Alter Ali Dad
Alter Ali Dad
Alter Ali Dad
PRÁCTICA DE LA ENFERMERÍA
¿QUÉ ES LA ALTERALIDAD?
Viene del latino «alter» (el «otro» desde el punto de vista del «yo»)
El concepto de alteridad aparece con el descubrimiento que hace el «yo» del «otro»,
con lo que surge una amplia diversidad de imágenes del otro, representaciones del
«nosotros» y múltiples visiones del «yo».
Más allá de las diferencias, todas las imágenes del «otro» conviven en mundos
diferentes inmersos en el mismo universo. Representaciones imaginarias de personas
radicalmente distintas, antes insospechadas.
En este sentido, la alteridad implica que un individuo sea capaz de ponerse en el lugar
del otro, lo cual posibilita que pueda establecer relaciones con otras basadas en el
diálogo y la conciencia y valoración de las diferencias existentes.
TEORÍA DE LEVINAS:
Emmanuel Levinas después de hacer un análisis de toda la filosofía, comienza a crear
una filosofía altamente original, dejando a un lado la ontología y se preocupa más por
la ética. Pero ¿cuál fue el motivo por el que el filósofo de Kaunas decide independizarse
de su maestro e iniciarse en una nueva búsqueda? O ¿Por qué puso en duda la
primacía de la ontología? En resumen ¿Por qué la ética como filosofía primera?
Primeramente hay que recalcar que uno de los motivos que dispusieron a Levinas a
separarse de su maestro (Heidegger), es la cercanía que éste tuvo con los nazis.
Porque no hay que olvidar que nuestro autor vivió la Segunda Guerra Mundial, en la
cual sufrió la pérdida de su familia. Él vivió las dimensiones ontológicas que Heidegger
mantenía. Y es así que comienza su interés por la persona y destierra el ser como
objeto de estudio.
Otra cosa importante que hace Levinas es cambiar el rumbo de la filosofía que llevaba
hasta el momento. Él comienza analizando la significación que Sócrates da a la
filosofía, la cual es: Amor a la Sabiduría.Por la cual Levinas dice que es una significación
errónea. Para él el significado es a la inversa, entonces sería así: Sabiduría del amor al
servicio del amor. Porque lo que define al ser humano no es el saber sino más bien el
amor hacia los demás (a el otro).
También Levinas observa que los filósofos occidentales habían creado una filosofía
preocupada por el ser (la esencia) e ignorando al otro (sujeto). Olvidaron el valor de la
persona, sus sentimientos, su dignidad etc. Sin embargo nuestro autor advirtió que a
causa de esta filosofía habíamos conseguido más aspectos negativos que positivos. Es
decir nos condujeron a una sociedad donde lo más importante era el ser, el ego
cartesiano y el ensimismamiento. Dicho de otra manera crearon un mundo con
violencia, egoísmo, individualismo, donde el que sobrevive es el más fuerte, e ignoraron
los aspectos básicos de carácter ético.
Haciendo un análisis de todo esto llegó a la conclusión que la base de la violencia era
el interés. Por lo cual convirtió el interés en desinterés, es decir, salir de nuestro propio
yo egoísta y responderle a la llamada del otro. Hacer el bien sin esperar nada a cambio.
Con esto Levinas subrayará la idea de la alteridad, rechazando de este modo lo
anunciado por la ontología. La cual se caracterizaba por reducir a lo Mismo todo lo que
se oponía a ella como Otro. Así el conocimiento representaba una estrategia de
apropiación, de dominación. Pero él buscó otra forma de pensar esta relación
inspirándose en la tradición hebrea.
El concepto de alteridad de Lévinas caracteriza muy bien la relación de cuidado de la
persona, su naturaleza humana y su dignidad son aprehendidas por la enfermera y la
potencia para conducirlo hacia una verdadera autonomía, adquiere relevancia en este
momento en donde priva el egoísmo, la individualidad y la violencia sobre la humanidad;
así la enfermería deberá resignificar su naturaleza para incorporarla a su práctica
cotidiana en un proceso de cuidados basados en la acción reflexiva e integración de los
seres humanos en el mundo, en una relación de cuidado donde la ética de enfermería
se da en una relación amorosa de cuidado del otro, con el interés genuino de
comprender su naturaleza humana en un proceso de vida-muerte, salud- enfermedad
y sufrimiento-trascendencia.
ALTERALIDAD EN ENFERMERÍA
Hay diferentes versiones sobre la identidad de la enfermería. Algunos creen que se
trata de ayudar a los médicos y de obedecerlos; otros piensan que se dedica a la
atención caritativa de las necesidades físicas de los enfermos en cuanto prepara y
aplica las indicaciones médicas; hay quienes la reconocen como un mero oficio y no
están dispuestos a concederles el rango de profesión; también se defiende el papel de
actuar como abogados de los derechos de los pacientes; y, en fin, también hay quienes
la consideran como una profesión basada en los cuidados, en el sentido de ofrecer y
de hacer por el enfermo algo más que la mera ayuda física. Todo esto nos indica que
se trata de una tarea en plena transformación.
No obstante, lo que aquí nos interesa es saber si la enfermería tiene una razón de ser
propia, un bien interno que caracteriza toda la gama de sus actividades o, dicho con
otras palabras, nos interesa preguntarnos y responder acerca de la identidad de la
enfermería. Para ello, hemos de acudir a los presupuestos antropológicos que pueden
justificar dicha actividad, es decir, al modelo humano de fondo que fundamenta o está
sosteniendo la actividad enfermera. Ninguno de los presupuestos se puede imponer a
la fuerza, pero sí se pueden mostrar atractivos, y convincentes, con la fuerza de la
verdad que transmiten.
1. PRESUPUESTOS ANTROPOLÓGICO
El rostro es la parte más expresiva del Otro, la epifanía de su personalidad, el lugar más
desnudo del ser humano...es “el espejo del alma” como decimos entre nosotros.
Cuando miramos el rostro del Otro-vulnerable (enfermo, humillado, indigente,
moribundo...) caemos en la cuenta de que nos necesita y que no podemos
desentendernos, puesto que «el rostro habla» aunque la persona no diga palabras: «La
desnudez del rostro es indigencia. Reconocer a otro es reconocer un hambre.
Reconocer a otro es dar».
Por eso la experiencia ética exige hacer la transición del ser-con al ser-por, lo que
significa que cuidar de alguien no es sólo (también) estar-con alguien sino, sobre todo,
estar-por alguien. «Soy ‘con los otros’ significa ‘soy por los otros’, responsable del
otro».Cuando la vida, el sufrimiento o la muerte del otro me tienen descuidado o sin-
cuidado, es muy difícil que se pueda hablar de humanidad, sencillamente porque no
hay alteridad, sólo existo yo, desde mi yo y para mi yo. Fuera de mí no hay nada más
que cosas sobre las que puedo ejercer mi poder o mi dominio. El otro deja de ser “alter”
y se transforma en cosa, en pura mercancía. He dejado de percibir la llamada y, por
ello, he dejado de ser responsable.
C) El Otro es mi prójimo
Sucede, además, que cuando respondo a la llamada del otro, cuando me hago cargo
de su situación y me responsabilizo de él, entonces el otro deja de ser un extraño moral
y se convierte en prójimo: «El otro es prójimo precisamente en esa llamada a mi
responsabilidad por parte del rostro que me asigna, que me requiere, que me reclama:
el otro es prójimo precisamente al ponerme en cuestión», dice Lévinas. Cuando uno
responde a la llamada del otro no porque sea de mi nivel social, de mi sexo, de mi
cultura o de mi religión, sino simplemente porque es vulnerable y necesita ayuda,
entonces ese otro se convierte en prójimo. Téngase bien presente que no todos los
“próximos” son ipso facto “prójimos”. Es indispensable pasar por esa conversión de la
que hemos hablado. Eso nos lleva directamente al acto de cuidar y al sentido e
identidad de la enfermería. El cuidado no sólo es una realidad universal y constitutiva
del ser humano, es, además, el “bien interno” que distingue y cualifica la actividad
enfermera.
El hombre es un ser en relación con Dios, con el mundo y con el otro o el tú humano.
De esas tres relaciones, la primera y fundante es la relación a Dios, porque Dios crea
al hombre llamándolo por su nombre, poniéndolo ante sí como ser responsable, sujeto
y partner del diálogo interpersonal. Crea un ser co-rrespondiente, capaz de responder
al tú divino porque es capaz de responder de su propio yo, o sea, Dios crea una persona
«a su imagen y semejanza» (Gén1,26-27). Ahí están las raíces teológicas que otorgan
al ser humano la cualidad de ser único e irrepetible y poseer el valor de lo insustituible,
valor absoluto, es decir, dignidad.
A todo lo expuesto hay que añadir que la apertura trascendental a Dios se actúa de
hecho y necesariamente en la mediación categorial de la imagen de Dios. Por tanto, la
relación dialógica con el tú divino se realiza ineludiblemente en la relación dialógica con
el tú humano. Dicho con otras palabras, la única garantía, la sola prueba apodíctica de
que de que respondemos a Dios, y nos comunicamos con él en el amor, son nuestras
relaciones interpersonales: «Si alguno dice: amo a Dios, y aborrece a su hermano, es
un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a
quien no ve...» (1 Jn 4,20-21). En consecuencia, el tipo de trato que otorguemos a los
otros verifica nuestra estatura humana y demuestra inequívocamente nuestra altura o
bajeza moral.
Así pues, ver a un ser humano como persona es no sólo mirarlo, es admirarlo;
sorprenderse por la originalidad y la hondura de ese ser único; respetar por completo
su diversidad cultural, religiosa, sexual o racial; descifrar en sus rasgos y captar en su
llamada la presencia viviente de Dios; es responder a esa llamada con un acto de
confianza y disponibilidad, en definitiva, de amor y cuidado. Una mirada hecha así,
sobre la “imagen” de Dios es ya, de modo consciente o inconsciente, una auténtica
confesión de fe.
El judaísmo ya señalaba el encuentro con Dios a través del rostro del otro. El
cristianismo ha ido mucho más allá afirmando que Dios se encarna en un hombre
concreto e histórico: Jesús de Nazaret. Desde entonces, «la Palabra se hizo carne y
puso su Morada entre nosotros» (Jn.1,14) y Dios es localizado definitivamente en la
humanidad histórica de ese hombre que es Dios. Todo ello tiene como consecuencia
que la relación con Dios no es abstracta o quimérica, ni se significa sólo por la práctica
de la ley, sino contextualizada en lo particular e histórico, como se indica claramente en
Mt 25,40: «cada vez que lo hicisteis con unos de éstos...lo hicisteis conmigo». De
hecho, quien pretende relacionarse o encontrar el Absoluto en estado puro o abstracto
se encontrará únicamente con ídolos.
B) La visita en el Rostro del Otro
Tomar en consideración el rostro del otro como lugar del encuentro con Dios será
posible si, y sólo si, mantengo con el otro una relación particular de justicia y de
misericordia, de amor y compasión, de cercanía y de cuidado. No se trata, pues, de una
relación cualquiera. Estamos ante una relación ética en la que la verdad de la relación
con el otro es la verdad de la manifestación de Dios. Eso no significa que el otro sea
Dios ni que esto sea una simple manera de hablar. Esto significa que la relación ética
con el otro es la “metáfora de Dios”, pues en esa relación ética es el mismo Dios quien
nos visita en el Rostro del Otro.
Hay que tener en cuenta que el Otro no se hace Otro más que cuando deja de ser para
mí una cosa, un objeto, una mercancía que se puede instrumentalizar a capricho. Ese
es el mundo de la violencia reductora, del dominio y del poder sobre cuánto nos rodea,
incluidos los otros y lo otro que nos rodea, cuyo valor se reduce al precio de intercambio.
En ese tipo de mundo, donde el propio ombligo es el único centro del planeta, sólo
existe egoísmo y desprecio. Por el contrario, el Otro es reconocido como tal sólo cuando
renuncio a ese mundo de violencia, consiento en escuchar su llamada y me hago
responsable de su vulnerabilidad. Cuando alcanzamos esta autocomprensión también
vivimos la experiencia exigente de pasar del ser-con al ser-por y del estar-con al estar-
por alguien vulnerable y necesitado de cuidados.
En ese rostro no se hace Dios empíricamente visible, pero en ese Rostro yo puedo
reconocer a Dios que se hace audible, que se convierte en locutor. Hay que recordar
de nuevo la fuerza de Mt. 25, 35-36, donde se habla de una relación contextualizada
con Dios, una experiencia plenamente humana, concreta y limitada, difícil de explicar
con términos racionales. Ese Rostro del Otro está velando una presencia invisible que
se pone a hablar...No cabe duda de que es el Rostro de Otro concreto, pero en él hay
algo más que su rostro: es un Rostro visitado.
El Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes, 27, nos lo ha recordado con estas palabras:
«...el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin excepción de
nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y
de los medios necesarios para vivirla dignamente...recordando la palabra del Señor.
Hablaremos aquí de los componentes básicos del cuidar, de sus elementos troncales
vistos desde la perspectiva ética. Todas esas cualidades son necesarias, pero ninguna
de ellas es suficiente a título aislado. Lo ideal (lo excelente) sería que su conjunto
formara parte de nuestra manera de ser y de actuar como enfermeros/as.
2.1. Elementos básicos para cuidar
1º. Compasión
Se trata de una virtud moral que está presente en todas las culturas. Es la raíz del
cuidado y consiste en percibir el sufrimiento ajeno, interiorizarlo y vivirlo como si fuese
una experiencia propia. Reducir la compasión a un mero lamento exterior de la situación
ajena es una falsa compasión. Las lágrimas pueden ser el lenguaje del sufrimiento, pero
no la garantía de la auténtica compasión que se traduce en una actuación solidaria
hacia el otro. El requisito indispensable para ejercerla es la experiencia de la alteridad:
darse cuenta de la situación de vulnerabilidad y sufrimiento en que viven otros seres
humanos. Jamás debería limitar la libertad del otro, ni sustituirle o decidir por él.
Significa ponerse en su lugar, sin robarle su identidad, sin invadir su mismidad.
2º. Competencia
Es indudable que la relación de confianza es el eje en torno al que gira la relación entre
el agente cuidador y el sujeto cuidado. Sobre esa relación ya hay constancia en los
testos más antiguos de la ética médica. Confiar en alguien es creer en él, ponerse en
sus manos, ponerse a su disposición, y eso sólo es posible si uno se fía del otro y le
reconoce autoridad profesional y moral. La lejanía, la frialdad de trato, el engaño o el
abandono, provocan desconfianza, hacen mucho más difícil la intervención y suele ser
la causa de no dejarse cuidar. De ahí la importancia de saber dar pruebas de confianza
con las palabras y los gestos y, sobre todo, con la eficiencia y eficacia de la propia
actividad profesional.
5º. Conciencia
Implica saber lo que está en juego, asumirlo conscientemente y, además, como atributo
de la interioridad humana, significa reflexión, prudencia, cautela y conocimiento de lo
que se trae entre manos (la vida, la salud, la enfermedad). En la tarea de cuidar es muy
importante la conciencia de la profesionalidad, lo que supone mantener siempre la
tensión, poner atención en lo que se está haciendo y no olvidar nunca que el acto de
cuidar no termina en uno mismo sino en la persona que está bajo nuestros cuidados y
es digna del máximo respeto.
2.2. Características distintivas del cuidado
Son los rasgos que caracterizan, desde una perspectiva externa, el ejercicio del cuidar.
Se trata de rasgos éticos porque son exigibles moralmente cuando se cuida a un ser
humano. Nos referimos con ello a lo que a lo que debería hacerse en un momento dado.
También en este caso decimos que es muy diferente “ver” (del latín videre), como
facultad biológica, que “saber mirar” (del latín mirari), si bien la primera es la condición
de posibilidad de la segunda. La que aquí nos interesa es la capacidad de “saber mirar”,
fruto del aprendizaje y, por ello, una virtud moral de gran importancia para saber cuidar.
Literalmente significa observar las acciones de alguien, tener en cuenta, atender al otro
que me está a su vez mirando. Además de vernos nos estamos mirando. En ese
sentido, mirar a los ojos de una persona enferma puede decirnos mucho más que todo
un discurso. Significa dar al otro importancia, atención, “leer sus pensamientos”,
penetrar en su corazón, comprender su situación, transmitir paz, confianza,
esperanza... comunicarse con los ojos, con la mirada, es un verdadero arte que
tampoco se puede enseñar...se aprende viviéndolo.
4º. Sentido del humor
La enfermedad nada tiene que ver con el sentido del humor, sino con la seriedad. De
hecho, la experiencia de enfermar no es una experiencia cualquiera. Suele ir asociada
al desarraigo, la soledad, la impotencia.... En esas situaciones es cuando uno se da
cuenta de que vivir es un asunto lleno de seriedad. Pero, aunque parezca una sinrazón,
no tendría por qué haber contradicción entre la experiencia de la enfermedad y el
sentido del humor puesto que, valga la paradoja, quizá sólo es posible tomarse las
cosas con humor desde la seriedad. Todos conocemos a profesionales sanitarios que
saben quitar la importancia justa a la enfermedad de sus pacientes. Tienen la virtud de
poner una “pizca de sal”, un fino humor, por medio de una sonrisa, una pequeña broma,
una caricia, un mirada cómplice, que transmite esperanza, comunica confianza y
contribuye a bajar la densidad del temor y del miedo producido por la enfermedad. El
cuidador debe saber descifrar los momentos de seriedad y los del sentido del humor.
Cuando uno enferma puede ser capaz de reirse de muchas cosas y de muchas
aventuras y desventuras, propias o ajenas, y puede mirar con cierta distancia las
obsesiones, las frivolidades y las estupideces de la vida banal.
2.3. La esencia del cuidado
En su sentido más radical, cuidar de alguien es dejarle ser, ayudarle a ser y hasta
favorecer su modo de realizar el complejo papel de ser persona sin entrometerse en su
identidad. Y, para ello, es indispensable estar-con-él (y ser-por.él), compartir sus penas
y alegrías, sus angustias y expectativas. Nada tiene que ver con dejar al otro a su
suerte, ni con la pasividad, ni la indiferencia respecto al otro ni, menos aún, abandonarlo
a la soledad. Al contrario, se relaciona con la vigilancia, con la observación discreta,
con la actitud de velar en el sentido de preocuparse y ocuparse del otro. Y, como es
lógico, presupone el requisito de reconocer que hay otros seres humanos en el mundo
además de mi persona, otros seres humanos que tienen el derecho a ser y a existir
humanamente ofreciéndole los cuidados necesarios. El reconocimiento del otro es la
condición de posibilidad del mismo cuidar ético.
2º. Dejar que el otro sea él mismo
Cada ser humano, cada persona, es singular, única e insustituible. Es alguien, no algo.
Por tanto, cuidar de alguien es ayudarle a ser sí mismo, protegerle de formas de vida y
de modos de existencia que limiten o anulen su identidad. Es velar para que el otro sea
él mismo sin cambiarlo, sin transformarlo en otra cosa que no sea él mismo. De ahí que
cuidar esté muy relacionado con la idea de autenticidad, es decir, ayudar a ser uno
mismo y a expresar lo que uno es y lo que uno siente en su interior. Y esto debe ser así
porque el otro es diferente de mí, distinto de lo que yo piense de él o de lo que yo
quisiera que fuese. Ese es el motivo por el que cuidar, dejando que el otro enfermo sea
él mismo, implica respetar su mundo de valores y ayudarle a ser coherente con su
propia jerarquía de valores.
3º. Dejar que el oro sea lo que está llamado a ser
Se trata de una acción que compagina los tres apartados anteriores: asegurar que el
otro tenga lo necesario e indispensable para poder ser, para que pueda ser él mismo y
para alcanzar su perfección existencial. Este tipo de actuación tiene que ver con algún
modo de organización institucional pero, sobre todo, tiene mucho que ver con la
interacción personal (la alteridad). Esa es la razón por la que M.Heidegger dice que el
“procurar por” se funda en el “ser-con”, aunque Lévinas lo ha dicho mucho mejor:
procurar por tiene que ver con estar-por y con ser-por alguien a quien estoy cuidando.
Hay distintas formas de interacción humana: 1ª) ser uno para el otro, 2ª) ser uno contra
el otro, y 3ª) pasar de largo uno junto a otro.
No cabe duda de que las dos últimas son muy deficientes. La vida diaria es terca en
demostrarlo. Son muy deficientes porque en esas formas de interacción (ser uno contra
el otro y pasar de largo uno junto a otro) en realidad el otro no importa, resulta
indiferente y hasta puede haber quien deseara eliminarlo. Sólo en el “ser uno para el
otro” se da el auténtico cuidado como tarea moral, porque desvela que nuestro grado
de humanidad es proporcional a nuestra dedicación para que el otro sea, que sea él
mismo y que sea lo que está llamado a ser.
ADDENDA: "Guerasim" o la excelencia del cuidar
Cualquier lector sabe que en la novela de Leon Tolstoi, La muerte de Iván Illych, se
narra la larga agonía de un ser humano y se pone el énfasis en al importancia de los
cuidados. Al final de la novela, Iván Illych muere en paz y serenidad, acompañado y
cuidado de un modo digno. El protagonista de ese acompañamiento es Guerasim, el
criado de la familia, que se convierte en modelo de cuidados a lo largo de toda la
narración. La sensibilidad, la compasión, el sentido del humor y la empatía, eran las
cualidades morales (las virtudes) de su personalidad. El rasgo más señalado de
Guerasim es su humanidad y su disposición para con los demás. Iván Illych muere con
dignidad porque está asistido responsablemente por una persona que derrocha
humanidad, cercanía, hospitalidad alteridad. Es la excelencia del cuidar.
No podemos perder de vista que el “buen cuidado” es una meta de calidad que marca
el progresivo nivel de excelencia que ha de exigirse a un buen profesional de la
enfermería. Y marca el nivel de excelencia profesional porque ésta es proporcional al
cultivo de las virtudes y características de la profesión. Para ello nos basta también con
recordar lo que ha dicho A.MacIntyre: «Una virtud es una cualidad humana adquirida,
cuya posesión y ejercicio tiende a hacernos capaces de lograr aquellos bienes que son
internos a las prácticas y cuya carencia nos impide efectivamente lograr cualquiera de
tales bienes». Es decir, las virtudes morales son los “modelos de excelencia” que hacen
posible realizar la práctica enfermera.
Por todo ello, es necesario concluir diciendo, en cierto paralelismo con la medicina por
razones de proximidad, que la ética del cuidado no es un añadido periférico a la
enfermería, sino algo intrínseco a la misma, connatural a la práctica que la define, le
confiere sentido, justifica su existencia y su valor. La tarea de cuidar es la razón de ser
de la enfermería, la clave de su identidad profesional y moral. Eso sí, siempre a
condición de entender el verbo “cuidar” como una acción dirigida o finalizada en la
persona enferma, en su bienestar integral.