Calle Ramiro A - Cincuenta Cuentos para Meditar Y Regalar
Calle Ramiro A - Cincuenta Cuentos para Meditar Y Regalar
Calle Ramiro A - Cincuenta Cuentos para Meditar Y Regalar
Calle
29005-Málaga
España
Nirvana Libros S.A. de C.V. 3ª Cerrada de Minas, 501 Bodega nº 8 , Col. Arvide
Del.: Alvaro Obregón
Buenos Aires
(Argentina)
www.editorialsirio.com
E-Mail: [email protected]
Printed in Spain
Introducción
Tan orientadoras son estas historias, y por lo general tan amenas e incluso
divertidas, que toda clase de público conecta perfectamente con ellas, incluidos los
niños de corta edad. Sé de muchos padres que habitualmente (¡qué bien hacen!) se
las leen a sus hijos y las comentan con ellos; sé de maestros que las relatan a sus
alumnos y de extraordinarias comunicadoras de la radiodifusión (como mis
buenas amigas Rosa María Belda y María Quirós) que se sirven de ellas, con gran
acierto, en muchos de sus programas.
Salió de la taberna dando tumbos y de vuelta a casa tenía que pasar por las
puertas de un cementerio, en donde se podía ver un cartel que decía: «Toque la
campana para avisar al vigilante». Era de madrugada y el beodo se puso a tocar
sin parar la campana, formando un gran escándalo. Al poco tiempo llegó el
vigilante, malhumorado, y se dirigió al borracho para pedirle explicaciones:
—¿Por qué demonios tiene que tocar la campana a esta hora de la noche?
—¿Y por qué tiene este cartel que obligarme a que toque la campana para
avisar al vigilante?
Reflexión
—Tú eres uno de los hombres más ricos del mundo, pero siempre quieres
más. Si puedes llenar mi escudilla con monedas de oro, te diré cómo conseguir un
fabuloso tesoro.
El rey pensó que nada tenía que perder y su avidez le dijo que por qué no
probar. Llamó a uno de sus asistentes y le ordenó que trajera una bolsa de
monedas de oro. Una vez la tuvo en sus manos, la abrió y comenzó a echar
monedas en la escudilla. Ante su sorpresa, no pudo llenarla. Exigió que le trajeran
entonces un saco lleno de ellas y comenzó a verterlas sobre la escudilla, pero ésta
seguía vacía. Trajeron varios sacos de monedas de oro y sucedió lo mismo. El
monarca ordenó que trajeran todos los tesoros del reino y todos los engulló la
escudilla. Desesperado, preguntó:
—¿Te das cuenta, señor? Así es el ser humano. Por mucho que le des, nunca
está satisfecho y continúa sintiéndose interiormente vacío. Nada puede saciar su
voracidad; nada puede llenar su vacío interior.
—Te equivocas, señor. No soy más que un pobre ermitaño, sólo eso, pero
este cráneo-escudilla sí es mágico, porque fue el cráneo de un gran demiurgo. Él
refleja perfectamente cómo es la cabeza del llamado ser humano: siempre pidiendo
más, ansiando más, esperando más. ¿De qué sirve ser un monarca si tu mente es
mucho más pobre que la de un mendigo?
Ramiro A. Calle
Entonces el rey tuvo un destello de comprensión profunda. Efectivamente,
él había sido siempre el más mendigo de los mendigos.
Reflexión
Era un hombre que nunca había hecho nada por los demás, que siempre
había sido muy egoísta y que sólo se había ocupado de sí mismo. Se hizo mayor,
un día se sintió indispuesto y entonces se dirigió a Dios para rogarle:
Y Dios repuso:
—Ya no hay tiempo para eso. Ojalá me lo hubieras pedido años antes.
Reflexión
La vida es corta. Transita sin cesar. Tempus fugit Todo fluye. Se nos escapa la
existencia sin darnos cuenta, salvo que estemos muy atentos y receptivos. Era
Ramaprasad Senel que decía: «Considera, alma mía, que no tienes nada que puedas
llamar tuyo. Vano es tu errar sobre la Tierra. Dos o tres días y luego concluye esta
vida terrena; sin embargo, todas las personas se jactan de ser dueñas aquí. La
Muerte, dueña del tiempo, vendrá y destruirá tales señoríos». No hay tiempo que
perder. Los sabios hindúes nos dicen que la vida dura menos que un guiño en el
ojo del Divino. Hay que procurarle un sentido. Más allá de si tiene un sentido
último, cada uno puede conferirle a la vida el sentido, el significado y el propósito
que uno quiera. Los hay que hacen de su vida un erial, ¡qué terrible! Otros, por
fortuna, un vergel para ellos mismos y los demás. Se nos han entregado unos
instrumentos vitales (cuerpo, mente y energía), y van a acompañarnos un número
limitado de años en este escenario vital. ¿Qué vamos a hacer con esos años?
Podemos ser egoístas y posesivos o desprendidos y generosos; podemos ser
hostiles o cooperantes, narcisistas o humildes, malevolentes o amorosos. Cada uno
es el responsable de sus actos y las consecuencias habrán de seguirnos. Podemos
llenar nuestra mente de estados aflictivos y nuestro corazón de emociones insanas,
o, por el contrario, embellecer la mente, suscitar emociones beneficiosas y enviar
nuestros pensamientos amorosos en todas las direcciones. ¿Qué vamos a hacer con
nuestra vida?
—Y así es, queridos míos, pero ¡es tan doloroso perder un hijo ilusorio en
un mundo ilusorio!
Reflexión
—Hasta una palabra es suficiente para destruir el todo, así que no voy a
decirte nada, pero puedes llevarme dentro de ti.
Reflexión
La arrogancia cierra todas las puertas hacia la Sabiduría. El que busca atajos
para llegar al cielo, comprobará que no existen. El trabajo sobre uno mismo para
evolucionar tiene que hacerlo uno mismo, y de ahí la antigua enseñanza que reza:
«Los Grandes del Espíritu señalan la ruta, pero uno tiene que recorrerla». En su
campo, los pensamientos y las palabras son necesarios, pero la conquista de lo
ilusorio para alcanzar la sabiduría liberadora es a través de la virtud, la meditación
y el entendimiento correcto, sin dejar de revestirnos de la genuina humildad que
nos alentará a seguir aprendiendo sin cesar, puesto que somos aprendices en la
senda hacia lo Inefable.
El Manuscrito Secreto
Era un anciano maestro que en su ascética celda sólo contaba con un catre y
un manuscrito que conservaba en un rincón de la habitación, envuelto
primorosamente con tules. Los discípulos del maestro le habíanpreguntado a
menudo por aquel manuscrito, pues había prohibido expresamente que cualquiera
de ellos lo ojeara. Cuando le preguntaban por él, se limitaba a decir:
Reflexión
—En estos días que corren, mucho te agradecería que me dieras alguna
instrucción mística.
El maestro repuso:
—Poco tengo que enseñarte, pero te aconsejo que antes de hablar de otro, te
mires a ti mismo. Y si quieres ver al diablo, contempla tu propio ego.
Reflexión
—¡Oh necia! De manera que te preocupas por lo que comen los santos en el
cielo y ni se te ocurre preguntarte si yo tengo o no algo para alimentarme.
Reflexión
Pasaron tres años más y los sabios presentaron diez volúmenes ante el
monarca, que dijo:
—No, no tengo tiempo de leer tantos volúmenes. Por favor, esforzaos más y
sintetizad.
—Ya no me queda casi tiempo –se condolió el rey–. La vida pasa y lleváis
muchos años tratando de hacer esa obra que se refiere a la historia del hombre. No
tengo tiempo. Esforzaos por sintetizar más. Si nos os dais prisa, moriré antes de ver
acabada esa obra.
Entonces un desconocido se adelantó y dijo:
Y el yogui dijo:
Reflexión
Y cierto día pasó por allí un gran maestro al que todos consideraban tan
avanzado espiritualmente que si uno de verdad seguía sus enseñanzas, podía
hallar en esta vida la realización espiritual definitiva. Llegó a sus oídos que un
hombre de la localidad iba asegurando que daría veinte años de vida por alcanzar
la liberación, por lo que le hizo llamar y le dijo:
Reflexión
Llenamos nuestras vidas de buenas intenciones y toda clase de propósitos y
proyectos, pero ¿adónde van a dar? Los dejamos sobre el abismo y la mayoría de
ellos no se materializan, porque hay que distinguir entre la comprensión de
superficie, que no es tal, y la verdadera comprensión, que es la que impulsa a
proceder en consecuencia. No basta con proponerse un objetivo, sino que hay que
poner los medios hábiles para hacerlo posible. Decimos querer cambiar, pero no
hacemos nada eficiente para lograrlo. No hay ningún caso de una persona que se
acueste por la noche de una manera y se levante de otra. El cambio interior sólo
sobreviene mediante el esfuerzo bien dirigido, la disciplina y el autoconocimiento.
Para poder conquistar la paz interior, hay mucho que perder: agitación, envidia,
celos, rabia, enfoques incorrectos, avidez, odio... Muere una parte de uno para que
aflore la más fértil. Para liberarse, sí, hay que dar a veces veinte años de la propia
vida: veinte años de ejercitamiento para liberar la mente de sus ataduras. Buda dio
seis, Jesús otro tanto o más, Mahavira también y lo mismo Pitágoras. La senda
hacia la Liberación es gradual y, como nadie puede recorrerla por uno, no existe
otra posibilidad que hollarla uno o seguir empantanado en el doloroso terreno de
la ignorancia.
Una vida Sencilla, una muerte Sencilla
—Que nadie se aflija por mí –musitó el maestro–. Lo que deba ser, será.
Vida y muerte se complementan. Todavía, sin embargo, tengo tiempo de deciros
algunas cosas.
—Una vida sencilla, una muerte sencilla. No hay otro secreto. Llega el
placer y disfrutas, pero sin apego; llega el sufrimiento y sufres, pero sin
resentimiento. Es necesario aprender a ser armónico en lo inarmónico y sosegado
en el desasosiego. Una vida de hermosa simpleza, sin inútiles resistencias. Hay
tempestad y calma, pero el equilibrio tiene que estar dentro de uno. Escuchadme
bien, amados míos: una vida sencilla, una muerte sencilla.
Sólo tenía cinco años de edad cuando se quedó huérfano y fue acogido en
un monasterio. Se convirtió en novicio y con los años se hizo monje. Tenía unas
sobresalientes dotes para la búsqueda espiritual, la comprensión de los textos
sagrados y la concentración de la mente. Además de ser muy inteligente,
destacaba, sobre todo, por ser una criatura siempre cariñosa y afable.
Cierto día el abad hizo llamar al monje y le dijo: —La naturaleza ha sido
sumamente generosa contigo. Tu cuerpo es fuerte y sano, tu mente es muy
brillante, y tu corazón es amoroso y compasivo. No me extraña que a todos les
guste tu presencia en nuestro monasterio y te hayas ganado el afecto de todos los
que aquí estamos. Estás capacitado para tantas actividades que de hecho no sé qué
labor encomendarte. Estoy seguro de que podrías llevar a cabo cualquiera con toda
perfección. A veces pienso que deberías dedicarte a la enseñanza y otras, en
cambio, a cotejar y traducir textos sagrados; en ocasiones considero que deberías
dirigir el dispensario y otras predicar la Doctrina. Eres asimismo la persona más
capacitada para en su día sucederme. Creo que debes ser tú mismo el que decida
qué tarea desempeñar.
—Lavandero.
—¿Lavandero? –preguntó el abad verdaderamente perplejo y sin poder
creer lo que escuchaba–. ¿Lavandero? —Sí, lavandero –aseveró el monje.
Desilusionado, el abad preguntó:
—Porque así los demás me traerán su ropa para que la lave y luego se la
llevarán. De ese modo, nada tendré que me pertenezca y seré libre. La ropa viene y
la ropa se va. Nada quiero retener. Mi deseo es convertirme en el monje lavandero.
Reflexión
–cuando tal es necesario–. Como las olas vienen y parten y las nubes pasan
por el cielo, los acontecimientos y personas surgen y se desvanecen en nuestras
vidas y hay que saber dejar ir, soltar, armonizar. Todo fluye. Nadie puede detener
o empujar el río. Hay pocas cualidades tan nocivas e innobles como la avaricia. El
avaricioso sólo quiere retener, acumular, sumar, y pone todo su ser en esa
orientación de avaricia que le aleja de sus energías de cooperación y solidaridad.
No es lo que es, sino lo que tiene. No confía en sí mismo, sino en sus posesiones.
No sabe soltar y, sin embargo, tendrá que liberar incluso su cuerpo. Hay un modo
bien distinto de acumulación. Se trata de acumular sabiduría, méritos, quietud y
generosidad. Como no es adquirido, sino que se amontona dentro de uno, no se
puede perder. Una de las peores enfermedades de la mente es la avaricia; uno de
los antídotos más eficientes es la esplendidez.
Dos Grandes problemas
—En esta vida hay dos grandes problemas –sonrió, sin dejar de clavar sus
ojos profundos y sinceros en los de su discípulo–. El más importante es, con
mucho, la pobreza. Créeme, amigo mío, no hay dificultad mayor. La miseria desola
y atormenta. Pero el segundo problema es la riqueza, porque te ves obligado a
emplear toda tu energía en conservarla, y así también te atormentas y no dejas de
estar obsesionado.
Reflexión
—Te digo que es marrón –aseveró uno de los hombres. —Pues yo te digo
que es verde –replicó el otro. Y así, comenzaron a soliviantarse.
—Es marrón, ¿o es que no tienes ojos para verlo? —Tú sí que pareces estar
ciego. Es verde. Acertó a pasar por allí un lugareño y uno de los discutidores le
preguntó:
—En absoluto, amigos míos. Cada uno de vosotros ha visto un aspecto del
camaleón y por tanto ambos tenéis relativa razón. Yo he visto todos los aspectos
del animalillo, porque vivo al lado de la palmera en la que habita y he podido
observarle durante semanas y meses.
Reflexión
—¿Y la segunda?
A partir de ese momento, los dos hombres se hicieron amigos para siempre.
Reflexión
Reflexión
—Prestad ahora atención a la historia que voy a relataros, y eso que sabéis
que no me gusta hablar mucho.
—Había una vez un hombre muy pobre que decidió abandonar su país en
busca de fortuna. Durante días y días no dejó de caminar. Un amanecer se adentró
en un frondoso bosque. Tras algunas horas se dio cuenta de que se había perdido,
no sabía qué camino tomar para salir de allí y temía que alguna alimaña le atacara;
además, sentía hambre y sed, y su ansiedad iba en aumento. Tomó un camino y
después otro, pero no hallaba la salida.
»Entre tanto, ¿qué había sido del elefante? Al llegar al árbol y no encontrar
al hombre, se enfureció y comenzó a golpear los árboles con su poderosa trompa,
de tal modo que desprendió una colmena y ésta fue a caer al pozo. Miles y miles de
abejas se lanzaron contra el hombre y comenzaron a picarle. Mas he aquí que una
gota de miel cayó en la frente del hombre y se fue deslizando por su cara hasta
alcanzar sus labios y penetrar en su boca. Cuando eso ocurrió, el dulzor de la miel
le embelesó de tal modo que se olvidó por completo del elefante, los demonios, las
ratas, las abejas, las serpientes y su apurada situación. ¿En qué debía de estar
pensando ese hombre? Sólo en que otras gotas de miel llegasen a su boca. Por ese
motivo no se defendió, las ratas quebraron los matorrales, él se precipitó al fondo
del pozo y murió.
El anciano dijo:
Reflexión
—Amiguito, tú eres mi maestro. Ojalá que cada vez que me siente a meditar
pueda estar tan concentrado como tú lo estás ahora, que sea capaz de dirigir todos
mis pensamientos al Supremo y que, como a ti te sucede, nada pueda distraerme.
Sí, eres mi maestro.
Reflexión
Reflexión
Entonces huyó a la ciudad. Allí tuvo que seguir prostituyéndose para poder
sobrevivir y alimentar al niñito. A pesar de todo ello, era una ferviente devota de la
diosa y nunca dejaba de hacerle ofrendas y de elevarle sus plegarias. Transcurridos
los tres días, la cabeza de la diosa volvió a ser colocada en su cuerpo. Desde
entonces aprendió a ser mucho más tolerante y sobre todo compasiva. En su
corazón ya no sólo resplandecía la pureza, sino también la comprensión y el amor.
Reflexión
Nunca mejor dicho que hay que ponerse no sólo en el lugar de otro, sino en
la cabeza de los demás, para tratar de darse cuenta de cuáles son sus dificultades y
vicisitudes, y tratar de, sensiblemente, identificarse con ellas, experimentar
compasión y ser más comprensivo y generoso. Aquel que no sabe ver las
necesidades ajenas ¡cuánto menos podrá atenderlas! El que únicamente tiene ojos
para sí mismo se pierde la fecunda contemplación de las otras criaturas. La pureza
sin amor es como una flor sin aroma.
¿No te Basta con Vivir?
—¿Y...?
—Sí, es cierto, pero van pasando los días, van pasando los meses, y todo
sigue igual.
Reflexión
—Se trata de un funeral. Los deudos ponen dinero, una casita y un coche en
miniatura para que el muerto, en su próxima vida, no carezca de tales posesiones.
—¡Cuánta razón te asiste, hijo mío! Por unos momentos he sido tentado. Si
no logro liberarme en esta vida, te ruego que en mi altar funerario, cuando muera,
coloques tan sólo una flor. Así renaceré en una flor, libre de apegos, de ego y de
maldad.
Reflexión
A pesar de todo ello, en este paradisíaco valle había un joven que no era
capaz de apreciar su hermosura y sosiego, y que a menudo se aburría
insuperablemente. Cierto día su sabio padre le dijo:
—Hijo mío, pero ¿no te percatas de lo afortunado que eres? El aire es puro,
la atmósfera serena, la gente buena y pacífica, los frutos de la tierra abundantes...
No hay contaminación, ni violencia, ni ningún tipo de fricción. Todo inspira e
invita a la quietud, la dicha y al calma.
Reflexión
—Sin duda, respetado maestro, la que más a menudo me hago es: ¿qué o
quién soy yo?
Reflexión
—Fíjate, amigo mío, precisamente quería proponerte una tarea y así ganarás
un poco de dinero que te puede venir muy bien. En mi monasterio hay una roca
inmensa que no puedo mover. Me gustaría que alquilases una mula y la cambiaras
de sitio.
El discípulo alquiló la mula e intentó mover la roca, pero era ésta tan pesada
que el animal no podía con ella. Por esta razón, se decidió a alquilar otra mula,
pero los dos animales tampoco lograron acarrearla. Alquiló una tercera y tampoco
fue posible trasladar la pesada roca. Finalmente, alquiló media docena de mulas y
entre todas sí consiguieron transportar la colosal piedra. Después acudió a visitar
al maestro a la espera de la anhelada respuesta. El mentor dijo:
—¿Todavía necesitas una respuesta cuando has tenido que recurrir a media
docena de mulas para poder mover la roca que una sola no podía?
Reflexión
—Pero ¿seguiré siendo yo? –quiso saber el río angustiado, temiendo perder
su identidad.
—Serás tú y no serás tú. Serás el agua que llueva, que es la esencia, pero el
río será otro.
—Entonces me niego a ello. No quiero dejar de ser yo –aseveró el río.
Pronto las aguas del majestuoso río se extinguieron en las secas arenas del
inmenso desierto.
Reflexión
—Yo aseguro que el sol está cerca de nosotros cuando sale y que se aleja al
mediodía.
—Tienes fama de saber mucho –Era un filósofo muy célebre–. Dinos, pues,
quién de nosotros tiene la razón.
Reflexión
—Te haré caso, pero debo probarme una vez más. Hay un gran río en el
norte y quiero celebrar un concurso para ver quién puede saltarlo con una pértiga.
Si alguien me vence, le daré la mitad de mi fortuna.
La rama rota brotó y brotó hasta que fue configurando con el tiempo un
bosque maravilloso. El amigo del fallecido se convirtió en el guarda de ese bosque.
Reflexión
El mentor repuso:
—La que puede existir entre el bisutero y el joyero. El primero se sirve del
cristal y el segundo del diamante.
—Pero entonces –prosiguieron los discípulos–, ¿por qué hay aspirantes que
van al bisutero en lugar de acudir al joyero?
—Muy sencillo. Los que no pueden pagar un diamante van al bisutero; los
que pueden, al joyero. Así, el aspirante que no quiere pagar con su esfuerzo,
motivación y disciplina va al falso maestro; el que está dispuesto a hacerlo, al
verdadero.
Reflexión
—Mi muy querida, quizá tarde tiempo en volver; tal vez pasen meses o
incluso años, pero cuando vuelva dispondremos de los medios para poder tener
un hijo.
—Así es, amada mía –dijo el fantasma–. Han prometido avisarme cuando
haya un buen trabajo para mí. Mientras tanto, ¿qué mejor que gozar de tu
compañía y compartir nuestro inmenso amor?
—Yo soy tu genuino marido –dijo el verdadero esposo. —No es cierto. Soy
yo –aseveró el fantasma.
Reflexión
Hay muchas personas como ese fantasma usurpador, personas aviesas que
no reparan en el daño que puedan hacer a los demás y que convierten sus vidas en
un verdadero basurero, haciéndose daño a sí mismas y a los demás. Ramakrishna
alertaba: «Como una misma máscara puede ser llevada por varias personas, así
hay varias clases de criaturas que son humanas sólo en apariencia. Aunque todas
ellas tienen forma humana, algunas son como tigres hambrientos, otras como osos
feroces y también hay quienes son como astutos zorros o venenosos reptiles».
Ciertamente hay gente infinitamente más dañina que el más destructivo animal y
que va aprovechándose de cualquier situación en su propio beneficio, pero ni
siquiera esa clase de gente debe robarle la paz a la persona noble, que tiene que
velar por sí misma y que ha de conseguir oponerse a la ola de pensamientos
vengativos con una de pensamientos positivos y no dejar que la malevolencia de
los demás le sustraiga su benevolencia, ecuanimidad y sosiego. Ésa es la mayor
victoria contra las personas malevolentes que, además, antes o después, serán
descubiertas en sus intenciones y actos perniciosos.
¿Destino o libre Albedrío?
Reflexión
Hay destino y también libre albedrío. Naces en el curso de un río (un país,
una familia, unas circunstancias...), que es el destino, pero dentro de él puedes
nadar contracorriente, dejarte llevar por las aguas, decantarte hacia una u otra
ribera, sumergirte o nadar en la superficie, y todo ello es libre albedrío. Toda
persona puede cuando menos cambiar sus actitudes internas y mejorar y, como
decía un maestro, cuando no sea posible modificar las circunstancias externas, al
menos podrá uno cambiar sus modos de reacción y tomar las cosas del modo más
provechoso y constructivo.
Apariencias
—¿Te lo parece?
—Seguro que posee un rostro de cutis terso y amarfilado, donde resalta una
mirada inspiradora y profunda; seguro que sus mejillas son tiernamente
sonrosadas y sus dientes perfectos como perlas.
—Por su cuerpo grácil y firme –dijo el discípulo–, deduzco que esta mujer
tiene un espléndido cuello de gacela y que sus labios son rojos como fresas
salvajes.
El mentor le quitó otro velo y preguntó:
Reflexión
—Nadie me ayuda, buen hombre. Sólo mis manos han cuidado estas
plantas que destacan por su frondosidad y hermosura, y que son la envidia de
todos mis vecinos.
—Tus manos, ¿verdad? –dijo Dios con ironía–. Tú lo has dicho, bribón, tus
manos y no las mías.
Reflexión
En una misma casa vivían una anciana y un joven de muy malos modales y
peores sentimientos. Cada vez que se cruzaba con la temblorosa y frágil mujer se
burlaba de ella y a la menor ocasión la empujaba para hacerla caer. En público la
ridiculizaba, y se mofaba de su apergaminado rostro y de sus encías desdentadas.
Nunca perdía la oportunidad de mofarse de ella.
Y así iba sucediendo a lo largo de meses; pero la anciana tenía un nieto que
había invertido muchos años en el estudio de las antiguas medicinas de Oriente.
Nada había que desconociera sobre pócimas, ungüentos, bebedizos y plantas
perturbadoras de la conciencia. Cuando el nieto regresó al pueblo para visitar a su
abuela, los habitantes de la localidad le hicieron saber a qué clase de vejaciones y
malos tratos estaba siendo sometida.
Cierto día, entró en la casa del joven despiadado y puso una sustancia
especial en sus alimentos. Llegó la noche y el joven cenó de buena gana y se fue a
dormir. Al alba se despertó y ya estaba su mente imaginando nuevas burlas para
provocar a la anciana, cuando, al intentar incorporarse del lecho, notó una gran
debilidad, le faltaba la respiración y le dolían todos los huesos; apenas podía
moverse y le costaba mucho fijar la vista. Pero ¿qué le estaba ocurriendo? Casi
arrastrándose, extenuado y dolorido, logró llegar hasta el lavabo para asearse. Con
horror, contempló su cara en el espejo. Un grito de espanto se escapó de su
garganta: no era su rostro el que veía reflejado en el espejo, sino el de la anciana a
la que tanto había maltratado. Pasado el primer momento de enorme angustia, se
detuvo a contemplar esa cara: apreció una mirada apagada, contempló las
profundas arrugas que surcaban la carne, la nariz afilada como un cuchillo,
aquellas cejas casi ralas, las encías desdentadas, la vacilante mandíbula, los labios
amoratados... Sin embargo, en esas facciones en las que el tiempo había dejado su
inexorable huella también había mucho amor, paciencia y serenidad. Los ojos del
joven empezaron a llenarse de lágrimas, la ternura afloró a su corazón y
comprendió en un momento todo el mal que le había causado a la anciana. Por
primera vez pudo ponerse en el lugar de la mujer y sintió un infinito cariño hacia
ella.
Reflexión
Existe mucha crueldad en el mundo y buena parte de ella viene dada por la
codicia, el desmesurado egocentrismo y la incapacidad para ponerse en el lugar de
los otros y sentir como propio el sufrimiento ajeno. Hay que ir desarrollando el
amor incondicional hacia todos los seres si queremos humanizarnos y humanizar
el planeta, y si deseamos, realmente, pasar de ser homoanimales a ser seres
humanos con un corazón tierno y compasivo. Se nos dice en el Dhammapada: «Al
que cultiva el amor hacia todos los seres, a ése lo llamo yo noble».
La Broma
—Mira ese gran precipicio. Sáltalo. Seguro que con la palabra del maestro
no te ocurrirá nada.
El joven, sin dudarlo un instante, saltó por los aires a la vez que repetía la
palabra mágica y llegó a tierra firme sin el menor daño.
—En el fondo del mar hay un cofre con muchas monedas de oro que se cayó
de un barco. Si alguien lograra bucear hasta allí podría recobrarlas. Sin duda tú,
con el apoyo de la palabra mágica, podrás conseguirlo.
Sucedió entonces, días después, que una casa se incendió. Dentro de oía
llorar a una criatura. Los amigos le propusieron al joven que se enfrentase a aquel
nuevo peligro y salvara al niño.
—Pero tienes tanto valor que podrás seguir acometiendo toda suerte de
hazañas y proezas, ¿verdad?
—Os aseguro que no. Antes no sentía miedo porque creía que la palabra me
protegía de todo. Ahora, sin su protección, no podría nunca repetirlo. Lo cierto es
que incluso siento terror por lo que ya he sido capaz de hacer.
Reflexión
Había una vez tres grandes amigas de la infancia. Inexorables, los años
habían ido pasando y, ahora, se habían convertido en unas ancianas. Un día se
reunieron para charlar y una de ellas se lamentó así:
Otra comentó:
Reflexión
Todo había sido tan repentino que el joven inquirido vaciló y no supo qué
contestar; el maestro le golpeó con la rama.
Era un apacible y modesto campesino que sólo poseía un burrito. Cierto día,
al acudir al establo para darle de comer, descubrió apenado que se lo habían
robado. Se dirigió al puesto de policía y narró lo sucedido. Uno de los policías le
recriminó con acritud:
—Es decir, que el burro se veía desde fuera. Pero ¿por qué la puerta del
establo no era más alta? Si se veía al jumento, eso resultó una tentación para el
ladrón, claro que sí. ¡Vaya ocurrencia!
Reflexión
Y Buda dijo:
Reflexión
El monarca repuso:
Reflexión
El maestro dijo:
Reflexión
Eran unos discípulos que llevaban muchos años con su maestro, pero que no
podían corregir tener la lengua demasiado ligera y utilizarla a veces como una
daga. Se juzgaban alegremente unos a otros, criticaban y censuraban por sistema y
habían hecho de todo eso su diversión favorita. Incluso llegaron a criticar más o
menos veladamente a su propio maestro. Como éste sabía que todos eran bastante
inclinados a la censura fácil y gratuita, intuyó que él mismo también era diana de
sus comentarios. Les llamó cierto da y les dijo:
—¿Acaso sois jueces u os gusta ejercer como tales? ¿Habéis estudiado leyes
y por eso os place tanto actuar como jueces?
—Os he enseñado muchas cosas, pero os voy a enseñar hoy unas cuantas
más, aunque no parecéis aprender fácilmente, mis queridos jueces. ¿Sabéis algo
importante? Al criticar a los demás, os estáis criticando a vosotros mismos. Si
destacáis lo peor de los otros, es que sólo veis lo peor en vosotros mismos. En
vuestra mirada hay fealdad porque vuestra mente y vuestro corazón son feos. Si
después de tanto tiempo no habéis mejorado, no merecéis ser mis discípulos ni yo
merezco teneros como tales.
Y el maestro se retiró a una ermita situada en las altas cumbres.
Reflexión
—Pues ahora yo coloco esta escudilla entre nosotros, digo que es mía y tú
afirmas que es tuya, y comenzamos discutir, ¿te parece?
—De acuerdo.
Y el otro dijo:
—Sí, es tuya.
Reflexión
«No soy libre para ser violento, cruel, malevolente», confesó en una ocasión
un maestro. ¡Cuánta razón tenía! Ejercitado en el sosiego, el espíritu de la no
violencia y la compasión, ya no tenía capacidad para ser agresivo. Si uno se ha
adiestrado en la genuina virtud y ha logrado el entendimiento correcto, aun
proponiéndoselo no puede ejercer ningún tipo de acción agresiva. Será firme, pero
no hostil; será fuerte interiormente, pero no agresivo. El que ha conseguido ver
desde la sabiduría no puede herir a los otros sin dañarse a sí mismo; el que ha
erradicado la tendencia latente de la ira no puede airarse, porque la mansedumbre
palpita en su aliento.
Generosidad
—La que le he dado al perro, señor –respondió. —¿Y por qué en lugar de
dársela al perro no te la has comido tú?
—Porque este animal ha venido de fuera y, como hay que ser hospitalario
con el visitante, he pensado que tendría hambre y le he dado el pan.
—Muy simple: porque tenía más hambre. Desde ese día el maestro le pidió
a todo el mundo que nunca volvieran a concederle a él el título de generoso.
Reflexión
Era un hombre que tenía recurrentes accesos de gran ira que no lograba
controlar. Muy preocupado por ello, se enteró de un sabio que podía aconsejarle y
que vivía en la cima de una colina. Decidió acudir a visitarle. Una vez ante él le
expuso el problema. El sabio dijo:
—Amigo mío, hasta que vea tu ira, no puedo aconsejarte. Cuando tengas un
acceso de furia, ven y muéstramela.
Unos días después, el hombre sintió mucha ira y fue a visitar al sabio, pero
cuando llegó ya se le había pasado.
—Así no puedo aconsejarte. Necesito verte airado. La próxima vez ven más
pronto.
Unos días después, cuando el hombre fue de nuevo anegado por la ira, salió
corriendo hacia el lugar donde se encontraba el sabio, pero nuevamente, al llegar,
ya no la sentía.
—¡Vaya! –exclamó el sabio–. Tendrás que venir más rápido cuando vuelva a
venirte la ira.
Unos días después, en cuanto sintió ira, el hombre salió corriendo tanto
como pudo. Jadeante y exhausto, llegó a la cima de la colina, pero ya no tenía ira.
Y el sabio le dijo:
—¿Lo ves? La ira no te pertenece. Viene y se marcha, como una ola sube y
baja. Lo que tienes que hacer es no dejarte atrapar por esa ola y mantener la
quietud a pesar de la ola de la ira.
Reflexión
El anciano repuso:
—Lo que vengo haciendo desde hace veinte años. Tratar de encontrar un
genuino discípulo.
Reflexión
Reflexión
Reflexión
No hay saber más alto que el de poder sustraerse a las reacciones negativas
y a las emociones perniciosas. Si lo conoces todo y no te conoces a ti mismo, eres
un mísero ignorante. La inteligencia primordial no es conocimiento libresco,
erudición o acumulación de datos, sino la visión esclarecida que pone en marcha la
maravillosa potencia de la compasión. Se puede aprender más sobre uno mismo en
una hora de meditación que en mil horas de lecturas. Para el que sabe ver, todo
adquiere un sentido que escapa a la simple erudición. Ésta en sí misma no
transforma, y una enciclopedia viviente puede ser una masa de desorden y
sufrimiento para sí misma y para los otros. Es un sabio no el que acumula
conocimientos, sino el que se libera de las ataduras de la mente y supera las
ilusiones del ego; es un sabio el que en su propio corazón siente el corazón de
todas las criaturas y permanece inmutable ante los acontecimientos, sin perder su
eje de quietud; es un sabio el que se libra de las redes de la ignorancia, no a través
de conocimientos, sino de experiencias profundas que lo transforman y permiten
que resplandezca la luz interior.
Índice
Introducción
El borracho y la campana
El hombre egoísta
Un mundo ilusorio
La arrogancia
El manuscrito secreto
Mírate a ti mismo
El asceta errante
El devoto cínico
El camaleón
El duelista juicioso
Imperturbado
La gota de miel
El niño
El anciano y el bandolero
La tentación
Las mulas
El río
Un filósofo en aprietos
Bisuteros y joyeros
El fantasma
Apariencias
El brahmán hipócrita
El joven cruel
La broma
La rama
La denuncia
Impermanencia
Generosidad
Accesos de ira
El samurái
El atavío
El yogui y el erudito