Bienaventurados Los Pacificadores
Bienaventurados Los Pacificadores
Bienaventurados Los Pacificadores
“Dios bendice a los que trabajan para que haya paz en el mundo, pues ellos serán
llamados hijos de Dios.” (Mateo 5:9 TLA)
Cuando las personas no están de acuerdo contigo, Dios quiere que tu respondas con
integridad, humildad y cortesía.
A medida que nuestra nación se vuelve más plural -significa que tenemos más personas que
vienen con diferentes perspectivas, de diferentes lugares- más divisiva la gente se vuelve.
Fui entrevistado el otro día por alguien que dijo: "Nosotros seguimos escuchando acerca de
esta segunda reforma. ¿Qué te gustaría que sucediera en Estados Unidos?", le dije que me
gustaría ver tres cosas: la restauración de la credibilidad en la Iglesia, la restauración de la
responsabilidad en la vida de las personas, y la restauración de la civilidad en nuestra
cultura, por lo que se puede no estar de acuerdo sin ser desagradable.
¿Por qué quiero esto? Porque Jesús dijo: "Bienaventurados los que procuran la paz, pues
ellos serán llamados hijos de Dios." Los constructores de puentes son los pacificadores, no
la gente que crea conflicto y división.
Jesús dijo en Mateo 5:9: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados
hijos de Dios." (NVI). Quiero la bendición de Dios en tu vida, así que quiero que aprendas
a ser cívico con las personas. Dios quiere que tú hagas eso.
Una de las citas más famosas de Jesús se encuentra en Mateo 7:12: "Así que en todo traten
ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes." (NVI). Se llama la
regla de oro. Trata a los demás como te gustaría que te traten a ti. La palabra para eso es
"civilidad".
Civilidad se hace tratando a los demás como te gustaría ser tratado, incluso si no estás de
acuerdo con ellos - incluso si están gravemente equivocados. Incluso si están luchando en
contra de ti, trátalos como a ti te gustaría ser tratado. Eso es civismo.
http://pastorrick.com/devotional/spanish/bienaventurados-los-pacificadores
Bienaventurados los Pacificadores
Por John Piper sobre Santificación & Crecimiento
Una parte de la serie Las Bienaventuranzas
Traducción por Samuel S. Alvarado
Mateo 5:9
Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios.
Una tras otra las bienaventuranzas nos hablan de las bendiciones eternas que se darán
únicamente a los que se han convertido en criaturas nuevas. Bienaventurados los
misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón,
porque verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de
Dios.
Por lo tanto, las bienaventuranzas dan la puntilla a la creencia falsa que enseña que con el
simple hecho de creer en Jesucristo, se puede entrar al Paraíso independientemente de que
uno sea o no misericordioso, o limpio de corazón, o pacificador. De hecho, desde el
principio hasta el fin, el sermon del monte exclama: "¡Recibe un corazón nuevo!
¡Conviértete en una persona nueva! ¡Está a la puerta el río del juicio!". Recuerden las
palabras del versículo 20: "Si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 5:20).
Nuestras palabras se oyen débiles, siendo aun verídicas; las miradas poco atentas, incluso cuando
nuestras palabras son importantes; y nuestro tono insinúa una apatía que tanto las palabras como
las miradas intentan ocultar. (Words to Winners of Souls, p. 55)
Así que lo quiero hacer esta mañana es que les quede perfectamente bien grabado en la
memoria y sin lugar a dudas que lo que Jesús nos da en las bienaventuranzas no se trata de
sugerencias opcionales y que éstas no forman una serie de sugerencias para hacer un mundo
mejor. Todo lo contrario; porque Jesús nos da aquí una descripción del camino al Paraíso, y
este sermon es un mensaje de Dios para animarnos a entrar en el camino y a seguir en ello
para que en el juicio final podamos ser llamados hijos de Dios.
Para saber cómo se llega a ser un hijo de Dios podemos ver, por ejemplo, Juan 1:12 y
Gálatas 3:26. Juan 1:12 nos dice, “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su
nombre (Jesús), les dio potestad de ser hechos hijos de Dios". Y Gálatas 3:26 dice, "Porque
todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús". En otras palabras, nos convertimos en
hijos de Dios al confiar en Cristo para obtener el perdón y para que Él sea nuestra
esperanza.
Lo que Jesús declara en Mateo 5:9 es que las personas que se han convertido en hijos de
Dios muestran el carácter de su Padre Celestial. Y sabemos que, a partir de las Escrituras,
que su Padre Celestial es un "Dios de paz" (Romanos 16:20; 1 Tesalonicenses 5:23;
Hebreos 13:20). Sabemos que el cielo es un mundo de paz (Lucas 19:38). Y, más que todo,
sabemos que Dios hace la paz.
“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los
hombres sus pecados”(2 Corintios 5:19). Haciendo la paz mediante la sangre de su cruz
(Colosenses 1:20). En otras palabras, aunque por naturaleza somos rebeldes a Dios y hemos
cometido traición y merecemos ser juzgados en corte marcial con la pena de muerte eterna;
no obstante, Dios sacrificó a su propio Hijo y declaró una amnistía completa y libre para
todo aquel que renuncia a sus armas de independencia y que regrese a la fe.
Dios es un Dios que ama la paz, y que hace la paz. La historia completa de redención, que
culmina en la muerte y resurrección de Jesús, es la estrategia de Dios para dar lugar a una
paz justa y duradera entre Él y el hombre rebelde, y luego entre un hombre y otro. Por esta
razón, los hijos de Dios también son así. Ellos muestran el carácter de su Padre. Ellos aman
lo que Él ama. Ellos buscan lo que Él busca. Se distinguen por la manera en que están
dispuestos a sacrificar por la paz del modo en que Dios lo hizo.
Por medio de la obra soberana de la gracia de Dios, nacen de nuevo los seres humanos
rebeldes, y abandonan la rebeldía para volverse hacia la fe, y se convierten en hijos de
Dios. Se nos da una naturaleza nueva, a la semejanza de nuestro Padre celestial (1 Juan
3:9). Si Él hace la paz, entonces sus hijos, quienes poseen Su naturalez, igualmente
buscarán hacer la paz.
O dicho de otro modo, como lo declara Pablo en Gálatas 4:6, "Y por cuanto sois hijos, Dios
envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!»". Y por lo
tanto, como dice en Romanos 8:14, "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son
hijos de Dios". Y ser guiado por el Espíritu siempre incluye rendir el fruto del Espíritu. ¡Y
el fruto del Espíritu es la paz!
Entonces se puede ver por qué tiene que ser así, que los hijos de Dios tienen que ser
pacificadores. Es por medio del Espíritu de Dios que somos hechos hijos de Dios, y el
Espíritu de Dios es el Espíritu de paz. Si no somos pacificadores, entonces no tenemos el
Espíritu de Cristo.
Cabe mencionar que no nos podemos ganar o merecer el privilegio de ser llamados hijos de
Dios. Debemos nuestro nuevo nacimiento a la gracia soberana de Dios (Juan 1:13).
Debemos los impulsos de la fe a nuestro nacimiento nuevo (1 Juan 5:1). Recibimos el
Espíritu Santo al ejercer esta fe (Gálatas 3:2). El fruto del Espíritu es la paz (Gálatas 5:22).
Y los que dan el fruto de la paz son los hijos de Dios.
Nuestra salvación entera, desde el principio hasta el final, es completamente por gracia—y
en esa gracia se basan nuestra esperanza, nuestro gozo, y nuestra libertad. Pero nuestra
salvación final no es incondicional, porque tenemos que ser pacificadores - y aquí es donde
se muestran la sinceridad y la gran seriedad con las que debemos tratar estas
bienaventuranzas, y buscar la gracia de Dios en la vida cotidiana .
Ahora, veamos . . .
¿Qué quiere decir ser un pacificador?
La promesa de ser hijo en la segunda cláusula de Mateo 5:9 nos dirige a Mateo 5:43–45
como elemento principal en la comprensión de este concepto. Ambas citas nos indican
cómo mostramos que somos hijos de Dios.
Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo". Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los
que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que
hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos.
Observen el versículo 45, " . . . para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos".
La idea es la misma a la de Mateo 5:9. El versículo 9 nos dice que tenemos que ser
pacificadores para ser llamados hijos de Dios. En 45 tenemos que amar a nuestros
enemigos y orar por los que nos persiguen si somos hijos de Dios.
Así que probablemente la idea de Jesús sobre ser pacificador se refiera a todas las obras de
amor con las que intentamos eliminar la enemistad entre nosotros y otras personas. Si
queremos ver esto con especificidad, Él nos da dos ejemplos.
Dos Ejemplos
Lo primero que menciona es la oración (versículo 44): Orad por los que os presiguen. ¿Orar
qué? Se nos indica en el próximo capítulo. En Mateo 6:9–10 Jesús nos dice, "Vosotros,
pues, oraréis así". Oren para que tanto ustedes como sus enemigos santifiquen el nombre de
Dios. Oren para que el reino de Dios sea reconocido en la vida de ustedes y en la de sus
enemigos. Oren para que todos hagan la voluntad de Dios así como la hacen los ángeles de
Dios en los cielos. En otras palabras, se debe orar por la conversión y la santificación. El
fundamento de la paz es la pureza. Oren por la pureza de ustedes y de sus enemigos para
que pueda existir la paz.
Luego en Mateo 5:47 Jesús nos da otro ejemplo específico del amor de pacificador: "Y si
saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los
gentiles"? En otras palabras, si existe una ruptura en una de sus relaciones, o si alguien se
opone a ustedes, no deben guardar ese resentimiento. No fomenten la hostilidad tratando de
evadir o haciendo caso omiso de la persona adversa. Todos sabemos que salirse del camino
para no tener que saludar a la persona adversa es lo más natural. Pero ese no es el impulso
del Espíritu de Dios que hizo la paz sacrificando a Su Hijo para darnos la reconciliación
con Él y entre nosotros.
La pacificación intenta establecer enlaces con los demás. Intenta eliminar la hostilidad.
Busca la reconciliación. Busca la armonía. Y trata de mostrar lo que pudiere ser la única
cortesía que tal vez toleraría un enemigo, es decir, un saludo. El pacificador mira al
enemigo de frente y saluda, "Buenos días, Juan." Y lo dice con el anhelo de paz en su
corazón, no con una cortesía falsa que enmascara su coraje.
Pero esto plantea una cuestión difícil: ¿Es nuestra la culpa cuando se asume una posición
que causa la división? Si hemos alejado a alguien y causado su ira al hacer o decir lo
correcto, ¿acaso hemos dejado de ser pacificadores?
No necesariamente. Pablo nos dice, "Si es posible . . . estad en paz". Con esto él concede
que habrá momentos en los que la defensa de la verdad hará que la paz sea imposible. Por
ejemplo, él escribió en primera de corintios (en 11:18–19), "En primer lugar, cuando os
reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. Es preciso
que entre vosotros haya divisiones, para que se pongan de manifiesto entre vosotros los que
son aprobados". Él no hubiera escrito esto si los cristianos verdaderos debieron de haber
puesto la verdad en tela de juicio con tal de evitar la división a todo costo. Fue
precisamente porque algunos cristianos fueron genuinos y genuinamente pacificadores, que
se produjeron algunas divisiones. (Ver también 1 Corintios 7:15.)
No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada. porque he
venido a poner en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera
contra su suegra. Así que los enemigos del hombre serán los de su casa.
Dicho de otro modo; tienen que amar la paz y trabajar por ella. Tienen que orar por sus
enemigos y hacerles el bien y saludarlos; y desear fervientemente que sean eliminadas las
barreras entre ustedes y sus enemigos. Pero jamás deben abandonar su lealtad a Mí y a Mi
palabra, no importa cuánta hostilidad ocasione esto en contra de ustedes. No son culpables,
ni están en el error, si la vida de obediencia y el mensaje de amor y de verdad ocasionan en
algunos la hostilidad y en otros la aceptación.
Posiblemente sea esta advertencia la que Jesús quiere dar al declarar la siguiente
bienaventuranza, "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia".
En otra palabras, no se puede transigir en aquello que comprometa la justicia con tal de
hacer la paz con los perseguidores. Cuando Jesús pronuncia una bendición sobre ustedes
por padecer persecución por causa de la justicia, claramente subordina la meta de la paz a la
meta de la justicia.
En Santiago 3:17 se lee " Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después
pacífica". Primero pura, luego pacífica, y no al revés. Este también es el orden que tenemos
en las bienaventuranzas (en versículos 8 y 9): Primero, "Bienaventurados los de limpio
corazón", luego, "Bienaventurados los pacificadores". La pureza asume prioridad sobre la
paz. La pureza es la base de la paz bíblica. No se puede comprometer la pureza con el fin
de obtener la paz.
Para terminar, quiero dirigirme a una o dos cuestiones que en la actualidad pudieran surgir
en la mente de ciertas personas con un mensaje de este tipo. En vista de la situación
mundial, ¿por qué se limita este mensaje a los alcances personales de la oración, del saludo
y de la reconciliación individual? ¿Acaso no son insignificantes estos asuntos personales en
comparación con la posibilidad de una guerra nuclear, los presupuestos militares, las
pláticas de armas en Génova, la segregación racial en Sudáfrica, las guerras civiles en
Centroamérica, la opresión religiosa en Rumanía y en Rusia, o del terrorismo internacional?
Antes de contestar esa pregunta, hagamos otras: ¿Sabía Jesús que la mano de hierro del
imperio romano caía duramente sobre la tierra reducida de los judíos sin su
consentimiento? ¿Se enteró Jesús de la matanza que hizo Arquelao de los tres mil judíos
durante una celebración de Pascua? ¿Sabía Él que los soldados romanos podían reclutar a
cualquier judío para que cargara con el equipaje de ellos? ¿Sabía Él que Pilato hizo que sus
soldados aporrearan a una muchedumbre de judíos cuando protestó porque él estaba
robando de la tesorería del templo? ¿Sabía Él que Pilato había masacrado a judíos sobre los
terrenos del templo y luego mezcló la sangre de los judíos con la sangre que ellos iban a
ofrecer con los sacrificios? Cuando Jesús habló de los enemigos, ¿por qué se limitó a la
oración y a los saludos y a bendiciones y a obras individuales de generosidad y bondad?
¿Por qué no habló sobre cuestiones de humillación nacional, y de la opresión romana, de la
corrupción política, y del militarismo sin freno de su época? ¿Acaso estaba totalmente
desconectado de las polémicas de su actualidad?
“En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre
Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos
galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que los demás galileos? Os digo: no,
antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente".
Ahora regresemos a la pregunta inicial. ¿Por qué tiene que hacer hincapié el mensaje de
pacificación del sermon en el monte sobre las cuestiones individuales tales como la oración,
el saludar y la reconciliación personal? ¿Acaso no son insignificantes estos asuntos
personales en comparación con cuestiones de guerra nuclear, presupuestos militares,
pláticas de armas en Génova, la segregación racial en Sudáfrica, las guerras civiles en
Centroamérica, la opresión religiosa en Rumanía y en Rusia, o del terrorismo internacional?
La respuesta es no, porque el punto de cada uno de estos asuntos personales en el sermon
del monte es hacer que quede bastante claro que cada ser humano que pueda escuchar mi
voz en este momento tiene que ser una criatura nueva si quiere tener vida eterna. Tienen
que tener un corazón nuevo. Sin un corazón misericordioso, limpio y pacificador no podrán
ser llamados hijos de Dios en el día del juicio. Y ese es el asunto de verdadera importancia
en el mundo de hoy. ¿Realmente está limitado el Hijo del Hombre en su modo de ver al
mundo? ¿Acaso creen que está desligado de los asuntos verdaderos de la vida porque
considera que la salvación eterna del alma de cada uno de ustedes es un asunto de mayor
importancia que el destino temporal de cualquier país sobre la tierra?
Bienaventurados son ustedes los pacificadores que oran por sus enemigos y saludan a sus
adversarios con amor y con sacrifio así como lo hizo su Padre celestial para otorgar la
reconciliación de Dios con los hombres y entre ellos mismos, pues ustedes serán llamados
hijos de Dios y heredarán la vida eterna en el reino de su Padre.
http://es.gospeltranslations.org/wiki/Bienaventurados_los_Pacificadores
El Pacificador
NO. 422
Un sermón para los tiempos, predicado la mañana del
Domingo 8 de Diciembre, 1861
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
"Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán
llamados hijos de Dios." Mateo 5: 9. Sermones
Hay también un significado en la posición del texto, si toman en cuenta el contexto. El versículo
que le precede habla de la bienaventuranza de "los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios."
Es bueno que entendamos esto. Hemos de ser "primeramente puros, después pacíficos." Nuestro
carácter pacífico no ha de hacer nunca un pacto con el pecado, ni una alianza con lo malvado.
Debemos poner nuestros rostros como pedernales contra todo lo que sea contrario a Dios y a Su
santidad. Una vez que hayamos establecido eso en nuestras almas, podremos avanzar hacia el
carácter pacífico para con los hombres.
Y el versículo que sigue a continuación de mi texto también parece colocado allí a propósito.
Independientemente de cuán pacíficos seamos en este mundo, seremos tergiversados y
malentendidos; y eso no debe sorprendernos, pues incluso el Príncipe de paz, por Su propio
carácter pacífico, trajo fuego a la tierra.
Él mismo, aunque amó a la humanidad, y no hizo mal, fue "Despreciado y desechado entre los
hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto." Por tanto, para que el de pacífico
corazón no se sorprenda cuando se encuentre con el enemigo, se agrega en el siguiente versículo:
"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino
de los cielos." De esta manera los pacíficos no solamente son declarados bienaventurados, sino
que son circundados de bendiciones.
¡Señor, danos gracia para ascender a esta séptima bienaventuranza! Purifica nuestras mentes para
que podamos ser "primeramente puros, después pacíficos", y fortifica nuestras almas, para que
nuestro carácter pacífico no nos conduzca a la sorpresa ni a la desesperación, cuando seamos
perseguidos por Tu causa entre los hombres.
El pacificador recuerda la guerra con Rusia, y se acuerda de cuán tontos fuimos al involucrarnos
allá, pues el conflicto nos acarreó grandes pérdidas tanto comerciales como monetarias, y ninguna
ventaja perceptible. Sabe que esta nación ha sido arrastrada a la guerra a menudo por objetivos
políticos, y que usualmente la presión y la carga recaen sobre el pobre individuo trabajador, sobre
aquellos que tienen que ganar sus ingresos con el sudor de su frente.
Por tanto, aunque él, a semejanza de otros hombres, siente hervir su sangre, y como un inglés de
nacimiento, siente correr por sus venas la sangre de los antiguos reyes del mar, reprime su
reacción y se dice: "no debo contender, pues el siervo de Dios debe ser amable para con todos,
apto para enseñar, sufrido."
Así que da su espalda a la corriente, y cuando escucha por todos lados el ruido de la guerra, y ve
que muchos están ansiosos por combatir, hace lo más que pueda para propiciar una corriente de
aire refrescante, y pide: "sean pacientes; quédense tranquilos; si esto es un mal, la guerra es el
peor mal. Todavía no ha existido una mala paz, y nunca hubo una buena guerra", -dice- "e
independientemente de la pérdida que sostengamos por ser demasiado pasivos, perderíamos en
verdad cien veces más si fuésemos demasiado fieros."
Y luego, en el caso involucrado, piensa cuán malo sería para las dos naciones cristianas que fuesen
a la guerra; dos naciones que comparten la misma sangre; dos países que tienen realmente una
relación más cercana que la de cualesquiera otros dos países sobre la faz de la tierra; que rivalizan
en cuanto a sus instituciones liberales; dos naciones que coadyuvan en la propagación del
Evangelio de Cristo; dos naciones que tienen en su seno más elegidos de Dios y más verdaderos
seguidores de Cristo que las demás naciones bajo el cielo.
Sí, él piensa para sí que no sería bueno que los huesos de nuestros hijos e hijas fueran destinados
a generar el abono de nuestros campos, como lo han hecho en el pasado. Recuerda que los
granjeros de Yorkshire trajeron a casa desde Waterloo la tierra vegetal con la que abonaron sus
propios campos, es decir, la sangre y los huesos de sus propios hijos e hijas; y no considera
conveniente que las praderas de América sean enriquecidas con la sangre y los huesos de sus
hijos; y, por otro lado, piensa que no mataría a otro hombre, sino que preferiría que lo mataran, y
considera que la sangre sería para él un horrible espectáculo.
Así que dice: "lo que no quisiera hacer yo mismo, no quisiera que otros lo hicieran por mí, y si no
quiero ser un asesino, tampoco quisiera que otros murieran por mí." En visión camina por un
campo de batalla; oye los gritos de los moribundos y los gemidos de los heridos; sabe que los
propios conquistadores han dicho que todo el entusiasmo de la victoria no ha sido capaz de
erradicar el horror de la terrible escena posterior al combate; así que dice: "¡No; paz, paz!"
Bien, piensa que la guerra es monstruosa, que en el mejor de los casos es cruel, y que es el peor de
todos los azotes; y considera a los soldados como las rojas ramitas de una vara sangrienta, y le
ruega a Dios que no hiera a la nación culpable de esta manera, sino que guardemos la espada por
algún tiempo, para que no nos veamos sumidos en problemas, sobrecogidos de aflicción, y
expuestos a la crueldad que puede llevar a miles a la tumba y a multitudes a la pobreza. Así actúa
el pacificador; y siente que mientras actúa así, su conciencia lo justifica, y es bienaventurado, y los
hombres reconocerán un día que él era uno de los hijos de Dios.
Tiene su temperamento, pues el pacificador puede enojarse, y ay del hombre que no se enoje;
sería como Jacob que cojeaba de su cadera, pues la ira es uno de los pies santos del alma, cuando
se dirige en la dirección correcta; pero aunque se enoje, ha aprendido el mandamiento: "airaos,
pero no pequéis," y "no se ponga el sol sobre vuestro enojo."
Cuando está en casa, el pacificador busca estar en armonía con sus sirvientes y con los de casa;
prefiere tolerar muchas cosas antes que decir una palabra inoportuna, y si tiene que reprender,
siempre lo hace con amabilidad, diciendo: "¿por qué haces esto?; ¿por qué haces esto?", no con la
severidad de un juez, sino con la ternura de un padre.
El pacificador podría aprender una lección, tal vez, de una historia que descubrí la semana pasada
cuando leía la vida del señor John Wesley. Cuando Wesley iba en un barco con rumbo a América
en compañía del señor Oglethorpe, quien había sido nombrado gobernador de Savannah, un día
escuchó un gran ruido en la cabina del gobernador. Así que el señor Wesley fue allá, y el
gobernador le dijo: "me atrevería a decir que usted quiere saber a qué se debe todo este ruido,
señor. Tengo un buen motivo para ello. Usted sabe, señor," -dijo- "que el único vino que bebo es el
de Chipre, pues es muy necesario para mí; lo subí a bordo, y este pillo sirviente mío, este Grimaldi,
se lo ha bebido todo; haré que lo azoten en la cubierta del barco, y lo embarcaremos a la fuerza en
el primer buque de guerra que nos encontremos. Será enganchado al servicio de 'su majestad', y le
irá muy mal, pues le haré saber que yo nunca olvido." "Su señoría", le respondió el señor Wesley,
"entonces yo espero que usted no peque nunca." La reprensión fue tan oportuna, tan aguda y tan
necesaria, que el gobernador replicó al instante: "ay, señor, yo sí peco, y he pecado en lo que
acabo de decir. Por lo que me ha dicho, será perdonado. Espero que no vuelva a hacerlo."
De esta manera, el pacificador piensa siempre que, puesto que él mismo es un pecador
responsable ante su propio Señor, es mejor que no sea un patrón muy duro para con sus siervos,
para no provocar a su Dios si los provoca a ellos.
El pacificador va también más allá, y cuando tiene compañía algunas veces se enfrenta con
menosprecios, e incluso con insultos, pero aprende a soportar todo esto, pues considera que
Cristo sufrió tal contradicción de pecadores contra Sí mismo.
El santo Cotton Mather, un grandioso teólogo puritano de los Estados Unidos, había recibido un
sinnúmero de cartas anónimas que lo ultrajaban grandemente; habiéndolas leído y guardado,
puso una cinta de papel alrededor de ellas y escribió sobre esa cinta cuando colocó las cartas
sobre un estante, "Libelos. Padre, ¡perdónalos!"
Eso es lo que hace el pacificador. Dice de todas estas cosas: "son libelos. Padre, ¡perdónalos!", y
no se apresura a defenderse, sabiendo que Aquel a quien sirve cuidará de que su buen nombre
sea preservado, si él mismo se cuida de su caminar en medio de los hombres. Se mete a un
negocio, y a veces le ocurre al pacificador que se dan ciertas circunstancias en las que se ve
grandemente tentado a acudir a la ley; pero no acude nunca, a menos que se vea obligado a
hacerlo, pues él sabe que involucrarse con los procesos legales es como jugar con herramientas
filosas, y que incluso los que son hábiles en el uso de esas herramientas se cortan los dedos.
El pacificador recuerda que la ley es sumamente beneficiosa para aquellos que la ejercen
profesionalmente; sabe también, que mientras los hombres dan una moneda de plata al
ministerio para el bien de sus almas, y mientras pagan una guinea a su médico para el bien de sus
cuerpos, tienen que gastar cien libras esterlinas o hasta quinientas, como adehala (1) para su
abogado en la Corte Suprema de Justicia.
Así que dice: "no, es preferible que yo sea agraviado por mi adversario, y que él saque una ventaja,
a que los dos tengamos que perderlo todo." Así que pasa por alto algunas de estas cosas, y
descubre que, a la larga, no pierde más por renunciar a sus derechos algunas veces. Hay
momentos en los que se ve obligado a defenderse; pero aun entonces está listo para cualquier
negociación, dispuesto a ceder en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia.
Ha aprendido el viejo adagio que reza: "una onza de prevención es mejor que un kilo de remedio,"
y lo tiene en cuenta para ponerse de acuerdo con su adversario pronto, entre tanto que está con
él en el camino, y no se involucra en la contienda sino que la evita, y si no pudiera evitarla, busca
acabarla tan pronto como sea posible, como delante de Dios.
Y, luego, el pacificador es un vecino, pero no busca nunca entrometerse en las disputas de sus
vecinos, y menos aún si se trata de una disputa entre su vecino y su esposa, pues sabe muy bien
que si esos dos están en desacuerdo, pronto estarán de acuerdo en estar en desacuerdo con él, si
se entrometiera con ellos. Si se llegara a solicitar su intervención cuando hay una disputa entre
dos vecinos, nunca los incita a la animosidad, sino que les dice: "no hacen bien, hermanos míos;
¿por qué contender el uno contra el otro?"
Y aunque no apoya al lado culpable, sino que busca hacer justicia, siempre mitiga su justicia con
misericordia, y le dice al que ha sido afectado: "¿no puedes tener la nobleza de perdonar?" Y a
veces se coloca entre los dos, cuando están muy enojados, y recibe los golpes procedentes de
ambos lados, pues sabe que eso hizo Jesús, que recibió los golpes de Su Padre y los que le
propinamos nosotros también, de tal forma que sufrió en lugar nuestro, para que se diera la paz
entre Dios y el hombre.
Así actúa el pacificador, siempre que es llamado a realizar sus buenos oficios, y más especialmente
si su condición le permite hacerlo con autoridad. Se esfuerza, cuando se sienta en el tribunal, para
no llevar el caso a juicio, si pudiera arreglarse de otra manera.
Pero además, el pacificador considera que su título más elevado es el de ser un cristiano. Siendo
cristiano, se une a alguna Iglesia cristiana; y allí, como pacificador, es como un ángel de Dios.
Incluso hay iglesias que están doblegadas por las debilidades, y esas debilidades son la causa de
que los cristianos y las cristianas difieran algunas veces. Así que el pacificador dice: "esto es
indigno, hermano mío; vivamos en paz"; y recuerda lo que Pablo dijo: "Ruego a Evodia y a
Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor"; y piensa que si Pablo les rogó a estas dos
mujeres que fueran de un mismo sentir, la unidad debe ser algo bendito, y trabaja para lograrla.
Y algunas veces el pacificador, cuando detecta que podrían brotar algunas diferencias entre su
denominación y otras denominaciones, acude a la historia de Abram, y lee cómo los pastores de
Abram contendían con los pastores de Lot, y nota que en el mismo versículo dice: "y el cananeo y
el ferezeo habitaban entonces en la tierra." Entonces considera que era una vergüenza que, allí
donde había ferezeos de quienes cuidarse, los seguidores del verdadero Dios tuvieran
desacuerdos.
Dice a los cristianos: "no hagan esto, pues hacemos que el diablo se divierta; deshonramos a Dios;
dañamos nuestra propia causa; arruinamos las almas de los hombres"; y dice: "envainen sus
espadas; guarden la paz, y no luchen entre ustedes."
Quienes no son pacificadores, cuando son recibidos en la Iglesia, altercarán por causa de la más
pequeña insignificancia; diferirán acerca del más nimio punto; y hemos conocido Iglesias rasgadas
en pedazos, y cismas perpetrados en los cuerpos cristianos por causa de cosas tan insensatas, que
un hombre sabio no podría percibir la causa; por cosas tan ridículas, que un hombre razonable las
habría pasado por alto.
El pacificador dice: "Seguid la paz con todos." Especialmente ora para que el Espíritu de Dios, que
es el Espíritu de paz, descanse sobre la Iglesia en todo momento, haciendo uno de todos los
creyentes, para que siendo uno en Cristo, el mundo sepa que el Padre ha enviado a Su Hijo al
mundo; pues Su misión fue anunciada con un cántico angélico: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en
la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!"
Ahora, yo confío que en la descripción que he hecho del pacificador, haya podido describir a
algunos de ustedes; pero me temo que la mayoría tendría que decir: "bien, en muchos aspectos
me quedo corto." Sin embargo, yo todavía agregaría esto. Si hubiese dos cristianos aquí presentes,
que tengan alguna diferencia entre ellos, yo quisiera ser un pacificador, y les pediría que fuesen
también pacificadores.
Dos espartanos habían altercado entre ellos, y el rey de Esparta, Aris, ordenó que ambos se
reunieran con él en un templo. Cuando ambos llegaron allí, escuchó sus respectivas quejas; y le
dijo al sacerdote: "cierra con llave las puertas del templo; estos dos no podrán salir nunca hasta
que lleguen a un acuerdo"; y allí, dentro del templo, dijo: "es impropio diferir." Así que eliminaron
de inmediato sus diferencias, y se fueron.
Si esto se hizo en el templo de un ídolo, con mayor razón debe hacerse en la casa de Dios; y si el
espartano pagano hizo esto, con mayor razón debe hacerlo el cristiano, el creyente en Cristo.
En este preciso día, aléjense de toda amargura y de toda malicia, y díganse el uno al otro: "si en
algo me has ofendido, queda perdonado; y si en algo te he ofendido, confieso mi error; que la
disensión quede subsanada, y como hijos de Dios, guardemos la unión del uno para con el otro."
Bienaventurados aquellos que puedan hacer esto, pues "¡Bienaventurados los pacificadores!"
II. Habiendo descrito de esta manera al pacificador, seguiré adelante para DECLARAR SU
BIENAVENTURANZA. "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de
Dios." Un triple reconocimiento está implicado.
Primero, es bienaventurado; esto es, Dios lo bendice, y yo sé que aquel a quien Dios bendice, es
bendito; y aquel a quien Dios maldice, es maldito. Dios le bendice desde el más alto cielo. Dios le
bendice a semejanza de Dios. Dios le bendice con las abundantes bendiciones que están
atesoradas en Cristo.
Más especialmente es bendito mayormente cuando es más asediado por las maldiciones, pues
entonces reconoce la enseñanza: "así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros." Y,
aunque ha recibido el mandamiento de regocijarse en todo momento, tiene el mandamiento
especial de estar sumamente alegre cuando es maltratado. Por tanto, si por hacer el bien es
llamado a sufrir, lo acepta tranquilo y se goza de llevar de esta manera una parte de la cruz del
Salvador.
Amando a todos, es de esta manera pacífico en su propia alma, y es bienaventurado como uno
que hereda la bendición del Altísimo.
Y con cierta frecuencia sucede que es bendecido incluso por el malvado; pues aunque no le
quisieran decir nada bueno, no pueden evitarlo. Venciendo el mal con el bien, ascuas amontonará
sobre sus cabezas, y derretirá la frialdad de su enemistad, hasta que ellos mismos lleguen a decir:
"es un buen hombre." Y cuando muera, aquellos a quienes ha reconciliado, dirán sobre su tumba:
"sería muy bueno que el mundo viera a más personas semejantes a él; no habría ni la mitad de
refriegas, ni la mitad del pecado que hay, si hubiera más personas semejantes a él."
En segundo lugar, podrán observar que el texto no dice únicamente que es bienaventurado; sino
que agrega que es uno de los hijos de Dios. Esto es por adopción y gracia; pero la pacificación es
una dulce evidencia de la obra interna del Espíritu pacificador. Además, como un hijo de Dios,
tiene una semejanza a su Padre que está en el cielo. Dios es pacífico, longánimo, y tierno, lleno de
misericordia, piedad, y compasión. Así es este pacificador. Siendo a semejanza de Dios, lleva la
imagen de su Padre. De esta manera da testimonio a los hombres de que es uno de los hijos de
Dios.
Como uno de los hijos de Dios, el pacificador tiene acceso a su Padre. Se acerca a Él con confianza,
diciendo: "Padre nuestro que estás en los cielos," cosa que no se atrevería a decir, si no pudiera
argumentar con una clara conciencia, "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores." Siente un lazo de hermandad con el hombre, y por eso siente
que puede regocijarse en la Paternidad de Dios. Se acerca con confianza y con intenso deleite a su
Padre que está en el cielo, pues es uno de los hijos del Altísimo, que hace el bien tanto al
malagradecido como al que es malo.
Y todavía hay una tercera palabra de reconocimiento en el texto. "Serán llamados hijos de Dios."
No solamente lo son, sino que serán llamados así. Esto es, incluso sus enemigos los llamarán así.
Incluso el mundo dirá: "¡Ah!, ese hombre es un hijo de Dios."
Tal vez, amados, no hay nada que impacte tanto a los impíos como el comportamiento pacífico de
un cristiano bajo los insultos. Hubo una vez un soldado en la India, un tipo muy fornido, que había
sido, antes de alistarse en el ejército, un pugilista, y después había realizado muchos hechos de
valor. Cuando fue convertido a través de la predicación de un misionero, todos sus compinches lo
convirtieron en el hazmerreír. Consideraban imposible que un hombre que hubiera sido como él,
se convirtiera en un cristiano pacífico. Así que un día, cuando celebraban una comida, uno de ellos
le arrojó protervamente a su cara y a su pecho un recipiente lleno de sopa escaldante. El pobre
hombre rasgó sus vestidos para secarse el hirviente líquido, y sin embargo, guardando su
compostura en medio de su excitación, dijo: "yo soy un cristiano, yo debo esperar esto", y les
sonrió. El que lo hizo comentó: "si yo hubiera sabido que lo tomarías de la manera que lo hiciste,
no lo habría hecho nunca. Lamento haberlo hecho." La paciencia del hombre reprendió a la malicia
de ellos, y todos dijeron que era un cristiano. De esta manera fue llamado un hijo de Dios. Vieron
en él una evidencia que era para ellos sumamente impactante, porque sabían que ellos no podrían
haber hecho lo mismo.
Cuando el señor Kilpin de Exeter, iba caminando un día por la calle, un hombre malvado lo empujó
desde la calle para que cayera en el cauce, y cuando caía en el cauce, el hombre dijo: "cae allí,
John Bunyan, pues eso es lo único bueno para ti." El señor Kilpin se levantó y prosiguió su camino,
y cuando posteriormente este hombre quiso saber cómo había reaccionado al insulto, quedó muy
sorprendido cuando todo lo que le dijo el señor Kilpin fue que había recibido más honra que
deshonra, pues para ser llamado John Bunyan, valía la pena ser revolcado en el cauce mil veces.
Entonces el que había hecho esto dijo que Kilpin era un buen hombre.
Así que aquellos que son pacificadores son "llamados hijos de Dios." Ellos lo demuestran al mundo
de tal manera, que los propios ciegos tienen que ver y los propios sordos tienen que oír que Dios
verdaderamente está en ellos. ¡Oh, que tuviésemos la suficiente gracia para ganar este bendito
reconocimiento! Si Dios te ha llevado lo suficientemente lejos, querido lector, para tener hambre y
sed de justicia, te ruego que no ceses de tener hambre hasta que te hubiere llevado a ser un
pacificador, para que puedas ser llamado un hijo de Dios.
III. Pero ahora, en tercer lugar, he de esforzarme para PONER A TRABAJAR AL PACIFICADOR.
Ustedes tienen que hacer mucho trabajo, no lo dudo, en sus propios hogares y en sus propios
círculos de conocidos. Vayan y háganlo. Recordarán bien aquel texto de Job: "¿Se comerá lo
desabrido sin sal? ¿Habrá gusto en la clara del huevo?", y por medio de esta frase Job quería que
supiéramos que las cosas desabridas tienen que ser acompañadas de algo más, pues de lo
contrario no serían agradables al paladar.
Ahora, nuestra religión es algo desabrido para los hombres: le tenemos que poner sal; y esta sal
tiene que ser nuestra quietud y nuestra disposición de ser pacificadores. Entonces aquellos que
hubieran evadido nuestra religión cuando estaba sola, dirán, al comprobar que va acompañada de
sal: "esto es bueno", y podrán encontrar un sabor grato en esta "clara del huevo."
Si quisieran que su piedad fuese reconocida por los hijos de los hombres, hagan una obra clara y
limpia en sus propias casas, expurgando la vieja levadura, para que puedan ofrecer un sacrificio a
Dios que sea piadoso y celestial. Si tienen algunas trifulcas entre ustedes, o divisiones, les ruego
que, así como Dios los perdonó por causa de Cristo, ustedes se perdonen también.
Por el sudor sangriento de Aquel que oró por ustedes, y por las agonías de Aquel que murió por
ustedes, y que al morir dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen," perdonen a sus
enemigos, y sigan el mandato "Orad por los que os ultrajan y os persiguen, y bendecid a los que os
maldicen." Que siempre se diga de ti, como cristiano, "ese hombre es manso y humilde de
corazón, y prefiere soportar una injuria que provocar alguna injuria a otro."
Pero el principal trabajo que quiero ponerlos a hacer, es este: Jesucristo fue el más grande de
todos los pacificadores. "Él es nuestra Paz." Él vino a establecer la paz con el judío y con el gentil,
"pues de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación." Él vino a
establecer la paz entre todas las nacionalidades en pugna, pues ya no somos "griegos, bárbaros ni
escitas, siervos ni libres, sino que Cristo es el todo, y en todos." Él vino a establecer la paz entre la
justicia de Su Padre y nuestras almas ofensoras, y ha obtenido la paz para nosotros por medio de
la sangre de Su cruz.
Ahora, ustedes que son los hijos de paz, esfuércense como instrumentos en Sus manos para lograr
la paz entre Dios y los hombres. Eleven sus oraciones al cielo por las almas de sus hijos. No
permitan que cesen jamás las súplicas por las almas de todos sus conocidos y parientes. Oren por
la salvación de todos sus semejantes que perecen. Así serán pacificadores.
Y cuando hubieren orado, usen todos los medios a su alcance. Prediquen, si Dios les ha dado esa
habilidad; prediquen la palabra de vida que reconcilia, con el Espíritu Santo enviado del cielo.
Enseñen, si no pueden predicar. Enseñen la Palabra. "Insten a tiempo y fuera de tiempo."
"Siembren junto a todas las aguas"; pues el Evangelio "habla mejor que la sangre de Abel," y clama
la paz para los hijos de los hombres.
Escríbanles a sus amigos acerca de Cristo; y si no pueden hablar mucho, hablen un poco de Él.
Pero, ¡oh!, establezcan como el objetivo de su vida ganar a otros para Cristo. No se queden
satisfechos nunca con ir solos al cielo. Pídanle al Señor que puedan ser los padres espirituales de
muchos hijos, y que Dios los bendiga permitiéndoles participar grandemente en la recolección de
la cosecha del Redentor.
Doy gracias a Dios porque hay muchos entre ustedes que están vivos al amor de las almas. Mi
corazón se alegra cuando oigo acerca de las conversiones y cuando recibimos a los convertidos;
pero me siento más alegre cuando muchos de ustedes, convertidos por mi propia
instrumentalidad, bajo Dios, son utilizados como los medios de conversión de otros.
Hay hermanos y hermanas aquí, que me presentan constantemente, que nos visitaron por primera
vez gracias a ellos, sobre quienes vigilaron y oraron, y finalmente fueron presentados al ministro,
para que él oyera su confesión de fe. ¡Esos pacificadores son bienaventurados! Han "salvado de
muerte un alma, y han cubierto multitud de pecados." "Los que enseñan la justicia a la multitud
resplandecerán como las estrellas a perpetua eternidad." Ellos, en verdad, en el propio cielo
"serán llamados hijos de Dios."
La genealogía de ese libro, en el que están escritos los nombres de todo el pueblo del Señor,
registrará que por medio de Dios el Espíritu Santo, ellos llevaron almas al vínculo de paz a través
de Jesucristo.
IV. Por último, el ministro tiene ahora que PRACTICAR SU PROPIO TEXTO, Y ESFORZARSE POR
MEDIO DE DIOS EL ESPÍRITU SANTO PARA SER UN PACIFICADOR ESTA MAÑANA.
Hablo en esta mañana a una multitud de personas que no saben nada de la paz; pues "No hay paz,
dijo mi Dios, para los impíos." "Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse
quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo." Yo no les hablo movido por algún deseo de establecer
una falsa paz con sus almas. Ay de los profetas que dicen: "¡Paz, paz; y no hay paz!" Antes que
nada, permítannos hacer un sólido trabajo sobre este asunto: exponer al que no tiene paz, el
estado bélico de su alma.
¡Oh, alma!, tú estás en guerra esta mañana con tu conciencia. Has procurado tranquilizarla, pero
te remorderá. Has encerrado al cronista de la ciudad de Almahumana en un lugar oscuro, y has
construido una pared delante de su puerta; pero aun así, cuando le sobrevengan sus espasmos, tu
conciencia tronará contra ti y dirá: "esto no es correcto; este es el sendero que conduce al
infierno; este es el camino de la destrucción."
¡Oh!, para algunos de ustedes la conciencia es como un fantasma que los ronda de día y de noche.
Ustedes conocen el bien, aunque elijan el mal; se espinan sus dedos con las espinas de la
conciencia cuando tratan de cortar la rosa del pecado. Para ustedes el camino que desciende no es
fácil; está vallado y cavado, y hay muchas barras y puertas y cadenas por el camino; pero ustedes
pasan por encima de todo ello, resueltos a destruir sus propias almas.
¡Oh!, hay una guerra entre ustedes y su conciencia. La conciencia les dice: "arrepiéntete"; pero
ustedes responden: "no lo haré." La conciencia les dice: "cierra tu tienda el domingo"; la
conciencia les dice: "cambia este sistema de hacer negocios, eso es engañar"; la conciencia dice:
"no se mientan el uno al otro, pues el Juez está a la puerta"; la conciencia dice: "no tomes esa
copa de licor, pues convierte al hombre en algo peor que una bestia"; la conciencia dice: "apártate
de esa relación impúdica, acaba con ese mal, cierra tu puerta a la lujuria"; pero ustedes
responden: "beberé la dulzura aunque me condene; beberé mis copas e iré a los lugares que
frecuento, aunque perezca en mis pecados."
Pero, además, hay guerra entre tú y la ley de Dios. Los diez mandamientos están en tu contra en
esta mañana. El primero da un paso al frente y dice: "que sea maldito, pues me niega. Tiene otro
dios además de mí, su dios es su vientre, y le rinde homenaje a su lujuria." Todos los diez
mandamientos, como diez grandes piezas de artillería, están apuntándote el día de hoy, pues has
quebrantado todos los estatutos de Dios, y has vivido en el olvido diario de todos Sus mandatos.
¡Alma!, descubrirás que es algo muy duro ir a la guerra contra la ley. Cuando la ley vino en paz,
todo el monte Sinaí humeaba, e incluso Moisés llegó a decir: "Estoy espantado y temblando."
¿Qué harán cuando la ley venga en terror, cuando la trompeta del arcángel te arranque de tu
tumba, cuando los ojos de Dios miren llameantes a la culpa de tu alma, cuando los grandes libros
sean abiertos, y todo tu pecado y tu vergüenza sean publicados? ¿Podrías enfrentarte a una ley
airada en aquel día? Cuando los oficiales de la ley den un paso al frente para entregarte a los
atormentadores, y te arrojen para siempre lejos de la paz y de la felicidad, pecador, ¿qué vas a
hacer? ¿Acaso puedes morar en los fuegos eternos? ¿Acaso puedes soportar las quemaduras
sempiternas?
¡Oh, hombre!, "Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el
camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la
cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante."
Pero, pecador, ¿estás consciente de que estás en guerra contra Dios en este día? Has olvidado y
menospreciado a Quien te hizo y ha sido tu mejor amigo. Él te ha alimentado, y tú has usado tu
fuerza en contra Suya. Él te ha vestido -los vestidos con los que cubres tu espalda hoy son la librea
de Su bondad-, y, sin embargo, en lugar de ser el siervo de Aquel cuya librea vistes, eres el esclavo
de Su mayor enemigo.
El simple aire que fluye por tus fosas nasales es un préstamo de Su caridad, y sin embargo tú usas
ese aliento para maldecirle, o lo usas en la lascivia o en la conversación indecorosa, para
deshonrar Sus leyes. El que te hizo se ha convertido en tu enemigo por causa de tu pecado, y tú lo
odias hoy y desprecias Su Palabra.
Tú dices: "yo no le odio." Alma, entonces te exhorto: "cree en el Señor Jesucristo." "No," -dices tú-
"¡no puedo, no haré eso!" Entonces le odias. Si lo amaras, guardarías Su grandioso mandato. "Sus
mandamientos no son gravosos", son dulces y fáciles. Creerías en Su Hijo, si amaras al Padre, pues
"Todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él."
¿Estás así en guerra con Dios? Entonces te encuentras en una terrible condición. ¿Acaso podrías
hacer frente al que viene contra ti con diez mil? ¿Podrías enfrentarte con Aquel que es
Todopoderoso, que hace que el cielo se cimbre a su reproche, y que quebranta a la serpiente
tortuosa con una palabra? ¿Esperas poder esconderte de Él? "¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en
escondrijos que yo no lo vea? Si te escondieres en la cumbre del Carmelo, allí te buscaré y te
tomaré; y aunque te escondieres de delante de mis ojos en lo profundo del mar, allí mandaré a la
serpiente y te morderá. Aunque cavases hasta el Seol, de allí te tomará mi mano; y aunque
subieres hasta el cielo, de allá te haré descender." La creación es tu prisión, y Él puede encontrarte
cuando quiera.
¿O acaso piensas que puedes soportar Su furia? ¿Acaso son tus costillas de hierro? ¿Acaso son tus
huesos de bronce? Aunque lo fueran, se derretirían como cera ante la venida del Señor Dios de los
ejércitos, pues Él es poderoso, y como un león despedazará a Su presa, y como un fuego devorará
a Su adversario, "Porque nuestro Dios es fuego consumidor."
Este, entonces, es el estado de cada hombre inconverso y de cada mujer inconversa en este lugar
en este día. Están en guerra con la conciencia, en guerra contra la ley de Dios, y en guerra contra el
propio Dios. Y ahora, entonces, como embajadores de Dios, venimos a tratar de la paz. Les suplico
que presten atención. "Como si Dios rogase por mi medio; les ruego en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios." "En su nombre."
Supongamos que el ministro desapareciera por un momento. Miren y escuchen. Es Cristo quien les
habla ahora. Me parece escuchar que les habla a algunos de ustedes. Esta es la manera en que les
habla: "alma, yo te amo; te amo de todo corazón; no quisiera que estés enemistado con mi
Padre." Las lágrimas comprueban la verdad de lo que dice, mientras clama: "¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!" "Sin
embargo," -dice- "vengo a tratar contigo de la paz. Ven luego y estemos a cuenta. Haré contigo
pacto eterno, las misericordias firmes a David. Pecador," -dice- "se te pide que escuches la nota de
paz de Dios para tu alma, pues dice así: "tú eres culpable y estás condenado; ¿confesarás esto?
¿Estás dispuesto a deponer las armas ahora, y decir, Grandioso Dios, yo me someto, yo me
someto; no quiero ser más Tu enemigo?" Si es así, la paz es proclamada a ti. "Deje el impío su
camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él
misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar."
¡Oh, alma! ¿Se mueve el espíritu de Dios en ti en este día? ¿Dices: "Señor, quiero estar en paz
contigo?" ¿Estás dispuesto a aceptar a Cristo bajo Sus propios términos, aunque no son términos
para nada: establecen simplemente que no haya términos en el asunto, sino que te entregues,
cuerpo, alma, y espíritu, para ser salvado por Él?
Ahora, si mi Señor estuviese aquí visiblemente, pienso que les suplicaría de tal manera que
muchos de ustedes dirían: "Señor, yo creo; quiero estar en paz contigo." Pero ni siquiera el propio
Cristo convirtió a ningún alma aparte del Espíritu Santo, e incluso Él como predicador no ganó a
muchos para Él, pues eran de un corazón empedernido. Si el Espíritu Santo estuviese aquí, podría
bendecirlos abundantemente mientras yo suplico en el nombre de Cristo como si Él mismo les
suplicara.
¡Alma!, ¿quieres recibir a Cristo o no? Jóvenes, jovencitas, puede ser que no vuelvan a escuchar
esta palabra predicada en sus oídos otra vez. ¿Morirán enemistados con Dios? Ustedes que están
sentados aquí, siendo todavía inconversos, su última hora podría llegar antes de que salga el sol de
otro domingo. Puede ser que ya no vean el mañana. ¿Se adentrarán en la eternidad, como
"enemigos de Dios en vuestra mente, haciendo malas obras?"
¡Alma!, ¿recibirás a Cristo o no? Di que no, si quieres decirlo. Di: "no, Cristo, no seré jamás salvado
por Ti." Dilo. Mira el asunto de frente. Pero yo pido que no digas: "yo no voy a responder." Vamos,
da alguna respuesta en este día: ay, en este día. Demos gracias a Dios, porque puedes dar una
respuesta. Demos gracias a Dios porque no estás en el infierno. Demos gracias a Dios porque tu
sentencia no ha sido pronunciada, porque no has recibido lo que mereces. ¡Que Dios te ayude a
dar la respuesta correcta! ¿Recibirás a Cristo o no? "No soy apto." No se trata de aptitud; sólo es:
¿lo recibirás? "Yo soy negro." Él vendrá a tu negro corazón y lo limpiará. "Oh, pero yo tengo un
corazón empedernido." Él vendrá a tu endurecido corazón y lo ablandará. ¿Lo recibirás? Tú puedes
recibirlo si quisieras.
Cuando Dios hace que un alma quiera, es una clara prueba que quiere darle a Cristo a esa alma; y
si tú quieres, Él también quiere; si Él ha hecho que quieras, puedes recibirlo. "Oh," -dirá alguno-
"no puedo pensar que yo pueda recibir a Cristo." Alma, tú puedes recibirlo ahora. ¡María, Él te
llama! ¡Juan, Él te llama!
Pecador, quienquiera que seas en medio de esta gran muchedumbre, si hubiere en tu alma en
este día una santa disposición hacia Cristo, ay, o si hubiere al menos un desfalleciente deseo hacia
Él, ¡Él te llama, Él te llama! Oh, no te demores, sino ven y confía en Él. Oh, si yo tuviera un
Evangelio como este para predicarlo a las almas condenadas en el infierno, ¡qué efecto tendría
sobre ellas! En verdad, en verdad, si ellas pudieran oír el Evangelio predicado a sus oídos, me
parece que las lágrimas regarían sus pobre mejillas, y dirían: "Grandioso Dios, si sólo pudiésemos
escapar de Tu ira, nos aferraríamos a Cristo."
Pero, he aquí, el Evangelio es predicado entre ustedes, es predicado cada día, pero se
acostumbran a oírlo, me temo, como una vieja, vieja historia. Tal vez se deba a mi pobre manera
de predicarlo; pero Dios sabe que si supiera cómo explicarlo mejor, lo haría.
¡Oh, Señor mío, envía un mejor embajador a estos hombres, si eso los atrajera! ¡Envía un
intercesor más sincero, y un corazón más tierno, si eso los trajera a Ti! ¡Pero, oh, atráelos,
atráelos! Nuestro corazón anhela ver que sean atraídos.
Pecador, ¿recibirás a Cristo o no? Este día es el día del poder de Dios para algunas de sus almas, lo
sé. El Espíritu Santo está tratando con algunos de ustedes. ¡Señor, gánalos, conquístalos,
domínalos! Tal vez digas: "¡Sí, feliz día!, quiero ser conducido en triunfo, cautivo al grandioso amor
de mi Señor." Alma, esto ha sido hecho, si tú crees. Confía en Cristo, y tus múltiples pecados son
todos perdonados: arrójate a los pies de Su amada cruz, y di:
Nota del traductor: (1) Refresher en inglés, o sea, adehala, suma que se da al abogado en las
causas que se prolongan demasiado.
http://www.spurgeon.com.mx/sermon422.html
288Share
Las palabras de Cristo registradas en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo son con frecuencia
llamadas el Sermón del Monte. La razón de ello es que Jesús “subió al monte” (Mateo 5:1),
para dar su mensaje. Aparentemente, Él hizo esto para que fuera más fácil para su audiencia
escuchar lo que iba a decir. Un recuento abreviado del sermón de Cristo en el monte lo
encontramos en Lucas 6:20-49. Aunque hay pequeñas diferencias entre los dos recuentos
de los evangelios, estos pasajes nos dan un excelente resumen de los temas que Jesús trató
en su ministerio aquí en la tierra.
Según John R. W. Stott, “El Sermón del Monte es probablemente la parte mejor conocida
de las enseñanzas de Jesús, aunque se puede argumentar que es la menos entendida, y en
verdad la menos obedecida” (El mensaje del Sermón del Monte, p. 15). Ya que el relato de
Mateo es más extenso que el de Lucas, lo utilizaremos para identificar los mensajes claves
que Jesús dio a su audiencia en el primer siglo y a nosotros en la actualidad).
Las bienaventuranzas
La humanidad siempre ha buscado felicidad. En realidad, la
Declaración de Independencia (de los Estados Unidos) dice que el hombre
debe tener el derecho a “la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad”. Las
bienaventuranzas contienen el secreto de cómo conseguir una felicidad que
no dependa de que las circunstancias externas siempre estén perfectas.
¡En verdad, las bienaventuranzas prometen felicidad a los que son
pobres, a los que lloran, a los perseguidos y a los que aparentemente son
desprovistos de lo que el mundo cree ser esencial para la felicidad! ¿Cuál es
este secreto extraño que pone la felicidad verdadera al alcance de cualquier
ser humano, aunque no tenga riqueza, poder, seguridad material, fama, ni
libertad?
Ahora que las has leído otra vez, ¿cuál fue tu impresión? ¿Te fijaste
en que dice que Jesús se sentó y les enseñó? Cuando nos sentamos a los
pies de Jesús, él nos enseña el cómo ser bienaventurados, felices,
agradecidos y contentos. ¡Su presencia con nosotros puede cambiar
cualquier circunstancia difícil y exterior de la vida a un paraíso! ¡Aun si
estamos en la cárcel, estar encarcelado con Jesús es mejor que ser un
carcelero sin Jesús! ¿Recuerda a Pablo y a Silas, azotados y encarcelados
injustamente, pero cantando? El carcelero era el que estaba infeliz y les rogó
para el secreto de la bienaventuranza.
En Cristo y Cristo en ti
El mayor cambio del Nuevo Pacto con respecto al Viejo Pacto está en
el énfasis en que la ley debe estar en nuestro interior. Todo el sistema del
templo y las observancias del día sábado se han puesto a un lado; dándose
énfasis al amor, a la misericordia y al perdón, y a una relación directa con
Dios por medio de Cristo. Las prácticas del día sábado y del templo son
obviamente ausentes en el Sermón del Monte. (La única vez que se menciona
en Mateo 5.23,24 de traer una ofrenda al altar se le resta importancia en
relación a la mayor importancia de reconciliarse primero con su hermano).
http://www.elcristianismoprimitivo.com/sermonmonte2.htm
LAS BIENAVENTURANZAS
Mateo 5:3-12
¡Las Bienaventuranzas son ACTITUDES que deberían ESTAR en tu vida!
Ellas serán la ley de este mundo durante el Reinado Milenial de Cristo Jesús.