Calle Ramiro A - Cincuenta Cuentos para Meditar Y Regalar

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Ramiro A.

Calle

Cincuenta cuentos para Meditar y


Regalar
Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A

© Ramiro A. Calle, 2007

© de la presente edición EDITORIAL SIRIO, S.A. C/ Panaderos, 9

29005-Málaga

España

Nirvana Libros S.A. de C.V. 3ª Cerrada de Minas, 501 Bodega nº 8 , Col. Arvide
Del.: Alvaro Obregón

México D.F., 01280

Ed. Sirio Argentina C/ Paracas 59 1275- Capital Federal

Buenos Aires

(Argentina)

www.editorialsirio.com

E-Mail: [email protected]

I.S.B.N.: 978-84-7808-474-6 Depósito Legal: B-19.596-2007

Impreso en los talleres gráficos de Romanya/Valls Verdaguer 1, 08786-Capellades


(Barcelona)

Printed in Spain
Introducción

A lo largo de más de treinta años y debido a mis cerca de cien de viajes a


Oriente, he tenido ocasión de ir recopilando incesantemente narraciones
espirituales que los maestros han ido transmitiendo a sus discípulos desde la
noche de los tiempos. He seleccionado medio centenar para que el lector pueda
reflexionar y meditar sobre ellas y, asimismo, regalárselas a otras personas, pues
no hay presente más elevado y precioso que el que es portador no sólo de amor,
sino también de sabiduría.

Estas significativas historias dicen en pocas palabras más que tratados


enteros de metafísica o filosofía. Admiten diversas lecturas y también son
comprensibles en mayor o menor profundidad dependiendo del grado de
entendimiento y madurez espiritual del que las lee. No basta con leerlas una vez,
sino que es mejor hacerlo más de una vez, y dejar que nos inspiren y que nos
revelen lo que está más allá de las palabras y de los conceptos.

La lectura de estas historias nos permite disfrutar, pero además producen en


nuestra alma «golpes de luz» que son también reveladores. Puede uno abrir el libro
por cualquiera de sus hojas y gozar leyendo una y otra vez estas narraciones que,
siendo tan antiguas, siempre parecen nuevas y predisponen nuestra mente hacia la
reflexión lúcida, estimulando nuestro potencial interior transformativo.

Tan orientadoras son estas historias, y por lo general tan amenas e incluso
divertidas, que toda clase de público conecta perfectamente con ellas, incluidos los
niños de corta edad. Sé de muchos padres que habitualmente (¡qué bien hacen!) se
las leen a sus hijos y las comentan con ellos; sé de maestros que las relatan a sus
alumnos y de extraordinarias comunicadoras de la radiodifusión (como mis
buenas amigas Rosa María Belda y María Quirós) que se sirven de ellas, con gran
acierto, en muchos de sus programas.

Estas historias intemporales forman parte del patrimonio espiritual y


cultural de la humanidad. Muchas de ellas surgieron en la India y luego se
filtraron a otros muchos países de Oriente, para llegar en estos últimos años a
Occidente y hacer las delicias de jóvenes y ancianos.

En esta misma editorial, he tenido ocasión de publicar ya varios volúmenes


de cuentos, entre ellos: Cuentos espirituales de la India, Cuentos espirituales del Tíbet
Cuentos espirituales del Himalayay Cuentos espirituales de Oriente y Cuentos
espirituales de la China. Todos estos volúmenes han tenido una acogida formidable
por parte del lector. En este libro incluyo narraciones no recogidas en las otras
obras, seguidas de una reflexión que desencadenará otras muchas en el lector, por
lo que de alguna manera autor y lector se sentirán muy cerca indagando
conjuntamente en el amplio universo de los significados más profundos y los
sentidos más elevados. Todas estas narraciones son una invitación a que
despertemos en nosotros lo que hay de más hermoso y constructivo, y nos ofrecen,
con su peculiar característica, claves para el entendimiento intuitivo y no
solamente intelectivo, y «pistas» para poder seguir sin desfallecer por la senda
hacia la libertad interior, cuyo eco de infinitud palpita en todo ser humano con
intenciones nobles.

NOTA: Para contactar con el autor, dirígete a su centro de yoga en la calle


Ayala l0, de Madrid, o a su página web: www.ramirocalle.com
El Borracho y la Campana

Salió de la taberna dando tumbos y de vuelta a casa tenía que pasar por las
puertas de un cementerio, en donde se podía ver un cartel que decía: «Toque la
campana para avisar al vigilante». Era de madrugada y el beodo se puso a tocar
sin parar la campana, formando un gran escándalo. Al poco tiempo llegó el
vigilante, malhumorado, y se dirigió al borracho para pedirle explicaciones:

—¿Por qué demonios tiene que tocar la campana a esta hora de la noche?

Y el hombre ebrio, muy indignado, replicó:

—¿Y por qué tiene este cartel que obligarme a que toque la campana para
avisar al vigilante?

Reflexión

Una de las funciones más preciosas de la mente humana es el


discernimiento. Discernir quiere decir desvelar, y el discernimiento bien ejercitado
y claro es el que nos ayuda a ver las cosas como son, a desvelar su esencia y a
proceder en consecuencia. Cuando la conciencia está embotada y el discernimiento
tiende a distorsionar, la persona no ve las cosas como son y se halla incapacitada
así para llevar a cabo la acción diestra. Para esclarecer la mente es necesario
aprender a detenerla, calmarla y esclarecerla, y tal es la misión y objetivo de la
meditación: detener, calmar y esclarecer. Del sosiego y la claridad mentales surge
el discernimiento y brota la sabiduría. De ese modo la persona puede emprender la
acción diestra, lo que no quiere decir que no pueda equivocarse, pero si lo hace,
incluso de esa equivocación hace un aprendizaje y transforma el error en aliado.
De la ofuscación mental sólo puede surgir ofuscación mental y por tanto se
desencadena la acción inapropiada y guiada por la confusión y el desorden. En la
senda hacia la completa evolución de la conciencia, es necesario trabajar sobre la
mente para ordenarla, desarrollarla y purificarla. El desarrollo de la conciencia
suscita sabiduría y de la sabiduría nace la compasión.
Terapia Contra la Avaricia

Era un monarca sumamente ambicioso y rapaz. Un día estaba paseando por


los descomunales jardines de su fastuoso palacio y de súbito se dio cuenta de que
ante él aparecía un mendigo. El rey percibió en seguida que el hombre no era
peligroso e incluso exhalaba una atmósfera de quietud, por lo que se dirigió a él y
le preguntó: —¿Qué haces aquí?

El pordiosero presentó lo que parecía una escudilla ante el monarca y le dijo:

—Tú eres uno de los hombres más ricos del mundo, pero siempre quieres
más. Si puedes llenar mi escudilla con monedas de oro, te diré cómo conseguir un
fabuloso tesoro.

El rey pensó que nada tenía que perder y su avidez le dijo que por qué no
probar. Llamó a uno de sus asistentes y le ordenó que trajera una bolsa de
monedas de oro. Una vez la tuvo en sus manos, la abrió y comenzó a echar
monedas en la escudilla. Ante su sorpresa, no pudo llenarla. Exigió que le trajeran
entonces un saco lleno de ellas y comenzó a verterlas sobre la escudilla, pero ésta
seguía vacía. Trajeron varios sacos de monedas de oro y sucedió lo mismo. El
monarca ordenó que trajeran todos los tesoros del reino y todos los engulló la
escudilla. Desesperado, preguntó:

—¿Por qué no logro llenar tu miserable escudilla?

El pordiosero se encaró al monarca y le dijo:

—Eres más mendigo que yo, mucho más.

El rey estaba estupefacto. Entonces el mendigo dio la vuelta a su escudilla y


resultó que ésta, por el otro lado, era un cráneo humano.

—¿Te das cuenta, señor? Así es el ser humano. Por mucho que le des, nunca
está satisfecho y continúa sintiéndose interiormente vacío. Nada puede saciar su
voracidad; nada puede llenar su vacío interior.

—¡Eres un mago! –vociferó el monarca–. Te haré ahorcar.

—Te equivocas, señor. No soy más que un pobre ermitaño, sólo eso, pero
este cráneo-escudilla sí es mágico, porque fue el cráneo de un gran demiurgo. Él
refleja perfectamente cómo es la cabeza del llamado ser humano: siempre pidiendo
más, ansiando más, esperando más. ¿De qué sirve ser un monarca si tu mente es
mucho más pobre que la de un mendigo?

Ramiro A. Calle
Entonces el rey tuvo un destello de comprensión profunda. Efectivamente,
él había sido siempre el más mendigo de los mendigos.

Reflexión

Una de las raíces latentes más persistentes y nocivas de la mente es la avidez


en todas sus formas, que da por resultado el apego y el aferramiento, la voracidad
y la insatisfacción.

Por apego, la persona es capaz de recurrir a la explotación y a la usura, a la


violencia y al engaño. Es una energía muy destructiva. Del mismo modo que una
hoguera no se extingue arrojándole cada vez más leña o la sed no se sacia
ingiriendo más y más pescado en salazón, así la avidez no tiene fin y la persona
quiere poseer siempre más de lo mismo y al mismo tiempo de todo.

El entendimiento profundo de la transitoriedad, la completitud interior y la


madurez emocional, la práctica de la meditación, el recordatorio de la muerte, y el
despliegue de las mejores energías de compasión y generosidad van mitigando el
apego y la avidez. El apego es una atadura mental terrible e identifica a la persona
de tal modo con el objeto de apego que ésta deja de ser ella misma y se enceguece.
El apego es manantial de miedo y de sufrimiento. El que se libera de la avidez, se
libera también de mucho miedo y de mucho dolor.
El Hombre Egoísta

Era un hombre que nunca había hecho nada por los demás, que siempre
había sido muy egoísta y que sólo se había ocupado de sí mismo. Se hizo mayor,
un día se sintió indispuesto y entonces se dirigió a Dios para rogarle:

—Señor, déjame tratar de cooperar con el mundo, ayudar a mi familia y


cambiarme a mí mismo.

Y Dios repuso:

—Ya no hay tiempo para eso. Ojalá me lo hubieras pedido años antes.

Reflexión

La vida es corta. Transita sin cesar. Tempus fugit Todo fluye. Se nos escapa la
existencia sin darnos cuenta, salvo que estemos muy atentos y receptivos. Era
Ramaprasad Senel que decía: «Considera, alma mía, que no tienes nada que puedas
llamar tuyo. Vano es tu errar sobre la Tierra. Dos o tres días y luego concluye esta
vida terrena; sin embargo, todas las personas se jactan de ser dueñas aquí. La
Muerte, dueña del tiempo, vendrá y destruirá tales señoríos». No hay tiempo que
perder. Los sabios hindúes nos dicen que la vida dura menos que un guiño en el
ojo del Divino. Hay que procurarle un sentido. Más allá de si tiene un sentido
último, cada uno puede conferirle a la vida el sentido, el significado y el propósito
que uno quiera. Los hay que hacen de su vida un erial, ¡qué terrible! Otros, por
fortuna, un vergel para ellos mismos y los demás. Se nos han entregado unos
instrumentos vitales (cuerpo, mente y energía), y van a acompañarnos un número
limitado de años en este escenario vital. ¿Qué vamos a hacer con esos años?
Podemos ser egoístas y posesivos o desprendidos y generosos; podemos ser
hostiles o cooperantes, narcisistas o humildes, malevolentes o amorosos. Cada uno
es el responsable de sus actos y las consecuencias habrán de seguirnos. Podemos
llenar nuestra mente de estados aflictivos y nuestro corazón de emociones insanas,
o, por el contrario, embellecer la mente, suscitar emociones beneficiosas y enviar
nuestros pensamientos amorosos en todas las direcciones. ¿Qué vamos a hacer con
nuestra vida?

Somos seres en evolución de instante en instante, y si nos lo proponemos


podemos mejorar y madurar, porque están a nuestra disposición las enseñanzas y
métodos que los grandes maestros espirituales nos han legado. No lo dejes
demasiado. Empezamos a cambiar y mejorarnos ahora o nunca, pues de otro modo
incurrimos en la «enfermedad del mañana» y la vida se consume sin haber hecho
nada por nuestro mejoramiento humano ni por los demás.
Un Mundo ilusorio

Era un maestro que predicaba la vacuidad e insustancialidad de todo lo


fenoménico e insistía en que todo era ilusorio y en que había que contemplarlo
todo como transitorio para desarrollar la visión correcta y el desapego. Un día unas
fiebres malignas se llevaron a su único hijo. El maestro comenzó a llorar y sus
lágrimas anegaban su sosegado rostro. Los discípulos le dijeron:

—Venerable maestro, pero si siempre nos has dicho que el mundo es


ilusorio.

—Y así es, queridos míos, pero ¡es tan doloroso perder un hijo ilusorio en
un mundo ilusorio!

Reflexión

Aun en un sueño se siente y se experimenta. Hay placer y dolor, encuentro


y desencuentro. Pero cuando uno despierta sabe que ha sido un sueño. La vida es
muy efímera y en su sentido absoluto es ilusoria, pero en su sentido relativo es
bien real. Incluso los seres más elevados espiritualmente han sentido, con su carga
de humanidad, una gran pena cuando un ser querido ha muerto, porque son
ecuánimes, pero humanos y sensibles, aunque exentos de aferramiento y apego. El
sabio Shankaracharya decía: «Este mundo es como un sueño, colmado de amores y
odios. En su dimensión brilla como una realidad, pero al despertar se transforma
en irreal. Este mundo pasajero brilla como si fuera real, como la plata imaginada en
una concha perlífera; es así en tanto no se conozca al Ser, que es la sustancia sin
segundo de todo».
La Arrogancia

Un discípulo muy arrogante acudió a visitar a un maestro y le dijo: —


Pasaba por aquí y he aprovechado para visitarte y para que me puedas facilitar
algunas instrucciones a fin de alcanzar la sabiduría. Será suficiente con muy pocas
palabras, porque yo tengo ya mucha madurez espiritual.

—Basta una palabra para asesinar la verdad –dijo el mentor–. Me da igual si


tienes prisa o no, pero no diré nada. Mi instrucción es que recuerdes que me has
preguntado y que no te he contestado.

—Eso no me ayuda –protestó el discípulo–, pero si me dijeras una palabra


iluminadora ello sería suficiente.

Y entonces el maestro dijo:

—Hasta una palabra es suficiente para destruir el todo, así que no voy a
decirte nada, pero puedes llevarme dentro de ti.

Reflexión

La última realidad, la iluminación, es inasible a las palabras e irreductible a


la simple lógica. Trasciende los conceptos, las ideas, las palabras... La vida no es
una opinión, es vida. Los pensamientos y las palabras ocupan un papel en nuestras
vidas, pero lo que hace posible el pensamiento no puede por el pensamiento ser
pensado. Ramana Maharshi declaraba: «El estado que trasciende la palabra y el
pensamiento es el silencio. Es meditación sin actividad mental. Someter la mente es
meditación. La meditación profunda es la palabra eterna. El silencio es siempre
elocuente; es el fluir perenne del lenguaje. El silencio es elocuencia permanente; es
el mejor idioma». En el silencio florece el ser. Para los creyentes debe ser toda una
instrucción la de los Salmos: «Permanece quieto y sabe que yo soy Dios». La
palabra no es la cuestión como la descripción no es el hecho. En la raíz de la mente,
más allá del pensamiento, en el silencio perfecto, deslumbra el yo real.

La arrogancia cierra todas las puertas hacia la Sabiduría. El que busca atajos
para llegar al cielo, comprobará que no existen. El trabajo sobre uno mismo para
evolucionar tiene que hacerlo uno mismo, y de ahí la antigua enseñanza que reza:
«Los Grandes del Espíritu señalan la ruta, pero uno tiene que recorrerla». En su
campo, los pensamientos y las palabras son necesarios, pero la conquista de lo
ilusorio para alcanzar la sabiduría liberadora es a través de la virtud, la meditación
y el entendimiento correcto, sin dejar de revestirnos de la genuina humildad que
nos alentará a seguir aprendiendo sin cesar, puesto que somos aprendices en la
senda hacia lo Inefable.
El Manuscrito Secreto

Era un anciano maestro que en su ascética celda sólo contaba con un catre y
un manuscrito que conservaba en un rincón de la habitación, envuelto
primorosamente con tules. Los discípulos del maestro le habíanpreguntado a
menudo por aquel manuscrito, pues había prohibido expresamente que cualquiera
de ellos lo ojeara. Cuando le preguntaban por él, se limitaba a decir:

—Todo lo que sé lo he aprendido de él. Es muy sagrado. Me lo entregó un


gran sabio tras muchos años de meditación en una cueva. Todo lo he aprendido de
él.

Y así pasaron varios años. Los discípulos no dejaban de mirar


codiciosamente el sagrado manuscrito, allí dejado en el suelo, en una esquina de la
celda, envuelto entre polvorientos tules.

Un día el maestro falleció y un instante después, ya estaban todos los


discípulos abalanzándose sobre el manuscrito, ansiosos por hallar las claves
secretas para encontrar la dicha interior y la sabiduría, pensando que así podrían
evitarse muchos esfuerzos y desvelos.

Ansiosos, rasgaron los tules del manuscrito. Lo abrieron y comenzaron a


pasar las hojas. Estupefactos, fueron comprobando que todas estaban vacías.
Llegaron a la última y sólo en ésta había una frase. Ávidamente, la leyeron. Decía:

—Cuando estéis tan vacíos de ataduras mentales como las páginas


anteriores, habréis hallado la verdadera dicha, pero para llegar a ella tendréis que
esforzaros día a día en el adiestramiento espiritual sin desfallecer. Yo recibí este
manuscrito de mi maestro. Todas las páginas, incluso esta última, estaban vacías y
en seguida comprendí cuál era su instrucción. Por si vosotros no sois tan sagaces,
os he escrito estas líneas, que seguro, anhelantemente, estáis leyendo antes siquiera
de amortajar mi cadáver. No cejéis en vuestro empeño. La liberación no es para los
holgazanes. Con amor, vuestro propio ser.

Y la firma ilegible del maestro.

Reflexión

En la senda hacia la paz interior, queremos hallar claves que aligeren la


búsqueda, la hagan más rápida e incluso eviten el esfuerzo personal. Eso es una
quimera. La transformación de sí mismo no es fácil y requiere poner en marcha no
sólo nuestros potenciales internos, sino también todas las técnicas y métodos que
los hagan posible, asociados a la verdadera virtud, el ejercitamiento mental, la
compasión y la sabiduría. A veces la búsqueda resulta penosa, inevitablemente,
pero hay un adagio que reza: «Justo el momento antes del amanecer es el punto
más oscuro de la noche». Llegará el amanecer para la conciencia, pero no será sin
disciplina; la disciplina debe ser insuflada por la motivación, y la ésta por el anhelo
de mejorarnos y cooperar así en el mejoramiento del mundo que nos rodea.
Mírate a ti Mismo

Era un discípulo que a menudo cedía a la tentación de hablar y criticar a los


otros. Acudió a ver a un maestro y le dijo:

—En estos días que corren, mucho te agradecería que me dieras alguna
instrucción mística.

El maestro repuso:

—Poco tengo que enseñarte, pero te aconsejo que antes de hablar de otro, te
mires a ti mismo. Y si quieres ver al diablo, contempla tu propio ego.

Reflexión

Al descalificar a los otros, nos descalificamos a nosotros mismos; al herir a


los demás, a nosotros mismos nos herimos.¿Acaso no formamos todos parte de la
gran familia de los seres sintientes? Estamos prestos a injuriar, difamar y
calumniar, pero antes de hacerlo, deberíamos mirarnos a nosotros mismos y ser
más reflexivos. La palabra pronunciada nos hace su cautivo; mientras no ha sido
dicha, no lo somos, pero del mismo modo que nadie puede recuperar la flecha
disparada, no es posible recobrar la palabra pronunciada. Hay que permanecer
más vigilantes a los pensamientos, las palabras y los actos, y ser más reflexivos
para no herir a los demás, del mismo modo que nosotros no queremos ser heridos.
El descuido, la negligencia y la falta de atención inducen a muchas personas a
descalificar sistemáticamente a los demás, no por perversidad consciente o
malevolencia, sino por hábito negativo o inconsciente maledicencia, si bien es
cierto que hay personas aviesas que utilizan la lengua como una daga para
sembrar discordia, arruinar vidas con sus calumnias y dañar intencionadamente.
Hay que aprender a controlar la palabra y también a guardar el noble silencio. El
ego incontrolado se impone a las palabras y gusta de enredar, aunque pueda
causar daños irreparables. Antes de hablar habría siempre que hacer una
minúscula pausa para reflexionar. Buda le aconsejaba a su hijito Rahula que lo
hiciese siempre antes de hablar o actuar. En un antiguo texto budista, el Samyutta
Nikaya, podemos leer: «En la lengua del ser humano hay una cuchilla con la que los
necios se hieren cuando profieren palabras malignas». Y también en este mismo
texto leemos: «Sí, lo hueco resuena y lo pleno es apacible; el necio es una olla a
medio llenar y el sabio es un lago».

Hay que evitar las palabras groseras, sarcásticas, malevolentes, que


siembran discordia y hieren; hay que proferir palabras amables, consoladoras y
estimulantes, veraces y precisas, que traen concordia y engendran armonía y
amistad.
El Asceta Errante

Después de años de peregrinación, llegó a una localidad de la India y sus


habitantes le pidieron que les impartiese algunas enseñanzas espirituales. Aunque
el hombre no era dado a discursos, para no desairar a esas buenas gentes,
consintió. Al anochecer todos se reunieron en la plaza pública y el asceta errante
habló sobre el impulso sagrado y la búsqueda espiritual. Una vez hubo impartido
enseñanzas, guardó silencio por si alguno de los presentes quería formular
cualquier pregunta. Se adelantó la mujer más rica de la localidad y dijo:

—Sabio asceta, todo lo que has predicado me ha parecido muy interesante,


pero hay algo que de verdad siempre me ha preocupado: ¿qué será lo que comen
los santos en el cielo?

Entonces el asceta clavó sus profundos ojos de fuego en los de la dama y


exclamó:

—¡Oh necia! De manera que te preocupas por lo que comen los santos en el
cielo y ni se te ocurre preguntarte si yo tengo o no algo para alimentarme.

Reflexión

La mente del ser humano tiene una crónica tendencia a extraviarse en


cuestiones inútiles y no atajar lo inmediato y necesario. Hay que reeducarla para
que aprenda a encauzarse en las circunstancias que se requieren en el momento y
frenar así su propensión a enredarse con supuestos y presuposiciones, conjeturas y
elucubraciones que le merman parte de su vitalidad y descarrían la atención.
La Solicitud del Monarca

El monarca le pidió a un buen número de sabios que le realizaran una obra


fabulosa y sin precedentes sobre la historia del ser humano. Pasados muchos años,
los sabios se presentaron ante él con un centenar de gruesos volúmenes y le
dijeron:

—Aquí hemos incluido la historia del ser humano. El monarca hizo un


gesto de desencanto y dijo: —No me queda vida para leer tal número de
volúmenes. Tenéis que condensar este conocimiento.

Pasaron tres años más y los sabios presentaron diez volúmenes ante el
monarca, que dijo:

—No, no tengo tiempo de leer tantos volúmenes. Por favor, esforzaos más y
sintetizad.

Pasados dos años, regresaron los sabios con cinco volúmenes.

—Ya no me queda casi tiempo –se condolió el rey–. La vida pasa y lleváis
muchos años tratando de hacer esa obra que se refiere a la historia del hombre. No
tengo tiempo. Esforzaos por sintetizar más. Si nos os dais prisa, moriré antes de ver
acabada esa obra.
Entonces un desconocido se adelantó y dijo:

—Señor, perdonad mi intromisión. Soy un yogui y os puedo resumir, como


deseáis, en pocas palabras la historia del ser humano.

El rey le miró sorprendido y dijo:

—Si de verdad podéis, hacedlo. ¿Cuánto tardaréis en escribir la obra?

—No necesito escribirla, señor. La tengo bien presente en mi cabeza.

—Habla, pues, desconocido.

Y el yogui dijo:

—Majestad, la historia del hombre es que nace, vive entre el placer y el


sufrimiento, y muere.

Minutos después de escuchar esas palabras, el monarca, complacido por el


resumen, murió.

Reflexión

En mi relato espiritual El Faquir, el maestro que vierte sus enseñanzas en


esas páginas nos dice que la vida es como un alambre y que hay que aprender a
caminar por él como un buen funámbulo lo hace por el alambre de su prueba de
equilibrismo: con atención, esfuerzo bien encauzado, sosiego, ecuanimidad,
confianza en uno mismo, sentido de cada momento del aquí y el ahora, elegancia,
fluidez y una comedida intrepidez. La vida es un alambre que se extiende del
nacimiento a la muerte, y en su recorrido encontramos placer y dolor, alegría y
sufrimiento y, finalmente, la muerte inexorable, que forma parte de la vida y cuyo
recordatorio debe servirnos no para abrumarnos, angustiarnos o deprimirnos, sino
para aprovechar la vida elevando el dintel de la conciencia y relacionándonos
mejor con nosotros y con los demás. Hay muchos eventos, menores o mayores, en
la vida de una persona, pero de hecho se nace, se vive (entre fortuna o infortunio,
contento y pesadumbre) y se muere. Pero se puede pasar por el «alambre» con
compasión, conciencia clara y corazón tierno, cuidado de sí y de los demás, o se
puede cruzar por él de manera mecánica, sin equilibrio ni sosiego, convirtiendo la
vida en una mala copia de lo que debería ser. Hay que aprender a encarar el placer
y el sufrimiento con esa ecuanimidad que nace de la visión clara y la comprensión
profunda, sin dejar de ser uno mismo, tratando de permanecer en el propio centro
y sin dejarse alienar. La ecuanimidad nos ayuda a mantener el ánimo estable a
pesar de las vicisitudes existenciales y nos enseña a reequilibrar cada vez que
tendemos a desarmonizarnos dejándonos llevar por estados extremos de ánimo.
Como se vive entre el placer y el sufrimiento, tratemos de procurarles dicha a los
demás y evitarles el dolor. Existen tres clases de sufrimiento: el inevitable y que
alcanza a todos los seres, el que la mente ofuscada o perversa provoca en otras
criaturas y el que nos hacemos inútilmente a nosotros mismos. El sufrimiento
inevitable hay que aceptarlo conscientemente, pero el que engendramos a los
demás y a nosotros innecesariamente hay que ir evitándolo mediante el esfuerzo,
la transformación interior y el mejoramiento de la mente. En ese escenario de luces
y de sombras que es la vida, hay que aprender, a pesar del placer y del dolor, a
mantener el sosiego. Son hermosas e inspiradoras las palabras del Yoga Vasisthaque
dicen: «A aquel que contempla en calma el transcurso del mundo tal como se
desarrolló o se presenta ante él y permanece sonriente pese a las vicisitudes, se le
llama yogui imperturbable».
El Devoto Cínico

Le gustaba aparentar que era un hombre muy religioso y envanecerse de su


rectitud moral. A veces, para impresionar a los demás y alardear de su
espiritualidad, declaraba: —Daría veinte años de vida por alcanzar la sabiduría
definitiva.

Y cierto día pasó por allí un gran maestro al que todos consideraban tan
avanzado espiritualmente que si uno de verdad seguía sus enseñanzas, podía
hallar en esta vida la realización espiritual definitiva. Llegó a sus oídos que un
hombre de la localidad iba asegurando que daría veinte años de vida por alcanzar
la liberación, por lo que le hizo llamar y le dijo:

—Estoy deseando encontrar alguna persona que de verdad quiera


iluminarse y esté dispuesta a sacrificarse cuanto sea para ello. He escuchado que
darías veinte años de vida por alcanzar la Sabiduría. Yo te aseguro, amigo mío, que
puedo conseguir que la consigas, pero ¿de verdad estás dispuesto a dar veinte años
de vida?

—Sí, por supuesto... –afirmó sin pausa el devoto– de la vida de mi mujer.

Reflexión
Llenamos nuestras vidas de buenas intenciones y toda clase de propósitos y
proyectos, pero ¿adónde van a dar? Los dejamos sobre el abismo y la mayoría de
ellos no se materializan, porque hay que distinguir entre la comprensión de
superficie, que no es tal, y la verdadera comprensión, que es la que impulsa a
proceder en consecuencia. No basta con proponerse un objetivo, sino que hay que
poner los medios hábiles para hacerlo posible. Decimos querer cambiar, pero no
hacemos nada eficiente para lograrlo. No hay ningún caso de una persona que se
acueste por la noche de una manera y se levante de otra. El cambio interior sólo
sobreviene mediante el esfuerzo bien dirigido, la disciplina y el autoconocimiento.
Para poder conquistar la paz interior, hay mucho que perder: agitación, envidia,
celos, rabia, enfoques incorrectos, avidez, odio... Muere una parte de uno para que
aflore la más fértil. Para liberarse, sí, hay que dar a veces veinte años de la propia
vida: veinte años de ejercitamiento para liberar la mente de sus ataduras. Buda dio
seis, Jesús otro tanto o más, Mahavira también y lo mismo Pitágoras. La senda
hacia la Liberación es gradual y, como nadie puede recorrerla por uno, no existe
otra posibilidad que hollarla uno o seguir empantanado en el doloroso terreno de
la ignorancia.
Una vida Sencilla, una muerte Sencilla

Un anciano maestro se estaba muriendo. Se había recostado sobre la hierba,


bajo un frondoso árbol. Sus discípulos le rodeaban, compungidos, y algunos de
ellos no lograban contener el llanto.

—Que nadie se aflija por mí –musitó el maestro–. Lo que deba ser, será.
Vida y muerte se complementan. Todavía, sin embargo, tengo tiempo de deciros
algunas cosas.

Tras una pausa, retomando el aliento, el moribundo dijo:

—Una vida sencilla, una muerte sencilla. No hay otro secreto. Llega el
placer y disfrutas, pero sin apego; llega el sufrimiento y sufres, pero sin
resentimiento. Es necesario aprender a ser armónico en lo inarmónico y sosegado
en el desasosiego. Una vida de hermosa simpleza, sin inútiles resistencias. Hay
tempestad y calma, pero el equilibrio tiene que estar dentro de uno. Escuchadme
bien, amados míos: una vida sencilla, una muerte sencilla.

Y en ese momento, se hizo un silencio perfecto y el maestro murió


apaciblemente. Todos los discípulos pensaron: «Una vida sencilla, una muerte
sencilla».
Reflexión

¡Tan fácil y tan difícil! La vida es un gran misterio y a veces resulta


pavorosa. Es el viaje más largo de los que hacemos en este teatro de sortilegios que
es la existencia humana, sembrado de imprevisibilidad y donde nos topamos con
situaciones muy diversas. La vida no es fácil, pero podemos hacerla mucho más
difícil de lo que es si nuestra actitud es inadecuada y estamos siempre añadiendo
complicaciones a las complicaciones y creando tensiones y conflicto. Del mismo
modo que un atleta puede emplear una pértiga para atravesar un río, así la
persona puede aprender a servirse de su equilibrio y sentido de la armonía como
de una fiable «pértiga» para cruzar el río de la vida. Hay obstáculos que ir
venciendo y eventos que ir viviendo. Si uno está fuera de su centro o de su ángulo
de quietud, se siente indefenso porque no cuenta con su energía de armonía y
ecuanimidad, y añade sufrimiento al sufrimiento e incluso al placer, puesto que
siempre se está dependiendo obsesivamente de lo que place y displace, generando
así fricciones que roban la calma mental y la paz interior. El que se ejercita
espiritualmente obtiene otro estadio de conciencia que se caracteriza por su
imperturbabilidad y porque no se deja ya afectar de igual modo por las
circunstancias y permite vivir la vida con sabiduría, simplicidad y sencillez.
Leemos en el Kaivalya Upanishad «Yo soy distinto del objeto del gozo, del sujeto que
goza y del gozo mismo; yo soy el Testigo, hecho únicamente de inteligencia pura,
siempre imperturbable».
El Monje que deseaba ser Lavandero

Sólo tenía cinco años de edad cuando se quedó huérfano y fue acogido en
un monasterio. Se convirtió en novicio y con los años se hizo monje. Tenía unas
sobresalientes dotes para la búsqueda espiritual, la comprensión de los textos
sagrados y la concentración de la mente. Además de ser muy inteligente,
destacaba, sobre todo, por ser una criatura siempre cariñosa y afable.

Cierto día el abad hizo llamar al monje y le dijo: —La naturaleza ha sido
sumamente generosa contigo. Tu cuerpo es fuerte y sano, tu mente es muy
brillante, y tu corazón es amoroso y compasivo. No me extraña que a todos les
guste tu presencia en nuestro monasterio y te hayas ganado el afecto de todos los
que aquí estamos. Estás capacitado para tantas actividades que de hecho no sé qué
labor encomendarte. Estoy seguro de que podrías llevar a cabo cualquiera con toda
perfección. A veces pienso que deberías dedicarte a la enseñanza y otras, en
cambio, a cotejar y traducir textos sagrados; en ocasiones considero que deberías
dirigir el dispensario y otras predicar la Doctrina. Eres asimismo la persona más
capacitada para en su día sucederme. Creo que debes ser tú mismo el que decida
qué tarea desempeñar.

El monje, sin dudarlo un instante, dijo:

—Lavandero.
—¿Lavandero? –preguntó el abad verdaderamente perplejo y sin poder
creer lo que escuchaba–. ¿Lavandero? —Sí, lavandero –aseveró el monje.
Desilusionado, el abad preguntó:

—Pero ¿por qué precisamente lavandero? El monje repuso:

—Porque así los demás me traerán su ropa para que la lave y luego se la
llevarán. De ese modo, nada tendré que me pertenezca y seré libre. La ropa viene y
la ropa se va. Nada quiero retener. Mi deseo es convertirme en el monje lavandero.

Reflexión

Una de las grandes asignaturas pendientes en la mayoría de los seres


humanos es la de saber soltar. Hay que aprender a asir –cuando llega la ocasión– y
a soltar

–cuando tal es necesario–. Como las olas vienen y parten y las nubes pasan
por el cielo, los acontecimientos y personas surgen y se desvanecen en nuestras
vidas y hay que saber dejar ir, soltar, armonizar. Todo fluye. Nadie puede detener
o empujar el río. Hay pocas cualidades tan nocivas e innobles como la avaricia. El
avaricioso sólo quiere retener, acumular, sumar, y pone todo su ser en esa
orientación de avaricia que le aleja de sus energías de cooperación y solidaridad.
No es lo que es, sino lo que tiene. No confía en sí mismo, sino en sus posesiones.
No sabe soltar y, sin embargo, tendrá que liberar incluso su cuerpo. Hay un modo
bien distinto de acumulación. Se trata de acumular sabiduría, méritos, quietud y
generosidad. Como no es adquirido, sino que se amontona dentro de uno, no se
puede perder. Una de las peores enfermedades de la mente es la avaricia; uno de
los antídotos más eficientes es la esplendidez.
Dos Grandes problemas

Un discípulo, desorientado, acudió a visitar a su guía espiritual y le


preguntó:

—Venerable maestro, ¿debemos ser ricos o pobres?

El maestro se quedó unos instantes pensativo, para después explicar:

—En esta vida hay dos grandes problemas –sonrió, sin dejar de clavar sus
ojos profundos y sinceros en los de su discípulo–. El más importante es, con
mucho, la pobreza. Créeme, amigo mío, no hay dificultad mayor. La miseria desola
y atormenta. Pero el segundo problema es la riqueza, porque te ves obligado a
emplear toda tu energía en conservarla, y así también te atormentas y no dejas de
estar obsesionado.

—¿Y qué se puede hacer entonces? –preguntó impaciente e intrigado el


discípulo.

El mentor repuso sosegadamente:

—Evitar tanto la una como la otra.


Reflexión

Nos movemos en dos realidades: la externa y la interna. Hay que armonizar


diestramente ambas. No debemos sacrificar una en detrimento de la otra. Del
mismo modo que es necesario equilibrar personalidad y esencia, control y
descontrol, introversión y extraversión, hay que hallar un equilibrio entre nuestra
acción en la realidad exterior y nuestra acción en la interior. La mayoría de las
personas sólo se activan en el plano de la realidad exterior y viven de espaldas a su
universo interior. Hay que saber distribuir nuestras energías. Con una parte de
ellas tratamos de mejorar nuestra calidad de vida externa, y con la otra nos
empeñamos en optimizar nuestra calidad de vida interior. Hay que cubrir las
necesidades básicas y celebrar lo mejor de la existencia, pero también es preciso
cubrir necesidades psicológicas y espirituales, porque de otro modo, y si uno no va
liberando las ataduras de su mente, ni siquiera podrá disfrutarse del bienestar
material.
Los Tres falsos Maestros

A menudo los falsarios y embaucadores tienden a asociarse. Éste es el caso


de tres falsos maestros que se habían unido para apoyarse unos a otros con sus
respectivos embustes y explotar a los incautos. Con sus túnicas de primorosa seda,
sus luengas y respetables barbas y sus conocimientos de las Escrituras, eran
capaces de deslumbrar a las gentes sencillas y así conseguir dinero, celebridad y
poder. Uno de ellos aseveraba que había hallado el elixir de la inmortalidad, y que
un día se decidiría a compartirlo con los demás; el segundo aseguraba que era
capaz de levitar y que les mostraría tal proeza a aquellos aspirantes espirituales
que realmente se lo merecieran; el tercero afirmaba ser un formidable clarividente
y ver todos los peligros que ocultaba el futuro. De este modo, estos charlatanes se
aprovechaban sin ningún escrúpulo de la ingenuidad de sus devotos y conseguían
pingües beneficios. Pero el destino es insondable e impredecible, y antes o después
demuestra su inexorable poder.

Para evidenciar aún más su santidad, los tres supuestos maestros


anunciaron a bombo y platillo una larga peregrinación a pie y se pusieron en
marcha. Iban por un camino serpenteante, bordeando un profundo precipicio,
cuando se produjo un desprendimiento de tierra y cayeron al abismo encontrando
la muerte. El clarividente nada había visto, el que podía levitar no flotó en el aire y
el que había conseguido la pócima de la inmortalidad fue el primero de ellos en
morir. Ninguno de los tres pícaros pudo burlar el destino.

Reflexión

Desafortunadamente, proliferan los falsos guías espirituales, en busca de


poder y riquezas. Así, han surgido, desde hace años, tanto en Oriente como en
Occidente, falsos maestros que se dedican a embaucar a buscadores de buena fe
que no han desarrollado lo suficiente su discernimiento para desenmascararlos o
que tienen tanta necesidad de ser guiados que no distinguen entre el mentor
honesto y el deshonesto. Esos falsos maestros recurren a toda suerte de artimañas
para engatusar a sus devotos. Son charlatanes sin escrúpulos y, como no exigen
verdadera disciplina ni esfuerzos de autorrealización por parte de aquéllos y saben
embaucarlos, consiguen un gran número de ellos, que no ponen a prueba al
preceptor. Sacan al devoto de su jaula para introducirlo en la suya; para eso es
mucho mejor seguir en la propia cárcel. Tienen un ego desmedido, un ego-
rascacielos. El gran santo y yogui de la India era muy crítico al respecto y decía:
«Las personas con un poquito de poder oculto consiguen cosas como nombre o
fama. Muchas de ellas quieren la profesión de gurús, ganar el reconocimiento de la
gente y hacer discípulos y devotos. La gente dice de tal gurú: ‘‘¡Ah, le va muy bien!
¡Cuánta gente le visita! Tiene muchos discípulos y seguidores. Su casa luce bien,
amueblada y decorada. La gente le lleva regalos. Tiene un poder tal que puede dar
de comer a muchas personas si lo desea’’». La profesión de maestro se parece a la
de una prostituta. Es la venta de uno mismo por bagatelas tales como dinero,
honor y comodidades materiales».

Desarrolla el entendimiento puro y no dejes de poner a prueba al maestro.


Si tanta necesidad de maestro tienes –dicen los yoguis– conviértete tú mismo en tu
maestro. Nisargadatta aseveraba: «Tú eres tu último maestro. Tu maestro exterior
no es más que una señal indicadora. Sólo el interior seguirá contigo a lo largo de
todo el camino hacia la meta, porque él es la meta».
El Camaleón

Dos hombres comenzaron a discutir acaloradamente y estuvieron a punto de


llegar a las manos, todo porque cada uno de ellos insistía en haber visto de un
color diferente a un camaleón que yacía en una palmera.

—Te digo que es marrón –aseveró uno de los hombres. —Pues yo te digo
que es verde –replicó el otro. Y así, comenzaron a soliviantarse.

—Es marrón, ¿o es que no tienes ojos para verlo? —Tú sí que pareces estar
ciego. Es verde. Acertó a pasar por allí un lugareño y uno de los discutidores le
preguntó:

—¿Acaso no es marrón este camaleón?

—Es marrón –repuso el lugareño.

—Pero ¿no es verde? –protestó el otro hombre.

—Es verde –acordó el aldeano.

Los dos hombres que estaban a punto de golpearse, creyendo que el


lugareño se burlaba de ellos, se dirigieron a él hoscamente y le preguntaron:
—¿Nos tomas el pelo?

—En absoluto, amigos míos. Cada uno de vosotros ha visto un aspecto del
camaleón y por tanto ambos tenéis relativa razón. Yo he visto todos los aspectos
del animalillo, porque vivo al lado de la palmera en la que habita y he podido
observarle durante semanas y meses.

Reflexión

Una cosa es la Realidad y otra la «realidad» de cada uno; una la Verdad y


otra el aspecto de la «verdad» que cada persona capta. Sabiduría es evitar aferrarse
a las ideas y ampliar al máximo la visión, sabiendo observar, sin prejuicios, desde
todos los ángulos posibles. Los antiguos sabios aconsejaban seguir el camino del
medio, pero nos prevenían para que ni siquiera a él nos apegásemos. No es fácil ser
un verdadero librepensador y tener la capacidad de mirar más allá del ego y del
apego a las propias ideas y a los estrechos puntos de vista. La mente está cuajada
de errores básicos que falsean o distorsionan la cognición y la percepción. Es la
mente que vela, pero que al ser liberada de esos oscurecimientos comenzará a
desvelar. El trabajo estriba en ir transformando la mente y superando patrones,
esquemas y adoctrinamientos, así como toda suerte de esas «zonas oscuras» que
falsean el conocimiento y la percepción. Al aferrarnos a nuestras ideas o a nuestra
visión particular, estrechamos el campo de la conciencia y detenemos el proceso de
aprendizaje. Hay que abrirse mental y emocionalmente; en la apertura existe
vitalidad y plenitud. Mientras sólo podamos servirnos de la mente condicionada,
no podremos disponer de visión cabal y ver las cosas como son. Las técnicas de
autorrealización se empeñan en conseguir que aflore el lado incondicionado de la
mente que, libre de prejuicios e impresiones, está capacitado para percibir lo que es
en sí mismo.
El Duelista Juicioso

Fue debido a un malentendido que un hombre retó a otro en duelo. El arma


sería la pistola y el duelo se celebraría al amanecer.

Apenas había despuntado el día cuando ya los duelistas se hallaban uno


junto al otro, de espaldas. Caminaron los veinte pasos de rigor a la señal convenida
y, apenas dados estos, el retador, con gran rapidez, se giró y disparó contra el
adversario, pero éste a su vez se estaba girando y el tiro fue fallido.

Aterrado, el retador, una vez disparada su bala, esperó tratando de


controlar sus temblores. El adversario, ante la sorpresa del retador y de los testigos,
arrojó el arma al suelo sin disparar.

Todavía tembloroso y desencajado, el retador corrió hasta el retado y se


deshizo en agradecimientos por haberle salvado la vida. Luego le preguntó:

—Buen hombre, ¿por qué te has negado a disparar?

—Es muy sencillo y he tenido dos razones de peso para ello.

—¿Cuáles han sido?


—Te las diré con la condición de que no vuelvas a retar a nadie. Una es de
tipo metafísico y la otra de tipo práctico.

—No te entiendo –adujo el retador.

—La primera razón es que si te mataba eso me acarrearía terribles deudas


morales.

—¿Y la segunda?

—La segunda es que si no lo hacía, volverías a retarme y tendríamos que


enfrentarnos de nuevo, con lo cual podrías matarme tú a mí.

A partir de ese momento, los dos hombres se hicieron amigos para siempre.

Reflexión

Nadie puede escapar a las consecuencias de sus actos. Somos responsables


de toda acción que llevamos a cabo y sus consecuencias nos seguirán como el carro
a la pezuña del buey que lo arrastra; pero, además, al cuidar verdaderamente de
nosotros mismos, cuidamos de los demás, como al atender amorosamente a los
demás, nos atendemos a nosotros mismos. Lo que tenemos que comprender, no
sólo intelectual, sino también vivencialmente (que es la comprensión que
transforma), es que todos somos parte de una sinergia y debemos protegernos los
unos a los otros. Si todos pusiéramos un poco de nuestra parte, podríamos evitar
muchas disputas e incluso conseguir que nuestros adversarios se tornasen nuestros
amigos, y así no sólo favoreceríamos a los demás, sino también a nosotros mismos.
Lo que se necesita es inteligencia y no soberbia u orgullo desmesurado. ¡Qué
hermosas las palabras del Dhammapada!: «La victoria engendra enemistad. Los
vencidos viven en la infelicidad. Renunciando tanto a la victoria como a la derrota,
los pacíficos viven felices».
Imperturbable

Se trataba de un hombre que había llegado a ser fabulosamente rico; cuando


alcanzó la edad de cuarenta años decidió donarlo todo y quedarse sólo con lo
suficiente para vivir tranquilamente el resto de su existencia. Ya no tenía interés
por viajar, porque había comprobado que el viaje más fructífero era el que le
conducía a su propio ser. Era por igual amable y cordial con todo el mundo, si bien
a nadie se acercaba ni a nadie evitaba. Si le hablaban, contestaba; si nada le decían,
guardaba silencio. Su vida era sencilla y simple, pero a la vez siempre diferente,
porque no dejaba de aprender del aire, del agua, de las flores y de su propia
presencia de ser. No se apresuraba, porque no había adonde ir, puesto que ya
había llegado. Nada le agitaba, porque había superado los apegos. Gozaba de un
excelente sentido del humor y nunca se perturbaba. La gente le veía ir y venir, a
todos lados y a ninguna parte en concreto. De vez en cuando, compraba algunas
confituras y se las ofrecía a los demás, porque le gustaba hacer regalos.

Cierto día, un curioso se le acercó y le preguntó: —Tú que has renunciado a


tantas cosas, ¿en qué crees? Sus labios esbozaron una divertida sonrisa y repuso
con serenidad:

—El sol sale, el sol se oculta. En eso creo. Estupefacto, el desconocido


preguntó:
—¿Sólo en eso?

Y el hombre imperturbable repuso:

—¿Y te parece poco?

Reflexión

El ser humano vive tanto en las expectativas inciertas de futuro que él


mismo se convierte en el caudal de la incertidumbre, la ansiedad y la desdicha. Tan
lejos miramos que no vemos lo que sucede a cada instante y nos perdemos la gloria
del momento, sea la salida del sol, sea el anochecer, sea el trino de un pájaro o la
brisa del aire. Memorias y expectativas condicionan la mente y no le dejan conectar
con el instante presente. Así no se fluye con la vida, porque la mente está
escapando al pasado o huyendo hacia el futuro. ¿Qué forma de vivir es ésa? Pero el
que logra establecerse en la esencia de la mente y no se deja arrastrar por
tendencias hacia el pasado ni hacia el futuro se conecta, sereno y desasido, con lo
que a cada momento surge y se desvanece.
La Gota de Miel

Se trataba de un bondadoso y sabio anciano que nunca había deseado tener


discípulos propiamente dichos, pero que era muy a menudo visitado por las gentes
que deseaban sentirse tranquilas en su presencia y recibir sus enseñanzas. No le
gustaba hablar en exceso y de vez en cuando despegaba los labios para decir:

—¡Cuidado con la gota de miel!

Ninguno de los aspirantes espirituales estaba seguro de comprender tal


advertencia, pero les bastaba con disfrutar de su presencia para sentir que
avanzaban por el camino de la iluminación.

Fue transcurriendo el tiempo y un día, al atardecer, tras haber meditado,


uno de los discípulos que quería saber realmente a qué se refería el sabio con tal
admonición, se digirió a él y le dijo:

—Venerable maestro, llevo meses oyendo «cuidado con la gota de miel»;


me gustaría saber qué quieres realmente significar con ello y supongo que también
a mis compañeros les placería.

Los otros aspirantes asintieron con la cabeza, esperando que el sabio se


definiera.
Se hizo un silencio total. Después el sabio dijo:

—Habéis de saber, queridos míos, que durante años yo escuché lo mismo


de mi maestro y al final también, como vosotros, le pregunté.

Todos rieron complacidos. El anciano agregó:

—Prestad ahora atención a la historia que voy a relataros, y eso que sabéis
que no me gusta hablar mucho.

Hizo una breve pausa y comenzó a narrar la historia. Dijo:

—Había una vez un hombre muy pobre que decidió abandonar su país en
busca de fortuna. Durante días y días no dejó de caminar. Un amanecer se adentró
en un frondoso bosque. Tras algunas horas se dio cuenta de que se había perdido,
no sabía qué camino tomar para salir de allí y temía que alguna alimaña le atacara;
además, sentía hambre y sed, y su ansiedad iba en aumento. Tomó un camino y
después otro, pero no hallaba la salida.

»De súbito oyó un ruido inquietante a su espalda y ¡cuál no sería su


desagradable sorpresa cuando vio que le seguía un furioso elefante que bien
podría aplastarle! Y eso no hubo de ser lo peor, pues al intentar huir se encontró el
paso cerrado por un gran número de demonios armados hasta los dientes. El pobre
hombre no sabía qué hacer; despavorido, intentó trepar a un árbol, pero el tronco
era tan grueso que le resultó imposible. La situación era desesperada. Al mirar en
derredor distinguió un pozo a lo lejos, así que, sin pensárselo dos veces, corrió
hacia él y saltó dentro. En su caída, y cuando ya creía que habría de morir, sus
manos lograron agarrarse a un matorral que crecía en las paredes del pozo.

»De repente, oyó un ruido sibilante. Cuando sus ojos se acostumbraron a la


oscuridad, distinguió un nido de serpientes venenosas que vivían en el fondo de
aquel hoyo. Entre todas ellas destacaba una terrorífica pitón. Se aferró más y más a
las ramas, ya que eran su único sostén; pero he aquí que de pronto descubrió que
se encontraba en la madriguera de dos grandes ratas de prominentes dientes. Una
era negra y la otra blanca. Ambas comenzaron a roer sin piedad los matorrales.

»Entre tanto, ¿qué había sido del elefante? Al llegar al árbol y no encontrar
al hombre, se enfureció y comenzó a golpear los árboles con su poderosa trompa,
de tal modo que desprendió una colmena y ésta fue a caer al pozo. Miles y miles de
abejas se lanzaron contra el hombre y comenzaron a picarle. Mas he aquí que una
gota de miel cayó en la frente del hombre y se fue deslizando por su cara hasta
alcanzar sus labios y penetrar en su boca. Cuando eso ocurrió, el dulzor de la miel
le embelesó de tal modo que se olvidó por completo del elefante, los demonios, las
ratas, las abejas, las serpientes y su apurada situación. ¿En qué debía de estar
pensando ese hombre? Sólo en que otras gotas de miel llegasen a su boca. Por ese
motivo no se defendió, las ratas quebraron los matorrales, él se precipitó al fondo
del pozo y murió.

Los discípulos, impresionados, apenas se atrevían a respirar. Estaban


realmente sobrecogidos. Uno de los aspirantes se decidió a hablar y preguntó:

—Pero ¿puede todo eso sucederle a un ser humano?

El anciano dijo:

—Os explicaré la analogía como me la narraron a mí. La vida de los seres


humanos no es fácil. El elefante implacable es la muerte. El árbol es la liberación,
pero sólo los más fuertes y tenaces pueden escalarlo, es decir, seguir la senda de la
iluminación. El pozo representa la vida humana, en tanto que los matorrales son la
duración o extensión de la vida. ¿Qué representan las ratas? Los años que
componen la vida: una veces blancos, es decir, agradables, y otras negros, esto es,
desagradables, pero ambos conducen al final. Las serpientes son las tendencias
perniciosas y la pitón es la ignorancia. Las picaduras de las abejas son las
enfermedades y las gotas de miel son los placeres transitorios que encadenan y
confunden al ser humano. En resumen, lo único seguro es el árbol de la liberación.
Debes aprender a trepar por su tronco. ¡Y cuidado, amados míos, con la gota de
miel!

Reflexión

Cuando toda la atención se fija en los objetos de placer y uno se obsesiona


por ellos, desencadenando mucho aferramiento, pierde de vista todo lo demás,
incluso la realización de sí, el autoconocimiento y el impulso de libertad interior.
Pero no es fácil liberarse del apego y mantener más dominados los sentidos,
aplicando la ecuanimidad y el entendimiento correcto que impidan que el néctar
del disfrute se convierta en el veneno del apego. Ya leemos en un texto antiguo
budista, el Majjhima Nikaya «Resulta difícil comprender el apaciguamiento de todo
lo condicionado, la renunciación a toda sustancia contingente, la extinción del
deseo, el desapasionamiento, la cesación y la iluminación».
El Niño

Era un niño de corta edad que estaba jugando con un barquito en el


estanque. Se hallaba por completo absorto en su juego. Un yogui que pasaba por el
lugar se acercó hasta él y comenzó a hablarle y a hacerle algunas preguntas, pero el
infante estaba tan ensimismado con las evoluciones del barquito sobre las aguas
del estanque que ni siquiera reparó en la presencia del hombre.

Al contemplar el yogui la actitud del niño, se postró ante él y le dijo:

—Amiguito, tú eres mi maestro. Ojalá que cada vez que me siente a meditar
pueda estar tan concentrado como tú lo estás ahora, que sea capaz de dirigir todos
mis pensamientos al Supremo y que, como a ti te sucede, nada pueda distraerme.
Sí, eres mi maestro.

El niñito seguía contemplando, embelesado, el barquito meciéndose sobre


las aguas cristalinas del estanque.

Reflexión

La mente es por naturaleza, mientras no se ejercita, muy dispersa; tanto es


así que el antiguo adagio reza: «Está en la naturaleza de la mente dispersarse como
en la del fuego quemar». Esa dispersión le roba a la mente su capacidad de
penetración, comprensión, poder y entendimiento. La mente está continuamente
saltando de uno a otro lado, impulsada por sus deseos y aversiones, así como por
las tendencias subyacentes; se debilita e incluso desertiza con tanta fragmentación,
y la preciosa energía de la atención se va aletargando. Una mente sin concentración
es frágil e insegura y se estrella contra la superficie de las cosas sin poder ver su
esencia. Es una mente sin freno, vapuleada por sus condicionamientos y en la que
no opera con fiabilidad el discernimiento. Pero toda persona que se lo proponga
puede ejercitarse para conseguir una mente concentrada y que por tanto pueda ser
gobernada por el propietario de esa mente. Así como toda fuerza canalizada (agua,
luz o calor) gana en intensidad y poder, lo mismo sucede con la mente. El sabio
Santideva declaraba: «Para vencer todos los obstáculos, me entregaré a la
concentración, sacando la mente de todos los senderos equivocados y
encauzándola constantemente hacia su objetivo». La concentración es la atención
unificada y bien dirigida. Una mente concentrada se previene mejor contra las
influencias nocivas del exterior y mantiene mejor el equilibrio ante las
adversidades. La mente concentrada se encuentra en mejor disponibilidad para
controlar los órganos sensoriales y desarrollar un entendimiento correcto. Es como
una casa bien techada, en la que no entra la lluvia. De la virtud y la concentración
brota la sabiduría. Existen muchos ejercicios de meditación para conseguir el
gobierno de la mente. En ese maravilloso libro que es el Dhammapadapodemos leer:
«Es bueno controlar la mente: difícil de dominar, voluble y tendente a posarse allí
donde le place. Una mente controlada conduce a la felicidad». Del mismo modo
que una bandera se mueve porque el viento provoca ese movimiento, si en la
mente hay tanto descontrol es porque sus tendencias latentes la agitan. También su
ignorancia básica, que se traduce como ofuscación, avidez y odio, la desasosiegan
y la dispersan. El trabajo meditativo consiste en ir eliminando esa ignorancia e ir
logrando que la mente gane en concentración, claridad y sabiduría. En el
Dhyanabindu Upanishadse nos dice: «Alta como una montaña, larga como mil
leguas, la ignorancia acumulada durante la vida sólo puede ser destruida a través
de la práctica de la meditación: no hay otro medio posible».
El Anciano y el Bandolero

Un anciano muy religioso viajaba de un monasterio a otro a lomos de una


mula. El sol era tan implacable y el camino tan largo que sus fuerzas se debilitaron
de tal modo que perdió el conocimiento y cayó de la montura. Pasaba por allí en
esos momentos un bandolero tristemente célebre por sus muchas fechorías, pero
que al contemplar la situación del viejo se apiadó de él y, cogiéndole entre sus
fornidos brazos, trató de darle un poco de agua. De repente el anciano volvió en sí
y en seguida tomó conciencia de que ese hombre era el famoso bandolero, por lo
que se sintió espantado y comenzó a gritar:

—¡No, no aceptaré ni una gota de agua, ya que viniendo de un malhechor


como tú seguro que está envenenada! ¡Quieres matarme y robarme mi mula, pero
no lo conseguirás!

—Te equivocas –dijo el bandolero–; mi agua es de manantial, pura y fresca,


y te ayudará a reponerte.

—¡No, no, está envenenada!

—Créeme anciano –adujo afectuosamente el bandolero–, esta agua es muy


sana y te dará las fuerzas que ahora necesitas.
—¡Te digo que no la beberé, maldito! Nada bueno puede proceder de ti. ¡No
probaré ni una sola gota!

Y, negándose a beber, el extenuado corazón del anciano falló y le sobrevino


la muerte.

Reflexión

El antiguo y significativo adagio reza: «Hasta en la nube más oscura hay


una hebra de luz». La desconfianza sistemática no es una buena consejera. Cada
noche que te acuestas a dormir, confías en que despertarás... aunque tal vez un día
no lo hagas. La mente renovada y madura es aquella que no se deja condicionar
por modelos, prejuicios o patrones. Vive más en lo que es, libre de suspicacias o
infundadas sospechas, lo que no quiere decir que sea injustificadamente
imprudente. A menudo todos desarrollamos prejuicios y preconceptos con
respecto a otras personas, hasta tal punto que no les damos la oportunidad de que
nos demuestren su buena fe o disponibilidad si la tienen. Entonces nos
comportamos injustamente y además, en último caso, nos perjudicamos a nosotros
mismos. Hay que dar un voto de confianza, aunque sea desde la adecuada
prudencia, y así nos lo daremos a nosotros mismos.

No debemos dejarnos influir por ideas dudosas e, incluso si se trata de


personas que resultan sospechosas por su trayectoria, podemos tratar de
sopesarlas, aunque sin dejar de protegernos. Muchas personas reaccionaron
positivamente en esta vida porque recibieron una nueva oportunidad de hacerlo.
La Estratagema del Divino

Era una diosa de inmaculada pureza pero cuyo corazón no era lo


suficientemente tierno y compasivo. Censuraba a todos aquellos que no eran como
ella, sin tener en cuenta las circunstancias y contratiempos de sus vidas. Su esposo,
el Divino, le dijo entonces: —Eres como el más puro de los lotos, pero no debes
censurar o criticar a los otros porque no puedan ser como tú. La diosa no le prestó
atención y en verdad ni siquiera quiso escucharle. Entonces el Divino ideó un plan
para propinarle la lección que necesitaba.

Cierta noche, cuando la diosa estaba dormida, le cortó la cabeza y la colocó


sobre los hombros de la ramera más depravada de la ciudad, en tanto que puso la
cabeza de la prostituta sobre los hombros de la diosa. Dejaría así las cabezas,
intercambiadas, a lo largo de tres jornadas. Cuando la diosa despertó y se vio en el
cuerpo de una impura ramera, creyó enloquecer. Pero fue así como tuvo ocasión
de conocer la verdadera vida de la prostituta. Los padres de la mujer la habían
obligado a prostituirse desde muy niña y luego fue vendida a un terrateniente y se
quedó embarazada. El terrateniente maltrataba a la mujer y al hijo.

Entonces huyó a la ciudad. Allí tuvo que seguir prostituyéndose para poder
sobrevivir y alimentar al niñito. A pesar de todo ello, era una ferviente devota de la
diosa y nunca dejaba de hacerle ofrendas y de elevarle sus plegarias. Transcurridos
los tres días, la cabeza de la diosa volvió a ser colocada en su cuerpo. Desde
entonces aprendió a ser mucho más tolerante y sobre todo compasiva. En su
corazón ya no sólo resplandecía la pureza, sino también la comprensión y el amor.
Reflexión

Nunca mejor dicho que hay que ponerse no sólo en el lugar de otro, sino en
la cabeza de los demás, para tratar de darse cuenta de cuáles son sus dificultades y
vicisitudes, y tratar de, sensiblemente, identificarse con ellas, experimentar
compasión y ser más comprensivo y generoso. Aquel que no sabe ver las
necesidades ajenas ¡cuánto menos podrá atenderlas! El que únicamente tiene ojos
para sí mismo se pierde la fecunda contemplación de las otras criaturas. La pureza
sin amor es como una flor sin aroma.
¿No te Basta con Vivir?

Un discípulo llevaba ya muchos meses al servicio de su mentor espiritual.


Todos los días eran iguales: un par de horas de meditación, un paseo, preparar una
taza de té, asear la celda, hacer la cena, lavar los platos... Así pasaban los días, las
semanas, los meses...

Cierto atardecer, el discípulo le dijo al maestro:

—Venerable preceptor, pasan los días, pasan los meses...

—¿Y...?

—No me enseñáis nada.

El maestro le miró muy fijamente y le preguntó:

—¿Acaso no te enseñé a meditar y lo haces un par de horas todos los días?

—Sí, es cierto, pero van pasando los días, van pasando los meses, y todo
sigue igual.

—Empero, ¿no preparas diariamente el té, ordenas tu celda, haces la cena,


lavas los cacharros y dormimos?

—Efectivamente, y pasan los días, pasan los meses, es siempre lo mismo.


¿No hay nada más?

Entonces el maestro dijo:

—¿Te parece poco, amigo mío? Es la vida y te parece poco. Meditas,


preparas el té, ordenas la celda, lavas los cacharros, te vas a dormir... ¿Y te parece
poco? Es la vida. ¿Qué más puedo enseñarte, qué otra verdad más elevada puedo
impartirte, qué otros métodos puedo mostrarte? Vives. ¿No te basta?

Reflexión

La vida es una sucesión de hechos y acontecimientos, muchas veces


repetidos o rutinarios y otras, las menos, más relevantes o extraordinarios; pero
hay que abrazar la vida toda y aprender de todos los acontecimientos, pues incluso
los más triviales pueden vivirse desde la atención y la plenitud, y convertirse en
maestros de realización.
La Tentación

Era un gran negociante, pero también un hombre religioso. Al morir su


esposa, abandonó los negocios en manos de su hijo y pensó en dedicarse
intensamente a la práctica de la meditación, ya que a pesar de sus muchas riquezas
no había hallado la paz espiritual, pero antes de tomar esa decisión, quiso viajar
por algunos países budistas y se desplazó hasta Tailandia. Entró en un templo y
observó que junto al altar los fieles habían puesto dinero, una casita y un coche en
miniatura.

—¿Qué significa todo esto? –preguntó el negociante. Uno de los devotos


presentes contestó:

—Se trata de un funeral. Los deudos ponen dinero, una casita y un coche en
miniatura para que el muerto, en su próxima vida, no carezca de tales posesiones.

«¡Es lamentable hasta dónde puede llegar la superstición!», se dijo para sí


mismo el viajero.

El negociante regresó a su hogar. Semanas después del viaje y mientras


organizaba todos sus asuntos para dejarlos en manos de su hijo, se dijo: «¿Y si
fuera verdad? ¿Y si así se consiguiera una vida con mayores comodidades y
lujos?». Intentó olvidar la idea, pero no le resultaba posible, y una y otra vez
volvían los mismos pensamientos.

Una tarde, el negociante se dirigió a su hijo para decirle:

—Querido hijo, cuando muera, deseo que el día de mi funeral coloques en


el altar un coche en miniatura, una casita y algo de dinero. De ese modo, si vuelvo
a nacer, tendré una existencia confortable.

El hijo, que no ignoraba esa superstición, replicó:

—Padre, creía que lo dejas todo para intentar alcanzar la iluminación


definitiva que evita cualquier otro renacimiento. Y, sin embargo, resulta que te
preocupas ahora por asegurarte una próxima vida llena de lujos.

El padre se dio cuenta de su debilidad y, avergonzado, le dijo a su hijo:

—¡Cuánta razón te asiste, hijo mío! Por unos momentos he sido tentado. Si
no logro liberarme en esta vida, te ruego que en mi altar funerario, cuando muera,
coloques tan sólo una flor. Así renaceré en una flor, libre de apegos, de ego y de
maldad.

Durante años, el hombre se dedicó a la práctica de la meditación y la


evolución del espíritu, y consiguió un estado de gran pureza mental, pero nadie
puede saber si alcanzó la liberación definitiva. Murió apaciblemente y su hijo,
cuando tuvo lugar el funeral, colocó una flor en el altar funerario. Años después él
mismo siguió el ejemplo de su progenitor y le pidió a su hijo que pusiera una flor
en su altar mortuorio cuando llegara el momento de hacerlo.

Reflexión

Una de las raíces innatas de la mente es la avidez o codicia, tanto más


pronunciada en una sociedad que toma la dirección en ese sentido y desarrolla
toda clase de deseos ficticios e innecesarios y, por supuesto, antinaturales. No es
fácil de aniquilar esta raíz, pero hacerlo es la única forma de poder seguir en la ruta
hacia el mejoramiento humano y la elevación de la conciencia. Aprender a refrenar
la avidez es muy importante, pero aprender a desenraizarla lo es mucho más. Hay
que irse librando de la codicia mediante la práctica de la meditación, el desarrollo
de la generosidad y la compasión, el entendimiento claro y la percepción profunda
de que todo es efímero e impermanente.
En Busca del Valle perdido

En la inmensidad de la cordillera Himalaya abundan los hermosos,


recoletos y silentes valles paradisíacos. En uno de ellos habitaba un grupo de
personas, que allí disponía generosamente de todo lo que pudiera desear: sabrosas
frutas, un clima idílico, frondosos árboles, riachuelos de cristalinas aguas, multitud
de especies de flores, innumerables pájaros de maravillosos trinos y una vida
sumamente agradable. Era un valle de felicidad, lejos del mundanal ruido, libre de
tensiones y conflictos, donde reinaba la paz.

A pesar de todo ello, en este paradisíaco valle había un joven que no era
capaz de apreciar su hermosura y sosiego, y que a menudo se aburría
insuperablemente. Cierto día su sabio padre le dijo:

—Hijo mío, pero ¿no te percatas de lo afortunado que eres? El aire es puro,
la atmósfera serena, la gente buena y pacífica, los frutos de la tierra abundantes...
No hay contaminación, ni violencia, ni ningún tipo de fricción. Todo inspira e
invita a la quietud, la dicha y al calma.

—Ya lo sé, padre –repuso el joven–, pero me aburro. No puedo superar el


tedio. Así que no me queda más remedio, padre amado, que buscar otros lugares.

A pesar de las súplicas de su padre, el joven no desistió de su idea y decidió


partir. Caminó durante días y días, cruzó montañas, desfiladeros, valles y bosques,
hasta que llegó a una ciudad.

En la ciudad a la que accedió, el ruido era espantoso, la gente hosca y


malhumorada, el aire poluto y maloliente. Al principio, el joven se divertía con la
novedad, e incluso parecía entusiasmado. Había estruendo, las gentes hablaban
incontroladamente y a voz en grito, muchos fumaban o se emborrachaban, unos
peleaban contra otros, se insultaban o desdeñaban, había todo tipo de diversiones
y distracciones, pero no se veía feliz a casi nadie, los rostros estaban contraídos y la
mirada era apagada.

Paulatinamente el joven se fue dando cuenta de que el aire era allí


irrespirable y el ruido laceraba los oídos; las personas eran en su gran mayoría
adustas y maleducadas; las diversiones burdas e incluso soeces y sórdidas.
Empezó a echar de menos el valle en el que había tenido la gran fortuna de nacer.
Pensó en volver, pero, con terror, descubrió que no recordaba el camino de vuelta.
¿Qué hacer? Pidió ayuda. Acudió a la policía y explicó a los agentes que anhelaba
volver a su valle de nacimiento, junto a su familia. Los agentes enviaron patrullas
en busca del valle del joven, pero todos los intentos terminaron por fracasar.
Incluso el ejército prestó su cooperación, pero nadie lograba dar con el minúsculo
lugar en la inmensidad de la cordillera de los Himalayas. Todos los intentos
resultaron en vano y fueron muchos los que comenzaron a pensar que el
muchacho estaba loco y no existía ese valle. El joven lo había perdido para
siempre.

Reflexión

Este cuento es una hermosa y significativa parábola. Lo que tenemos que


comprender es que el valle más sosegado y dichoso es el que podemos hallar
dentro de nosotros. Tanto nos hemos exteriorizado que, como el hijo pródigo, nos
hemos alejado del hogar interior al que un día tendremos que regresar para
conciliarnos con nuestra naturaleza de iluminación interior. Buscamos y buscamos
en los objetos externos, sin percatarnos de que la quietud sólo puede hallarse
dentro de uno mismo. En el exterior encontraremos, sí, alegría y pesares,
diversiones y distracciones, pero no podremos satisfacer nuestro anhelo de paz
interior y seguiremos tratando de cubrir nuestro vacío interno con todo aquello
que no está capacitado para llenarlo. Hay que saber relacionarse con la naturaleza
original de la mente y, mediante la práctica de la meditación y las técnicas
introspectivas, ir pudiendo establecerse en su fuente de calma. El sabio
Padmasambhava decía: «En su auténtico estado la mente es clara, inmaculada, no
está hecha de nada, sino de vacío, es simple, vacua, sin dualidad, transparente, sin
tiempo, no compuesta, ininterrumpida, incolora, no comprensible como cosa
separada sino como unidad de todas las cosas; sin embargo, compuesta por ellas,
de un solo sabor y más allá de toda diferenciación». Cuando uno se instala en esa
mente silenciosa, se experimenta esa dicha interior que es diferente al goce que
proviene del exterior y que por tanto es gozo.
Más Allá del Ego

Era un discípulo que había comenzado a estar siempre atribulado y confuso


porque no hallaba las respuestas que anhelaba a los muchos interrogantes
existenciales que se planteaba. Quería descubrir la esencia y el sentido de la vida a
través del intelecto, sin darse cuenta de que hay realidades que escapan al
raciocinio y no pueden ser reducidas a las palabras. Tan desesperado llegó a estar
que solicitó un encuentro especial con su mentor espiritual.

Al amanecer, preceptor y discípulo se sentaron apaciblemente a cambiar


impresiones. El discípulo, angustiado, confesó:

—Venerable maestro, me hallo en una verdadera y angustiosa encrucijada.


Quiero descubrir quién soy, pero no lo consigo. A veces siento tal desánimo que
incluso creo que lo mejor es dejar la búsqueda espiritual; otras me obsesiono de tal
modo por descubrir quién soy que ni siquiera puede haber un instante de sosiego
para mi mente y no puedo conciliar el sueño. Tengo la impresión de que voy a
enloquecer. Ideas, conceptos, pensamientos, suposiciones, doctrinas...

—Así no podrás aprehender la última realidad ni hallar la paz interior –


sentenció el maestro.

—Pero ¿qué puedo hacer? ¡Hay tantas preguntas...!


—¿Y cuál es la que más a menudo te haces? –quiso saber el mentor.

—Sin duda, respetado maestro, la que más a menudo me hago es: ¿qué o
quién soy yo?

El mentor se echó a reír y luego exclamó:

—¡Oh necio! ¿Y para qué queremos un yo?

En ese momento, el atormentado discípulo tuvo un destello de comprensión


profunda y reveladora, y consiguió trasladarse más allá del angosto pensamiento.

Reflexión

Uno de los grandes escollos hacia la realización de sí es el apego a nuestro


pequeño yo y el aferramiento a nuestro sentimiento de individualidad y
separatividad, cuando es éste el que crea muchas zozobras y la denominada, con
razón, angustia de la separación. Al aferrarnos al pequeño yo, ignoramos nuestra
naturaleza real, pues es como si la ola del océano se creyese aparte de éste, cuando
es en él donde surge, persiste y se desvanece; su naturaleza no es otra que el
ilimitado océano mismo. El aferramiento al pequeño yo nos limita y nos impide
obtener la percepción de la «pantalla cósmica» donde ese yo surge y viene dado
por la vinculación con el cuerpo y la mente. Ese pequeño yo es como un reflejo que
tomamos por la realidad, como si creyésemos que el sol reflejado en un cubo de
agua es el verdadero sol. El pequeño yo es provisional y no debemos dejarnos
aturdir por él, porque en ese caso es como el actor que de tal modo se identifica
con el personaje que interpreta que se aliena y deja de ser él mismo, creyéndose el
personaje. De tanto dejarnos prender por el pequeño yo, no nos damos cuenta de
lo cósmico que nos trasciende, y nos dejamos atrapar por mezquindades y apegos
bobos. El pequeño yo nos encadena y nos priva de la posibilidad de una
experiencia de conciencia de orden superior, que sólo deviene cuando el pequeño
yo es controlado o por momentos disipado. En meditación profunda, este pequeño
yo se desvanece y entonces se rescata una experiencia de ser mucho más profunda
y donde empieza a brotar la esencia de la sabiduría, que es la que procura la
emancipación interna. Dice el sabio Shankaracharya: «De entre todas las causas, la
Sabiduría es la única que proporciona Libertad perfecta. Así como sin fuego no hay
conocimiento posible, la Libertad perfecta no puede lograrse sin Sabiduría».
Las Mulas

Había una vez un discípulo que resultaba excesivamente individualista y


que por ello consideraba que todas las comunidades espirituales o las escuelas eran
innecesarias e incluso absurdas. A menudo se decía: «Si cada uno tiene que
conseguir por sí mismo llegar a la iluminación, ¿para qué es necesaria la ayuda de
los otros?»

Un día se entrevistó con un mentor espiritual y le expuso su punto de vista.


El mentor dijo:

—Fíjate, amigo mío, precisamente quería proponerte una tarea y así ganarás
un poco de dinero que te puede venir muy bien. En mi monasterio hay una roca
inmensa que no puedo mover. Me gustaría que alquilases una mula y la cambiaras
de sitio.

—Lo haré de sumo agrado. Pero a cambio no quiero ninguna suma de


dinero, sino saber si son o no necesarias las escuelas espirituales.

—De acuerdo –convino el mentor–. Cuando hayas acabado el trabajo, te


contestaré.

El discípulo alquiló la mula e intentó mover la roca, pero era ésta tan pesada
que el animal no podía con ella. Por esta razón, se decidió a alquilar otra mula,
pero los dos animales tampoco lograron acarrearla. Alquiló una tercera y tampoco
fue posible trasladar la pesada roca. Finalmente, alquiló media docena de mulas y
entre todas sí consiguieron transportar la colosal piedra. Después acudió a visitar
al maestro a la espera de la anhelada respuesta. El mentor dijo:

—¿Todavía necesitas una respuesta cuando has tenido que recurrir a media
docena de mulas para poder mover la roca que una sola no podía?

Al instante el discípulo comprendió. El mentor agregó:

—Cada persona es su propia vía, pero hasta el más intrépido escalador


requiere la ayuda de los otros.

Reflexión

En la senda hacia la liberación, cada uno es en última instancia su propio


maestro y su propio discípulo; uno tiene que recorrer la senda, hallar refugio
dentro de sí mismo y encender la propia lámpara. Contamos para ello con las
enseñanzas y los métodos, pero también nos son de aliento, consuelo, ayuda y
referencia personas que tengan nuestras aspiraciones espirituales y que nos sirvan
de referencia, compañeros espirituales y amigos en la larga senda hacia el
autoconocimiento y la realización de sí. En lo posible, hay que asociarse con
personas nobles y sabias, y no con aquellas que nos confundan o que entorpezcan
nuestro viaje espiritual. También los amigos espirituales nos ayudarán a
conocernos, diciéndonos con sinceridad cuáles son nuestros fallos y haciéndonos
descubrir nuestros autoengaños. Todo tipo de amistad es muy valioso y la amistad
espiritual aún lo es más. Entre los amigos espirituales surge un amor muy especial
y una energía que ayuda a no desfallecer y a seguir la senda con más entusiasmo.
Ya en el Anguttara Nikayase nos señala que para la liberación de la mente del
inmaduro una de las cinco cosas que nos ayudan a madurar es un buen amigo, y
las otras una conducta virtuosa guiada por los preceptos esenciales de la disciplina;
el buen consejo tendente a la ecuanimidad, la calma, la cesación y la iluminación; el
esfuerzo para eliminar los malos pensamientos y adquirir otros saludables, y la
conquista de la sabiduría que discierne el origen y destrucción de los fenómenos.
Los amigos espirituales nos pueden ayudar mucho a conocer nuestros rasgos
negativos, señalándonoslos abiertamente. Hay que dar la bienvenida a los
compañeros espirituales que nos hacen ver nuestras faltas para poder superarlas, y
no a aquellos que se pierden en inútiles halagos. En el Dhammapadase nos aconseja:
«Si encontráis un amigo inteligente, apropiado para acompañaros, de buena
conducta y prudente, en tal caso vivid con él felizmente y vigilantes, venciendo
todos los obstáculos. Si no encontráis un amigo inteligente para acompañaros, de
buena conducta y sagaz, entonces vivid solos como el rey que ha renunciado al
país conquistado, o como un elefante paseándose solo por el bosque».
El Río

Era un río caudaloso, pero que se deslizaba majestuoso y tranquilo,


sorteando con habilidad toda suerte de obstáculos, sin que nada pudiera frenar su
curso. Atravesaba valles, gargantas, bosques, junglas y desfiladeros. Imparable,
seguía su curso, pero de repente llegó el desierto y sus aguas comenzaron a
desaparecer bajo sus abrasadoras arenas. El río se espantó. No había manera de
atravesar el desierto y, sin embargo, anhelaba poder desembocar en otro río. ¿Qué
hacer? Cada vez que sus aguas llegaban a la arena, ésta se las tragaba. ¿No habría
otra forma de atravesar el desierto? Entonces escuchó una misteriosa voz que
decía:

—Si el viento cruza el desierto, tú también puedes hacerlo.

—Pero ¿cómo? –preguntó el río desconcertado. —Permite que el viento te


absorba –respondió la misteriosa voz–. Te diluirás en él y luego lloverás más allá
de las arenas, se formará otro río y éste desembocará en uno mayor.

—Pero ¿seguiré siendo yo? –quiso saber el río angustiado, temiendo perder
su identidad.

—Serás tú y no serás tú. Serás el agua que llueva, que es la esencia, pero el
río será otro.
—Entonces me niego a ello. No quiero dejar de ser yo –aseveró el río.

Pronto las aguas del majestuoso río se extinguieron en las secas arenas del
inmenso desierto.

Reflexión

Todos los grandes maestros espirituales y sabios han visto en el ego un


obstáculo grave en la senda de la autorrealización, porque la persona pone tanto
énfasis en su desarrollo que se olvida de su naturaleza real, viviendo así en la
máscara y no en la esencia, en el yo social y no en el ser. A la persona le aterra
perder su «egoidad», cuando si se descorre el velo del egocentrismo, uno se
encuentra cara a cara con su verdadero yo real. Muchos mueren por no querer ver
morir a su ego y otros hallan la verdadera vida cuando es su ego el que muere.
Supongamos la tuerca de un avión que, aferrada a su individualidad, no es capaz
de percibir el avión del que forma parte y que la transporta. El místico de Benarés
Kabir decía: «El mar y sus olas son una unidad: ¿qué diferencia hay entre él y ellas?
Cuando se levanta una ola, es de agua, y de agua es al caer de nuevo. ¿Dónde está,
pues, la diferencia? ¿Deja de ser agua porque se la llamó ola? Dentro del Ser
Supremo existen los mundos como cuentas de un rosario. Contempla este rosario
con el ojo de la sabiduría».
Un Filósofo en Aprietos

Se trataba de un gran filósofo, de tal modo que, a menudo, muchas personas


le planteaban las más sutiles cuestiones y él siempre sabía hallar la respuesta
precisa y satisfactoria. Se jactaba de ello. Era muy hábil con los conceptos y con las
palabras. Se tenía por dialécticamente invencible.

Un día se encontraba paseando apaciblemente y se topó con dos niños que


discutían exaltados. A punto estaban de llegar a las manos, cuando el filósofo se
interpuso entre ellos y les dijo:

—Jovencitos, nada de peleas. Decidme cuál es el motivo de tan apasionada


discusión.

Uno de los muchachitos respondió:

—Yo aseguro que el sol está cerca de nosotros cuando sale y que se aleja al
mediodía.

El otro intervino para decir:


—Pues yo digo lo contrario. El sol está más lejos cuando sale y mucho más
próximo al mediodía.

El filósofo les pidió que se sentaran a su lado y razonaran sus puntos de


vista:

El niño que había hablado en primer lugar dijo:

—El sol es más grande cuando surge en el horizonte y se torna más


pequeño cuando trepa al centro del firmamento. ¿Acaso no se aprecian las cosas
más grandes cuando están cerca y más pequeñas cuando están lejos?

—Es un buen razonamiento –convino el filósofo.

Pero el otro niño replicó:

—¿Acaso no calienta el sol más al mediodía que cuando nace en el


horizonte? ¿Acaso algo no calienta más cuando está más cerca que cuando está
más lejos?

—Otro buen razonamiento –acordó el filósofo.

Entonces los dos niños dijeron:

—Tienes fama de saber mucho –Era un filósofo muy célebre–. Dinos, pues,
quién de nosotros tiene la razón.

El filósofo se quedó estupefacto. Aquellos muchachitos le ponían en un gran


aprieto.

—No sé qué deciros –confesó consternado.

Los niños se rieron, cambiaron de tema de conversación y se pusieron a


jugar alborozados.

Reflexión

La razón ejerce su función, desarrolla su papel, pero no es omnipotente.


Hay una bella instrucción: «Dieciséis veces más importante que la luz de la luna es
la luz del sol; dieciséis veces más importante que la luz del sol es la luz de la
mente; dieciséis veces más importante que la luz de la mente es la luz del corazón».
La inteligencia racional es un lado; la sabiduría emocional, otro. La sabiduría no es
información, conocimientos, cultura, datos o ideas. Podemos encontrar muchas
personas con conocimientos, pero pocas con sabiduría. El conocimiento no libera
de los impedimentos de la mente; la sabiduría, sí. El conocimiento no es
transformativo; la sabiduría transforma. Con alguien con conocimientos,
aprendemos: nos transmite su información. Junto a una persona de sabiduría,
experimentamos vivencias y su presencia nos ayuda a cambiar. El que tiene
conocimientos sigue siendo víctima de apegos, pero la persona sabia está libre de
todo ello. El sabio no sólo es inteligente, es virtuoso; el que posee muchos
conocimientos puede ser un malvado. Hay personas con muchos conocimientos
que son muy doctas en su ignorancia primordial; hay sabios de escasos
conocimientos, pero que por su poder interior pueden conquistar con su sosiego al
airado, con su amor al que odia, con su visión clara al ofuscado. Personas con
muchos conocimientos pueden herir y explotar a los otros, ser ofensivas y hostiles,
pero el sabio es amoroso e inofensivo, presta a cooperar, libre de las cadenas del
apego y el odio. Dondequiera que se halle, luce con luz propia; dondequiera que se
encuentre, será de ayuda a los que quieran hollar la senda de la realización
interior.
La Vanidad del Triunfador

En el centro de una región muy seca, había florecido un frondoso y


espectacular bosque. Las gentes de las localidades cercanas se acercan
habitualmente hasta esta privilegiada área de la naturaleza a refrescarse y no
pueden dejar de preguntarse, intrigados, cómo ha podido surgir un vergel así en
un entorno tan árido. Sólo el anciano que custodia el bosque conoce la respuesta. Si
se le pide, se sentirá muy dichoso de poder contar la siguiente historia:

Érase un joven que se había entrenado diligente y pacientemente hasta


convertirse en un gran atleta. Se servía de una larga rama como pértiga para poder
cruzar los ríos; solía competir con otros en esta prueba y siempre salía victorioso.
Nadie había sido capaz de superarle: tal era su vigor y su destreza. Poco a poco,
debido a sus continuos éxitos, se había tornado sumamente vanidoso e incluso
soberbio y no dejaba de jactarse de sus habilidades. Muy pagado de sí mismo,
había hecho correr la noticia de que entregaría un buen número de monedas de oro
a aquel que fuera capaz de saltar más longitud que él. Deseosos de obtener el
premio, muchos se le enfrentaron, pero nadie lograba vencerle y él siempre salía
triunfador. Sin embargo, se sentía cada vez más insatisfecho y no era dichoso.
Ansiaba, vorazmente, seguir compitiendo, venciendo y alimentando su soberbia.
Desafiaba continuamente a unos y a otros, y la competición se había vuelto para él
una adicción obsesiva.
Tenía un buen amigo de la infancia que solía prevenirle:

—Debes acabar con todo esto. Tu afán de competir te devora y no piensas


en otra cosa.

Un día, el competidor dijo:

—Te haré caso, pero debo probarme una vez más. Hay un gran río en el
norte y quiero celebrar un concurso para ver quién puede saltarlo con una pértiga.
Si alguien me vence, le daré la mitad de mi fortuna.

Se convocó la prueba. Todos los participantes fueron efectuándola con


mayor o menor acierto. Cuando le llegó el turno al joven de esta historia, éste
corrió como un gamo, con todas sus energías, clavó la pértiga en el centro del río y
saltó con su acostumbrada habilidad, pero he aquí que en esta ocasión la rama que
le servía de pértiga se quebró, el atleta fue a dar con la cabeza contra una roca del
río y halló la muerte al instante.

La rama rota brotó y brotó hasta que fue configurando con el tiempo un
bosque maravilloso. El amigo del fallecido se convirtió en el guarda de ese bosque.

Reflexión

Desde la perspectiva del ego todo se convierte en una contienda, un


combate, un escenario en el que afirmarse y vencer. Así es el ego. Sus tentáculos
son innumerables y su afán de afirmarse es inmensurable. Nunca está satisfecho y
por eso nunca es feliz. Es como un estómago sin fondo. Toneladas de «alimentos»
no pueden saciarle. Es voraz e implacable en su voracidad. Pero no se puede vivir
sin ego, porque éste nace de la vinculación con el cuerpo, el sentido de separación,
las propias necesidades, la mente, la imagen y muchos otros elementos que
configuran su descomunal burocracia; pero sí se puede vivir con un ego controlado
y que no se desmesure. Cuanto más ego, más vulnerabilidad, intranquilidad, ansia
y desvelos, para finalmente desembocar donde todos lo hacen: el reino de la
muerte. Sin tanto ego uno comienza a ser más dichoso. No hay tanta necesidad, ni
tan compulsiva, de afirmarse, ganar consideración, conseguir ser aprobado y
respetado. Tanto se atiende el ego que deja uno de vear por su propio y verdadero
ser. ¡No hay peor negocio! Mediante la práctica de la meditación, el recordatorio de
la muerte, el entendimiento correcto y la reflexión lúcida, iremos controlando el
ego, para que sea nuestro secretario y no nuestro amo. Sus males son
innumerables: arrogancia, fatuidad, soberbia, suspicacia y susceptibilidad, rabia,
vanidad y tantos otros. Hay que tener un ego maduro, pero controlado, puesto al
servicio de la razón y la compasión. Del ego nacen el apego y el aborrecimiento, y
cuando los actos mentales, verbales y corporales están guiados por el apego y el
aborrecimiento, se desencadena mucho sufrimiento hacia uno mismo y hacia los
demás. El ego crea el sentimiento de separatividad y suscita la angustia y el miedo.
El ego desmesurado hace que la mente se aferre a todos los objetos, burdos o
sutiles, y se crea así una gran cantidad de sufrimiento que bien podría evitarse.
Shankaracharya, el gran sabio hindú, nos aconsejaba: «Refuerza tu identidad con
tu Ser y rechaza al mismo tiempo el sentido del ego con sus modificaciones, que no
tienen valor alguno, como no lo tiene el jarro roto».
Bisuteros y Joyeros

Unos discípulos le preguntaron a un sabio:

—Venerable señor, ¿qué diferencia existe entre un falso maestro y uno


verdadero?

El mentor repuso:

—La que puede existir entre el bisutero y el joyero. El primero se sirve del
cristal y el segundo del diamante.

—Pero entonces –prosiguieron los discípulos–, ¿por qué hay aspirantes que
van al bisutero en lugar de acudir al joyero?

—Muy sencillo. Los que no pueden pagar un diamante van al bisutero; los
que pueden, al joyero. Así, el aspirante que no quiere pagar con su esfuerzo,
motivación y disciplina va al falso maestro; el que está dispuesto a hacerlo, al
verdadero.

Reflexión

En la senda hacia la armonía, el esfuerzo es insoslayable, es energía y nace


de la motivación correcta. No se trata de un esfuerzo compulsivo o coercitivo, pero
sí de uno bien encauzado. No podemos progresar en ningún aprendizaje si no se
ejecuta el esfuerzo oportuno. La holgazanería, la apatía, la desidia y la negligencia
son obstáculos graves en la senda del autoconocimiento y la realización de sí. Es
necesario activar la voluntad y ponerla en marcha para irse transformando. Hay un
adagio que reza: «No basta con pronunciar la palabra luz para que la lámpara se
encienda». En todo bloque de mármol potencialmente está la escultura, pero el
escultor tiene que esculpirla. El esfuerzo es un factor liberatorio de primera
importancia, como la pereza es un escollo que hay que salvar. Abundan los falsos
maestros que ganan muchos discípulos porque les dicen que no tienen que hacer
ningún esfuerzo y que ya lo harán por ellos. ¡Nada es tan falaz! Sin esfuerzo no hay
progreso; sin diligencia no hay avance. El sabio y yogui Patanjali nos dice que para
liberar la mente de sus ataduras y hallar la liberación, son necesarios el esfuerzo y
el desapego, e incluso para desapegarnos necesitamos el esfuerzo, además de la
práctica de la meditación y el entendimiento correcto de la transitoriedad. En mi
obra Grandes Maestros Espiritualesrecojo la vida y enseñanzas de los más grandes
seres espirituales, y todos invitaban al esfuerzo, porque incluso para llegar al
esfuerzo sin esfuerzo de un Lao Tse, ¡cuánta disciplina se requiere! Hay que
esforzarse para examinarse y suscitar lo mejor en uno mismo, erradicando lo más
nocivo; para estar vigilante a la mente, la palabra y los actos; para seguir el
sadhana(ejercitamiento espiritual); para suscitar estados mentales laudables y
compartirlos con los demás, y para ejercitar el cuerpo, atender la alimentación
sana, y aprender a respirar y a dejar impresiones positivas en la mente. Un
esfuerzo se requiere para cultivar la amistad y mejorar los lazos afectivos con los
demás, y un esfuerzo, y no menor, para ir consiguiendo la realización de sí. Dagu
decía: «Difícil es el camino»; uno de los Upanishad: «Más difícil que caminar por el
filo de la navaja es caminar hacia la Liberación», y Jesús: «Angosta es la puerta».
Buda declaraba: «Quien no se esfuerza cuando llega el momento de hacerlo, quien,
aunque joven y fuerte, es perezoso, aquel cuyos pensamientos son descuidados y
ociosos no ganará la sabiduría que lleva al sendero». Y animaba a sus discípulos
insistiéndoles: «¡Levantaos! ¡Incorporaos! Preparad sin desmayo vuestra paz
mental». Por el esfuerzo, sí, se va llegando al no esfuerzo o al esfuerzo natural y,
como dicen los sabios chinos, «por lo intencionado se llega a lo inintencionado».
El Fantasma

Dos jóvenes muy enamorados decidieron desposarse. Tras la luna de miel,


el hombre pensó que era necesario dejar el pueblo y marcharse a la ciudad para
conseguir, aunque fuera temporalmente, un buen empleo a fin de ganar algún
dinero. Así, una mañana se despidió de su esposa, diciéndole:

—Mi muy querida, quizá tarde tiempo en volver; tal vez pasen meses o
incluso años, pero cuando vuelva dispondremos de los medios para poder tener
un hijo.

Los jóvenes se abrazaron con gran ternura y el marido se puso en marcha


hacia la ciudad. Pero he aquí que un fantasma los estaba observando sigilosamente
y descubrió la partida del joven. El fantasma necesitaba un lugar donde estar,
relacionarse, divertirse y ahuyentar su soledad. Aprovechó, pues, para tomar la
apariencia del marido y a los pocos días se presentó en la casa.

—¡Qué maravillosa sorpresa, amado mío! –exclamó la joven, encantada,


creyendo que se trataba de su marido–. No te esperaba en mucho tiempo y has
regresado en sólo unos días. ¡Qué alegría tan grande!

—Así es, amada mía –dijo el fantasma–. Han prometido avisarme cuando
haya un buen trabajo para mí. Mientras tanto, ¿qué mejor que gozar de tu
compañía y compartir nuestro inmenso amor?

Como no disponían de medios, los jóvenes vivían con los padres de la


mujer. Así transcurrieron los meses. El fantasma estaba encantado, sin hacer nada,
dejándose cuidar y atender. Mientras tanto, el verdadero marido ya estaba en la
ciudad, había encontrado un empleo y había comenzado a trabajar duramente. De
vez en cuando escribía a su esposa, contándole noticias, pero el fantasma se
encargaba de interceptar y destruir las cartas.

Transcurrió cerca de un año. El hombre consiguió, con gran esfuerzo y


llevando una vida muy austera, algunos ahorros. Había llegado el momento de
regresar al hogar. Se puso en marcha hacia su pueblo y días después llegó a la casa
de sus suegros. Cuando entró, su esposa estaba acompañada por el fantasma. Si la
sorpresa del recién llegado fue mayúscula, la de la esposa fue tal que se desvaneció
durante unos minutos. ¡Tenía dos maridos iguales!

—Yo soy tu genuino marido –dijo el verdadero esposo. —No es cierto. Soy
yo –aseveró el fantasma.

Así, comenzaron a porfiar el marido y el fantasma, sin que ningún miembro


de la familia pudiese descubrir cuál de ellos era el verdadero, hasta que el padre de
la joven tuvo una sagaz idea. Cogió una pequeña bolsa de cuero y dijo:

—Aceptaremos como esposo al que sea capaz de meterse en esta bolsa.

El marido verdadero lo intentó, pero, naturalmente, no pudo conseguirlo.


En cambio, el fantasma lo logró sin ninguna dificultad, cayendo en la trampa.
Echaron el saco con el fantasma a un profundo pozo y la mujer se abrazó
entusiasmada a su auténtico marido. Todos se sentían muy felices. Un año
después, los jóvenes tuvieron una niña preciosa. El fantasma nunca volvió a
presentarse.

Reflexión

Hay muchas personas como ese fantasma usurpador, personas aviesas que
no reparan en el daño que puedan hacer a los demás y que convierten sus vidas en
un verdadero basurero, haciéndose daño a sí mismas y a los demás. Ramakrishna
alertaba: «Como una misma máscara puede ser llevada por varias personas, así
hay varias clases de criaturas que son humanas sólo en apariencia. Aunque todas
ellas tienen forma humana, algunas son como tigres hambrientos, otras como osos
feroces y también hay quienes son como astutos zorros o venenosos reptiles».
Ciertamente hay gente infinitamente más dañina que el más destructivo animal y
que va aprovechándose de cualquier situación en su propio beneficio, pero ni
siquiera esa clase de gente debe robarle la paz a la persona noble, que tiene que
velar por sí misma y que ha de conseguir oponerse a la ola de pensamientos
vengativos con una de pensamientos positivos y no dejar que la malevolencia de
los demás le sustraiga su benevolencia, ecuanimidad y sosiego. Ésa es la mayor
victoria contra las personas malevolentes que, además, antes o después, serán
descubiertas en sus intenciones y actos perniciosos.
¿Destino o libre Albedrío?

Un grupo de aspirantes discutía acaloradamente sobre si existía o no el


destino. No lograban en absoluto ponerse de acuerdo, y las posturas de unos y
otros eran cada vez más radicales. Acertó a pasar por allí un sabio y le pidieron
que mediara en la discusión. Le expusieron el tema que estaban debatiendo y le
cuestionaron si para él había destino o libre albedrío.

Tras reflexionar unos instantes, sosegadamente, el sabio aseveró:

—Sois como el cuervo y el búho: cada uno queriendo imponer al otro su


punto de vista, si bien para el cuervo el día es el día y para el búho lo es la noche.
¿Por qué os extraviáis en actitudes tan radicales, en opiniones tan extremas?

Los aspirantes se sintieron muy desconcertados y hasta un poco


avergonzados.

—Os voy a contar una historia –agregó el sabio–. Se trataba de un magnífico


zapatero, el mejor que nadie pudiera imaginar. Fabricaba los zapatos más bellos y
a la vez más cómodos, pero he aquí, amigos míos, que nació en un país donde las
personas carecían de pies. Eso es destino. Pero, escuchadme, no por ello el
zapatero se amilanó, nada de eso. Como era muy creativo y sagaz, ¿para qué creéis
que utilizó sus energías?

Los aspirantes se miraron, intrigados, entre ellos y no supieron qué


responder. El sabio, sonriente, agregó:

—Pues utilizó sus facultades para comenzar a fabricar formidables guantes,


puesto que en ese país las personas sí tenían manos. Eso es libre albedrío o
voluntad.

El sabio saludó con un pausado gesto de la cabeza y se alejó, pero a pesar de


sus acertadas enseñanzas, los aspirantes, frenéticos, siguieron polemizando entre
sí, cada vez sosteniendo entre ellos posturas más extremadas.

Reflexión

Hay destino y también libre albedrío. Naces en el curso de un río (un país,
una familia, unas circunstancias...), que es el destino, pero dentro de él puedes
nadar contracorriente, dejarte llevar por las aguas, decantarte hacia una u otra
ribera, sumergirte o nadar en la superficie, y todo ello es libre albedrío. Toda
persona puede cuando menos cambiar sus actitudes internas y mejorar y, como
decía un maestro, cuando no sea posible modificar las circunstancias externas, al
menos podrá uno cambiar sus modos de reacción y tomar las cosas del modo más
provechoso y constructivo.
Apariencias

Era un joven discípulo que siempre creía tener razón y se jactaba de la


extraordinaria lucidez de su mente. Una tarde, su maestro le invitó a su casa y
cuando el joven llegó, le presentó a una mujer de voluptuosas curvas corporales,
pero cuyo rostro estaba cubierto por tres velos.

El maestro, dirigiéndose al discípulo, le preguntó: —¿Qué te impide ver la


cara de esta hermosa joven?. —Los tres velos que la cubren –dijo el discípulo–
;aunque, sin duda, es preciosa, como bien habéis señalado, maestro.

—¿Te lo parece?

—Seguro que posee un rostro de cutis terso y amarfilado, donde resalta una
mirada inspiradora y profunda; seguro que sus mejillas son tiernamente
sonrosadas y sus dientes perfectos como perlas.

El maestro despojó a la mujer de uno de sus velos y le pidió que danzase.


Ella comenzó a moverse provocativamente.

—Por su cuerpo grácil y firme –dijo el discípulo–, deduzco que esta mujer
tiene un espléndido cuello de gacela y que sus labios son rojos como fresas
salvajes.
El mentor le quitó otro velo y preguntó:

—¿Qué te inspira? ¿Qué sientes?

—¡Oh, maestro! Aunque mi camino es el de la austeridad y el autocontrol,


basado en la gran lucidez de mi mente, no puedo mentiros. Esta mujer me inspira
una desmesurada sensualidad e imagino su piel suave como la seda más delicada.
Siento una mezcla de pasión, ternura, simpatía, afinidad y atracción irrefrenable.

En ese momento, el mentor retiró el último velo del rostro de la mujer, y el


joven discípulo no pudo sofocar una exclamación de terror. Estaba ante el
semblante de una anciana desdentada y con la carne picada por la viruela.

Reflexión

Lo que percibimos desde la mente condicionada y llena de ataduras y trabas


no es lo que es. A menudo vemos lo que nos gustaría ver o lo que temeríamos ver.
Buda decía: «Ven y mira». No decía ven y espera, ven y supón, ven y compara o
ven e imagina. Decía concretamente: «Ven y mira». Mirar lo que es, sin prejuicios,
patrones, expectativas, miedos ni conceptos. Ver lo que es.
El Brahmin Hipócrita

En una casita rodeada por un encantador jardín vivía un brahmán. En el


jardín había un buen número de plantas, flores y un hermoso árbol de mango. El
brahmán era tenido por muy religioso y él mismo, sin recato, exigía la máxima
distinción y respeto de todos sus vecinos. El hombre atendía primorosamente sus
plantas y presumía de haber conseguido un vergel en esa pobre y sucia localidad
de la planicie de la India. Pero he aquí que cierto día, una vaca entró en él y se
comió parte del mango y muchas plantas. La vaca es por excelencia el animal más
sagrado para los hindúes y máxime, pues, para los brahmanes, que son la casta
más elevada. No obstante, el hombre, enfurecido y fuera de sí, comenzó a golpear
de tal modo al pobre animal que terminó por matarlo. Los vecinos se enteraron del
sacrilegio y acudieron, encolerizados, a pedir cuentas al brahmán. No podían
creerlo: él, que predicaba la unidad de todo lo existente, había matado a una
criatura tan sagrada. Comenzaron a increparle y el brahmán alegó:

—Queridos vecinos, estáis en un grave error. Sois unos ignorantes. Yo no la


he matado. Soy un hombre santo; es el mismo Dios el que dirige mis manos y éstas,
gobernadas por el Divino, han matado a la vaca. Estoy exento de cualquier culpa.

Dios escuchó al hipócrita brahmán y decidió encarnarse en un anciano


yogui. Días después, el yogui pasó por el jardín del brahmán y exclamó:
—¿Qué lugar tan hermoso! Seguro que no hay otro más bello.

—Desde luego que no –repuso orgulloso el brahmán–. En verdad es único.

—Pues debes de ser un excelente jardinero para haber podido cultivar un


jardín tan espléndido. ¿O quizá otras manos te ayudan y no es obra tuya?

Colmado de vanidad, el brahmán dijo:

—Nadie me ayuda, buen hombre. Sólo mis manos han cuidado estas
plantas que destacan por su frondosidad y hermosura, y que son la envidia de
todos mis vecinos.

—Tus manos, ¿verdad? –dijo Dios con ironía–. Tú lo has dicho, bribón, tus
manos y no las mías.

Reflexión

La persona aviesa o desaprensiva recurre a menudo a toda suerte de


hipócritas justificaciones o cínicos pretextos, con tal de no reconocer y asumir sus
errores o sus conductas malevolentes; pero antes o después quedará al descubierto
y, en cualquier caso, siempre es responsable de sus actos y sus consecuencias, y en
su fuero interior sabe de su conducta pecaminosa. Conlleva en sí misma su propio
castigo y antes o después es desenmascarada, porque como reza un antiguo
adagio: «Lo único que distingue la verdad de la mentira es que la primera se
mantiene siempre».
El Joven Cruel

En una misma casa vivían una anciana y un joven de muy malos modales y
peores sentimientos. Cada vez que se cruzaba con la temblorosa y frágil mujer se
burlaba de ella y a la menor ocasión la empujaba para hacerla caer. En público la
ridiculizaba, y se mofaba de su apergaminado rostro y de sus encías desdentadas.
Nunca perdía la oportunidad de mofarse de ella.

Y así iba sucediendo a lo largo de meses; pero la anciana tenía un nieto que
había invertido muchos años en el estudio de las antiguas medicinas de Oriente.
Nada había que desconociera sobre pócimas, ungüentos, bebedizos y plantas
perturbadoras de la conciencia. Cuando el nieto regresó al pueblo para visitar a su
abuela, los habitantes de la localidad le hicieron saber a qué clase de vejaciones y
malos tratos estaba siendo sometida.

El nieto se sintió sobrecogido y experimentó una gran compasión hacia su


abuela, pero como era fundamentalmente indulgente no quería vengarse del joven
cruel, sino trazar un plan que pudiera darle una buena lección.

Cierto día, entró en la casa del joven despiadado y puso una sustancia
especial en sus alimentos. Llegó la noche y el joven cenó de buena gana y se fue a
dormir. Al alba se despertó y ya estaba su mente imaginando nuevas burlas para
provocar a la anciana, cuando, al intentar incorporarse del lecho, notó una gran
debilidad, le faltaba la respiración y le dolían todos los huesos; apenas podía
moverse y le costaba mucho fijar la vista. Pero ¿qué le estaba ocurriendo? Casi
arrastrándose, extenuado y dolorido, logró llegar hasta el lavabo para asearse. Con
horror, contempló su cara en el espejo. Un grito de espanto se escapó de su
garganta: no era su rostro el que veía reflejado en el espejo, sino el de la anciana a
la que tanto había maltratado. Pasado el primer momento de enorme angustia, se
detuvo a contemplar esa cara: apreció una mirada apagada, contempló las
profundas arrugas que surcaban la carne, la nariz afilada como un cuchillo,
aquellas cejas casi ralas, las encías desdentadas, la vacilante mandíbula, los labios
amoratados... Sin embargo, en esas facciones en las que el tiempo había dejado su
inexorable huella también había mucho amor, paciencia y serenidad. Los ojos del
joven empezaron a llenarse de lágrimas, la ternura afloró a su corazón y
comprendió en un momento todo el mal que le había causado a la anciana. Por
primera vez pudo ponerse en el lugar de la mujer y sintió un infinito cariño hacia
ella.

Al cabo de unas horas, el efecto de la pócima desapareció, y el joven


recuperó su aspecto habitual y su excelente vitalidad. Cuando ese día se cruzó con
la anciana, se arrodilló ante ella y besó sus pies. Desde entonces, la anciana ganó
un segundo nieto y el verdadero nieto se dijo a sí mismo: «Si en este mundo
hubiera pócimas para cambiar a todas las personas aviesas, sería un verdadero
paraíso».

Reflexión

Existe mucha crueldad en el mundo y buena parte de ella viene dada por la
codicia, el desmesurado egocentrismo y la incapacidad para ponerse en el lugar de
los otros y sentir como propio el sufrimiento ajeno. Hay que ir desarrollando el
amor incondicional hacia todos los seres si queremos humanizarnos y humanizar
el planeta, y si deseamos, realmente, pasar de ser homoanimales a ser seres
humanos con un corazón tierno y compasivo. Se nos dice en el Dhammapada: «Al
que cultiva el amor hacia todos los seres, a ése lo llamo yo noble».
La Broma

Unos amigos decidieron gastarle una broma a uno de sus compañeros.


Fueron a verle y le dijeron: —Un gran maestro del dominio de la mente nos ha
entregado una palabra mágica para ti y cualquier cosa que te propongas la lograrás
si la repites mentalmente.

El joven se sintió muy complacido. Mientras todos paseaban por el bosque,


sus amigos le dijeron:

—Mira ese gran precipicio. Sáltalo. Seguro que con la palabra del maestro
no te ocurrirá nada.

El joven, sin dudarlo un instante, saltó por los aires a la vez que repetía la
palabra mágica y llegó a tierra firme sin el menor daño.

Al cabo de unos días, los amigos le dijeron:

—En el fondo del mar hay un cofre con muchas monedas de oro que se cayó
de un barco. Si alguien lograra bucear hasta allí podría recobrarlas. Sin duda tú,
con el apoyo de la palabra mágica, podrás conseguirlo.

El joven, sin vacilar ni por un momento, fue al lugar indicado, se sumergió


en las profundas aguas durante un buen espacio de tiempo y logró hacerse con las
monedas de oro. Sus amigos no salían del asombro. Había desafiado el vacío y las
profundidades marinas. Era verdaderamente insólito.

Sucedió entonces, días después, que una casa se incendió. Dentro de oía
llorar a una criatura. Los amigos le propusieron al joven que se enfrentase a aquel
nuevo peligro y salvara al niño.

Sin pensarlo un instante, el joven entró intrépidamente en la casa, travesó


las llamaradas y, tomando al crío entre sus brazos, lo puso a salvo.

Los amigos estaban tan perplejos que no pudieron resistir la tentación de


poner a su compañero al corriente de la broma. Luego le dijeron:

—Pero tienes tanto valor que podrás seguir acometiendo toda suerte de
hazañas y proezas, ¿verdad?

El joven comenzó a temblar y aseveró:

—Os aseguro que no. Antes no sentía miedo porque creía que la palabra me
protegía de todo. Ahora, sin su protección, no podría nunca repetirlo. Lo cierto es
que incluso siento terror por lo que ya he sido capaz de hacer.

Y siguió temblando durante un buen rato.

Reflexión

Teniendo confianza en los propios recursos humanos no se necesita la


palabra mágica. Uno debe hallar protección dentro de sí mismo y refugio en la
propia esencia interior. ¿Qué mayor protección que saber controlarse a uno mismo
y poder ejercer un laudable dominio sobre las palabras, los actos y los
pensamientos? ¿Qué mejor recurso que la conciencia despierta y el corazón
compasivo? La más alta posesión de un ser humano es poder contar consigo
mismo, desde la humildad y no desde la prepotencia, siendo intrépido en la
búsqueda interior y el mejoramiento humano, aprendiendo a vencerse a uno
mismo y sin necesidad de vencer a los otros, practicando la verdadera virtud y
evitando la negligencia, poniendo el énfasis en desplegar lo que es beneficioso para
todos y evitando lo dañino, superando los estados aflictivos de la mente y
desarrollando alegría interior para compartirla con las otras criaturas. No hay peor
derrota que ir consumiendo la vida sin obtener ni un gramo de sabiduría y
compasión.
Las Tres Ancianas

Había una vez tres grandes amigas de la infancia. Inexorables, los años
habían ido pasando y, ahora, se habían convertido en unas ancianas. Un día se
reunieron para charlar y una de ellas se lamentó así:

—Queridas amigas, ¡qué cruel e implacable es el paso del tiempo! Cuánta


amargura siento cuando veo mi piel ajada, mis cabellos encanecidos, estos ojos
apagados... Mi rostro ha perdido toda su antigua frescura.

Otra comentó:

—Tienes razón. Envejecemos sin remedio. También yo sufro al contemplar


en el espejo mis encías desdentadas, mis ojeras profundas y amoratadas, mis
mejillas enjutas y mi cuello flácido y feo. Me miro en el espejo y no puedo
reconocerme.

Entonces la tercera amiga y la más avanzada en edad declaró:

—Vosotras sí que me dais lástima, de veras. ¡Pobres amigas mías! Yo


también veo lo mismo que vosotras cuando me contemplo en el espejo. No os falta
razón al decir que el paso del tiempo es implacable, y es por ello que el espejo ha
ido perdiendo su poder de reflejar con fidelidad y su luna ha envejecido de tal
modo que deforma todo lo que refleja. Es por eso que nos vemos así, por culpa del
espejo, creedme.

Reflexión

Una de las más sólidas ataduras de la mente es el autoengaño. Los maestros


de Oriente lo denominan ilusión o maya, que impide ver la realidad como es y que
origina confusión e inmadurez en la mente, robando el entendimiento correcto y el
proceder diestro. Todos tendemos a tejer una impresionante urdimbre de
autoengaños, para no vernos tal cual somos. Si no nos vemos, ¿cómo podremos
transformarnos? Tenemos que ser intrépidos para poder mirarnos cara a cara a
nosotros mismos e ir descubriendo el lado difícil de nosotros para modificarlo. A
través de la autoobservación llegaremos al autoconocimiento, y mediante el
conocimiento de sí a la transformación de la mente y la autorrealización.
La Rama

Un guía espiritual, tras una prolongada sesión de meditación, invitó a sus


discípulos a dar un paseo. Llevaban un rato caminando cuando, de súbito, el
mentor cogió una rama y le preguntó a uno de ellos:

—¿Qué tengo en las manos?

Todo había sido tan repentino que el joven inquirido vaciló y no supo qué
contestar; el maestro le golpeó con la rama.

Poco después, se dirigió a otro de los discípulos y le preguntó:

—¿Qué tengo en las manos?

—Quiero verlo; dámelo –dijo el discípulo.

El maestro le pasó la rama y el discípulo, tomándola, golpeó con ella al


maestro.

—Has contestado correctamente –aseveró el mentor–. ¡Enhorabuena!


Reflexión

Existen distintos tipos de saberes, que van desde el saber práctico y


cotidiano al existencial y místico. Además, tenemos el saber intelectual o
conceptual, que desempeña un papel importante en la vida, pero que también es a
veces una madeja en la que nos enredamos inútilmente y nos impide ser directos y
sagaces. Cada saber tiene su lugar y hay que aplicarlo de acuerdo a las
circunstancias, pero en cualquier caso en nada ayuda extraviarse en elucubraciones
o divagaciones. No es a través de las ideas que surge el conocimiento práctico y
menos el autoconocimiento.
La Denuncia

Era un apacible y modesto campesino que sólo poseía un burrito. Cierto día,
al acudir al establo para darle de comer, descubrió apenado que se lo habían
robado. Se dirigió al puesto de policía y narró lo sucedido. Uno de los policías le
recriminó con acritud:

—¡Es usted un descuidado! No se le ocurre a nadie, desde luego, tener un


cerrojo tan inseguro en la puerta del establo.

Otro de ellos, en muy mal tono, agregó:

—Es decir, que el burro se veía desde fuera. Pero ¿por qué la puerta del
establo no era más alta? Si se veía al jumento, eso resultó una tentación para el
ladrón, claro que sí. ¡Vaya ocurrencia!

Un tercer policía añadió:

—Pero lo que resulta inexplicable es que usted no estuviera vigilando al


burro. Cada uno tiene que cuidar de lo que posee, vigilarlo y espantar así a los
ladrones. Usted se ha comportado negligentemente y por eso le han robado el
animal.
A pesar de su paciencia y ecuanimidad, el campesino no pudo al final
contenerse y replicó:

—Bueno, señores policías, está bien que me llamen la atención, pero me


gustaría decirles que alguna culpa debe de haber tenido el ladrón, ¿no creen?

Reflexión

Es muy propio de los seres humanos tender a culpabilizar a las personas y


hacerles reproches y cargos, en lugar de disfrutar de la preciosa oportunidad que
nos brindan de ser comprensivos y de poder otorgar unas palabras para consolar y
animar. Mucha gente a la menor ocasión comienza a recriminar a los demás y a
hacerles reproches, a menudo cuando más necesitarían un poco de aliento. Hay un
ejercitamiento muy constructivo que consiste en saber escuchar sin juzgar y
cuando menos sin comenzar a reprochar o culpabilizar. ¿Qué sacamos con hacer
cargo de todo a los demás? Buda señalaba: «El que sigue es un hecho de siempre:
culpan al que permanece en silencio, culpan al que habla mucho y culpan al que
habla moderadamente. No dejan a nadie en el mundo sin culpar».
Impermanencia

Entre los primos de Buda, había uno que le odiaba implacablemente y


quería incluso arrebatarle la vida. Se llamaba Devadatta y cierto día, cuando Buda
caminaba a través de un desfiladero, le arrojó una roca desde lo alto con la
intención de acabar con él. Sin embargo, la roca no cayó directamente sobre Buda,
sino a su lado. Buda levantó la cabeza, le vio y siguió caminando apaciblemente.

Una semana después, se cruzó en una vereda con su avieso primo y le


saludó afectuosamente, esgrimiendo una sincera sonrisa. Devadatta, perplejo,
preguntó:

—Pero ¿no me odias? ¿No estás sumamente irritado conmigo?

—No, claro que no –repuso Buda sosegadamente.

—No lo entiendo. ¿Cómo es posible? –se extrañó Devadatta sin salir de su


estupefacción.

Y Buda dijo:

—Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca ni yo soy ya el que estaba


paseando por allí, y porque, además, ya deberías saberlo: no está en mi actitud ni
ser vengativo ni dejarme ganar por la ira.

Reflexión

Todo está sometido a la inexorable ley del cambio, surgiendo y


desvaneciéndose, incluso nuestros estados de ánimo. La mente que acarrea rencor,
resentimiento y afán de venganza se torna una mente enfermiza y sufre
innecesariamente. Igual que nuestros propios estados de ánimo e intenciones
cambian, así lo suelen hacer los de los demás. El odio nos hace depender de la
persona odiada; la ira nos altera física y mentalmente y turba nuestro ánimo; el
afán de venganza es un veneno persistente que embota la conciencia.
El Cumpleaños del Monarca

Era el monarca de uno de los reinos más poderosos de la India y cumplía


cincuenta años de edad. La ocasión era, pues, muy especial para él y quería
celebrarlo con nada menos que siete días y sus correspondientes noches de
celebraciones insuperables, con toda clase de fastos. Solicitó que cada asistente a la
fiesta le llevara el regalo que considerase mejor y que más habría de satisfacerle.
Cada invitado trató de aportar el que pensaba era el mejor y más satisfactorio
presente. El monarca fue recibiendo los más espléndidos corceles, los brocados
más primorosos, las joyas más maravillosas, las tallas de marfil más soberbias, las
más fabulosas obras de arte. Y, de repente, un ermitaño semidesnudo solicitó
verlo. El rey era un hombre bondadoso y accedió a ello.

—¿Qué regalo me has traído, buen hombre? –preguntó. —Nada, señor –


repuso el ermitaño–, porque tengo entendido que habéis pedido el mejor regalo
que cada uno considere y el mejor regalo yo no os lo puedo dar, ni nadie podrá
hacerlo; tendréis que conseguirlo vos.

—¿Yo? –Preguntó intrigado el monarca–. ¿A qué regalo te refieres?

—El mejor presente, señor, es una mente serena. Yo no os la puedo dar,


pero si vos queréis conseguirla, hay medios para ello.
El monarca se quedó impresionado. ¡Era tal el sosiego que exhalaba ese
desconocido! Efectivamente coincidía con él en que ése sin duda era el mejor
obsequio para cualquier persona inteligente. Se dijo a sí mismo que ya había
alcanzado medio siglo de vida, lo poseía todo y, sin embargo, no gozaba de una
mente serena.

El ermitaño se quedó varios días con él y le enseñó a meditar. Antes de


partir, le dijo al rey:

—Señor, el mejor regalo no os lo he podido brindar, pero os he procurado el


modo de conseguirlo.

El monarca repuso:

—Además de un hombre sabio, eres un buen amigo. Me has regalado


generosamente una herramienta para hacerme a mí mismo el mejor regalo.

Reflexión

De la meditación brota la sabiduría y de ésta la visión esclarecida que le


otorga el verdadero equilibrio a la mente y que brinda la paz interior. La
meditación es como una barca para cruzar de la orilla de la ignorancia y la
esclavitud a la de la lucidez y la libertad. Mediante la práctica de la meditación se
va liberando la mente de todas sus ataduras: egocentrismo, avidez, odio,
ofuscación, celos, envidia, desasosiego, abatimiento, pereza y muchas otras. La
meditación es el medio, y el objetivo es la liberación definitiva de la mente. Al
meditar cesan los pensamientos, y se obtiene un estado interior de serenidad y un
sentimiento inefable de unidad. La meditación es una experiencia que nos
transforma y nos permite ir estableciéndonos en nuestra naturaleza real. Es una
necesidad específica para reorganizar la vida psíquica y conseguir superar los
modelos mentales que engendran desdicha propia y ajena. Los más grandes
maestros nos han dejado este obsequio de un valor inestimable. Mediante la
práctica de la meditación cultivamos metódicamente la atención consciente; de ésta
se deriva la comprensión clara y de la comprensión clara la sabiduría que despierta
la conciencia y le otorga un sentido pleno a la existencia.
Ayuda a los Desvalidos

Era un maestro que instruía personalmente a un discípulo y no deseaba que


éste se entregase solamente a la meditación y abandonara las acciones generosas,
puesto que él bien conocía que la sabiduría estriba en combinar la disciplina
mental con la acción generosa. Por ello, todas las tardes lo enviaba a que prestase
ayuda a los más desvalidos.

Una tarde, el discípulo fue a una leprosería y estuvo ayudando a los


enfermos a comer y a vestirse. Luego regresó a la ermita y esa noche el maestro le
preguntó:

—¿Qué tal ha ido todo?

—¡Oh, todo muy bien! –exclamó el discípulo–. He ayudado muchísimo.


Todo el mundo estaba encantado conmigo. He preparado comidas, he lavado, he
confeccionado vendajes... He sido de mucha ayuda, tanta que incluso lo ha
comentado el director de la leprosería y me ha felicitado. Sí, he ayudado
enormemente.

El maestro cogió la vela que estaba encendida y la arrojó a un pequeño


fuego que había en el exterior para espantar a las alimañas. El discípulo se quedó
atónito.
—¿A qué viene este acto impulsivo y absurdo? –preguntó con insolencia.

El maestro dijo:

—Como la cera se derrite en la hoguera, así se disipan los méritos de las


buenas acciones de las que uno se ufana.

Reflexión

Hay un yoga muy valioso, pero pocos en Occidente gustan de practicarlo. Y


sin embargo es en Occidente donde más debería ser estudiado y puesto en la
práctica. Me refiero al karma-yoga o yoga de la acción desinteresada, que tanto
inspiró fecundamente a Gandhi. Es el yoga, asimismo, de la acción consciente,
lúcida, precisa y diestra, pero a la vez más desinteresada y menos personalista.
Este yoga nos enseña a valorar más el proceso que el fin de éste, más las obras que
sus frutos. Se actúa por amor a la obra y el proceso ya es la meta. Se requiere
atención consciente, precisión, ecuanimidad y paciencia. El karmayogui, en lo
posible, pone los medios para que los otros sean felices y les evita el sufrimiento.
No se obsesiona por los resultados y jamás se envanece o alardea de ellos. Hace lo
mejor que puede, pero no se deja alienar por la acción y se ejercita para ser
contemplativo en la actividad, interiormente pasivo en la acción. Hace sin hacer y
se mantiene establecido en su ser a pesar de la acción. No se impacienta, no se
agita, no fuerza inútilmente los acontecimientos y sabe respetar el curso de los
eventos. Vivakananda decía: «Trabajad por amor al trabajo. Hay en cada país unos
pocos seres humanos que son, realmente, la sal de la tierra y trabajan por amor al
trabajo, sin preocuparse del renombre ni la fama, ni siquiera de ir al cielo. Trabajan
simplemente porque de ello resulta el bien».
¿Acaso sois Jueces?

Eran unos discípulos que llevaban muchos años con su maestro, pero que no
podían corregir tener la lengua demasiado ligera y utilizarla a veces como una
daga. Se juzgaban alegremente unos a otros, criticaban y censuraban por sistema y
habían hecho de todo eso su diversión favorita. Incluso llegaron a criticar más o
menos veladamente a su propio maestro. Como éste sabía que todos eran bastante
inclinados a la censura fácil y gratuita, intuyó que él mismo también era diana de
sus comentarios. Les llamó cierto da y les dijo:

—¿Acaso sois jueces u os gusta ejercer como tales? ¿Habéis estudiado leyes
y por eso os place tanto actuar como jueces?

Los discípulos enrojecieron de vergüenza y se quedaron muy turbados y


vacilantes, sin saber qué responder. El mentor agregó:

—Os he enseñado muchas cosas, pero os voy a enseñar hoy unas cuantas
más, aunque no parecéis aprender fácilmente, mis queridos jueces. ¿Sabéis algo
importante? Al criticar a los demás, os estáis criticando a vosotros mismos. Si
destacáis lo peor de los otros, es que sólo veis lo peor en vosotros mismos. En
vuestra mirada hay fealdad porque vuestra mente y vuestro corazón son feos. Si
después de tanto tiempo no habéis mejorado, no merecéis ser mis discípulos ni yo
merezco teneros como tales.
Y el maestro se retiró a una ermita situada en las altas cumbres.

Reflexión

¡Podemos llegar a ser tan indulgentes y permisivos con nosotros mismos y


tan implacables con los demás...! Nos gusta ejercer como jueces y con la misma
ligereza culpamos a los otros, los descalificamos o llegamos incluso a calumniarlos,
del mismo modo que los elogiamos sin sentido o por obtener algún beneficio del
halago. No es de extrañar que en el Dhammapadapodamos leer: «No hubo nunca, ni
habrá, ni hay ahora nadie, que pueda encontrarse en este mundo que deje de
culpar o elogiar a otros». Por eso hay que ser indiferente al elogio y al insulto de
los demás, pero hay que tratar de no ceder a la contumaz tendencia de erigirse uno
en juez de los otros e intentar ser más comprensivos y tolerantes.
Los dos Eremitas Pacíficos

Se trataba de dos eremitas que llevaban años ejercitándose en la quietud de


la mente y la generosidad del espíritu. Vivían en el bosque desde hacía años y
nunca habían discutido. Un día, uno de ellos, por diversión, le dijo al otro:

—¿Por qué no discutimos un poco, como hace todo el mundo, ya que


nosotros nunca lo hemos hecho?

—Si te empeñas –dijo el compañero–. Sí, tienes razón, nunca hemos


discutido ni regañado por nada.

—Pues ahora yo coloco esta escudilla entre nosotros, digo que es mía y tú
afirmas que es tuya, y comenzamos discutir, ¿te parece?

—De acuerdo.

El eremita que había tenido la idea dijo:

—Esta escudilla es mía. El compañero replicó: —No, es mía.

Y el otro dijo:

—Sí, es tuya.
Reflexión

«No soy libre para ser violento, cruel, malevolente», confesó en una ocasión
un maestro. ¡Cuánta razón tenía! Ejercitado en el sosiego, el espíritu de la no
violencia y la compasión, ya no tenía capacidad para ser agresivo. Si uno se ha
adiestrado en la genuina virtud y ha logrado el entendimiento correcto, aun
proponiéndoselo no puede ejercer ningún tipo de acción agresiva. Será firme, pero
no hostil; será fuerte interiormente, pero no agresivo. El que ha conseguido ver
desde la sabiduría no puede herir a los otros sin dañarse a sí mismo; el que ha
erradicado la tendencia latente de la ira no puede airarse, porque la mansedumbre
palpita en su aliento.
Generosidad

Era un maestro con fama de santidad y sobre todo de generosidad. Iba un


día paseando por el jardín de su anfitrión cuando observó que un criado recibía un
plato con su ración de comida diaria y un trozo de pan.

Un perro que husmeaba por allí se aproximó al criado y éste le dio el


pedazo de pan. El animal se lo comió con avidez y a continuación el hombre le dio
toda la comida que había en su plato y que era su ración de alimento para toda la
jornada. El maestro se acercó al criado y le preguntó:

—¿Cuál es tu ración diaria?

—La que le he dado al perro, señor –respondió. —¿Y por qué en lugar de
dársela al perro no te la has comido tú?

—Porque este animal ha venido de fuera y, como hay que ser hospitalario
con el visitante, he pensado que tendría hambre y le he dado el pan.

El maestro volvió a preguntar:

—¿Y por qué el plato de comida?


El criado repuso:

—Muy simple: porque tenía más hambre. Desde ese día el maestro le pidió
a todo el mundo que nunca volvieran a concederle a él el título de generoso.

Reflexión

La más bella y fecunda expresión de generosidad no es dar de lo que te


sobra, sino incluso de lo que te falta. Todas las desigualdades de este mundo
desaparecerían de haber generosidad, y ésta parte de la genuina compasión y la
benevolencia. Mi entrañable y admirado amigo, el venerable Nyanapoka Thera, al
que entrevisté varias veces en su ermita cercana a Kandy en Sri Lanka, escribía: «El
mundo sufre, pero la mayoría de las personas tienen los ojos y los oídos cerrados.
No ven la corriente incesante de lágrimas que fluyen durante toda la vida, no oyen
los gritos de dolor que constantemente saturan el mundo. Sus propias minúsculas
penas y alegrías nublan su vista y ensordecen sus oídos; debido a su egoísmo, sus
corazones se han vuelto duros y correosos y, siendo así, ¿cómo podrían
conmoverse ante una meta más alta?, ¿de qué manera podrán darse cuenta de que
la única forma de liberarse del sufrimiento es liberándose de su egoísmo?».

Muchas personas son tan ávidas que ni siquiera dan un minuto de su


tiempo y no son capaces de compartir absolutamente nada. Son egoístas y ávidas,
y se pierden así el disfrute y la oportunidad de dar y compartir. El que da es el que,
de acuerdo con los antiguos sabios orientales, debería estar agradecido por la
ocasión que se le ha presentado de poder desarrollar su compasión y abrir su
corazón dando. Una mente guiada por la avidez condicionará palabras y actos, y
los teñirá con la fea y miserable actitud de la avaricia, pero una mente orientada
por la generosidad esmaltará de benevolencia y ternura los actos verbales y
corporales.
Accesos de Ira

Era un hombre que tenía recurrentes accesos de gran ira que no lograba
controlar. Muy preocupado por ello, se enteró de un sabio que podía aconsejarle y
que vivía en la cima de una colina. Decidió acudir a visitarle. Una vez ante él le
expuso el problema. El sabio dijo:

—Amigo mío, hasta que vea tu ira, no puedo aconsejarte. Cuando tengas un
acceso de furia, ven y muéstramela.

Unos días después, el hombre sintió mucha ira y fue a visitar al sabio, pero
cuando llegó ya se le había pasado.

—Así no puedo aconsejarte. Necesito verte airado. La próxima vez ven más
pronto.

Unos días después, cuando el hombre fue de nuevo anegado por la ira, salió
corriendo hacia el lugar donde se encontraba el sabio, pero nuevamente, al llegar,
ya no la sentía.

—¡Vaya! –exclamó el sabio–. Tendrás que venir más rápido cuando vuelva a
venirte la ira.

Unos días después, en cuanto sintió ira, el hombre salió corriendo tanto
como pudo. Jadeante y exhausto, llegó a la cima de la colina, pero ya no tenía ira.

Y el sabio le dijo:

—¿Lo ves? La ira no te pertenece. Viene y se marcha, como una ola sube y
baja. Lo que tienes que hacer es no dejarte atrapar por esa ola y mantener la
quietud a pesar de la ola de la ira.

Reflexión

El sabio aconsejó perfectamente al hombre y la actitud por él recomendada


es aplicable a todos los estados aflictivos mentales o emocionales, sea la ira, el odio,
los celos, el miedo, la vanidad u otros. Esos estados vienen y se marchan, y lo
importante es permanecer en el propio ángulo de quietud, muy vigilante y
aplicando la ecuanimidad para no dejarse arrastrar, pues si uno se identifica con
ellos es cuando pierde toda la presencia de sí y se convierte en una masa de ira,
odio, celos o envidia. Aunque al principio uno fracasará en el intento, ejercitándose
en esa atención serena y ecuánime, logrará ir manteniéndose en quietud a pesar de
esos estados, evitando reaccionar gracias a la energía inquebrantable de la
ecuanimidad. También hay que esforzarse por desarrollar estados mentales
positivos, pues los negativos son la ausencia de éstos.
En Busca del Maestro

Llevaba diez años en busca de un maestro espiritual, recorriendo los


caminos de la India. Decidió adentrarse en los altos Himalayas para ver si en esas
remotas tierras le era dado conocer a un verdadero maestro. Estaba atravesando
uno de los colosales valles himalayos cuando se encontró con un anciano que, al
igual que él, hacía el camino a pie. Durante días los dos hombres caminaron juntos.
Llegó la hora de la despedida y el joven le comentó al anciano:

—Ha llegado el momento de separarnos. Debo seguir con mi incansable


búsqueda de un genuino maestro y ya se ha prolongado a lo largo de diez años. ¿Y
tú? ¿Qué harás?

El anciano repuso:

—Lo que vengo haciendo desde hace veinte años. Tratar de encontrar un
genuino discípulo.

Reflexión

La antigua instrucción reza: «Si el discípulo está preparado, aparecerá el


maestro». Pero igual que no es fácil hallar un maestro realizado, tampoco lo es
encontrar un discípulo verdadero, maduro y con inquebrantables aspiraciones
hacia la liberación de la mente y la paz interior. El maestro exterior sólo constela al
maestro interior; el sabio que podemos hallar fuera es el reflejo de nuestro sabio
interior. Si tuviéramos todos la motivación de Lalla, lo mejor de nosotros afloraría
y nos dictaría su perenne sabiduría. Lalla declaraba: «Apasionado, con el anhelo
pintado en los ojos, buscando y escudriñando noche y día, he aquí que, al fin,
contemplo al Verdadero, al Sabio, que en mi propia casa (el ama) llena por
completo mi visión. Ése fue el día de mi buena estrella. Sin aliento, le retuve para
que fuese mi Guía. Así, mi Lámpara de Conocimiento brilló lejos, avivada por el
suave aliento de mi boca. Entonces, revelada a mi Ser mi alma resplandeciente,
proyecté hacia fuera mi Luz interior y, disipada la oscuridad en torno a mí, sujeté
firmemente la Verdad».
El Samurai

Un aguerrido samurái fue a visitar a un anciano sabio para exponerle una


duda que le atormentaba desde hacía mucho tiempo.

—Señor –dijo–, me hallo aquí porque necesito saber si existen el cielo y el


infierno.

—¿Quién lo pregunta? –dijo el sabio.

—Un samurái –respondió orgulloso el guerrero. —¿Y tú con este aspecto


eres un samurái? Seguro que no eres más que un necio y un cobarde.

El samurái, encolerizado, desenvainó al pronto el sable, momento en el que


el sabio dijo:

—Ahora se están abriendo las puertas del infierno.

El samurái tuvo un punto de comprensión clara y recuperó el sosiego, a la


par que enfundaba, avergonzado, el sable, y el sabio aseveró:

—Ahora se están abriendo las puertas del cielo.


El samurái hizo una solemne reverencia ante el sabio y dijo:

—Gracias, señor, habéis contestado a mi pregunta con enorme sabiduría.

El samurái dejó su oficio y vivió en paz.

Reflexión

Un antiguo adagio reza: «Estamos en el camino para ayudarnos. No hay


otra cosa que el amor». Como indico en mi relato El faquir, lo único que distingue a
un ser humano sobre otro es su bondad primordial. Cuantas más personas
bondadosas halla, un mundo menos hostil y más justo podrá irse construyendo. El
egoísmo, la ofuscación, la ira, el odio, los celos, la envidia, la rabia, la avidez y la
malevolencia representan la vía hacia el infierno interior y exterior, en tanto que la
compasión, el amor, la indulgencia, la alegría compartida, el sentido de solidaridad
y cooperación son el camino directo hacia el paraíso interior y exterior. Si algo
necesita este mundo convulso es amor; si algo requiere esta sociedad atrozmente
competitiva y orientada hacia la posesividad y la hostilidad, es compasión.
Nisargadatta aseveraba: «Sin amor, todo es mal. La vida misma sin amor es un
mal». La indulgencia es un don; la benevolencia, un tesoro. Buda decía: «Esparce
tus pensamientos amorosos como pétalos de flor en todas las direcciones». Se
conquista al que se odia mediante la compasión, como al desasosegado mediante el
sosiego. En el Dhammapadase nos instruye: «Verdaderamente felices vivimos sin
odio entre los que odian. Entre seres que odian, vivamos sin odio». Para Buda
existen cuatro cualidades tan sublimes que las denomina «las cuatro santas
moradas». Se trata del amor, la compasión, la alegría por el bienestar de los otros y
la ecuanimidad. A su hijo Rahula le exhortaba así: «Desarrolla la meditación sobre
la benevolencia, Rahula, pues con ella se ahuyenta la mala voluntad. Desarrolla la
meditación sobre la compasión, Rahula, pues con ella se ahuyenta la crueldad.
Desarrolla la meditación sobre la alegría compartida, Rahula, pues con ella se
ahuyenta la aversión. Desarrolla la meditación sobre la ecuanimidad, Rahula, pues
con ella se ahuyenta el odio».
El Atavío

Un hombre fue invitado a comer en la lujosa mansión de unas personas muy


acaudaladas. Llegó a la reunión ataviado con unas prendas muy sencillas y se
percató de que los anfitriones disimulaban para evitar saludarle. Dejó durante
unos minutos la reunión, se desplazó a su casa y se envolvió en una lujosísima y
muy cara túnica de la mejor seda que uno pudiera imaginar. Volvió a la mansión y
nada más entrar los anfitriones se aproximaron a él y le saludaron con enorme
deferencia, respeto y cordialidad, invitándole a pasar al comedor.

El invitado accedió al comedor y le pidieron que presidiera la mesa,


indicándole su silla. El hombre, ante la perplejidad y vergüenza de todos los
presentes, se quitó presto la túnica, la arrojó sobre la silla y dijo:

—Puesto que es la túnica la que os inspira deferencia, respeto y cordialidad,


aquí os la dejo y yo me marcho. ¿Por qué, amigos, no organizáis una comida de
túnicas?

Se dio media vuelta y partió.

Reflexión

En la sociedad se valora a las personas por lo que tienen o aparentan, pero


no por lo que son. Una sociedad hasta tal punto insustancial sólo se orienta hacia el
envanecimiento y no valora a los seres humanos por sí mismos, sino por sus
pertenencias. Al ponerse el énfasis en la personalidad (persona: máscara), no se
repara en lo esencial. Los que así proceden son víctimas ellos mismos de su propia
banalidad, y viven de espaldas a su sol interior y al de los demás.
El Yogui y el Erudito

Se trataba de un erudito muy pagado de sí mismo, que siempre estaba


haciendo gala de sus conocimientos de todo orden, menospreciando a aquellos que
no eran tan cultos como él. Escuchó hablar de un yogui y acudió a visitarlo, pero
no para interesarse por él o preguntarle algo sobre la ciencia espiritual, sino para
jactarse de sus conocimientos.

—No hay rama de la ciencia o de la filosofía que no haya estudiado a fondo.


Soy una biblioteca viviente. Mis conocimientos con incalculables.

El yogui le miró directamente a los ojos y le gritó: —¡Necio ignorante!

El erudito se descompuso, llenándose de ira. Se lanzó contra el yogui y


comenzó a golpearlo una y otra vez, hasta quedar ahíto. Después de haber sido
maltratado, el yogui le sonrió y el erudito se quedó petrificado al comprobar la
serenidad de ese hombre, que le dijo sosegadamente:

—Has aprendido mucho, sin duda, pero no a controlar tu mente ni sus


reacciones. Sabes mucho, pero no eres un hombre de paz.

El erudito se postró ante el yogui y le suplicó perdón. Después se marchó


avergonzado.
Reflexión

No hay saber más alto que el de poder sustraerse a las reacciones negativas
y a las emociones perniciosas. Si lo conoces todo y no te conoces a ti mismo, eres
un mísero ignorante. La inteligencia primordial no es conocimiento libresco,
erudición o acumulación de datos, sino la visión esclarecida que pone en marcha la
maravillosa potencia de la compasión. Se puede aprender más sobre uno mismo en
una hora de meditación que en mil horas de lecturas. Para el que sabe ver, todo
adquiere un sentido que escapa a la simple erudición. Ésta en sí misma no
transforma, y una enciclopedia viviente puede ser una masa de desorden y
sufrimiento para sí misma y para los otros. Es un sabio no el que acumula
conocimientos, sino el que se libera de las ataduras de la mente y supera las
ilusiones del ego; es un sabio el que en su propio corazón siente el corazón de
todas las criaturas y permanece inmutable ante los acontecimientos, sin perder su
eje de quietud; es un sabio el que se libra de las redes de la ignorancia, no a través
de conocimientos, sino de experiencias profundas que lo transforman y permiten
que resplandezca la luz interior.
Índice

Introducción

El borracho y la campana

Terapia contra la avaricia

El hombre egoísta

Un mundo ilusorio

La arrogancia

El manuscrito secreto

Mírate a ti mismo

El asceta errante

La solicitud del monarca

El devoto cínico

Una vida sencilla, una muerte sencilla

El monje que deseaba ser lavandero

Dos grandes problemas

Los tres falsos maestros

El camaleón

El duelista juicioso

Imperturbado
La gota de miel

El niño

El anciano y el bandolero

La estratagema del Divino

¿No te basta con vivir?

La tentación

En busca del valle perdido

Más allá del ego

Las mulas

El río

Un filósofo en aprietos

La vanidad del triunfador

Bisuteros y joyeros

El fantasma

¿Destino o libre albedrío?

Apariencias

El brahmán hipócrita

El joven cruel

La broma

Las tres ancianas

La rama
La denuncia

Impermanencia

El cumpleaños del monarca

Ayuda a los desvalidos

¿Acaso sois jueces?

Los dos eremitas pacíficos

Generosidad

Accesos de ira

En busca del maestro

El samurái

El atavío

El yogui y el erudito

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