La Destrucción de La Tradición Cristiana
La Destrucción de La Tradición Cristiana
La Destrucción de La Tradición Cristiana
DE LA
TRADICIÓN CRISTIANA
Rama P.
Coomaraswamy
DEDICADO A
S. Miguel Arcángel
S. Jorge el del Dragón
S. Cristóbal
S. Patricio
Sta. Filomena
y a todos los demás caracteres «mitológicos»
con quienes suplico tener el privilegio
de compartir la eternidad.
Jeremías VI, 16
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
INTRODUCCIÓN
1
Este libro fue publicado por primera vez en 1981, por lo que sus referencias a la proximidad
en el tiempo de determinados acontecimientos debe considerarse con esta perspectiva. (N. de T),
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
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Ahora bien, cualesquiera que puedan ser las causas de la situación presente, es
cierto que deben ser prominentes entre ellas los cambios que han tenido lugar dentro
de la Iglesia misma. Estos cambios se identifican claramente como los que afectan a la
Liturgia (y especialmente a la Misa), y las enseñanzas (o como se llaman ahora, «las
nuevas directrices») que han resultado del concilio Vaticano II y de los papas
«posconciliares». El presente libro intentará tratar con alguna profundidad la
naturaleza de estos cambios y sus implicaciones.
Sin embargo, antes de proceder así, han de comprenderse algunos principios que
se refieren a la naturaleza fundamental de la Iglesia, a su autoridad para «enseñar» y a
la manera en que lo hace. Aquellos que creen todavía en la posibilidad de que Dios en
Su Misericordia nos dio una Revelación, no tendrán ninguna dificultad en aceptar
estos conceptos. Otros que no pueden, o no quieren aceptar una premisa tal, deben
conceder al menos, si desean comprender lo que le está aconteciendo a esta Iglesia, la
existencia de esta premisa, pues si no hay Revelación, tampoco hay Iglesia. Con esto
en la mente iniciaremos nuestro texto con un estudio de la naturaleza de la función de
enseñanza de la Iglesia. A partir de ahí procederemos a considerar las fuentes de la
enseñanza de la Iglesia y la manera en la cual son transmitidas a los fieles. Será a la
luz de estos hechos básicos como procederemos entonces a examinar el Vaticano II,
con sus «nuevas directrices» y los cambios litúrgicos que siguieron en rápida
secuencia.
Se espera que como un resultado de este estudio, incluso aquellos que no están
de acuerdo con el punto de vista del autor, alcanzarán a ver en qué consiste lo que
Louis Bouyer ha llamado «La Descomposición del Catolicismo». Como dijo S.
Gregorio de Tours, «Que nadie que lea mis palabras dude que yo soy un católico». A
pesar del hecho de que bajo circunstancias normales sería una redundancia, debo
recalcar esto aún más afirmando que mi posición es la de un «católico tradicional»
(¿acaso hay algún otro tipo?), y no la de un «católico liberal», «modernista» o
«posconciliar». Para parafrasear al Abad Guéranger, el lector debe comprender
claramente que no estoy intentando en modo alguno propagar ninguna opinión
personal propia. Intento sólo dar fe de la enseñanza de la Iglesia tradicional según ha
sido siempre (in saecula saeculorum), y mostrar por dónde la nueva Iglesia se ha
apartado de ella. Si acontece que al lector no le place lo que la Iglesia ha enseñado
siempre, tanto peor. Sin embargo, nunca comprenderá la situación presente a menos
que reconozca que, como Louis Evely ha dicho:
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Si la Iglesia ha de Sobrevivir2
2
Louis Evely es uno de los autores más populares en la Iglesia Posconciliar, y según el informe
del Padre Greely, uno de los autores leídos más frecuentemente por el clero moderno. Antaño
sacerdote, ahora está laicalizado
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PARTE I
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
LA NATURALEZA DEL
MAGISTERIO DE LA IGLESIA
«La Iglesia enseña y ha enseñado siempre que hay una Tradición divina, que
es la suma de las verdades, la cual, habiendo sido revelada divinamente a los
apóstoles, ha sido transmitida sin error a través del magisterio genuino de los
Pastores.»
Cuando Cristo estableció por primera vez Su Iglesia «visible» sobre la tierra, y
envió a los apóstoles —«Id y enseñad a todas las naciones… enseñadles a observar
todas las cosas que Yo os he mandado» (Mateo XXVIII, 19-20)— les dijo que
«apacentaran Sus ovejas», y que hicieran esto en «Su nombre». Él estableció así una
«autoridad de enseñanza» que había de actuar en Su nombre, y desde aquel tiempo
este «Magisterio» o «autoridad de enseñanza de la Iglesia» ha enseñado siempre
aquello que Él (y sus apóstoles) le dio como un «depósito». Los defensores de la
«Iglesia Posconciliar»3 afirman a menudo que este Magisterio de la Iglesia, al cual
todos los católicos deben asentimiento, reside «en el Papa y en los obispos en unión
con él»4. Ahora bien, una afirmación tal debe ser comprendida correctamente. Tomada
aisladamente, y especialmente cuando se usa para defender los cambios en la doctrina
y en los ritos que esta nueva Iglesia ha introducido, es un ejemplo clásico del
3
El término «posconciliar» fue utilizado por los representantes de Pablo VI enviados a
reconvenir al Arzobispo Lefebvre en Ecône para describir la «Nueva» Iglesia. En esta categoría
deben ser incluidos todos aquellos que aceptan la enseñanza del Vaticano II y los ritos originados por
el hombre del Novus Ordo Missae. Todos estos están «en obediencia» hacia la nueva Iglesia. Los
católicos tradicionales, no hay necesidad de decirlo, no aceptarán nada del Vaticano II que
contradiga la enseñanza tradicional de la Iglesia, y se negarán a aceptar los nuevos «ritos» los
cuales, entre otras cosas, se atreven a cambiar la forma de las Palabras de la Consagración, las
palabras mismas que Cristo nos dio.
4
Como los obispos franceses afirmaban en su Congreso de Lourdes, en 1976, una reunión
convenida para tratar la terrible crisis que encara la Iglesia en Francia, «la unidad de la Iglesia está
antes que todo lo demás y está garantizada solamente (las bastardillas son mías) estando al unísono
con el Papa. Negar esto es excluirse uno mismo de esta Unidad». Los documentos del Vaticano II
usan una fraseología similar.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
5
Pablo IV en su Constitución Apostólica Cum ex Apostolatus Officio (1559) afirma que «si
alguna vez aconteciera que … un Pontífice Romano reinante, se hubiera desviado de la fe, o que
hubiera caído en alguna herejía anteriormente a su nominación como… Papa… la elección es nula e
inválida, inclusive si todos los Cardenales han consentido en ella unánimemente. No puede devenir
válida… a pesar de la coronación del individuo, a pesar de los signos de oficio que le rodean, a
despecho de la prestación de obediencia a él por todos; y no importa cuánto tiempo se prolongue la
situación, nadie puede considerar la elección como válida en ningún modo, ni esta confiere ningún
poder para ordenar ni en el reino espiritual ni en el temporal… Todas sus palabras, todas sus
acciones, todas sus resoluciones y todo cuanto resulte de ellas, no tienen ningún poder jurídico y
ninguna fuerza de ley en absoluto. Tales individuos… elegidos bajo tales circunstancias, están
privados de toda dignidad, posición, honor, título, función y poder desde el comienzo mismo…»
6
Como dice el Cardenal S. Roberto Belarmino, «Papa hereticus est depositus». Un Papa puede
estar por supuesto en el error sobre un punto dado, pero puede retractarse cuando se le señala su
error. (Tiene teólogos con quienes consultar a fin de evitar tales equivocaciones). Lo que se requiere
es que persista en un error después de que sabe que es herético. Esto agrega el pecado de la
«obstinación» al de herejía. Varios Papas han sido culpables de error, pero en su mayoría, gracias a
Dios, se han retractado antes de morir. El Papa Honorio I fue condenado por el tercer concilio de
Constantinopla, el sexto concilio ecuménico, en estos términos: «Después de haber comprobado el
hecho de que (sus cartas a Sergio y los escritos de Sergio) no están en conformidad con el dogma
apostólico, ni con las definiciones de los santos concilios y de todos los Padres dignos de aprobación,
y de que, por el contrario, sostienen doctrinas falsas y heréticas, las rechazamos absolutamente y las
denunciamos como una grave amenaza para la salvación de las almas… Es nuestro juicio que
Honorio, anteriormente Papa de Roma, ha sido expulsado por la Santa Iglesia Católica de Dios y
hecho anatema…» El Papa León (m. 683) sobre quien recayó la necesidad de confirmar tales
afirmaciones, escribió: «Declaramos anatema a aquellos que han instigado estos nuevos errores…
(incluyendo a) Honorio que se ha mostrado incapaz de iluminar a esta Iglesia Apostólica, por la
doctrina de la Tradición Apostólica, puesto que permitió que su fe inmaculada fuera manchada por
una traición sacrílega.»
El Papa Pascual II (1099-1118), habiendo sido aprisionado por el Emperador Enrique V, fue
forzado a hacer concesiones y promesas que eran imposibles de reconciliar con la doctrina católica.
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el momento en que abrazara públicamente la herejía, dejaría de ser un miembro de la
Iglesia, y ¿cómo podría alguien que no es ni siquiera un católico ser el Papa, por no
decir nada en cuanto a ser el representante de Cristo y un «Pontifex» o «puente»
entre este mundo y el otro? La máxima de S. Ambrosio citada a menudo, al efecto de
que «donde está Pedro, allí está la Iglesia», es válida solamente en la medida en que
«Pedro» permanece enraizado en la ortodoxia o la «pura fe y sana doctrina»7. Cuando
no es así, entonces como enseñaba el Cardenal Cayetano, «Ni la Iglesia está en él, ni
él está en la Iglesia». Cornelio Lapide S. J. apostrofa sin ambages: si el Papa
«cayera en pública herejía, dejaría ipso facto de ser Papa, es más, dejaría de
ser un creyente cristiano».
Así, el Papa y su función están limitados precisamente por esa autoridad que es la
base de su propia autoridad. Como representante de Cristo sobre la tierra su función
monárquica y su poder cuasi absoluto para ordenar están limitados por este hecho
mismo y debe actuar, no en su propio nombre (lo cual sería despotismo), sino en el
nombre de Cristo. Como nos enseña el Vaticano I en términos que son de fide:
«el Espíritu Santo no está prometido a los sucesores de Pedro a fin de que, a
través de Su revelación, puedan traer a la luz nuevas doctrinas, sino a fin de
que, con Su ayuda, puedan conservar inviolada y exponer fielmente la
revelación transmitida a través de los apóstoles, el depósito de la fe…»
(Denzinger 1836).
Cuando fue libertado, dejó sin anular estas afirmaciones (relativas a la investidura por los
gobernantes temporales), y S. Bruno, Guido de Burgundy, el Arzobispo de Viena (el futuro Papa
Calixto III), así como S. Hugo de Grenoble (entre otros) le conminaron «si, a pesar de que nos
negamos absolutamente a creerlo posible, escogieras una senda alternativa y negaras la ratificación
de nuestra decisión (de que debes retractarte), que Dios te proteja, pues si este fuera el caso, nosotros
estaríamos forzados a retirarte nuestro juramento de fidelidad». El Papa se retractó. Podrían darse
otros ejemplos.
7
«Pura fe y sana doctrina» es la definición de la Enciclopedia Católica para el término de
«ortodoxia». El intento modernista de pintar la ortodoxia como una suerte de rigidez fanática es
desmentir el hecho de que hay algunas cosas respecto de las cuales se entiende que hemos de ser
rígidos. Si no se entendiera que hemos de ser rígidos respecto de la verdad, entonces no hubiéramos
tenido ningún mártir.
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8
Esas frases son escriturarias, y están citadas de los párrafos introductorios de la Encíclica
Pascendi del Papa S. Pío X contra los modernistas. Los didaskaloi (como en la Segunda Carta de
Pablo a Timoteo), para parafrasear a S. Vicente de Lérins, «siempre han estado con nosotros, están
con nosotros y siempre estarán con nosotros.»
9
Como ha dicho S. Francisco de Sales, «la obediencia es una virtud moral que depende de la
justicia». (La Fe, la Esperanza y la Caridad son virtudes teologales, y por lo tanto de un orden más
elevado). Inclusive el voto de obediencia jesuita dice así, «en todas las cosas, excepto en aquello que
vuestra consciencia os diga que sería pecaminoso». Como dice S. Tomás de Aquino, «a veces
acontece que los mandatos ordenados por los prelados son contra Dios. Por lo tanto, los prelados no
han de ser obedecidos en todas las cosas… ni han de ser seguidos los prelados en todas las cosas,
sino solamente en aquellas cosas que concuerdan con las reglas que Cristo ha transmitido». Como
Sta. Catalina de Siena escribió al Papa Gregorio XI: «Ay, Santo Padre, hay tiempos en que la
obediencia puede conducir directamente a la condenación». Entonces ella procedió a citarle el pasaje
de la Escritura: «Si el ciego conduce al ciego, ambos caerán a un pozo.» (Cartas).
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EL MAGISTERIO DEFINIDO
10
Catholic Dictionary, Macmillan, Nueva York, 1952.
11
Solo en sus pronunciamientos ex cathedra es imposible que un Papa genuino enseñe la
herejía. (Pretender que un Papa no puede ser un herético es afirmar que ya no tiene el uso de su libre
voluntad). Según el Cardenal Newman, un Papa habla ex cathedra o infaliblemente «cuando habla,
primero como el Maestro Universal; segundo, en el nombre y con la autoridad de los apóstoles;
tercero, sobre un punto de fe o de costumbres; cuarto, con el propósito de vincular a todos los
miembros de la Iglesia a aceptar y a creer su decisión». Además, afirma el Cardenal Newman, «se da
otra limitación… en el Pastor aeternus… la proposición definida no tendrá la pretensión de ser
considerada vinculante para la fe de los católicos, a menos que sea referible al depósito apostólico,
bien a través del canal de la Escritura o de la Tradición…» (Carta a Su Gracia, el Duque de
Norfolk). Es pertinente decir que Pablo VI mismo ha excluido tanto su Novus Ordo Missae como
todos los documentos del Vaticano II de la jurisdicción de la enseñanza ex cathedra. (Las fuentes de
tales afirmaciones se encontrarán después en este texto).
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derechos del juicio privado— a menos que uno esté preparado por principio a negar
que pueda haber en absoluto una revelación autorizada de la verdad de Dios14
En último análisis, en los asuntos religiosos, el hombre debe apoyarse en una
autoridad. O bien ésta deriva de sí mismo y puede caracterizarse como «juicio
privado», o en otro caso, ha de encontrarla fuera de él, y entonces es dependiente de
alguna «autoridad de enseñanza» objetiva15. La base para los puntos de vista
religiosos prevalecientes en el mundo moderno —bien sean protestantes o
«modernistas católicos»— es el juicio privado, lo cual quiere decir que la autoridad
suprema reside en aquello que en un momento dado se impone con más fuerza al
individuo o al grupo 16. Ahora bien, un principio tal representa, por su naturaleza
misma, una rebelión contra la Iglesia, pues proclama que lo que la Iglesia enseña y ha
enseñado siempre no es verdadero, a causa simplemente de que no es lo que el
individuo o grupo privado enseñaría y sostendría como verdad. El juicio privado
comienza siempre aceptando algunas de las enseñanzas de la fe establecidas y
rechazando otras —es solamente una cuestión de tiempo el que la «nueva» fe sufra a
su vez el mismo procedimiento. (Como ha dicho S. Tomás de Aquino, «la vía de un
herético es restringir la creencia en algunos aspectos de la doctrina de Cristo,
seleccionados y conformados a su gusto» (Summa II-II, 1.a.1.). Las sectas hacen
surgir pronto otras sectas, y en poco tiempo toda verdad y falsedad en la religión
deviene un asunto de opinión privada, y una doctrina deviene tan buena como
cualquier otra. Nuevamente, es solo una cuestión de tiempo el que toda proposición
doctrinal devenga irrelevante (¿y quién puede, en todo caso, estar de acuerdo con
14
Las afirmaciones de Juan Pablo I, al efecto de que la Iglesia Católica no tiene derechos
especiales (Time, 4 de Septiembre de 1978), devienen absurdas de cara a los hechos aquí
consignados. Considérense estas palabras tomadas de la Escritura: «a menos que escuche a la
Iglesia, que sea para ti como el gentil y el publicano». ¿Qué tipo de «embajador de Cristo» es este
que concede y malbarata «derechos» que no son suyos? Si los derechos de la Iglesia han de ser
igualados con los de las demás iglesias y «comunidades eclesiásticas», ¿con qué autoridad nos
ordena entonces la Iglesia nuestra obediencia? Su afirmación no es sino una afirmación del principio
protestante del «juicio privado» en los asuntos religiosos.
15
Quizás deba señalarse que los ateos y aquellos que niegan que haya una cosa tal como una
«salida religiosa», están ejerciendo también el juicio privado, o sometiéndose ciegamente al juicio
privado de otros —o al del estado. No es peor seguir al ciego que ser ciego uno mismo.
16
Los «grupos» o «comunidades eclesiásticas» pueden estar de acuerdo en «temas amplios»,
pero nunca en la doctrina detallada. Las denominaciones protestantes encontraron pronto que era
necesario distinguir entre creencias «fundamentales» y «no fundamentales»— entre estas últimas,
sus seguidores eran libres de «picar y escoger». Es esta misma idea básica la que subyace en los
modernos movimientos ecuménicos: con solo que nosotros estemos «bautizados en Cristo», somos
libres de creer cualquier cosa que queramos.
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17
Considérese la siguiente afirmación dada en Junio de 1978 por la Sociedad Teológica
Católica de América: Cualquier forma de contacto sexual, incluyendo la homosexualidad y el
adulterio, podría considerarse aceptable en la medida en que sea «autoliberadora, enriquecedora-del-
otro, honesta, fiel, socialmente responsable, que rinda servicio a la vida y dichosa». Mucho más
próxima a la posición católica es la afirmación del reverendo Jesse Jackson, un líder activista negro
de Chicago: «Uno ha de tener una base ética para una sociedad. Donde la fuerza principal es el
impulso, se da la muerte de la ética. América solía tener leyes éticas basadas en Jerusalén. Ahora
están basadas en Sodoma y Gomorra, y las civilizaciones enraizadas en Sodoma y Gomorra están
destinadas al colapso».
18
Las verdades doctrinales reveladas por Dios son atacadas en nombre de la «razón», y las
responsabilidades que nos impone el libre albedrío son obliteradas en nombre de la «gracia». (¿Qué
otra cosa es la «justificación por la fe», sino la negación de la necesidad de las «buenas obras», esos
actos que nosotros cumplimos «voluntariamente». Ciertamente, la gracia nos abandonará en
proporción a nuestra negativa a cooperar con ella). La razón, en otro tiempo la «asistenta» de la
Revelación, careciendo ahora de «marido», deviene la sierva de nuestros «sentimientos». Aquellos a
quienes queda algún «sentido religioso» lo basan solo en sus «sentimientos»— «que desbordan
desde lo profundo del inconsciente bajo el impulso del corazón y de la inclinación de una voluntad
moralmente condicionada», para usar la jerga de los tiempos. Los sentimientos son por supuesto de
fácil manipulación, y cuando no están bajo el control de la razón, son simplemente «pasiones». Lo
que resulta es que la religión, no siendo ya «sobrenatural», deviene «infraracional». El hombre es
verdaderamente reducido entonces al nivel de una bestia.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Por supuesto, todo esto acontece por etapas. Lo que es destacable es la similitud
del modelo que puede verse en todos los «movimientos de reforma». Lo que
comienza como la negación de una o dos verdades reveladas (o de verdades derivadas
de la Revelación), acaba progresivamente en la negación de todas ellas19. También son
similares los múltiples subterfugios con los cuales se logra esto. Casi todos los
reformadores declaran que están «inspirados por el Espíritu Santo» (¿y quién puede,
después de todo, argumentar con el Espíritu Santo?) y acaban ignorando o negando
Su existencia. Todos pretenden estar retornando al «cristianismo primitivo», el cual,
no es otro que el cristianismo como ellos piensan que debería haber sido todo el
tiempo. Todos, o casi todos, pretenden estar adaptando la Fe a las «necesidades» del
hombre moderno, lo que no es otra cosa que una apelación al orgullo y a la
arrogancia de sus seguidores. Todos citan la Escritura, pero selectivamente y fuera de
contexto, y nunca aquellas partes que están en desacuerdo con sus ideas innovadoras
—se sigue así, que ellos rechazan la interpretación dada a las Escrituras Sagradas por
los Padres y los Santos de la Iglesia20. Todos mezclan la verdad con el error, pues el
error no tiene ningún poder atractivo suyo propio. Todos atacan a los ritos
establecidos, pues sabiendo que la lex orandi (la manera de orar) refleja la lex
credendi (la manera de creer), una vez esta última ha sido cambiada, la primera
deviene un engorro para ellos21. Todos usan los términos de la religión tradicional: el
amor, la verdad, la justicia y la fe, pero les dan un significado diferente. ¿Y qué son
todos estos subterfugios sino medios de introducir sus juicios privados y personales
sobre los asuntos religiosos en el dominio público? Finalmente, ninguno de los
reformadores está plenamente de acuerdo con los otros (excepto en su rechazo de la
«plenitud» de la Fe establecida), pues el error es «legión» y la verdad es una. Como lo
señala un escritor medieval, «son buitres que nunca se ven juntos excepto para
festejar sobre un cadáver»22.
19
«Negarse a creer en alguna de ellas (de las enseñanzas de la Iglesia) es equivalente a
rechazarlas todas». Papa León XIII, Sapaentiae Christianae.
20
Satán es el maestro consumado en citar la Escritura fuera de contexto como queda ilustrado
por la tentación de Cristo en el desierto.
21
La afirmación de Pablo VI, al efecto de que su Novus Ordo Missae «ha impartido un mayor
valor teológico a los textos litúrgicos a fin de que la lex orandi se conforme mejor con la lex
credendi», es una franca admisión de que, o bien los textos litúrgicos en uso durante cientos de años
en la Iglesia Católica no poseían el grado de valor teológico que era de desear, o bien que su nueva
«misa» refleja un cambio en la lex credendi.
22
Es de interés escuchar las palabras mismas de Lutero sobre la naturaleza de la herejía,
palabras que expresó anteriormente a su ruptura abierta con la Iglesia, aunque en un tiempo en que
ya había abrazado y expresado algunas opiniones incompatibles con la enseñanza apostólica.
Dic,98 16
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
La Iglesia, por supuesto, siempre ha proscrito el uso del «juicio privado» en las
cuestiones religiosas. La «libertad» del hombre no está en su libertad para decidir por
sí mismo lo que es verdadero o falso, sino en su libertad para aceptar o rechazar la
verdad que Cristo enseñó. Es un dicho de sabiduría común que ningún hombre
debería ser su propio abogado o médico, no sea que sus emociones interfieran con sus
juicios. Si nosotros nos cuidamos de obtener el consejo y la dirección autorizados
para la conducción de nuestro bienestar físico y económico, deviene absurdo que
releguemos la salud de nuestra alma a los «caprichos» de nuestras emociones. Como
dijo Sócrates —«ser engañados por nosotros mismos es la más temible de todas las
cosas, pues cuando el que engaña nunca se aparta de nosotros ni siquiera un
momento, sino que está siempre presente, ¿acaso eso no es una cosa temible?». Tan
pronto como nosotros hacemos de nosotros mismos el criterio de la verdad, en lugar
de Dios que habla a través de la Iglesia, acabamos haciendo del hombre en tanto que
hombre el centro del universo y toda verdad deviene a la vez subjetiva y relativa. Por
esto es por lo que el Papa S. Pío X dijo, «debemos usar de todos los medios y aportar
todos los esfuerzos para provocar la desaparición total de esa enorme y detestable
iniquidad tan característica de nuestro tiempo —la substitución de Dios por el
hombre» (E Supremi Apostolatus)23.
Aquellos que ven la futilidad de resolver sus expectativas religiosas sobre la base
de sus opiniones personales y subjetivas, y que buscan fuentes objetivas y externas
para la Verdad, deben volverse inevitablemente hacia las distintas «iglesias» en busca
de una solución para estos problemas. De todas las diversas «comunidades
eclesiásticas» que sostienen la posibilidad de encontrar la verdad objetiva, solamente
«El principal pecado de los heréticos es su orgullo… En su orgullo ellos insisten en sus
propias opiniones… frecuentemente sirven a Dios con gran fervor y no intentan mal
alguno; pero sirven a Dios según sus propios deseos… Inclusive cuando son refutados,
sienten vergüenza de retractarse de sus errores y de cambiar sus palabras… Piensan que
son guiados directamente por Dios… Las cosas que han sido establecidas durante siglos y
por las cuales tantos mártires padecieron la muerte, comienzan a tratarlas como cuestiones
dudosas… Interpretan la Biblia según sus propios designios y puntos de vista particulares
e introducen en ella sus propias opiniones…» (Theological lectures on the Psalms, Dresde
1876, citado por J. Verres, «Luther, Burns Oates», 1884, Londres).
¡Ex ore tuo te judico!
23
Hay por supuesto un área en la cual el «juicio privado», o más correctamente, la opinión
teológica, puede ser usada legítimamente. Son ejemplos de ello, la aplicación de los principios a una
situación dada, o a áreas en las cuales la Iglesia no ha hablado nunca específicamente y en las cuales
permite diferencias de opinión legítimas. Sin embargo, no puede ser usada para abrogar los
principios en tanto que tales.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
una ha rechazado consistentemente «el juicio privado» como una fuente de verdad.
Solamente una proclama que Dios mismo (a través de Cristo y de los apóstoles) ha
revelado la Verdad, y solamente una puede demostrar que ha retenido este «depósito»
intacto desde los tiempos apostólicos hasta los tiempos presentes24. Esta es por
supuesto la «Iglesia una, santa, católica y apostólica». La unicidad o «unidad» existe
como una característica de esta Iglesia a causa de que sus miembros «concuerdan en
una Fe única», la Fe establecida por Cristo; todos tienen «el mismo Sacrificio (rito)»,
y todos están «unidos bajo una sola Cabeza»25. No es el acuerdo de los fieles con
cualquier fe que la jerarquía pueda enseñar, ni el uso por los fieles de cualquier rito
que la jerarquía pueda recomendar, sino más bien la concordia de los seglares y de la
jerarquía (que uno tiene la esperanza de que se cuente también entre los fieles) con la
Fe y los ritos que Cristo y los apóstoles nos dieron. Las desviaciones de la ortodoxia
por parte de la mayoría de la jerarquía no vienen a completar el «depósito», sino que
más bien es para conservar el «depósito» por lo que la jerarquía existe. La autoridad
existe para proteger el depósito de la fe, y no al revés. Como dijo el Cardenal
Newman:
«La Iglesia está fundada sobre una doctrina —el Evangelio de la Verdad; es
un medio hacia un fin. Si la Iglesia Católica misma tuviera que perecer
(aunque, bendita sea la promesa, esto no puede acontecer), es preferible que
perezca antes de que falte la Verdad. La pureza de la fe es más preciosa para
el cristiano que la unidad misma».
«How to Accomplish It»
24
Ninguna Iglesia protestante puede fechar su origen anteriormente al tiempo de la Reforma.
Es cierto que pueden señalarse ejemplos más antiguos en los que el «juicio privado» se proclamó
como una fuente de la verdad —pero después de todo, hasta en el Jardín del Edén existía la
serpiente. ¿Sobre la base de qué juicio actuó Judas sino en el suyo propio? Los protestantes pretenden
estar retornando al cristianismo «puro» y «primitivo». ¿De dónde tuvieron noticia de Cristo, sino en
los documentos que la Iglesia ha conservado tan cuidadosamente? ¿Quién, después de todo, ha
conservado la Biblia durante cientos de años desde el tiempo en que fue escrita hasta la venida de
Lutero? Las mismas preguntas pueden hacérsele a la Iglesia posconciliar con respecto a su nuevo
género de cristianismo.
25
Negarse a obedecer a un Papa que nos pide que hagamos lo que va contra las leyes de Dios no
es «atacar» al Papa; es más bien «defender» el Papado. Desdichadamente, tal no es la actitud de la
presente jerarquía posconciliar. Por ejemplo, cuando el reverendísimo Paul Gregoire, Arzobispo de
Montreal, privó al Padre Normandin de su parroquia a causa de que este insistía en ofrecer la Misa
Tradicional Católica, dijo: «Mi propia conciencia me impone graves obligaciones en la obediencia a
mi superior, el Papa. Antes prefiero estar equivocado con él, que estar en lo cierto contra él». O bien
el Arzobispo no conoce su teología, o bien no es un católico romano.
Dic,98 18
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Han de ser creídas con fe divina y católica, todas aquellas cosas que están
contenidas en la palabra de Dios, escrita o transmitida, y que la Iglesia, bien
por un juicio solemne, o por su magisterio universal y ordinario, propone a
la creencia como habiendo sido divinamente reveladas».
Vaticano I, sesión III.
Dic,98 19
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
LA NATURALEZA DE LA REVELACIÓN
¿Cuáles son entonces las fuentes primarias a las cuales nosotros en tanto que
católicos debemos asentimiento, y con las cuales los Papas y sus obispos deben estar
ellos mismos en unión? Son las fuentes de la Revelación, las cuales son, según una
afirmación de fide, la Escritura y la Tradición. «Sería verdadero en un sentido, decir
que no hay sino una sola fuente de Revelación (aparte de Dios mismo), a saber, la
divina Tradición —comprendiendo por esta el cuerpo de la Verdad Revelada
transmitida desde los apóstoles… No obstante, puesto que una parte grande e
importante de esta tradición fue confiada a la escritura y está contenida en los libros
inspirados de la Sagrada Escritura, es la costumbre de la Iglesia distinguir dos fuentes
de Revelación: la Tradición y la Escritura».26 Ciertamente, el hecho de que los libros
del Antiguo y del Nuevo Testamento son «inspirados», y los índices del «canon» o
lista de los libros admitidos como Escritura (en tanto que opuestos a los Apócrifos),
no puede ser demostrado a partir de la Biblia, y se basa enteramente en la Tradición 27.
Como dijo S. Agustín, «Yo no creería en el Evangelio, a menos de haber sido
impelido a ello por la autoridad de la Iglesia Católica»28. El caso sólo debería ser
justamente este, pues la Iglesia existía mucho antes de que las Escrituras fueran
escritas (el Evangelio de S. Mateo, el más antiguo, fue escrito ocho años después de
la muerte de nuestro Señor; y el Apocalipsis muchos años después), y como el mismo
apóstol Juan nos cuenta, no era razonable ni posible que hasta la última palabra y obra
de nuestro Salvador fueran confiadas a la Escritura29. El Cardenal Manning lo señala
bien diciendo:
26
Canon George D. Smith, The Teaching of the Catholic Church, McMillan, Nueva York, 1949.
27
Exposition of Chistian Doctrine, op. cit.
28
Contra ep. Fundament., c. 5: Los protestantes que pretenden que la Escritura es la única
fuente de la Revelación cristiana están en la posición anómala de negar la autoridad misma que da a
la Escritura su autenticidad, a saber, la Tradición y la Iglesia «visible» que ha «canonizado» y
conservado intactos los libros sagrados. Esto aconteció en el año 317.
29
«Pero hay también muchas otras cosas que Jesús hizo, las cuales, si fueran escritas todas, el
mundo mismo, pienso yo, no sería capaz de contener los libros que deberían ser escritos». (Juan
XXI, 25).
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
La Escritura es, por supuesto, una de las fuentes primarias a partir de la cual
podemos llegar a conocer la Tradición cristiana. Como tal, siempre ha sido
grandemente venerada por la Iglesia Católica. Si las grandes Biblias manuscritas e
iluminadas estaban «encadenadas» en las Iglesias en los tiempos medievales, esto es
similar a las prácticas de hoy en día en toda colección o biblioteca de libros raros; si
se conservaban en el original latín (Vulgata), esto era solo para prevenir la
introducción de errores en el texto establecido. Desde los días más antiguos de la
Iglesia, la Biblia era leída tanto en la lengua litúrgica como en la lengua vernácula —
sabemos esto por la historia de S. Procarpo que fue martirizado en el año 303, y cuya
función era traducir en la Misa el texto sagrado a la lengua hablada —una costumbre
que prevalece hasta este día siempre que se dice la Misa tradicional. Tampoco es
verdadero, como pretenden Lutero y los protestantes, que la Iglesia «haya escondido
la Biblia a los seglares». Por ejemplo, hubo al menos nueve ediciones alemanas de la
Biblia publicadas antes del nacimiento de Lutero y muchas más en latín. Lo mismo era
verdadero en los demás países31. Lo que importaba e importa a la Iglesia a este
30
Se ha argumentado que la insistencia en la Tradición es un fenómeno «postridentino».
Escuchemos las palabras de S. Epifanio (circa 370): «Debemos apelar también a la ayuda de la
Tradición, pues es imposible encontrar todo en la Escritura; pues los santos apóstoles nos
transmitieron algunas cosas por escrito y otras por Tradición». S. Basilio habla similarmente de
dogmas que se encuentran – «algunos en los escritos doctrinales, otros transmitidos desde los
apóstoles… los cuales tienen ambos la misma fuerza religiosa».
31
Cf. Catálogo de Biblias en la Caxton Exhibition en South Kensington en Inglaterra, 1877.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
respecto es que las traducciones sean exactas y fieles, no sea que se introduzca alguna
distorsión del depósito original de la fe32. ¡Y ciertamente es sabia! La «Nueva Biblia
Americana», la versión inglesa de las Escrituras que la nueva Iglesia posconciliar
recomienda que se use en todas las Iglesias de América del Norte (y que es
plenamente aceptable para los protestantes y lleva la «bendición Papal» de Pablo VI),
traduce siempre la frase resurrexit y surrexit (voz activa) como «Cristo ha sido
resucitado», en vez del correcto «Cristo ha resucitado»33. La distinción puede parecer
mínima, pero Cristo no fue resucitado por otro. «Si Cristo no hubiera resucitado
(siendo Dios, en y por Sí mismo)… entonces nuestra fe sería en vano» (1 Corintios
XV). La otra cosa que importaba e importa a la Iglesia es que los pasajes obscuros de
la Escritura sean comprendidos correctamente —es decir, según la manera de los
Padres, de los Doctores y de los Santos. ¿Cómo podría la Iglesia tomarse tanto
cuidado en preservar las Escrituras intactas y no interesarse también sobre su uso
apropiado? ¿De qué otro modo querríamos nosotros que actuara una madre
amorosa?34.
32
W. Walker, un individuo escasamente amistoso hacia la Iglesia, califica la traducción de
Lutero como «muy libre… juzgada por los cánones de exactitud modernos» (The Reformation)
Zuinglio fue todavía más crítico, «Tú corrompes, oh Lutero, la palabra de Dios. Eres conocido como
un notorio pervertidor de la palabra de Dios. Cuán avergonzados estamos de ti, a quien una vez
tuvimos tanto respeto».
33
Ha de admitirse que S. Pablo usa la forma pasiva al menos en una ocasión. El defecto en la
nueva traducción no está en decir que Cristo fue resucitado, sino en suprimir los textos que dicen que
Él resucitó por Su propio poder. Podrían darse muchos otros ejemplos, tales como traducir Él gimió
en Su espíritu y Se turbó (Juan XI, 33) por Él se estremeció con las emociones que se arrebataban
dentro de Él, sugiriendo claramente que Cristo no tenía el control de su naturaleza pasional.
Aquellos interesados en el problema de las falsas traducciones fomentadas entre los fieles por la
nueva Iglesia pueden remitirse a «Experiment in Heresy» de Ronald D. Lambert, Triumph (Wash. ,
D.C) Marzo de 1968, y «The Liturgy Club» de Gary K. Potter, Triumph, Mayo de 1968. Se
encontrará un excelente estudio por un no cristiano en «The Survival of English» por Ian Robinson,
Cambridge University Press, Cambridge, Inglaterra 1977.
34
Fue en respuesta al grito lolardo (en la temprana Reforma) del siglo XV, en Inglaterra,
—«¡Una Biblia abierta para todos!», entendiendo por una «Biblia abierta» las traducciones
incorrectas y tendenciosas que se estaban extendiendo— por lo que Arundel, el Arzobispo de
Canterbury, afirmó en el concilio de Oxford de 1406 que «nadie debería traducir por su propia
autoridad al inglés ninguna porción de la Sagrada Escritura». Cualquiera que tenga un conocimiento
aunque sea superficial de los sermones medievales, sabe cuán repletos están de citas Escriturarias —
muchos no eran verdaderamente nada más que pasajes de esta fuente sagrada ensartados uno tras
otro. «Esta fantasía, dice S. Juan Crisóstomo, de que solo los monjes deberían leer las Escrituras, es
una peste que corrompe todas las cosas; pues el hecho es que tal lectura os es más necesaria a
vosotros(los seglares) que a ellos» (In Matth. Hom. II). No obstante la Iglesia ha enseñado: «Que el
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Permaneced firmes, y retened las tradiciones que habéis aprendido, bien por
la palabra o por nuestra epístola… Retened la forma de las palabras
salutíferas que habéis escuchado de mí con fe y con amor, que está en Cristo
Jesús…»
lector se guarde de hacer que la Escritura se incline a su sentido, en lugar de hacer que su sentido se
incline a la Escritura» (Regula cujusden Patris ap Luc. Hols. Cod. Reg.). Es digno de notar también
que la traducción inglesa de la Biblia que Wycliffe (m.1384) usó, era de hecho una traducción
católica que existía anteriormente a su movimiento. (Esta Biblia está guardada en el British Museum
y el nihil obstat fue aprobado por el Cardenal Gasquet).
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
¿QUÉ SE ENTIENDE
POR LA PALABRA «TRADICIÓN»?
«La Revelación hecha a los apóstoles por Cristo y por el Espíritu Santo a
quien Él envió a enseñarles toda la verdad fue final, definitiva. A ese cuerpo
de la verdad revelada nada ha sido agregado, ni lo será nunca».
También debería ser claro que esta restricción sobre la jerarquía se aplica tanto al
Papa como a cualquier otro miembro del cuerpo de los fieles. Como lo afirma el
Cardenal Hergenrother (en la Catholic Encyclopedia), «Él (el Papa) está circunscrito
por la conciencia de la necesidad de hacer un uso recto y benéfico de los deberes
adscritos a sus privilegios… también está circunscrito por el espíritu y la práctica de
la Iglesia, por el respeto debido a los concilios generales y a los estatutos y
costumbres antiguos». Ahora bien, esta Revelación se nos da en la Escritura y en la
Tradición, y se conserva para nosotros en los escritos de los «Padres», y en las
35
La identificación de lo tradicional con lo convencional —tal como llevar el emblema de una
escuela— es por supuesto una antigua sofistería, y a menudo sirve como argumento para abolir
ambos. Debería estar claro que Cristo no hablaba de una cosa tal cuando dijo: Omnia mihi tradita
sunt a Patre meo. Como afirma John Senior en su Death of Christian Culture, «La doctrina cristiana
no es un resultado de la convención, aunque es ciertamente tradicional».
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
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manto de estos relatos, y es una verdad oculta bajo una ficción bella… El tercer sentido se llama
moral, y este es el sentido que los instructores deberían intentar captar a todo lo largo de las
Escrituras para su propio beneficio y el de sus discípulos… El cuarto sentido se llama el anagógico,
es decir, “por encima del sentido”; y este se da cuando una escritura se explica espiritualmente».
Todo esto no es sino un resumen del dicho de los antiguos padres judíos al efecto de que «La Torah
es como un yunque, cuando se golpea saltan un millar de chispas».
Los exégetas protestantes y modernos con su seudoerudición —que reemplaza la comprensión
de las interpretaciones sagradas por interpretaciones filológicas, histórico-críticas y psicológicas, por
no decir nada de las exposiciones meramente sociológicas y políticas— querrían reducir la Escritura
al nivel de la literatura profana moderna, al nivel de una novela de Dreiser. Los jóvenes de hoy en
día, al rechazar la religión, lo que rechazan a menudo son las absurdidades que resultan de tales
aproximaciones «liberales» a lo sagrado. Los integristas, por otra parte, se limitan solo a una
estrecha interpretación «literal», un proceso que traduce textos tales como el Cantar de los Cantares
casi ininteligiblemente. Ambos grupos se negarían, por supuesto, como lo hace notar Hilaire Belloc,
a tomar afirmaciones tales como «Este es Mi Cuerpo» en un sentido literal.
37
La Tradición se clasifica, además, como objetiva cuando se refiere a las verdades dogmáticas,
y activa, por algunos, en referencia a las «costumbres, preceptos, disciplinas y prácticas», y por otros
cuando se refiere a los diferentes órganos de transmisión tales como los ritos de la Iglesia y el
Magisterio de la enseñanza. Se llama constitutiva si está establecida por los apóstoles y continuativa
si es de origen posterior. Con respecto a su relación con la Escritura, se llama inherente (si lo que se
transmite se afirma claramente en la Escritura), declarativa (si se afirma solamente de una manera
obscura en la Escritura y necesita la ayuda de la Tradición para ser comprendida) y constitutiva (si
no se encuentra en modo alguno en la Escritura).
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Cristo y a los apóstoles. La tercera, que es extremadamente difícil, sino imposible, por
esta distancia en el tiempo, distinguir entre lo que es Tradición «sub-apostólica» y lo
que es verdaderamente Tradición divino-apostólica, y entre lo que es Tradición
humano-apostólica y lo que es Tradición divino-apostólica38. Así, por ejemplo, en el
Canon de la Misa tradicional, aparte de las palabras de la Consagración, nosotros no
estamos seguros, en modo alguno, de cuáles partes son de origen divino-apostólico y
de cuáles partes pueden ser consideradas de tradición humano-apostólica o de
tradición eclesiástica. Debe recordarse que, como afirma el Cardenal Bellarmino en su
De Verbo Dei, la Tradición se llama «no escrita», no a causa de que no haya sido
puesta por escrito nunca, sino a causa de que no fue puesta por escrito por su primer
autor. Puede asumirse razonablemente que los autores sub-apostólicos para quienes
las «innovaciones» eran anatema, codificaron muchas «costumbres, preceptos,
disciplinas y prácticas» que eran verdaderamente apostólicas en su origen. Además,
debe afirmarse que las tradiciones eclesiásticas, aunque no tienen el mismo peso que
las apostólicas, ciertamente merecen nuestra mayor veneración, y rechazarlas con
pretexto de que no son «divinas», es tan absurdo como rechazar los cánones de los
concilios ecuménicos a causa de que no derivan de Cristo mismo39. De aquí se sigue
que, como afirma S. Pedro Canisio en su Summa Doctrinae Christianae, «Nos
conviene observar unánime e inviolablemente las tradiciones eclesiásticas, bien
38
S. Clemente, cuarto Obispo de Roma, y compañero de viajes de S. Pablo, fue descrito por los
primeros Padres como «a veces apostólico, a veces apóstol, a veces casi apóstol».
39
Los Padres del concilio de Trento fueron enteramente específicos al respecto de que «las
verdades y las disciplinas están contenidas en los libros escritos y en las tradiciones no escritas»,
pero les faltó especificar estas de una manera exacta. Es pertinente aquí el siguiente pasaje de la obra
Canons and Decrees of the Concil of Trent del Rev. J. Waterworth (Burns Oates, 1848):
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Entre las Tradiciones que son claramente de origen apostólico están incluidas «la
inspiración de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, el poder del signo de la
cruz, la determinación del número preciso de los sacramentos, el bautismo de los
niños, la validez del bautismo administrado por los heréticos, la substitución del
Sábado por el Domingo, la Asunción de la Santísima Virgen, etc.» 41. Uno puede
agregar a esta lista la «forma» y «materia» de los sacramentos, especialmente el de la
santa misa, y el establecimiento del Episcopado como los descendientes legítimos de
los apóstoles. Es este último acto el que acarrea consigo el concepto de tradición
(con una t minúscula), pues los pastores legítimos de la Iglesia primitiva establecieron
40
A Manual of Catholic Theology, basado sobre la «Dogmatic» de Scheeban por Joseph
Wilhelm y Thomas Scannell, Kegan Paul: Londres, 1909.
41
Exposition of Christian Doctrine, op. cit.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
las tradiciones eclesiásticas —«los preceptos, las costumbres, las disciplinas y las
prácticas», no como los hombres establecen las costumbres humanas, sino
codificando aquellas costumbres que habían recibido o aprendido de los apóstoles, o
como miembros de ese cuerpo único conformado por Dios mismo, y animado y
dirigido por Su Espíritu Santo. «De aquí que su testimonio no sea el testimonio de los
hombres, sino el testimonio del Espíritu Santo» 42. Como se afirma en la Epístola de
Diogneto, a los cristianos «no se les ha transmitido ningún descubrimiento terrenal, ni
están custodiando ninguna invención mortal».
Uno apenas se sorprende de encontrar que la mayoría de los Padres de la Iglesia
no hacen una distinción clara entre lo que es apostólico (hablando estrictamente) y lo
que es eclesiástico en la Tradición. El Cardenal Tixeront en su texto sobre La
Historia de los Dogmas afirma: «S. León usa la palabra Tradición en su sentido
primitivo de enseñanza y de costumbre transmitidas de viva voz o por la práctica». En
otra parte del mismo texto afirma que S. Juan Damasceno «como S. Basilio… admite
como una regla de fe, aparte de la Escritura, algunas tradiciones no escritas que
descienden desde los apóstoles, y algunas costumbres eclesiásticas que deben ser
aceptadas como autoridad». S. Jerónimo concibe también la tradición en un contexto
amplio: «Las tradiciones y costumbres de la Iglesia pueden suplir el silencio de la
Escritura, (sobre muchos puntos) como puede verse en muchas (de sus) prácticas»
(Dialogus contra luciferanos, VIII). Una comprensión tal se refleja también en The
Tradition of Scripture del Padre Barry (1911), donde afirma: «Los católicos
entienden ciertamente por Tradición el sistema conjunto de la fe y de las ordenanzas
que han recibido de las generaciones anteriores a ellos… remontándose hasta los
apóstoles de Cristo».
Los concilios reflejan también el pensamiento de la Iglesia sobre este punto. Así,
el canon III del concilio de Cartago y el canon XXI del concilio de Gangra afirman
que «se insiste en que las tradiciones no escritas tendrán autoridad». El séptimo
concilio ecuménico afirma que «si alguien desautoriza alguna tradición eclesiástica,
escrita o no escrita, que sea anatema», y «sea anatema todo lo que está en conflicto
con la tradición y la enseñanza eclesiástica, y cuanto ha sido innovado y hecho
contrariamente a los ejemplos trazados por los Santos y los Padres venerables, o
cuanto de aquí en adelante se haga alguna vez de esta manera»43. El Segundo concilio
42
A Manual of Catholic Theology, op. cit.
43
Es pertinente destacar que «La Profesión de la Fe Católica de los Conversos» requerida por la
Iglesia tradicional dice así: «Yo admito y abrazo firmemente las tradiciones apostólicas y
eclesiásticas y todas las demás constituciones y prescripciones de la Iglesia» (Collectio Ritum, 1964).
S. Juan Fisher enseñaba que «Aquellas tradiciones apostólicas que no están registradas en las
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
de Nicea condenó también a «aquellos que se atreven según la manera impía de los
heréticos, a hacer burla de las tradiciones eclesiásticas y a inventar novedades de
cualquier tipo». Tal es también la actitud de los Santos y de los Papas. S. Pedro
Damián (un «doctor» de la Iglesia) escribe que «es ilegítimo alterar las costumbres
establecidas de la Iglesia… No retires los antiguos hitos que tus padres han
establecido». S. Juan Crisóstomo afirma, «Es Tradición, (si es así) no pidas más».
Como ha dicho el Papa Benedicto XV, parafraseando casi palabra por palabra a
alguien que ocupó la sede apostólica una millar de años antes (el Papa Silvestre), «No
innovéis nada. Permaneced contentos con la Tradición». Ningún Padre de la Iglesia,
ningún santo o doctor de la Iglesia, y ningún Papa (anterior a la época presente) ha
desacreditado ni intentado cambiar nunca las tradiciones eclesiásticas. Todo esto es
un clamor lejano de la enseñanza de la nueva Iglesia posconciliar cuyo líder, a la
sazón Pablo VI, nos dice que «es necesario saber cómo dar la bienvenida con
humildad y libertad interior a cuanto es innovador; uno debe romper con el apego
habitual a lo que solíamos designar como la inalterable tradición de la Iglesia…» (La
Croix, 4 de septiembre de 1970); ¡Judas no podría haberlo dicho mejor!
A fin de comprender mejor la relación entre la Tradición Divina y la Tradición
Eclesiástica, podemos trazar un paralelo entre lo que se llama de fide definita o de
fide catholica (que son las verdades divinamente reveladas por Cristo o los apóstoles
y declaradas por la Iglesia como tales) y lo que se llama de fide ecclesiastica o de
proxima fidei (que son las verdades reveladas todavía no definidas así por la Iglesia).
Como ha dicho el Padre Faber:
«Hay tres tipos de fe: humana, la cual reposa sobre la autoridad humana, y
como tal es incierta y está sujeta al error; divina, la cual reposa sobre la
autoridad divina; y eclesiástica, la cuál reposa sobre la autoridad de la
Iglesia, que define alguna cosa con la asistencia del Espíritu Santo, a través
de la cual es preservada de la posibilidad de error; y esta fe es infalible, con
una infalibilidad participada y confiada, inferior en grado a la fe divina, pero
con una certeza que la eleva muy por encima de la fe humana. Por lo tanto, si
alguna cosa se mostrara como siendo de fide ecclesiastica, entonces no
solamente tiene derecho a nuestra aceptación, sino que inclusive rechaza
toda oposición, de modo que un hombre, aunque no fuera formalmente un
Escrituras no por eso deben ser menos observadas. En adición a estas tradiciones, las costumbres
recibidas por la Iglesia universal no deben ser rechazadas por ningún cristiano» (Vida, E. E.
Reynolds).
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
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46
Teólogos posteriores han descrito la tradición «objetiva» como la «regla remota de la fe», y el
magisterio o la tradición «activa» como la «regla próxima de la fe». Otros todavía han invertido los
términos «remota» y «próxima». Pío XII hacía uso de la frase «norma próxima y universal para todo
teólogo» con respecto al Magisterio (A.A.S. XLII. 1950, 567), pero al mismo tiempo puntualizó que
el Magisterio es el «guardián y el intérprete de la verdad revelada», y no «una fuente separada de la
verdad».
47
Rev. Greg. 1937, p. 79.
48
A. M. Henry, O. P., An Introduction to Theology, Fides, I. 11, 1952.
49
Ecclesia: The Church of Christ; Ed. A. H. Mathew, Burns Oates, Londres: 1906.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Así pues el Magisterio, como un todo y en sus partes constituyentes, es, como lo
afirma la Enciclopedia Católica, «el órgano oficial de la tradición». Nuestra fe
depende totalmente de la tradición y no puede apartarse de ella bajo ningún pretexto.
«La tradición es así la fe que la Iglesia (es decir, el Magisterio) enseña, pues ella la ha
recibido de los apóstoles, y es la norma de la Verdad» 50. ¿Y como podría ser de otro
modo?, pues como dice el Cardenal San Roberto Belarmino en su De Verbo Dei, una
de las características de la tradición es que es «perpetua —pues fue instituida de
modo que pudiera ser usada continuamente hasta la consumación del mundo…».
Entre las costumbres de la Iglesia que enumera como ejemplos de «uso continuo»
desde el tiempo de Cristo hasta su día están «los ritos de administración de los
sacramentos, los días de fiesta (Pascua, etc.), los tiempos del ayuno, la celebración de
la Misa y del oficio divino, et alia generis ejusdem». Ciertamente, Belarmino se toma
poco esfuerzo en distinguir entre lo que es «divino» y lo que es «eclesiástico» en la
tradición51 —la describe más bien como un todo integral en el que las distinciones
50
Dictionaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ane, París, 1911-49.
51
El fiel católico no tiene ninguna necesidad de hacer estas distinciones debido a que es
propenso, casi por la naturaleza misma de su alma, a aceptar lo que es divino, divino-apóstolico y
eclesiástico con la misma reverencia y amor. No pensaría en cambiar sus ritos más que un devoto
muslim, hindú o budista pensaría en cambiar los suyos. ¿Es menos «católica» la Misa Tradicional
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
están entre la «materia» y la «forma» que toma. Y ciertamente, las distinciones que
nos vemos obligados a hacer entre lo que es divino, lo que es apostólico y lo que es
«meramente» eclesiástico, tienen un cierto aire de artificialidad. Bossuet define así la
Tradición como el «intérprete de la ley de Dios» y la «doctrina no escrita proveniente
de Dios y conservada en los sentimientos y en la práctica universal de la Iglesia»52; y
Deneffe afirma:
«En los siglos XIX y XX muchos teólogos lo dicen con entera claridad: la
Tradición es la predicación de la Iglesia… Ciertamente, algunos dicen, LA
TRADICIÓN ES EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA»53.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
54
Como podía imaginarse, fue el modernista Loisy quien usó la artimaña de la «modificación»
(las tradiciones pueden ser modificadas, pero no cambiadas) para atacar el concepto unificado de
Tradición. Citémosle, «Lo que inquieta a los fieles, en lo que concierne a la Tradición, es la
imposibilidad de reconciliar el desarrollo histórico de la doctrina cristiana con la pretensión de los
teólogos de que la Tradición es inmutable». No nos hagamos ilusiones. Los fieles no estaban
inquietos; Loisy aspiraba, como los modernistas, al control de la nueva Iglesia. Entonces, como hoy,
pretendían atacar a la Tradición en el nombre de los «fieles».
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S. Vicente de Lérins.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
proclamado por la Iglesia como siendo de fide —un punto sobre el que volveremos
después. Es atacar al «tronco» del árbol y presumir que las «raíces» sobrevivirán a
pesar de ello. Divorciar la tradición de la costumbre es divorciar la fe de la práctica;
es separar la enseñanza de Cristo de Sus acciones, considerar a los apóstoles y a sus
descendientes espirituales inmediatos como inferiores en sabiduría a nosotros mismos,
y negar a la Verdad su manera de expresión legítima. Separar la Iglesia de sus
tradiciones es quebrar su «unidad», y proclamar que ella no lleva ya el «vestido de
desposada» que la caracteriza como la «Esposa de Cristo». Pretender que nosotros
somos otra cosa que católicos tradicionales es afirmar que no somos católicos en
absoluto. Enfrentados como estamos con innovación sobre innovación, preguntemos
siempre con S. Juan Crisóstomo: «¿Es tradición?», y afirmemos también con él que
nosotros «no pedimos nada más». A menos que la nueva Iglesia pueda pretender y
proclamar con sus apóstoles fundadores Ego enim accepi a Domino quod et tradidi
vobis —«Pues yo he recibido del Señor eso que os he transmitido…», entonces no es
la Iglesia que Cristo fundó. Como ha dicho el Cardenal Cayetano, «Notad bien que
solo la enseñanza de Dios es realmente la regla de la fe. Aunque la Iglesia universal no
puede errar en su fe, sin embargo, ella no es en sí misma la regla de la fe: solo lo es la
divina enseñanza sobre la cual está fundada».
2 Tesalonicenses III, 6
Dic,98 37
PARTE II
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
LA NATURALEZA DE LA FE CATÓLICA
Hasta este punto hemos demostrado que la «regla de la fe» católica debe ser «La
Biblia y la Tradición Divina», y que el Magisterio (bien sea visto como la regla
«próxima» de la fe o bien como la regla «remota») no puede en modo alguno
apartarse de estas fuentes primarias. Hemos demostrado, además, que las
«tradiciones» de la Iglesia son una parte esencial del Magisterio, pues es a través de
ellas como se manifiesta la «autoridad de enseñanza de la Iglesia». Nos toca ahora
considerar el concepto de Fe en mayor detalle. Según la «Enciclopedia Católica», la
Fe debe ser considerada tanto objetiva como subjetivamente. «Objetivamente, la Fe
significa la suma de las verdades reveladas por Dios en la Escritura y en la Tradición y
que la Iglesia nos presenta en una forma abreviada en sus credos (y uno podría
agregar que una excelente presentación del credo se encuentra en el famoso
catecismo del concilio de Trento —Ed. 56); subjetivamente, la fe significa el hábito o la
virtud por la cual nosotros asentimos a estas verdades». Según Santo Tomás, «los
principios de la doctrina de la salvación son los artículos de la salvación de la fe»
(Comentario sobre 1 Corintios XII, 10), y S. Pablo enseña claramente que «sin fe, es
imposible agradar a Dios» (Hebreos XI, 6). «El fundamento entero de la vida
espiritual es la fe… por la fe escuchamos a Dios mismo, pues no es una enseñanza
56
Este Catecismo es un catecismo muy sobresaliente. Es diferente de cualquier otro sumario de
doctrina cristiana, no solo porque está hecho intencionadamente para el uso de los sacerdotes en su
predicación, sino también porque goza de una autoridad única entre los manuales. En primer lugar,
fue publicado por el mandato expreso del concilio ecuménico de Trento, el cual ordenó también que
se tradujera a las lenguas vernáculas de las diferentes naciones, a fin de ser usado como una fuente
de predicación modelo. Además, ulteriormente recibió la aprobación incondicional de muchos
Soberanos Pontífices, incluyendo a Pío V, y a Gregorio XIII entre otros. Clemente XIII dijo en una
Bula Papal (4 de Junio de 1761) que el Catecismo de Trento contiene una clara explicación de todo
lo que es necesario para la salvación y de provecho para los fieles, y que ningún otro catecismo
podría serle comparado; le llamó «una norma de enseñanza y de disciplina católicas». El Papa León
XIII recomendaba que todo seminario lo poseyera y lo considerara a la par con la Summa Theologica
de Santo Tomás de Aquino. Del grupo de personas responsables de su compilación, seis devinieron
posteriormente santos canonizados de la Iglesia, incluyendo a S. Carlos Borromeo. Uno podría
seguir dando testimonios sin fin de su autoridad y excelencia. Como el Padre Hogan (antiguo rector
del Irish College en Roma) ha afirmado, «como mínimo tiene la misma autoridad que una encíclica
dogmática».
Dic,98 39
humana, sino una enseñanza divina…».57 Esta fe y la Revelación sobre la cual se basa
nos han sido dadas de una vez por todas, y de una manera total. La enseñanza del
Magisterio es completamente clara sobre este punto:
«La Revelación hecha a los apóstoles por Cristo y por el Espíritu Santo, a
quien Él envió para que les enseñara toda la verdad, era final y definitiva. A
ese cuerpo de la verdad revelada nada ha sido agregado, ni lo será nunca. El
deber de los apóstoles y de sus sucesores era claro; guardar celosamente el
precioso depósito confiado a su cuidado y transmitirlo completo y entero a la
posteridad…».
«Oh Dios mío, yo creo firmemente en todo cuanto tu Santa Iglesia Católica
aprueba y enseña, puesto que eres Tú, la Verdad Infalible, quien lo ha
revelado a tu Iglesia».
Puede haber, por supuesto, algunas Verdades que la Iglesia enseña y que un
católico no sepa. Sin embargo, su actitud debe ser la de una persona que quiere
pensar correctamente, en vez de la de una persona que quiere pensar por sí mismo.
(Imagínese un matemático calculando según el modo que quiere, en lugar de hacerlo
correctamente —podría obtener millares de respuestas erróneas en lugar de la única
correcta). Por lo tanto, cuando se enfrenta con una cuestión doctrinal o moral, se
apresura a preguntar, «¿qué enseña la Iglesia?». La Iglesia a su vez, sabiendo que la
mayoría de los individuos no pueden ser conocedores de todo lo que ella enseña,
especifica algunos dogmas como necesarios para la posibilidad de la salvación.
Clasifica estos en categorías como un conocimiento de los medios de salvación
(necessitate medii), y como lo que es necesario saber debido a que la Iglesia lo manda
(necessitate praecepti)58. Además, hay aún otras verdades que se requeriría que uno
57
Beato Juan de Ávila, Audi Filia.
58
Hay algunas diferencias en la opinión teológica en cuanto a lo que constituye exactamente
los Necessitate medii, aunque ciertamente todos están de acuerdo en que es esencial un conocimiento
de Dios, así como del hecho de que seremos juzgados por nuestras acciones. Otros incluyen también
conociera a fin de llevar una digna vida cristiana de acuerdo con el estatuto ordinario
del fiel. Más allá de esto, no obstante, hay aún otras verdades que la Iglesia enseña y
de las cuales el católico ordinario puede ser desconocedor sin que por ello ponga en
peligro su alma —verdades que, sin embargo, debe creer implícitamente— es decir,
verdades a las cuales debe dar su asentimiento a causa de que la Iglesia las propone a
la creencia. Debería ser completamente claro que estas distinciones no tienen nada
que ver con las distinciones protestantes entre artículos fundamentales (que hay que
creer) y no fundamentales (los cuales pueden ser creídos o no de acuerdo a la
elección de los individuos). Un católico debe creer todas las Verdades que la Iglesia
enseña, bien las conozca todas o no. No hay que decir que un católico tiene
obligación de conocer aquellas verdades que le son necesarias en su estado particular
en la vida.
En la situación actual, donde la nueva Iglesia posconciliar nos enseña Verdades
«Nuevas» y «Posconciliares» (tales como las nuevas enseñanzas sobre la naturaleza
de la «libertad religiosa») —y donde pretende que no ha cambiado nada de lo que es
de fide—, se hace necesario para nosotros comprender las diferentes distinciones
teológicas que se refieren a la certeza que tienen las diferentes Verdades de la fe
católica. Se usan las siguientes categorías tomadas de la Theologica Fundamentalis
de Parente:
En un nivel todavía más bajo se encuentran las censuras teológicas que abarcan
desde «lo equívoco, engañoso y escandaloso, hasta lo pernicioso y peligroso».
Ahora bien, que los teólogos de la nueva Iglesia enseñen en efecto que un
católico sólo necesita creer en lo que es de fide, es en sí mismo «engañoso,
escandaloso y pernicioso». Es decirnos que podemos estar en herejía próxima —es
decir, que se pueden rechazar las verdades reveladas simplemente porque todavía no
han sido definidas como tales. Es decirnos que podemos estar en error teológico y
que se pueden sostener libremente opiniones que son contrarias a las opiniones de los
santos, de los doctores de la Iglesia y a las enseñanzas de los soberanos Pontífices, sin
ponerse uno mismo fuera de la unidad59. Es decirnos que podemos abandonar las
tradiciones eclesiásticas, rechazar los cánones de los concilios ecuménicos y negar las
enseñanzas del catecismo del concilio de Trento, sin dejar de ser católico. Podemos
sostener, como dijo el Padre Faber, opiniones «con sabor a herejía, sospechosas de
herejía, cercanas a la herejía, cismáticas, judaizantes, paganas, ateas, blasfemas,
impías, erróneas, cercanas al error, con sabor a error o sospechosas de error,
escandalosas, temerarias, sediciosas, malsonantes, ofensivas para los oídos piadosos,
relajadas, idóneas para seducir al simple, fabulosas, mentirosas, apócrifas,
improbables e insanas…»60. Sin embargo, estas son precisamente las características de
59
Se puede disentir de un santo sobre hechos materiales, de la misma manera que se puede
disentir de un santo vivo respecto del tiempo del día. Disentir sobre cuestiones teológicas es un tema
completamente diferente. Que Sto. Tomás no conociera un hecho científico aceptado hoy día no
torna su teología ni arcaica ni inválida.
60
Introducción a su «Vida de S. Alfonso María de Ligorio». Continua: «Ahora bien, es evidente
que hay en la Iglesia Católica, independientemente de los dogmas que son efectivamente de fide, y
que un hombre debe recibir, o de lo contrario devenir formalmente herético, un gran número de
doctrinas importantes que son también verdaderas, de modo que es un punto de controversia entre
los doctores católicos si son o no de fide; hay también un número de verdades que son proximae
fidei, un número que son ciertas a causa de fide ecclesiastica, según se llaman; muchas que son
recibidas comúnmente; muchas que son sostenidas por la gran mayoría de los Santos; muchas que,
expresadas en algunas devociones, la Iglesia les concede indulgencias generosas; muchas que son
simbolizadas en algunos actos rituales autorizados por la Iglesia; muchas que forman la base de
costumbres aprobadas en las órdenes religiosas; muchas cuya negación ha sido estigmatizada por las
universidades y los teólogos como escandalosa y temeraria y próxima a la herejía. ¿Cómo podría un
hombre ser considerado en armonía con la Iglesia, suponiendo que rechazara todas o muchas de
estas cosas? … ¿Puede un católico rechazar impunemente como falso, o al menos, como no digno de
Dic,98 42
la nueva Iglesia Posconciliar, una Iglesia que ha abrogado «el órgano más importante
del Magisterio Ordinario y Universal»—la Misa tradicional; una Iglesia que ha
contradicho directamente las enseñanzas de los Papas Pío IX, León XIII, S. Pío X,
Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, insertando en sus documentos oficiales —es decir,
en los documentos del Vaticano II— afirmaciones que enseñan exactamente aquellas
cosas que condenaron las «censuras teológicas» del Índice de los Errores. Si la nueva
Iglesia admitiera alguna vez que ha ido contra lo que era de fide; si, como el
Arzobispo Bernardine (ver introducción) parece abogar, «retirara tales doctrinas del
contenido de la Fe», perdería entonces ese último vestigio que da semblante de
legitimidad a la pretensión de que todavía representa a aquella Iglesia que Cristo
estableció para guardar, conservar y enseñar Su Revelación.
Una de las proposiciones que el Índice de los Errores condenó específicamente
era que:
un pensamiento, todo lo que no es positivamente de fide? Ciertamente no: eso sería la más irracional
indiscreción, la temeridad intelectual más impaciente que podría concebirse. Sería el caso de un
hombre cuyo primer cuidado no fuera estar en armonía con la Iglesia, sino volver la esquina de la
herejía formal por una veleidad hábil y peligrosa». Igualmente en cuanto a la postura por parte de la
Iglesia Conciliar de que solamente lo que es de fide debería o debe ser retenido.
61
Los teólogos de la Iglesia posconciliar niegan que el Índice de los Errores sea un documento
infalible, y a partir de aquí argumentan que no es vinculante para los fieles. John Courtney Murray,
S. J., admite abiertamente que el Vaticano II va contra las «censuras» de este documento Papal, en su
introducción al decreto del Vaticano II sobre La Libertad Religiosa (traducción de Abbot). Él debía
saberlo bien, pues era uno de los principales «periti» (expertos) responsables de la confección de este
documento y también de su traducción al inglés. Entre las proposiciones condenadas por el Índice,
pero aprobadas por el Vaticano II, están las siguientes:
«Que todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que crea verdadera, guiado por
la luz de la razón… Que la salvación eterna puede ser esperada por todos aquellos que no
están en absoluto en la verdadera Iglesia de Cristo. Que el protestantismo no es nada más
que otra forma de la misma religión cristiana verdadera, en la cual es posible agradar a
Dios como en la Iglesia Católica».
En cuanto a los católicos que permanecen «tradicionales», la Enciclopedia Católica es
enteramente específica. «Todos los católicos… están obligados a aceptar el Índice. No deben
oponerse a su contenido ni exteriormente, ni de palabra, ni por escrito; deben asentirle también
interiormente».
Como afirma Mons. Van Noort en su texto sobre Teología Dogmática, la creencia
de que «uno puede rechazar o poner en duda alguna verdad no revelada que uno
escoja, sin cometer pecado o injuriar la profesión de la fe católica» es un «error
extremadamente grave». Continúa, «Algunas verdades están entretejidas tan
necesariamente con la revelación que negarlas o dudarlas injuriaría a la revelación
misma… Otras verdades están conectadas con la revelación como una consecuencia
necesaria (conclusio theologica)… Finalmente, algunas verdades están conectadas
necesariamente con la revelación por razón de su objetivo (las decisiones
concernientes a la disciplina universal de la Iglesia). Las verdades no reveladas
formalmente, pero ligadas a la Revelación en uno de estos tres modos señalados, se
proponen directamente la custodia y la aplicación práctica del depósito de la Fe; así
pues, indirectamente, pertenecen al depósito mismo y a la Fe Católica»62.
Otro comentario modelo sobre el canon de la Ley, y específicamente sobre los
Cánones 1322, 23 y 24 que tratan del «depósito de la fe» afirma:
Las «censuras teológicas» son consideradas usualmente como siendo de fide, o al menos como
parte del «Magisterio solemne». Ciertamente, el Índice no es una Encíclica, fue publicado por el
Santo Oficio —que es la Congregación Romana que vigila la pureza de la doctrina católica; sin
embargo, su contenido ha sido aprobado por todos los Papas enumerados más atrás. Fue ratificado
formalmente por el Papa S. Pío X el 4 de Julio de 1907. En un Motu Propio publicado en el mismo
año, prohibió la defensa de las proposiciones condenadas, bajo la pena de excomunión reservada
ordinariamente al Papa. Además, en el «juramento contra el modernismo», que Tanquerey considera
como parte del Magisterio solemne, todo sacerdote de la Iglesia tradicional jura «adherirse de todo
corazón a todas las condenas, declaraciones y prescripciones contenidas en la Encíclica Pascendi y
en el Decreto Lamentabili (Índice de los Errores). (Lamentabilis sane —publicado en 1907 por S.
Pío X y que contiene 65 proposiciones de los modernistas que fueron «condenadas y proscritas»). Es
penoso ver a teólogos modernos que pretenden ser «católicos», y que hace veinte años nunca se
habrían atrevido a cuestionar el Índice, proclamar ahora que no es de fide definita, e instruir a partir
de aquí a los fieles, no solo a no tenerle en cuenta, sino a creer precisamente lo que condenaba. La
honestidad intelectual nunca ha sido una característica de los reformadores.
62
Mons. G. Van Noort, Dogmatic Theology, III, «Divine Faith», Newman, 1950.
El autor de este comentario continúa tratando, además, aquellas verdades que no
están contenidas ni directa ni explícitamente en la Revelación, sino que solo están
virtualmente deducidas (virtualiter) a partir de esta por el razonamiento lógico:
«Algunos escritores han afirmado que deben ser creídas solo con fide ecclesiastica…
Incluso la supuesta fides ecclesiastica requiere no un mero silencio servil, sino un
asentimiento real, respaldado por la voluntad, aunque la razón formal, la auctoritas
Dei loquentis (la autoridad de la palabra de Dios hablada) pueda no estar implicada».
El argumento de que solo lo que es de fide definita es sacrosanto no es en modo
alguno nuevo. No solo fue condenado por Pío IX en el Índice; Pío XI habló sobre el
tema en su Encíclica Mortalium Animos:
63
Rev. Chas Augustine, O. S. B., D. D. A commentary on the New Code of Canon Law, B.
Herder, 1929.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
o se establecen como materias de fe verdades que por vez primera han sido
puestas en cuestión».
Commonitoria, IX
Y, además, uno debe creer todo lo que la santa madre Iglesia enseña. Si
comenzamos rechazando alguna de las verdades de la fe católica, acabaremos
rechazándolas todas. Como dijo el Papa León XIII en su Encíclica Sapaentiae
Chistianae:
64
Tal ha sido siempre la actitud de los fieles. Por ejemplo, la afirmación unánime de los
prelados en el concilio de Cloveshoe (Inglaterra) en el año 552:
«Sabed que la fe que nosotros profesamos es la misma que era enseñada por la Santa Sede
Apostólica cuando Gregorio Magno envió misioneros a nuestros padres».
Dic,98 46
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Y, sin embargo, nadie viene (a la fe) a menos que quiera. Por lo tanto, es
llevado a querer, por vías maravillosas, por Aquel que conoce cómo obra
interiormente en los corazones mismos de los hombres; no que los hombres
—algo que es imposible— crean sin querer, sino que a partir de su no querer
son hechos querer… Dios actúa con persuasiones a fin de que nosotros
podamos querer y creer; es más, Dios mismo provoca en un hombre la
voluntad misma de creer.»
Dic,98 47
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
prepararse para recibir la gracia necesaria. Puesto que la Escritura nos dice que «sin
fe es imposible agradar a Dios», y puesto que Dios no puede desear otra cosa que
nuestra salvación, se sigue claramente que como Mons. Van Noort lo afirma, «La
vocación a la fe… es un don libre de Dios, el cual, de la misma manera que no se
niega a ningún adulto excepto por su propia falta, tampoco puede ser merecido por
ninguna obra natural».
Desde el Vaticano II ha habido en la nueva Iglesia mucha disertación sobre la
«fe». Hay en esta institución una actitud «abierta» —es decir, si algunos católicos
quieren creer según la manera tradicional, eso es aceptable siempre que también
toleren el nuevo «pluralismo» y que no insistan en participar en los ritos tradicionales,
y siempre que no insistan en que otros mantengan la misma norma. Otros son
igualmente libres de llamarse a sí mismos católicos mientras niegan credos
fundamentales de la fe católica. Un excelente ejemplo de esto nos viene dado por la
afirmación de la jerarquía francesa en pleno, la cual, después de la publicación de la
Humanae Vitae de Pablo VI, donde se prohiben los métodos artificiales de control de
la natalidad, afirmó que ¡toda pareja podía usar métodos anticonceptivos siempre que
hacerlo supusiera para su conciencia un «mal menor» que obedecer la Ley de Dios!
(Por supuesto, ellos lo pusieron en términos mucho más eufemísticos —sin embargo,
la idea de que los fieles puedan escoger un «mal menor» en directa desobediencia a
los mandamientos de Dios, o de que puedan cooperar formalmente en un acto
intrínsecamente malo, simplemente no es una idea católica). ¡Lo que es más
extraordinario a este respecto, es que Pablo VI les envió un telegrama con su
agradecimiento por «interpretar tan claramente su pensamiento» sobre el tema!
La fe es descrita por los teólogos modernistas con considerable vaguedad como
«la repuesta del hombre a la Revelación de Dios», como un «encuentro con Cristo»,
como un «nacimiento en el Espíritu», como una «experiencia religiosa» o «personal»,
y con una variedad de frases similares65. Como admitía el Arzobispo Bernardine,
presidente de la Conferencia Episcopal de EE.UU., «muchos se consideran a sí
65
Citando al propio Avery Dulles S. J., «El Vaticano II, en su Constitución sobre la Revelación
Divina, se aparta del punto de vista de la Contrarreforma respecto de la fe como un asentimiento
puramente intelectual a las verdades reveladas. A través de Su revelación, se nos dice en el Artículo
2, “el Dios invisible, por la abundancia de Su amor, habla a los hombres como amigos”. De acuerdo
con este punto de vista sobre la revelación como una oferta de amistad, el concilio considera la fe
como un compromiso personal que implica lealtad y auto-obligación. Es un acto de todo el hombre,
“una obediencia por la cual el hombre confía su ser entero libremente a Dios”(5)» (Doctrines do
Grow, Ed. John T. McGinn, CSP. Paulist Press, Nueva York 1972). Además, el Vaticano II afirma:
«El Pueblo de Dios cree que es conducido por el Espíritu del Señor, que llena la tierra. Motivado por
esta fe, trabaja para descifrar los auténticos signos de la presencia y del propósito de Dios…»
Dic,98 48
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mismos buenos católicos, aunque sus creencias y sus prácticas parecen estar en
conflicto con la enseñanza oficial de la Iglesia» (Time, 24 de Mayo de 1976). Por
supuesto, él no encuentra esto en modo alguno objetable, pues cuando se le preguntó,
cómo una persona como Avery Dulles S. J. podía negar públicamente la Inmaculada
Concepción y la Asunción de Nuestra Señora (declarándose a sí mismo un «herético
depravado», y fuera de la Iglesia tradicional) y cómo podía continuar enseñando
teología en la Universidad Católica de América, el Arzobispo manifestó que era su
«creencia que era legítimo para esos teólogos especular sobre la supresión de
doctrinas que ya han sido definidas, y que soliciten del magisterio la supresión de tales
doctrinas del contenido de la Fe» (The Wanderer, 17 de Junio de 1976). Aquellos que
querrían defender la «ortodoxia» de la nueva Iglesia argumentarían que esto es un
«abuso». Pero los «abusos» han devenido «normativos» y tienen la plena aprobación
de la jerarquía. Cuando el Cardenal Suenens se declaró pentecostalista, afirmó (algo
después) que si el Papa le pidiera que negara el «credo pentecostalista», lo haría
inmediatamente. Pero Pablo VI nunca hizo una petición tal, y ciertamente dio su
bendición al movimiento pentecostalista66.
Lo que resulta de toda esta «apertura» es una suerte de «cristianismo visceral»,
en el que el individuo está libre de la acusación de heterodoxia y al mismo tiempo es
libre para creer cualquier cosa que quiera. Según el estudio estadístico del sacerdocio
de Greeley, esta es la posición de la mayoría del clero en la nueva Iglesia.
Esta es una afirmación muy destacable, pues demuestra que el 46 por ciento de
los obispos (y recuérdese que esto era en 1973) y el 69 por ciento del clero se han
declarado a sí mismos fuera de la unidad de la fe. Afirmar que su fe es «un encuentro»
con Dios y con Jesucristo, podría admitir posiblemente una interpretación ortodoxa
—pero afirmar seguidamente que es esto en vez de un asentimiento a un conjunto
66
A los líderes del movimiento carismático, Pablo VI les dijo: «Estamos muy interesados en lo
que estáis haciendo. Hemos oído mucho sobre lo que está ocurriendo entre vosotros. Y nos
regocijamos». (L’Osservatore Romano, 11 de Octubre de 1975).
Dic,98 49
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
67
Se pueden dar ejemplos y más ejemplos de los abusos que resultan de este punto de vista
«existencial» de la Fe. Un caso clásico es el del obispo Milvaine de la Diócesis de Pocahontas, quien
afirmaba recientemente (The Wanderer 26 de Enero de 1978) que, «la fe no es una colección de
proposiciones abstractas que han de ser memorizadas. La Fe es un encuentro con Cristo. Debería ser
una experiencia profunda. Durante muchas generaciones hemos cometido una grave equivocación al
hacer de la catequesis principalmente un asunto de instrucción religiosa (durante casi 2.000 años -
Ed.), y de la instrucción religiosa un curso aguado de teología. Debemos ser conscientes de que el
objetivo central de la catequesis es fortalecer la fe. Para cumplir esto debemos edificar comunidades
de fe vibrantes». The Wanderer procede entonces a describir la «comunidad de fe» de Pocahontas
como sigue, «¡sacerdotes y monjas en rebelión contra el Papa; herejía en el catecismo; inmoralidad
que pasa como virtud en el confesionario: y todo aparentemente con la aprobación de los obispos!».
Ciertamente podemos permitirnos preguntar en qué parroquias de los Estados Unidos tales abusos no
son ya la regla.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
asentimiento del intelecto a las verdades reveladas por Cristo y enseñadas por la
Iglesia. El intelecto es por su naturaleza misma una facultad que funciona para «ver»
la verdad y no opera en la «obscuridad»68. La fe, además, nunca es pensamiento
irracional, aunque puede aceptar lo que está más allá del alcance de la razón. La fe es
siempre libre, pues no puede ser forzada. Al dar nuestro asentimiento al «Magisterio
de enseñanza de la Iglesia», damos nuestro asentimiento a esa Verdad que Cristo y los
apóstoles dieron a la Iglesia para que la conservara. Es en este acto, donde se
encuentra la posibilidad de la libertad, pues nos libra de nuestra propia subjetividad.
Nuestra negativa a darle el asentimiento, nos hace esclavos de nuestros propios
«juicios personales», y en último análisis, de nuestra propia naturaleza pasional.
68
Por desgracia la «ceguera» ha caracterizado mucha de la fe de la nueva Iglesia Posconciliar.
Obediencia ciega a una jerarquía que se ha apartado de la unidad y obediencia ciega a los Papas
posconciliares. De esta manera muchos de los fieles han sido conducidos a caer en el «sendero de
rosas» del modernismo y de la herejía.
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69
Ver página 109.
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evolucionado una mayor profundidad en la verdad que la que tenían nuestro Señor y
los apóstoles.70 Como ha dicho el Cardenal Newman:
A riesgo de enfatizar lo que es obvio, debería ser evidente que, una vez que el
Magisterio de enseñanza toma una postura definitiva sobre un planteamiento
doctrinal, ningún órgano de la Tradición posterior o alternativo puede contradecirle.
No puede haber dos afirmaciones contradictorias verdaderas sobre un mismo
principio derivado de la Revelación. Y esto es verdadero tanto para el magisterio
universal ordinario como para el magisterio solemne. Que la verdad puede cambiar va
70
La enseñanza del Vaticano II se aparta claramente del pensamiento tradicional en este punto.
Para citar los documentos directamente:
«Hasta un cierto punto, el intelecto humano está ampliando también su dominio sobre el
tiempo; sobre el pasado por medio del conocimiento histórico; sobre el futuro por el arte de proyectar
y de planificar. Los adelantos en biología, psicología y sociología… traen al hombre la esperanza de
progreso en el conocimiento de sí mismo».
Por supuesto, si esta posición ha de devenir ahora parte del magisterio posconciliar, entonces se
sigue lógicamente que los documentos son correctos cuando enseñan:
«Que los fieles mezclen la ciencia moderna y sus teorías y la comprensión de los
descubrimientos mas recientes con la moralidad y la doctrina cristiana.»
Uno sólo tiene que observar la escena presente para ver cuán agudas son las palabras de Pío XII
en su Encíclica Summi Pontificatus:
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71
Como afirma Avery Dulles, S. J. «Aunque insiste en que la auto-revelación de Dios alcanzó
su plenitud insuperable en Cristo, el concilio ha dejado un amplio margen para el desarrollo en la
asimilación por la Iglesia de esa plenitud por vías nuevas e impredecibles. Sin usar el término de
«revelación continua», el Vaticano II ha permitido algo de este tipo. Para escoger un término favorito
de Juan XXIII, que hablaba repetidamente de la necesidad de discernir los «signos de los tiempos» a
través de los cuales Dios continúa dirigiéndose a su pueblo». (op. cit.)
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son evidentes en todo nuestro entorno. Apartarse de un principio básico tal es adaptar
la verdad al error y falsificar el Magisterio. Es sustituir el desarrollo legítimo por el
cambio — un procedimiento claramente condenado por los Cánones del Vaticano I.
«Un desarrollo, para ser fiel, debe retener tanto la doctrina como el principio
con el cual esta comenzó… Tal es también la teoría de los Padres en lo que
concierne a las doctrinas fijadas por los concilios, lo cual se ejemplifica en el
lenguaje de S. León: “Cuestionar lo que ha sido definido, quebrantar lo que
ha sido establecido, ¿qué es esto sino ser desagradecido con lo que se ha
ganado?” S. Vicente de Lérins habla de una manera semejante del desarrollo
de la doctrina cristiana como perfectus fidei, non permutatio (como la
perfección de la fe, y no su alteración).»
Todo esto está bien resumido por S. Alberto Magno, el maestro de Sto. Tomás de
Aquino: «Desarrollo» afirma, «es el progreso de los fieles en la fe, no de la fe dentro
de los fieles».
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fe, que es la verdadera fe católica, la recta fe católica, colegida no por la opinión del
juicio privado, sino por el testimonio de las Escrituras; no sujeta a las fluctuaciones de
la temeridad herética, sino cimentada sobre la verdad apostólica». S. Basilio el
Grande dijo, «Nosotros no aceptamos ninguna fe nueva, escrita a nuestra intención
por otros, ni proclamamos los resultados de nuestra propia cogitación, no sea que la
mera sabiduría humana sea considerada como la regla de la fe; comunicamos a todo el
que nos pregunta lo que los santos padres nos han enseñado». S. Juan Clímaco en su
famosa «Escala de la Ascensión» afirma, «Nosotros debemos estar examinándonos y
comparándonos constantemente con los santos padres y las luminarias que vivieron
antes de nosotros», y dice, además, «y esto pido, que no imaginéis que estamos
inventando lo que escribimos, pues tal sospecha menguaría su valor». El Papa
Silvestre declaró, «No haya innovaciones», y alrededor de un millar de años después
sus palabras se reflejaron en la declaración del gran erudito, el Papa Benedicto XV,
que dijo, «No innovéis nada, permaneced contentos con la tradición». El Maestro de
las Sentencias, Pedro Lombardo, afirma en el prólogo que «verdaderamente siempre
que hablemos y sea lo que fuere lo que hablemos, es la voz de los padres de la Iglesia
la que escucha, y no iremos más allá de los límites que ellos han establecido». S.
Bernardo enseñó que «ha de bastarnos no querer ser mejores que nuestros padres», y
Mr. Olier, el fundador de los sulpicianos dice: «No quiera Dios que yo innove nunca
nada en materias religiosas». S. Francisco de Sales dijo «Yo no he dicho nada que no
haya aprendido de otros», y al actuar así reflejaba las palabras mismas de Casiano:
«Yo no estoy inventado esta enseñanza, sino simplemente transmitiendo lo que he
aprendido de otros». S. Vicente de Paul denigró «las nuevas opiniones que se están
extendiendo cada vez más», y S. Alfonso María de Ligorio clamó contra aquellos
«que no enseñan el Evangelio, sino sus propias invenciones». Y tal ha sido siempre la
salmodia aparentemente monótona de la Iglesia, que ve su función como una función
de conservación de aquella Verdad que Cristo le confió. Como Mons. Van Noort
afirma, «La tradición destaca muy vigorosamente el punto de que desde tiempos
antiquísimos ha querido seguir solamente la doctrina de los apóstoles, y siempre ha
considerado cualquier innovación en materias de fe como una clara marca de herejía».
Ningún santo, ningún Papa de una época anterior, y ni una sola línea de la Sagrada
Escritura pueden ser llamadas en defensa de la innovación. Esta actitud está bien
resumida por S. Buenaventura, que dijo:
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doctrina debe ser sacada y multiplicada por medio de la oración que sube al
cielo, por medio de la devoción que bendice, por medio de la meditación que
parte el pan, y por medio de la predicación que lo distribuye.»74
«Se hará una diligentísima encuesta en cuanto a si el siervo de Dios cuya canonización se
busca escribió libros, folletos, meditaciones, o cosas semejantes; pues si ha sido escrito
algo de esto, no se hará ninguna otra encuesta hasta que tales libros sean cuidadosamente
examinados por la Congregación para ver si contienen algún error contrario a la fe o a las
costumbres, o alguna doctrina nueva opuesta a la sana y pura enseñanza de la Iglesia.»
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que tales heréticos extravíen a los fieles. Como afirma el Papa S. Pío X en su
Encíclica Editae Saepe, citando las palabras de S. Carlos Borromeo: «Es un hecho
cierto y bien establecido que ningún otro crimen ofende a Dios tan gravemente ni Le
provoca una cólera mayor que el vicio de la herejía».
La idea de que no es necesario que quienes detentan la autoridad condenen a los
heréticos fue condenada como «escandalosa» por el Papa Alejandro VII en 1665
(Denzinger 1105). El Papa León confirmó la condena Conciliar del Papa Honorio I
por el cargo de que «había faltado a la vigilancia esperada de él en su oficio
apostólico y que con ello había permitido hacer progresos a la herejía que debía haber
aplastado en sus comienzos». Durante el rito de ordenación de los obispos, se leen las
siguientes palabras: «Yo te he hecho un vigilante para la casa de Israel» (Ezequiel
III, 17), y la sentencia inmediata siguiente continúa: «Si no declaras que su iniquidad
es malvada, Yo pediré su sangre en tu mano» (Ezequiel III, 18). El canon de la Ley
afirma (2316) que, «es sospechoso de herejía quien espontánea y conscientemente
ayuda en cualquier modo a la propagación de la herejía». El Papa Felix III afirmó,
«No oponerse al error, es aprobarlo, y no defender la verdad es suprimirla, y
ciertamente, rehusarse a confundir a los inicuos, cuando podemos hacerlo, no es un
pecado menor que el de darles ánimo».75
75
El Vaticano II, bajo el encabezado de «libertad religiosa» quería conceder a todas las sectas
religiosas, y a todas las organizaciones políticas no religiosas, el derecho a propagar sus puntos de
vista, no importa cuán heréticas sean, e incluso en situaciones donde la Iglesia podría impedirlo.
Esta «libertad religiosa» está «garantizada», enseña el concilio, como un «derecho civil y legal».
¿Qué padre permitiría una cosa tal en su familia?
Es menester decir de paso que la acusación de que la Iglesia «quemaba» a los heréticos es falsa.
Los heréticos, especialmente los anarquistas y satanistas, eran considerados como enemigos del
estado. Los albigenses negaban toda autoridad tanto civil como espiritual. La Iglesia y su
«inquisición» funcionaban para determinar si eran o no heréticos de hecho, e insistía siempre en que
se les diera una oportunidad de «abjuración pública». Nuestro moderno sistema de «jurados» es una
excrecencia de la Inquisición, puesto que en la Inquisición toda la evidencia tenía que ser
presentada, no a un jurado de «pares», sino a un jurado de expertos. En muchas situaciones, la
inquisición funcionaba para «proteger» a los fieles frente al estado. Eran aquellos que intentaban
claramente destruir el orden civil los que eran devueltos al estado para su castigo. Que tuvieron lugar
abusos es infortunadamente verdad, pero estos fueron sorprendentemente pocos en número. Aquellos
que están interesados en una visión imparcial de esta institución pueden remitirse a Characters of
the Inquisition, de William Thomas Walsh, Kennedy: Nueva York, 1940.
La Iglesia ha tomado siempre la posición de que el error puede ser «tolerado» bajo algunas
circunstancias, pero nunca una posición que le da su aprobación o que le trata sobre un «pie de
igualdad» (para usar una frase del Vaticano II). Así, mientras que las conversiones forzadas están
expresamente prohibidas por el Canon de la Ley, la Iglesia siempre ha hecho cuanto estaba en su
poder para impedir que los fieles fueran seducidos por enseñanzas heréticas. ¿Cómo podría
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eran amigos personales suyos— y ninguno de ellos ha sido declarado herético. Cada
uno de ellos enseña o ha enseñado a los católicos en instituciones católicas. Y de
hecho, ¿qué hizo Pablo VI ante el «humo de Satán» que pretendía que le rodeaba?
Déjenme decirlo: Abolió el Indice76; abolió efectivamente el Santo Oficio, una de
cuyas funciones principales era impedir que los heréticos hicieran daño, y finalmente,
afirmó públicamente:
Ahora bien, una afirmación tal proveniente de una persona que pretendía ser un
Pontífice reinante — el representante de Cristo sobre la tierra— solo puede ser
calificada de extraordinaria. Primero de todo, los juicios de la Iglesia nunca han sido
«arbitrarios», sino basados sobre la sana doctrina, y a menudo asumidos después de
muchos años de estudio cuidadoso. En segundo lugar, la Iglesia debe ser intolerante
con el error. Después de todo, ella está aquí para proclamar la verdad de Cristo.
Ahora, o bien ella es la Iglesia que Cristo fundó y tiene por consecuencia derechos y
privilegios especiales (se los reconozca o no el mundo), o bien es solamente una
Iglesia entre muchas otras. O bien ella enseña la Verdad absoluta, o bien no hay a sus
ojos ninguna verdad absoluta. ¿Qué padre dejaría de censurar las lecturas y
actividades de sus hijos o de los niños confiados a su cuidado? ¿Qué gobierno en el
poder ha permitido nunca a las organizaciones sediciosas la libertad para minar sus
estructuras? — y la herejía, para la Iglesia de Cristo, es sedición. ¿Qué médico
permitiría nunca que la enfermedad estragara a su paciente cuando está en posición de
impedirlo?
Debería estar ya completamente claro para el lector que la nueva Iglesia
posconciliar se ha apartado de la unidad con la Iglesia tradicional, la «Iglesia de
Todos los Tiempos», la Iglesia que Cristo fundó, la Iglesia Católica Romana como
existe ahora, y existió durante innumerables años anteriormente al concilio Vaticano
II. Para aquellos que argumentan que todas estas desviaciones entran en la naturaleza
de los «abusos», es menester destacar que a todo lo largo de este libro, casi todos los
76
El Indice se remonta hasta el concilio de Nicea en el 325 donde fueron condenadas las obras
de Arrio (específicamente su libro Thalia) a causa de que el punto de vista del autor, de que el Verbo
de Dios era una criatura, «estaba enunciado en un estilo coloquial y libre, que recordaba una de las
obras de Sotades». El «estilo coloquial y libre» no fue inventado por los «periti» (expertos) del
Vaticano II.
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«El Espíritu Santo no está prometido a los sucesores de Pedro a fin de que, a
través de Su revelación, puedan traer a la luz nuevas doctrinas, sino a fin de
que, con Su ayuda, puedan conservar inviolada y exponer fielmente la
revelación transmitida a través de los apóstoles, el depósito de la fe…»
(Denzinger 1836)
77
El Papa S. Pío V veneraba tanto este libro que como nos cuenta Darras, hacía que se lo
leyeran cada día mientras comía.
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La Iglesia ha enseñado siempre que era posible que un Papa deviniera un mal
papa, y que, si tal fuera el caso, nosotros no teníamos que darle nuestra total
obediencia. Escuchemos a sus teólogos en el Magisterio de Enseñanza:
«Si el Papa, por sus órdenes y sus actos, destruye la Iglesia, uno puede
resistirle e impedir la ejecución de sus mandatos.»
Francisco de Vitoria
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«Si el Papa dicta una orden contraria a las rectas costumbres, uno no ha de
obedecerle…»
Suárez
Así pues, estas citas muestran claramente que hay algunas circunstancias bajo las
cuales nosotros somos libres de —e incluso estamos obligados a— resistir a los malos
mandatos y acciones de un Papa. Pero un Pontífice puede llegar aún más lejos en la
senda del error. Volvamos nuevamente a los teólogos:
Suárez
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Jean de Torquemada
«Por consecuencia, bajo ninguna circunstancia puede (el Papa) ser depuesto
por la Iglesia, sino que solo puede ser declarado como habiendo caído de su
Pontificado si, a modo de ejemplo, aconteciera (¡Dios no lo permita!) que
cayera en pública herejía, y cesara por lo tanto, ipso facto, de ser Papa;
ciertamente, de ser siquiera un fiel cristiano.»78
78
S. Roberto Belarmino afirma que, «…está probado con argumentos de autoridad y de razón
que el herético manifiesto está ipso facto depuesto. El argumento de autoridad se basa en S. Pablo
(Ep. a Tito, 3), quien ordena que el herético sea evitado después de dos amonestaciones, es decir,
después de mostrarle que es manifiestamente obstinado —lo cual se entiende que es antes de toda
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excomunión o sentencia judicial. Y esto es lo que escribe S. Jerónimo, agregando que los demás
pecadores están excluidos de la Iglesia por excomunión, pero que los heréticos se exilian y separan
por sí mismos del cuerpo de Cristo… Este principio es sumamente cierto. Un no cristiano no puede
ser Papa, como Cayetano mismo admite. La razón de esto es que no puede ser cabeza de lo que ni
siquiera es miembro; ahora bien, el que no es un cristiano, como lo enseñan claramente S. Cipriano
(Lib. 4, Epist. 2), S. Atanasio (Ser. 2 contra Arrio), S. Agustín (Lib. de grat. Christ., cap. 20), S.
Jerónimo (Cont. Lucifer) y otros, y por lo tanto el herético manifiesto, no puede ser Papa…
Afirmamos que ningún herético o cismático tiene ningún poder de derecho. S. Cipriano, que enseña
también que los heréticos que retornan a la Iglesia deben ser recibidos como seglares aunque
hubieran sido obispos o sacerdotes en la Iglesia anteriormente a su herejía. S. Optato, S. Ambrosio,
S. Agustín, S. Jerónimo… todos ellos enseñan que los heréticos y cismáticos no pueden tener las
llaves del Reino de los Cielos, ni pueden atar ni desatar. Todos ellos han basado sus argumentos
sobre la naturaleza de la negativa a creer en Dios.» Citado por Gibbon en The War is Now, nº 11,
Mayo 1981. El Canon de la Ley enseña que «Una persona que es sospechosa de herejía, o que ayuda
conscientemente de alguna manera a propagar la herejía, o que comulga en los ritos sagrados con
heréticos violando la prohibición del Canon 1258, incurre en sospecha de herejía» (Canon 2316).
«Una persona que es sospechosa de herejía y que después de ser amonestado no erradica la causa de
la sospecha, será suspendida a divinis. Si una persona sospechosa de herejía ha sido castigada con
las penas aquí señaladas, y no se enmienda en el plazo de seis meses después de su imposición, será
considerado un herético y quedará expuesto a las penas por herejía» (2315). «Todo apóstata de la fe
cristiana y todo herético o cismático incurrirán en las siguientes penas: 1ª) excomunión ipso facto;
2ª) si han sido amonestados y no se arrepienten, serán privados de todo beneficio, dignidad, pensión,
oficio o de toda otra posición que tuvieran en la Iglesia… un clérigo que abandona públicamente la
fe católica pierde ipso facto todo oficio eclesiástico y sin ninguna declaración» (2314).
79
Para citar L’Osservatore Romano, de 7 de Enero de 1971, «Sto. Tomás es nombrado por el
concilio Vaticano II de la manera más explícita, como el maestro que ha de ser seguido
específicamente en el pensamiento teológico, es decir, el pensamiento que busca la comprensión de
los misterios, en la medida de lo posible, y en la contemplación de la conexión entre las verdades
reveladas. Esto es equivalente a reconocer la superioridad de Sto. Tomás en certeza y profundidad de
doctrina.» Ver Documento sobre la Formación Sacerdotal, párrafo 16.
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medida en que este conserva el orden establecido por un Poder más alto que él
mismo; pero si el poder más bajo se aparta del orden del Poder más alto, entonces no
es bueno para nadie estar sometido a ese poder más bajo —por ejemplo— si un
procónsul ordenara que se hiciera algo, cuando el emperador hubiera mandado lo
contrario» (Summa II-II Q. 69. Art. 3). En cuanto al Papa y a los obispos, es
completamente especifico: «Sin embargo, nosotros no debemos prestar ninguna
atención a los sucesores de los apóstoles excepto en la medida en que nos proclaman
aquellas cosas que los apóstoles nos legaron en sus escritos» (De Veritate, Q. 14, Art.
10). Ahora bien, sería irracional esperar que la enseñanza de la Iglesia fuera otra que
esta, pues, como dice Sto. Tomás de Aquino, en la obediencia «se requiere no
solamente prontitud, sino también discernimiento». (Comentario sobre la Epístola a
Tito III, 1). ¡La obediencia ciega es tan ajena al magisterio como lo es la fe ciega!80
Muchos católicos tradicionales, a pesar de lo que precede, insisten en que los
«papas» posconciliares son «legítimos». La base para tal argumento está en el hecho
de que, a todo lo largo de la historia de la Iglesia, ningún papa ha sido declarado
nunca «autodepuesto» por herejía. Inclusive el Papa Honorio, declarado herético por
un concilio ecuménico, nunca fue declarado «no papa». Creen que hasta que en algún
tiempo futuro la Iglesia tradicional declare que tal ha ocurrido, están obligados a
aceptar su legitimidad. Ahora bien, una actitud tal implica una fina distinción
teológica, y como tal, sigue siendo una «opinión teológica» válida, siempre que uno
comprenda también plenamente la naturaleza de la verdadera obediencia. Claramente,
ningún católico está obligado a «obedecer» a un papa —sea un papa cuestionable o
real— si este manda hacer algo contra las Leyes de Dios. A causa de que este
problema ha creado mucha de confusión, daremos varios ejemplos históricos para
ilustrar los principios implicados.
80
Vale la pena considerar algunas afirmaciones hechas por francmasones sobre la cuestión de la
«obediencia». Ellos han soñado siempre con un Papa «acorde con nuestras necesidades, no un Papa
escandaloso como Borgia (algunos historiadores consideran que Alejandro VI fue víctima de
falsificación), sino un Papa abierto a las fluctuaciones exteriores…» Como afirmaron en 1.861, la
«obediencia» de los fieles hacia un Papa tal sería el medio que les permitiría destruir la Iglesia: «En
un centenar de años… los obispos y los sacerdotes pensarán que marchan tras del estandarte de las
Llaves de Pedro cuando de hecho estarán siguiendo nuestra bandera… Las reformas tendrán que
llevarse a efecto en nombre de la Obediencia» (Citas tomadas de los documentos de la organización
masónica llamada Alta Vendita que cayeron por accidente en manos de la Iglesia y que fueron
publicadas por el Papa Pío IX). La actitud de la francmasonería hacia la nueva Iglesia será tratada
después, pero por el momento, para citar a Yves Marsoudon, (Maestro de Estado, Supremo concilio
de Francia, Rito Escocés): «El sentido de universalismo que es desbordante en Roma estos días está
muy próximo a nuestro propósito para la existencia… Con todos nuestros corazones apoyamos la
“Revolución de Juan XXIII”».
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«La obediencia es una virtud moral sobrenatural que nos inclina a someter
nuestra voluntad a aquellos de nuestros superiores legítimos, en tanto que
son los representantes de Dios… Es evidente que no es ni obligatorio ni
permisible obedecer a un superior que nos diera un mandato manifiestamente
opuesto a las leyes divinas o eclesiásticas. En este caso, tendríamos que
repetir las palabras de S. Pedro: “Debemos obedecer a Dios antes que al
hombre”» (Hechos 5, 29).
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devino un mártir ilustre, estaba siendo perseguido de tal modo por los paganos que
entró en uno de sus templos (de los paganos) y allí ofreció incienso. A causa de este
acto, se llevó a cabo una investigación en concilio por un número de obispos, y el
Pontífice confesó su caída» (Carta al Emperador Miguel, 865). Otro escritor antiguo
llamado Platina nos da más detalles: «Cuando el Papa Marcelino fue amenazado por
los ejecutores, sucumbió al temor, ofreció incienso a los ídolos y los adoró. Pero
cuando, poco después, se reunió un concilio de 180 obispos en Sinuessa, Marcelino
apareció en la asamblea vestido de saco y suplicó a los sinodales que le impusieran
una penitencia, a causa de su infidelidad. Pero ningún miembro del concilio se atrevió
a condenarle, declarando todos que S. Pedro había pecado similarmente, y mereció el
perdón por sus lágrimas».
Ahora bien, no es útil entrar en una controversia sobre la verdad de esta historia
—baste decir que la mayor parte de los historiadores modernos consideran que el
concilio de Sinuessa fue una invención de los heréticos donatistas. En cualquier caso,
el Papa Marcelino fue ciertamente perseguido por Diocleciano; se hizo que trabajara
como esclavo en los establos reales, y finalmente murió a causa de este abuso. Está
inscrito en el martirologio romano y ha sido elevado a los altares de la Iglesia —
aunque, una vez más, los historiadores modernos han negado su martirio efectivo. La
historia de su persecución se encuentra todavía en el Breviario aprobado para el uso
por Juan XXIII, y la historia de su caída fue incluida en el «Segundo Nocturno» del
Breviario durante más de 1000 años. Fue aceptada como verdadera por Baronius y S.
Roberto Belarmino. Al igual que los demás relatos del Segundo Nocturno
(desechados principalmente a causa de su falta de prueba histórica), es verdadero en
principio. Y es así como encontramos un dicho medieval común que dice, «QUE EL
PAPA MARCELO OFRECIERA INCIENSO A JÚPITER, ESO NO QUIERE
DECIR QUE TODOS LOS OBISPOS DEBAN HACER LO MISMO».
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Para resumir, un católico debe obediencia incondicional solo a Dios y a las Leyes
de Dios. En cuanto a la autoridad humana, bien sea civil o eclesiástica, solo le debe
obediencia en la medida en que lo que esta ordena no va contra las Leyes de Dios.
¡Esto es la fe! Sin embargo, como es con una obediencia «ciega» como se le pide al
fiel católico actual que siga a la Iglesia Postconciliar, nos incumbe ahora examinar en
detalle lo que esta Iglesia enseña, y dónde se aparta de la tradición. Esto será tratado
bajo tres encabezamientos: Los «Papas» posconciliares, El concilio Vaticano II y,
finalmente, El Novus Ordo Missae, con algunas referencias a los demás sacramentos.
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PARTE III
LOS «PAPAS» POSCONCILIARES
81
Robert Blair Kaiser, Pope, Council and World, Macmillan, Nueva York, 1963; Lawerence
Elliot, I will be called John, Dutton, Nueva York, 1973; M. Trevor, Pope John, Doubleday, Nueva
York, 1967. Trevor llega tan lejos como para decir que algunos verían como «maquiavélicas» las
actividades de Juan XXIII, pero acto seguido intenta tranquilizarnos de que esto era solo en
apariencia y no efectivamente el caso. El famoso acto de abrir de par en par la ventana del Vaticano
por Juan XXIII tiene su paralelo en la historia reciente. En 1908 el famoso modernista Tyrrell se
picó por una carta pastoral del Cardenal Mercier. Fr. Tyrrell escribió arrogantemente al Cardenal:
«¿Querría vuestra eminencia animarse y atreverse a abrir de par en par las puertas y ventanas de su
gran catedral medieval, y dejar que la luz de un nuevo día llegue hasta sus rincones más oscuros y
que los frescos vientos del cielo (¡sic!) soplen a través de sus húmedos claustros?». El Padre Tyrrell
habría sido un periti adelantadísimo en el Vaticano II.
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la tierra. Para poner tales acciones en una perspectiva más clara, uno podría intentar
imaginarse a la Reina de Inglaterra despojándose de su indumentaria real para
discotequear con sus súbditos en acontecimientos de estado (¡No es, ciertamente una
escena muy dignificante!). Finalmente, si queda alguna duda sobre la actitud de
Roncalli hacia la Iglesia que estaba encargado de conservar, y hacia sus predecesores
a cuyo modelo estaba indefectiblemente obligado, déjenme darles la respuesta que se
cuenta que dio a un amigo que le preguntó cómo hacía para seguir las huellas de un
hombre tan grande como Pío XII: «Trato de imaginar» dijo «lo que mi predecesor
habría hecho, y entonces hago justo lo opuesto».
Sin embargo, Juan tenía un problema. Estos puntos de vista «liberales» privados
suyos nunca podrían llegar a fructificar a menos que fueran introducidos en la entraña
de la Iglesia. La solución era un concilio —el «juguete» de Juan como le llamó el
Cardenal Tardini desde su comienzo mismo. Cuando informó por primera vez de su
intención a una reunión de cardenales, estos se quedaron sin habla. «Convocar un
concilio», como había afirmado muchos años antes el Cardenal Pallavicini, «excepto
cuando es por necesidad absoluta, es tentar a Dios». Juan describió la reacción de los
cardenales a su «divina inspiración» como un «devoto e impresionante silencio». No
hay necesidad de decir que la curia obstaculizó sus pasos. La reacción de Juan fue
insistir, y con objeto de vencer su resistencia, les llevó a pensar que tendrían el control
sobre el asunto entero. Fue así como alrededor de 800 teólogos ortodoxos pasaron
tres años formalizando los múltiples esquemas para la discusión. Entre tanto, Juan
estableció, bajo el Cardenal Bea, el «Secretariado para la Promoción de la Unidad
Cristiana», una organización que funcionaba fuera del control de la curia. 82 «Estaréis
82
Es de interés destacar que anteriormente a todo esto Juan XXIII había pedido a varios
cardenales que renunciaran a sus posiciones como cabezas de las Congregaciones a fin de que
pudieran ser reemplazados por hombres más jóvenes que pensaran más como él mismo. Estos
hombres, imbuidos con la idea de que su deber sagrado era conservar el depósito de la Fe, se negaron
a cumplir esta petición. Xavier Rynne (Letters from Vatican City) nos informa que Juan estaba tan
sorprendido como encolerizado. «¡Se niegan!», repetía. «Nunca en mi vida pensé que nadie se
negaría al Papa…» Cuando con posterioridad ellos expresaron sus objeciones más abiertamente,
Juan les llamó «profetas de la ruina».
Volviendo a Marrano Bea, Juan sabía bien qué clase de hombre escogía. Este individuo había
sido rector del Instituto Bíblico en Roma durante aproximadamente dos décadas. Anteriormente a la
muerte del Papa Pío XII, el Santo Oficio había investigado este Instituto, y estaba planeando
reorganizarlo enteramente pues era conocido como una madriguera de modernistas. Cuando la
muerte de Pío XII hizo esto imposible, publicaron la información pertinente en un artículo en la
edición de Diciembre de Divinitas. Cuando Juan XXIII tuvo noticia de esto se puso furioso y ordenó
a su secretario que llamara al nuevo rector del Instituto Bíblico y le dijo que «el Papa» tenía
completa confianza en la ortodoxia de la escuela. Seguidamente forzó al Cardenal Pizzardo (uno de
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más libre» como Juan dijo a Bea «y menos atado por la tradición si os mantenéis
fuera de los canales normales de la curia». Acto seguido procedió a hacer uso de este
«frente» con consumada habilidad para subvertir el concilio y para socavar las fuerzas
de la tradición que la curia representaba. Bea, a su vez, organizó las fuerzas
«liberales», y vinculó a su Secretariado (destacando siempre que fue establecido para
«la unión», y no para «la re-unión» de los cristianos) a individuos tales como Jan
Willebrands, Gregory Baum y otros de cariz similar. A estos individuos, que habían
sido ampliamente amonestados, se les responsabilizó de enviar representantes al
concilio de la Iglesias del Mundo, para que invitaran al concilio a observadores no
católicos, y para una variedad de actividades similares.83 Siempre que la curia
objetaba a sus maquinaciones, Juan XXIII salía en su defensa. En efecto, él había
establecido su propia curia privada. Además, llamó a Roma, para una diversidad de
otras posiciones, a eclesiásticos de similar tendencia. Así, Montini, «desterrado» una
vez a Milán por Pío XII —el primer individuo en cientos de años que ocupó esta
antigua sede sin tener el capelo cardenalicio— retornó, en efecto, para devenir su
asistente personal. Habiendo erigido la escena, Juan esperó pacientemente la apertura
del concilio.
Con la apertura del Vaticano II, publicó las «reglas de procedimiento» e invitó a
expresarse a todas las diferencias de opinión. Estableció otra «Presidencia del
concilio» de diez miembros que equilibraba las fuerzas liberales y conservadoras, para
dirigir las actividades del cónclave. Creó un nuevo Secretariado «Para Asuntos
Extraordinarios» bajo su lugarteniente de confianza el Cardenal Cicognani que
constaba de nueve progresistas y un conservador, y entonces anunció al mundo su
progresivo programa de aggiornamento84 (mientras tanto, las legiones de Bea fueron
a Moscú a invitar a venir a los comunistas, con promesas de que su ideología no sería
condenada en el concilio). Lo que aconteció en el concilio se tratará después en
detalle, pero bastará decir que los liberales actuaron en una gran medida bajo la
dirección de Juan XXIII, y con su aprobación. Por ejemplo, antes de la primera gran
victoria de la «Alianza del Norte», y anteriormente al desafío liberal que condujo al
los autores del artículo) a escribir lo que equivalía a una apología al Cardenal Bea ( Letters from
Vatican City, Farrar Straus, Nueva York, 1963).
83
Como ha afirmado un teólogo, «Cuando esos treinta o cuarenta o cincuenta observadores
aparezcan en el concilio, tendrán un papel que será sociológicamente más importante que el del resto
de los Padres juntos». Mientras que Paul Etoga, el obispo nativo de M’Balmayo, en Camerún, tuvo
que hacer «autostop» desde Le Havre, los «observadores» protestantes y comunistas fueron
mantenidos y alojados como reyes a expensas de Juan XXIII.
84
Quizás no es accidental el que este término fuera popularizado por primera vez por el
francmasón Manzoni hace alrededor de cien años.
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rechazo de las nominaciones curiales para los individuos que habían de tomar asiento
en las diferentes comisiones, así como al rechazo de los diferentes esquemas
preparados, todo el plan fue pormenorizado por teléfono con Roncalli. Juan se
sentaba en la retaguardia y vigilaba el desarrollo del asunto por televisión,
interviniendo solamente cuando sentía que era menester sostener las orientaciones
modernistas que él consideraba como necesarias. Por ejemplo, cuando el 20 de
Noviembre, vio votar a los Padres 1368 votos a favor y 822 en contra de una
proposición para rechazar el Esquema de Ottaviani «Sobre las Fuentes de la
Revelación» —«pero la moción… no llegó por poco a los dos tercios de la mayoría
requeridos. En este punto intervino Juan (a expensas tanto de la ortodoxia como de
las reglas del concilio) para salvar su concilio… la alternativa se continuó disputando
según se debatía el esquema, sección por sección, machacando, royendo… , y
finalmente, destruyendo quizás el fino espíritu de ecumenismo con el cual había
comenzado el concilio. Después de una noche de angustia y de oración, envió a la
Basílica de S. Pedro el comunicado de que a causa de una mayoría tan clara…
opuesta al esquema, retiraba este a pesar del voto. Se designaría una nueva comisión
para que lo volviera a redactar» (I Will Be Called John por Lawrence Elliot). Como
ha dicho E. E. Y. Hales, Juan dio a los obispos del concilio «la guía más clara y más
positiva en cuanto al modo en que debían emprender su tarea»85. Veía claramente el
aggiornamento como un medio «de su presentación de la verdad, que tendrá que ser
armonizada con los modos de vida y de pensamiento de una edad nueva». Y
finalmente, como un gesto de despedida, introdujo el primer cambio en el Canon de la
Misa tradicional que había permanecido sin cambio durante 1.500 años, lo cual era un
medio sumamente efectivo de decir a los Padres del concilio que la Misa podía ser
cambiada. Su vida se terminó después de haber dado su aprobación a la «Constitución
sobre la Sagrada Liturgia», y Montini fue «elegido» a la cátedra de Pedro. 86
85
E. E. Y. Hales, Pope John and His Revolution, Doubleday: Nueva York, 1965.
86
Malaquías Martín (un historiador no fidedigno, pero un amigo personal de Roncalli) afirma
en su libro Rise and Fall of the Catholic Church que «el aspecto sorprendente del Papa Juan es que
en un período de cinco breves años deshizo lo que todos los papas desde el siglo IV habían buscado y
luchado por mantener y fomentar. El sucesor de Juan, el Papa Pablo VI, completó meramente la
destrucción de la antigua Iglesia emprendida por el Papa Juan.» Es digno de destacar una oración de
Juan XXIII, relativa a los judíos, compuesta poco antes de su muerte: «Reconocemos ahora que
durante muchos siglos la ceguera ha cubierto nuestros ojos, de modo que nosotros no veíamos la
belleza de Tu pueblo escogido ni reconocíamos en su faz las facciones de nuestro hermano
primogénito. Reconocemos que la marca de Caín está sobre nuestra frente…» (citado en el libro
Diáspora de Keller, Harcourt, 1969). Ahora bien, una cosa es protestar contra la injusticia perpetrada
en el nombre de la religión contra los judíos, y otra completamente diferente es que el papa, el
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representante de la Iglesia de Cristo, proclame que la Iglesia y todos sus miembros ¡tienen la señal
de Caín en sus frentes!
87
Disponible en «The Catholic Counter-Reformation», 31 Wimbotsham Road, Downham
Market, Norfolk PE38 9PE, Inglaterra. Este representa un documento importantísimo.
Desdichadamente, con posterioridad a esto, el Abad ha actuado de una manera extraña e
inconsistente, y ha llegado a algún tipo de «acomodo» con la nueva Iglesia.
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«Todos deben obedecerle (al Papa) en cualquier cosa que ordene si desean estar
asociados con la nueva economía del Evangelio» (Alocución, 29 de junio 1970). ¿Y
cuál es la «nueva economía del Evangelio»? ¿Cuáles son justamente algunas de las
enseñanzas que Pablo VI quería imponernos en el nombre del Magisterio
posconciliar? ¡He aquí un llamativo ejemplo! : «El orden hacia el cual tiende la
cristiandad no es estático, sino un orden en evolución continua hacia una forma más
elevada…» (Diálogos y Reflexiones sobre Dios y el Hombre); posteriormente ha
afirmado que «nosotros los hombres modernos, los hombres de nuestros propios días,
deseamos que todo sea nuevo. Nuestras gentes antiguas, los tradicionalistas, los
conservadores, medían el valor de las cosas según su cualidad durable. En lugar de
eso, nosotros somos actualistas, deseamos que todo sea nuevo siempre, que se
exprese en una forma continuamente improvisada y dinámicamente inusual»
(L’Osservatore Romano, 22 de abril de 1971). Y de aquí se sigue que, como él dice,
«es necesario saber cómo dar la bienvenida con humildad y con libertad interior a
cuanto es innovador; uno debe romper con el vínculo habitual hacia lo que solíamos
designar como la inalterable tradición de la Iglesia…» (La Croix, 4 de septiembre de
1970). Es crítico con aquellos que se niegan estar de acuerdo con los cambios —esos
tienen lo que él llama un «apego sentimental a las formas habituales del culto», y son
culpados de «inconsecuencia y a menudo de falsedad de posiciones doctrinales»
(citado en la obra de O’Leary, The Tridentine Mass Today)88. En cuanto a aquellos
que encuentran heterodoxas tales afirmaciones, había afirmado mientras estaba
todavía en Milán que «las exigencias de la caridad nos fuerzan frecuentemente fuera
de los límites de la ortodoxia» (citado por Monteilhet en Pape Paul VI – L’Amen-
Dada).89
La ruptura de Pablo VI con la tradición, y su enseñanza de doctrinas que son
opuestas a las de la Iglesia de Todos los Tiempos, alcanza una cima en su así llamado
«humanismo». Mientras era todavía Arzobispo de Milán, afirmó que «no debemos
olvidar nunca que la actitud fundamental de los católicos que desean convertir al
mundo debe ser, en primer lugar, amar al mundo, amar a nuestros tiempos, amar a
88
El apego de los católicos tradicionales a sus «ritos», no refleja un «apego sentimental a las
formas habituales del culto», como ha dicho Pablo VI, sino un apego sentimental legítimo —
ciertamente, una «nostalgia» por lo «sagrado». La presunta «falsedad de posiciones doctrinales»
nunca ha sido especificada.
89
La idea de que la Caridad puede existir fuera de los límites de la «verdadera doctrina y de la
recta creencia» (como se define la «ortodoxia») es enormemente absurda. ¿Faltó Cristo a la Caridad?
¿Acaso no tuvo suficiente caridad Santo Tomás Moro hacia su familia cuando se negó a
comprometer su fe? ¿Hemos de mentir y disimular antes que ofender a nuestro prójimo, o a la
verdad? Ciertamente, no.
Dic,98 80
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
nuestra civilización (no católica – Ed.), amar nuestros logros técnicos y, por encima
de todo, amar al mundo» (La Biologie et l’avenir de l’homme). Este estribillo de
«amar al mundo» se repetía constantemente. Con respecto al concilio afirmó: «¿Y qué
estaba haciendo la Iglesia en aquel momento particular? —se preguntarán los
historiadores— y la respuesta será: la Iglesia estaba llena de amor… El concilio puso
ante la Iglesia, ante nosotros en particular, una visión panorámica del mundo; cómo
puede la Iglesia, cómo podemos nosotros mismos, hacer otra cosa que mirar a este
mundo y amarle… El concilio es un acto de amor solemne por la humanidad… de
amor por el hombre de hoy, quienquiera que sea y dondequiera que esté, de amor por
todos…» (Abad de Nantes, op. cit.). Ahora bien, si el mundo ha de ser «amado»
indiscriminadamente, difícilmente puede ser criticado. Por consiguiente, la libertad
religiosa y la «libertad de consciencia» deben proclamarse, pero no solo la libertad
religiosa —se deben proclamar también los «derechos» del hombre e ignorar
enteramente a Dios. (Haremos destacar, de paso, que este amor de la humanidad
quedó restringido por la decisión de no criticar al comunismo en el concilio, puesto
esto estaba en las nuevas directrices de S. Pedro, creadas por este pontífice —
directrices que denunciaban la esclavitud en todo el mundo, a excepción, por
supuesto, de los países comunistas). Ahora bien, una cosa es que un ateo reclame
tales «derechos», y otra muy diferente es que una persona que pretende ser el Vicario
de Cristo los proclame. Sin embargo, esto es precisamente lo que hizo Pablo VI en las
Naciones Unidas el 4 de octubre de 1965 —es decir, antes de que el concilio mismo
los hubiera proclamado. Hablando a esta asamblea a la cual se dirigió como «la
esperanza del mundo» (para un católico, sólo Cristo es «la esperanza del mundo»)90,
afirmó: «Es vuestra tarea aquí proclamar los derechos y los deberes básicos del
hombre, su dignidad y libertad, y sobre todo, su libertad religiosa. Nos somos
consciente de que sois los intérpretes de todo cuanto es superior en la sabiduría
humana (¡Increíble viniendo del “papa” y dirigiéndose a las Naciones Unidas!). Nos
querríamos decir casi: de su carácter sagrado. Pues os concierne primero y
principalmente la vida del hombre, y la vida del hombre es sagrada: nadie puede
atreverse a interferir en ella». Ahora bien, cualquiera que haya leído las
90
«Las gentes se vuelven hacia las Naciones Unidas como su última esperanza para la paz y la
concordia… Vuestra característica (es decir, de la ONU) es reflejar en el orden temporal lo que
nuestra Iglesia Católica es en el orden espiritual… No puede imaginarse nada más elevado sobre el
plano natural en el edificio ideológico de la humanidad. (Las metas de la ONU) son los ideales que
la humanidad ha soñado en su viaje a través de la historia. Nos, nos aventuraríamos a llamarla la
mayor esperanza del mundo —pues es el reflejo del designio de Dios— un designio transcendente y
lleno de vida— para el progreso de la sociedad humana sobre la tierra; un reflejo en el que Nos
podemos ver el mensaje evangélico, algo descendido del cielo a la tierra.»
Dic,98 81
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
91
La Iglesia enseñaría, con el Génesis (VIII, 21), que «la imaginación y el pensamiento del
corazón del hombre están inclinados al mal». Cualquiera que esté familiarizado con los negocios
modernos donde prevalece la «ley de los tiburones», ciertamente debe ver esto como la cima de la
zafiedad. Es interesante citar la alocución de Montini en Bombay: «La humanidad está sufriendo
profundos cambios y está buscando principios de guía y nuevas fuerzas que le muestren el camino en
el mundo del futuro… Debemos acercarnos más unos a otros, no meramente a través de la prensa y
de la radio, por barco o por avión, sino con nuestros corazones, por la comprensión, estima y amor
mutuos». En ningún momento durante esta alocución fueron ofrecidas la verdad y la obediencia a las
leyes de Dios como una base para las relaciones humanas. ¿Y cómo puede un «papa» hacer una
afirmación tal sobre la búsqueda de «principios guía» sin ofrecer los que Cristo nos dio —o al menos
los que están basados sobre la «ley natural»?
Dic,98 82
Nº 1580, 21 de enero de 1971)92. Por si quedara alguna duda sobre el «humanismo»
de Montini y su CULTO DEL HOMBRE, oigamos sus palabras, dirigidas, no en un
momento de entusiasmo boyante a alguna reunión secular, sino a todo el cuerpo de
los Padres en el concilio, el día siete de Diciembre de 1965:
¡Así pues, parece que nosotros hemos de hacer el buen samaritano incluso con el
diablo! Como Pablo ha dicho en otra parte, «El hombre es a la vez gigante y divino,
tanto en su origen como en su destino. Honor por lo tanto al hombre, honor a su
dignidad, a su espíritu y a su vida». Cuán a menudo Montini prorrumpe en una letanía
para loar a su ídolo. Y cuán fácilmente olvida que Cristo dijo una vez a Pedro,
92
Esta letanía fue ocasionada por el aterrizaje de los astronautas sobre la luna. Pablo VI estaba
enormemente enamorado de la ciencia y del progreso. «¿No llegará gradualmente el hombre
moderno, como resultado del progreso científico, a descubrir las realidades ocultas detrás de la
inescrutable faz de la materia? ¿No aplicará un oído a la maravillosa voz del Espíritu que vibra en la
materia? ¿No será esta la religión de hoy? ¿No ha captado Einstein mismo una vislumbre de la
religión del universo espontáneamente…? ¿Y no está el trabajo (científico) mismo comprometido ya
en una carrera que conducirá eventualmente a la religión?» (Doc. Cath 133, 1960).
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
93
Es menester admitir que estas son citas escogidas. Uno puede citar a Pablo VI en las dos
vertientes de casi cualquier cuestión —y, además, es un maestro del equívoco y de la ambigüedad.
Hemos citado ya el ejemplo en el cual felicitaba a la jerarquía francesa por el rechazo de su
enseñanza ortodoxa en la Encíclica Humanae Vitae (en la cuestión de los métodos anticonceptivos).
Otro caso a punto es su designación del Cardenal Samore como «Prefecto de la Sagrada
Congregación para la Disciplina en Materias Sacramentales» dos meses después de que este
Cardenal hubiera distribuido la Comunión a una asamblea de protestantes —con plena consciencia
por su parte de que ellos no creían en la «Presencia Real». Este hecho recibió una gran publicidad en
la prensa francesa, tanto es así que de hecho Pablo VI se vio llevado a deplorar «los actos de
intercomunión que van contra las apropiadas directrices ecuménicas» (Doc. Cath. 68-141). ¡Así son
recompensados los perpetradores de sacrilegio! ¡Verdaderamente, como ha dicho alguien, «la fe tibia
habla con lengua de doble filo!».
Dic,98 84
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
entonces a pedir a los obispos del mundo que entregaran sus anillos tradicionales, y
dio a cada uno de ellos un nuevo anillo de oro simbólico de la Iglesia Posconciliar. ¿Y
qué decir de los gastos de estos nuevos anillos? ¿No podría haberse dado ese dinero a
los pobres? (Y fue su «nuevo» anillo el que Pablo VI colocó en el dedo del Arzobispo
Ramsey, cabeza de la Iglesia anglicana —una Iglesia a la que Pablo VI llama «Iglesia
hermana»— cuando pidió a este herético que bendijera a los fieles católicos en la
Plaza de S. Pedro).
Sin embargo, Montini alcanza el apogeo del ejemplo escandaloso con su visita a
Fátima. Aquí vemos a un Papa que pasó un tiempo «meditando» en la «sala de
meditación» de las Naciones Unidas, una sala repleta de significación francmasónica y
que contiene un altar dedicado al «Dios sin rostro»; aquí vemos a un hombre que
recibió con respeto a los miembros del B’nai B’rith en el Vaticano94; aquí vemos a un
hombre que ha prometido orar por el éxito de la señora Hollister y de su «Templo de
Comprensión» (el cual según los comentarios del Cardenal Bagnozzi a Pablo VI, es
«una empresa oculta de los “Illuminati” cuyo objetivo es la fundación de “la Religión
de la Fraternidad Humana Mundial”»); aquí vemos a un hombre que ha tomado parte
en «la Celebración Ecuménica del Ayuntamiento en Sydney, Australia» (Doc. Cath.,
17 de enero de 1971); aquí vemos a un hombre que se ha unido al Cardenal
Willebrands en «la plegaria común en el concilio de las Iglesias del Mundo» (ídem, 10
de junio de 1969); aquí vemos al hombre que pretende ser la cabeza de la Iglesia
Católica, el representante de Cristo en la tierra, visitando finalmente uno de los
santuarios más sagrados de la cristiandad. ¿Y qué hace entonces? Con el mundo
entero viéndole por televisión, dice la misa en portugués (un acto ofensivo para
muchos de los católicos tradicionales de este país mismo, y en una lengua que solo un
pequeño porcentaje de cuantos le estaban viendo podían comprender), y después
procede a dar una serie de audiencias, incluyendo una a los «representantes de las
comunidades no católicas». ¡No dijo ni un solo Ave María! No hizo ninguna visita al
santuario en la Cova de Iria donde tuvieron lugar las apariciones de Nuestra Señora.
Y según el Abad de Nantes, se negó incluso a hablar privadamente con Sor Lucía,
94
Muchos sostienen que la B’nai B’rith es una orden francmasónica del judaísmo. De paso,
oigamos a un representante del judaísmo tradicional. El Gran Rabino Kaplan de París ha dicho
recientemente, «Si yo hubiera sido católico, habría sido un “integrista” (un católico tradicional). Si
el judaísmo está vivo y auténtico en este día, es a causa de que sus ministros nunca han albergado
dudas sobre su naturaleza real. Nosotros no tenemos más que un desacuerdo con los obispos
(posconciliares) —pero es un desacuerdo sumamente importante. Mientras que ellos tratan de
adaptar su religión al hombre, nosotros ponemos todos nuestros esfuerzos en adaptar el hombre a la
religión». El Imán de la mezquita de París ha llegado tan lejos como para invitar a los católicos que
buscan una religión sin cambio a que abracen el islam.
Dic,98 85
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monja desde hacía cincuenta años y uno de los Niños de Fátima, que decía tener un
mensaje privado de la Virgen para sus oídos.
Podría decirse mucho más sobre este enigmático individuo, sobre sus
inclinaciones comunistas, sobre su cobarde tratamiento del Cardenal Mindszenty, una
de las figuras más heroicas y santas del siglo XX (a su respecto sólo hubo mentiras y
promesas rotas), sobre su no hacer nada para apoyar las luchas de cinco millones de
católicos ucranianos95 en su lucha por la fe, sobre su permitir y fomentar la extensión
de la herejía dentro de la Iglesia, sobre su negativa a condenar el Catecismo
Holandés, etc., pero el espacio no nos lo permite. Así pues, dejamos entonces a Pablo
VI, el individuo más responsable de lo que él mismo ha calificado como «la
autodestrucción de la Iglesia». Mucho más un «Yago» que un «Hamlet».96
95
No se tiene noticia de que Pablo VI haya criticado la esclavitud impuesta por Rusia sobre sus
ciudadanos —por el contrario, aprovechó casi todas las oportunidades para llamar la atención sobre
los abusos de los derechos humanos en las naciones Occidentales. Quizás una de sus afirmaciones
más ofensivas para aquellos que son conscientes de los 30 millones de Chinos «liquidados» por Mao
Zedong, es la siguiente, «La Iglesia reconoce y favorece la justa expresión de la histórica fase de
China y la transformación de las antiguas formas de la cultura estética en las nuevas formas
inevitables que surgen de la estructura industrial y social del mundo moderno… Nos querríamos
entrar en contacto una vez más con China parra mostrar con cuánto interés y simpatía
contemplamos sus presentes y entusiastas esfuerzos tras los ideales de una vida diligente, plena y
pacífica» (Congregación para la Evangelización de los Pueblos —anteriormente De Propaganda
Fide— 1976). ¡Uno se acuerda aquí de la enseñanza del Padre Barry (de la Fordham University) a
los fieles de que la famosa marcha a través de China de Mao Zedong es un exacto paralelo de la
conducción por Moisés de su pueblo fuera de Egipto!
96
Uno se fatiga de oír que la encíclica Humanae Vitae sea usada como evidencia de la ortodoxia
de Pablo VI. El uso de la «píldora» para otra cosa que sus indicaciones puramente médicas fue
condenado definitivamente por Pío XII poco antes de morir. Esta condena nunca se hizo pública, y
los modernistas que capturaron la Iglesia la mantuvieron como un secreto bien oculto. Juan XXIII y
Pablo VI continuaron ocultándola hasta alrededor de veinte años después, período durante el cual la
mayor parte del clero fomentó su uso sobre la base de que la cuestión no había sido fijada ni en un
sentido ni en otro, y un período durante el cual el laicado católico se acostumbró al uso de la
«píldora» con fines anticonceptivos. Entonces fue sacada la encíclica, y como afirma el Padre
Greenly, «el éxodo masivo de la Iglesia según era predicado por los periódicos católicos liberales en
vísperas de su publicación, no se produjo». En lugar de eso, «Los católicos hicieron un importante
descubrimiento: podéis ignorar al Papa, y, sin embargo, la vida sigue». (Los Pecados del Cardenal).
La jerarquía francesa hizo entonces unánimemente su declaración al efecto de que el laicado era
libre de usar sus propias conciencias —no sus conciencias católicas— en cuanto a usar la píldora.
Uno no puede invocar nunca el principio de escoger el «mal menor», cuando es contra los
mandamientos de Dios. A pesar de esto, Pablo VI procedió a telegrafiarles su aprobación a su
declaración, y su agradecimiento por interpretar tan acertadamente su significado.
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98
Mientras que es verdad que un papa (válido) es papa desde el momento en que es elegido y
acepta, es de interés conocer las palabras de la ceremonia tradicional: «Recibe la Tiara de tres
coronas, conociendo que tú eres el padre de los príncipes y de los reyes, el guía de los creyentes y el
Vicario de Cristo sobre la tierra». En lugar de estas palabras se dijeron estas otras: «Seas bendito por
Dios que te ha escogido como pastor supremo de toda la Iglesia, confiando en ti el ministerio
apostólico. Puedas brillar gloriosamente durante muchos años de vida hasta que seas llamado por el
Señor para ser cubierto con la inmortalidad a la entrada del reino celestial».
99
Hans Küng ha negado la divinidad de Cristo, el Nacimiento Virginal, la indefectibilidad de la
Iglesia y la infalibilidad del papa. La pena en que ha incurrido por su apostasía de la fe ha sido la
repudiación de su status como «teólogo católico», y un intento para retirarle de la facultad de la
universidad en Tübingen. La censura no le denuncia por herejía y no le declara excomulgado,
suspendido o bajo prohibición. Así, Hans Küng sigue siendo un «sacerdote con buen status» en la
Iglesia Conciliar. Esto no es, hablando canónicamente, sino una «palmadita en la espalda»
comparado con la «suspensión» del Arzobispo Lefebvre.
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Dic,98 89
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el Monte Tabor… Juan XXIII y después de él, Pablo VI, recibieron del Espíritu Santo
el carisma de la transformación». Ni una sola vez, al menos hasta la fecha, ha
proclamado Wojtyla ninguna crítica de Pablo VI, ni ninguna determinación para
deshacer aquellas transformaciones de las cuales Montini fue responsable. ¿Qué hay
entonces de esa posición «ortodoxa» suya que ha hecho que los católicos
conservadores se encariñen tanto con él? Pues hay que destacar que se ha hecho poco
hincapié en que la condena (si puede llamarse tal) de Hans Küng y de Schillebeeckx
fue la culminación de un proceso iniciado por sus predecesores. Como ha hecho notar
Mary Martínez, una corresponsal acreditada en el Vaticano, «Ya durante el sínodo de
1977 (sobre la “catequesis”) hubo indicaciones de que algunos de los obispos más
influyentes eran conscientes del hecho de que el ritmo del cambio conciliar tendría
que lentificarse. En adición a la laceración visible que representaban los
tradicionalistas, estaba el aumento alarmante de los desertores, gentes que estaban
simplemente aburridas con los nuevos ritos y que se estaban yendo silenciosamente.
Si, como lo indicaban varias intervenciones mayores del sínodo, había una conciencia
de que las cosas habían ido demasiado lejos y demasiado deprisa, entonces podrían
esperarse gestos conservadores por parte de quienquiera que deviniera papa». Lo que
se espera de un verdadero pontífice es que sea ortodoxo en todas las cosas, tanto en
las doctrinas como en los ritos. Con respecto a la doctrina, alguien que acepta la
«base evolucionista» sobre la cual está basado en su mayor parte el Vaticano II,
alguien que acepta la communicatio in sacris y que busca la «plena comunión» con
los demás cristianos (Billy Graham, el evangelista, ha hablado a los fieles en la Iglesia
de Santa Ana en Cracovia a invitación de Wojtyla), alguien que sostiene los falsos
conceptos de «libertad religiosa» que proclama el Vaticano II, y alguien que cree en la
«revelación continua» y en la manifestación de «carismas nuevos», se aparta por
definición de la enseñanza constante de la Iglesia. El Arzobispo Wojtyla fue miembro
de la Comisión Mixta que hubo de tratar el «Esquema 13», y fue uno de los
principales individuos responsables de la confección de «La Iglesia en el Mundo
Moderno» que le reemplazó —una «Constitución Pastoral» que nos instruye en
términos como estos, «Los cristianos están unidos con el resto de los hombres en la
búsqueda de la verdad». Wojtyla puede estar buscando la verdad, pero los católicos
Dic,98 90
tradicionales creen que Cristo ya nos la ha dado 100. Como afirma Santo Tomás de
Aquino:
«Entrar en diálogo con Dios significa permitirse a uno mismo ser ganado y
conquistado por la luminosa figura de Jesús Revelado, y por el amor del
Padre que le envió. Es en esto precisamente en lo que consiste la fe. En la fe,
el hombre interiormente iluminado y atraído por Dios, va más allá de los
límites del conocimiento puramente natural, y experimenta a Dios de una
manera que de otro modo sería imposible.»
100
Como ha dicho S. Atanasio con respecto a los concilios arrianos del S. IV, «el mundo entero
fue sumido en la confusión, y aquellos que en aquel tiempo detentaban la profesión del clero corrían
de acá para allá, buscando cómo aprender mejor a creer en nuestro Señor Jesucristo… si hubieran
sido creyentes ya, no habrían estado buscando, como si no lo fueran… lo cual no era escándalo
pequeño… el que los cristianos como si se despertaran de dormir en este momento del día,
estuvieran preguntando cómo tenían que creer… mientras que su clero profeso, aunque exigiendo
deferencia de sus rebaños como instructores, eran no creyentes según se mostraban porque andaban
buscando lo que no tenían… qué defecto de enseñanza había en cuanto a la verdad religiosa en la
Iglesia Católica, para que debieran preguntar respecto de la fe ahora, y debieran fijar la fecha de este
año para su profesión de fe…»
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Dic,98 92
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101
Posteriormente ha sido publicada por Ignatius Press bajo el título de Faith According to St.
John of the Cross.
Dic,98 93
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mayor parte aquellos que se negaron a decir la nueva «misa») estaba siendo
aprisionado o exiliado? Cualquiera que esté familiarizado con la metodología de la
tiranía comunista sabe que la libertad de Wojtyla para viajar por todo el mundo, para
no mentar siquiera el que se le permita existir en su patria, depende enteramente de su
posición de estar en gracia respecto de quienes detentan la autoridad, o al menos de
que su posición sea vista como «útil» para sus propósitos. ¡Ciertamente, Wojtyla no
era ningún Mindszenty! Y en verdad, Mary Craig, en su biografía (Man From a Far
Country) nos dice que cuando Wojtyla trabajaba como párroco en Polonia, mantenía
un «perfil bajo… evitando totalmente la política (inclusive mencionar el “bien” y el
“mal” podría atraer la cólera de las autoridades...)». Es claramente un creyente en la
detente, y cuando fue entronizado como «Obispo de Roma», los oficiales del
gobierno polaco, empezando por el embajador en Italia, se mostraron calurosos en su
alabanza, y el ministro de estado, Jablonski, vino a Roma con un amplio cortejo.
Aparte de haber concedido una larga audiencia a Gromiko, uno de sus primeros actos
fue designar al Cardenal Agostino Casaroli, el arquitecto de la Ostopolitik, como su
primer Secretario de Estado. Es por su puesto verdad que Wojtyla ha criticado la
metodología comunista. Lo que llama la atención, sin embargo, es que en ninguna
ocasión ha criticado nunca el comunismo como tal. A decir verdad, la mayor parte de
sus afirmaciones indicarían que se encuentra perfectamente cómodo con la ideología
socialista y que solamente querría temperar la teoría comunista con —para usar la
frase de Teilhard de Chardin— «el calor del amor cristiano».
Esta ambigüedad hacia la ideología comunista queda sumamente demostrada
durante su viaje a Méjico. Antes de la apertura de la Conferencia Episcopal en Puebla,
se encontró con Álvarez Icaza en una audiencia privada. Este individuo, que
probablemente conocía a Wojtyla desde la época del concilio, era un miembro del
Congreso de «Cristianos por la Paz» fomentado por los comunistas y con base en
Praga, cuyo presidente era el infame Nikodim, Metropolitano de Leningrado 102. Junto
con el miembro del IDOC Gary MacEoin era responsable del establecimiento de la
floreciente oficina de prensa de izquierdas CENCOS, la cual suministró literatura de
línea marxista y dos conferencias de prensa diarias de «teología de la liberación»
durante todo el período. A pesar del criticismo de Juan Pablo II respecto de la
«teología de la liberación» (la cual no es otra cosa que el comunismo disfrazado bajo
una corteza de fraseología cristiana), tal criticismo es casi siempre acompañado por
una condena paralela de los excesos del capitalismo. Cuando estuvo en Oaxaca llegó
102
Cuando Nikodim murió en los brazos del pontífice, las dos Iglesias Ortodoxas Rusas en
Roma se negaron a permitir que le fuera hecho el velatorio en sus locales. Ni que decir tiene que este
privilegio le fue concedido a la Iglesia Posconciliar, y fue velado dentro del Vaticano.
Dic,98 94
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
tan lejos como para afirmar que no debe haber ninguna vacilación cuando se trata de
la expropiación de la propiedad privada, «llevada a efecto correctamente», siempre
que sea para el bien común. Pero en ninguna parte ha dicho quién ha de decidir lo que
es para el bien común, o lo que significa «llevada a efecto correctamente». Y más
importante todavía, en ninguna parte nos remite a las encíclicas de León XIII y a las
enseñanzas de la Iglesia tradicional sobre sociología y economía —donde se han de
encontrar las respuestas a todas las falsas panaceas que plagan el mundo moderno. Lo
que resultó de la Conferencia de Puebla en Méjico es que ambos lados pretendieron
una victoria, y a las fuerzas de la subversión se les facilitó así que continuaran sus
actividades a todo lo largo de este subcontinente esencialmente católico. Los
comunistas preferirían ciertamente no tener que tratar ningún problema religioso.
Pero el catolicismo es un hecho, tanto en Polonia como en Sudamérica. Siendo tal el
caso, el Papa Juan Pablo II ciertamente ha de ser preferido a un Pío XII 103.
Finalmente, es enteramente obvio que la cuestión más apremiante en la escena
católica corriente concierne al problema de los sacramentos, y por encima de todo, a
la supresión de la Misa tradicional. Ha pasado tiempo más que suficiente para
habernos dado alguna indicación de sus intenciones con respecto a esta cuestión. Por
supuesto, esto requeriría no solamente la aprobación de la Misa de Todos los
Tiempos, sino también la reordenación de todo el clero «alzado a la mesa» desde
mediados de 1968; pero tal no es en modo alguno una imposibilidad. Nada que no sea
esto puede hacer que la Iglesia retorne a la «unidad», y nada que no sea esto puede
satisfacer al católico tradicional. Juan Pablo II, a pesar de su condena de aquellos que,
para usar las palabras de Cranmer, «querrían avanzar demasiado deprisa», no nos ha
dado ninguna indicación de que vaya a dar satisfacción a este requerimiento, y en
verdad, ha puntualizado abundantemente que está comprometido con las «reformas»
del Vaticano II. Si teníamos alguna duda sobre esto, desaparecerá por esta afirmación
a los católicos tradicionales de Méjico:
Aquí estamos oyendo, no la voz de Pedro, sino la voz de Pablo VI. ¿Desde
cuándo la Misa y los sacramentos son «aspectos incidentales de la Iglesia»? ¿Y por
103
Este material y mucho más está documentado en la obra de Mary Martínez From Rome
Urgently, (Vía Sommacompagna 47, Roma 00185).
Dic,98 95
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Debería estar completamente claro para el lector que «al atacar» las extrañas
extravagancias de los «papas» posconciliares, uno no pretende atacar en absoluto al
Papado mismo. Por el contrario, es el Papado lo que querríamos defender. La
distinción entre «Sedes» y «Sedens» (la Sede, y el que toma asiento en ella) fue
hecha, según Justiniano, en el concilio de Calcedonia en el año 451. Hay una doctrina
de «indefectibilidad» en la Iglesia que afirma que las enseñanzas de nuestra Santa
Madre no cambian. Quienquiera que desea estar «en obediencia» hacia los doscientos
sesenta Papas, más o menos, que han detentado legítimamente la cátedra de Pedro
desde que fue establecida, y hacia las muchas encíclicas que han promulgado, debe
necesariamente declararse a sí mismo «en desobediencia» hacia estos modernistas de
última hora dondequiera que se aparten de las enseñanzas de sus predecesores.
Finalmente, un comentario en orden a responder acerca de lo que satisfaría al católico
tradicional. La respuesta es muy simple, y aunque se ha aludido a ella previamente,
debe ser reiterada una vez más. Es un retorno a la sana doctrina y verdadera creencia
—la afirmación del «depósito» entero de la Fe; y la reintroducción de la verdadera y
propia liturgia de la Iglesia. Aparte de esto, todo lo demás es disimulación y
palabrería. Supliquemos a Dios a fin de que podamos ver ese día antes de morir.
Concluiremos esta sección con el Juramento de la Coronación tradicional de los
Papas. Tomado del Liber Diurnus Romanorum Pontificum, PL105, S.54:
Yo juro:
Dic,98 96
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
»Guardar los santos cánones y decretos de nuestros Papas del mismo modo
que las Ordenanzas Divinas provenientes del Cielo, a causa de que soy
consciente de Ti, Cuyo lugar he tomado por la gracia de Dios, Cuyo
Vicariato poseo con Tu sostén, estando sujeto a la rendición de cuentas más
severa ante Tu divino tribunal sobre todo lo que confieso.
Dic,98 97
PARTE IV
EL VATICANO II
El Vaticano II en tanto que concilio ecuménico fue inusual de varios modos. Fue
el primer concilio «ecuménico» que invitó a «observadores» a participar en sus
procedimientos105. Fue el primer concilio en ser declarado «pastoral» y no
«dogmático»106. Fue el primer concilio que ni delimitó la doctrina católica de los
errores contemporáneos, ni dictó cánones disciplinarios107. Fue el primer concilio que
se apartó claramente de la enseñanza de los concilios ecuménicos anteriores —tanto
que el Cardenal Suenens ha afirmado que fue como la Revolución Francesa de la
Iglesia; y el teólogo Y. Congar le ha igualado a la revolución de octubre de 1917 en
Rusia108. Finalmente, al clausurar el concilio, Pablo VI afirmó: «La autoridad de
enseñanza de la Iglesia, aun no deseando emitir pronunciamientos dogmáticos
104
Hubert Jedin, «Ecumenical Councils of the Catholic Church», Herder, Nueva York, 1960.
105
La presencia de «observadores» de las múltiples sectas protestantes, inclusive si no impedía
que los Padres hablaran contundentemente sobre cuestiones que podrían ofenderles, ciertamente
debió ser inhibitoria. Esto puede haber sido muy significativo con respecto a la presencia de los
observadores ortodoxos rusos (de Moscú) que solo vinieron con la condición de que el comunismo no
sería criticado —un hecho contado por varios autores.
106
Cada vez que los Padres ortodoxos deseaban definir más claramente lo que estaba siendo
afirmado ambiguamente, se les informaba de que el concilio era «pastoral» y no «dogmático». (cf.
Arzobispo Lefebvre, J’accuse le Concile).
107
Peticiones por centenares de los padres conciliares para la condena del comunismo fueron
dejadas de lado por aquellos que tenían el control como lo ha señalado el padre Wiltgen.
extraordinarios, ha hecho enteramente conocida su enseñanza autorizada... Todo
cuanto ha sido establecido sinodalmente (por el Vaticano II) ha de ser observado
religiosamente por todos los fieles». Presentando esto así, retira los contenidos de los
documentos del Vaticano II de la jurisdicción de la doctrina de fide, y, sin embargo, al
mismo tiempo «vincula» al católico a su aceptación por la «obediencia».
En cuanto a los documentos mismos, hay dieciséis, y todos los dieciséis son
considerados como «establecidos sinodalmente» —es decir, aprobados por los padres
presentes en el concilio. Ahora bien, estos dieciséis documentos son denominados
como «Constituciones», «Decretos» y «Declaraciones». A pesar del hecho de que
algunas de las «Constituciones» son calificadas como siendo «dogmáticas», el
Vaticano II como un todo es, por decreto, «pastoral». Siendo pastoral es «no
dogmático» y, a lo sumo, es entonces una especie de instrucción, una suerte de
sermón, que no implica por sí mismo ninguna infalibilidad. Por esto es por lo que el
Cardenal Felici, anteriormente secretario de la curia y secretario general del concilio,
afirmó que los documentos del concilio son de jure pero no de fide109. A pesar de
esto, Pablo VI se ha referido en varias ocasiones a este concilio como «el más grande
de todos los concilios», incluso más grande que el concilio de Trento (el cual es, por
supuesto, de fide). Sin embargo, no está en modo alguno satisfecho con lo que el
concilio llevó a cabo, pues ha afirmado, «los decretos conciliares no son tanto un
destino como un punto de partida hacia nuevos objetivos... Las semillas de vida
plantadas por el concilio en el suelo de la Iglesia deben crecer y alcanzar plena
madurez». Como ha dicho el Cardenal Suenens, «El Vaticano II es una etapa, y no un
término». Y, sin embargo, inclusive en su calidad de etapa, representó «una
Revolución Francesa dentro de la Iglesia».
Pocos negarán que las «nuevas directrices» que la Iglesia posconciliar ha tomado
encuentran sus raíces en este concilio. Como dice Avery Dulles:
«El Vaticano II adoptó varias posiciones que habían sido enunciadas por las
Iglesias de la Reforma, p.e. la primacía de las Escrituras, la eficacia
sobrenatural de la palabra predicada, el sacerdocio del laicado y la liturgia en
lengua vernácula.»110
108
De una manera similar, Santiago Carrillo (cabeza del Partido Comunista de España) ha
llamado al «eurocomunismo» «nuestro aggiornamento, nuestro Vaticano II». (Itineraires, Mayo de
1977).
109
Citado por D. Von Hilderbrand, «Belief and obedience: the Critical Difference», Triumph,
Marzo de 1970.
Esta no es tampoco una opinión aislada. El Cardenal Willebrands, legado de
Pablo VI a la Asamblea Luterana Mundial en Evian, afirmaba en julio de 1970:
«Es posible extraer una lista impresionante de tesis que Roma ha enseñado
en el pasado y hasta ayer mismo como siendo las únicas válidas, y que los
padres del concilio han desechado.»
Uno debe preguntar como fue que tales cambios drásticos pudieron tener lugar en
una «Iglesia inmutable». Hay, por supuesto, muchos que pretenden que tales
afirmaciones son exageradas, que no ha habido ningún cambio significativo, y que no
es el Vaticano II, sino los teólogos modernos con sus «abusos» quienes han de ser
culpados. Estos mismos dicen que las afirmaciones del concilio son mal interpretadas
y muchas afirmaciones aceptables y ortodoxas provenientes de los documentos son
aportadas en defensa de esta aseveración. La réplica a estos contenciosos no es difícil,
sin embargo. El padre Wiltgen que era «director de propaganda internacional en
Roma» para el concilio y que «fundó durante el Vaticano II un servicio de noticias del
concilio, plurilingüe e independiente» ha escrito una historia de los procedimientos del
concilio titulada The Rhine flows into the Tiber. En tanto que prueba los logros del
concilio, su texto ha devenido una fuente de información valiosa. Su información está
confirmada por muchas otras fuentes. Como resultado, tenemos una descripción
«baza por baza» de cómo los teólogos «liberales» capturaron el concilio. Lo que fue
proclamado por la prensa del mundo como un «estallido espontáneo del sentimiento
liberal», fue de hecho, como lo han señalado varios autores, parte de un plan
predeterminado para subvertir el concilio.
Hemos llamado ya la atención sobre el papel que Juan XXIII jugó al preparar la
escena. La mayor parte de los padres no eran teólogos bien versados, y vinieron al
110
Rev. Ralp M. Wiltgen, The Rhine flows into the Tiber, Hawthorn, Nueva York, 1967,
publicado recientemente en rústica por la Agustine Publishing Co., Devon, Inglaterra, 1978.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
111
Como dice E. E. Y. Hales, «Frente a esto el Papa Juan estaba permitiendo al concilio
configurarse de una manera que parecía que no produciría el aggiornamento de la Iglesia que él
deseaba. Una explicación de esta paradoja es que él estaba permitiendo que la curia pensara que este
estaba deviniendo «su» concilio, a fin de asegurarse que no intentarían arruinarlo, mientras que para
sí mismo sabia muy bien que una vez convocado dejaría de ser de la curia, y que él volvería a
recuperarlo». (Pope John And His Revolution, Doubleday, Nueva York, 1965).
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
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modo cuando, como dice el Cardenal Heenan, las diferentes comisiones estuvieron en
posición «de extenuar a la oposición y de producir una fórmula capaz de una
interpretación tanto ortodoxa como modernista». Lo que resultó, para usar las
palabras del Obispo McVinney al tratar la Constitución Pastoral sobre la Iglesia, fue
«un compromiso dudoso con todo lo que subyace en la base misma de los males que
afectan ahora a la humanidad»114.
Inclusive prescindiendo de las afirmaciones efectivas, hay un «animus» en los
documentos que es «ofensivo para los oídos piadosos». Hay, como ha dicho el
Cardenal Suenens, «una lógica interna en el Vaticano II que en varios casos ha sido
empuñada y puesta en obra, mostrando en la práctica de todos los días la prioridad de
la vida sobre la ley. El espíritu que hay detrás de los textos era más vigoroso que las
palabras mismas»115. Es esta corriente subterránea la que ha brotado como «el espíritu
del Vaticano II», un «espíritu» que acepta casi todos los conceptos modernistas —el
«progreso», la «evolución dinámica» y el «universalismo». Como ha dicho Avery
Dulles, S.J., uno de los periti del Vaticano II, «sin hacer uso del término de
“revelación continua”, el Vaticano II ha permitido algo de esta especie». Donald
Campion, S.J., otro periti, y traductor de la «Constitución Pastoral sobre la Iglesia
Hoy», ha dicho: «Aquí, como en otras partes, es fácil reconocer la compatibilidad de
los conocimientos desarrollados por pensadores tales como Teilhard de Chardin en su
114
El Cardenal Fellici ha afirmado públicamente que «Hay en verdad muchos términos de
dudoso significado en los textos del concilio» (Approaches, Noviembre de 1976, pág. 70). La
ambigüedad es siempre el refugio de ladino que desea mentir, no solo a su prójimo, sino también a sí
mismo. ¿Cómo responde un niño pícaro a una madre acusadora a quien desea ocultar la verdad sin
decirle claramente una mentira? Es equívoco. Se aparta de la prescripción escrituraria de «decir
siempre el sí por el sí y el no por el no». El modernista ha perdido su fe en la Revelación, y si desea
permanecer dentro de la Iglesia visible, entonces debe o bien cambiar el significado de algunas
palabras, o bien cambiar las palabras a fin de que puedan significar una cosa para él y otra para los
fieles. Así, como lo ha señalado un modernista, «uno aprende el uso del significado doble, las
sentencias y parágrafos tortuosamente complejos que ocultan el significado en lugar de revelarlo». El
teólogo existencial tiene un definitivo disgusto hacía la claridad. Como el padre Daley dijo de Tyrell:
«Él creía que la claridad era una trampa para el incauto, y que la trampa era evitada en la medida en
que uno desconfía de la claridad y la reconoce como una nota de inadecuación». Como ha dicho el
Papa S. Pío X en su Encíclica Pascendi, los escritos de la pandilla modernista aparecen «vacilantes y
vagos», mientras que los de la Iglesia son siempre «firmes y constantes». Ha dicho, además, «Uno de
los artificios más hábiles de los modernistas (como son llamados común y propiamente) es presentar
sus doctrinas sin orden ni disposición sistemáticos, de una manera desparramada y sin unidad, a fin
de que parezca como si sus mentes estuvieran en duda o vacilantes, mientras que en realidad están
completamente fijados y firmes».
115
Doctrines do Grow, Ed. John T. McGinn. CSP. Paulist Press, Nueva York, 1967.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
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«La humanidad pasa así de una concepción más bien estática de la realidad a
otra más dinámica y evolutiva.» (Párr. 5).
«La cultura de hoy día posee características particulares: las ciencias exactas
cultivan al máximo el juicio crítico; la reciente investigación psicológica
explica más profundamente la actividad humana; los estudios históricos
contribuyen mucho a que las cosas se vean bajo el aspecto de su mutabilidad
y evolución... Así, poco a poco se va gestando una forma de cultura más
universal, que tanto más promueve y expresa la unidad del género humano
cuanto mejor sabe respetar las particularidades de las diversas culturas.»
(Párr. 54).
118
La fraseología es aquí enteramente teilhardiana. Aquellos que ven el mundo como
progresando hacia algún «punto omega», ignoran instantáneamente el hecho de que Nuestro Señor
es a la vez el alfa y la omega. La premisa de que la raza humana ha cambiado en algún modo es
totalmente errónea. Es radicalmente falso suponer que nuestros ancestros eran intelectual o
espiritualmente inferiores a nosotros. La flaqueza humana puede alterar su estilo en el curso de la
historia pero no su naturaleza.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Así, por medio de sus hijos y por medio de su comunidad entera, la Iglesia
puede ofrecer gran ayuda para dar un sentimiento más humano al hombre y a
su historia. Además, la Iglesia Católica de buen grado estima mucho todo lo
que en este orden han hecho y hacen las demás Iglesias cristianas o
comunidades eclesiásticas con su obra de colaboración.» (Párr. 40).
«Ha placido a Dios santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin lazo
mutuo alguno, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le
sirviera santamente. Así, desde el comienzo de la historia de la salvación Él
ha escogido hombres, no solamente en cuanto individuos, sino también en
cuanto miembros de una determinada comunidad. Dios llamó a estos
escogidos Su Pueblo... Este carácter comunitario es perfeccionado y
consumado en la obra de Jesucristo.» (Párr. 32).
«Como el mundo entero tiende cada día más a la unidad civil, económica y
social, conviene tanto más que los sacerdotes, uniendo sus esfuerzos y
cuidados bajo la guía de los obispos y del Sumo Pontífice, eviten toda causa
de dispersión, para que todo el género humano venga a la unidad de la
familia de Dios.» (Párr. 43)119.
119
En todos estos ejemplos nuestro interés principal ha sido demostrar los motivos subyacentes
de estos documentos. Ejemplos de errores más específicos, y sobre los cuales no puede hacerse
ninguna reclamación posible en cuanto a su ortodoxia, son el párrafo 6 del «Decreto sobre el
ecumenismo» el cual afirma que la doctrina católica podría haber sido formulada incorrectamente en
Dic,98 108
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Tal es entonces una selección de las afirmaciones —y cada una, de una extensión
suficiente como para invalidar la acusación de que se han tomado fuera de contexto—
que los católicos posconciliares deben «observar religiosamente» si desean
considerarse a sí mismos en «obediencia». ¿Qué evidencia hay para la pretensión de
que «la raza humana ha pasado de un concepto de la realidad más bien estático a otro
más dinámico y evolucionista»? ¿Y cuán cristiano es este «nuevo humanismo» de
cuyo nacimiento somos testigos, cuando es definido «ante todo por la responsabilidad
del hombre hacia sus hermanos y hacia la historia»? Ciertamente, la primera
responsabilidad del hombre es hacia Dios, su Creador. ¿Y desde cuándo el hombre
«se eleva a su destino» a través de «los deberes recíprocos y del dialogo fraternal»
sólo? ¿En qué lugar de las Escrituras se nos enseña que somos salvados «como
miembros de una comunidad», en vez de como individuos? ¿Y desde cuándo la
función de la Iglesia ha sido hacer «más humana a la familia del hombre y su
historia»? ¿Y qué es toda esta palabrería sobre «unidad», sobre el «proceso de sana
socialización» que «pertenece a la naturaleza más interior de la Iglesia» y que permite
la «extirpación de todo motivo de división» que pudiera impedirla? No hay que
sorprenderse entonces de que el observador protestante Dr. Mcafee Brown haya
dicho que «hay inclusive insinuaciones ocasionales de que los padres conciliares han
prestado oído al evangelio de Marx tanto como al Evangelio de Mark [Marcos]».
Verdaderamente, como ha dicho el padre Campion, traductor de este documento, «El
aggiornamento teológico significa mucho más que una nueva redacción de la
enseñanza teológica convencional en terminología contemporánea».
Ahora bien, hay muchas áreas en las cuales el Vaticano II se aparta de la
enseñanza tradicional de la Iglesia. Considérense las siguientes afirmaciones, que
están en contradicción directa con el Syllabus de los Errores:
Dic,98 109
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Siguiendo la «lógica interna» del documento, el padre Avery Dulles, S.J., profesor
de Teología en la Universidad Católica de América, un «perito» de cierta distinción, y
un traductor de los documentos en cuestión, ha afirmado:
«¿Acaso Dios se revela de otro modo que a través de las religiones del
mundo, haciendo posible así que los “no creyentes” hagan un acto de fe? Los
documentos del Vaticano II, aunque no responden directamente a esta
cuestión, abren la posibilidad de una respuesta afirmativa. La “Constitución
dogmática sobre la Iglesia”, después de tratar las oportunidades para la
salvación en las diferentes religiones, agrega que esta posibilidad es válida
inclusive para el ateo sincero o para el agnóstico consciente: “La divina
Providencia no niega tampoco la ayuda necesaria para la salvación a aquellos
que, sin culpa por su parte, no han llegado todavía a un conocimiento
explícito de Dios, pero que se esfuerzan por vivir una vida buena, gracias a
su Gracia”. La “Constitución sobre la Iglesia en el mundo moderno”
confirma esta doctrina asegurando que la gracia actúa de un modo invisible
en los corazones de todos los hombres de buena voluntad. En estos textos, y
otros similares, los teólogos católicos encuentran un reconocimiento oficial
por parte de la Iglesia de que es posible un acto de fe salvadora sin ninguna
creencia explícita en la existencia de Dios o sin ninguna afiliación
religiosa»120.
120
Avery Dulles, S.J., Doctrines do Grow, Op. cit.
Dic,98 110
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Ahora bien, inclusive si no llevamos las cosas tan lejos como para afirmar que «es
posible un acto de fe salvadora sin ninguna creencia explícita en la existencia de
Dios», las diferentes enseñanzas del «Documento sobre la libertad religiosa» tienen
consecuencias de largo alcance. El «animus» de los documentos es que los demás
cristianos (y comunidades) son gente buena. Si están bautizadas en Cristo, «todos
aquellos justificados por la fe a través del bautismo están incorporados en Cristo. Por
lo tanto tienen derecho a ser honrados con el título de cristianos»121, y deben ser
tratados en «igualdad» aquellos cuyo único defecto es que no se han juntado en la
«unidad visible» de la Iglesia, a menudo a causa de razones históricas o políticas. La
Iglesia debe hacer por lo tanto todos los esfuerzos por atraerlos dentro de esa unidad
a fin de que podamos progresar todos dichosamente hacia ese tiempo en que «toda la
raza humana pueda ser introducida en la unidad de la familia de Dios». Esto significa
que las divergencias doctrinales han de ser suprimidas —«extirpando todo motivo de
división»— y que todo lo que se requiere es «sinceridad» y «buena voluntad». Puesto
que incluso los ateos «tienen acceso a la comunidad de salvación», claramente se
sigue que, como enseñan los documentos, «el hombre ha de guiarse por su propio
juicio y ha de disfrutar de libertad» en sus decisiones religiosas. No ha de emplearse
ninguna «coerción» en el trato con el hombre (entendiéndose «coerción física», pero
nada se dice de las demás formas de coerción que son completamente familiares al
mundo moderno); y toda secta religiosa es libre de propagar sus propios puntos de
vista. Incluso aquellas naciones que son totalmente católicas han de invitar a
protestantes y comunistas y darles el derecho —tanto civil como legal— de propagar
libremente sus enseñanzas anticatólicas122. Verdaderamente, como el Documento
afirma, si «Él mismo (Cristo), advirtiendo que se había sembrado cizaña juntamente
con el trigo, mandó que se les dejara crecer a ambos hasta el tiempo de la siega, que
tendrá lugar al fin del mundo». Así pues, a la «cizaña», o a la herejía a la cual
simboliza, ha de serle permitido crecer —sin oposición y sin desraizarla por parte de
los fieles cristianos. Finalmente, no contentos con haber concedido todo esto, se
instruye a los fieles en que deben comprometerse en una communicatio in sacris
activa —es decir, que deben unirse en un culto común con los heréticos. Ahora bien,
¿cómo puede una organización que cree que fue fundada por Cristo, que cree que sus
121
Los pasajes entre comillas están tomados de los documentos.
122
«Los fieles cristianos, al igual que los demás hombres, deben disfrutar en el ámbito del
estado, del derecho a no ser impedidos, por ningún medio, de llevar sus vidas de acuerdo con sus
conciencias. Está enteramente de acuerdo con la Libertad de la Iglesia y con la libertad de religión el
que todos los hombres y todas las comunidades tengan este derecho, conferido como un derecho civil
y legal.»
Dic,98 111
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
ritos son de origen divino y que cree que su existencia misma está vinculada a su
función de conservación de este depósito, animar a sus miembros a unirse a unas
formas de culto que son de origen puramente humano? La communicatio in sacris
activa ha estado siempre prohibida para los católicos. El canon de la Ley la prohibe
como pecado mortal (canon 1258). Está, además, prohibida por S. Pablo:
«No llevéis el yugo en compañía de los infieles. Pues ¿qué compañía tiene la
justicia con la injusticia? O ¿qué comunión la luz con las tinieblas? Y ¿qué
concordia hay entre Cristo y Belial? O ¿qué parte tiene el creyente con el
infiel?»
2 Corintios VI, 14
Dic,98 112
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
fe» que Cristo le confió, y utilizar todos los esfuerzos razonables no solamente para
convencer a otros de la corrección de su posición, sino tomar también las medidas
adecuadas para impedir que otros corrompan sus doctrinas y confundan a los fieles.
Cuando la jerarquía deja de hacer esto, deja de hacer prueba de caridad tanto hacia
quienes están dentro de su seno como hacia aquellos que están fuera. Y si esto es
verdad para la Iglesia, es igualmente verdad para la familia. Y si la nueva Iglesia
concede a las demás «Iglesias hermanas» y a cualquier «comunidad eclesiástica» un
status igual al suyo, ¿cómo puede entonces pretender el derecho, no ya la obligación,
de efectuar conversiones? La Iglesia solo puede hacer esto porque cree que ella es la
única Iglesia verdadera, y el medio establecido por Nuestro Señor para la salvación de
los hombres. Al igual que solamente hay un único Salvador verdadero, hay solamente
una única Iglesia verdadera, fuera de la cual no hay salvación123.
Vinculados a estas falsas ideas sobre el ecumenismo hay varias «muletillas» que
recurren con considerable frecuencia a lo largo de los documentos del concilio, y que
se encuentran posteriormente en los dichos del clero posconciliar. Frases tales como
«libertad de conciencia», «libertad» a secas y «la dignidad de la persona humana»,
tiene a su alrededor un aura casi «supersticiosa» para el modernista y el liberal.
Debería estar completamente claro para un católico que la dignidad de una persona
no consiste en modo alguno en su libertad. Puesto que la libertad es un medio, la
libertad es buena en la medida en que está regulada por lo que es bueno y verdadero.
Por esto es por lo que ha dicho Nuestro Señor, «la Verdad os hará libres», y no «la
libertad os llevará a la Verdad». En la medida en que una persona utiliza mal su
intelecto, o extravía su voluntad, pierde su dignidad (y actúa de una manera indigna).
Nuestra dignidad deriva del hecho de que nosotros estamos hechos «a Su imagen»,
pero para ser dignos debemos conformarnos a esta imagen. Si dejamos de hacerlo así,
incluso si no somos culpables (como ocurre en el demente), nunca podremos ser
dignos. Finalmente, no debe olvidarse que la mayor parte de la gente que utiliza la
frase «libertad de conciencia» lo que realmente quieren decir es «libertad para no
tener conciencia». (¿Qué «libertad de conciencia» es la que condujo al martirio de los
católicos ingleses, o a la ruptura de Lutero de su voto de celibato —un voto que hizo
123
Esto no ha de ser interpretado como lo fue por el padre Leonard Feeny quien entre otras
cosas negaba la posibilidad de la ignorancia invencible tanto como el Bautismo de Sangre y de
Deseo, y que incidentemente tuvo levantada su «excomunión» por Pablo VI aunque nunca se retractó
de su actitud errónea y herética. El problema de la salvación «fuera» de la Iglesia es demasiado
complejo para un tratamiento breve, pero para citar al Arzobispo Lefebvre, «uno puede salvarse
dentro del protestantismo... dentro de cualquier religión no importa cual, ¡pero uno no puede ser
salvado por esa religión! La diferencia es enorme. Uno no puede ser salvado por el error». (A Bishop
Speaks, Scottish Una Voce, Edimburgo, Escocia).
Dic,98 113
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 114
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Ciertamente, incluso el liberal más rabioso encontraría difícil creer que tal
afirmación haya emanado de esa comunidad eclesiástica que pretende ser la Iglesia
Católica Romana. Dios mío, ¿cómo puede la Iglesia esperar guiar alguna vez al
mundo, si ha de mezclar su moralidad y su doctrina con las teorías científicas de
última hora —sí, hemos dicho «teorías»?
Es esta idea de «progreso» la que subyace en la compulsión de los modernistas a
«adaptar» la fe al mundo moderno —o como Pablo VI lo expresa con respecto a la
liturgia, «en su adaptarse... a la mentalidad contemporánea». Como ha dicho Pío XII
hace solo veinticinco años, son «estas falsas nociones evolucionistas con su negación
de todo cuanto está fijado o es constante en la experiencia humana, las que han
preparado el camino a una nueva filosofía del error». El argumento discurre sobre
estas líneas: el hombre contemporáneo es el resultado de un largo y progresivo
desarrollo y es mucho más inteligente que sus predecesores. Sus conocimientos de la
verdad son por lo tanto más profundos y de un valor más grande que los de los
hombres que vivieron hace dos mil años. La Iglesia debe aceptar estos nuevos
conocimientos y adaptar a los mismos sus concepciones más antiguas. La evolución y
el progreso son las fuerzas fundamentales de la naturaleza y de la existencia. Por lo
tanto, la verdad y la Iglesia deben evolucionar junto con el hombre y el mundo. Como
señala Avery Dulles, S.J., «Las formulaciones doctrinales tradicionales fueron forjadas
a la luz de una visión general del mundo que ahora ha devenido anticuada; una
fidelidad incondicional a una sola visión del universo, tal como la fe cristiana parece
requerir, impresiona a la mente moderna como fanática y “poco científica”... La
pretensión de que alguna fuente privilegiada... contiene la totalidad de la verdad
salvadora es igualmente disgustosa... La aserción de que una revelación divina ya
estaba completa en el primer siglo de nuestra era, parece completamente antitética
con el concepto moderno de progreso»124. Así pues, si el hombre moderno ha
cambiado la Iglesia, debe cambiar o morir.
¿Qué es después de todo un «modernista», sino uno que querría «modernizar» la
Iglesia, haciéndola «entrar en el siglo XX» y haciéndola reconocer y admitir «los
124
Doctrines do Grow, op. cit.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 116
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
futuro. (Es el «debemos construir el mejor mundo para nuestros hijos»). Estos
conceptos son de hecho «el opio de los pueblos», pues mantienen una falsa esperanza
para el hombre moderno —una colectividad desesperada, privada del significado de la
vida. Son la antítesis de todo cuanto es tradicional. No hay que sorprenderse entonces
de que la Iglesia se haya opuesto a ellos vigorosamente.
«Estas infortunadas almas que están infectadas con estos errores creen que la
verdad dogmática no es absoluta, sino relativa, y que es capaz de adaptarse a
las variables exigencias del tiempo, del lugar y de las múltiples necesidades
de las diferentes almas; que no depende de una Revelación inmutable, sino
que debería por su naturaleza acomodarse a la vida del hombre.»
«Uno debe condenar... todo cuanto parezca estar animado por el insano
espíritu de la novedad; todo cuanto haga irrisión de la piedad de los fieles o
sugiera nuevas orientaciones para la vida cristiana; todo cuanto sugiera
126
El Arzobispo Lefebvre enumera algunas de estas tesis: «Desde que se inició el concilio, de
una manera más o menos general, ha sacudido la certeza de muchas verdades enseñadas por el
Magisterio auténtico de la Iglesia, y que pertenecen definitivamente al tesoro de su Tradición... (la)
cuestión de la jurisdicción de los obispos, la de las dos fuentes de la Revelación, la de la inspiración
de las Escrituras, la de la necesidad de la gracia para la justificación, la de la necesidad del bautismo
católico, la de la vida de la gracia entre los heréticos, la de los cismáticos y paganos, la de los fines
del matrimonio, la de la libertad religiosa, la de los fines últimos, etc...» (J’accuse le Concile).
Dic,98 117
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Si alguien dijera que, debido al progreso científico, puede ser posible alguna
vez interpretar los dogmas de la Iglesia en un sentido diferente del que la
Iglesia comprendió y comprende ¡que sea anatema!»
Vaticano I.
127
Debería ser obvio que la Iglesia tradicional no está contra el «progreso», si con este término
nos referimos a los adelantos de la ciencia moderna. El diseño de «ratoneras mejores» es claramente
ventajoso para la sociedad a condición, por supuesto, de que la justicia no sea violada, y que los
verdaderos fines del hombre no sean subvertidos. Como ha dicho el Papa S. Pío X en su Encíclica E
Supremi Apostolatus, «No es progreso, sino conocimiento ignorante el que extingue la fe». A lo que
la Iglesia se opone diametralmente es a la «mística del progreso» que ve en este concepto una fuerza
«dinámica» aplicable en los dominios natural y sobrenatural de toda la realidad. Es esta «mística» la
que se refleja en el vago panteísmo que penetra la religiosidad moderna y que está en la base del
sueño de la Iglesia posconciliar —«que todos sean uno». La idea de que el mundo en el cual vivimos
hoy es de alguna manera «cristiano» es absurda, y cualquier tentativa por adaptar nuestra religión a
este mundo es inevitablemente una traición a Cristo. (Inclusive los historiadores y sociólogos se
refieren a él como el mundo «posconciliar»). La Civitas Dei y el progreso mundano según lo
considera el hombre moderno no pueden converger y aquellos que se esfuerzan en acomodar el
mensaje religioso a las ilusiones y agitaciones profanas están entre aquellos que Cristo calificó como
«dispersadores». Aquellos que esperan un milenio en el cual todos los hombres de bien estarán
unidos en una «nueva humanidad» harían mejor en recordar las profecías Escriturarias del
Anticristo. Los fieles serán, al final de los tiempos, un «remanente». Roguemos a Dios, a fin de que
podamos estar entre ese pequeño «remanente».
Dic,98 118
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Una nueva Iglesia, una iglesia con «una eclesiología diferente», una Iglesia que
cumple los sueños del francmasón Eliphas Levi. Consideremos la forma de este sueño
de Levi-atán como Eliphas Levi lo expuso en el año 1862:
128
Considérese el siguiente párrafo tomado de un artículo de Christian Order, Octubre de 1978:
«Al final, el Dr. Saventham preguntó al prelado (ahora Cardenal Benelli) si no podría ser permitida
la liturgia tradicional al lado de la nueva. La respuesta fue turbadora: “¡Señor, todas estas reformas
van en la misma dirección, mientras que la vieja Misa representa una eclesiología diferente!”. El Dr.
Saventham dijo: “¡Monseñor, lo que usted ha dicho es una atrocidad!” Benelli: “¡Lo diré otra vez:
aquellos que desean tener la vieja Misa tienen una eclesiología diferente!”».
Dic,98 119
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Tampoco debería pensarse que esta es la primera vez que ha ocurrido una tal
apostasía generalizada. Considérese la siguiente cita tomada del libro de los
Macabeos:
129
Decir que ha sido creada una «nueva Iglesia» no quiere decir que la verdadera Iglesia
Católica, la «Iglesia de Todos los Tiempos», no continúe existiendo —esa Iglesia contra la cual no
prevalecerán las Puertas del Infierno. Con respecto a esa promesa considérense las palabras de León
XIII: «Todo el mundo sabe que esta promesa divina debe ser comprendida como aplicándose a la
Iglesia Universal (es decir, la Iglesia de Todos los Tiempos, es la Iglesia que es tan Universal en el
“tiempo” como en el “espacio” —Ed.) y no a ninguna parte de la Iglesia tomada por separado, pues
los segmentos individuales pueden, de hecho, haber sido sojuzgados por las fuerzas del mal». Satis
Cognitum.
Dic,98 120
PARTE V
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Quedaba un solo problema final. Los reformadores temían que «nada saldría del
concilio». Aunque se las habían ingeniado para insertar en los documentos «oficiales»
del concilio sus falsas ideas, sabían que esto solo era insuficiente. Después de todo,
¿cuántos católicos habían leído alguna vez los cánones del concilio de Trento? (y ¿qué
necesidad había cuando se podía confiar en el clero?) ¿Cuántos se enredarían en la
lectura de las tediosas y ambiguas afirmaciones del nuevo concilio? Los cambios
tendrían lugar demasiado lentamente para los impacientes innovadores. La gran
mayoría de los fieles nunca había pedido un concilio (la curia también se había
opuesto a él), y estaban perfectamente contentos con el modo en que la Iglesia había
sido siempre. Incluso Juan XXIII la había reconocido y alabado como estando
«vibrante de vitalidad». Para la mayoría de la gente las cosas habrían seguido como
antes. Así pues, era absolutamente necesario introducir en la entraña de la vida
cotidiana del cristiano todas esta nuevas ideas, la «nueva economía del Evangelio».
Entonces, ¿cómo lograr esto? La respuesta era obvia: había que «reformar» la
Liturgia.
Era de lógica rigurosa —en verdad tenían que hacerlo ciertamente— que
atacarían a la liturgia directamente. Lo que es extraordinario es el grado hasta el cual
esto fue y había sido predicho. El Papa León XIII había afirmado en su Apostolicae
Curae que los modernistas y reformadores (que entonces se denominaban de otro
modo), «conocían muy bien el lazo íntimo que une la fe y el culto, la lex credendi y la
lex orandi: y así, bajo el pretexto de restaurar el orden de la liturgia en su forma
primitiva, la corrompieron en muchos respectos hasta ponerla de acuerdo con los
errores de los innovadores». El Abad Guéranger describía el resultado de esto hace
alrededor de cien años en un artículo titulado «La herejía antilitúrgica». También ha
sido predicho que la verdadera Misa nos sería arrebatada. Oigamos las palabras de S.
Alfonso de María de Ligorio, doctor de la Iglesia:
«El diablo ha intentado siempre, por medio de los heréticos, privar al mundo
de la Misa, haciendo así de ellos los precursores del Anticristo, quien, antes
de cualquier otra cosa, intentará abolir y abolirá efectivamente el Santo
Sacramento del altar, como un castigo por los pecados de los hombres,
Dic,98 122
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
130
Lex credendi, literalmente la ley de la creencia; lex orandi, la ley de la oración.
Dic,98 123
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«La celebración de la Misa», dice Gihr, «es el servicio divino más meritorio y más
perfecto, pues procura al Altísimo una adoración y una veneración que millones de
palabras serían incapaces de ofrecer-Le... Es un Sacrificio único (y) aventaja
infinitamente en valor y dignidad, en poder y eficacia, a todas las innumerables
plegarias de la Iglesia y de los fieles... Tan a menudo como se celebra este sacrificio
conmemorativo, se cumple la obra de la redención... Es el alma y el corazón de la
liturgia de la Iglesia; es el cáliz místico que presenta a nuestros labios el dulce fruto de
la pasión del Dios-Hombre —es decir, la gracia». El Papa Urbano VIII ha dicho a su
respecto:
«Si hay alguna cosa divina entre las posesiones de los hombres, que los
moradores del Cielo podrían codiciar (si la codicia fuera posible para ellos),
sería ciertamente el Santísimo Sacrificio de la Misa, cuya bendición es tal que
en ella el hombre posee una cierta anticipación del Cielo mientras está
todavía sobre la tierra, e incluso tiene ante sus ojos y toma en sus manos al
Hacedor mismo del Cielo y de la tierra. Cuán grandemente deben esforzarse
los mortales a fin de que este privilegio sobrecogedor sea guardado con el
culto y la reverencia debidos, y cuánto cuidado deben tener a fin de que su
negligencia no ofenda a los ojos de los ángeles, que vigilan con adoración
envidiosa.»
Si Quid Est
La Misa es no solo el acto más sagrado y central del culto en la Iglesia, y, como
ha dicho Faber, «la cosa más hermosa de este lado de acá del cielo», sino que es
también, como ha dicho Pío XI, «el órgano más importante del magisterio ordinario
de la Iglesia». Habiendo sido establecida en su mayor parte por Cristo y los apóstoles,
«es un locus teológico de primera importancia en el conocimiento de la Tradición viva
de la Iglesia» (padre Henry, O.P.). Así pues, si la Revelación cristiana viene a nosotros
en la Escritura y en la Tradición, entonces la Misa es ese Órgano que es el vehículo
más importante para la transmisión de la Tradición. A través de ella aprendemos cómo
enseñaban y actuaban los apóstoles.
Dic,98 124
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«El ejemplo de Cristo fue la norma para los apóstoles en la celebración del
Sacrificio. Ellos hacían, primero, solo aquello que Cristo había hecho antes.
De acuerdo con Sus instrucciones y bajo la inspiración del Espíritu Santo,
observaban adicionalmente otras cosas, a saber, según las circunstancias
agregaban plegarias y observancias varias, a fin de celebrar los Santos
Misterios tan digna y tan edificantemente como es posible. Así, aquellas
partes constituyentes del rito sacrifical que se encuentran en todas las
liturgias antiguas, tienen incontestablemente su origen en los tiempos y en la
tradición apostólica: las características esenciales y fundamentales del rito
sacrifical, introducidas y ampliadas por los apóstoles, fueron conservadas con
fidelidad y reverencia en las bendiciones místicas, en el uso de las velas, del
incienso, de las vestiduras y de muchas cosas de esta naturaleza que (la
Iglesia) emplea por prescripción y tradición apostólica...»131
Ahora bien, no hay ninguna duda de que a lo largo de las edades se agregaron
plegarias y prácticas al fundamento apostólico, pero el núcleo central o «Canon» (que
significa «regla») ha sido fijo a través de la Historia. Como ha afirmado Sir William
Palmer, un historiador no católico:
«No parece nada irrazonable pensar que la liturgia romana, según era usada en el
tiempo de Gregorio Magno, pueda haber existido desde un periodo de la más remota
antigüedad, y hay quizás razones casi tan buenas para referir su composición original
a la edad apostólica...»
131
Dr. Nicholas Gihr, The Holy Sacrifice of the Mass, Herder, Nueva York, 1929.
Dic,98 125
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Pues (el Canon) está compuesto por las palabras mismas del Señor, por las
tradiciones de los apóstoles y por las piadosas instituciones de los santos
pontífices.»
«El Canon romano, como es hoy, se remonta hasta Gregorio Magno. No hay
ni en oriente ni en occidente una plegaria Eucarística que permanezca en uso
hasta este día, que pueda presumir de tal antigüedad. A los ojos no solo de
los ortodoxos, sino de los anglicanos e incluso de aquellos protestantes que
tienen todavía en alguna medida un sentimiento por la tradición,
ABANDONARLE SERÍA UNA REPUDIACIÓN DE TODA
PRETENSIÓN POR PARTE DE LA IGLESIA ROMANA A
REPRESENTAR A LA VERDADERA IGLESIA CATÓLICA.»
Dic,98 126
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
de que el sacerdote diga «Corpus Domini nostri Jesu Christi custodiat...» (El Cuerpo
de nuestro Señor Jesu Cristo guarde...) cuando comulga, se dice que data del tiempo
de los heréticos albigenses, que negaban la «Presencia Real». También las diferentes
órdenes religiosas insertaron a menudo plegarias especiales propias de ellas. Pero a
través de todo esto el Canon (que incidentemente incluye las Palabras de la
Consagración) permaneció intacto. Finalmente, en la época de la Reforma, cuando la
autoridad de la tradición estaba siendo cuestionada y cuando innovaciones y
novedades de toda especie estaban siendo introducidas, devino necesario codificar y
«fijar» para todos los tiempos la muy santa misa para protegerla de toda posible
corrupción. Esto se llevó a cabo en el transcurso de varios pontificados; los
estudiosos retornaron a todos los documentos originales disponibles; se eliminó
cualquier error que se hubiese deslizado en ellos, y el Misal y el Breviario romanos
fueron publicados por el Santo Papa Pío X en conformidad con el deseo expresado
por los Padres del concilio de Trento. Esta publicación del Misal romano fue
acompañada por la proclamación de la Constitución Apostólica Quo Primum132. A
partir de entonces este Misal hubo de ser usado en toda la Iglesia Romana y por
132
Una «Constitución» es definida como «una afirmación irreformable de lo que es la creencia
de la Iglesia» (Louis Bouyer, The Liturgy Revived), y «la fuerza vinculante de las constituciones
pontificales está... fuera de cuestión» (Catholic Encyclopedia). Seguidamente citamos de esta
Constitución:
«Nos, mandamos específicamente a todos y a cada uno de los patriarcas, administradores y a
todas las demás personas de cualquier dignidad eclesiástica que puedan ser, sean inclusive
cardenales de la santa Iglesia romana, o poseedores de algún otro rango de preeminencia, y Nos les
ordenamos en virtud de la santa obediencia cantar o leer la Misa según el rito y la manera y la
norma con los cuales es establecida por Nos y, de aquí en adelante, interrumpir y desechar
completamente todas las demás rúbricas. Al celebrar la Misa no deben osar introducir ninguna
ceremonia ni recitar ninguna plegaria diferente de las contenidas en este Misal... Además, por esta
presente (por esta ley), en virtud de Nuestra autoridad apostólica, Nos, otorgamos y concedemos a
perpetuidad que para el canto o la lectura de esta Misa en toda iglesia, cualquiera que sea, este
Misal ha de ser seguido en adelante absolutamente, sin ningún escrúpulo de conciencia o temor de
incurrir en alguna pena, juicio o censura, y que puede ser usado libre y legítimamente . Ni los
superiores, administradores, canónigos, capellanes y demás sacerdotes seculares, o religiosos de
cualquier orden o por cualesquiera títulos nominados, están obligados a celebrar la Misa de otra
manera a como ha sido prescrita por Nos. Nos, declaramos y ordenamos igualmente que nadie ha de
ser forzado o coaccionado a alterar este Misal y que este presente documento no puede ser revocado
o modificado, sino que permanece por siempre válido y conservando toda su fuerza... Por lo tanto, a
nadie le está permitido alterar esta carta, o aventurarse a ir imprudentemente contra esta advertencia
de Nuestra Dispensa, estatuto, ordenanza, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración,
voluntad, decreto y prohibición. Si alguien, no obstante, osara cometer un acto semejante, debe saber
que incurrirá en la cólera de Dios Todopoderoso y de los Santos apóstoles Pedro y Pablo» (las
cursivas son del autor).
Dic,98 127
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
133
Para probar esta afirmación pueden ser convocadas muchas autoridades. Citando solo unas
pocas, el fallecido Arzobispo Hallinan de Atlanta (EE.UU.) hizo notar que «Hemos llegado al final
de una era». El Padre Gelineau, S.J., un «perito» litúrgico del concilio ha dicho del Novus Ordo, «Es
una liturgia diferente de la Misa. Hay que decir esto sin ambigüedad: el rito romano como nosotros
le conocimos ya no existe. Ha sido destruido». El Padre Henry Denis afirma: «Pretender que se ha
cambiado todo es simplemente ser honesto respecto de lo que ha ocurrido». El Padre Louis Bouyer
ha dicho, «Hoy no hay prácticamente ninguna liturgia digna de este nombre en la Iglesia Católica».
Más recientemente ha afirmado, «La liturgia católica ha sido derrocada bajo el pretexto de hacerla
más compatible con la visión contemporánea —pero en realidad para conformarla con las bufonadas
que las órdenes religiosas fueron inducidas a imponer, lo quisieran o no, sobre el resto del clero».
Estoy en deuda con la obra de Michael Davies The Roman Rite Destroyed por estas citas. El doctor
Berger, un sociólogo luterano, ha dicho recientemente: «La revolución litúrgica —ningún otro
término servirá— es un error... que toca a millones de católicos en el corazón mismo de su vida
religiosa. Séame permitido mencionar solamente la súbita abolición, y en verdad prohibición, de la
Misa latina, la transposición del sacerdote oficiante a la trasera del altar (el primer cambio minimiza
simbólicamente la universalidad de la Misa, el segundo su referencia transcendente), y el asalto
masivo sobre una extensa variedad de formas de piedad popular... Si un sociólogo enteramente
malicioso, inclinado a injuriar a la comunidad católica tanto como sea posible, hubiera sido un
asesor para la Iglesia, difícilmente podría haber hecho un trabajo mejor» ( Homiletic and Pastoral
Review, Febrero de 1979)».
Dic,98 128
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Comprendamos claramente las razones por las cuales este serio cambio ha
sido introducido... (es) una obediencia al concilio (La Croix, 4 de Septiembre
de 1970)... De manera en modo alguno diferente nuestro santo predecesor
Pío V hizo obligatorio el Misal reformado bajo su autoridad, en seguimiento
del concilio de Trento (Custos, Quid de Nocte).»
Dic,98 129
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
134
Según el diccionario Webster una «parodia» es «un escrito en el cual se imita o se remeda el
lenguaje y el estilo del autor; una imitación burlesca; una imitación floja o ridícula de una acción».
Dic,98 130
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
los fieles... El nuevo Ordo ha sido promulgado para ocupar el lugar del
antiguo...» (Custos, Quid de Nocte, 24 de Mayo de 1976).
Es bien sabido que los reformadores odiaban a la Misa tradicional. Oigamos las
palabras de Lutero. Llamaba a la Misa una «abominación», un «culto falso y
blasfemo», e instruyó a los gobernantes que estaban bajo su influencia a «atacar a los
idólatras» y a suprimir su culto en la medida de lo posible. Negó repetidamente su
verdadera naturaleza sacrifical y odiaba el «Canon abominable en el cual la Misa se
hace sacrificio». Como él mismo señaló, «la Misa no es un Sacrificio... Llamadla
bendición, eucaristía, la mesa del Señor, la cena del Señor, el memorial del Señor o
cualquier nombre que queráis, con tal de que no la ensuciéis con el nombre de un
sacrificio o de un acto». Ciertamente, llegó tan lejos como para decir «Yo afirmo que
todos los burdeles, matanzas, pillajes, crímenes y adulterios son menos inicuos que
esta abominación de la Misa papista». En cuanto al Canon o núcleo de la Misa,
afirmó:
En palabras que son casi proféticas hizo notar que «cuando la Misa haya sido
destruida, creo que habremos destruido al Papado. Creo que es en la Misa, como
sobre una roca, donde el Papado se apoya enteramente... todo se colapsará por
necesidad cuando se colapse su sacrílega y abominable Misa».
Llegando a los anglicanos estamos un poco mejor. Aunque su fraseología estaba
más contenida (uno de los rasgos ingleses más finos), es enteramente evidente que
negaron también la «Presencia Real». Textos corrientes durante la época de la
Reforma describen al Santísimo Sacramento como «una torta vil para ser hecha Dios
y hombre», y la Misa misma como «el culto del Dios hecho de harina fina». La
teología anglicana negó que la Misa fuera un «sacrificio» como lo entienden los
católicos, y permitieron el uso de este término solamente en tres acepciones: el
sacrificio de la acción de gracias; el de la benevolencia y liberalidad hacia el pobre, y
el de la mortificación de nuestros propios cuerpos. Ninguno de estos «sacrificios»
requiere un altar. Como dijo Cranmer, «la forma de una mesa apartará más al simple
de las opiniones supersticiosas sobre la Misa papista hacia el uso correcto de la cena
del Señor. Pues el uso de un altar es hacer un sacrificio sobre él; mientras que el uso
Dic,98 131
de una mesa es servir a los hombres para comer sobre ella»135. Cranmer y los
reformadores negaron específicamente la doctrina de la Transubstanciación, y si el
Primer Libro de la Plegaria Común fue susceptible de una interpretación católica
debido al ambiguo uso del lenguaje, en el Segundo Libro de la Plegaria se hicieron
cambios para excluir específicamente esta posibilidad. Si quedara alguna duda en
cuanto a su actitud el lector puede remitirse a los «Treinta y nueve Artículos» a los
cuales debe adherirse todo clérigo anglicano, y a los cuales «ningún hombre de aquí
en adelante imprimirá o predicará suprimiendo el Artículo en modo alguno, sino que
se someterá a él en su significado llano y pleno...». La lista de los artículos que son de
fide para los anglicanos incluye uno —el número treinta y uno— que afirma que la
Misa según es comprendida en el concilio de Trento es una «fábula blasfema y un
fraude peligroso».
Bajo estas circunstancias, es una cosa destacable que tanto los luteranos como los
anglicanos, por no decir nada de los demás «hermanos separados», no encuentren
absolutamente ninguna objeción para participar en el Novus Ordo Missae y, en
verdad, para usarle ellos mismos como una forma de culto alternativa. ¿Encuentran
que la nueva «misa» es una «fábula blasfema» y «más inicua que todos los burdeles,
matanzas, pillajes, crímenes y adulterios»? ¡La respuesta es un NO resonante! Casi
puede decirse que la aman. Incluso han hecho cambios en sus propios «ritos» para
acomodarse a ella. Oigamos de nuevo la afirmación del Consistorio Superior de la
Iglesia de la Confesión Augsburg de Alsacia y Lorena. Con fecha de 8 de Diciembre
de 1973 los protestantes reconocen en ella públicamente su buena voluntad para
tomar parte en la «celebración eucarística católica», porque esta les permite «usar
estas nuevas plegarias eucarísticas con las cuales se sienten en casa». Y nuevamente,
¿por qué se sienten en casa con ellas? Porque tienen «la ventaja de dar a la teología
del sacrificio una INTERPRETACIÓN DIFERENTE de la que estaban
acostumbrados a atribuir al catolicismo». Quizás el Espíritu Santo les ha guiado a ver
un cambio donde «Pablo VI y los obispos en unión con él» no pueden ver ninguno. Y,
sin embargo, se nos ha dicho repetidamente —para citar a este mismo individuo—
que «nada ha sido cambiado en nuestra Misa tradicional».
Aquellos que deseen seguir este estudio con cuidado harían bien en obtener un
«Libro de Misa para el Pueblo» de los bancos de la nueva Iglesia, y en buscar un
antiguo misal romano tal como el que usaban sus padres —o sus abuelos. Por nuestra
135
Los altares fueron destruidos y reemplazados por mesas de madera a lo largo de Inglaterra.
Las piedras de los altares fueron incorporadas a las escaleras de las iglesias para forzar a los fieles a
caminar sobre ellas cuando entraban en la iglesia. (The Church under Queen Elizabeth, F. G. Lee,
Thomas Baker, Londres, 1896)
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
parte intentaremos, no obstante, presentar los hechos de manera que no sea necesario
este esfuerzo.
Se nos ha dicho que los cambios hechos son «menores». Por mínimos que puedan
ser (y el lector puede juzgar su «minoría» por sí mismo), son precisamente aquellos
cambios que ponen en línea el Novus Ordo con la «teología» luterana y anglicana.
Solamente de pasada llamaré la atención sobre la supresión de frases tales como la
«ruptura de los lazos del pecado y el quebranto del poder del infierno», tan ofensiva
para aquellos que no pueden aceptar la doctrina del «pecado original». Lo que es
particularmente ofensivo es la adición al Canon romano, en la Anáfora I 136 (que
pretende ser el mismo que el Canon tradicional) de la nueva Misa, de las palabras por
nosotros en un contexto totalmente ambiguo. En la primera edición del Libro de la
Plegaria de Cranmer, este prologaba las palabras de la Institución (las Palabras de la
Consagración) con esta frase: «Óyenos, oh Padre misericordioso, nosotros te
suplicamos; y con Tu Espíritu Santo y Tu Palabra concédenos bendecir y santificar
estos dones y creación tuyos de pan y de vino para que puedan ser para nosotros el
cuerpo y la sangre de tu amadísimo hijo, Jesucristo». ¡Esta fórmula fue atacada por
la razón de que era susceptible de ser interpretada como llevando a efecto la
transubstanciación! A esto Cranmer replicó indignamente: «Nosotros no oramos en
absoluto para que el pan y el vino devengan el cuerpo y la sangre de Cristo, sino para
que en ese santo misterio devengan eso para nosotros; es decir, para que nosotros
podamos recibir así dignamente y del mismo modo podamos ser así participantes del
cuerpo y la sangre de Cristo, y de que por lo tanto en espíritu y en verdad seamos
espiritualmente alimentados». Es, por supuesto, verdad que en el Canon romano
tradicional se encuentra la frase nobis (por nosotros). El Quam Oblationem afirma:
«Te rogamos, oh Dios, que te dignes en un todo bendecir esta ofrenda, admitirla,
ratificarla y aceptarla; a fin de que se convierta para nosotros en el Cuerpo y en la
Sangre...» Pero aquí el sentido es inequívoco, pues la transubstanciación ha sido
preparada por el magnificente Te Igitur, Memento Domine y Hanc Igitur. Sin
embargo, en el Segundo Libro de la Plegaria Común de Cranmer, y en la Anáfora II
del Novus Ordo, estas plegarias preliminares han sido omitidas. Así pues, nosotros
136
El Novus Ordo tiene cuatro «Cánones» o «plegarias eucarísticas» intercambiables. También
son llamados «Anáforas». La primera es una parodia del Canon romano tradicional en el cual los
cambios arriba mentados se han hecho para ponerle en línea con la teología de la reforma. La
segunda está tomada del Canon de Hipólito aunque se han hecho alteraciones similares. Las otras
dos son variaciones enteramente nuevas. Hay un extenso movimiento para introducir cien nuevos
Cánones sintéticos alternativos y muchos de estos están siendo usados ya por el clero «que está al
día» sobre una base «experimental».
Dic,98 133
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 134
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Se han alterado los tres fines de la Misa; no se permite que permanezca
ninguna distinción entre el sacrificio Divino y humano; el pan y el vino son
cambiados solo “espiritualmente” (y no substancialmente).»
138
Louise I. Guiney, Blessed Edmund Campion, Benzinger; Nueva York, 1910. Inclusive los
reformadores admitían la ambigüedad de su obra. Dryander escribió a Zurich (tocante al Primer
Libro de la Plegaria Común) que este daba cobijo a «toda clase de decepción por la ambigüedad o el
fraude del lenguaje» (Liturgies of the Western Church, Bard Thompson, New Amer. Lib., Nueva
York, 1974).
Dic,98 135
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Aunque estas palabras fueron escritas con respecto al sacramento del Orden,
pueden ciertamente ser aplicadas a los demás sacramentos también.
Se pusieron en funcionamiento otras técnicas para insinuar suavemente el Novus
Ordo en los corazones y mentes de los fieles. Como aconteció con los varios Libros
de la Plegaria de Cranmer, así también ha acontecido con el Novus Ordo introducido
por etapas. Como ha dicho el Cardenal Heenan en una carta pastoral:
«Habría sido temerario introducir todos los cambios a la vez. Obviamente era
más sabio cambiar gradual y suavemente. Si todos los cambios hubieran sido
introducidos a la vez, os habríais trastornado.»
Dic,98 136
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Era importante conservar intacta la apariencia. Las ceremonias exteriores eran las
últimas que habían de ser cambiadas. Como ha dicho el camarada Lenin, «Conservad
la cáscara, pero vaciadla de su substancia». Lutero ya había usado esta técnica con
gran éxito. Para citar el famoso estudio sobre Lutero de Grisar, «Alguien que entrara
en la iglesia parroquial de Wittenberg después de la victoria de Lutero, descubriría
que se usaban para el servicio divino las mismas vestiduras de antaño, y oiría los
mismos himnos latinos de antaño. La Hostia era elevada en al Consagración. A los
ojos de las gentes era la misma Misa de antes, a pesar de que Lutero omitía todas las
plegarias que presentaban la sagrada función como un Sacrificio. Las gentes eran
mantenidas intencionalmente en la oscuridad sobre este punto. “Nosotros no
podemos apartar a las gentes comunes del sacramento, y probablemente sea así hasta
que el evangelio sea bien comprendido”, decía Lutero. Explicaba el rito de la
celebración de la Misa como “una cosa puramente externa”, y dijo, además, que “las
palabras condenables pertinentes al Sacrificio podían omitirse todas muy rápidamente,
puesto que los cristianos ordinarios no notarían su omisión y de aquí que no hubiera
ningún peligro de escándalo. Las palabras en cuestión, especialmente las del Canon,
se pronuncian casi inaudiblemente en la Iglesia papista”». El actual servicio luterano
usado hoy día está basado sobre el Libro de la Plegaria de Lutero publicado en 1523
y 1526. Se ha retenido la primera parte de la Misa, pero el Ofertorio, el Canon y las
referencias a la naturaleza sacrifical del rito han sido suprimidos. La Colecta, la
Epístola y el Evangelio, al igual que en la Misa tradicional varían según el domingo
del año. El Credo es seguido por un sermón que es la parte principal del servicio.
Ordinariamente la «cena del Señor» se administra solamente unas pocas veces durante
el año; el latín y la elevación de la Hostia han sido suprimidos; las vestiduras y las
velas encendidas todavía se mantienen.
Cuando vamos al servicio anglicano, lo encontramos como un cruce entre el
servicio luterano y el Novus Ordo Missae. Como es bien sabido, Lutero estaba en
contacto por correspondencia con los reformadores ingleses. El servicio comienza
con el Introito (cantándose el Salmo entero). El Judica me (al ir el sacerdote hacia el
altar de Dios —tomado también de los Salmos) y el Confiteor se han omitido. La
confesión de los pecados a Nuestra Señora, a los ángeles y a los santos, y la súplica
de su intercesión es difícilmente compatible con la doctrina protestante de la
Justificación. En el Novus Ordo Missae nosotros tampoco nos confesamos, aunque
todavía suplicamos su intercesión. Siguen el Kyrie y el Gloria como con Lutero. Acto
seguido vienen el Credo y dos exhortaciones tomadas de la Orden de la Comunión de
1548. El sermón deviene un asunto central. Sin embargo, es después del sermón
cuando tienen lugar los cambios más grandes, pues es el Canon el que expresa más
Dic,98 137
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
139
La comunión bajo las dos especies era practicada en la Iglesia primitiva y todavía se practica
en los ritos uniatos de oriente. El asunto está tratado con detalle en la sesión XXI del concilio de
Trento. Ver Dogmatic Canons and Decrees of the Council of Trent, TAN, Rockford III, 1977.
Dic,98 138
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Se dice a menudo, por aquellos que querrían defender a la nueva Iglesia, que
«unos pocos movimientos y palabras exteriores agregados o quitados no tocan a la
Misa ni la cambian». Examinemos por un momento cuáles son estos pocos cambios.
El Novus Ordo ha abolido el Ofertorio, una de las partes principales de la Misa
tradicional. El Suscipe Sancte Pater, el Deus qui Humanae, el Offerimus Tibi, el Veni
Sanctificator, el Lavabo (Salmos XXV) y el Suscipe Sancta todos ellos han sido
suprimidos. Tómese el misal antiguo y léanse estas plegarias. Adviértanse cuántos
conceptos que la nueva Iglesia encuentra inaceptables se proclaman claramente
dentro de ellas. Solamente se ha retenido el Orate Fratres con el Suscipiat. Por
supuesto, todas las plegarias dichas al pie del altar (no al pie de una mesa), el Aufer a
nobis, el Oramus Te, el Munda Cor Meum y el Dominus Sit han sido suprimidas. En
cuanto al Canon, si el «presidente»140 prefiere no usar la «Plegaria Eucarística número
uno» (de la cual se pretende que es el antiguo Canon romano, y que, siendo la
140
El término «presidente» está tomado de S. Justino mártir, donde es usado en el sentido de
uno que «preside» sobre los dones. Obviamente, en el presente contexto es imposible separar el
significado de esta palabra de sus connotaciones políticas. Esta ambigüedad es sumamente
satisfactoria para aquellos que, en línea con la teología protestante, consideran al «ministro» no
como a uno que ha sido llamado (la «vocación») por Dios, sino como a una persona escogida por la
congregación.
Dic,98 139
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Anáfora más larga, en realidad se usa raramente), se suprimen las seis plegarias
siguientes antes de la dudosa Consagración: Te Igitur, Memento Domine,
Communicantes, Hanc Igitur, Quam Oblationem y el Qui Pridie. Después de la
Consagración se suprimen las siete plegarias siguientes, el Unde et Memores, Supra
quae Propitio, Supplices Te Rogamus, Memento Etiam, Nobis quoque Peccatoribus,
el Per Quem haec Omnia y el Per Ipsum. Por si esto no fuera suficiente, también han
sido suprimidas las siguientes plegarias usadas a continuación del Pater Nostrer: el
Libera Nos, Panem Coelestem, Quid Retribuam, el segundo Confiteor y su
Absolutionem (absolución que ha sido suprimida también del comienzo de la «misa»
para que al católico posconciliar no le sea mentada la necesidad de acercarse al
«sacramento» en un razonable estado de «pureza»), el Domine Non sum Dignus, el
Quod Ore, el Corpus Tuum, el Placeat Tibi y el último Evangelio, todo lo cual llama
la atención específica sobre la Presencia Real.
En esta lista no se mencionan los cambios hechos en las plegarias que se han
mantenido (tales como las que hemos citado anteriormente), ni los cambios hechos en
las Palabras de la Consagración (que hemos de tratar después). Tampoco hemos
incluido las muchas genuflexiones, los muchos signos de la cruz, ni los numerosos
versículos que han sido suprimidos. Es menester decirlo con claridad, solamente
sobre la base de la lista aquí mencionada entre el setenta y el ochenta por ciento, más
o menos, de la Misa tradicional ha sido «sacrificado» sobre el «altar» de la «unidad
con los protestantes». Y, sin embargo, Pablo VI y los obispos en unión con él nos
aseguran repetidamente: «Que todo el mundo comprenda bien que nada ha sido
cambiado en la esencia de nuestra Misa tradicional...».
Los modernistas que han «capturado» la Iglesia pretenden que el Novus Ordo
Missae es en muchos lugares un «retorno a la práctica primitiva». Como ha dicho
Pablo VI en su Constitución Apostólica, desde la época de S. Pío V y del concilio de
Trento
«Se han descubierto otras fuentes antiguas (de la liturgia) y se han estudiado
las fórmulas de la Iglesia Oriental. Muchos desean que estas riquezas
doctrinales y espirituales no sean ocultadas en las bibliotecas, sino que sean
sacadas a la luz para que iluminen y alimenten las mentes y los espíritus de
los cristianos.»
Dic,98 140
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 141
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
141
John Barry Ryan, The Eucharistic Prayer, Paulist Press, Nueva York, 1974.
142
Cipriano Vagaggini, The Canon of the Mass and Liturgical Reform, Alba House, Nueva
York, 1966.
Dic,98 142
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Eucaristía. ¿Pero qué ha ocurrido con todas las vigilias nocturnas? ¿Y qué ha ocurrido
con la práctica del laicado de decir el oficio? No tenemos noticia de ningún retorno a
la «práctica primitiva» donde eso implique intensificar la vida espiritual de los fieles
—solamente cuando eso permite a los reformadores destruir lo que ha sido la práctica
aceptada durante cientos de años. ¡Ciertamente esto es una de las artimañas más
hipócritas con las que los reformadores han venido!
«La consagración se cumple por las palabras y expresiones del Señor Jesús.
Porque, por todas las demás palabras dichas, se rinde alabanza a Dios, se
elevan plegarias por el pueblo, por los reyes y demás; pero cuando llega el
momento de perfeccionar el sacramento, el sacerdote no usa ya sus propias
palabras, sino las palabras de Cristo. Por lo tanto, son las palabras de Cristo
las que perfeccionan el sacramento.»
Dic,98 143
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Es importante que esta doctrina sea comprendida, incluso por aquellos que no
pueden aceptarla, pues nosotros no estamos exponiendo aquí ningún punto de vista
personal, sino solamente la enseñanza de la santa madre Iglesia.
Dic,98 144
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
diga de acuerdo con los deseos de Pablo VI, ninguna consagración tiene lugar en el
Novus Ordo si falta la adecuada intención por parte del «presidente». Por supuesto,
en la Misa tradicional también era posible para el sacerdote intentar positivamente no
consagrar, e invalidar así la confección de las Sagradas Especies. Sin embargo, al
decir el rito correctamente, asumía la adecuada intención automáticamente, y en la
medida en que se proponía hacer lo que la Iglesia se propone, la validez de la Misa
podía suponerse. En la medida en que el sacerdote, específicamente, no se proponía
no consagrar, no se plantea ningún problema, y si tal hubiera sido su intención,
cometía un claro acto de sacrilegio144.
En el Novus Ordo Missae, la redacción del rito no proporciona ya
automáticamente esta intención. Efectivamente, es necesario que el «presidente» se
proponga específicamente «consagrar» para que las Sagradas Especies sean
efectuadas. Se sigue entonces, como admite The Wanderer, que uno debe asegurarse
positivamente en todos y cada uno de los casos individuales de que el sacerdote tiene
una intención verdaderamente católica si es que uno ha de considerar su acto como
«válido». Si el sacerdote es un modernista, o un ateo, o si él mismo no cree en la
«Presencia Real», uno debe suponer que la consagración no ha tenido lugar 145. De
aquí la advertencia del sínodo episcopal previamente aludido:
144
Según el concilio de Trento, la intención mínima que se requiere de un sacerdote es que
«tenga intención de hacer lo que la Iglesia hace» (no lo que la Iglesia «se propone»). En ausencia de
evidencia de lo contrario, la Iglesia presume siempre que tal es la intención del sacerdote en tanto
que este utiliza los ritos correctos. Por supuesto, no hay modo alguno de que alguien pueda saber la
intención real de un sacerdote oficiante, y de aquí que, como ha dicho León XIII, «la Iglesia no
juzga las intenciones íntimas». De otro modo uno estaría en situación de cuestionar constantemente
a todos sus ministros. Así, por ejemplo, durante la Revolución francesa, hubo un periodo en que el
notorio Obispo Tallyrand, masón y ateo (junto con otros dos de similar creencia), ordenó a todos los
obispos en activo de la así llamada «Iglesia Constitucional». Los obispos ortodoxos estaban todos
exilados. Más tarde, cuando la Iglesia llegó a un «Concordato» con Napoleón, todas sus
ordenaciones fueron reconocidas como válidas. En verdad, casi todos los obispos en la jerarquía
francesa desde entonces pueden rastrear su sucesión «apostólica» a partir de él. Similarmente, a los
«obispos» judíos durante el reinado de Isabel la Católica en España jamás se les puso en cuestión sus
ordenaciones. Aquellos que han cuestionado la validez de la ordenación del Arzobispo Lefebvre
sobre la base de que el Cardenal Leinert era un francmasón harían bien en considerar este principio.
145
The Wanderer, St. Paul, Minn., 16 de Junio de 1977. Esta es, quizás, la publicación más
«conservadora» de la Iglesia posconciliar en Norteamérica. Es, sin saberlo, una de las fuentes de
documentación más valiosas de «La Destrucción de la Tradición Cristiana» disponibles hoy. En los
próximos años sus páginas proporcionarán un «documento histórico» de la mayor importancia.
Dic,98 145
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
146
Para citar al padre Robert Burns, C.S.P., escritor del editorial de The Wanderer (10 de Agosto
de 1978): «Muchos sacerdotes recién ordenados son heréticos, bien formales o materiales, el día
mismo de su ordenación. Esto es así porque sus instructores han abrazado los errores modernistas y
se los han transmitido a sus estudiantes. Los estudiantes, después de su ordenación, han propagado a
su vez estos errores, bien en la enseñanza catequística o en la predicación desde el púlpito. La misma
situación es verdad también en los casos de muchos sacerdotes antiguos que han vuelto a las escuelas
de teología para recibir cursos de “puesta al día” o de “readiestramiento en teología”». Un testimonio
adicional de este mal estado de las cosas puede extraerse de la Homiletic and Pastoral Review,
(Enero de 1975). Para citar a su editor: «Tengo que hacer una confesión a nuestros lectores. A
menudo se me ha pedido que edite algunos buenos artículos en el campo de la teología moral. El
hecho lamentable es que he tenido que rechazar alrededor del noventa por ciento del material que
me ha sido enviado sobre el asunto. La razón principal para estos rechazos ha sido que los artículos
o bien exponían o asumían el relativismo y el subjetivismo, que son la base de la ética situacional. Y,
sin embargo, la mayor parte de estos artículos estaban escritos por profesores de colegios y
seminarios católicos».
147
Durante la Reforma inglesa, el monje benedictino Agustín Baker escribió que «la mayor
parte de aquellos que en sus juicios y afecciones habían sido antes católicos, no discernían bien
ninguna gran falta, ni novedad ni diferencia, entre la religión anterior, que era la católica, y esta
Dic,98 146
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
más ofensivo que en latín; e incuestionablemente, el uso del latín impide al sacerdote
que introduzca aún más cambios de acuerdo con su juicio personal —no solo
agregando una plegaria aquí y allá, sino cambiando, además, las plegarias que son
supuestamente «fijas». Y no estamos hablando de «abusos», sino del texto como
aparece oficialmente, y del modo en que se supone que cada sacerdote posconciliar se
adhiere a él. El lector se hará ahora dos preguntas: ¿Cómo puede ser esto? ¿Por qué
nadie ha hecho nada al respecto? Con respecto a la primera pregunta, es
verdaderamente difícil comprender cómo puede ser esto así, pero es así. Todo cuanto
he dicho es verdad y no puede ser controvertido. La situación está anunciada en la
Escritura. Considérese Daniel IX, 27, «La Víctima y el Sacrificio cesarán: y habrá
en el Templo la abominación desoladora», y en Daniel XI, 31, «y profanarán el
santuario del poder y harán cesar el sacrificio perpetuo». Oigamos a Malaquías I, 7,
«Ofrecéis pan inmundo en Mis altares, y decís, ¿en qué Te hemos manchado?». Y
Jeremías habla en nombre de Dios cuando dice, «Mi tabernáculo ha sido devastado,
todas Mis cuerdas están rotas: Mis hijos han partido lejos de Mí, y no están... A
causa de que los pastores han obrado neciamente, y no han buscado al Señor: por
lo tanto ellos no han comprendido, y todo su rebaño se ha dispersado». Y, además,
encontramos a Ezequiel diciendo, «Sus sacerdotes han despreciado mi ley y han
profanado mis santuarios: ellos no hacen ninguna diferencia entre lo santo y lo
profano». Considérense las palabras de S. Cirilo:
«Que nadie en ese día diga en su corazón... “a menos que Dios lo quiera Él
no lo habría permitido”. No: El apóstol nos previno, diciendo de antemano,
“Dios les enviará un poderoso engaño” a fin de que no puedan ser excusados
sino condenados.»
nueva erigida por la reina Isabel, excepto solamente el cambio de lengua». «Como si fueran
inconscientes para sí mismos, devinieron neutrales en religión». Las universidades de Cambridge y
Oxford resistieron a los cambios, y Mr. Leys nota que «tuvo poco efecto un intento de ganarse a los
tradicionalistas por la autorización de una traducción latina del Libro de la Plegaria para usarla en
las capillas de los colegios» (Catholics in England, A Social History por M.D.R. Leys, Catholic
Book Club, Londres, 1961). Como se ve, hay poco nuevo bajo el sol.
Dic,98 147
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
equipo de fútbol. No podía pretender que no tuvo tiempo suficiente para señalar una
cita a los peregrinos. Estos la habían solicitado meses antes y su peregrinación fue
consignada en gran número de periódicos. Fueron simplemente ignorados. Se han
escrito libros y se han hecho desafíos abiertos para debatir la cuestión. Han sido
ignorados. La nueva Iglesia no se atreve a debatir este asunto y solo clama una y otra
vez a los afligidos fieles, «debéis obedecer». Es una falsa obediencia la que así se
pide. El sínodo episcopal señalado por Pablo VI para revisar el Novus Ordo Missae lo
rechazó sustancialmente. Dieron sus razones en un sumario breve pero exacto. La
nueva Iglesia nunca ha publicado este informe. Hasta el momento uno no sabe muy
bien cómo fue «escamoteado» fuera del Vaticano. Sin embargo, nosotros tenemos
este informe y lo hemos citado. Se ha agregado como apéndice a este libro. Cuando
la Sociedad de la Misa Latina en Inglaterra envió una copia del mismo a cada
sacerdote en Gran Bretaña, la jerarquía inglesa instruyó a su clero bajo obediencia a
que no lo leyeran, sino que lo arrojaran a la papelera. Este informe es una condena
inequívoca de la nueva «misa». La nueva Iglesia nunca le ha dado respuesta; ha sido
ignorado. Imagínese un ataque hecho contra la antigua Misa tradicional durante los
años de la Reforma inglesa. Por Dios, docenas de libros fueron publicados e
introducidos de contrabando en Inglaterra para defenderla. Y, sin embargo, este
informe que ha salido a la luz hace alrededor de diez años nunca ha tenido respuesta.
Pero no hemos contado la historia entera.
Es completamente claro que la Misa entera se centra sobre las «Palabras de la
Consagración», y es sobre este tema que vamos a tratar ahora. Recuerde el lector que
sin estas pocas palabras, la Misa Romana no es nada —no enteramente nada, pues sus
plegarias son hermosas y la doctrina que estas enseñan es sublime, sino relativamente
hablando, nada.
Dic,98 148
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
148
Algunos «sacerdotes» anglicanos han validado sus «órdenes» yendo a la vieja Iglesia
Católica y a la Iglesia Ortodoxa griega. Las Palabras de la Consagración como fueron originalmente
escogidas para el servicio anglicano son: «Óyenos (Oh Padre Misericordioso) te suplicamos; y con tu
espíritu santo y palabra, dígnate bendecir y santificar estos dones, y criaturas de pan y de vino, a fin
de que sean para nosotros el cuerpo y la sangre de tu amadísimo hijo Jesucristo. Quien la noche
misma en que fue traicionado, tomó pan, y cuando lo hubo bendecido y dado gracias, lo partió y lo
dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, este es mi cuerpo que es entregado por vosotros, haced
esto en recuerdo mío. Igualmente, después de la cena tomó la copa, y cuando hubo dado gracias, se
la dio a ellos, diciendo: Bebed todos de esto, porque esto es mi sangre del nuevo Testamento, que es
vertida por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados; tan a menudo como hagáis esto
bebedla en recuerdo mío». Ciertamente estas palabras tienen una validez igual a las que se usan en el
Novus Ordo —y quizás una validez incluso más grande, pues no se usa la frase «por todos» en lugar
de «por muchos».
Dic,98 149
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Además, la «forma» del sacramento ha sido fijada por la tradición desde los
tiempos apostólicos. Ha sido fijada «canónicamente» desde el así llamado «Decreto
Armenio» del concilio de Florencia (1438-1445). El concilio de Trento garantizó en
un decreto solemne la autenticidad de las formas sacramentales depositadas en el
catecismo que había de escribirse entonces —como se dice en la sesión XXIV,
149
La «definición» o «Descripción» de la nueva «misa» que se da en el párrafo siete de la
Constitución Apostólica de Pablo VI se ha estudiado un poco más adelante.
150
«La forma de este sacramento es pronunciada como si Cristo hablara en persona, a fin de dar
a entender que el ministro no hace nada al cumplir el sacramento, excepto pronunciar las palabras
de Cristo». (Summa III, Q. 78, Art. 1).
Dic,98 150
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
capítulo 7: «Se prescribirá la forma para cada uno de los sacramentos por el santo
concilio en un catecismo, que han de traducir fielmente los obispos a la lengua del
pueblo». Este catecismo afirma a su vez:
Según continúa el catecismo, «de esta forma nadie puede dudar». Tomada del
«Libro de Misa para el Pueblo», la siguiente es la «forma» usada en el Novus Ordo
Missae: No hay palabras en mayúsculas y se dan de una manera corriente a fin de que
formen parte de la «narración de la institución» sin distinción alguna. Sin embargo, en
el original latino las palabras en cursiva aparecen en mayúsculas:
Dic,98 151
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Hemos dicho que la Forma de las Palabras de la Consagración nos ha llegado por
la Tradición. Los innovadores que han creado el Novus Ordo arguyen que al cambiar
la forma, están «poniéndola en línea con la Escritura». Ahora bien, no hay
absolutamente ninguna razón por la cual debería hacerse esto. La Escritura no es una
fuente de Revelación mayor que la Tradición. ¡Imagínese el clamor que se levantaría
si hubiéramos de cambiar la Escritura para ponerla en línea con la Tradición! Es de la
Tradición de donde recibimos la forma, y no de la Escritura. Oigamos las palabras del
Cardenal Manning:
Dic,98 152
como observa Dionisio al cierre de su libro sobre la jerarquía celeste: su
objetivo era escribir la historia de Cristo» (Summa III, 78, Art. 3)151.
Nadie puede dudar que la nueva Iglesia ha ido contra la tradición así como contra
los decretos de los concilios ecuménicos y contra el catecismo del concilio de Trento
al cambiar la forma del sacramento. No es una materia a debatir si tiene derecho a
hacerlo:
Los defensores de la nueva Iglesia argüirán, por supuesto, que esa es una opinión,
y al igual que la forma misma, que no es parte de lo que es calificado de fide. Si esto
es verdad o no, cuando llegamos a la «substancia» de la forma, ya no es posible
ningún debate. La «Substancia» de un sacramento se dice que consiste en aquellos
elementos que son absolutamente necesarios a fin de que el sacramento sea efectivo.
Evidentísimamente la afirmación «Este es Mi Cuerpo; Esta es Mi Sangre» son
sustanciales y no pueden ser suprimidas. Ahora bien, la Iglesia nunca ha definido
absolutamente cuáles palabras son esenciales a la forma del sacramento, y los
teólogos han debatido este asunto durante todas las épocas 152. Sto. Tomás de Aquino
y la gran mayoría de los teólogos anteriores al siglo XX pretenden que todas las
palabras pertenecen a la «substancia del sacramento».
151
El hecho de que los eruditos modernos hayan revisado la fecha de los escritos de Dionisio no
cambia nada. Tales eruditos parecen estar más interesados en fechar las obras que en comprender su
contenido.
152
La diferencia entre lo que es «esencial» y lo que es «substancial» no es pertinente al asunto
que nos ocupa, pero será tratada brevemente en los párrafos siguientes.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Otro argumento adelantado por los modernistas es que en los varios ritos que
existen (alrededor de setenta y seis en total), y que la Iglesia siempre ha reconocido
como válidos, las formas consagratorias varían grandemente. Esto es, por supuesto,
una verdad a medias. Hay variaciones menores. Algunas tienen la frase «que será
entregado por vosotros», y otras omiten el Mysterium fidei, «Misterio de Fe». (Esta
frase se dice por tradición que fue insertada por los apóstoles, una inserción que
estaba enteramente dentro de su función hacer —y este hecho explica quizás por qué
no se encuentra en todas las setenta y seis «formas» conocidas). Después de todo,
fueron los apóstoles quienes establecieron estas diferentes formas en las diferentes
Dic,98 154
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
partes del mundo, y no Bugnini y sus secuaces. En nota de pie de página enumeramos
algunas de estas153.
En cualquier caso, dentro del rito romano —y es dentro de este armazón donde
nosotros «vivimos y respiramos» en Occidente— la «forma» tradicional del
sacramento ha sido fijada desde tiempo inmemorial; y ha sido «codificada» en los
cánones de los concilios ecuménicos y proclamada en el catecismo del concilio de
Trento. Cambiarla es un pecado grave.
Se argüirá, por supuesto, que toda esta insistencia sobre el uso de las palabras
correctas es una suerte de «legalismo», y que tiene poco que ver con el «amor» del
cual Cristo nos dio testimonio. Después de todo, ¿qué son unas pocas palabras aquí y
allá? Sin embargo, si admitimos esta posición debemos admitir que la Contrarreforma
153
Bizantina: «Esta es Mi sangre del Nuevo Testamento, la cual es derramada por vosotros y
por muchos para el perdón de los pecados».
Armenia: «Esta es Mi sangre del Nuevo Testamento, la cual es derramada por vosotros y por
muchos para la expiación y el perdón de los pecados».
Copta: «Porque esta es Mi sangre del Nuevo pacto, la cual será derramada por vosotros y por
muchos para el perdón de los pecados».
Etíope: «Esta es Mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por vosotros y por muchos
para el perdón del pecado».
Siria: «Esta es Mi sangre, del nuevo pacto, la cual será vertida y ofrecida para el perdón de los
pecados y la vida eterna vuestra y de muchos».
Maronita: Como el rito latino.
Caldea: «Esta es Mi sangre del Nuevo pacto, el misterio de la fe, que es derramada por vosotros
y por muchos para el perdón de los pecados».
Malabar: «Porque este es el cáliz de mi sangre del Testamento Nuevo y Eterno, el Misterio de la
Fe, que es derramada por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados».
Dic,98 155
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
entera fue absurda. Y ciertamente debemos admitir también que los múltiples «ritos»
luteranos y anglicanos han sido válidos desde el día en que fueron instituidos.
Debemos admitir también que las ordenaciones anglicanas son válidas —y en verdad,
como lo ha pretendido Bernard Haring, que los ministros luteranos (al menos los de
Europa, pues esta secta no tiene «obispos» en América) están también válidamente
ordenados. Y ciertamente entonces, también podemos cambiar un poco por doquier
—o ya puestos, podemos cambiar mucho— de las palabras da la Escritura. Omitamos
unos pocos de los «no» en los Diez Mandamientos. «Piquemos y escojamos» al
contento de nuestro corazón. La cosa importante de la que hay que darse cuenta es
que los Reformadores hicieron estos cambios precisamente para negar la naturaleza
sacrifical de la Misa. El Novus Ordo sigue estos cambios significativos casi palabra
por palabra. La Misa es, después de todo, una de nuestras posesiones más sagradas.
Como ha dicho el Papa Inocencio I en el año 416:
¿Y cómo puede lo que es un pecado mortal un día ser otra cosa que un pecado
mortal al día siguiente? ¿Cómo puede la Iglesia «constante» devenir tan «voluble»?
Prescindiendo de cómo vemos nosotros estas cuestiones, hay una cosa que está clara
a partir de todo cuanto se ha dicho hasta aquí. La nueva Iglesia posconciliar ha
cambiado la forma del sacramento. Esto es en sí mismo un acto sumamente cobarde,
prescindiendo inclusive de las consideraciones de su validez. Atacando así al corazón
de la Misa la nueva Iglesia a la vez se declara y se muestra a sí misma como siendo un
«saqueador» de todo cuanto es más sagrado. Con este acto se ha atrevido a alterar las
palabras mismas de Cristo; ha ido contra la Tradición y contra la costumbre
apostólica; ha alterado las costumbres y disciplinas que tenían la adhesión de los
Padres de la Iglesia y de innumerables santos; ha menospreciado las enseñanzas de los
concilios ecuménicos y ha ido contra el concilio de Trento; ha desobedecido
numerosas leyes y afirmaciones que se encuentran en los diferentes órganos del
Magisterio de enseñanza. Cuando se levantan voces de censura, la nueva Iglesia
protesta a voz en grito que «¡Es válido; es más escritural; está adaptado a las
necesidades del hombre moderno; y ayuda a promover la unidad!». ¿La unidad con
quién? Pero tenemos que considerar todavía con más detalle la cuestión de la
«substancia». Si los cambios son menores y «accidentales», no importa cuán
Dic,98 156
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
ofensivos sean, la fórmula todavía puede ser válida. Si los cambios son «sustanciales»,
si el significado de la fórmula ha sido cambiado, entonces, claramente, no hay
confección de las Sagradas Especies.
Según Sto. Tomás:
Dic,98 157
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dios. Como dice el Padre Joseph Pohle en su Tratado Dogmático sobre «Los
Sacramentos»: «Si la Iglesia hubiera recibido de su Divino Fundador el poder para
instituir sacramentos, habría recibido también el poder de cambiar la substancia del
sacramento... Pero esto no es así...».
Por supuesto, es teóricamente concebible que la «forma» pueda ser alterada sin
cambiar al significado de la fórmula. En ese caso, la consagración todavía podría
tener lugar. Es un cambio en el significado el que invalida toda posibilidad de
confeccionar las Especies —esto es lo que caracteriza un cambio «substancial». La
nueva Iglesia sostiene que todavía conserva las palabras esenciales «Este es Mi
Cuerpo... Esta es Mi Sangre». Estas palabras también se han conservado en los
servicios de la Reforma. Pero es importante recordar que, como dice Sto. Tomás de
Aquino, «las palabras que siguen a “Esta es Mi Sangre” son determinaciones del
predicado». Así, si el sacerdote dijera: «Esta es Mi Sangre y con esta afirmación
quiero significar un símbolo y no la realidad», entonces claramente no consagraría
porque la segunda frase alteraría el significado del predicado. En el Novus Ordo
Missae, en la versión vernácula, la sustitución de «por muchos» por las palabras «por
todos los hombres» altera claramente el significado del predicado y así «es destruido
el sentido esencial de las palabras». Siendo esto así, conforme a la opinión de Sto.
Tomás de Aquino, se sigue que «EL SACRAMENTO ES CLARAMENTE
INVALIDADO»154.
La nueva Iglesia arguye, por supuesto, que «muchos» quiere decir «todos», o
algo similar. (Y es digno de destacar, de pasada, que los «Papas» posconciliares han
empleado «todos» —tutti— cuando han dicho el Novus Ordo en lengua vernácula).
Arguye que no hay ninguna palabra equivalente a «todos» en arameo, o que cuando
Cristo dijo «muchos», realmente quería decir «todos». Citará toda clase de estudios
filológicos para probarlo. La primera persona que salió con esta necia idea fue un
teólogo protestante llamado Joachim Jeremias (muerto recientemente) que
personalmente negaba la doctrina de la Transubstanciación. Incluso un niño sabe la
diferencia entre «todos» y «muchos». En cuanto al argumento de que no existe
ninguna palabra equivalente a «todos» en arameo, esto se demuestra como falso por
154
Según el Arzobispo Weakland de Milwaukee, fue Pablo VI quien insistió personalmente en el
cambio a «por todos los hombres». En una carta al Sunday Visitor de 31 de Enero de 1982 afirma:
«Pablo VI estudió personalmente esta cuestión con sumo cuidado e insistió entonces en que la
traducción de la frase “pro multis” a las lenguas modernas fuera el equivalente de “por todos los
hombres” y no “por muchos”. También se reservó para sí la aprobación de la traducción de estas
palabras de la Institución a todas las lenguas». La práctica aprobada por los obispos norteamericanos
insiste en el uso de «por todos» sólo. «Los hombres» ha sido suprimido de las palabras de la
Institución ¡porque es «sexista»!
Dic,98 158
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Nada es más peligroso que los heréticos que, mientras que conservan casi
todo el remanente de la enseñanza de la Iglesia intacto, corrompen CON
UNA SIMPLE PALABRA, como una gota de veneno, la pureza y la
simplicidad de la fe que hemos recibido de Dios a través de la tradición y a
través de los apóstoles».
León XIII, Satis Cognitum.
Para comprender cómo la frase «todos los hombres» altera el sentido de las
Palabras de la Consagración, uno debe volver a la enseñanza de la Iglesia sobre la
diferencia entre eficacia y suficiencia. Es una verdad de nuestra fe que Cristo murió
por todos los hombres sin excepción. «Y Él es la propiciación por nuestros pecados:
y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan II,
2). Así, Su acto de Sacrificio tiene suficiencia. Es también una verdad de nuestra fe
que no todos los hombres se salvan, sino que algunos, en verdad, sufren eterna
condenación. «Los inicuos serán arrojados al infierno, todas las naciones que
olvidan a Dios» (Salmos IX, 18). De aquí se sigue que la eficacia o efectividad del
acto de Cristo no se comunica a todos los hombres sino solo a aquellos que se salvan
efectivamente. Por esto es por lo que Sto. Tomás afirma en Summa III, Q. 78, Art. 3
y en otras partes que NO se usó por todos los hombres, se usó por muchos. Y tal
difícilmente fue un lapsus linguae o una opinión casual, pues en el catecismo del
concilio de Trento se hace la misma precisión:
«Las palabras adicionales por vosotros y por muchos, están tomadas, unas de
Mateo (XXVI, 28) y, otras, de Lucas (XXII, 20), pero fueron juntadas por la
Iglesia Católica bajo la guía del Espíritu de Dios. Sirven para declarar el
155
Como nos informa Sto. Tomás de Aquino, «Santiago el hermano del Señor según la carne, y
Basilio, Obispo de Cesarea, revisaron el rito de la celebración de la Misa». Summa III, Q. 83. Art. 4.
Dic,98 159
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Las palabras Pro vobis et pro multis (por vosotros y por muchos) se usan
para distinguir la virtud de la Sangre de Cristo de sus frutos: pues la sangre
de Nuestro Salvador es de valor suficiente para salvar a todos los hombres,
pero sus frutos son aplicables solamente a un cierto número y no a todos, y
esto se debe a su propia falta. Ahora bien, como dicen los teólogos, esta
preciosa Sangre es (en sí misma) suficientemente (sufficienter) capaz para
salvar a todos los hombres, pero (por nuestra parte) eficazmente (efficaciter)
no salva a todos —salva solamente a aquellos que cooperan con la gracia.»
Tratado sobre la Santa Eucaristía
Dic,98 160
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
apocatástasis, la falsa doctrina que enseña que vendrá un tiempo en que todas las
criaturas libres alcanzarán la salvación: es decir, una restauración final para toda la
humanidad. Ahora bien, esta creencia en una salvación universal se encuentra entre
los anabaptistas, los Hermanos moravos, los cristadelfinos, entre los protestantes
racionalistas y entre los universalistas. También es un concepto plenamente
teilhardiano. Aunque no está abiertamente expresado en los documentos del Vaticano
II, los conceptos de «historia de la salvación», «el nacimiento de un nuevo
humanismo» y la idea de que el hombre se salva en tanto que miembro de una
comunidad y no en tanto que individuo son todos sumamente evocadores de este
error. Conducente también a la aceptación de esta herejía es la idea ecuménica de que
aquellos que están fuera de la Iglesia, sin importar lo que crean ni cómo se
comporten, tienen «acceso a la comunidad de salvación». Bien podamos probar o no
que los «innovadores» se han propuesto enseñar falsas doctrinas o invalidar la
consagración, permanece el hecho de que, bajo las circunstancias que hemos
señalado, hay implícita una falsa doctrina, se han ignorado las leyes de la Iglesia, se ha
contradicho la enseñanza de la Iglesia, y se ha hecho extremadamente dudosa la
consagración.
Ahora bien, en la práctica, EL BROTE MISMO DE PREGUNTAS O DUDAS
ACERCA DE LA VALIDEZ DE UNA MANERA DETERMINADA DE
CONFECCIONAR UN SACRAMENTO —SI ESTA PREGUNTA O DUDA ESTÁ
BASADA SOBRE UN APARENTE DEFECTO DE MATERIA O DE FORMA —
HARÍA NECESARIA LA ESTRICTA ABSTENCIÓN DEL USO DE ESA
MANERA DUDOSA DE CUMPLIR EL ACTO SACRAMENTAL, HASTA QUE
LAS DUDAS FUERAN RESUELTAS. Esta misma afirmación se aplicaría pari
passu al laicado que recibe el sacramento dudoso. EN LA CONFECCIÓN DE LOS
SACRAMENTOS, TODOS LOS SACERDOTES ESTÁN OBLIGADOS A
SEGUIR EL «MEDIUM CERTUM»156. Como enseña la teología católica tradicional,
«Materia y Forma deben ser verdaderamente validas. Por lo tanto, uno no puede
adherirse a una opinión probable ni usar una materia o una forma dudosas. Si actúa de
otro modo, uno comete un sacrilegio»157.
No hay que sorprenderse entonces de que los teólogos tradicionales como J. M.
Herve instruyen al sacerdote a
156
Citado por Patrick Henri Omlor en su libro Questioning the Validity of the Masses using the
New All-English Canon, Athanasius Press, Reno, Nevada, 1969.
157
Rev. Herbert Jone, Moral Thelogy, Newman, Westminster, Md., 1962.
Dic,98 161
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
158
Michael Davies, Pope John’s Council, Augustine Publ. Co., Devon, Inglaterra, 1977. «Un
sacerdote puso lo que él aseveraba que era una evidencia documental que probaba que Mons.
Bugnini era un masón en las manos del mismo Papa y le advirtió que si no se llevaba a cabo una
acción drástica, él estaría obligado en conciencia a hacer públicos los hechos». Lo que siguió fue el
«exilio» de Bugnini y la disolución de la Congregación. Habiendo Michael Davies investigado los
hechos está dispuesto a salir garante de su verdad.
159
Para aquellos que están familiarizados con los siglos de conflicto entre la Iglesia Católica y
los francmasones, tal hecho es sorprendente. Incluso en el nivel más bajo, entrar en la
francmasonería implica un rito en el cual el candidato «entra en la luz proviniendo de la
obscuridad». Entonces jura obedecer y mantener en secreto cosas de las cuales es totalmente
desconocedor. Tales actos simplemente no son posibles para los católicos. La francmasonería, según
el portavoz autorizado F. Limousin (que escribe bajo el seudónimo de Hiram) es una religión. Por
Dic,98 162
Además, este extraño individuo fue asistido por seis «observadores» no católicos.
Nosotros sabemos sus nombres porque Pablo VI les ha dado las gracias públicamente
por su ayuda (L’Osservatore Romano, 11 de Mayo de 1970)160. La nueva Iglesia, por
supuesto, ha pretendido persistentemente que su presencia en la junta del «concilium»
estuvo estrictamente restringida a su calidad como «observadores», y que no tuvieron
ninguna función activa en la creación de la parodia llamada Novus Ordo Missae.
(Notitiae, 1974, pág. 249-252, presenta esta «defensa» en una forma ambigua).
Desgraciadamente para los innovadores, esto ha sido desmentido tanto por los
«observadores» como por los demás «católicos» presentes. Monseñor Baum ha
afirmado que «no fueron simples observadores, sino consultantes también, y
citarle:
«La francmasonería es una asociación... una institución... así se dice... pero no es eso en
absoluto. Alcemos los velos incluso a riesgo de evocar innumerables protestas. La
FRANCmasonería ES UNA IGLESIA: Es la contra-Iglesia, el contra-catolicismo: Es la
otra Iglesia —la Iglesia de la HEREJÍA Y DEL LIBREPENSAMIENTO». Se opone a «la
Iglesia Católica... la primera Iglesia... la Iglesia del dogmatismo y de la ortodoxia.»
Quienes estén interesados en más información pueden dirigirse a The Mystery of Freemasonry
Unveiled por el Cardenal de Chile, Christian Book Club of America, Hawthorne, California, 1971.
Considérense ahora las siguientes afirmaciones de Yves Marsaudon, Ministro de Estado,
Supremo Concilio de Francia (Rito Escocés de la Francmasonería):
«El sentido de universalismo que es desbordante en Roma en estos días está muy próximo
a nuestro propósito para la existencia. Así, nosotros somos incapaces de ignorar el concilio
Vaticano II y sus consecuencias... Con todos nuestros corazones nosotros apoyamos la
“Revolución de Juan XXIII...” Este valeroso concepto de la Libertad de Pensamiento que
yace en el núcleo de nuestras logias francmasónicas, se ha extendido de una manera
verdaderamente magnífica bajo la cúpula de la basílica de San Pedro...»
¡Tanto «sobre» como «bajo» la cúpula de la basílica de San Pedro! No hay necesidad de decir
que la nueva Iglesia ha levantado oficialmente la prohibición a los católicos de ser francmasones y
los «católicos» pueden unirse libremente a las logias masónicas en tanto que no conspiren contra la
Iglesia. Por supuesto, los francmasones no tienen ninguna intención de conspirar contra la Iglesia
posconciliar —esta es un instrumento en sus manos, lo sepa o no.
participaron plenamente en las discusiones sobre la renovación de la liturgia católica.
Su presencia no habría tenido sentido si hubieran sido solamente oyentes; también
contribuyeron». Como Canon Jasper, uno de los observadores no católicos, ha dicho
en una carta a Michael Davies fechada el 10 de Febrero de 1977:
Y tenemos así una «misa» que bien podría llamarse la «misa de Bugnini», un
servicio que es verdaderamente «ecuménico» y que está plenamente aprobado por el
«Concilio de las Iglesias del Mundo», cuyo representante estaba presente también en
su creación, una forma de culto que puede ser descrita como un «BANQUETE
FRANCMASÓNICO», una «misa» creada con la asistencia de apóstatas
excomulgados y de otros individuos que no solamente no creen en la Presencia Real,
sino que negaban también muchas de las demás enseñanzas de la santa madre Iglesia.
Bugnini ha dicho que «la reforma litúrgica es una conquista magna de la Iglesia
Católica» (Notitiae, Abril de 1974, pág. 126). Uno se pregunta simplemente quién es
el conquistador. No es de extrañar entonces que sea de hecho una monstruosidad.
Seamos completamente claros. Por escandaloso que sea todo esto, nuestra crítica
del Novus Ordo Missae está hecha solamente sobre la base teológica. Sería una
disipación argüir que sus autores no eran ni siquiera católicos, pues teóricamente es
incluso posible que Satán salga con algo que es válido a su pesar.
160
La fotografía de Pablo VI con estos seis heréticos aparece publicada en esta fuente, así como
su famosa afirmación de que la nueva «misa» ha revisado «de una nueva manera textos litúrgicos
ratificados y probados por un largo uso, o ha establecido fórmulas que son completamente nuevas...
impartiendo (así) un mayor valor teológico a los textos litúrgicos a fin de que la lex orandi se
conforme mejor con la lex credendi». Así pues, o bien los textos anteriores a 1969 no poseían el
grado de valor teológico que era de desear, o bien se había cambiado la lex credendi.
161
Itinéraries (París), Abril de 1977.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Ahora bien, frente a los hechos aquí presentados, uno debe preguntarse
legítimamente que tenía que decir Pablo VI sobre todo esto. Citémosle directamente:
«Estaría bien comprender los motivos para un cambio tan grande introducido
(en la misa)... Es la voluntad de Cristo. Es el soplo del Espíritu que llama a la
Iglesia a su mutación...» (Audiencia general, 26 de Noviembre de 1969).
¿Cuál es, entonces, el concepto de la Misa que tiene Pablo VI? Volvamos a su
descripción o definición según se da en la Sección 7 de su Constitución Apostólica:
«La Cena del Señor es una asamblea o reunión del pueblo de Dios, con un
sacerdote que preside, para celebrar el memorial del Señor. Por esta razón la
promesa de Cristo es particularmente verdad de una congregación local de la
Dic,98 165
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
162
Esta es la definición dada en la primera edición de la Constitución Apostólica. Después ha
sido «revisada», pero los responsables de la revisión han dejado claro que el cambio no altera el
significado o la intención teológica esencial.
Dic,98 166
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«La reforma que está a punto de ser llevada a efecto es, por tanto, una
respuesta a un mandato autoritativo de la Iglesia. Es un acto de obediencia.
Es un acto de coherencia de la Iglesia consigo misma. Es un paso adelante
para su tradición auténtica. Es una demostración de fidelidad y de vitalidad, a
la cual debemos darle todos un pronto asentimiento.»
Alocución, 26 de Noviembre de 1969
Ahora bien, no hay ninguna evidencia de que los Padres del concilio hayan
considerado alguna vez algo como el Novus Ordo Missae cuando firmaron la
Constitución sobre la Sagrada Liturgia. Aparte de algunos individuos como el
Cardenal Leinart y su camarilla, la mayoría, sin duda, se habrían horrorizado ante lo
que estaba aconteciendo. Oigamos las palabras del Arzobispo R. J. Dwyer:
«¿Quién iba a pensar aquel día (cuando los Padres del concilio votaron la
Constitución sobre la Sagrada Liturgia) que en el plazo de unos pocos años,
mucho menos de una década, el pasado latino de la Iglesia sería
prácticamente borrado, que sería reducido a un recuerdo marchitándose a
medio plazo? El pensamiento de ello nos habría horrorizado, pero parecía tan
lejos del dominio de lo posible como para que fuera ridículo. Así pues,
nosotros ni siquiera lo tomábamos en serio.»
Twin Circle, 26 de Octubre de 1973
Dic,98 167
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
163
En latín el Gloria se ha mantenido intacto. En lengua vernácula se ha traducido mal y se
han suprimido amplios segmentos.
Dic,98 168
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
164
Las «plegarias rogativas» fueron introducidas por Enrique VIII con la intención de usar
peticiones cuidadosamente redactadas en la lengua vernácula por medio de las cuales los
pensamientos de la gente serían dirigidos en los canales políticos y religiosos correctos. Para un
estudio completo del asunto ver Hugh Ross Williamson, A Revision to the Reforms of Cranmer, the
Modern Mass, TAN Rockford, III., 1971.
Dic,98 169
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 170
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Se ha dicho suficiente del Novus Ordo Missae como para mostrar que es en
verdad una PARODIA creada como una sustitución destinada a reemplazar nuestra
Misa tradicional. Pero es solamente una imitación o una contrahechura. Es, de hecho,
una farsa creada por aquellos que han usurpado la función magisterial; es un
Dic,98 171
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
166
A riesgo de ser «machacón», y con motivo de completar nuestra intención de probar todas las
aseveraciones que hemos hecho al comenzar esta sección, debemos mostrar que, en la traducción, el
Novus Ordo enseña la herejía manifiesta. Esto se ve en la «Anáfora IV» en la cual el latín mismo es
inocuo, pero donde la traducción del «ICEL» es herética. Considérese el pasaje siguiente:
Novus OrdoCanon tradicional«En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro glorificarte,
Padre Santo, porque tú eres el único Dios vivo y verdadero...»«Verdaderamente es digno y justo,
equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar a Ti, Señor Santo, Padre
omnipotente, Dios eterno, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios y un
solo Señor, no con unidad de persona, sino en la Trinidad de una misma substancia...»
Considerando el hecho de que como dice Jungmann «toda la enseñanza de la Iglesia está
contenida en la liturgia», (Handing on the Faith), esta es una pieza sumamente instructiva de
fraudulencia. En la versión latina del Novus Ordo las palabras «Unus Deus», o «Único Dios... vivo y
verdadero», se encuentran tales cuales y no se enseña ninguna herejía explícita. No obstante, incluso
en la versión latina no se enseña a los fieles claramente la doctrina de la Trinidad. Es verdad que
esta doctrina es mentada en el Credo, pero ciertamente allí no está expresada con la misma precisión
y claridad de pensamiento (¡Cuán notoria es la economía de lenguaje usada en nuestro Canon
tradicional!). Cuando se hace uso de la Anáfora IV, esta doctrina no se enseña en ninguna otra parte.
Cuando llegamos a la versión vernácula, la traducción del Unus Deus como «Tú eres el único Dios»
es una enseñanza clara y explícita de la herejía. Considérese el significado de «único». La
declaración es una negación de la doctrina de la Trinidad. Es por esta razón por lo que algunos
teólogos se refieren a este Canon como el «canon arriano». ¡Otro ejemplo de un «retorno a la
práctica primitiva»!
Dic,98 172
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Las gentes religiosas guardan silencio, pero se deja suelta toda lengua que
blasfema. Las cosas sagradas son profanadas; aquellos de los seglares que
están firmes en la fe evitan los lugares del culto como escuelas de impiedad,
y levantan sus manos en soledad con gemidos y lágrimas al Señor del Cielo.»
(Ep. 92)... «Las cosas han llegado a este punto; las gentes han dejado sus
casas de oración y se juntan en los desiertos. Se someten a esto, porque no
tienen parte alguna en el inicuo fermento arriano» (Ep. 242)... «Solamente
una ofensa es vigorosamente castigada ahora, y es la estricta observancia de
las tradiciones de nuestros padres... El regocijo y la alegría espiritual han
partido; nuestras fiestas se han tornado en lamentos; nuestras casas de
oración están selladas, nuestros altares, privados del culto espiritual» (Ep.
243)167.
167
Desgraciadamente una considerable confusión ha resultado de la afirmación del Arzobispo
Lefebvre al efecto de que bajo ciertas circunstancias el Novus Ordo Missae puede ser «válido». (La
«Intervención de Ottaviani» sostiene implícitamente la misma opinión). Como un ejemplo atribuido
a él, nos pide que imaginemos a un sacerdote anciano —ordenado antes de que fueran instituidos los
nuevos ritos, un hombre que usa el Novus Ordo en latín bajo el concepto de obediencia erróneo, que
no comprende todo lo que esta nueva «misa» implica y que tiene intención plena de consagrar. Bajo
tales circunstancias, quién presumiría o se atrevería a arrojar sus hostias consagradas al suelo y a
profanarlas. Pero si bajo algunas circunstancias el Novus Ordo puede ser válido, es, sin embargo,
siempre sacrílego, y nadie que es consciente de su naturaleza debería asistir nunca a él. Nuevamente,
uno no puede juzgar las almas de los individuos que en obediencia participan en esta «misa», pero
una cosa está clara: El arzobispo nunca ha dicho que —sea válido o no— nosotros debamos tener
algo que ver con ella. Por el contrario, él se ha negado a decirla (el Novus Ordo), ni siquiera una vez
al año, en Ecône (Pablo VI hizo de esto la condición para la reconciliación) y ha rechazado con
considerable aspereza toda sugestión de que al laicado podría permitírsele asistir a él cuando no hay
ninguna misa tradicional disponible. En su famosa declaración de noviembre de 1974 afirma que
«La nueva misa está en línea con el nuevo catecismo, el nuevo sacerdocio, los nuevos seminarios, las
Dic,98 173
LOS OTROS SACRAMENTOS
Hasta este momento hemos tratado con algún detalle el asunto de la Misa, y los
cambios impuestos por, o en nombre del Vaticano II. Sería sorprendente si el «ataque
a la tradición» se limitara a este sacramento solo. Los otros sacramentos han sido
socavados similarmente, si no anulados. En el matrimonio, el voto de obediencia ha
sido suprimido a pesar del hecho de que es escriturístico de origen preceptivo. De
hecho, a los individuos que contraen matrimonio se les permite ahora crear su propio
servicio. Un excelente ejemplo de esto se describe en el libro de Malachy Martin,
Hostage to the Devil (libros del Reader Digest, 1977). En muchos casos esto conduce
a invalidar los matrimonios, y a ceremonias sacrílegas. En cuanto al divorcio, la
Iglesia posconciliar ha dado un rodeo a la prescripción de Cristo al permitir las
«anulaciones» prácticamente a petición. Durante el último año, de las 640 peticiones
de anulación ante la Brooklyn Marriage Court, fueron concedidas 640. Una de las
razones para conceder las anulaciones es la «inmadurez psicológica». Ahora bien,
pregunto, ¿Quién no puede afirmar haber estado psicológicamente inmaduro en el
momento de su matrimonio? ¿Y quién sino un santo está psicológicamente
completamente maduro?
nuevas universidades y con la iglesia carismática o pentecostalista, todos los cuales están en
oposición a la ortodoxia y al magisterio venerable». En junio de 1976 afirmó que «nosotros tenemos
la convicción precisa de que este nuevo rito de la misa expresa una nueva fe, una fe que no es la
nuestra, una fe que no es la fe católica. Esta nueva misa es un símbolo, una expresión, una imagen
de una nueva fe, de una fe modernista». Finalmente en su «Documento de toma de postura» de
noviembre de 1979 afirma: «Debe comprenderse inmediatamente que nos no sostenemos la idea
absurda de que si la nueva Misa es válida (bajo algunas circunstancias -ed.), nosotros somos libres de
asistir a ella. La Iglesia ha prohibido siempre a los fieles que asistan a las misas de los heréticos y
cismáticos, aunque fueran válidas. Está claro que nadie puede asistir a las misas sacrílegas o las
misas que ponen en peligro nuestra fe... Uno puede decir cabalmente sin exageración que la mayoría
de estas misas (del Novus Ordo) son actos sacrílegos que pervierten la fe, haciéndola cada vez más
pequeña. La desacralización es tal que estas misas se arriesgan a perder su carácter sobrenatural, su
mysterium fidei; no serían, entonces, más que una religión natural. Estas Nuevas misas no son
solamente incapaces de satisfacer nuestra obligación dominical, sino que son tales que debemos
aplicarles las reglas canónicas que la Iglesia tiene la costumbre de aplicar a la communicatio in
sacris con las sectas ortodoxas y protestantes». Aquellos que querrían usar la precisa afirmación
teológica del arzobispo para animar la asistencia de los católicos a la creación de Bugnini, están
desmintiendo la posición del arzobispo e intentan sembrar cizaña en los campos de trigo.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
168
Michael Davies en su The Order of Melchisedech (Augustine Publishing House Devon,
Inglaterra) demuestra claramente que el rito de la nueva ordenación no tiene una validez mayor ni
menor que el rito anglicano que fue irreformablemente declarado «nulo e inválido» por el Papa León
XIII. Sin embargo, a pesar de esto, sostiene que es válido porque Pablo VI lo aprobó. Similarmente
en sus estudios sobre el Novus Ordo Missae, lo muestra como el engendro que es, y, sin embargo, lo
acepta como válido con la misma justificación. Uno debe respetar su erudición, pero no esta obligado
a seguir sus conclusiones.
169
A la vista del hecho de que la Iglesia posconciliar puede permitir en alguna ocasión que sus
«sacerdotes» digan la Misa tradicional en un intento por volver a ganar o retener al elemento
«conservador», es pertinente aquí el siguiente comentario por un teólogo y profesor del seminario de
la Sociedad de S. Pío X. Es en forma de respuesta a una pregunta.
Querido Padre,
Un sacerdote de nuestra región ha comenzado a decir la Misa latina tradicional. El único
problema es que fue ordenado a primeros de 1970. ¿Puedo asistir a sus misas si fue ordenado según
el nuevo modo? T. D., Maryland.
Querido T. D.
Puesto que el nuevo rito de ordenación fue impuesto en 1968, debemos suponer que el sacerdote
fue ordenado según el nuevo rito en lugar de con la ceremonia católica tradicional. En cualquier
caso, usted podría preguntarle —por el interés de él tanto como por el suyo propio. Pues si
comprende suficientemente como para rechazar la nueva misa, ciertamente debería estar interesado
acerca de la validez de sus propias órdenes sacerdotales.
Si, en verdad, fue ordenado según el nuevo modo, entonces ningún verdadero católico puede
asistir a las misas que ofrece, aunque sean tradicionales. La razón es que hay dudas muy graves
sobre la validez de la nueva ceremonia de ordenación.
La primera dificultad se encuentra en el nuevo rito mismo. Aunque el nuevo rito conserva las
palabras de ordenación necesarias (decretadas por el Papa Pío XII en 1947), sin embargo, en el
contexto del nuevo rito, estas palabras no pueden ser comprendidas en el sentido católico. El
sacerdote existe para el sacrificio. Así, el sacerdocio católico existe para la verdadera Misa católica,
que es el sacrificio incruento del Calvario. Pero el nuevo sacerdocio existe para la nueva misa, que
no es al sacrificio incruento del Calvario.
Dic,98 175
Los efectos de la Extremaunción son tan variados como poderosos. En cuanto a
su «fin» o «propósito», es «la cura perfecta del alma» —y ciertamente tiene el poder
inherente de alcanzar su fin en aquellos que no ponen ningún obstáculo a la gracia que
transmite. Como lo explica el concilio de Trento, «este efecto es la gracia del Espíritu
Santo, cuya unción borra los pecados171, si queda alguno que haya de ser expiado, y
las consecuencias del pecado, y alivia y fortalece el alma de la persona enferma,
excitando en él una gran confianza en la misericordia divina, sostenido por la cual
sobrelleva con mayor ligereza los trastornos y sufrimientos de la enfermedad, y resiste
Dic,98 178
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
174
Un católico debería temer el sueño americano de morir «repentinamente» en el campo de
golf (es decir, sin ninguna preparación) lejos de los sacramentos y de la familia.
Dic,98 179
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
pastores en sus diócesis para la administración por el clero. En la Iglesia latina esto ha
sido una prerrogativa episcopal al menos desde el segundo concilio de Cartago (390
d.C.). Esa ha sido siempre la tradición de la Iglesia, aunque ha de admitirse que el
privilegio es «jurisdiccional», y no «episcopal» en naturaleza, y que algunos Papas
(muy pocos) han concedido a los sacerdotes la «facultad» de dar la bendición (según
el mismo ritual), y que en la Iglesia oriental, los sacerdotes tienen ordinariamente este
privilegio. Sea como fuere, según el concilio de Florencia y, más específicamente,
según el catecismo del concilio de Trento, es oleum olivae per episcopum benedictum
(aceite de oliva bendecido por el obispo). El rito que ha de ser observado en esta
bendición se encuentra en el Pontifical bajo el título de De officio in Feria V Coenae
Domini. Demasiado largo para ponerlo entero, comienza con la frase siguiente:
Emitte, quaesemus, Spiritum tuum sanctum Paraclitum de caelis in hanc
pinguidinem olei... (Enviad, os suplicamos, vuestro Espíritu Santo, el Paráclito del
cielo en esta rica sustancia de aceite...). Para los católicos la materia remota de la
Extremaunción es el aceite de oliva; la materia próxima es «la unción con aceite». Si a
un párroco se le diera alguna vez la facultad de bendecir el aceite, sería con el
entendimiento de que usaría los ritos tradicionales para hacerlo.
¿Cuál es entonces esta «materia» en la nueva Iglesia? Según el «Rito de la unción
y del cuidado pastoral del enfermo» promulgado por la Constitución Apostólica de
Pablo VI del 30 de Noviembre de 1972, ya no se necesita que sea usado el aceite de
oliva. Cualquier aceite de origen vegetal puede ser bendecido —¿y qué aceite,
preguntamos, no es últimamente de origen vegetal? El aceite de engrasar, la vaselina y
el aceite de Mazola pueden satisfacer este requerimiento. Además, el aceite puede ser
bendecido por cualquier sacerdote que tenga la «facultad», y esta facultad ha sido
extendida por el «Comité de los obispos para la liturgia» a todo sacerdote «donde
razones didácticas o catequísticas lo sugieran». La bendición, por supuesto, ha sido
cambiada. Ya no se invoca al Espíritu Santo, sino antes bien, ahora dice así: «Que tu
bendición venga sobre todos aquellos bendecidos con este óleo, a fin de que sean
librados del dolor y de la enfermedad y sanados de nuevo en el cuerpo y en la mente y
en el alma». Nótese que el énfasis se pone ahora enteramente sobre la cura de la
enfermedad, y no sobre el perdón de los pecados. El crisma es ahora un aceite
sintético con una bendición sintética.
Consideremos ahora la «Forma» del sacramento, o las palabras que usa el
sacerdote cuando unge al paciente «en peligro de muerte». Las palabras tradicionales
son: Per istam sanctam unctionem et suam piissimam misericordiam, indulgeat tibi
Dominus quidquid per... deliquisti (Por esta santa unción (el óleo), y su benignísima
misericordia, te perdone el Señor todo cuanto has pecado [con la vista —el olfato, el
Dic,98 180
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
tacto, etc.— dependiendo del órgano que se unge]). No hay necesidad de decir que
esto también ha sido cambiado por la Iglesia posconciliar a Per istam sanctam
unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te Dominus gratia Spiritus
Sancti, ut a peccatis liberatum te salvat atque propitius alleviat. La traducción
semioficial dada a través de la Oficina de Prensa de la Santa Sede es: «Por esta santa
unción y su amantísima misericordia, te asista el Señor por la gracia del Espíritu
Santo, a fin de que cuando hayas sido librado de tus pecados, te salve y en su bondad
te levante...». Otra traducción tomada del artículo del Padre C. J. Keating se acerca
más al original: «Por esta santa unción y su gran amor por ti, el Señor que te libró del
pecado, te cure y te extienda su gracia salvadora...» 175. En ninguna parte se usan las
palabras «esenciales», indulgeat tibi Dominus.
¿Tiene la Iglesia derecho a cambiar la materia y la forma de sus sacramentos? La
respuesta viene dada por la Apostolicae Curae del Papa León XIII de la cual
tomamos las siguientes citas:
No hay ninguna otra cuestión excepto que la nueva «forma» posconciliar viola los
cánones de los concilios ecuménicos, las tradiciones eclesiásticas, las enseñanzas del
catecismo del concilio de Trento y las constantes enseñanzas de los Papas como
aparecen en la cita de arriba. No obstante, lo que debe uno preguntarse es si esta
nueva forma es invalidada por los cambios. ¿Es el cambio «substancial», como dirían
los teólogos? Para responder a esta cuestión debemos conocer lo que en la forma
tradicional era considerado «esencial» para su eficacia. La respuesta es casi unánime
entre los teólogos —la frase indulgeat tibi Dominus (el Señor te perdone) es lo
mínimo que debe estar presente. La mayor parte de ellos insisten sobre quidquid
deliquisti y sanctam unctionem. Después de todo, como ha dicho León XIII, «los
175
Charles J. Keating, «The Sacrament of Anointing the Sick» Homiletic and Pastoral Review,
Junio de 1974.
Dic,98 181
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
176
A propósito, a los sacerdotes posconciliares se les ha «prohibido» usar la «forma» tradicional
por la Constitución Apostólica de Pablo VI.
Dic,98 182
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
—los artríticos, los de más edad y los enfermos— y darles esta «bendición» (sin que
la precediera ninguna «penitencia» ni «absolución») —siendo seguida por café y
pastel en la rectoría.
Ahora bien, todo católico que todavía crea en la eficacia sacramental, debe
sostener ciertamente que también son necesarios algunos requisitos previos para la
«validez» (si ello no fuera así, entonces podrían usarse cualesquiera palabras, y
cualquier individuo podría decirlas). La validez, a su vez, reclama una cierta
integridad en la «materia» y en la «forma», y de aquí que sea nuestro derecho que una
Iglesia que pretende estar fundada por Cristo y los apóstoles retenga esta integridad.
Ningún católico tradicional admitido «in extremis» a la sala de urgencia de un
hospital, y que pida un sacerdote, se acomodaría a un ministro bautista —aunque
dijera las palabras justas de la forma. Y, sin embargo, ¿de qué mayor utilidad es un
sacerdote que usa una forma incorrecta e inválida? Además, uno debe mostrar gran
sorpresa ante la nueva casta de sacerdotes que se sienten en casa con esta especie de
«juego rápido y libre» con lo que es tan sagrado. La administración de la
Extremaunción debe ser una de las atribuciones más eminentes y satisfactorias de la
carrera de un sacerdote, y algo, además, que está sujeto a hacer tanto por caridad
como ex justitia. ¿Qué puede decir uno de una Iglesia que fomenta una «parodia»
semejante sobre sus fieles en el momento de la muerte?
Los sacramentos vinculan al fiel a las funciones esenciales de la Iglesia. Sin ellos
un aspecto de su santidad es atacado. Si hemos de suprimir los sacramentos y destruir
la validez del sacerdocio, ¿cuál es entonces la función de la Iglesia? Incluso un muslim
puede bautizar válidamente, si usa la «forma» y la «materia» correctas, y tiene la justa
intención. En cuanto a la nueva Iglesia, si su doctrina es defectuosa y sus sacramentos
inválidos, ¿qué función cumple entonces? ¿En qué manera difiere de los
presbiterianos, o de la «Sociedad de la cultura ética»? ¡Con toda honestidad, la
respuesta es ninguna!
Dic,98 183
EL CAMINO DEL INFIERNO ESTÁ EMPEDRADO
DE «BUENAS INTENCIONES»
¿Por qué se han instituido todos estos cambios? Uno debe recordar que como ha
dicho William Blake de un pontífice anterior:
como algo adverso hacia el mundo moderno, no como una entidad cuya función era
instruir y guiar al mundo moderno en los caminos de Dios, sino como una parte y
parcela de ese mundo —en la «vanguardia» y al «frente» de sus desviaciones de la
norma que Cristo estableció. Es precisamente en este sentido como la Iglesia conciliar
ha abandonado su papel de «maestro» (magister) y se ha declarado a sí misma la
«servidora» del mundo177. Deseaban hacer «relevante» a la Iglesia en un mundo que
había perdido toda relevancia él mismo, y estaba entleert (vacío) de significado, un
mundo que estaba «alienado» y que había perdido de vista la única «cosa necesaria».
¿Qué es toda esta palabrería de «servir» al «mundo», sino dar al César lo que es de
Dios?
Ahora bien, si la Iglesia había de ser «cambiada» ¿qué pautas y que autoridad
habían de ser invocadas? La única alternativa a la «tradición» es en último análisis el
«juicio privado» —el juicio privado «colectivo» de aquellos cuyas almas habían sido
corrompidas por los errores «colectivos» de nuestros tiempos. Lo que resultó ha sido
descrito por Malcolm Muggeridge como un «suicidio»178. Era predecible e inevitable
a la vez.
Aggiornamento es el grito de guerra de los innovadores. ¿De qué modo ha de
tener lugar este aggiornamento? ¿Cuáles son algunos de los principales asuntos que
cruzan por el pensamiento de la Iglesia posconciliar? Intentemos analizar esta entidad.
177
Aquellos que proclaman a voz en grito que la función de la Iglesia es «servir» harían bien en
considerar estas palabras de Chesterton: «Lo que ocurre con el culto del Servicio es que, como tantas
nociones modernas, es la idolatría de lo intermedio hasta el olvido de lo último. Es como la jerga de
los idiotas que hablan sobre la Eficiencia sin ninguna crítica del Efecto. El pecado del servicio es el
pecado de Satán: el de intentar ser el primero donde sólo puede ser el segundo. Una palabra como
Servicio ha sustraído la sagrada letra mayúscula de la cosa a la cual una vez se suponía que servía.
Hay un sentido en servir a Dios, e incluso más controvertido, hay un sentido en servir al hombre;
pero no hay ningún sentido en servir al Servicio... El hombre que se apresura en la calle agitando sus
brazos y anhelando algo o alguien a quien servir probablemente caerá en el primer tugurio o guarida
de ladrones y de usureros, y se encontrará sirviéndolos industriosamente».
178
«En mi opinión», dice Malcolm Muggeridge, «si se apostaran hombres a las puertas de la
Iglesia con látigos para arrastrar a los fieles fuera, o dentro de las órdenes religiosas específicamente
para desanimar las vocaciones, o entre el clero para extender la alarma y el desaliento, no podrían
esperar ser tan efectivos en el logro de estos fines como lo son las tendencias y políticas que parecen
dominantes ahora dentro de la Iglesia». (Something Beautiful For God).
Dic,98 185
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 186
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Los fieles cristianos, como los demás hombres, deben disfrutar del estado el
derecho a no ser estorbados en modo alguno en cuanto a dirigir sus vidas
180
La Historia está llena de ejemplos de cómo pequeños grupos de presión pueden manipular la
«voluntad popular». La nueva Iglesia misma es un perfecto ejemplo de ello. Los modernistas se han
infiltrado y «capturado» sus «órganos» mientras proclaman que la Iglesia ha sido «democratizada»,
y mientras claman a gritos que ellos mismos no cumplen sino «la voluntad del Pueblo de Dios».
Todas las protestas son ignoradas y se hace uso de todo método psicológico conocido por el hombre
para hacer cómplices a los fieles.
Dic,98 187
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Por esto es por lo que la jerarquía, en países católicos como España y Portugal,
ha interferido activamente en la estructura política para favorecer su «liberalización» y
«democratización». Y naturalmente se sigue de tales actitudes que debería haber una
absoluta libertad de culto, la supremacía del Estado, la separación de la Iglesia y de
Dios de la autoridad civil, la educación secular181 y el matrimonio civil. La nueva
Iglesia, con un «mandato del Vaticano II», está haciendo campaña activamente para
promover la secularización de los países católicos, como Italia e Irlanda. Lo que
resulta en el orden práctico es que los comunistas, los francmasones y los adoradores
de Satán son tratados en igualdad con la divina Revelación182.
181
Asumir que la «educación secular» es «neutral» en el amplio sentido de la palabra es
absurdo. A los niños se les inculcan desde la infancia las ideas pseudoreligiosas de los filósofos
liberales, y se les prepara de todas las formas posibles a aceptar un mundo que es vano e incluso
estúpido. El «éxito», no la «santidad», deviene el «ideal». Cuando completan una educación
universitaria, o se suman al «sistema» o son rechazados como «inadaptados». Pocos escapan a los
efectos devastadores de la educación secular, cuyo objetivo confesado es enseñar a los hombres a
«pensar por sí mismos», en lugar de a «pensar correctamente». El resultado final es que la gran
mayoría no piensa en absoluto (se dice que el norteamericano corriente ve la televisión ¡60 horas a la
semana!). Para los modelos tradicionales, el hombre moderno es probablemente el más ineducado
que haya vivido nunca sobre la faz de la tierra. Puede ser «literado», pero es «ignorante». De paso,
nos gustaría llamar la atención sobre la destrucción casi total de los institutos de educación católica
que ha venido detrás del concilio Vaticano II.
182
La idea de que la Iglesia con su «mandato del cielo» y con sus enseñanzas bien definidas
aplicables al orden económico, social y político, debe tomar semejante posición «liberal» es
verdaderamente extraordinaria y un insulto a su fundador, «Cristo Rey». ¿Entonces, qué forma de
gobierno civil debe fomentar la Iglesia Católica? Debería comprenderse claramente que la Iglesia
tradicional no considera ninguna forma de gobierno político específicamente en sí misma y por sí
misma (ex se) como «mala». Las diversas formas de gobierno pueden ser perfectas e integralmante
católicas (suponiendo, por supuesto, que no están basadas sobre principios contrarios a la ley natural
y divina). Con tal de que acepten, más allá de su propia soberanía, la soberanía de Dios; con tal de
que confiesen que derivan su autoridad de Él; con tal de que reconozcan como la base del derecho
público la suprema moralidad de la Iglesia y su derecho absoluto en todas las cosas dentro de su
propia competencia, entonces son gobiernos verdaderamente católicos, cualquiera que sea su forma
efectiva y «accidental». Un gobierno, sea cual fuere su forma, es católico, a condición de que su
constitución, su legislación y su política estén basados sobre los principios católicos.
Ha de admitirse que toda forma de gobierno está sujeta a abusos por parte de los individuos que
están en una posición de poder. Sin embargo, es solamente en un gobierno que reconoce los
Dic,98 188
También resultan otras consecuencias. En el dominio de la moralidad, no se ha de
abrazar ningún valor absoluto. Lo que se considera que es de mayor conveniencia
para la mayoría de las gentes (a menudo una minoría bien organizada en la práctica)
es lo que el Estado legisla, un proceso que permite que abominaciones tales como el
aborto y la eutanasia devengan la «ley de la tierra». Aparte de esto, la moralidad
privada está limitada solamente por la necesidad de proteger a los demás de los
excesos de las pasiones de cualquier otro individuo. A esta nueva panorámica moral
se le hace propaganda con el título de «ética de la situación», y encontramos así que
la Sociedad Teológica Católica de América afirma sin recibir ningún desmentido
oficial que la homosexualidad y el adulterio pueden considerarse aceptables en la
medida en que sean, siguiendo los términos seudocientíficos de la psicología
principios encarnados en una perspectiva católica donde uno puede esperar encontrar como
prevalecientes la Justicia y la Verdad. Los dirigentes de tal gobierno «gobiernan», no en nombre «del
Pueblo», no en nombre de algunos «grupos de poder» económicos o políticos, sino en nombre de
Dios. Son los representantes de Dios en el poder civil en lugar de los representantes de algún grupo
privado (bien sea aristocrático o democrático). Pueden ser juzgados por un patrón absoluto en todo lo
que hacen. Gobiernan por «derecho divino» —y no por una autoridad humana. Como ha enseñado
Platón, el rey que subvierte este «derecho divino» —la base de su autoridad— a sus deseos o
«derechos» personales deviene un «déspota» y un dictador. Esto es de hecho lo que devino Enrique
VIII. Lo mismo es verdad por reflejo en el orden sagrado. Cuando se nos imponen ritos falsos por
aquellos que detentan la cátedra de San Pedro, entonces estos gobiernan, no por «derecho divino»,
sino por sus propios derecho privados —son de hecho culpables de la más despreciable forma de
despotismo.
Finalmente, el concepto de que la «libertad de conciencia y de culto es el derecho propio de
cada hombre y debería ser proclamado y afirmado por la ley en toda sociedad correctamente
establecida...» fue condenado específicamente por el Papa Pío en su encíclica Quanto Cura, y fue
calificado con toda propiedad como «demencia» por el Papa Gregorio XVI. Ni los anglicanos en su
día, ni los comunistas hoy, querrían proveer a la Iglesia con tales garantías. Esto no significa que la
Iglesia sea «intolerante» con aquellos que discrepan de ella hasta el punto de forzarlos a aceptar su
fe (pues tal cosa está prohibida por el Canon de la ley). Y, sin embargo, sí significa que ella es
intolerante con el error y que está obligada a hacer todo lo razonable para impedir su propagación
entre los fieles. Es una ofensa a la divina Realeza de Cristo garantizar a los enemigos de la Iglesia,
como lo hace el Vaticano II, el derecho «a organizarse libremente, a crear organizaciones caritativas
y sociales, educacionales y culturales», cuando el propósito confesado de tales es el propósito
confesado de atacar y destruir a la Iglesia. Una cosa es tolerar el error, y otra completamente
diferente es fomentar y garantizar su existencia permanente. Además, la Iglesia está en la existencia
para garantizar la posibilidad de la «liberación del error», y no para garantizar nuestro derecho y
«libertad para estar en el error».
Esta doctrina se enseña llanamente en la encíclica Immortale Dei de León XIII, «Sobre la
Constitución cristiana de los Estados». Otra excelente fuente de información sobre las enseñanzas de
la Iglesia es el libro The Mystical Body of Christ and the Reorganization of Society , por el Rev,
Denis Fahey, Regina, Dublín, Irlanda, 1978.
moderna, «autoliberadores, enriquecedores del otro, honestos, fieles, socialmente
responsables, servidores de la vida y dichosos»183. Aquellos que exclamarán que tal
afirmación es un «abuso» deberían considerar la enseñanza del Vaticano II en la que
se instruye a los fieles a:
185
El liberalismo es una doctrina creada por individuos que estaban fuera de la Iglesia, y que,
en el orden práctico, dio nacimiento a la moderna democracia secular (el gobierno «desde abajo», en
vez de «desde arriba»), y a un sistema que, como ha dicho León XIII, «impone sobre millones de
trabajadores un yugo poco mejor que la esclavitud». El modernismo surgió dentro de la Iglesia (tanto
Loisy como Tyrrel fueron sacerdotes y pretendieron ser «católicos»), y puede ser considerado como la
aplicación de estos mismos principios a la Iglesia misma. Como afirma John McKee, «Si la teología
es la fe buscando comprender, el modernismo es el descreimiento buscando reposo». Un modernista
es un hombre que ha perdido la fe, por lo tanto al cambiar los dogmas tradicionales, como hace,
tiene que llenarlos con un nuevo contenido, «plus ça change, plus c’est la même chose» (The Enemy
Within The Gate —Lumen Christi, Houston, Texas, 1974).
Los filósofos modernistas intentan justificar sus creencias liberales en términos que ellos
piensan que la Iglesia encontrará aceptables —de aquí que apelen a la inmanencia (la idea de que el
fundamento de la fe debe ser buscado en un sentido interno que surge de la necesidad de Dios que
tiene el hombre —«que brota de la profundidad de la inconsciencia bajo el impulso del corazón...»);
a la «crítica histórica» como un medio para comprender la Escrituras, y a la justificación de los
dogmas como «símbolos» y de los sacramentos como «signos que alimentan la fe». Como ha dicho
M. Loisy, «los modernistas confesos forman un grupo de hombres de pensamiento muy definido,
unidos en el común deseo de adaptar el catolicismo a las necesidades intelectuales, morales y
sociales de hoy». Para citar Il Programmma dei Modernisti, «Nuestra actitud religiosa está
gobernada por el único deseo de ser uno con los cristianos y católicos que viven en armonía con el
espíritu de la época». Por mucho que puedan disgustar los términos, la Iglesia posconciliar es
claramente una Iglesia «reformada», «protestante», «liberal» y «modernista».
Dic,98 192
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
186
Hemos mostrado ya que las ideas de la Revolución francesa de «libertad» y de «igualdad»
han sido abrazadas por la Iglesia posconciliar. El tercer aspecto de esta falsa ideología, la
«fraternidad», se muestra manifiestamente bajo el disfraz de la «unidad». Ahora bien, esta trilogía
errónea ha sido condenada inequívocamente por toda una serie de Papas que comienza a partir de S.
Pío V y que incluye a Pío VII, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y S. Pío X. Y, sin embargo, a pesar
de esto encontramos al Padre Avril, que ataca con gran violencia en un artículo a Mons. Lefebvre,
afirmando que «el eslogan “Libertad, Igualdad, Fraternidad” es en sí mismo magníficamente
cristiano» (L’Express, París, 6 de Septiembre de 1976). Por supuesto, los francmasones están
encantados. Ver Parte V, nota 28.
187
En otras partes los documentos nos dicen que «el hombre es el autor de su propia cultura», y
que es «a través de su trato con los demás, a través de los deberes recíprocos, y a través del diálogo
fraternal», como el hombre «desarrolla» todos sus dones y es capaz de «elevarse a su destino». A
aquellos que crean que estas citas están tomadas fuera de su contexto se les invita a leer el original
Dic,98 193
valores naturales... La Iglesia cree poder contribuir grandemente a hacer más humana
la familia del hombre y su historia... Somos testigos así del nacimiento de un nuevo
humanismo, un humanismo en el cual el hombre se define ante todo por su
responsabilidad hacia sus hermanos y hacia la historia». (Todas estas citas están
tomadas del Vaticano II). Ahora bien, todas estas afirmaciones falsifican la naturaleza
y los verdaderos fines del hombre, así como la función de la Iglesia. Además, están
basadas sobre una variedad de suposiciones de estrechas miras y de sociología
teórica, que no tienen ninguna base de hecho, tales como el «progreso» inevitable del
hombre, su carácter «dinámico» y «evolucionista»188, y la idea de que estamos de
enteramente diferente. El ojo puede ver a los demás miembros y órganos, aunque sea sólo en un
espejo, pero una parte de un proceso nunca puede ver el proceso entero del cual es una parte. Esto ya
ha sido dicho por Aristóteles: quienquiera que afirma que toda cosa está en una corriente jamás
puede probar su aserción, por la simple razón de que no puede apoyarse sobre nada que esté en la
corriente; es pues autocontradictorio.»
189
Es la creencia comunista en el «progreso», o más bien en el «futurismo» la que les lleva a
matar a millones de individuos que ellos piensan que se interponen en la vía de este mundo futuro.
Los «enemigos del Estado» son de hecho «enemigos del progreso». Las ineluctables «fuerzas
dinámicas de la historia» aparentemente necesitan ser ayudadas en su avance —todos los
«revisionistas» y «obstruccionistas» debe ser eliminados. Es así también como el Vaticano II enseña
que la nueva Iglesia debe «suprimir todo motivo de división a fin de que todo el género humano
pueda ser introducido en la unidad de la familia de Dios».
190
Doc. Cath. Nº 1576 y 77.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dios escrita, la vida de la gracia, las virtudes teológicas y los dones interiores del
Espíritu Santo», y de aquí que «la Iglesia está vinculada con ellos por varias razones».
Es ante todo con estos grupos con los que ha de establecerse la «unidad»191.
Lo que se pierde de vista es que la razón por la cual los protestantes carecen de
unidad «perfecta» se debe a que ellos rechazan la plenitud de la fe, y a que aceptan,
en diversos grados, todo el espectro liberal de falsas ideas que hemos destacado en
los párrafos precedentes192. En cualquier caso, la «unidad» con los protestantes por
parte de la verdadera Iglesia Católica es una pura quimera. Prescindiendo del hecho
de que es el «hijo pródigo» el que debe retornar al «seno del padre», y no a la inversa,
no hay dos protestantes, ni siquiera dentro de una confesión determinada, que estén
191
Carlo Falconi en su libro Pope John and the Ecumenical Council, nos dice que Juan XXIII
buscaba «nuevas relaciones entre la Iglesia Católica y las demás confesiones cristianas, y todas las
demás religiones, o “el ecumenismo de los tres estados” (unidad entre los católicos, los cristianos y
todos los espíritus religiosos). En su opinión la unificación del mundo y su pacificación, los
problemas más vitales de la humanidad contemporánea, necesitan tener para su rápida solución el
apoyo y el estímulo inmediato de un denominador común único —LA RAZÓN COMBINADA CON
LA RELIGIÓN NATURAL. De aquí la revolución real, evidente inclusive en su lenguaje introducido
por él en la técnica de las encíclicas y en el método de conducir el diálogo entre la Iglesia y el
mundo».
192
No es mi intención en este libro tratar del protestantismo como tal, excepto en la medida en
que lo requiera la defensa de la «sana doctrina y de la pura fe». Por otra parte, por citar a
Chesterton, no tengo ninguna intención de usar «ese peculiar arte diplomático y lleno de tacto de
decir que el catolicismo es verdadero, sin sugerir ni por un momento que el anticatolicismo es
falso...». San Pedro Julián Eymard expresa bien el pensamiento de la Iglesia cuando afirma:
«A menudo dice la gente “Es mejor ser un buen protestante que un mal católico”. Esto no
es verdad. En el fondo eso significaría que uno puede salvarse sin la verdadera Fe. No, un
mal católico sigue siendo un hijo de la familia, aunque sea pródigo, y por muy pecador que
pueda ser, todavía tiene derecho a la misericordia. A través de su Fe, un mal católico está
más cerca de Dios que un protestante, pues es un miembro de la casa, mientras que el
herético no lo es. ¡Y cuán difícil es hacer que llegue a serlo!»
Efectivamente, el protestantismo difícilmente es una religión como tal, aparte del hecho de que
representa la tendencia general del hombre moderno a «protestar» contra todo lo que la verdadera
Iglesia representa. El credo protestante genuino hoy día apenas es sostenido por nadie —y todavía
menos por los protestantes. Comenzó con la «fe sin obras» y ha acabado con las «obras sin Fe». El
santo y seña de hay día es «No importa lo que un hombre crea, lo que importa es lo que hace.
¡Dadme un hombre que viva para sus camaradas! ¡Eso es cristianismo!». La mayor parte de los
protestantes han perdido tan completamente la fe en los credos de Calvino y Lutero, que casi han
olvidado qué fue lo que dijeron. (Ambos, por ejemplo, negaron la libre voluntad). En la práctica,
incluidos bajo el término de protestantismo estarían, de hecho, aquellos que son agnósticos, ateos,
hedonistas, paganos (en el sentido de no tener ninguna religión), místicos independientes,
Dic,98 196
plenamente de acuerdo —salvo por casualidad— sobre lo que deberían creer. Entre
ellos, cada matiz, grado y variedad de creencia en la dispensa cristiana encuentra fácil
acomodo. Uno casi puede hablar de una «escala deslizante» de descreimiento que
encuentra su única «unidad» posible «protestando» contra la plenitud de la fe. Y, sin
embargo, es para dar acogida a tales grupos por lo que la Iglesia posconciliar ha
cambiado sus doctrinas y su liturgia. Destaquemos, además, que estos cambios han
sido hechos todos en una única dirección. ¿Qué doctrina de la Iglesia tradicional han
aceptado las múltiples «comunidades eclesiásticas», que anteriormente habían
rechazado? Absolutamente ninguna. ¿Qué tradiciones eclesiásticas han adoptado
nuestros «hermanos separados»? De nuevo, absolutamente ninguna. Y, sin embargo,
véanse las muchas tradiciones que la Iglesia neoprotestante del Vaticano II ha
abandonado, o si no rechazado positivamente, sí al menos permitido que caigan en
desuso. ¿En qué se parece la «casa del culto» protestante a los santuarios que
nosotros conocimos de niños, y en qué se distingue la Iglesia neomodernista posterior
al Vaticano II de la de cualquier secta de la Reforma. Como ha señalado Michael
Davies con respecto a los diferentes compromisos efectuados con los anglicanos: «El
acuerdo sobre la Eucaristía y el Ministerio no afirma la posición católica ni en un solo
punto donde esta se encuentre en conflicto con el protestantismo». Y, sin embargo,
debemos admitir que se ha logrado un cierto tipo de «unidad» entre la Iglesia
posconciliar y las diversas «comunidades eclesiásticas» reformadas. La razón es clara.
La Iglesia posconciliar misma es una Iglesia «neoprotestante» —en realidad, es «la
Iglesia de los modernistas de última hora».
Aquellos que querrían dudar todavía sobre la naturaleza de los compromisos que
se han hecho en esta dirección no tiene más que considerar las declaraciones oficiales
de la nueva Iglesia. Con respecto a la liturgia, por ejemplo, Pablo VI nos dice que los
cambios se hicieron por dos razones —«para ponerla en línea con la Escritura» y por
«razones pastorales». Él nunca especificó personalmente cuáles fueron esas «razones
pastorales», pero la respuesta puede encontrarse en otros documentos.
Aquí está, entonces, la razón para los cambios. Es promover la «unidad» de todos
los cristianos «que oran con la misma fe», y que proclaman «el mismo misterio de
Cristo» en diferentes modos. El único problema es que la «fe» implicada no es la Fe
católica, y que el «misterio» implicado no es el «recurrente sacrificio incruento del
Calvario». Si fuera así, los «hermanos separados» devendrían simplemente
católicos193.
Este clamor en pos de una falsa unidad con aquellos que rechazan la enseñanza
de la Iglesia tradicional, e incluso el corpus entero de la cristiandad, este deseo de
estar en la «vanguardia» de las fuerzas sociales que están creando el «nuevo
humanismo», la «sana socialización» de la humanidad, y la «cultura universal» del
futuro, es la razón por la cual la Misa tradicional tenía que ser suprimida y
reemplazada por una parodia. Por esto es por lo que la nueva «misa» no enseña nunca
claramente la doctrina de la Presencia Real. Por esto es por lo que las sectas no
católicas, e incluso las sectas anticatólicas, no tienen ninguna objeción en usarla. Por
193
Ya hemos presentado evidencia de que el arzobispo «francmasón» Bugnini fue el arquitecto
principal de la nueva «misa». Fue él quien encabezó el «concilium» que fue responsable de su
creación. Ahora bien, él mismo nos cuenta en su periódico Notitiae, que la intención y la razón para
su creación eran introducir la nueva «forma de la liturgia romana en los usos y mentalidades de cada
Iglesia particular», lo cual quiere decir, crear un servicio que pueda usar cualquier «comunidad
eclesiástica».
Dic,98 198
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
esto es por lo que la prensa liberal la aprueba, y por esto es por lo que el mundo la
ama.
Todo tiene que ser sacrificado a este fin —incluso las sagradas Especies. La
Eucaristía ha de devenir ahora el «Sacramento de la nueva unidad». Puede ser
llamada bendición, la cena del Señor, la mesa del Señor, la memoria del Señor —pero
nunca con esa ofensiva palabra de «Transubstanciación». Léase completa la
Constitución Apostólica de Pablo VI sobre la nueva «misa» y se comprobará que esta
palabra consagrada ¡no aparece ni una sola vez! Es así como Montini dice: «La
Iglesia Católica está determinada a continuar y a intensificar su contribución al
esfuerzo común de todos los cristianos en pos de la unidad...» (No los esfuerzos de
los católicos en amor y caridad para hacer que los protestantes retornen a la unidad).
Y es así, también, como ha expresado la esperanza de que «venga pronto el día en
que la unidad de todos los cristianos sea celebrada y sellada en una Eucaristía
concelebrada». Así lo exigen tanto la «vocación comunitaria» de la humanidad como
la «historia de la salvación».
Juan XXIII nos había dicho que «serían necesarios algunos sacrificios a fin de
lograr la unidad». Pablo VI y la Iglesia posconciliar nos han aclarado justamente lo
que son estos sacrificios. Ellos conllevan el sacrificio de lo que en esencia puede ser
llamado «la Tradición cristiana».
Dic,98 199
EL COMUNISMO — LA NUEVA «OSTPOLITIK» DEL VATICANO
194
Con respecto a la «propiedad privada» la Iglesia siempre la ha defendido como un «derecho»
esencial para el bienestar del individuo. La Iglesia sabe bien que no puede haber ninguna libertad
política ni social —por no decir libertad religiosa— para aquellos que viven bajo un sistema donde
el Estado controla la comida, el vestido y la vivienda de una manera absoluta. Por otra parte nunca
ha dejado de promover la justicia y la caridad —según lo testimonia su condena de la usura y su
constante enseñanza de que la riqueza era «tenida» en fideicomiso, del cual el individuo era
responsable ante Dios. Como ha dicho R. H. Tawney (Religion and the Rise of Capitalism) en la
sociedad medieval los hombres «no habían aprendido a convencerse así mismos de que la codicia es
empresa y la avaricia economía...». El siervo medieval que pagaba al estado (representado por el
«Barón») uno o dos días de trabajo libre a la semana, estaba infinitamente mejor que el hombre
moderno que paga de dos a cuatro veces esto en forma de «impuestos». Sin embargo, el siervo nunca
podía ser gravado con impuestos sobre su casa y su pequeña posesión privada, ni nunca podía ser
desposeído de ellas. (La moderna ley de la bancarrota que hasta hoy día protege de la confiscación a
la casa del individuo, es una supervivencia de este principio medieval). Sus hijos eran educados en el
monasterio local y los hospitales estaban bien dotados, pues cuidar a los «pobres» era considerado
tanto un privilegio como una obligación. Todo esto no es afirmar que la sociedad medieval fuera
«perfecta», pues incluso en el Jardín del Edén había de encontrarse una serpiente. Era, sin embargo,
una sociedad «cristiana», y una sociedad que garantizaba la «libertad» y la seguridad económica de
sus miembros en las áreas donde era más importante.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 201
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 203
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
que es peor, no son defendidos por nadie... A nuestros fieles católicos se les
prohibe celebrar la liturgia y administrar los sacramentos, y deben descender
a las catacumbas. Millares y millares de fieles, sacerdotes y obispos han sido
arrojados en prisión y deportados a las regiones polares de Siberia. Ahora
bien, a causa de negociaciones y de diplomacia, los católicos ucranianos que
como mártires y confesores han sufrido tanto, están siendo arrojados a un
lado como testigos incómodos de males pasados...»
Dic,98 204
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
199
Josef Cardinal Mindszenty, Memorias, MacMillan, Nueva York, 1974.
Dic,98 205
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
embargo, queda el hecho de que no está dentro de los límites de la decencia, del
honor y de la caridad cristiana actuar de semejante manera, especialmente cuando se
trata de un hombre que pretende ser el Vicario de Cristo. ¡Cuán increíbles son los
dichos de este hombre! Considérese la siguiente conversación entre él y el Arzobispo
Helder Cámara de Olinda-Recife, Brasil, como aparece en Le Monde, un acreditado
periódico francés, el 26 de Septiembre de 1974.
«Abriendo sus brazos a Mons. Helder Cámara que se acercaba a él, Pablo VI
exclamó: “Buenos días, mi obispo comunista, ¿qué tal estás?” El Arzobispo
replicó, “¡Y buenos días a ti, nuestro Papa comunista!”»
Dic,98 206
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
201
El Comité del Senado para Asuntos de Seguridad Internacional de EE.UU. ha publicado una
estimación de entre treinta y sesenta millones de muertos. La revista Time utiliza el más bajo.
Dic,98 207
que antiguamente el pueblo escogido fue sacado de la cautividad de “Egipto”» 202. Es
cierto que este encuentro era un «coloquio ecuménico», pero era un coloquio en el
que la mayoría de los participantes eran católicos de elevada posición, incluyendo
luminarias tales como el Cardenal Josef Suenens, Angelo Hernández, Arzobispo de
Nueva Delhi, India, y Bernard Jacqueline, vicesecretario del Secretariado para los no
Creyentes del Vaticano (bajo cuya égida debían caer los problemas que tratan con el
comunismo). Léase con aflicción lo que se está enseñando a los fieles:
»A través del marxismo, las ideas cristianas han alcanzado China, ideas que
eran nuevas para ella... una mística de trabajo desinteresado y servicio a los
demás; una aspiración por la justicia; la exaltación de una vida simple y
frugal; la elevación de las masas campesinas y la desaparición de las clases
sociales —estos son los ideales hacia los que está orientada la China de hoy.
¿Pero no son estos los ideales que han sido incomparablemente expresados
en las encíclicas Pacem in Terris y Populorum Progressio y en el documento
sinodal (del Vaticano II) La Justicia en el Mundo? Hoy día a los niños chinos
se les enseña a tener un sentido de responsabilidad para con la comunidad,
¿pero acaso no es esto exactamente lo que el concilio Vaticano II ha pedido
tan insistentemente al Pueblo de Dios?»
De nuevo uno debe pensar en cómo se sintieron los «boat people» huidos de
Vietnam cuando Mons. Nguyen Van Bihn, el Arzobispo de Saigón, consintió en
«cooperar» con el régimen comunista, y en qué sintieron los fieles de Sudamérica
202
El Padre Barry en la Fordham University enseña esto mismo en su curso sobre Religión
Comparada.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Son ideas como estas lo que condujo a Helder Cámara a designar a su amigo y
consejero personal, el Padre Joseph Comblin, para que fuera profesor en su
seminario. Este infame sacerdote belga es al autor del famoso «Documento Comblin»,
que fue publicado por el gobierno brasileño para mostrar la trama que había sido
preparada para guiar a los comunistas a la dominación del país. Citemos un pasaje
pertinente:
Dic,98 209
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
prohibido.
204
Por esta y otras citas estoy agradecido a The Mindszenty Report, Junio de 1977.
205
Peter Hebblethwaite, en su artículo sobre Juan Pablo II en Esquire de Mayo de 1979, declara:
Dic,98 210
edad de setenta y cinco años el Cardenal Wyszynski, primado de Polonia y antiguo
superior y estrecho amigo de Wojtyla, sometió su dimisión al Vaticano, el gobierno
comunista polaco informó a Pablo VI que estarían felices de que se hiciera con él una
excepción y de que Wyszynski se quedara en su actual posición206. Ahora bien,
debemos recordar que Polonia es un país predominantemente católico y que su
gobierno debe aceptar la realidad de la Iglesia le guste o no. ¿Por qué pues tolera a
unos prelados y a otros no? La respuesta puede ser encontrada citando al Cardenal
Mindszenty. En una alocución dada en América poco antes de morir, declaró: «De
todos los obispos húngaros, yo soy el único que no ha prestado juramento de
fidelidad al Estado sin Dios». Un examen cuidadoso de la encíclica de Juan Pablo II
Redemptor Hominis, así como de su alocución en Puebla, mostrará que aunque es
«Los primeros informes de Puebla fueron muy confusos. Según el periódico que uno leyera, el
Papa había atacado o defendido la teología de la liberación. Hasta que se tuvo el texto completo, fue
imposible decirlo. Cuando este estuvo disponible, la razón del malentendido se aclaró: Juan Pablo II
había reconocido la validez de las aspiraciones de la teología de la liberación mientras criticaba
algunos de sus métodos. Al mismo tiempo sus enérgicas declaraciones contra los abusos de los
derechos humanos habrían incomodado a los generales Videla y Pinochet».
Análogamente, Alan Riding, que escribe en el New York Times Magazine (6 de Mayo de 1979),
afirmaba que «los documentos finales aprobados en Puebla reflejaban, no obstante, las largas horas
de negociación consumidas. El evangelismo tradicional fue enfatizado para los conservadores y el
activismo social para los liberales. Se evitó el respaldo específico para la “teología de la liberación”
y, sin embargo, la palabra “liberación” apareció cientos de veces en el texto. Sobre la balanza, Puebla
fue probablemente un paso adelante desde Medellín, al advertir que predicar el evangelio sin
considerar sus implicaciones políticas, económicas, sociales y culturales “es equivalente a una
colisión cierta con el orden establecido”. Pero en esta guerra religiosa las armas principales son las
frases aisladas y ambas facciones regresaron a casa con sus arsenales bien pertrechados».
Es de interés destacar que Juan Pablo II ha nombrado a Agostino Casaroli como su Secretario
de Estado para reemplazar al recientemente fallecido Jean Villot. El periódico Time describe a este
individuo como «leal, altamente cualificado y completamente entregado a las reformas del concilio
Vaticano II... Ha sido el emisario más alto del Vaticano a los regímenes comunistas desde que el
Papa Juan XXIII empezó las negociaciones para ayudar a sobrevivir a las Iglesias del bloque
oriental. Aunque este nombramiento es considerado como el respaldo de Juan Pablo II a su política,
Casaroli rehuye modestamente su denominación común de arquitecto de la ostpolitik».
206
Según Mary Craig (Man From a Far Country), el Cardenal Wyszynski «era un pragmático...
en 1950 concluyó un acuerdo con el gobierno (comunista) en el cual aceptó la pérdida de las
posesiones de la Iglesia (excepto las iglesias y las casas de los sacerdotes), aceptando que en un país
socialista la Iglesia debe renunciar a sus derechos a la propiedad privada. Este acuerdo incurrió en el
grave descontento del Papa Pío XII, y en cualquier caso fue roto muy pronto por el gobierno». Esta
misma fuente hace notar que el Padre Wojtyla —hoy Juan Pablo II— «se mantenía fuera de la
política» en sus sermones, pues «... incluso mencionar el “Bien” y el “Mal” podría atraer la cólera de
las autoridades...»
sumamente crítico con algunos aspectos de los métodos usados por los comunistas,
nunca, ni una sola vez, ha condenado claramente al comunismo ni negado su derecho
a controlar el destino de millones de sus compatriotas. Ha criticado el «activismo
social» por parte de los sacerdotes, pero no su adhesión a los principios marxistas 207.
Semejante postura no puede ser excusada con el argumento de la necesidad de la
«neutralidad diplomática», pues no se puede ser «neutral» ante el mal.
Ahora bien, un católico, a pesar de lo que ha dicho Juan XXIII, por su naturaleza
misma debe ser anticomunista. Eso se sigue del hecho de que la Iglesia enseña que
toda autoridad y todos los derechos vienen de Dios mismo, y deben ser ejercidos
según su voluntad208. ¿Qué significa esto en el orden pragmático? Significa que si bien
un gobernante puede promulgar algunas leyes contra la voluntad de Dios, estas leyes
no tienen en sí mismas ninguna fuerza moralmente vinculante. Un gobernante (o un
gobierno) no pierde necesariamente su autoridad porque cometa errores en algo de su
legislación, pero un régimen comunista es intrínsecamente injusto y esencialmente
opuesto en principio a la voluntad de Dios. Supone imponer una autoridad
fraudulenta por la fuerza y el terror a fin de erradicar de la humanidad la Fe, la
Esperanza y la Caridad, para darnos las cuales Nuestro Señor vivió y murió. Cree,
como lo hemos señalado en otra parte, que el futuro probará que sus principios son
correctos, y se siente libre para forzar a aquellos que no quieren unirse a las «fuerzas
dinámicas de la Historia» que están trabajando hacia su visión particular del «punto
Omega», a hacerlo así contra su voluntad. Controlando todo acceso al alimento, al
vestido y a la vivienda, reduce a sus ciudadanos a un estado de esclavitud de hecho
—en la medida en que secundan el deseo del Estado, son recompensados
materialmente, pero si se oponen al Estado o bien son asesinados, esclavizados en
«campos de trabajo correctivo», o encarcelados en instituciones psiquiátricas. Sobre
todo, como ocurre incluso en Polonia, intentan controlar la educación de los niños, y
por una diversidad de técnicas abiertas y encubiertas, subvierten su creencia religiosa,
reemplazándola por los falsos credos del marxismo-leninismo. Aquellos que
207
El hecho de que Juan Pablo II haya hablado contra el «activismo político» de los sacerdotes
en Sudamérica es una espada de doble filo. Claramente los gobernantes comunistas en Europa
oriental estarían encantados de tener una prohibición semejante en los archivos. El Cardenal
Mindszenty podría haber sido silenciado entonces «bajo obediencia» por «activismo político», puesto
que este término puede significar casi todo, desde decir la verdad hasta llevar un fusil.
208
Este principio está enunciado en las siguientes encíclicas papales: Diurturnum illud,
Immortale Dei, Libertas praestantissimum y Quod apostolici muneris de León XIII; Vehementer del
Papa San Pío X, y Quas primas de Pío XI. Estoy agradecido al Padre W. Jenkins en su «Catholic
Doctrine and Anti-Communism», de For You and For Many, (Soc. San Pío X, Oyster Bay, Nueva
York), Enero de 1979 por varias secciones de este párrafo.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
pretenden que en Polonia los comunistas han llegado a aceptar a la Iglesia como algo
más que una necesidad temporal, son increíblemente ingenuos. Ahora bien, ¿cómo
puede decir nadie que a una banda de criminales revolucionarios y ateos dedicados a
la destrucción de la Iglesia, al destronamiento de Cristo, a la propagación del reino de
Satán sobre la tierra, y, en verdad, a la erradicación de toda creencia en Dios, podría
serle dada por Dios alguna vez la autoridad para llevar a cabo un programa
semejante? ¿Cómo un hombre que pretende ser el sucesor de S. Pedro puede actuar,
como lo hizo Pablo VI, para persuadir al gobierno norteamericano a que devolviera la
corona de S. Esteban (y contra la voluntad manifiesta de aquellos a quienes este había
dado asilo político) a aquellos que han esclavizado y torturado a los verdaderos
descendientes de este príncipe real? Admitir que los gobiernos comunistas gobiernan
legítimamente es pretender que derivan de Dios su derecho a hacerlo y proclamar que
Dios está, en consecuencia, «dividido contra Sí mismo». No es nada más que ofrecer
al César (o más bien a un falso César) lo que pertenece a Dios. Por esto es por lo que
Pío XI llamó al comunismo «un falso ideal» y dijo que «nadie que quiera salvar la
civilización cristiana colabore con él absolutamente en ninguna empresa». No se
puede hacer nada mejor que concluir esta sección con las siguientes palabras del Papa
Pío XII:
Una Iglesia que suprima sus fundamentos doctrinales intangibles sobre los
que la ha establecido Cristo, para someterse voluntariamente a los caprichos
de la opinión y a la inestabilidad de las muchedumbres;
209
«La naturaleza antirreligiosa del comunismo se ha demostrado, una vez más, en Camboya
donde solamente seiscientos de los ochenta y dos mil monjes budistas existentes han sobrevivido».
Los demás han sido liquidados. ¡Ciertamente, el Vaticano no puede creer que los católicos seamos
inmunes a la aniquilación! (World Press Review Mayo de 1981).
Dic,98 213
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Una Iglesia sin energía para resistir a la opresión de las conciencias, ni para
defender los legítimos derechos de la gente y su libertad;
¡Todo cuanto temía este santo pontífice ha llegado a ser realidad en la Iglesia
posconciliar!
Dic,98 214
CONCLUSIONES
CONCLUSIONES210
«Esta claro que la Iglesia se está enfrentando a una grave crisis. Bajo el
nombre de la Nueva Iglesia, la Iglesia posconciliar, una Iglesia diferente de la
de Jesucristo está intentando ahora establecerse a sí misma; una sociedad
antropomórfica amenazada con una inminente apostasía, que se permite ser
arrastrada en un movimiento de capitulación al por mayor bajo el pretexto de
la renovación, del ecumenismo y de la adaptación.»211
Padre Henri de Lubac, S.J., 1967
Debería estar sobradamente claro, incluso para aquellos que (¡perdón por la
expresión!) están «fuera de la fe», que la Iglesia «nueva» y «posconciliar» es a la vez
llamativamente nueva y llamativamente diferente de la Iglesia como ha existido a lo
largo de las edades. La antigua Iglesia era y es descaradamente «triunfante», sentía
que tenía la totalidad de la verdad y lo proclamaba con un «ardor militante» que al
hombre moderno y relativista solo podría parecerle de una gran arrogancia. La nueva
Iglesia es, como ha dicho Pablo VI, más «abierta», «benévola» y «acomodaticia», y
una Iglesia que «no pide nada». El cristianismo por el que esta nueva Iglesia aboga es,
como el mismo Pablo VI ha dicho, más «aceptable», más «amable» y está «libre del
rigorismo medieval». La Iglesia tradicional prohibió la communicatio in sacris activa,
o culto en común con aquellos que rechazaban sus enseñanzas y su liturgia. Veía esto
como una desobediencia al Primer Mandamiento —«No adorarás falsos dioses». La
nueva Iglesia no solo aprueba oficialmente la communicatio in sacris, «debido a la
gracia que se puede derivar de ella» (Vaticano II), sino que ha creado, además, una
210
Algunos sugerirán que este libro debería haber sido sometido a la jerarquía posconciliar para
su refutación o aprobación. Haberlo hecho así habría sido reconocer como teniendo la «autoridad
espiritual» a aquellos que están intentando destruir por todos los medios toda autoridad espiritual.
Sin embargo, ha habido una larga correspondencia con la Madre Teresa en la cual se han planteado
la mayor parte de estos problemas. Ella pidió, con toda propiedad, la asistencia de un cardenal en
Roma quien a su vez asignó a un teólogo el estudio de los problemas en cuestión. Este no fue capaz
de refutar ninguna de las principales aseveraciones que se hacen aquí. Es de esperar que esta
correspondencia será publicada por separado.
211
El Padre Lubac es un gran admirador de Teilhard de Chardin, y antiguamente fue
considerado como «progresista», pero se encontró a sí mismo rebasado por los periti en el concilio.
Hizo estos comentarios en el Congreso Internacional de Teología de Toronto, Canadá.
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Dic,98 217
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
apartan de este magisterio, incluso si son «el “Papa” y los obispos en unión con él»,
son culpables de rasgar la túnica sin costuras de Cristo.
La nueva Iglesia no es solo defectuosa con respecto a la «unidad», es también
claramente defectuosa con respecto a la cualidad de la APOSTOLICIDAD. Ha
abandonado no solo doctrinas apostólicas, sino que ha abandonado también los
«ritos» apostólicos, y los ha reemplazado por otros ritos de origen puramente
humano. No los ha reemplazado con otros ritos apostólicos alternativos tales como
los de las Iglesias orientales, sino con ritos que de todo intento y propósito son una
mezcla de los servicios luterano y anglicano. Al hacer esto, ha atacado todo cuanto es
más sagrado en la Iglesia, y se ha privado a sí misma de la cualidad de la
SANTIDAD212. Finalmente, no puede pretender ya a la fidelidad y obediencia de los
católicos tradicionales, y de aquí que tanto en el sentido espiritual como en el
material, está privada de la cualidad de la CATOLICIDAD. No es la «IGLESIA
UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA», y cualquier reclamación que haga de
serlo, no tiene más validez que las reclamaciones similares que se hagan por parte de
los anglicanos y luteranos. La nueva Iglesia posconciliar no es sino otra más en la
larga lista de las «comunidades eclesiásticas» que han abandonado la Iglesia y las
tradiciones establecidas por Cristo y sus apóstoles. Ha perdido tanto su credo como
su credibilidad.
Los resultados de esta apostasía están todos en derredor nuestro. Miles y miles
de sacerdotes han abandonado su función sacerdotal. Las monjas han dejado las
órdenes en inconcebibles manadas. El laicado ha devenido como el ganado errando en
el desierto. Las iglesias están profanadas, los altares despojados, los sagrarios
retirados y el Sacrificio perpetuo abandonado. La Fe, entendida antaño como dar el
asentimiento a las doctrinas enseñadas por la Iglesia Católica, ha sido reemplazada
por una fe, cualquier fe, descrita en términos «experimentales» como un
«sentimiento» o «aspiración sublime». Todo lo que se requiere es que uno sea
«sincero», y «de buena voluntad», y (quizás) que uno acepte a Cristo como el
«Salvador personal» de uno. Los Sacramentos ya no son vistos como vehículos de la
gracia, sino más bien como expresiones de fe hechas por la comunidad. El sacerdote
no es ya el ejecutor del Sacrificio, el intercesor entre el hombre y Dios, más bien es el
212
La santidad en la Iglesia depende no solo de sus sagrados «ritos»; se caracteriza también por
la sacralidad de sus doctrinas «dadas por Cristo», y por los «frutos» de sus seguidores como se pone
de manifiesto en las vidas santificadas de los fieles. Después del concilio de Trento tuvimos una
virtual plétora de santos, tanto canonizados como no canonizados. Después del concilio Vaticano II
—res ipsa loquitur (los hechos hablan por sí mismos).
Dic,98 218
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
ministro «que preside» sobre los «dones», y el líder de la comunidad. Como se dice
en la Instrucción General sobre el (nuevo) Misal Romano:
«La misa no es un acto del sacerdote a quien el pueblo se une, como solía
explicarse. La Eucaristía es más bien un acto del pueblo, a quien el ministro
sirve haciendo presente al Salvador sacramentalmente... La formulación
anterior, que correspondía a la teología clásica de los últimos siglos, fue
rechazada porque ponía lo que es relativo y ministerial (es decir, la jerarquía)
por encima de lo que es ontológico y absoluto (es decir, el “Pueblo de
Dios”).»213
Dic,98 219
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
su intelecto, sino que, suponiendo que sea «sincero», está también extraviando su
voluntad. Imagínese a Nuestro Señor en el huerto de Getsemaní entablando un
«diálogo» con el Padre, en estos términos: «Realmente no pienso que tu idea sobre el
Sacrificio sea muy buena... Quizás podamos encontrar algún otro modo de lograr los
mismos fines —un modo más «amable» y «aceptable» que no sea repugnante a la
persona corriente (y quizás podríamos hacer una encuesta pública). ¡Deseo hacerlo a
mi modo —no al tuyo!». Este ejemplo modernista para el hombre de hoy —y para la
nueva Iglesia— acarrea implicaciones espirituales horrendas. Lo que resulta es que
nosotros vivimos, no en Cristo, sino «en nosotros mismos». Es decir, en realidad, no
en la enseñanza de Dios, sino bajo la nuestra propia. En último lugar, eso solo puede
conducir a la completa «inversión» satánica que coloca al hombre en el lugar de Dios
—«rey del mundo y príncipe del cielo», citando a Montini. Pero entonces, «EL
PUEBLO DE DIOS ES ONTOLÓGICO Y ABSOLUTO»215.
Y, sin embargo, es esto precisamente lo que la nueva Iglesia posconciliar ha
llevado a cabo bajo la cortina de humo de la «democratización». Una de las
consecuencias más drásticas que ha resultado de ello es que esta «Iglesia de los
modernistas de última hora» no puede hablar ya con autoridad. La Iglesia tradicional
hablaba con autoridad, y nunca como los escribas y fariseos. Su Magisterio provenía
de Cristo y de los apóstoles y funcionaba para conservar puro el «depósito de la
fe».La nueva Iglesia, habiéndose acomodado a los «hermanos separados» y al
«mundo», ya no puede hacer esto. Nadie habla con autoridad a aquellos con quienes
intenta tratar «de igual a igual». Lo que es extraordinario es que la Iglesia
posconciliar ha destruido su propia autoridad al reconocer «oficialmente» que «el
hombre ha de guiarse por su propio juicio y disfrutar de libertad» en las materias
religiosas (Decreto sobre la libertad religiosa). Por ambiguamente que esto esté
redactado, coloca el «juicio privado» de cada ser humano en el mismo plano que la
Revelación Divina. Por supuesto, era esencial que la nueva Iglesia hiciera esto si es
que quería buscar la «unidad» con aquellos que rechazaban las enseñanzas
215
Uno se acordará aquí del «Obispo Constitucional» de París durante la Revolución francesa.
Bajo amenaza de muerte el Obispo Gobel afirmó que «la voluntad del Pueblo Soberano» había
devenido ahora «su ley suprema», y puesto que el «Pueblo Soberano» lo quería así, no había ningún
otro culto que el de la «libertad y santa igualdad». En consecuencia depositó su cruz, su anillo y
demás insignias sobre el escritorio del Presidente (del líder francmasónico) y se puso el gorro frigio
de la libertad. Varios de sus vicarios siguieron su ejemplo. Como lo señala Nesta Webster en su libro
The French Revolution, «esta escena grotesca fue la señal para la profanación de las iglesias en todo
París y provincias». En Nôtre Dame, despojada de sus crucifijos e imágenes de santos, tuvo lugar la
Fiesta de la Razón. El símbolo francmasónico (una pirámide con una luz), que devino el centro de
adoración, fue levantado en una nave lateral sobre la cima de un montículo.
Dic,98 220
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
tradicionales. Pero si ella reconocía esta autoridad «bastarda» a aquellos que estaban
fuera de su seno, entonces tenía que conceder el mismo privilegio a aquellos que
están dentro. Es así como ha devenido una Iglesia «abierta», una Iglesia que admite y
acepta una «pluralidad» de opiniones diferentes dentro de su seno. Se sigue, entonces,
que sus enseñanzas no reflejan ya la plenitud del Magisterio, del «depósito de la fe»,
sino más bien una variedad de «opiniones privadas». Desgraciadamente la mayoría de
los que sostienen «opiniones privadas» en materias religiosas son incapaces de estar
de acuerdo sobre muchísimas cosas. Sus «sentimientos» son fácilmente influenciados
por los medios de comunicación y por el «espíritu de los tiempos». Además, la Iglesia
posconciliar es, por su naturaleza misma, sumamente cuidadosa de no pisar el terreno
de las demás «comunidades» eclesiásticas y no eclesiásticas216. Lo que resulta
entonces es que el «nuevo Magisterio», el «Papa y los obispos en unión con él», es a
menudo poco más que el resultado del sondeo de la «opinión pública» de moda en ese
momento. Esta Iglesia habla mucho de «paz» y de «unidad»; de la necesidad del
«desarrollo económico de las naciones atrasadas» (habitualmente tierras que han sido
«saqueadas» y reducidas a niveles por debajo de la subsistencia como resultado de un
imperialismo occidental económico y político totalmente no cristiano); de «igualdad»
y de «progreso»; de «dignidad humana» y de «libertad», y de «defender los
“derechos” del hombre moderno» (habitualmente el «derecho» a ignorar las
prescripciones puestas sobre él por Dios —y ¿qué hay de los derechos del hombre
tradicional?). Ninguno de estos conceptos requiere una tradición religiosa, ninguno
ofende al ambiente liberal moderno —¡ninguno requiere siquiera una creencia en
Dios! Esta misma Iglesia habla muy poco de santidad, de la vida espiritual y ascética,
de oración y de sacrificio. Inclusive las herejías más flagrantes y los abusos litúrgicos
más salvajes son permitidos sin amonestación alguna, pues a cada persona debe
permitírsele ahora «hacer lo suyo». Solamente aquellos que afirman y dan testimonio
de la totalidad de las enseñanzas de la Iglesia y que insisten en mantener sus ritos
tradicionales son «suspendidos» y amenazados con la «excomunión».
Esta ausencia de una «autoridad espiritual» que se pueda oír, conducirá al fin a la
más drástica esclavización que sea posible del hombre. En una época anterior (previa
216
El que la Iglesia posconciliar no tomara una postura enérgica sobre el aborto hasta que fue
evidente que muchos de los protestantes sentían del mismo modo constituyó un hecho escandaloso y
está claramente documentado en el libro de Anne Roche The Gates of Hell, McClelland, Toronto,
1974. Antes del Vaticano II habría sido imposible que una ley que permite el «aborto a petición»
hubiera sido aprobada en Estados Unidos. Una sola palabra de la Iglesia y los fieles habrían votado
en masa contra ella. Los liberales, por supuesto, encontrarían ofensivo semejante acto; pero es
menester decirlo, el aborto es simple y llanamente un crimen y, le guste o no al hombre moderno, es
«un pecado que clama al cielo».
Dic,98 221
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
al Vaticano II), cuando el Papa pontificaba sobre un asunto tal como el aborto,
millones de fieles obedecían e incluso los gobiernos temían ser derrocados si
ignoraban sus advertencias. Hoy día, cuando habla el «Papa», incluso sus obispos más
próximos se apresuran a contradecirle. Sus propios seguidores desacreditan sus
palabras antes de que los demás hayan tenido siquiera oportunidad de leerlas. Si la
Iglesia no puede ser ya una fuerza en pro de la Verdad y de la Moralidad, entonces los
gobiernos devendrán los instrumentos de legislar la verdad y la moralidad217. Una vez
que esto acontezca, aquellos que no acepten la «nueva moralidad» devendrán los
«enemigos del pueblo». Si la eutanasia es proclamada política gubernamental —y lo
fue por los nazis en Alemania, un país «cristiano», y lo será de nuevo— entonces los
que se nieguen a aceptar este «bien» tendrán que ser «reedeucados». Nuestras
creencias religiosas serán permitidas solamente si las mantenemos «en privado», y no
se las enseñamos a nuestros hijos. Cuando nos sintamos llamados a hablar contra la
marea predominante —para dar testimonio de la verdad— cuando nos neguemos a
aceptar las «reglas» de una mayoría numérica o a rechazar las demandas y directrices
de cualquier grupo de poder que acaezca que controle el gobierno, entonces
estaremos «obstruyendo» la «voluntad del pueblo», y seremos declarados «enemigos
del Estado». Y cuando esto acontezca, ¿dónde estará la Iglesia «visible»? ¿Quién
hablará por nosotros? Tendremos que resistir solos y aceptar las consecuencias. Tan
pronto como la jerarquía abandona la tradición, abdica de su autoridad espiritual. El
proceso ha comenzado ya y va por buen camino. Habrá «llanto y crujir de dientes»,
si no en nuestros días, sí en los de nuestros hijos.
La nueva Iglesia ha hecho estas cosas en su mayor parte a causa de que cree en el
«progreso», y a causa de que querría unirse con las «fuerzas dinámicas» y
«evolutivas» que ella cree que van a crear un mundo mejor para toda la humanidad —
una especie de utópico «Reino de Dios en la tierra» 218. Uno querría aclarar una vez
217
Citando a J. M. Cameron de una conferencia dada en la Universidad de Yale: «El conflicto
entre los poderes real y sacerdotal... ya no existe. Nadie duda que en un sentido puramente real, el
Estado es omnímodo, y de que si el mandato del Estado es resistido por motivos de conciencia o
interés, entonces no hay ningún cuerpo de reglas reconocidas a las que pueda hacerse una apelación
convincente». Terry Lectures, 1966; Yale Univ. Press.
218
Como manifestaba un editorial de L’Osservatore Romano (3 de Marzo de 1977): «Hoy nadie
cree ya en la tradición, sino más bien en el progreso racional. La tradición aparece hoy como algo
que ha sido orillado por la historia. El progreso, por otra parte, se presenta a sí mismo como una
auténtica promesa innata en el alma misma del hombre —tanto es así que hoy día nadie puede
sentirse a gusto con la tradición que representa lo que ha pasado, sino solamente en el futuro en una
atmósfera de progreso». Deberíamos destacar varios puntos más. Muy pocas personas inteligentes
conservan todavía su «fe» en el progreso. Como ha dicho William Morris, «No tengo una fe mayor
Dic,98 222
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
más que la Iglesia tradicional no está contra el «progreso», si por este término no
referimos a los avances de la ciencia moderna219. El diseño de «ratoneras mejores» es
claramente ventajoso para la sociedad, con tal de que, por supuesto, no sea violada la
justicia, y que no sean obstaculizados los verdaderos y propios fines del hombre.
Sabe, sin embargo, que ningún progreso y ninguna tiranía pondrán nunca fin al
sufrimiento220. Como ya ha sido dicho por otros, solamente la santificación de todos
los hombres podría hacer realidad esto. En cuanto a crear una sociedad perfecta sobre
la tierra, una sociedad que, como dice T. S. Elliot, sea «tan perfecta que nadie
necesite nunca ser bueno», la Iglesia tradicional sabe que esto es un sueño absurdo.
¡Incluso en el Jardín del Edén había una «serpiente»! Sin embargo, esto no significa
que un grano de mostaza en la futura historia de la “civilización”, la cual “sé” que está predestinada
a la destrucción; ¡qué alegría pensar en ello!». Manifestaba también en un reciente editorial en el
New York Times: «Pertenece a una conmovedora fe en el “progreso” —y a una cierta arrogancia
cultural— creer que la ciencia y la tecnología occidentales van a mejorar la suerte de los pueblos del
Tercer Mundo. La cosa, sin embargo, no es así». La «literatura de acusación» está llena de condenas
de esta falsa «superstición». ¿Por qué es, sin embargo, un «opio» tan poderoso? ¿Por qué aquellos
que han puesto su fe en el presente orden de cosas hacen tanto hincapié sobre este concepto? La
respuesta es simple. El presente estado de cosas, como es obvio para cualquier persona que piense, es
tan terrible y está tan preñado de peligro en todos los planos, que es necesario proveer alguna
«esperanza» para una mejora futura. El progreso ha sido administrado como un afrodisíaco al
respecto de las masas descontentas desde la Reforma. Esto, unido a una nueva redacción de la
Historia falsamente persuasiva, que presenta los tiempos medievales como «horribles» —la «edad
sombría»— convence al hombre moderno de que las cosas eran mucho peores en el pasado y que
serán mucho mejores en el futuro. Si estuviera convencido de que la presente situación es
permanente, privado de los consuelos de la Religión, se revelaría abiertamente y destruiría a sus
señores presentes.
Dios ha dicho a través de Jeremías: «Oh vosotros de esta generación, no os apartéis de la
palabra del Señor: ¿Acaso he sido Yo un desierto para Israel, una tierra de oscuridad? ¿Por qué dice
mi pueblo “nosotros hemos progresado”?» (II. 12-17).
219
Una de las proposiciones más falsas del hombre moderno es pretender que la Iglesia está
contra la ciencia. La ciencia empírica como sujeto está restringida al dominio de lo hechos
mensurables. La Religión no. Es solamente cuando la ciencia moderna pretende abarcar el conjunto
de la realidad —es decir, ser de hecho una religión— cuando la Iglesia protesta con toda razón.
220
Emparentada a la superstición del «progreso» está la insidiosa suposición de que la «teoría»
científica de la evolución es un hecho probado. Esta teoría (y esto es todo lo que los científicos han
pretendido siempre que era) está basada de hecho sobre la idea de que lo que es mayor puede ser
producido por lo que es menor —o, para expresarlo de modo diferente, viola la ley científica de la
«conservación de la materia». Ni el hombre ni la materia pueden crear algo de nada —pertenece
solo a Dios la habilidad de crear ex nihilo. La evidencia científica que Darwin esperaba que llegaría
en el futuro para probar su teoría, de hecho no se ha encontrado nunca. Lo que él llamaba el eslabón
perdido es de hecho una serie entera de eslabones perdidos. La evidencia paleontológica demuestra
que cada nueva forma de vida que ha sido encontrada surgió de novo, y que las formas intermedias
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
tales como las requiere la evolución para probar su punto de vista jamás han sido encontradas.
Además, todos los intentos de «crianza», como con moscas o con cultivos de células, han mostrado
que no hay ninguna evidencia próxima que pruebe esta aseveración. Es así como muchos científicos
han abandonado la «evolución» como teoría, no por sus creencias religiosas, sino porque la
evidencia disponible está firmemente en su contra. Quienes estén interesados en esta cuestión pueden
remitirse a Douglas Deward, The Transformist Illusion, Dehoff Publications, Murfreesboro, Tenn,
(EE.UU.) 1957, y Evan Shute, Flaws in the Theory of Evolution, Teamside Press, Fil.
Es interesante notar cuán atrasados están en los tiempos los eclesiásticos de vanguardia de
convicción posconciliar. Justamente como abrazan las teologías protestantes en un tiempo en que las
sectas de la Reforma reconocen su propio fracaso, así también abrazan como científicas teorías que
están completamente desacreditadas.
Dic,98 224
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
221
Como se ha hecho notar en el cuerpo de este texto, no había absolutamente ninguna
necesidad de expresar la «verdades eternas» en «nuevos modos». Cualquiera que esté familiarizado
con el «Catecismo Ripalda» sabe que la Iglesia Católica ha expresado siempre estas verdades en un
lenguaje claro y conciso. Tanto sus partidarios como sus enemigos nunca tenían ninguna duda en
cuanto a lo que estas verdades eran. «Nuevos modos», en la «jerga» modernista significa modos
ambiguos a fin de que sean posibles múltiples interpretaciones.
Dic,98 225
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
economía del Evangelio». Pero, por supuesto, esta es una falsa obediencia, pues la
obediencia a la nueva Iglesia es desobediencia a Cristo y a la tradición que Él
estableció. Como ha dicho Savonarola:
«Ni los papas ni sus vicarios tiene derecho a enseñar nada contrario a las
cosas instituidas por Dios... Digo esto para aquellos que pretenden encontrar
una excusa para su indigna conducta en aquello que se complacen en llamar
el punto de vista más ancho de la vida y de la doctrina... La ley de Dios es
estricta: “estrecha es la puerta y angosta es la vía que conduce a la vida y hay
pocos que la encuentran...”»222
«Así pues, ¿qué hará el cristiano católico si alguna parte de la Iglesia llegara
a separarse de la comunión, de la Fe universal? ¿Qué otra opción podría
tomar sino preferir el cuerpo que es total y está sano, al miembro gangrenado
y corrupto? Y si algún nuevo contagio buscara envenenar no solamente a una
pequeña parte, sino a toda la Iglesia a la vez, entonces su cuidado máximo
deberá ser, una vez más, adherirse a la antigüedad, la cual obviamente no
puede ser seducida por ninguna novedad insidiosa.»
222
Algunos cuestionarán el acierto de citar a Savonarola como una autoridad tradicional. A
pesar de las tentativas de los reformadores pretendiendo a Savonarola como uno de los suyos, los
hechos son que este hombre nunca ha sido acusado de apartarse de la ortodoxia. Sus libros de texto
se usaban todavía (hasta el Vaticano II) para enseñar en los seminarios. Fue considerado como santo
y como mártir por muchos de los santos beatificados y canonizados de la Iglesia, incluyendo a la
Beata Catalina de Racognini, el Beato Sebastián Maggi, la Beata Osauna de Mantua, la Beata
Columba de Reti, a Santa Catalina de Ricci y San Pío V (cf. Jerome Savonarola, Rev. J. L. O’Neil,
O. P. Marlier Callanan, Boston 1898).
Dic,98 226
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
excomunión confirmada por un Papa que se permitió a sí mismo ser presionado por la
«estructura del poder» del «mundo» entonces existente. Y, sin embargo, como lo
señala Michael Davies, no solamente hizo que Liberio se retractara y se arrepintiera
—aún más, Atanasio es ahora santo; y en cuanto a los demás obispos de aquella
época, ¿quién puede nombrar a uno solo de ellos? Son testimonio las palabras de S.
Hilario de Poitiers que aconsejó a los católicos de Milán que abandonaran sus iglesias
y se reunieran en los bosques y en las cavernas, antes que permanecer bajo el obispo
arriano Auxentius: «De una cosa os pido que os cuidéis —del Anticristo. El amor de
los muros os posee; mal veneráis a la Iglesia de Dios bajo techumbres y edificios. Mal
soportáis bajo estos por causa de la paz. Para mí son más salutíferas las montañas, los
bosques, los lagos, las prisiones y las profundas cavernas; pues en estas los profetas,
bien quedándose o porque fueran arrojados, profetizaban con el Espíritu de Dios».
Son testimonio las palabras de Sto. Tomás Moro, que dijo, «No me preocupo si tengo
contra mí a todos los obispos; tengo conmigo a los santos y a todos los doctores de la
Iglesia». Como dijo San Atanasio cuando fue informado de que todos los obispos
estaban en desacuerdo con él: «Esto prueba solamente que todos ellos están contra la
Iglesia».
En un cierto sentido, el católico fiel no tiene ninguna elección. No puede
preguntar con Pilatos, «¿Qué es la Verdad?», sino que debe aceptar esa «Verdad
infalible» que Cristo ha revelado a Su Iglesia. No importa si los presentes males
provienen de los «Papas» posconciliares directamente, o si provienen solamente de
aquellos que les rodean. No importa si la evidencia que he presentado puede ser
controvertida o absolutamente probada. Lo que importa es que el católico debe
adherirse con todo su corazón, con toda su mente y con toda su alma, a ese mismo
cuerpo de la Verdad que es la Verdad de Todos los Tiempos. No es nuestro
«derecho», sino más bien es nuestra «obligación» hacerlo.
Se sigue, entonces, que el católico debe rechazar todo cuanto en el concilio
Vaticano II se aparta de algún modo del «depósito» de la Fe. Debe rechazar también
toda manera ambigua o equívoca de afirmar la Verdad. Debe rechazar también todo
cuanto sugiera, aun ligerísimamente, la «innovación». Si el «Canon» tradicional de la
Misa es de origen «apostólico» entonces no hay modo alguno de que pueda aceptar
un canon sintético de origen puramente «humano». Todo esto NO es asunto de que
ejercite su «libertad personal de conciencia», es, antes al contrario, asunto de una
OBLIGACIÓN en conciencia —una conciencia bien formada— una conciencia
moldeada por ese cuerpo de doctrina tradicional que ha sido «creída por todos, creída
siempre y creída en todas partes» desde la época de Cristo. Cualquier tentativa por
Dic,98 227
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
parte de la nueva Iglesia posconciliar (bien derive de los «papas», de la jerarquía o del
ordinario local) para obstaculizar en esto, es un ataque directo contra su alma.
«Es legítimo resistirle (al Papa) si ha asaltado a las almas... Es legítimo, digo,
resistirle no haciendo nada de lo que manda y obstaculizando el
cumplimiento de su voluntad...»
San Roberto Belarmino, Cardenal.
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Arguïr que tal cosa no nos incumbe a nosotros es pretender que nadie tiene la
obligación ni siquiera de ser católico, que todas las conversiones están basadas sobre
circunstancias fortuitas o emocionales, y que no hay ningún pecado en al apostasía 223.
Mientras que es verdad que ninguno de nosotros puede juzgar —pues sólo Dios
puede hacerlo— el alma de un Papa, o de cualquier otro miembro particular de la
jerarquía (o de un asesino), también es verdad que nosotros tenemos la obligación de
considerar las acciones del Papa (y de la jerarquía) cuando se apartan de la tradición y
de la autoridad, justamente como debemos juzgar las acciones de un asesino cuando
se aparta de la ley natural. Una de las cualidades con las que está dotado el hombre es
el «discernimiento». Discernimiento entre lo que es real e irreal, entre lo que es
verdadero y falso, entre lo que es tradicional y lo que es antitradicional, y entre lo que
es ortodoxo y lo que es herético. Y no solo debemos discernir la verdad en el dominio
intelectual, sino que debemos también adherirnos a ella con toda nuestra voluntad. Si
como resultado de una perspectiva «universal (católica)» como esta, parecemos
«dogmáticos», o incluso «fanáticos», esto es solamente porque la Verdad Absoluta ha
sido relegada por el hombre moderno al borde extremo de los conceptos y principios
que está dispuesto a considerar como «aceptables».
Mientras que no hemos cubierto en modo alguno la panorámica entera de la
desviación conciliar, ni reunido toda la evidencia disponible, sin embargo, puede
afirmarse que nada en este libro es «nuevo» u «original». Todas estas cosas, como se
desprende de las numerosas citas, ya han sido dichas antes. Justamente como la nueva
Iglesia nunca ha dado respuesta al desafío de la Intervención de Ottaviani —sino que
solamente la ha ignorado, así también se ha negado a tratar o a debatir estas
cuestiones cuando han sido planteadas por otros innumerables individuos. Esto es
particularmente verdad del Arzobispo Lefebvre y de aquellos que como él se adhieren
a las tradiciones. Como lo afirma Michael Davies, este santo prelado ha sido sometido
a una gran cantidad de informes erróneos en la prensa secular, y a una campaña de
desfiguración y denigración sistemáticas en algunos órganos de la (llamada) prensa
católica. Sus enemigos consideran que le han encontrado convicto de un pecado que
223
El hecho de que la persona que ha escrito este libro sea un «laico» es irrelevante para su
contenido. Es perfectamente concebible que un laico determinado pueda tener mayor discernimiento
que muchos sacerdotes y, en verdad, los tiempos parecerían estar suministrando una evidencia más
que amplia de esta aseveración. Si se supone que el laicado no «piensa» ni «habla» sobre tales
problemas, entonces nadie puede culpar al laicado por no ser capaz de discernir lo que es herético o
por apostatar de la Iglesia. De hecho, el laicado tiene la obligación de saber su catecismo y de juzgar
las innovaciones por él. Es la tradición y la doctrina ortodoxa la que provee al laicado con los medios
para hacer tales juicios. Siguiendo estas guías infalibles ni serán extraviados ni serán culpados de
arrogancia.
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224
Michael Davies, Pope John’s Council (Augustine Publ. House, Devon. Inglaterra, 1977).
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Otro grupo de católicos que admiten que todo lo que hemos dicho es verdad,
permanece en la nueva Iglesia porque esperan poder reformarla desde «dentro» —se
ven a sí mismos como «infiltrados» cuya función es conservar la «verdadera fe» entre
los innovadores. El problema con tal actitud es que este grupo da testimonio —por
doloroso que sea— de todo lo que el Vaticano II enseña y de todo lo que el Novus
Ordo implica. Por mucho que tales individuos puedan aborrecer los «abusos» que
predominan, tan pronto como afirman que ellos no aceptan «todas» las enseñanzas
del Vaticano II, o que dudan de la validez de los sacramentos posconciliares —
especialmente la consagración en la nueva «misa»— no son ya miembros bona fide de
la Iglesia posconciliar. Como su contrapartida «conservadora», también ellos están
«picando y escogiendo» lo que aceptarán, y en esta medida misma están
representando también el papel del protestante. Tales individuos hacen un gran daño,
pues siendo «conservadores», prestan un aura de respetabilidad a lo que pretenden
aborrecer.
Son dos los errores fundamentales que cometen tales individuos. Primero,
parecen estar (si no lo está de hecho) negando la verdadera fe católica, lo cual no
puede hacer ningún católico. ¿Qué santo de la Iglesia Católica se ha infiltrado nunca
en los cuerpos luterano o anglicano para hacerlos volver a la ortodoxia? ¿Qué mártir
devino nunca un seguidor de los dioses de Roma para convertir al César? El segundo
error es suponer que le es posible a la verdad infiltrarse en el error. Este acto mismo
implica una disimulación y una mentira. Es una «libertad» dada a Satán el poder
actuar de esta manera, pues él no está obligado por la moralidad. Los modernistas,
los albigenses, los comunistas y los francmasones pueden hacer tales cosas. El
católico debe declarar su fe —y si no está obligado a declararla bajo todas las
circunstancias, sin embargo, nunca puede negarla— y ciertamente no puede actuar de
tal manera que parezca que da su apoyo a los enemigos de la Iglesia, o a los enemigos
de Cristo, lo que es lo mismo.
Un católico que acepta la postura que expone este libro no está en modo alguno
dando su espalda a la Iglesia «existente». Por el contrario, oponiéndose a la nueva
«misa» y a los cambios doctrinales introducidos por el Vaticano II, solamente está
permaneciendo fiel a lo que la Iglesia ha enseñado siempre. No hay ninguna cosa tal
como la Iglesia «existente» en oposición a la «Iglesia del pasado». Hay solamente una
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Iglesia, y aquellos que son de convicción «conciliar» han apostatado de ella. Esto es
algo que nosotros no osamos hacer. Como ha dicho Yves Dupont, «Esta barca (la
barca de S. Pedro) fue confiada a nosotros también; no tenemos ningún derecho a
abandonarla. Podemos ser amenazados por la tripulación, el capitán mismo puede
exudar síntomas de desorientación, y, sin embargo, debemos permanecer a bordo. Y si
hemos de morir, muramos sobre la barca, no en las aguas fangosas de una deserción
infame». Nosotros no somos «rebeldes» a causa de que somos fieles al «propietario»
de la barca y de que nos negamos a juntarnos con aquellos que querrían «amotinarse»
y conducir la barca hacia puertos desconocidos y peligrosos. La acusación de que los
católicos tradicionales son «rebeldes» es tan absurda como tachar de rebeldes hacia
Dios a Tomás Moro y Juan Fisher (ambos santos) a causa de que se negaron a
obedecer al rey legítimamente coronado, Enrique VIII de Inglaterra. ¿Fue Cristo un
«rebelde» por negarse a inclinarse ante Satán?
Muchos de los fieles antiguos están confundidos y simplemente no pueden creer
que lo que está pasando está pasando en realidad. «¿Cómo puede ser —preguntan—
que tantas gentes estén equivocadas?» «¿Permitiría Dios nunca que aconteciera una
cosa semejante?» Y Cristo nos prometió que «las puertas del infierno no prevalecerán
contra» la Iglesia. Sin embargo, hemos sido adecuadamente advertidos de estas cosas
por Cristo mismo, por la Sagrada Escritura, por los santos y, en tiempos recientes,
por la Bendita Madre misma. Oigamos sus palabras:
«Aún en los lugares más elevados, será Satán quien gobierne y decida la
marcha de los acontecimientos. Se insinuará inclusive en los cargos más
elevados de la Iglesia. Será un tiempo de pruebas difíciles para la Iglesia.
Cardenales oponiéndose a cardenales, obispos contra obispos... Satán estará
atrincherado entre sus filas... La Iglesia estará oculta y el mundo se
sumergirá en el desorden.»
Nuestra Señora de Fátima
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
últimos días. El Cardenal Newman resume los hechos pertinentes disponibles a partir
de la Sagrada Escritura:
«Todo el mundo sabe que esta divina promesa debe ser entendida como
aplicándose a la Iglesia Universal, y no a alguna parte de la Iglesia tomada
225
Aquellos que estén interesados en los métodos usados para llevar a cabo la apostasía de
Inglaterra pueden remitirse a The Church under Queen Elizabeth de Frederick George Lee, Thomas
Baker, Londres, 1896, y The Protestant Reformation de W. Cobbett, Burns Oates, Londres, 1929.
226
Un estudio de las profecías escriturísticas por el presente autor se encontrará en The Roman
Catholic (Vol. I, Nº 1, 1978) bajo el título «Have These Things Been Foretold?»
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227
Se estima que cada domingo se dicen en París catorce misas tradicionales; en toda Francia
unas cuatrocientas.
228
Esto no implica que solo la Sociedad de S. Pío X suministre sacramentos válidos. El
Movimiento Católico Romano Ortodoxo (O.R.C.M.) y muchos sacerdotes particulares que no tienen
relación con esta Sociedad, existen con este mismo objeto. Aquellos que estén interesados en
encontrar una Misa tradicional en Norteamérica pueden escribir pidiendo información a The Society
of Pius X, 8 Pond Place, Oyster Bay Cove, Nueva York, 11771. En Inglaterra pueden contactar con la
Sociedad en Londres.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
«Quien quiera que seáis vosotros que afirmáis nuevos dogmas, yo os suplico
que respetéis los oídos romanos, que respetéis esa fe que fue alabada por la
boca del Apóstol. ¿Por qué, después de cuatrocientos años intentáis
enseñarnos lo que nosotros sabíamos hasta ahora? ¿Por qué presentáis
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APÉNDICES
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
A fin de dar una clara ilustración de los estragos que el movimiento antilitúrgico
ha provocado, nos parece ventajoso revisar los diferentes pasos que estos pretendidos
reformadores de la cristiandad han dado a lo largo de los tres últimos siglos, y
presentar un sumario de sus métodos y enseñanzas sobre la «purificación» del culto
divino. Nada puede demostrar mejor las razones, ni elucidar mejor las causas de la
rápida extensión de las doctrinas protestantes en nuestro tiempo. Sus métodos revelan
una sabiduría verdaderamente de carácter diabólico, que ha devenido en sus manos un
arma sumamente efectiva capaz de producir enormes consecuencias.
1º.– La primera característica del movimiento antilitúrgico es «el odio de todo
cuanto es tradicional en las fórmulas del culto divino». Es innegable que este rasgo
característico está presente en las obras de todos los heréticos desde Vigilance a
Calvino, y la razón de esto es simple. Deseando cada tendencia sectaria introducir
doctrinas nuevas e innovadoras, invariablemente se encuentra a sí misma en directa
oposición a esa LITURGIA que es la manifestación más poderosa de la Tradición, y
no puede descansar satisfecha hasta que haya suprimido esta voz y destruido este
repositorio de una fe anterior.
En realidad, ¿de qué manera se las han ingeniado el luteranismo, el calvinismo y el
anglicanismo para establecerse y mantenerse entre sus seguidores? Han hecho esto
sustituyendo los libros antiguos por otros nuevos, reemplazando las formas
venerables por otras nuevas; y todo lo que deseaban se cumplió. No se permitió
ninguna resistencia. La fe de las gentes comunes fue vencida sin batalla. Lutero
comprendió esto con una sabiduría digna de nuestros propios jansenistas, cuando en
los primeros años de sus reformas se vio obligado a mantener algunas formas
exteriores del culto latino. Promulgó la siguiente regla para la misa «reformada»:
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Sin embargo, Lutero tenía un horror excesivo de los sagrados cánticos escritos
por la Iglesia para expresar públicamente su fe. Sentía en ellos mucha de esa fuerza de
la Tradición que él deseaba desraizar. Sabía que la Iglesia tenía derecho a mezclar su
voz con las declaraciones escriturarias en sus asambleas religiosas. Sin embargo,
aceptar esto le habría expuesto a él y a sus doctrinas innovadoras a los anatemas de
los millones de voces que repiten la liturgia tradicional. Es por esta razón por la que
el herético odia todo lo que en la liturgia no está sacado estrictamente de la Sagrada
Escritura.
2º.– Así pues, esto nos lleva la segundo principio prevaleciente entre aquellos que
querrían oponerse a la liturgia tradicional, a saber: «reemplazar las formulaciones
santificadas por el uso eclesiástico con lecturas sacadas de la Biblia». Encuentran
en esto dos ventajas: Primera, la destrucción de la voz de la Tradición a la cual odian
siempre, y segunda, un medio de sostener y de propagar sus nuevas enseñanzas a la
vez de una manera negativa y positiva. De una manera negativa, silenciando aquellos
pasajes escriturarios que expresan alguna oposición a los errores que ellos desean
enseñar; y de una manera positiva, seleccionando cuidadosamente y tomando fuera de
contexto algunos pasajes de la Escritura que, aunque hablan de un aspecto de la
Verdad, no dan de ella una descripción total y completa. Todos saben que los
heréticos a lo largo de los siglos han preferido citar la Escritura antes que aceptar las
definiciones eclesiásticas por la simple razón de que esto les permite poner en boca de
Dios todo lo que desean, por una apropiada selección de las frases. Además, vemos
que esto les permite, a la manera de los jansenistas (para quienes esto era muy
importante), mantener la apariencia de que están dentro del cuerpo de la Iglesia:
cuando llegamos a los protestantes, vemos que han reducido la liturgia casi por
completo a las lecturas de la Escritura, acompañadas con sermones que exponen la
Biblia siguiendo unas líneas solo puramente racionalistas. En cuanto a la elección de
Dic,98 240
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
cuáles de los libros bíblicos son canónicos, esto depende en última instancia del
capricho del reformador en cuestión, quien al final decide no solamente el sentido o el
significado de la palabra de Dios, sino que determina también si alguna palabra
determinada ha de ser aceptada como auténtica. Así, Martín Lutero, a fin de apoyar
su sistema de panteísmo, su doctrina de la inutilidad de las obras y de la suficiencia de
la fe, acabó declarando que la Epístola de Santiago era falsa y no canónica porque
solo ella hacía hincapié en la necesidad de las obras para la salvación. En todos los
tiempos y bajo muchos disfraces, se trata siempre de lo mismo —el rechazo de las
formulaciones eclesiásticas; solo la Escritura es válida, pero la Escritura
cuidadosamente seleccionada, e interpretada más cuidadosamente todavía por la
persona que desea introducir la innovación. La trampa es ciertamente peligrosa para
el imprudente. Es solamente mucho después cuando uno percibe que ha caído, y que
la palabra de Dios, como la espada de doble filo que mienta el Apóstol, le ha
infringido graves heridas, a causa de que ha sido malversada por los hijos de la
perdición.
3º.– El tercer principio, o quizás el tercer problema, que encuentran aquellos que
están implicados en reformar la liturgia, después de haber suprimido las fórmulas
eclesiásticas, y después de haber declarado y proclamado la necesidad absoluta de
recurrir a las palabras de la Escritura en el servicio divino, es encontrar que la
Escritura no siempre se pliega a sus fines como ellos quisieran. Su tercer principio,
decimos, es «corromper e introducir fórmulas múltiples y diversas suyas propias»,
llenas de perfidia, por las cuales las gentes son trabadas en el error aún más
firmemente, y así se consolida el edificio entero de la impía reforma por todos los
tiempos.
4º.– Nadie debería sorprenderse ante las contradicciones intrínsecas que la herejía
presenta en su obra cuando uno conoce el cuarto principio o, más bien, la cuarta
necesidad impuesta sobre el sectarismo por la naturaleza misma de su rebelión, a
saber: «una contradicción habitual con sus propios principios». Y así debía ser, pues
sus contradicciones internas serán reveladas a pleno día más pronto o más tarde,
cuando Dios exponga su vacuidad a los ojos de las gentes que ha seducido, y también
porque no se le da al hombre ser consistente, sino solo a la Verdad. Así, todos los
heréticos sin excepción comienzan deseando retornar a las costumbres de los
primeros cristianos. Desean suprimir de la fe todo lo que los errores y pasiones del
hombre han mezclado con las puras enseñanzas originales —todo lo que ellos
consideran falso e insultante para Dios. Con esto en mente podan, borran, suprimen
—todo lo que cae bajo su hacha— y mientras nosotros esperamos una visión de
nuestra religión en su pristina pureza, nos encontramos rodeados de nuevas
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229
Socinianismo —las aserciones o el sistema doctrinal de Faustus Socinus (Sozzini), un
teólogo italiano (1539-1604), que niega la Trinidad, la divinidad de Cristo, la personalidad del
Diablo, la depravación natural y total del hombre, la expiación sustitutiva, la eficacia de los
sacramentos y la eternidad del castigo futuro (Diccionario de Webster).
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Dic,98 243
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cristianos solamente con gran dificultad en domingo, las iglesias romanas encuentran
a sus fervientes hijos asediando constantemente sus innumerables altares. Cada día
dejan su labor para venir y oír las misteriosas palabras que alimentan su fe y derraman
bálsamo en sus almas. Ciertamente es uno de los golpes más certeros de los
reformadores declarar la guerra a la sagrada lengua latina, pues si logran destruir su
uso, todos sus objetivos se cumplirán. La liturgia, desde el momento en que pierde su
carácter sagrado y es ofrecida a las gentes de una manera profanizada deviene como
una virgen deshonrada. Los fieles difícilmente la encontrarán digna como para dejar
por un tiempo su labor, o de abandonar sus placeres, para venir a una Iglesia donde se
hable el lenguaje del mercado. Considérese la así llamada Iglesia Reformada de
Francia con sus declamaciones radicales y sus diatribas contra la supuesta venalidad
del clero. ¿Durante cuánto tiempo pensáis que irán los fieles a escuchar gritar a estos
liturgistas de propio estilo, «el Señor esté con vosotros», y durante cuánto tiempo
continuarán respondiendo «y con tu espíritu»? Trataremos más plenamente en otra
parte sobre el asunto del lenguaje litúrgico.
9º.– Al suprimir de la liturgia el elemento misterioso que mantiene a la razón
dentro de sus propios límites, estos reformadores no han olvidado una consecuencia
importantísima, a saber: «el alivio de la fatiga y de la obligación que la práctica de
la liturgia papista impone al cuerpo». No más ayuno ni abstinencia, ni más
genuflexiones durante la oración. Para sus ministros, ninguna obligación de decir el
oficio, o aun de decir las plegarias canónicas de la Iglesia. Ciertamente, una de las
principales características de la gran emancipación protestante es «reducir el fardo
del culto público y privado». Los resultados se siguen rápidamente, pues la fe y la
caridad, que se alimentan de la oración, son asfixiadas. Mientras que los ortodoxos
son alimentados continuamente por actos de autosacrificio respecto del hombre y
para Dios, y son sustentados por las mismas fuentes inefables de donde se extrae la
plegaria —plegaria, además, cumplida por el clero, tanto regular como secular, en
unión con la comunidad de los fieles.
10º.– Los reformadores tienen una pavorosa facultad para discernir cuál de las
diferentes instituciones eclesiásticas es más hostil a sus principios, por así decir la
piedra angular del edificio católico entero. Con un instinto casi animal, han
descubierto ese punto del dogma que es el más irreconciliable con sus innovaciones,
«El poder del Papado». El estandarte de Lutero llevaba inscrita atrevidamente la
afirmación «Odio de Roma y de sus leyes» y en esta única frase se resume la esencia
de la posición reformista. Bajo esta divisa se abolan de un solo golpe todas las
ceremonias y el culto de la «idolatría romana», la lengua latina, el oficio divino, el
santoral, el breviario, en verdad «todas las abominaciones de esa gran ramera de
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Ahora bien, este es un axioma fundamental de los reformadores tanto en sus escritos
como en su práctica. Esta ultima característica completa la descripción y permite que
el lector juzgue por sí mismo la naturaleza de esa alardeada liberación del Papado que
es llevada a cabo con tanta violencia. A la larga esto sólo puede resultar en la
destructiva dominación de los poderes temporales y mundanales sobre la esencia
misma de la cristiandad. Ahora bien, es verdad que en el comienzo las sectas
antilitúrgicas no se levantaron para adular a quienes estaban en el poder. Los
albigenses, los valdenses, los wyclifianos y los husitas todos ellos enseñaban que uno
debía resistir al requerimiento de los príncipes y de los magistrados con gran coraje
cuando se encontraba que eran pecadores. Sostienen que un príncipe en estado de
pecado ha perdido su derecho a mandar. La razón para esto es que estos heréticos
temían la espada de los príncipes católicos. Siendo obispos sin una iglesia, tenían todo
que perder frente a una autoridad en desacuerdo con ellos. Pero tan pronto como los
príncipes mismos se asociaron con ellos en la rebelión contra Roma y desearon hacer
de la religión un asunto nacional, y un medio de gobernar a sus súbditos, la liturgia y
el dogma mismo pasaron a estar sujetos a los intereses nacionales. Y, cuando
aconteció esto, estos reformadores no podían moverse con suficiente rapidez para
reconocer y apoyar a esas fuerzas seculares que deseaban establecer y mantener sus
teorías personales. No puede haber ninguna duda de que dar la preferencia al poder
temporal sobre el poder espiritual en materia de religión es un acto de apostasía. Pero
desdichadamente este no es el único aspecto del problema, pues por encima de todo,
el herético debe asegurarse su propia supervivencia. Por esto es por lo que Lutero,
separado como estaba del Pontífice de Roma («seducido» como estaba el Papa, según
él, por todas las «abominaciones de Babilonia») no vaciló en declarar teológicamente
legítimo el segundo matrimonio del Landgrave de Hesse. Es por esto también por lo
que el Abad Gregorio no tuvo escrúpulos en dar su apoyo a la condena a muerte de
Luís XVI, mientras que había abogado por Luís XIV y José II en sus luchas contra el
Papa.
Tales son, entonces, los principales credos de los reformadores antilitúrgicos. Sus
escritos son fáciles de consultar pues están ampliamente extendidos a lo largo del
mundo. Hemos revelado solamente lo que ellos mismos han promulgado
repetidamente. Sentimos, sin embargo, que es importante exponer con claridad estas
tendencias, pues siempre es bueno comprender el error. Desdichadamente, a menudo
es mucho más fácil contradecir el error que enseñar la Verdad.
Dic,98 246
LA INTERVENCIÓN DE OTTAVIANI
230
El traductor ha traducido estos textos (así como todos los textos escriturarios, de los santos
de la Iglesia, de los documentos de los papas y de los documentos conciliares y posconciliares) de su
versión inglesa tal como aparecen en este libro citados por su autor
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
firma de esta carta, y le acusó de una felonía pública —desafiando a Mons. Agustoni a contradecir
esta cargo en las cortes eclesiásticas si lo desmentía. Mons. Agustoni no aceptó el desafío y poco
después dimitió de su cargo. Estos hechos están documentados en el libro de Michael Davies Pope
Paul’s New Mass (The Angelus Press, Dickinson, Texas, 1980).
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SUMARIO
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UN ESTUDIO CRÍTICO DEL «NOVUS ORDO MISSAE»
232
«Las plegarias de nuestro Canon se encuentran en el tratado De Sacramentis (siglos IV-V)...
Nuestra Misa se remonta, sin cambios esenciales, a la época en la cual se desarrolló por primera vez
a partir de la liturgia común más antigua. Todavía conserva la fragancia de aquella primitiva
liturgia, en los tiempos en que el César gobernaba el mundo y esperaba extinguir la fe cristiana:
tiempos en que nuestros primeros padres se juntaban antes del alba para entonar un himno a Cristo
como a su Dios... (cf. Pl. Jr., Ep. 96)... No hay en toda la cristiandad un rito tan venerable como el
del Misal Romano» (A. Fortescue).
«El Canon Romano, tal como es hoy, se remonta a S. Gregorio Magno. Ni en Oriente ni en
Occidente hay ninguna plegaria eucarística, que permanezca en uso hoy día, que pueda gloriarse de
una antigüedad tal. Para la Iglesia Romana arrojar el Canon por la borda sería equivalente, a los ojos
no solo de los ortodoxos, sino también de los anglicanos e inclusive de los protestantes que tengan
todavía en alguna medida un sentido de la tradición, a un rechazo de toda pretensión a seguir siendo
la verdadera Iglesia Católica» (Fr. Louis Bouyer).
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
de la celebración del Santo Sacrificio para los sacerdotes del rito latino y que, llevado
a todas las partes del mundo, «ha sido, además, una abundante fuente de alimento
espiritual para muchos santos en su devoción a Dios». Y, sin embargo, se pretende
que la presente reforma, que le pone definitivamente fuera de uso, es necesaria puesto
que «desde aquella época el estudio de la Sagrada Liturgia ha devenido más
extendido e intensivo entre los católicos».
Nos parece que esta aserción incorpora un grave equívoco. Pues el deseo del
pueblo se expresó, en todo caso, cuando —gracias a S. Pío X —empezaron a
descubrir los verdaderos e imperecederos tesoros de la liturgia. El pueblo nunca ha
pedido bajo ningún concepto que la liturgia fuera cambiada o mutilada a fin de
comprenderla mejor. Ha pedido una comprensión mejor de una liturgia sin cambio,
una liturgia que nunca habrían deseado ver cambiada.
El Misal Romano de S. Pío V era religiosamente venerado y sumamente querido
por los católicos, tanto sacerdotes como laicos. Uno no alcanza a ver cómo su uso,
juntamente con una apropiada catequesis, podría haber obstaculizado una
participación más plena, y un conocimiento mayor de la Sagrada Liturgia, ni por qué,
cuando sus muchas y sobresalientes virtudes son reconocidas, este no haya sido
considerado digno de continuar alimentando la piedad litúrgica de los cristianos.
Puesto que la «Misa normativa», introducida e impuesta ahora como el Novus
Ordo Missae, fue rechazada en substancia por el Sínodo Episcopal, nunca fue
sometida al juicio colegiado de las Conferencias Episcopales, y puesto que el pueblo
—especialmente en las tierras de misión— nunca ha pedido ninguna reforma de la
Santa Misa cualquiera que fuere, uno no alcanza a comprender los motivos que hay
detrás de la nueva legislación que destruye una tradición sin cambio en la Iglesia
desde los siglos IV y V, como lo reconoce la Constitución Apostólica misma. Como
no existe ninguna petición popular que apoye esta reforma, la misma parece
desprovista de toda base lógica que la justifique y la haga aceptable para el pueblo
católico.
El concilio Vaticano expresó ciertamente un deseo (párrafo 50 de la Constitución
Sacrosanctum Concilium) «de que las diferentes porciones de cada parte y su relación
con las otras partes podía parecer más claramente». Veremos ahora cómo el Ordo
recientemente promulgado corresponde con esta intención original.
Un atento examen del Novus Ordo revela cambios de tal magnitud como para
justificar en sí mismos el juicio hecho ya con respecto a la «Misa normativa». Ambos
tienen en multitud de puntos todas las posibilidades de satisfacer a los más
modernistas de los protestantes.
Dic,98 254
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
II
233
Para esta definición, el Novus Ordo se remite en una nota a dos textos del Vaticano II. Pero
al releer estos textos uno no encuentra nada que justifique esta definición.
El primer texto al que se hace referencia (Decreto Presbyterorum Ordinis, nº 5) dice como
sigue: «... los presbíteros son consagrados por Dios, siendo su ministro el Obispo, a fin de que,
hechos de manera especial partícipes del sacerdocio de Cristo, obren en la celebración del sacrificio
como ministros de Aquel que en la liturgia ejerce constantemente, por obra del Espíritu Santo, su
oficio sacerdotal en favor nuestro... por la celebración señaladamente de la Misa ofrecen
sacramentalmente el sacrificio de Cristo» (Documentos del Vaticano II, Ed. Walter M. Abbott, S. J.).
El segundo texto es de la Constitución Sacrosanctum Concilium, nº 33, y dice así: «... en la
liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios
con el canto y la oración» – «Más aún, las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la
asamblea representando a Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los
circunstantes» (Idem –el subrayado es nuestro).
Uno está perplejo al tratar de explicar cómo de frases como estas podría haber sido sacada la
definición de arriba.
Nótese, también, la radical alteración, en esta definición de la Misa, de la establecida por el
Vaticano II (Presbyterorum Ordinis, 1254): «La Eucaristía es, por lo tanto, el corazón mismo de la
comunidad cristiana». Habiendo sido arrebatado el centrum en el Novus Ordo la congregatio misma
ha usurpado su lugar.
234
El concilio de Trento reafirma la Presencia Real en las siguientes palabras: «Principio docet
Sancta Synodus et aperte et simpliciter profitetur in almo Sanctae Eucharistiae sacramento post
panis et vini, consacrationem Dominum nostrum Jesum Christum verum Deum atque hominem vere,
realiter ac substantialiter (can I) sub specie illarum rerum sensibilium contineri». (DB. Nº. 874). En
la sesión XXII, la cual nos interesa directamente (De sanctissimo Missae Sacrificio), la doctrina
Dic,98 255
RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
implica ninguno de los valores dogmáticos esenciales de la Misa, los cuales proveen
juntos su verdadera definición. Aquí, la omisión deliberada de estos valores
dogmáticos equivale a su supresión y, en consecuencia, en la práctica al menos a su
negación235.
En la segunda parte de este parágrafo 7 se afirma, agravando el ya grave
equívoco, que se aplica de una manera «eminenter», a esta asamblea la promesa de
Cristo de que «Ubi sunt duo vel tres congregati in nomine meo; ibi sum in medio
eorum» (Mateo XVIII, 20)». Esta promesa, que se refiere solamente a la presencia
espiritual de Cristo con Su gracia, es puesta así en el mismo plano cualitativo, salvo
en lo que toca a una mayor intensidad, que la realidad substancial y física de la
Presencia Eucarística Sacramental.
En el nº 8 sigue inmediatamente una subdivisión de la Misa en la «liturgia de la
palabra» y la «liturgia eucarística», con la afirmación de que en la Misa se prepara «la
mesa de la palabra de Dios» así como de «el Cuerpo de Cristo», a fin de que los
fieles «puedan ser fortalecidos y renovados» —una asimilación enteramente impropia
de las dos partes de la liturgia, como si se tratara de dos puntos de igual valor
simbólico. Sobre esto se abundará más adelante.
La Misa es designada con muchas expresiones diferentes, todas relativamente
aceptables, pero todas inaceptables si se emplean, como lo son, separadamente y en
un sentido absoluto. Citamos algunas: la Acción de Cristo y del Pueblo de Dios; la
Cena del Señor o Misa; el Banquete Pascual; la participación común en la Mesa del
Señor; el memorial del Señor; la Plegaria Eucarística; la Liturgia de la Palabra y la
Liturgia Eucarística; etc.
Como es harto evidente, el énfasis está puesto obsesivamente sobre la cena y el
memorial en lugar de estarlo sobre la renovación incruenta del Sacrifico del Calvario.
La fórmula «el Memorial de la Pasión y Resurrección del Señor» es, además,
inexacta, pues la Misa es el memorial del Sacrificio único que es en sí mismo
redentor, mientras que la Resurrección es su fruto consecuente236.
Después veremos cómo, en la fórmula consagratoria misma, y a todo lo largo del
Novus Ordo, se renuevan y se reiteran tales equívocos.
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III
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preocupado considerando la naturaleza del signo sacramental que se repita la impresión de que el
simbolismo —y nadie niega su existencia en la Santísima Eucaristía— expresa y agota todo el
significado de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni es justo tratar del misterio de la
transubstanciación sin mencionar el maravilloso cambio de toda la substancia del pan en el cuerpo
de Cristo, de toda la substancia del vino en Su sangre, del cual habla el concilio de Trento, con lo
cual se hace que estos cambios no consistan en nada sino en una “transignificación” o en una
“transfinalización”, por usar estos términos» (C. T. S. Trans. Mysterium Fidei, art. II).
239
La introducción de fórmulas o expresiones nuevas, que, aunque aparecen en los textos de los
Padres, de los concilios y del Magisterio de la Iglesia, son usadas en un sentido equívoco no
subordinado a la substancia de la doctrina con la cual forman un todo inseparable (p.e. «spiritualis
alimonia», «cibus spiritualis» y «potus spiritualis», etc.) es ampliamente denunciada y condenada en
Mysterium Fidei. Pablo VI afirma que: «Cuando la integridad de la fe ha sido conservada, se ha
conservado también una adecuada manera de expresión. De otro modo, nuestro uso de un lenguaje
descuidado, aunque hay que esperar que esto no acontezca, puede hacer surgir falsas opiniones sobre
la creencia en materias muy profundas», y cita a S. Agustín: «Hay en nosotros una pretensión a
hablar de acuerdo con una regla fijada a fin de que las palabras incontroladas no hablen también a
un punto de vista impío de las materias que expresamos». Continúa: «Esta regla de lenguaje ha sido
introducida por la Iglesia en una larga labor de siglos con la protección del Espíritu Santo. La ha
confirmado con la autoridad de los concilios. Ha devenido más de una vez la señal y el modelo de la
fe ortodoxa. Debe ser observada religiosamente. Nadie puede presumir de alterarla a voluntad, o bajo
el pretexto de un nuevo conocimiento... Es igualmente intolerable que nadie por su propia iniciativa
desee modificar las fórmulas con las cuales el concilio de Trento ha propuesto la doctrina eucarística
de la creencia» (Idem, art. 23).
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IV
240
Contradiciendo lo que se prescribe en el Vaticano II (Sacros. Conc. Nº 48)
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que hace que parezca que el pueblo, en lugar del sacerdote 248, es el elemento
indispensable en la celebración; y puesto que aquí tampoco se hace evidente quién es
el oferente, el pueblo mismo aparece investido con poderes sacerdotales autónomos.
A partir de aquí no sería sorprendente si, antes de mucho tiempo, se autoriza al
pueblo a juntarse al sacerdote en la pronunciación de las fórmulas consagratorias (lo
cual, efectivamente, parece haber ocurrido ya aquí y allá).
La posición del sacerdote está minimizada, cambiada y falsificada. Primeramente
en relación al pueblo para quien el sacerdote es, en su mayor parte, un mero
presidente, o hermano, en lugar de ser el ministro consagrado que celebra in persona
Christi. En segundo lugar, en relación a la Iglesia, como un «quidam populo». En la
definición de la epiclesis (nº 55), las invocaciones son atribuidas anónimamente a la
Iglesia: la parte del sacerdote se ha desvanecido.
En el Confiteor, que ahora ha devenido colectivo, el sacerdote ya no es el juez,
testigo e intercesor con Dios; así pues, es lógico que no esté dotado ya del poder para
dar la absolución, la cual ha sido suprimida. El sacerdote está integrado con los
fratres. Incluso el ayudante se dirige a él como tal en el Confiteor de la «missa sine
populo».
Ya antes de esta última reforma, la significativa distinción entre la Comunión del
sacerdote —el momento en el cual el Sumo Sacerdote Eterno y el que actúa en Su
Persona se juntaban en una unión estrechísima— y la Comunión de los fieles había
sido suprimida.
No encontramos ni una palabra en cuanto al poder para sacrificar, o sobre su
acto de consagración, del sacerdote, a que a través de él venga la Presencia
Eucarística. El sacerdote aparece ahora nada más que como un ministro protestante.
La desaparición, o el uso opcional, de muchas vestiduras sagradas (en algunos
casos el alba y la estola son suficientes – nº 298) oblitera aún más la conformidad
original con Cristo: el sacerdote no está ya investido con todas Sus virtudes,
deviniendo meramente un «licenciado» a quien pueden distinguir de la masa del
pueblo uno o dos signos249: «un hombre poco más que el resto», por citar la
248
En contraste con los luteranos que afirmaban que todos los cristianos son sacerdotes y por
ende oferentes de la Cena, ver A. Tanquerey, «Synopsis theologiae dogmaticae», vol. III, Desclee,
1930: Todos y cada uno de los sacerdotes son, estrictamente hablando, ministros secundarios del
sacrificio de la Misa. Cristo mismo es el ministro principal. Los fieles ofrecen a través de la
intermediación del sacerdote pero no en sentido estricto» (Cf. Conc. Trid. XXII Can 2).
249
Destacamos de pasada una innovación increíble que es seguro que tendrá los más graves
efectos psicológicos: la liturgia del Viernes Santo con vestiduras rojas en lugar de negras (nº 308b)
—es decir, la conmemoración de cualquier mártir en lugar del duelo de toda la Iglesia por su
Fundador. (Cf. Mediator Dei, I, 5, nota 28).
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250
Fr. Roquet, O. P. a los dominicos de Betania, en Plesschenet.
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251
En algunas traducciones del Canon romano, el «locus refrigerii, lucis et pacis» era traducido
como un simple estado («bendición, luz, paz»). ¿Qué ha de decirse entonces de la desaparición de
toda referencia explícita a la Iglesia purgante?
252
En todo este caos de recortes solo un enriquecimiento: la mención de omisión en la
acusación de los pecados en el Confiteor...
253
En la conferencia de prensa para la presentación del Ordo, Fr. Lecuyer, en lo que parece ser,
hablando objetivamente, una profesión de fe puramente racionalista, habló de convertir las
salutationes en la «Missa sine populo», en: «Dominus tecum», «Ora, frater», etc. «para que no haya
nada que no corresponda con la verdad».
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Estas dos plegarias han sido suprimidas; lo que se ha dicho previamente respecto del
doble Confiteor y de la doble Comunión es igualmente pertinente aquí.
La realización exterior del Sacrificio, evidencia de su carácter sagrado, ha sido
profanada. Véase, por ejemplo, lo que se ha prescrito para la celebración fuera de los
sagrados recintos, en la cual el altar puede ser reemplazado por una simple «mensa»
sin piedra ni reliquias consagradas, y con un único mantel (nº 260, 265). Aquí se
aplica también todo cuanto se ha dicho previamente con respecto a la Presencia Real,
la disociación del «convivium» y del sacrificio, de la cena y de la Presencia Real
misma.
El proceso de desacralización se completa gracias a los nuevos procedimientos
para la ofrenda: la referencia al pan ordinario y no al pan ázimo; el que se permita
manejar los vasos sagrados a los asistentes del altar (y al pueblo laico en la comunión
sub utraque specie) (nº 244d); la atmósfera de distracción creada por el incesante ir y
venir del sacerdote, diácono, subdiácono, salmista, comentador (y el sacerdote mismo
deviene un comentador por el hecho de que es requerido constantemente para que
«explique» lo que está a punto de cumplir), de los lectores (hombres y mujeres), de
los asistentes o laicos que dan la bienvenida a las gentes en la puerta y que los
acompañan a sus lugares mientras que otros llevan y clasifican las ofrendas. Y en
medio de toda esta actividad prescrita, la «mulier idonea» (antiescriturística y
antipaulina), quien por vez primera en la tradición de la Iglesia será autorizada a leer
las lecturas y a cumplir también otros «ministeria quae extra presbyterium
peraguntur» (nº 70). Finalmente, está la manía de la concelebración, que acabará
destruyendo la piedad eucarística en el sacerdote, eclipsando la figura central de
Cristo, único Sacerdote y Víctima, en una presencia colectiva de concelebrantes254.
254
Destacamos en esta conexión que parece legítimo a los sacerdotes obligados a celebrar solos,
comulgar de nuevo, bien antes o después de la celebración, sub utraque specie durante la
concelebración.
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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
VI
Nos hemos limitado a una evaluación sumaria del nuevo Ordo donde este se
desvía más gravemente de la teología de la Misa católica y nuestras observaciones
tocan solamente a aquellas desviaciones que son típicas. Una evaluación completa de
todas las trampas, los peligros, de todos los elementos espiritual y psicológicamente
destructivos contenidos en el documento —bien en el texto, rúbricas o instrucciones
— sería una vasta empresa.
A los tres nuevos cánones solo les ha sido dedicado un vistazo de pasada, puesto
que de estos ya se ha ocupado una crítica repetida y autorizada, tanto en cuanto a la
forma como en cuanto a la sustancia. El segundo de ellos255 escandalizó
inmediatamente a los fieles a causa de su brevedad. De este canon II se ha dicho bien,
entre otras cosas, que podría ser recitado con perfecta tranquilidad de conciencia por
un sacerdote que ya no cree ni en la transubstanciación ni en el carácter sacrificial de
la misa —y de aquí incluso por un ministro protestante.
El nuevo Misal fue introducido en Roma como «un texto de amplio contenido
pastoral», y «más pastoral que jurídico», el cual se permitiría que utilizaran las
Conferencias Episcopales de acuerdo con las variables circunstancias y genios de los
diferentes pueblos. En esta misma Constitución Apostólica leemos: «hemos
introducido en el nuevo Misal variaciones y adaptaciones legítimas». Además, la
Sección I de la nueva Congregación para el Culto Divino será responsable «de la
publicación y constante revisión de los libros litúrgicos». El último boletín oficial de
los Institutos Litúrgicos de Alemania, Suiza y Austria256 dice: «Los textos en latín
habrán de ser traducidos ahora a las lenguas de los diferentes pueblos; el estilo
«romano» tendrá que ser adaptado a la particularidad de las Iglesias locales: todo lo
que era concebido como más allá del tiempo debe ser transpuesto al cambiante
contexto de las situaciones concretas en el constante flujo de la Iglesia Universal y de
sus miríadas de congregaciones».
La Constitución Apostólica misma da el golpe de gracia a la lengua de la Iglesia
Universal (contrariamente a la voluntad expresa del Vaticano II) con la blanda
afirmación de que «en semejante variedad de lenguas una (¿) y la misma plegaria de
todos... ascienda más fragante que cualquier incienso».
255
Ha sido presentado como «El canon de Hipólito», aunque de hecho no queda nada de este
sino unas pocas palabras recordadas.
256
«Gottesdienst», nº 9, del 14 de Mayo de 1969.
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La muerte del latín por consecuencia puede darse por hecha; la del canto
gregoriano —al cual incluso el concilio le reconoció como «liturgiae romanae
propium» (Sacros. Conc. Nº 116), ordenando que «principem locum obtineat» (ibíd.)
— se seguirá lógicamente, con la libertad de elegir, entre otras cosas, de los textos del
Introito y el Gradual.
Desde el comienzo, por lo tanto, el nuevo rito es lanzado como pluralista y
experimental, tanto en el tiempo como en el lugar. Siendo arrollada así la Unidad del
culto de una vez por todas, ¡qué devendrá ahora la unidad de la fe que le estaba
aparejada, y que, siempre se nos había dicho, había de ser defendida sin transigencia!
Es evidente que el Novus Ordo no tiene ninguna intención de representar la Fe
según esta fue enseñada por el concilio de Trento, al cual, sin embargo, la
conciencia católica está sujeta por siempre. Con la promulgación del Novus Ordo, al
católico leal se le pone así de cara ante la más trágica alternativa.
VII
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VIII
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259
«Regresar en la mente y en el corazón a las fuentes de la sagrada liturgia es sabio y loable.
El estudio de los orígenes litúrgicos nos permite comprender mejor la significación de las
festividades y el significado de las fórmulas y ceremonias litúrgicas. Pero el deseo de restaurar todo
indiscriminadamente a su antigua condición ni es sabio ni es loable. Sería erróneo, por ejemplo,
querer restaurar el altar a su forma antigua de mesa, querer eliminar el negro de entre los colores
litúrgicos y excluir de nuestras iglesias los cuadros y las estatuas, exigir crucifijos que no
representen los amargos sufrimientos del Divino Redentor... Esta actitud es intentar revivir el
arqueologismo, al cual el pseudosínodo de Pistoia dio lugar y busca volver a introducir también los
múltiples errores perniciosos que condujeron a aquel sínodo y que resultaron de él, y que la Iglesia
en su calidad de guardián vigilante del “depósito de la fe” confiado a ella por su Divino Fundador,
ha condenado justamente» (Mediator Dei, C. T. S. Art. 66 y 68).
260
«Un fermento prácticamente cismático divide, subdivide, resquebraja a la Iglesia...» (Pablo
VI, Homilía in Coena Domini 1969).
261
«Hay también entre nosotros esos “schismata”, esos “scissurae” que S. Pablo denuncia
tristemente en I Corintios...» (Cf. Pablo VI, ibíd.).
262
Es bien sabido cuán «contestado» está siendo hoy día el Vaticano II por los mismos hombres
que se gloriaban de ser sus líderes, aquellos que, mientras que el Papa al clausurar el concilio
declaraba que nada había cambiado, salieron afuera determinados a «explotar» su contenido en el
proceso de la aplicación efectiva. Y de aquí que la Santa Sede, con una prisa realmente inexplicable,
parezca haber dado aprobación e incluso fomento, a través del Consilium ad exequendam
Constitutionem de Sacra Liturgia, a una infidelidad al concilio cada vez mayor, desde aspectos
aparentemente formales tales como el latín, el gregoriano y la supresión de ritos y rituales
venerables, hasta los aspectos substanciales ahora sancionados por el Novus Ordo. A las desastrosas
consecuencias que hemos tratado de mostrar, deben agregarse aquellas que, con inclusive mayor
efecto psicológico, se harán sentir en los campos de la disciplina y de la autoridad de enseñanza de la
Iglesia, minando, con el crédito de la Santa Sede, la docilidad debida a sus reglas.
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263
«... No nos engañemos con la sugestión de que la Iglesia, que ha devenido grande y
majestuosa para la gloria de Dios, como magnificiente templo Suyo, debe hacerse retroceder a sus
proporciones originales más reducidas, como si estas fueran las únicas verdaderas, las únicas
buenas...» (Pablo VI, Ecclesiam suam).
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ÍNDICE
Introducción .................................................................................................... 3
PARTE I
La naturaleza del magisterio de la iglesia .......................................................... 8
El magisterio definido ...................................................................................... 13
La naturaleza de la revelación ........................................................................... 22
¿Qué se entiende por la palabra «tradición»? ..................................................... 26
PARTE II
La naturaleza de la fe católica ........................................................................... 42
¿Puede «evolucionar» la tradición? ¿Puede «desarrollarse» la doctrina? ............ 56
La actitud del magisterio hacia la innovación .................................................... 62
La ruptura de la «unidad» por parte de la «Iglesia posconciliar»
y la cuestión de la obediencia respecto a los responsables .............................. 69
PARTE III
Los «papas» posconciliares .............................................................................. 80
PARTE IV
El Vaticano II .................................................................................................. 106
PARTE V
El Novus Ordo Missae ..................................................................................... 131
Los otros sacramentos ...................................................................................... 187
El camino del infierno está empedrado de «buenas intenciones» ........................ 197
El comunismo — La nueva «ostpolitik» del Vaticano ....................................... 214
CONCLUSIONES
Conclusiones .................................................................................................... 231
APÉNDICES
La voz de uno que clama en el desierto ............................................................ 254
Traducción del texto de Dom Guéranger .......................................................... 255
La intervención de Ottaviani ............................................................................. 264
Un estudio crítico del Novus Ordo Missae ........................................................ 270
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