Benente, Mauro. Teorías de La Democracia y Protesta Social.
Benente, Mauro. Teorías de La Democracia y Protesta Social.
Benente, Mauro. Teorías de La Democracia y Protesta Social.
2 En algunos casos esta mirada conservadora parece guardar aires de familia con algunas teorías pluralistas de la
democracia (o la poliarquía) como las de Schumpeter, Dahl o Sartori, pero como los desarrollos conceptuales son
bastante escasos prefiero denominarla conservadora –nominación que estoy seguro de poder sustentar- y no
pluralista.
mismo año publicó la segunda edición de su Tratado de Derecho Constitucional, donde
se lee que el derecho de petición “deja de ser un derecho que merece tutela legal
cuando, por su intermedio, se incurre en la comisión de delitos o se lesiona el orden o la
moral pública. Tal es lo que acontece cuando la petición está acompañada por la
ejecución, individual o colectiva, de actos prohibidos por la ley o que lesionan
arbitrariamente los derechos de las personas (art. 19 CN). En esta categoría incluimos a
los «piquetes», el corte de vías de comunicación impidiendo el tránsito, la ocupación de
establecimientos públicos o privados” (Badeni, 2006b: 544).
En otro muy breve trabajo, publicado en el año 2002, Juan Carlos Cassagne (2002:
1938) se refirió a los cacerolazos, y acotando la noción de democracia al ejercicio del
sufragio no dudó en sostener que “el establecimiento de reglas mínimas para la
convivencia en una sociedad civilizada no justifica que los ciudadanos estén obligados a
consentir los malos gobiernos ya que, en una democracia representativa (art. 22,
Constitución Nacional), el remedio correctivo se encuentra en el libre ejercicio del voto
popular que permite la renovación periódica de los gobernantes y legisladores”. De esta
manera, si lo que se cuestionan son las leyes dictadas por el Parlamento en lugar de
manifestarse sería “más justo que los ciudadanos canalizaran sus protestas ante el
Congreso, en forma ordenada y pacífica, habida cuenta que constituye el ámbito natural
de la democracia representativa en la que el pueblo no delibera ni gobierna sino por
medio de sus representantes” (Casaggne, 2002). También en el año 2002 se conoció el
pronunciamiento de la Cámara de Casación Penal en el caso “Marina Schiffrin”, que
confirmó la sentencia a una docente que había participado de un corte de ruta en
Bariloche y había sido condenada a la pena de tres meses de prisión en suspenso, como
coautora del delito de impedir y entorpecer el normal funcionamiento de los medios de
transporte terrestres sin crear una situación de peligro (art. 194 del código penal). Allí es
posible leer que el juez federal de primera instancia de Bariloche había sustentado su
condena en esta opinión del constitucionalista Miguel Ángel Ekmekdjian: “lo que
afirma el art. 22 CN. es que la única forma legítima y verificable de la expresión
soberana del pueblo es el sufragio. Por medio de éste, el pueblo rechaza o acepta las
alternativas que le propone la clase política … Otros tipos de presunta expresión de la
voluntad popular, distintos del sufragio (tales como reuniones multitudinarias en plazas
o lugares públicos, encuestas, huelgas, lockouts u otros medios de acción directa, vayan
o no acompañadas por las armas, etc.) no reflejan realmente la opinión mayoritaria del
pueblo, sino a lo sumo la de un grupo sedicioso” (Ekmekdjian, 1994: 599-600).
También encuadrando los piquetes dentro del delito de sedición tipificado en artículo 22
de la Constitución Nacional3, María Angélica Gelli (2003: 219) postula que los “cortes
de rutas, caminos o calles encuadran en la prohibición constitucional, aun cuando las
autoridades suelen ser complacientes con aquéllas”. Sin referencias al artículo 22, pero
observando en los piquetes una vulneración del sistema constitucional, en un breve
artículo publicado en marzo de 2005 Walter Carnota (2005) sostenía que “derechos tan
mínimos como la seguridad individual o la circulación territorial se han visto impedidos
por el calendario y los cronogramas de los que «marchan». Y allí es donde los reclamos
y las protestas, al interferir con otros derechos igualmente valiosos y legítimos, se
convierten en «disfuncionales» y en violatorios al orden público constitucional”.
Por su lado, merece destacarse un proyecto de ley presentado en el año 2006 por el
entonces diputado Jorge Reinaldo Vanossi, donde se establecía la responsabilidad del
Estado federal por los daños producidos “por adoptar o no adoptar las medidas
preventivas y/o represivas adecuadas ante cortes de rutas, puentes, vías navegables o de
comunicación de todo tipo […] o cualquier lugar en el que algún individuo tenga
legítimo derecho de transitar o ingresar” (Expte. 6968-D-2006, art. 17). En sintonía, en
un artículo publicado en la revista de la Academia Nacional de Derecho, explicaba los
alcances de la propuesta y afirmaba que en los piquetes “se atenta contra la seguridad e
incluso la integridad física de las personas, se destruye la propiedad privada y pública y,
en fin, se realizan todo tipo de acciones generalmente delictivas, que ponen a la
Argentina con la imagen de ser un país donde, pese a que se invocan diariamente los
Derechos Humanos, no se respetan en lo más mínimo los derechos individuales más
elementales” (Vanossi, 2007: 139). En lugar de presentar iniciativas tendientes a
garantizar los derechos económicos, sociales y culturales, la propuesta era que el
Estado, por no prevenir o no reprimir los cortes de ruta, reparara a quienes resultaran
molestados. Si bien no profundizaré sobre los alcances del proyecto, no podemos
olvidar que en la vereda opuesta existían numerosas iniciativas legislativas que
proponían amnistiar a quienes habían participado de cortes de ruta.4
3 El artículo dispone que “el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades
creadas por esta constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y
peticione en nombre de éste, comete delito de sedición”.
4 En esta línea pueden citarse los siguientes proyectos: Expte. 0975-D-2013, firmado por María Cristina Cremer De
Busti (reproducción del Expte. 3316-D-2011), proponiendo una amnistía para quienes participaron de los cortes en
contra de las pasteras en Fray Bentos; Expte. 0980-D-2012, firmado Atilio Francisco Salvador Benedetti, Ricardo
Luis Alfonsín, Juan Pedro Tunessi, Jorge Mario Álvarez, Ricardo Rodolfo Gil Lavedra (reproducción del Expte.
5887-D-2010), con una amnistía para quienes participaron de los cortes en contra de las pasteras en Fray Bentos;
Expte. 5704-D-2008, firmado por Horacio Alberto Alcuaz, María Virginia Linares, Claudia Fernanda Gil Lozano,
Fabián Francisco Peralta, Claudio Lozano, Carlos Alberto Raimundi, Ricardo Oscar Cuccovillo, Nélida Belous, Elisa
Varios de los argumentos brindados por importantes juristas para reprochar los cortes de
ruta se basan en una estrecha y conservadora compresión del régimen democrático.
Para Badeni los piquetes y los escraches no tienen lugar en una sociedad democrática, y
de acuerdo con Ekmekdjian, Gelli y Cassagne, los cortes de calle exceden los canales de
la democracia representativa y por ello configuran el delito de sedición. En estos casos,
la democracia queda reducida a un régimen con partidos políticos competitivos y
elecciones periódicas, en el que no hay espacio para cortes de ruta y calle que expresen
demandas por necesidades insatisfechas, presionen para que las instituciones se
modifiquen, etc.
Frente a este escenario moldeado a partir de una gran hostilidad hacia la protesta social,
y acompañado tal vez únicamente por Eugenio Raúl Zaffaroni (2002, 2007) y Raúl
Gustavo Ferreyra (2003, 2009), Roberto Gargarella ha brindado argumentos para
proteger jurídicamente los episodios de protesta social y en particular los cortes de calle
y ruta llevados adelante por los sectores más oprimidos de la sociedad. Así como desde
una versión conservadora del régimen democrático numerosos/as autores/as repudiaron
los cortes de ruta, Gargarella los defendió a partir de una concepción deliberativa de la
democracia. Sin embargo creo que esta concepción, por estar situada en la dimensión
del régimen democrático, no permite amparar jurídicamente a los piquetes.
Beatriz Carca, Norma Elena Morandini, María Fernanda Reyes, Eduardo Gabriel Macaluse, Elsa Siria Quiroz, Héctor
Flores, Pablo Zancada, con una amnistía para quienes hayan participado de movilizaciones y reclamos en vistas de
obtener reivindicaciones sociales, políticas y económicas; Expte. 1023-D-2005, firmado por Alicia Amalia Castro
(reproducción del Expte. 5545-D-2003), con una amnistía a todos aquellos que hayan participado de movilizaciones y
reclamos en vistas de obtener reivindicaciones sociales, políticas y económicas; Expte. 5502-D-2003, firmado por
Ricardo C. Gómez, Blanca I. Osuna, Mónica Kuney, Marcela A. Bordenave, Gerardo A. Conte Grand, Dante O.
Canevarolo, Pablo A. Fontdevila, Rosana A. Bertone, Saúl E. Ubaldini, Patricia C. Walsh, Margarita O. Jarque, José
A. Roselli, Guillermo E. Johnson, con una amnistía a todos aquellos que hayan participado de movilizaciones y
reclamos en vistas de obtener reivindicaciones sociales, políticas y económicas; Expte. 7609-D-2001, firmado por
Juan M. Urtubey, José M. Díaz Bancalari, Jorge A. Obeid, Manuel J. Baladrón, Alfredo N. Atanasof, Carlos
Alesandri, con una amnistía para quienes hayan participado de las acciones de protesta social de los días 19 y 20 de
diciembre de 2001.
proceso de discusión colectiva, en el cual deben participar todos/as los/as
potencialmente afectados/as, esgrimiendo sus buenas razones, y sólo si se concluye con
consensos racionales. Además, las normas deben ser imparciales: adoptadas no para
favorecer un grupo determinado, sino porque se consideran las más justas tomando en
consideración todos los intereses involucrados (Gargarella, 1995: 91-92, 2001: 324-
326). Situado desde una perspectiva epistémica (Nino, 1988: 87, 1997: 154), Nino
entiende que “la falta de imparcialidad no se debe a menudo a inclinaciones egoístas de
los actores en el proceso social y político, sino a mera ignorancia acerca del contenido
de los intereses de los demás” (1997: 168). En el mismo orden de ideas, Gargarella
sostiene que “las decisiones son a menudo «parciales» a causa de la ignorancia respecto
de los intereses o preferencias reales de los otros. Se puede llegar a decisiones no
neutrales no en virtud del interés propio o de la parcialidad de quienes toman las
decisiones, sino porque no se ha comprendido bien de qué modo otras personas evalúan
ciertas opciones” (2001: 324). La perspectiva deliberativa articula un régimen
democrático cuyo procedimiento de toma de decisiones no presenta intereses en juego,
disputas, antagonismos, relaciones de fuerzas, sino simplemente diálogo e intercambio
de razones y consensos5. Por su parte, las constantes decisiones parciales y defensoras
de determinados sectores sociales que sistemáticamente se adoptan en la arena política
latinoamericana no se explican porque que unos intereses triunfan sobre otros, ni porque
determinados estratos poseen mayor capital económico y simbólico que otros, sino por
el mero desconocimiento o incomprensión de ciertos puntos de vista. El registro de la
política no es el de los antagonismos y relaciones de fuerzas, sino el de los argumentos
racionales y los consensos.
Podría sostenerse que la teoría deliberativa de la democracia no está contaminada por el
juego de intereses ni las relaciones de fuerzas porque es una teoría normativa que
delimita un ideal regulativo, que resulta útil para realizar un contraste con el juego
político realmente existente y enunciar un juicio crítico. Uno podría problematizar la
utilidad de una teoría normativa que suponga la igualdad y el consenso no por ser
criterios reprochables, sino por ser relativamente obvios: ¿Quién podría negar la
legitimidad de una decisión acordada por individuos libres e iguales? De todas maneras,
¿quién puede afirmar que la historia política sea una historia de acuerdos entre iguales?
Y entonces cabe preguntarse por la utilidad de una teoría pensada para una práctica tan
5
Sobre la imposibilidad de prescindir del antagonismo en la política, y las dificultades para concebirla en términos de
consensos racionales ver Mouffe (1999a, 1999b, 2000)
distinta y distante. Sin embargo, el mayor problema se presenta cuando sin ninguna
adaptación pretendemos emplear el esquema normativo de la democracia deliberativa
como esquema de pre-comprensión para analizar los cortes de calle y rutas.
Los piquetes encarnan cierta demostración de fuerzas, una determinada producción de
molestias y daños, tal como de otra manera los produce la huelga. Inevitablemente las
protestas suelen incluir la generación de ciertas molestias y daños. No obstante, cuando
desde un registro normativo como la teoría deliberativa de la democracia se intenta
articular una defensa de los piquetes, se sustituye el fuego de los neumáticos, la
demostración de fuerzas, la producción de daño, por algo mucho más próximo al
régimen de la democracia: la libertad de expresión. El fundamento de la comprensión
deliberativa del régimen democrático para brindar un paraguas jurídico a los cortes de
ruta y de calle ha sido la protección de la libertad de expresión.
En varios de sus trabajos Gargarella asume que en los cortes de calle y ruta se generan
conflictos de derechos, pero esto no debería traducirse en la criminalización de los
piquetes sino que hay que ponderar los derechos en juego (2005a: 72-74; 2006a:22). Si
el derecho afectado es el de transitar en automóvil o en transporte público, el derecho
ejercido es la libertad de expresión. Gargarella no tiene dudas en catalogar a las
protestas como ejercicios del derecho de libertad de expresión, y él mismo se pregunta
“¿Qué derecho es, entonces, más importante (el derecho al libre tránsito o el derecho a
la libertad de expresión)?” (2008a: 27). Para la perspectiva de la democracia
deliberativa, para este análisis de una práctica colectiva bajo la pre-comprensión de una
teoría normativa, el piquete representa un ejercicio del derecho a la libertad de
expresión que merece extrema protección: “este tipo de derechos o «superderechos»
resultan merecedores de la máxima protección judicial, fundamentalmente dada su
proximidad con el nervio democrático” (Gargarella, 2005a: 74)6. Este resguardo debería
intensificarse cuando estamos frente a críticas al poder de turno: hay que “proteger al
que habla, sobre todo si se trata de una voz que pretende presentar una crítica contra
quienes ejercen el poder. Esa voz es la que más necesita ser protegida” (Gargarella,
2006a: 22-23)7. Más allá de coincidir con la especial protección hacia quien critica, aquí
está en juego otra cosa: la reducción de una protesta a una simple “voz”, que incluso se
6 Ante cortes de rutas o calles es menester tomar en serio la densidad que tiene el derecho a la libertad de expresión
ya que “requiere de una atención privilegiada: el socavamiento de la libertad de expresión afecta directamente el
nervio principal del sistema democrático” (Gargarella, 2005b: 26).
7 Los jueces “deben hacer un esfuerzo por resguardar al crítico, muy especialmente cuando lo que está en juego es
una crítica al poder público y más todavía si el crítico tiene dificultades para expresarse por otros medios”
(Gargarella, 2006b: 145).
enuncia en singular, como si los piquetes no tuvieran como plataforma a organizaciones
políticas y sociales.
Al analizar los fenómenos de protesta social en Argentina durante los últimos años del
siglo XX y los primeros del siglo XXI, Gargarella diagnostica que “los individuos
encuentran graves dificultades para tornar audibles sus voces y llamar la atención del
poder político […] es preocupante que un sistema democrático conviva con situaciones
de miseria, pero es catastrófico que tales situaciones no puedan traducirse en demandas
directas sobre el poder político” (2005a: 30). Más allá de la importancia y frescura que
han traído estos análisis a la comunidad académica del derecho, creo que éste es un
modo de disminuir la potencia la protesta. El piquete es una manera de desbordar los
canales institucionales, es una presión en el espacio público empleada para que las
instituciones resuelvan reclamos que seguramente ya se habían canalizado pero
continuaban sin solución. Cuando las demandas por la creación de puestos de trabajo,
las exigencias de mejoras en educación, salud, salarios, o los reclamos por otra gestión
de los bienes comunes no son tratados satisfactoriamente por los canales institucionales
–instituciones que en muchos casos causan el problema contra el que se lucha-, se
vuelve necesario ya no volcar los reclamos en las instituciones, sino desbordarlas. La
protesta no es el síntoma de la imposibilidad de traducir institucionalmente las
demandas como se lee desde la teoría deliberativa del régimen democrático, sino que es
un mecanismo que desbordando el régimen presiona para que ellas sean atendidas.
Recordemos que, de acuerdo con las premisas normativas de la democracia
deliberativa, las decisiones políticas deben adoptarse luego de un amplio proceso de
discusión colectiva, con la participación de todos/as los/as posibles afectados/as.
Tengamos también presente que la parcialidad de las decisiones políticas se explica no
por la imposición de unos intereses sobre otros, sino por un mero desconocimiento
sobre la situación de determinados grupos. Es a partir de este marco que Gargarella nos
propone tener en cuenta “las dificultades expresivas que tienen muchísimos grupos, en
nuestro país, y que les impiden hacer conocer a los demás aquellas cuestiones que más
les preocupan […] Lo que importa es que todos los grupos con necesidades básicas
insatisfechas, en cualquier provincia o localidad, cuenten con la posibilidad adecuada de
hacer conocer sus reclamos al poder público, y de ser atendidos debidamente” (2008b:
826-827). Podemos suscribir estas líneas, pero es problemático acordar con ellas cuando
se escriben como argumentos para proteger las protestas sociales. Que las autoridades
entren en conocimiento de las demandas se puede lograr de numerosas maneras, y en
muchos casos las autoridades las conocen: el 14 y el 18 de diciembre de 2017 el bloque
de poder gobernante estaba al tanto de la oposición al proyecto de ley, pero aun así la
protesta tenía sentido. Es importante que las demandas tomen estado público, pero
aquello que es central y constitutivo de la protesta, aquello que la distingue de otras
acciones colectivas, es la generación de ciertas molestias, es alcanzar un umbral de daño
para que el poder público y también privado, que ya conoce las demandas, las atienda.
Esto no significa que cuanto más profundo sea el daño, mayores serán las posibilidades
de atención y resolución de las demandas. Simplemente muestra que la generación de
cierto daño, la producción de algún margen de violencia, es constitutiva de las protestas
sociales en general, y de los piquetes en particular. Pero no por el amor de ciertas
organizaciones sociales y políticas hacia la producción de daño o la demostración de
fuerza, sino porque cuando los conflictos sociales estallan, la política se juega mucho
más en el terreno de las relaciones de fuerza que en el plano de la discusión y los
acuerdos racionales (García Linera, 2010: 11).
En algunos trabajos Gargarella reconoce que la teoría de la democracia deliberativa está
abierta “a reconocer el valor e incluso la importancia de las expresiones disruptivas”
(2008a: 50). En algunos artículos menciona el ejercicio de la violencia en los cortes de
calles y rutas, y da cuenta de las agresiones verbales y físicas a automovilistas, y
destrucción de edificios públicos (2008a: 32). Sin embargo, es justamente en estos casos
en los cuales se advierte con mayor notoriedad la incomprensión de aquello que
representan los cortes de ruta. Para tratar el asunto de la violencia en los piquetes y
manifestaciones traza un paralelismo con la huelga, sobre la que indica que si un
trabajador apedrea a un patrón mientras se realiza el cese de actividades, se debería
reprochar y condenar la acción individual, pero de ningún modo anular o prohibir el
derecho de huelga (2006a: 35). De la misma manera “si en un corte de ruta una persona
se levanta y realiza un acto de violencia, dicho acto no tiene por qué ejercer derechos
sobre los otros legítimos derechos que puedan estar allí presente” (2006a: 35). Así, “en
caso de que alguien lleve adelante un comportamiento violento, ese individuo particular
podrá ser merecedor de un reproche, pero dicho reproche no agrega ni quita
absolutamente nada a la discusión en juego, sobre el valor o la protección que merecen
el derecho a la huelga o el derecho a la protesta” (Gargarella, 2006b: 150).
Está claro que tirar un piedrazo en una huelga o en un piquete, nada dice sobre la huelga
o el piquete, pero el grave problema del argumento no está en asimilar los posibles
daños y actos violentos que se pueden cometer durante una huelga o un piquete, sino en
la incapacidad para advertir que la huelga y el piquete son constitutivamente actos de
violencia y fuerza8, y que aun así pueden merecer protección legal. Por definición las
huelgas y los piquetes suponen cierto empleo de la violencia y provocan daños: la
patronal que se ve afectada en sus márgenes de ganancia, e incluso puede sufrir la
ocupación de sus establecimientos; los/as automovilistas y pasajeros/as pueden padecer
severas demoras en el tránsito. El ejercicio de fuerza y violencia, y la producción de
daños no son fenómenos contingentes o accesorios a la huelga o al piquete como sí lo es
arrojar una piedra. No es que durante un corte de ruta “una persona se levanta y realiza
un acto de violencia”, sino que la violencia y la producción de daño son constitutivas de
estas acciones de protesta. Detectar y marcar el grosero error de suponer que lo
constitutivo del piquete es el ejercicio de la libertad de expresión y que la violencia es
solamente accesoria, no representa una simple sutileza conceptual. El mayor problema
es que este tipo de aproximaciones conceptuales, aun con sus mejores intenciones de
proteger jurídicamente a las protestas, no hacen más que permitir de modo muy
consistente la regulación y limitación de la protesta social, preservando su faz expresiva
pero anulando su demostración de fuerza.
10 En la lectura que propone Negri, Spinoza “dio prueba de valentía agregando el adjetivo «absoluta» a una de las
formas equivalentes de gobierno transmitida por la teoría antigua: monarquía contra tiranía, aristocracia contra
oligarquía y democracia contra anarquía. Pero la «democracia absoluta» de Spinoza no tiene nada que ver con la
teoría de las formas de gobierno. Según esta última, la democracia podría ser —y ha sido— recubierta de epítetos
negativos. «Democracia absoluta» es, en cambio, un término particularmente adecuado para la invención de una
nueva forma de libertad, o, mejor aún, para la producción de un pueblo por-venir” (2004: 177).
Dicho de otro modo, entendida en términos radicales y absolutos, la “democracia es lo
opuesto del constitucionalismo o, para ser más exactos, la negación misma del
constitucionalismo como poder constituido” (2015: 406). Ya en compañía de Michael
Hardt, enfrentó la democracia absoluta y radical a la representación (Hardt, Negri,
2004a: 280-282, 2004b, 2009: 304-306, 346-347) y a la soberanía (Hardt, Negri, 2004a:
374-377, 2004b), y lo interesante es que en este elenco de oposiciones está en juego la
premisa según la cual “la democracia no solo es cuestión de estructuras y relaciones
formales, sino también de contenidos sociales, de cómo nos relacionamos los unos con
los otros, de cómo producimos juntos” (Hardt, Negri, 2004: 123).
Como la democracia no se reduce a un conjunto de estructuras y formas, no puede
asimilarse al Estado de Derecho, al constitucionalismo, a la representación, ni a la
soberanía, pero tampoco puede confundirse con la democracia entendida como régimen,
tal como la leen las concepciones conservadoras y deliberativas. La democracia está
atravesada por una ambivalencia y resulta necesario distinguir entre la democracia
como régimen o forma de gobierno, es decir como modalidad “de gestión de la unidad
del Estado y del poder” (Negri, 2008: 151), y la democracia como resistencia, “como
proyecto, como praxis democrática, como «reforma» del gobierno” (Negri, 2008: 152).
La democracia no puede comprenderse sólo como régimen en el cual los/as
ciudadanos/as se limitan a elegir periódicamente a las autoridades competentes para
legislar, ni tampoco como un procedimiento deliberativo de toma de decisiones
imparciales, sino que su definición debe incorporar las modalidades de resistencia, las
presiones para reformar el gobierno, para tornar más democrático al régimen
democrático. Esta segunda concepción de la democracia, que pone el foco en el
conjunto de acciones y prácticas que se proponen democratizar el régimen democrático,
resulta mucho más interesante para proteger jurídicamente a la protesta social, pero
antes de avanzar en este punto quisiera detenerme en el escándalo de la democracia.
11 La policía es la manera en que “se determina en lo sensible la relación entre un común repartido y la repartición de
partes exclusivas” (Rancière, 2006a:70). Esta repartición entre partes “presupone un reparto de lo que es visible y de
lo que no lo es, de lo que se escucha y de lo que no se escucha” (Rancière, 2006a: 70-71).
12 Es así que “la política existe cuando el orden natural de la dominación es interrumpido por la institución de una
parte de los sin parte” (Rancière 1995: 31). Sólo existe política “cuando la lógica supuestamente natural de la
dominación es atravesada por el efecto de la igualdad. Esto quiere decir que no siempre hay política. Incluso hay
política pocas y raras veces” (Rancière 1995: 37).
13 Dicho de otro modo, puede decirse que “el gobierno político tiene, entonces, un fundamento. Pero ese fundamento
genera también una contradicción: la política es el fundamento del poder de gobernar en su ausencia de fundamento”
(Rancière, 2005: 56).
conceptual con la igualdad, es entonces un “«gobierno» anárquico, fundado sobre nada
más que sobre la ausencia de título para gobernar” (2005: 48). La democracia supone
“la indistinción primera de gobernante y gobernado, que se muestra cuando la evidencia
del poder natural de los mejores, o de los mejores nacidos, se encuentra despojada de
sus prestigios; la ausencia de título particular para el gobierno político de los hombres
unidos, incluso precisamente la ausencia de título” (2005: 103).
A la luz de estos elementos conceptuales, los órdenes policiales en los que vivimos no
pueden definirse como democracias, sino que deben caracterizarse como “Estados de
derecho oligárquicos, es decir, Estados en donde el poder de la oligarquía está limitado
por el doble reconocimiento de la soberanía popular y de las libertades individuales”
(2005: 81). Por una parte, es importante tener en cuenta que estas libertades individuales
“no son obsequios de las oligarquías. Ellas han sido ganadas por la acción democrática
y conservan su efectividad solo por esta acción” (Rancière, 2005: 82). Por otra parte,
también es fundamental tener presente que la democracia no es una modalidad distinta
de organización institucional, ni otra forma de sociedad, ni otro tipo de régimen (1995:
139, 2005: 54), sino que en la medida en que representa la interrupción del orden
policial (1995: 139) es la “acción que sin cesar arranca a los gobiernos oligárquicos el
monopolio de la vida pública, y a las riquezas la omnipotencia sobre las vidas”
(Rancière, 2005: 105). Toda política es democrática “en ese sentido preciso: no en el
sentido de un conjunto de instituciones, sino en el de formas de manifestación que
confrontan la lógica de la igualdad a la del orden policial” (Rancière, 1995: 142).
V- Notas finales
La comprensión de las acciones colectivas de protesta se inscribe en una pre-
comprensión de la democracia, y frente a las debilidades conceptuales que presentan las
teorías conservadoras y deliberativas del régimen democrático, entiendo que partiendo
una concepción de la democracia como resistencia o como democratización
comprendemos con mayor nitidez la relación entre protesta social y democracia, y
también encontramos mejores argumentos para proteger jurídicamente algunos
repertorios como el corte total de calle o rutas.
Desde la perspectiva de la democracia como resistencia o como democratización, las
acciones colectivas que con los cortes totales de ruta y calle tiendan a la
democratización de la democracia merecen protección jurídica porque son estas
prácticas las que evitan que el régimen democrático se vuelva más oligárquico. De todas
maneras, esta perspectiva no resuelve todos los problemas ni brinda soluciones
automáticas para todas las posibles situaciones. Por una parte, solamente ofrece
protección jurídica a aquellas acciones colectivas que efectivamente tiendan a la
democratización de la democracia, pero quitará protección cuando este objetivo no se
presente. Por otra parte, si bien la dimensión de daño y violencia que lleva ínsito el
bloqueo completo de calle o ruta no merece ningún reproche jurídico, en el marco de
protestas que se proponen democratizar la democracia pueden aparecer otras acciones
que impliquen daños: destruir parcial o totalmente edificios públicos o privados, arrojar
piedras u otros objetos a las fuerzas estatales, etc.
Creo que el paradigma de la democracia como resistencia o como democratización
ofrece eso, un paradigma, un punto de partida desde donde comprender de modo más
solvente la vinculación entre protesta y democracia, y permite proteger con mayor
densidad jurídica una de las prácticas que pueden democratizar la democracia: el corte
total de calle o ruta. Luego pueden suscitarse algunos problemas específicos cuya
solución jurídica resulte más compleja y menos nítida. Menos complejas y más nítidas
son las respuestas brindadas desde el paradigma de la democracia como régimen, sea en
su versión conservadora o en su modalidad deliberativa, pero en estos casos el
problema está en el propio paradigma que no protege ni siquiera las acciones que le
dieron forma al régimen que pretenden justificar y legitimar.
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