Análisis Morfológico
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EL FANTASMA CONJURADO
[Una mujer hace creer a su marido que el amante que viene a verla a deshora es un fantasma]
Cuando Juan y ella se hubieron ido al lecho y la sirvienta también, no pasó mucho sin que Federico llegara y tocase suavemente a la
puerta, la cual estaba tan cerca de la alcoba, que enseguida oyó Juan la llamada, y la mujer también, si bien, para que aquél no sospechase de ella,
fingió dormir. Y, pasado algún espacio, Federico llamó por segunda vez, y Juan, maravillado, pellizcó a su mujer y le dijo:
-¿Llamar? ¡Ay, Juan mío! ¿Sabes lo que es? Es un fantasma del cual he tenido estas noches el mayor miedo que puede imaginarse, y tanto que, al
sentirlo, me he tapado la cabeza, sin atreverme a sacarla hasta el amanecer.
-Ea, mujer, no temas, que yo, cuando nos acostamos, recé el Te lucis y la Intemerata y otras buenas oraciones, y también santigüé el lecho de canto
a canto, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. De modo que no temas, que el fantasma no puede causarnos mal.
La mujer, temerosa de que Federico sospechase cosa distinta y se enojase con ella, resolvió levantarse y avisarle de que Juan estaba allí.
Y dijo a su marido:
-Tú hablas mucho, pero por mí no estaré segura hasta que no conjuremos al fantasma.
-¿Cómo conjurarlo?
-Yo lo sé bien, que anteayer, cuando fui a la romería de Fiésole, un eremita que es, Juan mío, el ser más santo que se haya visto, al hallarme tan
medrosa, me enseñó una santa y buena oración y dijo que la había probado muchas veces antes y siempre le había resultado.
Juan dijo que le placía mucho. Y, levantándose, ambos bajaron hasta la puerta, fuera de la cual ya Federico esperaba. Y la mujer comenzó
la oración así:
-Fantasma, fantasma, que de noche vas. Vete el huerto, al pie del albérchigo y encontrarás grasa cocida y cien huevos de mi gallina. Pon boca al
frasco y sigue camino, y no hagas daño a mí ni al Juan mío.
Y Juan escupió. Federico, que oía desde fuera, ya libre de celos, a pesar de todo su desagrado, casi estaba a punto de estallar de risa, y
en voz baja decía:
Luego que de esta guisa hubo la mujer conjurado tres veces al fantasma, se volvió al lecho con su marido. Federico, que, esperando dormir
con ella, no había cenado y que había entendido bien la oración, se fue al huerto y al pie del albérchigo halló los dos capones y el vino y los huevos,
y se los llevó a casa y cenó bien.