Sanoja Alba de La Sociedad

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EL ALBA DE LA SOCIEDAD

VENEZOLANA
Colección
Clásicos de la Arqueología Venezolana

LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA CONTINÚA


Mario Sanoja Obediente

EL ALBA DE LA SOCIEDAD
VENEZOLANA
Perspectiva desde el norte de Suramérica

Caracas, 2013
Fidel Barbarito
Ministro del Poder Popular para la Cultura

Xavier Sarabia
Viceministro para el Fomento de la Economía Cultural

Néstor Viloria
Viceministro de Cultura para el Desarrollo Humano

Omar Vielma
Viceministro de Identidad y Diversidad Cultural

Luis Felipe Pellicer


Presidente (E) del Centro Nacional de Historia
Director del Archivo General de la Nación

Simón Andrés Sánchez


Director del Centro Nacional de Historia

Marianela Tovar
Coordinadora General de Estrategia Centro Nacional de Historia

Oscar León
Coordinador General de Operaciones Centro Nacional de Historia

Archivo General de la Nación; Centro Nacional de Historia, 2013


Mario Sanoja Obediente, El alba de la sociedad venezolana: Perspectiva desde el norte de
Suramérica.

Editorial
Coordinación editorial: Eileen Bolívar
Diseño portada: Javier Véliz
Diseño de la colección: Javier Véliz
Colección Museo Caracas, Concejo Municipal
Diagramación: Javier Véliz
Apoyo Gráfico: Gabriel Serrano, Mahyvith Alvarado
Corrección: Miguel Raúl Gómez

Depósito Legal: lf22820133013854


ISBN: 978-980-7248-90-7
Presentación

La arqueología, como disciplina sociohistórica y antropológica, se encarga del es-


tudio e interpretación de las sociedades y modos de vida del pasado a través de los
restos de edificaciones, utensilios y otros artefactos que formaron parte de su cultura
material. Así, este registro material constituye una fuente indispensable para com-
prender el devenir de nuestra historia, especialmente en relación con el prolongado
y desconocido período desde el poblamiento temprano de América, hace al menos
24.000 años, etapa que representa el sustrato de nuestra herencia cultural originaria
indígena, hasta la invasión europea y la imposición del hegemónico documento es-
crito como único recurso de transmisión de información histórica aceptado por las
élites académicas. Sin embargo, la interpretación arqueológica trasciende este marco
temporal y abarca cualquier contexto sociocultural en el que el recurso escrito o la
tradición oral no estén presentes, incluyendo aquellos pueblos de nuestro presente
que poseen modos cotidianos alternativos de construir su historia, como los grupos
indígenas y comunidades campesinas.
En consecuencia, la colección Clásicos de la Arqueología Venezolana comprende
de manera extensiva las diversas referencias históricas desarrolladas por este campo
del saber en Venezuela. Como sabemos, la arqueología ha tenido un fértil desarro-
llo en Venezuela desde inicios del siglo XIX, sin contar las crónicas y otros textos
coloniales. Desde Alejandro de Humboldt, pasando por todos los viajeros y explora-
VIII Presentación

dores decimonónicos alemanes, franceses e ingleses, hasta los científicos positivistas


a inicios del siglo XX, distintos estudios realizados por venezolanos y extranjeros
marcaron la pauta para el desarrollo de la arqueología sistemática en Venezuela. A
partir de la tercera década del siglo XX y hasta el día de hoy, numerosos investigado-
res nacionales y extranjeros han contribuido a comprender el complejo horizonte de
nuestro pasado originario. Sin embargo, tanto profesionales de las ciencias sociales
y humanas como el público en general, desconocen esta crucial información debido
a la escasa, dispersa y esporádica política editorial que hemos tenido en este campo.
En consecuencia, el Centro Nacional de Historia nos ofrece a través de esta co-
lección una de serie de obras, textos seleccionados y compilaciones que brindan por
primera vez un amplio panorama de trabajos realizados desde el siglo XIX hasta la
actualidad en Venezuela, algunos de ellos inéditos y otros nunca antes recopilados
o traducidos. Este esfuerzo surge de nuestra convicción de que el rescate de nuestra
memoria es un compromiso ineludible para la formación de una nueva sociedad cada
más consciente y crítica de su propia herencia y capaz de incidir en la construcción
de un sistema cada más justo desde la complejidad y diversidad de su propio pasado.
Índice general

A manera de prólogo ………………………………………………… XVII


Introducción teórica …………………………………………………… 23

PARTE I
La FES apropiadora del norte de Suramérica
1. El escenario suramericano ……………………………………………………29
2. La colonización humana originaria del norte de Suramérica ………………43
3. La colonización humana originaria del norte de Brasil ……………………56
4. Inicios de la producción de alimentos en el Bajo Amazonas ………………67
5. Recolectores cazadores generalizados y los inicios del cultivo en Colombia …… 74
6. Inicio de las sociedades sedentarias en el noreste de Suramérica: Ecuador,
Colombia, Panamá y Costa Rica ………………………………………………82

PARTE II
La FES de la cuenca del Orinoco y el noreste de Venezuela
7. Recolectores cazadores de la cuenca del Orinoco………………………… 101
8. La tradición El Espino …………………………………………………… 120
9. Disolución de la formación recolectora cazadora orinoquense ………… 133
10. El modo de vida recolector pescador litoral del noreste de Venezuela… 143
X Índice general

11. Modos de trabajo de los pescadores recolectores litorales


del noreste de Venezuela …………………………………………………… 153
12. Transición hacia la producción de alimentos en el noreste de Venezuela 165
13. El modo de vida cazador especializado del noroeste de Venezuela …… 183
14. Los cazadores especializados del estado Lara, Noroeste de Venezuela y su
disolución ……………………………………………………………………… 200
15. Resumen y conclusiones ………………………………………………… 218
16. Venezuela: el presente del pasado ……………………………………… 226
Bibliografía citada …………………………………………… 229

Mapas
MAPA 1: Antiguas regiones geohistóricas de Venezuela. ……………………26
MAPA 2: Hipótesis generales sobre las primeras poblaciones suramericanas …48
MAPA 3: Siglo XVI: ubicación de pueblos recolectores cazadores
generalizados D1(-), posiblemente relictos paleoasiáticos ……………………59
MAPA 4: Cuenca del Caroní-Paragua. Se señala con un punto negro el área
excavada ……………………………………………………………………… 105
MAPA 6: Sitios arqueológicos de la región de Paria. ……………………… 159
MAPA 5: Sitios arqueológicos en el vaso de la presa Caruachi. …………… 131

Gráficos
GRÁFICO 1: Secuencia arqueológica de los sitios Chivateros-Oquendo, Perú …37
GRÁFICO 2: Secuencia arqueológica del sitio Cueva de las Pulgas.
Ayacucho ………………………………………………………………………39

Figuras
FIGURA 1: Industria de pebble tools de Boqueirao da Pedra Furada. Piauí …61
FIGURA 2: Cronología de modos de trabajo del Bajo Caroní. …………… 109
FIGURA 3: Tradición Caroní: núcleos de cuarcita tallados. ……………… 112
FIGURA 4: Tradición Guayana. A-F, K) Puntas de proyectil. G) Cuchillo
lateral, jaspe …………………………………………………………………… 114
FIGURA 5: Punta pedunculada, jaspe. Vaso de la presa Tocoma. Bajo
Caroní. ……………………………………………………………………… 115
FIGURA 6: La Gruta. 1) Punta pedunculada triangular. 2) A-B, talón de
propulsor. ……………………………………………………………………… 117
Índice general XI

FIGURA 7: Tradición El Espino. 1) Raspador sobre lasca. Cuarzo cristalino. 2)


Cuchillo lateral. Cuarzo cristalino. 3) A-B, El Espino: punta con escotadura basal.
Cuarzo cristalino ……………………………………………………………… 123
FIGURA 8: Estratigrafia de la quebrada Toro Muerto. Bajo Caroní. …… 124
FIGURA 9: Perfil sur de la excavación del sitio El Espino. ……………… 126
FIGURA 10: A) Cuchillo de sílex. Filo con retoques. B) Hoja cortante. C) Lito
bicónico. Arenisca. Sitio GD-2. Vaso de la presa Macagua II. ………………… 136
FIGURA 11: Alero G8.3: instrumentos de hueso. ………………………… 137
FIGURA 12: Alero G8.3: tiestos sencillos y decorados. ………………… 138
FIGURA 13: Pinturas rupestres. Cueva de Las Patillas. ………………… 142
FIGURA 14: Figura danzante. Cueva del Elefante. ……………………… 143
FIGURA 15: Reconstrucción hipotética de un paravientos. Conchero
Guayana ……………………………………………………………………… 158
FIGURA 16: Instrumentos líticos. Conchero Guayana ………………… 162
FIGURA 17: A) Guayana: pendiente alado. B) Figura femenina. C) Falo. 170
D) Pez tallado en concha marina. Las Varas. ……………………………… 170
FIGURA 18: A, B, C). Manos cónicas. D) Puntas de madera. C) Gubias de
concha. D) Punta tallada en cuarzo. Conchero Las Varas ………………… 178
FIGURA 19: Hachas y azadas líticas con huellas de uso. ………………… 179
FIGURA 20: Hachas de mano bifaciales: El Camare (izquierda). El Altico
(derecha). ……………………………………………………………………… 190
FIGURA 21 ………………………………………………………………… 196
a) Raspador sobre lasca. b) Chopper o tajador.……………………………… 196
FIGURA 22 ………………………………………………………………… 197
Chopper o tajador. …………………………………………………………… 197
H) Perforador, jaspe. I) Martillo. J) Boleadora. …………………………… 114
FIGURA 23: Puntas de proyectil foliáceas. El Jobo. ……………………… 201
FIGURA 24: El Cayude. Puntas de proyectil: A) de tipo Folsom y B) de tipo
Clovis ………………………………………………………………………… 209
FIGURA 25: La Hundición. a) Punta de proyectil “cola de pescado”. b)
Fragmento basal aflautado de una punta “cola de pescado”. c, d, e) Bifaces. … 215
Agradecimientos

La presente obra intenta resaltar el papel protagónico que jugaron las mujeres reco-
lectoras cazadoras en el proceso originario de sedentarización y finalmente de cons-
trucción de comunidades agroalfareras en el norte de Suramérica que comenzó hacia
mediados del Holoceno. Para lograrlo tuve la invalorable y continua asesoría de de mi
compañera y colaboradora Iraida Vargas-Arenas, notable investigadora sobre el tema.
De igual manera contribuyeron las lecturas y fructuosas discusiones que sobre el mismo
ambos sostuvimos, como profesores invitados entre los años 1996 y 2001, con nuestros
amigos(as) profesores(as) del Departamento de Antropología y Prehistoria de la Uni-
versidad Autónoma de Barcelona, Catalunya, particularmente Assumtió Vilá, Jordi
Estévez y Joan Antón Barceló. Al compañero con quien compartí la investigación de
campo del proyecto arqueológico del Golfo de Paria, arqueólogo Luis Adonis Romero.
A los compañeros y los compañeros(as) con quienes compartí la ejecución del proyecto
arqueológico de la cuenca del Bajo Caroní: arqueólogos Tomas Águila y César Benco-
mo, arqueóloga Gabriela Alvarado. Mis agradecimientos a los alumnos y alumnas de
la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela que me brindaron
su colaboración en aquella época, particularmente Hiram Moreno, Cecilia Cardenas,
Jenny Zsabadich, Nancy Escalante, Raúl Gonzales y Larisbeth Velasquez.
A la presencia amiga de Betty Meggers
A manera de prólogo

Contar y analizar la historia de los primeros venezolanos es un reto científico. Dilu-


cidar la verdad sobre el poblamiento humano de Suramérica y la naturaleza, inde-
pendiente o inducida de las invenciones culturales que produjeron o pudiesen haber
producido nuestros habitantes originarios, no es tarea sencilla. Las explicaciones
que surgieron originalmente sobre el poblamiento originario de las Américas en la
academia estadounidense desde finales del siglo XIX, recogidas inicialmente en el
pensamiento de Ales Hrdlicka (1917), abogaban por la existencia de una especie de
“civilización común” a todos los habitantes del Nuevo Mundo cuya área inicial de
diseminación se hallaba en el actual territorio de los Estados Unidos. En opinión de
Mendes-Correia (1928), ello representaba un verdadero prejuicio geográfico el cual
está, en nuestra opinión, muy condicionado por la ideología política del “destino
manifiesto” que ha sido inculcada en el imaginario del pueblo de los Estados Unidos.
Ello tiene, como contraparte, la ideología neocolonial inducida en los pueblos de
América Latina para hacerlos dependientes cultural, económica y políticamente del
las oligarquías que controlan el gobierno de los Estados Unidos.
El modelo estándard de la prehistoria de los Estados Unidos, dice Brennan
(1970: 5), “... tiene la simplicidad mítica y la credibilidad instantánea de la historia del
Jardín de Adán y Eva... El hemisferio occidental [particularmente los Estados Unidos
(comentario nuestro)] era un hermoso Jardín del Edén hallado por una banda trashu-
XVIII Mario Sanoja Obediente

mante de hombres y mujeres, cuyos descendientes la poseyeron y la poblaron desde


el circulo ártico hasta el fin del mundo en Suramérica...”. Ese mito fundacional se
expresó arqueológicamente en el llamado modelo Clovis, o Paleoindio, impuesto
en el siglo XX por la academia, según el cual hace 12.530 + 370 años antes del
presente los pueblos paleoindios Clovis estadounidenses bajaron en estampida
hasta llegar a la punta sur de Suramérica alrededor de 10.500 años antes de aho-
ra (Brennan 1970: 7). Los hechos arqueológicos que podrían, por el contrario,
establecer que los primeros habitantes de Norteamérica venían de una antigua
tradición de fabricantes de una rústica industria de guijarros percutidos, pebble
tools sin puntas de proyectil, y cuestionar así la primacía del modelo Clovis, exis-
ten, pero lo que no existe todavía es un relato científicamente bien argumentado
que los explique (Metzler 1993).
En relación con lo anterior, es necesario observar que fue solamente a partir de la
excavación del sitio de Taima-Taima, estado Falcón, Venezuela, por un equipo inter-
disciplinario de investigadores extranjeros, que la academia estadounidense validó
el resultado de las excavaciones llevadas a cabo anteriormente por J. M. Cruxent en
dicho sitio. La datación de C14 de 14.000 años que fecha la asociación entre pobla-
ciones de cazadores pleistocénicos con megafauna extinta, permitió desde entonces
refutar las nociones sobre el poblamiento originario temprano de nuestro continente
suramericano según el modelo Clovis ya mencionado, según el cual el poblamiento
del continente suramericano no podía haberse efectuado antes de 12.000 años y que
las puntas cola de pescado del sitio de Cueva Fell, Palli Aike, Chile, datado en 8700
a. C. (Willey I-1971: 45), era el testimonio de la antigua migración de pueblos Clovis
desde Norteamérica hasta el extremo sur de Suramérica, dando origen a un nuevo
paradigma, el cual sostiene que el poblamiento temprano originario de Suramérica
se efectuó sobre bases distintas al de Norteamérica (Jaimes 1996: 40).
Según los análisis de Cavalli-Sforza (2000: 72-73), con base en el cálculo de las
distancias genéticas entre Asia y América, la fecha de 15.000 años antes del presente
para la entrada de los primeros homínidos le parece muy poco tiempo. Con base en
los valores de la distancia genética, esa antigüedad podría calcularse entre 43.000 y
32.000 años antes de ahora. Utilizando igualmente el método del árbol evolutivo y
utilizando así mismo las distancias genéticas entre las poblaciones de los distintos
continentes, Cavalli-Sforza (2000: 44-50) concluye en la existencia de un modelo de
grandes migraciones humanas que, originadas en África, habrían llegado primero a
Australia y luego, sucesivamente, a Asia, Europa y finalmente a América.
Prólogo XIX

Los estudios comparativos llevados a cabo por Neves et álii (1999) y por Araujo,
Neves y Kipnis (2012: 533-550) de la data craneológica de Lap Vermhela y otros sitios
del área de Lagoa Santa (Brasil) con la data conocida mundialmente, han concluido
que hace 10.000 años las poblaciones humanas paleoasiáticas o paleoamerindias de
Norteamérica, ya eran diferentes a las de Suramérica. Los pobladores originarios de
nuestros continentes provenían, al parecer, de diferentes grupos humanos: australoi-
des, polinesios, africanos, asiáticos y europeos, tal como lo habían planteado los viejos
maestros Paul Rivet (1960) y Martínez del Río (1987). Los cráneos dolicocéfalos de los
paleoasiáticos suramericanos eran muy similares a los paleoaustralianos o africanos.
Con base en estas conclusiones, Neves y sus asociados establecen que las primeras
poblaciones que entraron en las Américas eran Homo sapiens generalizados que habi-
taban el este de Asia hacia finales del pleistoceno antes de la modificación mongoloide,
demostrando con ello que los primeros en colonizar aquellos territorios fueron pue-
blos dolicocéfalos paleoasiáticos no-mongoloides similares –dice Willey– a los de la
fase Magallanes I de Pali Aike y al tipo físico de Lagoa Santa, Brasil, portadores de la
tradición de puntas de proyectil “cola de pescado” (Willey I-1971: 44-45).
Hasta el presente, los sitios arqueológicos que sustentan la antigüedad de
aquellas migraciones hacia las Américas son pocos, pero contundentes, tales como
Old Crow Flats, donde existe una herramienta de hueso fechada en 27.000 +
300 a.p.; Meadowcroft Shelter, Pennsylvania, cuyos fechados van desde 37.000 a
21.500 a.p., y 19.150 + 800 (Jennings 1978; Chatters 2001: 249-250) o Lewisville,
Texas, con una antigüedad de más de 38.000 años a.p. (Krieger 1957). En Méxi-
co encontramos igualmente sitios como Valsequillo, con una antigüedad mayor
a 20.000 años donde aparecen restos de fauna pleistocénica asociados con ras-
padores y otros instrumentros líticos (Irwin Williams 1963, 1969) y Tlapacoya
(Mirambel, 1967), donde se hallaron restos de fauna pleistocena asociados con un
fogón fechado en 24.000 años a.p. (Lorenzo 1987: 158-164).
Sería lícito pensar que todos los sitios mencionados indicarían que la entrada
original de los primeros hombres y mujeres en las Américas no constituyó una mar-
cha multitudinaria y triunfal, sino que, por el contrario, se trató de pequeñas ban-
das aisladas de hombres, mujeres y niños, recolectores cazadores generalizados, que
iniciaron el lento proceso de colonización de las nuevas tierras americanas, por lo
cual las evidencias materiales de su antigua presencia son escasas y dispersas, a veces
sepultadas bajo espesas capas de sedimentos o expuestas por la erosión acuatica o
eólica de esas mismos depósitos sedimentarios (Sanoja 2006: 10).
XX Mario Sanoja Obediente

La práctica de la disciplina llamada Arqueología, como vemos, puede ser a la vez


tanto trivial como significante, pero elabora productos ideológicos que hasta el pre-
sente han servido en muchos casos para legitimar los valores de las ideologías de las
clases dominantes bajo el capitalismo, particularmente los mitos fundacionales de
la sociedad burguesa que son convertidos en la explicación del origen de la Nación
(McGuire 2008: 22-23). Quizás por esa razón, todas las tesis científicas alternati-
vas que durante el siglo XX trataron de proponer la singularidad, la diversidad y la
autoctonía étnica y cultural de las sociedades originarias de Suramérica, tal como
intentaron Ameghino, Rivet (1960) y Martínez del Río (1987), entre otros, fueron
muchas veces tachadas de charlatanería y rechazadas científicamente por la acade-
mia estadounidense. Como consecuencia, muchas universidades y centros de inves-
tigación en Antropología de los Estados Unidos impusieron su hegemonía científica
y financiera sobre sus pares de América Latina. La investigación de los procesos tem-
pranos del poblamiento de Suramérica se convirtió en una forma de producción de
conocimientos cuyo principal objetivo era consolidar el estatus dependiente y neoco-
lonial de las culturas antiguas de América Latina, y de Suramérica en particular, con
respecto a la cultura patriarcal magnificada de los grandes cazadores de megafauna,
los paleoindios del modelo Clovis. Dicha producción de conocimientos tiene como
finalidad subyacente alimentar la ideología del Destino Manifiesto y la hegemonía
política de los Estados Unidos impuesta sobre América Latina, justificando la ya
manida expresión racista de que Suramérica es –simplemente– su patio trasero.
Hoy día, muchas naciones latinoamericanas, como Nicaragua, Cuba, Venezue-
la, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Argentina, han comenzado a construir procesos
revolucionarios de independencia política que enfatizan la unidad histórica de
nuestros pueblos. Sin embargo, los arqueólogos y antropólogos, que deberían ser
fundamentales para reconstruir el entramado geohistórico y cultural que explica
el proceso de unidad latinoamericana, son en su mayoría científicos formados uni-
versidades de los Estados Unidos, donde domina la filosofía del Destino Manifiesto,
sustento de la política colonial e imperialista de los Estados Unidos, quienes re-
producen –muchas veces de manera acrítica– las tesis antropológicas emanadas de
aquellas universidades.
La intención de la presente obra es ubicar la colonización humana originaria
del actual territorio venezolano en el marco del norte de Suramérica, resaltando la
continuidad temporal y territorial que existió y existe hoy entre Venezuela y el resto
de las poblaciones de Suramérica y el Caribe, utilizando categorías tales como for-
Prólogo XXI

mación económico social, modo de vida, modo de trabajo y formación social, al igual que
conceptos integradores como los de región geohistórica y georregión.
Con este libro quisimos también desarrollar con amplitud una serie de otros
conceptos que expresamos en obras anteriores, tales como las fachadas historicas
(amazónica-orinoquense, caribeña y andina), los procesos civilizadores pacífico y
atlántico con el animo de fundamentar, así mismo, la existencia de regiones geohis-
tóricas que explican la dinámica sociocultural de la sociedad.
Esperamos ofrecer una narrativa sistemática, de estílo literario, sobre la vida de
nuestros pueblos en aquella época remota y contribuir a fundamentar la conciencia
de unidad cultural, social y política que nos permita alcanzar, en un futuro previ-
sible, el ideal de la Patria Grande que soñaron nuestros libertadores Simón Bolívar
y Hugo Chávez Frías, demostrando que no somos el patio trasero de los Estados
Unidos sino que somos, sencillamente, una casa diferente, cuyos habitantes tenemos
nuestra propia historia. Parte de la misma queremos contarla en este libro.

Mario Sanoja Obediente


Caracas, 18 de mayo de 2013
Introducción teórica

La geohistoria es el estudio de los procesos socioculturales en su dimensión tempo-


ro-espacial; en el caso presente, la consideramos como una historia total que analiza
los resultados científicos obtenidos por la arqueología, las tradiciones de instru-
mentos de producción, los procesos de trabajo (caza, pesca, recolección, domestica-
ción y cultivo de plantas, usos del suelo y formas de producir los espacios sociales,
para definir la sucesión temporal de modos de vida que definen la formación eco-
nómico social apropiadora de Venezuela vista en perspectiva geohistórica desde el
norte de Suramérica.
La historia de la sociedad apropiadora venezolana, como expondremos en las pá-
ginas siguientes, añade un capitulo de la mayor importancia para comprender la for-
mación originaria de la población suramericana. Por esa razón, intentamos analizar
comparativamente las conclusiones del estudio de la sociedad recolectora cazadora
del norte de Suramérica hechas por diversos autores, con los resultados de nuestras
investigaciones en la cuenca del río Orinoco y la región litoral del noreste de Vene-
zuela, así como con nuestro análisis hecho en 1961 sobre las colecciones arqueo-
lógicas de El Jobo, estado Falcón, depositadas en diversos museos de los Estados
Unidos. Partiendo de aquellas experiencias, tratamos de establecer las relaciones
que nos permitan calificar su coexistencia cultural, cronológica y territorial con los
24 Mario Sanoja Obediente

principales modos de vida que caracterizaron la formación económico social (FES)


apropiadora, en el norte de Suramérica hasta el inicio de las sociedades productoras,
agricultoras-ceramistas.
El análisis geohistórico de los modos de vida de la formación económico social
apropiadora se fundamenta, en este caso, en un triple registro: cultural, económico
y material, factores que determinaron la forma originaria de las sociedades recolec-
toras-cazadoras venezolanas y en general del norte de Suramérica. Para tales efectos
lo tratamos de enriquecer, cuando ello es posible, con la reconstrucción teóríca de
la vida cotidiana de los diversos grupos humanos que integraban la antigua socie-
dad recolectora-cazadora del norte de Suramérica. Ello es importante para validar la
existencia de colectivos humanos organizados territorialmente, si consideramos que
cuando el fenómeno de la vida cotidiana se repite en diversos tiempos y espacios de
una región determinada, es posible que se trate entonces de un proceso general que
permea todos los niveles de la sociedad y que caracteriza su modo de ser y la conduc-
ta de sus individuos (Braudel 1992-1: 29).

El modo de vida

El concepto de modo de vida introducido por Vargas-Arenas (1990) en el análisis


arqueológico, se ha revelado como muy útil para reubicar la teoría arqueológica en la
perspectiva social. La categoría modo de vida alude a la existencia de ciertas maneras
particulares de organización de la acividad humana dentro de una formación econó-
mico social determinada, en este caso la formación apropiadora o cazadora recolec-
tora, a ciertos ritmos de estructuración social y, en consecuencia, al cumplimiento de las
leyes específicas que rigen para la formación social en la cual se expresan. Cada modo de
vida, por tanto, supone una línea de desarrollo particular de desarrollo de la FES, siendo
una de esas líneas la que posee mayor capacidad para el cambio o la transformación social
(Vargas-Arenas 1990: 63-67; Sanoja 2011: 46).
La premisa implícita en aquella propuesta epistémica para el análisis de la
relación sujeto-objeto descansa en la posibiliad de caracterizar las regiones, los
sitios y áreas arqueológicas como verdaderos lugares de ocupación cuyos conte-
nidos culturales fueron resultado de acciones humanas ejercidas en un territorio
determinado, estando mediada su estructura por las relaciones sociales y las
condiciones de producción y reproducción de la base material del grupo social,
El alba de la sociedad venezolana 25

reafirmando de esta manera la cualidad histórica y espacial que define y distin-


gue la estructura geoespacial que se expresa en la distribución territorial de los
sitios arqueológicos.
Las categorías que explican los procesos fundamentales más generales de FES
y modo de producción (MP), tienen su correlato en la categoría modo de vida, toda
vez que dichos procesos generales se expresan como maneras particulares de orga-
nización de la actividad humana dentro de una FES determinada. Podriamos decir,
parafraseando a Marx y Engels (1982: 19) cuando aluden a la relación entre la cate-
goría modo de vida y la reproducción física de los individuos, que: “Tal y como los
recolectores cazadores antiguos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide,
por consiquiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo
como lo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones
materiales de su producción...”.
El rasgo que en el presente caso caracteriza, desde nuestro punto de vista, las
condiciones materiales de vida, los modos de vida de los pobladores originarios de
aquellas georregiones y macrorregiones, es la presencia positiva o negativa de fauna
pleistocénica al menos en una cantidad suficiente como para imprimirle un sello
particular a la vida de las poblaciones recolectoras cazadoras originarias.

El modo de trabajo

Refiere a la forma de producción y reproducción de la vida material de las poblacio-


nes que practican un determinado modo de vivir, a los diversos procesos de trabajo,
concretos y particulares en los cuales se objetiva el trabajo y la creatividad de los
seres humanos de una determinada FES. Las relaciones sociales de producción que
lo sostienen, así como los modos imaginarios de producción (superestructura) que
sancionan la conducta social, económica y política de los individuos, constituyen
elementos que dinamizan o retrasan el cambio histórico.

Regiones geohistóricas

La teoría de la geohistoria “... parte de la concepción geográfica que concibe el espacio


como el producto concreto de la acción de los grupos humanos sobre su entorno natural,
para su conservación y reproducción dentro de condiciones históricas determinadas...”;
26 Mario Sanoja Obediente

alude a los procesos que señalan el uso de una misma área o territorio geográfico por
parte de grupos territoriales históricamente diferenciados, lo cual permite explicar las
raíces históricas de los procesos contemporáneos (Sanoja y Vargas-Arenas 1999a: 13).
Hacia finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, los datos conocidos
hasta el presente indican que la población del territorio de Venezuela estuvo divi-
dida grosso modo en dos grandes regiones geohistóricas: la región geohistórica del
noroeste que comprendía los actuales estados Falcón, Lara, Zulia, Cojedes y Ca-
rabobo, la región geohistórica de la cuenca del Orinoco y la región geohistórica del
noreste de Venezuela, integrada por los actuales estados Anzoategui, Sucre, Delta
Amacuro, Monagas, Guárico, Bolívar y Amazonas.

MAPA 1
Antiguas regiones geohistóricas de Venezuela.
El alba de la sociedad venezolana 27

La cultura de las poblaciones originarias del noroeste parecen haber sido el fruto
de un largo proceso evolutivo local que, según algunos autores, podría haber partido
de una etapa inicial caracterizada por la manufactura de instrumentos de produc-
ción bifaciales de gran tamaño, hachas de mano y lascas tipo “clactoniente” talladas
en cuarcita, con una antigüedad estimada de alrededor de 20.000 años antes del
presente (Oliver y Alexander 1990), instrumentos de producción utilizados para la
recolección y la caza generalizada. El inicio del proceso evolutivo local del noroes-
te de Venezuela habría culminado hacia 14.000-13.375-11000 años a.p. (Bryan y
Gruhn en Ochsenius y Gruhn 1979: 53-58; Brennan 1970: 136) en una fase carac-
terizada por instrumentos de producción bifaciales para la caza especializada tales
como puntas de proyectil, raspadores, cuchillos y diversos tipos de instrumentos
manucturados sobre láminas de cuarcita, sílex o chert.
La factibilidad de aquella secuencia, puesta en duda por diversos investiga-
dores, parece estar avalada por la existencia de procesos similares ocurridos en
diversas regiones de Norteamérica, Mesoamérica y Suramérica, los cuales indi-
can en Norteamérica una antigüedad para la fase inicial de la misma (gente de los
pebble tools) estimada entre 80.000 y 40.000 años antes del presente (a.p.) y de
13.000-10.000 años a.p. para el inicio de la fase final de cazadores especializados
(Brennan 1978; 148-171).
En el caso particular de la región geohistórica del noroeste de Venezuela, no
ha sido posible determinar la data y las modalidades de la fase final del modo de
vida recolector cazador especializado, aunque es posible estimar su posible desapa-
rición hacia 6.000-5.000 años antes del presente con base en los fechados del sitio
La Hundición, estado Lara, Venezuela. Los sitios arqueológicos que ilustrarían el
destino final de aquellas poblaciones cazadoras especializadas, todavía no han sido
consistentemente relevados. Las poblaciones de la formación productora ya estaban
presentes en el NO de Venezuela posiblemente entre 3.000 y 2.000 años antes del
presente, principalmente como producto de procesos de migración originados en la
costa de Ecuador o la de Colombia (Sanoja 2001).
Las poblaciones de aquella región geohistórica compartíeron modos de trabajo
que eran variantes de un modo de vida cazador especializado que culminó –hacia
3.000 años antes del presente– con focos de domesticación de plantas comestibles,
hecho que marcó la disolución de la FES apropiadora (recolectores-cazadores) y el
inicio de de la FES productora de alimentos.
28 Mario Sanoja Obediente

Los esquemas teórícos sobre el poblamiento humano originario del actual te-
rritorio de Venezuela, tales como, por ejemplo, la famosa teoría de la H propuesta
por Osgood (1943; Dupuy 1952: 16-17) o la dicotomia cultural (Cruxent y Rouse
1961-1: 305-307), siempre han insistido sobre la existencia de una diferencia cul-
tural entre las poblaciones originarias del oeste y el oriente del país. Para aquellas
fechas, la existencia de sociedades recolectoras cazadoras en la cuenca del Orinoco
no estaba documentada, salvo por la presencia de puntas de proyectil pedunculadas
provenientes del Alto y Medio Caroní, generalmente recolectadas fuera de contexto
por los mineros que buscaban oro y diamantes en las arenas del río.
Aquella dicotomía cultural –pensamos– es reflejo de la formación de las regio-
nes geohistóricas originarias en el territorio de Suramérica y particularmente en el
norte del mismo. Mientras la cuenca del Orinoco y la región de Paria constituyeron
una prolongación septentrional de los procesos culturales que tuvieron lugar en la
cuenca del Amazonas-Orinoco, el noroeste de Venezuela parece haber sido el esce-
nario de un antiguo proceso autónomo de desarrollo cultural que habría impactado
las sociedades cazadoras recolectoras del litoral pacífico suramericano.
PARTE I
La FES apropiadora del norte de Suramérica

1. El escenario suramericano
El poblamiento y la colonización originaria de la América Meridional es un evento
muy particular dentro de la historia de la humanidad. Suramérica constituye una
masa territorial de enormes proporciones que encierra una gran diversidad de re-
giones geográficas y climas, la cual sin duda tuvo gran impacto en el modelado cul-
tural y genético de las pequeñas bandas de individuos que entraron en el continente
norteamericano al menos entre 40.000 y 30.000 años antes del presente, durante
el período de recalentamiento relativo del Wisconsin Medio (Patterson 1981: 244-
245; Lavallée 1995: 9-10), cruzando los hielos, vadeando o navegando los brazos de
mar que separaban Asia de Norteamérica.
Una vista general de las características culturales que tenían las poblaciones
humanas arcaicas suramericanas entre 13.000 y 10.000 años antes de ahora nos
indican que ya existían para esa época profundas diferencias culturales entre las
poblaciones que habitaban en los diversos territorios suramericanos (Dillehay et álii
30 Mario Sanoja Obediente

1992). Esas diferencias parecen haber sido el producto de los procesos de deriva ge-
nética, étnica y cultural que habrían comenzado a operar desde milenios anteriores a
aquellas fechas, sobre todo si consideramos que se trataba –para ese entonces, como
ya se dijo– de grupos humanos integrados por pocos individuos, dispersos sobre
vastos territorios sujetos a rigurosos cambios climáticos y modificaciones drásticas
del relieve, la fauna, la flora y los cursos de agua. De lo anterior podría inferirse que
el poblamiento y la colonización original de Suramérica representan un proceso his-
tórico de naturaleza diferente al de Norteamérica.
Dichos cambios climáticos, conjuntamente con el aislamiento en que vivían
aquellos grupos debido a las barreras geográficas, ecológicas y sociales que delimitan
las diversas regiones geográficas de Suramérica, determinaron tanto el surgimiento
de diversos modos de vida como la ruptura del lenguaje o lenguajes originales en
diversas variantes lingüísticas y dialectales regionales. Es en este sentido que Gnecco
(2003: 16-17) considera también que el poblamiento humano de la América Tropi-
cal podría ser considerado como un lento proceso de colonización territorial afin-
cado en la explotación de todos los recursos, animales o vegetales, de la biomasa.
Por el contrario, en Norteamérica, desde los milenios finales del Pleistoceno, existió
una importante biomasa que condicionó los modos de vida de los primeros inmi-
grantes. Los modos de trabajo de aquellos modos de vida se caracterizaban prin-
cipalmente por la explotación de un recurso contingente, como son los rebaños de
grandes animales gregarios, cuya permanencia en una región determinada no estaba
controlada por la acción humana. En consecuencia, los diversos procesos de trabajo
que conforman la tecnología estaban principalmente diseñados para explotar aquel
recurso, no los suelos donde vivían los rebaños; para vencer la precariedad de aquella
contingencia, al igual que los antiguos pueblos pastores asiáticos, su modo de vida
tenía que estar culturalmente orientado, de manera preferente, hacia una existencia
móvil dentro de las llanuras o sabanas que servían de nicho a aquellos rebaños. Sin
embargo, en el este de los Estados Unidos, la tradición de paleocazadores coexistió
con grupos de recolectores cazadores, pescadores, recolectores y/o cultivadores de
plantas, asi como de bivalvos y moluscos de agua dulce desde por lo menos 11.602 +
602 a.p. (Brennan, 1970: 211).
En el caso particular del poblamiento originario de Suramérica, y especialmente
de su región tropical, como ya se dijo, parece haber ocurrido un lento proceso de co-
lonización, el cual estaba caracterizado a su vez por procesos territoriales de control
El alba de la sociedad venezolana 31

de recursos naturales de fauna y de flora. Los recursos de fauna, aunque abundantes,


no estaban tan concentrados como parece haber sucedido en Norteamérica, caso con-
trario a la abundancia, diversidad y accesibilidad de los recursos vegetales que parece
haber existido en Suramérica. Esta circunstancia habría motivado a sus pobladores
originarios a maximizar la explotación territorial de los mismos y en consecuencia a
promover la territorialidad y el sedentarismo (Gnecco, ibíd. Bate 1983 II: 205-213).
La evidencia arqueológica indica que los primeros grupos humanos que entraron
en las Américas posiblemente con anterioridad a los 30.000 años antes del presente
parecen haber estado organizados en pequeñas bandas de recolectores cazadores
no especializados, cuyos instrumentos de producción multifuncionales eran funda-
mentalmente lascas y núcleos líticos unifaciales. Contextos similares han sido halla-
dos en diversas regiones de Suramérica, incluso en una posición estratigráfica que
antecede a niveles posteriores donde están presentes puntas de líticas de proyectil
(Krieger 1964; Lanning y Patterson 1974: 5; Macneish 1974: 15 y 16; Lavallée 1995:
74; Sanoja y Vargas 1992: 33-50). Otros autores, como José Luis Lorenzo (1987:
146-154), se mostraron partidarios de fechas tan remotas como 70.000-50.000 años
a.p. para el inicio de las migraciones humanas paleoasiáticas hacia territorio ame-
ricano, señalando la presencia de grandes artefactos líticos cuya definición técnica
obedecía más a criterios funcionales que formales, particularmente lascas que –dice
dicho autor– recuerdan la técnica clactoniense que se halla en muchas poblaciones
paleolíticas del mundo.
Las evidencias arqueológicas conocidas hasta ahora sobre el poblamiento ori-
ginario de Suramérica nos llevan a considerar que la mayoría de las poblaciones
recolectoras-cazadoras originarias que entraron a Suramérica practicaban un modo
de trabajo generalizado. En este aspecto, a diferencia de las denominadas paleoin-
dias que parecen haber surgido en períodos posteriores, no practicaban un modo
de trabajo especializado en la caza de megafauna o en la caza de mamíferos grega-
rios como fue el caso particularmente en Norteamérica, donde la fauna pleistocéni-
ca –particularmente el mamut– podría haber llegado al continente americano hace
unos 200.000 años. Según Jennings (1978: 15), especies zoológicas paleoasiáticas
como el bisonte y el alce ya estarían viviendo en Norteamérica con anterioridad a
la fecha de 80.000 años antes de ahora. El inicio del proceso de extinción de la me-
gafauna pleistocénica, según el mismo Jennings, podría ubicarse temporalmente en
10.000 años, coincidiendo con la finalización del período Pleistoceno y con la fase
32 Mario Sanoja Obediente

expansiva de los primeros pobladores paleoamericanos sobre el territorio de Norte-


américa, América Central y Suramérica.
De los datos que conocemos hasta el presente, podemos inferir que la fauna
pleistocena migró hacia el sur –fundamentalmente– a lo largo de la costa pacífica
hasta llegar al extremo austral del territorio que es hoy Argentina y Chile. Otra par-
te de la misma debe haber remontado hacia el noreste (NE), a lo largo de la posible
llanura litoral que parece haber existido en el litoral noroeste (NO) de Suramérica
como consecuencia del descenso de nivel del mar a -140 m bajo su nivel actual, hasta
alcanzar el territorio del NO de Venezuela (Lavallée 1995: 6).
A juzgar por la ausencia virtual de restos esqueléticos, los rebaños de fauna
pleistocénica no incursionaron –de manera significativa– hacia el territorio de las
actuales cuencas de los ríos Amazonas y Orinoco, aunque las antiguas poblaciones
originarias de pobladores paleoasiáticos sí se adentraron en dichos territorios y co-
menzaron a colonizarlos desde hace al menos 30.000 años antes de ahora.
La ausencia de un volumen significativo de aquellas especies en el territorio su-
ramericano, y particularmente en las cuencas del Amazonas-Orinoco, orientó –po-
siblemente– a las poblaciones recolectoras cazadoras generalizadas hacia una vida
nomádica restringida y un modo de trabajo que propiciaba la localización estable de
las poblaciones humanas en las áreas de captura de recursos de fauna neotrópica y de
vegetales, apoyada de manera significante en las prácticas sociales de mantenimiento
ejecutadas por las mujeres junto con los niños y niñas (Araujo, Neves y Kipnis 2012:
547). Ello determinó a su vez, quizás, el desarrollo de una tendencia temprana hacia
la sedentarización con efecto sobre la diversificación cultural y lingüística.
Los primeros pobladores paleoasiáticos habrían ingresado a Suramérica vía el
istmo de Panamá durante finales del período Pleistoceno, cuando el nivel del mar se
hallaba alrededor de 120 m por debajo del actual y el relieve litoral del noroeste de
Suramérica y de la América Central tenía seguramente otra configuración. Al inicio
colonizaron posiblemente la parte norte del continente. A este respecto, las investi-
gaciones arqueológicas de Guidon (1987, 1989) y sus asociados en la región de Piauí,
Brasil (Parenti, 1933 a-b; Parenti, Mercier y Valladas, 1990), aportan evidencias
duras sobre la presencia de poblaciones humanas en Suramérica contemporáneas
con aquel evento climático, datados entre 50.000 años y 15.000 años a.p., asociadas
con una industria lítica muy rústica de cuarzo y cuarcita integrada por pebbles tools
y raspadores sobre lascas (Fig. 1), las cuales vivían en recintos cavernarios, grutas o
El alba de la sociedad venezolana 33

aleros como es el caso de Toca Pedra Furada, Toca de Boqueirao y Toca da Esperan-
za (Schobinger 1988: 375-395).
Grupos humanos similares ya estaban vivíendo en la región meridional de Sur-
américa –con certeza– hacia 13.000 años antes del presente, como lo evidencia el
sitio arqueológico de Monteverde, Chile. Se trataba de un asentamiento humano al
aire libre con restos bien preservados de antiguas cabañas, plantas, huesos de ani-
males extintos y artefactos de piedra y madera, sellados en un estrato de turba. Sus
instrumentos líticos de trabajo eran también muy rústicos, fundamentalmente peb-
bles tools, lascas y núcleos unifaciales. Aproximadamente 1,50 m debajo del estrato
inferior, aparecieron otros conjuntos de piedras percutidas o con indicaciones de
abrasión, posibles artefactos líticos que podrían asociarse con otra cultura más an-
tigua, cuya antigüedad podría ser datada alrededor de 33.000 años (Dillehay 1989).
Como ya hemos mencionado, también en los valles litorales del estado Falcón,
Venezuela, existió igualmente lo que podría considerarse una antigua tradición
lítica pre-Clovis de lascas y bifaces de tipo clactoniense, choppers y pebbles tools,
denominada tradición El Camare, recolectados sobre terrazas fluviales con una an-
tigüedad estimada de 20.000 años a.p. (Oliver y Alexander 1995), lo cual podría
corroborar la amplia presencia de dichas poblaciones antiguas en Suramérica desde
los tiempos pleistocénicos.
Las evidencias anteriores parecen indicar, de manera fehaciente, que para fina-
les del Pleistoceno, las poblaciones de antiguos recolectores cazadores generalizados
habían colonizado prácticamente todo el territorio suramericano desde el Caribe
hasta el extremo sur del continente. Entre 14.000 y 10.000 años a.p. ya encontramos
una gran diversidad de poblaciones antiguas de recolectores cazadores generaliza-
dos o tropicales cuyo ajuar tecnológico consistía en lascas, percutores y raspadores
de cuarcita y sílex, microlascas de cuarzo y una variada industria de hueso, las cuales
ya habitaban el sureste de Brasil, los valles del Amazonas y el Orinoco y el macizo
Guayanés, los valles intermontanos de la cuenca del río Cauca y la meseta cundibo-
yacense de Colombia, el litoral septentrional de Chile, el litoral de Perú y Ecuador
y el litoral atlántico desde el norte de Argentina hasta el noroeste de Venezuela,
Trinidad y Guyana (Sanoja y Vargas-Arenas 2006, 2012).
La caza y quizás también el aprovechamiento carroñero de la carne de la mega-
fauna pleistocena, a la par que de la fauna neotrópica, fue también practicada por
las antiguas poblaciones de antiguos cazadores recolectores generalizados. Como
34 Mario Sanoja Obediente

nos comentaba jocosamente una vez el fallecido prehistoriador mexicano José Luis
Lorenzo, aquellas poblaciones no se organizaban cada día para cazar su mastodonte
cotidiano; éstos eran más bien presas capturadas muy ocasionalmente cuando los
cazadores hallaban las condiciones materiales apropiadas para hacerlo. Vemos así
que en diversos campamentos cavernarios de recolectores cazadores generalizados
donde no están presentes puntas líticas de proyectil, tal como sucede en la meseta
bogotana (Van der Hammen y Correal 2002, Correal 1993), en Paccaicasa y Cueva
de las Pulgas, valle de Ayacucho, Perú (Macneish 1974: 145-149), en la costa nor-
te de Chile, sitios de Quereo y Tagua Tagua 11.1000 años a.p. (Núñez Atencio,
Lautaro 1994: 351-353), o en la pampa al sur de Buenos Aires, sitio La Moderna
(Lavallée 1995), entre otros, donde se han hallado también los restos esqueléticos de
mastodontes y otras especies de fauna pleistocena que fueron destazadas y comidas
por sus habitantes, no están presentes en los momentos iniciales puntas líticas de
proyectil. Es muy probable que hubiesen utilizado la madera, el hueso o la concha
para la manufactura de dichos artefactos, como se muestra en periodos posteriores.
La evidencia arqueológica que testimonia la presencia temprana de posibles po-
blaciones humanas paleoasiáticas en el área de estudio refleja, como vemos, muchos
de los temas de debate que se han suscitado al analizar los restos materiales de-
jados por las sociedades de antiguos recolectores cazadores americanos, los cuales
estarían relacionados con un posible horizonte de industrias líticas indiferenciadas
que Krieger (1962: 130-143; Brennan 1970: 150-151) denominó “pre-projectile point”
(pre puntas de proyectil), el cual precedería o quizás coexistiría en algún momento
con el de industrias bifaciales laminares con puntas de proyectil generalmente aso-
ciadas con la caza de megafauna. La presencia de dichas industrias de instrumentos
líticos no especializados sin puntas de proyectil, podría parangonarse morfológica y
técnicamente con las antiguas tradiciones o culturas recolectoras cazadoras del Pa-
leolítico Inferior y del Paleolítico Medio que ya existían en el noreste de Asia desde
los siglos finales del Pleistoceno (Lorenzo 1987: 357).
Aquella opinión es compartida razonablemente por la conocida prehistoriadora
francesa Danielle Lavallée, quien considera que la evidencia que al respecto conoce-
mos hasta el presente,

“... nous conduit finalement a accepter, un peu par force et faute de mieux, l´idée
qu’ont coexisté alors, en Amerique du Sud, deux grandes traditions techniques dis-
El alba de la sociedad venezolana 35

tinctes. L’une ignorant la pointe de jet et, d’une facon generale, le travail bifaciale de
la pierre, et y suppléant par un equipement de bois et d´os (disparú), heritiére des
premieres vagues de peuplement arrivés en Amerique du Sud; l’autre ayant adopté
(ou inventé independamment?) une tradition de piéces bifaciales aportées par les
migrations plus recentes. Hypothese pas totalment satisfaisante et pour la quelle,
surtour, dans l’etat actuel de nos connassances, les preuves manquent. Opinion par
consequénce revisable a tout moment., mon metier de prehistorien devait (devrait)
exclure tout dogmatisme...”
Lavallée, 1995: 137.

El proceso de poblamiento originario y la colonización del norte


de Suramérica

La diversidad fenotípica y cultural que caracteriza las antiguas poblaciones reco-


lectoras cazadoras suramericanas nos plantea la necesidad de repensar la interpre-
tación clásica, sostenida por la academia norteamericana, sobre la supuesta conti-
nuidad lineal que existiría entre las tradiciones líticas norteñas y las de Suramérica.
Como hemos visto, las fechas de C14 indican –en algunos casos– que muchos even-
tos arqueólogicos de finales del Pleistoceno o inicios del Holoceno se produjeron en
tiempos muy antiguos tanto en Suramérica como en Norteamérica y en contextos
culturales y geomorfológicos obviamente distintos, lo cual debe llevarnos a buscar
una explicación más consistente y convincente sobre el poblamiento de las Américas.
Como dijo Lorenzo, aquellos primeros pobladores humanos que alcanzaron a
estos continentes vinieron, sin duda, del sureste asiático; sin embargo, en el trans-
curso de milenios, una vez que que se habían alejado de la zona ecológica de origen
y se desplazaban hacia el sur, quedaban cada día también más alejados de la fuente
original en Norteamérica y de toda posible relación con ella (Brennan 1970: 25;
Lorenzo 1987: 158).
Sin entrar a discutir el problema cronológico, parecería evidente que en la fase
más antigua de la FES apropiadora suramericana, las primeras poblaciones huma-
nas paleoasiáticas tenían un modo de vida recolector cazador generalizado con sus
modos de trabajo correspondientes, esto es, las diversas praxis del modo de vida
(Veloz Maggiolo 1984: 98; Vargas-Arenas 1990: 67), caracterizados por conjuntos
de instrumentos líticos no especializados, sin puntas líticas de proyectil. Investiga-
36 Mario Sanoja Obediente

ciones arqueológicas como las de Lanning y Patterson y Macneish en la costa del


Perú, han mostrado estratigráficamente cómo se desarrolló el largo proceso cultural
que llevó desde las primeras formas de vida recolectoras generalizadas hasta los ca-
zadores especializados y los inicios de la agricultura.
La evidencia paleoantropológica derivada del estudio de los esqueletos humanos
fósiles indica (Chatters 2001: 219-225; 230-231) que los primeros paleoamericanos
conformaban una diversidad de poblaciones no-mongoloides; una segunda oleada
de población mongoloide formada por gentes muy parecidas a los indios modernos,
apareció en Norteamérica alrededor de 6.000 años a. C., y reemplazaron a la antigua
población de origen paloasiático; de igual manera en Suramérica, como muestran las
investigaciones arqueológicas de Lanning, Patterson y Macneish, podría interpretarse
que antes de 7.000 años a. C. la primera oleada de antigua gente paleoasiática, igual-
mente étnica y culturalmente diversa, con cráneos australoides, dolicocefálicos simila-
res a los hallados en Santana do Riacho, Brasil, comenzó a ser reemplazada en muchos
lugares por una nueva oleada de gente mongoloide similar a los indios actuales.
Lanning y Paterson llevaron a cabo sus investigaciones en la parte baja del río Chi-
llón (1973: 62-68), revelando la existencia de diversos sitios arqueológicos cercanos a la
orilla del océano Pacífico, tales como Cerro Chivateros y Oquendo, que testimonian
una larga ocupación humana que comenzó en 12.000 años a. C. (Gráfico 1). El llamado
complejo de la Zona Roja, excavado en el estrato más profundo de Cerro Chivateros
se caracteriza por un ajuar de pequeños instrumentos de cuarcita, cuyos bordes fueron
mejorados mediante percusión directa para producir raspadores, perforadores y buriles.
Los autores mencionados consideraron la inclusión en dicha secuencia de los materiales
del sitio Oquendo, excavados en otro sitio del área en un estrato similar a Zona Roja,
como fase siguiente a ésta. Los instrumentos líticos consisten igualmente en pequeños
fragmentos de cuarcita trabajados como buriles y martillos del mismo material, con una
fecha de 10.000 años a. C. Sobre el estrato inicial de la zona roja de Chivateros, los auto-
res hallaron lo que consideran el Horizonte Andino de Bifaces o Chivateros 1, fechado
en 9.000 años a. C., grandes artefactos bifaciales con bordes aserrados asociados con
grandes lascas obtenidas por percusión directa de un núcleo de cuarcita de mayor tama-
ño, grandes raspadores, piedras con muescas, puntas bifaciales de proyectil o cuchillos.
La última fase, Chivateros 2, fechada en 8.000 años a. C., representa una formulación
mejorada del ajuar lítico anterior, el cual incluye puntas líticas de proyectil dobles remi-
niscentes de las que existieron en la tradición El Jobo, noroeste de Venezuela.
El alba de la sociedad venezolana 37

GRÁFICO 1
Secuencia arqueológica de los sitios Chivateros-Oquendo, Perú
(tomado de Lanning y Patterson).
38 Mario Sanoja Obediente

Las investigaciones de Macneish en Cueva de las Pulgas, Ayacucho, Perú (1973:


69-79), como ya expusimos, han mostrado que en el depósito más profundo de la
misma hay evidencias de una industria lítica muy rudimentaria de choppers o taja-
dores en basalto: el complejo Paccaicasa, con una antigüedad de 22.000 años antes
del presente. Por sobre el anterior depósito hay una capa de suelo muy duro, de color
amarillento, denominada Zona h1, que contenía una industria de pequeñas lascas
de tufa volcánica, basalto, calcedonia chert y cuarcita, asi como choppers al estilo de
la fase anterior, asociada con huesos de fauna pleistocénica: pereza, caballo y posi-
blemente también tigre dientes de sable.
Las fases superiores de la secuencia de Ayacucho testimonia una presencia cada
vez más creciente de una industria de lascas unifaciales: puntas de proyectil, buriles,
raspadores laterales, hojas denticuladas y perforadores, instrumentos hechos con
cuernos y costillas de venado, que reemplaza finalmente al denominado complejo
Paccaicasa, culminando finalmente en una fase donde el ajuar lítico esta dominado
por la presencia de bifaces, unifaces puntas de proyectil y finalmente, en las Fases
Jaywa y Piki, 6.000 años a.p., instrumentos de piedra pulida que indican el inicio de
lo que sería el uso cotidiano de alimentos de origen vegetal (Macneish 1973: 74-75).
Con base en estas investigaciones, Macneish (1973: 77-78) propuso la existencia
de tres etapas de la ocupación humana en Suramérica:
1) Caracterizada por una industria de choppers, grandes raspadores laterales e
instrumentos denticulados que el autor denomina Core Tool Tradition que ha-
bría aparecido entre 25.000 y 15.000 años a.p.
2) La tradición de útiles líticos sobre lascas y útiles de hueso: puntas de pro-
yectil, cuchillos, raspadores laterales y lascas denticuladas, que habría florecido
entre 15.000 y 13.000 años a.p.
3) La tradición de hojas, buriles puntas líticas de proyectil en forma de hoja de
laurel, la cual está muy bien definida en el sitio El Jobo, del NO de Venezuela,
14.000-13.000 años a.p.
Otras evidencias halladas en el sitio Monte Verde, al sur de Chile, con un fe-
chado inicial de 10.000 + 120 y otro de 12.015 + 250 a. C. muestran, entre los
vestigios de una cabaña construída con ramas y maderos, la asociación de restos de
mastodonte (Cuvieronis sp.) con artefactos de hueso y numerosos otros hechos de
madera, entre ellos uno de forma lanceolada con el interior cóncavo, de base igual-
mente cóncava y el extremo distal cortado diagonalmente en punta. El instrumental
El alba de la sociedad venezolana 39

GRÁFICO 2
Secuencia arqueológica del sitio Cueva de las Pulgas. Ayacucho (tomada de Macneish).
40 Mario Sanoja Obediente

lítico, muy escaso, incluye raspadores y gubias enmangadas en madera y choppers


de cuarcita, notándose la ausencia de artefactos bifaciales o desechos de talla (Bate,
1983: 270-72; Dillehay, 1981). Como veremos más adelante, sitios relacionados con
esa tradición de instrumentos de producción indiferenciados también existen en Co-
lombia, asociados con la caza de megafauna pleistocénica en períodos cronológicos
similares (Correal, 1981).
De lo anterior podríamos considerar que dentro del área en estudio coexistieron,
pues, básicamente, dos modos de trabajo recolector cazador, caracterizados arqueo-
lógicamente por:
a) un antiguo modo de vida recolector cazador recolector generalizado de las
poblaciones paleoasiáticas o paleoamericanas que surgiría entre 25.000-15.000
años a.p., o antes, caracterizado técnicamente por la manufactura y utilización
de instrumentos de producción polivalentes, generalmente unifaciales, fabrica-
dos a partir de la piedra o de sólidos fibrosos (hueso, madera, etc., cuyo modo de
trabajo se aplicaba a la explotación, apropiación y aprovechamiento de todos los
recursos naturales de subsistencia.
b) un modo de vida cazador especializado, el cual surgió entre 13.000-10.000
años a.p., denominado también como paleoindio asociado posiblemente con po-
blaciones paleomongoloides o mongoloides, el cual se caracterizó por la manu-
factura y utilización de instrumentos líticos de producción específicos para la
caza y el destazamiento de los animales cazados.
c) Ambos modos de vida y sus correspondientes modos de trabajo expresaban
el diseño de las diferentes estrategias de subsistencia que caracterizan los modos
de vida recolectores-cazadores antiguos de la formación apropiadora (Sanoja y
Vargas 1995: 61-64).

La tesis que plantea la coexistencia en Suramérica de dos grandes tradiciones


técnicas –una de artefactos líticos no especializados, que no practicaba la manufac-
tura de puntas líticas de proyectil ni el trabajo bifacial de la piedra, supliéndolos por
un instrumental de hueso o madera, ya desaparecido, sostiene igualmente la existen-
cia de otra que adoptó o inventó independientemente una tradición lítica bifacial con
puntas de proyectil. Ambas son apoyadas también por las nuevas investigaciones ge-
néticas sobre el origen de aquellas antiguas poblaciones originarias que las desarro-
llaron. Tales son las investigaciones de Layrisse y Wilbert (1999: 40; 152-163), basa-
El alba de la sociedad venezolana 41

das en el análisis discriminante del antígeno Diego (Dia) en el sistema sanguíneo de


188 grupos étnicos de los diferentes continentes así como de las islas del Pacífico, las
cuales permitieron a aquellos autores formular hipótesis tentativas sobre su origen y
distribución en las poblaciones humanas de los diferentes continentes. La hipótesis
formulada por aquellos autores sirve como referencia importante para comprender
y sistematizar la data arqueológica, paleoecológica y geocronológica existente hasta
el momento.
Dichas extensas investigaciones, llevados a cabo desde 1960 sobre la población
a escala mundial, permitieron a Layrisse y Wilbert establecer el carácter del alele
Dia (factor Diego) como un marcador discreto, exclusivo del carácter mongoloide y
una evidencia genética discriminante para estudiar la descendencia de los indígenas
americanos de los mongoloides asiáticos, distinguir los mongoloides asiáticos y los
aborígenes americanos de las poblaciones caucasoides y negroides, utilizando mar-
cadores genéticos distintos a los fenotípicos expuestos anteriormente por autores
como Laughlin, Birdsell, Coon, entre otros, que refieren a la morfología corporal,
la dentición, crecimiento, patología, fisiología y serología (Brennan 1970: 114-118).
En función de la presencia o ausencia del Factor Diego, aquellos autores esta-
blecieron como hipótesis que las poblaciones fundadoras y subsecuentemente los
primeros colonizadores de las Américas eran posiblemente grupos de filiación no-
mongoloide, dolicocéfalos y Dia– que habrían migrado durante el Pleistoceno Tar-
dío. Las poblaciones que sí llevaban el Dia+ llegaron posteriormente, introduciendo
y difundiendo el alele en función de la migración y del flujo genético neomongoloide.
Los autores presumen que el antiguo componente australoide americano fue destrui-
do y/o asimilado por nuevas oleadas de poblaciones neomongoloides o paleocauca-
soides (Layrisse y Wilbert 1999: 161-162). Las poblaciones aborígenes que poseían
dicho alele y aquellos que no lo tenían o lo tenían en muy pequeñas proporciones
fueron, pues, reflejo de dos diferentes oleadas de migración hacia América; de estas,
los llamados paleoasiáticos Dia– negativos, recolectores cazadores generalizados sin
puntas líticas de proyectil, serían los descendientes de la primera oleada.
Corroborando las teorías emitidas por Cavalli-Sforza y Neves et álii, ya comen-
tadas, la tesis sobre el poblamiento originario de las Américas fundamentada en
estudios genéticos sostenidas por Layrisse y Wilbert (1999: 139-140), confirma y
amplía, como hemos visto, la teoría del horizonte inicial “pre-projectile points” emiti-
da orginalmente por Krieger, la cual, como hemos visto en párrafos anteriores, había
42 Mario Sanoja Obediente

sido sostenida fundamentalmente con base en el estudio de las evidencias arqueo-


lógica, y ahora está sustentada también en el análisis comparado de las evidencias
paleoantropológicas y genéticas, particularmente el ADN mitocondrial, obteni-
das por diversos investigadores a partir de restos esqueléticos de paleoamericanos
(Chatters 2001: 229-238).
La data GM de la inmunoglabulina (Layrisse y Wilbert 1999: 162) también con-
firma tanto la heterogeneidad de los modernos nativos americanos así como la fecha
temprana de la entrada de los primeros pobladores paleoasiáticos en las Américas,
alrededor de 30.000 años a.p., lo cual sería coherente con las evidencias paleobio-
lógicas de Lagoa Santa (12.000 a.p.) Monte Verde, Pedra Furada (Lavallée 1995:
62-64, 69) y los otros sitios que anteceden cronológicamente a la aparición de Clovis
en 12.000 a.p. De igual manera, sostienen Layrisse y Wilbert (1999: 161), dicha
data confirma que las más antiguas poblaciones que llegaron a estas tierras eran no-
mongoloides Dia negativas.
En tal sentido, las investigaciones de los autores ya mencionados (1999: 110),
indican también que filogenéticamente hablando la antigua diferenciación Norte/
Sur de los mongoloides asiáticos sería anterior a la evolución de mongoloides espe-
cializados (Dia positivos) en el este de Asia Central y que tanto grupos mongoloides
no especializados (Dia negativos) asi como premongoloides pueden haber entrado
en las Américas y el Pacífico en una época cuando todavía no existían los ultramon-
goloides. En relación al gene Diego (Dia+), este habría coevolucionado en el proceso
de mongolización clásica, de manera que su distribución indicaría el alcance de la
dispersión neomongoloide y el flujo directo o indirecto del gene en poblaciones que
originalmente eran no-Diego.
El gene Diego, como se observa, discrimina primariamente los neomongoloides
y secundariamente los paleomongoloides, asi como también otras poblaciones que
se mezclaron con poblaciones neomongoloides, lo cual permite establecer, con un
grado apreciable de certeza, que los primeros inmigrantes que llegaron al continente
americano eran posiblemente paleoasiáticos de filogenia no-mongoloide y Dia ne-
gativos que entraron desde Siberia antes de 40.000 años a.p. y ya estaba en Alaska
alrededor de 30.000 años a.p. Posteriormente llegaron al istmo de Panamá entre
30.000 y 25.000 años a.p., momento cuando el paisaje interglaciar del continente
estaba entrando en una nueva fase glaciar. Las poblaciones comenzaron a adaptarse
a las condiciones de vida tanto costeras como del interior, convirtiéndose en recolec-
El alba de la sociedad venezolana 43

tores cazadores generalizados, como demuestran las investigaciones de Macneish,


Lanning y Patterson –ya mencionadas– en la costa de Perú.
En el marco de las hipótesis someramente descritas en párrafos anteriores y de
las fechas antiguas enumeradas por Lorenzo (Lorenzo 1987: 158), la antigüedad de
la colonización humana de Suramérica tendría que ser muy anterior a la de Clovis
en Norteamérica, como ha sido también postulado por Brennan (1970: 149, 155),
evidenciando una oleada de migración humana no mongoloide o paleoasiática de
posible origen australoide así como de paleocaucasoides a través de Beringia que
se habría producido entre 45.000 y 30.000 años a.p., armada con un ajuar de ins-
trumentos líticos muy rudimentarios con base al cual surgieron localmente otras
diversas tradiciones líticas.

2. La colonización humana originaria del norte de Suramérica


Cuando los primeros pobladores paleoasiáticos arribaron a Suramérica hace 40.000
años a.p., encontraron un enorme territorio cruzado de norte a sur por la cordillera
de los Andes, que corre paralela a las costas del océano Pacífico desde el mar Caribe
hasta las tierras australes del cabo de Hornos, en tanto que al este de los Andes se
extiende una vasta región dominada en ese entonces por formaciones selváticas, de
sabanas, de montañas y mesetas que tiene por límite el litoral del océano Atlántico.
Un grupo de aquellos pobladores posiblemente subió hacia el norte a lo largo del
litoral caribe colombiano hasta llegar al noroeste de Venezuela, en tanto que otras
se desplazaban tanto a lo largo de la costa pacífica como hacia el interior de Sura-
mérica. Evidencia de esta primera oleada de inmigrantes paleoasiáticos serían los
sitios arqueológicos de Pedra Furada y Toca de Boqueiro en el noreste de Brasil con
un fechado inicial probable de 48.000 años a.p. y Monte Verde I, sur de Chile, con
una antigüedad probable de 33.000 años a.p. (Layrisee y Wilbert 1999: 152-157).
Aquellas antiguas poblaciones, posiblemente organizadas en bandas de 35 a
150 personas (Layrisse y Wilbert 1999: 156), desarrollaron diversos modos de vida
adaptados a la explotación cíclica de los recursos de subsistencia, tanto litorales como
los de las tierras del interior del continente, transformándose eventualmente en re-
colectores cazadores generalizados. Para ese momento, el paisaje continental era el
típico de los interglaciares, comenzando a entrar en una fase típica de los estadios
glaciares, caracterizada por profundos cambios paleoclimáticos que modificaron su
44 Mario Sanoja Obediente

relieve, su flora y fauna hacia finales del Pleistoceno. Fue este hecho el que estimuló
–al parecer– una primera fase de separación y aislamiento territorial entre dichas
comunidades, propiciando en ellas, como ya expusimos, procesos de diferenciación
genética, étnica y cultural, particularmente lingüística (Meggers, 1982: 486.).
A la luz de aquella propuesta teórica, toma importancia la tesis emitida por Rou-
se y Cruxent (Rouse y Cruxent 1963: 30) sobre la existencia de una etapa inicial del
poblamiento del NO de Venezuela, caracterizada por una industria de grandes las-
cas de tipo clactoniense, los choppers bifaciales tipo abbevilliense y pebbles tools tipo
El Camare y Las Lagunas, donde están ausentes las puntas líticas de proyectil. Las
evidencias materiales de dicha etapa –según aquellos autores– fueron recolectadas
sobre la terraza fluvial II de la cuenca del río Pedregal, cuya antigüedad geológi-
ca estimada podría remontarse por lo menos a 24.000-20.000 años a.p. (Oliver y
Alexander 1995: 35; Brennan 1970: 143-144.).
Ello permite reafirmar, con un grado apreciable de certeza, que los primeros in-
migrantes que llegaron al actual territorio venezolano eran posiblemente descen-
dientes de la oleada de pobladores paleoasiáticos de filogenia no-mongoloide y Di.a
negativos que entraron desde Siberia antes de 40.000 años a.p. Los mismos ya esta-
ban en Alaska alrededor de 30.000 años a.p. y posteriormente llegaron al istmo de
Panamá entre ca 30.000 y 25.000 años a.p., momento cuando el paisaje interglaciar
del continente estaba entrando en una nueva fase glaciar.
Las poblaciones paleoasiáticas comenzaron a adaptarse a las condiciones de vida
tanto costeras como del interior de Suramérica, desarrollando como estrategia de
subsistencia la recolección y la caza generalizada. Ello les permitió resistir los cam-
bios climáticos importantes que estaban ocurriendo en las cuencas aluviales de las
regiones bajas de Suramérica debido a la caída del nivel del mar (-120 m) a finales
del Pleistoceno, lo cual ocasionó una apreciable disminución de la vegetación en los
macizos montañosos de Guayana, Brasil y en la cordillera andina. Como consecuen-
cia, aquellos recolectores cazadores generalizados tuvieron que desarrollar procesos
adaptativos a diferentes ambientes sociales y naturales, lo cual se manifestó en el
desarrollo de diversos estilos regionales de vida (Haffer 1982: 6-24; Bigarella y An-
drade-Lima 1982: 27-40; Van der Hammen 1982: 60-66; Meggers 1982: 483-496).
Las pocas evidencias esqueléticas que nos permiten tener una cierta idea del as-
pecto físico de poblaciones paleoasiáticas y paleomongoloides originarias surameri-
canas, indican que entre 10.000 y 8.000 años antes del presente, en diversos sitios
El alba de la sociedad venezolana 45

de Colombia, Brasil, Perú y Chile habitaban personas de talla media, con un fuerte
desarrollo muscular, dolicocéfalos, de cabeza alta (hipsicráneos), frente angosta y
corta, nariz ancha (platirrinos) y un pronunciado prognatismo alveolar (Stewart
1950; Newman 1953; Ardila 1984: 27; Correal Urrego y Van der Hammen 1977:
125-153; Lavallée 1995: 87). Sobre el origen de aquellas poblaciones, según Arau-
jo, Neves y Kipnis (2012: 546-547), los pocos cráneos de antigüedad pleistocénica
hallados en la Zhoukoudian Upper Cave, Liugiang, China, no tienen una afinidad
particular con las poblaciones mongoloides que ocuparon posteriormente la región
entre el Holoceno Temprano y el Holoceno Medio, lo cual hace suponer que el no-
reste de Asia podría ser la fuente original de las primeras poblaciones paleoameri-
canas que entraron en las Américas, las cuales eran posiblemente las paleoasiáticas,
no-mongoloides, que proponen Layrisse y Wilbert. En el caso concreto de Lagoa
Santa, los fechados de radiocarbono y de colágeno indican, con certeza, que aquellas
poblaciones podrían haber estado ya asentadas a Lagoa Santa, región centro oriental
de Brasil, hacia 12.000-11.000 años antes del presente.
Para comprender las características genéticas y culturales, particularmente las
lingüísticas, de los primigenios habitantes de Suramérica, es importante destacar
que la ausencia total del factor sanguíneo Diego que es característica de las primeras
poblaciones paleoasiáticas, se presenta igualmente en enias indígenas venezolanas
modernas como los cuiva, los bari, los yanomama-waica y los warao, así como tam-
bién, por ejemplo, en las etnias alacaluf y yahgan que habitan en el extremo sur del
continente (Layrisse y Wilbert 1999: 40, 42, 44; Sanoja y Vargas-Arenas: 2006:
61-64). De ello sería dado inferir que dichas poblaciones recolectoras, cazadoras y
pescadoras podrían ser, quizás, relíctos de aquellas primeras oleadas de pobladores
paleoasiáticos que llegaron al continente americano y a Suramérica.
El lenguaje de los paleoasiáticos y los paleomongoloides
Las primeras oleadas de recolectores cazadores generalizados paleoasiáticos fue-
ron clasificados por Greenberg (1987: 389; Layrisse y Wilbert 1999: 171-174.) como
pertenecientes a la familia Chibcha-Paezana, familia Macro Chibcha de lenguas con
una amplia dispersión territorial, cuyos miembros sobrevivientes están distribuidos
desde la Florida y la Baja Mesoamérica a través del norte de Colombia, el delta del
Orinoco y el suroeste de Venezuela, hasta el Brasil Central y Argentina, sugiriendo
que aquella pudo ser la matriz de las lenguas que hablaban los antiguos pobladores
paleoasiáticos. Greenberg (ibíd.: 335) adelantó la hipótesis de una fecha razonable
46 Mario Sanoja Obediente

de 10.000-11.000 años a.p. para el origen de algunas lenguas Macro-Chibcha. De


igual manera, Swadesh (1959) corroboró dicha propuesta, proponiendo una fecha
de 10.000 años antes del presente para el inicio de la divergencia entre las diversas
lenguas Macro-Chibcha. De una muestra de 11.086 individuos hablantes de lenguas
Macro-Chibcha tomada de catorce grupos tribales de Mesoamérica y de diecisiete
grupos tribales de Suramérica, particularmente los Chibcha-Paezano, menos del 2%
(0,0168) eran Di.a positivos (Layrisse y Wilbert 1999: 26), hecho que habla –según
los autores– a favor de la antigüedad de dichas lenguas.

Georregiones culturales y tradiciones líticas

La morfología de los instrumentos líticos son expresión de las necesidades sub-


sistenciales de los pueblos cazadores recolectores, de las tendencias técnicas que los
llevan a fabricar la clase de herramientas necesarias para satisfacer las mismas y –fi-
nalmente– de la morfología concreta que se le confiere a las mismas utilizando di-
ferentes técnicas de percusión y abrasión (Leroy-Gourhan 1943-II: 27-45). Cortar,
destazar utilizando un instrumento con borde afilado, es una tendencia técnica ge-
neral, necesaria para preparar, por ejemplo, sólidos flexibles como la carne. Punzar,
penetrar en ese sólido flexible (la carne de un animal), exige una herramienta puntia-
guda, con características aerodinámicas que le permitan ser lanzada con velocidad
desde cierta distancia o con un peso y una solidez que le permita en ambos casos
penetrar en el cuerpo de la presa. La cultura, la ideología de los cazadores y cazado-
ras, imprime a esos objetos los detalles formales que permiten identificar el objeto de
otros similares fabricados por otros pueblos.
La distribución espacial de estas secuencias lógicas relativas a las materias pri-
mas, las tecnologías para modelarlas y las funciones a las cuales se destina el he-
cho concreto resultante, el artefacto, han permitido a diversos autores plantearse la
existencia de rutas migratorias de los pueblos recolectores-cazadores, áreas de colo-
nización, procesos de mestizaje, modelos de subsistencia y de aprovechamiento de
recursos naturales.
Los primeros colonizadores del norte de Suramérica comenzaron a desarrollar
modos de trabajo adaptados a la explotación cíclica de los recursos de subsistencia,
tanto litorales como los de las tierras del interior del continente, transformándose
eventualmente en recolectores cazadores generalizados. Para ese momento el paisaje
El alba de la sociedad venezolana 47

continental era el típico de los interglaciares, comenzando a entrar en una fase típi-
ca de los estadios glaciares, caracterizada por profundos cambios paleoclimáticos
que modificaron su relieve, su flora y su fauna hacia finales del Pleistoceno. Fue este
hecho el que estimuló –al parecer– una primera fase de separación y aislamiento
territorial entre dichas comunidades. Aquellas que habitaban las cuencas de los ríos
Amazonas-Orinoco quedaron como un proceso cultural particular, periférico a los
de la región pacífica de Suramérica que era zona de transito muy activa, limitada al
oriente por las serranías andinas y al oeste por el litoral oceánico que canalizaba las
diversas oleadas de población originaria, propiciando en ellas procesos de diferen-
ciación genética, étnica y cultural, particularmente lingüística. Esta dicotomía en la
intensidad del tiempo histórico entre ambas regiones del continente suramericano
estimuló el desarrollo singular de lo que se ha denominado “cultura de la selva tro-
pical”, que se materializó entonces como la megarregión geohistórica Amazonas-
Orinoco que tomó cuerpo a partir del Holoceno (Meggers 1982: 486).
Entre 14.000 y 10.000 años a.p. aparecieron en la escena suramericana nuevas
bandas de pobladores, esta vez mongoloides (Di.a–+) o paleoindios, cazadores
especializados que habían innovado o desarrollado la tecnología lítica para fabri-
car puntas de proyectil bifaciales, lo cual coincide con las conclusiones de Neves
et álii (1999) al respecto. Dichas poblaciones se concentraron mayormente en la
captura de los grandes mamíferos pleistocénicos. Salvo quizás en Patagonia, la
cultura llamada Paleoindia se desvaneció en la medida que se extinguía la mega-
fauna, en tanto que, hacia 5.000-4.000 años a.p., los antiguos recolectores caza-
dores no especializados pudieron dar el salto cualitativo hacia el sedentarismo y
la agroalfarería.
Como resultado del proceso colonizador iniciado de manera temprana por
las sociedades de recolectores cazadores, hacia 12.000-8.000 años antes de aho-
ra, según Bate (1983-II: 205-213; mapa 2), el territorio de Suramérica ya estaba
ocupado grosso modo por cinco grandes pueblos de recolectores cazadores distin-
guidos como unidades o conjuntos sociales que compartían determinados rasgos
culturales, que vivían y explotaban preferentemente los recursos naturales de de-
terminados ecosistemas.
I) El conjunto I ha sido identificado por la mayoría de los arqueólogos, con base
en el fósil director conocido como “tradición de puntas foliáceas u horizonte El Jobo-
Lauricocha-Ayampitín”. Los pueblos asociados con dicho conjunto se extendieron
48 Mario Sanoja Obediente

MAPA 2
Hipótesis generales sobre las primeras poblaciones suramericanas
(tomado de Bate-II, 1983).
El alba de la sociedad venezolana 49

sobre un eje principal que comprende el noroeste de Venezuela, el piedemonte oc-


cidental de la cordillera de los Andes, el noroeste argentino y la costa del océano
Pacífico hasta el extremo austral del continente, con una antigüedad que va desde
14.000 a 12.000 años a. C., en el sitio El Jobo, Venezuela, hasta 7.000 años a. C., en
el noroeste de Argentina y 6.000 años a. C. en la costa central de Chile (Mapa 2).
La fase más antigua de dicho conjunto, que se encuentra en el noroeste de Vene-
zuela, es conocida como cultura El Jobo, con una antigüedad de 14.000-12.000 años
a.p. Lo relevante de El Jobo es la asociación de las poblaciones humanas con fauna
pleistocena como mastodontes y glyptodontes, entre otra diversidad de restos ani-
males. El origen de aquellas poblaciones humanas de El Jobo –dice el autor– plantea
interrogantes que no han podido ser respondidas todavía.
Las poblaciones del complejo I, según Bate, desarrollaron sistemas de caza es-
pecializada utilizando dardos y propulsores para cazar la fauna pleistocénica, la cual
comprendía desde mastodontes y gliptodontes hasta caballos y milodontes, combi-
nando la disponibilidad de recursos alimenticios y de materias primas existente en
las diferentes ecologías particulares entre el litoral marino y la puna.
II) El conjunto II alude a la llamada tradición Toldense, 10.650 a. C., cuyos sitios
de habitación se localizan en las regiones de llanuras y mesetas orientales del Cono
Sur, en asociación con las denominadas puntas de proyectil “cola de pescado”. Di-
cho conjunto está asociado con un sistema de caza generalizada en el que utilizan
diversos tipos de posibles hondas y boleadoras. En su fase tardía, al desaparecer la
fauna pleistocénica, la actividad de caza se orientó hacia los camelidos, los guanacos
y la recolección de plantas forrajeras. La presencia de arte rupestre se asocia con la
posible existencia de bandas de cazadores y formas de trabajo colectivas.
III) La dispersión geográfica del conjunto III abarca toda la parte septentrional
de Suramerica, desde el norte del Perú hasta el centro-sur del Brasil, las cuencas del
Amazonas y el Orinoco y los valles andinos colombianos. El instrumental lítico es
poco especializado, multifuncional, caracterizado por lascas trabajadas como cuchi-
llos, raederas, perforadores y ocasionalmente puntas de proyectil, así como instru-
mentos de producción en hueso o madera, asociado con un sistema productivo dise-
ñado para que las comunidades humanas pudiesen apropiarse de una amplia gama
de recursos de subsistencia. Este complejo, en nuestra opinión, podría ser el relicto de
los pueblos paleoasiáticos que llevaron a cabo la colonización originaria de Suramérica
hace 30.000 años antes del presente (Sanoja y Vargas-Arenas 2006: 61-64).
50 Mario Sanoja Obediente

El conjunto III lo identifica Bate con poblaciones de cazadores, recolectores, pes-


cadores tropicales (¿paleoasiáticos?) con un ajuar lítico generalmente no especializado,
los cuales ocupaban la mayor parte del continente suramericano, particularmente la
región integrada por las cuencas del Amazonas y el Orinoco (Sanoja y Vargas-Arenas
2006: 49-65), el Matto Grosso, el noreste y el sureste brasileño, la pampa argentina, el
macizo guayanés, los valles y cuencas de los Andes de Colombia, las regiones litorales
de Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil, Guayana, Venezuela y las Antillas.
El proceso colonizador que se desarrolló gracias a la combinación de poblaciones
recolectoras cazadoras generalizadas y cazadoras recolectoras especializadas (conjun-
tos II y III) en el Brasil Central y la Amazonia brasileña, parece haber alcanzado hacia
7.000 a. C. hasta las cabeceras de ciertos afluentes del río Amazonas que descienden
del piedemonte oriental andino, tales como el Marañón y el Napo, donde hallamos la
presencia de sitios arqueológicos como La Cumbre, en Perú; Papallacta y El Inga en
el Ecuador (Schobinger, 1972; Linch, 1978, Bate, 1983: 149), en la costa del Ecuador,
los valles andinos y el valle del río Magdalena, Colombia (López: 2004; Mora 2006:
80-95), caracterizados por un ajuar muy diverso de puntas pedunculadas, de puntas
llamadas “colas de pescado” –que son muy comúnes en el sur de Brasil– y las lanceola-
das, las cuales podrían estar vinculadas al llamado “horizonte andino de bifaces”. Esta
combinación sería fruto del mestizaje de antiguas poblaciones recolectoras cazadoras
generalizadas brasileñas con grupos de cazadores serranos, lo cual podría evidenciar
que hacia 4.000 a. C. ya existían procesos de trabajo cazador recolector vinculados con
los primeros pueblos agrarios de la región (Bate 1983-I: 151).
IV) El conjunto IV está conformado por los sitios arqueológicos que se caracteri-
zan por un instrumental de láminas sílex acabadas con retoque marginal para definir
raspadores, raederas, cuchillos y perforadores para la recolección y preparación de
diversas especies animales y vegetales, así como puntas de proyectil de hueso.
V) Finalmente, el conjunto V incluye el denominado horizonte andino de puntas
pedunculadas o de base escotada localizado en los Andes meridionales y la pampa
argentina, cuya antigüedad se remontaría a 9.000 años a. C., relacionado con pobla-
ciones cazadoras recolectoras, las cuales se apropiaban preferentemente de caméli-
dos y roedores y recolectaban igualmente especies vegetales.
Los límites físicos de aquellos espacios geográficos, posibles áreas geoeconómi-
cas, no corresponden generalmente –dice Bate– con divisiones culturales claramen-
te especificadas, ya que las áreas de ocupación humana se solapaban indicando que
El alba de la sociedad venezolana 51

la coexistencia parece haber sido la norma de vida de de los diversos pueblos origi-
narios suramericanos.
Las teorías expuestas por Layrisse y Wilbert sobre el poblamiento temprano
de Suramérica –a nuestro juicio– tendrían su concreción en dos grandes procesos
colonizadores que se explican en relación con las tradiciones líticas respectivas: uno,
el más antiguo, vincula cronológicamente a las primeras oleadas de pueblos paleoa-
siáticos y paleomongoloides Di.a negativos que entraron a Suramérica, portadoras
de un ajuar lítico no especializado, cuya diáspora alcanzó hasta el extremo sur del
continente entre 30.000 y 13.000 años antes de ahora. La mayoría de estas pobla-
ciones antiguas, que Bate engloba en sus conjuntos III y IV, a partir de ca. 13.000
años a.p., fueron quizás desplazadas del litoral pacífico suramericano o absorbidas,
posiblemente, por nuevas oleadas de población mongoloide Di.a positivo poseedoras
de un ajuar de instrumentos líticos bifaciales especializados para la caza que Bate
incluye en sus conjuntos I, II y V.
La extensa georregión conformada por las cuencas de los ríos Amazonas y Ori-
noco, incluyendo la vertiente oriental de los Andes y el litoral pacífico de Ecuador y
Colombia, habría formado como un extenso refugio que serviría de albergue a la ma-
yoría de las antiguas poblaciones paleoasiáticas y paleomongoloides Di.a-negativos,
incluso las desplazadas o repelidas de su antiguo hábitat del occidente de Suramé-
rica, como podría inferirse de las investigaciones de Lanning y Patterson (1974) y
Macneish (1974) en el litoral andino central del Perú.
A partir de 30-000 años a.p., como ya se expuso, las poblaciones originarias de la
georregión Amazonas-Orinoco comenzaron a construir un modo de vida adaptado
a la dinámica de las cambiantes condiciones ambientales que experimentó la georre-
gión entre finales del Pleistoceno y el Óptimo Climático del Holoceno y a colonizar
tanto las tierras del interior como las regiones litorales atlánticas desde el sur de
Brasil hasta el noreste de Venezuela, modo de vida que ha sido estereotipado bajo la
denominación de cultura de Selva Tropical.
Las poblaciones de este modo de vida tropical, por llamarlo de alguna manera,
lograron concretar, como veremos, importantes desarrollos tecnológicos tales como
la invención independiente de la domesticación y el cultivo de plantas y la manu-
factura de la alfarería, la cestería y el tejido. En la georregión del litoral pacífico de
Ecuador y Colombia, estas poblaciones para 5.000-4.000 años a.p. se convirtieron
rápidamente en cultivadoras ceramistas, absorbiendo posiblemente a las poblaciones
52 Mario Sanoja Obediente

cazadoras especializadas neomongoloides Di.a positivas, logrando en breve tiempo


acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas y construir sociedades protourbanas
complejas y sociedades aldeanas agroalfareras, las cuales desarrollaron modos de
vida mixtos que combinaban la agricultura con la caza, la pesca y la recolección ma-
rina (Meggers, Evans y Estrada 1965; Marcos 1988).

Género y modos de trabajo: recolectores(as) cazadores(as) generalizados(as)


vs. paleoindios(as)

La caracterización de las poblaciones originarias de recolectores(as)-cazadores(as) se ha


limitado, en general, a describir los modos y procesos de trabajo que de manera obvia
se pueden inferir tanto de los instrumentos de producción como de los restos arqueo-
zoológicos. Con base en estas evidencias, la historia del poblamiento americano gene-
ralmente ha privilegiado a los llamados paleoindios, cazadores de megafauna pleistoce-
na, como los protagonistas, como los héroes culturales de nuestros orígenes. Ello lleva
implícito, a nuestro entender, una carga subjetiva sesgada hacia una visión patriarcal,
machista, reñida con la democracia del género, la cual ha sido introyectada y remachada
en la mente de muchos antropólogos(as) y arqueólogos(as) por las diversas tradiciones
culturales y sociales tanto occidentales como no-occidentales, en las cuales hemos sido
socializados tanto los antropólogos(as) como los arqueólogos(as) en general.
En las sociedades cazadoras recolectoras, más que en ninguna de las otras que
las suceden históricamente, la actividad de las mujeres como agentes protagónicos
de la producción debe haber sido imprescindible para garantizar el sostén y el man-
tenimiento de la vida social. Para que todos los individuos que integraban las bandas
de cazadores recolectores pudiesen dedicarse a otras actividades sociales destinadas
a la producción de bienes distintos a los alimenticios y al mismo tiempo comer dia-
riamente, el trabajo de las mujeres debía proveer por lo menos el 60% de la ingesta
alimenticia. Por esa razón, es dado pensar que las mujeres jugaron un papel esencial
en la estabilización de las actividades productivas que fueron el embrión de las so-
ciedades sedentarias (Vargas-Arenas 2007: 30-33).
El modo de trabajo cazador al estilo paleoindio, utilizando lanzas, flechas y dar-
dos armados con puntas de proyectil líticas apoyadas en un complicado ajuar de ins-
trumentos de producción bifaciales o unifaciales, parece haber sido característica de
una minoría de las poblaciones humanas que colonizaron el territorio suramericano.
El alba de la sociedad venezolana 53

Las poblaciones no-paleoindias, con un ajuar de instrumentos líticos indiferencia-


dos, conformaban quizás la mayoría en el norte de Suramérica y el Caribe. Dichas
poblaciones también cazaban, ciertamente, pero utilizando posiblemente armas
arrojadizas con una punta de hueso o de madera endurecida al fuego. La caza era,
al parecer, una actividad productiva contingente, de menor rendimiento, comparada
con el volumen de recursos vegetales y animales que podría obtenerse a través de la
recolección cotidiana de vegetales, moluscos y fauna menor que parece haber sido
una práctica socioeconómica peculiar de las mujeres.

Género y procesos de sedentarización

Un concepto relacionado con el de modo de trabajo podría ser el de las denominadas


“prácticas socioeconómicas”, acuñado por los y las marxistas catalanes(as), concep-
to que refiere a la reproducción de las condiciones materiales e “... incluyen aquellas
actividades destinadas a la obtención, procesamiento y/o conservación de alimentos y a
la fabricación y mantenimiento de implementos, cuyo destino originario se orientó a la
satisfacción de las exigencias mínimas de la vida social: alimento y cobijo para los agentes
sociales...” (Castro et ál., 1996: 38-40).
En la base de aquellas prácticas socioeconómicas parece existir lo que podríamos
llamar una división originaria del trabajo con base en el género. Los espacios domés-
ticos y su entorno territorial inmediato devinieron los espacios donde las mujeres
reproducían su vida cotidiana, donde se hallaban los recursos de subsistencia prede-
cibles y abundantes. El ámbito masculino estaba constituido por los espacios territo-
riales periféricos al entorno territorial doméstico, donde se hallaban los recursos que
no eran ni predecibles ni abundantes. Los hombres podían ausentarse del territorio
doméstico porque su ausencia no comprometía la reproducción social del grupo de la
misma manera que sí sucedía con las mujeres (Vargas-Arenas 2007: 32).
Cazar o no cazar, recolectar o no recolectar... representaba una escogencia laboral
que –en lo particular– no estaba posiblemente supeditada al género. Sin embargo,
tanto el hombre como la mujer eran y son seres sociales que participan en las tareas
que sustentan la reproducción social, las cuales están diseñadas, queramos o no, por
los intereses de los colectivos. Las evidencias científicas muestran, en este sentido,
que tanto las mujeres de la sociedad recolectora cazadora generalizada como la es-
pecializada, cumplían una función muy importante en los modos de mantenimiento
54 Mario Sanoja Obediente

que sustentaban la reproducción social y biológica de la comunidad. No solamente


recolectaban los insumos que permitían sobrevivir en el día a día, sino que practica-
ban las técnicas de producción de cestería y tejidos, así como también el modelaje de
los recipientes naturales (totumas o taparas: Crescentia cujete), producción artesanal
necesaria para almacenar, transformar, conservar y transportar los componentes de
los productos sólidos y liquidos que consumía la comunidad.
Las mujeres eran también yerbateras, conocían profundamente el valor de las
plantas medicinales y las útiles en general que crecían en su entorno; es por eso qui-
zás que el inicio de la horticultura, el sedentarismo y la domesticación de especies
vegetales se dio de manera muy temprana en las sociedades de recolectores cazado-
res generalizados donde las mujeres tenían una situación social dominante desde el
punto de vista económico. No se trataba solamente de la capacidad física e intelec-
tual de la mujer o del hombre para llevar a cabo todas estas tareas, sino también de
la adscripción del género de la persona al de la divinidad o divinidades femeninas o
masculinas que controlaban los diversos sectores del mundo vegetal, animal o mine-
ral y que permitían, simbólicamente, su explotación (Sanoja y Vargas-Arenas 1995:
340-343; Vargas-Arenas: 2007: 32).
Un ejemplo interesante para analizar ocurrió en las sociedades cazadoras tipo
paleoindio de la costa pacífica suramericana, donde se produjo una transformación
en el modo de trabajo consensuada, al parecer, entre las sociedades de cazadores
recolectores que habitaban las serranías y valles de los Andes centrales y las sociedes
recolectoras-cazadoras pescadoras de la costa del Perú, donde la precariedad estruc-
tural fue compensada por la abundancia de recursos que podían acumular ambos
modos de trabajo. En los Andes centrales, los cazadores de camélidos explotaban
una fauna gregaria suficiente para garantizar una vida de reproducción mantenida a
lo largo de varios milenios, la cual derivó hacia una forma de explotación doméstica
de dichos rebaños de camélidos apoyada en la domesticación de cultígenos autócto-
nos como la papa y el maíz, que eran posiblemente parte de las prácticas socioeconó-
micas de las mujeres. De esa manera en la costa central... “Cuando fue posible apli-
car a la agricultura los alcances de la acumulación marinera, se produjo un cambio
verdaderamente revolucionario en esta región” (Lumbreras 1999: 227-228).
En dicha acumulación marinera, tanto la recolección marina como de vegeta-
les que hacían las mujeres en los valles costeros fueron seguramente decisivas para
promover un nuevo modo de trabajo que propició la sedentarización de los grupos
El alba de la sociedad venezolana 55

humanos. Un ejemplo de lo anterior lo hallamos en la fase Mito de Kotosh, posible-


mente segundo milenio a. C., donde existen estructuras ceremoniales asociadas con
industria lítica y puntas de proyectil tipo Lauricocha (Lumbreras 1976: 47), dando
origen rápidamente a sociedades jerarquicas. En estas últimas, como ha sido docu-
mentado extensamente por Vargas-Arenas (2006:35-37;59,) las mujeres pasaron a
desempeñar procesos de trabajo subservientes a la dominación jerárquica mascu-
lina. Donde ello no ocurrió así, las comunidades originarias pasaron a constituir
sociedades igualitarias o tribales donde la relación intergéneros conservó un estatus
más democrático.

El mestizaje entre etnias recolectoras cazadoras

Un caso interesante para entender la dinámica de la colonización del norte de Sur-


américa y el mestizaje inter-grupos originarios, lo constituye el complejo V, el ho-
rizonte de puntas pedunculadas. Desde 16.000 a 12.000 años a.p. las puntas pe-
dunculadas y las llamadas “cola de pescado” (conjunto III de Bate), y el conjunto II,
formaron un complejo tecnoeconómico que se encuentra asociado en los sitios de
habitación de las poblaciones cazadoras recolectoras generalizadas desde el sur de
Brasil, la cuenca del Amazonas, las cordilleras y valles montañosos de Ecuador y Co-
lombia, el Bajo y Medio Orinoco y el litoral atlántico de Guyana, las cuales dieron el
salto cualitativo hacia sociedades sedentarias basadas en la domesticación de plantas
y la manufactura de alfarería. En Venezuela, dicho complejo tecnoeconómico se en-
cuentra asociado también con las poblaciones cazadoras especializadas del noreste
del país, conocidas como complejo Las Casitas de la tradición El Jobo y la tradición
El Cayude de la costa del estado Falcón y el sitio La Hundición, estado Lara. No está
claro todavía si estas últimas poblaciones pudieron haberse transformado también
en sociedades sedentarias productoras de alimentos y de alfarería.
Cuando observamos las características culturales que tenían las antiguas pobla-
ciones humanas suramericanas entre 13.000 y 10.000 años antes de ahora, podemos
apreciar que ya existían para esa época profundas diferencias culturales entre las po-
blaciones que habitaban los diferentes territorios suramericanos. Por otra parte, la
distribución de los sitios arqueológicos revela que aquellas poblaciones primigenias
(recolectores cazadores generalizados) ya ocupaban para dicho momento práctica-
mente todas las regiones geográficas suramericanas: desiertos, punas, valles del alto
56 Mario Sanoja Obediente

Ande, selvas tropicales, pampas, llanuras, etc., desde la costa del mar Caribe hasta el
extremo sur de la Tierra del Fuego (Bryan 1978; Dillehay et álii 1992).
Dichos procesos de colonización territorial y diversificación cultural y genéti-
ca, solamente pudieron haberse desarrollado como consecuencia de un largo pe-
ríodo de presencia humana en la tierra suramericana. Dicha variabilidad deben
haber sido el producto de procesos de deriva genética, étnica y cultural que ha-
brían comenzado a operar desde hace muchos milenios anteriores a 13.000 años
antes del presente sobre pequeñas bandas de individuos, dispersas sobre vastos
territorios, sujetos a rigurosos cambios climáticos, y modificaciones drásticas del
relieve, de la fauna, la flora y los cursos de agua. Dichos cambios y el aislamiento
en que vivían aquellas bandas de recolectores cazadores debido a las barreras geo-
gráficas, ecológicas y sociales, determinaron seguramente la aparición de diversos
modos de vida, así como la ruptura del lenguaje o lenguajes originales en diversas
variantes linguísticas y dialectales.
Investigadores como Gnecco (2003: 16-17), consideran, por ejemplo, que el
poblamiento originario de la América tropical podría ser considerado como un
lento proceso de colonización territorial. En el caso particular del poblamiento
originario de Suramérica y particularmente su región tropical, dicho proceso estu-
vo caracterizado por formas territoriales de control de recursos naturales de fauna
y de flora. Los recursos de fauna, aunque abundantes, no estaban tan concentrados
como parece haber sido el caso en Norteamérica, caso contrario a la abundancia,
diversidad y accesibilidad de los recursos vegetales que parece haber existido en
Suramérica. Esta circunstancia habría motivado a sus pobladores originarios a
maximizar la explotación territorial de los mismos y en consecuencia a promover
la territorialidad y el sedentarismo (Gnecco, ibíd.; Bate 1983 II: 205-213).

3. La colonización humana originaria del norte de Brasil


El proceso colonizador del norte de Brasil habría comenzado antes de establecerse
la selva post-glacial amazónica, evento que ha sido analizado. en los trabajos de Van
der Hammen (1972, 1974, 1982, 2006: 21-p 24) y Vuilleumier (1971) entre otros.
Aquellos autores plantean que los avances glaciares habrían tenido como efecto en el
área amazónica, el reemplazo de la vegetación de selva por formaciones de sabanas
secas en distintos momentos del Pleistoceno, particularmente entre 21.000 y 12.500
El alba de la sociedad venezolana 57

años a.p. Estos cambios cíclicos, por otra parte, podrían haber sucedido también en
menor escala hasta períodos más recientes como 4.000 o 2.000 años a.p. (Bigarella
y Andrade, 1982; Absy, 1982). En esas condiciones, las poblaciones de recolectores
cazadores generalizados antiguos habrían podido encontrar en la región un ambien-
te más propicio para desarrollar su modo de vida.
Ya en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, diversos investigadores
habían logrado excavar en cuevas y abrigos rocosos localizados en Minas Geraes,
Brasil, restos esqueléticos humanos asociados con fauna extinta. La academia es-
tadounidense, representada particularmente por la opinión de Ales Hrdlicka et
al. (1912)), logro restarle importancia científica a aquellos hallazgos que abogaban
por un poblamiento no mongoloide muy antiguo (Indo-dravida, Ainú, Australoi-
des y Melanesio) seguido de una nueva oleada de pueblos mongoloides, quienes
empujaron a los antiguos pobladores hacia regiones de refugio, imponiéndoles su
huella racial. La academia estadounidense favoreció la tesis de Hrdlicka que con-
fería una antigüedad máxima de 10.000 años a dicho poblamiento. Por otra parte,
la causalidad de la diversidad racial que muestran los indígenas suramericanos fue
atribuida a procesos de adaptación selectiva a determinadas zonas climáticas que
habrían tenido lugar hace 10.000 años o menos (Willey 1971: 9-10. l; Lanning y
Patterson 1974: 44).
Según las investigaciones actuales fundamentadas en la genética, tales como las
realizadas por Layrisse y Wilbert, ya comentadas, la distribución de los aleles en
las poblaciones fundacionales americanas indica que los primeros colonizadores que
habrían inmigrado hacia América en el Pleistoceno Tardío, eran pueblos de filiación
no-mongoloide, dolicocéfalos y Di.a negativos, las cuales habrían entrado posterior-
mente en contacto con nuevas oleadas de migrantes paleomongoloides que tampoco
poseían aquel alele, ambos recolectores cazadores no especializados. Para finales del
Pleistoceno, los recolectores-cazadores paleomongoloides habrían desplazado a los
antiguos australoides y obliterado su lenguaje (Layrisse y Wilbert 1999: 161-162).
El análisis de los restos esqueléticos de la llamada raza de Lagoa Santa, 17 crá-
neos humanos excavados por el explorador danés Lund entre 1835 y 1834 en la cueva
de Sumidouro, Minas Geras, Brasil, en un contexto estratigráfico donde también
aparecieron restos de fauna extinta como Platyonix, Megatherium y Smilodon, caba-
llos y primates extintos, produjo una abundante literatura sobre la antigüedad de la
ocupación humana en Suramérica (Martínez del Río 1952: 135). Posteriormente,
58 Mario Sanoja Obediente

en los estratos más profundos de la cueva de Lapa de Confins, Lagoa Santa, fue
excavado parte del esqueleto de un adulto, cuyo cráneo era muy dolicocéfalo, el cual
se hallaba recubierto y sellado por una capa estalagmítica que garantizaba su anti-
güedad. Los restos humanos se hallaban asociados en el mismo estrato geológico con
restos de fauna extinta tales como camélidos, Mylodon, Smilodon, un cráneo de caba-
llo y restos de un mastodonte joven. En general, según la opinión de diversos autores,
se trataba de una población de Homo sapiens modernos, dolicocéfalos e hipsicéfalos
que debió haber vivido en la región central de Brasil hacia finales del Pleistoceno
(Martínez del Río 1952: 136-137; Comas 1957: 490-491; McCown 1950: 6: 2-3).
A la luz de los conocimientos actuales, podría pensarse que los vestigios esquelé-
ticos de Sumidouro y Confins podrían representar relictos de la fase más antigua de
la colonización humana del norte de Suramérica, por parte de los primeros grupos
paleoasiáticos que entraron al continente suramericano. Sus vestigios arqueológicos
han sido localizados en diversos sitios arqueológicos de Tierra del Fuego, Patagonia,
la pampa argentina, Uruguay y en el noreste de Brasil, tales como Toca do Meio y
Toca de Boqueirao da Pedra Furada Lapa Vermelha y diversos otros abrígos caver-
narios de Lagoa Santa, región centrooriental de Brasil (Layrisse y Wilbert 1999:
163; Neves et álii: 1999; Araujo, Neves y Kipnis 2012), lo cual le da materialidad
a las nuevas posiciones teóricas sobre el poblamiento original de Suramérica y en
particular de la región norte de dicho continente.
Hasta el presente, parte de los vestigios de aquella sociedad originaria de re-
colectores cazadores ha estado virtualmente ausente del registro arqueológico de-
bido, quizás, a que estén sepultados bajo espesas capas aluviales depositadas por
los grandes ríos de la cuenca amazónica, que hayan sido destruidos por las pobres
condiciones de conservación en una región tan húmeda, o que simplemente las in-
vestigaciones arqueológicas no hayan llegado a producir suficientes conocimientos
sobre un área tan inmensa (Meggers, 1982: 485-486).
En el caso de la Guayana y la Amazonía venezolana, como veremos en capítu-
los posteriores, las investigaciones arqueológicas recientes han revelado la estrecha
relación histórica y cultural que existió desde finales del Pleistoceno entre las pobla-
ciones recolectoras cazadoras originarias de aquellas regiones y las similares de la
cuenca amazónica, el planalto brasileño y el noroeste de Suramérica, conformando
lo que podríamos considerar una macrorregión geohistórica de gran relevancia para
entender la historia posterior de las mismas.
El alba de la sociedad venezolana 59

MAPA 3
Siglo XVI: ubicación de pueblos recolectores cazadores generalizados D1(-),
posiblemente relictos paleoasiáticos.

Recolectores cazadores generalizados pleistocénicos

Las evidencias arqueológicas que muestran la presencia muy temprana de poblacio-


nes cazadoras recolectoras generalizadas en el nordeste de Brasil han sido aportadas
por los trabajos de Guidon (1987, 1989) y sus asociados (Parenti, 1933 a-b; Parenti,
60 Mario Sanoja Obediente

Mercier y Valladas, 1990), quienes sacaron a la luz las primeras evidencias duras
sobre la presencia de aquellas poblaciones humanas en el continente desde hace unos
50.000 años a.p., asociadas igualmente con una industria lítica muy rústica de cuar-
zo y cuarcita integrada por pebbles tools y raspadores sobre lascas (Fig. 1). Por otra
parte, la presencia de poblaciones humanas de ascendencia paleoasiáticas en el no-
reste de Brasil hacia finales del Pleistoceno está atestiguada también en numerosos
sitios arqueológicos tales como Lapa Vermelha, 11.000-11.500 años a.p. (Neves et
álii. 1999); Toca do Sitio do Meio, 8.800 + 60 a.p.; Toca do Baixao de Perna, 9540
+ 170 a.p.; Toca do Boqueirao da Pedra Furada, 10.400 + 180 a.p.; entre muchos
otros, en un momento cuando el clima se hizo más húmedo y fresco, lo cual permitió
la ampliación de la cubierta vegetal, la multiplicación de los moluscos terrestres y de
fauna actual: venados, roedores, lagartos, etc, condiciones que propiciaron también
la importancia cuantitativa del producto de la pesca, la recolecta de vegetales y de la
caza en los espacios abiertos.
Las investigaciones de Prous en la región de Lagoa Santa, Minas Geraes (1978-
79-80: 61-73), indican igualmente la posible presencia de ocupación humana en un
período que podría establecerse entre 25.000 y 15.000-10.000 años antes del pre-
sente. En la Serra de Cipó, región localizada unos 50 km al norte de Lagoa Santa,
abrigo de Santana do Riacho, la ocupación humana, que comienza alrededor de
11.960 años a.p., está señalada por la presencia de enterramientos humanos muy an-
tiguos. Dichos restos esqueléticos, según los autores, pertenecen a la llamada raza de
Lagoa Santa, el Hombre de Confins (Hurt y Blasi: 1969). Los esqueletos pintados de
rojo reposan sobre lechos de guijarros vecinos a un fogón, asociados con cuentas de
collar, instrumentos de hueso y madera quemada que parecen ser anzuelos, posibles
restos de redes de pesca y puntas de proyectil en hueso o madera. El material líti-
co, tallado en cuarzo cristalino, indica un alto porcentaje de raspadores carenados,
buriles y lascas primarias (Prous 1978, 79-80). El enterramiento de difuntos en el
espacio doméstico y los huesos pintados de rojo parecen indicar la expresión de un
cierto sentido de apropiación del territorio doméstico donde transcurría la vida co-
tidiana, así como posiblemente un culto a los ancestros y a los espíritus protectores
de la comunidad doméstica.
Dichas investigaciones arqueológicas indican también que aproximadamente
entre 11.000 y 8.500 años antes del presente, la región estuvo ocupada por pueblos
fabricantes de una industria lítica de laminas unifaciales, donde predominan los per-
El alba de la sociedad venezolana 61

FIGURA 1
Industria de pebble tools de Boqueirao da Pedra Furada. Piauí.
Brasil (tomado de Lavallée 1995: 61).
62 Mario Sanoja Obediente

foradores y los raspadores terminales, formando un vasto horizonte que englobaba


el amplio territorio de los actuales estados Pernambuco, Piauí, Bahía, Minas Ge-
raes, Goiás, Matto Grosso y quizás partes de Sao Paulo. Sales Barboza (1992: 145)
considera que la mayor parte de los sitios arqueológicos de habitación localizados en
dichas regiones, podrían ser incluidos dentro de lo que el denomina como tradición
Itaparica. En nuestra opinión, como veremos posteriormente, estas industrias líti-
cas rústicas donde predominan las lascas unifaciales y los núcleos percutidos, serán
también características de los antiguos pueblos recolectores cazadores generalizados
del Bajo Orinoco y de los pescadores recolectores marinos que habitaron el litoral at-
lántico desde Río Grande do Sul, Brasil, hasta el golfo de Paria, Venezuela. Por otra
parte, en sitios arqueológicos del Brasil Central como Toca da Cima do Pilao, están
presentes en el contexto arqueológico restos de megafauna, lo que parece indicar su
aprovechamiento eventual por parte por las comunidades de cazadores-recolectores
(Lavallée 1995; 122-125).
Los resultados de las últimas campañas de investigación de campo del Proyec-
to Pronapapa en la cuenca amazónica, bajo la coordinación de Betty Meggers, de
la Smithsonian Institution, han permitido establecer también la existencia de un
conchero formado por la acumulación de gasterópodos terrestres en las cabeceras
del río Tapajoz, con un espesor de 10 metros de capa cultural. La parte superior del
depósito arqueológico está caracterizada por la presencia de alfarería que incluye,
entre sus técnicas decorativas, la incisión y el inciso cruzado en zonas. En tanto que
los ocho niveles más profundos del yacimiento presentan una industria sin alfarería,
caracterizada únicamente por artefactos manufacturados a partir de huesos largos
de mamíferos, particularmente instrumentos puntiformes, y otra constituida por
artefactos líticos manufacturados a partir de lascas rústicas reminiscentes de la téc-
nica de la piedra percutida que caracteriza a las industrias líticas no especializadas
que se han encontrado –como hemos visto– en esta región de Brasil.
Aunque no existen todavía fechados absolutos para aquel yacimiento, cerca del
mismo se ha excavado el Abrigo do Sol, caracterizado también por una industria líti-
ca rústica de lascas y núcleos cuya antigüedad, datada entre 12.000 y 8000 años a.p.,
(Miller, 1987) podría ser una referencia para ubicar cronológicamente los materiales
de los niveles inferiores del conchero del río Tapajoz.
Otros sitios prospectados dentro del Proyecto Pronapapa en diversas regiones
de la cuenca amazónica parecen representar quizás fuegos de campamentos en los
El alba de la sociedad venezolana 63

cuales no ha sido posible encontrar trazas de artefactos. Aunque su significación es


todavía incierta, existe una serie de fechados radiocarbónicos que iría desde 5.370 y
3.205 a. C., en Rondonia; 2.605 a. C. en el Amazonas y 2.085 a. C. en el río Negro.
De acuerdo con los datos obtenidos en el Proyecto Pronapapa ya mencionados,
la presencia de cazadores-recolectores generalizados antiguos en la cuenca amazó-
nica sería coherente con los datos que existen para Matto Grosso, Minas Geraes y
otras regiones del Brasil, donde ya encontramos, entre otras, la fase Paranaiba y la
fase Serranápolis con fechamientos de 9.000 años a.p., y Lapa Vermelha, con 9.600
años a.p. (Schmitz et álii: 1978; Laming et álii: 1976). Ello alude a la persistencia de
una muy antigua forma económica basada en recolección de frutas, huevos de aves,
insectos comestibles, miel silvestre, recolección de moluscos, caza de mamíferos, de
áves y reptiles y pesca fluvial o lacustre, sobre todo en la estación seca.
Dicha forma económica permitía a las comunidades humanas conseguir ali-
mentos durante todo el año, manteniendo un cierto nivel de sedentarismo. Es poco
probable la “existencia de sitios de matanza” característicos de los cazadores pleisto-
cénicos especializados del occidente de Suramérica, ya que los datos paleontológi-
cos indican que la megafauna pleistocénica se extinguió en los ambientes tropicales
entre 18.000 y 12.000 años a.p. (Sales Barboza 1992: 155-159). Estas estimacio-
nes permitirían establecer también una fecha tentativa para los restos esqueléticos
e industrias líticas ya reseñados para los abrigos de Lagoa Santa, comparando estos
resultados con los de las investigaciones arqueológicas de Guidon y asociados y de
Prous, ya mencionadas.
Hacia finales del Pleistoceno e inicios del Holoceno (13.000-8.500 a.p.), los si-
tios de habitación relacionados con la fase arqueológica Ibicui, sur de Brasil, Para-
ná Medio, muestran la existencia de una industria lítica percutida conformada por
núcleos y rústicas lascas de basalto y arenisca metamórfica que se encontraron aso-
ciadas con restos de fauna extinta (Glossotherium robustum) y otras especies, datada
entre 12.770 + 220 y 12.690 + 100 a.p. (Schmitz 1987: 87).

Cazadores recolectores con puntas de proyectil pedunculadas

Con la transición al óptimo climático que se inició posiblemente entre 9.000 y 8.000
años a.p., se hicieron presentes en el este de Brasil grupos de cazadores recolectores
que utilizaban puntas de proyectil bifaciales pedunculadas. En Río Grande do Sul y
64 Mario Sanoja Obediente

Santa Catarina, sur de Brasil, el ajuar de instrumentos de la fase Vinitu incluye una
gran variedad de artefactos lascados que pueden ser identificados como cuchillos,
raspadores y puntas de proyectil con espiga basal (Schmitz 1987: 90-93).
En el Brasil Central y en el Bajo Amazonas, aquellas puntas de proyectil están
presentes en contextos arqueológicos que corresponden con la tradición Itaparica,
como es el caso de Cerca Grande (Hurt y Blasi 1969), en Serranopolis, Goias, fecha-
das entre 8.700 y 8.400 a.p. y en Sao Raimundo Nonato, Piahui, fechadas en 8.400
a.p. (Guidon 1986: 157-71).
En el Bajo Amazonas, en las capas más profundas de la cueva da Pedra Pintada,
se excavó un contexto recolector cazador que contiene también puntas de proyectil
pedunculadas bifaciales de forma triangular, raspadores, hojas y lascas manufactu-
radas en cuarzo o calcedonia. Localizada en un ambiente de tipo lacustre y palus-
tre distante unos 10 km del río Amazonas, los restos de fauna asociados indican la
captura de mamíferos terrestres de regular tamaño posiblemente cazados por los
hombres, así como restos esqueléticos de roedores, moluscos univalvos y bivalvos,
tortugas acuáticas y terrestres, aparte de semillas de palma y otros restos vegetales,
los cuales podrían ser resultado de las prácticas sociales de mantenimiento y repro-
ducción de la vida cotidiana que ejecutaban las mujeres y los individuos juveniles de
la banda (Roosevelt et álii. 1996). La ocupación inicial de la cueva ocurrió a finales
del Pleistoceno, evento datado entre 11.200 años a.p., y 10.500 años a.p. Es impor-
tante resaltar la presencia de las puntas de proyectil pedunculadas de hoja triangular
en el deposito basal de Pedra Pintada, ya que podrían estar relacionadas posible-
mente con la intrusión desde el sur de bandas de cazadores recolectores relacionados
con el complejo II, Toldense, señalado por Bate (1983-II: 208-210), cuya datación
más antigua se remonta al 10.650 a. C. (ca. 12.605 a.p.), relativamente cercana a la
fecha de 11.650 años a.p., los inicios de la cultura Monte Alegre.
Las puntas de proyectil pedunculadas están presentes en sitios arqueológicos del
Alto Paraná, sur de Brasil, tal como la denominada fase Vinitu (Schmitz 1987: 90-
92), cuya edad estimada es de 8.000-7.000 años a.p. Los sitios arqueológicos, locali-
zados en el vaso de la presa Itaipú, son superficiales, indicadores –posiblemente– de
campamentos temporales. El ajuar lítico incluye lascas primarias, lascas con retoque
usadas como raspadores o cuchillos, puntas de proyectil pedunculadas o tipo hoja
de laurel, picos y choppers. Una fecha de C14 de 8.000 a.p., fue obtenida para un
contexto similar, la fase Itaguajé en el río Paranapanema.
El alba de la sociedad venezolana 65

Otro grupo de sitios arqueológicos similares agrupados en la tradición Umbú,


fue localizado en el sur del Planalto de Río Grande do Sul en la cercanía de ríos,
lagunas y pantanos, con fechas que se extienden desde 7.000 a.p. hasta inicios de la
Era Cristiana. La distribución espacial de los sitios de la tradición Umbu se extiende
hasta las sabanas de Río Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná y Sao Paulo hasta
el Uruguay y las provincias de Misiones y Corrientes en Argentina. El sistema de
subsistencia de estas poblaciones se apoyaba en la captura de mamíferos terrestres
de pequeño o mediano tamaño, posiblemente venados, la pesca fluvial, la captura
de tortugas terrestres y la recolecta de frutas. Manufacturaban puntas de proyectil
pedunculadas de hoja triangular, cuchillos y raspadores bifaciales, choppers, bolas de
piedra para las boleadoras empleadas en la caza de mamíferos, y una diversidad de
artefactos de hueso tales como perforadores, agujas, raspadores y espátulas posible-
mente utilizadas para trabajar las pieles de los mamíferos cazados, así como dientes
de mamíferos y conchas perforadas utilizadas como cuentas de collar. Esta última
característica nos ilustra sobre la posible existencia de prácticas de mantenimiento
para la reproducción de la vida social vinculadas al género femenino (Schmitz 1987:
92-97). La tradición Umbu podría formar parte de la fase Uruguay, la cual ya existía
en 11.000 años a.p.
Como podemos observar, las formas de subsistencia de los recolectores cazado-
res del sur de Brasil guardan muchas similitudes con los procesos productivos de los
pueblos del Toldense, los cuales se apoyaban principalmente en sistemas de caza ge-
neralizada para capturar una variada gama de especies de animales, modo de trabajo
también dominante en los recolectores cazadores amázonicos.
La presencia de puntas de proyectil pedunculadas de hoja triangular constituyen
un rasgo muy característica que, como veremos, parece repetirse en diversos otros
sitios del norte de Suramérica. Dichas puntas conforman una especie de “fósil direc-
tor” sui géneris, que le da un carácter unitario a la identidad cultural de diversas po-
blaciones cazadoras recolectoras del noreste de Suramérica que, como veremos más
adelante, nos permite trazar como un horizonte de puntas pedunculadas de hoja
triangular que se extendía desde la Patagonia hasta el Bajo, Medio y Alto Orinoco,
donde estas tienen una antigüedad que fluctúa entre 10.000 años a.p. y 8.000 años
a.p., en contextos culturales de caza y recolección generalizada.
El estado de las poblaciones recolectoras cazadoras suramericanas en aquella
etapa de transición del Pleistoceno al Holoceno, como ya expusimos, podría estar
66 Mario Sanoja Obediente

reflejada en el sistema de distribución territorial de las diversas tradiciones líticas


suramericanas propuesto por Bate (1983-II: 205-213), el cual explica la diversidad
fenoménica existente entre la población de cazadores-recolectores antiguos, utili-
zando como criterio director la tipología de instrumentos de producción existente
según las diversas regiones geográficas suramericanas.
Las diferencias morfológicas en el ajuar de instrumentos de producción se-
ñaladas por Bate, las cuales nos permiten identificar en Suramérica las distintas
tradiciones de instrumentos de producción de cazadores-recolectores-pescadores
antiguos, tienen que ser contrastadas y entendidas con base en la diversidad de
condiciones ambientales y de subsistencia que influyeron en los procesos cultura-
les (Dillehay et álii 1992: 187). En este mismo sentido, Lanata y Borrero (1999:
80-81), analizan también el proceso de dispersión poblacional y de variabilidad
espacial y cultural que caracterizó la colonización de Suramérica de manera
que –sostienen los autores– las poblaciones humanas que explotaban diversos re-
cursos, a través del tiempo y del espacio generaron diferentes tipos de instrumen-
tos de producción. La transformación y la desaparición de los instrumentos de
producción relacionados con determinados fenotipos humanos ayudan también al
registro de los cambios en las formas de subsistencia, en los ciclos anuales de vida,
las relaciones sociales, etc.
En conclusión de lo anteriormente expuesto, podríamos considerar que la irrup-
ción de poblaciones cazadoras recolectoras especializadas con puntas de proyectil
pedunculadas o “cola de pescado” de tipo Toldense (complejo II) en el norte de Sura-
mérica, particularmente Brasil, Venezuela, Guyana, Ecuador y Colombia, habitadas
por poblaciones recolectoras cazadoras generalizadas (complejo III), se habría pro-
ducido hacia finales del Pleistoceno o inicios del Holoceno, llegando también hasta
los sitios de las tradiciones El Jobo y El Cayude del noroeste de Venezuela (Fig. 4).
El proceso colonizador que desarrolló la combinación de poblaciones recolec-
toras cazadoras generalizadas y cazadoras recolectoras especializadas (conjuntos
II y III) en el Brasil Central y la Amazonia brasileña, parece haber alcanzado hacia
7.000 a. C. hasta las cabeceras de ciertos afluentes del río Amazonas que descien-
den del piedemonte oriental andino, tales como el Marañón y el Napo, donde ha-
llamos la presencia de sitios arqueológicos como La Cumbre, en Perú, Papallacta
y El Inga en el Ecuador (Schobinger, 1972; Linch, 1978; Bate, 1983-I: 149), en la
costa del Ecuador, los valles andinos y el valle del río Magdalena, Colombia (Ló-
El alba de la sociedad venezolana 67

pez 2004; Mora 2006: 80-95), caracterizados por un ajuar muy diverso de puntas
pedunculadas, “colas de pescado” –que son muy comúnes en el este de Brasil– y
las lanceoladas que podrían estar vinculadas al llamado “horizonte andino de bi-
faces”. Esta combinación podría ser fruto del mestizaje de antiguas poblaciones
brasileñas con grupos de cazadores serranos, el cual podría evidenciar procesos de
trabajo cazador recolector vinculado, hacia 4.000 a. C. con los primeros pueblos
agrarios de la región (Bate 1983-I: 151).
La tradición de puntas de proyectil “cola de pescado” y de puntas de proyectil
pedunculadas de hoja triangular parece haber alcanzado la cuenca del Orinoco
entre 10.000 y 8.000 años antes del presente (Barse 1989, 1990, 1995; Tomás
Águila com. pers. 2013) y el noroeste de Venezuela posiblemente entre 11.000-
10.000 y 6.000 a.p. En el caso de la cuenca del Orinoco, podría decirse que esta
formaba parte de una macrorregión geohistórica, que, para el tiempo histórico
de los recolectores cazadores, comprendía las cuencas Amazonas-Orinoco, y los
espacios litorales de Brasil, parte del Ecuador y Colombia. Tal formulación de
regiones y macrorregiones geohistóricas podría parecer todavía confusa y des-
mesurada; sin embargo, es necesario resaltar que estariamos en presencia, para
entonces, del proceso inicial de colonización humana de aquel vasto espacio geo-
gráfico. Las claves para entenderlo son todavía difusas, como fluido y dinámico
era también el carácter de las poblaciones que integraban aquellas regiones y ma-
crorregiones históricas.

4. Inicios de la producción de alimentos en el Bajo Amazonas


Los recolectores pescadores litorales

A partir de inicios del Holoceno, el cambio climático orientado hacia condiciones


ambientales menos áridas, estimuló modificaciones importantes en la temperatu-
ra del agua, el relieve, la fauna y la flora litoral. El deshielo de los casquetes polares
comenzó a producirse hacia finales del Pleistoceno, y el agua represada en forma
de hielo comenzó a retornar a los mares elevando su nivel en relación con las re-
giones costeras continentales. Durante el Pleistoceno, entre 19.000 y 14.000 años
a.p., el nivel del mar se hallaba aproximadamente a unos 130 m por debajo de su
nivel actual. A partir del Holoceno, con el aumento del volumen del agua, dicho
68 Mario Sanoja Obediente

nivel comenzó a ascender gradualmente causando la inundación de las tierras li-


torales (Hurt 1974: 2-3; Bigarella 1964; Fairbridge 1976; Sanoja y Vargas-Arenas
1995: 95-103; 1999: 148-166).
En las regiones litorales más abrigadas de las corrientes marinas y de los vientos,
tales como bahías, lagunas y estuarios donde el agua conservaba una temperatura
más alta que en las playas abiertas, comenzaron a formarse desde ca. 8.000 años
a.p. bosques de manglar (Rizophora mangle) que se convirtieron en un reservorio
inagotable de moluscos y bivalvos, particularmente la ostra gigante Ostrea arbórea,
así como un espacio para la reproducción de peces marinos y estuarinos y centro de
atracción para muchas especies de mamíferos terrestres.
Diversas poblaciones de recolectores cazadores del interior se asentaron en las
regiones litorales del sur de Brasil, particularmente en Río de Janeiro, Río Gran-
de do Sul, Sao Paulo, Santa Catarina, Paraná y Belem, y en la desembocadura del
Amazonas, donde podían cosechar diariamente grandes cantidades de alimentos en
el bosque de manglar. La gran dependencia de la fauna marina que desarrollaron di-
chas poblaciones resultó en la formación de inmensos amontonamientos de conchas
marinas y huesos de peces, denominados sambaquís, donde se asentaban sus cam-
pamentos. Donde las condiciones materiales fueron favorables, las poblaciones de
este modo de vida transitaron hacia formas de existencia sedentaria que los condujo
hacia una nueva formación económica social productora de alimentos.
Los instrumentos líticos de producción eran manufacturados con materias
primas locales. Se trataba generalmente de artefactos sobre lascas primarias de
cuarzo utilizadas para cortar, núcleos de granito y gneis utilizados como mar-
tillos, esquistos y areniscas empleados para fabricar recipientes. Los huesos de
pescados, de mamíferos terrestres así como la concha marina, fueron igualmente
empleados para fabricar anzuelos, arpones, puntas de proyectil, picos, azadas, ha-
chas, etcétera.
El modo de vida de los recolectores marinos brasileños tuvo gran importancia
en la transformación de la FES recolectora cazadora en la FES productora de ali-
mentos, particularmente en aquellas regiones costeras que se vinculaban a distancia
con otras del interior donde existían poblaciones humanas que practicaban formas
socioeconómicas diferentes. Este es el caso de la cuenca del Amazonas, donde el
río servía como una especie de gran autopista para la transferencia de ideas y cono-
cimientos entre los pueblos que habitaban esa vasta región del norte de Suraméri-
El alba de la sociedad venezolana 69

ca que está también comunicada por otras grandes viás acuaticas con la cuenca del
Orinoco, cuenca que constituye la fachada caribeña de la macrorregión histórica
Amazonas, Orinoco.

La FES productora de alimentos en el Amazonas

La historia de la producción de alimentos en la cuenca del Amazonas abre interesan-


tes perspectivas para el estudio del tema en el norte de Suramérica, particularmente
lo referente al proceso de transición de la economía apropiadora de caza-pesca reco-
lección hacia una economía productora basada en el cultivo dominante de plantas
vegetativas que podría haber sido parte de las prácticas sociales femeninas de repro-
ducción de la vida social y biológica que determinaron el proceso de sedentarismo
que da paso a la FES productora en el norte de Suramérica.
El Bajo Amazonas es la región donde se ubican sitios tempranos, con indicación de
posible cultivo de plantas, separados por enormes distancias de los principales focos de
desarrollo de la horticultura de granos o raíces en el noroeste de Suramérica, al mismo
tiempo que de aquellos donde existen evidencias sincrónicas de fabricación de alfarería.
Por otra parte, no existen, hasta el presente, sitios intermedios con fechas anteriores a
los del Bajo Amazonas, que puedan interpretarse como evidencia de una migración de
antiguas poblaciones horticultoras ceramistas río abajo hacia el litoral atlántico. Las
evidencias sugieren, por el contrario, que la ribera atlántica del noreste de Suramérica
parece haber sido, desde períodos muy tempranos, un centro independiente de desa-
rrollo cultural, de domesticación de plantas y de invención de la alfarería.
Corroborando lo anterior, hallamos en las capas superiores del abrigo rocoso de
Monte Alegre, Bajo Amazonas, restos zooarqueológicos correspondientes a la de-
nominada cultura Paituna, los cuales indican que sus moradores consumían peces,
roedores, moluscos bivalvos y univalvos, tortugas terrestres y acuaticas, culebras,
serpientes, aves y mamíferos terrestres. Esta cultura, que constituye la fase final de
la ocupación del sitio, carece de las puntas de proyectil pedunculadas características
de la ocupación anterior, Monte Alegre, pero presenta una importante innovación,
la alfarería, fechada entre 7.580 y 6.625 años a.p. Esta consiste principalmente de
tazones cuya pasta esta temperada con arena o conchas molidas, decorados con inci-
sión y punteado. En este sitio multicomponente, en la superficie de este deposito se
recuperó material cerámico de la cultura Aroxi: fragmentos de alfarería incisa color
70 Mario Sanoja Obediente

naranja, fragmentos de budares para cocer tortas de cazabe, frutas carbonizadas,


restos de tortugas y peces fechados entre 4.000 y 2.000 años a, p.
Aquellas evidencias tempranas indican en el Bajo Amazonas una secuencia
histórica que se inicia hacia 10.200-10.000 años a.p. con comunidades recolectoras
cazadoras que visitaban periódicamente la Caverna da Pedra Pintada, las cuales fue-
ron desplazadas de dicho hábitat hacia 7.580 años a.p. por comunidades ceramistas
con posibles prácticas hortícolas, ejemplificadas en los sitios de Taperinha y la Ca-
verna da Pedra Pintada (Roosevelt 1995: 115-131).
Otra evidencia del inicio de la alfarería la encontramos en la fase Mina, en el
litoral de Pará, definida en un samabaquí del área denominada Salgado, bañada por
aguas salobres que se extienden desde la Bahía de Marajó hasta la desembocadura
del río Gurupí (Simoes, 1981). Los fechamientos radiocarbónicos en base a carbón
vegetal y el desengrasante de concha utilizado en la alfarería, muestran una secuen-
cia cronológica que comienza, según Roosevelt (1995: 117) en 5.050 años a.p., sigue
a 3.000 años a.p., y finaliza en 1.600 a. C. (Simoes 1981).
El conjunto de instrumentos de producción está integrado por manos de moler,
percutores, raspadores y tajadores líticos, conjunto que recuerda los existentes en
los sambaquís de la costa meridional del Brasil. El contexto cultural general permi-
te inferir una actividad de subsistencia fundamentada en la recolección de conchas
marinas, la pesca, la caza terrestre y el consumo de especies vegetales que eran proce-
sadas para su consumo mediante la molienda o la trituración con percutores líticos.
Las alfareras de la fase Mina utilizaban como antiplástico la concha molida y
decoraban sus vasijas con pintura roja, incisión y brochado. Según Simoes, parecen
existir similitudes entre la alfarería de Mina y la de sitios como Puerto Hormiga,
costa atlántica de Colombia, y Machalilla, costa pacífica del Ecuador. El autor su-
giere la posibilidad de procesos migratorios que habrían llevado a grupos ceramistas
tempranos de la costa caribe colombiana o la costa de Ecuador hasta el litoral atlán-
tico del norte del Brasil, posibilidad remota, en nuestra opinión, debido a la enorme
distancia que media entre el litoral pacífico y el litoral atlántico de Suramérica y
al escaso desarrollo de las fuerzas productivas de aquellas poblaciones, así como el
hecho de ser las fechas para la fase Mina y la cultura Paituna, mucho más antiguas
que la de aquellos sitios del noroeste de Suramérica.
Es más bien posible que el Bajo Amazonas, y el noreste de Suramérica en gene-
ral, pueda ser considerado como un foco independiente de invención de la alfarería
El alba de la sociedad venezolana 71

y de la domesticación de plantas, dado que la alfarería de Mina tendría puntos de


contacto con la de la fase Alaka, también asociada con la recolección de conchas
marinas, definida en los pantanos de la costa noroeste de Guyana (Evans y Meggers,
1960, 1977), para la cual existen fechas muy tempranas de 5.460 y 5.455 años a.p.
(Roosevelt 1995: 117), la aldea de Las Varas, 4.600 a.p., golfo de Paria, Venezuela
(Sanoja y Vargas-Arenas 1995, 1999ª, 1999b: 208-212) y el sitio de Banwari, 7.000
a.p. isla de Trinidad (Veloz Maggiolo 1991: 55-61; Harris, Peter, O.: 1973: 115-125;
Boomert 2000: 53-84), donde ya existen también implementos agrícolas de piedra
pulida, manos de moler y metates, asi como evidencia de alfarería desgrasada con
conchas marinas desde períodos muy tempranos en un contexto de recolección de
manglar, pesca marina y riparia y caza terrestre.
El inicio cierto de comunidades tribales aldeanas con producción de alimentos y
alfarerías en la región amazónica está testimoniado también por la fase Ananatuba,
definida en el delta del Amazonas, para la cual existe igualmente una fecha de C14
muy temprana de 980 años a. C. (ca. 3.000 años a.p.) (Meggers y Evans, 1957; Evans
1964; Simoes, 1969). Los modos de trabajo dominantes en la comunidad de Anana-
tuba, reflejan la persistencia de los ya existentes en la antigua sociedad recolectora:
la caza terrestre, la pesca y la recolección de conchas de manglar, notándose la pre-
sencia de ciertas formas de cultivo o procesamiento de granos u otras semillas. Esto
último se evidencia por la presencia de manos de moler y metates.
Las aldeas de la comunidad de Ananatuba parecen haber estado caracterizadas
por una sola casa comunal, de planta oval o circular y un área de 300 a 700 m2,
suficientes para albergar cien o ciento cincuenta individuos, ubicadas generalmente
dentro de una zona de bosque, vecina a una sabana o un caño de relativa profundi-
dad (Meggers y Evans, 1957).
Asociado con los anteriores, el sitio de habitación de Jauarí (Hilbert 1968:
abb.3) nos indica la presencia de comunidades hortícolas ceramistas, recolectoras
al mismo tiempo de conchas y gastrópodos de agua dulce. A juzgar por la presen-
cia de pipas tubulares de arcilla, los individuos Jauarí utilizaban el tabaco para
fabricar cigarros, práctica que aún persiste en muchas comunidades aborígenes
contemporáneas de la región Amazonas- Guayana. Lo anterior, unido a la pre-
sencia de hachas y azadas líticas en Jauarí, así como manos y metates, nos muestra
indicadores de técnicas para la preparación de los campos de cultivo, el procesa-
miento y el consumo de recursos vegetales.
72 Mario Sanoja Obediente

Como expusimos anteriormente, el río Amazonas parece haber constituido un


nodo central para las grandes rutas migratorias entre los pueblos de dicha cuenca,
unido al hecho de que la excepcional riqueza de su hábitat en recursos alimenticios
animales y vegetales ofrecía la posibilidad de una subsistencia balanceada, inclusi-
ve en ausencia de plantas cultivadas (Meggers, 1971: 35-38).
Es posible que, como señalan las características de la fase Mina, hubiese exis-
tido un proceso temprano de formación de comunidades semipermanentes con
alfarería, fundamentado en las posibilidades de acceso a una abundante despensa
natural de alimentos. Pero es también evidente que las características formales
de la alfarería de Ananatuba y Jauarí denotan la práctica de técnicas decorativas
como el rayado cruzado zonificado mediante incisión, las cuales ya habían sido
desarrolladas siglos antes por comunidades ceramistas del piedemonte oriental de
los Andes, donde se hallan las nacientes del río Amazonas.
Uno de los sitios donde aparece desde períodos tempranos aquel elemento de-
corativo, es la fase Pastaza, Amazonia ecuatoriana, con una antigüedad de 2.000-
1.000 años a. C. (Porras, 1980: 113-17). Aunque no hay un contexto agricultor
definido, la existencia de volantes de huso hace suponer el empleo y el posible
cultivo del algodón. Por otra parte, hallamos también en el piedemonte oriental
de los Andes peruanos la fase Tutishcayno (Lathrap 1970), donde está presente la
alfarería decorada con incisión fina cruzada, modificada mediante incisión ancha,
dentro de un contexto apropiador caracterizado por la recolección de conchas de
agua dulce, similar al que hallamos en la fase Jauarí del Bajo Amazonas, aunque
no hay evidencias directas ni indirectas de cultivo que señalen la presencia de la
vegecultura o el cultivo de maíz. No existen fechas de radiocarbón; no obstante,
las similitudes tipológicas con la alfarería de Kotosh, sugieren una antigüedad
para Tutishcayno de 1.000 a 1.800 años a. C. (Lumbreras, 1974: 51-54).
Una nueva facies del proceso que llevó de la recolección hasta la agricultura en
el Amazonas, está ilustrada por las investigaciones de Miller en el Alto Madeira
(1992: 219-229), región que se extiende desde la unión de los ríos Beni y Mamore
hasta el río Jamarí, comprendiendo parte del noroeste del estado de Rondonia,
Brasil, y el departamento de Pando, Bolivia. Estas investigaciones han permitido
establecer una larga secuencia cultural que se inicia hacia 12.000 años antes del
presente con poblaciones recolectoras cazadoras generalizadas con un ajuar lítico
integrado por lascas y percutores de cuarcita y sílex, raspadores y preformas bifa-
El alba de la sociedad venezolana 73

ciales (complejo Itapipoca), seguido del complejo Pacatuba que se prolonga desde
8.230 años + 100 a.p. hasta 4.780 años + 70 a.p. cuya ajuar lítico está integrado
por lascas y percutores de cuarcita, lascas rústicas y microlascas de cuarzo. La
secuencia finaliza con los complejos Massangana y Girau que se extienden hasta
2.640 años + 60 a.p., cuando comienzan a coexistir y convivir con grupos agroal-
fareros. Los pueblos preceramistas convertidos en agroalfareros, según Miller
(1992: 227), serían los actuales agricultores incipientes conocidos como Mura-
Pirahá y Nambikwara, entre otros.
Como podemos ver, la recolección y la apropiación de recursos naturales, ve-
getales o animales, de subsistencia, es una forma económica que existió desde los
períodos más remotos de la colonización humana de Suramérica, asociada con
estilo de vida cuasi-sedentario, en un territorio circunscrito a espacios limitados,
el cual conocían a profundidad; este hecho estimuló posiblemente el surgimiento
de procesos identitarios culturales dentro de los grupos sociales, sobre los cuales
se estableció la conciencia de posesión del territorio objeto del proceso de trabajo
apropiador. La posesión de puntas líticas de proyectil para reemplazar las antiguas
de hueso o madera, como ocurrió en la macrorregión geohistórica Amazonas-Ori-
noco con las puntas triangulares pedunculadas, no convirtió a estos pueblos en
cazadores especializados; por el contrario, como afirma Brennan (1970: 181, 209),
aumentó sus posibilidades de vivir mejor y cazar animales más grandes (venados,
dantas, etc.), asi como defenderse más adecuadamente de los enemigos. Los ca-
zadores especializados (paleoindios) representaban, por el contrario, un estilo de
vida muy ajustado a las características de su objeto particular de trabajo. Cuan-
do desapareció la paleofauna, ya no fue posible reproducirlo y desaparecieron no
como pueblo, sino como cultura.
Como hemos visto, el proceso de constitución de las comunidades tribales
aldeanas del Bajo Amazonas parece representar dos aspectos relevantes: uno, la
existencia de una base productiva local que se habría generado desde las comu-
nidades recolectoras-cazadoras-pescadoras; y el otro, la existencia de un proceso
inducido manifestado particularmente en el mejoramiento del proceso de trabajo
alfarero que se habría originado a partir de comunidades tempranas que habita-
ban el Bajo Amazonas, en las cuales todavía parecen haber predominado formas
productivas apropiadoras.
74 Mario Sanoja Obediente

5. Recolectores cazadores generalizados y los inicios del cultivo


en Colombia
El modo de vida recolector cazador generalizado en Colombia

Las poblaciones con un modo de vida recolector cazador generalizado colonizaron


igualmente otros territorios en el noroeste de Suramérica, particularmente en Co-
lombia, donde el registro arqueológico indica que desde el Pleistoceno final, la ma-
yoría de las poblaciones de antiguos recolectores cazadores se distinguían también
por la manufactura de instrumentos líticos de producción sobre lascas o en hueso.
Hacia el Holoceno Medio, ya están presentes en los sitios arqueológicos colombia-
nos puntas de proyectil triangulares con pedúnculo asociadas en muchos casos con
hachas líticas e instrumentos de molienda, indicando cambios en el modo de vida de
las antiguas comunidades de recolectores cazadores generalizados.
Las investigaciones sistemáticas llevadas a cabo en las últimas décadas del pa-
sado siglo abrieron una nueva fase en el conocimiento de la sociedad de antiguos
recolectores cazadores generalizados de Colombia, poniendo de relieve la amplia
distribución territorial de dichas poblaciones. Estas se distinguían técnicamente por
la manufactura de un complejo de instrumentos de producción compuesto básica-
mente por lascas y núcleos de piedra, los cuales pudieron haber sido utilizados para
cazar o carrroñar las carcasas de mastodontes u otras especies de fauna de las cuales
podían apropiarse en su espacio territorial.
Aquellos instrumentos líticos de producción fueron obtenidos a partir de la frac-
tura o estallamiento de un núcleo inicial, utilizándose posteriormente los fragmen-
tos o lascas resultantes que más se acomodaban a la función de cortar, raspar, per-
forar, etcétera, eventualmente modificados por percusión o utilizados en su estado
original. Al igual que en otras regiones del norte de Suramérica, no hay presencia,
en los períodos más antiguos, de puntas líticas bifaciales de proyectil, aunque la na-
turaleza de los instrumentos de producción identificados con la tendencia a raspar
y cortar parece indicar eventualmente el trabajo de la madera o el hueso para manu-
facturar dichas puntas.
La evidencia más antigua sobre la existencia de recolectores cazadores genera-
lizados conocida hasta ahora en Colombia se halla en el sitio Pubenza, en el valle
del Magdalena. Los fechados de C14 indican que dicha antigüedad se remontaría a
El alba de la sociedad venezolana 75

16.500, 17.400-13000 años antes del presente, fecha que data la asociación espacial
de una lasca de obsidiana y restos óseos de cangrejos, tortugas, moluscos y de masto-
donte; fue a partir de estos últimos que se hicieron los fechamientos radiocarbónicos
(Van der Hammen y Correal 2001: 19).
Otras investigaciones estratigráficas de sitios de habitación relacionados con la
tradición de recolectores y cazadores generalizados se llevaron a cabo en el abrigo
rocoso de El Abra, en la sabana de Bogotá (Correal, Van der Hammen y Lerman,
1970; Hurt, Van der Hammen y Correal, 1972), las cuales han permitido docu-
mentar detalladamente el estilo de vida de los cazadores recolectores bogotanos en
las postrimerías del Pleistoceno. En dichas investigaciones se localizaron artefactos
sobre lascas en un estrato fechado radiocarbónicamente en 12.400+160 a.p., fecha-
miento que coloca a la tradición El Abra en un nivel de antigüedad similar a Taima-
Taima, en Venezuela (Bryan, 1978: 306). Las investigaciones arqueológicas en aquel
sitio permitieron definir áreas de habitación con fogones y una secuencia cronológica
que se prolonga hasta la aparición de la alfarería, testimoniando no solo una asom-
brosa estabilidad ocupacional sino también una notable permanencia de los rasgos
técnicos que definen la fabricación de instrumentos de producción.
Todos los artefactos líticos de El Abra están manufacturados con la técnica per-
cusiva denominada “abriense”, la cual se caracteriza –de manera similar a los de los
sitios arqueológicos brasileños ya estudiados– por una modificación que afecta solo
uno de los bordes laterales, dando como resultado la presencia de raspadores termi-
nales, laterales u ovoidales, en forma de diamante, perforadores, etcétera, que po-
drían haber servido para la preparación de pieles y madera. No existen puntas líticas
de proyectil, aunque por las características de los procesos de trabajo antes menciona-
dos, como ya se dijo, es posible que estas fuesen manufacturadas en hueso o madera.
Los análisis arqueológicos indican que la ocupación de la sabana de Bogotá por
los individuos de la tradición Abriense se llevó a cabo en un momento en que el
clima era mucho más frío que el actual y que correspondería al período Tardigla-
cial de la última glaciación y al Interestadial de Guantiva, que va aproximadamente
desde 21.500 hasta 11.000 a.p. Entre 11.000 y 10.000-9.500 a.p. el clima se volvió
de nuevo más frío, caracterizando el Estadial de El Abra (Correal y Van der Ham-
men, 1977). Es aproximadamente en este período cuando aparecen nuevos sitios de
habitación en abrigos de Tequendama, sabana de Bogotá, donde las primeras fases
–conocidas como Tequendama I– indican la presencia de hojas bifaciales, lascas, cu-
76 Mario Sanoja Obediente

chillos laminares, raspadores, martillos y cantos rodados, utilizando el chert como


materia prima para la manufactura de dichos instrumentos de producción; existen
también abundantes núcleos de hematita.
Paralelamente a lo anterior, se hace notar la presencia de una industria ósea para
cuya manufactura se utilizó la epífisis de huesos largos de venado. Los artefactos son
cuchillos, raspadores, perforadores, astillas agudas (quizás utilizadas como punzo-
nes). Algunos artefactos, clasificados por Correal y Van de Hammen (1977: foto 46)
como raspadores de hueso lanceolados, podrían haber sido –en realidad– puntas
de proyectil en las cuales la acanaladura natural de la epífisis habría facilitado el
enmangamiento. Dentro del conjunto de artefactos líticos, algunos fueron manufac-
turados con una técnica más refinada y retoques más controlados mediante presión,
particularmente raspadores aquillados (Correal y Van der Hammen 1977: Fig. 61).
El espacio doméstico en los abrigos que servían de cobijo y vivienda a los cazado-
res de Tequendama revela la coexistencia de talleres para fabricar los artefactos de
piedras o de hueso con otros diseñados para trabajar las pieles de las piezas cazadas,
hallándose la mayor parte de estas áreas de trabajo en la vecindad de los fogones.
Los cazadores de la sabana de Bogotá acostumbraban enterrar a sus muertos en
el interior del espacio doméstico, rasgo indicador, posiblemente, de una forma de
culto a los ancestros con base en el cual se afirma la posesión del espacio doméstico
o territorial por parte del grupo que habitaba aquellos abrigos. En algunas tumbas,
los enterramientos estaban asociados con ofrendas mortuorias que –al parecer– tes-
timoniaban la actividad que el difunto ejercía dentro de la comunidad: artefactos
líticos, en hueso, caracoles terrestres. Por lo general, las tumbas eran de planta oval,
alargada; los esqueletos de individuos infantiles que se hallaban dentro de los abri-
gos fueron enterrados dentro de pozos circulares, colocados en cuchillas, tal como si
estuviesen en el vientre materno.
Otro elemento que se halla igualmente asociado con los enterramientos de la
sabana de Bogotá es la presencia de ocre, aplicado en muchos casos como pigmen-
to sobre los huesos, costumbre que se encuentra muy difundida tanto en el Viejo
como en el Nuevo Mundo, representando –quizás– creencias sobre la preserva-
ción de la fuerza vital de los difuntos. En otro sitio de la sabana de Bogotá, Sueva,
hay indicaciones de enterramientos secundarios y de cremación de los restos hu-
manos (Correal, 1979: 116). Por otra parte, las evidencias muestran que –en los
distintos abrigos estudiados en la sabana de Bogotá– los esqueletos humanos tie-
El alba de la sociedad venezolana 77

nen lesiones artríticas en las articulaciones y procesos degenerativos en los maxi-


lares, fenómenos que tal vez se deban al régimen de alimentos duros característico
de los recolectores cazadores (Correal y Van der Hammen, 1977; Correal, 1979;
Ardila, 1984). (Lám. 17 y 18).
Los recolectores cazadores generalizados de la sabana de Bogotá explotaban par-
ticularmente recursos de fauna moderna como el Odocoyleus virginianus, y la Ma-
zama americana, al mismo tiempo que fauna menor como conejos, ratas silvestres,
dasiproctas, agutíes, armadillos y cavias o curíes, esto último quizás evidenciando
un proceso temprano de domesticación de animales. Simultáneamente, en otros si-
tios de la sabana de Bogotá tales como Tibitó –fechado en 11.740+110 a.p.– existen
también evidencias del destazamiento y el consumo de especies de megafauna pleis-
tocénica tales como mastodonde (Cuvieronis Hyodon y Haplomastodón), caballos
(Equus americanus) y –en menor escala– del venado (Odocoyleus virginianus), por
parte de individuos relacionados con la comunidad de recolectores cazadores que
habitaba la planicie bogotana. No obstante poseer también un instrumental lítico de
lascas y fragmentos de hueso –sin puntas líticas de proyectil–, aquellos individuos
fueron capaces de carroñar o capturar y destazar especies de gran tamaño, como las
mencionadas, aunque los contextos estudiados sugieren que la caza de megafauna
era una actividad muy excepcional (Correal, 1981).

El ocaso de la sociedad recolectora cazadora en Colombia

El origen de la producción de alimentos en el territorio de la actual Colombia


parece tener también sus raíces en el proceso sociohistórico que arranca desde las
sociedades cazadoras recolectoras ligadas a la tradición de instrumentos de pro-
ducción indiferenciados, cuyo modo de vida fue afectado por el óptimo climático
que ocurió entre 5.000 y 4.000 años antes del presente. Dicho cambio produ-
jo temperaturas más cálidas que determinaron la desaparición definitiva de las
condiciones glaciares predominantes durante el Pleistoceno y los comienzos del
Holoceno. En Colombia, esta tendencia hacia un clima más cálido, que caracte-
riza al Reciente, está documentada en el registro palinológico de diferentes sitios
de la cordillera oriental de Colombia (Correal y Van der Hammen, 1977: 16), así
como en diferentes regiones del noreste de Suramérica, aunque con características
menos marcadas.
78 Mario Sanoja Obediente

Dichas transformaciones determinaron igualmente cambios en las poblaciones


humanas del modo de vida cazador recolector generalizado, portadora de la tradición
de artefactos líticos indiferenciados, cuyos más antiguos exponentes en la región son
los sitios arqueológicos de El Abra, Tequendama, Sueva, Nemocón y Chía, definida
inicialmente a partir de los trtabajos de Hurt, Van der Hammen y Correal en los abri-
gos de El Abra (1977; Correal y Van der Hammen (1977); Correal (1979); y Ardila
(1981), en los de Tequendama, Nemocón, Sueva y Chía, todos en la sabana de Bogotá.
Como expusimos anteriormente, la característica de aquella tradición de arte-
factos indiferenciados y –en particular– la técnica de manufactura denominada
“abriense” radica en la obtención de lascas y núcleos secundarios a partir del esta-
llamiento de un núcleo primario. Los fragmentos resultantes de dicho estallamien-
to son utilizados conforme a su morfología, con modificaciones intencionales que
pueden afectar uno de los bordes del artefacto. Paralelamente al complejo lítico de
artefactos de producción existe una industria ósea compuesta por instrumentos ob-
tenidos en base al estallamiento y subsecuente modificación de los huesos largos
de mamíferos. Todos los artefactos líticos y óseos estaban –al parecer– orientados
hacia las funciones de cortar, raspar, golpear, pinchar, sin que existiese –por lo gene-
ral– una relación definida entre la forma y la función.
La comunidad de cazadores recolectores generalizados de la sabana de Bogotá, como
ya hemos visto, poseía, desde 12.000 años a.p., una forma de subsistencia muy genera-
lizada que permitía explotar distintos recursos de fauna tales como el Odocoyleus virgi-
nianus, la Mazama americana, conejos, ratas, dasiproctas, agutíes, armadillos, cavias o
curíes, al mismo tiempo que ejemplares de la fauna pleistocénica extinta en la actualidad,
tales como mastodonte (Cuvieronis hyodon y Haplomastodon) y caballo (Equus ameri-
canus). Ese abordaje del problema de la explotación de los recursos y materias primas del
ambiente planteaba una respuesta técnica consecuente, materializada en un conjunto de
instrumentos de producción indiferenciados donde más importante que la morfología
particular de los tipos de instrumentos era la función que se desempeñaba con las lascas
o fragmentos de piedra que se obtenían del núcleo inicial percutido.
En el caso presente, aquella variante del modo de producción apropiador estuvo
asociada con prácticas generalizadas de captura y recolección de especies zoológicas
y vegetales, y una capacidad de apropiarse de los recursos de subsistencias existentes
en los variados ecosistemas del litoral pacífico del noreste de Suramérica: marinos,
riparios, selváticos, sabaneros, etcétera, y –posteriormente– con el surgimiento de
El alba de la sociedad venezolana 79

formas tempranas de horticultura, posiblemente vegecultoras, que determinaron las


modalidades del modo de producción de la sociedad tribal agricultora en la región.

El modo de vida recolector, cazador, productor en el valle del Cauca

La cuenca del Alto y Medio río Cauca comprende el territorio andino que va desde
sus cabeceras, cerca de Popayán, hasta Medellín. El río Cauca constituyó, desde tiem-
pos antiguos, una de las vías de penetración desde las regiones bajas del río Magdale-
na, por la cual se desplazaron los primeros grupos humanos que colonizaron distintos
ecosistemas escalonados hasta las tierras altas de la Cordillera Central de Colombia.
En dicha región se han hallado también restos esqueléticos de gran antigüedad per-
tenecientes a estegomastodontes y mastodontes asociados con una punta de proyectil
tallada en marfil o en hueso, una de las cuales, de 8,5 cm de largo, estaba posiblemente
enmangada en un asta de lanza o jabalina. Dichos hallazgos parecen ser evidencia
casual del proceso de trabajo cazador especializado y de la supervivencia de la mega-
fauna pleistocena hasta inicios del Holoceno (Rodríguez 2002: 27-32).
Entre finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, alrededor de 10.000 a
9.000 años antes del presente, comenzaron a hacerse presentes poblaciones de re-
colectores cazadores, productores cuyo modo de vida podrían ser equivalente bajo
al ya conocido como Arcaico, modo de vida mixto que abrirá la via hacia la seden-
tarización. Ejemplo de lo anterior serían los sitios de San Isidro, 8100-7580 a. C.,
y La Elvira, 3650-2930 a. C. (Gnecco 2009). El proceso de trabajo cazador está re-
presentado por la presencia de puntas de proyectil bifaciales de forma lanceolada; el
proceso de trabajo de los sólidos flexibles (madera, hueso, fibras, pieles, etc.) por los
raspadores terminales sobre lascas, en tanto que las hachas líticas, manos de moler y
metates indican la recolección y procesamiento de vegetales, evidenciada por la pre-
sencia de nueces de palma, semillas de aguacate (Persea americana) y diversos otros
frutos como la chachafruta (Erithrina edulis) (Rodríguez 2002: 34-36).

Cazadores-recolectores del valle del Magdalena

La presesencia de importantes poblaciones cazadoras recolectoras ha sido documen-


tada también en el valle del Magdalena (López, 2004), donde han sido localizados y
estudiados campamentos como el del sitio La Palestina y Nare, con una antigüedad
80 Mario Sanoja Obediente

inical de 10.400, 10.350 a.p., San Juan Bedout, 10.350-10.450 a.p., y Nare, 10.350-
10.400 a.p. El estudio estratigráfico de los sitios indica la presencia de lascas unifa-
ciales y bifaciales trabajadas por presión en los niveles inferiores de las excavaciones
y en los niveles superiores fragmentos de puntas de proyectil pedunculadas, de for-
ma triangular, cuya presencia inicial en el registro arqueológico estaría datada entre
8.500 y 6.000 años a.p. (López 2004: 196).
El Alto Cauca es la única región de Colombia, aparte del Magdalena Medio, donde
los sitios arqueológicos (como es el caso de La Elvira y San Isidro (Gnecco y Salgado
1989; Gnecco 1984, 2000) hayan producido una importante cantidad de artefactos bifa-
ciales. Esos conjuntos de artefactos líticos están asociados con las llamadas “puntas cola
de pescado” que están claramente relacionadas con los Andes ecuatorianos, sitio El Inga
(Bell 1965; Mayer Oakes. 1986, 1974) y otras regiones de norte de Suramérica como las
puntas cola de pescado aflautadas de la la tradición El Cayude y la Hundición, NO de
Venezuela, y las de Panamá (López 2004; 240). Las puntas bifaciales triangulares del
Magdalena Medio son, por el contrario, reminiscentes de las existentes en el Brasil Cen-
tral, la cuenca del Amazonas, la costa noroeste de Guyana, la cuenca del Caroní-Paragua
y en el Medio y Alto Orinoco, Venezuela, sugiriendo que podria tratarse –posiblemen-
te– de poblaciones cazadoras recolectoras afines pero culturalmente diversas.
Una gran variedad de puntas similares fueron excavadas (Fig. 6.18); otras, recolecta-
das por López (2004) en la superficie de los sitios del Magdalena Medio (ww 6.28, 6.29).
Ello alude a un importante marcador cronológico y cultural para el norte de Suramérica,
donde las puntas bifaciales triangulares con pedúnculo y las llamadas “colas de pescado”
muestran, desde 8.000-7.000 a.p. una extensa distribución territorial desde el noroes-
te de Venezuela, el Alto, Medio y Bajo Orinoco, la costa noroeste de Guyana hasta la
cuenca amazónica, el Brasil Central, el valle del Cauca, el valle del Magdalena y el litoral
pacífico ecuatoriano, así como con la llamada por Bate tradición Los Toldos (10650 a.
C.) y Cueva Fells en la Patagonia (11.000 años a.p.), la cual corresponde con poblaciones
humanas, tecnologías y modos culturales de origen diverso que se mestizaron en aquella
vasta región de Suramérica desde finales del Pleistoceno (Bate 1983 II: 208-209).

Cazadores recolectores del Caquetá Medio

La presencia de poblaciones cazadoras recolectoras en el río Caquetá, Amazonia


colombiana, puede ser ejemplificada por el sitio de Peña Roja (Mora 2006: 93), lo-
El alba de la sociedad venezolana 81

calizado en una terraza del río Caqueta, donde domina un ambiente de bosque tro-
pical cruzado por numerosos cursos de agua. El análisis arqueobotánico de los sedi-
mentos revela que durante la primera fase de ocupación, los colonizadores tenían a
su disposición diversas especies de palma: la palma moriche (Mauritia flexuosa), así
como Attalea maripa, Attalea insignis, Attalea racemosa y otras plantas como Oeno-
carpus bataua. Como sabemos, la Mauritia flexuosa fue y es todavía ampliamente
utilizada por las poblaciones originarias de la América tropical, ya que la masa que
se extrae de su tallo puede convertirse en harina comestible y sus hojas empleadas
para la manufactura de cestería y cordeles. Las evidencias muestran que ya hace
8.000 a.p., la gente de Peña Roja introdujo y domesticó la Cucurbita sp., la Lagenaria
siceraria, y la Callathea allouia (Morcote 1994).
El registro arqueológico muestra la utilización del chert y el cuarzo para la manu-
factura de instrumentos de producción, utilizando la técnica de la piedra percutida,
a partir de la cual se producían lascas empleadas como raspadores, morteros, placas,
martillos, así como manos que indican el procesamiento de semillas (Mora 2003,
2006). Según Gnecco (2002: 275), la gente de Peña Roja habría practicado una tecno-
logía extractiva no especializada característica de una economía de amplio espectro.
El modo de vida recolector cazador culminó en Colombia hacia 7.000-8.000
años antes de ahora (4730 a. C.) con el posible inicio de la domesticación del maíz
(Zea mays) en la región de Calima (Rodríguez 2002: 40). A partir de ese momento
parece comenzar un proceso sostenido de formación de aldeas sedentarias que se
expresó, hace 4.200 años antes de ahora (2270 a. C.), en la proliferación de instru-
mentos agrícolas tales como azadas líticas, utilizadas para roturar los campos de
cultivo, y manos de moler, metates, morteros, percutores, etcétera, empleados para
el procesamiento de nueces, tubérculos y rizomas.
La presencia de poblaciones ligadas a la tradición de artefactos líticos bifaciales
sólo aparece hasta hoy representada en sitios de habitación o campamentos estacio-
nales donde están presentes puntas de proyectil tipo “cola de pescado” o triangulares
bifaciales con espiga, así como puntas pedunculadas muy variadas. Esos hallazgos
presentan una distribución que va desde el Darién, la costa atlántica colombiana y
el valle del Cauca hasta el océano Pacífico (Gnecco y Salgado 1989; Gnecco e Illera
1991, Gnecco 2000, 2003; Bell 1960; Mayer-Oakes 1966, 1986ª).
La arqueología de la mandioca o yuca sugiere que, en aquellas regiones, el evento
fundador de la domesticación de aquel cultígeno tan importante para la subsistencia
82 Mario Sanoja Obediente

de las poblaciones humanas cazadoras recolectoras, ocurrió con anterioridad a los


8.000 años a.p., momento cuando la dispersión territorial de las poblaciones caza-
doras recolectoras fabricantes de las industrias talladas bifaciales, en las cuales se
incluyen las diversas variedades de puntas de proyectil triangulares con pedúnculo,
alcanza su mayor expansión. Por su parte, Pearsall (1992) registra la presencia de
mandioca o yuca en el litoral pacífico peruano entre 8.000 y 6.000 años a.p., sugi-
riendo que esta especie debería de haber sido domesticada antes en el Amazonas,
donde se hallan localizadas la mayoría de las poblaciones de yuca silvestre como
la M. pruinosa, más afines a la mandioca cultivada (Clement (2006). Este hecho
nos recuerda que las poblaciones cazadoras recolectoras, particularmente las que
colonizaron la región neotropical, jugaron también un papel importante en la do-
mesticación y dispersión temprana de plantas utiles o comestibles y necesarias para
reproducir los modos de mantenimiento de su vida cotidiana.

6. Inicio de las sociedades sedentarias en el noreste de


Suramérica: Ecuador, Colombia, Panamá y Costa Rica
Ecuador: recolectores litorales y agroalfareros del interior

El período de 5.000 a 4.000 años antes del presente, en el Nuevo Mundo, caracte-
riza un óptimo climático con temperaturas cálidas que marca la desaparición defi-
nitiva de la influencia glaciar que había predominado el Pleistoceno y los comienzos
del Holoceno.
A partir del momento señalado comienza a observarse en el litoral pacífico del
noroeste de Suramérica, un proceso de profundización de la recolección vegetal, asi
como de domesticación de plantas para la producción de alimentos, vinculado con
el proceso de colonización territorial que llevaban adelante los pueblos cazadores
recolectores generalizados, distinguidos por la posesión de un ajuar de instrumen-
tos líticos indiferenciados donde dominaban las lascas primarias o retocadas por
presión y los choppers.
La colonización temprana de la región pacífica de Ecuador esta distinguida por
la presencia de pueblos denominados arqueológicamente como complejo Achallan.
Los campamentos y aldeas de este pueblo se hallan localizados en sitios costeros del
litoral pacífico ecuatoriano, como Vegas (Stother, 1985), península de Santa Ele-
El alba de la sociedad venezolana 83

na, Ecuador, donde –aparte de martillos, choppers y manos– hay también artefactos
manufacturados a partir de núcleos piramidales y discoidales, raspadores laterales,
hojas recortadas y abundantes martillos manufacturados con cantos rodados.
El artefacto más común era la lasca sencilla, en hortesno o cuarcita, la cual fue apa-
rentemente utilizada tanto para despellejar animales y limpiar el pescado, como para
el trabajo de sólidos fibrosos: madera, corteza, etcétera. Sólo un pequeño porcentaje de
estos artefactos presentaban retoques en los bordes. Al mismo tiempo que la piedra, la
gente de la comunidad cazadora recolectora de Vegas utilizaba los huesos largos de los
grandes mamíferos para manufacturar punta de dardos o anzuelos y posibles leznas
empleadas para la fabricación de redes u otros textiles. Empleaban igualmente la con-
cha de la Malea ringens, la Pinctada mazatlántica y la Melongena sp. para manufacturar
recipientes pequeños, cucharas, perforadores o buriles y cuentas de collar.
Según Bate (1983: 132), el complejo de instrumentos líticos de producción defi-
nido en Vegas se distingue por la poca elaboración en la técnica de manufactura y la
ausencia de instrumentos bifaciales, pareciendo limitarse a la percusión directa que
genera una morfología funcionalmente poco diferenciada.
El modo de vida de la comunidad cazadora recolectora pescadora de Vegas esta-
ba caracterizado por dos modos de trabajo complementarios: uno orientado hacia la
explotación del ecosistema de manglar a través de la pesca y la recolección de conchas
marinas como la Anadara tuberculosa y otro orientado hacia la explotación del eco-
sistema ripario del interior a través de la caza terrestre.
La permanencia relativa de los recursos de subsistencias del manglar, así como su
complementariedad con los de la selva de galería del interior, determinó una forma
de vida sedentaria en la comunidad cazadora recolectora de Vegas y un espacio te-
rritorial organizado, al parecer, en una aldea central y aldeas subsidiarias ocupadas
cíclicamente en función de la apropiación de los recursos de subsistencias accesibles.
La práctica de una actividad recolectora de vegetales está demostrada por la pre-
sencia de restos de Lagenaria siceraria, Cucúrbita sp. y fitolitos de Zea mays en contextos
fechados en 7.000 a 8.000 años a.p. (5.000 a 6.000 a. C.), así como diferentes hierbas
silvestres, semillas de Acacia y posibles evidencias de algodón (Stothert, 1985).
El espacio doméstico de la comunidad recolectora cazadora de Vegas, particu-
larmente el denominado sitio 80, presenta la asociación del espacio habitado con en-
terramientos colectivos. Los muertos eran inhumados dentro de los basurales pro-
ducto de la actividad de consumo, recordando también las características del espacio
84 Mario Sanoja Obediente

doméstico de la comunidad cazadora recolectora de la sabana de Bogotá. Los esque-


letos, según Ubelaker (1980, 1983, 1984), muestran que se trataba de una población
sana, bien alimentada, cuya dieta no dependía de la agricultura intensiva. Al igual
que en los concheros del noreste de Venezuela, los sambaquís del litoral brasileño y
los abrigos rocosos de la sabana de Bogotá, Colombia, recolectaban el ocre, mineral
que utilizaban para elaborar un pigmento con el cual, entre otros usos, coloreaban
los huesos de los difuntos. En relación con estos indicios sobre prácticas relaciona-
das con la creencias de esa comunidad recolectora cazadora, es importante retener la
presencia de semillas de acacia, que bien podrían corresponder con el uso de especies
alucinógenas, como es el caso de la Acacia niopo, de cuya semilla se extrae –luego de
tostada y molida la pulpa– el yopo, utilizado por los indígenas contemporáneos del
norte de Suramérica en las actividades shamánicas.
La extensión de la tradición tecnica de instrumentos de producción no especiali-
zados se extendería, según Bate (1983 I: 134), mucho más hacia el sur, hacia la costa
norte del Perú, manifestándose en una serie de fases arqueológicas como Siches,
Estero y Honda, con una antigüedad que iría desde 6.000 a 3.000 años a. C. Otros
sitios importantes para el estudio de la tradición de instrumentos de producción no
especializados se hallan también hacia el sur, en la quebrada de Chorrillos, penínsu-
la de Illescas, Perú, e igualmente, en la sierra meridional del Ecuador, el sitio Alturas
de Oña, donde existe una estratigrafía que muestra una capa inferior con industrias
de piedra percutida, y una superior, donde se encuentra un variado instrumental de
cazadores especializados que probablemente podría relacionarse con Guitarrero I y
Lauricocha I, en el Perú (Bate I, 1983: 134-134), indicando con esto que la gente de
la tradición técnica de instrumentos de producción no especializados mostraría –en
muchos sitios– mayor antigüedad que los cazadores especializados con puntas de
proyectil líticas. Un argumento similar ha sido avanzado por Lanning y Patterson
(1974: 44-50), quienes consideran la existencia en el Perú de una tradición de lascas
y choppers sin puntas de proyectil, que habría precedido a la denominada tradición
Bifacial Andina originada –al parecer– en Venezuela.
De acuerdo con los datos que poseemos hasta el presente, las poblaciones del
modo de vida recolector litoral, pescador cazador que vivían en la costa del Ecuador
desde 6.000 a 5.000 a. C., ya habían comenzado a transitar ciertas formas de control
de la producción de alimentos y –al parecer– las etapas iniciales de un proceso de
trabajo tan determinante en el desarrollo social como es la alfarería, materializado
El alba de la sociedad venezolana 85

este último en el denominado complejo Achallan, donde los tiestos son extrema-
damente rústicos, aun comparados con los más rústicos de Valdivia A o Valdivia I,
con el cual es contemporáneo (Stothern, 1976: 91; Meggers, Evans y Estrada, 1965;
Hill, 1966, 1975). Por otra parte, ya en Vegas Tardío o Achallan existía la idea de
un espacio territorial organizado como una aldea estable, ubicada estratégicamen-
te para la explotación tanto del ecosistema marino como del ecosistema ripario y
boscoso del interior, rodeada de campamentos estacionales ubicados –muchos de
ellos– en el área litoral.
Entre 5.000 y 3.000 años a. C., la gente de la comunidad cazadora recolectora de
Vegas parece haber abandonado la península de Santa Elena debido, posiblemente,
al inicio de un proceso de desecamiento general del ambiente (Stothert, 1976; Lum-
breras, 1983: 26). Es precisamente en 3.000 a. C. (5.000-4.300 a.p.) cuando se hace
presente en dicha región la denominada cultura Valdivia (Meggers, Evans y Estrada,
1965; Lathrap, Marcos y Zeidler, 1977), donde ya hay evidencias de alfarería suma-
mente compleja y posible cultivo de maíz de la raza Kcello en el sitio de Real Alto,
circa 2.400 a. C. (Cevallos et álii, 1977).
La gente de Valdivia parece haber asimilado los modos de trabajo de las an-
tiguas poblaciones cazadoras recolectoras, no solamente en lo que concierne a la
recolección de conchas marinas y la pesca, sino también a la complementariedad
de modos de trabajo orientados hacia la explotación de los recursos litorales y
los del interior, materializada –en el presente caso– por la existencia de comu-
nidades litorales de ceramistas con énfasis en la recolección de bivalvos marinos,
particularmente la Anomalocardia subrugosa Sby y gastrópodos como la Cerithidea
purpurescens Brod y la pesca marina y, por otro lado, comunidades agrícolas en el
interior. Esta división de modos de trabajo entre componentes de una misma etnia
ha sido característica de otras sociedades antiguas del Viejo y Nuevo Mundo, oca-
sionando a veces ese hecho diferencias –inclusive– en las formas de organización
social y religiosa
El sitio de Real Alto (Lathrap, Marcos y Zeidler, 1977) parece reproducir una
organización similar a la anterior a nivel del espacio territorial; por una parte, una
gran aldea donde los espacios domésticos de habitación se agrupan en torno a un
espacio o estructura central que servía para las reuniones o festividades colectivas
y, por la otra, una división territorial entre la aldea central y los campamentos
costeros. En la aldea central, el modo de trabajo agrícola dominante representa
86 Mario Sanoja Obediente

una ruptura, en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas, en la condición


apropiadora dominante de la comunidad de Vegas o Achallan.
En las costa existían comunidades recolectoras, pescadoras, cazadoras que
compartían con los agricultores ceramistas del interior un mismo proceso de tra-
bajo alfarero, así como un complejo superestructural ligado posiblemente a ritos
de fertilidad patentes en las figurinas valdivianas, pero cuyo modo de trabajo con-
serva relaciones técnicas, sociales e ideológicas que caracterizaban el modo de vida
recolector cazador disuelto por la aparición de la sociedad tribal valdiviana.
Sin entrar a discutir el fondo y la forma de la posición difusionista de Meggers,
Evans y Estrada, sólidamente apuntalada en su factibilidad por las similitudes esti-
lísticas y cronológicas innegables entre la alfarería de Valdivia y la de Jomón, isla de
Kyushu (neolítico japonés,5150 + 150 años a.p) o la posición evolucionista local sos-
tenida por Lumbreras, Bischof, Stothert, Marcos y otros investigadores, es evidente
que la ruptura definitiva de la condición esencialmente apropiadora de la sociedad
cazadora recolectora en la costa de Guayas es detonada por un proceso inducido
que, en su totalidad, no tiene precedentes locales. Hay persistencia de los modos de
trabajo producidos por el desarrollo sociohistórico de las comunidades recolectoras
cazadoras locales, que se intensifican y replantean dentro de una formación tribal
esencialmente productora de alimentos, cuyo surgimiento está mediado por la pre-
sencia de poblaciones que tenían un desarrollo superior de las fuerzas productivas.

Inicios de la agricultura en Colombia

Hacia finales del Pleistoceno y particularmente durante el Holoceno Inferior y Me-


dio, diversos sitios arqueológicos del Alto y Medio Cauca, Popayán, Viejo Caldas
y Antioquia, indican la práctica de la caza y la recolección de animales y vegetales
asociada con agricultura incipiente. El más antiguo es San Isidro, localizado en el
departamento de El Cauca, con una antigüedad de 8.100-7.580 a. C., cuyo ajuar
lítico incluye lascas primarias en chert, raspadores terminales, cantos rodados con
desgaste lateral y hachas, junto con algunas puntas líticas, característicos de la anti-
gua tradición de los cazadores recolectores generalizados.
Los restos arqueobotánicos indican la presencia de semillas de palma, de agua-
cate (Persea sp.) y de leguminosa (Erithrina edulis). Otro sitio importante es Sau-
zalito, donde los niveles arqueológicos más profundos, fechados entre 7720 y 7650
El alba de la sociedad venezolana 87

a. C. indicaron la presencia de lascas, instrumentos de molienda y posibles azadas,


asociados con semillas de aguacate y frutos de palma. Los sitios arqueológicos del
río Porce, norte de Antioquia, son exponentes del proceso de sedentarización que,
comenzando con la recolección de especies vegetales silvestres, acompañado por
una industria de lascas, martillos, percutores y cuchillos, culminó hacia 4.000 a.
C. con el cultivo del maíz y de la yuca (para una discusión más amplia, ver Rodrí-
guez 2002: 32-57).
La distribución territorial de las industrias de instrumentos de producción in-
diferenciados no se limita solamente a los valles y mesetas de la Sierra Oriental de
Colombia, sino que también, como expusimos antes, se han hallado evidencias de
la misma en el valle del Magdalena y en la costa Atlántica de Colombia (Hurt, Van
der Hammen y Correal, 1977: 16-17; Correal y Van der Hammen, 1977: 10; Rei-
chel Dolmatoff 1965 a y b, 1971, 1985; Reichel-Dalmatoff y Dussan, 1956; Le Gros
1992-1: 274-279), indicando una posible extensión de la comunidad cazadora del
altiplano colombiano hacia las tierras bajas del noroeste de Colombia. En el Magda-
lena Medio, como ya se expuso, se han encontrado asociaciones de lascas primarias,
con instrumentos bifaciales y planoconvexos retocados por presión y puntas de pro-
yectil bifaciales, triangulares, con pedúnculo (López 2004).
La distribución del complejo de instrumentos de producción indiferenciados
hacia los valles y las zonas bajas del litoral atlántico de Colombia ha sido reseñada
por Hurt, Van der Hammen y Correal (1976: 16-17); Correal y Van der Hammen
(1977: 10) y Reichel-Dalmatoff (1958; 1965: 48-49). Aunque no existen fechamien-
tos absolutos que permitan ubicar en el tiempo aquellos hallazgos, Correal y Van der
Hammen (1977: 170) vinculan ese posible movimiento de población con una serie de
cambios climáticos y demográficos que se produjeron en el altiplano colombiano en-
tre 6.000 y 5.000 años a.p., momento en el cual parece observarse una disminución
de la población del área, sincrónicamente con un aumento de la temperatura media
y un proceso de sequía muy fuerte.

El modo de vida mixto del litoral caribe colombiano

Al mismo tiempo que se produjo una posible disminución demográfica en las pobla-
ciones cazadoras recolectoras generalizadas del altiplano, ocurrió en la costa caribe
colombiana, hacia 3.500 a. C., (5.300 + 160 a.p.), el desarrollo de formas culturales
88 Mario Sanoja Obediente

que reproducen modos de trabajo característicos de las comunidades del modo de


vida recolector mixto en su variante litoral.
La distribución de sitios tempranos de habitación con alfarería en el noreste de
Colombia, se restringen a las tierras bajas de la cuenca del río Magdalena (Barlo-
vento, Canapote, San Marcos, Guájaro, Monsú, Puerto Hormiga, Puerto Chacho)
y San Jacinto, localizado en la zona de montañas de baja altitud que conforman la
sierra del mismo nombre.
El sitio arqueológico de San Jacinto está localizado en un valle aluvial de aquella
serranía, atravesado por una quebrada. Los habitantes del mismo se abrigaban en
paravientos temporales. Las fechas más antiguas de la ocupación del sitio provie-
nen de un suelo antrópico localizado en la base del depósito que marca el primer
período de la misma, ubicadas entre 5.300 y 6.000 años a.p. El segundo período
de la ocupación esta indicada por las fechas de 2120 + 90 a.p. y 1750 + 80 a.p. La
actividad económica se desarrollaba con base en la recolección y el procesamiento de
semillas de plantas silvestres y rizomas, utilizando piedras de moler. Suplementaban
la recolección de vegetales cazando grandes mamíferos como tapires y venados, así
como pequeñas tortugas que vivían en el fango del río, pequeños peces e iguanas.
Para capturar y procesar los recursos animales de subsistencia utilizaban un ajuar
de instrumentos de producción fabricados con base en lascas unifaciales con una
tecnología percusiva simple (Oyuela Caicedo 1995, 1998; Oyuela Caicedo et ál.
2005), utilizando rocas sedimentarias de origen marino. Una gran cantidad de ro-
cas fragmentadas mediante el fuego están presentes, posiblemente relacionadas con
técnicas para hervir el agua. Ello podría estar quizás relacionado con la calidad de
las vasijas de barro, decoradas con motivos excisos y modelados incisos, para resistir
temperaturas muy elevadas, debido a la utilización de desengrasante vegetal y ser
cocidas a baja temperatura en un ambiente reductor. La comunidad de recolectores
cazadores vivía en campamentos residenciales y campamentos estacionales, donde
destacan áreas de actividad compuestas por numerosas concavidades circulares uti-
lizadas para labores de cocina.
El proceso de trabajo recolector cazador generalizado de la gente de San Jacinto
indica una actividad centrada principalmente en la apropiación de recursos de sub-
sistencia terrestres, distanciada de las regiones litorales donde se encuentra la otra
facies integrada por cazadores, pescadores y recolectores litorales. El inventario de
la fauna consumida por los habitantes de Monsú, sitio que ejemplifica la forma tem-
El alba de la sociedad venezolana 89

prana de aquel proceso (Reichel- Dolmatoff, 1985: 169-170), nos indica –para 3.500
a. C.– la existencia de una forma económica donde predominaba la caza terrestre
(venados, cerdos salvajes, roedores) sobre la pesca, la caza (tortugas) y la recolección
(cangrejos, gastrópodos terrestres) que se practicaba posiblemente en las ciénagas y
aguas de poca profundidad vecina a la costa.
En el sitio arqueológico de Puerto Hormiga (Reichel-Dolmatoff, 1965; 1971),
localizado en las vecindades de Monsú, hallamos que 3.090 + 70 años a. C., es decir,
260 años más tarde que en Monsú, las poblaciones recolectoras cazadoras generali-
zadas habían abandonado prácticamente la caza de grandes mamíferos, limitándose
a pequeños roedores, en tanto que la recolección de bivalvos –particularmente los
del género Pitar y la Ostrea, característicos de la formación de bosques de manglar–,
había remplazado la recolección de gastrópodos de agua dulce. Por otra parte, la
mayor parte de los peces capturados, así como las tortugas y los cangrejos, procedían
de las ciénagas o del río, posiblemete producto de las prácticas apropiadoras de las
mujeres y los juveniles de la comunidad. La concha de algunas especies de gastrópo-
dos de agua dulce o hábitat estuarino –como la Melongena– era utilizada, quizás,
como recipiente, modificando el labio y el extremo frontal de la misma (Reichel-
Dolmatoff, 1971: 342; 1965: 45).
Lo anterior asume particular importancia cuando comparamos el inventario de
la fauna cazada o recolectada por los individuos de Puerto Hormiga con el de la
comunidad de cazadores recolectores de Tequendama, sitio ubicado en la meseta de
Bogotá, y podemos ver que las prácticas apropiadoras de estos últimos estaban, por
el contrario, orientadas hacia la caza de grandes mamíferos (Mazama, Odocolyleus
sp.), posiblemente prácticas apropiadoras desempeñadas por los individuos mascu-
linos, en tanto que las capturas cotidianas de pequeños roedores como el Agouti y
la Dasyprocta y la recolección de gastrópodos terrestres pertenecientes a los géneros
Drymaeus y Plekocheilus, la mayor parte de los cuales fueron hallados en el período
tardío de Tequendama, eran prácticas apropiadoras desempeñadas por las mujeres y
los juveniles de la comunidad (Correal y Van der Hammen (1977: 56).
De ser correctas las apreciaciones de Correal y Van der Hamme, hallaríamos
que las poblaciones cazadoras recolectoras que se habrían movido posiblemente
desde los valles serranos hacia la costa caribe colombiana, cambiaron, en el espacio
de unos dos siglos, de un modo de trabajo cazador orientado hacia la caza de los
mamíferos terrestres a un esquema diversificado de modo de trabajo que apuntaba
90 Mario Sanoja Obediente

hacia la recolección de bivalvos marinos y estuarinos, la pesca y la recolección en ríos


y lagunas, donde el trabajo de las mujeres y los juveniles de la comunidad también
conservaba un peso importante.
El conjunto de instrumentos líticos de producción asociado con estos modos de
trabajo se caracteriza por la presencia de lascas unifaciales, tajadores o choppers, po-
sibles perforadores y buriles sobre lascas –algunos de los cuales presentan bulbos de
percusión–, así como cantos rodados utilizados como manos, martillos, pulidores,
yunques o “quebracocos”, hachas y núcleos prismáticos, reminiscentes del instru-
mental de los recolectores marinos tempranos del noreste de Suramérica.
En Monsú (Reichel-Dolmatoff 1985), el registro estratigráfico indica también
la presencia de leznas o punzones manufacturados con cuernos de Mazama sp., po-
sibles puntas de proyectil manufacturadas a partir de esquirlas de huesos largos de
mamíferos o colas de raya (Dayasatis sp.), placas y cuentas de hueso y concha marina.
En Puerto Hormiga, por el contrario, predominan los artefactos de conchas marinas
o de agua dulce.
La industria lítica que acompaña el ajuar tecnológico de la gente de Monsu se
caracteriza, al igual que en Puerto Hormiga y Puerto Chacho (Le Gros, 1992: 203-
219), por la presencia de piedras para moler, manos, yunques, pulidores, martillos,
hachas y azadas, así como instrumentos de producción sobre lascas de chert o sí-
lex: lascas primarias conchoidales con signos de uso, desechos de talla, raspadores
planoconvexos, lascas triangulares puntiagudas, raspadores y núcleos de debitage.
(Reichel-Dolmatoff 1985: 137 -154).
La presencia –en Monsú y Puerto Hormiga– de azadas y hachas manufactura-
das con la concha del Strombus gigas, así como la presencia de budares o platos para
tostar la harina de yuca amarga, tanto en los sitios mencionados como en el de Roti-
net, también en el Bajo Magdalena (Angulo, 1988: 45), en un período tan temprano
como 3.350 a. C., plantea la posibilidad de postular a la región del Bajo Magdalena
como uno de los posibles centros de origen y dispersión de la agricultura vegetativa
del norte de Suramérica (Sanoja, 1979; 1982).
Las condiciones ambientales del Bajo Magdalena, como hemos visto, parecen
haber influido para determinar una reorientación de la actividad económica de los
recolectores-cazadores-pescadores que habrían migrado hacia la costa caribe colom-
biana. Un hecho importante que habría motivado dicho cambio, podría haber sido
la gran concentración natural de plantas vegetativas, particularmente las variedades
El alba de la sociedad venezolana 91

tóxicas y dulces de la Manihot esculenta, que parece haber existido en aquella (Ro-
gers, 1963, Rogers et ál 1973; Sanoja, 1979: 309-324; 1997: 109-114). Dichas plan-
tas vegetativas fueron incluidas dentro del repertorio de especies vegetales comesti-
bles de los cazadores-recolectores-pescadores del Bajo Magdalena, al menos desde
el tercer milenio a. C., no como simples legumbres que se podían comer hervidas o
asadas sino como raíces cuya pulpa tuvo que haber sido procesada para transformar-
la en harina y luego en cazabe, un alimento culturalmente producido, diferente a la
naturaleza original de la planta.
Ya se sabe, con bastante generalidad, que las variedades tóxicas de la yuca son
las más apropiadas para fabricar el cazabe. Sus raíces contienen mayor cantidad de
almidón y menos fibras que la variedad dulce y, por ende, tiene mayor rendimiento
y calidad para la producción de la harina y del cazabe. Pero su preparación implica
una cadena de operaciones para rallar la raíz, prensar la pulpa para extraerle el ácido
hidrociánico, cernir la pulpa seca y cocer luego la harina o mañoco en los platos de
barro o budares. Cada operación implica: 1) poseer los conocimientos necesarios
para fabricar los rallos de madera con microlascas de sílex o chert incrustadas en
dicha tabla, a los fines de elaborar la superficie abrasiva; 2) poseer los conocimientos
para obtener las fibras vegetales y la tecnología para diseñar y tejer el complejo de
cestas utilizadas para procesar la pulpa de la yuca, incluyendo el complejo sebucán o
“tipiti” para prensar dicha pulpa y extraer el ácido hidrociánico; 3) poseer los conoci-
mientos de alfarería para fabricar los budares y transformar la harina de yuca en un
pan. Por otra parte, el cultivador indígena necesitaba conocer la técnica del cultivo
por estacas o esquejes para separar en clones las diversas variedades de yuca, evitan-
do la introgresión entre especies silvestres y domesticadas, mediante la interrupción
de la inflorescencia y polinización de la planta.
Como vemos, la coordinación de los distintos procesos de trabajo necesarios
para llegar a la producción del cazabe, ya implicaba un cambio cualitativo y cuanti-
tativo apreciable en las fuerzas productivas de los antiguos recolectores-pescadores-
cazadores antiguos del Bajo Magdalena, cambio que podría interpretarse como uno
de los ejemplos tempranos del proceso de neolitización que marca la disolución del
modo de producción apropiador de la sociedad cazadora recolectora y el inicio de la
sociedad tribal productora de alimentos en el norte de Suramérica.
Analizando el aspecto estilístico de la alfarería decorada de Valdivia, Puerto
Hormiga, Monsú y Monagrillo, Meggers, Evans y Estrada (1965: 168), así como
92 Mario Sanoja Obediente

Reichel-Dolmatoff (1985: 191-192), han argumentado que Valdivia debe ser el an-
tecedente de Puerto Hormiga o que –por el contrario– Monsú y Puerto Hormiga
son el origen de la cerámica valdiviana. Sin embargo, reconociendo el parentesco
formal que evidentemente existe entre la decoración de la alfarería de ambas cul-
turas, es preciso decir que los procesos sociohistóricos que determinan la constitu-
ción de ambas comunidades aldeanas, aunque esencialmente reflejan el proceso de
disolución de la sociedad recolectora y el desarrollo hacia la sociedad tribal, pro-
ductora de alimentos, tienen ritmos distintos. En el caso de Valdivia, el proceso
se resuelve rápidamente con la formación de comunidades aldeanas cultivadoras
de maíz, que alcanzan –de manera temprana– un cierto grado de estratificación y
organización sociopolítica y, en general, un nivel comparativamente alto de desa-
rrollo de las fuerzas productivas. La riqueza de representaciones femeninas en la
cerámica valdiviana deja entrever la importancia que debe haber tenido la partici-
pación tanto objetiva como subjetiva de las mujeres en el modo de mantenimiento
y de reproducción de la sociedad, particularmente en el desarrollo del proceso de
producción agrícola y la recolección de especies tanto vegetales como animales
para el consumo diario de la población.
En caso de Monsú, Puerto Hormiga, el proceso de disolución de la sociedad ca-
zadora recolectora fue muy lento. No obstante que las prácticas agrícolas de cultivo
con azada ya están presentes desde antes del tercer milenio, la asociación de plantas
vegetativas, como la yuca, con el modo de trabajo recolector, cazador o pescador, si
bien al inicio era capaz de una productividad relativamente alta, a la larga se convir-
tió en un freno para el desarrollo general de las fuerzas productivas de la comunidad
tribal aldeana.
Por sus características particulares, la vegecultura implica para su funciona-
miento una inversión mínima de fuerza de trabajo y de organización social para el
trabajo. Integrada con procesos de trabajo apropiadores como la caza, la pesca y la
recolección, puede ofrecer un retorno en producción de carbohidratos y proteínas
relativamente alto aunque no continuo y creciente. Pero la conservación de las raíces
bajo la tierra o la harina de yuca dentro de la vivienda no necesitan el desarrollo
de sistemas de almacenamiento comunal, ni el perfeccionamiento de los sistemas
de distribución y consumo, salvo la repartición equitativa e igualitaria del espacio
destinado a la apertura de los conucos cuyo producto es consumido directamente
por quien lo cultiva.
El alba de la sociedad venezolana 93

La fauna cazada, recolectada o pescada se mantiene y se desarrolla por procesos


naturales ajenos a la acción humana. Así, la variante vegecultora de la sociedad aldea-
na se convierte en una ampliación mejorada de los modos de trabajo apropiadores de
la sociedad cazadora-recolectora. En la variante aldeana tribal, productora de granos
como el maíz, la producción agrícola y los procesos de distribución y consumo se
desarrollan como un modo de trabajo integrado, que preserva en su periferia otros
complementarios, que persisten de sociedades anteriores. Observamos así dentro de
la cultura Valdivia cómo persisten las aldeas ceramistas de pescadores-recolectores
marinos en la costa de Guayas, pero ellas no median ni determinan el desarrollo de
las fuerzas productivas de las comunidades agrícolas del interior que son pertinentes
para el desarrollo sociohistórico de la formación social en su conjunto, cumpliéndose
así la premisa histórica dialéctica de que el progreso social se da, no por la adaptación
a, sino por el alejamiento sostenido de las formas de economía natural.
A la luz de las consideraciones anteriores, el hecho de que las comunidades tri-
bales aldeanas del Bajo Magdalena y la costa de Guayas compartan elementos su-
perestructurales tales como ciertos códigos simbólicos de representación formal de
la alfarería, no implica relaciones de determinación cultural de una sobre la otra.
Significa, quizás, que compartían formas de expresión ideológica que denotan una
condición histórica: el ser sociedades tribales. Y aquí entramos ya a discutir un tema
que ha sido motivo de innumerables planteamientos por parte de diversos arqueólo-
gos: la existencia de una tradición decorativa plástica modelada-incisa-punteada que
sería común para los alfareros de las llamadas sociedades formativas, esto es, las que
integran los antecedentes más remotos de la formación tribal en América del Sur.
Ford (1969), en su monumental obra comparativa de las llamadas culturas for-
mativas americanas, mostró objetivamente cómo las formas superestructurales es-
tán determinadas por la base material en la sociedad tribal y en algunas comunida-
des de la formación clasista inicial, esto es, aquellas ligadas a la aparición del Estado.
Pero el que esa determinación se muestre a través de manifestaciones tangibles como
una tradición estilística plástica de la decoración alfarera, ¿significa difusión de gru-
pos humanos?, ¿difusión de ideas?, ¿evolución independiente? Childe (1981: 239-
263) ha explicado estos fenómenos como la existencia de una tradición social histó-
ricamente determinada que es compartida por distintos pueblos. El ambiente o los
ambientes que fueron explotados por esa cultura, a través de un modo de trabajo que
combinaba distintas prácticas agrarias, y apropiadoras, eran mundos que debían ser
94 Mario Sanoja Obediente

explicados a través de representaciones colectivas. Estas fueron objetivadas median-


te el uso de técnicas decorativas plásticas que sólo requerían para su ejecución una
modificación del volumen de la materia prima y de la superficie de los objetos hechos
en barro a través de la sustracción o el añadido de materia. El estilo decorativo era
fundamentalmente una reflexión sobre el ambiente natural manifestada en repre-
sentaciones zoomorfas, antropomorfas, o biomorfas, heterogéneas en la esencia que
las causa: “Dado que en el modo de vida aldeano igualitario, la contradicción prin-
cipal que motoriza el desarrollo de la sociedad todavía está más cerca de la relación
hombre-naturaleza que de la relación hombre-hombre, las respuestas fenoménicas,
en concordancia con la esencia de la formación económica social correspondiente,
especialmente las ligadas a la superestructuras, tienden a reflejar la contradicción
principal...” (Vargas, 1985: 97-98; Delgado, 1985: 69).
El modo de vida aldeano igualitario, sustentado sobre una base productiva mixta
de agricultura vegetativa, recolección marina, pesca y caza terrestre, se mantuvo la-
tente durante varios milenios en la costa caribe colombiana, materializado en sitios
como Puerto Hormiga, Barlovento, Puerto Chacho, Canapote, Bucarelia, Zam-
brano y Rotinet. Las comunidades aborígenes parecen haberse desplazado paula-
tinamente desde el litoral hacia las ciénagas y lagunas del interior que forma el río
Magdalena antes de desembocar en el mar Caribe, donde la producción de alimentos
podría funcionar de manera más efectiva en combinación con la apropiación de la
fauna terrestre y acuática, como es el caso del sitio Malambo (Angulo 1981). En este
sentido, las investigaciones de Langebaek y Dever en el Bajo Magdalena (2004: 52-
53) tienden a mostrar que la aceleración del proceso de producción de alimentos a
través del cultivo de plantas y el desarrollo de grandes aldeas sedentarias se produjo
en el noroeste de Colombia hacia inicios del primero milenio a. C. con la coloniza-
ción de territorios del interior donde existían mejores suelos agrícolas.
Ese proceso está ejemplificado posteriormente en la fase Malambo (Angulo,
1962, 1981). En esta última, fechada en 1.100 a. C., ya se nota el abandono de la
recolección de conchas marinas y un aumento de la caza, tanto terrestre como fluvial
y la pesca. Asimismo, Malambo marca una diferencia importante con el proceso
sociohistórico anterior, al comenzar a constituirse como una aldea nuclear estable de
gran extensión donde se intensifican los distintos modos de trabajo característicos
del modo de vida tribal aldeano igualitario: la vegecultura, la alfarería, los textiles, la
caza, la pesca. El espacio doméstico, como parece ser común a las comunidades tri-
El alba de la sociedad venezolana 95

bales aldeanas igualitarias, se consumía no sólo como espacio habitado, sino también
como área de enterramiento de los muertos. Los esqueletos estaban generalmente
asociados con ofrendas que reflejaban el sexo y la actividad que había cumplido en
vida el individuo.
Existen evidencias de una posible diferenciación en el trato a los muertos, ya
que si bien todos los enterramientos eran directos primarios, una minoría era en ur-
nas de barro acompañados de ofrendas de alimentos e instrumentos de producción.
La alfarería continúa en la tradición modelada-incisa que arranca desde Monsú y
Puerto Hormiga, notándose la presencia de mascarillas antropomorfas, pintaderas
cilíndricas, volantes de huso, cuentas de collar, así como una profusión de formas de
vasijas, algunas de morfología compleja.
De manera general, Malambo parece prefigurar el tipo de comunidad nuclear
que va a caracterizar la sociedad tribal aldeana igualitaria de la costa caribe colom-
biana, prolongándose su existencia durante todo el primer milenio a. C., y los prime-
ros siglos de la era cristiana.

Recolectores cazadores litorales y del interior y las sociedades agroalfareas


de Panamá y Costa Rica.

En la región de Panamá, Baja Centroamérica, podemos observar, al igual que otros


sitios del noroeste de Suramérica, un proceso local de sedentarización que se inició
con el modo de vida de los recolectores, pescadores y cazadores generalizados y cul-
minó en milenios posteriores con sociedades complejas, ceramistas y productoras
de alimentos.
Hacia 4850 + 100 a. C., (6.000-7.000 a.p.), el modo de vida recolector marino
mixto se hallaba ya establecido en el litoral pacífico de Panamá, caracterizado por el
sitio Cerro Mangote, ubicado en la desembocadura del río Santa María (McGimsey
III, 1956: 151-161).
El estudio de los restos arqueológicos de Cerro Mangote revela la presencia de
grupos humanos organizados en comunidades de carácter reducido, pero de natura-
leza estable, los cuales derivaban su subsistencia de la recolección de conchas mari-
nas, la pesca, plantas silvestres y la caza terrestre.
El modo de vida de la comunidad recolectora de Cerro Mangote revela también
la presencia de dos modos de trabajo complementarios: uno, orientado hacia la ex-
96 Mario Sanoja Obediente

plotación de las zonas litorales con bosque de manglar y zonas pantanosas; y otro,
adaptado a la explotación de recursos de la fauna terrestre que probablemente habitaba
las selvas de galería del río Santa María y las zonas de bosque que rodean el yacimiento:
venados, pequeños mamíferos, tortugas, aves y peces. No obstante, la recolección de
moluscos y cangrejos marinos parece haber constituido la porción más importante de
recursos alimenticios consumidos por aquellas poblaciones (Ranere y Hansell, 1978).
Los instrumentos líticos de producción más característicos de Cerro Mangote
fueron manufacturados con una mínima o ninguna inversión de trabajo humano. La
mayor parte de los mismos fueron fabricados a partir de cantos rodados desbastados
de manera muy rústica: machacadores, moledores o manos, estas últimas caracteri-
zadas por la utilización de las facetas laterales como superficie activa para el trabajo
de moler o pulverizar sólidos. Se hallaban también lascas primarias y fragmentos
de metates rudimentarios, lo que ha permitido a algunos autores postular la exis-
tencia de una utilización temprana del maíz por parte de los recolectores cazadores
panameños (Linares, 1976: 69-70; Linares y Ranere, 1971). Otros artefactos eran
manufacturados en hueso, como por ejemplo leznas posiblemente empleadas en la
manufactura de redes u otro tipo de textiles, o en conchas, particularmente cuentas
y pendientes para el adorno corporal.
Al igual que los individuos de las comunidades recolectoras de la sabana de Bo-
gotá y la península de Santa Elena, el espacio doméstico de la comunidad recolectora
de Cerro Magnote parece haber sido utilizado tanto para las actividades ligadas a
la reproducción del ser social como para otras ligadas a las creencias rituales. Los
muertos eran enterrados en el desecho formado por la acumulación de conchas ma-
rinas que consumían. La posición de algunos esqueletos sugiere que, posiblemente,
algunos cadáveres eran primero descarnados y luego sus huesos colocados en cestas
para su inhumación final. Según McGimsey (1956: 158-159), la presencia de rasgu-
ños y cortes en muchos de los huesos de los esqueletos podría deberse al descarnado
de los cadáveres utilizando para ello lascas como raspadores o los propios dientes de
los humanos, indicando con ello que la carne podría haber sido consumida.

Período Ceramica Temprana A. 3800-2900 a. C.

En Panamá, la primera evidencia de fabricación de alfarería fue localizada en el sitio


de Monagrillo, fechado en 3800-2900-1200 años a. C., localizado en la bahía de
El alba de la sociedad venezolana 97

Parita, sobre la costa pacífica del istmo (Willey y McGimsey, 1954). El contexto
cultural del sitio indica que los individuos de la comunidad de Monagrillo derivaban
la mayor parte de su sustento de la pesca y la recolección de cangrejos y conchas
marinas en los fondos fangosos de la desembocadura del río Parita, particularmente
la Ostrea chiliensis y la Tivela gracilor. De igual manera, otra parte sustancial de su
alimentación derivaba de la caza terrestre, notándose la presencia del Odocoyleus
chiriquensis Allen, el Pecari ungulatus, prociónidos, tortugas de agua dulce, conejos
y agoutis.
No hay evidencias de cultivo, aunque ciertos instrumentos de producción
como manos y metates indican que procesaban también alimentos vegetales,
nueces de palma.
Los sitios de habitación de la comunidad recolectora-cazadora de Monagrillo
están distribuidos a lo largo de una antigua playa de la bahía de Parita, aunque
estas condiciones parecen haber cambiado durante la ocupación del sitio. En
cierto momento de la ocupación, el proceso de sedimentación determinó la for-
mación de una laguna litoral que favoreció el aumento de peces y bivalvos en el
sitio y –consecuentemente– una ocupación más permanente hasta la conversión
de la laguna en una salina y el abandono del sitio por sus ocupantes (Linares,
1977: 18; Ranere y Hansell, 1978: 47-48).
De manera general, la comunidad recolectora-cazadora de Monagrillo con-
servaba el modo de trabajo apropiador que ya existía desde Cerro Mangote,
evidenciándose que la presencia de alfarería incisa en Monagrillo podría ser el
producto de un proceso derivado de otras comunidades de regiones vecinas. Las
características estilísticas apuntan hacia el noreste de Colombia, donde hemos
visto que otras poblaciones horticultoras, recolectoras-cazadoras, ya poseían
también alfarería incisa desde 3.300 años a. C.
Otros sitios, como el abrigo rocoso de Aguadulce, Lago Yeguada, ref lejan
estratigráficamente la sucesión de cambios culturales ocurridos en el litoral pa-
cífico panameño desde 5.000 a. C. hasta 2.000 a. C., mostrando en la base un
componente tipo recolector cazador generalizado tipo Cerro Mangote, al cual
se superpone la presencia de alfarería de Monagrillo (Linares, 1977; Ranere y
Hansell, 1978, Cook 1995). Al igual que sus predecesores precerámicos, cultiva-
ban un maíz de tusa pequeña en pequeños conucos, utilizando la técnica de roza
y quema; utilizaban también como alimento la palma aceitera (Elaeis oleífera) y
98 Mario Sanoja Obediente

la Acrocomia sclerocarpa. Las conocidas manos laterales que ya existían desde los
tiempos de Cerro Mangote están también presentes en este contexto ceramista
de Aguadulce, posiblemente utilizadas para procesar las raíces de plantas como
la yuca. La dieta de los ocupantes del abrigo de Aguadulce indica la importancia
que tenía la caza terrestre en sitios como Ladrones, Agua dulce y Zapotal, la
cual se orientaba hacia la captura de grandes mamíferos como venados (Odo-
coyleus sp.), el pecarí de collar (Tayassu tauycu) así como roedores, armadillos,
iguanas y tortugas. Consumían conchas marinas y cangrejos de manera similar
a la gente de Monagrillo, al mismo tiempo que peces y tortugas marinas y f lu-
viales procedentes de la zona costera, la cual debía estar, en ese momento, más
cerca que la actual. En Panamá Central, para finales del primer milenio a. C.,
las antiguas manos laterales del período precerámico ya habían desaparecido,
reemplazadas por metates y manos cilíndricas bien manufacturadas que estaban
asociados con la utilización de especies de maíz de tusa de mayor tamaño, esto
es, más productivas (Cook 1995: 178).
En el interior de Panamá, las evidencias indican la presencia de comunidades de
cazadores-recolectores selváticos en la región del río Chiriquí (fase Talamanca), cuya
antigüedad ha sido estimada entre 5.000 y 3.000 años a. C. Los individuos de dichas
comunidades desarrollaron una forma de subsistencia fundamentada en la recolección
de frutos silvestres y, posiblemente, una práctica vegecultora asociada con cultivos de
roza y quema, como parece indicarlo la presencia de hachas pulidas y un complejo de
instrumentos de producción en piedra lascada, integrado por cinceles, cuchillos, per-
foradores, leznas y raspadores, posiblemente utilizados para deforestar y para trabajar
la madera. Ese período, definido como fase Boquete, plantea un proceso gradual de
estabilización en el cambio hacia la producción de alimentos, que culmina alrededor
de 350 + 75 y 940 + 70 a. C., con la aparición de la cerámica y una forma diversificada
de subsistencia que incluía tanto la vegecultura como posiblemente el cultivo de maíz
(Ranere, 1972, 1976; Linares y Ranere, 1971; Linares, 1975, 1977).
Es posible que en el proceso de transición hacia formas productivas de alimentos
en Panamá, las poblaciones del modo de vida recolector cazador generalizado hayan
aprovechado de forma muy temprana la extraordinaria coyuntura de poder explotar
simultáneamente la diversidad de ecosistemas, marino y el selvático-ripario del inte-
rior, integrados en una región tan estrecha como el istmo flanqueada al este y al oeste
por el mar Caribe y el océano Pacífico, respectivamente.
El alba de la sociedad venezolana 99

La FES productora de alimentos en Panamá y Costa Rica

En los valles montañosos de Chiriquí, al norte de Panamá, sitios arqueológicos como


El Hato y Cerro Punta testimonian que, para 500 a. C., ya existían formas triba-
les aldeanas cuyo sistema productivo se basaba en el cultivo y el procesamiento del
maíz, posiblemente un híbrido de las razas Chapalote, Pollo y Nal-Tel, y frijoles.
Una de las características resaltantes de estas primeras culturas agricultoras de Pa-
namá es el desarrollo de un arte lapidario, del cual son producto metates gigantes,
tambores y grandes figuras humanas que muestran hombres llevando cabezas trofeo
(Linares, 1977: 24-25). Pero la evidencias más tempranas de comunidades tribales
aldeanas y –por ende– de la producción de alimentos en el sur de Centroamérica,
está tipificada por los sitios de La Montaña y Chaparrón, en el valle de Turrialba,
Costa Rica (Snarkis, 1984).
De los estudios realizados hasta el presente se puede inferir que los antiguos ha-
bitantes de La Montaña, valle de Turrialba, presentaban estrechas estilísticas en su
alfarería con la tradición incisa-plástica que ya hemos visto caracteriza a las comuni-
dades ceramistas tempranas del noroeste de Suramérica. En este mismo sentido, la
presencia de budares indica el cultivo y el consumo de la yuca amarga, uno de cuyos
posibles centros de domesticación parece hallarse en la región del Bajo Magdalena.
El conjunto de instrumentos líticos de producción revela la presencia de manos de
moler, cuñas o cinceles, raspadores, cuchillos y hachas.
Al mismo tiempo que la yuca y quizás otras raíces y vegetales, los individuos de
La Montaña practicaban la recolección arbórea, ejemplificada ésta por la presencia
de semillas de Persea sp. (aguacate o avocado). Los sitios de habitación parecen ser
pequeños y dispersos, evidenciando tal vez una forma de comunidad semisedentaria.
Paralelamente a La Montaña, cuyo origen suramericano parece muy evidente,
Chaparrón constituye una muestra de las influencias mesoamericanas que comien-
zan a filtrarse hacia el sur de Centroamérica en el primer milenio a. C., las cuales
–posteriormente– denominarán todo el escenario cultural centroamericano.
PARTE II
La FES de la cuenca del Orinoco
y el noreste de Venezuela

7. Recolectores cazadores de la cuenca del Orinoco


El estudio de los procesos de desarrollo sociohistórico de las sociedades de cazadores
recolectores tropicales en Suramérica –particularmente en las regiones ya mencio-
nadas–, requiere plantear dicho problema en su dimensión geohistórica. No podría-
mos pensar que tratamos con pueblos que mantuvieron un estilo de vida nomádico
milenario el cual dio origen a un proceso territorial expansivo indefinido; tampoco
deberiamos razonar solo con base en el análisis formal de los objetos, de los ins-
trumentos, como si éstos estuviesen disociados de las condiciones materiales de la
producción a los cuales ellos dan respuesta. Existen determinaciones, mediaciones,
de las cuales una de ellas es el ambiente natural, le milieu exterieur, pero el determi-
nismo técnico no es menos importante, ya que ambos aseguran la supervivencia de
los rasgos de las sociedades mediante un movimiento que se apoya, indistintamente,
sobre los préstamos y las invenciones, creando lo que Leroi-Gourhan ha definido
como un medio interno (milieu interieur), una ideología favorable que condiciona la
102 Mario Sanoja Obediente

existencia y el mantenimiento de la unidad étnica o de un conjunto étnico determi-


nado (Leroi-Gourhan, 1946: 450-460 ).
Cada sociedad –sean estos recolectores cazadores generalizados, cazadores
especializados– genera sus propios procesos socioeconómicos que le permiten
apropiarse de los recursos de subsistencia del ambiente de acuerdo con el nivel de
desarrollo de sus fuerzas productivas, pero no todos pueden trascender su condición
sociohistórica y pasar de la FES apropiadora a la FES productora. El estudio de la
morfología de los artefactos podria darnos una comprensión de la historia de las tra-
diciones técnicas, pero sólo con una óptica metodológica más centrada en el estudio
de los contextos, lo cual nos lleva a tratar de analizar la cotidianeidad de los cazado-
res y recolectores, podremos ser capaces de reconstruir la historia de esas sociedades.
Un punto importante para analizar –dentro de ese proceso múltiple de difusión-
adaptación-desarrollo local que parece caracterizar la historia de las sociedades de
cazadores recolectores tropicales suramericanos– es la tendencia que presentan los
portadores de determinadas tradiciones técnicas a desarrollarse hacia aquellas for-
mas sociohistóricas que los alejan de las condiciones predatorias que caracterizan
originalmente a los cazadores recolectores. Un ejemplo de ello serían las pobla-
ciones relacionadas con las industrias líticas indiferenciadas que –como ya hemos
dicho– parecen estar a la base de procesos autogenerados hacia formas hortíco-
las posiblemente vegecultoras, en distintas regiones del norte de Suramérica y en
Centroamérica. Por otra parte, podemos señalar también cómo –en un contexto
sociohistórico cazador especializado, tal el caso de la tradición Old Cordillera de
Norteamérica, cuya punta dominante es la foliácea– comienza a darse en períodos
muy tempranos (circa 13.000 a.p, Brennan 1970: 224) una forma de subsistencia
diversificada, el llamado Arcaico, a juzgar por la calidad de los instrumentos de pro-
ducción: cuchillos foliáceos y ovales, y cantos rodados utilizados como artefactos
de molienda (Willey 1966: 51-55).
Procesos similares ocurrieron en diversas otras regiones del continente ameri-
cano asociados –particularmente– con la tecnología de las puntas foliáceas, como
es el caso de Lerma, en Tamaulipas y Coxcatlán, en el valle de México; Lauricocha
y Ayacucho en Perú, y Ayampitín e Intihuasi en Argentina. Dicho proceso ha sido
reseñado por Bate (1983: 2-11, 190) para los Andes centrales en particular, cuando
plantea la existencia en toda el área mencionada de una tradición cultural producto
de la simbiosis entre los recolectores pescadores litorales y los cazadores andinos,
El alba de la sociedad venezolana 103

distribuida en distintas parcialidades humanas que fueron capaces de explotar, in-


distintamente, los recursos de subsistencia que se escalonaban desde la región coste-
ra hasta la puna. La fase más temprana de los sitios de dicha tradición arqueológica,
ca. 11.000 años a.p., indica la presencia de un ajuar lítico que tiene como elemento de
identificación cultural en dicha fase rústicos núcleos de piedra percutida que apare-
cen luego en el mismo contexto, hacia 9.000 a.p., asociados con raspadores y puntas
bifaciales foliáceas o romboidales. La fase inicial de dichos sitios contiene igualmen-
te una elaborada industria de hueso y concha orientada hacia la pesca y la caza ma-
rina, proceso que se muestra claramente entre los llamados pescadores arcaicos del
norte de Chile y del extremo sur del Perú. En el sitio Quebrada de los Burros, Perú,
el estudio de los fitolitos indica que ya entre 8.800 y 7.700 años a.p. se cultivaba o
recolectaba la yuca y la achira (Canna indica), (Lavallée y Julien 2012: 430).
A partir de procesos autogenerados, aquellas sociedades fueron capaces de desa-
rrollar procesos de trabajo agricola alternativos a la caza de animales como actividad
dominante: recolectaron mariscos en la costa, colectaron vegetales, construyeron
cabañas de madera y paja, inventaron técnicas para fabricar cordeles y tejidos y
–en general– formaron la base material de lo que serían las sociedades andinas más
avanzadas. Como lo ha reconocido también Lumbreras (1974: 40; 1983: 22), Bona-
vía (1982: 408) y Willey (1971: 50-57), el desarrollo de esas tradiciones de caza y
recolección estimuló un proceso de intensificación de las fuerzas productivas hacia
formas sociales asociadas con un mayor grado de sedentarismo.
Como vemos, es importante determinar el papel que jugaron las formas técnicas
en la identificación cultural de los grupos humanos que colonizaron inicialmente el
subcontinente suramericano y, en particular, las poblaciones que habitaron su por-
ción septentrional y la América Central, pero más importante todavía es determinar
el desarrollo de los modos de vida que permitieron la constitución de esas poblacio-
nes americanas
La evidencia arqueológica recuperada mediante nuestras investigaciones arqueo-
lógicas, en la cuenca baja del río Caroní y en el Orinoco Medio (Vargas 1981; Sanoja
y Vargas-Arenas 2006: 49-65), en la cuenca alta del río Caroní por Rouse y Cruxent
(1963: 42-43) y en el Alto Orinoco por Barse (1989, 1990, 1995) y por otros inves-
tigadores, permite afirmar que desde finales del Pleistoceno dichas regiones estaban
siendo colonizadas por poblaciones de cazadores recolectores tropicales cuyo ajuar
tecnológico y su cultura en general estaban relacionadas con los pueblos similares
104 Mario Sanoja Obediente

de la cuenca amazónica y el planalto brasileño. Dichas poblaciones colonizaron


también, posteriormente, el litoral caribe y atlántico del noreste de Suramérica y el
Caribe insular.
La base continental de aquella colonización está testimoniada por la presencia
de grandes concheros ubicados en la península de Paria, habitados por recolectores
pescadores litorales con un ajuar de instrumentos de producción cuya tecnología
lítica es reminiscente similar de la recuperada en los abrigos y sitios al aire libre de la
Guayana venezolana. Dicha colonización se reconoce igualmente por los complejos
de puntas líticas e instrumentos bifaciales todavía en proceso de estudio, como los de
la parte baja del río Caroní, o poco estudiados como los de Tupuken y Canaima, Me-
dio y Alto Caroní, la ocupación temprana del conchero de Banwari, isla de Trinidad,
la fase Alaka y los complejos de materiales de factura rústica de Rupununi, en Gua-
yana. En algunos casos, como los de la costa noroeste de Guyana y la península de
Paria, a partir de las poblaciones de recolectores pescadores litorales se produjeron
como posibles procesos autogenerados la horticultura y producción de alimentos
(Sanoja, 1980, 1982, 1984, 1985; Sanoja et álii: 1982; Sanoja y Vargas, 1979, 1983,
2006; 2012; Evans y Meggers, 1960; Cruxent 1971: 32; Rouse y Cruxent , 1963: 42-
43; Boomert: 2000: 47- 51; Veloz Maggiolo: 1980, 1991).

El modo de vida recolector cazador orinoquense

La región oriental de Venezuela, como ya hemos expuesto para los fines de este es-
tudio, comprende principalmente las poblaciones originarias del litoral y las islas
caribeñas del noreste del país, vinculadas históricamente con las de la cuenca del
río Orinoco y el sistema fluvial Caroní-Paragua, el cual constituye su vínculo con la
cuenca del Amazonas (Sanoja y Vargas-Arenas: 2006). Al igual que en el noroeste
de Venezuela, las evidencias geológicas y geomorfológicas indican que las poblacio-
nes recolectoras cazadoras vivieron dentro del marco de referencia de los cambios
ambientales que caracterizaron esta región durante los tiempos finales del Pleistoce-
no y los inicios del Holoceno.
Nuestra investigación comenzó con un proyecto de arqueología regional, el Pro-
yecto Orinoco, ejecutado entre 1968 y 1975 para estudiar la formación agricultora
del oriente de Venezuela (Sanoja y Vargas-Arenas 1970, 1983, 1999ª-b, 2006; Sano-
ja: 1979; Vargas-Arenas: 1979; 1981), y continuó con los proyectos de arqueología de
El alba de la sociedad venezolana 105

rescate que llevamos a cabo en el vaso de las presas hidroeléctricas Guri, Macagua y
Caruachi (Sanoja et ál., 1996, 2003, 2006) y que ahora conducen nuestros antiguos
estudiantes en la Presa Tocoma (en construcción). Estos proyectos de investigación
regional realizados en el vaso de las presas Macagua y Caruachi (Sanoja et ál. 1996,
2003, 2006) permitieron establecer las características generales del modo de vida
de las poblaciones más antiguas del Bajo Caroní, cuyos orígenes remotos –como ya
se expuso– se conectan posiblemente con los de los pueblos recolectores-cazadores-
pescadores descendientes, posiblemente, de los primeros inmigrantes paleoasiáticos
que llegaron a Suramérica (Layrisse y Wilbert, 1999: 131, 152-17).

MAPA 4
Cuenca del Caroní-Paragua. Se señala con un punto negro el área excavada.
106 Mario Sanoja Obediente

Otros proyectos de investigación ejecutados por otros investigadores en las re-


giones mencionadas (Zucchi y Tarble: 1984; Barse: 1989, 1990, 1995, 1999), nos
permitieron reconstruir una larga secuencia arqueológica que va desde finales del
Pleistoceno hasta los últimos siglos antes de la era cristiana. Ello ha hecho posible
establecer el proceso histórico que modeló las características culturales generales
de las poblaciones recolectoras cazadoras del Bajo Caroní, estado Bolívar, el Medio,
Alto y Bajo Orinoco, Venezuela, cuya diversidad cultural está atestiguada por la
diversidad de industrias líticas que caracterizan el registro arqueológico de la región.
Partiendo de la integración de criterios biogeográficos y ecológicos, podríamos
considerar la existencia de una macrogeorregión, colonizada por un vasto conjunto
de antiguas poblaciones de recolectores cazadores tropicales que poblaron la cuenca
del Orinoco, cuya historia se vincula con las de la cuenca del Amazonas y el Planalto
brasileño. Desde el punto de vista antropológico, las poblaciones originarias de tan
vasto territorio integraban –desde finales del Pleistoceno– un extenso horizonte
tanto de grupos de cazadores recolectores tropicales del interior como de recolecto-
res pescadores cazadores litorales que se extendería desde el noreste de Venezuela y
su extensión antillana, hasta el sur de Brasil.
La formación de aquella macrorregión geohistórica fue facilitada por la existen-
cia de sistemas acuaticos de comunicación entre ambas regiones geohistóricas, uno
de los cuales es el sistema fluvial conformado por los ríos Caroní y Paragua, que
tiene sus nacientes en la sierra Pacaraima, la cual actúa como la divisoria de aguas
entre la cuenca del Orinoco y la del Amazonas. Dicho sistema fluvial habría actua-
do como una importante ruta para la comunicación humana entre ambas cuencas
fluviales desde finales del Pleistoceno, jalonada por numerosos y variados ecosiste-
mas riparios: bosques tropicales, bosques deciduos, sabanas y bosques rebalseros o
“varzeas”, selvas de galería, ciénagas y lagunas, así como grandes raudales y una red
de numerosos ríos y quebradas que desaguan en los ríos, hábitat rico en recursos
naturales abundantes y predecibles que facilitaban la reproducción social y material
de la vida humana (Sanoja y Vargas-Arenas 2006: 49). La existencia de esta vasta
región geohistórica Orinoco-Amazonas, desde finales del Pleistoceno, explica la na-
turalidad de los profundos nexos geopolíticos que han desarrollado en la actualidad
las naciones de Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia.
A diferencia de la región noroeste de Venezuela y –en general– del litoral pací-
fico suramericano, ni en la cuenca del Orinoco, ni en la cuenca amazónica, ni en el
El alba de la sociedad venezolana 107

planalto y el litoral atlántico brasileño se han encontrado hasta ahora evidencias sig-
nificativas de megafauna pleistocena o de grandes mamíferos gregarios tales como
los bisontes, guanacos, caballos, etcétera, como la que constituía el objetivo funda-
mental del modo de trabajo cazador especializado del noroccidente de Venezuela
(Schmitz 1987: 59).
Como respuesta a aquellas condiciones, los cazadores-recolectores que habita-
ban la región del Bajo Caroní, afluente principal del río Orinoco, armaban gene-
ralmente sus campamentos o paraderos estacionales cerca de los puntos de agua
donde los animales iban a abrevar ocasionalmente, destazando quizás sus presas
en el lugar de matanza. Un ejemplo de la diversidad de recursos que captaban con
su modo de trabajo cazador, está ejemplificada por los restos hallados en campa-
mentos y talleres para la manufactura de instrumentos de producción, localizados
a lo largo de las orillas del río, cerca de los raudales donde abundan los peces y la
fauna riparia o palustre.
La situación anterior determinó, quizás, que desde períodos muy tempranos las
poblaciones humanas que colonizaron aquellas vastas regiones del este de Venezue-
la, al igual que las del noroeste de Guyana y el norte de Brasil, apropiasen recursos
económicos territorialmente más estables y predecibles que los rebaños de grandes
herbívoros pleistocenos, como los que ofrecia la fauna neotrópica: monos, venados,
pecaríes, tapires, chigüires o capibaras, morrocoyes, tortugas acuáticas, tapires, roe-
dores, etcétera, caimanes, manatíes, peces, bivalvos marinos y de agua dulce, gas-
terópodos terrestres, aves, tubérculos, rizomas, raíces y frutas diversas, lo cual los
condujo desde períodos muy antiguos a desarrollar procesos de sedentarización en
aldeas semipermanentes, procesos de domesticación de plantas útiles y comestibles,
así como cambios correlativos en las relaciones de producción y en la superestructu-
ra que se expresan en el desarrollo muy temprano de un rico arte rupestre (petrogli-
fos, pinturas) tanto cavernario como al aire libre (Schmitz 1987).
Por las razones expuestas, diversos autores brasileños (Schmitz, Barbosa y Ri-
beiro 1978/79/80), holandeses (Boomert 2000: 53-75), guyaneses (Wlliams 1992) y
venezolanos (Sanoja y Vargas-Arenas 1999b. 2006), señalan que ese proceso de co-
lonización y sedentarización podría definirse –dentro de los parámetros utilizados
por otros científicos brasileños– como arcaico del interior, es decir, una línea de desa-
rrollo histórico que habría comenzado desde períodos muy antiguos del Pleistoceno,
desde los procesos de caza y recolección hasta el comienzo de sociedades sedentarias
108 Mario Sanoja Obediente

que comienzan a cuidar o domesticar plantas útiles o comestibles conjuntamente


con la caza, la pesca y la recolección, como ocurre en la región orinoquense.

Modos de trabajo recolector-cazador en la cuenca del río Caroní

La categoría modo de trabajo, como ya hemos explicado, refiere a las formas de


producción y reproducción de la vida material de las poblaciones que practican un
determinado modo de vida, a los diversos procesos de trabajo, concretos y particu-
lares, en los cuales se objetiva el trabajo y la creatividad de los seres humanos de una
determinada FES (Vargas-Arenas 1990: 67-71; Sanoja 2011: 47). Es bueno guardar
en mente que los arqueólogos marxistas españoles han desarrollado un concepto
similar que denominan “prácticas socioeconómicas”, el cual alude a la reproducción
de las condiciones materiales de vida (Castro et ál.: 1996: 38-40).
De acuerdo con la evidencia aportada por el registro arqueológico, el modo de
vida de los cazadores del Bajo Caroní comprendería cuatro grandes modos de traba-
jo y tradiciones técnicas para la manufactura de instrumentos de producción que se
desarrollaron en esta región (Fig. 3), a veces de manera coetánea, durante un lapso
de 10.000 años. Los modos de trabajo, a su vez, están calificados por diferentes pro-
cesos de trabajo para la apropiación de los recursos naturales para la subsistencia y
la reproducción de los grupos sociales. Cada modo de trabajo, en el presente caso,
corresponde a una tradición arqueológica que equivale a su vez a una cultura, a una
comunidad de pobladores:
a) Modo de trabajo I: se relaciona con la tradición arqueológica Caroní, carac-
terizada por un ajuar lítico integrado solamente por rústicos choppers y lascas
unifaciales de cuarcita ferrosa, sin puntas líticas de proyectil.
b) Modo de trabajo II: corresponde a la tradición Guayana, cuyo ajuar lítico está
integrado por puntas de proyectil pedunculadas, cuchillos, navajas, perforado-
res, y otros artefactos en cuarzo, jaspe, chert y calcedonia.
c) Modo de trabajo III: se relaciona con la tradición El Espino, con un ajuar
lítico formado principalmente por artefactos sobre lascas de cuarzo lechoso o
cristalino, algunas de las cuales presentan retoques secundarios sobre uno de
los bordes. No se conoce hasta el presente la existencia cierta de punta líticas de
proyectil (Sanoja y Vargas-Arenas 1999: 186-198; 2006: 49-65).
d) Modo de trabajo IV: calificado por una industria lítica compuesta por ar-
El alba de la sociedad venezolana 109

tefactos sobre lascas, manos de moler y piedras de apoyo, puntas de proyectil e


instrumentos de trabajo manufacturados con huesos largos de mamíferos.

FIGURA 2
Cronología de modos de trabajo del Bajo Caroní.
110 Mario Sanoja Obediente

Modo de trabajo 1: la tradición Caroní

La población más antigua del Bajo Caroní conocida hasta el presente, la hemos
denominado arqueológicamente tradición Guayana (Sanoja y Vargas 2006).
Está caracterizada por una industria de rústicos choppers, lascas unifaciales,
núcleos lascados de cuarcita ferrosa (Fig. 2: 1-4; Fig. 3: 1; Fig. 4: 1). Dicha
industria se se relaciona morfológicamente con industrias amazónicas simila-
res caracterizadas por guijarros desbastados (pebble tools) y lascas primarias
de cuarzo o cuarcita sin puntas de proyectil, reminiscente del ajuar lítico de
los recolectores-cazadores-generalizados que comenzaron a colonizar la cuenca
amazónica entre 31.500 y 12.000 años a.p. (Guidon 1984).
Vestigio de estas antiguas ocupaciones humanas han sido halladas –entre
otros– en sitios arqueológicos como los de Toca de Boqueirao, Brasil, y más lejos,
en el sur de Chile, sitio Monte Verde I. Estos grupos humanos podrían a su vez ser
descendientes de las antiguas poblaciones paleoasiáticas que entraron a Suramérica
en una fecha similar (Layrisse y Wilbert, 1999: 161-162; 204-205). Descendientes
de los antiguos amazónicos-orinoquenses, serían los actuales grupos Yanomama y
Warao del stock Macro-Chibcha, Chibcha-Paezano (Layrisse y Wilbert 1999: 172).
Los instrumentos de producción característicos del modo de trabajo 1, la tradición
Caroní, son también reminiscentes en su morfología de los de la fase Ibicui, Río
Grande do Sul, Planalto brasileño (12.270 + 220, 12.690 + 100 años a.p.), definida
a orillas de río Uruguay, Brasil (Schmitz 1987: 86-87).
De acuerdo con los estudios geológicos y geomorfológicos realizados en el
raudal Caruachi para la construcción de la pantalla de la presa, los artefactos
líticos de la tradición Caroní fueron recolectados en el sitio G8, junto a los ya
desaparecidos raudales de Caruachi, río Caroní, en la superficie de un estrato
de arcilla caolinítica. Dichos artefactos, tallados en cuarcita ferruginosa (Figs.
2: 1-3; 3: 1 h), se hallaron incrustados en un suelo poligonal, antigua playa fó-
sil del río Caroní. Dicho piso fue recubierto posteriormente por un estrato de
sedimentos arenosos estériles de 1,20 m de espesor, coronado a su vez por un
estrato de tierra húmífera de 20 cm de espesor.
Aquel contexto geológico correspondería, en opinión de los geólogos y geo-
morfólogos que asesoraban el proyecto de la presa Macagua, con un episodio de
clima seco y cálido que habría ocurrido en Guayana a finales del Pleistoceno,
El alba de la sociedad venezolana 111

hacia 12.000 años a.p. (geólogo Lucio Aray, EDELCA-CVG. com. pers. 1995;
Otto Hüber, 1982). Eventos climáticos similares a los descritos están atestigua-
dos también en los llanos del noreste de Colombia entre 18.000-10.700 años
a.p., en el Bajo Magdalena, 10.010-9.370 años a.p., y en la cuenca del lago de
Valencia, costa central de Venezuela, en 12.930-9.540 años a.p. (Berrío et álii
2002: 165-166, 108; Salgado-Laboriou 1982: 74-77).
En el estrato superficial de humus que recubría la capa de arena estéril del sitio
G8 se hallaron fragmentos de la alfarería de la tradición Barrancas Clásico (400-200
a. C.), evidenciando con ello el largo intervalo temporal y cultural existente entre las
poblaciones precerámicas tempranas del Caroní y las de la tradición alfarera Barran-
cas cuya antigüedad se ubica en 3000 años a.p. (Sanoja, 1979).
Otros sitios arqueológicos localizados también sobre playas fósiles del río
Caroní, tales como G42, G26, G29 A y G95, revelan la distribución de este
conjunto de tipos de artefactos en cuarcita ferruginosa, particularmente las-
cas, choppers y núcleos unifaciales y bifaciales (Fig. 4: 1-4; Fig. 5.1) en torno al
mismo raudal de Caruachi. Ello permitiría inferir que la gente de la tradición
Caroní acampaba posiblemente alrededor de los grandes raudales del río y tenía
un modo de trabajo orientado, al parecer, hacia la pesca, la caza terrestre y la
recolección de vegetales. La evidencia indica que se trataba posiblemente de
pequeñas bandas de individuos que habitaban campamentos semipermanentes
a lo largo del río, especializados en la captura de los peces que viven y/o vienen a
desovar estacionalmente en áreas puntuales como los rápidos, donde se produce
una combinación de aguas turbulentas y aguas arremansadas.
La concentración semipermanente de las comunidades cazadoras recolec-
toras en torno a estas áreas del río, estaba determinada –al parecer– por la
posibilidad de apropiar recursos naturales de subsistencia estables y predeci-
bles como los que aún existían en el área para 1995, tales como peces, roedores
terrestres o anfibios (Hydrochoerus sp.), venados, morrocoyes (Testudo sp.),
etc., utilizando quizás, como lo hacen actualmente los indígenas guayaneses,
trampas de cestería, jabalinas y garrotes de madera. De igual manera, tenían
la posibilidad de recolectar recursos vegetales de subsistencia en los bosques
rebalseros (varzea) o de galería y en los morichales (Mauritia f lexuosa) que se
hallan en ambas márgenes del río Caroní, con la pulpa del cual se fabrica harina
comestible, y con las hojas cestería, cordelería y textiles.
112 Mario Sanoja Obediente

FIGURA 3
Tradición Caroní: núcleos de cuarcita tallados.
El alba de la sociedad venezolana 113

Modo de trabajo II. La tradición Guayana

La tradición Guayana fue definida en el sitio arqueológico G2-3 (Sanoja et ál. 1966:
15-17) ubicado sobre la terraza superior, mano derecha del río Caroní, vaso de la
presa Macagua II (Mapa 1). El yacimiento estaba recubierto por una capa de sedi-
mentos arenosos de 20 cm de espesor debajo de la cual, incrustados en la superficie
de un oxisol de espesor no definido, se recuperó una industria lítica manufacturada
sobre lascas de chert, cuarzo lechoso o cristalino, jaspe y calcedonia, compuesta por
puntas de proyectil bifaciales pedunculadas con aletas, raspadores laterales, navajas,
hojas o cuchillos de forma amigdaloide con filo mejorado con retoques planos, per-
foradores, buriles, percutores de forma esférica (Fig. 5: 2-6), y en el vaso de la presa
Tocoma litos esféricos y litos bicónicos posiblemente utilizados como proyectiles de
hondas o boleadoras y desechos de tallas.
Los instrumentos líticos se hallaron formando conjuntos bien delimitados y se-
parados unos de otros en la parte alta de la terraza, en una extensión aproximada de
600 m de largo, sugiriendo que, o bien el sitio no fue habitado simultáneamente, o
que cada grupo de la banda habitaba espacios domésticos claramente diferenciados
unos de otros a lo largo de la terraza. La abundancia de desechos de talla existente
en el campamento parece indicar la existencia de posibles talleres para el desbastado
de los núcleos de cuarzo hialino, cuarzo lechoso, jaspe y calcedonia, destacándose
la presencia de guijarros esféricos y bolas de piedra abrasada de cuarzo, jaspe o cal-
cedonia utilizadas bien como percutores y/o boleadoras para la caza de mamíferos
terrestres (Sanoja y Vargas-Arenas 1999ª 121).
El conjunto de instrumentos de producción del modo de trabajo II, particula-
mente las puntas de proyectil pedunculadas, se encuentran igualmente represen-
tadas en el registro arqueológico de la fase Uruguay, Río Grande do Sul, Brasil,
fechada entre 11.555 + 230 y 8.585 + 115 años a.p. (Schmitz 1987: 87-89) y en
Taperinha (Bajo Amazonas) (16.190 + 930 años a.p. (Roosevelt et álii: 1996), los
cuales evidencian que aquellas antiguas poblaciones humanas prácticaban la caza
terrestre y la recolección de alimentos y materias primas de origen vegetal en los
milenios finales del Pleistoceno.
En otros sitios del vaso de la presa Macagua II y de la presa Caruachi, Bajo Ca-
roní, también están presentes de manera ocasional, puntas bifaciales pedunculadas,
trianguloides en cuarzo cristalino o jaspe con aletas reminiscentes de las de la tra-
114 Mario Sanoja Obediente

FIGURA 4
Tradición Guayana. A-F, K) Puntas de proyectil. G) Cuchillo lateral, jaspe.
H) Perforador, jaspe. I) Martillo. J) Boleadora.
El alba de la sociedad venezolana 115

dición Guayana. El carácter aislado que presentan dichos hallazgos podría indicar
que los sitios donde se recolectaron las puntas de proyectil no correspondan con
paraderos o campamentos temporales, sino que se tratase de puntas de flechas o de
armas arrojadizas extraviadas durante el curso de las jornadas de caza.
Puntas bifaciales pedunculadas con aletas del mismo tipo que las anteriores se
encuentran también en campamentos de cazadores recolectores al aire libre ubica-
dos en el vaso de la presa en construcción Tocoma (Fig. 6; (Águila, com. pers. 2012),
en Bajo, Medio y Alto Caroní, sitio San Pedro de las Bocas (Martín, com. pers.
1996), Tupukén (Cruxent 1971, Rouse y Cruxent 1963), Kukenán e Icabarú, Bajo
Paragua (Dupuy 1956, 1960), asociadas con choppers, cuchillos bifaciales, raspado-
res planoconvexos y martillos. La materia prima utilizada es predominantemente el
jaspe, material muy abundante en la región del Caroní-Paragua.

FIGURA 5
Punta pedunculada, jaspe. Vaso de la presa Tocoma. Bajo Caroní.
116 Mario Sanoja Obediente

Orinoco Medio: cazadores recolectores con puntas pedunculadas

La presencia de antiguos recolectores cazadores orinoquenses en el Orinoco Medio,


relacionados con la tradición Guayana esta evidenciada en los niveles más profundos
del sitio La Gruta, yacimiento que consiste en un médano elevado aproximadamente
14 m sobre el nivel del río. El hallazgo en contexto de una punta pedunculada trian-
gular de cuarzo cristalino asociada con un talón de propulsor tallado en el mismo
material (Fig. 6 a-b), un martillo esférico en chert, un buril, una navaja y microlascas
de jaspe, un disco de azabache y un fragmento de mica (Vargas-Arenas 1981: 385-
397), fueron excavados entre los niveles 7 y 8 de la excavación G41 y en el nivel 7 de la
excavación G43, a 1,40 m de profundidad, sobre el nivel superior de una duna fósil,
de origen eólico, la cual subyace los sedimentos más recientes en los cuales se formó
el sitio La Gruta (Vargas-Arenas 1981: 397).
La duna fósil contiene materiales tanto de origen fluvial como eólico así como limo
ferruginoso color rojizo amarillento, proveniente de la formación geológica llanera
Mesa Norte. Esta formación de origen pleistocénico está compuesta por sedimentos
jóvenes que cubren las mesas de Venezuela oriental que se extienden por los llanos
centroorientales (estado Guárico) y orientales (estados Anzoátegui y Monagas), gravas
y arenas de grano grueso color blanco amarillento o rojo y púrpura. La superficie de
aquella duna fue recubierta posteriormente por formaciones de limos y arcillas más re-
cientes del Holoceno donde se halla el componente ceramista del sitio La Gruta. (Roa,
en Vargas-Arenas 1981: 397, 481-486). Es importante resaltar que Roa (en Clapper-
ton 1993: 190) obtuvo fechados absolutos de 11.100 + 450 años a.p. y 12.300 + 500
años a.p. en paleosuelos que se desarrollaron sobre las arcillas pleistocénicas que sub-
yacen otras dunas eólicas del Holoceno estudiadas por el autor en el Orinoco Medio
En los niveles 9-10 (1,80-2,00 m de profundidad) de la trinchera 4 del sitio La Gruta
correspondiente con el suelo de arena rojiza muy compacta, apareció una lente de carbón
de la cual se tomó una muestra. De la misma se obtuvo la fecha Teledyne I-10-740: 8.210 +
190 a.p. (6.260 a. C.). Esta fecha absoluta estaría datando el período final de la formación
de la duna fósil, relacionado con períodos fríos y secos y de gran actividad eólica que tuvie-
ron lugar a inicios del Holoceno, por la influencia de un clima tardiglaciar que dominó en la
vecina Sierra de Mérida hacia 9.400 años a.p., que se hizo sentir en los valles y sabanas del
piedemonte, así como en los llanos occidentales de Venezuela (Vargas-Arenas 1981; Sanoja
y Vargas-Arenas 1999ª, 2006; Sanoja y Vargas-Arenas 2007; Clapperton 1993: 183-190).
El alba de la sociedad venezolana 117

FIGURA 6
La Gruta. 1) Punta pedunculada triangular. 2) A-B, talón de propulsor.

La evidencia anterior confirma que en las sabanas del Medio y Bajo Orinoco
existieron bandas de cazadores recolectores tropicales con una industria compuesta
por puntas de proyectil pedunculadas, raspadores y navajas sobre lascas, cuya anti-
güedad podría fijarse entre finales del Pleistoceno e inicios del Holoceno, de manera
similar a los sitios correspondientes del Bajo Caroní. A juzgar por los rastros que
dejó su permanencia en el sitio La Gruta, se puede inferir que las bandas recolecto-
ras cazadoras habitaban quizás paraderos estacionales localizados sobre las dunas
que se habían formado sobre la margen izquierda del río. Es probable que al igual
118 Mario Sanoja Obediente

que los actuales pumeh (yaruros) del Capanaparo, estado Apure, los antiguos ca-
zadores pescadores construyesen también abrigos ocasionales utilizando ramas de
arbustos clavadas en el suelo, o se enterrasen en la arena de las dunas para dormir y
protegerse del frío y la picadura de insectos (Petrullo 1939: 211).
La existencia en el estrato más profundo del sitio La Gruta de un fogón, de un
talón de propulsor tallado en cuarzo cristalino y de pequeñas bolitas de la resina
llamada peramán (Symphonía globulífera), indica que esta pudo haber sido licuada al
rescoldo del fuego y utilizada para cubrir el encordado que fijaba las puntas de los
dardos o arpones para cazar o pescar. Las microlascas de sílex y el peramán son tam-
bién utilizadas por los aborígenes modernos para manufacturar rallos donde raspan
las raíces de la yuca, así como el corazón del moriche para convertirlos en harina. El
disco de lignito con perforación central, hallado en la excavación, podría aludir a
un antecedente temprano de los quiteros, cuentas discoidales de collar en hueso que
eran todavía utilizadas por los indígenas llaneros de los siglos XVI y XVII como
una especie de moneda en las operaciones de trueque (Gassón 2000: 581-610).
Para darnos una cierta idea del estilo de vida de aquellos antiguos recolectores
cazadores orinoquenses, podríamos recurrir a la analogía con el modo de vida de gru-
pos sabaneros seminomádicos modernos, ya mencionados, tales como los pumeh del
Capanaparo, estado Apure, para ilustrar cómo, luego de 500 años, persistían todavía
hasta mediados del siglo XX los procesos de trabajo que caracterizaban el antiguo
modo de vida cazador, pescador recolector sabanero. Tenemos así que en los llanos
del Orinoco Medio, los actuales pumeh recolectan en la sabana los rizomas de plantas
herbaceas silvestres comestibles conocidas como changuango (Dracontium changuango
Bounti) y guapo (Maranta arundinacea), ñames silvestres, las frutas de la palma ma-
canilla (Bactris sp.), los frutos y el corazón de la palma moriche (Mauritia flexuosa)
utilizado para hacer harina, así como la miel de abejas silvestres. Cazaban una fauna
riparia donde hoy destacan las tortugas terecayes (Pocdonemis expansa), babas (Caiman
cocodrilo), chigüires (Hydrochoerus hydrochoerus.), venados (Mazama sp.), iguanas, aves
y una gran variedad de peces de regular tamaño: la cachama (Piaractus barchypomus),
el pavón (Cichla ocellaris), la palometa (Mylosoma duriventris), el coporo (Prochilodus
mariae), el caribe (Serrasalmus natterei) (Petrullo 1939: 200-201), lo cual puede darnos
una imagen de la variedad de recursos de subsistencia que habrían estado al alcance de
los antiguos cazadores recolectores en las sabanas, las selvas de galería, los ríos y caños
y las lagunas que permanecen a veces gran parte del año cerca de los mismos.
El alba de la sociedad venezolana 119

Alto Orinoco: recolectores cazadores con puntas pedunculadas

En el Alto Orinoco, la presencia de grupos cazadores recolectores tropicales con


puntas de proyectil pedunculadas fue revelada por las investigaciones de Barse
(1989, 1990, 1995, 1999) en el área de Puerto Ayacucho. Los sitios estudiados cons-
tituían posiblemente campamentos temporales vecinos a los raudales de Atures,
englobados dentro de lo que el autor denomina tradición At ures. Están presentes
también puntas de proyectil pedunculadas en cuarzo cristalino, raederas de cuarzo
talladas por presión, así como útiles modelados por abrasión. Los componentes pre-
cerámicos de Atures se hallaron en diferentes paleosuelos inmersos dentro de un
estrato francoarenoso, fechados en 9.200 + 100 a.p. (7.070 + 100 a. C., Beta 22638),
9.210 + 120 a.p. (7.260 + 120 a. C.) y 7.010 + 190 a.p. (5.060 + 190 a. C.), fechas
relativamente contemporáneas con la del contexto cazador recolector del sitio La
Gruta. (Sanoja y Vargas-Arenas 1999: 121-122).
En otros componentes precerámicos de la región se hallaron choppers, raspadores
sobre lascas con borde retocado por presión, lascas de desecho de cuarzo hialino,
puntas de proyectil pedunculadas con borde retocado por presión y hachas triangu-
lares pulidas. El estudio de los restos orgánicos recolectados indica la presencia de
nueces pertenecientes a la palma: Oenocarpus bataua (seje), con cuyos frutos prepa-
ran los indígenas actuales una bebida fermentada (Pittier 1926: 373).

Costa Noroeste de Guyana: recolectores cazadores con puntas


pedunculadas

Complejos líticos similares a los anteriores han sido reportados también sobre la
margen derecha del Orinoco en su desembocadura en el océano Atlántico, en las
sabanas de Rupununi, en las cuencas de los ríos Mazaruni y Barama, y las tierras
altas de Guyana, así como en las sabanas del norte de Brasil (William 1985) y en
el sitio Biche, Trinidad (Boomert 2000: 49). Las puntas bifaciales pedunculadas
podrían haber sido enmangadas en javalinas o dardos, utilizando propulsores (Boo-
mert 2000: 49-51), tal como se evidencia en el sitio La Gruta del Orinoco Medio
(Vargas-Arenas 1981; Sanoja y Vargas-Arenas 2006, 2007).
120 Mario Sanoja Obediente

8. La tradición El Espino
Modo de trabajo III: ca. 8.000 años a.p.; 5.290 + 60 años a.p. –3750 + 80 a.p.

El sitio arqueológico con base al cual se definió la tradición El Espino se encontraba


localizado sobre una especie de formación deltaica en la desembocadura de la que-
brada El Espino, margen derecha del río Caroní. Dicha tradición engloba una serie
de sitios arqueológicos localizados también en torno al antiguo raudal de Caruachi,
aleros o abrigos rocosos y campamentos al aire libre en la vecindad de lagunas, cié-
nagas, pantanos y sabanas ubicadas en las microcuencas de otros afluentes del Bajo
Caroní (Sanoja y Vargas-Arenas 2006).
El ajuar lítico de producción está caracterizado por artefactos unifaciales sobre
lascas y percutores de cuarzo lechoso o cristalino (Fig. 7: 1, 2, 4). En algunos ca-
sos hay fragmentos que parecen provenir de una lasca unifacial de cuarzo de forma
triangular, que conservan parte del cortex original (Fig. 7.1), uno de cuyos extremos
fue desbastado por percusión para despejar una punta activa. En otros casos, una
lasca triangular de cuarzo cristalino presenta retoques marginales sobre el filo ac-
tivo (Fig. 7.2). Otras lascas triangulares en cuarzo cristalino parecen presentar una
especie de punta triangular con escotadura basal (Fig. 7.4). Se observa igualmente la
presencia ocasional de núcleos prismáticos de cuarcita (Fig. 7.3). Aunque no existen
hasta el presente puntas de proyectil pedunculadas o de otro tipo claramente reco-
nocibles, no es descartable que la gente cazadora-pescadora hubiese utilizadas armas
arrojadizas de madera y trampas de cestería para la pesca fluvial y la caza terrestre.
Los individuos de la tradición El Espino habitaron tanto campamentos a cielo
abierto como aleros y abrigos rocosos. En varios de estos últimos, ubicados sobre la
margen izquierda del Caroní (G8-3) y sobre todo en la microcuenca del río Espíritu,
se encuentran muestras de pinturas rupestres que podrían haberse iniciado por lo
menos hacia 3500 años a.p. (Sanoja y Vargas-Arenas 2010).
Los proyectos de arqueología de rescate promovidos por Electronorte en el norte
del territorio Roraima, frontera internacional de Venezuela y Brasil, han permitido
también la localización en dicho territorio de otros sitios caracterizados por una
industria lítica similar, pero más antigua, de lascas de cuarzo que podrían relacio-
narse con la de la tradición El Espino del Bajo Caroní, cuya datación radiocarbónica
seriada se extiende entre 13.720 + 160 años a.p., 13.660 + 430, 10.470 + 230 años
El alba de la sociedad venezolana 121

a.p., 9.100 + 80 a.p., y 5.460 + 70 años a.p. Esta serie de fechados para los sitios bra-
sileños sirven de referencia para apreciar la antigüedad probable de los similares que
se hallan en la cuenca Caroní-Paragua, ríos que tienen sus nacientes en la vertiente
norte del sistema Pacaraima localizado entre la Guayana venezolana y el territorio
Roraima brasileño. Tal como se expuso en páginas anteriores, ello indicaría que la
cuenca de aquellos ríos pudo ser –desde finales del Pleistoceno– una de las vías de
comunicación entre las poblaciones de cazadores-recolectores arcaicos de la cuenca
del Amazonas y los del Orinoco (Meggers y Miller 2003).

La tradición El Espino y los eventos paleoclimáticos del oriente


de Venezuela

El análisis de la posible coyuntura paleoclimática en la cual se desarrolló la vida de


la sociedad recolectora cazadora de El Espino permite entender, de cierta manera,
el carácter discontinuo que presenta muchas veces la temporalidad de la secuencia
seriada de sitios arqueológicos (Sanoja y Vargas-Arenas 2006). Las bandas recolec-
toras cazadoras no tenían prácticamente ninguna capacidad para controlar las varia-
bles ambientales o climáticas, por lo cual su conducta social era más bien reactiva,
adaptativa a la contingencia de las circunstancias exteriores.
La georregión del oriente de Venezuela, particularmente el litoral atlántico, las
cuenca del Orinoco y Caroní-Parguaza, las formaciones de sabanas y selvas de la
Guayana y la Amazonia venezolana fueron afectadas por las condiciones climáticas
cambiantes que caracterizaron el final del Pleistoceno y los inicios del Holoceno en
la región, como muestran los trabajos de Steyermark (1982) y Hüber (1982). Para
aquel momento, el litoral atlántico de Paria, el delta del Orinoco y el Bajo y Medio
Orinoco ya se encontraban poblados por una variedad de grupos recolectores pesca-
dores litorales y del interior (Sanoja y Vargas-Arenas 1999 a, b, c; Williams 1992).
Las condiciones ambientales cambiantes influyeron en la localización y naturaleza
de sus asentamientos en las regiones costeras, estuarios fósiles y lagunas litorales o
riparias, terrazas fluviales así como en la gestación de la variedad de modos de vida
que caracteriza a la sociedad arcaica
Las fechas absolutas obtenidas para el sitio El Espino, indican que el tiempo
histórico de aquellas poblaciones del Bajo Caroní pareciera correlacionarse tempo-
ralmente con algunas de las fases transgresivas de nivel del mar que tuvieron lugar
122 Mario Sanoja Obediente

entre 8000 y 4000 años antes del presente en el litoral caribe y el litoral atlántico
del noreste de Venezuela, de la isla de Trinidad, de Guyana, Surinam y la Guayana
Francesa (Sanoja y Vargas-Arenas 1995:95-103; Sanoja y Vargas-Arenas 1999 b:
150-151). En tal sentido podemos observar que la tradición arqueológica El Espino
del Bajo Caroní y el modo de trabajo III, se relacionan temporalmente –en líneas ge-
nerales- con la aparición en la región de Paria y del noreste de Suramérica en general,
de aquellos grupos de recolectores, cazadores, pescadores marinos también denomi-
nados por los arqueólogos brasileños como Arcaico del Litoral (Schmitz, Barbosa y
Ribeiro 1978, 79 y 80). Ello nos permite considerar a este respecto la existencia de
un vasto espacio interactivo para los seres humanos, la fauna y la flora integrado por
el piedemonte oriental de los Andes, la cuenca amazónica, la Guayana Francesa, la
cuenca del Orinoco y el litoral atlántico del noreste de Suramérica (Miller 1992; Sa-
les Barboza 1992; Vacher et álii 1998; Sanoja y Vargas-Arenas 1995, 1999 a, b y c;
Kipnis 1998; Schmitz 1987; Dillehay et álii 1992; Williams 1992), donde se comen-
zó a gestar desde finales del Pleistoceno un importante experimento social y cultural
que culminó en la creación de la macrorregión geohistórica amazónica-orinoquense
y la macrorregión Orinoco-Antillas.
La fase inicial de la tradición El Espino del Bajo Caroní, fase A del gráfico de
seriación (Gráfico 4), está representada por los sitios El Espino (GD31), Cueva
Las Patillas (GD81), y GD3, GD8. GD3, GD9, entre otros (Fig. 7). Con base a di-
cho gráfico la antigüedad de su período inicial podría estimarse –como ya hemos
dicho– entre circa 8.000 años a.p. y 5290 + 60 años a.p. Este rango cronológico
estimado sería consistente con la antigüedad de otros sitios arqueológicos de la
región Guayana-Amazonas venezolana que presentan una industria de lascas uni-
faciales y puntas pedunculadas de aspecto rústico en cuarzo cristalino halladas en
un paleosuelo del estrato franco-arenoso del sitio Atures, estado Amazonas, po-
sible indicador de una formación boscosa más densa que la presente (Barse 1995:
108; 1989, 1990, 1999), para los cuales hay fechados de C14. 9200 + 100, 9210 +
120 y 7010 + 190 años antes del presente (7070, 7260 y 5060 a. C.). Podríamos
mencionar también, como ya se dijo anteriormente, la fecha de 8210 + 190 años
a.p. relacionada con el contexto recolector cazador del sitio La Gruta, Orinoco
Medio, en un posible ambiente seco y frío, donde aparecen puntas triangulares
pedunculadas en cuarzo cristalino en asociación con talones de propulsor tallados
en el mismo material (Vargas-Arenas 1981: 381-387. Fig. 6).
El alba de la sociedad venezolana 123

FIGURA 7
Tradición El Espino. 1) Raspador sobre lasca. Cuarzo cristalino. 2) Cuchillo lateral.
Cuarzo cristalino. 3) A-B, El Espino: punta con escotadura basal. Cuarzo cristalino.
124 Mario Sanoja Obediente

La ocupación humana del sitio El Espino parece haber comenzado en una fase
climática seca y cálida, representada en el estrato basal de arenas blancas del sitio
(Fig. 10: 160-290 cm) las cuales – según Ab Saber (1982:49)-podrian corresponder
en la región del Amazonas brasileño con ambientes de sabana seca ocurrido durante
el Optimo Climático, posiblemente 5000-4000 años a.p). Con posterioridad, hacia
4400 + 70 años a.p. habría comenzado posiblemente un período más húmedo, ca-
racterizado por ciclos de acumulación de sedimentos aluviales que culminaría hacia
el año 3750 + 50 años a.p. (Figura 9).

FIGURA 8
Estratigrafia de la quebrada Toro Muerto. Bajo Caroní.
El alba de la sociedad venezolana 125

Un proceso geomorfológico reminiscente del anterior estaría también evidencia-


do aguas abajo (Fig. 8) por la secuencia de horizontes existente en la desembocadura
de la quebrada Toro Muerto en el rio Caroní, vecina a la desembocadura de dicho
río en el Orinoco. En ella se observa, comenzando desde el horizonte más antiguo
de arcilla limonítica, una secuencia lineal de horizontes de arena blanca, luego una
de turba, un nuevo horizonte de arena blanca, un nuevo horizonte de turba, un hori-
zonte de arcilla arenosa (arrastre y acumulación de sedimentos orgánicos en un pe-
ríodo lluvioso) y finalmente, cerrando el ciclo, un suelo conformado por sedimentos
de arcilla limonítica (Sanoja y Vargas-Arenas 1999a: 118). Horizontes de turba es-
tudiados por Van der Hammen (1982:63) que se hallan intercalados en sedimentos
lacustres de las sabanas de Rupununi, fueron considerados por el autor como indi-
cadores de reducción de la superficie del agua de dichos lagos, debido posiblemente a
períodos de baja pluviosidad ocurridos entre ca.4200 y 3800 y entre ca.2300 y 2000
a.p., fechas correlativas a las obtenidas en el sitio El Espino. Lo anterior podría ser
indicativo de la posible teleconexión entre diversos eventos climáticos ocurridos en
este región del noreste de Suramérica alrededor del Óptimo Climático.
Otro indicador local de aquellos eventos climáticos podría ser un piso de gui-
jarros localizado en el estrato superior del sitio El Espino, donde predominan los
conglomerados (Fig. 5: 63-90-160 cm). Dicho piso aparece en el corte transver-
sal de la estratigrafía como una línea de piedras en pendiente (63-90 cm), la cual
prefigura una especie de paleocauce o cañada de regular amplitud. El lecho de
conglomerados podría estar marcando, posiblemente, una fase de deposición de
sedimentos pesados durante un proceso de arrastre de sedimentos fluviales. En el
caso presente, la existencia de los núcleos y guijarros no está circunscrita exclusi-
vamente a la línea de piedras que se encuentra entre 63 y 90 cm de profundidad,
sino que se hallan igualmente dispersos a lo largo de los estratos subyacentes hasta
el nivel VIII de la cuadrícula 0/2 de la secuencia seriada (Grafico 4). En tales cir-
cunstancias se podría considerar que el proceso de arrastre de sedimentos fluviales
ocurrio estacionalmente antes de la formación del piso de la línea de piedras del
estrato 63-90 cm, y que esta última correspondería posiblemente con una fase de
intensificación de dicho proceso ocurrida entre 4400 años a.p. (2450 + 60 a. C. y
3750 años a.p. (1800 + 50 a. C.), correspondientes al final de la fase B de la secuen-
cia seriada de los sitios arqueológicos del vaso de la presa Caruachi, Bajo Caroní
(Grafico 4; Sanoja y Vargas-Arenas 2006).
126 Mario Sanoja Obediente

Episodios como el descrito pueden ser comprendidos, como ya se dijo, dentro de


la matriz de cambios ambientales que produjo posiblemente el óptimo climático, los
cuales afectaron al oriente de Venezuela, particularmente los cambios de nivel del
mar que incidieron en la formación del delta del Orinoco hace 8000 años. a.p., even-
tos relacionados con la presencia inicial de grupos cazadores recolectores litorales,
conocidos también como arcaicos del litoral (Sanoja y Vargas-Arenas 1995, 1999ª,
b y c), los cuales ya estaban asentados hacia 7000-6000 a.p. alrededor de un antiguo
estuario que se habría formado para la fecha en el río San Juan, afluente del delta del
Orinoco, como consecuencia de las fases transgresivas del océano Atlántico en los
golfos de Paria y Cariaco (Sanoja y Vargas-Arenas 1995, 1999ª, 1999ª, b, 1999c).

FIGURA 9
Perfil sur de la excavación del sitio El Espino.
El alba de la sociedad venezolana 127

Considerados cronológicamente, podríamos pensar que aquellos eventos climá-


ticos que afectaban los grupos humanos recolectores pescadores marinos que esta-
ban colonizando el litoral de Paria, estado Sucre, noreste de Venezuela, ocurrieron
alrededor de 7000- 5600 + 200 años a.p., fechas iniciales de la ocupacion humana
del sitio Las Patillas, Bajo Caroní.
Es posible suponer que la subida del nivel del mar habría afectado el de las
mareas en las bocas del Orinoco, incidiendo también en el nivel de las aguas del
mismo río y de su afluente más importante en el Bajo Orinoco, el río Caroní. En
los estuarios fósiles formados en el río San Juan y el golfo de Paria durante aquella
época, al subir el nivel de las aguas del golfo, la corriente de los ríos que descarga-
ban sus aguas y sus sedimentos en ambos estuarios creó en sus desembocaduras
especies de formaciones deltaicas o albardones constituidos por arenas limosas
(Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 122, 149). En el tope de las mismas se constitu-
yeron, desde 6000-5600 años antes del presente, aldeas o campamentos semiper-
manentes de recolectores pescadores marinos. En el sitio Remigio, el espesor del
depósito arqueológico alcanza 2,00 m de profundidad y en el sitio Guayana, 2,70
m, evidenciándose en ambos una larga serie de pisos o fases de ocupación que
duraron entre 5000 y 3000 años respectivamente (Veloz Maggiolo 1991; Sanoja y
Vargas-Arenas 1995: Figs. 2 y 7).
De igual manera en la formación del sitio El Espino parecen haber influido
procesos aluvionales vinculados a cambios del nivel de la misma quebrada. Los
sectores más altos del albardón donde se formó el sitio arqueológico indican que el
nivel de las aguas pudo alcanzar, episódicamente, niveles superiores a 3,50 m res-
pecto al cauce actual, alternando con niveles similares a los actuales o más bajos.
En la filmación que se hizo del sitio El Espino durante su excavación (2001; Águi-
la, com. pers.), se observa que en ciertas cuadrículas abiertas en las áreas de ma-
yor altura hay presencia de paleosuelos o lentes húmicas de color negro. En otras
cuadrículas, a mayor profundidad que en las anteriores, aparecen otros paleosue-
los similares a los mencionados. Es posible que ello indique diversos episodios de
estabilidad del nivel de las aguas del río, los cuales permitieron la formación de
suelos húmicos y vegetación, posiblemente bosques de galería, sobre el albardón
que corre paralelo al río. Fechas de C14 de los períodos A y B de El Espino como
las de 5290, 4400 y 3750 años a.p., por otra parte, son coincidentes con las que
marcan la expansión de los bosques de galería y de Mauritia flexuosa en los llanos
128 Mario Sanoja Obediente

orientales de Colombia, indicativo en dicha región de mayores precipitaciones llu-


viosas y estaciones secas más cortas (Berrío et álii 2002 134).
La fecha de 4400 a.p. para el sitio El Espino, asociada con oscilaciones pluviosas
y arrastres de material aluvial en el Bajo Caroní, presentan un rango temporal cerca-
no a la de 4600 + 70 antes del presente para el sitio Las Varas, golfo de Cariaco, es-
tado Sucre, la cual está fechando tanto una fase transgresiva del mar y la formación
de lagunas litorales de agua salobre y la expansión de los boques de manglar, como
la presencia de instrumentos agrícolas pulidos tales como hachas, azadas, azuelas
y manos cónicas para moler en el contexto de aldeas sedentarias sin cerámica en el
noroeste de Venezuela.
Lo anterior nos indica que la ocupación y colonización originaria de la georregión
del oriente de Venezuela por los grupos humanos cazadores recolectores y pescado-
res, podrían formar parte de un mismo proceso de cambio histórico, caracterizado
por la concurrencia de una diversidad de modos de vida que respondían a la variedad
de condiciones materiales que debían ser respondidas por los grupos humanos que
poblaron y colonizaron esa vasta extensión territorial.

Patrones de asentamiento de las poblaciones recolectoras cazadoras

Como muestra el registro arqueológico, las tradiciones líticas que caracterizaban


aquellas poblaciones de antiguos cazadores-recolectores de las subáreas Cachamay-
Macagua y Caruachi, Bajo Caroní, podrían ser consideradas como una forma cul-
tural similar a la denominada Arcaica (Willey y Phillips 1962: 107-108; Brennan
1970: 182-184), esto es, una etapa en la cual la recolección y el procesamiento de
recursos naturales de origen vegetal comienzan a cobrar importancia dentro de las
actividades cotidianas de subsistencia de los grupos humanos.
Como hemos venido sosteniendo en el curso de este libro, los modos de vida
recolectores cazadores generalizados son modos de vida originarios que caracterizan
las antiguas poblaciones paleoasiáticas o paleomongoloides, muy anteriores al los de
los los cazadores especializados o “paleoindios”. Brennan (1970: 186-187) denomina
esta fase de la humanidad americana como usufructian (apropiadora), que alude a
la utilización solidaria y racional de los recursos de subsistencia, concepto definido
también por Vargas-Arenas para definir la FES apropiadora (Vargas-Arenas 1990:
93-96). Es muy probable que la vecindad de los campamentos de las bandas de re-
El alba de la sociedad venezolana 129

colectores generalizados del Caroní con actuales áreas de captura de recursos de


subsistencia, tales como ríos, raudales, lagunas, zonas pantanosas y selvas de galería,
pueda ilustrar la importancia que debe haber tenido para la reproducción de la vida
cotidiana tanto la práctica de la caza y la pesca, como la producción de harina a
partir del tallo de la palma moriche (Mauritia flexuosa) y la recolección de sus frutos,
la recolección de especies de bivalvos riparios como la Dosinia sp. o de gasterópodos
que habitan charcas o pantanos como el Bulimulidae sp. La recolección de bivalvos y
gasterópodos para el consumo cotidiano está atestiguada en el registro arqueológico
del Bajo Orinoco por lo menos desde 3.000 a.p. (Sanoja 1979: cuadro 38) hasta el
siglo XIX de la era cristiana (Sanoja y Vargas-Arenas 2006).
Tal como hemos podido observar en el Bajo Caroní, la localización y perma-
nencia de los asentamientos de los grupos de antiguos recolectores cazadores parece
haber estado influida, primordialmente, por la existencia de recursos de subsistencia
predecibles y agregados. Algunos de los recursos recolectados pueden presentar una
permanencia regular en determinadas zonas ecológicas durante todo el año, estimu-
lando así un cierto grado de sedentarismo, en tanto que la presencia discontinua de
otros induciría un cierto grado de nomadismo cíclico relacionado con la movilidad
estacional de las especies cazadas o la maduración anual de ciertos frutos, palmas,
semillas o raíces (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 78-82).
Otro factor determinante del patrón de asentamiento parece haber sido la po-
sibilidad de conseguir sitios abrigados para establecer campamentos estacionales,
particularmente durante la estación de lluvias, tener acceso a las fuentes de agua
y al combustible. Los mejores sitios para instalar campamentos semipermanentes
eran aquellos que permitían tener una buena visual sobre los alrededores, si posi-
ble de 360º, que les permitiese a los miembros de la banda observar el movimiento
de las posibles presas, interpretar las señales de humo en el horizonte y preve-
nirse de la intrusión de otras bandas de cazadores recolectores en sus territorios
(Joachim 1976: 49-50).
Quizás por las razones antes expuestas los campamentos semipermanentes, lo-
calizados en afloramientos rocosos, aleros, cuevas y similares habitados por la gente
alrededor del raudal Caruachi y en la subcuenca del río Espíritu (mapa 5), tales como
el sitio G8 y el alero del sitio G8-3, la cueva de Las Patillas (G81) y la cueva del Elefante
(G79), se hallan ubicados sobre la margen izquierda del Caroní, en terrazas que tienen
una diferencia promedio de altura de 50 a 100 m sobre las de la margen derecha.
130 Mario Sanoja Obediente

En los abrigos, aleros y cuevas de esta región concurrían diferentes soluciones


a los problemas del cobijo adecuado: la visibilidad, la seguridad, el acceso al agua
y al combustible. En el presente caso, como se puede apreciar en la localización de
recursos tales como la vivienda, el acceso al agua y posiblemente a otros recursos
vegetales, se asociaron con otros recursos predecibles y agregados que existían en las
áreas mencionadas.
La elevación de los sitios de vivienda sobre el paisaje circundante, particularmen-
te en casos como la piedra del Elefante, sitio G79 (Sanoja y Vargas-Arenas 1970;
Mapa 1), cuya altura domina buena parte de las sabanas y bosques de ambas márge-
nes del río y del cauce del río mismo, contribuyó a estimular la concentración de de-
terminadas bandas de recolectores cazadores alrededor de aquel sitio ubicado en la
subcuenca del río Espíritu (Mapa 2). Otros factores de naturaleza no directamente
económica, vinculados a los medios imaginarios de producción y la creación de zo-
nas sagradas relacionadas con la concentración de expresiones de pinturas rupestres,
pudieron influir también en la toma de decisiones.
El registro estratigráfico de la cueva del Elefante (G-79) (Sanoja y Vargas-Are-
nas. 1968) indica la presencia de una industria de lascas unifaciales de jaspe, cuarzo
y granito, asociadas con piedras de moler y fragmentos de posibles metates, pen-
dientes tallados en piedra y fragmentos de alfarería decorada con incisión ancha.
La subsistencia de los habitantes de la cueva se basaba en la captura de hicoteas,
marsupiales y pequeños roedores, así como la recolección y la molienda de especies
vegetales. A juzgar por las pinturas rupestres, cazaban venados (Mazama guazou-
bira) e iguanas y utilizaban arpones y jabalinas posiblemente para la pesca fluvial.
Es posible que en la cueva del Elefante coexistan dos ocupaciones diferentes, im-
posibles de distinguir estratigráficamente, debido a la naturaleza del suelo, formada
por un polvo negro muy fino, muy alterado por las cuevas hechas por los quelonios,
donde los objetos se hunden y se mezclan fácilmente. Sin embargo, la concentración
espacial de los materiales arqueológicos permite suponer la existencia de dos ocupa-
ciones. La primera de ellas podría corresponder con el contexto de los grupos reco-
lectores cazadores de la fase C de la secuencia seriada de la presa Caruachi (1820 a.
C.-100 a. C.) (Grafico 4). La mayoría de las lascas de jaspe provienen de la excavación
1 a la cual corresponderían las fechas de C14 I.9522: 2440 + 85 a.p. (490 a. C.); para
el nivel 2 (020-040 cm), I.9521: 2320 + 100 a.p. (370 a. C.); para el nivel 3 (040-060
cm). La ocupación ceramista, posiblemente relacionada con la tradición Macapaima,
El alba de la sociedad venezolana 131

MAPA 5
Sitios arqueológicos en el vaso de la presa Caruachi.
132 Mario Sanoja Obediente

podría estimarse entre inicios de la Era cristiana y 1.460 años d. C., nivel 020-040
cm de la excavación 1 (Sanoja 1977: 47-50).
Las comunidades recolectoras cazadoras del Bajo Caroní, relacionadas con el
modo de trabajo I y II vinculadas a las tradiciones Caroní y Guayana, ca. 10.000 y
8.000 años a.p., vivían al parecer en sitios al aire libre, en campamentos para la caza
y pesca y talleres para la fabricación de artefactos líticos de producción, los cuales se
hallaban ubicados en playas del río o sobre terrazas fluviales. La gente del modo de
trabajo III, la tradición El Espino, por su parte, habitó tanto en campamentos al aire
libre como en aleros y viviendas cavernarias tal como evidencian los sitios G8-3 y Las
Patillas (GD81). El depósito basal del sitio epónimo El Espino parece haber sido un
piso de habitación donde aparecen microlascas de cuarzo lechoso, posibles desechos
de talla, indicando la existencia de un área de taller donde se desbastaron, quizás,
preformas de artefactos líticos. Por otra parte, como muestra el sitio vecino Las Tres
Colinas (GD68), existían igualmente talleres para desbastar la materia prima, en
áreas que parecen haber sido canteras para la obtención del chert.

Estilo de vida de los cazadores recolectores tropicales orinoquenses

Las poblaciones cazadoras recolectoras habitaron desde inicios del Holoceno las
sabanas y selvas de galería que se hallaban sobre las márgenes del río Orinoco, apro-
piaron posiblemente los recursos de fauna terrestre y acuática, así como las plantas,
raíces y rizomas que crecían silvestres en la sabana.
Los relatos etnohistóricos del siglo XVI que describen comunidades nomádicas
y seminomádicas que todavía vivían de manera autónoma en las sabanas del Orino-
co para aquella fecha, así como nuestra investigación etnográfica de 1961 entre los
pumeh y los sáliva del Capanaparo, estado Apure, Venezuela, nos permiten apreciar
la calidad de los grupos humanos que integraban la comunidad de recolectores caza-
dores en aquella región, así como su estilo de vida. Hallamos así en los siglos XVI y
XVII un tipo de comunidad nomádica restringida integrada por guahibos y chiri-
coas (stock lingüístico arawako; Sanoja y Vargas-Arenas 1992: 158-163), los cuales se
agrupaban formando pequeñas bandas móviles que totalizaban aproximadamente
seis u ocho familias nucleares, en total unos treinta individuos. La banda viajaba
junta durante la estación seca viviendo en paravientos ocasionales construidos con
ramas de arboles, cazando, pescando y recolectando plantas silvestres; reuniéndose
El alba de la sociedad venezolana 133

con otras bandas emparentadas en una vivienda comunal o base permanente duran-
te la estación de lluvias, formando temporalmente una familia extensa. Practicaban
la caza terrestre y la recolección de especies botánicas silvestres, en tanto que la caza
y la pesca parecen haber tenido una importancia menor en las actividades de sub-
sistencia. Los hombres se dedicaban particularmente a cazar y pescar, mientras que
las mujeres recolectaban diariamente los frutos de la palma y las raíces silvestres
del guapo (Maranta arundinacea), cuya fécula mezclaban con la obtenida del cora-
zón de la palma moriche llamada munacapana (Mauritia flexuosa) y la de la yuca
(Manihot esculenta) para hacer pan. Otros grupos como los yaruros o pumeh (stock
paleochibcha), los betoi (stock chibcha grupo motilón), los guamo y guamonteyes
(stock guamo) y taparitas (stock otomaco) conformaban una comunidad nomádica
con base central, la cual podía llevar parte del año una vida transhumante, cazando,
pescando y recolectando y descansar parte del mismo en una localidad que podía no
ser siempre la misma (Sanoja y Vargas-Arenas 1992: 158-163).

9. Disolución de la formación recolectora cazadora orinoquense


Los inicios de la fase terminal de la formación de recolectores cazadores de la cuenca
del Orinoco podría ubicarse cronológicamente entre 5000 y 2500 años a.p. y estaría
representada en la fase C del gráfico de seriación de la presa Caruachi (Gráfico 4). A
partir de aquel momento, como se observa en el referido gráfico, comienzan a apa-
recer diferentes industrias de instrumentos de producción líticos u óseos, los cuales
aluden a diversas variantes culturales y diferentes modos de trabajo apropiador que
presentan similitudes con la formación de recolectores pescadores del litoral noro-
riental de Venezuela, asociados a veces con fragmentos de vasijas de arcilla, indica-
dor de posibles procesos locales de invención de la alfarería o del contacto con otros
grupos agroalfareros sedentarios de la cuenca del Orinoco.
En una franja de suelos pantanosos que bordea la base de la terraza fluvial donde
se encontraba el sitio GD2, margen derecha del Bajo Caroní, se halló un complejo de
grandes hojas de chert talladas en forma de media luna, posiblemente cuchillos con
un lomo recto sin desbastar y un borde útil retocado por presión, algunas con una
especie de mango desbastado por percusión directa (Figura 10), reminiscentes de los
recolectados en el conchero Cerro Burro, litoral del estado Anzoategui (Cruxent y
Rouse 1961; 54, pls. 41 y 25). De igual manera existen también en el Bajo Caroní
134 Mario Sanoja Obediente

litos bicónicos similares a los utilizados por los antiguos recolectores de la isla de Cu-
bagua, región insular del noreste de Venezuela, fechados en 4150 + 80 años a.p. (ca.
2150 + 80 años a.p.), litos bicónicos que eran posibles proyectiles arrojadizos para
frondas utilizados en la caza terrestre en el noreste de Venezuela y en las grandes
Antillas (Cruxent y Rouse 1961: 54; Pls. 41 y 45). Se hallaron igualmente litos esfé-
ricos con superficies perfectamente alisadas por abrasión, sin huellas de haber sido
utilizados como percutores, que pudieron ser empleados como posibles boleadoras
para la caza terrestre (Fig. 11: a, b, c).
En las investigaciones arqueológicas que se llevan actualmente a cabo en el vaso
de la nueva presa hidroeléctrica en construcción, Tocoma, Bajo Caroní, se han halla-
do igualmente asociaciones superficiales de puntas pedunculadas en chert con litos
bicónicos como el descrito, hecho que permite inferir la posible existencia de una
técnica para la caza de mamíferos terrestres que combinaba quizás el uso de javali-
nas o lanzas con hondas para lanzar proyectiles bicónicos (Águila, com. pers. 2012).
Los cuchillos de sílex reminiscentes de los del Bajo Caroní, recolectados por no-
sotros en 1983 en el conchero de Cerro Burro, área de Pedro García. litoral del actual
estado Anzoátegui, fechado en 2450 + 90 años a.p. o 570 años + 90 a. C. (Cruxent y
Rouse 1961-I: 123; Rouse y Cruxent 1963: 154), permiten especular sobre la posibili-
dad de que los antiguos recolectores cazadores del Orinoco habrían entrado posible-
mente en contacto con grupos de recolectores pescadores litorales y pueblos agriculto-
res ceramistas del noreste de Venezuela. Hojas líticas similares aparecen igualmente
en sitios como Barrera Mordan, República Dominicana (ca. 2480 años a.p.) (Veloz
Maggiolo 1991: 70); J. M. Cruxent e I. Rouse, 1974: 71-81) y en Damajayabo, Cuba,
3250 + 100 años a.p. (ca. 1250 + 100 años a.p., Martínez-Arango 1968: 46, Lam. 29),
indicando con ello la factibilidad de contactos entre poblaciones tempranas del Bajo
Orinoco y el litoral noreste de Venezuela con poblaciones de lejanas islas antillanas
como Quisqueya (Santo Domingo-Haití) y Cuba, o viceversa.
La seriación arqueologica cualitativa-cuantitativa que grafica toda la secuencia
historica del poblamiento cazador recolector del Bajo Caroní correspondiente al
vaso de la presa Caruachi (Gráfico 4.), muestra que la fase final o Fase C, correspon-
diente al Modo de Trabajo IV, el cual cubre un período aproximado de 1760 años,
está caracterizada por un proceso de cambio hacia una forma de vida más sedenta-
rias con base a una economía combinada caza pesca y la recolección o proto-cultivo
de plantas.
El alba de la sociedad venezolana 135

Los contenidos materiales del modo de trabajo IV de los pueblos de la fase tar-
día, están documentados y fechados en sitios arqueológicos de la margen izquierda
del Caroní como el alero G8-3 y la Cueva del Elefante, G79, (Sanoja y Vargas-Are-
nas 1970, 2006), los cuales indican que el auge de las pinturas rupestres coincidió
con la presencia de instrumentos de producción vinculados con la apropiación y
procesamiento de materias primas de origen vegetal,: manos de moler, percutores y
hachas, cuando se inició el ocaso de los grupos cazadores recolectores propiamente
dichos, o arcaicos, por el contacto con los nuevos grupos de agricultores alfareros
que comienzan a asentarse en el Bajo Orinoco.
La fase C del gráfico de seriación de la presa Caruachi que denota el fin de la
formación apropiadora en el Bajo Caroní (Gráfico 4) muestra que en la cueva del Ele-
fante (G79), al igual que en otros sitios cavernarios de la subcuenca del río Espíritu,
la industria lítica característica de la fase final del modo de vida cazador se encuentra
asociada con importantes muestras de pinturas rupestres.
Ejemplo de lo anterior, la secuencia estratigráfica del alero o abrigo rocoso G8-
3, sobre la margen izquierda del Caroní, a la altura de los raudales de Caruachi,
presenta una secuencia de fases de ocupación humana caracterizada inicialmente
por una industria de instrumentos de producción sobre lascas de cuarzo: láminas,
preformas de hachas, manos, pulidores y machacadores, contexto que reproduce en
líneas generales las características de los sitios de la fase C o tardía de la secuencia
seriada del vaso de la presa Caruachi (2810 + l00 a.p. -860 a. C.- 2320 + 100 a.p. o
370 + 100 a. C.) (Sanoja y Vargas-Arenas 2006). Dicha fase sería aproximadamente
contemporánea con la fecha de introducción de la cerámica barrancoide en el Bajo
Orinoco (Cruxent y Rouse 1961: I; Sanoja 1979).
Del nivel 5 al nivel 1 del abrigo rocoso G8-3, hay una nueva fase de ocupación
caracterizada por la diversificación de instrumentos de producción; raspadores, cu-
chillos, preformas de hachas y azuelas, manos de moler, perforadores, aguzadores,
buriles y percutores. En la línea de goteo del alero G8-3, dentro de una capa mixta
superficial de humus y ceniza –correspondiente a la ocupación final– que recubre los
depósitos arqueológicos de las anteriores fases del sitio, se recuperó una colección de
tiestos, algunos sencillos, otros decorados con incisión fina, asociada con una indus-
tria ósea compuesta por leznas para tejer redes de pesca, agujas, puntas de proyectil,
perforadores, punzones, etcétera (Fig. 11). Para elaborar dichos instrumentos de
producción se utilizaron cuernos y huesos largos de venado (Mazama sp.) o huesos
136 Mario Sanoja Obediente

FIGURA 10
A) Cuchillo de sílex. Filo con retoques. B) Hoja cortante. C) Lito bicónico. Arenisca.
Sitio GD-2. Vaso de la presa Macagua II.
El alba de la sociedad venezolana 137

largos de váquiros (Tayassu sp.), los cuales, al igual que los morrocoyes (Geochelone
sp.), eran cazados y consumidos por los habitantes originarios del alero G8-3. La
alfarería en este caso (Fig. 12) parece ser reminiscente de la de la serie Cedeñoide del
Orinoco Medio, para la cual existe una fecha de C14, muy cercana a las similares del
Bajo Caroní, de 2890 + 145 años ANP (890 + 145 años ANE).

FIGURA 11
Alero G8.3: instrumentos de hueso.

Para finales del segundo milenio a. C. y comienzos del primero, varias de las
antiguas poblaciones de recolectores cazadores del Orinoco habían descubierto o
inventado los procedimientos para fabricar alfarería. Vemos así cómo en la capa
inferior (G437 = 1,40 m de profundidad, de la excavación 3 de La Gruta, corres-
pondiente a la superficie del estrato de arena que cubre al de la formación Mesa, se
recolectaron dos tipos de alfarería rústica temperada, una con ceniza y la otra con
carbón vegetal, a la cual correspondería la fecha I-10-742 de 3320 + 100 a.p. (1370 a.
C.). Estos tipos alfareros tienen características similares a la que aparece en Agüeri-
to, margen derecha del Orinoco, frente a la desembocadura del río Apure. el período
I de la serie Cedeñoide, comienzos del primer milenio a. C. (Zucchi y Tarble 1984:
138 Mario Sanoja Obediente

296-307), indicando posiblemente que para finales del segundo milenio antes de
Cristo, los pueblos de la fase final de la formación apropiadora y los albores de la
formación socioeconómica productora o tribal en la cuenca del Orinoco, ya habían
quizás inventado una forma rústica de alfarería y procesos para domesticar, cultivar
procesar para su consumo distintas plantas comestibles o útiles que crecían silves-
tres en las barrancas del Orinoco (Zucchi y Tarble 1984; Vargas-Arenas 1981:90-
96 409, gráfico 7, cuadro n° 10; Sanoja y Vargas-Arenas 2006: 61).

FIGURA 12
Alero G8.3: tiestos sencillos y decorados.

La estética rupestre del Bajo Caroní

El surgimiento y la duración de las tradiciones estéticas en las sociedades origina-


rias estában supeditadas a la permanencia de los procesos concretos de la conciencia
social que sustenta una forma concreta de expresión visual (Vargas-Arenas 2010:
59-60). En el caso particular del Bajo Caroní, la tradición estética de arte parietal
podría haberse iniciado alrededor de 4000 años a.p. como diseños geométricos, has-
ta culminar en 2500 años a.p. como un arte naturalista cargado de símbolos de la
El alba de la sociedad venezolana 139

vida cotidiana, representaciones danzantes de mujeres y hombres, especies faunís-


ticas, etcétera (Sanoja y Vargas-Arenas 2006: 60). Esta fase tardía de la ocupación
de antiguos recolectores-cazadores, pescadores tropicales, representa la transición
al tribalismo que culmina con la aparición de las primeras poblaciones de agri-
cultores ceramistas plenamente tribalizadas hacia 1500-1300 años a.p., cuando
estas comenzaron a recibir las influencias culturales de otras poblaciones tribales
agroalfareras del Medio y Bajo Orinoco como la Tradición Barrancas del Bajo
Orinoco (Sanoja 1979).
Aunque no se puede afirmar plenamente que la estética rupestre hubiese te-
nido fines mágico-religiosos, sí se puede decir que se trataba de concreciones de
ideas a través de símbolos expresados mediante imágenes que funcionarían como
medios de transmisión de mensajes que reforzaban en la cotidianidad la identidad
étnica. En este sentido, es importante rescatar el carácter utilitario de la estética
en aquellas sociedades así como la noción del carácter social e histórico de la esté-
tica, ya que la denominado “estética tradicional” ha separado las creaciones estéti-
cas antiguas de la vida social y sus creadoras y creadores, obviando que las mismas
son resultado de situaciones históricas y culturales concretas muy diferentes de las
actuales, donde tanto los “shamanes” como las “shamanas” podían indistintamente
ejecutar pictografías y petroglifos. Las mujeres, “shamanas” o no, estaban encar-
gadas de reproducir la ideología que mantiene la socialización cotidiana, usando
imágenes totémicas en las actividades rutinarias de la vida diaria, imágenes que
también representan una expresión visual de los poderes del mundo mítico (Del-
gado 1989; Vargas-Arenas 2010: 65).
Las pinturas rupestres del Bajo Caroní, para la cual se utilizaron posiblemen-
te pigmentos de origen vegetal, formaban parte del espacio doméstico cotidiano
privado de las poblaciones de recolectores cazadores del Bajo Caroní. Los petro-
glifos, por otra parte, parecen haber conformado otra especie de expresión estética
e ideológica pública que se encuentra plasmada, sobre todo, en las formaciones
rocosas que se hallan en las márgenes del río Caroní. Ejemplo de la misma son los
complejos textos rupestres que existieron en diferentes sitios del vaso de la presa
Guri. Fue posiblemente a partir de la creatividad de aquellas que se originó la her-
mosa tradición de arte parietal –petroglifos y pinturas rupestres– que distingue la
vida de las antiguas poblaciones guayanesas venezolanas (Sanoja y Vargas-Arenas
1992a: 60-63, Sanoja, Bencomo y Águila 1997; Vargas-Arenas 2010: 55-66). Tan-
140 Mario Sanoja Obediente

to la seriación arqueológica como las fechas de C14, indican que la tradición de


arte parietal habría comenzado antes de 3340 + 60 años a. C., posiblemente hacia
4.000 años ap, hallándose evidencias datadas en asociación con industrias líticas
en abrigos cavernarios hacia 860 + 60 años a. C. (2810 a.p.) y 370 + 100 años a. C.
(Sanoja y Vargas-Arenas 2006).
La mayor concentración de pinturas rupestres asociada con estas poblaciones de
recolectores cazadores arcaicos del Caroní, se hallaban en la cuenca de unos de sus
afluentes, el río Espíritu, el cual podría haber sido una zona sagrada. Las pinturas
rupestres, tales como el posible bulto funerario que se muestra en la Fig. 15: A-B del
abrigo Las Patillas, nos da una fecha probable de 5290 + 60 años a.p. para los inicios
del arte parietal (Sanoja y Vargas-Arenas, 2006: Fig. 1, 59).
La temática de la pintura rupestre que podríamos considerar como más antigua
se manifiesta formando conjuntos de símbolos pintados en color rojo o combinacio-
nes de rojo, blanco y amarillo, cuya realización fluctúa entre el naturalismo y la ex-
presión geométrica. La temática de estas pinturas rupestres parece estar relacionada
con la existencia de hitos paisajistas: enormes domos de granito o afloramientos de
piedras ubicados en zonas de alta visibilidad, los cuales dominan grandes extensio-
nes de sabanas o de selva que podrían haber constituido el centro de dicha zonas
sagradas. En uno de los recintos cavernarios de mayor extensión, donde se exhibe el
conjunto de pinturas rupestres más complejo, la cueva del Elefante, fechada tentati-
vamente entre 2810 + 160 - 2320 + 100 a.p. (Sanoja y Vargas-Arenas 1970, 2010:
Figura 1), la estética rupestre muestra particularmente lo que parecen ser escenas de
la vida cotidiana, así como conjuntos de representaciones que aluden a la significa-
ción del género en estas poblaciones antiguas de recolectores cazadores que ya entre
630 y 510 años a.p., se hallaban en tránsito hacia la tribalización, posiblemente bajo
la influencia de las poblaciones agricultoras ceramistas que ya habían comenzado a
incursionar en la cuenca del río Caroní.
En el caso de la cueva del Elefante, la mayor concentración de motivos pintados,
de color rojo, se encuentra sobre el fondo de la caverna, formando un panel continuo
de una longitud de 30 m. Un grupo de los mismos corresponde a una expresión
geométrica similar a la existente en los aleros o covachas de Las Patillas, Circulo
Rojo, Las Culebras, etcétera, estudiadas en el vaso de la presa Caruachi. Otro gru-
po de diseños representa objetos del ajuar de la vida cotidiana utilizados por las
mujeres de los grupos tribales: cestas tejidas de forma circular (wapas) utilizadas
El alba de la sociedad venezolana 141

para cernir la harina de yuca, abanicos trenzados utilizando las fibras de la palma
moriche, usados para avivar el fuego de los fogones o voltear las tortas de cazabe en
el budare, posibles plantas de aldeas divididas en mitades, separadas por un espacio
o plaza ceemonial (Fig. 16), reminiscentes de los hallados en el alero de Tramen, río
Karowieng, sabanas de Mazaruni, Guyana. Otro grupo representa figuras humanas
danzantes o en movimiento cuyos atuendos podrían sugerir diferencias de géne-
ro. Otra agrupación incluye representaciones de animales en movimiento: venados
(Mazama sp.), lagartos ranas, caracoles terrestres, etc., puntas de arpón, flechas, et-
cétera (Vargas-Arenas 2010: 63; Williams Denis 1985).
Las expresiones mágico-religiosas de las comunidades originarias del Bajo Caro-
ní, aparecen principalmente en afloramientos rocosos, grandes estructuras graníti-
cas o domos que tienen una gran visibilidad, concentrados en una zonas particular,
la subcuenca del río Espíritu, afluente del Caroní por su margen izquierda. Esta
característica nos permite sugerir que se trataría de una zona sagrada, lo cual esta-
ría relacionado con la presencia en la cueva del Elefante de símbolos que sugieren
un culto solar: cruces gamadas, el diseño de una especie de útero mágico donde el
shaman o la shamana se compenetraban con las fuerzas espirituales del mundo na-
tural y una figura danzante, posiblemente femenina, cuyos brazos están extendidos,
teniendo en el pecho un símbolo solar (Sanoja y Vargas-Arenas 1970: 52). Como
pudimos observar, durante nuestras diversas campañas de excavación en el mes de
agosto, a las cinco de la tarde un haz de rayos de sol incide directa y horizontalmente
en el área de mayor concentración de pinturas rupestres. Es posible que ello aluda a
una ceremonia propiciatoria colectiva ligada al paso de los solsticios relacionada con
prácticas mágico-religiosas. Otros motivos solares son círculos a manera de ojos con
prolongaciones radiantes, reminiscentes de las cabezas aureoladas del área andina
suramericana, que parecen referir a las fuerzas radiantes o energéticas del ser huma-
no, que se hacen “visibles” para el shaman o la shamana durante sus viajes místicos
(Vargas-Arenas 2010: 64).
La presencia del asi denominado “arte rupestre” del Caroní parece tener también
su correlato en las variadas expresiones de arte parietal de Brasil, producto de la
actividad de este extenso horizonte tanto de cazadores(as) recolectores(as) tropicales
como de grupos tribales –ejecutadas igualmente en colores rojo, blanco y amarillo–,
localizadas desde Piauí, Bahía, occidente de Pernambuco, Ceará y Río Grande do
Norte hasta Curitiba en el sur de Brasil (Schmidt 1987: 76-80).
142 Mario Sanoja Obediente

La ausencia de las mujeres en la narrativa de la historia ha sido considerada por


Bourdieu (2000: 12) cómo una violencia simbólica, insensible, que se ejerce princi-
palmente vía la comunicación y el conocimiento, lo cual responde a modos de pensar
que son producto de la dominación. A este respecto, nuestras investigaciones arque-
ológicas en el Bajo Caroní resaltan, por el contrario, la existencia de glifos ejecutados
figurativamente que representan tanto a mujeres como sus instrumentos de trabajo
y los bienes naturales apropiados por ellas, lo cual visibiliza su aporte a la produc-
ción y reproducción de la vida social desde los tiempos originarios. El protagonismo
femenino –dice Vargas-Arenas– y sus luchas y aportes no han constituido objetivos
cognitivos de la ciencia arqueológica, por lo cual estos nuevos conocimientos ob-
tenidos en el Bajo Caroní conforman una práctica crítica de aquellos historiadores e
historiadoras que se preguntan para qué y a quiénes sirve el conocimiento que ellos
y ellas producen (Vargas-Arenas 2010: 56-57).

FIGURA 13
Pinturas rupestres. Cueva de Las Patillas.
El alba de la sociedad venezolana 143

FIGURA 14
Figura danzante. Cueva del Elefante.

10. El modo de vida recolector pescador litoral del noreste


de Venezuela
El escenario geohistórico

La distribución territorial de los recolectores cazadores tanto del interior como li-
torales, nos indica la dirección probable que tomó el proceso de colonización del
territorio del norte de Suramérica por parte los inmigrantes paleoasiáticos origina-
les, a partir de la costa pacífica suramericana, al oeste (Dillehay et álii 1992) hacia
144 Mario Sanoja Obediente

la ribera atlántica, al este. Los hallazgos arqueológicos recientes indican que los pri-
meros grupos humanos, que manufacturaban rústicos artefactos líticos sobre lascas,
accedieron hasta los territorios de la vertiente atlántica suramericana alrededor de
30.000 años a.p. (Guidon, 1978). Como indican las fechados radiocarbónicos, es
posible que en algún momento parte de los descendientes de aquellos grupos re-
colectores cazadores tropicales del interior hubiesen migrado posteriormente hacia
las regiones litorales, en un período cuando se habían comenzado a producir, hacia
inicios del Holoceno, profundos cambios que afectaron el relieve, la biomasa y el
relieve litoral de la costa atlántica.
El lapso comprendido entre 7000 y 4000 años a. C. correspondió con el óp-
timo climático de los tiempos pospleistocenos, durante el cual la temperatura se
hizo más cálida en todo el globo acelerando el proceso de deshielo de los gran-
des casquetes glaciares que se habían formado en el hemisferio norte, así como
en las zonas montañosas de la región tropical, durante el último período glaciar
que culminó hacia 12.000 años a. C. (Van der Hammen 2006: 22). El flujo de
agua que retornaba a los mares y océanos a través de los ríos, no solo hizo subir
considerablemente el nivel de las aguas de los mares y oceanos, sino que modifi-
có también el relieve costero debido a los intensos procesos de sedimentación y
relleno ocasionados por los procesos eustáticos y tectónicos que parecen haberse
producido simultáneamente. Gran parte de las regiones litorales bajas fueron su-
mergidas bajo las aguas, en tanto que aquellas que habían sido liberadas del peso
de los casquetes de hielo experimentaron un alza de nivel.
El estudio combinado de los datos arqueológicos conocidos hasta el presente, así
como los geomorfológicos y oceanográficos del litoral caribe de Suramérica, Trini-
dad, Guyana, Jamaica, República Dominicana y la península de la Florida, revelan
la existencia, desde el Holoceno Temprano, de variaciones regionales o locales en los
cambios de nivel del mar, los cuales modificaron sustancialmente la morfología cos-
tera de esa gran área, afectando la vida de las poblaciones que allí habitaban (Sanoja
y Vargas-Arenas 1999 a: 199). Ello se puede apreciar también en la península de la
Florida desde el llamado Arcaico Temprano, 9000-7000 a.p. (Widmer 1988: 202)
y la isla de Trinidad, ubicada al noreste de Venezuela, hacia 7180 a. C. (Veloz Ma-
ggiolo 1976: 46; Veloz Maggiolo 1991: 57-61; Boomert 2000: 42-46). Los cambios
de nivel del mar han sido estudiados igualmente por muchos científicos, entre otros
por Fairbridge (1976), Van Andel y Postma (1954), Van Andel y Sachs (1964) Van
El alba de la sociedad venezolana 145

Andel (1967), Nota (1958), Koldewijn (1958) Widmer (1988), Hendry y Digerfeldt
(1989), Maul (1989), Sanoja y Vargas-Arenas 1995-1998, 1999a, b, c), Williams
(1992) y Clapperton 1993), quienes han conducido investigaciones en el área del
Caribe oriental, el golfo de Paria, la costa de Guyana y la costa noreste de Brasil.
La utilización del medio natural por parte de las antiguas poblaciones de re-
colectores, pescadores, cazadores litorales, podría relacionarse con tres tipos prin-
cipales de ambiente: a) la costa de los estuarios fósiles, b) las lagunas litorales, las
playas oceánicas y c) las islas del Caribe venezolano que estuvieron sometidas a las
influencias posglaciares que comenzaron a producirse en la fase final de Pleistoceno.
Los cambios en el relieve costero de las áreas donde se asentaron las más anti-
guas comunidades de recolectores pescadores litorales, se debieron a procesos epi-
rogénicos y eustáticos, a la sedimentación fluvial local producida por las mareas, las
corrientes marinas y el viento. Los procesos de subsidencia causados tanto por la
sedimentación marina como por la fluvial parecen haber sido más importante en
la desembocadura de los ríos y quebradas que desembocaban en los estuarios que
existieron tanto en los golfos de Paria y Cariaco como en el valle del río San Juan
(Mapa 6), uno de los principales afluentes del delta del Orinoco, y las antiguas lagu-
nas litorales del noreste de Venezuela, creando difíciles condiciones materiales para
la vida humana, que fueron resueltas exitosamente por los pueblos originarios de
recolectores pescadores lítorales.
Las últimas investigaciones arqueológicas llevadas a cabo hasta el presente en el
litoral noreste de Venezuela (Sanoja y Vargas-Arenas 1995, 1999c; 1999b; 1999ª:
144-160), permiten establecer que desde 7000 a 5000 años antes de Cristo, ya exis-
tían en las costas del litoral y en diversas partes de las tierras interiores de dicha
región poblaciones humanas que derivaban buena parte de su sustento de la recolec-
ción de moluscos y crustáceos tanto marinos como de agua dulce, al mismo tiempo
que cazaban y pescaban en el mar, los ríos y las lagunas de las áreas costeras, los
valles, selvas y regiones montañosas.
La investigación de los sedimentos recientes provenientes del golfo de Paria, no-
reste de Venezuela, así como de la plataforma continental de la costa de Guyana,
indican que el nivel del mar comenzó a elevarse por encima del nivel existente sobre
la plataforma continental del golfo de Paria, durante el Pleistoceno final, alrededor
de 13.000-11.000 a.p. (Nota, 1958: 105; Koldewijn 1958: 105, Van Andel y Sachs
1964), alcanzando la cota de 2 metros hace 6500 años a.p. (Van Andel y Postma
146 Mario Sanoja Obediente

1954: 27). Ello determinó la formación de estuarios fósiles como el del golfo de
Paria y el del río San Juan (Nota 1958: 86; Koldewijn 1958: 105; Van Andel y Sachs
1964), alcanzando el mar el nivel de 4 m.s.n.m. alrededor de 6500 años a.p. (Van
Andel y Postma 1954: 27).
Según Van Andel (1964, 1967: 307) hacia 9500 años a.p. habría comenzado la
transgresión marina del flanco norte del golfo de Paria, la cual culminó en ca. 8000
años a.p. con la formación del delta del Orinoco, lo cual está demostrado en el golfo
de Paria por la presencia de una gruesa capa de marga azulosa, depósito comple-
mentario encontrado en el lecho marino, recubierto por un depósito sedimentario
continental de origen fluvial. Este proceso habría afectado también toda la región
litoral del noreste de Suramérica y el delta del Amazonas, así como todo el Caribe
insular hasta la península de la Florida (Clapperton 1993: 569-72; Sanoja y Vargas-
Arenas 1999b: 149-151).
Como consecuencia de aquellos cambios, en muchas partes de la región costera
del noreste de Venezuela, Trinidad y en el litoral de Guyana, Surinam, Guayana
Francesa y el litoral de Brasil, se desarrollaron extensas formaciones de bosque de
manglar, particularmente en la desembocadura de los ríos y alrededor de las lagu-
nas costeras. Dentro de estas condiciones ambientales cambiantes se constituyen los
asentamientos de recolectores, cazadores, pescadores marinos venezolanos entre el
sexto y el quinto milenio a. C.
Alrededor de 8.000-7000 años a.p., es posible que grupos de recolectores cazado-
res procedentes del interior de la cuenca orinoquense hubiesen llegado a desarrollar
en las regiones litorales caribeñas y atlánticas modos de vida y modos de trabajo muy
diversos que enfatizaban preferentemente la recolección, la pesca marina y estuarina,
la caza terrestre y la domesticación de especies vegetales comestibles silvestres, como
respuesta quizás a la existencia de mejores condiciones de vida en determinadas zonas
litorales (Sanoja y Vargas-Arenas 1999c: 212). Ello estuvo asociado, en las regiones
litorales del noreste y el noroeste de Venezuela, al desarrollo, entre 6500 y 5000 años
antes del presente, de extensos bosques de manglar, particularmente Rizophora mangle
y Avicenia officinalis en los estuarios y lagunas litorales, e igualmente en la desemboca-
dura de los ríos y caños que desaguaban en aquellas masas de agua continental.
A partir del óptimo climático, en el litoral atlántico del sur del Brasil, el nivel del
mar alcanzó una cota alta, 2,5 m sobre el nivel actual, hacia 5800-4800 años antes
del presente (Fairbridge 1976; Prous y Piazza 1977: 27-36). En el litoral atlántico
El alba de la sociedad venezolana 147

entre las bocas del Orinoco y la desembocadura del río Amazonas, costas de Guyana,
Surinam y la Guayana Francesa, el estudio de los sedimentos del Holoceno indica
también la existencia de una serie de cuatro fases transgresivas marinas conocidas
como serie Demerara, fechada entre 9000 y 6000 a.p. (Claperton 1993: 569-572). La
primera fase transgresiva –la fase Mara– ocurrió en 8000 años a.p., momento cuando
según Van Andel (1976: 307) comenzó a formarse el delta del Orinoco. Las evidencias
de esta fase transgresiva son, como expusimos, las capas de marga azulosa como las que
se hallan en la antigua línea litoral del estuario fosil de Paria, cubiertas de sedimentos
de origen fluvial donde se localizan los sitios arqueológicos de Ño Carlos y Guayana
(Sanoja y Vargas-Arenas 1995; 1999ª: 147-148; 1999b: 151-157; 1999c: 149).
En Paria, la transgresión marina alcanzó su nivel máximo de cuatro brazas,
aproximadamente cuatro metros sobre el nivel del mar, alrededor de 7000-6500
años a.p., cuando ya existían campamentos de antiguos recolectores pescadores ma-
rinos y bosques de manglar sobre el piedemonte de la sierra de Paria (Van Andel
y Postma 1954: 26-27; Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 97; 1999ª: 149-150; Sanoja
1989ª: 526-531; 1989b). Ello evidencia que para entonces buena parte de las tierras
bajas del litoral pariano existentes en el Pleistoceno, ya habían sido sumergidas bajo
las aguas del océano Atlántico. Trinidad, que hasta entonces era una prolongación
del litoral de Paria, quedó en ese momento separada del continente convirtiéndose
en una isla (Boomert 2000: 44).
Al igual que en el oriente de Venezuela, hacia 5580 años a.p. (3800 años a.C.),
encontramos también en las regiones litorales cubiertas por bosques de manglares del
actual estado Falcón, comunidades humanas relacionadas con un modo de trabajo
apropiador orientado hacia la recolección y la pesca marina o palustre, el cual, posible-
mente, surgió como una transformación cualitativa de los antiguos cazadores recolec-
tores del interior. Al igual que en Paria, los extensos bosques de manglar que existían
en la desembocadura de los ríos Tocuyo, Aroa y Yaracuy y en las lagunas costeras del
noreste de Falcón albergaron a poblaciones recolectoras pescadoras cazadoras. Éstas
utilizaban rústicas herramientas de piedra utilizadas como percutores, manos y pie-
dras de moler, recolectaban bivalvos y gasterópodos de manglar y cazaban tortugas y
caimanes (Cruxent y Rouse 1961; Sanoja y Vargas-Arenas 1999ª: 24-25).
Como expusimos en páginas anteriores, el análisis de las valvas de ostras prove-
niente del sitio arqueológico El Pesquero, ubicado en el litoral de la vecina penínsu-
la de Paraguaná, Falcón, indicó la posible utilización humana de algunas conchas
148 Mario Sanoja Obediente

como raspadores, las cuales fueron datadas en 28250 + 920/1020 a.p. Aunque la
evidencia no es concluyente, es posible que estudios posteriores más sistemáticos
pudiesen revelar una antigua tradición no lítica de recolectores marinos pre-Clovis
en Suramérica (Oliver y Alexander 1990), hecho que nos acercaría otra vez a la vieja
hipótesis de Krieger sobre la existencia de un horizonte suramericano de poblacio-
nes recolectoras cazadoras pescadoras sin puntas de proyectil.

El objeto de trabajo de los recolectores, pescadores litorales: los ecosistemas


húmedos

La racionalidad económica y social que tenían las antiguas poblaciones de recolecto-


res, pescadores litorales sobre la utilización del ecosistema de manglar, y en general
de los ecosistemas húmedos, fue determinante en la definición del modo de trabajo
apropiado para satisfacer sus necesidades sociales. No se trataría de un proceso de
adaptación a las características de un determinado medio ambiente que está fuera de
la naturaleza humana, ya que, como expresa Mao Tse.Tung (1955: 368), las causas
puramente externas solo son susceptibles de provocar el movimiento mecánico de
las cosas, es decir, modificaciones del volumen y de la cantidad que son inherentes a
los fenómenos mismos, por lo cual no se puede explicar a partir de ellas –como en
este caso– la diversidad cualitativa infinita de procesos que permiten el paso de una
calidad sociohistórica a otra.
La contradicción fundamental entre el grupo social y el medio ambiente, su ob-
jeto de trabajo, es resuelta mediante la concreción de los procesos productivos que
representa el modo de trabajo. Si esta explotación consciente del objeto de trabajo,
del entorno natural no es exitosa, es decir, no garantiza de manera óptima la re-
producción de la vida material, la sociedad tiene como alternativa reformular cua-
litativamente sus fuerzas productivas y sus relaciones sociales de producción, para
aplicarlas a otro tipo de ambiente natural, o contentarse con una explotación “sub-
desarrollada” del mismo (Vargas-Arenas 1990: 68).
En el caso presente los ecosistemas húmedos y particularmente el ecosistema de
manglar del litoral noreste de Venezuela constituyeron el objeto de trabajo de los
pueblos del modo de vida recolector, pescador, cazador litoral. Los bosques litorales
de manglar, desde períodos muy tempranos, atrajeron el interés de los grupos reco-
lectores cazadores del interior (Sanoja 1992: 1989; Sanoja y Vargas-Arenas 1999a:
El alba de la sociedad venezolana 149

148-166), ya que dichos ecosistemas húmedos eran refugios de vida marina, terres-
tre y de numerosas especies de aves. La riqueza en recursos marinos existente en los
bosques de manglar propició el desarrollo de la pesca marina o estuarina y la reco-
lección de gasterópodos y bivalvos, aumentando las posibilidades de desarrollar una
vida más estable y propiciando la primera división del trabajo por géneros o sexos
entre las recolectoras y los pescadores cazadores (Sanoja 1989ª; 1989b; 1992; Sanoja
y Vargas-Arenas 1995; 1999c: 207; 1999b: 157; 1999ª: 147-157).
Mientras los hombres se especializaban en la pesca y la caza terrestre, las mu-
jeres y sus niños desarrollaron al parecer un importante modo de mantenimiento y
reproducción de la vida cotidiana: la recolección de especies marinas, la recolección
y el cuido de plantas útiles comestibles o medicinales y, particularmente, el mante-
nimiento de la cohesión y la estabilidad del nuevo orden familiar. Ello constituyó el
preludio hacia un cambio revolucionario en la historia de la sociedad apropiadora ve-
nezolana: el inicio del proceso de neolitización, que implicó la transformación de las
bandas semitranshumantes en sociedades sedentarias, la domesticación de plantas,
la producción de alimentos, la creación de un tejido social basado en la consangui-
nidad y de relaciones de propiedad colectiva sobre el suelo, las plantas, los animales
y las aguas.
La vida de las comunidades ligadas a los modos de trabajo recolectores-pes-
cadores dependía en gran parte de los recursos naturales de subsistencia que
existían en los bosques de manglar. Especies tales como la Ostrea rizophora y la
Melongena melongena Linnée, constituían el soporte fundamental de la alimen-
tación cotidiana, conjuntamente con la pesca de peces estuarinos, sirénidos y
ocasionalmente tiburones.
El ecosistema de manglar ofrecía una dinámica de vida interesante para el desa-
rrollo y la variabilidad de los procesos de trabajo ligados a la apropiación, debido a
que reunía en una sola unidad espacial componentes tanto vegetales como de fauna
que proporcionaban los elementos fundamentales para el mantenimiento de la vida
cotidiana. Aun en condiciones de explotación intensiva, el bosque de manglar tiene
la capacidad de regenerarse en un lapso relativamente corto, por lo cual una comu-
nidad que lo utilizase con moderación, podría desarrollar una forma de vida social
estable por un largo período.
Vistas desde esta perspectiva, la actividades de los recolectores marinos no po-
drían considerarse simplemente como una apropiación indiscriminada de los recur-
150 Mario Sanoja Obediente

sos naturales, sino más bien como una organización de tareas y procesos de trabajo
que se basarían en la estimación del tiempo que necesitaban las distintas especies
vegetales y de fauna para regenerarse luego de una explotación continuada de varios
años. Esta actitud corresponde con lo que, según Mészáros (2009: 84), debe ser la
economía: “... el verdadero significado de economía en la situación humana no puede ser
otro que economizar sobre la base del largo plazo...”.
Una consecuencia social de esa racionalidad sobre el ambiente y su utilización,
parece haber sido la definición de espacios territoriales dentro de los cuales podrían
llevarse a cabo los programas de apropiación para la subsistencia y el establecimiento
de bases o campamentos estables para el procesamiento, distribución y consumo de
los recursos naturales de subsistencia.
En el bosque de manglar, los recolectores marinos tenían a su disposición diver-
sas fuentes de materia prima: madera, resinas, fibras, pigmentos, etcétera, así como
un extenso conjunto de recursos proteínicos tales como bivalvos, gastrópodos, peces,
reptiles, aves, aparte de los mamíferos terrestres que, de cierta manera, actuaban
como predadores de los recursos naturales del manglar.
En muchos de los sitios arqueológicos examinados, las formaciones de bosque de
manglar pueden haber desaparecido como consecuencia de las condiciones alteradas
resultantes de los cambios de nivel del mar que ocurrieron desde inicios del Holoceno.
Sin embargo, la presencia de los mismos puede ser inferida a través de la evidencia
arqueológica representada en las enormes acumulaciones de Crassostrea, Melongena,
Anomalocardia, murex y huesos de peces marinos estuarinos que abundan en los sitios
arqueológicos tanto del litoral como del interior. Esos restos, así como la localización
de los sitios arqueológicos en lugares hoy dia muy alejados del actual litoral y a una
altura promedio de 6 a 10 m sobre el nivel del mar, dejan ver que se formaron en un
período cuando el nivel del mar se hallaba por encima del actual y que, por otra parte,
se hallaban localizados en un interfase entre la tierra y el mar.
En el golfo de Paria, los bosques de manglar ya existían entre el mar y las
estribaciones de las serranías de Paria hace al menos unos 7.000 años a.p. En
la cuenca del río San Juan, los bosques de manglar cubrían quizás las costas del
estuario fósil que se formó en períodos muy antiguos en las estribaciones del
macizo de Carípe. Por otra parte, en el golfo de Cariaco, al oeste de Paria, los
manglares parecen haberse concentrado no solo en la línea costera sino también
en las orillas de lagunas litorales del interior, como por ejemplo la de Campoma,
El alba de la sociedad venezolana 151

vinculadas mediante una red de caños con las aguas del golfo de Cariaco (Sanoja
y Vargas-Arenas 1995: mapa 01).
Las investigaciones sobre los sedimentos del golfo de Paria apoyan la existencia de
cambios de nivel en la región en los períodos mencionados. Sin embargo, tratándose
de una región caracterizada por una fuerte influencia tectónica, es posible que los
cambios de nivel del mar tengan su origen tanto en factores eustáticos como epirogé-
nicos. No obstante, los cambios de nivel del mar detectados en el noreste de Venezue-
la podrían sincronizarse con los ocurridos en el litoral atlántico de Brasil en períodos
similares, los cuales afectaron también, de cierta forma, la dinámica de vida de las
comunidades del modo de vida recolector litoral (Sanoja 1989a: 454-456; figura 8).
La explotación del ecosistema de manglar desempeñó un importante papel en
el proceso de sedentarización y cambios sociales consecuentes que ocurrieron entre
las antiguas poblaciones del modo de vida de los recolectores pescadores cazadores
litorales, particularmente las del noreste de Venezuela, entre 5000 y 2000 años a.p.,
ya que aquel representaba un conjunto de complejas interrelaciones en la cadena ali-
menticia excepcionalmente importante para las comunidades que dependían en gran
medida para su subsistencia de la recolección, la pesca y la caza marina y/o terrestre.
El manglar constituye –igualmente– una extraordinaria fuente de materias pri-
mas: madera, fibras, resinas, pigmentos, etcétera, así como un nicho donde conviven
distintos tipos de fauna acuática, aérea, anfibia y terrestre, siendo la más importante
la compuesta por las especies que viven a expensas del fango y los bentos, ya que las
demás son en su mayoría especies visitantes originarias de otros biotopos terrestres
y marinos. La fauna de fango se compone de más o menos sesenta especies de unival-
vos, bivalvos y gasterópodos como –entre otras– Ostrea rizophora, Chione cancellata,
Lucina pectinata, Modiolus sp., Anadara sp., Murex brevifrons, Crassostrea sp., Me-
longena melongena Linnée, Anomalocardia sp., Thaís sp., especies de agua dulce como
Marisa sp. y gasterópodos terrestres como Pomacea sp., llegando a calcularse una
densidad de 1690 individuos por metro cuadrado entre todas las especies (Ferrer,
1987: 43-44; Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 86, Sanoja 1989).
La captura cotidiana de esta gran variedad de bivalvos, univalvos, gasterópo-
dos, peces, cetáceos, reptiles, pájaros y mamíferos terrestres cuyo volumen suplía
regularmente una apreciable cantidad de proteínas para la dieta cotidiana y para
mantener el modo de reproducción de la comunidad social, era practicada princi-
palmente quizás por las mujeres y sus niños. Por otra parte, de la explotación del
152 Mario Sanoja Obediente

manglar derivaban los hombres y mujeres madera, fibras, aceites vegetales, conchas
marinas y huesos de cetáceos, etcétera, utilizados para la construcción de vivien-
das, armas arrojadizas, instrumentos cortantes y abrasivos, adornos y protección
corporal, etcétera.
Las raíces del manglar formaban por lo general un intrincado laberinto, en parte
aéreo y en parte sumergido, que servía de refugio a numerosas especies de peces que
lo utilizaban como área para desovar, principalmente el róbalo (Centropomus sp.),
la lisa (Mugil cephalus), el lebranche (Múgil brasiliensis.), el bagre (Selenapsis sp.), el
manatí (Manatus trichetus), etcétera, así como también saurios, diversas especies de
lagartos y reptiles, aves marinas y mamíferos terrestres, cuyos restos óseos están pre-
sentes en los fogones y basureros de las viviendas de aquellas antiguas poblaciones.
Un ecosistema tan pródigo en recursos de fauna soportaba igualmente un entorno
vegetal variado donde figuraban plantas que producen rizomas y tubérculos comes-
tibles, además de hojas suculentas, las cuales eran un punto de atracción para la
fauna terrestre herbívora que formaba su nicho alrededor del ecosistema de manglar
(roedores, ungulados, etcétera) para alimentarse con las hojas, los tallos tiernos, los
rizomas y los tubérculos.
En la mayor parte de los antiguos sitios de vivienda estudiados por nosotros en
el golfo de Paria, la actividad económica de aquellas comunidades de recolectores,
pescadores, cazadores litorales se puede inferir de las extraordinarias acumulaciones
superficiales de conchas marinas, huesos de peces marinos y estuarinos y de fauna
terrestre que cubren grandes extensiones de suelo, cuyo deposito basal alcanza a
veces hasta 2 o 3 m de profundidad, conteniendo aparte de conchas puntas de pro-
yectil y de arpones en hueso, anzuelos de concha, azadas, hachas y gubias de con-
cha , piedras de moler y lascas de piedra y concha marina. Ello sugiere una relativa
estabilidad temporal y territorial de los grupos humanos, la cual habría conducido
finalmente a la formación de aldeas sedentarias hacia 2600 años a. C. (Sanoja y Var-
gas-Arenas 1995: 84; 275-278; 1999b: 163-164 1999c: 206-212; 1999a: 152-157).
Cuando el ecosistema de manglar es percibido por las poblaciones humanas en
conjunción y relación de continuidad con diversos otros ecosistemas, se evidencia
una ruptura histórica con los principios que permiten definir la FES apropiadora,
ruptura que solo se manifiesta cuando una sociedad alcanza un cierto nivel de desa-
rrollo de sus fuerzas productivas. Como expresó Mao Tse.Tung en su estudio sobre
las contradicciones (1955: 370), las contradicciones entre la sociedad y la naturaleza
El alba de la sociedad venezolana 153

se resuelven por el método del desarrollo de las fuerzas productivas: el antiguo pro-
ceso y las antiguas contradicciones son liquidadas y nacen un nuevo proceso y nuevas
contradicciones que comienzan a afectar las relaciones sociales de producción. En el
presente caso, el desarrollo de las fuerzas productivas se evidencia desde el momento
en que las bandas o comunidades de recolectores-cazadores-pescadores litorales son
capaces de percibir la lógica o la racionalidad económica que subyace la explotación
de dichas asociaciones biológicas espaciales, como condiciones particulares para me-
jorar objetivamente la rentabilidad y efectividad de sus medios e instrumentos de
producción, cambio en la calidad de la vida social que conduce a la aparición de una
nueva formación: la tribal o productora de alimentos (Sanoja y Vargas-Arenas 1995:
83; 1999: 161-164Pol; 1999a: 208-1999b: 212 ram).

11. Modos de trabajo de los pescadores recolectores litorales


del noreste de Venezuela
El carácter histórico de la formación económica social, según Vargas-Arenas (1990:
65-66 ), implica que a veces alguno de sus modos de vida, aunque no de manera ne-
cesaria, pueda coincidir con las fases de desarrollo de su modo de producción. Una
secuencia histórica de modos de vida puede caracterizar una región determinada,
demostrando el carácter particular de los procesos que explican aquella categoría.
El surgimiento de un modo de vida está en relación directa tanto con la base social
como con la base física sobre las cuales se consolida; es posible que un modo de vida
se convierta en el antecedente histórico necesario para una región particular que
sirva de antecedente para otro u otros que denoten un mayor grado de desarrollo.
El carácter cambiante de los ecosistemas litorales del noreste de Venezuela, con-
dicionó la formación de los diversos modos de trabajo recolector, pescado cazador
durante el Holoceno, carácter mediado particularmente por la formación del delta
del río Orinoco: los más antiguos se desarrollaron en general con base a la ocupación
del litoral de estuarios fósiles y de las playas oceánicas en tanto que los más recien-
tes, donde se dio la transición hacia la sociedad tribal o productora de alimentos, se
localizan en torno a las lagunas litorales del interior.
Según Van Andel (1967), el inicio de la secuencia transgresiva del océano Atlán-
tico que caracteriza el período posglacial en el golfo de Paria pudo haber comenzado
hacia finales del Pleistoceno, unos 15.000 años a. C. Una de nuestras fechas de C14,
154 Mario Sanoja Obediente

Beta 20013, obtenida del estrato arcillo-arenoso estéril sobre el cual se construyó
el conchero Guayana, arrojó una antigüedad de 16.170 + 160 años a.p. (14.220 +
160 años a. Un sondeo con taladro manual en la base del delta fósil de Guayana, in-
dicó que aquel estrato arcillo-arenoso, evidentemente una deposición sedimentaria
de origen continental, se sobreponía a una capa de marga azul, sedimentos marinos
de espesor no determinado, que marcaría el momento cuando el nivel del mar co-
menzó a subir sobre el nivel bajo que prevalecía en la plataforma de Paria durante el
Pleistoceno Tardío. Según Koldewijn (1980: 5), ello sería indicador de un cambio
climático que habría comenzado en el golfo de Paria en 16.500 a.p. y un cambio
de temperatura posterior en 11.500 años a.p., produciéndose una activa deposición
de sedimentos fluviales continentales desde 12.000 años a.p., la cual determinó la
formación del delta del Orinoco hacia 9.500-8.000 a.p. y de formaciones deltaicas
en los caños que desembocaban en el mar, como era el caso del río (hoy quebrada)
Guayana, confirmando la estrecha vinculación que existió entre estos procesos geo-
morfológico y el inicio de los asentamientos humanos de recolectores pescadores en
el litoral del estuario fósil del Golfo de Paria.
La formación del delta del Orinoco dio paso, entre 7.000 y 6.000 años a.p. a un
período de estabilización del relieve litoral y la creación de un ecosistema productivo
que hizo posible su ocupación a largo plazo por las antiguas poblaciones recolectoras,
pescadoras cazadoras (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 95-103) cuyos ancestros podrían
haber estado viviendo en períodos anteriores en la cuenca del Orinoco (Sanoja y Var-
gas-Arenas 1999b: 158 1999c: 185186). El hallazgo de cuernos de venado (Mazama
sp.), huesos de marsupiales (Didelphys marsupiales) y de monos araguatos (Allouatta se-
nicula) solamente en el deposito arqueológico más profundo de los concheros Guayana
y Remigio, podría indicarnos que hasta 7.000-5.600 años a.p. los habitantes origina-
rios de dichos sitios todavía continuaban cazando fauna terrestre, proceso de trabajo
que se abandonó a favor de la recolección y la pesca litoral hasta que en 4.600 años a.p.
se inició el proceso de transformación de la sociedad hacia una vida sedentaria basada
en la recolección marina, la pesca, la caza terrestre y el cultivo de plantas.

El modo de trabajo I

El modo de trabajo 1 está representado en la región de Paria, estado Sucre, región


noreste del litoral venezolano, por los sitios Ño Carlos (4520 + 70 años a.p; 2520
El alba de la sociedad venezolana 155

+ 70 a. C ) y Remigio (5270 + 110; 3270 + 110 a.C) y.). El sitio Ño Carlos (está
localizado en el piedemonte de la serranía de Paria sobre un cono de sedimentos
fluviales, a unos 20 m de altura sobre la carretera que une a las poblaciones de El
Pilar y Yaguaraparo. Dicha carretera corresponde con la línea costera de un antiguo
estuario distante unos 7 a 10 km de ancho de la presente línea litoral. Por otra parte,
el sitio Remigio está localizado en el interior de las selvas que rodean el actual valle
del río San Juan, afluente del delta del Orinoco, piedemonte del macizo Oriental, a
lo largo de la carretera que une las poblaciones de Casanay, estado Sucre, y Maturín,
estado Monagas (Mapa 6).
El campamento Remigio (Mapa 6) se halla ubicado sobre un antiguo delta en
la desembocadura del caño Cruz, afluente del río San Juan, cuando posiblemente
existía un gran estuario fósil de aguas salobres y cenagosas, mezcla del océano At-
lántico y las corrientes de agua dulce que nacían en el macizo montañoso. Al igual
que en Ño Carlos, sobre el antiguo litoral estuarino del río San Juan se desarrolló
una importante selva de manglar, indicada por la enorme acumulación de bivalvos,
gasterópodos y huesos de peces marinos típicos de dicho ecosistema sobre los cua-
les se asientan los sitios de vivienda. La fecha de 5.270 años a.p. data la antigüedad
de la parte media de la secuencia arqueológica del sitio Remigio (Sanoja y Vargas-
Arenas 1995: 422). Considerando el gran espesor de los depósitos arqueológicos
inferiores no fechados, podríamos estimar que la fecha inicial del mismo podría
ubicarse –al menos– entre ca. 8.000 y 7.000 años a.p. momento cuando el océa-
no Atlántico habría alcanzado la cota de inundación +2 m sobre el nivel del mar
actual y se estaba formando el delta del Orinoco (Sanoja 1989; Sanoja y Vargas-
Arenas 1995: 121).
En el depósito arqueológico más profundo, correspondiente con esa fecha es-
timada de 7000-6000 años a.p., están presentes huesos de venado, los cuales no
vuelven a aparecer en el registro arqueológico. Por el contrario, en todos los niveles
del registro arqueológico están presentes huesos de microfauna, particularmente
iguanas y pequeños roedores (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 139. Al comparar estos
datos con los de los grupos warao que actualmente viven en el caño Winikina, delta
del Orinoco (Wilbert y Layrisse 1980: 7), observamos que aquellos, antes de aban-
donar su hábitat original en las áreas selváticas de dicha región, cazaban fundamen-
talmente aves, tortugas y caimanes, en tanto que los mamíferos terrestres ocupaban
un lugar secundario en la valoración de recursos de fauna para la alimentación.
156 Mario Sanoja Obediente

Podriamos establecer una correlación cronológica entre los sitios arqueológicos


del modo de trabajo I y el período temprano de los sitios similares como el de Ban-
wari Trace, localizado en la vecina isla de Trinidad (mapa 6), fechado entre 7200
y 6100 años a.p., así como con los sitios del denominado complejo Alaka, distri-
to Noroeste de Guyana, cuya fecha inicial es de 7320 + 90 a.p. (Evans y Meggers
1960: 25-53; Williams 1982: 18-31; 1993, 1997, 1998; Boomert 2000: 57, 70; Veloz
Maggiolo 1991: 57), indicando así la extensión que tuvo el poblamiento recolector
pescador litoral del noreste de Venezuela y del distrito Noroeste de Guyana antes de
separarse del territorio continental suramericano y de la península de Paria la actual
isla de Trinidad. Según Veloz Maggiolo (1991: 56-57), en Banwari Trace al igual
que en los concheros de Remigio y Ño Carlos no existía una tecnología avanzada de
la percusión, resaltando la presencia de lascas rústicas utilizadas como raspadores y
cuchillos, así como tajadores y choppers. De manera similar a la tendencia existente
en los concheros Remigio y Guayana, las fases iniciales de la ocupación humana de
aquellos sitios de Trinidad y Guyana estaban relacionadas con la caza de animales
terrestres y la pesca, notándose una tendencia posterior hacia predominio de la reco-
lección de conchas marinas y la pesca (Boomert 2000: 58). En el conchero Barabina,
complejo Alaka, la dieta inicial de los recolectores pescadores estaba dominada por
el consumo de fauna de ostras de manglar, bivalvos y concha marina (Strombidae),
hasta que el nivel del mar alcanzó su máximo hacia 6000 años a.p. Al cambiar la
salinidad del agua, la fauna de manglar desapareció y la dieta diaria enfatizó hasta
4115 + 50 a.p., cuando el sitio desaparece, la recolección de Neritidae.
Los sitios Ño Carlos y Remigio parecen haber estado habitados por bandas de
recolectores(as), pescadores y cazadores que apropiaban los recursos naturales de un
espacio territorial dentro del ecosistema de manglar, sin generar necesariamente con-
ciencia de posesión colectiva o individual del dicho territorio y sus recursos. El re-
gistro arqueológico del espacio doméstico indica la posible existencia de paravientos
para abrigarse de la intemperie, donde se observan contextos de consumo individual de
alimentos y la ausencia de áreas de actividad colectiva como fogones. Es posible inferir
que una vez dentro del sitio temporal o semipermanente de habitación, cada familia
nuclear o cada persona era libre de consumír individualmente su parte del producto de
la recolección y la pesca o compartirla con otros miembros de la banda.
La ausencia virtual de fogones pareciera indicar que los individuos que habitaban
esos paravientos comían sus alimentos crudos, sin añadirles ninguna transforma-
El alba de la sociedad venezolana 157

ción de su condición natural utilizando el fuego (Sanoja y Vargas-Arenas 1955: 107-


147; 1995: 113, Figs. 1, 2, 5 y 6). Consecuentemente, las asociaciones permanentes
estarían conformadas por individuos que tenían quizás lazos consanguíneos dentro
de cada núcleo familiar básico, en tanto que las relaciones sociales con otros núcleos
similares podrían ser de naturaleza contingente, temporal o incluso cíclica. En tales
condiciones, el desarrollo de alguna forma de autoridad o de vida social organizada
que pudiese permitir a los grupos humanos de este modo de vida sobreponerse a las
limitaciones de este modo de vida, habrían sido poco probables (Sanoja y Vargas-
Arenas 1999b: 155-157). La etnia warao que habita hoy día el delta del Orinoco,
cuyos ancestros se hallan posiblemente en las antiguas poblaciones recolectoras-
pescadoras del litoral de Paria, tiene un mito sobre el origen del fuego, según el
cual, inicialmente, una rana habría engullido todo el fuego. Debido a la ausencia de
fogones, los pescados debían ser posiblemente puestos a secar al sol para luego co-
mer su carne cruda. Solo cuando un indio logró matar la rana, fue posible extraer el
fuego de sus entrañas. Desde entonces pudieron utilizarlo para cocer sus alimentos
(Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 366-368).

El modo de trabajo II

El modo de trabajo II está representado en los sitios Guayana, golfo de Paria (5710
+ 120 años a.p.; 5600 + 200 a.p.; 5500 + 280 años a.p.; 3560 + 90 años a.p.; 3500
+ 90 a.p.) y El Bajo (golfo de Cariaco; mapa 6). Las poblaciones que practicaban este
modo de trabajo se caracterizaban por presentar un cambio cualitativo en las rela-
ciones sociales de producción. Las bandas de recolectores(as) pescadores(as) vivían
en campamentos estacionales semipermanentes ubicados en el borde del bosque de
manglar. Se protegían de la intemperie construyendo someros paravientos lineales
(Fig. 15), erigidos sobre la basura doméstica constituida por conchas marinas, hue-
sos de pescados y diversos instrumentos líticos u óseos de producción (Sanoja 1989;
Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 430-431).
Se hacen presentes en el espacio doméstico fogones para el procesamiento co-
lectivo de los alimentos naturales, observándose un mayor nivel de organización
y cohesión social manifestada en la existencia de diversas formas de solidaridad y
transgresión, una gama más variada de procesos de trabajo y una ocupación más es-
table de los sitios de vivienda, como se expresa en la existencia de fogones colectivos
158 Mario Sanoja Obediente

FIGURA 15
Reconstrucción hipotética de un paravientos. Conchero Guayana.
El alba de la sociedad venezolana 159

que coexisten con otros más pequeños correspondientes posiblemente a las áreas de
actividad de individuos aislados. Los fogones fueron a veces construidos sobre el en-
terramiento de los difuntos. Ello habría quizás enriquecido la experiencia de la vida
comunal, de modo que comer y compartir los alimentos en colectivo era también, tal
vez, un ritual comunal ofrecido a los ancestros de la banda (Sanoja y Vargas-Arenas
1995: 426; Sanoja y Vargas-Arenas 1999. b: Figura 8.4; figura 8.3). Pendientes ala-
dos tallados en micaesquito (Fig. 17-a) sugieren la presencia temprana del llamado
culto al dios Murciélago que se populariza en el noroeste de Venezuela en los últimos
siglos antes de la era cristiana.

MAPA 6
Sitios arqueológicos de la región de Paria.

Transformar los alimentos crudos en cocidos utilizando el fuego de los fogones


colectivos alude a la existencia de mecanismos sociales de reciprocidad instituciona-
lizada y cooperación social, expresando a nivel de la conciencia el proceso de socia-
lización de los individuos de la banda (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 243). Leroy
Gourhan (1971: 311) expresaba que la estructura del hábitat es el símbolo concreto
del sistema social. En ese mismo sentido, Levy-Strauss asentaba en su obra Lo crudo
160 Mario Sanoja Obediente

y lo cocido (1982: 329) que: “... la conjunción de un miembro del grupo social con la
naturaleza debe ser mediada por la intervención del fuego de cocina, al que normal-
mente le toca la tarea de mediar la conjunción del producto crudo y el consumidor
humano, y por cuya operación, pues, un ser natural es a la vez cocido y socializado...”,
convirtiendo la producción, la distribución y el consumo de alimentos en un factor
cotidiano de socialización de los miembros de la banda, de la colectivización de los
modos de trabajo y los modos de mantenimiento que facilitan su reproducción bio-
lógica y social.
No obstante aquellos cambios en las relaciones sociales de producción, los pro-
cesos de trabajo parecen haber continuado sin cambios apreciables hasta 3500 + 90
años antes del presente, cuando aparecen en un fogón localizado en la capa superior
del conchero Guayana fragmentos de alfarería muy rústica, sin decoración, desgra-
sada con arena y posiblemente conchas molidas, proceso este de trabajo cuya reali-
zación podría ser producto de influencias externas o inducidos desde poblaciones
con un mayor desarrollo de las fuerzas productivas (Vargas 1990: 173, 182, Sanoja y
Vargas 1992ª: 63-80, Sanoja y Vargas-Arenas 1992b: 35-43, 95-97, 1995: 167-168).
Contemporáneamente con el conchero Guayana, una alfarería similar está presente
en sitio de Hossororo Creek, distrito Noroeste de Guyana, en SI6638: 3975 + 45
a.p., mostrando formas de vasijas muy simples, sin decoración, similar a la de la fase
Mina del estado de Pará, bocas del Amazonas, fechada en 5115 + 95 a.p. (Williams
1992: 243.; Sanoja y Vargas-Arenas 1995 1999: 208-211; Boomert 2000: 80).
Los restos de fauna terrestre, indicadores de la actividad de caza, existen sola-
mente en las capas más profundas del sitio Guayana, particularmente Odocoyleus sp.
Caiman sp. y Allouatta senícula. La ausencia posterior de restos óseos de mamíferos
terrestres en el registro arqueológico de ambos sitios, como ya señalaba Boomert
(2000: 58) para Banwari Trace, parece indicar que la caza terrestre habría sido pos-
teriormente abandonada a favor de la pesca, la recolección y la caza de fauna marina
o estuarina (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 78, 139-140). Aunque no hay evidencia
directa de puntas de proyectil en hueso o madera en el registro arqueológico, se re-
cuperaron diversos abrasivos en arenisca o jaspe que indican la posible manufactura
de astiles de madera de 5 mm de diametro para armar quizás guaykas o dardos
compuestos cuyo astil podría tener un diámetro de 1,5 a 2 cm de diámetro. Se recu-
peraron igualmente fragmentos hematita que presentan una acanaladura de sección
semicircular de 1,5 a 2 cm de diámetro en cuya superficie interior se observaron múl-
El alba de la sociedad venezolana 161

tiples estrías transversales paralelas. Ello daba la impresión de que los fragmentos
de hematita habían sido frotados contra el encordado de una guayka o jabalina para
teñirlo de rojo (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 177-178).
La evidencia arqueológica parece sugerir, como expusimos en páginas anteriores,
que algunas bandas de cazadores asociadas con el modo de trabajo 1 o tradición Caro-
ní, podrían haber migrado desde el Bajo Orinoco hacia el litoral noreste de Venezuela
hacia 8000 años a.p., abandonando sus modos de trabajo originales y desarrollado
otros nuevos fundamentados en la recolección y la pesca y la caza marina o estuarina.
Es posible que hubiesen sido empujados por los cambios climáticos que ocurrieron en
el Medio y Bajo Orinoco alrededor de 8000 años a.p. causados por procesos glaciares
en las serranías andinas, caracterizados por períodos fríos y secos con gran actividad
eólica (Steyermark 1982 214-21; Sanoja y Vargas-Arenas 1999b, 1991ª, 1999c: 204;
2007: 15; 2006: 57; Clapperton 1993: 183-90; Vargas-Arenas 1981: 386-397).
Los rústicos instrumentos de producción manufacturados en arenisca o cuar-
cita, utilizados por la gente del conchero Guayana, consistían principalmente en
lascas primarias usadas como raspadores o cuchillos, martillos y manos de moler,
piedras de apoyo para la molienda, pesas para redes de pesca y adornos pectorales
tallados en placas de esquisto micáceo (Figs. 16 y 17-a). La técnica para la fabricación
de instrumentos líticos de producción era la fractura por percusión de grandes nú-
cleos de arenisca cuarcítica, cuarzo lechoso y jaspe para obtener lascas primarias que
eran utilizadas generalmente sin ningún tipo de retoque adicional. En algunos ca-
sos, los bordes fueron modificados por retoque a presión para adaptarlos a la función
de buriles o raspadores, contexto de instrumentos de producción reminiscente de
la denominada serie Ortoiroide (según el complejo Ortoire) localizada en la isla de
Trinidad (Rouse y Allaire 1972: 21; 1978; Rouse 1960: 10-11). Un tipo de artefacto
manufacturado con base en un núcleo piramidal de sección triangular, de arenisca
cuarcítica, lascado y retocado, es característico de la secuencia arqueológica de Gua-
yana ca. 4600 añosa.p., como una especie de útil multiuso para perforar y cortar.

El modo de trabajo III: los pueblos canoeros

El modo de trabajo III esta representado en los sitios de Manicuare (3570 + 130 a.p.
o 1570 + 130 a. C.), península de Paria, actual estado Sucre, y La Aduana, isla de
Cubagua (4150 + 80 años a.p. o 2150 + 80 años a. C.), actual estado Nueva Esparta.
162 Mario Sanoja Obediente

FIGURA 16
Instrumentos líticos. Conchero Guayana.
El alba de la sociedad venezolana 163

En islas como Cubagua y Margarita y en la península de Araya, estado Sucre,


donde los fondos coralinos del mar permiten la reproducción de importantes ban-
cos de grandes conchas tales como el “botuto” (Strombus gigas) o la Cassis sp., se
desarrolló desde 4200 años antes del presente, un modo de trabajo especializado en
la pesca y la recolección marina, la manufactura de un complejo de herramientas,
hachas, gubias y picos, manufacturados en concha marina, martillos, rocas esféricas
utilizadas como martillos, yunques líticos, pesas de red, raspadores, puntas de pro-
yectil en hueso o madera, pedunculadas, y procesos de trabajo como la navegación
y la pesca de altamar. En algunos sitios como Laguna Grande (golfo de Cariaco) y
el de Indismo, localizado en la península de Araya, existen fuertes concentraciones
superficiales de nódulos de cuarcita, cuarzo lechoso y cuarzo cristalino y desechos
de talla, que permiten suponer que se trataba de talleres de lítica relacionados con
esta fase o complejo Manicuare (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 321). En uno de
estos posibles talleres, el sitio Indismo, se recuperó una punta de proyectil pe-
dunculada de hoja triangular, tallada en cuarzo cristalino, hallazgo que sugiere
posibles conexiones técnicas con los recolectores cazadores orinoquenses (Sanoja
y Vargas-Arenas 1995: Lám. 6: 5).
Durante el óptimo climático, entre 4150 + 80 y 3570 + 130 años a.p., (Cruxent
y Rouse 1961-I: 56, 60), la subida del nivel del mar había sumergido parte del litoral
noroeste de la isla de Cubagua, como se puede inferir de la presencia de un gran
complejo de concheros, producto de la actividad humana, en las terrazas marinas
en la bahia de Charagato. En este caso, el aumento del nivel del mar podría haber
producido una elevación del nivel freático en la hoy desértica isla, permitiendo la
formación de albuferas de agua salobre donde el agua que surgía del subsuelo, menos
densa, formaba una capa sobre aquella masa de agua, tal como ocurre hoy día en
muchos cayos desérticos del sur de Cuba, donde los pescadores no solo encuentran
arroyos de agua dulce en el mar, sino que también son capaces de cultivar vegetales
en las arenas húmedas de las playas abiertas (Núñez Jiménez 1983). Este hecho per-
mitió posiblemente la formación de bosques de manglar que habrían servido de base
para la formación de importantes asentamientos humanos en la isla de Cubagua que
explotaban los bivalvos y gasterópodos de manglar, asi como también, quizás, los
placeres de ostrea que abundaban en el litoral de la isla.
Los asentamientos de recolectores pescadores del continente estaban ubicados
hacia 1600 años a.p. sobre las playas oceánicas abiertas de las penínsulas de Araya
164 Mario Sanoja Obediente

y Paria, estado Sucre, así como también en el área cenagosa costera del actual estado
Anzoátegui, donde se halla localizado el sitio Pedro García fechado en 2450 + 90
a.p. o 500 años a.p. (Cruxent y Rouse 1961; 165). La importancia histórica de estas
poblaciones parece haber estado ligada a la explotación de las salinas de Araya, materia
prima de singular importancia para la preparación y conservación del pescado, que era
quizás un elemento económico para la distribución y el intercambio a larga distancia
de bienes con valor comercial. Por otra parte, el desarrollo de la pesca como un proceso
de trabajo dominante dentro del modo de trabajo pescador-recolector litoral, llevó a
estos antiguos canoeros venezolanos a convertirse desde tiempos tan remotos en gran-
des navegantes oceánicos y explorar –posiblemente– los bancos de pesca del Caribe
oriental, llegando en sus expediciones marinas hasta las pequeñas Antillas, las islas de
Puerto Rico, Haití y Cuba, donde ya estaban asentados alrededor de 2000 años a. C.,
alcanzando también posiblemente la península de la Florida (Osgood 1942: 99; Rouse
y Cruxent 1963: 46; Granberry 1989; Veloz-Maggiolo: 1991: 81-85).
La actividad de aquel enérgico pueblo de navegantes del noroeste de Venezue-
la, estimuló el desarrollo sociohistórico de la macrorregión geohistórica del Caribe
oriental, la cual engloba las pequeñas y grandes Antillas, el noreste de Venezuela y
la cuenca del Orinoco. Sus descendientes modernos todavía forman el núcleo duro
de las poblaciones pescadoras y navegantes de las islas de Margarita y Cubagua, y de
la costa noreste de Venezuela.
Aquellas actividades tan complejas deben haber necesitado la existencia de
bandas con un liderazgo o autoridad muy bien estructurado y con profundos cono-
cimientos de navegación, vientos y corrientes marinas, así como astronomía, para
poder orientar su rumbo en altamar, para planificar y llevar a cabo con éxito la ex-
ploración de los vastos espacios marinos e insulares caribeños. De la misma manera,
eran necesarios los conocimientos, las técnicas y la colaboración de las poblaciones
que habitaban las regiones selváticas, como la sierra de Paria, para cortar los arboles
adecuados, y excavarlos, quizás con gubias de concha o piedra, para construir las
grandes canoas monoxilas y los remos para moverlas. Según las crónicas del siglo
XVI, las grandes canoas monoxilas movidas a remo que utilizaban los pueblos ori-
ginarios para navegar en el mar Caribe podían transportar entre 50 y 100 personas
(Veloz Maggiolo 1972: 212-214).
Por otro lado, la captura de peces, ostreas, grandes caracoles marinos, erizos
de mar, etcétera, en los diferentes ambitos marinos del Caribe insular debe haber
El alba de la sociedad venezolana 165

producido a estos nómadas de la mar excedentes de producción que eran desti-


nados a un consumo diferido y preservados –quizás– mediante la salazón o el
ahumado. Una reserva de alimentos que era posiblemente engrosada a diario con
los aportes cotidianos de la pesca, debe haber sido también destinada al inter-
cambio de valores de uso con las poblaciones costeras del interior que no tenían
acceso a los recursos del mar, pero sí podían ofrecer, como valor de uso, alimentos
y materias primas de origen vegetal, pieles de animales, útiles de madera o hueso
o concha, etcétera (Cruxent y Rouse 1961: 51-63, Rouse y Cruxent 1983: 44-
46, Sanoja y Vargas-Arenas 1992a, 1992b, 1995, Sanoja 1993). De lo anterior
también se infiere la necesaria existencia de artesanía textil, particularmente la
manufactura de cestas y bolsos para el acarreo, esteras, chinchorros y redes de
pesca y el acondicionamiento de taparas (Crescencia cujete) para transportar el
agua dulce durante los viajes.

12. Transición hacia la producción de alimentos en el noreste


de Venezuela
La formación de lagunas litorales y el origen de la domesticación de plantas

La presencia de las comunidades de recolectores-pescadores marinos en el noroeste


de Venezuela podría asociarse también con los cambios de nivel del mar y las fluc-
tuaciones climáticas ocurridos hacia el tercer milenio a.p. en el noreste de Venezue-
la. Tal como lo muestran las investigaciones de Roa (1988) y las nuestras (Sanoja
y Vargas-Arenas 1995: 103), para 4660 + 70; 4340 + 40 años a.p., tanto las aguas
del mar Caribe como las oceánicas ya habían inundado ciertas áreas de la línea cos-
tera del centro y del noreste de Venezuela, dando origen a la formación de lagunas
litorales como la de Unare, estado Anzoátegui, y la de Campoma, estado Sucre,
esta última comunicada con el mar a través del caño Chiguana, relacionadas a su
vez con otras cuencas fluviales del interior. Un evento similar había ocurrido hacia
6200/6100 a.p. en la laguna de Oropouche, Trinidad, donde se halla localizado el
sitio Banwari Trace, como consecuencia de la submergencia que comenzó durante
el Flandriense e inundó el antiguo territorio emergido que correspondía al golfo de
Paria (Boomert 2000: 41; Fig. 4; Veloz Maggiolo 1991: 58), iniciando el proceso de
separación de Trinidad del territorio continental.
166 Mario Sanoja Obediente

La inundación del litoral caribe oriental venezolano y en particular del golfo de


Cariaco que permitió la formación del sitio Las Varas, en 4600 + (mapa 6), habría
alcanzado su máximo nivel aproximadamente 1540 años luego del evento ocurrido
en Oropouche. El aumento del nivel del mar, así como de las mareas, parece haber
creado en el golfo de Cariaco sistemas de comunicación interdependientes a través
de caños y arroyos, lo cual habría permitido al agua de las mareas entrar y salir de
antiguas lagunas litorales como Las Varas. Este proceso bascular propició el desa-
rrollo de extensas selvas de manglar alrededor de las lagunas salobres y en algunas
selvas de galería del interior, creando ambientes muy productivos no solamente para
la caza y la pesca, sino también nichos de plantas silvestres productoras de tubércu-
los y raíces cuya recolección y posterior domesticación dio lugar a procesos agrícolas
originarios locales.
Analizando comparativamente la significación de las fechas de 5290 + 60 a.p. y
4400 a.p. para la industria de lascas de cuarzo del sitio El Espino, asociado con osci-
laciones pluviosas y arrastres de material aluvial en el Bajo Caroní (Sanoja y Vargas-
Arenas 2006: 58-59), podriamos observar, como ya expusimos, que aquel presenta
un rango temporal cercano a la de 4600 + 70 para el sitio Las Varas, golfo de Caria-
co, estado Sucre. La fecha de Las Varas está datando tanto una fase transgresiva del
mar, la formación de lagunas litorales de agua salobre y la expansión de los bosques
de manglar, como la presencia de instrumentos agrícolas pulidos tales como hachas,
azadas, azuelas y manos cónicas para moler y hachas y gubias de concha marina en
el contexto de aldeas sedentarias sin cerámica en el noroeste de Venezuela (Figs. 18 y
19). Lo anterior nos indica la estrecha correlación que pudo existir entre las fluctua-
ciones del nivel del mar y las del nivel de los ríos de la cuenca del Orinoco durante el
Holoceno, eventos entre otros que caracterizaron la formación del paisaje, del objeto
de trabajo de los diversos grupos humanos recolectores, pescadores, cazadores y cul-
tivadores de la formación apropiadora hasta su disolución.
El establecimiento de aldeas semipermanentes asociadas con instrumentos agrí-
colas, característica del modo de trabajo IV, comenzó en el oriente de Venezuela
hacia 4600 años antes de ahora. El ejemplo de este importante cambio histórico,
como ya vimos, es la aldea de Las Varas, donde a partir de aquella fecha, las hachas,
azadas, hachuelas líticas, hachas, azadas y gubia en concha marina, manos cónicas
de moler, morteros, vasijas y platos circulares de piedra, martillos, navajas, etcétera,
en piedra pulida, comenzaron a reemplazar los rústicos instrumentos líticos de pro-
El alba de la sociedad venezolana 167

ducción de los recolectores marinos de los modos de trabajo I y II (Sanoja y Vargas-


Arenas 1995: 262-274; 1999b: 159) (Fig. 18). Un proceso similar ya se estaba dando
también desde 7200-6100 años a.p. en aldeas como la de Banwari Trace y Saint John
localizadas en torno a la laguna de Oropuche, isla de Trinidad, tres kilómetros al
este de la península de Paria, rodeadas igualmente de bosques de manglar (Harris
1971; Veloz Maggiolo 1991: 55-61. Panorama; Boomert 2000: 55-72). El sitio Las
Varas podría considerarse quizás como una fase de dicho proceso, aludiendo con
ello a la formación de comunidades recolectoras pescadoras plenamente agricultoras
en el noreste de Suramérica.
La gente de Las Varas produjo una extraordinaria industria del hueso y de la ma-
dera para la manufactura de puntas de flecha, arpones y lanzas para la caza, la pesca
y la guerra, leznas, inhaladores de drogas estimulantes para uso ritual fabricados
con huesos de aves, etcétera. Estas evidencias sugieren también la invención del arco
y la flecha, de dispositivos para lanzar dardos utilizados para la caza y el combate a
larga distancia (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 251-332).
Aparte de la recolección de bivalvos y moluscos, peces y cangrejos del manglar o
de la laguna, los habitantes de la aldea Las Varas poseían la tecnología adecuada para
cazar tiburones y manatíes, mamíferos terrestres como venados (Odocoyleus sp. y
Mazama sp.), váquiros (Tayassu sp.), lapas, felinos, babas (Caiman crocodilus), reptiles
diversos y otras especies de caza menor.
De acuerdo con el diverso tamaño de las pesas de red, se colige que utilizaban
atarrayas para la pesca individual y redes de mayor tamaño, al parecer chinchorros
o trenes de pesca para las faenas que implicaban formas colectivas de trabajo. Para
llevar a término las mismas, se infiere que poseían el conocimiento del cultivo y del
tejido del algodón u otras fibras vegetales utilizadas para fabricar las redes de pesca,
cintas, cestas y esteras, para manufacturar bolsos para el acarreo de objetos, hilos y
telares para producir los chinchorros y las piezas de vestido (guayucos), los cordeles
para amarrar la estructura de las viviendas, halar los trenes de pesca, armar las pun-
tas de proyectil, etcétera.
Como lo indica el registro arqueológico, para 4600 años a.p. la aldea de Las Va-
ras ya constituía posiblemente una ranchería de pescadores, cazadores, recolectores
y cultivadores sin alfarería, donde existía una avanzada división sexual del trabajo,
particularmente el trabajo agrícola y la recolección cotidiana de materias comesti-
bles, una labor que generalmente llevaban a cabo las mujeres y los niños. Las evi-
168 Mario Sanoja Obediente

dencias arqueológicas indirectas indican que habrían tenido la posibilidad de do-


mesticar la yuca (Manihot esculenta Crantz) y otras raíces y tubérculos endémicos
en la región, como el ocumo (Xanthosoma saggitifolium), el lerén (Callathea allouia) y
la pericaguara (Canna edulis), los cuales todavía crecen silvestres en la cuenca de la
laguna y son consumidos por los habitantes locales (Sanoja 1989: 523-537).
El análisis de las huellas de postes presentes en el espacio doméstico, sugiere que
la técnica constructiva de la vivienda correspondería con una casa colectiva de planta
lineal de unos 50 m de longitud, con techo a una sola agua, similares en cierta forma
a los actuales shabono yanomami (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 299, 448), abiertas
hacia las aguas de la laguna. La vivienda se hallaba sobre un bancal localizado unos
tres metros sobre el nivel de la orilla de la laguna, a la cual se accedía subiendo o
bajando una pendiente inclinada de alrededor de 45°. Este punto, donde comenzaba
el bosque de manglar, quizás servía también como embarcadero.
Las viviendas podrían ser consideradas como un desarrollo estructural basado
en los antiguos paravientos utilizados por la gente de los modos de trabajo I y II.
Aparentemente cada grupo familiar disponía de un espacio de planta cuadrada, de
16 m2, calculándose que la población total de la ranchería podría haber fluctuado
entre 30 y 50 habitantes. Cada espacio doméstico familiar tenía, como área central
de actividad, un fogón colectivo al cual los miembros de la familia aportaban el pro-
ducto de la caza, la pesca y la recolección para ser procesados como alimentos.
Las evidencias arqueológicas indican, igualmente, que las presas cazadas eran
destazadas y repartidas entre los diferentes miembros del grupo familiar, eviden-
ciándose la existencia de relaciones de cooperación y de reciprocidad ampliada, así
como de un posible locus de autoridad que regulaba la planificación de las tareas de
la producción y la distribución del producto colectivo.
El modo de trabajo IV refleja, por otra parte, el desarrollo de una nueva inter-
pretación social del entorno natural, entendido como una asociación de ecosiste-
mas productivos: el mar, la laguna, el manglar, las sabanas, las selvas semideciduas
o tropicales de altura de la montaña, los campos de cultivo, etcétera. La explotación
conjunta o estacional de dichos ecosistemas requería una planificación de objetivos a
corto, mediano y largo plazo para rotar y organizar la fuerza laboral en la ejecución
de diversos procesos de trabajo que requerían técnicas e instrumentos de produc-
ción, así como de una organización social y, posiblemente, diferentes medios ima-
ginarios de producción (Rodríguez, O. 1985). De la misma manera, la práctica de
El alba de la sociedad venezolana 169

la agricultura seguramente obligaba a una reestructuración de las fuerzas produc-


tivas, de la producción, de los conceptos de propiedad y las formas de posesión, de
los procesos de cooperación y reciprocidad, de las formas de distribución, cambio y
consumo de los valores de uso y de cambio.
Pequeños objetos fálicos y vaginiformes tallados en placas de micaesquisto,
se hallan usualmente en las capas superiores del sitio arqueológico Las Varas,
asociadas con la basura doméstica de los fogones (Fig. 17: b, c, d). Tales placas
podrían estar asociadas con posibles mediaciones simbólicas del género den-
tro del grupo social. Dichas asimetrías, relacionadas quizás con la apropiación
diferencial, vía el consumo de alimentos o materias primas naturales que per-
tenecerían a diferentes esferas sagradas –femeninas o masculinas– del entorno
natural, que jugaban un importante papel en la estrategia apropiadora, la estra-
tegia de reciprocidad y reproducción biológica del grupo social. Los alimentos
ideológicamente relacionados con las divinidades femeninas o masculinas que
sólo podían ser apropiadas por personas del género correspondiente, mediante
la ofrenda ritual de aquellas placas de micaesquito arrojadas en el fogón asumían
quizás una nueva identidad cultural. De esta manera los alimentos crudos eran
socializados mediante la cocción en los fogones colectivos (Sanoja y Vargas-
Arenas 1995: 340-346). Podemos observar igualmente, al analizar la vida ce-
remonial de estas comunidades, que los muertos eran enterrados al interior del
espacio doméstico, posiblemente dentro de cestas luego de descarnar sus huesos
y pintarlos de rojo con ocre, tal vez como manera de probar la posesión del suelo
que habitaban vía un posible culto a los ancestros. Otras evidencias apuntan ha-
cia la existencia de prácticas canibalísticas que deben haber desarrollado hacia
el primer milenio a.C.
En este período se observa la presencia, en el registro arqueológico de la aldea de
Las Varas, de evidencias de comercio o intercambio de bienes manufacturados con
otros pueblos de la región de Paria: gubias y hachas de concha para la manufactura
de embarcaciones, pendientes en concha marina, manufacturados posiblemente por
los pueblos canoeros que habitaban la península de Araya, en tanto que puntas de
flecha y arpones de hueso, similares a los de Las Varas, están presentes en las aldeas
de la península de Araya; manos cónicas y platos de piedra pulida como los de Las
Varas se encuentran presentes en las remotas aldeas de recolectores ubicadas en las
ciénagas del río San Juan, vecinas al delta del Orinoco, en tanto que hachas y azadas
170 Mario Sanoja Obediente

FIGURA 17
A) Guayana: pendiente alado. B) Figura femenina. C) Falo.
D) Pez tallado en concha marina. Las Varas.
El alba de la sociedad venezolana 171

de piedra pulida –similares a Las Varas– ya formaban parte de las antiguas aldeas de
recolectoras que existían en las vecindades de la ciudad de Carúpano.
En el registro arqueológico de Las Varas están presentes, igualmente, gran can-
tidad de núcleos de piedra caliza con indicaciones de haber sido sometidos al fuego,
utilizados quizás para calentar el agua en posibles recipientes de calabaza, de corteza
o piel, así como pequeños recipientes semiglobulares tallados en serpentinita. Estos
últimos se asocian en la excavación con fémures de aves cortados como posibles inha-
ladores. Estos y el microrrecipiente de serpentinita recuerdan los actuales recipientes
de calabaza donde los indígenas orinoquenses depositan el polvo alucinógeno del yopo
(Piptadenia flavia o P. peregrina) usando inaladores similares. Es de resaltar igualmente
la presencia de núcleos de hematita que tenían gran importancia en la conducta ritual
cotidiana y en los rituales funerarios (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 323-324).
Recolectores pescadores litorales del noroeste de Guyana
La secuencia de modos de trabajo del modo de vida recolector pescador litoral
del golfo de Paria, tiene su contraparte en la establecida en los 35 concheros o “sam-
baquis” localizados en la franja del litoral atlántico entre la margen oriental del del-
ta del Orinoco y la desembocadura del río Esequibo. Los contenidos arqueológicos
del modo de trabajo I tienen su correlato en la fase más antigua, denominada por
Williams (1992: 233-251) como Arcaico Temprano (7230 + 90 a.p. Beta 27055)
definida en los concheros de Barambina Hill y Koriabo Point. Los instrumentos de
producción están constituidos por lascas y núcleos líticos muy rudimentarios, inclu-
yendo los núcleos con indicación de haber sido sometidos al fuego para calentar el
agua contenida en recipientes de calabaza (Crescentia cujete) de manera similar a los
hallados en el conchero de Las Varas en Paria.
Los niveles más profundos de los concheros que evidencian el Arcaico Medio, lo-
calizados en Kababuri Hill, Warapana Hill y Siriki Hill, están fechados en el 5340 +
100 (Beta-32188), en los cuales ya están presentes artefactos líticos pulidos tales como
manos y machacadores, hachas trapezoidales, azuelas, cinceles y piedras de afilar.

Inicios de la horticultura en Guyana

Los inicios de la horticultura en el litoral noroeste de Guyana, se sitúan alrededor de


4000 a.p., fecha cercana a la de 4600 a.p. para el sitio Las Varas. El Arcaico Tardío
es conocido por los concheros de Hossororo Creek y Akawabi Creek, en el río Koria-
172 Mario Sanoja Obediente

bo, donde existe una importante acumulación de ostras de manglar, Nerita, Lucina,
Modiolus o restos de cangrejo azul (Callinectes sapidus).
La población recolectora, posiblemente las mujeres, comenzaron a manufacturar
una alfarería con formas simples desgrasada con concha marina pulverizada de Ze-
bra Nerita (Wanaina Plain de la tradición Alaka), reminiscente de la alfarería de la
fase Mina del delta del Amazonas, sugiriendo posibles contactos entre aquellos y los
recolectores litorales de Guyana. Un fragmento de budare arqueológico proveniente
del sitio arqueológico Hossororo Creek fue datado en 3550 + 65 a.p. (Beta 2007)
o 1500 a. C., lo cual sugiere que tanto el cultivo como la tecnología para procesar
la yuca amarga y fabricar el cazabe ya existían para aquella fecha. Fragmentos de
alfarería similares fueron también recolectados en un fogón del nivel superior del
conchero Guyana, datado en una fecha similar a la de Hossororo Creek de 3500
+ 90 años antes del presente, alfarería muy rústica, sin decoración, desgrasada con
arena y posiblemente conchas molidas. Ello sería evidencia de la sincronía existente
entre los procesos culturales del noreste de Venezuela y la región NO del litoral de
Guyana (Sanoja y Vargas-Arenas, 1955: 167-168).
La población recolectora pescadora y cazadora que habitaba el extremo noreste
de Suramérica desde inicios del Holoceno parece haber formado parte de la etnia
paleowarao, ancestros de los actuales habitantes del delta del Orinoco. Los warao
formarían parte, a su vez, de la agrupación de pueblos paleoasiáticos recolectores ca-
zadores no especializados Diego-negativos, pertenecientes al stock Macro-Chibcha
que se convirtieron en recolectores pescadores litorales en el Holoceno Temprano,
10.000-8.000 años antes del presente. (Layrisse y Wilbert 1999: 172)
La sincronía temporal existente entre las secuencias arqueológicas de los con-
cheros de la isla de Trinidad, el golfo de Paria y el litoral noroeste de Guyana, mues-
tra evidentemente la posible existencia de un centro originario de domesticación de
plantas vegetativas en el extremo noreste de Suramérica vinculado con poblaciones
recolectoras pescadoras litorales de la fase Mina del delta del Amazonas, cuya fecha
más temprana es de 5050 + 85 años a.p. o 3100 años a. C. (Simoes, 1981).

El modo de vida recolector-pescador litoral del occidente de Venezuela

Los platos y las manos cónicas de piedra –que ya estaban presentes desde 7200 a.p.
en Banwari 1– conjuntamente con gubias y hachas de concha marina están presentes
El alba de la sociedad venezolana 173

también en las aldeas de recolectores de la costa de Anzoátegui, en tanto que manos


cónicas y platos de piedra hacen también su aparición en los sitios arqueológicos lo-
calizados en las orillas del lago de Valencia, cuya antigüedad podría estimarse entre
3000 y 2450 años a.p.. (Cruxent y Rouse 1961: 198-199). Ello parece indicarnos que
desde períodos muy antiguos ya se habían constituido posiblemente redes para el
intercambio de valores de uso entre las comunidades aborígenes litorales venezola-
nas, elemento fundamental para la constitución de una de las regiones geohistóricas,
cuya influencia sigue gravitando en la historia moderna de la sociedad venezolana.
Se trataba, en suma, de la fase inicial de un nuevo modo de producción, de nuevas
relaciones sociales de producción que van a ser características de la formación eco-
nómico social tribal o productora de alimentos.
Las evidencias relativas a un modo de trabajo recolector-pescador litoral en el
occidente de Venezuela, aunque escasas todavía, indican que las poblaciones relacio-
nadas con aquel ya estaban presentes en el litoral del noroeste de Venezuela desde
3.770 a 3.400 años antes de Cristo. Los trabajos realizados en esa parte del litoral
han permitido definir el denominado complejo El Heneal, integrado por los conche-
ros El Eneal y Cerro Iguanas, ubicados en la desembocadura del río Aroa, estado
Yaracuy. El conjunto de instrumentos de producción que califica el modo de trabajo
de estos recolectores marinos está constituido por guijarros utilizados como marti-
llos, yunques o manos de moler de uso lateral, que parecen indicar la existencia de
procesos de trabajo relacionados con la recolecta y procesamiento de especies vegeta-
les. Por otra parte, los procesos de trabajo relativos a la pesca, la caza y la recolección
indican la explotación del bosque de manglar y la recolección de moluscos en las
playas arenosas del litoral, como lo deja ver la presencia de especies como la Melonge-
na, Melampus offeus, Donax variabilis, Tivela mactroides, Ostrea, Neritina virgínica, y
restos de saurios y tortugas, posiblemente Crocodylo sp. y Testudo denticulata, aparte
de restos de peces.
En la región litoral del estado Falcón, Venezuela, se observa también la posible
presencia de pueblos recolectores litorales, los cuales podrían testimoniar la presen-
cia de una gran diversidad de modos de trabajo recolector-cazador. El más antiguo de
todos podría estar caracterizado por la existencia de concheros no-líticos formados
por concentraciones de Ostrea, fosilizadas o no fosilizadas, localizados en el sitio El
Pesquero (Cruxent 1982; Oliver y Alexander 1995: 33). Una valva de ostrea posible-
mente utilizada como raspador, produjo una fecha de 28.250 años + 920/1020 años
174 Mario Sanoja Obediente

a.p. Aunque la evidencia no ha sido todavía evaluada con propiedad, la misma, de ser
cierta, podría indicar la posible existencia de una tradición suramericana de recolec-
tores marinos de mucha antigüedad (Cruxent 1971; Oliver y Alexander 1995: 33).
La presencia de grupos ligados al modo de vida recolector marino también está
evidenciada en el litoral central de Venezuela, por sitios como Cabo Blanco, donde
se encuentran características similares a las de El Heneal y Cerro Iguanas en lo rela-
tivo al complejo de instrumentos de producción.

La disolución de la sociedad recolectora pescadora litoral venezolana

Si analizamos el proceso de desarrollo y diversificación de los modos de vida an-


tiguos hacia 2520 + 70 años a. C , observaremos que si bien existe una tendencia
general hacia la complejización de la sociedad, no todos los grupos humanos evolu-
cionaron con la misma velocidad. Dentro de la formación apropiadora se gestaron
diversos modos de vida; aunque cualitativamente similares al inicio, en un deter-
minado momento algunos de éstos produjeron sustanciales cambios de calidad y
magnitud –autogestados y/o inducidos– que terminaron por transformarlos en mo-
dos de vida cualitativamente diferentes, en áreas centrales caracterizadas por una
intensificación de los procesos de cambio histórico, los cuales hicieron implosión en
una sociedad, en un modo de vida determinado, originando una gran acumulación
de innovaciones sociales y técnicas, por procesos de diversificación, especialización
y complejización de los procesos de trabajo al interior de uno o más de los modos de
vida que la integraban.
Lo anterior denota una mayor capacidad de los mismos para organizarse social-
mente, explotar coordinadamente y –eventualmente– modificar los ambientes na-
turales en los cuales vivían, aumentar cualitativa y cuantitativamente su producción
de medios de subsistencia, transformándose en centros que dinamizaron a otros
grupos con modos de vida menos desarrollados que constituían su periferia en un
momento histórico determinado, constituyendo así regiones geohistóricas reunidas
por complejas redes de intercambio y distribución de valores de uso. Ello se expresó
como un punto de transformación, de cambio histórico de dicha formación social,
dando inicio a una nueva, de contenido y forma diferentes.
La disolución de la FES apropiadora no significó la desaparición de los procesos
de trabajo apropiadores, sino su integración a la FES tribal y luego a la clasista como
El alba de la sociedad venezolana 175

formas socieconómicas complementarias al proceso de trabajo agrícola. Vemos así


cómo se mantienen en el noreste, en los llanos y en la Amazonia venezolana modos
de trabajo recolectores-pescadores-cazadores, como los que caracterizan a la etnias
Guayquerí, Guarao, Taparita, Chiricoa, Pumeh (Yaruro) y Yanomami, las cuales fue-
ron asimiladas, primero a la sociedad tribal, luego a la sociedad colonial y finalmente
a la criolla (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: cap. 14, Sanoja 1993: 44-51, Sanoja 1988).
Creemos que será posible en un futuro definir otros modos de trabajo recolec-
tores pescadores, cazadores en las tierras del interior de Venezuela, cuyos procesos
de trabajo estarían orientados hacia la caza, la pesca fluvial o lacustre, la recolección
de vegetales, de bivalvos y gastrópodos de agua dulce. Por una parte, tenemos las
evidencias arqueológicas que podríamos ubicar tentativamente entre el quinto y el
segundo milenio antes de Cristo que señalan, como ya se expuso, la presencia de
grupos humanos con un instrumental lítico de lascas de jaspe y martillos de cuarzo
que habitaban abrigos rocosos en Alto Caroní, estado Bolívar, y cazaban al parecer
quelonios y fauna menor, y capturaban peces en los raudales del río. Finalmente, se
ha señalado también la posible existencia de grupos recolectores que habitaban en
las cuevas y abrigos rocosos del macizo de Caripe, noreste de Venezuela, entre 2000
y 1200 años antes de Cristo, los cuales derivaban su subsistencia de la recolección
de cangrejos de río y la captura de pequeños mamíferos, así como del consumo de
bivalvos que parecen haber sido traídos u obtenidos vía el trueque, de los pueblos
recolectores pescadores que habitaban la costa del vecino golfo de Cariaco (Perera
1976: Cueva Guacharo).
Podríamos considerar que Las Varas representaría el ocaso de la FES apropiado-
ra, de su modo de vida recolector, pescador, cazador, y el inicio de la FES productora
o tribal en el noreste de Venezuela (Vargas-Arenas 1990: 93-113), donde la agricul-
tura constituye el proceso de trabajo dominante. La posible aparición del cultivo de
plantas vegetativas en Las Varas parece confluir con el establecimiento de condicio-
nes climáticas cambiantes en la región, particularmente el clímax de la denominada
submergencia o transgresión Alexandro y la regresión marina o emergencia Bahama
definidas para el litoral del Brasil (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 463).
La disolución de la formación social apropiadora en Venezuela habría comenza-
do en el noreste de Venezuela hacia finales del tercer milenio a. C., con el surgimien-
to de profundos cambios cualitativos en algunas de las poblaciones recolectoras del
golfo de Cariaco, como es el caso de Las Varas (Sanoja, 1988; 1989). Estos cambios
176 Mario Sanoja Obediente

habrían venido gestándose de manera progresiva desde 4000 años antes de Cristo
y culminan con la presencia de poblaciones sedentarias que no conocían todavía la
alfarería, pero que poseían un complejo de instrumentos líticos de producción tales
como hachas, azadas, hachuelas, manos cónicas, vasijas de piedra, gubias y hachas
de concha marina, redes para la pesca y puntas de proyectil en hueso y madera, que
apuntan hacia el conocimiento del arco y la flecha (Figs. 18 y 19). El espacio domésti-
co de las viviendas de Las Varas parece indicar la existencia de niveles de solidaridad
bastante desarrollados al interior de la comunidad, al mismo tiempo que formas
de expresión ideológica materializadas en representaciones en piedra del sexo o el
género masculino y el femenino, aparentemente ligadas a procesos de reproducción
y control de la fuerza de trabajo.
El noreste de Venezuela es el único testimonio, hasta el presente, del contacto de
las poblaciones relacionadas con la formación social tribal con las de la formación
social apropiadora, hecho que se produjo a inicios del primer siglo de la era cristiana
con la llegada de poblaciones ceramistas vegecultoras con modos de vida igualitario
vegecultor o igualitario mixto procedentes del Medio y Bajo Orinoco (Vargas 1979;
Sanoja y Vargas-Arenas 1983), quienes incorporaron a sus saberes los conocimien-
tos sobre domesticación de plantas y manufactura de instrumentos de producción
que ya poseían las comunidades parianas. Los instrumentos de piedra pulida, que no
son particularmente comunes en las culturas agroalfareras del Medio y Bajo Orino-
co, eran por el contrario muy abundantes entre las poblaciones recolectoras, pesca-
doras y agricultoras de Paria (Fig. 18).
Las migraciones tempranas de los pueblos canoeros del noreste de Venezuela,
conocidos arqueológicamente como tradición Manicuare, introdujeron desde 4000
a.p., en las pequeñas y grandes Antillas la matriz social y tecnológica característica
de los recolectores, pescadores y cultivadores continentales (Veloz Maggiolo 1991:
71-79; Keegan 1995: 399-420). Ello parece haber dado lugar a un proceso de sim-
biosis que enriqueció los contenidos materiales y sociales de la población indígena,
originando, desde comienzos de la era cristiana, el desarrollo de una vasta región
geohistórica que abarcaba inicialmente desde el noreste de Venezuela hasta Puerto
Rico. El punto focal de esa región geohistórica era el oriente de Venezuela, desde la
cual emanaron los grupos de emigrantes continentales que habrían de poblar Tri-
nidad y buena parte de las pequeñas Antillas (Osgood 1942: 57) para influir, pos-
teriormente, en la generación de otra vasta región histórica que englobó las Antillas
El alba de la sociedad venezolana 177

mayores: Santo Domingo y Haití, Puerto Rico y Cuba, desde 800 años después de
Cristo hasta el siglo XV de nuestra era. Lo inmigrantes continentales originarios
del noreste de Venezuela, seguramente introdujeron en las Antillas las técnicas de
procesamiento de la yuca y el maíz, así como conceptos sobre la manufactura de pla-
tos de piedra, metates, manos cónicas, vasijas de piedra, gubias y hachas de concha
marina, hachas y azadas en piedra pulida.
Como lo hemos manifestado al comienzo del presente trabajo, el estudio de los
cambios históricos que explican la disolución de la formación social apropiadora y el
inicio de la formación social productora o tribal, pone de manifiesto el carácter orgá-
nico de las transformaciones históricas y la manera como en el transcurso de ese de-
venir se van creando las bases de la particularidades regionales que, en el transcurso
de milenios y siglos, van a constituir la nación, la nacionalidad venezolana. El hecho
de que, por ejemplo, la región noreste de Venezuela sea hoy día el asiento de una
intensa actividad de pesca y recolección de moluscos, tanto artesanal como indus-
trial, que constituye unas principales fuentes de empleo para la población del estado
Sucre; que su idiosincracia gire en torno a las formas ideológicas relacionadas con
los paisajes del mar, la navegación, los marineros; que en la dieta cotidiana de estas
poblaciones el consumo de los peces y frutos del mar sean hoy todavía dominantes,
no es problema del azar ni del carácter naturalmente pródigo del ecosistema marino,
sino de las determinaciones que resultan de la formación de las regiones históricas,
que son producto fundamentalmente de las relaciones sociales que los individuos de
estas sociedades han ido tejiendo y elaborando a lo largo del tiempo.
El estudio de las sociedades recolectoras, pescadoras, cazadoras y cultivado-
ras sin alfarería en el noreste de Suramérica y en la cuenca del Orinoco, sugiere
la existencia de modos de vida cuyas poblaciones quizás ya cultivaban o cuida-
ban plantas comestibles endémicas como la yuca (Manihot esculenta) el ocumo
(Xanthosoma saggitifolium), el lerén o lairén ( Calathea allouia), la pericaguara
(Canna edulis) (Sanoja 1989ª, b (1997?): Sanoja y Vargas 1995: 249-247; Wi-
lliams 1992: 247-249). Ello nos conduce a considerar igualmente la idea de un
origen multicéntrico del cultivo de plantas en la América tropical, resultado de
procesos independientes de domesticación de la Manihot esculent, así como de
los otros tubérculos y raíces mencionadas (Sauer 1952, Sanoja 1997: 162-165).
De igual manera, la invención de la alfarería parece haberse originado, como ya
hemos discutido en páginas anteriores, en diversos focos culturales tanto del
178 Mario Sanoja Obediente

FIGURA 18
A, B, C). Manos cónicas. D) Puntas de madera. C) Gubias de concha.
D) Punta tallada en cuarzo. Conchero Las Varas.
El alba de la sociedad venezolana 179

Medio y Bajo Orinoco como del noreste de Suramérica: la región del golfo de
Paria y la costa NO de Guyana, proceso similar al ocurrido en el Bajo Amazo-
nas, la costa pacífica de Ecuador, y en la costa atlántica colombiana desde 5950
a.p. (Oyuela Caicedo 2005).
La fusión de la sociedad recolectora pescadora litoral del NE con las socie-
dades agroalfareras del NE y del NO de Venezuela, originó una nueva tradi-
ción, la Saladoide, la cual jugó un papel de primera importancia en el desarrollo
de la vida sedentaria agroalfarera de las pequeñas y grandes Antillas (Vargas-
Arenas 1979; Sanoja y Vargas-Arenas 1983).

FIGURA 19
Hachas y azadas líticas con huellas de uso.
180 Mario Sanoja Obediente

El nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad de recolec-


tores pescadores litorales del NE de Venezuela ejemplificado en el sitio Las
Varas, era comparable con el de las comunidades de la sociedad tribal de la
FES productora contemporánea del NO de Venezuela, menos la fabricación de
alfarería, que era posiblemente sustituida por recipientes de tapara (Crescencia
cujete), árbol que todavía abunda en la cuenca de la laguna de Campoma y el
caño Chiguana. Es posible igualmente que utilizasen recipientes de cestería im-
permeabilizados de alguna manera, empleando el método de calentar piedras
y arrojarlas en el agua contenida en dichos recipientes. Eso explicaría los cen-
tenares de guijarros con indicación de haber sido sometidos al fuego, hallados
en la excavación del sitio. La chispa que detonó el surgimiento de la sociedad
agroalfarera, la tradición Saladoide, fue el primer contacto con los grupos cera-
mistas del Orinoco Medio.

El final de la sociedad reolectora pescadora litoral: la tradición saladoide

La fase final de la sociedad de recolectores pescadores litorales del NE de Venezuela


está íntimamente relacionada con el auge de la sociedad agroalfarera del NO de Ve-
nezuela, reviviendo de cierta manera aquella antigua teoría de la H sobre el pobla-
miento de Venezuela, formulada por el arqueólogo estadounidense Osgood (Dupuy,
1952). Es importante analizar brevemente el resultado de nuestras ultimas investi-
gaciones al respecto, porque ello permitiría exponer nuevos insumos para esclarecer
los procesos culturales que llevaron a la formación de la tradición Saladoide como
producto de la fusión de aquellas sociedades del NO de Venezuela y el poblamiento
agroalfarero de las Antillas entre finales del último milenio a. C. y comienzos de la
era cristiana.
Nuestros estudios sobre el origen de la sociedad agroalfarera venezolana nos han
conducido a replantearnos las ideas que una vez expresase James Ford en su magis-
tral obra A Comparison of Formative Cultures in the Americas. Diffusion or the Psychic
Unity of Man (1969) y su concepto de “Colonial Formative”, periodo en el cual la cerá-
mica comenzó a hacerse presente y distribuirse en las Américas conjuntamente con
la agricultura y los instrumentos en piedra pulida, es decir, una especie de Neolítico
americano (Ford 1969: 4-5). Nuestras investigaciones arqueológicas en la cuenca del
Orinoco (Sanoja 1979; Vargas 1981) y en el noreste de Venezuela (Vargas-Arenas
El alba de la sociedad venezolana 181

1979; Sanoja y Vargas-Arenas 1983, 1955), nos permitieron plantear objetivamente


que desde el punto de vista de las formas de vasijas, de las técnicas decorativas y
de los motivos decorativos, la alfarería de la tradición Barrancas del Bajo Orinoco
(Sanoja 1979) en sus períodos Barrancas Preclásico (1000-600 a. C.) y Barrancas
Clásico (600-0 a. C.) comparte estrechas similitudes con las del sitio formativo de
Kotosh (Izumi y Sono 1963), períodos Kotosh Waira-Jirca, Kotosh-Kotosh (1200
a. C.), Kotosh Chavín (970 a. C.) y Sajarapatac-San Blas (200 a. C.) (Sanoja 1979:
301-304). Los conceptos estilísticos de la alfarería de la tradición Barrancas se di-
fundieron desde períodos tempranos hacia el Orinoco Medio, donde se mestizaron
con la influencias subandinas que provenían del NO de Venezuela.
A inicios del tercer milenio d. C. (2001), tuvimos la oportunidad de reestudiar
las colecciones arqueológicas excavadas en 1952 en el valle de Camay, estado Lara,
Venezuela, por el hermano Basilio (1959), de la Orden Lasallista, depositadas desde
entonces en el Instituto Caribe de Sociología y Antropología de la Fundación La
Salle de Caracas, y de reexcavar el sitio de Camay.
En 1952 casi nadie conocía la existencia de la fase Valdivia del Ecuador y en
Venezuela prácticamente ningún arqueólogo concedió importancia científica a los
hallazgos arqueológicos de Basilio en Camay. En 2001, actuando como director del
Instituto Caribe, comenzamos a levantar un dossier de las diversas colecciones de-
positadas en la Instititución, llegando casi por sorpresa a estudiar una –muy exten-
sa– de tiestos valdivianos procedentes de Camay, los cuales, según Betty Meggers,
correspondían sorprendentemente con los tipos cerámicos de Valdivia A, B, C y D
(5000 a.p. - 3800 a.p.). Dichos tiestos se hallaron bajo una capa de tres metros de
sedimentos coluviales en el valle subandino de Camay. Aunque no existe un diario
de excavación, propiamente dicho, Basilio explicó en su libro las dimensiones de la
misma, para lo cual se utilizaron bulldozers que removieron las capas de sedimentos.
El área excavada fue tan grande y profunda, que la comunidad las empleó poste-
riormente como estanque para represar las aguas de lluvia en esta región tan arida.
Uno de los excavadores sobrevivientes del grupo de Basilio nos describió que en un
depósito inferior habían aparecido enterramientos primarios, en tanto que en uno
superior se habían encontrado otros materiales arqueológicos, uno de ellos asociado
con enterramientos en urnas que corresponden con la tradición Tocuyano (Sanoja
2001). En el curso de nuestra reexcavación del sitio, pudimos recuperar a unos 2 m.
de profundidad, en un enterramiento directo, un esqueleto femenino cuyo cráneo
182 Mario Sanoja Obediente

descansaba sobre un metate y tenia colocada sobre su torax una mano de moler,
fechado en 2230+ 40 año a.p. (Sanoja 2001:14), alusión directa al cultivo y el proce-
samiento del maíz.
Una parte de los materiales de dicha colección excavada, al parecer en la parte
superior de la deposición donde se hallaron los tiestos valdivianos, corresponde a lo
que hemos denominado tradición Santa Ana, muy difundida en los valles andinos y
subandinos del NO de Venezuela, cuyos rasgos estilísticos más particulares, como
son la incisión ancha curvilínea, el inciso punteado, el acanalado, el punteado inciso
y el inciso cruzado o cross hatch, la pintura bicolor negro sobre crema y negro y rojo
sobre blanco y pequeños adornos modelado-incisos y vasijas en forma de bote, for-
man parte de un horizonte tipo formativo, blanco sobre rojo que contiene todos los
elementos anteriores, el cual se extendió sobre litoral pacífico del noroeste de Sur-
américa aproximadamente entre 1000 y 600 a. C. (Sanoja y Vargas-Arenas 1983:
237-2419; Sanoja 2001; Sanoja y Vargas-Arenas 2007b). Los mencionados rasgos
se hallan también en el período I de la fase La Gruta del Orinoco Medio (Vargas-
Arenas 1981; Roosevelt 1980). Cruxent y Rouse ubicaron a Santa Ana en el período
II de su cronología (1050 a. C.-350 d. C.; Cruxent 1961: 10 y 166). Nosotros esti-
mamos que la misma podría tener una antigüedad entre 1000-500 a. C.; tiene una
antigüedad fechada entre 480 y 210 a. C. en la costa oriental del lago de Maracaibo
(Tarble 1982: 35) y 274 a. C. en Camay cuando comienza a dar nacimiento a la
tradición Tocuyano (Sanoja y Vargas-Arenas 2001: 17). Varios otros sitios similares
han sido relevados en la región andina venezolana, sin que exista, hasta el presente,
un estudio sistemático de los mismos.
Una de las fases de expansión de los pueblos portadores de la tradición Santa
Ana, de posible filiación arawak, los llevó desde los valles subandinos del piedemonte
nororiental andino venezolano, como el de Camay, hasta el Orinoco Medio, como
se evidencia en el período 1 del sitio La Gruta, el cual, según Vargas-Arenas, esta fe-
chado en 655 años a. C. (Vargas-Arenas 1981: 472; Sanoja y Vargas-Arenas 2007b).
En siglos posteriores, quizás antes de producirse la fusión cultural con la tradi-
ción Barrancas en el Orinoco Medio, una primera migración de grupos humanos de
La Gruta se habrían desplazado hacia el noreste de Venezuela donde se mestizaron
con las antiguas poblaciones recolectoras pescadoras litorales que ya habían desa-
rrollado prácticas agrícolas y descollaban en la manufactura de hachas y azadas de
piedra pulida, utilizando el clorito esquisto, tecnología que no era muy común para
El alba de la sociedad venezolana 183

entonces entre los grupos originarios del noroeste de Venezuela. De aquella fusión
surgió la tradición Saladoide (Vargas 1979), a la cual se juntaron posteriormente los
aportes culturales de la tradición Barrancas del Bajo Orinoco (Sanoja 1979), ma-
terializada en una densa trama de pueblos costeros concentrados principalmente
en la región de Paria y la isla de Margarita. Hacia finales del primer milenio a. C. e
inicios del primero d. C. se inició la migración de estos pueblos agroalfareros hacia
las pequeñas y grandes Antillas, conformándose lo que designamos como la región
geohistórica Antillana (Sanoja y Vargas-Arenas 1999: 157-160; Arvelo y Wagner
1984; Veloz-Maggiolo 1991: 147-167; Vargas 1979) o lo que denomina Boomert
como esfera de interacción Saladoide Barrancoide (Boomert 2000: 217-239).

13. El modo de vida cazador especializado del noroeste


de Venezuela
El modo de vida que expresa las actividades económicas de recolección y pesca
marina especializada, como ya hemos expuesto, daban respuesta a particulares
concentraciones contingentes de recursos de fauna marina, acuática y terrestre que
se concentraban en determinados ambientes litorales o riparios, utilizando un com-
plejo de herramientas de producción fabricadas en hueso, concha, piedra o madera.
De la misma manera, la caza especializada se manifestó como un modo de vida cu-
yos modos de trabajo se articulaban con la existencia de particulares concentracio-
nes contingentes de recursos de fauna terrestre, para cuya captura y consumo los
hombres y mujeres desarrollaron complejos de instrumentos de producción manu-
facturados con sofisticadas técnicas para el trabajo de la piedra.
Tal como hemos expuesto, la tercera variante o modo de vida tribal que subsume,
las formas de producción mixtas y sus respectivos procesos de trabajo (agricultura,
alfarería, caza, pesca, recolección) es la que ha caracterizado la fase final de la activi-
dad económica de la mayoría de las sociedades apropiadoras en todos los continentes
desde hace miles de años, ya que constituye la respuesta social más flexible a las di-
versas opciones productivas que presenta el objeto de trabajo, la naturaleza y el paso
inicial hacia la producción controlada de alimentos.
Los procesos de trabajo que permiten definir los diversos modos de vida apro-
piadores son visualmente factibles de identificar en el registro arqueológico. La caza
especializada es un proceso de trabajo que requiere el procesamiento de cantidades
184 Mario Sanoja Obediente

apreciables de materia prima, particularmente la piedra, para la fabricación de los


instrumentos de producción. Ello produce una gran cantidad de desechos de talla,
instrumentos sin terminar, etcétera, que se esparcen sobre las extensas superficies
abiertas de los talleres donde los cazadores procesan la piedra bruta, o el amonto-
namiento de restos esqueléticos de animales destazados en los sitios de matanza,
donde también se hallan los instrumentos punzantes o cortantes que sirvieron para
matar y beneficiar las presas.
Las condiciones materiales contingentes que influyeron sobre la capacidad o la
posibilidad de cazar o no cazar especies de fauna pleistocénica, fueron el origen
de la división cultural y tecnoeconómica entre la oleada de poblaciones originarias
que entró en el subcontinente suramericano hacia finales del pleistoceno. Ello se
refleja particularmente en la diversidad de tradiciones técnicas para la manufac-
tura de instrumentos de producción para la caza especializada, específicamente
puntas líticas de proyectil, o de herramientas de uso génerico para cortar, macha-
car, punzar, raer, etcétera, las cuales a su vez incidieron en la consolidación de las
ideologías o imaginarios que mediaban la cosmovisión de las poblaciones recolec-
toras cazadoras originarias.
La forma como los cazadores recolectores especializados reproducían sus condi-
ciones de vida cotidiana, podría inferirse de la presente distribución espacial de sus
complejos de instrumentos de producción. Ello sugiere la existencia de bandas que
se movían dentro de territorios más o menos definidos, posibles de ser caracteriza-
das dentro del modelo llamado “comunidad nomádica restringida” (Beardsley et álii,
1956). Según la definición de la misma, los individuos de estas comunidades vivían
errantes dentro de un cierto territorio que definían como suyo, teniendo derechos
exclusivos sobre ciertas especies de recursos alimenticios. Los desplazamientos den-
tro del territorio podían ser erráticos o seguir un ciclo estacional según el tipo de ali-
mentos cazados y recolectados, como una manera de optimizar la fuerza de trabajo
desplazándola hacia las áreas con mayor rendimiento en recursos de subsistencias.
Las comunidades tipo “nomadismo restingido”, presentaban generalmente una baja
densidad de población, caracterizándose por la presencia de bandas de menos de
cien individuos. Estas bandas estaban integradas por familias nucleares o extendi-
das, las cuales viajaban juntas durante todo el año o parte de él.
De acuerdo con los datos que poseemos para el momento actual, no tenemos
evidencias directas que nos permitan deducir la duración de las ocupaciones hu-
El alba de la sociedad venezolana 185

manas en los diversos sitios de habitación de los cazadores antiguos. Sin embargo,
parece evidente que la acumulación, en algunos sitios del estado Falcón, de más de
una tonelada de artefactos y restos de talla en algunos sitios importantes, debe haber
requerido una ocupación o reocupación continua durante un largo período, particu-
larmente en aquellos que eran campamentos talleres o áreas de paso obligado de las
diferentes especies de animales (Sanoja y Vargas, 1978: 94).
Nuestra sociedad de cazadores especializados o paleoindia se concentró parti-
cularmente en la explotación de la fauna pleistocénica que sobrevivió en el noroeste
de Venezuela, formando una región geohistórica de carácter muy definido, separada
cultural y geográficamente de la sociedad de recolectores cazadores generalizados
que ocuparon la macrorregión geohistórica Amazonas-Orinoco. Con base en la dis-
tribución espacial de los sitios arqueológicos, podríamos establecer que las diversas
bandas de cazadores se desplazaban a lo largo y a lo ancho de una región geohistórica
que abarcaba grosso modo el territorio de los actuales estados Falcón y Lara, Vene-
zuela. La presencia de una posible punta de proyectil tipo Folsom-Yuma en la región
montañosa de Bejuma (Dupuy, 1945), la cual podríamos hoy día relacionar con el
sitio El Cayude, en el vecino estado Falcón; el hallazgo ocasional de restos aislados
de mastodontes en las costas del lago de Valencia, estado Carabobo y de artefactos
rústicos tallados en madera fosil hallados en dunas de posible origen pleistocénico
a orillas del lago de Maracaibo, sitio Manzanillo (Rouse y Cruxent 1983: 369) y
de fauna pleistocénica en el estado Cojedes, llanos centrales de Venezuela, indican
que las bandas de cazadores se desplazaban igualmente hacia la periferia de dicha
región geohistórica, donde relictos de la fauna pleistocena lograron sobrevivir hasta
mediados del Holoceno.
Las concentraciones de la megafauna pleistocena que existían en el centroocci-
dente de Venezuela, en los actuales estados Zulia, Falcón, Lara, Carabobo y Coje-
des (Carrillo B. et álii 2008: 233-263) conformaban, como ya se ha dicho, un com-
ponente fundamental de la vida cotidiana de aquellas comunidades de cazadores
especializados. Gracias a la existencia de formaciones forestales y sabaneras que
les proporcionaban alimentación a los grandes herbívoros, los mastodontes, estego-
mastodontes, megaterios, caballos, grandes desdentados, camélidos, lobos y otros,
pudieron sobrevivir en ellas hasta ca. 6000 años a.p.
La fauna pleistocena, conjuntamente con otras especies faunísticas modernas
devino en objeto de apropiación, cuya captura, destazamiento de las carcasas y dis-
186 Mario Sanoja Obediente

tribución y consumo de su carne proporcionaba insumos para la sobrevivencia de los


individuos y la continuación de su modo de trabajo. Complementaban su ingesta caló-
rica con las prácticas sociales de recolección de especies vegetales silvestres comestibles
que era llevada a cabo por las mujeres e individuos juveniles de la banda (Cruxent y
Rouse, 1961: 79-80; Rouse y Cruxent, 1983: 27-37; Ochsenius y Gruhn 1976: 91-103;
Sanoja y Vargas-Arenas, 1992a: 41-44, 1992b: 35-41; Sanoja, 1963: 21-2).
El modo de trabajo cazador recolector especializado parece ser característico
de una nueva oleada de pueblos paleomongoloides que no presentaban todavía el
antígeno Diego (Dia), (Layrisse y Wilbert 1999: 156), la cual comenzó a entrar en
América hacia 30.000 años a.p. Dichos grupos, que llegaron al istmo de Panamá
alrededor de 25.000-23.000 a.p., son conocidos en la literatura arqueológica como
paleoindios, quienes ya en el suelo suramericano desarrollaron una tecnología y un
ajuar especializado para la caza de la megafauna pleistocena: puntas bifaciales de
proyectil, raederas, cuchillos, entre otros instrumentos.
El ajuar de instrumentos líticos de producción que manufacturaron estas po-
blaciones –como ya hemos comentado– podría tener un antecedente muy remoto
en las industrias de lascas de la tradición bifacial siberiana de Diuktai, donde entre
55.000 y 28.000 + 350 años antes del ahora ya están presentes rústicas puntas
de proyectil (Lorenzo 1987: 357). Otros prehistoriadores, como Leakey y Müller
Beck, apuntan también hacia la presencia de otras poblaciones recolectoras caza-
doras generalizadas que habrían migrado a lo largo del litoral pacífico que habría
llegado al suelo americano antes de 20.000 años a.p., las cuales manufacturaban
rústicas lascas y núcleos percutidos o pebble tools (Brennan 1970: 121-122). Ello
indicaría, a pesar del bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, la posible
existencia de una amplia diversidad cultural originaria entre los primeros pobla-
dores de nuestro continente.
Los posibles descendientes americanos de aquellas antiguas poblaciones de re-
colectores cazadores generalizados hallaron su espacio de vida en el noroeste de Ve-
nezuela, así como también en lugares más remotos como los valles intermontanos
de los Andes centrales, el noroeste argentino, la Patagonia y Tierra del Fuego. Por
las razones ya mencionadas, dichas bandas de cazadores recolectores generalizados
tenían –al parecer– una preferencia por asentarse en las regiones o nichos donde
se refugiaba la megafauna pleistocena de grandes herbívoros al mismo tiempo que
otras especies modernas.
El alba de la sociedad venezolana 187

Las áridas regiones costeras del estado Falcón, los valles semidesérticos y el pie-
demonte septentrional de los Andes, en el estado Lara, donde se ha hallado la casi
totalidad de los yacimientos arqueológicos relacionados con aquellas poblaciones, así
como la más variadas y densa acumulación de restos paleontológicos, pudieron haber
estado recubiertas, en épocas anteriores, por una vegetación más propicia para la su-
pervivencia de los grandes herbívoros, los cuales parecen haber desaparecido posterior-
mente debido, quizás, a la actividad predadora de los grupos humanos o bien por los
cambios climáticos que habrían afectado la América ecuatorial durante el Holoceno.
Si aplicásemos a la región noroeste de Venezuela los modelos de cambios paleocli-
máticos que según Lynch (1978: 466-67) habrían ocurrido en el litoral pacífico de
Centroamérica y el norte de Suramérica, podríamos hipotetizar que el descenso del
nivel del mar que se produjo entre 13.000 y 10.000 a. C. en el litoral caribe venezolano
(Sanoja y Vargas 1995: 95-103; 1999b: 149-151), podría haber propiciado en el litoral
del estado Falcón la formación de sabanas litorales recubiertas de gramíneas y cortadas
por las selvas de galería que se formarían en las márgenes de los ríos, propiciándose así
una mayor concentración de la fauna en torno a esas regiones y consiguientemente una
optimización de las capacidades apropiadoras de las poblaciones de cazadores antiguos.
En relación con aquellos procesos, es interesante resaltar las conclusiones de los
trabajos palinológicos de Salgado-Laboriu (1982: 74-77) realizados en la región ad-
yacente de la costa central de Venezuela. De acuerdo con ellas, el estudio del polen
fósil hallado en los sedimentos profundos del lago de Valencia muestra que hacia fi-
nales del Pleistoceno, alrededor de 13.000 a.p., según los fechados radiocarbónicos,
dicho lago había completado un proceso de desecamiento; el clima era muy seco y
toda la región estaba cubierta por una vegetación semiárida predominante de gra-
míneas y hierbas terrestres (ibíd. 1982. Fig. 7.2) en tanto que las zonas montañosas
que rodean al lago podrían haber estado recubiertas por selvas secas. Ese proceso de
desecamiento revirtió hacia un clima más húmedo alrededor de 10.000 a.p., permi-
tiendo de nuevo la formación del lago de Valencia, así como una vegetación más rica,
característica de aguas salobres, posiblemente del tipo de bosque seco o espinares.

La industria lítica de los cazadores especializados

El noroeste de Venezuela es la región donde se ha hallado una de las mayores acumu-


laciones de artefactos líticos ligados al modo de trabajo de los cazadores recolectores
188 Mario Sanoja Obediente

especializados –a la par que discutidos de la forma más contradictoria– centrada en


la región litoral del estado Falcón (Cruxent y Rouse 1961: 79-81; Sanoja y Vargas
1999: 19-24), Szabadich 1997).
Con base en el estudio tipológico de los artefactos líticos y la posición de los
mismos en el sistema de terrazas del río Pedregal, Rouse y Cruxent propusieron la
existencia en la región litoral del estado Falcón, noroeste de Venezuela, de cuatro
complejos arqueológicos sucesivos: El Camare, Las Lagunas, El Jobo y Las Casitas
(Rouse y Cruxent 1963: 29), lo cual, de ser correcto, implicaría un largo y complejo
proceso evolutivo local similar al paleolítico europeo, que comenzaría por los pesa-
dos bifaces tipo abbevillienses y las toscas lascas tipo clactonienses, para terminar
con los diversos instrumentos de producción bifaciales y monofaciales como puntas
de proyectil, raspadores, perforadores y hojas de borde retocadas por presión.
El estudio evolutivo de aquellos materiales líticos referidos al modo de vida de
los cazadores antiguos en el estado Falcón se basa en la secuencia geológica de las
terrazas del río Pedregal estudiadas por Petzall (Cruxent y Rouse, 1963: 29; Bryan,
1973: 249) y retomado posteriormente por Oliver y Alexander (1990: 35-379). En
la superficie de dichas terrazas se recolectó un conjunto de artefactos que se hallan
dispuestos superficialmente en distintas áreas de las mismas, observándose en la
terraza 2, sitio El Camare, la presencia de los rústicos bifaces, hachas de mano o
choppers y grandes lascas desbastadas (Figs. 20, 21 y 22), algunas veces con aparien-
cia de raspadores, conjunto que representaría la fase más antigua de la secuencia del
río Pedregal (Brennan 1970: 149). En en el contexto de un sitio como Peñasquito,
relacionado con la tradición El Camare-Las Lagunas, que parece ser un taller para la
manufactura de bifaces y lascas, no se halló ninguna punta de proyectil o indicación
de que hubiesen sido utilizados para manufacturar materiales líticos tipo El Jobo.
De la misma manera, en la colección de miles de artefactos líticos de El Peñasquito,
depositada por Cruxent en las bodegas del IVIC, Oliver y Alexander no hallaron
tampoco puntas de proyectil u otros artefactos similares (Oliver y Alexander 1990:
29). Aunque constituye una evidencia muy aleatoria, en su conjunto permite tener
una idea sobre la naturaleza cultural de aquellos depósitos.
Los grandes bifaces, denominados como tradición El Camare, como ya expusi-
mos, fueron hallados en la terraza fluvial N° 2 de la cuenca del río Pedregal (Oliver
y Alexander 1990: 24-25), para la cual existe una antigüedad estimada y absoluta de
24.000-20.000 años a.p. (Oliver y Alexander 1990: 35). Ambos autores, a los fines
El alba de la sociedad venezolana 189

de establer una escala temporal relativa sobre la base de las evidencias geológicas
y gemorfológicas, elaboraron una propuesta cronológica tentativa sobre el origen,
cantidad y cronología de las terrazas del río Pedregal. Estas, concluyen los autores
(Oliver y Alexander 1990: 17-24), no son simples superficies tectónicas y pueden ser
definidas de acuerdo con el siguiente esquema:
Terraza IV: edad extremadamente antigua, sin determinar.
Terraza III: antigüedad indeterminada, mayor que la terraza II.
Terraza II: ca. 24.000-20.000 años a.p. (fechas estimadas y absolutas).
Terraza IB: ca.12.000-5.700 años a.p. (fechas estimadas).
Terraza 1a: 8800 años a.p. (fecha absoluta).
Terraza 1: 1.300-5.700 años a.p. (fechas absolutas). (Oliver y Alexander 1990: 35)

Sobre aquella fundamentación cronológica, las investigaciones de Oliver y


Alexander (1990: 31) en el valle del río Pedregal, han concluido que la relación entre
la edad de las terrazas y la arqueología está muy lejos todavía de ser probada. Los
autores mencionados no están en desacuerdo con la tipología de artefactos elaborada
por Cruxent, aunque no es posible –dicen– validar por ahora que los conjuntos de
El Camare (Fig. 19) y Las Lagunas sean los más antiguos de la secuencia regional.
Aquella tradición de bifaces podría –teoricamente– referir a la existencia de otras
comunidades apropiadoras –anteriores a las de El Jobo y El Cayude– cuyos porta-
dores no fabricaban o utilizaban puntas líticas de proyectil, aunque quizás de otros
materiales como madera, hueso o concha.
La fecha tentativa de 24.000-20.000 años a.p.(fechas estimadas y absolutas) propues-
ta por Oliver y Alexander para la terraza II del río Pedregal, se alinea con las obtenidas
para otros sitios arqueológicos similares estudiados en Sao Raimundo Nonato, Piauí,
noreste del Brasil, donde hay evidencia de lascas de piedra con señales de uso utilizadas
como raspadores, así como martillos y tajadores, sin puntas de proyectil, con una anti-
güedad de 22.000 años a.p. (Guidón 1984). Por otra parte, serían contemporáneas tam-
bién con la fecha de 20.000 años a.p. obtenidas por Macneish para Paccaicasa en Perú
(Maneish 1974: 148, 143-153). Esta diversidad de estilos, formas y funciones de los ins-
trumentos líticos de producción podrían ser el resultado de la diversidad cultural y de ni-
veles de desarrollo de las fuerzas productivas que mostraban los pueblos que colonizaron
originalmente a Suramérica, tal como se infiere de las investigaciones genéticas llevadas a
cabo por Layrisse y Wilbert sobre el poblamiento americano (Layrisse y Wilbert, 1999).
190 Mario Sanoja Obediente

Sería importante, para una mejor comprensión de los modos de vida de la FES
apropiadora en Venezuela, evaluar la significación histórica de esta posible industria
de grandes bifaces prepuntas de proyectil, como evidencia de un posible modo de
trabajo recolector que habría precedido en Falcón al de los cazadores especializados
que daban respuesta a la necesidad de apropiar los recursos naturales de subsistencia
que, durante los diferentes episodios climáticos alternados, húmedos, lluviosos o
secos, afectaron la región hasta 11.189 + 490 años antes del presente (Cruxent J. M.
e Irving Rouse. 1957), como sería quizás el caso de El Camare.

FIGURA 20
Hachas de mano bifaciales: El Camare (izquierda). El Altico (derecha).

Con posterioridad a los complejos El Camare y Las Lagunas (complejo donde


existirían también bifaces, pero de tamaño menor) apareció –hace 14.000-13.000
años a.p.– el grupo de pobladores propiamente paleoindios conocido como tradición
El Jobo, (Cruxent y Rouse 1961-1: 79-80; ídem 1963: 32; Oliver y Alexander 1990:
El alba de la sociedad venezolana 191

31-32). La industria lítica de El Jobo, ubicada en las terrazas más bajas del río Pedre-
gal, esta caracterizada por la presencia de puntas lanceoladas bifaciales, generalmente
lascadas de manera burda, pero con filos retocados por presión (Fig. 22), algunas con
base recta o cóncava y –en ciertos casos– con los bordes dentados. En una terraza más
inferior se agregan al complejo de artefactos ya mencionados, puntas triangulares con
pedúnculo que se engloban en el denominado complejo Las Casitas.
Los estudios geomorfológicos muestran que la antigua ocupación humana del
río Pedregal pudo haber estado influida por los eventos climáticos ocurridos en la
vecina sierra de Mérida, región suroccidental de Venezuela, donde hasta 9.400 años
antes del presente predominó un clima tardiglacial, cuyos efectos se deben haber he-
cho sentir en los valles y sistemas montañosos del actual estado Falcón, al noroeste
de Venezuela (Schubert 1986). Ello quizás influyó en los valles y planicies litorales
del actual estado Falcón donde –durante finales del Pleistoceno– la vida de los re-
colectores cazadores antiguos se desenvolvió dentro de un clima más húmedo que el
actual, entre formaciones vegetales de bosque y sabana diferentes a las que existen
en la actualidad. En el caso particular de la planicie litoral, la actividad tectónica
podría, quizás, haber determinado el levantamiento del nivel de la corteza terrestre
en el valle del río Pedregal, induciendo posiblemente modificaciones sustanciales del
lecho del río, quizás, una de las últimas, la cual se manifestó hacia 12.800 + 1.500
años antes de ahora en la formación de diversas terrazas aluviales.
Asociadas con dichas terrazas –como ya se ha dicho– se han recuperado abun-
dantes artefactos tallados en cuarcita por las antiguas poblaciones recolectoras ca-
zadoras: hachas de mano, raspadores, hojas cortantes, buriles, puntas de proyectil de
diversa factura, etcétera. Pero estas evidencias constituyen solamente el fundamento
para que las investigaciones arqueológicas puedan definir con claridad el modo de
vida de la sociedad de cazadores antiguos del noroeste de Venezuela ya que –como
ya explicamos– el criterio de la posición de los artefactos en las terrazas no indica
necesariamente que El Camare y Las Lagunas sean más antiguos que El Jobo y Las
Casitas, sobre todo mientras no se demuestre que la formación de las terrazas fluvia-
les no obedece a movimientos tectónicos (Oliver y Alexander 1990: 11-12).
Es evidente que los portadores de aquellas tradiciones líticas formaron impor-
tantes enclaves habitados en la actual península de Paraguaná y los valles costeros
y subandinos del noroeste de Venezuela. Queda todavía por explicar su relación es-
pacial con industrias líticas similares que existieron en los valles andinos y la puna
192 Mario Sanoja Obediente

de los Andes centrales, el norte de Chile y el noroeste argentino (González 1960;


Cardich 1964; Lautaro et ál. 1983; Lautaro 1992), donde existía también una agre-
gación importante de fauna pleistocena: mamuts, llamas, caballos, lobos, etcétera.

Asociación de los cazadores especializados con la fauna pleistocénica

Las investigaciones relacionadas con la presencia de los cazadores antiguos, se ini-


ciaron a partir de 1956 (Royo y Gómez, 1956), al ponerse de relieve la existencia de
extensas capas fosilíferas en el yacimiento de Muaco, estado Falcón. El contenido de
las mismas apuntaba hacia la presencia de mastodontes, estegomastodontes, mega-
terios, caballos, gliptodontes, taxodontes, artochterium, camélidos, lobos, jaguares,
linces, conejos, mustélidos y milodontes en los estratos de dicho yacimiento. Algu-
nos de los huesos presentaban posibles evidencias de cortes intencionales hechos con
instrumentos líticos.
La posible asociación de hombres y mujeres con restos de fauna pleistocena ex-
tinta fue posteriormente datada radiocarbónicamente en 14.930 años a. C., fecha-
miento que fue cuestionado por la poca confiabilidad que presentaba el contexto
estratigráfico, obviamente alterado por procesos de arrastre de materiales alóctonos
(Royo, 1960, a-b; Cruxent, 1961; Lynch, 1978: 476). El objetivo de estos primeros
trabajos, plantear la coexistencia de hombres y mujeres que habrían fabricado los
instrumentos líticos de El Jobo, con la fauna pleistocénica ya extinta, tuvo efectos
positivos para el desarrollo de las investigaciones científicas sobre los primeros po-
bladores del territorio venezolano y de Suramérica.
Como respuesta a dicha cuestión, las investigaciones realizadas posteriormente
en el área permitieron localizar un nuevo yacimiento ubicado en las vecindades del
río Cucuruchú, el cual produjo fragmentos de puntas de proyectil lanceoladas del
tipo denominado El Jobo, en un estrato de huesos fósiles de Haplomastodón Gua-
yanensis, Eremotherium rusconíi y Gliptodon clavipes Owens, también perturbados
por el acarreo y depositados sobre una capa de arcillas mioceno-pliocénicas mucho
más antiguas que el hombre mismo. Desechando las críticas sobre las evidencias de
perturbación, se estimó que el estrato fosilífero estaba sellado por una capa de arci-
llas lacustres, lo cual probaba indefectiblemente –a juicio de los investigadores– la
asociación de la industria lítica de El Jobo con la megafauna pleistocénica (Cruxent,
1970: 223-225). Las críticas a esta propuesta apuntaban hacia el hecho de que el con-
El alba de la sociedad venezolana 193

texto sólo indicaba que tanto los huesos como las puntas eran anteriores a la deposi-
ción de la arcilla lacustre y que no existían evidencias asociativas entre aquellos dos
elementos (Bate, 1983: 11), por lo cual el contexto sólo indicaba que tanto los huesos
como las puntas eran anteriores a la deposición de la capa de arcillas lacustres y que
no existían evidencias asociativas entre aquellos dos elementos (Bate, 1983: 11).
Con posterioridad, se llevaron a cabo nuevas investigaciones en el sitio de ma-
tanza (killing site) Taima-Taima, también en el estado Falcón, una conducida por
arqueólogos especialistas como Allan Bryan y Ruth Gruhn conjuntamente con J.
M. Cruxent, y otra conducida por Claudio Ochsenius y Ruth Gruhn (1979). Esta
última investigación permitió culminar un importante estudio científico monográfi-
co sobre la asociación de la industría lítica de la tradición El Jobo con la megafauna
pleistocena, principalmente Proboscidea, estudio que contó con la colaboración de
relevantes arqueólogos y paleontólogos.
Dicho equipo de científicos pudo, finalmente, localizar un esqueleto de Ha-
plomastodon juvenil parcialmente desarticulado y presentando huellas de cortes
intencionales, evidencia probable del destazamiento del animal. Dentro de la ca-
vidad pélvica del mastodonte se localizó una punta de proyectil lanceolada tipo
El Jobo, manufacturada en cuarcita, una lasca de jaspe y un guijarro puntiagudo
(Cruxent en Ochsenius y Gruhn 1979: 78-79). Para el fechamiento del hallazgo,
se utilizaron restos de tallos vegetales que habían sido ingeridos por el animal y
que se hallaban todavía en su estómago en el momento de la muerte, conservados
gracias a las condiciones del suelo. La serie de pruebas radiocarbónicas hechas en
esta y en otras secciones del sitio, arrojaron una antigüedad máxima de 14.200 +
300 (UCLA-2133) a.p. y de 12.980 + 85 años a.p., SI-3316, 13200 + a.p. y 13.860
+ 120 años a.p., USGS-247 y una mínima de 9650 + 80 años a.p. (IVIC-657; Br-
yan y Gruhn en Ochsenius y Gruhn 1979: 53-58), indicando una precedencia de
1500 años a las fechas más antiguas existentes para los cazadores de mamuts que
utilizaban puntas Clovis en Norteamérica (Bryan, 1978). La presencia de restos
botánicos, particularmente frutos comestibles de la uva de playa (Coccoloba uvífe-
ra), anones (Anona purpurea), semeruco (Malpighia glabra), cotoperiz (Talisia sp.),
urupagua (Castela nicholsoni), entre otros, podría indicar la práctica de recolección
de vegetales por parte de los (las) cazadores(as), asi como de diversas plantas forra-
jeras que habrían servido de alimento a los animales herbívoros de mediano y gran
tamaño (Ochsenius en Ochsenius y Gruhn 1979).
194 Mario Sanoja Obediente

Entre las críticas que se han hecho respecto a la recolección de muestras de ma-
terial arqueológico de El Jobo por parte de J. M. Cruxent, también resalta la forma
como aparentemente fueron recolectadas las muestras de material, b parte de las
cuales habría sido comprada a los campesiones del lugar, sin un control real de su
procedencia y características contextuales (Bate, 1983: I-124-125).
Una hipótesis alternativa al proceso ha sido sugerida por Bate (1983: I-125), Mor-
ganti y Rodríguez (1983) y Rodríguez (1985), quienes indican que en las terrazas del
valle del Pedregal no solamente habrían existido talleres sino también campamen-
tos donde los cazadores terminaban de desbastar las preformas para obtener puntas
y otros instrumentos de producción, al mismo tiempo que se reparaban las armas
arrojadizas dañadas durante el proceso de caza. Siendo así, es muy posible que los
cazadores instalasen sus campamentos en las vecindades del río, esto es, en la base de
las terrazas del valle, donde los animales acudían para beber agua y buscar alimento.
Ello explicaría la mayor presencia de puntas de proyectil en las terrazas bajas. Estas
suposiciones parecen hallar soporte en los trabajos de Morganti y Rodríguez (1983)
en el sitio de Monte Cano, yacimiento ubicado en la península de Paraguaná, caracte-
rizado por la presencia de una industria joboide manufacturada en cuarzo.
En el complejo de instrumentos de producción de Monte Cano, según los auto-
res mencionados, se encuentran los mismos elementos tecnológicos que definen los
diferentes estadios de la secuencia El Camare - Las Lagunas - El Jobo - Las Casitas,
incluyendo los morfológicos y funcionales, excepto que el trabajo de la talla de los
núcleos está mediado por la naturaleza y las limitaciones estructurales de la materia
prima utilizada, el cuarzo lechoso.

Nuestra posición ante el problema

A los fines de evaluar experimentalmente la secuencia evolutiva ya mencionada para


el valle del río El Pedregal, Venezuela, en nuestra primera pasantía en el Smithso-
nian Institution como research fellow en 1961, tuvimos la oportunidad de estudiar
diversas colecciones arqueológicas provenientes de la cuenca de dicho río que se
encontraban depositadas en diversos museos de los Estados Unidos (Smithsonian
Institution, Chicago Museum of Natural History, Denver Museum, Museum of
the American Indian), en las cuales se hallan representados los distintos complejos
de artefactos líticos definidos en dicha región. Contando con la asesoría del prehis-
El alba de la sociedad venezolana 195

toriador alemán Hans Jürgen Müller-Beck, de visita entonces en la Smithsonian,


organizamos en el mesón de trabajo las colecciones de artefactos, logrando formar
una serie técnica evolutiva, formalmente lógica según el modelo del paleolítico euro-
peo, la cual indicaba una progresión en complejidad y excelencia de manufactura que
comenzaba con los choppers y bifaces de El Camare y culminaba con los materiales
de El Jobo y Las Casitas (Sanoja 1961: ms).
Una primera impresión de aquella secuencia lógica es que podría tratarse de un
largo proceso de invención y desarrollo local. Sin embargo, desde nuestro punto de
vista, es necesario que la lógica de la tecnología coincida con la lógica histórica. Todavia
estamos lejos de poder demostrarlo fehacientemente con una secuencia estratigráfica,
por lo cual esa progresión técnica no podría asumirse para el noroeste de Venezuela de
manera mecánica, como si se tratase del proceso de etapas evolutivas similares a la serie
Paleolítico Inferior - Paleolítico Medio - Paleolítico Superior de Europa.
De los grandes bifaces estudiados por nosotros en la Smithsonian Institution
provenientes de sitios como El Altico y El Camare, podemos indicar la presencia de
choppers manufacturados a base de guijarros de regular tamaño (Fig. 20 A-B). En el
espécimen B, uno de los extremos presenta un borde biselado despejado con percu-
siones lanzadas muy rústicas. En otros casos, los especímenes (cx418-19 y cx418/15-
73) tienen forma amigdaloide, conservando todavía buena parte del cortex original
(Fig. 22; Fig. 21B). Otros ejemplares procedentes de El Altico (cx1042.18 DMNH;
Fig. 20B) representan bifaces ovales tallados con percusiones directas que dejaron
profundas cicatrices en las superficies del núcleo original, las cuales, como parecen
mostrar los ejes de percusion a-b, podrían haber tenido como objeto despejar un
borde lateral con capacidad de servir como artefacto cortante. En el caso de la figura
20B, uno de los extremos parece representar un talón redondeado para aprehender
el útil con la mano, en tanto que otro extremo termina en una punta cuyo borde
cortante fue mejorado mediante retoques secundarios.
Los choppers, tajadores o hachas de mano de las Figs. 21 B y 22 representan gui-
jarros, uno de cuyos extremos fue someramente desbastado para producir un filo
cortante utilizado en percusión lanzada. Otro grupo de artefactos fue tallado sobre
grandes lascas unifaciales de tipo clactoniense como la n° 7, la 62 y la cx1073, todas
provenientes de las colecciones del Museo de Denver, posiblemente diseñadas como
raspadores (Fig. 21A). En el grupo de grandes lascas bifaciales se observa, bien una
preparación de la plataforma de impacto o el rebaje del bulbo de percusión. Podria-
196 Mario Sanoja Obediente

mos agregar también que la mayoría de los demás instrumentos analizados en todas
las colecciones que estuvieron a nuestra disposición, parecen haber sido tallados so-
bre lascas de diversos tamaños obtenidas a partir del estallamiento de un núcleo ini-
cial, lo cual nos permitiría plantear la existencia de al menos dos diferentes procesos
de trabajo, El Camare y El Jobo, para la manufactura de los instrumentos líticos de
producción en el valle del Pedregal.

FIGURA 21
a) Raspador sobre lasca. b) Chopper o tajador.

Esta totalmente fuera de las posibilidades de la presente obra incluir todas nuestras
notas, diagramas y conclusiones sobre el material estudiado, pero sí podríamos apuntar
que los grandes bifaces de El Camare y El Altico no parecen ser preformas para tallar
otros instrumentos sino que, por el contrario, ellos mismos fueron diseñados para servir
como un instrumento para cumplir las tareas específicas de machacar y cortar.
El alba de la sociedad venezolana 197

FIGURA 22
Chopper o tajador.

Los grandes bifaces de la costa de Falcón, como ya expusimos en páginas ante-


riores, denominados como tradición El Camare, han sido hallados particularmen-
te en la terraza fluvial N° 2 de la microcuenca del río Pedregal, para la cual existe
hoy dia una antigüedad estimada y absoluta de 24.000-20.000 años a. C. (Oliver y
Alexander 1990: 35; Lynch 1974: 362). Herramientas líticas similares, en forma de
almendra, con un extremo aguzado, fueron posiblemente utilizadas como especie de
azadas para trabajar la madera o para la excavación de tubérculos y otras raíces co-
mestibles que seguramente fueron incluidas en la dieta de los recolectores cazadores
antiguos. La utilización de grandes bifaces amigdaloides en los procesos de trabajo
de recolección de vegetales ocurrió también hace 40.000 años entre las poblaciones
de las culturas paleolíticas Sangoense y Lupembambiense del Congo central y el
198 Mario Sanoja Obediente

oeste de África (Clark. G. 1977: 213-214), cuyos modos de trabajo recolector cazador
generalizado estaban relacionados con la explotación de ambientes de bosques y saba-
nas. Este ejemplo podría guiarnos para la comprensión del modo de vida de las pobla-
ciones cazadoras fabricantes de las complejas industrias líticas bifaciales del noroeste
de Venezuela, como es el caso de El Camare. Como hemos sostenido en anteriores
oportunidades, aquel podría quizás evidenciar el inicio de un proceso técnico evolu-
tivo de carácter local. Dicho modo de trabajo daba posiblemente respuesta a la nece-
sidad de apropiar los recursos naturales de subsistencia que, como ya observamos,
caracterizaban los diferentes ambientes y episodios climáticos, húmedos, lluviosos o
secos que afectaron la región hasta 11.189 + 490 años antes del presente (Cruxent J.
M. e Irving Rouse. 1957; Ochsenius 1979: 35-39; Sanoja 1994: 317-327).
Según la documentada opinión de Brennan (1970: 145-151), si los cazadores
paleoindios fabricantes de puntas de proyectil de El Jobo ya estaban viviendo en el
litoral del estado Falcón, Venezuela, en 16.375 años a. p., sus ancestros, fabricantes
de los grandes bifaces (choppers) y de las lascas de tipo clatoniense de El Camare-
Las Lagunas, tendrían que haber llegado lo más tarde 25.000 años a.p., antes del
segundo avance de la glaciación Wisconsin Medio hace 30.000 años a.p. (Jennings
1978: 5, Fig. 1-1). De acuerdo con esto, dice Brennan (1970: 149), los sitios similares
en Norteamérica que parecen constituir el estadio de “pebble tools y lascas tipo clac-
toniense” conforman la industria lítica de los primeros grupos de inmigrantes que
llegaron a las Américas, a partir de la cual se originaron las diferentes técnicas de
trabajo de la piedra.
Es interesante volver a analizar, aunque someramente, la cultura de los reco-
lectores indiferenciados andinos estudiada por Macneish (1971: 224; Gráfico 2) en
la cueva de Pikimachay, Perú, vecina a la ciudad de Ayacucho (224(4): 36-46). La
antigüedad de la fase arqueológica inicial, Paccaicasa, fue estimada por McNeish
entre 21000 a.p. y 14000 a.p., basado en una fecha de C14 de 17650 a. C. El ajuar
lítico de dicha fase carece de puntas de proyectil hallándose solamente artefactos
muy rudimentarios: lascas, martillos, choppers y rústicos raspadores sobre lascas. El
ajuar de instrumentos de la fase siguiente, Ayacucho, fechada en 12200 a. C., con-
tiene instrumentos de producción en hueso, incluyendo puntas bifaciales así como
de piedra, particularmente choppers, y hojas utilizadas como cuchillos y raspadores.
La duración de esta etapa de cazadores recolectores andinos indiferenciados, que
está testimoniada también por diversos otros sitios, culmina hacia 8000 años a. C.
El alba de la sociedad venezolana 199

en Ayacucho con la fase Puente, donde aparecen puntas de proyectil pedunculadas


tipo “cola de pescado” (Lumbreras, 1969: 26-29; 1994: 342-347).
Otro ejemplo importante, ya comentado, que ilustra estratigráficamente la
secuencia de cambios tecnológicos que va desde los recolectores cazadores gene-
ralizados a los especializados (Gráfico 1), es la excavación hecha por Lanning y
Patterson en el cerro Chivateros, valle del río Chillón, Perú (Lanning y Patterson
1974: 44-50), donde se describe y analiza la transición desde industrias de gui-
jarros muy rudimentarias fechadas en 12.000 a. C. (Red zone), a la fase Oquen-
do (10.000 a. C.), donde ya aparecen buriles y martillos líticos, culminando con
las fases Chivateros I y II caracterizadas por una industria bifacial de puntas de
proyectil y martillos líticos que fue reemplazada posteriormente por el horizonte
Andino de Bifaces cuyo origen podría estar en el noroeste de Venezuela (Lanning
y Patterson 1974: 49).
Durante el periodo posglacial temprano andino, aparece el horizonte Andino de
Bifaces y puntas de proyectil bifaciales tipo la tradición El Jobo, Venezuela, ejempli-
ficado en el sitio de Lauricocha fechado en 7575 años a. C. o 9525 años a.p. (Cardich
1958), horizonte que se extiende hasta el noroeste argentino donde hallamos, en el
sitio de Intihuasi (González 1960), la asociación de los bifaces y puntas de proyectil
asociadas con los inicios de la agricultura.
Hasta el presente no existe una evidencia sólida que demuestre fehacientemente
la difusión de los pueblos de El Camare-Las Lagunas-El Jobo y de su tecnología
lítica hacia los Andes Centrales. Sin embargo, los hechos son tercos. Analizando los
datos anteriormente expuestos ¿tendríamos que plantearnos, quizás, la existencia
de procesos evolutivos locales en diversas regiones del occidente de Suramérica que
partieron de contextos pleistocenos de recolectores indiferenciados con una indus-
tria rustica de “choppers y lascas” , culminando entre 10000 y 8000 años a.p. con
pueblos cazadores especializados que manufacturaban puntas de proyectil bifaciales
lanceoladas o tipo “cola de pescado”?
Cuando se comparan los contenidos arqueológicos de los sitios de cazadores es-
pecializados del estado Falcón, con otros similares, por ejemplo, en los Andes Cen-
trales, se observa la gran antigüedad que tienen las puntas de proyectil lanceoladas
en Venezuela (Fig. 23) las cuales, en opinión de Lavallée, representarían las primeras
puntas bifaciales existentes tanto en Norteamérica como de Suramérica, muy posi-
blemente inventadas localmente (Lavallée 1995: 97).
200 Mario Sanoja Obediente

Los depósitos arqueológicos donde se han hallado asociaciones de fauna pleis-


tocena (mastodontes, gliptodontes, caballos) han sido excavados con todo rigor por
Bryan y Gruhn obteniendo sólidas fechas de C14, anque subsisten todavía dudas
sobre la interpretación de la estratigrafía de Muaco y Taima-Taima. Sin embargo, la
antigüedad de 16.000 años para las puntas bifaciales El Jobo –dice Lavallée– contra-
dice no solamente el momento sino todo el modelo del poblamiento americano (Lavallée
1995: 66). Pensamos que sería quizás el tiempo de volver a repensar dicho modelo,
considerando la posibilidad de una tesis alternativa que, tal como planteamos la po-
sibilidad de que hayan existido diversos centros de domesticación de plantas comes-
tibles en el norte de Suramérica, permita teorizar la posibilidad de que se hubiese
dado una diversidad de procesos independientes de innovación o invención regional
de tecnología lítica en nuestro continente. Bryan (1979: 117) comparte también la
idea de un centro de invención local de los instrumentos de talla bifacial en Suramé-
rica y particularmente en el noroeste de Venezuela. El excelente trabajo monográfico
de Heredia (1994: 328-341) sobre la región no-andina de Suramérica, orientado en
una perspectiva geohistórica, nos permite también apreciar lo que parece haber sido
un largo proceso regional de desarrollo cultural y tecnológico que caracterizó a las
poblaciones no-andinas del centro-sur de Suramérica a partir de industrias líticas
muy simples de núcleos y lascas de cuarcita, tales como las halladas en las capas más
profundas de Boqueirao da Pedra Furada, Piauí (Guidon 1984), fechadas por C14
entre 31.500-24.600 años antes de ahora. Un proceso similar es replicado igual-
mente en la región andina por el resumen interpretativo de Lumbreras sobre los
Andes ecuatoriales y tropicales que cubren desde los recolectores indiferenciados
del Arqueolítico, sitio Paccaicasa fechado en 23.000 años a.p. hasta los cazadores
avanzados del Cenolítico Superior (Lumbreras 1994: 342-347).

14. Los cazadores especializados del estado Lara, Noroeste


de Venezuela y su disolución
El modo de trabajo de los cazadores especializados del noroeste de Venezuela res-
pondía a las particulares concentraciones de recursos de megafauna terrestre pleis-
tocena que existían en el centrooccidente de Venezuela, actuales estados Zulia,
Falcón, Lara y Carabobo, donde las formaciones forestales y sabaneras ofrecian
recursos vegetales a los grandes herbívoros y carnivoros permitiendo que, hasta
El alba de la sociedad venezolana 201

FIGURA 23
Puntas de proyectil foliáceas. El Jobo.
202 Mario Sanoja Obediente

ca. 6000 años a.p, pudiesen sobrevivir los últimos mastodontes, estegomastodon-
tes, megaterios, caballos, grandes desdentados, camélidos, lobos, etcétera, especies
faunísticas características del Pleistoceno. De igual manera, aquellos coexistían con
fauna moderna cuya captura, el destazamiento de las carcasas y la distribución y
consumo de su carne, conformaban un componente fundamental de subsistencia
cotidiana de las poblaciones de antiguos cazadores recolectores. (Cruxent y Rouse
1961: 79-80, Rouse y Cruxent 1983: 27-37, Sanoja y Vargas-Arenas 1992a: 41-44,
1992b: 35-41, Sanoja 1963: 21-23).
Debido a las características y requerimientos del modo de vida cazador, el en-
trenamiento y preparación de los miembros más jóvenes del grupo social para in-
corporarse a las actividades de cacería, de manera individual o colectiva, debe haber
necesitado el asesoramiento de los individuos adultos. Ello debe haber implicado, en
consecuencia, la existencia de afinidades consanguíneas o de parentesco que regu-
laban la vida social del individuo hasta el momento en que era considerado adulto
y era, quizás, libre de continuar en la banda, separarse de ella e iniciar una nueva
banda, o asociarse con otra banda de cazadores.
La formación de un cazador precisa de un entrenamiento prolongado para
aprender a manejar las diferentes armas e instrumentos de producción ligados a la
actividad de la caza, conocer los hábitos y costumbres de los animales que el grupo
social considera útiles para la subsistencia y las estrategias requeridas para acercár-
seles y matarlos. Por otra parte, un cazador necesita conocer ciertos rudimentos de
la anatomía de los animales que le permita escoger la parte del cuerpo donde las
heridas que provocan sus armas tengan un efecto más letal y, así mismo, destazar y
desarrollar los animales para aprovechar al máximo su carne, huesos y pieles.
El instrumental lítico de El Jobo incluye también lascas con muescas de diversos
diámetros cuya utilización podría haber estado relacionada con el proceso de manu-
factura de los mangos o astas de madera de los diferentes artefactos: hojas triangu-
lares, puntas de proyectíl, etc., que habrían sido utilizadas en las diferentes etapas de
la caza y destazamiento de las presas. De igual manera, los raspadores sobre lascas
presentes en el utillaje lítico, podrían asociarse, bien con el trabajo mismo de la ma-
dera o con la preparación de las pieles de los animales cazados.
Uno de los procesos de trabajo distintivos de los cazadores especializados en el
noroeste de Venezuela era la fabricación de instrumentos de producción mediante
el lascado y la talla de determinados tipos de rocas de estructura cristalina como
El alba de la sociedad venezolana 203

el cuarzo, variedades de roca silícea como el chert, puntas de proyectil foliáceas o


pedunculadas que se usaban enmangadas como puntas de flecha o lanzas; cuchillos,
raspadores, percutores, hachas de mano, perforadores, navajas, martillos, leznas,
picos, etcétera. La extensión de los talleres donde se fabricaban los instrumentos
líticos de producción permiten apreciar la importancia e intensidad de esta activi-
dad productiva; de la misma manera, la diversa tipología de instrumentos refleja la
compleja serie de gestos técnicos que conformaban los procesos de trabajo ligados a
su fabricación, así como los vinculados a la captura y el procesamiento de las especies
animales o vegetales cazadas o recolectadas.
La presente distribución de los diversos complejos de instrumentos de produc-
ción relacionados con la sociedad de cazadores antiguos del noroeste de Venezuela
sugiere, como ya se expuso, que las bandas circulaban periódicamente dentro de
territorios más o menos definidos, de manera similar a las que se han denominado
como “comunidades nomádicas restringidas”. Según esta definición, los individuos
relacionados con esas comunidades habrían desarrollado una forma de vida carac-
terizada por desplazamientos cíclicos dentro de un territorio que definían como pa-
trimonio de toda la banda, teniendo derechos exclusivos sobre ciertas especies de
recursos naturales vinculados al mantenimiento y reproducción de la vida cotidiana.
Los desplazamientos de población dentro del territorio podían ser erráticos o se-
guir un ciclo estacional según el tipo de alimentos cazados o recolectados, como una
manera de optimizar la fuerza de trabajo mediante el desplazamiento cíclico hacia
las áreas con mayor rendimiento en recursos naturales de subsistencia, tal como se
explica en el modelo de comunidades de tipo nomádico restringido (Beardsley Ri-
chard, et álii 1966: 133-157).
De acuerdo con los datos que poseemos para el momento actual, no tenemos evi-
dencias directas que nos permitan deducir la duración de las ocupaciones humanas
en los diversos sitios de habitación de los cazadores antiguos. Sin embargo, parece
evidente que la acumulación de decenas de miles de artefactos y restos de talla en
un área de 54 km2 en algunos sitios importantes como en el valle del río Pedregal,
microcuenca de la quebrada El Jobo (Cruxent y Ochsenius en Ochsenius y Gruhn
1976: 9), debe haber requerido una permanencia o reocupación muy regular en esas
áreas, particularmente en aquellos sitios que conformaban campamentos, talleres o
áreas de paso obligado de las diferentes especies de animales que los hombres caza-
ban para su sustento diario (Sanoja y Vargas, 1978: 94).
204 Mario Sanoja Obediente

El tiempo histórico de los antiguos cazadores especializados de Falcón y Lara


coincidió, en general, con un clima húmedo y vegetación suficiente como para ali-
mentar los grandes herbívoros que todavía subsistían hacia finales del Pleistoceno.
Las puntas de proyectil, aunque todavía grandes y pesadas, pudieron haber sido en-
mangadas en astas de madera para ser utilizadas como armas punzantes arrojadizas
a corta distancia, en tanto que las puntas pedunculadas podrían haber armado pun-
tas de flechas o dardos arrojados con propulsores.

Caracterización arqueológica del proceso de trabajo cazador especializado

Las evidencias arqueológicas obtenidas ponen de relieve la presencia de ban-


das que posiblemente pertenecían a culturas diferentes, las cuales compartían
territorios y sitios de caza más o menos definidos. La extensión de las superfi-
cies de los talleres de fabricación de instrumentos de producción evidencia una
utilización continuada de las mismas fuentes de materia prima por bandas que
parecen haber pertenecido a diferentes culturas. La variedad de instrumentos de
producción de los individuos de la tradición El Jobo muestra puntas de proyectil
pedunculadas unifaciales de manufactura rústica, lo cual permite suponer que,
en algún momento, su gente aplicó técnicas para la cacería a distancia utilizando
quizás el arco y la f lecha, al mismo tiempo que empleaba lanzas y azagayas
más pesadas propias para la cacería a corta distancia. Como muestra el sitio de
Taima-Taima, ya reseñado, Allan Bryan y Ruth Gruhn conjuntamente con J.
M. Cruxent, hallaron dentro de la cavidad pélvica de un mastodonte juvenil la
presencia de una punta de proyectil lanceolada tipo El Jobo, manufacturada en
cuarcita, una lasca de jaspe y un guijarro puntiagudo (Ochsenius en Ochsenius
y Gruhn 1979: 97-98).
No existen hasta ahora, que sepamos, sitios de matanza que pudieran dar-
nos la idea de batidas colectivas para acorralar las manadas de animales. Por el
contrario, como se evidencia al analizar la topografía del sitio Taima-Taima y los
contextos que denotan la actividad de caza, los cazadores de Falcón perseguían
y mataban a los individuos juveniles de mastodontes cuando estos se hallaban,
quizás, atascados en los pantanos donde buscaban agua y alimento, actividad
que podría haber comprometido solo a un número reducido de individuos. De
acuerdo con los restos del instrumental utilizado en Taima-Taima, la gente de El
El alba de la sociedad venezolana 205

Jobo, como ya se dijo, utilizaban quizás jabalinas o lanzas armadas con puntas
de piedra lanceoladas que eran arrojadas a corta distancia contra el cuerpo de
los mastodontes.
En algunos casos, el instrumental lítico de la gente de El Jobo incluye tam-
bién lascas con muescas de diversos diámetros cuya utilización pudo haber estado
orientada hacia la manufactura de los mangos o astiles de madera de los diferen-
tes artefactos: hojas triangulares, puntas de proyectil, etcétera, que habrían sido
utilizadas en las distintas etapas de caza y destazamiento de las presas. De igual
manera, los raspadores sobre lasca, presentes también en el utillaje lítico, podrían
asociarse bien con el trabajo mismo de la madera o con la preparación de las pieles
de los animales cazados.
Otro elemento importante de recordar es la presencia, ya anotada, de posibles
manos de moler y la posible utilización de los grandes bifaces, no sólo como pre-
formas para la fabricación de instrumentos de producción de menor tamaño, sino
también como especie de azadas para la excavación de tubérculos y otras raíces
comestibles que seguramente deben haber sido incluidas en la dieta de cazadores
antiguos, tal como parece haber ocurrido con las culturas Sangoense y Lupenbam-
biense del Congo central y el oeste de África, modos de trabajo cazadores-recolector
adaptados a la explotación de ambientes de bosque y sabanas (Coursey, 1976: 399;
Sanoja, 1982: 27; Hermens 1982: 566-69; Clark, 1977: 213-214).
Caso de no tratarse de la existencia de un modo de vida y de un modo de trabajo
anterior al de los cazadores especializados, los grandes bifaces de El Camare podrían
considerarse como posible indicador de otro proceso de trabajo vinculado a la reco-
lección de especies vegetales, como indicaría la presencia de manos de moler planas
con desgaste lateral, como la DM32 en las colecciones arqueológicas del río Pedre-
gal depositadas en el Denver Museum. Hachas de mano con un extremo aguzado
como la CX418-73 (Fig. 22) pudieron haber sido empleadas, quizás, como especie de
azadas para la excavación y recolección de tubérculos y raíces comestibles las cuales
seguramente deben haber sido incluidas en la dieta de los cazadores antiguos.
De manera general, la diversidad de instrumentos de producción característicos
de la denominada cultura El Jobo pareciera indicar la existencia de un conjunto de
actividades productivas que irían, posiblemente, desde el trabajo y procesamiento de
la madera, hasta la recolección de alimentos vegetales y el desarrollo de una actividad
de caza manifestada en la manufactura y utilización de venablos con puntas pesa-
206 Mario Sanoja Obediente

das para penetrar a corta distancia la piel de los animales cazados, dardos y flechas
armadas con puntas de piedra que eran arrojadas a distancia utilizando propulsores
o arcos y de útiles filosos enmangados en madera para el faenamiento de las presas.
Ello habría permitido incluir en la actividad económica una gama más variada de
ambientes, así como de animales de talla mediana y pequeña más fáciles de perse-
guir y capturar que los grandes herbívoros. De esa manera, las bandas de cazadores
podrían haber logrado una liberación relativa de la determinación que ejercían los
factores ambientales sobre las formas de producción y la vida social en general, con-
virtiendo el entorno natural en un objeto de trabajo económicamente más producti-
vo, seguro y controlado por las comunidades de cazadores.
La supervivencia de las poblaciones de cazadores antiguos del noroeste de Vene-
zuela, como forma de organización social y como sistema de apropiación de recursos
alimenticios, estuvo condicionada, como ya se ha dicho, por la existencia de una me-
gafauna pleistocena que podría haberse extinguido entre el octavo y el sexto milenio
a. C. Las actuales áridas regiones costeras del estado Falcón, los valles semidesér-
ticos y el piedemonte septentrional de los Andes, en el estado Lara, las llanuras de
Cojedes y Monagas donde se ha hallado la mayoría de los yacimientos arqueológicos
relacionados con aquellas poblaciones, así como la más variada y densa acumulación
de restos paleontológicos, pudieron haber estado recubiertos, en épocas anteriores,
por una vegetación más propicia para la supervivencia de los grandes herbívoros,
cuya desaparición se habría producido bien como consecuencia de la actividad caza-
dora de los grupos humanos, bien por los cambios climáticos que habrían afectado
la América ecuatorial durante el Holoceno, los cuales se manifestaron en diversas
regiones por una reducción de las formaciones forestales y la aridización de los te-
rritorios donde había prosperado la megafauna pleistocena (Clapperton 1993: 189-
208, 724-734). En el caso del estado Falcón, el inicio del proceso de aridización que
produjo finalmente el actual paisaje, parece haber comenzado cuando la configu-
ración de las zonas litorales, el nivel, la temperatura del mar y la dirección de los
alisios habían alcanzado su condición presente (Oliver y Alexander 1990), proceso
que podría haber incidido en la desaparición definitiva de la fauna de herbívoros
pleistocénicos y la disolución del modo de vida cazador.
El descenso del nivel del mar que se habría producido entre 13.000 y 10.000
años a.p. habría determinado quizás en las áreas litorales de aquella región, la forma-
ción de sabanas costeras secas con vegetación de suculentas, leguminosas, espinares
El alba de la sociedad venezolana 207

y de gramíneas bajo un régimen climático árido (Ochsenius 1979: 15-29; 34-39; 91-
103), cortadas quizás de trecho en trecho por selvas de galería a lo largo de los ríos
que bajaban de las montañas hacia el mar, socavando los sedimentos sobre los cuales
se habrían formado las sabanas, y propiciando el desarrollo de terrazas fluviales es-
calonadas en distintos niveles sobre el cauce de sus aguas. Un escenario con aquellas
características habría propiciado una mayor concentración de la fauna en torno a los
valles, ciénagas y cursos fluviales, optimizando así la posibilidad y la capacidad de
los cazadores para apropiarse de la fauna variada y los recursos vegetales que carac-
terizarían ese tipo de entorno.

La tradición de puntas “cola de pescado” del NO de Venezuela

Los trabajos de M. Zsabadich (1992), J. Zsabadich (2004) y Oliver y Alexander


(1990) han permitido establecer la existencia de una nueva tradición lítica en la pe-
nínsula de Paraguaná, estado Falcón, denominada El Cayude, definida en el sitio del
mismo nombre en el piedemonte del cerro Santa Ana. Esta se distingue particular-
mente por la presencia de puntas de proyectil aflautadas tipo Clovis, algunas de ellas
puntas “cola de pescado”, (Fig. 24) similares a las de la tradición Magallánica de los
sitios Fells-Pali Aike, Tierra del Fuego; y El Inga, Ecuador (Oliver y Alexander 1990:
34). Las mismas están acompañadas de raederas, cuchillos y lascas primarias retoca-
das. La materia prima utilizada para manufacturar los artefactos que integran esta
tradición técnica son, como el basalto, de origen volcánico; en otros casos son de ori-
gen ígneo plutónico o metamórfico como la cuarcita; sedimentario, como el jaspe rojo
y el chert, observándose también la presencia de cuarzo lechoso y cuarzo cristalino.
Es interesante resaltar que también existen puntas de proyectil tipo El Jobo en los
sitios de la tradición El Cayude, las cuales fueron manufacturadas en chert en lugar de
la cuarcita utilizada comúnmente en la tradición El Jobo, lo cual hace presumir que en
un cierto momento las poblaciones humanas vinculadas a ambas tradiciones fueron
contemporáneas. Lo anterior es importante si consideramos que la tradición El Jobo
ha sido fechada en 13.000 años a.p. en Taima-Taima (Ochsenius y Gruhn 1986), lo
cual permitiría establecer una fecha tentativa similar para la tradición El Cayude.
Oliver y Alexander han estimado una antigüedad no mayor de 11.000 años a.p.
para la tradición El Cayude, fundamentándose en la existencia de fechas que no sobre-
pasan los 12.500 años a.p. para los sitios Clovis o de tipo Clovis de Centroamérica y
208 Mario Sanoja Obediente

Norteamérica, asumiendo que la presencia de la tradición El Cayude podría ser resul-


tado de un movimiento migratorio de grupos humanos procedentes de Norteamérica.
De manera general, el patrón de distribución espacial y la diversidad de instru-
mentos de producción característicos de las tradiciones El Jobo y El Cayude, pare-
ciera indicarnos la existencia de un conjunto de actividades que irían posiblemente
desde el trabajo y procesamiento de la madera, hasta la recolección de alimentos
vegetales y el desarrollo de una actividad cinegética, el uso de venablos con puntas
pesadas para penetrar a corta distancia la piel de las presas cazadas, de dardos o
flechas arrojadas a distancia y de útiles filosos enmangados en madera para el fae-
namiento de las presas. Ello habría permitido incluir en la actividad predadora una
gama más variada de ambientes así como de animales de talla mediana y pequeña
más fáciles de perseguir y capturar que los grandes herbívoros. De esa manera, se
habría operado una liberación relativa de las fuerzas ambientales que determinaban
el modo de vida de los cazadores, convirtiendo el entorno natural en un objeto de
trabajo más productivo, más seguro, mejor controlado.
La diversidad de conjuntos de instrumentos de producción podría deberse a la
presencia de bandas de cazadores-recolectores que quizás pertenecían a culturas di-
ferentes, aunque compartían territorios y sitios de caza más o menos definidos. La
extensión de las superficies de los talleres de fabricación de instrumentos de pro-
ducción, indica una utilización continuada de las mismas fuentes de materia prima
por bandas que parecen haber pertenecido a diferentes culturas. La variedad de ins-
trumentos de producción que caracteriza el utillaje de los individuos de la tradición
El Cayude deja ver que estos habrian desarrollado una tecnología para la cacería
a distancia, utilizando quizás el arco y la flecha para la captura de especímenes de
fauna neotrópica más pequeña y móvil que habitaban zonas abiertas, en tanto que
la gente de El Jobo empleaba posiblemente lanzas y azagayas armadas con puntas
líticas más pesadas, propias para la cacería a corta distancia, para la captura de fauna
pleistocena de mayor tamaño y de inferior movilidad.

Los cazadores especializados subandinos joboides del estado Lara


(Noroeste de Venezuela)

En el territorio del actual estado Lara, los megaterios (Eremotherium elenense) toda-
vía existían hace 6000 + 190 años a.p. (4884 + 190 años a. C.) en la región monta-
El alba de la sociedad venezolana 209

FIGURA 24
El Cayude. Puntas de proyectil: A) de tipo Folsom y B) de tipo Clovis.
210 Mario Sanoja Obediente

ñosa que rodea al valle de Quíbor, constituyendo ésta quizás una de las fechas ter-
minales para la fauna antigua en el noroeste de Venezuela (Sanoja y Morganti 1985;
Sanoja 2001). De la misma manera, el registro arqueológico atestigua la existencia
de poblaciones de antiguos(as) cazadores(as) de la tradición El Jobo en los valles y
cuencas aluviales montañosas del estado Lara. Se trata de puntas de proyectil lan-
ceoladas, bifaces en forma de almendra, raspadores, martillos y lascas primarias,
particularmente en sitios como Las Mesas (Sanoja 1984b: 64) y Las Tres Cruces
(Vierma 1995; Jaimes 1993, 1996).
La extensión del territorio ocupado por la sociedad de cazadores especializados
del noroeste de Venezuela alcanzó, como vemos, hasta distintos valles subandinos
en el estado Lara, al sur del estado Falcón, testimoniada por los hallazgos de Molina
(1985). Ejemplo de ello es el sitio Las Mesas, ubicado en el valle de Carora, donde
se hallaron complejos de instrumentos de producción relacionados con la tradición
bifacial de El Jobo, particularmente puntas foliáceas con muescas o retoques en los
bordes, cuchillos, raspadores sobre lascas y gran cantidad de desechos de talla.
Las investigaciones en curso sobre los pueblos cazadores especializados que
habitaron el actual territorio del estado Lara indican la posible existencia de una
jerarquización de las áreas de actividad que, por una parte, parecen corresponder
a diferentes procesos de trabajo mientras que por la otra, podrían evidenciar tam-
bién el cumplimiento de calendarios de actividades estacionales para apropiarse las
diversas materias primas y recursos naturales concentrados en diferentes lugares y
tiempos del espacio territorial explotado por una banda de cazadores (Jaimes 1996:
37-62; Vierma 1995: 31-74).
Como demuestra el registro arqueológico espacial de sitios arqueológicos de Fal-
cón y Lara, los cazadores especializados o paleoindios armaban sus campamentos
cerca de los puntos de agua –lagunas, ciénagas, etcétera, donde los animales acudían
para abrevar–, donde luego despresaban las carcasas para consumir la carne y utili-
zar los huesos y los tendones para manufacturar otros instrumentos de producción
(Vierma, 1995: 31-62; Jaimes 1999: 37-62).
Los instrumentos líticos característicos del modo de vida de los antiguos caza-
dores del noroeste de Venezuela en los valles del estado Lara han sido estudiados en
los sitios de Las Tres Cruces (Vierma 1995; Jaimes 1993, 1996), particularmente
puntas de proyectil lanceoladas, bifaces, raspadores y similares relacionados con la
tradición El Jobo. El sitio Las Tres Cruces presenta evidencia de su utilización mul-
El alba de la sociedad venezolana 211

tifuncional como taller para obtener y procesar la materia prima para fabricar ins-
trumentos líticos de producción y para apropiar recursos de subsistencia. El mismo
parece haber servido de base para la ejecución de diferentes procesos de trabajo, tales
como la explotación de las canteras de materia prima, el desbastado de preformas y
la fabricación de instrumentos líticos de producción y para la apropiación (mediante
la recolección o la caza) de los recursos de subsistencia que existían estacionalmente
en dicha área.
El sitio Los Planes, estado Lara, ha sido definido por Jaimes (1996) como “un
espacio multifuncional de recurrencias cortas”, esto es, como un área donde los ca-
zadores-recolectores iban a apropiarse los recursos naturales de subsistencia que se
concentraban estacionalmente en dicha región. El sitio Los Planes (Jaimes 1996)
parece representar un área donde los cazadores iban a procurar los recursos natu-
rales de subsistencia que se concentraban posiblemente en dicha área de manera
estacional. Otro sitio, El Vano (Jaimes 1996: 47), fechado en Beta-95602 10.710
+ 60 años a.p., pareciera, por el contrario, haber sido un área de captura estacional,
de destazamiento y procesamiento de la materia prima ósea de los especímenes de
fauna tales como megaterios y gliptodontes que iban, posiblemente, a abrevar en
una antigua laguna pleistocénica existente en dicha región. Se hallaron en contexto
estratigráfico tres fragmentos de punta de proyectil y un conjunto de artefactos lí-
ticos, así como evidencia de cortes, impactos y hematoimpresiones en los huesos de
Eremotherium rusconni.

El sitio La Hundición

Como evidencia de la diversidad cultural que existió entre los pueblos cazadores
especializados del noroeste de Venezuela, en las serranías que rodean al valle de
Quíbor, estado Lara, las investigaciones arqueológicas permitieron el hallazgo, en el
sitio La Hundición, de puntas de proyectil del tipo denominado “cola de pescado”,
perforadores, pequeños bifaces amigdaloides, raspadores, martillos y lascas prima-
rias que identifican, posiblemente, a un campamento de cazadores organizado en
torno a los restos de una presa cazada (Pantel, 1983).
El sitio La Hundición se encuentra ubicado en las montañas que rodean el valle
de Quíbor, a una altura de 900 m.s.n.m. cerca de una aldea de ceramistas artesanales
de tradición indígena denominada de Yai, estado Lara, Venezuela. Tales montañas
212 Mario Sanoja Obediente

forman parte de las estribaciones septentrionales de la serranía andina, donde se


localiza una serie de valles interiores rodeados de serranías de baja altitud. El sitio
arqueológico se localiza al oeste de la localidad de Sanare, capital del municipio An-
drés Eloy Blanco. Sus coordenadas son: Latitud 9° 46´ 10” y longitud 69° 41´ 30”. El
sitio aparece como una pequeña depresión dentro de una reducida sección cóncava
del suelo cerca de la laguna fosil denominada Yai. El suelo de la depresión se halla a
unos 6 m por debajo de la superficie circundante.
El yacimiento, en general, tiene el aspecto de una depresión muy erosionada en
la cual los paleoestratos han sido expuestos por la acción de las aguas de escorren-
tía cuya superficie estaba literalmente recubierta con materiales rodados; dentro
de este contexto, fue posible recuperar la base aflautada de una punta “cola de pes-
cado” asociada con raspadores unifaciales o bifaciales ovales y una gran cantidad
de microlascas.
La mayor parte de los materiales líticos de La Hundición estaba manufactu-
rada con chert silíceo de grano fino, de color negro. Asociados dentro del espacio
reconocido. Inmersos en el estrato basal de la depresión, de característica arcillosa,
se hallaron restos de fauna que fueron luego identificados como vértebras y huesos
largos de Eremotherium sp. que obviamente había sido cazado y destazado para con-
sumir su carne.
En una segunda campaña de excavación, se realizaron sondeos alrededor de las
concentraciones de restos óseos del Eremotherium y de las concentraciones de mate-
rial lítico superficial que habrían sido ubicadas en el sitio. Uno de los hallazgos más
relevantes, a 10 cm de profundidad, fue el fragmento basal de otra punta “cola de
pescado” de base aflautada, manufacturada en chert silíceo de grano fino (Fig. 26), la
cual parece representar un ejemplo clásico de las ya reportadas en El Inga (Ecuador)
y Cueva Fell (Chile). Se hallaron, igualmente, un perforador y dos pequeños bifaces
amigdaloides (Fig. 25B), así como una gran cantidad de posibles desechos de talla, lo
cual permite suponer la existencia en el área de un posible sitio taller. Trabajos pos-
teriores han permitido recuperar, a la misma profundidad y en torno al área de con-
centración de restos paleontológicos, nuevos ejemplares completos de puntas “cola
de pescado” de base aflautada (Sanoja y Vargas 2004). El material recuperado forma
parte de las colecciones del Museo Arqueológico de Quíbor, estado Lara, Venezuela.
En la principal concentración de restos de fauna se localizó gran cantidad de
costillas, fragmentos de pelvis y vertebras, así como evidencias de que el suelo donde
El alba de la sociedad venezolana 213

aquellas se hallaban depositadas, de color grís oscuro, había sido sometido a la


acción del fuego. La asociación espacial de la actividad humana indica la presencia
de puntas “colas de pescado” de artefactos líticos dispersos sobre la mayor parte
del sitio, observándose una mayor concentración de dichos artefactos en torno
a los restos destazados de megafauna extinta. De ser correctas, las asociaciones
espaciales observadas en el sitio La Hundición, estado Lara, indicarían que al ca-
zar un animal los individuos de la banda habrían destazado in situ el cuerpo de la
presa o parte del msmo en las orillas de la laguna fósil, procediendo subsecuen-
temente a someter la carne al fuego en hogares o fogones al aire libre construidos
en la oportunidad. Ello nos indicaría, como ya lo observamos al analizar el modo
y los procesos de trabajo de los cazadores de Falcón, que los cazadores larenses
también armaban sus campamentos o paraderos temporales en el sitio de matanza
o en las vecindades de los puntos de agua donde los animales vendrían a beber
ocasionalmente. Lo anterior ha llevado a Pantel (1983) a considerar que el sitio La
Hundición pudo haber sido un campamento estacional al mismo tiempo que un
taller para la manufactura de instrumentos líticos de producción. Jaimes considera
igualmente, que el conjunto de instrumentos de producción asociados a las puntas
de proyectil “cola de pescado”: perforadores, bifaces y lascas primarias, permite
suponer que el sitio funcionaba como taller para desbastar las preformas de chert
silicio, como sitio de matanza y faenamiento de fauna pleistocena, al mismo tiem-
po que como campamento estacional, a juzgar por la posible presencia de hogares
o fogones. Una propuesta similar ha propuesto Jaimes (1990, 1992, 1994, 1996)
para otros sitios similares en el estado Lara.
La asociación espacial entre los restos esqueléticos del Eremotherium elenese) y el
contexto de instrumentos líticos excavados en su periferia, ha sido cuestionado por
el paleontólogo Omar Linares, debido principalmente a la fecha muy joven obtenida
del colágeno degradado de los huesos de aquel (Linares 1990: 25-3). Las fechas ab-
solutas obtenidas a partir del colágeno de los huesos del megaterio de La Hundición
arrojan una antigüedad de 6884 + 190 años a.p., aproximadamente unos 5134 +
190 años antes de Cristo (Sanoja 2000), muy posterior a las fechas de El Inga (Bell
1965) y a las fechas estimadas por Oliver y Alexander (1990) para la tradición El
Cayude de Paraguaná. La fecha mencionada podría significar la data de muerte del
megaterio, la cual no necesariamente podría corresponder también con la de las pun-
tas “colas de pescado” en dicho sitio. El hallazgo de diversos esqueletos de megaterio
214 Mario Sanoja Obediente

en diferentes valles cercanos deja entrever que esta zona pudo haber constituido un
posible refugio para la fauna pleistocénica que habría sobrevivido hasta el óptimo
climático, cuando las condiciones ambientales comenzaron a cambiar propiciando
modificaciones del ambiente que afectaron profundamente la existencia de bosques
y sabanas húmedas, formaciones vegetales de las cuales dependía la alimentación de
los megaterios.
La asociación de puntas tipo “cola de pescado”, posiblemente puntas de flechas,
de cuchillos y raspadores sobre lascas, bifaces amigdaloides, percutores, raspadores y
lascas prismáticas, recuerda los instrumentos de producción utilizados por las ban-
das de cazadores antiguos de la tradición El Cayude, estado Falcón, contrariamente
a la asociación regional de puntas líticas de proyectil tipo El Jobo utilizadas para ser
enmangadas en lanzas o venablos. Ello podría indicar la posible presencia de pueblos
cazadores que utilizaban puntas de proyectil tipo “cola de pescado” para la cacería
con arco y flecha, relacionada con los antiguos pueblos cazadores del extremo sur de
Suramérica (Bate 1983 II: 208), coexistiendo en los mismos territorios de Falcón y
del actual estado Lara, con los pueblos cazadores con lanzas o venablos de la tradi-
ción El Jobo, compartíendo quizás los mismos territorios de caza y los campamentos
de vivienda evidenciando, como hemos aludido en la tesis teórica de esta formación,
la existencia de mecanismos de cooperación entre las bandas para optimizar el pro-
ducto extraído del ambiente.
La presencia de puntas pedunculadas y “colas de pescado” en Falcón y en Lara,
respectivamente, sugiere igualmente que ciertas poblaciones cazadoras de ambas
regiones relacionadas con la tradición El Cayude ya poseían un ajuar de conocimien-
tos tecnoeconómicos más avanzado que las poblaciones cazadoras de la tradición
El Jobo, cuyos instrumentos de producción manufacturados con base en núcleos de
cuarcita que debían ser quizás empleados para la cacería o el combate a corta distan-
cia, eran más pesados y toscos que las puntas de proyectil pedunculadas o aflautadas
tipo Clovis, manufacturadas con base en lascas de chert, más livianas, efectivas y
versátiles tanto para el combate como para la caza a corta o larga distancia.
Las puntas de proyectil aflautadas y las puntas “colas de pescado” de los cazadores de El
Cayude y La Hundición son parte de un ajuar de instrumentos líticos de sílex cuyas formas re-
cuerdan, por una parte, los de la tradición Clovis de Norteamérica y, por la otra, las de tradición
Magallánica de Tierra del Fuego (Mayer-Oakes 1974) y de las similares existentes en los valles
andinos de Ecuador (Bell: 1965; Pantel. 1983).
El alba de la sociedad venezolana 215

FIGURA 25
La Hundición. a) Punta de proyectil “cola de pescado”. b) Fragmento basal aflautado
de una punta “cola de pescado”. c, d, e) Bifaces.
216 Mario Sanoja Obediente

Otros testimonios sobre el modo de vida de los antiguos recolectores cazadores,


han sido hallados también en la costa noroeste del lago de Maracaibo (Cruxent,
1962) en el sitio de Manzanillo, parte de una extensa formación de antiguas dunas,
denominada formación El Milagro, posiblemente de origen eólico, cuya antigüe-
dad podría estimarse, quizás, entre finales del Pleistoceno e inicios del Holoceno.
El utillaje que caracteriza el sitio arqueológico está caracterizado por la presencia
de artefactos líticos que se hallaban posiblemente en su fase de desbastado inicial,
manufacturados con madera fósil, los cuales incluyen instrumentos bifaciales y uni-
faciales, grandes lascas y raspadores de aspecto rústicos, posibles preformas cuya
definición morfológica posterior se efectuaría dentro del área de utilización de los
artefactos. Utilizando el modelo sugerido por Morganti y Rodríguez (1983), esta
última fase se habría llevado a cabo en campamentos-talleres que hoy día podrían
estar sumergidos bajo las aguas del lago de Maracaibo o de los sedimentos de los
ríos adyacentes al sitio de Manzanillo. La supervivencia de las poblaciones de caza-
dores antiguos como forma de organización social y como sistema de apropiación de
recursos alimenticios, estuvo condicionada por la posibilidad de apropiarse de una
megafauna abundante, la cual parece haberse extinguido entre el octavo y el sexto
milenio antes de Cristo.

La fase final del modo de vida cazador especializado del Noroeste de


Venezuela

A diferencia del oriente de Venezuela, las investigaciones arqueológicas en el NO de


Venezuela no han aportado, por ahora, informaciones que permitan sustanciar la
fase final del modo de vida cazador especializado. Solo el fechamiento de C14 para
el sitio La Hundición, estado Lara, ya mencionado, con base en el colágeno extraí-
do de los restos óseos de un megaterio menor Eeremotherium elenense asociado, al
parecer, con una industria lítica bifacial dominada para la presencia de puntas “cola
de pescado”, proporciona una datación absoluta tardía de 6840 + 190 a.p. (4884 a.
C.; Sanoja 2001: 17) para la existencia de la megafauna pleistocénica que habitó los
valles y cuencas fluviales del estado Lara.
La mayoría de los valles subandinos del estado Lara muestran indicaciones de
profundos cambios en la geomorfología por arrastres fluviales ocurridos durante el
Holoceno, fenómeno que ha sido relevado, entre otros, por los geólogos Schubert y
El alba de la sociedad venezolana 217

Valastro Jr. (Schubert Carlos y S. Valastro Jr.: 1980). En el valle de Camay y el valle
de Quíbor, las profundas cárcavas excavadas por la erosión fluvial muestran la exis-
tencia alternada de fases de arrastres de sedimentos pesados y fases de deposición
de sedimentos livianos (arcilla y arena), que parecen indicar formación de lagunas de
aguas tranquilas donde se encuentran a veces restos paleontológicos.
En el sitio arqueológico Camay, estado Lara, el depósito arqueológico cerámico
relacionado con la distante cultura Valdivia se encuentra a tres m de profundidad
(Basilio 1959: 144-145; Sanoja 2001) en un estrato de sedimentos livianos fechados
tentativamente entre 2000 y 1000 a. C., recubiertos por una nueva deposición alu-
vial donde se hallan los restos cerámicos de la tradición Santa Ana, fechados tenta-
tivamente entre 1000 y 500 a. C. (Sanoja 2001: 17; Sanoja y Vargas-Arenas 2007b),
la cual se extendió desde la cordillera andina venezolana hasta la cuenca del lago de
Maracaibo alrededor de 500 a. C. (Wagner, Erika: 1980; Tarble, 1982). Como re-
sultado de aquellos deslaves cíclicos se formaron, al parecer, suelos de arcilla arenosa
de gran espesor, sin muchos nutrientes, que propiciaron la desertificación progresiva
del paisaje. Es posible, por lo antes expuesto, que el final del modo de vida de los
cazadores especializados y la aparición de grupos agroalfareros en el noroeste de
Venezuela haya ocurrido alrededor del óptimo climático.
La tradición Santa Ana podría representar el origen de un centro occidental de
desarrollo cultural agroalfarero de la cual emergió más tarde la tradición Tocuyano,
de acuerdo con la hipótesis emitida por Rouse y Cruxent (1983: 66-67) y Oliver
(1988), que representaría igualmente un foco secundario de domesticación de espe-
cies endémicas de maíz y de yuca en el piedemonte andino oriental.
Aparte de los caquetío, en la extensa región existente entre el sur del estado Fal-
cón y el norte del estado Lara, donde se concentra la mayoría de sitios arqueológicos
relacionados con los cazadores especializados, existían para el siglo XVI otras etnias
que no eran al parecer de filiación arawaka, tales como los jiraharas, gayones e indios
barbudos como los ayomanes, hablantes de lenguas ya extintas, los cuales podrían
corresponder, quizás, con una antigua capa de población anterior a la arawaka, de
posible filiación chibcha (Federman Nicolás 1837; Acosta Saignes, Miguel 1954.
111; Jahn, Alfredo. 1973: 38-82). Es oportuno recordar que las primeras oleadas de
recolectores cazadores generalizados paleoasiáticos fueron clasificados por Green-
berg (1987: 389; Layrisse y Wilbert 1999: 171-174), como pertenecientes a la familia
Chibcha-Paezana, familia Macro-Chibcha de lenguas con una amplia dispersión
218 Mario Sanoja Obediente

territorial. Greenberg (ibíd: 335) adelantó la hipótesis de una fecha razonable de


10.000-11.000 años a.p. para el origen de algunas lenguas Macro-Chibcha, sugi-
riendo que pudo ser la matriz de las lenguas que hablaban los antiguos pobladores
paleoasiáticos. Entre los Chibcha-Paezano, menos del 2% (0,0168) de los individuos
eran Dia-positivos (Layrisse y Wilbert 1999: 26, 172), lo que según dichos autores
concede una gran antigüedad a aquellas lenguas.

15. Resumen y conclusiones


Procesos civilizatorios originarios suramericanos: el Atlantico y el Pacífico

Hace unos 10.000 o 12.000 años, finales del Pleistoceno, se produjeron cambios
importantes en el nivel del mar, el cual alcanzó aproximadamente su nivel actual
hacia 8.000 años antes de ahora, determinando así mismo modificaciones tanto en
el relieve litoral como en el de las grandes cuencas fluviales suramericanas. A partir
de aquel momento, la estabilización de las condiciones materiales de vida determinó
que una parte importante de las distintas comunidades de recolectores cazadores ge-
neralizados de origen paleoasiático o paleomongoloide que ya vivían en Suramérica,
desarrollasen diversos géneros de vida basados en la explotación de los principales
recursos naturales de subsistencia, particularmente plantas útiles y comestibles que
dominaban el ambiente circundante, determinando la aparición de un lento proceso
de territorialidad que habría de culminar hacia 5.000 años a.p. con la aparición de
sociedades sedentarias.
A partir de aquel momento (Sanoja 2007: 23-42), comenzaron a conformarse
dos grandes procesos civilizadores, expresión territorial de la colonización origina-
ria de Suramérica por las sociedades recolectoras cazadoras:
a) Uno que se desarrolló a lo largo de la vertiente pacífica de Suramérica y de la
cordillera andina que podríamos denominar –grosso modo– como andino, cuyo
clímax fue el Imperio Inca. El mismo englobó las poblaciones originarias de un
eje territorial y cultural que comprende las actuales repúblicas de Costa Rica,
Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Argentina y Chile.
b) Un proceso civilizador que ocurrió a lo largo de la vertiente atlántica surame-
ricana, región dominada por formaciones selváticas, sabaneras y montañosas que
se hallan en las cuencas del Amazonas y del Orinoco, las formaciones de pampas
El alba de la sociedad venezolana 219

y sabanas que se extienden desde Venezuela hasta la Patagonia, el cual culminó


en diversas regiones con la estructuración de sociedades complejas, cacicales o
señoríos tipo Estado (Sanoja 2007: 53-54).

El litoral pacífico

Cuando analizamos la dinámica histórica de los más antiguos pueblos originarios


de la vertiente occidental de Suramérica, encontramos que en el litoral pacífico de
Ecuador, Perú y el norte de Chile, desde el año 8000 antes de ahora, grupos humanos
recolectores marínos, pescadores y cazadores comenzaron a desarrollar procesos de
recolección y protocultivo de plantas útiles que culminaron hacia 5000-4000 años
a.p. en sociedades aldeanas agroalfareras plenamente sedentarias. De esta manera,
los antiguos modos de vida cazadores recolectores comenzaron a dar paso a nuevos
modos de vida donde la recolección marina, la pesca, la caza terrestre, la recolección
y cultivo de plantas comestibles se transformaron en el fundamento de las nuevas
formas de vida sedentaria.
Aquellas transformaciones en los modos de vida de las poblaciones originarias
podrían relacionarse con el influjo de poblaciones humanas braquicefálicas neomon-
goloides Diego positivas (Di.a+), muy parecidas a las poblaciones modernas del norte
de Asia, que entraron en América por Alaska alrededor de 9.000 años antes del pre-
sente y se expandieron a través de Norteamérica. Alrededor de 7.000 años antes del
presente, según Layrisse y Wilbert (1999: 188), algunos de dichos grupos ya habían
llegado al istmo de Panamá y penetrado en Suramérica colonizando el litoral pacífico
y la región andina, desde Colombia hasta el norte de Chile y Argentina, cuyos des-
cendientes son conocidos como quechuas y aymaras (Layrisse y Wilbert 1999: 190).
En la sabana de Bogotá, el registro arqueológico indica que la población origi-
naria agricultora de filiación chibcha estaba constituida en un 80% por individuos
braquicéfalos, y en un 20% por dolicocéfalos de las poblaciones arcaicas suramerica-
nas (Silva Celis 1945; Correal Urrego y Van der Hammen 1977: 129). Ello indicaría
que desde el año 7000 antes del presente se estaban produciendo grandes cambios
cualitativos en estas regiones del continente, expresados en procesos de mestizaje,
sedentarización, domesticación de plantas, producción de alfarería y cestería e ini-
cio, en general, de formas de vida aldeana.
Sobre la fachada pacífica suramericana, el océano aseguraba a las poblaciones
220 Mario Sanoja Obediente

originarias una fuente de alimentos marinos, abundante y variada durante todo


el año. El litoral oceánico, caracterizado por una extrema aridez, está interrum-
pido de trecho en trecho por ríos que bajan de las serranías andinas, formando
en su desembocadura extensos suelos aluviales que servían de nicho a una gran
diversidad de flora y fauna terrestre. Como consecuencia de un largo período de
maduración social y cultural, las antiguas bandas de pescadores, cazadores y reco-
lectores de plantas se transformaron hacia 5800 a.p. en comunidades agrícolas se-
dentarias que practicaban la pesca y la recolección marina. En un cierto momento
comenzaron a derivar hacia sociedades complejas, donde comienzan a construir,
en el medio de las aldeas, estructuras de adobe piedra que servían como templos
y asiento de grupos de individuos que controlaban la producción y la distribución
de los bienes producidos. Procesos similares comenzaron a producirse en los valles
andinos, fundamentados en la domesticación de animales gregarios y el cultivo
del maíz y la papa, originando así procesos de integración altitudinal entre los
diversos géneros de vida litorales y del interior (Moseley, 1975; Lumbreras 1983:
28-44; Lavallée 1995; Shady 1997).
En los valles andinos del sur de Colombia, las evidencias arqueológicas pare-
cen indicar que ciertos grupos de antiguos recolectores cazadores ya practicaban
la recolección, el cultivo y la domesticación de plantas como el maíz y la calabaza y
frutos como el aguacate (Persea americana), desde hace 4.000 años a.p. (Rodríguez
C. 2002: 36.). De manera concurrente, sobre el litoral pacífico suramericano, los
Andes centrales y el norte de Argentina, la simbiosis entre los recolectores cazadores
altoandinos y los del litoral dio paso a un proceso de neolitización marcado por el
descubrimiento del cultivo de plantas como los frijoles, el maíz, la papa, la arracacha
y otras raíces y tubérculos, la calabaza, el ají y otros productos vegetales, conjunta-
mente con la domesticación de camélidos como las llamas y las alpacas.
La sinergia entre las poblaciones recolectoras cazadoras originarias que habita-
ron el litoral pacífico del norte de Chile, Perú y Ecuador y el litoral atlántico colom-
biano con las de las serranías andinos, fue una de las condiciones para desarrollar
nuevos modos de vida que permitieron lograr un progresivo dominio de los diver-
sos ambientes y recursos naturales existentes tanto en el litoral como en los valles
serranos y altoandinos. Ello se logró mediante formas de integración altitudinal
socioeconómicas y culturales que sirvieron de fundamento, posteriormente, al naci-
miento de las sociedades sedentarias complejas, los estados “prístinos” y la sociedad
El alba de la sociedad venezolana 221

clasista inicial de la región andina.


Lo que se denomina como el área andina central, la costa desértica o semidesérti-
ca, la cordillera y el piedemonte oriental o amazónico presentaba biotopos favorables
para el desarrollo de sociedades complejas: a) la biomasa marina más rica del hemis-
ferio occidental, b) un desierto costero habitable solamente en la desembocadura de
los cursos de agua que descienden de las serranías andinas formando oasis aislados,
c) la concentración de especies animales como las llamas y alpacas susceptibles de
ser domesticadas, y d) la existencia de plantas domesticables, comestibles y útiles en
general, tanto en el litoral pacífico, las serranías andinas y el piedemonte amazónico.
Las sociedades de la región andina central diseñaron, en consecuencia, una nue-
va concepción de la apropiación y desarrollo de los recursos naturales, que integraba
los diferentes ecosistemas productivos dentro de una red de intercambios econó-
micos, tecnológicos y culturales dominada por un modo avanzado de producción
agropecuaria. Gracias a este proceso de neolitización que impactó todas las socieda-
des regionales, en el lapso comprendido entre los años 6000 y 4500 antes de ahora,
florecieron también aldeas agroalfareras en la costa del Perú; la costa de Guayas,
Ecuador, y la costa caribe colombiana, así como en los valles intermontanos de los
actuales Perú, Bolivia Argentina y Ecuador, iniciando así un desarrollo poblacional
y tecnológico que hizo posible la expansión económica tanto del área central andina
como de su periferia a partir de un régimen clasista políticamente centralizado, cate-
goría que describen los clásicos como Palerm (1976) y Wittfogel (1981) como modo
de producción asiático o despótico.

La georregión del noroeste de Venezuela

En el noroeste de Venezuela, colonizado por cazadores recolectores especializados,


se desarrollaron también a partir de la era cristiana, sociedades altamente complejas,
algunas de las cuales alcanzaron a ser casi de tipo estatal. En el caso de Venezuela, muy
posiblemente desde 3.500 años antes de ahora, ya existían en el valle de Carora, estado
Lara, aldeas sedentarias donde ocurrió domesticación secundaria de plantas como el
maíz, la yuca y la auyama, la manufactura de una alfarería reminiscente de la de Val-
divia, costa de Guayas, Ecuador, ca. 5000-4000 años a.p. (Sanoja 2001: 2-19), culmi-
nando en el siglo XVI de la era con el desarrollo de sociedades arawakas tipo Estado
como la caketía (Vargas et álii 1997) o como la timoto-cuica o mu-ku (Clarac 1996:
222 Mario Sanoja Obediente

27-28), donde se formaron centros protourbanos basados en la agricultura de regadío


y el cultivo en terrazas, la producción artesanal de tejidos, alfarería y bienes suntuarios.

El litoral atlántico

El proceso civilizatorio que ocurrió a lo largo del litoral pacífico tuvo efectos muy
atenuados en las sociedades tribales del oriente de Suramérica, a pesar de que hubo
relaciones constantes entre las poblaciones de ambas regiones. Uno de estos contac-
tos, que está plenamente documentado, es la presencia hacia el año 3000 antes del
presente, de sitios arqueológicos como Barrancas en el Bajo Orinoco, cuya alfarería
está relacionada con culturas del formativo temprano y medio de la vertiente amazó-
nica de los Andes centrales tales como Kotosh y Chavín (Sanoja 1979: 291-324). La
excelencia de la manufactura alfarera característica del formativo andino, dio origen
entre 3000 y 2200 años antes de ahora a una compleja tradición ceramista como Ba-
rrancas, pero no reprodujo las pautas de organización social ni las de vida urbana del
formativo andino. Ello nos indica que el nacimiento de las sociedades urbanas no se
origina en acciones voluntaristas de colectivos humanos, sino que responde a condi-
ciones sociohistóricas concretas, las cuales no se dieron plenamente en el Bajo Orino-
co hasta comienzos del siglo XVII de la era cristiana (Sanoja y Vargas-Arenas 2005).

Los inicios del cultivo de plantas y de la alfarería

A comienzos del Holoceno, hace 10 a 8 mil años en el este de Suramérica, las po-
blaciones de antiguos recolectores cazadores habitantes de las regiones litorales y
del interior que se extendían desde el norte de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil
hasta el delta del Orinoco y la isla de Trinidad, consolidaron géneros de vida genera-
lizados de caza, pesca, recolección y cultivo de plantas útiles, particularmente raíces,
tubérculos y palmáceas (Sanoja 1982).
En el Alto Madeira, Brasil, nacientes del río Amazonas (Miller 1992: 227-228;
Meggers y Miller 2003) observamos la larga ocupación de grupos recolectores caza-
dores generalizados, la cual culminó con una fase agroalfarera donde ya existía una
forma incipiente de cultivo ejemplarizado en la tradición Massangana, 3850 + 70 y
3140 + 70 años a.p., evidenciada por la presencia de pequeños morteros, piedras de
moler y manos, así como hachas y azadas líticas.
El alba de la sociedad venezolana 223

En las regiones litorales del noreste de Suramérica, dominadas por el delta del
Orinoco y el delta del Amazonas, la subsistencia se fundamentó esencialmente en la
recolección de conchas marinas, la pesca y la caza terrestre centrada principalmente
en torno a ecosistemas húmedos como los manglares. En las regiones del interior,
la recolección de bivalvos y moluscos de agua dulce se complementaba con la pesca
riparia o lacustre, la caza terrestre, la recolección y el cultivo de plantas vegetativas.
La similitud de sus contenidos cualitativos estimuló entre la población de ambas
regiones una sinergia que contribuyó grandemente a disminuir el nivel de contradic-
ción y la velocidad del cambio social.
Aquel contexto es reminiscente del de otros sitios arqueológicos localizados en
épocas más tempranas en el noreste de Suramérica, tales como Banwari Trace, Tri-
nidad, 8000-4000 años antes del presente (Veloz Maggiolo 1991: 55-61; Harris,
Boomert 2000) y el sitio Las Varas, golfo de Paria, Venezuela, 4600 + 70 años a.p.
(Sanoja y Vargas-Arenas 1955), Hossoro Creek, 3330 + 65 a.p., costa noroeste de
Guyana (Williams 1992: 233-252), en el Bajo Amazonas con la fase Mina (Simoes
1981) y la cultura Paituna de Monte Alegre (Roosevelt 1995), donde los antiguos
grupos recolectores pescadores litorales, fluviales y palustres desarrollaron un modo
de trabajo caracterizado por la manufactura de la alfarería y de instrumentos líticos
pulidos como hachas, azadas, morteros y manos de moler cónicas que sugieren el
cultivo o procesamiento de recursos de la yuca combinado con la recolección marina,
la pesca, la caza terrestre.
En aquella extensa región del noreste de Suramérica, entre 8000 y 5000 años an-
tes de ahora, se habría comenzado a desarrollar el sistema agrario de la vegecultura
(Sanoja 1997), como una tendencia hacia el sedentarismo basado en la explotación
de los recursos alimenticios existentes, entre otros, en los ecosistemas húmedos que
se desarrollaron en las zonas litorales, desembocaduras de los ríos, lagunas litorales
y antiguos estuarios desde comienzos del Holoceno (Sanoja y Vargas 1995: 294-
298; Williams 1992: 243-249; Boomert 2000: 94-99) y en las cuencas fluviales del
interior. Ello parece haber propiciado también la domesticación incidental (Rindos
138-139) de plantas como la yuca (Manihot sp.), el ocumo, el ñame, posiblemente la
Canna edulis (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 295-296), y palmas como el moriche
(Mauritia flexuosa), la medula de cuyo tronco permite obtener una harina muy nutri-
tiva. De la misma forma podemos observar que para 4600 a.p. en el sitio Las Varas,
Venezuela (ibíd. 1955: 297-327), los antiguos recolectores, pescadores y cazadores
224 Mario Sanoja Obediente

del litoral ya vivían en aldeas estables ubicadas a orillas de las lagunas litorales recu-
biertas por extensos bosques de manglar.
En el noreste de sur América, como había predicho Sauer (1952), se desarro-
llaron diversos géneros de vida centrados en el cultivo de plantas vegetativas tro-
picales, a partir de las antiguas sociedades de recolectores, pescadores, cazadores
generalizados, donde las mujeres tenían a su cargo importantes prácticas sociales
para la reproducción de la vida cotidiana y de la vida biológica de la comunidad. La
evidencia arqueológica indica –como ya se explicó– que las presencia de instrumen-
tos de producción para la práctica del cultivo y procesamiento de plantas, ya existía
en la región de Paria, Venezuela, hacia 4600 años antes de ahora y en el noroeste de
Guyana hacia 4000 años antes de ahora (Sanoja y Vargas-Arenas 1995: 268-274).
En el delta del Amazonas, Brasil, el descubrimiento de la alfarería y el cultivo
de plantas vegetativas tropicales se realizó también en fechas similares, evidencian-
do que se trató posiblemente de invenciones o descubrimientos que se efectuaron
casi simultáneamente en el seno de antiguas poblaciones recolectoras cazadoras que
estaban tratando de dar respuesta a condiciones sociohistóricas concretas como el
crecimiento vegetativo de la población. No se trataba sólo del efecto de la variable
demográfica sino del conjunto de situaciones relacionales que ello acarrea, como es
la necesidad de tener acceso en tiempo y cantidades predecibles a los suelos que per-
miten la producción controlada de alimentos vegetales y a los nichos y ecosistemas
que albergan los recursos de fauna y flora que complementan el cultivo de plantas.
Consecuencia de dichas situaciones sociohistóricas concretas fue el sedentarismo y
la transformación de las relaciones sociales de producción, la territorialidad y el de-
sarrollo de formas singulares de identidad cultural o étnica que se manifestaban par-
ticularmente en el vehículo de comunicación: las lenguas y los dialectos. Ello alude a
nuestra definición de un sistema agrario como un conjunto finito de relaciones entre
elementos que son constantes, tales como los suelos, el clima y las plantas cultivadas,
y elementos que son variables, tales como los medios de producción y la organización
social de la fuerza de trabajo para actuar dentro del sistema (Sanoja 1997: 20-21).
En la República Dominicana, hacia 2000 años antes de ahora, grupos de in-
migrantes provenientes de las regiones de Paria y el Bajo Orinoco, Venezuela,
introdujeron el método para cultivar y procesar la yuca amarga aplicándolo tam-
bién a especies locales de raíces como la guáyiga (Zamia integrifolia). De igual
manera trajeron consigo la tecnología de manufactura de la alfarería y las pautas
El alba de la sociedad venezolana 225

de vida sedentaria, dando nacimiento, posteriormente, a sociedades complejas


como la Taína (Veloz Maggiolo 1991: 174).
De manera coincidente con el origen del cultivo de plantas y de la alfarería y
los inicios de la vida sedentaria en el noreste de Suramérica, fue alrededor del año
4000 antes del presente, según los datos proporcionados por la lingüística (Swadesh
1964, Urban 1992, Noble 1965, Greenberg 1987, Migliazza et ál 1988), cuando se
produjo un importante evento histórico: la consolidación de las principales familias
lingüísticas suramericanas, lo cual podría estar relacionado también con la consoli-
dación de la producción de alimentos y el proceso de sedentarización que se estaba
operando en la sociedad de recolectores cazadores. Para entonces, los grupos origi-
narios vinculados a las familias proto-Arawak, proto-Ge, Pano, proto-Caribe, pro-
to-Tupí y proto-Tucano, ocupaban –predominantemente– la región centroatlántica
de Suramérica. Por otra parte, para aquel mismo momento la región centropacífica
de Suramérica ya estaba ocupada predominantemente, de norte a sur, por grupos
originarios de las familias chibcha, quechua y aymara.
El carácter disperso de las poblaciones, concentradas principalmente a lo lar-
go de los grandes ríos, en las cuencas lacustres y las regiones litorales, la falta de
rebaños de ganado domesticable como los que existían en los Andes centrales y el
carácter estacional de los modos de trabajar dependientes de los ciclos anuales de los
ríos, propició en los pueblos del noreste de Suramérica el desarrollo de un sistema
sociocultural que funcionaba también cíclicamente, bloqueando el proceso de acu-
mulación progresiva de conocimientos tecnológicos y experiencias sociales como el
ocurrido en la región andina del occidente de Suramérica.
Desde inicios de la era cristiana, las poblaciones hablantes de lenguas tupí-gua-
raníes, arawakas y caribes ya estaban colonizando el extenso territorio que va desde
las bocas del Río de La Plata, Argentina, hasta la cuenca del Amazonas y de allí
hasta la cuenca del Orinoco, la costa caribe y las pequeñas y grandes Antillas. En
ciertas regiones privilegiadas donde existían ríos o lagunas, suelos agrícolas propi-
cios para el cultivo combinado de plantas vegetativas y del maíz, la caza, la pesca y
la recolección, tales como varzeas, bosques rebalseros, bosques de manglar, selvas
de galería, bosques de palma moriche, etcétera, se originaron formaciones aldeanas
igualitarias de complejidad sociopolítica variable, tales como las que existieron en la
cuenca del Medio y Bajo Amazonas, Brasil, en la cuenca del Paraná-Paraguay y las
sabanas del Gran Chaco en la cuenca del Medio y Bajo Orinoco y otras poblaciones
226 Mario Sanoja Obediente

social y estructuralmente complejas en los llanos altos de Barinas y Apure, los valles
de Carora y Quíbor y la cuenca del lago de Valencia, Venezuela, en el Bajo Magda-
lena, Colombia, y en las grandes Antillas, conocidas estas últimas como Taínas, en
Quisqueya (Haití-Santo Domingo), Borinquen (Puerto Rico) y Cuba.
En el NO de Venezuela, como ya expusimos, la transición de la formación de
cazadores recolectores hacia la FES productora de alimentos no a ha sido arqueoló-
gicamente bien esclarecida, por ahora.

16. Venezuela: el presente del pasado


1) Cuando consideramos el resultado final de aquellos procesos culturales mi-
lenarios que venimos de analizar, observarmos que culminaron en el siglo XV
de la era con la formación en Suramérica de sociedades regionales cuyo grado
de desarrollo de las fuerzas productivas iban desde imperios, estados y señoríos
hasta bandas de recolectores cazadores. Todas esas sociedades coexistieron en
el tiempo y en el espacio, sin ignorarse. Consideradas aisladamente, cada una
constituía una singularidad. Consideradas en su conjunto, forman una totalidad
cuyo perfil cultural la diferenciaba del resto de otras similarmente constituidas
en el norte del continente americano.
2) No es nuestro interés hacer una revisión de todo el proceso de colonización
de Suramérica por parte de las sociedades recolectoras cazadoras antiguas, sino
ubicar la colonización originaria del actual territorio venezolano en el marco
general del norte de Suramérica resaltando su carácter de área de innovación
en el campo de la tecnología

3) Nuestro análisis resalta también la importancia del territorio venezolano


como espacio de síntesis de los diversos procesos culturales que se llevaron a
cabo en el norte de Suramérica entre 10.000 años antes del presente y el siglo
XVI. La ya conocida Teoría de la H (Dupuy 1952: 16-17) consideraba que Ven-
ezuela, por su ubicación geográfica, había sido como una especie de encrucijada
de influencias culturales provenientes del área andina y de la llamada “área de
selva tropical”. Rouse y Cruxent (1961: 308), razonando en esa misma línea,
plantearon la existencia en Venezuela precolonial de una dicotomía cultural
oriente-occidente. Hoy podemos dar crédito a esas teorías en el sentido de que
El alba de la sociedad venezolana 227

tuvimos una fachada cultural occidental, andina, y una fachada cultural oriental,
Amazonas-Orinoco, en la cual el río Orinoco funge como el trazo que reúne
ambas fachadas y que las conecta, a su vez, con la georregión cultural antillana.
En el caso particular de las fachadas geohistóricas del oriente y el occidente de
Venezuela, vemos claramente que ellas son el producto de antiguos procesos de
colonización humana del territorio del norte de Suramérica iniciados hace por
los menos 30.000 años por bandas de recolectores cazadores generalizados quie-
nes, para 13.000-10.000 años antes de ahora ya habían comenzado a desarrollar
procesos de territorialidad. Allí se encuentra el origen de la diversidad cultural
y étnica de la nación venezolana, pivote entre Suramérica y el Caribe, de donde
deriva su importancia geoestratégica actual en el contexto regional suramericano
y caribeño.
4) La historia de la colonización del territorio suramericano, y particularmente
de las regiones septentrionales del mismo, conforma a nuestro juicio un pro-
ceso muy diferente al de Norteamérica. Si bien existió, al parecer, una capa de
población paleoasiática originaria común muy antigua, a partir de la misma se
desarrollaron en Suramérica procesos civilizatorios singulares que no podrían
asimilarse mecánicamente a los ocurridos en Norteamérica.
5) Desde comienzos del Holoceno, 10.000-8.000 años antes de ahora, las po-
blaciones humanas que habitaban las regiones litorales y del interior de Sur-
américa, desde la Argentina hasta Colombia, Panamá, Venezuela y la isla de
Trinidad, comenzaron a consolidar nuevos géneros de vida basados en la caza, la
pesca, la recolección y la domesticación de plantas útiles, particularmente raíces
como la yuca, tubérculos y palmáceas, transitando un camino que las llevaría
posteriormente a desarrollar géneros de vida sedentarios, donde el cuido o el cul-
tivo de plantas se convertiría en el soporte principal de la existencia. Es necesario
resaltar el importante papel que debieron jugar las mujeres en dicho proceso de
sedentarización, como responsables de las prácticas de mantenimiento y repro-
ducción ampliada de la vida cotidiana de aquellas poblaciones.
6) La academia estadounidense ha tendido, generalmente, a privilegiar en el
imaginario de los arqueólogos, el estereotipo de los cazadores como el non plus
utra de las formas culturales originarias. En Suramérica, la innovación o la in-
vención de las puntas líticas de proyectil se convirtió en una nueva herramienta
para optimizar la explotación y el aprovechamiento de los recursos ambientales.
228 Mario Sanoja Obediente

Como género de vida, los cazadores especializados tuvieron una deslumbrante


representación en aquellas regiones, como fue el caso del noroeste de Venezue-
la, donde existió una extraordinaria concentración de megafauna pleistocénica.
Una vez desaparecida dicha fauna, la sociedad de cazadores especializados o pa-
leoindia o bien se mestizó con las poblaciones agricultoras o desapareció, como
parece haber sido el caso en Venezuela.
7) Las diferencias culturales que existieron entre las sociedades originarias
recolectoras cazadoras suramericanas se expresaron como georregiones que se
consolidarían posteriormente con el surgimiento de la formación productora de
alimentos, las cuales formarían posteriormente la base territorial de la división
político territorial colonial que nos impuso la Corona española a partir del siglo
XVI. La misma sería a su vez la base cultural y jurídica de los Estados nación que
se constituyen en el siglo XIX, luego de nuestra primera independencia, los cua-
les están en trance de ser reunificados como la Patria Grande que soñaran Simón
Bolívar y Hugo Chávez, bajo los auspicios de bloques de integración regional
como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestramérica, el Mercosur
ampliado, la Unión de Naciones Suramericanas y la Comunidad de Estados La-
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FIN
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