El Fantasma en Neurosis Obsesiva y en Lahisteria
El Fantasma en Neurosis Obsesiva y en Lahisteria
El Fantasma en Neurosis Obsesiva y en Lahisteria
Gérard Pommier
Ed. Nueva Visión, Argentina. 1989
2, EL FANTASMA EN LA NEUROSIS
OBSESIVA Y EN LA HISTERIA
* Tanto oeufs como eaux suenan como simples vocales cuyas escrituras foné-
ticas son, respectivamente, 0 y o. [N. de la T.j
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La irrepresentabilidad del padre no se debe sólo a un hecho de
estructura. El neurótico utiliza a su vez esta irrepresentabilidad pa-
ra movilizar su fantasma. Se empeña a toda costa en que su pregun-
ta no tenga respuesta pues, si la tuviera, él debería renunciar a to-
da esperanza. Un Padre no puede ocupar su lugar más que sustra-
yéndose siempre a por lo menos dos de sus funciones, pero además,
el neurótico pone en esto lo suyo. De ahí que a la debilidad pater-
na se le añada un fantasma de asesinato, fantasma en el que el des-
merecimiento paterno se anuda con la culpa. Matar se convierte así
en una representación central del fantasma, tan patente en la vida
social como en la vida privada.
La supresión del padre es un momento que permite ilustrar las
vías activas o pasivas como punto de reversión de la escena prima-
ria y de la escena de seducción.
Así sucede con las significaciones que la histérica pone enjue-
go al seducir: si se compromete pasivamente en una relación don-
de se ofrece como objeto deseable, el resultado de su ofrenda será
el asesinato de un padre. En efecto, lo que ella pone a la vista, su be-
lleza, su encanto, ejercen su poder sobre la universalidad de los
hombres, totalidad en la que su padre está comprendido. La histé-
rica se ofrece a la mirada sin ver a su vez nada, en una ausencia de
la visión femenina que es el punto de cita de la ceguera histérica. En
este paso ciego todos los hombres están investidos ya con un ras-
go paterno potencial. Y con mayor razón si el hombre seducido se
inviste él mismo con este rol. Por ejemplo, cuando se da aires de
protector imbuido de su virilidad.
Pero semejante escenificación no deja de tener consecuencias
inmediatas, pues ¿qué es un padre que sucumbe a la seducción de
su hija? ¡En verdad, muy poca cosa! Así pues, la seducción tiene el
resultado de derribar de sus posiciones a todos los padres que van
apareciendo, a todos los numerosos falóforos de paso, abrasados
por la luz que exhibe su potencia. Su escaso poder sólo se ejerce du-
rante el breve instante en que su mirada se vuelve hacia la belleza
que pasa; y su escaso ser es consumido en ese mismo instante por
el deseo que ésta provoca.
En el momento en que el padre desea, no es ya un padre digno
de este nombre, y su indignidad sale al descubierto. Si sólo perdie-
ra su dignidad, su situación sería meramente ridicula. Pero también
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pierde su función, la de prohibir el incesto. Queda entonces en evi-
dencia el goce que la operación pone enjuego y, con él, la dimen-
sión trágica de laseducción: si el padre se sostiene, la soledad se ins-
tala; pero si cae, detrás de él se extiende el espacio materno, cuya
solicitud mortal reduce a nada a la mujer que lo afronta. De este mo-
do, por el camino desviado de un asesinato fantasmático del padre,
el objetivo de la seducción es siempre el incesto. Por eso es sufi-
ciente con provocar el deseo y permanecer en el campo de un de-
seo insatisfecho para estar ya en el campo del goce. Seducir y es-
cabullirse es realizar un goce incestuoso gracias a un libreto redu-
cido que una sola mirada pennite poner en escena.
Esto es lo que sucede en la secuencia aportada tras cierto tiem-
po de análisis por una paciente cuyo síntoma es una ceguera histé-
rica: de vez en cuando pierde la vista, o al menos el mundo que la
rodea se le vuelve bruscamente opaco y oscurecido, debilitado y sin
relieve, y esta disminución de la visión va acompañada de una in-
tensa angustia. Cuando el trastorno de la visión no es tan violento,
sufre en cambio diversas dolencias oculares, lagrimeos, conjunti-
vas, orzuelos. El análisis mostrará la relación que existe entre estos
síntomas y el fantasma de seducción: si un hombre investido con
cualquier rasgo paterno intenta seducirla, el mundo se oscurece;
cuando el significante paterno se sustrae, cesando de dar profundi-
dad y perspectiva al campo de la visión, su mirada se pierde con él,
precipitada en su caída incestuosa. El complejo de Edipo es, por
tanto, el verdadero órgano de su percepción. O, más exactamente,
lo que sus órganos de los sentidos pueden percibir no tiene realidad
sino a través de la instrumentación del símbolo, sin la cual su cuer-
po se le escapa.
Si el mundo se oscurece es porque en esa seducción que ella
imputa al hombre, que ella atribuye a un padre degradado, está su
propio deseo. Presencia de un deseo que la empuja, más allá del
hombre, hacia la cosa en que ella se desvanecería.
Cuando paseo por la calle necesito caminar rápido y sin mirar nun-
ca a nadie. Si me detengo o miro a alguien, estoy segura de que me
van a abordar como si fuera una prostituta-
Tengo la impresión de ser el objeto de una mirada universal e imper-
sonal. Lo extraño es que esa impresión de ser comida con los ojos la
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tenía de pequeña con mi madre, que siempre me vestía impecable-
mente y me reprendía cuando me ensuciaba. Y sin embargo lo que
temo son las miradas de los hombres. Es como si la mirada que sien-
to en la calle sobre mí me estuviera calzada en una pinza. La mira-
da es doble. No es tan impersonal como acabo de decir. Es doble, y
yo soy su punto central-
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