Tarea de Pre Militar

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Ministerio del Poder Popular para la Defensa (MPPD) es el máximo órgano administrativo

de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en la República Bolivariana de Venezuela, cuya


función es coordinar, administrar y dirigir todo lo referente a la defensa militar de esa Nación.
Asimismo el Ministerio del Poder Popular para la Defensa, funciona como un órgano rector
encargado de formular, adoptar, hacer seguimiento y evaluar las políticas, estrategias, planes,
programas y proyectos del Sector Defensa. El Ministerio del Poder Popular para la Defensa
tiene la obligación de trabajar en conjunto y a través de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana en el proceso de consolidación de la seguridad y defensa integral de la Nación y el
resguardo de todo el territorio del Estado venezolano.1

Índice

 1Historia
 2Consejos nacionales
 3Ministro del Poder Popular para la Defensa de Venezuela
 4Véase también
 5Referencias
 6Enlaces externos

Historia[editar]
Tiene su origen en el Despacho de Guerra y Marina creado el 25 de abril de 1810 por la Junta
Suprema de Caracas y su primer secretario fue el Capitán de Fragata Lino de Clemente. Por
decreto del 29 de julio de 1863 del presidente y mariscal Juan Crisóstomo Falcón se erige
como Ministerio de Marina hasta el 1 de julio de 1874 cuando pasa a denominarse Ministerio
de Guerra y Marina por decreto del Congreso de los Estados Unidos de Venezuela. En 1946
por decreto de la Junta Revolucionaria de Gobierno se transforma en Ministerio de la Defensa
Nacional y en 1951 pasa a denominarse Ministerio de Defensa, nombre que conservaría hasta
el 8 de enero de 2007 cuando es erigido por decreto del presidente Hugo Chávez a su nombre
actual: Ministerio del Poder Popular para la Defensa

Amenazas

El Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela denuncia ante los


pueblos del mundo las nuevas amenazas en contra de la soberanía, la paz
y de la estabilidad de nuestro país, emitidas en una cena ofrecida por el
presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a las más altas autoridades
de Estado de Argentina, Brasil, Colombia y Panamá donde fueron
conminados a incrementar la campaña de agresiones contra Venezuela.
Sabemos que los pueblos hermanos de estos países rechazarán estas
acciones y exigirán a sus gobernantes actuar con dignidad en defensa de
la soberanía de Nuestra América, pues estamos seguros de su solidaridad.

El presidente Trump tiene una obsesión fatal con Venezuela producto de


sus ideas supremacistas blancas, pero contamos con los pueblos del mundo
y estamos preparados para seguir derrotando en los planos político y
diplomático, y en cualquier otro que sea necesario, las nefastas agresiones
del gobierno estadounidense.

Es vergonzoso y detestable que el presidente Santos, buscando prevenir


una sanción por parte del gobierno estadounidense por el incremento
desmesurado de la producción de cocaína, recurra a la táctica de proyectar
a Venezuela como un factor de desestabilización en la región y llegue al
punto de llamar a una transición del gobierno venezolano, cuando durante
años Venezuela ha sufrido las consecuencias de la guerra civil colombiana,
y a pesar de ello, hizo todo lo posible para garantizar la paz en Colombia.

Estos indignos representantes de sus pueblos van a Nueva York al


principal espacio de concertación internacional, no a abordar los grandes
problemas que enfrenta la región: el sufrimiento de los inmigrantes, la
necesidad de saldar la deuda social y promover el desarrollo sustentable,
combatir el narcotráfico comenzando por el principal mercado de
consumo, o abordar las consecuencias del cambio climático, manifestadas
recientemente en el paso de huracanes por el Caribe. Por el contrario, se
someten y subordinan a las directrices del presidente Trump contra
Venezuela.

La República Bolivariana de Venezuela continuará defendiendo su


independencia y resistiendo con firmeza los ataques de un gobierno racista
en Estados Unidos que busca doblegar a toda la región. Venezuela es una
nación orgullosa de su historia forjada por mujeres y hombres que dieron
su vida por la libertad que disfrutamos hoy. No habrá presidente
supremacista que pueda contra nuestro pueblo.
Realidad política

Realidad Política
Fases de la Realidad Política: Introducción al Concepto
Jurídico
La realidad política es polifacética. Presenta inicialmente dos fases: la faz estructural y la faz
dinámica. Como sistema de relaciones humanas implica una estructura, con tendencia a
expresarse en instituciones, con vocación de orden y estabilidad. Se trata de sistemas de
cargos o roles diferenciados y jerarquizados, que diferencian y jerarquizan a sus ocupantes
respecto del resto de la gente y también entre sí. En el interior y en el entorno de esa
estructura se desarrolla la faz dinámica de la política, que es la vida y la acción de los
hombres que encarnan esos cargos o roles en un momento dado, o se relacionan de diversos
modos con ellos. A su vez, dentro de esa faz dinámica, se reconoce la existencia de dos
fases: la faz agonal, que abarca la lucha por la conquista de los cargos o roles, la lucha por
conservarlos, la resistencia contra sus ocupantes y el juego de las influencias políticas; y la faz
arquitectónica, que es el ejercicio del poder político en una actividad creadora, constructora,
conductora, integradora, que le da al grupo social cohesión y conducción, posibilitando su
autocreación y renovación.
Política Plenaria (en las de Fases de la Realidad Política)
Se llama política plenaria a la integración de esas fases en un proceso permanente de
equilibración y acomodamiento, que procura alcanzar por aproximaciones sucesivas, en un
juego pendular más o menos intenso, la resolución positiva de las permanentes oposiciones
políticas: el movimiento y el orden, la estabilidad y el cambio, el conflicto y el consenso. [1]
Política real / Política aparente
Es una distinción con fundamento in re, es decir, con un fulcro en la realidad, y no una
distinción entre lo que tiene una realidad objetiva y lo que es mera imaginación subjetiva.
Supondremos que los fenómenos políticos no sólo tienen una realidad, la de la apariencia,
sino que a través de esa apariencia las propias realidades políticas se manifiestan o se
ocultan. ¿Y cuál puede ser entonces el fundamento real de las apariencias políticas? ¿Dónde
habrá que ir a buscarlo? Sin duda, allí donde se crucen las líneas que componen la estructura
política y las que componen otras estructuras antropológicas (puesto que un fenómeno es
entendido aquí no como mera «apariencia subjetiva» alucinatoria, sino como el resultado de
«interferencias objetivas» de procesos heterogéneos que dan lugar a situaciones confusas y
oscuras). Principalmente esta situación tendrá lugar en los lugares por los cuales pasan las
líneas de poder, comenzando por sus componentes genérico-etológicos. Cuando estas líneas
de poder genérico, en vez de desarrollarse específicamente en el sentido de la eutaxia de un
sistema (divergente), se desarrollan en contextos en los que tiene lugar una morfología
análoga (no se aplican a la eutaxia sino a un fin particular, sin perjuicio de que resulte, sin
embargo, el bien común), entonces tendríamos sociedades políticas fenoménicas.
El concepto de sociedad política fenoménica no se reduce al concepto de una clase vacía. Por
el contrario hay muchas sociedades que suelen ser constantemente consideradas como
políticas, porque tienen sin duda conexiones con ellas, pero que no cabe llamarlas erróneas,
sino más bien pseudopolíticas. Ensayemos la reinterpretación de algunas situaciones reales
ambiguas, zoológicas, antropológicas, en términos de esta categoría de sociedad política
fenoménica. Primer ejemplo: el enjambre de abejas. Desde luego, se concede habitualmente
que un enjambre no es una sociedad política, salvo por metáfora. Pero lo que importa es la
razón de la distinción. Examinando diferentes tipos de razones aducidas podremos medir el
nivel en el que se encuentra la teoría política correspondiente. Así, unos dirán que las abejas
son inconscientes, que obran por instinto y no por inteligencia (Marx: la abeja, a diferencia del
albañil, no se representa previamente la obra que va a hacer); otros dirán que no son libres.
Desde el punto de vista de nuestro criterio, la razón de la distinción podría ser de este tipo: un
enjambre es un sistema coordinado, sin duda, por canales de poder o influencia etológica;
pero las partes del sistema (los obreros, los zánganos, la reina) no se influyen según la
orientación de una eutaxia global, sino según sus particulares líneas de estimulación
(feromonas, &c.) y la unidad del sistema resulta de mecanismos de adaptación mutua hasta
lograr un cierto nivel de homeóstasis.
También cabría ensayar este otro criterio: una colmena es un sistema convergente, una vez
dado y, por consiguiente, su «eutaxia» no requiere el ejercicio de un poder político. Segundo
ejemplo: las sociedades naturales humanas. También éstas (una tribu o una κοινὴ de tribus)
podrán considerarse como sociedades políticas fenoménicas, una suerte de enjambres.
También podría ser considerada una apariencia de sociedad política la unidad constituida por
una horda o una tribu compacta depredadora y las otras tribus dominadas por ella, de forma
tal que sólo la muerte podría ser la esperanza de los sometidos, pues ella sólo mira a su bien
particular, y no al sistema que pudiera formarse entre vencedores y vencidos. Cuando los
prisioneros son esclavizados es preciso que comiencen a actuar los mecanismos del poder
influyente para que «el juego» comience a ser posible. Si los prisioneros son asesinados, es
evidente que el juego político se acaba ipso facto. De aquí podríamos obtener criterios para
formar un juicio sobre el significado político de la guerra entre Estados. «La guerra es la
continuación de la política», es una idea común en filosofía política; los límites de esta tesis
son los límites en los cuales la guerra no conduzca al exterminio del otro Estado.
Además, una batalla no es un episodio político interestatal, sino que su condición política la
adquiere más bien desde cada Estado. Tercer ejemplo: las sociedades religiosas, por ejemplo,
la Iglesia romana. Es muy frecuente considerar sin más al poder eclesiástico de la Iglesia (por
ejemplo, el poder de los arrianos en determinados estados godos) como un poder político
«enmascarado», como instrumento de otras fuerzas políticas; pero esto es acaso indicio de
que no se sabe cómo conceptualizarlo. Considerar a la Iglesia como un poder político
enmascarado no es lo mismo, en todo caso, que considerarlo como un poder fenoménico. Si
el poder espiritual fuese poder político enmascarado («mentira política») sería un poder
político auténtico, no aparente, a la manera como el actor de teatro, cuando es un falso
Héctor, es, sin embargo, un verdadero actor. La apariencia consistiría en su presentación
como si fuera un poder espiritual. Supongamos que el poder espiritual no sea político: aun así
en seguida se entremezclará con la política y se convertirá parcialmente en un poder de
significado político indudable. Sin embargo, no parece que la distinción entre el poder
espiritual y el poder temporal propia de los teólogos medievales y del propio positivismo
comtiano, es una forma de reconocer que el poder de la Iglesia no es por naturaleza un poder
político. [2]

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