Cuento 1
Cuento 1
Cuento 1
Alicia, paseaba por el campo junto a su hermana mayor, llamada Ana. Hacía calor y la
mayor dijo:
¡uf...! No me apetece caminas más. Me sentaré a leer bajo la sombra de este árbol.
Ana empezó a leer en voz alta y Alicia, aburrida, optó por sentarse a su vez bajo la
sombra fresca del árbol próximo al de su hermana. Empezaba a amodorrarse, cuando
vio pasar a un Conejo Blanco estrafalariamente vestido que decía:
-¡Ah, caramba! ¡Llegaré tarde! ¡Siempre llego tarde!
Tendrá que darme más prisa...
Alicia pensó que aquel conejo era algo tonto. ¿Qué tenía que hacer un animal como él
para preocuparse por la puntualidad?
Entonces le fue posible atravesar una puertecilla y pasar a una coquetona salita de
muebles diminutos. Pero, viéndose tan pequeña, eso no la consoló.
¿No iba a ser más lo que fue?
Encima de una de las mesas descubrió una apetitosa tortita y decidió comerla, para
ver qué sucedía. Entonces, de nuevo empezó a crecer y crecer.
-Me estoy alargando otra vez como un telescopio -se dijo, sin saber ya qué iba a ser
de ella.
Y tantas lágrimas derramó que la sala comenzó a inundarse. Hasta temió volverse
loca.
De todas formas, como tenía que hacer algo para recobrar su verdadero tamaño,
bebió de una botellita y al instante empezó a encoger. Pensó: -Me he convertido en un
sube y baja. Tanto he disminuido que el resto de la tortita que conservo en la mano
me parece una montaña. ¿Por qué se me ocurrió seguir al conejo?
¡Se había hecho del tamaño de una nuez!
De repente cayó y creyó que había caído al mar, pero no. ¡Se trataba de sus propias
lágrimas! Para no ahogarse, saltó a la barquita de papel de la torta y, navegando
siempre, fue a parar a un extraño lago poblado por una serie de seres pintorescos y
también amenazadores. ¿Se estaban burlando de ella?
Mirándola, se hacían gestos unos a otros, como si Alicia fuera un bicho raro. ¿Pero es
que no se habían mirado a sí mismos? Había una coneja con una capota de lo más
ridículo, una estrella de mar con cara de mico, un pulpo que se le antojó lleno de
ranos y una especie de pato con un pico que parecía la bolsa del mercado. ¿De
dónde habría salido?
Poniéndose muy seria, preguntó:
¿Podría alguien indicarme el modo de salir de este lago?
Por toda respuesta empezaron a reír de un modo grotesco y más que ninguno el pato
o pájaro bobo o lo que fuera. Lo estaban pasando en grande a su costa. Al fin,
enfadada, estallo:
-¡Son ustedes unos grandísimos maleducados, ea!
Mientras se alejaba con gran trabajo por su propios medios de aquel charco, no lago,
seguía oyendo las risotadas de los estúpidos que dejaba a sus espaldas.
Al llegar a la orilla, agotada, se sentó a descansar sobre un hongo. Por suerte para
ella acertó a pasar un gusanito sonriente y se dirigió a él.
Alicia, que de nuevo sentía hambre, accedió. Mientras participaba del banquete, Alicia
pensaba que por allí todos estaban locos de atar.
Como ya se había quedado bien alimentada, la niña se levantó de la mesa, con un
saludo general, pero sin olvidar despedirse cariñosamente del gusanito, que tan
amable había sido con ella.
Poco después tenía ocasión de contemplar algo realmente sorprendente: todo un
ejército de cartas de baraja de las que salían cabezas, brazos y piernas.
Algunos de ellos se dedicaban a pintar de rojo las rosas blancas.
-¿Qué estáis haciendo? -preguntó Alicia, muy sorprendida.
-¿No lo ves? Estamos pintando de rojo las rosas blancas porque hemos arrancado,
sin darnos cuenta las rosas rojas del jardín de la Reina y si ella se entera hará que
nos corten la cabera -respondieron las extrañas figuras.
Entonces sí que empezó a chillar, pero fue hecha prisionera y llevada ante el tribunal
presidido por la terrible Reina de la Baraja.
Sentada ante el tribunal sin posibilidad de escapatoria, Alicia quería responder a las
acusaciones de la presidenta de dicho tribunas, o sea, de la Reina. Pero ni le daban
tiempo ni permitían que se la oyese.
La calificaron de criminal invasora, de ladrona del Reino de la Baraja, de querer
usurpar el trono, en fin, de mil tonterías por el estilo, pero que tenían a la muchacha al
borde del terror.
Ella llegó a taparse los oídos con las manos.
De pronto, con un esfuerzo supremo, Alicia pudo levantarse de la silla y echar a
correr. La Reina, bajando de su sitial, corría tras ella, pero estaba tan gorda que no
pudo seguirla y tuvo que desistir. Por el contrario, los soldados carta volvían a
perseguirla con sus espadas y garrotes. La niña, con espantosos chillidos, seguía
corriendo.
Y de pronto, sintió que caía rodeada de los objetos más variados de los que había
visto en su recorrido por tan extraño reino.
El conejo blanco, sin perder su gesto burlón, caía también cerca de ella. Alicia chilló
más fuerte y una voz conocida y cariñosa, sonó a su lado:
-¿Por qué chillas así, Alicia?
Era su hermana Ana, todavía con el libro entre las manos. Aliviada, comprendió que
había sufrido una terrible pesadilla....