La Mordedura Del Nihilismo Nietzsche y H

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Reseña

Gutiérrez Lozano, Carlos (2011), Ocaso de la metafísica y resurgimiento del pensar:


Nietzsche y Heidegger, México, Torres Asociados, 2011, 333 págs.

La mordedura del nihilismo:


Nietzsche y Heidegger

por Vanessa Huerta Donado

Nacido en la provincia de Meβkirch, Martin Heidegger se convirtió en uno de los máximos


exponentes de la filosofía de todos los tiempos. Sus ahora imprescindibles aportes han dado
impulsos a una inmensa gama de prolíficos intelectuales contemporáneos, a tal grado que
nos atrevemos a incluirlo dentro del selecto círculo de pensadores que deconstruyen siglos
pasados para construir los venideros. Sin embargo, no podemos atribuir la originalidad de
su planteamiento a la sola fuerza de la inteligencia, y mucho menos a una suerte de
iluminación mística experimentada en la soledad de su cabaña. Al contrario. Gracias a la
documentación vigente, ahora sabemos que su camino en el pensar estuvo marcado por
acercamientos y distanciamientos decisivos con filósofos de la talla de Aristóteles, Kant,
Descartes y Husserl. En años posteriores, el intenso forcejeo con la tradición y el trabajo
autocrítico lo condujo a la inevitable confrontación con Friedrich Nietzsche: figura
emblemática de la crítica al pensamiento metafísico de Occidente, y lectura obligada para la
compresión de la propuesta tardía de Martin Heidegger. Efectivamente, la presencia del
pensamiento nietzscheano en los escritos de Heidegger puede rastrearse desde el comienzo
de su formación filosófica (en los ensayos elaborados alrededor de 1909 encontramos ya
algunas referencias explícitas a textos como Así habló Zaratustra y La Gaya ciencia); las
aproximaciones verdaderamente críticas tendrán lugar tiempo después, cuando un
Heidegger ya maduro y autocrítico comienza a experimentar la fuerza del nihilismo con
gran intensidad. Esta misma experiencia se convirtió una de las causas que lo llevaron de la
enfermedad física a la crisis espiritual alrededor de 1937; justo cuando dedicaba sus horas
de estudio y docencia a la obra de Nietzsche. De hecho, las lecciones y seminarios dictados
entre1936 y 1940 se caracterizan la presencia explícita o implícita del inaudito filósofo

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Nietzsche, tal como lo llama en una de sus conferencias de juventud. De ahí en adelante, el
pensamiento nietzscheano se convertirá el motor que impulsa pero que al mismo tiempo se
resiste a ingresar en la reconstruccion de la historia que el filósofo del ser lleva a cabo
desde un punto de vista metafísico. La fuerza arrobadora del pensamiento nietzscheano es
tal, que Heidegger apenas alcanza a designarlo como el último pensador metafísico dentro
de los límites de su propia ontologización del discurso filosófico.

En la actualidad Nietzsche y Heidegger se piensan siempre uno junto al otro, uno en


comparación con el otro, uno contra el otro, uno como intérprete del otro, pero nunca: uno
como superador del otro. Y esto es así porque tanto el filósofo de Röcken como el Maestro
de la Selva Negra representan una pauta insoslayable para la comprensión del pensamiento
filosófico contemporáneo. Tal convergencia se eleva al grado en el que ya no es fácil
prescindir de la interpretación heideggeriana a la hora de profundizar en el pensamiento de
Nietzsche, y de manera inversa, tampoco es posible comprender una de las propuestas más
radicales del siglo XX fuera del movimiento crítico iniciado casi medio siglo atrás. En
definitiva, Nietzsche preparó el terreno en el que años después enraizará la propuesta
heideggeriana, de modo que resulta factible hablar de una confrontación cronológica que va
del primero al segundo, pero también de una interpretación que emprende el camino de
regreso.

En esta doble correlación encontramos uno de los motivos que impulsan el texto titulado:
“Ocaso de la metafísica y resurgimiento del pensar: Nietzsche y Heidegger”. Allí, el autor,
Carlos Gutiérrez Lozano, busca llevar a profundidad la relación de continuidad que existe
entre aquello que Nietzsche inauguró, pero que Heidegger llevó hasta sus últimas
consecuencias, a saber: el ocaso de la metafísica. Para lograrlo se instala en una específica
línea de estudios que, a diferencia de la escuela italiana, francesa, española o alemana,
procura evitar la heideggerianización de Nietzsche, o bien, la lectura nietzscheana de la
obra de Heidegger. Antes que avalar o rechazar el puente tendido entre ambos filósofos,
esta tercera vía procura poner al descubierto la originalidad de sus aportes en las justas
proporciones, lo cual implica a su vez una doble tarea: por un lado exige la exhaustiva
revisión de las más recientes publicaciones que se insertan en el marco de la
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Gesamtausgabe y de la Kritische Studienausgabe y, por otro lado, invita a la búsqueda
crítica y detallada de aquel núcleo en el que convergen uno y otro pensador.

Este doble mérito se lo debemos a Carlos Gutiérrez, quien desde el comienzo de su libro
amplía los horizontes de la investigación, mediante las múltiples referencias a una vasta
bibliografía consultada en diferentes idiomas, pero sobretodo, en alemán. Esto último no
sólo prueba el valor documental del texto, también nos habla de la gran capacidad de
apertura del mismo, propiciada por la multiplicidad de vasos comunicantes que lo
conforman. Ahora bien, si concentramos nuestra atención en la estructura de la obra,
veremos que la relación entre la forma y su contenido no es un asunto secundario. Ya
Nietzsche sospechaba que algo se esconde detrás del estilo. Para él, la estructura
sistemática de un texto encierra toda una forma de pensar y de conocer, que en el fondo
refiere discretamente al pensamiento metafísico. Es por ello que la búsqueda del “gran
estilo”, más allá de atenerse a la moda y a la excentricidad, se convierte en una poderosa
herramienta para hacerle frente a esa forma de inmoralidad del pensamiento que se
presenta sistemáticamente. Gutiérrez Lozano encuentra en Heidegger la posibilidad de
acercarse a Nietzsche desde otra perspectiva, mediante la cual se haga patente la relación de
copertenencia que existe entre la estructura de texto y el pensamiento que soporta esa
estructura. A su parecer, aquello que nos permite salir de la norma y el sistema es la noción
de ensamble contenida en los Beiträge zur Philosophie. Por ello, antes que elaborar un
tratado o una mera exposición monográfica, el autor nos presenta a Nietzsche desde esta
modalidad, que pese a los distintos ángulos de tratamiento, busca mantener la unidad del
tema abordado.

La primera parte del texto se desarrolla precisamente así, siguiendo una arquitectura interna
en la que cada aspecto se integra al sentido subyacente. Incluso podemos hablar de ocho
ensambles que se despliegan en diversas direcciones, y que denuncian, cada uno a su
manera, la imposibilidad del fundamento. Así por ejemplo, el primer ensamble gira en
torno al modo dicotómico de relacionarnos con un mundo, en el que reina la distinción
entre lo verdadero y lo aparente. El segundo se constituye a raíz de la búsqueda de un
acceso privilegiado anterior a la distinción entre sujeto y objeto, esto es, de la afectividad
como elemento decisivo para la conformación del fenómeno del nihilismo, puesto que sólo
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en la afectividad se muestra el mundo tal y como es: sin fondo, sin sentido, sin finalidad.
Una vez llegados a este punto, el autor se da a la tarea de unir y comentar los seis modos
fundamentales del nihilismo extraídos de los Fragmentos póstumos, a saber, el nihilismo
completo e incompleto, pasivo y activo, radical y extremo. De entre ellos, el último
adquiere un papel central para el desarrollo de este apartado, puesto que en él reside “la
superación de un estado intermedio patológico”, lo cual traería consigo el surgimiento de
“nuevas fuerzas interpretativas para una nueva valoración de lo que hay.” En efecto, para
Nietzsche, el cumplimiento de la última etapa del nihilismo propiciará una trasformación en
el modo metafísico de pensar, que a su vez desembocará en la afirmación dionisiaca del
mundo, de ese enterno decir sí a la vida. Esto último nos conduce al tercer ensamble,
entendido como pauta para la instauración de nuevos valores no universalizables,
espontáneos y naturales, pero sobre todo, inmorales; sobre los cuales sea posible eregir una
nueva interpretación del mundo más apegada a la vida, al devenir y al eterno retorno. Como
tema del cuarto ensamble, el autor se da a la tarea de buscar el germen de dicha
transvaloración en El nacimiento de la tragedia: obra en la que se lleva a cabo un sugerente
desciframiento de las fuerzas apolíneas y dionisiacas que dominan toda interpretación del
mundo, allí donde el valor del mundo es de suyo pura interpretación. “De esto se sigue que
las cosas y sus sentidos no están dados por sí mismos, que no hay naturaleza finalizadora en
el mundo, sino que son productos de las interpretaciones humanas y éstas son a su vez
expresiones de la voluntad de poder.” Y precisamente porque la vida se constituye como el
despliegue de la voluntad de poder, que no es ser, ni substancia o esencia, sino pathos,
devenir y acrecentamiento, se puede llevar a cabo tal transvaloración. Bajo esta misma
óptica vemos surgir el quinto ensamble en torno al tema del superhombre, figura en la que
recae y se entrecruza una multitud de voluntades de poder “en continua relación
perspectivista de apoderamiento entre sí y con todas las demás organizaciones de poder.” El
superhombre será entonces aquél capaz de confrontar y superar el nihilismo, aquél que ha
asumido el peso de su propia finitud y que ha aceptado el devenir, aquél que ama su destino
y reafirma ante él vez su voluntad de poder, en suma, aquél que está preparado para el
eterno retorno de lo mismo: núcleo y motivo del ensamble final.

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Como nos habremos dado cuenta, mediante la Fügung que rige esta parte del libro, su autor
reconstruye el pensamiento nietzscheano en su faceta destructiva, para luego tematizar la
situación original del ser antes de la deformación metafísica. Gracias a esta pauta se tiende
un puente para pasar a la segunda parte del libro, dedicada a la exposición de la apropiación
que Heidegger lleva a cabo del pensamiento nietzscheano. De aquí en adelante, el elemento
eminentemente hermenéutico se hace patente de un modo constante pero subyacente, lo
cual nos lleva por el camino de la interpretación como noción clave en ambos pensadores.

El bloque con el que comienza el segundo apartado gira en torno al estudio de la


experiencia fundamental del nihilismo en Nietzsche, y se desarrolla a partir de la cita de dos
fragmentos en torno a sus tres aspectos fundamentales: el primero de ellos cuestiona la
supremacía de unos valores por encima de otros; el segundo, en cambio, se concentra en
descubrir la ausencia de necesidad y finalidad de éstos; el último, mientras tanto, pone en
evidencia la falta de fundamento que los caracteriza. Mediante este detallado desarrollo,
Gutiérrez Lozano busca poner al descubierto las razones por las que Heidegger llegó a
concluir que el nihilismo no puede ser la causa de la decadencia sino su lógica interna, es
decir, la consecuencia necesaria de una determinada forma de vivir y de pensar. Ya en un
segundo momento se abordan los momentos propositivos del pensamiento nietzscheano
como la voluntad de poder, el eterno retorno de lo mismo y el superhombre, tomando como
hilo conductor la búsqueda heideggeriana de la patria.

Al final de cada uno de los capítulos encontramos una postura crítica en torno a la
interpretación heideggeriana de los tres pilares del pensamiento nietzscheano (el problema
del nihilismo, la voluntad de poder y el superhombre), basada en el fuerte sesgo ontológico
que impregna la lectura de la obra nietzscheana, la crítica a la metafísica tradicional y la
sutil pero fundamental distinción entre el letzte Mensch y el Übermensch. Pero ¿a caso
debemos tomar estos puntos débiles de la interpretación Heideggeriana como la prueba de
una mirada corta y poco audaz? En el noveno capítulo del texto encontraremos la postura
que el autor toma ante este cuestionamiento, apoyándose en la exposición de las
coincidencias y disidencias que existen entre dos pensadores que, a pesar de haber sido
absorbidos por su época, se han convertido ya en los pilares fundamentales del otro
comienzo.
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