Futbol Increible

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Fútbol increíble

Autor: Luciano Wernicke

Registro de propiedad intelectual: 75.494

“Fútbol increíble” no sólo es una recopilación de anécdotas increíbles y casos


curiosos del más popular de los deportes. Cada una de sus 400 historias fue
seleccionada cuidadosamente para integrar diecisiete capítulos, en los que la
pelota rueda por sitios como restaurantes, casinos, hospitales o baños; es
jugada por perros o caballos; o simplemente actúa como testigo de
expulsiones extrañas y los festejos de goles más alocados. Un árbitro que se
autoexpulsó, un arquero que se dejó vencer porque detrás del alambrado un
hincha lo apuntaba con un revólver, un exitoso delantero que firmó un
contrato por chocolate y papas fritas, un sordomudo vio la roja por “insultar”,
un perro que anotó un golazo, una dirigente despedida por enamorarse de un
colega de un club rival y un defensor que llevaba una muñeca inflable a las
concentraciones son algunos de los sucesos más sorprendentes incluidos en
este libro.
Festival de canes

Aunque la palabra “perro” no fue contemplada en el reglamento del fútbol,


no pasa un solo fin de semana sin que se haga presente en cada estadio o
potrero, ya sea en boca de algún espectador “calentón” o de un irritado
jugador ante un increíble gol perdido por un compañero. En la jerga
futbolera, este vocablo es sinónimo de “tronco”, “burro”, “madera”,
calificativos para pintar a quien posee pobres recursos técnicos. Los canes
aparecen asimismo dentro de las canchas de la mano (o la correa) de la
policía: en muchos coliseos del mundo mastines entrenados son llevados
dentro del campo para amedrentar a los hinchas a no traspasar las cercas. No
pocas veces esos animales, cargados de la tensión y el nerviosismo que reinan
en el lugar, han clavado sus filosas dentaduras en la carne de algún atleta. Así
le ocurrió, por ejemplo, al arquero Carlos Navarro Montoya, cuando Boca
Juniors enfrentó a Colo Colo en el estadio Nacional de Chile por las
semifinales de la Copa Libertadores de 1991.

El “perro” brota además como apodo de jugadores, como en los casos del
ex delantero de San Lorenzo y Belgrano de Córdoba Javier Arbarello, del ex
volante de Lanús Oscar Mena, o del ex integrante del seleccionado campeón
del Mundo en 1978 Daniel Killer. Pero los pichichos también se deslumbran
con el rodar de la pelota, y de vez en cuando se atreven a cruzar la línea de
cal para entreverarse con su “mejor amigo” en la disputa del esférico.

No fue una buena mañana, aquella del 12 de julio de 1997, para Gonzalo
Javier Vicente, zaguero de la sexta categoría de Argentinos Juniors. Su
equipo perdía por uno a cero como local ante Unión de Santa Fe, los
delanteros visitantes lo pasaban como a un poste y unos cachorros
vagabundos -esos “marca perro”, que tenían como guarida el modesto estadio
de Ferrocarril Urquiza, donde se desarrollaba el encuentro-se divertían a
costa suya metiéndose cada tanto a la cancha para distraerlo. En eso estaban
los chuchos cuando los chicos de Unión hilvanaron un nuevo ataque: Vicente
salió a cortar el avance, pero por esquivar a uno de los perritos perdió la
marca de un rival, al que debió correr desde atrás y cometerle una falta para
que no quedara “cara a cara” con su arquero. Enfurecido contra el can, al que
consideraba responsable de una nueva llegada santafesina, el joven defensor
se desquitó: persiguió al animalito, lo tomó con sus manos y lo revoleó fuera
del campo de juego. El inaudito gesto fue severamente recriminada por el
árbitro Marcelo Bardelli, quien, además de mostrarle la tarjeta roja al
defensor, lo reprendió: “Sos una bestia. ¿Cómo vas a tratar así a un perro?”.
Vicente se fue a los vestuarios junto con su entrenador, José Malleo, quien
insultó al referí por considerar injusta la sanción. Finalmente, Unión se
impuso por 4 a 2, el Tribunal de Disciplina de la Asociación del Fútbol
Argentino castigó con una fecha de suspensión a Vicente y con seis a Malleo,
y los cachorros siguieron con sus morisquetas. Eso sí: primero esperaron a
que se fueran los irascibles chicos de Argentinos.

Otra víctima canina: a mediados de la década del 60, un hincha de Lanús,


disconforme con los fallos del árbitro, le lanzó un perrito desde la tribuna. Un
policía se acercó al agresor para repudiar su proceder, pero, lejos de mostrar
arrepentimiento, le contestó: “Bah… era chiquito”. Estos dos casos refrescan
el epitafio que Lord George Byron hizo inscribir en la tumba de su querida
mascota: “Tenía todas las virtudes de los hombres, y ninguno de sus
defectos”.

En la ciudad española de Salamanca sucedió un caso asombroso. Mientras


se enfrentaban dos combinados de menores de 16 años, un perro que no quiso
ser menos que los adolescentes cruzó la línea de cal para correr detrás de la
pelota. La atrevida acción fue interrumpida por el árbitro, quien llamó al
invasor con su silbato y le mostró la tarjeta roja. El bicho sorprendió a todos
con su aparente conocimiento de las reglas del juego: dio media vuelta y, sin
chistar (ni ladrar), se retiró por la línea final.

A mediados de noviembre de 1997, pocos días después de obtener su


quinto campeonato local consecutivo, el club uruguayo Peñarol lanzó una
intensiva campaña para engrosar su número de socios. El reclutamiento
careció por completo de restricciones, al punto que se aceptó la solicitud de
un perro presentada por su dueño. El presidente “mirasol”, José Pedro
Damiani, explicó que, frente a la anormal petición, la comisión directiva
debió revisar los estatutos. “Como nada lo inhibía, resolvimos autorizarlo”,
explicó Damiani.

Seguramente, el récord en esta materia lo ostenta el club Deportivo Morón,


que cuenta con tres ovejeros alemanes entre sus asociados. Ellos son Lourdes
y Melanie Martin, carnets números 52.466 y 52.467 respectivamente, y King,
socio 52.469. Las dos primeras fueron inscriptas por su dueño, Javier Ignacio
Martin -un fanático seguidor de la institución albirroja del oeste del
conurbano bonaerense-el 11 de marzo de 1998. King fue anotado una semana
después por su propietario, un amigo de Martin. Los tres animales pertenecen
a la categoría “menores de doce años”, por lo que pagan una cuota mensual
de cinco pesos.

Lanús, el puntero del Nacional B, había conseguido un empate


importantísimo ante Colón, en Santa Fe, a sólo dos fechas del final del
campeonato. La igualdad, que tuvo lugar el 16 de mayo de 1989, dejaba al
equipo local a cinco puntos del “granate”, muy lejos del ascenso directo. El
mal sabor de boca dejado por el triunfo que no llegó se amargó aún más para
el “sabalero” Néstor Toledo. Mientras se retiraba del campo de juego, el
jugador se cruzó con dos policías de la División Perros que, con sendos
canes, corrían a dos intrusos que habían saltado el alambrado. Mal llevado
por su olfato, uno de los enfurecidos mastines clavó sus colmillos en la
pantorrilla izquierda de Toledo, quien debió ser socorrido por sus
compañeros. El futbolista debió ser llevado a un centro asistencial, y a causa
de la lesión provocada por la mordida quedó fuera del partido siguiente, ante
Banfield.

A principios de siglo, el Club Atlético San Isidro (en ese entonces


participante de los campeonatos de fútbol) tenía como mascota a un
simpático sabueso llamado “Can”, al que se consideraba un talismán de
buena suerte que atraía los triunfos del equipo. Un día el pichicho fue
atropellado por un automóvil y, a pesar de ser sometido a una intervención
quirúrgica, perdió una de sus patitas. Convencidos de que el perro
efectivamente llamaba a la buena fortuna, se decidió enterrar la extremidad
en el medio de la cancha, la misma que hoy se utiliza para practicar rugby.
Can murió en 1917 y sus restos fueron sepultados a un costado del campo de
juego.

El 20 de marzo de 1966, pocos meses antes del inicio del Mundial que se
disputó en Inglaterra, el trofeo Jules Rimet desapareció misteriosamente de
las vitrinas de la tienda londinense Westminster Hall. El enigmático robo del
premio de oro macizo puso en vilo al prestigioso cuerpo de policía Scotland
Yard, que a pesar de poner en el caso a sus mejores hombres no logró obtener
una sola pista. Desesperada por el bochornoso suceso, que hacía trizas su
arrogancia, la Football Association encomendó en secreto al orfebre
Alexander Clarke la realización de una copia para sustituir al premio original.
Pero antes de que el artista terminara su trabajo, un perro de raza Collie
llamado Pickle salvó el orgullo inglés al hallar la preciada copa, oculta dentro
de diarios en un jardín del suburbio Bealah Hill. Pickle fue declarado de
inmediato héroe nacional y su propietario, David Corbett -un barquero del río
Támesis de 26 años-, recibió una recompensa de tres mil libras esterlinas.
Finalmente, el trofeo fue entregado por la Reina Elizabeth al capitán Bobby
Moore minutos después de que el seleccionado local venciera al de Alemania
por 4 a 2. El famoso collie murió en 1973 y su desaparición fue seguida por
el llanto de miles de hinchas.

A poco de llegar a China para incorporarse al plantel del Beijing Guoan, el


delantero paraguayo Jorge Luis Campos (quien integró la selección guaraní
en el Mundial Francia ‘98) salió una noche a cenar a un restaurante que
ofrecía platillos regionales. Poco conocedor aún del idioma local, Campos
ordenó una comida que, según creía haber aprendido, era pollo. Pocos
minutos después llegó el mozo con la bandeja, y sobre ella había un trozo de
carne que a simple vista distaba bastante de ser de un ave. El futbolista
pinchó el manjar para confirmar lo que presumía: ni el color ni la textura del
producto tenían algo que ver con una presa de pollo. Llamó al camarero y,
con sus mejores recursos verbales y algunas señas, le preguntó qué le había
servido. La respuesta lo dejó duro: era perro, un alimento muy popular en ese
lejano país asiático. Campos volvió a reclamar pollo: imposible, porque la
única carne que allí se servía era de can, así que prefirió irse con su hambre a
otra parte.

El resonante triunfo ante Holanda, la “naranja mecánica”, por tres a dos en


la primera fase del Mundial ‘78, de nada sirvió a Escocia. A pesar de la
magnífica hazaña ante quienes serían subcampeones, la selección británica no
pudo pasar la primera fase porque había caído con Perú y empatado con el
desconocido Irán uno a uno. Para empeorar el panorama, el control
antidóping efectuado al delantero Willy Johnston después de la derrota del
debut había arrojado resultado positivo. Tras el encuentro, el técnico escocés,
Ally Mac Leod enfrentó resignado a los periodistas de su país. Entre
preguntas y respuestas, ingresó a la sala de prensa un pichicho “callejero”,
que se sentó junto a Mac Leod. Al advertir su presencia, el deprimido
entrenador señaló: “Mírenme ahora, sin un solo amigo en este mundo, sólo
con este perrucho”. Casi sin dejar que terminara la frase, el animalito se
incorporó, mordió al desventurado Mac Leod y se alejó jactancioso.
Entonces, sí, el entrenador quedó más solo que un perro.

Las terceras divisiones de Deportivo Cali y San Martín igualaban en un


tanto por el torneo peruano cuando un delantero del equipo local, de apellido
Pedro, eludió a varios defensores rivales, al guardavallas y mandó la pelota
hacia el fondo del arco vacío. En ese preciso instante apareció un travieso
cachorro que se cruzó en el camino de la pelota. El balón rebotó en el cuerpo
del can, desvió su curso y se perdió por la línea de fondo. Tal como lo indica
el reglamento, el referí cobró “pique”. Los disconformes futbolistas caleños
iniciaron una airada protesta que terminó en una descomunal batahola con
diez expulsados.

En 1991, un hecho idéntico acaeció en Venezuela, mientras Estudiantes de


Mérida y Zamora se enfrentaban por la primera división del torneo caribeño.
A los 35 minutos del segundo tiempo, con el marcador en blanco, se repitió el
caso peruano: un delantero esquivó a dos zagueros, al portero y disparó, pero
su remate fue atajado por un mastín que salvó el honor del Zamora. El
choque finalizó sin goles y los jugadores de Estudiantes, furiosos, recorrieron
palmo a palmo las tribunas para dar con el propietario del animal, a quien
querían cobrar una indemnización por el premio resignado.

Si se creía que estos graciosos jugadores de cuatro patas sólo estaban


capacitados para custodiar los tres palos, esta ocurrencia bien demuestra que
también tienen “olfato” para el gol: el 17 de agosto de 1969, durante un
cerradísimo partido de campeonato de fútbol-5 realizado en la localidad
chilena de San Fernando, uno de los protagonistas tomó el balón y sacó un
fuerte zapatazo, aunque con mala puntería. Al ver que el balón se alejaba sin
peligro, el guardavallas se confió y acompañó su camino con la mirada. Pero
antes de que el esférico se perdiera por la línea de fondo, un intrépido can se
metió en la cancha y, con una de sus patitas, desvió la trayectoria y empujó la
pelota a la red. Insólitamente, el referí convalidó la perruna conquista, lo que
encendió las quejas de los miembros del equipo damnificado por la errónea
interpretación arbitral. Al percibir que el horno no estaba para bollos, el
“goleador” tuvo el buen tino de desaparecer para poner su rabo fuera del
alcance de los duros botines de “sus” nerviosos rivales.

Aunque el reglamento se haya olvidado de ellos, los perritos han


demostrado ser tan amantes del fútbol como sus propios amos. Y a la hora de
lanzarse detrás de la redonda, puede irles bien o mal, pero siempre se salen
con la suya, porque se roban el protagonismo.

¡¡Lo que te devoraste!!

Con el avance del “súper-profesionalismo”, la búsqueda del máximo


rendimiento del atleta no deja detalle librado al azar. La alimentación del
deportista es, desde hace algunos años, motivo de estudio de alto nivel, tanto
como el entrenamiento o la innovación en nuevas tácticas y estrategias. Los
tiempos de las “ravioladas” regadas con vino tinto minutos antes del inicio
del match quedaron atrás. Ahora, en los torneos más poderosos del mundo,
especialistas contratados por los clubes controlan cada bocado.

La Lazio de Italia, por ejemplo, antes de comenzar la temporada 1999-


2000, en la que finalmente se adjudicaría el “scudetto”, empleó los servicios
de un profesor de fisiología para ayudar a sus estrellas a prepararse para la
exigente temporada, que incluyó además las copa local y la Liga de
Campeones de Europa. El experto recomendó una dieta basada en pizza: “Los
atletas necesitan carbohidratos para el desarrollo apropiado de los músculos.
No es fácil si uno sólo come pasta en la tarde y no es suficiente para
satisfacer el apetito de los jugadores. Una buena porción de pizza, con tomate
o con papa, con un poco de aceite de oliva, tiene un bajo contenido de grasa,
crea una dieta balanceada, es fácil de digerir y es sabrosa”, explicó el
facultativo, quien agregó que ese plato tiene un valor agregado: “Los
muchachos están contentos y eso tiene un buen efecto psicológico en el
equipo”.

Ese mismo “efecto psicológico” fue conseguido, casualmente pocos días


después de la consagración de la Lazio, por un confitero hincha del Bayern
Munich, quien envió una torta de diez kilos al plantel del Unterhaching para
que derrotara en la última fecha al Bayern Leverkusen, el único resultado que
le servía al conjunto muniqués para obtener un nuevo campeonato alemán. El
gran pastel -decorado con frases de aliento, que viajó acompañado de
salchichas y cerveza especial - aparentemente motivó a los futbolistas del
débil Unterhaching, que despacharon con un dos a cero al Leverkusen, hasta
ese momento colocado tres puntos arriba del Munich y a las puertas de su
primer título en la Bundesliga. Bayern Munich doblegó al Werder Bremen
por 3 a 1 y alcanzó las 73 unidades que tenía el Leverkusen, pero se quedó
con el título por una diferencia de goles a favor superior.

La acción estimulante de la buena mesa parece no ser cosa menor entre los
jugadores de buen paladar. Cuando el brasileño Catanha firmó para el Málaga
de España, reclamó un premio extra por cada gol convertido. Los directivos
de la institución andaluza accedieron, pero en lugar de dinero contraofertaron
la entrega de una pieza de jamón de bellota por conquista. Conocedor de las
virtudes de tan preciado manjar, Catanha aceptó gustoso la propuesta.

Algo más complejo resultó complacer al estómago de otro brasileño,


Osvaldo Giroldo, conocido como “Juninho”. En seguida de firmar su traspaso
al Middlesborough inglés, pactado en 7,5 millones de dólares, el habilidoso
volante solicitó ayuda al ministerio de Agricultura de su país para no cambiar
sus hábitos alimenticios en el Reino Unido. Pese a que la legislación
aduanera del estado europeo no permite que los inmigrantes ingresen
alimentos, los funcionarios cariocas removieron cielo y tierra para conseguir,
finalmente, que el caprichoso Juninho no pasara hambre lejos del arroz,
porotos y café “do Brasil”.

El defensor de Gimnasia y Esgrima La Plata Pedro Galeano consumía


huevos crudos y pétalos de flores, que creía responsables de su notable
fortaleza física.

Otro brasileño que se valía de los alimentos para mejorar su rendimiento


era Claudio da Silva. “Claudinho”, figura del Morelia de México, empleaba
ajos, pero no para masticarlos, sino para frotárselos por el cuerpo. Por
consejo de un curandero de su país al que consultó por una seguidilla de
lesiones, el delantero se colocaba un diente en cada media antes de los
partidos, y se frotaba el cuerpo con una “cabeza”. Claudinho especificó que el
ajo lo ayudaba a contrarrestar el “mal de ojo” que le provocaban tantas
miradas sobre su persona.

Durante el Mundial Francia ‘98, la embajada de Tailandia en París ofreció


una partida de su mejor curry para condimentar el ánimo de la selección
nigeriana. La nación del sudeste asiático no clasificó para la serie final
disputada en Francia, pero tanto su gobierno como su pueblo siguieron con
gran pasión el desempeño de los africanos, a los que se sentían unidos por el
estómago: Nigeria es el principal comprador del arroz tailandés.

Al paraguayo Roberto Acuña le cayó mal la cena: pocos días antes del
inicio de la Copa América que se desarrolló en 1999 en tierra guaraní, el
mediocampista amenazó con renunciar al equipo nacional porque le sirvieron
pescado. El argentino nacionalizado paraguayo, que había comunicado su
alergia por ese tipo de carnes, se peleó con el entrenador Ever Almeida
porque, según explicó a la prensa, no le permitió “comer otra cosa”.¬
Finalmente, futbolista y técnico arreglaron sus diferencias y el altercado no
pasó de un mal bocado.

El famoso Acuña estaba en condiciones de efectuar este tipo de planteos.


En cambio, al juvenil volante Christian Quiñónez le costó su puesto en la
sub-20 ecuatoriana. El muchacho, del Barcelona de Guayaquil, se había
quedado con hambre después de la cena, por lo que compró cuatro “panchos”
y una gaseosa de litro y medio y se los llevó a su habitación. Pero cuando se
aprestaba a darse el gran banquete, una sorpresiva visita del técnico José
María Andrade dejó al hambriento Quiñónez “sin el pan y sin la torta”. El
joven fue excluido de la selección y enviado de regreso a casa. Andrade
explicó su determinación a la prensa: “Cometió un error y ha sido devuelto a
su equipo. Ya son futbolistas profesionales de 20 años y saben de la dieta, de
la rigurosidad alimenticia que deben tener los deportistas”.

Para poder prepararse correctamente para el Mundial de Clubes que se


realizó en enero de 2000 en Brasil, las autoridades religiosas de Marruecos
permitieron a los jugadores del Raja Casablanca de Marruecos comer durante
el mes sagrado de los musulmanes: el Ramadán. La autorización fue
conseguida por el entrenador del equipo, el argentino Luis Fullone, quien
logró el visto bueno de un teólogo, ya que durante el Ramadán no se puede
comer, beber ni tener relaciones sexuales desde la salida hasta la puesta del
sol.

En enero de 1989, los organizadores de un torneo de fútbol-5 de la ciudad


de Palpa aprovecharon la crisis económica del país andino para poner en
disputa un irresistible trofeo: un cajón con quesos, una bolsa de papas y un
carnero. El suculento premio atrajo a más de una docena de equipos.

La comida también es mal digerida cuando se la arroja desde las tribunas a


las cabezas de árbitros o jugadores. Durante un encuentro por la F.A. Cup
inglesa entre Oldham Athletic y el Chelsea de Londres, el árbitro Paul Durkin
se acercó a uno de los jueces de línea para consultar si un gol del conjunto
visitante había sido anotado en forma regular. En el momento que conversaba
con su asistente, un hincha del club del coqueto barrio de la capital británica
arrojó un “hot dog” que dio de lleno en la cabeza del referí. Durkin, enfadado
y sucio de mostaza, anuló el tanto del Chelsea y reclamó a los efectivos de
seguridad que detuvieran al espectador maleducado. Arrestado, el agresor,
además de quedarse con hambre, no pudo ver cómo su equipo se impuso
finalmente por dos a cero.

En octubre de 1998, el costosísimo plantel del Inter de Milán fue recibido a


huevazos por su propia afición por haber vencido “nada más” que por uno a
cero al modesto Castel di Sangro, de la tercera división, por la Copa Italia.
También con huevos duros recibió la hinchada de Boca Juniors al
controvertido guardametas paraguayo José Luis Chilavert, para repudiar sus
declaraciones respecto de su “exceso” de hombría.

Los huevazos también estuvieron presentes en la despedida del Atlético de


Madrid, que en mayo de 2000 bajó por primera vez en su historia a la
segunda categoría. En este caso, los proyectiles lanzados por el público desde
las tribunas del estadio capitalino Vicente Calderón influyeron en el resultado
de ese partido ante el Sevilla, casualmente otro de los descendidos. En el
minuto 31 del segundo tiempo, con la escuadra albirroja arriba por uno a
cero, el delantero visitante Vassilis Tsartas señaló el empate definitivo al
aprovechar que el arquero Toni Jiménez resbaló al pisar uno de los huevos.

Poco antes del inicio del Mundial de Francia ‘98, la agrupación que nuclea
a los grandes chefs galos se quejó de la designación de la cadena
norteamericana Mc Donald’s como “restaurante oficial” del campeonato. La
empresa de hamburguesas había firmado un contrato millonario con la
Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol (FIFA), organizadora del
torneo.

Justamente por ser Francia la capital mundial de la alta cocina y el vino,


asombró que la mayoría de las escuadras participantes llevaran en sus valijas
los alimentos y bebidas autóctonos que consumieron los deportistas durante
la competencia. Si pareció lógica la medida adoptada por el Real Madrid
cuando viajó a Ucrania para enfrentar al Dynamo de Kiev por la Copa de
Campeones de Europa: los españoles, por recomendación de su embajada,
transportaron doscientos kilos de alimentos y bebida por temor a que los
productos y el agua local estuvieran contaminados por la reapertura de la
estación nuclear de Chernobyl, que había explotado varios años antes.

La gran campaña del Celtic de Escocia de 1967 estuvo alimentada con


manjares de primera calidad. Para esa campaña, el entrenador del club
católico de Glasgow, Jack Stein, solicitó a los dirigentes contratar a un
cocinero que se encargase de la ingesta de los futbolistas. La medida dio
excelentes resultados. Para la gran final, que tuvo como escenario Lisboa ante
el Inter de Milán, la dieta programada incluyó setenta costillas de Aberdeen
Angus, treinta de cordero, 18 hogazas de pan, 4,5 kilogramos de jamón de
Ayrshire y 5,5 kilos de salsa de tomate escocesa. Tanta caloría redundó en el
anhelado título para el conjunto verde y blanco.

El arduo trabajo de los cocineros de las delegaciones tiene su recompensa:


la entrega de premios de la Copa del Mundo prevé una medalla también para
el chef, que según el portavoz de la FIFA, Keith Cooper, “es tan importante
como el capitán”.

¿Qué dice el reglamento del fútbol respecto de las comidas? Nada. Aún no
se vio a un jugador ingresar a la cancha con un plato y cubiertos, lo que sí
podría alertar a la International Board, cuya comisión estudia
permanentemente los aspectos reglamentarios. La noche del 19 de octubre de
1983, en el estadio de Instituto de Córdoba, el delantero de San Lorenzo de
Almagro Walter Perazzo “no veía una”. Famélico por haberse perdido la
merienda por una siesta más larga de lo debido, Perazzo no tenía fuerzas ni
para volver al vestuario. Terminó el primer tiempo y en el vestuario visitante
no había ni un caramelo para engañar al estómago. Ya en el complemento,
con el tanteador uno a uno y la presión arterial por el suelo, el atacante sintió
un golpe en la espalda, seguido de un grito: “Porteño muerto de hambre”. Se
dio vuelta y vio un “pebete” reluciente, intacto sobre el césped. No lo pensó
dos veces: lo partió y se lo comió en dos bocados. Con la panza llena y el
corazón contento, Perazzo marcó el segundo tanto “santo”, un golazo, y
sirvió en bandeja otros dos para que la escuadra porteña ganara por cuatro a
uno.

Sí es común ver a los deportistas mascando pastillas, caramelos o chicles.


En 1993, en un encuentro entre Lazio y Sampdoria, el árbitro Roberto Battin
llamó al polémico volante inglés Paul Gascoigne, integrante de la escuadra
romana, quien insistía en reclamar a los gritos y con gestos ampulosos cada
fallo. Battin se llevó la mano al bolsillo donde guardaba sus tarjetas y, para
sorpresa de Gascoigne y de todos los presentes, en lugar de extraer el acrílico
amarillo sacó un chicle y se lo ofreció al británico. Gascoigne entendió la
dulce amonestación, tomó la golosina y se la metió en la boca. El resto del
partido, lo único que salió de su boca fueron globitos.
Los “morfones” sí pueden ser sancionados por sus propios clubes o
asociaciones, como al japonés Atsushi Yanagisawa, quien fue expulsado de
la selección preolímpica de su país por salir a cenar con una señorita la noche
posterior a un juego, sin permiso del entrenador. ¡Y eso que Yanagisawa
había marcado los dos goles de su equipo esa tarde!

Otros que vivieron en carne propia los desaguisados en alimentación


fueron el brasileño Ronaldinho Gaúcho y el croata Alen Peternac, del
Valladolid español. Ronaldinho Gaúcho fue separado del equipo que enfrentó
a Ecuador por la clasificación para el Mundial 2002 porque, según el técnico
Wanderley Luxemburgo, “estaba muy gordo”. “Puede ser algo natural, pero
en este momento es un obstáculo: en los entrenamientos sentimos que
Ronaldinho ha perdido movilidad”, dijo Luxemburgo, quien además evaluó
un informe médico que señalaba que el delantero, de 20 años, había
aumentado cuatro kilogramos en pocos meses y su porcentaje de grasa había
subido del seis al diez por ciento. Peternac, en tanto, fue multado por el
Valladolid porque en su contrato figuraba que no podía superar los 77
kilogramos de peso, y había retornado de sus vacaciones con más de 80.

El reglamento sí es claro en cuanto al consumo de bebidas por parte de los


deportistas: está permitido durante las interrupciones del juego -como cuando
se atiende a un lesionado-, o refrescarse fuera del terreno, del otro lado de la
línea de cal. En épocas de altas temperaturas, un árbitro está facultado para
efectuar una pausa para que los 22 protagonistas mitiguen su sed. Muy
distinto, sin dudas, de lo que ocurrió en agosto de 1962, cuando se
enfrentaron en la ciudad bonaerense de Coronel Suárez el conjunto local
Deportivo Sarmiento y el club Sarmiento, de la vecina localidad de Pigüé,
por un campeonato regional. Tanta era la superioridad de los dueños de casa
que el arquero y uno de los zagueros se pusieron a tomar mate en pleno
partido. Los jugadores no habían ingresado con la pava debajo de la camiseta,
sino que la calabaza era cebada en la tribuna por unos familiares, y pasada
por un agujero del alambrado. La insólita acción fue advertida por el árbitro,
quien, implacable, “cebó” una tarjeta amarilla a cada uno, aunque la hinchada
sugirió que fueran los ineficaces delanteros de Pigüé los sancionados, por
permitir semejante licencia.
Otro suceso que alcanzó gran trascendencia fue el que denunció el
brasileño Branco durante el Mundial Italia ‘90: según el defensor, el
“aguatero” argentino Miguel di Lorenzo, “Galíndez”, le entregó una
cantimplora con un líquido “vomitivo”, que le provocó náuseas en medio del
clásico sudamericano que tuvo lugar en octavos de final. Este incidente nunca
fue aclarado, aunque una imagen de video detectó cuando Galíndez le entregó
a Branco una botella diferente de las que utilizaban algunos miembros del
equipo albiceleste que bebían en ese mismo momento.

El verdadero problema surge cuando la pelota se mezcla con el consumo de


alcohol. Este elemento no figura entre las sustancias prohibidas ni está sujeta
a restricciones por las reglamentaciones, e incluso, muchos futbolistas se
“ayudan” con una cerveza -por sus propiedades diuréticas-cuando no tienen
“ganas” de cumplir con el control antidóping. Por supuesto que esa ayuda
debe ser bebida, y no como hizo un jugador italiano de apellido Cairoli, quien
en marzo de 1970 “completó” su muestra con algunos centímetros cúbicos de
“birra”. Cairoli fue suspendido por una fecha y su club, el Liorna, sancionado
con una multa de cien mil liras.

A veces no hace falta llegar al “día después” para que aparezcan los
dolores de cabeza, como le sucedió a los jugadores del Viitorul Chirnogeni de
Rumania, quienes en junio de 1993, mientras participaban de una liguilla por
el ascenso a la segunda división, se presentaron completamente borrachos
ante el SNC Compref. En el encuentro “de ida”, los borrachines habían caído
por diez a cero, de modo que no se cuidaron para la revancha, que se disputó
al día siguiente del casamiento de uno de los titulares. Irónicamente, el
marcador quedó “doble”, igual que la visión de los hombres del Viitorul
Chirnogeni: 21 a 0. El juez dio por terminado el match en el minuto 70,
porque solamente seis de los mamados continuaban de pie.

Ya en el terreno profesional, el mediocampista boliviano Julio César


Baldivieso fue excluido de la selección de su país por embriagarse pocas
horas antes de un duelo ante Colombia, por la clasificación para Francia ‘98.
Algo similar vivieron los ecuatorianos Holguer Quiñones y Ángel Hurtado
días previos a la Copa América del ‘93, y con el arquero peruano Juan Flores,
expulsado de la selección de su país después de que la policía de Lima lo
encontrara ebrio y conduciendo con exceso de velocidad un par de días antes
del enfrentamiento con Uruguay, en Montevideo, por la clasificación para
Japón-Corea 2002.

En enero de 1966, los dirigentes del club peruano Deportivo Municipal


rescindieron el contrato del uruguayo Jorge García, quien se había presentado
con síntomas de ebriedad al entrenamiento. La decisión bien puede calificarse
como exagerada, porque García acudió al club el primero de enero, pocas
horas después de haber celebrado el Año Nuevo junto a su familia.

Al ver que sus esfuerzos por recuperar de la bebida al magnífico George


Best, considerado el mejor jugador de la historia del Manchester United, no
daban resultados, el médico Roger Williams llamó a una conferencia de
prensa para pedirle a los bares británicos que no le sirvieran más licor al
delantero nacido en Irlanda del Norte. “Todo el mundo lo sabe, todo el
mundo lo quiere y todo el mundo lo ayuda. Pero sirviéndole bebida no
estamos demostrando eso”, reclamó Williams.

El guardavallas del Stomil Olsztyn polaco, Jaroslaw Bako (casi homónimo


del dios del vino, según la mitología romana), fue suspendido por dos años y
condenado a pagar una multa de 250 dólares por jugar borracho ante el Pogon
Szczecin, el 31 de julio de 1999. ¬El Stomil perdió por tres a cero, y los
dirigentes culparon a Bako por el fracaso. No obstante, el golero negó las
acusaciones y afirmó que no había pruebas sobre su presunta embriaguez, ya
que no se le realizaron análisis al terminar las acciones.

Algunos meses antes del Mundial de Francia, la gran figura árabe Sayeed
Al-Owairan, fue descubierto “in fraganti” con un vaso lleno de licor en la
mano y varias mujeres del brazo, justo en Ramadán, el mes santo de los
musulmanes. Al-Owairán fue a la cárcel, pero su indulto llegó a tiempo para
prepararse para la importante competencia.

Para el partido pactado para el 16 de setiembre de 1999 en Tel Aviv, entre


el Hapoel Haifa y el Brugge de Bélgica por la Copa Unión Europea de
Asociaciones de Fútbol (UEFA), los organizadores designaron a cuatro
árbitros rusos -referí principal, dos líneas y asistente-. Pero a último momento
se debió recurrir a los servicios de otros jueces porque los que arribaron
desde Moscú lo hicieron totalmente beodos. Los hombres de negro fueron
acusados, además, de acosar a meseras y mujeres policías en el aeropuerto al
llegar y mientras esperaban su vuelo de regreso.

Para casos increíbles, el del ex ministro del Interior español Luis Corcuera:
el retirado funcionario fue multado por concurrir al estadio Santiago
Bernabeu del Real Madrid con una bota de vino en febrero del 2000.
Corcuera debió abonar una fuerte multa por violar la legislación que prohibe
a los espectadores ingresar con bebidas alcohólicas a los coliseos deportivos,
normativa que él mismo había impulsado cuando ocupó la cartera ministerial.

En algunos países europeos, el consumo de cerveza, vino y whisky está


permitido en las graderías, y en otros, como en Inglaterra, está limitado a los
barcitos situados debajo de las tribunas. En Bélgica, donde los hinchas
pueden saborear licor mientras observan el match, el club Genk premió con
un litro de cerveza a cada uno de los hinchas que en octubre de 1998
concurrieron al estadio Rey Balduino para ver a su equipo contra el Mallorca
español por la Copa UEFA. La recompensa tenía una explicación: el Genk no
pudo recibir a su rival en su cancha porque su capacidad -16.500 asientos-
quedó corta para este tipo de choques internacionales. Unos 25 mil fanáticos
compraron sus boletos en Limburgo y disfrutaron de su bebida en Bruselas,
pero ya finalizado el cotejo. “Quisimos evitar problemas”, explicó el
presidente del Genk, Eric Gerits.

Uno al revés: el Feyenoord de Holanda debe sus colores al único socio


fundador abstemio. Mientras los muchachos inundaban sus cabezas con
cerveza para hallar el diseño de la camiseta, Jan Willem Hofkes propuso
combinar el rojo de su jugo de frambuesa con el blanco de un posavasos. La
mezcla fue aprobada por unan“hic”midad.

Precisamente fuera de las arenas es donde el consumo de cerveza se va a


las nubes, en especial en los bares que colocan pantallas para nuclear a los
más apasionados. Empero, algunas ocasiones, lo que parece un buen negocio
no resulta como se esperaba. El propietario de un pub de la ciudad de
Brighton (en la costa sur de Inglaterra) reclamó una indemnización al
talentoso David Beckham por las pérdidas económicas producidas por la
eliminación de la selección de ese país europeo del Mundial ‘98. Paul
Murray, de 45 años, dijo al periódico británico “The Sun” que la expulsión de
Beckham ante la Argentina, en los octavos de final, no sólo le costó a
Inglaterra su participación en el torneo: su establecimiento perdió mucho
dinero con la merma de los clientes que veían los partidos por televisión en el
bar. El mediocampista inglés fue castigado con una tarjeta roja luego de
tirarle un puntapié al capitán albiceleste Diego Simeone. “Inglaterra pudo
haber avanzado para disputar otros tres encuentros, incluso la final”, declaró
Murray, quien presentó documentos ante un tribunal de Brighton para que
Beckham le abonase una compensación simbólica de cien libras (unos 170
dólares).

Peor le fue al propietario de otro pub inglés durante la Eurocopa de 1996,


realizada en la misma Inglaterra. La promoción ideada por John Hudson
ofrecía a sus parroquianos tres minutos de bebidas gratis por cada gol de la
escuadra local. El “visionario” Hudson casi va a la ruina en el debut: con el
bar atestado de gente, Inglaterra destrozó a Holanda por cuatro a uno. Los
clientes celebraron largamente, mientras el poco previsor cantinero rogó a los
jugadores que “sean más cuidadosos la próxima vez. Con un gol basta…”.

Un médico a la derecha.

No sólo de pan viven los futbolistas. Como se ha visto, la alimentación se


ha vuelto tan importante como el entrenamiento físico y táctico. Pero por
sobre todas esas variables está la salud del jugador. Un riguroso
acondicionamiento físico y un cóctel de calorías y vitaminas en cantidades
apropiadas fortalecen el cuerpo y lo disponen para la más alta competencia.
La constante exigencia de músculos, articulaciones y huesos, sumada al roce
-muchas veces violento-del juego mismo, atentan contra el bienestar del
deportista. Frente a una dolencia, quien toma el protagonismo es el médico,
que tiene por misión recuperar cuanto antes al futbolista para volver a la
acción. Ese regreso muchas veces depende de la mano del terapeuta, de la
responsabilidad del jugador para acatar las directivas y dosificar
correctamente la medicación, y por supuesto del avance de la ciencia en pos
de mejorar la calidad de vida humana.

A los veinte años, Nwankwo Kanu disfrutaba del éxito. Desde su


paupérrima Owerri natal, en Nigeria, había alcanzado la cumbre del fútbol
con la seducción de su talento y el atractivo de sus sorprendentes
movimientos. Su magia contribuyó para que el Ajax gane el tricampeonato
local (‘94, ‘95, ‘96), dos veces la copa nacional y una la Supercopa
holandesa, la Champions League y la Copa Intercontinental de 1995, y la
Supercopa Europea. También fue fundamental para que las “águilas” se
apoderaran del Mundial Juvenil sub-17 de 1993 y los Juegos Olímpicos de
Atlanta (1996), nada menos que ante Brasil en semifinales (donde marcó el
empate a tres en el minuto 90 y el triunfo con “gol de oro” cuatro minutos
después) y la Argentina en el match culminante. Tanto título y la reputación
de su clase hicieron que los ojos del Inter de Milán se depositaran sobre él, y
desembolsaran una fortuna para que vistiera la camiseta azul y negra. La
transacción se concretó en el mismo momento en el que Kanu regaba con sus
lujos la pradera del Stanford Stadium de la ciudad de Athens, en Georgia.
Cuando finalmente arribó a Milán y fue sometido a una exhaustiva revisión
médica, la llama se apagó. El prestigioso cardiólogo Piero Volpi descubrió
que la flamante incorporación sufría una grave insuficiencia en la válvula
cardíaca de la aorta, que no sólo le impediría la práctica del deporte
profesional, sino que ponía en riesgo su propia vida. “Este diagnóstico no
tiene piedad, pero es la realidad de la situación. Como médico, mi consuelo
es que la enfermedad fue descubierta a tiempo de ser tratada”, señaló Volpi a
la prensa. Ese categórico diagnóstico fue ratificado por otros facultativos
consultados por el Inter y el joven africano. Un par de meses después, Kanu
viajó a la ciudad estadounidense de Cleveland, donde se le colocaría una
válvula artificial para sustituir el trabajo de la natural dañada. No obstante,
los cirujanos optaron por llevar a cabo una delicada operación que resultó
exitosa y devolvió al nigeriano las esperanzas de retornar a los campos de
juego. Pasó más de un año de estudios y recuperación, y sin cupo en el Inter,
el olvidado Kanu fue rescatado por el entrenador francés del Arsenal de
Londres, Arsene Wenger, quien lo hizo regresar a principios de 1999 junto a
dos ex Ajax: Marc Overmars y Dennis Bergkamp. La llama volvió a
encenderse, poco a poco, alimentada con goles de taco, chilena y la fortaleza
de un hombre que no se resignó a dejar de brindar su magia. En la Argentina,
un suceso similar no terminó con final feliz.

El 26 de setiembre de 1990, en la puerta del Hospital Italiano de la Ciudad


de Buenos Aires, el delantero Juan Gilberto Funes -quien había actuado con
gran éxito en Colombia, River y Vélez, y estaba a punto de incorporarse a
Boca-anunció “con muchísimo dolor” su retiro del fútbol luego de que una
junta de especialistas de la Sociedad Argentina de Cardiología le aconsejó
dejar la práctica del deporte profesional luego de descubrirse una falla en la
válvula aórtica. Uno de los especialistas indicó que Funes padecía “una
hipertrofia en el músculo cardíaco producto del esfuerzo al que se lo sometió”
a través de la sobrecarga de trabajo propia de la alta competencia. El “búfalo”
colgó los botines, aunque intentó un regreso al mundo del deporte en otro
terreno: el automovilismo. Sin embargo, la afección se agravó rápidamente,
por lo que se lo intervino para reemplazarle la válvula aórtica. Las cosas
empeoraron con un cuadro infeccioso que comprometió varios órganos, y tras
una segunda operación y dos paros cardíacos, Funes falleció el 11 de enero
de 1992, a los 28 años.

En 1999, el jugador Stefan Vrabioru, de 23 años, murió a consecuencia de


un paro cardíaco durante un encuentro entre el Rapid Bucarest y el Astra
Ploiesti, de la primera división rumana. Lo terrible del caso es que no eran
pocos los especialistas que conocían la afección del futbolista, similar a la de
Kanu y Funes, ya que había sido rechazado por varios clubes europeos luego
de la revisión médica obligatoria. Vrabioru, quien actuaba con la camiseta del
Astra, falleció camino a un hospital a bordo de una ambulancia en la que no
viajaba ningún doctor ni contaba con aparatos de reavivación, pese a que el
estadio Rapid de Bucarest disponía de un móvil con ese equipo. Para colmo,
el Astra se había presentado esa tarde sin su médico, Victor Popovici, porque
se había peleado con el entrenador del equipo. La federación rumana
suspendió de por vida a Popovici y por cinco años al facultativo del Rapid
Bucarest, Marian Dimitru, por no atender al desafortunado jugador.

Otro deceso evitable aconteció el 16 de marzo de 1969, cuando una de las


estrellas de la Roma, Giuliano Taccola, sufrió un infarto durante un match
ante el Cagliari, en la isla de Cerdeña. Nada se pudo hacer para reanimar al
futbolista, debido a la falta de profesionales y elementos para
rehabilitaciones, como mascarillas y tubos de oxígeno. De hecho, un
periodista intentó socorrerlo haciéndole respiración boca a boca, pero todo
fue inútil.

El 12 de octubre de 1983, al término de un match entre Rosario Central y


River, el delantero millonario Oscar Trossero murió en el vestuario del
Gigante de Arroyito a causa de un paro cardíaco. El atacante de treinta años,
que previamente había actuado en Boca, Racing y Francia, se desplomó
mientras tomaba una ducha.

Parecido al incidente que en noviembre de 1996 involucró a Héctor Benz,


de Alvarado de Mar del Plata, quien sufrió un paro cardiorrespiratorio en el
camarín. Benz falleció cuatro días después en el Hospital Interzonal General
de Mar del Plata al surgir otro infarto, cuando la afección ya había provocado
serios daños cerebrales, un edema pulmonar y otras lesiones.

A lo largo de la historia del fútbol profesional se produjeron varios


fallecimientos de deportistas durante el transcurso del partido o a las pocas
horas, como fruto de un accidente del juego. El 6 de agosto de 1922, en
medio de un encuentro entre San Lorenzo de Almagro y Estudiantes de La
Plata, el mediocampista azulgrana Jacobo Urso chocó violentamente contra
uno de sus rivales y quedó tendido en el césped, víctima de un golpe
fortísimo en el pecho. A pesar de la dolencia, Urso se incorporó y continuó el
partido, sin saber que en la colisión se había fracturado una costilla y
lesionado un riñón. El esfuerzo le provocó una hemorragia interna que acabó
con su vida tras una semana de agonía en el hospital.

En julio de 1998, el arquero Joan Filion Trifu García, del Sporting Cristal
de Perú, feneció al recibir una patada en la cabeza de parte de un rival del
Sport Meteor, Juan Cartagena.

El 5 de setiembre de 1931, en un caliente clásico escocés entre el Rangers


y el Celtic en Ibrox Park, Glasgow, el arquero del equipo visitante, John
Thomson, salió a atorar al delantero rival Sam English, que había burlado a la
defensa albiverde y encaraba hacia la valla en una clara acción de gol. En un
acto de arrojo, el guardametas logró rechazar el balón antes del remate de
English, quien de todas formas ensayó la patada. Desgraciadamente, el botín
del atacante se estrelló en la cabeza de Thomson, quien murió casi
instantáneamente.

Esta clase de desgracias se reiteró en enero de 1989, cuando el arquero del


club Vulcano de la ciudad vasca de Otxandío, Javier Gallastegui, de 19 años,
falleció por la lesión provocada por un puntapié accidental que le aplicó un
jugador rival del Abetxuko.

En noviembre de 1997, el internacional ghanés Shamo Quaye perdió la


vida al recibir un pelotazo en la cara durante un amistoso celebrado en Tema,
una localidad cercana a Accra, la capital de Ghana. Los médicos señalaron
que el golpe recibido por Quaye -de 26 años, quien actuaba en el Umea de
Suecia y había integrado el seleccionado que obtuvo la medalla de bronce en
los Juegos Olímpicos de Barcelona ‘92-cortó la circulación sanguínea de las
arterias del cuello, lo que bloqueó la llegada de sangre al cerebro.

Los árbitros no están exentos de desgracias: el sábado 14 de octubre de


1989, mientras se enfrentaban las reservas de Huracán y Banfield, el referí
Rodolfo Neuman, de 48 años, cayó al piso afectado por un gravísimo cuadro
cerebro-vascular. Los médicos de ambas escuadras asistieron a Neuman, a
quien se trasladó de inmediato al hospital Penna. Allí, a pesar de los cuidados
intensivos, los doctores no pudieron evitar su fallecimiento.

En agosto de 1999, el iraní Amanollah Mahdavi-Oskou sufrió un infarto


cuando conducía las acciones de un partido de segunda división que se
desarrollaba en el estadio Balol de la provincia de Mazandaran, sobre el Mar
Caspio.

La evolución de la ciencia puede alcanzar fronteras nunca imaginadas, al


menos por el ex integrante del seleccionado juvenil alemán Christian Wueck.
Casi al borde del retiro por las constantes lesiones en sus rodillas, Wueck se
recuperó gracias a que los médicos le trasplantaron el menisco de un donante
muerto. El jugador, de 25 años y con 154 cotejos en primera división, retornó
a la Bundesliga luego de que dos operaciones y 13 meses sin jugar lo habían
puesto al borde del retiro. Wueck recibió el menisco de un hombre de 50 años
que había fallecido por un ataque cardíaco, y a diferencia de otros órganos,
esta implantación no requiere de drogas para evitar rechazos porque el cuerpo
lo recibe como tejido propio.

Otra famosa intervención salvó la carrera del ex arquero de River y la


selección argentina Nery Pumpido, quien casi perdió un dedo cuando su
alianza matrimonial se trabó en uno de los ganchos que sujetan la red al
travesaño. A mediados de 1987, Pumpido practicaba unos ejercicios, sin
guantes, en uno de los arcos de la cancha auxiliar de River, hasta que su
anillo se trabó en el gancho y el peso de su propio cuerpo prácticamente
seccionó la falange. No obstante, el guardametas campeón del Mundo en
1986 regresó rápidamente tras una exitosa microcirugía. La carrera de
Pumpido estuvo llamativamente minada por otras lesiones o accidentes de
gravedad, como la quebradura de un hueso de su brazo en un partido con
Estudiantes de La Plata, un choque en una ruta y la doble fractura de tibia y
peroné en el Mundial ‘90, cuando chocó en forma casual contra Jorge
Olarticoechea en el partido ante la ex Unión Soviética.

El percance causado por el uso de anillos volvió a producirse doce años


más tarde con un arquero noruego, Per Magne Misund, del Lillestroem de la
primera división de ese país nórdico. Este guardavallas también enganchó su
alianza en una práctica, y casi pierde el dedo. Los cirujanos se lo salvaron con
el trasplante de una pequeña vena del antebrazo.

Menos suerte tuvo el futbolista amateur Guillermo Medina, de la liga de


Puerto Madryn, en la provincia de Chubut. Medina, quien se desempeñaba
como lateral izquierdo en el equipo Almirante Brown, se colgó del travesaño
para colocar la red, cuando su alianza se trabó en uno de los ganchos. Al
soltarse, la caída le seccionó el dedo anular, que no pudo ser reimplantado
por los cirujanos.

El primero de enero de 1978, el portero argentino del Salamanca, Roberto


D’Alessandro, salió a cortar un centro y colisionó contra su compatriota y
compañero de equipo, Ricardo Rezza, y con el delantero del Athletic de
Bilbao Dani. El fortísimo impacto mandó al guardametas a una clínica, donde
se le extirpó un riñón. Casi dos meses después, el 21 de febrero,
D’Alessandro retornó al primer equipo, y prosiguió su carrera con gran éxito.
Luego de “colgar los guantes”, continuó como entrenador de importantes
escuadras, como el mismo Salamanca, el Betis y el Atlético de Madrid.

Un caso excepcional lo protagonizó el arquero de Nacional de Montevideo


Gustavo Munúa en octubre de 1999, cuando jugó todo el superclásico ante
Peñarol por la Copa Mercosur con una fractura en el antebrazo izquierdo. Lo
insólito del hecho es que Munúa se había lesionado varios días antes en un
partido de la liga local contra Deportivo Maldonado, al chocar contra un
rival. A la mañana siguiente de ese encuentro, el guardavallas notó una
molestia, pero el médico “tricolor” sólo le recetó hielo para desinflamar la
extremidad dañada. Tras la partida con Peñarol, el guardametas descubrió que
la hinchazón se había agravado, por lo que recurrió a otro especialista. El
traumatólogo advirtió de inmediato el problema, y operó ese mismo día al
arquero del seleccionado “charrúa” subcampeón en el Mundial Juvenil de
Malasia 1997.

Un mes después de la peripecia de Munúa, el defensor argentino del


Racing de Santander español Claudio Arzeno marcó un gol con la cara frente
al Espanyol de Barcelona. El impacto con la pelota no sólo derribó al ex
zaguero de Independiente, sino que le fracturó la nariz. Tras ser asistido por
el médico del plantel vasco, Arzeno se repuso y continuó dentro del terreno
de juego los 65 minutos que restaban para el final del match. “Ni se me pasó
por la cabeza dejar el campo. Pensé que no era nada, ya que podía respirar
por la boca”, explicó el central al término del encuentro, empatado en dos
goles.

En uno de los cotejos de la gran campaña de 1960, que le permitió a su


equipo, Los Andes, lograr el ascenso a primera, el arquero León Goldbaum
fue atropellado por un jugador del equipo contrario. El golpe le fracturó tres
costillas y lo sentenció a utilizar un yeso. Pero a Goldbaum nada lo achicó: al
sábado siguiente se calzó el buzo con el número “uno” arriba de la durísima
caparazón y salió a la cancha con sus compañeros.
Al “polaco” Vladislao Cap se le salía el hombro cada dos por tres, hecho
que le causaba agudos dolores y no le permitía desplegar toda su clase con
libertad. A fines de 1965, River le ofreció renovar su contrato, pero Cap
rechazó cortésmente el ofrecimiento, porque consideraba que, por su
problema físico, ya no podía rendir como el pretendía en un club “grande”.
Los dirigentes agradecieron la franqueza del “centro-medio”, y como
retribución le entregaron el pase libre. A las pocas semanas, el “polaco” firmó
con Vélez, pero como el problema seguía molestando, antes del inicio de la
temporada ‘66 aceptó el consejo de un amigo, que llevaba largo tiempo
insistiéndole para que visitara a un masajista japonés. Si bien no estaba muy
convencido, accedió porque nada tenía para perder, y la idea del bisturí no le
hacía ninguna gracia. Ya en el consultorio, el masajista lo hizo acostar en una
camilla e inició una serie de fricciones. Al rato, el japonés, todo sudado, le
indicó que había terminado el tratamiento y que el problema había sido
erradicado para siempre. Cap se retiró incrédulo porque no había sentido
nada. Sin embargo, nunca más volvió a tener un inconveniente en el hombro,
y siguió con éxito su carrera en el club de Liniers y en Perú. Lo que nunca
pudo sacarse de la cabeza es por qué no fue a ver al terapeuta nipón antes de
desvincularse de River.

Un episodio anormal tuvo como escenario la cancha del Nancy a mediados


de 1971, cuando dos defensores, Jean Pierre Borgoni y René Woltrager,
chocaron entre sí y se quebraron la pierna derecha y la cadera,
respectivamente. Para agigantar la particularidad del caso, en el segundo
tiempo el arquero del Nancy, Jean Paul Krafft, se fracturó el cráneo al
colisionar con otro compañero, Eddy Dublin. El caso se transformó en una
tragedia francesa porque, el mismo día, un joven de 17 años, Bernard
Berthaud, murió tras un violento choque con su propio arquero en la
localidad de Besse sur Braye.

Pasar una vez, al menos, por el quirófano, parece ser el karma de los
futbolistas profesionales. Aquellos que no se acostaron en una mesa de
operaciones escaparon de la mano de la Diosa Fortuna, o se retiraron antes de
enfrentar el cuchillo. Una lesión en la rodilla pudo dejar al adolescente Pelé
fuera del Mundial de Suecia ‘58, mas el Rey se recuperó y no volvió a tener
inconvenientes en esas articulaciones en 21 años de carrera… hasta que
cumplió 58 años. A principios de 1999, durante una práctica con juveniles del
Santos, el ex diez de la selección brasileña sintió una molestia que dos meses
después motivó una artroscopía para extraerle el menisco de la rodilla
derecha.

Quien vive con constantes problemas en sus rodillas es otra figura de


Brasil, Ronaldo. Después de innumerables dificultades, el delantero del Inter
viajó al Vaticano para rezar cerca del Papa Juan Pablo II por sus
articulaciones, mucho más confiado en la fe que en los médicos cargados de
diplomas y reputación pagados por el club milanés. Pero las plegarias de nada
sirvieron a Ronaldo, quien ya se había entrevistado con Su Santidad algunas
semanas antes del Mundial de Francia, en el que sufrió un serio ataque con
convulsiones antes de la final con los dueños de casa, que casi le cuesta la
vida. En el mismo día de su retorno, en abril de 2000, sufrió un corte del
tendón rotuliano que lo alejó de las canchas por varios meses.

Como corolario de la difícil situación económica que atravesaba el club


Deportivo Municipal, de la primera división peruana, sus autoridades
decidieron descontar de los sueldos de los jugadores los costos por las
medicinas que consumen para atender sus dolencias. La primera víctima fue
el volante Rivelino Carassa, quien, tras meses sin recibir salario, obtuvo
apenas 5,5 dólares, pues necesitó varias drogas para tratar una lesión
producida durante un partido de la liga local.

En enero de 1971, Boca Juniors organizó un campeonato de verano en la


ciudad de Mar del Plata con la participación de Racing, Independiente y
Estudiantes de La Plata. El club xeneize invitó también a la liga local para
que presentara un seleccionado para la ocasión, y le ofreció 300 mil pesos por
partido. Al negociar el “cachet”, los dirigentes marplatenses ofrecieron 200
mil pesos a repartir entre sus representantes. Los jugadores rechazaron la
suma, y reclamaron el cien por ciento del dinero. Tras arduas deliberaciones,
los directivos aceptaron, aunque impusieron tres condiciones que fueron
toleradas por los futbolistas: cada deportista se debía hacer cargo de lavar su
indumentaria; en caso de lesión, los gastos de curación, internación y
operación correrían por cuenta del damnificado hasta los 300 mil pesos, y la
Liga se responsabilizaría por el excedente; cada jugador debía reponer los
elementos tomados del botiquín.

Justamente en el hospital Penna trabaja Jorge Vilas, normalmente enviado


a los partidos de las divisionales C y D que se juegan en la zona sur de la
Ciudad de Buenos Aires. Vilas, quien es discapacitado motriz, despliega su
trabajo con gran entusiasmo y entrega a bordo de un ciclomotor, que le
permite entrar y salir rápidamente del campo de juego.

Aunque resulte difícil de creer, una derrota del equipo inglés Manchester
United permitió que una niña se curara de un desorden cerebral. En 1994, sin
que ningún experto pudiera hallar una explicación, Vicky Wimore comenzó a
leer y a escribir de atrás hacia adelante. Varios meses después, al ver por la
televisión que su club favorito era derrotado, la pequeña se dejó caer hacia
atrás desde su silla, golpeó su cabeza contra una mesa y se produjo el
milagro: todo volvió a la normalidad. Enterados de la noticia, los jugadores
del Manchester expresaron su alegría porque, a pesar del traspié, la jornada
había tenido un final feliz.

En 1961, el futbolista argelino Khiat Ahmed, de 20 años, perdió la voz en


una explosión durante un combate ocurrido en medio de la guerra impulsada
por los africanos para independizarse de Francia. Tres años más tarde,
durante un partido de la primera división de esa nación del norte del
“continente negro”, Ahmed cabeceó la pelota y, milagrosamente, recuperó el
habla. ¿Sus primeras palabras? Durísimos insultos para el árbitro por un
presunto mal fallo.

¬ Los futbolistas tienen terror a las lesiones. Algunas veces, como en el caso
del mediocampista del Milan italiano Demetrio Albertini, una dolencia puede
ser considerada una bendición. El volante recibió de buen grado una afección
que en octubre de 1996 lo dejó varias semanas fuera de las canchas. Albertini
aprovechó el “parate” para casarse y disfrutar a pleno de su Luna de Miel,
lejos de los compromisos con el campeonato local, las copas europeas y la
selección “azzurra”.

¿El médico también juega? En algunos casos, como el de Alejandro Lanari,


Raúl Madero o Carlos Bilardo, sí: los tres son ejemplos de varios “doctores”
que estudiaron y se recibieron mientras, al mismo tiempo, le daban a la
redonda. Otros galenos también tuvieron papeles protagónicos, sin cruzar la
línea de cal. Pocas horas antes del inicio de la primera final de un
campeonato del mundo -jugada entre Uruguay y la Argentina el 29 de julio
de 1930 en el estadio Centenario de Montevideo-, el delantero albiceleste
Francisco Varallo comunicó a los dirigentes que no se encontraba en
condiciones ideales para el importante match. Como los improvisados
directivos no habían incluido un médico en la delegación, recurrieron a los
servicios de uno local, casualmente hijo de quien en ese momento era
presidente de la nación “oriental”. El profesional revisó a Varallo, y
recomendó que el futbolista no integrara el equipo por no estar físicamente
apto para participar del encuentro. Sin embargo, los “astutos” dirigentes
hicieron caso omiso de la opinión del especialista, por creer interesado su
diagnóstico, e incluyeron al atacante entre los once titulares. Varallo se
resintió y debió dejar el campo de juego y a su equipo con un hombre menos,
porque entonces no estaban autorizadas las sustituciones. Uruguay ganó por
cuatro a dos, y efectivamente el diagnóstico del profesional había sido
correcto y honesto.

En 1928, en un partido muy cerrado entre Huracán, el puntero del


campeonato, e Independiente, disputado en Parque de los Patricios, el arquero
rojo Néstor Sangiovanni chocó contra un delantero del “globito” y quedó
tendido varios minutos. Por ese entonces lo normal era que el club local
“aportara” el médico para los 22 protagonistas, de modo que el “uno” de
Independiente, gran responsable de que el marcador estuviera en blanco, fue
revisado por un facultativo de Huracán. Pero el pícaro galeno, al ver una
oportunidad servida en bandeja para darle una manito a su equipo, antepuso
su pasión al juramento hipocrático y afirmó que Sangiovanni tenía tres
costillas fracturadas y llamó una ambulancia para trasladar al guardametas al
hospital Penna. La valla fue cubierta por el defensor Ernesto Chiarella y el
conjunto de Avellaneda continuó con diez. A pesar del ardid, la ventaja
numérica conseguida por el malicioso doctor no le impidió a Independiente
derrotar a Huracán. Fracasada su gestión, el médico finalmente reconoció su
“error” y admitió que Sangiovanni sólo tenía un fuerte machucón, de esos
que duelen más al día siguiente. Al menos no pasó una factura por su
consulta.
Tiros libres.

“Los terribles disparos de los delanteros eran atajados brillantemente por


Leslie Smith, arquero de un equipo juvenil de fútbol de Devon, quien ayer
estaba en sus mejores tardes. Exasperado, un espectador decidió a la vez
‘tirar’ contra la valla… y envió a Leslie a la clínica con un balazo en el
hombro y otro en la pierna. Decididamente, ayer Leslie atajó todo. El equipo
del arquero imbatible iba ganando por uno a cero hasta que una carabina de
aire comprimido cambió el marcador, sin cuidarse demasiado del ‘fair play’
británico. Con Leslie Smith en el hospital y un francotirador en las tribunas,
el equipo de Devon fue aplastado por ocho goles a uno”. Este cable de la
agencia de noticias francesa AFP, del 29 de noviembre de 1960, refleja un
mal que parece endémico del fútbol de los últimos años: en las canchas no
hay solamente “tiros libres” directos o indirectos, sino también de fuego.

La violencia pegada a este deporte en todo el mundo -especialmente en el


“tercer mundo”- parece cada más difícil de eliminar. Y lo que es peor:
muchos han corrido peor suerte que Leslie Smith. Posiblemente el caso más
patético de los últimos años sea el del colombiano Andrés Escobar, quien fue
asesinado a balazos en julio de 1994 en la ciudad de Medellín, pocos días
después del fracaso de la selección de ese país sudamericano en el Mundial
Estados Unidos ‘94. El defensor fue atacado por un hombre luego de
mantener una fuerte discusión a la salida de un restaurante, donde un grupo
de hinchas le recriminó haber marcado un gol en contra frente al combinado
local, que posteriormente significó una derrota y la eliminación del torneo.

Las balas son patrimonio tanto del deporte profesional como amateur. El 7
de julio de 1996, un hombre disparó contra su propio hijo porque el joven, al
mejor estilo Martín Palermo en la Copa América ‘99, había fallado tres
penales en un solo partido. El increíble suceso se produjo en la localidad de
Grand Bourg, en el oeste del conurbano bonaerense, al término de un
encuentro entre combinados barriales amateurs. Al retornar a su casa, Alfredo
Ibarra, de 25 años, fue duramente recriminado por su papá, Carlos Ibarra,
quien había presenciado el partido. “El burro se comió tres penales.
Imagínense cómo me miraban los otros padres”, comentó al resto de la
familia, lo que inició una fuerte discusión que culminó cuando Carlos se
dirigió a su cómoda, tomó un revólver calibre 22 y le disparó a su hijo en el
cuello. El muchacho fue trasladado hasta un hospital cercano, donde salvaron
su vida. Su padre fue detenido y condenado por “tentativa de homicidio
calificado por el vínculo”.

También un hombre y su hijo recrearon una negra situación en Turquía:


para celebrar el triunfo de su seleccionado sobre el de Gales, por seis a cuatro
y válido por la clasificación europea para el Mundial Francia ‘98, Mustafá
Portakal disparó varias veces al aire. Uno de los proyectiles rebotó en el techo
de su casa de la ciudad de Adana, y mató a Ilker, su primogénito, de sólo 15
años. Esta clase de celebraciones se repitió en varios puntos del país
euroasiático -otras personas resultaron heridas-aunque Turquía casi no tenía
posibilidades de llegar a la Copa del Mundo.

En la ciudad de Mar del Plata, a fines de 1996, un espectador que


presenciaba un clásico de barrio pagó con su vida llamar “patadura” y con
otras injurias a uno de los protagonistas. El futbolista agraviado caminó hasta
su bolso, extrajo un revólver y disparó sobre su provocador hasta liquidarlo.

En 1997, un futbolista de la localidad brasileña de Cambé, expulsado de un


match interbarrial, asesinó a balazos al árbitro que le mostró la tarjeta roja.
Echado del campo de juego, Alexandre Rocha, de 20 años, se dirigió a su
casa, buscó una pistola y regresó a la cancha, donde disparó cuatro veces al
árbitro Valmir dos Santos, de 34 años.

Un caso parecido se produjo un año después en ¬las afueras de


Montevideo, Uruguay, donde un referí de 41 años que dirigía otro duelo entre
futbolistas amateurs, recibió tres disparos de uno de los protagonistas. En este
caso, el agresor sólo debió caminar hasta su automóvil, que había estacionado
a pocos metros del lugar, para tomar su arma y descargar tres tiros en el
abdomen de Rolando Castillo, quien salvó su vida de milagro gracias a la
atención que le prodigaron en un hospital montevideano.
En la localidad chilena de Cerrillos, también en 1998, un espectador que no
pudo soportar una falta contra su jugador favorito tomó un arma y abrió
fuego contra los futbolistas rivales. La desequilibrada reacción terminó con el
autor de la falta en gravísimo estado y uno de sus compañeros, que
casualmente se encontraba a su lado, muerto por una herida en el pecho.

Cuatro miembros de una familia fueron asesinados por una disputa tras un
partido de fútbol en el municipio de Santa María de Ixhuatán, en Guatemala.
Los homicidas aguardaron la complicidad de la noche para ingresar en la
vivienda de un matrimonio y sus dos hijos, a quienes mataron a balazos.

En Jamaica, un partido “amistoso” entre dos pandillas de un suburbio de


Kingston -la capital del estado caribeño-, Tower Hill y Penwood, finalizó a
los tiros y con tres jugadores muertos. El tiroteo se originó por una feroz
discusión por un fallo arbitral, que involucró a muchos de los numerosos
hinchas que esperaban quedarse con el premio estipulado para el vencedor:
varios cajones de cerveza.

En 1991, durante un encuentro de la liga del distrito peruano de San Juan


de Miraflores, el delantero del Tupac Amaru José Díaz Calero no pudo
festejar su conquista, que le daba el triunfo a su equipo, porque un
desequilibrado hincha rival le pegó un tiro en una pierna mientras corría a
celebrar con sus camaradas. No conforme con balear al atacante, el irascible
espectador se metió en la cancha y golpeó con la culata de su arma al referí
Fernando Carrasco Melgar.

También los árbitros concurren armados cuando deben conducir las


acciones de un partido caliente. En la provincia sudafricana de Kwazulu
Natal, el referí Lebogang Petrus Mokgethi, de 34 años, mató con un certero
disparo en el pecho al jugador Isaac Mkhwetha, de 20, cuando el futbolista se
le abalanzaba con un cuchillo para recriminarle la convalidación del segundo
tanto de sus oponentes. Los Wallabies y los Try again, tradicionales rivales
en la tercera división, se enfrentaban ante 600 personas, en medio de un mar
de apuestas. El juez fue detenido de inmediato por la policía, que no entendía
como víctima y victimario habían ingresado armados al campo de juego.
Un árbitro brasileño en 1975 blandió una pistola para evitar que futbolistas
enardecidos impidieran a sus rivales patear un penal.

Y en Zambia, en medio de un choque de alto voltaje entre el Lusaka y el


Kascol Rangers, un policía ingresó al campo y, con su revólver, apuntó a la
cabeza del capitán del Kascol, John Zulu, quien reclamaba junto a sus
compañeros un dudoso penal otorgado al Lusaka en tiempo de descuento, con
el marcador arriba por un gol para los visitantes. Ya sellada la igualdad, el
uniformado encerró en uno de los vestuarios a los revoltosos hombres del
Kascol hasta que llegaron los patrulleros que los trasladaron a la comisaría de
la zona.

En marzo del ‘93, por el campeonato infantil italiano, el Intercasertana de


Nápoles derrotaba por dos a uno al Acerrana. Cuando restaban sólo algunos
minutos para el final, el conjunto visitante llegó a la igualdad gracias a un
pelotazo que no parecía difícil para el guardametas Alberto Vene, de 15 años.
Terminado el match, Vene corrió a denunciar a su entrenador y al presidente
de su club que detrás de su arco había un hombre con una pistola que había
amenazado con dispararle si el Acerrana no equilibraba el marcador. Mas
cuando los directivos se acercaron a la tribuna junto con personal de
seguridad, el influyente hincha ya se había marchado a festejar “su”
conquista.

Para este tipo de incidentes hay un antecedente en la primera división


argentina, durante la etapa “amateur”: En 1929 Chacarita derrotaba con
facilidad, como visitante, a Independiente por tres a cero. En pocos minutos,
al club “rojo” alcanzó la igualdad con tres disparos que se colaron entre los
brazos del guardametas funebrero Eduardo Alterio, a pesar de que parecían
fáciles de controlar. Indignado por el empate final, después de tan amplia
diferencia en el tanteador, el gran Renato Cesarini se acercó a su compañero
y le preguntó qué le había pasado. “Comprendeme: Ahí atrás del arco había
un hincha de ellos apuntándome con un bufoso”. Cesarini aceptó la excusa de
Alterio, pero le advirtió -con su habitual ironía-que al próximo entrenamiento
iba a concurrir con un revólver para dispararle él mismo algunos tiros a los
pies “para que pierdas el miedo”.
El que pasó un julepe de novela fue Ángel Marcos: en su debut en la
selección argentina, el 27 de julio de 1969, el volante de Chacarita integró el
combinado que perdió por tres a uno ante Bolivia, en La Paz, por la
clasificación para el Mundial México ‘70. El choque finalizó con un
escándalo y una intervención policial que no supo estar a la altura de las
circunstancias: para disuadir las protestas de los albicelestes, uno de los
agentes extrajo su pistola y apuntó al novel convocado. Por milagro, en
medio de los forcejeos y el clima infernal del estadio Hernando Siles, el
gatillo no se accionó.

En noviembre de 1998, un dirigente del club paraguayo Presidente Hayes,


José Medina Sagalés, concurría a los entrenamientos con un enorme revólver
a la cintura para evitar que sus jugadores fueran sobornados por
intermediarios de otros equipos amenazados por el descenso. El tribunal
deportivo de la Liga Paraguaya de Fútbol suspendió por noventa días a José
Medina Sagalés, quien paradójicamente era el vicepresidente del Comité
Organizador Local (COL) de la Copa América ‘99, la primera que se disputó
en tierra guaraní.

También José Yudica portaba un revólver durante su última etapa como


entrenador de Argentinos Juniors, por las constantes amenazas que recibía de
parte de la “barra brava”. De hecho, una mañana Yudica debió sacar el arma
y disparar al aire cuando un grupo de hinchas agredió a su hijo, quien lo
acompañaba como preparador físico del conjunto de La Paternal.

En octubre de 1994, un jugador brasileño fue asesinado a tiros por el


presidente de su propio club luego de una acalorada discusión. Cassio Barros
da Silva, de 26 años, golpeó al titular del CSE de Palmeiras do Indio, Gilson
Veiga da Silva, porque el directivo no había aceptado firmar su pase a otra
institución. Veiga respondió con cuatro tiros, uno de los cuales destrozó el
pecho de Barros.

Pero no sólo las balas han teñido de sangre las canchas. En abril de 1962,
un jugador del departamento tucumano de Monteros murió tras recibir una
puñalada en el vientre que le asestó uno de los rivales. Increíblemente, el
asesino había jugado todo el partido (que era “amistoso”) con un facón
debajo de la camiseta.

En 1954, el futbolista Stevan Rakic, de la ciudad serbia de Sabac, fue


condenado a muerte tras ser hallado culpable del asesinato del árbitro Milisav
Kovacevic. Rakic acuchilló a Kovacevic porque el juez había anulado al
Sabac una jugada iniciada en posición adelantada, que terminó con la pelota
dentro del arco.

Durante el Mundial de España ‘82, en el estadio José Zorrilla de


Valladolid, el jeque kuwaití, Al-Sheik Fahad Al-Sabah (presidente de la
federación de fútbol y del Comité Olímpico de su país, además de hermano
del jefe de Estado del pequeño pero riquísimo país petrolero) logró con su
cimitarra que el referí ucraniano Miroslav Stupar anulara lo que había sido el
cuarto gol de Francia. Mientras los once jugadores árabes reclamaban una
supuesta posición adelantada, Al-Sabah se metió en la cancha con sus
fornidos guardaespaldas y amenazó a Stupar con su daga. El amedrentado
árbitro obedeció, aunque de todos modos el equipo comandado por el gran
Michel Platini señaló su cuarto tanto antes del pitazo final.

En agosto de 1995, un referí que actuaba en un partido de aficionados en el


barrio Cerro de Montevideo, Uruguay, acuchilló dos veces a un jugador que
manifestó su disconformidad con los fallos. Cansado por los constantes
reclamos de Andrés Chaves, el hombre de negro sacó de entre sus ropas un
pequeño cortaplumas con el que hirió al futbolista.

En la ciudad bonaerense de Coronel Suárez, un enfrentamiento entre


hinchas del club local Centro Blanco y Negro y los seguidores de Peñarol de
la vecina ciudad de Pigüé culminó con la muerte del arquero local Claudio
Heintz, de sólo 21 años, quien recibió un puntazo en el pecho.

Durante el encuentro “de ida” que el Wisla de Polonia y el Parma de Italia


protagonizaron en octubre de 1998 por la Copa UEFA, un espectador arrojó
un cuchillo que hizo impacto en la cabeza del mediocampista visitante Dino
Baggio. Baggio continuó el partido porque sólo sintió un golpe. En el
vestuario el médico parmesano Massimo Mannara constató la gravedad de la
herida y aplicó cinco puntos de sutura al volante. Por este incidente, el Wisla
-conjunto de la ciudad de Cracovia-fue sancionado con un año de suspensión
de todo certamen organizado por la UEFA.

Por suerte, un cuchillo arrojado por la hinchada de Independiente no


alcanzó a ninguno de los protagonistas del clásico de Avellaneda disputado
en marzo de 1997. El arma, de uso hogareño aunque con una filosa hoja
dentada, fue descubierta por el árbitro Javier Castrilli entre los papeles,
piedras y otros proyectiles lanzados por la belicosa parcialidad roja.

Este incidente también ocurrió en el estadio del Sevilla, Sánchez Pizjuán,


el 12 de octubre de 1999, cuando el equipo local enfrentó a su clásico rival, el
Betis.

En mayo de 1989, el goleador del club provinciano peruano “Fernández”


fue atacado a cuchilladas por cinco futbolistas rivales porque les había
marcado cinco tantos en apenas treinta minutos. Gregorio Chávez Rimac
quedó al borde de la muerte cuando los integrantes del equipo “Garay” se
metieron en su casa del pueblo de Chavin -a unos 400 kilómetros al norte de
Lima-y lo cosieron a puñaladas.

Las reservas de San Lorenzo y Argentinos se enfrentaban el 25 de octubre


de 1962 ante numerosos espectadores que habían concurrido al “Viejo
Gasómetro” de la avenida La Plata. En medio de las acciones, los hinchas
locales comenzaron a repudiar la actuación del “10” azulgrana, Carlos
Cabrera, por considerar que el talentoso volante no ponía ganas para
encabezar los ataques de su equipo. A segundos del pitazo final, con el
marcador uno a uno, Cabrera marcó un golazo que desniveló la paridad y dio
el triunfo al cuadro de Boedo, y para sacarse la “mufa” se arrimó a la tribuna
santa y le dedicó la conquista con un gesto poco caballeresco. Enardecido, un
grupo de simpatizantes azulgrana esperó la salida del goleador para
golpearlo. El “10” salió y, al verse rodeado de una decena de muchachones
que pretendía vengar con sus puños la grosería, extrajo de su bolso un
cuchillo y, con una frialdad absoluta, esperó desafiante el embate: “Al que se
me acerque le hago un ojal en la barriga”. No se le acercó nadie.

En los últimos tiempos, una de las formas de violencia más comunes en los
estadios son las bombas de estruendo, que los hinchas lanzan al campo de
juego. Estos potentes artículos pirotécnicos tienen en su haber numerosas
víctimas por quemaduras y lesiones auditivas, y no parece haber (o no querer
montarse) un control policial eficiente para impedir su presencia en las
tribunas.

Si de bombas se trata, muchas de las lanzadas durante la Segunda Guerra


Mundial en Europa resurgieron para interponerse en el rodar del balón. Una
de 450 kilogramos de peso apareció en 1998 debajo del césped del estadio del
club alemán Borussia Dortmund. La pieza, lanzada por los aliados, estaba
enterrada a un metro de profundidad a la altura del círculo central, y fue
descubierta por el jardinero que trabajaba con los panes de césped. El
explosivo, desactivado por expertos militares, pudo estallar durante un
partido y matar a los futbolistas, a los árbitros y a los 55 mil espectadores que
caben en las tribunas del estadio del Borussia.

En febrero de 1990, poco antes del inicio del choque que por la primera
división inglesa disputaron en la ciudad de Liverpool el Everton local y el
Charlton, la policía encontró dos descomunales bombas, también arrojadas
durante la “Gran Guerra”, en una de las calles linderas al Goodison Park. Los
enormes proyectiles, de casi mil kilogramos cada uno, fueron desarmados y
el partido se disputó con normalidad, aunque con dos horas de atraso.

Otro caso tuvo también final feliz en Kiev en 1997: un par de días después
de un amistoso disputado entre los seleccionados sub-21 de Ucrania y
Alemania en la cancha del Dynamo, zapadores militares hallaron diez minas
debajo del campo de juego. Irónicamente, los explosivos habían sido
instalados por el ejército germano que había ocupado ese estado de Europa
Oriental más de cincuenta años antes durante el conflicto bélico. Las minas
antipersonales, que estaban enterradas a un metro y medio de profundidad,
fueron descubiertas por los obreros que trabajaban para reacondicionar la
hierba.

Durante el terrible conflicto bélico, Kiev fue también escenario de un


dramático episodio futbolero: las tropas del Tercer Reich descubrieron entre
los prisioneros locales a varios de los integrantes del famoso Dynamo. Con el
hallazgo surgió de inmediato la idea de organizar un partido de exhibición
con los ucranianos, ya que un triunfo contribuía a demostrar que el poderío
nazi se extendía también al deporte más popular del planeta. Para evitar
cualquier “contratiempo” que se opusiera a los intereses de los invasores, a
los detenidos se les ofreció un premio especial a cambio de dejarse ganar: la
libertad. Sin embargo, con el correr de la pelota, los hombres del Dynamo se
olvidaron de la recompensa y, a pesar de la profunda huella dejada por la
guerra en sus desnutridos cuerpos, vapulearon al combinado de Adolfo
Hitler. Pero la victoria dentro del campo de juego se convirtió en derrota
fuera del estadio, ya que cuatro de los atrevidos futbolistas ucranianos fueron
fusilados pocos minutos después del final del encuentro, acusados de
“insubordinación”.
El color del dinero

Antes del inicio de la liga italiana 2000/2001, dos goleadores argentinos,


Gabriel Batistuta y Hernán Crespo, revolucionaron el mercado internacional
al colocarse a la vanguardia en la lista de pases costosos y convenios
lucrativos. Transferencias por cincuenta o sesenta millones de dólares,
contratos por cinco millones de sueldo anual, cifras increíbles repletas de
ceros. En abril de 2000, la revista France Football publicó un informe con el
ranking de los futbolistas mejor pagos en dólares, incluidos premios y
compromisos publicitarios: el delantero de la Juventus de Italia Alessandro
del Piero se colocó al tope con 11 millones anuales, seguido por el brasileño
del Inter Ronaldo (9,2 millones), el también interista Christian Vieri (6,5
millones), el inglés David Beckham, del Manchester United (6 millones),
Batistuta (5,9 millones) y el capitán de la selección de Inglaterra Alan
Shearer, del Newcastle United (5,8 millones). La difusión de estas cifras
escalofriantes provocó horror en numerosos esferas sociales.

El diario vaticano Osservatore Romano, por ejemplo, consideró como “una


ofensa para los pobres” los 50 millones de dólares que Inter pagó a la Lazio
por el pase Vieri. En Torino, ciudadanos desocupados y sin techo
manifestaron a la sede de la Juventus para protestar por las ganancias de Del
Piero, al que llamaron “un mensaje autodestructivo para millares de familias
sin dinero y jóvenes sin trabajo”.

Pero ningún dirigente religioso ni social congregó a los manifestantes para


repudiar lo que bien podría haberse entendido como “explotación” contra el
italiano Giuliano Grazioli, quien rubricó un contrato con el equipo regional
inglés Stevenage por tres bolsas de papas fritas y una barra de chocolate.
Sobre todo porque, gracias a los goles de Grazioli, el Stevenage llegó a la
cuarta ronda de la FA Cup, donde la humilde escuadra amateur igualó ante el
rico Newcastle en un tanto. Grazioli y el opulento Shearer -por quien el
conjunto del norte de Inglaterra acababa de pagar 25 millones de dólares-, los
autores de las dos conquistas de esa tarde, compartieron la misma mesa en la
conferencia de prensa.

Seguramente tampoco se escucharon quejas por el acuerdo suscripto por el


arquero Szvonko Cindrich con el club ecuatoriano Panamá. Cindrich, un
agente de seguros y propietario de casas de artículos electrónicos en
Guayaquil, acordó en 1998 pagar los sueldos y premios de sus compañeros a
cambio de jugar cada domingo. Así le fue al Panamá: descendió esa misma
temporada.

En marzo de 1970, los jugadores del cuadro chileno Magallanes solicitaron


a los dirigentes que les redujeran el sueldo en un diez por ciento para evitar la
transferencia del goleador Alfonso Lara. La comisión directiva planeaba
vender al centrodelantero para, con el producto de la operación, solucionar
los problemas financieros que aquejaban a la institución. La sugerencia fue
aceptada y Lara, quien irónicamente era el mejor pago del plantel, continuó
en Magallanes.

Otro caso notable: el técnico alemán Michael Skibbe renunció a la


dirección del primer equipo del Borussia Dortmund a causa de la mala
campaña que desarrollaba en la Bundesliga. Como tenía un compromiso
firmado hasta el 2003, los dirigentes lo convencieron para que siguiera en el
club con las categorías juveniles. Skibbe aceptó, pero como se trataba de una
responsabilidad menor, exigió que primero le bajaran el sueldo.

Cualquiera diría que al gran Stanley Matthews se le fue la mano a la hora


de exigir condiciones para vestir la camiseta del Zamalek de El Cairo en un
encuentro amistoso ante el Botafogo de Brasil, que tuvo lugar en 1961. El
inglés exigió un viaje de ida y vuelta en avión de lujo, ocho días de estadía en
el suntuoso hotel Hilton, un seguro de vida por 500.000 libras esterlinas y un
cheque en blanco por sus servicios, que, según dijo a los directivos del club
egipcio, llenaría “sin abusar de confianza”. Tanto ansiaban ver a Matthews
con la camiseta del Zamalek, que sus representantes aceptaron los caprichos
sin chistar.

Más opulencia: para festejar en forma conjunta su cumpleaños y el


cincuentenario del club Al Ahly, el jeque árabe Jaled Abdallah invitó a
participar de un encuentro al fenomenal Diego Maradona, a quien se le abonó
un cachet de 250 mil dólares por sus servicios. El match -que se llevó a cabo
el 11 de noviembre de 1987 en la ciudad de Jedda, en el reino de Arabia
Saudita-enfrentó al Al Ahly, reforzado con la presencia del entonces jugador
del Napoli de Italia, y al Brondby, de Dinamarca. Más de cuarenta mil
espectadores disfrutaron de los malabares de Maradona, quien además de
desplegar todo su talento señaló dos de los goles del conjunto local, que se
impuso a su rival europeo por cinco a dos. Como si los 2.777,77 dólares que
percibió por cada uno de los minutos que duró el partido hubiesen resultado
poco, el “diez” argentino se llevó como “souvenirs“ una cimitarra engarzada
en diamantes y un escudo y una medalla de oro.

En setiembre de 1997, el diputado brasileño José Gomes da Rocha fue


suspendido por 30 días de sus funciones porque había utilizado dinero
destinado al pago de funcionarios para contratar cinco jugadores para el
cuadro de sus amores: Deportivo Itumbiaré, del estado de Goiás. El
presidente de la Cámara, Michel Temer, justificó su decisión al sostener que
“no es posible que se contrate un funcionario para trabajar en un lugar y
preste servicio en otra actividad”. Sin embargo, da Rocha contestó en su
descargo que con la inversión de parte de sus 18 mil dólares mensuales en
futbolistas se permitía “dar alegría al pueblo”, y contraatacó con que “es
mejor contratar jugadores para el gabinete que parientes, como hacen muchos
de mis colegas”. “Un club de fútbol es una institución, y no contraté a nadie
para trabajar para mí”, agregó el legislador.

Unos lustros antes, en 1970, el gobernador del estado de Minas Gerais,


Israel Pinheiro ofreció pagar la diferencia entre lo que ofrecía el club
Cruzeiro de Belo Horizonte y lo que reclamaba como sueldo el consagrado
Tostao. Pinheiro no se puso colorado cuando admitió que ese dinero figuraría
oficialmente como un cargo, lo que convertía a Tostao en un futbolista
“ñoqui”.

Al finalizar su extensa campaña en las instituciones más poderosos de


Europa occidental, el alemán-yugoslavo-croata Robert Prosinecki retornó a
Zagreb, la ciudad de su niñez, para incorporarse al pobre Hrvastki
Dragovoljac. En un convenio simbólico, el talentoso armador aceptó recibir
un almuerzo por partido ganado, y pagar una comida para todos sus
camaradas después de cada derrota. Prosinecki se cuidó no obstante de
aclarar en una cláusula que podría marcharse en caso de recibir una mejor
oferta.

En 1977, los dirigentes del Fuglaf Jordur, de la segunda división de las


Islas Feroe -archipiélago emplazado a unos 350 kilómetros al norte de
Escocia-, contrataron a un técnico sueco para que condujera al equipo a la
primera división de ese estado de origen normando. El entrenador Ronny
Gunnarson, quien ya había dirigido con éxito a un conjunto de segunda
división de su país, aceptó el desafío, pero reclamó a cambio mil dólares
estadounidenses de sueldo al mes, tres meses de vacaciones anuales pagadas,
un pasaje aéreo en primera clase a Suecia al año, una casa de 125 metros
cuadrados habitables con teléfono a cuenta del Fuglaf Jordur… y pescado
fresco gratis todos los días. El trabajo de Gunnarson dio frutos rápidamente,
ya que un año después de su llegada el Fuglaf Jordur consiguió su ansiado
ascenso a la primera división.

En la Argentina, el puntero izquierdo rosarino Gabino Sosa -quien integró


la delantera de la selección albiceleste durante gran parte de la década del
‘20-firmó su primer contrato profesional con el club Central Córdoba por una
muñeca para su hija enferma.

Setenta años después, la alarmante situación económica que atravesaba esta


institución rosarina de la B Nacional la obligó a abonar el sueldo de sus
jugadores con las motocicletas que recibía a cambio de la publicidad
estampada en la camiseta. En julio de 2000, el plantel del club Paysandú
Bella Vista de Uruguay cobró dos meses de sueldo atrasados con vales para
un supermercado.

Los acuerdos “en especies” también se han pactado entre clubes, por los
servicios de un jugador. Huracán compró en 1928 el pase de Máximo
Federice, del club Almafuerte, pero en lugar de abonar la trasferencia con
dinero en efectivo lo hizo con trescientas chapas de cinc que le habían
sobrado a la institución de Parque de los Patricios cuando construyó su
primera tribuna techada.
Diez años más tarde, Boca saldó la transferencia del defensor de Ferrocarril
Oeste Arcadio López con los tablones de las tribunas de su viejo estadio.
Muchos de esos maderos aún reciben a los hinchas que se ubican en las
populares y en las plateas que dan espalda a la avenida Avellaneda.

Allá por 1961, un dirigente de San Lorenzo de Almagro quedó muy


impresionado por un arquero de la octava división de Sportivo Palermo, de la
tercera categoría de ascenso. El directivo se acercó al presidente del modesto
club palermitano, Héctor Defensa, y le preguntó cuánto costaba el pase del
prometedor golero, llamado Luis Antonio Vidal. Defensa, raro caso de
honestidad y desinterés por el propio beneficio, respondió: “Nada, lo
cedemos gratuitamente para no cortarle la carrera deportiva”. El representante
del club de Boedo, que tampoco pretendía perjudicar a su colega, insistió con
pagar algo por la cesión del guardametas. Defensa meditó un momento y
solicitó “zapatos de fútbol para las divisiones inferiores”. Vidal firmó para
San Lorenzo y Sportivo Palermo recibió 22 pares de botines nuevos.

En julio de 1990, el PSV Eindhoven de Holanda, propiedad de la empresa


Philips, obtuvo los servicios del volante rumano Gheorghe Popescu a cambio
de la entrega de artículos electrónicos y nuevos sistemas de iluminación y
comunicaciones para el estadio del Universitatea Craiova.

También en el empobrecido fútbol de Rumania, el Corvinul Hunedoara, de


la segunda división, cedió a su estrella, Robert Nita, al Cimentul Fieni por
dos toneladas de cemento, y otro delantero pasó de un club a otro por dos
toneladas de carne de cerdo.

El colmo: como no podía pagar su cuenta del gas, que ascendía a 20 mil
dólares, el Nitramonia Fagaras, de la tercera categoría, entregó a dos de sus
mejores zagueros, Gabor Balazs y Ioan Fatu, al Gazmetan Medias. Como su
nombre lo indica, el Gazmetan es propiedad del consorcio de gas del Estado
rumano.

En diciembre de 1999, un tribunal de Río de Janeiro ordenó al Fluminense


saldar una deuda que mantenía con su ex estrella Renato Gaúcho con los
derechos de otro futbolista. El Flu cedió a Leandro Ávila, quien se
encontraba en ese momento a préstamo en Flamengo, para ser rematado con
una base de 500 mil dólares.

¿Pagar para cobrar? Cuando firmó para el Porto de Portugal, a Eliseo


Montaño se le informó que esa institución abonaba los sueldos con minuciosa
puntualidad los primeros días del mes, y que al jugador que no se presentaba
en término en la tesorería se lo multaba y se le entregaba el sobre, con el
consecuente descuento, junto al salario siguiente.

La Federación Peruana de Fútbol suspendió por diez años a nueve


jugadores y al técnico del Centro Chupaca, de la tercera división, que en abril
de 1970 extorsionaron a los dirigentes de su equipo con no presentarse a
disputar la final del ascenso a la segunda categoría ante Huracán si a cambio
no recibían una fuerte suma de dinero. Para imponer la fuerte sanción, el
tribunal tuvo en cuenta que el planteo se produjo diez minutos antes del
comienzo del partido, y con los futbolistas ya cambiados y a punto de
meterse en el túnel.

Un año y algunos meses después de haber asumido al frente de la selección


chilena, el entrenador vasco Xabier Azkargorta recibió medio millón de
dólares para dejar su cargo. El técnico fue despedido por la Asociación
Nacional de Fútbol Profesional de Chile luego del empate en un gol
conseguido el 2 de junio de 1996 frente al débil combinado venezolano, por
la clasificación para el Mundial de Francia de 1998. El titular de la
Asociación, Darío Calderón, aceptó cumplir al pie de la letra el trato firmado
con tal de que el español dejara el puesto. Para ello, abonó en un solo pago
todos los sueldos restantes de 1996 y los de 1997.¬ Azkargorta había
adquirido cierto prestigio como entrenador en Sudamérica luego de clasificar
a Bolivia para el Mundial que en 1994 se disputó en los Estados Unidos.
Bolivia dejó en el camino al laureado Uruguay, y le propinó a Brasil su
primera derrota en series clasificatorias cuando el 25 de julio de 1993 lo
venció en la ciudad de La Paz por dos a cero. Tras la partida del vasco, la
dirección técnica recayó en el uruguayo Nelson Acosta, quien impulsó una
feroz remontada que incluyó el pasaje a Francia, un notable triunfo 2-0 ante
Inglaterra en Wembley -en un choque amistoso-y ya en el Mundial la
clasificación para los octavos de final, donde la escuadra roja fue eliminada
por Brasil.

Menos resultadista se manifestó la Real Federación Española de Fútbol,


que en enero de 1993 rescindió el contrato de Vicente Miera poco después de
que el director técnico obtuviera para su país el mayor logro en la historia de
este deporte: la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Barcelona ‘92. La
decisión fue adoptada por el titular de la RFEF, Ángel Villar, quien nombró a
Javier Clemente entrenador absoluto.

Esta notable circunstancia se manifestó en el Real Madrid en mayo de


1998, cuando destituyó al alemán Jupp Heynckes solamente una semana
después de que el conjunto “merengue” ganara la Copa de Campeones de
Europa. El presidente del Madrid, Lorenzo Sanz, indicó que, a pesar de la
gran victoria, la decisión, irrevocable, se había tomado mucho tiempo antes.
El alemán se convirtió así en el primer técnico despedido después de ganar el
máximo galardón del Viejo Continente a nivel clubes.

Todo lo contrario ocurrió con la federación de Irlanda del Norte, que por
permitir desarrollar un proyecto a largo plazo renovó el vínculo con el
entrenador Lawrie McMenemy, a pesar de la apabullante derrota en Belfast
ante Turquía, por tres a cero, por la clasificación para la Eurocopa 2000, y
haber conseguido sólo dos triunfos en doce presentaciones.

En Francia, Guy Roux se mantuvo cuarenta años como técnico del


Auxerre. Lo que al asumir en 1960 era un modesto conjunto de la quinta
división, en 1996 se alzó con la liga y la copa nacional. Un año después del
fenomenal doblete, el Auxerre recibió en su casa, el estadio “Abbe
Deschamps”, al Borussia Dortmund por los cuartos de final de la Liga de
Campeones. A pocos minutos del final, y con la serie definida ante el que
sería finalmente ganador del torneo, la pelota cayó en la tribuna, y el público
se negaba a devolverla. Roux corrió más de cincuenta metros para convencer
a los aficionados que regresaran el esférico, y lo logró con una sola frase:
“No quiero que nuestra aventura europea se termine con un robo”.

No siempre estas características del más puro amor por el deporte se


imponen a la fuerza de los billetes. Por eso no sorprende que el club
sudafricano Orlando Pirates haya inscripto al jugador Meshack Zwane como
refuerzo para afrontar la liga local, y haya acordado una póliza contra todo
riesgo que pudiera sobrevenirle a la nueva figura. Lo que sí llama la atención
es que Zwane había muerto dos días antes de su afiliación al Orlando Pirates.
El presidente del club, Ivan Khoza -el mismo que presidió la malograda
candidatura de Sudáfrica como sede del Mundial 2006 que finalmente ganó
Alemania-, reclamó a la compañía de seguros 105 mil dólares por el deceso
del deportista, en un accidente de tránsito.

A fines de los ‘90, el Atlético de Madrid compró el pase del angoleño


Bernardo Matías Djana y otros tres africanos en unos veinte millones de
dólares, que abonó a la empresa Promociones Futbolísticas. Pero la justicia
descubrió que el bueno de Djana apenas si pateaba la pelota -nunca había
actuado como profesional en su tierra-, y que se desempeñaba como albañil
del estadio Vicente Calderón. Algo similar involucraba a las otras tres
“figuras”. La tramposa maniobra se le imputó al ex presidente del club
albirrojo Jesús Gil y Gil, casualmente el propietario de Promociones
Futbolísticas. El juez Manuel García Castellón embargó los bienes de Gil y
Gil, a quien expulsó de su cargo, y nombró un interventor.

Por fortuna, cada tanto surge una bocanada de aire puro, como la que
soplaron los miembros de la selección sub-23 de Brasil, quienes renunciaron
a sus premios en dinero por clasificar para los Juegos Olímpicos de Sydney
2000.¬ El capitán del equipo, Denilson, señaló a la prensa que “el simple
hecho de vestir el uniforme de Brasil otorga destaque y revaloriza el pase del
atleta. Su compañero Ronaldinho Gaucho sugirió que el dinero debería
recibirse, pero para hacer una donación.

Otro que posiblemente pensó que “no todo es dinero en la vida” fue el
atacante inglés John Salako, quien a mediados de 1995 rechazó una jugosa
oferta de dos millones de libras esterlinas (unos 3,5 millones de dólares) para
pasar del londinense Crystal Palace al Newcastle United. El jugador, de 26
años, se negó a cambiar de escuadra porque, argumentó, no quería mudarse
“tan al norte”, donde los inviernos son tan crudos como largos. Además de
los billetes, Salako desperdició la posibilidad de continuar su carrera en la
Premier League, ya que el Crystal Palace había descendido a la primera
división (segunda categoría) ese año. Por el monto que le ofrecían, el
delantero atacante podría haber hecho un esfuerzo, ya que le sobraba dinero
para comprarse todos los calefactores de la ciudad.

En pos de priorizar la vida personal al vertiginoso mundo del fútbol, el ex


director técnico Argentino Geronazzo se llevó todos los premios: tanto le
gustaba dormir la siesta que una vez tomó un compás y trazó un círculo de
treinta cuadras de radio en un mapa, para trabajar con clubes que quedaran
cerca de su domicilio y así no perderse nunca el reparador descanso
vespertino.

En setiembre de 1969, después de haber actuado en sólo dos partidos, el


delantero paraguayo Fabián Muñoz, contratado por el conjunto boliviano The
Stronguest, devolvió la prima, los premios y los sueldos cobrados y regresó a
Asunción. Antes de tomar el micro de regreso a su patria, Muñoz explicó con
muy buenas formas a los azorados dirigentes y al entrenador Eustaquio
Ortuño que había tomado esa determinación luego de notar que sus
compañeros deliberadamente no le pasaban la pelota. Según el guaraní, el
“boicot” lo había hecho “fracasar ante el público” que había pagado la
entrada para verlo actuar. Sin dudas, una excentricidad, como muchos de los
casos aquí contados, pero un soplo de frescura que mantiene vivo un
concepto: a pesar de los montos en dinero cada vez más voluminosos, para
algunos el fútbol todavía sigue siendo un juego. Nada más, nada menos.

Hagan juego, señores.

“Lotería de los penales”, “ligar”, “mala leche”, “la suerte del campeón”,
“cábala”, “yeta”, “mufa”… Son sólo algunas de las frases que tanto
espectadores como protagonistas endilgan al azar cuando no se encuentra (o
no se quiere encontrar) una explicación racional para un hecho deportivo. El
juego en sí está rodeado de algunos factores fortuitos, aunque éstos en
general son poco determinantes en el resultado o en el correr de las acciones.
El referí revolea una moneda para dar prioridad a la elección de un campo o
del saque, se sortea qué protagonistas deberán pasar por el control antidóping
al término del encuentro, y en muchos casos se recurre al “azar” de un
bolillero para designar árbitros y confeccionar fixtures.

No obstante, más de una vez debió recurrirse a un sorteo para determinar el


ganador de un partido o un grupo. En la Copa de Oro 2000 de la
CONCACAF, Canadá clasificó para los cuartos de final sin ganar (dos
empates ante Costa Rica y Corea), y dejó al equipo asiático en el camino
gracias al revoleo de la moneda, luego de un empate en puntos, goles a favor
y en contra. Impulsado por el toque del destino, el conjunto de América del
Norte derrotó por dos a uno a México, por uno a cero a Trinidad y Tobago y
venció en la final a Colombia por dos a cero.

Durante la etapa clasificatoria para el Mundial Suiza ‘54 España -gran


favorito-aplastó en Madrid a Turquía por cuatro a uno con una actuación
brillante del húngaro -nacionalizado ibérico-Ladislao Kubala. En la revancha,
jugada en Estambul, los locales se impusieron por uno a cero con Kubala
destrozado a patadas y la indiferente actuación del árbitro. Pocos minutos
antes del desempate, en el estadio Olímpico de Roma, la FIFA envió un
telegrama con la inhabilitación del delantero magiar, por considerar que su
naturalización no se había tramitado en forma regular. Los españoles, que
jugaron bajo protesta, apenas arañaron un agónico empate a dos. Como el
marcador permaneció inalterable tras treinta minutos de alargue, por
reglamento se procedió a un sorteo para decidir cuál de los dos conjuntos
clasificaba para el campeonato. Se colocaron dos papelitos con los nombres
de las dos naciones en un sombrero y se pidió a un niño que tomara uno.
Ganó Turquía, y España quedó afuera a pesar de haber sido superior a su
rival.

Boca Juniors quedó afuera de la Copa Mercosur ‘99 porque la moneda


benefició al Corinthians de Brasil. Ambos equipos habían clasificado
segundos en sus zonas, con idéntica cantidad de puntos y goles a favor y en
contra.

El 13 de enero de 1967, por el partido “de vuelta” de los cuartos de final


del octogonal de ascenso a primera división, Almagro derrotó en cancha de
Atlanta a Tigre por dos a cero. Como el cuadro de José Ingenieros había
caído en el primer chico por idéntico marcador, se jugó un alargue de treinta
minutos. Allí, Almagro se puso rápidamente en ventaja por dos a cero (cuatro
a dos en “score agregado”), pero el conjunto de Victoria, lejos de achicarse,
logró una nueva igualdad mediante dos goles conseguidos a los 24 y 25
minutos. Como todo seguía equilibrado tras 120 minutos, tal como lo
estipulaba el reglamento de la época se ejecutaron tres disparos por escuadra
desde el punto del penal, todos a cargos del mismo pateador. Carlos Machao,
por el “tricolor”, y Carlos Luis Santana, por Tigre, convirtieron dos de sus
tres tiros. Puesto que no se quebraba la paridad, el árbitro llamó a los
capitanes para resolver el pleito con su moneda, como correspondía
antiguamente. El capitán de Almagro, Albino Valentini, eligió “cara” y,
gracias a ese pálpito, su equipo fue el primer y único conjunto argentino que
se impuso sobre el césped con la ayuda de un sorteo. La estrella dejó de
brillar rápidamente, porque en la semifinal Nueva Chicago acabó con la
ilusión del tricolor.

Para el Mundial ‘66 estaba previsto que si los cuartos de final y las semis
terminaban igualadas tras los 90 minutos reglamentarios y los 30 de alargue,
se decidiría con una moneda el conjunto que pasaría a la siguiente ronda. Si
la final, tras 120 minutos, culminaba sin un ganador, el match debía repetirse
dos días después, y si todo continuaba igual tras otros 120 minutos, el
campeón saldría con un “cara o ceca”. Por suerte, no fue necesario recurrir a
ese injusto método en ninguno de los partidos.

En octubre de 1970, San Martín y Manuel Seoane finalizaron en la punta


de la tabla de posiciones de la segunda división del campeonato de la ciudad
peruana de Ferreñafé, en el departamento de Lambayeque. El match de
desempate terminó igualado, al igual que los tres tiempos suplementarios, de
modo que los organizadores de la competencia decretaron que se lanzara una
moneda al aire para que definiera la extensa resolución. Los capitanes de las
dos escuadras aceptaron, pero reclamaron que sea la ecuánime mano del
comisario del pueblo la encargada de catapultar la pieza de cobre que
determinaría al vencedor. Los 22 protagonistas -todavía vestidos con sus
camisetas, pantaloncitos y botines-y las dos hinchadas se trasladaron de la
cancha a la seccional policial, mas como el comisario no se encontraba
presente, se solicitó al cabo de guardia que efectuara el revoleo. La moneda
cortó el aire cargado expectativa, y al caer determinó el ascenso de San
Martín.

La Diosa Fortuna a veces extiende sus manos más allá del plano deportivo,
para prolongar una buena racha en los designios de la timba y las apuestas
por dinero. Tal como le sucedió al francés Emanuel Petit, quien en 1998
disfrutó de una ráfaga de gloria y suculentas ganancias emparentadas con el
número “7”. A los 27 años, y una semana después de levantar la Copa del
Mundo en París -donde además marcó el tercer gol de su equipo frente a
Brasil-viajó de vacaciones con su novia a Montecarlo, en la Costa Azul. Allí
visitó el famoso Casino, y con sólo una moneda de diez francos (algo menos
de dos dólares) se alzó con una recompensa de 170.000 francos (unos 28 mil
dólares). Los diarios británicos destacaron que esa misma temporada Petit
ganó la liga inglesa y la F.A. Cup con el Arsenal y el Mundial con el número
“17” en la espalda. El desenlace ante Brasil se produjo un 17 de julio, y días
después los 170.000 francos llegaron con una combinación mágica: 777.

El triunfo deportivo y la ruleta también se conjugaron el 2 de mayo de


1998 para el arquero de Colón de Santa Fe José Burtovoy. Esa noche, en el
Defensores del Chaco de Asunción, el guardametas contuvo cuatro de los
cinco disparos desde el punto del penal que definieron la serie ante Olimpia
de Paraguay y clasificaron a los “sabaleros” para los cuartos de final de la
Copa Libertadores. Tras el encuentro, el equipo se retiró al Hotel Casino
Yacht y Golf Club, y Burtovoy se dio una vuelta por las mesas de ruleta,
donde “atajó” las fichas que le lanzó el pagador por cada “pleno” acertado.

Uno que se incorporó a la lista de suertudos fue el defensor de Huracán


Fernando Moner, quien en setiembre de 1999 ganó 200.000 pesos en un
sorteo organizado por el Banco Río para sus clientes con cajas de ahorro.
Meses después, el lateral izquierdo hizo un “doblete” con el ascenso a
Primera División.

Después de una racha negra con el bolillero, que se empecinó en


mantenerlo siete fechas seguidas sin dirigir, el referí Aníbal Hay debió
esperar hasta la cena de Fin de Año que organizó la Asociación Argentina de
Árbitros para sacarse la “mufa”. Allí el sorteo no lo dejó de lado y se fue a
casa con una canasta llena de regalos.

En diciembre de 1996, la lotería navideña española derramó su “cuerno de


la abundancia” sobre el pequeño club Berja, de la región de Almería, que
ganó suficiente dinero para saldar sus deudas e incorporar un buen delantero.

Con el advenimiento de las quinielas futboleras -como el PRODE o el


Totocalcio-, el juego se volvió más picante para aquellos hinchas amantes de
las apuestas. Como la noche del domingo 6 de mayo de 1984, cuando Racing
Club de la provincia de Córdoba salió del túnel para enfrentar a Ferrocarril
Oeste con la mente puesta en dos cosas: la punta del campeonato y los doce
puntos que ya sumaba una tarjeta de PRODE confeccionada por el plantel,
con más de dos millones de dólares para los trece aciertos. A seis minutos del
final, y con el marcador uno a uno -Roberto Gasparini abrió la cuenta para los
locales a los 14 minutos, mientras que Héctor Cúper igualó a los 30-, el
mismo “Pato” logró el segundo tanto a través de un tiro libre que, tras picar
en el área chica, pasó por encima del cuerpo del arquero visitante Ricardo
Ferrero. El festejo del club de Nueva Italia pareció el de una final de la Copa
del Mundo, pero a la mañana siguiente los diarios cambiaron la cara de los
“afortunados” racinguistas: el concurso 561 tenía 93 ganadores, por lo que la
recompensa se había reducido a solamente 29 mil dólares. Repartidos entre
los veinticinco miembros de la sociedad, los millones se convirtieron en unos
“miserables” 1.100 por cabeza.

En julio de 1986, después del rutilante triunfo por dos a uno de la


Argentina sobre Inglaterra, las agencias de juego británicas decidieron
devolver el dinero a quienes habían apostado por el empate entre ambos
combinados, por juzgar que el primer tanto de Diego Maradona, marcado
gracias a la “mano de Dios”, no había sido válido.

En el sudeste asiático y el lejano Oriente, el deporte representan grandes


ganancias para las mafias de las apuestas ilegales. Por ejemplo, tres
integrantes de la selección de Hong Kong fueron condenados a 22 meses de
cárcel al ser hallados culpables de arreglar un partido frente a Tailandia, en
1997, durante la clasificación para Francia ‘98.
En enero de 1988, el técnico y un directivo del Swindon de Inglaterra
arreglaron una derrota ante el Newcastle por la F.A. Cup, que les permitió
ganar miles de libras. Pero el hecho trascendió y el entrenador, Lou Macari, y
el dirigente, Brian Hillier, fueron multados por la Comisión Disciplinaria de
la Football Association, y suspendidos por seis meses para ejercer cualquier
cargo deportivo.

El 25 de agosto de 1999, cuatro personas fueron condenadas por un


tribunal inglés a cumplir una pena de doce años de cárcel por intentar
sabotear la iluminación del estadio de fútbol del Charlton, con el objetivo de
favorecer a un grupo de apostadores del sudeste asiático. La justicia
determinó que un chino de Hong Kong, Wai Yuen Liu, de 38 años, había
contratado a dos electricistas para programar una avería a “control remoto”
del sistema eléctrico del estadio “The Valley” el 13 de febrero de ese año,
para que se produjera en determinado momento del encuentro, cuando el
marcador resultase favorable para la organización. El responsable de la
cancha, Roger Firth, también recibió una dura condena. En Gran Bretaña,
cuando un partido se interrumpe debido a un corte de luz, todas las apuestas
son anuladas y el dinero es devuelto. Pero en Hong Kong se conserva el
resultado si ya se jugó más de un tiempo. La policía descubrió además
circuitos preparados para sabotear otros encuentros de la Premier League
inglesa.

“No me opongo a los juegos de azar, siempre que uno no juegue más de lo
que sus medios le permiten”, afirmó el reverendo James Curtin en enero de
1971. Claro que las declaraciones de Curtin se produjeron en un contexto
muy especial: el religioso acababa de ganar 261 mil libras esterlinas por
acertar los resultados de ocho partidos de la liga inglesa. El futbolero párroco
dijo además que pensaba destinar a la caridad la mayor parte del premio, y
que sólo se quedaría con 400 “pounds”.

En octubre de 1989, durante un partido de la Copa UEFA entre el Sporting


de Lisboa y el Napoli, el arquero yugoslavo del equipo portugués, Tomislav
Ivkovic, se acercó a Maradona y le propuso apostar cien dólares antes de que
pateara un penal. Diego aceptó, pero debió pagar al final del match, porque
Ivkovic adivinó la dirección del remate del capitán napolitano. El 30 de junio
de 1990, por los cuartos de final del Mundial de Italia ‘90, Ivkovic y
Maradona volvieron a estar frente a frente en la definición desde el punto del
penal, luego de un opaco cero a cero de 120 minutos entre Yugoslavia y
Argentina. Esta vez no hubo apuesta, pero el guardavallas volvió a ganarle al
“diez” albiceleste, aunque el combinado conducido por Carlos Bilardo se
impuso finalmente por tres a dos.

Uno de los desafíos más inusitados lo protagonizaron los uruguayos Fabián


O’Neill y Darío Silva cuando ambos vestían los colores del Cagliari italiano.
En octubre de 1997, los dos convinieron llamar por teléfono a un familiar de
Silva y solicitarle que colocara la bocina del aparato junto a una radio para
seguir “en vivo y en directo” las alternativas del superclásico Peñarol-
Nacional, que deseaban escuchar con fervor desde veredas distintas: O’Neill
vistió la camiseta tricolor varias temporadas, lo mismo que Silva la
“carbonera”. La factura, lógicamente, correría por cuenta del hincha del
cuadro perdedor. Seguramente lo que mas le dolió a O’Neill no debe haber
sido pagar los 450 dólares que costó la comunicación, sino que Peñarol dio
vuelta el marcador y ganó por cuatro a tres después de encontrarse en
desventaja por tres a uno.

El 24 de julio de 1949, Estudiantes y Tigre igualaron uno a uno en La Plata


por el campeonato de primera división. En el vestuario, los jugadores locales
cobraron con mala cara 150 pesos por el punto obtenido ante un modesto
rival al que, “en los papeles”, debieron derrotar con facilidad. El único que
mostraba cara de satisfacción era el puntero izquierdo Manuel Pellegrina:
mientras se cambiaba un allegado le informó que un caballo suyo había
ganado una importante carrera en el cercano hipódromo platense, que le
deparaba una recompensa de 36 mil pesos, más del triple de lo recaudado en
las ventanillas del estadio.

Lesley y John Brown, oriundos de la ciudad de Bristol, en el sur de


Inglaterra, casi habían perdido la ilusión de tener un hijo, luego de que varios
especialistas determinaran una anomalía en las trompas de falopio de la
mujer. El matrimonio vio un último destello de esperanza en el médico
obstetra Patrick Steptoe, quien había realizado varias investigaciones con el
profesor Robert Edward, de la Universidad de Cambridge. Claro que los
Brown -que vivían con el magro sueldo de John, un empleado del ferrocarril-
no contaban con los medios suficientes para pagar un costoso e inédito
tratamiento. El primer milagro llegó gracias a una jugada afortunada en la
lotería futbolera, que depositó 800 libras esterlinas -unos 1.300 dólares-en el
bolsillo de John. Con esa plata, los Brown se arriesgaron a la costosa
aventura, y rápidamente llegó el segundo milagro: en menos de seis horas,
gracias al novedoso procedimiento, fueron fecundadas las células que dos
días después fueron implantadas en la matriz de Lesley. El 25 de julio de
1978, nueve días antes de lo previsto por los investigadores, Lesley dio a luz
a Louise Joy Brown. El éxito del proyecto, al que se bautizó “bebé de
probeta”, permitió a miles de padres alcanzar su más apreciada meta. Todo
gracias a una apuesta futbolera.

Cancha rayada.

Según el Diccionario Enciclopédico del Fútbol del diario deportivo Olé, se


denomina “estadio” a un “edificio grandioso que enmarca el campo de juego,
preparado para congregar al público, que en algunos casos supera los cien mil
espectadores. Obra de ingeniería civil dotada de ámbitos contiguos, como las
tribunas, con comodidad y seguridad en sus distintos sectores,
estacionamientos, vestuarios, y otras dependencias, con apropiados accesos y
compatibilidad con su entorno arquitectónico”. Podría decirse que, además de
recuadro para fabulosos sucesos deportivos, un “contenedor” de hazañas e
incidentes, algunas veces los coliseos y sus pistas se convierten en
protagonistas por derecho propio.

Cada estadio encierra historias propias: en otro capítulo se mencionó que


las tribunas de madera de Ferrocarril Oeste alguna vez estuvieron en la
cancha de Boca. El “Monumental” de River Plate, que primero lució una
forma de “herradura”, pudo cerrarse gracias a la venta millonaria de Enrique
Omar Sívori a la Juventus de Italia. La “Bombonera” se inauguró tres veces:
la primera en julio de 1924, con la presencia del ex presidente radical
Marcelo Torcuato de Alvear; la segunda en mayo de 1940, cuando las
tribunas de madera dejaron su lugar a las de cemento; la tercera en mayo de
1996, con la llegada de los palcos “VIP”, desde los que se pudo apreciar, ese
mismo día, la peor derrota de Boca como local en su historia, al ser goleado
por un implacable Gimnasia y Esgrima La Plata seis tantos a cero, por la
octava fecha del campeonato Clausura. Una curiosidad de Boca: en varias
oportunidades actuó como local en la cancha de River, su más odiado rival.
Inclusive, llegó a “recibir” al conjunto millonario en su propia casa el 26 de
junio de 1984, por el campeonato Metropolitano. Ferrocarril Oeste también
fue visitante en su estadio ante Argentinos Juniors.

Un ejemplo de confraternidad, a pesar de su antagonismo, lo ofrecen los


clubes romanos Lazio y Roma y los milaneses Inter y Milan, quienes
comparten sendos coliseos comunales, el “Olímpico” y el “San Siro”,
respectivamente. En Montevideo, el Centenario (que generalmente es
utilizado como “hogar” por los dos grandes del Uruguay, Peñarol y Nacional)
se terminó de construir pocos minutos antes del comienzo del primer partido
del Mundial de 1930, demorado por el otoño más lluvioso del siglo. Mientras
se edificaba, en Buenos Aires se estrenó una obra de teatro de revistas (“¿Qué
hacemos con el estadio?”) que se burlaba de su gigantesco tamaño en
proporción con la escasa población uruguaya. Los “orientales” respondieron
“Haremos lo de siempre, ganarle a los argentinos”, y cumplieron días
después, en la final del campeonato, cuando se impusieron por cuatro a dos.

Wembley y sus torres gemelas -sólo habilitados para finales de copas o


encuentros internacionales-fue cerrado a fines del 2000 para su demolición
para edificar allí otro estadio más moderno y con mayor capacidad. Pero
antes se lo desarmó y muchas de sus piezas salieron a remate. Un fanático
compró por 28 mil dólares un trozo de su alfombra de césped de veinte por
sesenta centímetros, que revestía el lugar donde picó el pelotazo de Geoff
Hurst que rebotó en el travesaño y fue concedido como gol en la final de
Inglaterra ‘66 por el árbitro suizo Gottfried Dienst. Otra curiosidad: al cerrase
Wembley, la federación determinó que las finales de la copa inglesa se
jugaran en el Millennium Stadium…. de Gales.

Los estadios utilizados para la Copa del Mundo Estados Unidos 1994 eran
en su mayoría escenarios de fútbol americano adecuados para el “soccer”.

En la ciudad francesa de Lens, el estadio municipal Félix Bollaert (donde


juega el Racing local, campeón de la liga gala en 1998) tiene capacidad para
41.275 espectadores. Sin embargo, la población total de esa urbe es de 35 mil
personas. Todos los encuentros se disputan con las graderías completas,
porque la mayor parte del público procede del conurbano de Lens, en el que
viven unas 400 mil personas, de las cuales más del 40 por ciento son jóvenes
menores de 25 años, fanáticos del conjunto de camiseta a bastones rojo y
amarillo.

El 9 de octubre de 1996, Escocia se presentó en Tallin, capital de Estonia,


para enfrentar a la selección local por el grupo IV de la clasificación europea
para Francia ‘98. En un principio, el match estaba pautado para la noche, pero
los delegados del combinado británico revisaron el estadio nacional y
descubrieron que la iluminación era deficiente, de modo que solicitaron que
el inicio se adelantase cuatro horas. La FIFA hizo lugar al reclamo escocés,
pero esa tarde sólo se presentaron los visitantes, el árbitro yugoslavo
Miroslav Radovan y unos 700 fanáticos llegados desde las islas del norte del
continente: los locales no llegaron a la cita. Pero la FIFA, en lugar de
determinar el triunfo de los visitantes por tres a cero, como indica la
reglamentación, reprogramó el choque para el 11 de febrero de 1997, en
Mónaco, donde ambas escuadras igualaron sin tantos.

En la ciudad fueguina de Ushuaia, la más austral del planeta, se encuentra


la también más austral de las canchas de fútbol. El campo de juego, montado
dentro del terreno que ocupa el polideportivo municipal Augusto Lasserre, es
el único de la localidad que presenta medidas reglamentarias. Su piso es de
tierra (el césped es muy difícil de mantener a raíz de las bajas temperaturas
que reinan en la zona la mayor parte del año) y posee alambrado olímpico
aunque carece de graderías. Allí se lleva a cabo el campeonato de Ushuaia,
que se extiende entre los meses de setiembre y diciembre.

El estadio más alto del mundo está en el Cerro de Pasco, Perú, a 4.380
metros sobre el nivel del mar. Ese es el escenario del Unión Minas, una
modesta institución que hace pesar más que ninguna su condición de local -
merced a la presión y la escasez de oxígeno-para obtener importantes puntos
que la mantienen en primera división. En junio de 2000, el delantero
argentino del Universitario de Lima, Alberto Carranza, marcó un golazo
después de una corrida de cincuenta metros, que significó el triunfo y el
campeonato para su equipo. Pero Carranza no pudo celebrar su conquista
porque, después de semejante esfuerzo, sólo le quedó aire para desmayarse.

Por alguna razón desconocida (probablemente por ese irrefrenable frenesí


argentino por buscar “récords mundiales” locales) el clásico entre
Independiente y Racing se promociona como el de los equipos que poseen los
estadios “más pegaditos”, uno de otro, del planeta. Pero esto no es así, porque
las canchas del Dundee Football Club y el Dundee United, ambos de la liga
“premier” escocesa (la máxima categoría de ese país), están separadas apenas
por una calle, Tannadice, mientras que entre los dos colosos del partido
bonaerense de Avellaneda hay unos 150 metros. Aunque ocupan aceras
paralelas, los dos estadios no fueron construidos exactamente a la misma
altura: la esquina sur del Dens Park, la casa del DFC, linda con el sector norte
del Tannadice Park, el hogar del United. Estos dos clubes de la ciudad de
Dundee -situada en la costa oriental de Escocia-protagonizan un derby en el
que el antagonismo trasciende lo meramente futbolístico y se mete en
aspectos sociales y políticos. Los seguidores del Dundee Football Club (de
camiseta azul con mangas blancas y vivos rojos) pertenecen a la colectividad
protestante, mientras que los hinchas del United (prenda rayada en naranja y
negro) son católicos con raíces celtas. Este es un aspecto característico del
fútbol de esta nación integrante del Reino Unido. En Glasgow, el Rangers es
el club de los protestantes, mientras que los católicos se identifican con el
Celtic; en Edinburgh la historia se repite con el Heart y el Hibernian,
respectivamente.

Más de Escocia y sus canchas: a pesar de haberse ganado el derecho de


ascender a la ampliada Premier League, que en la temporada 2000/2001
sumó doce en lugar de diez plazas, el Falkirk debió quedarse en la segunda
categoría porque la Scottish Football Association determinó que su pequeño
estadio no estaba en condiciones para recibir a equipos “grandes”, como el
Rangers, Celtic o Hearts. Esta determinación favoreció directamente al
Aberdeen, que a pesar de quedar último en la tabla de la temporada anterior,
permaneció en la máxima categoría a costas del pobre Falkirk.

El primero de abril de 1998, segundos antes del inicio de la semifinal de la


Copa de Campeones entre el Real Madrid español y el Borussia Dortmund de
Alemania, uno de los arcos se rompió por la presión que ejercieron los
hinchas sobre el alambrado olímpico, al que estaba enganchado la red. La
inesperada situación sorprendió a los dueños de casa, que debieron salir
corriendo a buscar uno de repuesto. El encuentro comenzó con 75 minutos de
atraso, y una investigación realizada por la UEFA determinó que el club
“merengue” había vendido 85 mil localidades, trece mil más de las permitidas
para ese torneo. Como consecuencia de todas estas irregularidades, la UEFA
sancionó al Real Madrid con la clausura del Santiago Bernabeu por dos
partidos y una multa de 195.000 dólares por el caos organizativo. Además,
retuvo los 635.000 dólares de los premios que le correspondían al club
español por sus actuaciones en el certamen europeo. Dos días después, la
presidencia del Madrid ordenó la compra de cuatro arcos de repuesto,
casualmente a una firma alemana, que le cobró dos mil dólares por cada uno.

El que no llegó siquiera a jugarse fue el duelo que por la segunda división
escocesa tenían programado el Clydebank y el Dumferline, porque el estadio
del club local no tenía porterías. Los arcos habían sido destruidos la semana
previa por vándalos, y la federación debió cancelar el partido, ya que los
nuevos postes no llegaron a tiempo. A lo largo de la temporada 99/00, el
Clydebank, de la ciudad de Glasgow, sufrió numerosos inconvenientes a raíz
de un duro enfrentamiento entre sus hinchas y la comisión directiva, que
derivó en un boicot a los encuentros disputados como local. El 31 de julio,
cuando el Clydebank recibió al East Stirling -de la cuarta división-por la
Copa nacional, sólo concurrieron al estadio 29 personas, la menor audiencia
en la historia del fútbol profesional británico. Encima, el débil East Stirling
ganó por dos a uno.

Tanta falta de vallas en coliseos europeos debe haber entusiasmado a un


joven de 25 años del partido bonaerense de Berisso, quien fue arrestado por
robar un arco del Club Infanto Juvenil Independiente de esa localidad. Una
patrulla de la policía de la provincia de Buenos Aires sorprendió al ladrón
cuando trataba de escapar con su botín en un carro tirado por un caballo.
En Uruguay, un arquero que aguardaba la ejecución de un tiro de esquina
debió ser hospitalizado luego de que el travesaño se desplomara sobre su
cabeza. El desdichado Ramón Alfredo Pereyra Barrospe, quien participaba de
un encuentro regional en la localidad de Florida, a unos 120 kilómetros de
Montevideo, sufrió traumatismo de cráneo, contusiones en el rostro, fractura
de molar y pérdida del conocimiento luego de que el poste se desprendiera y
cayera sobre su humanidad.

Una de cal… El encuentro que por la primera fecha del campeonato


metropolitano de 1979 protagonizaron Gimnasia y Esgrima La Plata y
Platense comenzó veintiún minutos más tarde del horario fijado porque la
cancha no presentaba las correspondientes líneas debidamente marcadas.
Veinte años más tarde, el 25 de abril de 1999, Talleres y Rosario Central
también sufrieron una demora, aunque en este caso de quince minutos,
porque las rayas habían sido borradas por la fuerte lluvia caída esa
madrugada.

El fútbol, un medio para la paz: al término de la guerra fronteriza que Perú


y Ecuador protagonizaron entre enero y febrero de 1995, un grupo de
habitantes de la región selvática donde se produjeron los enfrentamientos,
San Juan de Marona, montaron una cancha para contribuir con la conciliación
entre ambos países. El campo de juego fue diseñado con su línea central a la
altura de la frontera, y un arco del lado peruano y el otro en tierra
ecuatoriana.

En 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades


comunales de la ciudad de Londres dispusieron volcar en los pantanos de
Hackney Marshes, al este de la capital británica, todos los escombros de
edificios producidos por el bombardeo de la fuerza aérea alemana. El
inmenso terreno, de 150 hectáreas, fue cubierto con tierra y pocos años
después, asentado el suelo, se delineó un centenar de canchas de fútbol de
tamaño “profesional”. En la actualidad quedan 88 terrenos de juego, que
convirtieron a Hackney Marshes es el paraíso de los jugadores amateurs. Allí
se disputan diferentes ligas, como la femenina y la de inmigrantes asiáticos,
entre otras.
Dos equipos, dos estadios y ningún partido. El 17 de febrero de 1999, los
equipos cariocas Vasco da Gama y Fluminense debían enfrentarse por el
torneo Rio de Janeiro-Sao Paulo. Pero por un mal entendido con los
organizadores, el primero se presentó en su estadio de Sao Januario, y el
“Flu” salió a la cancha de un Maracaná absolutamente vacío. La
desorganización alcanzó también a los cuatro árbitros (el referí principal, los
dos líneas y el asistente): dos fueron al estadio del Vasco y dos al Maracaná.
Si bien el resultado no tenía mayor trascendencia -el local ya había
clasificado para la siguiente ronda y el Fluminense estaba eliminado-, ambos
capitanes reclamaron el triunfo para su escuadra ante la recíproca ausencia de
rivales. A la falta de planificación que caracteriza al fútbol brasileño para
cumplir con los calendarios oficiales de los campeonatos locales, debe
agregarse la falta de comunicación entre los organizadores del certamen y los
distintos clubes participantes: El partido se había programado en principio en
el estadio Maracaná, pero, a última hora, fue trasladado al Sao Januario con el
argumento de que su menor capacidad reduciría los costos de funcionamiento
del escenario.

Para enfrentar a Brasil en mayo de 2000, el entrenador del seleccionado


galés Mark Hughes, ex estrella del Manchester United inglés, no sólo se
concentró en elegir a sus jugadores y prepararlos física y tácticamente para el
importante cotejo. Hombre de gran experiencia, puntilloso a la hora de
analizar las circunstancias que rodeaban al “amistoso”, Hughes recordó que
nueve años antes Gales había derrotado a los sudamericanos por uno a cero, y
que la hazaña había llegado con la ayuda de un campo de juego más angosto
y con el césped más alto del que normalmente se utiliza en las islas
británicas. El técnico solicitó al “canchero” del Cardiff Arms Park que
estrechara cinco metros el ancho del terreno, y que en los últimos días no
cortara el pasto, para dificultar las maniobras de los brasileños. De nada
sirvió tanto preparativo. Los tetracampeones, justamente “criados” sobre los
crecidos pastizales de sus estadios, ganaron por tres a cero sin mucho
esfuerzo.

Unisex.
En la década del ‘90 cayó, definitivamente, un mito: el fútbol ya no es cosa
de hombres. Podría decirse que hasta entonces la gran mayoría de las mujeres
se sumergía en un claro papel secundario (o más lejano aún) para acompañar
encuentros televisados, prácticamente en silencio, a la sombra de sus parejas.
Nada de preguntas (“¿Bicho, qué es el ‘orsai’?”) y mucho menos respuestas
(“¡¡¡Shhh!!!”).

De vez en cuando se produce algún cortocircuito, como el que protagonizó


una mujer de la ciudad israelí de Tel Aviv, que estuvo a punto de estrangular
a su esposo mientras miraba el choque entre España y Bulgaria durante el
Mundial de Francia ‘98. La señora, de 52 años, reaccionó violentamente harta
de ver a su marido horas y horas frente al televisor comiendo semillas de
girasol y escupiendo las cascarillas por todo el living, y comenzó a golpearlo
y ahorcarlo hasta que llegó la policía, alertada por los vecinos. Después de
lograr arrancar las agudas uñas de la mujer de la garganta de su víctima, la
mujer fue llevada por los agentes hasta un juzgado, donde un magistrado
ordenó que se le hiciera una pericia psiquiátrica. El juez no sugirió ningún
estudio para el marido, que según la mujer “se pasa todo el día pegado al
sofá, sin hacer nada, mirando los partidos”.

A pesar de esta “excepción”, durante los últimos lustros del Siglo XX la


pasión por este deporte se volvió tanto masculina como femenina, más allá de
la hora del “codificado” o de “Fútbol de Primera”, ir a la cancha o vestir los
colores del club favorito. Una encuesta realizada en Inglaterra determinó que
las mujeres de ese país comprenden con más facilidad que los hombres la
regla de la posición adelantada. El informe señaló además que entre miles de
fanáticos del fútbol, sólo el 53 por ciento de los hombres respondió
correctamente, en tanto que el 68 por ciento de las mujeres sabía
perfectamente de qué se trataba el “off side”.

Además, las damas no sólo encontraron su espacio en la práctica del juego,


sino que también llegaron a apoderarse de puestos que antiguamente sólo se
imaginaban disponibles para los varones. En mayo de 1995, María Clara
Mantilaro, una chica de 14 años, fue fichada para jugar oficialmente en el
equipo de varones de la sexta división del club Pacífico de la provincia de
Neuquén. La incorporación no encontró rechazo entre los dirigentes de otros
equipos, porque en ningún punto del reglamento local se especifica que una
dama tenga prohibido integrar equipos de fútbol.

En Holanda, un tribunal de la ciudad de Utrech permitió a la joven Nicole


Delies, de 15 años, participar de la liga mayor juvenil junto a los chicos. Los
jueces actuaron luego de que la Federación Real Holandesa de Fútbol
(KNVB) se opusiera a aceptar la participación de equipos mixtos en sus
campeonatos. La KNVB argumentó que no era posible dejar jugar a futuros
profesionales del Ajax o Feyenoord contra señoritas, pero la justicia entendió
que no se pudo explicar en forma satisfactoria la diferencia existente entre la
liga regional, en la que participan equipos mixtos, y la liga nacional.¬

Gertrud Gebhard, una empleada administrativa de 32 años, fue la primera


mujer que integró la terna de árbitros en un partido de primera división de
Alemania. Gebhard se desempeñó como juez de línea en el match que el 13
de octubre de 1995 disputaron el Shalke 04 y el Kaiserlautern.

En la Argentina, la primera en dar estos pasos fue la tucumana Florencia


Romano, quien no obstante no pudo concretar su sueño de intervenir en
partidos de primera división. No en pocas oportunidades Romano acusó a las
máximas autoridades de la Asociación del Fútbol Argentino de discriminarla
e interrumpir su carrera.

Algo más lejos llegó la árbitra inglesa Janet Freweings, aunque no en el


campo deportivo. La “mujer de negro” fue demandada por afectar la
reputación del fútbol al ducharse junto a los jugadores después de los
partidos.¬ La esposas y novias de los jugadores se quejaron de que
Freweings, de 41 años, se desnudaba y tomaba su ducha tranquilamente junto
a los muchachos. Pero los dirigentes de la federación salieron al rescate de la
aparentemente no tan recatada señora: “Ocurre que en los estadios de los
clubes pequeños no hay duchas para mujeres y hombres”. Empero,
recomendaron que, hasta que no surjan otras soluciones, Freweings y las
otras referís pasaran por la regadera cuando ya se hayan marchado los
deportistas.
Una jueza de Costa Rica debió postergar su ilusión de participar del
Mundial femenino disputado en los Estados Unidos, al quedar embarazada
pocos días antes del comienzo de la competencia. Ave María Alpizar, de 32
años, se quejó de su exclusión y dijo que no tendría problemas, ya que
durante su primera maternidad jugó al voleibol hasta ya avanzados los tres
meses de gestación. Sin embargo, el delegado de la FIFA Edgardo Codezal -
el mexicano que dirigió la final del Mundial ‘90 entre Argentina y Alemania-
le informó que quedó excluida para evitar riesgos para su embarazo.¬

En el campo dirigencial, asimismo, las mujeres también obtuvieron puestos


de relevancia. En 1994, Luz María Peralta asumió como presidenta del Delfín
Sporting Club de la ciudad de Manta. Lejos de achicarse, Peralta tomó la
institución con rienda firme, y no le tembló el pulso cuando debió ingresar a
los vestuarios, aún con los jugadores desnudos o en ropa interior, ni a la hora
de denunciar a sus propios futbolistas, con nombre y apellido, cuando “eran
comprados por unos cuantos sucres por ex directivos, para que no rindieran
en los partidos”.

Otra institución conducida por una “pollera” es el Rayo Vallecano español:


María Teresa Rivero Sánchez-Romate asumió el 12 de enero de 1994, como
sucesora de su marido, José María Ruiz Mateos, el accionista mayoritario de
la sociedad anónima deportiva propietaria de la institución madrileña. De la
mano de doña María Teresa, el Rayo -de camiseta idéntica a la de River-se
afianzó en la primera división en la temporada ‘98/’99 y llegó a colocarse en
la punta varias fechas del campeonato siguiente. Madre de trece hijos, no
podía decirse que a la mujer le faltaba experiencia en manejo de grupo.

En Italia, el club Viterbese, de la tercera división profesional, se convirtió


en 1999 en el primero en contratar una entrenadora. La “DT” Carolina
Morace -una veneciana de 35 años, ex goleadora de la selección “azzurra”-
estuvo secundada además por una técnica alterna, Betty Bagnoli, y una
preparadora física, Marisa Masullo, una ex atleta dueña de la plusmarca
nacional de los 100 y 200 metros llanos.¬ Sin embargo, por fuertes
discrepancias con el presidente de la institución, Luciano Gaucci, Morace
dejó el puesto a pocos días de asumir. Casi un año después llegó su revancha,
cuando asumió como la primera entrenadora del equipo nacional italiano.
La compra y venta de jugadores tampoco podía quedar al margen de la
mano femenina. A mediados de 1999, la esposa del delantero brasileño Tulio,
Alessandra Dominchelli, adquirió los derechos sobre el pase de su marido al
Banco Bilbao Vizcaya, para traspasarlo del Cruzeiro de Belo Horizonte al
Botafogo.

La casualidad quiso que el defensor del Botafogo Luis Paulo sea también
pagado por su novia, Marina Vaz de Carvalho. La chica, que utilizó 75 mil
dólares de la herencia que le había dejado su padre, no pretendía negociar el
contrato del zaguero con otro equipo, sino que quiso demostrar cuánto lo
amaba. La historia tuvo final feliz: la pareja se casó tras dos años de
noviazgo.

En Uruguay, una chica juntó dos mil firmas, incluidas las de dos diputados
nacionales, para que su novio, un delantero aficionado del interior del país,
fuera convocado a la selección celeste. La extraña empresa de Jennie,
acontecida en abril de 1997, consiguió un profuso apoyo para su amado,
Mauricio Alejandro Martínez, la gran figura del seleccionado de Soriano,
departamento situado a 280 kilómetros al noroeste de Montevideo.

La pasión por el fútbol también dio por tierra hasta con las costumbres más
ancestrales, como en Irán, donde miles de mujeres ignoraron la prohibición
oficial de concurrir a los estadios, e incluso forcejearon con policías, para
participar de los festejos de la clasificación para el Mundial de Francia en el
coliseo nacional Azadi de Teherán. Algunos meses después, a pesar de las
protestas de los islámicos conservadores, las iraníes fueron autorizadas a
competir y jugar en pantalón corto, sin velos ni las vestimentas tradicionales,
pero también sin público masculino.

Otro cambio de hábitos, aunque occidental, tuvo lugar en Escocia: el club


Third Lanark, fundado en 1872 y que en las ligas de principios de siglo
disputó la hegemonía de los colosos de Glasgow, el Rangers y el Celtic,
desapareció en 1967 por culpa de los irresponsables manejos de sus
dirigentes. Casi treinta años después, el Third Lanark resurgió de sus cenizas,
pero como un equipo de la liga femenina. Su nombre fue reflotado por un
grupo de empresarios, que contó con el apoyo del club de fans oficial, que
seguía en pie después de tres décadas de oscuridad.

¿Sexo débil? En setiembre de 1969, la escuadra femenina de la Roma de


Italia visitó al Piacenza. Las romanas, líderes del certamen, se imponían
cómodamente por uno a cero, pero a un par de minutos del final, el conjunto
local alcanzó la definitiva paridad. Muy enojadas por el triunfo que se les
había escapado, en el vestuario las chicas se enteraron por la radio de que el
Genoa, con el que compartían la punta de la tabla, había ganado, lo que las
relegaba a la segunda posición. Las muchachas, desbordadas por una furia
incontenible, destruyeron bancos, vidrios, casilleros y duchas. El camarín
quedó peor que si hubieran pasado por allí Atila y sus hunos.

Como en el caso de Morace, las relaciones entre hombres y mujeres suelen


producir ciertos roces. La Asociación de Futbolistas Profesionales (PFA) de
Inglaterra, para el caso, fue condenada a pagar a la abogada-representante de
jugadores Rachel Anderson una indemnización de 12.000 dólares al ser
encontrada culpable de discriminación sexual. Anderson inició acciones
legales contra la PFA cuando, por su sola condición de mujer, no se le
permitió participar de una cena de fin de año, a la que había sido invitada por
el ex capitán del West Ham United Julian Dicks.

La coordinadora del Departamento de Fútbol Femenino de la Asociación


Uruguaya de Fútbol (AUF), Matilde Reisch, se quejó en 1997 ante el Colegio
de Árbitros porque las jugadoras denunciaron que algunos referís amonestan
a las chicas que se niegan a dar sus números de teléfono, cobran penales
“inexistentes” a favor de las delanteras más bonitas o no sancionan a las
defensoras que cometen faltas “por sus hermosas piernas”.

Las mezclas de sexos deparan asimismo tórridos romances, como el de


Nicole Edelenbos y Maarten Oldenhof. Ambos sobrellevaron una ardiente
relación a pesar de que uno era dirigente del Feyenoord de Rotterdam (ella) y
el otro del Ajax de Amsterdam (él), eternos rivales de la liga holandesa. Los
enamorados se casaron y tuvieron un hijo, pero el final de la historia fue más
bien agridulce: Nicole, quien trabajaba como abogada, fue despedida del
Feyenoord porque su enlace con el directivo del Ajax “daña el buen nombre”
de la institución de Rotterdam. La mujer inició acciones legales contra su
club, a pesar de que se le ofreció una indemnización de cien mil dólares.

En el plano deportivo, la polémica por las relaciones sexuales mantenidas


pocas horas antes de los partidos sigue desvelando a entrenadores,
preparadores físicos y médicos. Un estudio desarrollado por científicos de la
Universidad italiana de L’Aquila reveló que el rendimiento de los futbolistas
que practican sexo la noche previa a un partido no sólo no decae, sino que
podría mejorar. Según los investigadores, la actividad sexual produce un
aumento de la hormona masculina testosterona y hace que al día siguiente el
jugador sea más agresivo. Eso sí: recomendaron “protección” frente a un
virus artrítico de transmisión sexual, conocido como “Sara”, que sería una de
las causas de las lesiones en las rodillas.

Por el contrario, la mayoría de los directores técnicos prefieren que sus


hombres se abstengan de mantener relaciones al menos la noche anterior a los
encuentros. Brasil llegó a Francia ‘98 con un invicto de casi un año. La serie
se había iniciado luego de una derrota en Oslo ante la selección noruega. El
entrenador Mario Zagallo responsabilizó por la caída, por cuatro a dos, al
cansancio producido por diecisiete horas de avión y “al exceso de sexo… por
televisión”. Zagallo -ex delantero del Brasil campeón en Suecia ‘58 y Chile
‘62, y conductor táctico del glorioso conjunto que se impuso en México ‘70-
confesó que antes del encuentro sus muchachos pasaron la noche “con los
ojos abiertos, viendo filmes de sexo explícito en los televisores de los cuartos
del hotel. Por alguna razón, la disposición física de los jugadores fue menor
de lo esperado”. Para la concentración de Lesigny, los precavidos dirigentes
brasileños solicitaron a la gerencia del hotel un paquete de películas
“inocentes”, como “Rey León”, “Máxima velocidad” o “Terminator I y II”.
El conjunto “verdeamarello” llegó a la final, en la que cayó ante la selección
dueña de casa. Tal vez su suerte podría haber cambiado si hubieran incluido
el clásico “Los tres mosqueteros”.

En noviembre de 1999, el equipo nacional israelí contó con la oportunidad


de clasificar para la Eurocopa que el año siguiente se disputó en Holanda y
Bélgica. La noche anterior al match culminante contra Dinamarca, cuatro de
los titulares se “concentraron” con prostitutas hasta la salida del sol. Los
normandos aplastaron a los israelíes por cinco a cero, y la federación,
enterada de los irregulares sucesos, decidió destituir a los cuatro “fiesteros” y
al entrenador Schlomo Scherf. Sin embargo, a las pocas semanas se decidió
dejar sin efecto las sanciones porque los protagonistas publicaron una carta
de disculpas en un diario local, prometieron no repetir el incidente y donaron
unos 19 mil dólares a una organización de beneficencia infantil.

Una singular anécdota interpretaron en octubre de 1970 el jugador


mexicano Enrique Borja y la actriz Sagrario Baena: durante la celebración de
la boda de la pareja, en una iglesia de la capital azteca, Borja sufrió un
desmayo que lo obligó a culminar la ceremonia sentado en una silla. A la
mañana siguiente, decenas de periodistas se acercaron al lujoso hotel donde
los recién casados pasaron su primera noche, para interesarse por la salud del
deportista. Tanta gente se había congregado en las inmediaciones del edificio,
que la misma Baena bajó de su suite y ofició de vocera: “No teman ustedes -
se dirigió a los representantes de la prensa-. Yo les aseguro que Enrique está
más fuerte que nunca”.

Para el Mundial de Clubes desarrollado en Río de Janeiro en enero de


2000, el defensor español Michel Salgado, del Real Madrid, tuvo el privilegio
de ser el único jugador de su equipo en viajar acompañado de su novia.
Salgado no tenía coronita, sino que su enamorada, Malula, era la hija mayor
de Lorenzo Sanz, el presidente del equipo merengue.

Poco antes del comienzo del Mundial de Francia, el lateral derecho de


Bélgica Eric Deflandre dijo a un periodista que en su valija llevaba sus
botines y “una muñeca inflable porque un mes sin una mujer será difícil”. La
noticia ganó rápidamente espacio en los periódicos belgas, por lo que el
defensor del Brujas debió aclarar que había hablado en broma. Los “diablos
rojos” fueron eliminados en la primera rueda, y Deflandre volvió a casa
mucho antes de lo previsto. No se sabe si finalmente se valió de los servicios
de la chica de hule, ni las explicaciones que dio a su novia, que lo esperó
“inflada” de bronca por el escándalo que produjeron sus confesiones.

El control de un grupo de futbolistas concentrados durante varios días se


torna bastante complicado. Pero mucho más si para desarrollar la
pretemporada se lleva a los “hambrientos” muchachos a una playa donde las
mujeres practican el “topless”, como sucedió con el equipo rumano Farul.
Los dirigentes del club de la ciudad de Constanza advirtieron rápidamente
que frente a tan sensual panorama resultaba imposible trabajar, por lo que al
otro día se mudaron a las arenas de Focsani, donde sólo se veían rudos
marineros de renegridos bigotes.

En Brasil, el club de la segunda división Vila Nova mejoró notablemente


su performance desde que una radio local comenzó a premiar a la figura de
cada partido con una noche sin cargo en el hotel alojamiento más lujoso de la
ciudad de Goiana.

Sexo y fútbol… ¿Y si se tratara de sexo o fútbol? Mejor no apostar. Una


encuesta determinó que los ingleses prefieren el Mundial antes de hacer el
amor. Más fuerte aún: el 95 por ciento de los hombres de entre 20 y 34 años
respondió que prefiere pasar noventa minutos frente al televisor antes que
acostarse con la mujer de sus sueños. El relevamiento no se efectuó aún en
otros países, pero los fanáticos de la redonda creen que los guarismos no
variarían en otras naciones como la Argentina, Brasil o Italia. Dicen que no
en vano al fútbol se lo llama “pasión de multitudes”.

Cortina de humo.

Desde 1986, la FIFA prohibe la publicidad de cigarrillos en estadios en los


que se desarrollen las competencias que proyecta, y auspicia campañas
antitabaco, como las de la Organización Mundial de la Salud, por un “fútbol
sin humo”. “El fútbol es el deporte más seguido del planeta. Gracias a ello la
imagen de un estilo de vida más sano girar por el mundo”, señaló Rudy
Gittens, miembro de la comisión médica de la FIFA, al participar de una
conferencia mundial sobre tabaco y salud realizada en la ciudad
estadounidense de Chicago. Es cierto: las compañías tabacaleras prefieren
invertir en otros deportes para promocionar sus marcas.

Lo curioso es que el cigarrillo siempre está presente en los estadios, en


boca de los espectadores, técnicos y hasta jugadores que siguen las acciones
desde el bando de los suplentes. En cambio, sí se prohibe el consumo de otros
productos que se publicitan, muchísimo, junto a la pelota. La cerveza, por
ejemplo: varias marcas decoran las camisetas de los jugadores, los carteles
colocados junto a la línea de cal, las torres de iluminación, y especialmente
las tandas comerciales antes, durante y después de los partidos o programas
futboleros. Pero dentro del coliseo, ni una gota. Sólo se autoriza beberla a los
jugadores sorteados para el control antidóping, que para cumplir con el
trámite pueden valerse de los efectos diuréticos de la bebida de cebada
fermentada.

No obstante su participación en campañas contra el humo, poco antes del


inicio del Mundial Francia ‘98, la FIFA sostuvo que no tenía potestad para
impedir que los miembros del cuerpo técnico de un equipo fumen durante el
transcurso de un partido. “No se puede atentar contra libertad del individuo”,
indicó el vocero de la entidad, Keith Cooper, frente al reclamo de una
organización no gubernamental que había solicitado que se prohiba el
consumo de tabaco a los entrenadores y sus colaboradores durante los
encuentros. “Lo único que podemos hacer, y que ya hemos hecho, ha sido
rogarles que no lo hagan, o al menos que escondan el cigarrillo cuando
advierten la presencia de una cámara de televisión. Pero un estadio de fútbol
no es una zona para no fumadores y cada persona tiene derecho a hacer lo
que considera oportuno con sus hábitos”, dijo Cooper, quien agregó que “es
difícil que un fumador deje un vicio, pero lo es aun más para un entrenador
en un momento de tanta tensión como es un partido de fútbol”.

Paradójicamente, una semana antes del puntapié inicial del campeonato, el


técnico noruego Egil Olsen fue distinguido en Oslo como el “no fumador”
del año, en reconocimiento por su especial empeño en la lucha contra todo
tipo de consumo de nicotina. Empero, entrenadores como César Luis Menotti
o Daniel Passarella bien puede darle la razón al portavoz de la FIFA.

En cambio, el fantástico Johan Cruyff debió rever su hábito: tal era su


adicción al tabaco que durante su época como jugador no podía esperar a
llegar al vestuario para despuntar el vicio, y pedía a un asistente que lo
esperara al termino de cada período del partido -o en una pausa durante el
entrenamiento-con un cigarrillo encendido. El hecho de fumar en forma
desmedida -alrededor de tres atados diarios-no incidió en su rendimiento
deportivo: protagonizó una brillante carrera que se extendió por los
prestigiosos clubes Ajax, Barcelona y Feyenoord, entre otros, y la selección
holandesa. Dentro del terreno de juego corría sin parar los noventa minutos.
Pero ya ex futbolista Cruyff fue sometido a una serie de intervenciones
quirúrgicas a raíz del daño causado por la implacable y venenosa nicotina en
sus arterias. A los 43 años, tras sufrir un infarto que casi acaba con su vida,
los médicos que lo asistieron fueron terminantes: “O deja de fumar o muere,
usted elige”. Desde entonces cambió los rubios con filtro por chupetines de
fruta.

Otro fanático del cigarrillo, el presidente y entrenador del Spartak de


Moscú, Oleg Romantsev, consumió dos atados durante el choque que su
escuadra protagonizó con el Real Madrid en octubre de 1998 por la
Champions League. Tal vez Romantsev pueda utilizar como excusas a las
apasionantes alternativas del match disputado en Rusia, en el cual el equipo
local remontó un 0-1, con tantos de Ilia Tsimbalar y Egor Titov, para
imponerse ante los futuros campeones del torneo.

Los jugadores también fuman, no es ninguna novedad. Y lo que es cada


vez menos raro: muchos lo hacen mientras siguen las alternativas del
encuentro desde el banco de suplentes. Así fue descubierto por un
“paparazzo” el internacional italiano Andrea Carnevale durante el Mundial
‘90.

O, también, el impredecible René Houseman. El 22 de mayo de 1974, el


seleccionado argentino jugó con Inglaterra en el tradicional estadio de
Wembley un partido preparatorio para el Mundial que ese año se desarrollaría
en Alemania. Ésta era la primera presentación del combinado albiceleste en el
célebre coliseo londinense después del Mundial de 1966, cuando la Argentina
fue eliminada por los dueños de casa en un polémico match.¬ Cerca de los
diez minutos de la segunda etapa, con el marcador favorable por dos a cero
para los locales, el técnico Vladislao Cap, quien seguía con atención las
alternativas del encuentro, llamó a Houseman, uno de los suplentes, para que
iniciara los ejercicios de calentamiento precompetitivos. Al no observar
ningún movimiento en la banca argentina, Cap, desesperado, comenzó a
buscar al delantero por todas partes sin lograr localizarlo. A los pocos
minutos, el inefable René apareció: se había escapado hasta el vestuario para
fumar un cigarrillo.¬ A pesar de la travesura, Cap incluyó a Houseman en
lugar de Miguel Brindisi a 25 minutos del final. Gracias al aporte del veloz
puntero derecho, la Argentina consiguió igualar el duelo mediante dos tantos
conseguidos por Mario Kempes.

A principios del siglo XX, el entrenador del Millwall inglés, Robert


Hunter, admitió no tener “una regla fija en cuanto al fumar, pero nunca se le
ocurra a ningún jugador hacerlo cuando falta una hora para que empiece el
partido. Naturalmente, sería mucho más prudente abstenerse en todo tiempo
del uso del tabaco”. Estas consideraciones fueron publicadas por la revista
PBT británica el 22 de mayo de 1909.¬

El 18 de diciembre de 1938, Independiente, ya consagrado campeón del


torneo de primera división de esa temporada, cerró ese gran año en su estadio
frente a Lanús. A pesar de que todo estaba “cocinado”, las tribunas habían
sido desbordadas por una multitud reunida con un solo propósito: ver al gran
Arsenio Erico, máximo goleador del fútbol argentino -marcó 293 conquistas
en doce años-y figura excluyente de los “diablos rojos”. Ya en el primer
tiempo, el equipo dueño de casa había conseguido una diferencia favorable
en el marcador gracias a las dos anotaciones conseguidas por el notable
delantero guaraní. Pero a lo largo del complemento, Erico evitó meter la
pelota en el arco granate, y servía goles “hechos” a sus compañeros, a pesar
de encontrarse reiteradas veces en posiciones inmejorables para marcar. A
pesar de la “desventaja”, Independiente destrozó a su ocasional rival por ocho
a cero. ¿A qué se debió tan extraña conducta del paraguayo? A que la firma
tabacalera “43” había instituido un premio de dos mil pesos en efectivo -
suma muy importante por esos tiempos-para el futbolista que lograra 43
tantos, ni uno más ni uno menos, a lo largo de la competencia. Erico, el
goleador del torneo, había llegado al último match con 41 conquistas, de
modo que, una vez alcanzado el objetivo, sólo se dedicó a ceder el balón sin
mirar el arco de enfrente.

Muy molesta se mostró la UEFA con el árbitro Graziano Cesari, encargado


de conducir el choque Bayern Munich-Valencia por la Champions League. A
pesar de que Cesari había cometido gruesos errores durante el transcurso del
juego, la asociación europea manifestó su enfado por los injustificables
retrasos con los que comenzaron tanto el primero como el segundo tiempo.
Cuando los veedores de la UEFA le reclamaron una explicación por tal
impuntualidad, el referí italiano la embarró aún más: “Estaba terminando mi
cigarrillo”. El vicio le costó a Cesari una dura sanción, aunque bien se puede
celebrar su sinceridad, porque no se valió de ninguna cortina de humo para
justificar su conducta.

Cuestión de números

Durante mucho tiempo, uno de los “clásicos del domingo” era ver a los
equipos alineados con numeración corrida, del “1” al “11” para los titulares,
y del “12” al “16” para los suplentes. Esta tradición, que provenía de fines de
la década del ‘40, sólo se rompía con los campeonatos internacionales: cada
cuatro años con los Mundiales, o para la Copa Libertadores. A fines de los
‘90, la FIFA determinó que comenzaran a utilizarse las “listas de buena fe”
para todo torneo, y los números, ahora fijos para todo el año, se presentaron
como un nuevo tema de controversia.

Una de las más fuertes la protagonizaron Gabriel Batistuta y Vicenzo


Montella en la Roma de Italia, antes del inicio de la liga 2000/2001: el
goleador argentino llegaba como la gran vedette desde Fiorentina, y creía que
los casi sesenta millones de dólares invertidos en la operación eran motivo
más que suficiente para reclamar el “9”, “su” número mágico. Pero Montella,
quien llevaba más tiempo en el club romano, no quería resignar ese dígito. La
llegada del “Bati” lo mandaba derechito al banco, y el italiano no estaba
dispuesto a hacer más concesiones. En definitiva, la Roma hizo lugar al
reclamo de Montella. Detrás de esa decisión se escondió un detalle, nada
menor para los dirigentes: evaluaron la eventual cantidad de camisetas que
venderían con el número de Batistuta, y descubrieron que el “18” dejaría
mayores ganancias que el “9”, porque esa prenda, por contar con dos paneles
-el “1” y el “8”- en lugar de uno, costaría más cara a los fanáticos.

Para esa misma época, el talentoso Fernando Redondo arribó al Milan


procedente del Real Madrid. Uno de los deseos que traía en su valija el
mediocampista argentino era vestir la camiseta con el “6”, que había lucido
por casi diez años en el conjunto merengue y el Tenerife. Empero, el volante
debió conformarse con el “16”: los dirigentes milaneses le explicaron de muy
buena manera que esa prenda no estaba disponible porque había sido sacada
de circulación con el retiro de su propietario, Franco Baresi. La gran leyenda
del equipo “rossonero” vistió esa prenda veinte años, en los que jugó 716
partidos, ganó seis “scudetti”, tres Copas de Campeones de Liga y dos
Intercontinentales.

La discusión de “Bati” y Montella tiene como antecedente un gesto del


delantero del Inter de Milán Iván Zamorano con la llegada del brasileño
Rolando, desde el Barcelona: el chileno cedió el “9” que había utilizado la
temporada anterior, consciente de que era el amuleto de su nuevo compañero,
y solicitó la “18”. Pero, pícaro, solicitó a la empresa proveedora de la
indumentaria, Nike, que colocara un pequeño signo “+” entre ambas cifras.
Así, con la ayuda de las matemáticas, siguió con el “9” en la espalda.

¿Tanto vale un número? Cuando llegó al Coventry City inglés, el marroquí


Mustafá Hadji aceptó utilizar la “11” porque la “10” estaba en poder de Gary
Mc Allister, uno de los más antiguos del plantel. Cuando Mc Allister partió al
Liverpool, poco antes del comienzo de la temporada 2000/2001, Hadji gritó
“al fin” y se inscribió en la lista de buena fe con su amada cifra. Nada lo
detuvo, ni siquiera enterarse de que unos 400 de sus fanáticos seguidores
habían adquirido el nuevo modelo de camiseta con “su” viejo número. Quería
el “diez” a toda costa, con tanto fervor, que anunció que compraría nuevas
casacas a todos aquellos que se habían “clavado” con el abandonado “once”.
Una caballeresca atención que redondeaba los 30 mil dólares.

Uno de los números menos solicitados a la hora de confeccionar las


plantillas es el “13”, al que el ingenio popular suele relacionar con la “yeta” o
mala suerte. Sin embargo, es el preferido del arquero Carlos “Chiquito”
Bossio o del uruguayo Sebastián Abreu. También el del alemán Gerd Müller.
El llamado “bombardero de la nación” lo eligió para el Mundial ‘70 como
cábala, para igualar la marca que en Suecia ‘58 había alcanzado el francés
Just Fontaine: trece goles en una Copa. En México le faltó poco: le marcó
tres a Perú, tres a Bulgaria, dos a Italia, uno a Marruecos y otro a Inglaterra.
Cuatro años más tarde, en su propia tierra, consiguió otros cuatro conquistas,
que no sólo le sirvieron para superar a Fontaine, sino para transformarlo en el
máximo artillero de la historia de esta competencia.

En un capítulo anterior se hizo mención al homicidio del defensor


colombiano Andrés Escobar. Como homenaje al zaguero, la camiseta número
“dos” que vistió en los Estados Unidos no volvió a ser utilizada hasta tres
años después del crimen. Recién en junio de 1997, en ocasión de la Copa
América jugada en Bolivia, el entrenador del seleccionado caribeño Hernán
“Bolillo” Gómez determinó que la prenda con esa unidad fuera vestida por
Iván Ramiro Córdoba. Casualmente, en ese momento Córdoba -quien luego
pasó por San Lorenzo de Almagro-ocupaba el mismo puesto que Escobar
tanto en el combinado nacional como en el club Nacional de Medellín.

El 23 de mayo de 1999, nueve días después de cumplirse el primer siglo de


vida del Club Nacional de Fútbol de Montevideo, el delantero Rubén Sosa
salió a la cancha con una camiseta que lucía el número “100” en la espalda.
Esa tarde, nacional derrotó nada menos que a su clásico rival, Peñarol, por
uno a cero, con un tanto del hondureño Milton “Tyson” Núñez.

Otro caso “oriental”: el primero de julio de 1999, Uruguay salió a disputar


el segundo tiempo del encuentro que perdía con Colombia por la Copa
América desarrollada en Paraguay. Pero la escuadra “celeste” debió reanudar
las acciones con diez hombres, porque el delantero Marcelo Zalayeta llevaba
una camiseta con el “6”, idéntica a la de su compañero Gianni Guigou.
Probablemente, el error se produjo porque el utilero uruguayo dobló la
prenda al revés. Zalayeta debió esperar algo más de cinco minutos antes de
reintegrarse al juego, lo que demoró el asistente en correr hasta el vestuario y
retornar con una “9”.

Si hay pobreza… El 3 de abril de 1999 se enfrentaron por el campeonato


de “Primera C” Atlético Lugano e Ituzaingó. El suplente del club local Nery
Edgardo Ledesma ingresó en el segundo tiempo con una camiseta que llevaba
el número “15” dibujado con barro…

A no reírse tanto, que al gran Boca Juniors le sucedió algo similar, el 8 de


julio de 1984. Ese día los xeneizes enfrentaron en su casa a Atlanta, cuyos
utileros llevaron a la “Bombonera” sólo dos juegos de camisetas, ambos
totalmente azules con finos vivos amarillos. La insólita elección sorprendió a
los encargados de preparar la ropa de juego del equipo local, que habían
dispuesto dos mudas con el tradicional diseño auriazul porque esperaban que
el conjunto “bohemio” se presentara con la clásica casaca azul a amarilla a
bastones verticales. Ante la emergencia, los “xeneizes” salieron al campo de
juego con camisetas blancas de entrenamiento, pero como éstas carecían de
los correspondientes números identificatorios, la solución fue garabatearlos a
mano con pintura “al óleo” color azul que se encontró “por ahí”. Con el
correr de los minutos y de la transpiración, los que en un principio parecían
números pronto se transformaron en borrosas manchas ilegibles que
embadurnaron las prendas y las espaldas de los futbolistas boquenses. No fue
necesario, por ende, que los jugadores visitantes apelaran a la marca “hombre
a hombre” para que la cosa se tornara pegajosa. Molestos por la situación, en
el entretiempo los locales se deshicieron de las casacas improvisadas y se
vistieron con las tradicionales, sin importarles demasiado la colorida
confusión.

Varios años antes, en marzo de 1969, la AFA había determinado que los
números debían tener 25 centímetros de altura, de color negro para las
casacas claras y blancos para las oscuras.

Un caso mundial: durante la primera fase de la Copa Argentina ‘78,


Francia y Hungría salieron al campo de juego del estadio Ciudad de Mar del
Plata con uniformes totalmente blancos, curiosamente los colores “suplentes”
de ambos combinados. La equivocación se sustentó en un error en la
comunicación oficial de la FIFA, que entendía que los colores azul de la
selección gala y rojo de la escuadra magiar podían confundirse en los
televisores “blanco y negro”. Gracias a la gentileza de un dirigente del club
local Kimberley, Francia actuó con un equipo prestado de camisetas a
bastones verdiblancos. Como su numeración era “de corrido” del “2” al “16”,
Dominique Rocheteau y Olivier Rouyer actuaron con el “7” y el “11” en la
espalda, y el “18” y el “20” en el pantaloncito, respectivamente.

El 14 de marzo de 1969, el jugador de Banfield Hugo Jara firmó en la


planilla oficial en el casillero “2”, y su compañero David Acevedo lo hizo en
el “6”. Cuando salieron por el túnel para enfrentar a Los Andes, por el
campeonato de primera división, lo hicieron con las camisetas cambiadas. En
el entretiempo, el comisario deportivo les señaló el error, de modo que se las
canjearon para la segunda mitad.

El 26 de marzo de 1994, Chacarita y Almagro se enfrentaron en San Martín


por el campeonato de Primera B. Como ambas instituciones eran vestidas por
la misma marca de indumentaria deportiva, Penalty, se puso en juego una
copa, que quedaría en las vitrinas del conjunto vencedor. La iniciativa contó
con el visto bueno de los dos clubes. Sin embargo, a la hora de salir a la
cancha… ¡Sorpresa!: las dos escuadras salieron al campo con atuendos
totalmente blancos. Para colmo, ninguno de los dos utileros había previsto un
percance semejante. Con el correr de los minutos, un simpatizante local
propuso una solución para superar el tremendo papelón: pedir prestado a la
hinchada remeras “tradicionales” a bastones rojo, negro y blanco, con el
número estampado. En un abrir y cerrar de ojos, desde atrás del alambrado
cayeron prendas para formar decenas de equipos, producto de la reconocida
fidelidad de los seguidores de Chacarita por llevar a los estadios los colores
de sus amores. Rápidamente se armó una selección del “2” al “16” y se la
distribuyó entre los futbolistas, que iniciaron las acciones con 22 minutos de
retraso. Finalmente, Chacarita se impuso por tres a dos, lo que lo hacía
acreedor al trofeo. Cuando el capitán Sergio Lara se acercó al directivo de
Penalty para recibir el premio… ¡Media sorpresa más!: El defensor vestía una
camiseta marca Taiyo, el anterior “sponsor” del cuadro “funebrero”.
Tarjeta roja

De acuerdo con el estatuto aprobado por la International Board de la FIFA,


existen siete circunstancias por las que un futbolista puede ser expulsado del
partido: ser culpable de juego brusco grave, de conducta violenta, escupir a
un rival o a cualquier otra persona, impedir con la mano un gol o una
oportunidad manifiesta de concretarlo (a excepción del arquero dentro de su
área), malograr con una falta sancionable con tiro libre o penal la eventual
conquista de un oponente que se dirige hacia la meta, emplear lenguaje o
gesticular de manera ofensiva u obscena, o recibir una segunda amonestación
en el mismo encuentro por una falta más leve. No obstante estas
circunstancias, que se repiten muy frecuentemente cada jornada, la tarjeta
roja también es exhibida cuando ocurren otras situaciones extrañas.

En octubre de 1996, el árbitro boliviano Ignacio Salvatierra expulsó al


delantero Abel Vaca Saucedo, del equipo Germán Pommier de la ciudad
amazónica de Trinidad, porque éste hizo un lujoso gol que incluyó varias
gambetas y una definición de rabona. Según el referí, el goleador “humilló” a
sus rivales con semejante conquista, de modo que le mostró la tarjeta roja
“por habilidoso”. Cuando Vaca Saucedo pidió explicaciones por tan inaudita
reacción, el hombre de negro no se quedó atrás: no sólo le recriminó
duramente el trato hacia los integrantes del equipo de Jaille, sino que le
reclamó que tomara “con más seriedad la práctica deportiva”.

Con las modificaciones al reglamento y la inclusión de penas más duras


para las contravenciones, no resulta notable que un jugador de selección sea
expulsado, sobre todo por la gran cantidad de encuentros internacionales que
se realizan desde mediados de siglo, y por la trascendencia que a nivel
mundial tienen estos choques. Lo que sí llama la atención es que en el
legendario estadio de Wembley, sitio donde juega de local todos sus partidos
la selección inglesa, solamente un futbolista local vio la tarjeta roja desde
1923, año de la inauguración del coliseo, hasta el 2000, cuando fue
remodelado. La excepcional situación se produjo el 6 de junio de 1999, al
enfrentarse Inglaterra y Suecia por la clasificación para la Eurocopa 2000
disputada en Holanda y Bélgica. Ese día, el mediocampista del Manchester
United Paul Scholes se convirtió en el primer y único inglés expulsado en
Wembley, luego de una fuerte falta cometida a los 51 minutos sobre Stefan
Schwarz, que le valió su segunda amonestación.

La presión por la necesidad de triunfos es un factor que en forma constante


condiciona a los deportistas, que enviciados por una atmósfera cargada de
apremios por campeonatos, descensos y millonarias transferencias les impide
mantener fría la cabeza en pos de lo único que deben hacer: jugar por el juego
mismo y por quienes disfrutan del espectáculo. El 24 de noviembre de 1999,
Walter Boyd, defensor del club galés del Swansea, batió el récord de
expulsiones rápidas al ver la roja directa sin haber actuado un solo segundo
del partido. Boyd ingresó como suplente siete minutos antes del final del
match ante el Darlington, por la cuarta división inglesa. Cuando un
compañero suyo se preparaba para ejecutar una falta, el zaguero le dio un
codazo en la cara a Martin Gray, del equipo rival.¬ El árbitro Clive Wilkes,
quien no había reanudado las acciones, mandó de inmediato al belicoso
suplente a las duchas.

Se cree que el triste récord anterior estaba en poder del italiano Giusseppe
Lorenzo, quien en un Bolonia-Parma de 1990 fue expulsado diez segundos
después de su entrada en el terreno de juego.

Algo más demoró el brasileño Marcio Santos, del Ajax de Amsterdam,


quien el 22 de diciembre de 1996 fue expulsado tras estar sólo 17 segundos
en la cancha.¬ Sin tocar el balón, Santos vio la tarjeta roja cuando, tras
reemplazar al lesionado Mario Melchiot, golpeó por detrás al delantero belga
del PSV Eindhoven Luc Nilis.¬ En Holanda, la marca precedente era de 28
segundos, impuesta por Ton Rietbroek, del Dordrecht 90, ante el NEC, en
octubre de 1990.

Respecto de las Copas del Mundo, el récord está en poder del uruguayo
José Batista, quien recibió una roja directa a los 53 segundos del partido que
su equipo jugó con Escocia en la primera fase de México ‘86. El referí
francés Joel Quiniou posiblemente se apresuró al despachar a Batista, un
defensor que en la Argentina desplegó una trayectoria tan extensa como
correcta.

En la Argentina, la expulsión más veloz sucedió el 27 de enero de 1968,


por la Copa Libertadores, en un duro choque en el que Estudiantes derrotó a
Independiente por 4 a 2. En medio de un duelo que se caracterizó por la
extrema violencia a la que recurrieron los futbolistas -cuatro fueron
expulsados-, el episodio más grave lo protagonizó el suplente de
Independiente José Urruzmendi, quien vio la roja por aplicarle un golpe al
defensor rival Alberto Aguirre Suárez sólo segundos después de haber pisado
el terreno de juego.

Para campeonatos locales, posiblemente la expulsión más veloz estuvo a


cargo del referí Teodoro Nitti, quien el 4 de noviembre de 1979 echó al
delantero de Huracán Juan César Silva a los 71 minutos, uno después de que
ingresara por Jorge Sanabria. Esa tarde, el club de Parque de los Patricios
cayó como local por tres a uno ante su clásico rival, San Lorenzo.

El 13 de agosto de 2000, el arquero del Sheffield Wednesday de la segunda


división inglesa Kevin Presmann fue expulsado a los 13 segundos del
comienzo del match ante el Wolverhampton Wanderers, por tocar la pelota
con la mano fuera de su área. A pesar de la desventaja, el equipo azul y
blanco consiguió igualar uno a uno. En Inglaterra, el récord anterior se había
registrado en 1994, cuando el jugador del Crewe Mark Smith se retiró a las
duchas a los 19 segundos del pitazo inicial.

Podría decirse que el caso de Carlos Leeb fue aún más veloz: mientras
entraba en calor al costado de la cancha para ingresar como suplente en
Banfield, en mayo de 1999, frente a Chacarita, el “gatito” tropezó con el juez
de línea Gabriel Rivolta, a quien no había visto mientras ensayaba ejercicios
precompetitivos. Mas Rivolta, que creyó que el golpe obedecía a una
agresión intencional de Leeb, llamó al árbitro Rubén Favale para reclamarle
que sancionara al delantero del “Taladro”. Desconsolado por lo que creía una
injusticia, el atacante se fue al vestuario en un mar de lágrimas, sin haber
podido cruzar la línea de cal un solo segundo.
Varios meses después, pero en España, el arquero suplente del Betis,
Joaquín Valerio, padeció una sanción semejante a manos del referí Fidel
Valle Gil, a costa de su propia lengua: poco antes de salir al campo de juego,
el guardavallas vio a un dirigente del Albacete, su ex club y rival de ese día,
charlando de manera amistosa con Valle Gil. Enfurecido, se acercó al
directivo rival y le preguntó, frente al hombre de negro: “¿Cómo saludas a
este gilipollas, con la que nos lió en Eibar?”, en referencia a un partido en el
que el Albacete había perdido su ascenso a primera cuatro años antes, con el
propio Valerio bajo los tres palos. Ofendido, Valle Gil mostró la roja directa
al instante al portero, y el Betis actuó sin arquero suplente, aunque para su
fortuna el titular no sufrió ningún percance.

También sin que se jugase un instante del partido León-Atlante, el arquero


argentino Ángel Comizzo fue amonestado, porque antes del pitazo inicial
marcó con los tapones de su botín derecho las líneas que normalmente
dibujan los guardametas para ubicarse entre los palos. El ex jugador de
Talleres, River y Banfield primero se sorprendió, pero luego se asesoró y
admitió que la acción del referí era legal.

¿Otra amonestación extraña? Cuando se retiró después de 500 partidos con


el Manchester y 106 con la selección de su país, Robert “Bobby” Charlton
sólo había visto la cartulina amarilla una sola vez a lo largo de su extensa
carrera, a causa de un malentendido con un árbitro sobre el momento del
disparo de un tiro libre en un partido de la liga. Sin embargo, casi treinta años
después de su retiro, Charlton fue amonestado por la FIFA, durante una
conferencia sobre “juego limpio”, por su participación en uno de los tantos
revuelos que sobrevinieron en el choque con Argentina por los cuartos de
final del Mundial ‘66. El conductor del seleccionado campeón de ese torneo
nunca se había enterado del apercibimiento, porque en esa época todavía no
habían entrado en vigencia las tarjetas, y tanto las amonestaciones como
expulsiones eran comunicadas oralmente por los referís. “Bobby” solicitó que
se revisaran los registros, y cuando se constató que efectivamente se lo había
reprendido, un dirigente de la FIFA le mostró una tarjeta amarilla para
comunicarle “oficialmente” esa incidencia.

Según la entidad rectora del fútbol mundial, ese peculiar encuentro -


cargado de malos entendidos por la desigualdad idiomática de los
protagonistas y el árbitro alemán Rudolf Kreitlein-dio origen al sistema de
advertencias cromático: cuando regresaba a su casa, uno de los veedores de la
FIFA, Ken Aston, tomó la idea cuando su automóvil se detuvo frente a un
semáforo, cuyo código de colores es conocido universalmente.

Antes de la aparición de Javier Castrilli, y en épocas en las que el


reglamento no era tan estricto, ya las expulsiones masivas eran moneda
corriente. En diciembre de 1961, por ejemplo, Lanús y Estudiantes de La
Plata igualaron en un gol en un match que tuvo varios pasajes de extrema
violencia, al punto tal que el árbitro Luis Spinetto debió expulsar a ocho
jugadores, cuatro de cada equipo.

En mayo de 1993, durante un encuentro de la segunda división de ascenso


paraguaya entre Sport Ameliano y General Caballero, el referí William
Weiler mostró la roja a todos los jugadores locales y a nueve visitantes, que
se habían trenzado en una gresca descomunal a sólo 32 minutos del primer
tiempo. Claro que Weiler debió refugiarse por varias horas en el vestuario,
del que pudo escapar con vida gracias a la intervención policial.

El 17 de marzo de 1971, por la Copa Libertadores, el encuentro que en la


Bombonera empataban dos a dos Boca y Sporting Cristal de Perú -resultado
que dejaba afuera de la competencia a los locales-culminó con una pavorosa
batalla campal a los 86 minutos. El árbitro uruguayo Alejandro Otero echó a
nueve futbolistas xeneizes -se salvaron el arquero Rubén Sánchez y el
zaguero Julio Meléndez-y a los diez jugadores de campo peruanos. Por estos
incidentes, la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF) dio por perdido a
Boca el cotejo que le restaba ante Rosario Central.

El club ribereño sí perdió a todos sus hombres en febrero de 1958, cuando


disputó un amistoso con Nacional de Montevideo para inaugurar el estadio
Ciudad de Maldonado, en Uruguay. Con diez hombres -ya había visto la roja
Osvaldo Biaggio-la escuadra auriazul ganaba uno a cero hasta que, a cinco
minutos del final, los “orientales” anotaron dos goles en tres minutos. Los
xeneizes protestaron la segunda conquista con tanta vehemencia, que el
árbitro, al borde de un ataque de nervios, expulsó a todos los visitantes y dio
por concluido el match.

En medio de un mar rojo, nada mejor que lo que le aconteció al alemán


Dieter Frey, del Friburgo. En octubre de 1996, durante un partido ante el FC
Saint Pauli, Frey abandonó el campo tras ver la roja que el juez le mostró por
una presunta infracción. Minutos después, cuando ya estaba en los camarines,
el jugador fue llamado para reintegrarse a su equipo porque el referí, que
había consultado la acción con uno de los jueces de línea, había advertido su
error y reconsiderado su decisión. No obstante, de poco sirvió la amnistía, ya
que el Friburgo cayó de todos modos por dos a cero.

Una acción similar adoptó el árbitro Juan Carlos Moreno en diciembre de


1998, en ocasión del choque entre Ituzaingó y Defensores de Cambaceres.
Moreno sancionó una infracción al delantero visitante Luis Alberto
Monteporzi, quien reprochó airadamente el fallo. El juez, acosado por los
exabruptos del jugador, metió la mano en el bolsillo para extraer de él su
tarjeta roja, pero al mismo tiempo se le escurrieron algunos billetes que había
guardado en el mismo lugar. El dinero comenzó a desparramarse por el
césped con la ayuda de algunas ráfagas de viento, pero los mismos jugadores
de Cambaceres (entre ellos Monteporzi), con gran habilidad, reunieron
rápidamente los papeles-moneda dispersos y se los regresaron a Moreno.
Ante semejante gesto, el referí cambió la roja por amarilla. Con sus once
hombres en la cancha, el cuadro visitante se impuso por tres a uno.

En mayo de 1961, el arquero Rodolfo Piazza, de la tercera de Vélez, se


marchó temprano a los vestuarios después de cometer una falta a un rival de
Lanús, que le valió la roja. Para sorpresa de fortineros y granates, Piazza
apareció minutos después en el banco de suplentes de la primera del conjunto
de Liniers. El capitán de Lanús, Héctor Guidi, protestó, pero el árbitro del
encuentro, Miguel Comesaña, habilitó a Piazza: “Puede actuar porque yo no
lo he expulsado”. Vélez ganó por tres a uno, sin necesidad de que Piazza
reemplazara al guardavallas titular, Abel Sarmiento.

En 1914 un delantero de Boca, Francisco Fuentes, que debutaba en el


primer equipo, fue expulsado del terreno de juego, aunque de esa decisión no
participó el hombre de negro. Fuentes intentó ante el club Comercio ganarse
un puesto a fuerza de estratagemas muy alejadas del “fair play”, como
arremeter con violencia contra sus adversarios, con golpes de puño y
codazos, cuando el referí le daba la espalda. Esta metodología causó horror
entre los simpatizantes xeneizes, a tal punto que el futbolista llegó a
abandonar el partido para pelearse con los espectadores que reprobaban su
actitud. Quien detuvo tal bochorno fue Donato Abbatángelo, el capitán de
Boca, quien le ordenó a Fuentes que se retirara a las duchas a refrescar sus
ideas.

No es para reírse lo que le sucedió a Ángel Cappa cuando era ayudante de


campo de Jorge Valdano en el Tenerife de España. El 31 de octubre de 1993,
domingo en el que el club isleño derrotó como local por dos a uno a la Real
Sociedad vasca, por la primera división, el árbitro Raúl García de Loza
mandó a los vestuarios al asistente del entrenador por sonreír. En su informe,
el “colegiado” redactó: “En el minuto 87, cuando pité una falta en contra del
Tenerife, éste (por Cappa) se levantó con los brazos abiertos protestando mi
decisión, por lo que lo amonesté con tarjeta amarilla. En ese momento, y
mirando para mí, echó una sonrisa despectiva, por lo que le mostré la roja de
expulsión”. No sólo el ex técnico de Racing no salía de su asombro; el
desconcierto también ganó a Valdano: “Cappa no abrió la boca. No sé si el
colegiado habrá interpretado alguna mirada”.

En mayo de 2000, un árbitro de la primera división checa echó a un


jugador porque se le había caído el número adherido a la espalda. El
delantero David Zoubek, de 26 años, entró al campo en sustitución de un
compañero del Hradec Kralove, que ese día enfrentaba al Bohemians de
Praga. El referí advirtió la anormalidad y se la comunicó al atacante, quien
regresó al banco para tratar de sortear el problema. El entrenador del Hradec
trató de reparar la contrariedad con un trozo de cinta adhesiva. A los pocos
minutos, al advertir que el número estaba de nuevo por el piso, el juez Karel
Krula, sin dudas un hombre de poca paciencia, sacó la cartulina roja y echó al
sorprendido Zoubek, quien seguramente se acordó de todos los familiares del
hombre de negro, y también de los del utilero de su club.

El club Salto, el más fuerte de la liga de la ciudad uruguaya homónima -


situada a 520 kilómetros al norte de Montevideo-, tenía en un arco al débil
Nacional. Salvo el guardametas, todos los jugadores salteños empujaban
hacia la meta nacionalista, cuyos hombres se habían “colgado del travesaño”
en pos del empate que precisaban para no descender esa misma tarde de junio
de 1991. A escasos segundos del final del encuentro, un pelotazo encontró
milagrosamente solo al delantero de Salto León, quien encaró hacia el
desguarnecido arquero rival en la más propicia situación de gol de todo el
partido. Sin embargo, el atacante desperdició el “mano a mano” con un
remate que salió totalmente desviado. En medio del alivio de los jugadores de
Nacional, uno de sus defensores, Edgard Olivera, se acercó a León y le besó
la frente, en una extravagante forma de “agradecimiento” por semejante
“gentileza”. La inconducta de Olivera fue advertida por el árbitro José
Sequeira, quien echó directamente al baboso zaguero.

A lo largo de los cien años de historia del fútbol argentino, los “negros”
encargados de hacer cumplir el reglamento siempre se caracterizaron por ser
los “malos de la película”, y, como tales, los implacables responsables de
castigar tanto a jugadores, técnicos y asistentes, como a dirigentes, chicos
“alcanza-pelotas” y toda clase de intrusos. El inflexible Luis Pestarino sabe
bastante de esto: durante el encuentro en el que Banfield derrotaba a
Estudiantes por tres a uno, el 23 de octubre de 1966, se produjeron algunos
incidentes en las tribunas. Mientras el juego continuaba, un policía cruzó el
campo, se apostó frente a la gradería donde estaban los hinchas más exaltados
y disparó con su escopeta una bomba de gas lacrimógeno. Mas el humo, en
lugar de calmar las cosas, sólo complicó la situación: durante la huida en
masa de los espectadores sufrieron heridas varias de las personas que no
tenían que ver con el pequeño grupo que causaba problemas. Frente a tal
trastorno, Pestarino se acercó al agente y lo expulsó de la cancha. “Yo soy el
responsable del espectáculo”, le gritó el árbitro al uniformado, que había
complicado las cosas en lugar de apaciguarlas. La AFA aprobó la conducta
del colegiado y días después difundió un comunicado en el que resaltaba que
“la policía es un elemento ajeno al juego, y por lo tanto el árbitro es la única
autoridad en el field”.

Desde mediados de la década del ‘90, el romance del fútbol con la TV


provocó anormales situaciones. Muchas veces los partidos se inician con el
visto bueno del productor de un programa, que avisa al referí el final de la
“tanda”. Cuando el árbitro quiere hacer cumplir el horario establecido, los
hombres de la tele tienen siempre un as guardado en la manga. Esa carta fue
utilizada el 12 de marzo de 2000 por la empresa Torneos y Competencias,
encargada de emitir en directo el clásico entre San Lorenzo y Racing. El
segmento comercial se extendía y el juez Horacio Elizondo se llevaba el
silbato a la boca para dar el pitazo inicial. Casi junto con el silbido, uno de
los empleados de TyC, Santiago Salinas, se introdujo en el campo, lo que
obligó a Elizondo a detener las acciones. Hasta que el productor salió
“expulsado” acompañado por algunos policías y el cuarto árbitro Ángel
Sánchez, el canal codificado tuvo tiempo suficiente para reacondicionar la
transmisión y dar paso al juego.

Embrollo inglés: El 8 de febrero de 2000, en Prenton Park, el equipo local,


Tranmere Rovers, de la primera división -la segunda categoría inglesa-,
derrotaba por uno a cero (gol de Wayne Allison a los 25 minutos) al
Sunderland, de la Premier League, por la cuarta ronda de la FA Cup inglesa.
A pocos minutos del final, cuando Sunderland peloteaba al equipo local en
pos de la igualdad, el defensor Clint Hill cometió una fortísima infracción a
centímetros del área del Tranmere. El árbitro Rob Harris cobró la falta y echó
a Hill por la violenta acción. Casualmente, unos segundos antes, el
entrenador John Aldridge había ordenado la sustitución de Hill por Stephen
Frail. Cuando el defensor se acercó a la línea media, el cuarto árbitro David
Unsworth, quien no había advertido la expulsión, mostró la pizarra
electrónica y permitió que Frail ingresara por su compañero. Tanta confusión
terminó por desbordar al propio Harris, quien no advirtió que el suplente, mal
incluido, se había sumado a los zagueros. Para colmo, fue el mismo Frail el
que rechazó, de cabeza, el centro lanzado desde el lugar de la falta que había
cometido su compañero excluido. Tranmere continuó con sus once jugadores
por algunos segundos, hasta que el técnico visitante Peter Reid avivó al
referí, que, una vez que reparó en su error y el de su asistente, mandó a Frail
de regreso a su lugar entre los suplentes. Tranmere ganó finalmente por la
mínima diferencia. Dos días después, el comité supervisor de la competencia
ratificó el resultado y absolvió al conjunto vencedor de cualquier culpa. A
Rob Harris, en tanto, se lo suspendió por una fecha, a pesar de que ya se le
había asignado el choque copero entre Gillingham y Bradford. El comité
justificó la equivocación al señalar que “el referí y sus asistentes estaban bajo
un considerable nivel de presión”, y comunicó al Sunderland que “sus
decisiones son finales, y por el bien del juego deben ser aceptadas”. El club
albirrojo no sólo las aceptó, sino que, en un gesto difícil de encontrar en
canchas de otras latitudes, Peter Reid dijo a la prensa que “según nuestro
punto de vista no es la mejor decisión, pero la acatamos. Le deseo buena
suerte a John (Aldridge) y a su gente, y todo lo mejor ante Fulham”.
Tranmere siguió de racha y en la siguiente ronda derrotó “con regularidad” al
Fulham, también de la primera división, por dos a uno, hasta que en el match
siguiente cayó ajustadamente ante el poderoso Newcastle por tres a dos.

El 2 de diciembre de 1981 ocurrió un episodio parecido en cancha de Boca,


durante uno de los partidos “de ida” de los cuartos de final del campeonato
Nacional. En medio de las seis expulsiones que tuvo el choque entre los
locales y Vélez Sarsfield -entre ellas la de Diego Maradona, en lo que sería su
última presentación con la camiseta auriazul antes de marcharse a Barcelona),
el técnico Silvio Marzolini mandó a Hugo Alves al campo de juego, en
reemplazo de Carlos Córdoba, quien había salido lesionado. Ocurrió que ni
Alves, ni Marzolini ni el asistente deportivo Enrique Fargas habían notado
que, antes de abandonar el terreno en camilla, el árbitro Carlos Espósito había
mostrado la tarjeta roja a Córdoba por una violenta falta, en la que
casualmente el defensor se había lastimado. Alves actuó así tres minutos (del
64 al 66) hasta que el referí advirtió la irregularidad y ordenó al suplente
regresar a su banco. Allí se produjo un segundo error del asistente Fargas,
quien acompañó a Alves hasta el túnel, porque creyó que Espósito lo había
expulsado. Al quedar los dos equipos con ocho hombres, Boca se impuso por
dos a uno, pero fue eliminado de la competencia en el partido “revancha”, en
el que Vélez ganó por tres a uno en su “fortín” de Liniers.

Expulsión a la brasileña: en enero de 1965, la federación paulista suspendió


al referí Albino Zanferrari por quince días, por su desempeño en el caliente
clásico Santos-Botafogo, ganado por los visitantes. “Dirigió con personales
reglas de juego”, remarcó en su dictamen el tribunal de la federación que
estudió el caso. ¿Qué grave error había cometido Zanferrari? Sólo haber
mostrado la roja al “intocable” Rey Pelé.

Expulsión a la holandesa: en octubre de 1999, durante el clásico español


Barcelona-Real Madrid, el colegiado Manuel Díaz Vega escuchó un claro
insulto dirigido hacia su persona proveniente del delantero holandés del
cuadro catalán, Patrick Kluivert, quien reclamaba el cobro de una fuerte falta
del defensor visitante Iván Campo. Díaz Vega, sin vacilar, le mostró la roja.
El atacante fue severamente reprendido por el capitán del Barça, Josep
Guardiola, porque su salida se produjo en un momento clave del “derby”: los
locales ganaban dos a uno y con un hombre más en la cancha los
“merengues” lograron la igualdad. Al abandonar el vestuario, Kluivert apeló
a una curiosa excusa para justificar su expulsión: negó haber injuriado a Díaz
Vega -a pesar de que las imágenes de la televisión mostraron lo contrario-y se
escudó en que no domina bien el idioma, “y a veces lo que digo no es lo que
quiero decir”. Extraño, porque justamente Kluivert era reconocido por su
facilidad para aprender idiomas. Así lo acreditaron sus compañeros, entre
ellos el argentino Mauricio Pellegrino, quien en una entrevista otorgada a la
revista “El Gráfico” recalcó: “Es un fenómeno. A la semana de llegar a
España dio una conferencia de prensa en castellano”.

El 8 de noviembre de 1972, por la sexta fecha del Nacional, Huracán


superaba en Parque de los Patricios a Estudiantes de La Plata por dos a cero.
Los “pinchas” pugnaban por el empate, y poco antes del final del primer
tiempo el árbitro Washington Mateo cobró un penal para los visitantes,
producto de una clara falta. Sin embargo, a instancias de uno de los jueces de
línea, Mateo se retractó y marcó un tiro libre directo, a centímetros del área
“quemera”. La decisión disgustó a los jugadores albirrojos, que desaprobaron
el cambio con enérgicos gestos y términos soeces dirigidos hacia el hombre
de negro. En medio de la “montonera”, el referí sacó su tarjeta roja y se la
mostró al volante central Carlos Alberto De Marta, de quien creyó haber
escuchado un claro y grosero insulto. El match prosiguió y Huracán, con la
diferencia numérica a su favor, estiró su ventaja a un cinco a uno final. Mateo
elevó su informe y una semana después De Marta fue citado a declarar por el
Tribunal de Disciplina de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). El
jugador pasó por la sede de la calle Viamonte 1366, se presentó ante el
cuerpo, y un día después, lo que pudo haber sido una dura sanción, sólo se
convirtió en una fecha de suspensión por “protesta de fallo”, según el
expediente 6506 asentado en los registros de la AFA. ¿Por qué? El tribunal
consideró que De Marta difícilmente pudo articular una injuria claramente
audible por Mateo, no sólo por el bochinche que imperaba en ese momento,
sino porque el volante era sordomudo de nacimiento.

Ni los jueces de línea se salvan de las tarjetas rojas. El referí internacional


peruano Fernando Chapell expulsó a uno de sus jueces de línea, por
interpretar que realizaba una deficiente actuación en un partido de la primera
división del Perú. Según Chapell, el desempeño del línea Víctor Suyn fue tan
desastroso que le mostró la tarjeta roja a sólo 14 minutos del inicio del
encuentro que el 6 de agosto de 1995 protagonizaban los equipos Torino y
Melgar en la ciudad de Sullana.

Cuatro años después, un juez de la liga inter-regional italiana echó a su


asistente Lorenzo Renda, banderín amarillo, por atender un llamado en su
teléfono celular durante el choque entre Calenzano y Doccia.

Si las normas no eximen a los líneas, mucho menos podían dejar fuera a los
árbitros. El 2 de junio de 1939, por el campeonato de primera, Boca Juniors y
Racing Club de Avellaneda desarrollaron en la cancha de Ferrocarril Oeste
un clásico cargado de golpes y mala intención ante la pasiva mirada del
árbitro Juan Alvarez. El ambiente, cada vez más caliente, explotó en las
tribunas con las expulsiones del delantero ribereño Alfredo González y al
volante académico Mario Avalle, quienes se agredieron mutuamente a
puntapiés. Con Boca arriba por uno a cero, y en medio de un diluvio de
botellas y piedras que caía al campo de juego desde las tribunas,
especialmente de la racinguista, un proyectil hizo blanco en la cabeza de uno
de los jueces de línea, lo que dio paso a la intervención de la policía. Debido
a la imposibilidad de los efectivos de seguridad para calmar los ánimos de los
hinchas exaltados, el subcomisario de la seccional 13, Alberto Patetta, le
solicitó al referí que suspendiera las acciones. Como Alvarez se negaba
inexplicablemente a parar el encuentro, el subcomisario envió a dos agentes
que, de manera nada cordial, obligaron al hombre vestido de negro a
abandonar el terreno y convertirse en el primer referí argentino en ver la
tarjeta colorada.

Empero, posiblemente el caso más extraordinario se produjo en el suburbio


londinense de Charlton, durante un partido de aficionados ocurrido en marzo
de 1998. Con el correr de las acciones, la situación se había tornado compleja
para el árbitro Melvin Sylvester, cuyos fallos eran duramente cuestionados,
uno a uno, por los jugadores. Ya en el segundo tiempo, cuando la paciencia
de Sylvester llegó a su fin, el referí derribó de un puñetazo en el ojo a uno de
los futbolistas que insistía en quejarse de su actuación. Al darse cuenta de lo
que había hecho, Sylvester, sumamente compungido, sacó la tarjeta roja… ¡y
se autoexpulsó! Entregó su silbato a uno de los jueces de línea y se marchó a
los vestuarios, no sin antes prometer que nunca más volvería a dirigir.

Dos en uno.

Cada vez con más frecuencia, el fútbol ofrece dos deportes en uno: el que
se juega con la pelota y los pies, y el que practican tanto protagonistas como
hinchas con los puños. Muchos de los partidos -ya sean profesionales o
amateurs-dan lugar a pleitos que se resuelven a las trompadas. Cómo olvidar
los fenomenales bochornos producidos en la Copa Libertadores -que en las
décadas del ‘60 y 70, especialmente, alcanzaron a todos los equipos, sin
distinción de país-.

O en la Supercopa sudamericana, como en la edición del ‘95, cuando el


“chino” Flavio Zandoná le acertó un duro castañazo al delantero del
Flamengo Edmundo, luego de que el brasileño se burlara del defensor de
Vélez, todo frente a las cámaras de televisión, por la eliminación del conjunto
de Liniers. Si bien Zandoná no se comportó como un futbolista profesional,
el defensor reaccionó cual ser humano común y corriente ante la canchereada
del “animal”.

Claro que la “víctima” no era dueña, precisamente, de un currículum


impoluto: en octubre de 1994, mientras vestía la camiseta del Palmeiras, el
“inocente” delantero atacó con puntapiés y golpes de puño a dos rivales del
San Pablo durante un juego correspondiente al campeonato brasileño. Tras
una dura suspensión, en febrero de 1995 Edmundo destruyó a patadas una
cámara de televisión y agredió a golpes a su operador cuando el Palmeiras
visitó al Emelec por la Copa Libertadores. A raíz de este hecho, el agresivo
jugador permaneció varios días detenido en la habitación de su hotel en
Guayaquil, y recuperó la libertad gracias a las arduas gestiones llevadas a
cabo por los diplomáticos brasileños en la capital ecuatoriana. Pocas semanas
más tarde, en la madrugada del 23 de marzo, el “Animal” volvió a
involucrarse en un incidente de violencia, pero esta vez la víctima fue uno de
sus propios compañeros del Palmeiras, su compañero de cuarto, que se había
negado a que el delantero ingresara en su habitación acompañado por tres
mujeres, con quienes pretendía realizar una orgía.

Aunque dentro de la cancha se respete el “fair play” a rajatabla, en las


tribunas o en los alrededores del estadio casi siempre habrá lugar para los
golpes, aparentemente el medio favorito de los hinchas para dirimir puntos de
vista discordantes. Sin embargo, no obstante son moneda corriente, algunos
manotazos brotan con singulares contextos.

En noviembre de 1990, durante el encuentro que en la ciudad tucumana de


Río Seco disputaban por la liga provincial los clubes Providencia y San
Pablo, por el campeonato de primera B de la liga provincial, el árbitro José
Sixto Valero expulsó al jugador Juan Carlos Santillán por una falta cometida
contra un rival. Como pasa habitualmente en este tipo de situaciones,
Santillán se acercó al hombre de negro para reclamarle la medida, pero en
este caso no tuvo tiempo: antes de que pudiera abrir la boca, Valero le aplicó
un feroz derechazo en el ojo, que le abrió una herida a la altura de la ceja.
Con la cara tan roja como la tarjeta que le había enseñado, Santillán se retiró
del campo, y se dirigió de inmediato a la comisaría local, para denunciar la
inusitada actitud del referí. De inmediato, la policía envió al lugar a dos
agentes, que detuvieron al violento árbitro. Eso sí: primero aguardaron a que
sonara el pitazo final.

En medio de un amistoso que protagonizaban Macao y Hong Kong, el


árbitro embocó un trompazo al delantero visitante Len Kin Wo, quien
previamente le había arrojado la pelota a la cara, disconforme con su
expulsión.

En enero de 1964, durante un choque entre los conjuntos regionales


italiano Camerino y Troia, el referí Francesco Druatto sancionó un penal para
los visitantes, que terminó en gol. Con el marcador 1-2, el arquero del
Camerino, Massimo Galassi, lanzó la pelota rápidamente al medio para
reanudar las acciones, pero el balón golpeó a Druatto, que estaba de espaldas.
El árbitro creyó que el guardametas lo había agredido, y le mostró la tarjeta
roja. El capitán local, Cesare Vitali, insultó al hombre de negro, y también se
ganó la expulsión. Enfurecido, un tercer jugador, Ennio Rabroni, derribó de
un trompazo al juez. Sin inmutarse, Druatto se incorporó y, a puño limpio,
enfrentó solito a su agresor y a los dos expulsados, que se habían sumado a la
pelea. Sin dudas el árbitro contaba con excelentes condiciones para el
pugilato, porque Galassi, Vitali y Rabroni terminaron en el hospital.

En el torneo regional del estado de Ceará, el juez Luis Vieira Vilanova, de


56 años, el más “viejo” del Brasil, impuso el terror entre los futbolistas, no
por la severidad de sus fallos, sino por el poder de sus puños para responder a
las ofensas verbales. El 27 de junio de 2000, en pleno desarrollo del clásico
Fortaleza-Ceará, Vilanova otorgó un penal al equipo visitante. Los jugadores
del Fortaleza se fueron encima del árbitro para protestar su decisión, y uno de
ellos, el delantero Juari, tuvo la audacia de empujarlo. El veterano referí
contestó con dos sopapos y una tarjeta roja. Tres años antes, en ocasión de un
match entre Uruburetama y Tiradentes, Vilanova se peleó a puñetazos en el
medio de la cancha con un futbolista que había osado emplear un insulto para
recriminar un fallo. “o me llevo las ofensas para mi casa”, repetía este
personaje del arbitraje brasileño, tan temido como respetado. Sin dudas, con
un carácter diametralmente opuesto al de su colega inglés Melvin Sylvester,
quien se autoexpulsó tras golpear a un jugador.

En la Argentina hay un antecedente: El 28 de agosto de 1949, durante un


Boca-Independiente desarrollado en la Bombonera, el defensor local
Francisco Perroncino corrió a reclamarle al árbitro Carlos Nai Foino que el
empate “rojo” había llegado tras una falta cometida contra el arquero xeneize
Claudio Vacca. Pero Nai Foino, hombre de pocas pulgas, no encontró mejor
manera para callar el reclamo que aplicar un directo al mentón del recio
zaguero, que cayó desvanecido. Esta acción provocó un verdadero descontrol
en las tribunas, que culminó con una violenta represión policial, tres heridos
de bala y decenas de contusos. El partido prosiguió el 14 de setiembre, y
aunque no fue expulsado, Perroncino fue sancionado con seis fechas de
suspensión. También el irascible referí fue castigado: para la reanudación del
match fue designado el juez inglés David Gregory.

Mas Nai Foino no dejó quietos sus puños: pocos meses después del
polémico superclásico en el que Antonio Roma -claramente adelantado-le
contuvo un penal a Delem en la Bombonera, que le permitió a Boca
consagrarse campeón en 1962 una semana después, el referí fue designado
para dirigir a River en el Monumental. Allí, en medio del juego, un conocido
“barrabrava” local ingresó al terreno para recriminar a Nai Foino, con duros
términos, no haber repetido la “pena máxima”. El árbitro esperó, ininmutable,
que su agresor se acercara y, cuando lo tuvo a distancia, lo durmió con una
piña justa a la mandíbula.

Y la historia no termina allí: en 1965, al término de un empate a uno entre


Atlanta y Huracán, Nai Foino se tomó a golpes con el técnico del “globo”,
Ernesto Cucchiaroni. El referí, a su vez presidente de la Asociación de
Árbitros, pasó esas noche detenido en una comisaría. Por este nuevo
escándalo, la AFA volvió a suspender a Nai Foino, en este caso por nueve
meses.

El 30 de marzo de 1969, Rosario Central y Newell’s Old Boys disputaron


un clásico cargado de polémicos situaciones, agigantadas por una cuestionada
labor del árbitro Luis Spinetto. Los “canallas” se pusieron en ventaja con un
gol de penal, pero los “leprosos” -conducidos tácticamente por Ángel Tulio
Zof, quien luego se convertiría en un símbolo centralista-dieron vuelta el
marcador. Cuando el match se iba con lo que parecía un inobjetable triunfo
rojinegro, el referí otorgó otro penal al conjunto de Arroyito. Los visitantes se
lanzaron sobre el soplapitos para protestar, y uno de ellos, el delantero Juan
Carlos Montes, se retiró tomándose la cara. Al término del match, igualado
en dos, el hombre de negro fue detenido por la policía. Sucedió que Montes
había denunciado al árbitro por agresión: “Me adelanté para pedir una
explicación por la sanción del penal y el señor Spinetto me aplicó un golpe de
puño”. La versión del atacante de Newell’s difería notablemente de la
aportada por el acusado, quien dijo que había extendido los dos brazos hacia
adelante para atajarse del embate de los futbolistas, y afirmó no haber notado
que había cascado a uno de ellos. La explicación del referí no resultó creíble
para la justicia, que lo condenó a cinco días de arresto por transgredir el
artículo 86 del código de faltas, destinado a regular los incidentes en
espectáculos deportivos. La AFA no se quedó de brazos cruzados, e inició
una investigación que culminó el 8 de mayo, después de la recopilación de
pruebas y los testimonios de los actores, linesmen y veedores, que culminó
con la siguiente conclusión: “No existen en el expediente elementos claros y
concordantes según los cuales pueda resultar probado que el árbitro Spinetto
agredió al jugador Juan Carlos Montes”.

Estas ocurrencias pueden tomarse, de alguna manera, como represalia de


los ataques de los que son víctimas, casi permanentemente, árbitros y jueces
de línea. El 12 de febrero de 1972, un juez de línea fue asesinado a golpes por
no haber levantado la bandera ante una supuesta “posición adelantada”. El
sangriento suceso se produjo en la ciudad cordobesa de La Carlota, durante
un picante choque entre Sportivo Rural de Santa Eufemia y Belgrano Juniors,
de Arias, por un torneo regional.

En la ciudad mendocina de Uspallata, otra riña terminó con la muerte del


árbitro que conducía las acciones de un partido entre un equipo de efectivos
del ejército y el club Los Andes de esa localidad. El referí -el suboficial del
Ejército Ernesto Aráoz, de 44 años-recibió un golpe en la tráquea del jugador
Gustavo Ramón Astudillo, de 19 años, quien junto a sus compañeros
reclamaba airadamente algunos fallos.

Estos son sólo dos negros ejemplos de una práctica que sólo es un poco
menos común que el simple rodar de la pelota. Los árbitros son golpeados
inclusive en los campeonatos organizados para los periodistas deportivos, y
sus agresores son los mismos que luego, desde la computadora o con el
micrófono en la mano, repudian acciones igualmente violentas. En 1999, el
defensor de Peñarol Joe Bizera debió ser arrestado por la policía por golpear
al referí Christian Lemus durante un juego “amistoso” entre las selecciones
sub-23 de Chile y Uruguay, que tuvo lugar en Santiago. Bizera fue
suspendido por un año por la Confederación Sudamericana de Fútbol y
expulsado de la escuadra nacional. Antes de abandonar el estado andino, el
defensor sufrió varias horas “a la sombra” y abonó una fianza equivalente a
200 dólares.

A fines de 1998, el volante italiano del Sheffield Wednesday Paulo Di


Canio dio un violento empujón al juez Paul Alcock, quien cayó y se lesionó
una pierna. Di Canio recibió una suspensión de once partidos en el torneo
inglés y debió pagar una multa de 78.000 libras esterlinas (unos 131.000
dólares).

El 21 de marzo de 1995, durante una de las semifinales del torneo de fútbol


de los Juegos Panamericanos de Mar del Plata, el delantero colombiano Arley
Betancourt -quien luego actuó en el club Lanús-golpeó en la cara al árbitro
costarricense Ronald Gutiérrez, por considerar que sus fallos favorecían a
México, vencedor por dos a uno. La violenta reacción le costó a Betancourt
un año de suspensión.

Una grave sanción recibieron los futbolistas amateurs José Queral, Pedro
Navarro y Arcadio Remón, quienes en 1971 fueron condenados a “un año y
un día” de prisión por la Corte Suprema de Madrid, por castigar al referí José
María Nuez y mandarlo al hospital con conmoción cerebral, fracturas y
contusiones.

Aunque no produjo con las manos, una de las “venganzas” más originales
se registró en 1965 durante un partido de la liga yugoslava: el juez Platon
Rejinac sancionó un penal en contra del Estrella Roja de Belgrado a sólo un
minuto del final, y con el marcador igualado. Mientras diez de los jugadores
rodeaban Rejinac para acordarse de toda su familia, el onceavo integrante del
Estrella Roja abandonó la cancha, tranquilamente, por una puerta lateral. Sin
embargo, lo que pareció un tibio descontento pronto se transformó en locura:
al volante de su automóvil, el futbolista irrumpió en el estadio, destruyó el
alambrado y comenzó a perseguir al árbitro por el terreno para atropellarlo.
El desequilibrado jugador pudo ser controlado por la policía y condenado
días después a dos años de cárcel por “intento de homicidio”. La nota cómica
la dio la asociación de fútbol de Yugoslavia, que suspendió al enajenado
deportista por solamente dos años.

También hay compañeros que se llevan a las piñas. El 3 de abril de 1967,


Estudiantes de La Plata superaba con comodidad a Racing, en Avellaneda,
por dos a cero. A los 43 minutos del primer tiempo, los defensores visitantes
Carlos Pachamé y Eduardo Luján Manera comenzaron a insultarse por una
jugada que no había traído consecuencias para la valla “pincharrata”. Como
las ofensas continuaban, se metió en el medio Carlos Bilardo. Mas el remedio
del médico fue peor que la enfermedad: ciego de ira, Pachamé lanzó un
puñetazo que hizo blanco en el “narigón”. La acción fue advertida por el
árbitro, que de inmediato echó a Pachamé. Curiosamente, agredido y agresor
prosiguieron luego una larga amistad, y juntos trabajaron al frente de la
selección nacional, como entrenador y ayudante de campo, respectivamente.

El 22 de mayo de 1993, el jugador de Laferrere Eduardo Salces perdió una


pelota que permitió un contra-ataque de Colón, que no obstante no llevó
peligro al arco de Fabián Binzugna. Sin embargo, Cristian Medrano se acercó
a su compañero Salces y, tras reprocharle el error, le asestó un cabezazo en el
rostro. El árbitro Mario Gallina percibió la repudiable acción y, sin hesitar,
mostró la cartulina roja al belicoso Medrano.

El 29 de marzo de 1964, Boca y San Lorenzo se enfrentaron por el torneo


amistoso Jorge Newbery. Al término del primer tiempo, José Sanfilippo,
suplente del conjunto xeneize, se levantó del banco e, indignado por no
figurar entre los titulares, aplicó un derechazo en la boca a su entrenador,
Aristóbulo Deambrosi. A pesar de ser una de las estrellas del equipo y haber
llegado a Boca en una suma récord para el mercado local, el presidente
Alberto J. Armando respaldó al entrenador y vendió a Sanfilippo a Nacional
de Montevideo. Allí causó sensación durante una gira que el club de
Montevideo realizó por Europa. Pero, genio y figura, en un partido ante el
Standard Lieja de Bélgica el “nene” volvió a los manotazos. En este caso,
eligió a un enorme congoleño de oscurísima piel, llamado Mulongo, para
intercambiar manotazos.

En 1997, el delantero portugués Ricardo Sa Pinto noqueó con un derechazo


a la mandíbula al técnico de la selección lusitana, Artur Jorge, porque éste
había dispuesto no incluirlo en el equipo titular que enfrentaría a Irlanda del
Norte por la clasificación para Francia ‘98. Sa Pinto fue suspendido y
condenado a pagar una multa por 40 mil dólares. Trece meses más tarde, el
atacante de la Real Sociedad de España retornó al seleccionado portugués
convocado por Humberto Coelho para enfrentar a Hungría con vistas a la
Eurocopa 2000.

En octubre de 1962, mientras se desarrollaba un partido de la “B” uruguaya


entre Arsenal y Chana, el árbitro y uno de los líneas se tomaron a golpes de
puño para dirimir dos puntos de vista opuestos. Los dos hombres de negro
debieron ser separados por los propios jugadores.

Pocos días después de haber nombrado como jefe de la policía de


Corrientes al comisario general Julio Ángel Fernández, el interventor de la
provincia mesopotámica Ramón Mestre -designado para ese cargo por el
presidente Fernando De la Rúa-se encontró en medio de un escándalo: el
flamante conductor de la fuerza de seguridad había sido condenado pocos
días antes a realizar tareas comunitarias por haber agredido a golpes a un juez
de línea durante un partido de la liga local. A mediados de 1999, Fernández
atacó al asistente porque supuestamente había marcado una posición
adelantada inexistente. Pocos meses después, una jueza de la localidad de
Curuzú Cuatiá ordenó al policía desarrollar un año de trabajo “ad honorem”
en el Hospital José Ramón Vidal de la capital correntina.

Corrían apenas once minutos del primer tiempo, e Independiente y Rosario


Central igualaban sin goles en el estadio de la “doble visera”. El arquero local
Sergio Vargas seguía atentamente las acciones del cotejo, hasta que un hecho
inédito lo sacó de su concentración: con el rabillo del ojo alcanzó a ver un
puño que se acercaba a su cara, y con un rápido movimiento logró esquivarlo.
El guardametas retrocedió dos pasos y recién entonces se percató de lo que
sucedía: un hincha rosarino había saltado el alambrado y, dentro del campo
de juego, intentaba agredirlo. Vargas esperó un nuevo embate, volvió a
eludirlo y con un certero derechazo puso “knock out” al atacante. Todo
mientras el juego continuaba “normalmente” en al área visitante. “Supongo
que este hombre estaba borracho o drogado. No creo que nadie en estado
normal pueda intentar una locura semejante”, declaró Vargas al final del
encuentro, mientras el hincha era llevado detenido a la comisaría primera de
Avellaneda.
También la pasó mal con un hincha el delantero del Cruzeiro Oseas Reis
dos Santos, quien recibió un piedrazo por negarse a firmar un autógrafo. El
ataque ocurrió a la salida de un restaurante de la ciudad de Salvador, estado
de Bahía, adonde el jugador había viajado para pasar las fiestas de fin de año
junto a su familia. El agresor había reclamado un autógrafo para su hijo de
nueve años, pero Oseas ignoró a su admirador y siguió de largo rumbo a su
automóvil, sin pronunciar palabra. Irritado por el desplante, el aficionado
insultó al futbolista, tomó una piedra y la arrojó a la cabeza del delantero, que
sufrió un ligero corte.

A lo largo de este libro se presentaron numerosos hechos acontecidos en


Rumania, que no dejan bien parado al fútbol de los Cárpatos. Acá va uno
más, quizá el más patético de ellos: en noviembre de 1999, angustiados por la
derrota que sufrían en casa por dos a uno ante el Unirea Tricolor de Dabuleni
al término del primer tiempo, los hombres del Agrifar de Intorsura rodearon
al referí Dan Domenco y le propinaron una violenta paliza. Durante el
entretiempo los ánimos se calmaron, y tanto los veintidós protagonistas como
los dirigentes de ambos clubes acordaron continuar las acciones, pero
dirigidos por uno de los jueces de línea. Quizá lo más grave del patético caso
es que Domenco aceptó continuar en el lugar de su asistente, sentado en una
silla por el mareo provocado por los golpes.

Los ejemplos se multiplican por miles, y el intercambio de puñetazos


parece imposible de erradicar de las canchas y sus alrededores. ¿Habrá que
resignarse a “disfrutar” de dos deportes en uno? Sólo si las autoridades
deportivas no castigan con extrema dureza estas expresiones con fuertes
multas y severas suspensiones, y si la policía y los jueces no hacen más que
cumplir con su trabajo: el de hacer respetar la ley y sancionar sin piedad a
quienes la violan.

¡Qué boquita!

En un capítulo anterior se relató la expulsión de un defensor por besar a un


delantero rival que había perdido un gol increíble. Podría, entonces, ya que se
citó el caso de un “besuqueiro”, señalarse un raro acontecimiento
protagonizado por Alessandro Veronese, delantero del equipo amateur
italiano Battaglia, sucedido en octubre de 1996: Veronese anotó con un
potente remate de treinta metros el segundo tanto de su equipo -también “su”
segundo esa tarde-, que le daba la ventaja ante el Della Rocca, y para festejar
semejante hazaña se quitó la camiseta. Como ya estaba amonestado, la referí
Anna de Toni le mostró la segunda amarilla y, enseguida, la roja. El goleador
quedó atónito, y antes de abandonar el campo se acercó a la jueza, le estrechó
la mano y le dio dos besos, uno en cada mejilla. Esta acción fue asentada por
De Toni en su informe, que se elevó al Tribunal de Disciplina. Tras analizar
el caso, el consejo inhabilitó a Veronese por dos partidos, uno más de lo que
le correspondía por la “doble-amarilla”. En su resolución, el Tribunal
determinó que “el insólito acto de confianza hacia el árbitro debe
considerarse contrario al reglamento y castigado con una jornada de
suspensión”.

No obstante las penalidades que acarrean, el beso es la acción menos


violenta que un deportista (o cualquier persona, en realidad) puede realizar
con su boca. Quizá la modalidad más común en los campos de juego sea el
escupitajo, una de las actitudes

más bajas e inmundas. Los salivazos son harto conocidos, por ejemplo, por
los futbolistas rivales de Boca que se acercan al selecto y educado Palco VIP
de La Bombonera, cuyos valientes asistentes seguramente no reaccionarían
de la misma forma “cara a cara” con el futbolista.

Tal vez un buen ejemplo para ellos sea el de un aficionado del club inglés
Sheffield United, a quien se multó en el equivalente a 81 dólares y se le
prohibió asistir por un año al estadio de su equipo favorito luego de admitir
haber escupido al entrenador del Wolverhampton Wonderers, Graham
Taylor. Robert Hollister, de 34 años y padre de tres niños, se presentó en
forma voluntaria ante un tribunal de Sheffield y se declaró culpable de salivar
sobre la humanidad de Taylor en un match disputado en abril de 1995.

Entre jugadores, algunas de las escupidas más recordadas son la del


holandés Frank Rijkaard al alemán Rudolf Voeller en los octavos de final de
Italia ‘90, ante las cámaras de televisión, o la del paraguayo José Luis
Chilavert a un periodista del programa televisivo “Palo y palo”.

En marzo de 1998, el juez en lo civil porteño Carlos Frontera condenó a


Diego Maradona a pagarle al árbitro Ángel Sánchez 30 mil pesos, más
intereses, por hallarlo culpable por los ataques verbales y un escupitajo
denunciados por el referí. El incidente tuvo lugar el 15 de noviembre de
1994, cuando se enfrentaron el desaparecido Deportivo Mandiyú e
Independiente, en la ciudad de Corrientes. El conjunto de Avellaneda -ya
fuera de competencia, lejos de la punta y del descenso-se impuso por dos a
uno, resultado que prácticamente condenaba a su rival correntino a retornar a
la B Nacional tras ocho temporadas en primera.

El ex mediocampista de Racing Néstor De Vicente fue expulsado en un


encuentro ante Gimnasia y Tiro de Salta, que la “Academia” disputó como
visitante, por escupir a un espectador que lo había salivado previamente
desde atrás del alambrado.

Igual que el línea cordobés Alcides Moyano, denunciado por los


espectadores por “devolver” el escupitajo a la hinchada de un club de la liga
mediterránea en mayo de 1970.

Durante su paso por el Aston Villa inglés, el delantero yugoslavo Savo


Milosevic fue declarado “transferible” por lanzar un escupitajo contra un
simpatizante que lo insultaba por perder una clara ocasión de gol. El
incidente tuvo lugar el 18 de enero de 1998, cuando el Blackburn se impuso
como visitante por cinco a cero en el Villa Park de Birmingham. Asqueada de
tanta expectoración, la ministra de Deportes del Reino Unido, Kate Hoey,
promovió una legislación para erradicar de las flemáticas canchas inglesas
todo salivazo, incluso los que se dirigen al piso para despejar las vías
respiratorias.

La aberración causada por las escupidas podría verse como un “juego de


niños” frente a otra agresión aún más terrible: el mordiscón. Menos frecuente
que la salivada, esta clase de ataque que popularizó el boxeador
estadounidense Mike Tyson frente a Evander Holyfield tuvo terribles
imitaciones en las canchas. Una de las últimas y más promocionadas provino
de la quijada del “profesor” Daniel Córdoba, entrenador de Chacarita, en
medio de un partido entre Gimnasia y Esgrima La Plata y el club de San
Martín, ocurrido en agosto de 2000. Desbordado por un gol anulado a su
escuadra, el técnico quiso agredir al árbitro Juan Pompei y a uno de sus
asistentes, Claudio Rouco. Expulsado, Córdoba fue retirado del campo de
juego por varios policías. Su día de furia no culminó allí: antes de ser llevado
a la seccional novena de La Plata, el DT mordió la mano del comisario Carlos
Aroldo, a cargo del operativo de seguridad del match. Córdoba permaneció
esa noche detenido, acusado de atentado y resistencia a la autoridad, lesiones
y daño.

En enero de 1993, durante la final de la copa “La Amistad” entre los


equipos amateurs españoles Electrofrío y Calderete, de la región de Navarra,
el árbitro Ramón Ibarra respondió con un tarascón en el rostro a una queja del
delantero local Eloy Medina. Aunque no fue formalmente expulsado, Medina
abandonó el campo de juego para internarse en un hospital, donde se le
practicó un injerto.

En la ciudad santafesina de Chabás los duelos entre los equipos de Atlético


y Huracán son la gran atracción local. Una noche, durante la inauguración de
un bar, uno de los jugadores de Huracán, Federico Osso, fue atacado por
varios hinchas rivales. Uno de los agresores, Ismael Silveira, ex arquero de
Atlético, arrancó de un mordisco la oreja derecha de Osso. El jugador fue
internado pero los médicos no pudieron reimplantar el apéndice auditivo
porque el perverso Silveira -luego detenido y procesado por “lesiones
gravísimas”- lo masticó hasta dejarlo inservible.

Un hincha de un cuadro de la liga napolitana también perdió su oreja en


octubre de 1969: un dirigente, Ugo Coppola, reaccionó con sus afilados
dientes contra Catello di Palma, porque éste protestaba por la mala actuación
del conjunto.

En enero de 1998, Sergio Cáceres, jugador del Cardedeu de la sexta


categoría española, se enfrentó a palabrotas con el entrenador del Martinec
rival, Vicenc Junqué. La disputa verbal finalizó cuando Cáceres se fue de
boca y clavó sus dientes en el rostro del técnico. El futbolista fue expulsado y
Junqué llevado a un centro asistencial.

En octubre de 1998, una pelea entre los jugadores de dos equipos de


aficionados de La Paz, Bolivia, terminó abruptamente cuando uno de los
contendientes arrancó de un mordisco el dedo meñique de la mano derecha
de su rival. La reyerta comenzó cuando los veintidós integrantes de los clubes
Aps y Sincrat se trenzaron en una batalla campal por diferencias propias del
partido. El herido fue hospitalizado, y sus compañeros y la policía intentaron
sin éxito recuperar la falange seccionada, por lo que no pudo ser
reimplantada.
A las corridas

No hay caso. Para determinadas circunstancias no hay tiempo ni lugar, ni


forma de ser evitadas. Cuando algo debe presentarse en forma inesperada, de
nada valen las medidas que se extremen: siempre hay margen para una
sorpresa. Todos pueden tener un accidente. Esto lo saben bien todos los
futbolistas, por eso siempre hacen una “escapadita” hasta los sanitarios antes
de encarar hacia el túnel. Mas toda prevención no siempre es suficiente.

Así podría definirlo Fabián Binzugna, guardametas de Deportivo Morón,


quien el 21 de abril de 1999 tuvo que solicitarle al árbitro Rubén Favale que
suspenda provisoriamente el partido ante Defensa y Justicia, por la B
Nacional, porque los dolores de intestino lo tenían a mal traer. A los 25
minutos del segundo tiempo el “gallito” ya había realizado los tres cambios, y
el inodoro más cercano estaba en el vestuario, a unos cien metros de la
portería local. “Si tiene que ir al baño lo esperamos, es el arquero”, explicó
Favale, piadoso frente a los cólicos que atormentaban a Binzugna. El juego se
detuvo, pero no los pies del golero, que huyó hacia los sanitarios. Camino a
los camarines, Binzugna fue asistido por el preparador físico del equipo, que
lo ayudó a quitarse los guantes y el buzo, y cuando nada parecía interponerse
con el alivio, media sorpresa más: los tres artefactos estaban ocupados por
quienes habían sido reemplazados minutos antes: los zagueros Gonzalo
Martínez y Luciano Kirokián, y el delantero Fernando Rodríguez. Al
enterarse del apremio de su compañero, Rodríguez, el menos urgido, le dejó
su lugar a Binzugna, quien se quitó rápidamente de encima el problema y
retornó a la cancha. Más aliviado, el guardavallas opinó al término del
encuentro que su necesidad habría sido producto de una intoxicación, porque
la indisposición había alcanzado a sus tres camaradas de retrete. Uno que la
ligó de rebote fue el pobre utilero, que debió soportar en carne propia el
malestar de Martínez, porque el defensor no tuvo la suerte de llegar a tiempo
al excusado.

Dos años antes, casualmente en la misma cancha, el arquero de Belgrano


de Córdoba Darío Sala padeció inaguantables retorcijones mientras se
disputaba el primer tiempo ante Morón, también por la segunda división.
Cada minuto que pasaba parecía interminable, y los latigazos castigaban con
más fuerza ese abdomen maltrecho. Llegó el final de la primera etapa y el
desahogo, tras una rápida carrera hasta el vestuario. Pero al promediar la
segunda mitad los rebeldes ravioles del mediodía que no habían querido dejar
los intestinos del pobre Darío explotaron, y ya no hubo forma de aguantar
hasta el pitazo final. El espeso sufrimiento se liberó, y se escapó por una de
las mangas del pantaloncito, justo arriba del punto del penal, que de blanco se
volvió marrón. Sala se tiró al piso y actuó una lesión que ganó el Oscar
gracias a la participación “de reparto” del médico cordobés, los camilleros y
el suplente Bernardo Ragg, que entró en escena por el desdichado
guardametas. Con el encuentro cuatro a dos para los visitantes, pasó lo que
tenía que pasar: penal para Morón, en el último minuto. Un valiente “gallito”
se animó a colocar la pelota sobre la “montañita” y pateó decidido (“total, a
los botines los lava el utilero”, habrá pensado). El que no quiso saber nada
fue Ragg, un portero de “guantes blancos”: se tiró para el otro palo. El triunfo
ya estaba asegurado y, a esa altura, otro gol significaba “una mancha más al
tigre”.

Un episodio similar involucró a los integrantes del plantel del Ciclón de


Tarija, de la “B” de Bolivia, quienes no pudieron presentarse en la semifinal
del campeonato ante Atlético Pompeya afectados por una epidemia de
diarrea. Los dirigentes sospecharon que la evacuación colectiva estaba
relacionada con “gente vinculada” a la institución rival.

Minutos antes del inicio del enfrentamiento entre el Turbine Potsdam y el


FFC Francfort, por la liga femenina alemana, Conny Pohlers saludó por
medio de los altoparlantes a su padre, sentado en las tribunas, por su
cumpleaños número cincuenta. Para rematar su ofrenda, la joven de 22 años
marcó el único tanto del match, lo que redondeó un regalo perfecto. Bueno,
no tan perfecto, porque don Pohlers no pudo presenciar la conquista: en ese
mismo momento estaba sentado en uno de los inodoros del baño de
caballeros del estadio.

Un caso original protagonizaba cada jornada el brillante Enrique Omar


Sívori, un notable delantero de River y la Juventus de Italia: no podía enfilar
hacia el túnel si antes no efectuaba un “depósito” en el excusado del
vestuario, aún sin sentir la más ligera necesidad. Una tarde, contó el mismo
Sívori, se replanteó la anormal situación: “No puede ser que me deje dominar
por una cábala”. Como no había ganas, salió a enfrentar su destino. No hubo
nada que hacer. “No agarré una pelota en todo el primer tiempo. Cuando el
referí pitó el final, salí corriendo y me metí en el baño. En el segundo tiempo
la rompí”.

Justamente por cábala, Sergio Goycochea orinó dentro del campo de juego,
ocultado por sus compañeros, antes de cada una de las dos series de penales -
frente a Yugoslavia e Italia-que lo convirtieron en héroe del Mundial ‘90. En
ambos casos, el portero contuvo dos disparos para darle el triunfo al
seleccionado que conducía Carlos Bilardo.

Ese mismo procedimiento siguieron en 1993, por recomendación de un


brujo, cuatro jugadores del club Tongorara en un estadio de Harare, la capital
de Zimbabwe. Pero aquí la suerte no acompañó: el Tongorara perdió dos a
cero y los cuatro muchachos fueron suspendidos “de por vida” por la
Asociación de Fútbol local, porque hicieron sus necesidades,
despreocupados, de “cara” a una tribuna repleta de hinchas rivales.

Está bien que Victoriano Arenas sea un humilde club de la categoría más
baja del fútbol argentino, pero por más chica que sea una institución y su
secretaría de prensa, no se puede justificar que la formación de los equipos
sea presentada en papel higiénico, como sucedió en setiembre de 1985. Eso
sí: el pliego estaba sin usar…

A no fiarse del papel higiénico: a mediados de 1970, el árbitro francés


Gastón Delmas pasó un mes en el hospital por una herida en la cabeza
provocada por varios rollos que le arrojaron en un estadio de la ciudad de
Toulouse. Lamentablemente para Delmas, su desalmado agresor no había
sacado los carretes de la caja de gruesa madera en la que habían sido
guardados.

Durante el mundial juvenil que se realizó en Nigeria, los periódicos de


Lagos aconsejaban a los visitantes extranjeros concurrir a los estadios con
paraguas, aunque el partido se jugase bajo un sol ardiente. Según el matutino
Sport Vanguard, los adolescentes de ese país se divierten llenando bolsas con
orina, que luego arrojan, desde lo más alto de las tribunas, sobre las testas de
los desprevenidos concurrentes.

Asimismo, cuando se pelean instancias importantes, donde todo se define


en un duelo “a todo o nada”, los partidos suelen extenderse más de la cuenta.
Y entre tanto cambio de lado no hay tiempo para nada. En abril de 2000, el
Surnadal y el Sunndal de Noruega no se sacaban diferencias en su choque por
la Copa nacional, que seguía con el marcador en blanco a pesar que ya habían
pasado los noventa minutos del tiempo “regular” y los primeros quince del
alargue. Con tanto nervio, el arquero del Surnadal, Olav Fiske, impedido de
correr hasta el vestuario, decidió eliminar algo de la “tensión” detrás de su
portería. Pero el juez no se dio cuenta de esta circunstancia y silbó para
permitir que el Sunndal sacase desde el centro. El avezado centrocampista
Oddvar Torve notó que Fiske continuaba en su asunto y lo aprovechó: lanzó
directamente desde el círculo central y la pelota se introdujo mansamente en
el arco. Más que un gol “de oro” fue “dorado”. El Sunndal avanzó hacia la
siguiente ronda, y los dirigentes del Surnadal reclamaron la anulación del
encuentro y su reprogramación, no por la “macana” de su guardametas, sino
porque consideraron que el referí autorizó la reanudación sin advertir que
Fiske no estaba preparado.

Al término del encuentro entre Instituto y Unión, jugado en el estadio


mundialista de Córdoba el 5 de julio de 1981, el volante local Raúl de la Cruz
Chaparro concurrió a uno de los vestuarios para someterse al control
antidóping. Como el pequeño jugador se demoraba, el médico Christian
Quijano, responsable del procedimiento, se acercó al baño para verificar lo
que ocurría. Allí, el facultativo descubrió que Raúl había pasado el frasco a
su hermano Rolando, también integrante del equipo local, para que cumpliera
con el trámite. Según un comunicado de la AFA difundido el miércoles
siguiente, Quijano impidió la maniobra y reclamó a Raúl que actuara de
acuerdo con el reglamento. Esta acción fue negada por Raúl, quien reconoció
que tanto Rolando como otro compañero, Juan José Meza, habían ingresado a
ese cuarto “porque era el único baño que había”.
Un antidóping general: El 12 de junio de 1994, al final del empate en un
gol entre Platense y Gimnasia y Esgrima La Plata, los 32 jugadores, entre
titulares y suplentes, hicieron pipí por orden del juez federal de San Isidro
Roberto Marquevich. A pesar de las sospechas del magistrado, que había
actuado a raíz de una denuncia, todos los análisis, realizados en el laboratorio
del CENARD, dieron resultado negativo.

La intención del árbitro Thomas Essbach, de la desaparecida República


Democrática Alemana, no era mala. La situación del jugador Carsten Saenger
-18 veces integrante de la selección del ex Estado socialista-le daba pena:
llevaba casi una hora y no podía cumplir con el control antidóping porque el
pipí no venía. Saenger tomaba agua a mares, pero la deshidratación sufrida
durante el encuentro no aflojaba. “A ver, pibe, yo te ayudo”, le dijo cómplice
Essbach, y llenó el tarrito por el “seco” futbolista cuando los responsables del
prueba miraban para otro lado. La trapisonda saltó dos días después, cuando
la muestra de orina dio “positivo”: el referí olvidó que se había tratado contra
un resfrío con un medicamento que contenía sustancias que figuraban en la
lista de productos prohibidos por la FIFA. Saenger y Essbach admitieron
finalmente la travesura, y ambos fueron sancionados. Como reza el saber
popular, fue peor el remedio que la enfermedad.
Arqueros de emergencia

A veces, las impensadas circunstancias del fútbol determinan que un


arquero deba abandonar la cancha por lesión o por expulsión, y que, ya
agotados los cambios que marca el reglamento, sea un jugador de campo el
que ocupe su puesto. Una vez calzado el buzo y los guantes, el improvisado
portero tratará de hacer las cosas lo mejor posible, consciente de que, si
eventualmente debe ir a buscar la pelota al fondo de su arco, nadie podrá
efectuar reproche alguno, dadas sus condiciones para ubicarse en otro sector
del terreno de juego. Sin embargo, los mágicos rebotes de la número cinco,
los caprichos del azar, o por qué no una arcana aptitud para pararse bajo los
tres palos, pueden convertir a un cabizbajo delantero devenido en guardameta
en el héroe de la jornada.¬

¬¬ La fría estadística indica que el magnífico goleador hispano-argentino


Alfredo di Stéfano anotó 377 tantos en 521 apariciones con los colores de
River Plate, Huracán, Millonarios de Colombia, Real Madrid y Real Club
Deportivo Español de Barcelona. Además, consiguió otros seis en igual
cantidad de partidos con la selección argentina, y otros 23 en 31
presentaciones con la camiseta roja furiosa de España. Lo que los números no
dicen es que cuando su talento fue requerido para una función completamente
diferente la “Saeta Rubia” no se echó atrás. El 30 de julio de 1949, durante un
superclásico caliente, con River y Boca en los dos últimos lugares de la tabla
de posiciones, di Stéfano debió reemplazar durante seis minutos a Amadeo
Carrizo, desvanecido por un golpe en el hígado. Con las manos desnudas y
apenas vestido con una camiseta de mangas cortas, “el Alemán” mantuvo el
cero en su valla, hasta que el arquero se recuperó y ambos volvieron a sus
puestos. Finalmente, el conjunto millonario se impuso por la mínima
diferencia.¬ La designación de di Stéfano no fue casual. De hecho, él mismo
se encargó de aclarar en numerosas oportunidades que su puesto favorito
“siempre fue el arco”, y que despuntaba el vicio durante los entrenamientos
cuando, en lugar de ensayar jugadas de ataque, se calzaba los guantes.
Otro gran verdugo de redes, el fabuloso Edson Arantes do Nascimento,
Pelé, tuvo su tarde de gloria como número “1”. Tal vez haber marcado 541
goles en 560 presentaciones con el Atlético Club Bangú, Santos Fútbol Club
y Cosmos de New York, o 77 en 92 compromisos de la selección brasileña le
proporcionaron dotes para evitar la caída de su propio arco. El 19 de enero de
1964, por la semifinal de la Taça Brasil, Gremio derrotaba como local a
Santos por 3 a 1 en el Pacaembú de San Pablo, hasta que “el Rey” anotó los
tres tantos que dieron vuelta el resultado. Poco conforme con su hazaña, Pelé
se instaló en el arco del equipo santista cuando el árbitro argentino Teodoro
Nitti expulsó al guardameta Gilmar. Con la misma destreza que derrochaba al
patear el balón, el “diez” ensayó varias espectaculares atajadas que
impidieron el empate gaúcho y sellaron el triunfo del Santos.¬ Sus notables
condiciones para custodiar los tres palos parecen haber sido heredadas por su
hijo “Edinho”, quien durante varias temporadas lució el buzo de ese club,
aunque como titular.

En la Argentina esta contingencia se repitió muchas veces. En 1937, en un


River-Huracán, el arquero millonario Sebastián Sirni se lastimó una mano y
en su lugar se colocó Renato Cesarini. Sirni continuó el encuentro como
delantero, y casi hace un gol.

El 16 de octubre de 1949, el portero Antonio Cammarata de Gimnasia y


Esgrima La Plata abandonó el terreno al minuto de juego, tras chocar contra
un oponente. La valla fue cubierta por Oscar Chiarini, y a pesar de la
desventaja numérica y el improvisado guardametas, el “lobo” se impuso por
dos a uno, con goles de Ruperto Camacho y Fernando Walter, quienes dieron
vuelta el 0-1 anotado por Emilio Fizel.

Desde que comenzó la denominada Era Profesional en 1931, cinco


jugadores de campo atajaron penales en la primera división de la Argentina,
tras sustituir al arquero por lesiones o expulsiones. El primero de ellos fue
Julio Nuin, defensor de River Plate, quien el 27 de setiembre de 1959 detuvo
el disparo de Norberto Desanzo, de Atlanta. Nuin, quien reemplazó al
expulsado Carrizo, no pudo evitar que sobre el final los bohemios ganaran
con un gol de Mario Griguol.
Diez años después, el 4 de mayo de 1969, Iselín Santos Ovejero, marcador
central de Vélez Sarsfield, atrapó un tiro del goleador de Gimnasia y Esgrima
La Plata Delio Onnis. El conjunto de Liniers ganó por 3 a 0, a pesar de que su
guardavalla, Miguel Marín, vio la tarjeta roja a los 8 minutos del segundo
tiempo.

En Arroyito, el 22 de agosto de 1971, Racing de Avellaneda superaba a


Rosario Central por 2 a 1 cuando Teodoro Nitti (otra vez) expulsó al golero
visitante Rubén Guibaudo porque, según el referí, éste se había adelantado
dos veces para atajar dos penales consecutivos. La tercera no fue la vencida:
el centrodelantero Juan Carlos Cárdenas se paró sobre la línea de cal, rechazó
con su mano derecha el remate de Roberto Gramajo y mantuvo su valla
invicta hasta el pitazo final.¬

El defensor paraguayo Oscar López Turitich, de Platense, se sumó a la lista


el 22 de abril de 1984 al sacar al córner el pelotazo de Fernando Morena, de
Boca Juniors. Lo curioso fue que esa misma tarde Morena había vencido a
Gabriel Puentedura, el arquero calamar. El partido, que se extendió 15
minutos más tras la osadía del marcador de punta guaraní, terminó 1 a 1.

La última proeza correspondió al volante David Carlos Bisconti, de


Rosario Central, quien el 19 de abril de 1992 contuvo el penal pateado por
Darío Scotto, de Platense. Otra paradoja: Ese mismo día el centrodelantero
“marrón” había marcado tres de los goles con los que el equipo de Vicente
López se impuso por 5 a 0.¬

¬ La centésima edición de la Copa de Escocia tuvo un ganador previsible, el


Rangers de Glasgow, pero un final deslucido por un accidente sufrido por el
guardametas del equipo perdedor, Jim Leighton, titular de la selección de ese
estado británico en Francia ‘98, a su vez agravado por leyes anticuadas. A los
dos minutos de juego, Leighton fue atropellado por el veloz delantero inglés
Rod Wallace, quien sin intención golpeó con su rodilla la mandíbula del
portero. El guardametas fue internado rápidamente al constatarse una fractura
del maxilar inferior y la pérdida de varios dientes. El arco, entonces, fue
ocupado por el delantero Robbie Winters, porque las anticuadas reglas de la
Copa sólo permiten tres suplentes, y el Aberdeen, como casi todos los
equipos, no había apostado a ningún guardavallas en el banco de suplentes.
Winters aguantó hasta los 35 minutos con la valla invicta, y detrás de la
apertura del marcador llegaron tres anotaciones más.

En abril de 1993, Argentino de Rosario utilizó dos jugadores de campo


para reemplazar a su arquero Arrabal, expulsado tras cometer un penal como
“último recurso” ante Estudiantes de Caseros, por la B Metropolitana. Puesto
que al entrenador Sánchez no le quedaban cambios, primero se calzó el buzo
el mediocampista Vignolo, quien había ingresado pocos minutos antes por
Comparetto. Pero a los 44 minutos del segundo tiempo Vignolo salió del área
y tocó la pelota con la mano. Como ya estaba amonestado, la segunda
amarilla significó su expulsión, y un nuevo reemplazo para el guardavallas: el
número once Torrente. Con tantas facilidades, Estudiantes, que jugaba como
local, se impuso por tres a uno.

Este tipo de situaciones inesperadas no sólo se producen dentro del área


chica. Ha acaecido todo lo contrario: que sea un arquero el que supla a un
compañero lesionado. Claro que, para que esto se cumpliera, se presentaron
peripecias muy particulares. Con su clasificación para las semifinales, el
seleccionado de Honduras se constituyó como la gran revelación de los XII
Juegos Panamericanos disputados en 1995 en la ciudad de Mar del Plata.
Pero la gran epopeya deportiva tuvo un alto costo en expulsiones y dobles
amonestaciones, que se sufrió a la hora de enfrentar a Colombia por la
medalla de bronce. Con el plantel diezmado por las tarjetas, el entrenador
Cruz Carranza se vio obligado a reforzar el ataque con el arquero suplente
Héctor Medina, ya que sus jugadores de campo apenas sumaban nueve. Si
bien Medina no desentonó en su nueva función, poco pudo hacer ante el
experimentado conjunto sudamericano, que se impuso fácilmente por tres a
cero.

Algo similar le sucedió al guardameta del Atlético de Madrid José Molina,


quien tuvo un insólito debut en la selección española. El 24 de abril de
1996¬, el combinado hispano igualó sin goles con su similar noruego en
Oslo. Quince minutos antes del final, el técnico Javier Clemente debió
recurrir a la extraña variante debido a que se había lesionado el volante Juan
López y ya no quedaban más relevos que el propio Molina. “Cuando me lo
dijo, creí que era una broma, pero fue verdad. Hasta pude haber convertido
un gol, que hubiese sido espectacular”, declaró el polifuncional arquero al
término del encuentro.

En la Argentina, el que atravesó por esta situación fue el guardavallas de


Vélez Bernardo Leyenda, quien actuó contra Independiente en un choque por
la Copa Mercosur de 1999, que finalizó igualado uno a uno. La tarde del
martes 21 de setiembre se completaron, a “puertas cerradas”, los últimos 45
minutos del encuentro suspendido por un petardo arrojado al portero
velezano José Luis Chilavert. El equipo de Liniers presentó sólo tres
suplentes, debido a que una buena cantidad de los miembros del plantel se
encontraba afectado por lesiones o suspensiones. En realidad, sólo se iban a
jugar los 45 minutos pendientes del match interrumpido unos días antes
cuando una bomba de estruendo lanzada por alguien desde la tribuna roja
afectó al paraguayo José Luis Chilavert. Nada hacía suponer una
eventualidad, mas como Claudio Husaín y Cristian Bardaro ya habían
ingresado, cuando Carlos Compagnucci se esguinzó el codo izquierdo al
entrenador Julio Falcioni ya no le quedaban variantes, excepto dejar a su
equipo con un hombre menos. Leyenda hizo su debut en primera, pero no
llegó a tocar la pelota en los breves instantes que correteó por la cancha.

La fría mañana del 26 de agosto de 1906 no fue grata para el desaparecido


club Barracas Athletic: solamente ocho de sus futbolistas se presentaron en la
estación de trenes de Retiro para viajar a la ciudad de Campana, donde debían
enfrentar a Reformer, el abuelo de Villa Dálmine y Atlético. No obstante la
inferioridad numérica, los intrépidos muchachos decidieron trasladarse hasta
la ciudad del norte bonaerense y caer con honor antes de resignar los puntos
por no salir al campo de juego. Durante el trayecto, se decidió que el zaguero
Winston Coe ocupara el arco, ya que uno de los que se había hecho la rabona
era, ciertamente, el guardameta.¬ El gran empeño desplegado por el pobre de
Coe no alcanzó para impedir que Reformer, con todos sus titulares, aplastara
al disminuido equipo porteño por 11 a 0. Y no era para menos. Al
improvisado arquero, a quien apodaban “el manco”, le faltaba el brazo
izquierdo.¬
¡Qué animales!

“¿Por qué ellos sí y nosotros no, acaso no viajamos todos en la misma


Arca?”. La queja, bien podría salir de la boca (fauces, picos…) del resto de
los representantes del Reino Animal. No sólo porque aquí sobren los apodos
que identifiquen a los jugadores (la selección argentina que jugó el Mundial
Francia ‘98 los tuvo de sobra con el “mono” Germán Burgos, el “burrito”
Ariel Ortega, el “ratón” Roberto Ayala o el “piojo” Claudio López) o a los
equipos (“gallinas” millonarias, “cuervos” azulgranas, “lobos” jujeños o
platenses, “león” estudiantil, “calamares” platenses, “bichitos colorados” de
Argentinos, “sábalos” de Colón y “gallos” de Morón), sino porque, aún las
especies más salvajes y reacias a convivir con el hombre, estuvieron muchas
veces alrededor de la pelota.

Una noche de agosto de 1999, una píara de jabalíes arrasó el campo de


entrenamiento del Hertha Berlín, de la primera división alemana. Los
animales, que seguramente no simpatizaban con el club capitalino, dejaron un
panorama volcánico, plagado de cráteres, y con todo el césped comido.
Aterrorizado por el ataque, el manager del club, Dieter Hoeness, exigió
medidas de protección a la administración del equipo y la Inspección forestal,
temeroso de que los jabalíes pasasen por la mañana para tomársela con los
futbolistas.

Un año antes, una arremetida similar tuvo lugar contra el césped del
estadio Francisco de la Hera, la casa del Extremadura. Pero en este caso fue
una plaga de orugas la que devastó el terreno de juego. Para colmo, el
desastre sorprendió al “canchero” horas antes del choque con el Athletic de
Bilbao, que debió disputarse de todas formas.

El que sí se las vio feas fue un cordero “uruguayo” que fue pescado “in
fraganti” mientras devoraba la hierba que tanto había costado acondicionar
para la práctica deportiva al jardinero del club Liverpool. El borrego fue
denunciado a la policía, que se llevó al pobre animalito, en patrullero, hasta la
comisaría más cercana. Allí estuvo detenido dos días, hasta que fue liberado,
acaso por no contar con antecedentes judiciales.

Peor la pasó el burro búlgaro que transportaba a Mehmed Aliev en junio de


1998. Al cuadrúpedo no se le ocurrió nada mejor que empacarse a pocos
kilómetros de la casa del irascible campesino, en la localidad de Asentevi,
cuando restaban pocos minutos para el inicio de Inglaterra-Túnez, por el
Mundial de Francia. Aliev lo azuzó un par de veces, y nada. Intentó picarlo
con su cuchillo, mas el orejudo, que no quería saber nada, le tiró un
mordiscón. El granjero volvió a su hogar a pie, aunque primero se tomó
revancha con el tozudo animalito, al que degolló.

A partir de 1995, el club uruguayo Peñarol desarrolló una fenomenal


campaña que le permitió alzarse con cinco torneos de liga en forma
consecutiva. Increíblemente, muchos no atribuyeron el logro al brillante
equipo forjado por el entrenador Gregorio Pérez, sino a la “suerte” que
irradiaba el amuleto de la institución aurinegra: un loro que había sido
regalado al presidente de la institución, José Pedro Damiani, por sus nietos.
Damiani -el mismo que admitió a un perro como socio-no tuvo empacho en
atribuir al plumífero talismán poderes sobrenaturales, que fue bautizado
“Quinquenio”, y le confeccionó una camisetita especial con el número “5” en
la espalda. Además, la imagen del bicho fue impresa en las entradas del
clásico con Nacional que el 25 de febrero de 1998 abrió el Grupo IV de la
Copa Libertadores de América de ese año. Como no podía ser de otra
manera, Peñarol se impuso por dos a uno.

Para esa misma época, el Charlton Athletic contrató los servicios de un


águila amaestrada, no para integrar la formación del primer equipo, sino para
alejar de los techos del estadio The Valley a las molestas palomas que cada
sábado manchaban con sus “necesidades” a los seguidores del club del sur de
Inglaterra. El ave rapaz “debutó” contra el West Ham en la “Premier
League”, y aunque al equipo no le fue nada bien esa temporada -bajó a la
”premier division”, la segunda categoría-los hinchas (y sus esposas) quedaron
muy conformes con el rendimiento de la nueva estrella.

Otro club inglés familiarizado con las plumas es el Norwich City: en sus
primeros tiempos, sus colores identificatorios eran el azul y el blanco, pero
como esa ciudad de la costa este británica era muy famosa por la cría de
canarios, cinco años después de su fundación se dejaron de lado las
tonalidades originales, reemplazadas por el amarillo y el verde.

Algo comparable sucedió con el conjunto argentino Defensa y Justicia, que


luego de algunas décadas de su nacimiento adoptó una tonalidad similar y,
desde entonces, se lo conoce como “el Halcón”. Sin embargo, todo este
recambio vino aparejado por un contrato publicitario con una empresa de
colectivos, “El halcón”, que pintaba sus ómnibus con esa combinación
cromática. Con el tiempo se cumplió el contrató, pero el conjunto del partido
bonaerense de Florencio Varela conservó la mezcla verde-amarilla.

En la década del ‘50 Boca tenía como mascota un pato pintado de azul y
amarillo, que normalmente deambulada cerca del campo de juego de la
Bombonera. Una tarde, en un choque contra Vélez, varios de los
protagonistas se trenzaron en un escándalo de corridas y forcejeos, a pocos
metros de uno de los laterales. En ese momento hizo su inoportuna aparición
el pobre pato, que sin comerla ni beberla se comió el patadón de uno de los
jugadores fortineros, que lo devolvió al otro lado de la línea de cal. Pasaron
los minutos, retornó la calma, siguió el partido y todavía quedaban plumas
del pobre palmípedo dando vueltas por el aire.

El timbú es un roedor originario del Brasil que identifica al Náutico de


Recife. En un partido ante el Sport, su clásico rival, la parcialidad local lanzó
a uno de estos animalitos al campo de juego. La presencia del bicho molestó
a uno de los defensores del Sport, Saulo, quien pateó al bichito para sacarlo
de la cancha. La actitud del zaguero fue denunciada a la Justicia por una
sociedad protectora de animales. La causa prosperó y Saulo fue condenado a
entregar 20 kilogramos de carne al mes al zoológico de la ciudad.

Otro zoológico, en este caso italiano, sirvió para levantar el ánimo de los
jugadores de Camerún, que se preparaban para el Mundial Italia ‘90. Los
responsables de la delegación africana cambiaron el lugar de la concentración
escogido antes del inicio de la gira por otro cercano al parque de animales,
para que los futbolistas visitaran a los leones, tigres y todos los especímenes
originarios de su continente, y así sentirse un poco más cerca de casa. La
medida dio sus frutos, ya que los impetuosos cameruneses rugieron fuerte ese
torneo: derrotaron en su debut a la Argentina, selección defensora del título y
posteriormente subcampeona, clasificaron para la segunda ronda, vencieron a
Colombia en octavos de final y cayeron ante Inglaterra en cuartos, por un
estrecho 3-2 y con dos penales otorgados a los británicos por el polémico
referí mexicano Edgardo Codezal.

En 1993, el equipo chipriota Apollon Limassol viajó a Milán para enfrentar


al poderoso Inter por la segunda ronda de la Copa UEFA. Para hacer frente a
tan importante rival, los dirigentes del Apollon alquilaron las instalaciones
del club Vercellese, linderas al hotel elegido para la concentración. Pero
cuando los muchachos mediterráneos pretendieron realizar sus ensayos,
fueron corridos por una caterva de mosquitos (indudablemente hinchas del
conjunto local) que les dejaron las piernas como coladores.

También tuvieron problemas para entrenarse los muchachos de Argentinos


Juniors, quienes fueron perseguidos por un toro en el complejo deportivo del
sindicato de los telefónicos. El vacuno se introdujo en la cancha en la que se
desarrollaba un picado, pero luego de unos minutos, al ver que nadie le
pasaba la pelota, se aburrió y retornó por el mismo agujero en el alambrado
por el que había llegado.

Sí pudieron disfrutar de este deporte unos cerdos de la ciudad portuguesa


de Trofa, quienes fueron utilizados como objeto de burla por los enfadados
hinchas del Trofense hacia los dirigentes de la Federación de Fútbol de ese
país europeo. Trofense se había salvado del descenso a la tercera categoría
merced a un encuentro de desempate ante el Varzim, que se desarrolló en
cancha neutral. Pero tras cinco meses de deliberaciones, la federación anuló
el cotejo y ordenó que se ejecutara nuevamente, en dos choques de ida y
vuelta. Fastidiados por la decisión, los seguidores del Trofense disfrazaron a
los cerdos con camisetas de los dos conjuntos y los reunieron en una canchita
improvisada en la plaza céntrica de la ciudad, para repudiar lo que
consideraban una farsa.

En 1925, en la ciudad de Córdoba, llegaron a la final del campeonato de


segunda categoría los clubes locales Vélez Sarsfield y Peñarol. El choque
definitivo se pactó en una canchita del barrio El Abrojal, y se designó a
Carlos Libertario Linossi para controlar las acciones del trascendental
desafío. A los treinta minutos de la segunda etapa, con el marcador uno a
uno, Peñarol consiguió el gol que lo catapultaba a la división de honor del
fútbol cordobés. Pero la conquista no fue bien recibida por los seguidores de
Vélez, quienes, gracias a la falta de reja olímpica, decidieron ingresar al
campo de juego para golpear a los futbolistas rivales, quienes a su vez fueron
apoyados por sus partidarios. En medio de la riña generalizada, Linossi
montó el caballo con el que había arribado al lugar, y comenzó a despejar a
los exaltados espectadores. Recuperada la calma, el hombre de negro
continuó su labor sentado en el lomo de su corcel, desde donde dirigió los
últimos minutos. Fue el primer árbitro con cuatro patas.

Una leyenda parecida acompaña a Wembley desde el día mismo de su


inauguración, el 28 de abril de 1923. Ese día se programó la final de la Copa
entre el Bolton Wanderers y el West Ham. Unos 200 mil fanáticos se dieron
cita en el glamoroso coliseo, que sólo tenía capacidad para 120 mil. Muchos
de los espectadores invadieron el terreno por no conseguir un lugar en las
repletas tribunas. Cuando todo hacía parecer que el match se suspendería un
policía llamado George Scorey, montado en un caballo blanco, consiguió que
la multitud retrocediera pacíficamente hasta detrás de la línea de cal, y
cediera la hierba a los 22 protagonistas. Bolton se impuso por dos a cero, y
ese encuentro pasó a la historia como “La final del Caballo Blanco”.

Grito de gol.

“Los actos extravagantes de júbilo no deben ser sentenciados como


corrupción de nuestro deporte. ¿No es justamente la alegría ante el gol
obtenido, el júbilo incontenible por la victoria, la emoción exuberante (la
cual, gran parte de los seres de nuestra época sólo es capaz de expresar en los
estadios) que aportan la mayor parte del éxito mundial del fútbol? La alegría
del goleador es uno de los aspectos más naturales del deporte, una
culminación repetitiva para cada futbolista, un clímax emocional que puede
gozar sólo si lo puede compartir con los espectadores. Las emociones
positivas como júbilo espontáneo no deben ser deslustradas con un acto de
punición. Sancionar el entusiasmo con tarjetas amarillas no corresponde al
espíritu de nuestro juego. Los goles deben ser festejados como vienen.
Continuemos regocijándonos libremente por la alegría en los goles y por el
placer en el fútbol”.

Seguramente si se le pregunta al lector quién ha sido el autor de estas


declaraciones, cientos de nombres, apellidos y pseudónimos correrían como
catarata sin llegar a la respuesta correcta. Estos conceptos corresponden al
presidente de la FIFA, Joseph Blatter, y fueron publicadas en la revista
FifaMagazine de diciembre de 1984, cuando el suizo ocupaba la secretaría
general de la entidad rectora de este deporte. Dieciséis años después, estas
declaraciones se convirtieron en una curiosidad en sí mismas, porque es
exactamente la FIFA la que pone límites a esos mismos “actos extravagantes”
ponderados por Blatter.

El reglamento permite al goleador compartir su alegría con sus


compañeros, pero nada de saltar carteles de publicidad, abrazarse con
espectadores-fotógrafos-policías, desvestirse ni desplegar originales
coreografías, so riesgo de ser amonestados o expulsados.

En 1998, los jugadores de Talleres de Remedios de Escalada recurrían cada


sábado a graciosas e innovadoras galas para celebrar los tantos. El delantero
Sergio Bonassiolle era uno de los promotores del show: de sus medias salió
todo tipo de cotillón, como anteojos de goma, y hasta cartas españolas para
jugar al “truco” con sus compañeros. La máxima producción la cristalizaron
con los cartelitos de los cambios: en sus reversos escribieron letras para
formar la frase “qué golazo” después de una conquista. El ingenio fue
avanzando proporcionalmente con la cantidad de tarjetas amarillas que se
cargaban a la cuenta de los artilleros del equipo del sur del conurbano
bonaerense, hasta que una tarde, poco antes de salir por el túnel, un árbitro les
advirtió que si se les iba la mano con la alegría amonestaría tanto al goleador
como a quienes se sumasen a la fiesta. ¡Justo ese día habían escondido al
costado de la cancha once enormes sombreros de copa con los colores rojo y
blanco tradicionales del club!.

El superclásico es, sin lugar a dudas, el partido más caliente de la


temporada del fútbol argentino. Y el que se disputó el 12 de marzo de 1972
en cancha de River, por la primera ronda del campeonato Metropolitano, fue
más caliente aún. Los goles visitantes llegaron unos tras otros de la mano -o
los pies-de Ramón Ponce y Hugo Curioni, y con cada uno de ellos, festejos
interminables condimentados por burlas hacia los rivales e hinchas locales.
Las desmedidas muestras de alegría fueron advertidas por el referí Juan
Carlos Rodríguez, quien llamó al capitán xeneize, Silvio Marzolini, y le
advirtió que no toleraría otra celebración desmesurada. Boca marcó el cuarto,
y Marzolini poco pudo hacer para evitar que sus compañeros dieran, otra vez,
rienda suelta al alborozo. El árbitro, hastiado de tanto carnaval, expulsó al
pobre capitán, que tuvo que pagar por la locura de sus camaradas.

El 13 de noviembre de 1997, Germán Cáceres consiguió de penal el tanto


que desequilibró el empate a dos entre San Martín de Tucumán y Godoy Cruz
de Mendoza, dos de los animadores de la B Nacional. Eufórico, el atacante
albirrojo corrió hasta un costado de la cancha y se puso a leer un diario
mientras un auxiliar del conjunto tucumano le “lustraba” el botín derecho con
el que acababa de poner en ventaja a su cuadro. El árbitro Miguel Jiménez
consideró desmedida la ceremonia, por lo que mostró una tarjeta amarilla a
Cáceres. Como el delantero ya estaba amonestado, el acrílico se volvió rojo,
y los mendocinos, gracias al “regalito”, consiguieron finalmente el empate en
el último minuto.

Tal vez digno representante de la “flema” británica, el entrenador de la


selección inglesa que participó en el Mundial Italia ‘90, Bobby Robson,
ordenó a sus hombres no desplegar exageradas muestras de júbilo luego de
cada conquista. “Esas provocadoras escenas son perjudiciales para el deporte,
los aficionados y, además, son peligrosas. No queremos frenar el natural
entusiasmo, pero una palmada en el hombro y un ‘bien hecho’ serían
suficientes. Al fin y al cabo, los jugadores sólo cumplen su obligación y se
les paga por ello”, declaró el sobrio conductor del conjunto que, luego,
clasificó cuarto en el torneo.
En enero de 1989, el campeón venezolano Marítimo igualaba como local
uno a uno con Arroceros, el conjunto más modesto de la primera división del
Estado caribeño. Cuando nada parecía insinuar un cambio en el marcador, el
delantero brasileño Edilberto consiguió el tanto que le otorgaba el triunfo al
Marítimo. Tan contento estaba Edilberto que se abrazó con el primero que se
cruzó en su alocada carrera. Claro que quien recibió el apretón era el árbitro
Antonio López, quien, cuando se recuperó de la sorpresa, no dudó en extraer
su tarjeta roja para echar al desubicado goleador.

Para algunos casos, las amonestaciones y expulsiones se quedan cortas, y,


más que enviarlos a las duchas, a los efusivos celebradores habría que
conseguirles una cita con el psicólogo. En diciembre de 1995, en el
departamento paraguayo de Guairá, el centrodelantero de la selección de
Villarrica, Carlos Román, no encontró mejor forma para festejar su gol que
bajarse los pantalones hasta las rodillas. “No sé qué me pasó. Eludí al
arquero, entré al arco con la pelota en mis pies y me emocioné”, intentó
explicar el desenfadado atacante, que fue expulsado inmediatamente. A pesar
de continuar con diez hombres la mayor parte del encuentro -Román fue
expulsado a los 38 minutos de la primera parte-, el combinado de Villarrica
superó al representativo de San José por tres a cero.¬

Más que la derrota, a los aficionados del Mragovia de la liga regional


polaca les cayó muy mal que el goleador del Reduta Bisztynek, Zbigniew
Romanowski, mostrara el pene después de cada conquista. Al día siguiente
del partido -que se jugó en abril de 1998-, los ofendidos hinchas enviaron una
carta de protesta al periódico “Gazeta Olsztynska” porque debieron tolerar las
groserías de Romanowski y la complacencia del árbitro, que no sancionó al
maleducado delantero.

En abril del 2000, un futbolista iraní fue suspendido “de por vida” por una
corte de ese país islámico por bajarse los pantalones y dar una “vuelta
olímpica en calzoncillos” al gritar su gol. Mohsen Rassuli, joven atacante del
club Saypa de Teherán marcó en el minuto 119 el tanto que le dio la victoria
a su equipo en las semifinales de la Copa de Irán, frente al Pas, su rival
tradicional. La exagerada muestra de exaltación no sólo fue vista por la
multitud que colmaba el estadio: el match era transmitido en directo por la
televisión estatal, que generalmente corta este tipo de escenas en partidos
internacionales. El caso de Rassuli fue considerado de tal gravedad que fue
trasladado directamente a la justicia nacional antes de ser evaluado por el
Comité Disciplinario de la Federación Iraní de Fútbol. A la dura pena se le
añadió una multa equivalente a 33 mil dólares, que el deportista pagó mitad
en efectivo y mitad en cuotas.

En setiembre de 1996, causó conmoción en Chile el vehemente festejo que


el arquero Leonardo Canales y el defensor Carlos Soto realizaron cuando
Héctor Cabello consiguió el gol del triunfo para Coquimbo. Especialmente
porque el guardametas y el zaguero integraban la formación de… Provincial
Osorno, el rival de Coquimbo esa tarde. Los dos jugadores fueron separados
inmediatamente del plantel y sometidos a una rigurosa investigación.
Buscados vivos o muertos por los furiosos hinchas de Osorno, Canales y Soto
escaparon de la ciudad entre gallos y medianoches. Mas antes de fugarse se
justificaron por su inusitada reacción: una férrea amistad con Cabello nacida
cuando los tres compartieron otros equipos.

En los últimos años se popularizó entre los futbolistas de todo el mundo un


festejo muy vistoso: levantar la camiseta del club para exhibir otra calzada
debajo con alguna foto, un dibujo o una leyenda. Si bien al principio ninguna
asociación opuso mayores reparos en este tipo de celebración, pronto las
distintas ligas y hasta los mismos clubes tuvieron que tomar cartas en el
asunto, porque el contenido de los textos de algunas remeras generaban
ásperos conflictos.

Cuando el delantero del Arsenal de Inglaterra Ian Wrigth alcanzó un récord


de goles, levantó su casaca roja para mostrar otra con la leyenda “Just done
it” (“ya hecho”) que parafraseaba el slogan de la firma deportiva que le
proveía los botines. Casualmente, esa empresa era la misma que auspiciaba al
conjunto londinense, lo que evitó severos conflictos.

Quien sí motivó engorrosas situaciones fue el “striker” del Liverpool


Robbie Fowler, quien debajo del jersey “oficial” vestía un chaleco con un
aviso de ropa “de calle”. El patrocinante del Liverpool puso el grito en el
cielo al ver como Fowler promocionaba otra marca en las fotografías de todos
los periódicos del país.

Cuando el torrente de “chivos” y “cargadas” inundó las canchas, las


autoridades del fútbol mundial y de las distintas organizaciones prohibieron
este tipo de exhibiciones, y anunciaron que las sancionarían con
amonestaciones, expulsiones, suspensiones y multas en dinero, según la
gravedad del hecho.

En Brasil, por ejemplo, la Comisión Nacional de Arbitraje anunció en 1999


que se castigaría con la tarjeta roja a quien expusiera leyendas debajo de la
camiseta, y con amarilla a quienes ensayasen coreografías o utilizaran
cotillón en sus festejos. No obstante, estas duras penas quedaron en medio de
polémicas, porque no pocos jugadores se valieron de este medio para enviar
mensajes de bien público.

En diciembre de 1999, el atacante de la Fiorentina Gabriel Batistuta dedicó


su gol del triunfo contra el Milan a un chico israelí de nueve años que padecía
una grave enfermedad renal, mediante una frase escrita en hebreo e inglés,
impresa en una camiseta que llevaba debajo de la casaca “viola”. El notable
gesto le valió al cañonero argentino el agradecimiento del Ministerio de
Cultura de Israel, pero su caso quedó a estudio de Comisión Disciplinaria de
la liga italiana, por violación al Código de Justicia Deportiva.

Quien no precisó pasar por los estrados de la federación española fue el


brasileño del Deportivo de La Coruña Djalminha: convencido de ser un
hombre “de acero”, antes de salir a la cancha contra el Valencia se puso una
camiseta de Superman debajo de la albiazul del equipo gallego. Pero se
quedó con las ganas de exponerla: se perdió cinco claras ocasiones para
anotar y, para rematarla, pifió un penal.

Quizá para darle la razón a la FIFA, situaciones como las que vivió
Michele Falce podría hacer recapacitar a los efusivos goleadores. Falce
marcó para el Sagnino del campeonato amateur italiano, y se trepó al
alambrado para compartir su júbilo con la hinchada. Pero al saltar de regreso
al campo de juego, su alianza matrimonial se enganchó en un hierro y le
seccionó el dedo. Mientras el atacante se revolcaba del dolor, sus compañeros
encontraron el trozo de falange y lo llevaron al hospital, donde fue
reimplantado con éxito en la mano izquierda del desdichado Falce.

Más dramático culminó el grito de gol del joven Javier Febres Rivera, de
sólo 18 años, quien en enero de 1990 anotó el gol del triunfo del Ciclón de la
ciudad peruana de Surco, ante el Sport Sucre. Febres Rivera, al que se
conocía como el “Maradona de Surco”, corrió a abrazar a sus compañeros,
pero cayó fulminado por un infarto.

Casi como sucedió en diciembre de 1998 con Gabriele Faticoni, del


conjunto amateur Capostradam de la liga regional de Pistoia, en Italia. El
jugador, de 27 años, anotó de penal la ventaja para su equipo en un cerrado
duelo con el Torbecchia, y durante el acalorado festejo se desplomó. Los
compañeros del goleador y el propio árbitro intentaron reanimarlo, pero
Faticoni murió antes de la llegada de una ambulancia, ante los ojos de sus
padres, que presenciaban el partido en las gradas.

El 12 de abril de 2000, Instituto y San Lorenzo igualaban sin goles en Alta


Córdoba, hasta que a los 9 minutos del segundo tiempo el delantero local
Mauro Amato consiguió el único tanto del encuentro. En lugar de abrazarse
con sus compañeros, el atacante corrió hasta la línea de fondo, saltó el cartel
de publicidad y se abrazó con su esposa Cecilia, una fotógrafa que se
encontraba entre los reporteros gráficos. Amato quiso sellar el grito con un
beso, pero en ese preciso instante su compañero Lucas Rimoldi lo tomó de la
cabellera para devolverlo al campo de juego.

El Genoa luchaba por el ascenso a la Serie A italiana, y en casa, frente al


Atalanta de Bergamo, uno de los punteros del campeonato, había que ganar o
ganar. El choque, cargado de roces, nervios y pierna fuerte, se evaporaba
igualado en un tanto, hasta que el veloz delantero Davide Nicola trazó una
diagonal fulminante que definió con maestría ante la salida estéril del arquero
visitante Fontana. El goleador extendió su alocada carrera hasta un costado
del campo, donde estaba sentado un grupo de policías, y se arrojó sobre una
rubia y bella agente del orden, a quien besó apasionadamente. Era -reconoció
luego el futbolista-una “amiga” que había “caído en su red”. Nicola no fue
amonestado por tan apasionado festejo, pero quien sí vio la tarjeta roja fue la
chica: su esposo, que miraba el partido “en directo” por televisión, la llamó
de inmediato al celular y la expulsó del terreno conyugal. Por lo visto, el
despechado marido no se había enterado de las recomendaciones de Blatter.

Bibliografía

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-Revista FIFA Magazine, de la Fédératión Internationale de Football


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-Copa Libertadores de América-30 años, Confederación Sudamericana de
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-Diario Clarín, de Buenos Aires.

-Diario La Nación, de Buenos Aires.

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-Diario Deportivo Olé, de Buenos Aires.

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-Diario La Argentina, de Buenos Aires.

-Diario Noticias Gráficas, de San Miguel de Tucumán.

-Diario Los Andes, de Mendoza.

-Diario El Mundo, de Buenos Aires.

-Diario Tiempo Argentino, de Buenos Aires.

-Diario El Diario, de Buenos Aires.

-Diario Campeón del deporte popular,d e Buenos Aires.

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-Los Mundiales (1930-1994). Colección de la Agrupación de Diarios del


Interior (ADISA).

-Reglamento Oficial del Fútbol Comentado e Ilustrado. Editorial Abril, 1974

-Anuario del fútbol argentino, Luis Carlini, 1938 a 1950.

-Cables de las agencias Diarios y Noticias (DyN), de la Argentina; Reuters,


del Reino Unido; Agencia Alemana de Prensa (DPA); Agencia Española de
Prensa (EFE), Agencia Francesa de Prensa (AFP), Agencia Italiana de Prensa
(ANSA) y los sitios Sportsya y Yahoo de la web.

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