María. Artículos
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Sumario:
MARIA Y LA LIBERACIÓN DE LOS POBRES
Segundo Galilea
MARÍA EN EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
S. Rosso
TEOLOGÍA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
S. de Fiores
EL DOLOR DE LA VIRGEN EN LA INFANCIA Y EN LA PASIÓN DE SU HIJO
S. Maggiani
MARIA MADRE DE LA IGLESIA
MARÍA MADRE NUESTRA
T .F. OSSANNA.
MARÍA MUJER PROFÉTICA SACERDOTAL Y REAL
M. PEDICO
MARÍA LA "MUJER" DEL APOCALIPSIS
A. SERRA
MARÍA VIRGINIDAD
S. DE. FIORES
MARIA: NUESTRA SEÑORA, MAESTRA DE FE
Gabino URÍBARRI
EL CAMINO DE LA FE DE MARIA
CRISTINA KAUFMANN
MARÍA LA MUJER CREYENTE
S. Cipriani
LA UNIÓN DE CRISTO CON MARÍA SEGÚN EL NT
A. AMATO
MEDIACIÓN UNIVERSAL DE MARÍA
S. Meo
EL CAMINO DE LA BELLEZA PARA ACCEDER A MARÍA
S. de FIORES
MARÍA EN LA CATEQUESIS Y ESPIRITUALIDAD DE LOS JÓVENES
A. GALLIO
MARÍA, PUERTA DE ENTRADA PARA UNA NUEVA HUMANIDAD
TOMÁS HERREROS
DEVOCIÓN A MARÍA
TEXTOS
CONSAGRACION MARIANA Y CONSAGRACION BAUTISMAL
S. DE. FIORES
MARÍA EN LA COMUNIDAD QUE CELEBRA LA EUCARISTÍA
A. AMATO
MARÍA, MODELO EVANGÉLICO
T. F.OSSANNA
PRESENCIA DE MARÍA
A. PIZZARELLI
MARIA Y LA LIBERACIÓN DE LOS POBRES
Segundo Galilea
El tema de María en la liberación cristiana e integral de los pobres y oprimidos va a surgir
como el resultado del encuentro entre la devoción popular mariana (que es la propia de esos
pobres) y la aspiración y movilización de esos mismos pobres en busca de su dignidad, de sus
derechos y de su libertad violados por sistemas socialmente injustos y muchas veces
políticamente opresivos.
La cuestión puede plantearse así: ¿de qué manera influye la piedad y espiritualidad popular
mariana en las aspiraciones y tareas de liberación de los pobres? ¿Tiene María un lugar en una
sana teología espiritual de la liberación de los pobres? La respuesta eclesial es afirmativa. Puede
ser articulada teológicamente e integrarse en la tradición mariológica de la iglesia. Ello es posible
debido a que el tercer mundo católico ha ido tomando conciencia, casi simultáneamente: a) de los
caminos de su liberación, b) de la naturaleza colectiva que ésta tiene en los pobres, c) de las
potencialidades liberadoras de su catolicismo popular y de su piedad mariana.
Por eso, la relativamente reciente reflexión cristiana sobre la liberación ha dado un lugar a
María desde el inicio, al lado del lugar central de Jesucristo. Esta mariología liberadora se ha ido
enriqueciendo en los últimos años, no sólo con la experiencia espiritual de las comunidades
cristianas y con la elaboración de los teólogos, sino muy decisivamente con intervenciones del
magisterio de la iglesia. Los enfoques de Juan Pablo II sobre María y la liberación, la dignidad de
los pobres y la justicia, expresados sobre todo en sus viajes a América Latina, son abundantes al
respecto.
No se trata de extrapolar los evangelios a nuestra situación actual, ni de forzar las fuentes
de la revelación, haciendo de María una militante de la liberación y de la justicia, en los términos
y maneras que hoy lo entendemos. Ello sería tan errado como innecesario. Si María tiene un lugar
en la liberación y justicia de los pobres, es por su actitud y por su capacidad de inspiración
evangélica y humanizadora, y no tanto como modelo de acción militante. Así como María es
también modelo de acción misionera e inspiración y criterio para los misioneros, aunque ella
nunca haya sido misionera en el sentido que hoy lo entendemos. No; de cara a la misión o a la
liberación, María no fue una militante, ni hay que buscar en ella modelos de militancia según los
términos actuales.
El lugar de María en la liberación es mucho más profundo: ella nos revela por el
testimonio de su vida las grandes actitudes cristianas que deben acompañar a los militantes de la
liberación; por la función maternal que ejerce en los hijos de Dios ella inspira y nutre las
motivaciones de los cristianos que luchan por la liberación y la justicia; ella es un signo que
alimenta la esperanza cristiana en la liberación total de los pobres y sufrientes. María es necesaria
para que los pobres y oprimidos tengan presentes las actitudes y criterios que se requieren para
hacer de su liberación un camino auténtico de libertad de toda forma de servidumbre humana.
María les testimonia, por su pobreza y humildad, que la verdadera liberación y libertad no es
hacerse rico, ni actuar insolidariamente, ni buscar poder para abusar de otros más débiles, ni
acceder al desarrollo para caer en servidumbres nuevas de hedonismo y materialismo.
La contribución de María a una espiritualidad de solidaridad liberadora con los pobres
puede resumirse así:
1. LA PREDILECCIÓN DE MARÍA POR LOS POBREs Y OPRIMIDOS.
María formó parte del pueblo llano de su tiempo, compartió su vida ardua y anónima. (El
grado sociológico de la pobreza de María —o de Jesús, para el caso— no tiene importancia aquí.)
Por ello se identifica con los sencillos y modestos de la tierra. Al compartir su suerte les revela su
dignidad: la madre de Dios y de los hombres es una mujer como ellos. Esta solidaridad de María
con la pobreza y los pobres es ya un factor en su liberación, pues la liberación comienza y se
alimenta con el descubrimiento de la dignidad de los pobres y de su mutua solidaridad.
Esta opción preferencial por los pobres en María no es sólo un hecho evangélico: en la
condición ardua y pobre del nacimiento de Jesús, en la inseguridad de la persecución de Herodes,
que la llevó a exiliarse en Egipto con su familia, en la vida opaca y modesta de Nazaret como una
mujer más del pueblo, etc. Es también un aspecto de la devoción popular mariana. El pueblo
sencillo y pobre siente a María cercana, una de ellos. Las tradiciones sólidas de apariciones
marianas (Guadalupe, Lourdes, Fátima como ejemplos bien conocidos) se dan en lugares pobres
y a gente sencilla, a menudo niños y niñas. Los grandes lugares de veneración mariana son
visitados sobre todo por los más pobres, necesitados, sufrientes y oprimidos, aun
sociopolíticamente. Todo esto encierra un gran mensaje mariano sobre la dignidad de los pobres y
una llamada a la solidaridad por su liberación humana.
3. VIRGINIDAD PROFÉTICA.
María llevó a cabo la anticipación del celibato por el reino de los cielos. No se trata de la
observancia de la pureza legal ni de una huida del mundo, como en el caso de los esenios, ni
tampoco del espíritu de ascesis asiática. El sentido de la virginidad tiene que colocarse en el
vértice del impulso y de la tensión escatológica del movimiento suscitado por el profetismo.
María experimentó de este modo en primer lugar la libertad plena y abrió el camino a todos
aquellos que renuncian a las cosas de este mundo teniendo como perspectiva el ciento por uno
que, ya desde aquí abajo es posible encontrar en Dios (cf Mt 19,29). Este "ciento por uno" son los
bienes mesiánicos, es decir, el mismo Hijo de Dios, el Dios-con-nosotros, simbolizado ya en
Yavé presente en el arca de la alianza.
La anunciación y la encarnación son los elementos que determinan la vida de María
imprimiendo en ella un carácter indeleble; son hechos que exigen de ella una virginidad absoluta,
de la que es signo la integridad física. La virginidad de la madre de Dios supone un don radical y
exclusivo de toda su persona a Dios, en una disponibilidad total, que permita al Espíritu
plasmarla en el cuerpo y en el corazón. Convertida en pura capacidad, la Virgen puede ser templo
de la nueva alianza, para arrojar nueva luz sobre el mundo y sobre la historia.
Lo mismo que ocurrió con la Virgen, que quedó ya pura y santificada por el Espíritu Santo
desde el momento de su concepción y colmada de bendición y de santificación por obra del
mismo Espíritu al recibir el anuncio del ángel, de forma análoga tiene que ocurrir también con la
iglesia y con los cristianos. La virginidad de MarÍa que refleja la existencia de Cristo, es el espejo
en el que tienen que mirarse los creyentes a fin de conformar su vida a los impulsos del Espíritu
de Dios. Efectivamente, a pesar de toda preparación posible que podamos ofrecer y de todas
nuestras mejores disposiciones, la palabra-voluntad de Dios irrumpe siempre de una manera
inesperada e insospechada, con exigencias imprevisibles que, de todos modos, esperan también
respuestas inéditas. No es posible únicamente con la luz de la razón y con las fuerzas humanas
tan sólo comprender y aceptar hasta las últimas consecuencias las realidades divinas. María con
su fiat, después de la obediencia existencial de su hijo Jesús (cf Heb 10, 5ss), alcanzó las cimas
más altas.
5. SÍNTESIS FINAL.
Historia, teología, espiritualidad y cultura ofrecen varias pistas para una representación
actualizada de la inmaculada concepción de María.
A pesar de la tardía explicitación del dogma, la argumentación pro Inmaculata encuentra su
firme certeza en la definición de Pío IX, que, sostenida por el consenso de los obispos y de los
fieles, corona una batalla secular. La inmaculada concepción es, pues, un hecho eclesial, porque
ha madurado en la conciencia de los creyentes a lo largo de los siglos cristianos y se ha impuesto
en la iglesia superando obstáculos de orden teológico y la oposición de los más prestigiosos
teólogos medievales. No se puede negar que la atribución de la concepción inmaculada a María
armoniza con su maternidad divina y santa lo mismo que con su función de colaboradora en la
obra del Hijo único redentor.
Por su intima comunión de vida y de destino con Cristo, María se ha visto rodeada desde el
primer momento de su existencia por el amor del Padre, por la gracia del Hijo y por los
esplendores del Espíritu. Consiguientemente, ha sido preservada de toda sumisión o connivencia
con el mal, tanto interior como estructural. La Inmaculada es un ejemplo de justificación por pura
gracia, que sin embargo no permanece inerte en ella, sino que provoca una respuesta de fe total al
Dios santo que la ha santificado. Ella manifiesta la plenitud y perfección del amor redentor de
Cristo, porque muestra su eficacia retroactiva y preservativa. Precisamente por eso la Inmaculada
no obstaculiza el movimiento de la historia hacia la unificación y la perfección en Cristo, sino
que lo promueve, convirtiéndose a su vez en comunicadora de salvación.
La inmaculada concepción es el comienzo de un mundo nuevo animado por el Espíritu: es
plenitud de amor, superávit de realidad cristiana, nostalgia del paraíso perdido y vuelto a
encontrar. María "es el fruto no envenenado por la serpiente, el paraíso ya concretado en el
tiempo histórico, la primavera cuyas flores no experimentarán ya el peligro de la contaminación y
la putrefacción" (L. Boff). En ella la iglesia encuentra su utopía, su imagen más santa después de
Cristo, su ser y deber ser de "esposa inmaculada". El privilegio de María no la separa de la
humanidad ni de la iglesia, porque la Inmaculada tiene una función tipológica para la comunidad
cristiana y cada uno de sus miembros. La inmaculada concepción es un privilegio no
aristocrático, sino popular y, en alguna manera, participable.
Ciertamente, incluso dentro del esplendor del Espíritu, María permanece anclada en la
tierra, en la historia, en la concreción de la condición humana. Si se ha visto inmune del pecado y
de la concupiscencia que conduce al mal, la Inmaculada no ha estado exenta de los sentimientos
humanos más intensos y vitales, de los límites y condicionamientos culturales, del sufrimiento,
del camino de la maduración y de la peregrinación en la fe. A diferencia de nosotros, pecadores,
María bajo el influjo de la gracia ha puesto sus impulsos y tendencias al servicio de un proyecto
santo.
1. LA DOCTRINA.
La distribución antigua y contemporánea de los aspectos del dolor de María de Nazaret,
más allá del reparto de los misterios que tuvo lugar en otros siglos que los veneraron por
separado, en la sensibilidad teológica de nuestros días y también, al parecer, en la piedad de los
fieles, no se percibe como una división puntual de compartimientos estancos, sino que, incluso en
la especificación de los diversos episodios, los dolores se relacionan armónicamente con el
camino de un misterio de fe que conoció el sufrimiento, en comunión total con el hombre de
dolores y abierto a la voluntad de Dios Padre. Tenemos una síntesis autorizada de esta nueva
mentalidad en el magisterio del Vat II: "También la Virgen bienaventurada avanzó en esta
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz ante la cual
resistió en pie (cf Jn 19,25), no sin cierto designio divino, sufriendo profundamente con su
unigénito y asociándose a su sacrificio con ánimo maternal, consintiendo amorosamente en la
inmolación de la victima que ella había engendrado" (LG 58). En realidad es la comunión
profunda, que en cierto modo se hace consciente, entre la madre y el Hijo, comunión ligada no
solamente a la generación, sino también a la fe, lo que llevó a María a cooperar en la obra de
Jesús hasta el. Calvario: "Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, pre sentándolo al
Padre en el templo; sufriendo con su Hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo muy
especial a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad para
restaurar la vida sobrenatural de las almas" (LG 61).
Debido a esta participación amorosa y total, María se convierte "para nosotros en madre en
el orden de la gracia" (LG 61). La enseñanza conciliar ha abandonado de hecho los problemas
sutiles y las objetivaciones ontológicas, explicitando la doctrina mariológica de las encíclicas
papales que se habían ocupado de estos temas con datos bíblicos y existenciales. Por esta línea ha
seguido la investigación, sirviéndose especialmente de la profundización exegética que subraya
cómo María junto a la cruz, como hija de Sión, es figura de la iglesia madre a cuyo seno están
convocados en la unidad los hijos dispersos de Dios, con sus relativas consecuencias, y cómo "en
la pasión según Juan —de tan altos vuelos teológicos— Jesús es el hombre de dolores, que
conoce bien lo que es sufrir (Is 53,3), aquel a quien traspasaron (Jn 19,37; cf Zac 12, 1). Y
paralelamente su madre es la mujer de dolores... Ella expresa también el modelo de perfecta
unión con Jesús hasta la cruz. Precisamente el estar junto a la cruz, la propia y la de los demás, es
una de las tareas más arduas del amor cristiano, que exige alegrarse con los que se alegran (Rm
12,15; cf Jn 2,1 =bodas de Caná) y llorar con los que lloran (Rm 12,15; cf Jn 19,25 = la cruz de
Jesús).
2. MARÍA BARCO:/Pr/31/14:
Otro versículo del canto a la «Mujer fuerte» nos introduce aún más profundamente en el
misterio entre María y la Iglesia: «Es como nave de mercader, que de lejos trae sus
víveres». María ha traído al Señor al mundo verdaderamente de lejos», de las alturas de su
eternidad. En Belén, o sea, en la «casa del pan» dio a luz al que un día dirá de sí mismo:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn. 6,51). Cristo es el pan de Belén, que
trueca el hambre del pecado en alegre convite, el tesoro sacado de las riquezas del Padre
que enriquece a los hombres.
En esto pensaban los Padres cuando leían a propósito de la «Mujer fuerte» que era
comparable a un barco ricamente cargado que viene de lejos, surca veloz y trae víveres y
tesoros. María fue este barco, prosiguen, y el Niño de Belén es el Pan y el Tesoro.
·Efrén-SAN el sirio, cantó así en uno de los hermosos cánticos a María: «Ella es un barco,
cargado con el más rico tesoro, que ha traído para los pobres riquezas celestiales. Los
muertos fueron colmados por la que les trajo vida». De lejos viene este dichoso barco, de la
casa del Padre nos ha traído María, como «Mujer fuerte», este tesoro. El místico ·Taulero
compuso este himno para cantar a María la «Mujer fuerte»:
Por una tranquila ruta
a nosotros arriba la navecilla,
nos trae ricos dones
la augusta Reina.
La navecilla avanza serena
y nos trae rica carga,
la vela es el amor,
el Espíritu Santo el mástil.
Pero al mismo tiempo esto es un eco de la alta teología
de los Padres acerca de la Iglesia. La Iglesia es, en efecto, aquí también al igual de María,
la «Mujer fuerte» que viene de lejos como un barco cargado de tesoros, para traer riquezas
divinas a la humanidad empobrecida. Ya en el siglo IV se ve en el versículo cuarto de
nuestro cántico un símbolo de la Iglesia: «Sin dudar, este barco simboliza a la Iglesia, como
ya el Espíritu Santo lo ha dicho de ella por boca de Salomón: ella es semejante a un barco
mercante que viene de lejos: es la Iglesia, que bajo el soplo del Espíritu Santo se hace a la
vela por doquiera, llevando consigo el inefable e inmenso tesoro, la sangre de Cristo, con la
que toda la Humanidad y todo el cosmos ha sido redimido».
En María y en la Iglesia el mundo pobre se ha enriquecido, la Humanidad entera
hambrienta se ha hartado...
·Agustín-SAN desarrolló este tema a sus fieles en un admirable sermón, en el que aplica
el himno de la «Mujer fuerte» a la Madre Iglesia: «Quienquiera de vosotros -comienza él-
que haya oído este texto de la Escritura, dice en su corazón -como se puede deducir de su
atención-: Esta tiene que ser la Iglesia». En seguida aplica él los versículos a la Iglesia, a
esta «Mujer fuerte», a esta Madre de mártires, que en la noche de su historia se levanta del
lecho, distribuye alimentos, teje lana y lino, sin que su lámpara se extinga. Y describe así su
destino: «Aquí abajo es, pues, hacendosa, vigilante, cuidadosa, constante en tener
ordenada su casa; se levanta de noche y cuida de que la lámpara no se apague; valiente
en la prueba, aguarda temblorosa los bienes que aún no ha conseguido, dando siempre
vueltas al huso, no comiendo jamás su pan ociosa»
(·Rahner-H, María y la Iglesia)
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3.
«La una (María) ha dado la salvación a los pueblos, la otra (Iglesia) da los pueblos al
Salvador. La una ha llevado la vida en su seno, la otra la lleva en la fuente del sacramento».
(Liturgia mozárabe)
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4. TÉRMINOS. En esta relación se carga un acento particular en los dos términos que
ella une. Ante todo, la madre. La madre aquí es María, nuestra madre; no lo es sólo cuando
concibe o alumbra, sino que lo es siempre, no es madre sólo con su inteligencia, con las
palabras o con los actos que realiza, sino con todo lo que es, con todo lo que tiene. María
es madre nuestra, pero en su maternidad nos da su plenitud de gracia, su dignidad y
grandeza de madre de Dios, su particular relación con el Padre y con el Espíritu Santo. En
la relación materna con los hijos, María lleva consigo su personalidad humana, su
inteligencia, su capacidad de amar, su virtud, sus méritos.
Y luego, el otro término: los hijos. No empobrecen, al multiplicarse, la riqueza materna,
sino que la revelan y acrecientan. Jesucristo, el primogénito, no quita, sino que hace crecer
en María el amor a nosotros. La discusión teológica sobre la extensión de la maternidad de
María —en otros términos: ¿quiénes son los hijos de María?— tiene ahora una respuesta
clara: es una maternidad universal, si bien es necesario distinguir los grados de actuación
de esta maternidad. Todos son llamados a la salvación, Cristo es el salvador de todos, Dios
llama a todos a Cristo; y donde está Cristo, allí está María. Esto no quita que la conciencia
de esta maternidad deba ser cada vez más viva en los redimidos, en los miembros vivos del
cuerpo místico, en los bautizados que creen, viven y ponen en práctica la santificación.
Además, es obvio que la universalidad no borra la singularidad por lo cual "nuestra madre"
es también "mi madre".
5. FUNCIÓN. La maternidad de María es, más que ninguna otra, activa y fecunda; no es
un titulo, sino un servicio, una función-misión, que María ha asumido y que practica con sus
hijos. Iniciada con el sí de la anunciación, continuada en la vida terrena junto a Cristo,
proseguida en la primera iglesia al lado de los apóstoles, sigue en el cielo con su "múltiple
intercesión" (LG 62), subsiste en la iglesia invisible pero presente y operante, continúa junto
a sus hijos tanto indirecta como directamente —si bien de modo misterioso—, como ocurre
en la comunión de los santos. Y la iglesia experimenta esta acción materna de María (LG
62). Función activa, pues, y fecunda, que regenera y forma. Signo y fruto de esta acción de
María son la santidad de la iglesia, la salvación terrena y eterna de los elegidos. La teología
insiste en que la salvación eterna es don de Dios, gracia que le llega al hombre por medio
de María; pero está también el cuidado del reino de Dios en el hombre y en torno al hombre
en la tierra; los hijos de María son suyos también en lo temporal, cuando les falta el vino de
las nupcias y sufren bajo el peso de la injusticia.
V. Aplicaciones pastorales
Después de haber reflexionado sobre la maternidad, hemos de detenernos ahora a ver lo que
significa ser hijos, a fin de que en la relación vital entre madre e hijos se realice verdaderamente
la vida.
2. ACCIÓN. María entra en la vida para hacer, para realizar su misión de madre. Esta
acción suya puede ser facilitada o impedida. Podemos convertirnos en colaboradores pero
también es posible hacer inútil su acción. El Vat II ha dicho que María "coopera a la
formación" (LG 63); coopera con el artífice interior, el Espíritu Santo, pero coopera también
con la voluntad del hombre. Y en esta colaboración no podemos permanecer extraños; es
preciso obrar, caminar en la misma dirección. Ello no quita la autonomía sino que hace
crecer la responsabilidad.
3. AMOR. Entre madre e hijos, por ley de naturaleza y aún más a la luz de la fe, debe
nacer y crecer el amor; el amor de la madre debe obtener respuesta en el amor de los hijos.
María es amada tanto más cuanto más es conocida, tanto más cuanto ella nos ama. El
amor aquí no es deber, sino necesidad; el amor se hace admiración y respeto; el amor hace
nacer la confianza, da seguridad, aporta alegría. Amando se comprende mejor, se colabora
sin fatiga, se crece juntos gozosamente. Es preciso cuidar el amor para que María sea
madre.
VI. Dificultades
Existen obstáculos y dificultades en todos los aspectos de las relaciones con María, y
tanto el concilio como Pablo VI los han señalado. El paso de la fe a la praxis requiere
siempre un camino atento y animoso. Por eso no puede sorprender que también en la
maternidad de María respecto a los hombres haya obstáculos insidiosos que podrían
impedir la maduración de la fe y crear dicotomías en el espíritu.
- Ante todo, la acentuación de nuestra sin Cristo. Afirmar que María es madre nuestra no
quiere decir negar la maternidad divina; la maternidad respecto a nosotros se deriva de la
de Cristo, está inserta en la de Cristo, lleva a la unión con Cristo. Pero existe el peligro de
acentuar a María excluyendo o desvalorizando la acción de Cristo. Por eso el Vat II enseña
que María engendra a Cristo para hacerlo nacer y crecer también en el corazón de los fieles
por medio de la iglesia (LG 65).
- La acentuación de nuestra sin la iglesia. Si es cierto que "no puede tener a Dios por
padre el que no tiene a la iglesia por madre", es igualmente cierto que no puede haber
aceptado a María en el sentido exacto el que se separa de la realidad eclesial, familia de María.
- La interpretación restrictiva del nuestra, como si María fuese sólo de la persona o del
grupo, aunque sea del grupo eclesial. El nuestra debe significar de todos los hombres,
pues con María todo hijo debe convertirse en hermano universal.
Otra profundización necesaria del CdA se refiere a la articulación de cada una de las
partes en torno a tres perspectivas bíblico-teológicas: profecía, sacerdocio y reino. El
análisis de cómo se presenta a María desde esta triple perspectiva nos parece que es una
manera muy adecuada para comprender también el sentido actual con que el CdA utiliza
estas categorías y qué fuerza de actualización pueden tener.
a) La versión griega de los Setenta. Esta versión atestigua con claridad la expectativa de
un mesias-persona. Efectivamente, en la parte final de Gén 3,15 traduce de este modo: "Él
te aplastará la cabeza". Hay que observar que se da aquí una disonancia respecto a la
sintaxis a saber: el pronombre él (griego autós) es masculino, a pesar de que se refiere al
sustantivo linaje o semilla, que en griego es neutro (ta sperma). Por tanto, el traductor
debería haber usado el pronombre neutro autó (es decir, el linaje). La falta de concordancia
entre el pronombre de tercera persona masculino él y el sustantivo neutro linaje confirma
que para los judíos contemporáneos de la versión de los Setenta el Mesías era un
individuo, una persona singular, y no un pueblo en general.
b) La versión aramea del "targum" palestino. Traduce Gén 3,15 de manera parafrástica,
es decir, no totalmente literal, sino con añadidos libres. La elaboración de este targum
suena de este modo en la recensión llamada del pseudo-Jonatán: "Yo pondré enemistad
entre ti y la mujer, entre los descendientes de tus hijos y los descendientes de sus hijos. Y
sucederá que, cuando los hijos de la mujer observen los preceptos de la ley (mosaica), te
tomarán ojeriza y te aplastarán la cabeza. Pero cuando se olviden de los preceptos de la
ley, serás tú el que les aceches y les muerdas en el calcañar. Sin embargo, para ellos
habrá un remedio, mientras que para ti no habrá remedio. Ellos encontrarán una medicina
(?) para el calcañar en el día del rey Mesías " 130.
Lo que se deduce ante todo de la mencionada paráfrasis es lo siguiente. El linaje de la
mujer se interpreta en sentido colectivo y personal al mismo tiempo; en efecto, los que
observan (o dejan de observar) la ley de Moisés son los que se enfrentan con la serpiente.
Estamos por tanto en el ámbito del pueblo de Israel, para el cual habrá una salvación
irreversible en contra de las asechanzas de la serpiente con la aparición del Mesías .
Entonces, prácticamente, la mujer del Génesis y su descendencia llegan a identificarse con
la comunidad de Israel en camino hacia la redención mesiánica. Más sencillamente, con el
pueblo elegido junto con su Mesías . No estamos lejos del mensaje de Ap 12, como diremos
enseguida.
a) La "mujer".
Estamos en presencia de una imagen sacada de la terminología bíblico-judía, en donde tanto la
ciudad de Jerusalén como el pueblo elegido se representan a menudo bajo la personificación de
una mujer. Es la mujer de la alianza. Hacia este terreno semántico nos había orientado
discretamente Ap 11, l9: "Entonces se abrió el templo de Dios. el que está en el cielo, y se vio en
su templo el arca de su alianza "
b) "Sol-luna-estrellas".
Son las tres fuentes de la iluminación cósmica (cf Ap 6,12; 8,12).
La luz, que es el manto de Dios (Sal 104,2), se centra por completo en la mujer.
Las estrellas. También ellas guardan relación con la zona de la trascendencia de Dios
(Is 14,13; Job 22,12). Hemos de añadir además que la luz alimentada del sol, de la luna y
de las estrellas es en el pensamiento judío el distintivo de los justos que han alcanzado la
glorificación en el cielo.
c) Una "corona". Del factor luz pasamos al elemento corona, que subraya ulteriormente
la connotación gloriosa de la mujer. La corona es símbolo del triunfo, de la victoria, como
puede verse en el empleo metafórico de este vocablo en el NT en general y en el
Apocalipsis en especial.
d) El número "doce". La elección de esta cifra podría designar las doce tribus de Israel.
La inspiración de fondo para este simbolismo es probable que provenga del pasaje tan
conocido de Gén 37,9, en donde José cuenta a su padre y a sus hermanos que ha visto en
sueños al sol, la luna y once estrellas que se postraban ante él, el sol y la luna (como
entiende muy bien Jacob) representaban al padre y a la madre de José, mientras que las
estrellas eran figura de sus hermanos. Las equivalencias simbólicas del marco de
composición de Gén 37,9 alcanzan un enorme éxito en la literatura judía (algunos suelen
citar para ello el Testamento de Neftalí 5,2-4, aunque no sea ésta la alusión mas pertinente).
Sin embargo, esta primera lectura interpretativa tiene que ser integrada por una
segunda, a saber: la mujer es también figura del nuevo pueblo de Dios, que es la iglesia de
Cristo. La extensión neotestamentaria de esta aplicación simbólica está justificada al menos
por dos motivos: en primer lugar, poco antes la misma mujer se presenta como madre del
Cristo-Mesías , elevado al trono de Dios (v. 5), y de todos los que viven los mandamientos
divinos, dando testimonio de Jesús (v. 17); en segundo lugar, al final del libro la mujer de
Ap 12 asumirá el relieve de "mujer-esposa del Cordero" (Ap 21,2-9). Ella es "la ciudad
santa, Jerusalén, que bajaba del cielo de junto a Dios... [y] tenía un muro grande y alto con
doce puertas; sobre las puertas, doce ángeles y nombres escritos, los de las doce tribus de
los hijos de Israel... El muro de la ciudad tenía doce fundamentos y sobre ellos doce
nombres, los de los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21,10. 12.14). En esta mujer-esposa
tenemos claramente la confluencia del pueblo de Dios de ambos Testamentos: de las doce
tribus de Israel (v. 12) se pasa a los doce apóstoles del Cordero (v. 14). En algunos pasajes
del NT la iglesia es considerada como el conjunto de las doce tribus de Israel (Mt 19,28, Lc
22,30, Sant 1,1).
Sintetizando todo lo que hemos venido diciendo, en la mujer del Apocalipsis es posible
comprender al pueblo de Dios de las dos alianzas: la iglesia del antiguo Israel, que se
prolonga luego en la del nuevo Israel con Jesucristo y sus discípulos de todos los tiempos.
Pasando ahora a los versículos que se refieren al parto de la mujer, descubriremos otras
razones de su valencia eclesial-comunitaria y comprenderemos más profundamente todavía
por qué es al mismo tiempo gloriosa y perseguida.
b) Los salmos 2 y 110 reinterpretados en clave pascual. Ap 12,5a ("un hijo varón, el que
debía apacentar a todas las naciones con un cetro de hierro") es una cita del Sal 2,8.9 en
los Setenta: "Pídeme y te daré en herencia las naciones... Ios regirás con cetro de hierro").
Además Ap 12,5b ("El hijo fue arrebatado hacia Dios y a su trono") parece ser una
reminiscencia libre del Sal 110,1: "Palabra de Yavé a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta
que haga a tus enemigos estrado de tus pies".
Sabemos que los salmos 2 y 110 son los que más se utilizan en el NT para anunciar la
resurrección de Cristo; por consiguiente, el empleo simultáneo de los dos salmos
mencionados en Ap 12, 5 confirmaría la óptica pascual del parto de la mujer que allí se
describe. Aquel parto sería índice de la profunda angustia que invadió a la comunidad de
los discípulos cuando su Maestro les fue arrebatado violentamente por el poder de las
tinieblas (Jn 16,21a.22a; cf Mc 2,20; Mt 9,15; Lc 5,35; 22,53). Y en el rapto del niño recién
nacido a la esfera celestial se despliega la energía divina que actúa en la pascua. Aquí (lo
mismo que en He 8,9; 2Cor 13,2.4, y ITes 4,17), el verbo ser arrebatado se aplica a la
fuerza de Dios que actúa por encima de toda influencia humana. Haciendo resurgir a Jesús
de entre los muertos el Padre sustrae a la humanidad del Hijo de la condición débil y
pasible de aquí abajo, para hacerla nacer, es decir, para renovarla radicalmente con la
fuerza del Espíritu (cf He 2,24; Rom 8,11; Ef 1,19-22...).
Entre los que han comentado Ap 12 durante los últimos diez años nos parecen dignos de
mención especial U. Vanni (1978) y F. Montagnini (1984). En opinión de U. Vanni, el parto
de la mujer fija plásticamente la tensión fatigosa, el espasmo diríamos, que siente toda
comunidad eclesial al engendrar a su Cristo en su propio seno. A pesar de las fuerzas
adversas, que tienen su peso terrorífico en las vicisitudes humanas, el grupo de los
creyentes consigue expresar a Cristo para hacerlo crecer hasta la estatura completa (cf Gál
4,19; Ef 4,13). Es éste el hijo de la mujer, que es raptado hacia el trono de Dios. Es decir:
aunque resulte débil y frágil en comparación con todos los manejos que prepara el mal, esa
parte de fe y de amor que la iglesia consigue concretar en su existencia queda como
asumida y hecha propia por la omnipotencia divina. Esos frutos parciales de la fe activa de
la iglesia están ya en la línea del triunfo escatológico, el que Cristo sabrá conseguir al final
de la historia de la salvación, cuando quede totalmente aniquilado el maligno.
Bastante parecida es también la posición de F. Montagnini. Ap 12,5 —opina este autor—
podría significar perfectamente el extravío, la dificultad con que tropieza la comunidad
prepascual de los discípulos cuando se trata de aceptar a un Mesías sufriente, siendo así
que en su mente había otros proyectos muy distintos sobre la liberación de Israel. Pero la
iglesia se vio a salvo entonces, ya que llegó a dar a luz a Cristo en armonía con la voluntad
divina, con los designios del Padre, y también se siente hoy a salvo cuando, fatigosamente
pero de manera victoriosa, llega a profesar su fe plena en Cristo Jesús salvador.
Sin embargo, nos parece (lo repetimos una vez más) que en el fondo de la reflexión
simbólica permanece en Ap 12,5 el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo.
En otras palabras, es el misterio pascual el que desempeña la función de motivo conductor
desde el principio hasta el final de la obra (Ap 1,18; 2,8; 3,21; 6,6-13; 19,11-16...). Se trata
de la transcripción figurativa de las palabras de Jesús: "Ahora es el juicio de este mundo;
ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera" (Jn 12,31). Estas palabras tienen
un eco que se puede percibir en los siguientes versículos de Ap 12: "Y fue precipitado el
gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y satanás, el seductor del mundo
entero, y sus ángeles fueron precipitados con él. Y oí una voz fuerte en el cielo que decía:
Ahora ha llegado la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la soberanía de su
Cristo..." (vv. 9-10a).
La mente de "los que escuchan las palabras de esta profecía" (Ap 1,3) difícilmente
podrían disociar la escena dramatizada en Ap 12,5 de la experiencia central de Cristo
muerto y resucitado.
La diferencia que hay entre Ap 12 y Jn 19,25-27 consiste en que mientras la escena del
Apocalipsis tiene una tonalidad eclesial, la del cuarto evangelio se centra más bien en la
persona de María. Pero se trata dé una diferencia complementaria. Por eso el c. 12 del
Apocalipsis confirma el significado eclesiológico de María al pie de la cruz, y viceversa, la
presencia de María al lado del Crucificado hace posible la extensión mariológica a la mujer
del Apocalipsis, en lucha contra el dragón.
Este género de argumentación (propuesto especialmente por A. Feuillet) es uno de los
más apreciables en el nivel del sentido literal. Efectivamente (como reconocen no pocos
exegetas), existen frecuentes contactos entre la tradición codificada en el Apocalipsis y la
de los escritos seguramente joáneos.
c) María, "la parturienta de Belén". Una vez admitido que la mujer de Ap 12 es también
figura del antiguo pueblo de Dios, será preciso reconocer que solamente a través de la
maternidad física de María la mujer-Israel engendra de su seno al Mesías . Por eso Ap 12
puede referirse también en sentido amplio al parto de Belén.
e) María, miembro de una iglesia perseguida por el mundo y socorrida por Dios.
Pensando en las hostilidades de la serpiente contra la mujer en el desierto y en la
asistencia divina de que se ve protegida, la mente del lector no podrá ignorar que también
María fue partícipe del misterio de muerte y de resurrección que vivió la iglesia apostólica.
En efecto la Virgen vivía en el seno de la comunidad de Jerusalén (He 1,14).
Pues bien, esta comunidad fue muy pronto objeto de persecución por parte de las
autoridades judías, mientras que al mismo tiempo experimentaba de manera tangible la
fuerza liberadora de Cristo resucitado, su Señor (cf He 4,5-31, 5,17-41, 6,97,60; 8,1-3;
9,1-2; 12,1-19).
Para cada uno de los aspectos marianos que aquí hemos señalado como ejemplos, me
parece que resulta muy adecuado el criterio hermenéutico formulado por U. Vanni. Este
autor insiste en la connotación eclesial de Ap 12 y afirma en términos muy claros que la
mujer no es María. Pero luego añade que "también es posible dar un paso legítimo en la
dirección mariológica...; (y) esto no constituye ningún añadido devocionista y mucho menos
se plantea como interpretación exegética alternativa o mera aplicación eclesial. Lo que
hace más bien es subrayar la riqueza pluriforme, supraconceptual, del símbolo, que raras
veces llega a explotarse colmadamente. También el gran signo alcanza su plenitud de
significado sólo cuando el mismo llega a ponerse en contacto inmediato con toda la realidad
de la vida eclesial".
MARIOLOGIA-BIBLICA
A. SERRA
Más que extendernos en un balance donde resumir los análisis expuestos hasta ahora,
es preferible (en estos momentos) volver sobre una cuestión de método. Se refiere a la
hermenéutica bíblica en general; por consiguiente, encuentra también su terreno de
aplicación en el ámbito de los pasajes marianos de la Biblia.
La Escritura es un solo libro, afirmaban con energía los santos padres, plenamente convencidos
de ello. Por consiguiente, un tema, una afirmación singular, un solo versículo, no despliegan toda
su riqueza hasta que no llegan a armonizarse con todo el conjunto de los libros sagrados. "Toda la
Escritura —argumentaba san Buenaventura (+ 1274) podría compararse con una citara: la cuerda
inferior, por sí sola, no produce ninguna armonía pero con las demás si que consigue producirla.
Pues bien, lo mismo ocurre con la Escritura: un trozo depende de otro, más aún, un pasaje dice
relación a otros mil" (In Hexaemeron, coll. 19,7).
Este mismo criterio tiene que aplicarse también a la mariología bíblica, aliada segura del
culto mariano. Si nos fijamos en la cantidad, son relativamente escasos los pasajes que en
ella nos hablan de María. Pero lo poco en cantidad cede notablemente a lo mucho en
calidad. Ciertas frases aparentemente descarnadas y secas, unos cuantos versículos o
incisos que cualquiera podría juzgar como totalmente marginales a primera vista, afectan
sin embargo a muchas tradiciones. Hunden sus raíces en el AT; por consiguiente, pasan a
través del área del judaísmo que se llama intertestamentario, asumiendo no pocas veces
sentidos parcialmente nuevos; y desembocan finalmente en el NT según ciertos aspectos
propios de la perspectiva teológica de cada uno de sus autores.
Por este camino se llega a una gozosa constatación. Las perícopas marianas, con las
respectivas unidades que las componen, se presentan como piezas de un mosaico mucho
más amplio. Ya desde el AT la figura y la misión de María se presentan como envueltas en
la penumbra de los oráculos proféticos y de las instituciones de Israel. En los umbrales del
NT se levanta sobre el horizonte de la historia de la salvación como síntesis ideal del
antiguo pueblo de Dios y como madre del Cristo Mesías . Y luego, a medida que Cristo, "sol
de justicia" (cf Mal 3,20), va avanzando por el firmamento de la alianza nueva, María sigue
su trayectoria como sierva y discípula de su Señor, en un crescendo de fe. En el punto más
alto de su culminación, que es el misterio pascual Cristo hace de su madre la madre de
todos sus discípulos de todos los tiempos. De aquella hora la iglesia aprende que María
pertenece a los valores constitutivos de su propio Credo.
Escribe muy bien el conocido exegeta francés A. Feuillet: "Todo el que desee profundizar
en la doctrina mariana desde el punto de vista bíblico no podrá hacerlo más que a través de
una exploración más extensa de toda la historia de la salvación. Y viceversa, todo el que
desee comprender más a fondo la historia de la salvación se encontrará necesariamente
con la madre del Redentor unida con vínculos indisolubles al centro mismo de la historia
salvífica'.
¡Exactamente eso es lo que ocurre! En el cristianismo María no es el
centro, pero es central. Por eso afirmaba Pablo Vl con una frase singularmente feliz: "Si
queremos ser cristianos, tenemos que ser marianos, es decir, tenemos que reconocer la
relación esencial, vital, providencial, que une a María con Jesús, y que nos abre a nosotros
el camino que conduce hacia él" .
(·SERRA-A. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs.378-379)
MARÍA VIRGINIDAD
S .DE. FIORES
1. Problemática actual
Desde los primeros siglos, en los que María fue llamada "la Virgen" (Justino), "la Virgen
perpetua" (Epifanio), "la Virgen eterna" (Jerónimo), ha llegado a nosotros la fe en la
virginidad de María. Pero hoy "la creencia en la partenogénesis de María comienza a
desintegrarse", convirtiéndose para algún estrato de fieles en "una realidad del todo
marginal respecto a la fe cristiana". La concepción virginal de Jesús parece haber perdido
importancia, tanto en el contexto teológico como en el ámbito de la vida contemporánea: "En
cierto sentido —observa R. Brown—, éste no es uno de los problemas más candentes de la
teología o de la exégesis. Su solución no ayudará a los marginados del centro de las
ciudades, y ni siquiera a los de la periferia, una vez resuelto, quedarían siempre los
problemas de la guerra y de la paz, e incluso los del celibato sacerdotal". Esta marginación o
desintegración de la virginidad de María se expresa en diversas áreas geográficas,
encuentra su origen remoto en la teología critico-liberal del siglo pasado y se concentra en
torno a la teología del teologúmeno.
1. DEBATE POSCONCILIAR.
Entre los católicos, la primera voz contestataria de la visión tradicional de la virginidad de
María, como pródromo de la subsiguiente discusión, es la del médico vienés A. Mitterer con
su libro Dogma und Biologie der heiligen Familie (Viena 1952). En él el autor considera
inconciliable con una verdadera maternidad el parto milagroso y afirma que la integridad
orgánica no pertenece a la noción de virginidad. María habría dado a luz a Jesús
normalmente (con dolores y ruptura del himen) y, no obstante, virginalmente, puesto que la
virginidad consistiría en la exclusión del acto sexual. Las reacciones favorables o polémicas
suscitadas por el libro de Mitterer desaparecen al cabo de algunos años; en 1960 una
instrucción privada del Santo Oficio prohíbe escribir sobre el tema, constatando que "se
publican trabajos teológicos en los cuales el delicado tema de la virginidad in partu de
María santísima es tratado con deplorable crudeza de expresión y, lo que es más grave, en
abierta oposición a la tradicional doctrina de la iglesia y al piadoso sentir de los fieles". La
discusión conciliar evita resolver la cuestión planteada por Mitterer y se cierra con un texto
que reafirma el dato esencial de la tradición sin entrar en precisiones indiscretas: "En la
natividad... su Hijo primogénito, lejos de disminuir, consagró su integridad virginal" (LG 57).
Después del concilio, el debate se desplaza hacia la concepción virginal en su atestación
bíblica y su interpretación cultural. El debate se esparce como mancha de aceite en varias
zonas geográficas.
a) Holanda.
Aunque la concepción virginal fue cuestionada en ambientes alemanes, particularmente
por P. Niewalda con ocasión de la VII sesión de la Sociedad mariológica alemana (1962),
fue Holanda la que abrió un debate al que los mass-media dieron amplia publicidad. El
jesuita I. van Kilsdonk lanza en 1965-1966 entre los universitarios de Amsterdam la idea de
que se debe abandonar la interpretación biológica de la concepción virginal porque no
concordaría con la auténtica cristología bíblica. La publicación del Nuevo catecismo (9 de
octubre de 1966) agrava la situación, puesto que presenta a Jesús como "el regalo hecho
por Dios a los hombres" por encima de la capacidad humana, y afirma que "tal es el
profundo sentido del articulo de la fe: nació de santa María virgen". Después de varios
encuentros entre teólogos de ambas partes, el episcopado holandés acepta la petición de
la comisión cardenalicia y añade al Nuevo catecismo un texto que afirma "el hecho
misterioso de la concepción virginal de Jesús" y la "virginidad perpetua de María".
b) Alemania.
La polémica se agudiza no sólo en la sesión de la Sociedad mariológica alemana (1968),
en la que no se llegó a un acuerdo sobre la obligación de aceptar la concepción virginal
como hecho biológico, sino sobre todo en el asunto relativo al profesor de catequesis H.
Halbfas. Preconizado para una cátedra de pedagogía religiosa en Bonn, se vio vetado por
el vicario general de Colonia por haber sostenido en su obra Fundamentalhatechetik (1968)
que "el nacimiento de Jesús de María virgen no es propuesto a la fe como hecho
biológico".
c) Francia.
También en Francia corren varias publicaciones científicas o divulgativas que extienden
la duda en amplios estratos. A la tesis de A. Malet que, basándose en la desmitización,
rechaza la historicidad de la concepción virginal, se añade el libro de L. Evely, para el cual
"la virginidad de María es la traducción física" en atención a las personas más simples, del
misterio de la encarnación, en linea con una concepción más bien primitiva, según la cual
Dios excluiría al hombre". Mayor resonancia, como best-seller religioso de 1977, tuvo el
libro de Francoise Dolto El evangelio ante la psiquiatría, que se limita a reconocer a María
virgen en cuanto "metáfora de la perfecta disponibilidad", y a José padre en cuanto "adopta"
a Jesús; incluso puede que sea su padre, pero ello no tiene una importancia decisiva. En
otro plano metodológico y científico se colocan autores como P. Grelot y R. Laurentin, que
contrastan afirmaciones superficiales y buscan el sentido del dato de la tradición.
d) Estados Unidos.
En 1972 ven la luz en USA una serie de artículos acerca de la virginidad de María,
originados por una conferencia del exegeta R. Brown, que puntualizaba los argumentos en
pro y en contra de la concepción virginal, pero sin tomar posición. El estudio de R. Brown
se replantea ampliado en el libro La concepción virginal y la resurrección corporal de Jesús
(Queriniana, Brescia 1977; 1ª. ed. americana en 1973). Es precedido en 1969 por un
debate iniciado por Rosemary Ruether, que ve en los relatos evangélicos de la concepción
virginal de Jesús una tradición tardía en relación con la primitiva y más histórica de la
paternidad física de José.
e) Italia.
A primera vista podría parecer que la problemática de la virginidad de María no halló eco
en el contexto italiano. En realidad, no se dan grandes polémicas, pero afloran a diversos
niveles las nuevas hipótesis observadas en otras partes. Ya en 1971 Ortensio da Spinetoli,
situándose en un plano estrictamente exegético, deja abierto el camino para cualquier
solución: "El nacimiento virginal puede ser un acontecimiento real, una noticia objetiva, pero
el contexto literario no lo garantiza de manera clara... La cuestión es ciertamente ardua,
pero sobre la base de la documentación existente no se puede resolver de manera
inequívoca en los términos tradicionales". La nueva interpretación se abre camino a través
de la traducción, y a veces la amplia divulgación, de las obras de E. Renán, E. Craveri, H.
Küng, J.B. Bauer, L. Evely, etc. Más que los libros es la escenificación televisiva Jesús de
Nazaret, de F. Zeffirelli, lo que provoca sorpresas y reservas, presentando una virgen que
sufre naturalmente los dolores del parto. Algunos se escandalizaron, considerando la
representación no en armonía con el carácter milagroso del parto de la Virgen; otros la
defendieron en nombre de la capacidad de sufrir que no se le debe negar a María, y de la
libertad de los medios escénicos expresivos, o bien en virtud de la discusión teológica,
todavía abierta, acerca del modo de entender el parto virginal. No obstante, prevaleció
sobre la disputa el tratamiento constructivo.
f) Suiza.
En su libro ampliamente difundido Ser cristiano, H. Küng dedica particular atención al
nacimiento virginal, interpretándolo como una biologización del concepto de Mesías
"engendrado por el Espíritu". El teólogo suizo, profesor de Tubinga, excluye la historicidad
del nacimiento virginal, que aparece en los relatos evangélicos como "un símbolo
fecundante" del nuevo comienzo marcado por Dios con Jesús, Puesto que hoy ese
comienzo se puede anunciar diversamente, "no se puede obligar a nadie a creer en el
hecho biológico de una concepción o nacimiento virginal". Después de una primera
intervención de la Congregación para la doctrina de la fe en 1975, la misma declara en
1979 que H. Küng "no puede ser ya considerado teólogo católico y no puede, como tal,
ejercer el cometido de enseñar". Entre las motivaciones de esta intervención se hace
referencia a una doctrina sobre la virgen María, a la cual H. Küng da "significado diverso del
que ha entendido y entiende la iglesia".
g) España.
Es el último epicentro del debate sobre la concepción virginal. Lo inicia X. Pikaza con la
obra Los orígenes de Jesús. Ensayo de cristología bíblica (Ed. Sígueme, Salamanca
1976), que se mueve —como antes R. Brown— a igual distancia entre el dato
histórico-biológico y el teologúmeno. Para el autor es peligroso tanto afirmar de manera
absoluta la realidad histórica de la concepción virginal, como reducirla a un puro
simbolismo. La polémica se enciende con el articulo de R. Scheifler La vieja natividad
perdida. Estudio bíblico sobre la infancia de Jesús, publicado en la revista pastoral Sal
terrae 65 (1977) 835-851. Al poner en duda la concepción y el nacimiento virginal, el escrito
suscita inmediatamente la reacción del cardenal primado González Martin de la Conferencia
episcopal, de la Sociedad mariológica española y de otros teólogos: todos reafirman la
doctrina tradicional de la iglesia acerca de la virginidad perpetua de María. En 1980
reaparece la misma problemática con una serie de artículos de A. Salas en Biblia y Fe,
donde se formula la hipótesis de mantener la concepción virginal, cuyo protagonista es
Jesús, y no la virginidad biológica, donde actúa en primer plano María. La respuesta a nivel
teológico la da D. Fernández, que juzga inaceptable la presentación de la maternidad
virginal de María ofrecida por A. Salas.
Este cambio de horizonte sobre la puesta en cuestión de la virginidad de María nos
mueve a buscar sus pródromos remotos en el ambiente alemán protestante del siglo pasado.
2. ORIGEN DE LA DISCUSIÓN.
Se debe a D. F. Strauss en 1835, la afirmación, basada en la exégesis histórico-critica,
de que la concepción virginal de Jesús es un mito cristiano, "un revestimiento historizante
de una idea cristiana primitiva". Había surgido cuando, para dar consistencia a la filiación
divina de Jesús, se retrocede desde el bautismo a la concepción. Justamente entonces se
reviste este concepto de un relato hecho posible por la convergencia de tres factores
veterotestamentarios: a) la comprensión en sentido físico de la filiación divina de Jesús
bajo el influjo del Sal 2,7; b) los nacimientos milagrosos de algunos personajes del AT; c) la
representación del Mesías como hijo de una virgen según Is 7,14-23. Este origen
judeo-cristiano del relato de la concepción virginal, que de D. F. Strauss pasará a A.
Harnack, será contestado por J. Hilmann y por los defensores de la tesis sincretista, los
cuales abogan por un influjo helenístico del mito teogámico pagano. Después del intento de
Gunkel, que une las dos perspectivas en la mediación de un judaísmo propenso a la
asimilación de motivos helenísticos, M. Dibelius descarta la teoría de la dependencia
material de los mitos paganos o de la concepción judía. No se trata de importación, sino de
creación de una leyenda enteramente cristiana, la cual, sin embargo, ha asimilado el
teologúmeno egipcio de la generación pneumática y se ha servido de categorías
judaico-veterotestamentarias. Por tanto, el proceso de formación de la leyenda de la
concepción virginal pasa, según Dibelius, a través de tres fases, que él cree poder
documentar: a) conocimiento y uso judeo-cristiano (en Filón y Pablo) del teologúmeno de la
generación pneumática sin intervención del hombre; b) concreción de esa idea en la
leyenda de la concepción virginal excluyendo la teogamia, c) mitologización mediante la
confrontación de la leyenda con la realidad histórica, que sitúa el nacimiento de Jesús en el
contexto matrimonial. A pesar de lo atrayente de esta teoría, de la cual dependen en
sustancia los epígonos de nuestro tiempo, terminará por ser juzgada científicamente
insostenible y como una "ilusión óptica", puesto que el teologúmeno de la generación
pneumática, lo mismo en el AT que en Pablo (acerca del nacimiento de Isaac) no excluye,
sino que supone la paternidad biológica del hombre. Pero las bases de la discusión ya
están echadas y nos colocan ante un triple interrogante: la concepción virginal, ¿es un dato
histórico o un teologúmeno? ¿Cuál es la derivación o el origen de la idea y del relato de la
misma? ¿Se trata de un elemento importante o periférico del cristianismo?
b) Desde el punto de vista teológico se establece una neta distinción entre la filiación
divina de Jesús (hecho ontológico y proceso ocurrido en la eternidad) y su concepción en la
naturaleza humana (hecho biológico y acontecimiento temporal). La realidad de Hijo de Dios
-sostienen P. Althaus y J. Ratzinger- sería compatible con la paternidad física de José,
precisamente porque se trata de dos planos distintos: "Nacimiento de Dios y generación
humana —concluye H. Küng— no entran en competencia". Incluso alguno llega a exigir la
participación de un padre humano en la generación de Jesús en virtud de su perfecta
humanidad y participación de la condición natural de los hombres. La concepción virginal
—para E. Brunner y J.A.T. Robinson— pone a la teología en dificultades, no sólo porque
desvaloriza la generación sexual cediendo a la mentalidad ascético-helenística, sino porque
además comporta una oculta tendencia al docetismo. Eliminando la historicidad de la
partenogénesis de Cristo, quedaría potenciada la realidad de la encarnación.
En orden a una exposición completa y funcional del testimonio bíblico, reagrupo los
distintos aspectos relacionados con el argumento según la triple distinción ya clásica:
concepción virginal ("virginitas ante partum"), parto virginal ("In partu") y virginidad después
del parto ('post partum"). En cada uno de estos tres momentos trataré el hecho y también el
sentido del hecho. Esta segunda dimensión, descuidada muy a menudo en el debate actual,
es de importancia capital. Como todos los signos (prodigios) que marcan el ritmo de la
historia bíblica de la salvación, tampoco en las maravillas inherentes a la virginidad de María
basta con detenerse en la materialidad del hecho (los "bruta facta"). Es indispensable captar
el mensaje que encierra. Como dice el Apocalipsis (17,9): "¡Aquí la inteligencia y la
sabiduría!" Para completar el tratado sobre la concepción virginal, introduciré un "excursus"
sobre el voto de virginidad de María.
- A. Vanhoye aclara ante todo la estructura literaria de Gál 4,4-5 según este esquema:
_______________________________________________________________________
Es fácil observar en este cuadro las siguientes relaciones entre cada uno de los
miembros de frase. Hay un manifiesto paralelismo entre (b) y (c), introducidos ambos por el
participio aoristo genómenon (="nacido"), y lo mismo entre (c) y (d), que comienzan ambos
con la preposición final ina (= "a fin de que"). Además, (c) y (d) están en correlación
antitética: el Hijo se convierte en sujeto a la ley (la ley mosaica, ypò nómon), para rescatar
a los que están bajo la ley (ypò nómon). Pero también entre (b) y (e) es fácil descubrir una
relación de oposición: el Hijo se rebaja al nivel de frágil criatura naciendo de mujer como
todos (b), y eleva luego a los nacidos de mujer al vértice de la filiación divina (e).
Finalmente el primero y el último elemento están unidos por el concepto de filiación: Dios
envía a su Hijo (a) para que nosotros recibiésemos la adopción de hijos (e).
Pues bien —así razona Vanhoye—, el contraste natural entre (c) y (d), lo mismo que
entre (b) y (e) denota claramente una paradoja: ¿cómo puede uno estar sujeto a la ley (c) y
librar al mismo tiempo a los que están bajo ella (d)? Y además, ¿es posible que de un
estado de humillación como es el "nacer de mujer" (b) se siga una glorificación que es
justamente el don de la filiación divina (e)? ¿Cómo puede ocurrir esto? He ahí la naturaleza
paradójica de Gál 4,4-5. La paradoja como tal no explica, sino que
provoca primero el estupor y luego la reflexión. El estupor está determinado por el hecho de
que una afirmación contiene aspectos contradictorios. La paradoja no da explicación sin
más. Deja más bien la mente en suspenso para que encuentre el camino para salir de la
aparente contradicción.
Poco antes, en la misma carta a los Gálatas, Pablo había recurrido al mismo género de
procedimiento. Cristo, escribe (/Ga/03/13), "nos rescató de la maldición de la ley,
convirtiéndose él mismo en maldición por nosotros, como está escrito: Maldito el que cuelga
del madero (Dt 21,23)". Ante una afirmación como ésta, es obvio preguntarse: ¿cómo puede
un maldito (un condenado a la cruz) librar a otros malditos? Muchos bandidos fueron
crucificados por ser culpables de crímenes mortales (cf Dt 21,22) y no salvaron a nadie.
Pablo no responde aquí. Mas por el conjunto de su doctrina sabemos que todo depende del
modo con que Cristo se convirtió en maldición. Él no murió como un malhechor cualquiera.
Al contrario, a pesar de no haber conocido pecado (2Cor 5,21) "se entregó a sí mismo por
nuestros pecados", como señal de obediencia filial al Padre (Gál 1,4) y de amor a nosotros (2,20).
De manera análoga, la misma argumentación podría aplicarse a Gál 4,4-5. "Nacer de
mujer" es sinónimo de rebajamiento, de humillación, de impureza: "¿Quién puede sacar lo
puro de lo impuro? ¡Nadie!" (Job 14,4); "¿Cómo puede ante Dios justificarse un hombre y
aparecer puro el nacido de mujer?" (Job 25,4). Ahora bien, si el modo de nacer Cristo de
mujer es igual en todo al de los demás hombres, ¿podría él librarlos de la maldición, que es
el yugo de la ley (cf Gál 3,13 y 4,4)? Parece que hay subyacente alguna cosa en la
afirmación de Pablo. No da explicaciones ulteriores. Pero el género paradójico que usa
exige que se encuentre solución a la antinomia, si no queremos caer en el absurdo. Debe
haber algo singular en el modo de nacer de mujer el Hijo de Dios.
Vanhoye concluye: "Podemos e incluso debemos reconocer absolutamente que la frase
de Gál 4,4, en virtud del género adoptado, permanece abierta positivamente a las
afirmaciones complementarias que aportan los evangelios a propósito de la génesis
humana del Hijo de Dios" (art. cit.. 247).
2) Rom 8,3 y Flp 2,7. Tenemos aquí dos pasajes que contienen una afirmación semejante
en el fondo.
En Rom 3,8 leemos: "En efecto, lo que era imposible a la ley, por cuanto estaba
debilitada a causa de la carne, Dios lo hizo posible, enviando a su Hijo con una carne
semejante (en omoiômati) a la del pecado..." Y en Flp 2,7: "[Cristo Jesús] se despojó a sí
mismo tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante (en omoiômati...
genómenos) a los hombres, y apareció en forma humana...
A propósito de la expresión en omoiômati (="semejante"), común a los dos pasajes
citados, y del participio genómenos (="deviniendo") de Flp 2,7, Vicent Cernuda elabora
consideraciones del tenor siguiente:
- La voz omóioma significa algo semejante a otra cosa, pero que no corresponde del todo
a ella. Ser semejante no es lo mismo que ser idéntico. P. ej., del becerro de oro construido
por los hebreos en el Sinaí se dice que es semejante a un becerro vivo y real (Sal 105, 20
en los LXX: en omoiomati mósjou). Una cosa es un buey de carne y hueso que come heno,
y otra su representación plástica, su simulacro en oro (cf también Rom 1,23). Entre uno y
otro hay una relación de semejanza, no de igualdad.
Haciendo ahora las debidas aplicaciones a Rom 8,3 y Flp 2,7, hay que preguntarse: ¿a
qué cosa es semejante el Hijo de Dios? Pablo responde: "a la carne del pecado" (Rm 8,3),
"a los hombres" (Flp 2,7). Y puesto que el contexto respectivo de los dos versículos habla
de envío por el Padre (Rm 8,3) y de un paso de la condición divina a la de esclavo de
hombre (Flp 2, 6-7), la semejanza aquí invocada debe guardar relación con la encarnación:
es una semejanza que se refiere al modo en que el Hijo de Dios fue engendrado según la
carne. En términos más precisos: la generación natural, que implica la unión de los dos
sexos, sería el arquetipo, el modelo original; en cambio, la concepción virginal es algo
semejante a ella, pero no del todo idéntica. El omóioma paulino contendría, por tanto, una
alusión eficaz a la concepción de Cristo, ocurrida sin el concurso masculino.
- En segundo lugar, la preposición en tiene valor bien local, bien instrumental: significa
"en" alguno (o alguna cosa) y "por medio" de alguno 0 alguna cosa. Entre muchos casos,
véase Flp 4,13: "Todo lo puedo en aquel [y también por medio de aquel] que me da la fuerza".
De igual modo, el en omoiemati de Pablo obtendría simultáneamente un doble efecto:
Dios envía a su Hijo "por medio" de una generación semejante a la humana, y también "en"
una generación semejante a ella. En resumen, el Apóstol enseñaría que Dios nos da su Hijo
a través de un camino (= la concepción virginal) que por una parte se aleja del ordinario y
por otra se le asemeja, en cuanto que también Cristo fue llevado en el seno materno (=
proceso embrional de la gestación uterina).
- La elección del participio genómenos en Flp 2,7 -observa Vicent Cernuda- se adapta
muy bien al misterio de la concepción virginal. Análogamente a lo que harán Mateo y Lucas
(en seguida lo diremos), también Pablo evita el uso del verbo gennáo, el cual connota de
suyo la acción generativa consiguiente a la fecundación seminal.
Ultima observación: como Flp 2,7 se considera de ordinario extracto de un himno litúrgico,
Pablo no haría otra cosa que aludir a una doctrina ya conocida y profesada por la iglesia
orante y evangelizadora.
b) Marcos.
La predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret suscita estupor en los que le
escuchan (Mc 6,2). Se decía de él, entre otras cosas: "¿No es éste el carpintero, el hijo de
María?..." (v. 3). Así leen los códices más importantes. En cambio? P45 (que es el
manuscrito más antiguo de Marcos), los códices minúsculos 33, 700, 1375 (579, 565 1194),
la "Vetus latina" (códices a, b,c,i,r), la versión armenia y la georgiana registran la siguiente
variante: "¿No es éste el hijo del carpintero y de María?...". Antes de valorar esta doble
variante, echemos una mirada comparativa a los pasajes paralelos de Mateo-Lucas y al
evangelio de Juan.
La perícopa correspondiente de Mateo dice: "¿No es él quizá el hijo del carpintero? ¿No
se llama María su madre?... " (13,55). Y Lucas refiere que todos, en la sinagoga de
Nazaret, se quedaron maravillados al escuchar la primera intervención de Jesús, y decían:
"¿No es éste el hijo de José?" (4,22; cf 3,23). Por la tradición joanea sabemos que, para
Felipe, Jesús es "hijo de José de Nazaret" (Jn 1,45); además, los judíos que oyeron el
discurso del pan bajado del cielo murmuraban diciendo: "¿Acaso no es éste Jesús, el hijo
de José? Conocemos a su padre y a su madre" (6,42).
El argumento que estamos elaborando requiere algunas precisiones sobre la fórmula de
Marcos "el hijo de María", que se funda en la tradición textual más segura. A muchos
comentaristas no se les escapa el carácter insólito de tal formulación. En efecto, en el uso
bíblico, un hijo es designado habitualmente con el nombre del padre; el nombre de la madre
se cita cuando el padre ha tenido diversos hijos de varias mujeres, ya sean esposas o
concubinas (cf Gén 22,24; 24,15; 36,10-14; 2Sam 3,35...). En el mismo NT, Mc 6,3 es el
único pasaje por el estilo. ¿A qué se debe una excepción tan llamativa? Las respuestas no
siguen una dirección unívoca.
- ¿La desaparición de José? Son muchos los que dicen que para entonces José había
muerto; por eso se nombra solamente al genitor superviviente, María, conocida de todos los
habitantes de la aldea. Y se invoca el episodio de Lc 7,12: "Llevaban a enterrar a un
muerto, hijo único de una madre viuda". No obstante, se objeta, ¿por qué los otros
evangelistas conservan la expresión "hijo de José", y en circunstancias que —al igual que
en Mc 6,3— pertenecen ya a la vida pública de Jesús? Además, en el caso de Lc 7,12, esa
designación es perfectamente comprensible en el contexto funcional del episodio, donde la
madre del muchacho muerto es objeto de tiernísima compasión por parte de Jesús (vv. 13.15).
- ¿Signo de una paternidad incierta? ¿Hemos de creer, como hacen algunos, que un hijo
identificado sólo en relación con la madre es un hijo ilegitimo, de paternidad desconocida?
Así lo entendería una costumbre judía posterior al tiempo de Jesús, además, en el uso
samaritano y mandeo, la expresión "Jesús, hijo de María" tiene un sentido peyorativo. Pero
resulta que no hay testimonios de esto en el AT (Lev 24,10- 11 y Jue 11,1-2 no pueden
servir de ejemplo). Los que proponen esta teoría llegan luego a concluir que Mc 6,3
contendría ya el eco del rumor judío en boga en el s. II y referido por Orígenes, según el
cual Jesús habría sido hijo adulterino de María y del soldado legionario Panthera. Es algo
sumamente inseguro; p. ej., ¿los otros hermanos y hermanas de Jesús mencionados en Mc
6,3 eran también ilegítimos?
- ¿La fe en la concepción virginal de Jesús? Hay una última explicación. Marcos escribe
simplemente "hijo de María" porque él, y su comunidad, están al corriente de la concepción
virginal de Cristo. No hay que excluir que la otra versión ("¿No es éste el hijo del carpintero
y de María?") represente un estadio más antiguo de la tradición. Pero a la sensibilidad de
Marcos —que ya conocía el misterio del origen del Hijo de Dios por la virtud del Espíritu
Santo— esa frase podía sonarle ambigua, debido a lo cual fue cambiada por la otra: "¿No
es éste el carpintero, el hijo de María?" Es cierto que Mateo y Lucas —en los lugares
paralelos de Mc 6,2-3— llaman a Jesús "hijo de José". Su lenguaje, sin embargo, no se
prestaba a incomprensiones, porque en los respectivos evangelios de la infancia habían ya
excluido la paternidad física de José. En efecto, Lucas advierte: "Jesús, al comenzar su
ministerio, tenia unos treinta años y era hijo, según se creía, de José" (3,23). Y el mismo
Mateo parece suavizar su aserto. En efecto, no calca la variante de Marcos, que dice: "¿No
es éste el hijo del carpintero y de María?" En lugar de ello, aporta la siguiente corrección:
"¿No es él el hijo del carpintero?¿No se llama su madre María?" (13,55). En cualquier caso,
todo el mundo puede comprender que también la tercera de las soluciones aquí adoptadas,
aun no siendo improbable de suyo, deja amplio margen de imponderabilidad. No está bien
presionar demasiado.
c) Mateo.
Recogemos en dos párrafos la tradición mateana sobre el origen humano de Cristo por
obra del Espíritu. En el primero citamos las afirmaciones explícitas del evangelista al
respecto; en el segundo indicaremos la cuidadosa alternancia de los verbos gennáo (=
engendrar) y tíkto (= alumbrar), cuando el discurso se refiere a la maternidad de María.
- "Encinta por virtud del Espíritu Santo". El primer evangelista tiene palabras claras sobre
la concepción virginal de Jesús. Escribe en 1,18: "Estando desposada María, su madre, con
José, antes de que convivieran se encontró encinta por virtud del Espíritu Santo" Añade
luego, en el mensaje del ángel a José: "... Porque lo que es engendrado en ella viene del
Espíritu Santo" (v. 20). Y cierra el relato: "[José] recibió a su mujer, la cual, sin que él la
conociera, dio a luz un hijo, al que él llamó Jesús" (vv. 24-25).
- Distinción entre "gennáo" (= engendrar) y "tikto " (= dar a luz). No quisiera dejar de
mencionar también una reciente aportación filológica de A. Vicent Cernuda, que (me
parece) no deja de proyectar nueva luz sobre la maternidad virginal de María. Tanto Mateo
como Lucas -tal es la tesis de Vicent Cernuda- hacen una cuidadosa distinción en el uso de
los verbos gennáo (=engendrar) y tikto (=dar a luz) cuando hablan de la Virgen que concibe
y da a luz a Jesús. Se advierte como un embarazo en su estilo a este respecto. El Hijo de
Dios (¡hecho decididamente único en la historia humana!) se encarna en el seno de una
mujer sin aportación masculina; es la virtud del Espíritu la que plasma en sus entrañas la
humanidad del Verbo. ¿No impide quizá el desgaste de nuestro lenguaje captar la
singularidad excepcional e irrepetible de un prodigio como aquél? Los dos evangelistas
parecen conscientes de estos límites. Y he aquí, por tanto, a qué economía someten el
empleo de los verbos que describen la colaboración genética de María a la obra del
Espíritu. Los dos verbos en cuestión son, decíamos, gennáo (= engendrar) y tikto (= dar a luz).
El primero (gennáo) es el término clásico que connota la procreación, la transmisión de la
vida de padre a hijo. Siendo de naturaleza genealógica, su acento semántico recae más en
el padre que en la madre. El segundo (tikto) significa dar a luz, y es obvio por tanto que
será referido a la mujer en cuanto madre. Pues bien, tanto Mateo como Lucas emplean el
verbo tikto para designar la función biológica de María que concibe y da a luz a Jesús,
mientras que evitan (salvando las excepciones, que ilustraremos) recurrir a gennáo. La
razón de esta elección se debe al hecho de que la maternidad de María es virginal.
En cuanto a Mateo, emplea cuatro veces tikto en relación con María. Ella, dice el ángel a
José, "dará a luz un hijo" (1,21). Y sin que José hubiera tenido relaciones con ella, "dio a
luz un hijo" (v. 25). Se cumplía así el oráculo de Is 7,14 (en la versión de los LXX): "He aquí
que la virgen concebirá [lit. 'tendrá en el seno'] y dará a luz un hijo, que será llamado Emmanuel".
Se puede, pues definir a Jesús con las palabras de los magos, cuando preguntan:
"¿Dónde está el rey de los judíos que ha sido dado a luz?" (Mt 2,2a: o tejthéis). No se dice
"que ha sido engendrado" En todo el NT, sólo aquí y en Lc 2,11 aparece el verbo tikto en el
sentido de nacer (cf, en cambio, Mt 19,12 y 26,24). Mas para comprender que Jesús es o
tejthéis (= el dado a luz), es decir, que ha nacido de su madre por virtud directa del Espíritu,
se requiere una revelación celeste; tal es el caso de José, al cual se le aparece el ángel del
Señor (1,20-21), y de los magos que ven la estrella del Mesías (2,2b).
Como alternativa de tikto está gennáo en Mt 1,16b.20 y 2,1.4. En 1,16b el verbo es
exigido por el contexto precedente, donde se trata de demostrar que Jesús se insertó en la
cadena de las generaciones humanas que comienzan por David y Abrahán (v. 1). Es
curiosa, sin embargo, la variación de la fórmula. De María no se dice que "engendró"
(egénnesen), como de todos los demás antepasados desde Abrahán en adelante (vv.
2-16a); el evangelista declara en este punto: "Jacob engendró a José, el esposo de María,
de la cual fue engendrado (egennêthe) Jesús, llamado Cristo" (v. 16). Esta fórmula pasiva
("fue engendrado") sugiere que Jesús nació efectivamente de la esposa de José sin ser
fruto del semen de José. Y es eso lo que Mateo explica inmediatamente después en los vv.
18-25.
Si en el v. 20c aparece el mencionado verbo en pasivo (ta gennethén), es para significar
que realmente en el seno de María "se produjo" "germinó" una vida por la virtud dei Espíritu;
su parto será real, no ficticio (v. 21).
El uso de gennáo en pasiva en 2,1.4 subraya, en cambio, la aparición externa de Cristo
en nuestro mundo. Si antes se hablaba del misterio escondido realizado en el seno de
María, ahora se quiere decir cuándo y dónde Cristo vino a formar parte de una sociedad, en
medio de nosotros. Y esto ocurrió "en Belén de Judá, en tiempo del rey Herodes" (2,1; cf el v. 4).
d) Lucas.
Como ya hemos hecho para Mateo, también para Lucas procedemos en dos tiempos.
Primero recordamos el testimonio fundamental de Lc 1,34-35; luego nos detendremos en el
empleo calculado del verbo tikto (= dar a luz), con preferencia a gennáo (= engendrar),
respecto a la función generadora de María.
- "El Espíritu Santo descenderá sobre ti... " La afirmación capital es sin duda la de Lc
1,34-35: "Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? No conozco varón. El ángel le
respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por eso el niño que nazca será santo y llamado hijo de Dios". Más abajo, en el
excursus sobre el voto (propósito) de virginidad, sintetizaremos las principales explicaciones
de estos versículos. Por eso nos dispensamos ahora de ulteriores profundizaciones.
- Alternancia entre "gennáo" (= engendrar) y "tikto" (= dar a luz). También Lucas, al igual
que Mateo, tiene en cuenta el uso de gennáo y tikto. Como todos saben, en los dos
capítulos de la infancia establece un paralelismo bien trazado entre Juan Bautista y Jesús
con el fin de poner de relieve la superioridad de Cristo respecto a su precursor. Si de Isabel
se dice que "engendra", de María se dirá en cambio que "da a luz". La diferencia salta a la
vista sobre todo en los dos siguientes párrafos paralelos:
______________________________________________________________________
1, 13 1, 30-31
".,, No temas, Zacarías. v. 30b "... No temas, María,
tu oración ha sido escuchada v. 30c porque has encontrado gracia ante Dios.
y tu mujer Isabel v. 31 He aquí que
te engendrará (gennêsei) concebirás y darás a luz (tékse)
un hijo, un hijo
al que llamarás Juan". y lo llamará Jesús".
1 ,57 2, 6-7
"Para Isabel "... para ella (María)
se cumplió el tiempo se cumplieron los días
del parto (toû tekéin) del parto (toû tekéin)
y engendró (egénnesen) y dio a luz (éteken)
un hijo". a su hijo primogénito".
______________________________________________________________________
El verbo gennáo en relación con María aparece sólo en Lc 1,35 (ta gennómenon). En tal
caso, al estar en pasivo impersonal, el verbo se deberá traducir: "lo que se producirá", "lo
que tomará vida". Aunque María concibe sin semen viril, no obstante su gestación es
verdadera: concibe en el seno (v. 31), un germen de vida florece en sus entrañas.
e) Juan.
En el cuarto evangelio tendríamos una afirmación inequívoca de la concepción virginal
del Verbo, si fuese legitimo leer Jn 1,13 en singular más bien que en plural. El argumento
requiere un vasto preámbulo de critica textual. En el estado actual de las investigaciones,
¿qué se puede decir sobre el singular o plural de Jn 1,13? Veamos, pues, los puntos
capitales de la cuestión, para deducir luego las consecuencias debidas respecto a la
maternidad virginal de María.
- ¿La concepción virginal en Jn 1,13? Si este versículo se lee en singular, una de las
consecuencias más obvias en el plano doctrinal es que el Verbo se hizo carne en el seno
de María "... no de la sangre [lit. 'de las sangres'], ni por el querer de la carne, ni por el
querer del hombre, sino que fue 'engendrado por Dios".
Insistiremos un poco más adelante en la primera de estas tres negaciones ("no de la
sangre"). Las otras dos se refieren, por exclusión, al modo en que el Verbo tomó carne en
María. En el proceso de la encarnación no tuvo parte ningún deseo-instinto sexual ("ni por
deseo de carne") ni por parte del hombre ("ni por querer de hombre"). La única paternidad
respecto a Jesús fue la de Dios ("...sino que fue engendrado por Dios"). En el orden de la
carne Cristo tiene una madre (cf el v. 14), no un padre terreno. Sólo Dios es su Padre. El es
"hijo del Padre" (2 Jn 3); es su "Unigénito" (Jn 1,14.18).
Resumamos, pues, esta reseña de los textos relativos al hecho de la concepción virginal.
No parece deba excluirse que Pablo aluda a este misterio o que deje el camino abierto a él
(para Mc 6,3, es muy discutible). Lo afirman, en cambio, con toda claridad Mateo (1,18.20),
Lucas (1,35) y Juan (1,13 en singular). Mateo y Lucas dicen que Jesús fue concebido por
virtud del Espíritu Santo; Juan, en cambio, afirma que fue engendrado por Dios. En el plano
de la cualidad, ambas formulaciones profesan la misma cosa; la de Juan prefiere cargar el
acento en la filiación divina del Verbo, impresa, diríamos, en su mismo origen según la
carne.
a) La divinidad de Cristo como Hijo de Dios (del Padre). ¡Es una convergencia
impresionante! En cada uno de los tres evangelistas que relatan la génesis humana del
Salvador, el testimonio de la concepción virginal de María está estrechamente ligado a la
confesión de la divinidad del ser que nacerá de ella. Lo hemos visto al tratar el tema madre
de Dios: el que toma carne en el seno de María por la virtud del Espíritu, al margen de toda
potencialidad masculina, es para Mateo el "Dios con nosotros" (1,23; cf 28,20), el que
"salvará a su pueblo de sus pecados" (1,21); para Lucas es el "Santo, hijo de Dios"
(1,35.39-44.56), "Señor" (1,43); para Juan es el Verbo divino (Jn 1,I), "el Hijo del Padre"(2Jn 3).
Entre la concepción virginal de María y la divinidad de Cristo la relación es estrechísima.
Ese modo de hacerse hijo del hombre es el signo sensible, inscrito en la carne, de que esta
vez no es una simple criatura la que viene a la existencia, sino que Dios mismo adquiere
aspecto humano. De ahí derivan su legitimidad las especulaciones teológicas
subsiguientes: Jesús no tiene padre humano, porque tiene un Padre celestial; siendo
preexistente al mundo como Verbo eterno, es un don de Dios al mundo, es un don salvífico.
En efecto, "tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado a su Hijo unigénito, para que
quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16-17).
Observación perennemente saludable es la de Jesús a la samaritana: "¡Si conocieses el
don de Dios...!" (/Jn/04/10a). En términos actualizados, esas palabras significan (entre
otras muchas cosas) que la redención del hombre, la liberación de toda la persona (en el
cuerpo y en el espíritu), antes de ser conquista nuestra es don del Padre que se nos ofrece
en Cristo. A nosotros corresponde darnos cuenta de ello y reconocerlo.
La fe en Cristo salvador como don -dimensión subrayada también por
su concepción virginal- debería madurar en una fuerte capacidad de oración y de
esperanza. De oración, ya que no somos autores primarios, sino colaboradores, en la obra
de la salvación. La autosuficiencia, más que construir, envilece. Sería ilusoria toda forma de
ciencia y de técnica si no obedeciese a los impulsos del Espíritu de Cristo, el cual ha dicho:
"Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, da mucho
fruto, porque sin mi no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Y de esperanza..., ¡virtud difícil! En el
seno de una muchacha humilde y pobre, el Espíritu hace germinar al autor de la vida:
"Porque nada es imposible para Dios" (Lc 1,37). El poder divino que produjo la humanidad
del Verbo en María es el mismo poder que resucitará a Jesús de entre los muertos y que
hará victoriosa a la iglesia contra las "puertas del infierno", es decir, los instrumentos de la
muerte (cf Mt 16,18).
Dios -que nos ama siempre el primero y no por nuestros méritos (cf 1Jn 4,10 y Jn 15,16:
"No me escogisteis vosotros, sino que yo os escogí a vosotros...")- es mucho más fuerte
que nuestras limitaciones. Cuando obstáculos insuperables parecen interponerse en su
alianza con el hombre, interviene él para hacer nuevas todas las cosas con sus maravillas
(cf Is 43,19 y Ap 21,5). Él desbloquea situaciones humanamente sin salida. Dios puede
hacer fecundas a mujeres estériles, como lo eran Sara, Rebeca, Raquel, la madre de
Sansón, Ana, Isabel... Tiene poder sobre todo para vivificar la multiforme esterilidad de
nuestros egoísmos, a menudo tan sanguinarios y aterradores. La iglesia, el mundo -como
antaño Israel- se asemejan en ciertas épocas a una inmensa extensión de huesos áridos (cf
Ez 37,111). Pero es en esta imagen de muerte donde se despliega la acción recreadora del
Espíritu de Dios (cf Ez 37,12-14).
La concepción virginal del Hijo de Dios, aunque situada en una línea de continuidad
respecto a las "grandes cosas" realizadas ya en el AT, fue un prodigio que sobrepasó toda
expectativa humana. ¿,Acaso podemos dudar de que el Espíritu está siempre dispuesto a
rehacer un mundo pervertido por el mal? "Hasta que sobre nosotros se derrame el espíritu
venido de lo alto; entonces el desierto se hará como un vergel y el vergel se cambiará en
selva. En el desierto morará el derecho, y la justicia habitará en el vergel. De la justicia
brotará la paz..." (Is 32,15-17).
b) La regeneración de los creyentes como hijos de Dios. Sobre esta segunda faceta del
misterio, Juan es el autor que más luz proyecta. Partiendo de él (aunque es el escritor más
tardío), quizá podamos darnos cuenta mejor de que Mateo y Lucas habían llegado, al
menos en germen, a las mismas intuiciones.
1) Juan. La mención de la génesis virginal del hombre Jesús en Jn 1,13 (en singular) no
es algo aislado; al contrario, está unida tanto con el origen del Verbo antes de la creación
(Jn 1,1-2), es decir, con la divinidad de Cristo (según ya hemos dicho), como con el
renacimiento espiritual de los cristianos como hijos de Dios.
Esta segunda conexión está inherente en la concatenación inmediata de los vv. 12-13: "A
todos los que lo reciben les da el ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre [v. 13], el
cual no de sangre ni de voluntad de hombre, sino de Dios ha sido engendrado" Los dos
versículos así ensamblados sugieren que la generación de los creyentes en la filiación
divina (v. 12) está modelada por la generación virginal del Verbo según la carne (v. 13). La
primera es casi una prolongación de la segunda; la filiación de Cristo es el fundamento, la
fuente y la causa ejemplar de la de los cristianos.
Efectivamente, uno de los temas de fondo de la doctrina juanea es justamente la
regeneración de los creyentes en Cristo; cuando el evangelista describe las modalidades,
se entrevé el nexo que tiene esta enseñanza con el nacimiento del Verbo como hijo del
hombre. Por comodidad didáctica, podemos condensar la materia en cuatro puntos: los
creyentes como hijos de Dios, Ia acogida de la palabra de Dios y el influjo del Espíritu como
agentes de ese renacimiento; la novedad de vida consiguiente a la filiación divina en el
hombre; la iglesia madre, puesto que anuncia la palabra.
3) Lucas. La escena de la anunciación revela que María se convierte en madre del Hijo
de Dios gracias al consentimiento que prestó a la palabra del Señor (Lc 1,38: "Fiat!") y
gracias al vigor del Espíritu Santo, que la hizo fecunda (1,35). Ahora bien, la maternidad de
María parece convertirse en prototipo de la maternidad de la iglesia también en la
catequesis lucana.
- Espíritu Santo y acogida de la palabra de Dios. Como el Espíritu Santo dio vida a la
carne del Hijo de Dios en el seno de María, así el mismo Espíritu actúa haciendo que el
hombre acoja la palabra de Cristo esa palabra que le permite realizar en su propia persona
la generación espiritual de Cristo.
De esta admirable interacción entre palabra de Dios y Espíritu Santo tenemos
declaraciones abundantes en el libro de los Hechos, obra asimismo de Lucas. El testimonio
que la iglesia da de Cristo en la evangelización es mantenido por la energía del Espíritu (He
1,8; cf Lc 24,48-49) enviado por Cristo (He 2,33, cf Lc 24,49) como don pascual que él ha
recibido del Padre (He 2,33, 1,4 cf Lc 8,20; 15,8). Este bautismo en el Espíritu (cf He 1,5)
de los apóstoles y de los discípulos (He 2,1-4) se extiende a cuantos acogen la palabra,
judíos o paganos (He 10,45.47 11,15; 15,8; 19,6). De ese modo la palabra crecía y se
multiplicaba (He 6,7; 12,24), crecía y se robustecía (He 19, 20).
Como epílogo de este sentido arcano de la maternidad virginal de María respecto al
renacimiento espiritual de los creyentes, citamos un pasaje de Tertuliano y otro de san
Máximo confesor, dos voces que sintetizan las numerosas intuiciones patrísticas sobre la
materia.
Tertuliano (+ después del 220) escribía: "Ante todo hay que poner de relieve la razón por
la cual el Hijo de Dios ha nacido de una virgen. Era preciso que naciese de modo nuevo el
que había de convertirse en el autor de un nuevo nacimiento" (De carne Christi 17,2: CCL
2,904).
Y san Máximo (+ 662): "Cristo nace siempre místicamente en el alma tomando carne de
aquellos que son salvados y haciendo del alma que le engendra una madre virgen"
(Expositio orationis Dominicae: PG 90,889-890).
(·SERRA-A. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1984-1999)
MARIA: NUESTRA SEÑORA,
MAESTRA DE FE
Gabino URÍBARRI
«El solo nombre de la Madre de Dios contiene todo el misterio de la economía de la
encarnación» San Juan DAMASCENO 1
a) Disponibilidad
Ya he señalado que María tenía sus propios planes. Unos desposorios no dejan de ser
uno de los momentos cumbre en la vida de cualquier persona. Imagino que los preparativos
en el Nazaret del siglo I supondrían bastante trastorno, como sigue ocurriendo a finales del
siglo xx. Además, a la mujer le correspondería, cuando menos, atender a todo lo relativo al
ajuar del nuevo hogar. La respuesta de María a la irrupción de Dios es la disponibilidad
total: ofrece toda su persona al plan de Dios («He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra»: 1,38). El resultado es una generatividad sin comparación posible. Nadie
más ha traído al Hijo de Dios al mundo ni puede llamarse «Madre de Dios» (DS 251, 301).
En la medida en que María se deja habitar totalmente por el Espíritu de Dios, se hace
capaz de alumbrar al mismo Dios desde dentro sus propias entrañas.
La disponibilidad de María resalta en comparación con la de
Zacarías 8. María no pone ninguna dificultad, ni pide ningún signo especial, ni insiste en
que ella no resulta adecuada para este propósito. Zacarías, por su parte, había respondido
al ángel: «¿En qué lo conoceré'? Porque yo soy viejo y mi mujer de avanzada edad...»
(1,18). María no ha pedido un signo que pruebe la verdad de lo anunciado por el ángel, no
ha requerido una ayuda para cerciorarse. Dios no tiene que apabullarla con su fuerza y su
señorío para doblegarla. La pregunta de María -«¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón'?»: 1,34- está ya abierta a la colaboración.
b) Humildad
María ocupa un papel absolutamente destacado, casi disparatado en el
plan de Dios. Sin embargo, ni su comportamiento ni sus actitudes contienen brizna alguna
de afectación, de vanagloria, de jactancia, de autoglorificación, de engreimiento, de
soberbia. Nada más ajeno para aquella que se entiende a sí misma como la esclava de su
Señor (doúle: 1,38.48), como su sirvienta incondicional.
La humildad de María no es falsa. No es que María esté convencida en su fuero interno
de su propia valía y, sin embargo, se disfrace de humildad para quedar bien o para no
aparecer afectada. María, que reconoce su lugar en el plan de Dios, sabe que Dios se ha
fijado en ella. No obstante, y porque sabe también que Dios es el protagonista verdadero y
absoluto, no teme proclamar la obra que Dios hace en ella. Así lo proclama en el
Magníficat, donde no oculta el lugar que a ella le corresponde: «porque ha mirado la
humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada» (1,48).
La humildad es camino obligado para obsequiarnos a Dios. María lo siguió aprendiendo
a través de su vida. La Iglesia pascual ha querido transmitirnos algunos rasgos del
aprendizaje constante de María, por ejemplo, con la escena del niño perdido en el Templo.
María no entiende el proceder de Jesús (/Lc/02/48-50). Y es que Jesús no es propiedad
particular de nadie ni se somete a nuestros gustos. No entendemos de antemano, y a veces
tampoco a posteriori, las historias en que nos involucra ni el sentido del sendero por donde
nos conduce. María, como nosotros, ha de ir actuando continuamente esta humildad ante
los sorprendentes planes de Dios.
c) En marcha
La anunciación no ha dejado a María como pasmada y alelada. No se queda mirando al
cielo ni recogida en su casa. El contacto con Dios la ha puesto en marcha, le ha dado alas.
Justo después de la Anunciación, Lucas utiliza dos verbos y un adverbio de movimiento:
«En aquellos días, se levantó (anastsa) María y se fue (eporeúthe) con prontitud (spouds) a
la región montañosa, a una región de Judá» (/Lc/01/39).
El significado de anístemi es «ponerse en pie», y su raíz se emplea para hablar de la
resurrección, que en griego se dice anástasis. No creo que sea ir demasiado lejos
columbrar que María «se levanta» a una vida nueva en el Espíritu, a la vida nueva de la
resurrección. María es movida por el Espíritu. El otro verbo, poréuo -que aparece con
mucha frecuencia en los evangelios-, suele significar, en la voz pasiva y en la voz media,
caminar, desplazarse, marchar de un lugar a otro. María inicia una nueva andadura de
creyente, una peregrinación. El adverbio, spouds, connota la combinación de prisa y
entusiasmo: una prisa entusiasmada o un entusiasmo impaciente. Es lo que hoy,
castizamente, se diría «marchosa».
d) Alabanza
«Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador»
(/Lc/01/47).
María se pone en marcha para alabar a Dios. La respuesta del ser humano a Dios
culmina en la alabanza y en la adoración 9. Quien alaba de corazón no puede menos que
ponerse incondicionalmente al servicio. Quien alaba reconoce la majestad absoluta del
Señor, a quien canta y ante quien se postra anonadado. Quien alaba se sabe
absolutamente superado, desbordado y sin derecho alguno que exigir. Quien alaba vive
deslumbrado y exulta por las maravillas que graciosamente le ha sido concedido vislumbrar.
Quien alaba percibe que el misterio ante el que está es mucho mayor de lo que se puede
imaginar, de lo que su propia fantasía puede alcanzar.
CRISTINA KAUFMANN
Carmelita Descalza.
Siempre que me pongo a escribir algo, no puedo menos de confesar mi absoluta indigencia;
no es retórica, no es una fórmula: es una necesidad de mi conciencia decir que no me siento
preparada para decir nada, a la vez que me invade también un extraño gozo al escribir. Creo que
se parece al balbuceo del niño que se siente feliz al pronunciar sus primeras palabras, inteligibles
sólo para quien está en estrecha unión de amor con él. Así me siento en unión de amor con los
que van a leer esto, y este amor, que no es otro que el de Dios mismo, hará que se entienda algo
de la Palabra, presente aquí y única que da elocuencia a toda palabra humana.
Introducción
El camino de la fe de María es el prototipo del camino de todo creyente. Es el itinerario que
dibuja una circunferencia: tiene su punto de partida en la luz misma de Dios, anunciada de parte
de El, y vuelve, después de su trayecto a través de la noche de la vida, a la felicidad de la plenitud
de gloria divina. El camino de la fe es el camino de la felicidad, "aunque de noche"; es la
expresión de la paradoja de la vida humana, llamada por Dios a la existencia feliz en comunión
con El y conducida por El a través de la historia oscura.
Este itinerario no es otro que Cristo Jesús, que se autodefine como "el Camino" (cfr. Jn
14,6). Por eso, si pensamos sobre el camino de la fe de María, nos encontramos inmediatamente
con el misterio de Cristo, que para Ella también es "el Camino". Ella nos acerca a la persona de
Cristo, y en El a la plenitud de felicidad y luz que toda vida humana anhela en lo más profundo
de su ser. Sólo una gran alegría, sólo el anuncio de un gozo, de una felicidad, es capaz de suscitar
fe. Una buena nueva, la que nos toca en lo más íntimo de nuestro anhelo vital, la que pronuncia lo
que duerme como destino definitivo en nuestra existencia, lo que llamamos "felicidad", es capaz
de suscitar adhesión, entrega, respuesta, confianza, amor. Es capaz de ponernos en camino, de
llenarnos de energía y entusiasmo y también de fortaleza ante las adversidades del camino; sólo
un anuncio de alegría es capaz de invitarnos a vivir la existencia como itinerantes, sin desesperar
y sin sucumbir a la tentación de lo absurdo.
Necesitamos saber que algo, alguien, nos ha dicho una palabra feliz para caminar hacia la
felicidad que ya está presente en nuestro profundo ser y se manifiesta en plenitud al final del
viaje. María nos enseñará en su peregrinación de la fe quién le ha dicho la Palabra de felicidad y
de alegría y qué palabra es la que se le ha "dicho", para poder caminar desde ella hacia la plenitud
de la felicidad.
La alegría es revelación de Dios; la felicidad sentida, vivida, es la iniciativa de Dios en el
diálogo con el hombre. La alegría, tal vez, es el lugar privilegiado donde se puede "aprender" y
descubrir y avivar la fe, el "temor de Dios". María es para nosotros ejemplo perfecto de la
persona humana que acoge la iniciativa del diálogo con Dios. Es heredera de la fe de su pueblo y
condensa en sí todo el peso de fe de sus antepasados. En el inicio del camino de fe de Abraham
está el anuncio de una alianza eterna, de una felicidad perpetua, expresada en la posesión del país
y en una descendencia innumerable. En el fundamento de la fe de Isaac, de Jacob, en la fe de los
profetas, ¿no encontramos siempre el don de un gozo, la revelación del amor de Dios, sentido
como alegría, que prefigura el último destino -y la meta de los más secretos anhelos de la persona
a la que Dios dirige su palabra?
Toda fe tiene su origen en la Santísima Trinidad, que es el anuncio inefable de una "buena
nueva" entre las tres personas. Cristo, como Jesús Hombre, no puede tener fe en el Padre, dada su
conciencia de la filiación divina, pero sí confianza, sí entrega, apertura total, todo el intercambio
de amor que supone una buena noticia intra trinitaria. Cristo, en su preexistencia en la Trinidad,
tiene una experiencia de alegría inefable que le acompañará en su preexistencia y que se
manifiesta en El en la absoluta confianza y entrega al Padre, desde la encarnación hasta la muerte
y resurrección.
El camino de la fe de María está comprendido, pues, dentro de este movimiento circular
que dibuja su itinerario: desde la Trinidad a través de la preexistencia, a semejanza de su Hijo,
para volver a la vida trinitaria en plenitud, en su gloriosa asunción. La peregrinación de María es
como un sacramento del camino o movimiento en la Trinidad; su identificación absoluta y exenta
de pecado con su Hijo hace de Ella la criatura perfecta que realiza en la creación, y como
prototipo de la creación redimida, la danza del amor, el movimiento de entrega recíproca,
participando de la realización divina de todo esto en Cristo. Y su peregrinación nos conduce a
nosotros, en último término, al interior de la peregrinación eterna de amor de las tres personas, en
camino de amor la una hacia la otra en el misterio.
La inmaculada concepción de María, la anunciación, la vida oculta y pública, la pasión,
muerte y resurrección de su Hijo, el nacimiento de la Iglesia y la maternidad espiritual en ella, su
presencia en ella a la espera del Espíritu Santo, son la peregrinación de la criatura perfecta que
sale de la Trinidad y vuelve a la Trinidad. En Ella podemos, debemos, leer nuestro propio
itinerario, que no es diferente, que participa de todas las vicisitudes del suyo, en el que encuentra
su comienzo nuestra fe. Somos llevados por la mano de María en nuestro camino; ella precede el
gran éxodo de todos los creyentes, condensa en sí toda la fe de su pueblo y prefigura y encierra
toda la fe del nuevo pueblo de Israel. La experiencia de María de la peregrinación en la fe es
fundamento para toda experiencia de fe en la Iglesia, para todo creyente, solidaridad que radica
en la unión única y total de María con Jesús, en su maternidad física, abierta a la maternidad
universal por su total entrega en fe a la persona de su Hijo y, en El, a todos los hermanos.
Conclusión
"Yo soy el Camino..." (Jn 14,16). Esta afirmación de Jesús sobre sí mismo es el resumen
más perfecto que encuentro para expresar "el camino de la fe de Ma@a". Es el misterio de Cristo,
camino que Ella recorrió con singular fidelidad, con total identificación. Nos muestra el camino,
nos muestra a Jesús. Poseída por la Trinidad, ella camina desde la felicidad de la plenitud de
gracia, a través de la creciente oscuridad que acompaña la cercanía del misterio divino en la vida
humana, hacia la felicidad de quien no tiene otra aspiración que la de responder y colaborar a los
designios de Dios Padre, venciendo así al dolor y a la muerte.Así nos precede ella en la gloria de
la asunción, está presente en el corazón de nosotros, los creyentes, como lucero del alba de
nuestra noche de fe, que avanza en la vida hasta que la total tiniebla de la muerte nos desvele la
gloria cuya semilla llevamos dentro de nosotros, por el viático del Cuerpo y Sangre de Cristo
Jesús, que es cuerpo y sangre de María.Nuestro camino de fe es el caminar sostenido y
alimentado por el Misterio de Fe, la Eucaristía, donde se funde nuestro peregrinar con el de María
y donde el Espíritu de Jesús nos incorpora ya ahora, en fe, a la vida feliz de la Trinidad, donde
tiene su solaz todo cansancio, y todo peregrinar su hogar encendido en vela.
(·Kaufmann-Cristina. _SAL-TERRAE/87/10. Págs. 695-706)
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MARÍA
LA MUJER CREYENTE
S. Cipriani
1. La fe hoy
Antes aún de que Jesús anunciase al mundo las bienaventuranzas, María fue solemnemente
proclamada bienaventurada por Isabel con ocasión de su visita a la pariente lejana:
"Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que le han dicho de parte del Señor"
(Lc 1,45).
Así pues, la fe es la nota más característica de la actitud espiritual de María, que la abrió a
la acción de Dios y permitió que el proyecto de Dios se realizara en ella y, por medio de ella,
en todos nosotros. Cristo es esencialmente el fruto de esa fe paradójica y heroica, que es
don y conquista al mismo tiempo.
1. DIFICULTAD DE CREER.
Creer no ha sido nunca fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para
aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras: creer significa enfrentarse
con una realidad que nos trasciende; más aún, que nos invita también a trascendernos.
Todo esto podía ser en parte también fácil cuando el sentido de lo divino impregnaba a los
hombres, cuando la sociedad estaba tradicionalmente imbuida de valores religiosos; pero ahora
que el hombre de la edad tecnológica y de las conquistas espaciales ha descubierto la embriaguez
del dominio sobre las cosas y sobre los mismos mecanismos de la vida, tiene la clara sensación
de haberse convertido él mismo en la medida de todas las cosas. La fe, más que una cosa absurda,
se presenta hoy como una cosa inútil. Quizá aquí está precisamente la diferencia entre la
secularización generalizada de hoy y la incredulidad de otros tiempos.
2. NECESIDAD DE CREER.
Por otra parte, el hombre moderno, más que en el pasado, se
siente atormentado por la necesidad de creer, ya que todas las realizaciones del progreso
van poniendo cada vez más de manifiesto su pobreza y su precariedad, dejando sin
solucionar los problemas de fondo de la existencia. En efecto, precisamente debido al
progreso, la humanidad dispone hoy por primera vez de instrumentos de autodestrucción
total; el bienestar tan difundido y tan anhelado por todos crea una cadena de necesidades
artificiales que son incapaces de resolver los recursos económicos de los diversos países.
3. EJEMPLARIDAD DE LA FE DE MARÍA.
Para una recuperación del sentido de la fe y para su inserción concreta en la vida
de cada día, dejándose guiar exclusivamente por la iniciativa de Dios, resulta ejemplar la
experiencia espiritual de María. Más que cualquiera de nosotros, ella se encontró frente al
carácter casi absurdo de la fe. Si el hombre de hoy tiene sus propias dificultades para creer
por las razones que acabamos de señalar, mayores fueron las dificultades que encontró
María por razones totalmente distintas. Su ejemplo es significativo para todos nosotros.
Por otra parte, lo que fue María incluso simplemente como mujer, es exclusivamente fruto
de su fe; por eso es evidente en ella lo que puede producir la fe aun en términos de
crecimiento humano. La fe no mortifica, sino que hace más grande todavía lo que es
meramente humano.
Por eso mismo todas las personas deberían desear al menos creer: precisamente para
ser más hombres.
1. LA FE DE MARÍA EN LA ANUNCIACIÓN
Según el evangelio de Lucas, María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe. Ya
las primeras palabras del ángel, que no son tanto un saludo como una descripción de su
ser delante de Dios, la sumergen en la fe: "Salve, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28).
Su turbación ante este saludo; (v. 29) es la turbación de quien se ve como invitado a
interpretarse y a leerse de manera distinta de como se ha interpretado siempre. La
expresión llena de gracia, según el tenor del texto original, tiene que entenderse: Tú, que
hasta ahora has sido siempre objeto de benevolencia, de amor por parte de Dios. Y esta
opción amorosa no es de ahora, sino de siempre; en efecto, el participio perfecto griego
que aquí se utiliza: (kejaritoméne) sirve para significar un gesto de amor que no comienza
ahora, sino que tiene sus orígenes en la eternidad de Dios.
Adónde conduce esta elección divina es algo que se dirá en los versiculos siguientes, en
los que se preanuncia su divina maternidad. Pero entretanto María se ve invitada a
autocomprenderse en esta nueva dimensión ontológica, que tanto la sorprende hasta
perturbarla. Sólo la fe le permite aceptarse por lo que el ángel dice que ella es en el plan de
Dios: el misterio, podríamos decir, antes que de Dios, parte de ella misma, en cuanto
situada de una forma nueva. que antes ni siquiera se sospechaba, delante de él.
Pero es sobre todo la continuación del diálogo con el ángel lo que la sumerge en el
misterio más denso. Es su maternidad mesiánico-divina, que le anuncia el ángel, la que la
lleva fuera de las posibilidades normales de los seres humanos: "Deja de temer, María,
porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás
por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, el Señor le dará el trono de
David, su padre, reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (/Lc/01/26-
38).
A pesar de toda la reelaboración teológica del evangelista, creo que no se puede negar
que aquí se presenta a María la maternidad del Mesías , tal como había sido predicha por el
profeta Natán (2Sam 7,1; cf también Is 9,6), con acentuados caracteres divinos ("será
llamado Hijo del Altísimo"): algo que difícilmente María, dada la humilde consideración que
tenía de sí misma, podía ni siquiera plantearse como hipótesis.
Además, resulta más difícil pensar en algo por el estilo si se considera su actual posición
de mujer que, aunque desposada con José (cf 1,27), de hecho, por un motivo o por otro no
intentaba usar del matrimonio. "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34). Si
Dios no la orienta hacia otras opciones, que en todo caso sería preciso que le aclarase, su
maternidad resulta humanamente imposible.
Pero es precisamente el camino de esta imposibilidad el que Dios elige, para demostrar
que en realidad todo le es posible, como dirá el ángel al final de su mensaje (cf v. 37). De
este modo la fe se convierte en la única actitud espiritual que permite a María convivir con
su propio misterio: una opción libre de la virginidad que, por la voluntad y el poder del
Altísimo, se convertirá en fuente de vida. Se trata de un prodigio mucho más grande que el
que se verificó en Isabel, que, a pesar de ser estéril, engendraría a Juan Bautista por la vía
normal de la relación conyugal.
Además, en el caso de María la provocación de la fe no se detiene aquí: su maternidad
es divina no solamente por ser virginal, es decir, sin concurso de varón, sino sobre todo
porque el hijo que nacerá de ella es el mismo Hijo de Dios. Aquí el misterio es mucho más
grande. Sin embargo, es éste precisamente el sentido de las palabras del ángel, al menos
en la reinterpretación del evangelista: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y llamado Hijo de
Dios" (Lc 1,35).
Las últimas expresiones quieren subrayar la naturaleza divina de Jesús, motivándola por
el hecho de que incluso biológicamente su ser deriva del poder del Espíritu que se presenta
aquí, junto con María, como el principio generador de Cristo. ¿Cómo habría podido ser Hijo
de Dios un hombre que hubiera tenido un padre terreno?
En este punto queda claro que la fe se convierte para María en la única medida para
aferrar no sólo su propio misterio, sino el de su mismo hijo: un puro don que Dios le ha
hecho no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todos. Por esto el ángel Ie
había dicho: "Le pondrás por nombre Jesús" (Lc 1,31), con referencia a su misión de
salvación implícita en el nombre; en efecto, Jesús significa Dios es salvación. Mientras se
le ofrece ese Hijo, al mismo tiempo se le expropia, como resultará claramente por la
continuación del evangelio.
Las palabras con que María da su asentimiento al anuncio del ángel dicen la consciente
aceptación de su función de mujer creyente, ante el desafío de una realidad y de un
conjunto de acontecimientos que están más allá de la medida que la inteligencia, el
equilibrio y el sentido común pueden de alguna manera penetrar e incluso controlar: "He
aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc 1,38).
Ciertamente, estamos aquí ante una confesión de humildad, pero sobre todo ante una
confianza total en la palabra de Dios que, precisamente porque no encontrará el más
mínimo obstáculo o una sombra de vacilación en el corazón de María, se convertirá de
manera absoluta en palabra creadora.
Efectivamente, no son pocos los estudiosos que ven en el fiat de
María una analogía como el fiat de la creación. La nueva creación comienza con un gesto y
una actitud de fe paradójica; aquí Dios envuelve plenamente a María para la obra nueva
que está para iniciar, mientras que "al principio" (cf Gén 1,1) actuó solamente su palabra
todopoderosa.
2. EN Et NACIMIENTO DE JESÚS.
Todos los demás acontecimientos de la vida de María pueden
comprenderse tan sólo a la luz de la fe, que le hace palpar el sentido de las cosas y el
signo de la presencia de Dios incluso en donde, humanamente, podía parecer que no había
ningún sentido o que Dios se había ocultado de alguna manera.
Pensemos en el nacimiento de Jesús en las condiciones tan precarias que nos describe
Lucas: nace fuera de su casa, con ocasión de un censo que obliga a María y a José a
desplazarse fatigosamente de Nazaret a Belén de Judá, lugar de origen de la estirpe
davídica. de la que descendía José: "Mientras estaban allí, se cumplió el tiempo del parto y
dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no
había sitio para ellos en la posada" (/Lc/02/06-07).
Esta extrema pobreza, ¿no era también una prueba para la fe de María, a quien el ángel
había anunciado el nacimiento del Mesías , un Mesías tan pobre que ni siquiera tenía casa
propia y que recibía tan sólo el homenaje de unos humildes pastores? ¿En qué consiste
entonces ese reino que había mencionado el ángel? (cf Lc 1,32-33). ¿No se habría
engañado ella al interpretar esas palabras?
La indicación que añade Lucas en este punto de su relato es significativa de la actitud de
María, que considera los acontecimientos con ojos de fe, pero también críticamente: ella
quiere comprender lo que se esconde en ellos. Las apariencias parecen desmentir su fe;
pero la densidad más profunda de las cosas la mueve a creer incluso más fuertemente:
"María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (/Lc/02/19).
Esta meditación de María no era ni mucho menos intimista y tranquilizante, sino una
búsqueda tormentosa del sentido de los acontecimientos, que ella se empeña en explorar
porque está segura de que Dios no puede haberla engañado ni puede decepcionarla.
4. EN OTROS EPISODIOS.
Sobre todo en su vida pública Jesús subrayará repetidas veces esta autonomía respecto
a su madre. Y esto por un doble motivo. El primero para reivindicar la primacía absoluta de
su Padre celestial, recortando el papel de la madre; no olvidemos lo que nos recordaba
anteriormente Lucas,. o sea, que Jesús es verdaderamente el fruto del Espíritu antes de ser
el fruto del seno de María (cf Lc 1,42). El segundo motivo podríamos decir que es de orden
pedagógico precisamente respecto a su madre: educarla en una dimensión de fe cada vez
más profunda, precisamente porque los caminos a través de los cuales lo va a conducir el
Padre son caminos nunca recorridos e imprevisibles, que una madre, aunque sea de la
grandeza espiritual de María, no querría que recorriera nunca su hijo.
Lucas tiene en este aspecto dos episodios muy significativos. El primero es común a los
tres sinópticos (cf /Mt/12/48-50; /Mc/03/31-35); es el episodio de los parientes de Jesús
que quieren librarlo de la agitación de las turbas: "Su madre y sus hermanos llegaron
adonde Jesús y no podían acercarse a él a causa de la multitud, y se lo anunciaron: "Tu
madre y tus hermanos están ahí fuera v quieren verte". Mas él respondió: "Mi madre y mis
hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen"(/Lc/08/19-21).
El segundo episodio es exclusivo de Lucas y nos describe el sentimiento de admiración
de una mujer del pueblo al oír hablar a Jesús: "Dichoso el seno que te llevó y los pechos
que te amamantaron". Pero él le dijo: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de
Dios y la practican" (/Lc/11/27-28).
En ambos episodios Jesús insiste en su alejamiento de los lazos de parentesco que lo
intentan encerrar en la lógica exclusiva o al menos preeminente de la carne y la sangre,
mientras que exalta una nueva forma de parentesco en donde el elemento de agregación
es la atención dócil a la palabra de Dios. No es esto ciertamente renegar de la función de
María en su vida, sino la exaltación de su fe y una invitación a profundizar cada vez más.
No hay limite para la fe de nadie, ni siquiera para la de la madre de Jesús: ¡la fe requeriría
también de ella mucho más!
Aquellas paradojas que María había cantado en el Magníficat y que ponen a prueba la fe
más robusta valían no sólo para el momento en que ella explota en la alegría de su cántico,
sino que seguirían siendo válidas para toda su vida y la vida de su Hijo: "Ha derribado a los
poderosos de sus tronos y ha levantado a los humildes" (/Lc/01/52). Cristo conquistó su
realeza únicamente cuando se dejó clavar en la cruz.
Pero no es fácil aceptar estas paradojas, sobre todo cuando nos afectan en primera
persona. También María tuvo que penar para vivir la atormentada teología de la fe,
expresada por ella tan admirablemente en el himno del Magníficat.
5. EN EL EVANGELIO DE JUAN.
Juan confirma plenamente el mensaje de Lucas sobre la fe de María. Sea cual fuere la
interpretación que haya que dar del episodio de las bodas de Caná, lo cierto es que todo él
se sostiene sobre la fe de María. No tendría sentido, fuera de una solicitación de fe, su
alusión preocupada a la situación de apuro de aquellos esposos, aun cuando no se la
quiera entender como súplica: "No tienen vino" (Jn 2,4). De una manera o de otra, es un
intento de implicar al Hijo en aquel problema. Sobre todo las palabras que dirige a los
sirvientes: "Haced lo que él os diga" (v. 5), se mueven en una perspectiva de fe; ella está
segura de que Jesús hará algún gesto o dirá alguna palabra que cambie la situación.
Está además el episodio de María al pie de la cruz, con la densidad de significado
teológico que intenta darle Juan, poniendo de nuevo en evidencia la fe de María.
En Juan esta fe destaca de una doble manera: primero, porque sólo él nos habla de la
presencia de María al pie de la cruz, en donde la fe de los discípulos y ciertamente también
la de María —se ve sometida a la prueba más dura; y en segundo: lugar, porque si aquellas
palabras de Jesús moribundo: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,27), significan y expresan la
universal "maternidad espiritual" de María, como opinan muchos exegetas, María se ve
invitada aquí a ensanchar los horizontes de su fe mucho más allá de la persona del Hijo
moribundo, que sólo en apariencia parece ser el vencido, mientras que en realidad es el
verdadero vencedor. Su corazón, en este mundo, se ve invitado a abrirse al mundo entero,
con fe plena en las palabras testamentarias del Hijo.
1. ITINERARIO DE FE.
Siguiendo a María a través de las diversas etapas de su itinerario terreno, se pone de
manifiesto su constante y radical confianza en Dios, de forma que parece que, a pesar de
ser todo él fruto de la gracia, es al mismo tiempo: obra de la colaboración propia de María al
proyecto de Dios. Escribe el concilio, comentando las palabras de la anunciación: "De este
modo María, hija de Adán, consintiendo en la palabra divina, se convirtió en madre de
Jesús y, abrazando con toda su alma y sin peso alguno de pecado la voluntad salvífica de
Dios, se consagró por completo como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo,
sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios
todopoderoso. Con razón, pues, piensan los santos padres que María no fue un
instrumento meramente pasivo en manos de Dios, sino que cooperó a la salvación del
hombre con fe y obediencia libres. En efecto, como dice san Ireneo, "obedeciendo se hizo
causa de salvación para sí misma y para todo el género humano". Por eso no pocos padres
antiguos afirman de buen grado con él en su predicación que "el nudo de la desobediencia
de Eva fue desatado por la obediencia de María, que lo atado por la virgen Eva con su
incredulidad lo desató la virgen María mediante su fe" (LG 56).
Todo el peso de este texto me parece que consiste en la afirmación de la libre y
consciente cooperación de María en la obra de la encarnación y de la redención; aun
habiendo sido prevenida por Dios, no fue ni mucho menos un instrumento meramente
pasivo en sus manos. La analogía con la figura de Eva hace ver su plenitud de
responsabilidad; lo mismo que no hubo ningún fatalismo en la caída, tampoco pudo haber
ningún fatalismo en la redención, que pasa por el asentimiento libre de María.
M/CORREDENTORA: Más tarde, describiendo las no fáciles relaciones de María con su
Hijo durante su vida pública, cuando él parece renunciar a los estrechos lazos humanos
que lo vinculan con su madre, o por lo menos trascenderlos (cf Mc 3.35; Lc 11,27-28), el
texto conciliar comenta: "Así avanzó también la santísima Virgen en la peregrinación de la fe
y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin un designio
divino, se mantuvo de pie (cf Jn 19,25), sufriendo profundamente con su unigénito y
asociándose con entrañas maternales a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la
inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).
También aquí es fácil ver cómo el concilio pone de relieve la dolorosa colaboración de
María en el plano de la redención; ella se encuentra ante situaciones totalmente
imprevistas, cuya racionalidad no le es dado comprender humanamente fuera de la
convicción profunda de que Dios lleva hacia adelante, a través de esos itinerarios
imprevistos, su designio de salvación.
IV. Actualizaciones
Las últimas consideraciones nos abren ya el camino a unas rápidas reflexiones sobre la
actualidad que encierra este mensaje.
— a) La fe de María fue una fe difícil, como ya hemos dicho. Si es verdad que Dios hizo
en ella "cosas grandes" (Lc 1,49), no debemos olvidar que también ella estuvo plenamente
a la altura de la tarea que le había sido confiada. Y la dificultad de su fe se refiere tanto a
su maternidad divina y virginal al mismo tiempo como a la capacidad de convivir
permanentemente con el misterio.
Yo vería una analogía entre nuestra fe y la de María
precisamente en la dificultad de convivir con el misterio, pero por razones completamente
distintas de las de María. Nuestra dificultad de creer hoy, como indicábamos al principio de
esta exposición, se ve sometida a prueba ante el hecho de que el misterio no parece tener
ya ningún espacio en nuestra cultura tecnológica; todo queda reducido a la medida de lo
programable y de lo verificable. Precisamente por eso es necesario realizar un esfuerzo
continuo por penetrar más allá de las cosas, incluso de las programadas, para leer sus
significados más profundos. El sentido del misterio radica precisamente en la capacidad
que tienen las cosas de remitir a algo que las trasciende para el que está disponible en la
fe.
1. DESARROLLO HISTÓRICO.
Si la doctrina acerca de la mediación de María ha tenido
una verdadera sistematización teológica solamente en los últimos sesenta años y,
consiguientemente, el titulo de mediadora ha adquirido contenidos doctrinales específicos y
precisos, la invocación suplicante a María como expresión de confianza en su protección
tiene un origen antiquísimo en la iglesia. A este respecto basta recordar las invocaciones
del tropario mariano Sub tuum praesidium, que críticos cualificados hacen remontar al s.
III-IV, y que expresa una creencia clara en la intercesión de María madre de Dios: creencia
que ha ido precisándose cada vez más bajo el impulso de los padres y doctores de la
iglesia y que desde finales del s. VI ha utilizado con significados cada vez más precisos y
definidos el título de mediadora. Este título se hace cada vez más frecuente a partir del s.
XII, aunque solamente en el s. XVII comienza a enunciar una auténtica tesis doctrinal,
apareciendo finalmente en nuestro siglo en obras y artículos relativos a la función materna
de María en la intercesión y distribución de gracias.
A partir de 1921, en el marco del proyecto de la iglesia belga para la definición
dogmática de la mediación, se desarrolla en torno al tema una amplia y cualificada
producción teológica, que irá multiplicándose y cualificándose cada vez más hasta 1950. En
1921, el card. Mercier, arzobispo de Malinas con la colaboración científica
litúrgico-teológica de la universidad de Lovaina y con el apoyo del episcopado belga, de
todo el clero y de los fieles, así como de las diversas familias religiosas, pidió la aprobación
de la misa y del oficio propios en honor de María mediadora y presentó la petición para la
definición dogmática de la mediación universal de María. En 1922 Benedicto XV concedió a
las diócesis de Bélgica, y a cuantas lo pidieran, la celebración litúrgica de la misa y del
oficio, pero no tomó posición acerca de la definición. Los papas sucesivos, hasta Pío Xll,
siguieron en esta linea, pero la cuestión teológica de la mediación será luego sustituida por
la de la corredención y la asunción, aunque sin perder su carácter orgánico y su actualidad.
a) Proclamación oficial y solemne de la función materna de María para con los hombres.
La función materna de María para con los hombres es proclamada explícita y
repetidamente por el c. VIII de la LG, ya que ella no es solamente la madre de la cabeza,
sino que además ha cooperado con la caridad al nacimiento de los fieles en la iglesia y es
verdaderamente madre de los miembros de Cristo. En esta cooperación María no ha sido
instrumento pasivo en las manos de Dios, sino que ofreció una aportación responsable y
activa a través de un servicio libremente expresado y con fe, esperanza y caridad (LG
53.56). Esta maternidad espiritual de María no se limita a su cooperación histórica, como
madre, socia y esclava, a la obra de Cristo, es decir, a la sola obtención de la gracia, sino
que perdura sin solución de continuidad también después de su asunción al cielo y hasta la
perpetua coronación de los elegidos. Se manifiesta, bien a través de una múltiple
intercesión para obtener a los hombres los dones de la salvación eterna, bien a través de la
solicitud materna por sus hijos que se encuentran aún en medio de los peligros y los afanes
de la vida (LG 61-62). Aunque presenta esta función materna como misión salvífica, el
concilio evita conscientemente pronunciarse acerca de la necesidad, física o moral, de la
misma por lo que se refiere a la intercesión y la distribución de todas las gracias, y ello
tanto para no generar equívocos con la única mediación de Cristo como para no avalar
posiciones teológicas todavía en discusión.
Conclusión
El desarrollo de la problemática teológica —desde 1920-21 hasta hoy— a propósito de
la mediación de María por los hombres en relación con las gracias, ha seguido en estos
tres cuartos de siglo las variaciones metodológicas y de contenido experimentadas en el
campo general de la teología y ha sufrido un profundo proceso de revisión por parte del Vat
II. Si la teología preconciliar, esencialista y sistemática, consideró la mediación de María
principalmente en una perspectiva vertical con finalidades salvíficas sobrenaturales, o sea,
relativas a la adquisición, impetración y distribución de todas las gracias encaminadas a la
escatología del hombre, la posconciliar, más existencialista e histórico-salvífica, con sus
instancias eclesiales, histórico-sociológicas y antropológicas, ha querido y quiere
considerar la función materna de María en pro de los hombres en una linea también
horizontal y humana, que abarque toda la gama de su ser y de su obrar antes de llegar a la
gloria futura. Justamente el concilio ha dado indicaciones para que la función materna de
María no llegue a restringirse, solamente en términos de cooperación, a la adquisición, la
intercesión y distribución de todas las gracias, y menos aún a los términos afectivos y
sentimentales de solicitud materna por los necesitados y por las carencias individuales o
familiares de los hombres. Debe expresar todo tipo de influjo salvífico ejercitado por María
desde el tiempo de su vida histórica hasta la parusía del Señor: su continuo compromiso
por la realización de la iglesia, su asistencia y su guía para el rescate de la historia del
hombre y de la sociedad humana de toda forma de proceso de involución y de degradación,
su ejemplo y su ayuda para la promoción y liberación de todo el ser humano, varón o
hembra, de toda situación de opresión, servidumbre y prejuicio. Las últimas instancias de la
mariología contemporánea se mueven en esta linea y ofrecen una presentación más creíble
y aceptable para la religiosidad de hoy de la misión perenne de María en pro de los
hombres.
(·MEO-S. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1304-1319)
...............................
NOTAS:
1 Este simposio, organizado por la Pont. Fac. Teológica "Maríanum", tuvo por tema "La función de María en el
hoy de la iglesia y del mundo". Participaron en él los más importantes mariólogos de todo el mundo. Las
actas fueron publicadas por la misma Facultad en 1979, por Ediciones 'Marianum' con el mismo titulo del
simposio
2 Una sola vez se encuentra el titulo mediadora, pero junto con los de abogada, auxiliadora, socorredora, con
el significado que les dieron los padres de la iglesia, y no en la acepción dada por los teólogos estos últimos
años.
3 Cf LG 62. Falta, sin embargo, una precisión del concepto de mediación. El concilio evita profundizar este
concepto mediante una adecuada exégesis de los textos paulinos, y se tiene la impresión de que se le
presenta como sinónimo de salvación y de redención; más aún, que expresa un aspecto particular de éstas.
Por lo tanto, a este propósito el concilio no da ningún paso nuevo en relación a la teología del tiempo.
EL CAMINO DE LA BELLEZA
PARA ACCEDER A MARÍA
S. de FIORES
I. El misterio de la belleza
La belleza se contempla, no se define. Más que la palabra, le
conviene el silencio. Tan sólo nos podemos acercar a ella por aproximaciones. La belleza no
soporta ni siquiera parangones. Hay una primacía de la belleza con la que se compagina
también lo bueno y lo verdadero. Por eso, según la filosofía perenne, verum, bonum et
pulchrum convertuntur.
No es casualidad que cuando una persona descubre una verdad, lleno de asombro
exclame: "¡Qué hermoso!" Así ocurre cuando uno se encuentra ante una puesta de sol
como ante una teofanía; así ocurre ante un gesto de perdón por obra del amor.
"¡El misterio de la belleza! Hasta que la verdad y el bien no se han convertido en belleza,
la verdad y el bien parecen permanecer de alguna manera extraños al hombre, se le
imponen desde fuera; el hombre se adhiere a ellos, pero no los posee; exigen de él una
obediencia que en cierto modo lo mortifica. Cuando realmente ha conseguido la verdad y el
bien en una posesión plena y pacífica, entonces toda mortificación y todo esfuerzo
desaparecen; entonces todo su ser, toda su vida no son más que un testimonio, una
revelación de la perfección alcanzada. Este testimonio y esta revelación es precisamente la
belleza.
Perfección, plenitud, armonía; posesión del bien y de la gloria; participación y revelación
del ser: todo esto son señales en el camino de lo bello, momentos a su vez de belleza. Más
que el poder, más que la riqueza, más que el mismo amor.
El arte, finalmente, no es más que el gesto de captar el momento supremo de la belleza
para exteriorizarlo en la forma: es ese instante deslumbrador, instante de eternidad captado
a través de la figura y de la imagen. Como para Francisco herido por el serafín, que se
pone a cantar; como para el éxtasis de Teresa. Es aquel infinito de Leopardi, alcanzado a
través de la superación de la valla: poesía como exaltación de otro naufragio en otro
Infinito: "¡Oh luz eterna que sola en ti moras, / sola te miras y te entiendes sola / y
entendiéndote te amas y sonríes!" (D. Alighieri, La divina comedia, Paradiso XXXIII,
124-126)
Se trata siempre de un único naufragar. Como cuando la Virgen compuso su Magnificat,
haciéndose voz de toda la creación y de la historia del hombre, poniéndose a danzar de
gozo en "Dios su salvador".
"Ciertamente, mientras vivimos, la verdad y el bien no serán nunca para el hombre una
posesión pacífica; él tenderá siempre hacia adelante, ya que la verdad y el bien seguirán
siendo para él una norma que exigirá una continua obediencia, y una meta que exigirá un
caminar continuo. De aquí se deriva, en el orden actual, la primacía de la moral y de la
investigación filosófica por encima del arte. Esta primacía es propia de la condición
presente del hombre peregrino. La primacía última y definitiva le corresponderá finalmente a
la belleza.
Es decir, una vez más el viaje terminará en el puerto último de la visión beatifica. Porque
Dios es la misma belleza. Y no sólo eso, sino que no existe nada bello que no venga de
Dios y que no sea divino. Y si la estética, de suyo, indica experiencia de lo bello, hace
pensar que Dios mismo es experimentable; y que también la sensibilidad está llamada, junto
con el entendimiento, al mismo goce de lo bello. Esto es lo que puede significar el deseo
paulino de tener "el sentido de Dios": sentido y apetito de la belleza; y por parte de Dios el
sentido del hombre (Cristo, obra maestra de la creación, el más hermoso de los hijos de los
hombres). De aquí es posible deducir los sentidos amorosos entre Dios y la criatura; nace
aquí el misterio de la vida interior, la belleza de las relaciones íntimas. La vida espiritual no
es más que un poema de belleza que hay que vivir con Dios: estado de gracia, estado de
belleza.
"En esta belleza el hombre no rinde únicamente el testimonio puro de una perfección
personal que él haya alcanzado ya, sino que naturalmente se ordena a los demás y al
mismo tiempo los atrae, ya que la belleza es condición de amor; así, para la belleza, todo
tiende a la unidad mediante el amor" (D. Barsotti).
La verdad y el bien no bastan para crear una cultura, ya que
no parecen suficientes por sí solos para crear una comunión, una unidad de vida entre los
hombres. Y puesto que la cultura es expresión misma de un desarrollo individual, de una
cierta perfección ya alcanzada, se deduce que la cultura parece expresarse en su grado
más alto en la belleza. La belleza es el fin de todas las cosas.
Es un mal muy serio separar la realidad del bien de la realidad de la belleza; sería como
exponerse por un lado a las degeneraciones de un moralismo y, por tanto, a la falsedad, y
por otro a la tentación de formulismos vacíos, al hechizo de la nada (la affascinatio
nugocitatis de las sagradas Escrituras). Podríamos decir que de aquí parten las dos
laderas opuestas entre si: la de lo religioso y la de lo ateo. Por el contrario, incluso en la
Biblia, las obras buenas se designan como kalá érga y toda criatura es llamada kalón; y
también las perlas preciosas del evangelio son llamadas margarítai kaloí.
Kalós es aquel que es hermoso de aspecto, de forma y, por tanto, de esencia. De ahí la
identidad entre forma y contenido. Para Platón lo bello es la idea central del mundo y de la
vida; idea que es una sola cosa con lo divino. No es únicamente una emanación del bien,
sino la otra forma del bien: todo bien es belleza. Bajo este aspecto nadie podría
comprender mejor que un griego a la Virgen-madre. Lo bello representa siempre la idea
ejemplar. Sócrates decía: `'Concededme el llegar a ser bello por dentro". Para el griego el
fundamento de la paideía consiste en "el hambre del alma por la belleza".
"¡Animo! ¡Que cada uno se haga deiforme y bello, si intenta contemplar a Dios y la
belleza!" EI mundo tiene que hacerse según la idea eterna del kalón; esto es, forma en
continuo devenir del ser eterno, creación como expresión continua de la infinita belleza de
Dios. El término original bíblico para indicar el estado de perfección de las cosas es kalós.
Es lo que indica la expresión: "Dios vio que todas las cosas eran bellas".
Ahora se comprende cómo la Virgen puede representar verdaderamente el camino de la
belleza, el camino más seguro para llegar a Dios y al misterio de las cosas: ella, la madre
de la belleza, la que dio cuerpo al esplendor de la luz eterna, al candor sin mancha, a la
imagen substancial del Dios invisible. María es verdaderamente la creación que "irradia la
luz del Espíritu Santo" y con su belleza aúna y expresa todos los bienes verdaderos del
alma humana.
·Turoldo-D-M
II. El camino de la belleza para acceder a María
El camino de la belleza fue indicado por Pablo VI (16 mayo 1975) a los participantes en
el Congreso mariológico-mariano internacional como un modo adecuado para presentar a
María al pueblo de Dios. "En este sentido se pueden seguir dos caminos. En primer lugar,
el camino de la verdad, es decir, el de la especulación bíblico-histórico-teológica, que
concierne a la colocación exacta de María en el misterio de Cristo y de la iglesia: es el
camino de los doctos, el que seguís vosotros, ciertamente necesario y del que saca
provecho la doctrina mariológica. Pero además de éste hay otro camino accesible a todos,
incluso a las almas sencillas: es el camino de la belleza, al que nos conduce finalmente la
doctrina misteriosa, maravillosa y estupenda que constituye el tema del congreso mariano:
María y el Espíritu Santo. Efectivamente, María es la criatura tota pulchra; es el speculum
sine macula; es el ideal supremo de perfección que en todo momento han intentado
reproducir los artistas en sus obras; es "la mujer vestida de sol" (/Ap/12/01), en la que los
rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los sobrehumanos, pero
accesibles, de la belleza sobrenatural".
En estas palabras de Pablo Vl distinguimos un triple problema que tiene que arrostrar el
camino de la belleza en lo que concierne a María: el metodológico, relativo a la
investigación en el terreno de la mariología, el de contenido, que tiene la tarea de precisar
el sentido de la belleza de María; el cibernético, con vistas a una comunicación artística del
mensaje mariano.
En este sentido es significativa la doble experiencia que tuvo Bulgakov en Dresde ante
la Madonna Sixtina, de Rafael, antes y después de su conversión. En 1898, cuando se
encontró por primera vez delante de aquel cuadro, tuvo una impresión desconcertante que
él mismo describe con estas palabras: "Allí; los ojos de la reina de los cielos, que sube al
cielo con su divino Hijo, me estaban mirando. Había en aquellos ojos una fuerza infinita de
pureza y de inmolación voluntaria... Perdí los sentidos, me giraba la cabeza; de mis ojos
brotaban lágrimas dulces y amargas al mismo tiempo, que hicieron licuarse el hielo de mi
corazón; era como si se me desatara de pronto un nudo vital. No se trataba de una
turbación estética; no, era un encuentro, un nuevo conocimiento, un milagro. Llamaba a
esta contemplación una plegaria (era entonces marxista)..." Más tarde, en 1923, después
de su conversión y de su visión teológica sofiánica, contemplando una vez más en Dresde
la Madonna de Rafael, su corazón permaneció insensible: "Una cosa quedó clara para mi
desde la primera mirada que le dirigí: aquélla no era una imagen de la madre de Dios, de la
purísima siempre Virgen; no era un icono. Era una pintura, obra de un genio sobrehumano,
pero de un significado y de un contenido muy distinto del icono. Era la suprema revelación
del carácter femenino del don de si, pero humano, solamente humano... Precisamente por
eso todo naturalismo en la representación de María carecerá de fuerza, será engañador y
mentiroso, por muy alto y perfecto que pueda ser. A la luz de esta relación aparece la
deslumbradora sabiduría del icono ortodoxo. Sentí y comprendí con claridad que fueron
precisamente esos iconos los que me habían hecho perder el gusto de Rafael y de toda la
pintura naturalista".
La experiencia de Bulgakov nos mueve a preguntarnos en qué consiste la verdadera
belleza de María. Su indicación nos orienta hacia la coexistencia entre la humanidad y el
misterio, entre la expresión artística y el contenido histórico-salvifico, entre la inmanencia en
el espacio material y la trascendencia de significado. La ruptura de este equilibrio lleva a un
chato naturalismo o a la kénosis del signo, que teológicamente se traducen en monofisismo
con acentuación nestoriana o docetista.
La misma exigencia de superación del plano meramente físico determina el concepto de
belleza. Entre el dogmatismo, que llega a especificar los cánones de la belleza objetiva, y el
subjetivismo, para el que lo bello se reduce a la percepción feliz, la posición media asegura
que hay que conjugar el placer estético con la calidad del objeto. Desde el punto de vista
objetivo, es potencialmente bello y capaz de suscitar un placer desinteresado el ser rico en
valor y en significado. Por tanto, "la belleza es la virtud del objeto sensible y significante, en
que el ser se identifica con el valor... Es la perfección de una existencia sensible y
significativa"'.
En esta perspectiva la belleza de María es evidente, en cuanto que su ser es
sumamente rico en valores y está abierto a un ancho horizonte de significados. Como
afirma H.U. von Balthasar, también en el plano natural "la imagen de María es inatacable;
para los mismos incrédulos tiene el valor de una belleza intangible, incluso cuando se la
comprende no como una imagen de fe, sino sólo como un símbolo augusto y de un alcance
simplemente humano". La concentración en María de la virginidad y de la maternidad, de la
gracia y de la gloria, aun en la concreción histórica de su vida sencilla y pobre, hacen de
ella una síntesis sublime de todos los ideales más puros de la creación. En ella se apagan
los deseos de un mundo más bello y utópico, de un retorno al paraíso primordial, así como
los anhelos por una mística armonía con el cosmos simbolizada por la condición del niño en
el seno materno.
La belleza de María se niega a una reducción naturalista, ya que implica siempre el dato
de fe que le confiere significado, incluso en el plano cultural. En esta línea se movieron los
padres de la iglesia desde san Ambrosio, que alaba el esplendor moral de "aquella que fue
elegida por el mismo Esplendor"' hasta san Juan Damasceno, que llama a María "toda
hermosa, totalmente cercana a Dios"; así como los escritores eclesiásticos que a lo largo de
los siglos cristianos han escrito sobre las excelencias de María. La búsqueda de una
síntesis se encuentra en Pablo Vl, que describe a María como "la mujer vestida de sol, en la
que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los sobrehumanos, pero
accesibles, de la belleza sobrenatural"; más aún, el mismo Pablo Vl descubre el secreto de
la belleza intacta de la Virgen en la presencia operante en ella del Espíritu Santo: "María es
la llena de gracia, rodeada por el Espíritu Santo... Es realmente un gozo para el mundo, una
obra maestra divina de la antropología humana". También para Juan Pablo II "esa belleza
insólita que lleva por nombre María..." es densa de misterio, ya que "es plenamente
conocida tan sólo por Dios pero... al mismo tiempo le dice mucho al hombre".
Por consiguiente, un discurso teológico o una obra de arte que
intenten captar la belleza de María tienen que expresar el misterio de su ser y de su misión,
recibir intuitivamente su luminosidad y su significado. María se presentará como "el
esplendor de la iglesia", el reflejo de la gloria de Dios en una criatura, "el prototipo de lo que
el Ars Dei puede hacer con el barro humano que no se opone a sus proyectos". El camino
de la belleza desemboca en la ontología del valor y del significado de María para los
hombres y los creyentes de las diversas generaciones. Efectivamente, la Virgen "posee una
identidad estético-teológica que nunca se había conocido anteriormente: una mujer cuyo
esplendor humanamente radiante es instituido como fundador de una humanidad a la que
se le ha prometido el esplendor de una irradiación mesiánica... María, al mismo tiempo obra
y artista, invita a partir de ella misma como sujeto y no ya como objeto".
El mundo juvenil, sobre todo en sus connotaciones actuales, parece evocar una amplia
gama de atributos que niegan toda conexión mariológica. Semejante interpretación sólo
puede encontrar espacio en cuantos están excesivamente condicionados por la negatividad
de la fenomenología juvenil. El joven es, en realidad, un mundo mucho más articulado y
complejo, cuya identidad trasciende toda forma de reduccionismo interpretativo. De ahí la
exigencia imperativa de una consideración de la temática que tenga en cuenta todos los
supuestos socio-culturales y ético-religiosos, típicos del mundo contemporáneo. El objetivo
es la resonancia de los valores espirituales en la condición juvenil de hoy y los términos
eventuales respecto a los cuales se pueda hablar de despertar espiritual.
b) En relación con las áreas problemáticas más significativas. Típica de nuestra época
es la racionalización. Con su expansión ha fomentado la difusión de algunos fenómenos
que han incidido particularmente en las jóvenes generaciones: el eficientismo, la
irresponsabilidad, el consumismo. A pesar del apremiante condicionamiento ejercido por la
racionalización, ciertos núcleos de jóvenes sienten la necesidad de romper los duros lazos
de este conformismo. Prefieren valorizar algunos aspectos positivos de la sociedad
racionalizada. Con sus preferencias avanzan en sentido positivo y concreto hacia la
construcción de una sociedad alternativa centrada en el hombre y encaminada hacia él.
El pluralismo ideológico constituye otro fenómeno en el cual es necesario detener la
atención. La sociedad actual, que se caracteriza por el pluralismo, coloca a los jóvenes ante
problemas y posibilidades no indiferentes. Muchos se ajustan acríticamente a la
permisividad. Ello les crea insatisfacción e inseguridad, frente a la cual reaccionan con la
automarginación de la sociedad (hippies) o con la rebeldía violenta (grupos subversivos).
Contra peligros así existen algunos factores positivos que los jóvenes intuyen e intentan
vivir, conscientes de que una sociedad pluralista ofrece, respecto a una sociedad
ideológicamente homogénea, mayores garantías a la libertad de conciencia, provoca un
amplio florecimiento de ideas, estimula a pensar e indagar y favorece la solidaridad.
Finalmente, el fenómeno de la secularización, cuyos resultados macroscópicos parece
que se han de reconocer en la separación entre religión y sociedad y en la progresiva
marginación de aquélla; en la privatización y/o subjetivación del comportamiento religioso
como efecto individual. El influjo de semejante fenómeno se deja sentir particularmente en
las jóvenes generacIones.
La conciencia cada vez más difundida, de las alienaciones corrientes conduce al
descubrimiento de la política en su acepción más amplia. Ese descubrimiento coloca a la
religión y la política en un nivel de antagonismo contrapuesto y exclusivista que estimula la
mentalidad de la autosuficiencia inmanentista. Como semejante actitud no se agota
solamente en el área religiosa, sino que impregna la relación institucional y parental de los
jóvenes, se impone una visión unitaria de las problemáticas juveniles.
2. PROBLEMÁTICA RELIGIOSA.
Para afrontar seriamente la temática de la religiosidad juvenil conviene situarse en una
óptica de conjunto. El examen, breve y quizá esquemático, de la realidad juvenil en el
mundo contemporáneo, establecido como primera argumentación de toda la parte siguiente,
se extiende como un horizonte hermenéutico.
a) En línea con el Vat II. De la orientación histórico-salvífica emerge una figura precisa
de María. Se la puede considerar expresión particular de la cooperación de la criatura en la
obra de Dios en la historia de la salvación, suscitada y sostenida por la mediación del
Redentor. María no es la única cooperadora de la salvación; también la iglesia y cada
cristiano están llamados a desarrollar en Cristo una función salvífica. María personifica así
el camino de la historia humana, y por tanto de cada cristiano, en la obra de la salvación. Al
considerar la finalidad de la catequesis, que es llevar a la transformación de la vida y a la
madurez de la fe, adquiere precisión su puesto en la vida del joven y brota la función como
lugar catequético necesario. La utopía cristiana se hará posibilidad y María no será
considerada meta de la existencia cristiana, sino su modelo, siendo en este sentido
insustituible. El joven se sentirá inducido a reconocer el valor de su obrar cotidiano, visto no
ya como "vacío liturgismo gestual", sino como lugar potencial de acción salvífica para sí y
para sus hermanos.
En estrecha conexión con la primera orientación conciliar sigue la eclesiológica, como
motivo de reflexión sobre el valor de la dimensión comunitaria del pueblo de Dios. María
coopera al nacimiento de la iglesia y lo hace de modo ejemplar, hasta el punto de ser
reconocida como madre. Para el joven, el sentido de pertenencia eclesial ejerce una
función terapéutica. Él tiende a superar cada vez más el angosto horizonte del propio yo y,
a ejemplo de María, percibe cómo ha de ser su compromiso, a saber: una maternidad, un
dar a Cristo al mundo, una respuesta de virginidad o bien de total consagración.
b) En línea con la MC. La "exhortación" invita a una búsqueda que parta del actual
sistema cultural para "descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las
esperanzas de los hombres de nuestro tiempo" (MC 37) y para "eliminar una de las causas
de la inquietud que se advierte en el campo del culto a la madre del Señor, es decir, la
diversidad entre algunas cosas de su contenido y las actuales concepciones antropológicas
y la realidad psicosomática profundamente cambiada en que viven y actúan los hombres de
nuestro tiempo" (MC 34).
Aquí se plantea el problema de la relación de la antropología contemporánea con los
datos de la revela¢ión que es preciso asumir para comprender el significado salvífico de
María. Se trata de establecer una relación precisa entre la problemática juvenil y los datos
de la revelación acerca de María, puesto que la catequesis no puede prescindir de las
situaciones de la vida, de los problemas y de la confrontación con las culturas.
b) María y la búsqueda juvenil de identidad. Uno de los motivos que más angustien el
alma del joven es la búsqueda de identidad, sometida a crisis por el tipo de axiología hoy
vivida en contraste con el mundo adulto. En el contexto de transición del pasado al futuro,
el joven experimenta la insatisfacción por lo contingente, que se revela como aleatorio, y la
inseguridad por la construcción del futuro, haciéndolo emotivamente frágil. Sólo que esta
incertidumbre estructural es reveladora de la exigencia juvenil de modelos de identificación.
Pero el modelo único es Cristo. Por eso hay que establecer la justa relación entre Cristo
modelo y María modelo. El primero se deberá considerar la unicidad ontológica, y por tanto
original y divina; la segunda, como la más perfecta imitadora de tal unicidad. María adopta
la función de modelo del cristiano por ser la más cercana a Cristo y, al mismo tiempo, la
más cercana a los hombres. Una conclusión así se puede deducir de la narración
evangélica de su vida, pero también del esfuerzo por encontrarla en lo cotidiano. Ella es el
modelo que realiza plenamente su personalidad humana y cristiana, su identidad.
El indice-simbolo de la integración efectuada en la vida del cristiano parece que hay que
buscarlo en la capacidad oblativa. María es imagen de la entrega completa de sí a los
otros, no por un fin puramente filantrópico, sino como consecuencia de su apertura de alma
a la propuesta divina. Modelo no sólo en orden a la fe, sino también a la acción. Esto le
atribuye el apelativo de "respuesta vital" a las esperanzas del hombre contemporáneo.
b) Ejercicios espirituales, opción cristiana e influjo mariano. Hay que redescubrir los
ejercicios espirituales como ocasión preciosa y lugar privilegiado de la ascesis a la que se
ha hecho referencia. María será una presencia viva y concreta, un conocimiento purificado
del proceso ascético, muy cercana al joven que inicia un camino de conversión, como
estuvo presente en la iglesia de los primeros pasos.
Una vez que los ojos de la Hna. Mª del Villar se acostumbraron a la oscuridad de la
reducida habitación de la pequeña casa en la aldea egipcia de Nazlet Khater, distinguió en
la pared un cuadro ahumado de la Virgen de Fátima. Apenas hacía cuatro meses que
estaba en aquella aldea y no conocía las costumbres locales, por lo que le asombró ver una
fotografía cristiana de María en casa de una familia musulmana. Les preguntó si alguien en
la casa era cristiano, y le dijeron que no. Pero a continuación le aseguraron que respetaban
y querían mucho a María, porque había sido una mujer privilegiada, la madre del profeta
Jesús (Isa). Como era el mes de agosto, cuando le ofrecieron de comer le explicaron que
no podían darle algo mejor porque guardaban abstinencia en preparación a la fiesta de
María, el 22 del mismo mes.
Aquel primer encuentro con María en otra religión ha sido inolvidable para la misionera.
Eran personas que vivían en condiciones muy similares a las de la madre de Jesús, incluso
se parecían físicamente a ella. ¿Cómo no iban a ser parte de los predilectos de Dios?
Cuando Dios elige a alguien para que cumpla cierto proyecto no mira su categoría social,
ni busca gente importante. Para El la alcurnia y los honores no significan nada. Prefiere
escoger a gente sencilla para realizar grandes hazañas. Ese es su estilo: se fija en
personas de la periferia, que cuentan poco en la sociedad humana. De ese modo,
demuestra que es El quien actúa. Parte de los que están lejos de los centros de poder para
evidenciar que El está por encima de todos los poderosos, de los grandes y de los sabios
de la tierra.
La elección que Dios hizo de María sigue esos parámetros. Ella era de condición humilde.
Y, además, era mujer, circunstancia que no es insignificante para la época. Confió en ella
plenamente, pues puso en sus manos el destino de la humanidad. De ese modo, rompe con
las tradiciones de tantos pueblos, pobres o ricos, donde las mujeres cuentan poco en las
estructuras sociales. Dios prefirió dirigirse a una mujer, aunque aquel procedimiento no
fuera religiosamente correcto.
ESPERANZA ACTIVA
En la visitación que hace María a su prima Isabel queda muy claro que ella no se siente
digna de los honores que Dios le ha hecho al elegirla madre de su Hijo. Queda patente que
Isabel percibe que el niño de María es fruto de una intervención milagrosa. Y que, a
diferencia del suyo, no fue la madre quien buscó tal concepción.
Dios cogió por sorpresa a María. Suya es la iniciativa y la acción. Ella tan sólo consintió.
Se puso a disposición de Dios, para que El cumpliese la "esperanza del pueblo de Israel"
que ella misma compartía. Una esperanza de resarcimiento y de salvación. El resarcimiento
que todos los oprimidos desean y la salvación que todos los hombres y mujeres de todos
los tiempos necesitamos.
María esperaba la salvación. Eso no significa aguardar pasivamente, dejando que otros
resuelvan nuestros problemas desde fuera, sino contribuir a que esa salvación se cumpla.
Es un caminar en diálogo y en colaboración con Dios hacia la meta anhelada.
María fue capaz de dialogar con Dios por medio del ángel porque se apoyaba en la
Palabra revelada. Ya conocía el lenguaje de Dios por las Escrituras, y por eso captó su
mensaje. Aquella visita fue para ella la revelación de su destino y de su vocación. Pudo
aceptarla porque estaba abierta a Dios.
El anuncio del ángel a María contenía palabras textuales de la fe de Israel y exponía sus
expectativas mesiánicas; pero en aquel momento dejan de ser creencia general y se
convierten en la expresión concreta de su propia vocación y compromiso. Cuando una
mujer, humilde como ella, acepta colaborar en los planes de Dios se convierte en profeta de
la redención universal de Cristo, conforme a las palabras centrales del Magnificat: «Ha
desplegado el poder de su brazo, ha dispersado a los soberbios de corazón; ha derribado
del trono a los poderosos y ha elevado a los oprimidos; ha llenado de bienes a los
hambrientos y ha despedido vacíos a los ricos» (Lc 1,51-53).
COMPROMISO ACTUAL
Sólo fijándose en una mujer se le ocurrió a Dios iniciar una acción de proyección
universal en clave pacificadora. María demuestra que no hay diferencia entre judíos y
gentiles, cristianos y paganos, sino sólo entre opresores y oprimidos, ricos y hambrientos,
egoístas y hermanos... Esa es la desigualdad que quiere destruir. Es testigo del milagro que
Dios ha operado en ella y proclama que puede ocurrir en todos. De ahí que insista en su
propia pequeñez, como invitándonos a humillarnos. Sólo así Dios se hace presente y
transforma la humanidad desde dentro.
Cuando María dice Si pone en marcha un movimiento de vida que proviene del mismo
Dios. Ella anticipa la voluntad de Dios de crear una nueva fraternidad, preconiza el mensaje
de las Bienaventuranzas, pues sólo Jesús es el Salvador, y sólo por su vida, muerte y
resurrección es posible la salvación.
Esto quiere decir que no podemos ser devotos de María sin un firme
compromiso de liberación social. No basta con consolar, sin luchar por eliminar las causas
que han producido esas lágrimas. Hay que ofrecer una ayuda que permita a los pobres ser
agentes de su propia transformación. Como hizo Dios con María, y hace hoy con nosotros.
María es una maestra magnifica. Nos dirige a los lados más tranquilos, a las playas más
serenas, al aire apacible de la noche y a la luz fulgurante de las estrellas... hacia Dios. Pero
antes toma nuestra mano y nos lleva a los valles de opresión y de lágrimas: el suburbio o el
ranchito, la selva o el campo de refugiados, en donde malviven y malmueren los
hambrientos; la cárcel, el exilio o los hospitales de los países pobres. Es allí donde, como
Ella, damos a luz al Salvador, haciéndolo visible con nuestro modo de ser y de actuar.
(·HERREROS-TOMÁS. _MUNDO-NEGRO/97/12. Págs. 60-64)
DEVOCIÓN A MARÍA
TEXTOS
1.M/CR
Según san·Ambrosio, se puede decir también de cada uno que da a luz a Cristo y es,
por tanto, su madre. Dice así: "El alma fiel se hace "María", concibe a Cristo por la fe, le da a
luz espiritualmente, al modo como un día la Magdalena antes de convertirse al Señor, fue
llamada por El "mujer", y después de convertida "María". San Ambrosio dice de la aparición
del Resucitado a Magdalena: "Entonces le dijo el Señor: María, mírame. En el tiempo en que
no cree, es mujer; cuando empieza a convertirse, es llamada María, esto es, recibe el
nombre de la que dio a luz a Cristo, pues es alma que espiritualmente da a luz a Cristo". De
aquí se deduce para el pastor de almas, Ambrosio, el aviso de tender a la santidad: "No
todos dan a luz, no todos son perfectos, no todos pueden decir: dimos a luz el espíritu de
salud en la tierra (Is. 26, 18); no todos son Marías que conciben a Cristo del Espíritu Santo y
paren al Verbo... Hay muchos padres por el Evangelio y muchas madres que dan a luz a
Cristo. ¿Quién me mostrará los padres de Cristo? El mismo los mostró diciendo: "¿Quién es
mi madre y quiénes son mis hermanos...? Quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre
que está en los cielos ése es mi hermano y mi hermana y mi madre." Haz la voluntad del
Padre para que seas madre de Cristo. Muchos concibieron a Cristo y no le dieron a luz.
Quien da a luz la justicia, da a luz a Cristo; quien da a luz a la sabiduría, da a luz a Cristo,
quien da a luz la palabra, da a luz a Cristo".
En su comentario al Evangelio de San Lucas dice: "Tú, alma, que creíste en Dios, sé
mujer fuerte como aquélla, sea el alma de la Iglesia sea la Iglesia misma, de la que dice
Salomón: "La mujer fuerte, ¿quién la hallará?" (Prov. 31, 10).
Según San Ambrosio, cada fiel cristiano debe ser marial, pues concibe al Verbo de Dios.
Dice así a propósito de Lc. 1, 45: "Bienaventurados también vosotros, que oísteis y
creísteis, pues el alma que cree, concibe y engendra al Verbo de Dios... Habite en cada uno
de vosotros el alma de María, para que alabe al Señor, habite asimismo el espíritu de
María, para que se alegre en Dios. Si no hay más que una madre de Cristo, según la carne,
sin embargo Cristo es el fruto de todos, según la fe. Pues toda alma inmaculada y libre de
pecado... engendra al Verbo de Dios. Por tanto, un alma así engrandece al Señor al modo
como lo hizo el alma de María y al modo también como se alegró su espíritu en Dios su
Salvador". Exhorta otra vez a sus oyentes: "Imitad a aquella a quien tan hermosamente se
aplica lo que se dijo de la Iglesia: "Qué bellos son tus pies con las sandalias" (/Ct/07/02),
pues es bello el caminar de la Iglesia en la predicación del Evangelio. Es bello, asimismo, el
caminar del alma que se sirve de su cuerpo como de calzado para que, sin que nada le
estorbe, pueda ir donde le plazca. Con este calzado caminó hermosamente María, la cual,
virgen, engendró al autor de la salud sin mezcla alguna de carnal comercio... En
consecuencia, son hermosos tanto los pies de María como los de la Iglesia, porque son
hermosos los pies de los que evangelizan. ¡Qué hermoso es también lo que en figura de la
Iglesia se profetizó de María, siempre que no se consideren tanto los miembros del cuerpo;
cuanto los misterios de su alumbramiento! (Cant. 7, 1_3)".
En ·Agustín-san resalta con más fuerza que en San Ambrosio la relación de la tipología
mariana con la Iglesia toda. La concepción y nacimiento virginales de Cristo son para él un
signo del nacimiento espiritual de los cristianos del seno de la Iglesia. "Alegraos, vírgenes
de Cristo; la Madre de Cristo es vuestra compañera. No pudisteis engendrar a Cristo, pero
os abstuvisteis de engendrar por amor a Cristo. El que no nació de vosotras, ha nacido
para vosotras. Sin embargo, si como debierais hacerlo recordáis sus palabras, sois también
vosotras sus madres, porque hacéis la voluntad de su Padre. El mismo dijo: "Quienquiera
que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi
hermana y mi madre" (/Mt/12/50). Alegraos, viudas de Cristo, ofrecisteis la santidad de la
continencia al que hizo fecunda la virginidad. Alégrate también tú, castidad conyugal;
alegraos vosotros, los que guardáis fidelidad a vuestros cónyuges, conservad en el corazón
lo que perdisteis en el cuerpo. Donde ya no puede haber una carne libre de concúbito, haya
una conciencia virgen en la fe, por la cual toda la Iglesia es virgen. En María una virginidad
santa dio a luz a Cristo. En Ana, una viudez avanzada reconoció a Cristo niño. En Isabel,
tanto la castidad conyugal como la senil fecundidad se consagraron a Cristo. Los distintos
géneros de vida de los miembros creyentes aportaron a la cabeza cuanto por gracia de ésta
les era dado aportar. Por consiguiente, puesto que Cristo es verdad, paz y justicia,
concebidle en la fe y engendradle en las obras. para que vuestro corazón realice en la ley
de Cristo lo mismo que María realizó en sus entrañas. ¿Cómo no vais a pertenecer al parto
de la Virgen, siendo así que sois miembros de Cristo? María dio a luz a vuestra cabeza;
vosotros, a la Iglesia. Porque también la Iglesia es virgen y madre: madre, por sus entrañas
de caridad, y virgen. por la integridad de su fe y de su piedad. Engendra pueblos que son,
sin embargo, miembros de Aquel que la tiene por cuerpo y por esposa, imitando también en
esto a la Virgen, porque en muchos es madre de la unidad. Se dirige una vez así este Santo
Padre a su oyentes: "Lo que admiráis en la carne de María realizadlo en las intimidades de
vuestra alma. El que con el corazón creyere en la justicia, engendra a Cristo; el que con la
boca le confiese, para la salvación le da a luz (Rom. 10, 10). Así, sobreabunde la
fecundidad y establézcase la virginidad en vuestras almas".
En otro sermón expone San Agustín: "La Iglesia es virgen. Quizá alguien me diga: si es
virgen, ¿cómo engendra hijos?; y si no engendra hijos, ¿cómo dimos nuestros nombres
para nacer de sus entrañas? Respondo: Es virgen y a la vez engendra; imita a María que
engendró al Señor. ¿No era virgen María y, sin embargo, engendró permaneciendo virgen?
Lo mismo la Iglesia: engendra y es virgen. Y si reflexionas más detenidamente, también
engendra a Cristo porque los bautizados son miembros de Cristo. "Pues vosotros sois el
cuerpo de Cristo y sus miembros" (1 Cor. 12, 27). Luego, si engendra a los miembros de
Cristo, es del todo semejante a María".
I/VIRGEN FE/VIRGINIDAD VIRGINIDAD: La virginidad de la Iglesia consiste, según el
Doctor africano, en que guarda íntegra la fe de Cristo. Ante todo, fue San Agustín quien
interpretó esta idea de la virginidad de la Iglesia como su misterio mariano. Dice en un
sermón de Navidad: "La Iglesia virgen celebra hoy el parto de la Virgen, ya que a ella se
dirige el Apóstol cuando dice: "Os he desposado a un solo marido para presentaros a Cristo
como casta virgen" (11 Cor. I1, 2)... ¿Por qué como virgen casta, sino en la integridad de la
fe, de la esperanza y del amor? Por consiguiente, María guardó antes en el cuerpo la
virginidad que luego llevaría Cristo al corazón de la Iglesia... No hubiera podido la Iglesia
ser virgen, si no fuera su Esposo hijo de virgen".
En el sermón 213 dice: "Hizo virgen a la Iglesia que lo es en la fe. La Iglesia tiene pocas
vírgenes, según la carne, consagradas a Dios. No obstante, debe tener a todos, tanto
hombres como mujeres vírgenes según la fe".
En otro sermón exclama: "Ea. amadísimos, considerad cómo la Iglesia -esto es sabido- es
esposa de Cristo, cómo es madre de Cristo -esto es más difícil de comprender, pero es
cierto-. María la Virgen, le precede como imagen suya. ¿Por qué, os pregunto yo es María
Madre de Cristo, sino porque da a luz a los miembros de Cristo? Vosotros a los que hablo,
vosotros sois los miembros de Cristo. ¿Quién os ha dado a luz? Escuchad la voz de vuestro
corazón. La Madre Iglesia. Esta madre santa, venerada, igual a María, da a luz y es, sin
embargo, virgen; da a luz a Cristo, pues vosotros sois los miembros de Cristo".
En un sermón de Pascua, que se atribuye a Eusebio de las Galias o a Cesáreo de Arlés,
se dice: "Alégrese la Iglesia de Cristo, que a semejanza de la bienaventurada María,
enriquecida por la operación del Espíritu Santo, se hace madre de una prole divina... Mirad
cuántos hermanos nos ha dado desde su integridad en una sola noche, la Iglesia, madre y
esposa fecunda... Comparemos, si os place, estas dos madres; su maternidad fortalecerá
nuestra fe en ellas. La sombra del Espíritu Santo colmó secretamente a María, y la infusión
del Espíritu Santo en la fuente bendita obró lo mismo en la Iglesia. María engendró sin
pecado a su Hijo y la Iglesia destruyó el pecado en aquellos que engendró. De María nació
lo que era desde el principio; de la Iglesia renació lo que se perdió al principio. Aquélla
engendró en favor de los pueblos; ésta, a los mismos pueblos. Aquélla, como sabemos,
permaneciendo virgen, sólo engendró un Hijo; ésta incesantemente está dando a luz por
obra de su Esposo virgen".
San Beda dice: "Todavía hoy, y así hasta la consumación de los siglos, está siendo
concebido el Señor en Nazaret y está naciendo en Belén, siempre que cualquier oyente,
después de haber recibido la flor de la palabra, se transforma en casa del Pan eterno. Cada
día, en las entrañas virginales, esto es, en el espíritu de los fieles, es concebido por la fe y
alumbrado por el bautismo. Cada día la Iglesia, madre de Dios, siguiendo a su maestro
sube de Galilea, que significa "la rueda giratoria" de la vida mundana, a la ciudad de Judá,
es decir, a la ciudad del reconocimiento y de la alabanza. y presenta al rey eterno la
ofrenda de su devoción. Además, la Iglesia, siendo a semejanza de la bienaventurada
Virgen María, esposa a la vez que inmaculada, nos concibe virgen del Espíritu Santo y
virgen nos da a luz, sin sufrir los dolores del parto".
Isaac de Stella dice: "La cabeza y cuerpo de Cristo forman uno solo. No obstante, este
Uno es Hijo de Dios en el cielo e Hijo de una madre en la tierra. Son muchos hijos y un solo
Hijo. Así como la cabeza y el cuerpo son a la vez un hijo y muchos hijos, así María y la
Iglesia son una madre y muchas madres, una virgen y muchas vírgenes. Ambas son madres
y ambas vírgenes por obra del mismo Espíritu, sin la menor contaminaci6n carnal. Las dos,
inmaculadas, dan hijos a Dios Padre. Aquélla, absolutamente libre de todo pecado,
engendró la Cabeza en favor del cuerpo; ésta, por su parte, ofreció el cuerpo a la Cabeza,
para remisión de todos los pecados. Las dos son madres de Cristo, pero ninguna de ellas
sin la cooperación de la otra engendra al Cristo total. Por eso, lo que en las Escrituras, que
están inspiradas por Dios, se dice universalmente de la Iglesia, madre virginal. se entiende
con toda exactitud como dicho particularmente de la Virgen María; y lo que se afirma de la
Virgen María especialmente, se afirma en un plano más general de la virgen madre Iglesia...
Del mismo modo, de cualquier alma creyente se puede decir con toda verdad que es
esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y fecunda. La misma
Sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, nos habla universalmente respecto de la
Iglesia, especialmente respecto de María e individualmente respecto del alma creyente".
San Alberto Magno declara en su comentario al Apocalipsis: "Día a día la Iglesia da a luz
al mismo Cristo por la fe en el corazón de los que escuchan".
(·SCHMAUS-8.Págs. 289-293)
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2. San AGUSTÍN
Con sorprendente agudeza concluye San Agustín en una homilía:
"Os ruego, hermanos míos, paréis mientes, sobre todo, en lo dicho por el Señor,
extendiendo su mano hacia los discípulos: éstos son mi Madre y mis hermanos; y al que
hiciere la voluntad de mi Padre que me ha enviado, ése es mi padre, y mi hermano y mi
hermana. ¿Por ventura, no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que dio fe y por la fe
concibió y fue escogida para que, por su medio, naciera entre los hombres nuestra salud, y
fue creada por Cristo antes de nacer Cristo de ella? Hizo por todo extremo la voluntad del
Padre la Santa Virgen María, y mayor merecimiento de María es haber sido discípula de
Cristo que Madre de Cristo; mayor ventura es haber sido discípula de Cristo que Madre de
Cristo. María es bienaventurada porque antes de pedirle llevó en su seno al Maestro. Mira
si no es verdad lo que digo. Pasando el Señor seguido de las turbas y haciendo milagros,
una mujer exclama: "Bienaventurado el vientre que te llevó" (Lc. 11, 27); y el Señor, para
que la ventura no se pusiera en la carne, responde: Bienaventurados más bien los que
oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. María es bienaventurada porque oyó la
palabra de Dios y la puso en práctica, porque más guardó la verdad en la mente que la
carne en el vientre. Verdad es Cristo, carne es Cristo. Verdad en la mente de María. Carne
en el vientre de María, y vale más lo que se lleva en la mente que lo que se lleva en el
vientre" (Sermón 25. Obras de ·Agustín-san, t. VII. Sermones. B.A.C. Madrid, 1950).
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5.
Con ocasión de una conferencia sobre "Una espiritualidad para nuestro tiempo",
enmarcada en el Pueblo de Dios que peregrina en América Latina, Luis Fernando Figari
resume un poco las características de una espiritualidad mariana hoy. Esto es lo que dice:
«La realidad e importancia de María ha ido desvelándose ante la conciencia cristiana a
través de un largo proceso histórico. Desde las escasas referencias en la misma Sagrada
Escritura, pasando por la creciente y rica reflexión de la comunidad cristiana a través de los
siglos, hasta la proclamación de los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción
de Santa María, marcan un proceso de creciente presencia mariana en la vida cristiana.
La relevancia que el tema mariano ha ido adquiriendo en el Magisterio de los últimos
Pontífices permite constatar un cierto in crescendo, hasta arribar al Totus tuus del Papa
actual, que apunta hacia un horizonte mayor. La rica mariología conciliar, la proclamación
de María Madre de la Iglesia, resaltando su maternidad espiritual sobre todos los fieles, así
como la mariología de Puebla y Santo Domingo, que muestra a la Madre cercana y
compasiva con los hijos que peregrinan por las empobrecidas tierras latinoamericanas,
manifiestan claramente que por razones teológicas, no menos que por los signos de la
historia, una espiritualidad de hoy y mañana debe llevar la impronta mariana.
Ahora bien, si se considera necesaria una perspectiva de síntesis, la mariología no
deberá estar yuxtapuesta a otros elementos, ante los cuales aparece como extraña y, por
tanto, en virtud de la pluralidad de elementos disconexos de una concepción atomizada, es
excluida de la atención, salvo cuando por alguna ocasión se hace necesario referirse a ella.
En la espiritualidad hodierna la mariología debe aspirar a responder plenamente al Plan de
Dios y, en consecuencia, debe estar orgánicamente insertada. Esta organicidad evitará un
doble peligro: por un lado una especie de mariolatría, totalmente desproporcionada, y por
ello inaceptable; y por otro una marginalización en que queda excluida de la globalidad del
mensaje salvífico y de la vida de fe, salvo como una especie de adorno. Cada vez es mayor
la convicción de que la misma cristología requiere una mariología para ser plenamente
cristología. No hay que perder de vista que al Señor Jesús no se le entiende si no es como
Hijo del Padre e Hijo de María.
Por cierto decoro, cuya razón los avisados percibirán, prefiero seguir desarrollando las
características de esta nota de la espiritualidad de nuestro tiempo citando a Esteban De
Fiores, profesor de mariología en el Marianum, de Roma, en una publicación de 1979.
Luego de señalar que siguiendo la perspectiva post–tridentina de hoy, es preciso encuadrar
la dimensión mariana en todo el fenómeno cristiano, sostiene: "Una vez salvaguardados los
valores esenciales del cristianismo, la relación con María puede profundizarse sin peligro
alguno. Por eso hay que sostener la orientación actual de la espiritualidad, que apunta a la
vida en Cristo y dentro de la cual tiene su sitio la actitud que hay que tomar respecto de
María. Es una recuperación de la perspectiva primitiva cuando la comunidad apostólica
descubrió a María como implicación del misterio de Cristo y se abrió a la alabanza de la
Madre de Jesús; o bien, cuando la liturgia primitiva dio cabida a María en el contexto de la
comunión de los santos, descubriendo en ella su presencia activa. En este contexto —sigue
De Fiores—, la relación con María es una consecuencia antes que una premisa del misterio
de Cristo; el itinerario cristiano parte realmente de Cristo, centro vivo de la fe y del anuncio;
encuentra en él a María, a la Iglesia y al mundo y vive con él en comunión con el Padre en
la luz del Espíritu. El camino señalado por el lema a Jesús por María debe completarse e
insertarse en una fase anterior, que parte de Cristo para abarcar todas las realidades
incluida María, la cual se convierte a su vez en camino pare alcanzar no ya la unión con
Cristo, que existía anteriormente, sino su profundización y un arraigo mayor".
He preferido que "hable" De Fiores -dice-, aunque no es latinoamericano, para que sea
su pensamiento el que permita descubrir cómo el Espíritu va guiando a su Pueblo,
inspirando, en un tiempo histórico dado, aproximaciones que en lo nuclear son semejantes.
No he querido, por ello, ni siquiera matizar algún aspecto de la opinión de De Fiores, lo que
sería preciso desde nuestra perspectiva».
En otra ocasión, el fundador del MVC escribe: «María, estrella de la evangelización, y
Ella misma evangelizadora guía al Pueblo en su peregrinar. Al ejercer su maternidad,
amando a su Hijo en sus hijos de los diversos países que conforma el Pueblo Continente,
Ella ha sido reconocida como paradigmática creyente, Madre inmaculada de la Iglesia y
cabeza maternal de la familia eclesial. El Pueblo de Dios la reconoce, igualmente como
Madre fiel siempre presente, que educa en la fe al tiempo que cuida la vida y vela por la
plenitud de sus hijos, y que en cierta especial manera sale al encuentro de sus hijos en los
muchos santuarios que adornan la geografía de América Latina.
La respuesta a tal Madre amantísima, venerada con piedad filial (Puebla 286), se
manifiesta en el rol activo que tiene la fe de los latinoamericanos y las devociones marianas
que en bella pluralidad de expresiones se extienden por todo el Sub-Continente». (El resto
del texto se puede leer en su obra María desde Puebla, publicada en Lima por el Fondo
Editorial, FE, en 1992).
CONSAGRACION MARIANA
Y CONSAGRACION BAUTISMAL
S. DE. FIORES
a) Desde el punto de vista bíblico, además de los pasajes en los que se presenta a María
como modelo de consagración (Lc 1,38) y como guía de la alianza con Dios en Jesucristo
(Jn 2,5), el paso que se puede citar como fundamento de la donación a María es Jn 19,27:
"Desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus bienes". La importancia de esta escena
en su significación histórico-salvifica ha sido señalada en recientes estudios exegéticos.
Gracias a ellos percibimos el sentido tan denso que tiene esta acogida de María por parte
del discípulo. Acoger (lambánein) es en el vocabulario de Juan el verbo de la fe: indica una
actitud espiritual, "implica una disponibilidad y participación del sujeto" y una disposición
interior de apertura. Cuando se dirige a la persona de Jesús, como en Jn 1,12, "es
prácticamente sinónimo de pistéuein" (creer) —dice I. de la Potterie—, por lo que "acoger a
Jesús y acoger a su madre son, en definitiva, dos actitudes equivalentes". Pues bien, es
perfectamente sabido que la fe en san Juan no es solamente aceptar con asentimiento
intelectual las afirmaciones de Jesús, sino que significa "someterse a Cristo" (H. Dodd),
"decir que sí a la persona de Jesús..., decisión fundamental y total..., vinculo personal con
él dentro de una creciente comprensión, confesión abierta y amor activo" (R
Schnackenburg), "entrega a la sabiduría de Dios" (D. Mollat).
La acogida de María se inserta en la acogida de Jesús por parte del discípulo. En efecto,
éste acogió a la madre de Jesús, en adelante madre suya, "entre sus bienes" (eis tà ídia).
Estas cosas propias o bienes espirituales son ante todo y esencialmente su fe en
Jesucristo y su comunión con él. La expresión tà ídia "no describe en ningún lugar del
cuarto evangelio cosas inertes, bienes materiales (por ejemplo, una casa). Se trata siempre
de relaciones existenciales entre personas". Por tanto, la "relación con Cristo se prolonga
ahora en una relación nueva del discípulo con la madre de Jesús. En otras palabras, la
acogida que el discípulo reserva a la madre de Jesús conserva un significado cristológico",
incluso porque es también la obediencia a Cristo la que le hace recibir a María en su vida
de creyente.
La actitud del discípulo frente al don que es María supone apertura, entrega, vinculación
o comunión personal, disponibilidad, acogida filial, fe confiada y amorosa. Se tiene además
una "transferencia de propiedad": María pertenece al discípulo y el discípulo pertenece a
María. Juan explícita solamente la respuesta del discípulo, que acoge a María en su vida de
fe o "en las realidades constructivas de la iglesia" (A. Marranzini); pero también María
consiente en la voluntad de Cristo y acoge al discípulo entre los mismos bienes espirituales,
sobre todo en su fe en el Hijo. El discípulo puede decir entonces: "Tú eres mi madre y yo
soy tuyo". Si no es una entrega explícita a María, estamos de todas formas muy cerca de ella.
3. LA DIMENSIÓN ECLESIAL.
La consagración a Dios no es un acto de generosidad del individuo a título personal,
cada uno de los cristianos ha sido consagrado por Dios y para Dios como miembro de la
iglesia, pueblo de Dios que le pertenece y para el que tiene que vivir. En efecto, "Cristo
amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para hacerla santa (= consagrarla),
purificándola por medio del lavado del agua acompañado de la palabra" (Ef 5,25-26). El
título de esposa y virgen que se le atribuye a la iglesia indica que tiene que responder al
amor de Cristo con el sí de la fe y la consagración a él de toda su vida. María es la clave y
el tipo de esta vocación, en cuanto que hace conocer el sí que hay que dar al Señor
mediante su ejemplo de consagración a la persona y a la obra de Jesús. El cristiano que se
consagra a Jesucristo, con la guía maternal y el ejemplo de María, sabe que con su gesto
hace surgir la naturaleza íntima de la iglesia, pueblo consagrado al Señor (cf Dt 7,6; IPe
2,9). Este pueblo, que tiene que conservar su unidad en el Espíritu y crecer en un solo
cuerpo (Ef 4,3-6; ICor 12,13), ha sido confiado por Cristo a la madre en la persona del
apóstol amado. Ella es la Jerusalén-madre, que acoge a los hijos dispersos de Dios (cf Jn
11,52) y que es acogida como don de Cristo para obedecer a su voluntad (cf Jn 19,27).
Esta doble acogida, de donde surge la comunidad mesiánica una e indivisa, es símbolo de
la unidad de la iglesia. Personalizar la entrega hecha por Cristo acogiendo a María dentro
de la propia vida debe tender al crecimiento en la unidad con todos los miembros del pueblo
de Dios, excluyendo disensiones y creciendo en el amor. La consagración, al tiempo que
orienta a Dios, tiene que afianzar los vínculos de fraternidad y de comunión con la iglesia y
con todas las familias de los pueblos. En la Biblia encontramos el fundamento de una recta
relación entre la consagración social, propia del pueblo de Dios llamado a renovar la
alianza con él, y la consagración personal, que consiste en actualizar la primera sobre todo
a través del camino litúrgico-eclesial mediante un don de sí mismo madurado en la
responsabilidad y la libertad: María, madre de la iglesia y de cada uno de los fieles,
recuerda y une estas dos dimensiones.
4. CONSAGRACIÓN Y CULTURA ACTUAL.
Planteada cristológicamente y anclada en el bautismo, la consagración a la madre de
Dios posee validez teológica como reconocimiento vital de la misión maternal y ejemplar de
María en la vida cristiana. La entrega a María es analógica a la que se hace a Dios, ya que
mantiene el significado de ofrenda total y perenne, pero con la diferencia de nivel propio de
la criatura.
Esta referencia a María ha asumido varias formas a lo largo de los siglos y se ha
expresado según los esquemas interpretativos que presentaban las diversas épocas
culturales. Hoy se impone respecto a dichos esquemas un examen crítico o una revisión
"respetuosa para con la sana tradición y... abierta a recoger las legítimas aspiraciones de
los hombres de nuestro tiempo" (MC 24).
Entre las diversas expresiones, más allá de su contenido válido, hay algunas que no
parecen representables. Una referencia a María bajo la forma de esclavitud de amor o de
esclavitud/servicio no encuentra fácil audiencia en la cultura de hoy, caracterizada por un
marcado sentimiento de libertad. Utilizar los términos esclavitud/servicio, explicando cómo
son compatibles con la libertad, resulta una empresa pedagógicamente ardua y
pastoralmente desaconsejable. Lo mismo hay que decir por lo que respecta al lenguaje que
recuerda instituciones o modelos medievales, como el amor caballeresco o el vasallaje
protector, o bien costumbres del s. XVII, como contrato, dependencia, expropiación,
servidumbre, abandono...
Mientras que las congregaciones marianas se muestran favorables al término
compromiso permanente en donde se valora la responsabilidad personal, otros prefieren,
con Juan Pablo II, la palabra confiar o confianza. "La palabra confianza —escribe B.
Lewandowski— tiene su fundamento en la historia de la salvación y expresa, mejor que la
palabra consagración, la naturaleza de esa consagración entendida rectamente... También
Jesús desde la cruz confió a su propia madre su iglesia. El hombre se confía, se ofrece a sí
mismo y todas sus cosas a Dios para que queden consagradas por el Espíritu de Dios". El
término confianza tiene la ventaja de subrayar el aspecto místico de disponibilidad y de
seguridad amorosa del que quiere hacerse conducir por el Espíritu Santo según el ejemplo
de María y a través de ella; siempre habrá necesidad de explicarla en el sentido de
abandono activo y consciente, descartando la idea de declinar toda responsabilidad y
recurriendo quizá oportunamente a la institución moderna de tutela familiar.
La palabra consagración no está exenta de cierta ambigüedad y también necesita
algunas puntualizaciones (se distingue esencialmente de la que se dirige a Dios, no es
separación sociológica, sino ética...); sin embargo, es el término más usual, preferido por la
tradición espiritual y adoptado por el magisterio. En el uso corriente significa "dedicar por
entero..., comprometer la propia vida en favor de los demás, sacrificándose y luchando por
ellos, poner a disposición de los demás las propias capacidades de trabajo y de
pensamiento" sería una lástima abandonar un término tan significativo.
Una sabia solución pastoral podría ser la que ha adoptado Juan Pablo II, que atiende a la
sustancia e intenta expresarla de varias maneras sin ligarse a una sola expresión.
En la búsqueda de nuevos esquemas expresivos más en consonancia con nuestra
época, se presentan a nuestra mente algunas fórmulas densas de contenido como vivir a
María que usan los focolares, o bien opción fundamental por Cristo con María, amor
oblativo, comunión interpersonal con la virgen María y a través de ella con el Señor,
pronunciamiento vital por Cristo y por María, entrega de sí mismo... Son ejemplos loables
de esta búsqueda de un nuevo lenguaje.
Si tuviéramos que expresar una preferencia, lo haríamos en favor de una expresión
bíblica que se ha puesto de relieve en nuestro tiempo con la exégesis de Jn 19,27: la
acogida de María por parte del discípulo amado por Jesús. Acoger a María, con toda la
riqueza de actitudes espirituales que encierra este término en san Juan, es una propuesta
realista y sencilla, que tiene la ventaja de ser bíblica y por tanto también potencialmente
ecuménica. Acoger a María significa abrirse a ella y a su misión maternal, introducirla en la
propia intimidad espiritual en donde se ha acogido ya a Cristo y los demás dones suyos en
la fe; es una expresión que evoca toda la espiritualidad cristiana y mariana (aunque en
distinto nivel) del NT. Desde el punto de vista cultural, la acogida del otro es imperativo
categórico para construir una sociedad que sea verdaderamente comunión.
El tema de la presencia de María reviste una actualidad y una importancia indiscutidas, sea
porque está en condiciones de resumir el papel de María en la historia de la salvación, sea por el
contenido antropológico recibido de la cultura personalista de nuestro tiempo. Las preferencias de
la teología actual y la experiencia de los místicos convergen hacia el lenguaje más existencial de
la presencia en el intento de centrar el misterio de Maria. No es arduo discernir la dirección
impresa por el Espíritu Santo a la iglesia de hoy, la cual se siente movida a una mayor
comprensión del papel receptivo y activo de la Virgen en el crecimiento del cuerpo místico de
Cristo y en el itinerario espiritual de cada fiel.
Para ilustrar el tema de la presencia de María, no es posible abandonar el terreno
histórico en el que viven y operan las generaciones actuales de cristianos, ni olvidar los
datos provenientes del NT y de la tradición eclesial. Por eso acompañaremos al lector
siguiendo el método propio del llamado "círculo hermenéutico": detendremos nuestra
atención sobre el concepto de presencia según la aportación de la actual filosofía
personalista; desde aquí procederemos a su confrontación con la palabra de Dios y la
tradición de la iglesia para apurar el hecho, los contenidos y el significado de la presencia
de María; volveremos, finalmente, al presente para hacer una reflexión teológica sobre la
naturaleza auténtica de la presencia mariana a la luz de las recientes interpretaciones y
sobre el significado que hoy debe tener en el tejido global de la vida cristiana.
1. PRESENCIA INTELECTIVA. Según esta opinión, la Virgen nos está presente como el
objeto conocido en el cognoscente, o mediante la así llamada presencia de visión. Inmersa
en Dios, ella nos ve, nos conoce, penetra en lo más íntimo de nuestro ser. Es su
pensamiento de madre el que en Dios nos ve y nos sigue a todas partes; por este título ella
está presente a todos y en todos.
5. INTERPRETACIONES MODERNAS:
PRESENCIA PNEUMÁTICO-PERSONAL Y CONTEMPORANEIDAD DE MARÍA
A CAUSA DE su CONDICIÓN GLORIOSA.
Meditando sobre la situación actual de la Virgen a la luz de la resurrección de Cristo y de
los cuerpos ( I Cor 15,1-58), hoy se ha abierto camino la interpretación teológica que
sostiene que la presencia de María debe ser explicada en el contexto del misterio de su
asunción corpórea. En base a ella, los actos históricos y limitados de la Virgen pueden ser
representados en Cristo y en el Espíritu fuera del tiempo y del espacio. Cercana al Señor
resucitado en la gloria celeste, ella está presente a todos los hombres y puede ayudarles
en su camino hacia el Padre.
Cuando los escritores del NT hablan de la resurrección de Jesús, expresan tal misterio
afirmando que el Resucitado ha adquirido una presencia nueva y una nueva modalidad de
influjo dentro de nosotros y en medio de nosotros (cf Mt 28,20). Él está aquí y no nos dejará
nunca, porque su presencia espiritualizada ha alcanzado una extensión y una intensidad
que no tenía la presencia terrena. Mediante la efusión del Espíritu Santo, Jesús desarrolla
su reino y garantiza su influjo hasta la consumación de los siglos. Un día también nosotros,
una vez resucitados, seremos lo que Cristo glorioso es ahora a la diestra del Padre. Él es el
primero en orden cronológico, causativo y ejemplar; pero el mismo proceso se realizará en
nosotros: "Cada uno, sin embargo, en su orden: las primicias, Cristo; luego, en el momento
de la parusía, los de Cristo" (lCor 15,23).
María, asunta al cielo en cuerpo y alma, está ya plenamente conformada con el Hijo, y
esto no sólo por un motivo de conveniencia, sino por el hecho teológico de la
transformación radical de su ser. El ingreso en el cielo es para la Virgen, como lo había sido
para Cristo, un verdadero renacimiento exigido por su condición de Theotókos y por la
misión que le confió Dios. Siguiendo a Cristo, la asunción inaugura para María una vida
nueva, una presencia espiritual no ligada ya a los condicionamientos de espacio y tiempo,
un influjo dinámico capaz de alcanzar hic et nunc a sus hijos. Desde el cielo la Virgen
conoce las situaciones humanas, y, como se expresa L. Boff, "experimenta todo lo que
antes escapaba a su conciencia: su ligazón con toda la humanidad y su unión con la
iglesia". En plena comunión con el Espíritu y totalmente conformada con el Hijo resucitado,
ya no está sujeta a los límites espacio-temporales. Por este motivo ella es contemporánea
nuestra y sus acciones pueden ser eficaces siempre y en todas partes. La condición
gloriosa confiere a la presencia de María un elemento de perennidad que se sacramentaliza
casi en un hecho terreno, esto es, en una cercanía a cada uno de nosotros y en una
perfecta conciencia en el cooperar a la comunicación de vida de Cristo a los hombres.
La asunción, además de ser un privilegio personal de María, es ya un punto clave para
comprender en profundidad el misterio de su presencia en la iglesia al servicio de la cristología y
en el contexto de la pneumatología. En virtud de la glorificación corporal, que le consiente
liberarse de los límites del espacio y del tiempo, la Virgen puede vivir y habitar en medio de
nosotros, si bien de un modo invisible y espiritual. "María resucitada está aquí en mí y conmigo;
está aquí, en la Iglesia y con la iglesia. El tiempo y el espacio no nos separan de su persona, de su
cuerpo y de su alma. Ella no sólo nos está presente como todos los otros fieles difuntos en virtud
de la comunión de los santos. De ella nos separa sólo el hecho de que, estando nosotros todavía
en el tiempo y en el espacio, no alcanzamos a captar enteramente su presencia real".
La asunción salva además, mejor que las otras interpretaciones, la presencia personal,
dinámica y universal de María, y explica mejor su misión materna y su realeza en el misterio
de la comunión de los santos. Esta última verdad ha sido también recalcada por el Vat ll:
"Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple
intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno
se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y
ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada" (LG 62).
V. Conclusión vital
A la luz del misterio de la asunción y de la cualidad espiritual de los cuerpos resucitados,
es más fácil comprender la naturaleza de la presencia de María y su constante influjo sobre
la iglesia y en el corazón de los cristianos. Entre la asunción de la Virgen en cuerpo y alma
y su presencia en nuestra vida existe un nexo de causalidad que no se puede desconocer.
Si María no hubiera resucitado, no podría ser plenamente la madre solícita que coopera
con el Espíritu de Dios a la generación mística de Cristo en nosotros. En cambio, estando
ya glorificada, vive una dimensión diversa de la nuestra en el Espíritu del Resucitado y
como tal puede llegar a todos sus hijos en el tiempo y el espacio.
De esto se desprende que es necesario formular una espiritualidad que tenga cuenta
también de la presencia de María en la vida de los cristianos. La antigua intuición de los
padres orientales es importante para constituir una comunión personal con la Virgen
gloriosa, viviente y presente en el tiempo en el espacio y en los corazones. Tal verdad
exige en el creyente una atención particular a la presencia de María, de modo que se
transforme en una actitud consciente y permanente. Experimentará la cercanía de la madre
de Jesús en las diversas etapas de su itinerario espiritual y asimilará sus ritmos interiores
hasta alcanzar la plena configuración con el Hijo, la docilidad al Espíritu y la comunión filial
con el Padre. "La piedad hacia la madre del Señor llega a ser para el fiel cristiano ocasión
de crecimiento en la gracia divina, fin último de la pastoral. Porque es imposible honrar a la
llena de gracia sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la
comunión con él, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre y
lo hace conforme a la imagen del Hijo (cf Rom 8,29, Col 1,18)" (MC 57).
(·PIZZARELLI-A. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1639-1646)