El detective investiga la muerte de Juan López, cuyo cuerpo fue encontrado con dos heridas: un golpe en la cabeza y una puñalada en el estómago. A través de sus pesquisas, el detective descubre que la víctima tenía múltiples identidades y relaciones, lo que genera varias hipótesis sobre quién pudo haberlo matado. Al final, el detective se queda perplejo al no poder resolver el caso.
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El detective investiga la muerte de Juan López, cuyo cuerpo fue encontrado con dos heridas: un golpe en la cabeza y una puñalada en el estómago. A través de sus pesquisas, el detective descubre que la víctima tenía múltiples identidades y relaciones, lo que genera varias hipótesis sobre quién pudo haberlo matado. Al final, el detective se queda perplejo al no poder resolver el caso.
El detective investiga la muerte de Juan López, cuyo cuerpo fue encontrado con dos heridas: un golpe en la cabeza y una puñalada en el estómago. A través de sus pesquisas, el detective descubre que la víctima tenía múltiples identidades y relaciones, lo que genera varias hipótesis sobre quién pudo haberlo matado. Al final, el detective se queda perplejo al no poder resolver el caso.
El detective investiga la muerte de Juan López, cuyo cuerpo fue encontrado con dos heridas: un golpe en la cabeza y una puñalada en el estómago. A través de sus pesquisas, el detective descubre que la víctima tenía múltiples identidades y relaciones, lo que genera varias hipótesis sobre quién pudo haberlo matado. Al final, el detective se queda perplejo al no poder resolver el caso.
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UNIVERSIDAD PRIVADA SAN JUAN BAUTISTA
ESCUELA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
Control de lectura 3
Preguntar, descartar, plantear…Solucionar
Miércoles 18 de agosto. ¿Quién mató a Juan López?
El detective se hacía la pregunta mientras observaba el cuerpo desmadejado tendido boca abajo junto a un maletín negro de plástico imitación piel, en medio de un pequeño charco de sangre que asomaba a ambos lados de su cintura. El cadáver había aparecido en el jirón Piura con la avenida Santa Clara, detrás de un contenedor de obra de los tantos que proliferaban en enero en la ciudad. Un lugar extraño para un caso así, demasiado céntrico, demasiado a la vista, un lugar de paso permanente a pesar de la bajada de afluencia de paseantes por el verano. Al detective le habían avisado a la una y media y el cadáver, todavía caliente, había sido encontrado una hora antes por una patrulla de a pie de la policía municipal, por lo que se dedujo que la hora de la muerte fue hacia las diez y media o las once de la mañana. ¿Cómo no lo había visto nadie en esas dos horas?, ¿acaso le habían puesto allí después de matarlo en otro sitio? Como siempre hacía en estos casos, observó con detenimiento al muerto por si había algo en su aspecto, en su indumentaria o en sus objetos personales que pudieran darle alguna pista de por dónde empezar a desentrañar su incógnita: el hombre iba vestido con un traje gris de verano comprado en un hipermercado, una camisa blanca bastante raída por el cuello y una corbata azul con mitocondrias de las de las que estaban de moda hace ya bastantes años. Su reloj era un Casio negro digital y en el anular derecho se apretaba un anillo de oro muy delgado, demasiado estrecho para el dedo que lo llevaba. No había ningún objeto más, aparte del maletín cutre que, por supuesto, más tarde abriría. O sea, lo que se dice un hombre vulgar. Tenía un golpe en la sien derecha y por él había manado apenas un hilo de sangre que manchaba levemente el cuello de la camisa. Así a simple vista, hubiera parecido que ese golpe era el que había causado la muerte, pero cuando se le dio la vuelta apareció una herida de arma blanca justo en la boca del estómago por la que se había derramado la sangre que ahora lo rodeaba. Y además estaba allí la propia arma blanca: un abrecartas metálico. El forense estaba perplejo. “Puede haber muerto de cualquiera de las dos heridas, pero desde luego la más antigua es la de la sien”, dijo. ¿De que había muerto Juan López? ¿Por qué iban a acuchillarle si ya estaba muerto? Lógicamente, lo primero que hubo que descartar fue el atraco, y fue fácil: en la cartera, que estaba allí, en la solapa de la chaqueta, se encontraba toda la documentación del muerto, diez mil pesetas en billetes de dos mil y una foto familiar de estudio con dos niños de pelo relamido que lucían corbata de lazo y una mujer con un moño alto y un vestido ceñido que llevaba descolocado como en las postales de otro tiempo. No parecía un atraco, pero ¿y si le habían robado otra cosa? Por lo tanto no podía descartarse el robo, ni tampoco el accidente y, por supuesto, estaba la hipótesis del asesinato. Pero Juan López era un hombre anónimo, un empleado de banca según rezaba en la tarjeta de fichar que apareció en su cartera. Nada especial. Nada. En contra de lo que había pensado en un principio, el detective supo que se estaba enfrentando a una verdadera incógnita. El detective comenzó sus pesquisas en la dirección que indicaba el DNI del cadáver, una casa preciosa en un barrio precioso, no muy acorde con el traje ni el aspecto del fiambre. Al entrar en el inmueble se encontró de sopetón con la portera que le indico que la familia estaba de vacaciones. O sea que Juan, además de ser López, era Rodríguez. El detective, haciendo una de las comprobaciones clásicas del género, le enseño a la mujer la foto que habían encontrado en la cartera de Juan, y su sorpresa fue grande cuando la portera le dijo que no reconocía a nadie de los representados. Si, estaba segura, y desde luego la mujer de don Juan estaba de mucho mejor ver y con mucha más clase que esa estirada de la foto y además que ella supiera el matrimonio no tenía hijos. La portera inquirió entonces al detective por el motivo de sus preguntas y, al comunicarle este que Juan López había muerto esa misma mañana, dijo enigmática: “Pasó lo que tenía que pasar. Discutían con frecuencia, ella siempre reprochándole lo que tenía y el callando hasta que zanjaba el tema con un grito y entre sollozos se la llevaba a la cama. Que ¿cómo podía saber tanto?, eran años de oír, ver y callar, ¡lo que a ella se le escapara!, pero si hasta había oído en más de una ocasión los gritos de la mujer amenazándole de muerte; y menos mal que él paraba poco por la casa con ese trabajo que le tenía siempre viajando por todo el país…”. Perplejo, el detective dejo a la portera que seguía hablando con unos vecinos que pasaban por el portal y se dirigió a la cuadra 20 de la avenida Santa Clara, la sucursal bancaria donde supuestamente trabajaba Juan. La mesa del finado era de lo más corriente, una mesa de fórmica y bordes metálicos a juego con las otras seis que la rodeaban en lo que era la división de pequeños clientes del banco, donde oficiaba como un empleado más. El detective comenzó sus pesquisas con el director, como es lo habitual en estos casos. Un hombre oscuro le dijo: “Nunca pudo aprobar el examen de ascenso a interventor; eso lo tenía muy amargado. Fíjese que nunca venía a las comidas de los compañeros, ni se ha tomado un trago ni nada; eso sí, muy cumplidor, no había faltado a la oficina ni un solo día desde hace 15 años. ¿La foto?, sí, sí esa es Pilarín y los niños”. Cuando se despedía del director, uno de los hombres que estaba sentado en la mesa contigua a la de Juan López le hizo una señal. “No le haga usted caso, es, era un hombre encantador -afirmó el hombre- siempre dispuesto a ayudar y muy competente, de hecho no es director ya porque ese tonto le tiene puesto el ojo, pero él no se queja, siempre está de buen humor”. Como el detective ya había sospechado desde un principio, su cadáver incognito jugaba papeles distintos en muy diversas ecuaciones: hasta ahora se había encontrado con un bígamo de buena posición económica, con doble vida y una mujer abandonada y enfermizamente enamorada, con un empleado de banca de muy poca categoría, pero muy capaz y querido por sus compañeros, aunque odiado por un jefe que nombraba con una familiaridad sospechosa a una mujer, su otra mujer, en una vida de estrechez económica. ¿Qué otra ecuación le esperaba? Aquella noche, un detective cada vez más perplejo estaba tomando un gin fizz en el “Gato con Botas”, garito cuyo nombre estaba escrito en luces de neón rojo en la fachada de una calle del barrio chino y también en una tarjeta que había aparecido en el maletín negro de Juan López, dentro de uno de los bolsillos laterales. Era, en realidad, lo único que había en el maletín. En la susodicha tarjeta también había escrito un nombre: “Tirachinas”. El tal Tirachinas era un hombre pequeño con aspecto de buena persona, al que desmentían de sopetón sus compañeros de mesa: un calvo gigantesco con una cicatriz en el pómulo derecho y un oriental que enseñaba cuchillos bajo una camiseta muy sudada. “¿Juan López?, será Juanito „el Lonchas' -dijo el calvo- ese ya está montado en un avión rumbo a Laos o a un país de esos”. -Y muy bien -dijo el Tirachinas- porque a nosotros nos ha dejado un negocio muy saneado, este que ves -el chino no decía nada. Cuando el detective preguntó los motivos de la desaparición del Lonchas, el calvo dijo que les debía mucha pasta y el Tirachinas dijo que era tanto que aún no había pagado con el local. El chino no decía nada. Cuando enseño la famosa foto, el calvo dijo que no le sonaba de nada y el Tirachinas indagó el porqué de tantas preguntas y claro, saco la conclusión que tenía que sacar: “Tu eres un poli”. El chino no dijo nada, le atizo un puñetazo directo a la mandíbula. Adolorido por dentro y por fuera, el detective fue al día siguiente al último lugar que le quedaba por visitar, la verdadera casa de Juan López, cuya dirección le habían dado en el banco. Como se esperaba, entró en un portal modesto de un barrio periférico. Cuando llamó a la puerta, le abrió un nervioso director de banco que, según dijo, había venido a mostrar las condolencias a la viuda de forma oficial. La viuda, lejos de vestir de negro o con el traje apretado que el detective había visto en la foto, llevaba puesto un top y un pareo y se probaba un sombrero con cintas. La mujer empezó a deshacerse en explicaciones: “No nos llevábamos muy bien, pero él no me concedía el divorcio, es por el pico Torremolinos, sabe usted, como tenemos gananciales, si no llega a ser por Juan Feljpe…”. El detective salió de la casa, dejando a la viuda, ahora ya llorando a mares, consolándose en los brazos del director, y con su maldita incógnita formando parte de cada vez más ecuaciones. ¿Quién había matado a Juan?, ¿acaso la amante abandonada del barrio rico para vengarse?, ¿quizá el director de banco que estaba liado con su mujer para quitárselo de en medio?, ¿tal vez la propia mujer para proteger su propiedad en Torremolinos?, ¿probablemente el Tirachinas para quedarse con el bar?, ¿posiblemente el calvo para bebérselo?, ¿o el chino mudo para expresarse? El detective se sentó descorazonado y se dispuso a reflexionar sobre su problema: después de todo este no sería el primer examen que suspendería.
“cuentos de matemáticas” J.C. Hervás – A.M. Benavente – F. del Toro
Elaborar Una Sentencia Laboral Por Despido Intempestivo de Un Trabajo Por 5 Años de Trabajo Con Un Salario de 600 Dolares de Acuerdo A Los 44 y 55 Del Codigo de Trabajo - Marcela Quiñonez Caicedo .