2019 Juan Liscano

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JUAN LISCANO

Por Harold Alvarado Tenorio


http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/juan-liscano_289140

Descendiente de notables familias patricias de Venezuela, entre


cuyos antepasados hubo un caudillo agrario: Carlos Liscano, su
abuelo, derrotado, como Aureliano Buendía, por liberales y
conservadores por defender la honradez administrativa y el
nacionalismo; y el general José Antonio Velutini, que llegó a Caracas
con una revolución y fue varias veces ministro de estado, Juan
Liscano Velutini (Caracas, 1915-2001), huérfano de padre a poco de
nacer estudió en Bélgica, Francia y Suiza y regresó a Venezuela en el
mismo momento en que fallecía, tanto su padrastro, como el
“cesarismo democrático” de Juan Vicente Gómez, decidiéndose poeta
en una nación que desaparecía o no había existido.
Un país que, con un millón de habitantes y enormes riquezas
petroleras, soportaba seis lustros de tiranía paternalista sin
contemplaciones, tenía miles de hombres y mujeres en las cárceles y
el exilio, y no había conocido los beneficios de la llamada civilización
del siglo veinte. Quizás por estas razones en sus 8 poemas de 1939,
hizo una terrible caricatura de las megalópolis, maldiciendo las
ciudades por ser lugares de podredumbre y enalteciendo, en cambio,
la vida campirana. En esos poemas primeros está casi toda la
substancia que dilataría como programa de su vida y obra.
A medida que ingresaba en la vida ilusoria y social de aquel siglo
de horror, Liscano se fue transformando, acicateado por Waldo Frank
y Juan Larrea, en un furibundo latinoamericano que, incluso,
necesitó palpar la tierra misma y buscar sus orígenes. Viajó por el
continente y se sumergió en el folklore, alma de los pueblos. Como
resultado de esta ingente labor quedan numerosas grabaciones de
música popular venezolana -que reposan en la Biblioteca del
Congreso de los Estados Unidos, el Servicio de Investigaciones
Folklóricas Nacionales, la Revista Venezolana de Folklore, y en su
libro Folklore y cultura, elogiado en su momento por Alejo
Carpentier. Después vendrían años de infierno y catarsis, décadas en
las cuales el poeta y el hombre buscaron con afán, sin descanso y
dolor, una imagen de sí como parte del ente colectivo. Fueron esos los
años de la lucha contra Pérez Jiménez, cuando se solidarizó con
Leonardo Ruiz Pineda en la resistencia clandestina contra el tirano,
del exilio parisino, la defensa de Rómulo Betancourt en los años
sesenta, cuando mantuvo una acerba discusión con la insurgencia
armada cuyas doctrinas han dado al traste con la democracia
venezolana en los primeros decenios de este siglo, y la publicación de
Nuevo Mundo Orinoco (1959), un alucinante canto sobre el ayer de
su país con los ojos y la voz de un presente atormentado cuyo
paradigma fue sin duda Alturas de Machu Picchu de Pablo Neruda y
Piedra de Sol de Octavio Paz.

“Ha sido mi conciencia de occidental hispanoamericano -dijo


entonces-, saturada de maquinismo, racionalismo, automatismo,
erotismo, materialismo, egotismo, la que, en una suerte de repulsión
psíquica, tras de obligarme a vomitar, me impulsó a buscar nuevos
mundos espirituales (...) La figuración de una nueva América me
tentó entonces. A un Nuevo Continente busqué un nuevo contenido:
la total ruptura con Occidente. Entonces me incliné por la abstracción
americanista de Juan Larrea. Se trataba de una superación histórica,
a través de los sueños colectivos. América sería el Continente del
Espíritu. Pronto advertí que Europa tenía mayores posibilidades
espirituales que América. Y por los caminos de la indagación
intelectual, me interesé por las posibilidades reales del espíritu. Ello
me condujo a valorar como otro término de conocimiento, la india con
sus prodigiosas escuelas místicas (...). En el extremo opuesto de la
experiencia occidental como estado de violencia histórica, fulgía la
no-violencia gandhiana, preñada también de visión mundial. Y llegué
a creer que más cerca de los hindúes podían estar estos pueblos que
de los pueblos españoles (...)”.

Así, bien entrado el medio siglo, Liscano, rompiendo con su pasado


humano y literario publica uno de sus más bellos libros de poemas:
Cármenes (1966). Allí Unos y Otros son metáforas del Cosmos y
analogías del Mundo, y la vida, un ir y venir de los cuerpos entre el
Cielo y la Tierra. Whitman, Eliot y Paz son las voces del fondo de este
pozo de pasiones donde el poeta abdica su libertad ante el plato de
lentejas que es el cuerpo y la herida que no cesa de la mujer. Tanta
es su alienación por la carne y la juntura de los cuerpos, que, como
renovado místico, hace que las uniones desaforadas sean otra vez
mito, borrón y cuenta nueva del tiempo presente, es decir, un tiempo
abolido, vacío, hueco de la vida. Todo flota, en Cármenes, por los
espacios siderales.
Otro de sus memorables libros de versos es Vencimientos (1986).
Si en Cármenes se asciende a las esferas celestes, aquí se hunde en
sí mismo, navegando en el magma de la conciencia a la búsqueda de
un asidero, un apoyo donde descansar del largo viaje de la vida.
Desnudo de afuera, va desnudo por dentro, guiado por la melodía del
poema:

Cuando mueren
por un instante
las palabras
que tanta muerte dan siempre a la vida
cuando descubrimos el acto que somos
y lo exponemos
despojado de sus trajes crepusculares
cuando nos despierta el sueño de soñar
o arrancados del sueño
despertamos atónitos como extraño celeste caído
cuando se quiebran los espejos
al soplo de una necesidad desconocida
cuando vaciadas quedan las odres
y se aquieta la fiera de la sed
cuando se acepta el desierto por jardín
brota del resplandeciente vacío
una repentina cresta
y el Levante impera en el
filo puro neto
neutro
que se abate
y nos degüella.

(Cresta)

Poeta, semejante, por su sabiduría, a su admirado Octavio Paz, el


hilo de Ariadna de su poesía recorrió los senderos de la iluminación
y la búsqueda de revelaciones, de epifanías, sobre lo que occidente y
oriente han considerado las “verdades” de la existencia. Instalado en
la orilla opuesta de Schopenhauer, Liscano buscó y levantó, atraído
por los misterios, la materia oscura, los huecos negros de los enigmas
y las especulaciones de sus exegetas, una poesía hechizada,
prácticamente inabordable desde la razón, ligada más al misterio del
ritmo verbal que a la música misma, terminando por alucinarnos.
Vanguardista, sin duda, murió sabiendo que a medida que nos
hacemos dioses, que dominamos el mundo, que todo se hace menos
duro de vivir, nos acercamos a la inconciencia plena de las
civilizaciones que estuvieron ligadas a los atavismos de creer que hay
un mas allá, sin darse cuenta, que, si no recordamos el antes de nacer,
tampoco sabremos jamás nada del porvenir. Brujo enderezado en
antropólogo, mitólogo ampliado en aedo, como lo definió uno de sus
intérpretes.
Ensayista, periodista y crítico literario Liscano discutió sobre todo
aquello que le atraía o causaba repulsión: las vanguardias,
dictaduras, los grupos armados y los literarios, el terrorismo, la
poesía, los mitos, las religiones, el rock y la muerte de la cultura
occidental y sin desfallecer, el modelo consumista y de banalidad de
la industria cultural del entretenimiento tan de moda hoy. Nada
parecía escapar al pensamiento de este 'intelectual de tiempo
completo' que siempre tuvo algo que decir para defender la libertad,
ese momento del crecimiento del hombre y las sociedades que
entendió como el lugar donde al desatar las formas y las voces, que
quisieron erigir un ayer escindido y contrapuesto, una cultura
comienza a ser.

“Lo que ha fallado fundamentalmente en Iberoamérica es el


Gobierno, no el Estado, --escribió en un artículo de 1990--. Más bien
los Gobiernos suplantan al Estado, debido a lo cual las instituciones
se pervierten y están al servicio, ayer, del caudillo de turno; hoy, de
los partidos o de la dictadura militar. La acción de los hombres en el
poder doblega, mediante argucias o mediante la fuerza, leyes e
instituciones a sus intereses, y conviene precisar que, en general, el
político profesional de partido, el burócrata, el caudillo o las
representaciones militares no acceden a las jerarquías de mando por
sus luces, su cultura, su preparación, sino por los golpes y regolpes
de una historia azarosa o por el dominio electoral que constituye-, al
parecer, la actividad fundamental en las etapas llamadas
democráticas, traducidas en la práctica a la modalidad partido-
Estado, Estado-partido.”

Liscano fue director de El Papel Literario de El Nacional en varias


ocasiones, una sección del diario venezolano dedicada a la literatura
y el pensamiento universales, creada por el poeta Antonio Arraiz,
Miguel Otero Silva y el caraqueño cuando tenía 28 años. Lo dirigió
entre el 22 de agosto de 1943 y el 23 de julio de 1950 y entre junio de
1958 y finales de 1959. Fundó y financió la revista Zona Franca
[1964-1984], una de las pocas latinoamericanas comparables con Sur
y Mito. Y fue gerente de Monte Avila Editores [1979-1984] y miembro
de las Academias Argentina y Venezolana de la Lengua.

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