Sanoja Alba de La Sociedad
Sanoja Alba de La Sociedad
Sanoja Alba de La Sociedad
VENEZOLANA
Colección
Clásicos de la Arqueología Venezolana
EL ALBA DE LA SOCIEDAD
VENEZOLANA
Perspectiva desde el norte de Suramérica
Caracas, 2013
Fidel Barbarito
Ministro del Poder Popular para la Cultura
Xavier Sarabia
Viceministro para el Fomento de la Economía Cultural
Néstor Viloria
Viceministro de Cultura para el Desarrollo Humano
Omar Vielma
Viceministro de Identidad y Diversidad Cultural
Marianela Tovar
Coordinadora General de Estrategia Centro Nacional de Historia
Oscar León
Coordinador General de Operaciones Centro Nacional de Historia
Editorial
Coordinación editorial: Eileen Bolívar
Diseño portada: Javier Véliz
Diseño de la colección: Javier Véliz
Colección Museo Caracas, Concejo Municipal
Diagramación: Javier Véliz
Apoyo Gráfico: Gabriel Serrano, Mahyvith Alvarado
Corrección: Miguel Raúl Gómez
PARTE I
La FES apropiadora del norte de Suramérica
1. El escenario suramericano ……………………………………………………29
2. La colonización humana originaria del norte de Suramérica ………………43
3. La colonización humana originaria del norte de Brasil ……………………56
4. Inicios de la producción de alimentos en el Bajo Amazonas ………………67
5. Recolectores cazadores generalizados y los inicios del cultivo en Colombia …… 74
6. Inicio de las sociedades sedentarias en el noreste de Suramérica: Ecuador,
Colombia, Panamá y Costa Rica ………………………………………………82
PARTE II
La FES de la cuenca del Orinoco y el noreste de Venezuela
7. Recolectores cazadores de la cuenca del Orinoco………………………… 101
8. La tradición El Espino …………………………………………………… 120
9. Disolución de la formación recolectora cazadora orinoquense ………… 133
10. El modo de vida recolector pescador litoral del noreste de Venezuela… 143
X Índice general
Mapas
MAPA 1: Antiguas regiones geohistóricas de Venezuela. ……………………26
MAPA 2: Hipótesis generales sobre las primeras poblaciones suramericanas …48
MAPA 3: Siglo XVI: ubicación de pueblos recolectores cazadores
generalizados D1(-), posiblemente relictos paleoasiáticos ……………………59
MAPA 4: Cuenca del Caroní-Paragua. Se señala con un punto negro el área
excavada ……………………………………………………………………… 105
MAPA 6: Sitios arqueológicos de la región de Paria. ……………………… 159
MAPA 5: Sitios arqueológicos en el vaso de la presa Caruachi. …………… 131
Gráficos
GRÁFICO 1: Secuencia arqueológica de los sitios Chivateros-Oquendo, Perú …37
GRÁFICO 2: Secuencia arqueológica del sitio Cueva de las Pulgas.
Ayacucho ………………………………………………………………………39
Figuras
FIGURA 1: Industria de pebble tools de Boqueirao da Pedra Furada. Piauí …61
FIGURA 2: Cronología de modos de trabajo del Bajo Caroní. …………… 109
FIGURA 3: Tradición Caroní: núcleos de cuarcita tallados. ……………… 112
FIGURA 4: Tradición Guayana. A-F, K) Puntas de proyectil. G) Cuchillo
lateral, jaspe …………………………………………………………………… 114
FIGURA 5: Punta pedunculada, jaspe. Vaso de la presa Tocoma. Bajo
Caroní. ……………………………………………………………………… 115
FIGURA 6: La Gruta. 1) Punta pedunculada triangular. 2) A-B, talón de
propulsor. ……………………………………………………………………… 117
Índice general XI
La presente obra intenta resaltar el papel protagónico que jugaron las mujeres reco-
lectoras cazadoras en el proceso originario de sedentarización y finalmente de cons-
trucción de comunidades agroalfareras en el norte de Suramérica que comenzó hacia
mediados del Holoceno. Para lograrlo tuve la invalorable y continua asesoría de de mi
compañera y colaboradora Iraida Vargas-Arenas, notable investigadora sobre el tema.
De igual manera contribuyeron las lecturas y fructuosas discusiones que sobre el mismo
ambos sostuvimos, como profesores invitados entre los años 1996 y 2001, con nuestros
amigos(as) profesores(as) del Departamento de Antropología y Prehistoria de la Uni-
versidad Autónoma de Barcelona, Catalunya, particularmente Assumtió Vilá, Jordi
Estévez y Joan Antón Barceló. Al compañero con quien compartí la investigación de
campo del proyecto arqueológico del Golfo de Paria, arqueólogo Luis Adonis Romero.
A los compañeros y los compañeros(as) con quienes compartí la ejecución del proyecto
arqueológico de la cuenca del Bajo Caroní: arqueólogos Tomas Águila y César Benco-
mo, arqueóloga Gabriela Alvarado. Mis agradecimientos a los alumnos y alumnas de
la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela que me brindaron
su colaboración en aquella época, particularmente Hiram Moreno, Cecilia Cardenas,
Jenny Zsabadich, Nancy Escalante, Raúl Gonzales y Larisbeth Velasquez.
A la presencia amiga de Betty Meggers
A manera de prólogo
Los estudios comparativos llevados a cabo por Neves et álii (1999) y por Araujo,
Neves y Kipnis (2012: 533-550) de la data craneológica de Lap Vermhela y otros sitios
del área de Lagoa Santa (Brasil) con la data conocida mundialmente, han concluido
que hace 10.000 años las poblaciones humanas paleoasiáticas o paleoamerindias de
Norteamérica, ya eran diferentes a las de Suramérica. Los pobladores originarios de
nuestros continentes provenían, al parecer, de diferentes grupos humanos: australoi-
des, polinesios, africanos, asiáticos y europeos, tal como lo habían planteado los viejos
maestros Paul Rivet (1960) y Martínez del Río (1987). Los cráneos dolicocéfalos de los
paleoasiáticos suramericanos eran muy similares a los paleoaustralianos o africanos.
Con base en estas conclusiones, Neves y sus asociados establecen que las primeras
poblaciones que entraron en las Américas eran Homo sapiens generalizados que habi-
taban el este de Asia hacia finales del pleistoceno antes de la modificación mongoloide,
demostrando con ello que los primeros en colonizar aquellos territorios fueron pue-
blos dolicocéfalos paleoasiáticos no-mongoloides similares –dice Willey– a los de la
fase Magallanes I de Pali Aike y al tipo físico de Lagoa Santa, Brasil, portadores de la
tradición de puntas de proyectil “cola de pescado” (Willey I-1971: 44-45).
Hasta el presente, los sitios arqueológicos que sustentan la antigüedad de
aquellas migraciones hacia las Américas son pocos, pero contundentes, tales como
Old Crow Flats, donde existe una herramienta de hueso fechada en 27.000 +
300 a.p.; Meadowcroft Shelter, Pennsylvania, cuyos fechados van desde 37.000 a
21.500 a.p., y 19.150 + 800 (Jennings 1978; Chatters 2001: 249-250) o Lewisville,
Texas, con una antigüedad de más de 38.000 años a.p. (Krieger 1957). En Méxi-
co encontramos igualmente sitios como Valsequillo, con una antigüedad mayor
a 20.000 años donde aparecen restos de fauna pleistocénica asociados con ras-
padores y otros instrumentros líticos (Irwin Williams 1963, 1969) y Tlapacoya
(Mirambel, 1967), donde se hallaron restos de fauna pleistocena asociados con un
fogón fechado en 24.000 años a.p. (Lorenzo 1987: 158-164).
Sería lícito pensar que todos los sitios mencionados indicarían que la entrada
original de los primeros hombres y mujeres en las Américas no constituyó una mar-
cha multitudinaria y triunfal, sino que, por el contrario, se trató de pequeñas ban-
das aisladas de hombres, mujeres y niños, recolectores cazadores generalizados, que
iniciaron el lento proceso de colonización de las nuevas tierras americanas, por lo
cual las evidencias materiales de su antigua presencia son escasas y dispersas, a veces
sepultadas bajo espesas capas de sedimentos o expuestas por la erosión acuatica o
eólica de esas mismos depósitos sedimentarios (Sanoja 2006: 10).
XX Mario Sanoja Obediente
mación económico social, modo de vida, modo de trabajo y formación social, al igual que
conceptos integradores como los de región geohistórica y georregión.
Con este libro quisimos también desarrollar con amplitud una serie de otros
conceptos que expresamos en obras anteriores, tales como las fachadas historicas
(amazónica-orinoquense, caribeña y andina), los procesos civilizadores pacífico y
atlántico con el animo de fundamentar, así mismo, la existencia de regiones geohis-
tóricas que explican la dinámica sociocultural de la sociedad.
Esperamos ofrecer una narrativa sistemática, de estílo literario, sobre la vida de
nuestros pueblos en aquella época remota y contribuir a fundamentar la conciencia
de unidad cultural, social y política que nos permita alcanzar, en un futuro previ-
sible, el ideal de la Patria Grande que soñaron nuestros libertadores Simón Bolívar
y Hugo Chávez Frías, demostrando que no somos el patio trasero de los Estados
Unidos sino que somos, sencillamente, una casa diferente, cuyos habitantes tenemos
nuestra propia historia. Parte de la misma queremos contarla en este libro.
El modo de vida
El modo de trabajo
Regiones geohistóricas
alude a los procesos que señalan el uso de una misma área o territorio geográfico por
parte de grupos territoriales históricamente diferenciados, lo cual permite explicar las
raíces históricas de los procesos contemporáneos (Sanoja y Vargas-Arenas 1999a: 13).
Hacia finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, los datos conocidos
hasta el presente indican que la población del territorio de Venezuela estuvo divi-
dida grosso modo en dos grandes regiones geohistóricas: la región geohistórica del
noroeste que comprendía los actuales estados Falcón, Lara, Zulia, Cojedes y Ca-
rabobo, la región geohistórica de la cuenca del Orinoco y la región geohistórica del
noreste de Venezuela, integrada por los actuales estados Anzoategui, Sucre, Delta
Amacuro, Monagas, Guárico, Bolívar y Amazonas.
MAPA 1
Antiguas regiones geohistóricas de Venezuela.
El alba de la sociedad venezolana 27
La cultura de las poblaciones originarias del noroeste parecen haber sido el fruto
de un largo proceso evolutivo local que, según algunos autores, podría haber partido
de una etapa inicial caracterizada por la manufactura de instrumentos de produc-
ción bifaciales de gran tamaño, hachas de mano y lascas tipo “clactoniente” talladas
en cuarcita, con una antigüedad estimada de alrededor de 20.000 años antes del
presente (Oliver y Alexander 1990), instrumentos de producción utilizados para la
recolección y la caza generalizada. El inicio del proceso evolutivo local del noroes-
te de Venezuela habría culminado hacia 14.000-13.375-11000 años a.p. (Bryan y
Gruhn en Ochsenius y Gruhn 1979: 53-58; Brennan 1970: 136) en una fase carac-
terizada por instrumentos de producción bifaciales para la caza especializada tales
como puntas de proyectil, raspadores, cuchillos y diversos tipos de instrumentos
manucturados sobre láminas de cuarcita, sílex o chert.
La factibilidad de aquella secuencia, puesta en duda por diversos investiga-
dores, parece estar avalada por la existencia de procesos similares ocurridos en
diversas regiones de Norteamérica, Mesoamérica y Suramérica, los cuales indi-
can en Norteamérica una antigüedad para la fase inicial de la misma (gente de los
pebble tools) estimada entre 80.000 y 40.000 años antes del presente (a.p.) y de
13.000-10.000 años a.p. para el inicio de la fase final de cazadores especializados
(Brennan 1978; 148-171).
En el caso particular de la región geohistórica del noroeste de Venezuela, no
ha sido posible determinar la data y las modalidades de la fase final del modo de
vida recolector cazador especializado, aunque es posible estimar su posible desapa-
rición hacia 6.000-5.000 años antes del presente con base en los fechados del sitio
La Hundición, estado Lara, Venezuela. Los sitios arqueológicos que ilustrarían el
destino final de aquellas poblaciones cazadoras especializadas, todavía no han sido
consistentemente relevados. Las poblaciones de la formación productora ya estaban
presentes en el NO de Venezuela posiblemente entre 3.000 y 2.000 años antes del
presente, principalmente como producto de procesos de migración originados en la
costa de Ecuador o la de Colombia (Sanoja 2001).
Las poblaciones de aquella región geohistórica compartíeron modos de trabajo
que eran variantes de un modo de vida cazador especializado que culminó –hacia
3.000 años antes del presente– con focos de domesticación de plantas comestibles,
hecho que marcó la disolución de la FES apropiadora (recolectores-cazadores) y el
inicio de de la FES productora de alimentos.
28 Mario Sanoja Obediente
Los esquemas teórícos sobre el poblamiento humano originario del actual te-
rritorio de Venezuela, tales como, por ejemplo, la famosa teoría de la H propuesta
por Osgood (1943; Dupuy 1952: 16-17) o la dicotomia cultural (Cruxent y Rouse
1961-1: 305-307), siempre han insistido sobre la existencia de una diferencia cul-
tural entre las poblaciones originarias del oeste y el oriente del país. Para aquellas
fechas, la existencia de sociedades recolectoras cazadoras en la cuenca del Orinoco
no estaba documentada, salvo por la presencia de puntas de proyectil pedunculadas
provenientes del Alto y Medio Caroní, generalmente recolectadas fuera de contexto
por los mineros que buscaban oro y diamantes en las arenas del río.
Aquella dicotomía cultural –pensamos– es reflejo de la formación de las regio-
nes geohistóricas originarias en el territorio de Suramérica y particularmente en el
norte del mismo. Mientras la cuenca del Orinoco y la región de Paria constituyeron
una prolongación septentrional de los procesos culturales que tuvieron lugar en la
cuenca del Amazonas-Orinoco, el noroeste de Venezuela parece haber sido el esce-
nario de un antiguo proceso autónomo de desarrollo cultural que habría impactado
las sociedades cazadoras recolectoras del litoral pacífico suramericano.
PARTE I
La FES apropiadora del norte de Suramérica
1. El escenario suramericano
El poblamiento y la colonización originaria de la América Meridional es un evento
muy particular dentro de la historia de la humanidad. Suramérica constituye una
masa territorial de enormes proporciones que encierra una gran diversidad de re-
giones geográficas y climas, la cual sin duda tuvo gran impacto en el modelado cul-
tural y genético de las pequeñas bandas de individuos que entraron en el continente
norteamericano al menos entre 40.000 y 30.000 años antes del presente, durante
el período de recalentamiento relativo del Wisconsin Medio (Patterson 1981: 244-
245; Lavallée 1995: 9-10), cruzando los hielos, vadeando o navegando los brazos de
mar que separaban Asia de Norteamérica.
Una vista general de las características culturales que tenían las poblaciones
humanas arcaicas suramericanas entre 13.000 y 10.000 años antes de ahora nos
indican que ya existían para esa época profundas diferencias culturales entre las
poblaciones que habitaban en los diversos territorios suramericanos (Dillehay et álii
30 Mario Sanoja Obediente
1992). Esas diferencias parecen haber sido el producto de los procesos de deriva ge-
nética, étnica y cultural que habrían comenzado a operar desde milenios anteriores a
aquellas fechas, sobre todo si consideramos que se trataba –para ese entonces, como
ya se dijo– de grupos humanos integrados por pocos individuos, dispersos sobre
vastos territorios sujetos a rigurosos cambios climáticos y modificaciones drásticas
del relieve, la fauna, la flora y los cursos de agua. De lo anterior podría inferirse que
el poblamiento y la colonización original de Suramérica representan un proceso his-
tórico de naturaleza diferente al de Norteamérica.
Dichos cambios climáticos, conjuntamente con el aislamiento en que vivían
aquellos grupos debido a las barreras geográficas, ecológicas y sociales que delimitan
las diversas regiones geográficas de Suramérica, determinaron tanto el surgimiento
de diversos modos de vida como la ruptura del lenguaje o lenguajes originales en
diversas variantes lingüísticas y dialectales regionales. Es en este sentido que Gnecco
(2003: 16-17) considera también que el poblamiento humano de la América Tropi-
cal podría ser considerado como un lento proceso de colonización territorial afin-
cado en la explotación de todos los recursos, animales o vegetales, de la biomasa.
Por el contrario, en Norteamérica, desde los milenios finales del Pleistoceno, existió
una importante biomasa que condicionó los modos de vida de los primeros inmi-
grantes. Los modos de trabajo de aquellos modos de vida se caracterizaban prin-
cipalmente por la explotación de un recurso contingente, como son los rebaños de
grandes animales gregarios, cuya permanencia en una región determinada no estaba
controlada por la acción humana. En consecuencia, los diversos procesos de trabajo
que conforman la tecnología estaban principalmente diseñados para explotar aquel
recurso, no los suelos donde vivían los rebaños; para vencer la precariedad de aquella
contingencia, al igual que los antiguos pueblos pastores asiáticos, su modo de vida
tenía que estar culturalmente orientado, de manera preferente, hacia una existencia
móvil dentro de las llanuras o sabanas que servían de nicho a aquellos rebaños. Sin
embargo, en el este de los Estados Unidos, la tradición de paleocazadores coexistió
con grupos de recolectores cazadores, pescadores, recolectores y/o cultivadores de
plantas, asi como de bivalvos y moluscos de agua dulce desde por lo menos 11.602 +
602 a.p. (Brennan, 1970: 211).
En el caso particular del poblamiento originario de Suramérica, y especialmente
de su región tropical, como ya se dijo, parece haber ocurrido un lento proceso de co-
lonización, el cual estaba caracterizado a su vez por procesos territoriales de control
El alba de la sociedad venezolana 31
aleros como es el caso de Toca Pedra Furada, Toca de Boqueirao y Toca da Esperan-
za (Schobinger 1988: 375-395).
Grupos humanos similares ya estaban vivíendo en la región meridional de Sur-
américa –con certeza– hacia 13.000 años antes del presente, como lo evidencia el
sitio arqueológico de Monteverde, Chile. Se trataba de un asentamiento humano al
aire libre con restos bien preservados de antiguas cabañas, plantas, huesos de ani-
males extintos y artefactos de piedra y madera, sellados en un estrato de turba. Sus
instrumentos líticos de trabajo eran también muy rústicos, fundamentalmente peb-
bles tools, lascas y núcleos unifaciales. Aproximadamente 1,50 m debajo del estrato
inferior, aparecieron otros conjuntos de piedras percutidas o con indicaciones de
abrasión, posibles artefactos líticos que podrían asociarse con otra cultura más an-
tigua, cuya antigüedad podría ser datada alrededor de 33.000 años (Dillehay 1989).
Como ya hemos mencionado, también en los valles litorales del estado Falcón,
Venezuela, existió igualmente lo que podría considerarse una antigua tradición
lítica pre-Clovis de lascas y bifaces de tipo clactoniense, choppers y pebbles tools,
denominada tradición El Camare, recolectados sobre terrazas fluviales con una an-
tigüedad estimada de 20.000 años a.p. (Oliver y Alexander 1995), lo cual podría
corroborar la amplia presencia de dichas poblaciones antiguas en Suramérica desde
los tiempos pleistocénicos.
Las evidencias anteriores parecen indicar, de manera fehaciente, que para fina-
les del Pleistoceno, las poblaciones de antiguos recolectores cazadores generalizados
habían colonizado prácticamente todo el territorio suramericano desde el Caribe
hasta el extremo sur del continente. Entre 14.000 y 10.000 años a.p. ya encontramos
una gran diversidad de poblaciones antiguas de recolectores cazadores generaliza-
dos o tropicales cuyo ajuar tecnológico consistía en lascas, percutores y raspadores
de cuarcita y sílex, microlascas de cuarzo y una variada industria de hueso, las cuales
ya habitaban el sureste de Brasil, los valles del Amazonas y el Orinoco y el macizo
Guayanés, los valles intermontanos de la cuenca del río Cauca y la meseta cundibo-
yacense de Colombia, el litoral septentrional de Chile, el litoral de Perú y Ecuador
y el litoral atlántico desde el norte de Argentina hasta el noroeste de Venezuela,
Trinidad y Guyana (Sanoja y Vargas-Arenas 2006, 2012).
La caza y quizás también el aprovechamiento carroñero de la carne de la mega-
fauna pleistocena, a la par que de la fauna neotrópica, fue también practicada por
las antiguas poblaciones de antiguos cazadores recolectores generalizados. Como
34 Mario Sanoja Obediente
nos comentaba jocosamente una vez el fallecido prehistoriador mexicano José Luis
Lorenzo, aquellas poblaciones no se organizaban cada día para cazar su mastodonte
cotidiano; éstos eran más bien presas capturadas muy ocasionalmente cuando los
cazadores hallaban las condiciones materiales apropiadas para hacerlo. Vemos así
que en diversos campamentos cavernarios de recolectores cazadores generalizados
donde no están presentes puntas líticas de proyectil, tal como sucede en la meseta
bogotana (Van der Hammen y Correal 2002, Correal 1993), en Paccaicasa y Cueva
de las Pulgas, valle de Ayacucho, Perú (Macneish 1974: 145-149), en la costa nor-
te de Chile, sitios de Quereo y Tagua Tagua 11.1000 años a.p. (Núñez Atencio,
Lautaro 1994: 351-353), o en la pampa al sur de Buenos Aires, sitio La Moderna
(Lavallée 1995), entre otros, donde se han hallado también los restos esqueléticos de
mastodontes y otras especies de fauna pleistocena que fueron destazadas y comidas
por sus habitantes, no están presentes en los momentos iniciales puntas líticas de
proyectil. Es muy probable que hubiesen utilizado la madera, el hueso o la concha
para la manufactura de dichos artefactos, como se muestra en periodos posteriores.
La evidencia arqueológica que testimonia la presencia temprana de posibles po-
blaciones humanas paleoasiáticas en el área de estudio refleja, como vemos, muchos
de los temas de debate que se han suscitado al analizar los restos materiales de-
jados por las sociedades de antiguos recolectores cazadores americanos, los cuales
estarían relacionados con un posible horizonte de industrias líticas indiferenciadas
que Krieger (1962: 130-143; Brennan 1970: 150-151) denominó “pre-projectile point”
(pre puntas de proyectil), el cual precedería o quizás coexistiría en algún momento
con el de industrias bifaciales laminares con puntas de proyectil generalmente aso-
ciadas con la caza de megafauna. La presencia de dichas industrias de instrumentos
líticos no especializados sin puntas de proyectil, podría parangonarse morfológica y
técnicamente con las antiguas tradiciones o culturas recolectoras cazadoras del Pa-
leolítico Inferior y del Paleolítico Medio que ya existían en el noreste de Asia desde
los siglos finales del Pleistoceno (Lorenzo 1987: 357).
Aquella opinión es compartida razonablemente por la conocida prehistoriadora
francesa Danielle Lavallée, quien considera que la evidencia que al respecto conoce-
mos hasta el presente,
“... nous conduit finalement a accepter, un peu par force et faute de mieux, l´idée
qu’ont coexisté alors, en Amerique du Sud, deux grandes traditions techniques dis-
El alba de la sociedad venezolana 35
tinctes. L’une ignorant la pointe de jet et, d’une facon generale, le travail bifaciale de
la pierre, et y suppléant par un equipement de bois et d´os (disparú), heritiére des
premieres vagues de peuplement arrivés en Amerique du Sud; l’autre ayant adopté
(ou inventé independamment?) une tradition de piéces bifaciales aportées par les
migrations plus recentes. Hypothese pas totalment satisfaisante et pour la quelle,
surtour, dans l’etat actuel de nos connassances, les preuves manquent. Opinion par
consequénce revisable a tout moment., mon metier de prehistorien devait (devrait)
exclure tout dogmatisme...”
Lavallée, 1995: 137.
GRÁFICO 1
Secuencia arqueológica de los sitios Chivateros-Oquendo, Perú
(tomado de Lanning y Patterson).
38 Mario Sanoja Obediente
GRÁFICO 2
Secuencia arqueológica del sitio Cueva de las Pulgas. Ayacucho (tomada de Macneish).
40 Mario Sanoja Obediente
relieve, su flora y fauna hacia finales del Pleistoceno. Fue este hecho el que estimuló
–al parecer– una primera fase de separación y aislamiento territorial entre dichas
comunidades, propiciando en ellas, como ya expusimos, procesos de diferenciación
genética, étnica y cultural, particularmente lingüística (Meggers, 1982: 486.).
A la luz de aquella propuesta teórica, toma importancia la tesis emitida por Rou-
se y Cruxent (Rouse y Cruxent 1963: 30) sobre la existencia de una etapa inicial del
poblamiento del NO de Venezuela, caracterizada por una industria de grandes las-
cas de tipo clactoniense, los choppers bifaciales tipo abbevilliense y pebbles tools tipo
El Camare y Las Lagunas, donde están ausentes las puntas líticas de proyectil. Las
evidencias materiales de dicha etapa –según aquellos autores– fueron recolectadas
sobre la terraza fluvial II de la cuenca del río Pedregal, cuya antigüedad geológi-
ca estimada podría remontarse por lo menos a 24.000-20.000 años a.p. (Oliver y
Alexander 1995: 35; Brennan 1970: 143-144.).
Ello permite reafirmar, con un grado apreciable de certeza, que los primeros in-
migrantes que llegaron al actual territorio venezolano eran posiblemente descen-
dientes de la oleada de pobladores paleoasiáticos de filogenia no-mongoloide y Di.a
negativos que entraron desde Siberia antes de 40.000 años a.p. Los mismos ya esta-
ban en Alaska alrededor de 30.000 años a.p. y posteriormente llegaron al istmo de
Panamá entre ca 30.000 y 25.000 años a.p., momento cuando el paisaje interglaciar
del continente estaba entrando en una nueva fase glaciar.
Las poblaciones paleoasiáticas comenzaron a adaptarse a las condiciones de vida
tanto costeras como del interior de Suramérica, desarrollando como estrategia de
subsistencia la recolección y la caza generalizada. Ello les permitió resistir los cam-
bios climáticos importantes que estaban ocurriendo en las cuencas aluviales de las
regiones bajas de Suramérica debido a la caída del nivel del mar (-120 m) a finales
del Pleistoceno, lo cual ocasionó una apreciable disminución de la vegetación en los
macizos montañosos de Guayana, Brasil y en la cordillera andina. Como consecuen-
cia, aquellos recolectores cazadores generalizados tuvieron que desarrollar procesos
adaptativos a diferentes ambientes sociales y naturales, lo cual se manifestó en el
desarrollo de diversos estilos regionales de vida (Haffer 1982: 6-24; Bigarella y An-
drade-Lima 1982: 27-40; Van der Hammen 1982: 60-66; Meggers 1982: 483-496).
Las pocas evidencias esqueléticas que nos permiten tener una cierta idea del as-
pecto físico de poblaciones paleoasiáticas y paleomongoloides originarias surameri-
canas, indican que entre 10.000 y 8.000 años antes del presente, en diversos sitios
El alba de la sociedad venezolana 45
de Colombia, Brasil, Perú y Chile habitaban personas de talla media, con un fuerte
desarrollo muscular, dolicocéfalos, de cabeza alta (hipsicráneos), frente angosta y
corta, nariz ancha (platirrinos) y un pronunciado prognatismo alveolar (Stewart
1950; Newman 1953; Ardila 1984: 27; Correal Urrego y Van der Hammen 1977:
125-153; Lavallée 1995: 87). Sobre el origen de aquellas poblaciones, según Arau-
jo, Neves y Kipnis (2012: 546-547), los pocos cráneos de antigüedad pleistocénica
hallados en la Zhoukoudian Upper Cave, Liugiang, China, no tienen una afinidad
particular con las poblaciones mongoloides que ocuparon posteriormente la región
entre el Holoceno Temprano y el Holoceno Medio, lo cual hace suponer que el no-
reste de Asia podría ser la fuente original de las primeras poblaciones paleoameri-
canas que entraron en las Américas, las cuales eran posiblemente las paleoasiáticas,
no-mongoloides, que proponen Layrisse y Wilbert. En el caso concreto de Lagoa
Santa, los fechados de radiocarbono y de colágeno indican, con certeza, que aquellas
poblaciones podrían haber estado ya asentadas a Lagoa Santa, región centro oriental
de Brasil, hacia 12.000-11.000 años antes del presente.
Para comprender las características genéticas y culturales, particularmente las
lingüísticas, de los primigenios habitantes de Suramérica, es importante destacar
que la ausencia total del factor sanguíneo Diego que es característica de las primeras
poblaciones paleoasiáticas, se presenta igualmente en enias indígenas venezolanas
modernas como los cuiva, los bari, los yanomama-waica y los warao, así como tam-
bién, por ejemplo, en las etnias alacaluf y yahgan que habitan en el extremo sur del
continente (Layrisse y Wilbert 1999: 40, 42, 44; Sanoja y Vargas-Arenas: 2006:
61-64). De ello sería dado inferir que dichas poblaciones recolectoras, cazadoras y
pescadoras podrían ser, quizás, relíctos de aquellas primeras oleadas de pobladores
paleoasiáticos que llegaron al continente americano y a Suramérica.
El lenguaje de los paleoasiáticos y los paleomongoloides
Las primeras oleadas de recolectores cazadores generalizados paleoasiáticos fue-
ron clasificados por Greenberg (1987: 389; Layrisse y Wilbert 1999: 171-174.) como
pertenecientes a la familia Chibcha-Paezana, familia Macro Chibcha de lenguas con
una amplia dispersión territorial, cuyos miembros sobrevivientes están distribuidos
desde la Florida y la Baja Mesoamérica a través del norte de Colombia, el delta del
Orinoco y el suroeste de Venezuela, hasta el Brasil Central y Argentina, sugiriendo
que aquella pudo ser la matriz de las lenguas que hablaban los antiguos pobladores
paleoasiáticos. Greenberg (ibíd.: 335) adelantó la hipótesis de una fecha razonable
46 Mario Sanoja Obediente
continental era el típico de los interglaciares, comenzando a entrar en una fase típi-
ca de los estadios glaciares, caracterizada por profundos cambios paleoclimáticos
que modificaron su relieve, su flora y su fauna hacia finales del Pleistoceno. Fue este
hecho el que estimuló –al parecer– una primera fase de separación y aislamiento
territorial entre dichas comunidades. Aquellas que habitaban las cuencas de los ríos
Amazonas-Orinoco quedaron como un proceso cultural particular, periférico a los
de la región pacífica de Suramérica que era zona de transito muy activa, limitada al
oriente por las serranías andinas y al oeste por el litoral oceánico que canalizaba las
diversas oleadas de población originaria, propiciando en ellas procesos de diferen-
ciación genética, étnica y cultural, particularmente lingüística. Esta dicotomía en la
intensidad del tiempo histórico entre ambas regiones del continente suramericano
estimuló el desarrollo singular de lo que se ha denominado “cultura de la selva tro-
pical”, que se materializó entonces como la megarregión geohistórica Amazonas-
Orinoco que tomó cuerpo a partir del Holoceno (Meggers 1982: 486).
Entre 14.000 y 10.000 años a.p. aparecieron en la escena suramericana nuevas
bandas de pobladores, esta vez mongoloides (Di.a–+) o paleoindios, cazadores
especializados que habían innovado o desarrollado la tecnología lítica para fabri-
car puntas de proyectil bifaciales, lo cual coincide con las conclusiones de Neves
et álii (1999) al respecto. Dichas poblaciones se concentraron mayormente en la
captura de los grandes mamíferos pleistocénicos. Salvo quizás en Patagonia, la
cultura llamada Paleoindia se desvaneció en la medida que se extinguía la mega-
fauna, en tanto que, hacia 5.000-4.000 años a.p., los antiguos recolectores caza-
dores no especializados pudieron dar el salto cualitativo hacia el sedentarismo y
la agroalfarería.
Como resultado del proceso colonizador iniciado de manera temprana por
las sociedades de recolectores cazadores, hacia 12.000-8.000 años antes de aho-
ra, según Bate (1983-II: 205-213; mapa 2), el territorio de Suramérica ya estaba
ocupado grosso modo por cinco grandes pueblos de recolectores cazadores distin-
guidos como unidades o conjuntos sociales que compartían determinados rasgos
culturales, que vivían y explotaban preferentemente los recursos naturales de de-
terminados ecosistemas.
I) El conjunto I ha sido identificado por la mayoría de los arqueólogos, con base
en el fósil director conocido como “tradición de puntas foliáceas u horizonte El Jobo-
Lauricocha-Ayampitín”. Los pueblos asociados con dicho conjunto se extendieron
48 Mario Sanoja Obediente
MAPA 2
Hipótesis generales sobre las primeras poblaciones suramericanas
(tomado de Bate-II, 1983).
El alba de la sociedad venezolana 49
la coexistencia parece haber sido la norma de vida de de los diversos pueblos origi-
narios suramericanos.
Las teorías expuestas por Layrisse y Wilbert sobre el poblamiento temprano
de Suramérica –a nuestro juicio– tendrían su concreción en dos grandes procesos
colonizadores que se explican en relación con las tradiciones líticas respectivas: uno,
el más antiguo, vincula cronológicamente a las primeras oleadas de pueblos paleoa-
siáticos y paleomongoloides Di.a negativos que entraron a Suramérica, portadoras
de un ajuar lítico no especializado, cuya diáspora alcanzó hasta el extremo sur del
continente entre 30.000 y 13.000 años antes de ahora. La mayoría de estas pobla-
ciones antiguas, que Bate engloba en sus conjuntos III y IV, a partir de ca. 13.000
años a.p., fueron quizás desplazadas del litoral pacífico suramericano o absorbidas,
posiblemente, por nuevas oleadas de población mongoloide Di.a positivo poseedoras
de un ajuar de instrumentos líticos bifaciales especializados para la caza que Bate
incluye en sus conjuntos I, II y V.
La extensa georregión conformada por las cuencas de los ríos Amazonas y Ori-
noco, incluyendo la vertiente oriental de los Andes y el litoral pacífico de Ecuador y
Colombia, habría formado como un extenso refugio que serviría de albergue a la ma-
yoría de las antiguas poblaciones paleoasiáticas y paleomongoloides Di.a-negativos,
incluso las desplazadas o repelidas de su antiguo hábitat del occidente de Suramé-
rica, como podría inferirse de las investigaciones de Lanning y Patterson (1974) y
Macneish (1974) en el litoral andino central del Perú.
A partir de 30-000 años a.p., como ya se expuso, las poblaciones originarias de la
georregión Amazonas-Orinoco comenzaron a construir un modo de vida adaptado
a la dinámica de las cambiantes condiciones ambientales que experimentó la georre-
gión entre finales del Pleistoceno y el Óptimo Climático del Holoceno y a colonizar
tanto las tierras del interior como las regiones litorales atlánticas desde el sur de
Brasil hasta el noreste de Venezuela, modo de vida que ha sido estereotipado bajo la
denominación de cultura de Selva Tropical.
Las poblaciones de este modo de vida tropical, por llamarlo de alguna manera,
lograron concretar, como veremos, importantes desarrollos tecnológicos tales como
la invención independiente de la domesticación y el cultivo de plantas y la manu-
factura de la alfarería, la cestería y el tejido. En la georregión del litoral pacífico de
Ecuador y Colombia, estas poblaciones para 5.000-4.000 años a.p. se convirtieron
rápidamente en cultivadoras ceramistas, absorbiendo posiblemente a las poblaciones
52 Mario Sanoja Obediente
Ande, selvas tropicales, pampas, llanuras, etc., desde la costa del mar Caribe hasta el
extremo sur de la Tierra del Fuego (Bryan 1978; Dillehay et álii 1992).
Dichos procesos de colonización territorial y diversificación cultural y genéti-
ca, solamente pudieron haberse desarrollado como consecuencia de un largo pe-
ríodo de presencia humana en la tierra suramericana. Dicha variabilidad deben
haber sido el producto de procesos de deriva genética, étnica y cultural que ha-
brían comenzado a operar desde hace muchos milenios anteriores a 13.000 años
antes del presente sobre pequeñas bandas de individuos, dispersas sobre vastos
territorios, sujetos a rigurosos cambios climáticos, y modificaciones drásticas del
relieve, de la fauna, la flora y los cursos de agua. Dichos cambios y el aislamiento
en que vivían aquellas bandas de recolectores cazadores debido a las barreras geo-
gráficas, ecológicas y sociales, determinaron seguramente la aparición de diversos
modos de vida, así como la ruptura del lenguaje o lenguajes originales en diversas
variantes linguísticas y dialectales.
Investigadores como Gnecco (2003: 16-17), consideran, por ejemplo, que el
poblamiento originario de la América tropical podría ser considerado como un
lento proceso de colonización territorial. En el caso particular del poblamiento
originario de Suramérica y particularmente su región tropical, dicho proceso estu-
vo caracterizado por formas territoriales de control de recursos naturales de fauna
y de flora. Los recursos de fauna, aunque abundantes, no estaban tan concentrados
como parece haber sido el caso en Norteamérica, caso contrario a la abundancia,
diversidad y accesibilidad de los recursos vegetales que parece haber existido en
Suramérica. Esta circunstancia habría motivado a sus pobladores originarios a
maximizar la explotación territorial de los mismos y en consecuencia a promover
la territorialidad y el sedentarismo (Gnecco, ibíd.; Bate 1983 II: 205-213).
años a.p. Estos cambios cíclicos, por otra parte, podrían haber sucedido también en
menor escala hasta períodos más recientes como 4.000 o 2.000 años a.p. (Bigarella
y Andrade, 1982; Absy, 1982). En esas condiciones, las poblaciones de recolectores
cazadores generalizados antiguos habrían podido encontrar en la región un ambien-
te más propicio para desarrollar su modo de vida.
Ya en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, diversos investigadores
habían logrado excavar en cuevas y abrigos rocosos localizados en Minas Geraes,
Brasil, restos esqueléticos humanos asociados con fauna extinta. La academia es-
tadounidense, representada particularmente por la opinión de Ales Hrdlicka et
al. (1912)), logro restarle importancia científica a aquellos hallazgos que abogaban
por un poblamiento no mongoloide muy antiguo (Indo-dravida, Ainú, Australoi-
des y Melanesio) seguido de una nueva oleada de pueblos mongoloides, quienes
empujaron a los antiguos pobladores hacia regiones de refugio, imponiéndoles su
huella racial. La academia estadounidense favoreció la tesis de Hrdlicka que con-
fería una antigüedad máxima de 10.000 años a dicho poblamiento. Por otra parte,
la causalidad de la diversidad racial que muestran los indígenas suramericanos fue
atribuida a procesos de adaptación selectiva a determinadas zonas climáticas que
habrían tenido lugar hace 10.000 años o menos (Willey 1971: 9-10. l; Lanning y
Patterson 1974: 44).
Según las investigaciones actuales fundamentadas en la genética, tales como las
realizadas por Layrisse y Wilbert, ya comentadas, la distribución de los aleles en
las poblaciones fundacionales americanas indica que los primeros colonizadores que
habrían inmigrado hacia América en el Pleistoceno Tardío, eran pueblos de filiación
no-mongoloide, dolicocéfalos y Di.a negativos, las cuales habrían entrado posterior-
mente en contacto con nuevas oleadas de migrantes paleomongoloides que tampoco
poseían aquel alele, ambos recolectores cazadores no especializados. Para finales del
Pleistoceno, los recolectores-cazadores paleomongoloides habrían desplazado a los
antiguos australoides y obliterado su lenguaje (Layrisse y Wilbert 1999: 161-162).
El análisis de los restos esqueléticos de la llamada raza de Lagoa Santa, 17 crá-
neos humanos excavados por el explorador danés Lund entre 1835 y 1834 en la cueva
de Sumidouro, Minas Geras, Brasil, en un contexto estratigráfico donde también
aparecieron restos de fauna extinta como Platyonix, Megatherium y Smilodon, caba-
llos y primates extintos, produjo una abundante literatura sobre la antigüedad de la
ocupación humana en Suramérica (Martínez del Río 1952: 135). Posteriormente,
58 Mario Sanoja Obediente
en los estratos más profundos de la cueva de Lapa de Confins, Lagoa Santa, fue
excavado parte del esqueleto de un adulto, cuyo cráneo era muy dolicocéfalo, el cual
se hallaba recubierto y sellado por una capa estalagmítica que garantizaba su anti-
güedad. Los restos humanos se hallaban asociados en el mismo estrato geológico con
restos de fauna extinta tales como camélidos, Mylodon, Smilodon, un cráneo de caba-
llo y restos de un mastodonte joven. En general, según la opinión de diversos autores,
se trataba de una población de Homo sapiens modernos, dolicocéfalos e hipsicéfalos
que debió haber vivido en la región central de Brasil hacia finales del Pleistoceno
(Martínez del Río 1952: 136-137; Comas 1957: 490-491; McCown 1950: 6: 2-3).
A la luz de los conocimientos actuales, podría pensarse que los vestigios esquelé-
ticos de Sumidouro y Confins podrían representar relictos de la fase más antigua de
la colonización humana del norte de Suramérica, por parte de los primeros grupos
paleoasiáticos que entraron al continente suramericano. Sus vestigios arqueológicos
han sido localizados en diversos sitios arqueológicos de Tierra del Fuego, Patagonia,
la pampa argentina, Uruguay y en el noreste de Brasil, tales como Toca do Meio y
Toca de Boqueirao da Pedra Furada Lapa Vermelha y diversos otros abrígos caver-
narios de Lagoa Santa, región centrooriental de Brasil (Layrisse y Wilbert 1999:
163; Neves et álii: 1999; Araujo, Neves y Kipnis 2012), lo cual le da materialidad
a las nuevas posiciones teóricas sobre el poblamiento original de Suramérica y en
particular de la región norte de dicho continente.
Hasta el presente, parte de los vestigios de aquella sociedad originaria de re-
colectores cazadores ha estado virtualmente ausente del registro arqueológico de-
bido, quizás, a que estén sepultados bajo espesas capas aluviales depositadas por
los grandes ríos de la cuenca amazónica, que hayan sido destruidos por las pobres
condiciones de conservación en una región tan húmeda, o que simplemente las in-
vestigaciones arqueológicas no hayan llegado a producir suficientes conocimientos
sobre un área tan inmensa (Meggers, 1982: 485-486).
En el caso de la Guayana y la Amazonía venezolana, como veremos en capítu-
los posteriores, las investigaciones arqueológicas recientes han revelado la estrecha
relación histórica y cultural que existió desde finales del Pleistoceno entre las pobla-
ciones recolectoras cazadoras originarias de aquellas regiones y las similares de la
cuenca amazónica, el planalto brasileño y el noroeste de Suramérica, conformando
lo que podríamos considerar una macrorregión geohistórica de gran relevancia para
entender la historia posterior de las mismas.
El alba de la sociedad venezolana 59
MAPA 3
Siglo XVI: ubicación de pueblos recolectores cazadores generalizados D1(-),
posiblemente relictos paleoasiáticos.
Mercier y Valladas, 1990), quienes sacaron a la luz las primeras evidencias duras
sobre la presencia de aquellas poblaciones humanas en el continente desde hace unos
50.000 años a.p., asociadas igualmente con una industria lítica muy rústica de cuar-
zo y cuarcita integrada por pebbles tools y raspadores sobre lascas (Fig. 1). Por otra
parte, la presencia de poblaciones humanas de ascendencia paleoasiáticas en el no-
reste de Brasil hacia finales del Pleistoceno está atestiguada también en numerosos
sitios arqueológicos tales como Lapa Vermelha, 11.000-11.500 años a.p. (Neves et
álii. 1999); Toca do Sitio do Meio, 8.800 + 60 a.p.; Toca do Baixao de Perna, 9540
+ 170 a.p.; Toca do Boqueirao da Pedra Furada, 10.400 + 180 a.p.; entre muchos
otros, en un momento cuando el clima se hizo más húmedo y fresco, lo cual permitió
la ampliación de la cubierta vegetal, la multiplicación de los moluscos terrestres y de
fauna actual: venados, roedores, lagartos, etc, condiciones que propiciaron también
la importancia cuantitativa del producto de la pesca, la recolecta de vegetales y de la
caza en los espacios abiertos.
Las investigaciones de Prous en la región de Lagoa Santa, Minas Geraes (1978-
79-80: 61-73), indican igualmente la posible presencia de ocupación humana en un
período que podría establecerse entre 25.000 y 15.000-10.000 años antes del pre-
sente. En la Serra de Cipó, región localizada unos 50 km al norte de Lagoa Santa,
abrigo de Santana do Riacho, la ocupación humana, que comienza alrededor de
11.960 años a.p., está señalada por la presencia de enterramientos humanos muy an-
tiguos. Dichos restos esqueléticos, según los autores, pertenecen a la llamada raza de
Lagoa Santa, el Hombre de Confins (Hurt y Blasi: 1969). Los esqueletos pintados de
rojo reposan sobre lechos de guijarros vecinos a un fogón, asociados con cuentas de
collar, instrumentos de hueso y madera quemada que parecen ser anzuelos, posibles
restos de redes de pesca y puntas de proyectil en hueso o madera. El material líti-
co, tallado en cuarzo cristalino, indica un alto porcentaje de raspadores carenados,
buriles y lascas primarias (Prous 1978, 79-80). El enterramiento de difuntos en el
espacio doméstico y los huesos pintados de rojo parecen indicar la expresión de un
cierto sentido de apropiación del territorio doméstico donde transcurría la vida co-
tidiana, así como posiblemente un culto a los ancestros y a los espíritus protectores
de la comunidad doméstica.
Dichas investigaciones arqueológicas indican también que aproximadamente
entre 11.000 y 8.500 años antes del presente, la región estuvo ocupada por pueblos
fabricantes de una industria lítica de laminas unifaciales, donde predominan los per-
El alba de la sociedad venezolana 61
FIGURA 1
Industria de pebble tools de Boqueirao da Pedra Furada. Piauí.
Brasil (tomado de Lavallée 1995: 61).
62 Mario Sanoja Obediente
Con la transición al óptimo climático que se inició posiblemente entre 9.000 y 8.000
años a.p., se hicieron presentes en el este de Brasil grupos de cazadores recolectores
que utilizaban puntas de proyectil bifaciales pedunculadas. En Río Grande do Sul y
64 Mario Sanoja Obediente
Santa Catarina, sur de Brasil, el ajuar de instrumentos de la fase Vinitu incluye una
gran variedad de artefactos lascados que pueden ser identificados como cuchillos,
raspadores y puntas de proyectil con espiga basal (Schmitz 1987: 90-93).
En el Brasil Central y en el Bajo Amazonas, aquellas puntas de proyectil están
presentes en contextos arqueológicos que corresponden con la tradición Itaparica,
como es el caso de Cerca Grande (Hurt y Blasi 1969), en Serranopolis, Goias, fecha-
das entre 8.700 y 8.400 a.p. y en Sao Raimundo Nonato, Piahui, fechadas en 8.400
a.p. (Guidon 1986: 157-71).
En el Bajo Amazonas, en las capas más profundas de la cueva da Pedra Pintada,
se excavó un contexto recolector cazador que contiene también puntas de proyectil
pedunculadas bifaciales de forma triangular, raspadores, hojas y lascas manufactu-
radas en cuarzo o calcedonia. Localizada en un ambiente de tipo lacustre y palus-
tre distante unos 10 km del río Amazonas, los restos de fauna asociados indican la
captura de mamíferos terrestres de regular tamaño posiblemente cazados por los
hombres, así como restos esqueléticos de roedores, moluscos univalvos y bivalvos,
tortugas acuáticas y terrestres, aparte de semillas de palma y otros restos vegetales,
los cuales podrían ser resultado de las prácticas sociales de mantenimiento y repro-
ducción de la vida cotidiana que ejecutaban las mujeres y los individuos juveniles de
la banda (Roosevelt et álii. 1996). La ocupación inicial de la cueva ocurrió a finales
del Pleistoceno, evento datado entre 11.200 años a.p., y 10.500 años a.p. Es impor-
tante resaltar la presencia de las puntas de proyectil pedunculadas de hoja triangular
en el deposito basal de Pedra Pintada, ya que podrían estar relacionadas posible-
mente con la intrusión desde el sur de bandas de cazadores recolectores relacionados
con el complejo II, Toldense, señalado por Bate (1983-II: 208-210), cuya datación
más antigua se remonta al 10.650 a. C. (ca. 12.605 a.p.), relativamente cercana a la
fecha de 11.650 años a.p., los inicios de la cultura Monte Alegre.
Las puntas de proyectil pedunculadas están presentes en sitios arqueológicos del
Alto Paraná, sur de Brasil, tal como la denominada fase Vinitu (Schmitz 1987: 90-
92), cuya edad estimada es de 8.000-7.000 años a.p. Los sitios arqueológicos, locali-
zados en el vaso de la presa Itaipú, son superficiales, indicadores –posiblemente– de
campamentos temporales. El ajuar lítico incluye lascas primarias, lascas con retoque
usadas como raspadores o cuchillos, puntas de proyectil pedunculadas o tipo hoja
de laurel, picos y choppers. Una fecha de C14 de 8.000 a.p., fue obtenida para un
contexto similar, la fase Itaguajé en el río Paranapanema.
El alba de la sociedad venezolana 65
pez 2004; Mora 2006: 80-95), caracterizados por un ajuar muy diverso de puntas
pedunculadas, “colas de pescado” –que son muy comúnes en el este de Brasil– y
las lanceoladas que podrían estar vinculadas al llamado “horizonte andino de bi-
faces”. Esta combinación podría ser fruto del mestizaje de antiguas poblaciones
brasileñas con grupos de cazadores serranos, el cual podría evidenciar procesos de
trabajo cazador recolector vinculado, hacia 4.000 a. C. con los primeros pueblos
agrarios de la región (Bate 1983-I: 151).
La tradición de puntas de proyectil “cola de pescado” y de puntas de proyectil
pedunculadas de hoja triangular parece haber alcanzado la cuenca del Orinoco
entre 10.000 y 8.000 años antes del presente (Barse 1989, 1990, 1995; Tomás
Águila com. pers. 2013) y el noroeste de Venezuela posiblemente entre 11.000-
10.000 y 6.000 a.p. En el caso de la cuenca del Orinoco, podría decirse que esta
formaba parte de una macrorregión geohistórica, que, para el tiempo histórico
de los recolectores cazadores, comprendía las cuencas Amazonas-Orinoco, y los
espacios litorales de Brasil, parte del Ecuador y Colombia. Tal formulación de
regiones y macrorregiones geohistóricas podría parecer todavía confusa y des-
mesurada; sin embargo, es necesario resaltar que estariamos en presencia, para
entonces, del proceso inicial de colonización humana de aquel vasto espacio geo-
gráfico. Las claves para entenderlo son todavía difusas, como fluido y dinámico
era también el carácter de las poblaciones que integraban aquellas regiones y ma-
crorregiones históricas.
ca que está también comunicada por otras grandes viás acuaticas con la cuenca del
Orinoco, cuenca que constituye la fachada caribeña de la macrorregión histórica
Amazonas, Orinoco.
ciales (complejo Itapipoca), seguido del complejo Pacatuba que se prolonga desde
8.230 años + 100 a.p. hasta 4.780 años + 70 a.p. cuya ajuar lítico está integrado
por lascas y percutores de cuarcita, lascas rústicas y microlascas de cuarzo. La
secuencia finaliza con los complejos Massangana y Girau que se extienden hasta
2.640 años + 60 a.p., cuando comienzan a coexistir y convivir con grupos agroal-
fareros. Los pueblos preceramistas convertidos en agroalfareros, según Miller
(1992: 227), serían los actuales agricultores incipientes conocidos como Mura-
Pirahá y Nambikwara, entre otros.
Como podemos ver, la recolección y la apropiación de recursos naturales, ve-
getales o animales, de subsistencia, es una forma económica que existió desde los
períodos más remotos de la colonización humana de Suramérica, asociada con
estilo de vida cuasi-sedentario, en un territorio circunscrito a espacios limitados,
el cual conocían a profundidad; este hecho estimuló posiblemente el surgimiento
de procesos identitarios culturales dentro de los grupos sociales, sobre los cuales
se estableció la conciencia de posesión del territorio objeto del proceso de trabajo
apropiador. La posesión de puntas líticas de proyectil para reemplazar las antiguas
de hueso o madera, como ocurrió en la macrorregión geohistórica Amazonas-Ori-
noco con las puntas triangulares pedunculadas, no convirtió a estos pueblos en
cazadores especializados; por el contrario, como afirma Brennan (1970: 181, 209),
aumentó sus posibilidades de vivir mejor y cazar animales más grandes (venados,
dantas, etc.), asi como defenderse más adecuadamente de los enemigos. Los ca-
zadores especializados (paleoindios) representaban, por el contrario, un estilo de
vida muy ajustado a las características de su objeto particular de trabajo. Cuan-
do desapareció la paleofauna, ya no fue posible reproducirlo y desaparecieron no
como pueblo, sino como cultura.
Como hemos visto, el proceso de constitución de las comunidades tribales
aldeanas del Bajo Amazonas parece representar dos aspectos relevantes: uno, la
existencia de una base productiva local que se habría generado desde las comu-
nidades recolectoras-cazadoras-pescadoras; y el otro, la existencia de un proceso
inducido manifestado particularmente en el mejoramiento del proceso de trabajo
alfarero que se habría originado a partir de comunidades tempranas que habita-
ban el Bajo Amazonas, en las cuales todavía parecen haber predominado formas
productivas apropiadoras.
74 Mario Sanoja Obediente
16.500, 17.400-13000 años antes del presente, fecha que data la asociación espacial
de una lasca de obsidiana y restos óseos de cangrejos, tortugas, moluscos y de masto-
donte; fue a partir de estos últimos que se hicieron los fechamientos radiocarbónicos
(Van der Hammen y Correal 2001: 19).
Otras investigaciones estratigráficas de sitios de habitación relacionados con la
tradición de recolectores y cazadores generalizados se llevaron a cabo en el abrigo
rocoso de El Abra, en la sabana de Bogotá (Correal, Van der Hammen y Lerman,
1970; Hurt, Van der Hammen y Correal, 1972), las cuales han permitido docu-
mentar detalladamente el estilo de vida de los cazadores recolectores bogotanos en
las postrimerías del Pleistoceno. En dichas investigaciones se localizaron artefactos
sobre lascas en un estrato fechado radiocarbónicamente en 12.400+160 a.p., fecha-
miento que coloca a la tradición El Abra en un nivel de antigüedad similar a Taima-
Taima, en Venezuela (Bryan, 1978: 306). Las investigaciones arqueológicas en aquel
sitio permitieron definir áreas de habitación con fogones y una secuencia cronológica
que se prolonga hasta la aparición de la alfarería, testimoniando no solo una asom-
brosa estabilidad ocupacional sino también una notable permanencia de los rasgos
técnicos que definen la fabricación de instrumentos de producción.
Todos los artefactos líticos de El Abra están manufacturados con la técnica per-
cusiva denominada “abriense”, la cual se caracteriza –de manera similar a los de los
sitios arqueológicos brasileños ya estudiados– por una modificación que afecta solo
uno de los bordes laterales, dando como resultado la presencia de raspadores termi-
nales, laterales u ovoidales, en forma de diamante, perforadores, etcétera, que po-
drían haber servido para la preparación de pieles y madera. No existen puntas líticas
de proyectil, aunque por las características de los procesos de trabajo antes menciona-
dos, como ya se dijo, es posible que estas fuesen manufacturadas en hueso o madera.
Los análisis arqueológicos indican que la ocupación de la sabana de Bogotá por
los individuos de la tradición Abriense se llevó a cabo en un momento en que el
clima era mucho más frío que el actual y que correspondería al período Tardigla-
cial de la última glaciación y al Interestadial de Guantiva, que va aproximadamente
desde 21.500 hasta 11.000 a.p. Entre 11.000 y 10.000-9.500 a.p. el clima se volvió
de nuevo más frío, caracterizando el Estadial de El Abra (Correal y Van der Ham-
men, 1977). Es aproximadamente en este período cuando aparecen nuevos sitios de
habitación en abrigos de Tequendama, sabana de Bogotá, donde las primeras fases
–conocidas como Tequendama I– indican la presencia de hojas bifaciales, lascas, cu-
76 Mario Sanoja Obediente
La cuenca del Alto y Medio río Cauca comprende el territorio andino que va desde
sus cabeceras, cerca de Popayán, hasta Medellín. El río Cauca constituyó, desde tiem-
pos antiguos, una de las vías de penetración desde las regiones bajas del río Magdale-
na, por la cual se desplazaron los primeros grupos humanos que colonizaron distintos
ecosistemas escalonados hasta las tierras altas de la Cordillera Central de Colombia.
En dicha región se han hallado también restos esqueléticos de gran antigüedad per-
tenecientes a estegomastodontes y mastodontes asociados con una punta de proyectil
tallada en marfil o en hueso, una de las cuales, de 8,5 cm de largo, estaba posiblemente
enmangada en un asta de lanza o jabalina. Dichos hallazgos parecen ser evidencia
casual del proceso de trabajo cazador especializado y de la supervivencia de la mega-
fauna pleistocena hasta inicios del Holoceno (Rodríguez 2002: 27-32).
Entre finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, alrededor de 10.000 a
9.000 años antes del presente, comenzaron a hacerse presentes poblaciones de re-
colectores cazadores, productores cuyo modo de vida podrían ser equivalente bajo
al ya conocido como Arcaico, modo de vida mixto que abrirá la via hacia la seden-
tarización. Ejemplo de lo anterior serían los sitios de San Isidro, 8100-7580 a. C.,
y La Elvira, 3650-2930 a. C. (Gnecco 2009). El proceso de trabajo cazador está re-
presentado por la presencia de puntas de proyectil bifaciales de forma lanceolada; el
proceso de trabajo de los sólidos flexibles (madera, hueso, fibras, pieles, etc.) por los
raspadores terminales sobre lascas, en tanto que las hachas líticas, manos de moler y
metates indican la recolección y procesamiento de vegetales, evidenciada por la pre-
sencia de nueces de palma, semillas de aguacate (Persea americana) y diversos otros
frutos como la chachafruta (Erithrina edulis) (Rodríguez 2002: 34-36).
inical de 10.400, 10.350 a.p., San Juan Bedout, 10.350-10.450 a.p., y Nare, 10.350-
10.400 a.p. El estudio estratigráfico de los sitios indica la presencia de lascas unifa-
ciales y bifaciales trabajadas por presión en los niveles inferiores de las excavaciones
y en los niveles superiores fragmentos de puntas de proyectil pedunculadas, de for-
ma triangular, cuya presencia inicial en el registro arqueológico estaría datada entre
8.500 y 6.000 años a.p. (López 2004: 196).
El Alto Cauca es la única región de Colombia, aparte del Magdalena Medio, donde
los sitios arqueológicos (como es el caso de La Elvira y San Isidro (Gnecco y Salgado
1989; Gnecco 1984, 2000) hayan producido una importante cantidad de artefactos bifa-
ciales. Esos conjuntos de artefactos líticos están asociados con las llamadas “puntas cola
de pescado” que están claramente relacionadas con los Andes ecuatorianos, sitio El Inga
(Bell 1965; Mayer Oakes. 1986, 1974) y otras regiones de norte de Suramérica como las
puntas cola de pescado aflautadas de la la tradición El Cayude y la Hundición, NO de
Venezuela, y las de Panamá (López 2004; 240). Las puntas bifaciales triangulares del
Magdalena Medio son, por el contrario, reminiscentes de las existentes en el Brasil Cen-
tral, la cuenca del Amazonas, la costa noroeste de Guyana, la cuenca del Caroní-Paragua
y en el Medio y Alto Orinoco, Venezuela, sugiriendo que podria tratarse –posiblemen-
te– de poblaciones cazadoras recolectoras afines pero culturalmente diversas.
Una gran variedad de puntas similares fueron excavadas (Fig. 6.18); otras, recolecta-
das por López (2004) en la superficie de los sitios del Magdalena Medio (ww 6.28, 6.29).
Ello alude a un importante marcador cronológico y cultural para el norte de Suramérica,
donde las puntas bifaciales triangulares con pedúnculo y las llamadas “colas de pescado”
muestran, desde 8.000-7.000 a.p. una extensa distribución territorial desde el noroes-
te de Venezuela, el Alto, Medio y Bajo Orinoco, la costa noroeste de Guyana hasta la
cuenca amazónica, el Brasil Central, el valle del Cauca, el valle del Magdalena y el litoral
pacífico ecuatoriano, así como con la llamada por Bate tradición Los Toldos (10650 a.
C.) y Cueva Fells en la Patagonia (11.000 años a.p.), la cual corresponde con poblaciones
humanas, tecnologías y modos culturales de origen diverso que se mestizaron en aquella
vasta región de Suramérica desde finales del Pleistoceno (Bate 1983 II: 208-209).
calizado en una terraza del río Caqueta, donde domina un ambiente de bosque tro-
pical cruzado por numerosos cursos de agua. El análisis arqueobotánico de los sedi-
mentos revela que durante la primera fase de ocupación, los colonizadores tenían a
su disposición diversas especies de palma: la palma moriche (Mauritia flexuosa), así
como Attalea maripa, Attalea insignis, Attalea racemosa y otras plantas como Oeno-
carpus bataua. Como sabemos, la Mauritia flexuosa fue y es todavía ampliamente
utilizada por las poblaciones originarias de la América tropical, ya que la masa que
se extrae de su tallo puede convertirse en harina comestible y sus hojas empleadas
para la manufactura de cestería y cordeles. Las evidencias muestran que ya hace
8.000 a.p., la gente de Peña Roja introdujo y domesticó la Cucurbita sp., la Lagenaria
siceraria, y la Callathea allouia (Morcote 1994).
El registro arqueológico muestra la utilización del chert y el cuarzo para la manu-
factura de instrumentos de producción, utilizando la técnica de la piedra percutida,
a partir de la cual se producían lascas empleadas como raspadores, morteros, placas,
martillos, así como manos que indican el procesamiento de semillas (Mora 2003,
2006). Según Gnecco (2002: 275), la gente de Peña Roja habría practicado una tecno-
logía extractiva no especializada característica de una economía de amplio espectro.
El modo de vida recolector cazador culminó en Colombia hacia 7.000-8.000
años antes de ahora (4730 a. C.) con el posible inicio de la domesticación del maíz
(Zea mays) en la región de Calima (Rodríguez 2002: 40). A partir de ese momento
parece comenzar un proceso sostenido de formación de aldeas sedentarias que se
expresó, hace 4.200 años antes de ahora (2270 a. C.), en la proliferación de instru-
mentos agrícolas tales como azadas líticas, utilizadas para roturar los campos de
cultivo, y manos de moler, metates, morteros, percutores, etcétera, empleados para
el procesamiento de nueces, tubérculos y rizomas.
La presencia de poblaciones ligadas a la tradición de artefactos líticos bifaciales
sólo aparece hasta hoy representada en sitios de habitación o campamentos estacio-
nales donde están presentes puntas de proyectil tipo “cola de pescado” o triangulares
bifaciales con espiga, así como puntas pedunculadas muy variadas. Esos hallazgos
presentan una distribución que va desde el Darién, la costa atlántica colombiana y
el valle del Cauca hasta el océano Pacífico (Gnecco y Salgado 1989; Gnecco e Illera
1991, Gnecco 2000, 2003; Bell 1960; Mayer-Oakes 1966, 1986ª).
La arqueología de la mandioca o yuca sugiere que, en aquellas regiones, el evento
fundador de la domesticación de aquel cultígeno tan importante para la subsistencia
82 Mario Sanoja Obediente
El período de 5.000 a 4.000 años antes del presente, en el Nuevo Mundo, caracte-
riza un óptimo climático con temperaturas cálidas que marca la desaparición defi-
nitiva de la influencia glaciar que había predominado el Pleistoceno y los comienzos
del Holoceno.
A partir del momento señalado comienza a observarse en el litoral pacífico del
noroeste de Suramérica, un proceso de profundización de la recolección vegetal, asi
como de domesticación de plantas para la producción de alimentos, vinculado con
el proceso de colonización territorial que llevaban adelante los pueblos cazadores
recolectores generalizados, distinguidos por la posesión de un ajuar de instrumen-
tos líticos indiferenciados donde dominaban las lascas primarias o retocadas por
presión y los choppers.
La colonización temprana de la región pacífica de Ecuador esta distinguida por
la presencia de pueblos denominados arqueológicamente como complejo Achallan.
Los campamentos y aldeas de este pueblo se hallan localizados en sitios costeros del
litoral pacífico ecuatoriano, como Vegas (Stother, 1985), península de Santa Ele-
El alba de la sociedad venezolana 83
na, Ecuador, donde –aparte de martillos, choppers y manos– hay también artefactos
manufacturados a partir de núcleos piramidales y discoidales, raspadores laterales,
hojas recortadas y abundantes martillos manufacturados con cantos rodados.
El artefacto más común era la lasca sencilla, en hortesno o cuarcita, la cual fue apa-
rentemente utilizada tanto para despellejar animales y limpiar el pescado, como para
el trabajo de sólidos fibrosos: madera, corteza, etcétera. Sólo un pequeño porcentaje de
estos artefactos presentaban retoques en los bordes. Al mismo tiempo que la piedra, la
gente de la comunidad cazadora recolectora de Vegas utilizaba los huesos largos de los
grandes mamíferos para manufacturar punta de dardos o anzuelos y posibles leznas
empleadas para la fabricación de redes u otros textiles. Empleaban igualmente la con-
cha de la Malea ringens, la Pinctada mazatlántica y la Melongena sp. para manufacturar
recipientes pequeños, cucharas, perforadores o buriles y cuentas de collar.
Según Bate (1983: 132), el complejo de instrumentos líticos de producción defi-
nido en Vegas se distingue por la poca elaboración en la técnica de manufactura y la
ausencia de instrumentos bifaciales, pareciendo limitarse a la percusión directa que
genera una morfología funcionalmente poco diferenciada.
El modo de vida de la comunidad cazadora recolectora pescadora de Vegas esta-
ba caracterizado por dos modos de trabajo complementarios: uno orientado hacia la
explotación del ecosistema de manglar a través de la pesca y la recolección de conchas
marinas como la Anadara tuberculosa y otro orientado hacia la explotación del eco-
sistema ripario del interior a través de la caza terrestre.
La permanencia relativa de los recursos de subsistencias del manglar, así como su
complementariedad con los de la selva de galería del interior, determinó una forma
de vida sedentaria en la comunidad cazadora recolectora de Vegas y un espacio te-
rritorial organizado, al parecer, en una aldea central y aldeas subsidiarias ocupadas
cíclicamente en función de la apropiación de los recursos de subsistencias accesibles.
La práctica de una actividad recolectora de vegetales está demostrada por la pre-
sencia de restos de Lagenaria siceraria, Cucúrbita sp. y fitolitos de Zea mays en contextos
fechados en 7.000 a 8.000 años a.p. (5.000 a 6.000 a. C.), así como diferentes hierbas
silvestres, semillas de Acacia y posibles evidencias de algodón (Stothert, 1985).
El espacio doméstico de la comunidad recolectora cazadora de Vegas, particu-
larmente el denominado sitio 80, presenta la asociación del espacio habitado con en-
terramientos colectivos. Los muertos eran inhumados dentro de los basurales pro-
ducto de la actividad de consumo, recordando también las características del espacio
84 Mario Sanoja Obediente
este último en el denominado complejo Achallan, donde los tiestos son extrema-
damente rústicos, aun comparados con los más rústicos de Valdivia A o Valdivia I,
con el cual es contemporáneo (Stothern, 1976: 91; Meggers, Evans y Estrada, 1965;
Hill, 1966, 1975). Por otra parte, ya en Vegas Tardío o Achallan existía la idea de
un espacio territorial organizado como una aldea estable, ubicada estratégicamen-
te para la explotación tanto del ecosistema marino como del ecosistema ripario y
boscoso del interior, rodeada de campamentos estacionales ubicados –muchos de
ellos– en el área litoral.
Entre 5.000 y 3.000 años a. C., la gente de la comunidad cazadora recolectora de
Vegas parece haber abandonado la península de Santa Elena debido, posiblemente,
al inicio de un proceso de desecamiento general del ambiente (Stothert, 1976; Lum-
breras, 1983: 26). Es precisamente en 3.000 a. C. (5.000-4.300 a.p.) cuando se hace
presente en dicha región la denominada cultura Valdivia (Meggers, Evans y Estrada,
1965; Lathrap, Marcos y Zeidler, 1977), donde ya hay evidencias de alfarería suma-
mente compleja y posible cultivo de maíz de la raza Kcello en el sitio de Real Alto,
circa 2.400 a. C. (Cevallos et álii, 1977).
La gente de Valdivia parece haber asimilado los modos de trabajo de las an-
tiguas poblaciones cazadoras recolectoras, no solamente en lo que concierne a la
recolección de conchas marinas y la pesca, sino también a la complementariedad
de modos de trabajo orientados hacia la explotación de los recursos litorales y
los del interior, materializada –en el presente caso– por la existencia de comu-
nidades litorales de ceramistas con énfasis en la recolección de bivalvos marinos,
particularmente la Anomalocardia subrugosa Sby y gastrópodos como la Cerithidea
purpurescens Brod y la pesca marina y, por otro lado, comunidades agrícolas en el
interior. Esta división de modos de trabajo entre componentes de una misma etnia
ha sido característica de otras sociedades antiguas del Viejo y Nuevo Mundo, oca-
sionando a veces ese hecho diferencias –inclusive– en las formas de organización
social y religiosa
El sitio de Real Alto (Lathrap, Marcos y Zeidler, 1977) parece reproducir una
organización similar a la anterior a nivel del espacio territorial; por una parte, una
gran aldea donde los espacios domésticos de habitación se agrupan en torno a un
espacio o estructura central que servía para las reuniones o festividades colectivas
y, por la otra, una división territorial entre la aldea central y los campamentos
costeros. En la aldea central, el modo de trabajo agrícola dominante representa
86 Mario Sanoja Obediente
Al mismo tiempo que se produjo una posible disminución demográfica en las pobla-
ciones cazadoras recolectoras generalizadas del altiplano, ocurrió en la costa caribe
colombiana, hacia 3.500 a. C., (5.300 + 160 a.p.), el desarrollo de formas culturales
88 Mario Sanoja Obediente
prana de aquel proceso (Reichel- Dolmatoff, 1985: 169-170), nos indica –para 3.500
a. C.– la existencia de una forma económica donde predominaba la caza terrestre
(venados, cerdos salvajes, roedores) sobre la pesca, la caza (tortugas) y la recolección
(cangrejos, gastrópodos terrestres) que se practicaba posiblemente en las ciénagas y
aguas de poca profundidad vecina a la costa.
En el sitio arqueológico de Puerto Hormiga (Reichel-Dolmatoff, 1965; 1971),
localizado en las vecindades de Monsú, hallamos que 3.090 + 70 años a. C., es decir,
260 años más tarde que en Monsú, las poblaciones recolectoras cazadoras generali-
zadas habían abandonado prácticamente la caza de grandes mamíferos, limitándose
a pequeños roedores, en tanto que la recolección de bivalvos –particularmente los
del género Pitar y la Ostrea, característicos de la formación de bosques de manglar–,
había remplazado la recolección de gastrópodos de agua dulce. Por otra parte, la
mayor parte de los peces capturados, así como las tortugas y los cangrejos, procedían
de las ciénagas o del río, posiblemete producto de las prácticas apropiadoras de las
mujeres y los juveniles de la comunidad. La concha de algunas especies de gastrópo-
dos de agua dulce o hábitat estuarino –como la Melongena– era utilizada, quizás,
como recipiente, modificando el labio y el extremo frontal de la misma (Reichel-
Dolmatoff, 1971: 342; 1965: 45).
Lo anterior asume particular importancia cuando comparamos el inventario de
la fauna cazada o recolectada por los individuos de Puerto Hormiga con el de la
comunidad de cazadores recolectores de Tequendama, sitio ubicado en la meseta de
Bogotá, y podemos ver que las prácticas apropiadoras de estos últimos estaban, por
el contrario, orientadas hacia la caza de grandes mamíferos (Mazama, Odocolyleus
sp.), posiblemente prácticas apropiadoras desempeñadas por los individuos mascu-
linos, en tanto que las capturas cotidianas de pequeños roedores como el Agouti y
la Dasyprocta y la recolección de gastrópodos terrestres pertenecientes a los géneros
Drymaeus y Plekocheilus, la mayor parte de los cuales fueron hallados en el período
tardío de Tequendama, eran prácticas apropiadoras desempeñadas por las mujeres y
los juveniles de la comunidad (Correal y Van der Hammen (1977: 56).
De ser correctas las apreciaciones de Correal y Van der Hamme, hallaríamos
que las poblaciones cazadoras recolectoras que se habrían movido posiblemente
desde los valles serranos hacia la costa caribe colombiana, cambiaron, en el espacio
de unos dos siglos, de un modo de trabajo cazador orientado hacia la caza de los
mamíferos terrestres a un esquema diversificado de modo de trabajo que apuntaba
90 Mario Sanoja Obediente
tóxicas y dulces de la Manihot esculenta, que parece haber existido en aquella (Ro-
gers, 1963, Rogers et ál 1973; Sanoja, 1979: 309-324; 1997: 109-114). Dichas plan-
tas vegetativas fueron incluidas dentro del repertorio de especies vegetales comesti-
bles de los cazadores-recolectores-pescadores del Bajo Magdalena, al menos desde
el tercer milenio a. C., no como simples legumbres que se podían comer hervidas o
asadas sino como raíces cuya pulpa tuvo que haber sido procesada para transformar-
la en harina y luego en cazabe, un alimento culturalmente producido, diferente a la
naturaleza original de la planta.
Ya se sabe, con bastante generalidad, que las variedades tóxicas de la yuca son
las más apropiadas para fabricar el cazabe. Sus raíces contienen mayor cantidad de
almidón y menos fibras que la variedad dulce y, por ende, tiene mayor rendimiento
y calidad para la producción de la harina y del cazabe. Pero su preparación implica
una cadena de operaciones para rallar la raíz, prensar la pulpa para extraerle el ácido
hidrociánico, cernir la pulpa seca y cocer luego la harina o mañoco en los platos de
barro o budares. Cada operación implica: 1) poseer los conocimientos necesarios
para fabricar los rallos de madera con microlascas de sílex o chert incrustadas en
dicha tabla, a los fines de elaborar la superficie abrasiva; 2) poseer los conocimientos
para obtener las fibras vegetales y la tecnología para diseñar y tejer el complejo de
cestas utilizadas para procesar la pulpa de la yuca, incluyendo el complejo sebucán o
“tipiti” para prensar dicha pulpa y extraer el ácido hidrociánico; 3) poseer los conoci-
mientos de alfarería para fabricar los budares y transformar la harina de yuca en un
pan. Por otra parte, el cultivador indígena necesitaba conocer la técnica del cultivo
por estacas o esquejes para separar en clones las diversas variedades de yuca, evitan-
do la introgresión entre especies silvestres y domesticadas, mediante la interrupción
de la inflorescencia y polinización de la planta.
Como vemos, la coordinación de los distintos procesos de trabajo necesarios
para llegar a la producción del cazabe, ya implicaba un cambio cualitativo y cuanti-
tativo apreciable en las fuerzas productivas de los antiguos recolectores-pescadores-
cazadores antiguos del Bajo Magdalena, cambio que podría interpretarse como uno
de los ejemplos tempranos del proceso de neolitización que marca la disolución del
modo de producción apropiador de la sociedad cazadora recolectora y el inicio de la
sociedad tribal productora de alimentos en el norte de Suramérica.
Analizando el aspecto estilístico de la alfarería decorada de Valdivia, Puerto
Hormiga, Monsú y Monagrillo, Meggers, Evans y Estrada (1965: 168), así como
92 Mario Sanoja Obediente
Reichel-Dolmatoff (1985: 191-192), han argumentado que Valdivia debe ser el an-
tecedente de Puerto Hormiga o que –por el contrario– Monsú y Puerto Hormiga
son el origen de la cerámica valdiviana. Sin embargo, reconociendo el parentesco
formal que evidentemente existe entre la decoración de la alfarería de ambas cul-
turas, es preciso decir que los procesos sociohistóricos que determinan la constitu-
ción de ambas comunidades aldeanas, aunque esencialmente reflejan el proceso de
disolución de la sociedad recolectora y el desarrollo hacia la sociedad tribal, pro-
ductora de alimentos, tienen ritmos distintos. En el caso de Valdivia, el proceso
se resuelve rápidamente con la formación de comunidades aldeanas cultivadoras
de maíz, que alcanzan –de manera temprana– un cierto grado de estratificación y
organización sociopolítica y, en general, un nivel comparativamente alto de desa-
rrollo de las fuerzas productivas. La riqueza de representaciones femeninas en la
cerámica valdiviana deja entrever la importancia que debe haber tenido la partici-
pación tanto objetiva como subjetiva de las mujeres en el modo de mantenimiento
y de reproducción de la sociedad, particularmente en el desarrollo del proceso de
producción agrícola y la recolección de especies tanto vegetales como animales
para el consumo diario de la población.
En caso de Monsú, Puerto Hormiga, el proceso de disolución de la sociedad ca-
zadora recolectora fue muy lento. No obstante que las prácticas agrícolas de cultivo
con azada ya están presentes desde antes del tercer milenio, la asociación de plantas
vegetativas, como la yuca, con el modo de trabajo recolector, cazador o pescador, si
bien al inicio era capaz de una productividad relativamente alta, a la larga se convir-
tió en un freno para el desarrollo general de las fuerzas productivas de la comunidad
tribal aldeana.
Por sus características particulares, la vegecultura implica para su funciona-
miento una inversión mínima de fuerza de trabajo y de organización social para el
trabajo. Integrada con procesos de trabajo apropiadores como la caza, la pesca y la
recolección, puede ofrecer un retorno en producción de carbohidratos y proteínas
relativamente alto aunque no continuo y creciente. Pero la conservación de las raíces
bajo la tierra o la harina de yuca dentro de la vivienda no necesitan el desarrollo
de sistemas de almacenamiento comunal, ni el perfeccionamiento de los sistemas
de distribución y consumo, salvo la repartición equitativa e igualitaria del espacio
destinado a la apertura de los conucos cuyo producto es consumido directamente
por quien lo cultiva.
El alba de la sociedad venezolana 93
bales aldeanas igualitarias, se consumía no sólo como espacio habitado, sino también
como área de enterramiento de los muertos. Los esqueletos estaban generalmente
asociados con ofrendas que reflejaban el sexo y la actividad que había cumplido en
vida el individuo.
Existen evidencias de una posible diferenciación en el trato a los muertos, ya
que si bien todos los enterramientos eran directos primarios, una minoría era en ur-
nas de barro acompañados de ofrendas de alimentos e instrumentos de producción.
La alfarería continúa en la tradición modelada-incisa que arranca desde Monsú y
Puerto Hormiga, notándose la presencia de mascarillas antropomorfas, pintaderas
cilíndricas, volantes de huso, cuentas de collar, así como una profusión de formas de
vasijas, algunas de morfología compleja.
De manera general, Malambo parece prefigurar el tipo de comunidad nuclear
que va a caracterizar la sociedad tribal aldeana igualitaria de la costa caribe colom-
biana, prolongándose su existencia durante todo el primer milenio a. C., y los prime-
ros siglos de la era cristiana.
plotación de las zonas litorales con bosque de manglar y zonas pantanosas; y otro,
adaptado a la explotación de recursos de la fauna terrestre que probablemente habitaba
las selvas de galería del río Santa María y las zonas de bosque que rodean el yacimiento:
venados, pequeños mamíferos, tortugas, aves y peces. No obstante, la recolección de
moluscos y cangrejos marinos parece haber constituido la porción más importante de
recursos alimenticios consumidos por aquellas poblaciones (Ranere y Hansell, 1978).
Los instrumentos líticos de producción más característicos de Cerro Mangote
fueron manufacturados con una mínima o ninguna inversión de trabajo humano. La
mayor parte de los mismos fueron fabricados a partir de cantos rodados desbastados
de manera muy rústica: machacadores, moledores o manos, estas últimas caracteri-
zadas por la utilización de las facetas laterales como superficie activa para el trabajo
de moler o pulverizar sólidos. Se hallaban también lascas primarias y fragmentos
de metates rudimentarios, lo que ha permitido a algunos autores postular la exis-
tencia de una utilización temprana del maíz por parte de los recolectores cazadores
panameños (Linares, 1976: 69-70; Linares y Ranere, 1971). Otros artefactos eran
manufacturados en hueso, como por ejemplo leznas posiblemente empleadas en la
manufactura de redes u otro tipo de textiles, o en conchas, particularmente cuentas
y pendientes para el adorno corporal.
Al igual que los individuos de las comunidades recolectoras de la sabana de Bo-
gotá y la península de Santa Elena, el espacio doméstico de la comunidad recolectora
de Cerro Magnote parece haber sido utilizado tanto para las actividades ligadas a
la reproducción del ser social como para otras ligadas a las creencias rituales. Los
muertos eran enterrados en el desecho formado por la acumulación de conchas ma-
rinas que consumían. La posición de algunos esqueletos sugiere que, posiblemente,
algunos cadáveres eran primero descarnados y luego sus huesos colocados en cestas
para su inhumación final. Según McGimsey (1956: 158-159), la presencia de rasgu-
ños y cortes en muchos de los huesos de los esqueletos podría deberse al descarnado
de los cadáveres utilizando para ello lascas como raspadores o los propios dientes de
los humanos, indicando con ello que la carne podría haber sido consumida.
Parita, sobre la costa pacífica del istmo (Willey y McGimsey, 1954). El contexto
cultural del sitio indica que los individuos de la comunidad de Monagrillo derivaban
la mayor parte de su sustento de la pesca y la recolección de cangrejos y conchas
marinas en los fondos fangosos de la desembocadura del río Parita, particularmente
la Ostrea chiliensis y la Tivela gracilor. De igual manera, otra parte sustancial de su
alimentación derivaba de la caza terrestre, notándose la presencia del Odocoyleus
chiriquensis Allen, el Pecari ungulatus, prociónidos, tortugas de agua dulce, conejos
y agoutis.
No hay evidencias de cultivo, aunque ciertos instrumentos de producción
como manos y metates indican que procesaban también alimentos vegetales,
nueces de palma.
Los sitios de habitación de la comunidad recolectora-cazadora de Monagrillo
están distribuidos a lo largo de una antigua playa de la bahía de Parita, aunque
estas condiciones parecen haber cambiado durante la ocupación del sitio. En
cierto momento de la ocupación, el proceso de sedimentación determinó la for-
mación de una laguna litoral que favoreció el aumento de peces y bivalvos en el
sitio y –consecuentemente– una ocupación más permanente hasta la conversión
de la laguna en una salina y el abandono del sitio por sus ocupantes (Linares,
1977: 18; Ranere y Hansell, 1978: 47-48).
De manera general, la comunidad recolectora-cazadora de Monagrillo con-
servaba el modo de trabajo apropiador que ya existía desde Cerro Mangote,
evidenciándose que la presencia de alfarería incisa en Monagrillo podría ser el
producto de un proceso derivado de otras comunidades de regiones vecinas. Las
características estilísticas apuntan hacia el noreste de Colombia, donde hemos
visto que otras poblaciones horticultoras, recolectoras-cazadoras, ya poseían
también alfarería incisa desde 3.300 años a. C.
Otros sitios, como el abrigo rocoso de Aguadulce, Lago Yeguada, ref lejan
estratigráficamente la sucesión de cambios culturales ocurridos en el litoral pa-
cífico panameño desde 5.000 a. C. hasta 2.000 a. C., mostrando en la base un
componente tipo recolector cazador generalizado tipo Cerro Mangote, al cual
se superpone la presencia de alfarería de Monagrillo (Linares, 1977; Ranere y
Hansell, 1978, Cook 1995). Al igual que sus predecesores precerámicos, cultiva-
ban un maíz de tusa pequeña en pequeños conucos, utilizando la técnica de roza
y quema; utilizaban también como alimento la palma aceitera (Elaeis oleífera) y
98 Mario Sanoja Obediente
la Acrocomia sclerocarpa. Las conocidas manos laterales que ya existían desde los
tiempos de Cerro Mangote están también presentes en este contexto ceramista
de Aguadulce, posiblemente utilizadas para procesar las raíces de plantas como
la yuca. La dieta de los ocupantes del abrigo de Aguadulce indica la importancia
que tenía la caza terrestre en sitios como Ladrones, Agua dulce y Zapotal, la
cual se orientaba hacia la captura de grandes mamíferos como venados (Odo-
coyleus sp.), el pecarí de collar (Tayassu tauycu) así como roedores, armadillos,
iguanas y tortugas. Consumían conchas marinas y cangrejos de manera similar
a la gente de Monagrillo, al mismo tiempo que peces y tortugas marinas y f lu-
viales procedentes de la zona costera, la cual debía estar, en ese momento, más
cerca que la actual. En Panamá Central, para finales del primer milenio a. C.,
las antiguas manos laterales del período precerámico ya habían desaparecido,
reemplazadas por metates y manos cilíndricas bien manufacturadas que estaban
asociados con la utilización de especies de maíz de tusa de mayor tamaño, esto
es, más productivas (Cook 1995: 178).
En el interior de Panamá, las evidencias indican la presencia de comunidades de
cazadores-recolectores selváticos en la región del río Chiriquí (fase Talamanca), cuya
antigüedad ha sido estimada entre 5.000 y 3.000 años a. C. Los individuos de dichas
comunidades desarrollaron una forma de subsistencia fundamentada en la recolección
de frutos silvestres y, posiblemente, una práctica vegecultora asociada con cultivos de
roza y quema, como parece indicarlo la presencia de hachas pulidas y un complejo de
instrumentos de producción en piedra lascada, integrado por cinceles, cuchillos, per-
foradores, leznas y raspadores, posiblemente utilizados para deforestar y para trabajar
la madera. Ese período, definido como fase Boquete, plantea un proceso gradual de
estabilización en el cambio hacia la producción de alimentos, que culmina alrededor
de 350 + 75 y 940 + 70 a. C., con la aparición de la cerámica y una forma diversificada
de subsistencia que incluía tanto la vegecultura como posiblemente el cultivo de maíz
(Ranere, 1972, 1976; Linares y Ranere, 1971; Linares, 1975, 1977).
Es posible que en el proceso de transición hacia formas productivas de alimentos
en Panamá, las poblaciones del modo de vida recolector cazador generalizado hayan
aprovechado de forma muy temprana la extraordinaria coyuntura de poder explotar
simultáneamente la diversidad de ecosistemas, marino y el selvático-ripario del inte-
rior, integrados en una región tan estrecha como el istmo flanqueada al este y al oeste
por el mar Caribe y el océano Pacífico, respectivamente.
El alba de la sociedad venezolana 99
La región oriental de Venezuela, como ya hemos expuesto para los fines de este es-
tudio, comprende principalmente las poblaciones originarias del litoral y las islas
caribeñas del noreste del país, vinculadas históricamente con las de la cuenca del
río Orinoco y el sistema fluvial Caroní-Paragua, el cual constituye su vínculo con la
cuenca del Amazonas (Sanoja y Vargas-Arenas: 2006). Al igual que en el noroeste
de Venezuela, las evidencias geológicas y geomorfológicas indican que las poblacio-
nes recolectoras cazadoras vivieron dentro del marco de referencia de los cambios
ambientales que caracterizaron esta región durante los tiempos finales del Pleistoce-
no y los inicios del Holoceno.
Nuestra investigación comenzó con un proyecto de arqueología regional, el Pro-
yecto Orinoco, ejecutado entre 1968 y 1975 para estudiar la formación agricultora
del oriente de Venezuela (Sanoja y Vargas-Arenas 1970, 1983, 1999ª-b, 2006; Sano-
ja: 1979; Vargas-Arenas: 1979; 1981), y continuó con los proyectos de arqueología de
El alba de la sociedad venezolana 105
rescate que llevamos a cabo en el vaso de las presas hidroeléctricas Guri, Macagua y
Caruachi (Sanoja et ál., 1996, 2003, 2006) y que ahora conducen nuestros antiguos
estudiantes en la Presa Tocoma (en construcción). Estos proyectos de investigación
regional realizados en el vaso de las presas Macagua y Caruachi (Sanoja et ál. 1996,
2003, 2006) permitieron establecer las características generales del modo de vida
de las poblaciones más antiguas del Bajo Caroní, cuyos orígenes remotos –como ya
se expuso– se conectan posiblemente con los de los pueblos recolectores-cazadores-
pescadores descendientes, posiblemente, de los primeros inmigrantes paleoasiáticos
que llegaron a Suramérica (Layrisse y Wilbert, 1999: 131, 152-17).
MAPA 4
Cuenca del Caroní-Paragua. Se señala con un punto negro el área excavada.
106 Mario Sanoja Obediente
planalto y el litoral atlántico brasileño se han encontrado hasta ahora evidencias sig-
nificativas de megafauna pleistocena o de grandes mamíferos gregarios tales como
los bisontes, guanacos, caballos, etcétera, como la que constituía el objetivo funda-
mental del modo de trabajo cazador especializado del noroccidente de Venezuela
(Schmitz 1987: 59).
Como respuesta a aquellas condiciones, los cazadores-recolectores que habita-
ban la región del Bajo Caroní, afluente principal del río Orinoco, armaban gene-
ralmente sus campamentos o paraderos estacionales cerca de los puntos de agua
donde los animales iban a abrevar ocasionalmente, destazando quizás sus presas
en el lugar de matanza. Un ejemplo de la diversidad de recursos que captaban con
su modo de trabajo cazador, está ejemplificada por los restos hallados en campa-
mentos y talleres para la manufactura de instrumentos de producción, localizados
a lo largo de las orillas del río, cerca de los raudales donde abundan los peces y la
fauna riparia o palustre.
La situación anterior determinó, quizás, que desde períodos muy tempranos las
poblaciones humanas que colonizaron aquellas vastas regiones del este de Venezue-
la, al igual que las del noroeste de Guyana y el norte de Brasil, apropiasen recursos
económicos territorialmente más estables y predecibles que los rebaños de grandes
herbívoros pleistocenos, como los que ofrecia la fauna neotrópica: monos, venados,
pecaríes, tapires, chigüires o capibaras, morrocoyes, tortugas acuáticas, tapires, roe-
dores, etcétera, caimanes, manatíes, peces, bivalvos marinos y de agua dulce, gas-
terópodos terrestres, aves, tubérculos, rizomas, raíces y frutas diversas, lo cual los
condujo desde períodos muy antiguos a desarrollar procesos de sedentarización en
aldeas semipermanentes, procesos de domesticación de plantas útiles y comestibles,
así como cambios correlativos en las relaciones de producción y en la superestructu-
ra que se expresan en el desarrollo muy temprano de un rico arte rupestre (petrogli-
fos, pinturas) tanto cavernario como al aire libre (Schmitz 1987).
Por las razones expuestas, diversos autores brasileños (Schmitz, Barbosa y Ri-
beiro 1978/79/80), holandeses (Boomert 2000: 53-75), guyaneses (Wlliams 1992) y
venezolanos (Sanoja y Vargas-Arenas 1999b. 2006), señalan que ese proceso de co-
lonización y sedentarización podría definirse –dentro de los parámetros utilizados
por otros científicos brasileños– como arcaico del interior, es decir, una línea de desa-
rrollo histórico que habría comenzado desde períodos muy antiguos del Pleistoceno,
desde los procesos de caza y recolección hasta el comienzo de sociedades sedentarias
108 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 2
Cronología de modos de trabajo del Bajo Caroní.
110 Mario Sanoja Obediente
La población más antigua del Bajo Caroní conocida hasta el presente, la hemos
denominado arqueológicamente tradición Guayana (Sanoja y Vargas 2006).
Está caracterizada por una industria de rústicos choppers, lascas unifaciales,
núcleos lascados de cuarcita ferrosa (Fig. 2: 1-4; Fig. 3: 1; Fig. 4: 1). Dicha
industria se se relaciona morfológicamente con industrias amazónicas simila-
res caracterizadas por guijarros desbastados (pebble tools) y lascas primarias
de cuarzo o cuarcita sin puntas de proyectil, reminiscente del ajuar lítico de
los recolectores-cazadores-generalizados que comenzaron a colonizar la cuenca
amazónica entre 31.500 y 12.000 años a.p. (Guidon 1984).
Vestigio de estas antiguas ocupaciones humanas han sido halladas –entre
otros– en sitios arqueológicos como los de Toca de Boqueirao, Brasil, y más lejos,
en el sur de Chile, sitio Monte Verde I. Estos grupos humanos podrían a su vez ser
descendientes de las antiguas poblaciones paleoasiáticas que entraron a Suramérica
en una fecha similar (Layrisse y Wilbert, 1999: 161-162; 204-205). Descendientes
de los antiguos amazónicos-orinoquenses, serían los actuales grupos Yanomama y
Warao del stock Macro-Chibcha, Chibcha-Paezano (Layrisse y Wilbert 1999: 172).
Los instrumentos de producción característicos del modo de trabajo 1, la tradición
Caroní, son también reminiscentes en su morfología de los de la fase Ibicui, Río
Grande do Sul, Planalto brasileño (12.270 + 220, 12.690 + 100 años a.p.), definida
a orillas de río Uruguay, Brasil (Schmitz 1987: 86-87).
De acuerdo con los estudios geológicos y geomorfológicos realizados en el
raudal Caruachi para la construcción de la pantalla de la presa, los artefactos
líticos de la tradición Caroní fueron recolectados en el sitio G8, junto a los ya
desaparecidos raudales de Caruachi, río Caroní, en la superficie de un estrato
de arcilla caolinítica. Dichos artefactos, tallados en cuarcita ferruginosa (Figs.
2: 1-3; 3: 1 h), se hallaron incrustados en un suelo poligonal, antigua playa fó-
sil del río Caroní. Dicho piso fue recubierto posteriormente por un estrato de
sedimentos arenosos estériles de 1,20 m de espesor, coronado a su vez por un
estrato de tierra húmífera de 20 cm de espesor.
Aquel contexto geológico correspondería, en opinión de los geólogos y geo-
morfólogos que asesoraban el proyecto de la presa Macagua, con un episodio de
clima seco y cálido que habría ocurrido en Guayana a finales del Pleistoceno,
El alba de la sociedad venezolana 111
hacia 12.000 años a.p. (geólogo Lucio Aray, EDELCA-CVG. com. pers. 1995;
Otto Hüber, 1982). Eventos climáticos similares a los descritos están atestigua-
dos también en los llanos del noreste de Colombia entre 18.000-10.700 años
a.p., en el Bajo Magdalena, 10.010-9.370 años a.p., y en la cuenca del lago de
Valencia, costa central de Venezuela, en 12.930-9.540 años a.p. (Berrío et álii
2002: 165-166, 108; Salgado-Laboriou 1982: 74-77).
En el estrato superficial de humus que recubría la capa de arena estéril del sitio
G8 se hallaron fragmentos de la alfarería de la tradición Barrancas Clásico (400-200
a. C.), evidenciando con ello el largo intervalo temporal y cultural existente entre las
poblaciones precerámicas tempranas del Caroní y las de la tradición alfarera Barran-
cas cuya antigüedad se ubica en 3000 años a.p. (Sanoja, 1979).
Otros sitios arqueológicos localizados también sobre playas fósiles del río
Caroní, tales como G42, G26, G29 A y G95, revelan la distribución de este
conjunto de tipos de artefactos en cuarcita ferruginosa, particularmente las-
cas, choppers y núcleos unifaciales y bifaciales (Fig. 4: 1-4; Fig. 5.1) en torno al
mismo raudal de Caruachi. Ello permitiría inferir que la gente de la tradición
Caroní acampaba posiblemente alrededor de los grandes raudales del río y tenía
un modo de trabajo orientado, al parecer, hacia la pesca, la caza terrestre y la
recolección de vegetales. La evidencia indica que se trataba posiblemente de
pequeñas bandas de individuos que habitaban campamentos semipermanentes
a lo largo del río, especializados en la captura de los peces que viven y/o vienen a
desovar estacionalmente en áreas puntuales como los rápidos, donde se produce
una combinación de aguas turbulentas y aguas arremansadas.
La concentración semipermanente de las comunidades cazadoras recolec-
toras en torno a estas áreas del río, estaba determinada –al parecer– por la
posibilidad de apropiar recursos naturales de subsistencia estables y predeci-
bles como los que aún existían en el área para 1995, tales como peces, roedores
terrestres o anfibios (Hydrochoerus sp.), venados, morrocoyes (Testudo sp.),
etc., utilizando quizás, como lo hacen actualmente los indígenas guayaneses,
trampas de cestería, jabalinas y garrotes de madera. De igual manera, tenían
la posibilidad de recolectar recursos vegetales de subsistencia en los bosques
rebalseros (varzea) o de galería y en los morichales (Mauritia f lexuosa) que se
hallan en ambas márgenes del río Caroní, con la pulpa del cual se fabrica harina
comestible, y con las hojas cestería, cordelería y textiles.
112 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 3
Tradición Caroní: núcleos de cuarcita tallados.
El alba de la sociedad venezolana 113
La tradición Guayana fue definida en el sitio arqueológico G2-3 (Sanoja et ál. 1966:
15-17) ubicado sobre la terraza superior, mano derecha del río Caroní, vaso de la
presa Macagua II (Mapa 1). El yacimiento estaba recubierto por una capa de sedi-
mentos arenosos de 20 cm de espesor debajo de la cual, incrustados en la superficie
de un oxisol de espesor no definido, se recuperó una industria lítica manufacturada
sobre lascas de chert, cuarzo lechoso o cristalino, jaspe y calcedonia, compuesta por
puntas de proyectil bifaciales pedunculadas con aletas, raspadores laterales, navajas,
hojas o cuchillos de forma amigdaloide con filo mejorado con retoques planos, per-
foradores, buriles, percutores de forma esférica (Fig. 5: 2-6), y en el vaso de la presa
Tocoma litos esféricos y litos bicónicos posiblemente utilizados como proyectiles de
hondas o boleadoras y desechos de tallas.
Los instrumentos líticos se hallaron formando conjuntos bien delimitados y se-
parados unos de otros en la parte alta de la terraza, en una extensión aproximada de
600 m de largo, sugiriendo que, o bien el sitio no fue habitado simultáneamente, o
que cada grupo de la banda habitaba espacios domésticos claramente diferenciados
unos de otros a lo largo de la terraza. La abundancia de desechos de talla existente
en el campamento parece indicar la existencia de posibles talleres para el desbastado
de los núcleos de cuarzo hialino, cuarzo lechoso, jaspe y calcedonia, destacándose
la presencia de guijarros esféricos y bolas de piedra abrasada de cuarzo, jaspe o cal-
cedonia utilizadas bien como percutores y/o boleadoras para la caza de mamíferos
terrestres (Sanoja y Vargas-Arenas 1999ª 121).
El conjunto de instrumentos de producción del modo de trabajo II, particula-
mente las puntas de proyectil pedunculadas, se encuentran igualmente represen-
tadas en el registro arqueológico de la fase Uruguay, Río Grande do Sul, Brasil,
fechada entre 11.555 + 230 y 8.585 + 115 años a.p. (Schmitz 1987: 87-89) y en
Taperinha (Bajo Amazonas) (16.190 + 930 años a.p. (Roosevelt et álii: 1996), los
cuales evidencian que aquellas antiguas poblaciones humanas prácticaban la caza
terrestre y la recolección de alimentos y materias primas de origen vegetal en los
milenios finales del Pleistoceno.
En otros sitios del vaso de la presa Macagua II y de la presa Caruachi, Bajo Ca-
roní, también están presentes de manera ocasional, puntas bifaciales pedunculadas,
trianguloides en cuarzo cristalino o jaspe con aletas reminiscentes de las de la tra-
114 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 4
Tradición Guayana. A-F, K) Puntas de proyectil. G) Cuchillo lateral, jaspe.
H) Perforador, jaspe. I) Martillo. J) Boleadora.
El alba de la sociedad venezolana 115
dición Guayana. El carácter aislado que presentan dichos hallazgos podría indicar
que los sitios donde se recolectaron las puntas de proyectil no correspondan con
paraderos o campamentos temporales, sino que se tratase de puntas de flechas o de
armas arrojadizas extraviadas durante el curso de las jornadas de caza.
Puntas bifaciales pedunculadas con aletas del mismo tipo que las anteriores se
encuentran también en campamentos de cazadores recolectores al aire libre ubica-
dos en el vaso de la presa en construcción Tocoma (Fig. 6; (Águila, com. pers. 2012),
en Bajo, Medio y Alto Caroní, sitio San Pedro de las Bocas (Martín, com. pers.
1996), Tupukén (Cruxent 1971, Rouse y Cruxent 1963), Kukenán e Icabarú, Bajo
Paragua (Dupuy 1956, 1960), asociadas con choppers, cuchillos bifaciales, raspado-
res planoconvexos y martillos. La materia prima utilizada es predominantemente el
jaspe, material muy abundante en la región del Caroní-Paragua.
FIGURA 5
Punta pedunculada, jaspe. Vaso de la presa Tocoma. Bajo Caroní.
116 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 6
La Gruta. 1) Punta pedunculada triangular. 2) A-B, talón de propulsor.
La evidencia anterior confirma que en las sabanas del Medio y Bajo Orinoco
existieron bandas de cazadores recolectores tropicales con una industria compuesta
por puntas de proyectil pedunculadas, raspadores y navajas sobre lascas, cuya anti-
güedad podría fijarse entre finales del Pleistoceno e inicios del Holoceno, de manera
similar a los sitios correspondientes del Bajo Caroní. A juzgar por los rastros que
dejó su permanencia en el sitio La Gruta, se puede inferir que las bandas recolecto-
ras cazadoras habitaban quizás paraderos estacionales localizados sobre las dunas
que se habían formado sobre la margen izquierda del río. Es probable que al igual
118 Mario Sanoja Obediente
que los actuales pumeh (yaruros) del Capanaparo, estado Apure, los antiguos ca-
zadores pescadores construyesen también abrigos ocasionales utilizando ramas de
arbustos clavadas en el suelo, o se enterrasen en la arena de las dunas para dormir y
protegerse del frío y la picadura de insectos (Petrullo 1939: 211).
La existencia en el estrato más profundo del sitio La Gruta de un fogón, de un
talón de propulsor tallado en cuarzo cristalino y de pequeñas bolitas de la resina
llamada peramán (Symphonía globulífera), indica que esta pudo haber sido licuada al
rescoldo del fuego y utilizada para cubrir el encordado que fijaba las puntas de los
dardos o arpones para cazar o pescar. Las microlascas de sílex y el peramán son tam-
bién utilizadas por los aborígenes modernos para manufacturar rallos donde raspan
las raíces de la yuca, así como el corazón del moriche para convertirlos en harina. El
disco de lignito con perforación central, hallado en la excavación, podría aludir a
un antecedente temprano de los quiteros, cuentas discoidales de collar en hueso que
eran todavía utilizadas por los indígenas llaneros de los siglos XVI y XVII como
una especie de moneda en las operaciones de trueque (Gassón 2000: 581-610).
Para darnos una cierta idea del estilo de vida de aquellos antiguos recolectores
cazadores orinoquenses, podríamos recurrir a la analogía con el modo de vida de gru-
pos sabaneros seminomádicos modernos, ya mencionados, tales como los pumeh del
Capanaparo, estado Apure, para ilustrar cómo, luego de 500 años, persistían todavía
hasta mediados del siglo XX los procesos de trabajo que caracterizaban el antiguo
modo de vida cazador, pescador recolector sabanero. Tenemos así que en los llanos
del Orinoco Medio, los actuales pumeh recolectan en la sabana los rizomas de plantas
herbaceas silvestres comestibles conocidas como changuango (Dracontium changuango
Bounti) y guapo (Maranta arundinacea), ñames silvestres, las frutas de la palma ma-
canilla (Bactris sp.), los frutos y el corazón de la palma moriche (Mauritia flexuosa)
utilizado para hacer harina, así como la miel de abejas silvestres. Cazaban una fauna
riparia donde hoy destacan las tortugas terecayes (Pocdonemis expansa), babas (Caiman
cocodrilo), chigüires (Hydrochoerus hydrochoerus.), venados (Mazama sp.), iguanas, aves
y una gran variedad de peces de regular tamaño: la cachama (Piaractus barchypomus),
el pavón (Cichla ocellaris), la palometa (Mylosoma duriventris), el coporo (Prochilodus
mariae), el caribe (Serrasalmus natterei) (Petrullo 1939: 200-201), lo cual puede darnos
una imagen de la variedad de recursos de subsistencia que habrían estado al alcance de
los antiguos cazadores recolectores en las sabanas, las selvas de galería, los ríos y caños
y las lagunas que permanecen a veces gran parte del año cerca de los mismos.
El alba de la sociedad venezolana 119
Complejos líticos similares a los anteriores han sido reportados también sobre la
margen derecha del Orinoco en su desembocadura en el océano Atlántico, en las
sabanas de Rupununi, en las cuencas de los ríos Mazaruni y Barama, y las tierras
altas de Guyana, así como en las sabanas del norte de Brasil (William 1985) y en
el sitio Biche, Trinidad (Boomert 2000: 49). Las puntas bifaciales pedunculadas
podrían haber sido enmangadas en javalinas o dardos, utilizando propulsores (Boo-
mert 2000: 49-51), tal como se evidencia en el sitio La Gruta del Orinoco Medio
(Vargas-Arenas 1981; Sanoja y Vargas-Arenas 2006, 2007).
120 Mario Sanoja Obediente
8. La tradición El Espino
Modo de trabajo III: ca. 8.000 años a.p.; 5.290 + 60 años a.p. –3750 + 80 a.p.
a.p., 9.100 + 80 a.p., y 5.460 + 70 años a.p. Esta serie de fechados para los sitios bra-
sileños sirven de referencia para apreciar la antigüedad probable de los similares que
se hallan en la cuenca Caroní-Paragua, ríos que tienen sus nacientes en la vertiente
norte del sistema Pacaraima localizado entre la Guayana venezolana y el territorio
Roraima brasileño. Tal como se expuso en páginas anteriores, ello indicaría que la
cuenca de aquellos ríos pudo ser –desde finales del Pleistoceno– una de las vías de
comunicación entre las poblaciones de cazadores-recolectores arcaicos de la cuenca
del Amazonas y los del Orinoco (Meggers y Miller 2003).
entre 8000 y 4000 años antes del presente en el litoral caribe y el litoral atlántico
del noreste de Venezuela, de la isla de Trinidad, de Guyana, Surinam y la Guayana
Francesa (Sanoja y Vargas-Arenas 1995:95-103; Sanoja y Vargas-Arenas 1999 b:
150-151). En tal sentido podemos observar que la tradición arqueológica El Espino
del Bajo Caroní y el modo de trabajo III, se relacionan temporalmente –en líneas ge-
nerales- con la aparición en la región de Paria y del noreste de Suramérica en general,
de aquellos grupos de recolectores, cazadores, pescadores marinos también denomi-
nados por los arqueólogos brasileños como Arcaico del Litoral (Schmitz, Barbosa y
Ribeiro 1978, 79 y 80). Ello nos permite considerar a este respecto la existencia de
un vasto espacio interactivo para los seres humanos, la fauna y la flora integrado por
el piedemonte oriental de los Andes, la cuenca amazónica, la Guayana Francesa, la
cuenca del Orinoco y el litoral atlántico del noreste de Suramérica (Miller 1992; Sa-
les Barboza 1992; Vacher et álii 1998; Sanoja y Vargas-Arenas 1995, 1999 a, b y c;
Kipnis 1998; Schmitz 1987; Dillehay et álii 1992; Williams 1992), donde se comen-
zó a gestar desde finales del Pleistoceno un importante experimento social y cultural
que culminó en la creación de la macrorregión geohistórica amazónica-orinoquense
y la macrorregión Orinoco-Antillas.
La fase inicial de la tradición El Espino del Bajo Caroní, fase A del gráfico de
seriación (Gráfico 4), está representada por los sitios El Espino (GD31), Cueva
Las Patillas (GD81), y GD3, GD8. GD3, GD9, entre otros (Fig. 7). Con base a di-
cho gráfico la antigüedad de su período inicial podría estimarse –como ya hemos
dicho– entre circa 8.000 años a.p. y 5290 + 60 años a.p. Este rango cronológico
estimado sería consistente con la antigüedad de otros sitios arqueológicos de la
región Guayana-Amazonas venezolana que presentan una industria de lascas uni-
faciales y puntas pedunculadas de aspecto rústico en cuarzo cristalino halladas en
un paleosuelo del estrato franco-arenoso del sitio Atures, estado Amazonas, po-
sible indicador de una formación boscosa más densa que la presente (Barse 1995:
108; 1989, 1990, 1999), para los cuales hay fechados de C14. 9200 + 100, 9210 +
120 y 7010 + 190 años antes del presente (7070, 7260 y 5060 a. C.). Podríamos
mencionar también, como ya se dijo anteriormente, la fecha de 8210 + 190 años
a.p. relacionada con el contexto recolector cazador del sitio La Gruta, Orinoco
Medio, en un posible ambiente seco y frío, donde aparecen puntas triangulares
pedunculadas en cuarzo cristalino en asociación con talones de propulsor tallados
en el mismo material (Vargas-Arenas 1981: 381-387. Fig. 6).
El alba de la sociedad venezolana 123
FIGURA 7
Tradición El Espino. 1) Raspador sobre lasca. Cuarzo cristalino. 2) Cuchillo lateral.
Cuarzo cristalino. 3) A-B, El Espino: punta con escotadura basal. Cuarzo cristalino.
124 Mario Sanoja Obediente
La ocupación humana del sitio El Espino parece haber comenzado en una fase
climática seca y cálida, representada en el estrato basal de arenas blancas del sitio
(Fig. 10: 160-290 cm) las cuales – según Ab Saber (1982:49)-podrian corresponder
en la región del Amazonas brasileño con ambientes de sabana seca ocurrido durante
el Optimo Climático, posiblemente 5000-4000 años a.p). Con posterioridad, hacia
4400 + 70 años a.p. habría comenzado posiblemente un período más húmedo, ca-
racterizado por ciclos de acumulación de sedimentos aluviales que culminaría hacia
el año 3750 + 50 años a.p. (Figura 9).
FIGURA 8
Estratigrafia de la quebrada Toro Muerto. Bajo Caroní.
El alba de la sociedad venezolana 125
FIGURA 9
Perfil sur de la excavación del sitio El Espino.
El alba de la sociedad venezolana 127
MAPA 5
Sitios arqueológicos en el vaso de la presa Caruachi.
132 Mario Sanoja Obediente
podría estimarse entre inicios de la Era cristiana y 1.460 años d. C., nivel 020-040
cm de la excavación 1 (Sanoja 1977: 47-50).
Las comunidades recolectoras cazadoras del Bajo Caroní, relacionadas con el
modo de trabajo I y II vinculadas a las tradiciones Caroní y Guayana, ca. 10.000 y
8.000 años a.p., vivían al parecer en sitios al aire libre, en campamentos para la caza
y pesca y talleres para la fabricación de artefactos líticos de producción, los cuales se
hallaban ubicados en playas del río o sobre terrazas fluviales. La gente del modo de
trabajo III, la tradición El Espino, por su parte, habitó tanto en campamentos al aire
libre como en aleros y viviendas cavernarias tal como evidencian los sitios G8-3 y Las
Patillas (GD81). El depósito basal del sitio epónimo El Espino parece haber sido un
piso de habitación donde aparecen microlascas de cuarzo lechoso, posibles desechos
de talla, indicando la existencia de un área de taller donde se desbastaron, quizás,
preformas de artefactos líticos. Por otra parte, como muestra el sitio vecino Las Tres
Colinas (GD68), existían igualmente talleres para desbastar la materia prima, en
áreas que parecen haber sido canteras para la obtención del chert.
Las poblaciones cazadoras recolectoras habitaron desde inicios del Holoceno las
sabanas y selvas de galería que se hallaban sobre las márgenes del río Orinoco, apro-
piaron posiblemente los recursos de fauna terrestre y acuática, así como las plantas,
raíces y rizomas que crecían silvestres en la sabana.
Los relatos etnohistóricos del siglo XVI que describen comunidades nomádicas
y seminomádicas que todavía vivían de manera autónoma en las sabanas del Orino-
co para aquella fecha, así como nuestra investigación etnográfica de 1961 entre los
pumeh y los sáliva del Capanaparo, estado Apure, Venezuela, nos permiten apreciar
la calidad de los grupos humanos que integraban la comunidad de recolectores caza-
dores en aquella región, así como su estilo de vida. Hallamos así en los siglos XVI y
XVII un tipo de comunidad nomádica restringida integrada por guahibos y chiri-
coas (stock lingüístico arawako; Sanoja y Vargas-Arenas 1992: 158-163), los cuales se
agrupaban formando pequeñas bandas móviles que totalizaban aproximadamente
seis u ocho familias nucleares, en total unos treinta individuos. La banda viajaba
junta durante la estación seca viviendo en paravientos ocasionales construidos con
ramas de arboles, cazando, pescando y recolectando plantas silvestres; reuniéndose
El alba de la sociedad venezolana 133
con otras bandas emparentadas en una vivienda comunal o base permanente duran-
te la estación de lluvias, formando temporalmente una familia extensa. Practicaban
la caza terrestre y la recolección de especies botánicas silvestres, en tanto que la caza
y la pesca parecen haber tenido una importancia menor en las actividades de sub-
sistencia. Los hombres se dedicaban particularmente a cazar y pescar, mientras que
las mujeres recolectaban diariamente los frutos de la palma y las raíces silvestres
del guapo (Maranta arundinacea), cuya fécula mezclaban con la obtenida del cora-
zón de la palma moriche llamada munacapana (Mauritia flexuosa) y la de la yuca
(Manihot esculenta) para hacer pan. Otros grupos como los yaruros o pumeh (stock
paleochibcha), los betoi (stock chibcha grupo motilón), los guamo y guamonteyes
(stock guamo) y taparitas (stock otomaco) conformaban una comunidad nomádica
con base central, la cual podía llevar parte del año una vida transhumante, cazando,
pescando y recolectando y descansar parte del mismo en una localidad que podía no
ser siempre la misma (Sanoja y Vargas-Arenas 1992: 158-163).
litos bicónicos similares a los utilizados por los antiguos recolectores de la isla de Cu-
bagua, región insular del noreste de Venezuela, fechados en 4150 + 80 años a.p. (ca.
2150 + 80 años a.p.), litos bicónicos que eran posibles proyectiles arrojadizos para
frondas utilizados en la caza terrestre en el noreste de Venezuela y en las grandes
Antillas (Cruxent y Rouse 1961: 54; Pls. 41 y 45). Se hallaron igualmente litos esfé-
ricos con superficies perfectamente alisadas por abrasión, sin huellas de haber sido
utilizados como percutores, que pudieron ser empleados como posibles boleadoras
para la caza terrestre (Fig. 11: a, b, c).
En las investigaciones arqueológicas que se llevan actualmente a cabo en el vaso
de la nueva presa hidroeléctrica en construcción, Tocoma, Bajo Caroní, se han halla-
do igualmente asociaciones superficiales de puntas pedunculadas en chert con litos
bicónicos como el descrito, hecho que permite inferir la posible existencia de una
técnica para la caza de mamíferos terrestres que combinaba quizás el uso de javali-
nas o lanzas con hondas para lanzar proyectiles bicónicos (Águila, com. pers. 2012).
Los cuchillos de sílex reminiscentes de los del Bajo Caroní, recolectados por no-
sotros en 1983 en el conchero de Cerro Burro, área de Pedro García. litoral del actual
estado Anzoátegui, fechado en 2450 + 90 años a.p. o 570 años + 90 a. C. (Cruxent y
Rouse 1961-I: 123; Rouse y Cruxent 1963: 154), permiten especular sobre la posibili-
dad de que los antiguos recolectores cazadores del Orinoco habrían entrado posible-
mente en contacto con grupos de recolectores pescadores litorales y pueblos agriculto-
res ceramistas del noreste de Venezuela. Hojas líticas similares aparecen igualmente
en sitios como Barrera Mordan, República Dominicana (ca. 2480 años a.p.) (Veloz
Maggiolo 1991: 70); J. M. Cruxent e I. Rouse, 1974: 71-81) y en Damajayabo, Cuba,
3250 + 100 años a.p. (ca. 1250 + 100 años a.p., Martínez-Arango 1968: 46, Lam. 29),
indicando con ello la factibilidad de contactos entre poblaciones tempranas del Bajo
Orinoco y el litoral noreste de Venezuela con poblaciones de lejanas islas antillanas
como Quisqueya (Santo Domingo-Haití) y Cuba, o viceversa.
La seriación arqueologica cualitativa-cuantitativa que grafica toda la secuencia
historica del poblamiento cazador recolector del Bajo Caroní correspondiente al
vaso de la presa Caruachi (Gráfico 4.), muestra que la fase final o Fase C, correspon-
diente al Modo de Trabajo IV, el cual cubre un período aproximado de 1760 años,
está caracterizada por un proceso de cambio hacia una forma de vida más sedenta-
rias con base a una economía combinada caza pesca y la recolección o proto-cultivo
de plantas.
El alba de la sociedad venezolana 135
Los contenidos materiales del modo de trabajo IV de los pueblos de la fase tar-
día, están documentados y fechados en sitios arqueológicos de la margen izquierda
del Caroní como el alero G8-3 y la Cueva del Elefante, G79, (Sanoja y Vargas-Are-
nas 1970, 2006), los cuales indican que el auge de las pinturas rupestres coincidió
con la presencia de instrumentos de producción vinculados con la apropiación y
procesamiento de materias primas de origen vegetal,: manos de moler, percutores y
hachas, cuando se inició el ocaso de los grupos cazadores recolectores propiamente
dichos, o arcaicos, por el contacto con los nuevos grupos de agricultores alfareros
que comienzan a asentarse en el Bajo Orinoco.
La fase C del gráfico de seriación de la presa Caruachi que denota el fin de la
formación apropiadora en el Bajo Caroní (Gráfico 4) muestra que en la cueva del Ele-
fante (G79), al igual que en otros sitios cavernarios de la subcuenca del río Espíritu,
la industria lítica característica de la fase final del modo de vida cazador se encuentra
asociada con importantes muestras de pinturas rupestres.
Ejemplo de lo anterior, la secuencia estratigráfica del alero o abrigo rocoso G8-
3, sobre la margen izquierda del Caroní, a la altura de los raudales de Caruachi,
presenta una secuencia de fases de ocupación humana caracterizada inicialmente
por una industria de instrumentos de producción sobre lascas de cuarzo: láminas,
preformas de hachas, manos, pulidores y machacadores, contexto que reproduce en
líneas generales las características de los sitios de la fase C o tardía de la secuencia
seriada del vaso de la presa Caruachi (2810 + l00 a.p. -860 a. C.- 2320 + 100 a.p. o
370 + 100 a. C.) (Sanoja y Vargas-Arenas 2006). Dicha fase sería aproximadamente
contemporánea con la fecha de introducción de la cerámica barrancoide en el Bajo
Orinoco (Cruxent y Rouse 1961: I; Sanoja 1979).
Del nivel 5 al nivel 1 del abrigo rocoso G8-3, hay una nueva fase de ocupación
caracterizada por la diversificación de instrumentos de producción; raspadores, cu-
chillos, preformas de hachas y azuelas, manos de moler, perforadores, aguzadores,
buriles y percutores. En la línea de goteo del alero G8-3, dentro de una capa mixta
superficial de humus y ceniza –correspondiente a la ocupación final– que recubre los
depósitos arqueológicos de las anteriores fases del sitio, se recuperó una colección de
tiestos, algunos sencillos, otros decorados con incisión fina, asociada con una indus-
tria ósea compuesta por leznas para tejer redes de pesca, agujas, puntas de proyectil,
perforadores, punzones, etcétera (Fig. 11). Para elaborar dichos instrumentos de
producción se utilizaron cuernos y huesos largos de venado (Mazama sp.) o huesos
136 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 10
A) Cuchillo de sílex. Filo con retoques. B) Hoja cortante. C) Lito bicónico. Arenisca.
Sitio GD-2. Vaso de la presa Macagua II.
El alba de la sociedad venezolana 137
largos de váquiros (Tayassu sp.), los cuales, al igual que los morrocoyes (Geochelone
sp.), eran cazados y consumidos por los habitantes originarios del alero G8-3. La
alfarería en este caso (Fig. 12) parece ser reminiscente de la de la serie Cedeñoide del
Orinoco Medio, para la cual existe una fecha de C14, muy cercana a las similares del
Bajo Caroní, de 2890 + 145 años ANP (890 + 145 años ANE).
FIGURA 11
Alero G8.3: instrumentos de hueso.
Para finales del segundo milenio a. C. y comienzos del primero, varias de las
antiguas poblaciones de recolectores cazadores del Orinoco habían descubierto o
inventado los procedimientos para fabricar alfarería. Vemos así cómo en la capa
inferior (G437 = 1,40 m de profundidad, de la excavación 3 de La Gruta, corres-
pondiente a la superficie del estrato de arena que cubre al de la formación Mesa, se
recolectaron dos tipos de alfarería rústica temperada, una con ceniza y la otra con
carbón vegetal, a la cual correspondería la fecha I-10-742 de 3320 + 100 a.p. (1370 a.
C.). Estos tipos alfareros tienen características similares a la que aparece en Agüeri-
to, margen derecha del Orinoco, frente a la desembocadura del río Apure. el período
I de la serie Cedeñoide, comienzos del primer milenio a. C. (Zucchi y Tarble 1984:
138 Mario Sanoja Obediente
296-307), indicando posiblemente que para finales del segundo milenio antes de
Cristo, los pueblos de la fase final de la formación apropiadora y los albores de la
formación socioeconómica productora o tribal en la cuenca del Orinoco, ya habían
quizás inventado una forma rústica de alfarería y procesos para domesticar, cultivar
procesar para su consumo distintas plantas comestibles o útiles que crecían silves-
tres en las barrancas del Orinoco (Zucchi y Tarble 1984; Vargas-Arenas 1981:90-
96 409, gráfico 7, cuadro n° 10; Sanoja y Vargas-Arenas 2006: 61).
FIGURA 12
Alero G8.3: tiestos sencillos y decorados.
para cernir la harina de yuca, abanicos trenzados utilizando las fibras de la palma
moriche, usados para avivar el fuego de los fogones o voltear las tortas de cazabe en
el budare, posibles plantas de aldeas divididas en mitades, separadas por un espacio
o plaza ceemonial (Fig. 16), reminiscentes de los hallados en el alero de Tramen, río
Karowieng, sabanas de Mazaruni, Guyana. Otro grupo representa figuras humanas
danzantes o en movimiento cuyos atuendos podrían sugerir diferencias de géne-
ro. Otra agrupación incluye representaciones de animales en movimiento: venados
(Mazama sp.), lagartos ranas, caracoles terrestres, etc., puntas de arpón, flechas, et-
cétera (Vargas-Arenas 2010: 63; Williams Denis 1985).
Las expresiones mágico-religiosas de las comunidades originarias del Bajo Caro-
ní, aparecen principalmente en afloramientos rocosos, grandes estructuras graníti-
cas o domos que tienen una gran visibilidad, concentrados en una zonas particular,
la subcuenca del río Espíritu, afluente del Caroní por su margen izquierda. Esta
característica nos permite sugerir que se trataría de una zona sagrada, lo cual esta-
ría relacionado con la presencia en la cueva del Elefante de símbolos que sugieren
un culto solar: cruces gamadas, el diseño de una especie de útero mágico donde el
shaman o la shamana se compenetraban con las fuerzas espirituales del mundo na-
tural y una figura danzante, posiblemente femenina, cuyos brazos están extendidos,
teniendo en el pecho un símbolo solar (Sanoja y Vargas-Arenas 1970: 52). Como
pudimos observar, durante nuestras diversas campañas de excavación en el mes de
agosto, a las cinco de la tarde un haz de rayos de sol incide directa y horizontalmente
en el área de mayor concentración de pinturas rupestres. Es posible que ello aluda a
una ceremonia propiciatoria colectiva ligada al paso de los solsticios relacionada con
prácticas mágico-religiosas. Otros motivos solares son círculos a manera de ojos con
prolongaciones radiantes, reminiscentes de las cabezas aureoladas del área andina
suramericana, que parecen referir a las fuerzas radiantes o energéticas del ser huma-
no, que se hacen “visibles” para el shaman o la shamana durante sus viajes místicos
(Vargas-Arenas 2010: 64).
La presencia del asi denominado “arte rupestre” del Caroní parece tener también
su correlato en las variadas expresiones de arte parietal de Brasil, producto de la
actividad de este extenso horizonte tanto de cazadores(as) recolectores(as) tropicales
como de grupos tribales –ejecutadas igualmente en colores rojo, blanco y amarillo–,
localizadas desde Piauí, Bahía, occidente de Pernambuco, Ceará y Río Grande do
Norte hasta Curitiba en el sur de Brasil (Schmidt 1987: 76-80).
142 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 13
Pinturas rupestres. Cueva de Las Patillas.
El alba de la sociedad venezolana 143
FIGURA 14
Figura danzante. Cueva del Elefante.
La distribución territorial de los recolectores cazadores tanto del interior como li-
torales, nos indica la dirección probable que tomó el proceso de colonización del
territorio del norte de Suramérica por parte los inmigrantes paleoasiáticos origina-
les, a partir de la costa pacífica suramericana, al oeste (Dillehay et álii 1992) hacia
144 Mario Sanoja Obediente
la ribera atlántica, al este. Los hallazgos arqueológicos recientes indican que los pri-
meros grupos humanos, que manufacturaban rústicos artefactos líticos sobre lascas,
accedieron hasta los territorios de la vertiente atlántica suramericana alrededor de
30.000 años a.p. (Guidon, 1978). Como indican las fechados radiocarbónicos, es
posible que en algún momento parte de los descendientes de aquellos grupos re-
colectores cazadores tropicales del interior hubiesen migrado posteriormente hacia
las regiones litorales, en un período cuando se habían comenzado a producir, hacia
inicios del Holoceno, profundos cambios que afectaron el relieve, la biomasa y el
relieve litoral de la costa atlántica.
El lapso comprendido entre 7000 y 4000 años a. C. correspondió con el óp-
timo climático de los tiempos pospleistocenos, durante el cual la temperatura se
hizo más cálida en todo el globo acelerando el proceso de deshielo de los gran-
des casquetes glaciares que se habían formado en el hemisferio norte, así como
en las zonas montañosas de la región tropical, durante el último período glaciar
que culminó hacia 12.000 años a. C. (Van der Hammen 2006: 22). El flujo de
agua que retornaba a los mares y océanos a través de los ríos, no solo hizo subir
considerablemente el nivel de las aguas de los mares y oceanos, sino que modifi-
có también el relieve costero debido a los intensos procesos de sedimentación y
relleno ocasionados por los procesos eustáticos y tectónicos que parecen haberse
producido simultáneamente. Gran parte de las regiones litorales bajas fueron su-
mergidas bajo las aguas, en tanto que aquellas que habían sido liberadas del peso
de los casquetes de hielo experimentaron un alza de nivel.
El estudio combinado de los datos arqueológicos conocidos hasta el presente, así
como los geomorfológicos y oceanográficos del litoral caribe de Suramérica, Trini-
dad, Guyana, Jamaica, República Dominicana y la península de la Florida, revelan
la existencia, desde el Holoceno Temprano, de variaciones regionales o locales en los
cambios de nivel del mar, los cuales modificaron sustancialmente la morfología cos-
tera de esa gran área, afectando la vida de las poblaciones que allí habitaban (Sanoja
y Vargas-Arenas 1999 a: 199). Ello se puede apreciar también en la península de la
Florida desde el llamado Arcaico Temprano, 9000-7000 a.p. (Widmer 1988: 202)
y la isla de Trinidad, ubicada al noreste de Venezuela, hacia 7180 a. C. (Veloz Ma-
ggiolo 1976: 46; Veloz Maggiolo 1991: 57-61; Boomert 2000: 42-46). Los cambios
de nivel del mar han sido estudiados igualmente por muchos científicos, entre otros
por Fairbridge (1976), Van Andel y Postma (1954), Van Andel y Sachs (1964) Van
El alba de la sociedad venezolana 145
Andel (1967), Nota (1958), Koldewijn (1958) Widmer (1988), Hendry y Digerfeldt
(1989), Maul (1989), Sanoja y Vargas-Arenas 1995-1998, 1999a, b, c), Williams
(1992) y Clapperton 1993), quienes han conducido investigaciones en el área del
Caribe oriental, el golfo de Paria, la costa de Guyana y la costa noreste de Brasil.
La utilización del medio natural por parte de las antiguas poblaciones de re-
colectores, pescadores, cazadores litorales, podría relacionarse con tres tipos prin-
cipales de ambiente: a) la costa de los estuarios fósiles, b) las lagunas litorales, las
playas oceánicas y c) las islas del Caribe venezolano que estuvieron sometidas a las
influencias posglaciares que comenzaron a producirse en la fase final de Pleistoceno.
Los cambios en el relieve costero de las áreas donde se asentaron las más anti-
guas comunidades de recolectores pescadores litorales, se debieron a procesos epi-
rogénicos y eustáticos, a la sedimentación fluvial local producida por las mareas, las
corrientes marinas y el viento. Los procesos de subsidencia causados tanto por la
sedimentación marina como por la fluvial parecen haber sido más importante en
la desembocadura de los ríos y quebradas que desembocaban en los estuarios que
existieron tanto en los golfos de Paria y Cariaco como en el valle del río San Juan
(Mapa 6), uno de los principales afluentes del delta del Orinoco, y las antiguas lagu-
nas litorales del noreste de Venezuela, creando difíciles condiciones materiales para
la vida humana, que fueron resueltas exitosamente por los pueblos originarios de
recolectores pescadores lítorales.
Las últimas investigaciones arqueológicas llevadas a cabo hasta el presente en el
litoral noreste de Venezuela (Sanoja y Vargas-Arenas 1995, 1999c; 1999b; 1999ª:
144-160), permiten establecer que desde 7000 a 5000 años antes de Cristo, ya exis-
tían en las costas del litoral y en diversas partes de las tierras interiores de dicha
región poblaciones humanas que derivaban buena parte de su sustento de la recolec-
ción de moluscos y crustáceos tanto marinos como de agua dulce, al mismo tiempo
que cazaban y pescaban en el mar, los ríos y las lagunas de las áreas costeras, los
valles, selvas y regiones montañosas.
La investigación de los sedimentos recientes provenientes del golfo de Paria, no-
reste de Venezuela, así como de la plataforma continental de la costa de Guyana,
indican que el nivel del mar comenzó a elevarse por encima del nivel existente sobre
la plataforma continental del golfo de Paria, durante el Pleistoceno final, alrededor
de 13.000-11.000 a.p. (Nota, 1958: 105; Koldewijn 1958: 105, Van Andel y Sachs
1964), alcanzando la cota de 2 metros hace 6500 años a.p. (Van Andel y Postma
146 Mario Sanoja Obediente
1954: 27). Ello determinó la formación de estuarios fósiles como el del golfo de
Paria y el del río San Juan (Nota 1958: 86; Koldewijn 1958: 105; Van Andel y Sachs
1964), alcanzando el mar el nivel de 4 m.s.n.m. alrededor de 6500 años a.p. (Van
Andel y Postma 1954: 27).
Según Van Andel (1964, 1967: 307) hacia 9500 años a.p. habría comenzado la
transgresión marina del flanco norte del golfo de Paria, la cual culminó en ca. 8000
años a.p. con la formación del delta del Orinoco, lo cual está demostrado en el golfo
de Paria por la presencia de una gruesa capa de marga azulosa, depósito comple-
mentario encontrado en el lecho marino, recubierto por un depósito sedimentario
continental de origen fluvial. Este proceso habría afectado también toda la región
litoral del noreste de Suramérica y el delta del Amazonas, así como todo el Caribe
insular hasta la península de la Florida (Clapperton 1993: 569-72; Sanoja y Vargas-
Arenas 1999b: 149-151).
Como consecuencia de aquellos cambios, en muchas partes de la región costera
del noreste de Venezuela, Trinidad y en el litoral de Guyana, Surinam, Guayana
Francesa y el litoral de Brasil, se desarrollaron extensas formaciones de bosque de
manglar, particularmente en la desembocadura de los ríos y alrededor de las lagu-
nas costeras. Dentro de estas condiciones ambientales cambiantes se constituyen los
asentamientos de recolectores, cazadores, pescadores marinos venezolanos entre el
sexto y el quinto milenio a. C.
Alrededor de 8.000-7000 años a.p., es posible que grupos de recolectores cazado-
res procedentes del interior de la cuenca orinoquense hubiesen llegado a desarrollar
en las regiones litorales caribeñas y atlánticas modos de vida y modos de trabajo muy
diversos que enfatizaban preferentemente la recolección, la pesca marina y estuarina,
la caza terrestre y la domesticación de especies vegetales comestibles silvestres, como
respuesta quizás a la existencia de mejores condiciones de vida en determinadas zonas
litorales (Sanoja y Vargas-Arenas 1999c: 212). Ello estuvo asociado, en las regiones
litorales del noreste y el noroeste de Venezuela, al desarrollo, entre 6500 y 5000 años
antes del presente, de extensos bosques de manglar, particularmente Rizophora mangle
y Avicenia officinalis en los estuarios y lagunas litorales, e igualmente en la desemboca-
dura de los ríos y caños que desaguaban en aquellas masas de agua continental.
A partir del óptimo climático, en el litoral atlántico del sur del Brasil, el nivel del
mar alcanzó una cota alta, 2,5 m sobre el nivel actual, hacia 5800-4800 años antes
del presente (Fairbridge 1976; Prous y Piazza 1977: 27-36). En el litoral atlántico
El alba de la sociedad venezolana 147
entre las bocas del Orinoco y la desembocadura del río Amazonas, costas de Guyana,
Surinam y la Guayana Francesa, el estudio de los sedimentos del Holoceno indica
también la existencia de una serie de cuatro fases transgresivas marinas conocidas
como serie Demerara, fechada entre 9000 y 6000 a.p. (Claperton 1993: 569-572). La
primera fase transgresiva –la fase Mara– ocurrió en 8000 años a.p., momento cuando
según Van Andel (1976: 307) comenzó a formarse el delta del Orinoco. Las evidencias
de esta fase transgresiva son, como expusimos, las capas de marga azulosa como las que
se hallan en la antigua línea litoral del estuario fosil de Paria, cubiertas de sedimentos
de origen fluvial donde se localizan los sitios arqueológicos de Ño Carlos y Guayana
(Sanoja y Vargas-Arenas 1995; 1999ª: 147-148; 1999b: 151-157; 1999c: 149).
En Paria, la transgresión marina alcanzó su nivel máximo de cuatro brazas,
aproximadamente cuatro metros sobre el nivel del mar, alrededor de 7000-6500
años a.p., cuando ya existían campamentos de antiguos recolectores pescadores ma-
rinos y bosques de manglar sobre el piedemonte de la sierra de Paria (Van Andel
y Postma 1954: 26-27; Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 97; 1999ª: 149-150; Sanoja
1989ª: 526-531; 1989b). Ello evidencia que para entonces buena parte de las tierras
bajas del litoral pariano existentes en el Pleistoceno, ya habían sido sumergidas bajo
las aguas del océano Atlántico. Trinidad, que hasta entonces era una prolongación
del litoral de Paria, quedó en ese momento separada del continente convirtiéndose
en una isla (Boomert 2000: 44).
Al igual que en el oriente de Venezuela, hacia 5580 años a.p. (3800 años a.C.),
encontramos también en las regiones litorales cubiertas por bosques de manglares del
actual estado Falcón, comunidades humanas relacionadas con un modo de trabajo
apropiador orientado hacia la recolección y la pesca marina o palustre, el cual, posible-
mente, surgió como una transformación cualitativa de los antiguos cazadores recolec-
tores del interior. Al igual que en Paria, los extensos bosques de manglar que existían
en la desembocadura de los ríos Tocuyo, Aroa y Yaracuy y en las lagunas costeras del
noreste de Falcón albergaron a poblaciones recolectoras pescadoras cazadoras. Éstas
utilizaban rústicas herramientas de piedra utilizadas como percutores, manos y pie-
dras de moler, recolectaban bivalvos y gasterópodos de manglar y cazaban tortugas y
caimanes (Cruxent y Rouse 1961; Sanoja y Vargas-Arenas 1999ª: 24-25).
Como expusimos en páginas anteriores, el análisis de las valvas de ostras prove-
niente del sitio arqueológico El Pesquero, ubicado en el litoral de la vecina penínsu-
la de Paraguaná, Falcón, indicó la posible utilización humana de algunas conchas
148 Mario Sanoja Obediente
como raspadores, las cuales fueron datadas en 28250 + 920/1020 a.p. Aunque la
evidencia no es concluyente, es posible que estudios posteriores más sistemáticos
pudiesen revelar una antigua tradición no lítica de recolectores marinos pre-Clovis
en Suramérica (Oliver y Alexander 1990), hecho que nos acercaría otra vez a la vieja
hipótesis de Krieger sobre la existencia de un horizonte suramericano de poblacio-
nes recolectoras cazadoras pescadoras sin puntas de proyectil.
148-166), ya que dichos ecosistemas húmedos eran refugios de vida marina, terres-
tre y de numerosas especies de aves. La riqueza en recursos marinos existente en los
bosques de manglar propició el desarrollo de la pesca marina o estuarina y la reco-
lección de gasterópodos y bivalvos, aumentando las posibilidades de desarrollar una
vida más estable y propiciando la primera división del trabajo por géneros o sexos
entre las recolectoras y los pescadores cazadores (Sanoja 1989ª; 1989b; 1992; Sanoja
y Vargas-Arenas 1995; 1999c: 207; 1999b: 157; 1999ª: 147-157).
Mientras los hombres se especializaban en la pesca y la caza terrestre, las mu-
jeres y sus niños desarrollaron al parecer un importante modo de mantenimiento y
reproducción de la vida cotidiana: la recolección de especies marinas, la recolección
y el cuido de plantas útiles comestibles o medicinales y, particularmente, el mante-
nimiento de la cohesión y la estabilidad del nuevo orden familiar. Ello constituyó el
preludio hacia un cambio revolucionario en la historia de la sociedad apropiadora ve-
nezolana: el inicio del proceso de neolitización, que implicó la transformación de las
bandas semitranshumantes en sociedades sedentarias, la domesticación de plantas,
la producción de alimentos, la creación de un tejido social basado en la consangui-
nidad y de relaciones de propiedad colectiva sobre el suelo, las plantas, los animales
y las aguas.
La vida de las comunidades ligadas a los modos de trabajo recolectores-pes-
cadores dependía en gran parte de los recursos naturales de subsistencia que
existían en los bosques de manglar. Especies tales como la Ostrea rizophora y la
Melongena melongena Linnée, constituían el soporte fundamental de la alimen-
tación cotidiana, conjuntamente con la pesca de peces estuarinos, sirénidos y
ocasionalmente tiburones.
El ecosistema de manglar ofrecía una dinámica de vida interesante para el desa-
rrollo y la variabilidad de los procesos de trabajo ligados a la apropiación, debido a
que reunía en una sola unidad espacial componentes tanto vegetales como de fauna
que proporcionaban los elementos fundamentales para el mantenimiento de la vida
cotidiana. Aun en condiciones de explotación intensiva, el bosque de manglar tiene
la capacidad de regenerarse en un lapso relativamente corto, por lo cual una comu-
nidad que lo utilizase con moderación, podría desarrollar una forma de vida social
estable por un largo período.
Vistas desde esta perspectiva, la actividades de los recolectores marinos no po-
drían considerarse simplemente como una apropiación indiscriminada de los recur-
150 Mario Sanoja Obediente
sos naturales, sino más bien como una organización de tareas y procesos de trabajo
que se basarían en la estimación del tiempo que necesitaban las distintas especies
vegetales y de fauna para regenerarse luego de una explotación continuada de varios
años. Esta actitud corresponde con lo que, según Mészáros (2009: 84), debe ser la
economía: “... el verdadero significado de economía en la situación humana no puede ser
otro que economizar sobre la base del largo plazo...”.
Una consecuencia social de esa racionalidad sobre el ambiente y su utilización,
parece haber sido la definición de espacios territoriales dentro de los cuales podrían
llevarse a cabo los programas de apropiación para la subsistencia y el establecimiento
de bases o campamentos estables para el procesamiento, distribución y consumo de
los recursos naturales de subsistencia.
En el bosque de manglar, los recolectores marinos tenían a su disposición diver-
sas fuentes de materia prima: madera, resinas, fibras, pigmentos, etcétera, así como
un extenso conjunto de recursos proteínicos tales como bivalvos, gastrópodos, peces,
reptiles, aves, aparte de los mamíferos terrestres que, de cierta manera, actuaban
como predadores de los recursos naturales del manglar.
En muchos de los sitios arqueológicos examinados, las formaciones de bosque de
manglar pueden haber desaparecido como consecuencia de las condiciones alteradas
resultantes de los cambios de nivel del mar que ocurrieron desde inicios del Holoceno.
Sin embargo, la presencia de los mismos puede ser inferida a través de la evidencia
arqueológica representada en las enormes acumulaciones de Crassostrea, Melongena,
Anomalocardia, murex y huesos de peces marinos estuarinos que abundan en los sitios
arqueológicos tanto del litoral como del interior. Esos restos, así como la localización
de los sitios arqueológicos en lugares hoy dia muy alejados del actual litoral y a una
altura promedio de 6 a 10 m sobre el nivel del mar, dejan ver que se formaron en un
período cuando el nivel del mar se hallaba por encima del actual y que, por otra parte,
se hallaban localizados en un interfase entre la tierra y el mar.
En el golfo de Paria, los bosques de manglar ya existían entre el mar y las
estribaciones de las serranías de Paria hace al menos unos 7.000 años a.p. En
la cuenca del río San Juan, los bosques de manglar cubrían quizás las costas del
estuario fósil que se formó en períodos muy antiguos en las estribaciones del
macizo de Carípe. Por otra parte, en el golfo de Cariaco, al oeste de Paria, los
manglares parecen haberse concentrado no solo en la línea costera sino también
en las orillas de lagunas litorales del interior, como por ejemplo la de Campoma,
El alba de la sociedad venezolana 151
vinculadas mediante una red de caños con las aguas del golfo de Cariaco (Sanoja
y Vargas-Arenas 1995: mapa 01).
Las investigaciones sobre los sedimentos del golfo de Paria apoyan la existencia de
cambios de nivel en la región en los períodos mencionados. Sin embargo, tratándose
de una región caracterizada por una fuerte influencia tectónica, es posible que los
cambios de nivel del mar tengan su origen tanto en factores eustáticos como epirogé-
nicos. No obstante, los cambios de nivel del mar detectados en el noreste de Venezue-
la podrían sincronizarse con los ocurridos en el litoral atlántico de Brasil en períodos
similares, los cuales afectaron también, de cierta forma, la dinámica de vida de las
comunidades del modo de vida recolector litoral (Sanoja 1989a: 454-456; figura 8).
La explotación del ecosistema de manglar desempeñó un importante papel en
el proceso de sedentarización y cambios sociales consecuentes que ocurrieron entre
las antiguas poblaciones del modo de vida de los recolectores pescadores cazadores
litorales, particularmente las del noreste de Venezuela, entre 5000 y 2000 años a.p.,
ya que aquel representaba un conjunto de complejas interrelaciones en la cadena ali-
menticia excepcionalmente importante para las comunidades que dependían en gran
medida para su subsistencia de la recolección, la pesca y la caza marina y/o terrestre.
El manglar constituye –igualmente– una extraordinaria fuente de materias pri-
mas: madera, fibras, resinas, pigmentos, etcétera, así como un nicho donde conviven
distintos tipos de fauna acuática, aérea, anfibia y terrestre, siendo la más importante
la compuesta por las especies que viven a expensas del fango y los bentos, ya que las
demás son en su mayoría especies visitantes originarias de otros biotopos terrestres
y marinos. La fauna de fango se compone de más o menos sesenta especies de unival-
vos, bivalvos y gasterópodos como –entre otras– Ostrea rizophora, Chione cancellata,
Lucina pectinata, Modiolus sp., Anadara sp., Murex brevifrons, Crassostrea sp., Me-
longena melongena Linnée, Anomalocardia sp., Thaís sp., especies de agua dulce como
Marisa sp. y gasterópodos terrestres como Pomacea sp., llegando a calcularse una
densidad de 1690 individuos por metro cuadrado entre todas las especies (Ferrer,
1987: 43-44; Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 86, Sanoja 1989).
La captura cotidiana de esta gran variedad de bivalvos, univalvos, gasterópo-
dos, peces, cetáceos, reptiles, pájaros y mamíferos terrestres cuyo volumen suplía
regularmente una apreciable cantidad de proteínas para la dieta cotidiana y para
mantener el modo de reproducción de la comunidad social, era practicada princi-
palmente quizás por las mujeres y sus niños. Por otra parte, de la explotación del
152 Mario Sanoja Obediente
manglar derivaban los hombres y mujeres madera, fibras, aceites vegetales, conchas
marinas y huesos de cetáceos, etcétera, utilizados para la construcción de vivien-
das, armas arrojadizas, instrumentos cortantes y abrasivos, adornos y protección
corporal, etcétera.
Las raíces del manglar formaban por lo general un intrincado laberinto, en parte
aéreo y en parte sumergido, que servía de refugio a numerosas especies de peces que
lo utilizaban como área para desovar, principalmente el róbalo (Centropomus sp.),
la lisa (Mugil cephalus), el lebranche (Múgil brasiliensis.), el bagre (Selenapsis sp.), el
manatí (Manatus trichetus), etcétera, así como también saurios, diversas especies de
lagartos y reptiles, aves marinas y mamíferos terrestres, cuyos restos óseos están pre-
sentes en los fogones y basureros de las viviendas de aquellas antiguas poblaciones.
Un ecosistema tan pródigo en recursos de fauna soportaba igualmente un entorno
vegetal variado donde figuraban plantas que producen rizomas y tubérculos comes-
tibles, además de hojas suculentas, las cuales eran un punto de atracción para la
fauna terrestre herbívora que formaba su nicho alrededor del ecosistema de manglar
(roedores, ungulados, etcétera) para alimentarse con las hojas, los tallos tiernos, los
rizomas y los tubérculos.
En la mayor parte de los antiguos sitios de vivienda estudiados por nosotros en
el golfo de Paria, la actividad económica de aquellas comunidades de recolectores,
pescadores, cazadores litorales se puede inferir de las extraordinarias acumulaciones
superficiales de conchas marinas, huesos de peces marinos y estuarinos y de fauna
terrestre que cubren grandes extensiones de suelo, cuyo deposito basal alcanza a
veces hasta 2 o 3 m de profundidad, conteniendo aparte de conchas puntas de pro-
yectil y de arpones en hueso, anzuelos de concha, azadas, hachas y gubias de con-
cha , piedras de moler y lascas de piedra y concha marina. Ello sugiere una relativa
estabilidad temporal y territorial de los grupos humanos, la cual habría conducido
finalmente a la formación de aldeas sedentarias hacia 2600 años a. C. (Sanoja y Var-
gas-Arenas 1995: 84; 275-278; 1999b: 163-164 1999c: 206-212; 1999a: 152-157).
Cuando el ecosistema de manglar es percibido por las poblaciones humanas en
conjunción y relación de continuidad con diversos otros ecosistemas, se evidencia
una ruptura histórica con los principios que permiten definir la FES apropiadora,
ruptura que solo se manifiesta cuando una sociedad alcanza un cierto nivel de desa-
rrollo de sus fuerzas productivas. Como expresó Mao Tse.Tung en su estudio sobre
las contradicciones (1955: 370), las contradicciones entre la sociedad y la naturaleza
El alba de la sociedad venezolana 153
se resuelven por el método del desarrollo de las fuerzas productivas: el antiguo pro-
ceso y las antiguas contradicciones son liquidadas y nacen un nuevo proceso y nuevas
contradicciones que comienzan a afectar las relaciones sociales de producción. En el
presente caso, el desarrollo de las fuerzas productivas se evidencia desde el momento
en que las bandas o comunidades de recolectores-cazadores-pescadores litorales son
capaces de percibir la lógica o la racionalidad económica que subyace la explotación
de dichas asociaciones biológicas espaciales, como condiciones particulares para me-
jorar objetivamente la rentabilidad y efectividad de sus medios e instrumentos de
producción, cambio en la calidad de la vida social que conduce a la aparición de una
nueva formación: la tribal o productora de alimentos (Sanoja y Vargas-Arenas 1995:
83; 1999: 161-164Pol; 1999a: 208-1999b: 212 ram).
Beta 20013, obtenida del estrato arcillo-arenoso estéril sobre el cual se construyó
el conchero Guayana, arrojó una antigüedad de 16.170 + 160 años a.p. (14.220 +
160 años a. Un sondeo con taladro manual en la base del delta fósil de Guayana, in-
dicó que aquel estrato arcillo-arenoso, evidentemente una deposición sedimentaria
de origen continental, se sobreponía a una capa de marga azul, sedimentos marinos
de espesor no determinado, que marcaría el momento cuando el nivel del mar co-
menzó a subir sobre el nivel bajo que prevalecía en la plataforma de Paria durante el
Pleistoceno Tardío. Según Koldewijn (1980: 5), ello sería indicador de un cambio
climático que habría comenzado en el golfo de Paria en 16.500 a.p. y un cambio
de temperatura posterior en 11.500 años a.p., produciéndose una activa deposición
de sedimentos fluviales continentales desde 12.000 años a.p., la cual determinó la
formación del delta del Orinoco hacia 9.500-8.000 a.p. y de formaciones deltaicas
en los caños que desembocaban en el mar, como era el caso del río (hoy quebrada)
Guayana, confirmando la estrecha vinculación que existió entre estos procesos geo-
morfológico y el inicio de los asentamientos humanos de recolectores pescadores en
el litoral del estuario fósil del Golfo de Paria.
La formación del delta del Orinoco dio paso, entre 7.000 y 6.000 años a.p. a un
período de estabilización del relieve litoral y la creación de un ecosistema productivo
que hizo posible su ocupación a largo plazo por las antiguas poblaciones recolectoras,
pescadoras cazadoras (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 95-103) cuyos ancestros podrían
haber estado viviendo en períodos anteriores en la cuenca del Orinoco (Sanoja y Var-
gas-Arenas 1999b: 158 1999c: 185186). El hallazgo de cuernos de venado (Mazama
sp.), huesos de marsupiales (Didelphys marsupiales) y de monos araguatos (Allouatta se-
nicula) solamente en el deposito arqueológico más profundo de los concheros Guayana
y Remigio, podría indicarnos que hasta 7.000-5.600 años a.p. los habitantes origina-
rios de dichos sitios todavía continuaban cazando fauna terrestre, proceso de trabajo
que se abandonó a favor de la recolección y la pesca litoral hasta que en 4.600 años a.p.
se inició el proceso de transformación de la sociedad hacia una vida sedentaria basada
en la recolección marina, la pesca, la caza terrestre y el cultivo de plantas.
El modo de trabajo I
+ 70 a. C ) y Remigio (5270 + 110; 3270 + 110 a.C) y.). El sitio Ño Carlos (está
localizado en el piedemonte de la serranía de Paria sobre un cono de sedimentos
fluviales, a unos 20 m de altura sobre la carretera que une a las poblaciones de El
Pilar y Yaguaraparo. Dicha carretera corresponde con la línea costera de un antiguo
estuario distante unos 7 a 10 km de ancho de la presente línea litoral. Por otra parte,
el sitio Remigio está localizado en el interior de las selvas que rodean el actual valle
del río San Juan, afluente del delta del Orinoco, piedemonte del macizo Oriental, a
lo largo de la carretera que une las poblaciones de Casanay, estado Sucre, y Maturín,
estado Monagas (Mapa 6).
El campamento Remigio (Mapa 6) se halla ubicado sobre un antiguo delta en
la desembocadura del caño Cruz, afluente del río San Juan, cuando posiblemente
existía un gran estuario fósil de aguas salobres y cenagosas, mezcla del océano At-
lántico y las corrientes de agua dulce que nacían en el macizo montañoso. Al igual
que en Ño Carlos, sobre el antiguo litoral estuarino del río San Juan se desarrolló
una importante selva de manglar, indicada por la enorme acumulación de bivalvos,
gasterópodos y huesos de peces marinos típicos de dicho ecosistema sobre los cua-
les se asientan los sitios de vivienda. La fecha de 5.270 años a.p. data la antigüedad
de la parte media de la secuencia arqueológica del sitio Remigio (Sanoja y Vargas-
Arenas 1995: 422). Considerando el gran espesor de los depósitos arqueológicos
inferiores no fechados, podríamos estimar que la fecha inicial del mismo podría
ubicarse –al menos– entre ca. 8.000 y 7.000 años a.p. momento cuando el océa-
no Atlántico habría alcanzado la cota de inundación +2 m sobre el nivel del mar
actual y se estaba formando el delta del Orinoco (Sanoja 1989; Sanoja y Vargas-
Arenas 1995: 121).
En el depósito arqueológico más profundo, correspondiente con esa fecha es-
timada de 7000-6000 años a.p., están presentes huesos de venado, los cuales no
vuelven a aparecer en el registro arqueológico. Por el contrario, en todos los niveles
del registro arqueológico están presentes huesos de microfauna, particularmente
iguanas y pequeños roedores (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 139. Al comparar estos
datos con los de los grupos warao que actualmente viven en el caño Winikina, delta
del Orinoco (Wilbert y Layrisse 1980: 7), observamos que aquellos, antes de aban-
donar su hábitat original en las áreas selváticas de dicha región, cazaban fundamen-
talmente aves, tortugas y caimanes, en tanto que los mamíferos terrestres ocupaban
un lugar secundario en la valoración de recursos de fauna para la alimentación.
156 Mario Sanoja Obediente
El modo de trabajo II
El modo de trabajo II está representado en los sitios Guayana, golfo de Paria (5710
+ 120 años a.p.; 5600 + 200 a.p.; 5500 + 280 años a.p.; 3560 + 90 años a.p.; 3500
+ 90 a.p.) y El Bajo (golfo de Cariaco; mapa 6). Las poblaciones que practicaban este
modo de trabajo se caracterizaban por presentar un cambio cualitativo en las rela-
ciones sociales de producción. Las bandas de recolectores(as) pescadores(as) vivían
en campamentos estacionales semipermanentes ubicados en el borde del bosque de
manglar. Se protegían de la intemperie construyendo someros paravientos lineales
(Fig. 15), erigidos sobre la basura doméstica constituida por conchas marinas, hue-
sos de pescados y diversos instrumentos líticos u óseos de producción (Sanoja 1989;
Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 430-431).
Se hacen presentes en el espacio doméstico fogones para el procesamiento co-
lectivo de los alimentos naturales, observándose un mayor nivel de organización
y cohesión social manifestada en la existencia de diversas formas de solidaridad y
transgresión, una gama más variada de procesos de trabajo y una ocupación más es-
table de los sitios de vivienda, como se expresa en la existencia de fogones colectivos
158 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 15
Reconstrucción hipotética de un paravientos. Conchero Guayana.
El alba de la sociedad venezolana 159
que coexisten con otros más pequeños correspondientes posiblemente a las áreas de
actividad de individuos aislados. Los fogones fueron a veces construidos sobre el en-
terramiento de los difuntos. Ello habría quizás enriquecido la experiencia de la vida
comunal, de modo que comer y compartir los alimentos en colectivo era también, tal
vez, un ritual comunal ofrecido a los ancestros de la banda (Sanoja y Vargas-Arenas
1995: 426; Sanoja y Vargas-Arenas 1999. b: Figura 8.4; figura 8.3). Pendientes ala-
dos tallados en micaesquito (Fig. 17-a) sugieren la presencia temprana del llamado
culto al dios Murciélago que se populariza en el noroeste de Venezuela en los últimos
siglos antes de la era cristiana.
MAPA 6
Sitios arqueológicos de la región de Paria.
y lo cocido (1982: 329) que: “... la conjunción de un miembro del grupo social con la
naturaleza debe ser mediada por la intervención del fuego de cocina, al que normal-
mente le toca la tarea de mediar la conjunción del producto crudo y el consumidor
humano, y por cuya operación, pues, un ser natural es a la vez cocido y socializado...”,
convirtiendo la producción, la distribución y el consumo de alimentos en un factor
cotidiano de socialización de los miembros de la banda, de la colectivización de los
modos de trabajo y los modos de mantenimiento que facilitan su reproducción bio-
lógica y social.
No obstante aquellos cambios en las relaciones sociales de producción, los pro-
cesos de trabajo parecen haber continuado sin cambios apreciables hasta 3500 + 90
años antes del presente, cuando aparecen en un fogón localizado en la capa superior
del conchero Guayana fragmentos de alfarería muy rústica, sin decoración, desgra-
sada con arena y posiblemente conchas molidas, proceso este de trabajo cuya reali-
zación podría ser producto de influencias externas o inducidos desde poblaciones
con un mayor desarrollo de las fuerzas productivas (Vargas 1990: 173, 182, Sanoja y
Vargas 1992ª: 63-80, Sanoja y Vargas-Arenas 1992b: 35-43, 95-97, 1995: 167-168).
Contemporáneamente con el conchero Guayana, una alfarería similar está presente
en sitio de Hossororo Creek, distrito Noroeste de Guyana, en SI6638: 3975 + 45
a.p., mostrando formas de vasijas muy simples, sin decoración, similar a la de la fase
Mina del estado de Pará, bocas del Amazonas, fechada en 5115 + 95 a.p. (Williams
1992: 243.; Sanoja y Vargas-Arenas 1995 1999: 208-211; Boomert 2000: 80).
Los restos de fauna terrestre, indicadores de la actividad de caza, existen sola-
mente en las capas más profundas del sitio Guayana, particularmente Odocoyleus sp.
Caiman sp. y Allouatta senícula. La ausencia posterior de restos óseos de mamíferos
terrestres en el registro arqueológico de ambos sitios, como ya señalaba Boomert
(2000: 58) para Banwari Trace, parece indicar que la caza terrestre habría sido pos-
teriormente abandonada a favor de la pesca, la recolección y la caza de fauna marina
o estuarina (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 78, 139-140). Aunque no hay evidencia
directa de puntas de proyectil en hueso o madera en el registro arqueológico, se re-
cuperaron diversos abrasivos en arenisca o jaspe que indican la posible manufactura
de astiles de madera de 5 mm de diametro para armar quizás guaykas o dardos
compuestos cuyo astil podría tener un diámetro de 1,5 a 2 cm de diámetro. Se recu-
peraron igualmente fragmentos hematita que presentan una acanaladura de sección
semicircular de 1,5 a 2 cm de diámetro en cuya superficie interior se observaron múl-
El alba de la sociedad venezolana 161
tiples estrías transversales paralelas. Ello daba la impresión de que los fragmentos
de hematita habían sido frotados contra el encordado de una guayka o jabalina para
teñirlo de rojo (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 177-178).
La evidencia arqueológica parece sugerir, como expusimos en páginas anteriores,
que algunas bandas de cazadores asociadas con el modo de trabajo 1 o tradición Caro-
ní, podrían haber migrado desde el Bajo Orinoco hacia el litoral noreste de Venezuela
hacia 8000 años a.p., abandonando sus modos de trabajo originales y desarrollado
otros nuevos fundamentados en la recolección y la pesca y la caza marina o estuarina.
Es posible que hubiesen sido empujados por los cambios climáticos que ocurrieron en
el Medio y Bajo Orinoco alrededor de 8000 años a.p. causados por procesos glaciares
en las serranías andinas, caracterizados por períodos fríos y secos con gran actividad
eólica (Steyermark 1982 214-21; Sanoja y Vargas-Arenas 1999b, 1991ª, 1999c: 204;
2007: 15; 2006: 57; Clapperton 1993: 183-90; Vargas-Arenas 1981: 386-397).
Los rústicos instrumentos de producción manufacturados en arenisca o cuar-
cita, utilizados por la gente del conchero Guayana, consistían principalmente en
lascas primarias usadas como raspadores o cuchillos, martillos y manos de moler,
piedras de apoyo para la molienda, pesas para redes de pesca y adornos pectorales
tallados en placas de esquisto micáceo (Figs. 16 y 17-a). La técnica para la fabricación
de instrumentos líticos de producción era la fractura por percusión de grandes nú-
cleos de arenisca cuarcítica, cuarzo lechoso y jaspe para obtener lascas primarias que
eran utilizadas generalmente sin ningún tipo de retoque adicional. En algunos ca-
sos, los bordes fueron modificados por retoque a presión para adaptarlos a la función
de buriles o raspadores, contexto de instrumentos de producción reminiscente de
la denominada serie Ortoiroide (según el complejo Ortoire) localizada en la isla de
Trinidad (Rouse y Allaire 1972: 21; 1978; Rouse 1960: 10-11). Un tipo de artefacto
manufacturado con base en un núcleo piramidal de sección triangular, de arenisca
cuarcítica, lascado y retocado, es característico de la secuencia arqueológica de Gua-
yana ca. 4600 añosa.p., como una especie de útil multiuso para perforar y cortar.
El modo de trabajo III esta representado en los sitios de Manicuare (3570 + 130 a.p.
o 1570 + 130 a. C.), península de Paria, actual estado Sucre, y La Aduana, isla de
Cubagua (4150 + 80 años a.p. o 2150 + 80 años a. C.), actual estado Nueva Esparta.
162 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 16
Instrumentos líticos. Conchero Guayana.
El alba de la sociedad venezolana 163
y Paria, estado Sucre, así como también en el área cenagosa costera del actual estado
Anzoátegui, donde se halla localizado el sitio Pedro García fechado en 2450 + 90
a.p. o 500 años a.p. (Cruxent y Rouse 1961; 165). La importancia histórica de estas
poblaciones parece haber estado ligada a la explotación de las salinas de Araya, materia
prima de singular importancia para la preparación y conservación del pescado, que era
quizás un elemento económico para la distribución y el intercambio a larga distancia
de bienes con valor comercial. Por otra parte, el desarrollo de la pesca como un proceso
de trabajo dominante dentro del modo de trabajo pescador-recolector litoral, llevó a
estos antiguos canoeros venezolanos a convertirse desde tiempos tan remotos en gran-
des navegantes oceánicos y explorar –posiblemente– los bancos de pesca del Caribe
oriental, llegando en sus expediciones marinas hasta las pequeñas Antillas, las islas de
Puerto Rico, Haití y Cuba, donde ya estaban asentados alrededor de 2000 años a. C.,
alcanzando también posiblemente la península de la Florida (Osgood 1942: 99; Rouse
y Cruxent 1963: 46; Granberry 1989; Veloz-Maggiolo: 1991: 81-85).
La actividad de aquel enérgico pueblo de navegantes del noroeste de Venezue-
la, estimuló el desarrollo sociohistórico de la macrorregión geohistórica del Caribe
oriental, la cual engloba las pequeñas y grandes Antillas, el noreste de Venezuela y
la cuenca del Orinoco. Sus descendientes modernos todavía forman el núcleo duro
de las poblaciones pescadoras y navegantes de las islas de Margarita y Cubagua, y de
la costa noreste de Venezuela.
Aquellas actividades tan complejas deben haber necesitado la existencia de
bandas con un liderazgo o autoridad muy bien estructurado y con profundos cono-
cimientos de navegación, vientos y corrientes marinas, así como astronomía, para
poder orientar su rumbo en altamar, para planificar y llevar a cabo con éxito la ex-
ploración de los vastos espacios marinos e insulares caribeños. De la misma manera,
eran necesarios los conocimientos, las técnicas y la colaboración de las poblaciones
que habitaban las regiones selváticas, como la sierra de Paria, para cortar los arboles
adecuados, y excavarlos, quizás con gubias de concha o piedra, para construir las
grandes canoas monoxilas y los remos para moverlas. Según las crónicas del siglo
XVI, las grandes canoas monoxilas movidas a remo que utilizaban los pueblos ori-
ginarios para navegar en el mar Caribe podían transportar entre 50 y 100 personas
(Veloz Maggiolo 1972: 212-214).
Por otro lado, la captura de peces, ostreas, grandes caracoles marinos, erizos
de mar, etcétera, en los diferentes ambitos marinos del Caribe insular debe haber
El alba de la sociedad venezolana 165
FIGURA 17
A) Guayana: pendiente alado. B) Figura femenina. C) Falo.
D) Pez tallado en concha marina. Las Varas.
El alba de la sociedad venezolana 171
de piedra pulida –similares a Las Varas– ya formaban parte de las antiguas aldeas de
recolectoras que existían en las vecindades de la ciudad de Carúpano.
En el registro arqueológico de Las Varas están presentes, igualmente, gran can-
tidad de núcleos de piedra caliza con indicaciones de haber sido sometidos al fuego,
utilizados quizás para calentar el agua en posibles recipientes de calabaza, de corteza
o piel, así como pequeños recipientes semiglobulares tallados en serpentinita. Estos
últimos se asocian en la excavación con fémures de aves cortados como posibles inha-
ladores. Estos y el microrrecipiente de serpentinita recuerdan los actuales recipientes
de calabaza donde los indígenas orinoquenses depositan el polvo alucinógeno del yopo
(Piptadenia flavia o P. peregrina) usando inaladores similares. Es de resaltar igualmente
la presencia de núcleos de hematita que tenían gran importancia en la conducta ritual
cotidiana y en los rituales funerarios (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 323-324).
Recolectores pescadores litorales del noroeste de Guyana
La secuencia de modos de trabajo del modo de vida recolector pescador litoral
del golfo de Paria, tiene su contraparte en la establecida en los 35 concheros o “sam-
baquis” localizados en la franja del litoral atlántico entre la margen oriental del del-
ta del Orinoco y la desembocadura del río Esequibo. Los contenidos arqueológicos
del modo de trabajo I tienen su correlato en la fase más antigua, denominada por
Williams (1992: 233-251) como Arcaico Temprano (7230 + 90 a.p. Beta 27055)
definida en los concheros de Barambina Hill y Koriabo Point. Los instrumentos de
producción están constituidos por lascas y núcleos líticos muy rudimentarios, inclu-
yendo los núcleos con indicación de haber sido sometidos al fuego para calentar el
agua contenida en recipientes de calabaza (Crescentia cujete) de manera similar a los
hallados en el conchero de Las Varas en Paria.
Los niveles más profundos de los concheros que evidencian el Arcaico Medio, lo-
calizados en Kababuri Hill, Warapana Hill y Siriki Hill, están fechados en el 5340 +
100 (Beta-32188), en los cuales ya están presentes artefactos líticos pulidos tales como
manos y machacadores, hachas trapezoidales, azuelas, cinceles y piedras de afilar.
bo, donde existe una importante acumulación de ostras de manglar, Nerita, Lucina,
Modiolus o restos de cangrejo azul (Callinectes sapidus).
La población recolectora, posiblemente las mujeres, comenzaron a manufacturar
una alfarería con formas simples desgrasada con concha marina pulverizada de Ze-
bra Nerita (Wanaina Plain de la tradición Alaka), reminiscente de la alfarería de la
fase Mina del delta del Amazonas, sugiriendo posibles contactos entre aquellos y los
recolectores litorales de Guyana. Un fragmento de budare arqueológico proveniente
del sitio arqueológico Hossororo Creek fue datado en 3550 + 65 a.p. (Beta 2007)
o 1500 a. C., lo cual sugiere que tanto el cultivo como la tecnología para procesar
la yuca amarga y fabricar el cazabe ya existían para aquella fecha. Fragmentos de
alfarería similares fueron también recolectados en un fogón del nivel superior del
conchero Guyana, datado en una fecha similar a la de Hossororo Creek de 3500
+ 90 años antes del presente, alfarería muy rústica, sin decoración, desgrasada con
arena y posiblemente conchas molidas. Ello sería evidencia de la sincronía existente
entre los procesos culturales del noreste de Venezuela y la región NO del litoral de
Guyana (Sanoja y Vargas-Arenas, 1955: 167-168).
La población recolectora pescadora y cazadora que habitaba el extremo noreste
de Suramérica desde inicios del Holoceno parece haber formado parte de la etnia
paleowarao, ancestros de los actuales habitantes del delta del Orinoco. Los warao
formarían parte, a su vez, de la agrupación de pueblos paleoasiáticos recolectores ca-
zadores no especializados Diego-negativos, pertenecientes al stock Macro-Chibcha
que se convirtieron en recolectores pescadores litorales en el Holoceno Temprano,
10.000-8.000 años antes del presente. (Layrisse y Wilbert 1999: 172)
La sincronía temporal existente entre las secuencias arqueológicas de los con-
cheros de la isla de Trinidad, el golfo de Paria y el litoral noroeste de Guyana, mues-
tra evidentemente la posible existencia de un centro originario de domesticación de
plantas vegetativas en el extremo noreste de Suramérica vinculado con poblaciones
recolectoras pescadoras litorales de la fase Mina del delta del Amazonas, cuya fecha
más temprana es de 5050 + 85 años a.p. o 3100 años a. C. (Simoes, 1981).
Los platos y las manos cónicas de piedra –que ya estaban presentes desde 7200 a.p.
en Banwari 1– conjuntamente con gubias y hachas de concha marina están presentes
El alba de la sociedad venezolana 173
a.p. Aunque la evidencia no ha sido todavía evaluada con propiedad, la misma, de ser
cierta, podría indicar la posible existencia de una tradición suramericana de recolec-
tores marinos de mucha antigüedad (Cruxent 1971; Oliver y Alexander 1995: 33).
La presencia de grupos ligados al modo de vida recolector marino también está
evidenciada en el litoral central de Venezuela, por sitios como Cabo Blanco, donde
se encuentran características similares a las de El Heneal y Cerro Iguanas en lo rela-
tivo al complejo de instrumentos de producción.
habrían venido gestándose de manera progresiva desde 4000 años antes de Cristo
y culminan con la presencia de poblaciones sedentarias que no conocían todavía la
alfarería, pero que poseían un complejo de instrumentos líticos de producción tales
como hachas, azadas, hachuelas, manos cónicas, vasijas de piedra, gubias y hachas
de concha marina, redes para la pesca y puntas de proyectil en hueso y madera, que
apuntan hacia el conocimiento del arco y la flecha (Figs. 18 y 19). El espacio domésti-
co de las viviendas de Las Varas parece indicar la existencia de niveles de solidaridad
bastante desarrollados al interior de la comunidad, al mismo tiempo que formas
de expresión ideológica materializadas en representaciones en piedra del sexo o el
género masculino y el femenino, aparentemente ligadas a procesos de reproducción
y control de la fuerza de trabajo.
El noreste de Venezuela es el único testimonio, hasta el presente, del contacto de
las poblaciones relacionadas con la formación social tribal con las de la formación
social apropiadora, hecho que se produjo a inicios del primer siglo de la era cristiana
con la llegada de poblaciones ceramistas vegecultoras con modos de vida igualitario
vegecultor o igualitario mixto procedentes del Medio y Bajo Orinoco (Vargas 1979;
Sanoja y Vargas-Arenas 1983), quienes incorporaron a sus saberes los conocimien-
tos sobre domesticación de plantas y manufactura de instrumentos de producción
que ya poseían las comunidades parianas. Los instrumentos de piedra pulida, que no
son particularmente comunes en las culturas agroalfareras del Medio y Bajo Orino-
co, eran por el contrario muy abundantes entre las poblaciones recolectoras, pesca-
doras y agricultoras de Paria (Fig. 18).
Las migraciones tempranas de los pueblos canoeros del noreste de Venezuela,
conocidos arqueológicamente como tradición Manicuare, introdujeron desde 4000
a.p., en las pequeñas y grandes Antillas la matriz social y tecnológica característica
de los recolectores, pescadores y cultivadores continentales (Veloz Maggiolo 1991:
71-79; Keegan 1995: 399-420). Ello parece haber dado lugar a un proceso de sim-
biosis que enriqueció los contenidos materiales y sociales de la población indígena,
originando, desde comienzos de la era cristiana, el desarrollo de una vasta región
geohistórica que abarcaba inicialmente desde el noreste de Venezuela hasta Puerto
Rico. El punto focal de esa región geohistórica era el oriente de Venezuela, desde la
cual emanaron los grupos de emigrantes continentales que habrían de poblar Tri-
nidad y buena parte de las pequeñas Antillas (Osgood 1942: 57) para influir, pos-
teriormente, en la generación de otra vasta región histórica que englobó las Antillas
El alba de la sociedad venezolana 177
mayores: Santo Domingo y Haití, Puerto Rico y Cuba, desde 800 años después de
Cristo hasta el siglo XV de nuestra era. Lo inmigrantes continentales originarios
del noreste de Venezuela, seguramente introdujeron en las Antillas las técnicas de
procesamiento de la yuca y el maíz, así como conceptos sobre la manufactura de pla-
tos de piedra, metates, manos cónicas, vasijas de piedra, gubias y hachas de concha
marina, hachas y azadas en piedra pulida.
Como lo hemos manifestado al comienzo del presente trabajo, el estudio de los
cambios históricos que explican la disolución de la formación social apropiadora y el
inicio de la formación social productora o tribal, pone de manifiesto el carácter orgá-
nico de las transformaciones históricas y la manera como en el transcurso de ese de-
venir se van creando las bases de la particularidades regionales que, en el transcurso
de milenios y siglos, van a constituir la nación, la nacionalidad venezolana. El hecho
de que, por ejemplo, la región noreste de Venezuela sea hoy día el asiento de una
intensa actividad de pesca y recolección de moluscos, tanto artesanal como indus-
trial, que constituye unas principales fuentes de empleo para la población del estado
Sucre; que su idiosincracia gire en torno a las formas ideológicas relacionadas con
los paisajes del mar, la navegación, los marineros; que en la dieta cotidiana de estas
poblaciones el consumo de los peces y frutos del mar sean hoy todavía dominantes,
no es problema del azar ni del carácter naturalmente pródigo del ecosistema marino,
sino de las determinaciones que resultan de la formación de las regiones históricas,
que son producto fundamentalmente de las relaciones sociales que los individuos de
estas sociedades han ido tejiendo y elaborando a lo largo del tiempo.
El estudio de las sociedades recolectoras, pescadoras, cazadoras y cultivado-
ras sin alfarería en el noreste de Suramérica y en la cuenca del Orinoco, sugiere
la existencia de modos de vida cuyas poblaciones quizás ya cultivaban o cuida-
ban plantas comestibles endémicas como la yuca (Manihot esculenta) el ocumo
(Xanthosoma saggitifolium), el lerén o lairén ( Calathea allouia), la pericaguara
(Canna edulis) (Sanoja 1989ª, b (1997?): Sanoja y Vargas 1995: 249-247; Wi-
lliams 1992: 247-249). Ello nos conduce a considerar igualmente la idea de un
origen multicéntrico del cultivo de plantas en la América tropical, resultado de
procesos independientes de domesticación de la Manihot esculent, así como de
los otros tubérculos y raíces mencionadas (Sauer 1952, Sanoja 1997: 162-165).
De igual manera, la invención de la alfarería parece haberse originado, como ya
hemos discutido en páginas anteriores, en diversos focos culturales tanto del
178 Mario Sanoja Obediente
FIGURA 18
A, B, C). Manos cónicas. D) Puntas de madera. C) Gubias de concha.
D) Punta tallada en cuarzo. Conchero Las Varas.
El alba de la sociedad venezolana 179
Medio y Bajo Orinoco como del noreste de Suramérica: la región del golfo de
Paria y la costa NO de Guyana, proceso similar al ocurrido en el Bajo Amazo-
nas, la costa pacífica de Ecuador, y en la costa atlántica colombiana desde 5950
a.p. (Oyuela Caicedo 2005).
La fusión de la sociedad recolectora pescadora litoral del NE con las socie-
dades agroalfareras del NE y del NO de Venezuela, originó una nueva tradi-
ción, la Saladoide, la cual jugó un papel de primera importancia en el desarrollo
de la vida sedentaria agroalfarera de las pequeñas y grandes Antillas (Vargas-
Arenas 1979; Sanoja y Vargas-Arenas 1983).
FIGURA 19
Hachas y azadas líticas con huellas de uso.
180 Mario Sanoja Obediente
descansaba sobre un metate y tenia colocada sobre su torax una mano de moler,
fechado en 2230+ 40 año a.p. (Sanoja 2001:14), alusión directa al cultivo y el proce-
samiento del maíz.
Una parte de los materiales de dicha colección excavada, al parecer en la parte
superior de la deposición donde se hallaron los tiestos valdivianos, corresponde a lo
que hemos denominado tradición Santa Ana, muy difundida en los valles andinos y
subandinos del NO de Venezuela, cuyos rasgos estilísticos más particulares, como
son la incisión ancha curvilínea, el inciso punteado, el acanalado, el punteado inciso
y el inciso cruzado o cross hatch, la pintura bicolor negro sobre crema y negro y rojo
sobre blanco y pequeños adornos modelado-incisos y vasijas en forma de bote, for-
man parte de un horizonte tipo formativo, blanco sobre rojo que contiene todos los
elementos anteriores, el cual se extendió sobre litoral pacífico del noroeste de Sur-
américa aproximadamente entre 1000 y 600 a. C. (Sanoja y Vargas-Arenas 1983:
237-2419; Sanoja 2001; Sanoja y Vargas-Arenas 2007b). Los mencionados rasgos
se hallan también en el período I de la fase La Gruta del Orinoco Medio (Vargas-
Arenas 1981; Roosevelt 1980). Cruxent y Rouse ubicaron a Santa Ana en el período
II de su cronología (1050 a. C.-350 d. C.; Cruxent 1961: 10 y 166). Nosotros esti-
mamos que la misma podría tener una antigüedad entre 1000-500 a. C.; tiene una
antigüedad fechada entre 480 y 210 a. C. en la costa oriental del lago de Maracaibo
(Tarble 1982: 35) y 274 a. C. en Camay cuando comienza a dar nacimiento a la
tradición Tocuyano (Sanoja y Vargas-Arenas 2001: 17). Varios otros sitios similares
han sido relevados en la región andina venezolana, sin que exista, hasta el presente,
un estudio sistemático de los mismos.
Una de las fases de expansión de los pueblos portadores de la tradición Santa
Ana, de posible filiación arawak, los llevó desde los valles subandinos del piedemonte
nororiental andino venezolano, como el de Camay, hasta el Orinoco Medio, como
se evidencia en el período 1 del sitio La Gruta, el cual, según Vargas-Arenas, esta fe-
chado en 655 años a. C. (Vargas-Arenas 1981: 472; Sanoja y Vargas-Arenas 2007b).
En siglos posteriores, quizás antes de producirse la fusión cultural con la tradi-
ción Barrancas en el Orinoco Medio, una primera migración de grupos humanos de
La Gruta se habrían desplazado hacia el noreste de Venezuela donde se mestizaron
con las antiguas poblaciones recolectoras pescadoras litorales que ya habían desa-
rrollado prácticas agrícolas y descollaban en la manufactura de hachas y azadas de
piedra pulida, utilizando el clorito esquisto, tecnología que no era muy común para
El alba de la sociedad venezolana 183
entonces entre los grupos originarios del noroeste de Venezuela. De aquella fusión
surgió la tradición Saladoide (Vargas 1979), a la cual se juntaron posteriormente los
aportes culturales de la tradición Barrancas del Bajo Orinoco (Sanoja 1979), ma-
terializada en una densa trama de pueblos costeros concentrados principalmente
en la región de Paria y la isla de Margarita. Hacia finales del primer milenio a. C. e
inicios del primero d. C. se inició la migración de estos pueblos agroalfareros hacia
las pequeñas y grandes Antillas, conformándose lo que designamos como la región
geohistórica Antillana (Sanoja y Vargas-Arenas 1999: 157-160; Arvelo y Wagner
1984; Veloz-Maggiolo 1991: 147-167; Vargas 1979) o lo que denomina Boomert
como esfera de interacción Saladoide Barrancoide (Boomert 2000: 217-239).
manas en los diversos sitios de habitación de los cazadores antiguos. Sin embargo,
parece evidente que la acumulación, en algunos sitios del estado Falcón, de más de
una tonelada de artefactos y restos de talla en algunos sitios importantes, debe haber
requerido una ocupación o reocupación continua durante un largo período, particu-
larmente en aquellos que eran campamentos talleres o áreas de paso obligado de las
diferentes especies de animales (Sanoja y Vargas, 1978: 94).
Nuestra sociedad de cazadores especializados o paleoindia se concentró parti-
cularmente en la explotación de la fauna pleistocénica que sobrevivió en el noroeste
de Venezuela, formando una región geohistórica de carácter muy definido, separada
cultural y geográficamente de la sociedad de recolectores cazadores generalizados
que ocuparon la macrorregión geohistórica Amazonas-Orinoco. Con base en la dis-
tribución espacial de los sitios arqueológicos, podríamos establecer que las diversas
bandas de cazadores se desplazaban a lo largo y a lo ancho de una región geohistórica
que abarcaba grosso modo el territorio de los actuales estados Falcón y Lara, Vene-
zuela. La presencia de una posible punta de proyectil tipo Folsom-Yuma en la región
montañosa de Bejuma (Dupuy, 1945), la cual podríamos hoy día relacionar con el
sitio El Cayude, en el vecino estado Falcón; el hallazgo ocasional de restos aislados
de mastodontes en las costas del lago de Valencia, estado Carabobo y de artefactos
rústicos tallados en madera fosil hallados en dunas de posible origen pleistocénico
a orillas del lago de Maracaibo, sitio Manzanillo (Rouse y Cruxent 1983: 369) y
de fauna pleistocénica en el estado Cojedes, llanos centrales de Venezuela, indican
que las bandas de cazadores se desplazaban igualmente hacia la periferia de dicha
región geohistórica, donde relictos de la fauna pleistocena lograron sobrevivir hasta
mediados del Holoceno.
Las concentraciones de la megafauna pleistocena que existían en el centroocci-
dente de Venezuela, en los actuales estados Zulia, Falcón, Lara, Carabobo y Coje-
des (Carrillo B. et álii 2008: 233-263) conformaban, como ya se ha dicho, un com-
ponente fundamental de la vida cotidiana de aquellas comunidades de cazadores
especializados. Gracias a la existencia de formaciones forestales y sabaneras que
les proporcionaban alimentación a los grandes herbívoros, los mastodontes, estego-
mastodontes, megaterios, caballos, grandes desdentados, camélidos, lobos y otros,
pudieron sobrevivir en ellas hasta ca. 6000 años a.p.
La fauna pleistocena, conjuntamente con otras especies faunísticas modernas
devino en objeto de apropiación, cuya captura, destazamiento de las carcasas y dis-
186 Mario Sanoja Obediente
Las áridas regiones costeras del estado Falcón, los valles semidesérticos y el pie-
demonte septentrional de los Andes, en el estado Lara, donde se ha hallado la casi
totalidad de los yacimientos arqueológicos relacionados con aquellas poblaciones, así
como la más variadas y densa acumulación de restos paleontológicos, pudieron haber
estado recubiertas, en épocas anteriores, por una vegetación más propicia para la su-
pervivencia de los grandes herbívoros, los cuales parecen haber desaparecido posterior-
mente debido, quizás, a la actividad predadora de los grupos humanos o bien por los
cambios climáticos que habrían afectado la América ecuatorial durante el Holoceno.
Si aplicásemos a la región noroeste de Venezuela los modelos de cambios paleocli-
máticos que según Lynch (1978: 466-67) habrían ocurrido en el litoral pacífico de
Centroamérica y el norte de Suramérica, podríamos hipotetizar que el descenso del
nivel del mar que se produjo entre 13.000 y 10.000 a. C. en el litoral caribe venezolano
(Sanoja y Vargas 1995: 95-103; 1999b: 149-151), podría haber propiciado en el litoral
del estado Falcón la formación de sabanas litorales recubiertas de gramíneas y cortadas
por las selvas de galería que se formarían en las márgenes de los ríos, propiciándose así
una mayor concentración de la fauna en torno a esas regiones y consiguientemente una
optimización de las capacidades apropiadoras de las poblaciones de cazadores antiguos.
En relación con aquellos procesos, es interesante resaltar las conclusiones de los
trabajos palinológicos de Salgado-Laboriu (1982: 74-77) realizados en la región ad-
yacente de la costa central de Venezuela. De acuerdo con ellas, el estudio del polen
fósil hallado en los sedimentos profundos del lago de Valencia muestra que hacia fi-
nales del Pleistoceno, alrededor de 13.000 a.p., según los fechados radiocarbónicos,
dicho lago había completado un proceso de desecamiento; el clima era muy seco y
toda la región estaba cubierta por una vegetación semiárida predominante de gra-
míneas y hierbas terrestres (ibíd. 1982. Fig. 7.2) en tanto que las zonas montañosas
que rodean al lago podrían haber estado recubiertas por selvas secas. Ese proceso de
desecamiento revirtió hacia un clima más húmedo alrededor de 10.000 a.p., permi-
tiendo de nuevo la formación del lago de Valencia, así como una vegetación más rica,
característica de aguas salobres, posiblemente del tipo de bosque seco o espinares.
de establer una escala temporal relativa sobre la base de las evidencias geológicas
y gemorfológicas, elaboraron una propuesta cronológica tentativa sobre el origen,
cantidad y cronología de las terrazas del río Pedregal. Estas, concluyen los autores
(Oliver y Alexander 1990: 17-24), no son simples superficies tectónicas y pueden ser
definidas de acuerdo con el siguiente esquema:
Terraza IV: edad extremadamente antigua, sin determinar.
Terraza III: antigüedad indeterminada, mayor que la terraza II.
Terraza II: ca. 24.000-20.000 años a.p. (fechas estimadas y absolutas).
Terraza IB: ca.12.000-5.700 años a.p. (fechas estimadas).
Terraza 1a: 8800 años a.p. (fecha absoluta).
Terraza 1: 1.300-5.700 años a.p. (fechas absolutas). (Oliver y Alexander 1990: 35)
Sería importante, para una mejor comprensión de los modos de vida de la FES
apropiadora en Venezuela, evaluar la significación histórica de esta posible industria
de grandes bifaces prepuntas de proyectil, como evidencia de un posible modo de
trabajo recolector que habría precedido en Falcón al de los cazadores especializados
que daban respuesta a la necesidad de apropiar los recursos naturales de subsistencia
que, durante los diferentes episodios climáticos alternados, húmedos, lluviosos o
secos, afectaron la región hasta 11.189 + 490 años antes del presente (Cruxent J. M.
e Irving Rouse. 1957), como sería quizás el caso de El Camare.
FIGURA 20
Hachas de mano bifaciales: El Camare (izquierda). El Altico (derecha).
31-32). La industria lítica de El Jobo, ubicada en las terrazas más bajas del río Pedre-
gal, esta caracterizada por la presencia de puntas lanceoladas bifaciales, generalmente
lascadas de manera burda, pero con filos retocados por presión (Fig. 22), algunas con
base recta o cóncava y –en ciertos casos– con los bordes dentados. En una terraza más
inferior se agregan al complejo de artefactos ya mencionados, puntas triangulares con
pedúnculo que se engloban en el denominado complejo Las Casitas.
Los estudios geomorfológicos muestran que la antigua ocupación humana del
río Pedregal pudo haber estado influida por los eventos climáticos ocurridos en la
vecina sierra de Mérida, región suroccidental de Venezuela, donde hasta 9.400 años
antes del presente predominó un clima tardiglacial, cuyos efectos se deben haber he-
cho sentir en los valles y sistemas montañosos del actual estado Falcón, al noroeste
de Venezuela (Schubert 1986). Ello quizás influyó en los valles y planicies litorales
del actual estado Falcón donde –durante finales del Pleistoceno– la vida de los re-
colectores cazadores antiguos se desenvolvió dentro de un clima más húmedo que el
actual, entre formaciones vegetales de bosque y sabana diferentes a las que existen
en la actualidad. En el caso particular de la planicie litoral, la actividad tectónica
podría, quizás, haber determinado el levantamiento del nivel de la corteza terrestre
en el valle del río Pedregal, induciendo posiblemente modificaciones sustanciales del
lecho del río, quizás, una de las últimas, la cual se manifestó hacia 12.800 + 1.500
años antes de ahora en la formación de diversas terrazas aluviales.
Asociadas con dichas terrazas –como ya se ha dicho– se han recuperado abun-
dantes artefactos tallados en cuarcita por las antiguas poblaciones recolectoras ca-
zadoras: hachas de mano, raspadores, hojas cortantes, buriles, puntas de proyectil de
diversa factura, etcétera. Pero estas evidencias constituyen solamente el fundamento
para que las investigaciones arqueológicas puedan definir con claridad el modo de
vida de la sociedad de cazadores antiguos del noroeste de Venezuela ya que –como
ya explicamos– el criterio de la posición de los artefactos en las terrazas no indica
necesariamente que El Camare y Las Lagunas sean más antiguos que El Jobo y Las
Casitas, sobre todo mientras no se demuestre que la formación de las terrazas fluvia-
les no obedece a movimientos tectónicos (Oliver y Alexander 1990: 11-12).
Es evidente que los portadores de aquellas tradiciones líticas formaron impor-
tantes enclaves habitados en la actual península de Paraguaná y los valles costeros
y subandinos del noroeste de Venezuela. Queda todavía por explicar su relación es-
pacial con industrias líticas similares que existieron en los valles andinos y la puna
192 Mario Sanoja Obediente
texto sólo indicaba que tanto los huesos como las puntas eran anteriores a la deposi-
ción de la arcilla lacustre y que no existían evidencias asociativas entre aquellos dos
elementos (Bate, 1983: 11), por lo cual el contexto sólo indicaba que tanto los huesos
como las puntas eran anteriores a la deposición de la capa de arcillas lacustres y que
no existían evidencias asociativas entre aquellos dos elementos (Bate, 1983: 11).
Con posterioridad, se llevaron a cabo nuevas investigaciones en el sitio de ma-
tanza (killing site) Taima-Taima, también en el estado Falcón, una conducida por
arqueólogos especialistas como Allan Bryan y Ruth Gruhn conjuntamente con J.
M. Cruxent, y otra conducida por Claudio Ochsenius y Ruth Gruhn (1979). Esta
última investigación permitió culminar un importante estudio científico monográfi-
co sobre la asociación de la industría lítica de la tradición El Jobo con la megafauna
pleistocena, principalmente Proboscidea, estudio que contó con la colaboración de
relevantes arqueólogos y paleontólogos.
Dicho equipo de científicos pudo, finalmente, localizar un esqueleto de Ha-
plomastodon juvenil parcialmente desarticulado y presentando huellas de cortes
intencionales, evidencia probable del destazamiento del animal. Dentro de la ca-
vidad pélvica del mastodonte se localizó una punta de proyectil lanceolada tipo
El Jobo, manufacturada en cuarcita, una lasca de jaspe y un guijarro puntiagudo
(Cruxent en Ochsenius y Gruhn 1979: 78-79). Para el fechamiento del hallazgo,
se utilizaron restos de tallos vegetales que habían sido ingeridos por el animal y
que se hallaban todavía en su estómago en el momento de la muerte, conservados
gracias a las condiciones del suelo. La serie de pruebas radiocarbónicas hechas en
esta y en otras secciones del sitio, arrojaron una antigüedad máxima de 14.200 +
300 (UCLA-2133) a.p. y de 12.980 + 85 años a.p., SI-3316, 13200 + a.p. y 13.860
+ 120 años a.p., USGS-247 y una mínima de 9650 + 80 años a.p. (IVIC-657; Br-
yan y Gruhn en Ochsenius y Gruhn 1979: 53-58), indicando una precedencia de
1500 años a las fechas más antiguas existentes para los cazadores de mamuts que
utilizaban puntas Clovis en Norteamérica (Bryan, 1978). La presencia de restos
botánicos, particularmente frutos comestibles de la uva de playa (Coccoloba uvífe-
ra), anones (Anona purpurea), semeruco (Malpighia glabra), cotoperiz (Talisia sp.),
urupagua (Castela nicholsoni), entre otros, podría indicar la práctica de recolección
de vegetales por parte de los (las) cazadores(as), asi como de diversas plantas forra-
jeras que habrían servido de alimento a los animales herbívoros de mediano y gran
tamaño (Ochsenius en Ochsenius y Gruhn 1979).
194 Mario Sanoja Obediente
Entre las críticas que se han hecho respecto a la recolección de muestras de ma-
terial arqueológico de El Jobo por parte de J. M. Cruxent, también resalta la forma
como aparentemente fueron recolectadas las muestras de material, b parte de las
cuales habría sido comprada a los campesiones del lugar, sin un control real de su
procedencia y características contextuales (Bate, 1983: I-124-125).
Una hipótesis alternativa al proceso ha sido sugerida por Bate (1983: I-125), Mor-
ganti y Rodríguez (1983) y Rodríguez (1985), quienes indican que en las terrazas del
valle del Pedregal no solamente habrían existido talleres sino también campamen-
tos donde los cazadores terminaban de desbastar las preformas para obtener puntas
y otros instrumentos de producción, al mismo tiempo que se reparaban las armas
arrojadizas dañadas durante el proceso de caza. Siendo así, es muy posible que los
cazadores instalasen sus campamentos en las vecindades del río, esto es, en la base de
las terrazas del valle, donde los animales acudían para beber agua y buscar alimento.
Ello explicaría la mayor presencia de puntas de proyectil en las terrazas bajas. Estas
suposiciones parecen hallar soporte en los trabajos de Morganti y Rodríguez (1983)
en el sitio de Monte Cano, yacimiento ubicado en la península de Paraguaná, caracte-
rizado por la presencia de una industria joboide manufacturada en cuarzo.
En el complejo de instrumentos de producción de Monte Cano, según los auto-
res mencionados, se encuentran los mismos elementos tecnológicos que definen los
diferentes estadios de la secuencia El Camare - Las Lagunas - El Jobo - Las Casitas,
incluyendo los morfológicos y funcionales, excepto que el trabajo de la talla de los
núcleos está mediado por la naturaleza y las limitaciones estructurales de la materia
prima utilizada, el cuarzo lechoso.
mos agregar también que la mayoría de los demás instrumentos analizados en todas
las colecciones que estuvieron a nuestra disposición, parecen haber sido tallados so-
bre lascas de diversos tamaños obtenidas a partir del estallamiento de un núcleo ini-
cial, lo cual nos permitiría plantear la existencia de al menos dos diferentes procesos
de trabajo, El Camare y El Jobo, para la manufactura de los instrumentos líticos de
producción en el valle del Pedregal.
FIGURA 21
a) Raspador sobre lasca. b) Chopper o tajador.
Esta totalmente fuera de las posibilidades de la presente obra incluir todas nuestras
notas, diagramas y conclusiones sobre el material estudiado, pero sí podríamos apuntar
que los grandes bifaces de El Camare y El Altico no parecen ser preformas para tallar
otros instrumentos sino que, por el contrario, ellos mismos fueron diseñados para servir
como un instrumento para cumplir las tareas específicas de machacar y cortar.
El alba de la sociedad venezolana 197
FIGURA 22
Chopper o tajador.
oeste de África (Clark. G. 1977: 213-214), cuyos modos de trabajo recolector cazador
generalizado estaban relacionados con la explotación de ambientes de bosques y saba-
nas. Este ejemplo podría guiarnos para la comprensión del modo de vida de las pobla-
ciones cazadoras fabricantes de las complejas industrias líticas bifaciales del noroeste
de Venezuela, como es el caso de El Camare. Como hemos sostenido en anteriores
oportunidades, aquel podría quizás evidenciar el inicio de un proceso técnico evolu-
tivo de carácter local. Dicho modo de trabajo daba posiblemente respuesta a la nece-
sidad de apropiar los recursos naturales de subsistencia que, como ya observamos,
caracterizaban los diferentes ambientes y episodios climáticos, húmedos, lluviosos o
secos que afectaron la región hasta 11.189 + 490 años antes del presente (Cruxent J.
M. e Irving Rouse. 1957; Ochsenius 1979: 35-39; Sanoja 1994: 317-327).
Según la documentada opinión de Brennan (1970: 145-151), si los cazadores
paleoindios fabricantes de puntas de proyectil de El Jobo ya estaban viviendo en el
litoral del estado Falcón, Venezuela, en 16.375 años a. p., sus ancestros, fabricantes
de los grandes bifaces (choppers) y de las lascas de tipo clatoniense de El Camare-
Las Lagunas, tendrían que haber llegado lo más tarde 25.000 años a.p., antes del
segundo avance de la glaciación Wisconsin Medio hace 30.000 años a.p. (Jennings
1978: 5, Fig. 1-1). De acuerdo con esto, dice Brennan (1970: 149), los sitios similares
en Norteamérica que parecen constituir el estadio de “pebble tools y lascas tipo clac-
toniense” conforman la industria lítica de los primeros grupos de inmigrantes que
llegaron a las Américas, a partir de la cual se originaron las diferentes técnicas de
trabajo de la piedra.
Es interesante volver a analizar, aunque someramente, la cultura de los reco-
lectores indiferenciados andinos estudiada por Macneish (1971: 224; Gráfico 2) en
la cueva de Pikimachay, Perú, vecina a la ciudad de Ayacucho (224(4): 36-46). La
antigüedad de la fase arqueológica inicial, Paccaicasa, fue estimada por McNeish
entre 21000 a.p. y 14000 a.p., basado en una fecha de C14 de 17650 a. C. El ajuar
lítico de dicha fase carece de puntas de proyectil hallándose solamente artefactos
muy rudimentarios: lascas, martillos, choppers y rústicos raspadores sobre lascas. El
ajuar de instrumentos de la fase siguiente, Ayacucho, fechada en 12200 a. C., con-
tiene instrumentos de producción en hueso, incluyendo puntas bifaciales así como
de piedra, particularmente choppers, y hojas utilizadas como cuchillos y raspadores.
La duración de esta etapa de cazadores recolectores andinos indiferenciados, que
está testimoniada también por diversos otros sitios, culmina hacia 8000 años a. C.
El alba de la sociedad venezolana 199
FIGURA 23
Puntas de proyectil foliáceas. El Jobo.
202 Mario Sanoja Obediente
ca. 6000 años a.p, pudiesen sobrevivir los últimos mastodontes, estegomastodon-
tes, megaterios, caballos, grandes desdentados, camélidos, lobos, etcétera, especies
faunísticas características del Pleistoceno. De igual manera, aquellos coexistían con
fauna moderna cuya captura, el destazamiento de las carcasas y la distribución y
consumo de su carne, conformaban un componente fundamental de subsistencia
cotidiana de las poblaciones de antiguos cazadores recolectores. (Cruxent y Rouse
1961: 79-80, Rouse y Cruxent 1983: 27-37, Sanoja y Vargas-Arenas 1992a: 41-44,
1992b: 35-41, Sanoja 1963: 21-23).
Debido a las características y requerimientos del modo de vida cazador, el en-
trenamiento y preparación de los miembros más jóvenes del grupo social para in-
corporarse a las actividades de cacería, de manera individual o colectiva, debe haber
necesitado el asesoramiento de los individuos adultos. Ello debe haber implicado, en
consecuencia, la existencia de afinidades consanguíneas o de parentesco que regu-
laban la vida social del individuo hasta el momento en que era considerado adulto
y era, quizás, libre de continuar en la banda, separarse de ella e iniciar una nueva
banda, o asociarse con otra banda de cazadores.
La formación de un cazador precisa de un entrenamiento prolongado para
aprender a manejar las diferentes armas e instrumentos de producción ligados a la
actividad de la caza, conocer los hábitos y costumbres de los animales que el grupo
social considera útiles para la subsistencia y las estrategias requeridas para acercár-
seles y matarlos. Por otra parte, un cazador necesita conocer ciertos rudimentos de
la anatomía de los animales que le permita escoger la parte del cuerpo donde las
heridas que provocan sus armas tengan un efecto más letal y, así mismo, destazar y
desarrollar los animales para aprovechar al máximo su carne, huesos y pieles.
El instrumental lítico de El Jobo incluye también lascas con muescas de diversos
diámetros cuya utilización podría haber estado relacionada con el proceso de manu-
factura de los mangos o astas de madera de los diferentes artefactos: hojas triangu-
lares, puntas de proyectíl, etc., que habrían sido utilizadas en las diferentes etapas de
la caza y destazamiento de las presas. De igual manera, los raspadores sobre lascas
presentes en el utillaje lítico, podrían asociarse, bien con el trabajo mismo de la ma-
dera o con la preparación de las pieles de los animales cazados.
Uno de los procesos de trabajo distintivos de los cazadores especializados en el
noroeste de Venezuela era la fabricación de instrumentos de producción mediante
el lascado y la talla de determinados tipos de rocas de estructura cristalina como
El alba de la sociedad venezolana 203
Jobo, como ya se dijo, utilizaban quizás jabalinas o lanzas armadas con puntas
de piedra lanceoladas que eran arrojadas a corta distancia contra el cuerpo de
los mastodontes.
En algunos casos, el instrumental lítico de la gente de El Jobo incluye tam-
bién lascas con muescas de diversos diámetros cuya utilización pudo haber estado
orientada hacia la manufactura de los mangos o astiles de madera de los diferen-
tes artefactos: hojas triangulares, puntas de proyectil, etcétera, que habrían sido
utilizadas en las distintas etapas de caza y destazamiento de las presas. De igual
manera, los raspadores sobre lasca, presentes también en el utillaje lítico, podrían
asociarse bien con el trabajo mismo de la madera o con la preparación de las pieles
de los animales cazados.
Otro elemento importante de recordar es la presencia, ya anotada, de posibles
manos de moler y la posible utilización de los grandes bifaces, no sólo como pre-
formas para la fabricación de instrumentos de producción de menor tamaño, sino
también como especie de azadas para la excavación de tubérculos y otras raíces
comestibles que seguramente deben haber sido incluidas en la dieta de cazadores
antiguos, tal como parece haber ocurrido con las culturas Sangoense y Lupenbam-
biense del Congo central y el oeste de África, modos de trabajo cazadores-recolector
adaptados a la explotación de ambientes de bosque y sabanas (Coursey, 1976: 399;
Sanoja, 1982: 27; Hermens 1982: 566-69; Clark, 1977: 213-214).
Caso de no tratarse de la existencia de un modo de vida y de un modo de trabajo
anterior al de los cazadores especializados, los grandes bifaces de El Camare podrían
considerarse como posible indicador de otro proceso de trabajo vinculado a la reco-
lección de especies vegetales, como indicaría la presencia de manos de moler planas
con desgaste lateral, como la DM32 en las colecciones arqueológicas del río Pedre-
gal depositadas en el Denver Museum. Hachas de mano con un extremo aguzado
como la CX418-73 (Fig. 22) pudieron haber sido empleadas, quizás, como especie de
azadas para la excavación y recolección de tubérculos y raíces comestibles las cuales
seguramente deben haber sido incluidas en la dieta de los cazadores antiguos.
De manera general, la diversidad de instrumentos de producción característicos
de la denominada cultura El Jobo pareciera indicar la existencia de un conjunto de
actividades productivas que irían, posiblemente, desde el trabajo y procesamiento de
la madera, hasta la recolección de alimentos vegetales y el desarrollo de una actividad
de caza manifestada en la manufactura y utilización de venablos con puntas pesa-
206 Mario Sanoja Obediente
das para penetrar a corta distancia la piel de los animales cazados, dardos y flechas
armadas con puntas de piedra que eran arrojadas a distancia utilizando propulsores
o arcos y de útiles filosos enmangados en madera para el faenamiento de las presas.
Ello habría permitido incluir en la actividad económica una gama más variada de
ambientes, así como de animales de talla mediana y pequeña más fáciles de perse-
guir y capturar que los grandes herbívoros. De esa manera, las bandas de cazadores
podrían haber logrado una liberación relativa de la determinación que ejercían los
factores ambientales sobre las formas de producción y la vida social en general, con-
virtiendo el entorno natural en un objeto de trabajo económicamente más producti-
vo, seguro y controlado por las comunidades de cazadores.
La supervivencia de las poblaciones de cazadores antiguos del noroeste de Vene-
zuela, como forma de organización social y como sistema de apropiación de recursos
alimenticios, estuvo condicionada, como ya se ha dicho, por la existencia de una me-
gafauna pleistocena que podría haberse extinguido entre el octavo y el sexto milenio
a. C. Las actuales áridas regiones costeras del estado Falcón, los valles semidesér-
ticos y el piedemonte septentrional de los Andes, en el estado Lara, las llanuras de
Cojedes y Monagas donde se ha hallado la mayoría de los yacimientos arqueológicos
relacionados con aquellas poblaciones, así como la más variada y densa acumulación
de restos paleontológicos, pudieron haber estado recubiertos, en épocas anteriores,
por una vegetación más propicia para la supervivencia de los grandes herbívoros,
cuya desaparición se habría producido bien como consecuencia de la actividad caza-
dora de los grupos humanos, bien por los cambios climáticos que habrían afectado
la América ecuatorial durante el Holoceno, los cuales se manifestaron en diversas
regiones por una reducción de las formaciones forestales y la aridización de los te-
rritorios donde había prosperado la megafauna pleistocena (Clapperton 1993: 189-
208, 724-734). En el caso del estado Falcón, el inicio del proceso de aridización que
produjo finalmente el actual paisaje, parece haber comenzado cuando la configu-
ración de las zonas litorales, el nivel, la temperatura del mar y la dirección de los
alisios habían alcanzado su condición presente (Oliver y Alexander 1990), proceso
que podría haber incidido en la desaparición definitiva de la fauna de herbívoros
pleistocénicos y la disolución del modo de vida cazador.
El descenso del nivel del mar que se habría producido entre 13.000 y 10.000
años a.p. habría determinado quizás en las áreas litorales de aquella región, la forma-
ción de sabanas costeras secas con vegetación de suculentas, leguminosas, espinares
El alba de la sociedad venezolana 207
y de gramíneas bajo un régimen climático árido (Ochsenius 1979: 15-29; 34-39; 91-
103), cortadas quizás de trecho en trecho por selvas de galería a lo largo de los ríos
que bajaban de las montañas hacia el mar, socavando los sedimentos sobre los cuales
se habrían formado las sabanas, y propiciando el desarrollo de terrazas fluviales es-
calonadas en distintos niveles sobre el cauce de sus aguas. Un escenario con aquellas
características habría propiciado una mayor concentración de la fauna en torno a los
valles, ciénagas y cursos fluviales, optimizando así la posibilidad y la capacidad de
los cazadores para apropiarse de la fauna variada y los recursos vegetales que carac-
terizarían ese tipo de entorno.
En el territorio del actual estado Lara, los megaterios (Eremotherium elenense) toda-
vía existían hace 6000 + 190 años a.p. (4884 + 190 años a. C.) en la región monta-
El alba de la sociedad venezolana 209
FIGURA 24
El Cayude. Puntas de proyectil: A) de tipo Folsom y B) de tipo Clovis.
210 Mario Sanoja Obediente
ñosa que rodea al valle de Quíbor, constituyendo ésta quizás una de las fechas ter-
minales para la fauna antigua en el noroeste de Venezuela (Sanoja y Morganti 1985;
Sanoja 2001). De la misma manera, el registro arqueológico atestigua la existencia
de poblaciones de antiguos(as) cazadores(as) de la tradición El Jobo en los valles y
cuencas aluviales montañosas del estado Lara. Se trata de puntas de proyectil lan-
ceoladas, bifaces en forma de almendra, raspadores, martillos y lascas primarias,
particularmente en sitios como Las Mesas (Sanoja 1984b: 64) y Las Tres Cruces
(Vierma 1995; Jaimes 1993, 1996).
La extensión del territorio ocupado por la sociedad de cazadores especializados
del noroeste de Venezuela alcanzó, como vemos, hasta distintos valles subandinos
en el estado Lara, al sur del estado Falcón, testimoniada por los hallazgos de Molina
(1985). Ejemplo de ello es el sitio Las Mesas, ubicado en el valle de Carora, donde
se hallaron complejos de instrumentos de producción relacionados con la tradición
bifacial de El Jobo, particularmente puntas foliáceas con muescas o retoques en los
bordes, cuchillos, raspadores sobre lascas y gran cantidad de desechos de talla.
Las investigaciones en curso sobre los pueblos cazadores especializados que
habitaron el actual territorio del estado Lara indican la posible existencia de una
jerarquización de las áreas de actividad que, por una parte, parecen corresponder
a diferentes procesos de trabajo mientras que por la otra, podrían evidenciar tam-
bién el cumplimiento de calendarios de actividades estacionales para apropiarse las
diversas materias primas y recursos naturales concentrados en diferentes lugares y
tiempos del espacio territorial explotado por una banda de cazadores (Jaimes 1996:
37-62; Vierma 1995: 31-74).
Como demuestra el registro arqueológico espacial de sitios arqueológicos de Fal-
cón y Lara, los cazadores especializados o paleoindios armaban sus campamentos
cerca de los puntos de agua –lagunas, ciénagas, etcétera, donde los animales acudían
para abrevar–, donde luego despresaban las carcasas para consumir la carne y utili-
zar los huesos y los tendones para manufacturar otros instrumentos de producción
(Vierma, 1995: 31-62; Jaimes 1999: 37-62).
Los instrumentos líticos característicos del modo de vida de los antiguos caza-
dores del noroeste de Venezuela en los valles del estado Lara han sido estudiados en
los sitios de Las Tres Cruces (Vierma 1995; Jaimes 1993, 1996), particularmente
puntas de proyectil lanceoladas, bifaces, raspadores y similares relacionados con la
tradición El Jobo. El sitio Las Tres Cruces presenta evidencia de su utilización mul-
El alba de la sociedad venezolana 211
tifuncional como taller para obtener y procesar la materia prima para fabricar ins-
trumentos líticos de producción y para apropiar recursos de subsistencia. El mismo
parece haber servido de base para la ejecución de diferentes procesos de trabajo, tales
como la explotación de las canteras de materia prima, el desbastado de preformas y
la fabricación de instrumentos líticos de producción y para la apropiación (mediante
la recolección o la caza) de los recursos de subsistencia que existían estacionalmente
en dicha área.
El sitio Los Planes, estado Lara, ha sido definido por Jaimes (1996) como “un
espacio multifuncional de recurrencias cortas”, esto es, como un área donde los ca-
zadores-recolectores iban a apropiarse los recursos naturales de subsistencia que se
concentraban estacionalmente en dicha región. El sitio Los Planes (Jaimes 1996)
parece representar un área donde los cazadores iban a procurar los recursos natu-
rales de subsistencia que se concentraban posiblemente en dicha área de manera
estacional. Otro sitio, El Vano (Jaimes 1996: 47), fechado en Beta-95602 10.710
+ 60 años a.p., pareciera, por el contrario, haber sido un área de captura estacional,
de destazamiento y procesamiento de la materia prima ósea de los especímenes de
fauna tales como megaterios y gliptodontes que iban, posiblemente, a abrevar en
una antigua laguna pleistocénica existente en dicha región. Se hallaron en contexto
estratigráfico tres fragmentos de punta de proyectil y un conjunto de artefactos lí-
ticos, así como evidencia de cortes, impactos y hematoimpresiones en los huesos de
Eremotherium rusconni.
El sitio La Hundición
Como evidencia de la diversidad cultural que existió entre los pueblos cazadores
especializados del noroeste de Venezuela, en las serranías que rodean al valle de
Quíbor, estado Lara, las investigaciones arqueológicas permitieron el hallazgo, en el
sitio La Hundición, de puntas de proyectil del tipo denominado “cola de pescado”,
perforadores, pequeños bifaces amigdaloides, raspadores, martillos y lascas prima-
rias que identifican, posiblemente, a un campamento de cazadores organizado en
torno a los restos de una presa cazada (Pantel, 1983).
El sitio La Hundición se encuentra ubicado en las montañas que rodean el valle
de Quíbor, a una altura de 900 m.s.n.m. cerca de una aldea de ceramistas artesanales
de tradición indígena denominada de Yai, estado Lara, Venezuela. Tales montañas
212 Mario Sanoja Obediente
en diferentes valles cercanos deja entrever que esta zona pudo haber constituido un
posible refugio para la fauna pleistocénica que habría sobrevivido hasta el óptimo
climático, cuando las condiciones ambientales comenzaron a cambiar propiciando
modificaciones del ambiente que afectaron profundamente la existencia de bosques
y sabanas húmedas, formaciones vegetales de las cuales dependía la alimentación de
los megaterios.
La asociación de puntas tipo “cola de pescado”, posiblemente puntas de flechas,
de cuchillos y raspadores sobre lascas, bifaces amigdaloides, percutores, raspadores y
lascas prismáticas, recuerda los instrumentos de producción utilizados por las ban-
das de cazadores antiguos de la tradición El Cayude, estado Falcón, contrariamente
a la asociación regional de puntas líticas de proyectil tipo El Jobo utilizadas para ser
enmangadas en lanzas o venablos. Ello podría indicar la posible presencia de pueblos
cazadores que utilizaban puntas de proyectil tipo “cola de pescado” para la cacería
con arco y flecha, relacionada con los antiguos pueblos cazadores del extremo sur de
Suramérica (Bate 1983 II: 208), coexistiendo en los mismos territorios de Falcón y
del actual estado Lara, con los pueblos cazadores con lanzas o venablos de la tradi-
ción El Jobo, compartíendo quizás los mismos territorios de caza y los campamentos
de vivienda evidenciando, como hemos aludido en la tesis teórica de esta formación,
la existencia de mecanismos de cooperación entre las bandas para optimizar el pro-
ducto extraído del ambiente.
La presencia de puntas pedunculadas y “colas de pescado” en Falcón y en Lara,
respectivamente, sugiere igualmente que ciertas poblaciones cazadoras de ambas
regiones relacionadas con la tradición El Cayude ya poseían un ajuar de conocimien-
tos tecnoeconómicos más avanzado que las poblaciones cazadoras de la tradición
El Jobo, cuyos instrumentos de producción manufacturados con base en núcleos de
cuarcita que debían ser quizás empleados para la cacería o el combate a corta distan-
cia, eran más pesados y toscos que las puntas de proyectil pedunculadas o aflautadas
tipo Clovis, manufacturadas con base en lascas de chert, más livianas, efectivas y
versátiles tanto para el combate como para la caza a corta o larga distancia.
Las puntas de proyectil aflautadas y las puntas “colas de pescado” de los cazadores de El
Cayude y La Hundición son parte de un ajuar de instrumentos líticos de sílex cuyas formas re-
cuerdan, por una parte, los de la tradición Clovis de Norteamérica y, por la otra, las de tradición
Magallánica de Tierra del Fuego (Mayer-Oakes 1974) y de las similares existentes en los valles
andinos de Ecuador (Bell: 1965; Pantel. 1983).
El alba de la sociedad venezolana 215
FIGURA 25
La Hundición. a) Punta de proyectil “cola de pescado”. b) Fragmento basal aflautado
de una punta “cola de pescado”. c, d, e) Bifaces.
216 Mario Sanoja Obediente
Valastro Jr. (Schubert Carlos y S. Valastro Jr.: 1980). En el valle de Camay y el valle
de Quíbor, las profundas cárcavas excavadas por la erosión fluvial muestran la exis-
tencia alternada de fases de arrastres de sedimentos pesados y fases de deposición
de sedimentos livianos (arcilla y arena), que parecen indicar formación de lagunas de
aguas tranquilas donde se encuentran a veces restos paleontológicos.
En el sitio arqueológico Camay, estado Lara, el depósito arqueológico cerámico
relacionado con la distante cultura Valdivia se encuentra a tres m de profundidad
(Basilio 1959: 144-145; Sanoja 2001) en un estrato de sedimentos livianos fechados
tentativamente entre 2000 y 1000 a. C., recubiertos por una nueva deposición alu-
vial donde se hallan los restos cerámicos de la tradición Santa Ana, fechados tenta-
tivamente entre 1000 y 500 a. C. (Sanoja 2001: 17; Sanoja y Vargas-Arenas 2007b),
la cual se extendió desde la cordillera andina venezolana hasta la cuenca del lago de
Maracaibo alrededor de 500 a. C. (Wagner, Erika: 1980; Tarble, 1982). Como re-
sultado de aquellos deslaves cíclicos se formaron, al parecer, suelos de arcilla arenosa
de gran espesor, sin muchos nutrientes, que propiciaron la desertificación progresiva
del paisaje. Es posible, por lo antes expuesto, que el final del modo de vida de los
cazadores especializados y la aparición de grupos agroalfareros en el noroeste de
Venezuela haya ocurrido alrededor del óptimo climático.
La tradición Santa Ana podría representar el origen de un centro occidental de
desarrollo cultural agroalfarero de la cual emergió más tarde la tradición Tocuyano,
de acuerdo con la hipótesis emitida por Rouse y Cruxent (1983: 66-67) y Oliver
(1988), que representaría igualmente un foco secundario de domesticación de espe-
cies endémicas de maíz y de yuca en el piedemonte andino oriental.
Aparte de los caquetío, en la extensa región existente entre el sur del estado Fal-
cón y el norte del estado Lara, donde se concentra la mayoría de sitios arqueológicos
relacionados con los cazadores especializados, existían para el siglo XVI otras etnias
que no eran al parecer de filiación arawaka, tales como los jiraharas, gayones e indios
barbudos como los ayomanes, hablantes de lenguas ya extintas, los cuales podrían
corresponder, quizás, con una antigua capa de población anterior a la arawaka, de
posible filiación chibcha (Federman Nicolás 1837; Acosta Saignes, Miguel 1954.
111; Jahn, Alfredo. 1973: 38-82). Es oportuno recordar que las primeras oleadas de
recolectores cazadores generalizados paleoasiáticos fueron clasificados por Green-
berg (1987: 389; Layrisse y Wilbert 1999: 171-174), como pertenecientes a la familia
Chibcha-Paezana, familia Macro-Chibcha de lenguas con una amplia dispersión
218 Mario Sanoja Obediente
Hace unos 10.000 o 12.000 años, finales del Pleistoceno, se produjeron cambios
importantes en el nivel del mar, el cual alcanzó aproximadamente su nivel actual
hacia 8.000 años antes de ahora, determinando así mismo modificaciones tanto en
el relieve litoral como en el de las grandes cuencas fluviales suramericanas. A partir
de aquel momento, la estabilización de las condiciones materiales de vida determinó
que una parte importante de las distintas comunidades de recolectores cazadores ge-
neralizados de origen paleoasiático o paleomongoloide que ya vivían en Suramérica,
desarrollasen diversos géneros de vida basados en la explotación de los principales
recursos naturales de subsistencia, particularmente plantas útiles y comestibles que
dominaban el ambiente circundante, determinando la aparición de un lento proceso
de territorialidad que habría de culminar hacia 5.000 años a.p. con la aparición de
sociedades sedentarias.
A partir de aquel momento (Sanoja 2007: 23-42), comenzaron a conformarse
dos grandes procesos civilizadores, expresión territorial de la colonización origina-
ria de Suramérica por las sociedades recolectoras cazadoras:
a) Uno que se desarrolló a lo largo de la vertiente pacífica de Suramérica y de la
cordillera andina que podríamos denominar –grosso modo– como andino, cuyo
clímax fue el Imperio Inca. El mismo englobó las poblaciones originarias de un
eje territorial y cultural que comprende las actuales repúblicas de Costa Rica,
Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Argentina y Chile.
b) Un proceso civilizador que ocurrió a lo largo de la vertiente atlántica surame-
ricana, región dominada por formaciones selváticas, sabaneras y montañosas que
se hallan en las cuencas del Amazonas y del Orinoco, las formaciones de pampas
El alba de la sociedad venezolana 219
El litoral pacífico
El litoral atlántico
El proceso civilizatorio que ocurrió a lo largo del litoral pacífico tuvo efectos muy
atenuados en las sociedades tribales del oriente de Suramérica, a pesar de que hubo
relaciones constantes entre las poblaciones de ambas regiones. Uno de estos contac-
tos, que está plenamente documentado, es la presencia hacia el año 3000 antes del
presente, de sitios arqueológicos como Barrancas en el Bajo Orinoco, cuya alfarería
está relacionada con culturas del formativo temprano y medio de la vertiente amazó-
nica de los Andes centrales tales como Kotosh y Chavín (Sanoja 1979: 291-324). La
excelencia de la manufactura alfarera característica del formativo andino, dio origen
entre 3000 y 2200 años antes de ahora a una compleja tradición ceramista como Ba-
rrancas, pero no reprodujo las pautas de organización social ni las de vida urbana del
formativo andino. Ello nos indica que el nacimiento de las sociedades urbanas no se
origina en acciones voluntaristas de colectivos humanos, sino que responde a condi-
ciones sociohistóricas concretas, las cuales no se dieron plenamente en el Bajo Orino-
co hasta comienzos del siglo XVII de la era cristiana (Sanoja y Vargas-Arenas 2005).
A comienzos del Holoceno, hace 10 a 8 mil años en el este de Suramérica, las po-
blaciones de antiguos recolectores cazadores habitantes de las regiones litorales y
del interior que se extendían desde el norte de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil
hasta el delta del Orinoco y la isla de Trinidad, consolidaron géneros de vida genera-
lizados de caza, pesca, recolección y cultivo de plantas útiles, particularmente raíces,
tubérculos y palmáceas (Sanoja 1982).
En el Alto Madeira, Brasil, nacientes del río Amazonas (Miller 1992: 227-228;
Meggers y Miller 2003) observamos la larga ocupación de grupos recolectores caza-
dores generalizados, la cual culminó con una fase agroalfarera donde ya existía una
forma incipiente de cultivo ejemplarizado en la tradición Massangana, 3850 + 70 y
3140 + 70 años a.p., evidenciada por la presencia de pequeños morteros, piedras de
moler y manos, así como hachas y azadas líticas.
El alba de la sociedad venezolana 223
En las regiones litorales del noreste de Suramérica, dominadas por el delta del
Orinoco y el delta del Amazonas, la subsistencia se fundamentó esencialmente en la
recolección de conchas marinas, la pesca y la caza terrestre centrada principalmente
en torno a ecosistemas húmedos como los manglares. En las regiones del interior,
la recolección de bivalvos y moluscos de agua dulce se complementaba con la pesca
riparia o lacustre, la caza terrestre, la recolección y el cultivo de plantas vegetativas.
La similitud de sus contenidos cualitativos estimuló entre la población de ambas
regiones una sinergia que contribuyó grandemente a disminuir el nivel de contradic-
ción y la velocidad del cambio social.
Aquel contexto es reminiscente del de otros sitios arqueológicos localizados en
épocas más tempranas en el noreste de Suramérica, tales como Banwari Trace, Tri-
nidad, 8000-4000 años antes del presente (Veloz Maggiolo 1991: 55-61; Harris,
Boomert 2000) y el sitio Las Varas, golfo de Paria, Venezuela, 4600 + 70 años a.p.
(Sanoja y Vargas-Arenas 1955), Hossoro Creek, 3330 + 65 a.p., costa noroeste de
Guyana (Williams 1992: 233-252), en el Bajo Amazonas con la fase Mina (Simoes
1981) y la cultura Paituna de Monte Alegre (Roosevelt 1995), donde los antiguos
grupos recolectores pescadores litorales, fluviales y palustres desarrollaron un modo
de trabajo caracterizado por la manufactura de la alfarería y de instrumentos líticos
pulidos como hachas, azadas, morteros y manos de moler cónicas que sugieren el
cultivo o procesamiento de recursos de la yuca combinado con la recolección marina,
la pesca, la caza terrestre.
En aquella extensa región del noreste de Suramérica, entre 8000 y 5000 años an-
tes de ahora, se habría comenzado a desarrollar el sistema agrario de la vegecultura
(Sanoja 1997), como una tendencia hacia el sedentarismo basado en la explotación
de los recursos alimenticios existentes, entre otros, en los ecosistemas húmedos que
se desarrollaron en las zonas litorales, desembocaduras de los ríos, lagunas litorales
y antiguos estuarios desde comienzos del Holoceno (Sanoja y Vargas 1995: 294-
298; Williams 1992: 243-249; Boomert 2000: 94-99) y en las cuencas fluviales del
interior. Ello parece haber propiciado también la domesticación incidental (Rindos
138-139) de plantas como la yuca (Manihot sp.), el ocumo, el ñame, posiblemente la
Canna edulis (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 295-296), y palmas como el moriche
(Mauritia flexuosa), la medula de cuyo tronco permite obtener una harina muy nutri-
tiva. De la misma forma podemos observar que para 4600 a.p. en el sitio Las Varas,
Venezuela (ibíd. 1955: 297-327), los antiguos recolectores, pescadores y cazadores
224 Mario Sanoja Obediente
del litoral ya vivían en aldeas estables ubicadas a orillas de las lagunas litorales recu-
biertas por extensos bosques de manglar.
En el noreste de sur América, como había predicho Sauer (1952), se desarro-
llaron diversos géneros de vida centrados en el cultivo de plantas vegetativas tro-
picales, a partir de las antiguas sociedades de recolectores, pescadores, cazadores
generalizados, donde las mujeres tenían a su cargo importantes prácticas sociales
para la reproducción de la vida cotidiana y de la vida biológica de la comunidad. La
evidencia arqueológica indica –como ya se explicó– que las presencia de instrumen-
tos de producción para la práctica del cultivo y procesamiento de plantas, ya existía
en la región de Paria, Venezuela, hacia 4600 años antes de ahora y en el noroeste de
Guyana hacia 4000 años antes de ahora (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 268-274).
En el delta del Amazonas, Brasil, el descubrimiento de la alfarería y el cultivo
de plantas vegetativas tropicales se realizó también en fechas similares, evidencian-
do que se trató posiblemente de invenciones o descubrimientos que se efectuaron
casi simultáneamente en el seno de antiguas poblaciones recolectoras cazadoras que
estaban tratando de dar respuesta a condiciones sociohistóricas concretas como el
crecimiento vegetativo de la población. No se trataba sólo del efecto de la variable
demográfica sino del conjunto de situaciones relacionales que ello acarrea, como es
la necesidad de tener acceso en tiempo y cantidades predecibles a los suelos que per-
miten la producción controlada de alimentos vegetales y a los nichos y ecosistemas
que albergan los recursos de fauna y flora que complementan el cultivo de plantas.
Consecuencia de dichas situaciones sociohistóricas concretas fue el sedentarismo y
la transformación de las relaciones sociales de producción, la territorialidad y el de-
sarrollo de formas singulares de identidad cultural o étnica que se manifestaban par-
ticularmente en el vehículo de comunicación: las lenguas y los dialectos. Ello alude a
nuestra definición de un sistema agrario como un conjunto finito de relaciones entre
elementos que son constantes, tales como los suelos, el clima y las plantas cultivadas,
y elementos que son variables, tales como los medios de producción y la organización
social de la fuerza de trabajo para actuar dentro del sistema (Sanoja 1997: 20-21).
En la República Dominicana, hacia 2000 años antes de ahora, grupos de in-
migrantes provenientes de las regiones de Paria y el Bajo Orinoco, Venezuela,
introdujeron el método para cultivar y procesar la yuca amarga aplicándolo tam-
bién a especies locales de raíces como la guáyiga (Zamia integrifolia). De igual
manera trajeron consigo la tecnología de manufactura de la alfarería y las pautas
El alba de la sociedad venezolana 225
social y estructuralmente complejas en los llanos altos de Barinas y Apure, los valles
de Carora y Quíbor y la cuenca del lago de Valencia, Venezuela, en el Bajo Magda-
lena, Colombia, y en las grandes Antillas, conocidas estas últimas como Taínas, en
Quisqueya (Haití-Santo Domingo), Borinquen (Puerto Rico) y Cuba.
En el NO de Venezuela, como ya expusimos, la transición de la formación de
cazadores recolectores hacia la FES productora de alimentos no a ha sido arqueoló-
gicamente bien esclarecida, por ahora.
tuvimos una fachada cultural occidental, andina, y una fachada cultural oriental,
Amazonas-Orinoco, en la cual el río Orinoco funge como el trazo que reúne
ambas fachadas y que las conecta, a su vez, con la georregión cultural antillana.
En el caso particular de las fachadas geohistóricas del oriente y el occidente de
Venezuela, vemos claramente que ellas son el producto de antiguos procesos de
colonización humana del territorio del norte de Suramérica iniciados hace por
los menos 30.000 años por bandas de recolectores cazadores generalizados quie-
nes, para 13.000-10.000 años antes de ahora ya habían comenzado a desarrollar
procesos de territorialidad. Allí se encuentra el origen de la diversidad cultural
y étnica de la nación venezolana, pivote entre Suramérica y el Caribe, de donde
deriva su importancia geoestratégica actual en el contexto regional suramericano
y caribeño.
4) La historia de la colonización del territorio suramericano, y particularmente
de las regiones septentrionales del mismo, conforma a nuestro juicio un pro-
ceso muy diferente al de Norteamérica. Si bien existió, al parecer, una capa de
población paleoasiática originaria común muy antigua, a partir de la misma se
desarrollaron en Suramérica procesos civilizatorios singulares que no podrían
asimilarse mecánicamente a los ocurridos en Norteamérica.
5) Desde comienzos del Holoceno, 10.000-8.000 años antes de ahora, las po-
blaciones humanas que habitaban las regiones litorales y del interior de Sur-
américa, desde la Argentina hasta Colombia, Panamá, Venezuela y la isla de
Trinidad, comenzaron a consolidar nuevos géneros de vida basados en la caza, la
pesca, la recolección y la domesticación de plantas útiles, particularmente raíces
como la yuca, tubérculos y palmáceas, transitando un camino que las llevaría
posteriormente a desarrollar géneros de vida sedentarios, donde el cuido o el cul-
tivo de plantas se convertiría en el soporte principal de la existencia. Es necesario
resaltar el importante papel que debieron jugar las mujeres en dicho proceso de
sedentarización, como responsables de las prácticas de mantenimiento y repro-
ducción ampliada de la vida cotidiana de aquellas poblaciones.
6) La academia estadounidense ha tendido, generalmente, a privilegiar en el
imaginario de los arqueólogos, el estereotipo de los cazadores como el non plus
utra de las formas culturales originarias. En Suramérica, la innovación o la in-
vención de las puntas líticas de proyectil se convirtió en una nueva herramienta
para optimizar la explotación y el aprovechamiento de los recursos ambientales.
228 Mario Sanoja Obediente
FIN
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Este libro se terminó de imprimir en el mes
de Noviembre del año 2013
en los talleres gráficos de ...
Caracas, Venezuela.
En su diseño se utilizaron carácteres de la
familia tipográfica Adobe Jenson Pro
En su impresión se utilizó papel Enzocreamy
y su edición consta de 1000 ejemplares.
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