Ilustración Escocesa PDF
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ésta era inculcar una doctrina fijada, no estimular a las mentes inquisitivas. La
Iglesia presbiteriana escocesa absorbía todo el talento intelectual que afloraba a la
superficie en la sociedad y lo ponía al servicio de la eliminación de toda novedad
considerándola herejía. Y luego, de pronto, a mediados del siglo xvm, se despeja-
ron las nieblas de la ignorancia y Escocia pasó de ser uno de los países más atra-
sados de Europa a ser uno de los más civilizados. A figurar, de hecho, durante un
período, en la vanguardia de los acontecimientos que han llevado a los historiado-
res a calificar el siglo xvm como la era de la Ilustración. Esto quizás fuera debido
en parte a los vínculos más íntimos con Inglaterra a partir de la Ley de Unión de
1707, que pasaron a ser definitivos con el fracaso de la rebelión jacobita de 1745;
y no hay duda que tuvieron cierta influencia en el asunto los cambios económicos
que fortalecieron la industria escocesa en la segunda mitad del siglo xvm. Pero los
historiadores confesarán sin dudar que no se ha podido ofrecer, hasta el momento,
una explicación convincente de las razones de esta ascensión de Escocia.
Fuesen cuales fueran las causas, constituyó un fenómeno verdaderamente
notable. Un historiador moderno de Escocia lo describe así:
del siglo xvm. La materia temática de la filosofía moral que más tarde se convir-
tió en las diversas ciencias sociales no estaba totalmente divorciada de la ética,
pero no tenía una conexión particularmente fuerte con ella.
En realidad, la fuente principal de inspiración de los pensadores del siglo xvm
fueron los éxitos de las ciencias naturales. Se admiraba en especial el sistema de
Newton como un modelo al que debían aspirar los estudiosos. Alexander Pope, el
poeta del siglo xvm, sólo exageraba un poco la opinión de los pensadores de la
Ilustración cuando escribió este famoso pareado en su Ensayo sobre el hombre
(1733-1734):
depart inteligente y poderoso». Para Newton, estudiar la naturaleza era equivalente a es-
Histor tudiar a Dios. En el siglo siguiente esto se convirtió en una defensa de la proposi-
Univei ción más básica de la teología.
autor ( Este enfoque de la teología, al que se denominó «religión natural» o «deísmo»,
(Colur se hizo muy popular entre los intelectuales que se ufanaban de ser modernos, aun-
de nur que las personas religiosas de mentalidad conservadora considerasen que era prác-
ticamente equivalente al ateísmo directo. Su consecuencia fue desviar la atención
especi
de los textos sagrados y los comentarios interminables sobre ellos de generacio-
investí
nes de teólogos y filósofos escolásticos, y orientarla hacia el estudio empírico de
y la m
la obra de Dios en la naturaleza. De este modo el cristiano no tenía que conver-
socialt tirse en un escéptico para adoptar el criterio de que hacer progresar la «filosofía
moral» era estudiar las características del hombre como un fenómeno natural. Por
este medio era precisamente por el que realizaba la religión su primera adaptación
a la ciencia.
Pero no basta con considerar al hombre un fenómeno natural para dotar de
fundamentos a la ciencia social. Si pretendemos establecer leyes generales, como
los demás científicos, ha de haber una uniformidad suficiente en la naturaleza hu-
mana para justificar la validez de proposiciones generales. El rasgo más notable
del pensamiento de los filósofos escoceses fue, en parte, su insistencia en la se-
mejanza de los seres humanos. Se apartaban con ello de forma notoria de la opi-
nión común contemporánea, incluso entre los cultos (o puede que sobre todo
entre ellos). Cuando se encuentra, en un libro del siglo xvm, el término «pueblo»,
lo más probable es que el autor pretenda referirse a mucho menos de la mitad de
la población, excluyendo los «estamentos inferiores», a los que se consideraba
más próximos a las «bestias» que al «pueblo» en su carácter intrínseco, y en su
estatus correspondiente en el orden social. La idea de que los hombres difieren
enormemente era apoyada durante esta época por una corriente continua de cróni-
cas de viajes a tierras inexploradas en las que se destacaban, y exageraban, las
prácticas desconocidas y a veces extrañas que habían observado los viajeros, que
demostraban la existencia de seres que, aunque miembros de la especie biológica
Homo sapiens, no podía considerarse que compartieran una naturaleza común con
los europeos o, al menos, con aquellos europeos que escribían y leían libros.
Sin embargo, los filósofos morales escoceses insistían en la uniformidad de
la naturaleza humana. Las narraciones sobre tierras exóticas las consideraban
prueba de la diversidad de la cultura humana, no de diferencias en la naturaleza
humana básica. Francis Hutcheson advertía contra la tendencia a contemplar con
asombro las prácticas de otras culturas, lo mismo que podríamos contemplar fas-
cinados la conducta de animales extraños. Kames y Monboddo, los miembros del
grupo con mayor interés por lo que hoy llamamos antropología, se tomaron esta
cuestión a pecho y se esforzaron por cribar las crónicas sensacionalistas de cultu-
ras exóticas para obtener el oro auténtico: los rasgos comunes de la humanidad.
David Hume, que fue, como historiador, uno de los creadores de la historiografía
moderna, adoptó la opinión de que «la humanidad es prácticamente la misma, en
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 135
todas las épocas y lugares, hasta el punto de que la historia no nos informa de
nada nuevo o extraño a este respecto. Su utilidad principal es únicamente descu-
brir los principios constantes y universales de la naturaleza humana».
La adopción de este punto de vista por Adam Smith se convirtió en el funda-
mento de la teoría económica, como luego veremos. Es importante apuntar aquí
que se convirtió también en la base de la economía normativa, pues cuando Smith
investigó «la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones», incluía a to-
dos los habitantes dentro del término «nación», lo que le llevó inmediatamente a
declarar (para sorpresa de algunos de sus contemporáneos) que una nación no
puede considerarse rica si sus clases más bajas (que constituyen el mayor nú-
mero) son pobres. Antes de Adam Smith la actitud habitual era considerar a los
miembros de la clase trabajadora proveedores necesarios de fuerza de trabajo en
una empresa cuyo principal objetivo era aumentar el poder y la magnificencia de
la «nación», representada por sus «estamentos superiores». A l considerar a la
clase trabajadora parte integrante de la nación cuya cultura y riqueza estudiaban,
Smith y el resto de escoceses prepararon las bases para el desarrollo del utilita-
rismo, que se convirtió en la filosofía social más influyente del siglo xix. Fue
Francis Hutcheson quien acuñó el lema «la mayor felicidad para el mayor nú-
mero», frase que Jeremy Bentham y sus discípulos utilizaron como credo utili-
tarista.
A los filósofos morales escoceses les interesaba sobre todo la conducta so-
cial del hombre. Pero se trataba de una mayor precisión en el enfoque más que
una limitación del campo, puesto que, en su opinión, el hombre es por naturaleza
un animal social. El hombre no es único en este aspecto, igual que no lo es en
otros. Lord Kames pensaba que se podía aclarar en parte la socialidad humana es-
tudiando la conducta de otras especies de mamíferos que viven en grupos, e hizo
algunos intentos de reunir información sobre ello. Lo que diferencia al hombre
del resto de los animales es que su vida social se desarrolla por medio de una es-
tructura de instituciones sociales, muy complejas en las sociedades avanzadas,
que desempeñan funciones esenciales en la enculturación de los menores y orga-
nizan las actividades de los individuos en una empresa colectiva coordinada. Así
pues, el gran interés de los escoceses por las instituciones sociales era reflejo de
su opinión de que el hombre es inevitablemente un ser social, y que su capacidad
para llevar una buena vida y mejorar en ella depende de la calidad de su organiza-
ción política, social y económica. Los filósofos escoceses prestaron atención res-
petuosa a la tesis de Rousseau de que las instituciones sociales son perjudiciales y
pervierten el carácter primario del hombre en su estado natural idílico, pero el
francés con quien estuvieron más de acuerdo fue Montesquieu, que afirmaba que
era puro disparate concebir al hombre como otra cosa que una criatura social. «El
hombre nace en sociedad y en ella permanece», era un comentario de Montes-
quieu que los moralistas escoceses citaban a menudo.
Para los filósofos escoceses, y para algunos otros escritores del momento, el
carácter dual del hombre planteaba un problema que se relaciona con el núcleo
136 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Locke fue concebir la institución del Estado como una maquinaria creada por una
actuación definida, un contrato o alianza acordada por individuos en el «estado de
naturaleza». En mi opinión, creo que los escoceses se daban cuenta de que Hob-
bes y Locke no pretendían que se interpretara esto literalmente como descripción
histórica de unos sucesos reales, pero les parecía gravemente engañoso incluso
como esquema hipotético o metafórico. David Hume, Adam Smith, Adam Fergu-
son y otros atacaron con firmeza el concepto de sociedad basado en un contrato.
El concepto de «estado de naturaleza» se consideraba inadmisible, puesto que el
hombre siempre había vivido dentro de un marco de instituciones sociales, y algu-
nas en concreto, como el Estado, se habían ido formando de un modo natural y gra-
dual. Pensar que hubiera podido instituirse el Estado por medio de un contrato
diferenciado, o incluso pensar que constituía un contrato implícito o un contrato hi-
potético era, en su opinión, una forma estéril de abordar su estudio.
Esta actitud frente a la teoría contractual de la sociedad y del Estado se gene-
ralizó durante el siglo xix. Aunque se seguía respetando a Locke por su filosofía
empírica del conocimiento y por el impulso liberal de su teoría política, perdió
apoyo el enfoque contractual. A medida que fue desarrollándose la ciencia polí-
tica, fue centrándose sobre todo en la evolución de las instituciones políticas y de
sus papeles funcionales en la organización social. Ha habido en años recientes un
resurgir de la teoría contractual, del que es ejemplo en el campo de la filosofía
ética la obra de John Rawls Teoría de la justicia (1971), y el análisis de las insti-
tuciones colectivas que ha iniciado The Calculus of Consent (1962) de J. M . Bu-
chanan y Gordon Tullock.
Como indicábamos en el capítulo 4, cuando analizábamos la teoría política del
siglo xvn, Hobbes sostenía que era necesario un gobierno de poder sin limitaciones
para el mantenimiento del orden social, para impedir que estallase el conflicto anár-
quico de todos contra todos. Los moralistas escoceses no sólo rechazaban la con-
cepción de la sociedad de Hobbes basada en una alianza entre sus miembros, sino
también su concepción del papel del Estado en el orden social. Para ellos, la so-
ciedad funciona como una empresa coordinada en gran parte porque se autogo-
bierna, al igual que sucede en el mundo natural. Todo newtoniano puede
argumentar sin problemas que Dios hizo las leyes de la naturaleza pero que, una
vez establecidas, son esas leyes, no la intervención de Dios, quienes controlan la
órbita de los planetas o la caída de una piedra. Los filósofos escoceses considera-
ron el campo de la conducta humana regido, de modo similar, por leyes semejan-
tes a las leyes de la naturaleza, no por leyes hechas por soberanos o legisladores y
aplicadas por la policía y los tribunales.
Suele atribuirse a Adam Smith la idea de que el sistema social se apoya en
un mecanismo natural de orden espontáneo, debido a la importancia que esa idea
tiene en La riqueza de las naciones, pero ésta era una concepción de la sociedad
generalizada entre los moralistas escoceses y no hay ningún motivo real para atri-
buirla específicamente a Smith, que nunca la reclamó como suya. Como vimos en
el capítulo 5, los fisiócratas tenían en Francia la misma idea. Este concepto de un
138 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
orden espontáneo (orden social sin que nadie dé órdenes; orden sin estructura je-
rárquica) tuvo una enorme importancia en la evolución posterior de las ciencias
sociales, especialmente de la economía. A partir del siglo xvm puede conside-
rarse que toda la economía (incluida la economía marxiana) es en parte un análi-
sis de cómo opera este orden espontáneo, como base necesaria para valorar sus
funciones según los objetivos o fines previstos o como fundamento de propuestas
para modificar su funcionamiento o para sustituirlo por otros métodos de coordi-
nación, con el fin de lograr una mayor eficacia en la consecución de esos objeti-
vos o de otros. La cuestión de cómo se logra y se mantiene el orden social es
también, claro está, un tema básico de otras ciencias sociales, y una cuestión de
gran importancia en la filosofía política. La idea de orden espontáneo se analizará
más detenidamente en este mismo capítulo y en el capítulo 10, donde veremos
que algunas versiones de ella proceden del concepto metafísico de «armonía na-
tural», una idea que no es atribuible a Adam Smith ni al resto de los filósofos es-
coceses. Pero tendremos que aplazar, por ahora, el análisis de esta cuestión.
Antes de dar por terminado este repaso de los escritores escoceses del si-
glo xvm hemos de abordar otra cuestión. He procurado no denominarlos con
un término colectivo como «escuela escocesa», y menos aún con un epónimo
como «hutchesonianos» o «smithianos», o algo similar. El motivo de ello es que,
aunque el grupo compartía las ideas generales que hemos expuesto, discrepaban
en muchas cuestiones y estaban satisfechos de discrepar; ninguno de ellos sentía
necesidad de ajustar sus opiniones a las de otro con el fin de llegar a una doctrina
común. No tenían un «jefe», no formaban una secta, no hacían propaganda de un
conjunto de ideas que consideraran un núcleo doctrinal. Se conocían bien entre
ellos y discutían, pero sin pretender fundar ningún tipo de institución. Esto con-
trasta notoriamente con los fisiócratas, y, como veremos más adelante, con nume-
rosas tendencias de la ciencia social del siglo xix. Uno de los temas importantes
que se halla presente a lo largo de la historia de la ciencia social es la tendencia de
los científicos sociales a formar facciones dedicadas a defender una doctrina o a
propagarla, en vez de realizar investigación científica (y a veces como si lo
fuera). Los moralistas escoceses, curiosamente, estaban libres de esta caracterís-
tica tan generalizada de la naturaleza humana.
David Hume era el más pequeño de los tres hijos de Joseph Hume, el cual vi-
vía una vida desahogada desarrollando conjuntamente las actividades de abogado
en Edimburgo y propietario rural de una finca modesta que había heredado de sus
antepasados. El biógrafo moderno de Hume dice de la familia que «aunque no
destacaban por su riqueza, los progenitores de David Hume disfrutaban de una
posición desahogada y eran lo suficientemente distinguidos para transmitir cierto
orgullo de estirpe a su hijo más famoso» (E. C. Mossner, The Life of David Hume,
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 139
1980, p. 7). Joseph Hume murió cuando David tenía sólo dos años de edad, así
que las influencias de la primera etapa de su educación, que constituiría la base de
la formación del gran filósofo, deben atribuirse a su madre, que no volvió a ca-
sarse y se consagró a la administración de la hacienda y a educar a sus hijos. La
instrucción inicial de éstos corrió a cargo de tutores hasta que se consideró a Da-
vid y a su hermano lo suficientemente preparados como para ingresar en la Uni-
versidad de Edimburgo. Sucedió esto en 1722, cuando David tenía 11 años y su
hermano John, 13; en el siglo xvm los jóvenes maduraban antes que hoy. David es-
tuvo tres años en Edimburgo y al parecer fue durante ese período cuando empezó a
desarrollar las ideas que tanto habrían de influir en la filosofía occidental.
David, al ser el más pequeño de los dos hijos, sabía desde la juventud que
tendría que ganarse la vida, porque, de acuerdo con la institución imperante del
mayorazgo, la finca familiar la heredaría su hermano mayor. El tenía una pequeña
herencia propia, suficiente para vivir, pero nada más. Decidió hacer fortuna, y ha-
cerse famoso además, escribiendo, y empezó a hacerlo con toda seriedad hacia
los dieciocho años, dedicándose a estructurar las tesis de un libro que se publica-
ría diez años después con el título de Tratado sobre la naturaleza humana (vols. I
y I I , 1739, vol. I I I , 1740). Hume acabó logrando fama y fortuna, pero no como
había pensado. La atención que se otorgó al Tratado fue escasa y no se vendió lo
suficiente para que se publicara una segunda edición en vida del autor. Hume in-
tentó superar la impopularidad del Tratado publicando una versión corregida y
simplificada de sus ideas que tituló Ensayos sobre el entendimiento humano
(1748) e Investigación sobre los principios de la moral (1751). Estos libros no tu-
vieron las consecuencias deseadas respecto a la popularidad de Hume como escri-
tor, pero éste había empezado a publicar al mismo tiempo trabajos breves sobre
cuestiones políticas y sociales que fueron muy bien recibidos y le proporcionaron
mucha fama como pensador y como maestro de la prosa inglesa. En la década de
1750 empezó a escribir y a publicar, en volúmenes sucesivos, su Historia de In-
glaterra (6 vols., 1754-1762), que consolidó su reputación en el mundo literario.
Hume no fue reconocido en vida como filósofo importante: en realidad, no lo fue
hasta que Immanuel Kant comprendió que había planteado el problema más im-
portante de la filosofía y consagró su propia inteligencia vigorosa a dar solución a
lo que pasó a conocerse como el «problema de la inducción». Gran parte del pen-
samiento filosófico importante de los dos últimos siglos ha girado en torno a este
problema, y a otros problemas que planteó Hume. La importancia de éste en la fi-
losofía occidental es hoy indiscutible.
El que se menospreciara a Hume como filósofo durante su vida no significa
que pasasen inadvertidas sus ideas. Su filosofía era escéptica, inducía a dudar de
muchas cosas que anteriormente se daban por supuestas. Respecto a la religión,
resultaba evidente para cualquier lector que Hume no era cristiano, que dudaba de
la validez de los argumentos que pretendían demostrar la existencia de Dios y, en
realidad, de que fuese demostrable por algún método racional semejante proposi-
ción. Además, es evidente que tenía una pobre opinión de las instituciones reli-
140 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
De todos los animales que pueblan el globo terráqueo no hay ninguno con el que
parezca a primera vista haber mostrado la naturaleza más crueldad que con el hombre,
por las innumerables necesidades y carencias con las que le ha cargado y por la
debilidad de los medios que le proporciona para satisfacer esas necesidades.
Así pues, en opinión de Hume, Dios nunca había dado al hombre dominio
sobre la tierra, ni estaba dotado el hombre con capacidad física suficiente para
disputársela a otros animales, pero había alcanzado el predominio a través de la
organización social. Hume se adelantó a Adam Smith al percibir que la especiali-
zaron funcional («división del trabajo») es el origen del gran poder productivo
del hombre, al comprender que la especialización exige comercio y al percibir
que un sistema de mercados no puede funcionar sin una estructura básica de nor-
mas comunes de conducta establecidas y aplicadas por la autoridad del Estado. La
tarea real de la ciencia política es, por tanto, estudiar las diversas formas de orga-
nización estatal para poder conseguir generalizaciones que sean independientes
de las características personales de quienes ocupan cargos oficiales (véase el en-
LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA DEL SIGLO XVIII 143
sayo de Hume «Que la política debe ser reducida a una ciencia»). Desde la época
de Platón a nuestros días, el estudio de la política ha sido una disciplina mixta,
centrándose unos científicos políticos en personalidades y tratando cada aconteci-
miento político como más o menos único, y analizando otros la estructura de la
organización social e intentando llegar a principios generales aplicables a muchos
acontecimientos y condiciones de carácter político. Es evidente que Hume pen-
saba en esto último cuando se refería a la posibilidad de convertir la política en
una «ciencia». Probablemente hubiera llegado a la conclusión de que esto es mu-
cho más difícil de lo que suponía de haber podido examinar el desarrollo de la
ciencia política en los dos siglos posteriores a su muerte.
La posición de Hume respecto a la economía quizás hubiera sido diferente,
puesto que ha resultado ser mucho más fácil «reducir a una ciencia» el estudio de
los fenómenos económicos. Hume no escribió ninguna obra general de economía,
pero algunos de sus escritos breves sobre temas económicos tienen un gran inte-
rés desde el punto de vista de la historia y de la filosofía de la ciencia social. Sólo
analizaré aquí el más famoso de ellos, el de la «balanza de comercio». Este trabajo
es un precedente de La riqueza de las naciones (1776) de Adam Smith porque
Hume argumenta en él en contra de las tarifas aduaneras y de otras intervenciones
del Estado en el comercio internacional, pero su principal interés reside en la
forma de desarrollar la argumentación, en la que se anticipa claramente a la meto-
dología de la economía moderna.
La cuestión del comercio internacional, y la política del Estado en relación
con él, era uno de los asuntos dominantes de la polémica sobre el papel del Estado
que tuvo lugar a lo largo del siglo xvin. Hacía mucho que las relaciones interna-
cionales constituían un objetivo primordial del análisis político y del interés aca-
démico, pero antes del siglo xvn, en países como Inglaterra, el interés se centraba
sobre todo en cuestiones como las sucesiones dinásticas, las alianzas por tratado o
por matrimonio y, por supuesto, la guerra. Durante el siglo xvn la expansión del
comercio provocó un desplazamiento del interés de los aspectos políticos de las
relaciones internacionales a los aspectos económicos, no sólo porque el comercio
en sí estaba adquiriendo cada vez una mayor importancia, sino por la notoria rele-
vancia que tenía en cuestiones no económicas, como el poder militar, la influen-
cia diplomática, etc.
Este nuevo interés por el comercio internacional como «un asunto de Es-
tado», en palabras de Hume, formaba parte de una tendencia más general de la
política económica a la que los historiadores han dado el nombre de «mercanti-
lismo». Este término no alude a un sistema coherente de teorías e ideas económi-
cas, sino al conjunto heterogéneo de políticas que se desarrollaron poco a poco
durante los siglos xvn y xvm y que constituían, en la época de Hume, un extenso
complejo de normas que afectaban a casi todos los aspectos de la actividad eco-
nómica. La regulación del comercio internacional mediante tarifas, embargos y
otros instrumentos era una parte de este complicado complejo de regulación eco-
nómica. Su objetivo principal era conseguir una «balanza favorable del comer-
144 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
ció», que las exportaciones excediesen a las importaciones. Se defendía esto con
varios argumentos, uno de los cuales era que esa balanza comercial favorable sig-
nificaría un aflujo al país de lingotes y monedas (oro y plata), que se consideraba
en cierto sentido sumamente deseable.
Hume abordó esta cuestión de un modo que ha caracterizado a la economía a
partir de entonces en tres aspectos importantes: 1) en vez de disputar sobre si una
reserva mayor de metales preciosos es deseable o no, se preguntó si era en reali-
dad alcanzable. 2) Para responder a la primera cuestión examinó los efectos se-
cundarios y terciarios de un aumento de los metales preciosos. 3) Para llevar esta
investigación de los efectos a una conclusión (en vez de continuar indefinida-
mente) utilizó un concepto de la mecánica física: el equilibrio. La argumentación
de Hume puede expresarse del modo siguiente:
Aumento de dinero
Subida de precios
Aumento de importaciones Aumento de exportaciones
Disminución de exportaciones Disminución de importaciones
Salida de dinero Entrada de dinero
Ya indicamos en el capítulo 4 que, aunque John Locke ejerció una gran in-
fluencia en la política occidental a través de su segundo Tratado sobre el go-
bierno, su importancia en la filosofía de la ciencia se debe a sus esfuerzos para
determinar los fundamentos empíricos del conocimiento en el Ensayo sobre el
entendimiento humano. También hemos de apuntar que la posición que Hume
ocupa en la filosofía de la ciencia no nos la indica adecuadamente un examen l i -
mitado de sus obras políticas, económicas e históricas. En el capítulo 4 expusi-
mos la teoría del conocimiento de Locke sin hacer comentarios. No es posible
exponer la historia y la filosofía de la ciencia social sin prestar más atención a la
aportación de Hume a la filosofía fundamental que la dedicada a Locke. En esta
nota se ofrece un breve resumen de la epistemología de Hume, su teoría de cómo
el hombre adquiere conocimiento, lo cual provocó en la filosofía occidental una
conmoción tan profunda que persiste aún. Hume siguió a Locke en su plantea-
miento de que el conocimiento se basa en la experiencia empírica, pero, en vez de
proporcionarnos seguridad, consideró que este hecho nos lleva a plantearnos du-
das fundamentales sobre las bases de nuestro conocimiento. Como dijo Bertrand
Russell: «En Hume, la filosofía empirista culminó en un escepticismo que nadie
podía refutar y nadie podía aceptar.» A partir de Hume, la única filosofía abierta
al individuo racional no será una filosofía correcta, pues no hay ninguna, sino una
filosofía que posee sólo la virtud negativa de evitar ser totalmente errónea, ridi-
cula e irrelevante para los intereses humanos.
La epistemología de Hume es «empírica» en dos sentidos: primero, destaca
que nuestro conocimiento se basa en todas las impresiones que recibimos a través
de nuestros sentidos; y segundo, reconoce que la teoría del conocimiento es en sí
misma una ciencia empírica que investiga el funcionamiento de la inteligencia
humana. La opinión de Hume sobre la inteligencia es que se trata de un aparato
razonador, pero no tiene nada sobre lo que razonar hasta que no se lo proporcio-
nan los datos sensoriales. En el lenguaje moderno es, en origen, como un ordena-
dor que sale de la fábrica y aún no se le ha introducido información ni se le han
instalado programas. Hume rechazaba por completo, al igual que Locke, la doc-
trina de que la mente estuviera dotada, por su propia naturaleza, de «ideas inna-
146 HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
que siempre se produzcan en ese orden, y es a esa expectativa a lo único que nos
referimos cuando afirmamos que los hechos están vinculados causalmente. Si en-
tendemos por «causa» que hay una conexión necesaria entre los dos aconteci-
mientos, entendemos demasiado. No podemos saber si hay conexiones necesarias
en el mundo real, por tanto el concepto de causalidad sólo alude a la tendencia
psicológica de extrapolar experiencias del pasado hacia el futuro: «Todos nuestros
razonamientos relativos a causas y efectos se derivan sólo de la costumbre.» Así
pues, concluía Hume, para gran desasosiego de los filósofos desde entonces:
no es la razón la que guía la vida, sino la costumbre. Es la única que fuerza a la in-
teligencia, en todos los casos, a suponer el futuro adaptable al pasado. Por muy
simple que pueda parecer este paso, la razón no sería capaz de darlo en toda la
eternidad.
(De este argumento de Hume se hace eco hoy la teoría epistemológica del
«convencionalismo», que explicaremos más adelante en el capítulo 18, apar-
tado 1.2.)
Quizás resulte ya más claro para el lector por qué no se consideró en el capí-
tulo 3 que las «leyes causales» expresaban una conexión firme y necesaria entre
los hechos. El modelo INIS esbozado allí utiliza el concepto de necesidad, pero
de un modo mucho más laxo. El ataque de Hume a la causalidad es válido si con-
cebimos las «leyes de la naturaleza» como leyes del mismo tipo que las proposi-
ciones analíticas de la lógica formal. Hume obligó a los filósofos y científicos a
abandonar la idea de una «lógica de inducción», pero eso no significa que deba
abandonarse por completo el concepto de causalidad. (Para un breve resumen de
la epistemología de Hume, escrito por él mismo, véase su Abstract of a Treatise
of Human Nature, 1740.)