a fin de que "sin prescindir de los principios de la responsabilidad
subjetiva o de la objetiva, los reduzcan a los límites estrictamente requeridos, haciendo posible una repartición
más equitativa de los daños causados por los hechos involuntarios, entre el autor y el lesionado", y que aún cuando
las conclusiones puedan lucir lógicas "desde su concepto básico, obra de la razón especulativa", no deben alejarse
"de la verdad y la vida" (cit., ps. 296 y 297).
Finalmente, señala que existiendo el nexo causal, choca al espíritu dejar a la víctima librada a su suerte, en
función del "principio de la solidaridad, cuyas imposiciones no es posible eludir porque son las únicas capaces de
darnos la felicidad que el derecho persigue a través de la vida", y advierte que no debe dejarse de lado el factor
moral que subyace en el problema (cit., ps. 301 y 302). Concluye —luego de un meduloso análisis— que en
función del principio de solidaridad, que impone la ayuda recíproca, que el criterio para asignar la indemnización
tiene que ser dado por la justicia "contemplando la situación de lesionante y lesionado, antes y después de la
reparación, balanceando los intereses individuales y sociales en pugna, para restablecer entre ellos el equilibrio
necesario y requerido, como condición y fundamento de la vida normal de los individuos y el desenvolvimiento
ascendente del derecho, impuestos como una aspiración humana" (cit., p. 310).
Como bien señala Palmero, estas ideas —que según su mismo autor fueron esbozadas en el año 1921—
hicieron de Aguiar "el verdadero precursor del instituto, algo así como el progenitor intelectual o científico de la
reforma introducida al art. 907 por la ley 17.711", presentando incluso una ponencia al respecto en el I Congreso
Nacional de derecho Civil de 1927 (6). De hecho, en tal encuentro, se produjo la siguiente declaración: "cuando el
daño se ha causado por un acto involuntario, formalmente ilícito, los daños y perjuicios deben repartirse entre el
que los causa y el que los sufre en proporción a sus patrimonios respectivos" (7).
Luego, en el Anteproyecto de 1954, se estableció en el art. 140: "Los actos involuntarios no comprometen la
responsabilidad del agente. Sin embargo, el juez podrá, fundado en razones de equidad, distribuir el daño
proveniente de un acto involuntario entre el agente y el damnificado, en proporción de sus respectivas fortunas"
(8). Finalmente, el tópico fue incorporado por la Ley 17.711.
b. La Ley 17.711. Su interpretación. En la reforma de 1968, se agrega un párrafo al citado art. 907 del Cód.
Civil, que reza: "Los jueces podrán también disponer un resarcimiento a favor de la víctima del daño, fundados en
razones de equidad, teniendo en cuenta la importancia del patrimonio del autor del hecho, y la situación personal
de la víctima".
Borda, mentor de la reforma, señala que tratándose de una persona inimputable, la norma se activaba en casos
de responsabilidad directa (si el daño se causaba con una cosa riesgosa o viciosa regía el art. 1113 del Cód. Civil),
con la cual existe un nuevo fundamento de la responsabilidad, pues "aquí no juega ni la culpa, ni el riesgo creado,

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sino la equidad. Y por lo mismo que éste es el fundamento de la responsabilidad del autor del hecho, el deber de
indemnizar no es inexcusable: el juez puede fijar una indemnización y cuando lo haga será tomando en cuenta el
patrimonio del autor del hecho y la situación personal de la víctima. Así, si un demente millonario mata a un
hombre modesto, de cuyo trabajo vive su familia, el juez fijará una indemnización. Si por el contrario, el autor del
hecho es pobre y la víctima es rica, no habrá indemnización. Entre estos dos extremos cabe una serie de
graduaciones, que permiten al juez moverse con gran flexibilidad para fijar una indemnización equitativa,
teniendo en cuenta los patrimonios del autor del hecho y de la víctima", recalcando que la conducta del autor del
hecho debe ser "objetivamente ilícita" (9).
Llambías, señala que con dicho agregado "se modera sabiamente el riguroso principio del art. 900, C.C." (10).
Sin embargo advierte que aquí no está en juego la noción de responsabilidad (que presupone imputabilidad), sino
la existencia de una indemnización de equidad, que es algo diferente, ya que aquél enfoque sería injusto, al obligar
a sujetos carentes de la facultad de conocer y aceptar las derivaciones de sus actos, exigir responsabilidad al
moralmente irresponsable. Que el criterio de Aguiar era más rígido (se trataba de una distribución del daño de
acuerdo a la fortuna de las partes) (11), y que aquí se ha adoptado módulos o estándares más fluidos, sólo sujetos
al tamiz de la prudencia judicial. Por último, que se trata de una cuestión librada al criterio del Magistrado, a su
sola discreción, y que el resarcimiento es "un" resarcimiento, ajeno a la idea de reparación integral; esto es,
"algún" remedio para el infortunio. Entiende que la modificación es "sumamente auspiciosa", pues "remarca la
presencia vital de la equidad en la sociedad de los hombres", sin abandonarse a su desgracia al inocente
damnificado, pese a involuntariedad del accionar del dañador (12).
La idea de Equidad es la rectora en esta materia, así como en un sinnúmero de normas en el Cód. Civil, en
especial, con la reforma de la Ley 17.711 (13), aunque también hay menciones a ella en el texto originario, como
el caso de las ahora derogadas obligaciones naturales (art. 515).
De todas maneras, se afirma que el criterio generalizado —en nuestro tema— postula que la equidad, en
principio, no es fuente de obligaciones en general y de la obligación resarcitoria en particular, cuando ello importe
modificar el sistema de la responsabilidad civil de cara a normas expresas, y —por ende— constituye un
instrumento de excepcional empleo para la resolución de un conflicto resarcitorio (14).
A partir de dichas pautas, y durante más de 40 años, la doctrina y la jurisprudencia (aunque esta última en
menor medida, desde que los casos no son tantos como podía esperarse), fueron perfilando las principales notas de
este microsistema especial de responsabilidad, depurándose algunas cuestiones conceptuales, e interpretándose el
sentido y alcance de la norma aludida (aunque no sin algunos contrapuntos), y que puede resumirse en lo
siguiente:
1. Es una cuestión emplazada en el ámbito de la responsabilidad civil (15), y que es excepcional y, por ende,
de interpretación restrictiva. En efecto, si bien la solución importa una excepción a las reglas generales, ello no
obsta a considerar que verificado el supuesto legal, nos encontramos en el marco de una obligación resarcitoria,
generada de una causa fuente válida, y que cuenta con todos los presupuestos de la responsabilidad para ser tal,
aunque con algunas particularidades derivadas de la especial situación que se contempla.
2. El acto involuntario es, precisamente, un acto. No se trata, pues, de un hecho de la naturaleza, como en un
primer momento se afirmara. Incluso, en el Cód. Civil, se predica la existencia de hechos humanos (o sea, actos),
voluntarios e involuntarios (art. 897).
En términos generales la doctrina se ha referido —en particular, en relación al art. 907— al acto involuntario
como aquél obrado sin discernimiento (de lo que no cabe dudar), indicándose que cuando la intención o la libertad
están viciadas, no resulta aplicable el art. 907, sino las reglas específicas (16). Se ha señalado que "el acto 'tiene'
voluntad, pero no 'sana', esto es, no dotada de todas las calidades necesarias para que sea considerada normal e
inatacable. Estos actos, en consecuencia, pueden producir sus efectos propios y son meramente impugnables por
los agentes" (17). Sin embargo, otros han hecho extensiva la noción a aquellos actos obrado sin intención y sin
libertad moral, cuestión que en nuestra opinión es acertada: en estos dos supuestos, si bien existe el
discernimiento, la voluntad —si bien no desaparece de manera absoluta como en el caso de ausencia de
discernimiento— también falta, por la presencia de un vicio en alguno de los otros elementos internos de la

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voluntad (18).
Cuando existe violencia física (la fuerza física irresistible), no cabe predicar la existencia de un "acto" de la
víctima, desde que esta última obra como un instrumento de la fuerza que lo impulsa, no existiendo el mínimo de
participación subjetiva que requiere el "acto" para ser tal.
Por cierto que el ingreso voluntario a una situación de involuntariedad no excusa la responsabilidad de su
agente, bajos las reglas generales, ya que el acto debe reputarse como voluntario (arg. art. 1070 del Cód. Civil).
3. Las reglas de la relación causal son las generales. Como se trata de un supuesto de responsabilidad directa,
de un acto obrado por un agente —en el caso, un acto involuntario— y que causa un daño a un tercero. No hay,
pues, normas especiales para esta cuestión, siendo las eximentes las comunes a la cuestión: hecho de la víctima,
hecho del tercero por quien no se debe responder, y caso fortuito o fuerza mayor.
4. Sin perjuicio de su crisis en cuanto presupuesto de la responsabilidad civil, el concepto de antijuridicidad se
mantiene inmutable y es objetivo, en el sentido de que el acto (en el caso, involuntario), debe contrariar una norma
del ordenamiento (concebido éste como un todo unitario y coherente), y con absoluta prescindencia de la idea de
imputabilidad o culpabilidad de su agente (arg. art. 921, Cód. Civil) (19). Para generar responsabilidad, pues, debe
valorarse la antijuridicidad del acto (en función de la posición que se asuma sobre tan delicada cuestión), con
prescindencia de que se está frente a un acto involuntario.
5. El factor de atribución es aquí especial: se trata de la equidad, ya que como se prescinde absolutamente de la
idea de culpabilidad (que nunca podría existir, al faltar voluntariedad en el acto, conditio sine qua non para obrar
con culpa o dolo), la atribución axiológica del acto a su autor se funda en la razón apuntada (20). Es su única
justificación científica (21).
6. La responsabilidad en estudio se aplica tanto para los casos de responsabilidad contractual (u obligacional)
como extracontractual (22), aunque el ámbito más común es este último. Asimismo no es subsidiaria (23) respecto
a la de los legitimados pasivos del art. 908.
7. El concepto de daño resarcible tampoco sufre modificación alguna, en función de la particular situación
jurídica en que se desenvuelve el fenómeno. Lo propio, en nuestra opinión, respecto a las consecuencias
indemnizables, que se deberían regir por las reglas generales, aunque hay contrapuntos en esta cuestión (24).
8. La asignación de responsabilidad al autor de los daños, deriva —además de que se verifiquen el nexo causal
y la antijuridicidad de la conducta— de la conjunción de las dos circunstancias que la norma indica: la situación
personal de la víctima, y la situación patrimonial del victimario. Algunos han interpretado que en el caso de la
víctima se trata también de su situación patrimonial, en tanto que otros han extendido el criterio (en función de la
letra de la ley), entendiendo que debe ser valorado el "contexto general de sus circunstancias personales" y no sólo
las económicas (25). Por ende, y si bien únicamente deben resarcirse los daños que guarden un adecuado nexo
causal con el hecho dañoso, y de acuerdo a las reglas que imperen en el caso concreto (sea la responsabilidad
contractual o extracontractual) (26), la determinación concreta de la entidad cualitativa y cuantitativa de la
obligación resarcitoria deberá ser efectuada por el juzgador, atendiendo a las dos variables recién indicadas. No
rige, pues, el principio de reparación plena de los daños resarcibles ocasionados, sin perjuicio de lo cual (siempre
por razones de equidad) el juez podría ordenar tal reparación plena (27).
9. Las reglas de equidad que deben aplicarse son únicamente las indicadas en esta norma, y no otras que,
eventualmente, importen una modificación de los presupuestos de la obligación de reparar, o bien una alteración
de las reglas que rigen la obligación resarcitoria.
10. Se señala, en términos generales, que es facultativo para el juez determinar la, procedencia de esta
indemnización excepcional (28).
c. Los intentos de modificación. En los diversos proyectos de modificación del Cód. Civil que se sucedieron a
partir de los años 80, existen algunas aristas de interés.
Tanto en el Proyecto de Unificación de 1987, como en el Proyecto de la Comisión de Legislación General de
la Cámara de Diputados de la Nación (1993), no se introdujeron modificaciones al art. 907 del Cód. Civil.

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En cambio, en el Proyecto de la Comisión designada por el Decreto 468/92, del año 1993, el art. 1579 reza: "El
autor de un acto involuntario no responde de las consecuencias dañosas, salvo que la involuntariedad derive de su
propia culpa. El juez podrá disponer un resarcimiento en favor del damnificado por el acto involuntario, fundado
en razones de equidad, teniendo en consideración las circunstancias del caso y especialmente la magnitud del
daño sufrido y el patrimonio del autor. El perjudicado por el acto involuntario puede también reclamar el
resarcimiento a los que tienen a su cargo a personas que obran sin discernimiento". Señalan sus autores que en
otros códigos la indemnización es subsidiaria a la que debe el civilmente responsable, que otros hacen responsable
integralmente al inimputable, y que "se ha seguido el sistema actualmente vigente en la Argentina".
Finalmente, en el Proyecto de 1998, en el art. 1652, se dispone: "Actos involuntarios. Son igualmente
responsables, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 1641: a) Quien actúa sin discernimiento, quedando a
salvo la responsabilidad del representante legal que en su caso corresponda. b) Quien causa un daño por error de
hecho o de derecho, por dolo engaño o intimidación. El causante del dolo engaño o de la intimidación es
responsable concurrente. c) Quien causa un daño mediante un acto automático o reflejo".
A su vez, en el art. 1641 se establece: "Atenuación de la responsabilidad: El tribunal sólo tiene atribuciones
para atenuar la responsabilidad, por razones de equidad: .... c) En la responsabilidad por hechos involuntarios".
Puede observarse en estos dos últimos una importante diferencia de enfoque: en el del Proyecto de 1993, la
regla es la irresponsabilidad y en términos generales se mantiene la solución del art. 907 del Cód. Civil, aunque
cabe advertir que la indemnización de equidad se establecerá "teniendo en consideración las circunstancias del
caso" y, las dos que se mencionan a continuación, lo son a título ejemplificativo. El cambio, pues, es trascendente,
ya que queda para el juez un mayor margen de actuación.
En tanto que en el Proyecto de 1998, la regla se invierte: en los actos involuntarios la responsabilidad existe,
pero puede ser atenuada, por razones también de equidad. Se contempla no sólo la ausencia de discernimiento,
sino también la de intención y libertad moral (la violencia física queda, pues no hay acto), y se contemplan de
manera expresa los llamados "actos reflejos".
c. El nuevo Cód. Civil y Comercial. El fin de la evolución. En el nuevo Código, se dispone en el art. 1750:
"Daños causados por actos involuntarios. El autor de un daño causado por un acto involuntario responde por
razones de equidad. Se aplica lo dispuesto en el art. 1742. El acto realizado por quien sufre fuerza irresistible no
genera responsabilidad para su autor, sin perjuicio de la que corresponde a título personal a quien ejerce esa
fuerza".
A su vez, en el art. 1742 se establece: "Atenuación de la responsabilidad. El juez, al fijar la indemnización,
puede atenuarla si es equitativo en función del patrimonio del deudor, la situación personal de la víctima y las
circunstancias del hecho. Esta facultad no es aplicable en caso de dolo del responsable".
Ambas normas conforman el epicentro del tema bajo análisis, y deben ser concordadas con otras de no menor
importancia. A ello nos abocamos a continuación.
III. La inversión de la regla. Una precisión de importancia. Los autores del Anteproyecto, en los Fundamentos,
señalan —luego de advertir las diferencias entre los Proyectos de 1993 y 1998— que "se establece la
responsabilidad, evitando la enumeración casuística. Es decir, hay responsabilidad plena, salvo que el juez decida
atenuarla por razones de equidad".
Por ende, se produce la inversión de la regla del Cód. Civil: el problema es una cuestión de responsabilidad
civil, que existe de manera plena en tanto y en cuanto se verifique la existencia de un "acto involuntario", que
medie relación causal, que sea antijurídico, y que haya causado un daño" (29).
En nuestra opinión, este cambio trae aparejado otro.
La atribución de responsabilidad es por razón de equidad (factor objetivo), en el sentido de que ahora siempre
existe responsabilidad en el caso de los actos involuntarios dañosos (en tanto y en cuanto, reiteramos, se
verifiquen los restantes presupuestos de la responsabilidad). Pero es también la misma razón de equidad la que de
manera excepcional puede autorizar la atenuación de tal responsabilidad, en excepción a la regla.
Como se ve, la equidad funciona en un doble plano: es el factor de atribución de los daños causados por actos
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involuntarios (derivado de la causación de un daño injusto); y, a la vez, actúa como elemento atenuante de la
responsabilidad.
Por ello, entendemos, el juez, al momento de sentenciar, deberá efectuar un doble análisis: primero, deberá
establecer si la equidad autoriza a atribuir o no responsabilidad. Si la respuesta es negativa, no existirá
responsabilidad del autor del hecho dañoso: no se verificará el factor objetivo de atribución, y el subjetivo es
impredicable. Pero si la respuesta es positiva, atribuirá responsabilidad a su autor, y —eventualmente— por
razones también de equidad podrá atenuarla.
IV. La causa fuente. Los elementos de la responsabilidad civil. Se producen algunos cambios y se precisan
varias cuestiones.
a. Existencia de un "acto". La problemática de los actos reflejos y los obrados bajo una fuerza física
irresistible. Del art. 1750, queda en claro ahora que no se trata sólo de un Hecho Jurídico (art. 257), sino además
—dentro de sus especies— de un acto, esto es, un hecho humano.
Se recoge, así, la doctrina que postula que "el acto supone autoría, acción, lo cual quiere decir comportamiento
humano, con abstracción de la voluntariedad o involuntariedad, y a condición de que ese comportamiento refleje
la personalidad del sujeto" (30), agregando más adelante que ello abarca a los involuntarios "en la medida en que
la conducta sea controlable o en que existan posibilidades de control", señalándose gráficamente: "la acción es la
conducta humana voluntaria o involuntaria, que posee mismidad o atribuibilidad en relación con el sujeto... O sea
que la acción se trasunta como una emanación de la persona" (cit., p. 42).
En este orden de ideas, quedarían fuera del concepto de acto —y por ende, no existiría responsabilidad— en
aquellos supuestos en los que falte la emanación de la persona antes aludida, y que serían los actos reflejos, los
estados de inconsciencia total, o los que fueren consecuencia de una fuerza física irresistible.
No cabe dudar de la inexistencia de "acto" cuando el sujeto obra bajo el impulso de una fuerza física
irresistible, ya que en tal caso, no es sino un instrumento del agente de tal fuerza, y mal puede predicarse la
existencia de "acto" alguno. De allí que, para despejar toda duda, se aclara en la parte final del art. 1750 que en tal
caso no existe responsabilidad alguna, sin perjuicio de la que quepa a quien cause dicha fuerza, en su caso. El
típico ejemplo es el del accidente de automotores "en cadena", cuando fue causado por el accionar del último que
se encuentra en la "cola", quien impacta en un automotor, que a su vez hace lo propio a otro.
Subsiste el problema respecto de los actos "automáticos o reflejos", a los que sí se hace expresa referencia en
el Proyecto de 1998, atribuyéndose responsabilidad a quien los obra; pero respecto a los cuales se guarda silencio
en el nuevo Código.
Debe sobreentenderse la existencia de hechos jurídicos naturales (por oposición a los actos, que son
humanos), si bien nada se indica respecto luego de definirse el hecho jurídico (art. 257), constituyendo la summa
divitio a partir de la cual se despliega el concepto de acto, y que constituye su "base ineludible" (31). En el art. 260
se indica que el acto voluntario es aquél ejecutado con discernimiento, intención y libertad, y que se manifiesta
por un hecho exterior. En el art. 261 se establece cuáles son los actos involuntarios por falta de discernimiento.
Luego se dispone sobre el error (arts. 265/270), el dolo (arts. 271/275) y la violencia (arts. 276/278).
El problema es que el nuevo Código nada indica respecto a aquellas situaciones en las que la persona humana
actúa no en cuanto tal, sino únicamente sometido a las leyes físicas y biológicas. Los casos son trascendentes:
piénsese, por ejemplo, en un estornudo mientras se conduce un automotor, o en una descompensación, y se
provoque un siniestro; o que lo mismo le ocurra a un neurocirujano durante su actividad profesional; los estados
de sonambulismo, etc.
Si se los considerara sin más como hechos naturales, al no ser actos, quedarían excluidos de la solución del art.
1750, pues se equipararían al caso fortuito, y —por ende— su agente no respondería por los daños causados (arts.
1730 y 1733) al no existir autoría (32). La Comisión indica que en el art. 1750 se eliminó el casuismo del
antecedente del Proyecto de 1998 en este tema, pero lucía necesaria la determinación de esta particular situación,
que había sido claramente definida en el Proyecto de 1998 por la plena responsabilidad (aún asumiéndose que se
trataría de hechos naturales, constituirían una excepción a la irresponsabilidad por "caso fortuito").

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Ante tal carencia, nuestra interpretación es la siguiente.
Debe distinguirse los actos reflejos (a los que cabe agregar los movimientos que se verifican en determinadas
condiciones patológicas), que no expresan de ninguna manera las tendencias y el carácter de su autor; de los
instintivos (determinados por impulsos internos) y los habituales (originariamente voluntarios, pero automáticos,
por repetición) (33). En los dos últimos, como tienen "valor sintomático de la personalidad humana" (34), hay
acto; contrariamente a los actos reflejos, los estados de inconsciencia total, las actitudes de de una persona en
determinadas condiciones patológicas o mórbidas, aunque en muchos casos existen situaciones harto dudosas
(35).
En función de ello, debe concluirse que los actos reflejos del hombre deben ser considerados hechos jurídicos
naturales y, por ende, el sujeto queda liberado de responsabilidad si causa un daño en esas condiciones. Es que el
art. 1750 sólo se refiere a "actos". De todas maneras, cargará con la prueba de la existencia de dicha situación (arg.
arts. 1734 y 1735), asumiendo las consecuencias negativas en caso de incerteza (se entenderá que hubo un acto).
En los restantes supuestos, habrá acto, que cuando deba reputarse involuntario, activará —si se ocasiona un
daño— la solución del art. 1750.
Pero hay que analizar cada situación en concreto.
En primer lugar si el sujeto provoca de alguna manera esta situación (por ejemplo, una persona con epilepsia
que no toma los medicamentos que le han sido prescriptos, y causa un daño en un trance de su enfermedad),
deberá considerarse que es "culpable" del "caso fortuito", y por ende, responderá no ya bajo el imperio de lo
establecido en el art. 1750, sino bajo las reglas de los actos voluntarios (arg. arts. 1733 inc. "d" y 1749).
Además, si se trata de un caso de responsabilidad objetiva por actividades riesgosas, y la situación constituye
una "contingencia propia del riesgo de la cosa o actividad" (por ej., el caso del siniestro automovilístico producido
por una descompensación del conductor), contemplada en el art. 1733 inc. "e", la cuestión se resolverá por las
reglas de dicha responsabilidad objetiva, y no por las del art. 1750. Es que, en tales situaciones, habrá que analizar
si se está en presencia de "un casus interior o interno (conexo o inherente al riesgo de la cosa)" que no puede ser
computado como caso fortuito, "pues está dentro del riesgo propio o específico de la cosa o de la actividad
desarrolladas y no es, por ende, extraño o ajeno al responsable" La 'interioridad' del hecho lo torna previsible
objetivamente" (36).
Por último, y fuera de estos casos, debe imperar la regla general: en los actos reflejos y los asimilables a éstos
no hay acto, sino hecho de la naturaleza, por lo cual no hay autoría del sujeto, sino caso fortuito; no así en los
instintivos y en los habituales.
Hubiera sido necesario consagrar lo dispuesto en el art. 897 in fine del Proyecto de la Comisión de Legislación
General de la Cámara de Diputados de la Nación (1993), en el que se agregaba al texto del Cód. Civil que "No hay
autoría cuando el hecho no refleja la personalidad del agente". De todas maneras, creemos que ésta es la pauta
interpretativa para establecer si hay acto o no, y determinar luego, en caso afirmativo, si dicho acto fue o no
voluntario, para establecer el régimen resarcitorio aplicable.
b. El acto debe ser "involuntario". La eliminación del casuismo —en palabras de la Comisión autora del
Anteproyecto— y la concepción del "acto involuntario" que emerge de los arts. 260 y ss., lleva a concluir que
quedan emplazados en la categoría los siguientes actos:
1. Aquéllos en los que falta el discernimiento, de acuerdo a lo que se fija en el art. 261: en lo que aquí interesa
cuando quien, al momento de realizarlo, se encuentra privado de la razón, haya sido o no declarada su
incapacidad, cuestión que es relevante para los actos lícitos, pero no para los ilícitos; sin perjuicio de lo cual, la
previa declaración de incapacidad por ausencia de discernimiento (arts. 31 y ss.), constituirá un importante
elemento probatorio, aunque no definitorio: la ausencia de discernimiento debe existir en el momento mismo del
acto ilícito.
Si se trata de actos ilícitos obrados por menores de edad, el de quien no ha cumplido los diez años. Por ende, se
mantiene la regla del Cód. Civil, inclusive en el "piso" etario a partir del cual se considera que jurídicamente existe
discernimiento para los actos ilícitos.

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No encontramos una norma similar al art. 1070 del Cód. Civil, pero debe igualmente entenderse que si de
manera voluntaria (aún incluso, culposamente) se ingresa en estado de involuntariedad (ingiriendo alcohol,
drogas, etc.), el acto obrado en tal situación debe reputarse voluntario.
2. Aquéllos en que falta la intención, sea a causa de error o dolo, y siempre y cuando se verifiquen las
condiciones que la ley establece para que se configuren dichos vicios de la voluntad.
3. Aquéllos obrados bajo la existencia de amenazas, también en las condiciones que la ley fija.
Quedan pues, excluidos, los casos de fuerza física irresistible, tal cual se indica en la parte final del art. 1750,
y por las razones que ya hemos señalado.
c. Antijuridicidad: un concepto objetivo. Se pone fin a una importante polémica, en la que se adopta el criterio
abrumadoramente mayoritario: la antijuridicidad es un concepto objetivo; esto es, consiste en la oposición del
acto con el ordenamiento jurídico (considerado éste como un todo unitario y coherente), con prescindencia del
querer de su agente. La existencia o no de voluntariedad en el acto es irrelevante para determinar si éste es lícito o
ilícito, tal cual surge del art. 261 que —desde esta óptica— replica la solución del art. 921 del Cód. Civil, según lo
que era opinión de la doctrina dominante: el juicio de licitud o ilicitud es previo al de imputabilidad, y la
condiciona. En este marco, cuando "cualquier acción u omisión" cause un daño, el acto será antijurídico, salvo que
medie una causa de justificación (art. 1717).
Por ello, en definitiva, la antijuridicidad —en cuanto presupuesto de la responsabilidad civil— no reviste
notas especiales en el caso de los daños causados por actos involuntarios.
d. Relación causal: no hay reglas específicas. Lo propio acontece con las reglas relativas a la relación causal,
que no sufren modificación alguna en función de la particular situación que nos ocupa, y cuyo epicentro es el art.
1726.
Debe distinguirse, eso sí, la autoría del acto (relación causal), de la calificación del acto en sí mismo (en el
caso, "involuntario"). Es en esta última cuestión donde se presentan las particularidades. Pero nada en especial
respecto a la relación causal.
e. El caso de daños causados con la intervención de cosas. No se encuentra previsto en las normas respectivas
(arts. 1757 a 1759) si responde el dueño o guardián de la cosa dañosa, cuando carece de discernimiento. Incluso no
está claramente establecido cuál es la situación de la responsabilidad por el hecho de las cosas que no son
riesgosas o viciosas (37).
Si se trata de una cosa riesgosa o viciosa, compartimos la opinión que postula el dueño responde siempre,
tenga o no discernimiento, y en función de las reglas emergentes de la responsabilidad por el hecho de las cosas, y
no por las del daño involuntario. En tanto que el guardián que no tiene discernimiento sólo responderá por estas
últimas reglas, cuando se sirve de la cosa; pero cuando en caso contrario pues no podría existir guarda alguna, ya
que ésta supone un mínimo de voluntariedad para cuidar la cosa. Tal es la posición de Pizarro en el marco del art.
113 del Cód. Civil (38), y que ahora se ratifica en función de que guardián es también quien "obtiene un provecho"
de la cosa (art. 1758).
Cuando no se trata de cosas viciosas o riesgosas, o de casos no contemplados expresamente en donde el factor
de atribución es objetivo (por ej., animales, art. 1759), la cuestión se complica, ante la ausencia de una norma
expresa (si bien, en los hechos, los casos serán los menos). Si se considera que el factor también es objetivo, rigen
las reglas que acabamos de enunciar. Si se entiende que es subjetivo, en razón de que "en ausencia de normativa,
el factor de atribución es la culpa" (art. 1721 in fine), lo que parece debería ser la solución a la luz de la normativa
en cuestión (aunque en nuestra opinión en todos los casos la responsabilidad debiera ser objetiva); y la
responsabilidad del dueño y del guardián —en la guarda provecho—, cuando carece de discernimiento, debería
regirse por el art. 1750.
f. La Equidad como factor de atribución. Como ya se indicara, la equidad juega en un doble plano. Es, en
primer lugar, el factor de atribución que permite, axiológicamente, imputar el acto a su autor. En función de que
hay "responsabilidad plena" —en palabras de la Comisión— debe entenderse que en todos los casos de actos
involuntarios en los que se ha causado un daño injusto, la atribución de responsabilidad se funda en la equidad.

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Ante ello, cobran actualidad los profundos razonamientos de Aguiar sobre la cuestión, vertidos hace ya casi
cien años, aunque deben ser aggiornados, entendidos bajo el prisma de la doctrina del "daño injusto". Repárese en
esta frase: "el que sufre un daño y por consecuencia de él, ve disminuido su patrimonio o sus aptitudes para
producir lo indispensable a la satisfacción de sus necesidades y las de los suyos y para el cumplimiento de sus
obligaciones sociales, debiera tener derecho a ser resarcido del perjuicio experimentado, o por lo menos, en el
quantum requerido para el lleno de aquéllas", por lo cual, ante el daño involuntario, repudia el sentido de justicia
dejar a la víctima desprotegida (39).
Existe, pues, una combinación entre causalidad (pues no se duda de la autoría del suceso dañoso en cabeza de
quien ha obrado involuntariamente), y solidaridad humana, que "no debe ser una palabra vana, una simple frase,
urge convertirla en una realidad, desde que es condición de existencia, tal vez, único medio que nos aproxima al
ideal de derecho, y en consecuencia, los hechos que la consagran pueden ser exigidos, constituir normas de las
acciones humanas" (cit., T. I, p. 299). Y agrega: "la solidaridad es un fenómeno natural de la sociedad que domina
la historia, no puede permanecer como una simple concepción ideológica que postula, como conclusión, la ayuda
mutua abandonada a los espontáneos impulsos de los individuos; porque sería, como el derecho sin la coacción,
una espada sin filo ni punta" (cit., T. I, p. 306).
De allí que, si no se consagrara expresamente tal factor de atribución, el autor no respondería atento la
ausencia de voluntariedad.
V. La obligación resarcitoria. Desde la óptica causal, si el suceso dañoso reúne todos los requisitos que
permiten emplazarlo en el art. 1750, queda constituido el hecho jurídico idóneo para generar la obligación
resarcitoria, la que asume algunas particularidades en función de la especial situación jurídica en que se despliega.
a. Responsabilidad directa del autor del "acto involuntario". La responsabilidad es personal del autor del
hecho dañoso, y se encuentra emplazada en la sección que dispone, precisamente, sobre las reglas de la
"Responsabilidad Directa". Ello sin perjuicio, claro está, de las especiales limitaciones que existen, y de
eventuales responsabilidades concurrentes o solidarias de terceros. No es, pues, una responsabilidad subsidiaria a
la de los restantes legitimados pasivos (40).
b. Las responsabilidades reflejas y otras responsabilidades. Obligaciones concurrentes. Para el caso en que el
autor del daño involuntario se encuentre sujeto a la representación legal (art. 358), tales representantes responden
de manera concurrente, ya que no cabe dudar de la existencia de pluralidad de causas de la obligación resarcitoria
(art. 1751, 2° párrafo), lo que expresamente se indica en el art. 1754 in fine. Se aplican las reglas establecidas en
los arts. 850 a 852.
Quedan emplazados en esta situación los padres, los delegados en el ejercicio de la responsabilidad parental,
los tutores, los curadores y el establecimiento que tiene a su cargo personas internadas (arts. 1754 a 1756), en las
condiciones allí establecidas.
También, en el caso de que su autor haya padecido dolo, el autor de este último es responsable de los daños,
también de manera concurrente (art. 275). Igualmente, si el daño es causado mediante el empleo de una cosa
riesgosa (donde responde concurrentemente su dueño o guardián - arts. 1757 y 1758), o también en el caso de
actividades riesgosas (art. 1757), e incluso si el principal tiene un dependiente privado de discernimiento (art.
1753), o —agregamos nosotros— en los otros casos donde no existe voluntariedad.
Ninguna de estas responsabilidades es subsidiaria, pudiendo acumularse todas las acciones que se tengan en
contra de los diversos obligados.
c. Supuesto de coautoría. Podría verificarse el supuesto de coautoría, por acción o por omisión, en un suceso
dañoso entre quien obra de manera involuntaria y un sujeto con voluntad plena.
En tal caso, la responsabilidad es solidaria (art. 1751, 1° párrafo), aplicándose, pues, las reglas emergentes de
los arts. 827 a 849, aunque con una particularidad: como el juez puede atenuar la responsabilidad en función de la
involuntariedad de uno de los coautores (art. 1742), la obligación solidaria podría tener diferente contenido en uno
y otro caso, lo que en nada obsta a la aplicación de las reglas de la solidaridad, sin perjuicio de los efectos que tal
situación cause.

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Un supuesto especial, en el que de manera expresa se consagra la solidaridad, es el del art. 275: además del
autor del dolo-vicio de la voluntad, responde solidariamente "la parte que al tiempo de la celebración del acto tuvo
conocimiento del dolo del tercero", y ambos —en su caso— en forma concurrente con el autor del daño
involuntario. Lo propio acontece con el autor de las amenazas y el tercero en iguales circunstancias (art. 278).
También podría presentarse el hecho conjunto de dos personas sin voluntad. En el marco del Cód. Civil, se
postulaba la inexistencia de solidaridad, pues sólo regía en los delitos y cuasidelitos (actos voluntarios) (41); pero
ahora, a la luz del art. 1751, debe entenderse que ha solidaridad por tratarse de una causa única, con prescindencia
de la voluntad de los agentes del daño.
d. La regla general: plena responsabilidad. Los daños resarcibles. El caso de enriquecimiento sin causa.
Verificada la situación dañosa como emplazada en el art. 1750, debe atribuirse responsabilidad al autor del hecho
dañoso.
Sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 1742, cabe aquí señalar que rige el principio de reparación plena (art.
1740), siendo indemnizables las consecuencias inmediatas y mediatas, excepto disposición legal en contrario; e
inclusive las derivadas de la previsibilidad contractual, en el caso de obligaciones de fuente convencional (art.
1728).
Debe advertirse que ahora no existe en esta parte del nuevo Código la regla vinculada al enriquecimiento sin
causa que sí estaba en la 1° parte del art. 907 del Cód. Civil. Nada obsta, si es que se han causado daños, a que
pueda promoverse la respectiva acción por enriquecimiento sin causa, pues se trata de dos situaciones diferentes,
en tanto lo peticionado no integre la pretensión resarcitoria (arg. art. 1794 y 1795), cuestión que era también
admitida en el marco del Cód. Civil (42).
e. Atenuación de la responsabilidad. Sin embargo, la equidad nuevamente se activa, en función de lo
establecido en el art. 1742.
Debe advertirse que en el Proyecto originario, la remisión del art. 1750 era al art. 1718, en el que se dispone
—en su inc. "c"— el derecho a indemnización en el caso de actos obrados en estado de necesidad (una causa de
justificación) "en la medida que el juez lo considere equitativo". Debe advertirse que esta última indemnización es
de excepción (los actos justificados en principio no hacen nacer derecho resarcitorio), y que en el art. 570 se
consagra una responsabilidad plena. Por ello, entendemos adecuada la modificación que se operó en el tránsito
legislativo del Código, mediante la remisión es al citado art. 1742, norma que permite la atenuación de
responsabilidad (y no al revés, esto es, la concesión de la reparación por razones de equidad, cuando en principio
no correspondería) (43). Así, pues, este cambio no altera el espíritu de la norma, sino que lo confirma: como la
responsabilidad es plena, la particular situación (la existencia de un acto involuntario) impone que,
eventualmente, pueda limitarse por imperio del art. 1742 (44).
Esta norma no sólo es aplicable para el caso de daño involuntario, sino para cualquier situación dañosa
excepto en los casos en que el autor haya obrado con dolo (45).
El criterio valorativo se amplía, en comparación con la solución del art. 907 del Cód. Civil: no se trata ahora
solamente, de establecer la medida de la atenuación en función de la situación patrimonial del responsable y la
situación personal de la víctima, sino que también deben valorarse "las circunstancias del hecho".
En otras palabras, el juez debe valorar la totalidad de las circunstancias que conforman el contexto
fenomenológico de la situación dañosa, a fin de lograr la justa composición de todos los intereses jurídicos que se
encuentren en conflicto: el escenario de la situación dañosa; la situación patrimonial del deudor; la concreta
situación patrimonial, familiar y social de la víctima del daño; inclusive las eventuales repercusiones económicas
de una condena resarcitoria, a la luz de las reglas del Análisis Económico del Derecho en lo pertinente (46); los
eventuales intereses de terceros que puedan resultar, en el conflicto concreto, más valiosos; la existencia de
vínculos de familiaridad entre las partes, que impongan su preservación por encima del derecho resarcitorio; etc.
Se trata, pues, de una situación harto delicada, y que demandará del juzgador (y las partes) los mayores
esfuerzos.
En relación a la variable "situación patrimonial del deudor", debe advertirse la existencia de múltiples bienes

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inembargables, no sólo los que emanan del nuevo Código (ver art. 744 y 242 y ss.), sino también de varias leyes
especiales. Por ello entendemos que, en los hechos, y de cara a la regla del principio de la plena reparación en
nuestro tema (que impone una interpretación restrictiva de la excepción aquí contemplada), poco será el margen
que le quedará al obligado para invocar el beneficio del art. 1742 fundado en la equidad para sustraer de la
garantía patrimonial aún más bienes que los que ya se encuentran excluidos por ley. Se trata, en definitiva, de la
concreción —en este supuesto específico— del derecho a la dignidad que la asiste al deudor (art. 51), y que se
encuentra fuertemente garantizado mediante la exclusión de bienes antes referida.
Respecto a la medida de la atenuación, esta puede ser cualitativa o cuantitativa, diluyéndose, pues, las reglas
del art. 1740. Podría establecer el juez, por ejemplo, que ciertos rubros no son resarcibles y otros sí (por ej.,
mandar a indemnizar el daño moral, pero no una pérdida de chances); o bien establecer la reducción del quantum
de la indemnización en algunos o todos los rubros. Podría, también, conceder plazos, modalidades especiales de
cumplimiento, reparaciones en especie, establecer la existencia de una obligación a mejor fortuna (arts. 889 y ss.),
o cualquier otro instrumento que la equidad aconseje.
Incluso, aunque la norma no lo dice, podría llegar a concluir que, pese a que existe responsabilidad en el
suceso dañoso, el deudor no deba cargar con la obligación resarcitoria, esto es, que no responda. Aquí, en
definitiva, la misma equidad que ab initio impone la responsabilidad plena, luego del correspondiente análisis de
la situación concreta puede llegar a imponer la conclusión de que repudia el sentido de justicia que su autor cargue
con la obligación resarcitoria.
VI. El rol del juez y las partes. Debe tenerse en cuenta que, como la regla es ahora la responsabilidad plena, la
atenuación de la responsabilidad sólo será viable en caso de ser solicitada por el interesado en activar la solución
de la norma, quedándole vedado al juzgador ingresar a la cuestión, salvo que se vislumbre alguna cuestión en la
que esté interesado el orden público, lo que será inusual.
Por ende, no sólo deberá invocarse el beneficio concedido en el art. 1742, sino que además deberán indicarse
y acreditarse las concretas circunstancias en que se funda, precisándose además cuál es la concreta pretensión, en
lo cualitativo o en lo cuantitativo.
Si en la contestación de la demanda se negare la procedencia de la acción en lo sustancial (por ej., por no
existir el nexo causal o los daños, o algunos de ellos, por encontrarse prescripta la acción, etc.), ello no obstará a
que, de forma subsidiaria, y frente a a la eventualidad de atribución de responsabilidad y condena resarcitoria, el
demandado solicite la atenuación de la responsabilidad, en los términos indicados, para así generar el debido
contradictorio con el actor, garantizando su derecho de defensa (art. 18, Const. Nac.).
Más discutible luce el caso en que el demandado plantee la existencia de daño involuntario y solicite el
rechazo in totum de la demanda, en el entendimiento de que la equidad impone la exoneración absoluta de
responsabilidad. Si bien se encuentra en juego la congruencia del pronunciamiento, somos de la opinión de que
nada obstaría a que el juez fije una indemnización atenuándola en función del art. 1742, desde que nunca —por
definición— nos encontraríamos ante una sentencia extra petita; habría, en definitiva, una admisión parcial de la
demanda.
La locución "el juez puede" debe ser entendida en su justa medida: ante la invocación de parte, y la existencia
de contradictorio al respecto, el juez "debe" expedirse concretamente sobre el tópico, a la luz de las pruebas
producidas, y "mediante una decisión razonablemente fundada" (art. 3). Es por demás evidente que cuenta con un
amplio margen de discrecionalidad para tomar su decisión, pero ello no obsta a que deba explicitar todas y cada
una de las razones que lo lleven a concluir en la aplicación de la excepción que la norma consagra al principio de
reparación plena. La resolución, claro está, es recurrible por las vías procesales pertinentes, y el fundamento
medular —en esta cuestión— deberá ser la arbitrariedad, que es el límite a la discrecionalidad.
VII. Colofón. El principio de reparación plena, ante la causación de un daño injusto ha motivado un profundo
replanteo del fenómeno de la responsabilidad civil, extendiendo cada vez más sus confines.
Los imperecederos Principios del Derecho Alterum Non Laedere y Suum Quique Tribuere son hoy motivo de
un nuevo análisis y valoración, en función del actual contexto de la Sociedad Posmoderna, que presenta nuevas
realidades (impensadas hasta hace no mucho tiempo) y también nuevos desafíos. El fenómeno de la dañosidad
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creciente impone brindar soluciones que se ajusten a la fenomenología circundante, y que tiendan a la concreción
del Valor justicia.
El tema bajo análisis constituye una manifestación de este fenómeno, y el rol de los jueces es cada vez más
protagónico. En el Nuevo Código puede observarse como la Equidad juega un papel preponderante, pues se
impone al juzgador un rol proactivo, tendiente a que los derechos reconocidos no sólo sean declamados por el
legislador, sino verdaderamente eficaces.
El desafío, pues, es de enorme envergadura, y es nuestro ferviente deseo que ello pueda concretarse; sin prisa,
pero sin pausa.
(1) BUSTAMANTE ALSINA, Jorge. "Teoría general de la Responsabilidad Civil", Ed. Abeledo Perrot, 7°
edición, Bs. As., 1992, ps. 435/436.

(2) LLAMBÍAS, Jorge Joaquín. "Tratado de derecho Ciivl - Parte General", Ed. Perrot, 16° edición, Bs. As.,
1995, T II, p. 2973

(3) MACHADO, José Olegario. "Exposición y comentario del Código Civil Argentino", Ed. Félix Lajouane,
Bs. As, 1899, T. III, p. 118.

(4) En SALVAT, Raymundo M. - LÓPEZ OLACIREGUI, José María. "Tratado de Derecho Civil
Argentino", Edición del Cincuentenario, ed. TEA, Bs. As., 1964, T. II, ps. 172/173.

(5) AGUIAR, Henoch. "Hechos y Actos Jurídicos en la Doctrina y en la Ley", Ed. TEA, Bs. As., 1950, T. I,
ps.293/294.

(6) PALMERO, Juan Carlos. "El Daño Involuntario", Ed. Astrea, Bs. As., 1973, ps. 139 y ss.

(7) "Congresos y Jornadas Nacionales de Derecho Civil", Ed. La Ley y Facultad de derecho U.B.A, , Bs. As.,
2005, p. 6.

(8) La cuestión no se encuentra contemplada en el Anteproyecto de Bibiloni, ni en el Proyecto de 1936; y


tampoco tuvo tratamiento en el III Congreso Nacional de Derecho Civil.

(9) BORDA, Guillermo A. "La reforma de 1968 al Código Civil", Ed. Perrot, Bs. As., 1971, p. 221.

(10) LLAMBÍAS, Jorge Joaquín. "Estudio de la reforma del Código Civil. Ley 17.711", Ed. Jurisprudencia
Argentina, Bs. As., 1969, p. 212.

(11) También PALMERO, Juan Carlos. "El Daño Involuntario", ps. 174 y ss.

(12) Cit., ps. 212 y ss. La cita textual es de p. 223.

(13) Puede verse un detallado estudio de la temática en TRIGO REPRESAS, Félix A. - LÓPEZ MESA,
Marcelo J. "Tratado de la Responsabilidad Civil", Ed. La Ley, Bs. As., 2004, T. I, ps. 760 y ss. También el LOPEZ

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HERRERA, Edgardo. "Teoría General de la Responsabilidad Civil", Ed. Lexis Nexis, Bs. As., 2006, ps. 392 y ss.

(14) TRIGO REPRESAS, Félix A. - LÓPEZ MESA, Marcelo J. "Tratado de la Responsabilidad Civil", T. I,
p. 766.

(15) En contra, LLAMBÍAS, para quien no se sanciona una responsabilidad "aquí inexistente", sino que se
otorga "algún" resarcimiento con fundamento en la idea de Equidad. LLAMBÍAS, Jorge Joaquín. "Tratado de
derecho Ciivl - Parte General", T. II, ps. 302/303.

(16) BREBBIA, Roberto H. "Hechos y Actos Jurídicos", Ed. Astrea, Bs. As., 1979, T. I, p. 168.

(17) ORGAZ, Alfredo. "Hechos y actos jurídicos", Ed. Víctor P. de Zavalía, Bs. As., 1963, p. 23.

(18) CIFUENTES, Santos. "Negocio Jurídico", Ed. Astrea, 2° edición, Bs. As., 2004, p. 411. LOPEZ
HERRERA, Edgardo. "Teoría General de la Responsabilidad Civil", p. 396. PIZARRO, Ramón Daniel -
VALLESPINOS, Carlos Gustavo. "Instituciones de derecho Privado - Obligaciones", Ed. Hammurabi, Bs. As.,
1999, T. 2, p. 630.

(19) ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde M. "Reflexiones sobre ilicitud". JA-1981-IV-732.

(20) BUSTAMANTE ALSINA, Jorge. "Teoría general de la Responsabilidad Civil", p. 435.

(21) PALMERO, Juan Carlos. "El Daño Involuntario", ps. 150 y ss.

(22) Conf. KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída - PARELLADA, Carlos, en "Responsabilidad Civil", Ed.
Hammurabi, Bs. As., 1992, p. 189. CIFUENTES, Santos. "Negocio Jurídico", ps. 420/ 421. PIZARRO, Ramón
Daniel - VALLESPINOS, Carlos Gustavo. "Instituciones de derecho Privado - Obligaciones", p. 631.

(23) En contra, PALMERO, Juan Carlos. "El Daño Involuntario", ps. 190 y ss.

(24) CIFUENTES, por ejemplo, señala que no rigen las pautas de la atribución de consecuencias, ya que se
adeuda una indemnización equitativa. CIFUENTES, Santos. "Negocio Jurídico", p. 422.

(25) KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída - PARELLADA, Carlos, en "Responsabilidad Civil", p. 192.

(26) BREBBIA, Roberto H. "Hechos y Actos Jurídicos", T. I, p. 170.

(27) LÓPEZ HERRERA, Edgardo. "Teoría General de la Responsabilidad Civil", p. 397.

(28) LLAMBÍAS sostiene que el vocablo "podrán" confiere a los jueces una atribución librada en su ejercicio
a su sola discreción, sin un mandato imperativo. LLAMBÍAS, Jorge Joaquín. "Tratado de derecho Ciivl - Parte
General", T. II, ps. 301/302. Coincide PALMERO, Juan Carlos. "El Daño Involuntario", p. 175.
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(29) En contra, BREBBIA, Roberto H. "Hechos y Actos Jurídicos", T. I, p. 177.

(30) BUERES, Alberto J. "El acto ilícito", Ed. Hammurabi, Bs. As., 1986, p. 31.

(31) BREBBIA, Roberto H. "Hechos y Actos Jurídicos", T. I, p. 14.

(32) RIVERA, Julio César. "Instituciones de Derecho Civil - Parte General", Ed. Abeledo Perrot, Bs. As.,
1993, T. II, p. 455. También MAYO, Jorge A. en "Código Civil y normas complementarias", Ed. Hammurabi, Bs.
As., 2004, T. 2B, p. 404, en específica referencia al art. 907 del Cód. Civil.

(33) MAYO, Jorge A. en "Código Civil y normas complementarias", ps. 405/406.

(34) MAYO, Jorge A. en "Código Civil y normas complementarias", p. 406. Por ejemplo,

(35) BUERES, Alberto J. en "Código Civil y normas complementarias", Ed. Hammurabi, Bs. As., 2004, T.
2B, p. 421.

(36) PIZARRO, Ramón Daniel. "Responsabilidad Civil por Riesgo Creado y de Empresa", Ed. La Ley, Bs.
As., 2006, T. II, p. 296.

(37) CERUTTI, María del Carmen. "La responsabilidad por el hecho de las cosas y las actividades riesgosas",
en Revista de derecho de Daños, Ed. Rubinzal Culzoni, 2012-3, ps. 307 y ss.

(38) PIZARRO, Ramón Daniel. "Responsabilidad Civil por Riesgo Creado y de Empresa", T. II, ps. 151/156.

(39) AGUIAR, Henoch. "Hechos y Actos Jurídicos en la Doctrina y en la Ley", T. I, p. 293.

(40) LOPEZ HERRERA, Edgardo. "Teoría General de la Responsabilidad Civil", p. 399.

(41) BREBBIA, Roberto H. "Hechos y Actos Jurídicos", T. I, ps. 172/173.

(42) LOPEZ HERRERA, Edgardo. "Teoría General de la Responsabilidad Civil", p. 399.

(43) Sin mayores razones, se da cuenta de tal modificación en el Dictamen de la Comisión Bicameral.

(44) Cfr. SAGARNA, Fernando Alfredo. "Responsabilidad civil directa y por el hecho de terceros en el
Código Civil y Comercial de la Nación", en "Suplemento Especial. Código Civil y Comercial de la nación", Ed.
La Ley, Bs. As., 2014, p. 167.

(45) Por ende, alcanza —y puede ser invocada— por quienes incurrieron en culpa (cuando el factor de
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atribución de la responsabilidad es subjetivo), o bien en cualquier caso de responsabilidad objetiva. Sin embargo,
en este último caso, y cuando el sujeto es imputable, entendemos que si se acredita la existencia de dolo en su
conducta (por ejemplo, un proveedor en las relaciones de consumo que causa dolosamente un daño al
consumidor), le estará vedado invocar el beneficio que la norma reporta.

(46) Ver TAVANO, María Josefina. "El análisis económico del derecho en los fundamentos del Proyecto de
Código Civil y Comercial de la Nación", elDial.com - DC1989, 06/11/2012.

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