(Jean Jaures) Estudios Socialistas

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Jean Jaurès

Estudios Socialistas

La política republicana y el
Socialismo
(Discurso en el Parlamento – 1909

1
INTRODUCCIÓN ..........................................................................................................................3
¿COMO SE REALIZARÁ EL SOCIALISMO? .......................................................................4

Estudios socialistas ..........................................................................................19


REPÚBLICA Y SOCIALISMO.................................................................................................20
EL MOVIMIENTO RURAL ......................................................................................................23
LENTOS BOSQUEJOS ..............................................................................................................25
REVISIÓN NECESARIA ...........................................................................................................27

Evolución revolucionaria ................................................................................31


EVOLUCIÓN REVOLUCIONARIA EN CINCUENTA AÑOS ........................................32
MAYORÍAS REVOLUCIONARIAS ........................................................................................34
PALABRAS DE LIEBKNECHT ...............................................................................................36
LIEBKNECHT Y LA TÁCTICA ...............................................................................................39
ENSANCHAR, NO REDUCIR..................................................................................................42
EL SOCIALISMO Y LOS PRIVILEGIADOS .......................................................................45
LAS RAZONES DE MAYORÍA ................................................................................................47
HUELGA GENERAL Y REVOLUCIÓN ................................................................................51
EL FIN..........................................................................................................................................58
EL SOCIALISMO Y LA VIDA ..................................................................................................60
De la propiedad individual..............................................................................65
LOS RADICALES Y LA PROPIEDAD INDIVIDUAL .......................................................66
PROPIEDAD INDIVIDUAL Y CÓDIGO BURGUÉS.........................................................69
LA PROPIEDAD INDIVIDUAL Y EL IMPUESTO............................................................72
LA PROPIEDAD INDIVIDUAL Y EL DERECHO SUCESORIO...................................76
I .................................................................................................................................................. 76
II................................................................................................................................................. 78
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL DERECHO SUCESORIO ..................................81
I .................................................................................................................................................. 81
II................................................................................................................................................. 84
LA PROPIEDAD INDIVIDUAL -S LEYES BURGUESAS DE EXPROPIACIÓN.....88
I .................................................................................................................................................. 88
II................................................................................................................................................. 90
LA PROPIEDAD INDIVIDUAL Y LAS SOCIEDADES DE COMERCIO....................92
PROPIEDAD INDIVIDUAL Y SOCIEDADES ANÓNIMAS ...........................................96

*****
La política republicana y el socialismo. (Discurso en el Parlamento, 1909).... 102

2
INTRODUCCIÓN

3
¿COMO SE REALIZARÁ EL SOCIALISMO?

¿Cómo se realizará el socialismo? Es ésta una pregunta que no podemos eludir dando
respuestas vagas. Es engañarse a sí mismo repetir en 1901 las respuestas que dieron hace
medio siglo nuestros precursores y nuestros maestros.
Hay un hecho incontestable que lo domina todo. Es que el proletariado ha aumentado en
número, en cohesión y en inteligencia. Los obreros, los asalariados, más numerosos, más
unidos, tienen ahora un ideal. No quieren solamente destruir los defectos de la sociedad ac-
tual: desean realizar un orden social fundado en otros principios. A la propiedad individual y
capitalista, que asegura la dominación de una parte de los hombres sobre los demás, quieren
sustituir el comunismo de la producción, un sis tema de universal cooperación social que de
todo hombre haga de derecho un asociado. De este modo han hecho independiente su pen-
samiento del pensamiento burgués y han separado su acción de la acción burguesa. Tienen al
servicio de su ideal comunista una organización de clase, el poder creciente de los sindicatos
obreros, de los cooperativistas y la parte creciente del poder político que conquistaron sobre
el Estado o en el Estado. En esta idea general todos los socialistas están de acuerdo. Pueden
atribuir a distintas causas este crecimiento del proletariado, o quizá dar a las mismas causas
valores diferentes. Pueden conceder más o menos importancia a la fuerza de la organización
económica o de la acción política. Pero todos están conformes en que por la necesidad mis-
ma de la evolución capitalista que engendra la gran industria y por la acción correspondiente
de los proletarios, constituyen éstos la fuerza indefinidamente creciente que está llamada a
transformar el sistema de la propiedad.
Los socialistas dis cuten también sobre 'la extensión y sobre la forma de la acción de clase
que debe ejercer el proletariado. Quieren unos que se mezcle lo menos posible en los conflic-
tos de la sociedad que debe destruir y que se reserve todas sus energías para la acción decisi-
va y emancipadora. Creen otros que debe desde ahora ejercer su gran función humana.
Kautsky recordaba recientemente, en el Congreso socialista de Viena, la célebre frase de
Lasalle: "El proletariado es la roca sobre la cual se edificará la Iglesia del porvenir." Y aña-
día: "El proletariado no es solamente eso: es también la roca contra la cual se estrellan hoy
las fuerzas de la reacción." Yo diré que no es precisamente una roca, una potencia compacta
e inmóvil; es una gran fuerza coherente y activa, que se mezcla .sin confundirse a todos los
grandes movimientos y se acrecienta con la vida universal. Pero todos, cualesquiera que Sean
la altura y la extensión de la acción de clase atribuida por nosotros al proletariado, lo concep-
tuamos como una fuerza autónoma, que puede cooperar con otras fuerzas, pero que nunca se
funde o absorbe en ellas y que conserva siempre para su obra superior distinto resorte. Este
es el mérito decisivo de Marx, el único quizá que resiste plenamente a la prueba, de la critica
y a los ataques del tiempo, haber acercado y confundido la idea socialista y el movimiento
obrero. En el primer tercio del siglo xix, la fuerza obrera se ejercitaba. se desarrollaba, lu-
chaba contra el poder aplastante del capital, pero no tenía conciencia del fin adonde se diri-
gía, no sabía que en la forma comunista de la propiedad estaba el fin de su esfuerzo, la reali-
zación de su tendencia. Y por otra parte, el socialismo no sabía que en el movimiento de la
clase obrera estaba su realización viva, su fuerza concreta e histórica. La gloria de Marx
consiste en haber sido el más claro, el más vigoroso de los que pusieron fin a lo que había de
utópico en la idea socialista. Por una aplicación soberana del método hegeliano, unificó la
idea y el hecho, el pensamiento y la historia. Puso la idea en el movimiento y el movimiento
en la idea, el pensamiento socialista en la vida proletaria y la vida proletaria en el pensamien-
to socialista. Desde ahora, el socialismo y el proletariado son inseparables: el socialismo no
realizará por completo su idea, sino con la victoria del proletariado, y el proletariado no
realizará por completo su misión, sino con la victoria del socialismo.
A la pregunta cada vez más imperiosa: ¿cómo se realizará el socialismo?, contestaremos,

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pues, en primer lugar: por el aumento mismo del proletariado que se confunde con él. Esta es
la primera respuesta esencial, y el que no la acepte en su verdadero sentido se coloca neces a-
riamente fuera del pensamiento y de la vida socialistas. Esta respuesta, por muy general que
se la crea, no es vana, pues implica la obligación para cada uno de nosotros de contribuir sin
cesar a la potencia de pensamiento, de organización, de acción y de vida del proletariado. Es,
además, en cierto sentido, la única cierta. Nos es imposible saber con certeza por qué medio
preciso, bajo qué modo determinado y en qué momento la evolución política y social se
convertirá en comunismo. Pero es indudable que todo lo que contribuye a aumentar la poten-
cia intelectual, económica y política de la clase proletaria, acelera esta evolución, anima,
extiende y profundiza el movimiento.
Esta primera respuesta, por muy contundente y sustancial que sea, no basta sin embargo.
Precisamente porque el proletariado ha crecido ya y comienza a influir en el mecanismo
político y económico, la pregunta se determina: ¿cuál será el mecanismo dé la victoria? A
medida que la soberanía proletaria se realiza, se in corpora a fuerzas precisas, al sufragio
universal, al sindicato, a la cooperación, a las formas diversas de los poderes públicos y del
Estado democrático. Y nosotros no podemos considerar la fuerza proletaria independiente-
mente de las formas en que se ha organizado parcialmente y de los mecanismos que parcial-
mente se ha apropiado. No es, pues, utópico buscar hoy con precisión cuál será el método de
realización socialista y cuál será el modo de llevarse a cabo. No es volver a la utopía y sepa-
rarse de la vida del proletariado; es, al contrario, permanecer y progresar con ella. No es ya
"el espíritu flotante sobre las aguas"; se ha incorporado a algunas instituciones económicas e
instituciones políticas; estas instituciones, sufragio universal, democracia, sindicato, coope-
ración, tienen un grado determinado de desenvolvimiento, una fuerza y una dirección adqui-
ridas, y es preciso saber si el comunismo proletario podrá realizarse por ellas o si, al contra-
rio, sólo se cumplirá por una suprema ruptura.
A decir verdad, siempre los socialistas han procurado prever y determinar bajo qué forma
y por qué procedimientos históricos triunfaría el proletariado. Y si hoy sufrimos, si hay en
nuestro partido incertidumbre y malestar, es porque se asocian en mezclas confusas los mé-
todos en parte anticuados que nuestros maestros nos han legado y las necesidades mal formu-
ladas todavía de los tiempos nuevos.
Marx y Blanqui creían en una toma de posesión revolucionaria del poder por el proleta-
riado. Pero el pensamiento de Marx era mucho más complejo. Su método de Revolución
tenía aspectos múltiples. Voy a discutir, pues, especialmente, la idea de Marx. Tomada en
conjunto o en parte, resulta anticuada. Procede o de hipótesis históricas agotadas o de hipóte-
sis económicas inexactas. En primer lugar, los recuerdos de la Revolución francesa y de las
revoluciones sucesivas que fueron como prolongación de aquélla en Francia y en Europa;
dominaban el espíritu de Marx. El rasgo común de todos los movimientos revolucionarios de
1789 a 1796, de 1830 a 1848, es que fueron movimientos revolucionarios burgueses a los
cuales se mezcló la clase obrera para sobrepujarlos. En todo este largo, período la clase obre-
ra no es bastante fuerte para intentar una revolución en su provecho; no .estaba tampoco
bastante preparada para tomar poco a poco, y según la legalidad nueva, la dirección de la
Revolución. Pero podía hacer y hacía dos cosas. En primer lugar, se mezclaba en todos los
movimientos revolucionarios burgueses para ejercitar en ellos y acrecentar sus fuerzas; apro-
vechaba los peligros que corría el orden nuevo, amenazado por todas las fuerzas de contra-
rrevolución, para llegar a ser una potencia necesaria. Y en segundo lugar, cuando su fuerza
se habría acrecentado de este modo, cuando la esperanza y la ambición se habían despertado
en el corazón de los proletarios, cuando las diversas fracciones revolucionarias de la burgue-
sía se habían gastado o desacreditado por sus luchas recíprocas, la clase obrera intentaba
apoderarse de la Revolución y hacerla suya por un golpe de audacia. Así es como, bajo la
Revolución francesa de 1793, el proletariado parisién pesó, por la Commune, sobre la Con-
vención y ejercitó algunas veces una especie de dictadura. Así es como, poco más tarde,

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Babeuf y sus amigos intentaban apoderarse por sorpresa y en provecho de la clase obrera del
poder" revolucionario. Y así también como, después de 1830, el proletariado francés, des-
pués de haber representado en la Revolución de julio el gran papel señalado por Armand
Carrel, intentó arrastrar a la burguesía victoriosa y sobrepujarla en seguida. Este ritmo de
revolución es el que se impone en primer lugar al pensamiento de Marx. Es cierto que en
noviembre de 1847, al escribir Con Engels el Manifiesto comunista, sabe perfectamente que
el proletariado ha aumentado; que es éste la verdadera fuerza revolucionaria, y que la Revo-
lución ha de hacerse contra la burguesía. "El progreso de la industria—dice—, del cual la
burguesía sin premeditación y sin resistencia se ha convertido en agente, en lugar de mante-
ner el aislamiento de los obreros por la concurrencia, ha dado por resultado su unión revolu-
cionaria por la asociación. De este modo, el mismo desenvolvimiento de la gran industria
destruye en sus fundamentos el régimen de producción y de apropiación de los productos en
que se apoya la burguesía. Ante todo, la burguesía produce sus propios enterradores. La ruina
de la burguesía y la victoria del proletariado son igualmente inevitables."
Y dice además: "El fin inmediato para los comunistas es el mismo que para todos los
otros partidos proletarios: la constitución del proletariado en clase, él aniquilamiento de la
dominación burguesa, la conquista del poder político para el proletariado." Y añade, con más
precisión todavía: "Hemos seguido la guerra civil más o menos latente en la sociedad actual,
hasta él punto en que estalla en una revolución y en que, por la ruina evidente de la burgue-
sía, el proletariado funde su dominación." Según esto, el proletariado se apoderara del poder
e implantará el comunismo por medio de una revolución violenta contra la clase burguesa.
Pero al mismo tiempo cree Marx que es la misma burguesía la que, teniendo que completar
su propio movimiento revolucionario, dará la señal del desastre. Contra el absolutismo "o lo
que de él queda, contra el feudalismo o lo que de él subsiste, se levantará la burguesía, y
cuando haya desencadenado los sucesos, cuando haya provocado la crisis, el proletariado,
más poderoso hoy que lo era en la Revolución inglesa, en 1648, los niveladores de Lilburne
y en 1793 los proletarios de Chaumette, se apoderarán revolucionariamente de la revolución
burguesa. Comenzará por luchar al lado de la burguesía, y en' seguida que la vea victoriosa la
expropiará de su victoria. "En Alemania —escriben en 1847 Marx y Engels — el partido
comunista luchará al lado de la burguesía en todas las ocasiones en que ésta recobre su papel
revolucionario; con ella combatirá la monarquía absoluta, la propiedad feudal, la pequeña
burguesía. Pero ni por un instante se olvidará de despertar entre los obreros la conciencia
más clara posible de la oposición que existe entre la burguesía y el proletariado, y que los
convierte en enemigos. Es preciso que las condiciones sociales y políticas que acompañen el
triunfo de la burguesía se vuelvan contra la burguesía misma, como otras tantas armas de que
inmediatamente los obreros alemanes puedan hacer uso. Es preciso que después de la caída
de las clases reaccionarias en Alemania la lucha contra la burguesía se empeñe sin pérdida de
tiempo.
"Alemania es la que sobre todo atraerá la atención de los comunistas. Está en la víspera
de una revolución burguesa. Realizará esta revolución en presencia de un desenvolvimiento
general de la civilización europea y de un desenvolvimiento del proletariado que ni Inglaterra
en el siglo xvii ni Francia en el xviii han conocido. La revolución burguesa será, pues, por
necesidad, el preludio de una revolución proletaria."
El espíritu de Marx, en su alta ironía un poco sarcástica, se complacía con estos juegos
del pensamiento. Que la historia engañase a la burguesía, arrancándole de las manos su re-
ciente victoria, sería cosa muy divertida. Pero es éste un plan de revolución proletaria dema-
siado complicado y contradictorio. En primer lugar, si el proletariado no tiene fuerzas para
dar por sí mismo la señal de la Revolución, si está obligado a contar con las sorpresas felices
de la revolución burguesa, ¿cómo ha de esperar combatir a la burguesía victoriosa con una
fuerza que no tenía antes del movimiento burgués? O quizá en su tentativa de revolución
contra el viejo mundo absolutista y feudal la burguesía será vencida, y bajo su derrota será

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aniquilado el proletariado, antes de haber combatido por sí mismo. O bien la burguesía lo
arrastrará en pos de sí: destruirá la tiranía de los reyes, el poder de los nobles y de los curas,
absorberá la propiedad feudal, abolirá las trabas corporativas y se lanzará con un movimiento
tan vivo, tan entusiasta, en el camino abierto por ella, que el proletariado será impotente para
crear de pronto un movimiento nuevo y contrario. Será entonces inútil proceder por Sorpresa
y violencia, intentar organizar "su dictadura" y "conquistar la democracia" por la fuerza, pues
su potencia real no podrá elevarse artificialmente por encima del nivel en que estaba antes de
la revolución burguesa. Miquel no carecía de perspicacia cuando escribía a Marx en su famo-
sa carta de 1850 y en previsión de una nueva Revolución: "El partido obrero podrá llevarla a
cabo sobre la alta burguesía y los restos del gran feudalismo, pero será fusilado en los flancos
por los demócratas. Podemos quizá dar por algún tiempo a la Revolución una dirección anti-
burguesa y destruir las condiciones esenciales de la producción burguesa. Obtener todo lo
posible, esta es mi divisa. Debemos impedir también cuanto sea posible, después de la prime-
ra victoria, toda organización de los pequeños burgueses, y especialmente oponernos en
falange cerrada a toda asamblea constituyente/El terrorismo particular, la anarquía local,
deben reemplazar lo que nos falta en conjunto." Pero, no se reemplaza de este modo "lo que
falta en conjunto". Es cierto que cuando una clase no está todavía dispuesta históricamente,
cuando está obligada a esperar la señal y el medio de su propia acción de aquellos mismos
que pretende reemplazar, cuando su Revolución, tomando prestada su fuerza del movimiento
enemigo, no es todavía más que una revolución parasitaria, sólo puede prometerse algún
éxito si prolonga la agitación revolucionaria de todos los elementos sociales. Pero en este
juego apenas hace más que ganar tiempo o aumentar las probabilidades de una reacción que
arrastre a la vez al proletariado y a la burguesía. Esta es la táctica a la cual está condenada la
clase obrera cuando aún se encuentra en un período de insuficiente preparación. Y si uno de
los caracteres del socialismo utópico es no haber contado con la fuerza propia de la clase
obrera, el Manifiesto comunista de Marx y de Engels forma parte también del periodo de la
utopía. Roberto Owen y Fourier contaban con la buena voluntad de las clases superiores.
Marx y Engels esperan para el proletariado el favor de una revolución burguesa.
Lo que propone el Manifiesto no es el método de revolución de una clase segura de sí
misma, y cuya hora ha llegado; es el expediente de revolución de una clase impaciente y
débil que quiere acelerar artificialmente la marcha de las cosas. '
Además, el cabo de este esfuerzo paradojal, después de esta especie de desviamiento pro-
letario de la revolución burguesa, no es una victoria completa del proletariado y del comu-
nismo lo que Marx entrevé: es un régimen singularmente mezclado de propiedad capitalista y
de comunismo, de violencia a la propiedad y de organización del crédito. ¡Cosa singular!
Después de haber afirmado que la evolución de la industria y el crecimiento del proletariado
industrial son los que crean una fuerza revolucionaria, el Manifiesto no prevé, por de pronto,
en el programa inmediato de la revolución comunista victoriosa más que la expropiación de
la renta sobre tierras. Retrocede más allá de Babeuf, cuya gloria es haber hecho entrar la
producción industrial lo mismo que la producción agrícola en el plan comunista. Retrocede
casi hasta Saint-Just, que parece haber previsto la posibilidad para la nación de absorber los
arriendos. "Hemos visto más factible —dice Marx— que el primer paso de la revolución
obrera sería constituir el proletariado en clase reinante y en conquistar él régimen democráti-
co.
"Él proletariado usará de su supremacía política para arrancar poco a poco a la burguesía
todos sus capitales, para centralizar en manos del Estado, es decir, del proletariado constitui-
do en clase directora, los instrumentos de producción y para acrecentar con la mayor rapidez
posible la masa disponible de las fuerzas productivas.
"No hay que decir que esto dará lugar en el primer período a infracciones des póticas al
derecho de propiedad ya las condiciones burguesas de producción. Deberán tomarse medidas
que sin duda parecerán insuficientes, y con las cuales no podrá uno contentarse, sino que,

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una vez comenzado el movimiento, darán lugar a medidas nuevas y serán indispensables
como medios para revolucionar todo régimen de producción. Estas medidas, sin duda, serán
diferentes en los distintos países. Sin embargo, las medidas siguientes se aplicarán general-
mente, al menos en los países más avanzados:

1.a Expropiación de la propiedad territorial; aplicación de la renta territorial a los gastos


del Estado.
2.a Impuesto progresivo.
3.a Abolición de la herencia.
4.a Confiscación de los bienes de todos los emigrados y rebeldes.
5.a Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional cons-
tituido con los capitales del Estado y con un monopolio exclusivo.
6.a Centralización de las industrias de transporte en manos del Estado.
7.a Multiplicación de las manufacturas nacionales, de los instrumentos de producción, ro-
turación de las tierras cultivables según un plan general.
8.a Trabajo obligatorio para todos; organización de los ejércitos industriales, especial-
mente en relación con la agricultura.
9.a Reunión de la agricultura y del trabajo industrial; preparación de todas las medidas
capaces de hacer desaparecer progresivamente la diferencia entre la ciudad y el cam-
po.
10. Educación pública y gratuita de todos los niños. Abolición de las formas actualmente
en uso del trabajo de los niños en las fábricas. Reunión de la educación y de la pro-
ducción material, etc.

Extraño programa en que están unidos el comunismo agrario del siglo xviii y algunos
elementos de lo que hoy llamamos programa de Saint-Mandé: Marx y Engels , en el orden
industrial, se contentan por de pronto con la nacionalización de los caminos de hierro; no hay
siquiera la nacionalización de las minas, aceptada hoy por los radicales-socialistas. Pero lo
que me sorprende no es el caos del programa, la coexistencia del comunismo agrícola y del
capitalismo industrial. No es la contradicción entre el artículo que suprime la herencia y que
retira así a las generaciones nuevas el capital industrial y el conjunto de los artículos que
dejan subsistir la propiedad individual. La Historia demuestra que formas diversas, y aun
contradictorias, han coexistido con frecuencia; durante mucho tiempo, la producción corpo-
rativa y la producción capitalista han funcionado una al lado de otra; todo el siglo xvii y el
xviii se forman de las dos, y durante mucho tiempo también el trabajo libre agrícola y la
servidumbre han coexistido. Y yo estoy convencido de que en la evolución revolucionaria
que nos conducirá al comunismo, la propiedad colectiva y la propiedad individual, el comu-
nismo y el capitalismo estarán mucho tiempo yuxtapuestos. Esta es la ley de las grandes
transformaciones. Marx y Engels tenían perfecto derecho, sin contradecirse a sí mismos, a
decir en 1872 que prescindían de su programa de 1847. "Este pasaje debería hoy modificarse
en varios de sus términos. Los progresos inmensos realizados por la gran industria en los
veinticinco años últimos, los progresos paralelos realizados por la clase obrera organizada en
parte... hacen parecer anticuado más de un pasaje de este programa." Sobre todo admírase
uno que no hayan hecho desde 1847, una confesión más amplia al comunismo industrial.
Pero lo que causa verdadera sorpresa es que hayan podido creer al proletariado capaz, de
confiscar en su provecho las revoluciones burguesas y de conquistar, por un golpe de auda-
cia, la democracia, al mismo tie mpo que le suponía incapaz, después de la victoria, hasta en
los países más avanzados, de instituir ampliamente el comunismo industrial. Lo que choca,
sobre todo, en el Manifiesto, no es la confusión del programa, que podría desembrollarse,
sino la confusión de los métodos. Por un golpe de fuerza se ha instalado el proletariado en el
poder, arrancándolo a los revolucionarios burgueses. "Conquista la democracia", es decir, la

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suspende, puesto que sustituye a la voluntad de la mayoría de los ciudadanos libremente
consultados, la voluntad dictatorial de una clase. Por la fuerza y por el poder dictatorial co-
mete también esas "primeras infracciones despóticas" a la propiedad que el Manifiesto prevé,
pero seguida, para todo el des envolvimiento, de la Revolución, para la elaboración y la orga-
nización del orden nuevo, ¿subsiste aún la dictadura del proletariado, o ha entrado bajo la ley
de la democracia, del sufragio universal y de las transacciones? Es imposible que Marx y
Engels hayan pensado en suprimir durante mucho tiempo la democracia, en provecho de la
dictadura proletaria. ¿Cómo podría ser esto, habiendo surgido la revolución proletaria de un
vasto movimiento hacia la democracia? ¿Cómo podría ser, dejando subsistir el poder econó-
mico de la burguesía, la forma capitalista de la industria? Dejar al patronato, al menos en un
período provisorio cuyo término no osaban siquiera indicar, la dirección de los talleres, de
las manufacturas y de las fábricas y tener a este patronato fuera del derecho político, es un
imposible. Es contradictorio hacer de unos burgueses ciudadanos pasivos y dejarles en cierta
medida el dominio de la producción. Es contradictorio organizar el crédito del Estado y no
someter a la crítica de toda la nación el funcionamiento de este crédito. Una clase nacida de
la democracia, que en lugar de acomodarse a la ley de la democracia prolongase su dictadura
más allá de los primeros días de la Revolución, no sería bien pronto más que una banda
acampada en el territorio que abusase de los recursos del país. Entonces o Marx y Engels
encaminan al proletariado a un caos de barbarie, o prevén que después de los primeros actos
políticos y económicos que habrán dado a la clase obrera una gran elevación y marcado con
un sello socialista la democracia, se confundirá de nuevo con la vida y con la legalidad del
sufragio universal. Y si la democracia no está preparada para el movimiento comunista, ¿no
ha de contrariar, en lugar de extenderlos, los efectos de las primeras medidas dictatoriales del
proletariado? Si, al contrario, la democracia está preparada, si el proletariado puede por la
sola fuerza legal obtener de ella que desenvuelva en el sentido comunista las primeras insti-
tuciones revolucionarias, es en realidad la conquista legal de la democracia la que constituye
el método soberano de la Revolución. Todo lo demás, lo repito, no es más que el expediente,
quizá necesario en un momento, de una clase todavía débil y mal preparada. Pero aquellos
socialistas contemporáneos que hablan todavía de "dictadura impersonal del proletariado" o
que prevén la toma de posesión brusca del poder y la violencia hecha a la democracia, esos
retrogradan al tiempo en que el proletariado era débil todavía y en que estaba reducido a
medios ficticios de victoria.
La clase obrera ha empleado instintivamente en todas las crisis de la sociedad democráti-
ca y burguesa la táctica del Manifiesto, que consiste para el proletariado en derivar hacia él
los movimientos que él mismo no hubiese podido suscitar, esa táctica de la fuerza creciente y
atrevida, pero subordinada aun. Marx había recibido la idea de la Revolución francesa y de
Babeuf. Después de 1830, los movimientos obreros de París prolongaron en una confusa
afirmación proletaria la revolución de la burgues ía. En 1848, los proletarios de París, de
Viena y de Berlín inclinaron hacia el socialismo el movimiento de la Revolución. La famosa
frase de Blanqui: "No se crea un movimiento, se deriva", es la expresión de esta política. Es
la fórmula activa del Manifiesto comunista de Marx, es la contraseña de una clase que se
siente menor todavía, pero llamada a altos destinos. En. 1870, el 31 de octubre sucediendo al
4 de septiembre, es una nueva prueba del método marxista y blanquista. En la misma Co m-
mune, la acción creciente del proletariado socialista sustituyen do a la democracia de la pe-
queña burguesía es también una aplicación de la táctica del Manifiesto: injertar la revolución
proletaria en la revolución democrática y burguesa.
Lasalle había tenido una ambición más atrevida. No quería dejar que ni aun la revolución
burguesa tomase al principio una forma burguesa. Quería apresarla, por decirlo así, en su
mismo origen e inclinarla por completo hacia el proletariado. Así, cuando en 1863 estalló el
conflicto entre la representación prusiana y el Ministerio prusiano, cuando la burguesía pro-
gresista y liberal de Alemania se agitó para defender el derecho constitucional, amenazado

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por Bismarck, pudo preguntarse si el conflicto no terminaría en una revolución. En ella no se
hubiera planteado la cuestión social, sino la cuestión de la propiedad. No hubiera sido de
origen comunista y proletario, sino al contrario, de origen burgués y parlamentario. Hubiera
sido como la continuación de la revolución alemana que Marx anunciaba en noviembre de
1847 y que abortó en 1848 y 1849.
Pero esta revolución alemana, por muy burguesa que fuese en sus orígenes, Lasalle no
quería que fuese burguesa ni un solo momento en su manifestación y en su marcha. Era,
según él, el proletariado alemán organizado quien debía hacer surgir del conflicto burgués la
Revolución y apoderarse en seguida de la fuerza nueva de los sucesos. Proclamaba que la
burguesía carecía de audacia y que a lo sumo osaría volver a la federación alemana de 1848,
y que hacía falta, al contrario, instituir la completa unidad de la Alemania democrática. "De
fines miserablemente mediocres —exclamaba— no puede surgir más que una conducta tam-
bién mediocre; ¡sólo una gran idea, sólo el entusiasmo por fines poderosos crean la abnega-
ción, el espíritu de sacrificio, el valor!" ¿Y con qué derecho la burguesía alemana, que había
dejado perecer la libertad en 1848, se presentaba hoy como la guardadora de la libertad?
Además, y Lasalle tomaba acta de ello triunfalmente, los jefes de la burguesía liberal decla-
raban por adelantado negarse a toda revolución. Es, pues, el proletariado quien debía pasar
de un golpe al primer plano si la crisis se hacía revolucionaria. "Encuentro muy poco hábil a
M. de Benmingsen —decía Lasalle— al recordarnos que él y su partida no quieren la revolu-
ción. Puesto que él nos lo recuerda sin descanso, queremos proporcionarle la alegría de no
olvidarlo. Levantemos las manos y comprometámo nos, si bajo una forma u otra se produce
la gran conmoción, a recordar a los nacionales liberales que hasta el último momento han
declarado no querer la revolución. Es, pues, al proletariado a quien desde el primer momento
se adjudicaría, por decirlo así, la revolución." Lasalle, consciente del crecimiento de la clase
obrera e impaciente también por coger todos los frutos de la vida, no acepta, como Marx en
1847, un primer período de revolución burguesa. Aunque nacida de un conflicto entre la
burguesía liberal y el absolutismo real, la Revolución pasará desde el primer día a las manos
de los obreros. Es la aplicación del método marxista, pero en un caso limitado en que está
reducida a cero la duración del período burgués. De este poder revolucionario, de repente
conquistado, Lasalle se proponía, es verdad, hacer un uso muy moderado. Se hubiera limita-
do a. establecer el sufragio universal, a suprimir los impuestos indirectos, a subvencionar
largamente con los recursos del Estado a las asociaciones obreras de producción: nada de
expropiación, nada de aplicación extensa de un plan comunista.
Así, después de ciento veinte años, el método de revolución obrera, cuya primera aplica-
ción dio Babeuf, cuya fórmula dieron Marx y Blanqui, y que consiste en aprovechar las revo-
luciones burguesas para deslizar en ellas el comunismo proletario, ha sido ensayado o pro-
puesto muchas veces y bajo diferentes formas. Ha dado sin duda grandes resultados. Por él,
en las grandes jornadas históricas, la clase obrera se ha ido haciendo cargo de su fuerza y de
su destino. Por él, aunque indirecta y oblicuamente, el proletariado se ha ensayado en el
poder. Por él, la cuestión de la propiedad y del comunismo ha sido constantemente la orden
del. día de Europa, según el consejo del Manifiesto: "En todos los movimientos, la cuestión
que los comunistas pondrán en primer término, la cuestión esencial para ellos,'es la de la
propiedad, aun cuando el debate sobre .ella no deba empeñarse todavía de una manera muy
profunda." Por este método, en fin, el proletariado ha obrado antes de tener la fuerza decis i-
va. Pero era una quimera esperar que el comunismo proletario pudiese injertarse en la revo-
lución burguesa. Era una quimera creer que las agitaciones revolucionarias de la burguesía
darían al proletariado la ocasión de un golpe de fuerza de éxito feliz. Jamás ha resultado esta
táctica. Unas veces la burguesía revolucionaria ha oscurecido, arrastrando consigo al proleta-
riado. Otras, victoriosa, ha tenido la fuerza de contener, de rechazar el movimiento proleta-
rio. Y, por otra parte, aun en el caso de que por sorpresa un movimiento proletario se hubiera
impuesto de repente a agitaciones de otro orden y de otro origen, ¿qué resultado hubiera

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tenido? Se hubiera debilitado rápidamente en un movimiento puramente democrático por una
serie de compromisos. De la Commune victoriosa hubiera brotado a lo sumo una República
radical.
Hoy; el modo determinado bajo el cual Marx, Engels y Blanqui concebían la revolución
proletaria, está eliminado por la historia. En primer lugar, el proletariado más fuerte no cuen-
ta ya con el valor de una revolución burguesa. Por su fuerza propia y en nombre de su idea
propia es como quiere obrar sobre la democracia. No acecha una revolución burguesa para
derribar a la burguesía, como se derriba a un jinete para apoderarse de su montura. Tiene su
organización y su poder económico creciente.' Tiene por el sufragio universal y la democra-
cia una fuerza legal indefinidamente extensible. No está reducido a ser el parásito aventurero
y violento de las revoluciones burguesas. Prepara metódicamente, o mejor, comienza metó-
dicamente su propia Revolución por la conquista gradual y legal del poder de la producción y
del poder del Estado. Además, esperaría en vano, por un golpe de fuerza y de dictadura de
clase, la ocasión de una revolución burguesa. El período revolucionario de la burguesía está
cerrado. Puede ser que por amparar sus intereses económicos y bajo la acción de la clase
obrera la burguesía de Italia, de Alemania, de Bélgica, sea llevada a extender los derechos
constitucionales del pueblo, a reivindicar la plenitud del sufragio, la verdad del régimen
parlamentario, la responsabilidad de los ministros de la democracia burguesa y del proleta-
riado y haga retroceder en todas partes la prerrogativa real o la autocracia imperial hasta tal
punto que la monarquía no tenga más que una existencia nominal.
Es cierto que la lucha por la completa democracia no está cerrada en Europa; pero en esta
lucha la burguesía no representará más que un papel secundario, como sucede en Bélgica en
este momento. Hay, además, en todas las Constituciones de la Europa central y occidental
bastantes elementos de democracia para que el paso a democracia completa se realice sin
crisis revolucionaria.
Por esta razón el proletariado no puede ya, como habían pensado Marx y Blanqui, defen-
der su Revolución detrás de .las revoluciones burguesas; no puede apoderarse y volver en su
provecho las agitaciones revolucionarias de la burguesía, que están agotadas. Ahora es, a
descubierto, sobre el amplio terreno de la legalidad democrática y del sufragio universal,
cómo el proletariado socialista prepara, extiende y organiza su Revolución. A esta acción
revolucionaria metódica, directa y legal, convidaba Engels en la última parte de su vida al
proletariado europeo con célebres frases que arrojaban al pasado el Manifiesto comunista.
Desde ahora, estando cerrada la acción revolucionaria de la 'burguesía, todo medio de vio-
lencia empleado por el proletariado no haría más que coligar contra él a todas las fuerzas no
proletarias. Y he aquí por qué he considerado siempre la huelga general, no como un medio
de violencia, sino como uno de los más vastos mecanismos de presión legal que para fines
determinados y grandes podía manejar el proletariado educado y organizado.
Pero si la hipótesis histórica de que procede la concepción revolucionaria del Manifiesto
comunista está en efecto agotada; si el proletariado no puede ya contar con los movimientos
revolucionarios de la burguesía para desplegar su propia fuerza de Revolución; si no puede
ya hacer surgir su dictadura de clase de un período de democracia caótica y violenta, ¿puede
al menos esperar su advenimiento repentino de un brusco hundimiento económico de la
burguesía, de un cataclismo del sistema capitalista imposibilitado de vivir y cediendo su
balance? Todavía era ésta una perspectiva de revolución proletaria abierta por Marx. Espera-
ba a la vez, para suscitar la dictadura de clase del proletariado, con el advenimiento político
revolucionario de la burguesía y con su derrota económica. El capitalismo debía sucumbir
por sí mismo un día bajo la acción cada vez más frecuente y más intensa de las crisis desen-
cadenadas por él y por el agotamiento de miseria al cual habría reducido a los explotados. No
es posible asegurar seriamente que fuese éste, en el Manifiesto, el pensamiento de Marx y de
Engels. "Todas las sociedades hasta hoy han reposado, según hemos visto, en el antagonismo
de clases opresoras y de clases oprimidas. Pero para poder oprimir una clase es preciso, al

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menos, asegurarle las condiciones de existencia que, le permitan arrastrar su vida de esclavo.
El siervo, a pesar de su servidumbre, se había elevado al rango de miembro de la Commune,
el pequeño burgués habíase convertido en burgués, a pesar del yugo del absolutismo feudal.
El obrero moderno, al contrario, desciende cada vez más en la condición de su clase. El tra-
bajador conviértese en pobre y el pauperismo crece todavía con más rapidez que la población
y la riqueza. Se pone así de manifiesto que la burguesía es incapaz de continuar siendo desde
ahora la clase directora de la sociedad y de imponerle, como una ley imperativa, las condi-
ciones de su existencia de clase. Se ha hecho incapaz de reinar, pues no puede soportar la
exclavitud. Está reducida a dejarlos perecer, o le es preciso alimentarlos, en vez de ser ali-
mentada por ellos. La sociedad no puede ya vivir bajo el reinado de esta burguesía; es decir,
que la existencia de esta burguesía no es ya compatible con la vida social."
Y en este momento, cuando la explotación burguesa y capitalista, habiendo alcanzado,
por decirlo así, el límite de la tolerancia vital de las clases explotadas, se produce una con-
moción inevitable, un levantamiento irresistible, y la guerra civil, latente entre las clases, se
desencadena, en fin, con "el hundimiento violento de la burguesía."
He aquí el pensamiento de Marx y de Engels en aquella época. Ya sé que ahora se pre-
tende arrojar un velo sobre la brutalidad de estos textos. Sé que sutiles intérpretes marxistas
dicen que Marx y Engels no han querido hablar más que de una pauperización "relativa". Del
mismo modo, cuando los teólogos quieren poner de acuerdo los textos de la Biblia con la
realidad científica, dicen que en el Génesis la palabra día designa un período geológico de
varios millones de años. No los contradigo. Son caridades de exégesis que permiten pasar sin
dolor del dogma largo tiempo profesado a la verdad mejor conocida. Y puesto que algunos
espíritus "revolucionarios" tienen necesidad de estos paliativos, ¿para qué contrariarlos? Sin
embargo, si Marx no hubiese querido hablar más que de una pauperización relativa, ¿cómo
habría sacado la consecuencia que el capitalismo haría caer sus esclavos más abajo del mí-
nimun vital y les obligaría así a destruir violentamente la burguesía?
Se ha dicho también que Marx y Engels habían querido solamente definir la tendencia
abstracta del capitalismo, lo que llegaría a ser la sociedad burguesa por su propia ley si la
organización obrera no contrariase, con un esfuerzo inverso, esta tendencia de opresión y de
depresión. ¿Cómo Marx que hacía del proletariado esencia misma y la forma viva del socia-
lismo, habría desconocido esta acción proletaria? Pero parece que en el pensamiento de Marx
esta acción, aunque asegurando al proletariado algunas ventajas económicas parciales, se
resume sobre todo en acrecentar su conciencia de clase, en desenvolver en él el sentimiento
de sus males y el de su fuerza. El desarrollo de la industria no hace más que aumentar en
número el proletariado. Aglomera al proletariado en masas más densas y su fuerza va en
aumento con el sentimiento que de ella tiene. Las diferencias en los intereses y en el género
de vida se nivelan entre las categorías diversas del mismo proletariado a medida que los
últimos mecánicos destruyen las diferencias en el género de trabajo y reducen casi en todas
partes el salario a un nivel de igual medianía.
Pero este salario de los obreros sufre cada día oscilaciones más frecuentes, efecto de la
concurrencia creciente que se hacen los burgueses entre sí, y que da por resultado las crisis
comerciales. La condición del obrero es cada vez más debatida a medida que se aceleran el
desarrollo y el mejo ramiento incesante del maquinis mo. Las colisiones entre el obrero indi-
vidual y el burgués individual toman, cada vez más, el carácter de colisiones entre dos clases.
Los obreros comienzan a formar coaliciones contra los burgueses. El objeto de su unión es la
defensa de su salario. Llegan hasta fundar asociaciones durables, con el fin de acumular
municiones para levantamientos eventuales. En algunos sitios la lucha estalla en motines.
"Algunas veces los obreros alcanzan una victoria pasajera. El beneficio verdadero de es-
tas luchas no es el que da el éxito inmediato. Consiste en la unión, que se propaga cada vez
más entre los obreros. Esta unión está facilitada por los medios de comunicación multiplica-
dos por la gran industria creada, y que permite a los obreros de localidades diferentes entrar

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en relaciones mutuas. Una vez hecha esta unión, la multiplicidad de luchas locales del mismo
orden se transforma en una lucha nacional única, centralizada, en una lucha de clases. Pero
toda lucha de clases es una lucha política. La unión que los burgueses de la Edad Media,
cuando no disponían más que de caminos vecinales, emplearon siglos en realizar, los proleta-
rios modernos, gracias a los caminos de hierro, la realizan en pocos años.
"Esta organización, a la vez que crea una clase proletaria y por consiguiente, un partido
político proletario, a cada instante se rompe de nuevo por la concurrencia de los obreros
entre sí. Pero vuelve a rehacerse cada vez más fuerte, más firme, más poderosa. Sacando
partido de las dimensiones internas de la burguesía, consigue hacer reconocer a la fuerza y
por la ley algunos de los intereses de los trabajadores, como por ejemplo, la ley sobre la
jornada de diez horas en Inglaterra."
Si he reproducido este cuadro genial del movimiento obrero moderno, no es para discutir
cada uno de sus puntos; habría en varios de ellos, y sobre todo en la nivelación de los sala-
rios, muchas reservas que hacer. He querido que el lector pudiese plantearse útilmente la
cuestión que yo mismo me planteo: ¿En qué medida ha admitido Marx que la organización
económica y política de los proletarios contrarrestaba la tendencia de pauperación, que es,
según él, la ley misma del capitalismo? Creo que se puede responder: "En una medida muy
débil." Sin duda, los obreros agrupados en clase y en partido alcanzan, sobre todo, gracias a
las divisiones de la clase poseedora, algunas ventajas parciales; pero parece que su Unión en
el combate es el único beneficio sustancial que sacan del combate mismo. La fuerza de cohe-
sión y de protesta se acrecienta en vista de un levantamiento general; sus beneficios aumen-
tan al conducir bien el movimiento revolucionario y al precipitar el hundimiento de la bur-
guesía. Pero de hecho, y en el fondo mismo de su vida actual, sufren, no oponiendo más que
contrapesos demasiado débiles a la ley de pauperación proletaria. Es también, sin duda, esta
contradicción, entre la pauperación creciente sufrida por el proletariado y la fuerza creciente
de reivindicación y de acción que se organiza en él lo que le parece a Marx como el resorte
de los grandes levantamientos próximos, como la fuerza inmediata de la Revolución. Las
mejoras concretas obtenidas por el esfuerzo obrero no compensan sino imperfectamente la
depreciación concreta que sufre la vida obrera por la ley de la producción burguesa. En el
conflicto de las tendencias que se disputan el proletariado la tendencia deprimente tiene hoy
la prioridad; es ella, ante todo, la que obra sobre la condición real de la clase obrera.
Y puesto que se habla de tendencias, en este sentido se inclinaba visiblemente todo el
pensamiento de Marx y de Engels. Yo diría casi que Marx tenía necesidad de un proletariado
infinitamente empobrecido y desnudo en su concepción dialéctica de la historia moderna. El
proletariado, para ser en la dialéctica hege-liana de Marx el momento humano, para ser ver-
daderamente la idea misma de la humanidad, debía hasta tal punto estar despojado de todo
derecho social, que la humanidad única, infinita en desgracia y en derecho, subsistiese en él
¿Y cómo comprender a Marx sin descender a los orígenes dialéctricos, a las fuentes profun-
das de su pensamiento? Su Crítica de la filosofía hegeliana del derecho, publicada en 1844
en los Anales germano-franceses, es con este respecto, un documento decisivo. "¿Dónde
está, pues —dice—, la posibilidad positiva de la emancipación alemana? Respuesta: En la
formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad burguesa, de un
Estado que sea la disolución de todo Estado, de una esfera que tenga un carácter universal
por el sufrimiento universal, y que no reivindique ningún derecho particular, porque no es
una injusticia particular, sino la injusticia total la que se realiza sobre él; qué no pueda apelar
a ningún título histórico, sino solamente al titulo de humanidad; que esté, no en oposición
particular con tal o cual consecuencia, sino en oposición general con todos los principios del
Estado alemán; de una esfera, en fin, que no pueda emanciparse ella misma sin emanciparse
de todas las otras esferas de la sociedad, y sin emancipar, por lo tanto, a todas las otras esfe-
ras de la sociedad; que, en una palabra, sea la pérdida total del hombre, y que no pueda, por
consiguiente, encontrarse a sí misma sino por la completa restitución del hombre."

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Entiendo que Marx habla aquí de Alemania y de las condiciones especiales de su libera-
ción. Sé que reconoce a las clases sociales de Francia un idealismo histórico más elevado,
que tienen, según él, la costumbre de considerarse como las guardadoras del interés univer-
sal, y que bastará en Francia, para que se realice la completa emancipación, que esta acción
idealista pase de la burguesía, en quien la misión humana está limitada y contrariada por los
cuidados de la propiedad, al proletariado francés, en quien la misión humana puede desen-
volver sin obstáculo su universalidad.
Sí; se trata de Alemania y del proletariado alemán. ¿Pero quién no ve que, a pesar de las
diferencias técnicas e históricas, es para Marx una figura del proletariado, por su absoluta
pobreza, la figura suprema? Es, pues, bajo una trasposición hegeliana del cristianismo como
Marx se representa el movimiento moderno de emancipación. Lo mismo que el Dios cristia-
no ha descendido a lo más bajo de la humanidad sufriendo por librar a la humanidad entera,
lo mismo que el Salvador por salvar a todos los hombres ha tenido que reducirse a ese grado
de desnudez vecino a la animalidad, debajo del cual no podía encontrarse a ningún hombre,
lo mismo que este rebajamiento infinito de Dios era la condición del engrandecimiento infi-
nito del hombre, lo mismo, en la dialéctica de Marx, el proletariado, el Salvador moderno, ha
tenido que ser despojado de toda garantía, privado de todo derecho, sumido en lo más pro-
fundo de la nada histórica y social para engrandecer, engrandeciéndose, a toda la humanidad.
Y como el Dios-hombre para cumplir su misión ha tenido que permanecer pobre, sufriendo y
humillado hasta el día triunfal de la resurrección, hasta aquella victoria particular sobre la
muerte que ha liberado de la muerte a toda la humanidad, así el proletariado cumple tanto
mejor su misión dialéctica llevando como una cruz, cada vez más pesada, la ley esencial de
opresión y depresión del capitalismo,, hasta el levantamiento final, hasta la resurrección
revolucionaria de la humanidad. De aquí, evidentemente, una tendencia original en Marx a
acoger difícilmente la idea de un engrandecípliento parcial del proletariado. De aquí una
especie de alegría en la cual entra algo de misticismo dialéctico al comprobar las fuerzas de
opresión que pesan sobre los proletariados.
Marx se engañaba. No es de la pobreza absoluta de donde puede venir la liberación abso-
luta. Por muy pobre que fuese el proletariado alemán, nunca llegaría a la pobreza suprema.
En primer lugar, en el obrero moderno hay toda la parte de humanidad conquistada por la
abolición de los salvajismos y de las barbaries primitivas, por la abolición de la esclavitud y
de la servidumbre. Además, por muy insignificantes que fuesen en este momento los títulos
históricos de los proletarios alemanes, no por eso están desprovistos de ellos. Su historia
desde la Revolución francesa no está en absoluto vacía. Y, sobre todo, por su simpatía hacia
la acción emancipadora de los proletarios franceses, de los obreros del 14 de julio, del 5 y 6
de octubre, del 10 de agosto y de las secciones parisienses, tienen una parte en los títulos
históricos del proletariado francés, convertidos en títulos universales, como la declaración de
los derechos del hombre fue un símbolo universal y la destrucción de la Bastilla una reden-
ción universal,
Al mismo tiempo que Marx escribía para el proletariado alemán esas palabras de místico
rebajamiento y de mística resurrección, los proletarios alemanes y el mismo Marx volvían su
corazón y sus ojos hacia la Francia, hacia la gran patria de los títulos históricos del proleta-
riado. ¿Pero qué extraño es que Marx, con esta concepción dialéctica primera, haya concedi-
do la prioridad, en la evolución capitalista, a la tendencia de depresión? ¿Por qué admirarse
de que todavía en El Capital haya escrito que "la opresión, la esclavitud, la mis eria iban en
aumento", pero que también "la resistencia de la clase obrera crecía sin cesar, cada vez más
disciplinada, unida y organizada por el mismo mecanismo de la producción capitalista",
poniendo una vez más en balance una fuerza de depresión que obra inmediatamente y una
fuerza de resistencia y de organización que parece, sobre todo, preparar el porvenir?
También Engels se ha formado de la inflexibilidad del sistema capitalista, de su impoten-
cia para adaptarse a la menor reforma, una idea tan rígida y tan estricta, que comete en la

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interpretación de los movimientos sociales los más graves errores. Es difícil imaginar en su
célebre libro sobre La situación de las clases laboriosas en Inglaterra. En todas partes ve
incompatibilidades, contradicciones insolubles que sólo pueden resolverse por la Revolución.
Anuncia en 1845, como inminente y absolutamente inevitable en Inglaterra, una revolución
obrera y comunista, que será la más sangrienta que haya visto la Historia. Los pobres dego-
llarán a los ricos y quemarán los castillos. No hay ninguna duda sobre esto. "En ninguna
parte es tan fácil profetizar como en Inglaterra, porque aquí todos los desarrollados sociales
son de una transparencia extraordinaria. La Revolución debe venir; es ya demasiado tarde
para introducir una solución pacífica." ¡Extraño modo de considerar este país de Inglaterra,
siempre tan hábil en las evoluciones y en los compromisos! Lleva tan lejos su intransigencia
social, que llega a emplear sobre las grandes cuestiones planteadas en aquel momento el
lenguaje de los conservadores más tercos. Como a éstos, todo progreso político y social le
parece imposible en el sistema presente. Los carlistas entregan a Inglaterra al abismo o a la
completa revolución comunista. Piden el sufragio universal, pero éste es inconciliable con la
monarquía; piden la jornada de diez horas, pero ésta es inconciliable en el sistema capitalista
con las exigencias de la producción, y su efecto, verdaderamente exc elente, será obligar a
Inglaterra a entrar, bajo pena de ruina, en las vías nuevas. "Los argumentos de economía
nacional —escribe Engels — que emplean los fabricantes para demostrar que la jornada de
diez horas aumentará los gastos de la producción y hará incapaz a la industria inglesa de
luchar contra la concurrencia extranjera, que el salario del trabajo disminuirá necesariamente,
son, en parte, verdad; pero no prueban más que una cosa: que la grandeza industrial de Ingla-
terra no puede ser mantenida más que por el trato bárbaro dado a los obreros, por la destruc-
ción de la salud, por la decadencia social, física e intelectual de generaciones enteras. Natu-
ralmente, si la jornada de diez horas llegase a ser una medida legal definitiva se arruinaría
Inglaterra; pero como esta ley traería en pos de sí necesariamente otras medidas, que obliga-
rían a Inglaterra a entrar en una vía completamente diferente a la que ha seguido hasta aquí,
significaría un progreso."
¡Qué espíritu de desconfianza con respecto a las reformas parciales!, ¡qué límites tan es-
trechos los señalados a las facultades de transformación del régimen industrial! Y cuando en
1892, cincuenta años después, Engels reedita este libro, no piensa siquiera un momento en
preguntarse por qué vicio de pensamiento, por qué error sistemático ha sido inducido a ideas
tan falsas sobre el movimiento político y social de Inglaterra. Prefiere complacerse en una
obra que la Historia ha desmentido casi por completo. Es natural, pues, suponer que Engels ,
con este modo de comprender las cosas, se ha inclinado siempre, como Marx, a dar a las
fuerzas de depresión, que trabajan en el régimen capitalista a la clase obrera, la prioridad
sobre las fuerzas de engrandecimiento.
Pero importa poco, cualquiera que sea la interpretación dada sobre este punto al pensa-
miento incierto y oscuro de Marx y Engels. Lo esencial es que ninguno de los socialistas
contemporáneos acepta la teoría de la pauperización absoluta del proletariado. Los unos
abiertamente, los otros con preocupaciones infinitas, algunos con una maliciosa bonhomie
,todos declaran que es falso que en el conjunto la condición económica material de los prole-
tarios vaya empeorando. Entre las tendencias de depresión y las tendencias de engrandeci-
miento, no son en totalidad y en la realidad inmediata de la vida las tendencias depresivas las
que privan. Por lo tanto, no puede repetirse, después de Marx y de Engels, que el sistema
capitalista perecerá porque no asegura siguiera a los que explota el mínimun necesario a la
vida. Además, es verdaderamente pueril esperar que un cataclismo económico que amenace
al proletariado en su vida misma provoque, con la rebelión del instinto vital, "el hundimiento
violento de la burguesía". Las dos hipótesis, una histórica y otra económica, de donde debía
salir, según el pensamiento del Manifiesto comunista, la repentina revolución proletaria, la
revolución de dictadura obrera, están igualmente desacreditadas.
Ni habrá en el orden político una revolución burguesa que el proletariado revolucionario

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pueda dominar de repente, ni habrá en el orden económico un cataclismo, una catástrofe que,
sobre las ruinas del capitalismo, haga surgir en un día la denominación de clase del proleta-
riado comunista y un sistema nuevo de producción. Estas hipótesis no han sido vanas. Si el
proletariado no ha podido apoderarse de ninguna de las revoluciones burguesas, se ha me z-
clado, sin embargo, desde hace veinte años, en las agitaciones de la burguesía revolucionaria,
y continuará todavía, bajo las formas nuevas que desenvuelva la democracia, sacando partido
de los inevitables conflictos interiores de la burguesía. Si no ha habido reacción total y revo-
lucionaria del instinto vital del proletariado bajo un cataclismo total del capitalismo, ha habi-
do innumerables crisis que, demostrando el desorden profundo de la producción capitalista,
han excitado a los proletarios a preparar un orden nuevo. Pero cuando comienza el error es
cuando se espera la súbita caída del capitalismo y el advenimiento repentino del proletariado,
una gran conmoción política de la sociedad burguesa o una gran conmoción de la producción
burguesa.
No es por la solución imprevista de las agitaciones políticas por lo que el proletariado
llegará al poder, sino por la organización metódica y legal de sus propias fuerzas bajo la ley
de la democracia y del sufragio universal. No es por el hundimiento de la burguesía capitalis-
ta, sino por el crecimiento del proletariado por lo que el orden comunista se implantará gra-
dualmente en nuestra sociedad. Los que aceptan estas verdades, desde ahora necesarias, no
tardan en concebir métodos precisos y seguros de transformación social y de progresiva
organización. Los que no los aceptan, los que no toman verdaderamente en serio los resulta-
dos decis ivos del movimiento proletario desde hace un siglo, los que retrogradan hasta el
Manifiesto comunista, tan visiblemente sobrepujado por los sucesos, 'o que mezclan a los
pensamientos directos y verdaderos que la realidad presente les sugiere restos de pensamien-
tos antiguos de donde ha huido la verdad, ésos se condenan a sí mismos a vivir en el caos.
Pero yo no podría justificar en detalle esta afirmación general más que por el análisis mi-
nucioso de todas las tendencias presentes del socialismo francés y del socialismo internacio-
nal. Yo no podría tampoco legitimar plenamente el método que he indicado sino por aplica-
ciones precisas y por la exposición de un programa "de evolución revolucionaria". Este será
el objeto de- una obra más sistemática y más uniforme que estos estudios fragmentarios.
No quiero en esta introducción añadir más que unas palabras que tienen una relación di-
recta con el objeto del volumen. Algunos de nuestros contradictores dicen que este método
de evolución sometido a la ley de la democracia tiene el inconveniente de debilitar y de oscu-
recer el ideal socialista. Es precisamente lo contrario. Los llamamientos declamatorios a la
violencia y la espera casi mística de una catástrofe liberatriz son los que dispensan a los
hombres de precisar su pensamiento y de determinar su ideal. Pero los que se proponen con-
ducir a la democracia por anchos y seguros caminos hacia el comunismo, los que no pueden
contar con el entusiasmo de una hora y con las ilusiones de un pueblo excitado, ésos están
obligados a decir con entera claridad hacia qué forma de sociedad quieren encaminar a los
hombres y las cosas y por qué serie de instituciones y de leyes esperan llegar al orden comu-
nista.
Cuanto más se confunda el partido socialista con la nación para la aceptación definitiva
de la democracia y de la legalidad, más obligado se verá a marcar su concepción propia, y a
través de la atmósfera menos agitada se dibujará mejor el objeto final. Bajo pena de perderse
en el más vulgar empirismo y de disolverse en un oportunismo sin regla y sin objeto, deberá
ordenar todos sus pensamientos, toda su acción, conforme al ideal comunista. O, más bien,
este ideal deberá siempre estar presente en cada uno de sus actos y de sus palabras.
Yo no sé si Bernstein ha sido llevado por la necesidad de la polémica a aclarar, sobre to-
do, el lado crítico de su obra. Seria en todo caso un gran error y una gran falta disolver en las
brumas del porvenir el objeto final de socialismo . El comunismo debe ser la idea directora y
visible de todo el movimiento. El socialismo "crít ico" debe ser, más que todo otro, activo y
constructor. Y una de las formas primeras de la acción es disipar los equívocos, con los cua-

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les los partidos extremos de la democracia burguesa engañan todavía los espíritus... Desem-
brollar los sofismas y denunciar las contradicciones del radicalismo burgués es quizá el pri-
mer deber de los que quieren conquistar legalmente la democracia para la idea socialista y
comunista. Naturalmente, he sido conducido, después de haber bosquejado a grandes rasgos
el método de evolución revolucionaria, a preguntar al partido radical qué entiende por su
famosa fórmula de la "propiedad individual". Esto no es más que una débil parte del exa men
crítico al cual deberían ser sometidos por nuestro partido los equívocos y las contradicciones
radicales.
M. Máxime Leroy, en La Revista Blanca, me ha hecho algunas objeciones. Me dice que
el usufructo, el uso, la habitación, la hipoteca, la copropiedad de las paredes maestras y esca-
leras son derechos antiguos que no implican de ningún modo un derecho social nuevo.
Hay un error. Jamás he dicho yo que fuesen nuevas esas formas, y menos todavía bosque-
jos de copropiedad social. Al contrario, siempre he recordado que era un provecho de los
demás individuos por lo que estaba limitado el derecho individual. Pero no deja de ser ver-
dad que la propiedad, aun la individual, es en extremo compleja, que está formada de dere-
chos muy diversos, tan pronto reunidos en la mano de un solo individuo, tan pronto dispersos
en las manos de varios; que está muy lejos de ser un bloque indescomponible y una cantidad
simple; que hay, por lo tanto, algo de infantil en darse in abstracto, como el defensor de la
propiedad individual, y que, además, carece de fundamento al reprochamos la extrema com-
plicación del concepto de la propiedad comunista, que envolverá el derecho de la nación, el
derecho de los grupos intermedios y el derecho de los individuos. Esto es todo lo que sobre
este punto he querido demostrar.
M. Leroy dice: "Lo que hace falta comprobar es que todas las legislaciones han hecho
restricciones -al derecho de propiedad individual, como a todos los derechos individuales...
El individualismo jurídico absoluto no puede ser más que una entidad metafísica."
Sin duda; pero lo que yo noto en primer lugar es que la misma Revolución francesa, a pe-
sar de su preocupación individualista, ha llevado a la propiedad individual, en el orden de la
herencia, un alcance sin precedente. M. Leroy me dice que "el principio de la igualdad de las
partes era un principio rutinario, ya aplicado en Germania y en la Grecia antes de Solón". Sin
duda habría mucho que decir sobre este punto, ¡pero qué distancia entre estas costumbres
antiguas y la legislación vigorosa de la Convención! Y, sobre todo, ¿cómo no ha visto M.
Leroy que lo que hace interesante la legislación revolucionaria es su aparente antinomia? En
nombre del derecho de los individuos, y para garantizarlo, la Revolución se ve obligada a
constituir un dominio familiar común e intangible. El individualismo concreto se traduce
aquí por un comunismo familiar, del mismo modo, cuando la sociedad tenga cuidado de
todos los individuos, cuando ya vea y proteja en ellos, contra todas las usurpaciones, no a los
herederos designados de tal o cual patrimonio familiar, sino a los herederos del patrimonio
humano, el comunismo social será la forma suprema y la suprema garantía de este elevado
individualismo universal.
En segundo lugar, lo que yo he señalado es que en esta sociedad individualista sufre un
ataque incesante »y una incesante desnaturalización. M. Leroy conviene en ello por toda una
categoría de leyes. "Tampoco —dice— es en el Código civil de 1804, que no es más que el
anterior retocado, donde hay que buscar el derecho nuevo, sino en las leyes sociales posterio-
res que, como hace notar M. Jaurés, constituyen verdaderas desposesiones en un sentido
colectivista: derecho a la huelga, inspección del trabajo, etc." Esto es muy importante y bas-
taría para mo strar la frivolidad y la inconsistencia de los radicales que se proclaman contra
nosotros los salvadores de la propiedad individual y que no parecen sospechar que las leyes
sociales a las cuales consienten bajo la acción de la clase obrera son una perpetua restricción.
Pero sería pueril buscar en el Código de Napoleón los rasgos del derecho nuevo: hay interés
en mostrar que, aun en el Código civil, aun fuera de la legislación social que la clase obrera
ha impuesto poco a poco, la propiedad individual tiene facultades casi ilimitadas de descom-

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posición, que se presta a toda clase de desmembramientos y que las relaciones mismas de las
propiedades individuales se marcan por recíprocas expropiaciones parciales.
También M. Leroy hace poco caso del sentido revolucionario y comunista latente del de-
recho de expropiación por causa de utilidad pública. "El derecho superior que la sociedad se
arroga sobre las propiedades privadas no es más que la continuación, en un sentido democrá-
tico, del derecho de propiedad eminente del rey sobre todos los bienes del reino." Quizás,
aunque la Revolución asignase otros orígenes a este derecho. Pero lo importante, precis a-
mente, es la continuación de ese derecho en un sentido democrático. Esta continuación de-
mocrática podía ser también aumentada" en el sentido socialista. ¿Y cómo puede parecer
indiferente a M. Leroy que la sociedad burguesa, arrastrada por el poder de los intereses
capitalistas, haya dado poco a poco a este derecho de expropiación, bajo los ojos del proleta-
riado que medita y que espera, una extensión creciente? Mientras que los radicales dicen:
"Propiedad individual", el capitalismo fortifica y afina el útil jurídico de expropiación, del
cual hará uso con respecto a todo sistema burgués. He aquí lo que yo tenía derecho a señalar,
y me parece que si se toma toda mi demostración en su verdadero sentido, resiste plenamente
a las objeciones de M., Leroy, que yo agradezco por la forma cortés y casi amigable que les
ha dado.

18
Estudios socialistas

19
REPÚBLICA Y SOCIALISMO

Hace once años, en el momento, en que la democracia socialista alemana elaboraba su


programa, el proyecto de programa que debía ser bien pronto adoptado en Erfurt, fue someti-
do a Engels , el amigo sobreviviente de Marx. Engels hizo graves objeciones a la parte políti-
ca de este programa. La encontraba tímida, inconsistente e ineficaz. Se habla —decía— de
sufragio universal directo, de referéndum y de iniciativa popular. ¿Pero de qué sirve esto
mientras que la Constitución de Alemania sea absolutista y mientras que Alemania, dividida
en pequeños Estados donde domina la voluntad de los príncipes, no ofrezca a la voluntad de
la nación un campo libre y unido? ¿Cómo se puede esperar, con semejante Constitución
política, un paso regular y tranquilo del capitalismo al socialismo?
Aquí cito textualmente, según la carta de Engels que acaba de ser encontrada en los pape-
les de Lieknecht, y que publica la revista dé Kautsky, la Neue Zeit:
"Se dice a sí mismo el partido que la sociedad de hoy va hacia el socialismo por una evo-
lución interna, y no se pregunta si, por esta evolución mínima, no romperá las formas, las
envolturas de la Constitución actual.
"Se habla como si Alemania no tuviera que liberarse de las cadenas de un orden político
absolutista y caótico. Puede creerse que la vieja sociedad podrá transformarse pacíficamente
en la nueva en los países en que la representación del pueblo concentra en sí todos los pode-
res, en que puede hacerse constitucionalmente lo que se quiere desde el momento en que se
tiene detrás la mayoría del pueblo, en las Repúblicas democráticas como las de Francia y
América, en las monarquías como Inglaterra, donde la dinastía es impotente contra el pueblo.
Pero en Alemania, donde el gobierno es casi todopoderoso y donde el Reichstag y los otros
cuerpos representativos son destituidos por el poder real, sostener semejante lenguaje es
aliarse con el absolutismo."
"Si hay algo cierto es que nuestro partido y la clase obrera no pueden llegar al poder sino
bajo la forma de la república democrática. Esta es la forma específica de la dictadura del
proletariado, como lo ha demostrado ya la gran Revolución francesa. No se puede pensar que
nuestros mejores partidarios lleguen a ser ministros bajo un emperador como Miguel."
De estas notables palabras de Engels no quiero hacerme cargo hoy más que de dos pun-
tos. El primero es que, para el ilustré amigo de Marx, la Revolución democrática no es, como
dicen a menudo entre nosotros algunos pretendidos partidarios del marxismo, una forma
puramente burguesa, que importa tan poco al proletario como cualquier otra forma guberna-
mental. La República es, según Engels , la forma política del socialismo: lo anuncia, lo prepa-
ra y hasta lo contiene en cierto modo, puesto que sólo ella puede conducimos a él por una
evolución legal, sin ruptura de continuidad.
Eramos, pues, nosotros los que Seguíamos fieles a la verdadera idea marxista, cuando en
la crisis de las libertades francesas hemos defendido la República contra todos sus enemigos,
Y los "que, bajo pretexto de revolución y de pureza doctrinal, se refugiaban tristemente en la
abstención política, ésos se apartaban del pensamiento socialista. Se apartaban también de la
tradición revolucionaria del proletariado francés. Engels habla de la República de 1793, de
esa Revolución que algunos socialistas franceses declaran exclusivamente burguesa, y que en
un momento fue, según Engels , el instrumento apropiado de la dictadura proletaria. Hace
pocos días, buscando en los archivos, con Gabriel Deville, algunos documentos sobre la
Revolución, leí con un estremecimiento de alegría este fragmento de un diario de Babeuf.
Babeuf se felicita de haber defendido la Revolución y la República, aun cuando estaban en
manos de los perseguidores del pueblo. Se felicita de haber salvado la República hasta con
riesgo de salvar al mismo tiempo a los hombres indignos que la representaban. "Sí —dice—;
si los realistas no triunfaron el 13 Vendimiario, es porque en aquel gran peligro de la libertad

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pública comprendieron los demócratas que, por un interés tan sagrado, debían, exponiendo
sus vidas, .salvar | a aquéllos de sus perseguidores que tanto les habían traicionado, pero que
no podían perecer sin que la misma libertad sucumbiese." Admirables palabras que claman
contra el ciudadano Vaillant. No dejan subsistir ninguno de los pretextos con que trataban de
cubrir su abstención y su política de equilibrio en los días del peligro republicano, en la crisis
boulangerista y en la crisis | nacionalista. Sólo por una usurpación de título pretende estar
unido a las ideas de Babeuf; nosotros únicamente hemos sido fíeles en aquellos días turbu-
lentos al comunismo revolucionario de la Francia.

***

Las palabras de Engels nos revelan también hasta qué punto los socialistas alemanes se
preocupaban de los medios de realizar el comunismo, Engels deplora apasionadamente que
no haya una República alemana.
Y deja entrever que así como le repugnaría ver ministros socialistas bajo un emperador,
en cambio le parecería natural que tomasen parte en la dirección gubernamental de una Re-
pública democrática que evolucionase hacia el socialismo. Liebknecht, como se verá por los
fragmentos citados, iba más lejos, puesto que preveía la participación de los socialistas en el
gobierno, aun bajo la Constitución imperial; pero sea lo que fuese de la cuestión ministerial,
completamente secundaría, el problema que les preocupaba a todos era éste: ¿Cómo pasar de
la sociedad burguesa a la sociedad comunísta?, ¿por qué caminos?, ¿por medio de qué evolu-
ción? Este es, me atrevo a decirlo, el problema que siempre nos ha preocupado. A la solución
teórica y práctica de este problema hemos dedicado sin reserva y sin recompensa todo nues-
tro esfuerzo de espíritu, todo nuestro esfuerzo de acción.
Por un momento, en el deslumbramiento de la gran I victoria socialista de 1893, en el jus-
to orgullo de la acción creciente ejercitada por nosotros, creí en el triunfo total y final más
próximo de lo que estaba. ¡Cuántas veces entonces el ciudadano Vaillant me advertía que no
me dejase llevar de esta ilusión peligrosa! ¡Cuántas veces entonces nos puso en guardia co-
ntra las profecías a breve plazo de Guesde y la mística espera de catástrofes libertadoras!
Pero ni aun en este período de esperanza próxima y ardiente, jamás he olvidado la obra de
reforma, y siempre me esforzaba en dar a nuestros proyectos una orientación socialista. No
veía en ellos solamente paliativos a las miserias presentes, sino un comienzo de organización
socialista, gérmenes de comunismo sembrados en tierra capitalista. Cuando yo cogí las carti-
llas de los aldeanos revolucionarios de 1789 y pedí que el Estado preparase, por el monopo-
lio de importación de los granos, la institución de un servicio público de aprovisionamiento
que los sindicatos obreros y aldeanos administrarían con la nación; cuando yo pedí en el
extenso debate sobre el azúcar la socialización de las refinerías y de las fábricas de azúcar,
que serían administradas bajo la inspección de la nación por la clase obrera organizada, con-
tratando para la compra de la remolacha con sindicatos de productores aldeanos y con obre-
ros agrícolas asegurados con un mín imun de salario; cuando yo pedí la expropiación de las
minas, cuya dirección hubiese sido confiada a un consejo del trabajo, compuesto de los re-
presentantes del Estado, representantes de toda la clase obrera y de los obreros mineros, yo
no me preocupaba solamente de delimitar el poder capitalista y de elevar la condición de los
proletarios; me preocupaba sobre todo de introducir en la sociedad actual formas nuevas de
propiedad, a la vez nacionales y sindicales, comunistas y proletarias, que hiciesen estallar
poco a poco los cuadros del capitalismo.
Inspirado en este espíritu, cuando se fundó la vidriería obrera yo tomé parte deliberada-
mente contra los enemigos de Guesde, que, en las reuniones preparatorias celebradas en
París, querían que fuese solamente una vidriería para los vidrieros, simple falsificación obre-
ra de la fábrica capitalista. Yo sostuve con todas mis fuerzas a los que querían hacer y han
hecho la propiedad común de todas las organizaciones obreras, creando así el tipo de propie-

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dad que se acerca más en la sociedad actual al comunismo proletario. Yo me guiaba siempre
por lo que Marx ha llamado admirablemente la evolución revolucionaria.
Esta consiste, según mi parecer, en introducir en la sociedad actual formas de propiedad
que la contradigan y la sobrepujen, que anuncien y preparen la sociedad nueva y por su
fuerza orgánica apresuren la disolución del mundo antiguo. Las reformas no son solamente; a
mis ojos, calmantes; son y deben ser preparaciones.
He aquí el pensamiento que me ha animado desde el principio de la batalla. He aquí el
método de realización socialista que he practicado en cinco años de vida parlamentaria, que
no fueron más que una larga labor y un largo combate. Y puesto que, en fin, se me obliga a
hablar de mí mismo, puesto que se me obliga a defender esta parte de la confianza del pueblo
que yo no había conquistado y que no quiero conservar más j| que en provecho de la Revolu-
ción, digo muy alto que he permanecido completamente fiel a este método y a esta idea.
He visto, hace cuatro años, por la odiosa agitación de la ignorancia y de la barbarie, por el
triste doblegamiento de las voluntades y de las conciencias, que no bastaba trabajar por el
socialismo, sino que era preciso todavía afianzar la libertad republicana quebrantada. Cuando
el obrero minero, que hunde su pico en la hulla y la separa bloque a bloque, nota de repente
que la galería está resquebrajada, que los apoyos se doblegan y el techo se hunde, abandona
un momento el pico y afianza los apoyos. ¿Se dirá entonces que se ha detenido en su marcha
y que ha abandonado el vigoroso instrumento ofensivo? No; al contrario, ha asegurado la
continuación y el progreso de su trabajo.

***

He visto también en Lille, Roubaix, París, Cannaux, Rive-de -Gier, que el poder capitalis-
ta era grande todavía, más grande y más resistente que lo que Guesde había dicho. Y he
comprendido que necesitábamos un largo e inmenso esfuerzo, una larga serie de trabajos,
para desarmar los prejuicios más violentos y para penetrar las conciencias. Y no me ha pare-
cido indiferente, para disipar una parte de los prejuicios hostiles, que la sociedad burguesa se
viese obligada en un momento de crisis a llamar a un socialista para que participase del po-
der. Creo que, suceda lo que quiera, y aun cuando la experiencia no volviera a repetirse, este
suceso en un porvenir próximo servirá para la propaganda de todos. He creído, aun a través
de circunstancias difíciles, que valía la pena dejar que esta combinación tomase por su dura-
ción una importancia histórica. Y pienso también que sería funesto ponerle término febril-
mente.
No es solamente por obedecer a las decisiones de principio de nuestros congresos, sino
por efecto de una convicción personal muy meditada, por lo que he dicho claramente que me
parecía mal hacer entrar al partido socialista en las próximas combinaciones gubernamenta-
les. Es preciso, en primer lugar, que el partido socialista se de a sí mismo el tiempo de juzgar
a distancia los efectos buenos y malos de la participación. Es preciso que pueda colocar los
sucesos en una justa perspectiva. Y es preciso también que guarde todo su esfuerzo para
desplegar ante el Parlamento y ante el país su programa de acción aumentado y renovado. Lo
hará con la autoridad que le da ahora el papel decisivo representado por él en las grandes
crisis de la libertad y de la nación. Lo hará ante los espíritus menos brutalmente prevenidos y
más abiertos a las libertades nuevas. Lo hará sin dejar de preocuparse un solo momento de
las pequeñas reformas que pueda obtener del Gobierno republicano, sin esterilizar por una
oposición sistemática el ministerio donde no esté representado, pero con el cuidado de dar
siempre la medida de su pensamiento.
Ha llegado, en efecto, la hora en que el problema de la propiedad puede y debe ser lleva-
do al Parlamento, no por simples declaraciones teóricas, sino por vastos proyectos precisos y
prácticos, en que la socialización necesaria y rápida de una gran parte de la propiedad capita-
lista, industrial y agrícola tome una forma jurídica y económica definida. Ha llegado la hora

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de colocar los partidos políticos burgueses, no ya enfrente de fórmulas generales, sino en-
frente de un programa de acción profundo y vasto que plantee verdaderamente la cuestión de
la propiedad y que represente científicamente todo el alcance del pensamiento socialista.
Es mi más justo orgullo el haberme preparado sin tregua para esta gran obra. He trabaja-
do lo mismo cuan-H do me han ultrajado que cuando me han aclamado. Y I tengo la seguri-
dad de que el fruto de esta labor no se I perderá para el proletariado.
13 octubre 1901.

EL MOVIMIENTO RURAL
El movimiento económico no tiene en el campo la misma forma que en la ciudad. En
primer lugar, la población rural disminuye, mientras que la población urbana crece. En se-
gundo lugar, y esto es muy importante, aquella disminución recae principalmente sobre el
proletariado rural. Es claro que los desposeídos, los jornaleros, los hijos de los colonos, son
los que se ven arrastrados hacia las ciudades. Los pequeños propietarios están más fuerte-
mente adheridos al suelo.
En fin, el efecto de la máquina es exactamente el contrario en el campo que en la ciudad.
En la industria, la máquina suprime algunas veces los brazos, pero esto no es más que mo-
mentáneamente; suscita formas nuevas de actividad, y de este modo, a medida que se desen-
vuelve el maquinismo, aumenta también la cifra de la población obrera. Y transformándose
los pequeños artesanos en proletarios, el efecto de la máquina es aumentar el proletario in-
dustrial. En el orden agrícola, al contrario, la máquina sembradora, segadora, gavilladora y
trilladora suprime pura y simplemente los brazos. Y de esté modo elimina los proletarios.
Los pequeños propietarios no son suprimidos por el maquinismo como los artesanos. La
máquina agrícola se adapta cada vez más a la pequeña propiedad, y lejos de destruirla le
ahorra los gastos de mano de obra que tenía que hacer, por ejemplo, para la siega.
Siendo cada vez más raro el proletariado rural, el de crecimiento de la gran propiedad se
encuentra naturalmente detenido. Y esto explica el estado casi estancado de la propiedad
agrícola en Francia.
En él notable estudio que Gabriel Deville ha hecho de la propiedad rural, habla de un
movimiento de concentración, aunque lento y poco marcado. Muchas causas parece deberían
obrar en el sentido de la gran propiedad. Es natural, por ejemplo, que los capitalistas urbanos
se inclinen a consolidar en tierras una pequeña parte de su fortuna creciente. Además, hay
ramas de la producción agrícola que se industrializan cada vez más, como el cultivo de la
remolacha, y que parecen deber sufrir la ley de agrupación de la industria.
Pero en muchas regiones la escasez de la mano de obra, la disminución del proletariado
rural, neutralizan todas estas fuerzas de desenvolvimiento de la gran propiedad. Esta tiene
necesidad, naturalmente, de una mano de obra siempre disponible. Hay regiones enteras
donde los jornaleros han desaparecido, donde las familias de los colonos son justamente las
necesarias para la explotación de los dominios burgueses actualmente constituidos, y donde
los pequeños propietarios que no tienen más que un hijo no trabajan nunca fuera de su pe-
queño dominio.
Esto es literalmente verdad en la llanura de Albi. Y en el viñedo, alrededor de Gaillac, la
gran propiedad tiende a disminuir. El número de propietarios poseen bastantes viñas para
emplear en ellas todo su trabajo. Hay un tercio de población sin propiedades. Son éstos, o
proletarios que no tienen nada, o individuos que no poseen más que un ínfimo trozo de viña,
insuficiente para ocupar sus brazos y hacerles vivir. Pero este tercio de desposeídos tiene más
bien tendencia a decrecer, y como, por su número relativamente escaso y casi siempre decre-
ciente, estos obreros rurales están en mejores condiciones de defender sus salarios y han
obtenido desde hace algunos años un salario más alto, la gran propiedad no se atreve a ex-

23
tenderse más, por miedo de tener que contar con una mano de obra muy rara y, por consi-
guiente, muy poderosa.
Debe notarse que yo no pretendo que estos rasgos se apliquen a todas las regiones agríco-
las de Francia. Pero son verdad en una extensión bastante grande. He aquí las consecuencias
sociales de este estado económico:
En primer lugar, parece difícil instituir un poderoso movimiento proletario en las regio-
nes donde la sustancia misma de este movimiento, es decir, el proletariado, tiene tendencia a
decrecer. Ya sé que en el Mediodía los colonos son aún numerosos. Y sin duda comienzan a
tener un espíritu de clase. Comienzan a comprender que es posible una organización social
donde no estén reducidos a percibir la mitad de los frutos del suelo. Pero este instinto de
clase es con frecuencia incierto y confuso. No son simples proletarios; poseen una parte del
capital agrícola, bestias, máquinas, abonos y forrajes. Y en fin, como llevan al mercado la
parte de sus productos que no consumen, tienen en este punto el mismo interés que los pro-
pietarios de tierras de que el precio corriente del ganado, del trigo, del vino, sea suficiente-
mente elevado. De este modo, su interés inmediato no está en oposición con el interés de la
clase poseedora, y muchos colonos han sido fácilmente envueltos en el movimiento protec-
cionista. En todo caso, una región donde no hay casi jornaleros, asalariados agrícolas, pro-
piamente dichos, y donde casi toda la población rural está compuesta o de colonos o de pe-
queños propietarios, es poco favorable a un movimiento pura y exclusivamente proletario.
Existen también regiones, como la de Gaillac, donde hay dos tercios de poseedores y un
tercio solamente de desposeídos; donde este tercio se preocupa, sobre todo, de llegar a ser
propietario a su vez, y donde esta pretensión no es absolutamente quimérica.
Pero si los grandes movimientos proletarios son allí más difíciles de suscitar que en otras
partes, puede decirse que serían de una eficacia extraordinaria. Precisamente porque la mano
de obra se hace rara, podría fácilmente llegar a ser soberana. No hay ejército de reserva a que
pueda recurrir la propiedad burguesa. Esta, en ciertas vinerías, está a merced de la coalición
de un número bastante escaso de asalariados. Y si algunas familias de colonos conocidos,
estimados, y que sería imposible reemplazar, se entendiesen en tal o cual región, sería difícil
a la propiedad burguesa no aceptar ciertas cláusulas de trabajo más favorables a los colonos.
Es verdad que muchos propietarios burgueses preferirían renunciar al cultivo y dejar du-
rante un año sus dominios sin sembrar antes de renunciar a una parte de sus rentas territoria-
les, a menudo bastante escasas. Pero habría una crisis económica y social aguda, de donde
brotaría un gran sacudimiento. De suerte que la reducción del proletariado constituye una
amenaza para la propiedad territorial burguesa, como el crecimiento y la aglomeración del
proletariado industrial constituyen una amenaza para la propiedad capitalista industrial. Por
ambos lados no hay salida más que para una forma nueva de propiedad y de sociedad.

***

Marx ha dicho que la Revolución social se haría fácilmente si pudiese indemnizar a los
detentadores actuales del capital. Quería decir con esto que el socialismo revolucionario tenía
interés en evitar la exasperación suprema de la vieja sociedad expropiada y las grandes con-
vulsiones destructoras de la riqueza. Es tiempo todavía, para la transformación de la propie-
dad rural, de recurrir a procedimientos amigables. El Estado, los ayuntamientos, las coopera-
tivas, podrían, sea por obligaciones amortizadas rápidamente, sea por asignaciones sobre los
productos agrícolas concentrados en los almacenes comunes, cooperativos y sociales, co-
menzar la transformación de la gran propiedad territorial en propiedad social, con un triple
carácter nacional, comunal y sindical.
Los pequeños propietarios no se asustarían de ningún modo por esta transformación, que
no los amenazaría y que tendría formas jurídicas. Y pronto se unirían por lazos voluntarios al
gran centro de acción formado por la propiedad comunal o cooperativa. Se producen en este

24
momento en su espíritu modificaciones lentas, poco sensibles, pero cuyo efecto, a la larga,
será decisivo. Por de pronto, tienen mucha más fe en la ciencia que en otro tiempo. Ya se les
ve acudir a la química agrícola y al maquinismo. Y tienen la viva persuasión de que no se
detendrán ya en este camino. Han podido conciliar su antigua pasión de la tierra y de la pro-
piedad individual con el cuidado de los progresos técnicos, pues estos progresos son aplica-
bles en los límites de la pequeña propiedad. Está claro que, empeñados en este camino, no
pueden ya retroceder, y que si en el porvenir la aplicación perfecta del maquinismo exigiese
de su parte una cierta renuncia al rigor del derecho indiv idual, a los hábitos estrechos del
cultivo parcelario, serían llevados, yo lo aseguro, más allá de su individualis mo, cerrado por
el poder mismo del movimiento científico al cual se han entregado.
El aldeano propietario hácese colectivista casi sin saberlo para la venta. Está cada vez
más sometido a crisis de precios formidables. Esto sucedía hace algunos años con el trigo. Y
también el admirable renacimiento de la viña produce el efecto terrible y paradójico de arrui-
nar a los viñadores. Evidentemente se ha hecho necesaria una gran baja de precios para la
fecundidad de la planta americana injertada, por la excelencia de dos cosechas sucesivas.
Esta baja de precios, si se hubiese sostenido en límites justos, hubiera sido buena para todos.
Pero nuestro sistema económico y social está tan desorganizado, que la baja, de repente pre-
cipitada a un grado increíble, ha perjudicado a los productores viticultores, arruinados por la
abundancia misma del producto. Por esta razón, los productores aldeanos aspiran a librarse
de estos desórdenes ruinosos del mercado. Y si el trigo y el vino fuesen adquiridos por fede-
raciones de cooperativas y por federaciones de ayuntamientos, si el precio estuviese determi-
nado por la abundancia de la cosecha, los gastos de explotación científica y de perfecciona-
miento y el salario normal de los trabajadores empleados en el cultivo, los propietarios al-
deanos, libres de la especulación, del parasitismo mercantil, de la anarquía del mercado,
trabajarán con la alegre certidumbre de una remuneración justa. Este colectivismo de cambio
no les asusta.
De este modo, el sistema actual de la propiedad territorial está trabajando por causas pro-
fundas de revolución. Que los socialistas desarrollen las cooperativas de consumo; que les
propongan como uno de sus fines más importantes la adquisición de vastos dominios rurales
donde aquéllas se aprovisionen en parte; que propaguen en los campos la idea de un servicio
público de aprovisionamiento; que por los ayuntamientos y las cooperativas se sustituyan a la
especulación de los trigos, a la gran molinería, al gran negocio de los vinos;
que den a los aldeanos, a los asalariados, a los colonos, a los pequeños propietarios, la
noción exacta del papel inmenso que debería representar el ayuntamiento en la vida econó-
mica; que unan así las necesidades de los tiempos nuevos al recuerdo persistente de la pro-
piedad comunal de otra época primitiva y rudimentaria; que impregnen poco a poco de espí-
ritu comunal socialista. las municipalidades rurales, y la Francia agrícola evolucionará de un
modo poderoso hacia un comunismo vivo y libre, en que el trabajo será soberano, en que
todas las energías individuales se desplegarán sin trabas y sin conflictos en la armonía y la
justicia.

LENTOS BOSQUEJOS
En la inmensa transformación social que se prepara, el proletariado sabe ahora con certe-
za la dirección que debe seguir; conoce bastante distintamente los grandes rasgos del régi-
men nuevo que quiere y debe implantar. Sabe que el poder del trabajo organizado sustituirá
al poder del capital, que todo privilegio del capital sobre el trabajo será abolido y que el
desorden de la producción capitalista y mercantil dejará paso a un orden de producción regu-
lado por la ciencia según las necesidades de todos y de cada uno. El proletariado sabe que
para que la organización del trabajo libre y soberano sea posible, es preciso que la colectivi-

25
dad social, la co munidad, sustituya su derecho al derecho actual de la propiedad privada.
Mientras que algunos particulares posean los medios de producir, es claro que la autoridad
sobre un gran número de individuos será retenida y explotada por algunos. La intervención
de la comunidad en la propiedad es, pues, necesaria para que el derecho de todos los indivi-
duos sea respetado. De ahí la gran idea colectivista o comunista de la propiedad social, que
es la luz del proletariado socialista y su esfuerzo múltiple y penoso. Pero esta idea general,
por muy clara y determinada que esté, no basta para decidir los modos de aplicación, las
combinaciones innumerables y variables según las cuales se realizará el socialismo. El curso
mismo de la evolución económica determinará, sin duda, las relaciones infinitamente com-
plejas según las cuales se organizará la sociedad nueva. Será preciso, además, observar cons-
tantemente el movimiento de la realidad para observar los puntos de contacto de la sociedad
actual y de la idea nueva. Nuestro esfuerzo sería estéril y nuestra acción turbaría la marcha
de las cosas en lugar de secundarla, si no dis cerniéramos la propensión de los hechos y de los
espíritus, las inclinaciones y las costumbres.
Vuelvo al mismo ejemplo. He mostrado la sorda evolución de la propiedad aldeana, el
cambio insensible y secreto que poco a poco renueva su alma. Hay en el año un período de
cerca de un mes y medio, un período particularmente activo, en que los propietarios camp e-
sinos se asocian por grupos bastantes extensos y trabajan los unos para los otros. Apenas la
segadora —que todavía no tiene en muchos sitios el aparato de gavillar— ha derribado las
espigas en pequeños haces sobre la tierra ardiente, cuando los propietarios vecinos acuden
para ayudar a atar las gavillas, formar montones de a diez y después cargar estos montones
sobre las grandes carretas y levantar el gavillero. Desde los colonos a los pequeños propieta-
rios campesinos hay el mismo cambio de servicios. Y no hay solamente prestación mutua del
trabajo de los brazos, sino también el ganado. Después de haber abatido el trigo la segadora,
es preciso, por miedo de las tormentas, atarlo pronto y amontonarlo en gavillas. Para apresu-
rar este trabajo urgente, los aldeanos se prestan carretas y bueyes. Y, lo repito, no hay cuenta
abierta. Sería imposible evaluar los servicios de uno y los del otro. Es un cambio libre y
amistoso. De este modo, una partícula del alma comunista penetra en el trabajo campesino y
en la conciencia aldeana. Y estos dura hasta que la trilladora ha devorado la última gavilla en
el radio donde se han formado espontáneamente estos grupos.
Jamás los socialistas han pretendido hacer entrar a la fuerza la propiedad rural en el cua-
dro comunista. Nuestros precursores y nuestros maestros han dicho siempre que sólo el
ejemplo de la gran producción agrícola inclinaría a los propietarios rurales a abandonar el
cultivo parcelario, la propiedad dividida. Por esto es insuficiente y nosotros nos representa-
mos la evolución de la vida rural de una manera demasiado mecánica. No es por un golpe de
autoridad ni por la acción exterior del ejemplo; no es por comprensión ni por atracción como
la propiedad rural entrará en el movimiento comunista: es, al menos en parte, por la evolu-
ción interna de su propia vida.

***

Una de las tareas esenciales del socialismo será dar a los propietarios rurales el sentido
vivo, la conciencia clara del cambio que se realiza oscuramente en ellos. Cuando se les hace
notar se admiran un momento; después reconocen la ext ensión del cambio que se verifica
poco a poco en las costumbres y en los pensamientos. Prolongando y sistematizando estas
tendencias nuevas es como el socialismo adquirirá contacto con la vida y le tomará su fuerza.
Esta cooperación, todavía superficial y limitada, deberá extenderse, amoldarse, organi-
zarse. En muchas regiones son necesarios grandes trabajos de perfeccionamiento agrícola:
desmontes, nivelamiento de pendientes, acarreo de abonos y de tierras y conducción de
aguas. Puede ser que la nación preste apoyo y subvencione estos trabajos, pues es prodigioso
que haya trabajos públicos de comunicación y no haya trabajos públicos de producción. Pero

26
es evidente que se necesitará la colaboración activa e inteligente de los productores. Esta
colaboración, esta cooperación, comienza a aparecer posible desde el momento que se insi-
núan hábitos comunistas en el trabajo rural.
Podría citar de este modo muchos rasgos todavía ligeros, pero que dibujan las formas fu-
turas de la vida. Hablaba más arriba de los viñedos que existen alrededor de Gaillac. Desde
hace algunos años, desde que los simples asalariados agrícolas han concebido la esperanza
de adquirir algunos pedazos de viñas, han impuesto poco a poco una curiosa costumbre. La
jornada de trabajo, que comienza, es verdad, muy temprano, casi al despuntar el día, conclu-
ye por la tarde a las cuatro. Es que muchos de estos proletarios, de estos asalariados, poseen
un pequeño pedazo de viña y quieren trabajarlo después de la jornada de trabajo hecha en la
finca del burgués, y para esto necesitan estar libres a las cuatro. De este modo, estos hombres
tienen el hábito de dos formas de trabajo: del trabajo colectivo que realizan en un gran domi-
nio en compañía de numerosos asalariados y del trabajo individual que realizan en su minús-
cula propiedad.
Excuso decir que este trabajo que realizan para ellos es, aun después de la fatiga del tra-
bajo asalariado, una dulzura y una alegría. Estoy convencido de que esta dualidad de alma
continuará en ellos después de grandes transformaciones sociales. Supongamos que los gran-
des viñedos hayan pasado a ser propiedad de la Comuna. Supongamos que los trabajadores,
que ayer eran los asalariados del propietario noble o burgués, hayan formado asociación y
reciban de la Comuna los grandes dominios para que los exploten. Evidentemente gozarán de
una condición mucho más feliz que hoy. Cualquiera que sea la parte de productos retenida
para grandes obras de interés social y de solidaridad por la Comuna y la nación, la remunera-
ción de los trabajadores asociados, que no tendrán ya que sufrir el privilegio del propietario,
será mayor que ahora. Y tendrán garantías que hoy les faltan. Sin ser propietarios, en el sen-
tido estrecho de la palabra, no serán asalariados. Elegirán sus jefes de trabajo; intervendrán
en la explotación; tendrán un derecho definido por contratos precisos; estarán protegidos por
esas formas elevadas de contrato que en la sociedad comunista garantizarán todos los dere-
chos individuales, aun contra las arbitrariedades de la asociación de que formen parte. Esta-
rán, pues, unidos al gran viñedo cultivado por sus manos por un lazo más vivo y más fuerte,
por una Sensación más dichosa que la del asalariado actual. Y, sin embargo, es muy probable
que experimentarían como una falta y una disminución vital si no volviesen a ver dorarse
algunos racimos propios, únicamente suyos, y no pudiesen experimentar esta, alegría, donde
hay más intimidad que egoísmo.
¿Y por qué la sociedad comunista, hábil en cultivar toda la variedad de las alegrías, había
de abolir ésta? Que nuestro esfuerzo consciente dirija cada vez más en el sentido del comu-
nismo el vasto movimiento social que a él se inclina por tantas pendientes; una vez empren-
dida esta dirección, las fuerzas variadas de la vida son las que determinarán, libremente,
soberanamente, su movimiento de equilibrio.

REVISIÓN NECESARIA
No sé qué conclusión sacará la clase obrera del Norte de las últimas elecciones, en parti-
cular de las elecciones de Lille. Ha hecho seguramente un gran esfuerzo de propaganda y de
combate, y ha demostrado en todo el departamento una energía de que volverá a dar pruebas
en las próximas batallas. Seguramente también los radicales de Lille son indisculpables, a
pesar de los ataques dirigidos contra ellos la primera vez, por haber favorecido o haber per-
mitido, la segunda, la victoria de la reacción clerical. En fin, en todas partes la lucha es difícil
para los socialistas. En todas partes chocan con las traiciones persistentes del pasado, con las
fuerzas egoístas del presente. Para todas las fracciones del partido socialista, para todos sus
métodos, ha habido victorias y quebrantos.

27
Pero es lo cierto que en Lille y en la región del Norte ha estallado de un modo deplorable
la contradicción de pensamiento, que perderá el partido obrero francés. Hay dos concepcio-
nes rigurosamente opuestas del movimiento social. De estas dos concepciones opuestas deri-
van dos tácticas contrarias. El partido obrero francés de Lille recurre sucesivamente y en un
pequeño espacio de tiempo a estas dos tácticas, y como son inconciliables, naturalmente se
paralizan y lo paralizan.
Por un lado, el partido francés interpreta la lucha de clases en el sentido más estrecho, tan
claramente rechazado por Marx. Declara que fuera del proletariado, propiamente dicho, las
demás fuerzas sociales no forman más que una masa reaccionaria. No distingue entre las
diversas categorías de las clases poseedoras y entre los diversos partidos. Coloca en el mismo
nivel y confunde a los reaccionarios, los moderados y los radicales socialistas. Afirma que
entre los clericales y los demócratas, aun los de la extre ma izquierda, el pueblo obrero no
hace ninguna diferencia. Y como los radicales demócratas podrían sorprender más fácilmen-
te, por algunas fórmulas de progreso social, la confianza popular, los atacan con más virulen-
cia. Este es uno de los aspectos del pensamiento del partido obrero francés, una de sus tácti-
cas. La que se ha empleado en Lille en el primer escrutinio.
Pero hay otro aspecto y otra táctica. En el fondo, a pesar de la afectación de intransigen-
cia de clase, los obreros socialistas del Norte adheridos al partido obrero francés son republi-
canos, demócratas y anticlericales. Saben que la República es, al menos en Francia, una
fuerza popular, una condición de progreso, y comprenden también que es un principio de
socialismo y la forma política del colectivismo. Son demócratas; defienden apasionadamente
la igualdad de los derechos políticos, el sufragio universal, la parte de soberanía que el pue-
blo puede conquistar en las municipalidades, en los consejos generales y en el Parlamento.
Quieren, en fin, arrancar a la Iglesia su poder político, sus privilegios sociales, su enorme
presupuesto. Quieren excluirla de todos los servicios públicos, de la enseñanza, de la asisten-
cia, y reducirla a una asociación privada, hasta que el progreso, la influencia de la educación
pública laica y la regeneración social de los oprimidos hayan concluido poco a poco con
hábitos y creencias que tienen todavía raíces profundas, tanto en el proletariado como en la
burguesía.
Porque son republicanos, demócratas y anticlericales, tienen grandes intereses comunes
con los partidos no socialistas que quieren mantener la República, extender la democracia,
combatir el privilegio de la Iglesia. Hacen, pues, necesariamente una diferencia entre los
partidos que sostienen y los partidos que combaten la República, la democracia y el libre
examen. Y esta es la segunda concepción social-del partido obrero. Esta concepción la ha
afirmado por sus actos cuando ha conquistado la municipalidad de Lille con el concurso de
los radicales. La afirmó también en el segundo escrutinio, cuando hizo un llamamiento en
nombre de la República a los sufragios de los radicales, en minoría en el primero. En Bur-
deos el partido obrero francés habla de "solidaridad republicana". En Lille hace un llama-
miento en el segundo turno a los verdaderos republicanos. ¿Pero qué significa esta solidari-
dad? ¿Y en virtud de qué derecho hace este llamamiento?
Si la lucha de clase tiene el sentido que le da a veces el partido obrero francés, si es cierto
que fuera del proletariado socialista todo es, en el mismo grado, reacción y tinieblas, ¿qué
lazo puede subsistir entre los socialistas y los republicanos demócratas burgueses? Acabáis
de decir ahora que entre la clase proletaria y todos los otros partidos indistintamente hay una
oposición absoluta y uniforme. ¿Qué significa entonces esa "solidaridad" bruscamente afir-
mada? La solidaridad supone que hay intereses comunes que defender. La "solidaridad repu-
blicana" supone que la República merece ser defendida por los demócratas de las dos clases,
de la clase obrera y de la clase burguesa. De este modo, tan pronto ahondáis un abismo in-
franqueable y vertiginoso, tan pronto colocáis un puente sobre este abismo. En estas manio-
bras contradictorias se pierde poco a poco toda la fuerza viva de un partido.
He preguntado en virtud de qué principio el partido obrero francés hacía un llamamiento

28
a los republicanos radicales. ¿Cómo los separáis de repente, después de haber declarado que
forman parte del ejército enemigo? ¿Qué título puede invocar para llamarle? Les dicen: "Sois
republicanos y demócratas; nosotros somos republicanos y demócratas: debéis votar con
nosotros." Pero los radicales y republicanos burgueses no pueden votar con los socialistas
sino haciendo abstracción de los antagonismos de clase. No pueden hacerlo sino separándose
de la masa reaccionaria. No pueden hacerlo sin proclamar que, siendo republicanos burgue-
ses, tienen más interés en votar con republicanos, aun cuando sean socialistas, que con los
que no son republicanos, aunque pertenezcan a la burguesía. Los socialistas que los llaman
suponen, pues, que la masa burguesa puede desasociarse. Suponen que, en una parte al me-
nos de los republicanos burgueses, el antagonis mo de clase, por muy poderoso que sea, pue-
de vencerse por fuerzas de unión, por solidaridad republicana y democrática. O el llama-
miento lanzado por el partido obrero francés carece de sentido, o tiene éste. Y es absoluta-
mente contrario a las fórmulas intransigentes empleadas la primera vez.

***

Yo afirmo que los efectos desorganizadores de estas concepciones contradictorias del


partido obrero francés irán agravándose. Digo que la clase obrera irá de derrota en derrota si
no pone unidad en su táctica, si en el espacio de una quincena y en virtud de teorías absolu-
tamente inconciliables proclama que entre los demócratas burguesas y los clericales no hay
ninguna diferencia, para hacer en seguida un llamamiento a los demócratas contra los cleri-
cales, y si tan pronto recrudece la lucha de clases hasta la intransigencia más sectaria como la
suaviza hasta el concepto benévolo de solidaridad republicana.
Pero hay otra contradicción de método que detendría todo crecimiento, toda acción de
proletariado.
La clase obrera quiere reformas próximas, inmediatas. Tiene necesidad de ellas para vi-
vir, para no doblegarse, para caminar con paso más firme hacia el porvenir. Tiene necesidad
de leyes de asistencia; necesita que su fuerza de trabajo sea protegida; que la ley reduzca a
proporciones humanas la duración cotidiana del trabajo. Necesita que la edad de admisión de
los niños en las fábricas sea mayor, para que puedan recibir suficiente cultura. Necesita que
la inspección del trabajo sea más seriamente sometida a la acción del mismo proletariado.
Tiene necesidad de que el poder social y legal de los sindicatos sea reforzado, y que éstos
representen cada vez más el derecho de la clase obrera. Tiene necesidad de que instituciones
sociales de seguros contra la enfermedad, la veje z, la invalidez y el paro se establezcan. Tie-
ne necesidad de ser introducido poco a poco como clase en el poder económico, en la pro-
piedad. Y tendrá un gran interés, si los servicios capitalistas, minas, caminos de hierro, se
nacionalizan, en obtener que los sindicatos obreros de estas grandes corporaciones estén
asociados al Estado en la gestión y la inspección de los servicios públicos. Tendrá un gran
interés en estar representada de derecho por sus sindicatos en los consejos de administración
de seis mil sociedades anónimas, civiles o comerciales que poseen el gran comercio y la gran
industria. Tendrá interés en exigir, en obtener que una parte de las acciones esté reservada de
derecho, en toda empresa, a las organizaciones obreras, a fin de que, poco a poco, el proleta-
riado penetre en el centro mismo del poder capitalista, y que la sociedad nueva salga de la
antigua con esa fuerza irresistible de evolución revolucionaria de que ha hablado Marx.
En todos sentidos se descubren reformas que la clase obrera puede y debe conquistar, ví-
as por donde debe y puede marchar. Esto, el partido obrero francés no lo desconoce. Al con-
trario, lo conoce tan bien, que ha aceptado, por el provecho inmediato del proletariado, ad-
ministrar los intereses municipales, es decir, una parte de la sociedad actual. En la reciente
campaña electoral, cuando los elegidos por el partido recordaban su actividad que, en efecto,
fue admirable, a la vez minuciosa y entusiasta, ¡qué de títulos invocaban en que la "lucha de
clase"' se borraba ante las necesidades administrativas! Eran las calles abiertas, es decir, a la

29
vez más aire y más salud para todos los ciudadanos, burgueses y propietarios, y un aumento
de valor para los propietarios de inmuebles. Eran los contratos con los propietarios de calles
privadas transformadas en vías municipales, contratos útiles a la ciudad, cuyo dominio au-
mentaban, y útiles también a los propietarios, libres de los cuidados de alumbrado, conserva-
ción y limpieza. Eran también palabras cariñosas sobre "nuestra querida ciudad", no ya la
ciudad doliente y triste del trabajo, chocando en el recinto mismo de las murallas con la
ciudad gozosa y soberbia del capital, sino la ciudad total, envolviendo en su creciente solida-
ridad a las clases antagonistas. El partido obrero francés se preocupa, por lo tanto, de las
reformas; quiere que el proletariado obre, que el socialismo cree, aun en la sociedad actual,
aun a costa de todas las solidaridades confusas, de todas las responsabilidades indetermina-
das que arrastra hoy la acción.
Pero todo este programa de reformas, ¿cómo se realizará? No puede realizarse sino con la
influencia creciente del partido socialista y de la clase obrera sobre la nación ¿Y cómo se
señalará esta influencia? Por la adhesión más o menos espontánea de la mayoría de la nación
a las reformas sucesivamente propuestas por la minoría socialista. Pero declarar por adelan-
tado que fuera del socialismo toda la nación no será más que una masa refractaria y hostil,
rechazar de la misma manera y condenar en el mismo grado las categorías burguesas que
siempre resisten a las reformas y las que son susceptibles de adoptarlas poco a poco, es pro-
clamar que antes de la hora de la Revolución total las simientes útiles no serán recogidas por
la tierra, sino devoradas todas por los pájaros rapaces; es disipar la esperanza de los proleta-
rios; es hacer que pese sobre ellos hasta el problemático advenimiento de las repentinas re-
denciones, la carga de los días presentes. Es proclamar la imposibilidad de las reformas que
se anuncian y que se piden.
Y esta es una terrible contradicción.

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Evolución revolucionaria

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EVOLUCIÓN REVOLUCIONARIA EN CINCUENTA AÑOS

Cuando la revolución de 1848 fue sofocada en todas partes, en Francia, en Alemania, en


Italia, en Austria E y Hungría, cuando el proletariado fue vencido por la burguesía y la bur-
guesía liberal por la reacción, el partido de la prensa y la libertad de reunión, es decir, todos
los medios legales de conquista, viéronse obligados a ocultarse y a organizarse en sociedades
secretas.
Así se constituyó una sociedad comunista alemana, cuyo comité central, en 1850, estaba
en Londres. Naturalmente, en estas pequeñas sociedades, oscuras y exaltadas, agriadas por la
derrota, impacientes de revancha y enloquecidas por la ausencia misma del contrapeso de la
vida, los planes pueriles de conspiración abundaban. Marx, que formaba parte de este comité
central, había conservado en la derrota toda su lucidez, su amplio concepto de la vida, de sus
complicaciones y de sus evoluciones. Resistía a los proyectos infantiles y calmaba las efe r-
vescencias, Pero llegó un día en que tuvo que romper. Y el 15 de septiembre de 1850 se
retiró del comité central de Londres. Justificó esta escisión por una declaración escrita, inser-
ta en el proceso verbal del comité, y que decía:
"En el lugar de la concepción crítica, la minoría pone una dogmática; en lugar de la inter-
pretación materialista, la idealista. En lugar de ser las relaciones verdaderas, es la simple
voluntad la que se convierte en el motor de la revolución. Mientras que nosotros decimos a
los obreros: "Es preciso que paséis quince, veinte y cincuenta años de guerras civiles y de
guerras entre pueblos, no solamente para cambiar las relaciones existentes, sino para cambia-
ros a vosotros mismos y para haceros capaces del poder político", vosotros decís al contrario:
"Debemos llegar inmediatamente al poder o abandonarlo todo." Cuando nosotros llamamos
la atención de los obreros alemanes sobre el estado informe del proletariado de Alemania,
vosotros aduláis del modo más grosero el sentimiento nacional y el prejuicio corporativo de
los artesanos alemanes, lo que, sin duda alguna, es más popular. Lo mismo que los demócra-
tas han hecho de la palabra pueblo un ser sagrado, vosotros hacéis otro tanto de la palabra
proletariado. Como los demócratas, sustituís a la evolución revolucionaria la frase revolu-
cionaria."
Lo repito: es Marx el que habla. ¡Cincuenta años! El plazo que Marx asignaba a los obre-
ros, no para instaurar el comunismo, sino para hacerse capaces del poder político, acaba de
expirar. ¿En qué guerras exteriores y civiles pensaba Marx en 1850? ¿Por qué pruebas pen-
saba él que debían pasar el proletariado y Europa para que la clase obrera llegase a la madu-
rez política? Contaba, sin duda, entre las guerras exteriores necesarias, la lucha de Europa
occidental contra Rusia. Era Rusia la que se había convertido en Europa en el ran instrumen-
to de la reacción, y le parecía a Marx que toda revolución sería imposible en la Europa occi-
dental mientras que el zarismo no fuese derrotado. Por este motivo, cuando estalló la guerra
de Crimea, la saludó con júbilo: en sus cartas sobre la cuestión de Oriente incita al ministerio
liberal inglés, demasiado calmoso, según él, a empeñar la batalla. La Rusia no fue aplastada,
y la revolución social europea no brotó de la guerra de Crimea, como por un momento había
esperado Marx, contagiado a su vez por la fiebre de impaciencia y de ilusión que en 1850
reprochaba a sus colegas del comité de Londres. Y sin embargo, la guerra de Crimea que-
brantó en Rusia el viejo sistema. Por esta parte, el formidable obstáculo que Marx temía está,
si no destruido, al menos debilitado. Me parece dudoso que si estallase en toda la Europa
occidental una revolución socialista, si el proletariado fuese un momento dueño del poder en
París, en Viena, en Roma, en Berlín y en Bruselas, como la democracia fue dueña en 1848,
que Rusia pudiese intervenir para sofocar el movimiento tan eficazmente como en 1848 y
1849. No sé si la fuerza reunida de los estudiantes y de los obreros socialistas rusos bastará
aún en mucho tiempo para imponer el zarismo una Constitución liberal. Pero el zarismo,

32
contrariado por multitud de resistencias interiores y preocupado sin duda en asegurarse, no
podría desplegar en Europa la acción exterior que desplegó hace medio siglo. No obstante,
todo lo que el zarismo ha querido impedir en 1848 se ha realizado, o al menos está muy cerca
de cumplirse. Rusia había querido mantener a Italia fraccionada bajo el yugo del extranjero;
hoy está libre de Austria y libre del Papa. Y la clase obrera conviértese en una de las princi-
pales fuerzas de vida de la nación resucitada. Rusia había querido impedir el establecimiento
de la democracia en Francia, ni aun bajo la forma napoleónica. Hoy está instalada la demo-
cracia republicana en Francia, y desde ahora es invencible. La acción económica y política
de la clase obrera organizada crece allí lentamente, pero con seguridad. En Bélgica la Consti-
tución se inclina cada vez más hacia la democracia y el proletariado acerca su mano al sufra-
gio universal. En Alemania, por una de esas maravillosas ironías de la Historia que atesti-
guan la fuerza invencible de la democracia, se puede decir que Rusia ha servido sin quererlo
al advenimiento del sufragio universal y del socialismo. Porque Birmarck unificaba la Ale-
mania en provecho de la Prusia monárquica y absolutista, el zarismo secundó dos veces los
designios de Bismarck con una neutralidad complaciente: una vez en 1866, contra Austria;
otra, en 1870, contra Francia. Bismarck, a pesar de todo, no podía unir a Alemania más que
por el lazo del sufragio universal, y tuvo que hacer de él como el anillo de oro del nuevo
Imperio. Además, la clase obrera alemana, que no podía adquirir plena conciencia de su
unidad por consecuencia de su existencia de clase en una Alemania particularista y fraccio-
nada, ha desenvuelto su amplia acción política sobre el amplio terreno de la Alemania unifi-
cada.
En suma: el crecimiento de la democracia en los Estados de la Europa occidental ha im-
pedido e impide toda intervención violenta de los poderes de opresión.
No es por explosión repentina como la democracia toma posesión de los Estados y como
el socialismo toma posesión de la democracia. Las leyes por las cuales, de 1860 a 1885, ha
conquistado Inglaterra casi el sufragio universal, son tan profundas como revoluciones y, sin
embargo, fuera de los eruditos, nadie conoce su fecha precisa. Es como una florescencia
silenciosa. El papel nuevo de las clases obrera y campesina en la vida nacional y guberna-
mental italiana es también el equivalente pacífico de una revolución: es otro risorgimento. Y
lo mismo el avance múltiple del proletariado francés. El zarismo puede contrariar y amort i-
guar todos estos movimientos. Puede por su diplomacia, a la vez sutil y pesada, envolver a
los gobiernos; pero no puede detener el irresistible movimiento de las naciones hacia la com-
pleta democracia y el irresistible crecimiento de la clase obrera en las democracias.
Así, el obstáculo que, según Marx, debía desaparecer antes que la clase obrera fuese ca-
paz de apoderarse del poder político de Europa, no ha sido vencido, pero ha disminuido y
cambiado. Ha sido disminuido por la guerra de Crimea, que ha inmovilizado durante largos
años a la autocracia rusa, y que ha permitido cuatro años después, en 1859, la resurrección de
la nación italiana. Ha cambiado por la sutileza de la historia, que ha desarmado las descon-
fianzas del zarismo, suscitando un comienzo de democracia alemana bajo los auspicios del
absolutismo prusiano. Está minado por la fuerza creciente de la clase obrera y del liberalismo
rusos. Y, en-fin, está eliminado y como reducido a nada por la continuidad misma del creci-
miento democrático y socialista en toda Europa, que se afirma sin crisis de guerra.
¿En qué otras guerras exteriores o civiles pensaba Marx? Sin duda en las guerras que li-
bertarían a Italia y que unificarían a Alemania, que la débil burguesía del Parlamento de
Francfort no había sabido unir por la libertad. Quizá también había acogido el pensamiento
de Engels que, viajando por Francia después de las jornadas de junio de 1848, escribía en sus
notas de viaje que el socialismo en Francia sólo triunfaría por una guerra civil de los obreros
contra los aldeanos. Felizmente, ni es así ni lo será nunca. La Commune de 1871 ha sido una
heroica lucha de los obreros republicanos y en parte socialistas de París contra los rurales.
Pero estos rurales no eran los pequeños propietarios campesinos; eran los hidalguillos des-
cendientes de los señores feudales. La democracia de los pequeños propietarios no ha tarda-

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do en aceptar, en aclamar la República. No es ella la que empeñó la batalla. No hay sangre
entré el socialismo obrero y los campesinos. No la habrá. Y de nosotros depende que no haya
equivocaciones, que la democracia rural venga poco a poco al socialismo, como ha venido la
República. En el último medio siglo transcurrido, a través de las pruebas de las grandes gue-
rras, exteriores o civiles, y más todavía por la acción lenta y continua de las cosas, por esta
magnífica evolución revolucionaria que Marx anunciaba, la condición primera de la acción
política obrera se ha realizado. Esta condición primordial era la constitución en toda Europa
de grandes naciones autónomas, libres de la opresión mascovita, y habiendo llegado o ten-
diendo enérgicamente a la democracia y al sufragio universal.
Ahora que esta condición se ha realizado, la clase obrera de Europa, y particularmente la
clase obrera de Francia, tiene la cantera y el instrumento. De aquí a la conclusión de la obra
falta mucho tiempo. Hoy, como hace medio siglo, es preciso tener cuidado con la frase revo-
lucionaria y comprender profundamente las leyes de la evolución revolucionaría en los
tiempos nuevos.

MAYORÍAS REVOLUCIONARIAS

Esos grandes cambios sociales que se llaman revoluciones no pueden ya ser la obra de
una minoría. Una minoría revolucionaria, por muy inteligente y enérgica que sea, no basta, al
menos en las sociedades modernas, para realizar la revolución. Le hace falta el concurso, la
adhesión de la mayoría, de la inmensa mayoría. Puede ser —es un problema histórico difícil
de resolver— que haya habido períodos y países en que la multitud humana era tan pasiva,
tan inconsciente, que las voluntades fuertes de algunos individuos o de algunos grupos la
modelasen. Pero desde la constitución de las naciones modernas, desde la Reforma y el Re-
nacimiento, no hay casi un solo individuo que no sea una fuerza distinta. No hay casi un solo
individuo que no tenga sus intereses propios, sus simpatías por el presente, sus miras para el
porvenir, sus pasiones y sus ideas. Todos los individuos humanos son, pues, desde hace si-
glos, en la Europa moderna, centros de energía, de conciencia y de acción. Y como en los
períodos de transformación en que los antiguos lazos sociales se desatan todas las energías
humanas son equivalentes, es forzosamente la ley de la mayoría la que decide. Una sociedad
sólo entra en una forma nueva cuando la inmensa mayoría de los individuos que la comp o-
nen reclama o acepta un gran cambio.
Esto es evidente respecto a la Revolución de 1789. No ha estallado, no se ha realizado si-
no porque la inmensa mayoría, se puede decir la casi totalidad del país la quería ¿Que esta-
ban los privilegiados, alto clero y nobleza enfrente del tercer estado de las ciudades y de los
campos? Un átomo: doscientos mil contra veinticuatro millones, un centésimo. Y todavía el
clero y la nobleza estaban divididos, inciertos. Hay privilegios que los privilegiados no quie-
ren defender. Ellos mismos dudaban de sus derechos, de sus fuerzas, y parecían entregarse a
la corriente. La realeza misma, acosada, había tenido que convocar los Estados generales,
aun temiéndolos.
En cuanto al tercer estado, el pueblo inmenso de los labradores, de los aldeanos, de los
burgueses industriales, de los comerciantes, de los rentistas y de los obreros, era casi unáni-
me. No se limitaba a protestar contra la arbitrariedad real o el parasitismo nobiliario. Sabía
cómo había que ponerle término. Todos están de acuerdo en proclamar que el hombre y el
ciudadano tienen derechos y que ninguna prescripción puede ser invocada contra estos títulos
inmortales. Precisan también las garantías necesarias. El rey continuará siendo el jefe del
poder ejecutivo, pero la voluntad nacional es la que hará la ley. Esta voluntad soberana de la
nación será expresada por asambleas nacionales permanentes y periódicamente elegidas. El

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impuesto sólo será exigible cuando las asambleas de la nación lo hayan votado. Recaerá
igualmente sobre todos los ciudadanos. Todos los privilegios de casta serán abolidos.
Nadie se librará del impuesto. Nadie tendrá derecho exclusivo de caza. Nadie tendrá tri-
bunales especiales. La misma ley para todos, el mismo impuesto para todos, la misma justi-
cia para todos. Los derechos feudales contrarios a la dignidad humana, los que son signo de
la antigua servidumbre, serán abolidos sin indemnización. Los que gravan e inmovilizan la
propiedad rural serán eliminados por el rescate. Todos los empleos serán accesibles a todos y
los más altos grados del ejército estarán al alcance del burgués y del aldeano como del noble.
Todas las formas de la actividad económica estarán igualmente abiertas a todos. Para em-
prender tal o cual oficio, crear tal o cual industria, abrir tal o cual tienda, no habrá necesidad
de un permiso corporativo ni de una autorización gubernamental. Las mismas corporaciones
cesarán de existir, y, por consecuencia, la Iglesia, mantenida como un servicio público, cesa-
rá de tener una existencia corporativa. Y el dominio de la Iglesia, los miles de bienes territo-
riales que posee, no teniendo ya propietarios, puesto que la corporación poseedora está di-
suelta, volverán a la nación, con el compromiso de asegurar ésta el culto, la enseñanza y la
asistencia.
Es verdad que la Revolución tuvo que recurrir a la fuerza: 14 de Julio» 10 de Agosto; to-
ma de la Bastilla, toma de las Tullerías. Pero si se nota bien, la fuerza no se empleaba en
imponer a la nación la voluntad de una minoría. La fuerza se empleaba, al contrario, para
asegurar contra las tentativas facciosas de una minoría la voluntad casi unánime de la nación.
En el 14 de Julio es contra el golpe de Estado real; en el 10 de Agosto e], pueblo de París
marcha contra la traición real, y llevaba consigo el derecho, la voluntad de la nación. No era
por sumisión estúpida al hecho consumado por lo que toda Francia aclamaba el 14 de Julio y
casi toda Francia ratificaba el 10 de Agosto. Es únicamente porque la fuerza de una parte del
pueblo se había puesto al servicio de la voluntad general, traicionada por un puñado de privi-
legiados, de cortesanos y de traidores. Así, el empleo de la fuerza no fue de ningún modo un
golpe de audacia de las maniobras, sino la vigorosa defensa de las mayorías.
Es verdad también que la Revolución fue llevada más allá de sus reivindicaciones prime-
ras y de su programa inicial. Ninguno de los revolucionarios, en 1789, preveía, ninguno
deseaba la caída de la monarquía. La misma palabra de República era casi desconocida, y
hasta en el 21 de Septiembre de 1792, cuando la Convención abolió la realeza, la idea de
República no había cesado por completo de dar miedo. Pero no es bajo los golpes de una
minoría apasionada, sino bajo las fórmulas de la filosofía republicana, como cayó la monar-
quía. No estuvo perdida sino cuando se hizo evidente a casi toda la nación, después de prue-
bas repetidas, después del golpe de Estado real del 20 de junio de 1789, después del 14 de
Julio, después de la fuga a Varennes y la invasión, que la monarquía traicionaba a la vez a la
Constitución y la patria. La monarquía no cayó sino cuando apareció la contradicción violen-
ta, insoluble, entre la realeza y la voluntad general de la nación. Es, pues, con la lógica mis-
ma de la voluntad general, y no con un golpe .de minoría, como se eliminó la monarquía.
Es verdad que los hombres de la Revolución no habían previsto todas las consecuencias
económicas y sociales que saldrían de ella. Mirabeau creía, por ejemplo, que la supresión de
los monopolios reales y de los privilegios corporativos suscitaría en el mundo nuevo una
legión de pequeños productores, de artesanos independientes. No parece haber presentido
suficientemente la gran evolución capitalista de la industria. Otros eran más perspicaces, y la
Gironda, sobre todo, había previsto, siguiendo una expresión del tiempo, que la riqueza y la
producción formarían como grandes ríos, que en vano se trataría de diseminar en múltiples
hilos de agua.
Sin embargo, si la Revolución no sabía exactamente cuáles eran las consecuencias media-
tas, lejanas, del régimen económico y social instituido por ella, si no presentaba claramente
ni al capitalismo con sus combinaciones, sus audacias y sus crisis, ni el crecimiento antago-
nista del proletariado, sabía qué régimen quería instituir

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Lo que ayudaba a la Francia revolucionaria de 1789 a concebir claramente y a desear con
fuerza, es que las novedades más atrevidas reclamadas por ella tenían o precedentes o mode-
los precisos en la realidad.
Sin duda el crecimiento económico de la burguesía industrial y comercial en los siglos
XVII y XVIII, la gran filosofía humana del XVIII, habían dado a los espíritus una audacia y
un empuje hasta entonces des conocidos. El recuerdo de los Estados generales de 1614, a
pesar del largo intervalo de dos siglos de despotismo, era para los hombres de 1789 una luz y
una fuerza. La nación no iba hacia lo desconocido; reanudaba, agrandándola y adaptándola a
las condiciones modernas, una tradición nacional.
Y bajo el punto de vista económico, agrícola e industrial, no creaba tipos desconocidos de
propiedad y de trabajo. Abolía las maestrías, las veedurías y las corporaciones. Pero ya había
regiones enteras con industrias particularmente progresivas que estaban libres del régimen
corporativo. En los arrabales de París especialmente, tan animados e industriales, el régimen
corporativo no, existía. Después de varias generaciones, la producción capitalista naciente,
con la concurrencia casi limitada, con las combinaciones múltiples de las sociedades en co-
mandita y de las sociedades por acciones, se afirmaba y crecía al lado de la producción cor-
porativa. Lo mismo en el orden agrícola, eran muchas las propiedades rústicas libres del
privilegio feudal. El tipo de propietario agrícola libre de censo e independiente, excepto
quizá del derecho señorial de caza, se había ya redimido bajo el antiguo régimen. Es, pues,
por el aumento, por la multiplicación de ejemplos precisos y conocidos, como precedió la
Revolución.
Para la transformación de la Iglesia, la Revolución estaba servida por analogías de mucho
peso y por precedentes muy vigorosos. El ejército, la justicia, después de haber sido institu-
ciones feudales, habíanse convertido en gran parte en instituciones del Estado. ¿Por qué la
Iglesia no había de cesar de ser una casta corporativa para convertirse en una institución del
Estado? Además, desde el antiguo régimen, la propiedad de la Iglesia era considerada como
una propiedad de un orden especial y sometida al Estado. Le Revolución invocó soberana-
mente la famosa ordenanza real de 1749, que prohibía el crecimiento de la mano muerta de la
Iglesia por liberalidad testamentaria. Sometida de este modo al Estado, la propiedad de la
Iglesia estaba preparada para la nacionalización. También aquí la Revolución tenía puntos de
apoyo precisos y resistentes.
No era, pues, con aspiraciones confusas con lo que se encontraron los es píritus en 1789,
sino, al contrario, con afirmaciones claras. Formóse el acuerdo de las voluntades en plena
luz, en la soberana precisión del espíritu francés .formado por el siglo XVIII. Y la Revolu-
ción de 1789 fue la obra de una mayoría inmensa y consciente.
Lo mismo, y más ciertamente todavía, se cumplirá la Revolución socialista, no por el es-
fuerzo de una minoría audaz, sino por la voluntad clara y concordante de la inmensa mayoría
de los ciudadanos. Quien cuente con el favor de los sucesos y los azares de la fuerza y renun-
cie a traer a nuestras ideas la inmensa mayoría de los ciudadanos, renunciará de este modo a
transformar el orden social.

PALABRAS DE LIEBKNECHT

El 7 de Agosto, primer aniversario de la muerte de Liebknecht, el Vorwaerts publicó al-


gunos fragmentos suyos de gran interés.
Como la mayor parte de los periodistas militantes, Liebknecht estaba obligado a esparcir
su pensamiento, a responder punto por punto a los sucesos del día. Pero, como otros muchos,

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tenía el deseo de fijar en una obra meditada y durable la esencia de su pensamiento. Sus
amigos han encontrado entre sus papeles un manuscrito incompleto, donde había comenzado,
en 1881, a responder á la gran pregunta: ¿Cómo se realizará el socialismo? Esta obra de-
muestra una admirable valentía, pues en el mismo momento en que la ley de estado de sitió y
el poder todavía intacto de Birmarck pesaba más terriblemente sobre el partido socialista
cuando Liebknecht se preguntaba, no si el socialismo triunfaría, sino cómo triunfaría. Y esta
obra demuestra, al mismo tiempo, un sentido vivo y claro de las dificultades, de las transi-
ciones y de las evoluciones necesarias.
He aquí un fragmento de suma importancia: Realización del socialismo; ¿qué medidas
deberá tomar el partido socialista si, en un porvenir próximo, conquista una influencia sufi-
ciente en la legislación?
"Es —escribe Liebknecht— una pregunta que se nos hace, y a la cual quiero contestar.
Pero para contestar bien a una pregunta es preciso, en primer término, hacerla bien. O la
pregunta precedente no está bien hecha, o no es al menos bastante precisa. Es natural que las
medidas que han de tomarse dependen esencialmente de las circunstancias en las cuales el
partido socialista conquiste una influencia apreciable en la legislación. Es posible, y también
muy verosímil, que el príncipe de Bismarck, si permanece todavía algún tiempo en el poder,
tenga el mismo fin que su modelo y maestro Luis Napoleón de Francia. Alguna catástrofe
originada por él puede romper la máquina del Estado y llamar nuestro partido al gobierno,
o, por lo menos, en el gobierno."
Traduzco lo más literalmente posible. Esto significa que Liebknecht prevé, después de
una gran. catástrofe nacional, la toma de posesión total o parcial del poder por el partido
socialista.
"Esta catástrofe puede ser la consecuencia de una guerra desgraciada o de una explosión
de descontento que el sistema dominante no podrá sofocar. Si una u otra de estas alternativas
se produce, nuestro partido tomará, naturalmente, otras medidas y seguirá otra táctica que si
conquista una influencia apreciable sin necesidad de semejante catástrofe.
"Puede pensarse, aunque no conviene contar con ello, que en las altas esferas se com-
prenderá el peligro y que se procurará, por la entrada en escena de reformas inteligentes,
prevenir una catástrofe, de otro modo inevitable.
"En este caso, nuestro partido sería necesariamente llamado a participar del gobierno, y
particularmente se le encargaría mejorar las condiciones del trabajo. No entraremos más en
el terreno de las probabilidades; las que hemos presentado bastan para mostrar que el modo
de nuestra acción dependería de las circunstancias en las cuales habríamos conquistado "una
influencia apreciable".
"¿Pero qué se entiende por una influencia apreciable o suficiente? ¿Se trata de una in-
fluencia exclusiva? ¿De la posibilidad para nosotros de aplicar nuestros principios sin otras
limitaciones que las que nos impondría el mismo estado económico? ¿Significa esto, en otros
términos, que nosotros tendremos a la mano el poder gubernamental? ¿,0 significa simple-
mente que tendremos influencia sobre un gobierno formado por completo o en gran parte
por los otros partidos?
"En este último caso deberíamos, no hay que decirlo, obrar de otro modo que en el prime-
ro.
"Y en el fondo de cada una de las probabilidades bosquejadas por nosotros hay gradacio-
nes sin número y matices que cada uno determina un modo diferente de acción."
Así, pues, según escribía Liebknecht en 1881, hay dos grandes hipótesis sobre el adveni-
miento al poder del partido socialista alemán.
O bien será llamado por una gran crisis, por un cataclismo nacional, por una guerra des-
graciada, por una explosión de miseria, por una tormenta, en fin, que barra los poderes anti-
guos y deje necesariamente espacio a los poderes nuevos. En este caso la acción del partido
socialista será, particularmente, enérgica. Sobre las ruinas de la institución imperial y de los

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partidos del Imperio se levantará con fuerza, lleno de entusiasmo. Y, sin duda, a favor de esta
gran conmoción, hará de repente por el pueblo y por el proletariado más de lo que haría si
fuese llamado a participar del poder por la lenta evolución de las instituciones del Imperio
hacia la política de reformas.
Pero ni aún entonces, ni aún en el caso de que una gran conmoción interior o exterior de-
rribase los poderes conservadores y diese paso a la fuerza del pueblo, no es seguro para
Liebknecht que el partido socialista tenga todo el poder. "Los sucesos —dice— lo llamarán
al gobierno o a participar del gobierno." (AN oder doch IN die Regierung.) Puede ser que
tome posesión del poder por completo. Puede ser que, aun después de una crisis revoluciona-
ria, se vea obligado a compartirlo con otros partidos democráticos. Después del 4 de Sep-
tiembre alemán, el partido socialista tendrá en Alemania una parte del poder mucho más
grande que la que ha tenido en Francia después del 4 de Septiembre francés. Pero Liebknecht
no asegura que tendrá todo el poder, todo el gobierno. Es posible que se vea obligado a re-
servar una parte a la democracia burguesa. ¿Dónde está, pues, el gobierno de clase?
Pero hay una segunda hipótesis: es aquella en que los poderes directores de Alemania,
comprendiendo el peligro, prevendrán la catástrofe por una política de reformas.
"En esté caso —dice Liebknecht—, nuestro partido debería ser llamado a tomar parte en
el gobierno, y especialmente encargado de mejorar las condiciones del trabajo."
Así no se trata, para Liebknecht, en esta evolución política y social, de la toma de pose-
sión completa del poder por el partido socialista. Liebknecht no puede imaginarse, y no se
imagina, en efecto, que bajo el Imperio, bajo un Guillermo I, o un Guillermo II, o un Gu i-
llermo III, el partido socialista recibirá de repente todo el poder que quizás después de la
caída violenta del imp erio no podrá obtener por completo. No; es solamente una parte del
poder, una parte del gobierno, lo que las altas regiones confiarán al partido socialista. Y a los
ojos de Liebknecht hay en ello una necesidad absoluta. Para que la política de reformas sea
posible, para que sea eficaz, para que inspire confianza al pueblo alemán, es preciso que el
partido socialista contribuya a dirigirla. Es preciso que esté representado en el gobierno y que
allí obre. Liebknecht llega a designar, aproximadamente, el minis terio que deberá ocupar, y
éste se parece mucho a un ministerio del Trabajo propuesto por el ciudadano Vaillant, o al
ministerio de Comercio ocupado por el ciudadano Millerand. Y Liebknecht dice, con razón,
que habrá gradaciones, matices, modalidades sin fin, en esta participación del socialismo en
el poder. Según el partido socialista sea más o menos poderoso, según que ejerza una in-
fluencia más profunda o inspire un temor más vivo su participación en el poder será más o
menos extensa y más o menos efectiva. Su acción sobre el total del gobierno no socialista, al
cual estará asociado para una obra de reforma, será más o menos decisiva, y las mismas
reformas tendrán un alcance socialista más o menos grande, un carácter proletario más o
menos marcado.

***

Jamás ojeada más amplia fue lanzada sobre el porvenir, y yo considero la publicación de
estas páginas. postumas de Liebknecht como un suceso capital en la vida política y social de
Alemania, en la vida del socialismo universal.
Notad que Liebknecht prevé es ta participación en el poder del partido socialista bajo el
Imperio. En 1881, bajo el estado de sitio implantado por Bismarck, bajo la coalición de casi
todos los partidos contra el socialismo, Liebknecht, en su pensamiento atrevido y sereno,
asegura que los socialistas serán Remados al poder, que los mismos emperadores se verán
obligados a llamarlos, y que los socialistas no rechazarán esta revancha parcial, no se nega-
rán a esta obra parcial. Dispuestos a sacar el mayor partido de la Revolución, si se desenca-
denase por algún cataclismo nacional, están dispuestos a entrar en la evolución, si bajo la
forma de evolución se cumplen los destinos. Están dispuestos, en el interés de la nación y en

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el interés del proletariado, a ser los ministros del kaiser.
¿Por qué fenómeno extraordinario, por qué contradicción inexplicable, el hombre que, en
1881, en pleno fervor de combate revolucionario, había pensado, meditado, escrito estas
páginas, por qué prodigioso descubrimiento de ideas este mismo hombre ha condenado tam-
bién ásperamente la entrada de un socialista francés en un gobierno burgués?
Yo me aventuro a conjeturar que su error acerca del asunto Dreyfus había falseado su vis-
ta para los sucesos que fueron su consecuencia. Casi él solo, en la democracia socialista
alemana, había juzgado mal el fondo del asunto y había desconocido su sentido político y
social: cuando se encastillaba en una idea y emprendía un camino, perseveraba con una in-
flexibilidad que aumentaba su aislamiento. Cuando más solo estaba más se obstinaba en
tener razón: era el reverso inevitable de sus cualidades de firmeza, de entusiasmo y de con-
fianza. Todo lo que se unía por un lazo histórico a una agitación que había desaprobado le
era sospechoso e importuno. Por eso, al aplicarse en Francia su método de 1881, en circuns-
tancias que le irritaban, no reconoció en la marcha de las cosas su propio pensamiento.
¿Tratará alguien de disminuir su valor diciendo que no había publicado su obra? Embar-
gado por el torbellino de la acción, agobiado por las tareas cotidianas, no la había acabado.
Pero ni la destruyó ni la negó. Quizás había juzgado que sería imprudente entregar al enemi-
go el secreto de su pensamiento, de la táctica entrevista para el porvenir. Quizás estuviese
algo desconcertado por los sucesos que siguieron a la caída de Bismarck. Este gran enemigo
del canciller habíale siempre concedido excesiva importancia. Creía que Bismarck arrastraría
al Imperio al abismo y lo precipitaría en alguna catástrofe nacional. Bismarck fue despedido
en la extrema veje z sin haber comprometido con una sola imprudencia la paz de Europa y la
solidez del Imperio. Liebknecht se imaginaba que en Bismarck residía, con todo el peligro,
toda la fuerza del Imperio. Caído Bismarck, la institución quedaba sin apoyo, y tenía que
inclinarse a un régimen de transacción en que las fuerzas socialistas y populares se desarro-
llarían hasta penetrar en el poder. Pero Guillermo II, después de haber despedido a Bismarck,
supo sostener el Imperio con un carácter autocrático y conservador, y el partido socialista
permaneció en el estado de oposición violenta e irreductible. ¿Para qué trazar entonces este
programa de acción, de realización, en un tiempo que continuaba siendo de combate a au-
trance, defensivo y ofensivo? Esto explica, sin duda, que Liebknecht no haya dado a luz esta
obra tan importante, que revela una gran fase de su pensamiento. Lo confieso: leyendo esas
líneas tan claras, tan enérgicas, sentía vivamente que no hubiesen sido conocidas por el Con-
greso internacional de París de 1900. Este aclamó con una especie de piedad, la gran memo-
ria de Liebknecht; quizá algunas palabras duras se hubiesen suavizado si se hubiera sabido
que herían al mismo Liebknecht.

LIEBKNECHT Y LA TÁCTICA

En resumen: ésta es toda la táctica del partido que Liebknecht considera como necesa-
riamente contingente y variable. Jamás lo que se llama desde hace algún tiempo con dañina
intención oportunismo socialista ha sido más enérgicamente formulado. Traduzco:
"Hemos llegado ahora al fin de las consideraciones generales. Antes de entrar en los pun-
tos de detalle, resumamos brevemente lo que se ha dicho.
"Hemos visto que es imposible trazar por adelantado en nuestro partido una táctica vale-
dera para todos los casos. La táctica se determina según las circunstancias. El interés del
partido forma la única ley, la única regla.
"Hemos visto que los fines del partido deben ser enteramente distintos de los medios que

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deberán emplearse para alcanzar estos fines.
"Los fines del partido se alzan inmutables, abstracción hecha, entiéndese bien, de una
ampliación científica, de una corrección y de un perfeccionamiento del programa. Al contra-
rio, los medios dé combate y el uso que se hace de ellos pueden cambiar y deben cambiar.
"Hemos visto que el partido, para ser capaz del más alto grado posible de organización
eficaz y de acción, debe tener, ante todo, una clara noción de la esencia de nuestro movi-
miento, y que no puede nunca abandonarse lo esencial por lo transitorio.
"Lo esencial, para nosotros, es que los principios inalterables del socialismo se realicen lo
más rápidamente posible en el Estado y la sociedad.
"Lo transitorio es cómo serán realizados. No pretendemos disminuir el valor de la táctica,
pero ésta no es más que un medio que persigue un fin, y mientras que el fin se levanta firme
e inmutable se puede discutir sobre la táctica. Las cuestiones de táctica son cuestiones prácti-
cas y deben distinguirse en absoluto de las cuestiones de principios.
"Hemos visto en particular que es absolutamente injustificado considerar la táctica de la
fuerza como la única táctica revolucionaria y declarar malos revolucionarios a los que no
aprueban esta táctica sin condición. Hemos demostrado que la fuerza en sí misma no es revo-
lucionaria, que es más bien contrarrevolucionaria.
"Hemos demostrado la necesidad de emanciparnos de las palabras y de buscar la fuerza
del partido en la idea clara, en la acción metódica e intrépida, no en frases de violencia revo-
lucionaria que, con sobrada frecuencia, ocultan solamente el defecto de claridad y de fuerza
de acción."
He ahí grandes enseñanzas. Pero si las cuestiones de táctica son hasta este punto secunda-
rias, ¿qué obstáculo se opone a la completa unidad del socialismo? Sobre el fin, sobre la
realización del socialismo, sobre la necesidad de una organización social de la propiedad,
con objeto de suprimir todo privilegio sobre el trabajo y de asegurar el pleno desenvolvi-
miento de toda individualidad humana, todos los socialistas están de acuerdo. Difieren sobre
los medios, sobre la táctica. Los unos han creído, según el pensamiento de Liebknecht, que,
en el período de lenta disolución del régimen capitalista y de lenta elaboración del régimen
socialista, los socialistas serían llamados a participar del régimen gubernamental. Los otros
han creído lo contrario. Esto es una cuestión de táctica y no una cuestión social. Unos, emp e-
ñados en multiplicar las barreras, han proclamado que la censura constante, sistemática,
incondicional del presupuesto era un signo auténtico y necesario del socialismo. Otros han
dicho que no era preciso comprometer al partido y que si un presupuesto contenía grandes
reformas, si a causa de esto era combatido y rechazado por la reacción, los socialistas, recha-
zándolo también, harían una farsa y una contrarrevolución. Esto es también una cuestión de
táctica, que será resuelta por las mismas necesidades de la vida y por la evolución política y
social, y que no merece que se lancen anatemas y que uno se separe.
Lo mismo que la táctica es variable, el programa, que después de todo es una parte de la
táctica, puede ser modificado, revisado y completado. Creo por mi parte que es del todo
incompleto e ineficaz, que ya no responde al estado de crecimiento del proletariado y que
debe ser completado por toda una serie de medidas que introduzcan gradualmente a la clase
obrera en el poder económico y bosquejen un semicomunismo en producción rural. Otros, al
contrario, repugnan todo programa de acción que, haciendo penetrar al proletariado en la
organización económica actual, según ellos, se le expondría a embotar su instinto de clase.
Sobre este punto, cuando queramos unos y otros pensar claro, habrá grandes controversias.
Pero aquí también es de una cuestión de táctica, de una cuestión naturalmente controvertible,
como dice Liebknecht, de lo que se trata. Toda escisión, pues, es ficticia y mala.
Si Liebknecht dice verdad, si el recurso a la fuerza corre el riesgo de ser contrarrevolu-
cionario, si nosotros podemos y debemos conducirlo por la propaganda, la organización, el
pensamiento claro y el manejo vigoroso de la legalidad, no basta repetir el propósito de
Liebknecht, es preciso aplicarlo con método, con constancia. Los que hablan alternativamen-

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te de votos y de fusiles, los que, según el favor o el desfavor momentáneo del sufragio uni-
versal lo ensalzan o lo rechazan, turban por la incoherencia de sus impresiones la marcha del
partido.
No acuso aquí a los otros más que a mí mismo. Todos o casi todos tenemos un gran des-
orden en nuestras ideas tácticas, y por ello nuestra acción es contrariada y debilitada. Por
nuestros frecuentes llamamientos a la legalidad republicana, por nuestra práctica constante
del sufragio universal, debilitamos el instinto de rebelión y la tradición de golpe de mano del
revolucionarismo clásico. Por nuestros llamamientos intermitentes y de pura retórica a la
fuerza, "al fusil", debilitamos nuestras conquistas sobre el sufragio universal. , Será necesario
sin dudar tomar un partido y preguntarnos si es útil marcar con algunos granos de pólvora,
que por otra parte no se inflaman, las papeletas que legalmente ponemos en la urna.
¿Tenemos necesidad de la mayoría y podemos conquistarla? Este es el problema. Si te-
nemos necesidad, el llamamiento a la fuerza conviértese, como dice Liebknecht, en contra-
rrevolucionario.
Continuó traduciendo:
"Hemos hecho notar, en fin, que el partido, para poder realizar las ideas socialistas, debe
conquistar el poder indispensable para ello y que debe hacerlo ante todo por medio de la
propaganda.
"Hemos mostrado que el número de los que son empujados por sus intereses en las filas
de sus enemigos es tan pequeño, que es casi despreciable, y que la inmensa mayoría de los
que observan con respecto a nosotros una actitud casi hostil, o al menos poco amistosa, no lo
hacen por ignorancia de su propia situación y de nuestros esfuerzos, y que debemos emplear
toda nuestra energía en ilustrar esta mayoría y en ganarla para nosotros."
De este modo Liebknecht ha planteado el problema exactamente, literalmente, como yo
lo planteo. Medios de conquistar para el completo ideal socialista a la inmensa mayoría de la
nación, por la propaganda y la acción legal.

***

Liebknecht muéstrase tan preocupado de encontrar un amplio terreno sobre el cual pueda
reunir a casi toda la nación para elevarla en seguida, grado por grado, hasta el completo so-
cialismo, que considera como una preparación para conseguir este fin hasta las leyes de segu-
ros propuestos por Bismarck. Aunque la ley sobre accidentes no sea a sus ojos más que una
bagatela, un juguete de cartón, ve en ella un primer reconocimiento del pensamiento socialis-
ta.
"Contiene de un modo decisivo —dice— el principio de la reglamentación de la produc-
ción por el Estado en frente del sistema del laissez-faire de la escuela de Mánchester. El
derecho del Estado a reglamentar la producción contiene el deber de interesarse en el trabajo,
y la investigación del trabajo social conduce directamente a la organización del trabajo social
por el Estado."
Esto es lo que decía Liebknecht de la ley sobre los accidentes, que de todas las leyes de
seguros en la más superficial, la más exterior al trabajo. Pero más verdad es esto todavía que
la ley de seguros sobre las pensiones a los viejos e inválidos, que crea un derecho nuevo de la
clase obrera, que constituye al proletariado un patrimonio a la vez colectivo e individual;
como también sería verdad del seguro contra la cesación del trabajo, que es necesario y posi-
ble y que introducirá la clase obrera organizada en el corazón mismo de la producción.

***

Liebknecht señala como uno de los signos más decisivos del crecimiento del socialismo
en Alemania que casi todos los partidos están obligados a adherirse a estos proyectos de

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legislación.
"Todos los partidos —dice—, a excepción de los anarquistas manchesterianos, los más
antiguos, que quieren disolver el Estado en átomos y entregar la sociedad a la "libre" explo-
tación de las clases poseedoras, rivalizan entre sí en solicitud para el "pobre" y para la clase
obrera, y es indudable que el príncipe de Bismarck, si quiere, puede encontrar en el actual
Reichstag una mayoría para su socialismo de Estado. Que el clero protestante y católico, los
nobles y los grandes terratenientes se acomoden al socialismo de Estado —los curas le lla-
man socialismo cristiano—, no hay por qué admirarse.
"Pero es un fenómeno sorprendente y sin ejemplo en la historia de los tiempos nuevos ver
al partido nacional liberal —que, aunque muy quebrantado y raquítico, es siempre un partido
esencial de la burguesía por excelencia— reconciliado con el socialismo de Estado."
¿Qué quiere decir esto? Puesto que la fuerza de las cosas, la organización creciente del
partido socialista y del proletariado arrastran a las clases mismas y a los partidos que más
repugnaban aceptar los proyectos de la legislación social "que conducen directamente al
socialismo"; puesto que la inmensa mayoría de la nación ha podido de este modo ser condu-
cida a las vías socialistas y como elevada a un primer grado de organización social, es que la
inmensa mayoría de la nación puede ser elevada, grado a grado, por una propaganda cada
vez más activa y más clara, por una influencia proletaria cada vez más enérgica y por un
mecanismo de reformas cada vez más acertado, hasta el nivel mismo de nuestro completo
ideal.
Esta es la conclusión firme y fuerte de Liebknecht. Por la propaganda y la acción legal, la
gran mayoría de la nación puede ser conquistada por nosotros y ser conducida al socialismo
completo. Por los caminos que se elevan del individualismo burgués al socialismo de Estado,
y del socialismo de Estado al socialismo comunista proletario y humano, toda la nación sub-
irá, si nosotros queremos, a excepción de un pequeño número de elementos refractarios e
impotentes.
Las mayorías pueden y deben ser legalmente nuestras.

ENSANCHAR, NO REDUCIR

Hay bastantes contradicciones en el pensamiento de Liebknecht. Yo imagino que en su


espíritu, como en el espíritu de muchos socialistas de la primera hora, existía la lucha entre
las fórmulas intransigentes del principio y las necesidades nuevas de partido agrandado, y
que en esta lucha no llegaba siempre a decidirse.
Liebknecht había comenzado por ser un revolucionario antiparlamentario. Había dicho y
escrito que el Parlamento era un pantano donde se hundían las energías sociales. Había escri-
to que hasta para la propaganda se hacía mejor entre el pueblo. Cuando la fuerza de las cosas
y el crecimiento del partido obligaron a Liebknecht a prescindir de estas fórmulas, cuando él
y sus amigos entraron en el Parlamento, conservó, sin embargo, algún recuerdo de su primera
intransigencia. Recuerda en los fragmentos citados por el Vorwaerts que se opuso a que el
grupo socialista estuviese representado por un delegado en la "comisión de decanos", que
regula el trabajo parlamentario. Sus colegas no le escucharon, e hicieron bien, pues ¿para qué
entrar en el Parlamento, si bajo pretexto de no comprometerse se niega, en el detalle, a todo
lo que puede hacer eficaz la acción parlamentaria? Sólo anoto este pequeño rasgo, porque
caracteriza un estado de espíritu. Molestado por sus palabras violentas de otro tiempo,
Liebknecht afectaba ser en el Parlamento como era entonces. Cuando reflexionaba en las
condiciones de realización del socialismo, cuando en la sinceridad de su pensamiento inter-
rogaba el porvenir, llegaba a una concepción mucho más amplia; veía al socialismo pene-

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trando poco a poco en la democracia e imponiéndose, por conquistas parciales y sucesivas
del poder, al gobierno de la sociedad burguesa en transformación. Después se sentía turbado
y volvían a apoderarse de él las primeras costumbres de intransigencia. De esta contradicción
entre las fórmulas antiguas que han cesado de ser verdaderas, pero que no se atreven a aban-
donar, y las necesidades nuevas que se comienzan a reconocer, pero que no se atreven a
confesar plenamente, es de donde proceden las dificultades, los movimientos católicos del
socialismo en el momento actual. Por una contradicción de esta clase es por lo que Liebk-
necht, en el mismo manuscrito donde prevé la colaboración gubernamental del socialismo
con las fracciones de la democracia, repite, sin embargo, y parece tomar a su cuenta la frase
tan vigorosa condenada por Marx: "Todos los partidos forman una sola masa reaccionaria
enfrente del socialismo." Esto es absolutamente contrario a la práctica misma de los socialis-
tas alemanes, que no temen sostener a los burgueses liberales contra los nobles y restos del
feudalismo agrario. Pero por lo absoluto de esta fórmula estrecha, Liebknecht se hacía per-
donar la concepción general, vasta y sutil que le era propia.
Definía, en efecto, muy amp liamente la clase obrera:
"El concepto de clase obrera no debe ser demasiado estrecho. Como ya lo hemos expues-
to en la prensa, en los escritos de propaganda y en la tribuna, comprendemos en la clase
obrera todos los que viven exclusivamente o principalmente del producto de su trabajo y que
no se enriquecen por el concurso del trabajo de otro.
"Por lo tanto, en la clase obrera deben ser comprendidos, además de los trabajadores as a-
lariados, la clase de aldeanos y esa pequeña burguesía que cae cada vez más en el proletaria-
do, es decir, todos los que sufren las consecuencias del sistema actual de la gran producción."
Algunos pretenden, es cierto, que el proletariado de los asalariados es la única clase ver-
daderamente revo-. lucionaria y que forma el único ejército del socialismo, que todo lo que
viene de los otros estados o de las otras clases debe ser considerado con desconfianza. Por
dicha, estas concepciones, tan desprovistas de sentido, jamás han sido acogidas por la demo-
cracia socialista alemana.
La clase de los asalariados es la que está más directamente sometida a la explotación;
hace directamente frente a los explotadores y, por su concentración en las fábricas, tiene la
ventaja de estar excitada a un pensamiento activo y naturalmente organizada en "batallones
de trabajadores". Esto le comunica un carácter revolucionario que ninguna parte de la socie-
dad tiene en el mismo grado. Es preciso reconocerlo sin reservas;
"Todo asalariado es socialista o está en vías de serlo. Los asalariados de los talleres na-
cionales de Francia, que el gobierno burgués de la República de febrero quería utilizar contra
el proletariado socialista, fueron en el momento decisivo propagandistas del proletariado, y
de un modo parecido vemos cómo las uniones de oficios, que habían sido fundadas por los
agentes de la burguesía alemana para combatir a los trabajadores socialistas, o bien no tienen
más que una apariencia de existencia, o bien entran en la corriente de las ideas socialistas. El
asalariado es llevado al socialismo por el medio en que vive, por todas las condiciones en
que se encuentra. Las condiciones mismas de su existencia le obligan a pensar, y en el mo-
mento mismo que piensa es socialista.
"Pero si es el asalariado quien sufre más directa y visiblemente las consecuencias del sis-
tema de explotación capitalista, los pequeños burgueses y los aldeanos no son menos grave-
mente alcanzados por ésta, aunque de manera menos directa y menos visible.
"La triste situación de los pequeños cultivadores en casi toda Alemania es bien conoci-
da... Los pequeños burgueses y los pequeños propietarios rurales, como no conocen bien las
causas profundas de su triste situación, están todavía en el campo de nuestros adversarios;
pero es de la más alta importancia para nuestro partido el ilustrarlos y el traerlos a nosotros.
Es una cuestión vital para nuestro partido, porque estas dos clases forman la mayoría de la
nación.
"Sin duda, sería necio exigir que para realizar prácticamente nuestros principios tenga-

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mos en el bolsillo una mayoría dispuesta y disciplinada. Pero más necio sería aún creer que
podríamos realizar nuestros principios contra la voluntad de la enorme mayoría de la na-
ción.
"Este es un error funesto, que los socialistas franceses han pagado caramente.
"¿Puede combatirse más heroicamente que los obreros de París y Lyón? ¿Y cada combate
no terminaba con una sangrienta derrota, con las más horribles represalias de los vencedores
y con el agotamiento del proletariado? El proletariado francés no ha reconocido todavía
suficientemente la necesidad de la organización y de la propaganda, y por esto hasta ahora ha
sido vencido.
"La lección de la Commune parece felizmente haber servido para la educación del prole-
tariado. Nuestros camaradas franceses trabajan con celo en la organización y se dedican a la
propaganda, particularmente en el campo.
"Los socialistas alemanes han comprendido, desde hace mucho tiempo, la importancia de
la propaganda y la necesidad de conquista a la pequeña burguesía y a los pequeños propieta-
rios rurales.
"Sólo una minoría ínfima ha pedido que el movimiento socialista estuviese limitado a los
asalariados...
"Las frases violentas y teatrales de estos fanáticos "de la lucha de clase" ocultaban un
fondo de maquiavelismo feudal y policíaco.
"El socialismo hiperrevolucionario, que sólo llama "a las manos callosas", tiene dos ven-
tajas para la reacción: en primer lugar, limitada el movimiento a una clase que en Alemania
es poco numerosa para realizar una revolución; y en segundo lugar, suministra un excelente
medio para asustar a la gran masa del pueblo, sobre todo a los campesinos y a la pequeña
burguesía, que no han llegado todavía a una actividad política autónoma."
Y Liebknecht termina este orden de ideas con estas enérgicas palabras:
"No hay que preguntar; ¿Eres asalariado? Sino: ¿Eres socialista?
"Reducido a los asalariados, el socialismo es incapaz de vencer. Compuesto por el con-
junto del pueblo que trabaja y por la élite moral e intelectual de la nación, su victoria es segu-
ra.
"¿Por qué sufrimos ahora la persecución infligida a nues tros enemigos? ¿Por qué estamos
sometidos a las más torpes brutalidades?
"Porque somos todavía débiles.
"¿Y por qué somos débiles?
"Porque sólo una pequeña parte del pueblo conoce la doctrina socialista.
"¿Y nosotros deberíamos, nosotros que somos débiles, aumentar nuestra debilidad sepa-
rando de nosotros a millares de hombres so pretexto de que la casualidad no ha hecho de
ellos los miembros de un grupo social determinado? La estupidez sería aquí traición hacia el
, partido.
"No reducir, ensanchar, he aquí cuál debe ser nuestra divisa. Cada vez debe ensancharse
más el círculo del socialismo, hasta que hayamos convertido a la mayoría de nuestros adver-
sarios en nuestros amigos o hasta que, al menos, les hayamos desarmado.
"Y a la masa indiferente, que en los tiempos pacíficos no pesa nada en la balanza política,
pero que en los tiempos de agitación es la fuerza decisiva, debe ser tan extensamente ilustra-
da sobre los fines y la esencia misma de nuestro programa, que cese de temerle y no pueda
ya ser lanzado contra nosotros como la jauría de la bruja.
"Todas las medidas legislativas que, si se nos ofrece la ocasión, tendremos que apoyar,
deben tener por objeto probar la aptitud del socialismo para servir los intereses comunes y
destruir los prejuicios corrientes contra nosotros."
De este modo, Liebknecht concibe todo un período de acción legislativa, en que el socia-
lismo hará, si puede decirse así, sus pruebas de amplia comprensión, en que aparecerá como
un partido de interés general y en que acostumbrará así a todos los altos espíritus, a todas las

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nobles conciencias, a la pequeña burguesía y a los campesinos, a seguirle hasta el fin de su
doctrina y de su ideal, sin repugnancia y sin miedo. Esta será como una propaganda de ac-
ción que complete la propaganda de la palabra.

EL SOCIALISMO Y LOS PRIVILEGIADOS

Cierto; el partido socialista no debe ser el eco confuso de intereses discordantes; no debe
dedicar su pensamiento al desorden del mundo presente. Debe someter al pueblo en un plan
definido de medios precisos de evolución hacia un fin claro. Pero en este plan, en este pro-
grama, debe tener muy en cuenta la diversidad de los elementos, de las pasiones, de los inter-
eses y prejuicios.
He aquí las palabras textuales de Liebknecht:
"Por muy necesario que sea dejar a todos los grupos la mayor libertad posible para que
manifiesten sus miras y sus necesidades y admitir al pueblo en la más amplia medida posible
a colaborar en la legislación, sería una locura del Gobierno y del socialismo abandonar a la
iniciativa del pueblo toda la legislación.
"El socialismo debe tener un plan determinado, fácil de conocer, y someterlo a la repre-
sentación del pueblo, a las representaciones diversas de los intereses.
"La democracia socialista se distingue de los otros partidos en que su actividad no se li-
mita a algunos aspectos de la vida del Estado y de la vida social, sino que abarca igualmente
todos los aspectos y se esfuerza por la reconciliación de los antagonismos entre el Estado y la
sociedad y por realizar el orden, la paz y la armonía.
"No es un partido de grandes propietarios y de nobles, y, por consiguiente, no tiene nece-
sidad de servir sus intereses como el partido conservador.
"No es un partido de la burguesía en sus diferentes ramas y, por consiguiente, no está al
servicio de los intereses particulares y de los gustos de dominación de la burguesía, como el
partido nacional-liberal y el part ido progresista.
"No es un partido de la casta sacerdotal y, por consiguiente, no está al servicio de los in-
tereses particulares y del afán de dominación de la casta de los curas, como el centro católico
y la fracción protestante del cristianismo social a lo Stoecker.
"Es el partido de todo el pueblo, a excepción de doscientos mil grandes propietarios,
hidalgos, burgueses y curas.
"Es, pues, al pueblo hacia donde debe volverse, y en seguida que la ocasión se le ofrezca,
suministrarle, por proposiciones prácticas y proyectos de ley de un interés general, la prue-
ba del hecho que el bien del pueblo es su único fin y la voluntad del pueblo su única regla.
"Sin violentar jamás a nadie, pero con un firme propósito y un fin inmutable, debe reco-
rrer el camino de la legislación.
"Aun aquel que hoy disfruta de privilegios y de monopolios debe saber que no meditamos
medidas violentas, repentinas, contra situaciones sancionadas por la ley, y que estamos
resueltos, en interés de una evolución tranquila y pacífica, a realizar el paso de la injusticia
legal a la justicia legal con el mayor miramiento posible para las personas y la condición de
los privilegiados y los monopolizadores.
"Reconocemos que sería injusto hacer a los que se han creado una situación privilegia-
da, con el punto de apoyo de una legislación mala, personalmente responsables de esta
legislación y castigarlos.
"Declaramos expresamente que es, según nuestro parecer, un deber del Estado dar a los
que pueden ser le' sionados en sus intereses por la abolición necesaria de las leyes nocivas

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al interés común una indemnización que sea posible y conciliable con el interés del conjunto.
"Tenemos de los deberes del Estado hacia los individuos uria idea más alta de nuestros
adversarios, y no nos separaremos de ellos, aun cuando sean enemigos nuestros los que
tengamos enfrente."
No cito estas hermosas palabras para cubrir con una autoridad revolucionaria la política
socialista que yo profeso. El partido socialista sería muy miserable y muy cobarde si cada
uno de nosotros no expusiese todo su pensamiento apoyado en la razón.
No; nosotros no tenemos necesidad de la autoridad de nadie, de la protección de nadie,
para indagar en compañía del proletariado cuál es el camino mejor, cuál es el camino más
ancho, más luminoso, más suave y más rápido.
Y a decir verdad, creo que en el espíritu mismo de Liebknecht estas grandes ideas tan no-
bles y tan prácticas estaban contrarrestadas y oscurecidas por muchas ideas diferentes y aun
opuestas para que hayan podido obrar útil y profundamente. Creo que ha llegado la hora de
meditarlas y de hacer de ellas, no un accesorio brillante, sino el fondo mismo y la sustancia
de nuestra política y de nuestro pensamiento. Creo que si el partido socialista no dejase estos
grandes pensamientos en el estado de fórmula general, si los realizase en un programa preci-
so de evolución justa y amplia hacia un comunismo bien definido, si diese la impresión de
que es a la vez generoso y práctico, ardiente en el combate y amigo de la paz, firme contra
las instituciones inicuas, decidido a derrocarlas metódicamente, y a la vez conciliador con las
personas, avanzaría lo menos medio siglo la verdadera Revolución social, que estaría en las
cosas, en las leyes y en los corazones, no en las fórmulas y en las palabras, y ahorraría a la
gran obra de la Revolución proletaria el cruel olor de sangre, de asesinato y de odio que ha
quedado unido a la Revolución burguesa.

***

Pero quiero citar aún, antes de despedirme de Liebknecht, algunos fragmentos donde es-
talla el mismo deseo de noble cultura, de amplia humanidad, de justa y pacífica evolución:
"Por la propaganda, lo mismo que por la acción legislativa, no debemos nunca perder de
vista la universalidad de la concepción socialista...
"Unos estudian, sobre todo, el lado económico del socialismo; otros su lado moral y
humano, y otros su lado político.
"En la propaganda y en la legislación estos tres aspectos deben tener el mismo valor.
"El pueblo debe saber que el socialismo no es solamente la reglamentación de las condi-
ciones del trabajo y de la producción, que no se propone solamente intervenir en las funcio-
nes económicas del Estado y del organismo social, sino que tiene a la vista el desenvolvi-
miento más completo del individuo y de la individualidad, que considera la educación como
uno de los deberes esenciales del Estado y que hace consistir el ideal civil y social en realizar
en todo hombre del mejor modo posible la idea de la humanidad.
"Es en la unión y la fusión de los más sublimes fines donde reside la alta significación del
socialismo.
"Sin el lado económico, el ideal humano estaría suspendido en el aire.
"Sin el lado humano, el fin económico carecería de consagración moral.
"Los dos están unidos.
"Ha habido en todas las épocas soñadores que han pretendido la felicidad del género
humano. Eran sueños, porque carecían del medio sustancial y material de realización: la
reglamentación de las relaciones económicas, que el socialismo quiere realizar y que debe
asegurar con el crecimiento de la producción un reparto más justo, creando el fundamento
económico de una existencia verdaderamente humana, de un desenvolvimiento armónico del
individuo.
"Hasta los beneficios de la propiedad común y del trabajo asociado han sido comprendi-

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dos en épocas anteriores, y el principio mismo de la comunidad ha sido realizado; pero falta-
ba allí el ideal humano que caracteriza al socialismo, y este comunismo es tenido con razón
por un grado de civilización inferior a nuestra sociedad burguesa actual.
"El socialismo presupone nuestra civilización moderna. En ningún punto está en contra-
dicción con ella. Muy lejos de ser su enemigo, quiere extenderla a la Humanidad entera, así
como hoy es el monopolio de una minoría privilegiada.
"De este modo, el socialismo, envolviendo en su dominio toda la vida, todos los senti-
mientos, todas las ideas del hombre, se asegura contra la limitación y el exclusivismo; tiene,
además, la inmensa ventaja de poder ejercer en toda la extensión de la vida civil y política
una acción tan saludable como armónica,"
Una última cita donde se señala el cuidado de la acción práctica. Liebknecht, después de
haber consagrado el estudio de las reformas del impuesto, varias páginas, añade:
"Quizá sorprenderá a alguno que concedamos tanta importancia a las cuestiones de im-
puesto, siendo así que en el Estado organizado en socialismo no habrá impuestos.
"Es verdad que si pudiéramos pasar de un salto al Estado socialista, la cuestión de im-
puesto no debería ocuparnos, pues los recursos necesarios para los gastos públicos proven-
drían entonces del producto del trabajo social, o bien, en su orden todavía más desarrollado,
en que todas las funciones económicas serían asunto de Estado, no habría ninguna diferencia
entre los gastos públicos y los gastos privados.
"Pero nosotros no pasaremos de un golpe al socialismo. El paso se realiza poco a poco,
y nosotros tratamos, en las explicaciones presentes, no de trazar el cuadro del porvenir —
esto sería en cualquier circunstancia un trabajo inútil—, sino de determinar un programa
práctico para el período de transmisión, de formular y de justificar medidas que sean inme-
diatamente aplicables y que sirvan, por decirlo así, de parteras al mundo socialista."

LAS RAZONES DE MAYORÍA

Ha demostrado, y esto es la evidencia misma, que la Revolución de 1789 sólo se había


realizado por la voluntad de la inmensa mayoría de la nación. Y he dicho que con más razón,
para el cumplimiento de la revolución socialista, será necesaria la inmensa mayoría de la
nación. Yo espero que, al hacer notar la grandeza del esfuerzo necesario, no he de desanimar,
sino al contrario, he de despertar las energías y las conciencias. Por otra parte, si la obra que
hay que realizar es inmensa y supone el concurso de innumerables voluntades, yo demostraré
también qué inmensos son los recursos y las fuerzas, y de nosotros depende llegar al fin de
un camino seguro y victorioso. Pero digo que el esfuerzo vehemente de una minoría socialis-
ta no bastaría y que debemos unir a nosotros a la casi totalidad de los ciudadanos. He aquí
por qué:
En primer lugar, no es enfrente de una masa inerte y pasiva con lo que se encontrará la
minoría socialista republicana. Desde hace ciento veinte años, desde la Revolución, las ener-
gías humanas, ya excitadas por la Reforma y el Renacimiento, han aumentado prodigiosa-
mente. En todas las clases, en todas las condiciones, hay voluntades activas, fuerzas en mo-
vimiento. En todas partes los individuos han adquirido conciencia de sí mismos. En todas
partes redoblan el esfuerzo. La clase obrera ha salido de la somnolencia y la pasividad. Pero
la pequeña burguesía también se agita. No obstante, el peso del sistema económico que con
tanta frecuencia la agobia, aún no se ha doblegado completamente; intenta enderezarse. Y
aunque a menudo pide .Su salvación a los conceptos más retrógrados, a la política más detes-
table y al más estéril y envilecedor nacionalismo, no deja de ser por eso una fuerza activa y
apasionada. Forma ligas, y en París tiene en jaque a la democracia socialista y republicana.

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Quiere decir esto que opondría una resistencia quizá decisiva a un momento social para el
cual no hubiera sido ganada poco a poco, al menos parcialmente.
Además, los pequeños propietarios rurales han desempeñado en toda nuestra historia,
desde la Revolución, un gran papel, tan pronto reaccionario como liberal. Salvo algunas
excepciones gloriosas, tuvieron miedo en 1851 del aspecto rojo y contribuyeron al éxito del
golpe de Estado y del Imperio. Después han sido conquistados poco a poco por la Revolu-
ción, y hoy son una de sus fuerzas vivas. Tienen un sentimiento muy claro de su poder polít i-
co. Han entrado en las municipalidades; saben que ellos hacen los diputados, los consejeros
generales y los senadores, y no tolerarían de ningún modo un gran movimiento social que se
hiciera sin ellos.
Yo creo que es imprudente decir que la neutralidad de los campesinos bastaría, el socia-
lismo les pediría solamente que le dejasen obrar. Ninguna fuerza social permanece neutral en
los grandes movimientos. Si no están con nosotros, estarán contra nosotros.
Por otra parte, como el orden colectivista supone el concurso de los aldeanos; como será
preciso, por ejemplo, que consientan en vender sus productos a los almacenes sociales, su
resistencia pasiva bastaría para perder la Revolución. Conocen su poder y no lo dejaría caer
de sus manos. Hasta la iniciativa económica de que dan pruebas desde hace algunos años, el
espíritu de progreso que les anima, todo testifica que no asistirían inertes y pasivos a grandes
acontecimientos sociales, cuyos efectos no tardarían en repercutir sobre su propia vida. O lo
secundarán o lo rechazarán.
Yo añado que las clases privilegiadas de hoy tienen infinitamente más autoridad y, por
consiguiente, más poder que las clases privilegiadas antes de 1789. La burguesía industrial
ha permanecido viva. Sigue las leyes del progreso científico. Adopta sin cesar nuevos méto-
dos de producción y renueva sus herramientas. Y hasta, bajo el punto de vista de la lucha
social, de la lucha de clases, renueva su método de combate; la invención de los sindicatos
amarillos atestigua que tiene recursos de flexibilidad y de audacia. ¡Qué diferencia de activi-
dad entre un gran potentado del antiguo régimen y un gran capitalista del día! Ciertos millo-
narios americanos han heredado la actividad de Napoleón. Y en Francia misma, en propor-
ciones más modestas, la clase capitalista está siempre despierta. No es a clases descuidadas y
adormecidas, sino a clases activas, previsoras y atrevidas, a quienes el, proletariado debe
arrancar sus privilegios. ¿Cómo podría conseguirlo si no tiene a su lado la mayoría de la
nación Si la masa de la nación le es hostil, se verá aplastado. Y si es simplemente desconfia-
da, los manejos de la clase capitalista no tardarán en cambiar esta desconfianza en hostilidad.
De este modo, la universal trepidación de la vida moderna, la universal excitación de las
energías, no permiten la acción decisiva de las minorías. No hay masa dormida que pueda
conmover un impulso vigoroso. Hay por todas partes centros de fuerza, que se convertirían
en centros de resistencia, en puntos de reacción, si poco a poco su movimiento propio no se
dirigiese en el sentido de la sociedad nueva.

***

En el segundo lugar, la transformación de propiedad que el socialismo quiere y debe


cumplir es mucho más vasta, mucho más profunda y mucho más sutil que la que ha sido
realizada hace ciento diez a&os por la burguesía revolucionaria.
En 1789 es una forma de propiedad estrechamente definida lo que dio lugar a la Revolu-
ción. Cuando nacionalizaba los bienes del clero era una propiedad corporativa bien determi-
nada lo que absorbía. Fuera de la Iglesia, fuera del clero regular o secular, ningún ciudadano,
ningún propietario podía temer que la medida de expropiación decretada contra la Iglesia
recayese sobre él. El abate Maury trató en vano de sembrar el pánico: los propietarios bur-
gueses y aldeanos sabían demasiado que la propiedad de la Iglesia era bien definida y que la
expropiación no podía extenderse más allá de sus límites.

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Lo mismo cuando la Revolución abolió los derechos feudales, era también una medida
precisa de efectos limitados y conocidos por adelantado. Sin duda, había derechos feudales.
Pero, en conjunto, eran los señores los que sufrían las consecuencias. La naturaleza misma
del censo feudal, que suponía un lazo de dependencia personal y reservaba el beneficio para
una categoría de personas.
Al contrario, la propiedad capitalista es esencialmente difusa. No tiene límites ciertos y
conocidos. No está concentrada en manos de una corporación como la Iglesia o de una casta
como la nobleza. Los títulos que la representan no están tan extendidos como dice el opti-
mismo de encargo de los economistas burgueses. Pero, en fin, no están reservados a una
categoría de titulares, y hállanse bastante extensamente diseminados. Hay pequeños poseedo-
res hasta en las aldeas. Y si un golpe de minoría aboliese en un momento la propiedad capita-
lista, en todas partes se encenderían focos de resistencia improvista. Solamente por transac-
ciones matizadas y precisas, en que se ponga a cubierto su interés, es como se conseguirá que
los medianos y pequeños propietarios consientan en una transformación de la propiedad
capitalista en propiedad social. Además, estas transacciones no pueden realizarse, estas ga-
rantías no pueden ser instituidas más que por la tranquila deliberación y la voluntad legal de
la mayoría de la nación.
Del mismo modo, la transformación de la propiedad agraria y su evolución hacia un sis-
tema ampliamente comunista será imposible mientras que los campesinos propietarios no
estén plenamente confiados. La adhesión de los campesinos propietarios es tanto más necesa-
ria cuanto que, con' relación a su número, el número de los propietarios rurales va disminu-
yendo. Pero esta adhesión no la prestarán a un movimiento repentino, cuyos efectos no
habrán podido calcular. No la darán más que a un movimiento concertado con ellos, y que,
acrecentando todos los días su fuerza de producción y su bienestar, les dé plena confianza
sobre el fin de la acción socialista.
No es esto todo. En 1789, la Revolución no tenía que cumplir en el orden de la propiedad
más que una obra negativa. Suprimía y no creaba. Abolía la propiedad de la Iglesia, pero
ponía en venta este dominio de la Iglesia. Lo convertía inmediatamente en propiedades parti-
culares de un tipo ya conocido. Lo mismo, cuando suprimía los derechos feudales, libraba de
una carga a la propiedad rural. No modificaba su fondo. El campesino se hacía más plena-
mente propietario de lo que ya poseía. Pero la Revolución no suscitaba ninguna forma nueva
de propiedad. No imaginaba ningún tipo social nuevo. Su obra liberadora venía a romper
obstáculos. No tenía que crear, no tenía que organizar; la sociedad no le pedía más que des-
truyese; una vez. realizadas estas destrucciones, la sociedad es la que continúa por sí misma,
alegremente, la marcha comenzada.
Al contrario, no basta a la Revolución socialista abolir el capitalismo; es preciso que cree
el tipo nuevo según el cual se realizará la producción y se arreglarán las relaciones de pro-
piedad. Supongamos que mañana se suprima todo el sistema capitalista. Supongamos que
cese todo privilegio capitalista, que el libro mayor de la deuda pública desaparezca, que los
inquilinos no paguen a los arrendadores, que los granjeros no paguen a los dueños de las
granjas, que los colonos no entreguen más al propietario burgués la mitad de los frutos de la
tierra, que toda renta del suelo, todo beneficio comercial, todo dividendo y provecho indus-
trial, sean abolidos; si a esta destrucción del capitalismo no se juntase inmediatamente una
organización socialista, si la sociedad no supiese cómo, por quién será dirigido el trabajo,
cuál será la acción del Estado, la del ayuntamiento y la del sindicato, cómo, según qué prin-
cipios, serán remunerados los productores; si no fuese, en una palabra, capaz de asegurar el
funcionamiento de un sistema social nuevo, caerían en un abismo de desorden y de miseria, y
la Revolución se perdería en un día
Pero este sistema social nuevo no puede ser una minoría quien lo cree y quien lo inspire.
No puede funcionar sino con el consentimiento de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y
esta mayoría es la que mult iplica poco a poco los bosquejos y los gérmenes. Ella es quien del

49
caos capitalista hará surgir gradualmente tipos variados de propiedad social, cooperativa,
comunal y corporativa, y sólo derribará los últimos baluartes del sistema capitalista cuando
los cimientos del orden socialista estén seguros, cuando el nuevo edificio pueda cobijar a los
hombres. A esta obra inmensa de construcción social debe contribuir la inmensa mayoría de
los ciudadanos.
Que no se olvide el carácter nuevo y grandioso de la Revolución socialista. Se hará por
todos. Por primera vez, desde el origen de la historia humana, un gran cambio social tendrá
por objeto, no la sustitución de una clase por otra, sino la destrucción de las clases y el adve-
nimiento de la comunidad humana.
En el orden socialista no es la autoridad de una clase sobre otra la que mantendrá la dis-
ciplina, la coordinación de los esfuerzos; es la libre voluntad de los productores asociados.
¿Cómo podría instituirse un sistema que supone la libre colaboración de todos contra vo-
luntad del mayor número? Todas estas fuerzas, o refractarias o inertes, pesarían de tal modo
sobre la producción, gastarían en innumerables choques o rozamientos tantas energías y
resortes, que fracasaría el sistema. Sólo puede tener éxito por la voluntad general y casi uná-
nime.
Destinado a todos, debe ser preparado y aceptado casi por todos, pues llega un momento
en que la fuerza de una mayoría inmensa desanima a los últimos resistentes. Lo que constitu-
ye la nobleza del socialismo es que no será un régimen de minoría. No puede, no debe, pues,
ser impuesto por una minoría.

***

Añado que el largo ejercicio del sufragio universal ha hecho cada vez más difíciles y casi
imposibles, las empresas de las minorías. El sufragio universal, en efecto, hace incesante-
mente la luz sobre las fuerzas respectivas de los partidos. Es, por lo tanto, muy difícil a una
minoría intentar un movimiento, cuando todo el país sabe lo mismo que ella que es una mi-
noría.
En 1830 y 1848, la minoría revolucionaria sublevada podía creer, decir y hacer creer que
representaba el pensamiento de la mayoría. Pues esta mayoría, bajo el régimen del sufragio
restringido, quedaba sin representación. No hablo de la caída del Imperio, que más que por la
Revolución se hundió por la derrota. Pero la gran debilidad de la Commune seguramente fue
tener enfrente de ella una asamblea que, por muy reaccionaria que fuese, emanaba o parecía
emanar del sufragio universal y de la voluntad general.
La minoría que habiendo participado del escrutinio, que habiendo aceptado la medida, in-
tentase hacer violencia a la mayoría, estaría en una situación falsa. Y encontraría enfrente de
ella una mayoría que, advertida de su propia fuerza por las cifras auténticas del escrutinio, no
cedería y uniría a ella probablemente muchos elementos de la minoría sublevada.
Además, el partido no se limita en todas partes al sufragio universal. Lo pide con la re-
presentación proporcional. Liebknecht, en los fragmentos que ha publicado el Vorwaerts,
pide la representación proporcional. Los socialistas belgas la han sostenido. El ciudadano
Vaillant, en un artículo reciente, se adhería en principio al escrutinio de lista, bajo la condi-
ción absoluta de que la representación proporcional se instituyese. Este' es también el parecer
del ciudadano Guesde. Pero pedir la representación proporcional es pedir que cada una de las
fuerzas, cada una de las tendencias del país y de la sociedad dé constantemente su medida
exacta. Es querer que la parte de influencia electoral y parlamentaria de cada partido sea
exactamente calculada sobre su fuerza real en el país. Es, pues, proclamar que toda legisla-
ción es arbitraria cuando no procede de la mayoría verdadera.

* * *

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Según la confesión de todos, la Revolución socialista se cumplirá, pues, por la voluntad
general, por la fuerza de una mayoría. Sólo los partidarios de la huelga general con carácter
revolucionario creen que únicamente la acción del proletariado industrial, o sea, de la por-
ción más consciente y más activa de este proletariado, bastará para determinar el adveni-
miento del comunismo, la Revolución social.

HUELGA GENERAL Y REVOLUCIÓN


Cuando se habla de huelga general, es preciso comenzar por definir bien el sentido de las
palabras. No se trata, entiéndase bien, de la huelga general de una sola corporación. Por
ejemplo, cuando los obreros mineros de toda la Francia deciden por mayoría que ha llegado
el momento de declararse en huelga para obtener la jornada de ocho horas, una pensión de
retiro más elevada y un mínimun de salarios, es una huelga muy importante y se puede llegar
a la huelga general de los obreros mineros. Pero no es esto lo que entienden por huelga gene-
ral los que ven en ella el instrumento decisivo de emancipación. No se trata, según su idea,
de un movimiento restringido a una corporación, por muy vasta que sea. Por otra parte, sería
pueril decir que no habrá huelga general si la totalidad de los asalariados, en todas las catego-
rías de la producción, no deja simultáneamente el trabajo. La clase obrera está demasiado
dispersa para que semejante unanimidad de huelga sea posible y aun concebible.
Pero la palabra huelga general tiene otro sentido, a la vez muy preciso y extenso. Signifi-
ca que las corporaciones más importantes, las que dominan todo el sistema de la producción,
dejarán a la vez el trabajo. Si, por ejemplo, los obreros de los caminos de hierro, los obreros
mineros, los obreros de los puertos y de los docks, los obreros metalúrgicos, los obreros de
las grandes filaturas y de los grandes telares, los obreros albañiles de las grandes ciudades,
parasen simultáneamente, entonces habría verdadera huelga general. Pues para que haya
huelga general no es necesario que la totalidad de las corporaciones entren en acción, no es
siquiera necesario que en las corporaciones que tomen parte en el movimiento, la totalidad de
los obreros haga huelga. Basta que las corporaciones en que el poder capitalista está más
concentrado, en que el poder obrero está mejor organizado, y que son como el nudo del sis-
tema económico, decidan la suspensión del trabajo, y que sean escuchadas por un número de
obreros tal que, prácticamente, el trabajo de la corporación sea suspendido.
A la huelga general así entendida no se puede objetar ni que es quimérica ni que sería in-
eficaz,
A medida que se extiende la organización obrera, son más posibles estos movimientos. Y
si se producen, pueden ejercer sobre las clases directoras un efecto profundo. No es una
corporación la que suspende el trabajo, es todo un conjunto de corporaciones. No es, pues, un
movimiento corporativo, es un movimiento de clase. ¿Y cómo un movimiento general de la
clase esencialmente productiva, a la cual nada puede suplir, podría dejar de ejercer una ac-
ción decisiva?

***

Pero es preciso no equivocarse. No hay que imaginarse que la palabra huelga general tie-
ne una virtud mágica, y que la misma huelga general tiene una eficacia absoluta e incondi-
cional. La huelga general es práctica o quimérica, útil o funesta, según las condiciones en
que se produzca, el método que emplee y el fin que se proponga.
Hay, en mi opinión, tres condiciones indispensables para que una huelga general pueda
ser útil: la Es preciso que el objeto por el cual se ha declarado apasione real y profundamente
a la clase obrera. 2.a Es preciso que una gran parte de la opinión esté dispuesta a reconocer la

51
legitimidad de este objeto. 3.a Es preciso que la huelga general no aparezca como un disfraz
de la violencia. Y que sea simplemente el ejercicio del derecho legal de huelga, pero más
sistemático y más vasto y con un carácter de clase más marcado.
Y, sobre todo, es necesario que el total de los obreros organizados conceda un gran valor
al objeto por él cual se ha declarado la huelga. Ni las decisiones de los congresos corporati-
vos ni las órdenes de los comités obreros bastarían a arrastrar a la clase obrera en una lucha
siempre temible. Para afrontar las privaciones y la miseria y hasta para escapar a las influen-
cias del medio en que se vive, es precisa una gran energía.
Esta energía no puede ser suscitada en toda una clase más que por una gran pasión. Y la
pasión, a su vez, no se excita en las almas en un grado activo y batallador, sino por un interés
a la vez muy grande y muy próximo, por un objeto muy importante y una realización inme-
diata.
Por ejemplo, se comprende perfectamente que las corporaciones mejor organizadas, las
más conscientes, bajo la acción de una propaganda extensa y precisa lleguen a apasionarse
por la jornada de ocho horas, por los retiros para los viejos e inválidos y por el se-seguro
serio y cierto contra el paro. Se comprende que si los poderes públicos resisten o eluden estas
mejoras, la clase obrera, en la profundidad de su conciencia, acumule bastante energía y
pasión para declarar una grande y perseverante huelga. Entonces lucha por fines elevados y
precisos, por reformas extensas, claras e inmediatamente realizables. Entonces la señal dada
por las organizaciones obreras será seguida; en el caso contrario, no.
Pero no basta que el proletariado esté realmente animado y apasionado. No basta que
obedezca a su propio impulso interior y no a una orden exterior. Es necesario también que
haya demostrado a una fracción notable de la opinión que sus reivindicaciones son legítimas
y realizables inmediatamente. Toda huelga general producirá necesariamente un trastorno en
las relaciones económicas; contrariará muchas costumbres y alcanzará a muchos intereses.
La opinión total del país —y hasta la de aquella parte muy importante de los asalariados de
todas clases que no haya entrado en el movimiento— se pronunciará, pues, con fuerza contra
los que se hayan hecho responsables de la prolongación del conflicto. Además, la opinión no
hará responsable a la clase capitalista y no se volverá vigorosamente contra ella, sino cuando
se le haya demostrado, por una propaganda ardiente y sustancial, la equidad de las reivindi-
caciones obreras y la posibilidad práctica de satisfacerla inmediatamente. Entonces se pro-
nunciará contra el egoísmo de los grandes propietarios y contra la rutina o el egoísmo de los
poderes públicos y la huelga obtendrá un buen éxito. Al contrario, si la masa indiferente no
hubiese sido advertida y en parte conquistada, se pronunciaría contra los huelguistas. Y como
ninguna fuerza, ni siquiera la revolucionaria, prevalece contra la opinión total del país, la
clase obrera sufrirá un gran desastre.

***

En fin, yo digo que si la huelga general está presentada y concebida, no como el ejercicio
más vasto y más coherente del derecho general de huelga, sino como el pródromo y el ensa-
yo de una acción de violencia revolucionaria, provocará de repente un movimiento de terror
y de reacción que no podrá resistir la fracción militante del proletariado.
En este concepto, sin embargo, se han detenido algunos teóricos de la huelga general.
Creen que la huelga general de las corporaciones más importantes bastará para determinar la
Revolución social, es decir, la caída de todo el sistema capitalista y el advenimiento del co-
munismo proletario y democrático. Se suspenderá la vida económica; las vías férreas estarán
desiertas; la hulla necesaria a la industria permanecerá bajo tierra; los navíos no podrán fon-
dear en los muelles, donde no habrá ningún obrero que descargue las mercancías. En todas
partes cese completo de la circulación y de la producción. Naturalmente, reinará un gran
malestar. Las masas obreras, suspendiendo la producción y los cambios, habrán aumentado

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su hambre; se verán, de este modo, impelidas a la violencia para nutrirse, para proporcionar-
se víveres y géneros allí donde se encuentren. Serán impelidos también a llenar de espanto a
los privilegiados, amenazados en sus personas y en sus bienes por la inevitable cólera del
proletariado, cuyos sufrimientos seculares se verán exasperados por la crisis de miseria y de
hambre. De aquí los inevitables conflictos entre la clase obrera y los guardianes enloquecidos
del sistema capitalista. De aquí, por consiguiente, al cabo de algunos días, el carácter revolu-
cionario de la huelga general. Y como la fuerza capitalista estará dispersa por la necesidad
misma de vigilar el movimiento, como el ejército de represión estará diseminado, envuelto
en la inmensa oleada, el proletariado habrá disuelto el obstáculo en que hasta ahora se estre-
llaba, y dueño al fin del sistema social, implantará el trabajo soberano.
Esta es la idea. No digo que tenga este grado de claridad en todos los teóricos de la huel-
ga general. No aseguro este sentido. Pero sí afirmo que, para todos los que ven en ella el
instrumento decisivo de liberación, significa necesariamente algo parecido.
Además, en este sentido revolucionario creo que existe una idea falsa. En primer lugar,
una táctica es singularmente peligrosa cuando al fracasar acarrea a la clase obrera desastres
inmensos.
Los partidarios de la huelga general, entendida de este modo, están obligados, nótese
bien, a obtener éxito la primera vez. Si una huelga general fracasa después de haber llegado a
la violencia, habrá dejado en pie el sistema capitalista, armado de un furor implacable. El
miedo de los directores y hasta de una gran parte de la masa se abrirá paso en una larga serie
de años de reacción. Y el proletariado estará, durante mucho tiempo desarmado y sujeto.

***

¿Hay posibilidades de éxito? No lo creo. En primer lugar, la clase obrera no se subleva


por una fórmula general, como es el advenimiento del comunismo. La idea de Revolución
social no basta para impulsarla. La idea socialista, la idea comunista, es bastante poderosa
para guiar y ordenar los esfuerzos sucesivos del proletariado. Este se organiza y lucha para
acercarse a ella diariamente y para realizarla por grados. Pero es preciso que la idea de Revo-
lución social tome cuerpo en reivindicaciones precisas para suscitar un gran movimiento.
Para decidir a la clase obrera a abandonar en masa las grandes fábricas y a emprender co-
ntra todas las fuerzas del sistema social una lucha llena de peligros, no basta decir: ¡Co mu-
nismo!, pues inmediatamente los proletarios preguntan: "¿Cuál? ¿Qué forma tendrá mañana
si somos vencedores?" Y no es por un objeto demasiado general y de un contorno demasiado
incierto por lo que se producen los grandes movimientos. Necesitan un punto de apoyo sóli-
do, un punto de unión bien determinado.
Los más avisados teóricos de la huelga general revolucionaria lo saben perfectamente.
También quieren primero poner a la clase obrera en movimiento por medio de reivindicacio-
nes precisas y sustanciales. Y esperan que este movimiento, haciéndose forzosamente revo-
lucionario, se convierta por sí mismo en comunismo completo.
Pero éste es precisamente el vicio esencial de la táctica. Emplea la astucia con la clase
obrera. Se pnx pone arrastrarla, como por el efecto irresistible de un mecanismo, más allá
del punto que se le haya indicado en un principio. Con el señuelo de algunas reformas con-
cretas, precisas e inmediatas, se la decide a la gran obra de la huelga general, y una vez cogi-
da en el engranaje, imagínanse algunos que será conducida casi automáticamente a la Revo-
lución comunista.
En una democracia, esto es contrario a la idea misma de la Revolución. No hay ni puede
haber Revolución sino allí donde hay conciencia, y aquellos que construyen un mecanismo
para conducir al proletariado a la Revolución casi sin que lo note, aquellos que pretenden
conducirlo como por sorpresa, van a la inversa del verdadero movimiento revolucionario.
Si la clase obrera no está claramente advertida desde el principio de que se declara en

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huelga para la completa Revolución comunista; si no sabe, al abandonar las minas, las esta-
ciones, las fábricas y las canteras, que no debe volver al trabajo hasta que se realice por com-
pleto la Revolución social; si no está desde el primer momento preparada y resuelta hasta el
fondo de su conciencia, veríase desconcertada durante el movimiento por la revelación tardía
de un plan que no se le había expuesto antes de la acción. Y ningún artificio, ninguna presti-
digitación sustituirá el fin oculto, repentinamente descubierto al fin declarado en el primer
momento.
Imaginarse que una Revolución social puede ser el resultado de una equivocación y que
el proletariado puede ser llevado más allá de lo que él pretende, es, y perdóneseme la pala-
bra, una niñería. La transformación de todas las relaciones sociales no puede ser efecto de
una maniobra.
Y, al contrario, si se advierte a la clase obrera, si se le dice claramente que debe abando-
nar los talleres para no volver a entrar en ellos sino después de haber abolido todo el capita-
lismo, su instinto y su pensamiento le advertirán también que no es por un levantamiento de
algunos días, sino por un esfuerzo inmenso de organización continua y de transformación,
como se renueva una sociedad tan complicada como la nuestra. Desde este momento retro-
cederá ante una empresa tan indeterminada y tan hueca como se retrocede ante el vacío.

***

Hay todavía otro artificio en la táctica revolucionaria de la huelga general. Algunos de es-
tos teóricos dicen:
"Seria quizá difícil arrastrar al proletariado a una acción de fuerza deliberada. Ha perdido
la costumbre desde hace muchos años, y quizá no se lanzase en ella de repente a la sola señal
de las organizaciones militantes. Al contrario, las huelgas han entrado en las prácticas de la
clase obrera y son cada vez más extensas. No sería, pues, difícil obtener de la clase obrera
que entrase en un movimiento de huelga general. Esta será al principio un simple acrecenta-
miento de sus hábitos de combate. Y, además, y esto es muy importante, será un movimiento
legal. La ley permite la huelga;
no le asigna ni puede asignarle límite. Por consiguiente, el proletariado, al declarar la
huelga general, sabe que ejerce un derecho legal; es, pues, con todo el poder de la legalidad
con el que entra en el movimiento, y muchos trabajadores que hubieran repugnado el empleo
premeditado de la fuerza y la acción deliberada revolucionaria, no vacilarán en manifestar su
indignación contra las injusticias sociales por una marcha amenazadora, pero que no los
lanza desde el primer momento y a sangre fría fuera de la legalidad.
"Además, lo que se podría llamar la represión preventiva del poder capitalista está imp e-
dida por la forma legal del movimiento en un principio. Pero, poco a poco, esta huelga gene-
ral, esta huelga de clase, se afirmará necesariamente en gran batalla social, en combate revo-
lucionario. Por el sufrimiento, por la miseria, por los inevitables conflictos que harán chocar
la fuerza obrera y la fuerza capitalista, se animarán los espíritus, se infla marán las justas
cóleras, y hasta aquella parte del proletariado que hubiera retrocedido, antes de declararse la
huelga, delante del empleo sistemático de la fuerza, será llevada, poco a poco, al calor de los
sucesos de la lucha, de los sufrimientos, a la acción revolucionaria. Entonces el viejo mundo
hará explosión."
Esta es, si se va al fondo, la idea y la esperanza de un cierto número de los que ven en la
huelga general un medio de revolución. Forma en su pensamiento un método revolucionario
aplicado al proletariado, cuyas fuerzas quedarían inertes sin la excitación brutal de los suce-
sos.
No se dice ya a los proletarios: "Coged el fusil". Pero se cree que la huelga general, al
principio legal, les obligará en seguida a armarse de fusil o de cualquier otro instrumento de
fuerza. De este modo se cuenta con la fuerza revolucionaria de los sucesos para suplir o para

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completar la insuficiente fuerza revolucionaria de los hombres.
Tengo derecho a decir que hay en esto un artificio de revolución. Y como todo mecanis-
mo que no se ha podido probar por experiencias repetidas antes de hacer de él un empleo
decisivo, éste expone a muchos desengaños a los hombres de buena fe que todo lo esperan de
él. Crear por un medio ficticio una excitación revolucionaria que la acción de los sufrimien-
tos, de las miserias y de las injusticias corrientes no hubiera bastado a producir, es una em-
presa aleatoria.
Se ha dicho que la Revolución no se decreta. Con más razón se puede decir que no se fa-
brica y que ningún mecanismo de conflicto, por muy ingenioso que sea, puede cumplir la
preparación revolucionaria de las cosas y de los espíritus. No basta plantear la huelga general
para conseguir en seguida que tenga éxito la Revolución. Puede suceder muy bien que los
proletarios, si tienen necesidad al principio, para entrar en la gran acción, de un pretexto y
hasta de una ilusión de legalidad, retrocedan ante el empleo de la fuerza en el momento en
que se descubra este pretexto y se disipe esta ilusión. El dado lanzado al aire producirá la
violencia o quizá la inercia. Puede ser que en este movimiento, cuyos jefes habrán contado
con la fuerza inconsciente y oscura de las cosas más que con la fuerza deliberada de las con-
ciencias, haya mucha confusión e incoherencia. En un punto el conflicto producirá, en efecto,
la acción revolucionaria; en otro conservará su forma legal y se extenderá en la inmovilidad.
El movimiento revolucionario, no teniendo su principio y su punto de apoyo en la voluntad
reflexiva de los hombres, estará entregado al azar de los incidentes locales y el mecanismo
revolucionario no tendrá los mismos asideros en todas partes. De aquí el desorden, el des-
aliento y la derrota. Es verdad que, con frecuencia, en la Historia, sucesos restringidos en
apariencia e inofensivos producen grandes conclusiones imprevistas. Pero es imposible con-
tar con está expansión, y no hay procedimiento, aunque éste sea el de la huelga general, que
de un primer movimiento de legalidad pueda con certeza producir la Revolución.

***

Por otra parte, y en esto sobre todo está la ilusión de un gran número de militantes, no es-
tá demostrado que la huelga general, aunque tome un carácter revolucionario, haga capitular
el sistema capitalista. La sociedad burguesa opondrá una resistencia proporcionada a la im-
portancia de los intereses puestos en juego. Es decir, que a la huelga general de revolución
que le pedirá el sacrificio completo de un principio mismo, opondrá una resistencia comple-
ta.
Además, ni el cese de la producción y de la circulación, ni siquiera las violencias contra
las propiedades y las personas, bastan a hacer caer una sociedad. Por muy poderosos que se
supongan los efectos de la huelga general revolucionaria, no serán superiores a los de las
grandes guerras y las grandes invasiones. Las grandes guerras detienen o perturban la pro-
ducción, suspenden o estorban la circulación y ocasionan en la vida económica un trastorno
que se pudiera creer mortal. Y sin embargo, las sociedades resisten con una elasticidad ex-
traordinaria a crisis que se podían creer funestas o males que parecían mortales.
No hablo de la guerra de Cien Años en Francia, de la guerra de Treinta Años en Alema-
nia. A través de pruebas inauditas, los pillajes, los sitios, los asolamientos, los incendios, los
perpetuos combates y las hambres, la vida social se mantuvo. Pero en las sociedades más
modernas, en la misma sociedad burguesa, ¡qué de prodigiosas sacudidas! Desde la segunda
mitad de 1793, la sociedad salida de la Revolución sufre o se inflige ella misma, para defen-
derse, pruebas a las cuales, sin duda, no equivaldría ninguna huelga general. Una porción
considerable de la población válida, quinientos mil hombres en una población de veinticinco
millones, son arrancados a los campos ya los talleres y lanzados a las fronteras. La guerra
civil está encendida al mismo tiempo que la guerra extranjera. La Vendée, la Bretaña, el
Mediodía, Lyón, están sublevados. La mitad de la Francia está armada contra la otra mitad.

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El trigo circula difícilmente, pues cada departamento y cada distrito quiere reservarse la
mayor cantidad de grano posible. Aunque París no está atacado, está sometido a un verdade-
ro régimen de estado de sitio; es preciso hacer cola a las puertas de las panaderías; está esta-
blecido el racionamiento; el pan es escaso. La baja de los asignados lanza una perturbación
inmensa en todas las transacciones. Y a través de todas estas dificultades, la Francia conserva
bastante potencia vital, la sociedad revolucionaria conserva bastantes recursos para defender-
se al principio y en seguida tomar la ofensiva. Se puede tomar por el hambre y la fuerza una
ciudad; no se toma de igual modo una sociedad entera. Es preciso que se entregue ella mis-
ma. En 1870-1871, un tercio de la Francia está ocupado; París está sitiado, la guerra civil
sucede a la guerra extranjera; se impone a la nación un rescate formidable y, a pesar de todo,
las fuentes profundas de la vida no se secan y brotan nuevamente con una maravillosa abun-
dancia en los primeros días de la paz.

***

Aun suponiendo que una huelga general revolucionaria llegue a obstruir los puertos, a
inmovilizar las locomotoras, a destruir las vías férreas, a dominar algunas regiones particu-
larmente obreras, a amenazar y reducir el aprovisionamiento de algunas grandes ciudades y
de la capital, la ingeniosa necesidad hará aparecer innumerables recursos ocultos. Por nece-
sidad, la vida social, el consumo, se reducirán en proporciones enormes, y la naturaleza
humana se acomodará a estas trágicas privaciones, como al fin de un largo sitio se aco moda a
un régimen cuya sola idea, algunos meses antes, hubiese hecho temblar a los más valientes.
Y si la sociedad burguesa y la propiedad individual no quieren capitular, si la gran mayoría
de los ciudadanos se opone al nuevo orden social que la huelga general quiere implantar por
un golpe de audacia, la sociedad burguesa y la propiedad individual encontrará el medio de
vivir, de defenderse, de unir poco a poco, en el desorden mismo y la confusión de la vida
económica trastornada, las fuerzas de conservación y de reacción.
Algunos se imaginan que estallando la huelga general en muchos puntos a la vez, obliga-
ría al gobierno capitalista y propietario a diseminar la fuerza armada sobre tan grande exten-
sión, que sería como absorbida por la Revolución. Es ésta una idea verdaderamente candoro-
sa. El gobierno burgués se procuraría ante todo de proteger los poderes públicos, las asam-
bleas, donde residiese por la voluntad misma de las mayorías la fuerza legal.
Por necesidad, si no podía en un principio atender a todo, abandonaría a la huelga las vías
férreas y las regiones donde la Revolución estuviese más fuertemente organizada; se preocu-
paría, al contrario, de concentrar sus fuerzas, y con el poder enorme que le daría la voluntad
de los representantes legales de la nación, no tardaría en dar algunos certeros golpes, en
recuperar las regiones por él abandonadas en un principio y en restablecer las comunicacio-
nes, como se las restablece en algunos días en un país que el enemigo acaba de evacuar des-
pués de haber hecho saltar las vías férreas y los puentes. Aunque los poderes públicos per-
diesen por un momento a París, como en 1871 —y con los elementos sociales de que se
compone París —; le bastaría tener un punto de reunión y esperar en un lugar seguro, como el
rey de Francia en Bourges, como M. Thiers en Versalles, que las fuerzas conservadoras
hubiesen entrado en movimiento. Y no tardarían en entrar espontáneamente. No hay que
olvidar que hoy, con las sociedades de tiro y de gimnasia, donde dominan tantas influencias
reaccionarias, con los hábitos de sport de la alta y mediana burguesía, con la tendencia mili-
tar de las clases poseedoras, los privilegiados, los capitalistas pequeños y grandes, los tende-
ros exasperados, serían capaces de una acción física vigorosa.

***

Y durante este tiempo, ¿qué haría la Revolución? En las regiones en que hubiese apareci-

56
do al principio victoriosa no podría más que devorarse a sí misma y agotarse en inútiles vio-
lencias. Las revoluciones liberales o democráticas de 1830 y de 1848 tenían un fin bien de-
terminado: derribar el poder central y reemplazarlo. Los golpes revolucionarios de Blanqui
estaban siempre calculados para dar en la cabeza y el corazón. No diseminaba sus fuerzas;
las concentraba, al contrario, para llevarlas a algunos puntos vitales del sistema político gu-
bernamental.
El método revolucionario de la huelga es todo lo contrario. Precisamente porque da al
principio al comb ate una forma económica, no señala a las fuerzas un fin único y central en
que puedan converger. Permanecerán inactivas en el borde de los pozos de las minas y en el
umbral de las fábricas abandonadas. O si los proletarios toman posesión de la mina y de la
fábrica, será una toma de posesión completamente ficticia. Los obreros estrecharán un cadá-
ver, pues la mina y la fábrica no son más que cuerpos muertos cuando la circulación econó-
mica y la producción están suspendidas. Mientras que el conjunto del aparato social no sea
poseído y gobernado por una clase, es inútil apoderarse materialmente de algunas fábricas y
canteras, pues con esto no posee nada: no es uno dueño de la circulación teniendo en las
manos algunos guijarros del camino desierto.
No quedaría, pues, a las fuerzas obreras, admiradas de su impotencia en su aparente vic-
toria, más recurso que destruir. ¿Pero para qué servirían estos actos de destrucción sino para
marcar con un carácter de salvajismo el levantamiento del proletariado? Obvérvese bien que
la táctica revolucionaria de la huelga general tiene por objeto y por efecto descomponer la
vida económica y social y fraccionarla. Detener las locomotoras, in movilizar los navíos,
privar de hulla a las máquinas de la industria, es sustituir a la vida general y una de la nación
la vida dispersa de innumerables grupos locales. Además, este fraccionamiento de la vida es
precisamente lo contrario de la Revolución.
La Revolución burguesa se hizo por federaciones que, poco a poco, se enlazaban con Pa-
rís. Toda gran revolución supone una exa ltación de la vida, y esta exaltación no es posible
más que por la conciencia de una vasta unidad, por la ardiente comunicación de las fuerzas y
de los entusiasmos. El proletariado realizará su revolución organizando una fuerte represen-
tación y acción de clase económica y política. El fraccionamiento es un regreso al estado
feudal. En los grupos aislados, sumidos por el cese del trabajo en una civilización inferior,
serán soberanas las obligaciones poseedoras, que, disponiendo de medios de subsistencia
acumulados, se atraen por esta razón a toda una clientela pasiva. En muchos cantones serán
los ricos los reyes momentáneos, los jefes sociales, los señores feudales. Y poco a poco todas
estas pequeñas soberanías, todas estas pequeñas oligarquías, coordinarán sus esfuerzos para
aplastar y envolver la Revolución, inmóvil, que, creyendo privar al gobierno de todo medio
de comunicación, se habrá aislado y desmenuzado a sí misma.
Es absolutamente quimérico esperar que la táctica revolucionaria de la huelga general
permitirá a una minoría proletaria atrevida, consciente y activa, acelerar los acontecimientos.
Ningún artificio, ningún mecanis mo de sorpresa dispensa .al socialismo de conquistar por la
propaganda y la ley la mayoría de la nación.
¿Quiere esto decir que la idea de huelga general es vana, que es un elemento despreciable
en el vasto movimiento social? De ningún modo. En primer lugar, he demostrado cómo, en
qué condiciones y bajo qué forma podía acelerar la evolución social y el progreso obrero. En
segundo lugar, es ya para una sociedad un signo terrible y una advertencia decisiva que se-
mejante idea pueda aparecer a una clase como un medio de liberación. La clase obrera es la
que sostiene el orden social; ella es la que produce y crea. Si ella se detiene, todo se paraliza.
Y se puede decir de ella la magnífica frase que Mirabeau, el primer anunciador de la huelga
general, decía del tercer estado, todavía unido, obreros y burgueses:
"¡Tened cuidado! —exclamaba dirigiéndose a los privilegiados—; no irritéis a ese pueblo
que todo lo produce y que para ser formidable no tendría más que permanecer inmóvil."
Además, a este proletariado que tiene este formidable poder negativo, y que, por lo me-

57
nos, puede ser tentado a usar de él, las clases poseedoras y dirigentes no han sabido conceder
hasta aquí la más débil parte del poder positivo. Han dado o han dejado a la clase obrera tan
poca confianza en la eficacia de la evolución legal, que se encuentra cada vez más fascinada
por la idea de paralizar todo trabajo. El trabajo pensando en cesar, el corazón meditando
detenerse: he aquí a qué crisis interior profunda nos han conducido los egoísmos y la cegue-
dad de los privilegiados, la ausencia de todo plan de acción. El proletariado se siente cada
vez arrastrado con más fuerza hacia el abismo de la huelga general revolucionaria, con riesgo
de estrellarse al caer, pero llevando con él por algunos años la riqueza y la seguridad de la
vida.
La huelga general, impotente como método revolucionario, no deja de ser, sin embargo,
por su sola idea, un indicio revolucionario de la más alta importancia. Es una advertencia
prodigiosa para las clases privilegiadas, más que un medio de liberación para las clases ex-
plotadas. Viene a ser, en el cora zón de la sociedad capitalista, como una sorda amenaza, pues
aun cuando se resuelva en accesos impotentes, atestigua un desorden orgánico que sólo una
gran transformación puede curar.
En fin, si las clases directoras cometiesen la locura de tocar a las pequeñas libertades ad-
quiridas, a los escasos medios de acción de los proletarios; si amenazasen o violentasen el
sufragio universal; si por la persecución patronal o policíaca hiciesen verdaderamente iluso-
rio el derecho sindical y el derecho a la huelga, la huelga general violenta sería ciertamente la
forma espontánea del levantamiento obrero, una especie de recurso supremo y desesperado y
un medio de herir al enemigo, más que de salvarse a sí mismo.
Pero la clase obrera se engañaría con una ilusión funesta y una especie de obsesión en-
fermiza si tomase lo que no puede ser más que una táctica de desesperación por un método
de revolución. Fuera de las agitaciones convulsivas que escapan a toda previsión y a toda
regla, y que son a veces el recurso supremo de la Historia, no hay hoy para el socialismo más
que un método soberano: conquistar legalmente la mayoría.

EL FIN
La primera condición de éxito para el socialismo es explicar a todos claramente su fin y
su esencia, es disipar muchos errores creados por nuestros adversarios y algunos por nosotros
mismos.
La idea socialista es clara y noble. Nosotros afirmamos que la forma actual de la propie-
dad divide a la sociedad en dos grandes clases, y que una de estas clases, la de los proleta-
rios, está obligada, para vivir, para ejercer de algún modo sus facultades, a pagar una especie
de diezmo a la clase capitalista. He aquí una mult itud de seres humanos, de ciudadanos que
nada poseen. No pueden vivir más que de su trabajo, y como para trabajar tendrán necesidad
de costosos instrumentos de que carecen, vense obligados a ponerse a la disposición de otra
clase que posee los medios de producción: el suelo, las fábricas, las máquinas, las materias
primas y los recursos monetarios acumulados. Y, naturalmente, la clase capitalista y propie-
taria, usando de su poder, hace pagar a la clase proletaria un gran censo. No se limita a recu-
perar los adelantos hechos por ella y a amortiguar el importe de los instrumentos. Del pro-
ducto del trabajo obrero y aldeano se reserva todos los años e indefinidamente una gran par-
te: arriendo, renta del suelo, alquiler de inmuebles urbanos, renta del Estado, rentas de accio-
nes y obligaciones, beneficio industrial y beneficio comercial.
De este modo, en la sociedad actual, el trabajo de los proletarios no les pertenece por
completo. Y como en nuestra sociedad, fundada en la producción intensiva, la actividad
económica es una actividad esencial de toda persona humana, como el trabajo es una parte
integrante de-la personalidad de los proletarios, no les pertenece por completo. Enajenan una

58
parte de su actividad, es decir, una parte misma de su ser, en provecho de otra clase. El dere-
cho humano en ellos está, pues, incompleto y mutilado. No pueden realizar un acto de la vida
sin sufrir esta restricción del derecho, esta enajenación de la persona. Apenas han salido de la
fábrica o de la mina, donde han abandonado una parte de su esfuerzo para crear el dividendo
y el beneficio, apenas han entrado en la pobre vivienda donde está amontonada su familia,
nuevo impuesto, nuevo censo para mantener al casero. Al mismo tiempo, el impuesto 4el
Estado bajo todas sus formas: impuesto directo e impuesto indirecto, merma su salario, ya
dos veces mermado, no para proveer solamente a los gastos de civilización y de interés co-
mún, sino para asegurar el abrumador servicio de la renta en provecho de la misma clase
capitalista, o para el mantenimiento de formidables e inútiles ejércitos. En fin, cuando con el
residuo del salario así cercenado el proletario va a comprar los géneros necesarios a la vida
diaria, o bien, por falta de suficientes medios, se dirige al comerciante al por menor, sufre
también la carga de toda una organización superabundante de intermediarios, o bien, si se
dirige a un gran almacén o a un gran bazar, debe asegurar, además de los gastos directos de
manutención y de repartición de la mercancía, el beneficio de 10 ó 12 por 100 del gran capi-
tal comercial. Como el camino feudal, obstruido y cortado a cada paso por derechos de por-
tazgo, el camino de la vida está cortado para el proletario por los derechos feudales de todas
clases que le impone el capital. No puede ni trabajar, ni alimentarse, ni vestirse, ni abrigarse,
sin pagar a la clase capitalista y propietaria una especie de censo.
Y no solamente es alcanzado en su vida misma, sino también en su libertad. Para que el
trabajo sea verdaderamente libre es preciso que todos los trabajadores sean llamados por su
parte a dirigirlo, es preciso que participen del gobierno económico del taller, como participan
por el sufragio universal del gobierno político de la ciudad. Además, los proletarios represen-
tan en la organización capitalista del trabajo un papel pasivo. No deciden ni contribuyen a
decidir qué trabajo se hará, qué empleo se dará a las energías disponibles. Sin consultarlos, y
la mayor parte de las veces sin que ellos lo sepan, el capital creado por ellos inicia o abando-
na tal o cual empresa. Son los peones del sis tema capitalista encargados de ejecutar los pla-
nes que el capital indica. Y estas empresas, concebidas por el capital, las ejecutan los proleta-
rios bajo la dirección de los jefes elegidos por el capital. De este modo, los trabajadores no
concurren ni a determinar el fin del trabajo ni a regular el mecanismo de autoridad bajo el
cual el trabajo se ejecuta. Es decir, que el trabajo es siervo dos veces, porque va a fines que
no ha deseado por medios que no ha escogido. Así, el mismo sistema capitalista que exp lota
la fuerza de trabajo del obrero atenta a la libertad del trabajador. Y la personalidad del prole-
tario es disminuida como su subsistencia.
Pero no es esto todo. La clase capitalista y propietaria no forma una clase más que con re-
lación a los asalariados. En sí misma, está dividida, desgarrada por la más áspera concurren-
cia. No ha llegado a organizarse, y, por consiguiente, a disciplinar la producción, a regularla
según las necesidades variables de las sociedades. Y en este desorden anárquico es advertida
de sus errores por crisis cuyas terribles consecuencias sufre a menudo el proletariado. Y es
así como, por una iniquidad suprema, los proletarios son socialmente responsables de la
marcha de la producción que de ningún modo determinan. No ser libre y ser responsable, no
ser siquiera consultado y ser castigado, he aquí el destino paradojal del proletariado en el
desorden capitalista. Y si el capitalismo se organizase, si llegase por vastos trusts a arreglar
la producción, no la arreglaría sino en su provecho; abusaría de este poder de unidad para
imponer a la comunidad de los compradores precios usuarios, y los trabajadores no escaparí-
an a las consecuencias del desorden económico más que para caer bajo el monopolio.

***

Todas estas miserias, todas estas injusticias y todos estos desórdenes provienen de que
una clase monopoliza los medios de producción y de vida e impone su ley a otra clase y a

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toda la sociedad. Es preciso, pues, romper esta supremacía de una clase. Es preciso liberar a
la clase oprimida y al mismo tiempo a la sociedad entera. Es preciso abolir toda diferencia de
clase, haciendo pasar al conjunto de los ciudadanos, a la comunidad organizada, la propiedad
de los medios de producción y de vida, que son hoy, en manos de una clase, una fuerza de
explotación y de opresión. Es preciso sustituir a la denominación desordenada y abusiva de
una minoría la cooperación universal de los ciudadanos asociados, la propiedad común de los
medios de trabajo y de libertad. Este es el único medio de libertar a las criaturas humanas. Y
he aquí por qué el objeto esencial del socialismo, colectivista o comunista, es transformar la
propiedad capitalista en propiedad social.
En el estado presente de la Humanidad, donde no hay más que organizaciones nacionales,
la propiedad social tendrá la forma de una propiedad .nacional. La acción de los proletaria-
dos se ejercerá cada vez más internacionalmente. Las diversas naciones en evolución hacia el
socialismo arreglarán cada vez más sus relaciones recíprocas según la justicia y la paz. Pero
es la nación quien durante mucho tiempo todavía suministrará el cuadro histórico del socia-
lismo, el molde de unidad donde ha de formarse la justicia nueva.
Y no hay que admirarse de que, habiendo reivindicado al principio la libertad de la per-
sona humana, hagamos intervenir ahora a la comunidad nacional. Sólo la nación puede su-
ministrar a todos los medios de libre desenvolvimiento. Las asociaciones particulares, res-
tringidas, temporales, pueden proteger por algún tiempo a grupos restringidos de individuos.
Pero no hay más que una asociación general y permanente que pueda asegurar el derecho de
todos los individuos sin excepción, y no sólo de los individuos vivos, sino de todos los que
han de nacer en la serie de las generaciones.
Además, esta asociación universal, imperecedera, que comprende, sobre una porción de-
terminada del planeta, todos los individuos, y que extiende su acción y su pensamiento a las
generaciones sucesivas, es la nación. Y si nosotros invocamos la nación, es para asegurar la
plenitud y la universalidad del derecho individual. Ninguna criatura humana, en ningún mo-
mento, debe ser dejada fuera de la esfera del derecho. Ninguna debe estar expuesta a ser la
presa o el instrumento de otra persona. Ninguna debe ser privada de los medios positivos de
trabajar libremente, sin dependencia servil de nadie.
Es, pues, en la nación donde el derecho de los individuos, hoy, mañana y siempre, en-
cuentra su garantía. Y si transferimos a la comunidad nacional lo que fue la propiedad de
clase de los capitalistas, no es para hacer un ídolo de la nación, no es para sacrificarse la
libertad de los individuos. Es, al contrario, para que pueda suministrar una base común a
todas las actividades individuales y a todos los derechos. El derecho social, el derecho nacio-
nal, no es para nosotros más que el lugar geométrico de los derechos de todos los individuos.
La propiedad social no es más que el instrumento de acción puesto al alcance de todos.

EL SOCIALISMO Y LA VIDA
La dominación de una clase es un atentado a la humanidad. El socialismo, que abolirá to-
do privilegio de clase y toda clase es, pues, una restitución de la humanidad. Por lo tanto, es
para todos un deber de justicia ser socialistas.
No hay que objetar, como lo hacen algunos socialistas y positivistas, que es pueril y vano
invocar la justicia, que es una idea completamente metafísica y adaptable en todos sentidos,
y que de esta púrpura banal todas las tiranías se han cortado un manto. No; en la sociedad
moderna la palabra justicia toma un sentido cada vez más preciso y vasto. Significa que en
todo individuo, en todo hombre, la humanidad debe ser plenamente respetada y elevada a lo
más alto. Además, no hay verdaderamente humanidad sino donde hay independencia, volun-
tad activa, libre y alegre adaptación del individuo al conjunto. Allí donde los hombres están

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bajo la dependencia y la merced de otros hombres, allí donde las voluntades no cooperan
libremente a la obra social, allí donde el individuo está sometido a la ley del conjunto por la
fuerza y la costumbre y no por la razón, la humanidad está envilecida y mutilada. Es, pues,
solamente por la abolición del capitalismo y el advenimiento del socialismo como se realiza-
rá la humanidad.

Ya sé que en la declaración de los derechos del hombre la burguesía revolucionaria ha


deslizado un sentido oligárquico, un espíritu de clase. Ya sé que ha intentado consagrar en
ella para siempre la forma burguesa de la propiedad, y que hasta en el orden político ha co-
menzado por negar el derecho de sufragio a millones de pobres, convertidos en ciudadanos
pasivos. Pero también sé que los demócratas se han servido del derecho del hombre para
pedir y conquistar el derecho de sufragio para todos. Sé que los proletarios se han apoyado
en los derechos del hombre para sostener sus reivindicaciones económicas. Sé que la clase
obrera, aunque no tenía en 1789 más que una existencia rudimentaria, no ha tardado en apli-
car y extender los derechos del hombre en un sentido proletario. Ha proclamado, desde 1792,
que la propiedad de la vida era la primera de todas las propiedades y que la ley de esta pro-
piedad soberana debía imponerse a todas las otras. Engrandeced, ensalzad el sentido de la
palabra vida. Comprender en ella, no solamente la subsistencia, sino toda la vida, todo el
desenvolvimiento de las facultades humanas, y es el comunismo lo que el proletariado injerta
en la declaración de los derechos del hombre. Así, el derecho humano proclamado por la
Revolución tiene un sentido más profundo que el que le daba la burguesía revolucionaria.
Esta, con su derecho oligárquico y mezquino, no era suficiente para llenar toda la extensión
del derecho humano; el lecho del río era más vasto que las aguas, y Será preciso un nuevo
manantial, el gran manantial proletario y humano, para que la idea de justicia lo llene por
completo.
Sólo el socialismo dará a la declaración de los derechos del hombre todo su sentido y rea-
lizará todo el derecho humano. El derecho revolucionario burgués ha libertado a la persona-
lidad humana de muchos obstáculos, pero, obligando a las generaciones nuevas a pagar un
censo al capital acumulado por las generaciones anteriores y dejando a una minoría el priv i-
legio de percibir este censo, grava con una especie de hipoteca en provecho del pasado y de
una clase a toda la personalidad humana.
Nosotros pretendemos, al contrario, que los medios de producción y de riqueza acumula-
dos por la humanidad estén a la disposición de todas las actividades humanas. Según noso-
tros, todo hombre tiene desde ahora un derecho sobre los medios de desenvolvimiento que ha
creado la humanidad. No es, pues, una persona humana, débil y desnuda, expuesta a todas las
opresiones y a todas las explotaciones, la que viene al mundo. Es una persona investida de un
derecho y que puede reivindicar para su completo desenvolvimiento el libre uso de los me-
dios de trabajo acumulados por el esfuerzo humano. Todo individuo tiene derecho a su com-
pleto desarrollo. Tiene, pues, derecho a exigir a la humanidad todo lo que pueda secundar su
esfuerzo* Tiene derecho a trabajar, a producir, a crear, sin que ninguna categoría de hombres
someta su trabajo a una usura y a un yugo. Y como la comunidad no puede asegurar el dere-
cho del individuo sino poniendo a su disposición los medios de producir, es preciso que la
misma comunidad esté investida sobre estos medios de producir de un derecho soberano de
propiedad
Marx y Engels , en el Manifiesto comunista, han señalado admirablemente el derecho a la
vida, que es la esencia misma del comunismo:
"En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de aumentar el trabajo
acumulado en el capital. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no será más que un
medio de ensanchar, de enriquecer, de estimular la vida de los trabajadores. En la sociedad
burguesa, el pasado reina sobre el presente. En la sociedad comunista, el presente reinará
sobre el pasado."

61
La declaración de los derechos del hombre ha sido también una afirmación de la vida, un
llamamiento a la vida Lo que proclamaba la Revolución eran los derechos del hombre vivo.
No reconocía a la humanidad pasada el derecho de sujetar a la humanidad presente. No reco-
nocía a los pasados servicios de los reyes y de los nobles el derecho de pesar sobre la huma-
nidad presente y viva y de detener su vuelo. Al contrario, la humanidad viva se apoderaba
para su uso de todas las fuerzas vivas que había legado el pasado. La unidad francesa prepa-
rada por la realeza convertíase, contra la realeza misma, en el instrumento decisivo de la
Revolución. Del mismo modo, las grandes fuerzas de producción acumuladas por la burgue-
sía se convertirían, contra el privilegio capitalista, en el instrumento decisivo de la emancipa-
ción humana.
La vida no suprime el pasado: lo somete. La Revolución no es una ruptura, es una con-
quista. Y cuando el proletariado haya hecho esta conquista, cuando el comunismo haya sido
instaurado, todo el esfuerzo humano acumulado durante siglos formará como una naturaleza
benévola y rica, acogiendo desde su nacimiento a todas las personas humanas y asegurándo-
les su completo desenvolvimiento.

***

Así, hasta en el derecho revolucionario burgués, en la declaración de los derechos del


hombre y de los derechos a la vida hay una raíz de comunismo. Pero esta lógica interna de la
idea de derecho y de humanidad hubiera permanecido ineficaz y latente sin la vigorosa ac-
ción exterior del proletariado. Interviene desde los primeros días de la Revolución. No escu-
cha los absurdos consejos de clase de los que, como Marat, le dicen:
"¿Qué haces?, ¿para qué vas a tomar la Bastilla, que jamás ha encerrado proletarios en
sus muros?" El marcha, sin embargo; realiza el asalto; decide el éxito de las grandes jorna-
das; corre a las fronteras; salva la Revolución en el interior y el exterior; conviértese en una
fuerza necesaria y recoge de paso el precio de su incesante acción. De un régimen semide-
mocrático y semiburgués, hace en tres años, de 1789 a 1792, una democracia pura, donde, a
veces, domina la acción de los proletarios. Al desplegar su fuerza adquiere confianza en sí
mismo, y concluye por decirse con Babeuf que habiendo creado un poder común, el de la
nación, debe servirse de él para fundar la felicidad común.
Así, por la acción de los proletarios, el comunismo cesa de ser una vaga especulación fi-
losófica, para convertirse en un partido y una fuerza viva. Así, el socialismo surge de la Re-
volución francesa bajo la acción combinada de las dos fuerzas: la fuerza de la idea del dere-
cho y la fuerza de la acción proletaria naciente. No es, pues, una utopía abstracta. Brota en el
punto más hirviente, más efervescente de los calientes manantiales de la vida moderna.
Pero he aquí que, después de muchas pruebas, de las victorias parciales y de las derrotas,
a través de la diversidad de los sistemas políticos, la nueva orden burguesa creada por la
Revolución se desenvuelve. He aquí que, bajo el Imperio, bajo la restauración, el sistema
económico de la burguesía, fundado sobre la concurrencia ilimitada, comienza a producir sus
efectos: crecimiento incontestable de riqueza, pero inmoralidad, astucia, perpetuo combate,
desorden y opresión. El rasgo de genio de Fourier fue concebir que era posible remediar el
desorden, purificar y ordenar el sistema social sin perjudicar a la producción de las riquezas,
sino al contrario, acrecentándola. Nada de ideal ascético: libre expansión de todas las facul-
tades y de todos ¡os instintos. La misma asociación que suprimirá las crisis multiplicará las
riquezas, ordenando y combinando sus esfuerzos. Así, el matiz de ascetismo con que la Re-
volución había podido oscurecer el socialis mo, desapareció. Así, el socialismo, después de
haber participado con los proletarios de la Revolución y con Babeuf de toda la vida revolu-
cionaria, entra ahora en la gran corriente de las riquezas y de la producción moderna. Por
Fourrier, por Saint-Simon, aparece como una fuerza capaz, no de rechazar el capitalismo,
sino de sobrepujarle.

62
En el orden nuevo que entrevén estos grandes genios no se comprará la justicia al precio
de las alegrías de la vida. Al contrario, la justa organización de las fuerzas humanas se añadi-
rá a. su poder productivo. El esplendor de las riquezas manifestará la victoria del derecho, y
la alegría será el esplendor de la justicia. El babeufismo no había sido la negación de la Re-
volución, sino, al contrario, su pulsación más atrevida. El furierismo y el sansimonismo no
son la negación, la restricción de la vida moderna, sino, al contrario, su expansión más apa-
sionada. En todas partes, pues, el socialismo es una fuerza viva en la ardiente corriente de la
vida.
Pero en los grandes sueños de armonía y de riqueza para todos, en las grandes concepcio-
nes constructivas de Fourier y de Saint-Simon, la burguesía de Luis Felipe responde por un
redoblamiento de la explotación de clase, por el empleo intensivo y aniquilador de las fuer-
zas obreras, por una orgía de concesiones de Estado, de monopolios, de dividendos y de
primas. Hubiera sido inocente oponer por más tiempo a esta audaz explotación sueños idíli-
cos. Proudhon contestó con la áspera crítica de la propiedad, de la renta y del arrendamiento:
y lo que debía decirse, se dijo bajo el dictado mismo y la áspera inspiración de la vida.
¿Pero cómo completar la obra de crítica por una obra de organización? ¿Cómo agrupar en
una vasta unidad de combate todos los elementos sociales que amenazaba o que oprimía el
poder de la banca, del monopolio y del capital? Proudhon comprendió en seguida que el
ejército de la democracia social estaba disperso y mezclado con un proletariado de fábricas
todavía insuficiente en número y fuerzas, y con una pequeña burguesía industrial y mercantil
y una clase artesana que la concentración y la absorción capitalista acechaba, pero no había
hecho desaparecer aún. De aquí que en la parte positiva de la obra de Proudhon haya fluctua-
ciones y contradicciones; de aquí una singular mezcla de reacción y de revolución, según que
se aplique a salvar por combinaciones ficticias de crédito a la pequeña burguesía industrial o
que apresure el advenimiento de la clase obrera, fuerza de revolución. El hubiera querido
suspender los • sucesos, aplazar la crisis revolucionaria de 1848 para dar a la evolución eco-
nómica el tiempo de dibujarse más claramente y de mejor orientar los espíritus. ¿Pero de
dónde vienen estas vacilaciones, estos escrúpulos, estos esfuerzos contradictorios, sino del
contacto del pensamiento socialista con la realidad compleja y todavía incierta?
Y he aquí que, desde 1848, la gran fuerza decisiva y sustancial se manifiesta y organiza.
He aquí que el crecimiento de la gran industria suscita un proletariado obrero cada vez más
numeroso y consciente. Los que con Marx han saludado el advenimiento de este poder deci-
sivo, los que han comprendido que el mundo sería transformado por él, han podido exagerar
la rapidez del movimiento económico. Han podido, menos prudentes que Proudhon, menos
advertidos que él de las fuerzas de resistencia y de los recursos de transformación de la pe-
queña industria, simplificar con exceso el problema y exagerar el poder de absorción del
capital concentrado.
Aun con todas las reservas y restricciones que nos aporta el estudio de la realidad, sie m-
pre complicada y múltiple, es verdad que la clase puramente proletaria aumenta en número,
que representa una fracción siempre creciente de las sociedades humanas, que está agrupada
en centros de producción cada vez más vastos; es verdad que está preparada a concebir, por
la producción en grande, la propiedad en grande, cuyo límite es la propiedad social. Así, el
socialismo, que con Babeuf fue como el estremecimiento más ardiente de la Revolución
democrática; que con Fourier y Saint-Simon fue el más hermoso acrecentamiento de las
promesas de riqueza y poder que el capitalismo atrevido prodigaba al mundo; que con
Proudhon fue la advertencia más aguda dada a las sociedades devoradas por la oligarquía
burguesa, es ahora con el proletariado el más fuerte de los poderes sociales, el que aumenta
sin cesar y que concluirá por establecer en su provecho, es decir, en provecho de la humani-
dad, de la cual es ahora la expresión más alta, el equilibrio del mundo social.
No; el socialismo no es una concepción arbitraria y utópica; se mueve y se desenvuelve
en pieria realidad es una gran fuerza de vida mezclada a toda la vida y capaz bien pronto de

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tomar su dirección. A la aplicación incompleta de la justicia y del derecho humano que hacía
la Revolución democrática y burguesa, ha opuesto la plena y decisiva interpretación de los
derechos del hombre. A la organización de riqueza incompleta, estrecha y caótica del capita-
lismo, ha opuesto una magnífica concepción de riqueza armónica en que el esfuerzo de cada
uno se aumentaba con el esfuerzo solidario de todos. A la sequedad del orgullo y el egoísmo
burgués, a opuesto la amargura revolucionaria, la ironía provocadora y vengativa, el mortal
análisis que disuelve la mentira. Y he aquí, en fin, que a la primacía social del capital opone
la organización de clase, cada vez más fuerte, del proletariado creciente.
¿Cómo podrá subsistir el régimen de clases cuando la clase oprimida y explotada crece
diariamente en número, en cohesión, en conciencia, y cuando forma el propósito, cada vez
más claro, de concluir con la propiedad de clase?

***

Al mismo tiempo que crecen las fuerzas reales, sustanciales del socialismo, los medios
técnicos de realización socialista se precisan también. Es la nación que se constituye en su
unidad, en su soberanía, y que está obligada cada vez más a funciones económicas, preludio
grosero de la propiedad social. Son las grandes agrupaciones urbanas e industriales en que
por las cuestiones de higiene, de alumbrado, de enseñanza, de alimentación, la democracia
entrará en el problema de la propiedad y en la administración de los dominios colectivos.
Son las cooperativas de todas clases, las cooperativas del consumo y de producción que se
multiplican. Son las organizaciones sindicales y profesionales que se extienden y se diversi-
fican; sindicatos, federaciones de sindicatos, bolsas del trabajo, federaciones de oficios, fede-
raciones de industria.
No es por la abrumadora monotonía de una burocracia central por lo que se reemplazará
el privilegio cap italista. La nación, investida del derecho social y soberano de propiedad,
tendrá órganos sin número, ayuntamientos, cooperativas, sindicatos, que darán a la propiedad
social el movimiento más sutil y más libre, que la armonizará con la movilidad y la variedad
infinita de las fuerzas individuales. Hay, pues, una preparación intelectual y social. Son unos
niños los que, entusiasmados por la obra ya realizada, creen que les bastaría ahora un decre-
to, un Fíat lux propietario para hacer surgir de repente el mundo socialista. Pero son también
unos insensatos aquellos que no ven la irresistible fuerza de evolución que condena la prima-
cía de la burguesía y el régimen de clases.
Y la vergüenza intelectual del partido radical será no haber respondido al inmenso pro-
blema que nos preocupa a todos más que con una equívoca fórmula electoral: "Mantenimien-
to de la propiedad individual." .La fórmula podrá, sin duda, servir algún tiempo para excitar
contra el socialismo a los ignorantes, a los tímidos y a los egoístas. Pero matará al partido
que hace uso de ella.
O no significa nada, o expresa el espíritu conservador social más estrecho. No podrá re-
sistir mucho tiempo ni ante la ciencia ni ante la democracia.

64
De la propiedad individual

65
LOS RADICALES Y LA PROPIEDAD INDIVIDUAL
La democracia, bajo la acción del proletariado organizado, evoluciona irresistiblemente
hacia el socialismo, hacia una forma de propiedad que arranca al hombre a la explotación del
hombre y pone fin al régimen de clases. Los radicales se vanaglorian de detener este movi-
miento prometiendo a la clase obrera algunas reformas y proclamándose los guardianes de la
propiedad individual. Esperan, por medio de algunas leyes de reforma y de solidaridad so-
cial, retener una gran parte del proletariado, y por la defensa de la propiedad individual,
animar contra el socialismo las fuerzas conservadoras, la pequeña burguesía, los pequeños
propietarios rurales.
En primer lugar, significa una verdadera decadencia intelectual, para un partido democrá-
tico, suscribir semejantes fórmulas. ¿Cómo hombres tan ilustrados como M. León Bourgeois
y M. Camilo Pelletan han podido creer que la declaración del partido radical afirmando el
mantenimiento de la propiedad individual tenía un sentido? Así, empleadas de un modo
general y abstracto, las palabras propiedad individual no significan nada. En la evolución
humana la propiedad individual ha cambiado muchas veces de forma y de sustancia, de sen-
tido y de contenido. La propiedad individual ha sido, en las sociedades que han precedido a
la nuestra, la forma de opresiones definitivamente abolidas. La esclavitud ha sido uno de los
modos de la propiedad individual. Había en Atenas y en Roma esclavos públicos, esclavos
de la ciudad o del Estado. Pero la mayor parte de los esclavos formaban parte del patrimonio
individual de los ciudadanos. La propiedad de los esclavos era una parte de la propiedad
individual. Trabajaban el dominio territorial dal amo griego o romano, o bien lo hacían en su
provecho en talleres urbanos. Individuos eran los que los poseían, los que los sometían al
trabajo forzoso, los que los daban, los vendían o los transmitían. Y hasta después del hundi-
miento de la sociedad antigua y del régimen romano, fundado sobre la conquista, la esclavi-
tud fue convertida en servidumbre y los siervos fueron también en la gleba objeto de la pro-
piedad individual. Había bajo los Merovingios, bajo los Carolingios, siervos del rey sujetos a
la gleba del dominio real, siervos de Iglesia sujetos a la tierra de las abadías. Pero la inmensa
mayoría de los siervos pertenecía a señores, que eran, en definitiva, grandes propietarios
territoriales. El señor es el que dispone del trabajo del siervo. Siervos agrícolas, diseminados
en el inmenso dominio, siervos industriales, panaderos, carreteros, plateros, tejedores, reuni-
dos en las cercanías de la casa señorial, todos están sometidos bajo la ley de un individuo:
están comprendidos en su propiedad y son vendidos por él con el dominio. Son como la
tierra misma, como la pradera, como la viña, como los bueyes, uno de los objetos sobre los
cuales se ejerce la propiedad individual.

***

La esclavitud y la servidumbre han sido eliminadas de la propiedad individual. ¿Pero tie-


nen la seguridad los radicales de que todo elemento de servidumbre y de injusticia ha desapa-
recido de ella? ¿Y con qué derecho pronuncian de un modo general y abstracto las palabras
propiedad, individual; cuando su sentido varía con el movimiento mismo de la Historia?
Semejantes fórmulas son la negación misma de la evolución histórica. Condenan al partido
que las emplea a no ver ni comprender nada. La colocan fuera de la conciencia de la vida.
Lo mismo que en la antigüedad la propiedad individual admitía la esclavitud; lo mismo
que en la Edad Media toleraba la servidumbre, tolera hoy el asalariado. No repetiré yo la
triste paradoja reaccionaria de algunos socialistas que dicen que el siervo y el esclavo eran
más felices que el asalariado. La condición material y moral del obrero moderno es mejor en
conjunto. Pero no se trata ahora de eso. Digo simplemente que hoy la propiedad individual
en la forma capitalista permite disponer a una minoría de individuos privilegiados del traba-

66
jo, de las fuerzas, de la salud de los proletariados y de esquilmarlos con un perpetuo tributo.
Y afirmo que cuando los radicales declaran que quieren mantener la propiedad individual, o
esto no quiere decir nada, o significa que quieren mantener la propiedad capitalista.
Cualquiera que en Grecia o en Roma hubiera declarado simplemente que quería mantener
la propiedad privada, declaraba que mantenía la esclavitud. Cualquiera que en la Edad Media
hubiese declarado simplemente que quería mantener la propiedad individual o personal,
hubiera mantenido la servidumbre y el feudalismo. Y hoy, cuando los radicales, en una fór-
mula general, anuncian al mundo que quieren mantener contra nosotros la propiedad indivi-
dual, se constituyen por eso mismo en guardianes de la propiedad capitalista.
¡Cuánta pobreza en estas fórmulas abstractas! No se limitan a inmovilizar el sentido de la
propiedad individual, que está siempre en movimiento. Lo simplifican arbitrariamente. Ade-
más, no solamente de época en época la propiedad individual cambia de significación, sino
que tiene un grado de complicación completamente variable. Tan pronto se aplica a las rela-
ciones sociales muy complejas, tan pronto parece simplificarse. Y hay momentos en que el
progreso de la humanidad exige que la noción de propiedad se complique; hay momentos en
que exige que se simplifique.

***

Cuando la esclavitud fue transformada en servidumbre, hubo complicación de la -


propiedad. Las relaciones entre el amo y el esclavo eran de una sencillez brutal. Después, en
la Edad Media, cuando el siervo tiene una familia, un patrimonio, el amo no dispone de él
tan fácilmente. La propiedad individual del amo sobre el siervo es menos fácil de definir,
menos simple que la propiedad individual del amo sobre el esclavo. La personalidad humana,
que era casi nula en el esclavo, y que se manifiesta mejor en el siervo, complica las relacio-
nes de propiedad, introduce en la noción de propiedad individual elementos múltiples y va-
gos. Y aquí esta complicación de la propiedad es un progreso cierto. Al contrario, a fines del
siglo xvm, cuando llegó el mo mento en que los burgueses y los aldeanos pudieron derrocar
el sistema feudal, se ejercitó la Revolución en el sentido de una simplificación de la propie-
dad. Desembarazó a la propiedad industrial de todas las servidumbres y complicaciones del
régimen corporativo. Desembarazó a la propiedad rural del enorme encadenamiento de dere-
chos feudales y eclesiásticos. El burgués, el aldeano, fueron más absolutamente propietarios
que lo eran bajo el régimen feudal, y en este momento, en el paso del feudalismo al capita-
lismo, la simplificación, al menos aparente, de la propiedad fue un progreso humano, como
doce siglos antes lo había sido el paso de la esclavitud a la servidumbre. Acabo de leer con
deleite el hermoso libro recientemente publicado por la casa Giard y Briére, en que M. Henri
Sée traza la historia de las clases rurales y del régimen patrimonial en Francia durante la
Edad Media. Ha señalado con ahínco la complicación cambiante y la transformación perpe-
tua de la propiedad.
"Aparece claramente también —dice en su conclusión— que en la Edad Media se tiene
de la propiedad una idea muy diferente de la que nos es familiar. ¿No se ve a la vez al señor
feudal, al vasallo, ejercer con títulos diferentes derechos sobre la tierra? El aldeano, usufruc-
tuario hereditario de su tierra, puede ser, en un sentido, considerado como propietario; que
desaparezcan los derechos feudales, y la tierra que cultiva le pertenecerá sin restricción. Los
derechos de uso de que gozan colectivamente los habitantes de un mismo dominio, constitu-
yen también, en ciertos aspectos, una verdadera propiedad. Es decir, que la propiedad en la
Edad Media tiene un carácter más complejo, mucho menos abstracto y limitado que en nues-
tros días. Lejos de ser inmutable, el concepto de propiedad se ha modificado en el transcurso
de los siglos, y no cabe duda que se modificará aún en el porvenir, siguiendo en su evolución
los fenómenos económicos y sociales."
He aquí la gran conclusión de la escuela histórica francesa. ¿Qué significa enfrente de es-

67
tas afirmaciones soberanas de la Historia y de esta evolución viva del concepto de propiedad
la fórmula escolástica e infantil de los radicales? Lo mismo que ya se ha modificado, el con-
cepto de propiedad se modificará aún, y es seguro que ahora evolucionará en el sentido de
una complicación más grande, de una complejidad más rica. Ha aparecido una fuerza nueva
que va a complicar y transformar todas las relaciones sociales, todo el sistema de propiedad.
Esta fuerza nueva es el individuo humano.
Por primera vez, desde el origen de la Historia, el hombre reclama su derecho de hombre,
todo su derecho. El obrero, el proletario, el desheredado, se afirma plenamente como una
persona. Reclama todo lo que es del hombre: el derecho a la vida, el derecho al trabajo, el
derecho al completo desenvolvimiento de sus facultades, el ejercicio continuo de su voluntad
libre y de su razón. Bajo la doble acción de la vida democrática, que ha despertado o fortifi-
cado en él la dignidad humana, y de la gran industria, que ha dado a los proletarios agrupa-
dos la conciencia de su fuerza, conviértese el trabajador en una persona y quiere ser tratado
en todas partes como tal. Además, la sociedad no puede asegurarle el derecho al trabajo, el
derecho a la vida; no puede elevarlo del salariado pasivo a la cooperación autónoma sin
penetrar en la propiedad. La propiedad social debe crearse para garantizar la verdadera pro-
piedad individual, la propiedad que el individuo humano tiene y debe tener de sí mismo.

***

Así se constituye un derecho social de propiedad en provecho de los trabajadores; y este


derecho social se comunica a las asociaciones diversas, ayuntamientos, cooperativas, sindica-
tos, que pueden de más cerca que la nación y con más equidad garantizar el derecho de los
individuos, su actividad, en fin, libertada. Así, a la propiedad capitalista, relativamente sim-
ple y brutal, se sustituirá una propiedad infinitamente compleja, en que el derecho social de
la nación servirá para asegurar, por la intervención de grupos múltiples, locales o profesiona-
les, el derecho esencial de toda persona humana, la expansión libre de toda actividad. Todo
elemento capitalista habrá desaparecido; ningún hombre podrá servirse de otros hombres
para crearse dividendos, beneficios, rentas, arrendamientos y tierras.
Pero la propiedad nueva, en su complejidad nacional, comunal, corporativa, cooperativa,
será al mismo tiempo individual, pues ningún individuo será entregado a la explotación de
los otros individuos, o a la tiranía de los grupos, o al despotismo de la nación, y el derecho de
cada uno será garantizado por contratos precisos y equitativos, que serán, hasta en la propie-
dad común, la forma purificada de la propiedad individual.
Así se verificará la conclusión de la Historia, que el concepto de propiedad debe modifi-
carse aún. Y en este sentido, no hay un investigador, no hay un erudito que no trabaje en
demostrar la ridiculez, la puerilidad de la fórmula radical. Yo veía, en el volumen de M. Sée,
la larga lista de los hombres de ciencia, car-tistas, archivistas, históricos, que han recogido,
ordenado o interpretado ya los documentos de que él se sirve. Y, seguramente, entre estos
hombres hay muchos que pertenecen o creen pertenecer a los partidos conservadores y aun
algunos a los partidos reaccionarios. Pero todos, cualquiera que sea su sistema personal,
cualquiera que sea su creencia, todos sirven la causa del socialismo, porque no se detienen en
la superficie de la Historia, sino que penetran en el fondo y descubren a los hombres el eter-
no movimiento que descompone y recompone, según formas y leyes nuevas, la propiedad. Y
es imposible que poco a poco estos estudios de los maestros no penetren hasta la juventud
burguesa.
Así, cuando los radicales, para detener o para debilitar el movimiento de emancipación
del proletariado, hablen del mantenimiento necesario de lo que ellos llaman en jerga escolás-
tica la propiedad individual, provocarán la cólera de la democracia obrera, que les reprochará
justamente el defender, bajo esta palabra amb igua, la propiedad capitalista, y el desdén de la
ciencia, que opondrá, a su concepción abstracta e inmóvil de la propiedad, la realidad del

68
movimiento histórico.

***

Se acerca la hora en que nadie podrá hablar ante el país del mantenimiento de la propie-
dad individual sin ponerse en ridículo y sin señalarse a sí mismo con un signo de inferiori-
dad. Lo que impera hoy, bajo el nombre de propiedad individual, es una propiedad de clase,
y no es por el mantenimiento de esta propiedad de clase, sino por su abolición, por lo que
deben trabajar, con un esfuerzo continuo, los que quieren el advenimiento de la democracia
en el orden económico como en el orden político.
Pero que los radicales tengan cuidado. Si su fórmula social, mantenimiento de la propie-
dad individual, está reducida a nada, si está destituida de todo sentido, no es solamente por el
eje mplo del pasado; no es solamente por la tendencia invencible de las fuerzas nuevas que
han de romper el cuadro capitalista. En la misma sociedad burguesa, en el código burgués, la
propiedad individual reviste tantas formas incompletas, sufre tantos desmemb ramientos y
restricciones, que desde ahora, y bajo el punto de vista mismo de la burguesía, es una inocen-
tada o un anacronismo hablar pura y simplemente del mantenimiento de la propiedad indivi-
dual.
Nosotros, los socialistas, para desmembrar o absorber gradualmente la propiedad capita-
lista, para dirigir en el sentido de la propiedad colectiva el movimiento social, nos bastará a
menudo extender ciertas prácticas de la sociedad burguesa, aplicar algunos artículos de su
código y acelerar, en las vías en que se ha empeñado ya, la marcha de nuestra legislación.
Los que se instituyen guardianes de la propiedad individual no se limitan a negar la sociedad
de mañana: desconocen la sociedad presente.

PROPIEDAD INDIVIDUAL Y CÓDIGO BURGUÉS


De tres modos está la propiedad individual limitada y rechazada. En primer lugar, ha sido
imposible al código burgués regular las relaciones de las diversas propiedades individuales
sin consagrar formas restringidas, incompletas, de la propiedad individual. En segundo lugar,
el impuesto, cuyo papel va creciendo en la economía social, las leyes francesas sobre las
sucesiones y la ley sobre la expropiación por causa de utilidad pública, son otras tantas fuer-
zas que limitan y rechazan la propiedad individual. En tercer lugar, toda la leg islación obrera,
toda la que está aplicada, toda la que está reclamada, es una conquista del derecho colectivo,
de la potencia colectiva sobre la propiedad individual. No hay una sola reforma democrática,
no hay una sola ley de protección obrera y de solidaridad social que no restrinja el derecho
de los detentadores del capital, es decir, la propiedad individual burguesa.
El artículo 537 del Código civil, dice: "Los particulares tienen la libre disposición de los
bienes que les pertenecen, bajo las modificaciones establecidas por las leyes." El artículo 544
del mismo Código civil, dice; "La propiedad es el derecho de gozar y disponer de las cosas
de la manera más absoluta, con tal que no se haga de ella un uso prohibido por las leyes o por
los reglamentos." Está claro que todo el sistema social se modifica según que realiza la afir-
mación principal de estos dos artículos; es decir, la libre disposición de los bienes y el dere-
cho de gozar y disponer de las cosas, o según que multiplica las modificaciones, las restric-
ciones y las reservas que estos artículos prevén en su segunda parte.

***

69
Además, aun en el funcionamiento de la propiedad burguesa, aun en las relaciones que
tienen entre ellos los individuos poseedores, son numerosas las formas de propiedad en que
el individuo no tiene la libre disposición de los bienes, el completo derecho de gozar y dis-
poner de las cosas.
¿Qué es el usufructo sino un desmembramiento de la propiedad individual? El usufructo,
tal como lo define el artículo 578 del Código, "es el derecho de gozar de las cosas cuya pro-
piedad es de otro como el propietario mismo, pero con la condición de conservar la sustan-
cia". Así, el usufructuario de un dominio recoge, durante el usufructo, los frutos naturales o
industriales de la tierra, los que ella produce espontáneamente y los que se obtienen con el
cultivo; pero no puede ni alienar, ni dividir este dominio, ni disponer de los valores perma-
nentes, como los árboles. Así, durante el usufructo, no hay ningún individuo que ejerza sobre
la finca que está sometida a él el derecho pleno de propiedad; ni el usufructuario puede dis-
poner de la finca, ni el que tiene la simple propiedad puede disponer de los frutos,
Ya comprendo que en este desmembramiento la propiedad permanece individual, puesto
que son todavía individuos los que detentan estos fragmentos de propiedad descompuesta.
Pero no por eso deja de ser verdad que la sociedad burguesa es llevada a poner una parte de
la riqueza, una parte del capital territorial o mobiliario fuera del derecho pleno de la propie-
dad individual. No deja de ser verdad que aun en las relaciones burguesas, aun en la esfera de
los intereses burgueses, la propiedad individual no forma un conjunto indivisible, sino que, al
contrario, se separa y se disuelve.
Lo que es verdad del usufructo es verdad también de los derechos de uso y de habitación,
pero con algunas particularidades notables. En el usufructo, el usufructuario se sustituye a
aquel que tiene la simple propiedad por la percepción de todos los frutos de la finca o del
capital que está sometido a este desdoblamiento de propiedad. Al contrario, el individuo que
tiene un derecho de uso sobre una cosa que no le pertenece, un derecho de habitación en un
inmueble que no le pertenece, no tiene necesariamente derecho al uso exclusivo de la cosa o
a la ocupación completa del inmueble. Su derecho de uso o de habitación está regulado por
las condiciones más variables, que crean las relaciones de propiedad más complejas y más
inestables.
"Los derechos de uso y de habitación —dice el artículo 628 del Código civil—, se regu-
lan por el título que los ha establecido, y reciben, según sus disposiciones, más o menos
extensión."
Y los artículos siguientes (629-635) precisan:
"Si el título no se expresa sobre la extensión de estos derechos, se arreglan como sigue:
El que tiene el usufructo de los frutos de una propiedad no puede exigir más que lo que nece-
sita para él y su familia. Puede exigir también para las necesidades de los hijos que ha tenido
después de la concesión del usufructo. El usador no puede ceder ni alquilar su derecho a
otro. El que tiene un derecho de habitación en una casa puede permanecer en ella con su
familia, aun cuando no hubiera estado casado en el tiempo que le fue concedido este derecho.
El derecho de habitación se circunscribe a la que necesita el que posee este derecho y su
familia. El derecho de habitación no puede ser ni cedido ni alquilado. Si el usador consume
todos los frutos de la finca o si ocupa la totalidad de la casa, está sujeto a los gastos del culti-
vo, a las reparaciones y al pago de las contribuciones como el usufructuario. Si no consume
más que una parte de los frutos, o no ocupa mas que una parte de la casa, contribuye a pro-
rrata de lo que disfruta."
¿Qué se ha hecho pues, en estas combinaciones del rigor del derecho individual de pro-
piedad? De la cosa sobre la cual se ejerce un derecho de uso, del inmueble sobre el cual se
ejerce un derecho de habitación, nadie puede disponer plenamente: ni el usador ni el propie-
tario. ¡Cuántas relaciones complicadas y movibles! Este derecho de uso de habitación au-
menta con la familia del que ha recibido el título. Y puede suceder que no siendo este dere-
cho de uso o de habitación mas que parcial, deje coexistir, para un mismo inmueble, el dere-

70
cho de uso que restringe la propiedad y el derecho pleno de propiedad. ¡Qué combinaciones,
qué encadenamiento de derechos y qué dispersión del derecho de propiedad!

***

Cuando los grandes juristas de la Revolución social, cuando los grandes organizadores
del derecho socialista se dediquen, a medida que se desenvuelva la propiedad colectiva, a
instituir las fórmulas jurídicas que concilien el derecho soberano de la comunidad, la sección
de los grupos sociales y profesionales, el derecho de los ayuntamientos, el derecho de los
individuos, encontrarán en el usufructo y el derecho de uso de habitación, en las combina-
ciones mismas del código burgués, muchos precedentes e inspiraciones.
Grande es el lugar que las "servidumbres o servicios territoriales" tienen en el funciona-
miento actual de la propiedad. Además, ¿qué son estas servidumbres sino un desmembra-
miento de la propiedad, una disminución del derecho que el individuo poseedor tiene sobre el
inmueble rural o urbano de que es propietario?
"Una servidumbre —dice el artículo 637 del Código civil—, es una carga impuesta sobre
una herencia para el uso y la utilidad de una herencia que pertenece a otro propietario."
Es también un desmembramiento y una restricción del derecho de propiedad lo que re-
dactores del Código civil han temido pareciese crear una servidumbre de un inmueble a otro,
una especie de dependencia análoga al antiguo vasallaje. Y el artículo 638 precisa:
"La servidumbre no establece ninguna preeminencia de una herencia sobre otra."
Estas servidumbres son muy diversas. Tan pronto tienen por objeto hacer posible a un in-
dividuo el ejerc icio de su derecho, que sería suprimido por el ejercicio entero del derecho de
propiedad de los que le rodean. Así, el derecho de paso:
Artículo 682: "Los propietarios cuyas fincas están enclavadas y que no tienen sobre la vía
pública ninguna salida, o una salida insuficiente para la explotación, sea agrícola, sea indus-
trial de su propiedad, pueden reclamar un paso por entre las fincas de sus vecinos, a cargo de
una indemnización proporcionada al daño que pueda ocasionarles."
Tan pronto tienen por objeto que un propietario desvíe en su provecho exclusivo una
fuerza natural que debe ser común a varios. "Aquel cuya heredad atraviesa una corriente de
agua puede usar de ella mientras pasa por la finca, pero con la condición de devolverla a la
salida a su curso ordinario; si se suscita una cuestión entre los propietarios a los cuales pue-
den ser útiles estas aguas, los tribunales deben conciliar el interés de la agricultura con el
respeto debido a la propiedad." (Artículos 644 y 655.)
Tan pronto tiene por objeto asegurar por el concurso forzoso de los diversos propietarios
lo que es de la condición común de la propiedad. Así, en virtud del artículo 664, "cuando los
diferentes pisos de una casa pertenecen a diversos propietarios, si los títulos de propiedad no
regulan el modo de llevar a cabo las reparaciones y reconstrucciones, deben hacerse como
sigue:
"Las paredes maestras y el techo están a cargo de todos los propietarios, cada uno en pro-
porción del valor del piso que le corresponde.
"El propietario de cada piso hace el pavimento sobre el cual camina.
"El propietario del primer piso hace la escalera que a él conduce; el propietario del se-
gundo piso hace, a partir del primero, la escalera que conduce a su habitación, y así suces i-
vamente."
He aquí algunas relaciones de propiedad bastante complicadas. Hay en esta casa algunas
partes de propiedad individual; son cada piso. Después, una especie de organismo común: el
techo, las paredes maestras, que deben ser conservadas por todos, según las reglas especiales
trazadas por la ley.
¡Cómo se burlarían los burgueses de las utopías socialistas si, para describir por adelan-
tado el mecanismo supuesto de la propiedad social en una categoría determinada de objetos,

71
imaginásemos un encadenamiento de las obligaciones y de los derechos análogos al artículo
664, creado para la propiedad burguesa de una casa!
Del mismo modo, cuando poco a poco los pequeños propietarios rurales, sin renunciar
aún á la individualidad de su dominio, comprendan la necesidad de asociar sus esfuerzos, al
menos parcialmente y para fines determinados; cuando formen con el concurso de la comu-
nidad nacional asociaciones de nivelamiento, de irrigación, la asociación así formada deberá
ejercer sobre el conjunto de los dominios parcialmente solidarizados derechos precisos, que
serán como una extensión de aquellas servidumbres que ya, en el interés de la agricultura,
impone a los propietarios de hoy el Código de la propiedad individual. Pero esta servidum-
bre será una liberación. Librara al aldeano del aislamiento, de la ruina y de la miseria.
No hay que interpretar mal mi pensamiento. Yo no tengo la puerilidad de pretender que el
derecho socialista salga, por interpretación y evolución de los textos, del derecho del bur-
gués. Las grandes transformaciones sociales no se hacen con habilidades de procedimiento, y
el código socialista no será la expansión imprevista de algunos gérmenes equívocos ocultos
en el código burgués. La acción de clase del proletariado, ejercitándose con una fuerza, cre-
ciente sobre el conjunto de la vida social, es la que suscitará relaciones nuevas de propiedad
y fórmulas jurídicas nuevas.
Pero en el momento en que todos los partidos se levanten contra nosotros como los guar-
dadores de la propiedad individual, no es inútil, para comprobar la negación de la fórmula y
el equívoco de sus pensamientos, comprobar que la sociedad burguesa no ha podido asegurar
su propio funcionamiento sin someter la propiedad individual a desmembramientos, a res-
tricciones, a reglas que parecen anunciar un derecho social nuevo.
Lo que he dicho del usufructo, de los derechos, de uso y habitación, de las servidumbres,
se aplica también a la hipoteca. Por ésta, la deuda de un individuo a otro se incorpora a una
propiedad. Se identifica con ella; la sigue y pesa sobre ella, cualquiera que sea el que la ad-
quiera. Es también un verdadero desmembramiento de la propiedad.
Recuerdo una vez más, para que no se interprete mal mi pensamiento y no me atribuyan
conclusiones forzadas y facticias que estos desmembramientos y restricciones de la propie-
dad no nos hacen salir todavía de la esfera de la propiedad individual y burguesa. El usufruc-
to, la hipoteca y la servidumbre funcionan en virtud del modo burgués de adquisición. Yo no
digo que sean modos de la propiedad individual. Pero afirmo que ya por la diversidad de
estos modos, por las limitaciones que sufre, la propiedad individual manifiesta que no es
absoluta. Aun en su esfera de acción, aun en la sociedad burguesa y el código burgués, la
propiedad individual tiene diferentes grados.
Antes de toda intervención del Estado y antes de toda presión del proletariado organiza-
do, la propiedad individual burguesa está obligada a desmembrarse, a abandonar parte de su
fuerza, a revestir formas en que su definición legal, el derecho pleno de disponer, no se en-
cuentre. En el usufructo, el derecho de uso, el derecho de habitación, la servidumbre y la
hipoteca, varios derechos individuales burgueses, se encuentran en una misma propiedad y
no coexisten más que en el desmembramiento.
La propiedad individual burguesa no es, pues, un bloque homogéneo: muchas veces no
ha podido subsistir sino descomponiéndose. Hay hendiduras en el código burgués. Y hasta
bajo el puntó de vista del Código civil, los partidos que se presentar en una fórmula general,
como los defensores de la propiedad individual, pronuncian palabras que no tienen todo su
sentido.

LA PROPIEDAD INDIVIDUAL Y EL IMPUESTO

72
No cometo la tontería de considerar el impuesto, en la sociedad actual, como una institu-
ción comunista. Sé que el impuesto recibe un carácter de la sociedad misma en que funciona
y en provecho del cual funciona. Está destinado sobre todo a asegurar el mantenimiento y el
ejercicio de los poderes sociales dominantes. En la sociedad feudal todas las gabelas cobra-
das por el señor tienen por objeto asegurar su poder. Cuando el poder real comienza a au-
mentar, los reyes cobran una parte del impuesto, consagrado también a asegurar y desenvol-
ver su poderío. Del mismo modo, en una sociedad como la nuestra, en que el poder de la
clase poseedora, burguesa y capitalista es el que domina, el impuesto está, sobre todo, al
servicio de esta clase. Es para ella el medio de conservación, de gobierno y de provecho. Le
permite asegurar, por sus tribunales, el mantenimiento del derecho burgués, el respeto de la
propiedad burguesa. Le permite pagar anualmente formidables sueldos a los censatarios
burgueses y equilibrar así, por el lastre constante del presupuesto, la fortuna de la burguesía,
entregada a todas las corrientes del desorden económico. Le permite sostener su ejército
temible y gravoso, que en el estado presente de antagonismo de las clases y de conflicto de
intereses está destinado a proteger al capital contra los proletarios y a la nación contra el
extranjero; Le permite también conceder a algunas industrias, cuyos beneficios son absorbi-
dos por ella, primas, subvenciones y garantías de interés.
En el momento en que nos encontramos del desenvolvimiento de los Estados modernos,
se puede decir que las dos terceras partes al menos del presupuesto constituyen un presu-
puesto de clase. Los gastos verdaderamente comunes y humanos, gastos para los trabajos
públicos, para la instrucción en todos sus grados, para la asistencia y seguridad sociales, no
representan más que una fracción insignificante de los presupuestos del Estado. Y no sola-
mente por la aplicación de los recursos, sino por la manera de procurárselos, por lo que el
presupuesto del Estado burgués tiene un carácter de clase. Por los impuestos de consumo se
reclama a los pobres, a los proletarios, una parte desmesurada de los recursos públicos. Espe-
ro, pues, que no se me tachará de considerar el impuesto, en el punto en que nos encontramos
de evolución política y social, como una primera forma de comunismo.
Es verdad, no obstante, que el impuesto, con el desarrollo que ha tomado en los Estados
modernos, es una larga restricción de la propiedad individual. El proyecto de presupuestos
del ministro de Hacienda para el año 1902 prevé una entrada de 3.597 millones, es decir, en
cifras redondas, un entrada de 3.600 millones. Las entradas de los departamentos y de los
ayuntamientos pasan de 400 millones. Así, la cifra total del impuesto se eleva a más de 4.000
millones por año. Además, según las estadísticas más serias, el capital de Francia se eleva a
200 ó 220 mil millones, y la renta total anual, rentas de capitales, rentas del trabajo, se eleva
a 20 ó 25 mil millones.
Es decir, que el impuesto extrae todos los años una sexta, quizás una quinta parte de la
renta total de los ciudadanos. Aunque estos millones sean aplicados, sobre todo, al servicio
de una clase, y aunque, sobre una parte de los recursos del Estado, numerosos particulares,
portadores de títulos de renta, titulares de pensiones , tengan algunos títulos individuales, no
son individuos los que disponen de estas sumas enormes. Es la nación la que, por medio de
sus representantes, regula su empleo.
Así, una quinta parte de la renta total de la nación se sustrae al derecho individual, a la
voluntad de clase, por esta propiedad de clase, en lugar de tomar la forma de la propiedad de
Estado. Y si con esto no es todavía propiedad común, puede llegar a serlo. El Estado, en una
democracia, no es exclusivamente un Estado de clase, y cada vez lo será menos. Desde ahora
el Estado es principalmente, pero no exclusivamente, un Estado burgués. Del mismo modo
que en la sociedad actual la influencia de la burguesía poseedora y capitalista, aunque domi-
nante, no excluye, sin embargo, toda influencia de la democracia y del proletariado, el Esta-
do, expresión y órgano de esta sociedad, es un compuesto de oligarquía burguesa y capitalis-
ta, de democracia y de poder proletario. Y la proposición de las fuerzas diversas y aun con-
trarias que se expresan por el Estado es incesantemente variable. Puede variar y variará,

73
necesariamente, en una democracia en provecho de la clase obrera, que con un movimiento
continuo aumenta en número, en organización y en conciencia.
A medida que la democracia y el proletariado acrecientan su influencia sobre el Estado
moderno, aumentan también su influencia sobre el presupuesto del Estado moderno trans-
formado. Reducirán en él todo lo posible los gastos de clase, para desarrollar los gastos de
interés común y para emplear en la emancipación de la clase obrera una parte creciente de
los recursos públicos. El esfuerzo principal evidentemente será aligerar el presupuesto de los
pesos de la deuda con que está gravado el provecho de la burguesía y del terrible peso de los
gastos militares.
Es, pues, la misma sociedad burguesa la que ha sustraído una quinta parte de la renta total
de la nación, renta del capital y renta del trabajo, a la acción directa de los individuos. Es la
misma sociedad burguesa la que ha puesto todos los años 4.000 millones, es decir, la repre-
sentación de un capital de 1.000 millones, fuera de la propiedad individual, definida por el
derecho de disponer. Es ella la que ha creado a medio camino de la propiedad individual y
del comunismo una propiedad colectiva del Estado, una substancia colectiva de propiedad,
que la democracia social podrá poco a poco asimilar en propiedad comunista.

***

Si la fórmula de los radicales Mantenimiento de la propiedad individual tiene un sentido


por su espíritu, deben desear que la propiedad colectiva de Estado, constituida por el impues-
to, permanezca lo más cerca posible de la propiedad individual, lo más alejada posible de la
propiedad social y común. Y tomo como ejemplo la combinación propuesta por el ministro
de Hacienda para los retiros obreros.
Hoy, en el presupuesto del Estado, la parte más burguesa seguramente, y la más impreg-
nada de la propiedad individual, es la parte consagrada al servicio de la deuda y al pago de
las rentas, pues, en primer lugar, es esa una de las fuerzas más constantes, más ciertas de la
burguesía, y, en segundo lugar, los portadores de rentas tienen títulos individuales, créditos
individuales sobre el Estado.
Suponed, al contrario, qué la ley instituye un régimen obligatorio de retiro para todos los
asalariados; que por un depósito obligatorio de los asalariados y de los patronos y de una
contribución del Estado, constituye un caja de retiros; que los fondos de esta caja estén capi-
talizados y que los capitales así acumulados se empleen en comprar renta francesa. Suponed
que de este modo la totalidad o la casi totalidad, o, si se quiere, una gran parte de la renta, se
convierta en la propiedad de la caja general de retiros, y por ella del conjunto de los trabaja-
dores. ¿Qué habrá sucedido entonces? En apariencia, el presupuesto no habrá sido modifica-
do; esta parte del presupuesto, beneficios de las rentas diversas, no habrá cambiado de fis o-
nomía. Pero, en realidad, la parte del presupuesto consagrado al servicio de la renta, ¿se
habrá acercado o se habrá alejado de la propiedad individual?
Yo lo pregunto a los radicales, que no pueden encontrar mi suposición vana, puesto que
responde al proyecto que sostienen la mayor parte de ellos. Y lo pregunto al eminente M.
Guieysse, que es ciertamente uno de los más vigorosos espíritus del partido radical. Y los
desafío a comprobar que por la ley que sostienen, y que es su honor sostener, una parte im-
portante del presupuesto es separado de la propiedad individual.
Yo entiendo que cada asalariado, cada participante de la caja, tendrá en. el proyecto su
cuenta individual, su título individual, su derecho individual. Lo sé, y me alegro de ello, pues
el comunismo no es la confusión.
Pero comprobar esta propiedad de los asalariados con la propiedad del rentista burgués
que poseía títulos la víspera, y decid si ésta no tenía un carácter mucho más marcado de
propiedad individual,
En primer lugar, es, según los modos burgueses de adquisición, como el rentista había

74
realizado los fondos colocados por él en títulos del Estado; después, por un acto de su volun-
tad individual, había precisamente empleado en rentas del Estado los fondos adquiridos y
poseídos por él. En fin, podía vender a su gusto, en cualquier momento, y dar a sus fondos el
destino nuevo que quisiese.
Ni un momento ha cesado, por lo tanto, de "disponer", y jamás lo que se llama la propie-
dad individual se ha debilitado en sus manos. Al contrario, es un acto social, es una voluntad
social quien crea la propiedad de los asalariados con derecho a retiro. No es la acción indivi-
dual del salariado la que se ejerce en las condiciones de la sociedad burguesa y capitalista, o
al menos, no es esta acción la única que reúne todos los años los recursos vertidos por él en
la caja. La ley obliga a los propietarios y al Estado a contribuir, y apenas puede decirse que
la cuota del salario es individual, puesto que está impuesta por la ley, puesto que se cumple
sin el asentimiento individual del salariado y a pesar de su resistencia.

***

En el origen, pues, de esta propiedad constituida para el salariado, no hay ninguno de los
caracteres de la propiedad individual definida por el Código civil. Y apenas está constituida a
nombre y a cuenta del salariado, pero por un acto social que escapa al salariado.
Podrá, por sus camaradas delegados en los consejos de gestión, administrar los fondos de
la caja; ¿pero qué es esta participación del individuo en la inmensa gestión colectiva al lado
de la incesante facultad de disponer que tiene el rentista burgués? Y si los consejos de admi-
nistración de la caja emplean los fondos en comprar la renta del Estado, ¿quién no ve que
ésta, convertida en la propiedad colectiva y del total de los asalariados, está mucho más cer-
cana al tipo de la propiedad individual que lo estaba en manos de los titulares burgueses?
Además, la propiedad creada así a cada asalariado no procede de ninguno de los modos
de adquisición de la propiedad individual burguesa. No es ni por una compra, ni por una
donación, ni por una herencia, ni por las ganancias del comercio, como reúnen los recursos
empleados por ellos en la caja. Sólo su cualidad de trabajadores, sólo su título de hombres, es
lo que reconoce la sociedad como generador del derecho al retiro; es en virtud de un derecho
humano, de un derecho social común a todo hombre; es en virtud de un derecho personal y
universal al mismo tiempo, en lo que reconocemos el fundamento jurídico y moral de todo
comunismo y en lo que el derecho al retiro de todo salariado y la vasta propiedad que sirve
de garantía a este derecho están instituidos.
Hay en él, con una inevitable mezcla de elementos I heterogéneos, un bosquejo del dere-
cho comunista; es un primer fragmento del derecho a la vida, cuya completa realización, en
el sentido amplio y noble de la palabra vida, sería el comunismo.
Y cuando la renta, arrancada de las manos de los rentistas burgueses, sirve para asegurar
el servicio de esta primera propiedad humana, tengo derecho a decir que esta parte del presu-
puesto, bajo las socialistas , se aleja de la propiedad individual; y también tengo derecho a
propugnar a los radicales: ¿Qué significa esta fórmula contra la cual vosotros mismos traba-
jáis?
Pero suceda lo que quiera de una combinación que no he citado mas que a título de ejem-
plo, me parece evidente que el impuesto constituye una propiedad de Estado colectivo; es
cierto que esta propiedad de Estado, señalada todavía hoy con la marea decisiva de la pro-
piedad burguesa y de un profundo carácter de clase, evolucionará, necesariamente, bajo la
acción de la democracia y de los proletarios, hacia la propiedad social y común.
Y que no se me diga que ha habido siempre, bajo formas diversas, lo que se llama el im-
puesto, y que si el impuesto pudiese ser considerado como una especie de propiedad colecti-
va, o como un germen de esta propiedad, hubiera habido en todo tiempo gérmenes de comu-
nismo.
Lo que es nuevo es que esta propiedad colectiva de Estado, que se llama impuesto, haya

75
tomado tan enorme extensión en una sociedad que ha inscrito en sus códigos el derecho
soberano de la propiedad individual. Lo que es nuevo es que la sociedad burguesa y burgue-
samente individualista haya sido conducida, para asegurar su propio funcionamiento, a crear
esta propiedad de Estado que representa una quinta parte de la actividad nacional, y que, a
pesar de su destino primero de clase, está, al menos por su forma colectiva, en oposición con
la forma individual de la propiedad. Lo que es nuevo e importante es que esta propiedad
colectiva de Estado se acrecienta y evoluciona en una sociedad democrática en que el prole-
tariado crece en número y fuerza; es, por consiguiente, que una democracia penetrada del
pensamiento democrático pueda, poco a poco, traer para bien del proletariado, y según el
derecho comunista, esa inmensa propiedad colectiva cuyo hábito ha creado y ensanchado la
misma sociedad burguesa.

LA PROPIEDAD INDIVIDUAL Y EL DERECHO SUCESORIO

I
La ley francesa sobre las sucesiones no regula y limita la facultad de disponer de sus bie-
nes que tienen los individuos en provecho de la gran comunidad de los trabajadores y de los
ciudadanos, sino en provecho de la pequeña comunidad de la familia. Pero no por eso nues-
tras leyes sobre las sucesiones son menos un grave y profundo atentado al derecho indivi-
dual, a la propiedad individual.
El Código civil caracteriza la propiedad por la libre disposición de los bienes. Un indivi-
duo que no dispone de sus bienes con toda libertad, con toda soberanía, no es plenamente
propietario. Otro poder limita su poder, otro derecho limita su derecho.
Además, los ciudadanos franceses no pueden disponer libremente de sus bienes. No pue-
den transferirlos por donativos o legados absolutamente a quien les plazca; la ley del Estado
interviene para decirles en parte a quién deben transmitirlos y según qué proporciones. Los
individuos están obligados a reservar sus bienes a los herederos que la ley designa, en el
orden que se los designa. El artículo 731 del Código civil dice: "Las sucesiones son conferi-
das a los hijos y descendientes del difunto, a sus ascendientes y a sus parientes colaterales, en
el orden y siguiendo las reglas determinadas a continuación."
Así, no es la voluntad individual del poseedor la que escoge a los que irá a parar su pro-
piedad. El Estado escoge por él. La ley de Estado decide por él. Y como la propiedad se
define en los términos mismos del Código civil por la facultad de disponer, el Estado tiene
una especie de propiedad sobre todos los bienes de los ciudadanos, puesto que los sustituye
en la misma disposición de sus bienes. No lo retiene para él; los transmite a los individuos.
Pero es el Estado y no el poseedor quien regula esta transmisión. Es, pues, el Estado quien
hace, en este orden, acto de propiedad. Y por ningún medio el individuo poseedor puede
eludir la voluntad soberana del Estado. No solamente el Estado, a falta de una disposición
precisa del poseedor, decide en qué individuos debe recaer la sucesión, sino que el individuo
poseedor, en plena vida, en plena actividad, en plena fuerza, no puede más que en una débil
medida disponer de sus bienes. Puede alquilarlos, puede venderlos, pues la venta no es, en
suma, más que un cambio de forma de la propiedad, y en cambio del objeto vendido el ven-
dedor recibe un valor igual. El alquiler, la venta, modifican la manera de percibir los frutos
de la propiedad o la forma de la propiedad. No alcanzan a su fondo, no disminuyen su valor

76
y, por consiguiente, no lesionan los intereses de los herederos señalados por adelantado por
el Estado. Pero lo que está prohibido al individuo es abandonar la propiedad en provecho de
otras personas que las que el Estado ha instituido por adelantado propietarios por sucesión.
O, por lo menos, no puede abandonar libremente más que una porción insignificante, estre-
chamente limitada por la ley.
El artículo 913 del Código civil, dice: "Las liberalidades, sea por actos entre vivos, sea
por testamento, no podrán exceder de la mitad de los bienes del donante, si no deja a su fa-
llecimiento más que un hijo legítimo; la tercera, si deja dos; la cuarta, si deja tres o más."
Así, el derecho individual del ciudadano francés sobre su propiedad está limitado estre-
chamente. En vano el aldeano propietario alegará que ha trabajado prodigiosamente para
adquirir una pequeña propiedad; que esta propiedad no puede, sin perecer, sin perder mucho
de su valor, descomponerse y distribuirse; que quería reservarla a un solo heredero, el más
económico, el más inteligente de todos. La ley, por razones superiores de equilibrio social y
de igualdad, le obliga a repartir equitativamente entre todos sus hijos la pequeña hacienda
creada por él solo. En vano los propietarios aldeanos expusieron a la Constituyente, a la
Legislación, a la Convención, que al casar a sus hijas tenían por costumbre darles un peque-
ño dote, fuera de la hacienda familiar; que conservaban a su lado a los hijos para que les
ayudasen en el cultivo, y que a menudo, por el esfuerzo de estos hijos, el valor del dominio
había aumentado, y que era injusto admitir a las hijas, a la muerte del padre, en la participa-
ción de este aumento de valor.
La Convención no quiso admitir ninguna excepción, y el Código civil no ha admitido casi
ninguna a la ley de igualdad doméstica que descompusieron los bienes de los ciudadanos. En
vano, hoy, el industrial audaz que por su iniciativa haya creado una gran industria querrá
dejarla entera o casi entera al único heredero capaz, según él, de sostenerla y extenderla. No
es él quien decide; no es su voluntad quien hace ley; no es él, creador de esta riqueza, quien
dispone de ella a su antojo. El Estado interviene y reparte esta propiedad individual, según
las reglas soberanas que ha trazado.
¡Cuántas veces nos dicen a los socialistas: "¿Queréis, pues, con vuestro sistema de igual-
dad tratar lo mis mo a los perezosos que a los laboriosos? Vuestro socialismo no es más que
un premio a la pereza"!
Esto es absurdo, pues llamando a todos los ciudadanos, a todos los trabajadores, a la pro-
piedad colectiva de los instrumentos de trabajo, libertamos a los trabajadores del diezmo de
los parásitos, del tributo obtenido por la pereza del accionista sobre la labor del proletariado.
La ley burguesa de las sucesiones, la ley instituida por la burguesía revolucionaria es la que
podía ser acusada de favorecer la pereza, puesto que asegura a todos los hijos, aun a los más
indolentes ya los que abusen de su parte de la herencia paternal para vivir una vida ociosa,
una igual porción irreductible de esta herencia. No deja al padre, al que ha creado la propie-
dad, al que ha experimentado todos los días el carácter y las facultades de los hijos, el dere-
cho de tratar de modo diferente al que hará de la herencia un instrumento de trabajo y al que
hará un instrumento de pereza. No se lo permite más que de un modo insignificante.
Le Revolución, queriendo realizar el más alto grado posible de igualdad en el interior de
la familia, ha pasado por encima de las dificultades y de las objeciones. Ha unido las volun-
tades individuales. Ha atentado a la propiedad individual en un interés social, en vista de una
más amplia difusión de las riquezas.

***

Notad que en los bienes poseídos por el individuo la ley del Estado no hace ninguna dife-
rencia de forma o de origen; que las sustrae a todas, indistintamente, a la voluntad individual,
al derecho individual; que los somete a todos a las mismas reglas de devolución y de suce-
sión.

77
Se podría comprender, en último extremo, bajo el punto de vista de la propiedad indivi-
dual, que la ley del Estado obligase al padre a transmitir a todos sus hijos la parte de sus
bienes que él ha recibido de sus ascendentes. Esto sería como una especie de reserva heredi-
taria, de patrimonio familiar que el padre transmitiría como lo había recibido. Pero para esta
parte de los bienes que el padre mismo ha adquirido, que es su obra propia, el precio de su
esfuerzo personal, quizá el rescate de su vida agotada por el trabajo, ¿cómo es posible, sin
violar en el fondo la propiedad individual, dejarle a él solo que disponga de ella por comple-
to?
La ley no conoce esto. Expropia a todo ciudadano francés de la facultad de disponer de
sus bienes, cualquiera que sean, aun de los que llevan la marca viva. la señal caliente de su
esfuerzo individual. El artículo 732 del Código civil, con una especie de impasibilidad y de
indiferencia que es la negación misma del derecho individual, dice esto: "La ley no considera
ni la naturaleza ni el origen de los bienes para arreglar la sucesión." ¡Y cuan estrecha es en
nuestro Código la subordinación del derecho individual al derecho familiar, de la propiedad
individual a la propiedad familiar constituida por la voluntad del Estado! No es solamente a
sus hijos vivos a quienes el ciudadano está sujeto. No es a ellos únicamente a quienes debe
reservar su hacienda, que ya por adelantado les pertenece. Está ligado también a toda la serie
de las generaciones: los descendientes de los hijos muertos son llamados a la herencia como
si fuesen el mismo hijo. Los nietos, los biznietos heredan el derecho, si la muerte ha arreba-
tado a las generaciones que los separan del primer ascendiente. Aun cuando los biznietos
fuesen ya ricos por la herencia recogida de su padre y de su abuelo, el bisabuelo está obliga-
do a reservarles su parte. Así, la propiedad individual está gravada de obligaciones decisivas
en provecho de la familia para toda la serie de las generaciones; está hipotecada, en provecho
del más lejano porvenir, con una hipoteca eterna.

II

El Código civil toma las precauciones más minuciosas para defender la propiedad fami-
liar, creada por la ley del Estado, contra la voluntad del poseedor individual. Llega hasta
romper, por un efecto retrospectivo, todas las transacciones que serían contrarias al derecho
de la propiedad familiar, superior al derecho de la propiedad individual.
Por ejemplo, un individuo en el curso de su vida hace donación de una parte de sus bienes
por una disposición entre vivos. Puede suceder que en este momento la porción de los bienes
que ceda no pase de lo que legalmente pueda disponer. Por ejemplo, si tiene tres, hijos puede
disponer del cuarto de su fortuna, y dispone en efecto; el donatario entra en posesión de la
porción de los bienes que le es dada. Pero he aquí que la fortuna del donante disminuye, y
cuando muere, la donación que ha hecho muchos años antes representa más que el cuarto de
lo que legalmente puede disponer. Entonces esta donación será reducida hasta las proporcio-
nes legales.
O también el donante ha dispuesto del tercio de su fortuna en el momento en que no tenía
más que dos hijos. Podía entonces legalmente disponer del tercio. Le sobreviene un tercer
hijo, y ya no puede disponer más que de un cuarto. El acta de donación no vale ya más que
proporción del cuarto, y si el donatario ha entrado en posesión de lo que le ha sido dado, es
preciso que sufra la reducción.
O también un ciudadano ha hecho donación de su fortuna en un momento en que, no te-
niendo ni ascendientes ni hijos, podía disponer de ella plenamente. Le sobrevienen hijos: la
donación se encuentra revocada de derecho; el derecho de propiedad de la familia obra sobre
los actos del individuo hasta antes de la creación de la familia. Aun cuando el donatario,
habiendo recibido de buena fe los bienes muebles e inmuebles, hubiese dispuesto de ellos,

78
aun cuando hubiese vendido el inmueble recibido por él o se hubiera servido de estos bienes
para reconocer y garantizar la dote de su mujer, aun entonces la donación es revocada: todos
los actos que a él se refieren se anulan; los terceros adquirentes del inmueble vense obligados
a entregarlo a la sucesión, y la dote de la mujer del donatario queda sin garantía. Todo cede,
todo se borra ante el poder del derecho familiar, de la propiedad familiar establecida por la
Revolución por encima de la propiedad individual, de los voluntarios y de las transacciones
individuales, de los derechos individuales.
Es preciso leer y meditar estos artículos del Código civil para ver con qué rigor, con qué
desdén de las situaciones adquiridas y de los arreglos ya antiguos ha protegido contra los
individuos una forma de propiedad que les sobrepuja. El individuo poseedor, el padre, está
ligado, vigilado, como si fuese el usurpador de su propiedad. Es casi sospechoso, y todo acto
de donación por el cual aliene o crea alienar una parte de su hacienda es de una fragilidad
extrema, siempre expuesta a caducar. Todas las convenciones que se refieren al acto de vo-
luntad por el cual ha creído disponer de una parte de sus bienes, están sujetas, por muy lejos
que se extiendan, a la misma caducidad.
El artículo 920 del Código civil dice: "Las disposiciones, sea entre vivos, sea a causa de
muerte, que exc edan a la cuota disponible, serán reducidas a esta cuota en el momento de
abrirse la sucesión.".
El artículo 921: "La reducción de las disposiciones entre vivos sólo podrá ser pedida por
aquellos en provecho de los cuales la ley hace la reserva por sus herederos o sucesores. Los
donatarios, los legatarios y acreedores del difunto, no podrán pedir esta reducción ni aprove-
charse de ella."
El artículo 922: "La reducción se determina formando una masa de todos los bienes exis-
tentes al fallecimiento del donante o testador. Se reúnen allí de una manera simulada aquellos
de que ha dispuesto por donaciones entre vivos, según su estado en la época de las donacio-
nes y su valor en tiempo del fallecimiento del donante. Se calcula sobre todos estos bienes,
después de haber deducido las deudas, cuál es, con relación a la calidad de los herederos que
deja, la cantidad de que ha podido disponer."
Así, aun si lo que ha sido dado hace mucho tiempo no excedía, en el momento en que fue
hecha la donación, la cuota de que puede disponer a su muerte el donante; pero si después de
la donación el valor de lo que ha sido dado, inmueble o título mobiliario, ha aumentado, es
preciso que haya reducción: se hace el cálculo sobre el valor que tiene el bien dado, no en el
momento de la donación, sino en el momento de la muerte. Todo acto de donación adolece,
pues, de una incertidumbre absoluta.
El artículo 929 dice: "Los inmuebles a recobrar por efecto de la reducción lo serán sin
cargo de deudas e hipotecas creadas por el donatario."
Recomiendo el artículo 930 a los que tienen la superstición de la propiedad individual:
"La acción, en reducción o reivindicación, podrá ser ejercida por los herederos contra los
terceros detentadores de los inmuebles, haciendo parte de las donaciones y ventas por los
donatarios, de la misma manera y en el mismo orden que contra los mismos donatarios."
¡Y qué poder de efectos retroactivos en el artículo 960 que sigue!
"Toda clase de donaciones entre vivos hecha por persona que no tuviese hijos o descen-
dientes vivos en el tiempo de la donación, de cualquier título que hayan sido hechas, y aun
cuando fuesen mutuas y remunera-trices, como aquellas que hubieran sido hechas en favor
del matrimonio por otros que no sean los ascendientes de los cónyuges, o por los cónyuges
uno a otro, quedarán revocadas de pleno derecho al sobrevenir un hijo legítimo del donante,
o por la legitimación de un hijo natural por matrimonio subsiguiente, sí ha nacido después
de la donación."
Es la gran proclamación burguesa del derecho del hijo, preludio de la magnífica procla-
mación comunista. Antes de nacer, antes siquiera de ser concebido, antes de que el matrimo-
nio de que ha de nacer esté contratado, el hijo tiene un derecho preexistente y superior a todo

79
otro. Tiene derecho sobre la propiedad de aquel de que un día ha de nacer; y todos los actos
por los cuales, aun antes de su nacimiento, ha sido cedida esta propiedad, todos estos actos
son nulos. La propiedad individual está comprometida por adelantado para las generaciones
desconocidas, y cuando el hijo nace, rompe, en el pasado, todas las combinaciones de pro-
piedad contrarias al derecho soberano de que le inviste la sociedad. Rompe la voluntad mis-
ma de aquel que no era todavía su padre, y que está reducido de repente al papel extraño de
administrador desaprobado de una fortuna cuyo verdadero propietario no está siquiera con-
cebido.
Pero nosotros no es al hijo de la familia burguesa al que reconocemos un derecho pre-
existente sobre la propiedad burguesa. En la gran idea comunista y humana, todo niño, todo
hijo del hombre, tiene un derecho preexistente sobre el conjunto de los medios de trabajo y
de vida de que la comunidad nacional puede disponer. Y el patrimonio social que queremos
crear a la nación, la propiedad común que queremos constituirle, es la garantía de este dere-
cho preexistente de todo hijo de la raza humana, como la propiedad familiar, tan celosamente
defendida por la ley de la revolución burguesa contra las usurpaciones individuales, es la
garantía del derecho preexistente del hijo de las clases poseedoras.
¡Y con qué cuidado la ley previene toda posibilidad de fraude! El abuelo podría sentirse
inclinado a favorecer a uno de sus nietos a costa de los otros. Y para esto podría dar la por-
ción de riqueza de que él dispone a uno de sus hijos, o a uno de sus hermanos y hermanas,
con encargo de transmitir preferentemente esta porción a tal o cual de sus nietos o de sus
sobrinos.
La ley prohíbe estas disposiciones de preferencia. Es preciso que la cuota disponible dada
por el abuelo a sus descendientes inmediatos sea repartida en seguida igualmente entre todos
los nietos.
Los artículos 1.048, 1.049 y 1,050 del Código civil son contundentes: "Los bienes de que
los padres y madres pueden disponer podrán ser dados por ellos, en todo o en parte, a uno o
varios de sus hijos, por actos entre vivos o testamentarios, con la condición de entregar estos
bienes a los hijos nacidos o por nacer, en primer grado solamente, de dichos donatarios. Será
valedera, en caso de muerte sin hijo, la disposición que el difunto haya hecho, por acto entre
vivos o testamentario, en provecho de uno a varios de sus hermanos o hermanas, de todo o
parte de los bienes que no son reservados por la ley en su sucesión, con la condición de en-
tregar estos bienes a los hijos nacidos o por nacer, en el primer grado solamente, de dichos
hermanos o hermanas donatarios. Las disposiciones permitidas por los dos artículos prece-
dentes no serán valederas sino cuando el cargo de restitución sea en provecho de todos tos
hijos nacidos o por nacer del perjudicado, sin excepción de edad o de sexo."
He aquí también una curiosa combinación de propiedad para asegurar contra todo embar-
gó individual y contra toda repartición de privilegio la propiedad familiar. El padre puede,
según la ley, disponer de un cuarto de su fortuna o de un tercio, según el número de sus hijos.
Esta cuota disponible puede, si teme la disipación de sus hijos, dársela, pero con la condición
de que la transmitan intacta a sus descendientes. Así, atraviesa sin perderse y sin gastarse una
primera generación para llegar entera a la segunda. Solamente es preciso que esta generación
sea llamada por completo a la participación. Y que todos los nietos estén asegurados de tener
una parte igual. La ley se encarga de llevar a destino y hasta la segunda generación la cuota
disponible dada por el ascendiente, con la condición de que será entregada en proporciones
iguales a todos los herederos del mismo orden, que no habrá ni preferencia ni privilegio. Así,
la cuota disponible, sustraída en la primera generación a la ley de participación igual, vuelve
a recaer en sus nietos; tiene derecho a hacerles llegar, por mediación de sus hijos, una por-
ción de sus bienes sobre la cual aquellos no tendrán ninguna parte. Pero no tiene derecho a
pensar en sus hijos nacidos o por nacer, sino con la condición de pensar igualmente en todos,
mayores o menores, muchachas y muchachos Con esta condición la ley vela por que la cuota
disponible llegue a los nietos. Obliga a los padres gravados con esta carga a colocar en valo-

80
res sólidos o en inmuebles los bienes que deben transmitir.
Artículo 1.062: "El que ha de restituir estará obligado a proceder a la venta, por avisos o
subastas, de todos los muebles y efectos comprendidos en la disposición."
Artículo 1.065: "Se hará por el restitutor, en el plazo de seis meses, a contar del día del
cierre del inventario, un empleo de las últimas sumas, de las que provienen del precio de los
muebles y efectos que hayan sido vendidos y de lo que haya sido recibido de los efectos
activos."
Así, cuando el abuelo, después de haber dejado, como la ley le obliga, los tres cuartos de
sus bienes a sus hijos, quiere hacer llegar a sus nietos el cuarto de que puede disponer, entre-
ga este cuarto en depósito en manos de sus hijos, que están obligados a constituir este depósi-
to en valores definidos, residentes e inalterables. Pueden percibir los frutos, pero no pueden
tocar al fondo. Y este depósito inalterable, cuando llegue a los nietos, se repartirá igualmente
entre ellos. El esfuerzo de la ley es inmenso y sutil para preservar de todo atentado individual
la propiedad familiar, fundada y protegida por el Estado.

***

¿Dónde está, pues, en todas estas combinaciones, la facultad de disponer, que es, según el
Código civil, la esencia misma de la propiedad? A decir verdad, y tomando las cosas en
conjunto y con altura, la completa propiedad individual no existe en Francia. Ningún indivi-
duo tiene el pleno derecho de disponer de sus bienes. Bajo la disciplina de la ley sucesoria,
todo propietario es más un depositario que un propietario. Tiene en depósito una propiedad
de clase de forma familiar y de base capitalista. No es al individuo a quien pertenecen lo que
llama sus bienes, sino a la serie indefinida de las generaciones, cuyo derecho representa y
defiende el Estado.
La propiedad capitalista existe, pues estos depositarios pueden servirse de la propiedad
familiar que tienen en depósito para explotar a los hombres que no tienen propiedad. Hay,
pues, propiedad capitalista y propiedad de clase. Pero, lo repito, apenas puede decirse que
hay propiedad individual, puesto que nadie dispone libremente de lo que posee, y se sustitu-
ye el Estado a los individuos para regular sin ellos y a su pesar el empleo de sus bienes.
¿Pero cómo, por qué razones, por qué principios la Revolución francesa ha justificado el
prodigioso atentado hecho por sus leyes sucesorias a la propiedad individual?

LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL DERECHO SUCESORIO

Míster Sagnac escribe en su libro, verdaderamente magistral, sobre la Legislación civil de


la Revolución francesa: "Después de haber fortificado el derecho de propiedad, los revolu-
cionarios lo debilitan. El individuo tiene el poder de usar y de abusar de sus bienes; pero es
un derecho esencial vitalicio, que no debe perjudicar nunca a la familia y a la sociedad. Por
encima del individuo están los grupos natural y artificial, la familia y el Estado, que no deben
ser sacrificados, y en interés de los cuales el legislador debe establecer las reglas de la trans-
misión de los bienes."
El Código civil, tal como ha sido fijado bajo el Consulado, no nos da más que una débil
idea de las audacias de la Revolución en materia sucesoria. La Constituyente, la Legislativa,
discutieron el problema, y las ideas más atrevidas fueron expuestas por Mirabeau, Petión y

81
Tronchet, pero no dieron resultado. Fue la Convención la que legisló. He aquí por qué: en la
Historia Socialista yo he reservado para la Convención la exp osición minuciosa y el análisis
crítico de esta parte tan importante de la idea y de la obra revolucionarias. La Convención no
hizo más que formular en leyes los principios afirmados en todas las Asambleas de la Revo-
lución. Estas leyes, bajo el punto de vista de la transmisión de los bienes, no se limitaban a
reducir el derecho de la propiedad individual, lo suprimían casi por completo.
Mientras que hoy el padre puede disponer de la mitad de su fortuna si tiene un hijo, del
tercio si tiene dos y del cuarto si tiene tres, y puede disponer de él en provecho de uno de sus
hijos, que recibirá así una parte más grande que los otros, la Convención decreta, el 7 de
marzo de 1793, que "la facultad de disponer de sus bienes, sea a causa de muerte, sea entre
vivos, sea por donación en línea directa, está abolida, y que, en consecuencia, todos los des-
cendientes tendrán una porción igual sobre los bienes de los ascendientes ". El padre no pue-
de favorecer a ninguno de sus hijos; el abuelo no puede favorecer a ninguno de sus nietos.
Todos recibirán absolutamente, matemáticamente, partes iguales. Es la supresión completa
del derecho de testar, del derecho de disponer en línea directa. No vale la voluntad individual
del ascendiente con relación a los hijos y a los nietos; no es verdaderamente propietario; no
es más que el gerente de una propiedad sobre la cual todos los descendientes del mismo
grado tienen, por la ley del Estado, un derecho igual y soberano. Y no solamente el ascen-
diente no puede favorecer a ninguno de sus descendientes, no solamente no puede aumentar
la parte de ninguno de ellos, dándole la cuota disponible, sino que esta cuota está reducida a
casi nada. El padre no puede disponer de una mitad, de un tercio o de un cuarto de su fortu-
na. Las leyes de la Convención de 1793 no permiten al ascendiente, si tiene descendientes,
hijos o nietos, disponer más que de un décimo.
Así, el hombre que tiene descendientes no puede hacer acto de voluntad más que de un
décimo de sus bienes. Y ni aun puede usar de este décimo con libertad completa, puesto que
no puede servirse de él para aumentar la parte de uno de sus herederos, hijos o nietos. Sólo
puede darlo a otros que no sean sus herederos. De ningún modo esta débil cuota disponible
del décimo ha de servir para romper la igualdad absoluta, la igualdad matemática, reclamada
por la ley, entre los descendientes, y en restablecer una especie de derecho .de primogenitura
o de privilegio de uno de ellos. Si el padre quiere disponer del décimo que le deja la ley, es
preciso que lo lleve fuera del círculo de sus herederos, es preciso que lo dé a parientes más
lejanos o a extraños. Y así, la ley trabaja doblemente en la dispersión, en el fraccionamiento
de la fortuna del padre; en primer lugar, instituyendo entre todos los hijos la participación
rigurosamente igual de las nueve décimas de la fortuna, y después obligando al padre, si no
quiere someter la última décima á la ley de participación igual, a llevarla fuera de la familia
inmediata.
Además, mientras que hoy el artículo 915 del Código civil permite al ciudadano que no
tiene descendientes disponer de la mitad de sus bienes, si deja uno o varios ascendientes en
cada una de las líneas paterna o materna, y de los tres cuartos si no deja ascendientes más
que en una línea, la ley de la Convención no permite al ciudadano, si deja ascendientes, cual-
quiera que sea el número, disponer más que de un sexto.

***

Verdaderamente, bajo el punto de vista del derecho tan importante de disponer de los
bienes por donación o testamento, la propiedad individual en el derecho revolucionario no
existe.
El Comité de legislación de la Convención quería ir más lejos todavía en la vía del frac-
cionamiento igual y obligatorio de las fortunas, en la sustitución de la propiedad familiar
indefinida a la propiedad individual. Pensó en admitir simultáneamente a todos los miembros
de la familia, los hermanos y las hermanas como a los hijos, en la participación de la suce-

82
sión. No se decidió a ello, sin embargo, a pesar de las instancias de Durand Maillane. Pero tal
como es el Código civil de la Convención, destruye en el fondo una parte esencial de los
derechos cuyo conjunto constituye la propiedad individual.
La facultad de disponer, que es la esencia misma de la propiedad individual, no es sim-
ple; se puede ejercer bajo diversas formas y en diversas direcciones. La Convención elimina
una de estas formas, cierra una de estas direcciones; y M. Sagnac, resumiendo en este punto
la obra revolucionaria, ha escrito sin ninguna idea preconcebida de este sistema:
"La fortuna pertenece menos al individuo que a la familia; es decir, a todos los parientes,
por muy lejanos que sean.
El individuo no tiene verdaderamente en toda propiedad el derecho absoluto de usar, de
abusar, de disponer, más que en la sexta o la décima de su haber, y ni siquiera puede servirse
de esta porción disponible para destruir "la santa igualdad" entre los sucesores; de suerte, que
si no la deja a sus herederos, lo que sería preferible, la dejará necesariamente a otras perso-
nas, lo que dividirá siempre las riquezas."
Y estas leyes tan atrevidas, tan vigorosas, que desmembraban el derecho de propiedad in-
dividual y lo sustituían por una propiedad familiar fundada sobre la voluntad del Estado, la
Convención decide, por un golpe. de audacia revolucionaria incomparable, que tengan un
efecto retroactivo hasta el 14 de julio de 1789. Proclama que desde el 14 de julio de 1789 la
nación ha entrado virtualmente en posesión de todos sus derechos, que todos los privilegios y
abusos del paso están abolidos de hecho como de derecho desde esta fecha, y que los inevi-
tables plazos tomados por la Revolución para formular en leyes el derecho no podrían ser
una prolongación de la iniquidad antigua. Decreta en consecuencia que todas las sucesiones
abiertas desde el mes de julio de 1789 al mes de noviembre de 1793 estarán reguladas por la
ley nueva. Todas las donaciones, todos los testamentos por los cuales los ciudadanos dispon-
gan de más del sexto o del décimo de sus bienes, son anulados; toda desigualdad de partici-
pación entre los hijos es retroactivamente abolida. Los primogénitos o los que han recibido
más que su parte están obligados a devolverla inmediatamente a la masa, a fin de que se haga
un nuevo reparto, en el cual los menores, los desheredados, los menos favorecidos, reciban
su parte igual y justa. Así, en cuatro años, toda la vida social se trastorna y revuelve hasta su
fondo; todas las relaciones domésticas se modifican; todas las relaciones de propiedad se
cambian; todas las raíces de la propiedad individual son arrancadas, y es un derecho social
nuevo quien bajo la forma de la propiedad familiar y de la igualdad forzosa en la participa-
ción arroja, por decirlo así, el derecho absoluto de la propiedad individual.
¿Nos contestarán que estas disposiciones tan vigorosas del derecho revolucionario han
sido debilitadas después y atenuadas ? Sí lo han sido por el Consulado, bajo la influencia de
Bonaparte, que quería restablecer el despotismo paternal, como contrafuerte del despotismo
imperial, y constituir de nuevo en monarquía la familia, de la cual la República había hecho,
en el orden de la propiedad, una república igualitaria. Pero cualesquiera que sean los reto-
ques que el Consulado ha hecho sufrir al derecho de la Revolución, ,éste subsiste todavía, a
pesar de todo, en el Código civil. La reacción consular lo ha debilitado; no ha podido abolir-
lo. Y hoy, en materia de sucesiones, la propiedad individual no funciona.

* * *

La Revolución, al declarar que no pretendía tocar al derecho sagrado de propiedad, se


daba perfecta cuenta de que por sus leyes sucesorias la limitaba y la desmembraba. Y para
fundamentarse en ella formulaba una teoría enteramente social de la propiedad. Si ésta es un
prolongamiento de la persona humana, si procede del individuo, ¿con qué derecho arrebata a
los individuos la facultad de disponer de sus bienes por donación o testamento? ¿Con qué
derecho sustituirlos para el empleo decisivo de su fortuna, para la elección de los que deben

83
continuar usándola y desenvolviendo sus gérmenes?
La Revolución responde clara y osadamente por todos sus grandes hombres: por Mira-
beau como por Robespierre, por sus grandes economistas y sus grandes juristas, por Dupont
de Nemours como por Tronchet, que la propiedad es un hecho social que deriva de la socie-
dad, que no existe y no puede existir más que por la sociedad; en su propio interés y en el de
la libertad, ha dado a este hecho social la forma individual; pero que los individuos, no pose-
yendo más que en virtud de la sociedad, deben en el uso que hacen de su propiedad estar
sometidos a las leyes, a las condiciones que la sociedad les impone. La Revolución añade
que ya es bastante para el individuo tener de por vida, y por actos que no comprometen el
fondo de la propiedad, la administración libre del dominio particular que se ha constituido en
la actividad social. No puede pretender prolongar su derecho, su voluntad, más allá de la
tumba, y mandar en la muerte. Hay que abolirlo. Y hoy, en materia de sucesiones, la propie-
dad es en su lugar quien, durante su vida de individuo, le prohíbe las disposiciones arbitra-
rias, cuyos efectos se extenderían más allá de su vida.
He aquí un principio en nombre del cual el Estado interviene para arreglar, en lugar del
individuo, sin él o contra él, la transmisión de sus bienes. No tengo necesidad de decir que no
es para crear una propiedad social, común a todos los hombres, por lo que la Revolución
burguesa proclama el carácter" social de la propiedad: es solamente para crear una propiedad
familiar, común a todos los miembros de la familia. Pero ahora que ha llegado el momento
de crear en provecho de todos los hombres, de todos los trabajadores, esta propiedad común,
nosotros podemos invocar, para una obra más vasta la definición social de la propiedad, ante
la cual se detuvo la burguesía revolucionaria, que no podía combatir el derecho de primoge-
nitura, las sustituciones, toda la supervivencia del derecho feudal, prolongado por la libertad
de testar, sino limitando el derecho de las voluntades individuales y subordinando la propie-
dad individual al derecho social.

II

¿Por qué razones la Revolución, después de haber proclamado el derecho de la sociedad a


regular la transmisión de los bienes, usó de este derecho para someter todas las sucesiones a
la ley de participación igual, para ligar tan estrechamente la voluntad del ascendiente? Dio
tres razones: una de combate, de eterno combate; las otras dos esenciales.
Declaró en primer lugar que en los grandes movimientos humanos, en las grandes crisis
revolucionarias, los padres estaban con demasiada frecuencia unidos al pasado; que al con-
trario, las generaciones nuevas comprendían los tiempos nuevos. Era, pues, imprudente dejar
a los padres el derecho de castigar, desheredándolos, a aquellos de sus hijos que sostenían el
orden nuevo y se entregaban al progreso de la humanidad. Dejar a los padres la completa
disposición de sus bienes era permitirles recompensar y fortificar a aquellos de sus hijos que
adulasen sus prejuicios; era acrecentar, por consiguiente, el poder del pasado, prolongarlo
sobre la sociedad nueva. El solo medio de abrir el camino al porvenir era asegurar a todos los
hijos, hasta a aquellos cuya osadía inquietaba el carácter naturalmente conservador de los
padres, una parte igual de herencia, un igual medio de acción. Ya lo hemos visto; la Revolu-
ción rompe todos los actos sucesorios que durante cuatro años han podido violar la igualdad,
y no vacila, según la frase de un convencional apasionado, "en perseguir la aristocracia hasta
en las tumbas".
Así, en nombre del movimiento revolucionario, en nombre del movimiento humano y del
progreso indefinido de las sociedades, la Revolución suprime, en todo lo que puede ligar el
porvenir, el derecho individual de disponer, es decir, uno de los elementos esenciales de la
propiedad individual. La fuerza revolucionaria de las cosas proclama desde entonces, por la

84
Convención, que una primera y decisiva restricción de la propiedad individual es la condi-
ción misma del progreso de la humanidad, del libre movimiento de las sociedades y de los
espíritus.
Pero la Revolución, para instituir la participación igual forzosa entre todos los hijos, entre
todos los parientes del mismo grado, invoca también la Naturaleza. La Naturaleza quiere que
todos los hijos sean tratados igualmente por el padre. La Naturaleza quiere que ninguna pre-
ferencia arbitraria, que ningún privilegio legal rompa la igualdad de los hermanos, que, vi-
viendo juntos, no pueden plenamente amarse bajo una disciplina desigual. Es exponer a los
hijos desheredados a un cruel sufrimiento, establecer bruscamente una desproporción de
fortuna, una desigualdad social entre ellos y sus hermanos más favorecidos, con los cuales
parecía que todo debiese serles común. Y cuando este sufrimiento se ocasiona a los hijos por
la voluntad del padre, es un acto contra la Naturaleza.
En nombre, pues, del derecho de la Naturaleza, la Revolución asegura la igualdad en la
participación de los bienes entre los hijos. Pero hay que tener cuidado; esta Naturaleza equi-
tativa y buena que interviene en la vida social de cada familia, no es en el individuo en quien
se expresa. La ley no deja a la sensibilidad de cada ciudadano, a las afecciones naturales del
padre, el cuidado de operar entre todos los miembros de la familia una repartición justa y
buena de la hacienda familiar. Puede ser que el padre ceda a preferencias injustas, a capri-
chos de ternura, a prevenciones ciegas, al orgullo de casta, que se complace en concentrar
sobre una sola cabeza todos los rayos de la fortuna familiar, o tamb ién a esa especie de ava-
ricia póstuma que gusta sobrevivirse en la integridad del patrimonio legado todo entero o
casi todo entero a uno de sus hijos. Entonces, en el corazón del padre, en la conciencia del
individuo, la Naturaleza está falseada, y la ley es la guardiana fiel, la intérprete verdadera de
la Naturaleza. La ley se convierte en la Naturaleza misma. Es el Estado, el gran corazón
paternal, siempre seguro, siempre igual a sí mismo, siempre animado, hacia los miembros de
una misma familia, de una misma ternura. Es el Estado quien sustituye la inflexible igualdad
de su ternura imparcial al efecto, a menudo desarreglado, parcial, egoísta, del padre o de la
madre. Es una alta y firme sensibilidad colectiva que interviene para prevenir todos los ex-
travíos de las sensibilidades individuales, todos los desfallecimientos o todas las parcialida-
des de los afectos particulares.
Así, los afectos naturales son en cierto modo transportados a otra esfera, a la esfera del
Estado. No es la socialización de la propiedad, puesto que el Estado sólo impide que el indi-
viduo disponga de ella para asegurar mejor a la familia. Pero es la socialización de los debe-
res de familia, de los afectos de familia, puesto que el Estado sustituye al padre, para llenar
hacia los hijos, por el reparto igual de la fortuna, el deber de igual ternura que quizás el pa-
dre, prevenido, orgulloso o extrañamente avaro, no cumpliría. Proclamar el derecho de la
Naturaleza y transferir a la sociedad el ejercicio de este derecho es una de las más atrevidas
transposiciones de la naturaleza humana en derecho social, de la sensibilidad individual en
sensibilidad social, que se pueda imaginar.
Pero en verdad, la sociedad burguesa y la Revolución burguesa encierran en límites bien
estrechos este derecho social y esta sensibilidad social. Aumentemos la esfera de la sensibili-
dad colectiva y del deber colectivo a medida que se aumentan las necesidades de la misma
naturaleza humana. Además, la Naturaleza no exige solamente que los hijos de una misma
familia sean tratados con igual ternura. Ahora que la nación es cada vez más una realidad;
ahora que las relaciones de los hombres se encadenan; ahora que una solidaridad creciente
une todas las porciones del país unificado; ahora que la igualdad de los derechos políticos y
un principio de universal cultura, acercando por diversos puntos la clase proletaria a la clase
capitalista y burguesa, hacen sentir más viva y cruelmente a los proletarios todo lo que les
falta de garantías, de bienestar y de derechos, como los segundones de la familia sufrían
tanto más de la desigualdad familiar, por estar sin cesar en contacto con el hijo privilegiado
por la irónica familiaridad de la vida común, ahora, pues, el grito de la Naturaleza se agran-

85
da, y ya no es la igualdad familiar, es la igualdad social la que reclama para todos los hijos de
la misma nación, convertida en una gran familia.
No se trata, para responder a este llamamiento más vasto de la Naturaleza, a este grito
más hondo de la humanidad, de proceder entre todos los hijos de la nación a un reparto igual
de los dominios y de las fortunas, como la Revolución ha procedido al reparto igual de cada
fortuna entre todos los hijos de la familia.
No; a un derecho nuevo corresponden medios nuevos. El Estado satisfará a la naturaleza
humana más exigente, y cumplirá su deber social asegurando a todos los ciudadanos, sin
excepción ninguna, el derecho pleno a la vida por el trabajo, es decir, el derecho al trabajo y
al producto íntegro del trabajo. El Estado sólo tiene un medio para conseguirlo: asegurar a
todo ciudadano la copropiedad de los medios de trabajo convertidos en propiedad colectiva.
No es el derecho de primogenitura de un individuo lo que hace falta abolir en el interior
de la familia, es el derecho de primogenitura de una clase en el interior de la nación. Y lo
mismo que la nación revolucionaria, hace ciento veinte años, ha abolido de la propiedad
individual todo lo que se Oponía al derecho de los hijos de una misma familia, la nación
revolucionaria, bajo la inspiración creciente del proletariado, abolirá de la propiedad indiv i-
dual todo lo que se opone al derecho de todos los ciudadanos. Lo mismo también que la
Revolución, hace ciento veinte años, para asegurar el derecho de los miembros de la familia,
ha creado, a expensas de la propiedad individual, la propiedad familiar, lo mismo la Revolu-
ción nueva, proletaria y humana, para asegurar el derecho, de los miembros de la sociedad,
creará, a expensas de la propiedad individual y burguesa, la propiedad social, la propiedad
común.

***

En fin, si la Revolución ha decretado la participación igual de los bienes en el interior de


cada familia, entre todos los descendientes de un mismo grado, si ha llamado a la participa-
ción lo más ampliamente posible a los descendientes de los diversos grados, es para realizar
todo lo posible la igualdad de las fortunas; es para rebajar, por la división obligatoria, las
grandes fortunas y acercarlas a las medianas; es para rebajar todo lo posible las fortunas
medianas y acercarlas a las pequeñas.
La Convención esperaba, diseminando y fraccionando en cada generación las fortunas
adquiridas, prevenir la excesiva desproporción de los bienes. Esperaba, por la intervención
de la igualdad familiar, realizar el más alto grado posible de igualdad social. A decir verdad,
no podía imaginar otro camino. La participación universal e igual de todos los bienes entre
todos los ciudadanos es un sistema absurdo, bárbaro e insostenible. Y por otra parte, ni los
espíritus estaban preparados para la propiedad común de los medios de producción, ni la
técnica de la industria, que se ensayaba apenas en la manufactura y que estaba todavía cerca
del pequeño taller, permitía concebir, por las condiciones existentes, la producción comunis-
ta, y como condición de ésta, la propiedad comunista. La Convención no podía, pues, buscar
la igualdad social más que por un procedimiento indirecto, por el fraccionamiento igual y
periódico de la propiedad familiar entre los miembros de la familia, por la restricción y casi
abolición del derecho individual de disponer.
La burguesía revolucionaria, de la cual la Convención fue la expresión más atrevida, es-
taba aguijoneada en la vía de la participación igual por dos razones urgentes. En primer lu-
gar, quería concluir con el régimen feudal y nobiliario. Quería desarraigarlo de tal modo, que
ninguna rama pudiese brotar algún día como por sorpresa. Quería perseguirlo en todos sus
disfraces, metamorfosis y falsificaciones, para que jamás pudiese aparecer, bajo una forma'
cualquiera, más moderna y burguesa. Además, si el padre había podido disponer libremente
de sus bienes, ¿quién le impedía constituir en provecho de su hijo primogénito un verdadero
derecho de primogenitura, que fuese como el prolongamiento burgués del derecho de primo-

86
genitura del antiguo régimen? ¿Quién le impedía también, si su voluntad de testador era
soberana, precisar que los bienes que él legaba a su hijo primogénito debían ser a su vez
legados por éste a su hijo primogénito, y así sucesivamente durante varias generaciones?
Era esto lo que se llamaba el derecho de sustitución, que constituía una propiedad intan-
gible, de la cual la voluntad del testador, creando a través del tiempo toda una serie de privi-
legios, determinaba por adelantado y por varias generaciones la transmisión hereditaria. Era
un resto del régimen feudal, un prolongamiento del espíritu de casta que perpetuaba sobre la
cabeza de los hijos y de los nietos privilegiados el orgullo de la fortuna y del nombre. Así,
por una curiosa paradoja, o más bien, por una natural consecuencia, el ejercicio soberana-
mente libre de la voluntad individual terminaba en la restauración burguesa de la casta nobi-
liaria. La plenitud de la propiedad individual ejerciendo su derecho más allá de la misma
tumba, reconstituía, al menos en parte, el régimen feudal. Y era imposible a la burguesía
revolucionaria prevenir el renacimiento de éste sin limitar, y casi suprimir, hasta en la trans-
misión de las propiedades burguesas, la facultad de disponer, el derecho individual.
Esto salta a la vista, en la breve y curiosa relación por la cual Laplaigne pide a la Con-
vención, que dio inmediatamente un decreto en este sentido, la abolición y la prohibición de
toda sustitución. (Sesión del 19 de octubre de 1792, tomo LII de los Archivos parlamenta-
rios.) Visiblemente, Laplaigne no puede combatir el régimen de las sustituciones sin comb a-
tir al mismo tiempo toda facultad de participación desigual. No puedo citar aquí más que
algunas líneas muy características:
"Bajo un régimen verdaderamente republicano y en un país que aborrece toda clase de
aristocracia y de despotismo, en una organización social, en una palabra, absolutamente
fundada sobre la igualdad —Laplaigne es quien ha subrayado la palabra—, el uso de seme-
jantes disposiciones sería una monstruosidad política, por lo mismo que perpetuaría con la
desigualdad de las participaciones en las familias, la aristocracia de las propiedades y
acumularía durante varias generaciones sobre cabezas privilegiadas fortunas capaces de
alarmar la libertad pública... Todas las disposiciones de este género, teniendo por objeto
principal impedir la división de las herencias, tan favorable, tan necesaria a la libertad, y de
perpetuar así, de grado en grado, el despotismo de las propiedades, y por consiguiente, de
las personas, deben ser envueltas en la misma proscripción."
Como se ve, la Convención no puede proscribir las sustituciones, "resto impuro de las le-
yes feudales", como dice Laplaigne, sino proscribiendo toda desigualdad de participación; no
puede defenderse contra el régimen feudal sino suprimiendo, bajo el punto de vista de la
transmisión de los bienes, el derecho de disponer, forma suprema del derecho de propiedad.
La Convención no se limitó, pues, a prohibir las sustituciones para el porvenir. Suprimió
sin indemnización todas aquellas cuyos beneficios designados, nacidos o por nacer, no habí-
an entrado todavía en posesión, y este será un elocuente ejemplo con el cual Lassalle, en uno
de los más vigorosos capítulos de su libro sobre los Derechos adquiridos, ilustrará su teoría
revolucionaria del derecho.
La Convención estaba impelida además en este camino por las reclamaciones de los pro-
letarios, que comenzaban a hacer ver a la Revolución que no querían ser engañados. La Re-
volución respondía: "Nada de ley agraria; nada de anarquía; nada de nivelación violenta de
las fortunas, sino nivelación gradual por la participación igual de los bienes de las familias
entre todos los parientes de un mismo grado." Podría multiplicar los ejemplos y las pruebas.
Lo que ha resultado de esta promesa y de esta esperanza ya se sabe. Pero lo que yo sos-
tengo es que la Convención ha creído, por la igualdad familiar, preparar la igualdad social: es
que no ha temido tocar, en un interés de igualdad social, a una parte esencial del derecho de
propiedad individual. Y en nombre del derecho de propiedad, en nombre de la propiedad
individual, los contrarrevolucionarios, los defensores del antiguo régimen, pedían el mante-
nimiento de la facultad de disponer y de la desigualdad de las participaciones.
Cuando los radicales, para oponerse a la constitución cada vez más extensa de una pro-

87
piedad colectiva y social de los medios de producción, capaz de asegurar la independencia de
todos los trabajadores y de abolir todo el privilegio capitalista, invocan la propiedad indivi-
dual, recogen, en tiempos nuevos y con cuestiones nuevas, la teoría de los contrarrevolucio-
narios: rehacen el discurso de Cazalés.

LA PROPIEDAD INDIVIDUAL Y LAS LEYES BURGUESAS DE EX-


PROPIACIÓN

I
La declaración de los derechos del hombre ha proclamado que nadie podía ser privado de
su propiedad más que por una ley y bajo condición de una justa y previa indemnización.
Seguramente, es una garantía dada a la propiedad. No es menos cierto que la sociedad bur-
guesa está obligada a prever, en la carta misma de sus derechos, la expropiación legal por
causa de utilidad pública. No se ataca el fondo de la propiedad, puesto que el individuo ex-
propiado recibe el equivalente de lo que la sociedad le quita. Pero la sociedad se reconoce el
derecho de cambiar, en manos del individuo, la forma de su propiedad. Tenía un campo, una
casa, un jardín, una fábrica; la ley le quita su campo, su casa, su jardín, su fábrica, y le entre-
ga un valor de otro orden, una suma de dinero o un título de renta. En vano el propietario dirá
que aprecia más la forma particular de su propiedad que el valor mismo de esta propiedad.
La ley, en interés de la sociedad, le expropia de sus costumbres, hace violencia a su voluntad,
y en el código burgués mismo, y en interés de la sociedad burguesa, el derecho social limita o
rechaza el derecho absoluto de la propiedad individual.
Comprendo perfectamente que la ley burguesa de expropiación no sale de la esfera de la
propiedad individual. Es el individuo quien continúa poseyendo. Solamente que lo que pose-
ía bajo una forma lo posee ahora bajo otra. De esto a la expropiación socialista, que cambiará
el sistema de la propiedad, que hará pasar la propiedad de los medios de producción de los
individuos a la comunidad nacional, hay un abismo. Y este abismo sólo el movimiento de
clase del proletariado organizado puede franquearlo. Tengo el derecho, sin embargo, de
deducir que desde hoy, y en la misma ley burguesa, la forma de la propiedad individual está
a merced del poder social. Y es este un hecho jurídico cuyas consecuencias sociales pueden
ser grandes.
Inmediatamente, este artículo de la declaración de los derechos del hombre fue invocado
por los revolucionarios mismos para limitar el derecho de propiedad. Desde fines de 1792,
cuando la carestía de los granos y del pan sublevó al pueblo en muchas regiones, cuando los
demócratas más entusiastas propusieron a la Convención que fijase por la ley el precio de los
géneros, al principio sintió aquélla escrúpulo. La mayoría decía que, después de haber regu-
lado por la ley los precios de los granos, sería preciso regular también el precio de todos los
productos de la tierra; pero fijar así por la ley el precio de los productos del suelo, ¿no es
atentar al derecho de propiedad? Si el propietario no puede vender sus productos al precio
determinado por la oferta y la demanda, si no puede venderlos mas que al precio fijado por la
sociedad, ésta es la que se convierte en verdadera propietaria de los productos del suelo;
dispone de ellos en lugar del propietario individual y éste pierde la facultad de disponer que
caracteriza la propiedad individual. Así, La Convención, en sus principios, repugnaba, por
respeto a la propiedad, entrar en el sistema de la tasación de los granos, que debía conducirla
en seguida al establecimiento del máximum para todos los .productos.

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¿Pero qué respondían los más entusiastas revolucionarios? Sí; fijando el precio de los
productos, el Estado reemplaza en la propiedad de estos productos al propietario individual;
pero lo indemniza por el precio que ha fijado, y puesto que la ley permite la expropiación de
fondos mediante indemnización, ¿por qué no permite lo mismo la expropiación de los pro-
ductos? Beffroy, en la sesión del 8 de diciembre de 1792, dio al argumento una forma sor-
prendente: "Nos quejamos de que se considere la propiedad de los granos como más sagrada
que las otras. En efecto, el Estado tiene necesidad de mi casa. de mi jardín, de mi campo, y
me lo quita. ¿Puedo yo acaso ser indemnizado nunca de las comodidades de mi domicilio, de
los caprichos mismos de su distribución? ¿Puedo yo ser nunca indemnizado por mi jardín,
arreglado según mis gustos, mi carácter y mi fortuna? Y si es verdad que la sociedad no viola
la propiedad apoderándose legalmente de la materia que produce porque paga su valor, ¿no
será lo mismo con la producción?"
Por una extensión repentina del derecho de expropiación por causa de utilidad pública, el
Estado reemplaza a los individuos en la disposición de todos los productos del suelo. En
aplicación del artículo de la declaración de los derechos del hombre que prevé la expropia-
ción legal con la indemnización, la Convención decretará al fin por el máximum la tutela
legal de la sociedad sobre todos los productos de la tierra y de la industria. De pronto se nos
advierte, por los revolucionarios burgueses, de las grandes consecuencias que pueden salir de
este principio, de las grandes expropiaciones legales que pueden salir de este germen de
expropiación

***

La propiedad individual resistía; las costumbres violentadas por la ley de expropiación


luchaban y recurrían a toda clase de astucias. La cláusula de la declaración de los derechos
que exigía que la indemnización fuese previa, favorecía esta resistencia de los propietarios.
Bromeaban sobre la cifra de la indemnización; suscitaban procesos sobre procesos, y a fuer-
za de artificios de procedimiento conseguían a menudo fatigar al Estado.
Pero he aquí que en 1831 se abre la primera brecha al principio de la indemnización pre-
via. La Revolución de Julio pudo temer por un momento un asalto general de la Europa con-
trarrevolucionaria. Era preciso crear de prisa medios de defensa, levantar fortificaciones.
¿Qué hubiera sucedido si los propietarios con sus astucias hubiesen retardado las expropia-
ciones necesarias? La ley de 1831 decide que, para los trabajos que interesan a la defensa
nacional, el Estado no esperará que los conflictos originados por los propietarios sobre el
importe de la indemnización estén arreglados. Podrá reclamar la urgencia y tomar posesión
de los terrenos de que tenga necesidad; la indemnización se arreglará más tarde; deja, pues,
de ser previa.
Así, el propietario individual se encuentra de pronto enfrente de un hecho consumado, es
expropiado de sus bienes antes de saber qué cantidad de indemnización le será concedida.
Sin duda, esta gran excusa de la Defensa nacional era necesaria para violar una garantía
esencial dada a la propiedad por la declaración de los derechos del hombre e inscrita de nue-
vo en la Carta de 1830. Pero por la brecha abierta en nombre de la patria van a pasar las
grandes compañías capitalistas.
Emprendiéronse, bajo Luis Felipe, muchos trabajos públicos. La burguesía financiera, in-
dustrial y censataria multiplica los canales; emprende, con el apoyo de primas del Estado, de
subvenciones y de garantías de interés, la construcción de vías férreas. Todos estos canales
proyectados, todas estas vías férreas que van a surcar el territorio, van a trastornar las propie-
dades individuales: ¡cuántos domicilios derribados!, ¡cuántos jardines arrasados!, ¡cuántas
fincas pequeñas o grandes atravesadas o cortadas en dos! Y si los propietarios resisten, si
agotan, a propósito de la cifra de indemnización, todos los plazos de procedimiento, ¡cuánto
tie mpo perdido! Las líneas de caminos de hierro concedidas no podrán entrar en construcción

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sino diez o doce años después de su concesión; bastará la obstinación de algunos propietarios
sobre el trayecto proyectado para estancar los capitales en una espera improductiva o para
obligar a la línea a rodeos absurdos y ruinosos.
La gran burguesía capitalista de Luis Felipe no lo entiende así. Y en mayo de 1841 obtie-
ne una ley de expropiación que pone a su merced las propiedades individuales. No solamente
la ley prevé que los canales y las vías férreas deben beneficiarse del derecho de expropiación
por causa de utilidad pública, sino que decide que, cuando haya urgencia, las compañías
capitalistas podrán tomar posesión de los terrenos no edificados antes del reglamento defini-
tivo de la indemnización. Que la propiedad rústica se encolerice y se queje. Su campo será
arrebatado y la vía triunfal trazada por las grandes compañías colocará sus barras de metal
antes que el conflicto relativo a la indemnización esté resuelto.
Proudhon, con una especie de ironía exaltada y victoriosa, notaba, a propósito de esta ley
de 1841, las contradicciones de la propiedad burguesa, obligada así, por su propio desenvol-
vimiento, a negarse a sí misma. En vano que en el mismo Parlamento se manifestaban pro-
testas y se elevaban inquietudes. En vano que Villemain y muchos más exclamaban que la
Carta guardadora de la propiedad estaba violada y la misma propiedad amenazada. Las exi-
gencias combinadas de la civilización y del capitalismo lo arrastraban todo.
¡Oh! Ya sé que todavía no hemos salido del sistema de la propiedad individual. El valor
de la propiedad subsiste en manos de los individuos; sólo ha cambiado la forma. Pero cuando
este cambio de forma se produce en tales proporciones, cuando para los trabajos de los ayun-
tamientos, del Estado, de los departamentos, de las grandes compañías concesionarias, la
expropiación por causa de utilidad pública funciona; cuando millones de propietarios están
obligados a abandonar su propiedad al poder social hasta su indemnización; cuando están
rotos todos los lazos de hábito y afecto por los cuales la propiedad está unida al corazón del
hombre; cuando el mismo capitalismo, no teniendo en cuenta ni las conveniencias, ni los
recuerdos, ni siquiera los intereses, sustituye un valor abstracto e indiferente a la propiedad
real, substancial y particular, que a menudo hacía cuerpo con el individuo, tengo derecho a
decir que la misma sociedad burguesa ha creado, bajo su legalidad propia, procedimientos
formidables de expropiación.

II

¿Qué hará la Revolución social ya comenzada? ¿Qué hará la Revolución comunista


cuando llegue al término de su desarrollo? Sin duda creará un sistema completamente nuevo
de propiedad: sustituirá la propiedad común de los medios de producción a la propiedad
capitalista y burguesa. Pero con- relación a los individuos expropiados, puede que haya un
simple cambio de forma de propiedad. No quiero tratar hoy, según Marx, según Liebknecht,
según Vandervelde, la cuestión de la indemnización; pero nada impide creer que los detenta-
dores actuales de la propiedad reciban, por ejemplo, durante un cierto período, una asigna-
ción sobre los productos de la producción colectivista. Esto sería la indemnización socialista,
la indemnización revolucionaria.
¿Qué objeción jurídica podría oponer la sociedad burguesa después -de los precedentes
legales que ella misma ha creado? La noción de la utilidad pública, introducida en el código
burgués para limitar el derecho absoluto de la propiedad individual, va transformándose y
extendiéndose a medida que se transforma la mis ma sociedad. Los revolucionarios burgueses
de la Constituyente se habrían indignado en 1789 si se les hubiese dicho que el artículo inser-
to por ellos en la declaración de los derechos del hombre sería invocado tres años más tarde
por los revolucionarios burgueses de la Convención para justificar el establecimiento del

90
máximun, la tasación universal de los productos, es decir, la expropiación universal del cam-
bio, esa parte esencial de la propiedad individual. Y los convencionales, a su vez, se habrían
indignado si se les hubiese anunciado que cincuenta años más tarde, bajo el reinado de la
burguesía censataria, el derecho social de expropiación se ejercía en provecho de las grandes
compañías capitalistas, que hasta serían dispensadas del pago previo de la indemnización. Y
sin embargo, la fuerza de las cosas lo ha querido así. Ha transformado, extendido, suavizado
el concepto de utilidad pública, regla y medida del derecho de expropiación.
¿No tenemos ahora derecho a decir que la utilidad pública exige la expropiación general
de la clase capitalista en provecho de la comunidad organizada?
Sí; es de utilidad pública que el proletario sea llamado a la completa independencia y a la
gran vida de la cooperación social. Es de utilidad pública que la contradicción entre la sobe-
ranía política del ciudadano y la esclavitud económica del asalariado tenga fin. Es de utili-
dad, y hasta de necesidad pública, que la lucha de clases, que es hoy la condición misma del
progreso, pero que es para la humanidad una tristeza y una vergüenza, tenga un término; no
puede concluir sino por cambio de la propiedad de clase en propiedad común y humana. Es,
pues, de utilidad pública la expropiación general de la clase capitalista en provecho de la
comunidad, y por la fuerza de los sucesos, el mismo código burgués toma un sentido revolu-
cionario. Invocando el artículo del código burgués podrán realizar el paso de la legalidad
burguesa a la legalidad comunista.

***

El gran ministro inglés Mr. Gladstone, siendo Jefe del Gobierno, había propuesto un vas-
to plan de expropiación que participaba a la vez de la expropiación legal y de la expropiación
revolucionaria. Es, en mi concepto, el proyecto más audaz concebido por un gobernante
desde que la Revolución francesa se apoderó de los bienes de la Iglesia y cuatro mil propie-
dades de emigrados. Mr. Gladstone se proponía expropiar a todos los landlords, a todos los
grandes propietarios ingleses que detentan la mayor parte de la tierra de Irlanda. Habiendo
intentado inútilmente por la represión y por los paliativos llevar la paz social a Irlanda,
habiendo intentado en vano proteger a los colosos irlandeses sin indisponer a los propietarios
ingleses, Mr. Gladstone había adquirido la convicción de que el orden social no estaría ase-
gurado en Irlanda hasta que la tierra irlandesa no perteneciese a los irlandeses. No quería y
no podía desposeer pura y simplemente a los landlords. Imaginó, pues, rescatar por medio de
un presupuesto inglés todos los dominios irlandeses de los landlords y entregarlos en propie-
dad a Irlanda, que, como Estado relativamente autónomo, hubiese administrado o vendido en
parcelas al pueblo irlandés.
¿Pero quién cargaría con los gastos de la operación? No había que pensar en' cargarlos a
Inglaterra; jamás el contribuyente inglés hubiese consentido en pagar a los lanliords, por
cuenta de los irlandeses y en su provecho, la tierra de Irlanda.
Y por otra parte, si Irlanda tenía que indemnizar a Inglaterra, estaba obligada a imponer a
sus colonos fuertes arriendos, y la miseria continuaría agobiando al pueblo irlandés. Mr.
Gladstone imaginó una combinación atrevida: indemnizar a los landlords en capital, y no en
rentas. Calculó o pretendió que los dominios irlandeses producían a los landlords el cinco
por ciento. Así, para tener el valor en capital de un dominio, era preciso multiplicar por vein-
te la renta de este dominio. Una finca que estaba arrendada por el landlord en cinco mil fran-
cos —contando en moneda francesa— suponía, pues, tener un valor de cien mil francos. Mr.
Gladstone, expropiando a los landlords, decidía darles, no el equivalente de la renta percibi-
da por ellos, sino el equivalente del capital poseído. Les daba, pues, en el ejemplo que he
puesto más arriba, no una renta de cinco mil francos, sino un capital de cien mil francos. Y
este capital de cien mil francos se lo daba en consolida-' dos ingleses, en títulos de renta
inglesa. Además, en Inglaterra un capital de cien mil francos colocado en renta produce más

91
que dos y medio por ciento. Así, a un landlord que poseía un capital en tierras de cien mil
francos, y le producía cinco mil francos, Mr. Gladstone le entregaba, bajo forma de valores
del Estado, un capital igual a cien mil francos, pero que no producía más que dos mil qui-
nientos francos. Por de pronto, Irlanda, para indemnizar a Inglaterra, no tenía necesidad de
entregarle, en lo que concierne a este dominio, más que una suma anual de dos mil quinien-
tos francos. Podía, pues, pedir al colono no los cinco mil francos de arriendo que exigía el
landlord, sino solamente la mitad de este arriendo, dos mil quinientos francos. El colono
irlandés estaba, por lo tanto, libre de la mitad de su carga. Al contribuyente inglés no se le
gravaba con un solo céntimo. En cuanto al landlord legalmente expropiado, ¿no había reci-
bido en capital el equivalente de su propiedad? Mr. Gladstone hacía que el pueblo irlandés se
aprovechase de la diferencia entre la tasa de capitalización de las rentas territoriales en Irlan-
da y la tasa de capitalización de las rentas mobiliarias en Inglaterra. Rebajaba a la mitad la
renta de los landlords por la simple sustitución de una forma de propiedad a otra, de la forma
mobiliaria a la forma territorial.
En el extremo límite del derecho burgués, una combinación intermediaria entre la expro-
piación legal con indemnización y la expropiación sin indemnización. Es éste un ejemplo
sorprendente de los efectos de desposesión real que puede producir el simple cambio en la
forma de la propiedad. Hay, pues, en el derecho burgués de expropiación una virtud revolu-
cionaria latente, que los sucesos harán surgir poco a poco, y que se formulará en derecho
comunista y proletario.

***

Muchos proyectos de reforma se han debatido ya, que suponen una interpretación com-
pletamente nueva, una orientación socialista del derecho burgués de expropiación. Por eje m-
plo, para indicar desde hoy un punto muy importante, cuando se lee el programa municipal
elaborado por los progresistas del Consejo del condado de Londres, cuando se leen las reso-
luciones relativas a la cuestión de los alojamientos privados tomadas en Alemania por el
partido socialista y por algunos grupos de reformadores sociales burgueses, se confirma una
tendencia creciente a dar a los Ayuntamientos el derecho y el mandato de edificara habita-
ciones sanas y baratas. Los Ayuntamientos son invitados a comprar todo el terreno posible
que esté todavía libre, los terrenos de jurisdicción, a fin de que la especulación no haga subir
el precio de estos terrenos y no grave al arrendador de los inmuebles que allí se construyan.
Pero los Ayuntamientos no pueden llenar este papel de constructor para bien de la clase
obrera, sino expropiando por la ley terrenos e inmuebles. Así se anuncia una próxima exten-
sión socialista, una próxima interpretación comunista del derecho de expropiación por causa
de utilidad pública inscrita en la ley burguesa.

LA PROPIEDAD INDIVIDUAL Y LAS SOCIEDADES DE COMERCIO


El inmenso movimiento económico y social que sustituye a la propiedad industrial perso-
nal la propiedad anónima y las sociedades por acciones, tiene su expresión' jurídica en el
título del Código relativo a las sociedades. De la forma completamente personal de la pro-
piedad a su forma anónima, la distancia es inmensa: algunos caracteres completamente nue-
vos aparecen con ella.
Cuando el hombre posee personalmente un dominio territorial, o cuando posee y dirige
personalmente una industria, hay una relación estrecha, un apretado lazo entre el propietario
y su propiedad. Si se trata de la tierra y el mismo poseedor la cultiva, se puede casi decir
físicamente que el propietario forma cuerpo con su propiedad. Hay entre el aldeano propieta-
rio y la tierra que trabaja cambio de substancia y de fuerza. El grano que germina con el

92
esfuerzo del campesino, nutre la fuerza campesina. El hombre hace a la tierra y la tierra hace
al hombre. Aun cuando el propietario del dominio no lo cultive, es raro que no esté unido a
él por raíces profundas. Este dominio, que para el indiferente se parece sin duda a todos los
dominios, tiene para el que desde largo tiempo lo posee una fisonomía particular y un len-
guaje secreto. Allí es donde ha crecido, jugado y amado, y sus recuerdos han tomado la for-
ma de aquel horizonte.
Entre el propietario industrial o comerciante y su propiedad la relación parece menos ma-
terial, menos estrecha. Las máquinas, las fábricas, siempre trepidando y transformándose, no
se apoderan del corazón con la acción lenta y penetrante de la tierra. Y sin embargo, cuando
un industrial es verdaderamente jefe de industria, cuando un negociante es verdaderamente
jefe de negocio, cuando velan ellos mismos en el funcionamiento de este mecanismo compli-
cado y, a menudo, terrible, en que su fortuna, su vida, su honor mismo están empeñados, el
capital industrial o comercial que ponen en acción está penetrado de su pensamiento y de su
esfuerzo; lleva la marca de su persona. Así, bajo esta forma también, hay una relación estre-
cha entre el propietario individual y el objeto de su propiedad. Está claro que la relación
disminuye a medida que esta propiedad se extiende, y llega un grado de crecimiento de la
gran industria en que sobrepuja a las facultades de acción e investigación del poseedor, y éste
se ve obligado a constituir una especie de administración industria? por medio de la que
maneja su capital. Pero en fin, el contacta entre el poseedor y su propiedad no está entera-
mente abolido y en la propiedad rural, en la pequeña y media propiedad industrial y come r-
cial, hay más que contacto, hay unión estrecha del propietario individual y de la propiedad.

***

Esta unión es a menudo difícil de romper. Sin duda, el propietario individual puede ven-
der. El propietario territorial puede ceder su dominio. El propietario industrial o comercial
puede ceder su industria o su negocio. Pero esta venta no es siempre fácil, y a menudo pasan
muchos años sin que sea posible. Como el dominio representa una unidad que no se puede
siempre descomponer, como un organismo industrial o comercial no puede desmembrarse, es
preciso encontrar un comprador que adquiera en bloque; es preciso que el vendedor encuen-
tre otra persona que le sustituya plena y exactamente. Y. esto suele ser muy difícil. De aquí
una gran lentitud en las transacciones inmobiliarias y territoriales. De aquí, para las indus-
trias y los comercios que no han tomado todavía la forma de la sociedad por acciones, la
dificultad de vender o de realizar. El propietario está de este modo ligado a su propiedad,
esclavizado a ella; no puede separarse a su antojo del mecanismo de propiedad que ha puesto
en movimiento; no puede retirar su energía del empleo que le ha dado en un principio. Es, en
cierto modo, el hombre de tal o cual propiedad; es la propiedad de sus propiedades. Está
adherido a su concha de propiedad.
Pero si, a pesar de la facultad del cambio y de venta, que para él es con frecuencia teóri-
ca, el propietario personal está ligado a su propiedad, en cambio la dirige por su sola volun-
tad. En el modo de cultivo que el propietario adopta para su dominio, en la dirección que el
pequeño y mediano industrial, el pequeño y mediano comerciante dan a sus negocios, no
tienen más que consultarse a sí mismos y a las necesidades económicas. No están ligados por
el voto de una mayoría de accionistas: es su voluntad personal la que decide; es su acción
personal la que se ejerce.
En fin, y este es el último rasgo de la propiedad verdaderamente personal, la responsabi-
lidad civil y comercial del individuo poseedor está siempre empeñada por completo. El hom-
bre que tiene un dominio territorial no puede dividir sus responsabilidades. No puede decir:
"He aquí los gastos que hago por mi viña. He aquí un préstamo que yo tomo, para replantarla
e injertarla. Si no tengo éxito, sólo mi viña responde de mi deuda: reservo la integridad de
mis campos, de mis prados y de mis bosques". No, no puede decir eso. Todos sus bienes

93
responden de su deuda. Lo mismo el industrial que el comerciante no pueden trazar en su
forma divisiones y barreras. Pueden hipotecar en provecho de tal acreedor tal inmueble; pero
responde toda la fortuna mientras queden deudas.
En caso de quiebra, el industrial, el comerciante no pueden decir: "He contraído las obli-
gaciones que no puedo satisfacer por mi industria, por mi comercio; tomen todo mi capital
industrial y comercial, mis fábricas, mis máquinas, mis materias primas; pero reservo mis
propiedades territoriales, que no han sido mezcladas para nada en mis operaciones de comer-
cio y de industria; reservo mis valores sobre las minas de oro del Transvaal, que no tienen
ninguna relación con las operaciones por las cuales he ido a la quiebra. Reservo mis domi-
nios territoriales y mis valores sudafricanos."
No, el comerciante y el industrial no pueden decir eso. En caso de quiebra, no es el ba-
lance especial de su empresa, es el balance general de su fortuna lo que deben depositar. El
artículo 439 del Código de comercio dice:
"La declaración de quiebra deberá ir acompañada del depósito del balance... El balance
contendrá la enumeración y la evaluación de todos los bienes muebles e inmuebles del deu-
dor, el estado de las deudas activas y pasivas, el cuadro de las ganancias y pérdidas y el cua-
dro de los gastos". Y el artículo 443 dice: "El juicio declarativo de la quiebra lleva de pleno
derecho, a partir de su fecha, la separación para el quebrado de la administración de todos
sus bienes, incluso de los que pueda, heredar, mientras se encuentre en estado de quiebra."
Así, pues, el industrial o el comerciante responde de su deuda con toda su hacienda, con
sus muebles e inmuebles, con sus ropas y sus libros, lo mismo que con sus tierraSi fábricas y
almacenes. Toda su fortuna está comprometida, toda puede hundirse. Mientras que la fortuna
permanezca verdaderamente personal, mientras que no se transforme por el contrato de so-
ciedad, mientras que no se despersonalice por la sociedad anónima, el individuo es el que
responde. Antes de la abolición de la responsabilidad corporal debía responder con su perso-
na de toda su deuda. La propiedad y el propietario formaban tan perfectamente un solo cuer-
po, que la quiebra de la propiedad traía por consecuencia la quiebra de la libertad, y el indi-
viduo permanecía bajo cerrojos, mientras que su hacienda estaba bajo sellos.
He aquí, pues, ante la extensión del régimen de las sociedades anónimas, los caracteres
esenciales de la propiedad personal: 1.°, hay un lazo estrecho entre el propietario y su pro-
piedad; 2.°, este lazo es tan fuerte que, a pesar de la facultad legal y teórica de la venta y del
cambio, la propiedad está con frecuencia inmovilizada en manos del propietario; 3°, la pro-
piedad está bajo la disciplina de la voluntad individual y aislada del propietario: 4.°, respon-
den de sus compromisos toda su propiedad, su completa individualidad económica.
Con el contrato de sociedad estos caracteres se debilitan, y con el contrato de sociedad
anónima todos estos caracteres desaparecen.
El contrato de sociedad tiene varias formas, y es por grados como vamos a pasar de la
propiedad personal a la propiedad anónima.
El artículo 19 del Código de comercio dice:
"La ley reconoce tres clases de sociedades comerciales:
. "La sociedad en nombre colectivo, "La sociedad en comandita, "La sociedad anónima."
He aquí la definición dada por el Código de la sociedad en nombre colectivo:
Artículo 20: "La sociedad en nombre colectivo es la que forman dos o más personas y
que tiene por objeto hacer el comercio bajo una razón social."
Aquí estamos todavía muy cerca de la propiedad personal. Casi todos los caracteres que
he expuesto subsisten. En primer lugar, hay un lazo estrecho entre estas personas y su pro-
piedad: las personas asociadas son las que se ocupan en el empleo de su capital. Y les será
tan difícil vender como si hubiese sido un solo propietario. La responsabilidad individual de
cada uno de los socios es ilimitada. Y responden a los compromisos de la sociedad, no sólo
con el haber de la sociedad misma, sino también con toda su fortuna personal.
Artículo 22: "Los asociados en nombre colectivo indicados en el acta de sociedad son so-

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lidarios para todos los compromisos de la sociedad, aunque uno solo de los asociados haya
firmado, con tal que lo haya hecho bajo la razón social."
No hay aquí, pues, más que un hecho nuevo, el hacho mismo de la asociación, que une la
voluntad de cada asociado a la voluntad de los otros y que crea entre ellos una responsabili-
dad solidaria, y la sociedad en nombre colectivo no suprime el carácter personal de la pro-
piedad, te da solamente la forma de la asociación.
Con la sociedad en comandita hacemos un poco más.
El artículo 23 la define así: "La sociedad en comandita se forma entre uno o varios as o-
ciados responsables y solidarios, y uno o varios asociados simples prestadores de dinero, que
se llaman comanditarios o asociados en comandita. Está regida bajo un nombre social que
debe ser necesariamente el de uno o varios de los asociados responsables y solidarios."
Así, mientras que en la sociedad en nombre colectivo todos los asociados son iguales,
aquí hay dos categorías de asociados. Los unos son directores y solidariamente responsables;
los que dan su nombre a la empresa, los responsables con todos sus bienes de los compromi-
sos de la sociedad. Pero al lado de ellos hay asociados de otro orden: los comanditarios; no
dirigen, no administran, son, como dice la ley, simples depositarios de fondos; no son accio-
nistas, puesto que los accionistas escogen a los administradores de la empresa, mientras que
en la sociedad en comandita los jefes responsables de la sociedad se constituyen por la mis-
ma acta. Pero el comanditario prepara y anuncia al accionista por dos rasgos: la falta de ges-
tión personal y la limitación de las responsabilidades pecuniarias.
Evidentemente, los comanditarios, siendo depositarios de fondos, tienen o pueden tener
un papel importante en la empresa: vigilan de cerca su funcionamiento, más cerca que el
accionista. Pero la ley define estrictamente su papel- legal y su responsabilidad legal.
Artículo 25: "El nombre de un asociado comanditario no puede formar parte de la razón
social."
Artículo 26: "El asociado comanditario no es responsable de las pérdidas, sino por los
fondos que ha puesto o debido poner en la sociedad."
Artículo 27: "El asociado comanditario no puede hacer ningún acto de gestión, ni aún en
virtud de procuración."
Artículo 28: "En caso de contravención a la prohibición mencionada en el artículo prece-
dente, el asociado comanditario está obligado solidariamente con los asociados en nombre
colectivo para las deudas y compromisos que derivan de los actos de gestión que ha hecho, y
puede, según el número y la gravedad de estos casos, ser declarado solidariamente obligado
para todos los compromisos de la sociedad o para algunos solamente. Los pareceres y conse-
jos, los actos de investigación y vigilancia, no comprometen al asociado comanditario."
Aquí van atenuándose los caracteres anteriores de la propiedad personal. Se afloja el lazo
entre el propietario y la propiedad. El asociado comanditario no puede de ningún modo in-
tervenir en la gestión de la empresa en que ha comprometido una parte de su fortuna. Si va
más allá de la investigación o del simple consejo, es solidaria mente responsable y queda
desprovisto de su inmunidad. Pero si permanece en su discreto papel, borroso y un poco
alejado, de simple consejero, la responsabilidad pecuniaria está limitada a la suma que ha
empleado en la comandita. Si no ha invertido más que cien mil francos, aun cuando el pasivo
de la empresa se elevase a más de un millón, sólo responde ante los acreedores con esos cien
mil francos; el resto de su fortuna está libre, y por decirlo así, fuera de juego. Esta parte de su
fortuna que ha empleado en la comandita está, en cierto modo, separada del total y de su
misma persona. No es su individualidad completa la que interviene. La persona aquí no está
comprometida y como comprendida en la propiedad.

***

Míster León Bourgeois dice a menudo que la propiedad individual es como el prolonga-

95
miento de la persona humana. Pero la individualidad humana es un todo orgánico e indivis i-
ble. Es imposible herir o atacar a un órgano sin alcanzar y herir al organismo entero. Y cada
acto del individuo compromete la responsabilidad de la persona indivisible.
Además, los poseedores se aplican cada vez más a introducir en su fortuna, en su propie-
dad, divisiones, que son como la negación de la individualidad orgánica, en que todo se pe-
netra. Cuando el industrial en quiebra está obligado a entregar toda su fortuna, a la cual se
añadía la persona misma; cuando en cada uno de sus actos comerciales está comprometida
toda su personalidad, se puede decir, en un sentido y bajo reserva de la violencia hecha por el
capital a los proletarios, que la propiedad de este industrial es la expresión y el prolonga-
miento de su persona.
¿Pero qué sentido preciso puede dar Mr. León Bourgeois a esta expresión desde el mo-
mento que entramos en la sociedad y en la comandita, puesto que aquí el esfuerzo del indivi-
duo es cortar toda comunicación entre una parte determinada de su fortuna y su personalidad
total?
Yo no pretendo, notadlo bien, que por estas combinaciones el individuo se empequeñez-
ca. En cierto modo se emancipa, puesto que no está ya comprometido por completo en una
empresa aleatoria, puesto que no está confundido por completo en una forma compacta de
propiedad. Repartiendo de este modo su fortuna, en empleos diversos y que no se imponen
unos a otros, el individuo no está sujeto a una empresa determinada, a una propiedad deter-
minada. Domina en cierto modo su propia fortuna; se emancipa de su propiedad reteniendo
su beneficio. Es un hecho muy significativo que, para emanciparse, los propietarios burgue-
ses comienzan a separar su fortuna de su propia individualidad. Y si la propiedad individual
es aquella en que el individuo se compromete, todo el esfuerzo del capitalismo moderno y de
sus combinaciones se dirige contra la propiedad individual.
Fourniere ha visto esto perfectamente y lo ha dicho de un modo admirable en su Ensayo
sobre el individualismo, libro ingenioso y profundo, el más conciso y substancioso que ha
escrito.
En la sociedad anónima por acciones es donde se acaba esta revolución interior de la pro-
piedad individual.

PROPIEDAD INDIVIDUAL Y SOCIEDADES ANÓNIMAS


Con las sociedades anónimas por acciones todo lazo personal entre el propietario y el ob-
jeto de su propiedad desaparece; al menos este lazo se afloja infinitamente. Los accionistas y
propietarios de la empresa no intervienen en su funcionamiento más que de un modo indirec-
to. Nombran, o al menos pueden nombrar, a los administradores que la dirigen; pero si toman
parte una vez al año en las asambleas generales de accionistas, existe una gran distancia entre
su investigación periódica y lejana y el acto permanente de propiedad que hace el campesino
propietario o el industrial que posee y dirige una fábrica.
A menudo, los accionistas no conocen el funcionamiento real de la empresa que poseen.
Jamás la han visto funcionar. Ignoran su mecanismo técnico y económico. No saben o no
preguntan más que una cosa: "¿Qué produce? ¿Cuál es el dividendo? ¿Cómo se aprecian sus
valores en el mercado?" Con frecuencia están muy lejos; jamás han visto con sus ojos el
horizonte ennegrecido con el humo de sus fábricas.
La propiedad del labriego es un pedazo de su vida: ha sostenido su cuna, está cerca del
cementerio donde duermen sus antepasados, donde dormirá a su vez; y desde la higuera que
da sombra a su puerta ve el ciprés que cobijará su último sueño. Su propiedad es un fragmen-
to de la patria inmediata, de la patria local, un compendio de la gran patria.
Entre el accionista y su propiedad desconocida todos estos lazos están rotos. No sabe en

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qué punto de la patria brota para él la fuente de los dividendos, y a menudo es en la tierra
extranjera donde brota esta fuente. ¡Cuántos valores extranjeros están mezclados en la cartera
capitalista a los valores nacionales sin que ningún gesto del terruño permita discernirlos!
Abro el armario estadístico que la Oficina del Trabajo acaba de publicar para el año
1900, miro los cuadros de los valores comprendidos en 1899 en las donaciones y sucesiones:
las rentas francesas y otros valores del Tesoro francés figuran en las donaciones por 41 mi-
llones; las rentas y efectos públicos de los gobiernos extranjeros figuran en las donaciones
por 11 millones; los valores extranjeros por 2.400.000 francos. En las sucesiones, las rentas
francesas y otros valores del Tesoro francés cuentan por 480 millones; las rentas y efectos
públicos de los gobiernos extranjeros cuentan por 214 millones. Las acciones de sociedades
francesas, sociedades de comercio o de industria, figuran, en las sucesiones de 1899, por 446
millones. Las acciones de las sociedades extranjeras figuran por una suma de 132 millones.
Para las obligaciones, la proporción de los valores extranjeros es todavía más grande. Las
obligaciones negociables y no negociables de las sociedades, departamentos, ayuntamientos,
establecimientos públicos y establecimientos de utilidad pública de Francia, figuran en las
sucesiones por 577 millones. Las obligaciones de las sociedades, departamentos, ayunta-
mientos, establecimientos públicos y establecimientos de utilidad pública de Francia, figuran
en las sucesiones por 577 millones. Las obligaciones de las sociedades, ciudades, provincias
y corporaciones extranjeras figuran por 229 millones, más el tercio de los valores franceses.
Hay, pues, un tercio de los valores diseminados en manos de los accionistas y obligacio-
nistas franceses, que fructifican en el extranjero. No me indigno. Dejo a la demagogia anti-
semita y nacionalista el cuidado de denunciar un movimiento inevitable. Me felicito, hasta
cierto punto, de esta expansión del capitalismo que ayuda a la penetración recíproca de los
pueblos y las razas. Hago notar solamente que ha cesado toda la relación personal entre la
propiedad anónima y el propietario; no son siquiera de la misma patria. Y en resumen: cuan-
do un capitalista de Tolón posee acciones sobre las minas del Paso de Calais, existen casi tan
pocas relaciones entre el propietario y su propiedad como si el capitalista poseyese un valor
extranjero.
Sucede esto porque en el interior mismo de la nación la propiedad ha comenzado a hacer-
se extranjera al propietario, porque entre todos los valores, llamados extranjeros o naciona-
les, no hay para el capitalista ninguna diferencia. Innovación curiosa y muy significativa. En
otro tiempo, antes de la extensión de las sociedades de comercio, y especialmente de las
sociedades anónimas, los hombres no recurrían a los periódicos sino para informarse de lo
que les era extraño. No compraban los periódicos para saber cuál era su fortuna y cuáles eran
sus rentas. A lo más, los que tenían rentas sobre el Estado —y esto era ya una primera forma
de propiedad anónima— compraban los periódicos para saber qué influencia tendría sobre su
fortuna privada la marcha de los negocios públicos.
Ahora no hay apenas propietario burgués que no esté obligado a leer los periódicos bur-
gueses financieros para saber dónde está su propia fortuna. La propiedad se ha hecho tan
extraña al poseedor que sólo por el periódico tiene noticias de ella.

***

Pero no basta al capitalista haber creado la sociedad anónima por acciones. La acción da
todavía derecho al que la posee, o al menos al que posee un cierto número, a tomar parte en
las asambleas generales de accionistas, que nombran e investigan a los gerentes responsables
de la empresa. Es un resto de autoridad individual, de intervención personal. El capitalismo
lo borra, y después de haber creado la acción crea la obligación.
El obligacionista no es, por su parte, propietario de la empresa; es simplemente acreedor.
Ha prestado a la empresa cierta suma, por la cual se le entrega un interés fijo, estipulado

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por adelantado. Si la empresa se hunde, tendrá como garantía de su crédito el activo, es decir,
el valor mismo de las acciones. De éste modo, su seguridad es más grande que la del accio-
nista. En caso de desastre, el accionista no percibirá nada antes que los obligacionistas, es
decir, que los acreedores se hayan reembolsado. El obligacionista está también expuesto a
muchos azares; pero no sucumbirá sino después del accionista. Sólo que no tiene ninguna
influencia; no está siquiera representado en los consejos de la empresa; es el rentista pasivo,
sin ninguna relación personal con el origen mismo de sus rentas. Aquí llegamos a una forma
de propiedad tan abstracta, tan neutra, tan indiferente, tan separada del individuo, que es
preciso recordar que el individuo percibe, en efecto, un interés de la obligación para llamarle
todavía individual.
La parte de las obligaciones en el capital anónimo es considerable, y cada vez más cre-
ciente. Las sociedades anónimas, fundadas en primer lugar por accionistas, se forman fre-
cuentemente por empréstitos, es decir, creando obligaciones. Sobre los 36 000 valores de las
sociedades industriales y comerciales, más de la mitad está en obligaciones. En 1899, la tasa
de 4 por 100 ha llevado sobre toda la renta valores mobiliarios, excepto la renta del Estado.
La renta tasada de las acciones de las sociedades era de 727 millones. La renta tasada de las
obligaciones y empréstitos era de 877 millones. Así, la parte del capital completamente pasi-
vo, del que no lleva en él la menor energía individual, es seis veces superior a ese capital de
acciones, que representa un lazo muy débil del individuo a su propiedad.
En fin, el individuo no se toma siquiera el trabajo de guardar el pedazo de papel que re-
presenta su derecho de propiedad sobre las minas del Transvaal o de Siberia, sobre los cami-
nos de hierro ingleses o los tejidos españoles. Los títulos de propiedad, los títulos de renta,
las acciones y las obligaciones están confiados a las cajas de las casas de banca y de crédito.
La sociedad de crédito es la que percibe, en cambio, los cupones; ella es la que hace el reem-
plazo, y todo el movimiento de la propiedad individual para en esto: tener su cuenta abierta
en el inmenso registro de una inmensa sociedad anónima de crédito.
No solamente ya no existe en las sociedades anónimas la relación directa del propietario a
su propiedad, sino que mientras el propietario territorial dispone sólo de su dominio y el
fabricante de su fábrica, el propietario de una acción o de varias acciones no puede nada
solo. Individualmente no puede imprimir a la empresa tal o cual dirección. Es la mayoría de
las acciones quien decide. Es la asamblea general de los accionistas quien ejerce de soberana,
y aquí la propiedad individual, cesando de ser instrumento de la voluntad del individuo, cae
bajo la ley de la mayoría. Si el accionista está en la minoría, su pro* piedad es dirigida contra
su voluntad. La separación del individuo y de su propiedad es tal, que es imposible presumir
la voluntad del individuo poseedor por la marcha de su propiedad. Puede ser muy bien que la
propiedad individual vaya contra el individuo. Y por esto causa extrañeza oír a los radicales
hablar contra el socialismo, que será el régimen de la democracia y de la ley de las mayorías
aplicado a la producción, cuando ya la misma propiedad capitalista, en su expresión suprema
que es la sociedad anónima, está obligada a admitir la forma de la democracia y la ley de las
mayorías.
Cosa curiosa, y que muestra bien la prodigiosa separación entre la forma inmediata de la
propiedad individual y su suprema forma anónima: cuando un individuo, cuando un patrón
posee verdaderamente una fábrica, cuando es personalmente el propietario y el jefe, sola-
mente si quiebra su propiedad cae bajo la ley de la democracia. Se forma después de la quie-
bra una democracia de acreedores. El artículo 507 del Código de comercio —dejo a un lado
la legislación reciente sobre la liquidación judiciaria, en que el mismo principio se afirma
más claramente todavía— dice esto:
"No podrá haber contrato entre los acreedores deliberantes y el deudor quebrado sino
después del cumplimiento de las formalidades aquí descritas. Este contrato se establecerá por
el concurso de un número de acreedores que formen mayoría y representen, además, las tres
cuartas partes de la totalidad de los acreedores, verificadas y afirmadas, o admitidas por

98
provisión."
Y el artículo 529 estipula:
"Si no hay acuerdo, los acreedores estarán de pleno derecho en estado de unión."
A partir de este momento, es la mayoría de los acreedores quien decide. El activo social
está colocado bajo el régimen de la unión. Y la mayoría de los acreedores puede dar a los
síndicos de la quiebra orden de continuar la explotación del activo, por ejemplo, de asegurar
el funcionamiento de la fábrica, la marcha de la industria. Así, la ley de la mayoría, que en
las sociedades anónimas es la vida normal, no interviene en la propiedad verdaderamente
personal, sino en la hora del desastre. Cuando la propiedad personal peligra, el modo de
gestión que se le aplica recuerda, al menos por un rasgo, el modo de gestión regular de la
propiedad anónima. ¡Qué distancia, qué oposición entre las diversas formas de la propiedad
individual!
En la propiedad verdaderamente personal, la responsabilidad del poseedor está compro-
metida hasta lo más profundo. En las sociedades anónimas, la responsabilidad del poseedor
está reducida al mínimum. El artículo 33 del Código de comercio dice, a propósito de las
sociedades anónimas:
"Los asociados no son responsables más que de la pérdida total de su interés en la socie-
dad."
El accionista no responde a las obligaciones de la empresa con la totalidad de su fortuna;
no responde sino con las acciones que posee en esta empresa misma. Es una porción de pro-
piedad que no tiene relación con el conjunto de la propiedad individual del accionista. Aun
cuando el accionista haya cometido las faltas más graves, aun cuando por su negligencia o
incapacidad haya permitido a administradores ineptos o de mala conducta apoderarse de la
dirección de la empresa y comprometer los intereses de los terceros, el accionista sólo res-
ponde con arreglo a las acciones que posee. Todo el resto de su fortuna, todo el resto de su
personalidad económica es, con relación a la empresa, como si no existiese. La misma res-
ponsabilidad de los administradores, de los que han recibido y aceptado de la asamblea gene-
ral de los accionistas la orden de conducir la empresa, es estrechamente limitada. El artículo
32 del Código dice:
"Los administradores no son responsables más que del total que han recibido. No contra-
en, a causa de su gestión, ninguna obligación personal ni solidaria con relación a los com-
promisos de la sociedad."
Yo admiro verdaderamente a los que nos dicen que el régimen de comunismo democráti-
co y de universal cooperación aplicado a la industria disminuirá, hasta el punto de hacerlas
ilusorias, las responsabilidades, cuando la evolución misma de la industria la conduce a abo-
lir la responsabilidad plena, decisiva de los poseedores y directores, a sustituir en ella las
responsabilidades fragmentarias y atenuadas de la sociedad anónima.
Y en esta forma suprema de la propiedad individual, ¡qué movilidad, qué facultad casi
indefinida de metamorfosis! Comparad a las dificultades de todo orden, jurídicas y económi-
cas, que hacen difícil la transmisión de la propiedad territorial o de la propiedad industrial
personal, las disposiciones que facilitan, en el régimen de las sociedades anónimas, el movi-
miento de los títulos, la transmisión y la transformación de la propiedad.
El artículo 34 dice:
"El capital de la sociedad anónima se divide en acciones y hasta en cupones de acciones
de un valor igual."
El artículo 35 dice:
"La acción puede establecerse bajo la forma de un título al portador. En este caso la ce-
sión se opera por la entrega del título."
Por la simple entrega de un título de mano a mano se opera la traslación valedera de la
propiedad.
Pero sobre todo, puesto que no hay ningún lazo personal y directo entre el propietario y

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su propiedad, entre el accionista y su acción, ¿qué le importa que su propiedad tenga la for-
ma de una acción de camino de hierro o de una acción de minas o de un título en una indus-
tria cualquiera, si solamente puede esperar de él un dividendo equivalente?

***

De este modo, en todo momento, cada forma de la propiedad anónima está pronta a cam-
biarse en todas las otras formas. Esta movilidad casi infinita es la que suscita la especulación.
Basta entrar un instante en la Bolsa para ver cómo los títulos se cambian por títulos y cuántas
formas variadas puede revestir una misma propiedad desde que se abre hasta que se cierra el
mercado. Como el viento de otoño mezcla en grandes torbellinos las hojas arrancadas a todos
los árboles del bosque, la especulación mezcla las hojas de oro arrancadas a todas las varie-
dades del trabajo humano.
Por esta facultad ilimitada de cambio, por esta movilidad infinita, el título de una empresa
particular, cesa de estar, en efecto, unido a esta empresa particular; conviértese en una espe-
cie de delegación cuantitativamente determinada, pero cualitativamente indeterminada sobre
el conjunto de la riqueza social. El accionista, cualquiera que sea la designación particular de
su título, es en el fondo accionista de una empresa social in mensa, de la cual las diversas
empresas capitalistas no son más que formas mudables, indefinidamente convertibles las
unas en las otras. Se crea así, por evolución extrema de la propiedad individual, un dominio
capitalista social, un colectivismo capitalista que funciona en provecho de una clase, pero
que es el bosquejo burgués del comunismo a que nosotros tendemos.
Lo mismo que el accionista, en lugar de estar prisionero de una forma determinada de
propiedad, posee virtualmente una parte de la propiedad social, obra también sobre el con-
junto social de la producción, o al menos depende con frecuencia de él obrar sobre este con-
junto. A menudo los capitalistas, para más seguridad, para no comprometer toda su fortuna
en una sola empresa, reparten sus fondos entre varias sociedades anónimas. Tienen en cartera
acciones de los caminos de hierro, acciones de las minas, de las fábricas de acero y de teji-
dos. De este modo tienen derecho a tomar parte en las asambleas generales de un gran núme-
ro de industrias; toman, pues, parte en la dirección de la producción en sus formas diversas y
en casi toda su extensión.
Mientras que en la propiedad verdaderamente personal la acción del poseedor está limita-
da a una forma de propiedad, y en ella es soberana, en el sistema de sociedades anónimas la
acción del poseedor se extiende o puede extenderse a un campo de producción extremada-
mente vasco, a un gran número de empresas; pero en cada una de ellas está limitada y en-
vuelta por el derecho de los otros accionistas y de los otros poseedores.
El movimiento mismo de la propiedad burguesa y capitalista tiende, pues, a universalizar
el derecho del poseedor, pero retirándole, en cada uno de los puntos de su dominio, su fuerza
decisiva. Su poder se ejerce en todas partes, pero no hay en ellas más que una fracción mín i-
ma de la potencia total; en todas partes asociado, en ninguna soberano.
Además, si se supone realizado el comunismo democrático, si se representa el conjunto
de las industrias como una cooperación universal, cada uno de los productores, cada uno de
los ciudadanos, será investido de un derecho sobre el conjunto de la propiedad social. Pero
en el punto del dominio cooperativo que ejerza prácticamente este derecho, no lo ejercerá
sino bajo la ley misma de la cooperación y de la democracia, que, haciendo del acuerdo de
las voluntades la condición de la acción, funde y limita a la vez el derecho de cada voluntad
individual.
Cuando, pues, los radicales, con una monotonía desagradable y abstracta, se presentan
como los guardianes de la propiedad individual, tiene uno derecho a preguntarles: "¿Acep-
táis de la propiedad individual y capitalista el movimiento por el cual tiende a sobrepujarse a

100
sí misma? ¿Aceptáis la ley de evolución que crea, hasta en la propiedad capitalista, una espe-
cie de comunismo oligárquico y prohibís al proletariado que intervenga para convertirlo en
un comunismo democrático universal?"

FIN

101
La política republicana y el socialismo. (Discurso en el
Parlamento, 1909)

Señores:

...En la política de toda República está planteada por la realidad misma una cuestión sustan-
cial, de la mayor importancia, que no es posible orillarla sin grave riesgo. Se trata de saber
cómo podremos reanimar el gusto de las realizaciones sociales y la confianza en un plan de
acción reglada, metódica, fecunda, cla ramente orientada en dirección a ideales precisos y
concretos, acomodados a las necesidades de nuestra Francia, donde desde hace muchos años
tantos esfuerzos y tantas esperanzas se vienen malogrando. Por graves que sean las causas de
nuestra inquietud, no se ha de caer en la desesperación, porque dos cosas me parecen parti-
cularmente promisorias. La primera es la existencia en el mundo, a esta hora en que discuti-
mos, de una materia toda ella en espera de acción inmediata.

Si os detenéis a inquirir cuál es la orden del día sobre asuntos de política social en los gran-
des países civilizados, encontraréis, más o menos desarrollado, un inmenso programa de
acción democrática popular encaminado por todas partes a liberar la clase obrera de la doble
plaga de la ignorancia y del alcoholismo... ¿Cómo conducir el proletariado a escalar los nive-
les de su grandeza y de su misión si permitimos que su energía sea envilecida o malignamen-
te sobreexcitada en las fuentes mismas de la vida? Yo decía recientemente a uno de mis
contradictores: para que pueda realizarse sin violencias una fecunda revolución social es
preciso luchar contra el alcoholismo.

Al lado de las tentativas del tipo indicado, en todos los países cultos se multiplican los es-
fuerzos legislativos o sindicales para reducir la jornada de trabajo actual...

Al mismo tiempo que se adoptan estas disposiciones, se dibuja cierto movimiento casi uni-
versal orientado hacia un socialismo de Estado y un socialismo municipal, que si bien es
ima gen incompleta de la futura organización socialista, puesto que mantiene la concurrencia
y el salario, representa progresos de no poco interés. Por todas partes se organizan institucio-
nes que tienden a sustituir las empresas capitalistas por servicios públicos nacionalizados o
municipalizados. Puede haber sin duda en este movimiento períodos de reacción pasajera;
pero a través de vicisitudes diversas el movimiento continúa y se amplifica. La mayoría de
las municipalidades alemanas poseen ya un domi nio industrial de gas, electricidad, agua y
transportes urbanos. Las grandes ciudades inglesas han invertido sumas enormes en munic i-
palizar estos servicios. Y nosotros mismos, señores, tendremos que imitar esta política im-
pulsados por la corriente general...

Estas nuevas instituciones han surgido en el mundo moderno bajo formas bien diversas, cuya
diversidad misma revela la fecundidad posible de su des arrollo. Aquí, es el municipio dueño
absoluto de una parte del dominio industrial...; en otras partes vemos los consorcios estable-
cidos entre el Estado y los capitales privados... En Suiza existen incluso bancos cantonales...

A medida que se consolidan estos ensayos, los ejércitos de algunos países son materia de
transformaciones profundas. Entre nosotros se reduce la duración del servicio militar, y no es
aventurado afirmar que nos encontramos en el umbral del régimen de milicias... Suiza, con-
servando como base de su ejército la milicia, le ha dado una organización técnica tan fuerte

102
que hasta el Estado Mayor alemán ha reconocido las excelencias de la institución militar
helvética..., basada en el régimen de milicias populares y en un servicio militar de corta du-
ración combinado con la educación de los soldados en municipios y cantones...

...A la hora en que vivimos, lo que necesitan los hombres, lo que falta en los partidos y
asambleas, aquello de que más carecen los demócratas deseosos de realizar el progreso no es
un programa de acción. Este programa existe y está elaborado no tanto por las iniciativas
individuales como por el esfuerzo colectivo que realiza el proletariado de los países libres.
No se trata, pues, de ficciones o jactancias de los partidos obreros. Desde hace más de veinti-
cinco años, siempre que se ha realizado o ensayado en cualquier país del mundo alguna re-
forma social, todos los partidos acabaron por reconocer, los unos con agrado, los otros contra
sus íntimos deseos, que tales avances se deben a la inspiración, a la presión, a la influencia
cada vez mayor de la clase obrera y del socialismo. Un día es Bismarck quien dice desde la
tribuna del Reichstag que «sin la presión del partido socialista no hubiera podido sacar ade-
lante las leyes de seguros sociales». Otro día es Inglaterra quien nos da el ejemplo con su
impuesto sobre la renta. Y en Francia hemos oído tachar de socialistas los proyectos de Cai-
llaux estableciendo la imposición sobre las rentas...

...Para salir del estado de atonía y escepticismo en que languidece la vida francesa, es urgente
proclamar y organizar una política muy audaz y progresiva..., pero guardándose de incurrir
en la ilusión de un reformismo puramente empírico, pues la plena emancipación de la clase
obrera no será posible sin transformar el actual régimen de la propiedad.

Aun así, estas reformas de gran aliento son de un interés básico, tanto para el proletariado
como para la civilización en general.

Suponed que por un esfuerzo de la clase obrera y de las democracias, esas reformas llegaran
a realizarse. Suponed que la educación popular fuese mejor y más fructuosa mediante una
especie de dilatación social de la escuela. Suponed que el pueblo sea por fin verdaderamente
protegido en sus energías vitales, en el equilibrio de su fuerza nerviosa, contra los estragos de
la enfermedad y del alcoholismo, no por vanas frases pronunciadas en los congresos, sino
por una vigorosa organización... Suponed además que mediante una serie orgánica de con-
quistas sociales, concertando las actividades políticas y sindicales, el pueblo trabajador ob-
tiene la jornada de ocho horas, la semana inglesa, la participación en los beneficios de su
taller, el seguro contra los accidentes, contra las enfermedades, contra la vejez y contra el
paro forzoso; que se le consienta intervenir, no como sujeto pasivo, sino con funciones de
control activo en el funcionamiento de las sociedades de seguro. Suponed que las grandes
empresas capitalistas son transformadas en servicios públicos, nacionales o municipales, y
que la clase obrera es asociada por mediación de sus organizaciones a la gestión de estos
servicios democratizados... Si, en efecto, se hiciera todo esto, yo afirmo que al término de un
tan grande esfuerzo, cuando en la institución militar penetre también el espíritu democrático,
cuando la práctica del arbitraje internacional se haya extendido incluso a los más graves
conflictos, entonces, la clase obrera tendrá mayor bienestar, más seguridad, más libertad y
cultura; y no solamente mejorarán las condiciones materiales de su vida, sino que tendrá una
fuerza superior para enfrentar serenamente la cuestión esencial, el problema decisivo, es
decir, esa transformación de la propie dad a cuyo conjuro la multitud de los hombres pasará
del estado de sujeción a un estado de cooperación. (Aplausos en la extrema izquierda.)

Y así, al mismo tiempo que progrese la clase obrera, se obtendrán nuevos progresos y garan-
tías para toda la civilización humana, porque a medida que los trabajadores sean más libres y
más fuertes, y estén mejor amparados, y se acostumbren a participar en las grandes iniciati-

103
vas colectivas, serán mayores las probabilidades de que los cambios sociales se realicen
conforme a las leyes de la evolución. En tal caso, los trabajadores durante tanto tiempo ame-
nazados de mis eria, y amenazadores a su vez, abordarán el problema final no sólo con más
entusiasmo y confianza, sino con mayor cordura, teniendo por anticipado la tranquila cert i-
dumbre de un nuevo y más justo orden social.

Pero, señores, ¿es un sueño todo esto? Muchos son los obstáculos y dificultades con que
tropieza la clase obrera en el camino de sus justas reivindicaciones. A todos los anhelos del
proletariado, a todas las tentativas democráticas se opone la resistencia sórdida o violenta de
la clase privilegiada que detenta el monopolio de la propiedad. Los que hoy viven del privi-
legio ejercen una tenaz acción, usando alternativamente la fuerza o la perfidia; ellos cuentan
con el poderío que les da el capital concentrado en sus ruanos; a ellos corresponde ahora el
derecho libérrimo de dar o negar trabajo; disponen de la oculta influencia de la gran piensa; a
su ventaja juega la dispersión de los esfuerzos que le opone la democracia, diseminada y
absorbida por las preocupaciones del penoso vivir; y mientras el capitalismo universal forma
un compacto bloque, las fuerzas demo cráticas aparecen divididas en el mundo y dentro de
cada país por la dispersión de sus grupos y partidos en los parlamentos.

De tal manera, señores, es como se alza un obstáculo enorme, a la vez recio y blando, ante
todo afán de la clase obrera. Yo digo que la política permanecerá estancada, que la democra-
cia seguirá siendo un régimen incierto en tanto que no haya sido derribado ese obstáculo. Y
digo también que sólo existe una fuerza, una sola, que pueda demoler el obstáculo y abrir las
rutas del porvenir. Esa fuerza es el proletariado, organizándose por sí mismo, tomando por la
cohesión y conciencia de su fuerza plena conciencia de su derecho y de su misión histórica.

«La clase obrera lucha por la humanidad.»

Señores: el proletariado no es una clase mezquina; no es una casta encerrada en el círculo de


sus intereses egoístas. La clase obrera no lucha solamente por ella: yo no me cansaré de
repetir —es un lugar común del socialismo — que lucha por la humanidad entera. Ella no
pide la sustitución de un privilegio por otro privilegio; no dice que al régimen de la propie-
dad feudal de la tierra haya de suceder el régimen de la propiedad mobiliaria; ella no invoca
en su beneficio ningún título de privilegio: invoca un título de humanidad, limitándose a
decir que la clase obrera personifica el trabajo, campo de acción abierto a todo hombre que
quiera participar en el derecho nuevo con esta ejecutoria, la más noble de todas.

El proletariado así concebido podrá reunir alrededor de sus organizaciones todas las fuerzas
dispersas de la democracia y concentrar en un sólido bloque orgánico, junto a los trabajado-
res urbanos, al proletariado campesino, a los modestos propietarios rurales, articulados en
cooperativas, a la pequeña burguesía mercantil y artesana, hoy tan desamparada, a los técni-
cos profesionales y al trabajador intelectual...

He ahí, señores, cómo está planteado el problema para los socialistas. Nosotros miramos
tranquilos el porvenir. Sabemos que la Francia, inmovilizada y detenida hoy, recuperará y
reanimará su acción algún próximo día. Motivos hay para maldecir las cosas francesas a la
hora presente; pero en este país existe un resorte de valor incomp arable, porque a la hora
decisiva el pueblo francés siempre ha sabido identificar la esencia misma de la vida con la
idea de la revolución y de la justicia social...

Precisamente porque Francia supo cimentar su vida pública sobre la democracia ha sufrido
las más trágicas alternativas de grandeza y postración. El día que la democracia reniegue de

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sí misma, todo se habrá hundido entre nosotros, porque no queda ninguna supervivencia del
pasado capaz de llenar el vacío de la libertad. Pero si por el contrario se juntan y exaltan
todas las fuerzas de la democracia, entonces, libres ya de los obstáculos tradicionales, el
movimiento hacia el progreso podrá ser entre nosotros admirable y sin parangón ninguno.

Termino, señores, ratificando mi confianza en que bajo la impulsión obrera y socialista ese
movimiento ascensional lo veremos triunfante para gloria de Francia y bien del mundo.
(Aplausos y felicitaciones en la extrema izquierda.)
1. Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados en 1909.

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