Cuarto Domingo de Pascua

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CUARTO DOMINGO DE PASCUA

La oración colecta define la resurrección de Jesucristo como un don de gozo


inmenso regalado por el Padre Dios a la Iglesia. Esta alegría tiene un rostro, el
de Jesucristo como Pastor que nos cuida, caminando con nosotros y
permitiéndonos llegar al Padre, la fuente de la vida. Celebramos en este
Domingo la imagen del Buen Pastor y a todo aquel que, cuidando a las personas
con la Palabra y con los gestos concretos, reproduce en su misión el vivir de
Jesús.
En los Hechos de los Apóstoles (13,43-52), Pablo y Bernabé recorren el
mundo predicando en medio de las comunidades judías. Pero la misión es, en
muchas ocasiones, espacio del rechazo: los pueblos judíos no los aceptan y los
dos misioneros deben ir más allá, hacia los no judíos, los «gentiles». Estos
últimos reciben la Palabra del Señor con alegría, la mejor forma para acoger a
Dios. Pablo y Bernabé se dedicaron a los gentiles como los pastores a sus
rebaños, convirtiéndolos en parte del «nosotros» de la fe. Es así como la misión
de los discípulos amplía las fronteras de la pequeña Iglesia naciente llevándola
a ser «católica», es decir, «universal», para todos. Pablo y Bernabé enseñan una
característica humana de la misión: cuidar a las personas, pastorearlas en la fe.
Las siguientes lecturas celebran el sentido universal de la fe: el Salmo 99
invita a toda la tierra a aclamar al Señor y a reconocerse como rebaño que el
Buen Pastor cuida con misericordia y fidelidad perpetua; en el Apocalipsis
(7,9.14b-17), Juan contempla una muchedumbre de todos los orígenes en pie
ante la presencia de Dios y de Jesucristo (visto como Cordero). Pueden estar
allí porque creyeron contra toda desesperanza, muriendo por su fe en Cristo y
«ya no pasarán hambre ni sed» pues el Cordero será para ellos Pastor y los
guiará a una fuente inagotable de vida.
La imagen del «Pastor» llega al Evangelio de Juan (10,27-30): Él conoce a
sus ovejas y les da la vida eterna. Nada podrá arrebatarlas de sus manos porque
están asidas a Él con el mismo amor que tiene el Padre Dios por su Hijo.
¿Vivimos como si estuviéramos en sus manos? Las ovejas conocen su voz: la
voz de Él se escucha en nosotros y la misión de la Iglesia tiene como propósito
hacerla resonar. La fe, en este contexto, es el reconocimiento de la voz del
«Pastor» y solo quienes pertenecen a Jesús saben identificar esta voz
vivificadora. Y no es vida cualquiera: es vida eterna que ni siquiera el poder
terrible de la muerte ha podido destruir para siempre. Cuando lo escuchemos,
¿reconoceremos su voz? Si es así, el sonido de su hablar nos conducirá hacia
donde están las fuentes del agua viva, en donde el Padre Dios y su Hijo se aman.
Allí, nosotros podremos pacer alimentándonos de este amor vital e
imperecedero.

Por Juan David Figueroa Flórez – [email protected]

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