Kafka Bajo La Mirada de La Eternidad
Kafka Bajo La Mirada de La Eternidad
Kafka Bajo La Mirada de La Eternidad
*
Profesor-investigador, Fundación Universidad de las Américas-Puebla.
1
Apud R. Stach, Kafka, II, Los años del conocimiento, Acantilado, Barcelona, 2016,
p. 1778.
2
Apud W. Hoffmann, Los aforismos de Kafka, FCE, Ciudad de México, 2014, p.14.
3
F. Kafka, Obras completas, 1, El proceso, Galaxia Gutemberg, Barcelona,1999, p.
651.
[61]
“Dios dijo que Adán tenía que morir el día en que comiera del
árbol del conocimiento. Según Dios, la consecuencia inmediata
de comer del árbol del conocimiento debía ser la muerte; se-
gún la serpiente (por lo menos así se la podría entender), sería
volverse igual a Dios. Ambas cosas fueron inexactas [...] Ambas
[...] fueron también, de manera semejante, exactas. No murió el
hombre, sino el hombre paradisiaco; no se hicieron Dios, pero
adquirieron el conocimiento divino.”4 Así pues, podemos decir
que el relato bíblico, según Kafka, cuenta dos historias míticas
de manera inexacta y dos parábolas religiosas de manera exac-
ta. La primera historia mítica consiste en creer que, al comer
del árbol de conocimiento, Adán recibió un mal por parte del
Bien: la muerte. Mientras que la parábola religiosa consiste en
aceptar que el hombre recibió en realidad un bien por parte del
Bien: la existencia, pues “No murió el hombre sino el hombre
paradisiaco.”5 La segunda historia mítica inexacta consiste en
creer que al comer del árbol del conocimiento, Adán recibió un
bien por parte del Mal (la promesa de la serpiente): “volverse
igual a Dios.”6 Mientras que la parábola religiosa exacta con-
siste en aceptar que el hombre recibió como un mal lo que en
realidad era un bien: el hombre no se volvió igual a Dios sino
que adquirió “el conocimiento divino”.7 En verdad, puesto que
la idea de eternidad –de cuyo conocimiento dependen todos los
demás, incluso el conocimiento del Bien y del Mal– le recuerda
su inapelable mortalidad, el hombre experimenta dicho cono-
cimiento como algo terriblemente malo. Afirmar que Dios hizo
algo malo al dar a conocer al hombre la noción de eternidad
es una blasfemia y en ella radica el pecado original: “El pecado
original, la vieja injusticia que el hombre ha cometido, consiste
en el reproche que el hombre hace, y al cual no renuncia, de
4
Ibíd., pp. 33-34.
5
Ibíd., p. 33.
6
Ibíd., p. 34.
7
Ibíd., p. 34.
8
F. Kafka, Obras completas, II, Diarios, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2000, p. 645.
9
La blasfemia suena incluso a reproche: “no he hecho ese viaje interminable para
que ahora se me envíe de vuelta”, apud, F. Kafka, Obras completas, I, El castillo, Galaxia
Gutenberg, Barcelona, 1999, p. 750.
10
F. Kafka, Obras completas, I, El proceso, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1999, p.
656.
11
G. Janouch, Conversaciones con Kafka, Destino, Barcelona, 1997, p. 138.
12
Loc. cit.
13
F. Kafka, Aforismos de Zürau, 3, Sexto Piso, Ciudad de México, 2005, p. 21.
14
B. Spinoza, Ética, libro IV, proposición 52, demostración, UNAM, Ciudad de
México, 1983, p. 281.
15
Como apoyo de esta interpretación ofrecemos la siguiente cita de una carta de
Kafka a Max Brod: “Querido Max, siempre me ha llamado la atención que utilices
la expresión ‘feliz en la desgracia’ en relación conmigo y otros, y no lo haces como
afirmación o como sentimiento de pesar o como advertencia ante un caso extremo,
sino como reproche. ¿Acaso no sabes lo que significa? Con esta segunda intención, que
19
L. Tolstoi, Obras Completas, II, La guerra y la paz, Aguilar, Ciudad de México,
1991, p. 970.
20
S. Kierkegaard, Tratado de la desesperación, Gráfico, Buenos Aires, 2007, p. 21.
21
F. Kafka, Obras completas, II, Diarios, op. cit., p. 469.
22
F. Kafka, Aforismos de Zürau, 29, op. cit., p. 45.
23
Vale la pena recordar el famoso pasaje del Gran Teatro de Oklahoma: “En la
esquina de una calle, Karl vio un cartel con el siguiente anuncio: ‘¡En el hipódromo de
Clayton se contrata hoy, desde las seis de la mañana hasta medianoche, personal para
el teatro de Oklahoma! ¡El gran teatro de Oklahoma os llama! ¡Sólo hoy os llama, sólo
una vez! ¡Quien pierda la oportunidad ahora, la habrá perdido para siempre! ¡Quien
piense en su futuro es de los nuestros! ¡Todo el mundo es bienvenido! ¡Quien quiera
ser artista, que se presente! ¡Somos el teatro que puede emplear a todos, a cada uno
en su puesto! ¡Felicitamos ya a quien se decida por nosotros! ¡Pero daos prisa, para
que podáis entrar antes de medianoche! ¡A las doce cerrará todo, para no abrirse más!
¡Maldito sea quien no nos crea! ¡Hacia Clayton!’”, apud, Obras completas, I, El desapare-
cido, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1999, p. 439.
24
Kafka pudo haber tomado esta idea de Plotino.
25
F. Kafka, Aforismos de Zürau, 99, op. cit., p.114.
26
Ibíd., 54, p. 71.
27
F. Kafka, Aforismos de Zürau, 85, op. cit., p. 100.
28
B. Spinoza, op. cit., Apéndice, p. 48.
29
F. Kafka, op. cit., 104, pp. 119-120.
II
30
F. Kafka, Aforismos de Zürau, 109, op. cit., p. 125. De modo contrario: “[...] Frente
a los ojos débiles se solidifica, frente a los ojos todavía más débiles le crecen puños,
frente a los ojos todavía más débiles se llena de vergüenza y destruye a quien osa mi-
rarlo”, F. Kafka, Ibíd., 54, p. 71.
31
F. Kafka, Ibíd., 39a, p. 56.
32
Apud W. Hoffmann, op. cit., pp. 33-34.
33
Ibíd., pp. 33-34.
una verdad sub aespecie aeternitatis. Cuando Adán comió del fruto
del árbol del conocimiento, murió solamente la idea de hombre
“paradisiaco e inmortal” ya que el hombre pasó de la inexis-
tencia a la existencia; con esto, Adán no se hizo un Dios sino
que adquirió la capacidad, siendo hombre, para llegar a ser
divino, es decir, con la temporalidad el hombre adquirió, más
allá del mero conocimiento de la eternidad, la capacidad para
experimentarla. Verdad sólo puede significar, verídicamente,
vida eterna. Cuando el hombre niega, como si no estuviese
convencido de su propia existencia, su parte de eternidad, él se
vuelve también culpable de una calumnia contra sí mismo –otro
aspecto más del pecado original–. En la calumnia, dice Kafka,
“confesar la culpa y mentir son la misma cosa. Para poder con-
fesar se miente”.34 La verdad eterna podría formularse así: fue
que gracias a que Adán –que en hebreo significa simplemente
“el hombre”– comió del fruto del árbol del conocimiento de la
eternidad que él adquirió la capacidad para poder experimen-
tarla. En efecto, al transgredir la prohibición del Paraíso, Adán
comió, aunque él lo ignore, no solamente del fruto del árbol
del conocimiento sino que comió también del fruto del árbol de
la vida35: “Adán, al transgredir la prohibición divina y comer
del árbol del conocimiento, se precipitó en la temporalidad y se
hizo mortal: expulsado del ámbito de la verdad, representado
por el árbol de la vida, perdió la inocencia, que ignora el bien
y el mal, y se transformó en individuo que ya no reposa en lo
universal. En compensación, penetró en el ámbito de la verdad
del árbol del conocimiento, una vida activa en la que el bien se
separa del mal”,36 por esa razón, “Hay para nosotros dos clases
34
Apud, G. Agamben, Desnudez, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2011, p. 38.
35
Un aforismo de Nietzsche es, con sus respectivos matices, muy cercano a esa
interpretación del texto bíblico: “Del árbol del conocimiento. Verosimilitud, pero no
verdad; liberosimilitud, pero no libertad: por estos frutos es por lo que no puede con-
fundirse el árbol del conocimiento con el árbol de la vida”, F. Nietzsche, El caminante
y su sombra, Nietzsche I, Gredos, Madrid, 2014, I, p. 161.
36
W. Hoffmann, op. cit., p. 33.
37
Apud W. Hoffmann, op. cit., p. 32.
38
En las anteriores citas, Kafka desarrolla también las nociones de bien y mal
en relación al relato bíblico de la expulsión del Paraíso. Si el hombre no hubiera co-
mido del árbol del conocimiento que le muestra las cosas como objetos de voluntad,
no formaría concepto alguno de justicia e injusticia. El conocimiento del bien y del
mal levanta así un muro entre la eternidad inactiva y la temporalidad activa, entre la
inocencia y la condena. Spinoza desarrolla también las nociones de bien y mal en rela-
ción al relato bíblico:“y conforme a esto, se cuenta que Dios prohibió al hombre libre
comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, y que tan pronto como comiese
de él, en el acto temería la muerte más que desearía vivir [...] en el acto comenzó a
imitar sus afectos y a perder su libertad; la cual recuperaron más tarde los patriarcas
llevados del espíritu de Cristo, esto es, de la idea de Dios de la cual sola depende que
el hombre sea libre y desee a los demás hombres el bien que desea para sí, como
demostramos más arriba”, B. Spinoza, op. cit., IV, LXVIII, escolio, p. 299. Es decir,
el conocimiento de lo bueno y de lo malo no es más que el afecto de la alegría o la
tristeza: “si los hombres nacieran libres, no formarían concepto alguno de lo bueno y
lo malo en tanto fueran libres”, B. Spinoza, Ibíd., IV, LXVIII, p. 298.
39
F. Kafka, op. cit., 83, p. 98.
40
Ibíd., 82, p. 97.
41
Apud W. Hoffmann, op. cit., p. 76.
42
Cfr. San Agustín, Confesiones, Libro XI, Gredos, Madrid, 2010.
43
F. Kafka, op. cit., 64, p. 81. También: “Fuimos creados para vivir en el Paraíso,
el Paraíso estaba destinado a servirnos. Nuestro destino fue modificado; pero nada
se ha dicho acerca de que lo mismo haya sucedido con el destino del Paraíso”, Ibíd.,
84, p. 99.
44
Nicolás de Cusa, La visión de Dios, XI, 46-47, Universidad de Navarra, Pamplo-
na, 1994, p. 98.
45
Apud W. Hoffmann, op. cit., p. 32.
46
F. Kafka, op. cit., 50, p. 67.
47
Kafka leyó La Carta de Lord Chandos de Hugo von Hofmannsthal.
48
Kafka leyó el Así hablo Zarathustra de Friedrich Nietzsche.
49
Es muy probable que Kafka haya leído las Contribuciones a una crítica del lenguaje
de Fritz Mauthner, así como su monografía sobre Spinoza, donde se trata ampliamen-
te el problema de la expresión lingüística en relación con la realidad y la eternidad.
50
F. Kafka, Ibíd., 80, p. 95.
51
F. Kafka, Ibíd., 57, p. 74.
52
G. Janouch, op. cit., p. 213.
53
B. Spinoza, op. cit., V, XXXIX, p. 355.
54
Cfr. Ibíd., V, XLIII, p. 359: “La beatitud no es el premio de la virtud, sino la
virtud misma; y no gozamos de ella por limitar las libidinosidades, sino al contrario,
porque gozamos de ella podemos limitar las libidinosidades”.
55
B. Spinoza, Ibíd., II, XLVIV, corolario II, p. 114.
56
Ibíd., II, I, escolio, UNAM, Ciudad de México, 1983, p. 61.
57
Ibíd., II, IX, demostración, p. 69.
58
Sobre este aspecto del pensamiento de Spinoza, G. Deleuze señala lo siguiente:
“Es por ello que sobre todo no debemos confundir las esencias con las relaciones, ni
la ley de producción de las esencias con la ley de composición de las relaciones. No
es la esencia la que determina la efectuación de la relación en la que se expresa. Las
relaciones se componen y se descomponen según leyes que son las suyas [...] El orden
de las esencias se define por una conveniencia total”, G. Deleuze, Spinoza y el problema
de la expresión, Muchnik Editores, Barcelona, 1996, p. 203.
III
59
F. Kafka, op. cit., 40, p. 57.
60
Ibíd., 97, p. 112.
61
G. Agamben, Pilato y Jesús, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2014, p.46.
62
G. Landauer, Escepticismo y Mística, Herder, Ciudad de México, 2015, p. 43.
63
Es bien sabida la influencia de la obra de Dostoyevski en la de Kafka; de hecho
podría hacerse una lectura de los tres personajes de las novelas de Kafka como des-
doblamientos de uno mismo, como en El doble de Dostoyevski: “Nuestro héroe lanzó
un grito y se llevó las manos a la cabeza”, F. Dostoyevski, Obras Completas, I, El doble,
Aguilar, Madrid, 1966, p. 307. Dos citas basten para apoyar dicha lectura: “Una vez
se me ocurrió escribir una novela en la que dos hermanos luchan entre sí; uno marcha
a América, mientras que el otro queda en una prisión de Europa.”, K. Wagenbach,
Franz Kafka. Imágenes de su vida, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1998, p. 42 y “Karl
Rossmann y K., el inocente y el culpable, a la postre justificados ambos, sin distinción,
el inocente con mano más leve, más bien empujado a un lado que derribado a golpes”,
F. Kafka, Obras completas, II, Diarios, op. cit., p. 573.
64
Kafka escribe sobre su “deseo de adquirir una visión de la vida [...] en la que
la vida conservase, ciertamente, sus pesadas caídas y subidas naturales, pero al mismo
tiempo fuese reconocida, con claridad no menor, como una nada, como un sueño,
como un balance”, R. Stach, Kafka, I, Los primeros años, Acantilado, Barcelona, 2016,
p. 448.
65
F. Kafka, op. cit., 5, p. 23.
66
Ibíd., 74, p. 89.
67
Ibíd., 70/7, p. 86.
68
Apud W. Hoffmann, op. cit., p. 26.
69
F. Kafka, op. cit., 90, p. 105.
70
Apud W. Hoffmann, op. cit., p. 33.
71
Apud W. Hoffmann, op. cit., pp. 25-26.
72
F. Kafka, op. cit., 69, 85. Hay pues paradoja entre conocimiento de vida eter-
na y experimentación de vida eterna, los frutos del árbol del conocimiento deben ser
neutralizados por los frutos del árbol de la vida, porque el conocimiento no es, en
modo alguno, un fin. También: “Desde el pecado original somos en esencia iguales
en cuanto a la capacidad de conocimiento del Bien y del Mal; a pesar de eso, es pre-
cisamente ahí donde buscamos nuestras preferencias particulares. Pero es sólo más allá
de este conocimiento que empiezan las verdaderas diferencias. La apariencia contraria
es provocada por lo siguiente: nadie puede darse por satisfecho con el mero conoci-
miento, sino que debe aspirar a actuar conforma a él. Sin embargo, al hombre no le
fue concedida la fuerza para ello, por eso debe destruirse incluso a costa del peligro de
obtener con ese acto la fuerza necesaria, no le queda más que este último intento. (Ése
es también el sentido de la amenaza de muerte implícita en la prohibición de comer
del Árbol de la Ciencia; quizá ése sea también el sentido original de la muerte natural).
Pero el hombre siente temor frente a ese intento; preferiría anular el conocimiento del
Bien y del Mal (la denominación “pecado original” remite a ese miedo); pero no se
puede anular lo ya sucedido, sólo se le puede enturbiar. Con este fin es que surgen las
motivaciones. El mundo entero está lleno de ellas, más aún, se podría decir que todo
el mundo visible no es más que una motivación del hombre, que quiere descansar
por un momento. Un intento por falsificar el hecho del conocimiento, por convertir al
conocimiento en la meta”, F. Kafka, Ibíd., 86, pp. 101-102.