HISTORIA
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Cultura y sociedad[editar]
La literatura fue el campo cultural que más avances tuvo en el
Porfiriato. En 1849, Francisco Zarco fundó el Liceo Miguel Hidalgo,
que formó a poetas y escritores durante el resto del siglo XIX en
México. Los egresados de esta institución se vieron influenciados por
el Romanticismo. Al restaurarse la república, en 1867 el
escritor Ignacio Manuel Altamirano fundó las llamadas "Veladas
Literarias", grupos de escritores mexicanos con la misma visión
literaria. Entre este grupo se contaban Guillermo Prieto, Manuel
Payno, Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio, Luis G. Urbina, Juan de
Dios Peza y Justo Sierra. Hacia fines de 1869 los miembros de las
Veladas Literarias fundaron la revista "El Renacimiento", que publicó
textos literarios de diferentes grupos del país, con ideología política
distinta. Trató temas relacionados con doctrinas y aportes culturales,
las diferentes tendencias de la cultura nacional en cuanto a aspectos
literarios, artísticos, históricos y arqueológicos.6 Arte y cultura en el
Porfiriato El escritor guerrerense Ignacio Manuel Altamirano y Costilla
creó grupos de estudio relacionados a la investigación de la Historia
de México, las Lenguas de México, pero asimismo fue impulsor del
estudio de la cultura universal. Fue también diplomático, y en estos
cargos desempeñó la labor de promover culturalmente al país en las
potencias extranjeras. Fue cónsul de México
en Barcelona y Marsella y a fines de 1892 se le comisionó como
embajador en Italia. Murió el 13 de febrero de 1893 en San Remo,
Italia. La influencia de Altamirano se evidenció en el nacionalismo,
cuya principal expresión fueron las novelas de corte campirano.
Escritores de esta escuela fueron Manuel M. Flores, José Cuéllar
y José López Portillo y Rojas.7
Poco después surgió en México el modernismo, que abandonó el
orgullo nacionalista para recibir la influencia francesa. Esta teoría fue
fundada por el poeta nicaragüense Rubén Darío y proponía una
reacción contra lo establecido por las costumbres literarias, y
declaraba la libertad del artista sobre la base de ciertas reglas,
inclinándose así hacia el sentimentalismo. La corriente modernista
cambió ciertas reglas en el verso y la narrativa, haciendo uso de
metáforas. Los escritores modernistas de México fueron Luis G, Urbina
y Amado Nervo.8
Como consecuencia de la filosofía positivista en México, se dio gran
importancia al estudio de la historia. El gobierno de Díaz necesitaba
lograr la unión nacional, debido a que aún existían grupos
conservadores en la sociedad mexicana. Por ello, el Ministerio de
Instrucción Pública, dirigido por Justo Sierra usó la historia patria como
un medio para lograr la unidad nacional. Se dio importancia especial a
la Segunda Intervención Francesa en México, a la vez que se
abandonó el antihispanismo presente en México desde la
Independencia.9
En 1887, Díaz inauguró la exhibición de monolitos prehispánicos en el
Museo Nacional, donde también fue mostrada al público una réplica de
la Piedra del Sol o Calendario Azteca. En 1908 el museo fue dividido
en dos secciones: Museo de Historia Natural y Museo de Arqueología.
Hacia principios de 1901, Justo Sierra creó los departamentos
de etnografía y arqueología. Tres años después, en 1904 durante
la Exposición Universal de San Luis —1904— se presentó la Escuela
Mexicana de Arqueología, Historia y Etnografía, que presentó ante el
mundo las principales muestras de la cultura prehispánica.10
Política porfirista[editar]
La política porfirista se caracteriza por dos grandes etapas:
La primera etapa del porfiriato empieza en 1877 y termina en el inicio
de tercer periodo presidencial de Porfirio Díaz (1888) o cuando se
eliminó toda restricción legal a la reelección indefinida (1890). Se trata
de una fase de construcción, pacificación, unificación, conciliación y
negociación, pero también de represión.2
La segunda etapa comienza entre 1888 y 1890 y termina hacia 1908, y
se caracteriza por un acentuado centralismo y por un gobierno cada
vez más paternalista y autoritario.2
La política exterior[editar]
A la par de la búsqueda por la estabilidad política mediante la
reorganización y control del ejército y la pacificación del país, el
Presidente Díaz encaminó sus esfuerzos a obtener el reconocimiento
internacional. De las naciones europeas que había firmado la
convención de Londres – por la cual se originó la guerra de
intervención- y con la que México había roto relaciones diplomáticas-,
Gran Bretaña fue la última en reconocer al gobierno de Díaz (1884).
España lo otorgó el mismo año en que el general oaxaqueño asumió
la presidencia, 1877, y Francia lo hizo en 1880.
Para el logro de sus objetivos en política exterior, el Presidente Porfirio
Díaz contó con la colaboración de expertos que se habían forjado en
las últimas décadas. Las dos figuras más importantes, fueron sin
duda, Matías Romero e Ignacio Mariscal. El primero, quien se
desempeñó como Ministro de México en Washington de 1882 a 1898,
logró generar una política bilateral con los Estados
Unidos aprovechando las oportunidades comerciales que se
abrían. Mariscal, quien se desempeñó por casi treinta años
como Secretario de Relaciones de 1880 a 1910, su experiencia como
ministro en Washington y Londres le permitió gestar una política
exterior que mirara lo mismo allende al Bravo que allende al Atlántico.
En abril de 1878, Estados Unidos reconoció el gobierno del presidente
Díaz. Con la modificación de una serie de leyes México abrió sus
puertas a la inversión extranjera.
La respuesta del exterior no se hizo esperar: un gran flujo de capital y
tecnología surgió de las concesiones que el gobierno mexicano otorgó
a inversionistas extranjeros en forma de tasas de ganancias
garantizadas, exenciones de impuestos y reformas fiscales benéficas
para los inversionistas.
Las principales fuentes de capital extranjero invertido en México
durante el Porfiriato venían de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Estados Unidos compartía con México el interés por desarrollar
sistemas de comunicación que facilitaran el comercio e hicieran más
estrechos los vínculos económicos entre ambos países; por tal motivo,
gran parte del capital invertido en México estuvo dirigido hacia la
construcción de una amplia red ferroviaria que uniera a las principales
ciudades del país y –mediante conexiones– se extendiera más allá de
la frontera norte hasta alcanzar importantes ciudades
norteamericanas.
Con las grandes propiedades, la agricultura se orientó a la exportación
y creció espectacularmente, sobre todo en la producción de henequén,
café, cacao, hule y chicle.
No obstante, la importancia de los capitales norteamericanos para el
proyecto modernizador del gobierno mexicano –Estados Unidos
siempre fue el primer inversionista y socio comercial de México–, Díaz
nunca dejó de mostrarse receloso de su participación en las áreas
estratégicas de la economía nacional. La política expansionista
sostenida años atrás por Estados Unidos –y de la cual México había
sido víctima– seguía presente en la memoria colectiva de la nación, y
su nueva variante, la invasión pacífica –que suponía un
expansionismo de orden económico–, no podía ser halagüeña.
Por ello desde los albores de su régimen, Díaz fomento la
participación de capitales europeos para contrarrestar la influencia que
pudieran tener los norteamericanos en los asuntos internos de México.
Un factor que favoreció en gran medida las inversiones británicas fue
la participación que los miembros del gobierno mexicano tuvieron en
las empresas extranjeras –mineras, petroleras, ferrocarrileras, y de
servicios principalmente–. La relación de altos funcionarios porfiristas
con inversionistas ingleses –particularmente con Weetman Dikinson
Pearson, presidente de S. Pearson & Son– fue muy estrecha, y en la
mayor parte de los casos las concesiones –supuestamente sometidas
a concurso– se otorgaba favoreciendo los intereses británicos.
El marcado favoritismo del gobierno de Díaz hacia el capital británico
no fue suficiente para detener la expansión económica norteamericana
en México. La inmejorable posición geográfica de Estados Unidos y
las presiones que por momentos ejercía el gobierno norteamericano
sobre la administración porfirista fueron las condiciones que obligaron
a Gran Bretaña a asumir el papel de segundo socio comercial de
México. A pesar de la abierta simpatía que Díaz siempre mostró por el
capital europeo, la relación con Estados Unidos era estrecha.
Pero los capitales extranjeros no lo eran todo. Para impulsar el
desarrollo económico y el progreso material, la política exterior del
Porfiriato fue la piedra angular. Durante los 34 años de dictadura el
gobierno mexicano se comportó con independencia y valentía frente a
las presiones que por momentos ejercía Washington sobre la
administración de Díaz. El cumplimiento de los compromisos de la
deuda definió desde 1878, la estabilidad y cordialidad de la relación
bilateral.
El gobierno mexicano desarrolló una intensa actividad diplomática
basada, desde luego en la estrecha cooperación con Estados Unidos.
Con Washington se firmaron varios acuerdos. Se creó la comisión
mixta de reclamaciones para cuidar los intereses de ambos países, se
constituyó también la comisión internacional de límites. Como
equilibrio político y económico resultaba imprescindible para México, el
gobierno porfirista amplió sus horizontes hasta Europa. Las relaciones
comerciales con Francia, España y Alemania alcanzaron un nivel sin
precedentes. Inglaterra, por su parte, se convirtió en el contrapeso
ideal en áreas estratégicas como la minería, los ferrocarriles y el
petróleo. Porfirio Díaz mandó de embajador al Japón a su propio hijo
porque ambos pueblos veían el auge del monstruo del norte como
peligroso. (Argumentando cercanía de raza al ser la cultura mexicana
y japonesa descendientes de la mongoloide que una rama cruzaría por
el estrecho de Bering y serían los antepasados de los aztecas, y
diversas etnias amerindias). Incluso en Centroamérica, la diplomacia
mexicana actuó con independencia y se opuso a los intentos de
Guatemala, auspiciados por Washington, de crear una sola nación con
el resto de los países centroamericanos.
La política exterior de aquellos años, conducida por Porfirio Díaz y por
sus Ministros de Relaciones Exteriores, Ignacio Luis Vallarta e Ignacio
Mariscal fue radicalmente opuesta a la que se siguió en la primera
mitad del siglo. Lejos de ser vaga e idealista con posiciones tajantes
que no admitían negociación (como se demostró en el caso de Texas),
esta diplomacia tuvo objetivos muy concretos -como lo fue el lograr el
reconocimiento norteamericano- que iban a ser alcanzados con
acciones pragmáticas y acomodaticias. Después de todo, si la
finalidad era el desarrollo económico y esto requería de estabilidad y
orden, ¿no era mejor acaso tener a los norteamericanos como socios y
no como enemigos? De hecho, el gobierno de Díaz mataba así dos
pájaros de un tiro, ya que era obvio que no solo necesitaba evitar el
conflicto, sino que también requería del capital y de la tecnología del
vecino del norte para el ansiado desarrollo económico. Ambas cosas
las consiguió al mismo tiempo.
Además fue una política exterior mucho más sofisticada que la de
antaño.
Se reconocía que Estados Unidos no era una sola entidad monolítica,
sino que estaba compuesto de diversos grupos con distintos intereses,
así que de lo que se trataba era de atraer a los intereses adecuados
para neutralizar a los otros.
A pesar de todo la relación con Estados Unidos marchó como en
ningún otro momento del siglo XIX: en un ambiente de amistad, paz y
apoyo. Con las fronteras abiertas a las inversiones extranjeras y la
estabilidad política garantizada por don Porfirio, el gobierno
estadounidense respiró tranquilo en Washington durante más de tres
decenios. Tan estable se presentaba la administración de Díaz, que
los políticos de Estados Unidos se convirtieron en accionistas de las
principales compañías petroleras y ferrocarrileras. Es de Díaz, la frase
"Tan Lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos".
Francisco Bulnes escribió: “Existía una convicción universal de que
mientras el general Díaz disfrutase del apoyo ultraamistoso que le
había concedido Estados Unidos, nada debía temer a las
revoluciones. La diplomacia mexicana debió dedicarse a mantener
intactas tan valiosas simpatías, básicas para nuestra orden social”.
Durante los gobiernos de Porfirio Díaz se registraron dos hechos
importantes para la administración pública. El primero, al expedirse el
11 de febrero de 1883 el quinto Reglamento Interior del Ministerio de
Relaciones Exteriores, y el segundo, al decretarse la existencia de
siete secretarías para el despacho de los asuntos de orden
administrativo del gobierno federal, el 13 de mayo de 1891,
estableciéndose la Secretaría de Relaciones Exteriores.
De esta manera, también se integró un Reglamento para el cuerpo
diplomático, el cual fue la Ley reglamentaria del cuerpo diplomático
mexicano de 1888. Es de destacar que don Porfirio Díaz mantuvo una
posición firme en asuntos de la política exterior, ya que también
desarrolló una postura de acercamiento industrial, comercial, cultural y
financiero hacia los países europeos.
Consecuencias sociales[editar]
Si bien durante el porfiriato se lograron avances en la pacificación del
país, el coste social de este progreso fue enorme; la desigualdad
aumentó a niveles pocas veces vistos, se crearon zonas de
explotación sistemática de indígenas a los cuales casi se les trataba
como esclavos, como Valle Nacional y buena parte de Yucatán.
Además una represión a la prensa libre, que era silenciada ya fuese
por medio de sobornos o bien por torturas y desapariciones.
Las represiones que Díaz ejercía sobre las personas que exigían una
mejor calidad de vida fueron justificadas con una doctrina filosófica: el
Positivismo, la cual proponía "Orden y progreso". Así, el "Orden" lo
mantenía con represiones a los manifestantes, y con ese factor, tener
el "progreso", que era el crecimiento económico que en esa época se
logró.
La Iglesia[editar]
El clero recobró gran parte del poder perdido con las Leyes de
Reforma y la Guerra de los Tres Años. Bajo el régimen de Porfirio Díaz
pudo seguir obteniendo diezmos con toda regularidad, afectando así a
los sectores desposeídos tanto en el campo como en las ciudades. En
el campo también afectaba a los pequeños propietarios, ya que el
clero concentraba altas cantidades de semillas, producto del diezmo
de los indios y de los pequeños propietarios, ya concentrada la
producción la vendía a precios más bajos. logrando obtener jugosas
ganancias dado que no le costaba nada esa producción, así, los
compradores preferían los precios del clero y no el de los
productores.15
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