Futbol Increible
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El “perro” brota además como apodo de jugadores, como en los casos del
ex delantero de San Lorenzo y Belgrano de Córdoba Javier Arbarello, del ex
volante de Lanús Oscar Mena, o del ex integrante del seleccionado campeón
del Mundo en 1978 Daniel Killer. Pero los pichichos también se deslumbran
con el rodar de la pelota, y de vez en cuando se atreven a cruzar la línea de
cal para entreverarse con su “mejor amigo” en la disputa del esférico.
No fue una buena mañana, aquella del 12 de julio de 1997, para Gonzalo
Javier Vicente, zaguero de la sexta categoría de Argentinos Juniors. Su
equipo perdía por uno a cero como local ante Unión de Santa Fe, los
delanteros visitantes lo pasaban como a un poste y unos cachorros
vagabundos -esos “marca perro”, que tenían como guarida el modesto estadio
de Ferrocarril Urquiza, donde se desarrollaba el encuentro-se divertían a
costa suya metiéndose cada tanto a la cancha para distraerlo. En eso estaban
los chuchos cuando los chicos de Unión hilvanaron un nuevo ataque: Vicente
salió a cortar el avance, pero por esquivar a uno de los perritos perdió la
marca de un rival, al que debió correr desde atrás y cometerle una falta para
que no quedara “cara a cara” con su arquero. Enfurecido contra el can, al que
consideraba responsable de una nueva llegada santafesina, el joven defensor
se desquitó: persiguió al animalito, lo tomó con sus manos y lo revoleó fuera
del campo de juego. El inaudito gesto fue severamente recriminada por el
árbitro Marcelo Bardelli, quien, además de mostrarle la tarjeta roja al
defensor, lo reprendió: “Sos una bestia. ¿Cómo vas a tratar así a un perro?”.
Vicente se fue a los vestuarios junto con su entrenador, José Malleo, quien
insultó al referí por considerar injusta la sanción. Finalmente, Unión se
impuso por 4 a 2, el Tribunal de Disciplina de la Asociación del Fútbol
Argentino castigó con una fecha de suspensión a Vicente y con seis a Malleo,
y los cachorros siguieron con sus morisquetas. Eso sí: primero esperaron a
que se fueran los irascibles chicos de Argentinos.
El 20 de marzo de 1966, pocos meses antes del inicio del Mundial que se
disputó en Inglaterra, el trofeo Jules Rimet desapareció misteriosamente de
las vitrinas de la tienda londinense Westminster Hall. El enigmático robo del
premio de oro macizo puso en vilo al prestigioso cuerpo de policía Scotland
Yard, que a pesar de poner en el caso a sus mejores hombres no logró obtener
una sola pista. Desesperada por el bochornoso suceso, que hacía trizas su
arrogancia, la Football Association encomendó en secreto al orfebre
Alexander Clarke la realización de una copia para sustituir al premio original.
Pero antes de que el artista terminara su trabajo, un perro de raza Collie
llamado Pickle salvó el orgullo inglés al hallar la preciada copa, oculta dentro
de diarios en un jardín del suburbio Bealah Hill. Pickle fue declarado de
inmediato héroe nacional y su propietario, David Corbett -un barquero del río
Támesis de 26 años-, recibió una recompensa de tres mil libras esterlinas.
Finalmente, el trofeo fue entregado por la Reina Elizabeth al capitán Bobby
Moore minutos después de que el seleccionado local venciera al de Alemania
por 4 a 2. El famoso collie murió en 1973 y su desaparición fue seguida por
el llanto de miles de hinchas.
La acción estimulante de la buena mesa parece no ser cosa menor entre los
jugadores de buen paladar. Cuando el brasileño Catanha firmó para el Málaga
de España, reclamó un premio extra por cada gol convertido. Los directivos
de la institución andaluza accedieron, pero en lugar de dinero contraofertaron
la entrega de una pieza de jamón de bellota por conquista. Conocedor de las
virtudes de tan preciado manjar, Catanha aceptó gustoso la propuesta.
Al paraguayo Roberto Acuña le cayó mal la cena: pocos días antes del
inicio de la Copa América que se desarrolló en 1999 en tierra guaraní, el
mediocampista amenazó con renunciar al equipo nacional porque le sirvieron
pescado. El argentino nacionalizado paraguayo, que había comunicado su
alergia por ese tipo de carnes, se peleó con el entrenador Ever Almeida
porque, según explicó a la prensa, no le permitió “comer otra cosa”.¬
Finalmente, futbolista y técnico arreglaron sus diferencias y el altercado no
pasó de un mal bocado.
Poco antes del inicio del Mundial de Francia ‘98, la agrupación que nuclea
a los grandes chefs galos se quejó de la designación de la cadena
norteamericana Mc Donald’s como “restaurante oficial” del campeonato. La
empresa de hamburguesas había firmado un contrato millonario con la
Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol (FIFA), organizadora del
torneo.
¿Qué dice el reglamento del fútbol respecto de las comidas? Nada. Aún no
se vio a un jugador ingresar a la cancha con un plato y cubiertos, lo que sí
podría alertar a la International Board, cuya comisión estudia
permanentemente los aspectos reglamentarios. La noche del 19 de octubre de
1983, en el estadio de Instituto de Córdoba, el delantero de San Lorenzo de
Almagro Walter Perazzo “no veía una”. Famélico por haberse perdido la
merienda por una siesta más larga de lo debido, Perazzo no tenía fuerzas ni
para volver al vestuario. Terminó el primer tiempo y en el vestuario visitante
no había ni un caramelo para engañar al estómago. Ya en el complemento,
con el tanteador uno a uno y la presión arterial por el suelo, el atacante sintió
un golpe en la espalda, seguido de un grito: “Porteño muerto de hambre”. Se
dio vuelta y vio un “pebete” reluciente, intacto sobre el césped. No lo pensó
dos veces: lo partió y se lo comió en dos bocados. Con la panza llena y el
corazón contento, Perazzo marcó el segundo tanto “santo”, un golazo, y
sirvió en bandeja otros dos para que la escuadra porteña ganara por cuatro a
uno.
A veces no hace falta llegar al “día después” para que aparezcan los
dolores de cabeza, como le sucedió a los jugadores del Viitorul Chirnogeni de
Rumania, quienes en junio de 1993, mientras participaban de una liguilla por
el ascenso a la segunda división, se presentaron completamente borrachos
ante el SNC Compref. En el encuentro “de ida”, los borrachines habían caído
por diez a cero, de modo que no se cuidaron para la revancha, que se disputó
al día siguiente del casamiento de uno de los titulares. Irónicamente, el
marcador quedó “doble”, igual que la visión de los hombres del Viitorul
Chirnogeni: 21 a 0. El juez dio por terminado el match en el minuto 70,
porque solamente seis de los mamados continuaban de pie.
Algunos meses antes del Mundial de Francia, la gran figura árabe Sayeed
Al-Owairan, fue descubierto “in fraganti” con un vaso lleno de licor en la
mano y varias mujeres del brazo, justo en Ramadán, el mes santo de los
musulmanes. Al-Owairán fue a la cárcel, pero su indulto llegó a tiempo para
prepararse para la importante competencia.
Para casos increíbles, el del ex ministro del Interior español Luis Corcuera:
el retirado funcionario fue multado por concurrir al estadio Santiago
Bernabeu del Real Madrid con una bota de vino en febrero del 2000.
Corcuera debió abonar una fuerte multa por violar la legislación que prohibe
a los espectadores ingresar con bebidas alcohólicas a los coliseos deportivos,
normativa que él mismo había impulsado cuando ocupó la cartera ministerial.
Un médico a la derecha.
En julio de 1998, el arquero Joan Filion Trifu García, del Sporting Cristal
de Perú, feneció al recibir una patada en la cabeza de parte de un rival del
Sport Meteor, Juan Cartagena.
Pasar una vez, al menos, por el quirófano, parece ser el karma de los
futbolistas profesionales. Aquellos que no se acostaron en una mesa de
operaciones escaparon de la mano de la Diosa Fortuna, o se retiraron antes de
enfrentar el cuchillo. Una lesión en la rodilla pudo dejar al adolescente Pelé
fuera del Mundial de Suecia ‘58, mas el Rey se recuperó y no volvió a tener
inconvenientes en esas articulaciones en 21 años de carrera… hasta que
cumplió 58 años. A principios de 1999, durante una práctica con juveniles del
Santos, el ex diez de la selección brasileña sintió una molestia que dos meses
después motivó una artroscopía para extraerle el menisco de la rodilla
derecha.
Aunque resulte difícil de creer, una derrota del equipo inglés Manchester
United permitió que una niña se curara de un desorden cerebral. En 1994, sin
que ningún experto pudiera hallar una explicación, Vicky Wimore comenzó a
leer y a escribir de atrás hacia adelante. Varios meses después, al ver por la
televisión que su club favorito era derrotado, la pequeña se dejó caer hacia
atrás desde su silla, golpeó su cabeza contra una mesa y se produjo el
milagro: todo volvió a la normalidad. Enterados de la noticia, los jugadores
del Manchester expresaron su alegría porque, a pesar del traspié, la jornada
había tenido un final feliz.
¬ Los futbolistas tienen terror a las lesiones. Algunas veces, como en el caso
del mediocampista del Milan italiano Demetrio Albertini, una dolencia puede
ser considerada una bendición. El volante recibió de buen grado una afección
que en octubre de 1996 lo dejó varias semanas fuera de las canchas. Albertini
aprovechó el “parate” para casarse y disfrutar a pleno de su Luna de Miel,
lejos de los compromisos con el campeonato local, las copas europeas y la
selección “azzurra”.
Las balas son patrimonio tanto del deporte profesional como amateur. El 7
de julio de 1996, un hombre disparó contra su propio hijo porque el joven, al
mejor estilo Martín Palermo en la Copa América ‘99, había fallado tres
penales en un solo partido. El increíble suceso se produjo en la localidad de
Grand Bourg, en el oeste del conurbano bonaerense, al término de un
encuentro entre combinados barriales amateurs. Al retornar a su casa, Alfredo
Ibarra, de 25 años, fue duramente recriminado por su papá, Carlos Ibarra,
quien había presenciado el partido. “El burro se comió tres penales.
Imagínense cómo me miraban los otros padres”, comentó al resto de la
familia, lo que inició una fuerte discusión que culminó cuando Carlos se
dirigió a su cómoda, tomó un revólver calibre 22 y le disparó a su hijo en el
cuello. El muchacho fue trasladado hasta un hospital cercano, donde salvaron
su vida. Su padre fue detenido y condenado por “tentativa de homicidio
calificado por el vínculo”.
Cuatro miembros de una familia fueron asesinados por una disputa tras un
partido de fútbol en el municipio de Santa María de Ixhuatán, en Guatemala.
Los homicidas aguardaron la complicidad de la noche para ingresar en la
vivienda de un matrimonio y sus dos hijos, a quienes mataron a balazos.
Pero no sólo las balas han teñido de sangre las canchas. En abril de 1962,
un jugador del departamento tucumano de Monteros murió tras recibir una
puñalada en el vientre que le asestó uno de los rivales. Increíblemente, el
asesino había jugado todo el partido (que era “amistoso”) con un facón
debajo de la camiseta.
En los últimos tiempos, una de las formas de violencia más comunes en los
estadios son las bombas de estruendo, que los hinchas lanzan al campo de
juego. Estos potentes artículos pirotécnicos tienen en su haber numerosas
víctimas por quemaduras y lesiones auditivas, y no parece haber (o no querer
montarse) un control policial eficiente para impedir su presencia en las
tribunas.
En febrero de 1990, poco antes del inicio del choque que por la primera
división inglesa disputaron en la ciudad de Liverpool el Everton local y el
Charlton, la policía encontró dos descomunales bombas, también arrojadas
durante la “Gran Guerra”, en una de las calles linderas al Goodison Park. Los
enormes proyectiles, de casi mil kilogramos cada uno, fueron desarmados y
el partido se disputó con normalidad, aunque con dos horas de atraso.
Otro caso tuvo también final feliz en Kiev en 1997: un par de días después
de un amistoso disputado entre los seleccionados sub-21 de Ucrania y
Alemania en la cancha del Dynamo, zapadores militares hallaron diez minas
debajo del campo de juego. Irónicamente, los explosivos habían sido
instalados por el ejército germano que había ocupado ese estado de Europa
Oriental más de cincuenta años antes durante el conflicto bélico. Las minas
antipersonales, que estaban enterradas a un metro y medio de profundidad,
fueron descubiertas por los obreros que trabajaban para reacondicionar la
hierba.
Los acuerdos “en especies” también se han pactado entre clubes, por los
servicios de un jugador. Huracán compró en 1928 el pase de Máximo
Federice, del club Almafuerte, pero en lugar de abonar la trasferencia con
dinero en efectivo lo hizo con trescientas chapas de cinc que le habían
sobrado a la institución de Parque de los Patricios cuando construyó su
primera tribuna techada.
Diez años más tarde, Boca saldó la transferencia del defensor de Ferrocarril
Oeste Arcadio López con los tablones de las tribunas de su viejo estadio.
Muchos de esos maderos aún reciben a los hinchas que se ubican en las
populares y en las plateas que dan espalda a la avenida Avellaneda.
El colmo: como no podía pagar su cuenta del gas, que ascendía a 20 mil
dólares, el Nitramonia Fagaras, de la tercera categoría, entregó a dos de sus
mejores zagueros, Gabor Balazs y Ioan Fatu, al Gazmetan Medias. Como su
nombre lo indica, el Gazmetan es propiedad del consorcio de gas del Estado
rumano.
Todo lo contrario ocurrió con la federación de Irlanda del Norte, que por
permitir desarrollar un proyecto a largo plazo renovó el vínculo con el
entrenador Lawrie McMenemy, a pesar de la apabullante derrota en Belfast
ante Turquía, por tres a cero, por la clasificación para la Eurocopa 2000, y
haber conseguido sólo dos triunfos en doce presentaciones.
Por fortuna, cada tanto surge una bocanada de aire puro, como la que
soplaron los miembros de la selección sub-23 de Brasil, quienes renunciaron
a sus premios en dinero por clasificar para los Juegos Olímpicos de Sydney
2000.¬ El capitán del equipo, Denilson, señaló a la prensa que “el simple
hecho de vestir el uniforme de Brasil otorga destaque y revaloriza el pase del
atleta. Su compañero Ronaldinho Gaucho sugirió que el dinero debería
recibirse, pero para hacer una donación.
Otro que posiblemente pensó que “no todo es dinero en la vida” fue el
atacante inglés John Salako, quien a mediados de 1995 rechazó una jugosa
oferta de dos millones de libras esterlinas (unos 3,5 millones de dólares) para
pasar del londinense Crystal Palace al Newcastle United. El jugador, de 26
años, se negó a cambiar de escuadra porque, argumentó, no quería mudarse
“tan al norte”, donde los inviernos son tan crudos como largos. Además de
los billetes, Salako desperdició la posibilidad de continuar su carrera en la
Premier League, ya que el Crystal Palace había descendido a la primera
división (segunda categoría) ese año. Por el monto que le ofrecían, el
delantero atacante podría haber hecho un esfuerzo, ya que le sobraba dinero
para comprarse todos los calefactores de la ciudad.
“Lotería de los penales”, “ligar”, “mala leche”, “la suerte del campeón”,
“cábala”, “yeta”, “mufa”… Son sólo algunas de las frases que tanto
espectadores como protagonistas endilgan al azar cuando no se encuentra (o
no se quiere encontrar) una explicación racional para un hecho deportivo. El
juego en sí está rodeado de algunos factores fortuitos, aunque éstos en
general son poco determinantes en el resultado o en el correr de las acciones.
El referí revolea una moneda para dar prioridad a la elección de un campo o
del saque, se sortea qué protagonistas deberán pasar por el control antidóping
al término del encuentro, y en muchos casos se recurre al “azar” de un
bolillero para designar árbitros y confeccionar fixtures.
Para el Mundial ‘66 estaba previsto que si los cuartos de final y las semis
terminaban igualadas tras los 90 minutos reglamentarios y los 30 de alargue,
se decidiría con una moneda el conjunto que pasaría a la siguiente ronda. Si
la final, tras 120 minutos, culminaba sin un ganador, el match debía repetirse
dos días después, y si todo continuaba igual tras otros 120 minutos, el
campeón saldría con un “cara o ceca”. Por suerte, no fue necesario recurrir a
ese injusto método en ninguno de los partidos.
La Diosa Fortuna a veces extiende sus manos más allá del plano deportivo,
para prolongar una buena racha en los designios de la timba y las apuestas
por dinero. Tal como le sucedió al francés Emanuel Petit, quien en 1998
disfrutó de una ráfaga de gloria y suculentas ganancias emparentadas con el
número “7”. A los 27 años, y una semana después de levantar la Copa del
Mundo en París -donde además marcó el tercer gol de su equipo frente a
Brasil-viajó de vacaciones con su novia a Montecarlo, en la Costa Azul. Allí
visitó el famoso Casino, y con sólo una moneda de diez francos (algo menos
de dos dólares) se alzó con una recompensa de 170.000 francos (unos 28 mil
dólares). Los diarios británicos destacaron que esa misma temporada Petit
ganó la liga inglesa y la F.A. Cup con el Arsenal y el Mundial con el número
“17” en la espalda. El desenlace ante Brasil se produjo un 17 de julio, y días
después los 170.000 francos llegaron con una combinación mágica: 777.
“No me opongo a los juegos de azar, siempre que uno no juegue más de lo
que sus medios le permiten”, afirmó el reverendo James Curtin en enero de
1971. Claro que las declaraciones de Curtin se produjeron en un contexto
muy especial: el religioso acababa de ganar 261 mil libras esterlinas por
acertar los resultados de ocho partidos de la liga inglesa. El futbolero párroco
dijo además que pensaba destinar a la caridad la mayor parte del premio, y
que sólo se quedaría con 400 “pounds”.
Cancha rayada.
Los estadios utilizados para la Copa del Mundo Estados Unidos 1994 eran
en su mayoría escenarios de fútbol americano adecuados para el “soccer”.
El estadio más alto del mundo está en el Cerro de Pasco, Perú, a 4.380
metros sobre el nivel del mar. Ese es el escenario del Unión Minas, una
modesta institución que hace pesar más que ninguna su condición de local -
merced a la presión y la escasez de oxígeno-para obtener importantes puntos
que la mantienen en primera división. En junio de 2000, el delantero
argentino del Universitario de Lima, Alberto Carranza, marcó un golazo
después de una corrida de cincuenta metros, que significó el triunfo y el
campeonato para su equipo. Pero Carranza no pudo celebrar su conquista
porque, después de semejante esfuerzo, sólo le quedó aire para desmayarse.
El que no llegó siquiera a jugarse fue el duelo que por la segunda división
escocesa tenían programado el Clydebank y el Dumferline, porque el estadio
del club local no tenía porterías. Los arcos habían sido destruidos la semana
previa por vándalos, y la federación debió cancelar el partido, ya que los
nuevos postes no llegaron a tiempo. A lo largo de la temporada 99/00, el
Clydebank, de la ciudad de Glasgow, sufrió numerosos inconvenientes a raíz
de un duro enfrentamiento entre sus hinchas y la comisión directiva, que
derivó en un boicot a los encuentros disputados como local. El 31 de julio,
cuando el Clydebank recibió al East Stirling -de la cuarta división-por la
Copa nacional, sólo concurrieron al estadio 29 personas, la menor audiencia
en la historia del fútbol profesional británico. Encima, el débil East Stirling
ganó por dos a uno.
Unisex.
En la década del ‘90 cayó, definitivamente, un mito: el fútbol ya no es cosa
de hombres. Podría decirse que hasta entonces la gran mayoría de las mujeres
se sumergía en un claro papel secundario (o más lejano aún) para acompañar
encuentros televisados, prácticamente en silencio, a la sombra de sus parejas.
Nada de preguntas (“¿Bicho, qué es el ‘orsai’?”) y mucho menos respuestas
(“¡¡¡Shhh!!!”).
La casualidad quiso que el defensor del Botafogo Luis Paulo sea también
pagado por su novia, Marina Vaz de Carvalho. La chica, que utilizó 75 mil
dólares de la herencia que le había dejado su padre, no pretendía negociar el
contrato del zaguero con otro equipo, sino que quiso demostrar cuánto lo
amaba. La historia tuvo final feliz: la pareja se casó tras dos años de
noviazgo.
En Uruguay, una chica juntó dos mil firmas, incluidas las de dos diputados
nacionales, para que su novio, un delantero aficionado del interior del país,
fuera convocado a la selección celeste. La extraña empresa de Jennie,
acontecida en abril de 1997, consiguió un profuso apoyo para su amado,
Mauricio Alejandro Martínez, la gran figura del seleccionado de Soriano,
departamento situado a 280 kilómetros al noroeste de Montevideo.
La pasión por el fútbol también dio por tierra hasta con las costumbres más
ancestrales, como en Irán, donde miles de mujeres ignoraron la prohibición
oficial de concurrir a los estadios, e incluso forcejearon con policías, para
participar de los festejos de la clasificación para el Mundial de Francia en el
coliseo nacional Azadi de Teherán. Algunos meses después, a pesar de las
protestas de los islámicos conservadores, las iraníes fueron autorizadas a
competir y jugar en pantalón corto, sin velos ni las vestimentas tradicionales,
pero también sin público masculino.
Cortina de humo.
Cuestión de números
Durante mucho tiempo, uno de los “clásicos del domingo” era ver a los
equipos alineados con numeración corrida, del “1” al “11” para los titulares,
y del “12” al “16” para los suplentes. Esta tradición, que provenía de fines de
la década del ‘40, sólo se rompía con los campeonatos internacionales: cada
cuatro años con los Mundiales, o para la Copa Libertadores. A fines de los
‘90, la FIFA determinó que comenzaran a utilizarse las “listas de buena fe”
para todo torneo, y los números, ahora fijos para todo el año, se presentaron
como un nuevo tema de controversia.
Varios años antes, en marzo de 1969, la AFA había determinado que los
números debían tener 25 centímetros de altura, de color negro para las
casacas claras y blancos para las oscuras.
Se cree que el triste récord anterior estaba en poder del italiano Giusseppe
Lorenzo, quien en un Bolonia-Parma de 1990 fue expulsado diez segundos
después de su entrada en el terreno de juego.
Respecto de las Copas del Mundo, el récord está en poder del uruguayo
José Batista, quien recibió una roja directa a los 53 segundos del partido que
su equipo jugó con Escocia en la primera fase de México ‘86. El referí
francés Joel Quiniou posiblemente se apresuró al despachar a Batista, un
defensor que en la Argentina desplegó una trayectoria tan extensa como
correcta.
Podría decirse que el caso de Carlos Leeb fue aún más veloz: mientras
entraba en calor al costado de la cancha para ingresar como suplente en
Banfield, en mayo de 1999, frente a Chacarita, el “gatito” tropezó con el juez
de línea Gabriel Rivolta, a quien no había visto mientras ensayaba ejercicios
precompetitivos. Mas Rivolta, que creyó que el golpe obedecía a una
agresión intencional de Leeb, llamó al árbitro Rubén Favale para reclamarle
que sancionara al delantero del “Taladro”. Desconsolado por lo que creía una
injusticia, el atacante se fue al vestuario en un mar de lágrimas, sin haber
podido cruzar la línea de cal un solo segundo.
Varios meses después, pero en España, el arquero suplente del Betis,
Joaquín Valerio, padeció una sanción semejante a manos del referí Fidel
Valle Gil, a costa de su propia lengua: poco antes de salir al campo de juego,
el guardavallas vio a un dirigente del Albacete, su ex club y rival de ese día,
charlando de manera amistosa con Valle Gil. Enfurecido, se acercó al
directivo rival y le preguntó, frente al hombre de negro: “¿Cómo saludas a
este gilipollas, con la que nos lió en Eibar?”, en referencia a un partido en el
que el Albacete había perdido su ascenso a primera cuatro años antes, con el
propio Valerio bajo los tres palos. Ofendido, Valle Gil mostró la roja directa
al instante al portero, y el Betis actuó sin arquero suplente, aunque para su
fortuna el titular no sufrió ningún percance.
A lo largo de los cien años de historia del fútbol argentino, los “negros”
encargados de hacer cumplir el reglamento siempre se caracterizaron por ser
los “malos de la película”, y, como tales, los implacables responsables de
castigar tanto a jugadores, técnicos y asistentes, como a dirigentes, chicos
“alcanza-pelotas” y toda clase de intrusos. El inflexible Luis Pestarino sabe
bastante de esto: durante el encuentro en el que Banfield derrotaba a
Estudiantes por tres a uno, el 23 de octubre de 1966, se produjeron algunos
incidentes en las tribunas. Mientras el juego continuaba, un policía cruzó el
campo, se apostó frente a la gradería donde estaban los hinchas más exaltados
y disparó con su escopeta una bomba de gas lacrimógeno. Mas el humo, en
lugar de calmar las cosas, sólo complicó la situación: durante la huida en
masa de los espectadores sufrieron heridas varias de las personas que no
tenían que ver con el pequeño grupo que causaba problemas. Frente a tal
trastorno, Pestarino se acercó al agente y lo expulsó de la cancha. “Yo soy el
responsable del espectáculo”, le gritó el árbitro al uniformado, que había
complicado las cosas en lugar de apaciguarlas. La AFA aprobó la conducta
del colegiado y días después difundió un comunicado en el que resaltaba que
“la policía es un elemento ajeno al juego, y por lo tanto el árbitro es la única
autoridad en el field”.
Si las normas no eximen a los líneas, mucho menos podían dejar fuera a los
árbitros. El 2 de junio de 1939, por el campeonato de primera, Boca Juniors y
Racing Club de Avellaneda desarrollaron en la cancha de Ferrocarril Oeste
un clásico cargado de golpes y mala intención ante la pasiva mirada del
árbitro Juan Alvarez. El ambiente, cada vez más caliente, explotó en las
tribunas con las expulsiones del delantero ribereño Alfredo González y al
volante académico Mario Avalle, quienes se agredieron mutuamente a
puntapiés. Con Boca arriba por uno a cero, y en medio de un diluvio de
botellas y piedras que caía al campo de juego desde las tribunas,
especialmente de la racinguista, un proyectil hizo blanco en la cabeza de uno
de los jueces de línea, lo que dio paso a la intervención de la policía. Debido
a la imposibilidad de los efectivos de seguridad para calmar los ánimos de los
hinchas exaltados, el subcomisario de la seccional 13, Alberto Patetta, le
solicitó al referí que suspendiera las acciones. Como Alvarez se negaba
inexplicablemente a parar el encuentro, el subcomisario envió a dos agentes
que, de manera nada cordial, obligaron al hombre vestido de negro a
abandonar el terreno y convertirse en el primer referí argentino en ver la
tarjeta colorada.
Dos en uno.
Cada vez con más frecuencia, el fútbol ofrece dos deportes en uno: el que
se juega con la pelota y los pies, y el que practican tanto protagonistas como
hinchas con los puños. Muchos de los partidos -ya sean profesionales o
amateurs-dan lugar a pleitos que se resuelven a las trompadas. Cómo olvidar
los fenomenales bochornos producidos en la Copa Libertadores -que en las
décadas del ‘60 y 70, especialmente, alcanzaron a todos los equipos, sin
distinción de país-.
Mas Nai Foino no dejó quietos sus puños: pocos meses después del
polémico superclásico en el que Antonio Roma -claramente adelantado-le
contuvo un penal a Delem en la Bombonera, que le permitió a Boca
consagrarse campeón en 1962 una semana después, el referí fue designado
para dirigir a River en el Monumental. Allí, en medio del juego, un conocido
“barrabrava” local ingresó al terreno para recriminar a Nai Foino, con duros
términos, no haber repetido la “pena máxima”. El árbitro esperó, ininmutable,
que su agresor se acercara y, cuando lo tuvo a distancia, lo durmió con una
piña justa a la mandíbula.
Estos son sólo dos negros ejemplos de una práctica que sólo es un poco
menos común que el simple rodar de la pelota. Los árbitros son golpeados
inclusive en los campeonatos organizados para los periodistas deportivos, y
sus agresores son los mismos que luego, desde la computadora o con el
micrófono en la mano, repudian acciones igualmente violentas. En 1999, el
defensor de Peñarol Joe Bizera debió ser arrestado por la policía por golpear
al referí Christian Lemus durante un juego “amistoso” entre las selecciones
sub-23 de Chile y Uruguay, que tuvo lugar en Santiago. Bizera fue
suspendido por un año por la Confederación Sudamericana de Fútbol y
expulsado de la escuadra nacional. Antes de abandonar el estado andino, el
defensor sufrió varias horas “a la sombra” y abonó una fianza equivalente a
200 dólares.
Una grave sanción recibieron los futbolistas amateurs José Queral, Pedro
Navarro y Arcadio Remón, quienes en 1971 fueron condenados a “un año y
un día” de prisión por la Corte Suprema de Madrid, por castigar al referí José
María Nuez y mandarlo al hospital con conmoción cerebral, fracturas y
contusiones.
Aunque no produjo con las manos, una de las “venganzas” más originales
se registró en 1965 durante un partido de la liga yugoslava: el juez Platon
Rejinac sancionó un penal en contra del Estrella Roja de Belgrado a sólo un
minuto del final, y con el marcador igualado. Mientras diez de los jugadores
rodeaban Rejinac para acordarse de toda su familia, el onceavo integrante del
Estrella Roja abandonó la cancha, tranquilamente, por una puerta lateral. Sin
embargo, lo que pareció un tibio descontento pronto se transformó en locura:
al volante de su automóvil, el futbolista irrumpió en el estadio, destruyó el
alambrado y comenzó a perseguir al árbitro por el terreno para atropellarlo.
El desequilibrado jugador pudo ser controlado por la policía y condenado
días después a dos años de cárcel por “intento de homicidio”. La nota cómica
la dio la asociación de fútbol de Yugoslavia, que suspendió al enajenado
deportista por solamente dos años.
¡Qué boquita!
más bajas e inmundas. Los salivazos son harto conocidos, por ejemplo, por
los futbolistas rivales de Boca que se acercan al selecto y educado Palco VIP
de La Bombonera, cuyos valientes asistentes seguramente no reaccionarían
de la misma forma “cara a cara” con el futbolista.
Tal vez un buen ejemplo para ellos sea el de un aficionado del club inglés
Sheffield United, a quien se multó en el equivalente a 81 dólares y se le
prohibió asistir por un año al estadio de su equipo favorito luego de admitir
haber escupido al entrenador del Wolverhampton Wonderers, Graham
Taylor. Robert Hollister, de 34 años y padre de tres niños, se presentó en
forma voluntaria ante un tribunal de Sheffield y se declaró culpable de salivar
sobre la humanidad de Taylor en un match disputado en abril de 1995.
Justamente por cábala, Sergio Goycochea orinó dentro del campo de juego,
ocultado por sus compañeros, antes de cada una de las dos series de penales -
frente a Yugoslavia e Italia-que lo convirtieron en héroe del Mundial ‘90. En
ambos casos, el portero contuvo dos disparos para darle el triunfo al
seleccionado que conducía Carlos Bilardo.
Está bien que Victoriano Arenas sea un humilde club de la categoría más
baja del fútbol argentino, pero por más chica que sea una institución y su
secretaría de prensa, no se puede justificar que la formación de los equipos
sea presentada en papel higiénico, como sucedió en setiembre de 1985. Eso
sí: el pliego estaba sin usar…
Un año antes, una arremetida similar tuvo lugar contra el césped del
estadio Francisco de la Hera, la casa del Extremadura. Pero en este caso fue
una plaga de orugas la que devastó el terreno de juego. Para colmo, el
desastre sorprendió al “canchero” horas antes del choque con el Athletic de
Bilbao, que debió disputarse de todas formas.
El que sí se las vio feas fue un cordero “uruguayo” que fue pescado “in
fraganti” mientras devoraba la hierba que tanto había costado acondicionar
para la práctica deportiva al jardinero del club Liverpool. El borrego fue
denunciado a la policía, que se llevó al pobre animalito, en patrullero, hasta la
comisaría más cercana. Allí estuvo detenido dos días, hasta que fue liberado,
acaso por no contar con antecedentes judiciales.
Otro club inglés familiarizado con las plumas es el Norwich City: en sus
primeros tiempos, sus colores identificatorios eran el azul y el blanco, pero
como esa ciudad de la costa este británica era muy famosa por la cría de
canarios, cinco años después de su fundación se dejaron de lado las
tonalidades originales, reemplazadas por el amarillo y el verde.
En la década del ‘50 Boca tenía como mascota un pato pintado de azul y
amarillo, que normalmente deambulada cerca del campo de juego de la
Bombonera. Una tarde, en un choque contra Vélez, varios de los
protagonistas se trenzaron en un escándalo de corridas y forcejeos, a pocos
metros de uno de los laterales. En ese momento hizo su inoportuna aparición
el pobre pato, que sin comerla ni beberla se comió el patadón de uno de los
jugadores fortineros, que lo devolvió al otro lado de la línea de cal. Pasaron
los minutos, retornó la calma, siguió el partido y todavía quedaban plumas
del pobre palmípedo dando vueltas por el aire.
Otro zoológico, en este caso italiano, sirvió para levantar el ánimo de los
jugadores de Camerún, que se preparaban para el Mundial Italia ‘90. Los
responsables de la delegación africana cambiaron el lugar de la concentración
escogido antes del inicio de la gira por otro cercano al parque de animales,
para que los futbolistas visitaran a los leones, tigres y todos los especímenes
originarios de su continente, y así sentirse un poco más cerca de casa. La
medida dio sus frutos, ya que los impetuosos cameruneses rugieron fuerte ese
torneo: derrotaron en su debut a la Argentina, selección defensora del título y
posteriormente subcampeona, clasificaron para la segunda ronda, vencieron a
Colombia en octavos de final y cayeron ante Inglaterra en cuartos, por un
estrecho 3-2 y con dos penales otorgados a los británicos por el polémico
referí mexicano Edgardo Codezal.
Grito de gol.
En abril del 2000, un futbolista iraní fue suspendido “de por vida” por una
corte de ese país islámico por bajarse los pantalones y dar una “vuelta
olímpica en calzoncillos” al gritar su gol. Mohsen Rassuli, joven atacante del
club Saypa de Teherán marcó en el minuto 119 el tanto que le dio la victoria
a su equipo en las semifinales de la Copa de Irán, frente al Pas, su rival
tradicional. La exagerada muestra de exaltación no sólo fue vista por la
multitud que colmaba el estadio: el match era transmitido en directo por la
televisión estatal, que generalmente corta este tipo de escenas en partidos
internacionales. El caso de Rassuli fue considerado de tal gravedad que fue
trasladado directamente a la justicia nacional antes de ser evaluado por el
Comité Disciplinario de la Federación Iraní de Fútbol. A la dura pena se le
añadió una multa equivalente a 33 mil dólares, que el deportista pagó mitad
en efectivo y mitad en cuotas.
Quizá para darle la razón a la FIFA, situaciones como las que vivió
Michele Falce podría hacer recapacitar a los efusivos goleadores. Falce
marcó para el Sagnino del campeonato amateur italiano, y se trepó al
alambrado para compartir su júbilo con la hinchada. Pero al saltar de regreso
al campo de juego, su alianza matrimonial se enganchó en un hierro y le
seccionó el dedo. Mientras el atacante se revolcaba del dolor, sus compañeros
encontraron el trozo de falange y lo llevaron al hospital, donde fue
reimplantado con éxito en la mano izquierda del desdichado Falce.
Más dramático culminó el grito de gol del joven Javier Febres Rivera, de
sólo 18 años, quien en enero de 1990 anotó el gol del triunfo del Ciclón de la
ciudad peruana de Surco, ante el Sport Sucre. Febres Rivera, al que se
conocía como el “Maradona de Surco”, corrió a abrazar a sus compañeros,
pero cayó fulminado por un infarto.
Bibliografía
-El fútbol argentino, Alfonso Rey y Pablo Rojas Paz, Ediciones Nogal, 1947.
-El ABC, diccionario enciclopédico del fútbol del diario deportivo Olé.