Arellano Yecorat. El Martirio de Un Leal PDF

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J u a n -A.rella.

no i Yecorát
—m&XH®*--—

EL M A R T I R I O DE U N L E A L
O SEA.

La Vida i Muerte de Luís Alberto Garin,


TENIENTE CORONEL DEL ANTIGUO EJÉRCITO CHILENO.

ILUSTRADA CON EL RETRATO DEL MÁRTIR

( L a primera edición d e e s t e folleto f u é c o n s u m i d a t o t a l m e n t e por las llamas

en e l s a q u e o e Incendio del diario I n d e p e n d i e n t e La Repi'iblica

e l ^ d e diciembre de I 8 9 2 . J

4b

SANTIAGO DE CHILE
I m p r e n t a Márquez, Sama. 49.
1 8 9,3 .
'DEDIC.&.TOie/r.A.

din> (¿^icari (^/oté c S a ^ f e £ (s^eneta/

de> div-uion> den (¿/íoóé /etai^ue^ j-e-nuv-

nc¿ le^iMderbs/ocri!/eí- d& /ai- mmcilceát^/eó j/o=

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no'/y ^ot> feo artÁv/toa, v fectf^ifcywdc d&

¿elv-idoteá nacwrwotet.

Z_sétode>ó</o Q^j^omenyc de adryivlctcvcn

r
fiúct/W ¿uó v-ílditdeó cívica ó i fiae'oteUx^.

Juan | | rellano i |)ei}orát


1893.
LUIS A L B E R T O GARIN
TENIENTE CORONEL DEL EJÉRCITO LEAL DE CHILE,

Asesinado en Quillota despues del triunfo de la Revolución oligárquica en


setiembre del año 1891.
PRÓLOGO.

El recuerdo es una reliquia del alma, así como las


memorias gloriosas y ejemplares son las reliquias
do la historia i de las jeneraciones.
L a s mas profundas i duraderas en las afecciones
del sentimiento, son las que inspira el patriotismo,
i sus apoteosis son las reliquias eternas para los
pueblos i los siglos.
El amor a !la patria hace imborrables las epope-
yas del heroismo i las grandes obras del jenio, co-
mo los martirios conmovedores de sus abnegados
ciudadanos o defensores, siendo su rememoración
constante i perpetua la consagración del civismo
de la posteridad. E s a representación periódica i su-
cesiva de tau memorables • ejemplos, es la venera-
ción de las sagradas reliquias'de la patria i de la
historia.
• < L a humanidad ha establecido etapas célebres;
se h a dado relijiones; ha erijido ídolos; ha levanta-
do héroes sobre el pavés de la civilización, i eu sus
banderas i altares, en sus museos i monumentos,
ha rendido culto a la memoria de los caracteres
modelos de las naciones i de las edades.
VIH.

Son las reliquias del progreso universal, de las


creencias de la fé, de las batallas del a r t e i del pen-
samiento, de la lucha azarosa del trabajo, de la evo-
lución permanente de las sociedades que se vene-
ran en el ara del recuerdo perpétuo del linaje.
E s t a recordación perdurable de los triunfos i los
sacrificios de los espíritus nobles i superiores, cons-
t i t u y e una escuela de moral pública que enaltece
la bella manifestación de la idea en las letras.
L a literatura, mas que las artes plásticas, h a
realizado este laborioso esfuerzo de conservación
del recuerdo eterno desde los mas remotos tiempos.
L a imprenta, que h a sido la conquista mas pro-
digiosa del jenio del hombre, ha dado a las letras i
al pensamiento este poder que maravilla al mundo.
A su vez, la pluma ha sido el instrumento de
vulgarización de las letras i de la imprenta, mien-
tras el escritor le ha servido de á j e n t e incansable
de su influencia civilizadora.
E n la era contemporánea como en los tiempos
tenebrosos de la primera edad social, el escritor se
h a defendido de los tiranos con la palabra escrita,
trasmitiendo a las jeneraciones del porvenir el re-
cuerdo de los mártires i de los redentores de los
pueblos.
L a literatura ha sido el ausiliar de la libertad.
E s t a arma poderosa ha servido al escritor pa-
triota para luchar por los derechos nacionales i pa-
ra conservar al amor de los pueblos el recuerdo de
las reliquias del civismo.
El despotismo es impotente para impedir la glo-
rificación del martirio, aunque inmole, prevalido de
la fuerza brutal de las armas, a los mas altivos ciu-
dadanos.
IX.

E s t e libro piadoso i moralizador, es el mejor tes-


timonio de esta verdad.
U n joven i perseverante periodista, un sembra-
dor de ideas jenerosas, un luchador de la pluma,
ha vencido la feroz tiranía que despedaza a la pa-
tria perpetuando en las pajinas de este tierno libro
la memoria del heroico mártir de Quillota, el vale-
roso soldado de la democracia, L u i s Alberto Garin,
sacrificado por la barbarie revolucionaria del Con-
greso de 1891.
H a erijido en él un altar para reverenciar esta
gloriosa reliquia del liberalismo derribado por el
crimen.
Luis Alberto Garin era un juvenil guerrero de
la patria, que habia conquistado glorias inmarcesi
bles en las campañas del Pacífico, por cuyas proe-
zas fué condecorado por el Congreso Nacional.
A l pronunciarse el Congreso de 1891 en rebe-
lión contra el gobierno constituido del Excmo. Pre-
sidente Balmaeeda, cumplió su deber poniendo su
espada, vencedora en guerra contra dos poderosas
naciones aliadas contra su pais, al servicio de la lei
i del principio de autoridad i en defensa de la con-
servación del órden social i de la paz de la Repú-
blica.
Vencido el heróico adalid^ se sometió a la autori-
dad de los dominadores revolucionarios.
Estos inicuos destructores de las instituciones
patrias, lo asesinaron vilmente en la prisión, en
medio de los desórdenes de una orjía de sangre i
de vino en la que celebraban el festin de la magná-
nima e indefensa víctima!
T a l es el episodio histórico que narra este libro
X.

conmovedor en sus pájinas cubiertas de lágrimas.


Juan Arellano i Yecorat lo lia escrito sin pre-
tensiones, guiado solo del anhelo de perpetuar la
memoria del ínclito mártir como una reliquia del
patriotismo para la juventud.
Juan Arellano i Yecorat es un joven periodista
que comienza la difícil carrera de las letras con
alientos de un viejo luchador por su euerjía.
No es un escritor de estilo formado, ni de vasta
ilustración, porque aun no ha tenido el tiempo ni
los elementos propicios para alcanzar ambas con-
diciones literarias.
Pero, es un periodista joven i afanoso por el
perfeccionamiento, que pide todas sus luces al es-
tudio i al trabajo i que vigoriza su carácter en esta
escuela de infortunio que nos ha traido la revolu-
ción.
Se ensayó en El Faro de Tonié, i despues de
ser un miembro intelijente i leal del ejército que
sostuvo nuestras leyes i' libertades en Cmcon i en
la Placilla, con el grado de capí tan, ha continuado
su labor intelectual en los diarios La Democracia,
La República i La Actualidad, perseverando en
las letras por amor a su causa i al progreso nacio-
nal. 0

Autor de varios interesantes estudios de políti-


.ca contemporánea, ha escrito en unión de su ilus-
trado hermano Nicolás Arellano i Yecorat, que es
poeta i prosista de afición, en el reciente libro pa-
triótico denominado Corona de Gloria de los Már-
tires de la Democracia Chilena en 1891.
P uede decirse con exactitud, que es un perseve-
XI.

rante propagandista de reliquias históricas de la


patria.
Que el pueblo, para quien trabaja, sepa recom-
pensar sus afanes en beneficio de la democracia.
PEDRO PABLO FIGUEROA.

1893.
EXORDIO.

A l emprender por segunda vez la publicación de


este folleto, que fué destruido totalmente por el fue-
go en su primera edición, durante el saqueo e in-
cendio que se perpetró en la Imprenta del diario
independiente La República el 16 de diciembre
de 1892, i despues de salir de nuestra injustifica-
da prisión que se llevó a cabo por aquella misma
época en los talleres de la Imprenta de la Demo-
cracia'.) solo nos ha guiado el elevado móvil de con-
tribuir con nuestro grano de arena, al santo e ine-
ludible deber que asiste a todo ciudadano amante
de la justicia: deber de glorificar la sacra memoria
de los Mártires de la Patria, que han ofrendado
gustosos la vida en aras de sus convicciones, antes
de abatir la dignidad de su bandera i su altivo pun-
donor de repúblicos i de chilenos.
Hemos creido que titánicas figuras como la de
Luis Alberto Garin, cuyos fulgurantes hechos, te-
merario valor i firmeza de voluntad asombran—lo
que demuestra al orbe, de cuan grandes i sublimes
acciones es capaz el ciudadano chileno—no es posi-
ble queden abandonadas en el oscuro i misterioso
rincón del pasado, sinó que deben ser objeto r1 i es-
XIV.

peciales recordaciones i alabanzas sin fin, mientras


la imparcial i justiciera historia consigna en su gran
rejistro, con caractóres de diamante, aquellos inma-
culados nombres de Mártires.
Q u e las narraciones de tan negras i cruentas vic-
timaciones, sean, pues, en el porvenir—como con
tanto acierto lo ha dicho un valiente e infatigable
escritor nacional—las tradiciones de la juventud,
para que aprenda a valorizar el heroísmo i escar-
necer el crimen en sus enseñanzas históricas.
Q u e las madres las reciten a sus hijos como ora-
ciones en la cuna i como leyendas en el hogar de la
infancia, inculcando así en sus tiernos corazones,
el sentimiento de la piedad para los desgraciados,
la idea de la justicia i de la admir^cjqn para los hé-
roes i los mártires, i el profundo concepto de la re-
probación i del castigo para los satánicos ejecuto-
res i delincuentes de tan tremendos i criminales sa-
crificios.

Juan Arellano i Yecorat


• Mi'.' '' , I' ':".,:• , '
4893.
EL MARTIRIO
! ' • -1 ,' i• .* í • • Jiji l:i »*,t
DB

LTJIS A L B E R T O

''Acuérdate qu- soma* snldado® chilenas


i que debemos morir como tale*."
fPaUbra^ de Luís Carrera, a! marchar al
cadalso de Mendoza.^

Si horrorosas venganzas e iniquidades fueron el


corolario con que orló el prestijio de su decantado
triunfo la revolución oligarca de 1891, triunfo que
nos hizo retroceder a los funestos tiempos de la edad
primitiva o a aquellos en que imperaba la nunca bien
maldecida Inquisición; ninguno de esos horrores es
mas digno de ser tomado en especial considera-
ción, por la crueldad i sangre fría con que fué eje-
cutado, que el sangriento martirio i alevoso asesi-
nato de que fué víctima ei Teniente Coronel del
antiguo i leal Ejército chileno don Luis Alberto
Garin; martirio i muerte que soportó coa altivéz i
dignidad sublimes, apostrofando a los victimarios
— 16 —

su cobaidía i cayendo como han caído siempre los


espíritus serenos i levantados.
E s t e inicuo asesinato, será ahora i en la poste-
ridad un estigma de vergüenza eterna i humillan-
te oprobio, para los dóciles sicarios que lo consu-
maron.
Los mentidos paladines de la Libertad, que han
destrozado las instituciones patrias i convertido en
irrisoria chacota nuestros mas augustos principios
de pueblo libre, no se contentaron con hacer correr
a torrentes por el suelo chileno la sangre jenerosa
de sus hermanos; sinó que sedientos todavía, nece-
sitaron despues del triunfo mas víctimas que inmo-
lar, para satisfacer así su desordenada voracidad.
¿ A donde encontrarlos?
Sus miradas de idiota converjieron entonces a
los cuarteles, en donde los infortunados Nazarenos
agonizaban de desesperación; i acto continuo un
gutural grito de salvaje alegría se escapó del pe-
cho de aquellas fieras humanas!...
i. ¡Habían encpntrado lo que buscaban!
• • • : :

Poco despues i en la tenebrosa soledad del mis-


terio, caían asesinados por centenares los desven-
turados p r i s i p a e i m como los antiguos cristianos
del martirolojio romano.

T o d a progresiva causa ha tenido, desde que se


inició la' primera era civilizadora hasta nuestros
¿lias,, sus apóstoles mártires, i si algunos contem-
poráneos les niegan la gloria que alcanzaron, en
cambio la posteridad agradecida les recuerda con
amor, i perpetúa sus inmaculados nombres en el
— 17 —

mármol o en el libro para sueternaleccion i ejemplo.


Esta es una moral indefectible e inexorable del
porvenir, que premia a la virtud i castiga con su jus-
ticiero anatema, a los malos ciudadanos que no su-
pieron cumplir en la vida con los deberes que les
correspondían, i rindieron adoracion servil en los
degradantes altares del Dios Exito.
L a ciudad de Quillota, (1) ese florido verjel, que
basta ayer era el encanto i la admiración de sus
visitantes, pareciendo que la sábia mano de la na-
turaleza le habia prodigado sus benéficos dones con
misteriosa solicitud; se vé hoi completamente cam-
biada, i sus calles están tristes, sombrías i como
veladas por un rigoroso luto funerario.
Es que sus apenados moradores no se cansan de
lamentar la irreparable desgracia, de que los titula-
dos Redentores la escojieran para teatro de sus
desdorosas e innobles venganzas.

II

El valiente i esforzado adalid de que nos ocupa-


mos, que fué arrebatado a la madre patria en la
alborada de su vida, i cuando era de esperar para
el porvenir grandes i nobles proezas de su recono-
cido lieroismo; era hijo del inolvidable i recordado
caballero señor Emilio E. Garin, cu}ro carácter em-
prendedor i espíritu progresista, mereció la distin-
ción de queel notable historiador don Benjamín Vi-
cuña Mackenna lo consignara especialmente en uno
de sus libros, i de la distinguida i virtuosa señora
doña Clarisa Avila.

(1) Lugar adonde ocurrieron los Lechos que vamos a relatar.


— 18 —

L a fértil i pintoresca Cauquenes, madre de hé-


roes i de esclarecidos hombres públicos, meció con
sus rumorosas auras la cuna del futuro guerrero
el 30 de Abril de 1863. Allí nació también su dig-
no hermano, el ínclito i distinguido capitan de na-
vio de la Armada leal don Emilio J. Garin; mari-
no que tantos méritos tiene contraídos para con su
patria i que hoi ademas de haber sufrido injustas
prisiones, se vé privado de sus preeminencias i ho-
nores; castigo a que le ha sometido la nueva era
redentora por su reconocida lealtad i por sus bri-
llantes cualidades de ciudadano honrado.
Desde mui tierna edad, Luis Alberto Garin de-
mostró poseer una vasta capacidad para el apren-
dizaje, cursando con provechoso aventajamiento
diversos ramos de estudio en el Colejio del anti-
guo i renombrado don Adrián Araya, Escuela de
Artes i Oficios e Institutos Americano i Nacional.
En esos centros de educación distinguióse desde
el primer momento, por su irreprochable conducta
i por su carácter exesivamente franco i jovial, lo
que le conquistó el cariño de sus profesores i con-
discípulos; mereciendo por esto, ser en varias oca-
siones citado como alumno modelo de aquellos es-
tablecimientos.
De esta manera, se deslizó suave i apaciblemen-
te la infancia del joven Garin hasta el año de 1879,
época en que el clarín de la guerra con su sonora i
vibrante voz, llamaba a agruparse en torno del que-
rido i azulado tricolor nacional a los ciudadanos
amantes de su patria.
Sucedía el gravísimo caso de que dos poderosas
naciones aliadas, prevaliéndose de nuestra apatía,
— 19 —

nos amenazaban de improviso con cruda guerra in-


ternacional; lo que hacía necesario el común con-
curso de todos los que sentían correr por sus venas
la sangre altiva de Caupolican i de Lautaro.
Luis Alberto Garin, con su carácter ardoroso e
impresionable, no podia, pues, permanecer impasi-
ble ante la injuria hecha a nuestro idolatrado Chi-
le, por lo queabandonando las aulas corrió a solicitar
un puesto en el nuevo ejército que se levantaba, i
poco despues se dirijía al Norte como sub-teniente
del Rejimiento movilizado Valparaíso.
Desde aquel dia principió la brillante carrera mi-
litar de ese héroe del futuro, que debia asombrar
mas tarde a Chile por su valor i firmeza de volun-
tad.
Cúpole la suerte de encontrarse en casi todas las
batallas que se libraron durante aquella luminosa
epopeya, que tan inmarcesibles glorias diera a nues-
tra patria.
Entre otras acciones distinguidas podemos men-
cionar la batalla de Huamachuco i las de Cho-
rrillos i Miradores, en las cuales nuestro joven sol-
dado combatió al enemigo con tal denuedo, sereni-
dad i sin par bravura (l) que fué felicitado por
todos sus Jefes i en especial por el comandante
(hoi pasado) Alberto Novoa Gormaz.

Despues de terminada aquella homérica cam-


paña i habiendo conquistado con usura los frescos
lauros que orlaban su frente de vencedor, Luis
Alberto Garin quedó por carácter i educación he-

(1) Esto es referido por sus mismos compañeros de milicias.


— 20 —

cho un pundonoroso i distinguido militar, severo


en la disciplina i estricto en la Ordenanza, como
lo fueron siempre todos aquellos qué, apesar de la
desgracia, conservan hoi la conciencia de los inelu-
dibles deberes que corresponden a los leales i dig-
nos soldados de la Patria.

III

Sobrevino el 7 de enero de 1891, i con el la san-


grienta guerra civil, cuyos amargos frutos palpa-
mos con creciente horror, desde que el altar de
la P a t r i a ha sido torpemente pisoteado i disper-
sados al aire en sangrientos jirones, los purísimos
laureles que habia el pueblo conquistado en la hon-
rosa i nunca bien glorificada campaña del Pacífico.
Sí, los mismos chilenos se alzaban en armas con
tra la Constitución que hasta entonces habian si-
mulado respetar; los mismos chilenos renegaban
del suelo bendito que les habia brindado la vida, la
la luz, la feracidad de sus tierras, el azul de su pu-
rísimo cielo, la felicidad, en fin!
Luis Alberto Garin, militar honorable i austero,
comprendió desde el primer momento que su obli-
gación era permanecer fiel al Gobierno lejitima-
mente constituido, i apoyó por consiguiente con
toda entereza i decisión al excelso hombre público
i sublime Mártir de las Libertades Patrias don
José Manuel Bulmaceda.
Al tomar esta resolución, no tuvo solamente en
cuenta sus opiniones que eran completamente libe-
— 21 —

rales, sinó también su dignidad de soldado i el sen-


timiento del deber; porque así proceden en toda
ocasion las almas superiores que no venden ni pros-
tituyen su conciencia.
Luego se le proporcionó la ocasion de dar una
prueba elocuente de su lealtad al Gobierno simbo-
lizado en el ilustre Presidente.
E n los primeros dias del mes de febrero de ese año,
necesitóse un Jefe esperto i de toda la confianza
del Gobierno, para encomendatle la comision suma-
mente delicada i peligrosa de trasportar a Copiapó
toda clase de aparatos bélicos, consistentes en ar-
mas, municiones, etc., etc., i ademas una gruesa
cantidad de dinero para el pago de las tropas.
El ilustre Balmaceda, con esa perspicacia que le
era característica, fijó sus miradas en el joven Ga-
rin, i creyendo encontrar en él la persona que ne-
cesitaba para desempeñar tan espinoso cometido,
le nombró en el acto Jefe de la espedicion.
N o se engañó por cierto, el intelijente Majis-
trado al hacer tal nombramiento, pues Luis A l
berto Garin llenó cumplidamente la comision de
honor i confianza con que se le honraba.
Salió de la Calera caminando a largas jornadas
hasta llegar al lugar de su destino, i sin que le ame-
drentara el vivísimo fuego que en diversas ocasio-
nes le hizo la Escuadra, cada vez que por necesi-
dad tuvo que pasar al alcance de sus cañones.
Como un ejemplo de lo que es la inventiva mili-
t a r en hombres serenos, que no se atolondran a n t e
el peligro, merece recordarse el plan tan sencillo
como eficaz de que se valió en esa ocasion, para
burlar los ataques de la flota revolucionaria.
— 22 —

D e b í a forzosamente pasar en los Yilos a la ori-


lla misma ele la playa, a la vista de los buques su-
blevados i bajo el alcance de sus fuegos. P u e s bien,
hizo desfilar su tropa i los arrieros que conduciati
las muías cargadas de armas i municiones de uno
en uno, i a distancia de diez pasos o mas uno de
otro. D e esta manera, una granada o bomba lanza-
da por la Escuadra, no podía herir en caso de exe-
lente acierto sino a un solo soldado, i suponiendo
que hubieran apuntado sobre el blanco de las mu-
niciones i armas, necesitaban gastar de los buques
mas pólvora i metralla que la que pudieran haber
destruido.
I n m e d i a t a m e n t e despues de llegado a Copiapó
fué nombrado segundo Jefe de un Escuadrón de
Caballería que habia organizado el Intendente de
Atacama, pero permaneció mui poco tiempo en
este puesto, porque luego se le llamó de la Capital
para confiarle el mando de otro nuevo Escuadrón
de la misma arma.
N o pasaremos mas adelante sin narrar aquí un
curioso incidente que acaeció a nuestro bizarro co-
m a n d a n t e en esa época, i que revela a las claras su
enerjía moral i la nobleza de sentimientos que abri-
gaba en su elevada concepción del deber.
Desempeñaba este digno hijo de Marte el últi-
mo puesto que se le habia conferido, con la since-
ridad i disciplina acostumbradas, cuando uno de
sus Jefes jerárquicos; asolapado individuo, que co-
mo otros muchos recibió ascensos i consiguió rastre-
ramente obtener la confianza del Gobierno, hasta
llegar mediante su hipocresía a un alto puesto;
fué tan osado que propuso al comandante Garin se
- 23 —

pasase a la causa revolucionaria, ofreciéndole en


premio las treinta viles monedas que sirvieran
para comprar a tanto J u d a s chileno.
P e r o en el noble espíritu de Luis Alberto Garin,
modelo de lealtad ante el mundo, no cabía tamaña
infamia i reprimiéndose apenas respondió airado a
aquel mal chileno: que silenciaba, por esa vez, se-
mejante insolencia, para darle un ejemplo de fide-
lidad i en vista de que le hablaba conñde?ictaUnen-
te, pero que tuviera mui buen cuidado de volver en
lo sucesivo a hacerle tales propuestas, porque en-
tonces no respondería de las consecuencias.
Mas tarde, en la intimidad del hogar i como un
natural desahogo para su oprimido pecho, refería
a unos miembros mui cercanos de su familia, la trai-
ción que habia descubierto contra el mas grande
de los Presidentes Chilenos, i despues de lamentar
un proceder tan indecoroso, concluía encargándoles
la mas absoluta reserva sobre hechos de tanta tras-
cendencia.
Agregábales, ademas, que en vista de lo que su-
cedía i según los dictados de su conciencia, estaba
dispuesto a seguir sin vacilaciones, en la gloria o en
la desgracia, la suerte que estuviera deparada a
este digno i austero Majistrado, ejemplo de civis-
mo ante la América.
El noble soldado de la Patria, debia cumplir mas
tarde i de una manera sublime su leal palabra em-
peñada!
IV

A l regresar la división Stephan de su penosa


marcha al través del territorio Arjentioo, marcha
que es un timbre de honor i de lejítimo orgullo
— 24 —

para los intrépidos i denodados valientes que la


ejecutaron, porque figurará en la historia de las
espediciones militares como una de las mas auda-
ces que haya efectuado la enerjía humana; el biza-
rro comandante Garin volvió al Rejimiento Húsa-
res, que anteriormente habia dejado organizándose,
en calidad de segundo Jefe; alhagado por la tenta-
dora esperanza de que los insurjentes atacáran a
Coquimbo, o bien de que se llevara a efecto la expe-
dición que se proyectaba hacer al Norte para ba
tirios en sus mismas madrigueras.
Esta expedición, como es sabido, no tuvo lugar
i por consiguente, quedaron defraudadas sus patrió-
ticas i bellas aspiraciones.
Algunos meses mas tarde, al tener conocimiento
del desembarco revolucionario en Quinteros, Luis
Alberto Garin previó inmediatamente con clara pe-
netración el jiro que iban a tomar los acontecimien-
tos, espresando en los siguientes términos los te-
mores que abrigaba por el desenlace:
Cuando estos van al sur a atacar el grueso de
nuestras fuerzas, en lugar de presentar combatí' a
la Dioisíon Coquimbo menos numerosa, es por que
cuentan con la, traición de algunos Jefes.

P a r a nadie es un misterio como se desarrollaron


las cosas durante aquella lúgubre jornada de amar-
ga i triste memoria, en la cual Rejimiento i enteros
fueron retirados, sin empeñar combate, de la línea
de batalla por sus miserables comandantes, vendi-
dos yá, al oro corruptor de la Curia Romana; ni co-
— 25 —

mo nuestra caballería, vendida así mismo, por el


mas ruin de los Padillas, acuchilló sin compasion a
sus mismos compañeros de ayer.
¡Tanta miseria e infamia tanta, no tiene parale-
lo en los anales de la edad moderna!
¡Ah!. . . inicuos Caínes de la América!
¡Que la sangre noble e inmaculada de tanta je-
nerosa víctima que sacrificasteis, caiga sobre vues-
tra despreciable frente de traidores, i que la som-
bra fatídica de ellas sea vuestra constante i terri-
ble pesadilla, mientras el refuljente sol de la justi-
cia resplandece e ilumina con cariñosos destellos a
la estrella solitaria del Pacífico!

V.
Ocurrido el desastre de nuestras fuerzas en Con-
cón, salieron de la Serena por orden telegráfica re-
cibida de la Moneda, los Rejimientos de caballería
Coquimbo i Húsares, al mando en J e f e del señor
coronel i Ministro de Relaciones Esteriores don Ma-
nuel Maria Aldunate, (1) a marchas forzadas en di-
rección al campo de operaciones.
Nuestro distinguido i heroico comandante Gra-
rin, marchaba al frente de su cuerpo con todo en-
tusiasmo, exortando a la tropa de su inmediato co-
mando a vencer o morir cual cumple a buenos chi-
lenos, en defensa de los derechos de la gran causa
del pueblo i del progreso común de la República.
Al llegar a Quilimarí tuvieron ya noticias, aun-
que de un modo incierto i sin detalle alguno, del
(1) Victimado también vil i fcraidoramente por algunos de los
asesinos de Garin.
— 26 —

descalabro de nuestro Ejército en Placilla, por lo


que no le dieron la menor importancia.
Algunas horas despues llegaban a Pullayi i allí
supieron oficialmente lo ocurrido; sin embargo, nues-
tros valientes se resistieron siempre a darle entero
crédito i marcharon resueltamente hacia la Calera,
con el fin de reunirse a los restos del Ejército ven-
cido, al que suponían entre la estación de Llallai i
Santiago.
El plan que concibieron i que iban a poner en
práctica era por demás atrevido, pero nadie vaci-
laba i todos estaban dispuestos a ejecutarlo con in-
vencible enerjía, jugando la vida si hubiere sido
necesario.
Se trataba nada menos que de atravesar a san-
gre i fuego las filas enemigas, si como se creía ocu-
paban estas a Calera; pero en el camino i frente
mas o menos a Catapilco recibieron nuevas i detalla-
das noticias, lo que les hizo desistir de su empresa
por no quedarles ya duda alguna del desastre com-
pleto de las divisiones del Sur.
Se les comunicaba, ademas, la dimisión del Ex-
orno Presidente Balmaceda.
¡Tanto contratiempo e infortunio les consternó
completamente!...
El Jefe del Rejimiento Coquimbo, coronel don
Agustin Almarza, Luis Alberto Garin i muchos
oficiales propusieron volver inmediatamente a la
Serena, con el fin de organizar allí una División de
ataque que fuera suficiente para poner a raya la
osadía de los invasores; pero el coronel-Ministro
señor Aldunate se opuso, haciéndoles comprender
qué la causa porque se habia luchado quedaba
~ 27 —

terminada con la dimisión del Ilustre Balmaceda,


i que cuanto se hiciera en ese sentido, sería contra-
riando los dáseos de aquel que los habia llamado a
las armas en defensa de sus fueros amenazados.
El Ministro Aldunate envió al mismo tiempo, al
sarjento mayor del Rejimiento Coquimbo señor
Fuentes en calidad de parlamentario a QuiIlota.
En este lugar, dicho jefe fué recibido con grandes
agasajos de parte de varios miembros de la J u n t a
Revolucionaria, entre los cuales figuraba Joaquín
W a l k e r Martínez.
Estos señores le prometieron toda clase de ga-
rantías, i le agregaron, que como era costumbre en
las luchas empeñadas entre hermanos, todo agra-
vio habia terminado desde que habian obtenido la
victoria.
Concluyó de hacerles desechar como anti-patrió-
tica, la empresa que habian concebido, la lectura
de varios telegramas que recibieron; primero del
coronel insurrecto Estanislao del Canto i del
jeneral Manuel Baquedano despues, en los cuales
estos les aseguraban que la paz estaba completa-
mente restablecida.
Habiendo sido sostenedores del órden i de un go-
bierno legalmente constituido, no podían resistir
despues de haber dimitido aquel, sin convertirse de
hecho en revolucionarios i conculcadores de la paz
pública; idea que jamás circuló por su mente i que
no cuadraba con la rectitud de criterio i acendrado
patriotismo, que alentaban en sus jtnerosos pechos
esos pundonorosos militares.
Ademas, por las noticias que hipócritamente
les habian comunicado los Jefes vencedores, les ha-
— 28 —

cían creer que el triunfo de ellos había sido mui


poco sangriento, i debido solo a nuestro mismo
Ejército; el que se había pasado de motu-proprio a
las filas enemigas.
E s t a aseveraciou, como es natural, les humillaba,
pero al mismo tiempo les indicaba la norma de
conducta que debian adoptar.
Se les anunciaba, así mismo, que el Ejército de
Coquimbo habia depuesto espontáneamente las
armas, i esto les hacía suponer que talvez hubiera
habido algnn pacto honroso o arreglo definitivo.
¡Cuan léjos estaban de imajinarse los desventu-
rados i caballerosos militares, que tan confiada i
dignamente se entregaban en poder de los moder-
nos Caínes de América, que muchos de ellos irían
a caer bajo el certero puñal de los a s e s i n o s ! . . .

VI

Procedióse, pues, una vez tomada aquella re-o-


lucion, a desarmar en Catapilco la tropa de la Di-
visión que les acompañaba, procurando inculcarle
a los soldados las anteriores ideas, i hacerles com-
prender el deber patriótico que les asistía de some-
terse al nuevo Gobierno, i la inutilidad de obrar en
sentido contrario.
Solo el que baya sido militar puede forjarse un
cuadro de tintes tan dolorosos i desgarradores, co-
mo el que se presenció en aquellos solemnes mo-
mentos.
Despojar a un soldado de su arma, de la cual ha
hecho un ídolo querido, que la cuida i la mima co-
me el amante padre a sus tiernos hijos; privarlo de
— 29 —

sus aspiraciones de triunfo i de batallas; como tam-


bién separarlo de los Jefes i Oficiales con quienes
ha pasado largos años de vida de cuartel, i a los
cuales ha aprendido a querer i respetar; es algo
superior a sus fuerzas, por lo que preferiría gustoso
la muerte antes que pasar por tan doloroso trance.
P a r t í a el alma i destrozaba el corazon presenciar
tanta aflicción i tristeza; los pobres soldados no
atendían razones, i con lágrimas en los ojos, deli-
rantes por el dolor, se retorcían de desesperación;
suplicando hasta de rodillas a sus Jefes i oficiales
no los abandonasen i los llevaran al combate; aun-
que fuera contra todo el nuevo Ejército invasor;
compuesto, según creían, de los rebeldes i del mis-
mo nue.stro; pues encontraban preferible perecer
en el campo del honor, antes que entregarse a mer-
ced de los vencedores.
P o r fin, despues de hacer exesivos esfuerzos de
persuacion, consiguieron terminar tan penoso de-
ber, i obedeciendo a las falaces comunicaciones del
coronel Canto se dispuso hacer marchar la tropa a
Quillota.
El ,-arjento mayor señor Benzan, se encargó de
conducir la tropa del Rejimiento Coquimbo, i el
capitan ayudante don Abraham L. Gario', herma-
no del juvenil guerrero cuya vida narramos, la
del Rejimiento Húsares.
Luis Alberto Garin se quedó en Catapilco acom-
pañando al infortunado Ministro señor Aldunate,
puro, al .siguiente dia, ti es de seHeinbtv, salió en
dirección a Quillota, acompañado del s.ujouto ma-
yor don Duberlí Oyarzun i d e s ú s respectivos asis-
tentes.
— 30 —

E n los Nogales, camino de la Calera, se encon-


tró con el teniente Roberto de la Cruz, que al fren-
te de un piquete de tropa marchaba a hacerse car-
go de la Gobernación de lllapel.
Este sujeto acababa de salir de la cárcel de San-
tiago, i era una de las 36 víctimas de la Dictadura
que con 200 i tantos criminales salieron en liber-
tad el 29 de Agosto. D e la Cruz estaba preso por
insubordinación i tenía además un proceso crimi-
nal, por haber agredido puñal en mano a un caba-
llero, en el mismo departamento adonde iba nom-
brado como gobernador constitucional. (1)
Este le dijo al Comandante Garin con el delibe-
rado objeto de martirizarlo, i talvez para obligarlo
a que se presentase en Calera, que su hermano
Abraham en ese momento debia ya estar fusilado
porque el lo habia dejado en capilla i con una grue-
sa barra de grillos.
N o necesitaba valerse, por cierto, de tan burdo
engaño, el nuevo i flamante gobernador, para que
nuestro distinguido Jefe se presentara ante los que
mas tarde habian de asesinarlo; porque ya sabe-
mos que se disponía a hacerlo, impulsado por una
errada pero profunda i noble concepción de su de-
ber, i cumpliendo, además, las instrucciones de su
Jefe el señor Aldunate.
Llegado a 1a- Calera, pudo ya convencerse Luis
Alberto Garin, de que las aseveraciones del tal de
la Cruz eran completamente inexactas.
(1) No liace muchos meses a que el caballero aludido a quien
habia intentado apuñalear de la Cruz, fué asesinado a balazos
por Valeriano de la Cruz, hermano del anterior, segun ha podi-
do leerse en diversos diarios de la capital i en las publicaciones,
LA. H O R A de lllapel, E L TAMAYA de Ovalle i L A REFORMA de
la Serena.—La primera de estas hojas es constitucional.
Allí, sü hermano le reiteró por .sí i por conduc-
to de varios de sus amigos, las súplicas que le ha-
bia hecho yá anteriormente; referentes a que se
ocultase i solo se presentara despues de pasado al-
gún tiempo al nuevo gobierno; tomando en cuenta
la poca seriedad i la ninguna garantía que se divi-
saba para los caídos.
Garin se obstinó, sin embargo, en su anterior
resolución de presentarse, i les declaró que no po-
cha acceder a aquello, porque tenía que rendir cuen-
ta inmediata de la Administracioivcconómica de
su Rejimiento i de sus actos en jeneral.
Tomaron, en consecuencia, el tren que conducía a
Quillota el cuatro de Setiembre, i al llegar a l a Po-
tación Se encontraron con un ayudante de la Co-
mandancia de A r m a s que les esperaba, para indi
caries el alojamiento que debia tener la tropa.
El comandante Garin bajóse del tren i se dirijía
al hotel en busca de hospedaje, cuando Cárlos
Valdivieso Tagle, (aquel torpe i dócil instrumento
a quien encomendó César M o n t t el asesinato d e l
malogrado Ministro Aldunate; el mismo que sar-
jento mayor despues, es hoi gobernador, por aña-
didura, de un departamento del sur en pago de sus
útiles servicios de Quillota) se aproximó a saludar-
lo, i despues de imponerse con solicitud del lugar
adonde se dirijía, le repuso: que por nacía permiti-
ría que un su amigo i antiguo compañero de ar-
men?, se fuera al hotel, antes ele pasar a refrescar-
se al comedor de su cuartel'; lugar donde, seria?/,
mejor servidos que en cualesquiera oirá, parte.
Garin 110 tuvo inconveniente en aceptar a Val-
divieso Tagle, tan atenta, aunque estraiia por eso»
— 32 —

dias, invitación, i se dirijieron conversando amiga-


blemente hasta dicho cuartel; pero en el acto que
hubieron penetrado adentro del pasadizo, Valdivieso
se volvió; ordenando con estentórea voz, a los sol-
dados que cubrían la guardia de prevención, que
llevaran a Garin a un calabozo i le remachasen
una barra de grillos.
E s t a s órdenes fueron obedecidas perentoriamen-
te, i el noble vencedor de Chorrillos i Miraflores,
fué aherrojado sin consideración alguna a sus glo-
rias, i sin que fueran escuchadas por el cobarde
aprehensor, las protestas de el nuevo Nazareno a
quien acababa de darle el beso infame de Judas.
"Allí, cargado de grillos i cadenas—dice un ga-
lano escritor—pudo divisar, a travéz de las rejas
de su prisión, el dia 5, por la mañana, a los cuatro
soldados revolucionarios que regresaban de ejecu-
tar el asesinato de Aldunate i Villota, luciendo el
botin de la lúgubre matanza, uno la manta de lana
de vicuña i el otro las botas charoladas del jóven
e infortunado m i n i s t r o . . .
E l cautivo aguardaba impasible su hora de juz
gamiento o de sacrificio, habiendo ofrendado con
anticipación su vida en holocausto a la patria i a
su causa."
VII
Mientras el confiado e indefenso Jefe marchaba
al lugar adonde debia encontrar su tumba, el sár-
j e n t e mayor señor Oyarzun conducía la tropa des-
de la Estación al lugar que se le habia designado
como alojamiento.
Pasadas algunas horas llegó allí el capitan Garin
preguntando por su hermano, a quien decía haber-
— 33 —

lo dejado en la Estación de los Ferrocarriles mien-


tras iba a recojer unos datos por los alrededores; i
como se le contestara que se habia dirijido al ho-
tel, fué en su b isca, acompañado de varios oficiales
que venían llegando de Catapilco.
Grande fué, pues, su sorpresa i la de los demás
oficiales, al recibir en aquel establecimiento la res-
puesta de que ni aun se habia acercado por ese
paraje.
Escusado creemos describir la ansiedad con que
le buscaron, aunque inútilmente durante todo ese
dia; i solo al siguiente, Francisco Vial, antiguo ofi-
cial de Cazadores que debia al comandante Garin
amistad e inestimables servicios, les comunicó que
habia sido reducido a prisión i que se le mantenía
engrillado.
Además, díjole a Abraham L. Garin, que su her-
mano Luis le rogaba por su conducto, se trasladá-
se a Santiago a fin de que hiciera algunas dilijen-
cias, encaminadas a que le fuera suspendida la hu-
millante e injusta prisión en que le tenían coloca-
do; previniéndole al mismo tiempo, que se oculta-
ra cuidadosamente, porque de otra manera tam-
bién sería reducido a prisión.
Agrególe, así mismo, que Santiago Campbell i
un tal Bañados; oficiales ambos del Ejército ven-
cedor, le buscaban con ahinco.
El afan de Campbell ( l ) para aprisionar al capi-
tan Garin, quizás con el poco edificante objeto de
hacerlo desaparecer, era el que sigue:
Habiendo sido tomado prisionero este jóven en
Pozo Almonte, siendo entonces teniente del Reji-
(1) Estos datos nos han sido suministrados por el mis moper-
seguido.
— 34 —

miento 2? de línea, se le embarcó en unión de algu-


nos otros compañeros a bordo del trasporte A m a -
zonas, en cuyas bodegas fueron encerrados.
E n este lugar se encontraba Campbell como Jefe
de la guarnición del buque, curándose de una h e -
rida que recibiera en Coquimbo.
A l principio vejó i martirizó a los prisioneros,
maltratándolos groseramente de palabra i de ac-
ción, ordenando a cada momento castigos atroces
e infames; pero a,lgunos dias despues, satisfecho y á
este insólito apetito de su efervescente naturaleza,
se tornó en cariñoso, i cubriéndose con la piel de
oveja, buscóles amistad; singularizándose especial-
m e n t e con A b r a h a m Garin.
E n una de sus conversaciones confidenciales, le
refirió: que el dia anterior al del proye.ctado.levan-
tamiento de la Escuadra, habia recibido especial
encargo de la 3. a compañía de Bomberos de Val-
paraíso, de pasar la noche acechando revólver en
mano, la casa del Comandante Jeneral de Marina
don Juan Williams Rebolledo; con la obligada con-
signa de disparar sobre el señor Williams, en caso
que este pretendiera trasplantar los umbrales de
su casa.
S e creía que si este Jefe se hubiera presentado
a bordo, la sublevación de la Escuadra habría fra-
casado.

P o r la lectura de lo anterior, se desprende so"


bradamente la razón del afanoso ahinco que des'
plegaba el mencionado Campbell, para aprisionar
a su confidente de ayer; con el objeto de dejar tal
— 35 —

vez envueltos en la penumbra de un insondable ar-


cano tan nobles ejemplos de hidalguía.

VIH

Tropezando con infinitas dificultades i burlando


todas las astucias de sus enemigos logró, llegar el
capitan Garin a Santiago, el sabado cinco de se-
tiembre, estenuado i enfermo con la vía crucis so-
portada, pero animoso i resuelto como su varonil
hermano.
Allí tuvo que practicar una série de averigua-
ciones para encontrar a su atribulada familia; la que
solo habia logrado salvar sus personas del desborde
brutal de las inconscientes turbas, que capitaneadas
¡ or i n reconocido católico, saquearon i arrastraron
ebrias de pillaje i fanatismo, todo el rico mobilia-
rio de la casa.
Impuesta la señora madre de Luis Alberto Ga-
riu, de la degradante coudicion eu que estaba colo-
cado su estimable hijo, ese jánio innato del honor
militar; púsose al habla con el jeneral de división
don Luis Arteaga (1) participándole los temores
que la asaltaban; pero este trató de tranquilizarla
asegurándole que el Comandante estaba completa-
mente garantido con el solo hecho de encontrarse
preso, i que por lo demás su arresto debia ser solo
por prevención.
Sin embargo, contra todas estas seguridades, no
podía doña Clarisa Avila de Garin, estar tranqui-
la; 'parecíale que oculto presájio le anunciaba algo
siniestro i terrible; hasta que no pudiendo domi-
(1) Este Jeneral está relacionado con la familia Garin.
— 36 —

nar por mas tiempo, los avisadores impulsos de su


amor maternal, partía a Quillota acompañada de
una de sus señoritas hijas el Martes ocho del mis-
mo mes.
N o es fácil imajinarse, cual sería la dolorosa sor-
presa que sufrió, esta acongojada madre, al recibir
la infausta noticia de que el preciado ídolo de su
corazon, su idolatrado hijo Luis A l b e r t o habia sido
vil e inhumanamente asesinado!...

Renunciamos a pintar el dolor i desesperación


que aquejaron a la distinguida señora, con tan tre-
mendo como inesperado golpe - de infortunio; por-
que no hai pluma por mas bien sentada que ella
sea, que pueda diseñar siquiera en pálida silueta,
las dolorosas angustias de una tierna madre, al per-
der repentinamente uno de esos pedazos mas ínti-
mos del alma que se llaman hijos.
P e r o preguntamos . . . ¿los abyectos chacales que
se cebaron hasta en el cuerpo inanimado de aquel
lejandario mártir, no tenían sentimientos de huma-
n i d a d ? . . . N o eran h i j o s ? . . . No eran padres o
h e r m a n o s ? . . . no se imajinaban que al asesinar a
Garin, al mismo tiempo que privaban a la patria
de uno de ¡<us mejores servidores, i a la sociedad de
uno de sus mas útiles miembros, desgarraban; ade-
más, el c o i a ' o n de una sensible i amorosa ma-
d r e ? . . . P e r o ya se v é ! . . . Las fieras no piensan . . . .
¡Padres amantes i desolados, a quienes la tor-
menta revolucionaria, os arrebató en la flor de los
años el vastago mas preciado de vuestro hogar!...
¡Que las virtudes cívicas i guerreras del hijo que
lloráis, i el grato recuerdo de su conducta ejemplar
— 37 —

i caballeresca en la vida; os sirvan de lenitivo en


vuestro justo dolor; mientras fulgura con lumino-
sos destellos, en el cénit de nuestro a. ulado cielo,
la estrella diamantina de la reparación i de la jus-
ticia! ' . „
IX.

Por un impulso natural, bien fácil de concebir


en el cariñoso corazón de una madre, la señora
Clarisa Avila de Garin quiso hacerse cargo de
el cadáver de su hijo i traerlo a Santiago, para
darle honrosa sepultura; pero, vergüenza dá decir-
lo, se lo prohibió aun hasta que tuviera la satis-
facción de verlo muerto.
La llave del Cementerio se encontraba en po-
der del, gobernador José Antonio Echeverría; quien
deseando quizás, ocultar a todas las miradas sus
inocentes víctimas, tenía absolutamente prohibido
el acceso a él.
El encargado de cumplir estrictamente aquella
tiránica orden era un individuo de apellido Calde-
ra; sátrapa también de nuevo cuño, que ha come-
tido toda clase de crímenes i exacciones desde el
triunfo de la revolución oligai'ca hasta nuestros
dias; sin que haya encontrado, salvo .una honrosa
escepcion, (1.) gobernadores entre los muchos que
se han sucedido, que le hayan puesto freno a su
desordenada conducta.
Entre las heroicidades de este sujeto, cuéntase
el destrozamiento de la Imprenta de El Correo ele
Quillota, llevada a cabo en uno de los lugares mas
(1) Don Máximo Torres, a quien costó la pérdida de su em-
pleo, haber pretendido destituir a Caldera.
— 38 —

centrales de aquella ciudad, pues ocupaba nada


menos que la parte baja del edificio en que funcio-
naba la gobernación.
La señora Garin i su señorita hija, fueron impues-
tas por Vial, el ex-oficial de Cazadores de que ya
hemos hablado, i por varias personas respeta-
bles, tanto de aquella ciudad como de Santiago, i
sobre todo, por la tropa que entonces existía de
guarnición en Quillota; de la conducta inhumana i
brutal, observada por los insensibles asesinos del
desventurado i valiente guerrero.
El susodicho oficial, dijo, así mismo, a la indica-
da señora, que la orden de fusilamiento habia llega-
do a Quillota firmada por los jenerales Baquedano
i Arteaga, i despues de referirle la manera atroz
como se habia efectuado el suplicio de Luis Alber-
to Garin; le agregó, que habia recibido repetidos
llamados de aquél, pero que no habia acudido a
ellos por haberle faltado el valor suficiente para
verlo sufrir tanto.
Para probar mas aun hasta la evidencia, que el
asesinato de este malogrado joven fué premeditado
i llevado a efecto con una sangre fria que espanta,
vamos a referir el siguiente revelador hecho:
El sábado 5 de setiembre se acercó al gobernador
Echeverría, un respetable caballero de esa locali-
dad, pretendiendo abogar en favor de Garin; pero
el sin par i bien educado mandatario, (que domina
ba osadamente i sin contrapeso en esos aciagos di-
as) que comprendió de lo que se iba a tratar, suspen-
dió arrogantemente la visitaeu el acto con los si-
guientes términos, tan corteses como edificantes:
Para ahorrar jialabras, diré a Ud , que hoi mis
mo será fusilado ese bandido i otros mas.
— 39 —

Se refiere también que el mismo gobernador i


Mariano Necochea Rodríguez, hicieron a Luis Al-
berto Garin la salvaje propuesta que a conti-
nuación copiamos, i por cuya lectura puédese cal-
cular, si podria esperar compasion esta desventu-
rada víctima, de las sanguinarias i perversas hienas
a cuyo poder cayó por desgracia.
Elije entre ser afrentado para toda tu vida, mu-
tilándote, o bien ser fusilado; le dijeron.
La elección no podia ser dudosa para un hombre
como Luis Alberto Garin, tan altivo como celoso
de su honor i dignidad.
Untedes mui bien saben que jama* me he dejado
vejar de nadie, les contestó... pueden fusilarme.
Bien quisiéramos, ya que nos liemos ocupado
del entonces sarjento mayor Mariano Necochea,
singular personaje que ha adquirido mui triste ce-
lebridad durante la pasada contienda civil, no se-
guir adelante en esta narración, porque al hacer
cada una de estas breves apuntaciones descarnadas
i sin comentarios; la pluma se detiene horrorizada
en nuestras manos, ante el vasto campo de tanta
infamia Sin embargo, nos dá alientos, i vence nu-
estra natural repugnancia, el recuerdo del compro-
miso de honor que hemos contraido con el público,
i el de la noble misión que voluntariamente nos he-
mos impuesto al escribir el presente libro.
Vamos pues allá, inflexibles i sin vacilar.
Debemos llevar al conocimiento honrado de nu-
estros lectores, que este señor Necochea, alienta en
su alma pervertida, instintos feroces que casi no
es dable imajinarse.
En el norte, antes del triunfo de la revolución,
— 40 —

se complacía en martirizar i hacer sufrir torturas


de todo jénero a los prisioneros políticos, que por
una amarga ironía de la suerte caian en su poder;
llegando hasta el estremo de hacerles arrojar agua
hirviente sobre la cara.
Inútil nos parece comentar tal barbarismo.
Han relatado también varios testigos presencia-
les, que la noche anterior a la del asesinato del co-
mandante Garin, el gobernador militar Echeverría
dijo a su segundo Necochea estas palabras:
hubo de Giruñ—Ya le he dieh > que es necesario
deshacerse de él.-—Que mañana quede, pues, todo
arreglado*
EL mayor Necocliea cumplió sin chistar la depre-
siva orden, olvidándose así de sus deberes i olvi-
dando los antecedentes de sus mayores.
El antiguo coronel Necocliea, se dice, recibió
también orden de asesinar al ilustre i recordado
Manuel Rodríguez, mártir de Tiltil; pero el noble
i austero soldado de la P a t r i a vieja, rechazó indig-
nado i con altivez la infamante orden; contestando
a quien se la daba, que fusilaría a Rodríguez en la
plaza pública i a las 12 del dia, si se le mandaba;
pero que jamás se convertiría en asesino aleve i de
media noche.
Como se vé, las augustas nociones del deber i
del honor militar han cambiado con los años, i mui
especialmente en los descendientes del coronel Ne-
cochea; cuyas venerandas cenizas han debido con-
moverse de indignación i vergüenza!
— 41 —

X-

Hemos llegado al sombrío episodio, motivo de


este opúsculo, desarrollado al espirar el dia cinco
de setiembre de 189L; horrendo drama de sangre
a cuyo solo recuerdo el alma se estremece de irri-
tación, i que dio por desenlace el vil asesinato de
un egrejio servidor de la Patria, que murió con es-
partana e indómita fiereza, azotando el violáceo
rostro de sus inhumanos i ofuscados verdugos, con
vibrantes palabras impregnadas de patriotismo i
de desden.
Hermoso ejemplo de firmeza i civismo pátrio
que Luis Alberto Garin ha legado a lasjenera-
ciones del porvenir!
L a noble e indefensa víctima, yacía durmiendo
en upa pobre cama completamente postrada, a con-
secuencia de los varios dias de ayunos i vijilias que
habia soportado.
Esta circunstancia, debia hacer mas fáciles aun
sus vedados propósitos a los victimarios.
En esos momentos penetraron en el calabozo
una decena de Jefes i Oficiales beodos, que regre-
saban de una saturnal íntima i de cuartel;^desper-
tando a Garin con un coro de imprecaciones i gro-
seras injurias, que este escuchó impasible, sin inti-
midarse, hasta que agotaron todo el vocabulario
de las indecencias.
Mas, como aun el estoico soldado no se inmuta-
ba, ofreciéndoles ocasion para saciar su sed de san-
gre i de venganzas, pretendieron] hacerle decir;
¡ Viva MontÜ... Viva el Congreso!... pero es-
— 42 —

te delicado Jefe agotada ya su paciencia, les con-


testó con singular entereza, que diría hasta morir;
Vi va Balmacedal...
Furiosos entonces esos valientes lo golpearon
sin compasion, valiéndose de sus espadas i basto-
nes, hasta cansarse i dejarle inerte.
Pero.... empeño vano... aquel digno militar, de
jénio altivo e inmenso como el Ande, no apostató
jamás de sus ideas, ni en los supremos instantes de
la agonía; i si su cuerpo desfallecía, el espíritu in-
domable del sol Jado, con empuje audáz, le daba
aun alientos para esclamar. .¡Viva Balmaceda!.. i
apostrofar en seguida a sus sanguinarios verdugos,
diciéndoles: bandidos, traidores, asesinos misera-
bles, etc., etc..
Por fin, cuando hubieron saciado en parte el
odio feroz que les dominaba, dejando al infortuna-
do Mártir reducido a tal condicion que solo era
una masa informe e inconocible; lo sacaron así mo
ribundo a un corral, para hacer el simulacro de
fusilarlo haciéndole una descarga.
El varonil guerrero debia terminar hasta en sus
últimos instantes con la frente erguida i no doble-
gar su cerviz ante los orgullosos vencedores.
Se le vendó la vista, i al sentir este nuevo ultra-
je recobró por última vez las fuerzas i su enerjía, i
arrancándose con dignidad el degradante trapo lo
arrojó iracundo al rostro de uno de sus victimarios,
esclamando: A un valiente no se le vencía la vista,
canallas. Apunten bien i pronto, asesinos.
" E n t r e tanto,—dice La República de fecha
siete de setiembre de 1892—por orden del gober-
nador Echeverría, una banda de músicos trataba
— 43 —

de atraer al pueblo i alejar su curiosidad de aquel


drama, en que no se sabe qué-admirar mas si la
barbarie de los victimarios, o el heroismo de la
víctima. Empeño inútil, el pu#blo de Quillota, co-
mo pueblo de valientes, los soldados mismos, espec-
tadores o actores, al fin son chilenos i recordarán
siempre el nombre de Luis Alberto Garin, como
se recuerda el nombre de los mártires. Sus verdu-
gos mismos, allá en las horas de soledad, cuauclo
su conciencia de malvados se revela, i en los ins-
tantes de espansion i confidencia, habrán de com-
prender i confesar que han ultrajado i muerto a un
noble militar, pundonoroso hasta el sacrificio i
valiente hasta la temeridad."

Un pobre soldado que perteneció a los cuerpos


en que habia servido Luis Alberto Garin, viendo'
la manera, inhumana como era tratado su antiguo
Jefe, 110 pudo contenerse, i conociendo su impoten-
cia para defenderlo rompió a llorar pidiendo 1111
poco de clemencia; pero visto esto por uno de los
obligados esbirros que acompañaban a los perpe-
tradores de aquel nefando crimen, tomó un rifle i
dió en la cabeza del conmovido soldado tan horri-
ble culatazo, que le arrojó al suelo completamente
exánime i bañado eu sangre; agregándole como
sarcasmo las brutales palabras que copiamos: To-
ma por blanclito de corazon.
Poco mas tarde, i como digno complemento pa-
ra tanta maldad, el cadáver de Luis Alberto Garin,
era arrojado cubierto de harapos a la fosa común
del Cementerio; confundiéndolo así con los restos
de las demás víctimas asesinadas en aquella época,
— 44 —

i con los pobres de solemnidad que habian muerto


de enfermedades comunes.

XI

Fáltanos ahora referir, que así como el ilustre


extinto fué pasto de las hordas enfurecidas, su equi-
paje i las elegantes prendas de vestir que poseia,
debian también ser botin provechoso para los que
tomaron parte en tan brillante acción.
Luis Alberto Garin llevaba consigo la cantidad
de setecientos pesos el dia que se le aprisionó; sin
embargo, ese dinero no ha sido hasta hoi habido
por su familia; i Francisco Vial, el antiguo oficial
de Cazadores de quien tanto ya nos hemos ocupado,
el ingrato i desleal amigo que tan mal pagára a su
cariñoso protector de ayer; declaró a doña Clarisa
Avila de Garin haber recibido del comandante, su
hijo, dinero para comprarle ropa de paisano.
Esta ropa, jamas llegó a poder de Garin, puesto
que hubo de cambiar su vistoso uniforme, por uno
de tropa que le proporcionó la guardia.
Nada diremos de la familia, pues hasta hoi, no
ha vuelto a ver a dicho señor.
¿No tendrá alguna analojía, preguntamos, dado
el desprendimiento proverbial del noble mártir, la
compra de la ropa con la desaparición de los sete-
cientos pesos?
Por lo demás, el saco de viaje i su magnífica si-
lla de montar fueron quitados al asistente de Ga-
rin por un sarjento mayor actual. L a espada, se lu-
ció durante mucho tiempo al cinto de un segundo
jefe de un cuerpo. I el traje militar del mismo, fué
— 45 —

estrenado por otro oficial (cuyo nombre como el de


los dos anteriores silenciamos, no por temor, (1)
sino por vergümza hácia el buen nombre i el pres-
tí jio, de los que pertenecieron ántes i pueden per-
tenecer mas tarde, a esa brillante institución que
se llamaba Ejército de Chile) en el baile con qué
para eterna vergüenza de nuestra patria, se pros-
tituyó el templo de las leyes i déla Representación
Nacional pocos dias despues del triunfo; i en el
cual los vencedores, con las manos teñidas aun en
la sangre de sus víctimas, se entregaron a la orjía
mas completa i degradante.
L a señora madre de Garin, recibió de manos de
un señor Ricardo de la Cerda Dueñas, cuñado de
Mariano Necochea, que reside en Limache, el re-
loj i la manta que pertenecieron a su hijo, i quien
se los entregó diciéndole: esto pertenece a Ud.
La manta, apesar de haber sido lavada antes de
entregarla, a fin de hacer desaparecer la sangre de
que estaba manchada, conserva completamente in-
delebles aquellas señales.
Ahora el reloj, descompuesto con algún golpe o
balazo de los que recibió su dueño, está marcando
las 12 h. 30 m. Acusador inanimado, señala el mo-
mento en que los galoneados esbirros de la enso-
berbecida oligarquía, añadieron un nombre mas al
catálogo de sus víctimas.

xir
A n t e la memoria honrada i bondadosa de Luis
Alberto Garin, bien quisiéramos inspirarnos en
(1) Estamos dispuestos a declarar stís nombres a quienes así lo
soliciten.
— 46 —

sentimientos de olvido i de perdón, hácia los des-


graciados instrumentos que le inmolaron i sus ins-
tigadores; pero nos lo impiden los recuerdos vene-
randos de Aldunate, Villota i demás mártires sa-
crificados alevemente en el silencio de las cárceles
i en la impunidad del misterio; nos lo impide el
doloroso cuadro de desolación fe injusticias come-
tidas desde el triunfo de la revolución hasta nues-
tros dias; nos lo impide, p o r fin, la presencia de
tantos ciudadanos inocentes que aun jimen en injus-
tificada prisión, víctimas de la saña salvaje de aque-
llos, que aun no se sacian con la sangre i lágrimas
que han hecho derramar a la República.
N u e s t r a justa indignación tras]¡asa todo límite,
i como nos falta el valor suficiente para ser impar-
ciales, emplazamos, por hoi, a los Criminales ante
el augusto tribunal de la Historia.
P o r otra parte, al narrar a grandes rasgos la
vida i muerte del héroe lejandario que hemos des-
crito; no ha sido nuestro ánimo hacer historia, ni
menos la apolojía de este esforzado paladín, pues
habríamos necesitado para ello de mucho mas es-
pacio.
Hemos consignado solo rápidamente i a vuela
pluma, en estas modestas pajinas, los hechos princi-
pales de su vida de guerrero i de patriota.
Allí está elocuente i palpitante aun el recuerdo
inmortal de sus hazañas "en Ja guerra del Pacífico;
i su imponente figura se destaca brillante i lumi-
nosa al travéz del pasado; enseñando con su subli-
me ejemplo, a la futura pléyade de soldados del
porvenir, el grado de constancia, de firmeza ele
espíritu i de heroica bravura, que debe caracteri-
— 47 —

zar a los hombres de honor, que tienen por obliga-


ción la enseña sagrada de defender el orden i los
fueros inviolables de la Patria: sólido pedestal en
que se apoya la grandeza i estabilidad de las colee
tividades humanas.

> >w I
uvuiá ;

% %m &ltyria (Snritt
(EN SU MÜBRTH)

De entre las saturnales de una orjía


Surjió la sed de sangre de un mandón:
Caíste... ¡oh Mártir ¡...fiel a tu bandera
Victimado por la rabia de un sayón!...
Nicelás Arellano i Yecorát.

i H r H W <>*«•¥• i tMfr -tv* i » x f . e muI


E P Í L O G O .

Años han trascurrido yá desde el ominoso dia


en qne la pintoresca ciudad de Quillota fue teatro
de tan cruentos i terribles asesinatos, sin que has-
ta hoi se haya levantado alguna voz autorizada de
entre los en hora aciaga se pusieron al frente de
los destinos de Chile, pidiendo el esclarecimiento
de tan escandolosos núceteos.
¿Qué sopor tan singular, domina a los jueces i
Tribunales Superiores de Justicia, que no inician,
siquiera por dignidad, algún proceso que investi-
gue tan trascendentales atentados?
Ah! es que todo ese cúmulo de horrores i
victimaciones cometidos; unos yá del dominio pú-
blico i otros en el misterio; fueron ejecutados con
la criminal complacencia de aquellos hombres.
Los que debieron ser custodios del derecho i sa-
cerdotes de la justicia, se han convertido en con-
descendientes amparadores del crimen.
L a sociedad misma cruelmente ofendida con
tantas iniquidades, no ha sido suficientemente
— 50 —

unánime para castigar con el merecido desprecio


a los que la ultrajaron.
Se ha visto que los asesinos, despues del bo-
chornoso baile del Congreso, no solo han adqui-
rido con el premio de sus crímenes o de la traición,
valiosas propiedades, sinó que también han funda-
do hogares i querido echar anclas en el puerto de
la humana felicidad, manchando así los blancos
azahares de las tiernas desposadas con la sangre
de las víctimas, que un menguado Ínteres en hora
desgraciada les hizo derramar; no en los honrosos
campos de batalla, sinó en los calabozos de los
cuarteles i en las encrucijadas de los caminos.

Concluida la jornada con pingües provechos pa-


ra ellos, han querido talvez empezar a ser honra-
dos, i buscar en los goces de la familia el olvido
que tanto necesitan.
¡Empeño inútil!.... Los fantasmas sangrientos
de las víctimas irán a perseguirlos a donde se en-
cuentren i hasta en el mismo lecho conyugal; el
que no será para ellos yá nido de amores, sinó ni-
do en que las víboras del remordimiento los ator-
mentarán sin c e s a r ! . . .
¡Desgraciados! N o conseguirán borrar la
huella de sangre que dejaron a su paso i ni aun
de la frente de sus inocentes hijos, lograrán apar-
tar la sombra fatídica del crimen!
Que la sociedad pervertida los absuelva, que la
justicia prostituida los ampare, que gocen de for-
tuna, i comodidades; no importa, porque los acom-
pañará siempre la voz acusadoi'a de la conciencia,
i habrán de turbar sus orjías i placeres los ayes de
las esposas i de las madres desoladas!
— 51 —

No terminaremos las presentes líneas de verdad


i de justicia, sin referir una de esas escenas que
manifiestan como aun en medio de las embriague-
ces, los culpables no gozan de tranquilidad.
Leemos en La República de 20 de Julio de 1892:
« J U S T I C I A SOCIAL.—TJna multitud numerosísima se agrupa-
ba en la tarde del lunes alrededor de un carro urbano en la Ala-
meda frente a la calle de Nat&niel.
«Cuatro soldados de policía lo habían detenido, i un joven
vestido de brillante uniformé con grados de teniente-coronel del
nuevo ejército, se empeñaba en hacer bajar dél carro a una res-
petable señora i mandarla al cuartel de policía.
« —Será otro act:> de valor, miserable, le decía ésta. Asesinas-
tes al hijo; ahoiu quiere.-! ato mentar a la madre. Pero no te
tengo miedo: vamos a la cárcel; puede ser que tú quedes allí,
asesino.
«I alzando mas i mas la voz, como fuera de si, esclamaba la
señora:
«—Cobarde,. asesino, si hubiera jueces dignos no estarías en
libertad.
«I, dirijiéníose a las numerosas personas que iban en el carro i
que se habían juntado alrededor: estos son los valientes, conti-
nua, que ocho dias despues de la batalla, matan a traición a un
hombre que está encerrado en un calabozo i con grillos.
«¡MARIANO N E C O C H B A ! . . . ASESINO a i s s u H I J O L U I S G A R I N ,
concluy >; i estas j a no fueron palabras, sino gritos desesperados
o jemidós de un corazon en el paroxismo del dolor.
«Las demás señoras que habia en el carro trataron de calmar
a esta desgraciada m id re i un caballero acudió a una botica cer-
cana para prodigarle I03 ausilios necesarios temiendo fuera a
desmayarse.
«El teniente-coronel Necochea, entre tanto, en vista de la
actitud de todos los presentes i, talvez acosado por la voz de la
concienoia, renunció a su primitivo proyecto i, acercándose a la
señora, le dijo-,
«—Yo ID he asesinado a su hijo, señora. No he hecho mas
que cumplir una orden.
« —Muéstrala, eut mees, la replicó la señora.
«I Necoahea se d i r i j o a su carruaje por cierto que sin mos-
trar la tal urden ni decir de quien era i el tranvía continuó su
camino, prodigando todos los pasajeros las mas esquisitas aten-
ciones a la señora Garin, manifestándole todos que debia procu-
rar evitar esos encuentros tan dolorosos para su corazon de ma-
dre i, sobre todo, sofocar sus naturales sentimientos, ya que, por
ahora, 110 hai jueces.
«—Cálmese, señora, le decía un caballero estranjero, fíjese
que de parte de él está todo, hasta los jueces, i que a usted no le
harán justicia de ningún modo.
«Sí esto es profundamente exacto, por desgracia, i mui con-
vincente para los que juzgan fríamente las cosas, se comprende
que al espíritu de una madre, sobreexsitado por la representa-
ción dolorosa del martirio de su hijo querido, léjos de llevar un
consuelo, no haria mas que aumentar su indignación.
«Por nuestra parte, lamentando el desgraciado encuentro que
ha tenido la distinguida señora madre de! m'r'tirde Quillota, nos
hacemos cargo de la confesion hecha por Necochea delante de
un público numerosísimo: «Yo n > he asesinado a su hijo, señora.
No he hecho mas que cumplir un i orden».
«Ah! ¿Con que los tenientes-coroneles del ejército CONSTITÜ-
OIO.VA.II aceptan i cumplen órdenes de asesinato?»

Las líneas precedentes, así como la participación


de los victimarios de Garin, han tenido ámplia pu-
blicidad, seg uí consta de diversos artículos de la
prensa, i sin embargo no han sido contradicha
L a v e r d a l reflejada en ellos no ha podido ser
negada.
Quede sentado, pues el h^chD, de que los incul-
pados por el crimen de Quillota, "aceptan J a parti-
cipación que se les h i atribuido.
¡Quien sabé si ademís hxcen mérito de ella
ante los h nnbres de la situación!

FIN

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