Cartilla 3 Onu
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INTRODUCCION A LA CARTUCHERIA
Antecedentes Históricos
La historia de las armas de fuego, entendiéndose como tal las armas que utilizan los gases de la
deflagración de la pólvora para arrojar proyectiles, resulta extensa y compleja.
Desde sus remotos orígenes el hombre hizo uso de su fuerza muscular para arrojar proyectiles,
perfeccionando esta habilidad imprescindible para su supervivencia con la invención de
dispositivos como arcos y hondas que almacenaban dicha fuerza muscular y la liberaban a
voluntad.
Con la aparición de la pólvora, la fuerza bruta es reemplazada por una mezcla de sustancias
químicas que al ser encendida, es capaz de impulsar proyectiles orientados en una dirección
determinada merced al uso de un tubo o caño obturado en uno de sus extremos.
Aunque resulta imposible datar con seguridad donde o cuando aparecieron las primeras armas de
fuego, si podemos aventurar el tipo de proyectiles que usaron, en algunos casos porque perduran
en el tiempo, y en otros por el grabado o dibujos antiguos, como el de “Milimette”, fechado en
1326, en el que aparece una especie de cañón en forma de vasija apuntando hacia la puerta de una
fortaleza y un soldado en posición para su disparo acercándole un hierro al “rojo vivo”. En este
grabado, podemos apreciar que de la boca del cañón sobresale una enorme flecha, que nos lleva a
suponer que en un primer momento y tras descubrir la utilidad de la pólvora negra como
propulsor cuando se encerraba en un tubo cerrado por un extremo, emplearan como proyectil lo
que ellos conocían hasta el momento como proyectiles ofensivos, las flechas en todas sus
variantes. Solo las pruebas posteriores indicarían que había otros con un mayor potencial para sus
objetivos, los esféricos de piedra o metálicos.
La primigenia artillería se empleó principalmente para el derribo de puertas y murallas
defensivas, por lo que resultaba factible la utilización de proyectiles esféricos de piedra que
tenían notables ventajas, ya que se fabricaban en el mismo “campo de batalla”, que en realidad
era el “sitio” de alguna ciudad y solía prolongarse durante semanas o meses, dando tiempo a que
se pudieran tallar sobre el terreno, porque ni la cadencia de disparo ni las características balísticas
de estos cañones eran muy exigentes. Cada pieza era diferente en cuanto a calibre y longitud, por
lo que entre su dotación había un grupo de talladores de piedra que se dedicaban principalmente a
este trabajo cuando emplazaban la pieza, para ello disponían de unas “galgas” metálicas del
calibre exacto que debería tener el proyectil, de forma que solo cuando giraba sobre si mismo
manteniendo la “galga” en el centro de mismo, era apto para su disparo, asegurándose una cierta
precisión en el disparo, ya que ni se atascaría al cargar, ni tendría excesivo “viento” balístico. De
este tipo de proyectiles, se pueden ver colecciones importantes en los mejores museos de armas
europeos.
Las necesidades militares consiguieron progresos importantes en la metalurgia y producción de
cañones con mayor alcance y potencia, al tiempo que los estudios balísticos favorecieron
importantes avances en la precisión y contundencia de los diferentes proyectiles, de hierro y
plomo principalmente. Pero no sería hasta el siglo XIX, cuando realmente se dio un paso de
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gigante en lo que a la balística se refiere, pues será durante este siglo, cuando se avanza en el
estudio y mejora de los cañones estriados, que aunque se conocían desde antiguo, no se les había
sacado todo su potencial hasta que en la última mitad este siglo, en que se alcanzará el máximo
de esplendor en lo que al desarrollo y precisión de las armas estriadas se refiere, y por ende sus
proyectiles.
Los grandes cañones cambiaron de manera dramática las reglas de la guerra, derribando la
hegemonía de las armas blancas en las batallas, pero se hacía necesario que pudieran ser
transportadas y disparadas por un solo hombre.
En el año 1350 comienzan a aparecer las primeras armas de fuego portátiles, en rigor de verdad,
sencillos cañones de mano de Avancarga.
La necesidad de contar con armas cada vez más eficientes impulso el perfeccionamiento de las
mismas.
Las primeras balas utilizadas en estas primitivas armas eran de piedra o hierro, de forma esférica.
Dicha configuración resultaba poco aerodinámica y provocaban un alcance pobre.
Las balas esféricas además carecían de precisión porque los gases producidos por la deflagración
de la pólvora escapaban por los espacios existentes entre la bala y las paredes internas del caño.
Sobredimensionar las balas representaba tener que empujarlas dentro del caño a la fuerza
corriendo el riesgo de deformar su forma esférica.
Hacia el año 1600 en Alemania aparecen los primeros “CALEPINOS”, trozo de tela de algodón o
lino lubricado o mojado con saliva que envolvía a la bala para lograr mayor estanqueidad.
También podía utilizarse un trozo de cuero crudo.
Los esféricos, son los más simples de fabricar y los que menos problemas generan, ya que
pequeñas imperfecciones son asumidas por la envuelta de tela que se suele emplear al dispararlos,
mientras que en los que no la emplean (revólveres principalmente), tampoco les afectan estas
imperfecciones, ya que durante la carga, el proyectil sufre deformaciones de mayor importancia
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que tampoco le restan demasiada precisión a la distancia de tiro para la que se diseñaron y en
segundo lugar porque no se puede perder lo que no se tiene.
Para lograr mayor precisión se recurre al rayado interno del ánima del cañón, descubrimiento que
se atribuye al armero alemán Augusto Kotter y al diseñador austriaco Gaspar Koller, en el año
1450. En los primeros tiempos de las armas rayadas, allá por el siglo XVIII, ya se conocían las
bondades de disparar proyectiles con un movimiento giroscópico, aunque aún no se conociera
nada o casi nada de la balística y sus leyes. Se cargaba principalmente con proyectiles de plomo
desnudo que se forzaban en las estrías desde el comienzo de la boca del cañón, debiendo dar
fuertes golpes de mazo para iniciar y baqueta (de hierro) para conseguir asentar la bala sobre la
carga. Este proceso resultaba lento y engorroso, además las armas quedaban inutilizadas a los
pocos disparos, pues los residuos de la pólvora negra cegaban las estrías lo suficiente como para
impedir la carga con el proyectil forzado en ellas. Este hecho haría perdurar en el tiempo los
mosquetes de chispa y ánima lisa, que podían disparar proyectiles pesados y contundentes en las
peores condiciones, aunque no lo hicieran a mucha distancia, tampoco las estrategias militares de
la época lo requerían.
Posteriormente se desarrollaron las balas cilíndricas. El capitán del ejército francés Charles
Claude Etienne Minié concibe una bala cilindro-cónica de tamaño normal o subcalibrada con
pequeñas ranuras transversales de base hueca, denominada “MINIE”, la que al ser disparada se
expande durante su avance por el interior del cañón, ajustándose al rayado del mismo e iniciando
un movimiento giratorio sobre su eje y estabilizando su vuelo hacia el blanco. (1849)
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Existen distintos tipos de balas cilíndricas (Balas R.E.A.L. ó Rifling Engraved At Loading –
TOMA DE ESTRIADO AL CARGARSE-, Maxibalas, etc.), una bala de mayor dimensión y con
notorios anillos en su estructura los que se usan para aplicarles grasa de cerdo que actúa como
lubricante. Se metía a presión en el cañón tomando las estrías y sellando el ánima arrastrando los
residuos hasta el fondo del cañón, este sistema aunque efectivo era de mas lento uso.
También aparecieron cañones con ánimas poligonales y balas con idéntica configuración
destinados a lograr un movimiento giratorio del proyectil sobre su propio eje. Un arma de este
tipo, con sección hexagonal fue desarrollado por el inglés Joseph Whitworth en 1860.
Respecto a los sistemas de ignición, en un principio, para encender la carga propulsora de pólvora
se usaba una antorcha, un tizón o un hierro al rojo vivo, luego se generaliza el uso de una mecha
encendida, mas tarde se utilizaron las chispas producidas por el roce de una rueda con la pirita
(mineral de hierro), o por el golpe del pedernal contra una pieza de hierro, o más recientemente la
detonación del explosivo contenido en un capsula fulminante.
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En el siglo XIX con el redescubrimiento de las bondades del cañón estriado y los proyectiles
ojivales, es cuando aparece realmente el proyectil en el concepto más actual, y que debería
referirse a los objetos capaces de mantener un vuelo más o menos estable gracias a un
movimiento giroscópico del mismo y cuya longitud sea mayor que el calibre.
EL CARTUCHO DE PAPEL
Definición
Recibe el nombre de cartucho la unidad de carga de un arma de fuego.
El termino cartucho proviene del italiano CARTUCCIA o CARTOCCIO, que a su vez deriva del
latín CARTA, que significa papel. En el “Breve tratado de artillería”, libro español del año 1591,
ya se mencionaba el termino cartucho.
Antecedentes Históricos
Desde que aparecieron las primeras armas de fuego portátiles, hasta mediados del Siglo XVI, el
soldado debía acarrear una serie de engorrosos elementos como bolsas conteniendo balas,
calepinos, un receptáculo para la pólvora, grasa, materiales para encender la chispa, etc.
Para agilizar la tarea de cargar y disparar, se comenzó a utilizar unos canutos de lata o madera
con la cantidad de pólvora dosificada que se requería para cada disparo, los que a su vez se
cambiaron por cucuruchos o envoltorios de papel atados a plegados (ocasionalmente se los
envolvía con una hoja de metal blando muy delgado). Eventualmente a esos primitivos cartuchos
se les agregaba la bala. A estas unidades de carga había que rasgarlas, vertiendo su contenido en
el arma.
Utilizando papel impregnado con sustancias combustibles, se podía colocar el cartucho de papel
sin rasgar dentro del cañón del arma, ya que la llama producida por el sistema de ignición
quemaba envoltura y contenido.
El cartucho de papel, es mencionado por primera vez por el autor inglés Smithe en escritos que
datan del año 1586, en los cuales se los describe.
Para fabricar el cartucho de papel se partía de un molde o matriz cilíndrica de madera donde se
moldeaba la lamina de papel, luego se colocaba la bala y la pólvora y después el envoltorio se
cerraba con pliegues y ataduras.
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Solo faltaba ya que alguien encontrara la manera de unir el pistón al cartucho, y diseñara un
sistema de retrocarga que evite el tener que cargar el arma por la boca de fuego. Y como las cosas
complicadas siempre hay alguien que las hace fáciles, en 1836 gracias a John Nickolaus Dreyse,
ven la luz dos grandes inventos que revolucionaran el sistema de carga en las armas de fuego: el
fusil de aguja y el cartucho combustible. Este diseñador alemán, continúa los trabajos de Pauly, y
construye el primer fusil a cerrojo, de retrocarga practico. Era un arma monotiro, con caño sin estriado, el
cerrojo tenía una larga aguja percutora, la cual al oprimir la cola del disparador atravesaba el
cartucho golpeando el fulminante. La larga aguja percutora deteriorada por la exposición a la
combustión de la pólvora, solía quebrarse, lo que hacía necesario disponer de muchos repuestos.
Además, el arma tenía poca precisión por la falta de estriado del caño. No obstante el ejercito
prusiano, armado con este
fusil, logro sucesivas
victorias entre 1864 y 1870.
El cartucho Dreyse, esencialmente consiste en una envoltura de papel que contiene ya los tres
elementos básicos: pólvora, bala y cebo fulminante. Pero con un orden de colocación muy
peculiar. El fulminante va situado delante de la carga de pólvora, en el fondo de un taco de
madera, sobre el que se asienta una bala de plomo de forma ovoidea; de manera que al disparar la
aguja debe atravesar todo el espacio ocupado por la pólvora para incidir en el pistón.
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Una nueva era se abría para las armas de fuego y la avancarga tenían sus días contados.
En este cartucho ya podemos ver una gran semejanza con los actuales, claro está, a excepción de
la vaina.
En 1836 Casimiro Lefaucheux, basándose en estudios del maestro armero Pauli, idea un nuevo
cartucho que solucionará en gran parte los inconvenientes anteriores. Entra en escena el
“cartucho de aguja” (“A broche”), con un diseño diametralmente opuesto a los anteriores y
técnicamente muy avanzado para su época. Estaba formado por un vaina de cartón reforzada con
un culote metálico, donde se situaba una aguja percutora exterior que incidía en un pistón situado
en el interior del cartucho. La vaina de cartón dilataba en el momento del disparo, ajustándose a
las paredes de la recámara e impidiendo el escape de los gases por la misma en el momento del
disparo. Dado que la combustión se producía en el interior del cartucho, no se formaba sarro en la
recámara, evitando tener que limpiarla a menudo.
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Parecía estar todo resuelto, pero en la práctica no fue así. Este sistema de espiga no dio buenos
resultados debido a que el cartucho tenía un gran inconveniente en el peligro que supone la
posibilidad de una ignición accidental al golpearse la aguja. En 1846, con la finalidad de evitar la
humedad, se modifica el cartucho reformando la vaina que pasa a ser enteramente metálica.
Militarmente no tuvo mucho éxito, y aunque subsistió en armas de caza pronto sería sustituido
por un nuevo tipo de cartuchos.
EL CARTUCHO MODERNO
Con objeto de utilizar en carabinas y pistolas de tiro de salón, el armero francés Nicolás Flobert
desarrolla en 1845, un nuevo cartucho de vaina totalmente metálica (cobre) y escasa potencia.
Como este cartucho no contiene carga de pólvora, siendo el fulminante el único elemento que
interviene como iniciador y carga de proyección, podemos decir, que lo que hizo Flobert fue darle
nueva forma a una cápsula fulminante, aumentándola de tamaño, alargándola y encajándole una
pequeña bala esférica de 6 mm en la boca del cartucho.
Lo más importante de este cartucho radica en el sistema anular
de percusión que serviría de base a los modernos cartuchos de
percusión anular.
El nuevo sistema consiste en un pliegue hueco, situado en la
periferia del culote de la vaina, que además de hacer las veces
de tope del cartucho con la recamara, sirve para alojar la
sustancia fulminante. El impacto del percutor del arma sobre
este pliegue provoca la ignición del cartucho.
Nacía el CARTUCHO DE PERCUSION ANULAR. – o fuego anular – (en inglés: RIM FIRE), o
periférica.
Por razones de diseño, el punto débil de estos cartuchos era el reborde que se deformaba o rompía
se sometía a elevadas presiones. Si se intentaba reforzar dicha zona, al percutar sobre el reborde,
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no se podía vencer la resistencia del mismo y había fallos de ignición. Además la vaina no podía
ser recargada y ocurrían fallos de encendido porque el fulminante se distribuía en forma irregular
dentro del reborde.
Pese a estos inconvenientes, los cartuchos de fuego anular han evolucionado incorporando una
carga de proyección de pólvora y actualmente uno de los cartuchos de mayor popularidad, el
Calibre .22 L.R., es de este tipo.
No obstante existía la necesidad de mejorar el sistema de ignición para que los cartuchos resistan
mayores presiones mantengan un sistema practico y seguro de encendido.
Surge así el CARTUCHO DE PERCUSION CENTRAL – o de fuego central – (en inglés:
CENTER FIRE), donde la capsula iniciadora se encuentra en el centro del culote de la base de la
vaina (que puede reforzarse para resistir altas presiones) y la llama de ignición se comunica a
través de uno o varios orificios.
A fines del Siglo XIX aparecen muchos sistemas de fuego central de los cuales perduran
principalmente dos tipos: BOXER Y BERDAM.
El primero, fue desarrollado en el año 1865 por el coronel inglés Edward Boxer, el cual presenta
sobre la vaina un orificio central (OÍDO), por el cual se transmite la llama desde el fulminante
hacia la carga de proyección. La capsula iniciadora tiene en su interior una pirámide de tres
paredes (YUNQUE), con su vértice dirigido hacia la sustancia fulminante. El segundo fue
diseñado en 1869 por el coronel de EE.UU. Hiram Berdam, posee dos oídos y en el medio de
ellos, unido al culote de la vaina, existe una protuberancia (PERNO) que actúa como yunque. El
rendimiento de ambos sistemas es similar.
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CARTUCHOS T.H.V. :
La empresa “Sáciate Françoise de Municiones” (S.F.M.) de Paris, Francia produce desde 1884
municiones para armas portátiles y piezas de artillería, y entre sus proyectos más notables se
encuentra el cartucho T.H.V.
El cartucho T.H.V. (“Tres Haute Vítese”), o de “de muy alta velocidad” es un curioso proyectil
perforante de cuerpo hueco cilíndrico terminado en forma de paraboloide que consigue al
impactar sobre cuerpos blandos, los mismos efectos que podrían producir proyectiles huecos o
explosivos.
Tales efectos se logran gracias a la altísima velocidad inicial del proyectil, de escaso peso y
provisto de una gran cavidad interna estudiada para aumentar la carga de pólvora (y para evitar
deformaciones por la presión de gases). Su forma parabólica externa, le permite al penetrar en el
organismo proyectar la materia por la que atraviesa hacia los costados.
Los problemas que pudieran presentar al subir las rampas de alimentación de las armas que lo
disparan, por su peculiar forma, son menores, y solucionables.
Respecto a su rendimiento, solo se mencionara que pruebas efectuadas a chalecos blindados
preparados para resistir impactos de cartuchos 44 Magnum, usando munición T.H.V. calibre 9
mm. Resulto en que este proyectil penetro más de 30 capas de reblar, logrando en 1 plancha de
acero de 4 milímetros de espesor un impacto que la traspaso sin inconvenientes.
CARTUCHO S.C.F:
En pos de lograr municiones dotadas de mejores condiciones balísticas, mayores velocidades,
trayectorias más tensas, etc. se vinieron experimentando distintas alternativas, entre las cuales se
considero a los proyectiles su calibrados, ejemplo de los cuales podemos mencionar a los
cartuchos para Vermont denominados “Acelerador”. También se desarrollaron proyectiles de este
tipo para cañones de tanques desde 1960.
No obstante, la empresa austriaca Stella, famosa por su innovador fusil de asalto AUG, ha
desarrollado un nuevo tipo de munición con características sorprendentes. Se trata del cartucho
S.C.F. (“Sintetice Casad Fléchate” o cartucho Flecha) diseñado para ser usado en su nuevo fusil
de asalto A.C.R. (Avance Combate Rifle Avanzado de Combate).
El S.C.F. esta constituido básicamente por un dardo o flecha de acero de 41 mm. de longitud y
1,6 mm. de diámetro, con cuatro aletas en su parte posterior (ligeramente inclinadas para darle
movimiento giratorio ). Dicha flecha es muy liviana (0,64 grs.), y está ubicada dentro de un
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cilindro de plástico, envuelto en un taco del mismo material, que tiene cuatro “pétalos” que se
abren y sale expulsado liberando al proyectil. La carga impulsadora, es la tradicional (pólvora
nitrocelulósica).
Las presentaciones de esta nueva munición se evidencian si se menciona que un proyectil calibre
7,62x 51 tiene una velocidad inicial de 835 m segundo, mientras que el cartucho S.C.F. presenta
una velocidad inicial de 1500 m /seg. Su capacidad de penetración es muy satisfactoria (es capaz
de atravesar un casco ML común de acero a 800 m). Como desventajas, sin embargo debe
señalarse que este tipo de proyectiles padecen de mayor dispersión al ser disparados, y no son
inmunes a vientos fuertes que se crucen en su trayectoria.
TROUNDS
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Ahora, un soldado puede transportar doble cantidad de cartuchos, y el arma que lo dispara (G-
11), puede lograr una cadencia de tiro de 2000 disparos por minuto.
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