Este documento discute cómo la investigación sobre el desarrollo de la escritura en los niños ha informado la práctica de la enseñanza de la escritura. Explica que los docentes ya no solo se enfocan en los resultados finales sino también en el proceso de producción. Describe las diferentes etapas del proceso de escritura (preescritura, escritura, reescritura) y cómo varían entre escritores. Argumenta que los docentes deben observar cómo sus alumnos escriben para orientarlos mejor y ayudarlos a desar
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Este documento discute cómo la investigación sobre el desarrollo de la escritura en los niños ha informado la práctica de la enseñanza de la escritura. Explica que los docentes ya no solo se enfocan en los resultados finales sino también en el proceso de producción. Describe las diferentes etapas del proceso de escritura (preescritura, escritura, reescritura) y cómo varían entre escritores. Argumenta que los docentes deben observar cómo sus alumnos escriben para orientarlos mejor y ayudarlos a desar
Este documento discute cómo la investigación sobre el desarrollo de la escritura en los niños ha informado la práctica de la enseñanza de la escritura. Explica que los docentes ya no solo se enfocan en los resultados finales sino también en el proceso de producción. Describe las diferentes etapas del proceso de escritura (preescritura, escritura, reescritura) y cómo varían entre escritores. Argumenta que los docentes deben observar cómo sus alumnos escriben para orientarlos mejor y ayudarlos a desar
Este documento discute cómo la investigación sobre el desarrollo de la escritura en los niños ha informado la práctica de la enseñanza de la escritura. Explica que los docentes ya no solo se enfocan en los resultados finales sino también en el proceso de producción. Describe las diferentes etapas del proceso de escritura (preescritura, escritura, reescritura) y cómo varían entre escritores. Argumenta que los docentes deben observar cómo sus alumnos escriben para orientarlos mejor y ayudarlos a desar
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REFORMULACIÓN
Lucy McCormick Calkins
Didáctica de la escritura en la escuela primaria y secundaria
Bs. As., Aique, 2001
Capítulo 3: Cuando la investigación informa la práctica
Últimamente ha crecido el interés en la enseñanza de la escritura, a partir de la gran
cantidad de investigaciones sobre el desarrollo de la escritura en los niños. Esos estudios están teniendo un impacto directo sobre la enseñanza en las aulas. Antes no se enseñaba a escribir textos. Sencillamente, se mostraban textos modélicos, luego se planteaba un tema de redacción, el alumno escribía y el docente corregía el trabajo. Así, el énfasis estaba puesto en los resultados y no en el proceso de producción. Pero en los últimos tiempos ha habido un cambio de paradigma: el docente ahora no sólo se pregunta cómo es un texto bien escrito, sino que investiga cómo hacen los escritores expertos para elaborar sus textos, y qué procedimientos utilizan sus alumnos al escribir. Se han comenzado a tomar en cuenta las estrategias de las que se valen los escritores al redactar sus textos. Muchas veces se tiene la impresión de que, antes de escribir, los escritores se plantean cuestiones tales como “Esta va a ser una argumentación de cinco párrafos”, o “Voy a escribir la descripción de este paisaje”; pero no siempre sucede eso. A veces, el texto argumentativo se transforma en el comienzo de una novela, o la descripción termina en una carta de lectores sobre la contaminación ambiental. De modo que no es sólo analizando textos ideales como se desarrollan las técnicas de escritura. Porque aprender a escribir se parece más a entrenarse en un deporte que al trabajo de microscopio. Si quiero aprender a jugar al fútbol, no me alcanza con ver las jugadas de Maradona: tengo que salir yo mismo a la cancha e intentar hacer goles; y mi entrenador, a mi lado en el campo, debe ir aconsejándome acerca de cómo poner el pie, cómo llevar la pelota... Del mismo modo, los docentes tenemos que observar cómo van realizando nuestros alumnos sus procesos de escritura, para poder orientarlos. No todos seguimos el mismo proceso para la composición de los textos: cada uno va elaborando sus propias estrategias y manejando sus propios tiempos. En este sentido, si los docentes investigamos los diversos procedimientos, analizando lo que hacen nuestros alumnos al escribir, podemos ayudarlos mejor; así, observamos qué funciona y qué no en sus procesos. Por ejemplo, muchos escritores inexpertos interrumpen constantemente el hilo de su escritura para verificar cuestiones tales como la ortografía o la puntuación, y después no se acuerdan de por dónde iba la idea. Esto ocasiona una especie de tartamudeo en el texto, y le da al lector la sensación de algo inconexo. Ningún escritor podría estar conforme con un escrito así, y por eso muy a menudo los alumnos se frustran: conocen el modelo ideal del texto, e incluso podrían afirmar que tenían la idea global para escribir uno bueno… pero se les escapó. Si el maestro se da cuenta de eso, está a tiempo para señalarles cuál es el problema, y sugerir el cambio de estrategia. Otras veces los chicos piensan que una historia de ficción sólo funcionará si enlaza varias hechos sangrientos o desagradables, y así sus relatos son una sucesión interminable de acciones sin ningún propósito: no se les había ocurrido que debían tener una idea (aunque fuera vaga) de hacia dónde iba la historia… O no se plantean cuál es el destinatario posible del escrito, y entonces yerran en el registro o el tono; o desarrollan argumentaciones insustanciales y reiterativas que no convencerían a nadie. ¿Cómo se revierte esa situación? Muy sencillamente: conversando con ellos sobre sus propios textos, acostumbrándolos a que relean, revisen, reflexionen sobre los problemas que presentan, y reescriban.
En otra línea de investigación, podemos observar cómo escriben los expertos, y
descubrir cuáles son su métodos, para poder sugerírselos a nuestros alumnos. Los teóricos hablan de varias etapas en el proceso de escritura: hay quienes las plantean así: preescritura, escritura y reescritura. Otros (Donald Murray, por ejemplo) detallan: “preparación, borrador, revisión y edición” (en el sentido del término inglés editing, es decir, la versión definitiva de un texto, incluyendo cuestiones de diagramación y numeración de páginas). Otros hablan de estas acciones como espirales superpuestas y recurrentes. Y en este sentido, tampoco hay recetas. Un borrador puede tener su punto de partida en una imagen, en una palabra o en una idea que empieza a dar vueltas por la mente; y puede durar minutos, días, o incluso años. Así, la preparación de un texto puede incluso implicar la búsqueda de material para incorporar o el armado de un esquema. A veces, la preparación es apenas una línea de pensamiento. Después viene lo que se suele llamar el “borrador”: una tentativa de poner en texto las ideas, imágenes, palabras que estuvieron rondando. Es preciso que los consideremos apenas como bocetos, bosquejos. Lo importante en esta etapa es no dejar de escribir. Faulkner decía: “Aproveche las oportunidades. Lo que salga puede ser malo, pero es la única manera de que pueda salir algo realmente bueno alguna vez”. Luego vienen las revisiones (no solo la revisión). Esto implica ya volver a mirar lo que se hizo, darle más forma, ajustar lo que se quiere lograr. Dice Murray que las palabras se convierten en una especie de lenta que ayuda a ver cómo van surgiendo los temas y cómo se desarrollan los significados. Este paso es fundamental: para poder determinar la dirección del texto, para llegar a ver los posibles problemas, el escritor se convierte en lector. Y luego, a partir de lo que vio en su texto, de lo que sintió al leerlo, vuelve a ser escritor: tacha una palabra, agrega una oración, amplía un concepto, incluye una descripción (Isidoro Blaisten decía que la mejor manera de corregir nuestros textos es leerlos como si los hubiera escrito nuestro peor enemigo…). Al fin, después de varias relecturas y reescrituras, podrá decir, satisfecho, que el texto está terminado. En mayor o menor medida, estos son los procesos que siguen todos los escritores. Cuenta L. McCormick que hablando con docentes sobre los procesos de escritura y los tiempos de sus alumnos, suele darse una discusión. Muchos suponen que, si comienzan a escribir un lunes, es probable que el martes ya estén en el borrador, el miércoles y el jueves borrador y revisión, y el viernes tengan la versión final. Pero nada es tan mecánico. Las acciones y etapas son recursivas; a veces, ya en la segunda reescritura, surge una idea nueva que obliga a revisar todo lo visto y a reescribirlo. A veces, en la mitad de la edición, el escritor descubre que tiene que investigar en una enciclopedia sobre determinada cuestión, y entonces vuelve a la etapa de preparación. O si un primer borrador resultó satisfactorio, es innecesario pedirle que haga otro… Es decir que un curso en el que hay treinta alumnos escribiendo, cada uno estará en su propia etapa de escritura. El proceso de escritura no se ajusta a un molde, no posee un método de enseñanza estandarizado. Es un diálogo continuo entre el escritor y el texto que emerge. Un diálogo en el que el escritor interroga al texto: ¿Qué dije hasta ahora? ¿Qué trato de decir? ¿Qué tiene este texto de bueno, y qué es innecesario? ¿Cómo suena? ¿Con qué otras palabras podría haber dicho esto para que no se sienta como una frase hecha, algo que cualquiera diría del mismo modo? ¿Qué pensará mi lector cuando lea esto? ¿Qué me preguntará? ¿Qué información le estoy dando que no precisa, y cuál le estoy escatimando? Si nuestros alumnos no se formulan estas preguntas, habrá que ayudarlos a que las encuentren. Y las respondan. Es imprescindible comprender que el texto escrito no se desvanece como la palabra hablada, y que esa permanencia es la que permite que podamos mejorarlo continuamente.