Léon Duguit

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LÉON DUGUIT (1859-1928): JURISTA DE UNA

SOCIEDAD EN TRANSFORMACIÓN

José Luis Monereo Pérez

Catedrático de Derecho del Trabajo. Universidad de Granada.

José Calvo González

Profesor Titular de Filosofía del Derecho. Universidad de Málaga.

SUMARIO

1.- Algunos perfiles de su biografía intelectual.

2.- La singularidad solidarista e institucionalista de Léon Duguit.

3.- El solidarismo jurídico-social de Duguit.

4.- Obras seleccionadas y traducciones al castellano.

1. Algunos perfiles de su biografía intelectual.

Léon Duguit, uno de los más relevantes publicistas europeos,


nació en Libourne (Gironda, Francia) el 4 de febrero de 1859, y murió en
Bourdeaux el 18 de diciembre de 1928. Recibido como Agregado de
Facultades de Derecho el 1 de enero de 1882, se incorporó a la
Universidad de Caen, donde permaneció hasta 1886. Toda su dilatada y
fecunda carrera académica tendrá sin embargo como escerario la
Facultad de Derecho bordelense. En ella alcanza la categoría de Profesor
de Derecho público el 2 de abril de 1892, figura como asesor de su
Decanado a partir de 1912 y ocupa este cargo desde el 1 de mayo de
1919 hasta la fecha de su fallecimiento[1]. Discípulo de Émile Durkheim
(1858-1917), de quien absorbe la especial preocupación e interés acerca
del Derecho[2] en su enseñanza sociologica y metodología
experimental[3], Duguit recibirá asimismo la influencia de otro de los
grandes representantes de la la «Escuela sociológica francesa», Auguste
Comte (1798-1857). En esta doble ascendencia doctrinal cabe situar en
efecto influjos determinantes no sólo para la etapa de formación
intelectual, sino subsistentes durante todo el ulterior desarrollo,
trayectoria y proyección de su pensamiento, que así suma y convina a la
contribución comteana de crítica radical, si bien no reaccionaria, a la
filosofía de la Ilustración y el aporte de la noción «positiva» de
«consensus fondamental de l´organisme social»[4], también el legado, a
través de la construcción durkheimana, de un abierto rechazo ante las
fundamentaciones metafísicas, además recibir el de la idea de «solidarité
sociale»[5] como preeminencia de lo social sobre lo individual.

Léon Duguit obtuvo en su época un notabilísmo relieve


internacional merced a su visión del Derecho como constructor de la
vida social y profundo reproche al voluntarismo jurídico, individual o
estatal, firmemente asentado sobre postulados científicos del positivismo
sociológico. Impartió conferencias en la Escuela de Altos Estudios de
París a lo largo de los cursos 1907, 1908, 1909, 1910 y 1911. Llamado
por la Facultad de Derecho de Buenos Aires, ofreció en esa Universidad
durante los meses de agosto y septiembre de 1911 un programa de séis
conferencias rotulado en la traducción de Carlos González Posada «Las
transformaciones generales del Derecho privado desde el Código de
Napoleón», y que en Madrid publicó el editor Francisco Beltrán (1921).
Desde ese momento es clara ya su decidida intención de establecer una
nueva teoría del Estado y del Derecho basada en las aportaciones de la
Sociología y de la Psicología[6]. En Europa y Estados Unidos existía un
ambiente de preocupación similar, compartido por varias y muy
diferentes direcciones de pensamiento[7].
También fue Duguit «visiting profesor» en la Universidad de
Columbia (New York) entre los meses de diciembre, enero y febrero de
1920 a 1921. Las conferencias pronunciadas con ocasión de su curso se
publicaron en París bajo el título de «Souveranité et Liberté», y en
Madrid, traducidas por José G. Acuña, las editó (c.1924) por Francisco
Beltrán[8], quien igualmente publicaría el ciclo de las cuatro
pronunciadas los días 21 al 24 de noviembre de 1923 en la Universidad
Central de Madrid, impartidas a los alumnos del doctorado como
«Exposición crítica de los diversos conceptos del Derecho y del Estado»,
y que en la versión castellana aparecieron en el año 1924 reunidas con el
intítulo correspondiente a la primera, «El pragmatismo jurídico»,
acompañadas de un Estudio preliminar («El pragmatismo jurídico de M.
Duguit») a firma de Quintiliano Saldaña (1878-1938). De aquel
programa fue también ésa la expuesta el 3 de diciembre de 1923 en la
Facultad de Derecho coimbrense, cuya Universidad ya Duguit había
visitado con anterioridad, en 1910[9].

Y así, no deja de sorprender que una personalidad de tanta


trascendencia, habiendo marcado en gran medida el sentido de los
principales debates en la teoría política y jurídica del primer tercio del
siglo XX, no haya merecido en nuestro país, con excepción de algunos
ensayos relevantes, una mayor atención.

Por último, reseñar algunas otras facetas de su compromiso


social y político. Prestó adhesión a la campaña cívica dreyfusista del
«J´Accuse…!», emprendida por Émile Zola (1848-1902) en 1898 desde
las páginas del diario «L´Aurora». Fue Presidente del Syindicat Croix-
de-Seguey-Tivoli, de Burdeos, en 1906, para defensa de los intereses del
quartier Croix-de-Seguey-Tivoli, promoviendo un «affaire» sobre
naturaleza y funcionamiento de servicios públicos que suscitó el «arrêt»
del Conseil d´Etat de 21 de diciembre de ese año. Concurrió a las
elecciones municipales de Burdeos celebradas en 1908, adscrito al Parti
Republicaine Démocratique (PDR, antigua ARD), resultando electo.
También lo hizo a las legislativas de Gironda, en 1914, esa vez retirando
su candidatura en segunda vuelta. En su programa se postulaba bisagra
entre el centro-izquierda y centro-derecha y favorable a la representación
proporcional.

2. La singularidad solidarista e institucionalista de León Duguit.

2.1. La doctrina realista y la “ética de la solidaridad”

La «sociología del Derecho» de Léon Duguit arranca en la idea


de que el Derecho es un producto de la vida social. La teoría jurídico-
sociológica duguitiana, por él mismo calificada de «teoría objetivista»,
tiene sin duda a la base la construcción sociológica de Durkheim donde
el fundamento del Derecho se sitúa en la noción de solidaridad humana,
de interdepedencia social, pero presenta también -como se indicará más
adelante- importantes adeudamientos a la doctrina del «derecho social»
planteada por algunos solidaristas franceses precedentes[9]. Ambas
contribuciones afluyen y confluyen en su obra con modulaciones y
particularidad de enfoques, especialmente valorativos[11], que al cabo
desembocan en una autónoma y singularísima doctrina sociojurídica.

Para Durkheim el Derecho surge del comportamiento humano


en un orden social regido por una solidaridad orgánica derivada de la
división social del trabajo, la que supone que sus miembros deben
cooperar entre sí[12]. Es así como el Derecho resulta de la vida social,
de las mismas necesidades evolutivas de la vida en sociedad. En
consonancia a este presupuesto Duguit elabora su doctrina, en efecto, a
modo de crítica sistemática de las doctrinas individualistas y formalistas
en el campo social y jurídico subrayando en concreto frente a ellas un
firme rechazo, cuanto menos, a dos de sus conceptos: el del derecho
subjetivo, que supone el poder de imponerse a otras voluntades, y el de
sujeto de derecho; planteamientos de los que ambas participan y en el
fondo son coincidentes. Las dos admiten la existencia del derecho
subjetivo o poder de una voluntad, y del sujeto de derecho, que es un
sujeto de voluntad. Duguit, por el contrario, entiende que la doctrina
realista –que él profesa [13]- inaugura la pretensión, que estima
justificada, de eliminar del dominio jurídico toda abstracción metafísica,
elaborando su sistema a partir de la constatación de los hechos reales,
desde la comprobación de los hechos sociales. Se inserta de esta manera
en la tendencia realista en el Derecho, realizando una importante
contribución a la crítica del formalismo jurídico imperante en su tiempo.
Ya tempranamente se advirtió que el realismo jurídico no consistía en
algo muy distante a un resurgimiento del positivismo, y éste sería el
nombre más adecuado para distinguirle del realismo lógico. Duguit
intentó asestar un golpe de muerte al Derecho político clásico, al que
nacido del Derecho Natural culminó en el racionalismo del siglo XVIII.
En este sentido concentró su ataque sobre los más firmes puntales del
clasicismo: la soberanía nacional[14], los derechos subjetivos (derecho
subjetivo del Estado personificando la colectividad y derecho subjetivo
individual)[15] y la tesis de la representación[16]. Duguit defenderá un
sistema fundado principalmente en la teoría de la solidaridad, en el
Derecho objetivo y en la llamada «situación jurídica subjetiva». En esta
dirección reconduciría el Derecho al hecho social, y en permanente
conexión con las exigencias de la sociedad históricamente determinada
de la cual emana. De ahí que presentase apoyo directo en la teoría
sociológica de su época, y en la bifurcación inaugurada por Durkheim
dejara a un lado el camino seguido por Henri-Louis Bergson (1859-
1941), prefiriendo recorrer el que le permitiría el alcanzar el más
adecuado conocimiento del modo en que, concretamente y al margen de
cualquiera clase de elementos metafísicos, en efecto la realidad social se
hallaba construida. Este enfoque realista y objetivista, en el que el
conocimiento del orden jurídico únicamente puede obtenerse mediante el
conocimiento concreto del orden social, demarca una primera y
específica posición diferencial entre la concepción iusfilosófica
duguitiana y la de Maurice Hauriou (1856-1929), quien a razón de su
idealismo objetivista de inspiración bergsoniana («l´élan vital»)[17],
sostiene en la metafísica de idea o empresa la reificación institucional de
lo jurídico, sólo destacando en «forma genérica» el carácter social del
Derecho[18].

Desde esta perspectiva metodológica la ciencia jurídica en


Duguit se impregna sustantivamente de sociología, siendo por ello
apropiado considerarlo como uno de los fundadores de la moderna
sociología del Derecho. En efecto, su doctrina realista se basa en una
serie de argumentos maestros, presentados a través de un discurso claro
y sencillo[19]. Abre con la defensa de un realismo científico y de un
realismo social: el espíritu humano debe desprenderse de muchos
conceptos de orden metafísico. El Derecho debe despojarse de las
esencias que todo lo explican, procurado sustituirlas por «realidades»,
como acontece en toda las ciencias (sean físicas, biológicas o
psicológicas experimentables)[20]. Para Duguit el hecho social ha sido
estudiado por los sociólogos, quienes ante una agrupación de individuos,
los encuentran unidos entre sí por dos fenómenos que la determinan: 1º)
La existencia de necesidades comunes, que es preciso satisfacer en
común, y 2º) La distinta actitud de los individuos ante tal «sistema de
necesidades», noción que traslada desde la filosofía hegeliana[21], y en
virtud de la cual se prestan servicios recíprocos y se establece un
comercio de servicios, al que se llega por la solidaridad y por la división
del trabajo[22].

En esta configuración general de pensamiento, y precisamente


en conexión con ese realismo, objetivismo y positivismo científico y
social, tiene lugar la aparición de una «ética de la solidaridad». Según
Duguit, la solidaridad nace por la similitud de los hombres, por la
igualdad de necesidades y por la vía de urgencias iguales o análogas que
sólo cabe satisfacer mediante la vida en común y mediante la unión de
esfuerzos[23]. La división del trabajo se origina por la diversidad de
aptitudes ante un fin común. La solidaridad es la disciplina que impide
que el grupo social desaparezca. «El fundamento de la solidaridad es una
obligación de conformarse a la necesidad de esa misma solidaridad». No
existe un poder de voluntad, sino la sumisión a las necesidades solidarias
del grupo en que el hombre vive. Para Duguit, «todo se transforma, por
consiguiente también el Derecho obedece a una evolución, cuyo sentido
está determinado por el postulado de la maximización de la solidaridad
entre los hombres, solidaridad, a la vez que es un hecho, es un motivo de
la conducta individual y social, y es un criterio de la justicia del
Derecho». La solidaridad es un hecho, porque los hombres están
sometidos a esta fuerza que les hace sentirse miembros de un todo
social; pero al mismo tiempo la solidaridad es una idea, un pensamiento
individual[24], es decir, una representación de un estado, al cual, como
criterio de suprema justicia, debe acomodarse la conducta de los
hombres. Dentro de cada sociedad existe en cada momento histórico una
suma de convicciones que se consideran como la garantía del interés
común, y cuya trasgresión implica una reacción colectiva. Esto
constituye una «norma», el Derecho objetivo, que coincide en cada país
con la ley positiva. Es, pues, el Derecho objetivo es una regla de
conducta social que se impone a los hombres bajo una sanción también
social. Por tanto, para Duguit la regla de Derecho nace inevitablemente
vinculada a la realidad de la época histórica. Es más: la regla de Derecho
y los criterios de valor se infieren directamente de los hechos sociales
determinantes [«le donné» en terminología de François Gény (1861-
1938)[25]]. En consecuencia, corresponde a la actividad propia del
jurista científico-social el «descubrir» bajo los hechos sociales la regla
de Derecho (la regla normativa emana de la sociedad[26], y que es
representativa de la norma jurídica de origen social, porque viene dada e
inscrita en la misma sociedad), realizando una tarea de arte técnico,
preparando la regla consuetudinaria o escrita, regla constructiva, que
tiende a determinar la forma y garantizar la realización de la norma. No
hay derechos individuales subjetivos, ni en el sentido del viejo Derecho
Natural, metafísico, extracientífico, ni en el propuesto por algunos
filósofos y otros juristas entonces contemporáneos (Winscheid, Ihering,
Thon, Jellinek[27], etc.), como poder de obrar libremente dentro de los
límites del Derecho objetivo, o sea, de la ley; ya que este poder es más
bien un poder «objetivo», una «situación jurídica objetiva», resultado de
otra jurídico-subjetiva. La situación jurídica subjetiva es otorgada por la
ley a las voluntades individuales, cuando sus actos se muestren
conformes al Derecho objetivo. Su objetivo es producir obligaciones
respecto a otras voluntades bajo una sanción social, y ello no supone
necesariamente los dos términos clásicos de una relación (activo y
pasivo). Es la «facultad de exigir» el cumplimiento de una obligación.
La situación jurídica objetiva, o poder objetivo, equivale a la
«capacidad» en derecho privado y es en derecho público la
«competencia». La conciencia de la necesidad de una regla de conducta
ha existido siempre. La expresión más general de ello es la cooperación
a la realización de la solidaridad social. Es así que el Derecho objetivo
no procede del Estado. El principio de la solidaridad o interdependencia,
en virtud del cual el hombre tiene conciencia de la necesidad de sus
relaciones con sus semejantes, de la imposibilidad de sustraerse a la vida
social y de la perfección que su individualidad recibe gracias a la
interdependencia, abarca a todos los humanos, aunque históricamente se
desenvuelva por grados y revista formas contingentes y transitorias.
Llega el hombre a la afirmación de este principio en virtud de dos
hechos: por las necesidades comunes que sólo la vida social puede
satisfacer («solidaridad o interdependencia por similitud») y por las
necesidades y aptitudes difeferentes, que exigen reciprocidad de
servicios («solidaridad o interdependencia por división del trabajo»)[28].
De tal principio brota todo el orden jurídico, que en él tiene un criterio
de justicia, cuya expresión exacta debe ser formulada en la ley positiva.
Así pues, la regla de Derecho tiene los mismos caracteres que la
solidaridad de donde nace: es a la vez individual y social. Individual,
porque está contenida en la conciencia de los individuos y sólo a ellos se
aplica; y social, por su fundamento. Es a la vez idéntica y diversa,
permanente y variable, notas que la distinguen del Derecho Natural. Los
derechos del hombre no corresponden a éste por su naturaleza, en virtud
de su condición de hombre, sino que son facultades que le advienen por
el deber, que como ser social, tiene que cumplir. Toda esta concepción le
parece a Duguit muy apartada del Derecho Natural[29]. Del resto y en
síntesis Duguit descata que tal «concepción realista» puede resumirse en
una frase de Comte: «La noción de derecho no ha podido existir más que
en una época en que se creía en las potencias superiores, en los
principios; hoy nadie tiene más derechos que el de cumplir sus deberes».
Y en definitiva esto significa que «la noción de deber reemplaza a la de
derecho; éste no puede darse sin un deber».

La concepción realista se proyecta sobre la regla de derecho y la


afirmación de su génesis social. Para Duguit el Derecho tiene por objeto
determinar la regla de conducta que se impone al hombre, pero en el
sentido de que esta regla ha llegado a un momento en que, de regla de
costumbre o económica (base originariamente social), se ha
transformado en regla de Derecho[30]. Entiende que la regla de
costumbre es la norma que se impone a los hombres de una sociedad
llegada a cierto grado de civilización. No es regla de derecho, pues si se
viola, la sociedad no interviene para actuar una represión. Es aquí donde
aparece el momento de la sanción: puesto que, en efecto, la regla de
derecho es siempre una regla de costumbre, que en un momento dado se
transforma en regla de Derecho, o como consecuencia de un sentimiento
de justicia, o por la necesidad de defender las necesidades sociales.
Elevada a regla de derecho, tiene lugar una sanción social organizada
que se opone a la acción de los indviduos, pero sin que su voluntad
disminuya. La regla de derecho puede fundarse en el hecho porque no
tiene por consecuencia imponer una modificación a la voluntad
individual; es una transfusión de la regla de costumbre, cuya sanción se
ha organizado. En el trasfondo de la construcción late la idea de que las
reglas sociales, que tienen un carácter económico o moral, devienen
reglas jurídicas cuando los miembros del grupo social comprenden que
el respeto de las reglas es necesario para el funcionamiento del grupo
anudándole la correspondiente sanción jurídico-positiva. Ahora bien, el
grupo social no es necesariamente el Estado porque los grupos sociales
son múltiples y diversos en todos los sentidos; el Estado no es más que
un grupo social entre otros; un grupo social que se beneficia de un
desarrollado particular y de la asunción de potestades especiales en el
conjunto de la sociedad organizada. Se inscribe, pues, dentro de las
concepciones realistas y pluralistas de configuración del Derecho y del
Estado. En realidad, en su sistema de pensamiento, en sentido propio ni
los grupos sociales ni el Estado crea el Derecho, porque los grupos
sociales y el Estado, no hacen más que constatar el Derecho «existente,
producto de la vida social»[31]. Para Duguit el Derecho es mucho menos
la obra de un legislador que el producto constante y espontáneo de los
hechos. Las leyes positivas, los códigos, pueden subsistir intactos en sus
textos rígidos; poco importa; por la fuerza de las cosas, bajo la presión
de los hechos y de las necesidades prácticas se forman constantemente
instituciones jurídicas nuevas. El texto es siempre el mismo, mas queda
sin fuerza y sin vida, pasa a «letra muerta»; o bien mediante una exégesis
sutil recibe un sentido y un contenido en los cuales el legislador no hubo
pensado. Debe atenderse particularmente a que según Duguit la norma o
regla de Derecho aparece cuando la masa de individuos que forman el
grupo entiende que puede ser organizada socialmente la reacción contra
el transgresor de la norma. Se entiende que el Derecho que es
(objetivamente) necesario para la vida social se impone a los individuos
que componen los grupos sociales porque la solidaridad se impone a
todos. La solidaridad se impone también a los órganos públicos, al estar
éstos sometidos al Derecho. El Estado refleja la contraposición entre
gobernantes y gobernados, pero los gobernantes no son considerados
como instancias superiores a los gobernados; la solidaridad se impone a
todos y los gobernantes deben utilizar su potestad pública para segurar el
respeto al interés general. La solidaridad funciona como fórmula de
heterolimitación del Estado. La solidaridad, además, no se circunscribe
sólo al grupo social acotado en la organización política estatal, sino que
se extiende al conjunto del género humano. La solidaridad intersocial
segrega el Derecho «intersocial» o Derecho internacional; esto es, en la
dirección positivista de Duguit, la solidaridad crea la regla de derecho,
naciendo ésta también de un orden espontáneo existente en la sociedad
internacional. Las reglas internacionales surgen cuando los miembros del
grupo social mundial comprenden que el respeto de estas reglas es
necesario para el mantenimiento de la solidaridad intersocial o
internacional. Este Derecho internacional siendo necesario a la vida
social internacional se impone a los Estados, esto es, a los gobiernos
estatales, los cuales tienen la obligación de utilizar su poder coactivo
para asegurar la sanción de las reglas del Derecho internacional. El
Derecho internacional no es está absolutamente fundado en la voluntad
del Estado, y a ella adscrito, sino que va «segregado» de la sociedad
humana, por lo que puede imponerse a todos los poderes[32].

En la teoría realista del Estado, la construcción jurídica de éste


determina su configuración como Estado jurídico o Estado de Derecho.
Para Duguit el Derecho público y el Derecho privado se basan en un
fundamento idéntico; ambos están informados por la misma regla de
Derecho, la cooperación y la solidaridad. Si nuestro autor mantiene la
distinción de Derecho público y privado, ello obedece sólo al distinto
modo en que opera su sanción. El Derecho público carece de sanción
directa, ejercitándose contra el Estado, pues éste no puede ejercer la
coacción contra sí mismo. La existencia de una colectividad, de un
medio social, en que el Estado se produce, es decir, en que se da el
fenómeno de la diferenciación entre gobernantes y gobernados, llamada
en general Nación, es el primero de los elementos de la teoría del
derecho público político en Duguit[33]. El lazo de unión que mantiene la
cohesión nacional, no es el factor político, ni el etnográfico, ni el de
comunidad cultural; todos ellos son factores secundaros. «El factor
esencial es la Historia, la comunidad de tradiciones, de necesidades y de
aspiraciones, y la solidaridad por división del trabajo». Por su parte, la
Nación es una realidad consistente en la interdependencia. Desde un
punto de vista estrictamente científico, la «solidaridad nacional es la
forma por excelencia de la solidaridad social en el estado presente de la
evolución». La Nación no es un elemento subjetivo ni objetivo del
Estado, no es el sujeto de la soberanía ni es objeto de ella, sino el «límite
territorial dentro del que se extiende el poder a las personas», límite que,
por regla general, coincide con la esfera de acción de los gobernantes,
aunque no siempre. Se rechaza, por tanto, la teoría clásica de la nación-
persona, pero no menos que la de la nación-órgano, que en última
instancia también conduce a la personificación de la nación, y es
contradictorio. Se había señalado que la antinomia fundamental que
existe entre los conceptos de soberanía y libertad la resuelve Duguit
despojando a aquélla de cuanto significa potestad de mando, para
convertirla en capacidad de servir, y transformando ésta, de derecho que
decía ser, en deber, que es lo que en realidad fue siempre. Mandar,
servir. En estas dos palabras está expresado el tránsito de uno a otro
sistema, apoyado en dos nociones que, sin ser antagónicas, son no
obstante cada vez más y más divergentes: la noción de soberanía como
poder de mando, y la noción de servicio público[34]. Paralelamente se
opera la transformación del concepto de libertad, fundamento
indestructible de la autonomía individual[35].

Para Duguit la nación es un fenómeno propio de la época


moderna, pero no es el producto de una generación espontánea[36]. Con
puntual realce declara que lo que hace a una nación es la conciencia de
que existe a un mismo tiempo en todos los individuos pertenecientes a
un mismo grupo social, de que hay una íntima y profunda
interdependencia entre el territorio y el pueblo que lo habita, y que
solamente mediante el territorio puede este pueblo cumplir su destino. El
vínculo nacional es tanto más fuerte y resistente cuantas más luchas, más
pruebas, más esfuerzos y más dolores se hubiesen experimentado en
común para lograr la pacífica posesión de ese territorio. Para que haya
nación se hace preciso que tal sentimiento de interdependencia haya
penetrado profundamente en la conciencia de todos los miembros del
grupo[37]. Entiende así Duguit que el Estado no es un poder de mando,
una soberanía; es una cooperación de servicios públicos organizados y
controlados por los gobernantes[38]. El fenómeno estatal se comprende
explicativamente atendiendo el proceso de diferenciación entre los que
detentan el poder y los que están en situación de sometimiento. No es
preciso, en su opinión, recurrir a la ficción jurídico-política de la
personalidad de un ente colectivo como sería el Estado, personalidad
colectiva que rechaza en términos de principio. No existe lo que se llama
la voluntad propia y diferenciada de un supuesto Estado soberano, lo
cual, a parte de no reflejar situaciones realmente existentes, comportaría,
a su juicio, negar la misma realidad de las relaciones internacionales, y
del Derecho internacional moderno. El «principio de legitimidad» del
poder del Estado, de los gobernantes -no se olvide la concepción
político-elitista que subyace al pensamiento de Duguit- lo encuentra en
la noción de servicio público (entendido como toda actividad cuyo
cumplimiento está asegurado, regulado y controlado por los gobernantes,
en cuanto dicha actividad es indispensable para la realización y
desarrollo de la interdependencia social, y es de naturaleza tal que sólo
puede ser realizada por entero mediante la intervención de la fuerza
gobernante) que expresa el cumplimiento de las obligaciones positivas y
negativas de quienes ostentan el poder como expresión de la solidaridad
organizada. La idea de solidaridad y su plasmación en el concepto de
servicio público (Estado de servicio público) introduciría en sí un
criterio de legitimación del poder establecido, impidiendo un uso
arbitrario del mismo. Los gobernantes ostentan un poder esencialmente
unitario para la realización de los fines de la solidaridad social
(organizada, como deber público, a través de un conjunto de servicios
públicos), siendo también a su parecer una ficción el principio de
división de poderes[39]. Por otra parte, Duguit traza una frontera al
espacio de intervención propia del servicio público, respecto del ámbito
estricto del desenvolvimiento de la libertad del individuo, el cual deberá
ser respetado en todo caso, sirviendo de límite infraqueable para los
poderes públicos.
Es en este ámbito discursivo se sitúa una concepción del
«Estado de Servicio Público». El punto de partida reside en afirmar que
la noción del servicio público sustituye al concepto de soberanía como
fundamento del Derecho público. Según nuestro autor, se ha producido
un quebrantamiento de la fe de los hombres políticos y de los juristas en
el dogma de la soberanía[40]. Es más, entiende, que es la noción de
función social cuya existencia advierten los hombres políticos y los
teóricos publicistas, y que sitúan en la base del Derecho público, la que
está en el fondo de la noción de servicio público cuyos elementos
constitutivos es preciso definir. Consisten esencialmente en la existencia
de una obligación de orden jurídico que se impone a los gobernantes, es
decir, a aquellos que de hecho tienen deber de cumplimiento, una cierta
actividad[41]. Las actividades cuyo cumplimiento se consideran
obligación para los gobernanentes constituyen el objeto de los servicios
públicos. Su extensión estará determinada históricamente, de acuerdo al
sentido general y cambiante de la evolución. Ahora bien, lo que sí puede
decirse es que a medida que la civilización se desarrolla, el número de
actividades capaces de servir de soporte a los servicios públicos
aumenta, y por lo mismo también crece el número de los servicios
públicos. En tal sentido cabe postular que la civilización consiste
únicamente en el incremento del número de necesidades de todo género
que pueden satisfacerse en menos tiempo. Por consiguiente, a medida
que la civilización progresa, la intervención de los gobernantes va siendo
normalmente más frecuente, pues ella sólo puede realizar lo que supone
la civilización. Por otra parte, la profunda transformación económica e
industrial, que se realiza desde hace un siglo en todas las naciones
civilizadas, «ha engendrado muchos nuevos deberes para los
gobernantes». El Derecho evoluciona bajo la acción de las necesidades
económicas y sociales. La noción de soberanía ha sido quebrantada
cuando se ha comprendido que el Estado debía a los gobernantes algo
más que la seguridad en el interior y en el exterior. En suma, la noción
de servicio público parece que podría formularse indicando que es toda
actividad cuyo cumplimiento debe ser regulado, asegurado y fiscalizado
por los gobernantes, al ser indispensable a la realización y al
desenvolvimiento de la interdependencia social, y de tal naturaleza que
no puede ser asegurado completamente más que por la intervención de la
fuerza gobernante[42]. Se puede comprender, de este modo, que la
noción del servicio público se convierte en noción fundamental del
Derecho público moderno, toda vez que el Derecho público moderno se
convierte en un conjunto de reglas que determinan la organización de los
servicios públicos y aseguran su funcionamiento regular e
ininterrumpido. De la relación de soberano a súddito apenas, por tanto,
queda nada. Del derecho subjetivo de soberanía, de poder, tampoco. Pero
sí una regla fundamental, de la cual se derivan todas las demás: «la regla
que impone a los gobernantes la obligación de organizar los servicios
públicos, de fiscalizar su funcionamiento, de evitar toda interrupción. El
fundamento del Derecho público no es el derecho subjetivo de mando, es
la regla de organización y gestión de los servicios públicos. El Derecho
público es el Derecho objetivo de los servicios públicos». De igual modo
que el Derecho privado deja de estar fundado en el derecho subjetivo del
individuo, en la automonía de la persona misma para descansar en la
noción de función social que se impone a cada individuo, también el
Derecho público dejaría ya de estar fundado en el derecho subjetivo del
Estado, en la soberanía, sino que descansaría en la noción de una función
social de los gobernantes, la que tiene por objeto la organización y el
funcionamiento de los servicios públicos. Los elementos esenciales del
sistema son: el carácter objetivo de los servicios públicos, ley de los
servicios públicos, que no es más que el reconocimiento y la realización
de la obligación general que se impone a los gobernantes, carácter
común de todos los actos administrativos determinados por un fin de
servicio público. Resulta asi que los gobernantes son los gerentes de
negocios de la colectividad[43]. Para Duguit, como el Derecho privado,
el Derecho público moderno se apoya por entero en una concepción
«realista y socialista». Realista en cuanto se ignora la existencia de una
«substancia» personal detrás de los fenómenos de orden político;
realista, también, porque prescinde de la existencia de una voluntad
soberana que por su naturaleza tuviera el poder de no determinarse más
que por sí misma y de imponerse como tal a todos; realista, por último,
porque el sistema jurídico se articula por entero sobre un hecho, una
función social que se impone necesariamente a los gobernantes.
Concepción «socialista», y por tanto objetivista, ya que el Derecho
público moderno no tiene por objeto regular los conflictos colocándose
entre el pretendido Derecho subjetivo de los individuos y el Derecho
subjetivo de un Estado personificado, sino simplemente regular la
realización de «funciones sociales de los gobernantes», toda vez que el
recurso por exceso de poder que domina en todo el Derecho público, y
que tiende a garantizar la legalidad del acto administrativo, no se halla
propiamente fundado en la violación de supuestos derechos del
individuo, sino en la violación de la ley que regula la organización y el
funcionamiento de un servicio público. Si no se ha cumplido la
evolución es debido a que ésta es infinitamente compleja y mantiene
indefinidamente su prolongamiento. Ahora bien, el Derecho no es en
realidad más que la especie de armadura que reviste esta evolución. El
sistema jurídico, realista, socialista y objetivista exigiría un largo
desarrollo histórico[44].

Adviértase que aunque los gobernantes carecen de un Derecho


subjetivo para imponer su voluntad, su actuación se legitima en cuanto
están obligados por el Derecho objetivo fundado en la solidaridad, que
exige el empleo de su fuerza para organizar, dirigir, e inspeccionar el
funcionamiento de los servicios públicos. Como que realmente el Estado
no es más que eso: una cooperación de servicios públicos organizados y
dirigidos por los gobernantes. «El servicio público, el conjunto o serie de
actos indispensables para la realización y desenvolvimiento de la
interdependencia social, ‘es el fundamento y el límite del poder
gobernante’». Y es que, en efecto, la noción del servicio público es el
broche de la doctrina duguitiana: es aquella actividad necesaria, que
excediendo los límites de la fuerza individual, exige la colectiva de los
gobernantes, como deber, como fundamento, como «función, no como
derecho». Sólo puede decir que a medida que la civilización sumenta,
aumenta el número y la complejidad de los servicios (públicos), como
consecuencia del crecimiento y complejidad de las necesidades, lo cual
implica la intervención cada vez más frecuente de los gobernantes.
Partiendo, pues, del hecho de la evolución, para hacer la construcción de
la teoría de los servicios públicos, es preciso considerar las sociedades en
el momento de la civilización actual. Esa evolución evidencia el
incremento de las tareas del Estado, con un aumento de los servicios
públicos de todas clases, lo que determina que los gobernantes sean los
gerentes de negocios de la colectividad. Para Duguit la representación es
simplemente un hecho de la solidaridad social generadora de una
situación jurídica objetiva.

El pensamiento de Duguit ejerció una influencia extraordinaria,


dentro y fuera de Europa[45]. En España la influencia de Duguit fue
relevante, ante todo como un revulsivo para el pensamiento de autores
comprometidos con la dirección reformista, y para los cuales la crisis del
Estado liberal era un hecho constatable, por lo que la teorización del un
Estado de servicios públicos (como el que preconizaba Duguit), y la
consideración del pluralismo social y sindical era un hecho llamado a
incidir en la transformación del Estado[46]. Por otra parte, lo que
carecteriza la evolución de la noción de soberanía nacional está en que el
concepto de Estado-nación sustituye al de Estado-poder[47]. Agréguese
que Duguit proporciona una definición del Estado conforme a la cual
éste es una nación soberana organizada en gobierno; o también, la
soberanía nacional ejercida por un gobierno[48].

El principio de solidaridad social (y sus derivaciones: la


propiedad como producto del trabajo, la función social de la propiedad,
el deber de colaborar, etc.) confiere un fundamento para la intervención
del Estado en la reglamentación de la vida económica y social, tanto en
la regulación dela propiedad como en la reglamentación del trabajo,
precisamente en conexión directa con la concepción solidarista de las
instituciones y de la libertad. El concepto solidarista conduce
necesariamente también a reconocer al Estado obligaciones de orden
positivo que el concepto individualista de la libertad y de la propiedad
rechazaban (derecho al trabajo, derecho a la instrucción, derecho a la
protección de la seguridad y salud, derecho a la asistencia pública,
protección ante el retiro o la enfermedad, pero también debe garantizar la
libertad de asociación y la libertad sindical, etc.). Ello determina una
noción nueva de la estructura íntima y de la naturaleza misma del
Estado[49]. La actividad que se impone a los gobernantes, cuyo ejercicio
constituye para ellos el cumplimiento de una obligación jurídica, y que
es el poder de mandar cuando permanecen dentro de estos límites, es el
fundamento de lo que se llama el «servicio público». Esta idea remite al
hecho de que los gobernantes son los servidores de los gobernados, es
decir, que están obligados a crear, organizar y asegurar todos los
servicios que son indispensables para atender cumplidamente al sistema
de las necesidades públicas, es decir, al sostenimiento y al desarrollo de
la solidaridad social bajo sus dos formas. Esto se traduce y visualiza a
través del crecimiento continuado de la actividad del Estado en todos los
órdenes y en todos los países. Es la fuerza de la teoría del servicio
público, fundada sobre la idea capital de obligación impuesta al Estado,
o más exactamente, a los gobernantes y asus agentes[50]. En un
horizonte utópico Duguit entendió que el Estado de servicio público
relegaba en un primer momento el papel de la fuerza en la organización
de la sociedad, y que con el tiempo se convertiría en una instancia
política de transición hacia su propia desaparición, siendo sustituido o
desplazado por una nueva organización funcional constituida por la
coordinación del sindicalismo profesional y su penetración en el espacio
político. La organización político sindical, nueva o emergente, supondría
la asunción sindical (por las representaciones profesionales) de una
función tecnocrática en el gobierno, expresada ante todo en la
organización de los servicios públicos. Entendió así, pues, que los
sindicatos profesionales se encontraban llamados a ocupar y desarrolla el
papel el elemento principal del poder político[51].
En esto puede ampliarse la distancia, insoslayable ya en
fundamentales aspectos, entre Duguit y Hauriou. La oportunidad surge al
reflexionar acerca de cuál puede ser el verdadero alcance de los
planteamientos de este último sobre el «derecho plural», pues su
declaración jurídico-pluralista no parecería evitar a término una real
subordinación al Estado del individuo y la actividad normativa de los
diferentes grupos sociales en que se organice, bien distinta a la postre de
lo que en Duguit caracteriza a su pensamiento pluralista expuesto con
relación al sindicalismo. Para ello son precisas dos puntualizaciones
previas, tal vez un poco laboriosas. La primera relaciona con el
significado institucional de «Etat à régime administratif» y con la
categorización de las tres formas de soberanía (de «droit, politique de
l´Etat» y «souveraineté juridique de la Société»), en juego todo ello con
la noción de «service public». Conviene así, pues, indicar que «Etat à
régime administratif» resulta un concepto complejo y en cierta manera
circular, que no siempre se entiende bien desde fuera del contexto de la
tradición jurídico-administratuva francesa. Dentro de ella, Hauriou lo
muestra como aquel Estado en el que las funciones administrativas se
hallan centralizadas al máximo y atribuidas a un solo poder, el ejecutivo.
Además, su naturaleza, calificada de institucional[42], va
inseparablemente unida a la existencia de una jurisdicción administrativa
donde los «agents administratifs» imputan sus actos de acuerdo al
principio de jerarquía y bajo normas de derecho particular. Si se adopta
un punto de vista capaz de trascender los planos funcional y orgánico,
dicha configuración administrativa del Estado significa que sobre el
ciudadano pesan, a más de la autoridad de las leyes aplicadas por la
jurisdicción de derecho común, la de las normas aplicables por la
Administración. En consecuencia, siendo pacífica en el derecho público
francés esta concepción sobre el régimen administrativo del Estado, que
asimimo es esencial al propio régimen constitucional, cuando Hauriou
presenta la relación entre derecho administrativo y régimen
administrativo en términos de ecuación perfecta, afirmando que
únicamente existe derecho administrativo en tanto existe régimen
administrativo, su posición se subraya a partir de afirmar la naturaleza
institucional de ambos; esto es, el «Etat à régime administratif» sólo
puede definirse completa y acabadamente cuando se le entiende como en
Estado en el que la Administración es una «institución»[53]. La segunda
puntualización concierne a la categorización de las diferentes formas de
soberanía, que finalmente afluyen y se unifican en la soberanía estatal,
asi como lo que de aquí resulta en anexión al Estado, a modo
suprafuncional, de las distintas organizaciones extra-estatales. A este
respecto, las objeciones críticas de Gurvitch como relativización
pluralista son poco discutibles[54]. Efectivamente, no es arduo constatar
una sensible evolución; si es cierto que en un primer momento la teoría
institucional de Hauriou habría pretendido contribuir a transcender la
noción de derecho positivo de su tradicional inmanencia estatal[55], lo
que ahora observamos es al Estado convertido en la suprema y más
eminente de las instituciones en tanto que en última instancia llamada a
incardinar, de forma exclusiva, la supremacía jurídica[56]. Si colocamos
una frente a otra estas dos precisiones, y tomando en consideración el
dato de la existencia en la Administración (el Estado) de propia
jurisdicción, puede seguir sosteniéndose que el reconocimiento de la
superioridad institucional no conduce necesariamente a la negación de
otros órdenes jurídico-institucionales extra-estatales, pero tampoco lo
evita. Basta en tal sentido constatar el esfuerzo teórico de Hauriou en
tratar de distinguir administración pública y administración del interés
público, así como también por admitir el reconocimiento de la autoridad
y juridicidad de los organismos extra-estatales, incluso sabiéndose
conocedor de lo que al procurarlo así ello mismo implica para con lo que
en su papel institucional superior va asignado al Estado. Hauriou no
podía ignorar la tesitura, que al fin resuelve reconduciendo la actividad
de aquéllos en la del Estado, si bien caracterizando ese fenómeno del
modo más peculiar que le es posible; calificando a los sindicatos y
organizaciones profesionales de «especie particular de servicio público
descentralizado». En tal caso, dicha solución equivale,
administrativamente, a su estatalización, y de ahí, a su absorción y
confusión con el propio Estado. A partir de ahí parece legítimo
interrogarse acerca de a qué pueda haber venido y dónde haya ido a
parar la función limitativa exterior de la soberanía estatal que en
principio correspondía a las organizaciones sindicales y profesionales.
No es independiente de la posible respuesta[57] valorar la diferente
proyección con que las relaciones entre sociedad y Estado, siempre
dentro de una solución corporativista, se presentan en Duguit a manera y
fórmula de contra-poder y capacidad creativa de derecho de los
individuos y grupos[58], y en Hauriou, sólo de forma mucho más
tímida[59] y, finalmente, ubicada desde dentro del poder mismo y en él
sumergida.

En otro orden de cosas, es de hacer notar también que Duguit se


aparta de la visión propia del «organicismo biológico»; esto es, critica el
punto de vista de la «biosociología». Para él los indIviduos son seres
conscientes que no se encuentran sometidos a la ley de la causalidad,
sino que obran motivados por una dirección finalista que mueve sus
decisiones y actos. A tal efecto, señala que no es preciso para sacar esta
conclusión asimilar los hechos sociales a los biológicos y el cuerpo
social al ser humano; por tanto, debemos reprochar a los filósofos y
sociólogos, como Hebert Spencer (1820-1903) (de quien, no obstante,
Duguit había aprovechado en sus primeros escritos[60], sobre todo tesis
organicistas, aunque con reservas, más tarde distanciándose
definitivamente[61]) o lo también desarrollado por A. Schaefle (y,
añadiríamos, por Nietzsche), haber asimiado los fenómenos sociales a
los fenómenos de la vida. Ahora bien, sí parte en todo caso de un
organicismo social, donde para el individuo viviente la reunión con sus
semejantes se efectua por solidaridad, y como resultado nace el grupo
social. Desde este postulado, entiende que puede fundarse la regla de
derecho sobre el hecho, siendo aquélla una regla de conducta que es
sancionada por el grupo social, sin modificar la voluntad de los
individuos que le forman. Para Duguit de la regla de derecho no puede
derivarse un derecho subjetivo, sino la creación de una situación jurídica.
Desde lo que denomina «pragmática de la doctrina realista» (no se
olvide que para él la doctrina pragmatista puede resumirse en la
aseveración de que un concepto responde a una realidad en la medida en
que tiene una eficacia moral y social[62]) la potencia pública no es un
derecho, sino una «función» (así, la propiedad no es un derecho, sino
una función; su concepto en el siglo XVIII respondía a las necesidades
de aquel tiempo; más adelante, éstas fueron otras y distintas, y tal
cambio debía reflejarse en el concepto). Por tanto, en la doctrina realista
eliminamos todo concepto, el del derecho subjetivo y el del sujeto de
derecho, y con ellos el que haya motivo para una diferencia entre
gobernantes y gobernados: «sólo existe el individuo y el grupo social».
Los gobernantes son individuos como los otros. La realidad es lo que
hace que ciertos hombres tengan el poder; se les atribuye el de mando,
no porque puedan ostentar una misión divina, ni reciban investiduras del
pueblo, sino en virtud de los principios de «solidaridad universal». Estos
hombres están en una situación particular que les permite obrar; tienen el
deber de crear y organizar servicios públicos, funciones públicas, y se les
debe obediencia, pero solamente en la medida en que cumplan sus
deberes. Esto viene a suponer que el poder público es una derivación
necesaria de la división del trabajo fundada en la soliaridad social
organizada.

Elemento central de su construcción es el «concepto de


solidaridad», porque toda su teoría se basa en el principio de solidaridad.
El mismo carácter obligatorio del Derecho se basa en el sentimiento de
la solidaridad y en el sentimiento de la justicia; esto es, según Duguit, la
solidaridad es el fundamento del Derecho objetivo. Es éste un concepto
etéreo y difuso. Duguit, sin embargo, no ha acotado suficientemente esta
noción básica en su sistema. Para él la solidaridad es un hecho, que es a
la vez más y menos que la caridad y la fraternidad, sin ser en sí misma
una regla conducta. Los hombres son solidarios unos de otros, es decir,
que tienen necesidades comunes que sólo en común pueden satisfacer,
que tiene aptitudes diferentes que sólo por un cambio de servicios
mutuos pueden ser perfeccionadas. Es, así, la solidaridad un sentimiento,
un instituto; un puro hecho necesario, convirtiéndose en la norma
suprema de los actos humanos. Para dotarla de un sentido más específico
Duguit propone sustituirla por la expresión «interdependencia social».
Existe una solidaridad mecánica y una solidaridad organizada[63]. Los
hombres son solidarios unos de otros, en primer lugar, porque tienen
necesidades comunes, que sólo pueden satisfacerse con la vida común, y
después porque tienen necesidades diferentes, que no pueden
satisfacerse, sino con el cambio mutuo de servicios. La primera especie
de solidaridad es conocida con el nombre de «solidaridad por similitud»;
y la segunda con el de «solidaridad por división del trabajo»,
denominada por Durkheim «solidaridad mecánica y solidaridad
orgánica» respectivamente. En palabras de Duguit, siguiendo
expresamente a Durkheim: la solidaridad que existe entre los hombres de
un mismo grupo es doble: los hombres están unidos entre sí, primero,
por los lazos de una solidaridad que Durkheim llama mecánica o por
similitudes y, además, por los de una solidaridad llamada orgánica, o por
división del trabajo. La solidaridad por similitud resulta del hecho de que
los hombres, viviendo en sociedad, son, en muchos aspectos, semejantes
los unos a los otros; les une, por tanto, desde la igualdad. La solidaridad
orgánica o por división del trabajo además de unir a los individuos, los
interpedendiza como miembros de una misma sociedad; así, por tanto,
los relaciona desde la diferenciación. Esta última clase de solidaridad es
característica, sobre todo, de las sociedades que han llegado a un alto
grado de civilización. Puede decirse también que la solidaridad por
división del trabajo está en razón directa del grado de civilización
alcanzado por una sociedad[64].

Un solidarista como Léon Bourgeois (1851-1925)[65] interpreta


esa interdependencia como un hecho y un deber de todo hombre para
con sus semejantes, y hasta, quizás, obligación social exigible. Entiende
sin embargo Duguit que la solidaridad o interdependencia social no es
sólo una idea regulativa, representativa de un estado ideal al que se ha de
acomodar la conducta humana, sino que ha de resolverse en la práctica
como conciencia de los vínculos que unen a los individuos en la vida
social. La solidaridad es un hecho social, una norma-hecho social que no
tiene un carácter valorativo, por lo que no constituye propiamente un
«deber» ético, sino el de resorte de la acción humana precisamente por la
aspiración constante del hombre a la vida, esto es, a la disminución del
sufrimiento individual; de ahí, la diferenciación que establece
declarativamente entre la solidaridad y la fraternidad y la caridad. Este
principio inmanente de la solidaridad determina que el hombre está
obligado a no realizar acto alguno contrario a la solidaridad. La
solidaridad adquiere por tanto un contenido histórico-evolutivo que se
contrapondría a la existencia de una regla de conducta entendida como
de carácter absoluto e inmutable. De manera que la regla que emana del
hecho de la solidaridad tiene inevitablemente un contenido variable. La
regla de Derecho es traducción o cristalización de la regla de la
solidaridad social; esto es, el Derecho objetivo (el Derecho positivo),
expresa formalmente la regla superior de la solidaridad, acogiendo así el
conjunto de convicciones de una sociedad históricamente determinada.
Para Duguit lo que hace el Derecho, la regla de derecho, consiste en
expresar la creencia, arraigada tópica e históricamente en lo más
profundo de las gentes de una época y en un país determinado, de que tal
regla es imperativa, que tal carga debe ser cumplida. El Derecho es ante
todo una creación psicológica de la sociedad, resultante de las
necesidades de orden material, intelectual y moral

. Ahora bien, hablando así no trata de afirmar en modo alguno –


sostiene- la existencia de una supuesta conciencia social distinta de las
conciencias individuales. Ésta sería, a su juicio, una afirmación de orden
metafísico que habría muy bien guardarse de hacer. Pueden, pues,
apreciarse, así, tan sólo ciertos elementos de confluencia de Duguit con
la Escuela Histórica. Ello se refleja en esa idea del historicismo de
Savigny acerca de la común convicción del pueblo, el puro sentimiento
de la interior necesidad del Derecho, que excluye toda idea de un
nacimiento accidental y arbitrario. Pero, nótese, el pensamiento de
Duguit es refractario a toda idea de una «espíritu del pueblo». El Dercho
objetivo, tanto público como privado, es una creación de la conciencia
del hombre en sociedad. La concepción duguitiana del Estado (Estado de
servicio público) no es independiente del hecho de la solidaridad social,
pues los gobernantes, y su acción de gobierno, están igualmente
sometidos a ese principio de la solidaridad de obligatoriedad general. El
poder público debe utilizar todo su poder al servicio de la solidaridad,
encaminándose el Derecho objetivo a este objetivo fundamental.

La solidaridad nace en el seno de la vida social; la sociedad es


también un hecho primario y natural, formada por el agrupamiento
organizado (para Duguit la sociedad no es un organismo en sí mismo
distinto a los individuos que la integran) de los individuos conscientes de
que sólo unidos pueden alcanzar la satisfacción de sus necesidades. El
hombre vive en sociedad, pero ésta no puede subsistir sin tener por base
la solidaridad. En consecuencia, una regla de coducta se impone al
hombre social, por la fuerza misma de las cosas; regla que puede
formularse así: no hacer nada que vaya contra la solidaridad en
cualquiera de sus dos formas, y hacer todo lo que tienda a consolidar y
fomentar la solidaridad social mecánica y orgánica. En opinión de Geny,
el punto débil de la construcción duguitiana reside en el hecho de que en
vano se pretende hacernos ver que la solidaridad aparece como una
condición esencial de la vida en sociedad, y que el hombre, no pudiendo
dejar de vivir de este modo, es conducido por eso mismo a practicar la
solidaridad. Nosotros preguntamos siempre «cómo esta necesidad de
hecho, se convierte en necesidad de derecho»[66]. Para Geny del simple
hecho de la solidaridad social no se puede extraer el principio de
obligación inherente a la noción misma de Derecho.

En coherencia con esa línea de pensamiento, entiende Duguit


que el derecho no es una creación del Estado, que la noción de Derecho
es en absoluto independiente de la noción de Estado, y que la regla de
derecho se impone al Estado, lo mismo que a los individuos. En su
sistema tan sólo aparece el Estado cuando el grupo social se dota de
cierto grado de organización institucional, estableciéndose una
diferenciación entre gobernantes y gobernados, existiendo el Derecho ya
desde el mismo momento en que se produjo el agrupamiento en
sociedad; esto es, de modo anterior al surgimiento del Estado: afirma,
pues, la existencia de un Derecho independiente del Estado. Por lo
demás, en coherencia con su método de realismo positivista, esa
afirmación de una regla objetiva de Derecho que se impone a todos,
gobernantes y gobernados (Estado y súbditos), se concibe sin que sea
necesario apelar a un principio superior de orden metafísico: en la
realidad existe una regla de derecho cuando el conjunto de los individuos
que forman el grupo comprende y admite que se puede organizar
socialmente una reacción contra los infractores de la regla. Esta
organización podrá no existir, podrá ser embrionaria y esporádica; eso
poco importa; el caso es que cuando el conjunto de los espíritus la
concibe, la desea, provoca su constitución, entonces aparece la regla de
derecho. El Derecho es anterior al Estado, de manera que la regla moral
o económica (regla social objetiva) se convierte en regla jurídica cuando
la masa de individuos de un grupo es consciente y admite que puede ser
organizada una reacción coactiva contra los infractores de la misma. La
comprensión de la reacción del grupo contra las infracciones de la norma
o regla social se realiza en el sistema de Duguit distinguiendo entre dos
tipos o clases de reglas jurídicas: las reglas jurídicas normativas y las
reglas jurídicas constructivas[67]. Las primeras imponen a todo hombre
en sociedad una acción y omisión determinada. Las segundas, las
constructivas o técnicas, son las que se han establecido formalmente con
el fin de garantizar, en cuanto sea posible, el respecto y la realización de
las reglas de derecho normativas, de derecho objetivo, o «primarias en su
realismo jurídico positivista». Las reglas constructivas, creación de la ley
positiva, suponen la existencia de un Estado provisto de medios de
derecho coactivo[68].
Interesa detenerse en la «funcionalidad político-jurídica del
solidarismo». En cierta medida el solidarismo fue una doctrina del
Estado «tranquilizante»[69] en los orígenes; pero que en la doctrina de
Duguit adquiriere una dimensión o connotación más edificante y de
orientación transformadora. Y es que, en efecto, en la doctrina solidarista
entre los dos siglos y durante el primer tercio del siglo XX el solidarismo
alcanzó a convertirse en cierta medida en «filosofía oficial» (ello
aconteció especialmente durante la IIIª República francesa,
constituyendo su matriz ideológica, que le permitió otorgar al sistema
político un nuevo principio de legitimidad)[70]. La ideología implícita e
inherente al solidarismo jurídico era la de introducir una lógica pública
de acción encaminada a mantener la cohesión y la paz social[71]. Es lo
cierto, en esta dirección, que el solidarismo inspiraría prácticas de
política pública dirigidas a instaurar un programa de protección social
pública a través de la organización de un sistema de solidaridad
organizada (seguros sociales, primero, y luego, con una evolución más
perfeccionada, de Seguridad Social) y de legislación social («industrial»,
primero, y más adelante de Derecho del Trabajo). De este modo,
cumplió una finalidad integradora y «restablecedora» de la estabilidad
del orden social y político en la crisis del sistema de liberal. Era una
filosofía que convenía a esa situación de crisis del Estado de Derecho
Liberal y la crisis del dogma del individualismo idealista. De ahí que la
crítica contra la doctrina individualista y sus efectos sociales más
nocivos fue ciertamente generalizada por los primeros solidaristas y
continuada y reforzada hasta sus últimas consecuencias, por Duguit. El
solidarismo pretendía realizar la comunicación de lo individual y de lo
colectivo, a través de la conciliación de un conjunto de doctrinas
políticas diversas. Su inspiración ya en los inicios residiría en la filosofía
de Auguste Comte, los escritos de Pierre Leroux (1797-1871) y Charles
Renouvier (1815-1903)[72], y se desarrollaría con el apoyo en la
sociología de Durkheim, en el cuadro de una visión organicista de la
sociedad. En ciertos aspectos (y más en ciertos autores de esta corriente
de pensamiento) el solidarismo apareció como una doctrina
sociológicojurídica. La noción de solidaridad constituye la base
fundamental de la doctrina solidarista, la cual se construye sobre el
postulado de la interdependencia humana e incorpora un deber moral de
los individuos entre sí. La solidaridad constituye una obligación no sólo
social sino también estrictamente jurídica; esto es, una obligación
jurídicamente sancionada, como obligación de relevancia colectiva. El
solidarismo constituye una teoria de los derechos y de los deberes
sociales fundada en la solidaridad objetiva. La solidaridad ha sido un
modo de racionalización de la acción del Estado y una filosofia jurídico-
política que ha permitido justificar su intervención correctiva de la
acción del mercado y protectora de las clases trabajadores[73]. Duguit
encontraría con esa corriente –sin adscribirse a ella-, y trasladaría
(renovándola de modo imaginativo) muchos postulados de aquélla a la
teoría publicista[74]. Duguit hace de la solidaridad la única fuente de un
Derecho que él concibe como fundamentalmente objetivo. Su teoría es
exponente –como refleja de las exigencias de su tiempo y de los modos
de expresión- de una concepción positivista y objetivista del Derecho
donde el aspecto sociológico no excluye, en el fondo, un cierto idealismo
dirigo hacia el objetivo de alcanzar la paz social. Para Duguit, la
solidaridad es algo real y objetivo inscrito en el desenvolvimiento social,
porque, en su opinión, existe un «determismo social» que marca
profundamente el devenir de las sociedades humanas. Los hechos
sociales son determinantes de la evolución de las sociedades. De ahí su
organicismo social dinámico. La asociación no es más que una una ley
general del mundo biológico, siendo la sociedad humana una aplicación
más de esta ley del desarrollo. Inscrita en esa evolución está la extensión
del sentimiento de socialidad y de justicia, a través de la cual introduce
un correctivo idealizante (sentimiento de justicia) a su visión propia del
realismo jurídico objetivista. Su idea del solidarismo jurídico la
convierte en una doctrina intermedia entre el individualismo y el
socialismo. Su visión del solidarismo se proyecta en su teoría política en
dos grandes motivos: primero, en la corrección de los mecanismos de
representación política de la nación (donde afirma la necesidad de
introducir una representación profesional, a través de una segunda
cámara parlamentaria compuesta de miembros elegidos por grupos
sindicales) y en el campo de la organización administrativa a través de la
extensión de la noción de servicio público. La solidaridad constituye
aquí el fundamento del servicio público, siendo el Estado moderno un
agrupamiento de servicios públicos asegurados y controlados por los
gobernantes. Pero la solidaridad conduce también a una necesaria
redefinición de las relaciones sociales superadora de la concepción
individualista, en la medida en que el estatuto social de los individuos
queda determinado no por la posición subjetiva de los derechos, sino por
la posición objetiva de la función social de la cual se infiere para ellos
una situación jurídica objetiva. Para Duguit, con todo, la solidaridad es
más que un hecho, porque representa una ley primordial (ley social de la
solidaridad) que encuentra su causa en el hecho verificable de la
interdependencia social. Como otros solidaristas (señaladamente
Bourgeois), el solidarismo se representaba como un cauce privilegiado
del moralismo organizado y, ya se ha señalado, de la pacificación social,
siempre en un pretendido marco científico y no de carácter teológico o
metafísico. Por ello Duguit afirma que la solidaridad es a la vez más y
menos que la caridad y la fraternidad. La solidaridad es inherente a la
naturaleza humana, y refleja su comunidad de destino y su mutua
dependencia; por lo que permite alargar o ampliar el ámbito de
aplicación de la justicia y de la caridad. Para Duguit lo que determina la
vida social se deduce de la ley causal de interdependencia social, la cual
debe ser entendida en su aspecto puramente científico. Esta forma de
«determinismo» se resuelve en un determinismo organicista matizado
por la toma en consideración de elementos típicamente psicologistas. Al
propio tiempo la filosofía social y política del solidarismo jurídico, tanto
de Duguit como del resto de los solidaristas, es marcadamente elistista:
la interpretación de las necesidades objetivas corresponde a un tipo de
hombres superiores.
En el plano de la teoría de los derechos, punto en el cual se
insistirá ahora con mayor detenimiento, entiende Duguit que el concepto
solidarista de la libertad se resuelve en la máxima de que «la libertad no
es un derecho, es un deber»[75]; a lo que añade: «la doctrina
individualista partía de la idea de que el hombre natural es un ser
individual y aislado, y que los hombres forman las sociedades mediante
un acto voluntario. La doctrina solidarista enseña, por el contrario, que la
sociedad es el hecho primario e irreductible, que el hombre es por
naturaleza un ser social que no puede vivir más que en sociedad, en la
que siempre ha vivido. Afirma, en consecuencia, que no se puede hablar
del hombre natural y aislado como poseedor de derechos por su sola
cualidad de hombre, de derechos que aporta a la sociedad, que no se
puede considerar al hombre sino como ser social, como miembro de la
sociedad. La doctrina solidarista añade que desde el momento que el
hombre forma parte de la sociedad, y por este hecho es un ser social,
nace para él una serie de obligaciones, especialmente la de desarrollar su
actividad física, intelectual, moral, y no hacer nada que entorpezca el
desarrollo de la actividad de los demás; que, por consiguiente no puede
decirse en verdad que el hombre tiene un derecho al ejercicio de su
actividad; es preciso decir que tiene el deber de ejercerla, que tiene el
deber de no dificultar la actividad de los demás, el deber de favorecerla y
ayudarla en la medida de lo posible». En consecuencia, «en el concepto
solidarista, la idea de libertad-derecho ‘desaparece para dejar lugar a la
idea de libertad-deber, de libertad-función socia’»[76]

2.2. La teoría del derecho subjetivo.

Para Duguit la noción de sociedad implica en sí misma la de


Derecho objetivo o de la regla de Derecho[77]. Respecto a la cuestión de
la existencia del derecho subjetivo, la doctrina de Duguit se sitúa entre
las tesis negativas, en clara contraposición con las defensoras del
derecho subjetivo[78]. Es éste sin duda uno de los aspectos más
polémicos de la doctrina duguitiana y en el que, como vinculado a su
dirección «objetivista», interesa detenerse siquiera mínimamente. Duguit
mantiene una posición radical al respecto, partiendo de una doble
proposición que en gran medida resume toda su obra, y quiza toda su
vida:

1) Afirma que no hay otro derecho que el objetivo, siendo la


misma idea de derecho subjetivo, desde cualquier punto de vista que se
elija, una noción vacía de sentido jurídico. «Por la expresión derecho
objetivo se ha convenido en designar el deecho regla de conducta; y por
derecho subjetivo el poder propio de una voluntad para imponerse como
tal a otra. Este poder es el que niego. Pero no suprimo el elemento
subjetivo del orden jurídico, si por tal se entiende el carácter individual
del derecho. No niego, ni se puede negar, que la norma social es a la vez
social e individual; es social por su origen; existe sólo porque existe un
grupo social, y todo grupo social implica la existencia de una regla de
derecho; pero ésta es evidentemente individual en su aplicación; se
aplica únicamente a voluntades individuales en el sentido de que les da
órdenes o prohibiciones, limita su esfera de acción y determina
relaciones de los individuos entre sí»[79]. Entiende que es «porque
existe una regla de derecho que obliga al hombre a cumplir cierta
función social, es por lo que éste posee derechos, los cuales, tienen, a su
vez, por principio y por medida la misión que debe cumplir»[80]. La
regla de derecho posee así un cierto carácter subjetivo, impone
obligaciones a seres humanos, sujetos de las mismas. «La norma jurídica
forma el derecho objetivo del grupo». Al ser aplicada a los individuos,
da origen a situaciones objetivas[81] en las que no es posible descubrir
obligaciones ni derechos subjetivos; porque las obligaciones y derechos
subjetivos implican jerarquía de voluntades y derechos; lo cual ni existe,
ni puede concebirse sino reconociendo la intervención sobrenatural,
científicamente inadmisible. En otros términos; no se ha demostrado
nunca, jamás podrá demostrarse humanamente el paso del derecho
objetivo al derecho subjetivo: y como, por otra parte, es imposible
admitir la anterioridad del derecho subjetivo respecto del derecho
subjetivo es una «noción imaginaria», una quimera, una «hipótesis
gratuita, indemostrada e indemostrable»[82]. No existe el derecho
subjetivo, no existen sujetos de derecho independientes de la situación
jurídico-objetiva en que se encuentra. Según Duguit, fundado el derecho
objetivo en la solidaridad social, de él se deriva directa y lógicamente el
«derecho subjetivo». En efecto, estando todo individuo obligado por el
derecho objetivo a cooperar a la solidaridad social, resulta
necesariamente poseedor del derecho de ejecutar todos cuantos actos
conduzcan a este fin. Todo hombre que vive en sociedad tiene derechos,
pero estos derechos no son prerrogativas que le pertenezcan en su
calidad de hombre; son sencillamente facultades que le corresponden
porque, como hombre social, tiene deberes que cumplir, y debe tener
necesariamente la facultad, el poder de cumplirlo. La distancia con el
concepto del derecho individual es clara en este sentido. No cabe tener a
los derechos naturales, individuales, imprescriptibles del hombre, por
fundamento de la regla de derecho que se impone a los hombres que
viven en sociedad. «Es, por el contrario, la existencia de una regla de
derecho que obliga a cada hombre a desempeñar cierto papel social, lo
que hace que cada hombre tenga derechos subjetivos», cuyo principio y
cuyos límites se hallan, de esta suerte, determinados por la misión social
que aquél debe llenar. Duguit, por tanto, habría tratado de sustituir la
noción de derecho subjetivo por la expresión «situación jurídica», como
derivación del punto de partida de considerar al hombre como un simple
elemento del grupo (el hombre se considera como miembro de un grupo
social); neutralizándose la idea sujeto de derecho[83]; de manera que ya
no puede hablarse de poder de voluntad, sino de sumisión a las
necesidades solidarias del grupo social en que el hombre vive. «El
fundamento de la solidaridad es una obligación de conformarse a la
necesidad de esa misma solidaridad social».
Con todo, Duguit entendió que en el Derecho moderno se estaba
produciendo un desplazamiento de la categoría del Derecho subjetivo
por la categoría de función social. Así lo afirma contundentemente: «la
noción ‘realista’ de función social sustituye a la noción ‘metafísica’ de
Derecho subjetivo»[84]. Y es que, en su opinión, la noción metafísica
del Derecho subjetivo se correspondía con una concepción puramente
individualista de la sociedad y del Derecho objetivo; esto es, del Derecho
imponiéndose como regla de conducta a los individuos y a la
colectividad personificada, al Estado. Pero la concepción individualista
le parecía insostenible. Esta idea del hombre natural aislado,
independiente, que tiene en su calidad de hombre derechos anteriores a
la sociedad y que aporta estos derechos a la sociedad, era una idea por
completo extraña a la realidad. El hombre aislado es un ser social; no
puede vivir más que en sociedad; y, de hecho, así es como siempre ha
vivido en estado de civilización. A la concepción realista de la función
social le cumpliría venir a eliminar progresivamente aquella concepción
metafísica del Derecho subjetivo. La noción de función social se
sintetizaría en la idea de que el hombre no tiene derechos, como tampoco
la colectividad. De aquí el sentido de la concepción realista y
«socialista», por descansar en el hecho de la función social y en las
condiciones mismas de la vida social. La regla jurídica que se impone a
los hombres encuentra su fundamento en la estructura social, o sea, en la
necesidad de mantener cohesionados entre sí los diferentes elementos
sociales por el cumplimiento de la función social que incumbe a cada
individuo, a cada grupo. Y así es como realmente una concepción
socialista del Derecho sustituye a la concepción individualista
tradicional[85]. En cuanto a los elementos constitutivos de la cohesión
social cabe decir que residen en lo que se denomina como solidaridad
social, o más bien la intedependencia social, entendida como hecho
social constitutivo y presente en la estructura social misma. Duguit
estima, nuevamente con Durkheim, que la solidaridad por división del
trabajo es, en un sentido más depurado, el elemento fundamental de la
cohesión social en nuestras modernas naciones civilizadas. Ciertamente,
porque la civilización en sí misma se caracteriza por la multiplicidad de
las necesidades y de los medios de satisfacerlas en un tiempo muy breve.
Ello supone una gran división del trabajo social e igualmente una gran
división de las funciones (reparto de trabajo), y de ahí además una gran
desigualdad objetiva entre los hombres modernos[86]. Este proceso
social determina una transformación del concepto de libertad, ya que
ésta dejaría de ser ya concebida como un Derecho, para pasar a ser la
consecuencia de la obligación impuesta a todo hombre de desenvolver su
individualidad, factor esencial de la solidaridad social. La nueva
concepción de la «libertad-función» fundamenta todas las leyes que
imponen al individuo y al propio Estado obligaciones positivas (pone
como ejemplo el de las leyes laborales modernas relativas al trabajo y a
la previsión social)[87]. Al Estado incumbe, en efecto, el deber de
«hacer» todas aquellas actividades y procurar todos aquellos servicios
que sean necesarios para garantizar la protección y el bienestar de los
indivuduos: en esta dirección de política legislativa se sitúa o inserta la
«legislación positiva moderna»[88]. La argumentación conduce a una
gradual «eliminación de la noción de sujeto», abriendo camino desde ahí
a una suerte de «protección jurídica fundada sobre la afectación a un fin,
a una función social»[89]. Es más, Duguit considera que con la
«socialización del Derecho moderno» lo que se protege no es el acto
interno de la voluntad, es la declaración de voluntad, porque solamente
ella es un acto social; acto de la voluntad que está protegido a condición
de que tenga un objeto lícito. Ésta es la condición necesaria y suficiente
para la protección jurídica del acto de voluntad[90].

2) Todo el mundo está sometido al derecho objetivo, tanto los


individuos como los poderes públicos y los gobernantes, detentadores
del poder en esa particular forma de agrupación que llamamos Estado.
Entiende Duguit que «el problema del derecho subjetivo se refiere
siempre a esto: ¿Hay voluntades que tienen, de modo permanente o
temporal, una cualidad propia que les da el poder de imponerse como
tales a otras voluntades? Si este poder existe, es un derecho subjetivo,
que es por tanto una cualidad propia de ciertas voluntades, cualidad que
hace que las voluntades investidas de ella se impongan a otra voluntades
que a su vez están gravadas recíprocamente con un derecho subjetivo
respecto a las primeras»[91]. Sin embargo, para Duguit lo único que
puede ser captado en la realidad efectiva del Derecho es el Derecho
objetivo, esto es, la regla de la disciplina social que se impone a los
individuos que integran la sociedad, intimándoles que realicen
determinadas cosas y se abstengan de otras. Es así que fuera de esta
regla, toda idea de derecho resulta inconcebible[92]. Esta visión le
separa de la que considera doctrina individualista y del Derecho natural,
reflejada en la «Declaración de los Derechos del Hombre» de 1789,
porque todos los derechos del hombre se tienen en sociedad, y no de
modo aislado respecto de ella. Para él no se puede fundar el derecho
objetivo sobre unos pretendidos derechos subjetivos que, si existen, no
pueden derivar más que de la vida social y de la norma que se aplica a
ésta. Duguit critica la concepción individualista de los derechos que
califica de «metafísica» (y por noción metafísica entiende, también a
estos fines, «toda noción que implica una afirmación no comprobada por
la observación directa de los sentidos»[93]). El derecho subjetivo no
existe ni siquiera por la fuerza del derecho objetivo. Efecto jurídico de la
regla de Derecho es que los individuos miembros del grupo social se
encuentra tan sólo colocados en una situación, activa o pasiva, de
carácter objetivo, en el sentido de que es general como la misma regla,
que cambia con ella, y que es la situación constituida por la disciplina
social a los individuos sin que ninguna voluntad posea un poder propio
de imponerse a las otras voluntades. De este modo, Duguit acaba por
sustituir el concepto de derecho subjetivo por el de «situación jurídica
activa objetiva», siendo así que el individuo está sencillamente «situado»
en relación a la regla, activa (derecho) o pasivamente (deber). La
vulneración de la regla dará lugar a la apertura de una vía de derecho a
favor de los individuos, pero no generará ninguna suerte de derecho
subjetivo a favor de los mismos. El mismo Derecho objetivo nunca
conduce al derecho subjetivo, ni siquiera en vías de defensa del derecho
violado. Lo que se produce en caso de infracción es exclusivamente una
aplicación de la regla de derecho objetivo que fundamenta el inicio de
una vía de derecho. Lo que se produce no es la existencia de derechos
subjetivos garantizados, sino de situaciones definidas por la regla de
derecho, normativa o constructiva, y en este sentido objetivas. La
conclusión de Duguit es contundente: nunca se ha demostrado, y jamás
podrá demostrarse humanamente, el paso del derecho subjetivo al
derecho objtivo, y como por otro lado es imposible admitir la
anterioridad del derecho subjetivo al objetivo, el derecho subjetivo es
sencillamente una quimera. No hay tal derecho. La categoría del derecho
objetivo se muestra autosuficiente para dar cuenta del sistema del
Derecho, sin necesidad de reclamar el concepto de derecho
subjetivo[94]. Como se ha hecho notar, «la tesis antisubjetivista no tiene
lazo alguno, en principio, con una doctrina cualquiera de filosofía social
o política: se adaptará de igual modo al liberalismo que al ‘dirigismo’ o
al socialismo. El derecho objetivo será liberal, o ‘dirigista’, o socialista,
según los casos: las doctrinas no están sometidas a discusión». Por lo
demás, «el objetivismo no es por necesidad solidario de estas
concepciones. Su único fin, o al menos su fin inmediato, es proporcionar
una ‘representación adecuada’ del sistema jurídico tomado en sí mismo,
aparte todo examen del contenido y de la tendencia de las reglas»[95].
Duguit ha excluido de su representación del sistema jurídico la noción de
derecho subjetivo. Estima que el concepto de derecho subjetivo
constituye una noción metafísica, «substancialista», y que, como tal, ha
de ser eliminada del ámbito propio de la ciencia del Derecho como
ciencia positiva. Es ese carácter metafísico el motivo principal de su
rechazo en el esquema de pensamiento «objetivista» y «realista» de
Duguit. En su sistema de pensamiento, Duguit rechaza la noción de
derecho subjetivo y tan sólo admite la idea de obligación objetiva,
entendida como aquella se impone a los sujetos obligados solamente por
la regla de derecho. Pero no admite esta obligación más que bajo la
forma de un imperativo hipotético; esto es, el individuo no quedaría
obligado de modo absoluto, básicamente porque la ley no manda
propiamente, se limita a establecer que si el contenido que preceptúa no
es observado se producirá un desorden social que dará lugar a una
reacción en la forma de una vía de derecho. Así, el sujeto nunca queda
auténticamente obligado en sentido absoluto y metafísico, toda vez que
puede elegir el sustraerse al precepto aceptando el riesgo de la reacción
de la maquinaria jurídica, a saber, la vía de derecho. Según Duguit sólo
la ley moral es capaz de engendrar un imperativo de carácter absoluto,
mientras que la regla de derecho sólo podría dar lugar a un imperativo
hipotético[96].

A pesar de todo, los planteamientos de Duguit no están exentos


de algunos elementos subjetivistas, y, en cierta medida, también
metafísicos y hasta iusnaturalistas. Duguit, indaga la base de su derecho
objetivo -y si no de los derechos del hombre, que declara lógica y
científicamente inaceptables, al menos de sus equivalentes bajo una
representación apenas diferente- en los factores que se hallan en el
origen del estado de conciencia de la gran masa de los espíritus, fuente
creadora, según él, de la regla de derecho, y allí Duguit descubre estos
dos «sentimientos»: de un parte, el «sentimiento de la sociabilidad»,
correspondiente a la idea del hombre social, en virtud del cual cada uno
tiene conciencia del «lazo de solidaridad o de interdependencia» que une
a los hombres de un grupo; de otra, el «sentimiento de justicia» o
«sentimiento existente en el hombre de que es un individuo que tiene
una cierta autonomía, el sentimiento de ser él mismo, el sentimiento de
su yo, sentimiento egoísta del que el sentimiento de justicia sólo es su
prolongación»; a lo que Duguit añade: «sentimiento propio de la
naturaleza humana». Para, además, precisar, refiriéndose a Aristóteles y
a Santo Tomás, que esa justicia debida al individuo toma las dos formas
de la justicia conmutativa y de la justicia distributiva[97]. Para Duguit el
Derecho aparece como el punto final de llegada en el marco de un
proceso social, con fases inciertas, pero que supone necesariamente en su
partida la existencia de una determinada regla de conducta presente en
las costumbres y, en cierta medida, obligatoria desde el punto de vista
social sin necesidad de reclamar todavía la amenaza de la fuerza
socialmente organizada o coacción colectiva; dichas reglas serían el
respeto a la vida y a los bienes de los demás, y, en suma, a la justicia, lo
que en gran medida parece una aceptación de postulados
iusnaturalistas[98].

2.3. La solidaridad social como fundamento del orden social: Teoría


social del Estado y del Derecho.

La concepción duguitiana trasluce una específica concepción de


la «realización del Derecho», toda vez que ésta queda residenciada en el
individuo y en la sociedad, condicionada por la formación del sujeto y
por la cultura del pueblo. La realización no es independiente del
«orden»: La idea de «orden» surge luego, en el proceso lógico y genético
del derecho, en cuanto el cumplimiento de las relaciones jurídicas
reclama precisamente un «orden». De este modo, la autodeterminación
se produce «ordenando» la vida según las exigencias éticas; la
«solidaridad social», que, al pronto, como señala Duguit, parece causa
determinate del orden jurídico, resulta más bien la consecuencia del
imperio efectivo del orden elaborado por la acción concurrente y
coincidente de las autodeterminaciones individuales y sociales; la
«solidaridad», genéticamente, es una conquista del Derecho, y actúa, a
su vez, por reacción como estimulante jurídico. Por ello, coherencia
discursiva, bien puede afirmarse, como señala Posada, que en «la
solidaridad más que en la norma, está en el movimiento de las
voluntades rectamente orientadas»[99]. Y más todavía;
contemporáneamente en efecto se aún afirmó, como fue el caso de
Hauriou, que la «democracia se fundaba en la solidaridad»,
reflexionando, con Chesterton, que lo esencial para los hombres era lo
que poseían en común (la naturaleza humana), y no lo que cada uno
separamente tenía (la individualidad personal). Preciamente, se argüía, la
democracia era la idea de los bienes comunes, la humanidad y no el
hombre, la solidaridad de las libertades, es decir, el vínculo que a todos
enlaza y que impide que degeneren en elementos disolventes. De ahí que
existiendo el «demos» comunitariamente, y siendo, respecto a los
derechos de la personalidad, «condición esencial de la democracia»,
supusiera así ya la afirmación de algo común a todos los hombres. Desde
este punto de vista, la paz social no sería el resultado de la mera
coexistencia de libertades, sino de la compenetración de éstas en
principios comunes[100].

Desde la concepción teleológica del Estado -«sumergido en el


derecho, y más ceñido al hombre»- se defiende una Política y un
Derecho político «de contenido social», de cimentación histórica y
realista, pero volcados hacia el ideal y las exigencias éticas[101]. El
Estado surge idealmente de la decisión consciente de establecer un
medio idóneo al «servicio» de la realización de los fines de la vida
humana y, ante todo, para la garantía de la libertad. De ahí que para
Posada el Estado sea constitutivamente un «Estado servicial», de
servicio público a los ciudadanos. El Estado sería de este modo el reflejo
de la solidaridad, que no es exclusiva del pensamiento krausista sino
también del solidarismo de León Duguit[102] con quien Posada -en
buena medida su introductor en España- siempre mantuvo amplísimas
confluencias de pensamiento, junto también a específicas y acusadas
diferencias, éstas nítidamente apreciables en toda su obra tanto por lo
que respecta a la teoría del poder estatal como en lo concerniente a la
reforma social y al papel del sindicalismo como instancia sociopolítica
armonizadora de los intereses[103]. Los cuerpos intermedios o personas
colectivas son una de las esferas de la vida humana donde se desarrolla
su personalidad. Idea que asimismo constituye un pilar fundamental de
su visión del organicismo social. Ello es congruente con la concepción
armonicista, de origen krausista, que Posada nunca abandonó en este
punto crucial. Defendía el armonicismo y para él no es que no existiera
la lucha de clases y por el poder, sino más bien que la «lucha» no era el
procedimiento adecuado para la transformación progresiva de la
sociedad. Una coincidencia con Duguit que no ha de dejar de
recordarse[104]. Y es que, en efecto, la idea-fuerza de la solidaridad
sería cada vez más eficaz a medida que se va pasando del dominio
orgánico e inconsciente al de las realizaciones conscientes y deseadas,
sea por el agrupamiento de las iniciativas privadas, sea por el progreso
sindical, sea por la acción estimulante de los Poderes públicos: es la ley
misma del progreso social. Sitúa el punto de vista ético antes que el
punto de vista económico; admite la necesidad de una intervención
enérgica de los poderes públicos en favor del débil.

La doctrina solidarista afirma que la moral de la competencia y


de la lucha de clases debe hacer sitio a la moral de la unión para la vida
entre todos los ciudadanos sin distinción de clases y de situación social.
Por otra parte, entiende que es mediante asociación libre, sin apremio ni
expropiación violenta, sin revolución ni despojo, como habrán realizarse
las profundas reformas por las cuales se produzca la progresiva
elevación de la sociedad hacia una organización, de la que cada cual
recibirá por su trabajo una remuneración justa; organización
caracterizada por la disminución de la competencia; la disminución del
poder del dinero, la sustitución de la cooperación al estado de los
asalariados, etc. Finalmente, el Estado, en su calidad de representante de
los intereses generales, deberá cooperar «activamente» a este progreso
de la socialización, primero haciendo desaparecer todos los obstáculos
que se oponen al desarrollo libre de las agrupaciones profesionales,
luego reprimiendo todos los abusos que la iniciativa privada, entregada a
sus propios recursos, sería impotente a extirpar, haciendo penetrar en las
masas, sea por el estímulo apropiado, sea por el aprecio, si es preciso, las
nociones de «previsión y solidaridad» indispensables para preparar el
terreno sobre el que más tarde se extenderá la cooperación libre. De todo
ello deriva el papel complejo del Estado en las doctrinas sociales
fundadas sobre o a propósito de la noción primordial de la solidaridad.
El Estado tiene una doble misión a realizar: una misión de policía, y una
misión de «tutela».

Su ideal solidarista supone la «superación positiva» de la


función atribuida tanto al trabajo como a la propiedad en el mundo
moderno[105], operándose una sustitución de los viejos moldes jurídicos
para dejar amplio y expeditivo camino a otros nuevos. Todo ello es
exponente de la coexistencia, en el espíritu humano, del sentimiento
individual de justicia y del sentimiento social de solidaridad; pluralidad
de las clases sociales, tendiendo, a pesar de las resistencias, de las luchas
y de las violencias momentáneas, a acercarse, a compenetrarse, a
coordinarse y a colaborar[106]. Es la visión del «solidarismo armonicista
y organicista»[107] de León Duguit en su máxima expresión y
realización propositiva. El solidarismo duguitiano conduce a la creación
de un verdadero Derecho «social». En este sentido afirma el «deber de
asistencia» desde una «política positiva»[108], recayendo sobre el
Estado la responsabilidad de garantizar un mínimo de bienestar a los
ciudadanos. Por su parte, el «movimiento sindicalista» no es un medio
de guerra y de división sociales; es, por el contrario, un potente
instrumento de pacificación y de unión. No es sólo una mera
transformación de la clase obrera: se extiende a todas las clases sociales
y tiende a coordenarlas en un «haz armónico»[109]. Ello, para su época,
es ciertamente una muy lúcida visión en cuanto permite comprender que
el sindicalismo es un movimiento que tiende a dar una estructura
«jurídica» definida a las diferentes clases sociales, es decir, a los grupos
de individuos que están ya unidos por virtud de la igualdad de ocupación
en la división del trabajo social. Efectivamente, el sindicalismo es la
organización de esta masa amorfa de individuos; es la «constitución de
la sociedad» de grupos fuertes y compuestos de hombres ya unidos por
la comunidad de ocupación, de tarea social y de interés profesional[110].
Como tal, nos dice Duguit, «el sindicalismo es un gran movimiento de
integración», de imbricación entre sociedad y Estado, que reconducido
hacia el reformismo puede tener una acción pacificadora y de defensa de
los asociados frente al poder de los gobernantes. Los grupos sociales
organizados en el mundo del trabajo social pueden autorreglamentar sus
propios intereses y reivindicar su ámbito de autonomía frente a los
poderes de los gobernantes. Su punto de conexión con el poder público
es la institucionalización de la «representación de los intereses» en la
nueva forma de Estado[111]. Él apuesta por los grupos sindicalistas,
fuertemente integrados, federados por profesiones y con una
«representación política[112] que asegure una gran limitación al poder
de los gobernantes». Las luchas de clases exitinguidas, o, cuando menos,
serenadas merced al establecimiento convencional de reglamentos que
determinen las relaciones de las clases entre sí, e inspirados por una
conciencia clara de su interdependencia. Los servicios públicos,
ejecutados y dirigidos por Corporaciones de funcionarios, responsables
de sus faltas con los particulares y colocados bajo la intervención y la
vigilancia de los gobernantes[113]. Duguit ve la dirección de progreso
de la sociedad contemporánea en el sentido de la marcha hacia un
sindicalismo económico y «funcionarista» y de armonización de los
intereses[114].

En otro orden de ideas, es importante retener la configuración


del Estado en Gierke y en Duguit. Para Gierke, el Estado es «la unidad
permanente de voluntad y de acción vivas a la cual se encadena todo un
pueblo». O, con Hauriou, «el Estado es una sociedad en la cual un poder
propio de dominación y un país legal combinan su acción para mejorar
las condiciones de vida del medio social. Es a la vez organismo público
y medio de vida»[115]. Concepción del Estado como persona colectiva
que es refutada por León Duguit[116]. Éste, sin embargo, confluye con
la negación del dualismo jurídico entre Derecho público y Derecho
privado afirmada por Gierke, y entiende que hay un solo Derecho al
servicio de la solidaridad social.

Ha de recordarse que en los años veinte se había generalizado


las ideología corporativista sobre la representación política, lo cual se
reflejo tanto en los grandes tratadistas del Derecho político (Hauriou,
Duguit, Posada, Ruiz del Castillo...) como en la élite política. Las
doctrinas organicistas y antiindividualistas estaban siendo impulsadas
por diversas corrientes -extranjeras e internas- de pensamiento, en una
coyuntura histórica caracterizada por la crisis del Estado liberal. Era la
crisis específica del régimen parlamentario español, porque, como se
hizo notar, «el régimen parlamentario, leal y sinceramente, no ha
existido en España, y que las Cortes no han representado la voluntad de
la Nación, sino la voluntad de los oligarcas»[117].

El mundo no es homogéneo, sino diverso y esa diversidad puede


ser valiosa en contra de lo que afirmaba el liberalismo doctrinario. La
diversidad debe conservarse pero ha de llegarse a una armoniciación o
coexistencia pacífica entre los mismos. En coherencia con esa
importancia sociopolítica del sindicalismo Posada –siguiendo en parte la
estela de Duguit- como muchos otros autores relevantes de su época,
dentro y fuera de nuestro país, abogó por la creación de una Cámara
social complementaria de la Cámara de representación general, y así lo
defendió en los debates sobre el Anteproyecto constitucional y lo
manifestó en su crítica ante el no reconocimiento de esta Cámara en la
Constitución Española de 1931[118]. Una segunda Cámara que había
sido propuesta desde las filas del krausismo institucionista y, ejerciendo
un influjo sobre él, por el solidarismo jurídico-social de «Duguit» que
suponía una reacción contra el atomismo individualista imperante, uno
de cuyos introductores[119] fundamentales fue precisamente Adolfo
Posada[120]. Es una forma de armonizar la potencia de las
organizaciones sindicales con la forma nueva del Estado social. Es claro
que Posada hizo objeto de crítica a otros aspectos relevantes de la
Constitución, comenzando por la utilización de términos imprecisos que
producen cierta ambiguedad[121]. La instauración de la segunda Cámara
-propuesta sin duda bien intencionada en el pensamiento de Posada,
aunque con indudables peligros para la democracia parlamentaria[122] -
se insertaría en un «proceso evolutivo de las instituciones y de las
ideas»: se trataría de convetir «poco a poco a los señadores vitalicios del
Rey en ‘representantes elegidos por clases, corporaciones, intereses
organizados, sindicatos’, etc.: incluso -dice- formulé articulada una
organización del Senado (bajo la Monarquía) en mi libro ‘La reforma
constitucional’. Más tarde, en el seno de ‘representaciones sociales’, en
parte sindicalista, logrando que por débil mayoría fuese aceptada por la
Comisión. Pero las Constituyentes rechazaron, con una inconsciencia
fatal, la institución del Senado, proclamado y estableciendo el régimen
de una sola Cámara (o de convención). Oh! Qué República de
profesores y analfabetos, una República agria, triste, anárquica,
desoladora... Y doy por terminada esta digresión. Se me fue la
pluma»[123].

Para Posada la reforma social y el «sindicalismo» (al igual que


para León Duguit[124]) son elementos centrales de la tarea del Estado
moderno; y, en cuanto tales, como problemas de Estado, objeto de atento
estudio. Según Posada el Estado no podía ignorar ya la existencia
política de dos realidades igualmente humanas: la individual y la social.
Su plena consideración debería llevar a una revisión del
constitucionalismo liberal individualista. En realidad, la vida imponía
nuevas exigencias económicas y éticas, «desbordando» las fórmulas
políticas y jurídicas del régimen constitucional del Estado liberal[125].
La forma de Estado constitucional social reflejaría esa implicación
constitucional y ética en la realización de la justicia social y en la
armonización jurídica de la esfera individual y social del hombre (como
ciudadano, productor, como miembro de asociaicones, sindicales, etc.)
estableciendo un sistema de garantías de los derechos y libertades
esenciales, con vistas a la más amplia realización de los fines humanos.
Para ello considera necesario la «regulación jurídica» del orden
económico presente evitando la generación de situaciones de dominación
y desigualdad derivadas de la diversidad de fuerzas entre los individuos.
Su «idea pura del Estado» refleja su compromiso con un régimen de
Estado de Derecho comprometido con los derechos humanos, siendo la
sustancia condicionante de la forma jurídica y ésta cauce de idóneo
realización.

3. El solidarismo jurídico-social de Duguit.

Una mención especial requiere la dirección -o cabría decir


mejor, direcciones- de pensamiento del «solidarismo iussocial». Una
corriente bastante heterogénea que se hizo paso sobre todo a partir de
Francia, y que incluso tiene sus conexiones originarias en la idea de la
«fraternidad» que formara el conocido triptico programático de la
Revolución francesa, reflejado en su Declaración de Derechos. El
solidarismo en gran medida abrió el camino hacia la construcción de los
sistemas de Estado social contemporáneos. Ese influjo, como ahora se
demostrará, prendió en Adolfo Posada[126], como en muchos otros
reformadores sociales de su tiempo. Él pretendía, como republicano de
orientación social, situarse en una posición intermedia entre el
individualismo doctrinario y el socialismo. Afirma con Duguit[127]
(como también, antes, con Alfred Fouillée (1838-1912) y el publicista
belga Émile de Laveleye (1822-1892)) que «la sociedad no subsiste, no
se mantiene, sino merced a la solidaridad que une a los individuos que la
componen» y que el Derecho constituye una condición, a la vez que un
resultado, de la solidaridad social, y puede además definirse como
Derecho la norma (objetiva) que responda las exigencias de la
solidaridad social. La solidaridad de que habla Duguit es condición, sin
duda, y debe ser el constante resultado de la vida social, pues sin ella no
hay verdadera sociedad humana. Mediante el «luminoso concepto de la
solidaridad» se logra -dice- que la sociedad constituya una conciencia
propia, capaz, como la del hombre (individuo), de vivir su mundo moral.
La solidaridad que para el caso sirve será, pues, la que surja de los
movimientos íntimos, convergentes, de los hombres que forma el ser
social[128]. Interesa pues destacar que para Duguit la solidaridad es el
verdadero fundamento del Derecho[129].

Su utilización más tecnificada se producirá, no obstante, como


repetidamente hemos indicado, a través de la investigación del sociólogo
Émile Durkheim cuando en 1893 publique éste su obra «La división del
trabajo social»[130], donde se deslinda el campo de la solidaridad y se
centra en la solidaridad debida a la división del trabajo «u orgánica»,
solidaridad orgánica que es la que tiende a ser preponderante[131]. Se ve
ya en su visión una vía intermedia -que luego desplegará ampliamente el
reformismo social y político- entre el individualismo liberal y el
socialismo (aunque muchos fueron los socialistas reformadores que en la
práctica quedaron prisioneros del ideario solidarista; Posada consideró
que la crítica socialista al régimen social existente era admirable, pero no
consideraba que fuera una doctrina capaz de construir un nuevo sistema
social, pues Posada no aceptaba la lucha de clases, ni la abolición de la
propiedad privada[132]). Desde una visión prática y reformista tampoco
concebía una sociología que no acabara en una práctica política y social;
la sociología debía inspirar «reformas racionales», aportando a la nación
un programa, un principio de orden y una doctrina moral[133]. En la
conferencia de Durkheim pronunciada ante el Congreso Internacional de
Educación Social, que tuvo lugar en París, bajo los auspicios del
gobierno, como parte de la Exposición Universal de 1900. Dicho
congreso -donde también participó Bourgeois[134] - concluyó con una
resolución que establecía el singnificado y las implicaciones de la noción
de «solidarité»: la idea de justicia como pago de una «deuda social» por
parte de los privilegiados a los no privilegiados, que suponía una
interdepedencia y unas obligaicones casi contractuales entre todos los
ciudadanos e implicaba un programa de enseñanza pública, seguridad
social y legislación en materia de trabajo y bienestar. Es una «solidaridad
orgánica» la que le hace defender la intervención del Estado, la
legislación social y las asociaciones voluntarias, tratando de encontrar un
camino intermedio entre el el individualismo liberal y el socialismo
revolucionario, entre el individualismo y el colectivismo[135].

La «solidaridad» marcó la ideología oficial de la IIIª República


francesa. Se entendía que la solidaridad era capaz de proprocinar una
fórmula para acabar con los más flagrantes abusos sociales, manteniendo
intactas las bases de la sociedad capitalista actual en lo concerniente a la
propiedad privada, la libertad de empresa y el régimen del trabajado
asalariado. Ello proporcinaba un asidero para la doctrina reformista, para
liberales sociales, colectivistas, corporativismo católico, sindicalismo
anarquista, etc., pero en la práctica inmediata constituyó un soporte
ideológico para una amplia y plural corriente de reforma legislativa de
carácter social. Antes de que se creara el sistema de seguros sociales en
Francia, Bourgeois lo había propugnado[136]. Su ideario fue asumido
por el Partido Radical francés e influyó en otros partidos de izquierda,
aportando una doctrina reformista y conciliatoria que defendía los
valores de la igualdad y la justicia social, pero sin abogar por una
transformación completa del orden existente del capitalismo[137].

El «movimiento solidarista francés» se declaraba pacifista y su


ideario conciliador era refractario a la lucha de clases y partidario del
reformismo legislativo. Ello se reflejó en la filosofía social de Fouillée,
cuya doctrina ejerció una notable influencia en el reformismo social del
propio Adolfo Posada[138], en su idea de construir un nuevo orden
social construido desde los cimientos del antiguo ya absoleto. El
reformismo social-intervencionista de Posada suponía el establecimiento
de nuevas reglas de juego predispuestas y garantizadas en su
cumplimiento por el Estado. Estas nuevas reglas suponía el
reconocimiento como jugador activo, y no meramente pasivo, de la clase
trabajadora y de sus interlocutores colectivos, de manera que se
transitara de una situación de exclusión (situada en los márgenes
periféricos de la sociedad) a una situación de inclusión o integración en
la dinámica política y social del sistema establecido, tan sólo corregido y
adaptado a ese propósito. La clase trabajadora -y sus interlocutores-
quedó entonces «ubicada» en lugar, pero «compensada» con la garantía
de plenos derechos de ciudadanía. Con todo, las consecuencias
disgregadoras y desestabilizadoras del orden existente que conllevaba la
emergencia de la cuestión social fueron en gran medida «neutralizadas»,
aún sin hacerlas desaparecer completamente. La toma de conciencia
desde el orden liberal (a lo que contribuyó en no poco la crítica de la
élite política y de las fuerzas de la cultura) por riesgo de fractura del
sistema social condujo a la solución reformista no tanto como mal
menor, como sobre todo en la convicción de una reordenación del
sistema necesaria para la supervivencia y dinamicidad del mismo
sistema del capitalismo desarrollo, el cual debía ser -por muchos
motivos- «organizado»[139]. Con ello vino así a ser configurado el
nuevo estatuto «social» de la clase trabajadora en la sociedad capitalista.

Con el avance técnico obtenido por Durkheim el «solidarismo»


como doctrina propiamente dicha fue objeto de elaboración por
pensadores como Charles Gide (1847-1932)[140] y Bourgeois[141], y
pasó a ser un elemento nuclear de la primera filosofía «social» del
reformismo estatal, adquiriendo la virtualidad de aproximar, desde las
diferencias específicas, al reformismo republicano (republicanismo
social[142]) y los socialistas moderados o reformistas. Influyendo
también decisivamente en el ideario del catolicismo social que había
adquirido un fuerte impulso con la Encíclica «Rerum Novarum», y que
encontró una base teórica para reafirmar la razonabilidad de su
proyecto[143]. Con todo, la solidaridad deja de plantearse como un
problema simplemente «privado» u objeto de una cobertura pública de
asistencia arbitraria y exclusivamente de «orden disciplinario». Ahora se
postula como un «deber» «jurídico y ético» del Estado intervencionista y
un «derecho» del sujeto en situación de necesidad, para el cual se
predica un «derecho a la existencia o subsistencia» cargo del poder
público.

Este hecho es tanto más significativo cuando se repara que


Duguit no sólo recibió la influencia de Durkheim, sino que
considerandose su discípulo, aplicó con propia originalidad sus teorías
en el ámbito del Derecho, aunque no aceptó el realismo social
durkheimano de la conflictividad, y realzó más bien que el contenido de
la conciencia colectiva era esencialmente social[144]. Su reconocimiento
al maestro se refleja también en la consideración de los elementos
constitutivos de la cohesión social, que asume en los determinados por
Durkheim. Esos elementos residen en lo que se llama la «solidaridad
social». Esa palabra sin embargo, al uso en el lenguaje político de la
época, ha visto cambiado su verdadero sentido. Esta es la razón por la
que Duguit opta por usar la locución «interdependencia social»[145]. La
solidaridad o interdependencia social es para él un hecho de orden real
susceptible de demostración directa: es el hecho de la estructura social
misma. Aquélla está constituida por dos elementos que se encuentran
siempre en grados diversos, con formas variables, entremezclados unos
con otros, pero que presentan siemrpe caracteres esenciales idénticos, en
todos los tiempos y en todos los pueblos. Esos dos elementos son: las
semejanzas de las necesidades de los hombres que pertenecen a un
mismo grupo social; y en segundo lugar, la diversidad de las necesidades
y de las aptitudes de los hombres que pertenecen a ese mismo grupo.
Según él los vínculos solidarios son «objetivos», los hombres de una
misma sociedad están unidos unos con otros, primero porque tienen
necesidades comunes, cuya satisfacción no puede asegurar más que por
la vida común: tal es la solidaridad o interdependencia por semejanzas.
Por otra parte, los hombres están unidos unos a otros proque tienen
necesidades diferentes, y al mismo tiempo aptitudes diferentes, y
pueden, por tanto, ayudarse en mutuos servicios y asegurar la
satisfacción de sus necesidades diversas. En esto consiste la solidaridad
o la interdependencia social por la división del trabajo. Con base a ello
hace notar que «la ‘solidaridad por la división del trabajo’», es el
elemento fundamental de la cohesión social en nuestras mordenas
naciones civilizadas. La civilización en sí misma se caracteriza además
por la multiplicidad de las necesidades y de los medios de satisfacerlas
en un tiempo muy breve. Esto implica, por consiguiente, una gran
división del trabajo social y también una gran división de las funciones,
y de ahí además una gran desigualdad entre los hombres modernos. Por
ello señala que la división del trabajo social: he aquí el gran hecho
moderno, he ahí el eje central, en cierto modo, sobre el cual «evoluciona
el Derecho», y que se construye sobre la idea de «función», que ha de
suponer una transformación en el sistema individualista y metafísico de
la Declaración de Derechos y del Código civil y de la mayoría de las
legislaciones modernas[146]. La nueva concepción de la libertad-función
fundamenta todas las leyes que imponen al individuo obligaciones
positivas. Él postula su aplicación en las «leyes modernas relativas al
trabajo y a la previsión»[147]. El enfoque del «sindicalismo
administrativo» y reto renovador en el pensamiento de Posada se haría
notar manifiestamente en en el Estudio sobre «La nueva orientación del
Estado», anexo a la obra de León Duguit, «La transformación del
Estado». En este punto, como en el de la organización «pública» de la
solidaridad el modo de pensar de León Duguit estriba en el «intento de
elevar las funciones llamadas privadas a la dignidad de funciones
públicas». De ahí su defensa de la «publificación» de los sindicatos
dentro de la estructura interna del Estado.

Posteriormente, «el solidarismo», de contorno siempre difusos


(precisamente por ser utilizada como una palabra «fetiche» por distintas
-y menudo contrapuestas, también en distintos planos- corrientes de
pensamiento jurídico[148]), iría transformando su «modus operandi»
hasta ser acogido a principios de siglo XX en especial por la doctrina del
socialismo democrático. Su influencia persistió, penetrando en el
esquema integrador de la política jurídico-social de la primera postguerra
mundial[149], y a partir de ahí se constituyó en uno de los principios
político-jurídicos inspiradores de la legislación sociolaboral, y muy
especialmente de la Seguridad Social contemporánea[150]. Por lo
demás, varios de los autores adscritos a dicha corriente de pensamiento
tuvieron una evolución aún más marcada hacia el reformismo
socializante, como es el caso del «segundo» Fouillée, con la decidida
defensa de una democracia política y social e industrial, pero
significativamente desde una visión armonicista (entre trabajadores y
empresarios), convirtiendo a las empresas en «asociaciones de
colaboración»[151], en «órdenes integrativos»; superando su
configuración como «asociaciones de dominación». Es de significar, en
lo referente a la formación interior del pensamiento de Posada, que éste
siempre estuvo influido por el solidarismo francés, el cual,
significativamente, presentaba una gran influencia de Krause[152],
vinculándose estrechamente su «idea social».

Esa influencia se hizo extensiva hacia el solidarismo jurídico y


objetivista de Duguit[153], por lo demás partidario del reformismo
social a través de la intervención pública. Duguit entroncaba con la
tradición solidarista de Secrétan, Fouillée y Bourgeois, y en particular
con la idea de la solidaridad como idea de la moral
transpersonalista[154], principio de síntesis entre el individualismo y el
universalismo, en cuanto orden de integración y de comunión excluyente
de toda subordinación de sus miembros a la totalidad, expresándose en
las asociaciones igualitarias de cooperación y de colaboración. Él creyo
vislumbrar en el desarrollo social un verdadero «movimiento de
integración social» que afecta a todas las clases y grupos sociales, y al
mismo tiempo una realidad y una tendencia expansiva hacia el
pluralismo jurídico de los diversos órdenes jurídicos[155]. Es evidente
que en los primeros años del siglo veinte también España se estaban
poniendo, con las nuevas orientaciones del liberalismo social
institucionista presente en el Instituto de Reformas Sociales, los
cimientos del futuro Estado social, asi como elaborando su forma
jurídica más genuína: el Derecho social, llamado a «reconstituir» los
vínculos sociales desechos con la «cuestión social» provada por el
capitalismo y su organización liberal. En esa etapa crítica del liberalismo
político y social, entendió Posada que debería seguirse la senda de
transformación de liberalismo «político» en liberalismo «social»[156],
pero, por decirlo con John Rawls, manteniendo los valores
fundamentales de la tolerancia y el pluralismo en garantía de toda
concepción pública de la justicia[157].

La exposición que precede pone de manifiesto el espíritu de


transformación que impulsó en todo momento a Duguit. Sirve
igualmente a explicar por qué ejerció una extraordinaria influencia
durante toda la primera mitad del siglo XX, al proponer respuestas
renovadoras e innovadoras -independientemente de que luego fueran en
mayor o menor medida y fidelidad trasladadas a la práctica- ante la crisis
del Estado de Derecho Libertad y doctrinario entre los dos siglos. Es
obligado por eso mismo significar que el legado de Duguit fue
innegable, pues su idea-fuerza de la solidaridad y su proyección en la
que configurara como Estado de servicio público permitó asentar
constructivamente la forma política del Estado intervencionista que ha
presidido la historia en el pasado siglo XX. En todo caso constituye un
revulsivo para el pensamiento jurídico en una coyuntura de crisis y de
emergencia de una nueva época. Admira en él la capacidad de captación
de los problemas reales por la teoría política y jurídica en el marco de la
indudable crisis del Estado de Derecho Liberal. Y ello, más allá de que
acertase o no en el diasgnóstico y en la valoración de las consecuencias y
propuestas de solución. Nada de esto obsta a reconocerle que en todo lo
que percibió hubo una mirada lúcida e inteligente: así, respecto de la
crisis de la soberanía, la crisis del derecho subjetivo, del sujeto de
derecho, la idea de función social, su paulatino e indetenible avance, la
aparición de nuevas funciones del Estado (Estado de servicio público) y
el lugar que a todas esas cuestiones iba a corresponder en el mundo más
contemporáneo, el actual. Preclaro fue asimismo su interés, ante una
preocupación ciertamente extendida en la época que vivió, por la
integración de las estructuras organizativas sociales en la dinámica
político-institucional del Estado.

No debe extrañar por tanto que las obras de Duguit se


convirtieran en centro de atención y de debate dentro de la comunidad
científica del Derecho de su tiempo. Tampoco importa demasiado que,
como es normal, también su pensamiento esté afectado en algunas
facetas por el carácter contingente que a toda teoría jurídica y política es
propio. Su aportación a la ciencia del Derecho debe evaluarse en los
límites del desarrollo de la cultura jurídica de su época, y en
confrontación con el estado de la misma cuando se realizó. Lo
fundamental así es no dejar de apreciar que la estimable teoría
sociológica y solidarista de Duguit contribuyó efectivamente a avanzar
en la comprensión de la crisis institucional y en la captación de las
transformaciones innovando de un modo sobresaliente en el campo de la
categorización jurídica de los nuevos fenómenos.

4. Obras seleccionadas y traducciones al castellano.

• « Le droit constitutionnel et la socilogie », Revue internationale de


l´enseignement , 1889.

• « La séparation des pouvoirs et l´Assemblée nationale de


1789 », Revue d´economie politique, 1893. La separación de poderes y
la Asamblea Nacional de 1789,Presentación y trad. de P. Pérez Tremps,
Centro de Estudios Cconstitucionales, Madrid, 1996 .

• « Un séminaire de sociologie », en Revue Internationale de


l'Enseignement , 1, 1893.

• « Des fonctions de l' Etat moderne » , Revue internationale de


sociologie , 1894.

• L'Etat, le droit objectif et la loi positive (Estudes de Droit public, I), 2


vols., Fontemoing, Paris, 1901.

• Les transformations générales du Droit privé depuis le code


Napoléon , Félix Alcan, Paris, 1902 ( 2ª ed.1920) ; Las transformaciones
generales del derecho privado desde el Código de Napoleón, trad. de
Carlos González Posada, doctor en Derecho, de la 2ª ed. corregida y
aumentada, Francisco Beltrán, editor, Madrid, 1921. De próxima
publicación en Editorial Comares, Granada.
• L'Etat, les gouvernants et les agents (Estudes de Droit public,
II), Fontemoing, Paris, 1903.

• Discours lors du Congrès nacional de la propiété bâtie de France , G.


Delmás, Bourdeaux, 1905.

• Manuel de Droit constitutionnel , Fontemoing, Paris, 1907, 2 vols. (2ª


ed. 1911, 4ª ed. 1923). Manual de Derecho constitucional , trad.,
prólogo y apéndice sobre “La representación proporcional” por José G.
Acuña, Francisco Beltrán, editor., Madrid, 1926.

• Le droit social, le droit individuel et la transformation de l'Etat


(Conferencias impartadas en 1908), 3ª ed., 1921. La transformación del
Estado, trad. de la 2ª ed., corregida y aumentada, seguida de un estudio
sobre “ La nueva orientación del Derecho político” , por Adolfo Posada,
Profesor en la Universidad de Madrid, con un prefacio del autor,
Francisco Beltrán, editor., Madrid, s/f. (1909?). De próxima publicación
en Editorial Comares, Granada.

• Traité de Droit constitutionnel, 1ª ed., en 2 vols ., E. De Boccard ,


Paris, 1911, con sucesivas ediciones (2ª. ed. en 3 t. 1923; 3ª ed. y última,
en 5 t., 1927-1928). La 3ª ed. del t. III, al cuidado de Michael Duguit, E.
De Boccard , Paris, 1930.

• « La représentation syindicale au Parlament », Revue politique et


parlamentaire , juillet 1911.

• Les transformations du Droit public , Armand Colin, Paris, 1913 (otras


eds. en 1914 y 1921. Las transformaciones del Derecho Público , trad
con Estudio preliminar de Adolfo Posada y Ramón Jaén, Francisco
Beltrán, editor, Madrid, 1915. De próxima publicación en Editorial
Comares, Granada.

• The Law and the State, número especial de la Harward Law


Review, noviembre, 1917.

• « Jean-Jacques Rousseau, Kant et Hegel », Revue du Droit Public ,


1918. (versión reducida del anterior estudio).

• Souveraineté et liberté, Félix Alcan, Paris, 1922. Soberanía y


Libertad, Lecciones dadas en la Universidad de Columbia (New-York),
trad. y pról. de José G. Acuña (Cónsul de España y Abogado del Ilustre
Colegio de La Coruña), Francisco Beltrán, Madrid, 1924.
• El pragmatismo jurídico, Conferencias pronunciadas en francés en la
Universidad de Madrid, recogidas y traducidas por alumnos de
doctorado bajo el encargo del Profesor Olariaga, Catedrático de Política
Social, y la corrección del Profesor Saldaña, Catedrático de Derecho de
la Universidad Central, quien realiza un Estudio Preliminar, Francisco
Beltrán, Madrid, 1924.

• Las transformaciones del Derecho (Público y Privado), Editorial


Heliasta, Buenos Aires, 1975. (Reedita y compendia en un mismo
volumen las traducciones de Les transformations générales du Droit
privé depuis le code Napoléon y Les transformations du Droit public ).

• Leçons de Droit public général, E. De Boccard , Paris, 1926

• Les constitutions et les principales lois politiques de la France depuis


1789, 7ª éd., Paris, 1952.

[1] Para mayor detalle de información biográfica vid. la plaquette À la memoire de Léon
Duguit , Cadoret, Bourdeaux, 1929, las diversas contribuciones presentadas a “Le
Congrès Léon Duguit“, que aparecen reunidas en Revue juridique et politique du Sud-
Ouest , 1959, y noticia del mismo por M. VIRALLY: “Le Congrès Léon Duguit
(Bordeaux, 29-30, mai 1959) “, Archives de Philosophie du Droit , 1959, pp. 243-246.
También N. ROUSSELIER, “Léon Duguit”, en JULLIARD, J.-WINOCK, M.
(dir.) : Dictionnaire des intellectuels français, Seuil, Paris, 1996, y J.L. REQUEJO,
“Léon Duguit”, en DOMINGO, R. (ed.): Juristas Universales, 3. Juristas del s. XIX ,
Marcial Pons Ediciones Jurídicas y Sociales, Madrid-Barcelona, 2004, pp. 719-722.
[2] Vid. LUKES, S.- SCULL, A. (eds.): Durkheim aand the Law , Basil Blackwell,
Oxford , 1984.
[3] Vid. E. PISIER-KORCHNER, “La sociologie durkheimienne dans l´oeuvre de
Duguit“, L´Année sociologique , 3, 28, 1977, pp. 95-114.
[4] A. COMTE, Cours de philosophie positive (1839), J. B. Baillière et Fils, Paris, t. IV,
1893, pp. 269 y ss.
[5] E. DURKHEIM, Règles de la méthode sociologique (1895), PUF, Paris, 1963, pp.
121-122.
[6] Vid. M. PESET REIG, “Notas para una interpretación de Léon Duguit (1859-1928).
Dimensión psicológica y sociológica de su obra jurídica », Revista de Estudios
Políticos , 157, 1968, pp. 169-207, « Philosophie et science dans l´oeuvre de Léon
Duguit », Revue du Droit Public et de la Science Politique en France et à l´Étranger ,
mars-avril 1971, pp. 353- 386. Ha de señalarse que el nutrimiento con aportaciones
procedentes de la Psicología fue en la época producto del intento de aproximar las
doctrinas jurídicas a las científicas. Vid. en este sentido, C. RUÍZ DEL CASTILLO,
“Un schéma de la doctrine de la personnalité de l´Etat selon la méthode juridico-
psychologique d´Hauriou”, en Mélanges Hauriou , Sirey, París, 1929, pp. 91 y ss.
[7] Véase, entre nosotros la preocupación era similar, F.E. GIDDINGS, Principios de
sociología. Análisis de los fenómenos de asociación y de organización social, traducido
y anotado significativamente por Adolfo Posada, La España Moderna (Biblioteca de
Jurisprudencia, Filosofía e Historia), Madrid, s/f. Vid. al respecto J.L. MONEREO
PÉREZ, J. L.: La reforma social en España: Adolfo Posada, MTAS, Madrid,
2003, passim .
[8] En realidad, correspondió a este editor la publicación en España de todas las
traducciones de las obras de Léon Duguit, y que en adelante se mencionarán.
Vid. infra , apart. 4.
[9] Vid. J.I. LASCATA ZABALZA, Cultura y gramática del Leviatán
portugués, Universidad de Zaragoza, 1988, p. 413.
[10] El movimiento solidarista realzó la unidad e interdependencia existente en la
sociedad. Este movimiento de ideas floreció durante el último cuarto de siglo. Es el
caso, entre otros, de L. BOURGEOIS, La Solidarité , Armand Colin, Paris, 1896, C .
BOUGLÉ, Le solidarisme (1907) o G. L. DUPRAT, La solidarité sociale (1907), obra
esta última traducida al castellano ( La solidaridad social: sus causas, su evolución, sus
consecuencias ) con pref. de G. Richard por F. Peyró Carrio, Daniel Jorro, Editor,
Madrid, 1913. Más extensamente J.-G. BELLEY, “Le romantisme juridique : la
réception du droit social dans la pensée juridique traditionnelle en France et au
Québec“, en J. LAMOUREUX, J. (dir.): Droits, liberté, democratie, ACFAS, Montréal,
1991, pp. 33-43, y NIORT, J.-F.: “La naissance du concept de droit social en France:
une problématique de la liberté et de la solidarité“, Revue de la Recherche Juridique.
Droit Prospectif , 1994-3, pp. 773-794 (también en Chaiers Dikè UQAM , 1993-1994,
série 1, pp. 18-33)
[11] L. DUGUIT, Leçons de Droit public général, E. D-------e Boccard , Paris, 1926, p.
36 : « Je suis de ceux qui pensent que la science sociale positive n´est point impuisante
à définir un ideal et à formuler les regles de conduite pour le réaliser, mais cet ideal, il
est sur terre, il est humaine, pleinement humanine (...) Il se résume en un mot: solidarité
sociale ».
[12] Véase E. DURKHEIM, La división del trabajo social (1866) , 2 vols., trad. de C.
G. Posada (Daniel Jorro, Madrid, 1928), Editorial Planeta-De Agostini, Barcelona,
1993, realzando la existencia de una “preponderancia progresiva de la solidaridad
orgánica y sus consecuencias” (Caps. V y VI). En contextualización de presente vid. J,
HABERMAS: Teoría de la acción comunicativa , trad. de M. Jiménez Redondo.
Cátedra, Madrid, 1989, vol. 2. Por una crítica de la razón funcionalista.
[13] Pedro de Vega ha calificado justamente a Duguit como el gran representante
del realismo sociológico . Cfr., el excelente y clarificador ensayo de P. DE VEGA
GARCÍA, “Apuntes para una historia de las doctrinas constitucionales del siglo XX“,
Separata de la obra colectiva La ciencia del derecho durante el siglo XX , Universidad
Autónoma de México, México, s/f., p.25. De Vega observa que el excesivo positivismo
sociológico –que califica de “radicalismo sociológico”- de Duguit determinó un ataque
sistemático a las categorías fundamentales de la dogmática del positivismo jurídico-
formalista, y en gran medida una pérdida de influencia posterior de sus concepciones
(solidaristas, señaladamente) en el campo del Derecho constitucional (Ibídem, p.26).
[14] La soberanía nacional es para Duguit un mito, un dogma, objeto durante mucho
tiempo de una fe religiosa, que se deshace ante la crítica positiva de los hechos
históricos. Vid. L. DUGUIT, Las transformaciones del Derecho público, en Las
transformaciones del Derecho (Público y Privado), trad. A. G. Posada y R. Jaén,
Heliasta, Buenos Aires, 1975, pp. 15 y ss. Según Duguit, la noción del servicio público
sustituye al concepto de soberanía como fundamento del Derecho
público ( Ibídem, cap.II, pp. 27 y ss.). Así, en opinión de L. RECASENS
SICHES, Panorama del pensamiento jurídico en el siglo XX , Porrua, México, 1963, p.
109: “Duguit no cree en la soberanía del Estado”.
[15] Noción que remontando a la Revolución francesa y al código napoleónico “es de
orden puramente metafísico, lo que está en contradicción indudable con las tendencias
de las sociedades modernas, y con el realismo; digamos la palabra: con el positivismo
de nuestra época”, L. DUGUIT, Las transformaciones generales del Derecho privado
desde el Código de Napoleón , trad. de C. G. Posada, Francisco Beltrán, Madrid, 1921,
p. 25. Para un análisis crítico de su posición vid. H.J, LASKI, “La conception de l´État
de Léon Duguit”, Archives de Philosophie du Droit et de la sociologie juridique,1932,
1-2, en espc. p. 127.
[16] Vid. A. JARDÓN, Las teorías políticas de Duguit, Reus-Biblioteca de la “Revista
general de Legislación y Jurisprudencia”, vol.XIV, Madrid, 1919, pp. 1-2. La crítica de
A. Jardón (Catedrático de Derecho Político de la Universidad de Valencia) a Duguit se
realiza desde la asunción de los postulados del Derecho natural. Jardón fue cotraductor
de la obra de v. CATHEREIN, Filosofía del Derecho,trad. A. Jardón y C. Barja, Reus,
Madrid, 1916. Jardón incluye a Duguit dentro de la nueva tendencia realista del
Derecho, centrando su ensayo crítico sobre la doctrina filosófico-jurídica de Leon
Duguit, que considera como enteramente contraria al Derecho natural (Ibídem,págs.4 y
sigs., espec.) y concluye afirmando la “ineficacia de los ataques de Duguit”. Piensa que
Duguit no ha logrado hacer mella en el Derecho político clásico, nacido del viejo
Derecho natural. Subsiste el Estado –afirma-, subsisten los Derecho naturales, la
Soberaía , la Representación y todo permite pensar que mientras la naturaleza humana
no varíe, estas instituciones no se extinguirán (Ibid.,págs.73 y sigs.). Por razones
análogas critica el pensamiento político de Adolfo Posada por su reflexión crítica ante la
que considera crisis del Estado derivada de la descomposición de sus instituciones, de la
pugna de corrientes ideológicas, y de misma puesta en cuestión de concepto de Estado
(se refiere, en particular, a los Prólogos de Posada a las obras de Duguit, La
Transformación del Estado, y a la de Wilson, El Estado ). Para Jardón, por el contrario,
el Estado como hecho no está en crisis, como tampoco lo está el Derecho político
clásico con la vigencia de sus categorías conceptuales principales (Ibid.,págs.77 a 80).
El planteamiento que hace Jardón sobre el pensamiento de Posada es superficial, puesto
–aparte de no tomar en consideración obras relevantes ya publicadas por él antes de
1919- ignora la riqueza de matices con la cual Posada emprende una reflexion sobre la
crisis del Estado contemporáneo y la misma crisis del Derecho político, que ya en su
época veía muy cuestionada algunas de sus categorías fundamentales (soberanía,
representación, teoría de los partidos, teoría de los derechos, con la emergencia de los
derechos sociales, económicos y culturales, etcétera). Un estudio sobre el pensamiento
político-jurídico de Posada, y, en particular, su teoría del Estado, en J.L. MONEREO
PÉREZ, La reforma social en España: Adolfo Posada, MTAS, Madrid,
2003, passim. Más ponderada es la crítica de J. DE SANGRAN Y GONZÁLEZ
(Marqués de los Ríos), El origen y los fundamentos racionales del poder
legítimo, Escelicer, Madrid-Cádiz-Buenos Aires, 1944. Señala que lo que le separa de
Duguit es su positivismo radical, su obstinación en rechazar todo principio de orden
metafísico, su realismo exagerado que le lleva a negar la existencia de la persona
jurídica como sujeto de derecho y el derecho subjetivo. Pero hay, sin embargo, ciertos
puntos de vista en su doctrina, que no pueden sino alabarse. Descata dos afirmaciones
que juzga de sumo interés. Primera, que el poder surge siempre como una fuerza
superior que se impone. Y segunda, que esta fuerza sólo es legítima cuando se conforma
con una regla de derecho basada en la justicia, que es anterior al Estado y que éste tiene
siempre el deber de respetar (Ibídem,cap.III, “La teoría de León Duguit.-Examen y
crítica de esta teoría”, pp.51 a 66).
[17] Vid. H. BERGSON, L´evolution créative (1907), Félix Alcan, Paris, 1913 (13 ème
ed.). La trad. española es de C. Malagarriga, Renacimiento, Madrid, 1912. Al idealismo
realista o espiritualismo de Hauriou lo denomina “objetivismo metafísico” G.
GURVITCH, L´idée de drot social. Notion et système du droit social. Histoire
doctrinale depuis XVII siècle jusqu'à la fin du XIX siècle , Recueil Sirey, París, 1932
(reimp. alemana de la ed. de 1932, Scientia Verlag Aalen, 1972) , pp. 647 y 710. Vid.
también M. HAURIOU, “Le point de vue de l´ordre et l´equilibre», Recueil de
Législation de Toulouse , 1909, pp. 17-19.
[18] Vid. J. CALVO GONZÁLEZ: La institución jurídica. Interpretación y análisis del
lenguaje jurídico, Dpto. Derecho Natural y Filosofía del Derecho, Universidad de
Málaga, 1986, pp. 44-53.
[19] Vid. L. DUGUIT, El pragmatismo jurídico (Conferencias pronunciadas en la
Universidad de Madrid), con Estudio preliminar de Q. Saldaña (“El pragmatismo
jurídico de M. Duguit”, pp. 13-56), Madrid, Francisco Beltrán, 1924, pp. 99 y ss. El
estudio preliminar apareció publicado también en el Boletín del Colegio de Abogados
de Madrid , VIII, 1924, pp. 1-28. Sobre la relación de Quintiliano Saldaña con Duguit
vid. su necrológica “Ha muerto Léon Duguit”, aparecida en el dirio ABC (Madrid), ed.
de 11 de enero de 1929. Saldaña desarrolló la concepción que denominaría
como pragmatismo penal, de significación positivista y metodología empiricista.
Fue criticada en su dimensión específicamente criminológica por F . GRISPIGNI, “Il
pragmatismo nel diritto penale”, Revista Internazionale di Filosofia del Diritto , 1925,
pp. 107-112, y desde la filosofía del derecho por E. LUÑO PEÑA, “Il pragmatismo
giuridico di Q. Saldana”, trad. de T. A. Castiglia, Revista Internazionale di Filosofia del
Diritto , 1931, pp. 181-205, en esp. pp. 193-202, objetando sobre todo a enfoque
jurídico-subjetivista y empirista, asi como a la ausencia de consideraciones
deontológico-jurídicas, si bien eludía pronunciarse en concreto sobre la doctrina
duguitiana del derecho objetivo. Siendo clara la ascendencia de Duguit sobre Saldaña,
su pensamiento aprovecha con originalidad asimismo otras fuentes. Divulgó sus tesis,
además de en el Est. Prel. cit., en las publicaciones siguientes: SALDAÑA. Q.:
“Prólogo” a J. SÁNCHEZ-RIVERA DE LA LASTRA , El utilitarismo. Estudio de las
doctrinas de Jeremías Bentham, su expositor en España , Reus, Madrid, 1922, pp. III-
XV, en esp. pp. XIV-XV; Moderne Strafrechtsauffassungen in Spainen , A. Pocwitz,
Hamburgo, 1922 (2ª ed., Winter editor, Heidelberg , 1923), o Modernas ideas
penales. Conferencias dadas en la Universidad de Hamburgo, trad. de A. Castañs y
Bonelli, Imp. de José Góngora, Madrid, 1922; Teoría pragmática del Derecho penal .
Conferencia, Secretaría Gral. De la Universidad de Madrid (Imp. Colonial), Madrid,
1923; “ La Justicia del Prof. Del Vecchio y la Justicia pragmática”, Prólogo a G. DEL
VECCHIO La Justicia , trad. de L. Rodríguez-Camuñas y C. Sancho, Centro Editorial
de Góngora, Madrid, 1925 (Col. Biblioteca de Derecho, Sociología y Política), pp. IX-
CXLII; “Le Pragmatismo pénal”, en Scritti in onore di Enrico Ferri, Utet, Torino, 1930,
pp. 431-442; “Les limites du Pragmatismo pénal”, en Scritti in onore di Ugo Conti, Tip.
Art. Graf., Città di Castello, 1932, pp. 193-208; Die pragmatische Gerechtigkeit ,
Verlag für Staatwissenschaften und Geschichte G. m. b. H., Berlin-Grunewald, 1935, y
“Die pragmatische Schule in Rechtsphilosophie und Strafrecht”, Monastsschrift für
Kriminal psychologie und Strafrechtsreform , XXVI, 1934, pp. 434, 441-446 u 453-457.
Vid. también los trabajos de sus discípulos CASTAÑS, A.: ”¿Qué significa
el pragmatismo jurídico ?”, en Boletín del Colego de Abogados de Madrid , X, 1926,
pp. 1- 3, F . CASTEJON, La obra científica del Profesor Saldaña (en el XXV año de su
profesorado) , Libros Ibéricos, Madrid, 1934, y J. MASAVEU,Nueva dirección
española en Filosofía del derecho penal. Estudio y ficha bibliográfico-crítica del
Profesor Saldaña , Ministerio de Justicia, Madrid, 1943.
[20] Ibídem, pp. 100-101.
[21] Vid. L. DUGUIT, ” Jean-Jacques Rousseau, Kant et Hegel ” , Revue du Droit
Public , 1918, pp. 173-211 y 325-377, en espec. p. 341.
[22] Vid. L. DUGUIT, L´Etat, le droit objectif et la loi positive . (Études de droit public
I) , Fontemoing, Paris, 1901, pp. 40-49.
[23] Vid. L. RECASENS SICHES, Panorama…, cit., pp. 108-110.
[24] DUGUIT, L.: L´Etat, le droit objectif et la loi positive , cit., p. 26.
[25] Vid. F.GÉNY, Método de interpretación y fuentes en Derecho privado
positivo (1892) , ed. y Est. Prel., “El pensamiento científico jurídico de Gény: El
problema del método” (pp.XVII-LXXV), a cargo de J. L. Monereo Pére z , Edit.
Comares (Colección Crítica del Derecho) , Granada, 2000. Vid. del mismo autor,
específicamente, F. GÉNY, “Les bases fondamentales du droit civil en face des théories
de L. Duguit”, Revue trimestrielle de Droit civil, XXI (1922), pp. 779-829. Muy en
síntesis, puede decirse que la categoría de donné es para Geny aquella que se revela por
la naturaleza social y debe formular la regla de derecho, en tanto que la
de construit corresponde a una determinación jurídico-subjetiva y formal de tal regla.
Así, en Science et technique en droit privé positif (1913), Sirey, Paris, 1922 (2 ème ed.),
T. I, núm. 33 y ss., donde arraiga la distinción entre science y technique del Derecho.
[26] Para él afirmar que una norma es obligatoria como norma jurídica, es decir
simplemente que en un momento dado, en el grupo considerado, si esta norma es
violada, la masa de los espíritus comprenden que es justo –según el sentimiento de
justicia que poseen en este momento-, que es necesario para el mantenimiento de la
interdependencia social, que la fuerza consciente que existe en el grupo debe intervenir
para reprimir esta violación”. Cfr. L. DUGUIT, Traité de Droit constitutionnel, t. I. (3
ème ed.) , E. De Boccard , Paris, 1927-1928, p.144.
[27] Con referencia crítica específica a éste en System der öffentlichen subjektiven
Rechte (1892), vid. L. DUGUIT, Traité... , t. I. , cit., p. 549, reenviando a una primera
crítica ya en L´Etat, le droit objectif et la loi positive, cit.
[28] Vid. L. DUGUIT, L´État, le droit objectif et la loi positive , cit., p. 91.
[29] A. JARDÓN, op. cit., pp. 4-7; H.P. PAJARES, Ideas políticas. El concepto de
Derecho según M. Léon Duguit. El pragmatismo jurídico. La representación por
clases, Imp. del Real Monasterio de El Escorial, Madrid, 1925.
[30] L. DUGUIT, Traité de Droit constitutionnel , t. I, E. De Boccard , Paris, 1930 (3
ème ed.) , pp. 81, 89 y ss. y 93-94.
[31] Siendo éste un punto de confluencia y anticipación de la llamada “Escuela del
Derecho Libre” y de la misma filosofía política de Frierich von Hayek. Vid. F.
HAYEK, Derecho, legislación y libertad, 3 vols., Unión Editorial, Madrid, 1978 (vol.I),
especialmente, 1988 (vol.II), 1982 (vol.III). Según Duguit el Derecho se basa en la
solidaridad social, siendo un producto natural (espontáneo) del desarrollo de la vida
social. Cfr. L. DUGUIT, L'Etat, le droit objectif et la loi positive , cit., p. 23.
[32] Para un detenido examen de la doctrina de Derecho internacional duguitiana y el
ascendente teórico de Duguit sobre las construcciones desarrolladas por su discípulo
George Scelle (1878-1961), vid. F. MELLERAY, “Léon Duguit et Georges
Scelle”, Revue d´Histoire des Facultés de Droit et de la Science Juridique , 2000, 21,
pp. 45-88.
[33] Según Duguit la Nación es sencillamente el medio en que se produce el fenómeno
Estado; es decir, el fenómeno de diferenciación entre gobernantes y gobernados. Tan
sólo en este sentido puede decirse que la nación es un elemento del Estado moderno.
Cfr. L. DUGUIT, Manual de Derecho Constitucional (1911, 2ª ed.) , trad., con prólogo
y apéndice sobre “La representación proporcional”, de J. G. Acuña, Francisco Beltrán,
Madrid, 1926 (2ª ed.), p. 56.
[34] Desde un punto de vista no sólo semántico lo expresado por Duguit acerca de la
soberanía en Traité… , t. I, 2 ème ed. 1921, pp. 431 y ss. se presta a ser considerado
como un planteamiento de cierta relativización conceptual, por el que en algún caso
cabría estar produciendo un efecto confundente entre aquello que concierna a su noción
y lo relativo a la de “jurisdicción”. En tal sentido, con notable acogida en la doctrina
sudamericana, vid. V.M. FLORES OLEA, Ensayo sobre la soberanía del
Estado, UMAN, México, 1956, pp. 100 y ss. En cuanto a la noción de servicio y la que
da en denominarse doctrina “servicialista” de la Administración en Duguit, los
especialistas en ese campo han señalado que la fórmula duguitiana resulta ineficiente
desde la perspectiva técnica, pues si se considera que toda Administración es servicio
público, a qué entonces respondería sensu stricto la noción de “servicio público” y
cómo habrían de quedar definidos los actos administrativos desenvueltos por la
Administración en el desempeño de sus servicios públicos y para con el ejercicio de sus
derechos. Entre nosotros, la literatura de especialidad es abundante sobre esta cuestión,
inclinada también por lo general hacia la posición de Hauriou (M. HAURIOU, La
gestion administrative, Larose, Paris, 1900) antes que a la defendida por Duguit. Vid.
así los trabajos de E. PEREZ BOTIJA, “Sur la notion de service public”,Revue
Francaisse de Droit Public et de la Science Politique , 1971, 3, pp. 335-386; L.
MARTIN RETORTILLO, “De nuevo sobre el servicio público. Planteamientos
ideológicos y funcionalidad técnica”, Revista de Administración Pública , 100-102,
enero-diciembre 1983, pp. 2471-2542; A. MARTÍNEZ MARTÍN, El buen
funcionalimiento de los servicios públicos. Los principios de continuidad y
regularidad , Tecnos, Madrid, 1990, en esp., cap. I, pp. 23-41, y J.M. SOUVIRON
MORENILLA, La actividad de la Administración y el servicio público , Comares,
Granada, 1997. Sobre la recepción en España de la concepción institucional del orden
jurídico, en sus direcciones francesa e italiana (ordinamentalista), en el ámbito del
Derecho administrativo, vid., ampliamente, J. CALVO GONZALEZ, La institución
jurídica , cit., pp. 93-97. Para un ordenado análisis de la noción de servicio público en
Hauriou y Duguit, vid. respec. J. RIVERO, “Hauriou et l´avênement de la notion de
service public“, en Mélanges Achille Mestre , Sirey, Paris, 1956, pp. 461-471 y E.
PISIER-KORCHNER, Le service public dans la théorie de l´État de Léon
Duiguit, LGDJ, Paris, 1972. Con referencia también a la dimensión del droit
constitutionnel como parte lato sensu de la teoría del servicio público en los
planteamientos de la École du Service Public posteriores a Duguit, según se presentan
por su discípulo G. Scelle frente a los sostenidos por la École de la Puissance Publique ,
vid. P. DUBOUCHET, “Pour une théorie normative de l´institution“, Revue de la
Recherche Juridique. Droit Prospectif , 1993-3, pp. 739-756, en espc. pp. 750-756. No
daña conocer la postura de A. POSADA, Tratado de Derecho Administrativo, vol. I, 2ª
ed., V. Suarez, Madrid, 1923.
[35] Vid. J.G. ACUÑA, “Prólogo” al libro de L. DUGUIT, Soberanía y
libertad (Lecciones dadas en la Universidad de Columbia), Francisco Beltrán, Madrid,
1924, pp. 24-25.
[36] L. DUGUIT, Soberanía y libertad, cit., p. 69.
[37] L. DUGUIT, Soberanía y libertad , cit., pp. 91-92. La solidaridad por similitud,
dirá en otro lugar, está a la base del Estado, y es la que une a los miembros de una
misma Nación. Cfr. L. DUGUIT, L´Etat, le droit objetctif et la loi positive , cit., p. 72.
[38] L. DUGUIT, Manual de Derecho Constitucional, cit., p.71. En el mismo sentido
en Traité…, t. II (2 ème ed.), cit, p.54. [39] Su criterio es contundente desde sus
primeras obras. Así indica que para muchos bien intencionados, la separación de
poderes es la condición esnecial de cualquier gobierno ponderado, el principio mismo
de cualquier régimen representativo basado en la soberanía popular, la garantía
necesaria y común de los intereses colectivos y de los derechos individuales; es, en
definitiva, el ideal político que los pueblos y legisladores deben perseguir sin tregua. He
aquí, a mi parecer, una singular ilusión. En teoría, esta separación absoluta de poderes
no puede concebirse. El cumplimiento de cualquier función del Estado se traduce
siempre en el dictado de una orden o en la adopción de un acuerdo, es decir, en un acto
de voluntad, en una manifestación de su personalidad. Implica, pues, el concurso de
todos los órganos que constituyen la persona del Estado.Lo que es verdad teóricamente
lo es también de hecho. El gobierno parlamentario, que hasta ahora es la forma política
mejor adaptada a la democracia representativa, el gobierno parlamentario, que esl único
que, a pesar de lo que se diga, puede garantizar en un gran país a la vez los derechos de
la colectividad y del individuo, no reposa sobre la separación de poderes, sino, por el
contrario, sobre su colaboración y su solidaridad . No es muy difícil, entiende, mostrar
que en este régimen todos los órganos del Estado participan siempre en el cumplimiento
de cada función. Agrega después, que a pesar de estas restricciones, lo que queda de
esta teoría artificial de los tres poderes separados es suficiente para falsear los resortes
de la vida social y política del país. Colocar a la cabeza del Estado poderes sin vínculo
entre ellos, sin interdependencia, sin solidaridad, es condenarlos fatalmente a la lucha; y
como de estos poderes alguno estará necesariamente peor armado que su rival, el más
fuerte acabará por absorber a los demás. Cfr. L. DUGUIT, “ L es fonctions de l'Etat
moderne “ , Revue internationale de sociologie , 1894, pp. 161-197, en esp. p. 165, y La
separación de poderes y la Asamblea Nacional de 1789, Present. y trad. de P. Pérez
Tremps, CEC, Madrid, 1996, pp. 3 y 132 (en la “Conclusión”). Puede verse, al respecto
y contemporáneamente, M. ARTUR, “Séparation des pouvoirs et séparation des
fonctions”, en la Revue du droit public et de la science politique, XIII (1900), XIV
(1901), XVII (1902), XX (1903).
[40] L. DUGUIT, La transformaciones del Derecho público, cit., cap.II (“El servicio
público”), p. 27.
[41] Ibídem, p. 31.
[42] Ibídem, pp. 34-37.
[43] Ibídem, pp. 37 y ss.
[44] Ibídem, pp. 167-168.
[45] Se reconocería esa influencia por G. JÉZE, “L'influence de Léon Duguit sur le
droit administratif français”, Archives de Philosophie du Droit et de la Sociologie
juridique, 1-2, 1932, pp. 135- 151. A Gaston Jéze (1869-1953) puede en efecto
considerársele discípulo de Duguit. Así en trabajos como “Essai d´une théorie générale
des fonctionnaires de fait”, y “La notion de travaux publics et le domaine public”,
ambos en Revue du Droit Public et de la Science Politique , 1914, pp. 48-144 y 1921,
pp. 361-377, respc., y Cours de Droit Public , G. Giard & E. Briere, Paris, 1923. Vid.
asimismo J.H. LASKI, “La conception de l'Etat de León Duguit”, cit. Duguit influyó
también sobre la corriente americana de juristas sociólogos y pragmatistas, encabezada
por Roscoe Pound (1870-1964); sobre algunas entre las varias derivaciones
estadounidenses R.S. SUMMERS, “Lo strumentalismo pragmatico e la teoria americana
del diritto“, trad. de C. Faralli, Revista di Diritto e Procedura Civile, 1983, 3, pp. 1083-
1093. Su influjo se advierte asimismo en diversas manifestaciones el movimiento del
Derecho libre. Influencia que es igualmente apreciable sobre otros autores realistas y
pluralistas europeos como Laski, y en autores del socialismo guildista como H. Cole, S.
G. Holson; todos ellos extraordinariamente receptivos a la crítica al concepto de la
soberanía, el pluralismo basado en la “función”, la función social de la propiedad
privada, la concepción de la democracia funcional, etc. Vid. J.L. MONEREO PÉREZ,
“Estudio preliminar” a A. MENGER, El derecho civil y los pobres, trad. A. Posada,
Edit. Comares (Colección Crítica del Derecho) , Granada, 1998, e ID.: Fundamentos
doctrinales del derecho social del derecho social en España, Trotta, Madrid,1999, pp.
134 y ss., passim .
[46] El caso de Adolfo Posada es emblemático; de ahí su interés en la traducción de sus
obras como en las de otros renovadores de la ciencia política, así Wilson, Burges, etc.
Vid. ampliamente J.L. MONEREO PÉREZ, La reforma social en España: Adolfo
Posada, cit., passim . Pero la actitud crítica (que por cierto mantiene también Posada,
aunque por motivos distintos a los aducidos desde el pensamiento más conservador; su
“Estudio preliminar” sobre “La nueva orientación del Derecho político” es una crítica
severa a la obra Duguit La transformación del Estado , por el mismo traducida:
Francisco Beltrán, Madrid, s/f. (c. 1909) ), bien desde el catolicismo, o bien desde los
partidarios del Derecho natural, fue especialmente acusada en los círculos de
pensamiento más conservador, como es el caso de P.H. PAJARES, Ideas política de
León Duguit, cit.. También hizo observaciones críticas, aunque con signo ideológico-
jurídico diferente, Q. SALDAÑA en su Est. prel. “ El pragmatismo jurídico de M.
Duguit”, cit. Por lo demás, la influencia del sociologismo juridico de Duguit, asi como
de su teoría de la función social, es concretamente apreciable en Ramiro de Maeztu
(1874-1936). Así, R. MAEZTU, La crisis del humanismo. Los principios de autoridad,
libertad y función a la luz de la guerra (Una crítica de la autoridad y de la libertad
como fundamentos del Estado moderno y un intento de basar las sociedades en el
principio de función) (1916, 1ª ed. en inglés), Minerva, Barcelona, 1919 (para otras eds.
disponibles: La crisis del humanismo , ed. de M. de Maeztu, Sudamericana, Buenos
Aires, 1948, y la más recientemente La crisis del humanismo, Estudio Preliminar a
cargo de P. C. González Cuevas (pp. 11-72), Eds. Almar ( Colección Biblioteca del
pensamiento conservador ), Salamanca, 2001), e ID.: “La función como norma del
Derecho”, Anales de la Universidad de Valencia, IV (1923), Separata, lo es también en
ID.: Liberalismo y socialismo , ed., de E. I. Fox, Madrid, CEC, 1984. Maeztu asimiló
las ideas de Duguit cuando teoriza el socialismo guildista sobre base jurídica, y
contando igualmente con la influencia del socialismo guildista inglés. En el pról. a la
primera de las obras mencionadas, que es traducción del texto primeramente publicado
en inglés, se señala: “Aunque esta teoría objetiva de las sociedades humanas es nueva,
el autor no habría podido concebirla sin el ideal de objetividad que anima las más
poderosas especulaciones contemporáneas. A M. León Duguit, de la Universidad de
Burdeos, debe la idea de derecho objetivo”. Otros débitos intelectuales fueron G. E
Moore (Univ. Cambridge) (bien objetivo); E. Husserl (Univ. de Götingen) (lógica
objetiva); A. R. Orage (director de The New Age ) (gremialismo); T. E. Hulme
(trascendencia social y política del pecado original). Vid. al respecto, L. OLARIAGA,
“Cómo era y cómo pensaba Ramiro de Maeztu en su etapa de Inglaterra”, pp. 45-61, e
IBISATE A. ALTUNA, “Leyendo La crisis del humanismo de Ramiro de Maeztu”, pp.
135-169, en esp. pp. 164-167, ambos en VV.AA., En torno a Ramiro de Maeztu, Obra
Cultural de la Caja de Ahorros Municipal de la Ciudad de Vitoria (Biblioteca Alavesa
`Luis de Ajuría´), Vitoria, 1974. Maeztu lleva a cabo durante su estancia en Inglaterra
una autocrítica liberal, proponiendo un “nuevo liberalismo” o “liberalismo socialista”, a
modo de alternativa “reformista”, cuyo programa formulaba la nacionalización de los
servicios públicos, la expansión de la instrucción pública, el impuesto sobre las grandes
fortunas, los subsidios y el salario mínimo. Es esa revisión filosófico-política
demoliberal la que le lleva a recuperar las doctrinas de Duguit, que con anterioridad
había rechazado sin ahorro de críticas por su contenido “antiliberal” para, calificando el
proyecto corporativo duguitiano de intento de retorno a la Edad Media y rechazando
frontalmente la reducción del individuo a mera categoría profesional, inclinarse hacia un
corporativismo de signo armonicista (krausista), diferenciador y racionalizador del
pluralismo social (vid. R. MAEZTU, Un ideal sindicalista , Editora Nacional, Madrid,
1961, pp. 49-50, 83 y ss., y 128). Sobre ello, vid. P.C. GONZALEZ CUEVAS, Acción
Española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936) ,
Tecnos, Madrid, 1998, pp. 67-70, e ID.: “Estudio Preliminar” (en la ed. de La crisis del
humanismo de 2001), en esp. pp. 33-48. Vid. asimismo J.L. MONEREO
PÉREZ, Fundamentos doctrinales del Derecho social en España , cit., e ID.: La
reforma social en España: Adolfo Posada, cit.
[47] L. DUGUIT, Soberanía y libertad , cit., p. 110. Indica que “la soberanía es una
voluntad, pero una voluntad que tiene en sí misma y sólo ella el carácter propio de no
determinarse jamás sino por ella misma, una voluntad que tiene la competencia de su
competencia, que es, por consiguiente, independiente de toda otra voluntad; una
voluntad que tiene derechos, pero no deberes, una voluntad que interviene siempre
como voluntad de mando” ( Ibídem, p.150).
[48] Ibídem, p.172. Es en esta materia y particular de ideas donde se situa gran parte de
los profundos y sostenidos desacuerdos entre Duguit y Hauriou. Vid. M. HAURIOU,
”Les idées de M. Duguit ou le fondement du pouvoir politique”, Recueil de L´Académie
de Législation de Toulouse, 2ª série, t. 7, 1911, pp. 1-40, y La souveraineté nationale ,
Sirey, Paris, 1912, en espc. pp. 129-152. Vid. también M. WALINE, ”Les idées
maitresses de deux grans publicistes français : Léon Duguit et Maurice Hauriou”, Année
Politique Francaise et Etrangère , núm.16, novembre 1929, pp. 39 y 41-42, y núm. 17,
mars, 1930, pp. 55 y ss., C. EISENMANN, ”Deux théoriciens du droit : Duguit et
Hauriou”, en Revue Philosophique, 1930, pp. 231- 279, A . DE LAUBADÈRE, ”Le
Doyen Maurice Hauriou et Léon Duguit”, en VV.AA.: La pensée du Doyen Maurice
Hauriou et son influence (Journées Hauriou. Toulouse, mars 1968), Éditions A.
Pédone, Paris, 1969, pp. 209-228, y J. DONZELOT, L'invention du social. Essai sur le
déclin des passions politiques , Fayard, Paris, 1984, pp. 86-108 . Asimismo, más
recientemente, D. SALAS, ”Droit et Institution : Léon duguit et Maurice Hauriou”, en
P. BOURETZ La force du droit. Panorama des débats contemporaines , Esprit, 1991,
pp. 193-279, y M. MILET ”L. Duguit et M. Hauriou, quarante ans de controverse
juridico-politique (1889-1929). Essai d´analyse socio-rhétorique”, en C.M. HERRERA
(dir.), Les juristas face au politique. Le Droit, la gauche, la doctrine sous la IIIe
République , Kimé, Paris, 2003 , pp. 85-121.
[49] Ibídem, pp. 238 y ss.
[50] Ibídem, pp. 248-249.
[51] Ibídem, pp. 265 y ss.
[52] M. HAURIOU, Précis de droit administratif , Paris, 1903 (5 ème ed.), pp. 216 y
799 y ss. Asimismo ID., La gestion administrative , Paris, 1899.
[53] Vid. J. RIVERO, “Maurice Hauriou et le Droit Administratif“, en VV.AA., La
pensée du Doyen Maurice Hauriou et son influence , cit., pp. 141-155; L. SFEZ, Essai
sur la contribution du doyen Hauriou au droit administratif , LGDJ, Paris, 1966, y
“Maurice Hauriou et l´avênement des exécutifs forts dans les démocraties occidentales
modernes“, en VV.AA., La pensée du Doyen Maurice Hauriou et son influence , cit.,
pp. 111-125 ; E. MILLARD, “Hauriou et la théorie de l´institution“, Droit et Société ,
30-31, 1995, pp. 381-412. Muy crítico con la circularidad del argumento de la
Administración como organismo institucional, concepto que por su amplio significado
acabaría convertiéndose en un indovinello , M.S. GIANNINI, “Profili storici della
Scienza del diritto administrativo”,Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero
giuridico moderno , 1973, 2, p. 207.
[54] G. GURVITCH, L´idée de droit social , cit., pp. 707-708.
[55] M. HAURIOU, Leçons sur le mouvement social , Larose, Paris, 1899, p. 139.
[56] M. HAURIOU, Principes de droit public , Larose et Tenin, Paris, 1916 (2 ème .
ed.), pp. 189 y ss. y 383 y ss., e ID.: Précis de droit constitutionnel , vol. 1, Librairie du
Recueil Sirey, Paris, 1929 (2 ème . ed.), pp. 65 y 67.
[57] Una respuesta ciertamente poco favorable a Hauriou la ofrece G. SACRISTE,
“Droit, histoire et politique en 1900. Sur quelques implications politiques de la méthode
du droit constitutionnel à la fin du XIXè siècle“, en Revue d´histoire des sciences
humaines , avril 2001, pp. 69-94.
[58] Reafirmado por la preocupación duguitiana hacia la sistematización de la función
reglamentaria y cuasi-legislativa del sindicalismo a través de convenciones colectivas,
vía situación extra-contractual, y, en tanto que ordenaciones particulares de un grupo
profesional, alternativas y sustitutorias de la autoridad jurídica del Estado. L.
DUGUIT, Las tranformaciones generales del derecho privado , cit, pp. 145 y ss. Vid.
también J. LE GOLF, “ Juristes de gauche et Droit social dans les années 1880-1920 “ ,
en C.M. HERRERA (dir.): Les juristas face au politique. Le Droit, la gauche, la
doctrine sous la IIIe République , Kimé, Paris, 2003, pp. 13-33.
[59] Vid. M. HARIOU, “L´institution et le droit statutaire“, en Recueil de Législation de
Toulouse , 1906, pp. 134-182, y “La teoría del riesgo imprevisible y los contratos
influidos por instituciones sociales“, Revista de Derecho Privado, 148, 1926, pp. 1-13.
[60] Vid. L. DUGUIT, Le droit constitutionnel et la sociologie“, Revue internationale
de l´enseignement , 1889, pp. 484-505, en espc. pp. 495 y 498, y “ Des fonctions de
l'Etat moderne “ , Revue internationale de sociologie , 1894, pp. 161 y ss, en espc. pp.
167 y 191.
[61] Vid. R. BONNARD, “Léon Duguit. Ses oeuvres. Sa doctrine“, Revue de Droit
Public et de la Science Politique en France et à l'étranger, XLVI, 1929, pp. 5 y ss., y p.
8-13, P. CINTURA, “La pensée politique de Léon Duguit“, Revue juridique et
économique du Sud-Ouest (série juridique) , 1968, 1-2, pp. 67 y ss., y 3-4, pp. 151 y ss,
en espc. pp. 75-80 , y E. PISIER-KORCHNER, Le service public dans la théorie de
l´État de Léon Duguit, cit., p. 87.
[62] Según Duguit para que un sistema de derecho sea socialmente eficaz, para que
tenga un valor pragmático, es preciso que permita realizar tres objetivos: 1º. Que con la
ayuda de sus sistemas de derecho puedan establecerse los fundamentos sólidos de las
limitaciones jurídicas, que deben oponerse al poder del Estado. 2º Que permita proteger
eficazmente todas las situaciones privadas legítimas dignas de ser protegidas, es decir,
que correspondan a una necesidad social y a un sentimiento de justicia. Puede haber
divergencias entre lo que es un fin y una necesidad social, pero todas las situaciones que
respondan a esa necesidad y a ese sentimiento deben ser protegidas por un derecho. 3º.
Este sistema jurídico debe tener tal naturaleza, que facilite y sancione las relaciones
jurídicas entre los individuos. Que sea –según Hauriou- sanción del comercio jurídico.
En tal sentido considera que la doctrina individualista no es capaz de realizar este
triple desidertum . Con estas ideas Duguit trata de responder al formalismo jurídico de
su tiempo mediante la propuesta de una ciencia positiva y antimetafísica, formulada, al
menos, en términos de principio.
[63] Vid. ampliamente, G.L. DUPRAT, La solidarité sociale, 1907. Para Duprat, la
solidaridad social es la condición de la existencia y del conocimiento científico de los
fenómenos sociales (ID.: La solidaridad social: sus causas, su evolución, sus
consecuencias , cit., p. 199). Vid. también la Conferencia en el Ateneo de Madrid de
Victoriano García Martí (1881-1966), V. GARCÍA MARTÍ,Ensayo sobre la
solidaridad social , Tip. Revista de Archivos, Madrid, 1909.
[64] L. DUGUIT, Soberanía y libertad , cit., pp. 229-230.
[65] L. BOURGEOIS, Le solidarité , cit.
[66] F. GENY, Science et Technique en droit privé positif, IIª parte, Recueil Sirey,
Paris, 1927, cap.VII, “El sistema crítico (realista y positivo) de L.Duguit”, pp. 191 y ss.
[67] L. DUGUIT, Traite... , t. I, 3 ème ed., cit., pp. 105 y ss.
[68] L. DUGUIT, L´Etat, le droit objectif et la loi positive , cit., pp. 543 y 560.
[69] N. ARNAUD, “Une doctrine de l'État tranquilisante: le solidarisme
juridique”, Archives de Philosophie du Droit, 21, 1976, pp. 131-151, y Les juristes face
à la société du XIXe siècle à nous jours , PUF, Paris, 1975, pp. 75 y ss.
[70] Vid., ya tempránamente, C. BOUGLÉ, Le solidarisme , Girad et Brière, Paris,
1907, p. 1. Del mismo, La science sociale contemporaine , Hachette, Paris, 1880 ;
“Solidarisme et morale scientifique”,RPL , 10, 1905, p. 310 ; “Individualisme et
sociologie”, RPL, 18-19, 1905 , pp. 553-555 y 587-589; “Solidarisme et
socialisme”, RPL, 25, 1905 ; ”Solidarisme et socialisme”, Revue bleue, 16 décembre
1905, pp. 780 y ss., y “L´esprit nouveau de la science du droit “, Revue bleue, 12 mai
1906, p. 589. Vid. También, para consulta de elencos bibliográficos más recientes,
VV.AA.: La solidarité, un sentiment Républicain? , PUF-Publications du CURAPP,
Paris, 1992.
[71] En este sentido el definido posicionamiento de Duguit en contra de la doctrina de la
lucha de clases y a favor de actitudes cooperativas y de integración social de clases.
Vid. L. DUGUIT, Soberanía y libertad , cit.
[72] Vid. J.F. NIORT, op. cit. , pp. 782-784.
[73] Vid. en general, sobre su influencia en el reformismos social, para Francia, F.
EWALD, Histoire de l'État-providence: les origines de la solidarité (1986), Grasset,
Paris, 1996 . Para España, J.L. MONEREO PÉREZ, La reforma social en España:
Adolfo Posada, cit.
[74] La exposición más acabada de su contribución al respecto se encuentra en el propio
L. DUGUIT, Traité de droit constitutionnel, t. III, E. De Boccard, Paris, 1930, 3ª éd.,
pp. 596 y ss. Puede consultarse en el sugerente ensayo de C. COUSIN, “La doctrine
solidariste de Léon Duguit”, Revue de la Recherche Juridique , Droit Prospectif , 2001-
4 (2), pp. 1931 y ss.
[75] L. DUGUIT, Soberanía y libertad, cit., p . 221.
[76] Ibídem, pp. 221-223, reclamando en apoyo de su pensamiento la concepción
positiva de Comte y Durkheim, especialmente su libro La división del trabajo
social. Respecto a este último afirma, significativamente, que acepta, con algunas
reservas, sin embargo, las principales conclusiones ( Ibídem, p. 228).
[77] L. DUGUIT, Traité… , t. I, cit., p. 112.
[78] Vid. l. RECASENS SICHES, “Il concetto di diritto subiettivo innanzi alla Filosofia
giuridica”, Rivista internazionale di Filosofia del Diritto , 1926, pp. 473-501. Asimismo
A. RODRIGUEZ DE QUIÑONES Y DE TORRES, “Algunas consideraciones sobre la
negación del derecho subjetivo en L. Duguit”, Anuario de Filosofía del Derecho , T. I,
1984, pp. 301-330.
[79] L. DUGUIT, Traité… , t. I, cit., p. 133.
[80] L. DUGUIT, Manual de Derecho constitucional , cit., p. 12.
[81] Sobre la fundamentalidad de la distinción situaciones jurídicas
objetivas/situaciones jurídicas subjetivas L. DUGUIT, Traité… , t. I (3 ème ed.), cit., p.
314, y Leçons de droit public général , cit., p. 68.
[82] L. DUGUIT, Traité… , t. I, cit., pp. VIII-IX.
[83] Existe en esto un cierto paralelismo con la construcción luhmaniana de sociedad
sin sujeto. Vid. obras de N. LUHMANN, Sistemas Sociales. Lineamientos para una
teoría general , trad. de S. Pape et al., Anthropos Editorial del Hombre, Barcelona,
1998; Sistema y dogmática Jurídica, trad. de I. de Otto Pardo, CEC, Madrid,
1983; Ciencia de la Sociedad , trad. de S. Pape et al., Anthropos Editorial del Hombre,
Barcelona, 1996, y Teoría política en el Estado de Bienestar , trad. e introd. de F.
Vallespín (pp. 9-28), Alianza, Madrid, 1993, en todo lo relacionado con el principio de
diferenciación social funcional.
[84] Cfr. L. DUGUIT, Las transformaciones del Derecho privado, en Las
transformaciones del Derecho (Público y Privado), cit., cap.I, pp. 171 y ss.
[85] Las discrepancias de Hauriou son en este punto muy profundas, calificando esa
tendencia de “anarquismo doctrinal”. Vid. La recensión A. HAURIOU, M.- MESTRE,
”Duguit, L´Etat, le droit objectif et la loi positive”, Revue de Droit Public et de la
Science Politique en France et à l'étranger, XVII (1902), pp. 346-366. Por lo demás,
este compte-rendu utiliza idéntica calificación expresamente mencionando a Pedro
Dorado Montero (1861-1919). Varias son en efecto las obras de Dorado en que se
expresa un ideario individualista y proximidad al pensamiento de Lev N. Tolstoy (1828-
1910). Vid. P. DORADO MONTERO, El Derecho y sus sacerdotes , Hijos de Reus,
Editores (Biblioteca Jurídica de Autores Españoles y Extranjeros), Madrid, 1891,
o Valor social de las leyes y autoridades , Soler, Barcelona, 1903. Así, Luis Jiménez de
Asua (1889-1970) señaló que « Dorado Montero sentía en el fondo de su ser el
anarquismo y para mirar a la persona con aquellos ojos de amor tenía que ser
individualista », L. JIMENEZ DE ASUA, Tratado de Derecho Penal I. Concepto del
Derecho penal y de la Criminología , Histora y legislación comparada , Losada,
Buenos Aires, 1977 (4ª ed.), p. 876; M. COBO DEL ROSAL, “4 penas de muerte, 4“,
en Teoría , 1973, 81, p. 194, consideró a Dorado como un “anarcocristiano” ; G.
SÁNCHEZ-GRANJEL SANTANDER, Pedro Dorado Montero: un penalista
salmantino , Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Bienestar Social ,
Valladolid, 1990, pp. 152-162, lo sostiene atraído por la ideología anarquista y habiendo
mostrado preocupación por el problema social hasta el punto de adoptar posiciones
próximas al socialismo militante. En Duguit aquella eventual adscripción operó como
un estigma deslegitimante, vid. M. MILET, ”L. Duguit et M. Hauriou, quarante ans de
controverse juridico-politique (1889-1929). Essai d´analyse socio-rhétorique”, cit., p.
102.
[86] L. DUGUIT, Las transformaciones del Derecho privado, en Las transformaciones
del Derecho (Público y Privado), cit., pp. 178 y 180 y ss.
[87] Ibídem, pp. 186 y ss.
[88] L. DUGUIT, Manual de Derecho Constitucional, cit., pp. 277 y ss.
[89] L. DUGUIT, Las transformaciones del Derecho privado, cit., pp. 199 y ss.
[90] Ibídem, p. 211. Vid. igualmente, L. DUGUIT, Manual de Derecho Constitucional,
cit., pp. 3 y ss., donde contrapone las doctrinas del derecho individual a las doctrinas del
derecho social. Para él las doctrinas del derecho social parten de la sociedad para llegar
al individuo, del derecho objetivo para llegar al derecho subjetivo, de la regla social
para llegar al derecho individual; todas las que afirman la existencia de una regla
impuesta al hombre que vive en sociedad y que hacen derivar sus derechos subjetivos de
sus obligaciones sociales; todas las doctrinas que afirman que el hombre, ser
naturalmente social, se halla, por esto mismo, sometido a una regla social, que le
impone obligaciones respecto a los demás hombres, y que sus derechos no son otra cosa
que derivados de sus obligaciones, los poderes o facultades de que dispone para cumplir
libremente y plenamente sus deberes sociales. Las doctrinas que hemos llamado del
derecho social deberían llamarse con más exactitud doctrinas socialistas, por oposición
a las doctrinas individualistas ( Ibídem, p.7).
[91] L. DUGUIT, Traité.., t. I, cit., p. 15.
[92] Ibídem, pp. 22 y ss.
[93] L. DUGUIT, Soberanía y libertad , cit., p. 218.
[94] Sobre la concepción del derecho, y en particular del derecho subjetivo en Duguit,
véase M. RÉGLADE, “Théorie générale du droit dans l´oeuvre de Duguit”, en Archives
de philosophie et de sociologie juridique, 1932, pp. 1-67 y “Essai sur le fondement du
droit”, en id ., 1933, 3-4, pp. 160 y ss.; F. GÉNY, Science et Technique en droit privé
positif, LGDJ, Paris, 1919, t. II, pp. 126-127, con el cual mantiene –a pesar de las
diferencias- una coincidencia en la crítica al antiformalismo y a los planteamientos
metafísicos imperantes; DAVY, Le droit, l'idéalisme et l'expérience, París, 1922, pp. 60
y ss.; H.J. LASKI, “La concepción del Estado de Leon Duguit”, cit.; M. WALINE, L'
individualisme et le Droit, Editions Domat, Montchrestien, 1949; DABIN, J.: El
derecho subjetivo, trad. F. J. Osset, Edersa, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1955,
pp. 9 y ss., y 41 y ss. En el caso de Louis Le Fur, alineado con las posiciones de
catolicismo social, existe además de una crítica a la doctrina general del Derecho en
Duguit, y a la específica construcción acerca del derecho subjetivo/objetivo, asimismo
un juicio negativo frente a la contrucción del “hecho social” jurídico que allí se
defiende, pues entiende que la renuncia a la valoración de éste genera riesgos para la
libertad y dignidad humanas. Vid. L. LE FUR, “Droit individuel et droit social“,
en Archives de Philosophie du Droit et de Sociologie juridique , 1931, pp. 286 y ss., “Le
fondement du droit dans la doctrine de Léon Duguit”, Archives de Philosophie du Droit
et de la sociologie juridique, 1932, pp. 175-211, y “Léon Duguit et le droit subjectiv”,
en Les grands problèmes du droit, París, 1937. Sobre el debate entorno a la noción de
derecho subjetivo en Gény y Duguit, entendiendo éste que la comprensión del derecho
subjetivo únicamente desde la dimensión del procedimiento técnico (« le contruit »)
arruinaría el subjetivismo edificando una pura doctrina objetivista, vid. L.
DUGUIT, Traité, cit., pp.30 y ss, A.M. LÓPEZ LÓPEZ, « Gény, Duguit y el derecho
subjetivo : evocación y nota sobre una polémica », en Quaderni Fiorentini per la storia
del pensiero giuridico moderno, 1991, 20, pp.161-179. Sobre el pensamiento de Gény
en una perspectiva de conjunto y su entorno intelectual, puede consultarse J.L.
MONEREO PÉREZ, « El pensamiento científico jurídico de Gény », Est. Prel., a la
obra de F. GÉNY, Método de interpretación y fuentes en Derecho Privado
Positivo, Comares, Granada, 2000.
[95] J. DABIN, El derecho subjetivo, cit., pp. 25-26, con apoyo en Gény.
[96] Se ha objetado a esta construcción separadora de Derecho y Moral que “la tesis
sería verdadera si el orden jurídico estuviera separado del moral. (…) precisamente el
orden jurídico es regla de la vida social, y por consiguiente, en la medida en que la
“sociabilidad” es natural al hombre, regla de la vida humana. Su fuerza obligatoria la
saca por tanto de la regla moral que le da facultad, competencia y autoridad para
ordenar la vida de los hombres en sociedad. De ahí el carácter absolutamente
obligatorio, aunque a título derivado, de la regla de derecho objetivo”. Por otra parte,
estimando que “la idea de derecho subjetivo y de obligación subjetiva nada evocan que
sea más metafísico que aquella idea de “situación jurídica” activa o pasiva: derecho
subjetivo o situación jurídica activa, siempre se trata de la realidad, que no es física ni
metafísica, sino que es jurídica, de un individuo revestido de una prerrogativa que está
capacitado para hacerla valer. ¿Por qué, pues, no continuar hablando de derecho
subjetivo?”. Cfr. J. DABIN, El derecho subjetivo, cit., pp. 45-47. Este autor considera
que desde cualquier perspectiva en que se le mire y examine, en sí mismo y aparte del
derecho objetivo, o bien en el marco y a partir del derecho objetivo, el derecho subjetivo
es una noción no sólo defendible, sino indispensable. La sociedad y la regla social no
suprimen el derecho subjetivo. El movimiento es doble. De una parte, el derecho
subjetivo, en el sentido moral, que es anterior a la sociedad, pasa a la regla social
garantizada: se trata de los “derechos del hombre”, convertidos, gracias a esa mutación,
en derechos subjetivos jurídicos. Por otra parte, en cumplimiento de su misión de
coordinación y de armonía, la regla social se ve llevada a establecer íntegramente unos
derechos subjetivos puramente jurídicos, que sólo en ella tienen su base. Pero de todas
formas el sentido de la intervención de la regla, el resultado a que tiende, es la colación
de derechos. No se refiere solamente a individuos que van a beneficiarse del juego de
una regla; se trata de individuos investidos por esa regla de prerrogativas que les son
propias y de las que son reconocidos como dueños. Del derecho objetivo sale un
derecho subjetivo ( Ibídem, p.64).
[97] Los entrecomillados son de J. DABIN, El derecho subjetivo, cit., p. 54. Vid. l.
DUGUIT, Manual de Derecho Constitucional, cit., pp. 8 y ss., donde puntualiza su
concepción de la solidaridad o interdependencia social, y afirma que la solidaridad es el
verdadero fundamento del Derecho; la solidaridad no subsiste más que por la
solidaridad que enlaza entre sí a los individuos que la componen (Ibídem, p. 11).
[98] Vid. L. DUGUIT, Traité , t. I, 2 ème ed. (1921) p. 147 en relación a la 1ª ed.
(1912), p. 17 y ss. Asimismo P.H. RAYNAUD, “Léon Duguit et le droit natural”, Revue
D´Histoire des Facultés de Droit et de la Science Juridique , 4, 1987, pp. 169 y ss.
[99] A. POSADA, Tratado de Derecho Político , edición íntegra en un sólo volumen y
Est. prel. a cargo de J. L. Monereo Pérez (“El pensamiento político-jurídico de Adolfo
Posada”, pp. VII-CLXIII), Edit.Comares (Colección Crítica del Derecho), Granada,
2003, pp. 37-38.
[100] C. RUÍZ DEL CASTILLO, “Estudio preliminar” a M. HAURIOU, Derecho
público y constitucional , trad. C. Ruíz del Castillo, Ed. Reus, Madrid, 1927, pp. XVIII-
XIX (Reeditado en Editorial Comares, Granada, 2003). Carlos Ruiz del Castillo y
Catalán de Ocón (1896-1984) fue catedrático de Derecho Político en la Universidad de
Santiago de Compostela. Este planteamiento da entrada a un enfoque corporativista,
como así muestra en C. RUIZ DEL CASTILLO, I ntegración de la democracia en una
doctrina corporativista del Estado , Tip. Suc. De Paredes, Santiago, 1925. Vid. también
M. PESET REIG, “Leyendo los Principes de Droit Public de Maurice Hauriou”, en
VV. AA.: Filosofía y Derecho. Estudios en honor del Prof. José Corts
Grau, Universidad de Valencia, 1977, T. II, pp. 207-238.
[101] A. POSADA, La crisis del Estado y el Derecho Político , C. Bermejo, Madrid,
1934, p. 25.
[102] Vid. L. DUGUIT, "De la situation du particulier faisant usage d'un service public"
en Mélanges Hauriou , Sirey, París, 1929, pp. 256 y ss., vinculando la doctrina del
servicio público con la concepción institucional de M. Hauriou.
[103] El punto de vista realista de Duguit es realzado, y asumido, por Posada:
"Interpretadas en términos de un realismo sociológico, las ideas generadoras de la
filosofía social de Krause podría traducirse diciendo que la humanidad -las sociedades
en el espacio y en el tiempo- se produce y evoluciona por obra de la
esencial interdependencia de sus miembros -hombres y mujeres, niños y mayores,
fuertes y débiles, hábiles de muy diverso modo- y se mantiene unidad en sus núcleos
intensos de vida, merced al sentimiento de solidaridad social , y añade que debe
recordarse "el punto de vista realista de Duguit, en su explicación del derecho
objetivo, L'Etat, Transformación del Estado, etc.". Cfr. A. POSADA, Principios de
sociología (2 ? ed., 1929), vol.1, cit., p. 214. En realidad León Duguit influyó de modo
determinante en todo el primer tercio del siglo veinte, y en las corrientes más dispares.
Es el caso, como ya se apuntó, del funcionalismo del primer Ramiro de Maeztu,
proclive hacia una suerte de "socialismo gremialista" o basado en un sistema de
corporaciones profesionales como asociaciones autónomas e independientes del Estado
aunque insertas en su realidad, y en la que se organizan todas las clases sociales y
grupos de interés. Vid. R. MAEZTU, La crisis del humanismo , cit., en espc. cap. sobre
“Los principios gremiales: limitación y jerarquía” .
[104] Vid. supra n. 71.
[105] El concepto individualista puro no corresponde ya, ni a los hechos ni a las ideas
de nuestra época. La conciencia moderna está impregnada de la idea de que hay un
deber de trabajar, que se impone rigurosamente a todos, y que la participación en las
ventajas sociales debe hallarse en razón directa de la suma de trabajo que cada uno
aporta a la colectividad. La propiedad capitalista ya no se entiende hoy como el derecho
intangible del titular, sino como una situación que le impone obligaciones, así como el
interés se considera como la remuneraicón de la función social cumplida por el
capitalista. Es incontestable también que la noción de una potencia de mando,
imponiéndose como tal a los gobernados, tiende a desaparecer para dejar paso a
la noción de deber imponiéndose a los gobernantes . La diversas clases sociales, que
responden a las diferentes categorías de las labores realizadas en el vasto taller social,
tienden a estructurarse jurídicamente de manera definida, a organizarse y a coordinar
sus esfuerzos para el mejor cumplimiento y realización del trabajo social". Cfr. L.
DUGUIT, La transformación del Estado , cit., p. 54. Para Duguit la propiedad
capitalista no es un derecho, es una función... El Estado puede legítimamente intervenir
para obligar directa o indirectamente al propietario de un capital a hacerle producir. El
Estado puede reglamentar esta producción o sustituir al propietario para organizarla, o,
por último, gravar con onerosos impuestos al propietario de un terreno urbano no
edificado, al propietario que no quiera aprovechar el crecimiento de valor que
automáticamente se produce en las grandes ciudades. Existe aquí un principio de
legitimaidad de la intevención del Estado. Cfr. L. DUGUIT, Soberanía y libertad, cit.,
pp . 238-239.
[106] L. DUGUIT, La transformación del Estado , cit., pp. 54-55.
[107] El papel de los gobernantes debe forzosamente disminuir de día en día y reducirse
a la vigilancia y a la intervención, porque todas las funciones económicas y sociales van
poco a poco distruyéndose entre las diferentes clases sociales, que adquieren, por el
desenvolvimiento del sindicalismo, una estructura jurídica definida, y así podrán, con la
intervención de los gobernantes, dar impulso y dirección a la parte de trabajo social que
les incumbe. Cfr. L. DUGUIT, La transformación del Estado , cit., p. 97. Su
organicismo social se apoyo en las elaboraciones de Durkheim, sobre la división del
trabajo social: "La idea de división del trabajo social, tan magistralmente puesta de
relieve por M.Durkheim, es, en definitiva, muy sencilla; puede resumirse en esta
proposición: la interdependencia que une a los hombres que pertencen a un mismo
grupo social resulta, sobre todo, de la parte diferente, que cada cual pone, en el trabajo
destinado a realizar la satisfacción de las necesidades de todos y cada uno". Con base a
lo cual se distribuyen las clases sociales con arreglo a las funciones sociales que
asumen ( Ibídem, pp. 168-170). He aquí el reclamo de la noción fundamental
de función , tan relevante para el solidarismo y para su asunción desde el
krausopositivismo o krausoinstitucionismo de Adolfo Posada.
[108] Afirma que en un régimen político fundado sobre la concepción del derecho
objetivo, el deber de la asistencia, de la enseñanza, del seguro contra el paro, se
imponga a los gobernantes, bien se comprende. Cfr. L. DUGUIT, La transformación del
Estado , cit., p. 119. Esta problemática es objeto de desarrollo en dos de sus principales
obras, Las transformaciones del Derecho privado y Las transformaciones del Derecho
público.
[109] L. DUGUIT, La transformación del Estado , cit., p. 171.
[110] Ibídem, p. 174.
[111] Ibídem, pp. 178 y 183 y ss.
[112] L. DUGUIT, "La représentation syindicale au Parlament", en Revue politique et
parlamentaire , juillet 1911. Cit. por M. HAURIOU, La Souveraineté nationale , cit.,
p.141.
[113] L. DUGUIT, La transformación del Estado , cit., p. 200.
[114] Vid. L. DUGUIT, Ibídem, cap.VII ("Conclusiones generales"), pp. 199-203.
Adviertánse las confluencias de pensamiento organicista e institucionista y la
oportunidad de la traducción de esta obra cuyo texto origina data de 11 de marzo de
1908 y Posada la introduce en la doctrina española sólo un año después. Es una fecha
emblemática de orientación hacia un reformismo político y social posibilista.
[115] A. POSADA, La nueva orientación del Derecho político, (1ª versión 1909, 2ª
1929 levemente modificada), p. 250-251. Nótese, por otra parte, que Hauriou mantiene
una posición altamente crítica respecto a todas las ideas fundamentales de León Duguit,
como es fácilmente perceptible en el desarrollo de todo el tratamiento doctrinal de su
obra M. HAURIOU, Principios de Derecho Público y Constitucional, trad., Est.prel.,
Notas y Adiciones de Carlos Ruiz del Castillo, Comares, Granada, 2003, passim.
[116] Ibídem, cit., p. 255.
[117] P. ZANCADA, Los problemas constitucionales de España , Compañía Ibero-
Americana de Publicaciones, Madrid, 1930, pp. 43-44. Ilustrativo de toda esta época y
de los tránsitos y evoluciones que en España se experimentan desde posiciones
inicialmente situadas en el “socialismo jurídico”, al reformismo social y democrático
llegando a una denominable “utopía social corporativa”, vid. J.L. MONEREO,–J.
CALVO GONZALEZ, “Ricardo Oyuelos Pérez: del reformismo democrático-social a la
utopía social corporativa”, Civitas. Revista española de Derecho del Trabajo , 121,
2004, pp. 5-26; también bajo el título “De cuánto en la memoria durmiente… Ricardo
Oyuelos Pérez: del socialismo jurídico a la utopía social corporativa”, Revista de
Estudios Políticos , 125, 2004, pp. 349-372.
[118] En este sentido es expresiva su reflexión crítica, al indicar que "es de lamentar
que las Constituyentes españolas de la Segunda República no hayan querido considerar
la realidad nacional sobre la que debía asentarse el Estado oficial del nuevo régimen. No
se dieron cuenta los constituyentes del momento en que actuaban, tan lejano
históricamente de 1789, tan impropio par expansiones de jacobinos, y tan oportuno, en
cambio, para intentar introducir en la Constitución política la representación específica
de los intereses sociales organizados , creando al lado de la Cámara popular ,
representativa del conjunto numérico y de asiento geográfico de los ciudaanos, una
Cámara sindical representativa de aquellos intereses, Cámara que ya echan de menos
algunas gentes, incluso los que impidieron que la Constitución de 1931 fuera hoy
argumento vivo que oponer a una crítica fascista ". Cfr. A. POSADA, La crisis del
Estado y el Derecho Político, cit., p. 166. La idea había sido acariciada desde hace
tiempo desde las filas del organicismo social krausista y del reformismo político social
en él inspirado. Basta agregar que una de las leyes sociales estimadas como más
necesarias en el marco de la tarea que se propondría el proyectado Instituto del Trabajo
era la destinada a fomentar la organización obrera creando Cámaras obreras,
otorgando á éstas una representación política en el Senado ". Cfr. A. BUYLLA, A.
POSADA, y L. MOROTE, El Instituto del Trabajo (1902). El Instituto del Trabajo.
Datos para la historia de la reforma social en España, Discurso preliminar de José
Canalejas y Méndez, Memoria acerca de los Institutos del Trabajo en el Extranjero, por
J.Uña y Sarthou, Prólogo a la nueva edición por S.Castillo, MTSS, 1986, p. 12.
[119] No sólo lo tradujo, sino que lo utilizo ampliamente como referente de sus
reflexiones sobre el sindicalismo y, más ampliamente, sobre el Derecho constitucional.
Vid., por ejemplo, A. POSADA,Tratado de Derecho Político , edición íntegra en un
sólo volumen, cit., pp. 503 y ss. Vid., al respecto, J.L. MONEREO PÉREZ, La reforma
social en España: Adolfo Posada, cit., passim.
[120] Vid. L. DUGUIT, La transformación del Estado , cit., p. 48, para quien debería
establecerse en la organización del Estado moderno al lado de la representación
numérica, una representación no numérica, una representación política de todos los
grupos sociales, no sólo de los sindicatos obreros, sino de todos los sindicatos, o, por
mejor decir, de todas las clases profesionales organizadas, precisamente, para defender
la representación profesional. Pero esto se halla en las antípodas de la fórmula
sindicalista-bolchevista: "El taller sustituirá al Gobierno", Ibídem, pp.178 y ss. Señala
Duguit que sólo una Cámara compuesta por los elegidos de los grupos sindicales puede
constituir un contrapeso al poder de una Cámara que representa a los individuos, aunque
esté elegida por el sistema de la representación proporcional ( Ibídem, p. 180). En su
opinión “ corresponde al legislador organizar el sistema electoral que mejor asegure y
garantice la representación de las grandes fuerzas sociales; esto es estableciendo una
representación profesional, cuyo advenimiento se produce en sí como hecho de
solidaridad, fundamento de la organización política, y que será esencialmente
representación sindical. En realidad, el movimiento sindical tiende a dotar de una
estructura jurídica definida a las diferentes clases sociales; esto es, a los grupos
formados por la igualdad de necesidades en la división del trabajo social” . Cfr . L.
DUGUIT, Manual de Derecho Constitucional, cit., Apéndice sobre “La representación
proporcional”, pp. 170-171.
[121] En este sentido A. POSADA, La Nouvelle Constitucion Espagnole. Le Regime
constitutionnel en Espagne , Prèface de MM. Joseph Barthelemy et B. Mirkine-
Gnetzvitch, Sirey París, 1932, pp. 124 y ss. La idea de una cámara profesional se estaba
forjando en el pensamiento de Posada desde hacía tiempo: "Los que defiende, o los que
defendemos la reforma del Senado, aspiramos a poner su estructura representativa en
consonancia con las exigencias de los tiempos, y con la diferenciación real de las
fuerzas sociales... Importa, en suma, que el Senado deje de ser una Cámara alta, de
nobles y de altas categorías oficiales, para convertirse en alto Cuerpo de base "sindical"
y "política", en el que "todos" los elementos sociales organizados puedan hacerse
escuchar, y colaborar, en la obra de la ley, y en las tareas de regir la vida económica del
país y de marcar el rumbo político de la Nación ". Su enfoque era indudablemente
complementario y no sustitivo de la cámara de representación política general. Cfr. A.
POSADA, España en crisis , Caro Raggio, Madrid, 1923, p. 166.
[122] Lúcidamente, había hecho notar Kelsen en la década de los veinte, cuando ese
debate fue particularmente intenso, los inconvenientes, difíciles de salvar para el
mantenimiento de los valores de la democracia, de la llamada "representación
profesional". La crítica se dirige, ante todo, a los que pretenden una sustitución del
régimen parlamentario: "Hay muchos que aspiran a más que una simple reforma del
sistema parlamentario democrático, y piden con espíritu conservador sus sustitución por
una organización profesional, de tal modo que el pueblo no se articule de manera
"mecánica", sino "orgánica", y la formación de la voluntad estatal no responda al azar
de la mayoría, sino que todo grupo del pueblo -organizado por profesiones- tenga en
ella la participación que le corresponda según el papel que desempeñe en el conjunto
nacional". Sin embargo, entre otras cosas, objeta Kelsen que "la organización
profesional no puede contraponer un principio de integración, a la tendencia de
diferenciación, cada vez más amplia, consiguiente a su propia naturaleza. Con gran
justicia se ha subrayado que para la formación de la voluntad del Estado, siempre que
no se trate de asuntos puramente internos confiados a la autonomía de los grupos
profesionales, sólo podría estatuirse, como principio de una Constitución
profesionalista, el de la unanimidad entre el conjunto de los grupos o entre los
interesados en cada decisión, lo que prácticamente resultaría imposible. Ello
demuestra lo vacuo e inaplicable de la fórmula con que el principio profesionalista
pretende superar al principio parlamentario democrático ". Por otra parte, "si la
articulación profesional aspira a ser una organización integral a base de comunidades de
intereses, no puede mantener ninguna esperanza de convertirse en un factor concluyente
en la formación de la voluntad del Estado, por inspirarse ésta en otros intereses más
poderosos que los puramente profesionales". Con planteamiento de puro realismo
político , observa conclusivamente que "mientras los proletarios de las profesiones más
diversas -con razón o sin ella- se sientan unidos entre sí por una comunidad de intereses
más efusiva que con los patronos capitalistas del mismo grupo profesional, y mientras
ante esta realidad innegable se inclinen también los patronos a una solidaridad que
supere las barreras profesionales, no podrá brotar de las circunstancias sociales una
organización profesional capaz de acabar con la actual forma parlamentariodemocrática
de Estado, si no es aproximándose a un régimen autocrático, y erigiendo, en definitiva,
un poder dictatorial de una clase sobre las restantes". Cfr. H. KELSEN, Esencia y valor
de la democracia , trad. R. Luengo Tapia y L. Legaz Lacambra, y Est. prel., "La
democracia en el pensamiento de Kelsen" (pp.XI-LX), a cargo de J. L. Monereo Pérez,
Edit. Comares (Colección Crítica del Derecho), Granada, 2002, cap. V ("La
representación profesional"), pp. 57-61. No puede obviarse, sin duda, que las
experiencias históricas de corporativización de las estructuras representativas han dado
toda la razón a Kelsen, el cual, como se ve, nunca cayó en la ingenuidad de un
armonicismo corporativista substraido de la dinámica del conflicto social subyacente y
de la exigencia de una representación parlamentaria para la formación de decisiones
basadas en reglas de juego no precisamente "mecánicas".
[123] A. POSADA, Fragmentos de mis Memorias , Universidad de Oviedo, Cátedra
Aledo, 1983, p. 256.
[124] Vid. J.L. MONEREO PÉREZ, Fundamentos doctrinales del Derecho social en
España , cit. Vid. F. GONZÁLEZ VICEN, "La teoría del Derecho y el problema del
método jurídico en Otto von Gierke", Estudios de Filosofía del Derecho , Facultad de
Derecho-Universidad de la Laguna , Santa Cruz de Tenerife, 1979, pp. 96 y ss.
[125] A. POSADA, Teoría social y jurídica del Estado. El sindicalismo, Lib. J. Méndez
ed., Buenos Aires, 1922, p. 105.
[126] Aparte de su obra esencial, Principios de sociología. Introducción (Daniel Jorro
ed. (Col. Biblioteca Cintífico-Filosófica), Madrid, 1908; 2 ? ª ed. 1929), vid desde la
reflexión crítica, la noticia a L´Anné Sociologique , dirigido por Durkheim, A.
POSADA, “El año sociológico 1897” , La España Moderna , 115, 1898, pp. 42-69.
Ahora bien, conviene matizar que lo que influyó en Posada fue elideario solidarista de
orientación reformista, pero no así algunos de los postulados fundamentales del
solidarismo social de Duguit , especialmente respecto de la obligatoriedad de las
normas. En tal sentido señala Posada que "Nada más quebradizo o inseguro que el
fundamento en que el realismo jurídico quiere cimentar la obligatoriedad de la norma,
que es, a mi juicio, como veremos, el problema mismo del Estado. No basta el concepto
de la solidaridad social a que Duguit acude, para explicar con el hecho de la
interdependencia entre los hombres que forman el núcleo social, pueblo o nación, la
obligatoriedad del llamado derecho objetivo, incluso, como se ha recordado, para los
gobernantes". Cfr. A. POSADA, La crisis del Estado y el Derecho Político , cit., p. 66.
En general, Posada plantea una actitud altamente crítica respecto a lo que denomina
"realismo jurídico" ( Ibídem, Lección 4ª, pp. 42 y ss.); actitud que no debe confundirse
con su método realista en el análisis de la teoría del Estado y del Derecho.
[127] Es significativo que Posada tradujese sólo con un año de diferencia la obra de L.
DUGUIT, Le droit social, le droit individual et la transformation de l'État, París, 1908;
L. DUGUIT, La transformación del Estado, cit.
[128] A. POSADA, La crisis del Estado y el Derecho Político , cit., pp. 64 y
ss. Asimismo supra n. 99.
[129] Duguit continúa la línea marcada por Alfred Fouillée, desde el organicismo social
y que le condujo a afirmar que la solidaridad jurídifica la fraternidad. Vid. A.
FOUILLÉE, Science social contemporaine , Hachette, Paris, 1879, en castellano por
trad., pról. y not as de A. Posada La ciencia social contemporánea , Madrid, La España
Moderna , 1894, libro V. Como se ha dicho existe una línea de continuidad entre los
organicistas de finales del siglo diecinueve con los solidaristas del primer tercio del
siglo veinte. Vid. asimismo A. POSADA, “La filosofía y la pedagogía de Alfredo
Fouillée”, enBILE , 15, 1891, pp. 289-296 y 305-314.
[130] E. DURKHEIM, La división del trabajo social (1893), trad. de C. G. Posada,
Planeta-Agostini, Barcelona, 1993. Él se detiene en la solidaridad que tiene su fuente en
la división social del trabajo, diferenciándola respecto de las demás especies de
solidaridad; y subraya también la necesidad de estudiar la solidaridad a través del
sistema de reglas jurídicas ( Ibídem, pp. 84 y ss.).
[131] E. DURKHEIM, La división del trabajo social , cit., cap.III.
[132] En su opinión, el socialismo se afirma como una actitud histórica
de protesta contra la injusticia del régimen social, y actúa como una reacción contra el
dolor de los pobres, explotados por los más fuertes. Por otra parte, el socialismo
funciona como una aspiración encaminada a extirpar las miserias, las desigualdades, las
injusticias, para producir un régimen más equitativo y más justo. Finalmente, el
socialismo puede ser considerado como un método para conseguir la transformación
social del régimen de desigualdades en un régimen equitativo y justo, merced a la
socialización de los medios de producción y a la difusión del disfrute de
los goces humanos. Es manifiesto que expresa su simpatía por el socialismo reformista
de S.y B.Webb, Schmoller, Fichte, Schäffle, Menger, F. de los Ríos, etc., en los que
realza la dimensión ética y su compromiso con la justicia social. Cfr. A.
POSADA, Tratado de Derecho Político , cit., pp. 243 y ss.
[133] Ya es significativa su coincidencia, en numerosos aspectos, con la "ciencia
positiva moral" puesta en práctica por los "economistas sociales", los "socialístas de
cátedra", especialmente Wagner y Schmoller. En ello apreciaba su crítica de los
economistas de la Escuela de Manchester por no tener en cuenta el contexto socila y
referirse única a los individuos como su estuvieran socialmente aislados. Sin embargo,
les criticaba por tener demasiada fe en las posibilidades de la legislación, así como en
presentar ciertas inclinaciones autoritarias, además de por su tendencia a simplificar los
fenómenos sociales al infravalorar o prescindir de las causas profundas, los sentimientos
y motivos inconscientes, ocultos tras los procesos sociales, y desligarlos de los efectos
que producen. Sin embargo, valoraba en Schäeffle la corrección de esta desviación al
reconocer el carácter orgánico del Derecho y la moral. Para la posición originaria de
Durkheim, el cual más adelante renegaría de toda influencia del "socialismo de cátedra",
vid. S. LUKES, Émile Durkheim. Su vida y su obra. Estudio histórico-crítico , Madrid,
CIS-Siglo XXI, 1984, pp. 89-90. Vid. E. DURKHEIM, "La science positive de la
morale en Allemagne", enRevue Philosophique , XXIV, pp. 33-58, 113-142 y 275-284;
ID.: "Le programme économique de M. Schaeffle", en Revue d'Economie Politique , II,
pp. 3 -7. Tampoco puede decirse que Duguit coincidiera propiamente con el llamado
"socialismo jurídico". Desde luego existe sin duda una semejanza de interés
problemático con los representantes de esta corriente, pero es lo cierto que Duguit omite
a lo largo de todo su Traité cualquier referencia a los autores a ella adscritos. En el resto
de su obra sólo incidentalmente resulta mencionado Antón Menger, refutando sus tesis;
vid. L. DUGUIT, Discours lors du Congrès nacional de la propiété bâtie de France , G.
Delmás, Bourdeaux, 1905, p. 15. Hauriou, no menos crítico, dedicó sin embargo un
extenso comentario a la edición francesa de L´Etat socialistaen 1904; vid. M.
HAURIOU, “Le régime d´Etat”, en La Revue socialiste , 233, mai 1904, pp. 564-581.
Cfr., de ambos, M. MILET, ”L. Duguit et M. Hauriou, quarante ans de controverse
juridico-politique (1889-1929). Essai d´analyse socio-rhétorique”, cit., pp. 96 y 116 n.
74 in fine . No obstante, parece no haberse reparado en la referencia, a nuestro juicio
signifcativa, que Duguit hace de André Mater en Les transformations générales du
Droit privé depuis le code Napoléon y Le droit social, le droit individuel et la
transformation de l'Etat . En este sentido, N. y A-J. ARNAUD, “Le socialismo
juridique à la belle époque : visages d´une aberration”, Quaderni Fiorentini per la
storia del pensiero giuridico moderno , 1974-1975, I/3-4, pp. 36-40. En la recopilación
de C.-M. HERRERA (dir.), Par le droit, au-delà du droit : textes sur le socialisme
juridique , Kimé, Paris, 2003, se incluyen dos de MATER,: ”L´Etat socialiste de la
gestion et la théorie juridique” (1903), y ”Sources et origines juridiques du socialisme”
(1903). Vid. también la recensión de E. RADNITZKI, “André Mater. Socialismo
conservateur ou municipal” (G. Giard & E. Brière, Paris, 1909), Archiv des öffentlichen
Rechts , 27, 2, 1911, pp. 355-356.
[134] Bourgeois se había ocupado específicamente de cuestiones sociales, vid. L
BOURGEOIS La solidarité , cit., y La politique de la prévoyance sociale , E. Fasquelle,
París, 1914. Es también el caso de Charles Secrétan (1815-1895); vid. CH.
SECRÉTAN, L'assurance contre les accidents , París, 1906. Obras que, es de significar,
se recogen como referencia de bibliografía recomendable en L. MARTÍN-GRANIZO, y
M. GONZÁLEZ-ROTHVOSS Y GIL, Derecho social , 1 ? ª ed., Reus, Madrid, 1932,
pp. 302-303. En realidad, la escuela solidarista (llamada en su tiempo "escuela nueva"),
fue fundada por Bourgeois en 1889, incorporando la idea de fraternidad republicana en
una sociedad interdependiente. Deben establecerse mecanismos de que atenúen la
desigualdad social y permite el pleno reconocimiento y disfrute de los derechos de
ciudadanía. Con todo, en base a la solidaridad de las distintas clases sociales, y su
confluencia en el Estado social; un Estado social que debe de promover la cooperación
social y suprimir los obstáculos que impidan la igualación social. La proximidad entre
la corriente del solidarismo jurídico de Bourgeois con la tendencia del socialismo
jurídico, puede apreciarse -con expresa indicación- en F. COSENTINI, La reforma de la
legislación civil y el proletariado , Est. prel., de G. de Azcárate e introd. de G. Salvioli,
versión castellana por A. Aguilera y Arjona, Franciso Beltrán, Madrid, 1921, pp. 215 y
ss. Bien es cierto que se Cosentini se muestra crítico, señalando que "el solidarismo no
podrá ser más que un paliativo, no un ideal; corresponde a una pereza del espíritu, a un
quietismo político a quien las encuestas sociales asustan por la audacia de sus
consecuencias y la perspectiva de las revueltas que presienten. Por eso es por lo que los
partidos conservadores han acogido esta doctrina; pues de este modo, la justicia social
se cumple sin ocasionar perjuicios a las situaciones adquiridas" ( Ibídem, p. 220). Vid.
J.L. MONEREO PÉREZ, Fundamentos doctrinales del derecho social en España, cit.
[135] Cfr. S. LUKES, Émile Durkheim. Su vida y su obra. Estudio histórico-crítico ,
cit., pp. 348 y ss.; J.E. HAYWARD, "Solidarity: the social history of an idea in
mineteenth century France ",International Review of Social History, IV, 1959, pp. 261-
284.
[136] Vid. J.E.S HAYWARD, "The official social philosophy of the French Third
Republic : León Bourgeois and solidarism", International Review of Social History , IV,
1961, págs.19 a 48. También, R. CASTEL, Las metamorfosis de la cuestión social. Una
crónica del salariado , Paidós, Barcelona, 1997, p. 319.
[137] Aunque Bourgeois se declaraba "socialista liberal". Vid. L. BOURGEOIS, La
politique de la prèvoyance sociale , vol.I, Bibliothéque Charpentier, Paris, 1919, p. 34.
[138] Vid. A. FOUILLÉE, La ciencia social contemporánea , cit. Para el estudio de su
pensamiento, J.E.S. HAYWARD, "Solidarity, and the reformist sociology of Alfred
Fouillée", American Journal of Economics and Sociology , 22,1963, pp. 205-222 y 305-
312. El ideario de Fouillé, entre cuyos lemas figura el de “Socialismo y Derecho
criminal”, halló eco en España a través de la corriente criminológica que inspirada en
las doctrinas del “socialismo juridico” postuló la construcción de un “derecho penal
socialista”. Vid. así A. NAVARRO DE PALENCIA, Las prisiones extranjeras
(Francia, Bélgica, Italia) , Imp. José Góngora Alvarez, Madrid, 1916, De rastrillos
adentro. (Historietas y perfiles). Estudios de la vida penal , Prol. de R. Salillas, March y
Samarán, Madrid, 1918, y especialmenteSocialismo y Derecho criminal , Reus, Madrid,
1919. También C. BERNALDO DE QUIROS – A. NAVARRO DE
PALENCIA, Teoría del código penal, s.i., Alcalá de Henares, 1911.
[139] Vid. G. RIPERT, Aspectos jurídicos del capitalismo moderno , trad.J.Quero
Morales, y Est. prel., "La organización jurídico-económica del capitalismo: El Derecho
de la economía" (pp.XIII-CL), de J. L. Monereo Pérez, Comares (Colección Crítica del
Derecho), Granada, 2000.
[140] Quien se ocupó de la materia social, véase CH. GIDE, et al.: La droit de grève ,
París, 1909, y su recepción como obra de referencia doctrinal en L. MARTÍN-
GRANIZO, y M. GONZÁLEZ-ROTHVOSS Y GIL, Derecho social , cit., p. 307. Es
relevante señalar la importancia otorgada al pensamiento de Gide en las obras de
"construcción" del Derecho social, vid. G. BRY, Cours Élémentaire de Législation
Industrielle: lois du travail et de la prévoyance social: questions ouvrières , 5ème ? éd.,
Librairie de la Société du Recueil Sirey, París, 1912, passim , y especialmente sobre su
encuadramiento en la "escuela cooperativa", que intenta dirigir la acción del Estado
hacia el fomento y desarrollo, por la cooperación, de la libertad individual en un interés
general y común ( Ibídem, pp. 44-46). Charles Gide, desde el solidarismo construyó su
propuesta a través del fomento del cooperativismo; la extensión de éste conduciría hacia
la supresión progresiva del régimen "externo" del trabajo asalariado. A través de la
cooperación organizada el trabajador es elevado a la condición de productor autónomo,
eliminando la figura del empresario capitalista. Vid. también C.M. RAMA, Las ideas
socialistas en el siglo XIX, Edit. Laila, Barcelona, 1976. Más en particular CH.
GIDE, La coopération , Tenin, Paris, 1900, y Le coopérativisme , Sirey, Paris, 1929, en
esp. su decálogo cooperativista, pp. 130-156; Historique des ASS. Coopetives de
production, Ass. L' enseignement Coopératio, leçons du Cours sur la Coopération Au
Collège France , 1922; Le programme cooperatiste et les ecoles socialiste, Ass. l'
enseignement Coopérations, leçons du Cour sur la Cooperátion Au Collège de France,
Janvier 1924; Les cooperatives de Construction, Ass. l` enseignement Coopératio 1924,
leçons du Cours sur la Coopération Au Collège de France, Févbrier-Mars 1924; Les
douze vertus de la cooperation, Fed. Nationale de Coopératives, Bibiothèque de l' école
cooperative, 1924. La recepción en nuestro país fue significativa. Véase, en tal sentido,
las traducciones, realizadas durante la Segunda República española, de CH. GIDE, La
historia de la cooperación desde hace un siglo, Conferencia pronunciada en la escuela
cooperativa internacional de Estocolmo en el año 1927, Publicación de la Federación
Regional de Coopeativas del Centro. Gráfica Socialista, Madrid, 1933; ID: El porvenir
de la cooperación, Mº. de Trabajo y Asistencia Social, trad. y prefacio de Rafael Heras,
Cooperativa Popular, Barcelona, 1938.
[141] Pertenece a la llamada "escuela solidarista", que preconiza la unión por la vida en
los grupos voluntarios y libres, en la cooperación sustitutiva del asalariado; y
preconizan la "acción armónica entre los hombres" y "atracción mutua". Vid. G.
BRY, Cours Élémentaire de Législation Industrielle, cit., pp. 46-47, que la califica de
"vaga", residiendo en ello el factor explicativo de su gran extensión y gran número de
discípulos. Pero en su flexibilidad permitió superar la excesiva rigidez y operatividad
práctica de otras doctrinas sociales.
[142] No se olvide que el republicanismo progresista estaba especialmente próximo al
socialismo reformista. En sus inicios "el republicanismo segregó, a veces en duras
condiciones de clandestinidad, una marcada orientación populista, que frecuentemente
se nutría de los mismos o parecidos elementos ideológicos que los grupos socialistas...
Por otra parte, la organización misma que el partido democrática -o republicano- se dio
estaba perfectamente capacitada para integrar a amplios grupos de procedencia social
muy diversa". Cfr. J. MALUQUER DE MOTES BERNET, Los orígenes del
movimiento obrero español 1834-1874 , en Historia de España , t.XXXIV. La Era
Isabelina y el sexenio democrático (1834-1874) , fundada por R. Menéndez Pidal y
dirigida por J. Mª. Jover Zamora, España-Calpe, Madrid, 1981, pp. 801-802.
[143] Respecto a la propia "invención" doctrinal y político-jurídica de la solidaridad
social y su instalanción como ideología jurídico-social durante la III República francesa,
vid. J. DONZELOT, L'invention du social , cit.
[144] Vid. J.E.S. HAYWARD, "Solidarist syndicalism: Durkheim and
Duguit", Socioligical Review , 8, 1960, pp. 17-36 y 185-202, en espc. p. 191; y el
mismo L. DUGUIT, "Un séminaire de sociologie",Revue Internationale de
l'Enseignement , 1, 1893, pp. 201-208.
[145] L. DUGUIT, Las transformaciones del Derecho privado , en L. DUGUIT, Las
transformaciones del Derecho público y privado , trad. C. G.Posada, Heliasta, Buenos
Aires, 1975, p.181.
[146] L. DUGUIT, Las transformaciones del Derecho privado , en L. DUGUIT, Las
transformaciones del Derecho público y privado, cit, pp.181-183.
[147] L. DUGUIT, Las transformaciones del Derecho privado , cit., pp. 191 y ss. La
idea de la solidaridad informa su concepción del derecho de asociación y su concepción
de los "contratos colectivos de trabajo" ( Ibídem, pp. 81 y ss.).
[148] Puede verse para un intento de tecnificación de esta corriente de pensamiento
jurídico, G. GURVITCH, L' idée du droit social , cit., pp. 567 y ss., el cual la
circunscribe al movimiento filosófico francés entre los dos siglos (señaladamente,
Charles Secrétan, Louis Bourgeois, Alfred Fouillée), que pretendía hacer penetrar la
fraternidad en la Justicia , rectificar o incluso modificar la Justicia por el principio de
solidaridad, alargando la noción habitual de Derecho, y establecer jurídicamente la
"deuda social" con pretensiones de reorganizar el Derecho sobre base colectiva. De esta
manera las doctrinasposteriores de la escuela francesa del objetivismo jurídico (con
Duguit a la cabeza) pueden ser consideradas como una respuesta eficaz a las cuestiones
que los partidarios del principio de la solidaridad habían formulado, sin resolverlas. Vid.
G. RICHARD, Le question sociale et mouvement philophique au XIXe siècle, 1914, pp.
244 y ss., cit., por G. GURVITCH, op.cit ., p. 569. También del mismo A., L´origine de
l´idée de droit , Thorin, Paris, 1892.
[149] No es determinante, pero sí un hecho significativo, la reedición avanzado el
primer tercio del siglo veinte de obras de los solidaristas como L.
BOURGEOIS, Solidarité (1896), cit. (9 ème ed., 1922), y A. FOUILLÉE, La
démocratie politique et sociale en France , 2 ème ed., 1923; ID.: La sociologie et le
socialisme réformiste , Alcan, Paris, 1909. Para influencia de esta dirección de
pensamiento como corriente intermedia entre Proudhon y Duguit, vid. G.
GURVITCH, L' idée du droit social , cit., pp. 567 y ss., y su influencia en la "escuela
francesa del objetivismo jurídico" (Duguit, Saleilles, Hauriou, que son los grandes
teóricos del derecho social en Francia), pp. 591-710 (escuela francesa del "objetivismo
jurídico" a la cual, como puede comprobarse, dedica una especial atención por su
contribución a la sedimentación de la "idea del Derecho social"). Gurvitch era un
profundo conocedor de la cultura jurídica francesa.
[150] Los famosos "Informes Beveridge" se construyeron sobre la base de ese principio
solidarista que progresivamente se iría instalando en los textos constitucionales de la
segunda postguerra mundial. Véase, en términos generales, F. EWALD, Histoire de
l'État-providence: les origines de la solidarité, cit. En esa dirección beveridgeana se
había señalado que la Seguridad Social es la garantía otorgada a cada hombre de que en
cualquier circunstancia podrá asegurar en condiciones satisfactorias su propia
subsistencia y la de las personas que están a su cargo. Aparece así la Seguridad Social
como mecanismo socializado de liberación de las necesidades humanas. Cfr. P.
LAROQUE, "De l'assurance à la Sécurité sociale", en Revue internationale du travail ,
LVII, 6, 1948, p. 567.
[151] Nótese que Gierke había diferenciado las asociaciones de colaboración y las
asociaciones de dominación. Sobre esta distinción y su significación técnica y político-
jurídica, vid. G. GURVITCH, L' idée du droit social , cit., pp. 552 -563.
[152] Vid. G. GURVITCH, L' idée du droit social , cit., p. 570 (Secrétan), p. 581
(Fouillée).
[153] Sobre Duguit, vid. G. GURVITCH, L' idée du droit social , cit., pp. 595 y ss.,
quien oportunamente recuerda que Duguit caracterizaba a su doctrina como un "sistema
realista, socialista y objetivista", pretendiendo darle una base positivista o a menudo
"sensualista" (L. DUGUIT, Les transformations du droit public , 2 ème ed., 1921, p.
281).
[154] No se olvide que, verificando confluencias y comunidades de pensamiento,
Posada paulatinamente fue también inclinándose hacia el transpersonalismo.
[155] Vid. L. DUGUIT, Soberanía y libertad , cit.
[156] Así lo manifesta expresamente en sus memorias, A. POSADA, Fragmentos de
mis Memorias , cit., p. 268.
[157] Vid. J. RAWLS, El liberalismo político , trad. de A. Domènec, Crítica, Barcelona,
1996, e, insistiendo especialmente en el valor de la tolerancia, ID.: El derecho de gentes
y una revisión de la “razón pública” , trad. de H. Valencia Villa, Paidós, Barcelona,
2001.

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