La Palabra Se Hace Carne - Adrienne Von Speyr 10
La Palabra Se Hace Carne - Adrienne Von Speyr 10
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La Palabra en Dios
1,2. Ésta era en el origen junto a Dios.
La palabra eterna no es ella misma el origen. Ella nace eternamente del origen. El origen es
Padre, la palabra es Hijo. Pero porque en el origen es la palabra, porque el Hijo es en el Padre,
por eso la palabra no es una prolongación del origen, el Hijo no es una prolongación del Padre,
sino como palabra del Padre es nuevo origen. Lo es, porque el Dios eterno es también
eternamente sí mismo y el Hijo no puede poseer otra esencia que el Padre. Y sin embargo, el
Hijo no es el Padre, pues la palabra es junto a Dios. Con esto se anuncia una diferencia. Dios y la
palabra no son lo mismo. Lo que Dios es no puede ser dicho: es todo, es la plenitud, el origen de
todo. Dios es el que da todo y el Hijo es el que tiene todo porque todo le es regalado por el
Padre. El Padre es el que posee todo el amor y se lo da al Hijo. Y el Hijo es el que recibe todo el
amor y por eso quiere prodigar todo el amor, porque lo ha recibido pródigamente. El estar juntos
de Padre e Hijo no es otra cosa que ese flujo del amor. Como dos figuras que estuviesen una
frente a la otra y todo el espacio entre ellas fuera llenado por el amor, un amor que deja a cada
persona su ser, su perfil, su forma de aparecer. Pero tal ser uno junto al otro aún no alcanza para
la plenitud del amor. Por eso, se dice a continuación: Y Dios era la palabra. El Hijo aparece ahora
de repente en el Padre. En su esencia ambos son uno, y también su amor es uno. Con esto el
círculo parece cerrarse. Sin embargo, en este fin que cumple y culmina el Evangelista inicia de
nuevo con la expresión del principio: Ésta era en el origen junto a Dios. Así, el amor entre el
Padre y el Hijo no es un círculo cerrado, más bien de su amor procede otra vez un nuevo origen.
Este nuevo origen es el tercero en Dios, el Espíritu Santo. Es el hálito común del amor de ambos,
el eterno movimiento entre el Padre y el Hijo, la fuente de la vida eterna en Dios que transforma
en origen cada cumplimiento entre ellos y por eso, igual que el Padre y el Hijo, es origen y crea
origen. Es la unidad eterna de los que están eternamente juntos uno frente al otro en el amor.
Porque el Hijo está eternamente frente al Padre, por eso la palabra es junto a Dios; porque es
eternamente en el Padre, por eso la palabra misma es Dios. Porque son uno y el Espíritu es su
unidad, por eso pueden irradiar eternamente el amor uno. Y a pesar de esto y precisamente por
esto, pueden también apartarse uno del otro durante el camino terreno del Hijo para dar a su
mutuo resplandor nuevas posibilidades y conferir a su amor siempre ya cumplido nuevos
cumplimientos.
En su esencia Dios es TRINIDAD. Es imposible que Dios sólo entrañase al Padre y al Hijo. Ser dos,
a la larga, significa morir. Un eterno cara a cara de uno y uno conduce finalmente al agotamiento
del amor. Para que se mantenga vivo el amor entre dos, siempre es necesario un tercero que
vaya más allá de los dos que se aman. Una tarea que los cumpla, una fuente que alimente su
amor, un interés común, algo que incite, que abra horizontes, que rompa el círculo, que ofrezca
un motivo para la eterna renovación de su amor. Algo que toque a ambos y de este modo
mantenga viva la relación. Así el Espíritu Santo es en Dios la auténtica fuente de la vida eterna.
Y así el Espíritu es también lo más inconcebible en Dios, una realidad tan oscilante y tan viva
para la que casi no existe una imagen sensible. El Espíritu es el exceso eterno, lo que es siempre
todavía más, y así conserva en vida a todas las cosas. Por eso todo viviente es tres, participa en
el tres y todo lo que quiere llegar a ser vivo debe ser acogido y sumergido en la vida trinitaria.
En su esencia Dios es Trinidad. Por eso, no es que primero sea el Padre, luego surja el Hijo y, por
último, de la unión de ambos proceda el Espíritu; por tanto, que el amor en Dios fuera sólo el