Dialogos en El Limbo - Santayana - Análisis
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154 Julio Seoane Pinilla
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aunque sepa que ello implica una locura «normal» y, por último,
soñar que aunque nuestra comprensión armónica no tiene ningún
sentido para la naturaleza posiblemente tras esa lejana naturaleza
tal armonía pueda aparecer, son estas las tres reglas de oro que Diá-
logos en el limbo nos presenta. Reglas difíciles de llevar a cabo pues
simplemente son reconocer que somos muy poca cosa, pero que aun
siendo objeto de risa, también somos lo que somos —y ello puede
soñar con cierta nobleza—;6 reglas difíciles para vivir y seguramen-
te es por ello que el filósofo Santayana vive —o está— en el limbo.
Posiblemente no con los vivos, pero tampoco con los muertos; en
ese espacio que sólo encontramos cuando realmente —en verdad—
queremos dar cuenta de nuestra vida y que terminamos elaborando
a retazos entre la poesía, la religión y la filosofía primera.
Notas
1
«No voy a contestar que el movimiento y la división son en sí mismo de-
mencia, aunque hombres sabios lo hayan dicho así; porque si la división y el
movimiento constituyen la naturaleza más profunda de las cosas, demencia se-
ría más bien el vano deseo de imponerles unidad y reposo».
2
Esto es lo que se echa en cara a Sócrates: «Un oráculo recomendó a Só-
crates conocerse a sí mismo y no inmiscuirse en la filosofía natural; y en la me-
dida en que obedeció esta recomendación le rindo homenaje. Pues por cono-
cimiento o saber de sí entendió conocer su propia mente o investigar a fondo
qué quería decir o cuáles eran las cosas que él amaba; con lo cual alcanzó a di-
señar excelentes máximas para el legislador y fijar la gramática o la lógica de las
palabras: Pero cuando, olvidándose del oráculo, afirmó que el sol y la luna son
productos de la razón, y que están ahí colocados para beneficio de los humanos,
blasfemó contra esos dioses […] Con esta presunción Sócrates tornó su inspira-
ción en sofistiquería y lo que debió haber sido conocimiento de sí se tornó lo-
Diálogos en el limbo, un Santayana de bolsillo (y portátil) 165
cura» [p. 23]. O aquí también: «Yo nunca intentaría defenderme contra Só-
crates. No hablamos de las mismas cosas. Él describe a la perfección la belleza
racional, sólo que pasa por alto, incluso lo niega, este pequeño hecho: que no
es la razón la que rige el mundo».
3
«Pero ¿cuál es la verdad del asunto? Que los átomos en sus inexorables
trayectorias producen todas las cosas necesariamente, y que los pensamientos y
esfuerzo y lágrimas de los hombres no son sino signos y vaticinios de la marcha
del hado […] siempre vanos e impotentes en sí mismos, nunca por tanto sabios
salvo cuando confiesan su propia debilidad».
4
«Por autogobierno», dice el extranjero, «no queremos decir, por su-
puesto, el gobierno del yo. Queremos decir que el pueblo, colectivamente, pro-
mulga las órdenes que deben ser obedecidas individualmente».
5
Este es el secreto que Aristóteles nunca reveló: «De todos los hombres,
yo soy el último en condenar o menospreciar el mundo de la materia. Siento
por él la más sincera reverencia […] pues sé que la materia, el más antiguo de los
seres, es el más fértil […] ella engendra todo y no puede ser engendrada; lo más
propio del espíritu es, en cambio, ser engendrado a partir de las armonías de las
otras cosas, sin que él a su vez engendre nada».
6
«Qué son los deseos naturales? [Son] esas profundas aspiraciones, asen-
tadas en nuestra naturaleza sin regenerar, que el destino sin embargo nos pro-
híbe realizar, como el deseo de entenderlo todo […] o de la belleza, o de ser el
primero, o libre o inmortal».
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