Que - Es - El - Inconsciente - Juan Carlos Cosentino - 2009 PDF

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Presentación

El año pasado se creó un espacio de discusión e intercambio


para propiciar la circulación de aquellos temas en los que los
docentes de “Clínica Psicoanalítica II” y los integrantes de
los equipos de investigación UBACyT, coordinados por Isabel
Goldemberg y por Juan Carlos Cosentino, estaban traba-
jando. El eje que orientó ese trabajo fue volver al concepto
de inconsciente.
Partimos con una presentación inicial a cargo de Isabel
Goldemberg y luego continuamos, en ese espacio de estudio
e intercambio, con un seminario que giró alrededor de los
manuscritos freudianos inéditos de El yo y el ello, donde in-
tervine junto con Emilce Vénere, David Krapf, Graciela
Kahanoff y Cynthia Acuña.
En la última reunión del año, a fines de diciembre de 2008,
acordamos realizar unas jornadas en el mes de abril de 2009
retomando el tema de investigación del año, el concepto de
inconsciente, constituyéndonos algunos de nosotros en or-
ganizadores.
8 • Presentación

Los textos que aquí publicamos fueron leídos en las


Jornadas “Qué es el inconsciente”, realizadas en la Biblioteca
Nacional los días 17 y 18 de abril de 2009 y conservan el or-
den de las mesas que organizamos.
Participaron en la presentación de trabajos y talleres clí-
nicos psicoanalistas que desempeñan tareas de docencia e
investigación en la UBA y Eduardo Vidal, miembro de la
Escola Letra Freudiana de Río de Janeiro, quien hace varios
años nos acompaña como invitado con presentaciones en el
grado y el posgrado de la UBA.
Presentación • 9

En la ciudad de Figueres se encuentra un Castillo que fue


comprado y restaurado por Dalí para Gala: el Palau Púbol.
La fotografía que ilustró los afiches de las jornadas se deno-
mina: “El camino de Púbol”. Fue tomada por Viviana Fanés
en el interior del Salón de los Escudos y es sólo un detalle
del cielo raso pintado por el mismo Dalí en óleo.
Esa extimidad de la parte inferior de ese cuerpo que se
presenta como un exterior en el interior o un interior en el
exterior da cuenta de la ruptura que nos propusimos, reali-
zando dichas Jornadas más allá del ámbito donde nos de-
sempeñamos como docentes, la Facultad de Psicología de la
UBA. De esa manera, las cuestiones que nos interrogan en
los trabajos que presentamos, intentaron abrirle paso a algo
que no se reduce al campo en que se produjo. Así, el texto de
presentación de la actividad introdujo un cambio de pregunta.
Un largo y decisivo comentario en 1923, recordando la ex-
trañeza y rechazo que produce la irrupción de lo reprimido
icc, anticipa lo que hay de incisivo en la posición de Freud,
en lo que ha descubierto, en lo que introduce de una manera
imprevista: por primera vez se ve aflorar algo que no guarda
estrictamente relación con nada que se hubiera nombrado
antes: el Icc.
Qué es el Icc. El Icc es lo que se instituye del trazo de lo
no reconocido, 1 de lo imposible de reconocer, que clama
por ese mismo campo disímil que exigía en 1920 a echar mano
de un más allá del principio de placer, que quiebra el espacio

1. Sigmund Freud, “El yo y el ello”, en El problema económico, Buenos Aires,


Imago Mundi, 2005, p. 32. En los textos incluidos en este libro, las remisiones
en castellano corresponden, salvo aclaración, a Obras Completas (OC), Buenos
Aires, Amorrortu Editores (AE), 1978-85.
10 • Presentación

dejando brotar, como en el detalle del “camino de Púbol”, su


carácter diverso, heterogéneo.
Bien, la Spaltung freudiana2 es anticipada en tres oportu-
nidades –aunque desaparece en el escrito publicado– en el
manuscrito del borrador de El yo y el ello, texto que formó
parte de los materiales de trabajo del año pasado.
Esta hendidura que se ubica en “el núcleo de nuestro ser”3
nos conduce, como el “más allá” y el “Icc que lleva la marca
de lo imposible de reconocer”, a aquel mismo campo hete-
rogéneo.
En una última lección que diera Lacan el 19 de junio de
1968,4 que no conocíamos en Buenos Aires, nos dice que ha
reservado el término de Verleugnung5 que seguramente Freud
hizo surgir a propósito de tal momento ejemplar de la Spaltung
del sujeto.
¿Y qué está en juego en esta Spaltung? Que muy pronto
en Freud no es sin la Verleugnung. Justamente la propia hen-
didura, la falta fundante, siempre velada, del sujeto.6
¿En qué atañe a la formación de los analistas?

“Lo que ocurre en el final de análisis didáctico del lado del


analista es desconocido por los propios analistas, [...] quie-
nes parecen oponerle el más furioso desconocimiento; [...]

2. La escisión o hendidura: “ese precio a pagar por la pérdida que se pro-


duce en el tiempo anterior de la identificación fundante”.
3. Der Kern unseres Wesen.
4. El Seminario, libro XV, El acto psicoanalítico (1967-1968), inédito.
5. Desmentida.
6. Si la operación de la desmentida es estructural y constitutiva del acto que
funda al sujeto como dividido es porque esta operación incide sobre lo real de
esta operación y, a su vez, es inducido por ella.
Presentación • 11

Un desconocimiento ligado a aquello que, una vez que aceptó


la perspectiva del acto, ... el analista recoge en cuanto a di-
cho acto, en las consecuencias del análisis, en la propia es-
tructura del saber”.7

¿Qué promueve pues el acto analítico, con relación a la


posición del analista, que en el inicio del análisis instaura el
sujeto supuesto saber? Simular algo que el propio acto del
analista va a desmentir.8
En la última lección de El acto psicoanalítico, leemos:

“Y es por esto que yo había reservado durante años, puesto


al abrigo, colocado aparte, el término Verleugnung que con
certeza Freud hizo aparecer a propósito de tal momento
ejemplar de la hendidura del sujeto; quería reservarlo, ha-
cerlo vivir allí donde ciertamente es presionado en su punto
más alto de patético, a nivel del propio analista”.9

Lo patético dice del punto máximo e irreductible de la hen-


didura del sujeto: un desconocimiento necesario que toca su
límite como sujeto de un saber. Para el analista también hay
algo de lo real que irremediablemente no se sabe, y es en esa
dirección que lo “no-reconocido” escribe la falla del saber.

JCC

7. El Seminario,libro XV, op. cit., lección del 29 de noviembre de 1967.


8. Es con relación a esta pregunta que Lacan retoma nuevamente el término
Verleugnung haciendo referencia a esa posición inaugural inherente al acto (falso
acto en el inicio) que consiste en simular algo que el propio acto del analista
va a desmentir.
9. El Seminario, libro XV, op. cit., lección del 19 de junio de 1968.
El Uno y el Padre
Miriam Alianak, Norma Bruner,
Ernesto Castagnino, Jorge Dorado,
Isabel Goldemberg, M. Lucía Silveyra

Por tratarse de la identificación, el Uno y el Padre conside-


raremos que la identificación primaria remite a un tiempo ló-
gico previo al proceso primario, tiempo en el que no hay su-
jeto ni objeto, operación que es necesario ubicar en relación
a la incorporación y por lo tanto a la temática del padre. La
incorporación debe, a su vez, diferenciarse de la asimilación,
quitándole el matiz fantasmático y la idea de introyección.
La referencia a los incorporales que hace Lacan permite
marcar un punto de exterioridad, de inasimilable, en el inte-
rior mismo de la estructura. Con la noción de incorporal,
Lacan da la razón estoica al mito freudiano reanudando, con
la topología, cuestiones referidas a la identificación y al
Nombre del Padre.
Lacan nos propone releer a Freud y se acerca a la lectura
desde una propuesta que es de escritura. Desde allí, aborda
el concepto de inconsciente, al que piensa como la-una-equi-
vocación, cada vez; además de definirlo como estructurado
16 • Uno

como un lenguaje. Si hablamos de relectura no podemos de-


jar de pensar el significado de acontecimiento innovador
que produjo Freud como creador de discurso. El aconteci-
miento implica “algo del orden de la invención, de una nueva
manera de ser”.1 Los acontecimientos son singularidades irre-
ductibles, fuera de la ley de las situaciones donde el aconte-
cimiento es pensado como suplemento.
Freud lee en la neurosis la manifestación del sujeto, e in-
venta el inconsciente en una nueva lectura del sujeto, es decir,
un sujeto descentrado, dividido, un entre dos que implicará
una pérdida de goce como condición de su constitución.
La escritura es efecto del buen corte, es otro sistema que
desde la escritura lógica permite una lectura posible de la
clínica.

“El preclaro ejemplo estoico es el de un cuchillo que corta


una torta y que da lugar a la interrogación acerca del espe-
sor ontológico del corte. Un corte no es una cosa pero es
algo; es el resultado de la mezcla entre un cuerpo activo y
un cuerpo pasivo. Manifiesta un estado de cosas, pero no
«es» nada, no sustantiva. Es un incorpóreo, el efecto de la
acción entre cuerpos, un atributo, que sólo cobra sentido con
el lenguaje. El acontecimiento es corte y cicatriz. El mismo
lenguaje es un acontecimiento, frontera y membrana entre
las cosas que nombra”.2

1. Isabel Goldemberg, “El psicoanálisis, una lectura del sujeto”, en Memorias


de las XIV Jornadas de Investigación, Tercer Encuentro de Investigadores en Psicología
del MERCOSUR, Tomo III, Buenos Aires, Facultad de Psicología, UBA, 2007,
p. 131.
2. Tomás Abraham, Alain Badiou, Richard Rorty, Batallas éticas, Buenos
Aires, Nueva Visión, 1997, p. 41.
El Uno y el Padre • 17

En este camino de ruptura del sentido y de desprender


una lógica que nos permita acceder a la lectura del incons-
ciente, partimos de la negación freudiana para pensar el tiempo
de la estructuración del sujeto.
Si pensamos clínica y escritura, ¿qué estatuto le damos a
la negatividad en el discurso para considerar los tiempos de
la subjetivación? La negatividad, podemos afirmar, sostiene
el ser desde el no ser.
El juicio de atribución es el tiempo de la constitución que
implica la afirmación primordial, la Bejahung, la unificación y
la expulsión, la Austossung; pero estas dos operaciones son dos
caras de una operación fundacional primordial: una Verneingung
primitiva. Es un tiempo de no diferencia, en el mismo movi-
miento de afirmación-expulsión no se expulsa nada dado de an-
temano, es la operación misma la que funda la exterioridad,
como rechazo primero de goce, fundado en la exclusión misma.
En el Seminario XIII, El objeto del psicoanálisis, Lacan se ocupa
de la lógica que subyace al juicio de atribución. Señala que la
Bejahung “no prejuzga de la existencia”, es decir que hay atri-
bución sin existencia, inversión de la lógica aristotélica en la
cual la existencia es condición para la atribución. Esto lleva a
Lacan a recuperar el concepto de incorpóreo (asómaton) en la fi-
losofía estoica. Los estoicos parten de la premisa de que todo
lo que existe es cuerpo, es decir que los cuerpos son las únicas
realidades, lo que existe es aquello capaz de actuar o padecer:
Cuando el escalpelo corta la carne, el primer cuerpo (escalpelo)
produce sobre el segundo (carne) no una propiedad nueva sino
un atributo nuevo, la propiedad de “ser cortada”,3 es decir que

3. Este ejemplo del filósofo escéptico Sexto Empírico es citado por Émile
18 • Uno

para los estoicos los cuerpos, al entrar en contacto se modifi-


can pero esas modificaciones no son realidades nuevas sino
efectos, atributos (kategorémata). Como señala Émile Bréhier,
el atributo no designa entonces ninguna cualidad real: “blanco”
y “negro”, por ejemplo, no son atributos en sentido estoico.
Éste se expresa mediante un verbo, lo que quiere decir que no
es sino “una manera de ser”, que se encuentra en la superficie
del ser y no cambia su naturaleza, es simplemente un resultado,
un efecto que no se clasifica entre los seres.4
Según Bréhier, los estoicos plantean cuatro tipos de incor-
póreos: lugar, tiempo, vacío y expresable (lekton). Para com-
prender el estatuto de la noción de incorporal, se puede par-
tir de este problema: un griego y un bárbaro oyen la misma
palabra. Ambos tienen la representación de la cosa designada,
pero el griego la entiende y el bárbaro no. Sólo para el griego
el objeto tiene un atributo (lekton) que le permite volver legi-
ble un significado, que, en su lengua, ese objeto sea signifi-
cado por la palabra en cuestión. El lekton (lo expresable, lo de-
cible, lo significable) no tiene existencia en sí sino a través de
la materialidad de la palabra. Los incorpóreos tienen una exis-
tencia parasitaria respecto de los cuerpos. Un cuerpo tiene para
los estoicos su naturaleza propia y el hecho de ser significado
por una palabra (lexis) le da entonces un atributo incorpóreo
(lekton) que sin embargo no cambia nada de su esencia. Lo in-
teresante de la filosofía estoica es que elimina toda relación
intrínseca entre la palabra y la cosa. Como dice Bréhier:

Bréhier en su estudio sobre la filosofía estoica (É. Bréhier, La théorie des incor-
porels dans l’ancien stoïcisme, París, J. Vrin, 1987).
4. Ibid., p. 12.
El Uno y el Padre • 19

“Los incorpóreos sin los cuerpos no existen, pero los cuer-


pos sin los incorpóreos, son ciegos, sordos y mudos”.5

El incorpóreo estoico se ubica entonces en la superficie, de-


limitando un borde o límite que hace que el cuerpo pueda ser
dicho. Lacan hace referencia al corpse, al cuerpo muerto:

“[...] quien no conoce el punto crítico donde datamos en el


hombre al ser hablante [...] «corpse», resto que no deviene
carroña, el cuerpo que habitaba la palabra [parole] que el len-
guaje «corpsificaba».”6

La relación entre cuerpo y significante, para Lacan, debe


ser pensada a partir de la noción estoica de incorpóreo:

“vemos que hablar de cuerpo no es una metáfora cuando se


trata de simbólico, porque dicho cuerpo constituye el cuerpo
tomado en sentido ingenuo [...]. El primero hace al se-
gundo incorporarse. De donde lo incorpóreo marca al pri-
mero por esta incorporación. Rindamos justicia a los estoi-
cos por haber sabido signar con este término, lo incorpó-
reo, en qué lo simbólico sostiene al cuerpo [...]. El cuerpo es
de entrada lo que puede portar la marca apropiada para or-
denarlo en una sucesión de significantes”.7

Pensar el cuerpo de lo simbólico nos abre a la problemá-


tica de la identificación como incorporación, operación ins-
tituyente sostenida por un padre que nombra.

5. Ibid, p. 20.
6. Jacques Lacan, Psicoanálisis, Radiofonía & Televisión, Barcelona, Anagrama,
1980, p.19 (el subrayado es nuestro).
7. Ibid, pp. 18-19.
20 • Uno

En Psicología de las masas y análisis del yo, la identificación


primera aparece ligada a los fenómenos del amor pero ubi-
cada en la prehistoria del Edipo, como primer lazo afectivo
con el Otro. En El yo y el ello es identificación con el padre
de la prehistoria, no es el resultado de una investidura de ob-
jeto, es directa e inmediata y no mediada.
Identificación primaria con el padre de la prehistoria an-
terior a la historia, anterioridad lógica que es soporte de las
otras identificaciones. Por “directa e inmediata” debemos en-
tender que no media elección de objeto, es anterior a toda
carga, es efecto de simultaneidad, sincrónica, no retórica, con-
dición de posibilidad en la génesis del ideal.
Primera identificación soporte del ideal, que Freud ubica
en relación al sujeto y no al objeto y que Lacan refuerza como
ambivalente, producida sobre el fondo de la imagen de la
devoración asimilante. Incorporación pensada desde el mo-
mento mítico en el que, luego de su asesinato, se incorpora
al padre por amor y se instaura la posibilidad de la obedien-
cia retrospectiva, instalación de la ley, que abre al campo del
deseo e inaugura la subjetividad.
Primera incorporación que supone pérdida, un cero ne-
cesario en la serie. Comida totémica que implica incorpora-
ción del cuerpo de lo simbólico como incorporación de una
ausencia, de una nada, como apuesta al sujeto. Nadie está
allí, dice Lacan, no hay nada de antemano para saber que
ella se produce; opacidad esencial de este acto de incorpora-
ción que es acto inaugural de la estructura inconsciente.
El Uno de la identificación es reformulado en Lacan desde
la conjunción de la lógica y el mito. En el Seminario XXII,
RSI, ubica la identificación primaria a lo real del Otro real.
El Uno y el Padre • 21

Modo primordial que tiene que ver con el cuerpo pulsional,


es lo que se consume sin poder nombrar del ser del Otro,
apunta a lo innombrable, a la esencia ausente del cuerpo como
transmisión de libido inmortal. Ausencia que sostiene la exis-
tencia del padre como muerto, cuerpo simbólico que sostiene
el cuerpo del lenguaje.
En La dirección de la cura agrega que la identificación pri-
maria no tiene que ver con la asunción de las insignias del
Otro, sino con el encuentro del sujeto con la estructura cons-
tituyente de su deseo en la hiancia abierta por los significan-
tes en el campo del Otro.
Identificación primaria que la pensamos como punto de
partida, que permite decir uno, uno... como marca que sos-
tiene la constitución del rasgo unario, como soporte del au-
tomatismo de repetición. El uno, uno, uno pero donde no hay
una primera vez, el que funda es el padre, dejando un resto
irrecuperable en esta búsqueda repetitiva. Es decir que el
sujeto surge de su relación al Otro del significante en una
identificación en el campo de la estructura simbólica, e im-
plica el campo del deseo.
Recordemos que el significante a diferencia del signo se
sostiene en su misma diferencia, mientras que el signo es lo
que representa algo para alguien; en esta diferencia se quie-
bra la relación tradicional significante-significado, la relación
entre el signo y su referente. La cosa queda perdida.
En el Seminario 20, Aun, Lacan es riguroso cuando dice que:

“Esta identificación, que se produce en una articulación


ternaria, se basa en que, en ningún caso, pueden considerarse
como soporte dos como tales. Entre dos, cualesquiera sean,
22 • Uno

hay siempre el Uno y el Otro, el Uno y la a minúscula, y en


ningún caso puede tomarse el Otro por el Uno.”

Sigue Lacan,
“Dije que el significante representa un sujeto para otro sig-
nificante. ¿En el signo, de qué se trata? […] El signo no es
pues signo de algo, es signo de un efecto que es lo que se su-
pone como tal a partir del funcionamiento del significante.
Este efecto es lo que nos enseña Freud, el punto de partida
del discurso analítico, o sea del sujeto”.8

Desde otro lugar, a la vez el mismo, el lingüista Henri


Meschonnic nos desafía al preguntarnos ¿por qué olvidar al
signo? Porque entre otros motivos, éste supone plantear que
primero está la lengua y luego el discurso. Wilhelm von
Humboldt ya decía que las palabras no preceden al discurso
sino que proceden del discurso.
Meschonnic propone, entonces, un continuo: ritmo-sin-
taxis-prosodia, como significancia o semántica serial en un
sistema de discurso. De esta manera nos abre, creemos, de la
discusión si en el inicio el signo o el significante, para poder
pensar el afecto como condición del concepto. Es decir, el
cuerpo en el lenguaje cuando el lenguaje es la invención de
un pensamiento en y por la escritura.9
En el Seminario IX, La identificación, Lacan dice:
“La estructuración del lenguaje se identifica con la localiza-
ción de la primera conjugación de una emisión vocal con

8. Jacques Lacan, El Seminario, libro 20, Aun, Buenos Aires, Paidós, 1981, pp.
63-64.
9. Henri Meschonnic, La poética como crítica del sentido, Buenos Aires, Mármol-
Izquierdo, 2007, pp. 47-48.
El Uno y el Padre • 23

un signo, es decir con una primera manipulación del ob-


jeto. La hemos llamado simplificadora cuando se trató de
definir la génesis del trazo, ¿qué hay más destruido, bo-
rrado que un objeto, si es del objeto que el trazo surge, si es
algo del objeto que el trazo retiene, su unicidad?”10

El lenguaje no captura lo real, pero hace surco en lo


real, que no se resuelve en una etiqueta, en un redoblamiento
de la cosa.
Vemos que el objeto a viene del Otro, no solamente como
espejismo, sino también como voz. Objeto caído de la pala-
bra, pero ¿quién habla más allá del sujeto que habla en el lu-
gar del Otro? Lo primero es ¿quién soy? A lo que recibe como
respuesta una nominación carente de atributo, nace en un
universo de lenguaje, lo recibe en forma vocal.
Voz que articula con la identificación pero como incor-
poración la voz no se asimila, se incorpora y esto le da fun-
ción de modelar el vacío. La voz resuena en el vacío del Otro
y en este sentido produce diferencia. La voz nos reenvía, en-
tonces, al lugar del padre, ya que, insistimos, el padre es el
que funda.
Lacan diferencia en el Seminario XIX, … O peor, el trazo
unario del “hay del uno”. El trazo unario (der einziger Zug),
introducido por Freud, marca la repetición: “la repetición
no funda ningún «todos» ni identifica nada, [...] no puede ha-
ber en ella una primera vez”.11 El uno de la repetición sos-
tiene el eso habla, trazo unario sostenido en la identificación
imaginaria que opera por una marca simbólica.

10. Jacques Lacan, El Seminario, libro IX, La identificación, lección del 10 de


enero de 1962, inédito.
24 • Uno

Hay del uno, no dos, en el sentido que este uno señala la


inexistencia del dos, de la no relación que precipita a ubicar
el uno en su costado real articulado al número, a su función
lógica en relación a la estructura. No hay un individuo sino
una existencia matemática. La referencia lacaniana al Uno
se juega entre el uno que funda y el “existe uno que dice no”.
El nombre del padre que en La instancia de la letra definió a
partir del desplazamiento y la condensación ahora la lógica
articula el mito edípico creacionista siendo el padre el que
existe anudando pero haciendo límite al todo goce.
Infatuación de pensar que el uno hace al ser: “la ontolo-
gía es la mueca del uno […] es alrededor del que «une», del
que dice «no» que puede fundarse todo lo universal”.12 El
padre que tiene derecho al amor en tanto hace de la mujer
objeto de su deseo, modelo de función en tanto no puede ser
más que excepción.
Lacan sostiene que si bien Freud elide los tres registros y
su anudamiento, instaura como articulador al padre, al nom-
bre del padre que lo hace equivaler a la realidad psíquica;
con valor de realidad religiosa en tanto soñada, fantasmá-
tica. Nombre del padre que es los nombres del padre en tanto
remiten a lo Real, Simbólico e Imaginario.
El padre nombra, da nombre a las cosas. En tanto nom-
brante imprime vestidura fálica que, como uno, da acceso al
cuerpo del otro y en tanto falo, como uno, divide al sujeto y
posibilita el acceso al saber inconsciente.

11. Jacques Lacan, El Seminario, libro XIX, …O peor, lección del 10 de


mayo de 1972, inédito.
12 Ibid, lección del 21 de junio de 1972, inédito.
El Uno y el Padre • 25

Bibliografía
Marcelo Boeri, Los estoicos antiguos, Santiago de Chile, Ed. Universitaria, 2004.
Émile Bréhier, La théorie des incorporels dans l’ancien stoïcisme, París, J. Vrin, 1987.
Jean Brun, El estoicismo, Bs. As, Eudeba, 1977.
Jacques Lacan, “Conferencia en la Universidad de Yale”, 24 de noviembre de
1975, Scilicet 6/7, París, Seuil.
— “La dirección de la cura”, en Escritos 1, México, Siglo XXI, 1980, pp. 217-
275.
—“Observación sobre el informe de Daniel Lagache”, en Escritos 2, México,
Siglo XXI, 1980, pp. 269-306.
—Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Barcelona, Anagrama, 1980.
—Reseñas de enseñanza, Buenos Aires, Manantial, 1984.
—El Seminario, libro XXII, RSI (1974-75), inédito.
Henri Meschonnic, La poética como crítica del sentido, Buenos Aires, Mármol-
Izquierdo, 2007.
Problemas económicos
en el Psicoanálisis1
David Krapf

«Y en el límite de su mudez estaba el mundo.


Esa cosa inminente e inalcanzable […] En el
lenguaje no había ni una sola palabra que
diese nombre al acto…» Clarice Lispector2

Babel, la confusión de las lenguas

En un libro reciente Gödel para todos,3 en el que uno de sus


autores es conocido por sus trabajos que acercaron a J. L.
Borges a la mirada de las matemáticas, se ha renovado la crí-
tica que Sokal primero y luego junto a Bricmont4 habían
lanzado contra algunos autores del llamado “post-estructu-
ralismo”. Entre estos, una estuvo dirigida a los desarrollos
de J. Lacan por el uso injustificado de analogías tomadas de
los resultados de teorizaciones matemáticas para fundamen-
tar el pensamiento freudiano.

1. Este trabajo (pero bajo el título: “El método de diagonalización de Cantor


en la construcción de la muralla china”) es el resultado del rechazo que tuve
del “Comité Científico” que tenía a cargo su evaluación para ser presentado al
I Congreso Internacional de Investigación, XVI Jornadas y V Encuentro MER-
COSUR, realizado en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos
28 • Uno

Esta reiteración en las críticas al uso, por J. Lacan, de for-


malizaciones propias de las ciencias nos hace pensar en alguna
dificultad que no se ha podido aún responder y que merece
cierta atención5. A pesar de algunas imprudencias que se co-
meten en Gödel para todos,6 es cierto sin embargo, que dentro

Aires, en agosto del 2009. Al consultar el motivo a “uno entre noventa” (ya
que el evaluador es anónimo), éste escribió: “El trabajo se inscribe dentro del
campo de la lógica, lo cual no excluiría su pertinencia en las jornadas de inves-
tigación que nos ocupan si no fuera porque su articulación con desarrollos
psicoanalíticos son extremadamente insuficientes y forzados”. Como el regla-
mento no contempla el derecho a réplica (por motivos de organización tem-
poral me ha contestado la Secretaria de Investigación) aprovecho esta ocasión
para informarle a ese “uno entre noventa” que lo “insuficiente” no tiene extre-
mos, simplemente es un límite. Y por lo “forzado” del argumento, considero a
este trabajo como suficiente para responderle. Esta respuesta no implica que
“pueda tener el tiempo” para leerlo o releerlo. Yo tampoco lo tendría.
2. Clarice Lispector, La manzana en la oscuridad, Madrid, Siruela, 2003.
3. Guillermo Martínez, Gustavo Piñeiro, Gödel para todos, Buenos Aires,
Emece, 2009.
4. Alan Sokal, Jean Bricmont, Imposturas intelectuales, Buenos Aires, Paidós,
1999.
5. Descarto para este desarrollo el supuesto uso “oportunista” de una crítica
a “J. Lacan”, y la tomo en un sentido positivo como una interrogación al pensar
propio del psicoanálisis. Para tener una aproximación al llamado affaire Sokal se
puede consultar:
http://www.psiconet.com/foros/psa-ciencia/eidelberg2.htm
http://antieleia.blogspot.com/2006/10/sokal-y-lacan.html
http://www.alpoma.net/tecob/?p=252
http://www.sauval.com/articulos/sokal3.htm
En estas páginas encontrarán una serie de trabajos y reacciones con dife-
rentes posiciones respecto a lo que desató Sokal. Lo interesante es que a pesar
de éstos, podemos decir que 10 años después el malestar reaparece en Gödel
para todos. Por otro lado existen otras críticas (K. Popper, G. Klimovsky, por
nombrar algunas) que no he tomado en cuenta, y que también merecerían una
atención. Para consultas acerca del tecnicismo específico del teorema de Gödel,
se puede consultar en http://www.godelparatodos.blogspot.com.
6. No nos corresponde a nosotros sino un único capítulo, el cuatro y espe-
cíficamente el §5, al que se refieren las imprudencias. Casi inevitable para
Problemas económicos en el psicoanálisis • 29

de muchos ámbitos psicoanalíticos7 existe un importante es-


fuerzo por rescatar las formalizaciones de los desarrollos de J.
Lacan: matemas que semejan fórmulas, el uso de figuras de la
topología de superficie, de la topología de los nudos, clínica
de nudos, teoría de grafos, de lógicas que van desde Aristóteles8
a Peirce,9 pasando por desarrollos modales de Kripke.10 Así el

aquellos que proviniendo de las ciencias exactas (o no) intentan hacer un “ana-
logismo” inverso al que ellos mismos critican: esperar de todo pensamiento de-
finiciones axiomáticas tal como opera el suyo. En el campo de la epistemología
suele llamarse “positivismo lógico” aquel pensamiento que tomando a la “ver-
dad” de la estructura de la lógica, debe luego plasmarse en la “realidad” y así lo-
grar su verificación. El hecho, o mejor “lo visto” (incluso la demostración debe
ser vista), da la garantía suficiente a la verdad pretendida. Posición que tam-
poco es unánime en el ámbito de las ciencias. El psicoanálisis no puede encon-
trar un lugar en esta epistemología al proponer como su fundamento un “su-
jeto del inconsciente” que no tiene un referente en alguna realidad posible. Tanto
los actos, las conductas, como toda creación cultural, que sí son externas, son
expresiones mediatizadas por el lenguaje, de dicha subjetividad. Toda supuesta
“interioridad” no contiene ninguna “causa”, sino una parte de dicha subjetivi-
dad como representación. Afirmar la existencia del inconsciente no como causa
eficiente es quizás todo el problema teórico del psicoanálisis. Razón suficiente
para no estar comprendido (en sus dos acepciones) por aquella epistemología.
La idea de lo verdadero y lo demostrable en ciencias formales no es “análoga”
a la del psicoanálisis.
7. Es difícil precisar esta afirmación ya que no corresponde a un grupo en
particular de tal o cual escuela con cierta orientación lacaniana. Pero sí podemos
decir que son ámbitos en los cuales no es difícil encontrarse con desarrollos ma-
temáticos (fundamentalmente extraídos de la topología) como forma de escapar
de la máxima de Sokal: “un texto, cuanto más oscuro y hermético, más profundo es”.
8. Nació en Estagira, Macedonia en el 384 aC y murió en Calcis Eubea,
Grecia en el 322 aC. El Organon representa la primera sistematización del
pensamiento lógico, donde se establecen sus primeras leyes de composición.
Es condición para los desarrollos de Lacan el conocimiento de los silogismos
aristotélicos.
9. Nació en Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos, el 10 de septiem-
bre de 1839, y murió en Milford el 19 de abril de 1914. Tal vez lo más intere-
sante de Peirce aún no se conozca, ya que dejó 80.000 páginas sobre lógica no
30 • Uno

discurso psicoanalítico se ha ido apropiando de requisitos for-


males para sus exposiciones.
Recordemos que las exigencias formales en las ciencias co-
mienzan con Galileo Galilei11 y R. Descartes12. Las preten-
siones matemáticas pasan a I. Newton,13 y su mecánica ce-
leste es un conjunto de ecuaciones que leen la naturaleza.

editados. Lacan ha tomado el llamado “círculo de Peirce” para efectuar una crí-
tica a Aristóteles, en el Seminario IX.
10. Nació en Omaha, Nebraska, Estados Unidos en 1940. Es filósofo y ló-
gico, actualmente profesor emérito de la Universidad de Princeton. Lacan ha
tomado fundamentalmente los desarrollos de lógica modal.
11. Nació en Pisa el 15 de febrero de 1564, y murió en Florencia el 8 de enero
de 1642. En su libro Il Saggiatore (1623), rico en reflexiones acerca de la natura-
leza de la ciencia y el método científico, contiene su famosa idea de que “el
Libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje matemático”. Así le da Galileo a
las matemáticas el lugar desde donde la naturaleza se hace legible.
12. Nació el 31 de marzo de 1596 en La Haya (hoy Descartes), Turena, Francia
y murió el 11 de febrero de 1650 en Estocolmo, Suecia. En su libro Reglas para
la Dirección del Espíritu (1628), en la regla II dice “sólo la Aritmética y la Geometría
están libres de todo defecto de falsedad e incertidumbre” y un poco más ade-
lante “los que buscan el camino recto de la verdad no deben ocuparse de ningún
objeto sobre el que no puedan tener una certidumbre semejante a las demostra-
ciones de la Aritmética y de la Geometría”. Al igual que Galileo, Descartes en-
cuentra en el algoritmo matemático la fundamentación del “método” para el co-
nocimiento. En el mismo sentido M. Heidegger en la Pregunta por la Cosa co-
menta sobre este libro de Descartes: “Sólo quien haya pensado real y detenida-
mente este escrito, radicalmente parco, hasta en sus rincones más recónditos y
fríos, está en condiciones de tener una idea de lo que pasa en la ciencia mo-
derna”. No debemos olvidar que en geometría su nombre genera el espacio R3:
“coordenadas cartesianas”.
13. Nació el 25 de diciembre de 1642 (correspondiente al 4 de enero de
1643 del nuevo calendario) en Woolsthorpe, Lincolnshire, Inglaterra, y murió
el 31 de marzo de 1727 (calendario gregoriano). Su obra Philosophiae Naturalis
Principia Mathematica marca el comienzo de la ciencia tal como la conocemos
hoy en día. La obra comenzada por Galileo y Descartes se ve ahí plasmada, un
estudio de la naturaleza (de ahora en más Física) desde la formalización mate-
mática, su famosa expresión Hypotheses non fingo, da cuenta además que dichas
formalizaciones no son meras hipótesis o especulaciones.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 31

Tal vez el último filósofo en esta lista haya sido G. F. Hegel.14


La exigencia formal como fundamento de verdad de un co-
nocimiento llegaba a una encrucijada a mediados del siglo
XIX: mientras “la naturaleza” se muestra continua, homogé-
nea e infinita, “la razón”, que ya es del hombre y como tal se
plasma en su escritura según los principios que la lógica le
impone, es siempre discreta, fragmentaria, parcial y por lo
tanto finita. Hegel expresa esta dualidad con una frase que
responde al espíritu de su proyecto: “Lo que es racional es
real; y lo que es real es racional”15. A cada elaboración racio-
nal le corresponde algo real y a cada “algo”16 de lo real le debe
corresponder una racionalización. No tenemos muchas difi-
cultades en pensar a “lo real” como un continuo infinito, pero
si lo tenemos que suponer en correspondencia con “lo ra-
cional”, que es discreto, éste debe ser también infinito para
que dicha correspondencia se concrete.

14. Nació en Stuttgart el 27 de agosto de 1770, y murió el 14 de noviembre


de 1831 en Berlín. La pretensión de Hegel es superar con el movimiento dia-
léctico las limitaciones que Kant le había impuesto al conocimiento del noú-
meno (Das Ding, o cosa en sí). Así su libro Ciencia de la Lógica (1812-1816) es
un intento desde la “metafísica” (hay que tener cuidado con el título del libro,
ya que no se trata de una obra de lógica formal) de justificar la identidad en-
tre la ciencia formal y la naturaleza.
15. En el “Prefacio” de Filosofía del Derecho (1820), Buenos Aires, Editorial
Claridad, 1937, pág. 33. La misma referencia se encuentra en el prólogo de R.
Mondolfo a su traducción de la Ciencia de la Lógica (Buenos Aires, Solar-Hachette,
1968, p. 10) y en Bertrand Russell, Los Principios de la Matemática, capítulo
XXXV, “Primera definición de continuidad de Cantor”, pág. 359, Buenos Aires,
Espasa-Calpe, 1948. La referencia de Russell está extraída de la Enciclopedia de
las Ciencias Filosóficas (1817) y dice: “todo lo discreto es también continuo y vi-
ceversa”.
16. Esta afirmación es discutible porqué lo real, en tanto que continuo, no
tiene elementos.
32 • Uno

La naturaleza17 (lo real) en toda su continuidad (espacio)


es infinita en cada instante (tiempo puntual). A este infinito se
lo llama en “acto”.18 En cambio, lo discreto (lo racional), de-
bido a la finitud de sus trazos, únicamente lo podemos pensar
como infinito si no está en acto. A este infinito se lo llama en
“potencia” (para todo el tiempo posible, o imaginable). Ahora
bien, ¿es posible corresponder un infinito en acto con uno en
potencia? ¿El infinito en potencia es continuo?19 ¿Existirá al-
guna prueba posible de esta afirmación? ¿Son válidas las ana-
logías hegelianas? Pero ¿cómo llegamos a estas preguntas?
Estamos como en Babel, pretendemos la comprensión y
la unidad, y para llevarlo a cabo sumamos diferencias, que por
ser tales (diferencias) no se subsumen bajo la égida de lo “uno”.

La metáfora, hija infiel de la analogía

Comenzamos por un llamado de atención de las ciencias


formales al psicoanálisis lacaniano. En este llamado no sola-
mente escuchamos la falta de justificaciones en el uso de

17. Tomada en sentido amplio como ϕυσις (física) para los griegos.
18. Dejo para otro lugar la discusión acerca del uso de estas categorías
“acto” (en griego: εργον) y “potencia” (en griego: δυνατον) en Aristóteles.
19. La continuidad se relaciona con un concepto de las matemáticas: el de
compacidad. La idea sería si existen “todos” los elementos cuando decimos
“infinito en potencia” sin el hueco de alguno que no entró en la cuenta. Pero
como la cuenta se debe hacer sobre la “potencia”, entonces ¿cómo saberlo? Este
es uno de los problemas, que se llama “hipótesis del continuo”, a los que se ha
abocado las matemáticas desde fines del siglo XIX (varios problemas están
aquí implicados: axioma de elección, teoría de conjuntos de Zermelo-Fraenkel,
la prueba de consistencia de Gödel y su contraria por Paul Cohen en 1963).
Problemas económicos en el psicoanálisis • 33

analogías formales a dicho campo, sino que hemos indagado


en la historia de la formalización de las ciencias, para pensar
ahí cómo procede la formalización para justificar la verdad.
En ese camino nos reencontramos con una dificultad que se
remonta a la Grecia arcaica:20 la pregunta por el “infinito”;
pero en un contexto totalmente diferente, el de las matemá-
ticas de finales del siglo XIX.
En ese mismo contexto, pero desde la filosofía, la preten-
sión hegeliana de que “lo racional” y “lo real” tengan la misma
forma pone implícitamente la analogía entre el “infinito en
potencia” y el “infinito en acto”. Esta analogía supone una re-
lación por la que se establece la comparación. Esta relación
es absolutamente diferente a lo que se llama en matemáticas
isomorfismos.21 Las relaciones matemáticas son operacio-
nes estrictas, cuya notación no permite ambigüedades.22 En
cambio la analogía que utiliza Hegel no se debe a una “rela-
ción estricta”, tampoco a una “debilitada”23 en sus condicio-
nes, de tal manera que pueda estar comprendida.

20. Hesíodo, Parménides, Zenón de Elea, como para nombrar algunos de los
pensadores que se han encontrado con las dificultades que plantea el infinito.
21. En matemáticas las estructuras isomórficas (igual forma) son aquellas
que suponen una correspondencia biunívoca entre dos conjuntos, en la que a cada
elemento del primer conjunto corresponde, a lo sumo, uno del segundo, y a cada
elemento del segundo conjunto corresponde, a lo sumo, uno del primero. Esta
relación también se la llama biyectiva. Esto garantiza que las operaciones en un
conjunto se conservan en el otro. Vemos la distancia de este razonamiento con el
pensar en el campo filosófico en donde Hegel discute.
22. No debe pensarse por esta restricción que el campo matemático está
clausurado en su saber, lejos de eso. Existen infinidad de problemas no resuel-
tos, paradojas, conjeturas, etc. Pero estas indagaciones se efectúan siempre so-
bre relaciones estrictamente regladas, incluso si se llegara a alguna solución con
nuevas relaciones.
34 • Uno

Una “analogía”24 es una relación de semejanza entre co-


sas distintas. Pero dicha “relación” no tiene en sí misma su
definición (la descripción de las propiedades de la relación).
Existen analogías cuyas semejanzas son indeterminadas o am-
biguas, ¡no son matemáticas! y sin embargo pueden pensarse.
Esto autoriza la irrespetuosa producción de muchas analo-
gías que no se someten a relaciones estrictas de composi-
ción,25 interviene en éstas un elemento de la retórica: la “me-
táfora”.26 Estas analogías, al no definir un isomorfismo, no
autorizan la extrapolación de sus conclusiones. Así podemos
tomar desarrollos de las matemáticas y por analogías (no
isomórficas) aplicarlos a otros campos (filosofía, psicoanáli-
sis, política, economía, etc.).
Concluimos: no existe una analogía sino analogías. Además,
si no se específica un isomorfismo, los resultados o conclu-
siones de un campo, de donde se extrae la analogía, no pue-

23. Las llamadas “lógicas débiles” no excluyen los principios que más ade-
lante expongo, por ejemplo el de no contradicción. Entendemos por “lógica” a
aquella lista de enunciados que no establecen contradicción entre ellos. Una ló-
gica contradictoria no es absurda, simplemente no es lógica. Los intuicionistas,
Peirce, y Kripke, han tratado con lógicas débiles, incluso Kripke ha propuesto
identidades contingentes, o necesidades a posteriori, pero nunca la no contrac-
ción estuvo amenazada.
24. Del griego αναλογια, proporción, semejanza.
25. Algunas por cierto son muy desagradables, sobre todo en el campo de la po-
lítica.
26. Del griego μεταϕορα, traslación. Tropo que consiste en trasladar el
sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tá-
cita; por ejemplo: “las perlas del rocío”, “la primavera de la vida”, “refrenar las
pasiones”. Hay que entender que la sustitución que se realiza en una metáfora
es fallida respecto a la analogía que pretende. La relación misma está ausente
en lo enunciado, permitiendo que lo tácito tenga “existencia”.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 35

den fundamentar las conclusiones del otro campo. Así como


tampoco conclusiones de este campo, pueden determinar
resultados en el primero.27
Estamos en parte más tranquilos, hemos encontrado un
camino para llegar a la pregunta sin sentir el peso del uso
ilegítimo de dicho camino. Las metáforas no son analogías
de segunda categoría, si bien no permitidas en matemáticas,
su uso es amplio en otras regiones del pensar. Debemos cui-
darnos únicamente de extrapolaciones no autorizadas.

Axioma vs dogma. La falta de transitividad

Recuperada la analogía por metáfora, volvamos a la frase he-


geliana. En ella leíamos que siempre habrá una razón posible
que dé cuenta de la realidad. La “forma” en que la razón “da
cuenta” la llamamos “lógica”. La razón en tanto despliegue de
una lógica nos introduce en el campo de lo discreto. Los sig-
nos y operadores de las lógicas exigen la finitud de lo limitado
para eliminar toda posible ambigüedad y así formar un con-
junto cerrado (finito) de elementos, cuyas combinaciones en
estricto régimen, determinan “lo posible”. Las lógicas de la
razón se construyen mediante axiomas28 y principios. Los prin-
cipios definen las relaciones a las que se someten los axiomas.
Estas relaciones son finitas, se llaman “leyes” de composición.

27. El supuesto que las “interdisciplinas” suman sus aportes, no siempre sería
cierto.
28. En griego αξιομα; puede leerse como “dignidad”, “honor”, “considera-
ción”. Al enunciar el axioma, éste toma el valor de aquello que pasará a ser su
función. El valor se confunde con la función, por no tener valor en sí mismo.
36 • Uno

Los axiomas toman valor de manera “forzosa” debido a estos


principios arbitrarios que los relacionan. Estas leyes (como prin-
cipios) describen la función del axioma. A esta descripción (de
las relaciones) se refiere estrictamente el carácter de “formal”
de una lógica, las llamamos sus “propiedades”. Ha tomado en-
tonces Hegel a la lógica como fundamento de su metafísica. En
ésta la razón “usa” la lógica como forma de argumentación de
un saber que se alcanza de la realidad. La analogía filosófica
no es un isomorfismo, y aún nos da qué pensar.
Pasemos a otro ejemplo de analogía, uno que ocurrió tam-
bién a finales del siglo XIX, pero en los comienzos del psi-
coanálisis. Cuando aún Freud no sabía exactamente hacia
dónde se encaminaba, su antiguo profesor y en ese entonces
colega, J. Breuer,29 le exige como condición para ser coautor
de un posible trabajo30 que elabore una “teoría” consistente
que “dé cuenta” de lo trabajado. En esos tratamientos ha-
bían probado diferentes técnicas con pacientes que presen-
taban síntomas histéricos sin correlato (analogía) orgánico.
El 29 de junio de 1892 Freud le manda una carta,31 en la que
parece haber encontrado una respuesta:

29. Nació en Viena el 15 de enero de 1842 y murió el 20 de junio de 1925.


Fisiólogo de renombre por sus descubrimientos en dicho campo. Entre 1880
y 1882 llevó adelante el tratamiento de varias pacientes con síntomas histéri-
cos. Entre ellas el de Anna O., sobre el que gira el motivo de su alejamiento a
dichos trabajos. Llegando incluso en 1895 a distanciarse definitivamente de
Freud y sus teorías.
30. Sigmund Freud, “Estudios sobre la histeria” (1895), en Obras Completas.
Vol. 1. Madrid, BN, 1974.
31. Carta a Josef Breuer, fechada el 29 de junio de 1892. La traducción es
inédita, de Silvia Fehrmann (1998). Se puede comparar esta traducción con las
de BN y AE y entender su necesidad.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 37

“La complacencia con la que le entregué candorosamente


esas páginas que había escrito ha dejado lugar al malestar
que suele venir ligado con los persistentes dolores que con-
lleva pensar. Estoy lidiando con el problema de cómo re-
presentar en dos dimensiones algo tan corpóreo como nues-
tra teoría de la histeria. La cuestión central parece ser si lo
presentamos de manera histórica, comenzando por todas o
tal vez por las dos mejores historias clínicas, o si antes bien
comenzamos de manera dogmática con nuestras teorías que
inventamos a modo de explicación. Me inclino por la úl-
tima opción y la estructuraría de la siguiente manera:
1) Nuestras teorías:
• El postulado de la constancia de la suma de la excitación.
• La teoría del recuerdo.
• El postulado de que no se establecen asociaciones entre
el contenido de distintos estados de conciencia.”

A diferencia de Hegel, se plantea aquí una dificultad en la ana-


logía. Mientras que el padecimiento de los pacientes es corpó-
reo (su dolor es parte de un mundo que se representa en tres di-
mensiones), elaborar una teoría implica únicamente una escri-
tura (aplanamiento a dos dimensiones). Esto le impone pensar
en forma “dogmática”, nos aclara Freud. Ahora bien, ¿por qué
la apelación a un “dogma”32 y no a un proceder axiomático?
El dogma en tanto que escritura tiene la forma de un relato,
cuyos fundamentos no se establecen dentro de una lógica. No
existe en él una construcción algebraica,33 es decir, su notación

32. Del griego δογμα: fundamento o punto capital de todo sistema, ciencia,
doctrina o religión.
33. La palabra “álgebra” viene del árabe al-Jabr: “reducción”. Lo algebraico
es una operación en donde la semántica se reduce a su mínima expresión, tal que
su sentido pase a ser único. Por ejemplo si digo que “Pedro es mayor que Juan”,
38 • Uno

puede no ser explícita y sus elementos pueden significar una mul-


tiplicidad de sentidos. Si bien el dogma se construye en una es-
critura, no es la estructura formal del lenguaje la que le da su
sentido. En todo dogma la “verdad” es parte de su conflicto te-
órico. A diferencia de las construcciones axiomáticas en donde
la verdad surge de sus relaciones transitivas34 y estrictas.
Tomemos el punto tercero del dogma freudiano: es un
postulado.35 Se impone la idea que la conciencia no es un fluir
constante, sus asociaciones son discretas. Este interrumpir
inaugura una “zona” oscura en la subjetividad que la concien-
cia misma desconoce. Lo que obliga a Freud establecerlo de
manera dogmática por su condición de inaccesible. Es difí-
cil admitir que el saber de la conciencia tiene un límite pro-
puesto por la misma conciencia. Si desde un pensar conciente
proponemos un límite, ¿cómo no sabe (la misma conciencia)
de lo limitado? Es un pensamiento donde falta la transitivi-
dad, alejándonos así de las verdades formales.

algebraicamente expresamos: (a R b), donde la R indica la relación de orden


(mayor-menor). Esto permite “reducir” las ambigüedades, haciendo que el sen-
tido esté dado ahora por la definición de R. Lo “formal” se refiere a esta reduc-
ción, a la que también podemos llamar por el mismo motivo relación “estricta”.
34. La relación transitiva es aquella que preserva la relación cuando esta pasa
de un elemento a otro de un conjunto dado. Algebraicamente se escribe: ∀ a, b,
c ∈ A , a R b ∧ b R c ⇒ a R c. Se lee: para todo a, b, c, elementos de un con-
junto A, sobre el que se define una relación R, se cumple que si “a” se relaciona
con “b” y “b” se relaciona con “c”, entonces “a” se relaciona con “c”.
35. Del alemán Satz: postulado, tesis o axioma. Prefiero postulado, ya que es
una proposición cuya verdad se admite sin pruebas formales y que es necesaria
para servir de base en ulteriores razonamientos.
36. Op. cit., pág.123.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 39

Formal, demasiado formal

Volvamos una vez más a Gödel para todos. Al final y como


conclusión del parágrafo dedicado al psicoanálisis se plantean
seis “condiciones críticas”. Tomemos la última:

“Es posible que la exploración del inconsciente permita cierta


estructuración lógica parcial. Pero difícilmente esa estruc-
tura lógica tenga algo que ver con la lógica matemática.”36

No sería en vano, antes de ir al inconsciente, explorar


primero la estructura misma de la lógica en aquello que lla-
mamos específicamente “lo razonable”. Su nacimiento en oc-
cidente coincide con el de la “polis” griega, entre los siglos
VIII y IV aC.37
Toda escritura se somete a principios, los principios pro-
pios de su lengua. Lo razonable en un “escrito” supone una
lógica, la que está determinada por esos principios. Incluso
el habla es correcta si respeta las reglas de lo razonable en el
escrito. Dichas reglas son parte de lo que llamamos estruc-
tura del lenguaje. Una estructura38 siempre es simbólica y
como tal supone una relación de “orden”. En ella los princi-
pios de la lógica se verifican:

1. Principio de identidad: es a partir de la definición de “lo

37. Complejo proceso que va desde Homero a Aristóteles. Para seguir este
desarrollo recomiendo los trabajos de Jean-Pierre Vernant, especialmente: Los
orígenes del pensamiento griego, Buenos Aires, Paidós, 2005.
38. Para una mejor comprensión del concepto de estructura en ciencias for-
males, recomiendo la lectura de Marc Barbut, “Sobre el sentido de la palabra es-
tructura en matemáticas” (Problemas del Estructuralismo, México, Siglo XXI, 1978).
40 • Uno

propio” o “lo mismo”39 que se puede pensar la diferencia


que necesita una relación.40
2. Principio de no contradicción: en la misma lista de pro-
cedimientos, no se puede negar y afirmar una misma re-
lación.
3. Principio de tercero excluido: el valor de verdad es binario.41
4. Principio de razón suficiente: al menos una relación en-
tre distintas “partes” de un “todo” es “deducida” bajo el
régimen de los principios anteriores.42

El movimiento aplanado de la deducción implicado en el


principio de razón, convierte a un conjunto de proposicio-
nes en un “razonamiento”, cuya verdad formal está garanti-
zada siempre que se cumplan en forma exhaustiva los demás

39. Aristóteles se encuentra con este problema cuando tiene que definir el
concepto de “definición” (oροι). Ella debe contener “lo mismo” (το αυτο o
“idem” en latín) que trata de definir. Esta misma palabra (definición) es utili-
zada años más tarde por Euclides para sus “postulados”. El problema de la iden-
tidad ya estaba planteado en las obras de Platón.
40. Es habitual considerar este como el segundo principio. Pero no sería
imposible pensar siquiera en la contradicción, si no contáramos ya con el ter-
cer principio.
41. Los valores de verdadero y falso, “1” o “0”, sí y no, son parte de lo que
llamo estructura de valor minimal. Dicho de otra manera la diferencia binaria
es condición suficiente de toda estructura. Las lógicas trivalentes o superiores
no cambian esencialmente lo que plantea el principio, que en él los valores es-
tán ya “determinados”.
42. El principio es conocido por la formulación de Leibniz: “nihil est sine ra-
tione”. Heidegger le ha dedicado varios cursos y conferencias a este principio
(recogidos en Der Satz vom Grund, 1957). En ellos insiste en la diferencia entre
“ser” y “ente”, abriéndole otra lectura de la “ratio”, ya no como cálculo sino como
fundamento. Nuestro examen no sigue esos cursos, sino los propios de la lógica.
Que a diferencia de Heidegger, supongo que no únicamente “calcula”, sino que
también piensa. Sobre todo cuando se encuentra con problemas.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 41

principios. La deducción es un procedimiento particular, se


conduce desde el interior (el fundamento) hacia fuera, y se
extrae algo que ya estaba en su interior garantizándose así su
pertenencia. Todas las operaciones (relaciones) deducidas de
su misma lógica (respetando los principios) no pueden re-
sultar en exceso respecto del “todo” del que parten. Si al-
guna operación permitida por dicha lógica excediera en sus
resultados a lo definido como “todo”, no tendríamos ya ga-
rantías de su pertenencia (el principio de no contradicción
sería inaplicable). Resultando dicha lógica cuestionada o sim-
plemente inútil. Esta restricción es la que hace de la lógica
un pensar coherente, cerrado, que nos habilita a llamarlo “ver-
dadero formalmente”.
Los problemas comienzan cuando no se logra una defini-
ción exhaustiva del “todo”. Es necesario, entonces, una so-
breproducción de restricciones tratando de acotar las para-
dojas que surgen. Las estructuras formales trabajan en la pro-
ducción de nuevos formalismos para que el principio de no
contradicción se cumpla. Así el formalismo nunca es sufi-
ciente y, aunque nos parezca demasiado formalismo, ésta es
la condición que, en el siglo XX, permite llamar a un pensa-
miento “científico”, en tanto que sus problemas están ahí
siempre abiertos a nuevos cuestionamientos (formales).

Una analogía in-formal, la diagonal de Cantor

Hasta aquí nos han podido seguir, seguramente con muchas


críticas, incluso matemáticos y lógicos. Pero en lo que viene
ya no podremos garantizar su continuidad, porque iremos
42 • Uno

paulatinamente perdiendo formalismo en pos de espacios de


metáforas de un pensar no lógico.
Habíamos encontrado un esfuerzo de producción, que la
lógica demanda, para pensar formalmente sus problemas. Hecho
que garantiza en su trabajo la búsqueda de lo verdadero. Ahora
bien, si las matemáticas siguieran los principios formales que
la lógica establece para el conocimiento, los resultados de sus
operaciones serían también tomados como ciertos (formal-
mente). Fue con estas intenciones que varios matemáticos43 de
finales del siglo XIX trataron de encontrar una fundamenta-
ción lógica para las matemáticas. Uno de ellos fue G. Cantor44
quien trabajando en ciertas analogías entre funciones (de re-
solución muy compleja) con otras más sencillas (trigonométri-
cas) se encuentra con el problema del infinito.
Cantor trató de probar que las operaciones realizadas so-
bre diferentes conjuntos no finitos de números suponían siem-
pre el mismo universo. Este “todo” en matemáticas se expresa
con un concepto: infinito.45 La discusión acerca de la pertinen-
cia o no del infinito en matemáticas puede remontarse a Zenón
de Elea. En el siglo XVIII, Leibniz y Newton, en forma inde-
pendiente, encuentran una solución transitoria: sumar canti-

43. Cantor, Dedeking y Frege.


44. Nació en San Petersburgo el 3 de marzo de 1845, y murió en Halle el
6 de enero de 1918. Matemático alemán, dedicó sus investigaciones a funda-
mentar la idea de un infinito actual capaz de ser formalizable. Creó los núme-
ros transfinitos para fundamentar la teoría de conjuntos no finitos. Sus desa-
rrollos fueron muy resistidos por Kronecker, quien detentaba la dirección de
las matemáticas en Alemania. Esto le había causado muchos inconvenientes, a
los que se sumaron otros de orden psiquiátrico.
45. Infinito se dice en griego α−πειρον, que quiere decir lo ilimitado, in-
numerable o inextricable. Pero también sin experiencia o desconocedor.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 43

dades lo más pequeñas posibles (llamados infinitesimales) para


recrear un continuo. Es un cálculo por aproximación que no
da garantía de contar con “todas” las cantidades involucradas.
Desde Aristóteles la propuesta para eliminar las parado-
jas que suscita este problema es permitir el concepto de in-
finito referido únicamente a la “posibilidad” de su cuenta,
pero manteniendo como imposible que se pueda concretar
en acto dicha cuenta. Comúnmente se los conoce como “in-
finito en potencia” el posible, e “infinito en acto” el censu-
rado por contener incoherencias. Si suponemos la existen-
cia de un conjunto infinito en acto, lo que quiere decir que
podemos contar “todos” sus elementos, inmediatamente sur-
gen contradicciones. Cualquier parte del mismo es tan grande
como el “todo”, si le restamos una cantidad, sigue siendo
infinito. El número que cuenta ese “todo” ¿pertenece al
“todo”, o únicamente lo cuenta? Y si lo cuenta no podría
coincidir con los números del “todo”, por lo tanto no puede
ser un número, y si no es un número ¿cómo lo cuenta? Si
pertenece al “todo” es un número, ¿pero qué número puede
ser tan grande para que cuente una infinitud de números?46
En otros ámbitos también comenzaron los malestares frente
a la posibilidad de que pueda nombrarse un conjunto como
infinito en acto. Hasta ese entonces únicamente detentaba ese
privilegio Dios, cuyo “nombre” es sagrado e inconcebible para
el hombre.47 El único inconmensurable podría ser Dios, el in-
finito matemático no lo puede igualar, debe ser en potencia.

46. Por una vía análoga Russell encuentra estas paradojas en el intento de
Frege de fundamentar la aritmética.
47. El famoso tetragrámaton de la biblia.
44 • Uno

Pero para mantener este estado de cosas respecto al infinito


debería existir alguna deducción formal de que en todo con-
junto infinito la cantidad de elementos sería igual. Si, en cam-
bio, pudiera demostrar que existe un conjunto infinito mayor
que otro, ya no podríamos llamarlos con un mismo nombre,
deberíamos nombrarlos distintamente y así poder ordenarlos.
Esto daría entrada en las matemáticas del infinito en acto.
A este resultado llegó Cantor con su método de diagonali-
zación, que es muy sencillo comparado con las consecuencias
que de él se pueden extraer. Consiste en aplicar la idea de co-
rrespondencia biunívoca48. Hacemos una lista de números
naturales49 en una columna que llamamos Nn. Cada uno de
ellos definirá una fila con un número real50 que los llamare-
mos Rn, comprendidos en el intervalo [0,1]. La lista mostrará
todos los números reales comprendidos entre el 0,0000000…
y el 0,9999999… asociados a un número natural que hace las
veces de contador de aquéllos. El orden en que aparecen no
importa si tenemos en cuenta que los puntos suspensivos in-

48. Es el procedimiento por el cual comparamos uno a uno los elementos


de dos conjuntos diferentes para saber si se pueden asociar por igualdad de car-
dinales. Cardinal es el número que cuenta los elementos de un conjunto, a di-
ferencia de los ordinales que son los números que pertenecen al conjunto. Si el
cardinal es igual al ordinal mayor del conjunto, dicho conjunto es finito, si no
lo es, el conjunto es infinito. Un ejemplo para entender el concepto de biuni-
vocidad es el de colocar en un balde un cantidad incierta de bolitas azules, y
otra de bolitas rojas, y preguntarse ¿qué color de bolitas es mayor? El procedi-
miento de biunivocidad consiste en sacar del balde parejas de bolitas, una azul
con una roja. Si el balde queda vacío las cantidades eran iguales, en caso con-
trario, el color que reste en el balde era el mayor.
49. Recordemos que el conjunto de los números naturales está formados
por los números: 1, 2, 3, 4, 5, hasta infinito.
50. El conjunto de números reales incluye a los naturales, enteros, racio-
nales, e irracionales (como π, e, √2).
Problemas económicos en el psicoanálisis • 45

dican siempre una sucesión “infinita” exhaustiva, tanto en los


Nn como en los decimales de los números reales:51

Nn Rn
N1 ➞ 0,3490125…
N2 ➞ 0,0857007…
N3 ➞ 0,1739431…
N4 ➞ 0,4145829…
N5 ➞ 0,2387901…
N6 ➞ 0,9374572…
N7 ➞ 0,5975430…
… ➞ …
N∞ ➞ R∞

Así concluida la tabla, se completan en forma simbólica con


puntos suspensivos “todas” las posibles combinaciones infi-
nitas de números reales, formando una relación biunívoca
(“uno” a “uno”) con los números naturales Nn. Lo más im-
portante de este procedimiento lógico es que, sea lo que fuere
el “infinito”, éste debe ser “uno” y a cada elemento de la co-
lumna Nn le debe corresponde “uno” (sin importar cuál en
particular) de los elementos de una fila (número real). El
que exista una correspondencia “uno” a “uno” garantiza que
cuando hablamos de “todo” siempre sea el “mismo”. Está clara
la imposibilidad de que al “todo” le corresponda otro “todo”,
esto sería una contradicción. En cambio la relación “uno” a

51. La única consideración especial que se tiene que tener en cuenta es


que los decimales periódicos en 9, en alguna posición final, coinciden con el
inmediato superior periódico en 0.
46 • Uno

“uno” nos asegura la pertenencia de las “partes” respecto del


“todo”. Desde Aristóteles la estructura de la lógica formula
que “la suma de las partes es igual o menor al todo”, lo que
quiere decir que el “universal” existe y es “uno”.
Sin embargo Cantor demostró, aplicando a la tabla una “dia-
gonal” (a partir del primer dígito decimal), la posibilidad de
construir un número real inédito:

Nn Rn Rcantor
N1 ➞ 0,3490125… 3+1=4
N2 ➞ 0,0857007… 8+1=9
N3 ➞ 0,1739431… 3+1=4
N4 ➞ 0,4145829… 5+1=6
N5 ➞ 0,2387901… 9+1=0
N6 ➞ 0,9374572… 7+1=8
N7 ➞ 0,5975430… 0+1=1
… ➞ …
N∞ ➞ R∞

La operación realizada es muy sencilla, a cada decimal por


donde la diagonal pasa le sumamos una unidad y con todos
los dígitos así obtenidos formamos el decimal Rcantor =
0,4946081… Este número es un número real, pero lo incre-
íble es que no se corresponde con ningún número natural Nn
de la lista. Podemos verificarlo: tomemos un Nn cualquiera
y comparémoslo con Rcantor, notaremos que tiene al me-
nos un dígito diferente, justamente el que cae en la diagonal
al que le hemos sumamos una unidad. El mismo procedi-
miento podemos aplicar a todos los Nn y compararlos con
Rcantor.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 47

Rcantor es un número real que los naturales no han contado.


No le ha alcanzado al conjunto de números naturales con sus
infinitos números para numerarlo y así incluirlo en su cuenta.
Rcantor marca un “exceso” como “al menos uno” de más del
conjunto de números reales respecto del conjunto de núme-
ros naturales. Concluye Cantor que el conjunto de los núme-
ros reales tiene un cardinal de orden superior que el conjunto
de los números naturales. Si sus infinitos no coinciden, uno es
superior al otro. El concepto de infinito es una multiplicidad
no reductible a un “único” conjunto. A esta nueva multiplici-
dad la llamó “números transfinitos” y a su primer elemento 0.
Son muchas e insospechadas las consecuencias que pode-
mos extraer de esta demostración de la imposibilidad del
“todo” o “infinito en potencia”.52 Le quedó a Cantor por
demostrar que entre un cardinal transfinito y otro no exista
otro no contado por estos. Este problema se lo conoce con
el nombre de “hipótesis del continuo”, que se ha demos-
trado que es indecidible.53
Duro golpe para las pretensiones “lógicas” de los formalis-
tas. Sigue siendo, por ahora, el camino de las restricciones el
que permite operar con el infinito en acto. Al igual que los
números irracionales, su representación es conflictiva formal-
mente. Produciendo una brecha en el campo de las matemá-
ticas que abre paradojas propicias para un pensamiento que
es bastante informal. El exceso formal nos ha llevado a un
abismo: el “acto” infinito.

52. Aquí también está involucrada la idea de progreso, porque la idea de po-
tencia supone el desarrollo en más que “alcanzará” en algún momento al “todo”.
53. Nota 19.
48 • Uno

Trabajar es razonable

Volvamos otra vez a nuestro punto de inicio: “la lógica”. Ésta


nace juntamente con Occidente, en lo que se ha llamado “la
polis griega”. La organización política llamada en ese en-
tonces “democracia” ha desarrollado su institución del tra-
bajo según las direcciones que la “lógica” impone. Veamos
entonces qué hemos heredado en la palabra “trabajo”.
Llamamos “trabajo” al obrar como resultado de una acti-
vidad humana. Decimos que un trabajo está “bien” hecho
cuando está terminado y ha alcanzado en él sus objetivos.
Trabajar bien es ser eficiente y, así, poder alcanzar el efecto
deseado. Trabajar “razonablemente” hace posible que esté
“bien hecho”. La razonabilidad del trabajo supone que la “ra-
zón” interviene en el trabajo. A la “razón” la llamamos “ló-
gica”. La “lógica” despliega sus principios en el “bien traba-
jar”. Trabajar razonablemente es trabajar lógicamente y ha-
cerlo “bien” es llegar a la meta deseada de manera eficiente.
Un trabajar bien hecho está agotado, “todo” hecho, bien
hecho. ¿Qué contamos en ese “todo”? ¿No serían acaso in-
finitas condiciones que deberían agotarse? Pero hemos visto
que formalmente no podemos contar un infinito en acto.
Existe una brecha indecidible, respecto de la eficacia y la fi-
nalidad de dicho “trabajo”. No existe “todo” el trabajo, sino
que el trabajo es “parcial” o, peor aún, a medias. Un trabajo
no terminado no está “bien hecho”, es ineficaz. Un trabajo
parcial (“no-todo”) es trabajar “mal”, está “mal hecho”.
Tal vez sería conveniente pensar que la categoría de tra-
bajo no se halla si el trabajo es parcial. En el trabajar, el “bien”
siempre debe alcanzarse, en cambio en el “trabajo parcial”
Problemas económicos en el psicoanálisis • 49

¿alcanzamos un “bien parcial”? La idea de “bien” supone el


“todo” donde se realiza. Si el “todo” no se puede escribir (que
es lo que queremos notar al decir “no-todo”), el “bien” par-
cial no es parcial de un “todo bien”. El “bien parcial” es falso
y no puede sostener en sí mismo ningún “trabajo”. Lo “par-
cial” implica que no podemos llamar “trabajo” a lo que no
realiza lo implicado en su lógica.
Quisimos volver a la lógica y otra vez nos hemos extraviado.
Dijimos que una “estructura” es una relación de “orden”; ade-
más, está escrita. Sus signos antes de ser leídos fueron escritos.
Y todo escrito está destinado a que sea leído. Los textos son “es-
critos” y los de lógica también. Sin embargo aprendemos a ha-
blar antes que a escribir por la simple razón de que no estuvi-
mos ahí cuando fue escrito lo que nos estuvo destinado al habla.
La “escritura”, si pensamos en las conclusiones que hemos
abierto a partir de Cantor, tampoco puede ser “toda”. La es-
critura es fragmentaria, por “partes” que no hacen un “todo”.
Estamos forzados a decir: “no se puede escribir la palabra todo
y, si lo hacemos, es falso”. Escribir es siempre parcial pero
como ya hemos dicho: “si el escrito es parcial, está mal es-
crito”. Ésta es la misión de los escritos: producir algo mal
hecho. Sin embargo nosotros leemos “toda” la palabra. Entre
la escritura que es parcial, no-toda, y una lectura que no en-
cuentra todas sus marcas pero termina por leerlo todo, debe
haber un escrito que no ha dejado sus marcas.
Entonces, si el “todo” no se escribe, ¿cómo leer lo que ahí
no se realiza?
50 • Uno

La construcción de la muralla china.


Una metáfora literaria

En el siglo 210aC Qin Shi Huang54 ordenó la construcción


de la gran muralla. En chino tradicional55 se escribe: 長 que
puede interpretarse como “La gran muralla de 10.000 Li”. La
unidad de medida Li ( ) debe ser tomada en sentido figu-
rado como lo inconmensurable, incontable o innumerable. Al
igual que en Las mil y una noches, las 1.001 pueden ser muchas
e incontables noches que Scheherezada debe “contar” para sal-
var su vida. Tanto para ella como para el narrador callejero
que aparece en sus relatos, se trata de vida o muerte. Una ur-
gencia que está en un tiempo “actual”, que se repite todas las
noches a la hora del cuento, diferente a otros, que por tan lar-
gos sus relatos son interminables, llevan un tiempo infinito.56
En China, luego de largas y duras luchas para vencer a
otros emperadores, aún restaban los pueblos del norte que
solían hacer estragos en sus feroces invasiones. La muralla
debe hacerse para garantizar la unidad. La urgencia de la de-
fensa actualiza su necesidad.
En el cuento de Kafka “La construcción de la muralla
China”57 encontramos este deber alrededor de lo necesario y

54. China lleva su nombre: Chin por Qin.


55. La escritura china tiene la misma dificultad que todo el imperio: ser
“una”, pretensión que comienza también con la dinastía Qin y se mantendrá
hasta hoy en día.
56. Idéntica idea es posible considerar para diferenciar las dos clases de in-
finitos. El infinito en acto tiene el problema de ser al mismo tiempo “todo” y
la imposibilidad de mostrarlo todo por la “discreción” de su cuenta. El infinito
en potencia lo es todo, es suficiente su posibilidad sin conocerlo en una cuenta.
Aquí hablamos en cambio, de un infinito no-todo no matematizable (en acto).
Problemas económicos en el psicoanálisis • 51

de su inadecuada respuesta: la construcción por partes de una


muralla para la defensa contra los pueblos del norte.58 La
muralla nunca se ha terminado, tiene supuestamente una ex-
tensión de 6700 km pero su forma es fragmentaria. Aparece
pronto la comparación con la Torre de Babel, y sus diferen-
cias reflejan una paradoja. Mientras que en Babel la torre tiene
cimientos continuos (circulares) y estando destinada a la unión,
fracasa, en cambio la muralla que es discontinua (como mucho
de forma semicircular), hecha más bien para la separación,
logra en cambio la unión. Paradoja que únicamente puede
leerse en sentido figurado, metafórico.59 Pero entonces, ¿para
qué una muralla concreta si su sentido es figurado? Se pre-
gunta Kafka. El hombre eligiendo ser libre busca amurallarse
(con la parcialidad que “cuenta”) y termina esclavo de sus pro-
pias ataduras (nudos concretos) que no soporta.60
Es importante el lugar que toma el “Alto Mando”. Es des-
conocido por todos, ajeno e inubicable61 y al mismo tiempo
cercano. Dice el texto: “…nos hemos conocido a nosotros
mismos únicamente después de deletrear las disposiciones

57. Franz Kafka, “La construcción de la muralla China”, en América.


Relatos
Breves, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.
58. Al ser discontinua sus huecos la hacen ineficaz a su propósito.
59. Los ideogramas de la escritura china presentan el mismo inconveniente
para su lectura, por ejemplo (mujer) y (techo) dan (paz), no existe
ninguna consecuencia lógica del hecho de tener techo y mujer para sentir paz,
o bien el de suponer que si la mujer está en casa puedo estar en paz. Podemos
seguir una larga lista de asociaciones de las que ninguna puede decir “por
qué”, pero es posible que alguna nos llegue más que otras, este es el sentido de
la “metáfora”: desde lo exterior se ilumina o no una subjetivad.
60. La sentencia de Spinoza “pudiendo el hombre ser libre ¿por qué elige
ser esclavo?” tiene aquí alguna resonancia.
61. En griego se dice ατοπια (atopía): inaudita, paradoja, absurda.
52 • Uno

del Alto Mando…”.62 La escritura toma una función muy par-


ticular, la del “deletrear”, que se diferencia de la del leer. El
“deletrear” supone lo inaugural y desconocido, que nos im-
pone dar interpretación a lo que al mismo tiempo “vemos”
oscuro, y que luego llamaremos letra.63 Si pensamos en ese
escrito y su deletreo como la herencia64 actual, el destino del
hombre se torna complejo. Concluye Kafka: “…el Mando de-
seó algo irracional…”. El deseo humano se excluye a lo ra-
cional fundándolo, la incoherencia de su mandato da límite
a un sí mismo que no puede a su vez reencontrarse en el man-
dato. Inmediatamente Kafka transforma esta aporía en una
metáfora: “…no porque te puedas engañar deja de seguir pen-
sando, pues no es en absoluto seguro que te perjudique…”.
Tres condiciones quedan anudadas: la del Alto Mando
como atopía, la del pensar o razón función del deletrear, y lo
inevitable del engaño como sí mismo destinado al extravío.
Si el entendimiento es el movimiento que el sí mismo supone
alcanzar en lo deletreado, es claro que el deletrear impone la
parcialidad de su alcance, dejando esta falta como metáfora
del extravío: “…el Mando ha existido siempre, lo mismo que
la resolución de levantar la muralla…”.
Al final del texto se incluye otro texto que suele llamarse
el mensaje del Emperador. El Alto Mando ha devenido el

62. Op. cit., pág.413.


63. En otro lugar he diferenciado huella de marca tratando de dar cuenta
del problema que plantea lo inaugural.
64. Del latín “haerêre”, estar adherido. Es importante tener presente esta
etimología y compararla con la palabra “coherencia” que proviene de aquélla.
Sin embargo la herencia aludida aquí no es coherente (continua), es más bien
discreta.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 53

Emperador, siendo éste un hombre real situado en la ciudad


imperial, ombligo del mundo. La leyenda supone un mensaje
dirigido a uno (sí mismo) cualquiera e insignificante. Son las
últimas palabras del Emperador65 en su lecho de muerte. El
mensaje a partir de aquí ya es un mensaje de un muerto y
como tal imposible de llegar a destino. Esperarlo es soñarlo,
así el sueño es promesa imposible del fin del extravío.

Un nuevo matema: la a-scritura del super yó

Dejemos China y pasemos a Freud en lo que ha sido, tal vez,


su último intento de definir el inconsciente. En la conferen-
cia 3166 se encuentra la conocida frase “Wo Es war, soll Ich wer-
den” ampliamente discutida y trabajada a partir de las lectu-
ras de Lacan. Pero el texto termina inmediatamente después
de ésta con una observación que no tuvo tanta prensa: “Es
una labor de cultivo como la desecación del Zuiderzee”.
Para el que ha estado en Holanda o conozca el delta holan-
dés, sabe de la pesadilla que han representado “las inunda-
ciones” y las infinitas maniobras realizadas por las autorida-
des (Ministerio del Manejo de Aguas) que no han podido
terminar con dicho malestar, y que se ha repetido intermi-
tentemente a lo largo de toda su historia.
Ambas referencias freudianas remiten al esfuerzo del yo ante
las exigencias desmedidas del superyó. Todo el “trabajo” del yo

65. Sería interesante, en otro lugar, discutir por qué el Alto Mando tiene
un mensaje escrito y el Emperador uno oral.
66. Sigmund Freud, “Lección XXXI: Disección de la personalidad psíquica”
(1931), en Obras Completas, Vol. VIII, Madrid, BN, 1974.
54 • Uno

no es sino siempre parcial y su sentido está siempre por venir.


Esta conferencia puede pensarse como una proyección de lo
desarrollado en otro texto: “El yo y el ello”.67 Texto sumamente
complejo porque en él Freud postula un espacio subjetivo con-
tradictorio, “absurdo e ilógico”. En una nota al pié de página, en
el intento de “aclarar” el concepto de “inconsciente” como
imposible de analogía con el de “conciencia” dice:

“Es como si, fundándonos en la escala de intensidad de la


luz –desde la más deslumbradora a la más tenue–, afirmá-
semos que la oscuridad no existía o concluyésemos, de la
amplia escala de vitalidad de los seres animados, la inexis-
tencia de la muerte.”

Las graduaciones (incluso la de la percepción) son del


campo de la conciencia.
Lo que “cuenta” la conciencia es siempre discreto pero
con la pretensión coherente del yo de que sea “posible” de-
cirlo todo. Es el campo de la imaginación, que siempre es ili-
mitado, infinito en potencia. En el capítulo II de “El yo y el
ello” introduce en el psicoanálisis el concepto de ello. Lo hace
bajo la invitación de un autor que declara “no tener nada
que ver con la ciencia, rigurosa y elevada”. Nos aclara Freud
que se trata de G. Groddeck. El ello es un concepto oscuro,
no se somete a ley alguna, es solidario al de “pulsión”68 y a

67. Sigmund Freud, “El yo y el ello” (1923), en Obras Completas, vol. VII,
Madrid, BN, 1974.
68. No sería en vano recordar aquí que en el texto freudiano “Las Pulsiones
y destinos pulsionales” (1915) se suele omitir el primer renglón del famoso:
“pulsión como un concepto límite entre lo psíquico y lo somático”, que dice:
“desde el punto de vista biológico”. No sé el porqué de este pequeño olvido,
pero creo que deberíamos prestarle cierta atención a esa frase omitida.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 55

un placer que reina sin restricción: es el mundo de las pasio-


nes. Insiste Freud en ubicar a la “razón” en el yo, dejando el
ello en cierta atopía.
Sin embargo vemos la inquietud que sintió Freud con lo
que está tratando de elaborar, al levantar en mano alzada un
dibujo. Trata Freud de contar en él los elementos con que
suponemos está constituida la subjetividad. Lo que ocurre es
muy curioso, si comparamos este dibujo con el realizado en
la Conferencia 31 vemos que es el ello un campo abierto, in-
definido, mayor del que podríamos suponer en cualquier es-
quema, además Freud nos aclara que dichos dibujos son “es-
fumaciones análogas a las de la pintura moderna”. Extraña coin-
cidencia con lo encontrado por Cantor. En la urgencia del
ello, ¡sus pasiones son actuales! Metáfora incómoda de un in-
finito en acto que no tiene escritura.69

69. Al menos que le impongamos alguna restricción, por ejemplo la de ser


una “metáfora”. Debería inducirse de esto que el inconsciente no tiene una li-
teralidad, menos una escucha.
56 • Uno

Al final del capítulo II, Freud introduce “un nuevo des-


cubrimiento”, su tercer concepto: “un sentimiento incons-
ciente de culpa”. Encargado de mantener en armonía las
fuerzas del yo (lo razonable) y las del ello (las pasiones).
Aquí aparecen los problemas o “conflictos económicos” en el
psicoanálisis. El encargo “heredado” no es coherente, no
hay “forma” de tramitar las exigencias del ello, existe una
relación abismal con el yo. Una inclusión sin pertenencia
que la lógica70 no puede resolver.
Volvamos a los dibujos. En algún sitio la percepción acús-
tica del primero pasa como superyó en el segundo. Diríamos,
la voz de la conciencia, pero habíamos dicho: inconsciente
de culpa.71 Al no tener los límites definidos el principio de
no contradicción no puede pensarse en la subjetividad pro-
puesta. Pero las exigencias heredadas se hacen sentir en el yo.
El superyó que el yo recibe es de tradición oral, su mandato
escrito no está. La imaginación tratará de recomponerla de
forma inagotable. El cuadro de Kaulbach, Atila en la batalla
contra los Hunos, es sumamente sugestivo de esta situación. El
conflicto no se resuelve. Las estructuras (en este caso el cua-
dro mismo) se ven desbordadas por lo que ellas mismas te-
jen. El mandato es externo e interno simultáneamente. A
esta contradicción es a la que llamo propiamente: a-scritura
del superyó. Al igual que Moisés en el desierto, una voz de una

70. No olvidemos que λογος no solamente es “palabra” (en un lenguaje)


que cuenta, sino que “lógica” proviene de él como relativo del cómputo.
71. “Más sorprendente y más significativa para el analista es la que hemos
de llamar –a pesar de la contradicción sonora– conciencia icc de culpa.” Sigmund
Freud, Das Ich und das Es (Entwurf [borrador], Kapitel 3, “La formación del
yo”, p.10), inédito.
Problemas económicos en el psicoanálisis • 57

contradicción se le impone escuchar, “una zarza ardiendo”.


La que no podrá evitar, pero la que tampoco le resolverá sus
problemas económicos. El monoteísmo no aplacará los con-
flictos que se sucederán. Recibirá la letra sagrada y la destruirá
inmediatamente. Los diez mandamientos son el intento de
su reconstrucción, ley en potencia, discreta y fallida.
Como conclusión de todo lo anterior propongo el fin de
una vieja leyenda psicoanalítica: “el inconsciente está estruc-
turado como un lenguaje”. Para pasar a otra: “El inconsciente
inextricable en la lengua, metáfora de lo sexual”.
Cuerpo y significante
Gabriela Kesner

Presentación: la lesión de órgano como escritura en el cuerpo

M. se presenta de esta manera:

“Tengo un problema físico –liquen erosivo–, son llagas


que me traen dificultad para tragar, en los peores momen-
tos sólo puedo alimentarme con yogurt y agua. Puedo
estar bien y de golpe se pone peor y empiezo con ardor y
quemazón en la boca. Comenzó hace unos años como
algo de poca importancia, cada vez es más serio y me trae
más consecuencias, no puedo casi comer porque cualquier
cosa se me atraganta. Una vez terminé de urgencia en el
quirófano y, últimamente, cada tres o cuatro meses me
hacen una intervención programada para evitar que eso
vuelva a suceder. Los médicos me aseguran que mucha
salida no hay, los desorienta que el liquen está combinado
con otro problema muy poco común, un anillo en lo pro-
62 • Cuerpo

fundo de la boca que cuando crece me asfixia. También


dicen que son todos tratamientos experimentales, que es
de las llamadas enfermedades autoinmunes, de las que no
se sabe mucho.”

Cuenta que se desencadenó cuando estaba pasando vaca-


ciones con su marido; a él se le presentó un tema de trabajo
en el exterior y ella propuso acompañarlo. Dice que las mu-
jeres envejecen mal y que ella no tiene miedo a la vejez sino
a la enfermedad. Tiene 56 años y, de chica, tuvo poliomieli-
tis, le costó volver a caminar, tuvo operaciones. Dice:

“Me tiene tan absorbida el liquen que me hago la distra-


ída con lo del pie”.

Habla de sus hijos: un varón y una mujer que se está di-


vorciando, lo que fue un gran impacto para ella. Comenta:

“Tiene una nena chiquita; yo tenía todo arreglado y ahora


esto, deposita en mí el cuidado de la nena, hago de mamá
de 8 a 20 hs., estoy agotada.”

La lesión de órgano o el efecto psicosomático, tal como


lo nombra Lacan en El Seminario 11,1 muestra un cuerpo
donde algo está escrito bajo la forma de enigma. Solidificación
de significantes que se holofrasean y se presentan como una
escritura que semeja un jeroglífico. Congelamiento signifi-

1. Jacques Lacan, El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales


del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1986, p. 245.
Cuerpo y significante • 63

cante que al modo del signo se diferencia del síntoma con-


versivo que se presenta como mensaje a descifrar según un
sentido que lo liga al deseo. La lesión psicosomática mues-
tra un cuerpo que presenta una perturbación de una función
vital, revelando un goce específico que insiste bajo el modo
de la pulsación de goce que se diferencia de la repetición
significante que pone en juego el síntoma.2
Escritura que evoca algo del orden numérico, cifrado en
el congelamiento de los significantes que rechazan la inter-
vención analítica como interpretación. Cifrado de goce que
al lograr hilvanar un relato en el dispositivo del análisis, opera
ya cierta pérdida y permite un acotamiento del goce en juego,
posibilitando otro tipo de escritura.

Algunos recor tes de las primeras entrevistas:


la enfermedad y la medicación

“Pensé en lo que hablamos, tengo que desacelerar, fue toda


una vida así, todos dicen que saben qué esperar de mí, no
hay sorpresas...”

Cuenta que fue maestra especial con alumnos discapaci-


tados, dejó el Profesorado de Geografía antes de terminarlo
y se dedicó a dar clases de ceremonial hasta que la crisis del
país “cortó la racha” –dice– y las dejó caer. Ahora recibe desde
hace unos años alumnas extranjeras que buscan una casa donde
hospedarse, actividad que la entretiene y la tiene ocupada.

2. Véase Patrick Valas, “Un fetiche para los ignorantes: la psicosomática”,


en Psicoanálisis con niños, hoy (2), Buenos Aires, Imago Mundi, 2007, p. 99.
64 • Cuerpo

Dice que está enganchada en una “maraña”, nadie puede


cuidar tan bien a su nieta como ella, sus padres están gran-
des y recurren siempre a ella para transmitirle las obligacio-
nes a futuro: ocuparse del entierro de ellos, del seguro, etc.;
sus hermanas quedan siempre eximidas. Cuenta que ella no
quiere agobiar con su enfermedad, no quiere “afligir a nadie,
es de mal gusto”, concluye.
Comenta que salvo la poliomielitis, que hoy tiene domi-
nada, nunca tuvo nada, nunca necesitó “ni un geniol” y agrega
que lo que hoy tiene –la combinación del liquen con el ani-
llo interno– “nunca fue visto”, que un porcentaje deriva en
cáncer y que también puede haber riesgo de perforación. Dice
que no quiere transformar a su marido en enfermero como
lo es su papá con su madre.
Relata que se siente atada y que a lo mejor no hace lo que
quiere, está siempre disponible frente a lo que los demás es-
peran. “¿Y yo qué?” –agrega– “¿por qué no me curo o aun-
que sea mejoro? No me imaginé esto para mi vejez...”.

En otras entrevistas habla de su enfermedad, siente que


es una debilidad estar enferma y que a ella le da “vergüenza”
mostrarse débil. Cuenta que con la medicación fueron pro-
bando, pasó de la cortisona a la talidomida y, como no die-
ron resultado, ahora sólo está con medicación local. Los mé-
dicos se muestran desorientados y un especialista la envía a
otro sin ponerse de acuerdo entre ellos, insisten en el factor
emocional y ella se siente cada vez más perdida.
Sugiero la consulta a un médico clínico que propongo y
pregunto nuevamente por el episodio que ella trajo relacio-
nado al desencadenamiento de la enfermedad. Recuerda que
Cuerpo y significante • 65

el marido se iba a un viaje de negocios y ella le ofreció acom-


pañarlo. Ella quería divertirse y él estaba de muy mal hu-
mor. Una sola vez le preguntó qué le pasaba y él le restó im-
portancia. Dice:

“Yo estaba afligida, no me explicaba qué le había pasado


y ahí quedó en el baúl de los recuerdos”.

Pregunto qué supone que puede haber pasado, y dice:

“Tal vez se arrepintió de llevarme, pensó que no corres-


pondía llevarme a un ámbito de trabajo o tuvo miedo que
lo pescaran... es como una duda, tengo miedo de que sea
una caja de Pandora y que la respuesta no me guste... por
eso no escarbé, tal vez no quise saber...”

Sigue:

“A veces me enoja la enfermedad, es como una manchita


que se manifiesta más fuerte o queda dormida, me quema
como una herida, se encoje la boca, incluso al reírme siento
que se raja”.

En encuentros siguientes habla de la molestia de llegar a


“esta edad” sin disponer de su tiempo: los padres recurren a
ella para todo, sus hijos vuelven a la casa como si nunca se hu-
bieran ido. Dice que ella siempre se exigió de más, “desde
los cuatro años cuando se declaró la polio”, agrega: “la úl-
tima operación fue a los once años”; cuando estuvo varios me-
ses con yeso envidiaba a las chicas que usaban taco.
66 • Cuerpo

Dice: “Si yo usaba, rengueaba”, y concluye:

“Ahora uso poca pollera, se ven las costuras, no creo que


nunca me olvide aunque ya no me parece tan importante,
ya lo asimilé... a lo mejor quise compensar haber tenido una
enfermedad incapacitante con ser súper. Sólo se enferman
los débiles...”

Otra entrevista: “Se me está tapando de vuelta, mi pro-


blema es la comida, no puedo comer”. Explica que el peligro
es que la comida quede atragantada, dice:

“Lo sólido se queda como si alguien me apretara la gar-


ganta, si doy un mordiscón grande, quedó...”

Repito esta frase, sigue:

“Cada vez es más seguido y tengo que pasar por el quiró-


fano. No hay cura, es en crescendo, no logro olvidarme, vivo
con hambre, me levanto insatisfecha y aburrida”.

Comenta que el dermatólogo maneja la medicación y otro


especialista se ocupa de las dilataciones (nombre científico
de las intervenciones quirúrgicas), “quiero ser obediente pero
me siento desamparada”. Dice que le causa horror pensar
en que puede morir en la operación, que pensó siempre que
su cuota de enfermedad ya estaba y que esto le impide ver el
futuro.
En la siguiente entrevista cuenta que en la semana dos
veces se quedó atragantada, un día delante de sus hijos que
Cuerpo y significante • 67

nunca la habían visto así, dice: “fue un espanto, me distraje y


quedó, estaba muy clavado en la garganta”. Reflexiona:

“Siempre disimulé que todo esté bien: mi salud, la situa-


ción familiar de mi hija... tanto masticar esto y no me lo
puedo olvidar; no me puedo liberar del liquen, cada vez me
tienen que intervenir más seguido; lo hacen y vuelven las
heridas, al principio eran sólo los labios, ahora me dilatan
cada cuatro meses porque llego a no poder respirar”.

Vuelve días después de una intervención en el quirófano,


dice que esta vez le dolió mucho, y agrega: “la boca está en
erupción, crece el labio, está muy activo...”. Cuenta que le
pidió a su hija que busque alguien más para cuidar a su nieta,
que eso es algo que a ella la inquieta. Relata que una tía muy
querida se está muriendo y que entre las tres hermanas siem-
pre se turnaron para cuidar a los “viejos de la familia”. Esta
vez ella contrató un reemplazo y se sintió una desertora; pensó
“¿Gabriela, qué diría?”.
El padre le preguntó si ella se va a ocupar de todo cuando
la tía muera y ella dijo: “sola, no”. Inmediatamente empezó
con las molestias en la boca.

Cuerpo afectado por el Otro del lenguaje, allí donde queda


marcado con un trazo enigmático que al modo del mandato
superyoico pone en juego una dimensión de goce en la que
el sujeto encuentra cierta identidad.3
El dispositivo analítico, cuyo eje es la transferencia, pro-

3. Véase Jacques Lacan, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en


Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1988.
68 • Cuerpo

pone una distancia respecto de un Otro que se presenta como


un Otro gozante que siempre pide más.
La intervención analítica regula una distancia que de otro
modo se borra, permite –en el mejor de los casos– un acota-
miento del goce que se manifiesta en el fenómeno psicoso-
mático donde el sujeto queda ligado a un goce que emerge
de forma repetitiva.
Construcción de un cuerpo allí donde se introduce un sig-
nificante nuevo que recorta y hace borde, da lugar a la falta
permitiendo un anudamiento distinto de los tres registros y
la subjetivación del dolor.

Cuerpo hablante

“Murió mi tía, se nos vienen los viejos encima, nos van


anunciando que algo ya no va a ser. Cada viejito que muere
es ver que subo en la pirámide. Después seguimos noso-
tras... Mis hermanas no pueden nombrar las enfermeda-
des graves, no pueden decir la palabra «morir». Tienen
un colador en los ojos, yo en la boca...”

Cuenta que fue al médico clínico que le recomendé y que


él la envió a un inmunólogo para trabajar en equipo, que el
tratamiento es por ensayo y error, que no es fácil y no van a
darle falsas promesas, también le van a cambiar la medicación.
Cuenta que cuando era niña, después de las cirugías le da-
ban pastillas, ella odiaba tomar remedios, su madre no contro-
laba y ella se las daba a su hermana. Concluye: “¡qué incons-
ciencia!”: “¿La de quién?”, pregunto.
Cuerpo y significante • 69

Relata que su abuela materna enviudó muy joven y no supo


qué hacer con sus hijas que se fueron a vivir con una tía.

“A veces para disculpar a mi mamá pienso en la crianza


que tuvo. Mamá se borró, no quiere problemas... con papá
siempre me vi exigida, me molesta que espere tanto: ha
llegado a pedirme que renuncie a la herencia para dársela
a mi hermana menor, ¿por qué me pide eso?”

Cuenta que empieza un nuevo tratamiento, le cambian la


talidomida por el metotexato. Dice que le da mucho fasti-
dio, que le molesta vivir con tantas carencias, es un límite que
no puede soportar.
Dice que de chica las pastillas siempre le quedaban atra-
gantadas, “atravesada como un grano de arroz... como que la
enfermedad era de otros y yo me ocupaba de cuidar a los de-
más”. Continúa: “Zafé de la polio pero esto no puedo olvidarlo”.
Cuenta que el domingo estuvo muy mal, “atragantada”
por algo que pasó, y agrega “todos disfrutan, ¿y yo?”.
Dice que ahora tiene un dolor crónico que antes no tenía
pero respira mejor, se siente agobiada por los pedidos de to-
dos pero tal vez es su “fórmula” la que no sirve, dice:

“Los ahogo, esta manía de ayudar, de resolver, de ser la ter-


cera pata siempre... Si tuve hijos no puedo tirarlos por sí
mismos; pero siempre anticipándome, no los dejo crecer.”

En las sesiones siguientes dice que se está calmando, que


aprendió a comer y mejoró su ánimo por lo que quisiera dis-
tanciar nuestros encuentros; dice:
70 • Cuerpo

“No quiero cortar el hilo pero me siento diferente y puedo


distanciar, quiero ver cómo funciono, no quiero transfor-
mar esto en un deber.”
Tiempo después en otro encuentro:

“Mi boca va y viene; venir acá me ayuda, no guardarme


tanto… ayer me hice un estudio, no está la carne, en su
lugar hay una herida; no se curó, pero es un paso... estoy
comiendo, atreviéndome a comer”.

Señalo que parece que esta vez se encontró con algo nuevo.
Cuenta que su padre nuevamente tomó una decisión que favo-
rece a su hermana menor, “no hay con quien hablar, no escu-
chan, decidí poner distancia pero me provoca mucho dolor, ¡¿no
se dan cuenta todos, que piden mucho?!”. Digo que tal vez es
tiempo de pensar qué otra cosa podría hacer con estos pedi-
dos. “Me dejo arrastrar, me da vergüenza decir basta”, concluye.
Vuelve de las vacaciones y cuenta que se va a cumplir un
año del nuevo tratamiento, “un año sin pasar por el quiró-
fano”. El marido estuvo muy mal, tuvo un infarto.

“Me shockeó, siempre controlé, manejé a la familia... tam-


bién pensé que quiero volver a recibir estudiantes, correr
los riesgos. De a poco las cosas se van arreglando y eso me
da libertad, pero también me pregunto: ¿libertad, para qué?”

Cito a Françoise Samson:

“Dando vueltas alrededor de sus pequeñas historias donde,


poco a poco, se marcan las coordenadas de la repetición,
vueltas que vuelven a traer como astros furiosos los desbor-
Cuerpo y significante • 71

des pulsionales, representación y afecto pueden volver a acer-


carse. Poco a poco este nudo de fijación pulsional se desa-
fecta y, de esta representación desafectada, el analizante puede
separarse: ella se ha vuelto entonces simple significante que
viene a tomar lugar en la cadena”.4

Será –digo entonces– momento de hacer lugar al desplie-


gue de una pregunta, lo que conlleva los riesgos de vérselas
con el deseo y con aquello que lo determina y lo causa a se-
guir tejiendo nuevas historias.

Bibliografía
Jacques Lacan, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en Intervenciones y
textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1988.
—El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos
Aires, Paidós, 1986.
Françoise Samson, Pulsión y ficción, Buenos Aires, Mármol-Izquierdo, 2008.
Patrick Valas, “Un fetiche para los ignorantes: la psicosomática”, en Psicoanálisis
con Niños, hoy, 2, Buenos Aires, Imago Mundi, 2007.

4. Françoise Samson, Pulsión y ficción, Buenos Aires, Mármol-Izquierdo,


2008, p. 69.
Patologías pre-subjetivas: fenómenos
en los límites de la transferencia
Viviana Fanés

«…para entender la impor tancia de estos


fenómenos, no hay que par tir del alma sino
del cuerpo.» Dr. Pierre Benoit

Nos pareció interesante abrir este espacio de trabajo abordando


el tema de ciertos casos que por sus manifestaciones clínicas,
constituyen, desde el comienzo, un gran obstáculo para traba-
jar tanto en el campo analítico como en el de la medicina.1
Me gustaría referirme al título para situar que el límite al
que hago referencia no está tanto del lado de las cuestiones
que puedan presentarse en estas modalidades clínicas, sino
que debe entenderse en términos del “más allá”. El límite al
que me refiero no constituye una limitación a la posibilidad
de instalación de la transferencia. En todo caso, ésta se ins-
tala de un modo diferente.
Freud sostiene el concepto de transferencia como un “es-
tado psíquico” y, en estos términos, el concepto es muy am-

1. Este trabajo, junto con el de Gabriela Kesner, “Cuerpo y significante”,


formó parte de una mesa de presentación teórico-clínica en las Jornadas “¿Qué
es el inconsciente?”; por lo tanto, ambos textos están vinculados.
74 • Cuerpo

plio. Esto nos permite pensar no sólo la transferencia signi-


ficante por vía de las formaciones del inconsciente sino aque-
lla capaz de hacer lazo en estos fenómenos que, aparente-
mente, serían exteriores a su campo.
Freud, en Más allá..., nos habla de huellas mnémicas sepa-
radas, nosotros podemos pensarlas como elementos activos,
donde una parte del cuerpo sufriente tiene predominio. No
es el sujeto, es una región del cuerpo que domina, no sólo el
interior de una formación psíquica sino el conjunto que re-
presenta la realidad transferencial. Para situarlas de alguna
manera vamos a llamarlas patologías pre-subjetivas. Pensemos
en formaciones que por efecto de una irrupción económica
masiva producirían un estallido del aparato simbólico, inscri-
biéndose por fuera de este campo.
No contamos, en estos casos, con las formaciones del in-
consciente: lapsus, actos fallidos ni síntomas entendidos como
formación de compromiso. Para dar algunos ejemplos: ha-
blamos de adicciones, pasajes al acto, alucinaciones, las lla-
madas “enfermedades psicosomáticas” y las que más recien-
temente llegan a la consulta: las afecciones autoinmunes.
En trabajos anteriores me he referido a las adicciones en
esta misma línea, pero hoy quiero centrarme en las dos últi-
mas. Tengamos en cuenta que todas requieren de la imple-
mentación de nuevas herramientas que nos permitan el abor-
daje y tratamiento.
El panorama que se nos presenta no es muy alentador pero,
de hecho, estos pacientes acuden a la consulta, cada vez más
frecuentemente, ya sea por propia iniciativa o bien deriva-
dos por su médico. Se presentan tomados por el sufrimiento
e intentando un recurso más para dar respuesta a su padecer.
Patologías pre-subjetivas • 75

Habrá que partir de un trabajo situado en un territorio de


frontera, un territorio límite entre el sujeto y lo real. Pierre
Benoit expresa claramente el punto desde el cual podríamos
pensar estos casos, nos dice: “…para entender la importancia
de estos fenómenos, no hay que partir del alma sino del cuerpo”.2
Planteamos que no contamos con el síntoma entendido como
formación de compromiso –y este punto me parece importante ya
que nos marca un diagnóstico diferencial–. En este sentido, es
importante no confundir síntoma conversivo con lesión de órgano.
Esto me interesa resaltarlo, dado que existen casos que arras-
tran tratamientos fallidos por el hecho de haber sido enmarca-
dos en una modalidad compleja de conversión histérica. La lesión de
órgano no debe ser entendida como déficit sino que, al decir de
Lacan, es un engendramiento, algo que se presenta como un ac-
cidente, un neoproducido; registrado en el rango de fenómeno
significativo. Algo que sale, avanza y deja rastro. Es una forma-
ción que no va a remitir de manera inmediata y aun cuando en
el trascurso del tratamiento se produzca una detención de la
evolución, o algo del orden de la reversibilidad, esta se dará en
forma lenta y, muchas veces, dejando rastros.
En el síntoma conversivo, en cambio, la sintomatización remite
rápidamente. Es permeable, cediendo frente a la interpreta-
ción. El sujeto de la lesión de órgano no puede pensarse como
el sujeto dividido del inconsciente. La dimensión subjetiva
está localizada, es la propia lesión. Consiste en ella.
Es efecto de un goce autoerótico –entendido como el punto
en el cual el objeto de la pulsión y la fuente son una sola-

2. Frase tomada de la intervención del Dr. Pierre Benoit en: Juan David
Nasio, Los gritos del cuerpo, Buenos Aires, Paidós, 1996, p.104.
76 • Cuerpo

que le otorga una certeza de ser–. La lesión es su carta de pre-


sentación, mostrándose tomado por ésta y, muchas veces, no
podemos advertir registro de dolor. Esta relación al dolor la
tomaré más adelante, ya que será un indicador importante
para evaluar el desarrollo del tratamiento.
Estos procesos suelen presentase en forma de crisis re-
petitivas, dando lugar a un efecto de “suspensión” signifi-
cante –en la misma línea que Lacan describe en El Seminario
2, el fenómeno de la reacción psicosomática,3 en el nivel
de lo real–. Según Lacan, estos fenómenos remiten a una es-
tructura de corte narcisista y se sitúan por fuera del registro
de las construcciones neuróticas.
El antecedente freudiano de estos fenómenos se encuen-
tra en las neurosis actuales, posteriormente denominadas “ór-
gano neurosis”.
En este sentido, el episodio psicosomático no responde a
ninguna teoría del deseo. No existe posibilidad de descifrar
la lesión de órgano, en ellas domina un goce local.
En El Seminario 11, Lacan nos remite a la holofrase. Dice
que en la holofrase S1 y S2 se solidifican. En el fenómeno
psicosomático, el significante aparece coagulado, como un
bloqueo del significante en el cuerpo responsable de la ma-
nifestación de la lesión.
El interrogante será cuál es el abordaje posible en estos
fenómenos. En los primeros casos en los cuales intervine, du-
rante los primeros encuentros sentía frecuentemente que la
posición de escucha funcionaba de manera análoga a la que

3. Jaques Lacan, “Introducción al Entwurf” (Clase VII, 26 de enero de 1955),


en El Seminario, libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica,
Buenos Aires, Paidós, 1988, pp. 147-150.
Patologías pre-subjetivas • 77

adoptamos frente a las psicosis, una escucha más orientada a


la función de testigo, o un interlocutor. De hecho, no conta-
mos en el comienzo con muchas herramientas. Sólo la dis-
posición para la escucha y la apuesta a la emergencia del efecto
sujeto, que tomado por la lesión, devenga en la pregunta acerca
de quién padece.
El desarrollo de las primeras entrevistas será en el marco
del relato de la serie de diagnósticos y tratamientos que el pa-
ciente lleva desde que aparece la enfermedad hasta el mo-
mento de la consulta, sentando las bases de algo del orden
de la historización. Para que esto sea posible, es necesario
contar con un diagnóstico médico lo más claro posible y el
consecuente trabajo interdisciplinario, ya que la comunica-
ción con el equipo tratante operará a la manera de disposi-
tivo protector. Además, no debemos perder de vista que tra-
bajamos con pacientes de suma gravedad que requieren de
ambos tratamientos. De todas maneras, no se trata de pre-
guntar al paciente qué dice su médico, sino de invitarlo a
que construya su propia teoría acerca de su padecimiento,
en el marco de su entorno y su historia. Es en estos casos,
quizás, donde más se juegan las series complementarias, donde
lo “hereditario” aparece como bisagra de un modo de filiación.
La presencia del analista ofrecería las condiciones para que en
el devenir de esta historización, el paciente nombre su lesión.
Nombrarla es, de alguna manera, acotarla.
La primera función de las entrevistas preliminares será dar
lugar, a través de este relato, a la posibilidad de recortar el
sufrimiento del paciente y que, de esta manera, pueda ir to-
mando distancia del fenómeno en el relato del mismo. No
apuntamos a reconstruir una historia sino a hacer historia.
78 • Cuerpo

De este momento resultan tres consecuencias importantes:

1.. La toma de distancia del fenómeno: facilita la posibilidad


por parte del paciente de ir construyendo una teoría
propia de su padecimiento.
2. . El armado de esta teoría: que incluye una noción de los
acontecimientos que acompañaron el desencadena-
miento de la enfermedad.
3.. La relación del paciente al dolor: En sus dos categorías, la
física y la representación psíquica del órgano lesionado.
Esta segunda categoría sólo aparecerá en la retroacti-
vidad de la escucha.

Es curioso el dato que puede arrojar la relación al dolor ya


que, en el comienzo, toma preeminencia la modalidad de la
queja, del devenir en que son arrastrados desde el desenca-
denamiento, por un cuerpo que sufre como si no les perte-
neciera. La aparición del dolor marcará el cuerpo en otro
registro, pasando del adormecimiento de la queja a un punto
en relación al llamado.
Las tres consecuencias mencionadas más arriba abrirían el
camino de una maniobra que permita la simbolización y, con
ella, otro destino posible al exceso. Una posibilidad de efectuar
la torsión clínica que Lacan menciona en El Seminario 11: en-
ganchar por vía simbólica algo de lo real. El primer efecto de
estas consecuencias se verifica cuando se produce una mejora
o detención de la enfermedad y, con esto, la aparición de la
transferencia y la posibilidad de la creencia en el inconsciente.
Partiendo de la hipótesis de que estas afecciones son fenó-
menos ligados a una irrupción masiva de goce, es posible pen-
Patologías pre-subjetivas • 79

sar este punto en relación al desencadenamiento de la enfer-


medad y abrir paso a la construcción de lo traumático.
Voy a tomar un planteo metapsicológico que hace Juan David
Nasio a la luz de Más allá... Viene bien para ilustrar de dónde
partimos y con qué elementos podemos trabajar para efectuar
la torsión clínica. Pensemos en términos freudianos que esa
irrupción libidinal funcionaría como un impacto que produce
el trauma y toma al sujeto sin preparación alguna, es decir, sin
que se manifieste angustia. El sujeto queda atrapado sin que
pueda percibirlo. Ese momento traumático, en tanto marca
sin significación, se activaría en la vida del sujeto por un hecho
ocasional, pero retornando bajo la forma de lesión de órgano.
El elemento metapsicológico es el trauma –acontecimiento que
da lugar, en tanto marca, al retorno de la lesión–.
Pero a nosotros nos llega instalado como lesión de órgano.
Entonces, el punto de desencadenamiento nos conectará con
el hecho ocasional que reaviva el trauma. Será este segundo
tiempo que producirá allí, por efecto de retracción libidinal
hacia el yo, un estancamiento formal.
El exceso libidinal y el yo constituyen una única forma-
ción, afectando un órgano. La irrupción pulsional produci-
ría la marca inicial que comprometerá al órgano en cues-
tión. Luego, un hecho ocasional reaviva el trauma y desen-
cadena la lesión; el daño activado no funcionará como des-
carga sino que despertaría demandando libido, inaugurando
así un automatismo responsable del desarrollo que le daría
explicación al retorno bajo la forma de crisis cada vez que al-
gún acontecimiento reactive el trauma.
Dejo, para finalizar, algunos interrogantes: ¿podemos pen-
sar esta falta de regulación del goce más ligada al ello? La
80 • Cuerpo

frase “donde el ello era, el yo debe advenir”, ¿implica el cir-


cuito que va del llamado al retorno? Pensando esta posibili-
dad de que donde había un sujeto puro –un sujeto acéfalo de
las pulsiones– sin punto que lo designe, ahí el yo debe adve-
nir, ¿podría la separación de un órgano lesionado devolver
al sujeto al punto de partida?

Bibliografía
Pierre Benoit, Crónicas médicas de un psicoanalista, Bs. As, Nueva Visión, 1990.
Sigmund Freud, Correspondencia de Sigmund Freud, Carta a Fliess, 17 de mayo
de 1896, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997.
——24a conferencia, El estado neurótico común, AE, XVI.
——25a conferencia, La angustia, AE, XVI.
——26a conferencia, La teoría de la libido y el narcisismo, AE, XVI.
——Inhibición, síntoma y angustia, AE, XX.
——“Manuscrito G”, AE, I.
——Más allá del principio del placer, AE, XVIII.
——“Más allá del principio del placer”, en El giro de 1920, Buenos Aires, Imago
Mundi, 2003, pp. 9-69.
——Proyecto de una psicología para neurólogos, AE, I.
——Sobre la dinámica de la transferencia, AE, XII.
——El yo y el ello, AE, XIX.
——“El yo y el ello”, en El problema económico, Buenos Aires, Imago Mundi,
2005, pp. 11-67.
Jean Guir, Psicosomática y cáncer, Buenos Aires, Catálogos, 1984.
Jaques Lacan, El Seminario, libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psi-
coanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1988.
——El Seminario, libro 7, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1988.
——El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
Buenos Aires, Paidós, 1987.
——El Seminario, libro 5, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós,
1999.
Juan David Nasio, La voz y la interpretación, Bs. As, Nueva Visión, 1980.
——Los gritos del cuerpo, Buenos Aires, Paidós, 1996.
Patrick Valas, “Un fetiche para los ignorantes: la psicosomática”, en Psicoanálisis
con niños, hoy, 2, Buenos Aires, Imago Mundi, 2007, pp. 99-121.
El terror conformista:
un real entre hermanos
Jorge Dorado

Lacan en La familia define al complejo de la intrusión como


una experiencia que se realiza a partir de que se comprueba
que se tiene hermanos. Es decir, la participación de un se-
mejante en la relación familiar trae como resultado la pre-
sencia de un intruso, de “alguien que se apropia de algo sin
razón ni derecho”, dice el diccionario.1 Su llegada tendrá el
estatuto de un acontecimiento traumático precisamente por-
que es reconocido como un intruso.
En torno a este acontecimiento, destaca como condición
del complejo de la intrusión el lugar que ocupa un sujeto en
el orden de los nacimientos. En ese orden dinástico sólo se
puede ser heredero o bien usurpador. Cualquiera de estos dos
lugares, dice Lacan, se ocupan “con anterioridad a todo con-

1. Resulta interesante otra acepción del término en el diccionario: alguien


que alterna con personas de condición superior a la suya.
84 • Versiones

flicto”;2 la marca de cómo y cuándo se produce esa recep-


ción será trasladada y condicionará al sujeto por venir.
Constituye un destino que será vivido por el sujeto como
siendo parte de su novela familiar. La novela será el soporte
fantasmático en el que se podrá escuchar el sufrimiento de
un sujeto ante las diferencias entre un hijo y otro.
Dice Freud en La novela familiar de los neuróticos:

“En el individuo que crece, su desasimiento de la autori-


dad parental es una de las operaciones más necesarias, pero
también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente
necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hom-
bre devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida.
Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo él,
en esa oposición entre ambas generaciones”.

Separación y diferencia son el germen de lo que será la


relación con los otros, los semejantes; todavía más, una so-
ciedad, el destino de un pueblo, progresa sostenido por el
conjunto de esas tareas individuales,

“[...] el paño donde se cortan tales ocasiones es evidentemente


el sentimiento de ser relegado. Hartas son las oportunidades
en que al niño lo relegan, o al menos él lo siente así, y en que
echa de menos el amor total de sus padres, pero en particular
lamenta tener que compartirlo con otros hermanitos”.3

Siguiendo a Freud puede decirse entonces que la entrada


en la cultura implica, necesariamente, transitar el camino de

2. Jacques Lacan, La familia, Rosario, Axis, 1975, p. 29.


3. Sigmund Freud, La novela familiar de los neuróticos, AE, IX, p. 217.
El terror conformista: un real entre hermanos • 85

los celos y poder hacer algo más con ellos que quedarse pá-
lido contemplando el espectáculo amargo de un hermano de
leche.4 Por ello es que Lacan considera a los celos infantiles
en la génesis de la sociabilidad y los toma como arquetipo de
los sentimientos sociales.
Pero, todavía dice un poco más; los sitúa como un factor
determinante para el conocimiento humano. Plantea que los
bebés de hasta 2 años encuentran en el semejante a un rival
y que entre ellos se ponen en juego reacciones, posturas,
gestos, que se manifiestan en términos de comunicación.
“Se bosqueja el reconocimiento de un rival, es decir de un
«otro» como objeto”.5
En esas etapas iniciales de la vida, la rivalidad con el se-
mejante es un modo de comunicación y quizá es uno de los
primeros conocimientos adquiridos por los seres humanos.
En este sentido puede decirse que lo que desconcierta a San
Agustín es que no se puede adquirir el lenguaje sin que an-
tes haya que pasar por los celos y la rivalidad. Es llamativo
que fuera un religioso, encima un santo, quien se percatara
de ello por primera vez en la historia. Si la rivalidad está en
los orígenes de la cultura, qué sentido tendrá andar poniendo
la otra mejilla.
Por otra parte, Lacan destaca que los celos representan
una identificación mental y no son la consecuencia de al-
guna rivalidad vital. La agresividad es secundaria a la “iden-
tificación mental” en la fratría.

4. Ver la cita que Lacan toma de las Confesiones de San Agustín (“toda-
vía no hablaba y no podía mirar sin palidecer el espectáculo amargo de su her-
mano de leche”).
5. Jacques Lacan, La familia, op. cit., pp. 30-31.
86 • Versiones

“Aunque en ella[s] figuren dos partenaires, la relación que


caracteriza a cada una considerada por separado no es, como
la observación lo demuestra, un conflicto entre dos indivi-
duos sino un conflicto en cada sujeto, entre dos actitudes
contrapuestas y complementarias”.6

La rivalidad entre hermanos vale como conflicto psíquico


y constituye el anticipo de la presencia de un sujeto escindido
entre dos actitudes que se contraponen y se complementan
a la vez. Sorprendido por el intruso en el desamparo del des-
tete lo reactiva al verlo –regresión– reaccionando con la des-
trucción imaginaria del monstruo.
Se destaca como una paradoja la confusión del yo con el otro,
cuestión necesaria para que luego se constituya el imaginario.
Esto le permite a Lacan, en La familia, señalar que la imago del
otro está ligada a la estructura del propio cuerpo en un mo-
mento donde lo que comanda las diferenciaciones es la rapi-
dez de las transformaciones de la estructura neurológica. Es a
partir de este aspecto madurativo que se puede identificar al
otro como un semejante y confundirlo en esas relaciones afec-
tivas, amor e identificación; pura ambigüedad. Así el yo se cons-
tituye al mismo tiempo que el otro en el drama de los celos,
produciéndose la discordancia en la satisfacción especular.
En el adulto, ahí donde el yo ya está constituido y donde
ya se ha disuelto el complejo de Edipo, la pasión compul-
siva de los celos indica esa confusión de amor e identifica-
ción que remite al hermano en tanto objeto de la libido.

“Estos celos, por más que los llamemos normales, en modo


alguno son del todo acordes a la ratio, vale decir, nacidos

6. Ibid, p. 31.
El terror conformista: un real entre hermanos • 87

de relaciones actuales, proporcionados a las circunstancias


efectivas y dominados sin residuo por el yo conciente; en
efecto, arraigan en lo profundo del inconsciente, retoman
las más tempranas mociones de la afectividad infantil y bro-
tan del complejo de Edipo o del complejo de los herma-
nos del primer período sexual”.7

En el complejo de los hermanos, siguiendo la denomina-


ción que introduce Freud, la agresividad domina la economía
afectiva y es, al mismo tiempo, “subtendida por una identifica-
ción con el otro, objeto de la violencia”. En esta identificación
paradójica se pone en relieve el masoquismo primario, ya que
ella proporciona la imagen que se necesita para poder fijarlo.
El vínculo de esta identificación con el masoquismo con-
siste en lo que Freud denomina pulsión de destrucción o de
apoderamiento: allí donde la tarea de la libido es volver ino-
cua a la pulsión de muerte, su desvío hacia el mundo exterior
con el aporte de la musculatura permite dar cuenta del sa-
dismo propiamente dicho. En el caso Aimée (“De la psicosis
paranoica”), Lacan habla del “mal de ser dos” e indica que
esta identificación apenas alcanza para liberarla del mal de
Narciso: “Aimée arremete al ser brillante a quien odia justa-
mente porque representa el ideal que ella tiene de sí misma”.
Por otra parte, esta agresividad se representa ya en los pri-
meros juegos y se desencadena sobre los primeros juguetes
infantiles. Se trata de eliminarlos gratuitamente, “en cierto
modo por placer”, aclara Lacan; de esa manera se lleva a
cabo la pérdida del objeto materno.

7. Sigmund Freud, Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la para-


noia y la homosexualidad, AE, XVIII, p. 217.
88 • Versiones

“La imagen del hermano no sometido al destete sólo sus-


cita una agresión especial porque repite en el sujeto la imago
de la situación materna y, con ella, el deseo de la muerte”.8

La necesidad imperiosa y excluyente de situarse en un


lugar privilegiado frente al Otro lleva a considerar a la agre-
sividad como la tensión correlativa a la propia estructura del
narcisismo y, a su vez, por la vía del espectáculo amargo de
la mirada sobre el hermano se introduce la privación.
Así, en torno de esta identificación especular, el yo ter-
mina constituyéndose al mismo tiempo que el otro. Semejante
ambigüedad encuentra cierta medida a través de la introduc-
ción de un tercero que, con valor de objeto, introduce una si-
tuación triangular. Se presenta una nueva alternativa que con-
siste en optar entre el rechazo de la realidad, que Lacan en este
texto temprano hace equivalente al reencuentro con el objeto
materno, o bien, en contrapartida, constituir “un objeto co-
municable… bajo la forma característica del conocimiento hu-
mano”. El drama de los celos permite la entrada en lo simbó-
lico a través de la constitución de la madre como objeto eró-
tico: “los celos humanos se distinguen de la rivalidad vital in-
mediata, ya que constituyen su objeto en mayor medida de lo
que él los determina”.9 El complejo de la intrusión, en tanto
rivalidad inmediata, permanece como núcleo respecto de este
segundo momento en el complejo fraterno, donde los celos
indican su estructura edípica. En definitiva, la privación lleva
a que se pueda construir el objeto y éste, en la insistencia de
los juegos de carretel, deviene significante.

8. Jacques Lacan, La familia, op. cit., p. 35.


9. Ibid, p. 41.
El terror conformista: un real entre hermanos • 89

La novela familiar del neurótico, como texto fantasmático,


será el soporte que permite la ampliación del complejo de
Edipo

“[...] hasta convertirse en un complejo familiar cuando se


suman otros niños. En tales casos el perjuicio egoísta propor-
ciona un nuevo apuntalamiento para que esos hermanitos
sean recibidos con antipatía y sean eliminados sin misericor-
dia en el deseo. E incluso, por regla general, los niños expre-
san verbalmente estos sentimientos de odio mucho más que
los provenientes del complejo parental”.10

Cómo pensar, cómo ubicar ese odio que incluso se logra


verbalizar con mayor ligereza que el proveniente del complejo
parental. Habrá que suponer que sólo se trata de una amplia-
ción del complejo de Edipo o acaso también se tratará de
otra cuestión.
Una nota del diario La Nación, “Violencia entre hermanos,
un problema subestimado”, comenta un estudio realizado en
Estados Unidos sobre violencia familiar que concluye que la
relación entre hermanos es el vínculo humano más violento y
que esa clase de violencia suele menospreciarse o minimizarse.
Dice Finkelhor:

“Si yo golpeara a mi esposa, nadie vacilaría en considerar


esa conducta como un acto criminal. Pero cuando un niño
hace lo mismo a su hermano, el mismo acto suele conside-
rarse una simple pelea o un altercado”.11

10. Sigmund Freud, 21ª Conferencia, Desarrollo libidinal y organizaciones


sexuales, AE, XVI, p. 304.
11. Katy Butler, “Violencia entre hermanos, un problema subestimado”,
en La Nación, Buenos Aires, 4 de marzo de 2006.
90 • Versiones

El artículo concluye con la opinión de John Caffaro, psi-


cólogo clínico y terapeuta familiar de un suburbio de San Diego,
que supone que “el abuso era casi siempre determinado por
una combinación de falta de compromiso parental, testoste-
rona y demografía familiar” y aclara que “la violencia sólo se
convierte en abuso repetido cuando los padres no la contro-
lan desde el principio”.
La nota del diario, luego de aportar porcentajes escalo-
friantes, se adormece. Cae en “la falta de compromiso pa-
rental”; concluye en lo que, con otras palabras cualquier
persona ya sabe: los padres deben poner límites a los hijos.
Al respecto vale la pena destacar que el estudio reveló que
“el 74% de los niños estudiados había golpeado o empujado
violentamente a un hermano en el curso de un año y el 42%
había pateado, mordido o golpeado a un hermano o una her-
mana (cuando sólo un 3% de los padres habían agredido a
un hijo con esa violencia y sólo un 3% de los esposos había
atacado físicamente a su esposa)”. ¡Del 3% entre cónyuges
al 42% entre hermanos!
No debe existir sociedad mejor capacitada para calcular
golpes, mordidas y patadas que la norteamericana. El mismo
sueño americano lo requiere, aunque sólo sea para seguir dur-
miendo. Vislumbrar el horror es necesario para el progreso
social, así lo señala Freud en la cita de La novela familiar de
los neuróticos; pero se trata de un texto de 1908, donde Freud
se encuentra pensando Tótem y tabú y todavía camina sedu-
cido por la voluntad pacificadora de la ley paterna. Tendrá
que sobreponerse a los horrores de la primera guerra mun-
dial escribiendo Psicología de las masas… para que comience a
insinuarse lo peor del padre.
El terror conformista: un real entre hermanos • 91

“De acuerdo con el testimonio del psicoanálisis, casi toda re-


lación afectiva íntima y prolongada entre dos personas -ma-
trimonio, amistad, relaciones entre padres e hijos-, contiene
un sedimento de sentimientos de desautorización y de hosti-
lidad que sólo en virtud de la represión no es percibido”.12

Si se tiende a subestimar la violencia entre hermanos me-


diante la represión es, precisamente, porque se pone en juego
el narcisismo de las pequeñas diferencias. Entonces,

“[...] justamente en sus pequeñas diferencias, no obstante su


semejanza en todo el resto, se fundamentan los sentimientos
de ajenidad y hostilidad entre ellos. Sería seductor ceder a
esta idea y derivar de ese «narcisismo de las pequeñas dife-
rencias» la hostilidad que en todos los vínculos humanos ve-
mos batallar con éxito contra los sentimientos solidarios y yu-
gular al mandamiento de amar al prójimo”.13

Eso que en La familia Lacan nombra como la identifica-


ción con el hermano y que le proporciona al sujeto la ima-
gen que fija uno de los polos del masoquismo primario, rea-
parece desarrollado por Freud con la noción de narcisismo
de las pequeñas diferencias y Lacan lo retoma en “Situación
del Psicoanálisis…” diciendo que:

“La identificación con la imagen que da al agrupamiento su


ideal, aquí la de la suficiencia encarnada, funda ciertamente,
como Freud lo mostró en un esquema decisivo, la comunión
del grupo, pero es precisamente a expensas de toda comu-

12. Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, AE, XVIII, p 96.
13. Sigmund Freud, El tabú de la virginidad, AE, XI, p. 195.
92 • Versiones

nicación articulada. La tensión hostil es incluso allí consti-


tuyente de la relación de individuo a individuo. Esto es lo
que el preciosismo de uso en el medio reconoce de manera
totalmente válida bajo el término de narcisismo de las pe-
queñas diferencias, que traducimos en términos más direc-
tos por: terror conformista”.14

Terror conformista, ¡nada más adecuado a los tiempos


modernos! Amor y hermandad se dan la mano en virtud de
que la represión cae sobre la corriente hostil. Es que

“[...] siempre es posible ligar en el amor a una multitud ma-


yor de seres humanos, con tal que otros queden fuera para
manifestarles la agresión”.15

Sin embargo, respecto a esta idea de terror conformista


Lacan se remite a la Fenomenología del Espíritu y en particular
da a pensar que se está refiriendo al terror del esclavo ante un
mundo que no le pertenece porque está dominado por el amo
y al conformismo concomitante con su posición, que consis-
tiría en la conservación de las identificaciones logradas, de-
jando de lado todo aquello diferente. Así, el terror será lo que
cohesiona a la masa, configurándose como un elemento in-
terno y externo a la vez.
En El Seminario 17, Lacan retoma esta cuestión desde la
segregación.

14. Jacques Lacan, “Situación del psicoanálisis y formación del psicoana-


lista en 1956”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1985, p. 470.
15. Sigmund Freud, El malestar en la cultura, AE, XXI, p. 111.
El terror conformista: un real entre hermanos • 93

“Sólo conozco un origen de la fraternidad –quiero decir la


humana, siempre el humus–, es la segregación. Estamos
evidentemente en una época de segregación, ¡puaj, nunca
hubo más segregación! ¡Es inaudito! [...] constato que todo
lo que existe se basa en la segregación y la fraternidad lo pri-
mero. Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si no
es por estar separados juntos, separados del resto”.16

Es decir, en este separados juntos, la fraternidad que se cons-


tituye mediante la identificación deja encubierta la segrega-
ción estructural.
Resulta casi un lugar común en el psicoanálisis de nues-
tros días hablar de la desintegración de la autoridad simbó-
lica patriarcal, o de la ineficacia del Nombre del Padre, y es
casi una moda decir que Lacan ya lo había señalado en La fa-
milia. Al respecto no encontramos una gran diferencia entre
todas esas opiniones y las del terapeuta familiar de los su-
burbios de San Diego, John V. Caffaro; ambas adolecen del
mismo problema: cuando destacan la falla en lo simbólico
evitan interrogar al narcisismo de las pequeñas diferencias y
a la segregación concomitante. Ambas, al equivocar el eje
del problema, parecen caer en
“un estado que podríamos denominar «miseria psicológica
de la masa». Ese peligro amenaza sobre todo donde la liga-
zón social se establece principalmente por identificación re-
cíproca entre los participantes, al par que individualidades
conductoras no alcanzan la significación que les correspon-
dería en la formación de masa”.17

16. Jacques Lacan, El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos
Aires, Paidós, 1986, p. 121.
17. Sigmund Freud, El malestar en la cultura, AE, XXI, p. 112.
94 • Versiones

No es el padre quien nos hermana, sino la segregación.


Él, en cambio, sólo puede proporcionar la Ley que, a esta
altura de lo trabajado, podemos decir que sólo intenta ser
pacificadora.
Pero no debe perderse de vista la cuestión del terror que
el Lacan de 1956 toma de Hegel y que habla de Otro padre,
que Freud bautizó como superyó y que expresa eso pulsio-
nal que no llega a ligarse en el amor de la masa y que, enton-
ces, se lo aplica como odio sobre aquello diferente.
En la “Proposición del 9 de octubre”, Lacan señala que
no se trata de discutir la autoridad, para qué discutirla –po-
dría decirse– si resulta insuficiente; es más, lo único que se
produce es hacerla más consistente, un Otro absoluto, el
superyó al que se le ofrece todavía mayor consistencia. Por
eso él plantea que no se trata de discutirla “sino de extra-
erla de la ficción”.18 Para llevar a cabo ese procedimiento
Lacan alude al humor y a la ironía de un psicoanalista que
había encontrado en su último viaje a los Estados Unidos;
parece que él le dijo que “por eso nunca atacaré las formas
instituidas, ellas me aseguran sin problemas una rutina que
es mi confort”.
¡Que los hermanos sean unidos! Tanto como pueden serlo
los puercoespines.19

18. Jacques Lacan, “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psico-


analista de la Escuela”, en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Buenos
Aires, Manantial, 1991, p. 23.
19. Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, op.cit., p. 96.
Las versiones del padre
en Freud: de Edipo a Moisés
Laura Raffaini

Introducción

Leer atentamente a Freud, centrando mi interés en la teori-


zación del padre, me dejó como resultado, la construcción
de las tres versiones del padre que, considero, Freud sostiene a
lo largo de su obra.
En dichas versiones, cuando Freud teoriza sobre el padre
es en relación con la clínica –nunca se confunde con el padre
real de cada quien–, es un operador teórico que se articula cla-
ramente con conceptos fundamentales de la teoría psicoana-
lítica, no sólo con el inconsciente sino también con la repre-
sión, la castración, la ley y el deseo, por nombrar algunos.
Las tres versiones del padre definidas en este breve tra-
bajo dan cuenta de qué manera, en distintos momentos de
su obra, Freud responde a lo que se podría sintetizar como
una de las preguntas humanas fundamentales: la pregunta por
el origen, que en psicoanálisis se plantea como la pregunta por
96 • Versiones

el origen de la escisión psíquica o del inconsciente. El psicoanáli-


sis es una teoría cuyo descubrimiento fundamental es el in-
consciente. Un inconsciente definido por una clínica que se
va modificando junto con los diferentes objetivos del análi-
sis en los distintos períodos de la obra de Freud. Quizá pa-
rezca una aclaración innecesaria y obvia, pero no siempre
los autores que abordan la temática del padre en Freud lo
hacen teniendo en cuenta la articulación al concepto de in-
consciente en los distintos momentos de la teorización freu-
diana. Es por ello que en el pasaje de la primera versión a la
segunda se pueden utilizar los mismos ejes: parricidio, in-
cesto, prohibición –ley–, deseo, satisfacción pulsional e in-
vestidura libidinosa de objeto. Se trata de la construcción de
un padre paralela a la fundamentación del inconsciente reprimido.
La última versión del padre es posibilitada por las modifi-
caciones teóricas que introducen el giro de 1920 y la segunda
tópica. La ruptura de 1920 y la introducción del ello, un in-
consciente no-todo reprimido, dan cuenta de lo que hay de “in-
cisivo en la posición de Freud”,1 un corte, una discontinuidad que
deja sin efecto los ejes utilizados para definir las dos primera
versiones del padre. La introducción a partir de la segunda tó-
pica del inconsciente no-todo reprimido en relación directa
con el punto de inflexión teorizado en Más allá del principio de
placer, abre la necesidad de la teorización de la última versión
del padre, aquella que escribe en su polémica y última publi-
cación Moisés y la religión monoteísta. En esta última versión no

1. Juan Carlos Cosentino, “La hendidura del Ich y una nota sobre el feti-
chismo”, trabajo presentado en las Jornadas “¿Qué es el inconsciente?”, 18 de
abril de 2009, Biblioteca Nacional, e incluido en este libro.
Las versiones del padre en Freud: de Edipo a Moisés • 97

hay ejes, porque no hay simetría ni tampoco posibilidad de es-


tablecer un centro. La última versión del padre se relaciona
con lo que Freud “ha descubierto y que introduce de una ma-
nera imprevista: algo que no guarda estricta relación con nada
que se hubiera nombrado antes: el Icc”.2

Dos versiones del padre: del padre


del complejo al padre de la horda

La primera versión del padre considero es solidaria a la teo-


rización del complejo de Edipo, hasta 1912. El complejo de
Edipo fundamenta un aparato psíquico sostenido en los de-
seos inconscientes infantiles reprimidos de parricidio e in-
cesto. El padre es el que vehiculiza la castración que está formu-
lada en términos de amenaza y lleva a la represión de dichos de-
seos. Por ello, el padre es para el autor un rival al que se desea
matar, deseo de muerte fundado en los deseos inconscientes inces-
tuosos. El conflicto, la represión, sostienen el saber no sa-
bido del inconsciente reprimido. Pero los desarrollos teó-
ricos que Freud escribe en Hans, en 1909, cuestionan al
padre del complejo de Edipo en su fundamento: ¿de dónde
proviene el empuje para la represión?3
En esta primera versión del padre no está instalada la prohi-
bición del incesto como ley. Freud postula la amenaza de cas-
tración y la consecuente represión de los deseos incestuosos.

2. Idem.
3. Esta pregunta que Freud se realiza en el historial del pequeño Hans es
retomada y trabajada por Juan Carlos Cosentino en Angustia, fobia, despertar,
Buenos Aires, Eudeba, 1998.
98 • Versiones

La satisfacción pulsional se presenta como prohibida, el neu-


rótico, si bien no sin renuncia, puede persistir en la ilusión que,
si no fuera por la prohibición, la satisfacción sería posible.
En la segunda versión del padre de Tótem y tabú, la deTótem
y tabú (1912-1913), se reformula el complejo de Edipo po-
niendo en el fundamento del mismo el asesinato del padre
primordial. El padre, en Tótem y tabú, es el padre único, teori-
zado como un lugar imposible de ocupar, pensado como sa-
tisfacción absoluta, dando fundamento a la sustitución. Se
pasa de la fantasía de parricidio al acto parricida. El acto pa-
rricida como inscripción de la muerte en el aparato deja hue-
llas imperecederas, que fundamentan la conciencia de culpa.
El asesinato del Urvater es también aquello que fundamenta
la represión primaria, eso reprimido desde antes que lógica-
mente posibilita la represión secundaria. A partir de la obe-
diencia retrospectiva, la prohibición articula ley y deseo. La
ley garantiza el deseo pero no su satisfacción. Esta ley no es-
tatuye un objeto para el deseo, sino su falta de objeto. Se es-
tablece la universalidad de la castración poniendo en el ori-
gen al padre no castrado. El Urvater en el centro del complejo
de Edipo articula la satisfacción pulsional como imposible,
la prohibición y la conciencia de culpa como universal, y
fundamenta la ley y el deseo. El principio del placer enmarca
el conflicto.
La escisión psíquica ya no depende de la intervención del
padre del complejo de Edipo como portador de la amenaza
de castración, como en la primera versión del padre. El in-
consciente es correlativo a la represión primaria. Lo que
empuja la represión de los deseos infantiles de parricidio e
incesto que se ponen en escena en el atravesamiento parti-
Las versiones del padre en Freud: de Edipo a Moisés • 99

cular de cada niño por el complejo de Edipo es, por un lado,


la represión primaria, aquello reprimido desde antes que atrae
y cuyo fundamento es el mito del padre de la horda primor-
dial. Por el otro, el complejo de castración que en 19084 re-
emplaza la amenaza de castración que en la primera época
era vehiculizada por el padre.
Freud en el “mito moderno”5 construye un padre. Los de-
seos inconscientes del niño ya no se corresponden con la tra-
gedia griega sino con la humana, que Freud construye en Tótem
y tabú, y el complejo de Edipo pasa a ser el núcleo de la neuro-
sis. La represión primaria fundamenta el inconsciente reprimido
de 1915, y tanto el afecto como los destinos previos a la repre-
sión son los restos de dicha operación que anticipan, junto con
la fijación de la pulsión a un objeto, la segunda tópica.

Las modificaciones teóricas que cuestionan la segunda


versión del padre: el padre primordial

La introducción del ello, ese tercer inconsciente no-todo repri-


mido, replantea el aparato psíquico formalizado a partir del
inconsciente dinámico. La segunda versión del padre es correla-
tiva a los textos sobre metapsicología de 1915. La construcción
de un padre le permite no sólo fundamentar la represión pri-

4. Sigmund Freud, Sobre las teorías sexuales infantiles, AE, IX, p. 193. En
este artículo, producto del análisis del pequeño Hans, se menciona por pri-
mera vez el “complejo de castración”.
5. Término introducido por Jacques Lacan en referencia a la horda primi-
tiva postulada por Freud en Tótem y tabú, en El Seminario, libro 4, La relación de
objeto, Buenos Aires, Paidós, 1996, p. 212.
100 • Versiones

maria sino también los conceptos principales de su clínica. La


introducción de la pulsión de muerte con el Más allá..., solidaria
de la segunda tópica cuestiona los fundamentos del inconsciente
dinámico y con ellos al Urvater. Freud, al introducir la noción de
exterior, prescinde de la represión primaria para fundar un exterior
y puede prescindir entonces del Urvater para fundamentarla.Asimismo,
la introducción de la Premisa Universal del Falo le torna nueva-
mente prescindible el padre primordial, pero esta vez para fundamen-
tar la castración. La articulación falo-castración hace naufragar al
complejo de Edipo indefectible e independientemente del padre.
A partir de lo expuesto, surgen algunos interrogantes: ¿qué lu-
gar para la hipótesis de la horda primitiva a partir de la segunda tó-
pica? Si el padre primordial fundamentaba el inconsciente di-
námico, ¿de qué padre se trata a partir de la introducción del ello?
Sostengo que es en el Moisés donde Freud aplica su hipótesis
de Tótem y tabú y obtiene diferentes resultados. Freud lo ad-
vierte cuando, en el Moisés, se refiere a su convencimiento res-
pecto de lo correcto del resultado:
“Lo adquirí ya hace un cuarto de siglo, en 1912, cuando es-
cribí mi libro Tótem y tabú, y desde entonces no ha hecho sino
reafirmarse. No he puesto más en duda que los fenómenos re-
ligiosos sólo son comprensibles según el modelo de los sín-
tomas neuróticos del individuo, con que hemos llegado a fa-
miliarizarnos: unos retornos de los procesos sobrevenidos en
el acontecer histórico primordial de la familia humana, pro-
cesos sustantivos, olvidados de antiguo; y que tales retornos
deben a este origen justamente su carácter compulsivo y, por
tanto, ejercen efecto sobre los seres humanos en virtud de su
peso en verdad histórico vivencial. La incertidumbre sólo me
acude cuando me pregunto si he logrado demostrar esas tesis en el
ejemplo aquí elegido, el del monoteísmo judío.”6
Las versiones del padre en Freud: de Edipo a Moisés • 101

La incertidumbre de Freud da cuenta de que la tesis del


padre primordial, a pesar de que no la abandona, no resiste
indemne la demostración. Esto no es independiente de las
modificaciones teóricas introducidas por el giro conceptual
de 1920 y se puede leer no sólo en el punto (d) “La aplica-
ción del Moisés”, sino en todo el texto. El cimbronazo que
produce el giro de 1920 en la metapsicología, establecida en
1915, arrastra consigo el fundamento de la misma: la hipóte-
sis de la horda primitiva de Tótem y tabú, con el parricidio en su
centro. No sólo se modifica el lugar que el padre primordial
ocupaba en 1913, sino que Freud escribe una última versión
del padre.

La versión del padre en Moisés y la religión monoteísta

“Del padre verdadero”, como lo define en Tótem y tabú, a


Moisés, el hombre, hay veinte años de teoría.
Sin pretender agotar aquello que definiré como la última
versión del padre, señalaré varias cuestiones que considero fun-
damentales para dar cuenta en Moisés de dicha versión. Moisés
es una construcción psicoanalítica posterior a la ruptura de
1920, con esto me refiero a que el denominado “estilo parti-
cular” de Moisés es un modo de transmisión en psicoanálisis
en el que el texto funciona como el campo mismo de su pra-
xis. El estilo particular del Moisés (aquello a lo que ningún au-
tor que escribió sobre dicho texto puede dejar de referirse)

6. Sigmund Freud, Moisés y la religión monoteísta, AE, XXIII, p. 56 (el su-


brayado es mío).
102 • Versiones

es: la reunión de teoría y mitos en un mismo texto, la multi-


plicidad de temas que aborda, todos muy heterogéneos en-
tre sí, que construyen una compleja trama en la que debe
abandonarse el intento de encontrar la unidad y coherencia
que sellan los escritos de Freud.
Moisés es una construcción en la que no hay detalle li-
brado al azar. La construcción después de 1920 es la opera-
ción que Freud realiza con fragmentos de la historia o del mito
(entre otros) que como un parricidio7 anudan lo extranjero,
lo ajeno. En dicha operación de anudamiento lo indecible se
oculta, se desplaza, se borra, sin embargo quedan huellas.
Las dos hipótesis que anudan las diferentes temáticas:
son la extranjeridad y el parricidio de Moisés, e introducen la
desmentida y el desplazamiento. Dichas hipótesis, que son
la columna vertebral del texto, son polémicas y han sido fuer-
temente cuestionadas por diversos autores que abordan la
obra desde la psicobiografía o la legalidad de otros saberes.
Es decir, el modo particular de tratamiento del material se
corresponde con aquello que Freud nos quiere transmitir: un
camino hecho de rupturas, de discontinuidades, que no tiene
ni principio ni final, pero que todo el tiempo remite a lo
mismo: lo inasible.
Si en Tótem y tabú el padre muerto respondía a la pregunta
por el origen, en Moisés es la misma pregunta la que insiste y,
como un hilo invisible, atraviesa las innumerables temáticas
aparentemente heterogéneas entre sí: origen egipcio de Moisés,
origen de la religión judía, origen del carácter del pueblo ju-

7. Freud redefine el parricidio en el Moisés, redefinición que excede a este


texto.
Las versiones del padre en Freud: de Edipo a Moisés • 103

dío, origen del monoteísmo, el origen del ello, el yo y el su-


peryó, entre otras. La respuesta de la hipótesis de la horda
primitiva que suturaba de manera brillante la pregunta por el
origen se relanza para –como un interminable desplazamiento
de un enigma a otro– ir bordeando un agujero que se vuelve
ajeno, extranjero, inasible. En este desplazamiento, uno a uno van
quedando como “ilusiones de deseo” algunos de los lugares que él nom-
bra como del padre. Ellos son: el héroe, el caudillo, el fundador, el le-
gislador, el gran hombre, el dios único.
En 1913, el padre primordial, como la pieza final de un
rompecabezas, era la respuesta a la génesis de la religión, la
ética y la sociedad, y fundamentaba el inconsciente diná-
mico soporte de la metapsicología de 1915. Ahora, en el ori-
gen hay vacío y las huellas, que nos conducen por laberintos,
donde pareciera que nos van a dar una respuesta nos dejan
en el borde del abismo. Freud no borra las huellas de la gé-
nesis del Moisés ya que el original montaje del texto nos trans-
mite, como el campo mismo de su praxis, el vaciamiento del
lugar del padre y su escisión. Dos veces fue escrito el texto
en el que se repite dos veces lo mismo, a su vez fue publicado
dos veces y entre la primera publicación y la segunda: el in-
tervalo. Un texto que son dos, y el intervalo entre la primera pu-
blicación y la segunda, respecto del cual Freud se siente un
extranjero: se le vuelve ajeno.
Las dos hipótesis principales del texto de Freud, que sorprenden
por su novedad son: la extranjeridad y el parricidio de Moisés. Ambas
son los pilares en los que se apoya la escisión del padre en su última
versión. La hipótesis unificante del padre primordial se es-
cinde: la fundación del monoteísmo es consecuencia de la
existencia de los dos Moisés –el egipcio y el madianita–, y el
104 • Versiones

intervalo. Un dios, un padre no es sin el parricidio y la des-


mentida que introduce la escisión del “un padre” y el vacia-
miento de su consistencia: de un padre a Moisés, el hombre.

Bibliografía
Juan Carlos Cosentino, Angustia, fobia, despertar, Buenos Aires, Eudeba, 1998.
——Lo siniestro en la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Imago Mundi, 2001.
Juan Carlos Cosentino, Carlos Escars y otros, El giro de 1920: más allá del prin-
cipio del placer, Buenos Aires, Imago Mundi, 2004.
——El problema económico: yo-ello-súper-yo-síntoma, Buenos Aires, Imago Mundi,
2005.
Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, AE, IV y V.
——Tótem y tabú, AE, XIII.
——“La represión”, en Trabajos sobre metapsicología, AE, XIV.
——“Lo inconsciente”, en Trabajos sobre metapsicología, AE, XIV.
——Más allá del principio del placer, AE, XVIII.
——El yo y el ello, AE, XIX.
——La organización genital infantil, AE, XIX.
——El sepultamiento del complejo de Edipo, AE, XIX.
——El problema económico del masoquismo, AE, XIX.
——32ª Conferencia, Angustia y vida pulsional, AE, XXII.
——Construcciones en el análisis, AE, XXII.
——Moisés y la religión monoteísta, AE, XXIII.
Sófocles, Edipo Rey, Antígona. Tragedias, Buenos Aires, Ciordia, 1971.
Versiones del vacío1
Cynthia Acuña

¿Cómo pensar el vacío en psicoanálisis? ¿Se trata de una función


equiparable a la falta? ¿Qué modalidades de manifestación posee
el vacío? Les propongo pensar distintos modos de funcionamiento
del vacío: por un lado, el vacío como exceso, en la línea del prin-
cipio de inercia freudiano; por otro lado, el vacío en la línea del
Tao, tal como se puede observar en la pintura china. En ambos
casos se trata del vacío pero su modo de funcionamiento es radi-
calmente distinto. En ambos casos se trata de ejemplos exterio-
res al campo analítico, a saber: la literatura y la pintura. De lo que
se trata es de abrir una interrogación en torno de la cuestión del
vacío, evitando extrapolaciones directas a la clínica pero permi-
tiendo, al mismo tiempo, indagar esta noción en psicoanálisis.

1. En este texto desarrollo temas apenas esbozados en el que leí en las


Jornadas “¿Qué es el inconsciente?”, titulado: “El vacío, una ex-critura de lo
imposible”. Es, por lo tanto, más que una reescritura, un trabajo nuevo.
106 • Versiones

El Mito del Tubo: el vacío como exceso

Una modalidad de funcionamiento del vacío está, indudable-


mente, en la línea del exceso. Para ejemplificarla propongo la fi-
gura del Tubo.2 El Tubo es un exceso porque nos remite al prin-
cipio de inercia del Proyecto de psicología de Freud.3 En este su-
puesto, toda la cantidad que entra al aparato es descargada sin
dejar ninguna huella, sin resto. Si el aparato psíquico funcionase
como un tubo, no habría lugar para la memoria inconsciente ni
tampoco para la satisfacción del estímulo endógeno, que lleva a
la vivencia de satisfacción. Es decir, estaríamos en el campo del
Goce Todo. Este es un supuesto necesario, el mito del Goce Todo.
También podríamos llamarlo el Mito del Tubo.
¿Por qué el Tubo es un exceso? Porque el Tubo pareciera
no estar mediado por el campo del Otro; funciona como si
el Otro no existiera. En Metafísica de los tubos, Amélie Nothomb
relata la historia de una niña que vive como una Planta, de
una niña Tubo. Un ser que no desea nada, que al nacer ni si-
quiera lloró y que no siente el más mínimo placer al alimen-
tarse. En esta niña todo pasa sin dejar huella, exactamente
como el principio de inercia freudiano:

“En el principio no había nada. Y esa nada no estaba ni vacía ni


era indefinida: se bastaba sola a sí misma”.4

2. La imagen del Tubo (lo escribo con mayúsculas, para marcar algo del
orden del Mito) la tomé de la literatura. Ver Amélie Nothomb, Metafísica de los
tubos, Barcelona, Anagrama, 2001.
3. Sigmund Freud, Proyecto de psicología para neurólogos, AE, I, p. 340.
4. Destaco la idea de que puede haber una nada que no está vacía. Amélie
Nothomb, op. cit., p. 7.
Versiones del vacío • 107

Esta completud del Tubo hace que la narradora llame a esta


niña Dios:

“Dios tenía los ojos perpetuamente abiertos y fijos. Si hubie-


ran estado cerrados, nada habría cambiado. No había nada que
ver y Dios nada miraba. Se sentía repleto y compacto como
un huevo duro, […]. Dios era la satisfacción absoluta. Nada
deseaba, nada esperaba, nada percibía, nada rechazaba y por
nada se interesaba. La vida era plenitud hasta tal punto que ni
siquiera era vida”.5

El vacío se manifiesta aquí bajo la forma de la inercia, según


el modelo del reflejo, así como también bajo la forma de la
completud.

“En realidad, Dios era la encarnación de la fuerza de la iner-


cia, la más poderosa de las fuerzas. También la más paradó-
jica de las fuerzas: ¿existe acaso algo más extraño que ese im-
placable poder que emana de lo que no se mueve? La fuerza
de la inercia representa el poder de lo larval, […]. Tal era el
poder del tubo”.6

Aunque parezca una contradicción, se trata de un vacío lleno, en


el cual el yo-cuerpo supuesto ahí consiste, está cristalizado en
esa “originaria tendencia a la inercia” que se traduce como una
descarga absoluta de la cantidad (denominada en el Proyecto de
psicología función primaria del aparato). Si bien es cierto que esta
tendencia a la inercia es quebrantada desde el comienzo tam-
bién lo es que persiste en el principio de constancia.7

5. Idem.
6. Amélie Nothomb, op. cit, pp. 14-15.
7. Veáse Sigmund Freud, Proyecto de psicología para neurólogos, AE, I, p. 341.
108 • Versiones

En el capítulo VI de Más allá del principio de placer Freud


utiliza la expresión principio de Nirvana para referirse a di-
cha tendencia, y la vincula con la muerte y con la pulsión
de muerte.8

El vacío del valle. La función de ahuecamiento

Otro modo de funcionamiento del vacío está bien expresado


en la filosofía china, fundamentalmente en el Tao.9 François
Cheng, en Vacío y plenitud, señala al respecto:

“En la óptica china, el vacío no es, como podría suponerse,


algo vago e inexistente, sino un elemento eminentemente
dinámico y activo. […] Constituye el lugar por excelencia
donde se operan las transformaciones, donde lo lleno puede
alcanzar la verdadera plenitud”.10

Si bien el vacío puede apreciarse en todas las artes (música,


pintura, el arte de la caligrafía, etc.), Cheng sostiene que es
en la pintura donde se manifiesta de manera más acabada.
En relación con la pintura, el vacío se manifiesta no sólo en
la superficie no pintada de la tela sino también en el espacio
pintado (por ejemplo, entre la montaña y el agua, el vacío cir-
cula representado en la nube).

8. Sigmund Freud, Más allá del principio de placer, AE, XVIII, p. 54.
9. En China se designa la obra completa de un filósofo con el nombre de
dicho filósofo. Así, la obra de Lao Tze se conoce como Daodejing o Tao Te
King.
10. François Cheng, Vacío y plenitud. El lenguaje de la pintura china, Madrid,
Siruela, 2004, p. 68.
Versiones del vacío • 109

Ahora bien, al observar los cuadros se advierte un efecto


interesante:11 el vacío trastoca la perspectiva lineal. Cabe re-
cordar, en relación con este punto, que la perspectiva lineal
se desarrolló en Occidente alrededor del siglo XV. En dicha
perspectiva, dos líneas paralelas convergen en un punto en
el horizonte; es hacia ese centro adonde se dirige la mirada
del espectador (el mejor ejemplo lo encontramos en La úl-
tima cena de Leonardo da Vinci, entre tantos otros). La pers-
pectiva lineal representaba el avance hacia el progreso, en una
sola dirección y a través de una sola mirada.
En China, durante la dinastía Song (siglos X a XIII), al-
gunos pintores inventaron una perspectiva descentrada. Esta
perspectiva dirigía la mirada del espectador a un rincón del
cuadro y no a su centro –es decir, hacia algo no formulado,
invisible a las apariencias–. Dos exponentes de la perspectiva
descentrada fueron Ma Yuan (activo entre 1172 y 1214) y
Xia Gui (activo entre 1190 y 1225). Debido al efecto de des-
centramiento que producían sus cuadros a nivel de la pers-
pectiva, fueron apodados Ma, el rincón, y Xia, la mitad.
Por otra parte, en la pintura china encontramos también
una perspectiva doble, calificada de aérea, ya que se supone que
el pintor se halla sobre una altura, pudiendo tener una visión
global del paisaje. Al mismo tiempo, es como si la mirada del
pintor se moviera, se acercara en ciertos tramos o se alejara
en otros mostrando así, en una misma tela, diferentes pers-
pectivas, diferentes caras del paisaje. De esta manera, las mon-

11. Trabajé con reproducciones digitales de Shitao, Ma Yuan, Xia Gui y Mi


Fu. Véase The Guide to Great Art on the Internet <http://www.artcyclopedia.com>
y The Metropolitan Museum of Art <http://www.metmuseum.org>.
110 • Versiones

Shitao (1642-1707)
Título: «Les monts Jinting en automne»
Versiones del vacío • 111

tañas pueden verse desde cierta altura, de frente y de lejos, al


mismo tiempo, en el mismo cuadro. El interior y el exterior
de una habitación pueden ser mostrados a la par.
Asimismo, es destacable la aparición de una corriente de
pintores letrados (eran calígrafos y poetas), cuya pincelada
era cercana a la escritura. Algunos de estos pintores introdu-
cen poemas en los espacios vacíos del cuadro. Esta práctica
se inicia con Su Dongpo (1036-1101) pero se consolida en la
dinastía de los Yuan (1277-1367). Con la inserción de poe-
mas en los cuadros lo que aparece es la musicalidad (el po-
ema, por sobre todas las cosas, tiene ritmo) y, por lo tanto, la
ruptura del espacio euclidiano.
La escritura introducida en los cuadros de estos pintores
parece también basarse en el Tao: no es comentario, no es
un rellenado del espacio en blanco. Cheng refuerza la idea:

“¿Acaso es menester insistir, una vez más, en que esta muta-


ción del tiempo-espacio sólo es posible gracias al vacío? En
el desarrollo lineal y temporal del cuadro, el vacío introduce
la discontinuidad interna, y con el vuelco de las relaciones in-
terior-exterior, lejano-cercano, manifiesto-virtual, inaugura
el proceso reversible del regreso, el cual significa «volver a
echar mano» de toda la vida rememorada o soñada, que brota
sin cesar”.12

Esta noción de vacío tal como nos la presenta la filosofía


china está en la línea de lo innombrable. Lo innombrable
no porque se trate de algo silenciado sino porque carece
de representación. 13 El vacío en el Tao es aquello que no

12. François Cheng, op. cit., p. 185.


13. Lao Tzu, Tao Te Ching, Buenos Aires, Pluma y Papel, p. 97.
112 • Versiones

Ma Yuan, Dinastía Song (1127-1279)


Título: «Scholar by a Waterfall»

Ma Yuan, Dinastía Song (1127-1279)


Título: «Viewing Plum Blossoms by Moonlight»
Versiones del vacío • 113

puede nombrarse; cuando se nombra, ya no es el Tao. Para


entender qué significa el vacío en la línea del Tao se suele
apelar a una imagen: la del valle. El valle

“[...] es hueco y aparentemente vacío, pero hace crecer y


nutre todas las cosas; lleva todas las cosas en su seno, y las
contiene sin dejarse nunca desbordar ni extinguir.”14

Shitao (1640-1718), pintor chino de la dinastía Ming, in-


ventó una imagen interesante en relación al vacío: la ima-
gen de la muñeca vacía del pintor (xuwan):

“La «muñeca vacía» no significa que la mano que sostiene


el pincel tenga que estar blanda. Al contrario, es el resul-
tado de una gran concentración, de lo lleno cuando alcanza
su punto extremo de tensión. El pintor sólo debe empezar
a pintar cuando la plenitud de su mano llega a su punto cul-
minante y cede de repente al vacío”.15

En la misma línea, Cheng Yaotian, afirma que

“[...] el verdadero pincel [...] debe ser como un «tubo pin-


chado», en la medida en que el vacío de los dedos debe pa-
sar totalmente a él, incluso corriendo el riesgo de hacerlo es-
tallar”.16

Nuevamente encontramos la imagen del tubo, pero el tubo


aquí no está lleno, está pinchado. El vacío se vuelve, a la vez,

14. François, Cheng, op. cit., p. 82.


15. Ibid., p. 144.
16. Ibid., p.146.
114 • Versiones

exterior e interior. Si el tubo está pinchado, el vacío fluye y


atraviesa al tubo, lo anuda rompiendo el espacio euclidiano.

El vacío en la clínica, antes que una clínica del vacío

Es preciso subrayar, ahora sí en el campo del psicoanálisis,


que el vacío no es la falta, en el sentido del falo. La falta está
en relación al significante y el vacío, en cambio, en relación
a aquello que no posee escritura, aquello que no entra en el
campo de la representación. En Freud, lo que no se puede
escribir: la muerte, el ello.
Ahora bien, la noción de vacío fue trabajada por Massimo
Recalcati quien propone pensar una clínica del vacío.17 Este
autor parte de diferenciar la clínica de la falta de la clínica del
vacío, destacando que no se trata de una distinción basada en
la oposición neurosis-psicosis. La denominada clínica de la
falta es la clínica del deseo inconsciente y del síntoma en tanto
retorno de lo reprimido, de las formaciones del inconsciente.
La clínica del vacío, en cambio, es la que surge del encuen-
tro con nuevos síntomas (anorexia, bulimia, adicciones, ataques
de pánico, etc.), los cuales no responden al modo de consti-
tución neurótico del síntoma.

“Los nuevos síntomas parecen definirse no tanto a partir


del carácter metafórico, enigmático y cifrado que adquiere
el retorno de lo reprimido como agente de la división del su-
jeto, cuanto más bien a partir de una problemática que afecta

17. Massimo Recalcati, Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis,


Madrid, Síntesis, 2003.
18. Ibid., p. 11.
Versiones del vacío • 115

directamente a partir de la constitución narcisista del sujeto


–en el sentido de que indica un defecto fundamental del
mismo– y de unas prácticas de goce (como es evidente si se
piensa en la bulimia y en la toxicomanía) que parecen excluir
la existencia misma del inconsciente, en el sentido de que ese
goce no se inserta en el intercambio con el Otro sexo”.18

Me parece interesante el planteamiento de este autor, especial-


mente la puntualización de que hay allí una aparente desco-
nexión entre el sujeto y el Otro, creo que esa es la observación
más precisa. Lo que encuentro como límite, como obstáculo
en los desarrollos de Recalcati es que la distinción misma en-
tre clínica de la falta y clínica del vacío, es decir, la idea de que
habría dos clínicas, lo lleva –a pesar de los esfuerzos por situar
lo contrario– indefectiblemente a una distinción entre estruc-
turas (como si la estructura fuese algo dado de antemano que
configura un funcionamiento claro y diferencial del vacío). Esto
se aprecia en su libro, me refiero a la necesidad de distinguir
la anorexia psicótica de la anorexia neurótica. Rápidamente se
pierde su propuesta inicial porque todo parece reducirse al
diagnóstico diferencial entre neurosis y psicosis.
Lo que quiero proponer es una apertura del problema
del vacío. Volver sobre este trabajo pero para poder cuestio-
nar la idea de que se trata centralmente de una distinción es-
tructural. En este sentido, destaco algunas nociones como la
de patologías pre-subjetivas19 o la de fenómenos de ruptura,20 de

19. Viviana Fanés, “Fenómenos en los límites de la transferencia”, presen-


tado en las Jornadas “¿Qué es el inconsciente?” e incluido en este libro.
20. Emilce Vénere, “Stress, trauma y acontecimiento en la conceptualiza-
ción del fenómeno psicosomático”, inédito.
116 • Versiones

Viviana Fanés y de Emilce Vénere, respectivamente, que no


se entrampan en la cuestión de la estructura. En suma, el pro-
blema de la estructura obstaculiza el abordaje del vacío. Es
cierto que no tenemos un modelo psicopatológico acabado
para tratar el tema. En Freud, es preciso volver sobre los de-
sarrollos de las neurosis actuales, de las neurosis narcisistas,
de la neurosis traumática (y a la problemática de la angustia
y el terror de Inhibición, síntoma y angustia). Por último, vol-
ver sobre el problema del narcisismo.

Para finalizar, quiero retomar la pregunta por el vacío: para que


el vacío funcione en el sentido del valle que expresa la pintura
china, ¿qué operación debe haberse producido?, o, en térmi-
nos en que permite preguntarlo Amélie Nothomb, ¿qué debe
ser rechazado para que el vacío funcione como tal?

“La mirada es una elección. El que mira decide fijarse en


algo en concreto y, por consiguiente, a la fuerza elige ex-
cluir su atención del resto de su campo visual. Ésa es la ra-
zón por la cual la mirada, que constituye la esencia de la vida,
es, en primera instancia, un rechazo.
Vivir significa rechazar. Aquel que todo lo acepta vive igual
que el desagüe de un lavabo. […].
Dios no había rechazado nada porque no había elegido nada.
Por eso no vivía.”21

El rechazo, en la historia de la niña Tubo, configura la posi-


bilidad de otro modo de funcionamiento del vacío que daría
lugar a la existencia de un sujeto, así como a la posibilidad

21. Amélie Nothomb, op. cit., pp. 17-18.


Versiones del vacío • 117

del deseo. La imagen del ahuecamiento de la muñeca del pin-


tor está en esta misma línea.

Bibliografía
François Cheng, Vacío y plenitud. El lenguaje de la pintura china, Madrid, Siruela,
2005.
Sigmund Freud, 31a Conferencia, La descomposición de la personalidad psíquica,
AE, XXII.
——El yo y el ello, AE, XIX, pp. 2-66.
——“El yo y el ello”, en El problema económico, Buenos Aires, Imago Mundi,
2005, pp. 11-67.
——Proyecto de psicología para neurólogos, AE, I, pp. 323-463.
——Más allá del principio de placer, AE, XVIII.
Lao Tze, Tao Te Ching, Buenos Aires, Pluma y papel, 2004.
Amélie Nothomb, Metafísica de los tubos, Barcelona, Anagrama, 2001.
Massimo Recalcati, Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis, Madrid,
Síntesis, 2003.
El arte y los sueños
Vanina Kalniker

«... la interpretación del sueño nos promete


un accesoinsospechadamente amplio al co-
nocimiento de la vida anímica inconsciente»
Sigmund Freud, 11ª Conferencia

En este trabajo tengo como objetivo desarrollar la analogía


entre el sueño y la pintura. Teniendo como hipótesis que en
ambos se descubriría un saber, el saber inconsciente, a inter-
pretar en un análisis.
Dado que el relato del sueño es definido por Freud como
un “acertijo en imágenes” he decidido homologarlo con la pin-
tura. “Reparamos en que los medios figurativos del sueño son
principalmente imágenes visuales.”1 Estas formas imaginarias
se pueden trasponer a la pintura. “En el campo del sueño [...]
a las imágenes las caracteriza el hecho que eso muestra [...].
Una vez más, se demuestra alguna forma de deslizamiento del
sujeto”.2 Deslizamiento significante en tanto texto del sueño,
texto de la obra.

1. Sigmund Freud, El interés por el psicoanálisis, AE, XIII, p. 180.


2. Jaques Lacan, El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 83.
122 • Intervalo El arte y los sueños • 123

A diferencia del sueño la obra de arte incluye la activi- Podemos pensar en las operaciones del trabajo del sueño
dad motora. De este modo puede encontrar un lugar efec- como operando en el arte, en el sentido en que muchas veces
tivo en la realidad. En el sueño, esta actividad se haya im- al artista le aparece como ajeno e incomprensible su trabajo.
pedida, por lo cual el contenido manifiesto del sueño ad- Freud toma el método de interpretación de los sueños de
quiere vividez alucinatoria. los profanos, que consiste en tratar al sueño como una escri-
El trabajo del sueño traspone el contendido latente en ma- tura cifrada. Lo esencial es que no se dirige a la totalidad del
nifiesto. Para eso se sirve de tres operaciones: la condensa- relato del sueño, sino a cada uno de los fragmentos por sí mis-
ción, el desplazamiento y, la tercera, la trasposición de pensa- mos. La clave será pedirle asociaciones al soñante, en rela-
mientos en imágenes. Aunque Freud aclara “retengamos que ción a los elementos del sueño. De la misma forma que se
no todo en los pensamientos oníricos experimenta esa traspo- trata al síntoma, y así podría suceder con la obra de arte.
sición; es mucho lo que conserva su forma y aparece también Según Fairbairn, ambos tienen como función suminis-
en el sueño como pensamiento o como saber...”.3 De todo trar algunos medios de expresión a los impulsos inconscien-
esto se desprende el carácter absurdo que encuentra el soñante tes, y de esta forma reducir la tensión psíquica.
a su sueño. Apareciendo ideas aisladas, inconexas. La elaboración del sueño permite llegar a un compromiso
La elaboración secundaria, como pieza del trabajo del sueño entre la satisfacción de los impulsos reprimidos y la necesi-
tiene la función de producir “algo como un todo más o menos dad de descanso. De esta manera las fantasías reprimidas son
entramado”.4 Será el contenido manifiesto, el texto del sueño, disfrazadas para escapar de la represión y expresarse aluci-
el que posibilite su interpretación. Se puede pensar el trabajo natoriamente en sueños.
del artista como análogo al trabajo del sueño en el sentido de La elaboración artística, al igual que el sueño, modifica
trasponer sus pensamientos latentes en imágenes. las fantasías reprimidas para que puedan eludir la vigilan-
Fairbairn en su libro Psicología del artista, sostiene: “toda cia del superyó, dando lugar tanto a la pulsión de vida como
creación artística involucra el descubrimiento y la perpetua- de muerte. Así, para Fairbairn:
ción de un objeto simbólicamente significativo...”.5 Aseme-
jando dicho carácter al sueño, en tanto pieza simbólica y sig- “dado que la principal fuente de tensión interior se en-
nificativa. cuentra en la presión de impulsos destructivos, y dado
que la actividad artística alivia esta tensión interna, es esen-
cialmente creadora, se justifica el concluir que el princi-
pio de restitución es el principio rector en arte”.6
3. Sigmund Freud, 11ª Conferencia. El trabajo del sueño, AE, XV, pp. 159-160.
4. Ibidem, p. 166.
5. William Fairbairn, La psicología del artista, Buenos Aires, Rodolfo Alonso
Editor, 1973, p. 71. 6. Ibidem, p. 82.
124 • Intervalo El arte y los sueños • 125

Ambos procesos son actividad del yo en tanto se modifi- En los sueños de angustia o sueños traumáticos, la función
can fantasías engendradas en los impulsos del ello en aten- del sueño falla. En 1920, al cambiar su teoría Freud dirá que
ción a las demandas del superyó. El artista en su obra repre- los sueños son un “intento” de realización de deseo. Estos
sentaría sus necesidades emocionales inconscientes. no hallan las representaciones para ligar la transferencia de
Con el espectador ocurre algo similar en tanto pueda excitación inconsciente del sueño.
actuar simbólicamente como un medio de satisfacción de Por último, luego de haber recorrido la teoría freudiana
sus necesidades emocionales inconscientes. La elaboración de los sueños y tomado como contrapunto a Fairbairn, (en
artística fracasaría cuando la censura del superyó es rigu- tanto seguidor de la teoría kleiniana), voy a referirme a la pos-
rosa de modo que la desfiguración es extrema y así la obra tura de Lacan.
queda privada de significación simbólica para el receptor. Una de las diferencias fundamentales de Lacan con Klein
O cuando hay un fracaso de la censura en tanto el superyó es en relación al concepto de sublimación. Ambos acuerdan
del artista es débil, los impulsos son expresados con un en que el vacío tiene una función central. Pero su función no
mínimo de artificio. El objeto no es suficientemente sim- es la misma. Para él procede de lo simbólico, como produc-
bólico como para sortear la censura del superyó, apare- ción significante; significante que crea la falta.
ciendo sin velo. La experiencia estética entonces depen- El vacío designa el lugar del significante de la castración,
derá de la resolución del funcionamiento de los impulsos del falo. “El falo designa un goce sexual radicalmente forcluido.”8
de vida y los de muerte. Entonces no se trataría de destruir o restaurar el objeto.
Con respecto al sueño, éste falla cuando se interrumpe su Lacan en El Seminario XIV dice en relación al artista:
función, la del dormir. Falla la realización de deseo como an-
helo (deseo preconciente, diurno). Este deseo necesita del de- “Parte de la falta, y con ayuda de ésta construye su obra, que
seo inconsciente para generarse, de él toma su fuerza. Es el es siempre la reproducción de esa falta. Esto implica en el in-
terior del acto una repetición”.9
que le va a transferir su fuerza pulsionante, que hace trabajar
a las huellas mnémicas.
Quedando de este modo la sublimación del lado de la cre-
Freud dice en relación al deseo inconsciente que:
ación. En diferenciación de la teoría kleiniana, la que hace re-
“[...] si ese intentado cumplimiento de deseo se agita en el ferencia a la reparación o restauración.
preconciente con tanta intensidad que éste ya no puede man-
tener su reposo, el sueño ha roto el compromiso [...] es in-
terrumpido y sustituido por el despertar pleno”.7 8. Juan Carlos Cosentino, Angustia, fobia, despertar, Buenos Aires, Eudeba,
1998, p. 9.
9. Jaques Lacan, El Seminario XIV, La lógica del fantasma, lección del 8 de
7. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, AE, V, p. 571. marzo de 1967, inédito.
126 • Intervalo El arte y los sueños • 127

El objeto del deseo tiene en Lacan un estatuto radical- Bibliografía


Juan Carlos Cosentino, Angustia, fobia, despertar, Buenos Aires, Eudeba, 1998.
mente diferente del que se le asigna en la elaboración klei- —— La construcción de los conceptos freudianos, Buenos Aires, Manantial, 1994.
niana. William Fairbairn, La psicología del artista, Buenos Aires, Rodolfo Alonso Editor,
1973.
Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, AE, IV y V, 1994.
“El objeto del deseo no es el objeto pleno al que apunta el
—— 11ª Conferencia, El trabajo del sueño, AE, XV, 1994.
deseo de destruir o restaurar; el objeto del deseo es la causa —— 9ª Conferencia, La censura, AE, XV, 1994.
del deseo”.10 —— El interés por el psicoanálisis, AE, XIII, 1994.
—— El creador literario y el fantaseo, AE, IX, 1994.
Jaques Lacan, El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psico-
Entonces: análisis, Buenos Aires, Paidós, 2008.
Jaques Lacan, El Seminario, libro XIV, La lógica del fantasma, inédito.
“Lejos de ser un completamiento, el objetivo de la sublima- Catherine Millot, “La sublimación, ¿creación o reparación?”, en El objeto del
ción sería la reproducción de la falta de la que procede”.11 arte. Incidencias freudianas, Buenos Aires Nueva Visión, 1988, pp. 27-34.
Mario Pujó, “Viaje al país de los sueños”, en Para una clínica de la cultura, Buenos
Aires, Grama, 2006.
Como conclusión, ¿pensando a la obra de arte como una Francois Regnault, El arte según Lacan, Barcelona, Atuel, 1995.
vía de acceso al inconsciente, se podrá pedir asociaciones a Hanna Segall, “El camino real”, en Sueño, fantasma y arte, Buenos Aires, Nueva
Visión, 1995.
un artista en análisis? Estimo que el artista podría decir, aso-
ciar en relación a sus piezas. Serie, si existiere cantidad, o par-
tes en relación a una obra. Así como el sueño es tratado en
relación a sus componentes. Los signos-imágenes valen por
su relación, tanto en el sueño como en la obra de arte. La frag-
mentación posibilitaría el trabajo de asociación.
¿En la interpretación de la obra, en transferencia, se po-
drá dar lugar a una significación que produzca algún efecto
de verdad para el sujeto? Para ello habrá que considerar el
caso por caso.

10. Catherine Millot, “La sublimación, ¿creación o reparación?”, en El ob-


jeto del arte. Incidencias freudianas, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988, p.31.
11. Idem.
Inconsciente estructural
Lila Isacovich

La represión primaria1 es la fijación que tiene lugar cuando


un representante psíquico es investido por la intensidad de
carga proveniente de la pulsión.

“Este extrañamiento que el aparato psíquico realiza fácil-


mente y de manera regular respecto del recuerdo de lo que
una vez fue penoso, nos proporciona el modelo y el primer
ejemplo de la represión psíquica {esfuerzo de desalojo psí-
quico}.”2
“[...] la existencia de un tesoro de recuerdos infantiles sus-

1. “Pues bien; tenemos razones para suponer una represión primordial,


una primera fase de la represión que consiste en que a la agencia representan-
te psíquica de la pulsión se le deniega la admisión en lo conciente. Así se esta-
blece una fijación; a partir de ese momento la agencia representante en cues-
tión persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella” (Sigmund Freud, La
represión, AE, XIV, p. 143).
2. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, AE, V, p. 589.
130 • Inter valo

traídos desde el comienzo al Prcc pasa a ser la condición pre-


via de la represión.”3

Esta operación, que segrega un grupo psíquico separado, si


se lee como única y definitiva –que lo es– pero se la aísla del
factor tiempo, entonces se la supone como necesaria condi-
ción previa de la represión dada de una vez y para siempre
en el origen.
Sin embargo, si incluimos el tiempo –como efectivamente
ocurre– esta condición pasa a ser lo que está en permanente
tramitación. Es el impasse mismo que se abre con cada nueva
percepción. El yo aún no discierne eso como nuevo y distinto;
se anoticiará recién cuando pueda significarlo. Así, esta con-
dición es causa del trabajo psíquico de manera inacabada y
constante, exigiendo nuevas tramitaciones. Ese trabajo im-
prime movimiento: una discordancia temporal entre el tiempo
primero de la percepción y el tiempo segundo de la signifi-
cación retroactiva. Es ese intervalo de tiempo irreductible lo
que el sujeto intenta infructuosamente anular, tal como lo ex-
presa Freud:

“La regla de defensa, que no rige para percepciones, sino


sólo para procesos psi, se comprende ahora mucho más fá-
cilmente. El ir rezagada la conciencia secundaria permite
describir en términos simples los procesos de neurosis”. 4

Y agrega: “¡sic!”. No es para menos. Acaba de descubrir


todo el problema de la temporalidad subjetiva: la imposibi-

3. Ibid., p. 593.
4. Sigmund Freud, Apéndice B, Fragmento de la Carta 39, del 1 de enero de
1896, AE, I, p. 438 (ver nota 5).
Inconsciente estructural • 131

lidad de atrapar el instante perdido de la percepción.5 ¿De


qué depende que aquello resulte admitido y olvidado o por
el contrario reprimido?
Lo traumático está en exceso; es una excitación que rebasa
la protección antiestímulo y constituye la ocasión inmediata
de las represiones primordiales; retiene restos de percepción
sensoriales –lo visto, lo oído– que no han podido signifi-
carse siguiendo el derrotero que hubiera posibilitado su ol-
vido. Todo indica que el trauma no pertenece al pasado, como
clásicamente se lo concibió, ya que conserva los caracteres
sensoriales con fijeza. Son “traumáticas” aquellas percepcio-
nes particularmente intensas que no pueden ser traspuestas
en representaciones. Se comportan como lo igual en lo ac-
tual, imposibles de olvidar. No se padece del pasado sino de
lo que no ha podido devenir pasado, tanto en el sentido tem-
poral como tópico. Según lo postulado desde el Proyecto, cuanto
más a menudo se lo recuerde, tanto más inhibido resulta el
desprendimiento de afecto.
Sin embargo, en la Carta 52 Freud advierte que a me-
nudo nos empeñamos en vano contra recuerdos de máximo
displacer, que se nos imponen una y otra vez. Esta constata-
ción contradice el principio de evitación del displacer, salvo
que admitamos que esa insistencia expresa el reiterado fra-
caso del intento de tramitación psíquica.
Ahora bien, hay un caso para el cual la inhibición no se
cumple porque con cada nuevo redespertar desprende un dis-

5. Sigmund Freud, Fragmentos de la correspondencia con Fliess, Carta 52, AE,


I, p. 274. Véase Lila Isacovich, “Lo real de la conciencia”, en revista La Porteña
Nº 1, Buenos Aires, pp. 73-74.
132 • Inter valo

placer nuevo. El recuerdo se comporta en tal caso como algo ac-


tual. A ese caso lo llama sexual porque las magnitudes de exci-
tación que desprende crecen por sí solas con el tiempo, pro-
ducen efectos como si fueran actuales y no resultan inhibi-
bles; por el contrario, con las reactivaciones, se potencian en
lugar de desgastarse.
De paso, observemos que el propósito freudiano no co-
mienza por definir lo sexual, sino que, al revés, es el nombre
con el que designa lo que resiste su desactivación.
En diversos textos se refiere al trabajo del análisis con los
términos: despotenciar el recuerdo, empalidecerlo, debilitar
las impresiones. Allí se discierne la tarea específica del aná-
lisis: historiar la marca, mudar lo actual en pasado por la vía
de la significación y el olvido.
Lo aún no tramitado, no reconocido, o no significado
¿no es acaso actual? Términos tan sugestivos como “recuer-
dos actuales” o “recuerdos de lo que nunca fue olvidado”,
hablan de una subversión temporal que altera la cronología,
el tiempo lineal que simbólica e imaginariamente el sujeto
ordena en pasado, presente y futuro. Se alude al inconsciente
estructural como aquel donde nada es pasado ni está olvidado,
como atemporal, ya que esa escritura no participa de la or-
ganización temporal que un discurso despliega.
Definimos lo Urverdrängte como lo incognoscible o in-
decible. Es aquello que hace límite a la rememoración: fron-
tera, borde. Es el ombligo del sueño que no ha accedido al
estatuto representacional, lo que espera en sufrimiento y exige
tramitación e insiste hasta obtenerla; lo que no quiere decir
que se reduzca, ya que el movimiento deseante se encarga de
recrearlo permanentemente.
Inconsciente estructural • 133

Cuando alguien habla, no por eso sabe lo que dice; incluso


ese no saber causa su decir. Pero hay más de una manera de
no saber: están los materiales de los que puede disponer, que
vienen en su auxilio al hacer un ejercicio de rememoración,
y aquellos inaccesibles. Definimos el objetivo como invaria-
ble: la supresión de las lagunas del recuerdo; pero cada vez
que surge un sujeto soportando la función de agente de esa
empresa, se revela como obstáculo en sí mismo.
¿Buscamos un recordar sin sujeto que recuerde? ¿No lo
habíamos hallado ya en el síntoma neurótico? La noción de
inconsciente que se pone de manifiesto en el síntoma, es so-
lidaria de la noción del inconsciente como memoria sin re-
cuerdo: “Freud construye la caída de la noción de «creer»
ignorar, para reconocer que el sujeto, en efecto, ignora”.6
El sujeto se extraña de esas representaciones de cosa que
no reconoce porque carecen de texto, al menos hasta que lo-
gre enlazarlas con representaciones de palabra que primero
oyó a los otros y de las que luego pueda apropiarse. Respecto
de este proceso de apropiación, en El yo y el ello leemos:

“Estas representaciones-palabra son restos mnémicos; una


vez fueron percepciones y, como todos los restos mnémicos,
pueden devenir de nuevo concientes. [...] nos parece vislum-
brar una nueva intelección: sólo puede devenir conciente lo
que ya una vez fue percepción cc; [...] lo que desde adentro
quiere devenir conciente tiene que intentar trasponerse en
percepciones exteriores. Eso se vuelve posible por medio de
las huellas mnémicas”.7

6. Sara Glasman, “El sujeto en la construcción del grafo”, en Revista


Conjetural, n° 40, Buenos Aires, Sitio, p. 49.
7. Sigmund Freud, El yo y el ello, AE, XIX, p. 22.
134 • Inter valo

Aquí Freud se refiere a lo que ya fue alguna vez con-


ciente, es decir, lo reprimido en el sentido dinámico. Logrará
retornar a la conciencia solo a través de los restos mnémicos
auditivos de la palabra oída y los restos ópticos de las cosas
del mundo, si cuenta con esos soportes “materiales”. Vale
decir que lo reprimido no son esos restos mnémicos mis-
mos, sino que esas huellas proveen el medio para procurar
ese cambio de estatuto. Ya en el Proyecto anticipaba que

“también esta clase de recuerdos pueden ahora devenir con-


cientes. Todavía resta asociar sonidos deliberados con las per-
cepciones, y entonces los recuerdos, cuando se registren los
signos de descarga sonora, devendrán concientes como las
percepciones y podrán ser investidos desde ψ”.8

En este sentido, podríamos homologar la interpretación


con esos sonidos deliberados que –provenientes del exterior–
reactivan las huellas posibilitando la emergencia del recuerdo.

“El papel de las representaciones-palabra se vuelve ahora en-


teramente claro. Por su mediación, los procesos internos de
pensamiento son convertidos en percepciones. Es como si
hubiera quedado evidenciada la proposición: «Todo saber
proviene de la percepción externa». A raíz de una sobrein-
vestidura del pensar, los pensamientos devienen percibidos
real y efectivamente –como de afuera– y por eso se los tiene
por verdaderos”.9

Ese fenómeno, ¿no es cuasi alucinatorio? La certeza pro-


viene de la sobrecarga de los propios pensamientos, que en-

8. Sigmund Freud, Proyecto de psicología, AE, I, p. 415.


9. Sigmund Freud, El yo y el ello, op. cit., p. 25.
Inconsciente estructural • 135

tonces son tenidos por percepciones y, por ende, verdade-


ros. Vale decir que en el recuerdo reproductivo no encon-
traremos sino el reconocimiento de lo conocido, incluso aun-
que tengamos algo por cierto y verdadero, no habremos sa-
lido del terreno de la autosugestión o de la conciencia de sí;
dicho en otros términos, del fantasma.
Al dejar tan al descubierto lo “verdadero”, quizá esa inte-
lección freudiana arroje alguna luz sobre el problema de la
inscripción, que es, en suma, lo que está en juego.
Aquello que no entró en la cadena significante porque
nunca fue percibido o inscripto, ¿qué perspectivas tiene de
poder significarse?
Cuando decimos que lo no conocido funciona como causa
y a la vez límite de la rememoración, nos resta aún la tarea
de dar razón de esas perspectivas. Incluso aunque, de hecho,
la práctica del análisis muestre que algo se inscribe por vez
primera.
Dos viñetas de órdenes distintos:
Una paciente luego de años de concurrir al mismo con-
sultorio, un día, al levantarse del diván, advierte la presencia
de un sillón que antes nunca había visto aunque siempre ha-
bía estado allí.
Otra paciente de 25 años, al presentarse, entre otras co-
sas dice que mantiene a su madre, de 50. La analista, sor-
prendida, le pregunta si su madre es sana. La paciente le
contesta que sí, y sigue hablando.
Tal como está planteada, la rememoración es insuficiente
para dar lugar a lo nuevo, a lo diferente, ya que no puede re-
editarse más que aquello que alguna vez ya se registró. La
repetición significante, en cambio, trae lo nuevo por compa-
136 • Inter valo

ración con lo ya conocido y así se establecen las diferencias


entre un adentro y un afuera. Si se encuentran discrepancias
–y siempre que la insatisfacción no las rechace– podrá ano-
tarse lo no conocido. Así, cada vez que se constata que “no es
eso”, se relanza la búsqueda.
Mientras que el goce es más de lo mismo en el sentido
del reconocimiento de lo conocido, el deseo busca incansa-
blemente la diferencia y encuentra la inquietante posibili-
dad de conocer algo nuevo. Esa apuesta es incierta y siempre
amenazante para el yo, que tiende a preservar el confort de
las identificaciones logradas. Si goce y deseo están en banda
de Moebius (no olvidemos la raíz pulsional del deseo), se re-
quiere la función de corte para separarlos.
¿Es el yo cuerpo? Una perspectiva
en intersección con el arte
Emilce Vénere

¿Es el yo cuerpo?, se pregunta Lacan. ¿Es la experiencia del


cuerpo la que construye el yo? Si el yo es la proyección de la
superficie del cuerpo, siguiendo la afirmación de Freud en El
yo y el ello, ¿de qué superficie se trata? ¿Cuál es el estatuto del
inconsciente, articulado con la formación del yo, a partir del
texto de 1923 en diálogo con el Seminario XXI de Lacan?
Sabemos que a partir de El yo y el ello Freud redefine el ori-
gen y la función del yo. Ya desde 1920 encontramos un inte-
rrogante acerca de aquellos acontecimientos y procesos que
dan lugar a la constitución del límite entre lo reconocido
como propio y lo ajeno, “más allá del principio de placer”.
En el texto que lleva este nombre introduce la noción de
un quantum inasimilable. Impactando en un psiquismo que
no está preparado –indefensión sin apronte angustiado– da
lugar a que lo inasimilable de lo propio sea tratado como ajeno
y a la construcción del límite entre lo propio y lo Otro.
Esto bajo una hipótesis de que es a partir de la marca de
ese acontecimiento impresionante de escisión subjetiva que
138 • Inter valo

se erigen y originan el sujeto y el psiquismo, al mismo tiempo


que se constituye el Otro. Podemos ubicar aquí la experien-
cia de un horror fundante, donde eso Otro adquiere el ca-
rácter de lo siniestro.
Este interrogante parece retornar en 1923, cuando ubica
que es en experiencias intensas, como la experiencia de do-
lor, como el sujeto adquiere conciencia de su cuerpo. Así, el
dolor funda un espacio, distinto del euclidiano, en la paradoja
de que a partir de éste el cuerpo es al mismo tiempo propio
y ajeno. Ubica también que aquello proveniente de la sensi-
bilidad puede no enlazarse a representaciones y derivar en
una compulsión de descarga sin que, por esto, el yo sea con-
ciente de ello. Vemos entonces que aquí Freud sienta las ba-
ses para formular lo real del yo, en una experiencia inasimi-
lable, por lo tanto insusceptible de ser ligada.
Pero, por otro lado, en interlocución con Freud, Lacan, par-
ticularmente en el Seminario XXI, declara que Freud es un in-
cauto de lo real. Afirma ahí que aquellos mandatos provenien-
tes de la religión, expulsados por el discurso de la ciencia, re-
tornan desde lo real. Y podemos encontrar a lo largo de este
seminario cómo la pregunta por lo real anuda tanto la cuestión
del amor como la pregunta, antes citada, ¿es el yo cuerpo? Ahora
bien, ¿qué relación podría establecerse entre mandatos exclui-
dos de discurso, la interrogación por el amor trascendiendo El
dominio en el plano de lo imaginario, tal como lo plantea en el
Seminario 7, La ética del psicoanálisis, y la cuestión del cuerpo?
Si consideramos con Lacan que el sujeto del psicoanálisis
es el sujeto de la ciencia, buscaremos en otra dimensión de la
cultura, el arte, si es posible rastrear algo que nos permita dar
cuenta de ese real en juego en el origen y función del yo. Esto
¿Es el yo cuerpo? Una perspectiva en intersección con el ar te • 139

define nuestra búsqueda en lo que Lacan situó como psicoa-


nálisis en extensión. Puntuaremos las coordenadas de dicha
posición en términos de interlocución. Esto es, en ese campo
inter-locus que no pretende subsumir las categorías de des-
pliegue y abordaje de una dimensión a las de otra, sino que
aspira a nutrirse con la diferencia, en el intento de articular
algo de lo real en juego por los poros de la producción de
cultura.
Por lo tanto, no pretendemos en el presente trabajo sub-
sumir la dimensión del arte a las categorías del dispositivo
analítico, sino servirnos de herramientas teóricas para dar
cuenta de lo particular de ciertas posiciones subjetivas y sus
posibles efectos de producción.
Una de las imágenes de cuerpo que, desde el Quatrocento,
parece haber prendido en la cultura de manera que hoy si-
gue circulando hasta en avisos publicitarios, es la Venus de
Boticcelli, también llamada de los Medici. Pasada la primera
fascinación que produce el cuadro, si nos interrogamos qué
impresión nos produce la contemplación de ese cuerpo des-
nudo, apenas cubierta la parte genital con el propio cabello
de la diosa, la sorpresiva respuesta es “nada”. Ni vergüenza
ante la desnudez ni erotismo. Se trata de una imagen mar-
mórea, que no trasmite afecto alguno ni lo provoca. Es como
si su autor se hubiera esmerado por eliminar todo rastro de
la carne y la pasión de la imagen. De esta manera, pareciera
que estuviéramos en presencia de una desnudez pudorosa-
mente vestida. Tampoco el rostro, en una imagen que repre-
sentaría la belleza y el amor erótico parece trasmitir algo en
este sentido. Llama la atención el extraordinario parecido que
guarda con el rostro de la Virgen de Granada, pintado tam-
140 • Inter valo

bién por Boticcelli, en un período cercano al de la Venus.


Así, belleza y virginidad parecen homologarse, en exclusión
deliberada del erotismo.

Vemos surgir a Venus de una concha gigante, flotando


sobre un mar llamativamente estático. Su origen también pa-
rece aludir a una ausencia de connotación sexual (parecida a
nacer de un repollo). Este cuadro fue pintado sobre la base
de un poema de Poliziano, sobre El nacimiento de Venus, que
recrea la obra del griego Hesíodo. En él podemos leer:

“escurriéndose los cabellos con la mano derecha [...] y ocul-


tando el pubis con la izquierda [...] en medio, nacía [...] con
pasos gráciles [...] sobre una concha, una muchacha cuyo ros-
tro no era humano, arrastrada a la orilla por lascivos céfiros,
parece ser que el cielo se regocijaba por ello”.

Observando el cuadro uno encuentra todos los elemen-


tos descriptos en el poema, salvo que los céfiros no parecen
muy lascivos. Hasta aquí estaríamos ante una imagen que se
presenta como algunos sujetos en sesión donde la mostración
de su imagen y su relato parecen concordar perfectamente…
¿Es el yo cuerpo? Una perspectiva en intersección con el ar te • 141

pero no pasa nada. Sólo que en estos casos si consultan ge-


neralmente es que hay una angustia que no pueden explicar.
Si seguimos la enseñanza de Freud a partir de La interpreta-
ción de los sueños, debemos buscar en los pequeños detalles, la
contradicción, lo que no encaja, y no tomarlo como un error
en la producción, sino como la punta del ovillo que denun-
cia la presencia de otra escena.
Podemos ver que en contraste con el pudoroso cabello y
los trajes de los céfiros movidos por suave viento, el mar y
los árboles tienen una llamativa, casi desesperante, inmovili-
dad. El cielo se despliega como una superficie plana, como
un “llenado de color” sin trazos particularmente sugerentes,
lo que no connota beneplácito, ni nada. La lluvia de flores
aparece como en el texto de Poliziano, pero es lo menos fes-
tiva que hay. ¿Podremos considerar estas contradicciones y
omisiones no como un producto de la idoneidad del artista
sino a la manera de una formación sintomática, es decir como
denunciadora de la existencia de otra escena?
Si buscamos en el texto original de Poliziano, encontra-
mos que la estrofa que representa el cuadro está precedida
por otras de las que no es posible ver indicio alguno en la ima-
gen. Se trata de una auténtica visión de horror, a la vez cós-
mica y orgánica. En ella Poliziano describe un terrible “ro-
dar de planetas” y al “tormentoso mar Egeo”, desencadena-
dos por la castración de Urano, a manos de su iracundo hijo,
Saturno. Poliziano insiste que “se ve” al “órgano monstruoso…
errar a través de las olas sobre la blanca espuma”. Nada de
esto se hace visible en el cuadro, salvo que uno llame la aten-
ción sobre la estática imagen del mar, huella que, por exage-
ración, denuncia la marca de una desmentida. A la manera
142 • Inter valo

en que Freud se refiere a este término en el Moisés, habría un


intento de eliminar todos los símbolos y marcas de una si-
tuación, aunque dejando una señal de su existencia en un rasgo
secundario de la escena. En su poema, Poliziano hace rimar
horror (por la castración divina) con pudor. En el cuadro sólo
vemos aparecer el segundo término mientras las huellas del
primero han sido elididas.
Expulsión minuciosa de todo rasgo de carne y erotismo en
la imagen del cuerpo, desmentida de la castración que se ad-
vierte en las inconsistencias de la escena, encontrarán su con-
trapunto, como no podía ser de otra manera, en otra obra de
Boticcelli. Se trata de otro encargo de Medici, como regalo de
bodas para la habitación nupcial, destinado a Giannozzo Pucci
y su nueva esposa (la primera había fallecido un año antes).
La obra, llamada La historia de Nastagio degli Onesti, consta
de cuatro imágenes de una curiosa crueldad. Se observa en
la primera de ellas una mujer desnuda, con rasgos que repi-
ten la imagen de la Venus (color de cabello y semblanza de
la piel) salvajemente perseguida y cazada por un caballero
montado, ante la vista horrorizada de otro caballero acom-
pañado de su doble. En la segunda escena se ve el “carnea-
miento” de la mujer por la espalda, con una sajadura que
asemeja la abertura vaginal, mientras unos perros devoran sus
vísceras. Las imágenes siguientes no parecen guardar rela-
ción lógica con las anteriores, se repite la cacería, pero en me-
dio de un banquete en el bosque, donde los asistentes están
llamativamente inmóviles, y la cuarta muestra otro banquete
donde el bosque de fondo está sustituido por un palacio con
dos largas mesas que dejan abierto un pasillo central desde
donde un caballero está rendido ante su dama.
¿Es el yo cuerpo? Una perspectiva en intersección con el ar te • 143

La articulación lógica de estas imágenes se puede recu-


perar con el relato de la historia de Nastagio. Sintiéndose ob-
jeto de la frialdad e indiferencia de su amada, acude al bos-
que de los suicidas dispuesto a terminar con su vida. De pronto
ve surgir ante sus ojos una imagen que lo horroriza: un ca-
ballero persigue salvajemente con sus perros a una mujer
que corre desnuda y desesperada. Tras alcanzarla, corta su
cuerpo, para luego arrojar sus vísceras a los canes. (¿Alguna
relación con el popular “echar los galgos”?) Mientras esto
ocurre, el caballero le relata a Nastagio su suicidio –lo mismo
que Nastagio está por hacer en ese momento–, desesperado
por la cruel frialdad de su amada. Fue condenado a perse-
guirla, darle caza, matarla y arrojar sus vísceras a los perros,
en vez de amarla. Ella, a su vez, debe recibir ese martirio como
castigo por su cruel frialdad.
Una vez terminado el ciclo todo vuelve a empezar, en una
repetición incesante de lo mismo. Hasta aquí vemos que la
sexualidad retorna articulada con la crueldad, no ya castra-
144 • Inter valo

dora, sino mortífera. La frialdad marmórea que constituía el


ideal en la imagen del cuerpo femenino, retorna aquí como
aquello que hace al varón objeto de un padecimiento. Ideal
desexualizado que aparece ahora como motivo de un castigo
divino, bajo un mandato de repetición del acto de asesinato
(nunca absoluto), donde es entonces la mujer objeto de la
crueldad del hombre. La diferencia varón-mujer queda en-
tonces adscripta a la alternancia reversible sujeto-objeto, bajo
la marca del sadismo-masoquismo. Encontramos en ello re-
sonancias de algunos párrafos de Lacan en el Seminario 7, La
ética, en relación con el amor cortés y, más aún, en el de Los
nombres del padre, acerca del amor como mortífero y la dia-
léctica de la construcción de las posiciones masculina y feme-
nina. Cuestiones de las que Freud habría sido incauto.
Las dos imágenes que siguen dan cuenta de la solución
que encuentra Nastagio para evitar ese destino. Organiza un
banquete en el lugar donde se repetirá la escena de cacería,
e invita a su amada. Y ante la horrible escena, relata el des-
tino que les espera a aquellas mujeres frías e indiferentes
ante las aspiraciones masculinas. La muchacha, aterrorizada,
decide cambiar su actitud, con gran beneplácito de todos.
Parece que, según cuenta la historia, el terror también sur-
tió efecto en las demás mujeres de la comarca, que en ade-
lante se mostraron más accesibles a las demandas masculinas.
Horror y terror se anudan y articulan con la sexualidad, pero
no dejan de sostenerse en la desmentida inicial. Excluidas las
marcas de la castración, particularmente las del Gran Otro
(bajo la forma de Urano), y con ellas la tempestuosidad de
las pasiones, del erotismo y de las catástrofes, parece no ha-
ber lugar para el deseo, tampoco para la angustia. Tanto la
¿Es el yo cuerpo? Una perspectiva en intersección con el ar te • 145

imagen del cuerpo como la de su entorno reflejan una quie-


tud aplastante, donde sólo el dominio de uno sobre el otro,
vuelto su objeto, parece quedar habilitado para hacer rein-
gresar la sexualidad y el movimiento.
Ya desde el Quatrocento cierra el circuito de producción de
imagen el cardenal Savonarola, famoso moralista, que, por la
vía de censurar la “lascivia” del desnudo de la Venus da con-
sistencia a la suposición de que eso es el erotismo prohibido,
asegurando así la exclusión de los elementos rechazados de la
posibilidad de representación. Vemos entonces que si el yo es
proyección de una superficie, ésta sería una construcción com-
pleja que depende, en gran medida, de la posición del sujeto
en ciernes ante la marca de un horror fundante, correlativa a
un “desgarro” subjetivo, y ante lo inasimilable de lo pulsional.
Desgarro con relación a ese “parirse” que Lacan sitúa en Posición
del inconsciente, emparentado con “se parere”, separarse, y a la
vez “procurarse un estado que llamaremos civil”, para lo cual
“deberá sacrificar gran parte de sus intereses”.
De esta posición surgirá la imagen del yo, el estatuto del
Otro y del inconsciente. En la obra de Boticcellli, como re-
presentante de un orden que surgió y se desarrolló bajo la im-
pronta de la religión, es posible encontrar indicios que pare-
cen acercarnos una idea sobre la referencia de Lacan acerca
del retorno desde lo real de aquello desmentido bajo el peso
de mandatos de la religión, excluidos por el discurso de la
ciencia. Pero no nos alcanza este análisis para hacer una ge-
neralización acerca de las condiciones de construcción del yo,
del Otro y del estatuto del inconsciente, sobre un recorrido
particular, vía desmentida, a partir de un horror fundante.
Sólo podríamos encontrar las huellas de lo que retorna en
146 • Inter valo

ciertas organizaciones frecuentes. ¿Será posible que a partir


de la marca de escisión subjetiva, la distribución yo-Otro
encuentre otras formas de organización?
Particularmente en el siglo XX, es posible observar otra
posición subjetiva respecto de la experiencia ante el horror
que estamos interrogando, como fundante de lo propio y lo
ajeno. Siguiendo los desarrollos de Eduardo Grüner, pode-
mos encontrar en la obra de diversos artistas de ese siglo ex-
presiones de aquello que darían cuenta de la experiencia de
barramiento. Esto, ahí donde el arte parece hacerse cargo de
la “contaminación de la Belleza por las llagas de aquel Horror
fundamental”. Si consideramos la obra de un artista que co-
menzó a producir entre las dos guerras mundiales, y adqui-
rió reconocimiento después de la segunda, Francis Bacon, es-
tas consideraciones parecen particularmente pertinentes.
Bacon afirmó respecto de su obra: “no pinto el horror sino
el grito”. También expresó en otro momento: “de no haber
sido asmático jamás hubiera pintado”. ¿Podremos encontrar
en su obra indicios de otra posición ante el horror y el im-
pacto pulsional?
Vemos en sus cuadros el motivo recurrente de la figura
humana y, en otro período, de la imagen del rostro. En fla-
grante diferencia con Boticcelli, lo que refleja la imagen ge-
nera una inquietante sensación, aún cuando, en términos de
acción, no pasa nada. Enseguida salta a la vista la diferencia
de dinámica entre los cuerpos y el contexto en el que se en-
cuentran. Mientras el ojo del espectador “cierra” la silueta
de un cuerpo, un torrente de colores, y la sensación de co-
rrientes entrecruzadas en forma casi caótica, parece mostrar
“la carne detrás de la carne”, rehusándose a los intentos de
¿Es el yo cuerpo? Una perspectiva en intersección con el ar te • 147

cierre del ojo que la mira. ¿Reintroduciendo las tempestades


expulsadas en otros tiempos?
El contexto en el que se encuentran los cuerpos repite o
denuncia la extrema frialdad y neutralidad que aparecía en las
representaciones del Quatrocento, pero queda produciendo
la sensación de algo profundamente ajeno a la figura humana,
atrapante, a la vez que continente. El contrapunto entre la su-
perficie del cuerpo y el contexto profundiza la sensación de
escisión, al punto que, en algunos cuadros, el cuerpo parece de-
sintegrarse en proporción a la rigidez, consistencia y “otredad”
del contexto. En cuanto a la imagen de los rostros, éstos pare-
cen reflejar, en abierta diferencia con la distante inexpresivi-
dad de los de la Venus y la Virgen, los efectos de fuerzas gol-
peando, atravesando, corrompiendo la “buena forma”.
La aparición del semejante que se hacía evidente en La
historia de Nastagio entre la imagen del joven horrorizado y
su idéntico tras él, y entre él y el caballero que le muestra su
destino, quedaba representada como imagen simétrica e in-
vertida de sí mismo. En la obra de Bacon es posible ver una
inquietante ruptura de la simetría entre el cuerpo y su ima-
gen, entre el sujeto y su semejante, así como la ausencia de
alguna pacificadora relación lógica. Carente de referencia a
mandatos, en ruptura con la “ley de la buena forma” o con
alguna ley o regla lógica apaciguante, el orden expresivo de
cada cuadro parece sostenerse en la tensión entre la masa in-
forme y tempestuosa de los cuerpos y eso Otro que encie-
rra y contiene en la opresiva nitidez de su otredad. La tem-
pestad del contexto expulsada de la imagen en el Quatrocento,
parece retornar en este pintor del siglo XX, pero en la ima-
gen de los cuerpos.
148 • Inter valo

¿Y la castración? En el primer tríptico de Bacon, dentro


de la serie denominada Crucifixión, encontramos algo que re-
ferimos a un cuerpo humano, connotado en la sustitución
parte a todo del pene y los testículos, con una boca voraz en
su extremo en lugar del cuerpo completo. Sería largo aquí
desarrollar la relación de la obra con la novela inspirada en
Olfernes, The Family Reunion, de T. S. Elliot, tanto como su
relación con las furias. Pero podemos decir que habría en esta
obra un intento de representación del yo bajo la imagen de
“falo voraz”, que connotaría una desmentida de la castración,
cuyo efecto se sugiere en una imagen corporal que es carica-
turesca y siniestra al mismo tiempo. Imagen que queda anu-
dada al nombre de la Crucifixión.
Tortuoso lugar para un yo que parece denunciar en esa ima-
gen de cuerpo su situación y su condena ante la desmentida
de la castración de la que sería heredero y víctima. ¿Herencia
arcaica que encierra y crucifica en lo real de una situación donde
parece no pasar nada, al tiempo que los efectos de lo otrora
desmentido recaen sobre el sujeto, su constitución y su des-
tino? Nos parece encontrar en la obra de Bacon intentos de
¿Es el yo cuerpo? Una perspectiva en intersección con el ar te • 149

inscripción y expresión de lo indecible, de lo impresentable


de lo real, dado un régimen de ley que establecería lo presen-
table y lo impresentable en una situación. Esto, tanto en rela-
ción con aquellas fuerzas expulsadas de la imagen de los cuer-
pos por el discurso religioso, como de la marca de castración
fundante desmentida por cierto discurso perverso adscripto a
un discurso de “poder”. También, como efecto de un intento de
rescate de lo singular contra las ilusiones y certezas de un yo
sobreadaptado a una realidad construida sobre la universali-
dad del Ideal como modelo hegemónico y alienante.
En el contrapunto entre los dos órdenes de producción de
imagen de la que el yo sería su proyección, encontramos la
posibilidad de pensar que la organización de dicha imagen
es más compleja, si la interrogamos de cara a lo real, que lo
que la dimensión de lo imaginario, como dimensión de an-
ticipación y desconocimiento, supuesta completud, nos per-
mite pensar. Desde lo real de estos órdenes vemos anudarse
lo rechazado de lo pulsional inasimilable, tanto como lo des-
mentido, bajo la égida de un horror fundamental.
Podemos entonces ubicar que los elementos comunes en
las situaciones descritas están relacionados con la irrupción de
una intensidad inasimilable que interrumpe el cierre en un goce
autoerótico, del cual tendrá que “parirse” la posición del su-
jeto en ciernes ante esa pérdida de goce y la “traducción” de la
experiencia, por ejemplo, como horror, dolor o, eventualmente,
voluptuosidad. Es ahí donde podríamos buscar las bases de
constitución de lo real del yo, en contrapunto con lo Otro como
ajeno. Un yo que encuentra su origen lejos del cogito carte-
siano y, por ende, del sujeto de la ciencia, y del que el arte con-
temporáneo parece intentar hacerse cargo.
150 • Inter valo

Bibliografía
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Juan Carlos Cosentino, Lo siniestro en la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Imago
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Michael Pepiatt, Francis Bacon. Anatomía de un enigma, Buenos Aires, Gedisa,
1999.
Torsiones de una mirada
Marcela Lombán

Es en La vida de los otros,1 película contextuada en la Alemania


Oriental de 1984, que nos encontramos con un gélido per-
sonaje que se maneja cuasi robóticamente. Se trata del capi-
tán Wiesler, espía que da cátedra en métodos de interroga-
torio, e implacable defensor del sistema socialista, que no
tolera ser cuestionado. Es él quien marca el nombre de un
alumno cuando éste le pregunta si no es inhumano interro-
gar a un detenido que ha permanecido 40 horas despierto.
También es quien recibe el aplauso de su superior, quien lo
invita al teatro. Lo importante no es la obra a ver, sino las
conexiones políticas que allí se jugarán.
Ya en el teatro, el espía observa mediante prismáticos al
escritor de la obra, Georg Dreyman. También dirige su vista

1. Película dirigida por Florian Von Donnersmarck, ganadora del Oscar


como Mejor Película en Lengua no Inglesa, 2007.
154 • Mirada

a la actriz principal, Christa Maria Sieland. Es atendiendo a


la relación entre ellos que hará una sugerencia a su superior.
Éste se dirige a un ministro, que participaba del evento, y le
ofrece investigar al escritor.
Mostrando abusivamente su poder, luego de finalizada la
obra, el ministro toma el micrófono y con alabanzas exagera-
das interrumpe un baile en que estaban sumidos Georg y Christa.
Es en esa circunstancia que el escritor le pide al ministro que
un amigo suyo, Jerska, deje de estar en la lista negra.
El espía empieza su trabajo: toma nota de los horarios de
la pareja, registra la patente de un auto que deja a Christa en
su casa. En un rápido operativo de inteligencia, el capitán
Wiesler y su equipo, irrumpen en la casa de Dreyman, colo-
cando micrófonos en todos los ambientes. Luego, él se ins-
talará en el altillo, junto con los aparatos que le permitirán
oír y, tal vez, escuchar.
Georg Dreyman visita a Jerska y le transmite esperanzas
de salir de la lista negra.
El escritor festeja su cumpleaños, al cual concurren amigos
y conocidos de diferentes posturas políticas. Su amigo Jerska,
aislado del resto, le entrega un paquete que Dreyman deja de
lado y que, a mi criterio, es el hilo conductor de esta historia.
Cuando todos se van, la pareja abre los paquetes, Christa
dirá “al final te ha regalado un libro”, haciendo referencia al
obsequio de Jerska. El espía se quedará con estas palabras, sin
saber que bajo el envoltorio se encuentran las partituras de
una sonata. Sonata para un buen hombre será el significante que
produzca efectos en Gerd Wiesler. Son los efectos de que no
todo pase por el micrófono, porque aunque el espía considere
que su registro es exhaustivo, hay lugar para el malentendido.
Torsiones de una mirada • 155

Un hecho conmueve la cotidianeidad del espía: borran de


su informe el número de patente del auto que él ha registrado.
Éste pertenece al ministro que le encargó la investigación.
“¿Para eso ingresamos al partido?” es la pregunta que enun-
ciará el primer resquebrajamiento de este hombre, con respecto
a los ideales a los que hasta el momento había respondido.
Tanto el escritor como el espía estarán abocados a su tra-
bajo, mientras que Christa, perseguida por el ministro, acce-
derá no sin disgusto a sus presiones sexuales.
El espía ve llegar el auto del ministro. La amarga verdad que
quiere contar a su espiado lo lleva a insistir a timbrazos, interrum-
piendo la labor profesional del escritor, incomodando su existen-
cia personal. Así vemos por primera vez al protagonista impli-
carse en algo que excede a su función específica. Porque si su ta-
rea es espiar ¿para qué tomarse el trabajo de mostrarle al escri-
tor que su mujer se relaciona con el ministro? ¿Acaso se estará
identificando con él en tanto ambos son engañados? Es induda-
ble que en este proceso el ojo juega un rol crucial. Lacan nos da
una pista en El Seminario 11, cuando habla de apetito del ojo:

La mirada opera en una suerte de descendimiento de deseo.


En él, el sujeto no está del todo, es manejado a control remoto.
Modificando la fórmula que doy del deseo en tanto incons-
ciente –el deseo es el deseo del Otro- diré que se trata de de-
seo al Otro, en cuyo extremo está el dar a ver. ¿En qué sen-
tido procura sosiego ese dar a ver a no ser en el sentido de que
existe en quien mira un apetito del ojo?2

2. Jacques Lacan, El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales


del psicoanálisis (capítulo 9), Buenos Aires, Paidós, 2008.
156 • Mirada

El accionar del protagonista trae consecuencias en el escri-


tor, quien en ese momento deja pasar el ocultamiento de su
mujer, pero no deja de ver. Christa, luego de bañarse, y ya
en la cama, le pide a su pareja que la abrace. Vemos al espía
dormirse en su puesto acurrucado, en una posición similar
a la pareja. Podemos pensar al cuerpo sexuado como el que
se produce a partir de marcas que le llegan del campo del
Otro. La sexualidad parece infiltrarse en este hombre gris
de vida austera, que pasa a tener sexo con una prostituta, a
quien le pide que se quede más tiempo. Se muestra como ser
en falta y esto nos remite al deseo. Al decir de Lacan “el de-
seo se esboza en el margen donde la demanda se desgarra
de la necesidad”.3
La sensibilidad artística despierta en el espía, quien roba
un libro y se deja llevar por la lectura del escritor. Del escri-
tor sensible que es Brecht, y de la lectura de Dreyman. El es-
pía toma sus libros, se apropia de sus palabras.
Un llamado telefónico despierta a Dreyman con la noti-
cia de que su amigo Jerska se ha ahorcado. Se queda sin pa-
labras, se sienta frente al piano, y toca la sonata que su amigo
le había regalado.
El espía escucha absorto, lágrimas ruedan por su cara.
“¿Puede un hombre escuchar esta música y ser una mala
persona?” preguntará el escritor y estas palabras cuestiona-
rán a quien las escucha desde el altillo. Y como si algo del velo
fantasmático se corriera, pudiendo dar lugar a una pregunta
en él. Pregunta que podría leerse así “¿Qué soy ahí?”.

3. Jacques Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, en Escritos


2, México, Siglo XXI, 1996.
Torsiones de una mirada • 157

De hecho, los cuestionamientos proseguirán. Será un niño


esta vez quien en el encierro de un ascensor le pregunte a
Wiesler por su pertenencia a la Stasi, “la policía mala que se
lleva a la gente”. El espía empieza a enunciar la pregunta por
el nombre de quien ha dado esa información, pero se inte-
rrumpe. Produce un quiebre en su modalidad inquisidora.
Él detiene al espía que hay en él. Momento de pasaje, de
ruptura de una continuidad.
Llega la noche en la que Christa y el ministro se encon-
trarán. Georg Dreyman trata de convencer a Christa para que
no salga. Le manifiesta que sabe de su inseguridad y la insta
a confiar en su talento. Pero ella le objeta que él, que cree no
necesitarlos, pacta sin embargo con el sistema, dejándose in-
tervenir en sus creaciones. “Tu no quieres acabar como Jerska
y yo tampoco, por eso me voy” es la frase escuchada por el es-
pía justo antes de la llegada de su reemplazante.
El espía ya no puede espiar y sale perturbado, caminando
para atrás, sin dejar de mirar el edificio. Entra a un bar, y es
allí cuando el azar le dará lugar a una intervención. Escucha
la voz de Christa, toma un vodka, se decide a hablarle y se
hace escuchar por la artista. Robándole el libreto al escritor,
le hablará a Christa de un Otro distinto, el público. Diferente
al influyente político, aquel Otro, al cual se está por ofrecer.
Pero su discurso tomará letra propia, cuando él se enuncie
en tanto público, y desde ese lugar la nombre como una gran
artista. Ella, por su parte, lo nombrará como un buen hombre.
Los efectos de esta intervención serán leídos a la mañana
siguiente, cuando el informe comente que la actriz, luego de
20 minutos, volvió a su casa e hizo el amor con su pareja. Por
su lado, Dreyman, con renovada fuerza, empieza a hacer
158 • Mirada

algo relacionado con la muerte de Jerska, escribiendo un ar-


tículo sobre lo no hablado: cantidad de suicidios contrapuesto
a la política proclamada como social.
Busca la ayuda de un amigo para publicar el artículo en la
otra Alemania, pero éste lo hace con la condición de que
Christa no sepa del asunto.
Wiesler no sólo cubrirá al escritor ocultando el tema y mo-
dalidad de publicación de su artículo, sino que creará una obra
paralela, informando que Dreyman escribe una pieza de tea-
tro para el aniversario de la revolución. Ya no hay recolección
ni trascripción de datos. Hay sujeto en tanto hay relato.
Clandestinamente ingresan a la casa de Dreyman una má-
quina de escribir que la Stasi no podrá rastrear, con la parti-
cularidad de ser muy pequeña y con tinta roja.
Editor y escritor se burlan de la seguridad de estado, y
al descorchar una botella de vodka importado, el estrépito
que produce el corcho al caer sobre el micrófono, lastima
la sensibilidad de quien escucha desde lo alto. Lo que es-
cucha, golpea.
El capitán Wiesler finaliza un informe y lo lleva a su su-
perior. El coronel lo recibe leyéndole una tesis sobre carac-
terísticas de personalidad y torturas apropiadas según las mis-
mas. Le ubica cuál sería ideal para Dreyman, el cual luego
de diez meses de aislamiento, sin contacto humano alguno,
dejaría de escribir. Wiesler desiste de entregar el informe y
solicita tener la exclusividad en la vigilancia de la pareja. Su
superior ubica que algo le está ocultando.
Al llegar a su casa, Christa ve que Georg guarda una má-
quina de escribir bajo unos tablones. Él quiere contarle so-
bre esto, pero ella no quiere escuchar.
Torsiones de una mirada • 159

“Las estadísticas secretas de los suicidios” es el nombre del


artículo en Spiegel, publicación de Alemania Occidental, que
mostrarán en la televisión del Este.
Los servicios estatales investigan quién puede ser el au-
tor, pero no encuentran rastros al respecto. El ministro da el
dato de que Christa consume fármacos ilegales y, en una ac-
titud de despecho, pide que no vuelva a subir a un escenario.
Christa es detenida en plena compra de fármacos. Luego es
interrogada por el superior del espía, dado su relación con es-
critores. Ella intenta ofrecerse, pero el hombre de estado
utiliza la detención para obtener datos sobre el autor del ar-
tículo en Spiegel.
Los hombres de la Stasi se dirigen a la casa de Dreyman.
El coronel, mirando a la cámara oculta, saluda a Wiesler.
Dreyman permite pasar a los hombres de estado que aluden
una orden de registro, y no objeta que revisen, tiren, destru-
yan. “Ni rastro del objeto buscado” concluirán los hombres
grises, antes de retirarse.
Los amigos de Dreyman le dicen que Christa María lo ha
delatado. Él niega esta posibilidad, dado que ella conoce el
escondite de la máquina.
El capitán Wiesler ha sido citado por su coronel. Éste,
mostrando que los lugares se han invertidos, lo recibe en
una sala de interrogatorio. El coronel le dice saber que
Dreyman escribió el artículo y le muestra a Christa encarce-
lada. Le ofrece la última oportunidad para demostrar si está
en el bando correcto.
Christa está nuevamente en una sala de interrogatorio
pero, esta vez, el espía será quien la interrogue. El capitán
Wiesler se confronta consigo mismo, con su capacidad de ob-
160 • Mirada

tener información de un detenido. En esta circunstancia se


trata de una detenida a la cual conoce, a la que admira, a quien
ha resguardado. Pero tiene que interrogar para cumplir con
su cargo, para demostrar ser alguien que ya no es. Cámara
Gesell mediante, ahora él es el observado, él es quien está
siendo controlado y evaluado. Luego de dar rodeos para mos-
trarse y de los rodeos de Christa para responder, Wiesler di-
buja el croquis de la casa y le hace marcar el escondite.
Wiesler se apresura a llegar a la casa y retira la máquina
de escribir antes de que lleguen los hombres de la Stasi. Christa
llega a su casa abrumada y entra a ducharse. Nuevamente
irrumpen los hombres grises. Algunos de ellos revisan li-
bros, pero el coronel se dirige directamente hacia los tablo-
nes del piso. Georg mira enojado a Christa, quien se va an-
tes de que se levante el tablón. “No hay nada... Ah, la actriz”
dirá el coronel, en tanto Christa se arroja delante de una ca-
mioneta siendo atropellada. Ella alcanzará a balbucear acerca
de su debilidad, pero sólo será escuchada por su espía.
El coronel da por terminada la misión y el trabajo del ca-
pitán, advirtiéndole sobre la denigración que sufrirá en su
vida laboral por haber encubierto a la pareja de artistas, a
pesar de no haber dejado pistas. El capitán ha dejado pistas,
pero sólo pueden ser leídas por quien escribe.
Pasarán seis años, caída del muro mediante, para que
Dreyman ponga en escena, pero con otra estética, la obra en
la que actuaba Christa. Allí se encontrará con quien fuera el
ministro. Y con la noticia de que había sido vigilado. El ex
ministro le dirá que sabían todo de él, y lo incitará a buscar
pruebas de ello detrás de los interruptores.
Ya en su casa, Georg efectivamente encuentra los micró-
Torsiones de una mirada • 161

fonos. Y arrancar los cables conectados a todos los ambien-


tes lo conducirá a buscar en los archivos. Estos registros dan
cuenta de lo que el espía había escrito sobre él. Es ahí que
Georg se topa con el contenido de una obra inédita: su pro-
pia vida, transformándose en otra a medida que corren las pá-
ginas. Una otra versión de su vida puesta en función de dis-
traer a los hombres de estado. Datos falseados, escenas in-
ventadas, se suceden sin cesar hasta que Dreyman llega a la
última hoja. Una vez más aparece la sigla presente en todas
las páginas, sigla que corresponde al agente que tenía a su
cargo la investigación. Una marca roja al pie del texto lo
lleva a poder descubrir quién fue que lo cubrió: el Capitán
Wiesler, quien transformó su espionaje en una escritura.
Todo relato busca un lector, quien hará del relato escri-
tura. No hay texto sin lector, en tanto el texto se produce
por y en el acto de lectura.
HGW XX/7 lo encuentra a Dreyman, dos años después,
cuando al pasar por una librería, la cara del escritor en la
tapa de su reciente libro, lo capture.
Entra, busca el libro y, luego de ojearlo, advierte que es-
taba dedicado a alguien, y ese alguien, es él. El libro lo nom-
bra: Sonata para un buen hombre.
Trauma y otredad
Norma Mondolfo

«Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras.
Los hombres en su emigración hacia oriente hallaron una llanura en
la región de Senaar y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros:
“Ea, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego”. Se sirvieron de los la-
drillos en lugar de piedras y de betún en lugar de argamasa. Luego
dijeron: “Ea, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue
hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no estemos más dispersos
sobre la faz de la Tierra”. Mas Yahvé descendió para ver la ciudad y
la torre que los hombres estaban levantando y dijo:“He aquí que to-
dos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo
este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo
todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo
confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con
los otros”. Así,Yahvé los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra
y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel,
porque allí confundió Yahvé la lengua de todos los habitantes de la
Tierra y los dispersó por toda la superficie.»
Génesis. Cap.11

«De lo que se trata es de abordar un silencio en torno al cual se or-


ganiza el discurso y que el poema a veces descubre…»
Anne Dufourmantelle1

Las dos citas elegidas como epígrafe localizan, entre el ma-


lentendido en la comunicación y el silencio que posibilita la
emergencia de la verdad, la cuestión de una Otredad cuyo
costado traumático se nos impone cada vez.

1. Véase Jacques Derrida, La hospitalidad, Buenos Aires, Ediciones de La


Flor, 2006, p.10.
164 • Mirada

Un breve recorrido por el texto freudiano y algunos apor-


tes de Lacan y Derrida orientarán estas reflexiones que bus-
carán su referencia en el cine. En tal sentido, más allá del de-
sarrollo conceptual, la evocación de la imagen y la trama se
convertirán hoy en nuestro poema.
Los hombres dispersados sobre la tierra, tal como anuncia
el génesis, son el horizonte sobre el que se despliega Babel. Una
película que nos conduce a una primera aproximación al tema
desde la figura del extranjero, el huésped y el anfitrión, con-
ceptos trabajados por Derrida en su texto La hospitalidad.
Allí investiga condiciones de la realidad efectiva que le per-
miten avanzar sobre la otredad como condición de estructura
abrevando tanto en diferentes expresiones de la cultura donde
el xenos, el extranjero es el protagonista, como en los diver-
sos tiempos de nuestra humanidad: de la Grecia antigua a la
Europa actual. Sobre el final de su trabajo se interroga:

“¿Somos herederos de esta tradición [...] hasta dónde situar


lo invariante a través de esta lógica y estos relatos? Atestiguan
indefinidamente en nuestra memoria…”2

Interrogante que habrá de guiarnos en nuestras reflexiones


acerca de cómo se configura la otredad en el decurso del fe-
nómeno humano.
El juego etimológico que desde la hospitalidad lo conduce
al término huésped le permite introducir dos antinomias. La
primera está implícita en la multivocidad del término latino, el
hostis es también el enemigo. La segunda tiene que ver con el
vocablo francés hote (huésped), que designa también el anfitrión.

2. Ibid., p. 153.
Trauma y otredad • 165

La puntuación clara de estas antinomias marca el derro-


tero de sus reflexiones: lo extranjero, lo ajeno no tiene lugar
sino en un contexto de borramiento entre un adentro y un
afuera, donde la otredad, en la doble acepción de los más ajeno
y lo más íntimo, corre siempre el riesgo de ingresar bajo la
forma de la amenaza.
La equivalencia entre el huésped, el anfitrión y el enemigo
nos conduce a la reflexión freudiana que marca la preceden-
cia del odio sobre el amor en la apertura de la relación con
el objeto: “lo exterior, el objeto y lo odiado habrían sido idén-
ticos al principio”.3
El texto de Derrida transita por los lugares privilegiados
del despliegue de la extranjeridad: la alteridad, el otro, la di-
ferencia, la ley incondicional y el padre, las leyes y el deber,
la pregunta y lo no sabido. También el lugar de la lengua
materna: nacimiento de lo humano y la muerte. Ideas que
resuenan sobre otros conceptos freudianos: la cosa en su con-
trapunto con el semejante; la vivencia de lo ominoso donde el
horror retorna en el seno de lo más familiar; la ausencia de re-
presentación de la muerte; la formulación del inconsciente
como una exterioridad interior; así como de un real que no cesa
de no inscribirse y una banda de Moebius que desde la topo-
logía intenta representar los estados de interioridad y exterio-
ridad en la conceptualización de Lacan.

Retornemos al cine. Se trata de una pareja de americanos


que intenta su reconciliación a través de una excursión al ex-
tranjero, Marruecos. Los avatares de la alteridad se muestran

3. Sigmund Freud, Las pulsiones y sus destinos, AE, XIV.


166 • Mirada

desde diferentes ángulos: el geográfico-cultural, la intimidad


del vínculo amoroso y la emergencia de transformaciones en
cada uno de los personajes que obligan a reformular la noción
de mismidad. La trama se despliega en tres escenarios... tres
continentes... el hilo que los conecta es un arma asesina.

África. Marruecos es el lugar elegido por la joven pareja


para reencontrarse en un contexto de placer. Sus dos peque-
ños hijos han quedado en Estados Unidos al cuidado de una
niñera mejicana. Ya en las primeras escenas se anticipa la di-
ficultad para el hallazgo de lo placiente: un clima de males-
tar, el enojo por el engaño y la infidelidad, la incomodidad
del lugar ajeno, desconocido, peligroso.
No muy lejos de allí un campesino compra un arma para
defender a sus ovejas. Sus hijos, fascinados con el nuevo juguete
se apropian de él para ejercitar el tiro que habrá de acabar con
el movimiento peligroso de algún depredador en acecho.
Como un juego apuntan a un blanco móvil: un vehículo con
turistas americanos, la bala se desvía y en vez de afectar la ca-
rrocería impacta en una ventanilla. La mujer de la pareja re-
sulta gravemente herida. Extranjeros entre extranjeros es la
mejor manera con la que podemos definir el horror de las es-
cenas que se despliegan a continuación. Lenguas, costumbres,
códigos que no se entienden, gritos, confusión, soledad.
La película tiene, sin embargo, la virtud de mostrarnos
algo muy importante para nuestras reflexiones: que la Otredad
no se agota en la referencia geográfica. El resto de los turistas
americanos, semejantes que hablan la misma lengua y compar-
ten los mismos códigos, rompiendo el lazo solidario se extra-
ñan de la situación, abandonando a la pareja a su propia suerte.
Trauma y otredad • 167

Y es precisamente ahí, en ese lugar extranjero donde todos


hablan otra lengua y comparten otros códigos donde el direc-
tor transforma lo inhóspito en hospitalario. Más allá de esas
palabras que no se entienden, una anciana, conmovida por el
dolor físico de la protagonista le ofrece el efecto calmante de
una droga que ella misma está consumiendo: una pipa de paz
que ilumina, desvaneciéndolo, el dolor del desencuentro. El
gesto desinteresado del anfitrión que los aloja y los traslada,
rechazando el dinero con el que el americano intenta retri-
buir sus favores da cuenta de que el lazo solidario se abre por
sobre la diferencia entre las lenguas.
La condena de Yahvé a la dispersión y la confusión en la
comunicación humana se compensa en esa condición com-
partida de la Otredad que puede hacer germinar la semilla
del encuentro.

América. Estados Unidos es el lugar donde los hijos de la


pareja han quedado al cuidado de una niñera mejicana. El
accidente retrasa el regreso e impide que la cuidadora asista
al casamiento de su hijo, en Méjico. Desesperado por su pro-
pia situación el padre de los niños banaliza la naturaleza de
la demanda y ofrece pagar él mismo otro casamiento.
Demandas que no logran alojarse y anfitriones que res-
ponden desde su propio código nos reenvían nuevamente a
la extranjeridad. El padre y la niñera expresan la urgencia de
una demanda que el otro no logra alojar, aunque hablan la
misma lengua.
Méjico es el lugar del casamiento, hacia allí marcha la ni-
ñera llevándose con ella a los niños, sin haber podido informar-
les a los padres de su decisión. Ya en el regreso de la fiesta una
168 • Mirada

oficina de frontera es el escenario donde lo extranjero vuelve


a ser protagonista: el malentendido, el otro como peligroso, la
persecución y la demanda no alojada, es el horizonte que en-
marca la trágica situación de ese retorno. La prohibición al auto
que los transporta de atravesar la frontera obliga a la niñera a
cargar con los dos niños caminando, bajo el sol ardiente, a tra-
vés del desierto. Buscando un vehículo que los auxilie se extra-
vía y se desencuentra con los niños. Soledad, desesperación,
niños en riesgo. El costo del malentendido, de las demandas
no escuchadas, de lo sospechado de las diferencias.
La culpa recae sobre la niñera que pagará con su repa-
triación la osadía de apropiarse de esos niños, a los que ama
y que han quedado a su cuidado. También los niños de
Marruecos pagarán con su vida la culpa de lo ocurrido.
Una culpa que recae sobre los eslabones más débiles de
una cadena de responsabilidades que la misma película se
encarga de mostrarnos que siempre empiezan en otro lugar...

Asia. Japón: un cazador, un arma que se vende y es com-


prada por el campesino de Marruecos. El cazador es el pa-
dre de una hija sordomuda cuya madre se ha suicidado.
Si la temática de la comunicación y el desencuentro atra-
viesan la película este último escenario es su paradigma más
cabal. Una adolescente diferente, aislada por su padecimiento
del ruido de un mundo que no la considera, obsesionada con
el suicidio, enojada con su padre, un aislamiento afectivo
que la conduce a actos desesperados y autodestructivos: la
búsqueda desesperada de un anfitrión que la aloje amorosa-
mente y, en un más allá de las palabras, un abrazo que su-
giere un reencuentro con el padre.
Trauma y otredad • 169

A pesar de alguna pincelada esperanzada, curiosamente siem-


pre ubicada más allá de las palabras, se trata de una mirada
descarnada sobre el fenómeno humano donde lo extranjero in-
siste bajo el signo de la hostilidad. El arma letal que organiza
la trama simboliza el predominio tanático de estos encuentros
que nos resuenan sobre algunos escritos freudianos:
“[...] el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo
capaz de defenderse si lo atacan [...] sino que es lícito atribuir
a su dotación personal una buena cuota de agresividad [...] el
prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual
sino una tentación para satisfacer en él la agresión [...] si es
un extraño para mí [...] me será difícil amarlo”.4

Si la diferencia de las lenguas, tal como Yahvé lo sospe-


chaba, es símbolo de la ajenidad del Otro, el lazo que la pe-
lícula propone se localiza en una Otredad que va más allá
de la palabra.
Lo Otro en tanto es parte de la subjetividad tiene siem-
pre un costado amenazante en tanto menta el peligro de la
irrupción de lo extranjero, de lo ajeno, de lo desconocido.
Para concluir retornemos al mundo de los conceptos. Me
detendré especialmente en la referencia de Lacan acerca de
la formulación freudiana del semejante tal como es abor-
dada en Proyecto de una psicología para neurólogos:
“[...] es aquí donde interviene esa realidad que tiene relación
con el sujeto del modo más íntimo –el Nebenmensch–. Fórmula
cabalmente asombrosa en la medida que articula poderosa-
mente lo marginal y lo similar, la separación y la identidad...
el Ding es el elemento que es aislado en el origen por el su-

4. Sigmund Freud, El malestar en la cultura, AE, XXI, p.108.


170 • Mirada

jeto, en su experiencia del Nebenmensch, como siendo por na-


turaleza extranjero... esta es una división original de la expe-
riencia de la realidad... El das Ding es algo totalmente dife-
rente [...] es lo extranjero e incluso lo hostil como un primer
exterior sobre el que se localiza todo el andar del sujeto”.5

¿Cómo no articular el das Ding así definido con la formu-


lación del trauma, ese concepto acuñado por Freud en el
Proyecto bajo la forma de exceso de cantidad, de imposibili-
dad de ligazón, de vivencia de dolor y de objeto hostil?
El cine fue sólo una licencia poética para repensar algunos
de nuestros recursos teóricos que nos ayudan a tramitar una
práctica que permanentemente nos enfrenta con lo imposible
de ese inconsciente que siempre se nos ofrece como enigma.
Es que la apelación del otro a nuestro saber es siempre
inquietante y su lengua es extranjera aunque se despliegue
en nuestro idioma. La pregunta del otro, que solicita ser alo-
jada, nos precipita a la posición de un anfitrión que debe brin-
darle lugar.
Aunque ofrecemos nuestro saber somos concientes de que
la transformación que en ese encuentro puede producirse
requiere de otra escena que no es visible. Tal como sucede
en el inhóspito cuarto de Marruecos, o en el balcón de un
departamento en Japón donde una hija sordomuda se con-
funde en un abrazo con su padre, el escenario está más allá
de la palabra: la eficacia de nuestra intervención sólo puede
estar situada en el campo de la transferencia.

5. Jacques Lacan, El Seminario, libro 7, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires,


Paidós, 1988.
La fotografía y el espejo
Graciela Kahanoff

1. La fotografía

¿Quieren que les muestre unas fotos?


A partir de la lectura de un libro de Roland Barthes, La
cámara Lucida, comencé a mirar las fotografías de diferente
manera.
Algunas ideas de ese autor, me hicieron pensar la relación
entre la fotografía y la clínica.
Si muestro unas fotos (de un viaje, o familiares), surge en
mi interlocutor, algún pensamiento, “que lástima que no traje
las mías”, o “no vine aquí para ver fotos”.
¿Cuándo muestro fotos, qué muestro?
Parece que expongo lo que ha tenido lugar en determi-
nado tiempo, y en determinado espacio, lo que ha aconte-
cido una única vez: es eso.
No tengo posibilidad de separarla del referente, la foto-
grafía está adherida a él.
172 • Mirada

Si pensamos en tomar unas fotografías, enmarcamos, mi-


ramos por el visor, hoy no hay que corregir ningún “error de
paralaje”, elegimos un objetivo, pero, antes de sacar la foto,
antes de gatillar, el sujeto a ser fotografiado pide un tiempo.
¿Para qué? Para peinarse, arreglarse, sonreír...
¿Cuál es el trastorno que este acto enuncia?
¿Cómo apareceré? ¿Como aquel que creo ser?, ¿como
aquel que quisiera ser?, ¿como el fotógrafo cree que soy?,
¿como el fotógrafo quisiera que fuese?
Al gatillar con un arma particular, la cámara, se transforma
en ese acto al sujeto en objeto. Es el momento en que el su-
jeto deviene objeto.
El fotógrafo lo sabe, e introduce algunas indicaciones,
como para acentuar la naturalidad de la escena, para que pa-
rezca vivo. Momento difícil, en el cual el sujeto se siente de-
venir objeto, como pieza de museo, inmóvil. Introduce la idea
de muerte, como forma de nombrar el tiempo.

Mirando fotos descubrí que hay fotografías que me son


indiferentes; respecto de las otras me gustaría encontrar su
rasgo diferencial.
Hay fotos en las cuales las escenas se suceden intermina-
blemente, las miro y nada me detiene, mientras que en otras,
algún elemento heterogéneo me interroga, viene hacia mí.
La fotografía capta algo sin que lo sepan ni el sujeto fo-
tografiado ni el fotógrafo.
Revela lo que estaba escondido, detiene y fija lo que el
ojo no puede inmovilizar.
Efecto sorpresa, ¿da cuenta de un no saber por qué ha sido
tomada?
La fotografía y el espejo • 173

Siempre hay un plus.


Fotos familiares, informativas, viajes, eventos, es verse a
sí mismo como en un espejo, fotocopia con mayor o menor
definición.
Pero algunas fotografías son diferentes.
En ellas, ¿qué es lo nuevo y sorprendente?

2. Familiar / Unheimlich

Los detalles de una foto nos son dados. Si recorremos varios


de nuestros álbumes familiares observamos que una foto
deja de ser cualquiera cuando tiene una marca, un suplemento.
La lectura de ese elemento, del punctum, al decir de Barthes,
lo que punza, lo que no puede ser nombrado, aquello que no
está incluido en mis recuerdos, ni lo reconozco en mis sueños.
Es un descubrimiento que aparece borrando el saber de
la misma escena. Descubrir un detalle, que me interroga.
Aquello que le añado a la foto, ya está allí, se encuentra en la
imagen.
En el cine es diferente, no hay tiempo, no se trata de un
marco, la sucesión de escenas es constante, no hay posibili-
dad de detenerse en ellas.
La foto por el contrario está toda allí, en el marco, y de-
saparece una vez franqueado el mismo marco.
Los personajes están inmóviles, clavados, anestesiados,
pero cuando se crea un campo nuevo, a partir del punctum,
todo se modifica.
Eso, el punctum, es lo que anima la foto, es mas allá de lo
que ella muestra.
174 • Mirada

3. Espejo

Ubiquemos algunas diferencias: entre espejo-fotografía-cine.


En el espejo aparece lo que es, siempre actual.
Las fotos nos trasmiten el testimonio de lo que ha sido,
nunca lo que es. La fuerza de la fotografía no atañe al objeto,
sino al tiempo.
Así como en el cine se produce un fluir constante de es-
cenas, entre las cuales el referente se escurre, en la fotogra-
fía el referente está allí, no hay futuro ni pasado, hay inmo-
vilización del tiempo.
Así como la foto no dice lo que es, sino lo que ha sido; así
también al impactar el punctum en mí, incluyo en mi mirada
el pensamiento de aquel instante, pero en el aquí y ahora.
Esto último excede la fotografía.
La foto no sabe decir lo que da a ver, pero hace aparecer
lo que nunca se percibe de un rostro: el linaje.
La verdad del linaje: es igual a la madre, tiene rasgos del
tío, etc.
Se fija la verdad para el que mira, siempre a medias.
Pero en la foto el punctum mira.

4. Lo hipernítido

Freud nos dice respecto de la verdad de la construcción, que


tras comunicarla, cuando era certera, acudían a los pacientes
recuerdos hipernítidos, que si bien no recordaban los episo-
dios, sí detalles en relación a ellos.
La fotografía y el espejo • 175

La pulsión emergente, puesta en movimiento, al comuni-


carse la construcción transporta “huellas mnémicas especia-
les”, pero éstas no llegan a destino, la resistencia desplaza el
movimiento sobre elementos nimios e indiferentes, restos
de lo visto/oído, y no comprendido, llegan entonces a la
conciencia desplazados, confirmando la intervención.
El trastorno que el acto de fotografiar enuncia es el punc-
tum.
El recuerdo hipernítido del autorretrato del pintor de los
frescos de la Catedral de Orvieto desaparece cuando el ita-
liano culto le otorga cobertura verbal.
La mirada de Signorelli que interroga a Freud, es el punc-
tum de ese recuerdo. La mirada, dirá Lacan en el Seminario
11, es el instrumento por el que soy foto-grafiado.

5. Lo imposible

En la fotografía se cumple una condición: el referente está


presente.
Retomo mi pregunta sobre la relación entre la fotografía
y la clínica: imposible.
Nosotros como analistas estamos convocados a trabajar con
fotos sin referente, con fotos que no pueden ser mostradas.
En ellas emerge el punctum del recuerdo, aquello que como
restos de lo visto/ oído interrogan al que habla, recortados
por nuestra lectura.
Es necesario establecer la diferencia entre un aconteci-
miento y la inscripción del acontecimiento. Aquel que se
inscribe como marca de una falta.
176 • Mirada

Marca que inscribe un real como un vacío, y que fun-


ciona como imposible dentro del sistema.
Es porque hay marca de la falta que se engendra repeti-
ción.
Lo que se repite es el fracaso. Se repite porque no es.
Lacan dirá en el Seminario XIX, ese potencial es igual al
campo de posibilidades que determina lo imposible.
El referente falta, en su lugar marca/vacío funciona como
imposible.
Escritura de un imposible.
Esa marca de una falta se inscribe en el sistema como impo-
sible.
Hay repetición porque es imposible la repetición.
La foto de mayor valor, valor cero, opera para el que ha-
bla, como marca de lo imposible. La insistencia define el im-
posible del sistema.
Esto nos separa de la fotografía, que obtenemos con la
cámara, y nos enfrenta con nuestros recuerdos, la más bella
foto jamás vista.

Bibliografía
Sigmund Freud, Construcciones en análisis, AE, XXIII.
——Lo ominoso, AE, XI.
——El yo y el ello, AE, XIX.
——«El yo y el ello», El problema económico, Buenos Aires, Imago Mundi,
2005.
—— Jacques Lacan, El Seminario, libro XIX, ... ou pire (1971-1972), inédito.
——Roland Barthes, La cámara lucida, Barcelona, Paidós, 1980.
Complejo de hermanos
y saber inconsciente
M. Lucía Silveyra

A partir de algunas de las referencias en la obra de Freud y


Lacan a las vicisitudes que sufren las relaciones fraternales,
leeremos la carta que Freud dirige a Thomas Mann en la
que considera, a la luz del José bíblico, aspectos de la vida de
Napoleón I.
Sobre el fundamento de su experiencia clínica Freud ar-
ticula las relaciones fraternales con el complejo de Edipo y
subordina la fraternidad a los padres otorgando al padre la
primacía sobre el hermano y a la madre sobre la hija. Pero
los hermanos no son simples suplentes. El lazo fraternal po-
see una fuerza propia que al relanzar la dialéctica edípica in-
troduce una novedad: los hermanos encarnan, en vivo y en
directo, el encuentro con la rivalidad y la sexualidad, el de-
seo y la castración. Por otro lado, pertenecer a la misma ge-
neración, la posibilidad de ser niños contemporáneamente
facilita poner a jugar entre ellos los personajes edípicos. “A
los niños les es más fácil expresar verbalmente sus senti-
180 • Saber

mientos de odio hacia un hermano que hacia sus propios pa-


dres”, observa Freud.1
El complejo de Edipo –Ödipus-komplex– se amplía, dice Freud,
hasta convertirse en complejo familiar –Familien-komplex–
cuando se suman otros hijos, “en tales casos el perjuicio ego-
ísta proporciona un nuevo apuntalamiento para que esos her-
manos sean recibidos con antipatía y sean eliminados sin
misericordia en el deseo”. 2
La inclusión del tercero y los celos lo llevan al complejo
de hermanos –Geschwister-komplex–.
“Los celos por más que los llamemos normales, en modo
alguno son del todo acordes a la ratio, vale decir, nacidos de
relaciones actuales, proporcionados a las circunstancias efec-
tivas y dominados sin residuo por el yo conciente; en efecto,
arraigan en lo profundo del inconsciente, retoman las más
tempranas mociones de la afectividad infantil y brotan del
complejo de Edipo o del complejo de hermanos del primer
período sexual.”3

En tanto el complejo de Edipo ordena la sexualidad per-


verso-polimorfa y da origen al complejo familiar y al com-
plejo de hermanos es que estos complejos estructuran la ex-
periencia humana y adquieren un carácter determinante en
la constitución del saber inconsciente–.
En Psicopatología de la vida cotidiana, Freud atribuye al com-
plejo de familia el olvido de un nombre propio. “Ha sido el

1. Sigmund Freud, 21ª conferencia. Desarrollo libidinal y organizaciones se-


xuales, AE, XVI, p. 304.
2. Idem.
3. Sigmund Freud, Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la para-
noia y la homosexualidad, AE, XVIII, p. 217.
Complejo de hermanos y saber inconsciente • 181

complejo de familia el que me quitó ese nombre.”4 En esa


ocasión se trataba de su hermana.
Si bien nacer en momentos diferentes lleva a encontrarse
con padres diferentes, compartir la lengua materna, coinci-
dir en el deseo de un Otro, hace a lo propio de este lazo de
consanguinidad único en su género que a través del tiempo
se va transformando. Aventuras del lazo fraternal en las que,
anterior a todo conflicto, el lugar que el destino otorga al
sujeto en el orden de los nacimientos resulta determinante
para la vida de cada uno de ellos y entre herederos y usurpa-
dores, según el orden dinástico, la novela familiar hará de
soporte fantasmático a las diferencias entre uno y otro hijo.
Se trata del hermano no sólo en su acepción biológica sino
como conjunción estructural de imaginario, simbólico y real,
y pensarlo así facilita no quedar atrapados en la imaginería
de los personajes.
La llegada de un hermano aviva la pregunta por el de-
seo materno y precipita el encuentro con la castración. A
su vez, la respuesta dependerá del momento en que hace su
llegada el intruso. “No es lo mismo ser sorprendido en el
desamparo del destete que haber pasado por el Edipo”,
dice Lacan en Los complejos familiares. Precisiones que pue-
den orientar la clínica.
Entre la violencia y el erotismo, a partir de lo real del sexo
del otro (hermano vs hermana, hermana vs hermano) se juega
el misterio de la sexualidad que conmueve al niño y pone en
marcha la investigación y las teorías sexuales infantiles.

4. Sigmund Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, AE, VI, p. 30.


182 • Saber

“Su hace-pipí es todavía chico, ya cuando crezca se le


hará más grande”,5 dice Hans ante la vista de los genitales de
su hermanita, tres años y medio menor, cuyo nacimiento cons-
tituyó el gran acontecimiento de su vida.
En el caso de la joven homosexual Freud destaca la revela-
ción fálica y la fascinación que ejercen los tres hermanos va-
rones sobre el deseo y la posición subjetiva de la paciente al fi-
jar una identificación que determina la elección de objeto: la
dama le recordaba al hermano algo mayor que ella, observa
Freud, en el cuadro de una fuerte fijación a la madre.
En torno a la castración y el falo, ser o no ser el falo, te-
nerlo o no tenerlo como polarizador de la rivalidad entre her-
manos y mediador de la diferencia sexual se ordena, en estos
casos, el lazo fraterno.
En el Hombre de los Lobos, Ana, la hermana dos años ma-
yor, que lleva al hermano a experiencias sexuales precoces y
a la seducción y que muy joven se suicida, tiene gran tras-
cendencia en la vida del paciente.

“Este complejo con mi hermana es verdaderamente el punto


que arruinó mi vida entera, ya que en las mujeres que de al-
guna manera se parecen a mi hermana aparecía nuevamente
la prohibición, se trataba del incesto.”6

La lengua alemana dispone de un solo término para de-


signar la entidad hermanos-hermanas: Geschwister. En su
origen, la palabra se usaba sólo para designar hermanas mu-
jeres. Posteriormente, tanto en singular (das) como en plu-

5. Sigmund Freud, Análisis de la fobia de un niño de cinco años, AE, X, p. 12.


6. Karin Obholzer, Conversaciones con el Hombre de los Lobos, Buenos Aires,
Nueva Visión, 1996.
Complejo de hermanos y saber inconsciente • 183

ral (die) pasa a nombrar la constelación hermano-hermana


y hermanos-hermanas; como si algo de la diferencia se-
xual, del sexo de la hermana, de lo incestuoso se encontrara
allí suspendido o puesto entre paréntesis desde el momento
en que la sexualidad infantil imprime su marca a la rela-
ción. En nuestra lengua es bastante común utilizar como in-
sulto la referencia a los genitales de la hermana que evoca
la cosa embarazosa y escondida, es decir, su sexo y más pre-
cisamente su vagina.
Se pega a un niño, Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad,
son nudos fantasmáticos donde, del castigo a la expulsión,
Freud trabaja la relación fraternal. Y habría muchos más
para nombrar.
El lugar del hermano como intruso, como rival, los celos,
la experiencia que realiza el sujeto cuando comprueba que
tiene hermanos, constituyen el arquetipo del lazo social, ha-
cen a la génesis de la sociabilidad y del conocimiento humano
en el pasaje del lazo fraternal al lazo social.

“Los sentimientos sociales nacen todavía hoy en el individuo


como una superestructura que se eleva sobre las mociones de
rivalidad y celos hacia los hermanos y hermanas.”7

Drama en varios actos: intrusión, seducción, rivalidad y


reconciliación, pasaje de la rivalidad al espíritu de cuerpo que
no desmiente su linaje, el de la envidia originaria.
El sentimiento de masa, así lo llama Freud, no se observa de
entrada en el niño.

7. Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, AE, XVIII, p. 113.
184 • Saber

“Se forma únicamente cuando los niños son muchos en una


misma casa, y a partir de su relación con los padres y se forma,
en verdad, como reacción frente a la envidia incipiente con que
el niño mayor recibe al más pequeño.”8

Del odio a la reconciliación, de lo fraternal al lazo social,


Freud advierte acerca de las limitaciones en el modo en que
los seres humanos se comportan afectivamente entre sí y re-
cuerda el famoso símil de Schopenhauer, sobre los puerco es-
pines que se congelaban pero, sin embargo, ninguno sopor-
taba una aproximación demasiado íntima de los otros.
Narcisismo de las pequeñas diferencias en el que la se-
gregación es condición de la fraternidad
En el año 1936, Freud escribe una carta a Thomas Mann
en la que hace una extraordinaria lectura de lo que podría-
mos llamar el caso Napoleón. Inspirado en el José bíblico
muestra cautela a la hora de dar su versión de la novela his-
tórica de este moderno José. Dice que sus reflexiones son una
construcción hipotética que tienen para él el mismo encanto
del restallido del látigo para un carretero jubilado.
Algunas figuras bíblicas, históricas, mitológicas, de la li-
teratura y el teatro, sobre todo aquellas que resisten el paso
del tiempo, nos llevan a encontrar momentos de coinciden-
cia entre estos textos y el texto analítico en los que precipi-
tan restos valiosos para la transmisión del psicoanálisis. En
este sentido, Freud no fue indiferente a la leyenda inmortal
que se forjó alrededor de Napoleón, estratega y político ge-
nial, que marcaría el destino de Europa.
Thomas Mann dedicó algunas de sus novelas a los her-
manos y al incesto fraterno Por la época en que Freud le di-
8. Idem.
Complejo de hermanos y saber inconsciente • 185

rige la carta acaba de publicar parte de los cuatro tomos que


constituyen la saga sobre José y sus hermanos, personaje bí-
blico fuertemente marcado por la configuración fraternal.
Freud se pregunta si existe un personaje histórico para el
cual la vida de José sería el prototipo mítico, de modo de ad-
mitir que la fantasía de José hubiera sido el motor demoní-
aco oculto tras su compleja vida. Y considera que Napoleón
encarnó ese personaje.
En Moisés y la religión monoteísta leemos
“Si uno es el predilecto declarado del temido padre, no le
asombrarán los celos de los hermanos y adonde pueden con-
ducir estos celos, bien lo muestra la saga judía de José y sus
hermanos”.9

Según la Biblia José, el preferido del padre por ser el hijo


de la ancianidad, despierta la envidia de los hermanos que,
con el propósito de eliminarlo, lo abandonan en un pozo para
luego venderlo. De esa manera, pasa a Egipto como ministro
del faraón, posteriormente perdona a los hermanos, les asigna
tierras, llama al padre y se establece en el país de Gosen. José
es evocado, entonces, como víctima de los celos fraternales.
Napoleón había nacido en Córcega y era el segundo hijo
de una serie de doce hermanos. El hermano mayor, el único
que le precedía, se llamaba José y en la familia corsa las pre-
rrogativas del primogénito son sagradas. Y esa fue la circuns-
tancia que marcó su destino pues es así como “lo casual se en-
trelaza en la vida humana con lo inevitable” sintetiza magis-
tralmente Freud.10

9. Sigmund Freud, Moisés y la religión monoteísta, AE, XXIII, p.103.


10. Sigmund Freud, Borrador de una carta a Thomas Mann , Buenos Aires,
Santiago Rueda (SR), XXI, 1955, p. 405.
186 • Saber

El hermano mayor es el rival por antonomasia: a él le de-


dica el menor una hostilidad elemental, infinitamente honda
que, en años posteriores podrá ser lícitamente calificada como
deseo de muerte. Eliminar a José, colocarse en su lugar, ser
José a su vez debe haber sido el más poderoso anhelo afectivo
del pequeñuelo Napoleón, escribe Freud. Pero José, el odiado
rival, se convierte en el ser más amado y a ese hermano inútil
e irresponsable le perdona casi todo. Freud concluye que aun-
que el odio primordial tienda a transformarse en lo contrario
y sea sobrecompensado como manera de dominarlo, perma-
nece al acecho para desplazarse a otros objetos. “Centenares
de miles de seres anónimos habrían de expiar el hecho de que
el pequeño demonio respetara a su primer enemigo”.11 Según
la hipótesis freudiana, la hostilidad fraternal determinaría la
historia no sólo individual sino también de los pueblos.
Freud sugiere que Napoleón es llevado a Egipto por la
idea fantasmática de reescribir el escenario bíblico y que el
paso por Egipto se le hacía necesario para cumplir su pasión
heroica de hermano y convertirse en José.
Ligado tiernamente a la madre, se esfuerza por sustituir
al padre, muerto prematuramente, en la misión de amparar
a los hermanos. Conquista Egipto y, en años posteriores, ya
de vuelta en Europa exalta a sus hermanos al rango de prín-
cipes y reyes.
En otro plano y determinando la elección de objeto amo-
roso Freud entiende que el enamoramiento de Josefina
Beauharnais era inevitable: gracias a ese nombre puede trans-
ferir una parte de los lazos cariñosos que lo atan al hermano

11. Idem.
Complejo de hermanos y saber inconsciente • 187

mayor. Ella no lo ama, lo trata mal y lo engaña, pero él, por


lo general déspota y cínicamente frío, se aferra con pasión a
ella y no le guarda rencor.
La identificación con José encuentra su máxima expresión
en la famosa expedición a Egipto. A qué otro lugar se podría
ir sino a Egipto si se es José el que quería ser grande a los
ojos de los hermanos, se pregunta Freud.
Es cuando repudia a Josefina, con quien no puede tener
hijos En una segunda unión se convierte en padre de un varón
que recibe el título de rey de Roma. Pero con ello comienza
el eclipse: el gran destructor se dedicará únicamente a su au-
todestrucción. La expedición a Rusia, arriesgada y mal prepa-
rada, significa su fin, como un castigo que se inflige a sí mismo,
entiende Freud, por deslealtad a Josefina, regresión del amor
a la hostilidad original que había sentido hacia José.
José, dice la Biblia, sabe de los sueños. Les cuenta a su pa-
dre y hermanos, que ha soñado con el sol, la luna y las estre-
llas inclinándose hacia él “¿Qué sueño es ese que has tenido?
¿Es que yo, tu madre y tus hermanos vamos a venir a incli-
narnos ante ti hasta el suelo?”, pregunta el padre.12 También
aquí repitió Napoleón otra parte de la historia de José, pero
cumplir el sueño de José lo lleva a la propia destrucción.
El examen de la función de suplencia fraternal en el plano
edípico permite apreciar el alcance de las identificaciones y
la potencia que cobra la imagen del personaje fraternal, me-
diado por el amor incestuosos hacia la madre y la hostilidad
contra el padre.

12. Biblia de Jerusalén, “Génesis: Historia de José”, Bilbao, Desclée de


Brouwer, 1975, p. 53.
188 • Saber

El hermano se constituye en un ideal que adquiere ca-


rácter demoníaco: lleva a la repetición y determina un des-
tino. Los poderes del destino (uno de los nombres del su-
peryó) como motor demoníaco, traducen el trabajo de la pul-
sión de muerte y la necesidad de castigo repitiendo, una y otra
vez, el mismo destino.
En el borrador del capítulo 4 de Das Ich und das Es, Freud
escribe que: la historia del nacimiento de este superyó nos
hace comprensible que conflictos originarios del yo con el ello
puedan continuarse en conflictos del yo con el superyó, su he-
redero. Si el yo no logró el dominio del complejo de Edipo y
el complejo de hermanos (Geschwister-komplexes) su fuerza pul-
sional, que proviene del ello, tendrá efecto en el ideal del yo.
Y agrega que la investidura energética que proviene del ello
volverá a tener efecto en la formación reactiva del ideal del yo.
La profusa comunicación de este ideal con los impulsos pul-
sionales icc resolverá el enigma de que el ideal mismo, en gran
parte inconsciente, pueda permanecer inaccesible al yo.13
Los hermanos, incluidos entre los primeros objetos de
las mociones libidinales del ello, son con la aparición del su-
peryó introyectados en el yo. Consecuencia del complejo de
castración, esos lazos se desexualizan y de esa manera se po-
sibilita la destrucción (Zerstorung) del complejo de Edipo.
Pero, el odio primordial al que se refiere Freud es un
odio anterior al Edipo que da cuenta de un goce, de un ex-

13. Sigmund Freud, Das Ich und das Es, borrador del capítulo 4, “El yo y el
superyó”, inédito. (El manuscrito del borrador, comparado con el correspon-
diente capítulo III de la versión impresa, ha sido establecido en alemán por
Susana Goldmann. A partir de la transcripción, junto con Juan Carlos Cosentino,
realizaron la traducción al castellano.)
Complejo de hermanos y saber inconsciente • 189

ceso que permanece al acecho, como un real no absorbible


por los procesos inconscientes
Ahora bien, el odio no es sólo la contracara del amor. Es
la forma más primitiva de relación con el objeto y remite al
ser. Freud introduce entre el amor y el odio la indiferencia
produciendo un viraje que va de considerarlos como meros
contrarios a esclarecer el origen del odio en la constitución
de un primer exterior, hostil de entrada, y resto de una ope-
ración primera de clivaje. Se vincula con el campo del das Ding
donde lo exterior, el objeto y lo odiado habrían sido al prin-
cipio idénticos.
He visto con mis ojos, dice San Agustín, y observado a un
pequeño dominado por los celos: todavía no hablaba y no po-
día mirar sin palidecer el espectáculo amargo de su hermano
de leche.
Se trata del célebre pasaje de las Confesiones de San Agustín que
Lacan comenta en varios momentos de su obra y le lleva a in-
troducir la dimensión del odio celoso, pasión del odio que anuda
imaginario y real y en el cual la mirada suscita su surgimiento.
Es el espectáculo de un hermano que presentifica el drama
de ser desposeído del objeto, realización en el otro que se
supone gozar del cuerpo materno de una completud de la que
el sujeto queda excluido. In-vidia, mirada sin palabras, primer
movimiento de aversión hacia el hermano que se combina
con la atracción por el objeto con el que está identificado.
Lacan considera que, efectivamente, el sujeto es introducido
a los celos por identificación, de allí que los celos no repre-
senten una rivalidad sino una identificación mental.
El personaje fraternal es el objeto que causa ese senti-
miento organizado alrededor de una relación de tensión es-
190 • Saber

pecular: transitivismo señalado por Henri Wallon, en la cons-


titución del doble fraternal. Lo que revela el transitivismo,
agrega Lacan, es que el yo se constituye al mismo tiempo
que el otro en el drama de los celos. Y en esa vacilación en-
tre el yo y el otro, en el entre-dos, el objeto a, pecho y mi-
rada, en el pasaje de San Agustín.
Los análisis suelen ser el lugar donde la construcción, en
transferencia, de la neurosis infantil permite regresar a luga-
res tempranos de fijación de la sexualidad a los que no son
ajenos los hermanos, a lo que de ese lazo decanta como sa-
ber inconsciente y a los puntos irreductibles de ese saber.
Y en un intento de continuar con la construcción hipoté-
tica propuesta por Freud, de haber tomado José y el odio me-
nos consistencia ante sus ojos, Napoleón no hubiera necesi-
tado dedicarle la vida y encaminarse hacia su propia destruc-
ción. Es en el encuentro con un analista, en la transferencia
y en la relación del sujeto con el saber que el odio y el amor
pueden esclarecerse. Posibilidad que Napoleón no tuvo: la
de hacer con el goce que condensa el odio como respuesta a
un goce perdido donde el fantasma del goce del Otro es sólo
un velo que recubre su inexistencia.

Bibliografía
Paul-Laurent Assoun, Fréres et Sœurs, Tome 1, París, Anthropos, 1998.
Jacques Lacan, Los complejos familiares, Buenos Aires, Homo Sapiens, 1977.
——El Seminario, libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1981.
Henri Wallon, Los orígenes del carácter en el niño, Buenos Aires, Nueva Visión,
1972.
¿Ex-siste el inconsciente?
Eduardo Vidal

Lanzada la pregunta, la respuesta ya está de alguna manera


implicada. Y si la respuesta cada uno la dice a su modo, es por-
que proviene de algo de lo real que insiste en la repetición
de la pregunta.
La pregunta “¿Ex-siste el inconsciente?”, formulada por
un analista, supone la respuesta. Lo que Freud solicita al
analista es que en su proceso de análisis haya obtenido una
convicción del inconsciente. La cuestión que queda abierta
es de qué modo existe el inconsciente. Y sobre eso trato de
decir algunas cosas.
El hecho de que se plantee como ex-sistencia ya nos dice
del desplazamiento que se produjo con el discurso freudiano,
un desplazamiento de la cuestión del ser, que consiste justa-
mente en pasar a un campo que podemos llamar de “ex-sis-
tir”. Y ese desplazamiento no quiere decir que anule la cues-
tión sino, al contrario, que la inscriba en otra dimensión, a tal
192 • Saber

punto que Freud pudo decir que el núcleo de nuestro ser es


el deseo inconsciente. Es en esa hiancia producida por Freud,
que la pregunta sobre el inconsciente puede ser planteada.
Sabemos, entonces, de su existencia. Ahora, ¿de qué forma
lo sabemos? ¿De qué modo? Diría que el inconsciente, a pe-
sar de su aparición inexorable, no está en todas partes. Precisa
de un acto que lo instaure. El inconsciente es un concepto
que proviene de un acto de instauración, cuyos efectos y
consecuencias nos marcan, al punto de que se repita, se vuelva
a repetir. Y en ese sentido, Lacan pudo indicar que no hay
estrictamente un descubrimiento del inconsciente, como si
constituyese ya un saber existente a ser rescatado, no todo,
de la acción de la represión. Habría que pensarlo, me pa-
rece, como el acto freudiano de nombrarlo y los efectos que
provienen de una nominación. Es así que me planteo la cues-
tión del “ex-siste”.
La cosa (das Ding) no tiene existencia a no ser la ex-sis-
tencia a un discurso. La cosa es fundada por el significante al
mismo tiempo que lo excede, por ser introducida en la di-
mensión de ex-sistencia.
Freud, escribe en La interpretación de los sueños:

“Goethe hubo de observar cierta vez cuan susceptible somos


respecto de nuestro nombre, con el cual nos sentimos en-
carnados como si fuera nuestra piel”.1

Es así que pensamos el nombre. Y cuando Freud cita a


Goethe lo hace para decir cómo en el sueño el nombre pro-

1. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, AE, IV, pp. 220-221.


¿Ex-siste el inconsciente? • 193

pio es tratado como un nombre común, de la misma forma


que en los chistes y en las bromas entre amigos y colegas.
En el caso del significante Freud, que tanto lo acosaba de
joven porque era motivo de chacota, por significar regocijo,
alegría, y también goce, era difícil de soportar como nom-
bre. Y de eso se trata, de la suposición de que el nombre nos
constituye como ser. Goethe lo dice para indicar que a pe-
sar de la consistencia de ser que da, no produce otra cosa
que nuestra ex-sistencia. Es decir, ex-sistimos al nombre, de
la misma forma que el inconsciente ex-siste al acto de haber
sido nombrado.
La función del nombre en la formación de un sueño es
particularmente ilustrativa de la posición del analista al in-
consciente. ¿Cómo se localiza topológicamente? ¿Cuál es su
posición ante un concepto que es crucial en su práctica y que
precisamente ex-siste a partir del discurso que lo funda? Esa
tensión que explicita el inconsciente, no vale sólo para el ana-
lizante que lo sufre en acto, sino también para el analista en
cuanto precisa instaurarlo, y hasta inventarlo en ese carácter
evanescente y mínimo que es su aparición.
En cuanto al concepto de inconsciente en que nuestra pra-
xis se sostiene, la existencia es también una exigencia pues
no es suficiente decir que ex-siste; es necesario fundamen-
tarlo, probarlo. Y es a lo que se dedicó con ahínco Freud, y
es donde Lacan lo sigue aún en los últimos seminarios. Este
concepto implica por lo menos dimensiones de tiempo tales
como elaboración de una lógica, definición de sus operacio-
nes, articulación de su trabajo, lectura de su producto.
Dimensiones que son la consecuencia de que el inconsciente
ex-siste al dicho. Sólo hay dicho del inconsciente. Es decir
194 • Saber

que, en un cierto sentido, el inconsciente procede de la pun-


tuación de lo que se dice. Evidentemente, algo que se diga y
que se lo oiga. Freud supo inventar el dispositivo para hacerlo
ex-sistir, en la medida que no habla para el Otro, habla solo,
y su ex-sistencia está probada por el hecho de que se lo diga.
O sea, está supeditado al dicho. Es eso lo que, en ese sentido,
podemos decir: es uno de los conceptos fundamentales de
nuestra práctica.
Me referiré ahora brevemente a dos puntos del texto de
Freud. En la formulación de su Metapsicología, tiene la exi-
gencia lógica de articular la pulsión al inconsciente. Lo hace
indicando el carácter de límite de la pulsión y fundando al
inconsciente a partir de la fijación del representante, lo que
constituye la represión dicha originaria. Lacan supo leer ahí
la estructura topológica de borde que enlaza pulsión e incons-
ciente. El inconsciente se vacía de las representaciones edí-
picas, entre otras, para ser oído como un borde pulsátil de
apertura y cierre. El segundo punto es abordado en El yo y el
ello. La pregunta ¿como algo deviene consciente?2 no se resuelve
por una tópica en que la conciencia llegaría al inconsciente
o que el inconsciente se aproximaría de la conciencia. El in-
consciente permanecerá siempre como lo no reconocido y
es por medio de la representación de palabra pre-conciente
que hace oír sus efectos. Representación palabra que es resto
de lo que fue oído y articulado en la lengua. Sin ese enlace
nada se sabe del inconsciente. Y si puede ser leído, es porque
el pre-consciente opera como una escritura. Esa es, tal vez,

2. Sigmund Freud, “El yo y el ello”, en El problema económico, Buenos Aires,


Imago Mundi, 2005, pp. 27-31.
¿Ex-siste el inconsciente? • 195

la cuestión que me lleva a pensar que su tiempo es el punto


de emergencia, efímero como Vergänglichkeit, el texto de Freud
de 1915. Es de eso que se trata, de la aprehensión de lo que
está en fuga, de aquello que sólo pasa una única vez. Esa
temporalidad, que es la del despertar, sólo el inconsciente
puede producirla. Siempre que el analista no lo suponga como
ya existente, esperando que se lo descubra, como si el in-
consciente ya estuviera allí, como un saber cristalizado en una
historia. Sin duda que ese equívoco se encuentra siempre en
una lámina de tensión en la cual el analista se localiza. Pero
creo que una práctica, y tenemos de eso la experiencia, en
cuanto es una práctica en acto no recupera la memoria de lo
que estaba escrito, y si lo produce, lo escucha en el instante.
En esa temporalidad se puede localizar la propia noción
de trabajo, que se lo supone aconteciendo en la duración. El
trabajo del inconsciente nos interesa por las operaciones
que lo producen y sobre todo en la medida en que algo so-
bra o algo falta, y ese “más”, ese plus indica una dimensión
de valor. A esa dimensión de valor que podemos llamarla de
valor de goce, el inconsciente responde.
Freud introduce el término Genusswert en su escrito “Lo
efímero”, que circunscribe lo que pasa y lo que se pierde a
un valor de falta, es decir que lejos de desvalorizar el objeto
le acrecienta un valor. El Vergänglichkeit, traducido como “tran-
sitoriedad”, debe ser leído como “lo efímero”.3 Es la pulsa-
ción del inconsciente que produce una ética tan peculiar en
oposición a la melancolía gozante del poeta, que acompaña
a Freud en la escena del paseo. El poeta es kantiano y su dis-

3. Sigmund Freud, La transitoriedad, AE, XIV, pp. 309-311.


196 • Saber

curso aspira a la perfección (Vollkommenheit) y a la belleza


(Schönheit); él cree en la eternidad del ser y suspira nostál-
gico ante la experiencia de lo efímero. Freud discute con Kant
en la cuestión del gusto y se sitúa del lado de los que estable-
cieron el goce derivado de la falta. Analiza la operación del
duelo que tiene lugar en la esfera de las investiduras libidi-
nales entre el yo y el objeto. La perdida que desencadena un
duelo precisa ser significativa para el yo. Si el proceso se re-
pite es para circunscribir el agujero reencontrado en la ima-
gen del otro. En cuanto el tiempo del duelo dura, el sujeto
es absorbido por el trabajo de la pérdida. La emergencia de
ese “más”, de un valor excedente es el fin del duelo, y a él se
enlaza el inconsciente. Aquí, la invención de Freud se inscribe
en una línea ética, en la cual podemos mencionar a Heráclito,
la escuela de Epicuro, el Carpe Diem de Horacio. El incons-
ciente produce el corte en acto.
En uno de sus últimos seminarios, Lacan se preguntaba a
qué se identifica el sujeto en el final del análisis. ¿Sería una
identificación a su inconsciente? Ciertamente no. La expe-
riencia del análisis no es la de una reconquista de un saber
en fuga, en fracaso. No hay avance ni progreso en el saber,
ya que a cada paso se aproxima de la imposibilidad. No hay
trazo, ni marca, ni vestigio, ni huella que permitan la identi-
ficación al inconsciente. El inconsciente resta –Lacan dice
“resta” porque no queda eternamente, ya que no hay ninguna
eternidad–, el inconsciente resta siempre Otro.4
Para concluir, me gustaría leerles la posdata del escrito

4. Jacques Lacan, El Seminario, libro XXIV, L’insu que sait de l’une-bevue s’aile
à mourre (1976-77), lección del 16 de noviembre de 1976, inédito.
¿Ex-siste el inconsciente? • 197

de Borges de 1932 que se llama “La duración del infierno”.


El infierno –que para Sartre son los otros5 y que para el psi-
coanálisis puede ser el deseo– no fue siempre el mismo. Con
una cierta ironía, Borges construye el mapa de un significante
que varía de sentido en cada momento de la invención hu-
mana. Es esa la duración del infierno: la creencia que un su-
jeto hace del otro.
Escribe Borges:

“En esta página de mera noticia, puedo comunicar también


la de un sueño. Soñé que salía de otro –populoso de cataclis-
mos y de tumultos– y que me despertaba en una pieza irre-
conocible. Clareaba: una detenida luz general definía el pie
de la cama de fierro, la silla estricta, la puerta y la ventana ce-
rradas, la mesa en blanco. Pensé con miedo ¿dónde estoy? y
comprendí que no lo sabía. Pensé ¿quién soy? y no me pude
reconocer. El miedo creció en mí. Pensé: esta vigilia descon-
solada ya es el infierno, esta vigilia sin destino será mi eter-
nidad. Entonces desperté de veras: temblando”. 6

5. «L’enfer, c’est les autres».


6. Jorge Luis Borges, “La duración del infierno”, en Discusión (1932),
Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1979.
La hendidura del Ich y una
nota sobre el fetichismo
Juan Carlos Cosentino

1. Las identificaciones de objeto

Para Freud el Ich (el yo) se constituye en buena parte desde


identificaciones que toman el lugar (ablösen) de investiduras
del ello, dejadas vacantes (auflassen).1 Así, “el ello es su otro
mundo exterior que el Ich se esfuerza por someter. Retira li-
bido del ello, transforma las investiduras de objeto del ello
en configuraciones del yo”. Abreva, de una manera todavía
oscura para Freud, en experiencias de un tiempo “anterior”
(Vorzeit) acumuladas en el ello, componiéndose como preci-
pitado de las primeras investiduras de objeto del ello. 2

1. En el original alemán (Das Ich und das Es) Freud diferencia el término
“auflassen” (dejar vacante, abierto, libre, disponible) del vocablo “aufgeben” (aban-
donar, resignar).
2. Sigmund Freud, “El yo y el ello” (capítulo V), en El problema económico,
Buenos Aires, Imago Mundi, 2005, p. 64 y 31ª conferencia. La descomposición de
200 • Saber

Cuando Freud traslada el párrafo [8] del capítulo 43 del bo-


rrador de Das Ich und das Es al III de la copia en limpio, su-
prime una frase y, con ella, una importante afirmación.
Comienza introduciendo las “identificaciones de objeto
del yo”4 que no son identificaciones con el objeto sino “iden-
tificaciones como precipitados de relaciones de objeto deja-
das vacantes”.5 Constituyen ese tiempo “ulterior” donde en-
contramos los vestigios, los saldos, los precipitados, de las pri-
meras investiduras de objeto del ello dejadas vacantes en ese
tiempo “anterior” de la identificación fundante.6
Y continúa señalando que aún allí, donde las identificacio-
nes de objeto no llegan tan lejos como en la fragmentación
(Aufsplitterung) de la así llamada personalidad múltiple en que
cada una de ellas o cada yo-parte alternativamente arrebata
para sí la conciencia, surge el tema de los conflictos (que no de-
berían denominarse neuróticos) entre las diferentes identifi-

la personalidad psíquica, AE, XXII, pp. 71-72. La traducción del alemán remite
a Gesammelte Werke (GW), Frankfurt am Main, Fischer Verlag, 1999. Las
remisiones en castellano corresponden, salvo aclaración, a OC, Buenos Aires,
Amorrortu Editores (AE), 1978-85.
3. Futuro capítulo III del escrito publicado.
4. Sigmund Freud, El yo y el ello (capítulo III), AE, XIX, p. 32: “den
Objektidentifizierungen des Ichs”.
5. Sigmund Freud, 32ª conferencia, Angustia y vida pulsional, AE, XXII, p.
84: “Identifizierungen als Niederschläge aufgelassener Objektbeziehunen”.
6. Sigmund Freud, Das Ich und das Es (Entwurf [borrador], Kapitel 4, pp.
12-13), inédito. La temporalidad que inauguran las identificaciones de objeto,
como dejó asentado en el borrador del capítulo 4, es la de un “tiempo-ulte-
rior” (spätere Zeiten) que reescribe el comienzo que falta, designado como Vorzeit,
“tiempo anterior” o, aun, “antes-de-tiempo”. Los manuscritos del borrador y
de la copia en limpio de Das Ich und das Es, comparados con la versión impresa,
han sido establecidos en alemán por Susana Goldmann. A partir de esta trans-
cripción hemos realizado la traducción al castellano de los párrafos utilizados.
La hendidura del Ich y una nota sobre el fetichismo • 201

caciones de objeto en las que se disemina (auseinanderfähren)


el yo. Se trata, recuperando ese párrafo perdido en el pasaje a
la copia en limpio, siguiendo como escribe Freud una obser-
vación acertada del Dr. Frink, de la escarpadura o hendidura
vertical (vertikale Zerklüftung) del yo.7
Una F mayúscula correspondiente a la palabra alemana
“Fall” (caso) al costado izquierdo del mismo párrafo [8] del
manuscrito pero en esta oportunidad de la copia en limpio,
que oscila, que flota entre la fragmentación (de la personali-
dad múltiple) y las diferentes identificaciones (de conflictos
no neuróticos) en las que se disemina el yo, deja un enigma.
¿Cuál es el caso en juego?8
El documento de la copia en limpio del capítulo III in-
cluye, por una parte, cinco páginas con nuevos párrafos que
Freud agrega a partir del curioso destino que sufre el pará-
grafo [9] del borrador9 y, además, otras dos páginas con una
sorpresiva referencia. Se trata de las páginas 20’ y 20’’, con
una nota sobre el fetiche acompañada de un signo caracte-
rístico (√1) ) utilizado por Freud para agregados, sin su marca
o grafía correspondiente en las páginas de ese capítulo III de
la copia en limpio, y que en verdad no sabemos por qué se
encuentra con este documento, pues había sido incorpo-

7. Sigmund Freud, Das Ich und das Es (Entwurf, Kapitel 4, p. 18), inédito.
8. Sigmund Freud, Das Ich und das Es (Reinschrift [copia en limpio], Kapitel
III, p. 15), inédito.
9. El párrafo (9’) del borrador tiene un decurso curioso. Una parte, la pri-
mera oración, ha pasado al parágrafo [9] de la copia y otra parte, la segunda
oración, a la nota que lo acompaña. A su vez, una tercera parte, constituida por
las dos frases siguientes, fue algo modificada y luego tachada, y una última parte,
formada por las dos últimas oraciones, se desplazó a un nuevo párrafo, el [16],
en el pasaje a la copia. Véase Comentario (I).
202 • Saber

rada, en 1920, a los Tres ensayos, coincidente con el Prologo


a la cuarta edición.10

2. La escarpadura ver tical del yo

Esa nota abre un interrogante. Precisemos que la Spaltung


freudiana –ese precio a pagar por la pérdida que se produce
en el tiempo “anterior” de la identificación fundante–11 es an-
ticipada en tres oportunidades en el manuscrito del borrador.
Una vez, en la segunda sección,12 al final del manuscrito, apa-
rece con la forma de una nota breve como: “Idea de la desin-
tegración vertical del yo” (Idee des vertikalen Ichzerfalls). Otra,
en la primera sección,13 también al final del documento,
cuando al referirse a “la alucinación negativa” subraya: “o sea,
lo que es escindido (abgespalten) del yo, el caso experimental
de la escisión vertical del yo (der vertikalen Ichspaltung).
Finalmente, como adelantamos, en el borrador del futuro ca-
pítulo III, con el término vertikale Zerklüftung, “hendidura o
escarpadura vertical”.14
Hasta 1919 la Spaltung freudiana, que se inicia con la es-
cisión de conciencia, se sostiene en lo reprimido-icc.
10. Sigmund Freud, Tres ensayos de teoría sexual, AE, VII, pp. 120-121 y
140, nota 20.
11. Tal como leemos en el borrador del capítulo 4 de El yo y el ello (p. 12):
“detrás del ideal del yo se esconde la primera y la más significativa identifi-
cac[ión] del individuo: la identificación con el padre del tiempo anterior perso-
nal”, o aun “con el padre del antes-de-tiempo personal”.
12. Sigmund Freud, Das Ich und das Es (borrador, segunda sección: “Preguntas
colaterales, temas, fórmulas, análisis”), p. 30, inédito.
13. Idem (borrador, primera sección: “Suplementos y complementos”,
[párrafo 4]), p. 29, inédito.
14. Idem (borrador, capítulo 4), p. 12, inédito. Véase Comentario (II).
La hendidura del Ich y una nota sobre el fetichismo • 203

En Estudios sobre la histeria con el momento traumático so-


breviene la conversión (la defensa) cuyos resultados son la es-
cisión de conciencia y el síntoma histérico. En Las neuropsi-
cosis de defensa Freud no considera como momento caracte-
rístico de la histeria la escisión de conciencia sino la paradó-
jica capacidad para la conversión. Y así se desliza otro nexo
distinto a la escisión de conciencia: el sujeto dividido por el
síntoma de conversión.
En Lo ominoso, en 1919, nos aclara que:

“cuando los poetas se quejan de que dos almas anidan en el


pecho del hombre, y cuando los partidarios de la psicología
popular hablan de la escisión del yo en el hombre, entrevén
esa bifurcación de una instancia particular que puede con-
traponerse al resto del yo, y no la relación de oposición des-
cubierta por el psicoanálisis entre el yo y lo reprimido in-
consciente. Es verdad [concluye] que la diferencia se borra
por el hecho de que entre lo rechazado por la crítica del yo
se encuentran en primer lugar los retoños de lo reprimido”.15

Aunque en el capítulo I de El yo y el ello incurriríamos en di-


ficultades y confusiones si nos aferráramos a nuestra acos-
tumbrada manera de expresión y retrotraemos la neurosis a
un conflicto entre el conciente y el inconsciente. Nuestro en-
tendimiento de las circunstancias estructurales de la vida aní-
mica nos obliga a sustituir esta oposición por otra: “la que hay
entre el yo ensamblado (zusammenhängend) y lo reprimido
escindido de él”.16

15. Sigmund Freud, Lo ominoso (parte II), AE, XVII, p. 235, nota 10.
16. Sigmund Freud, “El yo y el ello” (capítulo I), en El problema econó-
mico, op. cit., p. 21.
204 • Saber

A su vez, la desmentida (Verleugnung) aparece pronto en los


textos freudianos. Mientras en Estudios sobre la histeria se re-
fiere a casos en que el enfermo procura desmentir el recuerdo
patógeno en su retorno,17 en Psicopatología de la vida cotidiana se
dan la mano la desmentida, lo desagradable y el olvido.18
Y un poco después, en 1908 –Sobre las teorías sexuales infan-
tiles–, señala que en la primera de estas teorías (que se anuda
al descuido de las diferencias entre los sexos) sus manifesta-
ciones evidencian que su idea preconcebida, su preconcepto
(Vorurteil) ya ha adquirido fuerza bastante para doblegar a la
percepción. Esta “percepción falsificada” de entonces anticipa
que en 1923 en La organización genital infantil el niño niega
(leugnen) esa falta. Y así, la palabra alemana que Freud utiliza
en ese lugar, “leugnen”, anuncia la que empleará más adelante
en vez de ella, la forma “verleugnen” (desmentir).
Posteriormente, en Neurosis y psicosis, un año después de
la publicación de El yo y el ello, en 1924, se presentan, con
otro alcance y sin ser nombradas, la Spaltung y la Verleugnung.
¿Cuáles son las circunstancias y los medios con que el yo lo-
gra salir airoso, sin enfermar, de esos conflictos (los conflic-
tos del yo con las diversas instancias que lo gobiernan) que
indudablemente se presentan siempre?

“He ahí un nuevo campo de investigación. Para dilucidarlo


deberán convocarse los más diversos factores. Pero por ahora
pueden destacarse dos aspectos. Es indudable que el desen-

17. Sigmund Freud, Estudios sobre la histeria (2. Psicoterapia de la histe-


ria), AE, II, p. 287.
18. Sigmund Freud, Psicopatología de la vida cotidiana (VII. Olvido de im-
presiones y designios), AE, VI, p. 145.
La hendidura del Ich y una nota sobre el fetichismo • 205

lace de tales situaciones dependerá de constelaciones econó-


micas, de las magnitudes relativas de las aspiraciones en lu-
cha recíproca. Y además: el yo tendrá la posibilidad de evitar
la ruptura hacia cualquiera de los lados deformándose a sí
mismo, tolerando menoscabos a su unicidad y eventualmente
hendiéndose [zerklüftet] y partiéndose [zerteilt] [...]. Pero resta
apuntar un problema: ¿Cuál será el mecanismo, análogo a una
represión, por cuyo intermedio el yo se desprende, se desliga
(ablöst) del mundo exterior?”19

3. Una nota sobre el fetiche

Volvamos a ese triple anticipo inédito que no conocíamos, ar-


chivado junto con el borrador de El yo y el ello. No debería lla-
marnos la atención, entonces, que Freud recuperara esa nota
sobre el fetiche, adosada en 1920 a los Tres ensayos, acompañada
de un signo característico (√1) ) utilizado para agregados y que
luego olvidara, junto con la desaparición en el escrito defini-
tivo de los términos “desintegración”, “escisión” y “hendidura”
ubicarla en el texto o en las notas de El yo y el ello.
Además, Freud no conservó los documentos preparato-
rios de los Tres ensayos. Sólo guardó algunas notas de agrega-
dos tardíos, como la nota de 1920, que anexó al manuscrito
de la copia en limpio de El yo y el ello, y el coincidente texto
del Prólogo a la cuarta edición, archivados en la División
Manuscritos de la Biblioteca del Congreso, en Washington.20

19. Sigmund Freud, Neurosis y psicosis, AE, XIX, p. 159: “Sin nuevas indaga-
ciones no puede darse una respuesta, pero su contenido debería ser, como el de
la represión, una sustracción [Abziehung] de la investidura enviada por el yo”.
20. En el Prólogo a la cuarta edición de los Tres ensayos, justamente, el aná-
206 • Saber

Con relación a la alucinación negativa, en Tratamiento


psíquico (1890) nos dice que

“[...] puede aprovecharse la obediencia hipnótica. [...] Así


se puede forzar al hipnotizado a ver lo que no está ahí como
también puede prohibírsele que vea algo que está ahí y quiere
imponerse a sus sentidos, verbigracia, determinada persona
(la llamada alucinación negativa)”.21

Vuelve a aparecer en los historiales de Anna O y de Miss


Lucy R. También en el capítulo VI, Deslices en la lectura, y en
el XII de la Psicopatología, con un ejemplo del propio Freud:

“[...] aunque había distinguido con una mirada fugitiva sus


importantes personalidades [...] eliminé esa percepción si-
guiendo el modelo de una alucinación negativa”.22

Luego, en la parte III de la Gradiva. Finalmente, en


Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños, donde
agrega en una nota a pie de página “que un ensayo de expli-
car la alucinación no debería partir de la alucinación positiva,
sino más bien de la negativa”.23 A su vez, en el manuscrito de
este borrador, con la alucinación como engaño y su respec-
tivo recuerdo, ingresa, junto con la segunda tópica, la esci-
sión vertical del yo.

lisis de los llamados perversos como el análisis de los niños vuelve necesaria
para Freud la “extensión” del concepto de sexualidad. Y en el apartado Desviaciones
con respecto a la meta sexual encontramos, además de la nota anexada en 1920,
dos notas, una agregada en 1910 y otra en 1915, todas referidas al objeto feti-
che y al fetichismo (AE, VII, pp. 140-141).
21.Sigmund Freud, Tratamiento psíquico, AE, I, p. 128.
22. Sigmund Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, op.cit., pp. 255-256.
23. Sigmund Freud, Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños,
AE, XIV, p. 231, n. 30.
La hendidura del Ich y una nota sobre el fetichismo • 207

La idea de la desintegración vertical24 del Ich, al aparecer en


el manuscrito como una nota breve, se desliza entre el “contraste
funcional de lo visto y lo oído significativo también para formas
de neurosis” y los conflictos en el yo (yo-súper/yo o yo-ello).
Finalmente, como anticipamos, el término vertikale
Zerklüftung, “hendidura o escarpadura vertical”, que sólo
permanece en el borrador, parece conectarse con la nota re-
ferida al fetichismo, a través de la F de Fall (caso), que se en-
cuentra en el mismo párrafo pero de la copia en limpio.25 La

24. Para Freud hay problemas topológicos en ese espacio euclidiano del di-
bujo del capítulo II de El yo y el ello. ¿Por qué vertical? Al contrario de lo que su-
cede allí, el capítulo II de La cuestión del análisis profano nos abre otra perspectiva
cuando le informa a su interlocutor acerca de la representación de la estructura
del aparato anímico, precisando a qué llama aparato psíquico y con qué está cons-
truido. Con la referencia a la extensión, al volumen, a la grandiosidad, a la oscu-
ridad y a la profundidad –como un sentido ficcionado– aparece en juego la impene-
trabilidad de este otro espacio, que no puede terminar de construir conceptual-
mente. De este modo, el ello es impenetrable en el espacio euclidiano. El sujeto
se enfrenta con esa profundidad cerrada que da lugar a algo que no se circuns-
cribe al espacio en que se produce: un punto fuera de la superficie del yo. Aquel
punto en el que el borde de la cuna, en el momento inaugural del fort, produce
una ruptura del espacio y lo vuelve heterogéneo. El ello, en la profundidad del
interior del esquema, pasando por los giros de la gramática, ajustado a una ló-
gica que se sostiene de sus aspiraciones singulares se vuelve afuera-ajeno-enemigo.
Véase J. C. Cosentino, “El Inconsciente no-todo reprimido”, en El problema eco-
nómico, Buenos Aires, Imago Mundi, 2005, pp. 37-52.
25. En el párrafo (8) del borrador dice: “Aún ahí, donde esta escarpadura
vertical (siguiendo una observación acertada del Dr. Frink) no llega tan lejos,
surge el tema de los conflictos entre las diferentes identificac[io]nes en las que
se disemina el yo, conflictos que no deberían denominarse neuróticos”. En el
mismo parágrafo de la copia en limpio, donde en el margen izquierdo aparece
la F (Fall, caso), leemos: “Pero incluso sin llegar tan lejos, surge el tema de los
conflictos entre las diferentes identificaciones en las que se disemina el yo, con-
flictos que en definitiva no pueden calificarse completamente de patológicos”
(Das Ich und das Es [borrador, capítulo 4, y copia en limpio, capítulo III, pá-
rrafo 8], p. 12 y p. 15, inédito.
208 • Saber

llamada que Freud no terminó de ubicar y tal vez de reescri-


bir, ocupa las páginas 20’ y 20’’, últimas del capítulo III de la
copia en limpio.26

2. Un mismo campo heterogéneo

Freud anuncia en el borrador de la Introducción de El yo y el ello


que este texto es continuación de Más allá del principio de placer.
Se trata de un registro “casi” inmediato de sus formulaciones
en una fase preparatoria cuando apremia reformular el Icc.
¿Por qué es continuación de Más allá...? Con el giro de
1920 Freud anuncia algo fuera del territorio o del universo
del principio de placer. Un punto heterogéneo en el pasaje
de la neurosis a los sueños,27 que se presenta como un exte-
rior en el interior, siempre excluido. E introduce un cambio
de pregunta. Explorar “la reacción anímica frente al peligro
exterior” entraña una ruptura (Durchbruch) que le abre paso

26. “Una indagación psicoanalítica llevada más a fondo permitió formular


una justificada crítica a la afirmación de Binet [...] ¿Cuál es el verdadero es-
tado de cosas? Tras el primer recuerdo de la emergencia del fetiche yace una
fase del desarrollo sexual enterrada [untergegangene] y olvidada [vergessene] re-
presentada [vertreten] por el fetiche como si fuera un «recuerdo encubridor»,
cuyo resto y decantación [deren Rest und Nieder-schlag] es entonces el fetiche.
El vuelco al fetichismo de esta fase, que corresponde a los primeros años de la
infancia, así como la elección del fetiche mismo, están determinados [determi-
nieren] constitucionalmente.” Das Ich und das Es (copia en limpio, capítulo III),
p. 20’ y 20’’, inédito.
27. Vale decir, los sueños que ocurren en dichas neurosis y “los sueños que
se presentan en los psicoanálisis, y que nos devuelven el recuerdo de los trau-
mas psíquicos de la infancia”. Véase J. C. Cosentino, “Acerca del capítulo I de
Más allá del principio de placer”, en El giro de 1920, Buenos Aires, Imago Mundi,
2003, pp. 24-25.
La hendidura del Ich y una nota sobre el fetichismo • 209

a algo que no se reduce al campo (el del principio de placer) en


que se produce: hay disimetría entre el displacer y el placer.
El borde del irreductible Unlust divide el espacio dejando
asomar su carácter heterogéneo. 28 Entonces, hay ruptura de
la protección antiestímulo.
En el borrador, sus afirmaciones, como en el resto del
documento, se mantienen aún en una etapa preliminar. Freud
anuncia una novedad: la disimetría entre lo reprimido-icc y
un Icc no-todo reprimido.
Un largo y decisivo comentario en el capítulo I de la copia
en limpio de El yo y el ello, en 1923, recordando la extrañeza y
rechazo que produce la irrupción de lo reprimido-icc, vuelve
más notable la incidencia de algo completamente nuevo: el Icc.
Finalmente, como en el resto del documento del borrador,
asoma una formulación en un tiempo aún naciente: Freud su-
giere, en los párrafos (5) y (13) del capítulo II, un Icc que
persiste no-reconocido (unerkannt).
Así, Freud reescribe en El yo y el ello, partiendo de “un ma-
terial que permanece no-reconocido”, la existencia de un in-
consciente no todo efecto de la represión: “un in-dividuo es un
ello psíquico no-reconocido (unerkannt) e inconsciente”. Qué
es el Icc. El Icc es pues lo que se funda de la huella de lo no re-
conocido, de lo imposible de reconocer, que clama por ese mismo
campo heterogéneo que obligaba en 1920 a tomar en conside-
ración un más allá del principio de placer, que divide el espacio
dejando asomar también su carácter disímil, asimétrico.

28. “Una vez agujereado el espacio, la distinción exterior-interior está per-


dida: el carretel de su propio nieto arrojado por encima del borde de la cama de-
saparece –“fortsein”– del lado de allá des Lustprinzips.”. Véase J. C. Cosentino,
“Acerca del capítulo II de Más allá del principio de placer”, op.cit., p. 41.
210 • Saber

Lacan afirma que lo unerkannt es lo imposible de reconocer


aunque Freud no lo subraye donde lo introduce, en el pasaje
sobre el ombligo del sueño. Y aun la noción de lo reprimido
primordial que propone más tarde, en la forma que le es dada,
no pone el acento sobre esa función de imposibilidad. Pero se
olvida que Freud también se refiere al ello o eso psíquico: uner-
kannt und unbewußt (no-reconocido e inconsciente).
¿De qué se trata? Se desprende para Lacan del sentido
del Un, a partir del término Unmöglich que designa en ale-
mán lo imposible.

“Eso no puede ni decirse ni escribirse. Eso no deja de no escri-


birse. Es una especie de negación redoblada: aquélla –con-
cluye- por la cual conseguimos aproximar este empleo com-
pletamente radical de la negación.” 29

4. La falla del saber

Señalemos que un poco después del borrador de El yo y el


ello, anuncia, como adelantamos, la operación de la desmen-
tida que difiere radicalmente de la represión. 30 Luego, en
Fetichismo, afirma que la desmentida implica necesariamente
una Spaltung en el yo.31 Y en el Esquema sostiene que

29. Jacques Lacan, “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter el 26 de


enero de 1975 en Strasbourg”, en Lettres de l’Ecole Freudienne, n° 18, París, 1976,
pp. 7-8.
30. Como anuncia en 1923, en Neurosis y psicosis, op.cit.
31. Así, la creación del fetiche, en 1927, obedece al propósito de destruir
la prueba de la posibilidad de la castración, de suerte que se pudiera escapar a
la angustia de castración: “es en la construcción del fetiche mismo donde han
encontrado cabida tanto la desmentida como la aseveración de la castración”
(S. Freud, Fetichismo, AE, XXI, p. 151). Sin embargo, Freud encuentra feti-
La hendidura del Ich y una nota sobre el fetichismo • 211

“el punto de vista que postula una escisión del yo en todas las
psicosis no tendría títulos para reclamar tanta consideración
si no demostrara su acierto en otros estados más semejantes
a las neurosis y, en definitiva, en las neurosis mismas”.32

La correlación entre desmentida y hendidura redefine la


estructura del sujeto del Icc. Freud describe el proceso de
escisión del Ich, advirtiendo que es la expresión de dos pre-
misas contrarias. “Responde al conflicto con dos reacciones
contrarias, ambas válidas y eficaces”. El sujeto no prescinde
ni de una ni de otra pero en el encuentro con lo real se hiende.
“Las dos partes en litigio reciben su parcela: a la pulsión le
es permitido conservar su satisfacción, a la realidad se le tri-
butó el debido respeto”.33
Las consecuencias de los avances y los impasses freudia-
nos son extraídos por Lacan. La desmentida en juego en este
proceso hay que entenderla como una “negación radical”34

chistas que han desarrollado la misma angustia de castración y reaccionaron


frente a ella de igual manera que los no fetichistas. “Por tanto, en su compor-
tamiento se expresan al mismo tiempo dos premisas contrapuestas. Por un lado,
desmienten el hecho de su percepción, a saber, que en los genitales femeninos
no han visto pene alguno; por el otro, reconocen la falta de pene de la mujer
–la percepción desmentida no ha dejado de ejercer influjo– y de ahí extraen las
conclusiones correctas”. Y así, las dos actitudes subsisten una junto a la otra
durante toda la vida sin influirse recíprocamente. Concluye Freud: “Es lo que
se tiene derecho a llamar una Spaltung del yo” (S. Freud, Esquema de psicoaná-
lisis , partes III. La ganancia teórica y VIII. El aparato psíquico y el mundo ex-
terior, AE, XXIII, p. 204-205).
32. Sigmund Freud, Esquema de psicoanálisis, op.cit., p. 204.
33. Sigmund Freud, La escisión del yo en el proceso de defensa, AE, XXIII, p.
275. Véase también: E. Vidal, J. C. Cosentino, N. Halfón, Refente du sujet et cas-
tration, presentado en el Coloquio Œdipe, une énigme moderne, París, 29 y 30 de
marzo 2008 (en prensa).
34. Jacques Lacan, El Seminario, libro XV, El acto psicoanalítico, lecciones del
212 • Saber

que afecta lo que viene de lo real. Al presentarse, al igual que


la alucinación negativa, como creencia y engaño, emplazado
por lo que es insoportable, sostiene una Spaltung irreductible.
Esta hendidura que se ubica en “el núcleo de nuestro ser” nos
conduce, como el “más allá” y el “Icc que lleva la marca de lo
imposible de reconocer”, a ese mismo campo heterogéneo.35
Hemos visto que el manuscrito lleva la marca de pensamien-
tos apremiados por lo real del psicoanálisis. Sin embargo, en
el escrito publicado se ha perdido toda referencia con la “de-
sintegración”, la “escisión” y la “hendidura”, que aparecen
tres veces en el documento del borrador, y con la nota sobre
el fetiche, que acompaña el manuscrito de la copia en limpio.
De esta forma, lo real provoca su propio desconocimiento:

“¿De dónde podemos recibir el desmentido (démenti)?


Podemos recibirlo de lo real, que es en lo que realmente está
interesada la verdad, porque la verdad [...] sólo puede decirse
a medias, pero no puede referirse más que a lo real. De eso
se trata. La relación de este desmentido con lo real es cierta.”36

Tan innegable que, finalmente en Moisés, para Freud la con-


frontación con el saber inconsciente está sellada por una

28-II y 19-VI-68, inédito (“Le terme de Verleugnung qu’assurément Freud a


fait surgir à propos de tel moment exemplaire de la Spaltung du sujet”).
35. Pues si la operación de la desmentida es estructural y constitutiva del
acto que funda al sujeto como dividido es porque esta operación incide sobre
lo real de esta operación y, a su vez, es inducido por ella. Véase Comissão do
Passe, “A Verleugnung e a formação do analista”, en “Documento para uma
Escola IV. O que é a Escola?”, en revista Escola Letra Freudiana, n° 0, Río de
Janeiro, 2006, pp. 19-24.
36. Jacques Lacan, “Conclusiones en las Jornadas de noviembre”, 8 y 9 de
noviembre de 1975, Maison de la Chimie, París. Publicado en Lettres de l’École
Freudienne, nº 24, París, agosto de 1978, p. 248.
La hendidura del Ich y una nota sobre el fetichismo • 213

Verleugnung constitutiva. Hay algo de lo real que, irremediable-


mente, no se sabe y lo “no-reconocido” escribe la falla del saber.
Así, nos conduce a la necesidad del escrito en el psicoanálisis y
la Verleugnung, que en ese texto no es sin la Entstellung,37 se pre-
senta como la condición de posibilidad de lo que se escribe.
¿Cómo interrogar el saber inconsciente sin la existencia de
la escritura? El rechazo y la incredulidad sentidos por Freud
en la “Acrópolis” como lo real en juego en la experiencia
analítica lo testimonian.

Comentarios
(I) Reproducimos el párrafo (9’) del borrador cuya tercera parte [t↔t],
como anticipamos, fue modificada y luego tachada en la copia en lim-
pio. Sigmund Freud, Das Ich und das Es [Entwurf, Kapitel 4], pp. 12-13,
inédito: “Porque detrás del ideal del yo se esconde la primera y la más signifi-
cativa identificac[ión] del individuo: la identificación con el padre del «tiempo
anterior» personal [dem Vater der persönlichen Vorzeit]. Acaso sería más
prudente decir: con los padres, ya que padre y madre no se valoran como distin-
tos antes del conocimiento de la diferencia de los sexos —la falta de pene. X)
Esta primera identificación –para simplificar, digamos con el padre- no parece
ser el resultado ni desenlace de una investidura de objeto, sino una [identifica-
ción] directa e inmediata; es más temprana que cualquier investidura erótica
de objeto. Sin embargo, las dos in elecciones de objeto, que se refieren al padre y
a la madre, propias del primer período sexual, parecen tener desenlace, en un

37 “Habría que dar a la palabra “Entstellung” (“desfiguración”; “transposi-


ción”) el doble sentido a que tiene derecho, por más que hoy no se lo emplee.
No sólo debiera significar “alterar en su manifestación” [in seiner Erscheinung
verändern], sino también “poner en un lugar diverso” [an eine andere Stelle brin-
gen], “desplazar a otra parte” [anderswohin verschieben]. Así, en muchos casos de
desfiguración-transposición de textos podemos esperar que, sin embargo, ha-
llaremos oculto en alguna parte lo ahogado [das Unterdrückte] y desmentido
[das Verleugnete], si bien modificado y arrancado del contexto. Y no siempre será
fácil reconocerlo” (S. Freud, Moisés y la religión monoteísta, AE, XXIII, p. 42).
214 • Saber

transcurso normal, en una identificación de ese tipo. [t→] Y, como consecuencia


de la particularidad de la constelación edípica triangular, no [será] del modo
descrito para tiempos ulteriores (für spätere Zeiten). En el niño varón, la
elección de la madre como objeto tiene su desenlace en un refuerzo de la identi-
ficación paterna primitiva[;] la actitud femenina que ha tomado al padre como
objeto sexual, una vez superada, deja detrás una alteración del yo en el sentido
de la identificación con la madre [←t] [16] Así puede suponerse como desenlace
más general y frecuente de la fase dominada por el complejo de Edipo, un pre-
cipitado en el yo que consiste en la instauración de estas dos identificac[io]nes,
que de algún modo deben llevarse bien (sich vertragen) entre sí. Esta identifi-
cación conserva su posición especial, se opone al otro yo como ideal del yo o súper-
yo [X) Nota: En la historia de una joven mujer tuve ocasión de enterarme de
que, después de notar su propia falta de pene, no negaba (absprechen) esta pose-
sión a todas las mujeres, sino solamente a las que consideraba de inferior valor,
mientras que su madre, en su imaginación, lo conservaba].
(II) Reproducimos el párrafo (8) del borrador. S. Freud, Das Ich und das
Es (Entwurf, Kapitel 4, p. 12), inédito: Una digresión con respecto a nues-
tra meta pero [una digresión] que no debe evitarse es dejar que nuestra atenc[ión]
se detenga un momento en las identificac[ion]es de objeto en el yo. Si llegan a
ser excesivas, si se vuelven súper-intensas, numerosas y demasiado inconciliables
unas con otras, un resultado patológico anda cerca. Puede sobrevenir una frag-
mentación del yo, de modo que cada yo-parte, alternativamente, arrebata para
sí la Cc, y acaso sea éste el secreto de las personalidades alte múltiples. Aún ahí,
donde esta hendidura o escarpadura vertical (siguiendo una observación acer-
tada del Dr. Frink) no llega tan lejos, surge el tema de los conflictos entre las di-
ferentes identificac[io]nes en las que se disemina el yo, conflictos que no deberían
denominarse neuróticos
Nota introductoria al
Comentario sobre G. Greve
de Sigmund Freud

Este texto, que se publica por primera vez en castellano, es un


comentario que escribió Freud sobre una exposición reali-
zada por Germán Greve ante la sección neurológica del Primer
Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene
en Buenos Aires, en mayo de 1910. Hasta ahora este docu-
mento fue considerado, no del todo correctamente, como re-
sumen de la exposición. Como lo muestra el texto que sigue,
se trata de algo más que de un resumen. Como base para su
preparación se utilizó una fotocopia de la primera impresión
del texto. Freud volvió a mencionar la exposición de Greve tres
años después en Contribución a la historia del movimiento psico-
analítico,1 como una demostración de la extensión internacio-
nal del psicoanálisis en los años posteriores a 1907, después de
la unificación de las escuelas de Viena y Zürich:

“Después de 1907, en los años que siguieron a la unión de las


escuelas de Viena y de Zurich, el psicoanálisis tomó ese ex-
traordinario ascenso que hoy conserva, y del que testimonian
con igual certeza tanto la difusión de los escritos que le son
tributarios y el incremento del número de médicos que quie-

1. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), GW, 10, p.


69 (AE, XIV, p. 29).
218 • Anexo

ren practicarlo o aprenderlo, como la multiplicación de los


ataques de que es objeto en congresos y en sociedades de es-
pecialistas. Emigró a los países más lejanos, y, en todos lados,
no sobresaltó solamente a los psiquiatras sino que se hizo es-
cuchar también por los hombres cultos y los trabajadores de
otros ámbitos de la ciencia. [...] Un médico de Chile (proba-
blemente un alemán) se pronunció en el congreso interna-
cional que sesionó en Buenos Aires, en 1910, en favor de la
sexualidad infantil, y encomió los resultados de la terapia psi-
coanalítica en el caso de los síntomas obsesivos”.2

Así, durante el desarrollo de ese Primer Congreso


Internacional Americano de Medicina e Higiene, llevado a
cabo en 1910 con motivo de la celebración del primer cen-
tenario de la revolución de mayo, el psicoanálisis ingresa a
nuestro país de la mano de uno de los integrantes de la de-
legación chilena, el médico Germán Greve.3
Su exposición “Sobre psicología y psicoterapia de ciertos
estados angustiosos” fue publicada en Actas y archivos del Primer
Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene, com-
pilación del Dr. Luis Agote en Archivos de la Biblioteca para
graduados y profesionales de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires.
Greve, como comenta Freud, detalla con amplitud el tra-
yecto característico de la neurosis obsesiva e introduce la
asombrosa sexualidad infantil “polimorfamente perversa”, dando
cuenta de haber leído atentamente las Anotaciones ampliadas

2. Idem.
3. Véase Eduardo Romero, “Hacia el primer centenario del psicoanálisis en
la Argentina”(<http:/www.descartes.org.ar>), e-texts, Buenos Aires, Fundación
Descartes.
Nota introductoria • 219

sobre las neuropsicosis de defensa y los Tres ensayos de teoría se-


xual.4 Y aun a lo largo del trabajo revela con entusiasmo la
articulación entre la práctica analítica y la construcción teó-
rica a partir de sus reformulaciones:

“[...] el psicoanálisis ha suministrado continuamente el ma-


terial comprobante de la teoría y también el material sobre
el cual se basan las modificaciones sucesivas que el autor ha
ido haciendo en aquella. Del mismo modo, con las variacio-
nes en la concepción de la teoría, ha ido variando, en partes
más o menos importantes, el método curativo que de ella
desprende, y su historia está de tal manera ligada con la de
la evolución de la teoría, que se hace materialmente impo-
sible mantenerlas separadas en su estudio”.

JCC

4. En su exposición Greves no cita la bibliografía freudiana que ha examinado.


No obstante, además de los textos mencionados, hay referencias que indican
que ha leído La herencia y la etiología de las neurosis, Estudios sobre la histeria, La in-
terpretación de los sueños y Psicopatología de la vida cotidiana.
Comentario acerca de G. Greve,
«Sobre psicología y psicoterapia
de ciertos estados angustiosos»,
1910 (1911)
Sigmund Freud1

El autor, que participó de este Congreso como Delegado


del gobierno de Chile, expuso de modo especialmente lumi-
noso y libre de errores el contenido esencial de la doctrina
de la represión y la importancia etiológica del factor sexual
para las neurosis. Con digna modestia se reserva un juicio de-
finitivo sobre la doctrina en su totalidad; sus experiencias,
opina, no le permiten decir más, ya que por regla no había
puesto en práctica el análisis más allá de aquellas causas de la
enfermedad producidas en la pubertad [y aun cuando nos mos-
tramos reservados para emitir una opinión propia, se nos ha de
perdonar, ya que nuestra experiencia personal no alcanza a abar-
car toda la latitud de sus doctrinas].2
Pero muchas de sus declaraciones no dejan duda de la con-
vicción a la cual se inclina. La existencia de la sexualidad in-
fantil le parece probada con seguridad por las investigacio-
nes realizadas [demostrada hasta la evidencia]; el y otros [todos

1. Publicado en Zentralblatt für Psychoanalyse, tomo 1 (1911), p.594, bajo


“Reseñas y Críticas” y como Besprechung von G. Greve “Sobre psicología y
psicoterapia de ciertos estados angustiosos”, 1910, en GW, Nachtragsband,
Frankfurt am Main, Fischer Taschenbuch Verlag, 1999, pp. 501-502.
2. Freud transcribe en castellano y entre paréntesis el primer párrafo de la
exposición de G. Greve que para destacarlo lo colocamos entre corchetes y en
itálicas.
222 • Anexo

nosotros] habían tenido oportunidad de observarla en niños


neuróticos en los que se presenta con ciertos rasgos de ex-
ceso. También, la aplicación de un tratamiento analítico in-
completo había sido suficiente en gran número de casos para
lograr una considerable mejoría del estado psíquico general
y lograr que los enfermos recuperen su capacidad de desen-
volverse, aunque los síntomas siguieran persistiendo en me-
nor intensidad. [... para traer una notable mejoría del estado ge-
neral psíquico del paciente, aun cuando puedan seguir persistiendo
síntomas que, por su poca acentuación, no aparenten enfermedad y
no lo inutilicen para la sociedad.]3 (El expositor quiere destacar
especialmente qué cabal comprensión de las enfermedades
neuróticas se revela en el hecho de no buscar el éxito tera-
péutico en la eliminación de algunos de sus síntomas sino en
lograr la capacidad de producir en la vida.)4 El autor pon-
dera la neurosis obsesiva como especialmente accesible a la
terapia analítica; cierta vez, en dos consultas confidenciales
que juntas no llegaron a durar una hora, logró eliminar ideas
obsesivas que habían sido resistentes a cualquier otro trata-
miento. El autor anima a sus colegas a concederle total aten-
ción a las doctrinas sobre las que está exponiendo; las mis-
mas estarían fundadas en la investigación más cuidadosa y
de ellas podrán extraer mucho que podrá ser aplicado para
gran beneficio de sus enfermos. [Pero insisto ante vosotros, que
de un atento estudio de las teorías de Freud, teorías basadas en la

3. Continúa con las tres siguientes referencias de la exposición de G. Greve


en castellano.
4. En este paréntesis se trata, en cambio, de una acotación de Freud y por
lo tanto en el original está escrito en alemán.
Comentario acerca de G. Greve • 223

más escrupulosa y paciente observación de hechos clínicos que se pueda


exigir, podréis cosechar mucho, muchísimo que puede favorecer a
vuestros enfermos.]5
Agradecemos al colega (probablemente alemán) en el le-
jano Chile por la valoración imparcial del psicoanálisis y por
la inesperada confirmación de su efecto curativo en países ex-
tranjeros.

Traducción: Susana Goldmann

5. Última referencia que hace Freud en su “Comentario” de la exposición


de Greve en castellano.

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