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CIEN AÑOS DE LA GEOPOLÍTICA DE MACKINDER

Antonio R. Rubio Plo


Profesor de Relaciones Internacionales. Universidad Complutense.

Los barbaros de Eurasia

The Geographical Pivot of History, uno de los artículos publicados en 1904 por la revista
Geographical Joumal, estaba destinado a ejercer una influencia extraordinaria en el
pensamiento geopolítico del siglo XX. El texto había sido expuesto previamente por su
autor, el catedrático de Geografía en la universidad de Oxford, Halford John Mackinder,
ante la Royal Geographical Society el 25 de enero de aquel mismo año. Un siglo después,
¿interesa todavía la Geopolítica en un mundo marcado por conceptos tales como
"globalización", "seguridad cooperativa" o "integración regional"?

La vigencia de la Geopolítica

Hay quien piensa que el estudio de la Geopolítica es tan sólo de interés para los
habituales teóricos de la Realpolitik, como es el caso de un Kissinger, y que hoy una
buena parte de los estudiosos de las relaciones internacionales se mueven en
coordenadas distintas. Después de todo, los discursos de las personalidades públicas no
se ocupan de las realidades de lo que siempre se ha entendido por Geopolítica. Quedan
lejos los tiempos en los que la Geopolítica podía ser expuesta con toda su crudeza
territorial, cuando el prestigio en la política exterior pasaba por la expansión colonial, tal y
como atestiguan los discursos de dos primeros ministros de finales del siglo XIX: el
conservador británico, Joseph Chamberlain, o el radical francés, Jules Ferry. Más
despiadada resultaría, sin embargo, la geopolítica de Hitler, el apologista del "espacio
vital" de Alemania, obsesionado por la idea de fundar de colonias alemanas en el centro y
este de Europa, y por arrojar a los bárbaros eslavos más allá de los Urales.

Nuestros políticos occidentales hablan, por el contrario, de los valores de la democracia


liberal y de la economía de mercado, y de la necesidad de su expansión universal.
¿Tienen sentido entonces las percepciones político-espaciales del mundo que se asocian
ala geopolítica? ¿Sigue siendo de interés el estudio de las rivalidades territoriales? Donde
florezcan los nacionalismos étnicos, aunque su marco espacial sea reducido, habrá que
tener en cuenta la Geopolítica, pues dichos nacionalismos suelen generar veleidades
expansionistas. A esos nacionalismos les repele el término "globalización": les suena a
pérdida de una identidad que ellos están dispuestos a defender con algo más que uñas y
dientes. Con todo, desde una perspectiva más amplia habrá que reconocer con
Dominique de Villepin, en su serie de ensayos; Le cri de la gargouille (1) que la geopolítica
está en plena transformación, pues la potencia se mide menos en términos militares que
en dinamismo económico. Asistimos al auge de las influencias, más al alcance de algunos
Estados que la clásica hegemonía militar. La visión francesa, aunque quizás habría que
decir europea, siempre ha valorado la importancia de los factores diplomáticos y
económicos. No es extraño que algunos quieran sustituir la Geopolítica por la
Geoeconomía.

En nuestro mundo occidental se habla mucho de valores y algo menos de intereses. En


1904 los términos estaban invertidos, pero tras la Primera Guerra Mundial llegaría el
apogeo del idealismo wilsoniano y su intento de plasmación en la Sociedad de Naciones.
Fue cuando Mackinder publicó: Democratic ldeals and Reality (1919) que, entre otras
cosas, pretendía ser un manual de consejos a los negociadores británicos en la
Conferencia de Versalles. La obra prevenía contra el intento de organizar el mundo por
los juristas, pues Mackinder prefería el realismo de los hombres de negocios. Pero el título
del libro no dejaba de ser premonitorio: los ideales de la embrionaria Sociedad de
Naciones contrastarían con la realidad de los intereses nacionales. En realidad, aquel
libro era una ampliación de los contenidos de The Geographical Pivot of History, un
artículo que, al igual que su autor, ha sido muy citado pero poco leído al menos fuera del
ámbito anglosajón.

Esperando a los bárbaros

Hay un precedente cercano del artículo de 1904. Se trata del libro: Britain and the British
lsles (1902). Su autor es un Mackinder que, partiendo de la Geografía física de su país,
llega a conclusiones histórico-políticas: la Geografía británica tiene su centro en el
promontorio de Kent, especie de torre vigía sobre el continente y que remarca la
singularidad de un país.

1
Albin Michael, 2002
Habría que recordar, no obstante, que hubo un tiempo en que Inglaterra no estaba
ausente del espacio continental: en la Edad Media dominó gran parte de Francia aunque
terminó replegándose a Calais, posición que se vería forzada a abandonar a mediados del
siglo XVI. Es la época en que Inglaterra empieza a convertirse en potencia marítima y
pone el pie en América del Norte. Los británicos se sienten seguros en el mar,
instrumento definidor de su Imperio, pero ven una amenaza latente en las potencias
terrestres europeas: las guerras napoleónicas acentúan, sin duda, los recelos de Londres.
Pese a todo, el siglo XIX marcará el apogeo del poder británico, el triunfo de una
talasocracia y de una metrópoli insular. Mas ese tiempo toca a su fin: una serie de
potencias continentales, como Alemania y Rusia, despliegan también su poder naval en
los mares. Mackinder lo deja intuir en la conclusión de su libro y de esta manera el
continente europeo se toma una vez más una geografía amenazante para los isleños
británicos.

The Geographical Pivot of History anuncia desde sus primeras líneas que una era
histórica ha terminado: la era colombina, la de los descubrimientos geográficos iniciada
cuatro siglos atrás ha finalizado a comienzos del siglo XX. Lo que ha terminado realmente
es la expansión colonial, sin perjuicio de modificaciones posteriores impuestas por la
fuerza o los tratados, o por ambos a la vez. El mundo del año 1904 aparece como un
cosmos cerrado, pero no necesariamente en paz. El artículo de Mackinder encierra
presagios de tormenta: parece anunciarnos nuevas invasiones bárbaras procedentes del
este de Europa y del interior de Asia. No lo dice expresamente el autor, pero esos
bárbaros tienen todos los rasgos que los antiguos griegos atribuían a los extranjeros
hostiles: su inhumanidad, es decir su crueldad, y su exclusión de la condición de
"animales políticos", tal y como la concebía Aristóteles. La barbarie va unida, en
consecuencia, al despotismo y éste siempre tiene el molde de los imperios orientales:
Egipto, Mesopotamia, Persia, China y, por supuesto, Bizancio y Rusia. Al leer estos
párrafos, llegaremos a la conclusión que el bárbaro es "incivilizable" y quizás
implícitamente estemos aprobando utilizar la crueldad contra quienes son crueles por
naturaleza. ¿No ésta una visión del mundo impregnada de biologismo? No es casualidad
que Mackinder estudiara Biología en Oxford con H.N. Moseley, un experto en anatomía
que estaba muy influenciado por las teorías de Darwin y Huxley. Esa orientación puede
llevamos a confundir la Geografía humana con lo que antes se llamaba Historia Natural
algo que no siempre han tenido muy claro algunos afamados viajeros del siglo XX, como
por ejemplo, el recientemente desaparecido Wilfred Thesiger, autor del renombrado
Arabian Sand (2) .En algunos planteamientos hay terreno abonado para los etnicismos
¿no nos habla acaso Mackinder en su artículo de un Asia braquicéfala enfrentada a los
pueblos dolicocéfalos?

Mackinder se interesó en sus años de estudiante por la Historia y el Derecho, aunque


vistos desde la óptica de un pueblo insular dedicado al comercio marítimo. Pero además
profundizó en la Geología, circunstancia que forzosamente tenía que influir en su visión
determinista de una Historia mediatizada por la Geografía: la Tierra es un organismo en el
que se insertan los hechos históricos. Sin embargo, la visión de nuestro geógrafo no es
enteramente fatalista: el medio natural puede ser un instrumento al servicio del hombre.
Es comprensible porque de los determinismos geográficos puros nunca salen los
imperios. La Geografía mackinderiana condiciona, más que a los habitantes de Gran
Bretaña, a otros pueblos que están en tierra firme. Al igual que en Aristóteles, los
bárbaros en Mackinder deben su condición a los climas y al entorno natural que les rodea.
Están tan influenciados por el medio que sólo pueden ser bárbaros. Si se quedaran en su
espacio territorial, en el caos de su propio mundo, acaso no constituyeran un gran peligro.
Mas la Tierra de los inicios del siglo XX ya no es algo cerrado sino que se ha hecho
interdependiente. De ahí que nuestro autor pronostique que "cada explosión de fuerzas
sociales repercutirá como un eco desde los confines del mundo y los elementos más
débiles del organismo político y mundial serán destruidos". Mackinder no habla de
decadencia, tal y como lo haría Spengler en: La decadencia de Occidente (1918); no dice
que el Imperio británico esté en crisis ni que la civilización europea agonice, pero sus
palabras tienen algo de "banderín de enganche". Si bien el nacionalismo como cuerpo
doctrinal nunca arraigó en Gran Bretaña, Mackinder es un nacionalista de los que creen
que una nación se forja en la resistencia común frente al empuje de fuerzas exteriores y lo
argumenta con ejemplos históricos: la Cristiandad en las Cruzadas, Francia en la guerra
de los Cien Años, Estados Unidos en la guerra de Independencia,etc. Estos conocidos
ejemplos le permiten pasar a palabras mayores para argumentar su tesis: fue bajo la
presión de la barbarie exterior como Europa consiguió construir su civilización; la
civilización europea es el resultado de la lucha secular contra las invasiones asiáticas.

Jinetes de las estepas

2
Penguin Travels Books, 1991
Mackinder esboza una geografía física de Rusia para llegar a la conclusión de que la
historia de este país está determinada por dos tipos de vegetación, el bosque y la estepa.
Los eslavos vivían en los bosques mientras que las estepas eran el territorio de los jinetes
nómadas. Pero antes de llegar a Rusia está la gran llanura húngara, la puzta: allí empieza
un recorrido de más de 6.000 kilómetros en el que las estepas traspasan los Cárpatos, se
extienden por el sur y sureste de Rusia para abrir brecha entre los UraIes y el Caspio, y
entrar en Asia Central donde llegan hasta el desierto de Gobi. De ese corazón de Asia ­
denominado heartland- han salido precisamente todas las invasiones que se han dirigido
hacia el Oeste entre los siglos V y XVI: hunos, avaros, búlgaros, magiares, jázaros,
mongoles,etc. Así se ha forjado la historia de Europa, y Mackinder lo describe con
términos de gran fuerza expresiva:

"Una sucesión de acontecimientos provocados por una nube de jinetes implacables


y sin ideales, atravesando sin grandes obstáculos la gran llanura, algo así como un
golpe asestado por el gran martillo asiático, bandeándose a través de un inmenso
vacío."

Pero acaso las invasiones de huellas históricas más profundas han sido, sin duda, la de
los mongoles y la de los turcos. Gengis Khan, Tamerlán y Solimán son nombres
asociados a forjadores de imperios de la barbarie en Asia y Europa. Aunque Mackinder no
lo diga en estos términos, vienen a ser un símbolo de los bárbaros de Eurasia en su lucha
contra el Occidente europeo. Mas las acometidas de éstos llegaron incluso a la India,
Persia, Siria o Egipto, antes de estrellarse en más de una ocasión frente a las
fortificaciones de Viena. Sin embargo, la era de los descubrimientos supondría para los
europeos un modo de neutralizar la ventaja estratégica que tenían los jinetes de las
estepas: surgirán nuevas Europas en los nuevos continentes. Comprensiblemente
Mackinder realza el siglo de los Tudor, época en que Inglaterra despega como potencia
marítima y comercial, pero al mismo tiempo llama la atención sobre el hecho de que en
ese mismo siglo XVI el gran ducado de Moscovia se transforma en imperio e inicia otra
cabalgada, la de sus .jinetes cosacos, hacia las estepas asiáticas, proceso que puede
darse por terminado a finales del XIX, aunque Afganistán y Persia sigan centrando el
interés de Moscú en su afán de alcanzar mares cálidos, con la consiguiente inquietud
para la India británica.

El bloque euroasiático
La exposición histórica de Mackinder adopta tintes dramáticos cuando aborda hechos del
siglo XIX, la era del progreso representada por el barco de vapor y el canal de Suez.
Estas ventajas para la potencia naval británica pueden verse contrarrestadas por la
expansión de los ferrocarriles transcontinentales en Eurasia. Reconoce nuestro autor que
el transiberiano es una vía de comunicación un tanto precaria, pero puede ser el punto de
partida para que una vasta red férrea surque Asia. Un gran bloque económico, rico en
cereales, algodón, minerales y fuentes de energía surgirá en oposición al comercio
oceánico. Mackinder valora el papel de las comunicaciones en el cambio económico y
político. No es extraño, pues es hijo del siglo de los ingenieros; esa misma fe en el
progreso técnico como motor del cambio social, la tenía Karl Marx que, en un artículo
publicado en el New York Daily Tribune (25 de junio de 1853), veía a los ferrocarriles
británicos atravesando toda la India. Paradójicamente el colonialismo podía allí sentar las
bases del socialismo, pues contribuiría a acabar con una cultura que nunca entró en la
Historia, caracterizada, según Marx, por:

"Una vida estática y vegetativa y un embrutecedor culto a la Naturaleza."

El geógrafo inglés termina su exposición expresando el temor de que la potencia


continental de Eurasia -léase Rusia- dedique sus inmensos recursos terrestres a construir
a una gran flota para dominar los mares y se inquieta de que pueda aliarse con Alemania
que, por entonces había emprendido una carrera de armamentos navales con los
británicos. La Triple Entente (1907), entre Gran Bretaña, Francia y Rusia, tranquilizaría
momentáneamente a Mackinder, pero no desaparecerían sus suspicacias hacia los rusos,
y la revolución de 1917 las acrecentó. Debió de ver la alianza anglo-rusa en las dos
guerras mundiales como un mal necesario que evitaba el temido acercamiento entre
Berlín y Moscú. A él le fascinaba, sin embargo, la capacidad de organización y
planificación alemanas, y creía que no le hubieran venido mal unas dosis de 'prusianismo"
a la democracia anglosajona.

Un siglo después de la conferencia de Mackinder en la Royal Geographic Society, ¿quién


sigue hablando de la existencia de un bloque euroasiático enfrentado a las potencias
marítimas anglosajonas? Las divisiones en el seno de la Unión Europea, como
consecuencia del conflicto de Irak y de la distinta percepción de las relaciones
transatlánticas, parecen revivir los fantasmas euroasiáticos. Un "mackinderista"
antieuropeo, ya sea norteamericano o británico, se encontraría satisfecho con una teoría
geopolítica que hiciera hincapié en la amenaza de los "bárbaros continentales". En el lado
opuesto, el antiamericano europeo o asiático, patrocinador de una "Europa-fortaleza"
arremetería contra el poder hegemónico anglosajón en nombre de la vieja política del
equilibrio. Ambas posturas suponen la negación de una Europa económicamente abierta y
geográficamente atlantista tal y como afirma E. Lamo de Espinosa, un supuesto eje que
vaya de Francia a China, pasando por Alemania y Rusia, nos proyecta en una dirección
equivocadas. Creemos que es dudosa y endeble la viabilidad de ese eje que, entre cosas,
marginaría a Gran Bretaña de su continente. El eurasianismo de cualquier clase es
incompatible también con los intereses de España, lo mismo que el mackinderismo en
estado puro.

Los eurófilos británicos emplean con frecuencia el eslogan More Britain, More Europe. Si
invertimos la expresión, aunque quizás Mackinder no estuviera de acuerdo, obtendremos
una fórmula para contrarrestar el eurasianismo: More Europe, More Britain. Es el gran reto
de la política británica para el siglo XXI.
BIBLIOGRAFIA

MACKINDER, H.J: Democratic ldeals and Reality, W. W. Norton & Company, New York,
1962
MACKINDER, H.J: "The Geographical Pivot ofHistory", Geographical Journal, -vol 23,
(1904), pp.421-444. 3

3
Lamo de Espinosa, E. De la vocación atlántica de España, http://www. Realinstitutoelcano.
Org/analisis/295. asp

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