Jorge Gómez Pinilla

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 Jorge Gómez Pinilla

Vicky Dávila, “el jefe acosador” y el jefe violador:


#HeToo
“Ella entró con el jefe confiada (sic). La puerta se cerró. El jefe se sentó y se recostó en la cabecera
de la cama, con las piernas abiertas. Aunque tenía ropa, se notaba claramente el asunto. Ella seguía
de pie, frente a la cama. El jefe empezó a decirle estupideces, la verdad de por qué estaban solos.
“No, jefe, cómo se le ocurre”. Él insistió. Se paró. Empezó a tocarle las manos. Él la miraba como
un depravado y respiraba fuerte”.

“Una mujer joven termina su jornada laboral, llega a su hotel, se baña y se arregla para salir a cenar
con una pareja de amigos. Alguien golpea en su habitación. Ella mira por el rabillo de la puerta, es
su jefe. Abre, “Él” la empuja. Con el dedo índice derecho le ordena que haga silencio. Ella, que
siempre tiene fuerza, la pierde, aprieta los dientes y le dice que va a gritar. “Él” le responde que
sabe que no lo hará. La viola”.

El primer párrafo entrecomillado corresponde a la columna de Vicky Dávila del domingo pasado,


donde denuncia algo que “le ocurrió a una de las mujeres más relevantes y conocidas en
Colombia. Todavía lo cuenta y se le enfrían las manos”. El segundo párrafo corresponde a una
columna de la también periodista Claudia Morales, publicada en El Espectador el 19 de enero de
2018, donde denunció haber sido violada por un jefe suyo. (Ver columna).

Llama la atención la coincidencia en el estilo “literario” de ambos párrafos (como si Vicky hubiera
copiado el de Claudia), y la diferencia básica reside en que el primero se refiere a un jefe
acosador, mientras el segundo es un violador. Y es cuando llegamos a la pregunta del millón:
¿quién es quién en cada caso?

En el primer caso no conocemos a la víctima ni al victimario, aunque es de suponer que doña


Vicky sí, por boca de la subalterna agraviada. En el segundo caso la víctima no quiso identificar al
presunto violador, pero muchos optaron por creer que se trata de Álvaro Uribe, quizá porque, en
entrevista con Blu Radio, Morales dijo: “Quien me violó, ustedes lo ven y lo oyen todos los días”. Y
agregó: “Me da temor denunciarlo porque esa persona es capaz de muchas cosas, porque la vida
que esa persona ha tenido demuestra que nada de lo que ocurra a su alrededor le puede hacer
daño. Tiene todo el poder para salirse con la suya, y yo sí creo que puede hacer mucho daño”.
(Ver entrevista).

Hasta donde se sabe, ninguno de los otros jefes que Claudia ha tenido en su vida laboral reúne tales
características. Aquí van en orden cronológico, para que ustedes juzguen: Juan Carlos y Andrés
Pastrana, (Álvaro Uribe), Felipe López, Yamid Amat, Juan Gossaín, Julio Sánchez Cristo, Hernán
Peláez, Gustavo Gómez Córdoba.

No se trata aquí de revolcar la herida por un suceso doloroso al que en defensa de su propio silencio
la misma agraviada no se ha vuelto a referir, pero se trata de algo imposible de ignorar cuando
Vicky Dávila dedica su más reciente columna en Semana a denunciar a un anónimo “jefe
acosador”, mientras omite adrede el protuberante caso que involucra al protagonista de una
columna suya anterior y titulada “El plan contra Uribe”.

Es obvio que se trata de dos jefes agresores diferentes, pero ahí no radica el meollo del “asunto”,
sino en la diferencia entre una erección palpable (la del jefe de la amiga de Vicky) y una
penetración inevitable, ya sabemos de quién contra quién.

Lo asombroso, lo escandaloso, lo verdaderamente aberrante es que mientras Vicky Dávila pretende


desatar con su última columna una especie de “cacería de brujos” contra cualquier jefe que haya
siquiera intentado un roce de manos con seno o con cola femenina, sobre el principal y diríase
único sospechoso por el abuso cometido contra su colega, doña Vicky dice reconocer “sus errores,
pero también todo lo bueno que ha hecho por este país”.
La cacería de brujos consiste en que en la columna citada ella decide remplazar a la Fiscalía en el
juzgamiento de delitos sexuales o conductas impropias, y lanza este edicto público: “Hoy quiero
pedirle que si usted ha sido víctima de su jefe me escriba a este correo (…) espero su denuncia.
Libérese. El culpable es ese jefe, no usted. Él no merece que su nombre siga limpio. Absoluta
reserva. Yo me comunicaré con usted en privado”.

Doña Vicky está en su derecho de montar lo que en términos de audiencia sería un exitosísimo
paredón mediático contra reales y supuestos abusadores, todos en la misma colada, quizás en
reminiscencia (¿o plagio?) del también exitoso programa Caso Cerrado de la doctora Ana María
Polo en Telemundo, donde cuenta casos como el de la mujer que confesó haber acusado a su
padre de haberla violado y “por ello cumplió años en prisión, pero todo fue una mentira para
librarse del él”.

Allá la responsabilidad —o irresponsabilidad— que les cabrá desde lo legal tanto a Semana
TV como a su protagonista estrella (digamos que parece una columna libreteada por mano ajena),
pero, si quiere emprender un proyecto tan cuestionable desde lo periodístico, yéndonos tan solo al
terreno de la ética sería conveniente que antes de emitir su primer capítulo se pronunciara en torno
al “abultado” tema de que por señalar al jefe acosador prefirió omitir el del jefe violador:

¿A quién cree Vicky Dávila que aludía Claudia Morales en la columna ya citada? ¿Considera que
su admirado Álvaro Uribe desde ningún punto de vista puede ser catalogado como el principal
sospechoso de haber violado a una subalterna suya en la habitación de un hotel en la que luego de
irrumpir le hizo a su víctima la señal de ordenar silencio poniendo el dedo índice derecho sobre su
boca? Mejor dicho, ¿cree Vicky Dávila que la acusación de violador que cada cierto tiempo
revienta forma también parte del fementido “plan contra Uribe” para dañar su prestigio? Y que
conste, por si las moscas: no pretendo acusar a nadie, menos a Uribe; son simples preguntas sueltas.

DE REMATE. Tiene razón doña Vicky en que “hoy Uribe es inocente de todo lo que lo acusan,
hablando en estricto derecho”. Pero omite contar que a su vez es sujeto sub judice, pues carga a
cuestas con dos investigaciones que le abrió la Corte Suprema de Justicia, y por una de ellas fue
llamado a indagatoria. ¿Por qué? Porque —también aquí— es sospechoso de los delitos por los
cuales se le investiga.

Cecilia Orozco Tascón

La mugre bajo la alfombra


Va siendo hora de que sepamos la verdad sobre la renuncia obligada y el consiguiente retiro del
servicio activo del general Juan Carlos Buitrago, exdirector de la Policía Fiscal y Aduanera, Polfa,
pese a ser uno de los mejores oficiales de Inteligencia del Estado. Su historia, que aún no se ha
contado como es, ha vuelto a atraer la atención de columnistas y medios porque se cruza, en
algunos capítulos de su persecución a las lavanderías de activos y el contrabando, con el
barranquillero Alex Saab, supuesto testaferro del presidente de Venezuela; con uno de los
abogados de Saab; con un expresidente de la República y hasta con el actual mandatario y su
ministro de Defensa. Esa historia, que el general no ha querido revelar tal vez por la enormidad de
los poderes ocultos que tendría que enfrentar —ahora sin la protección de la institución a la que
sirvió—, también interesa a las agencias de seguridad de Estados Unidos que están presentes en
Cabo Verde con la misión de llevar a Saab a territorio norteamericano para exprimirle los secretos
que conoce de Maduro y sus supuestos secuaces, de una parte del establecimiento colombiano y
de algunos de sus protagonistas, elevados a esta categoría por la prensa que se conforma con el
registro de noticias y la banalidad social.

Investigadores y columnistas de la talla de Gerardo Reyes, de Univisión (Miami), María Jimena


Duzán, de Semana, y Yohir Akerman, de El Espectador, dedicaron sus recientes textos al
“intocable” Saab que “tejió una vasta red de corrupción... con el incremento artificial del valor de
contratos, importación ficticias, cobro por bienes y servicios no prestados y sobreprecios en
comida” subsidiada por el régimen del vecino país. Pues bien, el funcionario que investigaba, al
lado de agentes norteamericanos, cómo operaba la maquinaria delictiva liderada por el socio de
Maduro era el general Buitrago. Pero mientras este avanzaba en los descubrimientos sobre el
entramado criminal de Saab, el prestigio de su carrera era sometido a un torbellino de chismes y
tráfico de influencias ante el gobierno Duque.

En los despachos más altos de la Policía consta que varios meses antes del retiro de Buitrago, el
Ejecutivo estaba pidiendo su cabeza y que, como premio de consolación, le iban a ofrecer un
cargo en el exterior. Finalmente, el general renunció por dignidad pero sin bajar la cabeza: en su
carta afirmó que “los principios no se negocian”. María Jimena recuerda que cuando su relevo se
produjo, se comentó que el retiro del alto oficial se debía a la presión de Abelardo de la Espriella,
abogado y amigo del extraditable Saab; abogado y amigo, simultáneamente, del expresidente
Andrés Pastrana, de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez y del ministro de Defensa y superior
jerárquico de Buitrago, Carlos Holmes Trujillo. (Imagínense: el general iba tras Saab cuyo
apoderado era el mismo del ministro Trujillo).

De la Espriella ha negado la versión sobre su incidencia en la salida del general e incluso aseguró
que Buitrago aclararía el rumor, cosa que, hasta hoy, no ha ocurrido. Por su parte, Pastrana
celebró la renuncia del exdirector de la Polfa en varios trinos que publicó en su cuenta de Twitter.
Y, además, replicó que “meses antes de la ‘irrevocable’ carta del gral. Juan Carlos Buitrago
informé al @mindefensa sobre temas que a él (Carlos Holmes Trujillo) le correspondería explicar”.
El misterio no se resolvió porque, de nuevo, el exalto oficial se negó a hablar con la prensa y
Trujillo no ha abierto la boca. Pero como nada hay oculto bajo el sol, con la feliz captura de Saab
en Cabo Verde, ha quedado expuesta la mugre bajo la alfombra. Akerman advierte, de acuerdo
con las investigaciones de Gerardo Reyes, que el abogado De la Espriella, en su tarea de
representar jurídicamente a Saab, pudo entrar en conflicto con normas de la Oficina de Control de
Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Únicamente con la
evolución de los hechos y el tiempo, se constatará si eso es así. En cuanto al expresidente
Pastrana, sorprende que su inseparable jefe de seguridad por muchos años, el coronel de la
Policía Faxir Ramírez Horta, por quien armó una pataleta, en 2014, cuando lo iban a relevar de su
esquema, sea actual subdirector de la Polfa, misma entidad de la que el gobierno Duque quería
separar a Buitrago. Va siendo hora de conocer la verdad sobre este escandaloso episodio de la
vida pública del país. Se entendería, entonces, el contexto de la frase que pronunció Buitrago
frente al ministro de Defensa, en diciembre pasado: “Las injerencias indebidas externas con
cálculos políticos e intereses contrainstitucionales lesionan el honor policial”.

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