Secretos de La Vid (Bruce Wilki - Bruce Wilkinson
Secretos de La Vid (Bruce Wilki - Bruce Wilkinson
Secretos de La Vid (Bruce Wilki - Bruce Wilkinson
Prefacio 2
1. Historias de la viña 4
2. Lo que quiere Dios 8
3. La mejor noticia 13
4. Amor por grados 19
5. Despertar en el campo 24
6. Florecer bajo las podaderas 31
7. Más de Dios, más con Dios 38
8. Vivir en la Presencia 43
9. Gozosa abundancia 49
PREFAClO
Estimado lector:
La abundancia —ese hermoso desbordamiento de valores genuinos en la vida de una
persona— es exactamente aquello para lo que nacimos usted y yo. No en balde la
anhelamos tan profundamente. Sin embargo, millones de cristianos se conforman con
menos, porque no comprenden las formas que tiene Dios de producirlas, y se resisten
ante ellas.
En La oración de Jabes les señalé a los lectores cómo pedir una vida de impacto e
importancia abundantes para Dios. En Secretos de la vid les quiero mostrar cómo obra
Dios en nuestra vida para responder a esa oración, y qué podemos hacer para cooperar
con Él en hacer que se convierta en realidad Le sorprenderá descubrir lo mucho que
Dios quiere la abundancia para usted. Y se sentirá aliviado al saber que nunca tendrá
que volver a interpretar incorrectamente sus caminos en su vida.
Por eso lo invito a leer este librito con el corazón abierto y una gran esperanza.
Sinceramente,
Bruce Wilkinson
1
HISTORIAS DE LA VIÑA
Ha estado alguna vez con alguien muy cercano a usted que está a punto de morir;
alguien que o ama y le quiere dejar unas últimas palabras? “Acércate”. Y usted se
inclina hacia él, esforzándose para escuchar.
“Te quiero decir algo. He esperado hasta ahora... pero ya no puedo seguir esperando”.
Usted sabe que va a recordar todas y cada una de esas palabras durante el resto de su
vida.
Imagínese ahora que esa persona que está a punto de hablarle es Jesús. ¿Con cuánta
atención lo escucharía? ¿Por cuánto tiempo y con cuánta profundidad meditaría sobre
las últimas palabras que le dijo el Señor?
En las próximas páginas lo invito a un encuentro, tal vez el primero, con las palabras de
Jesús en j 15 el corazón de su mensaje final a sus discípulos la misma noche en que fue
traicionado. Antes que atardeciera el día siguiente, Jesús estaría extendido sobre una
cruz, desnudo y con el cuerpo traspasado, mientras se le iba la vida.
Él sabía que las palabras que dijera aquella noche harían eco en la memoria de sus
amigos durante años. Con el tiempo, la verdad de su “conversación en el lecho de
muerte” los llevaría a una manera totalmente nueva de pensar. Estas palabras finales son
tan poco comprendidas hoy, que las he llamado “secretos”, pero estoy convencido de
que el propósito de Jesús era que estuviera claro su significado. El tiempo de las
parábolas y los significados escondidos había pasado.
El quería que durante generaciones, todos sus seguidores llegaran a saber con exactitud
cómo llevar una vida desbordante, y comprender lo que Dios haría para convertirla en
una realidad.
Observe cómo el Salvador escoge con cuidado y ternura el momento para hablar.
NOCHE DEL JUEVES, ESCALERAS ARRIBA
Si hace tiempo que usted es cristiano, es probable que haya oído hablar mucho del
aposento alto, el escenario de esa cena culminante que tuvo Jesús con sus discípulos.
Entonces, se podrá imaginar con facilidad a aquellos hombres alrededor de la mesa,
reclinados sobre cojines, con el rostro vuelto hacia el Maestro. Puede escuchar las
conversaciones en voz baja. Puede oler el aroma del pan recién horneado, del cordero
asado y las cebollas.
Es la noche anterior a la Pascua, el día en que la nación judía conmemora la forma en
que escapó de la esclavitud en Egipto. Centenares de miles han acudido a Jerusalén para
celebrar, y este año más que nunca, se escuchan rumores por toda la ciudad acerca del
Mesías. Varios profetas han predicho que en un día como éste, llegará el Mesías a
libertar a Israel para siempre de todos sus opresores.
Pero los hombres reclinados alrededor de la mesa saben algo que no saben las
multitudes de fuera. El Mesías ya se encuentra allí. Está allí, con ellos, en esa
habitación.
Los discípulos han pasado tres años con Él, y han llegado uno por uno a la misma
conclusión: Jesús de Nazaret es el Mesías, aquel que vale la pena arriesgarlo todo por
seguirlo. De hecho, están tan seguros de la forma en que se van a desarrollar los hechos
en la semana de Pascua, que se han pasado gran parte del viaje desde Galilea
discutiendo acerca de quién va a recibir cuál puesto de honor en el nuevo reino.
Comienza la cena.
Pedro, pásame el cordero.
Oye, Jacobo, vamos temprano al Templo. No me quiero perder cuando vengan diez mil
ángeles a darles una lección a las legiones romanas.
¡Psst, Mateo! Yo diría que tus preocupaciones por el dinero están apunto de pasar a la
historia.
Los discípulos esperan que estas horas entre amigos, iluminadas por lámparas en aquel
aposento alto, sigan hasta entrada la noche, conmovedora pero pacífica, llena de brindis
por los buenos años que van a venir. Pero las cosas comienzan a cambiar.
EL CAMBIO
El apóstol Juan recoge el momento exacto en que cambió su estado de ánimo:
Y cuando cenaban... Jesús... se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una
toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los
discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. (Juaiil3:2—5
Espantados, aquellos hombres solo pueden observar avergonzados mientras el Mesías
les quita la mugre de entre los dedos de los pies. El agua salpica en el recipiente. Los
discípulos se mueven nerviosos, sin atreverse a hablar. ¿Por qué el rey de mañana se
comporta como un criado esta noche?
Empeoran las cosas. “De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a
entregar”, anuncia Jesús ( 2 ) Aquellos hombres asombrados miran alrededor de su
círculo. Entonces viene el remate. Jesús le dice a Pedro que antes que salga el sol, lo
habrá negado a El, a su Señor, tres veces. Comienzan a darse cuenta de algo: Toda su
misión está condenada al fracaso.
Por supuesto, Jesús les ha estado tratando de decir durante meses que su cita en
Jerusalén es con una cruz, y no con un trono. Pero sus advertencias han estado mezcla
das con predicciones de que el Mesías está a punto de regresar en poder y gloria, y los
discípulos han escuchado lo que ellos han querido oír.
Pero esta noche, Jesús los despoja de sus últimas esperanzas. “Todavía un poco, y el
mundo no me verá más”, dice, “pero vosotros me veréis”. Esto anula la posibilidad de
un triunfo público.
Jesús sigue adelante. El golpe final suena como si aceptara el triunfo de su enemigo:
“No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo”. Eso solo
puede significar una cosa: Jesús no es el gobernante, y no será el rey.
Veo ahora la angustia dibujada en el rostro de los discípulos. Escuche conmigo las
palabras de Jesús. Fuera de contexto parecen serenas; casi llenas de esperanza. Pero en
la crisis de aquella habitación, cada frase re fleja la devastación emocional de sus
hombres. Escuche las palabras de El... y después observe sus rostros:
Hijitos… Ellos se sienten pequeños y débiles.
Yo os he amado... Lo miran incrédulos, desconfiados y temerosos.
No se turbe vuestro corazón... Se están hundiendo en la ansiedad y el temor.
“No os dejaré huérfanos”... Se están desplomando ante Él como niños abandonados,
indefensos ante un mundo hostil.
Termina la noche en el aposento alto. Terminan las preguntas. En medio del silencio,
Jesús dice: “Levantaos, vamos de aquí” ( 14:31)
LUZ EN LA VIÑA
Once hombres abatidos siguen a Jesús escaleras abajo y salen al fresco aire de la noche.
Algunos de los discípulos llevan lámparas o antorchas encendidas para iluminar el
camino. Tal vez Jesús les dice a dónde se dirige: va a un huerto del monte de los Olivos
donde ellos van con frecuencia. Tal vez ya lo saben. Pero yo creo que, mientras se oye
el eco de sus pasos por las estrechas callejuelas, no pronuncian ni una sola palabra.
Los discípulos siguen a Jesús colina abajo, por las retorcidas calles de Jerusalén.
Evitando el monte del Templo y sus ruidosas multitudes en fiesta, Jesús gira a la
derecha y sale con ellos fuera de la ciudad. Después hacen un brusco giro a la izquierda
para seguir hacia arriba el valle de Cedrón hasta su lugar de destino.
A lo largo de las terrazas que siguen la curva del valle, pasan por viejos viñedos.
Caminan en una sola fila entre hileras de vides cuidadosamente atendidas; plantas que
han estado dando fruto durante generaciones. Por encima de ellos, a su izquierda, se
alzan los muros de la ciudad y las rampas del Templo. Enfrente, y a la derecha, se alza
el monte de los Olivos, donde les esperan el Getsemaní y la traición.
Jesús se detiene aquí. Bordeados por hileras de vides, los discípulos se reúnen alrededor
de Él. Las lámparas y las antorchas chisporrotean en el aire de la noche, y sus llamas
vacilan ante sus ojos.
Jesús alcanza un pámpano. Mostrando señales del crecimiento de la primavera, su
leñoso tallo yace sobre su mano bajo la dorada luz. Comienza a hablar: “Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el labrador”
Durante varios minutos, Jesús les habla sosegadamente sobre pámpanos y uvas, y de
cómo el labrador cuida de su viña escogida. Ciertamente, no es lo que sus discípulos
han esperado oír. Pero este es el momento que escoge Jesús para revelarles su
sorprendente destino.
LAS CORTINAS DEL CIELO
Son demasiados los cristianos que he encontrado de pie en las sombras de esa viña.
Como los discípulos, han descubierto que seguir a Jesús se les ha vuelto demasiado
diferente a lo que esperaban. Se sienten confundidos y desilusionados; tal vez, hasta
traicionados por Dios.
¿Le pasa esto a usted? Si así es, escuche detenidamente: Creo que una de las principales
razones de su crisis espiritual podría ser que usted no haya escuchado ni comprendido
las palabras de Jesús en la viña.
En mi vida de cristiano hubo décadas enteras en las que yo tampoco comprendía. Y
porque no comprendía, me aparté de la comunión. Luché contra Dios. Me conformé con
una experiencia espiritual caracterizada muchas veces por la desilusión, la duda e
incluso el enojo. Al recordar aquello, veo que aún estaba pensando en un Dios que me
ayudaría a ganar bajo mis propias condiciones. No había sabido acercarme a escuchar.
Sin embargo, a lo largo de los años, volvía una y otra vez a aquel círculo iluminado por
las lámparas, vio que oí allí finalmente, ha traído libertad y gozo a mi vida. Ahora
comprendo lo que Dios quiere de mí: Una cosecha abundante para Él. Y ahora puedo
ver que Él ha estado obrando en mi vida todo este tiempo para que se, produzca.
¿Está dispuesto a tomar en serio lo que dijo Jesús en aquellos momentos finales y
decisivos? Todas las palabras cuentan. Jesús le quiere abrir las cortinas de los cielos a
usted, tal como se las abrió a sus discípulos.
Porque, ¿sabe una cosa? El también estaba pensando en usted aquella noche. Estoy
seguro. En Tomás el cauteloso y Pedro el intrépido, en Natanael el inocente y en Jacobo
el maquinador, y también lo vio y lo amó a usted.
Y creo que lo estaba dirigiendo con tanto amor hacia este librito tan intencionadamente
como llevó a sus amigos más íntimos hasta aquella viña.
Los secretos de la vid que le voy a mostrar en los próximos capítulos constituyen el
asombroso plan de nuestro Padre para mantener florecientes —física, emocional y
espiritualmente— a sus hijos. De hecho, los podríamos llamar “secretos de familia”,
porque en realidad solo tienen sentido para discípulos como usted, que ha seguido a su
Señor todo el tiempo hasta este lugar... más allá de la celebración, fuera de los muros de
la ciudad, y derecho hacia las tinieblas.
2
LO QUE QUIERE DIOS
Piense en algunas de las cosas que Jesús no se puso en la mano para explicarles su
mensaje aquella noche en la viña.
No se puso dinero.
No se puso un mapa para una invasión militar (o angélica) de Jerusalén.
No se puso una carta donde les explicara a todas las esposas que se habían quedado en
casa lo que significaban aquellos últimos tres años.
Jesús estaba pensando en las uvas. Sosteniendo un pámpano de una vid madura, les
dijo:
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva
fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto”. ( 15:1-2, 5, 8)
¿Qué imágenes le vienen a la mente? ¿Siente la áspera corteza, los rizos de un zarcillo,
la pelusa que tienen en la superficie las hojas nuevas? ¿Huele la aromática dulzura de
las uvas?
A Jesús le gustaba mucho presentar las verdades más profundas con ejemplos sencillos,
tomados de la tierra misma. En su último mensaje antes de morir, quería que usted y yo
comprendiéramos con todo nuestro ser que Él nos ha dejado en este planeta por una
razón apremiante, y que esa razón tiene que ver en todo con el fruto.
VID VIEJA, PERSPECTIVA NUEVA
Jesús introdujo una imagen dentro de la metáfora de la vid para ayudamos a comprender
nuestro papel en cuanto a dar frutara Dios.
1. Jesús es la vid. Si usted no creció en tierra de viñedos, tal vez piense que la vid es una
larga rama rastrera que se extiende a lo largo de un enrejado. En realidad es el tronco de
la planta, que sale del suelo. Los viñadores han mantenido tradicionalmente las vides a
la altura de la cintura: entre noventa centímetros y un metro. La vid termina en un gran
nudo, del que salen los pámpanos en todas las direcciones, siguiendo un enrejado de
alambre.
El Padre es el labrador. El labrador es el que cuida la viña, ya sea el dueño, o la persona
contratada para atenderla. Su tarea es sencilla: sacar de sus plantas la mayor cantidad de
kilogramos de uva que pueda. Una viña saludable y debidamente cuidada significa una
cosecha mayor.
Usted y yo somos los pámpanos. En la viña, los pámpanos son el centro de atención de
los esfuerzos del labrador, porque son los que producen el fruto. Se atan a un enrejado o
se apoyan con varas para que circule el aire, de manera que se les proporcione la mayor
cantidad posible de sol, y se pueda llegar a todos ellos a la hora de cuidarlos. El labrador
cultiva amorosamente cada uno de los pámpanos, de manera que le dé tanto fruto como
sea posible.
Es posible que estas imágenes de la viña sean interesantes desde el punto de vista de la
horticultura, pero permítame preguntarle: ¿Por qué hablaría Jesús con tanto detalle
acerca del cuidado de las uvas, cuando faltaban unas cuantas horas para su muerte, y las
esperanzas de sus mejores amigos habían acabado de quedar aplastadas?
Está claro que Jesús sabía que eran el momento y el lugar correctos para enseñarles a los
discípulos una nueva manera de ver las cosas. El quería que vieran su futuro desde la
perspectiva del cielo. No los quería dejar en la tierra preguntándose: ¿Qué intenciones
tendrá Dios con mi vida? ¿Por qué las cosas no están saliendo como yo esperaba?
¿QUÉ ES EL FRUTO?
Durante años, leí este pasaje como una llamada general a los cristianos para llevar a
otros a los pies de Cristo. Sin embargo, no hay razón para restringir lo que quiere decir
Jesús al fruto de ganar almas. He ido siguiendo las palabras fruto y buenas obras en la
Biblia, y se usan de una manera casi intercambiable. Tome, por ejemplo, este versículo
de Tito:
“Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de
necesidad, para que no sean sin fruto”. (3:14)
Tampoco los discípulos habrían interpretado las palabras de Jesús solo en el sentido del
evangelismo. Como gente que vivía cerca de la naturaleza, habrían entendido que el
fruto simbolizaba el mejor resultado, o el premio más dulce en la vida.
Tal vez hayan recordado estas conocidas palabras:
[“El hombre religioso] será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su
fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”. (1:3)
En la práctica, el fruto representa las buenas obras: un pensamiento, una actitud o una
acción nuestra que Dios valora, porque lo glorifica a Él. El fruto de su vida es la forma
en que Dios recibe en la tierra el honor que le es debido. Por eso Jesús declara: “En esto
es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto”. (15:8)
Usted lleva fruto interno cuando le permite a Dios que alimente en usted una calidad de
vida nueva que lo asemeje a Cristo: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. ( 5:22)
Lleva fruto externo cuando le permite a Dios que obre a través de usted, de manera que
le dé gloria. Por supuesto, dentro de esto se incluiría el compartir su fe con otros. Los
apóstoles veían todos los aspectos de la vida como oportunidades para dar fruto. Pablo
escribió: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de
que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena
obra” (Corintios 9:8) Tanto si está cortando leña para una viuda, como si está cuidando
a un vecino enfermo, o pasándose la vida entera como misionero en la selva, aparece el
fruto externo cuando lo que le motiva es darle la gloria a Dios.
Entonces, ¿qué importancia y qué valor tiene dar fruto? Jesús dice: “Yo os elegí a
vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”
(15:16). El fruto es su único depósito permanente en el cielo. El fruto real permanece
para siempre. Y es la principal razón terrenal por la que usted recibió la salvación. Pablo
les dijo a los cristianos que ellos habían sido “creados en Cristo Jesús para buenas
obras”. (Efecios 2:10)
Jesús no nos ha guiado hasta este círculo alumbrado por antorchas, solo para convertir
nuestros sueños en realidad. Nuestros sueños, como los de sus discípulos, siempre son
demasiado pequeños. Estamos aquí para convertir en realidad el sueño de Dios: que le
demos gloria por medio de una vida extraordinariamente abundante. Así es como
hallamos nuestra mayor realización personal, ahora y por toda la eternidad.
Tal vez le parezca que algo tan decisivo dentro del plan de Dios debería ocurrir de
manera automática en su vida y en la mía. Nada podría estar más lejos de la verdad.
Para que la viña produzca realmente, los pámpanos tienen que responder a las
atenciones del labrador. Pero, como veremos, no todos los pámpanos responden igual.
De hecho, cada pámpano de la viña es único, y cuando llega el día de la vendimia, cada
uno de ellos habrá producido una cosecha de distinto tamaño.
Caminemos ahora por nuestra cuenta dentro de la viña. Le voy a mostrar cuatro niveles
distintos de rendimiento eterno. Está usted a punto de tener una clara imagen de lo que
está significando su vida para Dios en estos mismos momentos.
CANASTOS DE QLORIA
Es muy de mañana en época de vendimia y en tierra de viñedos. Usted ha salido a
disfrutar del aire fresco, cuando encuentra que su sendero lo lleva serpenteando por un
encantador viñedo en el costado de una colina. Entre las filas, nota canastos de cosecha
puestos en el suelo: uno debajo de cada pámpano. Supone que el labrador ya ha estado
allí, probablemente al amanecer. Por la forma en que están puestos los canastos, se
puede notar que ha estado probando las posibilidades. Como sería de esperar, el
labrador quiere saber, antes que los carretones entren retumbando al pueblo más
adelante en la semana para recoger la cosecha, qué clase de cosecha va a poder
presentar.
Usted recoge el primer canasto, y mira dentro. No ve fruto alguno. No es muy alentador;
hay pámpanos que no llevan ni una sola uva. Jesús estaba pensando en estos pámpanos
cuando dijo: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto”. (Juan 15:2)
Pasa a la fila siguiente, y mira dentro del segundo canasto.
¡Qué alivio! Ve varios racimos sanos de uvas acomodados en el fondo. Entonces, hay
algunos pámpanos que no son estériles. Se pueden hallar uvas en ellos, si se busca bien.
Jesús describió este pámpano como el que “lleva fruto “. Sin embargo, no hay mucho
de qué emocionarse aquí. Usted comienza a dudar de las habilidades del labrador, y del
potencial de este costado de la colina.
Afortunadamente, la siguiente fila lo tranquiliza. Ve un canasto lleno más arriba de la
mitad con uvas gruesas y jugosas. Se sentiría orgulloso si saliera de la viña con este
canasto. En la ilustración de Jesús, este pámpano lleva “más fruto”. (v.2)
¿Puede ser mejor aun la cosecha? ¡Sí! Espere a deleitarse la vista con el canasto de la
última fila.
Aquí, usted observa enseguida que tanto el tamaño como la cantidad de las uvas son
extraordinarios. El cuarto canasto desborda con las uvas más grandes y apetecibles que
usted haya visto jamás. De hecho, no sabía que un solo pámpano pudiera producir tanto.
La descripción que hace Jesús de este pámpano es que “lleva mucho fruto”. (v.5)
Cuando llega a casa, entiende mucho mejor lo que Jesús estaba tratando de decir en la
viña:
—Cada uno de nosotros es un pámpano que está produciendo un nivel claramente
definido de abundancia (que yo he representado con los canastos):
• Canasto 1 — “ningún fruto”
• Canasto 2 — “fruto”
• Canasto 3 — “más fruto”
• Canasto 4 — “mucho fruto”
—El padre quiere que le demos más fruto, lo quiere tanto, que atiende activamente
nuestra vida, de manera que vayamos ascendiendo: de pámpanos estériles, a pámpanos
productivos, y desde un canasto vacío, hasta un canasto desbordante.
Y siempre es posible más. ¿Por qué? ¡Porque fuimos creados para dar fruto; más fruto..,
y más fruto todavía!
Déjeme preguntarle algo: ¿Cuánto fruto ve en su vida hoy?
CREADOS PARA LA ABUNDANCIA
Le he preguntado al público en el mundo entero cómo se podría describir el nivel de
fruto que se produce entre los cristianos de hoy. Las respuestas coinciden. Llegan a la
conclusión de que cerca de la mitad de los cristianos dan muy poco fruto, o ninguno.
Una tercera parte dan algún fruto. Solo alrededor del cinco por ciento dan mucho.
Si mira a los cristianos con los que asiste a la iglesia, ¿le sorprenden estas cifras? ¿En
qué grupo estaría usted? Si este retrato del pueblo de Dios es aunque sea remotamente
cierto, podrá captar de inmediato lo importantes que son las enseñanzas de la viña.
Llevar fruto no es un fenómeno exclusivo, reservado para ciertas clases de cristianos. Es
el destino de todos y cada uno de los creyentes.
Si Jesús nos escogió para la abundancia, espera abundancia y nos creó para anhelarla
profundamente, ¿cómo podremos encontrar realización en un canasto a medio llenar?
La respuesta es esta: Ni podemos, ni debemos.
En los seis capítulos siguientes, encontrará tres secretos de la vid que pueden
transformar su vida. Cada uno de ellos es un principio poco conocido o muchas veces
mal entendido, que le va a abrir una vida desbordante de fruto para Dios. No los llamo
secretos en el sentido de que solo yo los conozca, sino porque cada uno de ellos es la
clave para resolver un problema. Sin embargo, puedo decir con certeza que si usted no
conoce y aplica las enseñanzas de Jesús en la viña, nunca experimentará la vida
abundante que anhela. Sencillamente, no hay otra forma.
Si sospecha que su pámpano tiene poco fruto o ninguno, los dos capítulos próximos son
especialmente para usted. Vamos a ver aquel primer canasto vacío y el pámpano estéril
que lo acompaña. Verá por qué algunos cristianos de buen corazón se quedan atascados
durante años en la confusión, el dolor y la necesidad, y comprenderá por qué las cosas
no tienen que ser así. Le garantizo que una vez que se dé cuenta de lo que está haciendo
en su vida la mano invisible de Dios —y responda positivamente—, comenzará a
florecer de inmediato. Y se preguntará por qué se contentó con tan poco durante tanto
tiempo.
3
LA MEJOR NOTICIA
(QUE USTED NO QUERÍA OÍR)
En un retiro me encontré hace poco con Catherine, una señora que parecía atrapada en
una red invisible. Era una profesional brillante y elocuente y tenía algo más de sesenta
años de edad. Cuando el grupo en el que estaba cenando compartió sus experiencias
espirituales, Catherine admitió que nunca había sido capaz de abrirse paso hacia una
vida cristiana provechosa.
—Sencillamente, no me parece que mi fe sirva para nada, si no es para sentirme
culpable. Siento siempre que Dios no está contento conmigo —dijo—. Y, ¿por qué no?
Al fin y al cabo, yo no tengo tanta importancia para El, con lo grande que es el mundo.
Aquella noche, Catherine se preguntó varias veces en voz alta por qué su fe no
funcionaba. Cuando ya era la hora de los postres, tuve una idea.
—Creo que hay algo más que la está estancando espiritualmente —le dije.
— ¿Cómo qué? —me preguntó.
Después de haber desechado unas cuantas posibilidades, le hice una sugerencia:
— ¿que usted no sabe perdonar?
— qué se le ocurre semejante cosa? —parecía perpleja.
—Tal vez esté equivocado —le contesté, pero me ofrecí a hablar más con ella, si lo
deseaba.
A la mañana siguiente, me estaba esperando después del desayuno. Admitió que había
pasado una larga noche y había dormido poco. ¿La podría ayudar? No llevábamos
mucho tiempo hablando, cuando comenzó a brotar la amargura contra su madre. Le pedí
que escribiera en una hoja de papel todas las heridas y las acusaciones que asociaba con
ella. A la mañana siguiente, Catherine fue de nuevo a mi encuentro, esta vez temblando
y agarrada a un manojo de papeles. Había estado llorando.
—Esto es —me dijo en voz baja—. Esto controla mi vida.
Me dio cinco hojas de papel, cada una de ellas escrita por ambos lados con una letra
muy pequeña. Línea tras línea, estaba llena de amargas acusaciones contra su madre. El
resultado final era la crónica de toda una vida de pérdida personal.
Hablamos. Lloró. Pero después de una hora, pudo arrepentirse de tener un espíritu
incapaz de perdonar, y liberar a su madre. Vi suavizarse su rostro, como si el reloj
hubiera dado marcha atrás veinte años.
—Ahora usted está lista para recibir de Dios algo nuevo —le dije. Ella estuvo de
acuerdo.
Seis meses más tarde, recibí una nota suya. Me decía que se había reconciliado con su
madre, pero que aquello solo era el principio. “De nuevo estoy en una buena relación
con Dios”, escribía. “Siento como si mi alma estuviera respirando de nuevo. Hasta mis
amigos que no son cristianos lo han notado. Y también he comenzado a disfrutar cuando
lo sirvo a Él”.
Como Catherine, son millones los cristianos sinceros que viven atrapados en una red
invisible. Sienten dolor. Se sienten fracasados. Su vida presenta poco o nada que tenga
importancia eterna, y no saben por qué.
¿Es usted uno de ellos? Si lo es, usted es el creyente en el que estaba pensando Jesús
primero aquella noche de la viña. En este capítulo vamos a ver los pámpanos estériles y
los canastos vacíos. Preguntaremos cómo reacciona Dios ante un pámpano como
Catherine, un pámpano que no produce nada durante un largo periodo de tiempo, y
cómo lo trata. Se enfrentará a unas cuantas realidades duras que lo podrían alarmar.
Pero llegará a comprender el inestimable secreto que puede convertir lo estéril en
hermoso.
Si es eso lo que quiere, acérquese...
El PÁMPANO ESTÉRIL
Jesús dijo: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará” (Juan 15:2)
¡Qué pensamiento tan perturbador! Algunos buenos maestros de Biblia han interpretado
este versículo en el sentido de que si no damos fruto, no podemos ser cristianos. Otros
han dicho que “lo quitará” significa que si usted persiste en llevar una vida donde no
haya evidencias de su salvación, la perderá.
Sin embargo, ¿no le parece que las palabras “todo pámpano que en mí” deberían
demostrar la idea principal aquí? El Nuevo Testamento describe al creyente una y otra
vez como alguien que está “en Cristo” por ejemplo 1Corintios1:30; lo esta paralizando;
2Corintios 5:1 7; Efesios 2:10 y Filipenses 3:9. Por tanto, creo que podemos llegar
tranquilamente a la conclusión de que es posible estar “en Cristo”, pero ser por un
tiempo como ese pámpano que no produce fruto. La experiencia lo demuestra. Si usted
es como yo, habrá pasado una semana, o un año, viviendo de tal forma, que sabe que no
está dando fruto. Creo que de eso es de lo que Jesús está hablando.
Además, ya desde el principio sabemos que la salvación nunca ha sido una obra nuestra:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 2: 8-9) Revisar
Entonces, aparece la desconcertante observación de Jesús en Juan 15:3: “Ya vosotros
estáis limpios”. ¿Cómo se relaciona lo de “quitar” con lo de “estar limpio”? ¿Que tiene
que ver “estar limpio” con lo de “no llevar fruto”?
La respuesta tiene dos partes.
En primer lugar, una traducción más clara del verbo griego airo, presentado en i5j
“quitar”, seria “tomar” o “levantar”. Encontramos traducciones precisas de airo, por
ejemplo, cuando los discípulos “tomaron” doce canastos de comida después de la
alimentación de los cinco mil (Mateo 14:20) o cuando obligaron a Simón a “llevar” la
cruz de Cristo (Mateo 27:32) y cuando Juan el Bautista dijo que Jesús era el Cordero de
Dios que “quita”, o “se lleva” el pecado del mundo. (Juan 1:29)
De hecho, tanto en la Biblia como en la literatura griega, airo nunca significa “cortar”.
Por tanto, cuando algunas Biblias traducen la palabra como “quitar” o “cortar” en se
trata de una lamentable interpretación, más que de una traducción clara.
“Levantar” sugiere la imagen del labrador inclinándose para levantar el pámpano. Pero,
¿por qué?
La segunda parte de la respuesta me llegó hace años en una conferencia de pastores
junto a la costa del Pacífico. Un hombre bronceado por el sol se me acercó y me
preguntó:
— ¿Comprende usted Juan 15?
—No del todo —le respondí—. ¿Por qué?
—Yo soy propietario de un gran viñedo en el norte de California —me dijo—, y creo
que lo he resuelto —enseguida yo me ofrecí a pagarle un café.
LEVANTAR
Sentados ya a la mesa del restaurante, frente a frente, él me comenzó a hablar de la vida
del viñador: las largas horas pasadas caminando por los viñedos, cuidando de las uvas,
viendo cómo se desarrolla el fruto, esperando el día perfecto para comenzar la
vendimia.
—Los pámpanos nuevos tienen una tendencia natural a arrastrarse y crecer por el suelo
—me explicó—. Pero allí abajo no dan fruto. Cuando crecen por el suelo, las hojas se
cubren de polvo. Al llover, se llenan de lodo y de moho. Así, el pámpano se enferma y
se vuelve inservible.
—Entonces, ¿qué hace usted? —le pregunté—. ¿Lo corta y lo desecha?
—¡no! —exclamó—. El pámpano es demasiado valioso para hacer eso. Recorremos la
Revisar
viña con un cubo de agua, en busca de esos pámpanos. Los levantamos y los lavamos
—entonces me hizo una demostración con sus manos oscuras y callosas—. Después los
enredamos o los atamos en el enrejado. Muy pronto comienzan a prosperar.
Mientras él hablaba, yo me podía imaginar los movimientos de las manos de Jesús
mientras enseñaba aquella noche en la viña. Les estaba mostrando cómo el Padre se
asegura de que su cosecha sea completa y la uva sea dulce. cuando los pámpanos caen
al suelo, Dios no los desecha ni los abandona. Los levanta, los limpia y los ayuda a
prosperar de nuevo.
De repente, comprendí algo. Levantar.., limpiar... Desde entonces, nunca he vuelto a
leer Juan como antes.
Para el cristiano, el pecado es como el polvo que cubre las hojas. No pueden llegar a
ellas el aire y la luz. El pámpano languidece y no se desarrolla fruto alguno. ¿Cómo nos
levanta del lodo y de la miseria nuestro Labrador? ¿Cómo hace que nuestro pámpano
pase de estéril a hermoso, de manera que podamos comenzar a llenar nuestro canasto?
La respuesta a esta pregunta es el primer secreto de la vid.
SU RESPUESTA LO ES TODO
En los dos últimos capítulos hemos estado hablando acerca de las actuaciones de Dios
en nuestra vida para llevarnos de dar “fruto” a dar “más fruto”; del canasto con un poco
de fruta dentro, al que tiene mucha. Mi meta es ayudarlo a reconocer lo que ya está
sucediendo en su vida, de manera que pueda colaborar con Dios... y pasar al siguiente
nivel
de abundancia.
No lo estoy invitando a pedir una poda. Las pruebas llegan. Sencillamente, la cuestión
está en que usted permita que Dios haga su resuelta obra de poda en usted, o que la
desperdicie.
En la poda, su manera de responder es la determinante. Puede quejarse, rebelarse, hacer
concesiones, o huir. O puede experimentar el gozo, el consuelo y el reposo que les llega
a los discípulos que mantienen los ojos fijos en el premio, y no en el sufrimiento.
Escuche cómo Pedro describe la forma en que estaban triunfando algunoscristianos de
sus tiempos en medio de fuertes pruebas:
En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,
tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe,
mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea
hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin
haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo
inefable y glorioso. (l Pedro 1: 6-8)
Aquí, en este momento de la fe con gozo, se abre ante usted el último secreto de la vid.
Ya usted está listo para experimentar la más dulce de las abundancias: el misterio que
Jesús llamaba “permanecer”.
7
MÁs DE Dios,
MÁS CON Dios
En una de esas hermosas mañanas de Georgia, iba en auto al trabajo, cuando se puso
junto a mí un Corvette negro convertible con el techo recogido y la pintura reluciente.
El chofer se veía tranquilo y seguro con sus lentes de sol de diseño especial. Segundos
más tarde, aquel auto deportivo salió a gran velocidad y desapareció en una loma.
Fue entonces cuando lo noté: faltaba algo. Claro; aún tenía mi billetera y mi ropa. Aún
tenía mi trabajo, con su larga lista de cosas por hacer. Aún tenía esposa e hijos en el
hogar. Pero había desaparecido mi corazón. Me lo habían robado, y ahora se iba a toda
velocidad en aquel Corvette.
Cuando entré a la oficina, me hallaba ya en plena crisis, pensando en renunciar, y tal
vez ponerme a trabajar en un estacionamiento. El ministerio que el día anterior me
parecía tan importante, en esos momentos me sabía a serrín. Aquella tarde, al llegar a
casa, conversé sobre todo aquello con Darlene. Decidimos que el problema podía
proceder de un agotamiento total. Durante meses había estado trabajando más
fuertemente y durante más horas, pero tal parecía que el rendimiento había sido menor.
A la hora de acostarnos, habíamos llegado a la perturbadora conclusión de que la pasión
que solía sentir por servir a Dios había ido decayendo durante cierto tiempo. En
realidad, aquel Corvette negro tenía poco que ver con mi dilema. Todo lo que había
hecho era robarme la ilusión de que las cosas marchaban bien.
En lugar de renunciar, comencé a orar. Durante días, le supliqué a Dios que me dijera
qué debía hacer. Me pareció que me indicaba que llamara a George, un hombre al que
había conocido más de diez años antes. George es un respetado erudito y mentor de
líderes que vive en la costa del Pacífico. Cuando lo llamé por teléfono, tuve que luchar
para expresar con palabras mi problema.
“Bruce, ¿estás pasando por problemas de dinero?”, me preguntó. Yo le dije que no.
“ que tenga que ver con el sexo?” No; nada de ese tipo.
Cuando colgué el teléfono, él me había invitado ya a tomar un avión e ir a California
para hablar con él.
“SÉ QUE ESTÁS AQUÍ”.
Unos cuantos días más tarde, George y yo estábamos instalados en dos grandes sillones
de cuero rojo. Por la ventana se veían unos eucaliptos que se movían con la brisa.
—Cuéntame toda la historia de tu vida —me dijo—, y no tengas prisa.
Hablé’ por lo menos una hora. Cuando mi relato llegó a dos años antes de aquel
momento, George me detuvo.
—Déjame terminar yo la historia de tu vida —me dijo.
—Pero, ¿cómo puedes hacerlo? —le pregunté—. Ni siquiera sabes lo que me ha
sucedido.
—Pero sí sé por qué estás aquí —me dijo. Se levantó para servirme otra taza de café, y
siguió hablando—. He estudiado las vidas de más de quinientos líderes cristianos:
ejemplos bíblicos, figuras históricas y personas del presente, algunas de las cuales t
conoces. Y, Bruce, estás llegan do puntual.
— para qué? —le pregunté. Decididamente, George había captado mi atención.
De pie frente a mí, levantó las manos con las palmas vueltas hacia mí.
—Estas son tus dos fuentes de realización. Mi mano derecha representa tu relación con
Dios; la izquierda representa tu competencia en el ministerio —me dijo—. Cuan do
comenzaste a servir al Señor, tu relación era joven y vibrante. Tenía que serlo, porque tu
competencia era débil
—movió hacia arriba la mano derecha, de manera que quedara más alta que la
izquierda.
Siguió hablando: —Pero con el tiempo, aumentó tu competencia —movió las dos
manos, de manera que quedaran una junto a la otra—. En esa etapa, la realización que
experimentabas a causa de tu competencia era aproximadamente igual a la que
experimentabas por tu relación con el Señor.
Su mano izquierda se fue levantando por encima de la derecha.
—Muy pronto, tu competencia se hizo evidente ante todo el mundo. Nunca habías
producido tanto para Dios. Pero tu caminar con El comenzó a sufrir. Tu satisfacción
decayó —hizo una pausa—. Bruce, aquí es donde te hallas ahora.
Me dijo que me hallaba en la etapa en la que la mayoría ponen más energía aun en lo
que hacen, con la esperanza de recuperar la realización que sentían en el pasado. Pero
esto no funciona por mucho tiempo. Algunos se van me tiendo en aventuras amorosas,
abandonan el ministerio, se echan atrás en su entrega de toda la vida.
—Bruce —me dijo—, el Señor te está diciendo: “Pon en el primer lugar tu relación
conmigo”. Es hora de cambies de posición tus manos de nuevo. Si lo haces, vas a hallar
el gozo que echas de menos ahora, y mucho más.
En menos de dos horas, George había llegado hasta el centro mismo de mi agonía: mi
relación con Dios. Fue un momento dificil para mi, pero me abrió los ojos.
¿Le parece conocido algo en esta historia mía? Al recordarlo ahora, puedo poner lo que
me estaba diciendo George en términos relacionados con la vid:
Estás dando una buena cantidad de fruto. No eres “levantado” en la disciplina. Y no se
te está podando. Sin embargo, te sientes atrapado entre dos tensiones opuestas: un
anhelo creciente por producir mayor fruto aun, y una realización decreciente en el fruto
que ya estás produciendo.
Ahora, usted está listo para ese cuarto canasto, el que está tan lleno de suculentas uvas,
que se desborda. Sin embargo, se siente frustrado, de notado y en peligro de perder la
cosecha de toda una vida.
Y no tiene idea de lo que debe hacer.
Cuando me levanté del sillón de cuero de George, ya había comprendido una verdad
sencilla, pero amedrenta dora: Dios no quería que hiciera más cosas para Él. Quería que
estuviera más con Él.
Estaba listo para el secreto final de la viña.
EL LUQAR DONDE USTED SE DEBE QUEDAR
Después de ver a Dios actuar en su vida por medio del castigo y de la poda, tal vez
pensará que es candidato ahora para el programa perfecto; quizá una complicada
estrategia tomada del Nuevo Testamento para multiplicar el crecimiento en sí mismo y
en otros. Al fin y al cabo, si el fruto equivale a las buenas obras, entonces seguramente
el “mucho fruto” debe equivaler a muchas obras más.
Sin embargo, en sus observaciones finales en la viña, Jesús apartó por completo la
atención de los discípulos de todo lo que fuera obras. Me lo imagino inclinado hacia
delante dentro del círculo de luz en aquella noche primaveral. Lo veo siguiendo las
retorcidas curvas de una vieja vid, y noto cómo se detienen las puntas de sus dedos en el
lugar donde el gran tronco se divide en pámpanos.
“Permaneced en mí, y yo en vosotros”, dice.
Entonces, dirige la atención de los discípulos al pámpano, cortado y atado al enrejado, y
repleto ya con la promesa de la futura vendimia.
Cómo el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así
tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
¿Comprenden sus amigos lo que está diciendo? ¿Acaso están atendiendo? Sus ojos
recorren el círculo:
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece
en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque
separados de mí nada podéis hacer.
En estos momentos tan críticos, Jesús habla de lo que debe suceder a continuación;
después de la disciplina para quitar el pecado, y de la poda para cambiar las prioridades.
Permaneced en mí...
Imaginese el punto donde el viejo tronco se encuentra con el vigoroso pámpano. Es el
punto de encuentro; el lugar donde se produce este permanecer. He aquí la conexión por
donde pasan las sustancias nutritivas de la savia para alimentar al fruto en desarrollo. La
única limitación en cuanto a la cantidad de savia que llegue al fruto, está en la
circunferencia del pámpano en el punto donde se encuentra con la vid. Eso significa que
el pámpano que tenga con la vid la conexión más grande y menos obstruida, es el que
más permanece, y va a tener el mayor potencial en cuanto a dar una gran cosecha.
Esta imagen nos lleva a la categoría final y más abundante de la fecundidad; al tercer
secreto de la vid.
EL TERCER SECRETO dE LA vid:
Si su vida ya produce mucho fruto, Dios lo va a invitar a permanecer con Él a un
nivel más profundo.
Dios no tiene el propósito de que usted produzca más para Él, sino que quiere que tome
la decisión de estar más con Él. Sólo a base de permanecer en Dios podrá usted disfrutar
de la amistad más provechosa con Él y experimentar la mayor abundancia posible para
su gloria.
Permanecer significa quedarse, mantenerse en una estrecha conexión, asegurarse para
mucho tiempo. Con esta imagen, Jesús les está mostrando a los discípulos que la
conexión vital y continua con Él es la que va a determinar la cantidad de poder
sobrenatural suyo que va a obrar en su vida.
En el espacio de seis versículos de Juan 15 Jesús repite diez veces el verbo permaneced
Se puede sentir la pasión y a urgencia de su súplica. El sabe que está a punto de dejar a
sus amigos, pero les está diciendo: “Tenemos que estar juntos”. Sabe que en los años
siguientes, estos hombres abatidos y asustados que están allí de pie con Él en la viña,
van a ser llamados para que produzcan una cantidad de fruto milagrosa y nunca vista;
suficiente fruto para volver el mundo al revés.
Y sabe que no pueden comenzar a lograr esta clase de impacto para la eternidad sin
aquello que tendrán mayor tendencia a olvidar: más de Él.
LOS MISTERIOS DEL PERMANECER
Permaneced”, dice Jesús. No se pierda este mandato. Permaneced es un imperativo; no
una sugerencia ni una petición. A los niños no hay que mandarles que coman postre. Se
le manda a alguien que haga algo, porque no lo va a hacer de manera natural.
En las épocas de castigo y de poda, el Labrador es el activo. Busca. Tiene la iniciativa.
A nosotros nos toca responder. Pero en el permanecer, vemos un cambio de ciento
ochenta grados en cuanto al iniciador del movimiento hacia la fecundidad a su más alto
nivel para permanecer somos nosotros los que debemos de actuar.
Así que, a pesar de que permanecer no consiste en hacer más, si queremos
experimentarlo, debemos hacer algo, y este esfuerzo no va a ser fácil. En esto de
permanecer, nos toca a nosotros movernos.
Sin embargo, observe que no podemos llevar mucho fruto nosotros solos. “El pámpano
no puede llevar fruto por sí mismo... porque separados de minada podéis hacer” (vv. 4-
5). Imagínese un pámpano cortado del tronco y tirado en el polvo del suelo. A este
pámpano cortado le va a ser imposible producir ni siquiera una sola hoja, flor o uva
nueva.
Jesús dice después: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se
secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (y. 6).
Estas palabras suenan catastróficas, pero Jesús no está amenazando con el infierno a los
pámpanos estériles. A diferencia del olivo, cuya madera ha tenido muchos usos desde
tiempos muy antiguos, la vid produce una madera quebradiza y escasa. Ezequiel
escribe: “ ¿Tomarán de ella [de la vid] madera para hacer alguna obra?... He aquí, es
puesta en el fuego para ser consumida” (Ezequiel 15:3-4). Jesús está presentando la idea
de una forma dramática. Si no permanecemos, nos secamos y morimos, y dejamos de
tener utilidad espiritual alguna.
Por último, observe la promesa implícita para el pámpano que sí permanezca. Si usted
permanece conectado a El, si saca de El su alimento espiritual, si permite que el poder
que fluye a través de El fluya también por todo su ser, nada va a poder impedir que
alcance la vida más abundante que le sea posible.
LA URQENCIA DEL MOMENTO
—El próximo paso te toca a ti —me dijo George aquel día, mientras me preparaba para
regresar a casa. Pero me hizo una advertencia: A menos que mi amistad con Dios se
convirtiera en mi prioridad más alta, me predecía que nunca cumpliría con mi verdadero
destino como cristiano o como líder.
—Solo vas a sentir durante un tiempo que Dios te está llamando —me dijo—. Tu crisis
de infelicidad es muy importante. Si no sales adelante ahora, tal vez nunca lo logres.
Aquella noticia era muy grave. Allí estaba yo, sintiendo que el trabajo de toda mi vida
ya no me hacía sentir realizado, pero que no debía trabajar directamente en el problema.
En lugar de hacerlo, necesitaba dejarlo todo de lado y centrarme en otra cosa; algo que
se me hacía mucho más difícil, algo que parecía infinitamente más evasivo.
Tal vez se estará preguntando por qué alguien que es maestro de Biblia y líder de una
gran organización cristiana pueda haber dejado que su relación con Cristo se deslizara a
un segundo lugar. Para serle sincero, yo me preguntaba lo mismo. ¿Hacer de la
intimidad con Cristo mi principal prioridad? Ya oraba y leía la Biblia todos los días.
Entonces, ¿qué andaba mal?
Cuando llegué a casa después de visitar a George, estaba decidido a hallar la respuesta.
8
VIVIR EN
LA PRESENCIA
Cuando llegué a casa de vuelta de mi reunión con George, hice tres sencillos
compromisos con el Señor para el año siguiente. Esto es lo que iba a hacer:
• Levantarme a las cinco todos los días para leer la Biblia.
• Escribir una página entera en un diario espiritual.
• Aprender a orar y a buscarlo a Él, hasta que lo hallara.
Recuerdo todavía la primera línea de mi primer diario espiritual: “Amado Dios, no sé
qué decirte”.
Un día tras otro, miraba lo que había escrito. En cada página veía la verdadera razón de
que mi agitada vida cristiana me dejara un sabor tan insípido en la boca: me había
convertido en un experto en servir a Dios, pero de alguna forma me las había arreglado
para seguir siendo un novato en cuanto a ser amigo suyo.
Pero seguí adelante. A mediados del segundo mes, las cosas comenzaron a cambiar. Era
como si una grandiosa Presencia entrara a mi habitación en aquella hora temprana y se
sentara cerca de mí. Las incoherentes anotaciones del diario se convirtieron poco a poco
en confesiones persona les para Aquel que me escuchaba. Su pasión por mi, sus
propósitos con mi vida —no solo con la idea de mi vida, sino con aquel día, aquella
hora y aquel minuto en particular— comenzaron a brotar de las páginas de mi Biblia.
Eso sucedió hace más de quince años. Los placeres del permanecer —y sus
extraordinarios beneficios— han de finido de nuevo el alcance y el impacto de la obra
de Dios a través de mí. Veo fruto dondequiera que me vuelvo. Sin embargo, ni una sola
uva es producto de que yo haya trabajado más duro.
Le aseguro que no poseo ningún conocimiento especial en estas cuestiones; hay
generaciones de discípulos maduros que han ido por delante de mí en este camino. No
obstante, que yo sepa, la gran mayoría de los hijos de Dios viven hoy ignorantes de la
promesa y la práctica de este permanecer. Como consecuencia, no alcanzan el nivel de
“mucho fruto” representado por el cuarto canasto desbordante.
Tal vez usted se encuentre dentro de esa mayoría. No está seguro de cómo se produce
en realidad una experiencia espiritual desbordante. Y quizá se pregunte: “ es posible que
con solo permanecer sea suficiente para subir a los niveles más altos de fecundidad?”
Oro para que en las próximas páginas usted encuentre las respuestas.
LA PERSONA CON LA QUE SE PERMANECE
Este permanecer se relaciona con la amistad más importante de nuestra vida. No mide lo
mucho que usted sepa sobre su fe o su Biblia. Al permanecer, usted busca, escudriña,
siente sed, espera, ve, conoce, ama, oye y reacciona ante... una persona. Permanecer
más significa más de Dios en su vida; más de Él en sus actividades, pensamientos y
anhelos.
En nuestra agitación al estilo occidental por hacer y rendir para Dios, muchas veces
fallamos en la tarea de limitarnos a disfrutar de su compañía. No obstante, fuimos
creados para sentimos insatisfechos e incompletos cuando tenemos menos que esto. En
palabras del salmista: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así dama
por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmo42:1).
Si sentimos una necesidad tan profunda y constante de esta relación, ¿por qué tan pocos
de nosotros la buscan fervientemente? Estoy convencido de que una de las razones
principales es que en realidad no creemos que le agrademos a Dios. Por supuesto,
creemos que Él nos ama, en un sentido teológico (“Dios ama a todo el mundo, ¿no es
cierto?”), pero no sentimos que le agrademos de manera particular. Estamos
convencidos de que recuerda todas las cosas malas que hemos hecho en el pasado, y
juzga enseguida lo que estamos haciendo ahora. Damos por sentado que es impaciente,
que está ocupado con cosas más importantes, y que se resiste a pasar tiempo con
nosotros.
¿Qué ganas va a tener nadie de pasar tiempo con una persona que se siente así con uno?
Si usted fuera a hacer una lista de las cualidades de su mejor amigo, supongo que va a
anotar cosas como “Me acepta”, “Siempre tiene tiempo para mí”, y “Siempre salgo de
su presencia animado”. Lo que usted valora en su mejor amigo es precisamente lo que
Dios le ofrece. Él es digno de confianza y paciente. Cuando lo mira a usted, no trae a la
mente los pecados que usted le ha pedido que le perdone. Solo ve a un hijo amado; a un
digno heredero.
Y este Dios —su Amigo— quiere permanecer con usted más de lo que usted quiere
permanecer con Él. Jesús dijo: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he
amado; permaneced en mi amor” (Juan 15:9). ¿Captó esto? ¡Permaneced, deleitaos,
hallar el amor verdadero “en mi amor”!
Si habitáramos de verdad en su amor, saidríamos de allí sintiéndonos tan fortalecidos,
tan amados, tan aceptados, que
nos apresuraríamos a volver a Él cada vez que nos fuera posible.
LOS PRINCIPIOS DEL PERMANECER
Cuando comience por la Persona con la cual va a permanecer, y se dé cuenta de lo
mucho que lo ama, y quiere compartir con usted su vida, habrá dado el paso más
importante hacia la práctica de este permanecer.
Piense de nuevo en el lugar don de se encuentran la vid y el pámpano. ¿Por qué nos
habría de dar Jesús la imagen de un ser vivo cuya fuerza vital —la savia— se encuentra
misteriosamente escondida a la vista?. Una de las razones podría ser que, en el
permanecer, lo que sucede en la superficie no cuenta; lo que cuenta es lo que está
pasando dentro. El permanecer comienza con unas disciplinas espirituales visibles,
como la lectura de la Biblia y la oración. Sin embargo, tal vez le sorprenda descubrir
que podemos hacer estas cosas duran te años, sin permanecer. Al fin y al cabo, leer un
libro acerca de una persona no es lo mismo que conocer a la persona que escribió el
libro. El reto que hay en permanecer es siempre el de abrirse paso desde las actividades
movidas por el deber hasta una relación viva y floreciente con Dios.
Annie, madre de cuatro hijos, me escribió hace poco para hablarme de su
descubrimiento:
Ya no me limito a leer la Biblia o hacer peticiones. Lo escucho a El, medito en su
Palabra, escribo lo que oigo que me dice. Trato de hacer que esos momentos sean tan
sinceros, profundos e íntimos como sea posible. Cuando comencé a dedicar momentos a
mis devociones personales, era como si me estuvieran marcando mi tarjeta de horario en
el cielo: “Sí, aquí estuvo. Y nada menos que diez minutos”. Ultimamente, me he tenido
que alejar a la fuerza de allí.
Veo dos principios que le van a ayudar a descubrir el tipo de experiencia que describe
Annie. Ambos tienen que ver con su forma de utilizar el tiempo.
Primer principio: Para abrirme paso hasta el permanecer, tengo que profundizar la
calidad de mis momentos de devoción con Dios.
Observe que no dijo “tiempo de devocional”. Esto podría indicar que la razón de ser de
esos momentos con Dios es hacer sus devociones. Uso la palabra devoción en el sentido
bíblico de algo que ha sido apartado para Dios. En el Salmo 27, David expresa su
anhelo de pasar este tipo de momentos con Dios:
Una cosa he demandado a Jehová,
ésta buscaré;
Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida,
Para contemplar la hermosura de Jehová,
y para inquirir en su templo. (y. 4)
Todas las sugerencias prácticas que siguen son destinadas a ayudarle para que cree y
disfrute momentos “apartados” con la Persona de Dios.
Aparte el tipo de momentos que van a edificar una relación. Algunos cristianos que
conozco tratan de tener sus momentos persona les significativos con Dios
inmediatamente antes de acostarse, pero aún no he encontrado un líder espiritual
respetable en toda la historia que tuviera sus devociones por la noche. A menos que
usted se levante temprano, es poco probable que se abra paso hasta una relación
más profunda con Dios. Aparte un momento importante y un lugar privado donde pueda
leer y escribir con comodidad, pensar, estudiar, hablar con Dios en voz alta, y llorar si
es necesario.
Saboree las palabras que Dios le dirija.
Cuando lea la Biblia, recíbala y saboréela como si fuera comida, como un tesoro, como
una carta de amor de Dios para usted. Recuerde: está leyendo para encontrarse con
Alguien. Medite en lo que ha leído, y aplíquelo a sus circunstancias actuales. Deje que
penetre hasta el centro mismo de su ser. Y mientras lee, espere que Él establezca una
comunión con usted. Pablo aconseja: “La palabra de Cristo more en abundancia en
vosotros” (Colosenses 3:16).
Háblele a esa Persona y escúchela.
Con demasiada frecuencia, cuando nos ponemos a orar, tratamos a Dios como si fuera
una especie de fuerza mística “situada en el espacio”. Pero Dios quiere que usted le
hable como hablaría con un amigo. Quiere oír sus peticiones, sus preocupaciones, su
alabanza y su agradecimiento. Arriésguese a ser sincero, y espere los criterios de Él
como respuesta. Tómese su tiempo para permanecer tranquilo ante El. Decidase a
buscar al Señor hasta hallarlo.
Mantenga un registro diario escrito de lo que Dios está haciendo en su vida.
Le recomiendo que mantenga un diario espiritual; no un diario sobre sus actividades, ni
un intento literario, sino un registro vivo de su caminar personal con Dios. Comparta
con Él sus desilusiones, celebraciones y confusiones. Pídale sabiduría.., y deje en la
página su petición hasta que reciba dirección de parte de Él. Sígales el rastro a sus
respuestas. Creo que los hombres en particular necesitamos un instrumento como este
tipo de diario para llevar una sensación de realidad a nuestra relación con ese Dios
invisible.
Recuerde que estas sencillas prácticas reciben el nombre de disciplinas, porque exigen
esfuerzo. Pero la recompensa bien lo vale.
Segundo principio: Para abrirme paso hasta este permanecer, necesito ampliar mi
tiempo de devoción, llevándolo desde una cita matutina hasta un mantenerme atento
todo el día a su presencia.
Son demasiados los que dejan a Dios en su estudio, o junto a su silla favorita, y siguen
adelante con la vida. Pero las lecciones de la viña nos muestran que es posible mucho
más.
Un día acerté a encontrar en una biblioteca una litografia de una viña legendaria situada
en la rocosa falda de una colina, a gran altura sobre el valle del río Rin, en Alemania. La
ilustración presentaba vides que habían estado produciendo abundantes cosechas
durante generaciones. Un grabado insertado en la ilustración presentaba una de esas
vides. Salía del suelo tan gruesa como la trompa de un elefante. A lo largo de toda la
fila, colgaban enormes racimos de uvas bajo la ligera cubierta de las hojas.
Durante años, la gente se preguntaba cómo podían prosperar esas vides en un ambiente
tan inhóspito. Un texto que acompañaba a la litografia lo explicaba: “Se han podido
seguir las raíces de estas plantas tan antiguas hasta el río distante”.
Ese viejo viñedo me recuerda que siempre puedo estar “presente” con Dios, sin que
importe lo que se agite a mi alrededor. Dios invita a cada uno de nosotros a estar en
contacto continuo con sus propósitos y su poder.
El hermano Lorenzo, lego del siglo XVII que trabajaba en la cocina de un monasterio,
describía su práctica de la presencia de Dios: “No hago otra cosa más que permanecer
en su santa presencia, y esto lo hago limitándome a estar atento, y a tener el hábito de
volver amorosamente los ojos hacia Él. A esto lo llamo.., una conversación secreta y sin
palabras que ya no cesa nunca entre el alma y Dios”.
¿Cómo puede funcionar esto en la vida de una persona atareada? Annie comparte su
experiencia:
Estoy guardando los comestibles, y los niños andan retozando y gritando por toda la
casa con las bolsas en la cabeza. Podré estar un poco agotada, pero por dentro estoy
diciendo: “Jesús, tú estás aquí conmigo, en mí y a mi alrededor. Gracias por estos
comestibles, y por esos niños tan bulliciosos”. No siempre lo logro, pero trato de
llevarme a Jesús conmigo dondequiera que voy. Andamos siempre juntos.
SUPERACIÓN DE LA BARRERAS AL PERMANECER
Si permanecer es la clave de una abundancia ilimitada, ¿por qué hay tan pocas Annies?
Creo que la respuesta va más allá de la pereza o la indiferencia. A muchos nunca se les
ha enseñado lo que significa permanecer. Otros tienen el obstáculo de unos conceptos
erróneos dañinos, como la idea de que en realidad, no le agradan a Dios. Hay dos
conceptos erróneos más que impiden que las personas buenas alcancen las riquezas del
permanecer.
Primer concepto erróneo: El permanecer se basa en los sentimientos.
La comunión con Dios es una relación; no una sensación. Esto le va a dar un inmenso
alivio, si usted piensa que es necesario que tenga una fuerte emoción, o que sienta algo
cuando pasa momentos con Dios. No siempre será así, y no es necesario.
Esto lo comprendemos en nuestro propio matrimonio y en otras amista des
significativas. Mi amor por Darlene es constante, pero mis sentimientos hacia ella son
muy diferentes durante una discusión o durante una cena a la luz de un par de
candeleros. No medimos la profundidad de nuestra relación por los sentimientos que
tengamos en un momento dado.
Permanecer es un acto de fe; una expresión radical de que usted valora la presencia sin
restricciones de Dios en su vida, más que cualquier sensación inmediata. Si usted piensa
que siempre debe tener fuertes sentimientos para saber que ha estado con Dios, se
marchará desilusionado de sus momentos de devoción. Al cabo de poco tiempo dirá:
“Esto de permanecer no funciona para mí”.
Segundo concepto erróneo. Podemos permanecer en Jesús sin obedecerle.
Jesús les dijo en la viña a sus amigos: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis
en mi amor” (Juan 15:10). Podríamos parafrasear de esta forma lo que está diciendo:
“Si quieren permanecer conmigo, tendrán que ir donde yo voy. Cuando vayan por su
propio camino, van a tener que ir solos”.
La desobediencia siempre crea un rompimiento en nuestras relaciones con Dios.
Podremos disfrutar de una experiencia emocional en la adoración del domingo, pero si
buscamos un estilo de vida pecaminoso durante el resto de la semana, nunca lograremos
permanecer.
Más pOR MENOS
Si usted se parece en algo a mí, ya en estos momentos estará batallando con las
matemáticas básicas del permanecer. Tal vez parezca un poco sospechoso, como esos
anuncios de la televisión donde se promete más carne de res por menos dinero. Usted se
estará preguntando cómo trabajar menos para Él a fin de pasar más tiempo con Él puede
dar como resultado “mucho fruto” en su vida.
Una de las razones es que cuando uno permanece, Dios lo recompensa
sobrenaturalmente, multiplicando sus esfuerzos. Yo he experimentado esto de manera
directa tan tas veces, que no las puedo contar. Pero hay otras razones por las cuales el
tercer secreto de la vid —permanecer más, haciendo menos— nos lleva a unos
resultados mayores para Dios. Tienen que ver con los beneficios del permanecer; lo que
nos sucede a nosotros, y sucede a través de nosotros, cuando lo practicamos con
constancia.
El permanecer nos ayuda a sentir la dirección del Señor. Aprendemos a reconocer el
“silbo apacible” de Dios (1 Reyes 19:12) y familiarizarnos con sus maneras de hacer las
cosas. Nos ayuda a lograr más para Él, porque estamos mejor sintonizados con sus
directrices.
El permanecer nos ayuda a aprovechar las riquezas espirituales de Dios. Como vimos en
la ilustración de la viña alemana, cuando permanecemos, podemos aprovechar
profundamente los recursos de Dios. Los discípulos aprendieron este principio, y esto se
hizo evidente mientras sanaban y predicaban. En Hechos 4:13 leemos: “Entonces
viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del
vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús”. Cuando
permanecemos, estamos “con Jesús” y Él nos llena de su Espíritu y su poder.
El permanecer nos da el “descanso “que necesitamos para producir una cosecha mucho
mayor. Cuando pasamos momentos de intimidad con nuestro Salvador, nos sentimos
fortalecidos y refrescados para hacer su obra.
El permanecer lleva consigo la promesa de una res puesta a la oración. Jesús dijo: “Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y
os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que lleváis mucho fruto” (Juan 15:7-
8). Más tarde, en el versículo 16, repite la promesa, y de nuevo está directamente
relacionada con la misión que tienen los discípulos de dar fruto.
Nada agrada más a Dios que cuando le pedimos lo que Él nos quiere dar. Cuando
pasamos momentos con El, y permitimos que sean sus prioridades, pasiones y
propósitos los que nos motiven, le vamos a pedir aquellas cosas que están más cercanas
a su corazón.
UNO RARA EL LIBRO DE LOS RÉCORDS
Por el milagro de la vida de Dios en usted y con usted, va a ver fruto en su vida en una
cantidad, y de un tamaño tales, que se quedará asombrado, y sabrá que usted no ha
tenido nada que ver con aquello.
Sin duda, el símbolo más asombroso de la abundancia en el Antiguo Testamento es esta
descripción de lo que hallaron los espías en la Tierra Prometida: “Y llegaron hasta el
arroyo de Escol, y de allí cortaron un sarmiento con un racimo de uvas, el cual trajeron
dos en un palo” (Números 13:23, cursiva del autor). ¿Ha oído hablar algu na vez de una
cosecha tan sorprendente?
Amigo, tenga siempre presente esa descripción de la abundancia sobrenatural, porque es
el retrato de la fecundidad que Dios tiene reservada para usted.
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GOZOSA ABUNDANCIA