Vislumbre de Fundamentos Del Evangelio PDF
Vislumbre de Fundamentos Del Evangelio PDF
Vislumbre de Fundamentos Del Evangelio PDF
Vislumbre de
Fundamentos del
Evangelio
Chile 2009
GINO IAFRANCESCO V.
Ediciones Piedad
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VISLUMBRE DE FUNDAMENTOS
DEL EVANGELIO
GINO IAFRANCESCO
EDICIONES PIEDAD
SANTIAGO - CHILE
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PROLOGO
Este material debería ser parte integral de lo que cree la iglesia, que
palpita a Jesús y Su voluntad y Su venida. En medio de una genera-
ción pervertida, su pueblo ha de brillar como luminares, depositando
nuestro corazón y fe en Su preciosa palabra, y por tanto, en Su pre-
ciosa Persona.
Sin lugar a dudas, la lectura del presente texto nos traerá riqueza y
gran ánimo para seguir sirviendo a nuestro gran Dios y Salvador Je-
sucristo.
ÍNDICE
1. Suma y paradigma 7
2. La prioridad del Arca 17
3. Predicamos a Jesucristo 25
4. Dios tiene un Hijo desde la eternidad: Personalidad 37
5. El testimonio divino ante el conflicto
de las civilizaciones 41
6. El Verbo de Dios 53
7. La Divinidad del Hijo 63
8. La persona del Hijo 75
9. Manifestaciones teofánicas del Hijo de Dios
antes de la encarnación 79
10. La Encarnación 85
11. Base de la eficacia 105
12. Tres escenas del Espectáculo 111
13. Recapitulación 119
14. Las aflicciones de Cristo por su Cuerpo, y el misterio 125
15. Persona, Divinidad, Teofanía 139
16. Elementos de la promesa: La Sangre
y el Espíritu de Cristo 157
17. Valor polifacético de la Sangre de Cristo 163
18. La Cruz 169
19. El Óleo de la Santa Unción 183
20. Tres niveles de la Cruz 199
21. Primer nivel de la Cruz y tres niveles de Perdón 205
22. El valor de la Sangre de Cristo
ante nuestra conciencia 213
23. La circulación del Arca. La obra del Señor,
la obra del Espíritu I 219
24. Segundo nivel de la Cruz 229
25. Lo indispensable de la realidad de Cristo en nosotros 243
26. Ciertas paradojas 251
27. Libertados para fruto 261
28. ¿Quién me librará? 275
29. La normalidad de una iglesia bíblica 291
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Capítulo Uno1*
Suma y Paradigma
LA LOCURA Y LA CORDURA
Dice el Señor que: “….te guardaré de la hora de la prueba que ha
de venir sobre el mundo…” (Mt.32:36). Porque será una prueba más
acentuada, más seria. Siempre ha habido una batalla; bueno, no siem-
pre, pero digamos que desde la rebelión de Satanás en los cielos; y
para nosotros los hombres, desde que nacemos. Pero todo comenzó
con la batalla en los cielos, con la rebelión de Lucifer, con aquel que-
rubín que quiso ser como Dios.
Y Dios lo permitió, y lo hizo con mucha sabiduría, pues Él no es afec-
tado negativamente. Dios nunca puede ser vencido, nunca puede ser
derrotado, nunca puede ser disminuido, ni humillado, aunque el Se-
ñor Jesús como hombre se humilló a sí mismo, pero lo hizo volun-
tariamente. Pero ha habido una insolencia terrible contra Dios, y ha
habido ofensa terrible contra su santidad, contra su gloria, contra su
justicia. Y porque la ha habido, habrá un juicio. La locura del enemigo
le ha hecho creer que puede ser semejante a Dios, y se le ha permitido
esa locura para que sirva de prueba para todos; por lo tanto, podría-
mos decir que hay una guerra entre la locura y la cordura. La cordura
es el Señor, la cordura es la del Hijo de Dios.
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hacer…” (Jn. 8:44). Lo que hay en lo íntimo del corazón de los hijos
del diablo, es lo mismo que hay en el corazón del diablo, y están cons-
cientes de esto, llamándole a Satanás “padre”. En cambio, otros han
sido engañados y le están siguiendo, y que igualmente se hallarán
con él en el infierno. Es necesario reiterar constantemente que Dios no
hizo el infierno para los hombres, sino que lo hizo para Satanás y sus
ángeles, pero que estará lleno de millares de hombres y de mujeres
supremamente incómodos en él.
Dios desea que todos los hombres y mujeres procedan al arrepenti-
miento, porque él no es un dictador, aunque es soberano y todopode-
roso, pero no usa su poder de una manera arbitraria. Dios quiere las
cosas como él las tiene en su Trinidad, o sea, en armonía, en conside-
ración mutua, en consenso. Así es el carácter de Dios, y él quiere todo
de esa manera.
Dios no va a conquistar de la manera que lo han hecho los llamados
conquistadores en la historia, pues ellos han hecho sus tronos en base
a muerte. En cambio Dios nos conquista con su amor enviándonos su
Espíritu y su Palabra, y aún más, pues siendo sus enemigos, él toma
la iniciativa de reconciliarse con nosotros, de manera que Dios ha he-
cho todo lo habido y por haber para salvar al hombre, y lo seguirá
haciendo hasta cuando Él estime que no es conveniente continuar, así
como tuvo que decidirlo antes del diluvio, porque “…todo designio
de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente
el mal” (Gn.6:5).
LA CONTENCIÓN DE DIOS
Por lo que Dios dice que: “No contenderá mi espíritu con el hom-
bre para siempre…” (Gn.6:3). Dios contendió con el hombre, y esa
contención de Dios con nosotros es por pura gracia. Bienaventurado
aquel contra quien Dios contiende, porque la contienda de Dios es
su amor. Cuando él contiende con nosotros, él nos está amando, está
procurando librarnos de la locura y traernos a la cordura. La verdade-
ra bendición de Dios, en quien están escondidas todas las bendiciones
espirituales, es en Cristo. Toda bendición espiritual desde antes de
la fundación del mundo, está en Cristo, y que fueron anticipadas a
través de profecías, a través de tipologías, pero ya la totalidad de la
bendición divina es Cristo, y los que son escogidos no lo son por algo
que ellos son en sí mismos, sino que son escogidos en Cristo.
La Biblia dice que: “…nos escogió en él (…) para ser adoptados hijos
suyos por medio de Jesucristo…” (Ef.1:4). Dios escogió a Cristo y nos
dio a todos a Cristo, para todo aquel que quiera. “…Ven. Y el que oye,
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diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de
la vida gratuitamente” (Ap.22:17). Él nos llama a venir, y seguramen-
te él también nos ayudará a llegar, así como él le dice a un paralítico
que se levante y ande, pues de esa misma manera él nos ayudará a
pararnos y andar. Dios no sólo nos va a dar un mandamiento, sino
que nos va a dar el socorro y la gracia suficiente para obedecerle. Dios
sabía quiénes recibirían a Cristo en su miseria y quienes querían la
bendición de él; esa fue la diferencia entre Jacob y Esaú. A veces, pa-
reciera que Dios lucha contra las personas, pero esta lucha es para
despertar la búsqueda de la bendición que es Cristo.
Cristo es la bendición de Dios, y Dios se la quiere dar a todos, por eso
manda que se le anuncie el Evangelio a toda criatura, aun sabiendo
que no todos lo van a recibir. El Señor nos dice “… si alguno quiere
venir en pos de mí…” (Lc.9:23-24). Dios quiere que todos sean sus
discípulos, pero él no obliga a nadie, sino es sólo para el que quiera
aceptarlo. Entonces, Dios tiene una elección eterna, un conocimiento
eterno y un amor eterno, y él ha hecho las cosas correctamente. Él nos
ha invitado a todos, y cada día es una extensión de esa invitación.
Cada día que abrimos los ojos vemos que Dios nos está llamando a
salir fuera y venir a él. Así es la novia, así es la Iglesia y Dios tendrá su
identificación con ella; habrá una sincronía en su corazón, la cuerda
que vibra en el corazón de Dios encontrará eco en otros corazones, en
los de los hijos de Dios, en los que declaran realmente que Dios se ha
revelado en Cristo. Este es nuestro paradigma, el punto de vista de
Dios, el de su Espíritu, el de su carácter, porque los hijos y las hijas de
él lo quieren con todo lo suyo.
La Palabra de Dios expone, avergüenza y juzga la identidad distinta a
Dios: “El que no es conmigo, contra mí es…” (Lc.11:23). El Señor dice
esto, porque no se puede ser neutral, sino que hay que pronunciarse
por el Señor. Es mejor que la Iglesia se prepare a no ser ambigua,
sobre todo en estos tiempos donde a lo malo se le llama bueno, y a lo
bueno se le llama malo. Lo que se espera de la Iglesia, es que se iden-
tifique con Dios, que la Iglesia lo conozca como él es, en su amor, en
su Trinidad, en su solidaridad con nosotros, en las razones que tuvo
y que lo condujo a la encarnación y a la expiación.
En Éxodo, cuando Moisés tenía que decirle al pueblo lo que Dios le
pedía, escribió esto en el capítulo 25, y así dice el Dios de Israel: “Y
harán un santuario para mí…” (Ex.25:8). Ese verbo “harán” apare-
ce por muchas partes en la Biblia; por ejemplo: “Harán también un
arca…” (Ex.25:10), que representa al mismo Cristo. Ahora, nos dice
que le hagamos un arca para que Cristo sea formado en nosotros.
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EL CANDELERO
Antes era más fácil porque era sólo una figura, era madera y plata,
pero hoy las verdaderas maderas somos nosotros, el servicio somos
nosotros. Pero aun así, él dice que le hagamos un arca, y que le haga-
mos una mesa con panes de la proposición, y un candelero cuya vara
del centro representa el Cristo. Y este candelero tiene brazos ahí al
centro derecho, y al centro izquierdo, y tiene otros brazos a la derecha
y a la izquierda, y todos caben en el mismo candelero.
Nosotros sólo tendríamos candeleros de izquierda o de derecha, pero
poner en la misma mesa a Simón el zelote, con Mateo el publicano,
solamente se le ocurre al Señor Jesús. Nosotros sabemos quiénes eran
lo publicanos, eran los oligarcas de la época, los oligarcas nacionales
que hacían negocios con los imperialistas, que no les importaba el
pueblo de su nación, sino sólo les interesaba el dinero y les gustaba
que su país estuviera bajo el dominio de los imperialistas. Y pagaban
los impuestos adelantados al imperio, para cobrarle los intereses a su
propio pueblo; por eso eran aborrecidos los publicanos. Sin embargo,
el Señor llamó a Mateo.
Simón el zelote era del otro lado. Los zelotes eran los cananitas, que
amaban su patria y no soportaban a los imperialistas, ni tampoco a los
oligarcas de su propia patria; y no solamente ideológicamente, sino
con cuchillo y con espada los mataban. Así el Señor tuvo gente de la
izquierda y la derecha en su mesa, como en el candelero. Aquí los
brazos de centro derecha y centro izquierda se podían encontrar en
una manzanita que es fruto del Espíritu. El candelero es como el árbol
de la vida, y también es comparado con un manzano, que es Cristo.
En Cantar de los Cantares se nos dice que Cristo es el manza-
no: “Como el manzano (…) bajo la sombra del deseado me senté y
su fruto fue dulce a mi paladar” (Cnt.2:3). El candelero tiene nueve
manzanas, tres manzanas en la caña central y una manzana en cada
brazo, que representan el amor, gozo, paz, paciencia, benignidad. Se-
guramente la manzana del amor es la que está en el centro arriba
donde se junta en centro derecha y centro izquierda, pero la manzana
de más abajo donde se juntan la ultra derecha y la ultra izquierda se
llama paciencia. Y paciencia se traduce también en longanimidad, y
así se puede ir colocando las otras manzanas, pero tienen que estar
todas las nueve, bien equilibradas en Cristo, porque él es la realidad,
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LOS ALTARES
Por eso era que la vida de los patriarcas era una vida de altares, y
cada altar era una consagración más profunda, porque en cada consa-
gración Dios lo liberaba de más problemas y más complicaciones con
Satanás. Cuando Abraham se consagraba en el primer altar, significa-
ba una primera cosa, y Dios estaba muy feliz porque Abraham había
sido liberado de algo, algo que lo dañaba a él mismo, y luego Dios lo
conducía a un nuevo altar, y en ese nuevo altar había algo más que
consagrar. Hasta ahora, ni siquiera se nos había pasado por la cabe-
za que estábamos atados a determinadas cosas que considerábamos
normales.
El Señor quiere que edifiquemos un altar más avanzado que el ante-
rior, pidiéndonos lo que más amamos, incluso devolviéndole lo que
él mismo nos dio. Los altares nos introducen en el seno de la Trinidad
para participar de la naturaleza divina, y ser libres de las cosas que
son vergonzosas, que son distintas a nuestro Señor. Él tiene que hacer
un trabajo a fondo con nuestras vidas. Él nos ha dado una identidad
y es la identidad de él mismo, la del Padre, la del Hijo y la de su Es-
píritu.
Quién iba a pensar que Dios, siendo absoluto soberano, respete in-
cluso al ser humano más pequeñito, inclusive a los que se quieren ir
al infierno. Dios no quiere que vayan, pero ellos insisten y él lucha
hasta cuando sabe que se cruza una línea, entonces deja de luchar y
los entrega.
“…No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre…” (Gn.6:3).
Es muy delicado desaprovechar las contiendas de Dios. Cuando nos
redarguye, cuando nos corrige, cuando nos humilla, cuando nos tra-
ta, nos está diciendo que todavía hay oportunidad. Bienaventurado
aquel a quien Dios trata, porque no lo ha entregado a su locura. La sa-
biduría es el temor a Dios, y la inteligencia es apartarse del mal, pero
en este conflicto que estamos, no todos están en la línea del Espíritu.
LA PROPUESTA DE DIOS
Capítulo Dos2*
ORDEN DE LA MUDANZA
Ahora continuemos viendo aquellas instrucciones de Dios a su pue-
blo: “Cuando haya de mudarse el campamento, vendrán Aarón y sus
hijos y desarmarán el velo de la tienda, y cubrirán con él el arca del
testimonio; y pondrán sobre ella la cubierta de pieles de tejones, y
extenderán encima un paño todo de azul, y le pondrán sus varas. So-
bre la mesa de la proposición extenderán un paño azul, y pondrán
sobre ella las escudillas, las cucharas, las copas y los tazones para
libar; y el pan continuo estará sobre ella. Y extenderán sobre ella un
paño carmesí, y lo cubrirán con la cubierta de pieles de tejones; y le
pondrán sus varas. Tomarán un paño azul y cubrirán el candelero del
alumbrado, sus lamparillas, sus despabiladeras, sus platillos, y todos
sus utensilios del aceite con que se sirve; y lo pondrán con todos sus
utensilios en una cubierta de pieles de tejones, y lo colocarán sobre
unas parihuelas. Sobre el altar de oro extenderán un paño azul, y lo
cubrirán con la cubierta de pieles de tejones, y le pondrán sus varas.
Y tomarán todos los utensilios del servicio de que hacen uso en el
santuario, y los pondrán en un paño azul, y los cubrirán con una cu-
bierta de pieles de tejones, y los colocarán sobre unas parihuelas. Qui-
tarán la ceniza del altar, y extenderán sobre él un paño de púrpura; y
pondrán sobre él todos sus instrumentos de que se sirve: las paletas,
los garfios, los braseros y los tazones, todos los utensilios del altar;
y extenderán sobre él la cubierta de pieles de tejones, y le pondrán
además las varas. Y cuando acaben Aarón y sus hijos de cubrir el san-
tuario y todos los utensilios del santuario, cuando haya de mudarse
el campamento, vendrán después de ello los hijos de Coat para lle-
varlos; pero no tocarán cosa santa, no sea que mueran. Estas serán las
cargas de los hijos de Coat en el tabernáculo de reunión” (Nm.4:5,15).
El Señor tenía que enseñar a su pueblo el orden de Dios y su delica-
deza, para que su pueblo conociera al Señor y aprendiera a caminar
personal y colectivamente conforme a su voluntad. Es necesario com-
prender que todo aquello de la nube levantándose y bajando, es para
mostrarnos a no andar conforme a nosotros mismos, a no andar con-
forme a la costumbre, conforme a la inercia; sino que andar conforme
a él mismo y tener un contacto directo con él, con la nube y que sea su
presencia la que nos guíe, la que nos hace levantar o detener, la que
nos hace hablar o callar, la que nos da tiempos de fiestas, o a veces
tiempos de pruebas.
En la Palabra que acabamos de ver, podemos apreciar que aparecen
dos veces, al principio y al final del último pasaje la frase: “Cuando
haya de mudarse el campamento”, porque llega un punto en que el
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Señor quiere enseñarnos algo para avanzar, no sea que nos pase lo
que se dice en el libro de Oseas: “Efraín se ha mezclado con los demás
pueblos; Efraín fue torta no volteada” (Os.7:8). ¿Qué pasa si la torta
se cocina mucho tiempo? Va a quedar por un lado negra, carbonizada
y al otro lado va a estar cruda. Así nos pasa si no atendemos la direc-
ción del Espíritu, nos quedamos carbonizados en una cosa porque
permanecemos más de la cuenta en lo mismo siguiendo costumbres.
Cada pueblo del Señor era una torta, así como también la Iglesia es un
pan. En ese entonces, una torta era Rubén, otra Simeón, otra Leví, etc.
Cada tribu era una torta, era un pan de la proposición, o sea de la pro-
puesta. Dios tiene una propuesta que es la vida de Cristo en la Iglesia,
la vida de la Iglesia en Cristo; por lo tanto, Israel era una figura, pero
ahora en el Nuevo Testamento, el pan es el cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia. Dios nos está amasando para que juntos seamos una propues-
ta de vida; la vida de la Iglesia en Cristo. La obra de Jehová tiene que
ser con seriedad, no con indolencia. Eso fue lo que hizo Saúl, porque
él debía haber aplicado el juicio de Dios, y no representó al Señor con
su actitud.
Al Señor hay que representarlo con equilibrio, representar su miseri-
cordia y su santidad, así como dice la Palabra: “Maldito el que hiciere
indolentemente la obra de Jehová, y maldito el que detuviere de la
sangre su espada” (Jer.48:10). O como dice Pablo: “Mira, pues la bon-
dad y la severidad de Dios…” (Ro.11:22). Necesitamos aprender el
equilibrio del Señor, y para que el pueblo aprenda, él nos dice: “Quie-
to estuvo Moab desde su juventud, y su sedimento ha estado reposa-
do, y no fue vaciado de vasija en vasija…” (Jer.48:11). “…Ni nunca
estuvo en cautiverio; por tanto quedó su sabor en él, y su olor no se ha
cambiado.” (…) “… Y vaciarán sus vasijas, y romperán sus odres. Y se
avergonzará Moab de Quemos, como la casa de Israel se avergonzó
de Bet-el, su confianza” (Jer.48:11-13). O sea, esto nos muestra cómo
el Señor nos pasa de una experiencia a otra, porque nos ama y nos
quiere maduros.
Continuando con Números capítulo 4, notemos cuál es la prioridad
al trasladar el campamento. ¿Cuál es el primer cuidado? El Arca es el
primer cuidado, porque es la que va a presidir, porque el crecimiento
tiene que ver con ella.
El Señor Jesucristo dijo una frase que tiene que ver con esto cuando
preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el hijo del
hombre? (Mt.16:13). Y había muchas opiniones acerca de Jesús, pero
luego le preguntó a los suyos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y
Pedro movido por el Espíritu Santo, se levanta y dice: “Tú eres el Cris-
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CRISTO Y LA IGLESIA
El Arca es una caja con medias medidas; es decir, todas las medidas
son las mitades, porque al ser un Arca de la Alianza, no puede ser uno
solo, sino representa dos mitades de un todo. Ahora el Arca tiene que
“aliarse” con alguien, para unirse, para casarse, como un abrazo entre
el cielo y la tierra. Dios quiere casarse con su creación, con su Iglesia,
con la humanidad, por lo tanto, él es una mitad y nosotros somos la
otra, como el varón y la mujer. Encima de esas medias medidas de la
caja del Arca, que nos habla de Cristo, en quien se une Dios y el hom-
bre, está el propiciatorio.
El propiciatorio nos habla de la esencia del evangelio, nos habla de la
muerte de Cristo. Pero no sólo nos habla de la muerte, por el hecho de
ser el lugar donde se colocaba la sangre, sino que también nos habla
de resurrección y ascensión. El Sumo sacerdote entraba y ponía la
sangre en el propiciatorio; pero ¿por qué el sacerdote tenía que in-
troducir esa sangre dentro del Lugar Santísimo y colocarla en el pro-
piciatorio? La sangre no se quedaba afuera en el atrio en el Altar de
Bronce del atrio, donde se sacrificaban los corderos, sino que el sumo
sacerdote tenía que introducirla en el Lugar Santísimo. A Moisés se le
dijo que hiciera eso, conforme al modelo que se le fue mostrado en el
monte, pero Juan vio las cosas reales. En Apocalipsis se ve que Juan
vio el Arca, y el Arca se veía en el templo. En Apocalipsis tenemos la
realidad y con Moisés tenemos la figura; entonces, era necesario ver
el propiciatorio junto con el Arca, porque el propiciatorio es la tapa
del Arca.
Existe una jerarquía y orden en los asuntos. Hay cosas que están en el
Lugar Santísimo, cosas que están en el Lugar Santo, otras en el Atrio,
cosas que están afuera, cosas que están adentro. Pero ¿cuál es el lugar
más importante del Tabernáculo? El Lugar Santísimo. ¿Y qué es lo
que el Señor puso en el Lugar Santísimo, en el lugar central de todo?
El Arca. Ahora, al mudar el campamento, al tener que avanzar, ¿cuál
es el primer cuidado? El Arca; y el Arca tienen sus materiales, que ha-
blan de la persona y obra del Señor Jesús. Hay que conocer al Señor,
en su relación trinitaria con el Padre y el Espíritu Santo. Conocerlo
en su humanidad, como Dios y como hombre. La persona y obra de
Cristo, es lo que está entronizado en el Arca, con el propiciatorio, y
eso es lo que hay en el Lugar Santísimo. Eso es lo primero.
He ahí está el Arca que es Cristo, y sólo debajo de esa palabra está la
eternidad, su lugar en la Trinidad, su despojamiento, su encarnación,
su persona divina y humana. Cristo caminó sobre las aguas, echó fue-
ra demonios, multiplicó los panes, etc., pero si no hubiera muerto no
23
Capítulo Tres3*
Predicamos a Jesucristo
*
Mensaje predicado en la localidad de Curaco, Novena Región, el 24/08/2009.
26
EL MESIAS PROMETIDO
Sabemos que Jesús entabló una conversación con ella, y ella le
dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mu-
jer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre
sí” (Jn.4:9). Entonces el Señor le dice: “Si conociera el don de Dios,
y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría
agua viva” (Jn.4:10). Así el Señor le promete que le daría un agua
con la que no tendría más sed, y ella responde: “Sé que ha de venir
el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las
cosas” (Jn.4:25).
Ella sabía que tenía que venir el Mesías; no sólo los judíos de Judea,
sino incluso los samaritanos, que eran de las diez tribus de Israel (de
las otras diez tribus que se habían mezclado con otros pueblos), pero
27
tema central, perdemos el equilibrio; todas las cosas tienen que ver
con Cristo, porque todo fue hecho para él, y en él está la base de todo.
Él es la última palabra de Dios y que todas las cosas al final son para
él, y para su gloria.
Por esta razón, hemos visto que los siervos de Dios no se predican
a sí mismos, sino a Jesucristo, y que el evangelio de Dios es acerca
de nuestro Señor. Luego dice que los apóstoles todos los días, en el
templo y por las casas – porque ellos también se reunían por las ca-
sas como nosotros, porque lo aprendimos de la Biblia –, dice que no
cesaban de predicar y de enseñar de Jesucristo. Esa era la doctrina de
los apóstoles, el evangelio de Dios acerca de su Hijo. Entonces, no nos
predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo, y también enseña-
mos sobre él.
Ahí hay dos palabras que se traducen así: predicar y enseñar. Mu-
chas veces nosotros pensamos que es la misma cosa, pero no lo es;
una palabra es kerigma - predicaciones. Kerigma es la proclamación
profética en el Espíritu, según la coyuntura de la necesidad que haya.
Siempre Dios proclama lo que Jesucristo es y la obra de Jesucristo
para enfrentar cualquiera sea la situación. Por otra parte, está la Di-
daché - enseñar. La enseñanza es la didaché y la predicación es el
kerigma. Kerigma y Didaché. Los apóstoles no cesaban de predicar
(kerigma) y enseñar (didaché) a Jesucristo.
De la palabra didaché viene didáctica; es decir, era una enseñanza
didáctica, ordenada, acerca del Señor Jesús; y también la palabra ke-
rigma, una proclamación profética acerca de Jesucristo que todos los
días hace el Espíritu Santo, porque Él vino para que Jesucristo sea
glorificado, para que Jesucristo sea predicado y enseñado todos los
días en el templo y por las casas. Por lo tanto, para que la gente sea
evangelizada era necesario predicar y proclamar, pero luego había
que enseñar, y enseñar didácticamente acerca del Señor Jesucristo.
Por esto, Dios ponía a los profetas junto con los maestros, para que
se acompañen y complementen, produciendo los dos aspectos, que
son el kerigma de la predicación profética, y el aspecto didaché de la
didáctica de la enseñanza.
EL EVANGELIO DE PABLO
Sigamos con Romanos 1, que nos dice: “…acerca de su Hijo…” (Ro.1:3).
Y a continuación, Pablo nos muestra quién es el Hijo. “…nuestro Se-
ñor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne…” (Ro.1:3).
Nos muestra un aspecto del Señor Jesucristo que nos habla de su hu-
manidad, por la línea de David. “…que fue declarado Hijo de Dios
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declarar el evangelio que recibió de Dios, que recibió con los otros
apóstoles, el que Dios le mandó a predicar, que predicó, lo que él reci-
bió y que salvó a la Iglesia primitiva, pues perseveraron, y ha salvado
a toda la Iglesia.
“…primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí…” (1Co.15:3).
Lo que ha recibido Pablo no puede faltar, es la piedra del tope. Y ¿qué
es lo primero que predicó Pablo? Cristo. Primero empieza por la per-
sona, y le llama el Cristo. La identidad más intima, más interior del
Señor Jesús, es la persona del Hijo, el Verbo de Dios que estaba con él
antes de la fundación del mundo y de la caída del hombre. El Verbo
no se refiere sólo a la humanidad luego de haber nacido, porque antes
de que él naciera como hombre, ya existía como Verbo con Dios. Él es-
tuvo eternamente con el Padre y nada de lo que fue hecho, fue hecho
sin Él. Eso es lo primero que aparece en el punto central.
LA ESCRITURA REVELADA
“…les dijo, ¿tenéis aquí algo de comer?” (Lc.24:41). Esto era para que
pudieran ver que no era una alucinación, pues las alucinaciones no
comen. “Entonces le dieron parte de un pez asado y un panal de miel.
Y él lo tomó, y comió delante de ellos. Y les dijo: Estas son las pala-
bras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se
cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los
profetas y en los salmos” (Lc.24:42,44). Estas eran las tres divisiones
del Antiguo Testamento: la Tanak viene con la Torá, ley de Moisés;
Nebiim, los profetas; y Ketubin, los salmos, y los otros escritos junto
con los salmos. Esa era la división de las Escrituras en el Antiguo Tes-
tamento, que Jesús les mostró.
“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las
Escrituras…” (Lc.24:45). Este trabajo de Jesús era muy necesario, y
que continúa haciendo. Comenzado desde el principio les abrió el en-
tendimiento, porque no se puede dar nada por sentado, y había que
estar seguros. ¿Para qué? Para que comprendiesen las Escrituras y
que supieran lo que ellas hablaban de él.
“…y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo pade-
ciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en
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pues la misma Sangre que pagó por el hombre, lo pagó por la mujer.
El Señor es el que nos ha valorado, porque somos hombres y mujeres
a la imagen y semejanza de Dios, cada uno con su función, pero seres
humanos a su imagen y semejanza, y ellas coherederas de la gracia y
de la vida del Padre.
Hay cosas que nosotros recibimos de Dios por la muerte de Cristo,
y hay cosas que nosotros recibimos de Dios por su resurrección. Por
ejemplo, si él no hubiera muerto, no tendríamos el perdón de los pe-
cados, ni limpieza del pecado, ni liberación del pecado, ni justifica-
ción, ni reconciliación; no lo tendríamos. Jesucristo murió por noso-
tros y resucitó: eso es lo principal, es el centro de la Palabra de Dios, el
centro del evangelio y el centro de la historia, y debe ser el centro de
la Iglesia, el centro de nuestro testimonio, y de nuestra vida.
Ahora, también hay cosas que nos vienen por la resurrección. Por
ejemplo, si él no hubiera resucitado y ascendido, no hubiera derrama-
do el Espíritu Santo. Él dice: “…Os conviene que me vaya; porque si
no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os
lo enviaré” (Jn.16:7). El Espíritu Santo llega a hacer muchos trabajos.
¿Cómo íbamos a nacer de nuevo en el Espíritu, si el Espíritu Santo no
es enviado? No habría regeneración, no habría renovación, no habría
vivificación de nuestros cuerpos mortales, no habría transformación,
no habría configuración a la imagen de Cristo, no habría unidad en la
Iglesia, no habría dones ni fruto del Espíritu, nadie nos enseñaría, y
estaríamos todos ciegos.
Entonces, de la obra del Señor, lo primero que comenzó a predicar
Pedro, el primer mensaje, tenía que ver con la Sangre y con el Espí-
ritu: “…Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre
de Jesucristo para perdón de los pecados…” (Hch.2:38). Esto es lo que
hace la Sangre, que es perdonar los pecados, y que nosotros todos los
días seamos nuevos. Necesitamos todos los días la Sangre de Cristo
para limpiarnos, y el Espíritu de Cristo para fortalecernos. A través
de la Sangre y de la Cruz se quita todo lo viejo, y a través del Espíritu
se introduce todo lo nuevo. El Espíritu es el que introduce la nueva
vida, pero el que borra la vieja es la Sangre, y la que termina con ella
es la Cruz. Por eso en el centro del tabernáculo, en la casa de Dios,
en el corazón divino, está el Arca de oro y de madera, con el propi-
ciatorio, refiriéndose a la persona divina y humana de Jesucristo, y a
su obra, su muerte, su resurrección, su ascensión, desde donde nos
viene la Sangre con la que nos limpiamos, y la Cruz por la que somos
liberados, y el Espíritu por el cual recibimos nueva vida, y somos re-
generados, renovados, transformados, y configurados a la imagen de
35
Cristo, hechos un solo cuerpo. Todas las maravillas de Dios las hace
por el Espíritu.
La Sangre y el Espíritu son un regalo, porque nadie tendría con qué
pagarlo. Esos son los elementos esenciales del Nuevo Pacto. Dice
él: “…porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más
de su pecado” (Jer.31:34). “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo
pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio
de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis
ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por
pueblo, y yo sea a ellos por Dios. La Sangre y el Espíritu son los dos
elementos esenciales del nuevo pacto que estableció Jesucristo antes
de morir” (Ez.11:19-20). “…tomó el pan, (…) Esto es mi cuerpo, que
por vosotros es dado; (…) Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre,
que por vosotros se derrama” (Jn.22:19-20).
Nos damos cuenta que este nuevo pacto son las promesas de perdón
por su sangre, y de regeneración por su Espíritu. Dios nos dio a su
Hijo como un regalo, nos dio la vida cuando estábamos muertos, y
nos dio su Espíritu.
36
37
Capítulo Cuatro4*
Capítulo Cinco5*
*
Mensaje predicado en Temuco el 25/08/2009.
42
dado vida eterna y esta vida está en su Hijo; el que tiene al Hijo, tiene
el testimonio en sí mismo, y tiene también la vida.
Capítulo Seis6*
El Verbo de Dios
hubiese sido mejor decir: “En el principio el Verbo era Dios”, y punto;
o, “En el principio era Dios”, pero él no está complicando, sino que
él está revelando. Dios lo ha revelado, y él está confesando la revela-
ción Divina que aprendió del propio Hijo, del Espíritu y del Padre,
porque si alguno viene al Hijo es porque el Padre le reveló quién es
el Hijo. “En el principio era”, o sea, antes del principio, ya en la eter-
nidad pasada, pre-existía el Verbo con el Padre; en el principio era no
solamente el Padre, sino que también era el Verbo.
Por eso, cuando Juan leía: “En el principio creó Dios”, él ya estaba
viendo al Hijo y a “Elohim” cuando dijo: “…Hagamos al hombre a
nuestra imagen” (Gn1:26). Y también estaba viendo al Hijo cuando la
Palabra decía: “… ¿quién irá por nosotros?...” (Is.6:8). Ese es el Cristo
que confiesan los Apóstoles. Y no podemos recibir de manera inge-
nua otro espíritu, ni otro Jesús, ni otro evangelio. Aquí hay que tener
mucho cuidado.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era
Dios” (Jn. 1:1). Aquí no sólo está confesando la pre-existencia del
Hijo, sino la co-existencia del Hijo con el Padre. Hoy en día, muchas
veces la gente dice que el Verbo era Dios, pero pon atención en ver si
también dice “que era con Dios”. Algunos quieren decir que “era con
Dios” para confesar una segunda persona, pero no divina. El Verbo
no fue creado, fue engendrado, pero no en el tiempo, sino en el auto
conocerse de Dios. Dios genera una imagen de sí, que es igual a sí, en
el auto conocerse de Dios. En ese conocimiento eterno de Dios, el Ver-
bo es el unigénito del Padre, que es engendrado por el Padre, pero no
en el tiempo, pues no empieza a existir, sino que siempre acompañó
a Dios, porque la omnisciencia de Dios acerca de sí mismo, la imagen
que él tiene de sí mismo, siempre le ha acompañado.
“Este era en el principio con Dios” (Jn.1:2). Aquí “este”, no es “esto”,
porque algunos dicen que el Verbo quiere decir la Palabra, pero la
palabra no es un “esto”, es decir, no es una cosa, no es un sonido, pero
sí es una persona.
Aquel Verbo fue hecho carne, y vimos su gloria. “…gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14). Juan está
confesando al Hijo, y no negándolo. Desde la eternidad estaba el Hijo
todavía no encarnado; antes de todo existir, el Verbo era con Dios y el
Verbo era el Hijo; se le llama Hijo no sólo a partir de la encarnación,
sino que se le llama Hijo en la creación. Esta declaración confiesa la
divinidad en el medio, habiendo confesado antes, y volviendo a con-
fesar después, la co-existencia del Hijo con el Padre en la eternidad;
es decir, que ya en el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios,
co-existencia del Hijo con el Padre.
56
Todo lo que existe es amor del Padre al Hijo, y es por causa del amor
que el Padre tiene al Hijo. La Trinidad es la que explica la creación, la
que explica el universo visible y el invisible. Todo es una expresión
de amor eterno del Padre al Hijo. Todo lo que existe es un regalo que
el Padre le da al Hijo, y Dios, que conoce al Hijo, quiere honrarlo dán-
dole la Gloria; y el Hijo se la devuelve otra vez al Padre.
Como veíamos anteriormente, antes que el mundo fuese, el Hijo tenía
con el Padre la gloria, porque él mismo era la gloria de su Padre. “…
el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su
sustancia…” (He.1:3). Todo el propósito eterno de Dios era en rela-
ción con el Hijo, así como todo lo que el Hijo tiene en su corazón es en
relación con el Padre. El Hijo vivió en función del Padre, y el Padre en
función del Hijo; ese es el amor, el vivir en función del otro, vivir para
el otro. No conoceríamos el amor, si no se nos revela la Trinidad. No
conoceríamos lo que verdaderamente tiene valor, lo que verdadera-
mente tiene altura y sublimidad, sin la Trinidad.
Dios, y era Dios, por medio del cual todo fue hecho, y sin el cual nada
de lo que ha sido hecho fue hecho.
“…Allí estaba yo; Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo”
(Pr.8:27). Aquí dice “círculo”, pero la palabra exacta es órbita. El Es-
píritu se movía, y el movimiento del Espíritu era enorme. La faz del
abismo se refiere al material de todo el universo, y las aguas se refie-
ren a todos los elementos que están también en los océanos, pero que
han estado también en las estrellas, y en todas partes.
Continúa diciendo: “Cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afir-
maba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su estatuto, para
que las aguas no traspasasen su mandamiento...” (Pr.8:28-29). Antes
no había separación entre océanos y tierra, ya que fue en el tercer
día que Dios dijo: “descúbrase lo seco” (Gn.1:9), “cuando establecía
los fundamentos de la tierra…” (Pr.8:29). “Fundamentos” se puede
traducir como “los ejes de la tierra”. Con él estaba el Hijo, ¿haciendo
qué? “Con él estaba yo ordenándolo todo…” (Pr.8:30). Nada de lo que
ha sido hecho fue hecho sin él.
“Y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de
él” (Pr.8:30). Esa palabra que nos dice “delante de él”, es como una
imagen de sí mismo, porque la Sabiduría de Dios estaba con Dios de-
lante de él. “… en todo el tiempo. Me regocijo en la parte habitable de
su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres” (Pr.8:30-31).
Capítulo Siete7*
tremenda es ésta, y qué difícil de oír para los judíos. Dios ha dicho
que “…toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del
pueblo.” (Hch.3:23). Y también dijo: “…El que no honra al Hijo, no
honra al Padre…” (Jn.5:23).
En el verso 10 aparece el Hijo en la creación y en la fundación del
mundo. No está hablando esto sólo de Dios el Padre, sino también del
Hijo como partícipe de la creación. Los cielos, eso tan tremendo que
apenas ahora, en estos últimos siglos, desde Galileo hacía acá es que
empezamos a mirarlo más, y nos dice que “ellos perecerán, mas tú
permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura”.
Todo ese universo inmenso, es sólo un vestido que el Señor se va a
cambiar: habrá cielos nuevos. El primer cielo y la primera tierra pasa-
rán, y ya no se hallará lugar para ellos; Dios se cambiará de vestido, y
ese vestido es el universo. “Pero tú eres el mismo, y tus años no acaba-
rán. Pues, ¿a cuál de los ángeles…? Y continúa en el mismo Espíritu,
comparando al Hijo con los ángeles, para mostrar que el Hijo no está
en el mismo nivel de los creados, sino tanto superior a los ángeles.
“¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra hasta
que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? ¿No son todos es-
píritus ministradores?”. Porque acaba de decir que los ángeles son es-
píritus que son ministros de fuego “enviados para servicio a favor de
los que serán herederos de la salvación”. Los ángeles fueron enviados
a servicio de los herederos de la salvación, y que también les fue man-
dado adorar al Hijo; entonces cuando escuchemos la palabra Hijo, no
nos imaginemos solamente al Señor Jesús como hombre, aquel nacido
en Belén, sino acordémonos de aquel que nació, ya antes de nacer era
Dios con el Padre, y era divino, y no fue creado en ningún momento.
Todas las cosas fueron hechas por el Padre a través del Hijo, con el
Hijo, y nada creó el Padre directamente, sino todo a través del Hijo.
Capítulo Ocho8*
JESUS ES EL CRISTO
En 1 de Juan capítulo 2 versos 22 y 23 dice: “¿Quien es el mentiroso,
sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que nie-
ga al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al
Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. Lo que habéis
oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído
desde el principio permanece en vosotros, también vosotros perma-
neceréis en el Hijo y en el Padre”.
Estos versículos nos enseñan que Jesús es el Cristo, frase básica del
cristianismo, pero esta confesión es más profunda de lo que parece a
primera vista, porque no solamente quiere decir que Jesús es el Me-
sías que había sido prometido a Israel, sino que Dios está muy intere-
sado en que nosotros sepamos que Jesús es el Hijo del Dios viviente.
El Señor Jesús dijo que: “…porque si no creéis que yo soy, en vuestros
pecados moriréis…” (Jn.8:24). Esta palabra es muy fuerte, y con con-
secuencias incluso para Israel, ya que muchos de ellos ellos renegaron
del Mesías. Satanás ha hecho un trabajo muy sutil, ya que él no sólo
ha querido negar el hecho de que Jesús es el Cristo, sino que inclusi-
ve, en medio de personas que confesaron que Jesús es el Cristo, él ha
querido separar a Jesús de su divinidad, como si fuera simplemente
un hombre. Dicen que la palabra Cristo se refiere a lo divino y Jesús
a lo humano. Algunos personas hacen una separación de Jesús, entre
el hombre que fue acá en la tierra, y entre la persona de la unción a
la que le llamaban el Cristo o Dios. No sólo estaban los judíos clási-
cos que negaban a Jesús como el Mesías prometido a Israel, sino que
también el anticristo utiliza el gnosticismo, es decir, diciendo que la
persona del Señor Jesús es una y la persona divina es otra, como si
*
Mensaje predicado en Iquique el 09/08/2009.
76
Capítulo Nueve9*
EL ANGEL DE JEHOVÁ
Pero ahora, miremos esta otra parte, versículo 2 última parte: “… y
sus salidas (noten las salidas del que sería el Mesías) son desde el
principio, desde los días de la eternidad” (Mi.5:2). El que había de
nacer en Belén y que sería su líder y juez, se ha mostrado y revelado
desde el principio. Aquel que había de hacerse hombre, ya había sali-
do del Padre a intervenir en su nombre.
Veamos lo que nos dice Éxodo sobre las salidas del Mesías: “Apacen-
tando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó
las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.
Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio
de una zarza…” (Éx. 3:1). El Ángel de Jehová, el que ha sido enviado
por el Padre, es el Hijo, pero también es Dios. El Padre es invisible, y
nadie le ha visto en toda su gloria, pero el Hijo lo ha dado a conocer
en muchas de sus salidas antes de hacerse hombre. Pero luego, en la
encarnación dio a conocer al Padre de manera perfecta. Jesús es la
imagen del Invisible. “…y he descendido para librarlos de mano de
los egipcios…” (Éx. 3:8). Podemos ver cómo Dios está en todas partes;
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secreto; desde que eso se hizo, allí estaba yo; y ahora me envío Jehová
el Señor, y su Espíritu” (Is.48:15-16). “… y fue su Salvador. En toda
angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en
su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos
los días de la antigüedad” (Is.63:8-9).
He aquí el mensajero portador de su rostro, de su imagen, el que lo
representa. Por eso decíamos anteriormente que la palabra ángel no
se restringe a naturaleza, sino que se refiere a su oficio de mensajero.
Los ángeles celestiales, arcángeles y los hombres también son mensa-
jeros, pero creados.
Otra expresión semejante a ésta, la podemos encontrar en Mala-
quías: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino
delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vo-
sotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí
viene, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Mal.3:1). Jesús es el deseado
de las naciones, el Ángel del Pacto.
Retrocediendo al capítulo 2 de Zacarías, vemos cómo aquí también
el profeta nos habla del Mesías: “Porque así ha dicho Jehová de los
ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron;
porque el que os toca, toca a la niña de su ojo” (Zac.2:8). Aquí está
hablando el Mesías como el enviado del Padre: “Porque he aquí yo
alzo mi mano sobre ellos, y serán despojo a sus siervos, y sabréis que
Jehová de los ejércitos me envió” (Zac.2:9).
Las apariciones de Dios eran por medio del Hijo. Por eso dice Juan: “A
Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Pa-
dre, él le ha dado a conocer” (Jn.1:18). Sabemos que el Hijo de Dios ha
venido, nos ha dado entendimiento para conocer al que es Verdadero.
Ya estaba escrito que el que hacía las salidas desde el principio, ven-
dría a hacerse hombre, y que volverá “…hasta el tiempo en que dé a
luz la que ha de dar a luz” (Mi.5:3). ¿Quién ha de dar a luz? La mujer
que representa al cuerpo de Cristo. En el Antiguo Testamento era Is-
rael que tenía que dar a luz como nación al Mesías; pero en el Nuevo
Testamento es la Iglesia, donde se está formando Cristo. Cuando la
Iglesia esté lista, e Israel esté listo, llegarán los dos rediles a ser un
sólo rebaño a través del Mesías. Cuando Israel reciba al Mesías, será
reinsertado en el olivo, en el cuerpo de Cristo.
Entonces luego dice aquí: “Y el resto de sus hermanos se volverá con
los hijos de Israel” (Mi.5:3). Esto nos quiere decir que el resto de los
hermanos son el remanente que queda al final. “También tengo otras
ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer… y ha-
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Capítulo Diez10*
La Encarnación
*
Mensaje predicado en Iquique el 08/08/2009.
86
PRINCIPIOS DE HERMENÉUTICA
Pero antes me parece necesario enunciar algunas reglas básicas de la
hermenéutica. La hermenéutica es aquella ciencia, técnica y arte de la
sana interpretación. Y el pueblo de Dios, a lo largo de los siglos, ha ido
aprendiendo en su trato de las Escrituras, algunas claves que llegan a
volverse normas de la hermenéutica. La misma Palabra habla de ello.
Dice: “En boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mt. 18:16).
O sea que cuando tú lees un pasaje, es bueno también que leas otro
pasaje paralelo que habla de lo mismo. A veces con otras palabras, a
veces con un detallito más; para complementar, porque los pasajes
paralelos ayudan a tener un cuadro más grande. De hecho, el testimo-
nio del Señor, Dios no quiso que lo dijera un solo testigo, sino que Él
puso el ángulo de Mateo aquí, el ángulo de Marcos aquí, el ángulo de
Lucas aquí, el ángulo de Juan aquí. Así como el arca es llevada por los
cuatro levitas, hay cosas que dice Mateo, pero otras que dice Marcos;
hay cosas que sólo lo dice uno de ellos, otros lo dicen los 2, otros lo
dicen los 3, otros lo dicen los 4, y algunas que lo dicen los otros, pero
dicen detalles que otros no dicen, y los críticos quieren decir que son
contradictorios. No son contradictorios, son complementarios. El es-
píritu crítico de hoy quiere llevar a las personas a encontrar tropiezos,
y ellos se tropiezan y buscan los tropiezos para tropezarse, porque
no quieren ceder ante el Señor. Entonces ahí se quedan, en su propio
tropiezo.
Tenemos que ver los pasajes paralelos, que son complementarios aun-
que no digan las cosas de la misma manera. El mismo hecho que la
digan de maneras parecidas pero con ciertas diferencias, esas ciertas
diferencias son las que permiten el complemento. Son los ángulos de
un mismo hecho, visto desde distintos ángulos.
Todos ellos verdaderos; todos ellos registrados por inspiración del
Espíritu, pero complementarios. Esa regla de la hermenéutica con-
siste en tener en cuenta los pasajes paralelos, los que hablan de una
misma cosa. Entonces, si determinada situación Mateo la cuenta y
Marcos también la cuenta y hay una coincidencia del noventa por
ciento, y hay un diez por ciento de Mateo que no dice Marcos, y un
cinco por ciento de Marcos que no dice Mateo, no es contradicción, es
complemento. Muchas veces sucede que cuando consideramos uno
solo, sin considerar el otro, inclusive aquel que aparenta ser contra-
dictorio, no lo es, y luego un tercer pasaje nos muestra donde estas
aparentes contradicciones se solucionan. Por ejemplo, cuando uno
cuenta lo que estaba escrito en la cruz, lo dice Mateo con una frase,
y Marcos lo dice con otra frase, y Lucas lo dice con otra frase, pero
llega Juan y dice que en la cruz estaba escrito en tres idiomas. Estaba
escrito en hebreo, en griego y en latín. Entonces Mateo hablaba para
91
los judíos, Marcos para los romanos, Lucas para los griegos. No hay
contradicción, estaba escrito en tres idiomas, no es que se contradiga:
se complementan.
La iglesia lleva veintiún siglos en la tierra y ya pasó por esas experien-
cias muchas veces. Aunque para usted es complicado, puede ser que
no lo sea para otros en el cuerpo de Cristo. Así que no se quede usted
solo, usted es miembro de un cuerpo. Examine las cosas y entonces
tendrán sentido.
Ahora vamos al Evangelio de Juan. “En el principio era el verbo…”
(Juan 1:1-4) habla de la preexistencia de la persona del Hijo con el
Padre, antes de la creación y de la identidad de esa persona con el
Verbo; y es una persona, porque dice: “Este era en el principio”, no
“esto”, sino “Éste”, por medio de quien Dios hizo todo y para quien lo
hizo todo. Éste, quien es la persona del hijo. “Y el verbo era con Dios”.
Ahí está la coexistencia del Hijo con el Padre. Y el verbo era Dios,
ahí está la divinidad del Hijo. Esta es la personalidad del Hijo en el
principio con Dios, y lo confiesa dos veces. Todas las cosas, mediante
el Padre, por medio del Hijo, creó todas las cosas. “Todas las cosas
mediante él fueron hechas. Y sin él nada hubiera sido hecho fue he-
cho”. Esto está relacionado con Colosenses 1:12,13. Viene hablando
del Hijo, porque en el 12 dice: “Con gozo dando gracias al Padre que
nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el
cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino
de su amado Hijo”. Viene hablando del Hijo, en quien, en la persona,
tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados, en el Hijo.
“Él es la imagen del Dios invisible”, lo que dijo Juan, “a Dios nadie
lo ha visto jamás, el unigénito hijo, que está en el seno del Padre, Él
le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Dicen los manuscritos más anti-
guos “monogenesteos”, y los más tardíos dicen, “el unigénito Hijo,
que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. O sea, el Dios
invisible se da a conocer por medio del Hijo: “Él es la imagen del
Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Porque En él fueron
creadas todas las cosas”, incluidas las que hay en los cielos.
Miguel es un arcángel creado por Dios que no existía, y fue creado
por el Padre mediante el Hijo; el Hijo con el Padre crearon a Miguel,
no son los mismos. Entonces dice : “Las que hay en los cielos y las
que hay en la tierra, visibles e invisibles…” y empieza; “… sean tro-
nos…”, menciona en primer lugar los 24 tronos de los 24 ancianos
gloriosos del cielo, de que habló Isaías 24:23, “… sean dominios, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él…” ,
nótese en Él por medio de Él y para Él, “… y él es antes de todas las
cosas y todas las cosas en el subsisten” (Col. 1:15-17).
92
hecho carne”, vamos a considerar otro pasaje junto con éste, donde la
encarnación no fue tomar solamente músculos o solamente cuerpo,
sino hacerse hombre, vivir en carne, quiere decir en humanidad ínte-
gra, se hizo hombre.
Él se hizo carne, es lo mismo que se hizo hombre, y eso incluye el
espíritu humano, el alma humana y el cuerpo humano. No solamente
los músculos o los músculos y los huesos, o solo la piel, o un fantasma
como algunos se imaginan, o que quizás él era como una especie de
zombi. No; Él era un hombre con la íntegra naturaleza humana. Esa
palabra ‘carne’, en el contexto en que se usaba, implicaba toda la na-
turaleza humana, y por eso para interpretar el pasaje hay que tener en
cuenta los otros paralelos para poderlos interpretar como es, porque
si te olvidas del otro, vas a interpretar éste en contra del otro, y nunca
podemos interpretar un pasaje contra el otro, sino con el otro.
Entonces aquí dice así: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó…”.
La palabra que aquí se tradujo fue ‘tabernaculizo’, que es un verbo
que habrá que meterlo al español, que no está, pero en el griego está:
“Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gra-
cia y de verdad.” Entonces, en primer lugar tenemos que tener en
cuenta eso, que Juan dice que Jesús es el Cristo, y que es una persona
divina y humana al mismo tiempo; no son dos personas, como decía
Nestorio, como si la persona divina fuera una y la persona humana
fuera otra; no, no son dos personas. Él, que era divino, también se
hizo humano, y por eso Él es divino y humano. La misma persona es
divina, pero también es humana.
Entonces, el pasaje paralelo está ahí en Filipenses 2, que es también la
confesión del Espíritu Santo, pasaje sumamente importante: “Aquel
Verbo se hizo carne”, no que vino sobre un hombre, Él mismo se hizo
ese hombre, la persona es la misma persona que ya existía en su con-
dición divina, pero se despojó de su condición divina. No que dejó
de ser la misma persona, ni que dejó de ser Dios, pero a sí mismo se
anonadó, es decir, aceptó someterse a condiciones humanas y se hizo
un hombre verdadero, sin dejar de ser la misma persona y sin dejar de
ser Dios, pero sí despojándose, no dejando de ser quien era, pero colo-
cándose en una condición inferior, inclusive inferior a los ángeles, lo
dice, pero llegó a ser superior, pues los ángeles son mayores que los
hombres en fuerza y poder, no en destino.
Los ángeles no fueron hechos a imagen y semejanza de Dios y no
tienen el mismo destino que el hombre renacido, que por causa de
Cristo tiene un destino superior; y los ángeles son espíritus ministra-
dores de los herederos de salvación, y aunque ahora nosotros somos,
en cuanto a nuestra naturaleza humana, inferiores en poder a los án-
94
JESUS PERFECCIONADO
Entonces, hermanos, es necesario seguir con atención todo lo relativo
a la encarnación, a la humanidad íntegra del Señor Jesús, porque Él
asumió esta humanidad para realizarla, en Él. Él es el Varón perfecto,
Él creció como hombre, como Dios Él no tiene que crecer. ¿Cómo va
a crecer Dios? Él es inmutable, no necesita crecer, pero como hombre,
dice que creció en estatura, creció en gracia y en sabiduría, delante de
Dios, delante de los hombres. “Y el niño crecía y se fortalecía, y se lle-
naba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Lc. 2:40). “Así que,
por cuanto lo hijos participaron de carne y sangre, él también partici-
pó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el
temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidum-
bre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió
a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía…» (Heb 2:14-17).
Para podernos socorrer, él debía ser en todo igual a nosotros, excepto
el pecado, pues todo eso implica la humanidad. ¿Recuerdan cuando
el Señor Jesús estaba predicando en la sinagoga en Capernaúm, el de-
monio se manifestaba a través de los endemoniados? ¿Qué era lo que
decían los demonios? “Sabemos quién eres, el Santo de Dios”, el Hijo
de Dios, ellos confesaban que él era Hijo del Dios Santo, pero no quie-
ren confesar que Él vino en carne. ¿Por qué? Porque fue en carne, en
la condición de hombre, que es aprobado en todo, y Satanás fue ven-
cido por Él en carne. Satanás no fue vencido solamente por Dios como
97
NOSOTROS EN ÉL VENCIMOS
Ahora sigamos en Hebreos: “Y Cristo, en los días de su carne…” (5:7);
porque habrían unos días antes de su carne y otros días desde la glo-
rificación, pero los días de su carne se refiere a su prueba humana,
la condición nuestra aquí en el tiempo, en el espacio. “… Ofreciendo
ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar
de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era
Hijo, por lo que padeció aprendió…”. No porque era Hijo no tenía
que aprender; aunque era el Hijo, era la persona Divina, pero Él fue
hecho hombre. Del principio asumió la naturaleza humana y el vivir
humano, y las pruebas humanas; y padeció en serio. Él se despojó a
propósito para ser probado, y dice aquí: “Y aunque era Hijo, por lo
que padeció aprendió la obediencia». Por el padecimiento, amados.
100
Si esto está escrito para el Hijo, ¿qué queda para nosotros? Él, por
lo que padeció, aprendió, entonces también nosotros tenemos que
aprender, nosotros también recibimos la provisión por fe, para la obe-
diencia, o sea, la práctica, la aplicación de la provisión, se aprende.
Se aprende a no confiar en uno mismo, se aprende la magnitud de la
maldad del ser humano y se aprende lo que realmente fue la victoria
de Cristo. Es cuando tú tienes que perdonar, así como Él perdono, ahí
empiezas a conocer a Cristo. Porque Él tuvo que pasar por eso mismo
antes que tú, para poderte ayudar; Él no está en un mundo distinto al
tuyo, Él vino a nuestro mundo a vivir nuestra experiencia humana, a
ser probado en todo, como nosotros, y a vencer para ayudarnos desde
adentro, y, sí, Él está a la diestra del Padre, pero él vive también den-
tro de nosotros; Él no nos conoce a nosotros desde afuera, sino desde
más adentro de nuestro propio yo, porque nuestro yo es apenas del
alma, que es un círculo intermedio, pero en nuestro espíritu está Su
Espíritu y todo lo que consiguió.
Su Espíritu desde adentro conoce nuestra lucha, y él dice: “No es tuya
la guerra, es mía, mírame a mí; yo no sólo estoy afuera para ayudarte
o aplaudirte”. Y acuérdate y levántate, Él es el que nos levanta, Él
conoce lo que vivimos, porque está dentro, no sólo afuera, está den-
tro de nosotros. Él desde ahí lleva el yugo con nosotros y quiere que
nosotros llevemos su yugo con Él, eso quiere decir el Paráclito, el que
está al lado de, el paralelo; Él está dentro de nosotros para que con
Él llevemos el yugo y seamos victoriosos en Él. Y el otro pasaje dice:
“Y habiendo sido perfeccionado…». El siguiente verso; él como Dios
no tiene que ser perfeccionado, sino como hombre él tenía que crecer
hasta ser el varón perfecto. “Habiendo sido perfeccionado, vino a ser
autor de eterna salvación para todos lo que le obedecen…” (Heb.5:9).
Ya no son los que creen, sino los que le obedecen. Claro que hay que
empezar creyéndole, luego obedeciéndole a Él. Él obedeció, la obe-
diencia en uno nos constituyó justos y ahora en unión por la fe con Él,
contamos con Él y caminamos en Él, en comunión. Y por esa unión,
dijo en oración: «Padre, yo me santifico a mí mismo por ellos»; Él te-
nía que ser probado, en serio, de verdad, no de apariencia; de verdad,
como hombre en carne, para poder ayudarte. Por eso que nadie le
puede decir: “Dios, es que tú no sabes lo que es el hombre”, nadie le
puede decir eso, él se hizo hombre, y por eso Él es el Señor.
Por eso Él es el Señor; podríamos ver al Señor como creador, antes,
pero ahora, ahora es como hombre el Señor, no sólo como Hijo de
Dios, «se humilló hasta la muerte, por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo
y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en nombre de
Jesús se doble toda rodilla en los cielos y en la tierra» (Fil. 2:9-10). Él
venció en franca lid a Satanás, a la carne, al mundo, y al pecado, y a
101
LA ÍNTEGRA VICTORIA
Es por eso que Jesús tenía que ser hombre; tenía que ser probado y
el diablo lo atacaba y lo dejaba por un tiempo y luego lo buscaba de
nuevo, y eso era para poder ayudarte a ti y a mí. Entonces, Él se hizo
hombre, y ya cuando en Filipenses dice ‘hombre’, ahí ya está inclu-
yendo al espíritu humano, el alma humana y el cuerpo humano. Él
no se hizo carne solamente en el sentido de músculo, en el sentido
solo de cuerpo, sino en el sentido de la naturaleza humana, lo cual
también significa carne. Entonces, Él tenía espíritu humano, además
del Divino: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46),
y murió, pero el espíritu fue y predicó a los espíritus encarcelados, y
también Él tenía alma humana.
Hubo una persona, de la iglesia en Laodicea, llamada Apolinar, que
pensaba que Jesús había asumido solamente la carne humana, pero
no el alma humana. Si el Señor no asumió la íntegra naturaleza huma-
na y también el cuerpo, ¿cómo nos ayudaría? Ya no sería un hombre
como nosotros, no podría ni ayudarnos, ni sustituirnos en la cruz. Sa-
tanás, por eso, no quiere confesar que Él vino en carne, dice que llegó
como un fantasma, como una apariencia o como un espíritu, y lo que
resucito, fue como un espíritu, porque Satanás quiere confundirnos
en eso, para robarnos la provisión integra de Dios.
Pero Él tenía un alma humana, por eso dijo: “Mi alma está muy triste
hasta la muerte” (Mt 26:38), y “no dejarás mi alma en el Hades” (Sal.
16:10), y Él fue al Hades y predicó a los muertos. Y también tenía
cuerpo: “Me preparaste cuerpo” (Heb 10:5), sacrificios y ofrendas de
esos típicos de antes, no le gustaban, Él quería la obediencia fiel, y lue-
go el sacrificio expiatorio, y eso es preparar el cuerpo. Fue un hombre
verdadero, tentado y probado en todo, según nuestra semejanza ven-
ció, y el Padre dio testimonio de su vida privada, no sólo a través de
Jacobo y de Tadeo, sino Él mismo. Cuando Jesús salió del agua, en el
bautismo, dijo: “Este es mi Hijo Amado” (Mt. 3:17), y luego en su vida
pública, cuando ya tenía que morir, dijo en el monte de la Transfigu-
104
Capítulo Once11*
Base de la eficacia
EL ESPIRITU
En este versículo, podemos ver primeramente que hay una provisión
de Dios, colocando en Cristo Jesús todo lo que nosotros necesitamos.
El apóstol Pablo no nos dice que “estará” en vosotros, sino que “está”.
No estamos completos en nosotros mismos, pero estamos completos
en Cristo Jesús. Dios perfeccionó en el Señor Jesús todo lo que habría
de darnos; todo lo que sería eficaz Dios lo colocó en el Señor Jesús.
Cuando nosotros recibimos a Jesús por primera vez, y al entrar por
su Espíritu a nuestro espíritu, como dice Pablo en 1 a los Corintios
6:17: “…el que se une al Señor, un espíritu es con él…”, la traducción
en griego dice “un espíritu es”. Esto indica que esas dos cosas, estos
dos espíritus ya son sólo uno y se hacen un solo espíritu. Este es el
espíritu nuevo. El Señor prometió que daría espíritu nuevo, es decir,
pondría su Espíritu en el nuestro, y de esta manera nos da a nosotros
lo que es él y lo que él ha conseguido. Todo nuestro ser debe estar
habitado por el Señor Jesús y cubierto por Él. Todo nuestro ser es
para que el Espíritu Santo lo habite, y lo vivifique, y así también que
de nuestro espíritu pase a nuestra alma, que incluye la mente, la que
a su vez incluye el intelecto.
Las cosas del Padre vienen a nosotros por el Hijo, y las cosas del Padre
y el Hijo vienen a nosotros por el Espíritu. Por eso en el contexto de la
venida del Espíritu Santo, en las palabras del Señor Jesús, que regis-
tró el evangelio de Juan, él dice: “…no os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros” (Jn.14:18). En el mismo capítulo, comienza a hablar que nos
*
Mensaje predicado en Santiago el 11/08/2009.
106
LA PIEDAD
“… Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis al-
canzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe
igualmente preciosa que la nuestra: Gracia y paz os sean multiplica-
das…” (2ª P.1:2). Ahí está la fuente de la misma luz que es Jesucristo,
y continúa diciendo “…como todas las cosas…” (2ª P.1:3). Es unidad
en diversidad, un Espíritu, muchos dones; un Señor, muchos ministe-
rios; un Dios, diversidad de operaciones “…que pertenecen a la vida
y a la piedad…” (2ª P.1:3).
Él nos hizo participantes de la naturaleza divina; o sea, en la vida
divina nos fueron dados los que son los atributos comunicables de
Dios. Ahora, el regalo de Dios se llama también vida y se llama tam-
bién piedad. Y ¿qué es la piedad? Es la semejanza a Dios. El misterio
de la piedad es Dios manifestado en carne. Muchas cosas pertenecen
a la vida y a la piedad, y el Espíritu Santo nos dice que “…nos han
sido dadas…”. Esto es una afirmación; todo lo necesario para vivir
en Cristo y para asemejarnos a Cristo, nos fue dado “…por su divino
poder…” (2P.1:3).
¿Quién puede impedir al poder de Dios darnos todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad? Y aun dice más: “…mediante el
conocimiento de aquel…” (2ª P.1:3). Conocerlo a él y conocer acerca
de él no es lo mismo. A veces oímos cosas acerca de Jesucristo pero
no lo oímos a él, no lo tocamos a él, ni nos dejamos tocar por él. Pero
cuando lo conocemos, decimos lo correcto acerca de él porque lo ha-
cemos en la fe y en la comunión con el Señor.
Todo lo que necesitamos para tener la vida de Cristo, y ser transfor-
mados a su imagen, es ser prosperados mediante el conocimiento de
aquel que nos llamó por su gloria, y no por nada nuestro. Ahora, lo
que hace el Espíritu Santo es comenzar a transmitirnos todo lo que
Jesucristo nos trajo, cubriendo nuestra alma a lo largo de nuestra vida
en la que tenemos que estar adquiriendo “cosas” de este pozo, todos
los días, a cada hora, aplicando el Espíritu Santo, aplicando lo que nos
fue dado de una vez y para siempre. Como dice la Palabra: “…nos ha
dado preciosas y grandísimas promesa, para que por ellas llegaseis a
ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido…” (2P.1:4).
Todo lo que pertenece a la vida y a la piedad nos lo prometió y nos
fue dado. Debemos creer esas promesas, recibiendo con fe lo dado y
anunciado por el evangelio prometido, que es el nuevo pacto. Y ese
“habiendo huido” es la Cruz, pues ya no vivimos más por nosotros
y sólo podemos vivir por Cristo. “… yo estoy con vosotros todos los
109
Capítulo Doce12*
LA VERDADERA SABIDURÍA
Después de haber visto el contraste entre la sabiduría humana y la
divina, Pablo entra a subrayar que existe una sabiduría divina predes-
tinada para la gloria de la iglesia: “Pues me propuse no saber entre
vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve
entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi pa-
labra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sa-
biduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1ª Co.2:2,4).
Pablo nos muestra que él se propuso esto, y que nadie es suficiente,
sino sólo el Espíritu. Y nosotros tenemos el mismo Espíritu que él. Es
el Espíritu Santo quien tiene que mostrarse, y a continuación nos dice
el por qué. “…para que nuestra fe no esté fundada en la sabiduría de
los hombres, sino en el poder de Dios” (1ª Co.2:5).
Contrastaremos lo que es característico de la Iglesia, que es Cristo
como poder y sabiduría de Dios, con lo que buscaban los griegos con
todos su tipos de sabiduría, o los judíos con sus señales y milagros,
pero desconectados de Cristo el Mesías.
*
Mensaje predicado en La Serena el 17/08/2009.
112
Capítulo Trece13*
Recapitulación
*
Mensaje predicado La Serena el 18/08/2009.
120
tros vivimos nuestra vida en la vida de él. Quiere llenar nuestra vida,
darle significado.
Siguiendo en Gálatas capítulo 4 versículo 19, nos dice Pablo: “Hijitos
míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo
sea formado en vosotros…”. El Cristo revelado del capítulo 1, en el
2 es el Cristo viviente, Cristo como vida y vivencia, y ahora en el 3
es Cristo formado. La vida de Cristo se forma en nosotros y vamos
conociendo al Señor cada vez de una manera más nítida.
Dios nos dio a su Hijo y nos dio su Espíritu que vive en nosotros: “Por-
que sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de
Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y
esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien, con toda con-
fianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi
cuerpo, o por vida o por muerte” (Fil1:19-20).
Es hermoso esto que nos dice el apóstol. Cristo es revelado en nosotros
y existe Aquel que suministra el Espíritu; hasta que Cristo sea mag-
nificado aun en nuestra carne, en nuestra vida y en nuestra muerte.
124
125
Capítulo Catorce14*
SIMÓN DE CIRENE
El Padre ama al Hijo, y le muestra las cosas que hace, para que el
Hijo las haga igualmente. La muerte del Señor fue suficiente, y fue
una obra consumada, pero él le concedió el honor a Simón de Cirene
de cargar la cruz un poco (Mt.27:32). Aunque no se puede comparar
la Cruz del Señor con la carga que hizo Simón de ella, pero esto está
simbolizando que el Señor nos está pidiendo lo mismo a nosotros.
La Iglesia tiene que salir de su comodidad, salir de las cosas en las
cuales uno siempre quiere estar, porque uno siempre busca lo fácil, y
muchas veces el Señor requiere una Iglesia que esté dispuesta a pa-
sar por estas pequeñas molestias que no son nada, pero que a la vez
son una honra. ¿O acaso creemos que las cicatrices del Señor Jesús no
son ahora una honra para él? Si no fuera de esta forma, posiblemente
cuando resucitó las hubiera desaparecido.
Entonces, cualquier bobería que pasemos por el Señor es nuestra hon-
ra, y nuestro privilegio; y hay que estar dispuestos por amor al Señor
a lo que él nos pida. Por lo demás, él nunca nos va a pedir algo más
de lo que podemos soportar, porque nunca podremos hacer cosas por
nuestra sola fuerza. De pronto, nos damos cuenta de que si hemos
podido cooperar con el Señor, fue por la ayuda sobrenatural de él,
y nos sostenemos naturalmente por la gracia. La obra del Señor se
realiza poniéndose en el altar de Dios, cumpliendo en nuestra carne
las aflicciones de Cristo, concediéndosenos honra y privilegio como el
de Simón de Cirene. Entonces, cada uno de nosotros considerémonos
honrosamente como un pequeño Simón de Cirene.
130
LA FE COMPLETADA
Entonces, las aflicciones del Señor son para tener a la Iglesia, y se
nos concede también a nosotros un pequeño monto de colaboración
con Cristo, en aquellas pequeñas dificultades. Por eso es que hay que
servir a Dios en espíritu, y entender que él está aquí colaborando
para que nosotros invirtamos nuestra vida en servirle, porque es un
desperdicio usar la vida en otra cosa que no sea el Señor. Hay una
lamentación inmensa por aquellas personas a las que se les acabe el
tiempo para el Señor, y llegue el momento de presentarse con las ma-
nos vacías, diciendo que se ocupó durante toda su vida solamente en
tonterías, y perdió el tiempo, sin colaborar a Dios con nada. En ese
momento, habrá llanto, crujir de dientes, y habrá vergüenza.
Retomando la Palabra, ahora nos dice para lo que fuimos hechos: “…
ministro (servidor), según la administración de Dios que me fue dada
para con vosotros…” (Col.1:25). Empezamos a entender un poco ese
servicio. Aquel “vosotros” son los hermanos, los miembros de la Igle-
sia, y Dios da una administración para esta razón: “…para que anun-
cie cumplidamente la palabra de Dios…” (Col.1:25).
Fijémonos que aquí el apóstol dice otra expresión interesante. Pablo
podría haber dicho solamente: “Para anunciar la palabra de Dios”,
pero el Espíritu Santo no lo dejó decir esto de una forma incompleta,
sino que utiliza la palabra “cumplidamente”. No es la primera vez
que Pablo habla en estos términos, ya que les dice a los tesalonicenses,
que oraban por ellos, recordándolos, y para poder volver a Tesalónica
132
Capítulo Quince15*
mismo que decir que no existe la persona del Hijo con el Padre. Si sólo
confesamos al Padre, estamos negando al Hijo. No hay nada de malo
en confesar al Padre, sino que lo malo es negar al Hijo, al decir que la
Divinidad es una sola persona. Esto es influencia de un espíritu ma-
ligno que está en contra del Hijo. El Hijo era antes de hacerse carne;
en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y era Dios, como
lo dice Juan en el capítulo 1 en su Evangelio. El Hijo es el heredero
de todo, y para quien Dios hizo todo, por quien hizo el universo. La
Iglesia debe de entender esto. La Iglesia debe confesar al Hijo.
El mismo Mesías, el que nació en Belén, el que fue herido, ya había sa-
lido desde el principio. Es decir, que a lo largo de todo el Antiguo Tes-
tamento las apariciones de Dios son las teofanías del Verbo de Dios
que después se hizo carne. Lo que pasa es que a veces nosotros nos
confundimos con la palabra “ángel”. La palabra ángel es un nombre
que se refiere a oficio, y no a naturaleza. La palabra ángel simplemen-
te significa mensajero.
Si vamos a decir “mensajero” en griego, se dice angelos, y si lo deci-
mos en hebreo es malak; entonces malak y angelos, o ángel, significa
“mensajero”. Hay mensajeros que son de naturaleza angelical como
Gabriel, o mensajeros que son de una naturaleza humana. Y la Biblia,
incluso si leemos el Nuevo Testamento, cuando Jesús envió ciertos
discípulos a prepararle camino o la mesa para celebrar la Pascua, dice
que envió mensajeros, pero no eran los ángeles celestiales con alas,
sino sus discípulos a los que él envió.
El Ángel de Yahvé no es un ángel creado, sino que es el Mensajero del
Padre, usando la palabra ángel sólo como el oficio del Hijo eterno de
Dios. Para ver eso, vamos a Éxodo: “Apacentando Moisés las ovejas
de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del
desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel
de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y
vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces
Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la
zarza no se quema. Viendo Jehová…” (Ex.3:1,4).
Entonces, el que estaba en la zarza como el Ángel de Jehová, era el
Hijo, como una teofanía divina, no en toda su gloria, ya que así nadie
le ha visto jamás, pero aquí hablaba con Moisés cara a cara.
“… y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calza-
do de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo:
Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de
Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar
a Dios. Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que
está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he
conocido sus angustias, y he descendido…” (Ex.3:4,8).
Esta es una aparición económica de Dios. Dios es omnisciente y no
tiene que subir, ni bajar, pero en sus apariciones, en sus trabajos, el
habla de esta manera: “He descendido”; es decir, era una aparición
teofánica de Dios. Era el Mensajero de Dios, el mismo Hijo de Dios,
que viene a representar a su Padre. Sus salidas son desde el principio,
del que sería el Mesías. Él ya había venido varias veces, y ésta que
vemos en Éxodo fue una de esas veces, y una muy importante.
154
Capítulo Dieciséis16*
Elementos de la promesa:
La Sangre y el Espíritu de Cristo
LA INAUGURACIÓN DE LA IGLESIA
En los Hechos de los Apóstoles, capítulo 2, en “el día de Pentecostés”,
pudiendo llamarlo como la inauguración de la Iglesia, el tema del
discurso de Pedro fue el Señor Jesús. Habló de su muerte, resurrec-
ción, ascensión y derramamiento de su Espíritu. En esto expuesto,
está la base y la síntesis de la obra de Dios, que se materializó de esta
manera. Desde allí brota toda edificación y trabajo de Dios a manera
de gracia y por medio de la fe, como dice en la carta de los Colosen-
ses: “…y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que
oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad. Así debemos andar,
recibiéndolo constantemente por la fe” (Col.1:6).
Desde este día de Pentecostés, y gracias a la predicación del evange-
lio por Pedro, iluminado por el Señor, y a la luz de la exposición de
Cristo, de su persona divina y humana prometida en las Escrituras, y
de su obra, responde una interrogante a la necesidad humana: “¿Qué
haremos, hermanos?”. Aquí el apóstol comienza, inspirado por el Es-
píritu Santo, a hablarles, porque así Jesús había prometido que sería,
que él nos recordaría todas las cosas y sus palabras (Juan 14:26).
*
Mensaje predicado en Santiago el 12/08/2009.
158
EL NUEVO PACTO
Y fue de esta manera cómo el Espíritu Santo les recordó y les inter-
pretó a los apóstoles la exposición de la Palabra de Dios hecha por el
propio Señor Jesús. Lo que hace el Padre siempre es traernos al Hijo;
lo que hace el Espíritu Santo es glorificar al Hijo y que lo recibamos
por la fe. Al Padre por el Hijo y al Hijo por el Espíritu.
¿Cuáles eran los términos del nuevo pacto? Podemos leerlos en He-
breos capítulo 8, desde el verso 1. Ahora bien, toda esta epístola es
preciosa porque su punto principal es declararnos que tenemos ayu-
da, porque antes éramos ajenos a Dios, y ahora tenemos tal sumo
sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la majestad de
Dios en los cielos. Además de él, ministro, servidor del santuario, y
de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre,
porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas
y sacrificios, por lo cual es necesario que también éste tenga algo que
ofrecer.
De esta manera nos presenta que si estuviera sobre la tierra, como
Caifás, como Anás y todos ellos, no sería sacerdote, habiendo aún
sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley. Podemos aclarar
que esta carta a los Hebreos se escribió antes del año 70, porque no
había sido destruido el templo y aún funcionaba el sacerdocio, “los
cuales sirven (todavía en esa época) a lo que es figura y sombra de las
cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el
tabernáculo, diciéndole: “… haz todas las cosas conforme al modelo
que se te ha mostrado en el monte” (Heb.8: 5).
Lo que erigió Moisés es un modelo, mas Juan en Apocalipsis vio la
realidad, que concuerda con lo que Dios le mostró en el monte a Moi-
sés. “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador
de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (Heb.8:6).
Este “ahora” es muy importante. Este es el Nuevo Testamento a partir
de Cristo, de un ministerio mejor que el de aquellos sacerdotes del an-
tiguo pacto. Note que aquí está hablando de un pacto nuevo que tiene
unas promesas mejores, refiriéndose a la Sangre de Jesucristo para
el perdón de los pecados, y el don del Espíritu Santo. Estos son los
elementos centrales del nuevo pacto a los que se refiere Hebreos, pro-
metidos por Dios, quedando de manifiesto que únicamente por estos
elementos se hace posible andar con Dios; esa es la única base real.
Continuemos en Hebreos 8, que dice: “Porque si aquel primero hu-
biera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar
para el segundo. Porque reprendiéndolos dice: “He aquí vienen días,
161
Capítulo Diecisiete17*
*
Mensaje predicado en Iquique el 24/07/2009.
164
ocurre hoy, porque él pasará por alto nuestros pecados por la Sangre
de Jesucristo. Pasar por alto es ignorar, y eso es lo que Dios quiere,
ignorar nuestros pecados, pero él no perdonará sin la Sangre. No po-
demos venir delante del Señor en base a lo que somos, a lo que hace-
mos, a lo que sentimos: sólo podemos venir a su presencia en base a la
Sangre del Cordero, del Hijo de Dios. Por esa Sangre es que nosotros
estamos en pie y podemos dejar de escondernos y venir confiados y
reconciliados, porque siendo sus enemigos, Jesús nos reconcilió con
el Padre. Entonces ¿qué está buscando Dios? ¿Cuál es la base? La úni-
ca respuesta es la sangre.
Pero pretender algo de esto sin estar vinculado con Cristo, con su
Sangre y con su Espíritu, no sirve de nada, puesto que la base que
Dios quiere no está. Esto es lo que hace Satanás, hacernos olvidar esta
base y nos hace adquirir la situación del hombre caído, esta situación
esquizofrénica en la que nos idolatramos y nos detestamos al mismo
tiempo y nos olvidamos de las promesas de Dios. Pero ante este es-
cenario, el Señor nos recuerda nuevamente que la Sangre de Cristo
limpiará nuestras conciencias y aprenderemos a decir lo mismo que
dice Dios, a estimar a su Hijo y a su sacrificio y a tener su sentir por
encima de nuestras autoacusaciones y las acusaciones de Satanás.
Ahora, nuestras conciencias tienen que aprender a valorar la Sangre
de Cristo como la valora Dios. Él nos ama y se olvida de nuestras
iniquidades. Esto es la Pascua y él quiere que así también nuestra
conciencia lo acepte y lo crea de la misma manera. Dios dice que: “Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos” (1ª
Jn.1:9).
Su Hijo pagó la deuda y el Padre lo aceptó. No podemos servir a Dios
si nuestra conciencia y nuestro corazón nos acusan, pero mayor que
todo lo nuestro es Dios. Por eso la Sangre de Jesucristo habla más alto
que la de Abel. Cualquier otra sangre derramada en la tierra pide
venganza, pero la de su Hijo pide perdón a favor nuestro.
Capítulo Dieciocho18*
La Cruz
EL SIGNIFICADO DE LA CRUZ
Como primer hecho, vemos que la Cruz nos muestra de una mane-
ra objetiva el sacrificio del Señor. Al mismo tiempo, la Cruz también
nos crucificó a nosotros juntamente con Cristo, que es otro segundo
aspecto. Entonces, de eso nos habla Romanos al presentarnos esos
distintos aspectos de la Cruz.
Él tomó nuestra naturaleza, pero ¿para qué la tomó? Para ponernos
en sus hombros. Desde luego, él nos puso encima de él, sobre sus
hombros como una vestidura, y nos cargó y nos introdujo en su glo-
ria, sentándonos con él en lugares celestiales, y nos escondió con él en
Dios. Nosotros no subimos solos, sino que él bajó, y nos puso sobre
sus hombros, y ascendió con nosotros, y nos sentó con él en lugares
celestiales. Eso es lo que hace el evangelio: ponernos en el Hijo, para
que al estar en él estemos también en el seno del Padre. La Iglesia es
puesta en el Hijo y en el Padre. “Si lo que habéis oído desde el princi-
pio, permanece en vosotros, (…) también vosotros permaneceréis en
el Hijo y en el Padre” (1ª Jn.2: 24).
Y lo que hace el Hijo, como también dice en otro lugar en Efesios, es
introducirnos al Padre. El evangelio nos pone en el Hijo, y a la vez
pone al Hijo en nosotros. Y ahora el Hijo nos introduce al corazón del
Padre. El Señor se nos revela a través de su Palabra, y esa Palabra es
vivificada por el Espíritu dentro de nuestro espíritu. Mantengámonos
en la fe, en la simplicidad de ella. No basemos nuestra fe en lo que
sentimos, no basemos la fe en lo que experimentamos, sino basemos
la fe en lo que él reveló en su Palabra, que será enseñada por el Espí-
ritu.
“…Sobre esta roca…” (Mt.16:18). Esta roca es La revelación que el
Padre nos da del Hijo. “…edificaré mi iglesia…” (Mt.16:18). La Iglesia
es edificada con revelación, en una revelación que viene de parte de
Dios acerca del Hijo, con la cual nosotros ahora contamos, y recibimos
con gratitud, porque no es algo que merezcamos. Porque siempre Sa-
tanás nos lleva al territorio de querer merecer, para hacernos caer de
172
quiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te conde-
nas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo” (Ro.2:1).
Luego, llega el capítulo 3, en el verso 9, diciendo: “… ¿Qué, pues?
¿Somos nosotros mejores que ellos?…” ¡Qué alegría ver que Pablo se
puso entre este “somos”! “En ninguna manera, pues ya hemos acu-
sado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado”. Entonces,
¿cuál es el primer trabajo del Espíritu Santo? “Convencer al mundo
de pecado, de justicia y de juicio”. “Como está escrito: no hay justo, ni
aun uno; No hay quién entienda, no hay quién busque a Dios. Todos
se desviaron…” (Ro.3:10-11).
Aquí compone Pablo un salmo compuesto de pedacitos de salmos.
Un pedacito de éste, un pedacito de otro, un pedacito del otro. El
Espíritu Santo se los juntó todos, porque eran varios espejos, e hizo
una sola fuente, para que los sacerdotes se vieran a sí mismos; porque
no por ser sacerdotes van a entrar sin limpiarse, y sin necesidad de
la sangre.
¿Podemos darnos cuenta de que en estos 3 primeros capítulos, el 1, el
2 y hasta la mitad del 3, está la Fuente de Bronce, que utiliza el Espí-
ritu para convencernos de pecado y de justicia? ¿Y qué tal que fuera
sólo de pecado? Eso sí que sería terrible. Pero el Espíritu Santo es lo
opuesto a Satanás que acusa a los hermanos; en cambio, el Espíritu
Santo es llamado “Consolador”, y él no sólo nos convence de pecado,
sino también de justicia, y en esta justicia está lo que el Señor Dios
hizo en Cristo a nuestro favor.
El sacerdote, antes de ejercer sus funciones en el altar, tenía que pasar
primero por la Fuente de Bronce. Tenía que lavarse, y mirarse a sí
mismo. Por eso dice la Escritura que ellos también ofrecían sacrificio
no sólo por el pueblo sino por ellos mismos, porque son pecadores
también; mas en el Señor Jesús no hubo pecado, aunque se identificó
con nosotros, y por eso se bautizó.
Juan el Bautista le decía: “…Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú
vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene
que cumplamos toda justicia.” (Mt.3:14-15). Él dijo estas palabras por-
que venía para tomar sobre sí mismo el precio de nuestros pecados,
por eso él se bautizó, y también nosotros nos bautizamos, porque nos
identificamos con él en su muerte. Jesucristo murió en nuestro lugar,
y gracias a Dios que no sólo murió, sino también resucitó para darnos
su vida. Nosotros fuimos puestos en él y lo llevamos a la Cruz. Pero
él fue puesto en nosotros y nos pasó por la Cruz, y también por su
resurrección, y ascensión.
177
mana quedó vendida al poder del pecado. Entonces, cuando ellos ca-
yeron, y se reprodujeron, toda su descendencia, que somos nosotros,
nacimos vendidos al poder del pecado, con una naturaleza que no
puede por sí misma vencerle, aunque lo intente, resultando lo que
nos dice romanos 7: “…no hago el bien que quiero, sino el mal que no
quiero, eso hago” (Ro.7:19).
Ahora descubrimos que el problema somos nosotros. Entonces Dios
tuvo que tratar, no sólo lo que habíamos hecho, sino lo que somos. En
la Cruz, con la Sangre, Él nos limpia de los pecados, pero necesitamos
no solamente ser perdonados, sino necesitamos ser liberados de lo
que somos, que es algo más grave, porque lo que hicimos es por causa
de lo que somos, y podemos llegar a hacer mucho más de lo que ya
hemos hecho. Necesitamos ser perdonados, y para eso es la Sangre, el
sacrificio por las transgresiones. Pero hay otro aspecto del sacrificio,
y el sacrificio de Cristo fue uno solo, pero Dios hizo tantas cosas en
el sacrificio, que tuvo que representar sus muchas obras con muchas
clases de sacrificios.
Allá en Levítico descubrimos que hay otro sacrificio que se llama
ofrenda, que es la del Señor por el pecado, y ya no por las transgresio-
nes en plural, sino por el pecado en singular. La ofrenda por las trans-
gresiones es la muerte de Cristo por nuestros pecados como el Corde-
ro de Dios, pero también dice la Escritura, que se hizo (ya no plural,
sino en singular) pecado por nosotros. También él aparece como una
serpiente ensartada en un asta, porque los israelitas estaban siendo
mordidos por la serpiente, y no se podían librar del veneno de ella.
Entonces, Dios le indicó a Moisés que tomara una serpiente de esas,
pero de bronce, porque el bronce es el juicio de la serpiente, y ensartar
a esa serpiente en un asta, y todo israelita que fuera afectado por el
veneno de la serpiente, la mirara y sería libre del veneno de ella. Ya no
solo perdonado de los pecados, sino liberados del pecado.
Llegamos al capítulo 6, a la otra clase de sacrificio, que es el mismo
sacrificio de Cristo pero con otro aspecto. El Señor trató la condición
caída del ser humano, y nuestro viejo hombre fue crucificado, y Je-
sucristo fue hecho pecado por nosotros, y fue hecho maldición por
nosotros, acabando con el viejo hombre. Podemos preguntarnos en-
tonces: ¿Por qué lo sentimos todavía? Porque lo sentimos en la carne,
pero en Cristo fue crucificado. Y todo lo que Cristo es, nos lo pasó a
nuestro espíritu por Su Espíritu.
Es necesario ver esto que hizo Cristo, y que puso en el Espíritu, y que
es un hecho en el Espíritu, y que si nosotros contamos con lo que el
Espíritu nos trae, en el espíritu somos libres del pecado. Somos una
181
Santo con nuestra alma, mientras que el lugar Santísimo con nuestro
espíritu. Es decir, lo que recibimos en nuestro espíritu es algo que el
Señor consiguió en su carne, y en su alma. Entonces, lo que el Señor
está haciendo ahora es poner a Cristo en nosotros, y a nosotros en
Cristo. Ese es el trabajo del Evangelio. “…Si lo que habéis oído desde
el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis
en el Hijo y en el Padre” (1ª Jn.2:24).
El evangelio es para ponernos en el Hijo, y por medio del Hijo poner-
nos en el Padre, y también para poner al Hijo y al Padre en nosotros.
Él en nosotros es la provisión; nosotros en él es el disfrute, es el ejer-
cicio, es la apropiación. Son dos aspectos: primero él en nosotros, y
segundo nosotros en él. Tenemos que tener los dos aspectos, porque
si sólo pensamos que él es bueno y que es él quien hace todo, caemos
en la facilidad, porque no ponemos el pie en lo que él nos dio, que es
la obediencia de la fe, la responsabilidad. Si hay fe, hay obediencia,
que es la que cuenta con que Jesucristo murió y fuimos crucificados
con él, considerándonos muerto al pecado, mas también vivos para
Dios en Cristo.
183
Capítulo Diecinueve19*
T oda la obra del Señor es una obra orgánica, una obra relacio-
nada; es decir, cada parte con su parte. Tenemos la parte de
Dios el Padre, porque recordemos que al principio de la Palabra es
la primera vez que habla Dios en Trinidad ahí en Génesis 1:26: “…
hagamos”. No es solamente el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Es-
píritu, sino el Padre con el Hijo y con el Espíritu, involucrándose en
hacer una obra: “…hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a
nuestra semejanza…” (Gn.1:26).
Entonces el Padre tiene su parte en este hacer. Pero el Padre no hace
nada sin el Hijo. “…sin él nada de lo que ha sido hecho, fue he-
cho” (Jn.1:3). Incluso la planeación. Proverbios 8 nos dice: “…que la
sabiduría de Dios estaba con Dios, y era su delicia delante de él”.
En algunas traducciones dice que “…era su arquitecto…” Cuando un
padre va a construir una casa, él contrata un arquitecto y conversan
juntos, porque el arquitecto no va a hacer la casa sin tener en cuenta
los deseos del dueño de la casa, y tampoco este padre no va a hacer
la casa sin tener en cuenta a la madre y a los hijos. Entonces, el Señor
Jesucristo era el arquitecto, es decir, que nada planeó el Padre sin el
Hijo. Todo lo concibió con el Hijo.
EL ESPÍRITU Y LA TRINIDAD
Ahora viene el Espíritu, que procede del Padre y del Hijo. Debemos
confiar que el Espíritu Santo nos tocará, dará refrigerio a nuestro espí-
ritu, y como él está en nosotros, hará su trabajo, que es pasarnos estas
cosas, comunicárnoslas, hacernos partícipes espirituales de este amor
común entre el Padre y el Hijo, que es el Espíritu. Por eso se le llama
el Espíritu del Padre y el Espíritu del Hijo, no solamente llamándole
Espíritu Santo. Por ejemplo, en Mateo 10 dice que no nos preocupe-
mos el día que nos lleven ante los magistrados, y ante las autoridades
para dar cuenta de nuestra fe, porque en aquella hora nos será dada
palabra que ellos no podrán resistir, porque no somos nosotros solos
*
Mensaje predicado en Iquique el 26/07/2009.
184
Capítulo veinte20*
LA SANGRE Y EL ESPÍRITU
APLICACIÓN A LA HUMANIDAD
Vamos al libro de los Hechos capítulo 2, para revisar el primer discur-
so inaugural de la Iglesia. Aquí está el mensaje de Pedro donde, en
primer lugar, ocurre el derramamiento del Espíritu Santo, y comienza
a hablar diciendo que Jesús es el Mesías, que vino, murió, resucitó y
que cuando ascendió Dios le dio lo que le había prometido para noso-
tros, el Espíritu. Ahí está el Arca divina y humana, el oro y la madera,
la muerte, la sangre introducida en el propiciatorio, en el Lugar santí-
simo, figura del cielo mismo.
Después del mensaje, dice: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual to-
dos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios,
y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha de-
rramado esto que vosotros veis y oís” (Hch.2:32). Nosotros sabemos
que el Espíritu es invisible, pero habla que se puede ver y oír lo que él
hace. Aunque Dios es invisible, sin embargo, lo que hace es patente.
Lo que Dios quiere es tocarnos, impregnarnos con su Espíritu, y que
nos toque. Nosotros necesitamos del toque de Dios, que es la comuni-
cación del eterno, lo espiritual, lo celestial por lo cual vivimos.
Continúa diciendo: “Porque David no subió a los cielos; pero el mis-
mo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que
201
ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísima-
mente toda la casa de Israel…” (Hch.2:33,36). ¿Qué es lo que tiene que
saber? “…que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha
hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron…” (Hch.2:36-37).
Ahí está el toque del Señor, y fueron ganados por él de corazón (ellos
eran judíos en su mayoría que estaban en Jerusalén), y justo en ese
momento, el día de Pentecostés, en que había venido el Espíritu San-
to, ellos preguntaron: “¿Qué haremos?”. Estamos tan acostumbrados
a hacer nosotros las cosas que pensamos siempre en cómo hacer las
cosas.
Si nos dan el secreto de lo que debemos hacer podemos alcanzar lo
que sea; ya antes le habían hecho una pregunta al Señor Jesús: “Enton-
ces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de
Dios?” (Jn. 6:28). El problema que tenemos es que pensamos que “no-
sotros haremos”. El pueblo de Israel decía que cumplirían todo lo que
le mandara Dios, pero él sabía que no era así, y que ellos necesitaban
hacer la ley; pero el Señor Jesús nos responde esta pregunta por otro
lado, diciéndonos que “…creáis en el que él ha enviado” (Jn.6:29).
Porque no es por lo que nosotros hacemos, ya que eso sería una obra
propia, pues la obra es de Dios.
Pedro les dijo a los judíos y a los habitantes de Jerusalén: “Arrepen-
tíos”, palabra que viene de metanoia (cambio de entendimiento), que
es un cambio en la manera de ver las cosas. Antes veíamos las cosas
de un punto de vista humano, pero cuando el Señor nos toca, empe-
zamos a ver las cosas de un punto de vista distinto y nos damos cuen-
ta que no somos tan buenos, ni tan capaces como pensábamos que
éramos, y que si él no nos hubiera curado y tomado sobre sí, nosotros
hubiéramos muerto para siempre. El arrepentimiento está junto con
la fe, porque el arrepentimiento es por el convencimiento del Espíritu
Santo en nosotros. Porque el Espíritu empieza a trabajar cuando es-
tábamos en el mundo, como dice el Señor que el Espíritu Santo: “…
convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn.16:8).
Nos podemos dar cuenta que Dios cuando nos toca empezamos a ver
las cosas como él las ve. Dios nos está guardando desde el principio,
y nos pide que seamos sabios y entendidos, y no seamos necios. Esto
está incluido en el arrepentimiento, que es empezar a ver las cosas
como Dios las está viendo. Entonces, no es tan sólo arrepentimiento,
porque nos dice: “… Arrepentíos y bautícense cada uno de vosotros
en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo…” (Hch.2:38).
202
Capítulo Veintiuno21*
*
Mensaje predicado en Santiago el 13/08/2009.
206
Esos son todos los alcances de este pacto, entonces ahora dice así: “Si
dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieran en mis juicios, si profanaren
mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos, entonces castigaré
con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de
él mi misericordia…” (Sal.89:30-33).
Dios castigará, pero con misericordia; será un castigo, pero sin quitar
la misericordia, porque hubo un pacto al cual Dios le está siendo fiel.
Nosotros estamos bajo el pacto eterno de Dios y él es fiel al pacto; él
es el buen Padre que castiga a sus hijos, pero no con un castigo eterno,
sino con un castigo con misericordia. Hay vara, hay azotes, hay casti-
go, pero también hay misericordia.
“…Ni falsearé mi verdad. No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha
salido de mis labios. Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré
a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol
delante de mí. Como la luna será firme para siempre, y como un tes-
tigo fiel en el cielo” (Sal.89:33-37).
Vemos la fidelidad del Señor, en la cual muchas veces tiene que corre-
gir. Llegamos también aquí a un tercer aspecto del perdón, de todo lo
que consigue la Sangre, que nos salva y nos reconcilia. No perdemos
la calidad de hijos, pero pecamos; perdemos la comunión con él, per-
demos el gozo, pero no la salvación; él nos limpia de nuestros peca-
dos, para restaurar la comunión y el gozo de la salvación.
David había cometido un pecado serio, un asesinato y adulterio. Fue
un acto grave, y como dice la Palabra fue “desagradable ante los ojos
de Jehová” (2 Sam.11:27). Del cual también se hizo el desentendido
David por un buen rato, lo que todavía es más grave. Dios, por medio
de Natán, le dice que por haber hecho lo malo delante de sus ojos, no
se apartaría la espada de su casa. (Paráfrasis 2S.12:9-10)
Luego de ser anunciado esto, el hijo que nació de Betsabé, la mujer
con quien adulteró, murió, aun cuando David había orado mucho
para que esto no ocurriera. Dios había perdonado a David, pero no
permitió que el hijo viviera. Después, su otro hijo Amnón violó a su
hermana Tamar. Absalón hermano de Tamar, venga su deshonra ase-
sinando a Amnón. Dios había perdonado a David, porque él se humi-
lló, y creyó, y volvió a tener comunión con él, pero Dios no levantó la
disciplina de su casa, que es otro aspecto del perdón.
Es un perdón de gobierno, porque la protección paternal es para tener
a sus hijos en seriedad, y que no convirtieran en libertinaje la gra-
cia. Si Dios no corrigiera a sus hijos, con quienes tiene comunión, se
212
Capítulo Veintidós22*
LA CONCIENCIA Y LA PALABRA
El enemigo viene con sus engaños y muchas veces falsea nuestra per-
sonalidad, y pone un manto sobre nosotros, del que no nos damos
cuenta. Entonces él se disfraza de lo que nos gusta, y luego él va aña-
diendo lo suyo, porque es perverso, y quiere destruirnos; nos coloca
pensamientos de él, a veces sentimientos, pero lo hace tan sutil, que
nos hace creer que somos nosotros mismos. Al comienzo, el desvío
parece pequeño, pero deja que pase el tiempo y nos damos cuenta
que nos quiere llevar a la muerte. “Hay camino que parece derecho al
hombre, pero su fin es camino de muerte” (Pr.16:25).
Pero Dios quiere unir nuestra conciencia a su Palabra, que es la espa-
da y la voz del Espíritu Santo, para que la voz del Espíritu sea la voz
de la Iglesia. Porque la voz del Espíritu es la del Hijo, y la del Hijo es
la del Padre, y ellos quieren que la Iglesia tenga la misma voz, para
que predique y bautice, y enseñe todas las cosas en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu, representando a Dios.
Esto es muy importante, porque tenemos ejemplos en la Palabra, de
hombres que no han cumplido con los deseos de Dios, como le pasó
a Saúl que no representó a Dios, pero en cambio David sí lo hizo, y
aunque erró, Dios lo corrigió y pudo confesar su pecado. Pero Saúl se
honró delante del pueblo; es decir, no había rectitud, no representaba
el sentir del Señor. Dios ya no podía contar con esa persona, porque
tenía intereses humanos, idolátricos; su propia gloria estaba primero
que el propio Señor.
El Señor dice que “…como ídolos e idolatría la obstinación….” (1
S.15:23). Porque la idolatría es tener otro Dios distinto, amar otra cosa
más que Dios y aceptar la propuesta, el sentimiento, la sugerencia, la
tentación de otros espíritus y no la del propio Señor, que nos guía. Por
eso se compara con hechicería, y se compara con obstinación. Enton-
ces el Señor tiene que tratarnos, para que nuestra conciencia valore las
cosas conforme a la Palabra de Dios.
No nos apoyemos en nuestra propia prudencia, sino fiémonos de Je-
hová, como nos dice Proverbios: “Reconócelo en todos tus caminos,
y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme
a Jehová, y apártate del mal… (Pr.3:6-7). Debemos consultarle con
seriedad a Dios, no como aquellos ancianos que llegaron delante de
Ezequiel haciéndose los justos: “Vinieron a mí algunos de los ancia-
nos de Israel, y se sentaron delante de mí. Y vino a mí palabra de Je-
hová, diciendo: Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos
en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de
217
Dios nos ama, y el mayor bien que él nos puede hacer y dar es ha-
cernos semejantes a su Hijo, del que dice: “…en quien tengo com-
placencia” (Mt.3:17), y en el cual se siente fielmente representado. Y
por otra parte, él también desea que le seamos útiles, pero si no hay
una relación correcta con Dios de fe, de sinceridad y transparencia,
seremos inútiles.
La Sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado; la palabra del tes-
timonio está basada en que la gracia fiel de Dios se recibe sólo por la
fe. Y esta verdadera fe incluye el arrepentimiento y empezamos a ver
las cosas como Dios las ve. Dios nos ha perdonado, nos ha abrazado y
sentimos su abrazo en el espíritu. Vencimos al enemigo por la Sangre,
que nos hizo nuevos y nos podemos levantar en Cristo.
219
Capítulo Veintitrés23*
pecados, sino también para terminar con el viejo Adán, y llegar a ser
el postrer Adán, que termina con él, y resucita para comenzar de nue-
vo. El Señor Jesús venció a la carne, venció el pecado en la carne, y
aunque él se hizo carne, no pecó; asumió nuestra naturaleza humana
y en la carne: “… sino uno que fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado” (He.4:15). Así como tú y yo somos tenta-
dos, y venció en la carne como hombre. En su muerte nos incluyó, y la
Escritura nos dice que: “uno murió por todos…” (2 Co.5:14).
En consecuencia, todos murieron. Nuestro viejo hombre fue crucifica-
do, y en la Cruz no sólo limpió los pecados, sino crucificó al pecador
y nos hizo una nueva criatura nacida en la justicia y santidad de la
verdad; el nuevo hombre está libre del pecado, porque es Cristo en
nosotros. Que el nuevo hombre esté limpio del pecado, no significa
que en Adán y en nuestra carne hayan “desconectado” la ley del peca-
do y de la muerte, ya que todo lo que Adán llegó a hacer después de la
caída lo heredamos en nuestra carne y está en nuestra carne.
Lo que Cristo consiguió, está en Cristo, y él lo puso en el Espíritu,
porque él dijo que el Espíritu tomaría lo de él para nosotros. De ma-
nera que, así como en Adán heredamos la naturaleza pecaminosa y
la muerte, en Cristo heredamos la naturaleza divina, la victoria y la
libertad. Sólo que lo pecaminoso está en nuestra carne y lo victorioso
está en el Espíritu de Cristo.
Ahora existe un combate entre la carne y el Espíritu. Esto hay que
entenderlo correctamente y lo que se quiere decir es que el pecado
fue destruido, absolutamente destruido en Cristo, y ese logro está en
el Espíritu, y su Espíritu lo ha puesto en el nuestro y en nuestro es-
píritu somos regenerados; somos nuevas criaturas en el Espíritu. Si
andamos en el Espíritu, heredamos vida y paz, pero si andamos en la
carne, heredamos corrupción y muerte. Dios nos da la oportunidad
otra vez, como al principio, de estar delante de dos árboles, el árbol
de la vida que viene a nosotros por Cristo y el Espíritu, o el árbol de
la ciencia del bien y del mal, donde está la muerte, el vivir por noso-
tros mismos, y vivir por la carne. Diariamente estamos delante de dos
árboles.
El Señor Jesucristo fue crucificado por nosotros, luego nosotros fui-
mos crucificados juntamente con él. Esta base es la que debemos tener
clara; de lo contrario, vamos a tratar de crucificar nosotros nuestra
propia carne, que ya está crucificada en el Espíritu. Entonces, Satanás
nos coloca en la posición del legalismo, en la posición de nuestra na-
turalidad para que nosotros por nuestro esfuerzo religioso tratemos
de matar lo que sentimos en la carne por causa de que heredamos
222
puntas hacían que aparecieran en el Lugar Santo por medio del velo,
haciendo una señal. Las varas tocaban el velo, y señalaban en el Lu-
gar Santo donde estaba el Arca, y eso es muy significativo, por eso
la Palabra dice: “…Oraré con el espíritu, pero oraré también con el
entendimiento…” (1ª Co.14:15).
O sea, el deseo de Dios es que todo lo que recibimos del Padre, del
Hijo y del Espíritu en nuestro espíritu pase a nuestra alma, y esto es la
renovación en el Espíritu Santo. La regeneración es instantánea, pero
la renovación es durante toda la vida, porque esta renovación es la
aplicación en la práctica cotidiana de lo que fue provisto. Es tomar de
él para aplicarlo en todas nuestras necesidades, pues nosotros siendo
necios, Dios es nuestra sabiduría. Somos débiles, pero él nos fortale-
ce; somos viles, pero él es nuestra justificación; nosotros no valemos
nada, pero él nos compró, pagando el más alto precio, haciéndonos
su familia real y celestial, pues ahora nosotros nacimos en el cielo, no
siendo este sólo nuestro destino, sino también nuestro origen.
El primer nacimiento es en nuestra carne, pero este nuevo nacimiento
es del cielo. Por esto el Señor nos dice: “Poned la mira en las cosas de
arriba, no en las de la tierra” (Col.3:2). Dios quiere que el río que sale
de su trono circule, pase por el Lugar Santo, pase por el atrio, salga a
las naciones, y que toda alma que se sumerja en ese río del Espíritu
sea vivificada, porque el río es el que da vida, el Espíritu es el que
vivifica; la carne para nada aprovecha, sino sólo el Espíritu.
Lo que el Señor quiere es que su Espíritu, con el Hijo y el Padre, que
ya están unidos a nuestro espíritu, se abran camino a través de nues-
tro yo, a través de nuestros pensamientos, para tener los pensamien-
tos de Cristo, el sentir de Cristo, el querer con Cristo, para colaborar
con él y cargarlo, y trasportarlo a él. Nosotros somos un vaso de ba-
rro, pero él es un tesoro, y él escogió lo débil con un propósito, para
que la excelencia del poder sea de él, y no de nosotros.
El Señor hace circular lo suyo, para que cada vez seamos configura-
dos a la imagen de él. Representar al Señor, y no andar sueltos de él,
sino tomados de la mano, escondidos en él; él en nosotros y nosotros
en él por el Espíritu. No nos miremos a nosotros, sino a él. No busque-
mos en nosotros, pues no somos nada, pero el Señor nos ha elegido,
para deshacer lo que es.
El Arca es portada sobre los hombros, sobre el corazón de los levitas,
pero ahora ya no estamos en la figura. Ahora el sacerdocio es según el
orden de Melquisedec, y es de todo el pueblo de Dios, porque ahora
el que nos hace sacerdotes es el Señor Jesús, no sacerdote de Leví, sino
226
él nos deja, e insiste hasta un punto, que él conoce muy bien. “…No
contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre…” (Gn.6:3).
Ser entregado por Dios, ser sueltos por Dios, equivale a ser entregado
a Satanás. Es algo muy delicado salir de debajo de la protección de
Dios, y es semejante a caer en las garras de los demonios. Finalmente,
Dios entrega a los propios ídolos, a lo que se ama más que a él. Las
gentes del mundo, por no tener en cuenta a Dios, fueron entregados
a toda clase de depravaciones, porque no quisieron tenerlo en cuen-
ta, por lo tanto, fueron soltados, entregados. Roguemos que esto no
suceda con nosotros, y donde sea que estemos volvámonos al Señor,
pues la Sangre nos limpia, y el Espíritu nos fortalece, nos levanta y
camina con nosotros en nuestro interior, y nosotros con él, haciendo
juntos la obra de Dios.
Este fluir no sólo llega a todos los rincones del alma, a lo largo de
nuestra vida, también tiene que pasar a nuestro cuerpo. Pablo, en
Romanos 8, dice: “…el cuerpo en verdad está muerto a causa del
pecado…” (Ro.8:10). El hombre heredó el pecado de Adán, y por eso
no podemos andar y dejar a nuestro cuerpo gobernar, porque “está
vendido al poder del pecado”.
Pero hemos nacido de nuevo, y la Palabra continúa diciendo: “…mas
el espíritu vive a causa de la justicia” (Ro.8:10). Y esto es ahora por
la fe en Cristo. Él es nuestra justificación, pues aunque el cuerpo esté
muerto, el espíritu vive. Entonces, nosotros no somos deudores a la
carne que nos llevará a la muerte, pues mientras estemos en ella pe-
caremos, pero “Y si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos
a Jesús mora en vosotros, (…) vivificará también vuestros cuerpos
mortales por su Espíritu…” (Ro.8:11).
O sea que otro trabajo que hace el Espíritu en su circulación del San-
tísimo al Santo, y ahora al Atrio, a nuestro cuerpo, es primero antes
de glorificarlo, aunque ya está glorificado en Cristo, pero de esa glo-
rificación se nos adelantan los poderes del siglo venidero, sanidades,
fortalezas, milagros. En el siglo venidero, en estado de resurrección
íntegra, con el cuerpo incluido, habrá ciertos poderes, que se llaman
así “los poderes del siglo venidero”, que es en el Milenio, donde el
poder del Señor obrará en nuestro cuerpo. Inclusive las aguas que
serán destruidas, vueltas sangre, en las copas de la ira, el río que fluye
del trono de Dios, en el milenio va a sanear las aguas. También los
animales van a ser saneados, cuánto más lo serán nuestros cuerpos, o
sea, que existe lo que se llaman “los poderes del siglo venidero”. Pero
la Biblia dice que algunos de esos poderes se adelantan en esta vida,
y que algunos, incluso en esta vida antes del Milenio, gustamos de
228
Capítulo Veinticuatro24*
LA FUENTE DE BRONCE
Vamos a Éxodo para ver esa Fuente de Bronce: “Habló más Jehová a
Moisés, diciendo: Harás también una Fuente de Bronce, con su base
de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y
el altar, y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos
las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se
lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar
para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová, se la-
varan las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por es-
tatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones” (Ex.30:17-
21).
Pasemos unas páginas más del libro de Éxodo, hasta el capítulo 38
versículo 8, donde hay un detalle adicional que no apareció en la lec-
tura anterior, que nos ayudará a entender mucho más: “También hizo
la Fuente de Bronce y su base de bronce, de los espejos de las mujeres
que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión.”
Entonces, ¿qué hacían las mujeres que velaban a la puerta del taber-
náculo de reunión con sus espejos? Se miraban a sí mismas. En ese
tiempo, los espejos no eran como los de ahora que son de cristal con
nitrato de plata, sino que eran de bronce bruñido. Entonces, las muje-
res que velaban a la puerta del tabernáculo, o sea, las mujeres santas
de Dios, las que representan a la Iglesia, se podían reflejar, verse a sí
mismas en el bronce.
Con eso se hacía la fuente. Notemos que los sacerdotes, cuando llega-
ban, inclusive antes de pasar por el altar, tenían que llegar a la Fuente
de Bronce. Esto quiere decir que los mismos sacerdotes se podían ver
a sí mismo en aquella fuente, y después de verse, de reconocerse, se
lavaban. Y ¿para qué sirven esas dos cosas? Antes de poder entrar a las
siguientes, de poder pasar al Lugar Santo y al Santísimo, ellos tenían
que pasar por el Atrio, y en el Atrio tenían que pasar primeramente
por la Fuente de Bronce, antes de ofrecer los sacrificios para que no
murieran. Para que no haya muerte, debe haber arrepentimiento y
fe, que es lo que está representando esa Fuente de Bronce y ese altar.
En los tres primeros capítulos de Romanos, podemos encontrar ahí la
Fuente de Bronce, y ¿qué es lo que nos dicen? Ellos cumplen el papel
de la Fuente de Bronce hecha con los espejos de bronce, pues nosotros
somos reflejados, se nos muestra nuestra verdadera cara y necesita-
mos lavarnos, además de necesitar el sacrificio.
Miremos lo que dice, por ejemplo, en el capítulo 1, en el verso 18: “…
La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad injusti-
232
EL ALTAR DE BRONCE
Ahora ya pasamos al Altar; después de haber pasado por la Fuente,
para reconocernos y lavarnos, pasamos al Altar, donde está la base de
nuestra salvación. Pero la ley nos tenía que ayudar, porque la gente
pensaría que es buena, pero viene la ley y dice al hombre que no haga
estas ciertas cosas. Alguno obedeció nueve puntos de la ley, pero en el
número diez, falló. La Palabra nos dice que si se falla en una cosa de
la ley, falla en todas, y es un transgresor. Ahora sí podemos ver que
necesitamos a Cristo.
Ahora, de la fuente pasamos al Altar de Bronce, donde se ofrece una
serie de sacrificios. Entonces, en el capítulo 3:19, pasamos de la Fuente
al Altar de Bronce: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a
los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo
quede bajo en juicio de Dios…”
El Espíritu nos convence de pecado, de justicia y de juicio, ya que por
las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él,
porque por medio de la ley (ese es el capítulo 2) es el conocimiento
del pecado. “Inexcusable”, se les dice a los gentiles; “inexcusable”, se
les dice a los judíos; todos, no hay diferencia, y no hay manera de ser
salvos. No hay ni siquiera uno, todos se hicieron inútiles. Esto es muy
serio, pero ahora se hace el traslado. El Evangelio recién está comen-
zando con el arrepentimiento; arrepentíos, así empieza el evangelio.
¿No fue acaso lo primero que el Señor Jesús comenzó a anunciar por
todas partes? “Arrepentíos y creed”, nos decía.
“…Ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testi-
ficada por la ley y los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para que todos los que creen en él. Porque no hay diferen-
cia, por cuanto todos pecaron, y están destituido de la gloria de Dios,
siendo justificado gratuitamente por su gracia, mediante la redención
que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por me-
dio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber
pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de
manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el
que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro.3:21-26).
Ahora ya pasamos al altar. ¿Nos podemos dar cuenta? De la Fuente
de Bronce, pasamos al Altar. Aquí empiezan a aparecer palabras pre-
ciosas, todas relacionadas unas con otras, y con una secuencia: justi-
ficación, redención, propiciación; y de a poco nos encontramos con
reconciliación, salvación y nos damos cuenta que nos topamos con
el Altar de Bronce. Y eso nos hace recordar el libro de Levítico, para
volver otra vez de nuevo a Romanos.
234
Dios hace las cosas detalladamente. Por ejemplo, dice que había unos
garfios, para abrir el animal y separar el hígado del páncreas, y los in-
testinos y el estómago. Al leer esto, pareciera ser una carnicería, pero
al comprender que todo habla del Señor, y es para la Iglesia, es muy
diferente. Si relacionamos esto con nuestra vida, muchas veces deci-
mos “¡Señor, perdóname si he pecado!”. Y claro que hemos pecado,
pero es necesario ser más detallista, como lo es el Señor.
Imaginémonos esto: con un garfio se ha agarrado el hígado, el riñón
izquierdo y el derecho, pues así es como había que ofrecer las cosas.
Por lo tanto, no podemos decirle al Señor que hemos pecado, sino
más bien: “Señor, fui hipócrita”, “fui envidioso”, “lujurioso”, “pere-
zoso”, “tuve mala voluntad”, etc.; o sea, debemos repartir en pedaci-
tos las cosas. ¿Nos damos cuenta? Todo eso está para hacernos ganar
tiempo, y para que vayamos por donde hay que ir.
EL HOLOCAUSTO
El capítulo 1, donde la característica es que todo se quema, para que
Dios lo huela y lo considere agradable. A veces nosotros venimos a
Dios por causa de nuestra necesidad, pero el Señor Jesús sabía que
su Padre había sido despreciado, y la justicia, y santidad de Dios fue
ofendida, habiendo que hacer justicia primeramente a Dios, antes que
ver la necesidad de los hombres. El Señor Jesucristo es el mediador
entre Dios y los hombres. El hombre merecía la muerte, y Dios me-
recía la vindicación, la gloria del reconocimiento. Debía haber un sa-
crificio que satisficiera la necesidad de Dios. El Padre es justo y por
eso alguien tenía que morir. Dios podía habernos perdonarnos sin la
muerte de Jesús, pero no hubiera sido justo.
La gloria de Dios había sido profanada con la rebelión del hombre.
A veces nosotros nos olvidamos de vindicar la gloria de Dios, pues
con tal de nosotros salir del infierno no nos importa si Dios sigue mal
entendido, o si el corazón de Dios sigue insatisfecho, porque sólo nos
interesa la satisfacción de nuestra necesidad. Lo que hizo Jesucristo
fue primeramente en relación con su Padre, pues su justicia, su santi-
dad y su gloria debían ser vindicadas. Dios debía ser adorado.
En la Cruz, el Señor Jesús honró a su Padre, honró su justicia, su san-
tidad, su gloria, su derecho. Por eso nadie podía comerlo, pues el ho-
locausto sólo Dios lo podía oler; no era para con el hombre, aunque
del mismo sacrificio somos perdonados, reconciliados y justificados,
y somos beneficiados.
236
En la relación del hombre con Dios, hay que ser justos con él. Ante-
riormente, leíamos en Romanos que el hombre detiene con injusticia
la verdad, injusticia contra Dios, y echándole a él la culpa de cosas de
que somos nosotros los culpables, ofendiendo su justicia, su santidad
y su gloria. Entonces, nuevamente, ¿qué hace el holocausto? ¿Qué
representa el holocausto? Que es uno de los aspectos del sacrificio
de Cristo, en el cual pone los intereses del Padre por encima de los
intereses humanos.
LAS OFRENDAS
Es el segundo aspecto que se describe, el de la ofrenda, que no es to-
davía por el pecado, sino el derecho que Dios tiene de poseerlo todo;
de que todo se haga para él, porque es de él y es para él, así como dice
la Escritura: “todo es de él, por él y para él”. Este aspecto de la muerte
de Cristo, a veces no lo consideramos, porque estamos solo pensando
que nos perdone, y ojalá lo más rápido posible. En Eclesiastés se nos
dice que cuando vengamos a la casa de Dios no lo hagamos apurados,
ni ofrezcamos el sacrificio de los necios, sino más bien, llegar para ser
tocados por Dios, convencidos, iluminados, limpiados y convertidos,
o si no, vamos a salir igual para pecar otra vez. (Paráfrasis Ec.5: 1 al 7).
El Señor Jesucristo estaba interesado en vindicar a su Padre. ¿Por qué
no perdonó Dios sin sacrificio? y, ¿Por qué no perdona a todos los que
no le piden perdón? Nosotros deseamos que Dios perdone a todos,
que nadie se vaya al infierno. Dios no hizo el infierno para los hom-
bres, sino que para Satanás y sus ángeles, pero hay hombres que han
seguido a Satanás hasta el infierno, y van a estar muy incómodos en
él. Dios no perdonó a los ángeles, ellos no tienen redención, porque
fueron creados en la gloria y ofendieron a Dios, y esta ofensa contra la
majestad de Dios fue grave. Nosotros nacimos en oscuridad, nacimos
en pecado, nacimos corrompidos, pero Dios nos socorrió y por la fe
nos salva.
Nosotros no entendemos lo que significa una ofensa a la majestad de
Dios, no entendemos la ofensa que hacemos a Dios, y a los hombres,
hasta que nos toca probar de la misma medicina. Hay que tener con-
ciencia, vivir en la presencia de Dios y pensar en los intereses de él
por encima de los de los hombres, para que no estemos en la posición
de Satanás, porque así le dijo Jesús a Pedro: “… ¡Quítate de delante de
mí, Satanás!” (Mr.8:33).
¿Por qué? Porque no tenía la mira en las cosas de Dios, sino en las de
los hombres. Ese es el sentido que tiene el holocausto, totalmente que-
237
mado, para que sólo Dios sea vindicado, y sólo Dios sea reconocido
en su derecho, en su gloria, porque el Señor vino a reconciliar.
En el capítulo 2 aparece que, si alguno ofrendare algo a Dios, el sa-
cerdote puede comer de la espaldilla, del muslo, y no puede comer
de la sangre, no puede comer de la grosura. Ciertas cosas son sólo
para quemarlas delante de Dios, pero ahora nosotros también tene-
mos beneficios, por ejemplo, el perdón, y estuvimos viendo que es
un beneficio; la libertad, es un beneficio; la justificación, la redención,
la propiciación, la reconciliación, la regeneración, la santificación, la
renovación, la vivificación, la glorificación, la edificación. Son todos
beneficios que nos vienen del sacrificio de Cristo y de su resurrección,
ascensión y Espíritu.
De esto nosotros podemos comer, pero ahí continúa la variedad: esto
es de paz y esto es para tratar el problema de la culpa, y esto para
tratar el problema del pecado. Cuando llegamos a Romanos capítulo
3, el Altar de Bronce, donde se presentaban todos esos sacrificios, po-
demos ver que empieza el Espíritu Santo, al ponernos el espejo de la
Fuente de Bronce, a mostrarnos el derecho de Dios y las injusticias de
los hombres, que cambiaron con injusticia la verdad, y no le dieron
la gloria a Dios, sino a las criaturas que empezaron a llamarles dios,
ignorando al verdadero Dios. Por eso la idolatría es una ofensa gran-
de, porque Dios dice que él es celoso. A veces no conocemos a Dios
como un marido cuyo Espíritu nos anhela celosamente, y quiere que
le pertenezcamos a él, que existamos para él.
El propio pueblo de Dios tiene amantes distintos al Señor, pues, ¿aca-
so no nos dice el apóstol Santiago (no el de los doce, sino el hermano
del Señor) en su epístola?: “¡Oh almas adulteras! ¿No sabéis que la
amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que
quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg.4:4).
Dios (mucho más que nosotros) quiere estar unido al hombre; él quie-
re abrazarnos y hacerse uno con nosotros. Para eso nos hizo, y eso
es lo que está esperando. A veces nosotros no nos damos cuenta y
tenemos una imagen de Dios como un ogro, como alguien insaciable,
como alguien imposible de agradar. Pero él ha hecho todo para reci-
birnos; nos ha dado todo, nos ha perdonado, y lo seguirá haciendo.
Dios está tratando con nosotros y nos revela lo íntimo del asunto en la
Cruz del Señor Jesús. Por eso debemos entender lo más que podamos,
con la ayuda del Espíritu Santo.
¿Por qué fue necesaria la Cruz? ¿Qué asuntos involucra, y hasta dón-
de nos lleva la Cruz? El Señor había muerto como el Cordero de Dios,
238
para tratar ese primer aspecto, ese primer nivel de la Cruz que es el
de nuestros pecados. Hemos visto que también él fue representado
con una serpiente de bronce ensartada en un asta, o sea, el juicio de la
serpiente, y algo más que ya sabemos, pero que hay que tenerlo bien
claro, y es que nuestro problema no son sólo los pecados que hemos
cometido. Porque los frutos se deben al árbol, y no sólo a los malos
frutos; por lo tanto, no solamente hemos pecado, sino que somos pe-
cadores.
Por eso, algo de la Cruz tiene que ver con los que hicimos, y algo de la
Cruz tiene que ver con lo que éramos. Entonces volvemos a Romanos
otra vez, desde el capítulo 3 verso 21, continuando por todo el 4 y el
5 hasta el verso 11, que nos habla de ese primer aspecto en que nos
hemos detenido, el de la Sangre, el de la justificación por la redención,
por la propiciación; y porque hubo propiciación hubo redención, por-
que hubo redención hay justificación, por eso el sacrificio por la culpa;
y hay también por el pecado, y aquí empieza a hablarse de pecados
en plural, de transgresiones, hasta que llega a la mitad de el capítulo
5 donde el Espíritu Santo comienza a hablar del pecado, de la natura-
leza pecaminosa, del pecador, del árbol maligno.
Todo lo que ha significado el sacrificio de Cristo, Dios quiere mostrar-
nos su sentido. Quiere que conozcamos a su Hijo, que conozcamos el
asunto, que entendamos a Dios. El Señor quiere que no nos gloriemos
en ninguna otra cosa, pero que le entendamos a él, y en eso gloriar-
nos; no en el dinero o en cualquier otra cosa, sino en él. Y a Dios no lo
conocemos sin Jesucristo, y a Jesucristo no lo conocemos sin la Cruz,
porque ella es la que resuelve las cosas en los cielos y en la tierra. La
Cruz es lo que revela el corazón de Dios, la naturaleza de la Trinidad,
y el destino de la Iglesia.
Capítulo Veinticinco25*
Lo indispensable de la realidad de
Cristo en nosotros
primer verso introductorio, que nos dice que escudriñamos las Es-
crituras.
El Señor veía algo que sucedía en su amado pueblo, y es que ellos
separaban su estudio, separaban su actividad religiosa, bien inten-
cionada, por lo demás, fuera del Señor. No dependían de él para leer,
para escudriñar; hay una gran diferencia entre estudiar por nosotros
mismos las Escrituras, y estudiarlas conversando con el Señor, char-
lando con él y preguntándoselo todo a él, y pidiendo que nos enseñe
e ilumine.
Podemos ver en este verso la denuncia del Señor. Ese problema del
pueblo era un peligro, pero el Señor no quiere menospreciar a su pue-
blo y humillarlo, porque él no vino a condenarnos. El ministerio de
condenación es el de la sinagoga, pero el ministerio de la Iglesia es
de reconciliación, no de condenación. El Señor no vino a condenar
al mundo, menos a su pueblo; más bien quiere salvarlo; él es nuestra
ayuda y es la única esperanza que tenemos. Sólo nuestro Señor tiene
palabras de vida eterna.
EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA
Entonces, él dijo: “Escudriñáis las Escrituras, pensando tener en ellas
la vida eterna”, pero aquí empieza el Señor a decir cuál es el trabajo
de las Escrituras, cuál es el trabajo de escudriñar su Palabra, y cuál es
el objetivo. Jesús nos dice que ellas dan testimonio de él, pero ellos es-
tudiaban, como quien dice, con la mejor intención, pero no lo veían a
él, no lo tocaban. A pesar de todo, el Señor no los estaba condenando,
ni acusándolos, sino está ayudándolos.
Continúa diciéndoles: “A vosotros os parece que en ellas…”, y con
esto no está diciendo que las Escrituras no digan la verdad, pero si
se separan de él, si se hace una distancia entre los asuntos religiosos
y la persona del Señor Jesús, no se está cumpliendo el objetivo de la
Palabra. El objetivo de las Escrituras es llevarnos al Señor Jesús, así
como también es el objetivo de la ley. La ley era de parte de Dios,
y es santa, justa, buena, y Dios se la dio a los hombres, aunque los
hombres somos malos, carnales, e inútiles, pero como nos creemos
buenos, creemos que podemos hacer algo bueno también. Entonces,
Dios no quería que confiáramos en nosotros mismos, porque resulta
que ese árbol que mata, el de la ciencia del bien y del mal, tiene algo
de bien, pero mezclado con el mal. A veces nosotros decimos que en
el jardín había dos árboles, el del bien y el del mal, poniendo el bien
a un lado, y el mal al otro lado, y nos olvidamos de la vida, pero esto
246
SERVIR EN EL ESPÍRITU
Hay un gran contraste entre lo que nos da la carne, es decir, sus obras, y
el fruto que da el Espíritu. Y veremos esto apoyándonos en la Palabra.
Todo lo que nace de la carne es carne, no tiene provecho y sus obras
son: “…adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechi-
cerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, here-
jías, envidias, homicidios, borracheras, orgías…” (Gá.5:19-21). Esto es
algo que podríamos llamar la lista negra de la carne; pero lo que nace
de Espíritu es totalmente diferente: “es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…” (Gá.5:22-23).
Como hemos visto, la Biblia también tiene una lista blanca de las
obras de la carne, pues no son sólo asesinatos y esas cosas, sino tam-
bién son nuestras justicias propias. Muchos pensamos que el bien se
encuentra en un lado y por el otro está el mal, pero no es así, porque
el bien y el mal están en el mismo árbol que mata. Pablo en Filipenses
nos muestra que la carne tiene cosas loables, y de que confiar, ejem-
plificándolas en él mismo: “…circuncidado al octavo día...”. Él era
circuncidado del linaje de Israel, el único pueblo de Dios, “…del linaje
de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos…” (Fil.3:4).
248
Capítulo Veintiséis26*
Ciertas paradojas
*
Mensaje predicado en Santiago el 16/08/2009.
252
Jesús decía que él no juzgaba solo, sino que juzgaba juntamente con
el Padre, y él no juzgaba según las apariencias, sino con justo juicio.
Aquí nos damos cuenta de que Pablo nos está dando a entender que
existe un conocimiento de las cosas que es según la carne, la que se
ejercita para poder conocer algunas cosas. De hecho, también Santia-
go, como lo hace Pablo, hace una distinción entre la sabiduría que es
la de Dios, que viene de lo alto, y la que es natural, llamada animal y
hasta diabólica.
Aquí hay un plano espiritual, y uno natural, que aparecen muy claros
cuando el Señor Jesús ha resucitado, y en alguna de sus apariciones
a sus discípulos. Podemos entenderlo hacia el final de los evangelios,
y también en Hechos, que nos hablan de apariciones del Señor Jesús
ya resucitado, manifestándose a las mismas personas, produciéndose
el desconocimiento del hombre exterior y en contraposición al cono-
cimiento del hombre interior. Algunos dudaban y otros lo adoraron.
Eso es lo que sucede con el hombre natural, con el hombre psíquico,
con el hombre meramente exterior que está lleno de preguntas. Sa-
tanás ocupa el terreno del hombre exterior para llenarlo de millones
de preguntas, y de doctrinas a través de hombres, a través de filóso-
fos, teólogos, lanzando sus ideas sobre la humanidad y logrando que
nuestro hombre exterior tenga dudas aun del mismo Señor.
Juan el Bautista decía: “Y yo no le conocía; pero el que me envió a
bautizar con agua, aquél me dijo….” (Jn.1:33). En su espíritu, él tuvo
revelaciones tremendas; Juan el Bautista proclamaba que Jesús era
el Cordero de Dios, pues él tenía revelación en su espíritu. Muchas
veces uno no siente lo del espíritu, y comienzan las dudas del hombre
natural.
Nos podemos dar cuenta de esas diferencias entre el hombre natural y
el hombre espiritual en la Palabra: “Así que, al proponerles esto, ¿usé
quizás de ligereza? ¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne,
para que haya en mí Sí y No? (2Co.1:17). ¿Podemos darnos cuenta de
lo que acontece? Hay sí y no al mismo tiempo; en la carne hay muchas
dudas, porque en ella no se conocen los hechos espirituales, y por eso
el hombre exterior duda. Por eso algunos de los apóstoles se pregun-
taban: “¿Tú, quién eres?”, aun sabiendo que era el Señor (Jn.21:12).
Esto también sucede con nosotros, porque todos tenemos espíritu,
alma y cuerpo. Cuando estamos en el espíritu, hay una revelación del
Espíritu: “…y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn.10:4).
El Espíritu nos da testimonio de vida y de luz, pero el hombre exte-
rior, en la carne, estará siempre en cavilaciones.
253
PRIMERA PARADOJA
Tomaremos algunos ejemplos en la Palabra del Señor acerca de tres
paradojas. Una acerca de la muerte, otra acerca de la vida y otra acer-
ca de la salvación.
Vamos a empezar con la de la muerte. “Porque los que hemos muer-
to al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? (Ro.6:2). Pablo está decla-
rando un hecho espiritual, declarándolo con fe, y con conocimiento
de causa, diciéndoselo a hermanos. “¿O no sabéis que todos los que
hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su
muerte?” (Ro.6:3).
Lo que Adán llegó a ser después de la caída, todos los hombres lo he-
redamos en la carne. Pero los cristianos, los hijos de Dios, los creyen-
254
El Señor dice que cuando nos limpia los pecados, se olvida de ellos.
Demos gracias al Padre por esta Palabra: “…aun estando nosotros
muertos en pecados, nos dio vida… (Ef.2:5).
El Señor también nos ha resucitado y su resurrección también es una
paradoja. Podemos considerarnos vivo para Dios y vivir en esa no-
vedad de vida nueva. Y esta vida no es la vida vieja “tratando de
hacer”, sino nueva vida de Dios en Cristo resucitado. Si le creemos al
Señor, debemos dejar “el hacer” a él. Cuando dice que nuestro viejo
hombre fue crucificado, es un hecho espiritual que ya existe. Pode-
mos enfrentar la vida según la naturalidad que está en nuestra carne,
en medio de la religiosidad, o podemos levantarnos en el nombre del
Señor Jesús, confiar en él, y comprobar cuál es la buena voluntad de
Dios, agradable y perfecta.
Desde esta manera, en la práctica cotidiana, Pablo hacía morir lo te-
rrenal, queriendo decir, que apreciemos la muerte de Cristo, que es
la nuestra, y que también creamos en nuestra resurrección, y poder
considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo.
SEGUNDA PARADOJA
Veamos otra paradoja acerca de la vida: “Y él os dio vida a vosotros,
cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cua-
les anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mun-
do” (Ef.2:1-2). “…Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor
con que nos amó, aún estando nosotros muertos en pecado, nos dio
vida juntamente con Cristo” (Ef.2:4-5).
En Juan dice: “El que tiene al Hijo, tiene la vida…” (1Jn. 5:12). Dios
nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo. Nuestra fe debe
venir del Señor, y en él tener nuestra confianza, porque Satanás nos
engaña con una falsa fe. Hoy en día mucha gente está en la Nueva
Era, que está copiando la confesión de Cristo en la Iglesia, pero sin fe
en Cristo, no teniendo el sustento de la promesa de Dios, ni de la obra
de Cristo, ni del Espíritu Santo.
Pablo agrega más cosas; veámoslas en Primera de Timoteo 6:12: “Pe-
lea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual
asimismo fuisteis llamado, habiendo hecho la buena profesión delan-
te de muchos testigos”. Y ahora dice en el verso 18 y 19: “Que hagan
bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesoran-
do para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de
la visa eterna”. No debemos poner la gracia en las riquezas que son
257
inciertas, sino en el Dios vivo que nos da todas las cosas en abun-
dancia, para que disfrutemos y hagamos el bien. Pero hablando de
la vida eterna, a veces nos aparece como una vida eterna del tiempo
futuro. Tomarse de la vida eterna no quiere decir que no tengamos
ya la vida eterna, sino más bien quiere decir hacer uso de ella. Ahora
debemos hacer que la vida eterna forme a Cristo en nosotros y hacer
lo de Cristo.
A veces la vida se nos presenta en versículos como algo ya obtenido,
y otras, como que hay que echar mano de ella, queriendo decir que la
vamos a heredar después. Nos podemos preguntar entonces, si Cristo
murió por todos ¿por qué algunos se van al infierno? Y la respuesta
es porque ellos no creyeron; no porque el Señor no quisiera salvarlos,
pues la misma Palabra dice: “…el cual quiere que todos los hombres
sean salvos…” (1 Ti.2:4).
Dios es todopoderoso y soberano, y él en su poder y sabiduría ha que-
rido que el hombre pueda también decidir. La gracia de Dios fue ma-
nifestada para todos los hombres, y presentarlos perfectos en Cristo
Jesús. Dios decidió no imponer salvación sino ofrecerla, y por nuestra
parte como hombres sólo debemos decir “sí quiero”.
Hay una entrada “en la vida” y una entrada “de la vida”. Cuando
recibimos al Señor, la vida “entra” en nosotros y vive Cristo en noso-
tros. Ahora cuando la Palabra nos dice “yo en Cristo”, eso es entrar en
la vida. Porque una cosa es Cristo en nosotros, y otra cosa es nosotros
en Cristo, y nosotros ser hallados en él. Cristo ya está en nosotros,
porque ya lo recibimos, pero ahora nos toca vivir por la fe en el Hijo,
guardando sus obras.
TERCERA PARADOJA
Entonces, miremos lo que dice Pablo en Filipenses: “No que lo haya
alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por si logro
asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Fil.3:12).
Cristo ya nos tomó y ahora debemos lograr tomar por la fe aquello
para lo cual fuimos tomados. Este asir de Cristo significa ser operario
de los asuntos de Dios y aprovechar los dones que nos ha dado. Pablo
es sincero en cuanto a su experiencia y aprovechamiento del don de
Dios; porque él mismo no pretende haber alcanzado todo.
“…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús” (Fil.3:14). No proseguimos a la meta solamente por ser
salvos y no irnos al infierno eternamente, sino sentándonos con él en
258
perdonados, tenemos la vida divina, pero esa vida debe aplicarse. Por
eso dice que debemos ocuparnos de la salvación con paciencia, y ya
no dice con fe, sino dice con paciencia, y ganaremos las almas.
Ganar el alma es aplicar la vida eterna a todos los aspectos de nuestra
alma. Ya somos perdonados por Dios, pero a veces nuestro pensa-
miento parece no estarlo, porque el hombre se siente pecador. Debe-
mos estar a salvo del infierno, y también de los pensamientos. Hay
que aplicarlo tomando la Cruz, porque ella también hay que tomarla,
pues es una provisión. Por lo tanto, ahí habla de la salvación diaria,
y habrá una aplicación cuando el Señor venga a nuestro cuerpo, es
decir, la vida ya está en el espíritu. Ese río que sale del Espíritu, pasa
del Lugar Santísimo que es nuestro espíritu, y pasa para ganar el alma
y los pensamientos, y los sentimientos, y nuestra voluntad. Él vendrá
a ponerlo todo en orden a lo largo de toda nuestra vida.
Vamos ganando el alma, salvando el alma, con la salvación que ya
tenemos en el espíritu. Entonces, dice: “…el que quiera salvar su vida,
la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
(Mt.16:25). Esto se trata de otro aspecto de la salvación, y es la sal-
vación del alma, la aplicación de la salvación eterna, a nuestra vida
diaria, a nuestros pensamientos, y eventualmente llegará a nuestro
cuerpo.
Dice Pablo en Romanos que: “…el cuerpo en verdad está muerto a
causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Ro.8:10).
El que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará nuestros cuer-
pos mortales por su Espíritu. Nuestros cuerpos mortales pueden ser
vivificados, si dependemos del Señor. Podemos estar agotados, con-
fundidos, tantas cosas, pero está el Señor, que resucitó y vive en noso-
tros, y también ayudará a nuestros cuerpos.
Cuánto nos falta poner el pie en la tierra, y aprovechar a Cristo. Un
día Cristo, que es nuestra vida, se manifestará, y nosotros también
seremos manifestados con él en gloria, y al lado habrá una salvación
que nos traerá salvación a nuestro cuerpo.
La Palabra nos dice: “Amados ahora somos hijos de Dios, y aun no se
ha manifestado lo que hemos de ser…” (1Jn.3:2). Y lo que hemos de
ser, es la salvación de nuestro cuerpo, en la resurrección gloriosa con
Jesucristo. Hay un aspecto pasado de la salvación, un aspecto presen-
te y un aspecto final. No hay contradicción, porque cada cosa está en
su lugar.
260
261
Capítulo Veintisiete27*
Luego del capítulo 4 y del 5, a partir del verso 12, se hace una transi-
ción también, así como en varias transiciones cuando se describen los
sacrificios por el pecado, el sacrificio de paz, etc. En Levítico dice: Esta
es la ley de los holocaustos, y de las ofrendas, de los sacrificios por la
culpa, por el pecado, los sacrificios de paz, los de consagraciones, y
una serie de palabras claves que nos revelan la profundidad de las
riquezas inescrutables de la gracia de Dios en Cristo, realizadas por
Él en la Cruz.
inicio del capítulo siete, entonces esa mujer está libre de casarse con
otro. Mientras el marido vive, no puede casarse con otro, pero cuando
su marido muere, sí puede hacerlo. Así nosotros hemos muerto. La
ley no tiene por qué morir, pero nosotros sí morimos. Nosotros no
pudimos obedecer la ley, y ésta nos condenó. Pero Cristo nos salvó en
su muerte, nos sepultó con él, nos resucitó, nos dio el Espíritu y ahora
nacimos de nuevo, pero para ser de otro, y estamos en otro reino.
Fuimos trasladados de la carne, del mundo, de las potestades de las
tinieblas, del reino de la letra, al reino de Dios, al reino del Espíritu,
que es en Cristo Jesús.
Ahora estamos casados con otro. Ya no con el reino de la ley, sino bajo
la gracia, y esa gracia no es solo para perdonarnos, sino también para
regenerarnos, para transformarnos a la imagen de Cristo, y revelar-
nos el misterio, vivificarnos como un solo cuerpo. Pero requiere de
nuestra colaboración con la gracia. ¿Queremos? Pues, entonces, el que
quiera, venga y beba gratuitamente, dice el Señor.
275
Capítulo Veintiocho28*
¿Quién me librará?
una posición, sino una disposición; no debe ser solamente una fe sin
expresión, sino una fe que florece, que produce. Entonces, aquí Pablo
habla en dos planos acerca de la santificación. Él habla de Cristo como
nuestra santificación provista.
1ª de los Corintios 1:30, dice: “Mas por él estáis vosotros en Cristo
Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, san-
tificación y redención…”. Dios ha hecho a Cristo nuestra sabiduría,
justificación, santificación y redención; y el Espíritu Santo, también
por la mano del autor a los Hebreos, nos dice que “…con una sola
ofrenda hizo perfectos para siempre los santificados” (He.10:14).
Entonces, habla de la obra perfecta de Dios que fue hecha en Cristo y
que nos es dada por el Espíritu Santo, pero que debe de ser aprove-
chada por nosotros. Por eso es que existe también junto con el capí-
tulo 6, el 7. Por eso el Espíritu Santo no se salta el capítulo para pasar
al 8 que habla del Espíritu, pero también de la carne. Por lo tanto esto
¿qué quiere decir? que el don que nos fue dado, en el capítulo 7 no
significa todavía lo que va a significar después. No significa que nues-
tra carne en este momento o antes de la resurrección física haya he-
redado la impecabilidad, como algunos malentienden; es decir, creer
que la carne hubiera mejorado, que así como nuestro Espíritu nació
de nuevo, nuestra carne también hubiera nacido de nuevo.
Juan nos dice que: “él que ha nacido de Dios, no practica el pecado” (1
Jn.5:18). O sea, lo que proviene de Dios del cielo, lo que proviene del
nuevo nacimiento, lo que es Cristo en nosotros, acerca de eso sí se
dice correctamente, pues que el que ha nacido de Dios no peca, pero
en la misma carta habla que “si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1
Jn.1:8).
Aquí les habla a los hijos de Dios, y continúa: “Hijitos míos, estas
cosas os escribo para que no pequéis…” (1 Jn.2:1). Como él es realista
y entiende bien que el don de Dios es completamente perfecto, justo
y santo en el Espíritu, y que todavía nuestra carne no ha adquirido la
condición definitiva, él dice: “…ahora somos hijos de Dios, y aún no
se ha manifestado lo que hemos de ser” (1 Jn.3:2). El don es mucho
más, el don no solamente es para regenerar nuestro espíritu, el don
también da para renovar todo nuestro hombre interior, nuestra alma
y también para vivificar nuestros cuerpos mortales mientras estamos
en la tierra. Aunque también da para glorificar nuestros cuerpos, sólo
que primero comienza desde adentro para afuera. Se empieza con el
Lugar Santísimo del templo, con la regeneración. Por eso, en Roma-
nos 8, Pablo, después de hablar tantas maravillas de la provisión de
280
Entonces, ahora dice: “¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para
mí? En ninguna manera; sino que el pecado, (el pecado singular) para
mostrarse pecado, (y es lo perverso de esto) produjo en mí la muerte
por medio de lo que es bueno (el pecado usó lo bueno para matar-
nos), a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobre-
manera pecaminoso” (Ro.7:13). Ahora se vuelve más horrible todo,
porque la gente conoce lo que no debe hacer, lo que es abominable,
pero igualmente lo hace, y éste es el misterio de iniquidad, que sin
causa aborrecemos al Señor, porque sabemos.
Pablo confía que los demás también lo saben como él, y que la ley
es espiritual, porque como dijimos anteriormente, el problema no es
la ley, el problema somos nosotros, carnales y vendidos al pecado.
¿Qué es lo carnal? Lo que nace de la carne. Todos nosotros nacimos
de la carne, y todo lo que es nacido de la carne es carne. Basta con
haber nacido de papá y mamá y ya es suficiente para ser carnal y para
estar vendido y sometido al poder del pecado. Porque no es por mis
pecados lo que me constituye pecador, sino fue la desobediencia de
un hombre, y en la primera oportunidad que tuve simplemente de-
mostré la máxima de que el hombre es un pecador. Entonces ahí se va
descubriendo una ley distinta a la ley de Dios, en la carne del hombre.
LA LEY DEL PECADO
Una segunda ley dice: “Porque lo que hago, (él va explicar porque
dijo que era carnal y vendido al pecado; él va a explicarlo en una
exposición magistral) no lo entiendo; pues no hago lo que quiero,
sino lo que aborrezco” (Ro.7:15). Pablo habla esto como un problema
personal, pero ¿sería sólo de Pablo? Si somos honestos, es lo mismo
con todos nosotros. “Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que
la ley es buena”(Ro.7:16). Pablo nos dice que aprueba que la ley sea
buena, aunque no quiera. Él no quiere ser un miserable, y después
decir: ¿Qué es lo que hice? “De manera que ya no soy yo quien hace
aquello” (Ro.7:17). O sea, no es solamente una complicación de mi
alma; hay algo más aquí en este problema que Pablo nos dice; no soy
sólo yo, sino que el pecado que mora en mí, y que el problema mayor
soy yo.
“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el
querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien
que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Ro.7:18-19). ¡No soy
sólo yo!, sino el pecado que mora en mí, desde que Adán se vendió
al poder del pecado, y la naturaleza humana quedó vendida al poder
284
LA LEY DE LA MENTE
Aquí se menciona una tercera ley, la de su mente, o sea la de su propia
alma, aquella que quiere hacer el bien y que aprueba la ley de Dios, y
aunque no puede, hace el esfuerzo, pero no hace lo que quiere, sino
lo que no quiere y lo que aborrece. Ya podemos ver esta ley de Dios,
que está fuera de nosotros, escrita en las tablas de piedra, escrita en
los rollos, incluso en nuestra conciencia de manera rudimentaria. Por
eso podemos ver cómo antropólogos se han asombrado de percibir
en indígenas que no tienen conciencia, la ley escrita en sus corazones
poniendo orden en sus tribus, castigando el incesto, el robo y otras
cosas como si hubieran leído a Moisés. Indígenas que nunca han oído
nunca de Cristo ni de Dios.
Continuando con el verso 23, vemos esa otra ley del pecado y de la
muerte, que está en la carne y que se rebela contra la ley de la mente,
la ley de nuestra alma. Dios nos hizo el alma para caminar con Dios,
pero quedamos vendidos al poder del pecado. Aunque a veces apro-
bemos y queramos, no podemos, es decir, el hombre abandonado a
su propia fuerza, a su buena voluntad, a lo mejor que hay en él, a su
moral y ética, no cambia la condición caída de la naturaleza humana.
“…y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miem-
bros. ¡Miserable de mí!” (Ro.7:23-24). ¡Qué contraste es esto! Él mismo
que dijo que está resucitado con Cristo dice “miserable de mí” y dice
algo más: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro.7:24).
Después de esa constante descubierta, de lo que es la carne humana,
la carne del hombre, la ley del pecado y de la muerte en nuestros
miembros, y la ley de la mente vendida al poder del pecado, Pablo
hizo una gran pregunta, y Dios quería que se la hiciera: “¿Quién me
librará?”. Mientras hacía el esfuerzo por sí solo, la pregunta tácita era:
¿Cómo saldré de esto? Podría haber muchas respuestas como: “voy a
orar mas”, “voy a leer más la Biblia”, etc., pero el Señor dice esto: “…
que creáis en el que él ha enviado” (Jn.6:29).
Es decir, nos lleva directamente a él. Y así como Pablo, también no-
sotros nos preguntamos: ¿Cómo me libraré? ¿Cómo venceré? ¿Cómo
superaré este problema que me humilla? Pablo empezó a mirar a al-
guien fuera de sí mismo. Demos gracias a Dios por Jesucristo nuestro
Señor que nos librará del mal; él es la respuesta.
“Con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pe-
cado” (Ro.7:25). Por eso decía que era el peor de lo pecadores, aunque
no tenemos registro de sus pecados, sino de su victoria.
286
dad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de
la justicia” (Ro.8:9-10). Estar alerta a lo que pasa dentro de nosotros,
no dejarnos arrastrar al remolino del alma, a los apuros de este siglo.
Invoquemos al Señor y descansemos en Él.
“Y si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora
en vosotros, el que levantó a los muertos a Cristo Jesús vivifica-
rá también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en
vosotros”(Ro.8:11). Él vivificará no sólo nuestro espíritu, y no sólo
nuestra alma, sino aun nuestro cuerpo. Nuestro viejo hombre fue cru-
cificado y por eso podemos, en la práctica cotidiana, hacer morir las
obras de la carne
“…todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos
de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar
otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción,
por el cual clamamos; ¡Abba, Padre! (Ro8:14-15). Esto es algo que él
mismo hace: da testimonio a nuestro espíritu que no nos abandona,
él nos mueve, nos habla, nos santifica; allí nos declara en el Lugar
Santísimo que somos hijos de Dios, “y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos jun-
tamente con él, para que también juntamente con Él seamos glorifi-
cados” (Ro.8:17).
Hay un padecimiento en este conflicto, en este combate, luchando
hasta la sangre contra el pecado, pero no en la sola fuerza nuestra,
sino con la fe, contando con el Espíritu y su ley. El fluir del Espíritu, la
ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús es la que nos libró, dice Pablo,
de la ley del pecado y de la muerte.
290
291
Capítulo Veintinueve29*
Dice Pablo a los corintios (1Co. 1:30) que Dios hizo a Cristo nuestra
santificación; nadie puede ser santificado sino en Jesucristo, por me-
dio de Jesucristo, recibiendo a Cristo, siendo perdonado por Cristo
y lleno del poder de Cristo; la iglesia es cristocéntrica, la iglesia alre-
dedor de Cristo. No vemos en la Biblia iglesia de Pablo, no vemos en
la Biblia iglesia de Pedro, no vemos en la Biblia iglesia de Felipe, ni
mucho menos vemos en la Biblia iglesia de algunos de nosotros; sólo
la iglesia de Jesucristo; o sea, los que lo aman a Él y lo siguen a Él a
donde quiera que Él vaya, según Su Palabra, y lo que Dios dijo: “Este
es mi Hijo amado, a Él oíd”. La iglesia es cristocéntrica. Luego vuelve
y dice: “2Gracia y paz a vosotros, de Dios Padre y del Señor Jesucris-
to”. Porque la gracia de Dios viene por Jesucristo; la gracia no es por
otra cosa sino por Jesucristo; entonces el origen, el medio y el fin, de
Él, por Él y para Él, es Jesucristo. Pero dice: “Gracia y paz a vosotros,
de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. El origen es Jesucristo;
el medio, no sólo de Él, sino por Él, en Cristo Jesús; santos en Cristo
Jesús; el origen y el medio es Jesucristo, el objetivo, siervos de Jesu-
cristo; Él es el objetivo de nuestro servicio; para Él es que trabajamos
el pan. Por Él como; el “para todo” es Jesucristo. El primer principio
de la iglesia de Jesucristo es que la iglesia es cristocéntrica. La iglesia
no puede ser apostocéntrica, pastorcéntrica, papacéntrica, mariano-
céntrica, santocéntrica; la iglesia es cristocéntrica. Dios estableció un
solo nombre en el que podemos ser salvos. “Y en, ningún otro hay sal-
vación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres,
en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12), sino el nombre del Señor
Jesucristo; y nadie viene al Padre sino por Jesucristo. Él es el camino,
Él es la verdad, Él es la vida, Él es la puerta de las ovejas, Él es el Pas-
tor, Él es el Salvador, Él es el Señor, Él es el Mediador; la iglesia es de
Jesucristo. Jesucristo es el centro de la iglesia, Jesucristo es la cabeza
de la iglesia, Jesucristo es la vida de la iglesia, Jesucristo es el conte-
nido de la iglesia; la iglesia sin Jesucristo no es nada, es un cascarón
muerto; lo que le da a la iglesia su valor, su vigencia es Jesucristo. Si
las personas tienen a Cristo, están en Cristo, son de Cristo, son de la
iglesia del Señor Jesús, entonces eso es lo fundamental.
Dice el apóstol Pablo a los Romanos (8:9b): “Y si alguno no tiene el Es-
píritu de Cristo, no es de él”. Entonces las personas para ser de Cristo
tienen que tener el Espíritu de Cristo; no importa lo que la persona
diga; lo que importa es si tiene el Espíritu de Cristo, sí una persona
está por ejemplo en lo católico y tiene el Espíritu de Cristo. Pero si
tienes el Espíritu de Cristo, que Cristo more en ti, eso no quiere decir
que apruebe todo lo que tú dices, o lo que tú haces, no; mora en ti
porque creíste, lo recibiste y ahora se está formando en ti; pero es po-
sible que un hijo de Dios tenga errores y a veces cometa pecados. No
294
RECIBIR AL DÉBIL
La iglesia no es sectaria, la iglesia no es parcial; la iglesia incluye a los
que el Señor incluyó. Si yo voy a incluir a los hermanos que me gus-
tan, a los que en todo piensan como yo, pues yo voy a ser sectario. ¿Se
dan cuentan? La Inclusividad debe ser la de Cristo; es muy difícil ven-
cer el corazón sectario; el corazón sectario es muy común; el humano
es muy sectario. Pero Pablo dijo “todos los santos en Cristo Jesús”;
receptividad. ¿Por qué usamos esa palabra receptividad? Porque el
Señor nos habla de recibir a los que Él recibió. En el momento en el
que nosotros no recibimos a los que el Señor ha recibido, nosotros nos
volvemos una cabeza en vez de Cristo, y estamos rechazando a los
que Cristo no rechaza.
Romanos 14:1 “Recibid al débil en la fe”. Por eso hablamos de recepti-
vidad. Debemos recibir incluso al débil en la fe; es débil, pero está en
la fe. ¿Qué dice? Recibid; es decir, no hay que rechazar a ese hermano,
296
ficamos con oro, otros con paja; eso ya no afecta la salvación, afecta
el galardón particular de la persona. Cada uno va a dar cuenta ante
Cristo, y va a responder como hijo de Dios; cómo enseñó, opinó, qué
dijo, y va afectar su galardón por bien o por mal; pero no su salvaci-
ón, porque está en Cristo y en Su gracia. Son distintos niveles el del
fundamento y el de la sobre edificación; de lo que hay que contender
ardientemente y de lo que no hay que contender sobre opinión, son
niveles distintos.
Entonces ¿qué dice acá? “recibid al débil en la fe”; o sea que sí está
en la fe; con sus debilidades, pero está en la fe; pero por tener debili-
dades puede tener opiniones en ocasiones ridículas, pero es nuestro
hermano. No hay que ser inmisericordioso; amarlo, recibirlo; no hay
que eludirlo; que se sienta en casa porque es de Cristo; aunque es un
débil en Cristo es más fuerte que los hombres, porque tiene algo del
cielo; entonces recibirlo, no para contender sobre opiniones, cuando
el asunto se refiera a cosas periféricas, no a cosas esenciales, como lo
relativo al Señor, o lo relativo a la esencia del evangelio, a la salvación,
entonces son problemas de casa, que hay que arreglarlos en casa. El
Señor nos dice: recibid; receptividad de la iglesia a todos los santos en
Cristo Jesús, aun con opiniones si son un poquito exageradas, pero es
nuestro hermano. ¿Qué vamos a hacer si es nuestro hermano? Noso-
tros también somos débiles.
El evangelio, la esencia del evangelio, lo que es la persona de Cristo.
Esas son cosas fundamentales. Por eso se dice: “Porque si viene algu-
no predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís
otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que
habéis aceptado, bien lo toleráis” (2 Co. 11:4). Eso Pablo se los está
cobrando; están tolerando lo que no debieran haber tolerado, porque
están tocando cosas esenciales. Por eso dice Judas “que contendáis
ardientemente por la fe que una vez fue dada a los santos”; o sea,
aquella que determina que una persona sea salva o perdida; eso es lo
fundamental. Si la persona no cree en Dios, el Mesías y Salvador que
murió por él en la cruz, ¿cómo va a ser salvo? Si no cree que resucitó,
que la vida es la Palabra de Dios, ¿cómo otra persona va a ser salva?
Pero si cree en esto esencial, pero, bueno, si tiene una cosita que está
examinando por allá y que el pueblo de Dios en general no concuer-
da, pero son cosas de la periferia, hay que sostener mucha caridad,
amor con esa persona; no quiere decir aprobar su error, no quiere de-
cir ser ingenuo y dejar que vaya a causar problema en la Iglesia, pero
hay que recibirlo como hermano sin contender; es decir, que hay que
saber tratar a esa persona, acompañarla, llevarla al centro, llevándola
a Cristo, llevándola a la verdad, siempre centrados en la esencia del
evangelio.
298
El Señor tiene hijos de toda clase; además que ninguno está perfecto
todavía. En Cristo está perfecto, pero en su relación todavía necesita
madurar, crecer; pero ya desde que nace es de la familia; pueda que
no sepa cuál es el apellido, ni quién es el tío ni el abuelo, ni qué di-
ferencia hay entre mamá y tía; pero es hijo porque nació, es hijo, hay
que recibirlo; esa es la actitud que debemos tener, la actitud con el co-
razón del Señor; no más grande; porque alguno quiere ser más santo
que Dios, y los que Dios mantiene afuera, los quiere meter adentro.
No, no más grande ni más pequeño; la inclusividad o receptividad
de la Iglesia es incluyendo a todos. Por eso decimos inclusividad, to-
dos, la totalidad de los santos, todos los que el Señor salvó, todos los
que nacieron de nuevo, todos los que tienen el Espíritu de Cristo, son
nuestros hermanos; la Iglesia es una sola, la Iglesia es un solo cuerpo,
y en ese cuerpo participan todos los hijos legítimos; si es hijo legítimo,
sí. ¿Cuándo es hijo legítimo? Cuando tiene a Cristo, de verdad cree
en Cristo, es perdonado, nació de nuevo, entonces, hermanos, ese es
nuestro hermano. Si nuestro Padre lo tiene por hijo, yo lo debo tener
por hermano; mi receptividad no puede ser menor, ni mayor. A ve-
ces tenemos tendencias un poco estrechas, y somos muy sectarios; a
veces somos exageradamente lapsos, universalistas, y vengan aquí, y
metemos todos los errores; y vengan aquí gnósticos, y vengan aquí
mormones, y aquí todos los espurios y los metafísicos; como ya se ha-
bló de Jesús; y los metemos en una olla ecuménica; no, no es eso, no;
es todos los santos en Cristo Jesús. No todos los humanos, sino todos
los que están en la fe en el fundamento que es Cristo. La receptividad
de la Iglesia se refiere a recibir incluso al débil en la fe sin contender;
aquí hay que recibir al que Dios ya recibió. ¿Por qué hay que recibir-
lo? Porque Dios le recibió.
Sigue diciendo Romanos: “¿Tú quién eres, que juzgas al criado aje-
no? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque
poderoso es el Señor para hacerle estar firme”. Es que no es criado
tuyo. Ahí lo llama Jesús para que le sirva a Cristo, y él poco a poco va
a aprender; así es; por eso es que le digo no juzguemos a otros; pero
vamos a ver cómo hacemos nosotros bien las cosas, y que lo critique
Dios, pero nosotros, no. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar al cria-
do ajeno? ¿Acaso tú moriste por él? Eso lo hizo quién lo compró; no
le está sirviendo del todo porque, bueno, el Señor es poderoso para
levantarlo aun si cae. Por eso dice aquí: “¿Tú quién eres que juzgas
al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae; pero estará
firme”. No es para ti; si cayó, cayó para el Señor; pero estará firme, no
porque sea fuerte, sino porque poderoso es el Señor para hacerle es-
tar firme. Y aun al criado ajeno que cae no lo debemos juzgar porque
poderoso es el Señor para levantarlo de nuevo, y a lo mejor nos pasa
300
y nos deja atrás. De manera que tenemos que ser muy prudentes y no
juzgar el servicio de otros al Señor; ellos son criados ajenos y están
haciendo lo mejor que saben; y entonces no sabemos; lo juzgará Dios.
Esto lo estudiamos no para criticar a otros; lo estudiamos para noso-
tros ver cómo es que quiere que le sirvamos.
“Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los
días”. Unos son sabatistas, otros dominguistas, otros todos los diístas.
es decir, cada uno haga las cosas por convicción propia; Dios no te va
pedir que actúes con la convicción del otro, no; sino que a cada uno
Dios le otorgó el privilegio de actuar conforme a su propia convicci-
ón, y de responder personalmente por haber actuado así delante de
Dios; y Dios no nos va juzgar con la misma vara; Dios no va juzgar a
tu hermano con la vara que te juzga a ti, sino que te va a medir con la
vara que tú juzgas; con la vara que tú mides, tú vas a ser medido; con
la que tú juzgas, tú vas a ser juzgado, y si tú juzgas con misericordia, o
no juzgas y tienes misericordia, el Señor va a tener misericordia de ti;
y si tú no tienes misericordia, no va a tener misericordia de ti. No todo
el mundo va ser juzgado con la misma vara; Dios no tiene ningún có-
digo, no; el código es tu propia vara. A ver ¿con qué vara juzgaste tú?
Entonces vamos a juzgarte a ti con la vara con que tú juzgaste a otros.
¡Ay! eso es delicado; porque con el juicio con que juzgamos, seremos
juzgados; con la vara con que medimos, seremos medidos; Dios no
va juzgar con la misma vara. Tú decías esto, pensabas esto, esta era
tu convicción, entonces vamos a juzgarte según tu convicción. Haber
¿cómo obraste?, hice esto por esto; puede ser algo objetivamente er-
rado, pero lo tenía como verdad de Dios. ¿Cuál fue tu intención?, yo
pensé tal cosa; y Él lo va a comprender, no va juzgar con la vara de
otro; a ti te va a juzgar con tu vara. Por eso la Palabra dice que no nos
juzguemos unos a otros antes de tiempo, no nos pongamos tropiezos,
no nos juzguemos, no nos menospreciemos, dejemos a los otros hacer
lo mejor que están haciendo, porque Dios los va juzgar con la vara
de ellos, pero nosotros podemos servir a Dios lo mejor que sabemos.
Dice aquí: “El que hace caso del día, lo hace para el Señor; (mire cuál
es su intención; su intención es agradarlo, él quiere guardar el sábado
para el Señor) y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace.
(Porque todos los días está en sábado, porque todos los días está en
Espíritu, lo hace también para el Señor; los dos concuerdan en la in-
tención, pero realizan la intención de forma diferente, pero están de
acuerdo en el fondo). El que come, para el Señor come, porque da
gracias a Dios; (gracias, Señor, por este asado que nos diste hoy) y el
que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios”. Ya no voy
a tomar vino, ya no voy a comer carne; voy a ser vegetariano; bueno,
301
amén. El Señor tiene una cualidad, y dice, recibid sin contender. Don-
de hay flores amarillas, anaranjaditas, rojitas, a Dios le gustan todas
las flores y la combinación de todo; lo que debe haber es tolerancia;
sólo en lo que va a lo esencial, a lo que perjudica, a lo que deshonra
al Señor, que pierde a la gente cambiando el evangelio, ahí si no po-
demos ser tolerantes, ni diplomáticos; podemos sí ser decentes, pero
claros. Hermano, aquí está la persona del Señor Jesús en juego, aquí
está la esencia del evangelio en juego; esto vamos a hablar.
No se hacen discusiones de opiniones, pero es mejor estar preparados
para cualquier cosa que haya o que no haya, porque puede ser que
éste tiene la razón, o que los versículos de todos son convincentes,
que uno no sabe qué hacer, pero que de todas maneras vamos ase-
gurados ante cualquier cosa. No vamos a pelear por eso, no vamos a
insistir en eso; podemos conversarlo, inclusive discordarlo, pero se-
guir siendo amigos, aunque no son las cosas esenciales, pero eso sí di-
álogo; con el dialogo no podemos temer. No, usted es ateo; puede ser
creyente pero budista, puede ser mahometano; no, ahí ya no; porque
Jesús dijo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no
recoge, desparrama” (Mt. 12:30). En eso no podemos ser diplomáticos
ni tolerantes; ahí sí debemos saber dónde sí y donde no; por eso el
Espíritu Santo dice las dos cosas claras. Por una parte dice: Recibid al
débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones; que come, que
no come, que día, que no día; esas son opiniones; pero por otra parte
el Espíritu exhorta por Judas a “que contendáis ardientemente por la
fe que una vez fue dada a los santos”; es decir, las cosas esenciales.
Sobre el fundamento ninguno puede poner otro; ahora, si está con ese
fundamento, mire a ver cómo sobreedifica; esto ya le toca cada uno.
Tú ya estás en Cristo, bueno, ya tú verás, y sabrás cómo le sirves; Él te
va a juzgar según su vara; te va a medir, no soy yo.
Cada uno mire cómo sobreedifica; ya no se refiere al fundamento;
sobre el fundamento nadie puede poner otro; en el fundamento no
tenemos que ser tolerantes; no podemos tolerar un milímetro que nos
cambien el fundamento. No que el fundamento no es Cristo; digamos
que es Pedro o María, o digamos que es otro distinto a Jesucristo; ahí
sí que no podemos tolerar, pues no hay otro fundamento sino Jesu-
cristo.
Por ejemplo, algunas personas confunden predestinación con pree-
xistencia; el conocimiento de Dios con la existencia real. La existencia
de nosotros no viene sólo del pensamiento de Dios sino de la volun-
tad de Dios, y somos creados de la nada. Sí, son cosas que hay que
sanearlas bien, pero el asunto de la resurrección de Cristo sí hay que
302
LA UNIDAD DE LA IGLESIA
Entonces la inclusividad y la receptividad confluyen en la unidad, y si
no hay inclusividad, si hay algo de Cristo que nosotros no recibimos,
eso de Cristo que está en algunos hermanos, ellos no van a poderlo
realizar, ejercer ese don, ese ministerio que es del Espíritu, si es bíbli-
304
co, entonces van hacia otro lugar en el cual puedan ser fieles a aquello
que recibieron del Señor; y lo mismo si hay hijos de Dios que nosotros
no acogemos, entonces ellos se van a buscar otro lugar donde sean
acogidos. Hay unidad si hay inclusividad; si hay receptividad de todo
lo que es de Cristo y todos los que son de Cristo, entonces hay unidad.
La Iglesia es cristocéntrica e inclusiva en todas las cosas de Cristo, y
receptiva de todos los hijos de Dios. La Iglesia es una, hermanos, el
cuerpo de Cristo es uno; nosotros tenemos que estar seguros de eso.
La palabra de Dios enseña muy claramente que la Iglesia del Señor en
su sentido universal, es una sola; y no hay un cristiano legítimo que
esté fuera de la Iglesia; y si es cristiano legítimo, está en la Iglesia, en
la única familia de Dios, y hace parte del único cuerpo de Cristo. To-
dos los hijos de Dios pertenecemos a la familia de Dios, al cuerpo de
Cristo, a la Iglesia del Señor, que es una sola en el sentido universal.
El Señor dijo, hablando en singular: “Yo edificaré mi iglesia”; se re-
fería a Su familia, a los hijos donde Él ha sido recibido, donde Él está
incorporado, y ellos están incorporados en Él. Somos la familia de
Dios; somos el cuerpo de Cristo, donde nos encontramos con un cris-
tiano legítimo, nos encontramos con un hermano; no es un primo, no
es un hermano de segunda categoría, no es un visitante nuestro; es un
hermano nuestro. Si es un hijo de Dios, es nuestro hermano. Si es un
hijo de Dios que nació de nuevo, es miembro del cuerpo de Cristo. Yo
no voy a preguntar si él es ortodoxo, o es protestante, si es metodista,
si es bautista, o si es pentecostal; yo lo que quiero ver es si él tiene a
Cristo, si nació de nuevo, si recibió a Cristo, si cree en Él; entonces es
mi hermano, y lo que nos hace hermanos no es que tengamos la mis-
ma tarjeta, la misma membresía, la misma personería jurídica; lo que
nos hace hermanos es que tenemos el mismo Padre, la misma vida;
entonces los hijos de Dios somos un solo cuerpo.
Pablo se lo decía a la Iglesia que se quería dividir, aun por Cristo.
En Corinto algunos decían que eran de Pedro, o de Cefas; otros que
eran de Pablo; otros que de Apolos, y otros de Cristo; y Pablo les dice:
“¿Acaso está dividido Cristo?”. ¿Cómo van a decir que ustedes son
de Pablo? Dios no aprueba el que seamos de Pablo o de Pedro o de
Felipe, y ni siquiera que pensemos que sólo nosotros somos de Cristo.
Está bien el que seamos de Cristo, pero está mal pensado que sólo no-
sotros somos de Cristo; aun los que dicen ser de Pablo, son nuestros;
los que dicen ser de Pedro, son nuestros; los que dicen ser de Apolos,
son nuestros. Lo importante es que son de Cristo; si son de Cristo,
son de los nuestros. Pablo dice: Pedro es nuestro, Apolos es nuestro, y
todos somos de Cristo y Cristo es de Dios.
305
cuelen cosas tras cosas de Satanás. Estas cosas que estamos hablando
es contra espíritus, es la lucha contra espíritus; pero la iglesia ¿cómo
debe probar? Se han presentado tres cosas: En el Espíritu, en la Pala-
bra y la comunión, entonces la Biblia dice que “el testimonio de Jesús
es el espíritu de la profecía” (Ap. 19:10); o sea, siempre que es el Espí-
ritu Santo legítimo tiene la naturaleza de Cristo. Cuando ustedes ven
un espíritu que no tiene la naturaleza de Cristo, un espíritu tramposo,
un espíritu extorsionador, un espíritu cruel, un espíritu con errores,
ese no es el Espíritu de Cristo; el Espíritu de Cristo es como la esen-
cia, es el propio Espíritu de Dios; entonces el Espíritu de Él tiene la
esencia de la naturaleza de Cristo, y el Espíritu que mora en los hijos
de Dios, en lo íntimo de sus espíritus; tú tienes como una especie de
semáforo; como dice el libro de Job, que el oído prueba las palabras.
En tu espíritu cuando algo está fuera de lugar, el Espíritu del Señor en
lo íntimo de tu corazón te da una señal. Romanos dice que “el ocupar-
se del Espíritu es vida y paz”; es decir que cuando el espíritu tiene la
naturaleza de Cristo, en lo íntimo de tu espíritu percibes la vida y la
paz; cuando hay una inquietud en tu espíritu; es como una luz ama-
rilla o a veces roja donde el Señor dice: hay que tener cuidado, aquí
hay un asunto delicado, no tienes que ir tan apurado; lo que pasa aquí
es que a veces nos guiamos por el hombre exterior y no atendemos al
hombre interior, al Espíritu en nosotros.
Segundo, eso no solamente tiene que ser subjetivo. Aunque el Espí-
ritu Santo mora en nosotros, Él inspiró la Palabra fuera de nosotros;
la Palabra de Dios es objetiva; el Espíritu mora subjetivamente den-
tro de nosotros, pero también el Espíritu inspiró la Biblia, entonces
el Espíritu Santo nunca va a contradecir la Biblia. La Palabra de Dios
es la espada que utiliza el Espíritu; el Espíritu Santo nunca te va a
contradecir la Biblia; al contrario, Él te va a hablar algo de la Biblia;
entonces si la Biblia dice “A” y un supuesto espíritu que se hace pasar
por algo, dice “C”, tú te das cuenta que no es lo mismo. El Espíritu
Santo no sólo tiene la naturaleza de Cristo y obra en tu interior con
vida y paz, sino que el Espíritu concuerda con la palabra de Dios; es
decir, el Espíritu Santo nunca te va a contradecir la Biblia; el Espíritu
Santo siempre va a ir con la Biblia y no sólo con un versículo, sino con
la visión general de la Biblia, con el propósito general de Dios.
A veces Satanás puede usar un versículo aislado de la Biblia, sacarlo
del contexto y aun utilizar un versículo sin contexto para tentarnos.
Así le tentó a Jesús. Aquí (en la Biblia) está escrito; y ¿Jesús qué le
dijo? Pero también está escrito; le conectó ese verso con el resto, con
el objetivo y la visión general de Dios. Las cosas esenciales para la
salvación están en la Biblia; fíjese que justamente dice el apóstol San
312
quedándose ahí, sino visitándolas por orden; como hacía Pedro, que
salía a visitar por orden; y nombraban a los ancianos de esas iglesias
y luego volvían otra vez a Antioquía; así como Pedro salía de Jerusa-
lén y recorría partes y volvía otra vez a Jerusalén, así Pablo salía de
Antioquía con Silvano, con Tito, con Bernabé primero, y volvían otra
vez a Antioquía; después otros de Éfeso salían y volvían por toda el
Asia. “De allí navegaron a Antioquía, desde donde habían sido en-
comendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido”.
Allí dice: a la obra a que los he llamado, y luego aquí: la obra que
habían cumplido. ¿Cuál es la obra? La que realizaron en los capítulos
13 y 14. Llegaron a una ciudad y evangelizaron, luego pasaban a otra,
evangelizaban; pasaban a otra, evangelizaban, luego discipulaban a
los evangelizados, luego volvían, les instruían, les enseñaban, ponían
en orden las cosas; fueron fundando las iglesias, hasta que quedó una
iglesia en Iconio, hasta que quedó otra iglesia en Derbe, y así suce-
sivamente; ellos no se quedaron de pastores en una localidad; ellos
venían aquí y salían de aquí; los dejaban solitos a Dios y a la Palabra;
y de ahí se iban a otro lado, porque si iban a quedarse de pastores ahí
en Salamina, no hubieran ido a Páfos, no hubieran ido a la otra Antio-
quía, no hubieran ido a Listra, no hubieran ido a Derbe, no hubieran
ido a Iconio.
Ellos iban y volvían, ellos eran los obreros, porque trabajaban en la
obra; entonces se dan cuenta que la obra es diferente de la iglesia.
¿Me comprenden? La iglesia es todos los santos en Cristo que están
en la localidad; esa es la iglesia; y la obra es aquellos que el Señor
envió para fundar otras iglesias donde no había, y a evangelizar otros
pueblos; evangelizar, fundar otras iglesias. La obra está en manos de
los obreros, y es regional, es itinerante; en cambio la iglesia es local y
está en manos de los ancianos; son dos cosas. Una cosa es la iglesia y
otra cosa es la obra; la iglesia es local, la obra es itinerante; la iglesia
está en manos de los ancianos de la localidad, la obra está en manos
de los obreros de la región; pero hay una relación entre la iglesia y
la obra. Por eso dice: “os escribimos, os anunciamos, que tengáis co-
munión con nosotros”. “Pablo y Timoteo a los santos que... están en
Cristo”; y les dan las instrucciones, ponían en orden las cosas. Ese es
el trabajo de la obra, ese es el trabajo de los obreros. Vemos, pues, que
la iglesia es local, tiene su autonomía, su jurisdicción, pero no debe
estar aislada de las demás iglesias, ni del equipo de los obreros; eso es
lo que está establecido en el Nuevo Testamento. Los obreros que fun-
daron esas iglesias las deben cuidar, las deben instruir; y dice Pablo:
“Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las
instrucciones tal como os las entregué. Las demás cosas las pondré
en orden cuando yo fuere” (1 Co. 11:2,34). Tito: “Por esta causa te
324
lo podían hacer otras personas sino los que habían fundado la iglesia;
es decir, Pablo podía hacer eso con Timoteo en las iglesias que ellos
fundaron, no en las que fundaron otros; son esos otros los que deben
hacerlo. Si por allá Apolos y Zenas fueron y fundaron unas iglesias,
ellos son los que tienen que poner orden allá; pero en Jerusalén no le
tocaba a Pablo; le tocaba era a Jacobo, a Cefas y a Juan. Allá en Co-
rinto le tocaba a Pablo; era Pablo el que tenía que poner en orden las
cosas en Corinto; y a veces Pablo no podía estar solo, entonces dejaba
a Timoteo y le decía: Mira, Timoteo, haces la obra del Señor como yo;
que no menosprecien tu juventud, ve; esa es la relación de la iglesia
de la localidad con las demás iglesias y con la obra; el principio de
inserción en la comunión universal del cuerpo de Cristo.
fundaron esas iglesias son los que deben nombrar los ancianos. Ahora
vamos a ver qué trabajo hacían estos ancianos. Hay muchos versícu-
los.
Los ancianos deben apacentar la grey de Dios. Apacentar es calmar;
porque a veces hay problemas, se alborotan las cosas. Tranquilo,
hermano, todo normal, vamos a poner todo en orden; y ellos son los
que ponen la iniciativa, se apersonan, cuidan la iglesia. Veamos un
ejemplo de cómo se van formando los ancianos; porque aquí también
tiene que haber ancianos. Vamos a 1 Tesalonicenses 5:12. Miren cómo
surgen los ancianos de una iglesia nueva, Tesalónica. “Os rogamos,
hermanos”. Pablo le ruega a la iglesia, y no sólo Pablo sino también
Silvano y Timoteo, que son los que escriben esta carta. Los obreros
Pablo, Silvano y Timoteo, les ruegan a los hermanos de la iglesia en
Tesalónica. “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que tra-
bajan entre vosotros”. Así es que nacen los ancianos. La iglesia de
los tesalonicenses era una iglesia nueva; tres meses no más tenía esta
iglesia, pero ya dentro de esos tres meses había algunos que amaban
al Señor, que amaban la iglesia y que se ocupaban de cuidarla. “Os ro-
gamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros”.
Algunos no trabajan; ustedes son los que saben quiénes trabajan entre
ustedes. Vamos aquí a nombrar a este, lo vamos a llamar reverendo
padre, pero él no trabaja; entonces ¿cómo va a ser anciano? Primero
dice a la iglesia que reconozcan a los que trabajan entre ellos, y ¿qué
más? “y os presiden”; noten la pluralidad: os presiden; a veces será
el uno, a veces será el otro, a veces los dos juntos o los tres presiden,
inician; son los que convocan, los que reúnen. Eso es un trabajo que el
Espíritu Santo está dando a los hermanos; esos van a ser los ancianos,
esos van a ser los reconocidos, los que trabajan. No es dar títulos, y la
persona no hace nada, no; son los que están cuidando a los hermanos,
que van y los visitan. Hermanos, reunámonos hoy; hermanos, ¿cómo
vamos a hacer esto? ¿cómo vamos a hacer en esta y esta situación?
Esos son los que aman, esos son los que presiden y trabajan; entonces
Pablo le dice a la iglesia: Os ruego, hermanos. Miren que San Pablo no
está hablando de una manera dogmática; se hace así, o si no le man-
do aquí el ejército y la guardia suiza, no; nada de eso. “Os rogamos,
hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os pre-
siden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima
y amor por causa de su obra. Eso es; ¿se dan cuenta de ese ambiente
tan lindo, tan espontáneo, nada legalista?
“Enviado, pues, desde Mileto a Efeso, hizo llamar a los ancianos de la
iglesia” (Hch. 20:17-19, 26-28). ¿De cuál iglesia? pues de la iglesia de
Éfeso; la iglesia de Éfeso tenía ancianos; entonces Pablo llamó a esos
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