Historiografía PDF
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Las diferentes disciplinas que sirven para el estudio historiográfico se agrupan con el
nombre de «ciencias y técnicas historiográficas» (paleografía -que incluiría la
epigrafía y papirología-, documentación o ciencias documentales, sigilografía,
diplomática, codicología, numismática, etc.).10
Índice
Historiografía como meta-historia
Fuentes historiográficas y su tratamiento
Historiografía como producción historiográfica
Historiografía y perspectiva: el objeto de la historia
Alegoría de la escritura de la historia de
Sesgos temporales
Sesgos metodológicos: las fuentes no escritas Jacob de Wit (1754). Una verdad casi
Sesgos espaciales desnuda mantiene un ojo en el escritor de
Sesgos temáticos la historia. Atenea (sabiduría) a la
Ciencias auxiliares o afines de la historia
izquierda da consejos.
Géneros historiográficos
Corrientes historiográficas: el sujeto de la historia
Agrupaciones de historiadores Portal Historia
Un tercer concepto confluyente a la hora de definir la historia como fuente de conocimiento es la «teoría de la historia», que
puede llamarse también «historiología» (término acuñado por José Ortega y Gasset).12 Su papel es estudiar «la estructura, leyes
y condiciones de la realidad histórica»,13 mientras que la «historiografía» es, a la vez: el relato mismo de la historia, el arte de
escribirla, y el estudio científico de sus fuentes, productos y autores.14
Es imposible acabar con la polisemia y la superposición de estos tres términos, pero simplificando al máximo se puede definir:
Una vez despejada la cuestión meramente nominal, queda para la historiografía por tanto el análisis de la historia escrita, las
descripciones del pasado; específicamente de los enfoques en la narración, interpretaciones, visiones de mundo, uso de las
evidencias o documentación y métodos de presentación por los historiadores; y también el estudio de estos mismos, a la vez
sujetos y objetos de la ciencia.
La historiografía, más llanamente, es la manera en que la historia se ha escrito. En un amplio sentido, la historiografía se refiere a
la metodología y a las prácticas de la escritura de la historia. En un sentido más específico, se refiere a escribir sobre la historia en
sí.
Es importante distinguir la materia prima del trabajo de los historiadores (fuente primaria) de los productos semielaborados o
terminados (fuente secundaria e incluso fuente terciaria). Una fuente primaria procede directamente de la época que se está
investigando, o lo que es lo mismo, tienen que haber sido producidos paralela y contemporáneamente a los hechos.15 Son los
testimonios de primera mano, es decir, las leyes, los tratados, las memorias, etc. Una fuente secundaria se ha elaborado con
posterioridad al periodo estudiado. Fuentes secundarias son libros, artículos, mapas, etc., que reelaboran información obtenida
con fuentes primarias.15
Igualmente es importante denotar la diferencia entre fuente y documento y el estudio de las fuentes documentales: su
clasificación, prelación y tipología (escritas, orales, arqueológicas); su tratamiento (reunión, crítica, contraste), y el mantener el
respeto debido a las fuentes, fundamentalmente con su cita fiel. La originalidad del trabajo de los historiadores es un asunto
delicado.
También se utiliza el vocablo historiografía para hablar del conjunto de historiadores de una nación, por ejemplo, en frases
semejantes a esta: «La historiografía española abrió sus brazos y sus archivos desde los años 1930 a los hispanistas franceses y
anglosajones, que renovaron su metodología».
Es necesario diferenciar los dos términos usados más arriba: «producción historiográfica» y «documentación histórica», aunque
en muchos casos coincida que los historiadores utilizan como documentación histórica precisamente la producción historiográfica
anterior.
Por ejemplo: además de un conjunto de documentos archivísticos de la Casa de
Contratación de Sevilla que se produjeron quizá solo para llevar una
contabilidad;17 o de algún material arqueológico que se halle en una excavación
en Perú, y que se depositó sin intención de que nadie lo encontrara; un
historiador americanista tendrá que utilizar la Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, que fue escrita por Bartolomé de las Casas con un afán
histórico indudable, además de con un propósito de la defensa de un interés o su
propio punto de vista.18 Con eso último vemos otra insalvable característica de
Enterramiento de la cultura nazca
la historia que la peculiariza como ciencia: ningún historiador, por muy objetivo
que pretenda ser, es ajeno a sus propios intereses, ideología o mentalidad ni
puede sustraerse a su punto de vista particular. Como mucho puede intentar la intersubjetividad, es decir, tener en cuenta la
existencia múltiples puntos de vista. Para el caso que nos sirve de ejemplo, contrastar las fuentes de Bartolomé de las Casas con
las demás voces que se oyeron en la Junta de Valladolid, entre las que destacó la de su rival Juan Ginés de Sepúlveda, o incluso
con la llamada «visión de los vencidos»,19 que raramente se conserva, pero a veces sí, como ocurre con la Nueva Crónica y Buen
Gobierno del inca Guaman Poma de Ayala20
La reflexión sobre la posibilidad o imposibilidad de un enfoque objetivo lleva a la necesidad de superar la oposición entre
objetividad (la de una inexistente ciencia "pura" que no se contamine con el científico) y subjetividad (implicada en los intereses,
ideología y limitaciones de éste) con el concepto de intersubjetividad, que obliga a considerar la tarea del historiador, como la de
cualquier científico, como un producto social, inseparable del resto de la cultura humana, en diálogo con los demás historiadores
y con la sociedad entera.
Así pues la historia debe segmentarse no solo porque el punto de vista del historiador esté contaminado de subjetividad e
ideología, como habíamos visto, sino porque necesariamente debe optar por un punto de vista, al igual que un científico, si quiere
observar su objeto, debe optar por utilizar un telescopio o un microscopio (o, de forma menos grosera, qué tipo de lente va a
aplicar). Con el punto de vista se determina la selección de la parte de la realidad histórica que se toma como objeto, y que sin
duda dará tanta información sobre el objeto estudiado como sobre las motivaciones del historiador que estudia. Esa visión
sesgada puede ser inconsciente o consciente, asumida con más o menos cinismo por el historiador, y es distinta para cada época,
para cada nacionalidad, religión, clase o ámbito en el que el historiador quiera situarse.
La inevitable pérdida que supone la segmentación, se compensa con la confianza en que otros historiadores harán otras
selecciones, siempre sesgadas, que deben complementarse. La pretensión de conseguir una perspectiva holística, como pretende
la historia total o la historia de las Civilizaciones, no sustituye la necesidad de todas y cada una de las perspectivas parciales como
las que se tratan a continuación:
Sesgos temporales
Los sesgos temporales van desde las periodizaciones clásicas Prehistoria, Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna o Edad
Contemporánea, hasta las historias por siglos, reinados, etc. La periodización clásica (ver su justificación en «División del tiempo
histórico») es discutible tanto por la necesidad de periodos de transición y solapamientos, como por no representar periodos
coincidentes para todos los países del mundo (por lo que ha sido acusada de eurocéntrica).
Los anales fueron uno de los orígenes de la fijación de la memoria de los hechos
históricos en muchas culturas (véase en su artículo y más abajo en Historiografía
de Roma). Las crónicas (que ya en su nombre indican la intención del sesgo
temporal) son usadas como reflejo de los acontecimientos notables de un
periodo, habitualmente un reinado (véase en su artículo y más abajo en
Historiografía de la Edad Media e Historiografía española medieval y moderna).
La arcontología sería la limitación del registro histórico a la lista de nombres que
ocupaban determinados cargos de importancia ordenados cronológicamente. De
hecho, la misma cronología, disciplina auxiliar de la historia, nace en muchas
civilizaciones asociada al cómputo del tiempo pasado que se fija en la memoria
escrita por los nombres de los magistrados, como ocurría en Roma, donde era
más corriente citar un año por ser el de los cónsules tal y cual. En el Antiguo
Egipto, la datación del tiempo se hizo por años (Piedra de Palermo), años, meses
y días de reinado del faraón (Canon Real de Turín), o dinastías (Manetón). Es El punto de vista eurocéntrico: ¿nos
muy significativo que en las culturas no históricas, que no fijan mediante la perturba un mapa «boca abajo»?
escritura la memoria de su pasado, es muy frecuente no plantearse la duración
concreta del tiempo pasado más allá de unos pocos años, que pueden ser incluso
menos que los que dura una vida humana.21 Todo lo que ocurre fuera de ello sería «hace mucho tiempo», o en «tiempo de los
antepasados», que pasa a ser un tiempo mítico, ahistórico.22
El tratamiento cronológico es el más usado por la mayor parte de los historiadores, pues es el que corresponde a la narración
convencional, y el que permite enlazar las causas pasadas con los efectos en el presente o futuro. No obstante, se emplea de
distinta manera: por ejemplo, el historiador siempre tiene que optar por un tratamiento sincrónico o diacrónico de su estudio de
los hechos, aunque muchas veces hacen sucesivamente uno y otro.
El tratamiento diacrónico estudia la evolución temporal de un hecho, por ejemplo: estudiaría la formación de la
clase obrera en Inglaterra a lo largo de los siglos XVIII y XIX)
El tratamiento sincrónico se fija en las diferencias que el hecho histórico estudiado tiene al mismo tiempo pero
en diferentes planos, por ejemplo: compararía la situación de la clase obrera en Francia e Inglaterra en la
coyuntura de la revolución de 1848 (ambos ejemplos están tomados de E. P. Thompson)23
Periodos o momentos especialmente atractivos para los historiadores terminan convirtiéndose, por la intensidad del debate y el
volumen de la producción, en verdaderas especialidades, como la historia de la guerra civil española, la historia de la Revolución
francesa, la soviética o la americana.
También son de consideración las diferentes concepciones del tiempo histórico, que según Fernand Braudel van desde la larga
duración al acontecimiento puntual, pasando por la coyuntura.
Sesgos espaciales
Como la historia continental, historia nacional, historia regional o la historia local. El papel de la historia nacional en la definición
de las propias naciones es innegable (para España, por ejemplo, desde las Crónicas medievales hasta la historia del Padre Mariana
(véase nacionalismo, nación española). Puede también verse, en este mismo artículo (historia de la historia), cómo se agrupan
separadamente los historiadores por nacionalidad, además de por época o tendencia.
La geografía dispone de conceptos no más potentes pero sí menos arbitrarios, que han permitido edificar la prestigiosa rama de la
geografía regional. La historia local es sin duda la de más fácil justificación y validez universal, siempre que supere el nivel de la
simple erudición (que al menos siempre servirá como fuente primaria para obras de mayor ambición explicativa).
Sesgos temáticos
Son los que darían paso a una historia sectorial, presente en la historiografía desde muy antiguo, como ocurre con
Algunas de estas denominaciones encierran no una simple parcelación, sino visiones metodológicas opuestas o divergentes, que
se han multiplicado en el último medio siglo. La historia es hoy más plural que nunca antes, escindida en multitud de
especialidades, tan fragmentada que muchos de sus ramas no se comunican entre ellas, sin ver sujeto ni objeto común:
la microhistoria, que se interesa en la especificidad de los fenómenos sociales desde una perspectiva que ha
sido comparada con la lupa de aumento;
la historia de la vida cotidiana, que desde una selección similar del objeto, abre después el campo de visión
buscando la generalización;
la historia desde abajo, centrada en los grupos sociales desfavorecidos, invisibilizados en la mayor parte de los
registros históricos habituales;
la historia de las mujeres o los llamados estudios de género, como muchas historias transversales, que a veces
pueden englobarse como historia de las minorías, o disgregarse temáticamente como la historia de la
sensibilidad, la historia de la sexualidad, etc.;
modificaciones de la historia económica como la cliometría o la historia de la empresa;
la historia cultural, que registra un nuevo impulso tras varios decenios;
la historia del tiempo presente, creada en los años 1980 y que se interesa en las grandes rupturas de nuestra
época;
la climatología y la genética junto a otras disciplinas, se están dejando notar más recientemente en el debate
historiográfico, a través de la historia ambiental o ecohistoria, los cada vez más utilizados estudios de genética
poblacional;
A veces las etiquetación de las corrientes es obra de sus detractores, con lo que los historiadores en ellas encasillados pueden o no
estar conformes con la manera en que quedan definidos. Tal cosa podría decirse del mismo providencialismo, pero sería más
propio para corrientes más modernas, como el positivismo, la historia evenemencial (de los acontecimientos), etc.
Interpretar la historiografía como parte del ambiente intelectual de la época en que surge es siempre necesario. Toda producción
cultural es dependiente del modelo cultural existente, llámese a esto la moda, del estilo o el paradigma dominante en arte o
filosofía; y es evidente que el registro de la historia es una producción cultural. La deconstrucción, el pensamiento débil o la
posmodernidad, conceptos de finales del siglo XX d. C., han sido la incubadora de la presente deconstrucción de la historia, que
para algunos solo es una narración.25 Una buena manera de distinguir la interpretación de la historia que tiene una corriente
historiográfica es preguntarse a qué considera sujeto histórico o el protagonista
verdadero de la historia.
Agrupaciones de historiadores
Grupos de historiadores que comparten metodología (y se autopromocionan
conjuntamente con el potente mecanismo publicación-cita) surgen a veces en
torno a revistas, como la francesa Escuela de Annales (ver en este mismo
artículo), la inglesa Past and Present o la italiana Quaderni Storici; grupos de
investigación o las propias cátedras universitarias, que son la cúspide de la
reproducción de las élites historiográficas, a través del clientelismo y el
reconocimiento entre pares (peer review).
No obstante, el desarrollo y variedad que ha alcanzado la historiografía en la Civilización Occidental es de un nivel distinto a
todas ellas.
Antigua Grecia
Los primeros cronistas griegos, que se interesaron sobre todo en los mitos de
origen (los logógrafos), practicaban ya el recitado de acontecimientos. Su
narración podía apoyarse en escritos, como era el caso de Hecateo de Mileto
(segunda mitad del siglo VI d. C. a. C.). En el siglo V d. C. a. C., Heródoto de
Halicarnaso se diferencia de ellos por su voluntad de distinguir lo verdadero de
lo falso; por ello realiza su "investigación" (etimológicamente: "historia"). Una
generación después, con Tucídides, esta preocupación se transforma en espíritu
crítico, fundado sobre la confrontación de diversas fuentes orales y escritas. Su
Historia de la guerra del Peloponeso puede ser vista como la primera verdadera
obra historiográfica.
Antigua Roma
Véase también: Historiografía romana
La civilización romana dispone, a semejanza de los griegos Homero y Hesiodo, de mitos de origen que recogió Virgilio
poetizados en la Eneida como un elemento del programa ideológico diseñado por Augusto. También al menos desde la
República, mantuvo un cuidado especial por la recopilación de hechos en Anales, la legislación escrita y los archivos vinculados
al sagrado de los templos. Hasta las guerras púnicas la recopilación de los principales sucesos acaecidos estaba a cargo de los
pontífices, en forma de crónicas anuales.
La primera obra histórica completa latina es Los Orígenes de Catón (siglo III d. C. a. C.).
El contacto de Roma con el mundo mediterráneo, primero Cartago, y sobre todo Grecia, Egipto y Oriente fue fundamental para
ampliar la visión y utilidad de su género histórico. Los historiadores (sean romanos o griegos) acompañarán en las campañas
militares a los ejércitos, con el declarado fin de preservar su memoria a la posteridad, recopilar información de utilidad y
justificar sus acciones. La lengua culta, el griego, se utilizará para este género a la par que la más sobria latina.
Salustio, el Tucídides romano, escribe De Coniuratione Catilinae (la Conjuración de Catilina, de la que es contemporáneo,
63 a. C.). Realiza un relato extenso de las causas lejanas de la conjuración, así como de la ambiciones de Catilina, retratado como
un noble degenerado y sin escrúpulos. En Bellum Ingurthinum (guerra de Yugurta rey de los númidas, 111 a. C. a 105 a. C.),
denuncia un escándalo colonial. Historiae era su obra más ambiciosa y madura, conservada parcialmente, que abarcaba en cinco
libros los doce años transcurridos desde la muerte de Sila en el 78 a. C. hasta el 67 a. C. No es la precisión histórica lo que le
interesa, sino la narración de unos hechos con sus causas y consecuencias, así como la posibilidad de esclarecer el desarrollo del
proceso de la degeneración en que la República se vio inmersa. Aparte del individuo, el objeto de su observación se centra en las
clases sociales y las facciones políticas: idealiza un pasado virtuoso, y detecta un proceso de decadencia que atribuye a los vicios
morales, a la discordia social y al abuso del poder por parte de las distintas facciones políticas.
Julio César con su Commentarii Rerum Gestarum, acerca de dos de las más grandes acciones bélicas que llevó a cabo: la guerra
de las Galias (58 a. C.-52 a. C.) (De Bello Gallico) y la guerra civil (49 a. C.-48 a. C.) (De Bello Civili).
Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.), con los 142 libros de Ab Urbe Condita, divididos en grupos de diez libros que se conocen con el
nombre de "décadas", que se han perdido en su mayor parte, escribe una gran historia nacional, cuyo único tema es Roma
("fortuna populi romani") y cuyos únicos actores son el Senado y el pueblo de Roma ("senatus populusque romanus" o SPQR).
Su propósito general es ético y didáctico; sus métodos fueron los del griego Isócrates del siglo IV d. C. a. C.: es el deber de la
historia decir la verdad y ser imparcial, pero la verdad debe presentarse con una forma elaborada y literaria. Utiliza como fuente a
los primeros analistas y a Polibio, pero su patriotismo le lleva a deformar la realidad en detrimento de lo exterior y a un escaso
espíritu crítico. Es historiador de gabinete, no viaja ni conoce personalmente los escenarios de los hechos que describe.
Publio Cornelio Tácito (55-120 d. C.), el gran historiador del Imperio bajo los Flavios, es sobre todo un investigador de las
causas.
La nómina de historiadores de época romana es extensísima, tanto en lengua latina (Plinio el Viejo, Suetonio...)31 como en griega
(Estrabón, Plutarco).
En la decadencia de Roma, el cristianismo vendrá a dar un cambio metodológico radical, introduciendo el providencialismo de
Agustín de Hipona. Es ejemplo Orosio, presbítero hispano de Braga (Historiae adversum paganus).
Edad Media
Véase también: Historiografía cristiana
Véase también: Historiografía eclesiástica medieval
La historiografía medieval se escribe principalmente por hagiógrafos, cronistas,
miembros del clero episcopal cercanos al poder, o por monjes. Se escriben
genealogías, anales áridos, listas cronológicas de acontecimientos sucedidos en
los reinos de sus soberanos (anales reales) o sucesión de abades (anales
monásticos); vidas (biografías de carácter edificante, como las de los santos
merovingios, o más tarde de los reyes de Francia), e historias que cuentan el
nacimiento de una nación cristiana, exaltan una dinastía o, al contrario, fustigan
a los malvados desde una perspectiva religiosa. Esta historia, de la que son
muestra Moisés de Corene (Historia de Armenia, siglo V d. C.), Isidoro de
Sevilla (Etimologías e Historia Gothorum, siglo VII d. C.), Beda el Venerable
(Historia eclesiástica del pueblo inglés, siglo VIII d. C.), Pablo el Diácono
(Historia gentis Langobadorum, siglo VIII d. C.), Eginhardo (Vita Karoli Magni,
siglo IX d. C.) o Néstor el Cronista (Primera crónica rusa, siglos XI al XII); es
providencialista, de inspiración agustinista, e inscribe las acciones de los
hombres en los designios de Dios. Hay que esperar al siglo XIV d. C. para que Beda el Venerable
cronistas como el francés Froissart o el florentino Matteo Villani se interesen por
el pueblo, gran ausente de la producción de este periodo.
Edad Moderna
Véase también: Historiografía moderna
Durante el Renacimiento, el humanismo aporta un gusto renovado por el estudio de los textos antiguos, griegos o latinos, pero
también por el estudio de nuevos soportes: las inscripciones (epigrafía), las monedas (numismática) o las cartas, diplomas y otros
documentos (diplomática). Estas nuevas ciencias auxiliares de la época moderna contribuyen a enriquecer los métodos de los
historiadores: en 1681 Dom Mabillon indica los criterios que permiten determinar la autenticidad de un acta por la comparación
de fuentes diferentes en De Re Diplomática. En Nápoles, más de doscientos años antes, Lorenzo Valla al servicio de Alfonso V
de Aragón había conseguido demostrar la falsedad de la pseudo-Donación de Constantino. Giorgio Vasari con sus Vidas de
artistas nos ofrece a la vez una fuente y un método historiográfico para la historia del Arte.
En esta época la historia no se diferencia de la geografía ni siquiera de las ciencias naturales. Se dividía en dos partes: la historia
general (la que hoy llamaríamos historia) y la historia natural (ciencias naturales y geografía). Este sentido amplio de historia se
explica por la etimología del término (ver Historia#Etimología).
La cuestión de la unidad del reino que plantean las guerras de religión de Francia en el siglo XVI d. C. dan origen a trabajos de
historiadores que pertenecen a la corriente llamada historia perfecta, que muestra que la unidad política y religiosa de la Francia
moderna es necesaria, al derivarse de sus orígenes galos (Etienne Pasquier, Recherches de la France). El providencialismo de
autores como Bossuet (Discurso sobre la historia universal, 1681), tiende a devaluar la significación de cualquier cambio
histórico.
En paralelo, la historia se muestra como instrumento de poder: se pone al servicio de los príncipes, desde Maquiavelo y
Guicciardini hasta los panegiristas de Luis XIV, entre los que se cuenta Jean Racine.
Las crónicas
Para Asturias, León y Castilla se encadenan sucesivamente en un conjunto muy completo, que comienza realmente con dos
crónicas redactadas en territorio andalusí:
la Crónica bizantina-arábiga (741) y la Crónica Mozárabe (754), que preceden a una crónica perdida del reinado
de Alfonso II y establecen su continuidad con las de Alfonso III a finales del siglo IX d. C. (Crónica Albeldense,
Crónica Profética, Crónica Rotense y Crónica Sebastianense);
la de Sampiro (del reinado de Bermudo II, cercana al año 1000);
las del siglo XII d. C. (Crónica Silense en torno al 1110, la de Pelayo, obispo de Oviedo, la Crónica de Emperador
Alfonso VII y la del monje anónimo de Nájera, estas tres de finales del siglo);
las del reinado de Fernando III el Santo (Chronicon mundi de Lucas, obispo de Tuy, Crónica latina de los Reyes
de Castilla de Juan, obispo de Osma y De rebus Hispaniae del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada);
las de Alfonso X el Sabio (Estoria de España, editada por Ramón Menéndez Pidal con el título de Primera
Crónica General, y la Grande e General Estoria);
llegando a las del siglo XIV d. C., en que destacan las Crónicas de
Pedro López de Ayala (Crónica del rey don Pedro, la de Enrique II,
la de Juan I y la inacabada de Enrique III), más sobrias y pegadas a
los hechos que las contemporáneas europeas, aunque su fin
primordial fuera la autojustificación de su autor, Canciller de Castilla,
que también compuso un Rimado de Palacio donde describe a sus
contemporáneos.
En el siglo XV d. C. la recopilación cronística se multiplicó:
Para la Corona de Aragón, tras las Gesta veterum Comitum Barcinonensium et Regum Aragonensium35 (iniciada el siglo XII d. C.
y continuada hasta el XIV), se destacan el Llibre dels feits o Crónica de Jaime I el Conquistador; la Crónica de San Juan de la
Peña o de Pedro el Ceremonioso; la de Ramón Muntaner, que cubre el periodo 1207-1328, incluyendo la famosa expedición de
los almogávares, en la que participó; y la de Bernat Desclot Llibre del rei En Pere d'Aragó e dels seus antecessors passats
(segunda mitad del siglo XIII d. C.).
Completan el panorama peninsular la Crónica de los Reyes de Navarra (1454) del Príncipe de Viana (compuesta para justificar su
aspiración al trono) y los Annales Portugaleses Veteres (987-1079).
Siglo XVI
Después de la unificación de los Reyes Católicos, ya en la Edad Moderna, continúa explícitamente con esa misma función la
monumental Historia de España del Padre Mariana (De Rebus Hispaniae libri XX, 1592, aumentada a treinta libros en su propia
traducción al castellano en 1601), célebre por otro lado por su defensa del tiranicidio en De Rege et regis institutione escrita para
la educación de Felipe III. Otros cronistas del siglo XVI d. C. son Florián de Ocampo y Ambrosio de Morales (continuando este la
Crónica General en cinco libros iniciada por aquel); Jerónimo Zurita (Anales de la Corona de Aragón) y Esteban de Garibay
(Compendio historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España).
Siglo XVII
La historiografía barroca incluye fantasiosas manipulaciones históricas, como los plomos del Sacromonte o los falsos cronicones
de Ramón de la Higuera y Antonio Lupián Zapata. Fray Prudencio de Sandoval continúa la crónica de Ocampo y Morales y
redacta una Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V; Pedro de Salazar y Mendoza un Origen de las dignidades
seglares de Castilla y León, y Bartolomé Leonardo de Argensola los Anales de
Aragón.
A finales del siglo XVII d. C., la reflexión sobre la historiografía misma surge en
España como necesidad derivada de la acumulación de tan ingente corpus
cronístico, siendo su primer intento la Noticia y juicio de los más principales
historiadores de España, de Gaspar Ibáñez de Segovia, Marqués de Mondéjar
(publicado tras su muerte en 1708).
Aríb de Córdoba, secretario de al-Hakam II, escribió una Crónica de su gobierno, y en el mismo reinado Muhammad al-Jusaní
(muerto en 361/971) el Kitáb al-qudá bi-Qurtuba, historia de los cadíes (jueces) de Córdoba.
En época de Almanzor se escribe una historia controladísima, como es la de Ibn Asim, significativamente titulada al-Ma´atir al-
camiriyya (Gestas amiríes), obra que solo conocemos por referencias.
Entre los historiadores del siglo XI d. C. (V de la Hégira), la edad de oro coincidente con la descomposición del califato y los
reinos de taifas, sobresalen los cordobeses Ibn Hazm (Fisal o Historia crítica de las religiones, sectas y escuelas) e Ibn Hayyán
(Muqtabis el Matín).
En el siglo XIII d. C., el alcireño Ibn Amira escribió la Kitab Raih Mayurqa (Libro del reino de Mallorca).36
Ya fuera del periodo de presencia musulmana en Al-Andalus completa la historiografía islámica clásica Al-Maqqari, con su Nafh
al-Tib (siglos XVI-XVII), que reúne muchas fuentes anteriores. Las fuentes musulmanas son, en general, peor conocidas, e
incluirían las posteriores a la Reconquista, como la poco conocida Historia de Ibn Idhari (siglo XVI d. C.).37
El descubrimiento de Pompeya renueva el interés por la Antigüedad clásica (Neoclasicismo) y proporciona materiales que
inauguran una naciente ciencia de la arqueología. Las naciones europeas alejadas del Mediterráneo buscan sus orígenes históricos
en mitos y leyendas que a veces se inventan (el Ossian de James Macpherson, que simuló haber encontrado al Homero celta).
También se interesan en las costumbres nacionales los franceses Fenelon, Voltaire (Historia del imperio de Rusia bajo Pedro el
Grande y El siglo de Luis XIV, 1751) y Montesquieu, que teoriza sobre ello en El espíritu de las leyes. En Inglaterra, Edward
Gibbon escribe su monumental Historia del Declive y Caída del Imperio romano (1776-1788), donde hace de la precisión un
aspecto esencial del trabajo del historiador.
Los límites de la historiografía del siglo XVIII d. C. son la sumisión a la moral y la inclusión de juicios de parte, con lo que su
objeto permanece limitado.
En España destaca la España Sagrada del padre agustino Enrique Flórez, recopilación de documentos de historia eclesiástica,
expuesta con criterio ultraconservador (1747 y continuada tras su muerte hasta el siglo XX d. C.) y la Historia crítica de España
del jesuita desterrado Juan Francisco Masdeu; desde una perspectiva más ilustrada tendríamos al regalista Melchor Rafael de
Macanaz, al crítico Gregorio Mayans y Siscar (uno de sus discípulos, Francisco Cerdá y Rico, intentó emular a Lorenzo Valla
discutiendo la veracidad del medieval voto de Santiago), y más avanzado el siglo al propio Gaspar Melchor de Jovellanos, Juan
Sempere y Guarinos, Eugenio Larruga y Boneta (Memorias políticas y económicas), y el espléndido documento recopilatorio que
es el Viaje de España de Antonio Ponz. Intermedio entre ambas tendencias se encuentra el caso de Juan Pablo Forner, casticista
en su famosa Oración apologética por España y su mérito literiario (1786) y reformista en otras obras, publicadas después de su
muerte.
En Francia, desde los años 1860, el historiador Fustel de Coulanges escribe la historia no es un arte, es una ciencia pura, como la
física o la geología. Sin embargo la historia se implica en el debate de su época y está influida por las grandes ideologías, como el
liberalismo de Alexis de Tocqueville y François Guizot. Sobre todo, se deja influir por el nacionalismo e incluso el racismo.
Coulanges y Mommsen trasladan al debate historiográfico el enfrentamiento de la guerra francoprusiana de 1870. Cada
historiador tiende a encontrar las cualidades de su pueblo (el "genio"). Se fundan las grandes historias nacionales.
La propuesta de Wilhelm Dilthey de separación de campos entre las ciencias naturales, objetivas; y las ciencias del espíritu,
subjetivas, situaba a la historia entre estas. Su deseo era superar tanto el eruditismo entendido como mero coleccionismo de
hechos individuales, como el recurso a métodos de ciencias ajenas a la historia, por lo que optaba por leyes psicológicas para
garantizar el carácter científico de la interpretación de los acontecimientos.
Hegel y Marx introducen el cambio social en la historia. Los historiadores anteriores se habían centrado en los ciclos de auge y
decadencia de gobernantes y naciones. Una nueva disciplina emergente aporta el análisis y la comparación a gran escala: la
sociología. Desde la historia del arte, estudios como el de Jacob Burckhardt sobre el Renacimiento se convierten en la referencia
para entender los fenómenos culturales. La arqueología pone en contacto el mito con la realidad histórica, tanto en Egipto como
en Mesopotamia y Grecia (Heinrich Schliemann en Troya, Micenas y Tirinto, y más tarde Arthur Evans en Creta); todo ello en un
ambiente romántico y aventurero que se va depurando para hacerse científico, aunque no desaparece, como prueba la tardía
aportación de Howard Carter (Tutankamon) y la imagen popular de los arqueólogos que perpetúa el cine (Indiana Jones). La
antropología aplicada a la explicación de los mitos produjo el monumental trabajo de James George Frazer (La rama dorada), a
partir del cual la historiadores pudieron replantearse su punto de vista sobre la relación de las sociedades humanas de todas las
épocas con la magia, la religión e incluso la ciencia.
Simultáneamente y en contraste, se desarrollan disciplinas anejas que tienden a la generalización, como historia cultural o la
historia de las ideas, con Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media) o Paul Hazard (La crisis de la conciencia europea) entre
sus iniciadores. Ensayistas como Oswald Spengler (La decadencia de Occidente) y Arnold J. Toynbee (Un estudio de la Historia)
en famosa controversia, publican profundas reflexiones sobre el concepto mismo de civilización que junto con la Rebelión de las
Masas o España invertebrada de José Ortega y Gasset se divulgaron extraordinariamente, al ser el reflejo del pesimismo
intelectual de entreguerras. Más cercano al método del historiador, y no menos profundo, es el trabajo de sus contemporáneos el
belga Henri Pirenne (Mahoma y Carlomagno), o el australiano Vere Gordon Childe (padre del concepto Revolución neolítica).
No obstante, la principal transformación de la historia de los acontecimientos viene de aportes exteriores: Por un lado el
materialismo histórico de inspiración marxista, que introduce la economía en las preocupaciones del historiador. Por otro lado, la
perturbación causada en la historiografía por los desarrollos políticos, técnicos, económicos o sociales que conoce el mundo, sin
olvidar los conflictos mundiales. Nuevas ciencias auxiliares aparecen o se desarrollan considerablemente: arqueología,
demografía, sociología y antropología, bajo la influencia del estructuralismo.
La Escuela de Annales
En torno a la revista Annales d’histoire économique et sociale, fundada por
Lucien Febvre y Marc Bloch en 1928, surgió na corriente de pensamiento (la
llamada escuela de Annales) que agrandó el campo de la disciplina al solicitar la
confluencia de otras ciencias, en particular la sociología; y más genéricamente
transformó la historia ampliando su objeto más allá del acontecimiento e
inscribiéndola en la larga duración (longue durée). Tras el paréntesis de la
segunda guerra mundial, Fernand Braudel continúa la revista y recurre por
primera vez a la geografía, la economía política y la sociología para elaborar su
tesis de economía-mundo (ejemplo clásico es El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en tiempo de Felipe II).
La visión de la Edad Media cambia completamente tras una relectura crítica de las fuentes, que tienen su mejor parte justo en lo
que no mencionan (Georges Duby).
Privilegiando la larga duración al tiempo corto de la historia de los acontecimientos, muchos historiadores proponen repensar el
campo de la historia desde Annales, entre ellos Emmanuel Le Roy Ladurie o Pierre Goubert.
Alternativas a Annales
Otros historiadores franceses, fuera de Annales, Philippe Ariès, Jean Delumeau y Michel Foucault, este último en las fronteras de
la filosofía, describen la historia de los temas de la vida diaria, como la muerte, el miedo y la sexualidad. Quieren que la historia
escriba sobre todos los temas, y que todas las preguntas se respondan.
Desde una orientación completamente opuesta (la derecha católica), Roland
Mousnier realizó una aportación decisiva a la historia social del Antiguo
Régimen, negando la existencia de lucha de clases e incluso de estas mismas, en
beneficio de lo que describe como una sociedad de órdenes y relaciones
clientelares.39
Entre sus representantes más significativos están Peter Burke, Roger Chartier,
Robert Darnton, Patrice Higonnet, Lynn Hunt, Keith Jerkins y Sarah Maza. Su
objeto de estudio se centra en las culturas a lo largo de la historia, entendiéndose
por "culturas" según la definición de Clifford Geertz en su método de la
"descripción densa", a la dimensión simbólica de la acción como un conjunto de
significados heredados y expresados simbólicamente en los hábitos de la vida
cotidiana. La historia cultural considera que todas las sociedades del pasado han
tenido cultura, sin hacer juicios de valor en considerar a unas mejores o peores
que otras. Otro principio clave de esta corriente historiográfica, es aplicar el Peter Burke
concepto de la "otredad", es decir, ver al "otro" desde "el otro" a las demás
culturas. Consideran que no existe una cultura homogénea, sino que hay
"subculturas" insertas a su vez, dentro de otras culturas, civilizaciones o regiones. La cultura, es concebida como la tradición
recibida y modificada por quienes la han heredado, y que a su vez, han hecho una "construcción simbólica" de las sociedades.40
Una de las grandes polémicas revisionistas (en el buen sentido) vino con el segundo centenario de la Revolución francesa (1989).
Autores de tendencia estructuralista, cercanos a Annales (François Furet o Denis Richet), sintetizaron los estudios de las décadas
de 1970 y 1980 en lo que pretendía ser un nuevo paradigma interpretativo alternativo al marxista que había dominado la historia
social del periodo: Albert Soboul, Jacques Godechot, y más recientemente Claude Mazauric, Michel Vovelle o Crane Brinton
(Anatomía de la Revolución). Lejano de ambas tendencias, Simon Schama y los nuevos narrativistas hacen una historia cultural
de lo político y muy narrativa, anti-estrucutralista y de tintes tendencialmente conservadores (iniciada por Richard Cobb ya en la
década de 1970). También mantiene distancia frente a la nouvelle Histoire Politique de René Rémond. Arno Mayer se lamenta de
que la revisión haya dado cancha a un uso político de la historia en el que se condenan a priori las revoluciones como
inherentemente perversas.43
Sin necesidad de conmemorar algo más concreto que su propia intemporalidad, pero con el mismo afán justificativo (en el que
tiene milenios de ventaja) la Iglesia Católica española ha realizado el conjunto de exposiciones más notable: Las edades del
hombre,45 repaso temático de asuntos religiosos ilustrado sucesivamente con distintos soportes histórico-artísticos
exquisitamente seleccionados y expuestos (libros, música, escultura...) itinerante por las catedrales de Castilla y León, que en sí
mismas ya justificaban la visita. El mismo formato y comisario tenía Inmaculada, que conmemoraba el 150 anniversario del
dogma (Catedral de la Almudena, Madrid, 2006) y que sirvió para compensar la reciente inauguración del edificio, de gusto y
decoración discutidos. Inspirada en ellas se realizó por el gobierno navarro la exposición Las Edades de un Reino (Pamplona
2006, coincidiendo con la del centenario de San Francisco Javier en Javier).
Historiografía anglosajona
Los Estados Unidos son muy pródigos en la experimentación de nuevos enfoques metodológicos, como
el cuantitativismo de la cliometría o new economic history (nueva historia económica) norteamericana, de Robert
Fogel y Douglass North, premios Nobel de economía de 1993 (de los pocos historiadores que han recibido el
Premio Nobel, con los de literatura de Theodor Mommsen y Winston Churchill).
los case-studies (desde los años 1970). Un case study es un método particular de investigación cualitativa. Más
que utilizar grandes bases de datos y rígidos protocolos para examinar un número limitado de variables, este
método implica un examen longitudinal de un caso: un solo hecho. La historia se acerca al método
experimental.46
la llamada World History (desde los años 1980), que compara las diferencias y semejanzas entre regiones del
mundo y llega a nuevos conceptos para describirlas (considera a Arnold J. Toynbee un precursor).
También es destacable el papel de Estados Unidos como receptor de intelectuales europeos antes y después de la segunda guerra
mundial, como fue el caso de Mircea Eliade, el mayor renovador de la historia de las religiones o historia de las creencias (Lo
sagrado y lo profano, El mito del Eterno Retorno).
Pero las principales aportaciones de los historiadores ingleses, que disponen de publicaciones comparables a Annales (Past and
Present) están en el centro de la corriente principal de producción historiográfica, para el caso de esta revista, de tendencia
marxista, entre los que figuran autores de la talla de E. P. Thompson, Eric Hobsbawm, Perry Anderson, Maurice Dobb,
Christopher Hill, Rodney Hilton, Paul Sweezy, John Merrington... que en modo alguno debemos entender como una tendencia
unitaria, pues, tras los años de la segunda guerra mundial y su posguerra (en que muchos de ellos funcionaron como el Grupo de
historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña) fueron alejándose entre sí y de las posiciones marxistas ortodoxas, dando
origen a lo que se ha venido en llamar tendencia marxiana. Las polémicas entre ellos y con autores no marxistas, como H. R.
Trevor-Roper, se hicieron merecidamente famosas.
Cada autor debe verse a través de su posición personal, como los norteamericanos John Lukacs, Gertrude Himmelfarb, Peter Gay
(perspectiva psicológica) o Immanuel Wallerstein (del campo de la historia económica y social, que ha desarrollado un concepto
de sistema mundial en la línea de Fernand Braudel); los británicos Steven Runciman (medievalista imprescindible para las
Cruzadas), E. H. Carr o Lawrence Stone; los canadienses Donald Creighton o Bruce Trigger (etnohistoriador y arqueólogo); o los
ya citados Arno Mayer, Richard Cobb, Crane Brinton o Simon Schama.
Historiografía italiana
En torno a la revista Quaderni Storici, un grupo de historiadores italianos desarrolló a partir de finales de siglo XX d. C. una
innovadora extensión de la historia social que denominaron Microhistoria (Giovanni Levi, Carlo Ginzburg). Con alguna
aproximación a este método, Carlo M. Cipolla hace sobre todo una historia económica de gran envergadura, así como reflexiones
metodológicas interesantes (la parodia Allegro ma non troppo).
Historiografía alemana
La introspección de los intelectuales alemanes ante su papel frente al nazismo y los distintos grados de responsabilidad de la
nación, el pueblo o las clases dirigentes alemanas sobre las dos guerras mundiales y el convulso período de entreguerras que
presenció el surgimiento del nazismo fue objeto de la atención de historiadores de muy distintas tendencias, como Gerhard Ritter
Hans-Ulrich Wehler o Karl Dietrich Bracher. La denominada polémica de los historiadores de los años ochenta entre el filósofo
Jürgen Habermas (que sostenía la presencia constante del nazismo) e historiadores como Ernst Nolte y Joachim Fest (quienes
pretendían tomar distancia frente a "ese pasado que no pasa" analizando cuestiones tan espinosas como el Holocausto desde una
perspectiva que a sus oponentes parecía casi justificadora, equiparando nazismo y comunismo) presidió la década de los ochenta,
previa a la reunificación alemana de 1989.47
Los hispanistas
La disponibilidad de materia prima documental en los archivos españoles atraen a profesionales formados en las universidades
europeas o norteamericanas, en una especie de fuga de cerebros al revés que renovó la metodología y las perspectivas de los
historiadores españoles.
Maurice Legendre fue uno de los iniciadores del hispanismo francés a través de la Casa de Velázquez, siguiéndole una
impresionante nómina: Marcel Bataillon (con su imprescindible Erasmo en España), Pierre Vilar (Cataluña en la España
Moderna y su breve pero influyente Historia de España), Bartolomé Bennassar (modelo de cómo la historia local puede
integrarse en la corriente central de la historiografía de vanguardia con su Valladolid en el siglo de oro),48 Georges Demerson,
Joseph Pérez (autoridad para las Comunidades, la Inquisición, los judíos...), Jean Sarrailh (ejemplo de síntesis de una época con
La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII d. C.)...
El hispanismo anglosajón tiene como uno de sus decanos a Gerald Brenan (observador de El laberinto español desde su atalaya
en las Alpujarras), secundado por una lista no menos impresionante que la francesa: Hugh Thomas (durante mucho tiempo el
autor más citado de su especialidad con Spanish Civil War), John Elliott (que con El Conde-Duque de Olivares ha dado muestra
de cómo puede una biografía reflejar una época), John Lynch, Henry Kamen, Ian Gibson (irlandés nacionalizado español, autor
de imprescindibles biografías de los gigantes culturales del siglo XX d. C.), Paul Preston, Gabriel Jackson, Stanley G. Payne,
Raymond Carr, Geoffrey Parker, Edward Malefakis...
En la segunda mitad del siglo XX d. C. se produce una intensa renovación metodológica en todas las ramas de la ciencia histórica,
y se multiplican los departamentos universitarios. Algunos historiadores vuelven del exilio, donde se habían mantenido como
referentes de una forma de hacer historia no sometida a censura, es el caso de Manuel Tuñón de Lara, preocupado por la reflexión
metodológica (materialismo histórico) a la vez que mantiene una postura militante en política. Es de destacar la labor efectuada,
también en Francia, por la Editorial Ruedo Ibérico, cuyos libros se distribuían de forma semiclandestina, así como de algunas en
México (Fondo de Cultura Económica).
Hay una división clara entre una minoría de historiadores conservadores (Luis Suárez Fernández, Ricardo de la Cierva) y una
mayoría abiertos a las nuevas tendencias, que no forman una corriente historiográfica unida. Ver Gonzalo Anes, Julio Aróstegui,
Miguel Artola, Ángel Bahamonde, Bartolomé Clavero, Manuel Espadas Burgos, Manuel Fernández Álvarez, Emiliano Fernández
de Pinedo, Josep Fontana, Jordi Nadal, Gabriel Tortella, Javier Tusell, Julio Valdeón Baruque...
Son reseñables las figuras destacadas en campos de estudio concretos: la de Francisco Tomás y Valiente y Alfonso García-Gallo
en la historia del Derecho, la de Emilio García Gómez en el arabismo, la de Guillermo Céspedes del Castillo en americanística, la
de Antonio García y Bellido y Antonio Blanco Freijeiro en la arqueología, las de Pedro Bosch Gimpera, Luis Pericot, Juan
Maluquer o Emiliano Aguirre en la prehistoria (la de este último vinculada al inicio del excepcional yacimiento de Atapuerca,
cuyo estudio es continuado por Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro que han puesto a la
prehistoria española en el centro de la atención mundial).
En la actualidad el debate en torno a la Segunda República Española, la Revolución de octubre de 1934 y la Guerra Civil
Española, que afecta incluso a cuestiones tan aparentemente peregrinas como qué fecha tomar como comienzo de ésta,51 está
llenando los estantes de los supermercados con una literatura que algunos llaman revisionismo histórico, por paralelismo con el
negacionismo del Holocausto. La necesidad de que determinadas afirmaciones o negaciones historiográficas sean objeto de
sanción penal es objeto de debate.52
No es la española la única historiografía que debe enfrentarse con la excentricidad: el caso más llamativo de los últimos años ha
sido seguramente el de la atribución del descubrimiento de América al almirante chino Zheng He.53
Sobrepasar la frontera de la historia excéntrica es entrar de lleno en el fraude histórico, en el que hay egregios precedentes: desde
la Donación de Constantino (que justificó el poder temporal de los papas) a los Protocolos de los Sabios de Sion (que alimentaron
el antisemitismo y están en el origen de la Conspiración Judeomasónica). El caso reciente más estrafalario (sin llegar al éxito de
los anteriores, por lo que como mucho se puede comparar a los intentos fallidos de falsificar la historia, como los plomos del
Sacromonte), es el de los famosos (y falsos) Diarios de Hitler publicados por la revista Stern en 1983, con los que un historiador
tan serio como Trevor Roper fue engañado o se dejó engañar. El último en desvelarse, de momento, es el de los documentos
falsificados e introducidos en archivos británicos que sustentaron los libros donde Martin Allen revelaba extrañas conspiraciones
durante la Segunda Guerra Mundial.54
La utilización de la historiografía para falsear la historia es tan antigua como la propia disciplina (habría que remontarse al menos
hasta Ramsés II y la batalla de Kadesh), pero en el siglo XX d. C. la capacidad que alcanza el Estado y los medios de
comunicación de masas (llamados cuarto poder) permitieron a los regímenes totalitarios jugar con la posibilidad de cambiar la
historia, no solo hacia el futuro, sino hacia el pasado. La novela 1984 de George Orwell (1948) es un testimonio de lo verosímil
que esto resultaba. Las fotografías retocadas fueron una especialidad no solo de Stalin contra Trotsky, sino del mismo Francisco
Franco con Hitler.55 El propio Winston Churchill tenía claro, incluso desde la democracia, que "La historia será amable
conmigo, porque tengo la intención de escribirla".56 La reflexión acerca de si la historia es escrita por los vencedores es una tarea
más propia de los filósofos de la historia.
Lo cierto es que en historia todo cambia, nada es permanente, y mucho menos su ocultamiento, como prueba el debate sobre la
subasta al alza de malignidad entre izquierdas y derechas, que aún dará para muchos libros como el de Stéphane Courtois (El
libro negro del comunismo, 1997) y su respuesta El libro negro del capitalismo.
Véase también
Archivística
Arqueología
Documentación
Historia cultural
Historia natural
Historia universal
Gran Historia
Historia de las ideas
Historia e historiografía
Historia evenemencial
Larga duración (historiografía)
Tiempo histórico
Tiempo geológico
Historia de América
Edad Media
Historia y teoría de la Arqueología
Estudio de la Historia del Arte
Acontecimiento
Coyuntura
Fernand Braudel
Fuente histórica
Método histórico
Historiología
Ciencias Históricas
Referencias
3. La expresión "arte de la historia" es muy abundante
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Madrid: Espasa. ISBN 978-84-670-4189-7. sentido de designar la denominación o calificación de
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Academias de la Lengua Española (2014). 4. La denominación ciencia histórica es muy
abundante en la bibliografía ([2] (http://www.google.e
«historiógrafo» (http://dle.rae.es/histori%C3%B3graf s/search?tbm=bks&tbo=1&q=ciencia+hist%C3%B3ri
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Enlaces externos
Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Historiografía.
Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Historiadores.
Wikcionario tiene definiciones y otra información sobre historiografía.
Portal sobre Historiografía y Cultura Histórica (http://www.culturahistorica.es)
Revista de Historiografía (https://web.archive.org/web/20080920155543/http://turan.uc3m.es/uc3m/inst/JCB/revis
tapre.html) del Instituto de Historiografía de la Universidad Carlos III. Director: Jaime Alvar Ezquerra
Esteban Sarasa Sánchez y Eliseo Serrano Martín (coords.): Revista de Historia Jerónimo Zurita. Historiadores
de la España Medieval y Moderna (http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/23/05/_ebook.pdf), 73 (1998),
Zaragoza, Institución «Fernando el Católico». ISSN 0044-5517.
Los historiadores y sus textos. Siglos XX-XXI, las nuevas historias. Duda de Lutyk, Marta y Bustos de Evans, Silvia
(Coord.). 1° ed. Mendoza: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo,
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