Sofía Thisted - Amsafe - Definitivo
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Sofía Thisted
Introducción
En las escuelas de los distintos niveles se vinculan cotidianamente niños, niñas, jóvenes y
adultos estableciendo relaciones múltiples. Estos vínculos nunca están exentos de
conflictos ya que estos son inherentes a los procesos sociales más amplios, pero asumen
distintas características en distintos momentos históricos. Aquí nos detendremos
específicamente en las relaciones entre familias y escuelas, intentando abordarlas desde
una perspectiva intercultural crítica.
En las últimas décadas se han redefinido –al menos en parte- las políticas de
reconocimiento de distintos repertorios culturales en espacios escolarizados pero éstas no se
traducen en cambios inmediatos o drásticos en el cotidiano escolar. Tanto en el plano
internacional – en los pronunciamientos de Durban, Unesco, OIT, Naciones Unidas, OEA1- como en
los textos constitucionales de muchos países de la región –incluyendo a la Argentina- hay
referencias explícitas al reconocimiento y respeto de la diversidad cultural como principio
organizador. Esto agrega complejidad ya que algunos de estos organismos, al mismo tiempo,
promueven nuevas fragmentaciones y segmentaciones de sustento cultural, frecuentemente
1
Nos referimos a Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas
(2007); la Declaración de Durban: Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial,
la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia (2001); el Convenio OIT 169 Sobre Pueblos
Indígenas y Tribales (1989); la Convención Internacional para la Eliminación de Toda Forma de
Discriminación Racial (1965) y Convención relativa a la lucha contra las discriminaciones en la
esfera de la enseñanza (1960).
asentadas sobre concepciones de la multiculturalidad que resultan funcionales al mantenimiento
de las estructuras socio-económicas (Castillo Guzmán y Caicedo Ortiz, 2007).
La escuela, por su amplia y profunda difusión, ha dejado huellas en todos nosotros que naturalizan
como válidas ciertas formas de ver y hacer frente a otras, que privilegian unas visiones del mundo
por sobre otras. Tal como veremos la escuela pudo promover igualdad, muchas veces a costa del
borramiento de las marcas socioculturales propias, a través de sus prácticas homogeneizantes,
pero no se propuso sino hasta hace pocas décadas conjugar el derecho a la igualdad con el
derecho a la diferencia.
I. Las relaciones entre familias y escuelas en los momentos de construcción del sistema
educativo
Entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, las infancias pobres, indígenas
o migrantes y también sus familias, encarnaron a un “Otro” deficitario, minoritario, rémora
de aquello que se intenta superar y que Sarmiento identificó con la “barbarie”.
Los discursos pedagógicos fueron construyendo, a partir de un modelo étnico y racial
eurocéntrico y patriarcal, unas familias e infancias “normales”, “deseables”, “educadas”
consideradas como superiores. Sobre infancias y sus familias indígenas y migrantes, en
particular de los chilenos en el sur argentino o bien de países europeos que venían huyendo
de las hambrunas –que compartían en muchos casos la característica de ser muy pobres- se
construyen otras miradas, destacando su desorganización, carencias, y en el caso de los
padres y madres, la incapacidad para construirse en ejemplos para su descendencia.
En lo que hace al contexto más amplio, hacia fines del siglo XIX y principios del XX son
momentos de vertiginosos cambios en torno a las formas de organización social y familiar,
en el que los sentimientos hacia la infancia se modifican. Tal como señala Carli, las
historias infantiles estuvieron “signadas por la dispersión, las diferencias culturales y las
desigualdades sociales flagrantes” (Carli, 2002:36).
La irrupción de la escolarización instaló una temporalidad diferente para la infancia y
propuso nuevas formas en la relación entre Estado y grupos familiares. Los niños, en las
perspectivas liberales, son construidos como los “gérmenes” de los futuros ciudadanos y,
por ende, el Estado no puede ser prescindente en su educación. Así, la infancia se torna
sujeto de intervenciones estatales que esperan no sólo ponerla en contacto con aquellas
expresiones asociadas a la civilización sino conmoverla, producir identificaciones y, más
aún, emociones intensas.
Tal como señala Barrancos (2000) coexisten diversas formas de organización familiar que
varían sustantivamente según los grupos sociales y los contextos geográficos, entre las
que se pueden destacar el modelo patriarcal de familia extensa con muchos hijos,
parientes y otros “añadidos”, en las clases altas y en las familias del interior del país; en los
centros urbanos, en sectores medios, en cambio, comienzan a proliferar las familias
nucleares que se caracterizaron por estar constituidas por los padres y pocos hijo2. Las
familias pobres, y particularmente aquellas de origen criollo en el interior del país,
habitualmente tienen muchos hijos, muchos de los cuales no llegan a la adolescencia.
Las familias indígenas son descriptas en aquel momento por viajeros, cronistas y
funcionarios tales como Nicanor Larraín, Roberto J. Payró, Vicente Blasco Ibáñez, Raúl B.
Díaz, entre otros -sin producir profundas rupturas con los planteos de la época- en
términos de lo disfuncional de estos grupos y de la necesidad de encausarlos hacia la
civilización. A pesar de los matices en sus apreciaciones, se acercan a ellos tanto en el
norte como en el sur del país, y reparan en la cantidad de hijos, la precariedad de las
viviendas, la desnudez de las mujeres, la disponibilidad para entregar muchachas muy
jóvenes a los blancos y sólo algunos destacan la generosidad con los recién llegados, entre
otros (Barrancos, 2000).
También en las culturas escolares que se van construyendo, se proponen miradas que
estigmatizan o bien ponderan algunos de los rasgos de las infancias indígenas y migrantes.
Estas miradas sobre las infancias indígenas se construyen en un momento socio-histórico
en el que se perfilan perspectivas en torno a cómo construir un “pueblo para la Nación”.
La escuela fue considerada clave para producir adhesión en torno a un proyecto común de
aquellos sectores considerados “educables” y para los que se esperó que produjera
sensibilidades modernas.
Tal como señala Pineau (1997) se esperó que sectores urbanos, gauchos, inmigrantes,
“indios amigos” entre otros, dejaran de lado sus repertorios culturales para incorporarse a
los propios de la nación argentina. Los niños, niñas argentinos y los hijos de los
inmigrantes europeos y sus familias fueron construidos como destinatarios de la
educación pública. Los hijos e hijas de los pueblos indígenas e hijos de migrantes de países
limítrofes también aparecen nombrados en los debates pedagógicos de la época, aunque
más esporádicamente, cuando se describe a la infancia aunque no siempre en clave de
alumnos y cuando se analiza la complejidad del trabajo en estas zonas.
2Cicerchia (1998) señala que desde el siglo XIX las familias argentinas tienden a procurar
ser pequeñas, cuestión que no varía con la llegada de la inmigración a mediados del siglo
XIX y principios del siglo XX
La ignorancia aparece como un atributo de las familias indígenas pero no es excluyente de
este grupo social, sino que este rasgo es identificado en parte de la población migrante.
Entre las preocupaciones que tienen algunos de estos pedagogos es que las escuelas no
sólo transmitieran concepciones de vida, sino que quienes transitaran por la experiencia
escolar las hicieran propias, las tomaran como parte de los principios organizadores de sus
vidas y no quedaran en el plano de la retórica.
En este sentido la construcción de los sistemas educativos ha supuesto la construcción de
un común y esto ha implicado el despliegue de prácticas estéticas que fueran
contribuyendo a forjar una mirada de lo común (Ranciere, J. 2009). Y este común no sólo
debía ser declamado, sino sentido.
Pero veamos qué continuidades y qué rupturas en las maneras de pensar las relaciones
entre familias y escuelas se han producido desde aquellos momentos fundacionales a
estos tiempos.
II. Nuevos horizontes para pensar las relaciones entre familias y escuelas
En las últimas décadas se han producido cambios en los escenarios políticos y sociales al
tiempo que se advierten aceleradas reorientaciones en los intercambios cotidianos y de la
vida privada. Los marcos normativos, como señaláramos al comienzo, amplían el
reconocimiento de derechos a grupos que históricamente habían sido invisibilizados y/o
negados. En el marco de estos acontecimientos, las relaciones entre familias y escuelas
también han ido modificándose y adquiriendo nuevos ribetes, que merecen un análisis
aunque más no sea preliminar.
Por esto nos detendremos, por un lado, en los procesos de redefinición de la familia como
institución. Por otro, nos interesa incluir algunos señalamientos sobre los cambios en las
relaciones entre generaciones.
Entre las expresiones de estas mutaciones se advierten otras formas de organización familiar. Éstas
frecuentemente no se corresponden con las construidas como “prototípicas”, que se identifican
con un matrimonio permanente, con sus hijos, todos viviendo bajo un mismo techo, y en donde los
papeles sociales están predefinidos, siendo el padre proveedor de los recursos y la madre sostén de
la dinámica hogareña. Hoy, además de esta forma de organización familiar, proliferan otras formas
de familias como aquellas monoparentales, donde uno de los cónyuges, que en muchos casos son
sostenidas por una mujer como única jefa de hogar. Los arreglos familiares pueden ser otros,
donde se agregan otros familiares que comparten la vida cotidiana de los niños, y en otras
situaciones, se dan “familias ensambladas”.
Estas configuraciones han sido convalidadas por diversas legislaciones –la ley de
“matrimonio igualitario” (Ley 26.618 de Matrimonio Civil, promulgada por el Decreto
1054/10), la de “identidad de género” (Ley 26.743/12, de Identidad de Género) y también
la Ley de “Educación Sexual Integral” (Ley 26.150/09 de Educación Sexual Integral)- que
han habilitado otras identidades de género y otras formas de organización familiar tales
como homoparentales o homomaternales y, al mismo tiempo, las han tornado además,
visibles. Sin embargo, esto no implicó de hecho la desaparición de prácticas de
estigmatización social ni produjo, per se, cambios en las percepciones sobre las diferentes
configuraciones familiares de distintas instituciones de la sociedad, entre las que se
encuentran las escuelas pero también, las instituciones de la salud, jurídicas, académicas,
por sólo mencionar algunas que tratan cotidianamente con la infancia.
A esto se añade, que se advierte que –en el marco de procesos epocales de redefinición de
la relación entre generaciones- la figura parental parece ir perdiendo autoridad y eficacia
para la transmisión de determinadas normas y códigos sociales. En términos más
concretos, se trata de la impotencia que muchos adultos manifiestan sentir frente al
manejo y control de las conductas infantiles y adolescentes.
III. ¿Cómo pensar las desigualdades y las diferencias en las relaciones entre
familias y escuelas hoy?
Hoy coexisten diferentes modos de pensar las relaciones interculturales en la escuela y en
particular de pensar las relaciones entre familias y escuelas de las que se desprenden
perspectivas distintas sobre cómo trabajar con las diferencias que coexisten en el
cotidiano escolar. Sin ánimos de exhaustividad, nos interesa distinguirlas para poder
pensar los modos de revisar las relaciones entre familias y escuelas en el cotidiano escolar:
Se propone, en cambio, pensar la relación entre familias y escuelas desde una perspectiva
intercultural para todos, entendiendo que la interculturalidad no se limita solamente a - o
no debería constituirse solamente en- un contenido, tema, unidad, materia o estrategia
específica, también debe fundamentar integralmente todo el diseño curricular (Walsh,
2001).
En nuestro país, al igual que en otros de América Latina, el comienzo de siglo se presenta
con algunos cambios que tienen un signo positivo, ya que se vislumbran alternativas que
cuestionan el modelo neoliberal de los noventa y propician la inclusión social de amplios
sectores que estaban excluidos; estos cambios, sin embargo, no han logrado revertir, en
lo inmediato, los procesos de polarización y fragmentación social, tan profundamente
arraigados durante décadas, que han producido brechas difíciles de salvar entre quienes
ven ampliadas sus posibilidades de existencia a límites insospechados y quienes, en el otro
extremo, intentan construir posibilidades de integración que fueron posibles en otros
momentos históricos. Sin duda las desigualdades sociales han producido
resquebrajamientos profundos en los vínculos intergeneracionales y sus expresiones
siguen haciéndose presentes en el cotidiano escolar aún cuando éstas sean menos agudas
que hace una década.
Ahora bien, pareciera necesario discernir qué se vincula con las desigualdades y qué con
otros modos de ser y hacer familias. Tal como señalan Santillán y Cerletti:
“Padres separados, hogares encabezados por una mujer, convivencia de niños con adultos
que no son necesariamente sus padres biológicos o que son de parejas del mismo sexo,
familias compuestas por hijos de relaciones anteriores, etc. son cuestiones que nos hablan
de diversas formas de “ser familias” y de situaciones de cambio más que de crisis”
(Santillán y Cerletti, 2011:10).
Otras veces se visibilizan otras formas de organización familiar, pero no se alteran los
modos de vincularse con estas familias por lo que resulta difícil que se sumen en pie de
igualdad.
Finalmente pareciera que hay otras situaciones en las que la escuela logra romper con
algunos de sus moldes y abre espacios para alojar otras configuraciones familiares, ya sea
revisando las formas de convocatoria (no ya a la “Mami” o a los “Sres. Padres”), revisando
los tiempos y espacios en los que propone reuniones, alterando las vías de comunicación
(incluyendo el llamado al celular, el mensaje de texto o el whatsapp, y cancelando la
primacía del cuaderno de comunicaciones), discutiendo los contenidos de las
comunicaciones con las familias (convocatorias para celebrar los logros de los niños o
compartir producciones y no sólo para señalar debilidades o reclamos sobre el
compromiso con la escuela). Esto, sin duda, coloca a los docentes ante nuevas
configuraciones de sus propios trabajos.
Pareciera que en este tiempo es necesario pensar las relaciones entre familias y escuelas
en la tensión entre el mandato de construir un común, que históricamente fue asociado a
la idea de construir homogeneidad, y el del reconocer la diferencia social y cultural.
Y en este sentido habrá que trabajar para las diferencias culturales, ya no como obstáculos
insalvables para la escolarización y para el trabajo en el aula, sino como atributos
valorados.
Pero pareciera, al mismo tiempo, que para que esto pueda ser posible sin profundizar la
intensificación del trabajo docente, habrá que revisar las formas de organización escolar y
del puesto de trabajo de los/as docentes, porque el desafío de pensar una escuela que
piense la igualdad en plural, que reconozca perspectivas interculturales críticas, supone
tiempos de diálogos entre docentes y con las familias que no están contemplados.
Bibliografía citada
Barrancos, Dora (2000): “La vida cotidiana” en Lobato, Mirta (dirección del tomo) Nueva
Historia Argentina. El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Ed.
Sudamericana, Primera Edición.
Carli, Sandra (2002) Niñez, pedagogía y política. Transformaciones de los discursos acerca
de la infancia en la historia de la educación argentina entre 1880 y 1955, Ed. Miño y
Dávila, Buenos Aires.
Cerletti, L. (2009) “Tensiones y sentidos de la educación infantil para los adultos
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N°6.
Cicerchia (1998), Historia de la vida privada, Troquel, Buenos Aires
Candau, V. M. (2002) Sociedade, cotidiano escolar e cultura(s): uma aproximação. Educ.
Soc., Campinas, ano XXIII, n. 79, p. 471-493, ago. 2002 p.p. 125-61. Disponible en:
http://www.cedes.unicamp.br
Castillo Guzman, E. y Caicedo Ortiz, A,. 2007 La Situación de la Educación Intercultural
Bilingüe en Latinoamérica y Centroamérica. Interculturalidad y Educación en Colombia:
génesis, evolución y estado de la cuestión. FLAPE.
Diez, María Laura (2006): “Las concepciones de los alumnos migrantes en contextos
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Diez, M. L.; Martínez, M. E.; Thisted, S.; Villa, A. (2007) Interculturalidad como perspectiva
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Subsecretaria de Educación, Dirección General de Cultura y Educación, provincia de
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Neufeld, M.R., y Thisted, J. (comps.) (1999): De eso no se habla..: los usos de la diversidad
sociocultural en la escuela; Eudeba.