How To Seduce A Scoundrel
How To Seduce A Scoundrel
How To Seduce A Scoundrel
VICKY DREILING
Cómo seducir a un granuja
How to Seduce a Scoundrel (2011)
AARRG
GUUM
MEEN
NTTO
O::
SSO
OBBRREE LLAA AAU
UTTO
ORRAA::
CRÉDITOS
ÍNDICE TRADUCIDO POR: CORREGIDO POR:
Capítulo 1 Sonia Karin
Capítulo 2 Zaida Lunagris
Capítulo 3 aLiicee Christine
Capítulo 4 Norma Ela
Capítulo 5 Carmen Mª José
Capítulo 6 Carmen Mª José
Capítulo 7 Daisy Karin
Capítulo 8 Charo Tiatiti
Capítulo 9 Charo Lara
Capítulo 10 Kika Christine
Capítulo 11 Carmen Lunagris
Capítulo 12 Carmen Lunagris
Capítulo 13 Carmen Lunagris
Capítulo 14 Carmen Lunagris
Capítulo 15 Adriana Ela
Capítulo 16 Kika Vanesa
Capítulo 17 Marijo Lara
Capítulo 18 Kika Karin
Capítulo 19 Zaida Karin
Capítulo 20 Carmen Karin
Capítulo 21 Mar Karin
Capítulo 22 aLiicee Karin
Capítulo 23 Merce Karin
Capítulo 24 Merce Karin
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0011
—Tristan, por favor, siéntate. Marc, no te quedes ahí embobado. Ven y saluda a Julianne.
Patience y su otra hermana Harmony estaban sentadas en un par de sillas cerca de la chimenea,
intercambiando astutas sonrisas. Sin duda habían tramado un complot para atraparlo en la
ratonera del párroco. Probablemente pensaron que estaría tan impresionado como los numerosos
cachorros que competían por la atención de Julianne cada temporada. Pero él estaba sólo un poco
desconcertado por su transformación.
Determinado a encargarse de sí mismo, caminó hacia ella, dobló una pierna, y extendió el brazo
en una ridícula reverencia vista por última vez en el siglo dieciséis.
Cuando se irguió, su madre hizo una mueca.
—Marc, tu cabello está levantado. Te ves como un disoluto.
Sonrió como un mequetrefe.
—Vaya, gracias, Madre.
La ronca risa de Julianne atrajo su atención. Colocó el puño en su cadera y movió sus cejas.
—Sin duda, romperás una docena de corazones esta temporada, pequeña Julie.
Ella lo contempló por debajo de sus largas pestañas.
—Quizá uno capturará mis afectos.
La cara de Helena de Troya había lanzado al agua una docena de barcos, pero la natural voz
rasposa de Julianne podía hacer caer a un millar de hombres. ¿De dónde diablos había salido ese
absurdo pensamiento? Ella había crecido hasta convertirse en una impresionante joven, pero él
siempre había pensado en ella como la pequeña marimacho que se subía a los árboles y rasaba
piedras.
Hope se levantó.
—Marc, toma mi asiento. Deberías ver los bocetos de Julianne.
Pretendió aprovechar al máximo la oportunidad. Durante años, se había burlado de Julianne y
animado en sus travesuras. Después de sentarse junto a ella, sonrió y golpeó el papel.
—¿Qué tienes ahí, diablillo?
Ella le mostró un boceto de Stonehenge.
—Dibujé esto el pasado verano cuando viajé con Amy y su familia.
—Stonehenge es impresionante —dijo la condesa.
Él obedientemente se quedó mirando como Julianne giraba la página.
—Son unas rocas grandes.
Julianne rió.
—Granuja.
Él colocó un rizo tras su oreja. Cuando ella golpeó su mano, él rió. Era la misma pequeña Julie
que siempre había conocido.
Pesados pasos resonaron fuera de las puertas del salón. Todo el mundo se levantó cuando Lady
Rutledge, su tía abuela Hester, avanzó pesadamente al interior. Grises rizos embutidos asomaban
del verde turbante con altas plumas. Ella lanzó una mirada a la madre de Hawk y frunció el ceño.
—Louisa, esa estatua es horrible. Si quieres un hombre desnudo, búscate uno que esté
respirando.
—No podemos correr el riesgo —dijo Patience—. Si la Abuela empeoró, nunca nos lo
perdonaríamos.
—Ella debería venir a la ciudad donde pueda estar cerca de la familia. Me ofrecí a compartir mi
casa con ella, pero se niega a abandonar a sus compinches de Bath —dijo Hester.
—Ella tiene sus hábitos de vida —Hawk sonrió a su tía—. Pocas damas son tan aventureras
como tú.
—Cierto —dijo Herter, acicalándose.
La Condesa dirigió a Hawk una mirada suplicante.
—¿Podrías escribir a William para informarle?
—No estoy seguro de sus señas en la actualidad —dijo Hawk. Su hermano pequeño había
estado viajando por el continente durante más de un año.
Montague, el marido de Patience, bajó su periódico.
—Eso es tiempo pasado, William regresó a casa y dejó de rastrillar su camino por el continente.
Él necesita elegir una carrera y ser un miembro responsable de la familia.
Hawk lo contempló como si fuera un mosquito.
—Vendrá a casa cuando se canse de deambular. —Esperaba que Will regresara para la
temporada de Londres, pero su hermano no había escrito en más de dos meses.
Montague cerró su periódico.
—Volverá tan pronto como tú le cortes y le dejes sin un centavo.
Hawk ignoró a su cuñado menos favorito y volvió su atención a su madre.
—¿Y qué pasa con Julianne? Su hermano la trajo. Madre, ¿no puedes quedarte?
—Oh, no puedo pedir tal cosa —dijo Julianne—. Puedo quedarme con Amy o Georgette. Las
madres de mis amigas me recibirán, estoy segura.
—Las madres de sus amigas estarán demasiado ocupadas con sus propias hijas —dijo Hester—.
Yo podría patrocinar a Julianne. Ella será la sensación de la temporada.
Siguió un largo silencio. La madre y las hermanas de Hawk se miraron unas otras con
consternación apenas disimulada. Consideraban a Hester un poco atolondrada, pero él sabía que
su tía tenía una prodigiosa inteligencia, aunque un poco contundente en sus maneras.
La condesa se aclaró la garganta.
—Hester, querida, eso es demasiado amable de tu parte, pero quizá no has pensado en lo
agotador que serán todos esos entretenimientos.
—Nunca me canso, Louisa —dijo—. Disfrutaré patrocinando a la muchacha. Es bastante bonita
y parece animada. La tendré comprometida en cuestión de semanas.
Hawk controló su expresión. ¿Julianne casada? Parecía tan… equivocado. A pesar de que él
sabía que era costumbre de las damas casarse jóvenes, la idea no parecía encajar bien con él.
Tristan miró a Hester.
—Por supuesto, ella lleva cuatro temporadas, pero casarse es de por vida. No voy a apresurarla.
Hester miró a Julianne.
—¿Cuántos años tienes, muchacha?
—Veintiuno —dijo.
—Es mayor de edad, pero estoy de acuerdo que el matrimonio no debe tomarse a la ligera.
Tristan estudió a su hermana.
—Yo deberé aprobar cualquier relación seria.
Cuando Julianne puso los ojos en blanco, Hawk sonrió. No envidiaba al hombre lo
suficientemente audaz para pedir el permiso de Tristan para cortejar a Julianne. El viejo muchacho
había mantenido una férrea rienda sobre ella por años… también él debería.
—Ahora que el asunto está resuelto, vayamos a cenar —dijo Hester—. Estoy hambrienta.
Después de que las damas se retiraran de la sala de estar, Hawk sacó el oporto. Los maridos de
sus hermanas intercambiaron miradas significativas. Tristan mantuvo silencio, pero los observaba
con expresión cautelosa.
Montague cruzó sus pequeñas manos sobre la mesa y se dirigió a Hawk.
—Lady Julianne no puede quedarse con Hester. Las atrevidas maneras y las ideas
revolucionarias de tu tía pueden ser una mala influencia para la chica.
Hawk se encontró con la mirada de Tristan.
—¿Te unirás a mí en el estudio?
Tristan asintió con la cabeza.
Ambos se levantaron. Cuando Hawk se apoderó de un candelabro del aparador, Montague se
levantó de la mesa.
—Patience se quedará y cuidará de Julianne.
—Mi hermana está decidida a ir a Bath —dijo Hawk—. No va a descansar tranquila a menos
que vea que nuestra abuela está bien. —Lo último que él quería era exponer a Julianne al amargo
matrimonio de su hermana.
—Sabes muy bien que tu abuela finge enfermedades —dijo Montague—. Si tu madre y
hermanas se negaran a ir, eso podría poner fin a esta tontería.
Hawk se dio cuenta que Montague había aprovechado la oportunidad para mantener a su
esposa en casa. El hombre constantemente preguntaba a Patience sobre su paradero y la
reprochaba incluso si hablaba con otro hombre.
—Iré a discutir el asunto con Shelbourne. Caballeros, disfrutad vuestro oporto.
Empezó a girarse cuando la voz de Montague lo detuvo.
—Maldito seas, Hawk. Alguien necesita hacerse responsable de la chica.
Hawk caminó a zancadas alrededor de la mesa y amenazó a su cuñado.
—No tienes nada que decir al respecto. —A continuación bajó su voz—. Recordarás mi
advertencia.
Montague lo fulminó con la mirada, pero se mordió la lengua. Hawk le lanzó una sonrisa
malvada. Por Navidad, el hombre había hecho unos demasiado denigrantes comentarios sobre
Patience. Hawk lo había llevado a un lado y amenazó con molerlo a palos si alguna vez volvía a
tratarla irrespetuosamente.
Mientras él y Tristan se alejaban a zancadas, Hawk murmuró:
—Maldita bestia.
Un extraño presentimiento cayó sobre Hawk. Conocía a Tristan desde que estaban en los
andadores, porque sus madres habían sido amigas íntimas. En Eton, él y Tristan se habían unido
para defenderse de los chicos más mayores a quienes les gustaba atormentar a lo más jóvenes.
Hawk conocía a su amigo muy bien, pero no tenía idea de lo que Tristan pretendía pedirle.
Tristan soltó la respiración.
—¿Actuarás como el guardián no oficial de mi hermana?
Hawk se rió.
—¿Yo, su guardián? Seguramente bromeas.
—Tan pronto como los cazafortunas descubran que no estoy presente, irán como buitres sobre
Julianne. No me sentiré tranquilo a menos que un hombre formal esté ahí para protegerla de los
granujas.
—Pero… pero yo soy un granuja —farfulló. Por supuesto, ella había florecido en una joven
extraordinariamente hermosa, pero era la hermana de su amigo. Incluso entre los granujas, era un
punto de honor evitar a las hermanas de los amigos.
—Has visto crecer a mi hermana de la misma forma que yo —dijo Tristan—. Es casi como una
hermana para ti.
Nunca había pensado en ella de esa forma. Para él, ella era simplemente pequeña Julie,
siempre lista para un poco de travesura. Él nunca se había cansado de desafiarla a hacer algo
impropio de una dama, pero ella ni una sola vez había dado marcha atrás.
—Viejo, sabes que le tengo cariño, pero no estoy en condiciones de ser el guardián de nadie.
—Tú siempre has cuidado de ella — dijo Tristan.
La culpa brotó en su pecho. Su propia familia pensaba que él era un sinvergüenza irresponsable,
con buena razón. Él nunca había sabido como localizar a su propio hermano. Pero claramente
Tristan tenía completa fe en él.
Tristan pellizcó el puente de su nariz.
—Debería permanecer en Londres para vigilar a Julianne, pero no puedo soportar dejar a mi
esposa. No importa lo que haga, sentiré como si hubiera ofendido a una de ellas.
Ah, diablos. Tristan nunca le había pedido un favor antes. Él era como un hermano para él.
¡Maldita sea! No podía negarse.
—Cualquier cosa por ti, viejo.
—Gracias —dijo Tristan—. Hay una cosa más. No te va a gustar.
Hawk levantó sus cejas.
—Ah, ¿sí?
Tristan entrecerró los ojos.
—Deberás dejar de ser un granuja por lo que dure la temporada.
Él rió.
—¿Qué?
—Me has oído. No habrá bailarinas, actrices o cortesanas. Llámalas como quieras, pero no vas a
relacionarte con putas mientras cuidas de mi hermana.
Él resopló.
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O 0022
—No has visto mi salón desde que lo redecoré la temporada pasada —dijo Hester—. Mi pasión
por el estilo egipcio se ha incrementado.
Él se acercó a una vitrina de cristal. Entonces miró a Julianne por encima del hombro con una
expresión diabólica.
—Tía, ¿la momia es auténtica?
—Es una reproducción —dijo Hester—. Pero los pergaminos que adornan el techo son
verdaderas antigüedades.
Julianne reprimió una sonrisa ante el horrible decorado. Estatuas, pirámides y urnas faraónicas
doradas abarrotaban las numerosas mesas negras. Gran parte del mobiliario tenían enormes pies
con garras, en vez de las patas que normalmente tienen los muebles. Afortunadamente, Hester
por la mañana temprano le había enseñado un dormitorio normal. Julianne casi languideció de
alivio. Dios mío, había temido tener que dormir entre unas momias.
—Siéntate —dijo Hester a Hawk.
Los perros lo siguieron hasta el sofá donde estaba sentada Julianne. Hawk miró a los perros y
señaló la alfombra.
—Sentaos.
Los spaniel obedecieron con la lengua colgando.
—Has conquistado a mis mascotas —dijo Hester.
Se encorvó al lado de Julianne.
—Por desgracia, me temo que Byron tiene un derecho previo sobre los sentimientos de Caro.
Eso me destroza el corazón.
Julianne puso los ojos en blanco, pero la verdad es que había extrañado sus bromas tontas
durante los largos meses de otoño e invierno. Había mantenido la esperanza de que visitara a su
familia, ya que nunca se había mantenido alejado durante tanto tiempo. Había agonizado por su
ausencia y temía que hubiera iniciado una relación con otra persona. Anoche, Patience le había
susurrado que seguramente pronto tendría que llamarla hermana. Las esperanzas de Julianne se
habían disparado, sabiendo que su familia lo aprobaría.
La voz de Hawk la sobresaltó.
—¿Tu hermano se marchó temprano esta mañana como estaba previsto?
Asintió con la cabeza.
—Tu madre y tus hermanas se fueron al mismo tiempo.
Por supuesto, su hermano le había dado todo tipo de sombrías advertencias. Pero cuando la
abrazó, había sabido que los sermones eran debidos sólo a que estaba preocupado por ella.
Hester miró a Julianne.
—¿Vas a servir el té?
Se levantó y se acercó con la bandeja. Hawk y los perros la siguieron. Cuando cortó una
generosa ración de pastel, él rompió un pedazo y se lo comió antes de que pudiera ponerlo en el
plato.
—Umm, desayuno.
—Es bien pasado el mediodía, eres un pagano —le dijo ella.
Siempre había velado por ella, incluso cuando era una niña.
Hester le dirigió una mirada de advertencia. Julianne se mordió el labio, por temor a que la tía
de Hawk pensara que era una coqueta descarada.
Hawk le dirigió a su tía una sonrisa perezosa.
—Asegúrate de enviarme una lista de todas las invitaciones de Julianne.
—Ridículo —dijo Hester, con voz excesivamente alta—. No hay necesidad de que persigas a los
muchachos como si fueras un sabueso.
Julianne inhaló. Oh, no, Hester lo echaría todo a perder.
—Ah, pero una promesa es una promesa. —Introdujo un rizo tras su oreja—. ¿No te importa,
verdad, pequeña Julie?
Ella sacudió la cabeza y se lo imaginó acostado a su lado, junto a ella bajo un dosel de árboles.
Tiraría de su rizo y le diría: quiero besarte.
La fantasía estalló como una pompa de jabón al oír su voz.
—Ahora, voy a dejar a las damas con el té y sus cotilleos.
Se levantó con él.
—¿Tienes que irte tan pronto?
—Me temo que sí. Hasta luego.
Dejó el salón, con Byron y Caro ladrando mientras correteaban tras él.
Julianne soltó un suspiro melancólico y se hundió en el sofá.
—Nunca lo atraparás si le pones tu corazón en la mano.
La voz de Hester la sobresaltó.
—Yo... eh, no tengo ni idea de lo que quiere decir.
—Por supuesto que sí. Haces que tus tiernos sentimientos sean bastante obvios.
Hizo una mueca. Mamá le había dicho lo mismo, pero Julianne no podía evitarlo. Lo amaba.
Hester la analizó durante un buen rato.
—Lo que necesitas son lecciones de seducción.
Miró a Hester con cautela, sin saber lo que tenía en mente.
—Es usted muy amable, pero no creo que pueda ayudarme.
Dudaba de que la excéntrica Hester dispensara cualquier consejo útil y esperaba que se
olvidara del asunto.
—Tonterías, estaré encantada de enseñarte —dijo Hester.
Como invitada, Julianne no podía rechazarla sin que pareciera un insulto. Se recordó a sí misma
que sólo estaba obligada a escuchar.
Hester la señaló con el monóculo.
—Si deseas enredar a mi sobrino, debes usar tus artimañas.
No sabía si tenía artimañas, pero tal vez podría aprender algunas.
—En primer lugar, debemos diseñar un plan de seducción —dijo Hester.
Julianne se quedó inmóvil. Mamá siempre había insistido en que debía cuidar su virtud a toda
costa.
—Eh, ¿eso no es indecoroso?
—Querida mía, me he casado, acostado y enterrado a cinco maridos. Y te prometo que el
camino hacia el corazón de un hombre es a través de su parte baja.
Una hoguera envolvió sus mejillas. Ahora comprendía el por qué Lady Hawkfield se había
preocupado al dejarla a cargo de Hester.
—Veo que te sonrojas, muchachita —dijo Hester—. Me consta. La única forma de domar a un
libertino es persuadirlo de que lo mantendrás más contento que una cortesana en la cama
matrimonial.
Se estremeció ante el discurso franco de Hester.
—¿Y qué pasa con el amor?
—Primero viene la lujuria. Luego viene el matrimonio —dijo Hester.
Julianne bajó las pestañas para ocultar su repulsión. En comparación con sus sueños de
romance, la descripción de Hester del cortejo sonaba… sórdido.
Sin duda, no se equivocaba al anhelar las dulces declaraciones de siempre. Se había enamorado
locamente de Hawk a la tierna edad de ocho años. Ese fue el año en que su padre había muerto.
Hawk había llegado a la casa de campo de su familia ese verano y sus bromas habían curado su
dolor. Ella le adoraba. Cuando hizo su presentación en sociedad a los diecisiete años, bailó con
ella. Se había enamorado locamente de él y a partir de ese baile, había soñado cada noche con
casarse con él.
Hawk no había bailado con ella desde esa noche, pero sabía que él la había considerado
demasiado joven. Había esperado a que creciera. Estaba segura de ello, casi segura. Y no
renunciaría a su sueño. Porque la sola idea de tener algo menos que su amor le daba pavor.
—Venga, venga. No hay necesidad de parecer tan alicaída —dijo Hester—. El truco consiste en
aumentar de manera constante el ardor de un hombre.
Ante la promesa de una sugerencia práctica, Julianne levantó la mirada esperanzada.
—Tu primera tarea consiste en practicar una mirada insinuante. Usa esos bonitos ojos azules en
tu beneficio.
Julianne respiró profundamente, imaginando a Hawk de rodillas ante ella. Lo vio en su mente,
suplicándole que lo convirtiera en el más feliz de los hombres.
—Maldita sea, muchacha. Pareces un ternero enfermo de amor. Hazte a la idea de que estamos
tratando de atraerlo hacia el dormitorio.
—¡Pero yo nunca lo haría!
Oh, el consejo de Hester era muy malo. No debía escuchar una palabra más.
Hester soltó un bufido.
—Por supuesto que no vas a actuar en consecuencia. Debes transmitirle con los ojos que lo
encuentras deseable.
Julianne se aferró las manos. Su madre se desmayaría si supiera que Hester le había aconsejado
que actuara como una prostituta.
—Padeces de amor no correspondido. Debes evitar mostrarlo a toda costa —dijo Hester—. Si
está seguro de tus sentimientos, no supone ningún desafío para él.
—Si finjo que no me interesa, puede deducir que me es indiferente.
—No tienes que mostrar sentimientos tiernos. No hay nada más aterrador para un libertino que
la perspectiva del matrimonio. Los libertinos valoran su libertad y sus amantes.
Julianne miró fijamente su regazo, intentando ocultar el dolor que sentía en el corazón, como si
se lo hubieran atravesado con una lanza. Había oído rumores acerca de sus amantes, pero se había
negado a creer que fuera tan disoluto como los demás daban a entender.
—Tu rostro es como una señal, muchachita. Mi sobrino tiene treinta y un años. ¿Piensas que es
virgen?
La tristeza la envolvió. Por supuesto, sabía que había otras mujeres, pero intentaba apartarlo de
su mente. No podía soportar la idea de él tocando y besando a otra mujer.
—Venga, venga. Los hombres son criaturas apasionadas —dijo Hester—. Están hechos así.
Aprenderás, muchachita. Sólo necesitas atraerlo con la promesa de tus encantos sensuales.
Julianne la miró.
—Pero si ni siquiera sé si tengo algunos encantos sensuales.
Hester se rió.
—Querida mía, tus encantos son evidentes para cualquier hombre con ojos en la cara. Pero
debes procurar mantener su interés más allá del espectáculo visual.
—¿Cómo voy a conseguirlo cuando no tengo ni idea de qué hacer?
—Mírale con deseo y provócale. Pero cuando te persiga, debes mantenerlo a distancia.
Haciendo esto, avivarás el fuego, si sabes lo que quiero decir.
Julianne no podía imaginarse a Hawk persiguiéndola a ella o a cualquier otra mujer. Lo cierto es
que las mujeres lo perseguían a él.
—Si juegas bien tus cartas, puedes tenerlo en la palma de tu mano —dijo Hester, cerrando los
dedos en un puño—. Vaya, Ana Bolena mantuvo con su lujuria a raya a Enrique VIII durante años.
Y le cortaron la cabeza en el intento.
—Bueno, muchacha, ¿le quieres o no? —preguntó Hester.
No jugaría a esos horribles juegos con el hombre que amaba. Las ideas de Hester parecían
lecciones para una cortesana. Julianne levantó la barbilla en un gesto desafiante, pero no era lo
suficientemente valiente como para expresar sus reparos.
Hester le lanzó una mirada de complicidad.
—Estás decidida a conquistarle a tu manera. Cuando estés preparada, te acordarás de mi
consejo.
La siguiente noche, Hawk paseaba por el salón abarrotado de Egipto mientras esperaba a su tía
y a Julianne. Ese mismo día con anterioridad, Hester le había enviado la lista que había solicitado
de las invitaciones de Julianne para la semana.
Después de pensarlo mucho, había llegado a la conclusión de que Julianne no lo necesitaba
para que observase cada uno de sus movimientos. Era una buena chica y nunca haría nada
incorrecto. Tenía previsto acompañar a Julianne y a su tía esta noche, pero en el futuro, haría acto
de presencia, asegurándose de que todo estaba bien y saldría apresuradamente.
La puerta del salón se abrió con un susurro. Hester la empujó para cerrarla y se dirigió hacia él
en una ola de faldas color púrpura. Sus altas plumas de avestruz se mecieron por encima de un
vistoso turbante incrustado de perlas.
—Tengo que hablar contigo antes de que llegue Julianne.
—¿Dónde está? —preguntó Hawk.
—Cambiándose de vestido.
Que Dios le ayudara.
—¿Por qué?
—Porque es una mujer. —Hester le dirigió una mirada calculadora—. Su hermano dice que no
va a apresurarla para que contraiga matrimonio, pero he estado pensado en el asunto. Todo el
mundo sabe que es demasiado protector. Todavía piensa en ella como en una chiquilla. Creo que
está tratando de desalentarla porque no puede reconocer que es una mujer adulta.
—Tía, se casará cuando esté preparada —dijo Hawk.
—Es obvio que no estás dispuesto a ayudar —dijo Hester—. La tarea debe recaer en mí.
—¿Qué? —¡Oh, Dios. Su tía haciendo de casamentera!
Hester se tocó la barbilla.
—Me imagino que ella preferiría a un muchacho joven con un carácter agradable, pero me
temo que lo encontraría decepcionante. Un caballero con un poco de savoir faire le vendría mejor.
Los jóvenes no saben qué es qué. Tienden a despertar su entusiasmo antes de tiempo, tú me
entiendes.
Diablos.
—Tía Hester...
—¡Oh, cállate, sabes que es verdad! Por supuesto, su futuro prometido no debe ser mayor de
treinta y nueve. Los mayores tienden a marchitarse.
No podía soportar seguir escuchando por más tiempo el impúdico discurso de su tía.
—Tal vez debería comprobar cómo le va a Julianne. —Antes de intentar abrir la puerta para
salir, esta se abrió y se sintió aliviado por la oportuna aparición de Julianne.
—Ah, ya está aquí —dijo Hawk.
—Perdonadme. Llego terriblemente tarde —dijo Julianne.
Un tejido muy fino cubría la enagua rosa de niña. Cada centímetro la distinguía como una
virtuosa y joven dama. Él cruzó la habitación y se inclinó hacia su mano enguantada. Cuando la
miró, ella se ruborizó.
Tenía la intención de desalentar la estrategia casamentera de su tía. Julianne era una mujer,
pero una muy joven. Había rechazado múltiples propuestas y sospechaba que a ella le gustaba ser
la reina del baile. Maldita sociedad. Tenía todo el derecho a disfrutar de su juventud el mayor
tiempo posible.
Julianne tocó un medallón situado justo encima de su corpiño, atrayendo su atención.
—¿Una baratija nueva? —preguntó él.
como estrellas entre los cristales en forma de lágrimas de la enorme araña. Esperaba que él se
detuviera para ver a los bailarines, pero la llevó a una sala para mostrarle un gran busto de Lord
Beresford.
Hawk miró a un hombre joven y desgarbado que pasaba por allí. El muchacho flaco la miró y
casi tropezó con sus enormes pies.
—Ahí hay un muchacho completamente inofensivo —dijo Hawk—, deja que te lleve a él. Voy a
insinuarle que debería pedirte un baile.
Su rostro se calentó.
—No necesito tu ayuda.
—¿No deseas bailar? —preguntó en tono burlón.
Claramente no tenía intención de pedírselo. Ofendida, le soltó el brazo.
—Me voy a buscar a mis amigas.
Solo había dado un paso cuando él la tomó del brazo y tiró de ella.
—No tan rápido —dijo—. Dime lo que he hecho para enfadarte.
Se negó a mirarlo.
—Obviamente piensas que nadie bailará conmigo excepto muchachos patosos.
Él se burló.
—Desde el momento en el que entramos en el salón de baile, he visto docenas de caballeros
mirándote. Algunos de esos hombres tienen mala reputación. Mantente alejada de ellos.
Había hablado de manera grosera. Tal vez estaba celoso de esos otros hombres.
—Lo haré —dijo ella.
—¿Qué? ¿Sin discusión?
La soltó y fingió tambalearse.
Sus travesuras la confundían. Antes había estado serio. Entonces, de repente, había hecho una
broma. Por supuesto, siempre hacía de todo una broma. Se dijo que era su carácter y parte de su
encanto, pero una sensación de inquietud se instaló en su pecho.
Alguien la llamó por su nombre. Sus amigas Amy Hardwick y Georgette Danforth se acercaban.
El hermano mayor de Georgette, Lord Ramsey, las seguía muy de cerca. Julianne inhaló. Les
pediría consejo a sus amigas tan pronto como pudiera hablar con ellas en privado.
Cuando sus amigas la alcanzaron, besó el aire de sus mejillas.
—¡Oh, hace años desde la última vez que te vi!
—Te he echado de menos —dijo Amy—. Las cartas son un pobre sustituto de estar juntas.
Los ojos azules de Georgette brillaban mientras les hacía señas para que ambas fueran a su
lado.
—Has conquistado a Hawk.
—No exactamente —dijo Julianne en voz baja—. Va a ser mi tutor durante toda la temporada.
Sus amigas se quedaron boquiabiertas.
—Oh, esto es maravilloso —murmuró Amy.
Georgette se acercó más.
—Vi la manera en que Hawk te miraba. Predigo que bailará contigo toda la noche.
—Te lo propondrá este año. Estoy segura de ello —dijo Amy.
Georgette sonrió.
—¿Cómo podría resistirse a ti?
Julianne miró por encima del hombro a Hawk. Ramsey le dijo algo. Curiosamente, Hawk le
dirigió una mirada helada y centró su atención en los otros tres caballeros. Julianne restó
importancia a su extraña reacción hacia Ramsey y se volvió hacia sus amigas.
—Necesito vuestro consejo.
Después de que describiera el comportamiento confuso de Hawk, los hoyuelos de Georgette se
pusieron de manifiesto mientras sonreía.
—Creo que, sin darse cuenta, reveló sus tiernos sentimientos.
Julianne se miró las manos.
—Pero ¿por qué lo hizo pasar por una broma?
—No está seguro de tus sentimientos, así que recurrió a tomarte el pelo —dijo Amy.
Julianne se dio cuenta de que Amy estaba en lo cierto.
—Me ha tomado el pelo durante años. Tal vez todo este tiempo estaba esperando una señal
mía.
—Debes mostrarle que le aceptas como pretendiente —dijo Amy.
Georgette sacudió la cabeza.
—No, debes ponerle aún más celoso bailando con otros caballeros.
—No estoy de acuerdo —dijo Amy—. Sería cruel herirle. Podría deducir que no te interesa.
Todo estaría perdido.
Georgette lanzó un sonoro suspiro.
—Oh, ¿por qué los asuntos del corazón tienen que ser tan complicados?
—Porque el amor nos hace vulnerables —dijo Amy—. Todos queremos proteger nuestros
corazones. Creo que es doblemente difícil para los caballeros, por su orgullo.
—Es un milagro que alguien logre casarse —refunfuñó Georgette.
Julianne miró a Hawk de nuevo. Comenzó a apartarse cuando Ramsey la miró. Sus ojos
brillaban mientras su mirada bajaba más abajo. El horrible hombre estaba comiéndose con los ojos
su pecho.
Desvió la mirada, sólo para darse cuenta de que se había perdido parte de la conversación de
sus amigas.
—Debería expresar su interés por Hawk y hacerle preguntas para poder llegar a conocerle
mejor —estaba diciendo Amy.
Julianne frunció el ceño.
—Lo conozco desde siempre.
—Dudo que te haya contado sus más profundos secretos —dijo Amy.
Georgette resopló.
—¿Qué profundos secretos? Hawk es un encanto y un granuja. Nada preocupa su mente. ¿No
te parece, Julie?
—Nunca le he visto obsesionarse con algo. Incluso después del funeral de su padre, intentó
animar a todos los demás —suspiró—. Tiene una maravillosa habilidad para hacer reír a todos,
incluso en momentos difíciles.
Los ojos verdes de Amy se abrieron como platos.
—Cuidado. Lord Ramsey viene hacia acá —dijo en un aparte.
Julianne se estremeció. Oh, no podía soportar mirarlo después de que lo sorprendiera
comiéndose con los ojos su pecho.
Georgette gimió.
—Papá hizo que me acompañara. Creo que pretendía castigar a Henry. Por supuesto, Mamá no
me dijo por qué estaba en apuros.
—Casi está aquí —dijo Amy.
Al llegar a ellas, Ramsey hizo una reverencia.
—Lady Julianne, está tan deslumbrante como el sol.
—Espero que no esté viendo las manchas —murmuró ella.
Georgette bufó.
La risa retumbante de Ramsey reverberó a lo largo de la columna vertebral de Julianne y la hizo
sentir incómoda. Entonces su mirada se desvió más abajo, como si estuviera desnudándola
mentalmente. Sus orejas ardían.
—¿Tendré el honor de que me conceda el próximo baile? —preguntó Ramsey.
Justo mientras Ramsey hacía la petición, Hawk apareció a su lado.
—Julianne, creo que este es nuestro baile.
Nuestro baile. Les sonrió a sus amigas y cedió su abanico a Georgette. Mientras Hawk la
acompañaba a la pista de baile, se sentía como si estuviera flotando en el aire.
Hawk apretó los dientes mientras se llevaba a Julianne. Había querido estrellar el puño contra
la cara de Ramsey después de que pillara al sinvergüenza devorando el cuerpo de Julianne con la
mirada.
No había tenido más remedio que rescatarla del hombre lascivo. Ramsey tenía treinta y seis
años, demasiado viejo para una inocente como Julianne. Y Hawk sabía demasiado del mal carácter
de Ramsey para dejarle cerca de ella.
Mientras pisaban el suelo de madera, la orquesta atacó los primeros compases de un vals. Los
labios de Julianne se separaron.
Hawk miró sus ojos azules aturdidos.
—Supongo que estás familiarizada con los pasos.
Sacudió de nuevo sus rizos brillantes.
—Lo estoy.
Él levantó las cejas.
—¿Y tu hermano lo aprueba?
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0033
Aturdido, Hawk llevó a Julianne fuera de la pista de baile. Su corazón aún latiendo con fuerza.
¿Qué diablos había pasado?
Había perdido la cabeza por Julie.
La multitud se amontonó más. Hablando todos a la vez y en considerable volumen a medida
que ellos apresuraban el paso.
—¿Viste la manera en que la miró?
—Dios mío, pensé que la besaría.
—Casi me derretí en un charco mirándolos.
—Oh, por Dios —dijo Julianne, con voz jadeante.
—Sigue caminando —murmuró él. Maldita sea. La mitad de la maldita sociedad había
presenciado como estrechaba a Julianne y la miraba a los ojos atontado como uno de sus muchos
pretendientes. Maldición, maldición, maldición.
En toda su inocencia, ella había conseguido embrujarlo. Había caído bajo un hechizo. Esa era la
única explicación para su idiotez. No, era peor. Mucho peor. El deseo había inundado sus venas…
por la hermana de su mejor amigo. Por el amor de Dios, él era su tutor. Ella estaba prohibida.
La miró de soslayo. Su expresión soñadora lo hizo sentir como un canalla. Obviamente, aún
estaba inmersa en la mágica experiencia de su primer vals y probablemente no se dio cuenta de
relevancia de lo que había pasado.
Si los malditos periódicos sensacionalistas insinuaran un compromiso, ambos se encontrarían
en grandes problemas. ¿Cómo demonios podría explicárselo a Tristan?
Estúpido, grandísimo tonto.
Tenía que hacer algo para cambiar la situación. Cuando divisó a su tía sentada junto a la pared,
supo que debía dejar a Julianne con ella. Después se esfumaría al salón de cartas y tomaría a
broma cualquier burla de otros caballeros.
Las cabezas se volvían a medida que la llevaba a través de la multitud. Apretó los dientes e hizo
todo lo posible por ignorar las miradas.
No había llegado muy lejos cuando Amy Hardwick y Lady Georgette los interceptaron. Sus
expresiones entusiastas anunciaban problemas.
—Todos están hablando acerca del vals —dijo Georgette efusivamente.
—Mi corazón casi se detuvo cuando todos aplaudieron —dijo Amy.
El consideró dejar a Julianne con sus amigas, pero Ramsey se abría camino través de la
multitud.
—Ah, está aquí, Lady Julianne —dijo Ramsey—. He venido a reclamar el baile que Hawk me
robó.
Hawk le lanzó una mirada asesina.
—Ella no desea bailar.
Junto a él, Julianne se puso tensa. Sus amigas los observaban con los ojos muy abiertos. A él no
le importaba.
Ramsey frunció el ceño.
—¿Y quién eres tú para contestar por la dama?
—Su tutor.
Ramsey se rió.
—Celebre. El halcón1 está protegiendo el gallinero.
Hawk lo miró con ojos fríos.
—¿Me acusas de tener intenciones indecorosas con la dama?
Ramsey sonrió con satisfacción.
Hawk entrecerró los ojos.
—No sea que tú o alguien más alberge una idea equivocada, voy a dejar las cosas claras. Lady
Julianne es prácticamente una hermana para mí.
Todos a su alrededor, giraron la cabeza. Varios caballeros soltaron una risita y lo miraron con
diversión.
Ramsey alzo sus cejas rojizas.
—Sin embargo, te opones a que baile con otros caballeros.
—Me opongo a ti. —Había escuchado recientemente otro repugnante rumor en el que Ramsey
y seis de sus disipados amigos habían colado una prostituta en una de las habitaciones privadas
del club y la tomaron por turnos. No había manera de que Hawk dejara que el vil demonio bailara
con Julianne.
Ramsey hizo una reverencia.
—Lady Julianne, debo retirar mi petición. Su tutor se opone.
Después de que Ramsey se marchara, Hawk expulsó de golpe el aliento. A medida que la
tensión lentamente se iba de su cuerpo, se dio cuenta de que los dedos de Julianne estaban
temblando sobre su manga. Con inquietud, él miró su rostro que se había vuelto pálido.
—Julianne, ¿te sientes mal?
Sus labios se separaron, pero no dijo nada.
—Será mejor que te encuentre una silla. ¿Puedes caminar? —preguntó Hawk .
Amy Hardwick tomó su brazo.
—Vamos a acompañarla a la habitación de retiro, milord.
Pensó que Julianne parecía a punto de desmayarse.
—Está enferma. Iré a buscar a mi tía y llevaré a Julianne a casa.
1
hawk = halcón.
—No. —Georgette lo fulminó con la mirada—. Nosotras cuidaremos de ella. Es como una
hermana para nosotras.
Amy afirmó con la cabeza a Georgette. Luego se dirigió a él.
—Milord, nosotras buscaremos a su tía si Julie no se recupera rápido.
Mientras ellas se retiraban, Hawk frunció el ceño. Maldito Ramsey por fastidiar a Julianne.
Obviamente él había ofendido a Georgette por negarse a permitir que su libertino hermano
bailara con Julianne. Muy malo.
Julianne cubrió su rostro. A pesar de sus guantes, sus dedos se sentían helados. El
entumecimiento empezó a desvanecerse. Las palabras de Hawk hicieron eco en sus oídos otra vez.
Lady Julianne es prácticamente una hermana para mí. Oh, Dios, él no la amaba.
—Es natural llorar —dijo Amy.
—No puedo. —La garganta de Julianne estaba cerrada—. No quiero que vea mi cara manchada.
Él lo sabrá.
Georgette acarició su brazo.
—¿Cómo pudo ser tan bruto?
—Ahora no —dijo Amy entre dientes.
—Bueno, estoy enojada en su nombre —dijo Georgette—. Él la trató abominablemente.
Las amenazadoras lágrimas inundaron los ojos de Julianne. Trató de mantenerlas a raya, pero
fue inútil. Su cuerpo entero se sacudió cuando se echó a llorar.
Sus amigas permanecieron en silencio hasta que agotó sus lágrimas. Cuando Julianne se
estremeció, Amy le dio su pañuelo.
—Apóyate en mí —susurró.
Julianne se apoyó contra el delgado hombro de Amy y limpió sus húmedas mejillas.
—Georgette, hay una jarra y un palangana en el lavabo —dijo Amy—. ¿Quieres mojar un paño y
traerlo?
—Por supuesto.
Julianne cerró los ojos, pero sus palabras siguieron metiéndose en sus pensamientos. Él ni
siquiera sabía que la había aplastado. Debería estar agradecida, pero el orgullo no era un bálsamo
para su herido corazón.
El agua salpicó en la palangana de porcelana.
—Nunca podré entender a los hombres —dijo Georgette. Un tintineo sonó, probablemente la
jarra—. Fue tan atento en la pista de baile, y luego de repente insistió en que Julianne era una
hermana para él.
Julianne empezó a tragar aire. Ella se irguió de un tirón. El pánico arañaba su pecho con cada
escasa respiración.
—Despacio —dijo Amy—. Toma una respiración cada vez. Estoy justo aquí, junto a ti.
No pienses. Respira. No pienses. Respira
Las faldas de Georgette crujieron a medida cuando se acercó.
—Amy, estoy asustada. Está respirando con dificultad.
—Julie, concéntrate en una sola respiración. Sólo una —dijo Amy.
Julianne tiró de la cadena de oro del medallón. Tenía que quitárselo. Ahora.
—No te muevas —dijo Amy—. Georgette, ayúdame.
Georgette se arrodilló y tomó las manos de Julianne.
—Quédate quieta para que Amy pueda soltar el collar.
Cuando Amy rebuscó en su cuello, Julianne inclinó su cabeza. Cuando el medallón cayó sobre su
regazo, Georgette lo recogió.
bebía un poco más. Después de varios minutos, inclinó el vaso a sus labios y frunció el ceño.
Estaba vacío.
—¿Más? —preguntó Georgette.
—Lo alcanzaré. —Sus piernas temblaron un poco, pero el vino la adormeció. Rellenó su vaso y
regresó al sofá—. Supongo que viviré. —A pesar de sus valientes palabras, el dolor inundó su
corazón.
Georgette sorbió.
—Lo harás arrepentirse.
—Georgette —la reprendió Amy.
Julianne contempló su vaso.
—Es un canalla.
—Amén —dijo Georgette.
—Vamos a hablar de otra cosa —dijo Amy.
Georgette bebió de un trago su vino.
—Todos los hombres son canallas.
—Todos ellos toman amantes —dijo Julianne, recordando lo que Hester había dicho sobre
Hawk—. Incluso algunos de los casados. —Como su difunto padre.
Georgette suspiró.
—A veces pienso que las amantes tienen toda la diversión.
Amy hizo un sonido exasperado.
—Ellas son pobres mujeres que no tienen opción sino vender sus cuerpos. Debe ser espantoso
ser tan dependiente.
—Pero nosotras somos dependientes —dijo Julianne—. Los hombres controlan nuestras vidas.
Ellos tienen todo el poder. Nosotras esperamos y esperamos por ellos. Todo el tiempo, se
entretienen con malas mujeres y postergan el matrimonio. Nosotras depositamos todas nuestras
esperanzas en ellos, y luego, ¡zas!, ellos bailan de lejos porque no quieren ceder a sus
inclinaciones.
—Estás en lo cierto —dijo Amy—. ¿Pero no les damos el poder?
—Esta conversación esta deprimiendo mi ánimo. —Georgette se levantó—. Necesito otro vaso
de vino. Amy, serviré también más para ti
—Pero no he terminado con este.
—Lo rellenaré. —Georgette arrebató la copa de Amy, derramando un poco sobre su falda. Una
mancha roja se extendió, filtrándose en la ropa—. Ups.
—Será mejor que apliques ese paño húmedo sobre la mancha —dijo Amy .
—Pero luego mis faldas estarán mojadas. —Ella se rió tontamente—. Oh, ya están mojadas.
Todas se echaron a reír.
Georgette se dirigió a la licorera y rellenó las copas.
—Deberíamos tener cuidado de no embriagarnos —dijo Amy.
—Oh, ¿Por qué no? —Georgette bebió su vino—. Todos los caballeros sin lugar a dudas están
haciendo eses a esta hora.
—Pero nosotras somos damas —dijo Amy.
Georgette resopló.
—Somos damas borrachas.
—No lo suficientemente borrachas. —Julianne sorbió su vino—. ¿Cómo podré herirlo?
Georgette regresó con las dos copas y le pasó una a Amy.
—Podríamos echarle una maldición.
Amy puso su copa al lado.
—Tonta. No sabemos ninguna maldición.
—Yo sí. —Julianne sonrió con satisfacción—. Maldición.
—Maldita sea —dijo Georgette, bajando su voz en una mala imitación de un hombre.
—Diablos. —Amy se rió por lo bajo.
Las tres planearon varias, ridículas torturas para Hawk que incluyeron el potro y cadenas. Pocos
minutos después, Georgette vertió los restos de la licorera en su copa.
—Julie, aún estoy convencida de que él esstá enamorado de ti —dijo ella.
—No, no lo está. —Se le escapó un hipo.
Amy la contempló con el ceño fruncido.
—Julianne, todos en el salón de baile comentaron sobre la forma en que te miró en la pista de
baile. Continuó agarrándote incluso después de que la música se detuviera. Creo que sus acciones
hablan más que sus palabras.
Julianne se calmó. Él se había burlado de ella, y luego la había mirado con ansia.
—Amy, estás en lo cierto. —Hipó otra vez—. Me hizo creer que le importaba. Pero cuando se
dio cuenta que todos estaban hablando sobre nuestro vals, se asustó. ¿Cómo se atreve—¡hip!—a
jugar conmigo?
Georgette sonrió.
—Encontraremos una manera de hacerlo pagar.
—Nosotras no somos las únicas damas que sufren debido a esos granujas que eluden el
matrimonio —dijo Amy—. Debe haber alguna manera para que todas las damas tomen el poder
en sus manos.
—¿Cómo? —dijo Georgette.
Julianne agarró el brazo de Amy.
—Eres brillante.
Amy parpadeó.
—Pero no tengo ninguna solución.
Julianne sonrió abiertamente.
—Yo la tengo. Gracias a Hester. Ella me dijo como atraer a un calavera, y —¡hip!—tontamente
la ignoré.
2
Una de las cuatro series en que se divide la baraja de cartas.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0044
Cuando el carruaje se puso en movimiento, Hawk palmeó su sombrero sobre el asiento de piel
junto a él. Él nunca olvidaría la visión de Julianne y sus amigas corriendo apresuradamente a lo
largo del corredor, riéndose como pequeñas diablillas salvajes. Maldita sea. Ella lo había
engañado.
La tía Hester palmeó la mano de Julianne.
—¿Estás sintiendo nauseas, querida?
Él no pudo escuchar bien la respuesta de Julianne por el chasquido de los cascos sobre la calle
empedrada.
—Hazme saber si te sientes mal —dijo él, alzando la voz—. Preferiría que no vomitaras en el
carruaje.
—Marc —exclamó Hester.
Había logrado conmocionar a su tía por primera vez en su vida.
—¿Debería hacer que el conductor detenga el coche a un lado?
—No estoy enferma —dijo Julianne con una voz furiosa.
Él resopló.
—Tendrás al Diablo de cabeza mañana por la mañana —dijo, proyectando su voz para
asegurarse de que ella le oyera.
—Marc, déjala en paz —dijo Hester.
No haría nada de eso.
—Julianne, ¿qué tienes que decir?
—Aliviaste mis hipos.
—Pareces considerar divertida la cuestión —dijo en un tono conciso—. Pero te aseguro que no
lo es. ¿Pensaste en tu reputación?
—Bueno, bueno —dijo Hester—. Estoy segura de que Julianne no tenía la intención de ser
demasiado indulgente.
—Mis disculpas. No me di cuenta de que sus amigas vertían el vino en su garganta —dijo él dijo
arrastrando las palabras.
—Me rehúso a responder una acusación tan ridícula —dijo Julianne con una voz mordaz.
—Es lo mismo —dijo él—. No tengo intención de discutir la cuestión hasta que estés en un
estado más sensato.
Ella giró su cara rápidamente hacia la ventana.
Él apenas podía creerla capaz de tal engaño. Pero claramente había pensado embaucarlo, y
había tenido éxito con su treta. No hay duda de que lo creía un blandengue. Si ella creía que haría
la vista gorda ante su rebelión, mañana se enteraría que no iba a ser así.
El carruaje traqueteó hasta detenerse. Hawk descendió y ayudó a su tía a bajar. Mientras
Hester empezaba a caminar hacia la casa, Hawk tendió su mano para ayudar a Julianne. Ella lo
rechazó y se tambaleó. ¡Condenación! La agarró por la cintura para impedir que cayera y la bajó.
Cuando ella intentó apartarse, él apretó los dedos.
—Deja de resistirte.
Ella evitó su cara.
—Suéltame.
Cuando la puerta principal se abrió, Hester se volvió hacia ellos.
—Mi tía y el mayordomo están observando. Toma mi brazo —dijo él.
Julianne dio un paso. En una larga zancada, él agarró su brazo y la hizo marchar hacia la puerta.
Poco antes de que la alcanzaran, se inclinó y gruñó cerca de su oído,
—Mejor prepárate para humillarte cuando te llame mañana, mi chica.
—No soy tu chica.
Un gorgoteo extraño se escapó de ella. Entonces huyó al interior de la casa.
Una hora más tarde, Julianne se secaba la cara y se dirigía hacia la cama. La náusea se había
declarado, y ella había vomitado horrendamente.
Betty, la criada, había retirado las mantas. Después que Julianne trepó a la cama y jaló las
cobijas hasta su barbilla, Betty frunció el ceño.
—Señorita, ¿por qué no me deja llamar a Lady Rutledge? Ella debe saber que usted se siente
muy mal.
Julianne aclaró su garganta.
—Por favor no la molestes. Una noche de descanso me sentará bien.
Las sábanas olían a luz de sol fresca, tan en desacuerdo con las sombras oscuras de la
habitación. Por costumbre, ella rodó sobre su costado y abrazó la almohada extra contra su pecho,
en la misma forma en la que lo había hecho cada noche desde su primer baile con Hawk en su
baile de presentación hacía cuatro años. Y después cada noche, se había imaginado abrazar a
Hawk en su noche de bodas. Una cruda tristeza inundó su corazón, y las lágrimas hicieron picar sus
ojos. Lanzó la almohada a un lado. Nunca habría una noche de bodas para ellos.
Se puso boca abajo y sollozó en su almohada. ¿Cómo pudo ser tan estúpida? ¿Tan ciega? Había
llevado su corazón en la mano. Incluso Hester lo había notado.
Maldito sea. Una docena de caballeros se le habían declarado, pero ella los había rechazado
porque había querido esperar a Hawk.
Lo odiaba. Odiaba al hombre en quien había pensado cada día durante cuatro años. El hombre
con el que había fantaseado noche tras noche.
Se había enamorado locamente de él y lo había hecho el centro de su vida entera. Y esta noche
él le había roto el corazón en mil pedazos.
La puerta se abrió.
A la tarde siguiente, Julianne arrugó la página arruinada por las manchas de tinta y frotó sus
ojos hinchados. Durante la hora anterior, se había esforzado en su intento lastimoso por registrar
el consejo de Hester. Había concluido que Amy estaba en lo correcto. Las otras mujeres hermosas
sufrían el mismo aprieto cuando se trataba de los renuentes solteros. Pero su cabeza todavía le
dolía por el vino, haciéndole difícil pensar.
El suave tictac del reloj al lado de la cama atrajo su atención. Más temprano, había enviado las
misivas a Georgette y a Amy pidiendo que vinieran. Julianne temió que sus padres se hubieran
rehusado a permitirles dejar sus casas después de la debacle de la noche anterior. Recordó la
manera en la que Ramsey apenas había contenido su furia al ver su a su hermana zigzagueando
escalera abajo. No había duda de que Georgette se había enfermado, también. Aun el caso más
leve de nervios hacía la hacía tener arcadas.
Betty le llevó una taza de té.
—Tiene una dosis de corteza de sauce y aliviará su dolor de cabeza.
—Gracias. —Después de que la criada saliera, Julianne tapó el tintero y sorbió su té. Intentaría
escribir más tarde cuando se sintiera mejor.
La aldaba resonó escaleras abajo, sobresaltándola. Su corazón cayó pesadamente, se preguntó
si Hawk había llegado. Se precipitó hacia el tocador para comprobar su reflejo en el espejo. A
pesar de la aplicación frecuente de una compresa fría y húmeda, sus ojos estaban todavía
hinchados. Maldición. No quería que él supiera que había llorado.
Un golpe sonó en su puerta. Cuando respondió, un lacayo le informó que Georgette y Amy
habían llegado. Exhaló aliviada.
—Que pasen a mi dormitorio —dijo.
Pocos minutos más tarde, sus amigas entraron.
—Estoy sorprendida de que vuestros padres os dejaran venir —dijo Julianne.
Georgette, quien se veía notablemente bien, enderezó su escote.
—Mi hermano hizo amenazas vacías, pero al fin, le dijo a nuestros padres que había sufrido un
mareo por el movimiento del carruaje. Estoy segura de que mintió porque sabía que papá lo
culparía, —rió disimuladamente—. No tenían razón para dudar de su explicación, dada mi historia.
Por supuesto, mi criada olió el vino en mi aliento, pero le di a Lizzy uno de mis bonetes de paja del
año pasado.
Los labios de Amy se separaron.
—Ah, oí que eres una chica sensata. Concedo el punto de la señorita Hardwick acerca de los
rumores, pero tengo una idea.
Julianne se bajó de la cama y caminó hacia el escritorio.
—¿Qué clase de plan tiene en mente?
Hester sacó la silla.
—Siéntate —dijo, sacando una nueva hoja de papel—. Ahora, la manera de mantener nuestro
pequeño secreto es publicar el consejo anónimamente. Tengo a un caballero amigo que no
preguntará nada. Él hará todos los arreglos. De esta manera nadie rastreará la identidad del autor.
—¿Será un libro? — El corazón de Julianne palpitó más rápido—. ¿Debo ser una autora?
—Estoy visualizando un panfleto, que nosotras podríamos producir más rápido —dijo Hester—.
Por supuesto, todas debemos guardar el secreto. Como dijo la señorita Hardwick, no deseáis
manchar vuestras reputaciones.
—Amy, incluso tú no puedes ver fallas con ese plan —dijo Georgette.
Amy estrujó sus manos.
—Tengo serias dudas.
Hester subió su monóculo para inspeccionar a Amy.
—Tu preocupación tiene sentido, pero en este caso, no hay peligro para cualquiera de vosotras.
Si el tema se pone caliente, me responsabilizaré. Una de las ventajas de la vejez es que la sociedad
disculpa las excentricidades de uno.
Amy frunció el ceño.
—Todavía parece terriblemente riesgoso para mí.
—La única cosa que se requiere de ti y de Lady Georgette es el secretismo —dijo Hester—.
Nunca deberéis revelárselo a otra alma.
—Nos callaremos —dijo Georgette—. Oh, esto será tan divertido.
Hester destapó el tintero, sumergió la pluma, y se la dio a Julianne.
—Ahora el trabajo comienza.
—No sé por dónde empezar —dijo Julianne—. Parece una tarea abrumadora.
—Necesitas un título, ¿no crees? —dijo Hester—. Debe reflejar el contenido de tal manera que
las demás corran a comprarlo.
Julianne arrugó su frente.
—¿Consejos para las heridas de amor?
—Necesitamos algo más provocativo —dijo Hester, agitando su mano—. Ah, lo tengo: Los
Secretos de la Seducción.
Georgette jadeó.
—¿Seducción?
—Sólo la sugerencia de eso, querida —dijo Hester—. Los coqueteos y las promesas implícitas
de placeres secretos vuelven salvaje a cualquier hombre. Tengo alguna experiencia en la materia.
Debido a que Hester había logrado atraer a cinco maridos, Julianne concluyó que era experta.
—Una introducción maravillosa. —Hester aspiró como si quisiera decir más, pero un golpe en la
puerta se le adelantó—. Adelante —dijo.
Un lacayo anunció que Lord Hawkfield esperaba en la sala egipcia. El estómago de Julianne se
apretó involuntariamente.
Cuando la puerta se cerró, Georgette se levantó y sacudió sus faldas.
—Debemos dejarte ahora.
—¿Tenéis la intención de abandonarme? —dijo Julianne, elevando la voz con el impacto.
—Estoy de acuerdo con Georgette —dijo Amy—. Debes enfrentarlo hoy, y nosotras sólo nos
interpondremos.
—No debes preocuparte. Lady Rutledge estará contigo —dijo Georgette. Después de que sus
amigas la dejaron, Julianne tragó saliva. Temía ver a Hawk hoy. En una noche, su relación con él
había sido alterada para siempre. Necesitaba más tiempo para ajustarse al cambio repentino, más
tiempo para enterrar el sueño al que ella se había aferrado durante tantos años. Más tiempo para
curarse.
Hester le dirigió una mirada simpática. Usa tus artimañas para distraerlo. Estoy segura de que
todo resultará como esperas.
Ella ni siquiera sabía ya lo que quería, pero recordando sus palabras la noche anterior, presionó
sus uñas en sus palmas. De ninguna manera se humillaría. Alzó su barbilla.
—Por favor infórmele que no lo recibo.
Un golpe sonó en la puerta. Cuando Julianne contestó, un lacayo le informó que Lord Hawkfield
pedía su presencia inmediata en la sala egipcia.
Ella inhaló por la nariz.
—Dígale que estoy ocupada.
Después de que el criado se fue, caminó de regreso al escritorio con una sonrisa orgullosa. Lo
dejaría cociéndose a fuego lento.
Repasó sus palabras e hizo varias correcciones cuando otro golpe sonó. Exasperada, caminó a
grandes pasos hacia la puerta para encontrar al atribulado lacayo tendiendo una bandeja de plata
con una nota. Julianne recogió el papel doblado y leyó el mensaje.
—Un momento por favor —le dijo al lacayo. Entonces regresó al escritorio y escribió su
respuesta en la nota de Hawk.
Después de instruir al lacayo para que le entregara su misiva, regresó al escritorio, pero la
última edición de La Belle Assemble la tentó. Estudió atentamente los figurines, encontrando un
vestido especialmente precioso para pasear adornado con listones rosados.
La puerta se abrió repentinamente, sobresaltándola. Hester se precipitó al interior, sus ojos
brillantes.
—Mi sobrino está enfadado. Debo decir que tu respuesta fue muy inventiva, pero ahora debes
venir.
Julianne dejó a un lado la revista y frunció el ceño.
—No me someteré a sus demandas.
—No debes presionarlo demasiado. Amenazó con devolverte a casa si no cooperas.
Hawk probablemente quería deshacerse de ella para así poder pasar todo el tiempo de juerga y
de libertinaje. No le daría la satisfacción.
—Oh, muy bien.
Siguió a Hester escaleras abajo. A pesar de su anterior bravuconada, la ansiedad de Julianne
aumentaba con cada paso que daba. Cuando se acercaban a la sala de estar, desvió una mirada
suplicante a Hester.
—No deseo verlo hoy. Es demasiado pronto.
—Mi sobrino fanfarroneará, pero no tienes nada que temer.
Ella no temía a Hawk. Tenía miedo de sí misma, porque en lo profundo de su interior, un
pequeño rincón de su corazón todavía dolía. Pero se prometió que nunca lo dejaría ver que la
había herido. Respirando profundamente, entró con Hester a la sala de estar.
Hawk se volvió de su contemplación de la momia falsa y unió sus manos a la espalda.
Naturalmente los perros saltaron, ladrando y meneando sus colas. Hawk les ordenó sentarse y
caminó a grandes pasos a través de la lujosa alfombra. Llevaba puesto un abrigo verde cazador de
equitación y pantalones color piel que abrazaban, cual guantes, sus piernas musculosas.
¿Por qué estaba admirándole cuando él la había humillado la noche anterior? Alzó la barbilla y
le dirigió una mirada gélida.
—Ah, ahora percibo la razón para tu renuencia a saludarme —dijo.
Ella le valoró con suspicacia.
—¿Perdón?
Los perros comenzaron a aullar. Hawk les ordenó cesar. Siguieron ladrando, haciendo latir las
sienes de Julianne.
—Me ocuparé de ellos.
Hester se puso de pie. A pesar de su zalamería, los perros se rehusaban a obedecer. Entonces
agarró dos panecillos de la bandeja del té, caminó hacia la puerta, y gritó:
—Galletita, galletita. —Los spaniels salieron aceleradamente de la sala de estar.
Después de que Hester siguió hasta afuera a los perros y cerró la puerta, Hawk dio tres largas
zancadas hasta que estuvo de pie a centímetros de Julianne.
—Ahora me explicarás, y no mentirás. Lo sabré. —Sus palabras de la noche anterior
atravesaron su corazón nuevamente. Lady Julianne es prácticamente una hermana para mí. Él
sabía que él la había confundido a ella y a todos los demás en ese baile.
—Respóndeme —dijo.
Ella se levantó del sofá, rehusándose a permitirle gravitar amenazadoramente sobre ella, no es
que eso hiciera mucha diferencia debido a que él era una cabeza más alto.
—Supones que pensé escapar del salón de baile para aviesos propósitos.
—Es un hecho, no una presunción —dijo.
—Dejé el salón de baile porque hiciste una escena cuando Ramsey me pidió que bailara. —Su
mano había temblado incontrolablemente. Si sus amigos no hubieran intervenido, ella podría
haber derramado lágrimas y haberse deshonrado.
—Pensé que tendrías la discreción de asumir la responsabilidad por tu pobreza de juicio —dijo
él.
—Me avergonzaste delante de mis amigas. —Delante de la alta sociedad entera. El sufrimiento
la engulló. Todo el mundo había oído sus palabras. Otros que estaban cerca habían sonreído
burlonamente. Y él había sido tan ciego que ni siquiera se había dado cuenta de lo que le había
hecho.
Él se mofó.
—Ah, ya veo. Te desilusionaste tanto que te fuiste corriendo para ahogar las penas.
Debía estar aliviada de que él no hubiera adivinado la razón verdadera por la que había dejado
el salón de baile, pero su insensibilidad hizo el dolor mucho peor.
—Necesitaba algo para apaciguar mis nervios.
—Eso, querida, es una de las excusas más lamentables que alguna vez haya oído.
Ella lo miró furiosa, tentada a preguntarle cual era su excusa por confundirla a ella y a todos los
demás en el baile. Pero si expresara las palabras, él sabría que ella se había enamorado de él.
Nunca le daría esa satisfacción.
—Diste un espectáculo. Ramsey es el hermano de mi amiga, y tú lo insultaste. No tenías
derecho de rehusar en mi representación. —Realmente, habría alegado cansancio para evitar
bailar con Ramsey, pero no tenía la intención de concederle eso a Hawk.
—Tengo todo el derecho —dijo en un tono bajo, peligroso—. Te mantendrás lejos de él.
Ella no daba un ápice por Ramsey, pero no permitiría que Hawk le diera órdenes.
—No trataré al hermano de mi amiga como si fuera un paria. Si deseo bailar con él, lo haré.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0055
Una densa niebla envolvía su cerebro. Su miembro tenso contra los límites de sus pantalones
ajustados. Se consumía en llamas mientras la presionaba más cerca. Segundos antes de que la
besara de nuevo, encontró su mirada. Los inocentes ojos azules que le devolvían la mirada lo
barrieron como una gigantesca ola del mar.
Dio un paso atrás, respirando como un caballo de carreras. ¡Maldita sea! Había besado y
tocado a Julianne.
Sus ojos tenían una expresión de asombro cuando se tocó los labios hinchados por sus besos.
Probablemente nunca la habían besado antes. Su pecho ardía de vergüenza. Había perdido todo el
control con la hermana de su mejor amigo. Condenada sea su alma al infierno.
Hawk le dio la espalda y apretó los puños, tratando desesperadamente de someter su erección
a fuerza de voluntad. Por amor de Dios, era su tutor. Tristan confiaba en él para protegerla. Y
había fracasado miserablemente.
Los recuerdos de su padre acusándole hacía más de una docena de años hicieron eco en su
cabeza. Eres un canalla inmoral.
Había demostrado que su padre tenía razón en varias ocasiones, pero nunca antes había tocado
a una inocente. Sólo la peor clase de sinvergüenza se aprovecharía de una señorita joven y soltera.
Se acercó al aparador y vertió brandy en un vaso. Cuando bebió el licor, se quemó la garganta y
le hizo lagrimear. La lujuria corriendo por sus venas poco a poco amainó, dejando un dolor
embotado en su ingle.
¿Qué demonios le había poseído?
Recordó su ira creciendo por su negativa a tomar sus advertencias en serio. Entonces explotó,
decidido a enseñarle una lección. Todo lo que hizo fue demostrar que no era mejor que Ramsey.
Dejó el vaso a un lado. Si alguien los hubiera interrumpido, no habría tenido más opción que
ofrecerle matrimonio. No podía ni siquiera pensar en la reacción de Tristan.
Ahora mismo, tuvo que dejar a un lado la imagen de lo que podría haber sucedido y afrontar las
consecuencias. Todo lo que podía ofrecer era una disculpa, pero las palabras huecas nunca
podrían compensar lo que le había hecho.
Se volvió hacia ella, el rubor manchando sus mejillas le hizo sobresaltarse
—Te pido perdón. Esto no debería haber ocurrido.
Un brillo sospechoso le llenó los ojos, y volteó la cara como si no quisiera que lo viese.
—Yo... te lo permití.
Se despreció a sí mismo. Su primer beso debería haber sido suave y dulce, pero nunca tuvo la
intención de besarla. Y ciertamente no contaba con el deseo que lo había consumido en el
instante que sus labios se encontraron.
Hawk se posicionó cerca del aparador en el abarrotado salón de Lady Morley y bebió una copa
de brandy mientras observaba a los invitados deambular. Naturalmente, una media docena de
jóvenes rodeaba a Julianne. Trató de decirse a sí mismo que eran jóvenes, intimidados por su
belleza, y por lo tanto, inofensivos. Pero eran hombres. En el segundo que ponían los ojos en una
mujer bonita, sus instintos primitivos tomaban el control, y su cerebro evocaba una imagen… una
imagen desnuda.
El fuego encendió su sangre ante el pensamiento. Apretando los puños, se movió a rescatar a
Julianne de esas miradas lascivas. Pero Lord Morley, un hombre corpulento, de mejillas rojizas, se
le apareció dando tumbos. Hawk dio un paso hacia un lado, derramando su brandy, apenas
evitando una colisión. Dejó a un lado el vaso y sacó un pañuelo para secarse la manga húmeda.
Con aire altanero, Julianne se fue acercando a él, sus cejas delgadas elevadas.
—Apestas como una cervecería. ¿Cuánto brandy has bebido?
Guardó el pañuelo.
—No estoy borracho.
Ella se burló.
—Una prueba más de tu hipocresía.
—Has violado la regla número tres.
—Refresca mi memoria —dijo.
—No coquetear —gruñó.
Ella resopló.
—Hablé con esos caballeros un breve instante. Son muy simpáticos.
—Bien, oh. —Por el rabillo del ojo, vio que Ramsey, Georgette, y Amy se dirigían hacia ellos.
Sabía que Ramsey utilizaba a su hermana como excusa para involucrar a Julianne en una
conversación. Decidido a frustrar al desalmado, Hawk tomó el brazo de Julianne y la arrastró lejos
de ellos.
—Suéltame —dijo.
Su mano se aferró con fuerza sobre los dedos de ella.
—No.
Ella miró por encima del hombro.
—Lo has hecho a propósito.
Bueno, eso era evidente.
—Te llevo con mi tía.
—¿Después qué? ¿Tiene planes de encerrarme?
—No me tientes.
Cuando Hawk pasó a los cachorros que habían coqueteado con ella antes, les dirigió una
amenazante mirada de ni siquiera miréis a mi pupila. Sonrió con maldad por sus expresiones
paralizadas, seguro que ahora mantendrían las distancias.
Un sentimiento de satisfacción hinchó su pecho. Ahora tenía el control completo de la
situación. Por supuesto, probablemente se volvería completamente loco de aburrimiento mientras
escoltaba a Julianne y su tía por la ciudad. Pero no iba a renegar de su promesa a Tristan.
Cuando llegaron con su tía, un delgado anciano, con poco pelo se acercó con una taza de té.
—Qué amable de su parte, Señor Peckham —dijo Hester—. Y aquí está mi sobrino y Lady
Julianne.
Mientras Hester hacía las presentaciones, Hawk se preguntaba dónde había encontrado a
Peckham. Una vez más su tía coleccionaba extraviados dondequiera que fuese.
Lady Morley dio unas palmadas y pidió a todo el mundo encontrar asientos para que el evento
literario comenzara. Hawk se sentó junto a Julianne, preguntándose cuánto tiempo durarían las
lecturas de poesía. Su tía había mencionado una cena de medianoche. Sacó su reloj, y con un
gemido interno vio que eran sólo las nueve y cuarto. ¡Qué aburrida manera de pasar la noche!
Julianne se acercó más a él, llenando su cabeza de un ligero aroma floral. Demonios. Este
asunto de ser tutor aturdía su cerebro.
—Si estás tan ansioso por irte, vete —susurró—. Tu tía y yo podemos volver a casa en un coche
de alquiler.
Guardó su reloj.
—Me hieres. Y yo que pensé que deseabas mi compañía.
Ella resopló.
Lady Morley sonrió.
—Ahora vamos a comenzar. Lord Ramsey ha accedido amablemente a leer uno de los sonetos
de Shakespeare.
Hawk bufó.
Julianne le dio un codazo.
—Estoy interesado en las mujeres, o debería decir en una dama en particular —dijo, su voz
retumbando.
Dios mío. Hawk había estado en lo cierto sobre las intenciones de Ramsey.
Julianne lanzó una mirada a Hawk. Sin embargo, no había notado a Ramsey, pero pronto lo
haría. La estuvo observando toda la noche y probablemente trataría de rescatarla de Ramsey y sus
supuestamente perversas intenciones. Pero no tenía ningún deseo de permitir que la alejase de
sus amigas.
Lady Boswood, la madre de Georgette, se unió a ellas y tomó el brazo de su hija.
—Georgette, te estaba buscando. Señorita Hardwick, hay algo que me gustaría discutir con
usted también.
—Pero, mamá… —dijo Georgette.
—Haz lo que te digo —dijo Lady Boswood en un tono anodino.
Julianne las observó irse. Las maquinaciones de Lady Boswood obviamente suponían un
problema, problemas casamenteros. Pero Julianne había evadido más de algún pretendiente no
deseado y tenía la intención de hacer lo mismo ahora.
—Ha sido un placer, señor. Ahora, si me disculpa, tengo que hablar con Lady Rutledge.
—No se vaya todavía. —Le sonrió—. He esperado toda la noche para pasar unos momentos con
usted.
¡Oh, Dios! No quería alentarle. Muchos caballeros la habían perseguido durante los últimos
cuatro años, incluso siempre había embromado a cualquiera que se hizo demasiado ferviente.
Había esperado que mermaran sus sentimientos, pero algunos caballeros eran olvidadizos.
—Es aún más hermosa que lo que recordaba —dijo Ramsey, su voz retumbando de cierta forma
que ella sospechaba que era ensayada.
Ella arqueó las cejas.
—¿Tiene a menudo problemas de memoria, milord?
Él frunció el ceño.
—¿Disculpe?
—Me vio hace dos noches.
Se rió demasiado cordial.
—Quise decir más bella que el año pasado.
Comprendió, en aquel tiempo no le había prestado más que una fugaz atención.
—Estoy muy contento que fuera capaz de venir a Londres para la temporada —dijo—. Cuando
Georgette me dijo que podría no venir por el confinamiento de la duquesa, no pude ocultar mi
decepción.
Sólo había intercambiado con él algunas palabras amables el año pasado cuando había visitado
a Georgette. Sin embargo, afirmaba estar ansioso por su presencia en Londres. Había lidiado con
más de una persona con mucha labia y reconocía la falta de sinceridad cuando la oía.
—Me halaga mucho, milord.
La miró con los ojos entrecerrados, el truco de un granuja.
—Eso es imposible, milady.
—Has vivido una existencia resguardada. Tu hermano te ha protegido por buenas razones. Hay
hombres y mujeres que son mucho más mundanos, que se aprovecharían de tu inocencia. —Había
aprendido la lección de la manera más difícil.
—Dame el crédito de tener el suficiente sentido para evitar los estafadores.
No entendía lo vulnerable que la hacía su falta de experiencia. Hacía mucho tiempo, había
pagado un alto precio por su propia ingenuidad. Tendría que vivir con las consecuencias en
silencio durante el resto de su vida.
—Hawk, ¿qué es lo que te preocupa?
—Tengo un problema —bromeó.
—Me lo puedes decir —dijo.
No podía decírselo, literalmente, no podía revelar esos eventos a nadie.
—Mi confesión tomaría semanas, meses, quizás años.
—No lo dudo —dijo, sonriendo.
Incluso si quisiera desnudar su alma, no podía. Porque había otra persona involucrada, alguien
de quien nunca podría hablar.
Buscó sus ojos. Apartó la mirada, incómodo con su escrutinio.
—Te inquieta que me suceda algo malo —dijo ella.
—Le prometí a tu hermano protegerte de los sinvergüenzas.
Ella arqueó las cejas.
—¿Te incluye eso?
Sus palabras traspasaron un lugar desolado dentro de él. Apartó la mirada, pero su corazón
pareció bajar a su estómago mientras recordaba aquel fatídico día en que su padre lo enfrentó. El
tiempo dio marcha atrás, y una vez más, su mundo estaba destrozado a su alrededor. Su pecho
ardía de nuevo con miedo, recordó la vergüenza en la acusación indignada de su padre. Podría
haber soportado el remordimiento de no ser por el miedo que había condenado a un inocente a
una vida de sufrimiento.
—Hawk —preguntó Julianne tentativamente.
Contuvo el aliento al comprender que había dejado caer la máscara. Por costumbre, plantó una
sonrisa en su rostro y meneó las cejas.
—Cuidado con el lobo feroz que está al acecho en el salón.
Ella levantó las manos.
—Oh, qué miedo.
Deberías tenerlo.
—Será mejor que me vaya.
Se levantó con él. Hawk le hizo un guiño mientras hacía una ridícula reverencia.
La risa ronca de Julianne reverberó por toda su columna vertebral. Él mantuvo su sonrisa hasta
que salió de la habitación. Sólo entonces dejó caer la máscara de payaso.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0066
—Mi sobrino está luchando contra su atracción por ti debido a la promesa que le hizo a tu
hermano —dijo Hester—. Hechízale y enciende sus pasiones a toda costa, sin embargo, no debes
dejarle acercarse demasiado pronto.
Las mejillas de Julianne se calentaron. Se levantó y se acercó a la ventana para evitar el
escrutinio de Hester. Por supuesto, había fallado miserablemente cuando se dejó besar. Ni
siquiera había intentado resistirse, incluso después que había aclarado su desinterés en el baile.
¿Esperaba en secreto que su beso significara algo más que la mera lujuria para él?
—Niña, ¿Qué te ocurre?
No se atrevía a mirar a Hester. Mamá siempre le había dicho que todos sus pensamientos se
mostraban en su rostro, y Julianne no quería que Hester viese sus tumultuosas emociones.
—Todo lo que quiero es completar el panfleto para que pueda ayudar a otras mujeres solteras.
—¿Renuncias a mi sobrino?
Debería haber renunciado hacía mucho tiempo. No la quería, y no se degradaría más en la
búsqueda de su corazón. Con un suspiro profundo, reunió su coraje y afrontó a Hester.
—Esa puerta está cerrada.
Hester le dirigió una mirada sagaz.
Se volvió hacia la ventana. Las gotas de lluvia repiqueteaban en el cristal ondulado. Hester no la
creía, pero Julianne quería contarle todo. Había pasado demasiados años queriéndole y esperando
por él.
—Pasará algún tiempo antes de estar dispuesta a abrir de nuevo mi corazón —dijo.
Hester suspiró.
—¡Ah, los dramas del amor joven! Lo recuerdo todo muy bien.
Julianne regresó al sofá.
—Hábleme de su primer novio.
—Bueno, no fue mi novio, aunque sin duda le admiraba de lejos.
—¿No devolvía sus sentimientos? —preguntó Julianne.
—Intercambiamos palabras de vez en cuando y miradas anhelantes. Pero no se atrevió a
declararse. —Hester miró a Julianne con una sonrisa agridulce—. Era el administrador de mi padre
y por completo inadecuado.
—Oh, no —dijo Julianne—. Su corazón debe haberse roto.
—Fui sometida a una angustia mucho mayor. Sin saberlo, mis padres arreglaron mi matrimonio
con un hombre que me doblaba la edad.
Julianne jadeó.
—Debe haber estado horrorizada.
—Lloré durante días, pero no tuve elección. No fue el más atento de los hombres y le
disgustaba porque no le daba un heredero.
Julianne se cubrió la boca al percibir que Hester debería haber sufrido mucho.
—Pero, tres años más tarde, murió de un ataque al corazón. —Sonrió a Julianne—. Me dejó una
considerable fortuna, y como viuda, tenía mucha más libertad. En aquel entonces, era joven y
llamé la atención de más de un apuesto caballero.
La confianza es la clave para ser irresistible. Borra tus sentimientos de insuficiencia. Una mujer
que tiene seguridad emana una cualidad misteriosa, una que la hace fascinante para los hombres.
No hace falta ser una gran belleza. Se dice que Ana Bolena era sólo moderadamente atractiva,
pero su vivacidad e ingenio atrajo a los caballeros a su lado. Su carácter evasivo la hizo aún más
deseable. Esa inexplicable cualidad debes expresarla si quieres atraer la atención de los caballeros.
La emoción corrió a través de sus venas. Estaba segura de que el panfleto sería un éxito
clamoroso.
Como era de esperar, la comida estaba fría, y su compañera de comedor, la hija de Wallingham,
muda.
Hawk recordó el bistec caliente en su club y suspiró para sus adentros. Esperaba que pronto las
damas se retiraran. Era un triste comentario sobre su vida como tutor esperar con interés beber el
oporto mientras los caballeros hacían circular alrededor de la mesa un puñetero orinal. Un buen
tiempo para mear, pensó con ironía.
Una risa ronca femenina atrajo su atención hacia Julianne. Sentada al lado del impetuoso joven
heredero del conde de Wallingham, Edmund, vizconde de Beaufort. Hawk notó como la mirada de
Beaufort se extraviaba al escotado corpiño de Julianne. Demonios. Por supuesto, todas las damas
lucían sus pechos de una manera similar, aunque algunas, como la silenciosa Lady Eugenia, tenía
poco que mostrar.
—Bueno, Hawk —dijo Lord Wallingham desde la cabecera de la mesa—, oí que toda su familia
estaba en Bath con su bisabuela enferma.
Lady Eugenia finalmente encontró su voz chillona.
—Siento oír hablar de su enfermedad, milord.
—Nada de qué preocuparse —dijo—. Sólo sus habituales palpitaciones de corazón.
Eugenia le miró horrorizada.
—¿Milord?
—Finge su enfermedad para llamar la atención —dijo Hawk.
—P…Pero, ¿por qué? —preguntó Eugenia.
—¿Está sorda? Para llamar la atención.
—Oh. —Eugenia, una vez más se quedó en silencio.
Hawk se llevó un bocado de patatas coaguladas a la boca, al instante se arrepintió. Se las
arregló para ocultar su asco por la comida con un trago de vino.
Wallingham miró a Hawk.
—Ahora que Shelbourne se ha casado, espero que usted esté en busca de una esposa. No
puede ser superado por el duque.
Hester sentada más alejada en la mesa le sonrió.
Dejó la copa a un lado, con la sospecha que Wallingham tenía esperanzas de endilgarle a
Eugenia
—Me atrevo a decir que nadie puede superar el espectacular casamiento de Shelbourne.
Julianne miró a Hawk con una sonrisa.
—Su compromiso fue en verdad el acontecimiento de la década.
Hawk le guiñó un ojo. Sólo él y su familia sabían de antemano que Tristan pensaba proponerle
matrimonio a la ex señorita Mansfield en un baile la primavera pasada.
Lady Wallingham acarició sus labios con la servilleta y habló desde el otro extremo de la mesa.
—Lord Hawkfield, debe casarse pronto. Es su deber.
—Milady, le aseguro que mi deber más inmediato es cumplir con mi papel de tutor de Lady
Julianne. —Semanas y semanas de mantenerla lejos de la mitad de los solteros de la alta sociedad,
locos de lujuria. Tendría suerte si no se volvía loco en el proceso.
—Sí, pero eso no le impide casarse —insistió Lady Wallingham.
—Bueno, tenemos grandes esperanzas —dijo Hester—. Ya mostró cierto interés en el
matrimonio cuando se comprometió el año pasado. Por desgracia, sólo duró una hora.
Eugenia dejó caer el tenedor en el plato.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró.
Todos los demás invitados se quedaron mirando a Hawk asombrados.
Beaufort se inclinó hacia delante.
promover un enlace. Lo último que Julianne quería era engañar a Beaufort. Trató de pensar en
alguna manera de decirle que sólo quería su amistad, pero llegó a la conclusión de que decir una
cosa sonaría presuntuoso y vanidoso. Caramba. Tenía que decir algo para desalentarle sin ofender.
No tuvo por qué preocuparse. Beaufort comenzó a charlar sin parar sobre una calesa nueva que
pensaba comprar. Sus ojos brillaban codiciosamente al describir todos los detalles. Mientras
hablaba de los ejes individuales y las dimensiones de las ruedas, giró su mente hacia el panfleto.
Ahora que había terminado su capítulo de cómo ser irresistible, decidió que su siguiente
secreto debería introducir algunas bromas ingeniosas.
Si sólo tuviera una pluma y papel a su disposición, podría garabatear sus ideas inmediatamente.
Por supuesto, no podía hacerlo en el salón. En el momento en que llegara a casa, anotaría sus
pensamientos. Sonrió ante la imagen de todos esos solteros presumidos persiguiendo a las
mujeres solteras desinteresadas.
—Puedo ver que se alegra por mí —dijo Beaufort.
Sus palabras le hicieron recordar sus modales.
—Bueno, me imagino que es similar a lo que siento cuando compro un nuevo sombrero.
Se echó a reír.
—Es un poco más emocionante que eso.
Su arrogancia la fastidió. Era evidente que creía que sus intereses masculinos eran muy
superiores a los suyos.
Le cogió las manos, sorprendiéndola.
—Si todo va bien, voy a hacer la compra en una semana. Ahora quiero su promesa que va a dar
un paseo conmigo en el parque.
¡Oh, Dios! No podía negarse sin herirle. Entonces, una idea le vino a la cabeza. Fijó una
expresión vacía en su rostro.
—A veces soy muy despistada. Tal vez sea mejor que me lo pida de nuevo cuando sea de su
posesión.
—Lo haré —dijo.
Maldición. Probablemente no lo olvidaría.
Una sombra cayó sobre ellos. Alzó la vista para encontrar a Hawk mirando enojado a Beaufort.
Beaufort le soltó las manos.
—Nos marchamos —dijo Hawk bruscamente.
Agarró el brazo de Hawk, aliviada en secreto de escapar de Beaufort, de los ejes y de las
dimensiones de las ruedas.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0077
La siguiente noche, Hawk escoltó a su tía y a Julianne al abarrotado salón de baile de Lord y
Lady Durmont. Por su vida, no podía entender por qué las damas habían aceptado una invitación
al baile de Lady Durmont cuando no les gustaba ni la mujer ni su intrigante hija, Lady Elizabeth.
Pero Hester había insistido en el que todo que era alguien estaría allí, y por lo tanto, ellos también.
Después de que su tía se alejara tranquilamente para cotillear con sus viejas amigas, le lanzó
una mirada furtiva a Julianne. Su corpiño consistía en poco más que un trozo de sedosa tela.
Siendo un hombre, y por lo tanto no mucho mejor que una bestia, no pudo evitar darse cuenta del
cremoso oleaje de sus pechos. Recordó la forma en que habían encajado perfectamente en su
mano, mientras incitaba el pezón con su pulgar. Naturalmente se imaginó liberando sus pechos y
succionando...
Una explosión de calor se disparó hacia su ingle. Alarmado por el hecho que podría haberlo
atrapado comiéndosela con los ojos, levantó bruscamente su mirada. Ella estaba estirando su
cabeza y rebuscando entre la multitud, completamente indiferente. Demonios. Sabía que cada
macho y libertino que enturbiara su camino la desvestiría mentalmente.
—Tu vestido es inadecuado —dijo él.
Ella frunció el ceño.
—¿Perdón? Es el último grito de la moda.
Él bajó nuevamente la mirada hacia sus pechos, pensando en que su apenas-corpiño era
definitivamente digno-de-mirar.
Ella desplegó su abanico.
—Deja de mirar mis pechos.
—Es bastante difícil evitarlo cuando hay tanto en exhibición.
—Estoy segura que has visto mucho más en tu carrera de libertino, —resopló—. Voy a buscar a
mis amigas.
—Te ayudaré.
—No estás planeando seguirme, espero.
En ese momento, Charles Osgood, el mal poeta, vio a Julianne. Sus ojos se encendieron como
linternas gemelas mientras caminaba directamente hacia ella.
—No tengo intención de seguirte —dijo Hawk, tomándola del brazo y caminando rápidamente
antes que Osgood pudiese alcanzarla—. Te acompañaré.
—No necesito un acompañante —dijo ella.
—Quiero decir a la pista de baile.
—Se supone que un caballero debe pedirlo, no exigirlo.
—Déjame decirlo de otro modo. ¿Puedo tener el honor del primer baile?
—La única razón por la que deseas bailar es para que puedas mantenerme vigilada —dijo ella
con un altivo movimiento de cabeza.
No estaba dispuesto a admitirlo.
—Es perfectamente correcto para un tutor bailar con su pupila.
—¿Ah, sí? ¿En qué libro de reglas consultaste?
Él le guiñó un ojo.
—Prometo comportarme.
Ella consideró su petición por un momento, y entonces sus labios se curvaron en una burlona
sonrisa.
—Con una condición.
Oh-oh. Sabía que no le iba a gustar.
—Bailaré contigo si luego te marchas al salón de juegos y me dejas en paz.
—Regla número cuatro: debo aprobar todos tus compañeros de baile —dijo él.
Ella soltó un largo suspiro.
—La regla número cuatro no tiene sentido. En un baile campestre, intercambiaré de pareja.
Por supuesto, tenía razón, pero eso sólo le recordó algo importante que había olvidado.
—Regla número siete: no bailar el vals.
—¡Ah! Sólo eran seis reglas —dijo.
—Me reservo el derecho de añadir nuevas si cambian las circunstancias —dijo él.
—Discutiremos eso en otro momento. Por ahora, sin embargo, estoy desesperada por librarme
de ti, y aceptar el trato.
No le gustaba la idea de dejarla sola en un salón lleno de hombres lascivos, pero si la seguía de
cerca toda la noche, otros podrían concluir que él tenía intenciones románticas. Su único recurso
era salir al salón de baile constantemente y asegurarse de que todo estuviese bien.
—Aceptaré, con un añadido —dijo él—. Debes permanecer en el salón de baile, y limitarte a la
regla número dos: No más de una copa de vino o jerez.
—De acuerdo —dijo ella.
Cuando llegaron a la pista de baile, se puso en frente de ella, al lado de otra docena de parejas.
La orquesta comenzó una animada melodía. Miró la primera línea de la fila e hizo una mueca al
primer caballero, que brincaba hacia delante y en diagonal hacia atrás. Una dama se cruzaba
directamente, repitiendo el movimiento. Después, las parejas se estrecharon las manos
sucesivamente, girando y cambiando lugares en la línea.
Cuando llegó su turno, se limitó a caminar hacia adelante. Julianne hizo una mueca, pero no le
importó. Se negaba a saltar como una chica.
Finalmente, los movimientos cambiaron, y llevó a Julianne al comienzo de la línea.
—Estás dando zancadas —dijo ella—. Es un baile. Se supone que te mueves con gracia.
—Yo no brinco.
Se movieron hacia adelante y atrás y luego se volvieron el uno al otro.
—Un caballero elegante, muestra su refinamiento al bailar —murmuró ella.
—Buenas noches, mi-milord. —Huyó, odiando la manera en que su voz se había alterado. Lo
único que quería era poner la mayor distancia posible entre ella y Ramsey. Cuando un grupo de
matronas la miraron de reojo, Julianne de inmediato redujo sus pasos. Recorrió el perímetro de la
sala de baile para evitar lo peor de la multitud, abanicando su ardiente rostro.
Su estómago se removió. Elizabeth y Henrietta lo sabían. Ramsey lo sabía. Todo el mundo lo
sabía. Ella misma había hecho el ridículo, porque había dejado ver sus sentimientos.
Julianne quería ir a casa, pero su casa estaba a kilómetros y kilómetros de distancia. ¿Y qué le
diría a su hermano y a su madre? No quería que su familia supiera que se había puesto en ridículo
ante toda la sociedad.
Su garganta estaba atascada. Su madre le había advertido en reiteradas ocasiones acerca del
enamoramiento. Le había dicho que guardara silencio en sociedad y adoptara un semblante
inexpresivo. Pero había ignorado las advertencias, pensando en que su madre era demasiado
prudente. Durante todos esos años, había adorado a Hawk abiertamente y malinterpretado sus
bromas como señal que él correspondía sus sentimientos.
Probablemente él lo sabía. ¿Cómo no, cuando ella lo seguía como un cachorrito ansioso?
Le dolía el pecho. Nunca había estado tan mortificada en su vida.
A mitad de camino de regreso a la sala de baile, se encontró con Sally Shepherd y esbozó una
débil sonrisa.
—Sally, han pasado años desde la última vez que te vi.
El redondeado rostro de Sally se iluminó.
—¿Has oído? Habrá un anuncio esta noche.
—¿Qué anuncio? —dijo, sin importarle realmente.
—Nadie lo sabe con certeza —dijo Sally—. Lady Durmont se mantiene muda al respecto.
—Estoy segura que lo descubriremos muy pronto. —Comenzó a excusarse, pero llegaron Amy y
Georgette, emocionadas.
Los azules ojos de Georgette brillaron.
—Algo se está tramando. Sally, ¿Sabes que será anunciado?
—No, pero todo el mundo está en ascuas.
El pecho de Julianne se tensó. ¿Cómo iba a soportar mezclarse entre la multitud y fingir que
nada andaba mal?
Mientras Sally y Georgette continuaban especulando sobre el anuncio, Amy se acercó a
Julianne.
—No pareces tú misma esta noche —murmuró.
La sensibilidad de Amy la hizo plenamente consciente de los sentimientos de los demás.
—No es nada. Pronto volveré a ser yo misma —dijo Julianne.
—Si necesitas que alguien te escuche, sólo necesitas pedirlo —dijo Amy.
Julianne asintió, pero la herida estaba en carne viva. Apenas hace un poco más de una semana,
se había alegrado al enterarse que Hawk había accedido a ser su tutor. Estaba tan segura de que
este sería el año en el que haría todos sus sueños realidad. Esa noche en el baile de Beresford,
pensó que su rechazo había sido la peor cosa que le pudiese haber pasado. No sabía que todos se
burlaban de ella.
Lord Beaufort y el señor Osgood se unieron al grupo. Sally les preguntó, pero no sabían nada
acerca del inminente anuncio.
Beaufort volvió su mirada a Julianne.
—Digo yo, ¿Dónde está su acostumbrada sonrisa, Lady Julianne?
Evidentemente sus emociones se revelaban en su rostro. Se prometió trabajar en la adopción
de una expresión serena.
—Sólo estaba perdida en mis pensamientos. —Tendría que fingir por el resto de la noche que
no pasaba nada.
Georgette se acercó a ella.
—Puedo adivinar el motivo de tu molestia —murmuró—. Hawk está caminando en esta
dirección. Honestamente, es un bruto dominante.
Amy frunció el ceño y se llevó un dedo a sus labios. Julianne miró a su alrededor y encontró a
Hawk casi sobre ellas. Su garganta se cerró. ¿Cómo podría soportar mirarlo cuando ella misma se
había puesto en ridículo?
Hawk se detuvo a su lado.
—Un lacayo interrumpió el juego de cartas para un anuncio.
—Todos estamos ansiosos de escuchar el anuncio —dijo Sally—. ¿Sabe de qué se trata?
Él se encogió de hombros.
—Sólo he oído un rumor.
Los ojos de Sally se iluminaron.
—¿Qué rumor?
La orquesta tocó una melodía corta y alegre, interrumpiendo su conversación. Entonces Lord y
Lady Durmont tomaron lugar frente a los músicos. Lord Durmont levantó las manos, y finalmente
se redujeron las animadas voces.
—Como deben saber a estas alturas, mi esposa y yo tenemos un anuncio que hacer esta noche.
—Parecía totalmente satisfecho de sí mismo.
Lady Durmont sonreía como una tonta. Entonces su marido se volvió hacia Elizabeth.
—Hija, ¿Te unirías a nosotros tú y Lord Edgemont?
El corazón de Julianne golpeó contra su pecho, dándose cuenta del significado de sus palabras.
—No —dijo Georgette, llamando la atención de Julianne.
Los ojos de Amy se llenaron de lágrimas mientras se tapaba la boca.
La voz del Lord Durmont resonó.
—Estamos encantados de anunciar el compromiso de nuestra hija Lady Elizabeth con Lord
Edgemont.
Mientras un estruendoso aplauso estallaba, Lord Edgemont miró fijamente a los ojos de
Elizabeth. Luego levantó su mano enguantada para besarla y le dijo algo. Aunque las palabras eran
inaudibles, Julianne supo que le había dicho que la amaba.
Una sensación de ardor se precipitó hacia su garganta y mejillas. Parpadeó para contener sus
propias lágrimas. La joven más odiosa de la temporada había encontrado el amor. La ironía sólo la
hizo sentirse peor. Porque Elizabeth había conseguido lo que Julianne había soñado desde la
noche en que bailó con Hawk en su presentación en sociedad, hacía cuatro largos años.
La decidida sonrisa de Julianne hizo sospechar a Hawk.
Deambuló por el salón de baile, deteniéndose con frecuencia para hablar con amigos. Durante
todo el tiempo, mantuvo una clandestina vigilancia sobre Julianne. Ella nunca plantaba a una
pareja de baile. Entre los grupos, los jóvenes galanes la rodeaban compitiendo por su atención. Los
cachorros seguían sin enterarse, pero Hawk se dio cuenta que algo andaba mal. La conocía
demasiado bien para no reconocer la calidad artificial de su forzada sonrisa.
Cuando llegó la medianoche, decidió buscar a Julianne y a su tía para poder escoltarlas a la
tradicional cena. Empujó entre la multitud, asintiendo cordialmente a las damas, que lo miraban
como si fuera una pierna de carne de vacuno a la que les gustaría hincar el diente.
Localizó a Julianne saliendo de la pista de baile con Beaufort y se encaminó en esa dirección. Al
fin los encontró y se dirigió a Julianne.
—Te acompañaré a ti a mi tía para la cena.
—Lord Beaufort ya se ha ofrecido —dijo en un tono sereno.
Beaufort parecía incómodo.
—Con su permiso, señor.
Señor. El cachorro lo hizo sentir como un anciano.
Julianne miró cautelosamente a Hawk, como si esperara su negativa.
Infiernos. No tenía ninguna razón para oponerse.
—Te veré en la planta de abajo.
Julianne pareció sorprendida al principio, pero volvió esa sonrisa artificial hacia Beaufort. El
joven hizo una reverencia y la alejó de allí. Hawk observó a la pareja hasta que se perdieron en la
multitud en dirección a las puertas. Por alguna extraña razón, se sintió desamparado.
No hace mucho tiempo, ella disfrutaba de su compañía. Ahora sólo deseaba que la dejara en
paz para poder bailar y coquetear con sus pretendientes.
En un futuro no-muy-lejano, ella se casaría y tendría hijos. Nada volvería a ser lo mismo.
Una sensación de vacío se instaló en su pecho.
Más tarde esa noche, Julianne dio vueltas en la cama. Luego le dio un puñetazo a la almohada.
Quería llorar como un bebé debido a su estupidez, pero había pasado mucho tiempo desde la
difícil edad escolar. Si ella no se hubiese aferrado a su encaprichamiento juvenil, podría haberse
salvado a sí misma de la humillación.
Esta noche, había pagado el precio por dejar ver sus sentimientos. Las jóvenes más crueles de la
temporada se habían burlado de ella y Ramsey había sentido lástima por ella. Tuvo que bailar toda
la noche para demostrarle a todo el mundo que no guardaba sentimientos amorosos por Hawk.
Pero el daño estaba hecho.
La culpa cayó de lleno sobre sus hombros. Si no hubiese sido tan tonta, no estaría en esta
situación. Ni una sola vez se había cuestionado sus sentimientos por Hawk. Estaba tan segura de
estar enamorada, pero estaba enamorada de su ilusión por él.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0088
A la mañana siguiente, Julianne jugueteaba con sus manos mientras Hester ordenaba a dos
criadas poner flores en las numerosas mesas laterales.
—Hester, esto parece un engaño.
Hester agitó la mano.
—Debes pensar en esas pobres chicas solteras desesperadas por encontrar un marido. Los
caballeros tienen todo el poder en materia matrimonial. Como dijiste en tu introducción en el
panfleto, la mayoría de los hombres aplazan el matrimonio durante demasiado tiempo. Las damas
tienen pocas ventajas. Si los caballeros sacan la conclusión de que tienen competencia, estarán
más dispuestos a cortejar a las damas.
Julianne todavía seguía pensando que era una artimaña engañosa.
—Bueno, estamos suponiendo que los caballeros vendrán hoy.
Hester se echó a reír,
—Oh, vendrán. Anoche fuiste la dama más popular del baile.
Hester había tenido razón después de todo.
Cuando los cinco primeros caballeros llegaron con ramilletes, parecieron avergonzados y
dijeron que podían ver que su ofrenda no había sido la primera. Hester le lanzó a Julianne una
sonrisa de suficiencia. A pesar de que Julianne trató de sofocar su conciencia culpable pensando
en todas las damas despechadas, no le gustaba engañar a los jóvenes. El señor Osgood, Lord
Beaufort, el señor Portfrey, Lord Carughers, y el señor Benton eran amables e ingeniosos. En un
arranque de inspiración, había sido capaz de decir con honestidad que favorecía sus flores sobre
todas las demás.
Cuando los lacayos anunciaron a Hawk, el estómago de Julianne se agitó involuntariamente. Se
dijo a sí misma que no tenía nada por lo que preocuparse. Probablemente no sospechaba nada de
sus antiguos sentimientos por él. Incluso si lo hubiese sabido, no podría negar que ella ya no sentía
ternura por él. Sintiéndose un poco más segura, levantó el mentón… hacia su corbata, mientras él
caminaba hacia el interior sonriendo serenamente. Luego, se reprendió a sí misma en silencio por
actuar como una tonta cobarde y se obligó a sí misma a encontrarse con su mirada.
Él arqueó las cejas, y luego siguió caminando tranquilamente. Julianne esperaba secretamente
que mirase ceñudamente a los otros caballeros y se pusiese celoso. Pero sólo se limitó a saludarlos
con una inclinación de cabeza, dirigiéndose a la bandeja de té y sirviéndose un plato de galletas. Ni
siquiera le dirigió una mirada a los numerosos ramos de flores.
Caramba. Él había logrado bajarle los humos.
Caro y Byron lo siguieron hasta una silla. Los perros se sentaron a sus pies, mirándolo
esperanzadoramente mientras se comía las galletas.
—Les puedes dar una miga o dos —dijo Hester.
Él se sacudió los dedos y dejó el plato en la alfombra. Los perros lamieron con avidez las
migajas.
Charles Osgood, el mal poeta, hizo una mueca.
—¿Eso es higiénico?
Hawk se encogió de hombros.
—Es la mejor manera de limpiar los platos.
Lord Beaufort le dio un codazo a Osgood.
—Buffle va a la cabeza —dijo con su tono cordial.
Los perros trotaron alrededor de la bandeja de té, olfateando la alfombra. Al no encontrar
migajas extraviadas, se sentaron sobre sus cuartos traseros y que quedaron mirando la bandeja,
como si esperaran que alguien les sirviera.
Julianne trató de pensar en decirles algo a los caballeros más jóvenes, pero Hawk estiró sus
largas piernas, captando su atención. Sus ceñidos pantalones dejaban poco a la imaginación. No
tenía problemas para discernir los tensos músculos de sus muslos.
Temiendo que pudiese ver que se lo comía con los ojos, apartó la mirada. ¿No tenía vergüenza?
Se abanicó con fuerza para enfriar su oprobio.
La voz de Beaufort atravesó el silencio.
—Le digo, Hawk, que su entrenamiento de esgrima esta mañana causó un gran revuelo.
Julianne observó a Hawk con los labios entreabiertos.
—No sabía que practicabas la esgrima.
—Es un ejercicio estimulante —contestó.
—Dejó usted a Ramsey sin cuartel —continuó Beaufort.
Julianne se tensó. Oh, querido Dios. ¿Hawk había retado deliberadamente a Ramsey?
Osgood se inclinó hacia delante.
—Él no podía igualar su velocidad.
Hawk se encogió de hombros.
—Ramsey perdió su enfoque, se dejó llevar por su temperamento desde el principio.
Su pulso se aceleró. ¿Le había contado Ramsey algo a Hawk sobre su encuentro con ella la
noche pasada?
—Le hizo usted sudar la gota —dijo el señor Benton.
—Es un bebedor —dijo Hawk
—No se puede estar en forma si uno se ahoga en clarete todas las noches.
Los jóvenes murmuraron su acuerdo. Claramente admiraban a Hawk, y él les había dado sabios
consejos. Pero la noticia de la pelea de esgrima sacudió sus nervios. ¿Ramsey era la razón por la
que Hawk la había visitado?
—Al principio pensé que él no quería estrechar su mano después de la derrota —dijo Osgood.
Hawk miró cómo su tía y los perros se retiraban. Una vez que quedó cerrada la puerta de la
sala, se acercó a Julianne y se sentó a su lado en el sofá.
—Dije en serio lo que dije.
—Tengo preocupaciones más importantes. ¿Por qué te batiste con Ramsey?
—Él me desafió. Yo acepté.
—Querías pelear con él —le dijo.
—Fue un combate de esgrima, no una pelea.
Ella sacudió la cabeza.
—Eso es lo que dices, pero sé que hubo algo más que un simple combate.
Las motas doradas de sus ojos marrones brillaron.
—Esto no es un simple agravio, Julianne. Es un canalla y un mal perdedor.
Ella recordó los modales contundentes de Ramsey en el baile. Era evidente que hoy había
buscado una confrontación con Hawk. Pero no sabía si era debido a la mala sangre entre los dos
hombres o a su rechazo de anoche.
—Espero que no planees defenderlo por causa de su hermana —le dijo Hawk.
—No. Ha sido inexcusable su pobre espíritu deportivo de hoy. —En el baile de anoche, Ramsey
la había importunado, a pesar de sus intentos de disuadirle. Ahora sabía que era tan manipulador
como Hawk le había dicho.
—Te mantendrás lejos de él —dijo Hawk.
Ella no quería tener nada que ver con Ramsey, pero sabía que sería imposible evitarle
completamente, debido a Georgette. Por otro lado, le había advertido a Ramsey que cesara su
persecución. Probablemente, su orgullo lo mantendría alejado.
—Hoy he recibido una carta de tu hermano. Me pregunta cómo te ha ido.
El abrupto cambio de tema la sobresaltó.
—¿Has contestado la carta?
—Todavía no, pero lo haré.
Ella le miró con recelo.
—¿Qué piensas decirle?
—Que estás disfrutando de las fiestas y que eres tan popular como siempre —dijo.
—¿Qué más? —preguntó, estrechando los ojos.
—No le revelaré tu desafortunado episodio con el vino, si eso es lo que te preocupa. —Hizo una
pausa y añadió—: Tristan me pregunta por qué ninguno de nosotros le ha escrito.
—Sólo ha pasado un poco más de una semana —dijo.
—Conoces la tendencia de tu hermano por preocuparse. Te sugiero que pronto le escribas a él
y a tu madre.
—He querido hacerlo, pero he estado muy ocupada. —Había pasado gran parte de su tiempo
libre escribiendo el panfleto. Que el Señor le ayudara si su hermano se enteraba. Sin embargo, los
arreglos de Hester le asegurarían que nadie pudiera rastrearle a ella como la autora.
—Tómate unos minutos una vez a la semana para escribirle a tu familia —le dijo Hawk—. No
están acostumbrados a tenerte tan lejos.
—Viajé con Amy y su familia el verano pasado —dijo.
Él suspiró.
—Tu hermano no lo ha comentado, pero me imagino que él y tu madre están un poco
preocupados por la influencia de mi tía.
—Hester es demasiado contundente para otros, pero agradezco su sincero consejo —dijo
Julianne.
—¿Qué consejo? —dijo, frunciendo el ceño.
—Nada que pudiese interesarte.
—Soy todo oídos.
Bueno, por supuesto no podía decirle la verdad.
—Me atrevería a decir que no tienes ningún interés en la moda o en recetas de remedios de
belleza.
—Conozco bien a mi tía —le dijo él—. Es tolerada debido a su edad, pero algunas de sus ideas
no son apropiadas. Cuento contigo para que utilices tu buen sentido y la ignores si se le ocurre
alguno de sus planes ofensivos.
Ella reprimió una sonrisa. No tenía ni idea lo que estaba reservado para él y los sinvergüenzas
de sus compañeros. Se merecían lo que les esperaba. Con demasiada frecuencia, las mujeres
estaban a merced de los hombres. Con su panfleto, Julianne tenía la intención de igualar el
marcador. Si todo iba bien, esta sería una temporada en la cual las damas tomarían el control de
sus destinos.
Hawk lanzó un fuerte suspiro.
—Se que te molesta mi intromisión, pero con tu familia lejos y la reputación de desvergonzada
de mi tía, los dragones de la sociedad te estarán vigilando de cerca.
Ella resopló.
—No he hecho nada incorrecto.
Él arqueó las cejas.
—Desde la noche del baile de Beresford —corrigió.
—Realmente, te preocupas por nada. Nunca nadie ha cuestionado mi conducta antes, y no he
hecho nada para incitar a los chismes. —Por supuesto, el panfleto causaría un gran revuelo, pero
nadie nunca sabría que ella lo había escrito.
—Dudo que te hayas molestado en contar el número de ramos de flores que has recibido hoy.
—Hubiera sido imperdonable rechazarlos. —Sobre todo porque Hester se había tomado una
gran molestia y mucho dinero para adquirirlos.
—Vine hoy para ver cómo estabas —dijo Hawk—. Como esperaba, tenías a cinco cachorros
adorándote a tus pies.
—Son caballeros honorables, y nunca lastimaría sus tiernas sensibilidades.
Él se burló.
—Confía en mí, no son sus tiernas sensibilidades lo que me preocupa.
El conocimiento de que era prohibida la hacía más tentadora. Noche tras noche, la imaginaba
despojándola de su vestido y de la ropa interior. Se había formado una imagen en su mente de su
delgado cuerpo desnudo. Y pensaba en docenas de maneras de darle placer. Quería saborear cada
centímetro de su piel. Quería extender sus muslos y besarla íntimamente hasta que quedase
destrozada por el éxtasis. Quería inmovilizar sus muñecas por encima de su cabeza y hacerla
suplicar por tenerlo en su interior.
Su polla se endureció. Diablos. Se estaba volviendo medio loco por una mujer que nunca podría
tener.
Debería buscarse una amante para frenar el condenado deseo que corría por sus venas. ¿Pero
cuándo tendría tiempo para encontrar una, y mucho menos acostarse con ella? Pasaba todo su
tiempo asegurándose que Julianne no se metiese en líos.
Infierno y condenación. Había jurado ser discreto, pero eso no era aún ningún problema.
Cuando accedió a ser el tutor de Julianne, pensó que podía sacarla ocasionalmente en algunos
bailes y volver a sus juergas habituales. Aparte del episodio del vino, no se atrevía a dejarla a salir
sin protección, no con Ramsey, todos los machos y cada brizna de Londres olfateando alrededor
de sus faldas.
Además de acompañarla a los espectáculos todas las noches, había decidido que era necesario
visitarla todas las tardes. Después de su conversación de hoy, sabía que era demasiado ingenua,
en lo que a hombres se concernía. Realmente se había preocupado por herir sus tiernas
sensibilidades. Evidentemente, no tenía ni idea de la clase de pensamientos sucios que corrían a
través del primitivo cerebro masculino.
Para ella, el coqueteo no era más que un alegre juego. Ella se creía suficientemente
experimentada como para evitar las trampas seductoras. Nada de lo que él le dijese la
convencería, porque ya lo había intentado. No sabía que una decisión irresponsable, un tropiezo,
podría deslizar su caída por la proverbial pendiente resbaladiza.
Él sabía por experiencia lo fácil que era caer.
No importaba lo mucho que le molestaba su interferencia, él no podía bajar la guardia.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0099
Cuando las cortinas se cerraron para el intermedio, Julianne se volvió para encontrarse a Hawk
fingiendo dormir. Había sentido que él la observaba, pero no le devolvió la mirada. Durante todo
el tiempo, había fingido interés por la obra, pero sus pensamientos habían girado en torno a él.
Había tratado de pensar en un plan para atraerlo poco a poco a su red, pero no podía arriesgarse a
ser obvia.
Sin embargo, su pretensión de dormir, le daba una oportunidad. Dudó un momento, sin saber
si podría ser tan atrevida, pero la timidez no le haría ganar nada.
Se acercó más a él y le susurró cerca del oído.
—¿Qué estás soñando?
Sus ojos se abrieron, y se volvió hacia ella, su boca a sólo unos centímetros de sus labios. El
sonido de su respiración irregular hizo que su corazón latiera más rápido. Él estaba demasiado
cerca. Recordó los consejos de Hester de alejarse antes de que un caballero confiara demasiado
en los afectos de una dama y se irguió rápidamente. Tomando nota de su expresión pasmada,
contuvo una sonrisa secreta.
—Puedes seguir durmiendo la siesta. Me voy a visitar a unas amigas.
Salió disparado de su silla y la agarró del brazo.
—No irás a ninguna parte sola.
—Sólo deseo ir a ver a Georgette. Amy está con ella.
Él la soltó y se asomó por el balcón.
—Puedes ir olvidándote de ese plan. Ramsey está ahí, con sus padres.
—Ah, sí, el peligro es evidente. Me va a abordar delante de su familia y ante toda la sociedad —
murmuró.
Él la miró.
—Te he dicho que no y ese es el fin del asunto.
Julianne consideró su próximo movimiento. Hawk no podría impedirle salir sin provocar una
escena. Su intención era burlarlo, pero Hester entró en el palco del brazo de Beaufort.
—El bribón insistió en acompañarme —dijo Hester—. Sin duda, pretendía utilizar su encanto
para introducirse en el palco y poder cortejar a Julianne.
Osgood, Portfrey, Benton y Caruthers le seguían muy de cerca y se inclinaron.
Julianne saludó a cada uno con entusiasmo e intentó ignorar el ceño de Hawk. Él apoyó la
cadera contra el balcón y cruzó los brazos sobre el pecho. Era evidente que quería supervisar cada
palabra que pronunciara para poder reprenderla más tarde por flirtear.
Julianne invitó a los caballeros a tomar asiento y se cercioró de preguntar si les gustaba la obra.
Manifestaron que la actuación era horrible y admitieron que habían renunciado a seguir viéndola.
Se encontró riéndose de la imitación del Sr. Portfrey de uno de los actores tropezando sobre el
escenario.
—Lady Julianne, no nos ha dado su opinión sobre la obra —dijo Caruthers.
Ella sonrió.
—No pude oír ni una palabra con los ronquidos de Hawk.
—Yo no ronco —dijo él arrastrando las palabras.
Ella lo miró, y luego dirigió su atención a los caballeros más jóvenes.
—Me temo que lo he avergonzado —dijo en voz baja.
—Yo nunca podría conciliar el sueño en su presencia —dijo el Sr. Benton.
—No esté tan seguro —dijo ella—. Podría llegar a aburrirle hablándole de bonetes y bailes.
Benton la miró a los ojos.
—El mero sonido de su voz me produce placer.
Hawk hizo una mueca. Era evidente que él se creía muy superior a los hombres más jóvenes,
pero a ella le gustaban. Eran amables y apreciaban su conversación, mientras todo lo que Hawk
hacía era sermonearle.
Cuando Amy y Georgette llegaron, Julianne se iluminó. Osgood escoltó a Amy a la silla a su
lado. Julianne intercambió una sonrisa secreta con Georgette. El sensible poeta sería un novio
maravilloso para la gentil Amy.
Beaufort se levantó y se acercó a Julianne, sosteniendo una moneda.
—¿Una guinea por sus pensamientos?
Ella arqueó sus cejas.
—¿Se ha quedado sin peniques, milord?
—Lamentablemente, sí. ¿Serviría un poco de magia?
—¿Es un truco?
Le tendió la mano.
—Permítame demostrárselo.
Ella le tomó la mano y se levantó. Entonces le lanzó una mirada a Hawk. Él observaba a
Beaufort con una expresión divertida. La arrogancia de Hawk le irritaba. Quizás su reacción fuera
defensiva. Tomó una nota mental de consultar a Amy y a Georgette cuando estuviesen solas.
Beaufort sostuvo la moneda para que la inspeccionase. Luego colocó la moneda en la otra
palma de su mano, la cerró, y sostuvo la mano cerrada en un puño ante ella. Julianne
amablemente le tocó la mano. Cuando le reveló la palma de la mano vacía, ella gritó.
—¿Dónde la ha escondido?
Beaufort dirigió la otra mano hacia su oreja y le enseñó la moneda. Ella soltó una carcajada, y
todos aplaudieron, con la excepción de Hawk.
—Tiene que enseñarme —le dijo a Beaufort.
—Muy bien. La magia consiste en un juego de manos. —Colocó la moneda entre la punta del
dedo y el pulgar—. Ahora, el truco se produce cuando pasas la moneda a la otra mano.
—Enséñeme.
—Al pasar la moneda a la otra palma, mantenga el dedo índice derecho y cierre los dos dedos
del medio. —Inclinó los dedos para demostrárselo—. Deje la moneda entre los dos dedos mientras
se aparta.
Ella lo intentó, pero se le cayó la moneda.
Él la recuperó.
—El movimiento es similar a chasquear los dedos —dijo Beaufort—. Debe ser rápida. Inténtelo
de nuevo. La ayudaré.
Cuando él le tocó los dedos, Hawk se aclaró la garganta.
—Eso es más que suficiente prestidigitación por una noche.
Ella miró a Hawk con el ceño fruncido. ¿Cómo se atrevía a oponerse? Sólo se estaban
divirtiendo.
—Me gustaría practicar.
—Has practicado suficiente —gruñó Hawk.
Beaufort se apartó.
—Quizás en otra ocasión.
—Oh, ahí está la señora Rankin. —Hester se levantó de la silla—. Disculpen, pero le prometí
verla esta noche.
Después de que Hester se retirara, Julianne le susurró a Georgette.
—Necesito tu consejo para el panfleto. Estate de acuerdo con mi sugerencia.
Georgette sonrió y asintió con la cabeza.
Julianne le dirigió a Amy una mirada elocuente.
—Amy, ¿quieres acompañarnos a la sala de descanso?
—Sí, por supuesto —dijo.
Hawk sacó su reloj y la miró con una expresión severa.
—Estoy seguro de que volverás pronto.
Lo había dicho como una advertencia. Se negó a dejarle arruinar su noche y decidió ignorarlo.
En su lugar, dirigió su atención a los cinco jóvenes.
—¿Les importa mucho si me despido de ustedes?
—Estaremos esperándola —dijo Beaufort.
Cuando los demás caballeros estuvieron de acuerdo, ella negó con la cabeza.
—Es muy amable de su parte, pero por favor, no se sientan obligados —les dijo—. No deseo
evitar que visiten a otros amigos.
Hawk se arrepintió inmediatamente de permitir a Julianne salir del palco. Sólo el diablo sabía
las travesuras que estaban planeando ella y sus astutas amigas.
Las bellezas se agruparon juntas, hablando en voz baja. Cuando una risa malvada se escapó de
Beaufort, Hawk entrecerró los ojos. Ese cachorro la taladraba con la mirada. Había utilizado el
truco de magia como una artimaña para tocar a Julianne. Hawk había apretado los dientes todo el
tiempo. A menos que se equivocase en su conjetura, Beaufort se estaba convirtiendo en un
libertino.
Hawk se dio la vuelta y se agarró a la baranda del balcón. Si su tía no hubiese vuelto a
desaparecer, le hubiera pedido que acompañase a Julianne a la sala de descanso. Maldición. Si
hubiese tenido alguna idea de cómo el asunto de la tutela afectaría su vida, habría insistido en que
su madre se quedase para patrocinar a Julianne. Por supuesto, nunca hubiera sospechado que tras
su dulce fachada se escondiera un demonio.
Consultó su reloj. Se había ido hacía sólo diez minutos. Le daría quince minutos más y luego iría
en su busca. Como no podía llamar audazmente a la puerta de la sala de descanso, enviaría a una
sirvienta a buscarla. Y si no estaba allí, se lo haría pagar por haberlo engañado. Hawk observó a los
inquietos cachorros por encima del hombro. Era evidente que los tontos impresionables estaban
decididos a quedarse hasta que Julianne regresase. Hawk decidió apiadarse de ellos.
—Habéis esperado el tiempo suficiente. Presentaré a las damas vuestras disculpas.
El retumbante ruido de sus voces disminuyó cuando salieron del palco. Osgood se quedó
rezagado y luego se detuvo en la entrada hasta que sus amigos desaparecieron.
Hawk dejó escapar un suspiro de exasperación.
—Osgood, no va a impresionar a las damas esperándolas. Vaya a reunirse con sus amigos.
El joven se dio la vuelta, su expresión ansiosa. Luego se aclaró la garganta.
—Señor, esperaba que usted p… pudiese aconsejarme.
—Hawk —dijo.
—Sí, señor. —La cara de Osgood enrojeció—. Quiero decir Hawk.
Hawk suspiró interiormente.
—No estoy acostumbrado a dar consejos. Pregúntele a su padre.
Osgood se inclinó hacia él.
—No puedo. Me azotaría.
—Si ha acumulado deudas de juego, es mejor que se lo confiese a su papá. Y no acuda a los
prestamistas. El ruinoso interés haría las cosas mucho peor —dijo.
—No se trata de juego —dijo Osgood—. Necesito consejo sobre m… mujeres.
—Si se trata de mi pupila, es mejor que se olvide de ella. Ella no tiene ningún interés en
entablar una relación.
Osgood se tiró de la corbata.
—Tengo el mayor respeto por Lady Julianne, pero…
La paciencia de Hawk se estaba agotando.
—Sólo escúpalo.
Osgood miró por encima del hombro como si buscara intrusos inexistentes. Cuando dirigió su
atención hacia Hawk, habló en voz baja.
—Usted tiene la reputación de ser un amante legendario. Esperaba que me pudiera aconsejar
cómo solicitar una c…cortesana.
Que el Señor lo ayudara.
probablemente se humillaría a sí mismo. Que en las circunstancias equivocadas, una mujer podría
aprovecharse de él.
El cachorro era demasiado impresionable. Era probable que cayera bajo presión. El
pensamiento hizo que el estómago de Hawk diera un vuelco.
Había hecho todo lo posible por disuadir al joven. El resto dependía de Osgood. De un modo u
otro, aprendería a valerse por sí mismo.
La mirada de Hawk se perdió en la platea. La gente estaba regresando a sus asientos.
Frunciendo el ceño, sacó su reloj. Maldita sea. Julianne había estado fuera durante tres cuartos de
hora. Salió del palco, jurándose que le haría pagar un alto precio por desafiarlo de nuevo.
—¿No deberías llamarlo una mirada seductora? Después de todo, el panfleto se llama Los
Secretos de Seducción.
—Georgette, tienes toda la razón —dijo Julianne.
Amy hizo un ruido seco con su abanico cerrado.
—¿Has perdido el juicio? No hay nada correcto en tal descarado consejo.
Georgette miró a Julianne con una sonrisa pícara.
—Quizás deberías practicar tu mirada seductora con Hawk, como prueba para el panfleto.
Su rostro enrojeció. A pesar de que sólo había jurado vengarse, había sido incapaz de expulsar
sus ardientes besos y caricias de su mente. Cada noche, se retorcía y daba vueltas en la cama,
recordando las perversas sensaciones que él había despertado en ella. Nunca hubiera imaginado
que la pasión pudiese ser tan emocionante. Que el cielo la ayudara. Era una libertina.
Georgette la estudió.
—¿Por qué te has ruborizado?
Ella se abanicó la cara.
—Hace calor aquí.
Georgette miró a su alrededor y luego volvió a mirar a Julianne.
—¿Te besó? —susurró.
Julianne trató de controlar su reacción, pero sabía que había fallado cuando Georgette se
quedó boquiabierta.
—Te besó —dijo Georgette—. Puedo decirlo por la mirada en tu cara.
—Júrame que no dirás nada —dijo Julianne—. No puedo permitir que mi hermano lo descubra.
—Tienes nuestra palabra —dijo Georgette, la emoción en su voz.
Los ojos de Amy se agrandaron.
—¡Oh, Dios mío!
Julianne miró cómo la última de las damas salía de la sala de descanso. Cuando la doncella se
acercó, Julianne le aseguró que no tenían necesidad de sus servicios.
Una vez que la doncella se retiró a través de una puerta de comunicación, Georgette se volvió
hacia Julianne.
—Ahora que la costa está despejada. Cuéntanos todo.
—El día después del baile de Beresford, tuvimos una pelea terrible —dijo Julianne—. Y luego
una cosa llevó a la otra.
—Estoy tan celosa —dijo Georgette—. Debes describirnos todos los detalles. ¿Se volvieron
débiles tus rodillas? ¿Se te aceleró el corazón?
Ella asintió con la cabeza, pero pensó que era mejor no contarles a sus amigas que le había
permitido libertades indecentes mucho más allá que un simple beso.
Amy la miró con preocupación.
—Es peligroso enredarse con un hombre, especialmente con un libertino como él.
—Lo sé, Amy. Confía en mí. No voy a dejar que me bese de nuevo. Todo lo que me importa es
ver el panfleto publicado. —Consideró contarle a sus amigas acerca de su plan de venganza, pero
sabía que eso sólo preocuparía a Amy.
—Me temo que estás poniendo tu reputación en peligro —dijo Amy.
—No arriesgo nada —dijo Julianne—. Mantendré el asunto bajo control.
Amy suspiró.
—Por favor, ten cuidado.
—Lo tendré.
—Debemos volver, Julianne. Hemos pasado aquí bastante tiempo —dijo Amy.
—¿Por qué debería hacer la voluntad de Hawk? —dijo Georgette.
Julianne se levantó y se sacudió la falda.
—No, Amy tiene razón. Será mejor que regrese antes de que piense en más reglas.
La puerta se abrió. Sally Shepherd se precipitó en el interior, su pecho subiendo y bajando y
lágrimas corriendo por su cara redonda.
Julianne corrió hacia ella.
—¿Sally, qué te ha ocurrido?
Sally se cubrió el rostro.
—Elizabeth es t…tan c…cruel.
Julianne rodeó con su brazo el hombro de Sally y la llevó hasta el sofá.
Amy sacó un pañuelo de su bolso y acarició el hombro de Sally.
—No te preocupes. Estás entre amigas.
Después de que Sally se secase las lágrimas, Amy la animó a revelar lo que le había sucedido. La
voz de Sally se quebró varias veces a medida que describía la forma en que Elizabeth y Henrietta
se habían burlado de ella en el vestíbulo.
—Cuando pasé de largo, Elizabeth dijo en voz alta que mi vestido me hacía ver gorda. Luego las
otras chicas se burlaron de mi nombre imitando s…sonidos de ovejas.
—Esas chicas horribles —dijo Georgette—. Tengo en mente ir abajo y darles a esas lo que se
merecen.
—Sólo empeorarías las cosas —dijo Amy—. Si les das munición, sólo las alentarás. No disfrutan
con nada más que destrozando a los demás.
—¿Estás abogando para que no hagamos nada? —dijo Georgette.
—Amy tiene razón —dijo Julianne—. Si provocamos a Elizabeth y a sus amigas, buscarán a Sally
en cada oportunidad. Lo mejor es ignorarlas.
—Intenté hacerlo el año pasado en vano —dijo Georgette—. Ya sabes lo horrible que nos
trataron a Amy y a mí. Elizabeth y sus amigas atormentarán a Sally durante toda la temporada si
no nos enfrentamos a ellas.
—No lo puedo soportar —dijo Sally.
—Eres bienvenida a ser nuestra amiga —dijo Julianne.
Sally sorbió por la nariz.
Hawk entrecerró los ojos. Tenía la intención de incluir a su tía en la discusión acerca del último
incidente de Julianne. Obviamente, Julianne había manipulado las cosas, pensando que lo más
inteligente era escaparse dentro de la casa de su tía.
—¿Estás segura, querida? —preguntó Hester, con preocupación en su voz.
Julianne asintió.
—Oh, sí, un buen sueño me renovará.
—Debes descansar —dijo Hester a Julianne—. Iré a verte más tarde.
Cuando Hawk escoltó a Julianne fuera del corredor, la miró.
—Ni una sola palabra hasta que estemos en el carruaje —dijo—. No quieres enfurecerme de
nuevo.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1100
—Crees que puedes mandar a los hombres en una alegre persecución, sin consecuencias, pero
un día te pesará.
La garganta se le cerró.
—Nunca he engañado a un hombre a sabiendas.
Él resopló.
—Doce hombres te han propuesto matrimonio. ¿Y esperas que yo crea que eras totalmente
inocente?
—Nunca he dado falsas esperanzas a ningún hombre.
—Ni nunca lo harás otra vez, mientras yo te esté vigilando.
—¿Por qué los hombres siempre le echan la culpa a las mujeres, cuando tenemos tan poco
poder?
—Has desplegado tu poder femenino desde el día que te presentaste en sociedad.
—No tienes idea lo que las mujeres sufren a manos de los hombres. Casi no tenemos control
sobre nuestro destino. Nuestro futuro se basa en nuestra habilidad para atraer a un marido.
—Tú y yo sabemos que en estos momentos, no estás interesada en el matrimonio.
Porque él le había arruinado todos sus sueños y la había humillado.
—Has dejado muy en claro que detestas ser mi tutor. Me habría gustado que te hubieses
negado —susurró.
—Lo hice como un favor a tu hermano. Había hecho arreglos especiales para que pudieras
disfrutar de la temporada. Y te has aprovechado de su ausencia. Si él estuviera aquí, nunca te
habrías atrevido a pasar por alto las reglas aceptadas por la sociedad.
Hizo una mueca de pesar, porque lo que él había dicho encerraba bastante verdad como para
sentirse culpable.
—No estaba despreciando lo que es correcto. Fuimos al vestíbulo, porque Elizabeth fue cruel
con Sally, y queríamos mostrarle que ella no carecía de amigas.
—Es obvio que crees que me engañas fácilmente.
—No tienes idea de lo que pienso. —Por supuesto que ella nunca admitiría que la había
aplastado, la había herido tanto, que no sabía si sería capaz de arriesgar su corazón otra vez—. Si
hubiese sabido que dictarías cada uno de mis movimientos, habría rogado para quedarme con una
de mis amigas.
—Eso me lleva al problema central. No puedo volver a barrer tus acciones bajo la alfombra.
Pero como rechazas que te diga lo que tienes que hacer, tendrás que escoger.
Lo miró con sospecha.
—Elección número uno. Te llevo a la casa de tu hermano. Entonces, tú le explicarás por qué
tuve que hacerlo.
Quiso estrangularlo.
—Elección número dos. Te quedarás en casa una semana completa. Rechazarás todas las
invitaciones. No recibirás a nadie. Para asegurarme que estás cumpliendo, periódicamente te iré a
ver, a diferentes horas. Una infracción, y será otra semana.
—¿Puedo recordarte que no eres mi padre?
—Déjame ver si lo entendí bien. ¿Quieres que te enseñe cómo distinguir a un mujeriego?
Asintió.
—Sí. Para mi propia protección.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Cuidado con los diablos rojos con cuernos y cola partida?
—No, tontito. Quiero que me enseñes lo que dicen y hacen para atraer a sus víctimas. Puede
requerir una demostración de tu parte. —Naturalmente ella tenía que quedarse impávida, pero si
todo salía bien, él tendría problemas para resistirse.
—¿Una demostración?
—Sí. Con propósitos educativos, solamente.
Una expresión extraña le pasó por la cara.
—¿Quieres que yo te seduzca?
—Que finjas seducirme. —Sonrió—. Como la próxima semana estaré encerrada, el momento es
perfecto para las lecciones.
—Estoy de acuerdo que tu ignorancia es un problema. Por cierto que te ha metido en más de
un lío.
El triunfo la anegó. Lo tenía en la palma de la mano.
—Dado la urgencia del asunto, creo que deberíamos empezar inmediatamente.
El corazón le palpitó con fuerza cuando se volvió hacia ella, y bajó la cabeza hasta que su
aliento le rozó los labios. Se había jurado mantener su deseo firmemente bajo control, pero se dio
cuenta que era difícil, cuando su olor la dejó mareada de anhelo.
A él se le oscurecieron los ojos.
—Eres una pupila ansiosa.
Ella contuvo el aliento. Segura que intentaría besarla.
—Lo prohibido te excita, ¿verdad?
No se atrevió a admitirlo.
Él le pegó las muñecas al sofá. Una sensación emocionante se disparó por ella. Debería
protestar, pero no lo hizo. Porque secretamente le gustaba como la tenía cautiva.
—Quieres flirtear con un poco de peligro.
Quiero ser traviesa.
Cuando su mirada bajó a sus pechos, los pezones se le tensaron. Deseaba entregarse a él,
quería que la besara y la tocara otra vez.
—Admito que tu petición es divertida —dijo con un gruñido.
La alarma le atravesó la bruma sensual de su cerebro.
Él volvió la cabeza hasta que su respiración le hizo cosquillas en la oreja.
—Pero no habrá lecciones de seducción, fingidas o de otro tipo.
Él había querido darle una lección, pero había estado peligrosamente cerca de caer en su
propia artimaña. Las palabras seductoras que había pronunciado, lo habían dejado semi excitado.
Diablos. Casi la había vuelto a besar.
—Suéltame —dijo ella en un suspiro.
Al soltarle las muñecas, saltó del sofá y lo apuntó con el dedo, como si fuera uno de los perritos
de su tía.
—Quédate ahí.
Él rió bajo y supo que había tenido éxito al echarle perder el humor, mientras iba al librero.
Sacó un libro y se fue al sofá opuesto. Después de arreglar un cojín, se recostó con los pies en el
sofá. Era obvio que no tenía idea que sus faldas delgadas, revelaban un muslo delgado.
Naturalmente, él se imaginó separándole las piernas, subiéndole las faldas, y explorándole los
pliegues suaves… dejándola húmeda, lista para él.
Hawk cambió de posición, mientras su miembro se agitaba. Mejor sería que se distrajera. ¿Qué
mejor forma que tomándole el pelo?
—¿Qué estás leyendo?
—Sentido y Sensibilidad.
—¿De qué se trata?
Mantuvo los ojos en la novela.
—De mujeres que tienen muy poco control sobre su destino.
—Suena patético.
—Las damas triunfan, a pesar de la adversidad.
—¿Hay algún mujeriego? —preguntó, esperando provocarla.
—De hecho, hay uno. Pobre Marianne, se enamora, con los engaños de Willoughby. La hace
creer que se enamora de ella, para luego aplastar todas sus esperanzas.
—Tal vez se reforme, y le ofrezca matrimonio. —Ese tipo de cuento de hadas seguro que
atraería a Julianne.
—No, hay un vuelco en la trama.
—¿Cómo sabes?
—Lo leí antes. Ahora, cállate.
—¿Por qué lo vuelves a leer? Ya sabes lo que pasa. —Qué condenado, nunca entendería a las
mujeres.
—Me encanta el relato, y quiero volver a sentirlo. Y deja de interrumpirme.
Disfrutaba enormemente azuzándola.
—Pero no tengo nada que hacer.
—Vete a tu casa.
—No, hasta que mi tía no llegue.
Hizo un sonido de exasperación, y se sentó.
—Obvio, necesitas algo en que ocuparte.
Mientras iba nuevamente al librero, él le admiró las nalgas que se notaban a través del vestido.
Naturalmente, se imaginó deslizando las manos en su trasero, para poder presionarla contra su
erección hinchada. Dios, mejor pensaba en algo aburrido, antes que ella se diera cuenta. Algo
como damas triunfando frente a la adversidad.
El roce de sus dedos hizo que la piel le hormigueara. Cuando quedaron frente a frente, ella le
arregló las solapas. Algo en el interior de su pecho, dio un vuelco.
Él la besaría. La tocaría. Le susurraría al oído. Pero no entendía por qué el gesto tan simple de
Julianne, le parecía mucho más íntimo. El tipo de cosas que haría una esposa.
Se arrancó ese pensamiento de la cabeza.
—Debería quedarme hasta que mi tía vuelva.
Julianne sacudió la cabeza.
—Ambos tenemos sueño. Vete a casa.
La acompañó hasta el rellano y se quedó mirándola subir las escaleras. Luego bajó apresurado a
recoger su gabardina, sombrero, y guantes.
Quince minutos más tarde entraba a las salas del Albany que ocupaba desde que había
terminado la universidad, hacía varios años. Después que su ayuda de cámara lo ayudó a quitarse
la ropa, se puso una bata holgada, se sirvió un brandy, y observó su habitación espartana. Ningún
cuadro adornaba las paredes. El utensilio para afeitarse, tenía los accesorios habituales: un cepillo,
una botella de colonia, y una navaja. Las únicas señales de que él realmente vivía ahí, era una pila
desordenada de papeles.
Era un refugio, pero no un hogar.
Aunque su padre había muerto años atrás, nunca volvió a vivir Ashdown House. Manejaba los
negocios de dos fincas desde lejos, porque cada centímetro de las propiedades le recordaba que,
para su padre, él había sido una gran decepción.
Sabía que su negativa de volver a casa entristecía a su madre, y enojaba a sus hermanas. Sus
cuñados pensaban que era una bestia desalmada por hacerlas sufrir. Pero si regresaba, su madre y
hermanas, lo perseguirían a diario para que cumpliera sus deberes maritales. Las podía evadir
fácilmente cuando las visitaba semanalmente, simplemente, escapándose.
Tenían expectativas. Él era un conde, y por lo tanto era su deber producir el heredero
necesario, y otro de reemplazo. No sabían que eso nunca sucedería.
Incluso su hermano Will, el presunto heredero, no lo sabía. Hawk había pensado contarle a su
hermano, pero quería que permaneciera sin preocupaciones lo que más se pudiera. A medida que
los años pasaran, su hermano adivinaría la verdad. Para entonces, Will tendría más edad, y
probablemente estaría casado.
Hawk apagó las velas, dejó caer la bata, y se metió a la cama, mirando el oscuro dosel. Años
atrás había esperado que el tiempo disminuyera su remordimiento, y a pesar que su
arrepentimiento ya no era agudo, nunca podría olvidar. Porque nunca podría corregir el mal que
había hecho, y siempre acarrearía la culpa en silencio.
Aunque nunca podría cambiar el pasado, haría todo lo posible para asegurarse que a Julianne
nunca le pasara nada.
No era, ni nunca sería, un hombre constante. Tal como su padre había dicho, los hombres como
él nunca cambiaban. Así que aliviaba su soledad teniendo amantes. Había tenido muchas, durante
todos estos años, pues ninguno de sus amoríos había durado mucho. Había encontrado y dado
placer. Pero a medida que las demandas por joyas y vestidos inevitablemente aumentaban, él
siempre terminaba aburriéndose. El consuelo temporal era una ilusión. Las mujeres hacían lo que
él les había pagado que hicieran, hasta que se cansaba de ellas.
Nunca pensó que la falta de una esposa lo afectaría. Después de todo, conocía a docenas de
hombres que ignoraban a sus mujeres, y se dedicaban a sus amantes. Pero no había pensado en
las cosas pequeñas. Discutir un libro tarde por la noche. Y el simple gesto doméstico, de las manos
de una mujer arreglándole las solapas.
Por primera vez, sus tormentos no eran por el pasado, sino por un futuro que nunca conocería.
Al comienzo se sintió emocionada, pero pronto se fue sintiendo envidiosa, porque Mamá
cacareaba con Tessa, como una gallina con pollos. Lo único de lo que se hablaba era de las náuseas
de Tessa, cómo tenía que comer para mantenerse fuerte, y cómo tenía que descansar a menudo.
Julianne se había sentido sola, estaba resentida con su cuñada. Y también se sentía culpable,
porque Tessa había perdido a toda su familia, y había estado sola durante muchos años.
Pero fue Tessa quien convenció a su hermano y a su madre que dejaran a Julianne participar de
la temporada. Tessa la había ayudado a empacar, y dijo que sabía que Julianne sería la bella del
baile. E hizo prometer a Julianne escribir todas las semanas.
El recuerdo la avergonzaba. Era afortunada de tener una familia cariñosa. Cuando los ojos se le
nublaron de lágrimas, se las secó rápidamente. Tristan la había traído a Londres. Sabía que él
estaba reticente a dejar sola a Tessa. Aunque no le dijo nada, Julianne sabía que estaba
preocupado por la salud de Tessa, y por el inminente nacimiento.
Julianne se examinó profundamente, y supo que sus celos mezquinos se enraizaban en los
temores de que Tessa la estaba reemplazando en el corazón de su familia. Sus temores eran
infundados, pero siempre había sido insegura. Porque no importaba cuanto la amaran, siempre se
sentiría como la hija no deseada.
Había venido Londres decidida a entregarle su corazón a Hawk, pero se lo había dado años
atrás. Había fracasado en ganarse el amor de su padre, así que se decidió a capturar el corazón del
hombre que la había rescatado cuando era una niña.
Ni siquiera se había dado cuenta que la había herido en el baile. Pero era mejor admitir la
verdad. Ella les había hecho lo mismo a los doce caballeros que le había propuesto matrimonio. A
través de los años, se había dicho repetidamente, que un poco de coqueteo, nunca hería a nadie.
Pero aunque no había querido herir a propósito a esos hombres, de todas maneras lo había hecho.
Se había convencido a sí misma que Hawk la había engañado deliberadamente. En
retrospectiva, sabía que lo había catalogado de canalla sin corazón, para proteger su corazón
adolorido. Ella le importaba, pero no la amaba.
Una tabla crujió fuera de su puerta, señal que alguien andaba en el pasillo. El sonido de una
puerta cerrándose, la hizo fruncir el ceño. Se sentó, encontró las cerillas, y prendió una vela.
Acercándola al reloj, vio que eran las cuatro de la mañana. Sospechó que Hester y el señor
Peckham, al fin eran amantes.
Julianne apagó la vela y se acostó. Le dolía el corazón perder el sueño que la había sostenido
durante cuatro largos años. Se sentía vacía y desalentada. Todo el invierno había anhelado estar
en Londres para las fiestas, y ahora se iba a sentir deprimida el resto de las semanas de la
temporada.
Pero no carecía de proyectos. El corazón le latió más rápido cuando el panfleto tomó un
significado totalmente nuevo para ella. Hasta este momento, lo había considerado sólo como una
forma de resarcirse de los solteros reacios. Ayudaría a otras damas al proporcionar los honestos
consejos que Hester le había dado acerca de los hombres.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1111
—Esto es monstruoso —comentó Hester al día siguiente después del almuerzo—. No te puede
negar los placeres de la temporada simplemente porque volviste tarde al palco. No voy a permitir
que te pisotee.
—Tiene la intención de llevarme a casa si no coopero. Creo que habla en serio —dijo Julianne
suspirando.
—Nos ocuparemos de eso —dijo Hester indignada—. Pienso decirle muy claramente que yo soy
responsable de ti. Él puede irse a paseo.
—En realidad, hay una ventaja en eso de quedarse en casa. Si durante el día recibo visitas y por
la tarde acudo a los eventos sociales, no tendré tiempo de escribir, así que esta semana en casa
me permitirá completar mi panfleto. Todavía necesitamos pensar en su publicación y si pierdo el
tiempo, todo será en vano. Como ha dicho, debo asegurarme de que esté circulando al principio
de la temporada si quiero que el plan funcione.
—Bien, estoy de acuerdo, pero aún creo que ha ido demasiado lejos —dijo Hester.
—Debe asistir a los eventos sociales —dijo Julianne—. No hay razón para que se quede en casa
cuando voy a pasar todo el día escribiendo.
—Siempre y cuando mi terco sobrino no acapare todo tu tiempo cuando venga.
—Me imagino que se sentirá muy feliz por poder pasar toda la semana en su club. —Por
supuesto, no añadió sus sospechas de que probablemente se buscaría una amante, pero Hester
conocía a su sobrino y a los hombres en general.
Una criada apareció en la puerta con dos ramos más, haciendo un total de cinco ramos de
flores. El mayordomo, Henderson, entró.
—Siguiendo sus instrucciones, rechacé las visitas de los caballeros, milady.
—¿Quién ha venido? —preguntó Hester.
—Los cinco jóvenes que usualmente vienen. Enviaron también los ramilletes de flores. —Se
aclaró la garganta—. También he traído el correo.
Con una sensación de desaliento, Julianne observó a la criada colocar las flores en varios
floreros. Oh, Dios mío, ¿qué ocurriría si los cinco cachorros, como Hawk los llamaba, de pronto se
sintieran enamorados de ella? Una abrasadora vergüenza la atravesó al recordar cómo había
flirteado y bailado con ellos, todo en un gran esfuerzo para demostrar a la alta sociedad que Hawk
ya no le importaba.
Hawk tenía razón. Los había maltratado. Se juró que no volvería hacerlo nunca más. La próxima
vez que los encontrara, les dejaría claro que sólo quería su amistad.
Hester examinó el correo.
—Ah, aquí hay dos cartas para ti, Julianne.
Abrió la primera; de su madre y se sobresaltó. Mamá había recibido una carta de Lady
Durmont, describiendo el vals de Julianne con Hawk hasta el más mínimo detalle.
Julianne apretó los dientes. Lady Durmont era la más chismosa de toda la alta sociedad. Se
deleitaba con despedazar a otros con sus chismes. Enfadada, continuó leyendo. Casi podría oír la
voz concisa de su madre. El vals fue lo bastante indecoroso, al parecer, para que una gran mayoría
de los asistentes lo considerasen un grave paso en falso. Sin embargo, su madre también había
recibido carta de Lady Boswood que tranquilizó algo su mente. Mamá se sintió aliviada al saber
que Hawk públicamente había proclamado que Julianne era su pupila.
Malditas fueran. ¿Escribía cada dragón de la sociedad a su madre? Pero la culpabilidad de
inmediato inundó su pecho. Hizo algo mucho peor que ese vals desde su llegada a Londres. Había
arriesgado su reputación la noche que bebió todo aquel vino. Como dijo Amy, tuvieron mucha
suerte de que no haber enfrentado peores consecuencias. Pero eso no fue nada en comparación
con cómo había permitido que Hawk la tocara y la besara. Gracias a Dios nadie los había
sorprendido.
Giró la página. La preocupación se apoderó de ella al saber que Tessa sentía contracciones
irregulares en su vientre. Mama decía que eran causadas por una falsa alarma y eran comunes. El
médico había dicho que siempre y cuando las contracciones se detuvieran cuando Tessa caminara,
no indicaban el comienzo del parto.
Los hombros de Julianne se desplomaron de alivio por Tessa. Rápidamente rezó una oración
por la salud de su cuñada y continuó leyendo.
Naturalmente, tu hermano está fuera de sí por la ansiedad, como puedes imaginar. Por lo tanto,
a regañadientes he optado por no informarle de tu falta de juicio. Debes acatar, claro está,
estrictamente el decoro el resto de la temporada.
¿Cómo pudo ser tan irreflexiva? El pobre Tristan estaba loco de preocupación por Tessa y ella
estuvo peligrosamente cerca de que el escándalo cayese sobre ella y su familia. Decidió ser más
cuidadosa con su conducta y volvió la página.
Hay otro asunto que fue una sorpresa para mí, el cual he meditado ampliamente. Lady
Boswood me informó que su hijo ha desarrollado un gran afecto por ti. Aunque la diferencia de
edad me preocupa un poco, no sería contraria al enlace. Como hijo de un marqués, Ramsey es muy
elegible y su familia es una de las más ilustres del reino. Por supuesto, tendrías que soportar la
vanidad de Lady Boswood, pero no te voy a desalentar si de verdad lo amas.
—Cálmate —dijo Hester—. Tienes otra carta. Léela primero, ya que puede contener noticias
importantes que debas responder en tu carta.
Mientras Julianne rompía el sello le contó a Hester los falsos dolores de parto de Tessa.
—Me alegra oír que no es nada serio —dijo Hester.
Después de desdoblar el papel, Julianne leyó la breve carta de su hermano.
Habrás recibido carta de nuestra madre, pero te aseguro que todo está bien con Tessa y el bebé.
Hawk me envió una nota y entiendo que estás disfrutando de la temporada. Estaba algo inquieto
al dejarte en Londres, pero me di cuenta que sería injusto que perdieras la temporada. Hawk
probablemente sea mucho más indulgente que yo, pero Tessa me recuerda a diario que ya eres
una mujer adulta.
Julianne resopló. Si su hermano supiera que su amigo había demostrado ser mucho más
estricto de lo que él o su madre habían sido nunca.
Espero que me perdones cuando digo que no quiero que mi hermanita crezca demasiado rápido.
Echo mucho de menos tu presencia y estoy deseando que regreses a casa.
—Arriba. Supongo que vas a ordenarle que se presente en la sala de estar —dijo Hester,
balanceando el monóculo en su cinta.
Cruzó los brazos sobre su pecho.
—Me gustaría hablar con ella.
Hester tocó el timbre. Cuando un lacayo llegó, le ordenó que le comunicara a Julianne, que
Hawk quería verla en la sala.
Hawk se acercó al aparador y se sirvió un brandy.
—¿Dónde están los perros?
—En la cocina —dijo Hester con frialdad.
Su tía estaba decidida a hacerle parecer como un villano. Cuando su estómago vacío retumbó,
Hester dejó escapar un suspiro indignado.
—Julianne iba a cenar sola en su dormitorio esta noche. Ya que estás aquí y obviamente
hambriento, pediré que suban dos bandejas al salón.
—Gracias. ¿Puedo preguntar por tus planes para esta noche?
—El señor Peckham me acompaña a cenar con los Hartford —dijo—. No debe tardar ya mucho
en llegar.
Hawk bebió a sorbos su brandy.
—Pasas mucho tiempo con Peckham.
—¿Te atreves a cuestionar mis amistades?
—Fue una observación sin ninguna intención. Francamente, pensé que te quedarías en casa
para hacer compañía a Julianne.
—Tú eres quien ha impuesto el castigo. Desapruebo tus duras medidas, pero has sido
designado como su tutor y por lo tanto, quien debe acompañarla cada noche. No voy a reorganizar
mis proyectos debido a tus estúpidas restricciones.
Su tía nunca tuvo pelos en la lengua, pero no tenía ninguna intención de excusar su decisión.
Había hecho lo que tenía que hacer y se acabó.
Julianne entró en el salón, hizo una reverencia y se sentó en el sofá frente a Hester. Hawk se
unió a ella.
—¿Qué has estado haciendo hoy?
—Escribiendo cartas a mi familia y amigos —dijo, con tono aburrido.
Echó un vistazo a su rostro altivo.
—Pareces cansada.
—Un poco de descanso me vendrá bien.
—Espero que estés satisfecho, Marc —dijo Hester—. Has logrado provocar mi enojo
obligándola a ser una prisionera en mi casa.
Julianne suspiró, pero no dijo nada.
Hawk frunció el ceño. ¿Dónde estaba la mujer enérgica que le respondía palabra por palabra?
Parecía haber cambiado de la noche a la mañana.
El señor Peckham llegó. Antes de salir, Hester informó a Julianne que había pedido que les
subieran una bandeja para ella y Hawk.
—No necesitas quedarte —le dijo Julianne a Hawk—. Estoy segura que prefieres cenar en tu
club.
—Me quedaré.
Su tía tomó el brazo de Peckham.
—Julianne, prométeme que descansaras un poco más esta noche.
—Tengo intención de retirarme temprano —respondió.
Después de que se fueron todos los demás, Julianne se tocó el cuello.
—¿Cuál es el problema? — preguntó.
—Me senté al escritorio demasiado tiempo, supongo.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros e hizo una mueca.
—Estoy tremendamente retrasada con mi correspondencia.
—Date la vuelta.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Voy a darte un masaje en esos músculos tensos.
—Eso es innecesario —murmuró.
—Estás dolorida. Déjame ayudarte.
Cuando le dio la espalda, siguió sus instrucciones de bajar la cabeza. Usando los pulgares para
masajear su cuello.
—Dime si presiono con demasiada fuerza.
Al principio permaneció rígida, pero poco a poco pudo sentir que se relajaba. Masajeó sus
hombros y un pequeño sonido poco femenino, casi un ronroneo, se le escapó.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
—Sí —dijo—. Es realmente maravilloso.
—No debes obligarte hasta el agotamiento. No hay ninguna necesidad.
—Se siente maravilloso —respondió.
Trabajó los músculos de su espalda, percatándose que llevaba puesta una camisola corta.
Habiendo desnudado a innumerables mujeres, sabía que esto significaba que no usaba corsé. Un
obstáculo menos, susurró el diablo dentro de él.
Los ganchos diminutos al dorso de su vestido le tentaron. Se imaginó soltándolos y deslizando
la prenda, junto con los tirantes de la camisola, por sus brazos. Entonces la atraería contra él,
bajando la suave tela, ahuecaría sus senos. El calor lento se instaló en su ingle mientras imaginaba
sus pezones erectos. La sentaría en su regazo y acariciaría sus pechos hasta que se arquease
contra él, ella le hundiría las manos en el pelo. Después le quitaría el vestido y ropa interior,
exponiendo los rizos oscuros. Entonces al fin exploraría los pliegues húmedos de su sexo. Sabía
cómo acariciar a una mujer hasta que explotara.
Las imágenes eróticas en su cabeza le excitaron. Debería ser azotado tan sólo por imaginar
tocarla. Aunque sabía que era una equivocación, también sabía que continuaría fantaseando con
una docena o más formas de hacerla retorcerse mojada y rogando para que se introdujera en ella.
Sacó a la fuerza las imágenes eróticas de su cabeza.
—¿Mejor? —susurró cerca de su oído.
—Sí.
Cuando la soltó, ella se recostó. Esperó que no notase la protuberancia en sus pantalones
ajustados.
—Gracias —dijo ella.
La expresión lánguida en sus ojos la hacía parecer una mujer con el resplandor de después de
hacer el amor. Recordó su sensibilidad cuando la besó y sabía con certeza que se despojaría de sus
inhibiciones en la cama. Siempre y cuando el hombre tuviera la experiencia para excitarla
lentamente.
Otro hombre, un marido, sería quien la iniciara en los placeres sexuales. El pensamiento quemó
su cerebro.
Saltó fuera del sofá y se fue hacia la momia de imitación, así no vería su agitación. No podía
pensar en otro hombre tocándola. Pronto se casaría, pero no este año. No iba a dejar que eso
sucediera mientras fuese su tutor, porque no soportaría verlo. Sin embargo, tendría que
presenciar como tomaba sus votos. Sus familias eran cercanas y no podría evitar la boda sin
insultarles.
Se iría del país. Suiza o París. Quizá la India o Egipto. Algún lugar lejos, lejos.
—Recibí cartas de mi madre y mi hermano hoy —murmuró ella.
Gracias a Dios. Un tema seguro. La observó sobre su hombro.
—Entonces fue por eso por qué pasaste tanto tiempo escribiendo.
—Tuve que tranquilizar a mi madre. —Julianne hizo una pausa—. Ella sabe lo de nuestro vals y
lo desaprueba.
Se quedó quieto, imaginando la cólera de Tristan.
—Voy a escribir a tu hermano y explicarle que no supimos que era un vals hasta llegar a la pista
de baile.
—Sólo causarás problemas. Mamá no se lo ha dicho a Tristán.
Frunció el ceño.
—Estoy sorprendido.
Le contó la falsa alarma de parto de Tessa y el deseo de la duquesa viuda de no alterar a
Tristan.
—Él me escribió también y me aseguró que todo estaba bien. Creo que no quiere que me
preocupe.
Hawk se acercó.
—Si lo deseas, te llevó mañana a casa.
Negó con la cabeza.
—No. Es un viaje largo y todavía faltan muchas semanas del confinamiento de Tessa.
Se sentó a su lado.
—¿Tienes miedo por ella?
—El médico dijo que no está en peligro. Así que no voy a preocuparme —dijo—. Si vuelvo
ahora, sólo va a parecer que estamos preocupados y eso va aumentar la ansiedad de Tristan.
Sospechó que Julianne no quería estar presente cuando Tessa diera a luz. Hawk creía que eso la
asustaría y el diablo sabía que él no quería que ella se fuese. Pero una vez que el bebé naciera,
tendría que llevar a Julianne a su casa. No podría eludir ese último deber. Sin embargo, iba a
cambiar esa obligación por otra, una vitalicia como padrino.
No podía pensar en eso ahora.
Los sirvientes llegaron, prepararon una pequeña mesa y levantaron las tapas de los platos. Era
una comida simple de jamón, queso, pan, y fruta.
—Me temo que echarás en falta una comida más sustancial como la de tu club —dijo Julianne,
después de sentarse—. Ya que iba a cenar sola, no quise dar a los criados más trabajo del
necesario.
Les dio permiso a los sirvientes para salir y se sentó frente a ella.
—No me importa. —El ambiente íntimo era un cambio agradable de los frenéticos eventos de
la alta sociedad.
Mientras servía el vino, ella le preparó un plato. No había nada extraordinario, pero le
complació. El aroma de pan caliente, crujiente, hizo gruñir su estómago. Rápidamente despachó
las finas lonchas de jamón, el pan, y el queso fuerte.
—Estabas famélico. —Le rellenó el plato con higos secos y añadió una pera.
Después de comer, sirvió más vino para ambos. Cuando ella tomó un sorbo de vino, sus ojos
destellaron con diversión.
—¿Qué piensas? — preguntó él.
—Te has olvidado que sólo me permiten una copa de vino o jerez.
Le hizo un guiñó.
—Haré una excepción esta noche ya que sólo estamos nosotros dos.
—¿Me animas a embriagarme?
—Avisa cuándo te sientas borracha. No quiero encontrarte corriendo por el pasillo otra vez.
Ella sonrió.
—Nunca has preguntado por qué corríamos.
Se reclinó en su silla.
—Claro que sí, dime.
—Es posible que desees reconfortarte con más vino primero —dijo, bebiendo de su vaso otra
vez.
Él sonrió.
—En ese caso, llenaré ambas copas.
Bebieron afablemente durante algunos minutos, entonces habló:
—¿Estás listo?
—No lo recuerdo.
—La mejor parte fue cuando inclinaste la rodilla. Parecías tan solemne. Te sugerí que volvieras
a preguntármelo dentro de una docena de años. —Meneó sus cejas—. Ahora es tu oportunidad.
—No, gracias.
—¿Qué? ¿Me dejas plantado? —se agarró el pecho.
—Te concedería tu segundo compromiso, pero dudo que pueda permanecer despierta una
hora entera para romperlo.
—¿Te encuentras mal? Espero que el vino…
—Sólo estoy cansada.
Algo cambió pero no supo el qué.
—Hasta mañana.
Cuando dejó la sala, le restó importancia a sus inquietudes. Ya estaba cansada cuando llegó y el
vino probablemente contribuyó a su fatiga. Mañana sería de nuevo la misma de siempre.
Al día siguiente, Julianne se sentó ante su escritorio y sacó una hoja de papel limpia. La página
en blanco la intimidó. Necesitaba una idea, pero su cerebro estaba congelado. Maldito sea todo,
no podría permitirse el lujo de parar ahora.
Un golpe ligero en la puerta la sobresaltó. Miró sobre su hombro mientras Hester entraba.
—Mi sobrino ha preferido venir antes del almuerzo. Insiste en verte.
—Oh, no. Hester, debo trabajar en el panfleto. No tengo tiempo para verle ahora. ¿Hay alguna
manera de evitarlo?
Hester sonrió.
—Le diré que sufres de un dolor de cabeza.
Considerando la copiosa cantidad a de vino que había consumido la noche anterior iba a creer
esa excusa.
—Gracias.
Después que Hester saliera, Julianne miró ceñuda la página en blanco. Entonces, el consejo
perfecto saltó a su cerebro. Sumergió la pluma y empezó a escribir.
Una vez que has asegurado el interés de un caballero, no estés en casa cada vez que te visite.
No debes renunciar a tus obligaciones de caridad o a tus amigos con la esperanza de que venga a
verte.
—Sus motivos no importan. Sin embargo, nosotras tenemos un problema. Prometió visitarme
varias veces al día, todos los días. No puedo permitirme el lujo de perder el tiempo. Debo
aprovechar esta oportunidad para terminar el panfleto.
—Eso me recuerda —dijo Hester—. Mi amigo visitó a tres editores esta semana. Dos de ellos se
negaron a causa de la impropiedad.
Julianne contuvo el aliento. No. ¡No!
Hester sonrió.
—Pero uno de ellos ha expresado su interés. Quiere revisar algunas páginas por adelantado. Así
que te sugiero que hagas hoy una copia de la introducción y de los dos primeros capítulos.
—¡Oh Dios mío! —Julianne se levantó y abrazó a Hester—. ¡Va a ser publicado!
Hester le palmeó la espalda.
—No hay ninguna certeza, Julianne. Si este editor en particular se rehúsa, mi amigo entonces
visitará a otros. Pero mejor prepárate para la decepción.
Asintió con la cabeza.
—Tengo que hacer la copia de inmediato. ¿Revisará los errores?
—Sí, claro está, querida. Ahora, voy a dejarte con tu trabajo.
Después que Hester se marchó, Julianne dio vueltas una y otra vez. Su corazón saltando de
vertiginosa emoción. ¿Cómo iba a ser capaz de concentrarse en el panfleto cuando apenas podía
contener la euforia?
Respiró profundamente sabiendo que todo su trabajo sería en vano si no presentaba la copia. Y
una vez hecho eso, debía redoblar su esfuerzo para completar el panfleto. El tictac suave del reloj,
que había junto a la cama, le recordó que tenía sólo seis días más de castigo, contando el día de
hoy. Con un gemido, regresó al escritorio, más decidida que nunca a terminar.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1122
Tres días más tarde, Hawk golpeó la aldaba de la casa de su tía. Apretando los dientes, a
sabiendas de que probablemente se arrepentiría de su decisión. Pero, ¿qué otra opción tenia?
Después de que Henderson lo instaló en la antesala, Hawk se paseó por la habitación. Su tía
debería haberle recibido enseguida en el salón. Sin duda su intención era hacerle esperar y de esa
forma hacerle pagar con su impaciencia el castigo impuesto a Julianne por su desafío.
Miró el reloj en la repisa de la chimenea cada vez más impaciente. Por supuesto, no la había
echado de menos. Era una espina clavada en su costado y responsable de que su vida se hubiera
convertido en un desastre. Al principio, se había alegrado por el indulto de sus obligaciones como
tutor. Compartió una botella de clarete con tres amigos en el club hace dos noches, pero por
alguna razón que le desconcertaba, al poco tiempo se encontraba aburrido e irritable.
Después de mucho pensar, había atribuido su mal humor al celibato y entonces decidió saciar
su lujuria. Eso le había conducido a asistir al teatro, o más bien al camerino femenino. Nell y
Nancy, dos traviesas bailarinas, le dieron la bienvenida con los brazos abiertos y cuerpos ligeros de
ropa. De nuevo le hicieron la proposición para un ménage á trois. Se convenció de que podría
realizarlo con discreción, pero su lujuria se le enfrió tras echarle un vistazo más de cerca a la
pintura en sus caras. Olían a sudor y a perfume barato. Peor aún, una imagen de los preciosos ojos
azules de Julianne surgió en su mente. Mascullando una ambigua excusa a las bailarinas se alejó
como si los perros del infierno le pisaran los talones.
A partir de entonces un tipo de infierno nuevo se le presentó. Dos noches seguidas, soñó con
Julianne, fueron sueños muy lascivos. Se había despertado medio loco de lujuria en ambas
ocasiones. No importaba cuántas veces se recordara que estaba prohibida, no podía deshacerse
de su deseo por ella.
Que el diablo se lo llevara. No estaba hecho de piedra. Su belleza tentaría a cualquier hombre,
pero su situación planteaba un lío monumental. La deseaba desesperadamente, pero no podía
tenerla. No sin que se casaran y eso era inadmisible.
Lo peor de todo, es que no podía evitarla, aunque no estuviera presente. La noche anterior en
el club, se quedó anonadado por el número de damas y caballeros que habían expresado su
preocupación por la salud de ella. Por la mañana, se encontró a sus tristes galanes en la academia
de esgrima. Beaufort quería saber todos los detalles de la repentina enfermedad de Julianne,
diciendo que le enviaría flores a toda prisa. Para no ser superado, Osgood declaró que escribiría un
poema en su honor. Portfrey y Benton tenían la intención de mandarle dulces. Caruthers dijo que
le enviaría una cesta de fruta.
Los cinco suspirando habían estado de acuerdo en que los eventos nocturnos no eran tan
divertidos sin la presencia de Julianne. La valoraban como maravillosa y la dama soltera más jovial
de la alta sociedad.
Pero eso no fue nada en comparación con la mención de su misteriosa enfermedad en los
periódicos sensacionalistas esta mañana. Maldita sea. Lo último que necesitaba era que llegara a
Tristan la noticia de la supuesta enfermedad de su hermana. Su viejo amigo tenía suficiente
preocupación con el embarazo de su esposa.
Hawk echó un vistazo al reloj otra vez y gimió. ¡Qué diablos! No era mejor que los cachorros. La
vuelta a su vieja vida había resultado ser un aburrimiento y todo lo que había conseguido era
pensar en Julianne. ¡Demonios! Hasta se sentía culpable por restringir sus actividades. Pero sobre
todo, añoraba su risa, incluso sus descarados comentarios.
Pues bien, hoy iba hacerla feliz.
Unos momentos más tarde, Henderson volvió para informarle que las damas lo recibirían. Hawk
le dijo que podía encontrar solo el camino hasta el salón. Luego subió rápidamente las escaleras,
ansioso por darle la buena noticia.
A pesar de su agotamiento, Julianne apenas podía contener su emoción. Ayer el editor le había
pedido el resto del panfleto. Su entusiasmo la había incitado a escribir más y más rápido. Si
continuaba a este ritmo, lo terminaría antes del fin de semana.
Extrajo una hoja de papel limpia, sumergió la pluma, e inició el siguiente capítulo:
Hester entró.
—¿Puedo interrumpir?
—Ah, el momento es perfecto. Acabo de terminar otro capítulo. Léalo y me da su opinión.
—Mi sobrino ha venido, pero puede esperar unos minutos. —Hester levantó su monóculo y
estudió atentamente el capítulo—. Oh, esto es excelente. Pero ahora debemos atender a mi
sobrino. No querrás despertar sus sospechas. Ven a saludarle.
Julianne arrugó la nariz.
—Me gustaría que no viniera durante el resto de semana. Estoy tan cerca de terminar el
panfleto.
—Es posible que su visita sea breve —dijo Hester.
Julianne lanzó un suspiro impetuoso.
—Oh, muy bien.
Cuando llegaron a la sala, Hawk ordenaba a los perros sentarse. Después de que le
obedecieran, los recompensó con algunas migajas.
—Tengo que hacer planes para esta noche. No tengo ni idea de qué ropa voy a llevar puesta. —
Al ver su expresión perpleja, inventó otra excusa—. Después de tanto tiempo dentro de casa,
necesito un tratamiento de belleza.
Él resopló.
—No puede ser tan grave.
—No tienes ni idea de las medidas que las damas deben tomar para asegurarse de que su cutis
sea rosado y terso. —Julianne miró a Hester—. He comprado un nuevo brebaje. Leche virgen,
tiene fama de ser una de las mejores recetas para el cutis.
Hawk soltó una carcajada y se resbaló de la silla.
—¿Qué encuentras tan divertido? —dijo Julianne.
Siguió riéndose hasta que se le humedecieron las gruesas pestañas. Luego tomó aliento y se
enjugó los ojos.
—Julianne, no importa qué precio pagaste por esa mezcla de absurdo nombre; has tirado el
dinero.
—No tiré el dinero. Y me insultas al decir eso.
Sus ojos dorados brillaron mientras la miraba.
—No era mi intención que fuese un insulto. Todo lo contrario. Sencillamente eres la mujer más
bella del reino.
Abrió la boca debido al asombro por sus palabras. Muchos caballeros la habían elogiado, pero
él nunca lo había hecho. Se conminó a no entusiasmarse por su anodina adulación, pero el corazón
se le oprimió. Temiendo que notara cuánto le afectaban sus palabras, bajó la mirada a sus manos
entrelazadas en su regazo. No podía permitirse disfrutar de su alabanza, pues seguramente haría
una broma un instante después.
—¿A qué evento asistirás esta noche, tía? —preguntó.
—Lady Dunworthy celebrará una velada musical esta tarde —dijo Hester—. Pero no hemos
decidido aún si asistiremos.
—Os escoltaré a ti y a Julianne —dijo. Entonces se acercó a ella y apartó un rizo de su oreja—.
Si tocas esta noche, pasaré las páginas para ti.
Ni siquiera se lo preguntó, asumió directamente que estaría encantada por su oferta. Su
arrogancia le fastidiaba y con la intención de bajarle los humos dijo:
—Quizá conceda ese privilegio a otro caballero.
Sus ojos reflejaron su disgusto.
—Alto el fuego, Julianne. Fue una oferta de paz.
Casi le dijo que la respetase lo suficiente para preguntar en el futuro, pero sospechó que tenía
algún motivo oculto para visitarla hoy.
—No has puesto fin a mi castigo por esa razón, ya que no tuve ninguna opción en este asunto,
te aseguraste mi cumplimiento—. Le miró a los ojos—. Dime, Hawk… ¿Cual es la verdadera razón
para concederme el indulto?
Pareció momentáneamente desconcertado, pero se recobró rápidamente.
—¿Por qué eres tan desconfiada? Creí que estarías encantada.
Esa noche, Hawk llegó a casa de su tía y observando al anciano mayordomo le dijo:
—Le ahorraré la molestia de anunciarme y entraré directamente a la sala.
Henderson se aclaró la voz. Lady Rutledge no está en casa.
Hawk frunció el ceño.
—¿No está en casa para mí o literalmente se ha ido?
—Milord, mis únicas instrucciones son informarle que la señora no está en casa.
Hawk puso la mano en su cadera.
—Me imagino que Lady Julianne tampoco está en casa.
—Mis únicas instrucciones son informarle que Lady Rutledge no está en casa.
Hawk metió la mano dentro de su abrigo y sacó un pequeño monedero.
Henderson se echó para atrás.
—Milord, no puedo aceptar su… regalo.
—Ambos sabemos que es un soborno. ¿Cuánto por toda la información?
—No estoy en libertad de revelar nada. —Después de un momento, añadió—: Milord.
Hawk respetó al mayordomo por rechazar el soborno y devolvió el monedero al bolsillo de su
abrigo. No era culpa de Henderson que la escalera de su ama no llegase al ático.
—Henderson, si digo que hay una emergencia, ¿respondería mis preguntas?
El sudor perlaba la frente del anciano.
—En una emergencia, haría una excepción.
—Considero esto una emergencia —dijo Hawk—. Es un hecho comprobado que las mujeres
tienen un cerebro más pequeño y algunas veces sus pensamientos se ven obstaculizados por su
inferior capacidad de razonamiento.
—Milord, nunca he cuestionado el cerebro de Lady Rutledge.
—Eso es probablemente lo mejor, Henderson. Ahora bien, ¿escoltaba el señor Peckham a mi tía
y a Lady Julianne?
—Sí, milord.
Su tía había dicho que no habían decidido con seguridad asistir a la velada musical.
—¿Mi tía acertó a mencionar su destino?
—No, milord.
Dejó escapar un suspiro impetuoso.
—¿Hay cualquier otra cosa que recuerde que podría ser útil en esta situación de emergencia?
—No, milord.
—¿Está seguro de que no aceptará la recompensa por su ayuda?
—Estoy seguro, milord. —Extrajo un pañuelo y secó su frente—. ¿Algo más, milord?
—Sólo esto. Nunca hemos tenido esta conversación. ¿Nos entendemos, Henderson?
—Sí, milord.
Hawk se puso el sombrero, se dirigió fuera hasta el carruaje y dio la dirección al conductor de
Lady Dunworthy. A su llegada a la velada musical, entró en el salón y se estremeció al oír a la
desafinada soprano, la señorita Henrietta Bancroft, la cual tomó una bocanada de aire y gritó las
notas altas. Estaba completamente convencido de que las lágrimas de cristal de la lámpara de
araña vibrarían y se romperían.
La exhibición misericordiosamente acabó. Hawk registró el salón y tal como había esperado, no
había rastro de su tía, de Julianne, o del señor Peckham.
Lady Dunworthy caminaba hacia él.
—Hawk, qué maravillosa sorpresa. No lo esperaba después de que Lady Rutledge se fuese a
toda prisa.
—Que inoportuno —dijo Hawk—. ¿Ha pasado algo?
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1133
Julianne se quedó admirada de las bellas lámparas colgantes, que adornaban los grandes olmos
que alineaban la avenida de Vauxhall. Estaba sentaba en uno de los pequeños palcos con Hester y
el señor Peckham, comiendo finísimas lonchas de jamón, pollos diminutos, panecillos, fresas y
bebiendo una copa de vino. Julianne sonrió cuando el señor Peckham ofreció una fresa a Hester,
mientras la miraba anhelante. Cuando Hester bajó los ojos, la dulzura de su repentina timidez
conmovió el corazón de Julianne.
Desvió la mirada para darles privacidad. Hester nunca había hablado de su relación con el señor
Peckham, pero los sentimientos entre ambos eran obvios para Julianne. No le cabía la menor duda
de que el señor Peckham había sido el primer amor de Hester. Esta noche el mundo parecía un
lugar mejor por su reencuentro después de tantos años. Hester había sufrido demasiado en su
juventud, pero ahora era libre de dar su corazón al hombre que nunca había olvidado.
Julianne, a pesar de todo, no estaba completamente a gusto. Sabía que Hawk se pondría
furioso cuando descubriese que le habían engañado esta noche. Su conciencia había gritado
cuando salieron treinta minutos antes de la llegada prevista de Hawk. Oh, ¿por qué debería
sentirse culpable? Él había ido demasiado lejos con su grosera insistencia de acompañarlas esta
noche.
—Lady Julianne, parece como si deseara matar a alguien.
La voz de Beaufort la sobresaltó. Alzó la vista para encontrar a los cinco cachorros en el palco
de los jardines.
—No sabía que estarían aquí.
—No quisimos perdernos los fuegos artificiales —dijo Osgood.
—¿Quieren tomar algún refresco? —preguntó Julianne.
En ese momento, grandes explosiones como cañonazos provocaron un gran estruendo.
Julianne chilló, provocando las risas de los jóvenes. Estaban bebiendo vino y observando el
despliegue de fuegos artificiales, cuando llegaron Georgette, Sally, y Amy. La felicidad de Julianne
al ver a sus amigas se desvaneció rápidamente al ver a Ramsey tras ellas. Por el bien de Georgette,
le saludó cortésmente y centró su atención en los demás. Pero con cada vez que pillaba a Ramsey
mirándola, su incomodidad iba en aumento.
Tras varios minutos, él se acercó a su hermana.
—Georgette, volveré dentro de poco para llevarte de regreso con nuestros padres.
Julianne dio un suspiro de alivio cuando se fue. Obviamente, sólo fue a acompañar a su
hermana y a sus amigas Amy y Sally. Gracias a Dios, se había tomado en serio lo de cejar en su
persecución.
—Es una hermosa noche —dijo Caruthers—. ¿Paseamos por la avenida central?
Todo el mundo asintió, excepto Amy que dijo:
—Georgette, tu hermano se va a enojar
Georgette agitó la mano.
—¿Quién se preocupa por él? Estos caballeros nos acompañan. Vamos a estar perfectamente a
salvo y Henry nunca sabrá que hemos ido a pasear.
—Dejadme consultarlo con Hester primero —dijo Julianne.
Cuando se acercó a Hester para comentarle lo del paseo, el señor Peckham frunció el ceño.
—Hay tipos sin escrúpulos por ahí.
—Pero los galanes de Julianne las acompañan. Para proteger a las chicas —dijo Hester—. Presta
atención y manteneos alejadas de los senderos oscuros.
Julianne se rió.
—Prometo alejarme de esos caminos.
Todo el grupo se puso en camino, acompañados por el ruido de los explosivos. El cielo se
iluminó una y otra vez con gran fanfarria. Después de pasar tantos días encerrada, Julianne
disfrutó del vigorizante ejercicio.
Georgette divisó un camino sin iluminar y se paró.
—Oh, mira. Eso debe ser uno de los famosos senderos oscuros.
Naturalmente, todo el mundo tuvo que detenerse y mirar.
Las ramas de los altos árboles formaban un dosel sobre el sendero oscuro, pareciéndole a
Julianne aún más intimidante. Se imaginó a un bandido agarrando a una dama inocente y
arrastrándola por esa solitaria senda. La piel de sus brazos se erizó.
Sally tembló.
—Oh, se ve espeluznante.
Caruthers se acercó por detrás de ella e hizo un sonido escalofriante.
Sally gritó y todo el mundo se rió.
—Granuja —dijo, golpeándole el brazo.
Georgette se acercó más al sendero oscuro. Luego se volvió con una pícara sonrisa en su cara.
—Creo que debemos dar unos cuantos pasos por este camino y así poder decir que hemos
estado realmente en uno de los senderos oscuros.
Julianne puso sus ojos en blanco por los disparates de su amiga.
—No seas tonta, Georgette.
—Es sólo una broma —dijo Georgette—. Haremos un pacto. El de no revelar nunca que fuimos
allí.
Beaufort se aclaró la voz.
—Lady Georgette, no puedo permitir que emprenda ese camino.
Julianne reprimió una sonrisa, sabiendo que Georgette consideraría las palabras de Beaufort un
desafío.
Georgette se rió nerviosamente, se levantó las faldas y golpeó ligeramente la punta del pie en
el camino.
—Ay, pisé el camino oscuro.
Todos se rieron, excepto Beaufort.
—Creo que será mejor que volvamos ahora.
—Oh, muy bien —refunfuñó Georgette.
Julianne sacudió la cabeza por las payasadas de Georgette. Cuando el grupo se volvió, Beaufort
tomó su brazo. Se dijo que ese gesto solo se debía a un acto caballeroso, pero algo en su manera
de hacer ese gesto, la hizo sentirse como si hubiera hecho una reclamación de propiedad.
Mientras paseaban, Beaufort gradualmente aminoró su paso hasta que los demás estaban muy
lejos. Sus nervios se agitaron.
—Nos quedamos atrás —le dijo.
Él sonrió.
—Quería decirle que ya he adquirido una calesa. ¿Daría un paseo conmigo mañana?
No podía negarse cuando le había hecho creer más de una vez, que aceptaría tan pronto como
estuviera en posesión del vehículo.
—Sí, por supuesto —respondió.
Su sonrisa se amplió.
—Excelente. Mañana entonces.
Desvió su mirada para que no viese su expresión culpable. Ahora sería el momento perfecto
para decirle que sólo quería su amistad y la de los otros cuatro jóvenes, pero no quería estropear
su felicidad. Mañana se lo diría después de volver a casa. No, se lo diría a todos ellos la próxima
vez que la visitaran, porque tenía que asegurarse que entendían que no estaba interesada en una
relación romántica.
La brisa hizo volar las cintas del bonete en su cara. Las apartó y pensó en la fiesta en casa de los
Durmont. Esa noche, había coqueteado con los cinco jóvenes y bailado con cada uno de ellos dos
veces. Todo porque quería demostrar a la sociedad que Hawk ya no le importaba.
La vergüenza ardía en su interior. Se había aprovechado de los cachorros, pensado sólo en ella.
Cuando llegaron al palco, el pulso de Julianne se aceleró al ver a Georgette a un lado hablando
con Ramsey. Julianne no podía oírles, pero supuso que Ramsey estaba disgustado porque
Georgette hubiera salido a pasear.
Unos momentos más tarde, Georgette se acercó y Beaufort se excusó. Después que se
marchara, Georgette dejó escapar un suspiro.
—Mi hermano insiste en que regrese con mis padres ahora.
—Sospeché que estaba enojado por la salida —dijo—. ¿Tus padres van a enojarse?
Soltó una risita.
—Nunca lo sabrán. Se suponía que Henry se quedaba conmigo, así que no dirá nada.
—Quizá deberías decirle a tu madre la verdad. Hacerla saber que consultamos a Hester antes
de salir.
—Sí.
La tentación de burlarse estaba en la punta de su lengua, pero refrenó el deseo. En el pasado,
no tan distante, nunca habría vacilado. Quería volver a ese tiempo en el que las cosas eran más
fáciles entre ellos, pero ya no era la niña revoltosa que le acompañaba en una travesura.
—Volveré mañana.
Julianne se levantó. Le hizo una reverencia. Él se inclinó de modo respetuoso. Su despedida fue
rígida y formal. Se marchó, pensando que prefería la enemistad a este abismo frío entre ellos.
Pero ella había accedido a la amistad. La nube gris que había empapado su espíritu se levantó.
La hechizaría y la haría reírse. Iba a ser su amiga, no su pupila. Así no sentiría la necesidad de
rebelarse contra él. Por el resto de la temporada, sacaría el mayor partido posible del tiempo que
pasasen juntos. Volvería a conquistar a su Julie, aunque sólo fuese por un poco más de tiempo.
Bajando las escaleras, recordó que Julianne había acordado dar una vuelta mañana con
Beaufort. ¡Infierno! No podía desaprobar un paseo en un carruaje abierto. A plena vista de toda la
gente que desfilaba por Rotten Row, a la hora de moda. Estaba perfectamente dentro de los
límites del decoro.
Mientras iba hacia su carruaje, Hawk trató de pensar en una buena razón para evitar la salida.
Beaufort era un hombre y por consiguiente una amenaza. Podría volcar su carruaje, mientras
contemplaba sus pechos. Chocar contra un árbol mientras la imaginaba desnuda. ¡Maldición! El
cachorro tendría que ayudarla a subir al vehículo. Hawk apretó los dientes al pensar en Beaufort
tocándola.
¡Maldita sea! No tenía ningún derecho a negarse. Sin derecho a nada, sólo era su tutor
temporalmente. Porque se merecía algo mejor que un hombre con un pasado vergonzoso.
Subió a su carruaje y plantó su sombrero en el asiento de al lado. Algunos minutos más tarde, el
carruaje retumbó al alejarse. Se quedó mirando por la ventana la oscuridad. Esta noche la
sensación de vacío en su pecho parecía tan ancha como el Támesis.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1144
Si has seguido los Secretos de la Seducción, pero tu enamorado sigue sin proponerlo todavía,
debes preguntarte ¿cuánto es demasiado tiempo para esperar? Sólo tú puedes responder esa
pregunta. Pero si un hombre te ama de verdad, no va a arriesgarse a perderte por otro. Entrega
tu corazón sólo a un hombre que te ame tanto que no pueda vivir sin ti.
Los primeros rayos de luz del sol entraron en el dormitorio. Un escalofrió recorrió sus brazos.
Había completado el panfleto.
Desde ese primer párrafo de introducción hasta la última oración, había plasmado sus
pensamientos y creencias. Y acabó el panfleto con el único consejo que de verdad importaba.
Sus ojos se humedecieron un poco cuando apiló las páginas y ató una cuerda alrededor del
panfleto. Algo reticente a enviar su trabajo al mundo. Con el corazón oprimido al considerar la
posibilidad de que el editor lo rechazara. Pero había llegado demasiado lejos, y debía tener el
coraje para afrontar el veredicto final.
El alegre brillo de sol de la mañana desapareció y un chaparrón golpeó las ventanas por la
tarde. Después de un corto descanso, Julianne entró en el salón.
—Aquí estás, querida —dijo Hester—. Espero que te sientas más renovada.
—Sí, gracias.
Hester le entregó una carta.
—Un lacayo la trajo hace una hora.
Julianne leyó la corta misiva de Beaufort y se rió.
—¿Qué encuentras tan divertido? —preguntó Hester..
Dobló la nota.
—Beaufort se disculpa por la lluvia. Estoy segura de que está decepcionado. Estaba tan ansioso
por lucir su nuevo carruaje.
—¿Y quizá a una cierta jovencita? —dijo Hester.
Julianne suspiró.
—Es un joven muy agradable, pero no tengo sentimientos de afecto por él. Y me temo que él
espera más. —Miró a Hester—. No quiero herirle.
Has demostrado tener un excelente criterio, hija. Confío que continuarás evitando a los hombres
de mala reputación.
Se estremeció. Hawk tenía razón sobre los riesgos que había corrido esta temporada. Si la
hubieran descubierto borracha aquella primera noche, los dragones de la sociedad la habrían
desollado viva y su familia habría sufrido. Hester tampoco habría escapado ilesa. Con toda
probabilidad, su hermano habría culpado a Hawk por dejar de protegerla. Si bien Hawk la
exasperaba con sus reglas, no podía negar que nunca había esquivado sus deberes como tutor. En
verdad, se había dedicado toda la temporada a ella.
Ayer por la noche, le preguntó si podrían ser amigos en vez de enemigos. Por supuesto estuvo
de acuerdo, aunque profundamente en su interior, sabía que nunca podrían volver atrás. Todo
entre ellos había cambiado.
No era la misma persona que había sido hace unas semanas. Ese día que llegó a Ashdown
House con su hermano, estaba tan llena de fantásticas ilusiones sobre sus sentimientos por Hawk.
Desde ese día, había descubierto que había mucho que no conocía sobre él. Era extraño, le
conocía desde hacía años, pero había visto sólo al hombre encantador y despreocupado. Ahora
sabía que ésa era sólo una faceta de su carácter. Había aprendido que insistía en tener el control
en todo momento. Más de una vez, había expresado su miedo porque algo malo le pasara a ella.
Atribuyó su miedo a una respuesta directa a sus actos, pero desde el principio, encontró su
reacción irrazonable. Estaba particularmente obsesionado con Ramsey.
El vello fino de su cuello se le erizó. Algo malo le había sucedido a Hawk. Y estaba segura que
involucraba a Ramsey.
Julianne, sentada junto a la ventana con los cachorros en la fiesta de juego de cartas de Lady
Amstead, trataba de concentrarse en sus ingeniosas historias, sobre sus aventuras y desventuras
en la universidad. Pero era todo lo que podía hacer para contener su alegría. Esa misma mañana,
había recibido la maravillosa noticia de que su panfleto sería publicado en un par de semanas.
Miró a Hawk de soslayo. Estaba sentado en una de las mesas de juego, barajando los naipes.
Sus largos dedos le hicieron pensar en la forma como había acariciado sus pechos. Recordando las
sensaciones, se hizo consciente de sus pezones tensándose y lo imaginó tocándola otra vez.
Contempló su rostro anguloso y aquellos labios carnosos que la habían devorado, dejándola
hambrienta, en espera de mucho más. Después de repartir las cartas, Hawk devolvió su mirada
por debajo de sus gruesas pestañas negras. Su expresión seductora la fascinó. Se sintió como si
cayera bajo su hechizo.
Una mano ondeó ante su cara, rompiendo el encantamiento. Beaufort se rió.
—Está muy lejos.
Su cara se sonrojó.
—Me ha pillado distraída. —Realmente tenía que evitar esos pensamientos disolutos.
—Si el clima se mantiene, espero que llevarla a ese paseo por el parque que me prometió —
dijo. Había llovido cada tarde de la semana pasada.
—Sí, por supuesto.
Amy y Georgette se unieron al grupo.
—Sally quería venir, pero está resfriada —dijo Georgette.
—No es de extrañar con toda esta humedad en el aire —dijo Amy.
Georgette le dirigió a Julianne una mirada, con la que le indicaba que quería hablarle.
—Esperábamos que dieras una vuelta con nosotras.
Apeló a los caballeros.
—¿Me excusáis? No he visto a mis amigas desde hace varios días.
Después que Julianne se levantó, Georgette tomó su brazo.
—Encontremos un lugar donde podamos mantener una conversación privada.
Cruzaron la estancia. Julianne vio a Ramsey apoyado contra una columna, contemplándola.
Alarmada, apretó el brazo de Georgette.
—Vamos a cambiar de dirección. Hay una sala contigua con un piano. Podemos fingir examinar
las partituras de música mientras cotilleamos.
—Sí, tienes mucho que contarnos —susurró Georgette.
Julianne se sintió aliviada al encontrar vacía la sala de música. Ella y Amy se acercaron hasta el
piano y colocaron las partituras encima de la pulida superficie.
Amy examinó rápidamente las hojas.
—Esto me parece excesivamente dramático.
—Es simplemente una precaución —respondió Julianne.
Georgette cerró la puerta.
—Ahora podemos hablar sin miedo a que nos oigan. Julianne, debes darnos noticias del
panfleto. ¿Lo has terminado?
Cuando les dijo que iba a ser publicado en dos semanas, sus amigas se turnaron para abrazarla.
Amy sonrió.
—Todavía estoy un poco preocupada, pero te mereces un gran enaltecimiento por su
realización.
—Ojalá tuviéramos una copa de champaña para celebrarlo —dijo Georgette.
—No podemos celebrarlo abiertamente —dijo Julianne—. Nadie nunca debe saber que soy la
autora.
—Nunca diremos una palabra a nadie —afirmó Georgette.
La puerta se abrió y entró Lady Boswood. Julianne plantó una sonrisa serena en su cara. Menos
mal que la madre de Georgette no las había escuchado hablando sobre el panfleto.
—Chicas, ¿qué significa esto de esconderse detrás de una puerta cerrada? —preguntó Lady
Boswood con tono de censura.
—Sólo queríamos tener una conversación privada, Mamá —dijo Georgette.
—Georgette, ¿deseas que comenten que te comportas como una maleducada?
—Gracias por la oferta, pero estoy realmente contenta con mis actuales circunstancias —dijo
Julianne—. Ahora, si me excusa, debo regresar. Hawk se preocupa si desaparezco demasiado
tiempo.
—Perdona mi lenguaje claro, pero Lord Hawkfield no es un tutor adecuado. Su reputación de
libertino es bien conocida. No puedes ser ajena a eso.
Estaba en la punta de su lengua decirle que era totalmente consciente de la pésima reputación
de Ramsey, pero cambió de opinión en introducir ese tema.
—Mi hermano le designó —dijo—. No cuestiono su juicio. —Por supuesto, había insinuado que
Lady Boswood no tenía ningún derecho de hacerlo tampoco.
—Todos sabemos que Hawk es un buen amigo de Shelbourne. Pero Hawk no puede darte el
ejemplo que requieres y su tía es una mala influencia. Mañana, enviaré mi carruaje y vendrás a mi
casa.
—No, señora, no lo haré. Le ruego que me perdone, pero el asunto está decidido. Si requiero su
guía, ya la avisaré. — Cuando Satanás lance bolas de nieve en el infierno.
—Si temes insultar a Lady Rutledge, fácilmente puedo encargarme del tema —continuó Lady
Boswood—. Lo entenderá cuando le diga que mi hija me pidió que te quedaras con ella.
Lady Boswood convenientemente había ignorado la desaprobación de su madre de Ramsey
como pretendiente.
—Mi madre no lo aprobará y tampoco Hawk.
—Te ha convencido de que mi hijo tiene mala reputación, pero basa su opinión en el pasado.
Sabes que los jóvenes cometen insensateces, pero Henry ha superado sus locuras juveniles. Hay
hombres, sin embargo, que nunca lo hacen.
Julianne notó que había evitado nombrar a Hawk, pero la insinuación fue clara.
—Aunque aprecio sus inquietudes, soy perfectamente capaz de hacer mis propios juicios.
Ahora si me disculpa, debo marcharme.
—Un día, mi hijo será un marqués. Está dispuesto a ofrecerte matrimonio, pero lo rechazas
basándote en la palabra de Hawk.
—Es mi tutor y estoy bajo su protección.
—No le has dado una oportunidad a mi hijo. Henry está enamorado de ti.
Ella tenía otra opinión, pero nada bueno resultaría de revelar la manipulación de Ramsey.
—No le he dado ningún estímulo. Se merece a alguien que pueda devolver sus sentimientos.
—Igual que tú, Julianne, pero tercamente te agarras a un viejo enamoramiento. Y ambas
sabemos de quién hablo.
Julianne miró de frente, rehusando reconocer la referencia escasamente velada de Hawk.
—No has visitado a Georgette ni una vez esta temporada —dijo Lady Boswood—. Ven mañana.
Os llevaré de compras y también a Gunter para tomar unos helados.
Titubeó. Lo último que quería era pasar varias horas con Lady Boswood, pero no podía rechazar
la oferta sin parecer descortés. Julianne sabía que a Hawk no le iba a gustar, pero ella no podía
insultar a Georgette o a su madre.
Hawk se situó en el salón contiguo a la sala de música, a la espera de Julianne. La había estado
observando toda la tarde y presenciado su escapada allí con sus amigas hacía treinta minutos. Más
tarde, Lady Boswood las había seguido entrando en la sala. Cuando Georgette y Amy salieron sin
Julianne, Hawk supo que Lady Boswood tenía intención de hacer una interpelación a favor de su
odioso hijo.
Todo el tiempo, Ramsey había estado al fondo del salón principal, su mirada ansiosa sobre el
cuarto de música.
Hester deambuló hasta Hawk, las plumas azules de pavo real oscilando de arriba abajo.
—¿Lady Boswood todavía la retiene allí?
Al infierno con esperar.
—Voy a rescatarla.
Su tía puso una mano sobre su brazo.
—Si vas allí, todo el mundo va a hablar de ello. Deja que me ocupe del asunto. Sé cómo
manejar a las mujeres intrigantes.
Asintió con la cabeza, sabiendo que Hester tenía razón.
La puerta se abrió, sobresaltándole. Lady Boswood sonrió dulcemente mientras conducía fuera
a Julianne.
—Te pediría que te sentaras conmigo, pero veo que tu tutor y Lady Rutledge están deseosos de
tu compañía.
La expresión de Julianne se tornó cautelosa, pero no dijo nada.
—Estoy deseando tu visita de mañana —dijo Lady Boswood.
Después de que se marchara, Hawk miró a Julianne.
—¿Qué diantres…?
—Marc, baja la voz —dijo Hester—. Julianne está alterada ¿Ese dragón te regañó duramente?
Julianne vaciló.
—Insistió en aconsejarme.
Hester bufó.
—Apuesto a que lo que quería era persuadirte de que su hijo es un buen pretendiente.
Hawk encontró la mirada de Julianne.
—No vas a visitar a Lady Boswood. Envía tus excusas por la mañana.
—No puedo evitar hacer una visita a Lady Boswood por más tiempo. Georgette es mi amiga y
no hay nada por lo que preocuparse.
—Lo prohíbo y es el final del asunto.
—Creo que debemos volver a mi casa para resolver el tema en privado —dijo Hester.
Hawk no tenía ninguna intención de discutir sin parar con su tía y Julianne.
Al llegar al salón de su tía, Julianne se acomodó en el sofá al lado de Hester. Él se sentó en la
silla que generalmente ocupaba y cruzó los brazos sobre su pecho.
—Voy hacer un resumen. Julianne enviará sus disculpas a Lady Boswood mañana. Eres libre de
recibir a Lady Georgette aquí, pero me niego a permitir que pongas un pie en la guarida del diablo.
—Marc, estás siendo irrazonable —dijo Hester—. Sé que te desagrada Ramsey, pero Julianne
tiene todo el derecho a visitar a su amiga. No puede rechazar la invitación de Lady Boswood sin
que parezca un insulto.
—Me importa un bledo —dijo—. Lo prohíbo, y es el final del asunto.
—Julianne ha probado ser capaz de manejar a Lady Boswood y a Lord Ramsey —dijo Hester—.
Los ha tratado de manera educada, pero firme. Cualquier inquietud que puedas tener es
infundada.
—No me vas a convencer. La discusión ha terminado. No va a ir.
—No puedes impedírmelo —dijo Julianne.
—Sí, puedo. Llamaré a mi madre que está en Bath. Te quedarás con ella en Ashdown House. Y
para asegurarme que cumples mis reglas, tomaré una residencia temporalmente y viviré allí.
Sus labios se separaron.
—¿Cómo puedes ser tan cruel con tu madre, sabiendo que está preocupada por tu abuela?
—Mis hermanas pueden cuidar de mi abuela.
—Ya veo —dijo Hester—. No confías en mí para cuidar de Julianne.
—Te advertí, no hace mucho tiempo, que no iba a tolerar interferencias en mis decisiones. No
me dejas otra elección.
Hester miró a Julianne.
—Lo siento mucho, querida, pero no puedo hacer nada. Es tu tutor. Ha sido durante mucho
tiempo mi sobrino favorito, pero encuentro su forma de tratarme insoportable. — Se levantó—.
Marc, me avisas cuando llegue tu madre de modo que tengamos el equipaje de Julianne listo.
Se levantó cuando su tía salió de la habitación.
—Eres despreciable —dijo Julianne.
—Ambas me habéis empujado demasiado lejos.
—Lady Boswood estará encantada. Me dijo que Hester es inadecuada para ser mi
acompañante. —Señaló—. La defendí.
Apretó la mandíbula. Estaba insinuando que él no había hecho lo mismo.
—He explicado mis razones. El asunto está decidido.
—No has considerado las consecuencias. Todo el mundo va a saber que has despedido a
Hester. Van a chismear sobre ella. ¿Es que quieres humillarla? —dijo Julianne.
Él se levantó y se acercó hasta la momia. ¿Cómo lograba siempre hacerle sentir como si fuese
un diablo?
El susurro de faldas le alertó. Se dio la vuelta para encontrar a Julianne caminando hacia la
puerta.
—¿Dónde vas?
—Arriba, a consolar a tu tía —dijo, con voz temblorosa—. Nunca creí que podrías ser tan cruel.
Y nunca más volveré a hablarte después de esto.
—¿Cómo voy a cumplir con mi deber cuando ella se niega a cooperar?
Julianne fue directamente hacia él.
—¡A paseo con tu deber! Debes considerar sus sentimientos. Ella te adora y le has hecho daño.
Se pellizcó el puente de la nariz. ¡Maldita sea! Había perdido los estribos.
—No te molestes en escribir a tu madre —dijo Julianne—. No voy a dejar a Hester. Tendrás que
sacarme de aquí pataleando y gritando.
Él sonrió un poco.
—Los sirvientes encontraran eso entretenido.
—Le debes a tu tía una disculpa.
—Yo no iría tan lejos —dijo bruscamente—. Pero después de lo sucedido esta noche, no puedo
creer que quieras visitar a Lady Boswood. Te manipuló, y sabes que lo hizo a instancias de su hijo.
Sabía que no rechazarías su petición por Georgette. Lady Boswood tiene la intención de
manipularte otra vez. ¿Por qué vas a cumplir libremente su voluntad?
Julianne se sentía desgraciada.
—No quiero perder la amistad de Georgette.
—Cúlpame. Dile que soy un ogro estricto y que controlo todos tus movimientos.
—Eso sí lo va a creer —masculló Julianne.
Le retiró un rizo detrás de su oreja.
—No lo hagas —dijo ella.
Solía reírse y palmear su mano cuando retiraba su pelo. Pero se había comportado como un
asno y había lastimado mucho a su tía.
—Dile a Hester que vendré mañana. —Hizo una pausa—. Lo siento, Julianne.
—Tienes razón sobre Lady Boswood, sabía que su intención era manipularme. Voy a enviar mis
excusas por la mañana.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1155
A la tarde siguiente, los nervios de Julianne aumentaron mientras se sentaba con Hester en el
salón. La expresión tensa de Hester le preocupaba. Estaba tentada a revelar que Hawk no tenía
intención de ordenar el regreso de su madre a Richmond, pero se mordió la lengua. Era asunto de
Hawk decírselo.
Más le valdría deshacerse en disculpas.
El mayordomo entró y dijo que había rechazado a los cinco caballeros que por lo general
visitaban a Julianne. Cuando se marchó, Julianne se volvió hacia Hester con una mirada inquisitiva.
Hester esbozó una leve sonrisa.
—Dadas las circunstancias, pensé que era lo mejor.
—¿Debo llamar para una bandeja de té?
—No, gracias —dijo Hester—. Supongo que esta entrevista será breve.
Los perros se sentaron a los pies de Hester y se quejaron. Ella dio unas palmaditas en el sofá.
Cuando saltaron a su regazo, alborotó sus pelajes y les susurro.
Julianne contempló sus propias manos entrelazadas. Aunque Hester tenía un gran círculo de
amigos, vivía sola y probablemente sufría de soledad de vez en cuando.
Por supuesto, tenía al Sr. Peckham, pero Hester era muy prudente sobre su relación.
En público, trataba al Sr. Peckham como un amigo, probablemente porque sabía que los demás,
especialmente los miembros de su familia, desaprobarían una pareja tan desigual.
Indudablemente, pensarían que era demasiado vieja para el amor.
El corazón de Julianne se oprimió. Era tan injusto, pero no expresaría las palabras. Hester
pretendía mantener la verdad de su relación con el Sr. Peckham en secreto, y con razón. Julianne
recordó el horror apenas disimulado de la madre de Hawk y sus hermanas cuando Hester se había
ofrecido para patrocinarla. No sabían el tesoro que tenían en Hester.
Pero ella lo sabía. Incluso había comenzado a pensar en Hester como en su propia tía.
El reloj en la chimenea dio la hora. Eran las cuatro.
Julianne se retorció las manos. ¿Cómo podía Hawk mantener a su tía esperando cuando sabía
que estaba trastornada? Irreflexivo, hombre horrible por tratar a Hester tan cruelmente.
No pudo soportar el silencio por más tiempo.
—Hester, creo que nos vendría bien un poco de distracción. ¿Leo para usted?
Hester acarició a los perros.
—Sí, gracias.
Julianne caminó hasta la estantería y sacó Orgullo y Prejuicio. Cuando regresó al sofá, comenzó
en el principio.
—Es una verdad universalmente reconocida, que un hombre soltero en posesión de una buena
fortuna necesita una esposa.
Había llegado a la parte donde la Sra. Bennet reprendía a Kitty por toser cuando el mayordomo
entró y anunció a Hawk. Julianne puso el libro a un lado y se levantó.
Él tenía las manos detrás de la espalda y se acercó a su tía con una expresión solemne.
Entonces le ofreció una única rosa roja de tallo largo. Parecía un poco avergonzado cuando Hester
la aceptó.
—Le dije a la mujer que no cortara el tallo —dijo bruscamente—. La espina representa el
pinchazo para mi conciencia.
Un brillo de humedad llenó los ojos arrugados de Hester. La garganta de Julianne se cerró.
Él juntó sus cejas oscuras.
—He sido negligente. Debería haberlo dicho hace mucho tiempo, pero te agradezco por el
cuidado de Julianne. ¿Vas a continuar...?
—Por supuesto —dijo Hester.
Él dudó.
—¿Perdonado?
—Granuja. —Su voz se quebró un poco.
Su torpeza hizo que Julianne se incomodara. Su madre siempre había dicho que una taza de té
podía aliviar aun el más difícil de los momentos. Cruzó la habitación hasta la campana.
—Llamaré por una bandeja de té.
Se sentó en la silla que eligió. Los perros abandonaron a Hester y se sentaron a sus pies.
—Tendrán que esperar por los dulces —dijo.
Cuando escarbaron en sus botas, se inclinó adelante para agitar su pelo. Luego miró a Julianne.
—¿Enviaste el mensaje a Lady Boswood?
—Sí —dijo Julianne—. Y escribí a Georgette una misiva corta, informándola también.
Él asintió.
—Muy bien.
La bandeja de té llegó. Hester pidió a la criada que pusiera la rosa en un florero y la colocara en
su dormitorio. Julianne sirvió. El tomó una taza de té para su tía. Su corazón se estremeció
mientras se ocupaba en colocar las galletas en los platos.
Después, se sentó junto a Hester y bebió su té. Hawk terminó sus galletas y puso el plato en el
suelo. Mientras los perros lamían las migajas, miró a Julianne con una expresión enigmática.
—Esperaba encontrar a los cachorros aquí.
—Los recibiré otro día —dijo ella.
Él dejó la taza a un lado.
—¿Cuáles son los planes para esta noche?
—Hamlet se está representando en el Drury Lane —dijo Hester—. Lady Durmont envió una
invitación a una cena, pero le envié nuestras excusas.
Julianne respiró aliviada cuando Hester le había informado anteriormente. La última persona
con la cual quería pasar una noche era con esa desagradable Elizabeth.
—El teatro entonces —dijo Hawk.
Un lacayo entró.
—Un paquete llegó para usted, milady.
—Puede dejarlo en el aparador —dijo Hester.
Hawk se levantó.
—Debo despedirme ahora. Traeré mi carruaje esta noche para acompañaros.
—Tu compañía es muy bienvenida —dijo Hester.
Julianne se puso de pie.
—Caminaré contigo hasta el rellano.
Él ofreció su brazo. En el momento en que ella lo tomó, le cortó la respiración el músculo sólido
debajo de su manga. Sus rodillas se debilitaron con el aroma de sándalo y alguna otra esencia, algo
primitivo y masculino. Algo total y absolutamente él.
Él le dirigió una mirada de reojo cuando salieron del salón.
—¿Quieres decirme algo?
Ella miró por encima de su hombro, y a continuación se encontró con su mirada.
—Bien hecho —susurró.
Él frunció el ceño.
—No merezco elogios.
—Cometiste un error y le pediste perdón. Hester se conmovió por la rosa y la espina.
Miró a lo lejos. Sospechaba que ella le había avergonzado.
—La hiciste feliz. —Y a mí, también.
Cuando volvió la mirada hacia ella, una sonrisa torcida iluminó su rostro.
—Si tan sólo hubiera sabido que una rosa con espinas te ganaría, quizás habría traído una cada
día.
Su broma le decepcionó un poco, porque había causado angustia a su tía. Pero la broma
probablemente era una defensa contra las emociones tiernas. A los hombres no les gustaba
mostrar sus sentimientos. Y realmente, no había nada malo en usar un poco de humor para aliviar
el momento.
—Puedes traerme una rosa, pero ten cuidado. Mi espina puede sacar sangre.
Hawk se rió y retorció sus rizos.
—Esa es mi chica.
Su sonrisa se congeló en su cara. Él había pronunciado esas mismas palabras la noche que le
había acompañado al baile de Beresford. Las palabras que se habían entrelazado alrededor de su
corazón y le habían dado esperanza tan sólo unas pocas semanas atrás. Esa noche, no había
sabido que el cariño ocasional no significaba nada para él.
Tragó saliva con fuerza mientras él bajaba los escalones de dos en dos. Cuando llegó al piso de
mármol, se volvió para guiñarle el ojo. Luego salió tranquilamente como si no tuviera
preocupación alguna en el mundo.
Él era un encanto, hasta la médula, el tipo de hombre que sin esfuerzo encantaba con un guiño
y una sonrisa y ni una vez se daba cuenta que había dejado un corazón roto.
Irónicamente, ella había hecho lo mismo con una docena de hombres.
—¿Julianne? —llamó Hester.
Con un suspiro profundo, plantó una sonrisa en su rostro. Estaba aprendiendo a ocultar sus
sentimientos, no sólo por su propio bien, sino por el de los demás, también.
Cuando Julianne entró en el salón, Hester se levantó, agarrando el paquete que había recibido
antes.
—Cierra la puerta —dijo, con emoción en su voz.
Julianne lo hizo.
—¿Hester, qué es?
—No estoy segura. Ven, siéntate conmigo, y abre el paquete.
Los dedos de Julianne temblaban mientras desataba el cordel. Cuando lo abrió, se encontró un
pequeño panfleto encuadernado.
—¡Oh, mi buena estrella!—gritó. De sus ojos brotaron lágrimas.
—Admiremos juntas tus palabras impresas —dijo Hester.
Cuando Julianne dio vuelta a la página, pasó sus dedos sobre esta.
—Quisiera que mi nombre pudiera estar en ella.
—Es lamentable, pero necesario —dijo Hester—. Pero no nos detengamos en eso. ¿Lo leerás en
voz alta? —dijo Hester.
Mientras Julianne leía, se maravilló que realmente hubiera escrito las palabras. Había trabajado
tan duro, pero ahora casi no parecía real, a pesar de que tenía el panfleto en sus manos.
Cuando Julianne terminó de leer, Hester propuso una celebración privada con Amy y
Georgette.
—Es conveniente no incluir a la señorita Sally Shepherd —dijo Hester—. Estoy segura de que es
una jovencita dulce, pero mientras menos personas sepan, mejor.
—Estoy de acuerdo —dijo Julianne.
—Es importante que recordemos a tus amigas que guardan silencio sobre el panfleto —dijo.
—Sí, tenemos que decirles que finjan ignorancia de su existencia —dijo Julianne—. Les diré que
no den ninguna opinión en absoluto acerca de él.
Hester asintió con la cabeza.
—Cuanto menos digan, es menos probable que revelen accidentalmente algo que pudiera
descubrir tu secreto. Es sólo una medida de precaución. Como he dicho antes, si sucede lo peor,
voy a asumir la responsabilidad de escribirlo.
No hace mucho tiempo, Julianne había aceptado ese consuelo, pero ahora sabía que nunca
podría dejar a Hester asumir la responsabilidad. Toda la familia de Hawk pensaba que Hester era
demasiado descarada. Si sospecharan que Hester era la autora del panfleto, la condenarían.
Julianne sacudió sus preocupaciones. Sólo tres personas sabían que ella era la autora, y ninguna
de ellas la traicionaría jamás.
—Tomas todo el mérito, pero sabes que me desenvolví bastante bien, a pesar de mi falta de
experiencia.
—Te beneficiaste de mi experiencia —dijo.
Su vanidad la animó a hacer un movimiento audaz. Se inclinó hacia él, accidentalmente arrastró
sus sensibles pechos contra su brazo. Él inhaló bruscamente cuando ahuecó su oído y susurró:
—¿Cómo lo sabes?
Se volvió hacia ella. El sutil aroma de su colonia picante y algo más indefinible, alborotaron sus
sentidos.
—Te entregaste por completo a mí —dijo con voz ronca.
Se quedó sin aliento, pero se negó a dejarle ganar esta batalla sensual.
—Lo mismo que tú.
Él inclinó la cabeza hasta que sus labios quedaron a centímetros de los suyos. Su corazón latió
fuerte cuando él acortó la escasa distancia.
Los aplausos estallaron entre la muchedumbre. Él inhaló y se apartó.
Su cabeza le daba vueltas. Dios mío, casi se habían besado a la vista de la alta sociedad.
Tomo una bocanada de aire, pero el olor de él todavía la envolvía. Estaba demasiado cerca,
haciéndola demasiado consciente de él. Él estaba respirando por la boca, como si hubiera corrido
una carrera.
Julianne desplegó su abanico y lo agitó cerca de sus mejillas calientes. Su piel hormigueaba y los
rápidos latidos de su corazón le daban miedo. No por el deseo, sino porque temía que en un
momento de debilidad lo dejaría volver a entrar en su corazón.
El telón se cerró, señalando el final del primer acto. Cuando Hester regresó con el señor
Peckham, Hawk se acercó al balcón y agarró la barandilla. El dolor persistente en su ingle le
recordó lo cerca que había llegado a estar de besarla en público, por amor de Dios.
¿Estaba loco? Por supuesto que estaba loco, loco de lujuria por una mujer que no podía tocar.
No estaba muy seguro de cómo las cosas habían tomado un giro decididamente seductor, a pesar
de que había sentido la tensión casi desde el principio. Eso no era nada nuevo.
El sonido de voces femeninas interrumpió sus pensamientos. Hawk miró por sobre su hombro
para encontrar a Julianne saludando a sus amigas, Amy y Georgette. Hester pidió al lacayo que
trajera una ronda de champán para todos. Hawk dejó la barandilla del balcón y se unió a ellos.
Unos minutos más tarde, Hester sostuvo su copa en alto y propuso un brindis.
—Por la incomparable Julianne —dijo.
¿Por qué diablos su tía había propuesto un brindis? Por otra parte, quién sabía de dónde
obtenía sus extrañas ideas. Brindó con todos los demás y comenzó a alejarse, pero la voz de
Georgette lo detuvo.
—Bien hecho —dijo.
Hawk miró a Julianne con las cejas levantadas.
—¿Me he perdido algo?
El silencio que siguió a su pregunta aumentó su sospecha.
Su tía se rió.
—¿No has oído que la alta sociedad ha proclamado a Julianne la más incomparable belleza de la
temporada? ¿No lo viste en los periódicos?
Debería haber sabido que era algo ridículo.
—No leo las revistas escandalosas.
Julianne bajó sus pestañas.
—Oh, todos me incomodan. Realmente, no he hecho nada para merecer esa alabanza.
Estaba monumentalmente aliviado que ninguno de sus líos hubieran llegado a los malditos
periódicos.
Después que Hawk regresó al balcón, Julianne llevó a sus amigas a un lado.
—Georgette, casi me delatas —susurró.
Georgette se estremeció.
—Lo siento. Las palabras simplemente salieron.
—Tienes que ser más cuidadosa. No quiero que Hawk sospeche algo —dijo Julianne en voz
baja—. Si alguna vez descubren que soy la autora del panfleto, estaré arruinada.
—Sabía que esto era una mala idea —susurró Amy.
Hester se unió a ellas.
—Muchachas, parecen preocupadas, pero todo está bien. Él mordió el anzuelo.
—Me siento horrible —. Georgette bajó la cabeza.
—Ánimo. Una expresión culpable causará sospechas —dijo Hester—. Julianne no es la única
que se verá afectada si una palabra llega a conocerse.
—¿Qué, qué quiere decir? — preguntó Georgette.
Hester suspiró.
—Creo que Julianne mencionó esto el primer día que hablamos del panfleto. Como sus amigas
particulares, usted y la señorita Hardwick serán implicadas también si la personalidad de Julianne
es descubierta alguna vez.
Georgette cubrió su boca. Amy se estremeció.
Julianne pensó en esa muy remota posibilidad. Si ocurriera, diría a sus amigas que negaran
cualquier conocimiento del panfleto. Comenzó a expresar las palabras, pero se mordió la lengua
cuando Hester le lanzó una mirada significativa.
—Pero no hay necesidad de estar temerosas —dijo Hester—. Sólo tengan en mente sus
reputaciones, y esto evitará que cometan un desliz.
Después de que sus amigas se marcharon, Julianne observó a Hester.
—Exageró el peligro para ellas con el fin de asegurar el silencio de Georgette.
Hester asintió.
—Pensé que te darías cuenta, ya que eres una muchacha inteligente. Espero que no estés
enojada conmigo, pero…
—¿Qué? —murmuró Julianne.
—Oh, es una tontería —dijo Hester, agitando la mano.
—Puede decirme cualquier cosa, Hester. Nunca la juzgaré.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1166
—Eso sería equivalente a cerrar la puerta del granero, después que el caballo se escapa —
agregó Lady Morgan—. Escuché que la editorial se está apresurando en sacar una tercera
impresión.
Julianne se cubrió la boca. Su escrito estaba teniendo éxito, más allá de sus sueños más locos.
—Veo que Lady Julianne está impresionada —declaró Lady Boswood—. Siento tener que
exponerla a esta publicación espantosa, pero creo que es necesario advertirla. Por supuesto que
le escribiré a su madre y le aseguraré que nunca leerá tal basura.
Georgette escondió todo tras el abanico, excepto sus ojos llenos de risa. Julianne le dio una
mirada de advertencia.
Entretanto, Lady Wallingham estaba leyendo atentamente el libelo.
—Oh, Dios mío. El autor aconseja a las damas que cautiven a los hombres con una mirada
seductora.
Georgette bajó el abanico.
—Oh. ¿Explica cómo lograr esa expresión?
Lady Boswood hizo un sonido ahogado, y se puso blanca.
—Oh, querida. ¿Dónde están mis sales de olor?
La señora Hardwick y la señora Shepherd sacaron unas botellitas para revivir a Lady Boswood.
Lady Dunworthy fue al escritorio y abrió un tintero.
—Damas, firmemos la petición, y yo me encargaré que se la entreguen al editor.
Mientras las damas y sus hijas hacían una fila, Julianne tiró a Hester un lado.
—No puedo —susurró.
—Julianne, queridísima. Estás muy pálida. Tendré que llevarte rápido a casa para que te
acuestes —dijo Hester en voz alta.
Lady Boswood se llevó las manos al corazón.
—Pobre Julianne. Me temo que esto ha sido demasiado esfuerzo para su naturaleza delicada.
Julianne, obediente, se apoyó en el brazo de Hester.
—Me siento un poco mareada.
Unos pocos minutos después, llegaron al coche. Cuando ya iban rodando, Hester estalló en
carcajadas.
Julianne la miró desde el otro asiento.
—Sabía que sería controversial, pero nunca adiviné que lo denigrarían.
Hester suspiró.
—Ah, pero es un éxito estruendoso.
Julianne miró por la ventana y frunció el ceño. Solo lo consideraría un éxito, si las jóvenes
conseguían un esposo. Por el momento, sospechaba que sólo atraía a los que querían leer algo
escandaloso.
Pasaron tres días después de la reunión en el salón de Lady Dunworthy. Julianne, finalmente,
había salido de paseo con Beaufort, dos días atrás. Todo el tiempo se imaginó que alguien la
señalaría con un dedo, y declararía que era la pérfida autora de Los Secretos de la Seducción. Era
un miedo ridículo, pero desde entonces, había estado con los nervios de punta.
Cuando Amy y Georgette llegaron a su casa a celebrar la publicación, la abrazaron y felicitaron.
Luego la criada trajo una bandeja con té y panecillos y crema, los favoritos de Julianne. Los perros
trotaron a la bandeja. Sonriendo, Julianne sacó unos trozos de pan y los puso en un plato para
ellos.
Después que la criada salió, Hester fue al aparador y volvió con el folletín.
—Tal vez Julianne nos quiera leer pasajes selectos.
—Oh, sí. Por favor —dijo Amy.
—Muy bien. —Mientras leía, recordó diferentes hechos que ocurrieron cuando estaba
escribiendo.
Georgette la miró asombrada.
—Julianne, tienes un raro talento con las palabras.
—Estoy de acuerdo —intervino Amy—. Retratas muy bien las inquietudes de las damas
solteras.
Julianne lo negó.
—Mis frases no son elocuentes. Pero el discurso simple es mucho más adecuado para ese
propósito. —Enseguida miró a Hester y a sus amigas—. Siempre recordaré que compartí este día
especial con vosotras.
Después del té con pasteles, Julianne no pudo evitar abrir el panfleto otra vez. Dio vueltas las
páginas, y, nuevamente, se sintió asombrada de ver sus palabras impresas.
—Me temo que me encontrareis vana, por admirar mi trabajo.
—Mereces estar orgullosa —dijo Hester.
Henderson llegó para anunciar que Hawk había venido. Julianne escondió la publicación bajo un
cojín del sofá y se llevó un dedo a los labios para advertir a sus amigas. Cuando Hawk entró, todas
se levantaron e hicieron una reverencia. Viendo las expresiones congeladas de sus amigas,
Julianne creyó que Hawk notaría algo extraño.
—Perdón. No quería interrumpir.
Amy hizo una pequeña reverencia.
—Nos estábamos yendo, milord.
Después que sus amigas se fueron, Julianne pudo respirar tranquila.
—Voy a llamar para que nos traigan té fresco.
—No, gracias. Es un bello día. Pensé que podrías dar un paseo conmigo.
—Qué idea tan encantadora —pronunció Hester.
Julianne se quedó mirando a Hawk. ¿Había sugerido un paseo para hablar en privado con ella?
Los vellos del cuello se le erizaron. ¿Y si había adivinado que ella había escrito el folletín? Pero si
lo sabía, habría confrontado a Hester, también. Le sonrió y estuvo de acuerdo con el paseo. Pero
sospechaba que Hawk tenía que decirle algo que no quería que su tía escuchara.
El viento le volaba las cintas del bonete, mientras Hawk conducía el carruaje por las calles
llenas de gente. No dijo nada durante el viaje, pero los cascos de los caballos, el estruendo de las
ruedas, los gritos de los vendedores callejeros, impedían toda conversación.
Cuando entraron a Hyde Park, condujo por un sendero desierto por un rato. La hora favorita de
los paseos no empezaría hasta después de tres horas. Al fin detuvo el vehículo, bajó de un salto, y
fue a su lado. La tomó de la cintura y la levantó, como si pesara un poco más que una niña. La
emoción la embargó, pero él no debía notarlo.
Después que la dejó en el suelo, le ofreció el brazo.
—¿Caminamos?
Le agarró la manga, notando que él ajustaba su paso al de ella, más lento. Se fueron por una
senda, mezcla de gravilla y corteza. La llevó hacia un banco de fierro trabajado, bajo la gran copa
de un roble.
Cruzó las manos en su falda, pero el estómago se le contrajo. Algo andaba mal.
El viento hacía sonar las hojas. Él respiró hondo, y la miró con una expresión solemne.
—Te traje aquí para que pudiéramos hablar en privado.
Ella tragó.
—Lo sé.
Él se inclinó hacia adelante, con los codos en los muslos.
—Beaufort me fue a ver esta mañana.
Ella frunció el ceño.
—Hace dos días me llevó a pasear a Rotten Road. ¿Pero para qué fue a verte?
Hawk se miró las botas.
—Le dije que no le podía dar permiso.
Una sensación punzante le ondeaba en los brazos.
—¿Para qué?
La mandíbula de Hawk se movió, pero todavía no la miraba.
—Le dije que hablara con tu hermano. —Hizo una pausa—. Se quiere casar contigo.
—¡¿Qué?!
Hawk se echó hacia atrás, con una expresión cautelosa.
Sacudió la cabeza, negando.
—Le dije, y a los otros cuatro caballeros, también, que solo quería amistad. —Se paró y empezó
a pasear—. No le di ánimo durante ese paseo. —Empuñó las manos—. Sabía que era un error salir
a pasear con él. Pero no me pude negar porque lo rechazaría. No quería herirlo.
Pateó un guijarro. Cuando Hawk no dijo nada, se detuvo de súbito y sacudió un dedo,
apuntándolo.
—No me vas a echar la culpa. Tal vez debía haberme negado, pero no se me ocurrió que se le
metería en la cabeza hacer una propuesta matrimonial.
Hawk se paró.
—¿No estás… enamorada de él?
—Por supuesto que no. —Inhaló—. Y esta no cuenta como la décimo tercera propuesta que
recibo.
Una sonrisa le estiró los labios a Hawk.
—Estoy de acuerdo, ya que no lo ha pedido oficialmente.
—Maldición. Ahora tengo que encontrar la manera de disuadirlo, sin herir sus tiernos
sentimientos.
A Hawk le temblaron los hombros de la risa.
—¿De qué te ríes?
—Echaste una maldición.
—Voy a maldecir como un marinero, si se arrodilla.
—¿Preferirías que le diga que no estás interesada?
—No sé. Creí que entendía. Ahora me va a odiar.
—Le dijiste, a él y a los demás, que solo querías amistad —dijo Hawk—. Tal vez ayudaría si le
digo que no es probable que tu hermano le dé permiso.
—No. Creo que necesita saber la verdad.
—Como me vino a ver, le diré que todavía no estás preparada para casarte. Eso suavizará un
poco el golpe.
Cuando ella se pasó un dedo enguantado bajo un ojo, Hawk sacó un pañuelo, y se lo pasó por la
cara.
—No hiciste nada malo. Es obvio que Beaufort no te creyó. Su orgullo recibirá un golpe, pero se
recuperará.
Dejó escapar el aliento.
—Gracias.
—¿Mejor, ahora?
—Un poco.
Hawk le tomó la mano, la levantó, y la hizo girar. Riendo, le rogó que parara. Cuando lo hizo,
ella se tambaleó, mareada.
Él la tomó.
—¡Guau!
Ella apoyó las manos en su pecho.
—Todo da vueltas a mi alrededor.
Le desató la cinta bajo la barbilla, le sacó el bonete, y le presionó la cabeza contra su pecho.
—Quédate quieta. Ya pasará el mareo.
Cerró los ojos. Poco después el mundo dejó de girar, pero se quedó otro rato, sintiendo su
aroma, una mezcla de almidón, sándalo, y a él. Él había entendido que ella estaba
verdaderamente alterada por lo de Beaufort.
Él le olfateó el cabello.
—Que dulce —susurró.
Quería levantar la cabeza, en una súplica silenciosa por un beso, pero temía que lo que se batía
en su corazón, se mostrara en su cara.
—¿Te recuperaste? —le preguntó con un gruñido ronco.
—Sí —retrocedió, y estiró la mano—. El bonete, por favor.
Él esbozó una gran sonrisa y se lo puso atrás.
—No.
—Hawk, dame mi bonete.
Movió las cejas.
—Tendrás que venir a buscarlo.
Debería haberlo ignorado, pero su sonrisa varonil era irresistible. Retrocedió, cuando ella iba
hacia él. Riendo, se lanzó alrededor de él, y casi se lo quitó, pero Hawk dio un salto.
Exasperada, lo persiguió sin poder alcanzarlo.
—Bribón —susurró, disminuyendo la velocidad, hasta caminar para recuperar el aliento.
Su brazo salió de atrás de unos robles gruesos. El bonete colgaba de su mano. Pensó como
ganarle, y se le ocurrió una idea.
Levantándose las faldas, se volvió y corrió lo más rápido que pudo hacia el coche. Se las pagaría
cuando lo dejara sin su precioso carruaje. Cierto, no tenía idea cómo conducir. ¿Pero cuán difícil
podía ser?
Sonrió al oír sus pasos corriendo tras ella. Iba a lamentar haberle enseñado a comportarse
como un hombre, años atrás. Al llegar al vehículo, con una mano se levantó las faldas hasta las
rodillas, y se subió a la rueda. Hacía años que no se encaramaba en un árbol, pero hubo una
época que había sido un verdadero mono con faldas.
—Pícara —le gritó mientras ella se subía al asiento, en el lado del cochero. Estaba estudiando
las riendas, cuando él se subió de un salto por el otro lado. Se deslizó a su lado, dejando caer el
bonete, y le hizo cosquillas en la cintura. Ella chilló. Este jugueteo, esta alegría de ser objeto de su
broma, le inundaba el corazón. Todo eso, era lo que más echaba de menos.
Cuando la tomó por las muñecas y se las puso en la espalda, ella dijo:
—Suéltame…
Él se dejó caer en picada, y la besó. Mientras la lengua de él se deslizaba en su boca, el corazón
le floreció, y le permitió volver a subirse. Él disminuyó el ritmo, como si estuviese degustándola.
Ella sintió su piel caliente, y sus pechos, llenos. Se entregó totalmente al beso, enredando su
lengua con la de él. Todo lo que debería saber para proteger su corazón, quedó en nada, mientras
él le devoraba la boca.
Ámame. Ámame. Ámame.
Él cambió de posición, haciendo mecer el coche. Los caballos relincharon. Él despegó su boca y
ella quedó deseando más.
No, no, no. Vuelve a mí.
—Silencio —le ordenó al par de caballos.
Éstos bufaron.
La risa trinó en su garganta. La miró con una expresión malévola.
Siguió a su tía y a Julianne por la fila de recepción en la fiesta de Lord y Lady Garnett. Su mirada
se desvió hacia Julianne. El tul sobre su vestido azul de fiesta, centellaba a la luz de las velas.
Cuando ella le dirigió una mirada traviesa, él le guiñó un ojo. Era mejor tratar con liviandad lo que
había pasado esa tarde.
Una vez que entraron al aglomerado salón de baile, Hester llamó a su amigo, el señor Peckham,
y los dejó, sin siquiera decir adiós.
Hawk sacudió la cabeza.
—Esos dos son como uña y carne.
—Mmm.
Hawk le ofreció el brazo, y mientras la llevaba a través del salón, notó las miradas ávidas que les
dedicaban. Diablos. Sabía que tenía que desaparecer para evitar las especulaciones, pero después
de lo que había pasado ese día, no podía.
Esa tarde, Beaufort le había dado un poco de pena, después que le informó que Julianne no
estaba lista para casarse. A principio, Beaufort lo tomó mal, pero Hawk le recordó que Julianne
había dicho que sólo le interesaba la amistad de los cachorros. Éste había admitido que había
tenido la esperanza que ella estuviese bromeando.
A decir verdad, Hawk se había sentido aliviado cuando Julianne protestó al saber que Beaufort
quería pedir su mano. No había querido que supiera que le preocupaba que ella aceptara a
Beaufort, así que se dedicó a bromear con ella. Señor, nunca olvidaría cómo se había encaramado
al coche. O su beso lento y apasionado. El recuerdo hizo que la sangre se le revolviera. Pero tenía
que preocuparse que su deseo no lo dejara distraerse demasiado.
Debería estar arrepentido por haberla besado, pero no lo estaba. Si hubiese pensado que
estaba estableciendo expectativas para una relación diferente, nunca se habría atrevido a besarla.
Pero sabía que ella no quería casarse todavía. Bueno, estaba bastante seguro. Después de todo,
les había dicho a los jóvenes que sólo le interesaba la amistad. Él y Julianne eran como dos
guisantes de una misma vaina. Ninguno de los dos quería saltar a la ratonera del cura.
La única diferencia era que ella algún día se casaría, y él, nunca lo haría.
Se sacó ese pensamiento de la cabeza. Esa noche quería disfrutar la compañía de Julianne. Juró
volver a ganársela como su compañera de travesuras, y hoy había tenido éxito. Una voz en su
interior murmuró, ¿Con qué fin? Con el fin de la temporada, se respondió silenciosamente. Mucho
tiempo atrás, aprendió a vivir el aquí y ahora. Era la única manera que había tenido para evitar
volverse discretamente loco, por las circunstancias que le había cedido a otro hombre.
No había podido escoger.
Julianne movió la mano.
—Ahí están Amy y Georgette. Te puedes ir a jugar cartas.
—Me estás echando por tus amigas —dijo con voz teatral—. Se me rompió el corazón.
—Estoy segura que te recuperarás tan pronto te encuentres con tus amigos mujeriegos.
—Tus amigas pueden necesitar mi ayuda. Osgood se dirige hacia ellas, mientras hablamos. Tal
vez sería mejor que las salvemos antes que empiece a chorrear poesía.
Ella le dio una mirada de advertencia.
—No te burles de él. Creo que siente cariño por Amy.
—Juguemos a ser casamenteros, ¿quieres? Ambos son tan tímidos que creo que nada resultará
si no les damos un codazo.
—Harás un lío.
Se llevó las manos al corazón.
—Tienes tan poca fe en mí, pera déjame decirte que Osgood confía en mi juicio acerca de las
mujeres.
—Mentiroso. Solo quieres seguirme a todos lados.
—No, es verdad, pero no digas nada. Me pidió consejo.
Ella entrecerró los ojos.
—Espero que no le hayas metido ideas indecentes en la cabeza.
Pensó que era mejor no decirle que su Osgood no necesitaba ayuda con las ideas indecentes.
—Vamos. Yo le daré ánimo a Osgood para que le pida un baile a la señorita Hardwick, mientras
tú le señalas sus cualidades positivas a ella.
La miró.
—Bromas aparte, sabes tan bien como yo, que no querrá ir ni cerca de la pista de baile,
después de este desastre.
Julianne suspiró.
—Tenía grandes esperanzas para ellos. Él es un joven muy sensible. Estaba segura que harían
una pareja perfecta.
Se la llevó.
—Incluso si no hubiese sido por ese baile horrendo, no son el uno para el otro. Pueden estar
cercanos en edad, pero ella es mucho más madura que Osgood.
—Solo quería… No importa.
—¿Qué?
Dejó caer la cabeza.
—Nunca le piden un baile.
—Yo le pediré un baile.
—No —Julianne tragó—. Se dará cuenta que yo te empujé, y se sentirá humillada.
—Me siento tentado a decir palabrotas, pero no compensará la crueldad de otros. Esto sí lo sé.
Tiene suerte en tener una amiga como tú.
—¿Verdad? Cuando trato de ponerme en su lugar, me pregunto cómo me sentiría si mi amiga
bailara cada baile, mientras yo, ninguno. Debería odiarme por eso.
—Pero no lo hace. Porque sabe que tú la quieres.
—No quiero que termine sola y rechazada.
Le puso la mano sobre la de ella y se la apretó.
—No permitirás que eso pase.
Él se quedó hablando con un grupo de amigos de su club. Incapaz de resistir, miró a Julianne.
Cuando ella le sonrió, le hizo un guiño conspirativo. Les había anunciado a los cinco cachorros que
esta noche prefería conversar a bailar. Luego, había incluido a Amy en la conversación. Sólo había
habido un momento de tensión cuando Beaufort le había pedido un baile a Lady Georgette.
Ignoró a propósito a Julianne. Pero ella no le afectó su conducta grosera.
Hawk había estado tan orgulloso de ella.
Volvió a prestar atención a los hombres que lo rodeaban. Archdale se había unido al grupo, y
hablaba del panfleto. Aparentemente, todos lo conocían.
—Recién salido —dijo Archdale—. No creerán el título. —Se dio un golpe en el muslo—. Los
Secretos de Seducción.
Los otros caballeros armaron un griterío para saber dónde comprarlo.
—El Altar de las Musas en Piccadilly —respondió Archdale—. El autor aparece como una mujer.
—Harriette Wilson lleva la delantera en el libro de apuestas —dijo otro.
Hawk dio una mirada a las amigas de Julianne. Basado en los comentarios ladinos que
Georgette había hecho antes, tuvo la sensación que las damas sabían quién era la autora.
Archdale levantó una mano.
—Antes que se apresuren a comprar una copia, deberían saber que la autora incita a las damas
jóvenes a ignorar el consejo de sus madres. Todo el impreso está lleno de consejos de cómo
atrapar a solteros confiados para llevarlos donde el cura.
Las risas cesaron.
Hawk sacudió la cabeza, y se alejó. Sin duda el editor se haría una fortuna con los tontos,
debido al título escandaloso. Probablemente, la autora era una de esas reformistas que se
imaginan ser la próxima Mary Wollstonecraft, esa mujer infame que había pedido la igualdad de
los sexos.
Se unió a la muchedumbre que había alrededor de Julianne. Cuando ésta le devolvió la sonrisa,
el corazón le palpitó más rápido. Se encontró que era incapaz de despegar su mirada de ella. Algo
se movió en su interior y un sentimiento extraño se apoderó de él, que no pudo definir.
La risa femenina rompió el hechizo. Hawk se recordó a sí mismo tener cuidado cuando
estuvieran a la vista del resto de la sociedad. No podían especular acerca de sus intenciones, o la
ausencia de éstas.
Lo que había entre él y Julianne no debía importarle a nadie más.
—Te llevaré a la mesa de los refrescos para beber un vaso de ponche. Si quieres —Se acordó de
agregar.
—Eso me gustaría.
Mientras se la llevaba, ella le dio una gran sonrisa.
—Dime qué pasa en un club de caballeros.
Él se rió.
—¿Por qué?
—Te conté un secreto de las salas reservadas para damas. Ahora es tu turno de compartir.
—No hay mucho que contar. Comemos, bebemos, y jugamos.
—¿Y qué hay del famoso libro de apuestas?
—Ah, ese es un secreto muy bien guardado.
—Entonces debes contarme.
—En realidad, es aburrido. Los caballeros apuestan por cosas estúpidas, como qué día lloverá.
Pero ayer todas las apuestas fueron para quién escribió el famoso panfleto.
—¿Oh? ¿Y quién obtiene más apuestas?
—Una cortesana. Pero yo creo que se trata de una dama radical dedicada a obtener unas pocas
monedas.
—Mmm.
Habían llegado a la mesa. Le pasó una taza de ponche, y consiguió otra para él.
Ella bebió un sorbo, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Diablos —dijo él—. Le agregaron bastante brandy.
Tomó el vaso de ella y lo dejó a un lado.
—Lo siento.
La orquesta empezó una danza campestre.
—Oh, Santo cielo. Casi me tragué la lengua cuando vi la manera cómo Hawk te miraba —dijo
Georgette, mientras subían las escaleras.
—Cállate, Georgette —dijo Amy—. Espera que lleguemos a la sala, para que no nos oigan.
Julianne no quería discutir de Hawk con ellas, pero sabía que Georgette persistiría.
Cuando llegaron a la sala, se sentaron en un banco de felpa. Julianne miró el reloj de la repisa, y
se percató que en media hora empezaría la cena de medianoche. Muchas de las damas ya
estaban yendo, probablemente para evitar la peor parte de la multitud.
—Georgette, tienes que tener cuidado cuando hables del panfleto —dijo Amy.
—Sólo me estaba entreteniendo un poco.
—Todas acordamos fingir ignorancia —dijo Julianne—. Recordad que nuestra reputación está
en la mira.
Dos niñas que recientemente se habían presentado en sociedad, pasaron riendo. Mirándolas,
Julianne se dio cuenta que había cambiado mucho en las últimas cuatro temporadas, pero de
alguna manera, era la misma persona. ¿Había un centro que definía a la persona? ¿Nacían todas
las personas con ciertas naturalezas?
Se dio cuenta que siempre había pensado que el encanto de Hawk era una parte natural de su
personalidad. Se ganaba a cualquiera con un gesto o una broma. No podía recordar un momento
que no estuviera tomándoles el pelo a los demás.
—Dios mío. ¿Qué es esa expresión de soñadora? —dijo Georgette.
Julianne parpadeó.
—Oh, lo siento. Me perdí en mis pensamientos.
—Esta noche, estás diferente —dijo Amy.
Georgette asintió.
—Algo pasó entre tú y Hawk. Ha pasado mirándote. Casi sentí como si vosotros dos estuvierais
comunicándose sin palabras.
Se encogió de hombros.
—Lo conozco desde siempre. Así que sus hábitos no son un misterio para mí.
—Te conocemos demasiado bien para aceptar esa explicación —dijo Amy con delicadeza—.
Durante semanas has despotricado contra Hawk, ¿y súbitamente, esta noche, ambos están de
acuerdo? No tiene sentido.
—Supongo que nos cansamos de pelear todo el tiempo.
Georgette y Amy intercambiaron miradas cómplices.
No dijo nada. Hasta hacía muy poco, habría admitido que la había besado, pero no les diría
nada de lo que había pasado en la tarde. Lo que sucedió con Hawk, era un asunto privado.
Aunque se sintiera tentada en contarlo, no sabía cómo explicar la conducta de él, ni su propia
confusión. Y una parte de ella no quería examinar mucho lo que había pasado entre ellos. Quería
aferrarse a la sensación burbujeante que la había envuelto esa tarde, y otra vez, esta noche.
—Sabes que nos puedes decir cualquier cosa —remarcó Amy—. Para eso son las amigas.
Julianne se miró sus manos entrelazadas en la falda y decidió decirles lo suficiente como para
satisfacer su curiosidad.
—No hace mucho, tuvimos otra pelea. Me preguntó si no sería mejor ser amigos, en vez de
enemigos. —Levantó la vista—. Yo estuve de acuerdo.
—Julianne, no te estás enamorando de él de nuevo, ¿verdad? —preguntó Georgette.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1177
Hawk estaba en el salón de baile, levantando la cabeza tratando de encontrar a Julianne. Había
prometido volver pronto. Se dijo a sí mismo que tenía que haber ocurrido algo, pero la negativa le
hizo enojar. Ella lo había manipulado otra vez.
Se acercó a la ponchera casi vacía, se sirvió un vaso, y se lo bebió en dos tragos. El brandy le
quemó la garganta. Dejó el vaso un lado y observó a la multitud que salía por la puerta. La risa y el
alboroto de las voces le ponían los nervios de punta.
Un revuelo irrumpió entre la multitud. Y su voz atravesó la de cientos de voces.
—¡Hawk! —chilló ella.
Él se avalanzó, empujando a la gente.
—¿Julianne?
La gente lo miraba, pero no le importaba.
—Hawk, ¿dónde estás?
La multitud se apartó un poco.
—¡Hawk!
—Estoy aquí —gritó, empujando a los otros invitados y haciendo caso omiso de sus quejas.
Ella se abrió paso. Su rostro estaba blanco como un fantasma. Él le echó el brazo alrededor de
los hombros.
—Déjennos pasar —dijo—. Está indispuesta.
Se desencadenó un coro de voces preocupadas, pero al final se movieron a un lado y les
dejaron pasar. El corazón le latía con fuerza cuando logró alejarla de la multitud. Ella estaba
temblando.
Encontró una sala contigua vacía y la llevó a un sofá. Luego se sentó a su lado con su brazo
alrededor de los hombros.
—Shhh. Ahora estás a salvo.
—Las puertas se abrieron. Cuando toda la gente salió, me quedé atrapada contra la pared.
Él le acarició el pelo.
—Debes de haber tenido miedo.
—No podía soportarlo, así que me empujé a través de la multitud. Sentí como si estuviera
nadando contra la corriente. Hice una escena, pero te necesitaba.
Yo también te necesitaba.
—Estabas presa del pánico. Pero ya pasó.
—Ojalá no me hubiera ido —susurró.
—Mi hermano te pidió que fueses mi tutor porque cree que eres un hombre bueno —dijo
Julianne—. Y yo también.
Se encontró con su mirada.
—Mi reputación es bien merecida.
—No por más tiempo. —Sonrió ella—. Te he reformado.
Las nubes oscuras todavía se cernían sobre él, pero ella había logrado hacerle sonreír un poco.
La ayudó a levantarse.
—Será mejor que vayamos abajo y busquemos a mi tía.
Ella le apretó el brazo.
—No puedo esperar a regresar a Gatewick Park para el bautizo y poder contarle a tu madre y a
tus hermanas que te he reformado. Estarán encantadas.
No quería pensar en aquella fiesta en su casa, porque cuando terminara, tendría que dejarla ir.
Hawk se sentía un poco avergonzado y más que un poco culpable cuando puso dos ramilletes
de flores en el asiento junto a él y se dirigió a casa de su tía.
Se había mantenido alejado durante tres días, alegando que asuntos parlamentarios y de la
propiedad lo habían mantenido ocupado. En realidad, había necesitado tiempo para aclarar sus
ideas sobre Julianne y la amistad que habían retomado.
Ella había hablado de una frontera invisible y trató su beso como si fuese otra broma. La
tentación había surgido, más fuerte que nunca. Se había dicho a sí mismo que coquetear y robar
besos era bastante inofensivo.
Aquel día en el parque, ella le había embrujado. Habían caído en los viejos patrones,
bromeando y burlándose entre sí. Se había sentido tan aliviado cuándo ella había rechazado la
petición de Beaufort que no se había parado a pensar en las consecuencias. Todo lo que había
pensado era en el momento. Pero cuándo la había besado, una palabra se había hecho eco en su
cerebro: Mía, mía, mía.
La deseaba con desesperación, como amiga y amante. Nunca se alejaba de sus pensamientos o
de sus sueños eróticos. Se daba cuenta de que lo había embrujado, y eso lo asustaba muchísimo.
Ella no lo entendía, pero él sabía con qué facilidad un beso podía provocar un incendio que
podía quedar fuera de control. No podía arriesgarse más con ella, porque no confiaba en sí mismo.
Si cometía un error, las consecuencias le costarían su mejor amigo y destrozaría a sus familias.
Se había puesto a reflexionar el día después de su conversación en aquella sala vacía en el baile.
Ella le había dicho que se perdonase a sí mismo y lo llamó un hombre bueno. Pero él pensaba
diferente.
Los hombres como tú nunca cambian.
Su padre pensaba que era la mala sangre que le pasó su difunto tío, el lado disoluto de la
familia. Hawk sabía que no era un rasgo de carácter innato, sino una mala decisión, una estúpida
equivocación de juventud.
Había pagado por su transgresión con una vida de arrepentimiento, pero no añadiría a su lista
de pecados casarse con una mujer bajo falsas pretensiones.
Si fuera una clase diferente de hombre, podría alejarse de su pasado y sentirse afortunado. La
mayoría de los hombres continuarían con sus vidas y no perderían el sueño.
Había perdido muchas horas de sueño en los últimos años, preguntándose y preocupándose
porque no tenía ningún control. Ninguna información. Ningún contacto en absoluto. Había
firmado el acuerdo hacía más de doce años. El trato de con el diablo. Su vida a cambio de alejarse
y mantener la boca cerrada.
Entró en su campo de visión la plaza donde estaba la casa de su tía. Hoy tenía la intención de
tratar a Julianne como su tutor y evitar los coqueteos. Tenía que mantenerse distante antes de
que hiciera algo estúpido otra vez.
Cuando llegó a la plaza, encontró coches aparcados a lo largo de la calle. Diablos. Hester tenía
invitados. Finalmente encontró un lugar para su coche, saltó, y cogió los ramilletes. Unos minutos
más tarde, entró en la sala de su tía para encontrar una verdadera multitud. Para su sorpresa, Lady
Georgette y la señorita Hardwick le sonrieron afablemente. Normalmente, Georgette le trataba
con desdén, y la señorita Hardwick lo miraba como si fuese el mismísimo Satán. Sally Shepard se
había unido al grupo hoy y le miró con un aleteo de pestañas.
Hizo caso omiso de Sally y entregó los ramilletes a su tía y a Julianne. Cuando todas las damas
armaron un jaleo por ello, su cara enrojeció. Una sirvienta llegó poco después con dos jarrones.
Por lo menos no era el único hombre presente. Peckham y tres más a quienes él había apodado
como cachorros. Portfrey, Benton, y Caruthers estaban devorando un pastel. Los perros estaban
sentados delante de ellos, gimiendo.
Julianne le llevó a Hawk una taza de té y un trozo de pastel. Cuándo sus dedos se tocaron
accidentalmente, él aspiró. Se llamó idiota por permitir que un toque momentáneo le afectara.
Los perros, habiendo decidido hacia un rato que era un buenazo, abandonaron a los cachorros
y corretearon hacia él. Para mantenerse entretenido, les lanzó algunas migajas, con lo que los
spaniels empezaron a ladrar.
—Marc, para de burlarte de ellos —dijo Hester—. Los ladridos están haciendo un estruendo
terrible.
Devoró su pastel y puso el plato con las migas en el suelo.
Sally Shepard lo volvió a mirar con un aleteo de pestañas.
—Fue una verdadera pena que se perdiera la velada musical de Lady Durmont ayer por la
noche.
—Déjeme hacer una suposición —dijo—. Henrietta finalmente aprendió cómo llevar una
melodía.
Sally gorjeó como un pájaro.
—Oh, no. Uno de los perros de caza consiguió soltarse, corrió hacia al interior, y comenzó a
aullar.
—Me reí tanto que me dolía el estómago —dijo Caruthers.
—Fue realmente horrible —dijo Julianne—. Casi sentí lástima por Henrietta.
—A Elizabeth le dio una pataleta —dijo Georgette—. Cuándo empezó a lamentarse, su
prometido le dijo que mantuviese la boca cerrada.
—La Sra. Bancroft tuvo que ser revivida con sales aromáticas —dijo Portfrey.
—Pero Hester acudió al rescate —dijo Julianne.
Hawk miró a su tía con las cejas alzadas.
—Le di un golpe al perro en la grupa con mi abanico —dijo Hester— y el Sr. Peckham lo echó
fuera.
Le sonrió a su tía, pero no dijo nada. Mantener la distancia de Julianne los pasados tres días
había sido más duro de lo que había esperado. Pero eso sólo había fortalecido su determinación.
Renunciaría a ella para siempre en un futuro cercano. Ahora era hora de retroceder gradualmente,
hasta que no pasara todas las tardes y las noches con ella.
El mayordomo llegó y anunció a Beaufort. Un tenso silencio se cernió por la sala cuando el
joven entró en la habitación llevando un ramillete de flores. Él se acercó a Julianne y le ofreció las
flores.
—¿Amigos? —dijo.
Ella sonrió.
—Amigos.
Después de que Beaufort tomó asiento cerca de los otros cachorros, Hawk observó al joven con
respeto. Beaufort se había tragado su orgullo y había elegido hacer lo correcto. Era joven y un
poco arrogante, pero obviamente su padre le había inculcado buenos principios.
Una vez más, la atareada sirvienta llegó con un jarrón. Benton siguió su progreso con la mirada
y luego se volvió hacia Julianne.
—Hoy está creando un jardín de flores.
—Soy afortunada de tener tantos amigos atentos —dijo—. Las flores me recuerdan nuestros
jardines en casa. Mi hermano mantuvo el paisaje del lugar. No está de moda, pero me encanta,
especialmente las rosas de mamá en verano.
La conversación fue derivando a la cantidad de fiestas y veladas que tendrían lugar la próxima
semana.
—¿A qué velada acudirá esta noche, Lady Julianne? —preguntó Caruthers.
—Estamos planeando asistir a la ópera —contestó Hester—. Es bienvenido a unirse a nosotros.
El Sr. Peckham ya ha confirmado que nos acompañará también.
En unos pocos minutos, todos los amigos de Julianne decidieron asistir. Cuándo ella lo miró
inquisitivamente, él tomó aire.
—Tengo otros planes esta noche.
Tenía la intención de visitar el teatro y hacerle una proposición a una actriz bien dispuesta. Con
un poco de suerte, esta noche compartiría su cama con una amante en el nido de amor y saciaría
su lujuria. Gradualmente volvería a su antigua vida.
La sonrisa de Julianne desapareció. Se levantó y llevó su taza a la bandeja de té.
—¿Alguien quiere más té?
Hawk se sentía como un demonio. Ella había esperado que él asistiera. Pero había tomado una
decisión. Era lo mejor. Por ahora, lo que era lo mejor, no le agradaba.
Había decidido despedirse cuándo el mayordomo anunció a Charles Osgood.
Osgood entró, dejando un rastro de humo pestilente tras él. Las damas batieron sus abanicos.
Totalmente ajeno, el poeta fue a sentarse con sus amigos.
—Pardiez, Osgood —dijo Beaufort—. ¿Ha intentado alguien prenderte fuego?
—Osgood, ponga el panfleto de vuelta en su abrigo —dijo Hawk. Luego se dirigió a su tía—. Ese
panfleto es una barbaridad. Julianne tiene prohibido leerlo.
Georgette emitió un sonido ahogado, Amy le dio un codazo.
El Sr. Peckham miró a Hawk.
—Sin faltar al respeto, Hawkfield, pero ¿cómo sabe si el panfleto es una barbaridad si no lo ha
leído?
—He oído lo suficiente para convencerme de que es obsceno. El editor probablemente espera
hacer una pequeña fortuna. El título tiene la intención de confundir al público. La gente lo
comprará esperando algo muy diferente. No voy a desembolsar una sola moneda por ese
periodicucho.
Julianne entrecerró los ojos.
—Tal vez tienes miedo de lo que vas a leer.
Ella había vuelto a las viejas andadas.
—Julianne, sé cuántas novelas y sumarios almacenáis las damas, pero esto no es arte —dijo
Hawk—. Es basura.
Hawk giró la vista hacia los otros, sólo para encontrar a Caruthers leyendo por encima del
hombro de Osgood.
—¡Ah! El autor ha fracasado miserablemente.
—¿Qué quieres decir? —dijo Beaufort.
—Ella confía en sus lectoras femeninas para evitar que el panfleto caiga en manos de los
caballeros. —Caruthers levantó la vista y sonrió—. Demasiado tarde.
Los otros cachorros se rieron. Luego se lo pasaron entre sí.
—Creo que voy a comprar uno para reírme —dijo Beaufort.
—Yo también compraré una copia —dijo Hester.
Hawk entrecerró los ojos.
—Tía, pareces saber mucho acerca de este panfleto. ¿Conoces al autor?
—Es anónimo —dijo.
No podía acusar a su tía delante de todo el mundo. Dios sabía que no quería que nadie supiera
que su tía lo había escrito.
—No quiero que Julianne lea ese panfleto —dijo con voz severa.
—Léelo antes de dictar sentencia —dijo Hester—. Y cuando termines, hablaremos de ello.
—Como insistes, lo haré, pero no espero encontrar nada de valor en él.
Cuando todo el mundo se marchó, Julianne se paseó por el salón.
—Hester, se burlaron del panfleto. ¡Y lo quemaron!
—Sí, pero toda esta atención está destinada a atraer más lectores. El panfleto es un éxito. Toda
la indignación está llevando a la gente a la librería.
Julianne se detuvo.
—Perdóneme, pero quería lanzar ese panfleto quemado a su sobrino.
—Vamos a ver lo que tiene que decir después de que lo lea —dijo Hester.
Sin embargo, te darás cuenta de que la mayoría no tiene ninguna prisa por renunciar a su
soltería. De hecho, en general, están, determinados a permanecer solteros el mayor tiempo
posible. ¿Por qué? No desean renunciar a la bebida, los juegos e ir con mozas.
Se había enamorado de nuevo de él como una tonta. Se había permitido tener esperanzas
porque la había besado. Ya había demostrado claramente su carencia de intenciones románticas,
cuando le había pedido su amistad, de la misma manera que ella se la había pedido a los
cachorros. Y como Beaufort, ella había esperado más.
Ella le había perseguido en el parque, le había devuelto el beso, y había coqueteado con él. Él
había tomado libremente lo que le había dado de tan buen grado. Pero había desestimado su beso
aquella noche en el baile, porque temía que él se volviera frío con ella.
Recordó lo qué le había dicho aquel día que la había llevado al parque. Necesitaría mucho más
que un beso para aliviar lo que me molesta.
Su corazón dio un vuelco. Tenía una amante.
No, estaba sacando conclusiones, cuándo no tenía ninguna prueba en absoluto. Le había
acusado por permanecer lejos, pero él era el conde, y tenía responsabilidades.
También tenía responsabilidades hacia ella, y las había eludido. Sólo podía haber una razón
para su repentino desinterés en acompañarla a los acontecimientos nocturnos.
Había encontrado una fulana para calentar su cama.
Cuando llegó a su habitación, le dio una patada a la puerta para cerrarla. No iba a esperar a que
él se decidiera a llamarla. La primera cosa que haría mañana por la mañana, sería enviarle una
misiva escueta exigiendo su presencia en el salón de Hester. Le daría el susto de su vida, pero no
iba a dar marcha atrás.
Esa noche, Hawk se sentó en su sitio habitual en el club, acunando su brandy y su mal humor.
Había ido al teatro como estaba previsto, pero ni siquiera llegó a los camerinos. Cuando había
empezado a bajar las escaleras, dos de las amigas de su madre le habían hecho señas. Querían
visitar a Lady Julianne y se preguntaban si les acompañaría al palco de Lady Rutledge. Se había
visto obligado a admitir que ellas no estaban allí. Lo habían mirado con recelo.
Así que aquí estaba él, sentado solo, preguntándose cuantos calaveras se estarían disputando la
atención de Julianne en la ópera. Sin duda le estarían comiendo los pechos con los ojos. Tendría
que ir allí inmediatamente y asegurarse de que no se metiera en problemas. Se había
acostumbrado demasiado a tenerla a su alrededor.
El camarero le trajo otro brandy. Observó su vaso vacío, sorprendido de que lo hubiera
terminado. Diablos. Estaba en lo cierto en una cosa: ser el tutor de Julianne, lentamente le estaba
volviendo loco.
Se tomó el brandy de un trago y se maldijo a sí mismo por haber aceptado ser su tutor. Había
conseguido meterse bajo su piel. Los últimos días que se había mantenido al margen, no le había
hecho ni un maldito bien. Pensaba en ella constantemente. Demonios, incluso había invadido sus
sueños. Anoche, había soñado que estaba delante de él desnuda llamándole con el dedo. Se había
despertado sobresaltado, tan duro como una piedra y frustrado.
Se emborracharía, y quizás entonces no soñaría con ella esta noche. Tal vez no se la imaginaría
tumbada debajo de él. Quizás olvidaría sus besos calientes. Quizás olvidaría lo dulcemente que le
había dicho que su pasado no importaba.
Ella era demasiado inocente. Le dio un trago al brandy y se limpió la boca. Era demasiado
hermosa. Bebió un poco más. Era demasiado inteligente. Apuró su copa e hizo una seña al
camarero.
Se sentía mareado, pero no le importó. Quería estar malditamente borracho para poder
olvidarla. Olvidar su voz profunda. Olvidar su tez luminosa y sus brillantes ojos azules. Olvidar el
sabor de su lengua.
El camarero le trajo otro brandy. Lo apartó, porque incluso el brandy no estaba funcionando.
Nada funcionaba. Tenía un caso grave de lujuria por ella. Y no la podía tener. Nunca.
La quería.
¿Por qué no la podía tener? Porque era malo. Porque hombres como él nunca cambiaban.
Porque ella se merecía algo mejor.
Su cabeza le daba vueltas, pero decidió que estaba pensando con mucha más claridad. Quería a
Julianne y la tendría. Pero tendría que casarse con ella. Quizás ella no se casaría con él.
Le secuestraría y huirían a Escocia. Uno de sus malvados antepasados había secuestrado su
tátara -tátara-abuela.
Abuela, pensó. Todo era culpa de ella. Había decidido tener palpitaciones de nuevo. Su nerviosa
madre y sus frívolas hermanas habían huido a Bath. Le habían dejado a él y a la chiflada de su tía
Hester para cuidar de Julianne. Su familia había abandonado todo el sentido común.
Resopló y cogió su vaso. Una sombra cayó sobre él. Levantó la vista para encontrar al cuñado
que menos le gustaba, Montague, frunciendo el ceño. Hawk levantó su copa, derramando el
brandy.
—Tendría que haber sabido que te encontraría aquí borracho y eludiendo tus
responsabilidades como tutor —dijo Montague.
—¿Te he dicho últimamente cuánto lamento haberte permitido casarte con mi hermana?
—Eres una vergüenza —dijo Montague—. Te dieron todo en bandeja de plata. Pero
menospreciaste a tu padre. Rompiste el corazón de tu madre yéndote de casa. Y luego te
propusiste ser el rey de los calaveras.
—Montague, estás empezando a aburrirme.
—No te he dicho ni la mitad. Has renunciado a tus responsabilidades para con tu hermano. Está
recorriendo como un salvaje el continente, y lo estás financiando. Te importa un comino tu
familia. Pensé que por lo menos harías honor a tus responsabilidades con Lady Julianne. Deberías
estar avergonzado.
—Mírate en el espejo, Montague —dijo—. Tú maltratas a mi hermana.
—Es mi esposa y tú no tienes nada que decir.
—¿Crees que no sé nada acerca de tu amante?
Montague se puso rígido.
Hawk se levantó.
—Despídete de ella porque si no lo haces te moleré a golpes. —Después de soltar su amenaza,
se fue caminado un poco inestable de la habitación. Recogió su gabán, dejó caer su sombrero, y
logró ponérselo de una palmada en la cabeza. De alguna manera consiguió meter su triste pellejo
en el carruaje. Cuando el chofer le preguntó la dirección, Hawk pensó en la ópera, pero estaba
borracho. Le dijo al chofer que lo llevara a casa de su tía.
Henderson se veía algo más que un poco alarmado cuando Hawk insistió en esperar a su tía en
la sala egipcia. Una vez allí, rechazó la oferta de Henderson de un café fuerte y decidió ponerse
cómodo en el sofá. Sus piernas colgaban sobre el brazo del sofá, pero necesitaba dormir la mona
del brandy. Se quedó dormido y soñó que Julianne estaba quemando panfletos.
Los ojos de Julianne casi se le salen de sus orbitas cuando vio a Hawk desparramado en el sofá.
Obviamente él no había estado con una amante.
Hester puso las manos en sus anchas caderas.
—¿En qué demonios estaría pensando?
Detrás de ellas, Henderson se aclaró la garganta.
—Milady, creo que está bebido.
Julianne caminó hacia Hawk y le sacudió los hombros. Él murmuró algo ininteligible. Se inclinó
sobre él y arrugó la nariz ante el olor de brandy en su aliento.
—No los quemes —murmuró él.
Ella se enderezó y miró a Hester.
—¿Deberíamos intentar meterlo a empujones en su coche?
—Nunca conseguiríamos bajarlo por las escaleras —dijo Hester. Le dijo a Henderson que
buscara una manta y una almohada.
Unos minutos más tarde, Julianne se las arregló para meterle la almohada debajo de la cabeza.
Él murmuró en sueños de nuevo. Lo arropó con la manta.
—Odio dejarle así.
—Sobrevivirá —dijo Hester—. Vamos, es tarde, y las dos estamos cansadas.
A medida que subían las escaleras, Julianne miró a Hester
—Nunca le había visto borracho antes.
—Está desbordado —dijo Hester.
—¿Cómo lo sabes?
—Conozco a mi sobrino.
Habían llegado al descansillo. Hester gimió con el último escalón.
—Me estoy haciendo vieja.
—Sólo está cansada —dijo Julianne. Aminoró su paso para emparejarse con el de Hester.
Cuando llegaron al dormitorio, se volvió hacia Hester.
—¿Qué le ocurre a Hawk?
Hester sonrió.
—Tú.
Su respuesta sorprendió a Julianne. Quería pedirle a Hester que se explicara, pero Hester se
dirigió a su habitación y cerró la puerta.
Varios minutos más tarde, Betty ayudó Julianne a desvestirse y ponerse un camisón. Se
acurrucó bajo las sábanas, pero no podía dormir. Seguía pensado en lo que Hester había dicho, y
empezó a preocuparse por Hawk. ¿Qué pasaría si se levantaba en su estado de embriaguez y
chocaba con una de las mesas laterales? Podía tropezar con algo en la oscuridad.
Se quedó tumbada pensando en una docena de excusas para comprobar cómo estaba.
Finalmente, se decidió escuchar a su voz interior e ir. Encontró su bata y se la puso. Entonces cogió
la vela y se deslizó a la planta baja. Cuándo abrió la puerta de la sala, lo encontró en la misma
posición. Tendría que dejarlo en paz, pero dejó la vela sobre una mesa lateral y se inclinó sobre él.
Le quitó los zapatos y los puso a un lado. Luego le acarició la cabeza y le echó el pelo hacia atrás.
Él le cogió la mano. Ella se puso tensa, temiendo haberle despertado. Cuándo intentó soltar su
mano, él la atrajo hacia su mejilla.
—Hawk —susurró—. Despierta.
Sus ojos se abrieron.
—Todavía estoy borracho.
—Sí, y tienes que irte a casa y dormir —dijo.
—No tengo una casa. Tengo habitaciones.
—Lo sé, pero te dolerá el cuello si pasas la noche en el sofá.
—No puedo caminar hasta el carruaje —dijo—. Estoy borracho.
Se sentó a su lado.
—¿Por qué te emborrachaste?
—No sé.
Ella le acarició la mejilla.
—Hawk, ¿qué pasa?
—Estoy borracho.
Ella se rió un poco.
—¿Qué más está mal?
—Soy malo.
—No, no lo eres —dijo.
—Los hombres como yo nunca cambian.
Ella frunció el ceño.
—Eso es ridículo.
—Eso es lo que mi padre dijo.
Suspiró. ¿Por qué su padre le diría algo tan duro?
—No me preocupo de mi familia.
—Eso no es cierto —dijo ella.
—Eso es lo que Montague dijo.
—¿Cuándo dijo eso?
—Esta noche en el club. Yo estaba bebido.
Ella le dio un beso la mejilla.
—Te tendría que dejar para que puedas dormir.
—No me dejes.
—Me quedaré hasta que te duermas otra vez.
—No, nunca —dijo.
—Mañana no te acordarás de esto.
—No te merezco.
Ella frunció el ceño.
—Hawk, no digas eso.
—Es la verdad.
Algo estaba terrible, terriblemente mal.
Él cerró los ojos. Su respiración se ralentizó. Se había quedado dormido otra vez. Consideró
volver arriba, pero no quería dejarlo así. Cuándo se levantó, él abrió los ojos.
—Hawk, voy al otro sofá y velaré por ti.
Él se acurrucó sobre su costado, doblando las rodillas.
—Túmbate conmigo, como una cuchara.
Vaciló pero tenía la sensación de que él necesitaba la comodidad. Se adaptaron a duras penas.
El envolvió su brazo alrededor de ella y le tomó un pecho. Oh, dios mío, ¿qué había hecho? Su
pulgar hizo círculos en el pezón. Ella contuvo el aliento, sabiendo que debía irse al otro sofá. Sus
dedos le desabotonaron el camisón.
—Hawk.
—Shhh. No te haré daño.
Su mano se metió dentro y le cogió el pecho. Le lamió el cuello. El deseo inundó sus venas. Pero
estaba borracho y no tenía que permitírselo. Lo sentía endurecerse contra su trasero.
—Hawk, no deberíamos. No así cuándo estas bebido y puedas arrepentirte.
—¿Quieres que me detenga?
—Creo que debería irme al otro sofá —dijo—, para que puedas dormir.
—Sí, mejor que te vayas, porque quiero acostarme contigo. Y no tenemos una cama.
Sonrió cuando se incorporó y se abrochó el camisón. Luego le besó una vez más en la mejilla. Lo
sentía un poco áspero a causa de la barba.
—Duerme.
Ella se acurrucó en el otro sofá, mirándole a la luz temblorosa de las velas. Él se movió nervioso
una vez, pero su respiración profunda continuó. Se preguntó si se acordaría de algo de lo que le
había dicho. Incluso si lo hiciera, probablemente fingiría no acordarse. Ahora sabía que sus
payasadas eran una tapadera para ocultar sus profundas heridas.
Su padre le había dicho que los hombres como él nunca cambiaban.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sabía que lo que había sucedido hace tantos años había sido
bastante malo. Pero no sabía que su propio padre lo había condenado.
La despertó antes del alba. Se incorporó un poco desorientada y entonces todo lo ocurrido le
vino a la cabeza.
—Tengo que irme antes de que los sirvientes se agiten —dijo él con la voz un poco ronca—.
¿Podrás ir arriba? Encenderé una nueva vela.
—Sí, puedo.
—Regresaré esta tarde —dijo—. Lo siento.
—No te preocupes.
—¿Julie? Gracias.
Ella se puso de pie y cogió la vela.
—Espera. Mira fuera por la ventana a ver si el conductor todavía está allí.
Lo hizo y maldijo entre dientes.
—Se ha ido, por supuesto. El pobre hombre probablemente se congeló ahí fuera durante horas.
—Sabía que estabas bebido y probablemente se fue poco después de que llegaste.
Hawk se frotó la cara con una mano.
—Estaba escandalosamente borracho.
—No hagas un hábito de ello.
—Dije cosas.
—No tienes que preocuparte. Sé que estabas borracho. —Le proporcionó la excusa para que
pudiera salvar la cara.
—Te toqué.
—Fuiste un caballero y estuviste de acuerdo en que no era una buena idea.
—Te he mantenido fuera de tu cama. Sube. Haré que los criados me busquen un coche cuando
se levanten.
Quería abrazarlo, pero sabía que se daría cuenta de que ella había oído demasiado anoche.
—Te veré luego, entonces —dijo.
Subió las escaleras con dificultad. A pesar de su cansancio, le resultaba difícil conciliar el sueño.
Hawk la necesitaba, pero no sabía cómo llegar a él.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1188
Confesión de un Granuja:
El camino para reformarse está lleno de tentaciones.
Durmió hasta el mediodía. Cuando despertó, bebió una docena de tazas de té dosificadas con
corteza de un sauce medicinal. Anoche había llegado a la conocida encrucijada. Había tenido una
visión de dos caminos. Uno era la continuación de lo que era, vivir el día a día, rehusándose a
mirar un futuro desolador, en el cual seguía siendo el rufián de la familia. El otro involucraba
dejar atrás y olvidarse del pasado, como Julianne había dicho. Sería fácil, pero él había aceptado
la derrota hacía una docena de años. Desde entonces había usado una camisa invisible de crin, y
había tapado la melancolía actuando como un payaso.
Eligió lo que lo liberaría del pasado y se abriría a un futuro real. Le permitiría abrazar a toda su
familia, y a la increíble herencia que su padre le había dejado.
Su padre había sido cruel ese día, años atrás. A posteriori, y viendo todo con ojos de adulto,
sabía que su padre había hablado con rabia y temor. Recordando sus propios temores esa noche
que Julianne se había emborrachado, se podía imaginar muy bien cómo su padre debió sentirse…
sólo que aumentado cien veces.
Un padre nunca debería enfrentar la posibilidad que su hijo muriera en un duelo.
Recordaba cómo se había sentido él. Despreciado y asustado. Y lleno de amargura. Tristan
había dicho que su padre era un buen hombre. Había sido duro, porque sentía que Hawk no
tomaba sus futuras responsabilidades con suficiente seriedad. Después que Wescott aceptó un
pago en vez del duelo, su padre había sido muy severo con él. No le había dado cuartel ni
simpatía.
Hawk sospechaba que lo que quería era que se probara a sí mismo. Pero después de haber
escuchado la acusación, sintió que nunca lo podría complacer. Así que se dedicó a ser un canalla,
tal como su padre lo había catalogado.
No podía retroceder el reloj y cambiar su pasado. Y no podía haber contacto. Sería un acto
supremo de egoísmo, si se condenaba a un inocente al desprecio, para siempre. Su castigo sería
no saberlo nunca. Y tener siempre un vacío en el pecho.
Hoy había tomado la decisión. Había escogido el sendero correcto, y cumpliría con su deber.
No, era más que deber y responsabilidad. Había tenido un vistazo de felicidad ese día en el
parque con Julianne. Esa noche en el baile, ella le había mostrado el camino. Le había dicho que
su pasado no le indicaba quien era él para ella, y no lo presionaría para que contara sus secretos.
Lo había aceptado incondicionalmente. Al principio, él no había aceptado eso. Volvió a sus
antiguas conductas, buscando una cortesana y, ahogando sus penas en alcohol.
Anoche, se había quedado con él. Cualquier otra mujer, le habría dado la espalda, disgustada.
Pero Julianne, además, le había dicho que no se preocupara por nada de lo que había dicho.
Siempre la había adorado, pero nunca más que anoche. Sabía que había sufrido siendo una
niña no deseada. Años atrás, su vulnerabilidad lo había conmovido profundamente.
Julianne estaba en el salón mirando a cada rato el reloj. Tenía alguna idea qué esperar de él.
Tal vez haría una gran broma de todo. No lo dejaría ver cuánto la habían perturbado sus
confesiones de borracho. Anoche estaba preocupado por lo que habría dicho. Aunque no estaba
segura de cuánto recordaría. Ella hizo todo lo que pudo para tranquilizarlo, pero no estaba muy
segura con él.
Todos estos años, creyó que lo conocía. Se enteró que algo malo había ocurrido con Ramsey,
pero nunca imaginó que el padre de Hawk lo había condenado de una manera tan cruel.
Ella había tenido trece años cuando el conde había muerto. Todo lo que recordaba del padre
de Hawk, era que había sido un hombre serio. Sabía que Tristan lo había respetado, y había
confiado en su consejo.
—¿Habló anoche? —preguntó Hester.
Julianne se sobresaltó.
—Un poco. No tenía mucho sentido. —No le contó acerca del trato inquietante de su padre
hacia él.
Hester dejó la novela a un lado.
—¿Cuánto sabes, querida?
Sus miradas se encontraron.
—Suficiente.
—Supe que su padre encubrió algo. Marc tenía ojos salvajes y atormentados. Por supuesto
que el padre no le dijo nada a su madre. Pero ella sabía y pretendía no notarlo. Luisa tiene buen
corazón, pero siempre ha sido de esas mujeres como niñas, que necesitan que alguien las cuide.
Sonaron pasos en el rellano. Hawk entró.
—Le dije al mayordomo que podía subir solo.
Julianne se paró.
—Te serviré té.
—Gracias, pero he bebido tanto, que podría llenar una bañera con té. —Miró a su tía—. No sé
por qué le dije al cochero que me trajera para acá anoche. Supongo que he pasado mucho
tiempo aquí, y me empiezo a sentir como en casa.
—Siempre eres bienvenido. Borracho o sobrio —dijo Hester.
—Tía, ¿me permites hablar en privado con Julianne?
—Por supuesto.
La ayudó a levantarse, y en seguida le dio un beso en cada mejilla.
—Gracias.
Después que se ella fue, se sentó al lado de Julianne. A ésta, el estómago le aleteaba de
nervios.
—Lo que anoche dije…
—No te preocupes. El licor te soltó la lengua.
—Es verdad. He pensado mucho acerca de lo que mi padre dijo. Reaccionó así porque tenía
miedo por mí.
Julianne tragó.
—¿Estabas en peligro?
—Pagó una fortuna para evitar que me enfrentara a unas pistolas al amanecer.
Ella se apretó las manos temblorosas con fuerza. ¿Qué había hecho?
—Cuando me dijiste que debía olvidarlo, al principio creí que no sería posible. Pero dijiste algo
que me ayudó.
A ella, el corazón le latió más rápido.
—Dijiste que no importaba lo que había sucedido, no cambiaba quién soy yo para ti.
—Nunca —le contestó.
—¿Crees en mí, incondicionalmente?
—Sí.
—He decidido enterrar el pasado. Escogí el futuro.
Parpadeó evitando las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
—Me siento muy contenta —susurró.
—Tengo que hacer las paces con mi familia. Aunque no los he ignorado totalmente, no me he
hecho cargo de todas mis responsabilidades. Uno de mis mayores pesares es que no me
preocupé lo suficiente acerca del carácter de Montague, antes de darle las bendiciones al
matrimonio con Patience. Y ella ha sufrido por eso.
Julianne le tomó la mano.
—Sé que te sientes responsable, pero Patience escogió casarse con él. Y ella es más fuerte de
lo que crees. Y no le permite atropellarla.
—Cuando vuelva, hablaré privadamente con ella, y la haré ver claramente que la ayudaré, y a
los niños también, si es necesario. Lo irónico es que Montague tenía razón respecto a mí. Le
rompí el corazón a mi madre al rehusar vivir en Ashdown House. Desafié a mi padre con mis
indiscreciones. Debería haber tratado de ponerme en la buena con él, pero dejé que mi orgullo lo
impidiera.
—Pero tu padre fue igualmente culpable, y tal vez, más. Debería haber rogado por tu perdón,
después de lo que te dijo. Las palabras usadas como armas tienen la capacidad de herir.
—Ahora ya no se puede cambiar, pero soy la cabeza en esta familia, y he eludido las
responsabilidades con mi hermano. Probablemente William cree que no me importa.
Julianne le apretó la mano.
—¿Por qué dices eso?
—Lo dejé sin control ni restricciones. No quería que sufriera a causa de un hermano despótico,
porque eso me había pasado con mi padre, así que hice lo opuesto, y le di demasiada libertad. Es
el momento de llamarlo a casa y hablar con él acerca de escoger alguna profesión.
Ella sonrió.
—Has tomado muchas decisiones en un periodo corto. Y buenas decisiones.
Sus ojos le recorrieron la cara.
—Te tengo que agradecer a ti por eso.
Nunca lo había amado tanto como en ese momento.
—Estoy orgullosa de ti.
Sonrió y le tiró un rizo.
—¿Me permites que sea tu escolta esta noche?
—Sí —dijo sin aliento. ¿Era posible? ¿Se atrevería a tener la esperanza de que la amara?
—¿A dónde iremos?
—Al teatro. —Sonrió algo nerviosa—. Ni siquiera me acuerdo qué obra es.
—Hazle saber a mi tía que os recogeré.
Ella se levantó con él. Le besó la mano.
—Esta noche —dijo él.
Los ojos se le llenaron de lágrimas de alegría mientras él salía del salón. Cuando desapareció
de su vista, corrió a la ventana para una última mirada. Cuando salió de la casa, ella susurró:
—Te amo.
En el teatro, Julianne se sintió como estar viviendo el sueño que había mantenido vivo por
cuatro largos años. Hawk se sentó a su lado, y cuando la cortina del escenario se abrió, le cogió la
mano en el asiento al lado de ella, donde nadie podía ver.
Hester y el señor Peckham conversaban animadamente. Julianne pretendió estar concentrada
en el espectáculo, pero no podía. La emoción corría por sus venas. Se imaginó que volvía a casa
anunciando su compromiso con Hawk. Su familia llegaría y gritaría con las felices noticias. Tal vez
se quedarían un mes más, mientras se preparaban los anuncios matrimoniales. Y al fin, sería la
esposa de Hawk.
En el entreacto, Hawk le soltó la mano. Se sentía inexplicablemente tímida con él. Era una
tontería, pues lo conocía desde hacía bastante tiempo. Pero todo había cambiado.
Cuando Hester sugirió una ronda de champaña, Hawk se excusó.
—No, creo que voy a evitar todo tipo de bebidas alcohólicas por un tiempo.
—A mí tampoco me interesa beber, Hester —dijo Julianne.
Amy, Georgette y Sally entraron al palco.
—¿Interrumpimos? —preguntó Georgette.
—No. Por supuesto que no —respondió Hester.
Hawk ayudó a Julianne a levantarse, y la llevó donde sus amigas.
—Os vimos desde el palco de mis padres —dijo Georgette.
autoría de Los Secretos de Seducción. Pero todo el tiempo había sabido la necesidad de ocultar su
identidad. Aun así, esta noche tenía tanto para estar satisfecha. Todos los malos momentos la
hacían apreciar más su felicidad.
Caruthers le sonrió a Julianne.
—¿Hawk ha leído el panfleto?
Se congeló, recordando su desaprobación.
—Lo dudo.
Mientras los otros caballeros especulaban acerca de la autora, la ansiedad hizo presa de
Julianne. ¿Había escrito algo que le diese una pista a Hawk? Se mordió el labio. Le había pedido
honestidad. No le podía mentir, especialmente ahora que todo entre ellos era tan perfecto.
Tal vez podría olvidar mencionar que ella era la autora. Diablos, no lo podía engañar.
Necesitaba un plan mejor. Él desaprobaba el panfleto, pero todavía no lo había leído. Esperaría
hasta que leyera cada palabra. Una vez que viera los méritos de su trabajo, no le importaría tanto
que ella se hubiese hecho pasar como la dama anónima. Pero luego pensó que sería mejor
esperar hasta después de la boda. Lo distraería con besos y en seguida admitiría la niña traviesa
que era ella.
Retrasar no era igual que mentir, ¿verdad?
Caruthers dijo sonriendo:
—Mis padres quieren conoceros a todos. ¿Vendréis a nuestro palco?
—Oh, que sugerencia tan encantadora —contestó Julianne—. Pero tal vez no me deba ir.
Estoy segura que las otras muchachas estarán felices de acompañarlo. —Quería esperar a Hawk y
hablar de lo planes que él tenía.
—Están especialmente interesados en conocerla, Julianne. No la retendré por mucho rato.
¿Cómo rehusar sin parecer maleducada?
—Déjeme hablar con Hester.
Cuando llegó donde Hester, le pidió hablar a solas con ella. El señor Peckham se excusó,
diciendo que volvería poco después.
Se sentó al lado de Hester y le dijo lo de la petición de Caruthers.
—Preferiría quedarme. Hawk volverá pronto.
Hester sonrió furtivamente
—Tesoro, no debes parecer demasiado ansiosa. Vete con tus amigos. Mi sobrino te apreciará
más si lo haces esperar un poco.
Cuando Julianne vaciló, Hester le dio unos golpecitos con su abanico.
—Acuérdate de Los Secretos de Seducción.
—¿Le dirá a donde fui?
—Sí. Anda, ahora. Estará muy contento de verte cuando vuelvas.
Julianne iba inquieta durante la larga caminata con sus amigos. Mientras los demás
parloteaban, ella estaba silenciosa. Esperaba que la visita no durara mucho. Por supuesto que
estaba de acuerdo con Hester que no debía verse muy ansiosa. Pero después de todas las
pruebas y sufrimientos, quería estar lo más cerca de él, especialmente esta noche. Porque hoy
día era el primer día que florecía su romance.
Caruthers los llevó donde sus padres. Lord y Lady Frammingham les dieron la bienvenida al
grupo, con entusiasmo. Julianne tenía que recordar que debía escuchar. Le gustaron mucho los
padres. Estos pensaron que era maravilloso que los amigos estuvieran compartiendo juntos las
festividades de la temporada. Cuando la madre le preguntó acerca de su hermano y Tessa,
Julianne le habló del bebé y la próxima fiesta.
Las cortinas se abrieron para el acto siguiente. Sus amigos decidieron permanecer un rato
más. Julianne se mordió el labio. Ella no se quería quedar.
—Mejor me voy. Tuve un momento encantador, pero le prometí a Lady Rutledge que volvería
pronto.
Osgood se levantó.
—Permítame escoltarla, Lady Julianne.
—Oh, no quiero molestar. Por favor, quédese. Ya encontraré el camino de vuelta.
—Insisto. A Hawk no le gustaría que la dejásemos partir sola.
Sabía que sería mala educación insistir.
—Gracias, señor Osgood
Mientras iban de vuelta, ella esperaba que no se quedara en el palco, pero en seguida se sintió
horrible por pensar eso. Osgood era un joven agradable, aunque algo simplón, a veces. Se sonrió
al recordar cuando entró al salón de Hester, hediondo a humo.
Él la miró.
—Está muy bonita esta noche.
—Gracias.
Él carraspeó.
—Espero no haberla ofendido con ese panfleto.
—No me ofendí. ¿Lo leyó?
—Sí, lo hice. Me quedé un poco boquiabierto.
—¿Por qué?
—No sabía que las damas les hacían malas pasadas a los caballeros.
—¿Malas pasadas?
—No es muy agradable. La autora les dice a las damas que pongan flores en el salón para que
un caballero crea que otro estuvo antes que él.
—¿No cree que todo está permitido en el amor y en la guerra?
Osgood parpadeó.
—No creo que sea justo engañar a un caballero. No es fácil para los hombres, sabe. Tenemos
que darnos ánimo y arriesgarnos a ser rechazados cuando le pedimos un baile a una dama.
Julianne hizo una mueca dolorosa. Ella no lo había visto desde ese punto de vista. A ella
siempre le había parecido que los hombres tenían todo el poder, pero Osgood había señalado
que un caballero se arriesgaba ser humillado cada vez que pedía un baile.
—Estoy tentado de escribir una rectificación, y presentar una guía del caballero para atraer a
una belleza.
—Usted es un poeta. Escribir un panfleto debiera ser fácil para usted.
—¿Cree que debería hacerlo?
Ella se encogió de hombros.
—¿Por qué no? No pierde nada con tratar.
—Por Dios, lo haré. Gracias por darme ánimos, Lady Julianne
—Gracias por apuntar las dificultades del cortejo desde la perspectiva de un caballero. Nunca
lo habría sabido si no es por usted.
—Usted nunca sería cruel con un caballero.
No intencionalmente. Pero mientras pensaba en los últimos cuatro años, se dio cuenta que
había tratado a los hombres como juguetes que tomaba y dejaba según su gusto.
—Vaya, ahí está Hawk, en la escalera.
Julianne estiró el cuello, y entonces lo vio. Estaba con dos mujeres con unos vestidos
escandalosos. Tenían las mejillas pintadas con lápiz labial, una a cada lado, y lo agarraban de un
brazo.
Se le cerró la garganta. No. Oh, no.
—Lady Julianne, ¿se siente mal?
—Volvamos
—¿Por qué?
—Por favor, haga lo que le pido.
Se volvió y empezaron a caminar.
—¿Pasa algo malo?
¿Cómo Osgood podía ser tan inconsciente?
—Por favor, siga caminando por un momento más.
Osgood se quedó callado. Ella agradeció el silencio. No podía hablar en este momento.
Eventualmente, se detuvo.
—Soy un estúpido.
—No. Es un hombre agradable
—Estoy seguro que no es lo que piensa —le dijo suavemente.
¿Qué más podía ser?
—¿Quiere que la lleve de vuelta con sus amigos?
—No, siga. El palco de Lady Rutledge no está lejos.
Osgood y Julianne se pararon a varios metros más allá. Hawk vio preocupación en la cara del
cachorro. Y entonces se fue. Probablemente ella le había pedido que se fuera.
Cuando ella lo vio, caminó más rápido, esperando que ella evadiera, pero se quedó,
frunciendo el ceño.
—No es lo que piensas.
—Te creí esta tarde, cuando dijiste que querías empezar de nuevo —le dijo con voz
temblorosa.
Él sacudió la cabeza.
—No pretenderé no conocerlas, pero sólo las saludé.
—¿Cuándo es la cita? —preguntó con voz cortante.
—¿Qué pasó? ¿No creías incondicionalmente en mí?
—Vi a esas rameras pegadas a tus brazos.
—Les hablé. Eso es todo.
—Estabas sonriendo.
—O confías incondicionalmente en mí, o no. Si es lo último, dímelo ahora. He pasado
demasiados años viviendo a la sombra de mi pasado. Sí, ellas son parte de mi sórdido pasado. No
estoy orgulloso, pero no lo puedo cambiar. Lo que no haré, es caminar sobre huevos porque no
puedes confiar en mí.
—No entiendes.
—Sí, entiendo. Anoche, cuando te conté que mi padre dijo que los hombres como yo nunca
cambian, tú dijiste que no era verdad. Y te creí. Pero si lo que querías era consolarme, si me crees
incapaz de ser un hombre mejor, dímelo ahora. Porque esto nunca funcionará si no confiamos el
uno en el otro.
—Tengo miedo —susurró ella.
—¿De qué?
—No quiero terminar como mi madre.
—Adiós, Julianne.
—No te atrevas a alejarte de mí.
—Dijiste que creías en mí incondicionalmente, pero no es verdad. No te puedo dejar que me
juzgues, basada en un pasado que no puedo cambiar.
—Tampoco puedo cambiar mi pasado, y me da miedo. También soy vulnerable, pero quiero
darle una oportunidad a esto.
—¿Deseas una oportunidad? Bien. Hablaremos, pero no aquí.
Le tomó la mano y partieron. Al llegar al palco de Hester, le dijeron al lacayo que informara a
su tía que él y la dama se irían en un coche arrendado. Luego la llevó por las escaleras.
Momentos después, cruzaban el vestíbulo.
—Mi capa está en el guardarropa.
—La mandaré a buscar más tarde —dijo con los dientes apretados. En seguida le pidió al
portero que les consiguiera un coche.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1199
Consejo de un Granuja:
Si te acuestas con ella, tienes que casarte con ella.
pasar sólo una vez. Pero si cometo el error que más temes, nunca me perdonarás. Porque
supondrás, basada en tu experiencia anterior, que sucederá una y otra vez.
—Ves la situación de manera fatalista. Pero es posible cambiar. Te he fallado esta noche, pero
eso no significa que siempre lo haga.
—Dices eso, pero realmente no sabes si puedes. Más importante, no sé si puedes. Así que esta
noche es la prueba. Voy a mostrarte la cruda realidad sobre mi pasado. Si lo desapruebas, lo sabré
y tú sabrás que no puedes aceptarme incondicionalmente, con todo y mi sórdido pasado.
Su corazón latía en sus oídos.
—¿A dónde vamos?
—¿No lo has adivinado? Creo que expresaste interés en ello en una ocasión anterior. Al
parecer, es la charla de la sala de retiro de las damas.
Se refería a llevarla a su nido de amor. El miedo se apoderó de su corazón. Sabía que intentaba
mostrarle la cama en la que había yacido con un sinnúmero de mujeres. Tenía la intención de
hacerla que hiciera frente a su feo pasado y a todas las mujeres sin rostro a las que ella odiaba
porque él las había llevado a la cama.
—Te puedo llevar a casa de mi tía, si eres incapaz de soportarlo —dijo.
Ella levantó la barbilla.
—Soy hija de mi madre. No hay nada a lo que no pueda hacer frente con la cabeza bien alta.
—Ya veremos.
Él tuvo un momento de vacilación mientras manejaba torpemente la llave. Un hombre mejor se
disculparía y le pediría perdón. Pero él había dicho la verdad en ese coche de alquiler. A menos
que ella viera la prueba de su pasado de primera mano, ninguno de los dos sabría si realmente
podría aceptarlo incondicionalmente.
La puerta crujió mientras él la abría. Buscó a tientas la caja de la yesca de la mesa del recibidor
y encendió un candelabro. Sosteniéndolo en alto, dijo:
—He aquí el nido de amor. Me temo que está desierto. —Le sonrió—. Despedí al personal
después de que tu hermano insistiera en que abandonase el libertinaje mientras durase la
temporada. No quería que te desilusionases si te enterabas de que era un notorio libertino.
Ella alzó de nuevo su barbilla y entró en el recibidor.
La siguió con el fin de iluminar el oscuro interior.
—Ten en cuenta la falta de suelos de mármol, de alfombras en las escaleras y las pinturas
pastorales. Más bien espartano, ¿no? Lo prefiero, ya sabes. Mis habitaciones en el Albany son
igualmente utilitarias.
—Vives en circunstancias austeras por decisión propia, para mostrar que no estás unido a nadie
—dijo ella.
—Una sagaz observación en la que no había pensado antes. Ven, déjame que te enseñe la sala
de estar. Está justo después de las escaleras.
Había esperado que ella le dijera que la llevara a casa, pero ella marchaba junto a él y abrió la
puerta de la sala de estar. La siguió al interior.
—No hay fuego, me temo. No había planeado tener una invitada esta noche, a pesar de tu
anterior suposición.
Le ofreció su brazo.
—Ya que insistes —dijo, queriendo dejar claro que ella había tomado la decisión.
Pero mientras la conducía fuera de la fea salita de estar y subían por la sencilla escalera, su
conciencia rugió. Siguieron por el pasillo corto y mientras se acercaba a la puerta, se detuvo.
—Suficiente —dijo.
—Termina lo que empezaste —dijo ella.
Negó con la cabeza.
—No, voy a llevarte a casa de mi tía.
Ella pasó por delante de él y abrió la puerta.
—Maldita sea —rechinó entre dientes mientras ella caminaba hacia el interior.
La siguió.
—Julianne, deja que nos vayamos ahora.
Echó un vistazo a la habitación y luego volvió a mirar la cama con sus colgaduras y la colcha de
color carmesí a juego.
—Confieso que estoy decepcionada —dijo—. Esperaba algo llamativo. —Lo miró—. Supongo
que esperas que me desmaye después de que te imaginara retorciéndote en esa cama.
Puso el candelabro en la mesilla de noche.
—Imagínate cuántas mujeres han yacido en esa cama —dijo él—. Innumerables y literalmente
quiero decir innumerables. Ha habido tantas que no puedo recordarlas a todas.
Ella fue hasta la cama y pasó la mano por la cabecera.
—¿Qué? ¿No hay muescas?
Él la admiró. Julianne había estado a punto de quebrarse, pero tenía otra sorpresa para ella.
—¿No te has preguntado acerca de las medidas de prevención?
Lo miró con recelo y supo que no tenía ni la más remota idea de lo que había querido decir.
Se acercó a la cama y dio unas palmaditas sobre el colchón.
—Las actuaciones que se llevan a cabo aquí pueden tener consecuencias. ¿Me entiendes?
Tragó saliva.
—Sí.
—¿No te gustaría saber cómo se evitan?
Cuando no dijo nada, él se acercó a la mesita de noche y abrió el cajón.
—Se usan para más cosas que para prevenir un embarazo. Aborrezco las enfermedades.
Ella le devolvió la mirada.
—Ahora entiendo, pero dudo que tú lo hagas. Mi suposición es que, en algún lugar profundo,
querías que viera a esas mujeres pintadas esta noche. Buscas enfrentamiento porque querías
alejarme.
Negó con la cabeza.
—Te estás imaginando cosas.
—No, no lo creo. Lo has estado haciendo desde la noche del baile de los Beresford.
La respiración de ella se volvió tan fatigosa como la suya. Estaba tan duro como una piedra,
dolorosamente excitado, y muy consciente de la peligrosa situación. Hawk apretó los dientes,
decidido a levantarse y llevarla a casa.
Ella yacía sin ofrecer resistencia debajo de él. Sus ojos azules eran lánguidos. Se movió bajo él.
—Puedo sentirte contra mi vientre.
Levántate, levántate, levántate.
—Yo también tengo malos pensamientos sobre ti —susurró ella.
Oh, Dios mío, ayúdame.
—Bésame —dijo ella—. Sólo una vez más.
Casi diría que no estaba hecho de piedra, pero, en ese momento, se sintió como si lo fuera.
—No debería, pero no puedo resistirme a ti.
Liberó sus muñecas. Ella envolvió sus brazos alrededor de él mientras devoraba su boca, le
lamía los labios y la saboreaba con un ritmo inconfundible de lo que realmente quería de ella. Ella
le devolvió el beso, succionó su lengua y enroscó los dedos a través de su pelo.
Rodó sobre su espalda, llevándola con él. Luego buscó a ciegas los botones de la parte de atrás
de su vestido.
—Siéntate a horcajadas sobre mí —dijo él.
Hizo lo que le pidió, a pesar de que las faldas le ocultaban las piernas. Él empujó el vestido y la
ropa interior hasta su cintura. Entonces tomó los pechos e hizo círculos con los pulgares sobre sus
pezones rosados. Arqueó la espalda. Las horquillas cayeron sobre la colcha y su largo cabello negro
se derramó sobre sus hombros. Así era como la había imaginado. Puso las manos en la parte baja
de su espalda.
—Inclínate hacia mí.
No cuestionó lo que le pedía, pero se quedó sin aliento cuando le tomó el pezón en la boca y lo
succionó. Él apartó las faldas de su camino y quedó sin aliento ante los rizos oscuros.
Ella extendió la mano entre ellos y la pasó por su miembro duro como una roca, midiéndolo a
través de la tela ajustada. Cuando sintió sus dedos en los botones de sus partes bajas, él intentó
hacerla detenerse, pero el primer toque de sus dedos suaves sobre su miembro lo volvió loco de
lujuria.
Él se sentó. Ella luchó con su abrigo, su corbata y su camisa. Él la despojó de su vestido y de
toda su ropa interior. Después de que él se quitara las botas y los pantalones, empujó las sábanas
hacia abajo mientras la presionaba contra la cama.
Deslizó las manos por debajo de su trasero, inclinándola. Luego extendió los pliegues de su sexo
y movió su lengua contra el punto dulce mientras deslizaba un dedo dentro de ella. Ella gimió y
arqueó la espalda. A los pocos minutos, gritó. Las contracciones succionaban su dedo. Julianne
abrió los ojos mientras él se levantaba por encima de ella. Envolvió sus brazos alrededor de sus
hombros, necesitándolo, queriéndolo desesperadamente. Había sido siempre una parte de ella y
ella era una parte de él. Esta noche, ella quería que le hiciera el amor, porque le amaba en cuerpo
y alma, más de lo que nunca le había amado antes.
Separó los pliegues húmedos de su sexo una vez más e insertó dos dedos, estirándola,
volviéndola loca de necesidad. Y entonces lo sintió empujar en su interior. Gritó por el destello de
dolor.
—Oh, Dios, te he hecho daño.
La tensión disminuyó poco a poco y él se deslizó un poco más hacia adentro.
—¿Todavía duele? —susurró.
—Ya no. —Deslizó las manos hasta sus caderas. Él gimió contra su cuello. Ella se arqueó contra
él—. Mmmm.
Presionó centímetro a centímetro hasta que se asentó completamente. Y luego se tomó su
tiempo, entrando y saliendo con movimientos exquisitamente lentos. Quería que durara mucho
tiempo y, sobre todo, quería darle placer. Al final, su control se desvaneció. Cedió a la tentación de
hundirse cada vez más rápido. Ella envolvió brazos y piernas a su alrededor. Él no era consciente
de nada, excepto de la necesidad de alcanzar el éxtasis. Mientras las sensaciones eróticas lo
sobrepasaban, se las arregló para retirarse en el último segundo posible.
Julianne podía sentir los fuertes latidos de su corazón.
Permaneció encima de ella, aún respirando rápido. Sus brazos y piernas aún estaban envueltos
en torno a él. En lo más profundo de su ser, sintió un ligero dolor, a pesar de que no era
precisamente la palabra adecuada. La sensación perduraba, como si su cuerpo mantuviera el
recuerdo de su unión.
Su respiración finalmente se hizo lenta. Volvió la cabeza y se maravilló que él pudiera dormir
después de hacer el amor. Era pesado, pero le gustaba estar piel con piel. Nunca se había sentido
más cerca de él.
Le había fallado esta noche. Sus palabras habían vuelto a abrir sus heridas y había reaccionado
con dureza porque había expresado sus dudas sobre él. Había tomado la decisión de cambiar, pero
su acusación le había enfurecido. Sabía que se debía haber sentido vulnerable y un poco asustado
de no ser capaz de cambiar. Había necesitado su fe incondicional en él y ella le había
decepcionado a causa de sus propios miedos. Pero esta noche había admitido lo mucho que la
había deseado durante su vals. Había dicho que había estado ardiendo por ella.
Ella había estado ardiendo por él esta noche. Ya poseía su corazón, pero había decidido darle su
cuerpo en el mayor acto de amor.
Una pequeña voz en su cabeza le susurró que él había tomado su virginidad en la cama donde
había dormido con un sinnúmero de prostitutas.
Se negaba a pensar en hacer el amor como algo tan sórdido. Al entregarse a él, en esta cama,
había desterrado para siempre a las mujeres que sólo lo habían hecho por dinero. No había
comparación, ya que ninguno de ellos había estado actuando esta noche. Él no hubiera hecho el
amor con ella si no la amara.
—Te amo —susurró ella.
Luego lo besó en la mejilla.
Sus ojos se abrieron. Parecía aturdido, como si no pudiera recordar dónde estaba.
Ella le sonrió, esperando las tres palabras que cambiarían sus vidas para siempre.
—Oh, Dios mío —dijo él con voz ronca.
Ella levantó el brazo y se limpió la mejilla. Oh, diablos, estaba llorando. Encontró un pañuelo y
le acarició la cara.
—Por favor, no llores —susurró.
Luego la besó en la mejilla, la atrajo a su regazo y la estrechó con fuerza en sus brazos. Le había
hecho daño, tanto física como emocionalmente. ¿Cómo podía haberlo hecho cuando siempre la
había adorado? ¿Cuándo siempre, siempre había pensado en ella como su pequeña Julie?
De alguna manera, la compensaría por esta noche. La había hecho suya esta noche, pero en
realidad, siempre habían compartido un vínculo especial. No podía explicarlo, pero sabía de alguna
manera que estaba destinado a pasar. ¿O simplemente estaba poniendo excusas por la forma
terrible en que la había tratado esta noche? Apretó su agarre sobre ella, porque la necesitaba
ahora más de lo que jamás había necesitado otra alma.
El coche de alquiler se paró. Le tomó la mejilla.
—Te acompañaré al interior.
—No, no es necesario —dijo.
—Julianne, mi tía lo adivinará.
Había tenido que advertirla porque sus rizos deshechos y el mordisco de amor en el cuello
gritaban lo que le había sucedido. Le besó las manos.
—Te visitaré mañana y te prometo que habrá un nuevo comienzo.
Alzó los ojos y echó los brazos a su alrededor. Él la abrazó.
—Ven conmigo. Voy a comunicarle a mi tía que vendré mañana.
Sabía que su tía le echaría sobre las brasas, como debería hacerlo. Dios sabía que se merecía
algo mucho peor, pero pasaría el resto de su vida compensando a su pequeña Julie.
Mantuvo el brazo alrededor de sus hombros mientras la acompañaba por el camino. El viento
penetrante picaba a través de sus mangas de camisa, pero pensó que se lo merecía.
Cuando llevó a Julianne al gran salón, su tía estaba de pie en lo alto de las escaleras. Sus cejas
grises se dispararon. Él negó con la cabeza una vez, una advertencia para que Hester mantuviera
entre dientes sus comentarios mordaces hasta que Julianne estuviera a salvo fuera del alcance de
sus oídos.
Después de que llevara a Julianne al descansillo, ella le entregó su abrigo. La besó en la mejilla a
la vista de su tía. ¿Qué sentido tenía fingir cuando era obvio que había retozado con Julianne?
Ella huyó hacia arriba, hasta el siguiente tramo de escaleras. Se quedó allí mirando, deseando
poder estar a su lado y consolarla, de la misma manera en que ella lo había hecho con él esa noche
en que le había encontrado borracho y había perdido el conocimiento en el sofá de su tía.
Cuando desapareció de la vista, se encontró con la mirada de su tía.
—En el salón —dijo ella secamente.
La siguió dentro y cerró la puerta.
—La he comprometido —dijo—. Con tu permiso, voy a visitarla mañana.
—¿Y?
—Le propondré matrimonio —dijo.
—Será mejor que lo hagas correctamente —dijo—. De rodillas.
—Sí —dijo.
—Cuando lo hagas, trágate la culpa. Sin disculpas ni arrepentimientos. No quiere oírlo, ¿me
entiendes?
Sus orejas ardían.
—Sí, señora.
—Vas a pensar en ella, no en ti mismo. ¿Me explico?
—Sí.
—Si tuviera una vara, la llevaría a tu trasero —dijo Hester.
—Me merezco algo peor —dijo.
—Quiero a esa chica como si fuera mi propia hija —dijo Hester—. Y también te quiero a ti. Pero
si le vuelves a hacer daño otra vez, te juro que nunca te hablaré después de eso.
Tragó saliva, recordando las cosas horribles que le había dicho.
—Pienso pasar el resto de mi vida compensándola.
—No, no lo harás. Ahórrate la culpa. Pasa el resto de tu vida tratándola como si fuera el sol y las
estrellas juntas.
—Lo haré —dijo.
—Lo último —dijo—. Espera hasta que viajemos a Gatewick Park para anunciar el compromiso.
Y, bajo ninguna circunstancia, se lo confesarás a Shelbourne. Solo armarás revuelo y crearás
rencores duraderos. No necesita saberlo y solo humillarás a Julianne. Todo lo que necesitas decir
es que te has enamorado y que no puedes vivir sin ella. Quiero tu promesa.
—Lo prometo —dijo.
—Sé que te arrepientes de lo que ha sucedido esta noche, pero nunca te arrepentirás de ella —
dijo Hester.
Algo caliente se precipitó por su garganta y le picó en los ojos. Esperaba de veras que ella no se
arrepintiera de él.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2200
Hawk abrió el estuche de joyas. Al tocar el medallón de plata, pensó en los ojos azules de
Julianne y sintió su pecho apretado. Le había comprado el guardapelo para sustituir el que su
padre le había regalado. El que le enseñó titubeante antes de la primera fiesta. El que no le había
visto usar desde aquella primera noche. Le había comprado uno nuevo, porque quería que llevara
su guardapelo y supiera que siempre sería suyo.
No tenía ningún retrato en miniatura aún, pero los mandaría pintar después que anunciaran el
compromiso a sus familias. Sólo el diablo sabía cómo iba a reaccionar Tristan, pero tomaría el
consejo de su tía de corazón.
Todos estos años, se creyó incapaz de ser fiel, pero lo iba a ser. Había experimentado el vacío
de los acoplamientos llenos de lujuria con mujeres que apenas conocía. Había terminado con esa
vida para siempre. Hoy, se alejaría de esa vida fría y comenzaría una nueva con su dulce Julianne.
Enderezó el pañuelo de su cuello una última vez. Recordando lo que su tía le había dicho.
Sin arrepentimientos. Sin culpabilidad.
Piensa en ella. Mantendría su remordimiento entre los dientes y pasaría el resto de sus días
haciéndola feliz.
Tomó aire. Después de dormir a intervalos la noche anterior, decidió marcar las pautas de su
matrimonio basándose en la vida que ya habían compartido y seguirían compartiendo. No iba
hacer promesas solemnes, porque las palabras sólo eran eso: palabras. En cambio, iba a pasar
todos los días de su vida juntos demostrando a través de sus acciones que era un mejor hombre
por ella. Aunque estaba seguro que ella lo iba a encontrar divertido si comenzara con promesas
tontas. La haría reírse y luego se arrodillaría como le había prometido a su tía.
Una cierta cuestión le inquietaba. Insistió en tener honestidad entre ellos, pero iba a entrar en
este compromiso escondiendo un hecho importante sobre su pasado. Sabía lo que su padre había
dicho sobre él, y que por muy poco evitó un duelo al amanecer. Pero ella no había preguntado los
detalles. Ella le pidió dejar a un lado su pasado y perdonarse. Y, que no iba a presionar para que
revelara nada más. En verdad ella nunca lo iba averiguar. Además de él, sólo lo sabía Westcott, y el
hombre fue un factor clave en el encubrimiento. Con razón.
Hawk mantuvo silencio todos estos años para proteger a quienes había dañado. Pero hoy,
guardar ese feo secreto le molestaba.
Anoche, su tía le dijo que no contase jamás a Tristan que había comprometido a Julianne. Que
no tenía por qué saberlo. Que no necesitaba saberlo. Confesar su secreto a Julianne no iba a lograr
nada. Le había dicho que no podía reparar el daño, y era verdad.
Soltó el aliento, determinado a poner sus necesidades primero, hoy y todos los días después.
Tragó saliva, sabiendo que no la merecía, pero juró que nunca la lastimaría otra vez.
Con un último tirón en las mangas, salió a zancadas de la habitación, dispuesto a realizar algo
que nunca había esperado hacer. Mientras caminaba bajo la brillante luz del sol, el lugar vacío
dentro de su pecho se llenó.
Su corazón latía más fuerte, y todo lo que sabía era que ya no se sentía vacío. Pero también
estaba un poco nervioso. Después de las cosas terribles que le había dicho y hecho anoche, le
preocupaba que tuviera miedo. Pero no podía comenzar a sentir dudas. No ahora. A partir de hoy,
demostraría lo que significaba ella para él de mil pequeñas maneras.
El estómago de Julianne se encogió mientras Betty adornaba su pelo. Hoy, Hawk iba a
declararse. Nadie había expresado la verdadera razón de su visita, pero sabía que se sentía
obligado a ofrecerle matrimonio. Y era ese sentido de obligación lo que la inquietaba
profundamente.
¿Cómo iba a prosperar un matrimonio basado en la necesidad? Y ¿era realmente necesario?
Entendía lo suficiente para saber que se había retirado antes de derramar su semilla. No había
ninguna posibilidad de concepción, pero también existía el hecho indiscutible que le había
entregado su virginidad a Hawk.
Y él no había mencionado el amor ni una sola vez.
Anoche, estaba consumido por la culpabilidad, pero aun así le había alentado a hacerle el amor.
En la cama donde había yacido con más amantes de las que podría contar.
Durante todos estos años soñó con este día, pero aquellos sueños incluían una declaración de
amor. Se habían acostado anoche, pero nunca le dijo que la amaba.
Tontamente, pensó que nunca le habría hecho el amor si no la amara. Ella lo amaba con todo
su corazón, pero había jurado no casarse jamás con un hombre que no la amase. El amor no
correspondido era miserable para una esposa. Había visto lo que eso le había hecho a su madre.
Pero, ¿Hawk le habría hecho esta propuesta en otras circunstancias? Se sentía fatal por
llevársela a la cama en ese nido de amor. No había querido declararse en ese sórdido lugar.
Anoche, le prometió que todo sería diferente hoy. La esperanza saltaba en su corazón. Quería
esperar hasta hoy para expresar sus sentimientos.
Pero, ¿qué iba hacer si no lo hacía?
Betty terminó y le dio un espejo de mano. Julianne miró su reflejo.
—Gracias, Betty. Está perfecto.
Un golpe en la puerta la sobresaltó. Hester entró y sonrió.
—Está aquí.
Julianne se levantó.
—Estoy tan nerviosa.
Hester la envolvió en sus brazos.
—Él también.
Alzó la vista.
—¿En serio?
Hester asintió con la cabeza.
—Está dando vueltas por el salón, ansioso por verte. Vete, no le hagas esperar. Iré contigo al
Detuvo su carruaje, sin apenas recordar conducirlo a su casa. Cada centímetro de su cuerpo
estaba tan frío como el hielo. Había sido honesto con ella acerca de su razón para proponerle
matrimonio, pero si hubiera mentido, ella lo habría aceptado.
Sabía por qué. Tenía miedo de que la engañara. Le había dicho que no quería acabar como su
El chico arqueó las cejas, y Hawk casi se tambaleó. ¿Cómo era posible que el chico tuviera los
mismos gestos cuando nunca se habían visto?
—Ella dijo que me parecía a usted.
Su corazón martilleaba en su pecho.
—¿Tu madre?
—Murió hace un año. ¿Lo sabía? —Su voz juvenil sostenía un desafío.
—Lo había oído. Siento tu pérdida.
—No, no lo siente.
El muchacho estaba enojado, con razón. Dios, se sentía como si el suelo hubiera desaparecido
debajo de sus pies.
—¿Cómo me has encontrado?
Levantó el libro.
—Encontré su diario.
Maldita Cynthia por dejar pruebas. Maldito Westcott por no buscarlo y destruirlo.
—Mi criado ha dicho que has viajado en un coche de correo desde Eton.
—Sí. Quería verlo en persona.
Decidió lidiar con los asuntos prácticos primero, antes de abordar cuestiones más difíciles.
—Debes tener hambre y sed.
—Puedo valerme por mí mismo.
No podía dejarle ir.
—Has hecho un viaje muy largo. Sospecho que tienes preguntas. Las voy a contestar. Pero no
hay ninguna necesidad de hacerlo con el estómago vacío.
Los ojos de Brandon vacilaron.
—Muy bien.
Hawk tocó el timbre. Cuando Smith apareció, le dio instrucciones de disponer una comida
improvisada en el pequeño comedor.
—Por aquí —le dijo al muchacho.
Mientras caminaba hacia al comedor, una sensación de irrealidad le envolvió. Pero tenía que
permanecer tranquilo por el bien del muchacho.
Cuando se sentaron, Smith trajo pan, lonchas rosbif, naranjas, y una jarra de la leche. Hawk
miró al niño comer como un lobo los alimentos y beber dos vasos de leche. Tragó el nudo en su
garganta, pensando en los doce años que se había perdido. Pero entonces nunca pensó que vería
a su hijo alguna vez.
Su hijo.
Tenía tantas preguntas. ¿Le trataba bien Westcott? Esa era la parte que le mantenía despierto
por las noches, preguntándose si su hijo era maltratado. Pero en verdad no podía preguntar
directamente, no tenía ningún derecho, pues había renunciado a todos los derechos de su propia
carne y sangre hace más de una docena de años, antes de que el muchacho incluso hubiera
nacido. Y el día en que llegó la carta, lloró al leer la noticia de que Cynthia había tenido un niño
sano.
Su padre le arrebató la carta de un tirón arrojándola al fuego. Había quemado la única noticia
que recibió alguna vez de su hijo.
Comprendía que era necesario destruir las pruebas, pero entonces, había odiado a su padre por
sus palabras brutales. Deja de lloriquear. Eres condenadamente afortunado de estar vivo.
Eso ocurrió dos meses antes de cumplir los diecinueve años.
Sacudió el pasado de su cabeza, porque no quería que el muchacho viera el tormento en su
rostro.
—¿Quieres hablar aquí o en el salón?
—Me da lo mismo —dijo Brandon.
Hawk cruzó las manos sobre el tapete de la mesa.
—Vamos a empezar con algunos asuntos prácticos. Doy por hecho que tu padre no sabe que
has dejado la escuela.
—Fue a Bath, a las termas, por su salud.
Esa noticia alarmó a Hawk. Brandon tenía la posibilidad de heredar una gran propiedad. A su
conocimiento, el anciano Westcott no tenía ningún pariente vivo. No podía hacer nada sobre ello.
No tenía derechos legales, y peor, si reclamara a Brandon como su hijo, el muchacho perdería su
herencia porque sería oficialmente un bastardo, despreciado y burlado.
Por el momento, debía concentrarse en los problemas más inmediatos.
—Vas a ser declarado desaparecido. Si quieres escribir a tu padre, me aseguraré que la carta le
sea entregada.
—Voy a volver a Eton esta noche.
No iba a dejar al muchacho viajar solo otra vez.
—Te llevaré en mi coche mañana.
—No necesito caridad.
—Puedes tener un asiento limpio sólo para ti o puedes ir aplastado entre algunos viajeros
malolientes que no han tomado un baño en dos semanas. Tendrás muchas más paradas a lo largo
del camino. Puedo asegurarme que llegues mucho más rápido.
—Tal vez —dijo.
—¿Qué quieres saber? —preguntó.
Su boca se movió.
—¿Cómo la conoció?
No tenía ninguna intención de decirle al muchacho que su madre le había mentido a Westcott
sobre su paradero para asistir a una escandalosa fiesta.
—Unos amigos en común nos presentaron.
—Sabía que estaba casada.
Hank percibió la acusación en la voz del muchacho, pero no lo negó.
—Sí. Fue un error.
Por supuesto, no podía decirle la verdad, como tampoco a Julianne. Nunca podría contarle
sobre los sórdidos acontecimientos que todavía le perseguían y sobre la mujer que había hecho de
su vida un infierno.
Cynthia no había sido sólo una participante dispuesta. Había sido determinada, insinuándose en
todo momento. Ramsey y sus amigos encontraban aquello gracioso. Hawk se había resistido,
porque sabía que estaba casada.
La noche siguiente, Ramsey y sus amigos decidieron que Cynthia necesitaba un joven amante
para compensar su anciano marido. Supuestamente pusieron el nombre de todos los hombres en
pedazos de papel y para extraer al afortunado ganador para calentar la cama de Cynthia. Él había
sido tan ingenuo que nunca sospechó que su nombre estaba en todos los papeles. Lo habían
cohibido burlándose de él. Les dejo intimidarle para ir a su cama. Ella le recibió con los brazos
abiertos. Al día siguiente, escuchó por casualidad a Ramsey y sus amigos riéndose en la sala de
billar sobre la jugarreta que le habían hecho. Pero fue la risa de Cynthia lo que le enfureció. Ella lo
había sabido y lo había encontrado una broma divertidísima.
Brandon le fulminó con la mirada.
—Ella le escribió cartas, que usted nunca respondió. La abandonó después de dejarla
embarazada.
El muchacho claramente había leído esto en su diario. Hawk eligió sus palabras con cuidado.
—Estaba casada. Yo había cometido un grave error y no quería volver a pecar.
Había quemado las cartas de Cynthia. Ella quería que enviara sus cartas a través de una amiga,
que se las pasaría. El viejo Westcott comenzó a sospechar cuando su esposa, supuestamente
estéril durante ocho años, de repente, inexplicablemente, esperaba un hijo. Después de
interceptar uno de los mensajes de Cynthia, le envió una nota al padre de Hawk exigiendo
satisfacción.
—Fue demasiado cobarde como para afrontar un duelo de honor —dijo Brandon—. Yo sólo era
su bastardo, basura.
Se tomó un momento para componer sus palabras.
—Sólo tenía dieciocho años y un padre muy estricto que me hizo hacer lo correcto. Lo correcto
fue pagar a tu padre por tu sustento. Ya había hecho lo malo, pero como mi padre me dijo, habría
sido mucho peor reconocerte de cualquier forma. Porque eso te habría puesto una fea etiqueta, y
habría sido injusto.
—No actúe como si le importara. Sé que no es así.
—Puedo ver por qué piensas esto —dijo—. Pero sospecho que tienes una buena relación con tu
padre. —Esperaba tener razón.
—Es el mejor —dijo Brandon—. Es mi verdadero padre.
El alivio lo atravesó.
—Sí, es tu padre en toda la extensión de la palabra.
El muchacho pasó un dedo sobre la condensación dejada por el vaso en la mesa.
—¿Le habría gustado que algún hombre se enredara con su madre y la abandonase?
—No me gustaría para nada.
—He leído sobre usted en los periódicos sensacionalistas —dijo el muchacho—. Es un famoso
libertino.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2211
Consejo de un Granuja:
No hay nada como el hogar.
circunstancias, pero había pensado que podrían ser felices juntos. La parte que le hacía sentir peor
era que le había robado la virginidad. La falta de virtud podría tener nefastas consecuencias para
ella, y no estaba seguro de que ella lo entendiera totalmente. Justo o no, los maridos esperaban
que sus esposas fuesen vírgenes el día de la boda.
Se dio cuenta que había vuelto a un territorio familiar. Había cometido otro error que no podría
enmendar, no a menos que ella estuviese de acuerdo con casarse con él. Y aquello parecía poco
probable. Esperaba poder hablar con ella ese mismo día.
La búsqueda de la mujer anónima que había escrito Secretos de Seducción era la comidilla del
lugar.
Julianne se sentó con Hester, el quinteto, y con Amy, Georgette y Sally en el salón egipcio.
Intentó no parecer tan ansiosa como se sentía, pero no le gustaba ser la presa anónima de todo
soltero furioso, libertino y gandul de Londres.
Beaufort cruzó los brazos sobre el pecho.
—La última teoría sobre el autor es ridícula. Creo que Lady Elizabeth y la señorita Henrietta
Bancroft empezaron el rumor sobre que las dos son el autor que hay detrás de la mujer anónima.
Amy resopló.
—No puedo creer que alguna de ellas pueda escribir lo suficientemente bien como para
redactar un parágrafo, y mucho menos un panfleto entero.
Caruthers le dio un codazo a Osgood.
—Eras comprensivo con los escandalosos panfletos animando al autor.
—Planeo escribir uno desde el punto de vista de los caballeros —contestó Osgood.
—No te olvides del apestoso tabaco —dijo Portfrey—. Atrae a las señoritas más guapas.
—No prestes atención a sus burlas —le dijo Julianne a Osgood.
—No dejaré que sus tomaduras de pelo me afecten —contestó Osgood—. Después de todo, me
animó a escribir cómo ven las cosas los caballeros.
Hester levantó sus impertinentes.
—Es de lo más extraño.
El señor Peckham se encogió de hombros.
—Escuché que el editor está buscando panfletos similares. Como el primero se vende tan bien,
probablemente desea aprovechar el éxito.
Mientras continuaba la conversación sobre el panfleto, Julianne sorbió el té. Sentía un peso en
el corazón. No había visto a Hawk durante una semana, y él había dirigido las cartas a Hester.
Después de rechazar su propuesta, las dudas surgieron inmediatamente. Había sido muy
romántico, pero no le había hablado de amor. Había hablado de sinceridad, y en retrospectiva, se
había dado cuenta que realmente eso quería decir que no la amaba. Le había hecho una oferta
honesta para compensarla por la pérdida de su honor, y del suyo también. Odió rechazarle, odió la
mirada de su cara, odió haber arruinado la dulce y bonita propuesta.
Pero sobre todo, le echaba de menos. Todos los solitarios días y noches. Nada era lo mismo.
Echaba de menos bromear con él. Echaba de menos sus bromas y sus bonitos ojos castaños. Y
también echaba de menos sus burlas.
Julianne caminó por la recámara que había ocupado una temporada. Acarició con los dedos la
esquina del escritorio donde había pasado muchas horas escribiendo el panfleto. Cuando Hawk
había alabado el estilo literario del panfleto aquel mismo día, se guardó ese placer secreto para sí
misma. Le había guiñado un ojo, haciéndole sospechar que sabía que ella era el autor. No estaba
segura de si había imaginado un mensaje secreto de él, pero probablemente no lo sabría nunca.
Había querido hablar en privado con él ese día, pero se había dado cuenta que más discusiones
sobre sus razones para rechazarlo sólo lo incomodarían a él y serían dolorosas para ella.
Betty puso el último chal en el enorme baúl que Tessa le había prestado. Todos los vestidos,
chales, sombreros y la ropa interior habían sido cuidadosamente guardados.
—Debe desear revisar los cajones una vez más —dijo Betty—. Los cerraré por la mañana
después de que se haya vestido.
—Gracias, Betty —le contestó.
Después de que la criada se fuese, Julianne caminó hacia la cama, recordando todas las veces
que Hester y ella habían hablado hasta tarde por la noche. Con un suspiro, abrió el cajón de la
mesita de noche. El medallón que su padre le había dado años atrás descansaba dentro. Lo cogió,
recortando cómo sus amigas la habían ayudado a sacarlo cuando había entrado en pánico.
Moviendo rápidamente el dedo, abrió el medallón. Frunció el ceño ante la miniatura de la
hermosa cara de su padre. Extrañamente, aquella miniatura había tenido el poder de herirla no
hacía mucho. Nunca lo conoció realmente. Había muerto catorce años atrás, y aunque había
sentido su rechazo profundamente todos aquellos años, se dio cuenta de que él nunca había
tenido ninguna influencia en ella. Su hermano y Hawk siempre habían sido los hombres que se
habían preocupado por ella.
Cogió el medallón y se arrodilló ante el baúl. Cuando encontró el joyero que Hawk le había
dado, quitó la cerradura y lo abrió, y miró el óvalo vacío. El dolor le hirió el corazón. Había viajado
a Londres con grandes esperanzas de que le propusiera matrimonio. Irónicamente, había obtenido
lo que quería y lo había rechazado.
Lo había herido.
Las dudas volvieron. ¿Lamentaría siempre no haberle dado un oportunidad? Los ojos se le
llenaron de lágrimas, pero las contuvo. Colocó los medallones en el joyero, los puso en el baúl y se
levantó. Era la hija de su madre, y era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a lo que el
futuro le reservara.
Levantando la cabeza, caminó hacia la cama, se quitó la bata y se subió al suave colchón. Miró
la almohada de sobra, tentada a abrazarla contra su pecho, pero ya no era la chica ilusa que
deseaba y esperaba que al final pudiese tener un final feliz.
Tocaron a la puerta. Con una sonrisa, se levantó de la cama mientras Hester entraba en la
recámara.
—Sabía que vendría.
Hester se sentó a su lado en la cama.
—Me siento un poco sentimental esta noche.
—Yo también —susurró—. Gracias por todo.
—Oh, querida, soy yo la que debería darte las gracias. Lo he pasado muy bien siento tu tía
durante la temporada.
—Siempre pensaré en usted como en mi tía— le contestó.
Hester alisó las mantas.
—Esperaba que fueses mi sobrina por matrimonio.
Levantó los pies hasta el colchón y envolvió las piernas entre los brazos.
—Vine aquí con aspiraciones de niña por ganarme su corazón, pero me voy como una mujer
con el conocimiento de que los corazones no han ganado. Están rotos.
—Como esta es nuestra última noche de la temporada, te ofreceré un poco de sabiduría si
estás dispuesta a escucharla.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2222
Después de un viaje demasiado largo que incluyo muchas más paradas de lo necesario,
finalmente llegaron a la posada Black Swan. Ahora estaban sentados en un comedor privado
contiguo a sus habitaciones tras comer una sencilla, pero decente comida.
Los spaniels tocaron con la pata sus piernas y aullaron. Él les frunció el ceño.
—Si piensan que voy a darles gusto, están equivocados por completo.
—Son perritos encantadores —dijo Julianne—. Y no deberías hablarles de una manera tan
brusca.
—Esos perritos encantadores son la razón por la que llegamos tan tarde. No puedo creer
cuantas veces tuvimos que parar para que ellos mearan.
—Cuida tu lenguaje —dijo Julianne.
Él resopló.
—Si no supiera que es así, juraría que lo hicieron a propósito.
Hester bostezó.
—Podría ser. Saben que eres un blando.
Él cruzó los brazos por encima de su pecho.
—No lo soy.
Su tía suspiró y pareció repentinamente cansada. Cuando se levantó lentamente, él se precipitó
a ayudarla.
—No me trates como a una anciana, Marc. Puedo serlo, pero no me tiene que gustar.
—Tú siempre serás joven de espíritu.
—Bueno, mi cuerpo no es tan joven. Estoy a favor de la cama. Julianne, puedes quedarte con
Marc si aún no estás cansada.
—Oh, no. Debería irme a la cama temprano también. Tenemos otro largo viaje mañana.
Mientras su tía se alejaba, Julianne lo miró.
—Me aseguraré que descanse bien.
—Gracias. —Él no quería pensar en su envejecimiento—. Me temo que este viaje ha sido
demasiado para ella.
—Voy a cuidar de ella —dijo Julianne.
Él la miró y vio preocupación en sus hermosos ojos azules.
—Te has encariñado bastante con ella.
—Ella se ha vuelto como mi propia tía.
Ella había hablado con voz entrecortada.
—Hester te adora. Sé que ella ha disfrutado tu compañía esta temporada. —Hizo una pausa,
inseguro de si debería decirlo y decidió hacerlo—. Y yo también.
Ella se echó a reír.
—Obviamente tienes una muy mala memoria.
Él tiró de su rizo.
—Diablillo.
Ella se aclaró la garganta.
—Buenas noches.
Él quería pedirle que se quedara y hablar de lo que fue y lo que no fue entre ellos. Parte de él
aun esperaba que hubiera una oportunidad de que ellos pudieran buscar solución a sus
diferencias. Pero ella cruzo el pasillo a la habitación justo frente a la suya y desapareció sin una
mirada atrás.
Él se despertó pensando que debió haber oído graznar a unos gansos. Después oyó el sonido
desde el otro lado del corredor e hizo una mueca. Los ronquidos de su tía eran increíblemente
fuertes. Se sentó. Pobre Hester. Debía estar exhausta, y por supuesto, no podía evitarlo. Pobre
Julianne. No pegaría un ojo con ese ruido retumbando en sus oídos.
Bueno, no había nada que hacer sobre eso. Bostezó y se giró hacia un costado.
Afuera, una puerta chirrió. Ay, no, ¿ahora qué?
Alguien llamó a su puerta.
—¿Hawk?
Era Julianne.
—Un momento. —Agarró su bata oriental4 de los pies de la cama y la deslizó sobre su cuerpo
desnudo. Luego se acercó a la puerta para encontrar a Julianne parada ahí con su camisón blanco.
Su larga trenza azabache le colgaba sobre un hombro.
—No puedo dormir —dijo ella.
—Entra.
—Siento despertarte —dijo ella—, pero sentí como si alguien estuviera soplando una trompeta
en mi oído.
—Pobre chica.
—Si no te importa, me acurrucaré en el sofá.
Él negó con la cabeza.
—Yo tomaré el sofá. Tú toma la cama.
—Yo soy más pequeña y cabré cómodamente ahí. Tú eres demasiado grande para dormir en el
sofá.
Él la tomó del codo.
4
Banyan robe: prenda de vestir usada por los hombres en el siglo XVIII, inspirada por ropa asiática, fabricada en
seda de China, fue importada por los ingleses de la Compañía de las Indias.
—Insisto. —Cuando ella se subió al colchón, el puso las mantas sobre ella. Dios, daría cualquier
cosa por meterse dentro de esas sábanas con ella. Pero no estaban casados y nunca lo estarían.
Con un suspiro, tomó la otra almohada y se dirigió hacia el pequeño sofá, lleno de bultos.
No cabía, ni siquiera acurrucándose sobre un costado. Por primera vez en su vida, deseó no ser
tan alto. No tenía elección. Tendría que dormir sentado. Cuando cruzó los brazos sobre el pecho y
bajo la cabeza, Julianne hizo un sonido exasperado.
—Esto es ridículo. Yo dormiré en el sofá. Insisto que tú tomes la cama —dijo ella.
—Julianne, lo creas o no, soy un caballero, y que me aspen si te dejo dormir sobre este sofá
lleno de bultos.
—Cuida tu lenguaje. —Tras lo cual, ella se sentó y se bajó de la cama.
—Julianne, vuelve a meterte bajo las sabanas. No te voy a dejar dormir en este sofá. —Hizo una
pausa y luego agregó—: Probablemente tenga pulgas.
Ella chilló y corrió de vuelta a la cama.
Sus hombros temblaron. Señor, disfrutaba tomarle el pelo. Pero la habitación estaba cada vez
más fría, y él se sentía incomodo. Apretó los dientes, sabiendo que sobreviviría.
Ella se sentó.
—Julianne, acuéstate y duérmete.
—No puedo cuando tú estás moviéndote y obviamente, incomodo. Ven a la cama.
—Creo que una pulga acaba de saltar sobre mí.
—Esta es una cama grande. Podemos compartirla.
—No.
—No seas tonto. Somos seres humanos racionales y podemos lograr dormir en esta cama sin
hacer algo que no deberíamos hacer.
—Julianne, no voy a meterme en la cama contigo. Mira lo que pasó la última vez. Lo siento,
pero mi autocontrol es limitado.
—Hombre terco. Ven a meterte a esta cama ahora mismo.
—¿Por favor, quieres dormirte? —preguntó, apretando los dientes.
—No hasta que vengas a la cama.
Exasperado y algo más que un poco incómodo, se acercó a la cama.
—Sólo para que quede claro, tú me invitaste. Si trato de hacer algo estúpido, me das una
bofetada. ¿Me entiendes?
Ella resopló.
—No sé qué diferencia hay ahora. Ya abrimos una brecha en esa fortaleza.
Él se quedó quieto.
—No pongas ideas en mi cabeza.
—Estoy segura de que ya estaban ahí —dijo ella—. Métete en la cama.
—No creo que esto sea una buena idea —dijo sin mucha convicción.
—Métete en la cama.
Él se encogió de hombros para quitarse la bata oriental.
—Esa noche en el baile de Beresford, pensé con certeza que todos mis sueños de cuentos de
hadas se estaban haciendo realidad.
—Y yo dije que tú eras como una hermana para mí.
—No suenes tan afligido. Yo te imaginaba como un héroe romántico, increíblemente perfecto.
—Y no estuve a la altura de tus expectativas.
—Estaba encaprichada de la fantasía que me había hecho de ti, pero me enamoré del hombre
imperfecto y maravilloso.
Ella lo amaba. Su corazón dio un inconfundible salto.
—Pensé que merecías saber… entender, que la razón por la que rechacé tu dulce propuesta fue
porque tú no me amas —dijo ella—. Un matrimonio donde sólo uno en la pareja ama es
desdichado, Marc. Vi lo que eso le hizo a mi madre. En público, ella mantenía la cabeza en alto,
pero en casa era una cosa muy diferente. Ves, como yo, ella trató de reconquistar a mi padre. Y
ninguna de las dos tuvo éxito.
—Él era un idiota, y un bruto egoísta.
—Dejé que su rechazo rigiera mis actos, pero ayer, finalmente me di cuenta de que él no
importa. Nunca lo conocí, y no mereció me a mí, ni a mi madre, ni a mi hermano. Y no fue como si
no tuve una buena influencia masculina en mi vida. Porque Tristan y tú siempre han estado a mi
lado. Y no puedo pensar en dos hombres más honorables y sobreprotectores.
Un pequeño soplo de risa se le escapó.
—Te amo, pero sé que si me caso contigo porque te sientes obligado, siempre me sentiré
inferior. Siempre disimularía mis verdaderos sentimientos por ti, porque tú no los correspondes. Y
no digo esto para hacerte sentir mal…
Él puso un dedo sobre sus labios.
—Dios mío, soy un bruto más grande que Osgood.
Ella agarró su dedo.
—¿Qué tiene que ver Osgood con esto?
—Nada, excepto que soy tan ignorante como él.
—Lo que estás diciendo no tiene sentido.
Su corazón latió más rápido.
—Soy un idiota.
—Algunas veces —dijo ella.
—Y ciego porque yo…
Esta vez ella puso un dedo sobre sus labios.
—No lo digas a menos que quieras decirlo.
Él agarró su dedo y atrajo ambas manos a las suyas.
—Me he sentido tan abatido sin ti. Pensaba en ti constantemente, y me quedé tan triste
cuando me rechazaste. Pensé que me odiabas por lo que te había hecho. Te extrañaba, y no
entendía lo que estaba atormentándome. Pero podía haber evitado todo este sufrimiento si sólo
hubiera admitido lo que sabía en el fondo. Estoy total, completa y perdidamente enamorado de ti.
Una pícara sonrisa curvó los labios de Julianne.
—No estás sólo diciendo eso para que te permita hacerme el amor, ¿verdad?
—No —dijo él sombríamente—. Te amo, y no quiero vivir sin ti. Pero no quiero declararme en
una cama de posada.
—Vamos a esperar hasta que lleguemos a Gatewick Park —dijo ella.
—¿Significa esto que merezco una recompensa?
—Creo que ambos la merecemos.
Él rió.
—¿Cuál es su placer, milady? ¿Dirijo yo o lo harás tú?
—Bueno, tú bailas el vals divinamente, así que creo que te dejaré guiar.
Él le desabotonó el camisón y lo sacó por encima de su cabeza.
—Eres hermosa. Ojalá no estuviera tan oscuro. Después de que estemos casados, deseo
hacerte el amor a la luz del día.
—Puede que te deje —dijo ella.
Él besó sus labios.
—Te amo. Y después de que nos casemos, quiero hacer el amor contigo al aire libre.
—Eso suena atrevido. Puede que te deje.
Él soltó una risita y acarició su pecho.
—Te amo. Y después de que nos casemos, quiero hacer el amor contigo en un árbol.
—Eso suena imposible y peligroso. Olvídalo.
Hawk sonrió abiertamente.
—Te amo. Y después de que nos casemos, quiero hacer el amor contigo en la alfombra frente al
fuego.
—Eso suena romántico. Puede que te deje.
—Te amo. Y aunque no estamos casados, deseo hacer el amor contigo ahora mismo. Porque mi
corazón está completo y pensé que te había perdido para siempre. —La besó profundamente,
lentamente, saboreando el sabor de su boca. Otro milagro había sucedido. Ella lo amaba.
Pero había algo que ella necesitaba saber. Su estómago se revolvió porque él no quería arruinar
las cosas entre ellos, pero debía ser honesto con ella.
—Julianne, hay algo que debo decirte.
—Dime más tarde. — Su mano se arrastró por su pecho, pero él la agarró.
—Es importante —dijo él—. Antes de ir más lejos, necesito decirte algo.
—Marc, querido, no tienes que decirme sobre tu error de juventud. Te amo
incondicionalmente. El pasado ya no existe.
—Todo cambió el día que rechazaste mi propuesta —dijo él—. Cuando volví a mis habitaciones,
me llevé toda una impresión. Alguien me había encontrado.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué pasó?
Él le tomó mano para presionarla contra su corazón.
—Me prohibieron verlo alguna vez. Jamás escribirle. Ni mencionar su nombre. No podía porque
siempre lo habrían tachado de bastardo. Yo tenía dieciocho años cuando firmé los papeles
abandonando a mi hijo antes de que incluso hubiera nacido.
Julianne entreabrió los labios.
—Oh, Dios querido.
—Nunca pensé verlo, pero él me encontró. Julie, es casi idéntico a mí.
—¿Esto es por lo que tu padre te condenó?
—Es una historia desagradable.
Ella le sujetó ambas manos con fuerza.
—Dijiste que alguien te engañó. Evidentemente tuvo que ver con una mujer.
Le contó una versión abreviada porque apenas podía aguantar expresar lo que le había
sucedido.
—Ramsey no sabe del niño, ¿verdad?
—No, mi padre y Westcott lo ocultaron.
—No me extraña que odies a Ramsey.
—Lo visité la semana pasada, Julianne. Y lo perdoné.
—Sabía que te amaba, pero te amo incluso más por hacer lo correcto.
—Lo hice en su mayor parte por mí mismo —dijo él—. Ese tipo de amargura consume tu alma
con el tiempo. Y él no podía haber sabido las consecuencias. Pero mi opinión sobre él mejoró
cuando se disculpó.
—Me alegra que lo hiciera, aunque eso no cambia completamente mi opinión de él. No debería
haberme perseguido cuando ya lo había rechazado.
—Ha hecho cosas peores que engañarme, Julianne. Horribles y sórdidas cosas. Esa es la razón
por la que no lo quería en ninguna parte cerca de ti.
—Su padre es uno de los más influyente políticos de la nación —dijo ella—. ¿Por qué Ramsey se
arriesgaría trayendo escándalo sobre su familia?
—No sé —dijo—. Quizás siente que nunca puede estar a la altura de su padre. O tal vez sólo es
una manzana podrida.
—Basta de hablar de él —dijo Julianne—. Cuéntame sobre tu hijo.
—Julie, antes de hacerlo, necesitas saber que es probable que su padre cause problemas, pero
no abandonaré a mi hijo otra vez.
—Por supuesto, que no lo harás. Vamos a capear el temporal5 juntos.
—Su nombre es Brandon. —Hawk le dijo todo lo que había ocurrido ese día—. Cuando
mencionó que él y su compañeros tostaron queso sobre el fuego, me trajo recuerdos. ¿Te
acuerdas de que tostabas el queso con tu hermano y conmigo?
Ella sonrió.
—Sí.
5
capear el temporal: Se refiere a resolver o pasar de la mejor manera posible una situación complicada:
—Me senté en la alfombra para tostar queso con él, y ahora él piensa que soy lo mejor porque
él nunca había visto hacerlo a un adulto. —Hizo una pausa—. Hoy me envió una carta.
Le contó brevemente lo que Brandon había escrito.
—Es probable que Westcott me amenace.
—Si lo hace, será porque tiene miedo de que su hijo te prefiera a ti en lugar de a él — dijo
ella—. Pero tú y yo le vamos a dejar claro a Westcott que las necesidades del niño son la única
prioridad. Brandon te buscó, y ahora quiere que seas parte de su vida. Él debería tener la
oportunidad de conocerte. No hay ninguna razón por la que no pueda tener dos padres.
—Estoy preocupado. Brandon mencionó dos veces los problemas de salud de su padre. No
tengo ni idea de lo que aqueja a Westcott, pero hasta donde sé, Westcott no tiene parientes
varones para actuar como tutor del muchacho. Yo no tengo derechos, por lo menos ninguno que
pueda expresar sin catalogar a mi hijo de bastardo. Él perdería su herencia, y la sociedad sería
cruel con él.
—¿Westcott no tuvo otros hijos?
—No. —Levantó la vista hacia ella—. Puedes imaginar su humillación al descubrir después de
ocho años que otro hombre había fecundado a su joven esposa.
—¿Era mucho mayor que ella?
Él asintió.
—Cuarenta años.
—Es lo bastante viejo para ser el abuelo del niño, incluso su bisabuelo.
Hawk asintió.
—Y por lo visto con mala salud.
—Entonces tenemos más razones para estar involucrados en la vida del niño. Él necesita una
figura materna, y francamente, también una figura paterna más joven. En cuanto a los temores
sobre la revelación de las circunstancias de su nacimiento, todo lo que necesitamos hacer es
afirmar que es un primo lejano tuyo. La aristocracia lo hace todo el tiempo. La gente quizá
suponga, pero nunca preguntarán abiertamente o lo menospreciarán.
—Sigo pensando que algo va a pasar para arrebatarme la felicidad —dijo él.
Ella lo besó en la boca, un exuberante beso, de bocas levemente abiertas.
Su polla se endureció. Ella lo agarró, acariciándolo lentamente.
Él desato el lazo de su trenza, ella se sentó, sacudió su largo cabello hacia atrás, y lo empujó
directamente sobre el colchón.
—¿Quieres montarme?
—Eso se puede arreglar, pero tengo otra idea.
Su voz ronca lo esclavizó.
—¿Oh? —Su polla se levantó en total atención ahora. Tuvo que refrenarse para no convertirse
en el agresor.
Ella se deslizo entre sus muslos.
—Tú hiciste algo muy interesante con tu boca nuestra primera vez. Y se me ocurrió que quizás
te guste algo parecido.
Julianne arrastró su cabello sobre su cuerpo. Entre todas las fantasías que había tenido de ella,
esta era la favorita de Hawk. Entonces ella se inclino sobre él. Cuando su lengua se revoloteó
alrededor de su polla, él gimió.
—Me estás matando.
Su ronca y pícara risa lo hizo sonreír. La empujó sobre la cama y chupó su pecho y acarició sus
lisos pliegues.
Ella envolvió sus bazos alrededor de él.
—Hazme el amor.
—Una pregunta. ¿Quieres aplazar los niños?
—No, no quiero que retrasemos otro día de nuestras vidas.
Él se movió con cuidado dentro de ella, deslizándose y retirándose lentamente. Todo el tiempo,
mantuvo su mirada conectada con la de ella. Extendió su mano entre ellos, acariciándola. Ella
arqueó la espalda cuando un único grito femenino salió de su boca.
Le levantó las piernas sobre sus hombros. Entonces empujó más y más rápido. Cuando las
sensaciones aumentaron a un estado de excitación extrema, un áspero sonido salió de su
garganta. Él se quedó quieto, tensándose de placer, y cuando la palpitación estalló sobre él,
permaneció dentro de ella mientras derramaba su semilla.
Él le bajó las piernas y se desplomó encima de ella, estremeciéndose por la experiencia más
erótica de su vida. Ella cerró sus brazos y sus piernas alrededor de él. Hawk la besó en la mejilla.
—Te amo —dijo con voz ronca.
Durmieron acurrucados como dos cucharas. Ella se despertó cuando él acariciaba su pecho. Él
estaba excitado, duro contra su trasero. La movió para colocarla encima de él. Ella lo montó,
inclinándose hacia adelante. Hawk succionó sus pezones provocando que la recorrieran ríos de
placer. Cuando el éxtasis la abrumó, él tomó su grito con su boca y barrió su lengua con el mismo
ritmo que su cuerpo lo apretaba. Luego todavía dentro de ella, la hizo rodar sobre su espalda y
bombeó en su interior, fuerte y rápido como si no pudiera controlar su necesidad. Su respiración
irregular se volvió aún más fatigosa, y luego se quedó pulsando dentro de ella.
Él se desplomó otra vez.
—Oh, Dios mío.
Ella acarició su mejilla, ligeramente áspera con una barba incipiente.
—Te gustó, ¿verdad?
Hawk rodó sobre un costado, llevándola con él, aún en su interior.
—¿Puedo decir algo realmente grosero?
—Sí.
—¿Realmente muy grosero?
—Hazlo —dijo ella.
Incluso en la oscuridad, ella pudo ver la mirada vidriosa en sus ojos.
—Te amo. Y después de que estemos casados, voy a follarte mañana, mediodía, y noche.
Ella se rió.
—Prefieres las groserías a eufemismos.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2233
Mientras el carruaje traqueteaba por el camino circular, Hawk tomó aire. Se encontró con la
mirada de Julianne. Temprano en la posada, la había llevado con él de paseo con los spaniels. La
advirtió de que tendrían que ir con cuidado delante de su familia. Después le contó que planeaba
pedirle permiso a su hermano para casarse con ella. Se había reído cuando le dijo que ella haría la
proposición.
El carruaje se detuvo. Un lacayo abrió la puerta y bajó los escalones. Hawk saltó fuera y ayudó a
su tía a bajar. Ésta se apoyó pesadamente en su brazo. El viaje había sido muy duro para ella, pero
no se había quejado ni una sola vez.
Cuando Julianne apareció, olvidó su propia advertencia y la miró con el corazón en los ojos.
Luego buscó su cintura y la balanceó hasta el suelo. Juntos voltearon. Tristan estaba allí, con las
cejas arqueadas.
Julianne corrió a los brazos de su hermano. Él la sostuvo con fuerza, pero nunca apartó su dura
mirada de Hawk.
Éste no apartó la vista de su amigo, sin pestañear, con determinación. Voy a casarme con tu
hermana.
Julianne se separó y miró a su hermano.
—¿Dónde está Tessa?
—Dándole de mamar a Christopher —dijo.
La condesa viuda bajó los escalones para saludar a Hester. Julianne corrió hacia su madre y la
abrazó.
—Os he echado tanto de menos a todos.
—¿Podemos ir dentro? —sugirió Tristan.
Las damas abrieron el paso.
Hawk caminaba a zancadas al lado de su amigo.
—Enhorabuena por tu hijo.
—Es un niño grande y saludable —sonrió Tristan—. Te juro que está más grande que cuando
nació.
—¿La duquesa está bien? —le preguntó.
—Se cansa fácilmente, pero le encanta ser madre.
—Estoy ansioso por verle.
—Espero que mi hermana no te diera problemas —le dijo Tristan, observándole.
—No demasiado —contestó Hawk.
Entraron. Hawk miró el trasero de Julianne cuando ella y las otras mujeres subían la escalera en
forma de U por delante de ellos. Recordó cómo habían estado haciendo el amor durante toda la
noche y por sus venas empezó a correr un calor lento. Tener que esperar para volver a tocarla le
dejaba muy frustrado, pero, en cuanto estuvieran casados, la tendría a cualquier hora, en
cualquier sitio que quisiera.
Cuando entraron en el salón, las damas tomaron asiento en el sofá doble. Tristan levantó el
mentón.
—Ven, vamos a brindar por mi hijo.
Tristan le dio un brandy. Chocaron los vasos.
—Por tu hijo —brindó Hawk.
—Sígueme hasta la ventana para que podamos hablar sin ser escuchados —le dijo Tristan.
Oh-oh. Pensó en la dura mirada de su amigo y resistió la tentación de tirar de su corbata. Al
diablo con lo que Tristan pensara. Julianne era ya adulta y estaban enamorados.
Tristan sorbió su brandy y miró hacia abajo, a los jardines.
—Mi madre me ocultó algo hasta después del nacimiento de Christopher.
Hawk bebió de su copa y no dijo nada.
—Me alegro de que estuvieras ahí para proteger a Julianne de Ramsey. Es un asqueroso y,
francamente, ella aún no está preparada para el matrimonio.
Diablos.
—Julianne me sorprendió. Es mucho más intuitiva de lo que imaginaba.
Tristan resopló.
—Es caprichosa. Todos esos admiradores. ¿A cuántos rechazó este año?
Hawk supuso que lo suyo no contaba.
—Hubo un cachorro que vino a mí. Le dije que no podía responder por ti. Cuando se lo comenté
a tu hermana, no le agradó. Les dijo a todos ellos que solo quería su amistad.
—¿Todos ellos? —dijo Tristan volviéndose hacia él.
—Cinco jóvenes que la visitaban a menudo. Yo siempre estaba allí para supervisar.
—Por Dios, hombre. Te dije que cuidaras de ella en los bailes y eso. Debes haberte aburrido
hasta volverte loco.
—Lo creas o no, he disfrutado visitando a Julianne y a mi tía.
Cuando Tristan lo miró con el ceño fruncido, Hawk soltó un suspiro.
—Vivir solo no es todo tan bueno como debería ser.
—Mi madre me dijo que te has mudado a tu casa. Nunca pensé que vería ese día.
Miró directamente a su amigo.
—Hay cosas que necesito contarte.
—¿Sobre mi hermana?
—Sí, y algo más. Hablaremos más tarde.
—Aquí está ella con mi querido nieto —dijo la duquesa viuda.
Los ojos de Tristan se iluminaron. Hawk se volvió para encontrarse a Tessa entrando en el salón
con un bebé envuelto en una manta entre sus brazos.
Tristán se acercó a su mujer en una zancada y la besó en la mejilla.
—Está despierto.
Hawk les observó y se preguntó si Julianne estaría ya esperando un hijo suyo. Se acercó a ella y
permaneció al lado del sofá. Cuando bajó la vista para mirarla, ella le sonrió con ojos brillantes.
Tessa se acercó a Julianne.
—¿Quieres cogerle?
—Me encantaría. —Cuando acunó al bebé entre sus brazos, el corazón de Hawk le dio un
vuelco. Algún día sostendría al hijo de ambos—. Es perfecto.
Hawk se inclinó y tocó la mano del niño. Éste agarró su dedo.
—Buen agarre —se rió Hawk.
—¿A qué se parece a Tristan? —preguntó Tessa.
Hawk pensó que parecía un bebé y ya está, pero sonrió abiertamente.
—Por Dios, creo que se parece a ti, viejo.
—¿Te gustaría sostenerle? —le preguntó Julianne.
Hawk meneó la cabeza.
—Podría caérseme.
—Siéntate junto a Julianne —le dijo Tessa—. Tristan también tuvo miedo de cogerle la primera
vez.
—No lo tuve —gruñó Tristan.
Hawk se sentó al lado de Julianne.
—Sujétale la cabeza —le dijo mientras le colocaba el bebé en sus brazos.
Se mantuvo muy quieto. Christopher abrió los ojos y le miró.
—Sus ojos son azules.
—Todos los bebés tienen ojos azules al principio —explicó la duquesa viuda—. Pero
probablemente tenga los ojos azules. Es un rasgo predominante de la familia. ¿Nunca has cogido a
los hijos de tus hermanas? —le preguntó a Hawk.
—No —contestó. Se había mantenido a distancia porque esos hijos le recordaban al hijo que él
había abandonado. Hawk tuvo contempló a su tía—. ¿Te gustaría sostenerle?
Hester acunó al bebe y miró a Tristan.
—Te dije que tu duquesa traería a tu hijo al mundo sin ningún contratiempo.
—De hecho, lo dijo, sí —dijo Tristan—. Gracias por patrocinar a mi hermana.
—He disfrutado mucho al tenerla. —Hester se dirigió a la duquesa—. Tu hija es una dama
maravillosa. La echaré de menos.
—Gracias —contestó ésta. Luego se dirigió a Hawk—. Llevas aquí media hora y aún no te he
tenido que llamar la atención. ¿Estás enfermo?
Hawk se rió junto con todos los demás.
—Le he reformado —dijo Julianne.
Subieron las escaleras trabajosamente. Tristan iba murmurando todo el tiempo. Tessa le decía
que se calmara. El bebé eructó.
—Buen chico —dijo Hawk.
—Hombres —replico Tessa en tono de disgusto.
Cuando llegaron al salón, Tristan tomó aire.
—Todo el mundo tiene que salir cinco minutos, excepto Hawk y Julianne.
—¿Por qué? —dijo la duquesa viuda.
—Hawk tiene que declararse a Julianne —explicó Tessa.
La duquesa viuda se llevó el monóculo interrogante al ojo.
—¿Es otro de tus falsos compromisos?
—No, no lo es —contestó.
—No vas a comprometerte con mi hija durante cinco minutos —le dijo la duquesa viuda—. O
por una hora. Eres un granuja y un pícaro. Y a tu pobre madre le va a dar algo cuando se entere de
que mi hija te ha dejado después de sólo cinco minutos.
—Creo que va en serio —dijo Hester—. Mírale. Está enfermo de amor.
—No estoy enfermo —replicó Hawk—. Pero estoy enamorado. Ahora, si nos disculpáis, me
gustaría hacerle una declaración como Dios manda a Julianne.
Julianne se levantó.
—¿Por qué deberían quedarse fuera? —Se acercó a Hawk y le cogió del brazo—. Ven, quédate
conmigo cerca del fuego.
—Julianne, no quiero público cuando vaya a pedirte que te cases conmigo.
—No vas a pedírmelo —le dijo.
—¿Cómo? ¿Me he arriesgado a que tu hermano me dé una paliza y ahora me dices que no
puedo pedírtelo?
Habían llegado junto a la chimenea.
—Tú no vas a declararte. Lo haré yo.
—No —dijo Hawk—, voy a hacerte una proposición formal, y tú me escucharás y dirás que sí.
Ella le tomó las manos.
—Cuando era pequeña, hinqué una rodilla y me declaré a ti. Tú dijiste que podría volver a
preguntártelo cuando creciera. Ya he crecido. —Intentó inclinarse sobre una rodilla pero se
tambaleó.
Él la cogió de la cintura y la levantó.
—Maldita sea, mujer. Deja que lo haga de la manera adecuada.
—Cuida tu lenguaje —le dijo la duquesa viuda.
Los hombros de Hawk temblaron de risa. Entonces, hincó la rodilla y tomó sus manos.
—Julianne, te quiero con todo mi corazón. Has hecho de mí un hombre mejor. También
intentaste robarme mi carruaje, pero te perdono.
—Tú me quitaste el bonete —contraatacó ella.
—Esta proposición es horrible —dijo Tristan.
Hawk entró en la casa de Westcott en Devonshire. Había hecho él el viaje porque el anciano
estaba demasiado débil para viajar a Gatewick Park. Hawk no estaba seguro de qué esperar, pero
cuando Brandon apareció dando saltos en el recibidor, Hawk le alborotó el rebelde cabello.
—¿Has empacado los baúles?
—Sí, señor. Todo empacado. Nunca he estado en una boda. ¿Es como ir a la iglesia?
—Parecido, excepto que me verás haciéndole solemnes promesas a Julianne. Y después,
tendremos un desayuno de boda, con pastel.
—Nunca he tomado pastel en el desayuno —le dijo—. Supongo que podría acostumbrarme.
Hawk se guardó una sonrisa.
—¿Puedes llevarme hasta tu padre?
—Por aquí. Ahora se queda en la planta baja.
Hawk no mostró ninguna reacción, pero las palabras de su hijo lo habían dicho todo. Brandon lo
llevó a una habitación con altas estanterías de libros. El frágil anciano estaba reclinado en un diván
con una manta cubriéndole. Un sirviente observó a Hawk y entró a una habitación adjunta que
debía haber sido un salón, pero que ahora contenía una cama. Hawk se irritó imaginando lo que le
podía haber pasado a Brandon si no hubiera ido a buscarle.
—Aquí está, padre —dijo Brandon. El chico le llevó una taza de té a su padre. El anciano bebió
un poco y luego Brandon la volvió a coger para dejarla en una mesa que había cerca.
A Westcott le dio un ataque de tos. A Hawk le sorprendió que eso no afectara a Brandon. Se
preguntó si su hijo se daba cuenta que el hombre se estaba muriendo.
—Brandon, me gustaría tener unas palabras con tu padre en privado —dijo—. Cuando haya
terminado te llamaré para que le puedas decir adiós. —Sospechaba que sería la última vez que su
hijo viera a Westcott.
Cuando Brandon dejó la habitación, Hawk cerró la puerta y tomó asiento cerca del diván.
—Nunca he tenido la oportunidad de disculparme con usted. Sé que es demasiado tarde.
Lamento profundamente todo el daño que le haya podido causar.
Tosió.
—Es mi hijo, aunque no… sea sangre de mi sangre.
—Usted ha sido su padre, y por lo que he podido ver, le ha instruido buenos principios. Puedo
traerle de vuelta para que le vea, después de la boda.
Westcott tosió en un pañuelo.
Hawk se estremeció al observar las machas de sangre. Miró al sirviente que le trajo otro
pañuelo y se llevó el manchado.
—No quiero… dejarle marchar —Westcott respiró con dificultad durante un momento—. Pero
no quiero… que me vea morir.
Hawk luchó porque no se mostrara toda la pena y el dolor que sentía.
—Cuando Brandon nació, usted fue el padre que él necesitaba —le dijo Hawk—. Yo era
demasiado joven para haber sido un padre adecuado. Ahora tomaré yo las riendas y me aseguraré
que nunca le olvide.
—Es un… buen chico.
—Tendrá una madre. La mujer con la que voy a casarme. Va a tener primos y tíos. Una
bisabuela, una tía-abuela, y mi hermano pequeño, Will. Todos le han aceptado aunque aún no le
han visto. Me aseguraré de que su herencia esté protegida hasta que tenga edad para entrar en
posesión de ella. Y le enseñaré todo lo necesario para que pueda hacerse cargo de las tierras. No
debe preocuparse. Le quiero.
—Los papeles… están sobre la mesa.
Hawk se levantó y se dirigió hacia la mesa. Los documentos asignándole la tutela estaban
firmados con mano temblorosa. Los colocó en su maletín de piel y se volvió hacia Westcott.
—Voy a decirle que entre y les daré privacidad.
Salió de la habitación.
—Tu padre quiere verte ahora.
Brandon parecía más triste cuando volvió a entrar en la habitación. Hawk se dirigió al vestíbulo
y ordenó a los sirvientes que colocaran los baúles del chico encima del carruaje.
Una hora más tarde, escoltaba a su hijo hasta el coche. Se sentó frente a Brandon. Cuando el
chico se llevó la mano a la cara, Hawk se movió al otro banco y se sentó a su lado.
—Tienes derecho a llorar —le dijo.
Sostuvo a su hijo lloroso mientras el coche se ponía en marcha.
CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2244
identidad. Amy y Georgette, que él acababa de saber que también estaban implicadas, se
mantenían como momias también.
La especulación sobre la identidad del autor duró por más de una hora. Beaufort, Caruthers,
Portfrey y Benton anunciaron que había sido escrito por Charles Osgood.
Tristan había llevado a Hawk a un aparte y le dijo que se imaginaba quien era el autor. Hawk
había asentido cuando le dijo que tenía que ser Amy Hardwick. La chica estaba demasiado
silenciosa, demasiado hermética, había dicho. Hawk sonrió al pensarlo. Era una suerte que Tristan
no supiera ni la mitad de las cosas que habían pasado en Londres.
Cuando Brandon se acercó, Hawk notó que tenía una expresión apenada y lo llevó a un aparte.
—¿Qué pasa, chaval?
—Will era muy entretenido hasta que esa chica pelirroja llegó.
Hawk parpadeó.
—¿Te refieres a la señorita Hardwick?
—Esa. No habla mucho. Creo que es por eso que Will la sigue a todas partes intentando
provocarla.
Hawk cerró la boca que le había quedado abierta. ¿Will y Amy Hardwick? Meneó la cabeza. Su
pícaro hermano no debería estar interesado en una tímida pequeña flor como la señorita
Hardwick.
—Vamos a mantener esto en secreto, de momento —dijo Hawk.
—Por mí, vale —dijo Brandon—. No veo que hay de especial en las chicas.
Le alborotó el pelo.
—Ya lo verás algún día.
—Oh, ahí están los caballeros. —Brandon corrió a esconderse entre el gentío.
Hawk se volvió y tomó la mano de Julianne.
—Por fin solos.
—No por mucho tiempo —dijo ella mientras su hermano y Tessa se acercaban.
Tristan besó a Julianne en la mejilla. Luego palmeó a Hawk en el hombro.
—Voy a cuidarla —dijo Hawk.
Los labios de Tessa sufrieron un tic.
—Hombres. Yo diría que ella va a ser la que te cuide a ti.
—Duquesa, le doy la razón en eso —dijo Hawk.
Tristan puso los ojos en blanco.
—Ahórrate las mentirijillas para cuando las necesites. Esta noche lo tienes asegurado.
Tessa le golpeó con su abanico. Un crujido auguró un final fatal para las varillas de marfil.
—¡Lo has roto! —gritó Tessa.
Tristan se burló.
—Permíteme que te compense.
Julianne sonrió cuando Tessa se llevó a rastras a su hermano alrededor del perímetro del salón
de baile. Entonces se acercó Hester y observó a Hawk a través de su monóculo.
Lucharon en la cama, riendo y haciéndose bromas como habían hecho siempre. Le hizo el amor
una vez más y supo que no podía haber escogido mejor esposa.
Porque ella había hecho de él un hombre mejor.
FFIIN
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