Poemas Urbanos Mario Rivero
Poemas Urbanos Mario Rivero
Poemas Urbanos Mario Rivero
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Contenido
Cubierta
Portada
Créditos
Poemas urbanos
Sábado
Un habitante
Los amigos
El domador de pájaros
Muchachos
Una pequeña historia
La calle
Amanecer
La luna y Nueva York
Palabras a un amigo que se llama Dios
Saludo al astronauta
El padre
8 p.m.
Nadie estaba triste
Collage rubirosa
Motivos del día
Secuencia urbana
John
Réquiem por una tarde
Versos
Entonces
era verano sobre el tiempo
y las frutas…
Los muchachos jugábamos
al foot-ball
al bueno y al malo
en las tardes
con color de azafrán
frente a la fábrica
donde yo iba a ser hombre.
No había tantos papeles
ascensores, antesalas
y pájaros asesinados
entre los edificios.
La llamaba mi pequeña de arroz
y la esperaba
cerca a donde dormían los trenes
mientras el humo
como una culebra de plata
enamoraba el aire
y se metía en mi nariz
de animal triste.
Era un amor de trenzas y overol
y con pobres palabras…
Una pequeña historia
1962
un día cualquiera
los hombres han puesto en órbita
otra cápsula
el astronauta dijo que la tierra
es una bolita azul con tempestades
y que Tú no estabas ni dentro ni fuera.
Crece el día
el estroncio 90 está en la respiración
está en la luz
cae sobre los burros y su carga de flores.
Crece el día
el sol se estira en lenguas dulces
sobre el campo
quema la piel del agua y de los amantes
y un vaho de fornicación asciende.
Crece el día.
Uno no se cansa de estar vivo
aunque se siga anudando la corbata
aunque se sienta el tableteo
de las ametralladoras
aunque la muerte caiga engordando la tierra.
En fin amigo Dios
es 1962
en todos los almanaques
y pueblos oscuros siguen envueltos en su fiebre
construimos casas y bombarderos
que tienen extendidas bajo las alas
las ciudades que no conocemos
No tengo más que contarte.
Estoy solo como un recién llegado.
Tal vez me compre un elefantico
para regalarle a alguien
y aunque Tú no estés ni dentro ni fuera
te pido desde mis dientes de maíz
que nadie se vaya en el verano.
Amigo Dios
Tú que hiciste el mundo en siete días
que de tu mano salieron
mansos valles y delgadas colinas
yo te pido por todos
los que no dicen nada.
Te cuento desde este bosque
de cemento y cristal
que nadie parece malo
cuando atraviesa una avenida
o piensa que fue niño.
Yo los he visto amigo Dios corroerse
y descender como una avalancha
cuando el crepúsculo toma posesión de la ciudad
persiguiendo los días
que se les fueron uno tras otro
hacer el amor y luego sonreír
al secarse los órganos con una toallita de papel
inocentes y hostiles a la humedad de sus cuerpos.
Limosnear constelaciones y veranos
sin saber que el mundo ya está viejo
bajo su apaciguamiento de eternidad
y que la bomba caerá
¿Caerá la bomba sobre la bolita azul?
Saludo al astronauta
El ojo de Dios
ronda
por todas partes
pega sobre las antenas de TV
se detiene
frente
a los neones oscilantes
que anuncian
brasieres Peter Pan
o Lo que el viento se llevó
luego
se esconde en su casa de nubes
Uno
por qué piensa en Dios
precisamente a esta hora
cuando descubre que le gusta
una muchacha
que huele bien
huele a animal
y camina
como sobre aceite
Pero
dejando la muchacha
ellas y ellos
también salen
grises
apretados
sudorosos
de sus jaulas
con la cinta de máquina de escribir
al cuello
cuando el sol está viejo
sobre las fábricas
Y los mariquitas
sueñan
y se sientan
como pequeñas flores
a la hora violeta
y hablan
hablan
como conejos
mordisqueando una col
Las estrellas
empiezan
a cernir su polvo sobre el mundo
son las 8 p. m.
Dios sigue solo
Nadie estaba triste
Doris Duke
–chesterfield y millones–
Bárbara Hutton
–millones más millones histeria–
Odile Rodin
–lolita–
la primera vez que tuviste miedo
47 años son bastante
y la vida
no es una película en tecnicolor
en donde el héroe nunca envejece.
Mario me llamo
soy mordisco al aire
soy un husmea-cosas
soy un cuenta-cosas
Voy al parque
y violo una naranja
para no mirar a una colegiala
que hace su colección
de hojas de otoño
Un día miramos
con más hambre
la corteza de un árbol
y el olor de la gasolina
es un buen olor
Y no nos molesta
la economía de las monedas
vivimos un momento
infinito
cuando descubrimos
inapelablemente
que nos vamos a morir
Entramos al cine
con el plan de arañarle
los muslos a la amiga
y sucede
que lo que vemos en el lienzo
nos hace llorar a los dos
John
usted está muerto
fue en Dallas de un tiro en la cabeza
y con un fusil viejo
–Oswald también murió–
Usted que ganó muchas regatas
en el colegio
que fue marino y naufragó
salvándose para llegar a ser presidente
por fin está solo
conoce ahora las lluvias subterráneas
y sabe para lo que sirve una colina
Usted viajó por muchos países
en un avión veloz
–quería conocerlos a todos–
y todos lo recuerdan
como el mejor deportista
capaz de patear el balón atómico
sonriendo como un gerente
Usted fue un hombre de su tiempo
no usó chistera
bailó el jazz
Joe el trompetista negro lo recuerda
cuando sube la escalera sin fin de su raza
y Blackie el lavaplatos
que no ha podido desteñir sus manos –tralará tralará–
y Tom el portero –señor siga señor–
montañas de señor
Usted está muerto John
pero su sonrisa destella
como azúcar quebrado
a través del Mississipi
entre la noche de los algodonales
donde aún se vive un maltrecho esplendor
y aquí al sur del río Grande
gentes sin futuro
gentes de taller
o de canoa
también lo recuerdan como a un camino.
Réquiem por una tarde
Habíamos caminado
muchas veces
cogidos de la mano por las colinas
Tú alcanzabas la mejor edad
y yo no lo sabía
Me preguntabas como era el olvido
que después aprendimos
Eras algo así
como un olor espeso
que yo olfateaba
cuando la noche y los árboles
estaban más desnudos
Ya ves
Te lo decía
todo es un regreso
En medio de la multitud acezante
las palabras caían
sobre el asfalto
Yo amaba tu piel de cáscara de arroz
y eras parte
de mis cotidianos asuntos
de mis cuadernos
de mis borradores
mis tildes y mis comas
aunque nadie se da a nadie enteramente
El té y la mesita seguirían esperando
porque somos eso
apenas un poco de candela rodante
Me gusta su fragor,
¡el fragor de la calle dura y maloliente, el baño de la vida!
hasta el fin, hasta el alba,
este viajar entre hombres extraños,
gente distinta, a quien no necesito,
gente encontrada sobre la ribera,
a lo largo de la creciente del día
En el tufo, en la estrechez,
dentro de algunas cuatro paredes,
contempla el vaso, se lo lleva a la boca,
me dice que está “haciendo la cosa”
con alguna muchacha,
y piensa en sus motores…
Bajo la carpa,
hombres enmallados, vuelan, se aferran, se sueltan,
y se balancean a vertiginosa altura;
el público los sigue, conteniendo el aliento…
Está tan callado, que parece que no hay
nadie, aquí, abajo,
hasta que despacito, despacito, van
encendiéndose los cigarrillos.