Poetas Ecuatorianos Del Siglo Xix

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LITERATURA DEL ECUADOR Y LATINOAMERICA

Poesía Ecuatoriana del siglo XIX

El siglo XIX es el Período de Independencia y fundación de la República. Comienza con


la revolución de Quito el 10 de agosto de 1809 donde se proclama la independencia de
Quito respecto de España. La literatura no será ajena a este contexto en el que los criollos
se vuelven protagonistas de esta realidad.

A continuación veremos algunos poetas ecuatorianos destacados de este periodo.

José Joaquín de Olmedo

La figura de José Joaquín de Olmedo está atravesada por diversas circunstancias.


Podríamos decir que muchos ejes históricos, sociales y culturales se entrecruzan para dar
como resultado una de las poesías más significativas de la historia de nuestras letras.
Olmedo nació en 1780, es decir, en plena Época Colonial. Él es un auténtico representante
del «criollo»: hijo de español, nacido en América. Su año de muerte (1847) también nos
señala ese cruce de ejes: nace en la Colonia pero muere en la República. Es, por tanto, un
prócer de la Independencia. Con la independencia de Guayaquil declarada el 9 de octubre
de 1820, Olmedo asume mayor protagonismo político. La Batalla de Junín (acontecida
en 1824 y con la que Simón Bolívar consiguió asegurar la independencia del Perú de la
hegemonía española) impresionó vivamente el espíritu poético y patriótico de José
Joaquín de Olmedo.

OBRAS
Durante su vida, dedicó parte de su tiempo a la creación de novelas, cantos, obras,
poemas, entre otros tipos de obras literarias. Entre sus más conocidas obras están: Canto
a Bolívar; Al General Flores, vencedor en Miñarica; y Alfabeto para un niño. Diseñó
la bandera y el escudo de Guayaquil, además de componer la letra para su
posterior himno.
En 1808 se inspiró y compuso el prólogo a la tragedia El Duque de Viseo de Quintana y
su silva titulada El Árbol, que terminó en 1809 y contiene dos partes, una filosófica y de
gran sentido estético y otra menos cuidada con la que cierra el poema, pareciendo como
si hubiera unido dos versos distintos.

Dolores Veintimilla de Galindo.

La poesía de Dolores Veintimilla se enmarca dentro del Romanticismo. Esta escuela llega
al Ecuador cuando ya en Europa había empezado su declive, es decir, lo mejor de su
producción había pasado y autores de menor talento empezaban a producir obras en la
que se abusaba de recursos propios de esta escuela desgastándola o reduciéndola a la
simple exaltación del amor (el mejor Romanticismo no se concentraba solo en eso). Vale,
sin embargo, que recordemos algunas características de este movimiento.
• Primacía del sentimiento frente a la razón (postura contrario a la Ilustración).
• El racionalismo no basta para explicar a la naturaleza y al individuo.
• Se concibe al mundo como un organismo viviente, en constante cambio. Por lo tanto, el
cambio es un valor positivo.

OBRAS

Dolores Veintimilla dejó pocas obras, las cuales fueron publicadas en conjunto
por Celiano Monge en Quito después de la muerte de la poetisa.
Entre la prosa sobresalen “Fantasía” y “Recuerdos”. Son obras en las que dialoga con el
pasado y en las que culpa al tiempo por haber dado una temprana muerte a sus ilusiones.
En el verso es donde mejor logra plasmar su dolor.
Con “Aspiración”, “Desencanto”, “Anhelo”, “Sufrimiento”, “La noche y mi dolor”,
“Quejas”, “A mis enemigos”, “A un Reloj” y “A mi madre”.
Cómo característica de estilo se puede contar que prefirió el verso rimado y musical, y
que casi no se valió de metáforas u otras imágenes literarias para plasmar su dolor en sus
escritos.

Numa Pombilio Llona

Es el poeta culto y excelso de la escuela romántica ecuatoriana. Con estudios en Colombia


y Perú, fue profesor universitario en Perú y rector de la Universidad de Guayaquil. Mayor
importancia para su formación intelectual y artística fue el hecho de que viajara como
diplomático a Europa y tuviera contacto con escritores románticos de la talla de
Lamartine, George Sand, Victor Hugo, Manzoni, Leopardi y otros. Fue justamente
reconocido en vida como un poeta de exquisita sensibilidad.

OBRAS

Su obra poética es una de las más ricas, fecundas y más cuidadosamente trabajadas entre
los poetas ecuatorianos del siglo XIX, y entre sus principales composiciones, que abarcan
varias épocas y géneros, se destacan: “Cien Sonetos Nuevos”, “Interrogaciones”,
“Himnos, Dianas y Elegías”, “De la Penumbra a la Luz”, “Canto a la Vida”, “Noches de
Dolor en las Montañas”, “La Bandera del Ecuador”, “Odisea del Alma”, “Los Caballeros
del Apocalipsis”, “Cantares Americanos”, “Nuevas Poesías” y muchas más de singular
belleza que están reunidas en una obra titulada “Clamores del Occidente”.
La poesía del siglo XX en el Ecuador es, a juicio personal, la verdadera poesía
ecuatoriana. La que surgió, efectivamente, desde una visión auténtica y con un sentido
original. Libre de las ataduras, de los dogmas y de las cosmovisiones de los países que
alienaron e influyeron el panorama de nuestra lírica hasta el inicio del siglo XX,
aplacándola y consumiéndola en derroteros impuestos. Dejándonos sumergidos en las
visiones siempre comprometidas por otras visiones imperiales y supuesta (y
políticamente) “correctas”.

Siglo XX
La situación política y social del Ecuador, entre finales del siglo XIX y las primeras
décadas del 1900, está marcada por los conflictos, la guerra civil y las controversias que
se desarrollan en el país y que acrecen la corrupción de la clase política y la violencia
callejera. El país andino será escenario de sangrientos combates y conspiraciones Entre
los bandos políticos del régimen liberal de Eloy Alfaro y las Montoneras conservadoras.
Sin embargo, los años que van del 1895 al 1912, en particular, llevaron las más grandes
e importantes trasformaciones del país, tanto ideológicas como administrativas, desde su
independencia.
Benjamín Carrión, refiriéndose al tema en cuestión, dijo: Antes de 1900, no hubo sino
raras prolongaciones de la literatura española.
El Ecuador nace como una entidad poética casi a la par con el modernismo americano.
La personalidad de la poesía modernista del Ecuador se amparó en el desamor trágico,
en el contexto de la tragedia modernista que tanto bien hizo a las piezas líricas
musicalizadas a ritmo de pasillo que han sido y seguirán siendo interpretadas con un
sentimiento nacionalista, haciéndonos creer que somos los “profesionales del llanto” y
los suicidas eternos.

El inicio del siglo XX se ve marcado con los llamados “poetas decapitados”


Nombre con el que el escritor Raúl Andrade bautizó al grupo de poetas de la generación
modernista ecuatoriana.

Ellos son:
Arturo Borja (Quito, 1892-1912)
Se casó en Quito el 15 de octubre de 1912, con Carmen Rosa a quien dedicará los poemas
“Por el camino de las quimeras” y “En el blanco cementerio”.
Su poema Para mí tu recuerdo, fue musicalizado, como pasillo, por el compositor Miguel
Ángel Casares Viteri, pasando a ser interpretado por destacados vocalistas como Carlota
Jaramillo. Su escasa producción fue recogida y publicada por sus amigos en el libro
titulado La flauta de Ónix (1960) en la que se incluyen “Primavera Mística y Lunar”,
“Visión Lejana”, “Vas Lacrimae”, “Las Flores Lejanas”, entre otras.
Medardo Angel Silva (Guayaquil 21)
Nació el 8 de junio de 1898 y murió de forma trágica el 10 de junio de 1919.
Vivió́ en medio de limitaciones materiales marcadas por la pobreza y la orfandad. Su obra
como poeta ha sido interpretada a través de uno de los géneros más populares de Ecuador,
el pasillo. Fue el único autor relevante del movimiento modernista que no perteneció́ a la
aristocracia de Quito o de Guayaquil.
Sus padres fueron el Sr. Enrique Silva Valdez y de la Sra. Mariana Rodas Moreira.
Estudió en la escuela de la Filantrópica. Creció viendo los cortejos fúnebres del
Cementerio General de Guayaquil (cercano a su casa).
Varios historiadores afirman que el paso de los carruajes fúnebres por aquel lugar impactó
de tal manera al poeta en aquella etapa de su vida, que la muerte se convertiría, debido a
esto, en uno de sus más recurrentes elementos poéticos.
Aunque Silva no se graduó de bachiller, su condición de autodidacta lo llevó a ser maestro
escolar e incluso a leer en francés. Fue maestro, trabajó en una imprenta y además fue
editor en diario El Telégrafo, el de mayor circulación en aquella época.
En 1913 trató de iniciarse públicamente en la carrera literaria, pero no tuvo éxito, pues
todos sus intentos fracasaron. Dos años más tarde, a pesar de las dificultades su nombre
ya era considerado en los círculos poéticos y literarios de Guayaquil.

A principios de 1918 reunió sus mejores poemas, y haciendo un esfuerzo económico que
estaba casi fuera de su alcance los editó en forma de libro bajo el título de "El Arbol del
Bien y del Mal". Escribió bajo los seudónimos de "Jean D'Agreve" y "Oscar René”.
El 8 de junio de 1919, el autor del célebre poema "El alma en los labios" se habiá reunido
con varios amigos para celebrar sus 21 años. Para aquel entonces la muerte y las ideas del
suicidio rondaban su mente.
Dos días después, el 10 de junio de 1919 acosado por fantasmas del suicidio, visitó la
casa de la familia Villegas, a cuya hija -Rosa Amada- pretendía amorosamente, y luego
de conversar con ella durante cortos minutos, sacó un revólver Smith & Weisson calibre
38 y puso fin a su vida.
El poema “Alma en los labios” se crea en Quito en diciembre de 1918. Medardo Ángel
Silva con 18 / 19 años fue profesor de un adolescente guayaquileña Rosa Amada Villegas
Morán, que vivía en la calle morro, en casa del comandante Garay en Guayaquil.
En 1918 se prohibió la relación.
Obras de Medardo Ángel Silva
 Voces en la sombra
 Vesper marino
 Tapiz
 Sin razón
 Se va con algo mío
 Romanza de los ojos
 Palabras de otoño
 Otras estampas románticas
 Llamé a tu corazón...
 Las alas rotas
 La muerte perfumada
 La investidura
 Intermezzo
 El alma en los labios
 Divagaciones sentimentales
 Citeres
 Aniversario
 Amanecer cordial
 Amada
 Al angelus
 A una triste...

Humberto Fierro (1890-1929, quiteño);


Perteneciente a una familia aristocrática criolla. Aunque la mayoría de sus obras fueron
conocidas después de su muerte, su principal logro fue "El Laúd en el Valle" y "La Velada
Palatina", que incluyen -entre otros- sus poemas Tu Cabellera, Los Niños, Hojas Secas,
Romance de Cacería, A Clori, etc.
Finalmente, el 23 de agosto de 1929, con tan solo 43 años de edad, la muerte lo sorprende
repentinamente, pasando a ser el último de los decapitados.
Ernesto Noboa y Caamaño (guayaquileños) (38).
Guayaquil, 1889 - Quito, 1927
En 1922 publicó un solo libro de versos bajo el título de "Romanza de las Horas".
Enfermo y triste murió el 7 de diciembre de 1927, a los 38 años de edad. Poseyó́ como
ninguno la técnica del verso, fue el más homogéneo, el que mejor se acopló al
modernismo hispanoamericano. Y sigue siendo uno de los poetas liricos más notable del
Ecuador de esa generación. En la actualidad se recuerdan mucho sus poemas convertidos
en canciones, sobre todo en pasillos.
Grandes son sus logros en el campo literario, destacándose:

1. Emocion vesperal
2. Ego sum
3. Hastio
4. Vox clamans
5. Nocturno
6. Anhelo
7. Las danaides

A los nombres dados anteriormente hay que sumar los de:


Alfonso Moreno Mora
Nacido el 21 de abril de 1890 en Cuenca. Fue la máxima expresión de la poesía delicada
y sensitiva. Muere a los cincuenta años de edad, el «Caballero del Verso y de la
Melancolía» en su ciudad natal, el 1 de abril de 1940.

 Epístola a Luis Felipe de la Rosa


 Autobiografía
 Jardines de Invierno
 Visión Lírica
 Elegías

José María Egas (manabita)


Nacido en la ciudad de Manta, Provincia de Manabí el 28 de noviembre de 1897. A los
85 años de edad, el inspirado poeta murió en Guayaquil.
Obras

 Unción (1923)
 El Milagro (1951)
 Poemas de Ayer y de Hoy
 Canto a Guayaquil (1960)
 Poesías Completas (1972)

Literatura Ecuatoriana del Siglo XIX

La novela romántica y los inicios del género en la literatura del Ecuador


La novela romántica y los inicios del género en la literatura del Ecuador Corresponde a
la etapa de surgimiento del género novelístico, un poco tardío, en relación al resto de
países latinoamericanos, con La emancipada (1863), del militante liberal y polígrafo
lojano Miguel Riofrío (1822-1879), obra que constituye un alegato en favor de la
reivindicación de los derechos de la mujer que, además de describir el ambiente
geográfico e histórico de su momento, anticipa algunos elementos del canon realista que
tendrá su esplendor setenta años después; la segunda novela es Cumandá o un drama
entre salvajes (1879), de autoría del católico conservador y fundador de la Academia
Ecuatoriana de la Lengua Juan León Mera (1832-1894) (Salazar, 2006c: 121). Desde la
orilla liberal advendrán luego: Timoleón Coloma (1888) y Relación de un veterano de
la independencia (1895), de Carlos R. Tobar (1853-1920); y, Capítulos que se olvidaron
a Cervantes “ensayo de imitación de un libro inimitable” (1895), de Juan Montalvo
(1832-1889), con claras influencias de la versión liberal del romanticismo francés, de
Víctor Hugo y Alphonse Lamartine.
Predominio de la ideología liberal en la novela ecuatoriana
Las novelas más representativas de esta segunda etapa son: Pacho Villamar (1900), de
Roberto Andrade (1850-1938), que resume el momento anticlerical furibundo del
liberalismo machetero y patentiza la eufórica confianza en las bondades de este sistema
de gobierno; Carlota, novela realista (1900), de Manuel de J. Calle (1866-1918), que
narra la vida de una joven que emigra desde la Sierra hacia la ciudad de Guayaquil, en
donde ante la imposibilidad de sobrevivir de un trabajo decente se prostituye; Luzmila
(1903), de Manuel Enrique Rengel Zuquilanda (1875-1944), que se emparienta tanto con
el romanticismo decimonónico, ya en decadencia, como con el realismo social de años
posteriores; A la costa (1904) de Luis A. Martínez (1869-1909), pionera en el
tratamiento del problema emigratorio interno desde la Sierra a la Costa; Para matar
el gusano (1912), de José Rafael Bustamante Cevallos (1881- 1961), novela que, a decir
de Cecilia Suárez Moreno, es el bostezo de la vertiente liberal placista que busca la
conciliación con los terratenientes en el proyecto oligárquico; Naya o la chapetona
(1912), de Manuel Belisario Moreno, una novela romántico-religiosa escenificada en la
actual provincia de Zamora Chinchipe, que evoca una leyenda colonial que tuvo como
protagonista a una belleza mestiza; y, Égloga trágica (1916), de Gonzalo Zaldumbide
(1884-1965), una novela recordada más que nada por el cuidado estético con el que fue
elaborada (Rojas, 1948, pp. 110 y ss.).
Realismo social e indigenismo en la novelística ecuatoriana
En este tercer período de nuestra historia novelística, siguiendo la tradición realista social
inaugurada por A la costa de Luis A. Martínez, el socialista Fernando Chávez (1902-
1999) publica Plata y Bronce (1927), en la que ya esboza el esquema indigenista de
novelas posteriores: un cura fanático y dominador, un teniente político sumiso a la
voluntad de los señores feudales del predio contiguo y un amo blanco gamonal que
explota a los indios, que viven en su latifundio y viola a sus mujeres e hijas (Salazar,
2000, p. 8). De 1927 es necesario retomar, también, Un pedagogo terrible o el vientre de
una revolución, del maestro normalista Sergio Núñez (1896-1982), en la cual se pretende
resumir una etapa histórica del Ecuador: la de los días que precedieron a la Revolución
política del 9 de julio de 1925, destacando el papel protagónico que tuvo el profesorado
normalista de Guayaquil en la preparación intelectual de ese acontecimiento (Salazar,
2000, p. 8). Con claras influencias de las ideologías socialista y comunista y afanes de
renovación literaria, en la Perla del Pacífico se estructura el llamado “Grupo de
Guayaquil” o “Los cinco como un puño”, de quienes, en razón de la calidad, cantidad y
trascendencia de su obra novelística conviene hacer una mención individualizada, así de
José de la Cuadra (1903-1941) se refiere a Los Sangurimas (1934), novela que ha sido
considerada por más de un crítico, como precursora del realismo mágico latinoamericano
y, en ese sentido, parangonada con Cien años de soledad (1967), del narrador colombiano
y Premio Nobel de literatura (1982), Gabriel García Márquez (1928-2014) (Salazar, 2000,
p. 9). Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-1993) publica El muelle (1933), pionera en el
tratamiento del problema emigratorio desde el Ecuador hacia Estados Unidos de
Norteamérica (Salazar, 2013, pp. 73-74). Otras novelas de su autoría es Las tres ratas
(1944), que narra la vida de las tres hermanas: Carmelina, Eugenia y Luisa Parrales
quienes, una vez que pierden la propiedad familiar heredada de su padre, abandonan el
campo para dirigirse, a continuar en la lucha por la vida, en los barrios pobres de la ciudad
de Guayaquil
Demetrio Aguilera Malta (1909-1981) publicó su primera novela Don Goyo (1933), en
la que narra la vida de don Goyo Quimí, un serrano adaptado al ambiente costeño de la
cholería, en el cual se ha arraigado sin perder su marca primigenia.
Joaquín Gallegos Lara (1911-1947), quien publica su primera novela Las cruces sobre
el agua en 1946, la cual, constituye una bellísima historia de amor y dolor protagonizada
por los habitantes de los barrios pobres de Guayaquil, que revive la masacre obrera de esa
ciudad el 15 de noviembre de 1922.
De manera póstuma y, en coautoría con Nela Martínez, aparece Los guandos (1982),
que constituye una denuncia de la explotación del hombre por el hombre y de la cruel
opresión a la que se ven sometidos los indios del Ecuador desde el tiempo de la colonia
española.
Simultáneamente en la Sierra emerge un robusto movimiento literario, encabezado por
Jorge Icaza (1906-1978), quien en 1934, publica su primera y más famosa novela:
Huasipungo, en la que expone la degradada vida de los indios de la Sierra del Ecuador,
sometidos a esclavitud por los patronos, que cuentan con el apoyo de la autoridad civil y
eclesiástica.
En 1935, asoma En las calles, de indudable inspiración política y de denuncia y protesta
social. En 1937 publica la novela Cholos, en la que Icaza aborda el problema de la
decadencia del latifundista aristocrático, descendiente de los encomenderos españoles y
el ascenso de algunos mestizos a la calidad de nuevos terratenientes explotadores. En
1948 edita Huairapamushcas (“los hijos del viento” o “los hijos que trae el viento”, “los
hijos de nadie”), con la cual se retorna al tema indigenista de Huasipungo y se observa
al patrón prepotente que engendra sin amor en la india, dando como producto otro tipo de
ecuatoriano, el cholo, que desea negar y alejarse del mundo materno, para integrarse al
mundo del padre que no lo reconoce.
Por estos mismos años Gonzalo Humberto Mata (1904-1988), un quiteño avecinado en
la ciudad de Cuenca, en la vertiente indigenista de Huasipungo de Jorge Icaza, publica
tres novelas: Sumag Allpa (1940), Sanagüin (1942) y Sal (1963).
Lejos del indigenismo
Pablo Palacio (1906-1947), quien en 1927 publicó Débora, en la cual, a más de iniciar
la narrativa urbana en el Ecuador, defiende la importancia de tratar las pequeñas
realidades frente a las grandes y voluminosas, que abordaban los cultivadores del realismo
social.
En 1932 publica Vida del ahorcado, novela en la que retoma algunas dimensiones de las
grandes realidades, que serán las preferidas de los autores en las dos décadas
subsiguientes.
Humberto Salvador (1909-1982), en la misma línea vanguardista de Pablo Palacio
publica varias novelas de indudable valor: En la ciudad he perdido una novela (1929),
Taza de té (1932), Camarada (1933), Trabajadores (1935), Noviembre (1939), La novela
interrumpida (1942), Prometeo (1943), Universidad Central (1944), La fuente clara
(1946) (Serrano, 2009).
La novela de transición en el Ecuador
En la historia del Ecuador, a las borrascosas décadas del veinte y treinta del siglo XX
que, paradójicamente, produjeron la “edad de oro de la narrativa ecuatoriana”, le sucede
una etapa de relativa estabilidad económica y política, la misma que se prolonga entre
1948 y 1960; sin embargo, en estos años, se publica muy poca novela de calidad que
merezca ser rememorada. Por ello, en la historia de la novela ecuatoriana, a falta de una
denominación más precisa se habla de una “Generación de transición” y entre los
novelistas más representativos de esta época se pueden mencionar los siguientes:
Alfonso Cuesta y Cuesta (1912-1992), con Los hijos (1962)
Jorge Icaza publica El Chulla Romero y Flores (1958), técnica, estética, estilística y
estructuralmente su obra más elaborada y lograda, con la cual se centra,
definitivamente, en la problemática espiritual, en el trauma, en el conflicto del
mestizo, singularizada en la figura del chulla quiteño Alfonso Romero y Flores y sus
malabarismos por sobrevivir en un mundo de enajenaciones, extravíos, disfraces,
impostaciones y falsas apariencias.
Rafael Díaz Ycaza (1925-2013), con sus novelas: Los rostros del miedo (1962), en la
que denuncia la pobreza de los empleados públicos del Ecuador, especialmente el maestro
de escuela
El secuestro del general (1973), de Demetrio Aguilera Malta, novela esperpéntica, sobre
la dictadura y la realidad política de Hispanoamérica; María Joaquina en la vida y en la
muerte (1976), de Jorge Dávila Vázquez (1947), en torno a la dictadura del general
Ignacio de Veintimilla (1876-1883) y las relaciones incestuosas con su sobrina Marieta;
El pueblo soy yo (1976), de Pedro Jorge Vera, sobre el caudillo populista José María
Velasco Ibarra, quien fue elegido presidente del Ecuador en cinco períodos y dominó la
escena política nacional durante cuatro décadas (1932-1972); y El destierro es redondo
(1979), de Edmundo Ribadeneira (1920-2004), que alude a la prisión y destierro que
sufrió el autor, por parte de la dictadura militar de 1963.
la preocupación por la historia del Ecuador, aspecto que constituye el trasfondo de La
Linares (1975), de Iván Egüez (1944), en la cual, a través de la creación de un personaje
mítico, ha concitado el interés de la crítica, además, por articular elementos
experimentales de la modernidad narrativa y hacer alarde de un estilo neobarroco.
El trasfondo ideológico es otro de los aspectos comunes a las novelas ecuatorianas
publicadas durante la década del setenta. Entre Marx y una mujer desnuda (1976), de
Jorge Enrique Adoum (1926-2009), con un título que a más de aludir a la adhesión y
compromiso con la ideología marxista, constituye una novela experimental, en donde se
reflexiona sobre el acto de escribir y se entretejen magistralmente forma y contenido,
lenguaje y sociedad; El desencuentro (1976), de Fernando Tinajero (1940), que presenta
la crisis ideológica de la generación marxista de la década anterior; Polvo y ceniza (1979),
de Eliécer Cárdenas Espinoza (1950), en la cual, desde una perspectiva socializante, se
rememora la vida y hazañas del bandolero lojano Naún Briones y sus compañeros, quien
cual un Robin Hood moderno robaba a los ricos para repartir entre los pobres (Cfr.
Salazar, 1994, p. 140).
De vuelta al indigenista
Existe también una vuelta al indigenismo, con Dos muertes en una vida (1971), de
Alfonso Barrera Valverde (1929-2013), en donde se narra la historia de Juan Hiedra, un
indígena que abandona el campo para ir a la ciudad capital en busca del trabajo que le
permita seguir estudiando y muere en una protesta estudiantil. Indigenismo que,
asimismo, aparece reactualizado en Porqué se fueron las garzas (1979), de Gustavo
Alfredo Jácome (1912), en donde la búsqueda de la identidad del indígena ocupa un lugar
destacado. ). En la línea neo-indigenista es oportuno mencionar, también, la novela Y
Rojo es el poncho del chirote (1991), de Marcelo Robayo (1940)
La presencia de la mujer en la novelística ecuatoriana se hace sentir, con Alicia Yánez
Cossío (1929), quien en Bruna, soroche y los tíos (1973) cuenta, a través de una mujer
joven que simboliza a la mujer universal, los avatares de la cultura andina que agoniza
desde hace 500 años
Tiempo después publica: Yo vendo unos ojos negros (1979), Más allá de las islas (1980),
La Cofradía del Mullo del vestido de La Virgen Pipona (1985) y La Casa del sano placer
(1989), en donde narra el problema social de la prostitución en la ciudad de Quito.
Compleja temática que, también, será abordada por Eugenia Viteri (1932), en Alcobas
negras (1984)
En las novelas de las décadas del ochenta y noventa se insiste en la recuperación del
pasado histórico del Ecuador y los problemas sociales del presente, como
preocupación de la novela, conforme lo ponen en evidencia: Háblanos Bolívar (1983),
Diario de un idólatra (1991), Que te perdone el viento (1993) y El obscuro final del
porvenir (2000), de Eliécer Cárdenas Espinoza.
Pájara la memoria (1985), El poder del Gran Señor (1985) y Sonata para sordos (1999),
de Iván Egüez; Tambores para una canción perdida (1986), de Jorge Velasco Mackenzie
(1949), y Mientras llega el día (1990), de Juan Valdano (1940)
En similar perspectiva ha trabajado Luis Zúñiga (1955), con sus novelas: Manuela (1991),
que recrea la vida de Manuela Sanz, destacado personaje femenino, que luchó junto a
Simón Bolívar durante el proceso de liberación de América Latina del yugo ibérico y
Rayo (2000), que narra el asesinato a machetazos del presidente Gabriel García Moreno,
a manos del talabartero de origen colombiano Faustino Lemos Rayo.
La crisis ideológica vuelve a trabajarse en algunas de las novelas más
representativas de este período, como: Teoría del desencanto (1985), de Raúl Pérez
Torres (1941), en la cual se plasma una visión de pesadilla, interiorizada y obsesiva, de
la realidad caótica del período histórico del Ecuador que le sirve de telón de fondo,
destacando el fracaso de los ideales revolucionarios de la juventud quiteña de la década
del sesenta.
La razón y el presagio (2003), que es una novela con cierta intencionalidad política, con
personajes que vienen de fuera, en la cual aparecen muchos tomados de la realidad allende
el país: unos exiliados, por ejemplo, de la guerra yugoslava, que se encuentran en el
Ecuador.
Novela ecuatoriana en la actualidad
Ejemplos de esta naturaleza son Aprendiendo a morir (1997), en torno a Santa Mariana
de Jesús; Sé que vienen a matarme (2001), sobre la vida y asesinato del presidente Gabriel
García Moreno; Memorias de la Pivihuarmi Cuxirimay Ocllo (2008).
Finalmente en Y amarle pude… (2012), narra la corta pero intensa vida de la poeta
romántica quiteña Dolores Veintimilla de Galindo, quien fue víctima de mentiras,
calumnias y fuertes críticas, por parte de la sociedad conservadora y fanática de su época,
que la presionó hasta provocarle el suicidio.

Premios Novel de la Literatura de los últimos 50 años

1. 2019: Peter Handke (Austria)


2. 2018: Olga Tokarczuk (Polonia)
La Academia Sueca anunció el viernes que el Premio Nobel de Literatura 2018 no
se concederá este año, sino el que viene, por primera vez en casi siete décadas, debido
a un escándalo de violaciones y agresiones sexuales.

3. 2017: Kazuo Ishiguro, (británico nacido en Japón) es autor de novelas como 'Los
restos del día'
4. 2016: Bob Dylan (Minnesota)
5. 2015: Svetlana Alexiévich
6. 2014: Patrick Modiano (Francia). «Por el arte de la memoria con la que ha
evocado los más inasibles destinos humanos y descubierto el mundo de la
ocupación».
7. 2013: Alice Munro (Canadá). «Maestra del cuento corto contemporáneo»
8. 2012 Mo Yan (China). «Quien combina los cuentos populares, la historia y lo
contemporáneo con un realismo alucinatorio».
9. 2011: Tomas Tranströmer (Suecia). «Porque a través de sus imágenes densas y
translúcidas nos permite el acceso a la realidad».
10. 2010: Mario Vargas Llosa (Perú/España). «Por su cartografía de las estructuras
de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la rebelión y la
derrota».
11. 2009: Herta Müller (Rumania/Alemania). «Quien, con la concentración de la
poesía y la franqueza de la prosa, describe el paisaje de los desposeídos».
12. 2008: Jean-Marie Gustave Le Clézio (Mauricio/Francia). «Escritor de nuevas
desviaciones, aventuras poéticas y éxtasis sensual, explorador de una humanidad
más allá y por debajo de la civilización reinante».
13. 2007: Doris Lessing (Reino Unido). «Esa narradora épica de la experiencia
femenina que, con escepticismo, ardor y poder visionario, ha sometido a
escrutinio a una civilización dividida ».
14. 2006: Orhan Pamuk (Turquía). «Quien, en la búsqueda del alma melancólica
de su ciudad natal, ha descubierto nuevos símbolos para el choque y el
entrelazamiento de culturas».
15. 2005 Harold Pinter (Reino Unido). «Quien en sus obras desvela el precipicio
bajo la charla cotidiana y obliga a la entrada en las salas cerradas de la
opresión».
16. 2004: Elfriede Jelinek (Austria). «Por su flujo musical de voces y contra-voces
en novelas y obras teatrales que, con extraordinario celo lingüístico, revelan lo
absurdo de los clichés de la sociedad y su poder subyugante».
17. 2003: J. M. Coetzee (Sudáfrica). «quien en innumerables disfraces retrata la
sorprendente implicación del forastero».
18. 2002: Imre Kertész (Hungría). «Por una redacción que confirma la experiencia
frágil del individuo contra la arbitrariedad bárbara de la Historia».
19. 2001: V. S. Naipaul (Trinidad y Tobago). «Por haber unido la perceptiva
narrativa y el control incorruptible en obras que nos obligan a ver la presencia de
historias suprimidas».
20. 2000: Gao Xingjian (China/Francia). «Por una obra de validez universal, con
puntos de vista penetrantes e ingenio lingüístico, ha abierto nuevos caminos para
la novela y el teatro chinos».
21. 1999: Günter Grass (Alemania). «Cuyas juguetonas fábulas negras retratan el
rostro olvidado de la Historia».
22. 1998: José Saramago (Portugal). «Quien, con parábolas sostenidas por la
imaginación, la compasión y la ironía, continuamente nos permite aprehender
una vez más una realidad elusiva».
23. 1997: Dario Fo (Italia). «Por emular a los bufones de la Edad Media en la
autoridad flagelante y por defender la dignidad de los oprimidos».
24. 1996: Wislawa Szymborska (Polonia). «Por su poesía que con precisión irónica
permite que los contextos histórico y biológico salgan a la luz en los fragmentos
de la realidad humana».
25. 1995: Seamus Heaney (Irlanda). «Por las obras de una belleza lírica y una
profundidad ética, que exaltan milagros diarios y vidas pasadas».
26. 1994: Kenzaburo Oe (Japón). «Quien con fuerza poética crea un mundo
imaginario, donde se condensan la vida y el mito para formar una imagen
desconcertante de la condición humana de hoy en día».
27. 1993: Toni Morrison (Estados Unidos). «Quien en novelas caracterizadas por
fuerza visionaria y sentido poético, da vida a un aspecto esencial de la realidad
estadounidense».
28. 1992: Derek Walcott (Santa Lucía). «Por una obra poética de gran luminosidad,
sustentada por una visión histórica, [siendo] el resultado de un compromiso
multicultural».
29. 1991: Nadine Gordimer (Sudáfrica). «Quien, a través de su magnífica épica
escritura ha sido de gran beneficio para la humanidad».
30. 1990: Octavio Paz (México). «Por una apasionada escritura con amplios
horizontes, caracterizada por la inteligencia sensorial y la integridad
humanística».
31. 1989: Camilo José Cela (España). «Por una prosa rica e intensa que con una
compasión moderada forma una visión retadora de la vulnerabilidad del
hombre».
32. 1988: Naguib Mahfouz (Egipto). «Quien, a través de obras ricas en matices —
a veces con clarividencia realistica, y a veces evocativamente ambiguo — ha
formado un arte narrativo árabe que se aplica a toda la humanidad».
33. 1987: Joseph Brodsky (Unión Soviética/Estados Unidos). «Por una autoría que
todo lo abarca, imbuida con claridad de pensamiento e intensidad poética».
34. 1986: Wole Soyinka (Nigeria). «Quien, en una perspectiva cultural amplia y
con matices poéticos, innova el drama de la existencia».
35. 1985: Claude Simon (Francia). «Quien en su novelística combina la creatividad
del poeta y del pintor con una profunda conciencia del tiempo en la
representación de la condición humana».
36. 1984: Jaroslav Seifert (Checoslovaquia). «Por su poesía, que dotada con
frescura y una inventiva rica, proporciona una imagen libertadora del espíritu
indomable y la versatilidad del hombre».
37. 1983: William Golding (Reino Unido). «Por sus novelas que, con la perspicacia
del arte narrativo realista y la diversidad y universalidad del mito, ilumina la
condición humana en el mundo de hoy en día».
38. 1982: Gabriel García Márquez (Colombia). «Por sus novelas e historias
cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente
compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un
continente».
39. 1981: Elias Canetti (Bulgaria/Reino Unido). «Por escritos marcados por una
visión amplia, una gran cantidad de ideas y una fuerza artística».
40. 1980: Czesław Miłosz (Polonia). «Quien con una lucidez no comprometedora
expresa la condición expuesta del hombre en un mundo de conflictos graves».
41. 1979: Odysseas Elytis (Grecia). «Por su poesía, que, en el contexto de la
tradición griega, describe con fuerza sensual y con lucidez intelectual la lucha
del hombre contemporáneo por la libertad y la creatividad».
42. 1978: Isaac Bashevis Singer (Estados Unidos). «Por su arte narrativo
apasionado que, con raíces en una tradición cultural judía polaca, traen a la vida
las condiciones humanas universales».
43. 1977: Vicente Aleixandre (España). «Por una creativa escritura poética que
ilumina la condición del hombre en el cosmos y en la sociedad actual, al mismo
tiempo que representa la gran renovación de las tradiciones de la poesía española
entre guerras».
44. 1976: Saul Bellow (Estados Unidos/Canadá). «Por la comprensión humana y el
análisis sutil de la cultura contemporánea que se combinan en su obra».
45. 1975: Eugenio Montale (Italia). «Por su poesía distintiva que, con gran
sensibilidad artística, ha interpretado los valores humanos bajo el signo de una
visión de la vida sin ilusiones».
46. 1974: Eyvind Johnson y Harry Martinson (Suecia). «Por un arte narrativo,
previsor en las tierras y las edades, en el servicio de la libertad» y,
respectivamente, «Por los escritos que atrapan la gota de rocío y reflejan el
cosmos».
47. 1973: Patrick White (Australia). «Por un arte narrativo épico y psicológico que
ha introducido a un nuevo continente a la literatura».
48. 1972: Heinrich Böll (Alemania Occidental). «Por sus escritos que a través su
combinación de una amplia perspectiva sobre su tiempo y una habilidad sensible
en la caracterización ha contribuido a la renovación de la literatura alemana».
49. 1971: Pablo Neruda (Chile). «Por una poesía que con la acción de una fuerza
elemental da vida al destino y los sueños de un continente».
50. 1970: Aleksandr Solzhenitsyn (Unión Soviética). «Por la fuerza ética con la
que ha perseguido las tradiciones indispensables de la literatura rusa».

Estos fueron todos los Premios Nobel de Literatura de los últimos 50 años. La mayoría
de ellos hombres
DEL MODERNISMO A LA VANGUARDIA, PASANDO POR LOS
POSTMODERNISTAS:

A partir de los años 20 comienza a nacer la vanguardia en toda Latinoamérica, como un


espíritu de cuerpo, como una cuestión visionaria, en medio del trasnochado discurso
desencantador. Amparado por las ideas de izquierda y, siempre, de la mano de una
renovación estética que tuerza “el cuello al cisne” de la poesía formal que la inició
oficialmente inició Rubén Darío, el grande.
Los vanguardistas llegaron para someter a la poesía a las nuevas formas, a los nuevos
derroteros. Sepultaron mediáticamente los recursos estéticos de los simbolistas y sus
idolatrías gastadas por el dolor. Llegaron a engrandecer el poema hasta volverlo nuevo
ícono del lenguaje y de la nueva estructura temática: por un lado la formación y
renovación de moldes métricos; por otro, la creación de un discurso colectivo que
verifique y presente el espíritu social que se presentaba en esos días en el convulso
mundo, que siempre ha sido. La poesía buscaba una expresión de muchos, no un
sufrimiento individual. La palabra poética se abría espacio con el escándalo de la ruptura
de tabúes sociales y lingüísticos, creando nuevos giros de expresión y flamantes
significaciones. Los nuevos poemas se unieron a la tecnología, a lo nuevo que el mundo
traía con la máquina, con la electricidad, con la modernidad, con los nuevos
descubrimientos que harían del siglo XX un siglo de las nuevas “luces”, de los nuevos
derroteros, del nuevo pensamiento.
América estaba atravesando su segunda independencia, la más dura: la libertad del
pensamiento. Ya no había que ver a Francia ni a España como el faro que nos guía en las
tormentas y nos aplaca con su luz, la individualidad de crear y de ser. Ahora el arte se
debía centrar en los nuevos pisos que la poesía de renovación traía con los ismos, con las
individualidades poéticas.

En medio de estos caminos, surgía en el Ecuador una expresión que, sin terminar de
limpiarse del influjo de fines del siglo XIX, entraba a descolocar al canon funcional que
el modernismo dibujó en la conciencia colectiva de la poesía.
Nace el posmodernismo (inmediatamente después de la tendencia rubendariana) y se
logran condensar estupendos cultores de poesía: a mí juicio, la mejor fue una mujer:
Aurora Estrada y Ayala[14] (de haber sido 21 y no 20 la muestra, ella hubiera ocupado
este lugar). La gran posmodernista nuestra nos entregó una gran cantidad de poesía abierta
a las nuevas connotaciones y al tiempo. Justo en el límite entre la música y la forma de
los herederos y bastardos de Rubén Darío y la poesía de renovación y escándalo.

Aurora Estrada reivindica el discurso femenino con un gran poema de estructura


modernista y fondo vanguardista, en donde el tema central es el erotismo como una
espada que rompe la tradición, en el hermoso soneto “El hombre que pasa”:

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