La Flora Bacteriana Lectura

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La flora bacteriana: una alianza entre

humanos y bacterias
Daniel Aguilar 11 de Enero del 2010 Biología, Divulgación, Medicina

Las bacterias pueden instalarse en muchos lugares y uno

de ellos es nuestro cuerpo. La simbiosis entre bacterias y humanos es tan estrecha que ha

dado lugar a lo que algunos científicos llaman un “órgano extra”, que complementa las

funciones propias del cuerpo humano.

Más bacterias que humanos

Estamos acostumbrados a considerar las bacterias unos organismos perjudiciales. Quien

más quien menos piensa en las bacterias como unos seres que crecen en ambientes

insalubres, responsables de infecciones y plagas. En casos extremos, esta aprensión lleva

a una patología conocida como misofobia, cuyos afectados se obsesionan con sus hábitos

higiénicos. Sin embargo, existen muchas especies de bacterias con las que nuestros

ancestros establecieron un pacto de ayuda mutua hace millones de años. Como parte de

esta esta alianza entre especies, hoy en día los seres humanos alojamos dentro de nuestro

cuerpo más de 100 billones de bacterias, que en conjunto forman un “órgano extra”

conocido como flora microbiana, microflora o microbiota. De hecho, el número de


bacterias en nuestro cuerpo es diez veces mayor que el de células humanas (aunque

ocupan mucho menos volumen porque su tamaño es mucho menor). Esta sorprendente

desproporción ha llevado a algunos científicos a afirmar que “somos más bacterias que

humanos”.

La microflora está formada por bacterias de

unas 500 especies distintas, aunque lo normal es que predominen unas treinta. Las

podemos encontrar en los epitelios y las mucosas de todo nuestro cuerpo. Normalmente

cada especie tiene preferencia por una zona concreta: el intestino es el lugar preferido por

la mayoría. Si reuniésemos todas las bacterias del intestino llenarían una botella de dos

litros.

El superorganismo

La colaboración entre humanos y bacterias nos da capacidades que ninguno (ni ellas ni

nosotros) tendría por separado. El premio Nobel Joshua Lederberg afirmó que veía a estas

bacterias como portadoras de unos “genomas extra” que complementan al nuestro. De

esta colaboración, las bacterias obtienen la protección del interior del cuerpo y un aporte

constante de nutrientes gracias a los que pueden reproducirse en condiciones óptimas. A

cambio, ellas nos proporcionan tres cosas:

1) Un mejor metabolismo de los alimentos. Tantas bacterias diferentes habitando un

mismo espacio dan lugar a una variedad de procesos metabólicos que ninguna célula

humana podría igualar. A partir de los hidratos de carbono que nosotros no podemos
digerir, las bacterias del intestino producen ácidos grasos que sí podemos aprovechar.

También degradan otros compuestos como aminoácidos y producen determinadas

vitaminas. Se podría decir que no hacemos sólo una digestión, sino muchas digestiones a

la vez. Con todo, algunas de las substancias que las bacterias desechan son tan nocivas

para ellas como para nosotros (como el amoniaco o los fenoles).

2) La activación del sistema inmunitario. La presencia de esta gran colonia de bacterias,

especialmente en el colon, hace el el sistema inmunitario se mantenga alerta. Así, si se

detectan bacterias en algún tejido donde no deberían estar, se las ataca sin demora.

También se ha visto que el sistema linfático se desarrolla mucho más allí donde hay

colonias bacterianas.

3) Protección frente a la infección por otros organismos.

Las bacterias de la microflora defienden su hábitat de otros organismos que pretendan

colonizarlo. Esta defensa puede ir desde competir con el invasor por los nutrientes o el

espacio al ataque químico. Un ejemplo de esta protección es la bacteria Lactobacillus

acidophilus (en la foto de la derecha), que habita en la mucosa vaginal. Uno de los

productos que genera es el ácido láctico, responsable del pH ácido de la vagina que

impide otros especies patógenas puedan invadirla. En cierto modo, la microflora actúa

como un segundo sistema inmunitario.

¿Es deseable la higiene total?

Pese a todo, más de una persona escrupulosa preferiría vivir sin esta compañía

microscópica. ¿Qué ocurriría si nos esterilizásemos completamente? Los que se han

sometido a un tratamiento prolongado con antibióticos ya lo saben. Los antibióticos

(especialmente los de amplio espectro) matan indistintamente a bacterias patógenas y a


bacterias beneficiosas, reduciendo considerablemente la población bacteriana de nuestro

cuerpo. En el intestino, esto se traduce en problemas digestivos y de absorción intestinal.

En otros tejidos pueden aparecer algunos tipos de infecciones por hongos (por ejemplo,

micosis vaginal).

En experimentos con animales criados en condiciones de esterilidad total se han

detectado problemas digestivos, metabólicos y un bajo desarrollo del sistema inmunitario

y linfático. También suelen presentar un peso inferior al normal para su edad. Algunos

autores incluso han relacionado la higiene de las sociedades occidentales con la incidencia

de trastornos intestinales y cutáneos.

¿Por qué el cuerpo no considera esas bacterias como una infección y las destruye?

La relación entre la microflora y el sistema inmunitario es muy compleja. El sistema

inmunitario sí detecta la presencia de las bacterias, pero nuestro cuerpo ha tomado

medidas para preservarlas. Estudios de la mucosa intestinal han revelado que allí se

concentra una gran número de linfocitos T llamados reguladores. Estas células tienen la

misión de inhibir la respuesta inmune. De esta manera, se evita que el organismo

desencadene una respuesta contra la microflora que perjudicaría el bienestar del propio

organismo, además de causar una grave inflamación. De hecho, esto es lo que ocurre en

patologías como la enfermedad de Crohn.

¿Cómo llegan esas bacterias al interior del cuerpo humano?

Mientras estamos dentro del útero materno carecemos de flora bacteriana. Esto cambia en

cuanto salimos al mundo exterior. El simple contacto con las secreciones del parto ya

supone nuestra primera exposición a las bacterias, que rápidamente se instalarán en la

piel y las mucosas más accesibles. La primera alimentación proporcionará las bacterias

“pioneras” que colonizarán nuestro intestino. A partir de ese momento, los

microorganismos no dejarán de entrar en nuestro cuerpo, sobre todo a través de los

alimentos y el agua.
Los alimentos que contienen bacterias beneficiosas

se llaman probióticos. Son mayoritariamente derivados fermentados de la leche (como los

yogures) y su consumo está recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Los

médicos recomiendan consumir derivados lácteos durante los tratamientos con

antibióticos precisamente para repoblar la flora bacteriana. La popularización de estos

alimentos en los últimos años ha hecho aparecer algunos productos etiquetados como

probióticos pero que llegan al consumidor con las bacterias ya muertas. Su efecto sobre la

salud es, por tanto, inexistente. Tampoco hay que confundir los alimentos probióticos con

los prebióticos, que contienen substancias beneficiosas para la microflora pero no

contienen bacterias. En cualquier caso, hay que tener presente que una dieta sana ya

contiene todos los prebióticos y probióticos que necesitamos.

Cuando el aliado se convierte en enemigo

Aunque generalmente beneficiosa, la microflora también puede provocar enfermedades. El

paso de las bacterias de un tejido a otro puede significar una patogenización de las

bacterias, que puede acabar en una infección. Esto sucede, por ejemplo, cuando a través

de una herida en la pared del intestino las bacterias pasan a la sangre.

Algunos miembros de la microflora son de hecho parásitos oportunistas: organismos

normalmente inocuos hasta que detectan que el huésped está bajo de defensas. Entonces

aprovechan para iniciar una infección. Se cree que el acné está relacionado con una
infección de las bacterias oportunistas que habitan en la piel. Neisseria meningitidis,

Streptococcus pneumoniae o Pseudomonas aeruginosa son tambien especies que pueden

convertirse en patógenos peligrosos, incluso mortales.

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