Repensar La Psicologia y Lo Comunitario 2014 87 104 PDF

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Jorge Mario Flores Osorio 87

Algunas premisas para el desarrollo de métodos analécticos en el


trabajo psicosocial comunitario

Maritza Montero
Universidad Central de Venezuela
88 Repensar la psicología y lo comunitario en América Latina

En la primera mitad de la década de los 90 comenzó a estructurarse en algunos


países de América Latina (Puerto Rico, México, Colombia, Venezuela), un
movimiento que dio lugar al nacimiento de una psicología social comunitaria
estructurada en función de las realidades y necesidades de nuestro continente.
La base de ese movimiento respondía a los avances que ya desde fines de
los 70 e inicios de los 80, se hacían desde una perspectiva crítica y de la
convicción de que sólo trabajando con la gente (es decir, con la población y
en su terreno, no en grupos creados al azar; aquellos que hasta bien entrados
los 80 se solía llamar “sujetos de investigación”), se podría producir un modo
de hacer psicología que respondiese a las urgentes necesidades presentes en
nuestros países. Un nuevo paradigma se estaba formando, ya que el hipotético
deductivo de base positivista había sido rechazado por quienes veíamos su
incapacidad para responder a las urgentes necesidades sociales de grandes
núcleos de población. En nuestros países se podría producir un modo de
hacer psicología que respondiese a las urgentes necesidades presentes en ellos.
Ese movimiento, del cual la psicología comunitaria que comenzó a
generarse en nuestras aulas y sobre todo fuera de ellas, en nuestra América
compartió y recibió con entusiasmo las ideas que llevaron a Ignacio Martín
Baró a proponer una psicología de la liberación (1986), que es ya una corriente
no sólo latinoamericana sino mundial. Pero no se quedó solo allí, en 1993 una
nueva expresión inspirada en la filosofía de la liberación (Dussel, Scannone),
afloró en lo que Alejandro Moreno ha llamado episteme popular (1993),
luego redefinida, por influencia de la analéctica, como episteme de la relación
(Montero, 1999).

Las ideas de otredad y la relación de su efecto en la psicología comunitaria


latinoamericana.
Esa episteme guarda dentro de sí otra noción muy importante: la noción de
Otredad, que propone que esas personas otras, vistas pero dejadas de lado, no
incorporadas a los beneficios de las sociedades en que viven, sean incluidas,
no sólo en la práctica sino en la concepción epistemológica de lo que se
suele llamar como sujeto del conocimiento y en su relación con el objeto de
conocimiento.
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La idea de Otredad ya se venía construyendo antes de ser oficialmente


nombrada en el campo filosófico, como suele ocurrir cuando se trabaja
desde la praxis. Su primer propulsor fue Paulo Freire, y con él una pléyade
de investigadores contemporáneos y también discípulos de ese maestro (p.e.:
Viera Pinto, Rodríguez Brandão, entre otros). La educación popular freiriana,
desde los años 60, la sociología militante y crítica desarrollada por Fals Borda y
sus contemporáneos (grupo La Rosca), desde esa misma época y la incipiente
psicología comunitaria de inicios de la segunda mitad de los 70 y primera
mitad de los 80, ya afirmaban la necesidad de la participación de esos Otros
de los cuales se habla como si fuesen conceptos abstractos, y no “gente como
uno”, que comparten una cotidianidad marcada para ellos por la desigualdad
respecto de un nosotros, que los mira sin verlos. A su vez la teología de la
liberación, igualmente venía señalando a esos Otros en los pobres, en los
desamparados, en aquellos que, para esa misma época, llamó Fanon (1961)
“condenados de la tierra”.

La filosofía de la liberación y su influencia.


Desde inicios de los 70 dos filósofos en nuestro continente, J.C. Scannone y E.
Dussel, también habían comenzado a trabajar sobre las ideas de la otredad, de
la inclusión, de la liberación y de la relación (Scannone, 1976; Dussel, 1974,
1985, 1998). Dussel introduce el concepto de analéctica, emparentado con los
conceptos de exterioridad y de trascendencia del Otro que simultáneamente
venía trabajando el filósofo E. Levinas (1971/1995). El concepto queda
firmemente establecido y reconocido en los 80 y a partir de esa época comienza
su andar por las ciencias sociales. Este concepto ha obtenido en la psicología
comunitaria un importante papel en cuanto a la praxis que se está tratando
de generar en esta rama de la psicología, en relación con el concepto de
concientización proveniente de Freire (1964, 1970) y trabajado por Barreiro
(1974/1986), llevado a la praxis psicológico-comunitaria.

Qué es analéctica.
La analéctica, según la plantea Dussel, es un método, y más precisamente, una
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corrección y ampliación de un método muy conocido que ya necesitaba ser


objeto de crítica para poder avanzar. Dussel inicia su crítica proponiendo una
ampliación de la dialéctica hegeliana y de su sucesora, la dialéctica marxista.
Considera entonces que la totalidad tradicional que ha sido construida en la
modernidad y que consta de los tres consabidos elementos: tesis, antítesis y
síntesis, es una totalidad cerrada. Cerrada específicamente a los Otros, es decir
a aquellos que podrían tener algo que decir acerca de la proposición que inicia
la función dialéctica; acerca de aquello que la contrapone y también sobre el
resultado sintético de esa relación de transformación, pero cuya posibilidad
de juicio no es reconocida. Una idea que introduzca aspectos no considerados
por ninguno de esos tres elementos y que sin embargo sean importantes para
lo que se discute, formulada por alguien sin acceso a esa totalidad, no cabe (en
el modelo tradicional) en ella, no pertenece, no es parte.
En su crítica Dussel considera que la inclusión del Otro es una
necesidad, que aquello que se designa como alteridad debe ser tomado en
cuenta. Y a ello podemos añadir que la posición de quien plantea la tesis, que
en términos filosóficos es definido como el Uno al ser el punto de partida para
la producción de un conocimiento, puede estar presentando una posición
dominante, proveniente de su mundo de vida. Esta concepción cerrada de la
totalidad es limitante y genera lo que ha sido llamado como dialéctica negativa
(Dussel, 1985).
La analéctica es entonces una posición que critica al método dialéctico
negativo, pero que no pretende destruir la dialéctica, sino enriquecerla
generando en ella un avance metodológico y ético, pues incorpora a seres
humanos que pueden estar siendo objeto de discriminación. Seres humanos
cuyas ideas no se conocen, cuyas voces no se oyen. Por tal razón se crea el
nombre de analéctica o ana-dia-léctica, neologismo que proviene del griego
“anás”, que designa a lo que está más allá, lejos, más allá del horizonte cerrado
de una dialéctica sin Otros.
Utilizaré la definición de analéctica dada por Dussel en 1988, que
sintetizo aquí de la siguiente manera: Es una extensión de la dialéctica que
permite la inclusión de la diversidad y lo extraño, de un Otro no imaginado,
dentro de la totalidad integrada por tesis, antítesis y síntesis; cuya entrada en
esa totalidad la expande y enriquece. A lo cual se agrega que ése es el momento
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del método dialéctico que da prioridad a lo que está más allá de la totalidad,
es decir a la exterioridad que es la esfera fuera de ella. La analéctica considera
que toda persona, grupo o pueblo está siempre situado más allá de la esfera de
la totalidad. Y es en esa exterioridad donde reside lo único que no es conocido
ni puede ser conocido desde la totalidad cerrada al Otro.
Un resumen de los elementos que componen el método analéctico
muestra una primera condición: se trata de un método práctico y político,
que es responsabilidad de todos. Su aspecto fundamental es la inclusión
del Otro incorporado desde la opresión que lo reduce a la exterioridad. Esa
exterioridad incluida niega la opresión, o en palabras de Dussel es la negación
de la negación, por lo cual la liberación de ese Otro es una categoría afirmativa
de base. La analogía que permite trabajar con la distinción y la innovación
es otro principio de este método, que afirma la inclusión del conocimiento
popular a la par que la de la ciencia, que reflexiona y delibera, que permite la
toma de decisiones y el llevar a cabo lo decidido, y que es un proyecto con fines
estratégicos que hace de aquellos que habían sido excluidos plenos sujetos de
derecho y de ciudadanía.
Estudiando la obra de Dussel podemos darnos cuenta de algo muy
interesante: el reclamo crítico hecho por Dussel no es parte de una teoría
abstracta, por el contrario, para quienes hemos trabajado desde la praxis
en la psicología social comunitaria, el eje fundamental correspondiente a la
inclusión de esos Otros ignorados y reducidos a más allá del cinturón marginal
de la totalidad, ha sido el punto de partida de esa psicología social comunitaria
que comenzó a ser hecha, con ese nombre, entre fines de los 70 e inicios de los
80. La praxis psicológica comunitaria ilustra lo que una frase dusseliana señala
respecto de la condición del método analéctico, diciendo que asciende de lo
abstracto a lo concreto, yendo de un horizonte de seres a otro, hasta encontrar
una fundamentación. En lo que sigue, señalaré cómo el desarrollo de métodos
psicológico-comunitarios se ha alimentado de prácticas metodológicas
desarrolladas en la segunda mitad del siglo XX en ciencias sociales tales
como la sociología y la antropología críticas, en la educación popular, en la
etnometodología, y también a partir de la hermenéutica, pero porque en su
constitución inicial esa psicología se estructuró sobre la base de una conciencia
ética y política. Veremos cómo se expresa esa base que ejemplifica la condición
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analéctica en los aspectos metodológicos que examinaré a continuación.

Condiciones básicas de los métodos analécticos.


La palabra método usada en plural se debe a que hablaré de diversos modos
de hacer esa inclusión de los Otros en el trabajo psicosocial comunitario
cotidiano. La analéctica es una noción básica y clave que se evidencia en las
diversas expresiones de la praxis, mostrando así la condición metodológica
práctica de ella. La participación de la comunidad, su carácter creativo y
decisor señalan su contribución ontológica, puesto que desde las comunidades
se genera conocimiento, expandiéndolo más allá de la unidad individual
y convirtiéndolo en una pluralidad de horizontes de seres, cuyos aportes
rebasan los límites de la misma comunidad. Son condiciones que hacen
analécticos a los métodos que luego mencionaré y a otros que con esta misma
base ontológica creen las siguientes:
· Ser críticos, es decir que no se construyen como normas rígidas,
imperecederas, sino que están sujetos a la prueba “de las cosas mismas”,
como dicen los hermeneutas, a la posibilidad de la transformación.
Y que no anclan el saber en una sola posición, en una sola decisión
establecida. La crítica es un juicio o examen que produce cambios
en el modo establecido de ver y de entender, mostrándonos nuevos
aspectos no antes vistos. Ella “nos priva de nuestras herramientas
habituales induciéndonos a crear otras nuevas, pero sin que eso
signifique que serán mejores herramientas” (Montero y Fernández
Christlieb, 2003, p. 7).
· La totalidad como categoría fundamental. Los métodos de base
analéctica no pueden centrarse en aspectos parciales de un fenómeno,
deben situarlo y estar atentos a sus complejidades y variaciones.
· Partir de la identidad y de la diferencia, esto es tomar en cuenta no
sólo lo que hace único y distinto a lo que se estudia sino también
aquello en lo cual puede asemejarse a otros fenómenos o casos. Hacer
esto último, de hecho es también una buena manera de encontrar las
diferencias.
· Ser explicativos. A partir de la totalidad del fenómeno buscar y
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presentar sus relaciones con fenómenos sociales, concretos, propios


del ámbito social en el cual ocurren, que pueden modificar o expandir
las concepciones teóricas e hipotéticas a partir de las cuales se inició
la búsqueda de conocimiento, que es lo más abstracto.
· La apertura hacia los Otros. En los métodos psicológico-comunitarios
se trabaja con la gente y entre la gente. Las personas con las cuales
se investiga o interviene tienen, como se suele decir en la psicología
comunitaria, voz, voto y veto. Esas personas participan, en el
completo sentido del verbo, en la demanda de explicación y en el
cuestionamiento y modificación a lo que hacen los /las interventoras/
investigadores, como parte del trabajo que se hace en la comunidad.
· La exterioridad de los Otros es una razón para estos métodos.
· Se trabaja a partir de las peculiaridades y singularidades de esas
personas.
· El principio ético del respeto del Otro, que al aceptar su distintividad
y sus perspectivas es una condición básica. Esto es lo que Levinas
(1998) y Dussel (1988), llaman la “ética primera”.
· El primer sujeto es el Otro dominado o excluido. La comunidad es
reconocida, a partir de su complejidad y diversidad, como el Otro
afectado.
· Relación dialógica de igualdad entre quien interviene o investiga y
las personas con las cuales lo hace. Diálogo es preguntar y responder,
opinar y contradecir y llegar a acuerdos discutidos conjuntamente. Es
también comunicación.
· Praxis desarrollada por todos los agentes interviniendo, desde fuera
y desde adentro.
Como puede verse los puntos antes señalados no son tareas,
son las coordenadas fundamentales que definen el giro analéctico en las
intervenciones e investigaciones que hacemos en la práctica de las profesiones
cuyo ámbito es lo social. Si hacemos un recuento de los métodos en el caso de
la psicología comunitaria y de la psicología política (mis áreas preferenciales de
investigación y acción), veremos que en el caso de los métodos participativos,
de los métodos biográficos y de los métodos para la conciencia (no me gusta
la palabra concientizadores, porque me suena a unilateralidad), que se han
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venido usando en esas dos ramas de la psicología, desde una perspectiva


participativa y liberadora, podemos rápidamente encontrar las normas en
las cuales se expresan las condiciones analécticas. Creadas a veces antes de
conocer la analéctica.

La analéctica en la práctica metodológica de la psicología comunitaria.


Las bases analécticas se convierten en práctica metodológica en función de
los temas, problemas, intervenciones o estudios que queramos hacer a (el
plural en este caso incluye a dos tipos de actores sociales: agentes internos
que pertenecen a comunidades, grupos de otro tipo, que buscan o necesitan
nuestros servicios profesionales y agentes externos tales como profesionales,
ONG, funcionarios públicos, psicólogas, por ejemplo). El principio tradicional
según el cual el método sigue al objeto de investigación es evidente en la
corriente analéctica puesto que el sujeto es el Otro, en cualquiera de sus
múltiples expresiones sociales; por lo tanto, son sus necesidades y expectativas
las que deben privar al plantear una intervención.
Veamos cuáles son, a su vez, algunos aspectos que deben ser
observados y que de hecho han estado siendo usados por las ciencias sociales
(incluidas la psicología comunitaria y la psicología de la liberación) en
América Latina desde hace tres décadas.

El diálogo.
La primera herramienta que llena las condiciones analécticas es el diálogo.
Señalado por Freire (1970, 1973, 1984) como pilar metodológico y punto
de partida para la relación de producción de conocimiento, el diálogo es
reconocido y utilizado en muchos países del mundo, cuando se quiere trabajar
con el Otro. El diálogo supone un mínimo de dos personas que se escuchan,
que se preguntan y responden una a la otra u otras, tratando temas de mutuo
interés.
La escucha en particular ya fue señalada por Freire a lo largo de toda
su amplia obra. Si no escuchamos estamos ignorando al Otro. No escuchamos
cuando damos respuestas que no aluden a lo que los Otros dicen, cuando
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sólo hablamos para insistir sobre nuestros propios intereses y conocimientos,


cuando tratamos de convencer por encima de toda argumentación.
La escucha genera al menos dos preguntas metodológicas: ¿Cómo
escuchar? Y ¿Por qué escuchar? La respuesta a la primera es escuchar
conociendo al Otro, aprendiendo del Otro y sobre el Otro. Es escuchar
pensando en lo que se oye. Pero no se escucha sólo con los oídos, se escucha
a la vez que se observa y se percibe, de manera global, con todo el cuerpo,
viendo y sintiendo lo que las personas (nos) dicen. Y a su vez, nuestros gestos
conscientes e inconscientes van indicando al Otro u Otros que estamos
escuchando y revelan parcialmente nuestras reacciones a lo que se dice, a la vez
que sentimos y percibimos. Sin embargo, no basta sólo escuchar, pues tal cosa
sería apropiarse de lo dicho, sin dar de sí. No se estaría generando una relación
de igualdad, sino de extracción. Y la relación de igualdad es necesaria para
poder generar acciones y reflexiones transformadoras. La segunda respuesta
es que escuchamos para poder trabajar con los Otros; para ayudar a los Otros,
para contribuir con nuestro saber y para generar nexos útiles con el saber de
esos Otros, que nos enriquece, colaborando a la vez con nuestras capacidades.
Escuchar sin establecer una relación dialógica es otra forma de alejar al Otro.
Como ya dijo Freire (1997): “Es escuchando como se aprende a hablar con la
gente”. Es escuchando como se puede responder.

La participación.
La participación es otro de los pilares analécticos desarrollados por las ciencias
sociales latinoamericanas y en particular por la psicología comunitaria
generada en esta parte del continente. Es ella la que introduce al Otro
exilado/a de la totalidad, puesto que ya no es sólo palabra sino que es además
la multiplicación de la acción y con ella la toma de decisiones y la puesta en
práctica de las reflexiones. Una característica de la participación con sentido
analéctico está claramente explicada por esa psicología al afirmar, a partir
de la praxis, que la participación transforma a las personas que participan
para transformar algo que les interesa o que es necesario hacer. Ella es “una
condición para el fortalecimiento y para la libertad” (Montero, 2004, p. 227),
además de ser incluyente (Sánchez, 2000, p. 41).
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Participar supone llevar a cabo acciones, analizando y tomando


decisiones con otras personas; incluye además producción e intercambio
de conocimientos; puede dar lugar a expresiones de creatividad; da lugar a
relaciones compartidas, contribuye a generar organización, responsabilidad,
reflexividad, una normatividad creada por las personas participantes;
solidaridad; patrones democráticos de interacción y a dar y recibir (Montero,
2004, pp. 227-228).
En 2004 di una definición de participación que ahora he redefinido
con pocos cambios, desde la perspectiva de la praxis, como: un proceso
dinámico y comprometido, que es organizado, libre e incluyente, en el cual hay
una variedad de actores, de actividades y de grado de compromiso, orientado
por valores y objetivos compartidos en el cual se producen transformaciones
colectivas e individuales. Hago énfasis en el carácter dinámico pues como
todo esfuerzo, participar toma mucho de nuestras fuerzas, razón por la cual
las personas no suelen mantener un ritmo imperturbable al participar. Hay
momentos de alto compromiso, y los hay también de baja participación, de
descanso. Ello es natural. Lo más importante es conservar el sentido de ser
parte, de hacer parte, de tener parte (Díaz Bordenave, 1983; Hernández, 1996)
y activarlo cuando las circunstancias lo exigen sin que ello sea producto del
capricho, sino de la organización.

Transformación, cambio y sus ritmos.


Nuevamente nos encontramos no ante un episodio sino ante un proceso
que tiene su propio ritmo, que es fijado por el compromiso participativo, o
participación-comprometida, y por la conciencia de las personas participantes,
tanto agentes externos como agentes internos. Esto produce desajustes entre
la planificación del trabajo y las etapas que a veces, en el caso de la psicología
comunitaria, son programadas con la comunidad y ello se debe a los temores
y dudas, a los mitos y creencias, a la ignorancia de la propia fortaleza y a la
exageración o menosprecio de la capacidad ajena.
Por tales razones la palabra del Otro debe ser no sólo escuchada sino
además buscada y por eso el diálogo es fundamental. Esos tiempos y ritmos
deben ser respetados porque ellos son parte de la peculiaridad del Otro, así
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como los planes y recomendaciones que llevamos las agentes externas pueden
ser vistos como las peculiaridades propias de nuestras profesiones.

Las vías metodológicas de la reflexión.


La reflexión aparece como parte de un método en las ciencias sociales, en la
educación popular freiriana. Acción-reflexión-acción han llegado a ser algo así
como el mantra de los métodos participativos. En efecto, el momento reflexivo
es fundamental no sólo en esas formas de investigación e intervención,
sino también en la aplicación de métodos biográficos y de métodos para la
concientización. Estos métodos al ser nombrados pareciera que son sistemas
separados, pero en el caso del trabajo comunitario, pueden usarse tanto
sucesiva como simultáneamente en un mismo o en varios trabajos, y en todos
ellos el aspecto reflexivo está presente cuando se los emplea con un sentido
concientizador, liberador y crítico.
Una forma específica que se suele usar en psicología comunitaria
es la de las reuniones de discusión-reflexión en las cuales participan agentes
tanto internos como externos en igualdad de condiciones. En ellas no hay
una selección de las personas que asisten hecha por los agentes externos, es
la comunidad y el carácter participativo y comprometido de sus miembros lo
que determina la asistencia. Tales reuniones son un ámbito para la crítica de
acciones y planes, de programas y de su gestión, de generación de ideas, de
solución de problemas, de confrontación, problematización y concientización.
Esas reuniones suelen generar inclusión, tanto de personas y grupos que
podrían ser consideradas como provenientes de la exterioridad académica,
respecto de la comunidad, o como provenientes de la exterioridad comunitaria
respecto del ámbito de los planes gubernamentales, de la academia, de las
ONG.

La movilización de la conciencia y su carácter crítico.


La sumisión, la opresión, la discriminación, la exclusión pueden llevar a
las personas a elaborar autoconceptos, imágenes de sí mismas, marcadas
por la minusvalía. Tales concepciones generan en esos Otros segregados y
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descalificados dudas acerca de sus capacidades e incluso la convicción de que


no son capaces de decir algo importante, de considerar que ni ellos ni sus ideas
son importantes o de que todo saldrá mal, pues así ha sido en su experiencia
pasada.
Nuevamente es Freire quien acuña el concepto liberador: la
concientización (ya usado por Vieira Pinto en 1961). Un proceso movilizador
de la conciencia, de carácter liberador respecto de situaciones, hechos o
relaciones, causas y efectos hasta ese momento ignorados o inadvertidos, que
inciden de una manera considerada negativa por los sujetos de ese proceso
(Montero, 2004). La concientización, de la cual se habla mucho pero muy
pocas veces con precisión, pues no se suele describir el proceso y mucho menos
explicarlo, es la adquisición de conciencia de sí como agente transformador/a
capaz de construir, de mejorar, de defender, de oponer y lograr resultados
transformadores como persona en una sociedad con la cual la persona está
o puede estar comprometida (Montero, 2009). Es entonces la conciencia del
carácter dinámico de las relaciones que se tiene con el mundo, de la propia
capacidad crítica que se tiene respecto de ellas y de la situación negativa en
que se vive (Barreiro, 1986/1974).
Ese proceso en realidad es la suma de muchos otros procesos que van
desde los modos a partir de los cuales es construida la condición de otredad
hasta los que la deconstruyen, rompiendo la cadena de ignorancia, sufrimiento
y exclusión. Los procesos excluyentes se inician a partir de la naturalización
de condiciones de vida que no deberían existir, pero que son consideradas
como los modos de ser de las cosas, como algo inmanente a la condición de
la persona que las sufre. Así son las cosas. Hay muchas expresiones populares
para explicar las carencias: “Cuando el pobre lava, llueve”; “Si vieres a un
blanco de un negro en la compañía, o el blanco le debe al negro o es del negro
la comía”, “Nosotros no sabemos hablar” (luego, no podemos ir a reclamar
algo); y como decía Martin Baró (1986), que le señalaban los campesinos
salvadoreños: “Uno de pobre no puede...”.
La naturalización se define como el “proceso mediante el cual ciertos
fenómenos y pautas de comportamiento son considerados como el modo
de ser de las cosas en el mundo, como parte esencial de la naturaleza de la
sociedad” (Montero, 2004, p. 292).
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El proceso de naturalización se basa en otro, básico y universal,


necesario para vivir la cotidianidad sin tener que pensar en cada cosa que
hacemos: el hábito (o habitus), concepto muy bien descrito por Pierre
Bourdieu (1972), que no requiere ser pensado ni planificado, pues se efectúa
de manera casi automática, aplicando pautas sociales y culturales no expresas
unidas a expectativas sociales implícitas, que facilita la vida social al liberar
de la planificación, reflexión y decisión, pero que puede llevar a reproducir
irreflexiva y acríticamente circunstancias de vida que pueden ser perjudiciales
para las personas. El problema reside en que aspectos negativos pueden
convertirse en habituales, pasando a ser considerados como modos esenciales
de ser y de hacer. Esa conversión es la naturalización esencializadora que
debe ser desechada por la persona mediante su contrastación con modos
de ser opuestos, con posibilidades que pueden y deben experimentarse (por
ejemplo, mediante la participación y la reflexión) y que ocurre en la persona,
se produce desde ella, no desde un agente externo insistente. El método
de problematización (Montero, 2007, 2009) ha sido creado para generar
oportunidades desnaturalizadoras.
La desnaturalización consiste en un examen crítico de nociones,
creencias y procedimientos que sostienen modos de hacer y de comprender en
la vida cotidiana de personas y grupos específicos (no son generalizables), de
tal manera que lo naturalizado sea desprovisto de su naturalidad mostrando
su carácter construido. En ese sentido es parte del proceso de problematizar
y concientizar (Montero, 2004, p. 287). Pero no es el único aspecto en ese
proceso, la desideologización y la desalienación también son necesarias y
de hecho estos tres subprocesos, presentados por separado para su mejor
comprensión, pueden superponerse entre sí, complementándose.
La desideologización ha sido definida como la construcción y re-
construcción de una conciencia integral, no fraccionada, mediante la cual se
produzca una comprensión del mundo en que se vive y de las circunstancias de
vida, en tanto que totalidad, a la vez que se buscan las causas y las conexiones
entre esas circunstancias, a fin de erradicar la ignorancia que mantiene su
hegemonía (Montero, 2004, p. 287).
La desalienación es el proceso en el cual la persona logra establecer
la relación entre sus acciones y sus creencias y la sociedad a la cual pertenece,
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encontrando el valor de sus actos, de sus productos y de su ser en esa sociedad


y en el mundo, al poner de manifiesto el origen de la relación de poder que
lleva a considerar que las cosas son más importantes que las personas. El
resultado de ese poner en evidencia es una ruptura entre la persona y la
consideración alienada que la hacía tomar en cuenta como natural lo que
responde a intereses sociales; como lejano e inaccesible, lo que es parte de su
existencia y de su lugar en la sociedad.
Desnaturalización con su condición desesencializadora,
desideologización y desalienación son parte del proceso que Freire bautizó
como problematización y que hemos desarrollado metodológicamente. La
problematización es un método para la movilización de la conciencia crítica,
de condición mayéutica pues se basa en preguntas que conducen a dudar de
algo considerado como parte del ser en el mundo, como algo inamovible,
inmodificable. Su base, asentada en la duda, genera desacuerdos, discusiones,
sospecha y la consiguiente búsqueda de información y de nuevo saber. De
acuerdo con Freire, la problematización se produce en el diálogo, un diálogo
cuya estrategia es producir personas críticas a través de acciones y las
reflexiones que sensibilizan a las personas que participan en el proceso tanto
respecto de aspectos cognitivos como afectivos, conducentes a cambios en el
modo de pensar y de entender el mundo de vida en relación con la sociedad.
Los aspectos analécticos antes señalados como parte de los métodos
que hemos desarrollado en la psicología comunitaria, pero que también
se aplican a otras ramas de la psicología, particularmente las de mayor
orientación social, tales como la psicología política, la psicología ambiental,
la psicología escolar, por ejemplo, son evidentes en el proceso general de
problematización (con todos sus subprocesos incluidos). La escucha dentro
del diálogo, el respeto del otro al dialogar, la posición equilibrada de la
psicóloga o del psicólogo que participa en el proceso sin colocarse como
superior y la condición crítica están allí, expresados como condición sine
qua non de este método; como también lo son de los métodos denominados
participativos, de los cuales puede ser un momento o etapa (de hecho la
problematización es participativa porque puede y suele llevarse a cabo en
grupos, aunque también podría ocurrir sólo entre dos personas).
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La problematización y su especificidad.
Los aspectos específicos de la problematización son los siguientes: la
consideración de que el proceso problematizador, que conducirá a la
concientización, comienza en el diálogo pero se desarrolla en la conciencia
de las personas. No hay respuestas buenas o malas, precisas o imprecisas, lo
importante es que revelen las contradicciones y relaciones hasta entonces no
percibidas por las personas.
Otra condición específica es que la problematización tiene que
referirse a situaciones reales o hechos concretos existentes en el entorno
de las personas, ya que va siempre unida a acciones y cogniciones
realizadas o expresadas en la vida cotidiana de las personas participantes.
Recordando a Lucien Goldmann, el filósofo húngaro de la Escuela de París,
la problematización permite el desarrollo de la conciencia posible que lleva
a la transformación, ya que otorga a la situación o hecho problematizado la
condición de inaceptable o insoportable. En ese sentido es posible definirla
como el desarrollo dialógico de una situación límite (para una vez más invocar
a Freire, 1970), ya que en el momento en que la duda causa la ruptura con
la creencia antes habida, ya no es posible volver atrás. Al saber no se puede
seguir actuando como si todo fuese igual, aunque sí puede haber la adopción,
a sabiendas, de una posición indeseable, lo cual genera nuevos traumas a la
persona que tal cosa hace.
La problematización, al mostrar las contradicciones de una
situación específica, motiva las acciones de cambio necesarias para
lograr transformaciones destinadas a superar los aspectos negativos. Los
resultados no dependerán sólo de la conciencia y motivación liberadora y
transformadora, ya que la transformación puede ser parcial o más o menos
lenta, según las condiciones que rodean a cada caso y según los recursos que
pueden movilizarse.
102 Repensar la psicología y lo comunitario en América Latina

Conclusión.
Las premisas para generar métodos para la conciencia deben ser vistas como
apenas un apoyo para su movilización, lo que conduce a la liberación respecto
de ideas heredadas, aquellas que impiden transformar aspectos que nos hacen
dependientes de creencias y juicios que sesgan nuestras relaciones. Ellas nos
permiten poner en movimiento la crítica, el darnos cuenta, el contrastar y
medir y decidir. Pero todo el proceso ocurre en la mente de cada persona. No
es “inyectado”, ni “instilado” en el cerebro de un pasivo. Es generado por esa
persona. La problematización es sólo el catalizador que permite mostrar los
elementos de base en un todo que parecía homogéneo, por lo tanto surgen
nuevas ideas, nuevas acciones. Y eso ocurre en la persona.
La base ética de estos métodos y estrategias no permite que el/la
sujeto externo corrija e imponga, ni insinúe o insista. Sólo puede preguntar
y mostrar. Si insistiese y obligase, toda liberación estaría dejada de lado, no se
habría avanzado en el proceso de conocer, de decidir, de entender por sí misma.
El respeto del Otro impide la imposición de ideas. Por el contrario, genera el
derecho a la discusión, a la diversidad de opiniones, a la inclusión del Otro
desde la conciencia; que cada una/o dialogue, participe y que colectivamente
se construyan nuevas formas individuales de conocimiento que puedan ser
conocidas por todos. Saber qué se hace, por qué se lo hace, para qué y para
quién se lo hace.

Construcción analéctica, colectiva, del conocimiento.

Respeto del Otro


Inclusión
Por el otro
Diversidad Ética Redefinición del Otro
Por el uno
Igualdad
Inclusión del Otro
Participación
Decisión
compartida

Diálogo
Compromiso Construcción colectiva del conocimiento

Maritza Montero, 2013


Jorge Mario Flores Osorio 103

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