Del Anacronismo en Historia y Ciencias Sociales
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Del Anacronismo en Historia y Ciencias Sociales
RESUMEN ABSTRACT
El presente texto realiza una presentación somera This article briefly examines a subject repeatedly
de un tema tratado de manera repetida por los addressed by historians: the anachronism. Called
historiadores: el anacronismo, designado por the historian’s “sin of sins” by Lucien Febvre, the
Lucien Febvre como el “pecado de los pecados” article shows the current relevance of this issue
del historiador. Esta reflexión muestra la actualidad and underscores the need to be continuously
de este tema y concluye en la necesidad de una vigilant with respect to this obstacle to historical
permanente actitud vigilante respecto de este understanding, particularly since it is capable of
obstáculo del conocimiento histórico, que es capaz assuming the most surprising forms.
de adoptar las más sorprendentes formas.
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El mal uso que la ideología suele hacer del pasado se basa más en el anacronismo que en la mentira.
Eric Hobsbawm
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1.
Para comenzar y para que todos puedan estar más o menos advertidos de lo que
en estas páginas se entenderá por “anacronismo”, abramos el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española -DRAE- y leamos lo que allí se escribe: “Error que con-
siste en suponer acaecido un hecho antes o después del tiempo en que sucedió y, por
extensión, incongruencia que resulta de presentar algo como propio de una época a la
que no corresponde. Persona o cosa anacrónica”1.
Un diccionario más, de uso corriente y vocación escolar, luego de recordarnos el
origen griego de la palabra, nos presenta el asunto de la siguiente manera: “Atribución
de un hecho o de un suceso de una fecha distinta a la verdadera, presentándolo como
propio de una época a la que no corresponde”. O también: “Que no corresponde a la
época en que se le sitúa o atribuye” y ofrece el siguiente ejemplo: hablar del uso de la
pólvora en una narración que trata de la prehistoria americana2.
Antes de avanzar regresemos un momento a la corta frase con que el DRAE sella su
definición: “Persona o cosa anacrónica” y recordemos los buenos usos que en muchas
ocasiones la literatura ha hecho del anacronismo, como por ejemplo en Don Quijote de la
Mancha, la tan citada y poco leída obra de Cervantes, una novela en gran medida cons-
truida en el registro paródico del anacronismo, como una técnica conscientemente
elaborada por su autor. Como en muchas otras grandes obras literarias, el principio y
el efecto mismo de la “comicidad” provienen del carácter anacrónico de las actitudes
frente al mundo moderno de su personaje -en este caso don Alonso de Quijano, quien
bajo la forma de Don Quijote encuentra todas las dificultades que para vivir plantean
a hombres y mujeres las épocas de transición. Aquí, en particular, la transición entre
el viejo mundo de castillos medievales, de doncellas y de caballeros, y esa forma de
modernidad temprana que se anuncia en el Renacimiento.
De Cervantes, que lleva el tema a uno de sus puntos más altos de elaboración, a
Charles Chaplin, que en Tiempos Modernos y en muchas otras de
sus obras vuelve sobre el desajuste permanente que resulta del
1. http://buscon.rae.es/
draeI/SrvltConsulta?TIPO_ comportamiento de Charlot, quien vive exactamente en el pun-
BUS=3&LEMA=anacronismo. to de encuentro de dos mundos que en nada se parecen desde el
2. Gran Diccionario Larousse de la Lengua punto de vista de su funcionamiento, pasando por muchas de las
Española -Prólogo de Francisco Rico de
la Real Academia Española- (Barcelona:
Larousse editorial, 2000).
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2.
Siguiendo una sensata indicación de E. P. Thompson, llena de sabiduría, recordemos
que las definiciones más útiles son quizás las menos “cerradas” y las que permiten cier-
ta fluidez en su función. Podemos limitarnos entonces a darnos lo que René Descartes
llamaba una “morada provisional”, y de manera sintética digamos que el anacronismo
es una forma de pasar por encima de las dimensiones de tiempo, espacio y lengua-
je específicos, que son constitutivas de una sociedad, lo que lleva al historiador (o al
antropólogo o al sociólogo) a pasar por encima de lo que Baruch Spinoza llamaba la
“diferencia específica”, introduciendo en el análisis objetos, procesos, actitudes y for-
mas de percepción y representación que la historicidad misma de esa sociedad particular
de la que se trata no autoriza, bien sea porque se encuentran por fuera del marco de
posibilidades históricas que esa sociedad ha producido, o por el contrario, porque se
localizan en un horizonte de expectativas que la sociedad ha superado.
Recordemos así mismo -en parte para justificar el objeto de estas páginas y su pro-
pósito- que volver de manera constante sobre algunos de sus presupuestos básicos, es
una actividad necesaria para las disciplinas de pretensión científica, es decir, aquellas
que inscriben su proyecto en un orden demostrativo y que practican de manera perma-
nente un sistema de controles sobre cada una de las operaciones que ejecutan en orden
a la producción de conocimientos. Además, hay momentos precisos en la historia de
una disciplina, y para el caso de las ciencias sociales podemos citar las tres últimas
décadas del siglo XX, en que no sólo se agudiza la discusión teórica en un campo deter-
minado del saber, sino que los propios fundamentos del conocimiento que designamos
como “científico” -sin dar a esta palabra ninguna acepción fetichista- se ven sacudidos
por formas diversas del relativismo y del escepticismo, proyectando dudas sobre el
conjunto del trabajo de investigación, un hecho del que no siempre se desprenden
consecuencias negativas sobre una disciplina, pues un ataque a sus fundamentos, en
disciplinas de tanta tradición y logros como el análisis histórico, puede resultar en un
refuerzo de las formas de rigor, innovación y creatividad entre los practicantes del
oficio, en un más alto compromiso con el ideal de objetividad y en una gran dosis de
prudencia con relación a cada una de las afirmaciones que el investigador produce.
Sobre este punto y otros colaterales al proceso hay que recordar que muchas de
las discusiones de orden filosófico y humanístico de finales del siglo XX acerca del
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sociales, como de las formas como las sociedades se representan ellas mismas, bajo la
forma de “memoria” e “identidad” y “conciencia social” de una época.
En ese mismo conjunto de ensayos, publicados bajo el título genérico de On History,
Hobsbawm se lanzaba a una defensa muy razonada y atemperada de las “viejas” formas
del análisis histórico, y dejaba ver que buena parte de las definiciones, de las construc-
ciones de objeto, de las formas de argumentación de los trabajos que en historia y
antropología se han presentado como producto del “giro lingüístico” postmoderno,
podían ser comprendidas como un clásico caso de anacronismo, tanto desde el punto
vista del uso de la teoría, como desde el punto de vista del uso de las fuentes primarias.
Es una lástima que On History haya sido tan poco leído y discutido y que con muy poca
honradez intelectual se le haya dejado de lado caracterizándolo como una simple reac-
ción de retaguardia de un anquilosado historiador marxista, etiqueta utilizada, desde
luego, como una descalificación.
3.
Antes de dirigirme de manera menos elíptica al problema del que he ofrecido ocupar-
me, quisiera volver por unos instantes al libro citado de Eric Hobsbawm que he tenido
en mente desde el comienzo de esta exposición. Necesito de la ayuda del gran historia-
dor para plantear con claridad el problema de las implicaciones cívicas y políticas del
anacronismo. Espero además que sus observaciones y análisis me sirvan para tratar de
ofrecer alguna luz sobre ciertos aspectos inquietantes de la relación entre análisis his-
tórico y formas de “conciencia social”, para decirlo en un vocabulario sobre el que de
manera indudable el tiempo y ciertos usos polémicos han hecho sus estragos.
El problema tiene que ver con los usos políticos del análisis histórico, o como diría
Jürgen Habermas, “con los usos políticos del pasado o usos públicos de la historia”4.
Se trata del problema de los usos del pasado como forma de legitimación del presente
-un recurso del que ninguna sociedad deja de echar mano-. Una clase de uso comple-
jo y ambiguo que los propios historiadores han explorado con gran agudeza, aunque
casi siempre en la obra de los demás y muy poco en la suya propia, bien sea porque
el historiador se considera libre de toda sospecha de que su obra pueda ser sometida
por grupos precisos de la sociedad o de sus autoridades constituidas a usos ajenos a
la intención del autor o del texto, bien sea porque el historiador asume de manera
consciente y voluntaria las utilizaciones que determinados grupos hacen de su obra, la
que de manera intencional se presenta como la propia auto/conciencia de los grupos
sociales con los que se identifica y a los que piensa reflejar el autor en su trabajo.
Sobre este último caso hay que señalar cierta asimetría cons-
tante en las ciencias sociales -asimetría presente de forma muy
4. Jürgen Habermas, La constelación
postnacional -Ensayos políticos- [1998]
(Barcelona: Paidós, 2000), 43.
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acentuada en Colombia-, que tiene que ver con el hecho de que quien adhiere a una
“causa” que considera justa y valedera, piensa que esa opción no puede producir sobre
su trabajo sino efectos positivos de conocimiento y jamás sombras y bloqueos, mientras
que cuando juzga a quien asume con el mismo entusiasmo una causa contraria declara
que la participación en tal “causa” ineluctablemente someterá el trabajo de su vecino
a todas las formas de ceguera que producen las ideologías, de tal forma que de manera
práctica se afirma el “credo” de que hay partidismos “malos” que hay que rechazar
porque son fuente de error -por ejemplo en Colombia las que provienen de la Historia
de Colombia de Henao y Arrubla o de Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra
historia de Indalecio Liévano Aguirre- y partidismos buenos, como los de Ignacio Torres
Giraldo, Mateo Mina o las diversas corrientes que se presentan en el país como expre-
siones de la “historia desde abajo”. En el primer caso se trataría de un horrible defecto
que atenta contra toda forma de análisis científico. En el segundo caso, el defecto se
vuelve virtud, y la actitud militante puede liberarse de todas las exigencias analíticas
que deben hacerse a una interpretación que se pretende argumentada y demostrativa,
bajo el escudo protector de que se trata de “historia militante de la causa buena”.
Tomando un camino diferente -un hecho en el que no se ha insistido, confundiendo
la militancia del ciudadano con el rigor del trabajo de historiador-, Eric Hobsbawm
realiza una sencilla constatación, de la que a continuación desprende una conclusión
en toda lógica. Dirá en primer lugar que “todos los seres humanos, todas las colecti-
vidades y todas las instituciones necesitan un pasado”, para agregar enseguida lo que
con frecuencia en estos años de exaltación de la “memoria colectiva” se ha olvidado:
que “solo de vez en cuando este pasado [cuyo relato los grupos desean] es el que la
investigación histórica deja al descubierto”5.
Existe pues una “demanda de pasado” (tal como Jacques Bouveresse habla de una
“demanda de filosofía”6), pero esa demanda establece relaciones contradictorias con lo
que la investigación histórica puede ofrecer, no solamente por su carácter inacabado y
abierto, sino, de manera complementaria, porque la investigación histórica -de hecho
ningún tipo de investigación-, no constituye una forma de consolación. De esta manera,
el espejo que a su sociedad debe ofrecer Heródoto, o por lo menos Heródoto moderno7,
poco tiene que ver con las demandas específicas que los grupos particulares le hacen a
la “historia”, una demanda de identidad, coherencia y consolación,
una imagen gratificante, idílica y no problemática, una demanda
5. Eric Hobsbawm, Sobre la historia, 269.
que puede encontrar sus mejores realizaciones en la mayor parte
6. Jacques Bouveresse, La demanda de filosofía.
de las biografías corrientes, en las llamadas “novelas históricas” -y ¿Qué quiere la filosofía y que podemos querer
en sus complementos audiovisuales- y en todas las visiones de gru- de ella? [1996] (Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2001).
po que bajo el título de “obras de historia” restituyen la función
7. Francois Hartog, El espejo de Heródoto.
Ensayo sobre la representación del otro
[1980] (Buenos Aires: FCE, 2002).
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en proceso de gestación”, pues luego de que ellos cristalizan bajo figuras fetichizadas
-un calendario, una celebración, una memoria cosificada-, el trabajo de crítica histó-
rica se vuelve mucho más difícil -no hay olvidar que estas palabras estaban dirigidas
a un auditorio de jóvenes estudiantes de países de la antigua “Europa oriental”, que
después de 1989 eran la parte más dinámica de sociedades que intentaban recuperar
la historia de sus sociedades anterior al fin de la Segunda Guerra mundial, que había
sido confiscada por el partido comunista y sustituida de manera formal en las escue-
las por el relato oficial sobre las “democracias populares” y la liberación soviética que
había abierto el camino al “socialismo”11.
Es posible que este trabajo de resistencia a la mitología histórica -que no se refiere
solamente a la mitología sobre la noción dominante y las élites, sino también a las
mitologías sobre los grupos subalternos- encuentre una síntesis en la conocida ob-
servación de Federico Nietzsche sobre la función del historiador, cuando a manera de
pregunta escribía: “¿Pero de qué se ocupa el historiador si no de contradecir?”.
4.
Al comenzar nuestra exposición habíamos indicado que buena parte del ana-
cronismo se relaciona con el desconocimiento de las dimensiones básicas de una
sociedad -el tiempo, el espacio y el lenguaje ante todo-, lo que nos recuerda además
que el anacronismo es el hermano gemelo del etnocentrismo que tanto aqueja a so-
ciólogos y antropólogos y respecto del cual esas disciplinas han producido formas
de control y de autoanálisis, que aseguran grados elevados de objetividad cuando se
practican con rigor y de manera controlada, lo que no ha ocurrido de la misma forma
en el campo de las ciencias históricas en donde los controles de objetividad, cuando
se producen, se han limitado al aspecto puramente documental. Esto ha evitado el
examen cuidadoso de la forma como el propio punto de vista crea el objeto, y la ma-
nera como la relación que con su objeto establece el historiador
compromete buena parte de sus resultados, y esto a pesar de los
11. Como escribe Eric Hobsbawm en
saludos reverenciales que continuamente se hacen a historiado- Sobre la historia, 21: “Debemos oponer
res expertos en el tema como Michel de Certeau. resistencia a la formación de mitos
nacionales, étnicos o de cualquier
Antes de presentar algunos ejemplos precisos que me parecen otro tipo, mientras se encuentren en
significativos de la tendencia al anacronismo y de su vinculación proceso de gestación. Al hacerlo no
ganaremos en popularidad: Thomas
con ciertas formas recientes de considerar las llamadas “socieda- Masaryk, fundador de la República
des coloniales” hispanoamericanas, quisiera recorrer un ejemplo Checoslovaca no se hizo demasiado
popular cuando entró en la política
que me parece paradigmático, tomado de un texto de gran preci- como el hombre que probó, con gran
sión histórica y etnográfica y del que en muchas oportunidades se pesar pero sin la menor vacilación,
que los manuscritos medievales en
han hecho críticas -precisamente- de un gran anacronismo, críticas que se basaba buena parte del mito
nacional checo no eran más que
falsificaciones. Pero hay que hacerlo y
espero que así lo hagan”.
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que permiten observar de manera exacta de qué forma las ideologías y el presente pue-
den oscurecer no sólo la investigación de un fenómeno, sino incluso la lectura de un
texto que recrea un mundo social diferente del que nosotros habitamos.
Esta pequeña consideración, que es además simplemente un homenaje a un gran
texto de los ciencias sociales, nos puede servir también para insistir tanto en el carácter
general del “obstáculo epistemológico” que estamos estudiando, como para llamar la
atención sobre la forma particular como la tendencia al anacronismo se relaciona con
tipos de ceguera ideológica que todos padecemos -en mayor o menor grado- acerca
del funcionamiento de las sociedades sobre las cuales precisamente nos interrogamos,
al tiempo que nos ilustra respecto de las presiones culturales que sobre el historiador
ejercen las corrientes intelectuales del presente, al punto de hacerlo la víctima principal de
una especie de chantaje ideológico que la época impone sobre sus esfuerzos de cons-
trucción de un pasado que sea “por el mismo”, “libre de toda culpa” impuesta por
nuestra conciencia moderna, como pensaba Nietzsche que debería ser el objeto que
fabrica el historiador.
Tomaremos nuestro ejemplo de algunos de los estudios que sobre la “cencerrada”
en las sociedades europeas previas a la industrialización realizó el notable historia-
dor inglés E. P. Thompson12. Como lo puso de presente este autor, la cencerrada
era un término genérico para designar formas variadas de rituales de hostilidad
hacia individuos que habían infringido reglas que el conjunto de la comunidad for-
malmente respetaba. Ahí cabían cantidades de cosas como alcoholismo, pequeños
robos y pillajes, matrimonios considerados socialmente inconvenientes, casos de
cornudos, etc. Thompson estudió de manera muy documentada y con gran riqueza
etnográfica varios de esos rituales, y entre ellos la “venta de esposas”, un ritual
muy sofisticado para el que se montaba en un lugar público un tablado al que en
medio de gritos, vociferaciones y obscenidades proferidas por los asistentes, subía
un marido que llevaba a su mujer sujetada por el cuello con un lazo, mientras iba
predicando a viva voz sus defectos y virtudes, en medio de gritos, bromas e insultos
cada vez más subidos de tono, proferidos por un “público” férreamente integrado
en el ritual al compás de la cerveza y del ambiente distendido que el ceremonial iba
favoreciendo. El punto más concentrado del ritual, en términos de significación, era
el momento en que el marido, luego de haber “presentado” a su mujer, la ofrecía
“en venta” -la subastaba-, hasta encontrar finalmente un comprador, que luego del
pago, se marchaba con ella.
Muchos de quienes habían comentado el ritual de “venta de es-
posas” lo habían criticado y censurado como costumbre bárbara y
12. E. P. Thompson, Historia social y sobre todo como costumbre “irracional” de muy difícil explicación.
antropología (“Rough music, la
cencerrada inglesa”) [1972] (México:
Instituto Mora, 1994).
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Con la reaparición en las ciencias sociales del último tercio del siglo XX de las actitudes
feministas militantes -los “estudios de género”-, las críticas a este tipo de ritual (o ri-
tuales semejantes, hace tiempo desaparecidos en las sociedades europeas), se hicieron
mucho más agudas y, apoyándose en sus descripciones sobre la dominación masculina,
el patriarcalismo, la condición sometida de la mujer, etc., hechos todos que nadie se
atrevería a negar hoy, nuevas y más enfáticas interpretaciones se produjeron, inter-
pretaciones que contenían muchos elementos de verdad, pero que en ocasiones sería
conveniente matizar, como ocurre con toda verdad fundamental, si es cierto que toda
verdad arrastra un elemento de oscuridad.
El análisis de E. P. Thompson -por lo demás un “feminista” convencido- sobre el
ritual de la “venta de esposas” y su definición de la cencerrada como una fiesta popu-
lar enormemente ritualizada, permitía ver de forma documentada, y con todo detalle,
que la “venta de esposas” era una forma comunal de “divorcio popular” y que bajo su
presentación opresiva e indignante, para nuestra conciencia de hoy, se encontraba una
solución feliz a la desintegración y a la necesidad de recomposición de la vida familiar
y matrimonial de muchos aldeanos, y por lo tanto a la necesidad de mantener los equi-
librios afectivos de la comunidad.
Thompson mostró de manera documentada, con el apoyo de muchas fuentes del
folclore, que el comprador que subía al tablado, que pagaba y hacía la pantomima de
llevarse a la mujer, quien aun tenía la soga alrededor de su cuello, era en realidad su
nuevo marido, y que con el dinero que entregaba al anterior marido se pagaban ahora
en la taberna las cervezas de todos los aldeanos, incluidas las felices libaciones de la
nueva pareja, hechos todos difíciles de captar en su significado si se mantiene la idea
de “irracionalidad” de los comportamientos campesinos, o la denuncia, en apariencia
progresista, de que se trataba de un episodio más que ponía de presente la “domi-
nación extrema” de la mujer, no porque tal dominación no existiera, sino porque el
fenómeno terminaba siendo desfigurado por completo cuando se pasaba por el tamiz
de la sensibilidad contemporánea, cuando se sustraía de su contexto y cuando se anulaba
uno de sus polos de significación: la restitución de los equilibrios matrimoniales y de
las formas de circulación del afecto, lo que impedía fenómenos de soltería masculi-
na, y las posibilidades de ataques a las mujeres casadas o a las menores de edad, o la
existencia de mujeres abandonadas sin ningún apoyo y en condición aun de mayor
fragilidad que la habitual, lo que volvía mucho más difíciles sus condiciones de vida
en la comunidad, en una época en que no sólo no existían las lavadoras ni la idea
del trabajo doméstico compartido entre hombres y mujeres, sino que mucho menos
existía el derecho laboral femenino de la segunda mitad del siglo XX y la conciencia
moderna de la igualdad entre hombres y mujeres.
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6.
Como he señalado varias veces el anacronismo en historia y en las ciencias sociales
se relaciona también con una enorme falta de sensibilidad por el lenguaje. He inten-
tado mostrar en otras oportunidades que la mayor parte de las teleologías que hacen
de la Ilustración la antesala preformativa de la revolución que comienza en 1808, se
apoyan en una interpretación anacrónica que confunde los sentidos normales, “histó-
ricos”, “estabilizados”, de ciertos vocablos corrientes de los siglos XVII y XVIII con los
nuevos sentidos dados a las palabras en el marco de la fase del “patriotismo herido”
(en 1808 y 1809), y luego cuando la revolución irrumpe y efectivamente ya no hay po-
sibilidad de regreso al viejo mundo político del absolutismo. Ofrecí en otro momento,
y quiero repetirlos ahora, tres ejemplos que me parecen significativos al respecto17. El
de las palabras libertad, pueblo y revolución, palabras corrientes en la documentación de
la “sociedad colonial”, palabras que eran regularmente utilizadas bajo su forma plural
y que los comentaristas no evitan llevar al singular, como primer paso para imponerles
un sentido que no existía de ninguna manera antes de 1808 y que sólo se va afirmando
en el curso de la revolución, sin perder nunca su radical ambigüedad en el siglo XIX.
“Libertades” es una palabra que remite a todas las formas de privilegio en una
sociedad que, aproximadamente, puede caracterizarse como de “cuerpos y órdenes”.
Su significado se relaciona de manera directa con el conocido sistema de privilegios
corporativos y de fueros, que caracterizaba a las sociedades hispanoamericanas en
tanto parte integral de una monarquía que en España siempre tuvo que pactar con
los “cuerpos de la sociedad” y que en sus posesiones de Ultramar,
aún más difíciles de controlar por las distancias y la debilidad de
17. Renán Silva, Bajo la sombra de Clío. Diez
las formas estatales, conocieron un amplio desarrollo, no sólo en ensayos sobre historia e historiografía
el marco de la sociedad dominante, del mundo de los privilegia- (Medellín: La Carreta Editores,
2007), 231 y ss. Para la orientación
dos, sino también de los comunidades indígenas y negras y de los pionera en este campo puede verse
“cuerpos de oficios”. François-Xavier Guerra, Modernidad
e independencias -Ensayos sobre las
revoluciones hispánicas- (Madrid:
MAPFRE, 1992).
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y Newton presentadas por José Celestino Mutis al público ilustrado de Santafé poco
tiempo después de su llegada y parece haberse extendido a muchos otros sucesos,
como cuando Mutis habla de las “revoluciones del orbe literario”, para referirse a
los cambios aparecidos en el campo de los estudios de la historia natural y de la
medicina, o como cuando Francisco Antonio Zea, uno de sus discípulos, hablando
del descontento de los estudiantes y profesores contra la filosofía escolástica, habla
de “las revoluciones en el humor del cuerpo científico”, sentidos que se encuentran
también en los demás ilustrados de los otros virreinatos, y desde mucho tiempo atrás
en los polemistas modernas en la Península Ibérica.
Los Ilustrados de principios del siglo XIX -me refiero desde luego al grupo de quie-
nes no fueron fusilados-, convertidos ya después de 1810 en Republicanos Ilustrados y
necesitados de ofrecer a la nueva sociedad un marco nuevo de legitimidad, se esfor-
zaron por inventar para sí y para la nueva república orígenes y antecedentes y una
justificación de sus acciones, presentadas además como “proyecto”. El curso de las co-
sas así lo imponía. El relato se formalizó y los hombres de pluma y luego los periodistas,
los curas, los maestros y la escuela lo han ampliado y reproducido hasta el presente,
dando lugar además a debates irrisorios sobre la personalidad o las acciones de éste o
aquel héroe de la revolución.
Muchos otros ejemplos de anacronismo pueden ser traídos a colación, aunque no
se avanza mucho extendiendo el inventario. Menciono de todas maneras, en el campo
de la historia intelectual, el caso de la crítica de la filosofía escolástica y el silogismo,
un lugar común en el último tercio del siglo XVIII entre los Ilustrados hispanoame-
ricanos, pero un lugar común que ha sido una fuente permanente de anacronismos,
al ignorarse que tal crítica es una de las constantes del ascenso del pensamiento que
designamos como moderno, en el marco de las monarquías absolutas, monarquías que
en general mantuvieron siempre una posición favorable respecto de las ciencias mo-
dernas experimentales y la reforma de los métodos de enseñanza universitarios. Sin
embargo, una tradición que viene del siglo XIX impuso una interpretación según la
cual detrás de la crítica de la escolática se encontraba la crítica política de la sociedad,
crítica que, dadas las condiciones de censura, se escondía detrás de la denuncia de las
“ignominiosas cadenas del peripato”, como si el silogismo condujera al mundo político
moderno y detrás de su crítica se encontrara agazapada la revolución y la democracia
representativa. Hoy sabemos, con bases firmes, que las monarquías absolutas, a partir
de los “sabios de la Corte”, fueron parte de la avanzada contra el silogismo y la esco-
lástica, en la medida en que tales formas filosóficas participaban de un mundo cultural
en el que las órdenes religiosas tenían el monopolio de gran parte del sistema de ense-
ñanza. A los soberanos absolutistas, que fueron durante gran parte del siglo XVIII uno
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de los bastiones de avance hacia el mundo cultural moderno y no uno de los diques que
se le oponían, les pareció de primera importancia la simplificación de la lógica, que se
encuentra en el centro del trabajo filosófico moderno del siglo XVII, en la medida en
que ese proceso también apuntaba a la simplificación del mundo social barroco que se
agazapaba detrás de esas catedrales góticas del intelecto que habían construido impor-
tantes filósofos que eran además hombres de Iglesia. En el siglo XVIII los hombres de
letras que se quejaban de la “tiranía del silogismo” y que en buena medida habían ma-
durado intelectualmente en el marco de la Corte y no de las casas obispales, fueron los
aliados de la Corona, y no hay que olvidar que buena parte de esos hombres de letras
eran parte de los nuevos ejércitos Ilustrados.
7.
La preparación de este texto me ha convencido de que en gran medida muchos de los
trabajos que se inscriben en esa corriente hasta hace unos pocos años tan floreciente en
las universidades de los Estados Unidos que ha sido designada como “postmoderna” se
caracteriza por una tendencia casi sistemática al anacronismo. Como
se sabe, se trata de una corriente que ha expresado su desconfianza
en las posibilidades mismas del conocimiento -un aspecto destacado
18. En castellano la compilación de Carlos
Reynoso, presentada bajo el título del relativismo y escepticismo de fines del siglo XX-, que ha hecho
de El surgimiento de la antropología todo un programa de trabajo del rechazo a las normas de verificación
postmoderna (Barcelona: Gedisa, 1992),
es un ejemplo magnífico del grado y de crítica racional del trabajo de investigación, bajo la idea de que
de confusión a que se había llegado se trata de intromisiones autoritarias en el campo de la libertad de
a finales del siglo XX en el campo de
las ciencias sociales. Hilary Putnam, espíritu a través de reglas que no son más que un ejercicio de domina-
El desplome de la dicotomía hecho-valor ción; y que declara, en aparente gesto de “radicalismo democrático”,
y otros ensayos [2002] (Barcelona:
Paidós, 2004), mostró de manera que el análisis histórico y el testimonio se encuentran en el mismo nivel
consecuente de qué forma se pueden -pues se trata en los dos casos de “intervenciones” de actores socia-
sacar conclusiones valiosas de grandes
cambios sociales en el conocimiento, les, condicionados por su sociedad y por el punto de vista particular
sin tener que desembocar en que expresan -lo que Jacques Bouveresse ha designado de forma crí-
conclusiones “escépticas” presentadas
de forma dramática ante públicos tica como “la equivalencia absoluta de todas las creencias”-18.
universitarios fáciles de cautivar con No es extraño que esa misma corriente escéptica y relativista
gestos expresivos. Por su parte John
Searle, La construcción de la realidad social haya terminado reduciendo el análisis histórico a la reconstrucción
[1995] (Barcelona: Paidós, 1997), mostró de la “memoria” de las comunidades y a la lucha por su “identidad”,
con exactitud y controlada erudición
la forma como la sociedad sigue tratando de hacer del análisis histórico el fundamento militante
estando en la base del conocimiento. de las reivindicaciones, sin duda justas, de ciertas comunidades,
La expresión “equivalencia absoluta
de todas las creencias”, de Jacques y comprometiendo buena parte de sus esfuerzos en tareas de re-
Bouveresse, es recordada por Pierre construcción “identitaria”, casi siempre de fondo esencialista, en
Bourdieu en “Wittgenstein, le
sociologisme et la science sociale”, que se proyectan con facilidad todas las urgencias del presente: las
en Wittgenstein, dernières pensées, eds.
Jacques Bouveresse et al (Marseille:
Agone, 2002).
HISTORIA CRITICA EDICIÓN ESPECIAL, BOGOTÁ, NOVIEMBRE 2009, 362 PP. ISSN 0121-1617 PP 278-299
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aunque el lado más complejo y dañino del problema es lo que tiene que ver con la dis-
torsión que se introduce en el análisis de la propia sociedad hispanoamericana, cuyas
formas básicas de existencia parecen seguir siendo consideradas sobre la base de nues-
tra propia percepción del presente de nuestras sociedades.
Regreso pues a mi afirmación de que la revisión de muchos libros recientes de
historia “colonial” y republicana de América Latina dejan la impresión de que están
dominados por formas diversas de anacronismo, y de que la presencia de ese tipo de
falsa perspectiva histórica se encuentra en buena medida en relación con la recep-
ción de nociones recientes de las ciencias sociales dominantes en el último tercio del
siglo XX, sobre todo en los Estados Unidos, aunque su extensión y grado de implan-
tación ha ido mucho más allá, al punto de haber sido por muchos años lo que puede
llamarse con un uso preciso de las palabras la “ideología dominante” en la historio-
grafía académica internacional, una ideología impuesta con fuerza arrolladora por
poderosas universidades, reconocidos y mediáticos académicos, y por una industria
editorial y medios de comunicación que dan forma a los lenguajes que una sociedad
considera como legítimos y respetables, al punto que por una buena cantidad de años
se ha impuesto la idea de que quien no hable y escriba de una cierta manera y no
acuda a determinadas convenciones, es la encarnación misma de las más superadas
figuras del trabajo historiográfico.
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