El Yo Escindido en El Otro Yo, de Mario Benedetti
El Yo Escindido en El Otro Yo, de Mario Benedetti
El Yo Escindido en El Otro Yo, de Mario Benedetti
Facultad de Humanidades
Escuela de Estudios Literarios
El narrador indica que esta muerte al principio fue un “rudo golpe” para Armando, pero
nos damos cuenta de que la muerte del doble no le genera mayor pesadumbre porque se
logra reponer rápidamente gracias a la idea de “lucir su nueva y completa vulgaridad”.
Ya hemos explicado que para este personaje su Otro Yo suponía una especie de estorbo
cuando quería exhibir un carácter vulgar pleno frente a sus amigos. Sin embargo, el mayor
duelo interior lo vivirá cuando se los encuentre y ellos no noten su presencia, que es lo
que se ha discriminado en la secuencia que titulamos como Invisibilidad.
En la última secuencia, Melancolía, el narrador anota que ante la situación con sus amigos
Armando sintió un ahogo parecido a la nostalgia pero que, no obstante, no pudo sentir
auténtica melancolía porque todo este sentimiento se lo había llevado el Otro Yo, con lo
cual asimilamos que la cara sensible y profunda de Armando lo constituía en su identidad
con el mismo peso que su deseo de ser íntegramente vulgar.
El cuento marca una contraposición entre dos pulsiones confrontadas de cada faceta del
protagonista. Para analizar este aspecto vamos a intentar distinguir ambas facetas de su
identidad. Hablaremos así de Armando 1 como su verdadero-yo identitario, cuyo deseo
es “ser íntegramente vulgar”; y distinguiremos como Armando 2 al falso-yo identitario,
que está dotado de cualidades melancólicas o sensibles. La pulsión vulgar asumida por
Armando 1 supone una incompatibilidad con la pulsión sensible hacia la que propende
Armando 2. Enfatizamos aquí la escogencia del verbo suponer en lugar de emplear otros
como plantear o establecer, porque nos parece que esta incompatibilidad entre las
pulsiones no está dada por una relación de oposición binaria evidente, sino por una
intención propia del cuento, es decir, el dualismo vulgaridad-melancolía no denota una
relación de antónimos o contrarios en su semántica. Por lo tanto, asimilamos que la
relación conflictiva entre ambas nociones se entiende como irreconciliable únicamente
dentro del universo ficcional de Armando.
El ámbito de conciliación posible para que Armando resolviera este conflicto de identidad
habría pasado quizá por la asimilación de una sensibilidad con mayores matices de
complejidad, de tal modo que le permitiera combinar los aspectos sensibles de su fase
melancólica con la ambición vulgar de su fase grotesca. No obstante, es la propia idea
con la que Armando percibe ambas actitudes de su identidad lo que hace que la lógica del
conflicto pueda clasificarse como una disyunción irreconciliable, ya que Armando parece
incapaz de convivir con ambas condiciones (vulgaridad y melancolía) sin polarizar su
identidad.
La escisión de Armando también puede percibirse como una dificultad para conciliar su
Yo exterior o social con su Yo interno o íntimo. Armando se preocupa por su álter ego
cuando piensa en la incomodidad que le hace sentir ante sus amigos porque lo cohíbe de
ser del todo vulgar. Es como si en el protagonista pugnaran con distinta fuerza una
espontaneidad grotesca y una timidez intelectual. Esto nos lleva a pensar que otro posible
mecanismo de solución sería que Armando comenzara a identificar los momentos en los
que puede designar que la vulgaridad ocupe el mayor espacio de su identidad, que sería
su Yo-exterior, esto es, el Yo que saldría a los encuentros con los amigos. Por su parte,
cuando corresponda a los momentos solitarios, Armando tendría que dejar aflorar sin
cohibiciones al Yo que se deleita con los atardeceres y la música de Mozart. De esta
manera podríamos pensar que el protagonista habría logrado la conciliación con su doble
y, por ende, una forma de solución de su conflicto de identidad.
Una identidad escindida a partir de actitudes y comportamientos contrarios
El protagonista de este cuento de Mario Benedetti puede ubicarse como un caso ficcional
de escisión identitaria suscitado por la dificultad de integrar, en una misma unidad
vivencial, dos actitudes comportamental y cualitativamente opuestas al menos para él, ya
que le resulta imposible una conciliación simultánea. En Armando habitan dos fuerzas
identitarias de pasiones disímiles y contrapuestas que perturban su psique y frustran su
espontaneidad en determinadas situaciones. La identidad del protagonista debido a estas
dicotomías anímicas, como ya lo indicábamos en el apartado anterior, se divide en dos
facetas en pugna: una que propendería hacia lo vulgar y otra que apuntaría hacia lo
melancólico y lo sensible. Y a su vez ambas facetas pueden correlacionarse con la
percepción de un verdadero y un falso-yo identitario vinculados por una lógica de orden
disyuntivo, que encaja de manera coherente con la conceptualización de una “identidad
escindida a partir de actitudes y comportamientos contrarios” que se propone en el
estudio1 sobre las metamorfosis disyuntivas de la investigadora María Antonieta Gómez
Goyeneche.
Su estudio asimismo indica que, cuando se producen este tipo de escisiones, el personaje
por lo general tiende a vincular sus virtudes con la corporalidad originaria asumiéndola
también como su verdadero-yo. Por otra parte, el personaje escindido desplaza sus vicios,
defectos o excesos hacia otra corporalidad que metamórficamente se correspondería con
un falso-yo identitario. Gómez en su estudio lo explica de la siguiente manera:
1 1
GÓMEZ, M. Identidades psíquicas escindidas y metamorfosis. En: Identidades
trastocadas. El recurso literario y artístico de las metamorfosis disyuntivas. Vol. 1 (1 ed.)
Cali: Universidad del Valle, 2011.
que, por el contrario, en esta dimensión sitúe sus características más grotescas y corrientes
y deje para la dimensión que asume como falsa los rasgos que comúnmente se
interpretarían como virtuosos o encomiables, que en su caso serían la sensibilidad y las
aficiones artísticas.
En general los cuentos de hadas se caracterizan por hacer muy visible la contraposición
entre el bien y el mal. Los personajes son básicamente definidos por su bondad o su
maldad. Sus identidades a menudo se construyen a partir de oposición de cualidades que
no den lugar a condiciones axiológicas ambivalentes en las asimilaciones del niño. De
esta manera si, por ejemplo, en la madre de la protagonista se vinculan todas las
cualidades asociadas comúnmente con la bondad: afectuosa, paciente, atenta o gentil; en
la madrastra se ubicarían todos los calificativos directamente opuestos a los anteriores:
despectiva, intolerante, indiferente o despótica. Las características definitorias de los
personajes tienden a marcarse por parejas de contrarios, que es la forma como Bettelheim
explica que los niños comienzan a asimilar sus primeras nociones éticas:
Con la llegada de las tres mujeres, Cenicienta es despojada de su condición de hija digna
y reducida, de forma ruin y humillante, a un trato de criada en su propia casa. Así
ocurrirán algunos episodios en los que se revelará el carácter altivo y despótico de las
hermanastras y de la madrastra en contraste con la sencillez y la bondad de la protagonista
que, pese a los malos tratos, siempre se comporta de forma servicial y sumisa, al menos
en esta versión del relato popular. Una de las más claras muestras diferenciales del
carácter y la identidad de Cenicienta, frente a sus hermanastras, puede verse reflejada
cuando el padre asiste a una feria y pregunta a sus hijas por algo que ellas quisieran que
él les trajera. Ante lo cual una pide "hermosos trajes” y la otra “perlas y brillantes”;
mientras que Cenicienta simplemente le encarga “la primera rama de avellano que le dé
en el sombrero cuando esté de regreso por el bosque”. Aunque Bruno Bettelheim este
último elemento lo interpreta con más detenimiento en su estudio psicoanalítico, para el
propósito de nuestro trabajo lo que nos interesa resaltar con esta escena es la puesta en
evidencia del radical contraste de las cualidades que caracterizan a estos personajes,
basándonos precisamente en los objetos que desean; de este modo, notamos que si bien
en las peticiones de las hermanastras se dejan leer la vanidad, la banalidad y los caprichos,
en la petición de Cenicienta se refleja la orilla opuesta de esas cualidades: la sencillez, la
profundidad y la modestia.
Por su parte, la madrastra también contiene los contravalores directos a los valores de la
madre. La escena en la que más claramente se percibe el tamaño de su inquina es cuando
le promete a Cenicienta que podrá ir al baile en el palacio real si consigue recoger, antes
de dos horas, un plato de lentejas que se ha derramado en las cenizas, tarea que es a todas
luces imposible, pero que Cenicienta logra superar gracias al favor mágico de los pájaros
que descienden del cielo para ayudarle a separar los granos buenos de los malos. Pero una
vez hubo cumplido con la misión su madrastra siguió negándole el permiso y
argumentándole que no tenía vestido ni sabía bailar. No obstante, como la madrastra ve
llorando a Cenicienta, le propone un nuevo reto a cambio del supuesto permiso. Ahora
tendrá que recoger, en una hora, dos platos de lentejas que ella misma derrama en las
cenizas. Cenicienta cumple también con esta segunda tarea, nuevamente gracias a los
pájaros, pero la madrastra le reitera cuando le muestra su logro: “Todo es inútil, no puedes
venir, porque no tienes vestido y no sabes bailar; se reirían de nosotras”. Acto seguido, le
vuelve la espalda y se marcha orgullosamente con sus hijas.
Esta escena se contrapone directamente con la escena inicial del cuento en la que la madre
moribunda llama a Cenicienta para decirle que sea buena y piadosa con el fin de que Dios
la proteja, casi que parece una anticipación de lo que le va a sobrevenir con su muerte. La
madrastra y la madre están construidas desde esa polarización que se explicaba en la
primera cita de Bettelheim. Observemos a continuación lo que el psicoanalista apunta
respecto a la madrasta de Cenicienta:
Cerca del final del cuento de La Cenicienta podemos notar el punto más álgido del
contraste axiológico entre los personajes; esto es, cuando el príncipe acude a la casa de
Cenicienta con el fin de probar si la zapatilla de oro, que había encontrado en las escaleras,
calzaba en los pies de alguna de las doncellas para entonces tomarla por esposa. No
obstante, cuando cada hermanastra se da cuenta de que sus pies no calzan en la zapatilla,
por orden de la madre, se mutilan partes de los pies, una los dedos y la otra el talón. De
esta forma consiguen encajar los pies en la zapatilla y logran engañar al príncipe hasta
que es enterado por dos palomas sobre la suplantación de la que está siendo víctima. Con
esta escena se revela que las ambiciones de la madrastra y las hermanastras no conocen
barreras morales, y, como lo indica Bettelheim, se marcan grandemente los contrastes de
las conductas de los personajes: