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LA ALTERALIDAD COMO FUNDAMENTO FILOSÓFICO

IMPORTANTE PARA LA COMPRENSIÓN Y

PRÁCTICA DE LA ENFERMERÍA

¿QUÉ ES LA ALTERALIDAD?
Viene del latino «alter» (el «otro» desde el punto de vista del «yo»)

El concepto de alteridad aparece con el descubrimiento que hace el «yo» del «otro»,
con lo que surge una amplia diversidad de imágenes del otro, representaciones del
«nosotros» y múltiples visiones del «yo».

Alternar es cambiar la perspectiva propia por la ajena, teniendo en cuenta su punto de


vista; no se trata de cambiar de opinión ni de convicciones, sino de contemplar la
posibilidad de otras miradas.

Más allá de las diferencias, todas las imágenes del «otro» conviven en mundos
diferentes inmersos en el mismo universo. Representaciones imaginarias de personas
radicalmente distintas, antes insospechadas.

SIGNIFICADO DE ALTERALIDAD PARA LA FILOSOFÍA

Para la filosofía, la alteridad es lo contrario a la identidad y, en este sentido, puede ser


definida como la relación de oposición que se registra entre el sujeto pensante, es decir,
el yo, y el objeto pensado, o sea, el no yo. Así, la alteridad es el principio filosófico que
permite alternar o cambiar la propia perspectiva por la del otro.

En este sentido, la alteridad implica que un individuo sea capaz de ponerse en el lugar
del otro, lo cual posibilita que pueda establecer relaciones con otras basadas en el
diálogo y la conciencia y valoración de las diferencias existentes.

Así, según la alteridad, para constituir una individualidad es necesaria, primero, la


existencia de un colectivo, pues el yo existe a partir del otro y de la visión de este. El
otro permite que el yo pueda comprender el mundo a partir de una mirada diferente en
relación con la propia. De allí que se afirme que la diferencia constituye la base de la
vida social y de sus dinámicas y, al mismo tiempo, la fuente de sus tensiones y
conflictos.
BIBLIOGRAFÍA DE LEVINAS:

Lévinas nació el 12 de enero de 1906, Lituania, en ese entonces Lituania pertenecía a


Rusia. Se crió en una familia hebrea perteneciente a la burguesía. Siendo un niño, su
familia, sacudida por la Gran Guerra (1914-1918) tiene que emigrar e instalarse en
Ucrania.
En el año 1920 regresó a Lituania, país ya independiente. Más tarde se trasladó a
Francia y hasta 1927 estudió en la Universidad de Estrasburgo, Filosofía, Psicología y
Sociología.
Desde 1928 en la Universidad de Friburgo, cursó filosofía con Husserl y conoció allí a
Heidegger su (profesor).Publicó en 1930 la tesis con la que obtuvo el doctorado con el
título de Teoría de la intuición en la Fenomenología de Husserl, recibiendo un premio
del Instituto de Francia, en el mismo año se casa con Raïssha Levi. Lévinas consagró
su vida y su obra a la reconstrucción del pensamiento ético después de la Segunda
Guerra Mundial. En septiembre de 1994 muere su esposa. El 25 de diciembre de 1995
fallece Emmanuel Lévinas.

TEORÍA DE LEVINAS:
Emmanuel Levinas después de hacer un análisis de toda la filosofía, comienza a crear
una filosofía altamente original, dejando a un lado la ontología y se preocupa más por
la ética. Pero ¿cuál fue el motivo por el que el filósofo de Kaunas decide independizarse
de su maestro e iniciarse en una nueva búsqueda? O ¿Por qué puso en duda la
primacía de la ontología? En resumen ¿Por qué la ética como filosofía primera?
Primeramente hay que recalcar que uno de los motivos que dispusieron a Levinas a
separarse de su maestro (Heidegger), es la cercanía que éste tuvo con los nazis.
Porque no hay que olvidar que nuestro autor vivió la Segunda Guerra Mundial, en la
cual sufrió la pérdida de su familia. Él vivió las dimensiones ontológicas que Heidegger
mantenía. Y es así que comienza su interés por la persona y destierra el ser como
objeto de estudio.
Otra cosa importante que hace Levinas es cambiar el rumbo de la filosofía que llevaba
hasta el momento. Él comienza analizando la significación que Sócrates da a la
filosofía, la cual es: Amor a la Sabiduría.Por la cual Levinas dice que es una significación
errónea. Para él el significado es a la inversa, entonces sería así: Sabiduría del amor al
servicio del amor. Porque lo que define al ser humano no es el saber sino más bien el
amor hacia los demás (a el otro).
También Levinas observa que los filósofos occidentales habían creado una filosofía
preocupada por el ser (la esencia) e ignorando al otro (sujeto). Olvidaron el valor de la
persona, sus sentimientos, su dignidad etc. Sin embargo nuestro autor advirtió que a
causa de esta filosofía habíamos conseguido más aspectos negativos que positivos. Es
decir nos condujeron a una sociedad donde lo más importante era el ser, el ego
cartesiano y el ensimismamiento. Dicho de otra manera crearon un mundo con
violencia, egoísmo, individualismo, donde el que sobrevive es el más fuerte, e ignoraron
los aspectos básicos de carácter ético.
Haciendo un análisis de todo esto llegó a la conclusión que la base de la violencia era
el interés. Por lo cual convirtió el interés en desinterés, es decir, salir de nuestro propio
yo egoísta y responderle a la llamada del otro. Hacer el bien sin esperar nada a cambio.
Con esto Levinas subrayará la idea de la alteridad, rechazando de este modo lo
anunciado por la ontología. La cual se caracterizaba por reducir a lo Mismo todo lo que
se oponía a ella como Otro. Así el conocimiento representaba una estrategia de
apropiación, de dominación. Pero él buscó otra forma de pensar esta relación
inspirándose en la tradición hebrea.
El concepto de alteridad de Lévinas caracteriza muy bien la relación de cuidado de la
persona, su naturaleza humana y su dignidad son aprehendidas por la enfermera y la
potencia para conducirlo hacia una verdadera autonomía, adquiere relevancia en este
momento en donde priva el egoísmo, la individualidad y la violencia sobre la humanidad;
así la enfermería deberá resignificar su naturaleza para incorporarla a su práctica
cotidiana en un proceso de cuidados basados en la acción reflexiva e integración de los
seres humanos en el mundo, en una relación de cuidado donde la ética de enfermería
se da en una relación amorosa de cuidado del otro, con el interés genuino de
comprender su naturaleza humana en un proceso de vida-muerte, salud- enfermedad
y sufrimiento-trascendencia.

ALTERALIDAD EN ENFERMERÍA
Hay diferentes versiones sobre la identidad de la enfermería. Algunos creen que se
trata de ayudar a los médicos y de obedecerlos; otros piensan que se dedica a la
atención caritativa de las necesidades físicas de los enfermos en cuanto prepara y
aplica las indicaciones médicas; hay quienes la reconocen como un mero oficio y no
están dispuestos a concederles el rango de profesión; también se defiende el papel de
actuar como abogados de los derechos de los pacientes; y, en fin, también hay quienes
la consideran como una profesión basada en los cuidados, en el sentido de ofrecer y
de hacer por el enfermo algo más que la mera ayuda física. Todo esto nos indica que
se trata de una tarea en plena transformación.

No obstante, lo que aquí nos interesa es saber si la enfermería tiene una razón de ser
propia, un bien interno que caracteriza toda la gama de sus actividades o, dicho con
otras palabras, nos interesa preguntarnos y responder acerca de la identidad de la
enfermería. Para ello, hemos de acudir a los presupuestos antropológicos que pueden
justificar dicha actividad, es decir, al modelo humano de fondo que fundamenta o está
sosteniendo la actividad enfermera. Ninguno de los presupuestos se puede imponer a
la fuerza, pero sí se pueden mostrar atractivos, y convincentes, con la fuerza de la
verdad que transmiten.
1. PRESUPUESTOS ANTROPOLÓGICO

El modelo antropológico subyacente es la experiencia de alteridad, es decir, la vivencia


del otro (alter), no como intruso, ni enemigo, ni competidor y ni siquiera cliente...sino, al
menos, como “interlocutor” y siempre como “otro” (como un “yo”) que, desde su
vulnerabilidad, acude a mí solicitando ayuda. Ahí reside el origen de la ética.
1.1. La llamada del Otro

La experiencia de la alteridad, inherente a nuestra condición humana, está directamente


relacionada con la llamada del Otro, que es cualquier ser humano, cercano o lejano,
que padece un mal y necesita ayuda. Esta llamada del Otro (vulnerable) es anterior al
ejercicio de mi libertad. El otro está ahí, a veces tercamente, y resulta imposible
desentenderse de su sufrimiento. Por eso «recibir al Otro es cuestionar mi libertad», es
poner entre paréntesis mi libre quehacer y conciliarlo con las necesidades del otro, o
sea, ejercer mi libertad en el marco de una responsabilidad para con ese Otro. En
resumen, la experiencia de alteridad, es el origen de la ética, el punto de partida de la
propia trayectoria moral y, además, es también el punto de partida de nuestra propia
humanidad por el hecho de que nos hacemos responsables del Otro, es decir, porque
nos convertimos ahí en agentes morales. Por eso, decir «Yo significa heme aquí,
respondiendo de todo y de todos...constricción a dar a manos llenas».
A) El Rostro del Otro

El rostro es la parte más expresiva del Otro, la epifanía de su personalidad, el lugar más
desnudo del ser humano...es “el espejo del alma” como decimos entre nosotros.
Cuando miramos el rostro del Otro-vulnerable (enfermo, humillado, indigente,
moribundo...) caemos en la cuenta de que nos necesita y que no podemos
desentendernos, puesto que «el rostro habla» aunque la persona no diga palabras: «La
desnudez del rostro es indigencia. Reconocer a otro es reconocer un hambre.
Reconocer a otro es dar».

Es necesario recordar que sólo podremos responder a la indigencia de ese otro si


somos capaces de abrirnos a la exterioridad de nosotros mismos y nos disponemos a
escuchar. En ese sentido, nuestra actitud ante el rostro del otro constituye el barómetro
de nuestra conciencia moral, pues «el rostro me recuerda mis obligaciones y me
juzga»...me exige, me reclama, me obliga a cuidarle, pero no a ejercer sobre él mi afán
de control, dominio y violencia.
B) La responsabilidad sin límites

La experiencia de alteridad es también el origen de nuestra responsabilidad, porque


cuando me llama el Rostro del Otro surge la obligación de responder, o sea, de
responsabilizarnos de él. El ser humano es, desde la perspectiva antropológica, un ser
radicalmente abierto a los otros y en esa apertura se autorrealiza a sí mismo como
persona. Se trata de una responsabilidad sin límites que va en dos direcciones: 1ª) soy
responsable del otro-todo-entero, de la globalidad o integralidad de su persona como
unidad bio-psico-social; y 2ª) es una responsabilidad que implica o afecta de lleno a
todo mi ser y actuar..., pues cada uno de esos Otros me grita diciendo: ¡No me
maltrates...cuídame!.

Por eso la experiencia ética exige hacer la transición del ser-con al ser-por, lo que
significa que cuidar de alguien no es sólo (también) estar-con alguien sino, sobre todo,
estar-por alguien. «Soy ‘con los otros’ significa ‘soy por los otros’, responsable del
otro».Cuando la vida, el sufrimiento o la muerte del otro me tienen descuidado o sin-
cuidado, es muy difícil que se pueda hablar de humanidad, sencillamente porque no
hay alteridad, sólo existo yo, desde mi yo y para mi yo. Fuera de mí no hay nada más
que cosas sobre las que puedo ejercer mi poder o mi dominio. El otro deja de ser “alter”
y se transforma en cosa, en pura mercancía. He dejado de percibir la llamada y, por
ello, he dejado de ser responsable.
C) El Otro es mi prójimo

Sucede, además, que cuando respondo a la llamada del otro, cuando me hago cargo
de su situación y me responsabilizo de él, entonces el otro deja de ser un extraño moral
y se convierte en prójimo: «El otro es prójimo precisamente en esa llamada a mi
responsabilidad por parte del rostro que me asigna, que me requiere, que me reclama:
el otro es prójimo precisamente al ponerme en cuestión», dice Lévinas. Cuando uno
responde a la llamada del otro no porque sea de mi nivel social, de mi sexo, de mi
cultura o de mi religión, sino simplemente porque es vulnerable y necesita ayuda,
entonces ese otro se convierte en prójimo. Téngase bien presente que no todos los
“próximos” son ipso facto “prójimos”. Es indispensable pasar por esa conversión de la
que hemos hablado. Eso nos lleva directamente al acto de cuidar y al sentido e
identidad de la enfermería. El cuidado no sólo es una realidad universal y constitutiva
del ser humano, es, además, el “bien interno” que distingue y cualifica la actividad
enfermera.

En conclusión, la propuesta de Lévinas ofrece un sugerente modelo antropológico a la


práctica enfermera como cuidado del otro que está ahí, ante mí, pidiéndome ayuda, y
ante quien decido responder haciéndome cargo de su situación. Esa opción justifica la
actividad enfermera, nos hace más humanos y nos realiza como personas. Cuidar de
otro-vulnerable es lo mismo que decirle “heme aquí, dispuesto a dar...”.

1.2. El Otro como «Imagen de Dios»

La descripción más acentuada del ser humano en la Biblia se concentra en la de su


relacionalidad, como asegura Juan Pablo II (Fides et ratio, 21): «El hombre bíblico ha
descubierto que no puede comprenderse sino como ser en relación». Por su parte,
Benedicto XVI, ha dicho que «la relacionalidad es el elemento esencial» para hacer una
interpretación metafísica de lo humano (Caritas in Veritate, 55).

El hombre es un ser en relación con Dios, con el mundo y con el otro o el tú humano.
De esas tres relaciones, la primera y fundante es la relación a Dios, porque Dios crea
al hombre llamándolo por su nombre, poniéndolo ante sí como ser responsable, sujeto
y partner del diálogo interpersonal. Crea un ser co-rrespondiente, capaz de responder
al tú divino porque es capaz de responder de su propio yo, o sea, Dios crea una persona
«a su imagen y semejanza» (Gén1,26-27). Ahí están las raíces teológicas que otorgan
al ser humano la cualidad de ser único e irrepetible y poseer el valor de lo insustituible,
valor absoluto, es decir, dignidad.

A todo lo expuesto hay que añadir que la apertura trascendental a Dios se actúa de
hecho y necesariamente en la mediación categorial de la imagen de Dios. Por tanto, la
relación dialógica con el tú divino se realiza ineludiblemente en la relación dialógica con
el tú humano. Dicho con otras palabras, la única garantía, la sola prueba apodíctica de
que de que respondemos a Dios, y nos comunicamos con él en el amor, son nuestras
relaciones interpersonales: «Si alguno dice: amo a Dios, y aborrece a su hermano, es
un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a
quien no ve...» (1 Jn 4,20-21). En consecuencia, el tipo de trato que otorguemos a los
otros verifica nuestra estatura humana y demuestra inequívocamente nuestra altura o
bajeza moral.

Así pues, ver a un ser humano como persona es no sólo mirarlo, es admirarlo;
sorprenderse por la originalidad y la hondura de ese ser único; respetar por completo
su diversidad cultural, religiosa, sexual o racial; descifrar en sus rasgos y captar en su
llamada la presencia viviente de Dios; es responder a esa llamada con un acto de
confianza y disponibilidad, en definitiva, de amor y cuidado. Una mirada hecha así,
sobre la “imagen” de Dios es ya, de modo consciente o inconsciente, una auténtica
confesión de fe.

Por el contrario, una mirada de odio o, simplemente, cosificadora sobre el otro, es


(consciente o inconscientemente) un acto de incredulidad con el que no se quiere o no
se sabe captar el mensaje emitido por el otro que llama; es un acto ciego para ver la
presencia de Dios, un acto que reniega de Cristo, la «imagen de Dios invisible» (Col
1,15).Y eso es así aunque fuésemos a Misa todos los días y recitásemos el Credo con
devoción.
A) “Imagen de dios invisible”

El judaísmo ya señalaba el encuentro con Dios a través del rostro del otro. El
cristianismo ha ido mucho más allá afirmando que Dios se encarna en un hombre
concreto e histórico: Jesús de Nazaret. Desde entonces, «la Palabra se hizo carne y
puso su Morada entre nosotros» (Jn.1,14) y Dios es localizado definitivamente en la
humanidad histórica de ese hombre que es Dios. Todo ello tiene como consecuencia
que la relación con Dios no es abstracta o quimérica, ni se significa sólo por la práctica
de la ley, sino contextualizada en lo particular e histórico, como se indica claramente en
Mt 25,40: «cada vez que lo hicisteis con unos de éstos...lo hicisteis conmigo». De
hecho, quien pretende relacionarse o encontrar el Absoluto en estado puro o abstracto
se encontrará únicamente con ídolos.
B) La visita en el Rostro del Otro

Tomar en consideración el rostro del otro como lugar del encuentro con Dios será
posible si, y sólo si, mantengo con el otro una relación particular de justicia y de
misericordia, de amor y compasión, de cercanía y de cuidado. No se trata, pues, de una
relación cualquiera. Estamos ante una relación ética en la que la verdad de la relación
con el otro es la verdad de la manifestación de Dios. Eso no significa que el otro sea
Dios ni que esto sea una simple manera de hablar. Esto significa que la relación ética
con el otro es la “metáfora de Dios”, pues en esa relación ética es el mismo Dios quien
nos visita en el Rostro del Otro.

Hay que tener en cuenta que el Otro no se hace Otro más que cuando deja de ser para
mí una cosa, un objeto, una mercancía que se puede instrumentalizar a capricho. Ese
es el mundo de la violencia reductora, del dominio y del poder sobre cuánto nos rodea,
incluidos los otros y lo otro que nos rodea, cuyo valor se reduce al precio de intercambio.
En ese tipo de mundo, donde el propio ombligo es el único centro del planeta, sólo
existe egoísmo y desprecio. Por el contrario, el Otro es reconocido como tal sólo cuando
renuncio a ese mundo de violencia, consiento en escuchar su llamada y me hago
responsable de su vulnerabilidad. Cuando alcanzamos esta autocomprensión también
vivimos la experiencia exigente de pasar del ser-con al ser-por y del estar-con al estar-
por alguien vulnerable y necesitado de cuidados.

En ese rostro no se hace Dios empíricamente visible, pero en ese Rostro yo puedo
reconocer a Dios que se hace audible, que se convierte en locutor. Hay que recordar
de nuevo la fuerza de Mt. 25, 35-36, donde se habla de una relación contextualizada
con Dios, una experiencia plenamente humana, concreta y limitada, difícil de explicar
con términos racionales. Ese Rostro del Otro está velando una presencia invisible que
se pone a hablar...No cabe duda de que es el Rostro de Otro concreto, pero en él hay
algo más que su rostro: es un Rostro visitado.

El Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes, 27, nos lo ha recordado con estas palabras:
«...el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin excepción de
nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y
de los medios necesarios para vivirla dignamente...recordando la palabra del Señor.

2. EL “ARTE DE CUIDAR”: CARACTERÍSTICAS GENERALES

Hablaremos aquí de los componentes básicos del cuidar, de sus elementos troncales
vistos desde la perspectiva ética. Todas esas cualidades son necesarias, pero ninguna
de ellas es suficiente a título aislado. Lo ideal (lo excelente) sería que su conjunto
formara parte de nuestra manera de ser y de actuar como enfermeros/as.
2.1. Elementos básicos para cuidar
1º. Compasión
Se trata de una virtud moral que está presente en todas las culturas. Es la raíz del
cuidado y consiste en percibir el sufrimiento ajeno, interiorizarlo y vivirlo como si fuese
una experiencia propia. Reducir la compasión a un mero lamento exterior de la situación
ajena es una falsa compasión. Las lágrimas pueden ser el lenguaje del sufrimiento, pero
no la garantía de la auténtica compasión que se traduce en una actuación solidaria
hacia el otro. El requisito indispensable para ejercerla es la experiencia de la alteridad:
darse cuenta de la situación de vulnerabilidad y sufrimiento en que viven otros seres
humanos. Jamás debería limitar la libertad del otro, ni sustituirle o decidir por él.
Significa ponerse en su lugar, sin robarle su identidad, sin invadir su mismidad.
2º. Competencia

Significa estar capacitados para desarrollar la propia profesión de un modo óptimo. Es


imprescindible cuidar al enfermo con capacidad teórica y práctica para desarrollar las
actividades necesarias de la propia profesión. Requiere una formación actualizada y
continua cuyo objetivo principal es el conocimiento del ser humano desde una
perspectiva global (biopsicosocial). Puede ser eficaz focalizar la competencia en la
vertiente técnica de los cuidados, pero sería un tremendo error humano (y moral) dejar
en segundo plano la totalidad de la persona que se debe cuidar, olvidándose de
aspectos tan importantes como la comunicación, la cercanía, el acompañamiento, la
intimidad, las caricias o los gestos, por citar algunos ejemplos.
3º. Confidencialidad

El enfermo vive de manera “personalizada” la experiencia del dolor, el sufrimiento y la


soledad. En esas situaciones siempre necesita un confidente, con capacidad para
escuchar y ser discretos, guardando secreto sobre cuánto le comunica la persona
enferma. La confidencialidad está relacionada con la buena educación, con el respeto
y el silencio pero, principalmente, con la capacidad de preservar la intimidad del otro,
su mundo interior. Por eso es muy adecuado describir la confidencialidad como la virtud
que protege al enfermo para no ser objeto de exhibición y salvaguardar su derecho a la
intimidad.
4º. Confianza

Es indudable que la relación de confianza es el eje en torno al que gira la relación entre
el agente cuidador y el sujeto cuidado. Sobre esa relación ya hay constancia en los
testos más antiguos de la ética médica. Confiar en alguien es creer en él, ponerse en
sus manos, ponerse a su disposición, y eso sólo es posible si uno se fía del otro y le
reconoce autoridad profesional y moral. La lejanía, la frialdad de trato, el engaño o el
abandono, provocan desconfianza, hacen mucho más difícil la intervención y suele ser
la causa de no dejarse cuidar. De ahí la importancia de saber dar pruebas de confianza
con las palabras y los gestos y, sobre todo, con la eficiencia y eficacia de la propia
actividad profesional.
5º. Conciencia

Implica saber lo que está en juego, asumirlo conscientemente y, además, como atributo
de la interioridad humana, significa reflexión, prudencia, cautela y conocimiento de lo
que se trae entre manos (la vida, la salud, la enfermedad). En la tarea de cuidar es muy
importante la conciencia de la profesionalidad, lo que supone mantener siempre la
tensión, poner atención en lo que se está haciendo y no olvidar nunca que el acto de
cuidar no termina en uno mismo sino en la persona que está bajo nuestros cuidados y
es digna del máximo respeto.
2.2. Características distintivas del cuidado

Son los rasgos que caracterizan, desde una perspectiva externa, el ejercicio del cuidar.
Se trata de rasgos éticos porque son exigibles moralmente cuando se cuida a un ser
humano. Nos referimos con ello a lo que a lo que debería hacerse en un momento dado.

1º. El tacto y el contacto


Resulta muy difícil cuidar a un ser humano sin ejercer el tacto y el contacto epidérmico.
Por eso el cuidado nunca puede ser virtual o a distancia. Debe ser por su propia
naturaleza presencial. En sentido literal, tener tacto significa aproximarse a la persona
enferma desde el respeto y la atención. Tocarle, contactar el él, rozarle, acariciar su
frente o poner nuestra mano sobre las suyas, son acciones cargadas de gran valor
simbólico que significan cercanía, comprensión, respeto y preocupación por el otro. El
valor del tacto puede equivaler a todo un discurso sin palabras hecho en pocos
segundos. El tacto también tiene un sentido metafórico, que se refiere a la capacidad
de estar en un determinado sitio y en una determinada circunstancia sin incomodar, sin
ser una molestia para la persona cuidada. Desde esta otra perspectiva, el tacto significa
saber decir lo más conveniente y saber callar cuando es oportuno, retirarse en el
momento adecuado e, incluso, adoptar la posición física adecuada para la situación que
se está viviendo. Como toda virtud ética, el tacto no se puede enseñar. Se aprende a
base de repetición y de equivocarse en muchas ocasiones.
2º. Saber escuchar
Es una capacidad psicológica cuyo requisito indispensable es la disposición de atender
a la palabra ajena, o sea, a lo que el otro está diciendo por muy insignificante que nos
pudiera parecer. En ese sentido se distingue de la facultad de “oir” en cuanto capacidad
biológica de captar sonidos, ruidos o palabras. Es muy llamativo, por cierto, recordar
que el médico, o la enfermera en su caso, tienen que aprender a “auscultar” (del latín
auscultare), o sea, aprender a escuchar lo que dice el cuerpo del enfermo. Aunque se
presuponga la facultad biológica de “oir” (del latín audire), no es suficiente. Hay que
aprender no sólo a utilizar correctamente un fonendoscopio, sino a tener la
predisposición de escuchar atentamente al enfermo que necesita contar a alguien lo
que vive en su interior o la narración de sus experiencias y limitaciones. Por eso la
relación clínica es presencial antes que virtual.
3º. Saber mirar

También en este caso decimos que es muy diferente “ver” (del latín videre), como
facultad biológica, que “saber mirar” (del latín mirari), si bien la primera es la condición
de posibilidad de la segunda. La que aquí nos interesa es la capacidad de “saber mirar”,
fruto del aprendizaje y, por ello, una virtud moral de gran importancia para saber cuidar.
Literalmente significa observar las acciones de alguien, tener en cuenta, atender al otro
que me está a su vez mirando. Además de vernos nos estamos mirando. En ese
sentido, mirar a los ojos de una persona enferma puede decirnos mucho más que todo
un discurso. Significa dar al otro importancia, atención, “leer sus pensamientos”,
penetrar en su corazón, comprender su situación, transmitir paz, confianza,
esperanza... comunicarse con los ojos, con la mirada, es un verdadero arte que
tampoco se puede enseñar...se aprende viviéndolo.
4º. Sentido del humor

La enfermedad nada tiene que ver con el sentido del humor, sino con la seriedad. De
hecho, la experiencia de enfermar no es una experiencia cualquiera. Suele ir asociada
al desarraigo, la soledad, la impotencia.... En esas situaciones es cuando uno se da
cuenta de que vivir es un asunto lleno de seriedad. Pero, aunque parezca una sinrazón,
no tendría por qué haber contradicción entre la experiencia de la enfermedad y el
sentido del humor puesto que, valga la paradoja, quizá sólo es posible tomarse las
cosas con humor desde la seriedad. Todos conocemos a profesionales sanitarios que
saben quitar la importancia justa a la enfermedad de sus pacientes. Tienen la virtud de
poner una “pizca de sal”, un fino humor, por medio de una sonrisa, una pequeña broma,
una caricia, un mirada cómplice, que transmite esperanza, comunica confianza y
contribuye a bajar la densidad del temor y del miedo producido por la enfermedad. El
cuidador debe saber descifrar los momentos de seriedad y los del sentido del humor.
Cuando uno enferma puede ser capaz de reirse de muchas cosas y de muchas
aventuras y desventuras, propias o ajenas, y puede mirar con cierta distancia las
obsesiones, las frivolidades y las estupideces de la vida banal.
2.3. La esencia del cuidado

Vamos a hablar, finalmente, de lo que es en sí mismo la naturaleza interna del cuidar


frente a perspectiva externa que hemos expuesto en el apartado anterior. En ese
sentido, el cuidado no es propiamente una capacidad del ser humano, sino que forma
parte de su estructura, pertenece a la esencia de lo humano. Saber cuidar es la ética
de lo más profundamente humano.

1º. Dejar que el otro sea

En su sentido más radical, cuidar de alguien es dejarle ser, ayudarle a ser y hasta
favorecer su modo de realizar el complejo papel de ser persona sin entrometerse en su
identidad. Y, para ello, es indispensable estar-con-él (y ser-por.él), compartir sus penas
y alegrías, sus angustias y expectativas. Nada tiene que ver con dejar al otro a su
suerte, ni con la pasividad, ni la indiferencia respecto al otro ni, menos aún, abandonarlo
a la soledad. Al contrario, se relaciona con la vigilancia, con la observación discreta,
con la actitud de velar en el sentido de preocuparse y ocuparse del otro. Y, como es
lógico, presupone el requisito de reconocer que hay otros seres humanos en el mundo
además de mi persona, otros seres humanos que tienen el derecho a ser y a existir
humanamente ofreciéndole los cuidados necesarios. El reconocimiento del otro es la
condición de posibilidad del mismo cuidar ético.
2º. Dejar que el otro sea él mismo

Cada ser humano, cada persona, es singular, única e insustituible. Es alguien, no algo.
Por tanto, cuidar de alguien es ayudarle a ser sí mismo, protegerle de formas de vida y
de modos de existencia que limiten o anulen su identidad. Es velar para que el otro sea
él mismo sin cambiarlo, sin transformarlo en otra cosa que no sea él mismo. De ahí que
cuidar esté muy relacionado con la idea de autenticidad, es decir, ayudar a ser uno
mismo y a expresar lo que uno es y lo que uno siente en su interior. Y esto debe ser así
porque el otro es diferente de mí, distinto de lo que yo piense de él o de lo que yo
quisiera que fuese. Ese es el motivo por el que cuidar, dejando que el otro enfermo sea
él mismo, implica respetar su mundo de valores y ayudarle a ser coherente con su
propia jerarquía de valores.
3º. Dejar que el oro sea lo que está llamado a ser

El ser humano es proyectivo. Está en permanente realización desde su nacimiento. La


perfección de cada ser humano consiste, precisamente, en llegar a ser lo que está
llamado a ser. Es una prueba en la que se pone en juego el sentido (o al menos “un”
sentido) para toda su trayectoria vital. La enfermedad es un acontecimiento que marca
con mayor o menor gravedad ese trayecto vital. Puede incluso poner del revés lo que
uno cree que está llamado a ser. Queda afectada la mayor parte o la totalidad de su
mundo exterior e interior. En esa situación, cuidar al otro consiste en ayudarle a integrar
de algún modo lo negativo de su vida, ayudarle a realizar ese complejo viaje interior
que es estar y sentirse enfermo con el fin de que pueda encontrar alguna luz, alguna
clarificación, algún estímulo para que sepa lo que debe hacer con su vida, es decir, para
que siga siendo lo que está llamado a ser.
4º. Procurar por el Otro

Se trata de una acción que compagina los tres apartados anteriores: asegurar que el
otro tenga lo necesario e indispensable para poder ser, para que pueda ser él mismo y
para alcanzar su perfección existencial. Este tipo de actuación tiene que ver con algún
modo de organización institucional pero, sobre todo, tiene mucho que ver con la
interacción personal (la alteridad). Esa es la razón por la que M.Heidegger dice que el
“procurar por” se funda en el “ser-con”, aunque Lévinas lo ha dicho mucho mejor:
procurar por tiene que ver con estar-por y con ser-por alguien a quien estoy cuidando.
Hay distintas formas de interacción humana: 1ª) ser uno para el otro, 2ª) ser uno contra
el otro, y 3ª) pasar de largo uno junto a otro.
No cabe duda de que las dos últimas son muy deficientes. La vida diaria es terca en
demostrarlo. Son muy deficientes porque en esas formas de interacción (ser uno contra
el otro y pasar de largo uno junto a otro) en realidad el otro no importa, resulta
indiferente y hasta puede haber quien deseara eliminarlo. Sólo en el “ser uno para el
otro” se da el auténtico cuidado como tarea moral, porque desvela que nuestro grado
de humanidad es proporcional a nuestra dedicación para que el otro sea, que sea él
mismo y que sea lo que está llamado a ser.
ADDENDA: "Guerasim" o la excelencia del cuidar

Cualquier lector sabe que en la novela de Leon Tolstoi, La muerte de Iván Illych, se
narra la larga agonía de un ser humano y se pone el énfasis en al importancia de los
cuidados. Al final de la novela, Iván Illych muere en paz y serenidad, acompañado y
cuidado de un modo digno. El protagonista de ese acompañamiento es Guerasim, el
criado de la familia, que se convierte en modelo de cuidados a lo largo de toda la
narración. La sensibilidad, la compasión, el sentido del humor y la empatía, eran las
cualidades morales (las virtudes) de su personalidad. El rasgo más señalado de
Guerasim es su humanidad y su disposición para con los demás. Iván Illych muere con
dignidad porque está asistido responsablemente por una persona que derrocha
humanidad, cercanía, hospitalidad alteridad. Es la excelencia del cuidar.

3. EL CUIDADO COMO “BIEN INTERNO” DE LA ENFERMERÍA

Tanto desde los presupuestos antropológicos, como de la descripción de la tarea de


cuidar, hemos podido demostrar que esa tarea es la clave de la enfermería. Desde
principios de los años 60 del pasado siglo XX se fueron dando sucesivas definiciones
sobre los cuidados de enfermería (V.Henderson, M.Leininger, L.Curtin, B.Harper,
A.Bishop y J.Scudder, Gastmans, Dierckx de Cástrele, Schotsmans, C.R.Taylor...).
Todo ello ha llevado a una definir la enfermería como el conjunto de técnicas y de
actitudes que se aplican en el contexto de una particular relación de cuidado, con el
objetivo de proporcionar “buen cuidado” a la persona enferma. En resumen, el cuidado
es una actividad que, encierra o contiene en sí mismo un bien, a saber, el bien de la
persona enferma.
Así pues, si aplicamos la definición de “práctica” formulada por A.MacIntyre, podemos
afirmar que la enfermería hay que entenderla «cualquier forma coherente y compleja
de actividad humana cooperativa, establecida socialmente, mediante la que se realizan
los bienes inherentes a la misma mientras se intenta lograr los modelos de excelencia
que le son apropiados a esa forma de actividad y la definen...».
El “bien inherente” o interno de la enfermería es el cuidado como práctica específica
que incorpora valores y virtudes éticas. Afirmar que la enfermera/o nunca debe ser
neutral ante el cuidado, sino alguien capacitada/o para tomar decisiones, no sólo en el
ámbito técnico sino en el de la ética y la moral, significa afirmar que las habilidades y
destrezas técnicas son y serán siempre insustituibles, pero deben estar siempre en
referencia y remitir constantemente a los valores y virtudes morales que componen la
tarea de cuidar. Mejor dicho, las técnicas enfermeras son un medio del buen cuidado,
o sea, deberían estar siempre al servicio del bien interno de la práctica enfermera cuyo
fin último es el bienestar integral de la persona enferma.

No podemos perder de vista que el “buen cuidado” es una meta de calidad que marca
el progresivo nivel de excelencia que ha de exigirse a un buen profesional de la
enfermería. Y marca el nivel de excelencia profesional porque ésta es proporcional al
cultivo de las virtudes y características de la profesión. Para ello nos basta también con
recordar lo que ha dicho A.MacIntyre: «Una virtud es una cualidad humana adquirida,
cuya posesión y ejercicio tiende a hacernos capaces de lograr aquellos bienes que son
internos a las prácticas y cuya carencia nos impide efectivamente lograr cualquiera de
tales bienes». Es decir, las virtudes morales son los “modelos de excelencia” que hacen
posible realizar la práctica enfermera.

Por todo ello, es necesario concluir diciendo, en cierto paralelismo con la medicina por
razones de proximidad, que la ética del cuidado no es un añadido periférico a la
enfermería, sino algo intrínseco a la misma, connatural a la práctica que la define, le
confiere sentido, justifica su existencia y su valor. La tarea de cuidar es la razón de ser
de la enfermería, la clave de su identidad profesional y moral. Eso sí, siempre a
condición de entender el verbo “cuidar” como una acción dirigida o finalizada en la
persona enferma, en su bienestar integral.

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